cuento del trabajo

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Quénecesitamos saber para saber qué necesitamos

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Page 1: Cuento del Trabajo
Page 2: Cuento del Trabajo

A mis hijas, que me enseñaron a contar cuentos.A Tere, que me ayudó a contarlos.

Page 3: Cuento del Trabajo

Cuadernos HOAC

© Hermandad Obrera de Acción Católica

Ilustración de portada: CHOPI

ISBN: 978-84-85121-98-4Depósito legal: M. 58.961-2008

Preimpresión e impresión:Gráficas Arias Montano, S. A.

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Érase una vez un pueblo en el que la gente vivía ocupada en sus quehaceres cotidianos. Aunque cada cual vivía de manera autónoma, existían fuertes la-

zos comunitarios garantizados por las instituciones que habían creado para ello: Las Tierras Comunales, la Ley de Pobres, el Derecho a Vivir, la Ley de Domicilio... garantizaban a todos la vinculación a un pueblo y los medios necesarios para subsistir.

Artesanos, agricultores, herreros, criados, labradores, maestros, marineros, letra-dos, pescadores, hortelanos, panaderos, alguaciles, tipógrafos, sastres, molineros, afiladores, amanuenses, pastores, granjeros, albañiles, canteros, alfareros, tejedo-res, carpinteros... eran las profesiones más corrientes, cuyos productos se utilizaban para el intercambio por otros productos o por dinero, que era un instrumento para el intercambio.

No todo era bonanza. En ocasiones, las plagas o las sequías arruinaban las cose-chas y se producían grandes hambrunas. Las epidemias diezmaban a la población sin que la medicina pudiera impedirlo, y había una fuerte opresión política. Un hombre, llamado Señor Feudal, que poseía muchas tierras y un gran ejército, les exigía parte de lo producido, enormes tributos y sumisión a cambio de la supuesta protección que les brindaba.

El cuento del trabajo(o qué necesitamos saber

para saber lo que necesitamos)

El amor por el hombre, y en primer lugar por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo,

se concreta en la promoción de la justicia (Centesimus Annus 58)

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Alfonso Alcaide Maestre

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El gran descubrimiento

Un buen día, un grupo, formado por los que más tenían y más sabían, reunieron a la mayor parte del pueblo para contarle que habían hecho un gran descubri-miento.

—Mirad –dijeron–, hemos hecho el descubrimiento más grande de todos los tiempos... hemos descubierto cómo crear riqueza y bienestar para todos. El des-cubrimiento se llama fábrica, trabajo, consumo e inversión. Nosotros, los que más sabemos y más tenemos, vamos a construir grandes fábricas para daros trabajo y fabricar muchos productos que luego venderemos. El dinero que ganemos lo vamos a repartir con vosotros; así podréis comprar muchos productos y vivir mejor. Os garantizamos el trabajo y el dinero para siempre, y ya no tendréis que preocu-paros de la lluvia ni del viento.

—Para vivir bien necesitamos poco –dijo un trabajador–. ¿Qué pasará cuando hayamos comprado todos los productos que necesitamos?

—Buena pregunta –respondió el que les hablaba–. Ese es el gran enga-ño. Os han engañado, os han dicho que seáis austeros, que necesitáis poco, que no os preocupéis de las riquezas, que no seáis egoístas ni usureros, que no tengáis vicios... Pero todo eso es una gran mentira. Nosotros hemos descubierto que tenemos que ser egoístas y ambiciosos, que debemos de-sear todo lo imaginable, que debemos acumular muchas riquezas... porque de esta manera, en la medida que nos preocupamos de nosotros estamos creando riqueza para todos. Desead un palacio, carruajes, criados, grandes manjares, cubiertos de plata, jarrones de oro, los mejores trajes, el mejor calzado, los mejores vinos, las mejores fiestas...ese será el signo de vuestro triunfo, eso es lo que os distinguirá de los demás que serán los perdedores, los fracasados. Cuando tu vecino tenga un carruaje como el tuyo, cómprate uno mayor; si está tirado por un caballo, ponle un tiro de seis, si él tiene dos trajes, cómprate ocho y si su casa tiene diez habitaciones la tuya debe tener quince. Así crearás trabajo, y el trabajo riqueza, y la riqueza llegará a todos. Este es un camino que no se acaba, cuando hayamos comprado todos los productos fabricaremos otros, y después otros y otros, y así siempre. ¿Que-réis ser triunfadores o fracasados? –preguntó.

—¡¡¡Triunfadores!!! —respondieron casi todos.

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«...destruidos en el pasado siglo los antiguos gremios de obreros, sin ser sustitui-dos por nada, y al haberse apartado las naciones y las leyes civiles de la religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido que los obreros se han encontrado entregados, solos e indefensos, a la inhumanidad de sus patronos y a la desenfre-nada codicia de los competidores.

Al aumentar el mal, vino voraz la usura, la cual, más de una vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siempre, bajo diversas formas, la misma en su ser, ejer-cida por hombres avaros y codiciosos. Júntase a esto que los contratos de las obras y el comercio de todas las cosas están, casi por completo, en manos de unos pocos, de tal suerte que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre los hombros de la innumerable multitud de proletarios un yugo casi de esclavos». (Rerum Novarum, 2)

La fábrica empezó a funcionar. El trabajo era duro, hombres, mujeres y niños se emplearon a fondo para crear riqueza, cuanto más trabajo más ri-queza. Al principio seguían cultivando las tierras, después las vendieron, o les fueron arrebatadas al no poder mostrar el título de propiedad, y se fueron a la ciudad.

Pasado un tiempo se consiguió crear mucha riqueza y llegó la hora del reparto. Les dijeron que se pusieran en cola delante de la oficina y le fueron entregando un sobre a cada uno. Con lo que les habían dado apenas tenían para comer. Montaron en cólera y fueron a ver a los que más tenían y más sabían:

—¿Qué es esto? ¿No íbamos a repartir la riqueza? –preguntó el que parecía ser el cabecilla del grupo.

—Tenéis razón... siempre tenéis razón... Eso mismo les dijimos ayer a los con-tables: «¿No íbamos a repartir riqueza? ¿Entonces qué es esta mierda que habéis metido en los sobres?». Teníamos, y tenemos, la misma furia que vosotros, pero los contables nos lo explicaron. Se han hecho cuatro partes: una parte para mantener las instalaciones y reponer la maquinaria desgastada; otra para ir recuperando la inversión que hemos hecho y poder invertir y generar más riqueza para repartir más; una tercera parte para crear un poderoso ejército y quitarnos de encima al Señor Feudal, que no nos deja ser libres; y la cuarta para los trabajadores. Seguimos enfurecidos y les dijimos a los contables que había que hacer otro reparto, pero el problema surgió cuando nos dijeron: «Venga, hagamos otro reparto: ¿De dónde quitamos y adónde ponemos?

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La multiplicación de la riqueza

»Nos pusimos a pensar... Las instalaciones hay que mantenerlas y reponer la maquinaria, porque si no se destruirá la fábrica... La inversión hay que recuperarla para seguir invirtiendo, porque si no nadie querrá invertir, nos quedaremos obso-letos y no creceremos... Al Señor Feudal hay que derrocarlo como sea... Al final nos dimos cuenta de que no hay otra salida... Tiene que ser así... Pero tiene que ser así por ahora, pero nosotros os aseguramos que en la medida que seamos capaces de crear más riqueza habrá más para repartir y todos saldremos ganando.

«Los gérmenes de la nueva economía aparecieron por vez primera, cuando los errores racionalistas habían arraigado ya plenamente en los entendimientos; y con ellos pronto nació una ciencia económica distanciada de la verdadera ley moral...». (Quadragésimo Anno, 54)

»La solución está en crear más riqueza, tenemos que ser capaces de crear más riqueza... y nosotros sabemos cómo hacerlo... noches enteras sin dormir... días sin comer y sin descanso... al final una luz se ha encendido como una divina providen-cia para señalarnos el camino que debemos seguir.

»Hemos descubierto una nueva energía y una nueva máquina. Ambas van a conseguir que desaparezca el trabajo penoso. También hemos descubierto un mé-todo para que vuestro trabajo sea más productivo: en lugar de que todos lo hagáis todo, vamos a dividir el producto en muchas operaciones y cada uno os vais a especializar en una operación. Al final, en lugar de que cada uno haga un producto, lo haremos entre todos.

El cabecilla parecía no estar muy de acuerdo:

—Así nos quitáis nuestra fuerza y nuestra habilidad para trabajar. ¿Qué pasará con los trabajadores que sólo tienen su fuerza para trabajar?»

—Tienes razón, siempre tenéis razón. Es verdad, suprimimos el esfuerzo, pero eso es bueno: esos trabajadores aprenderán a realizar una de las operaciones del producto. Su fuerza no será necesaria, pero sí lo será una cierta habilidad que de-berán aprender. Esta habilidad es un trocito de toda la habilidad que ahora tienes tú. Por eso, no quitamos la habilidad, la distribuimos entre todos, incluidos estos trabajadores que antes sólo utilizaban su fuerza y que ahora podrán mejorar su cualificación profesional.

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El nuevo invento se puso en marcha. Parte del trabajo penoso desapareció. Cada trabajador hacía una sencilla operación. Poco a poco, a fuerza de repetirla, adquirió una destreza y rapidez formidables. El resultado fue que se hicieron muchos más productos con el mismo trabajo.

Todos los trabajadores esperaban entusiasmados la hora del reparto de la rique-za que se había creado. Nuevamente se pusieron en cola delante de la oficina para recibir el sobre. No hacía falta decir nada, sólo ver la cara de los primeros trabaja-dores que abrieron el sobre.

El silencio se fue extendiendo como una nube empujada por el viento hasta que un grito lo rompió:

—¡Nos han engañado! ¡Otra vez nos han engañado! ¡Esto es una mierda! ¡Vamos!

Destrozaron todo lo que se encontraron en su camino hasta que llegaron a las puertas de los que más tenían y más sabían.

¿No vemos acaso con nuestros propios ojos cómo los incalculables bienes que constituyen la riqueza de los hombres son producidos y brotan de las manos de los trabajadores, ya sea directamente, ya sea por medio de máquinas que multi-plican de una manera admirable su esfuerzo? (Quadragésimo Anno, 21)

Allí les esperaban un grupo compacto y uniformado que habían formado con los trabajadores que antes usaban su fuerza para trabajar. La primera fila, con una rodilla en tierra y el fusil apuntando a los que llegaban. La segunda fila, montada a caballo y con el sable en la mano. Detrás, los que más tenían y más sabían.

El silencio se hizo dueño de la escena, momento que aprovechó uno del grupo de los que más tenían y más sabían para dirigirse a los trabajadores.

La colonización de los países pobres y el hombre de acero

¡Lo sabíamos! ¡Lo sabíamos! No debimos esperar a este momento, debimos ex-plicarlo antes porque vosotros sois nuestro mayor tesoro. Pero pensamos que ya teníais bastante con vuestro trabajo y vuestras preocupaciones para cargaos con las nuestras.

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Tenemos que felicitaros porque gracias a vuestro esfuerzo hemos generado mucha más riqueza. El proyecto que pusimos en marcha ha dado resultado. Pero ha ocurrido algo terrible: Todos pensamos que, una vez eliminado el Señor Feudal y establecida la República, el ejército ya no sería necesario, ¿Recordáis? Todos pen-samos eso. Pero ha ocurrido algo terrible: para seguir fabricando productos necesi-tamos mucha materia prima, y la nuestra ya se ha agotado ¿Qué hacer? ¿Cerramos la fábrica y volvemos a la miseria de antes? ¿Quién de vosotros conserva su tierra y su casa para volver? ¿No las habéis vendido para venir a la ciudad, al progreso?...

—¡Nos las habéis quitado! —gritó una mujer que cogía a un niño entre sus brazos.

El que hablaba siguió como si no hubiera escuchado nada:

— Las tierras comunales del municipio también han sido vendidas para cons-truir casas en la ciudad, ya no hay tierra que repartir. Hemos suprimido la Ley de Pobres y el Derecho a Vivir para obligar a los vagos a trabajar y que no sigan apro-vechándose de nuestra bondad. ¿Qué hacer?, decidme, ¿qué hacer?

«Tal acumulación de riquezas y de poder origina, a su vez, tres tipos de lucha: se lucha en primer lugar por la hegemonía económica; se establece luego el rudo combate para adueñarse del poder público, para poder abusar de su influencia y autoridad en los conflictos económicos; finalmente, pugnan entre sí los diferen-tes Estados, ya porque las naciones emplean su fuerza y su política para promover cada cual los intereses económicos de sus súbditos, ya porque tratan de dirimir las controversias políticas surgidas entre las naciones, recurriendo a su poderío y recursos económicos». (Cuadragésimo Anno, 39)

»Mientras que vosotros estabais trabajando y gozando del descanso y del vino en la taberna, nosotros no descansamos, día y noche buscando alguna solución. Al final la encontramos, pero era una solución lejana, muy lejana. En un país muy lejano, medio salvaje, hay mucha materia prima. Allí hemos ido a por ella. ¿Sabéis cuánto cuesta el desplazamiento y el transporte? Pero no ha sido esto lo peor. Hay otros pueblos que tienen el mismo problema que nosotros y que han intentado quitarnos la materia prima. Ha sido necesario crear un ejército muy poderoso para convencer a los salvajes y vencer a los otros pueblos. ¿Sabéis cuánto cuesta mante-ner a este ejército que nos protege?

»Pero no acaban aquí los problemas. Nos hemos enterado de que entre vo-sotros se ha metido la discordia y habéis creado una asociación para romper la

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armonía. Sí, eso que llamáis sindicato y que agrupa a los descontentos y a los que no quieren trabajar. Nos habéis roto el corazón. Mientras que nosotros buscamos soluciones, vosotros creáis el instrumento de la discordia que promueve alborotos. Al final nos habéis obligado a crear esta policía para restablecer el orden. ¿Sabéis lo que cuesta mantener a esta policía? Y lo peor de todo es que con ello nos habéis obligado a enfrentar a hermanos contra hermanos...

«El Magisterio reconoce la función fundamental desarrollada por los sindicatos de trabajadores, cuya razón de ser consiste en el derecho de los trabajadores a formar asociaciones o uniones para defender los intereses vitales de los hombres empleados en las diversas profesiones». (CDSI 305)

»Estamos en un momento crucial de nuestra historia. Podemos dar un salto hacia el futuro o hundirnos en las tinieblas. No hay otra salida... tiene que ser así... pero tiene que ser así por ahora, pero nosotros os aseguramos que en la medida que seamos capaces de crear más riqueza habrá más para repartir y todos saldre-mos ganando. La solución está en crear más riqueza, tenemos que ser capaces de crear más riqueza... y nosotros sabemos cómo hacerlo... noches enteras sin dormir... días sin comer y sin descanso... al final una luz se ha encendido como una divina providencia para señalarnos el camino que debemos seguir.

Hemos creado una nueva máquina que es capaz de trabajar. ¡Asombraos y pas-maos! La hemos llamado el «hombre de acero». Cada operación que hacéis para fabricar el producto puede realizarla una máquina con mucha mayor precisión y rapidez. Además, la maquina puede estar trabajando las veinticuatro horas del día, todos los días, todas las semanas, todos los meses, todos los años, siempre. La má-quina no se pone mala, no tiene que cuidar a los hijos ni a los ancianos, no tiene cargas familiares. ¿Os imagináis cuánta riqueza se puede crear?

Simular que lo bello es sucio y lo sucio bello

Una trabajadora, perteneciente al sindicato clandestino, tomó la palabra:

—Siempre nos decís lo mismo. Crear riqueza, crear riqueza… ¡Ya hemos creado riqueza, y la riqueza nunca llega a nosotros! Habéis convertido la tierra, creada por Dios para todos, en una mercancía. Habéis convertido el dinero, que servía para cambiar cosas, en una mercancía que se compra y se vende, habéis creado la usura que es un crimen, porque el beneficio no surge de ningún trabajo, nace de la nece-sidad de los que no tienen y deben recurrir al préstamo. Por último, nos habéis con-

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vertido en mercancía a nosotros, al ser humano, nos habéis obligado a vendernos por un puñado de monedas si queremos malvivir. Cualquier máquina de la fábrica recibe mejor tratamiento que nosotros. Así lo ha reconocido la misma Iglesia:

«no siempre el beneficio indica que la empresa esté sirviendo adecuadamente a la sociedad. Es posible, que los balances sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humilla-dos y ofendidos en su dignidad. Esto sucede cuando la empresa opera en sistemas socioculturales caracterizados por la explotación de las personas, propensos a re-huir las obligaciones de justicia social y a violar los derechos de los trabajadores». (Compendio D.S.I., 340).

»Pero lo más grave es que nos estáis despojando de nuestras capacidades para trabajar. Primero habéis sustituido nuestra fuerza. Ahora, con las nuevas máquinas, con el «hombre de acero», nos quitáis nuestra habilidad. Si las máquinas hacen nuestro trabajo, ¿qué haremos nosotros?

—Tienes razón, siempre tenéis razón. Es verdad, sustituimos vuestra habilidad, pero eso es bueno. Mirad, lo que nos distingue a los seres humanos de los animales no es la habilidad. Hay muchos animales que son muy hábiles y hacen cosas que nos sorpren-den. Lo que nos distingue a los seres humanos es la inteligencia y los conocimientos. Las máquinas, que son construidas por nosotros, no lo olvidemos, pueden repetir los movimientos que nosotros hacemos en cada operación del producto, pero ¿quién prepara a las máquinas? ¿Quién las controla? ¿Quién las alimenta de materia prima? ¿Quién las repara? ¿Os imagináis a un mono preparando una máquina? Un mono no puede preparar una maquina, el hombre sí, porque el hombre es el rey de la creación.

»También tienes razón, siempre tenéis razón, cuando dices que hemos cambiado nuestros valores y creencias. Nuestra Santa Madre Iglesia tiene razón en lo que dice, pero era necesario y provisional. Por lo menos durante otros 100 años debemos simular ante nosotros mismos y ante cada uno, que lo bello es sucio y lo sucio bello, porque lo sucio es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura y la desconfianza deben ser nuestros dioses por un poco más de tiempo todavía. Porque sólo ellas pueden guiarnos fuera del túnel de la necesidad económica a la claridad del día. Después ya vendrá el tiempo para el retorno a algunos de los principios más seguros y claros de la religión y la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, que el cobro usurario es un crimen y que el amor por el dinero es detestable». Este es el dilema de nuestra existencia.

Keynes: La economía política de nuestros nietos.

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Las mujeres no tendrán que trabajar

»Sin embargo, lo importante es que vamos progresando. Tenemos más cosas que antes, más productos que nos ayudan a vivir mejor. Y ahora, escuchad el gran descubrimiento: las mujeres no tendrán que trabajar. Con la riqueza que crearán las máquinas no será necesario que las mujeres trabajen. El hombre trabajará para man-tener a la familia, pero su trabajo no será penoso, trabajará en tres turnos: mañana, tarde y noche, para acompañar a la máquina, para que la máquina no descanse. La mujer estará en casa, criando y cuidando a los hijos, educándolos y haciendo de ellos hombres de provecho. Cuidará a los ancianos y esperará a su marido para aliviarle del cansancio y hacerle la vida agradable y feliz. ¿Os imagináis cuánta riqueza se puede crear para repartir? ¿Os imagináis mayor progreso y felicidad?

A pesar de que muchos trabajadores no se lo creyeron, la nueva fábrica se puso a funcionar. Las máquinas lo hacían casi todo controladas por obreros llamados especialistas. Estos obreros tenían mejores condiciones de trabajo, cobraban más y podían ascender de categoría. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores per-tenecían a una categoría que llamaban peones, obreros sin cualificar, que tenían peores condiciones de trabajo, cobraban menos y no podían ascender de catego-ría. A los especialistas les pusieron una bata blanca y un casco blanco. A los peones, un mono y casco azules. Los especialistas se habían convertido en imprescindibles: sin ellos las máquinas no podían funcionar. Los peones eran fácilmente sustitui-bles, pues su formación era muy baja y hacían solo tareas rutinarias que se apren-dían fácilmente. Los trabajadores no se dieron cuenta de este detalle hasta que no empezaron las huelgas.

«La persona humana es y debe ser el principio, el sujeto y el fin de todas las ins-tituciones’. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la posibilidad de desarrollar sus cualidades y su personalidad en el ejercicio de su profesión, a una remunera-ción equitativa que le permita a esta persona y a su familia ‘llevar una vida digna en el plano material, cultural y espiritual’, a la asistencia en caso de necesidad por razón de enfermedad o de edad.

Si para la defensa de estos derechos las sociedades democráticas aceptan el prin-cipio de la organización sindical, sin embargo, no se hallan siempre dispuestas a su ejercicio» (Octogesima Adveniens, 14)

Los sindicatos se dieron cuenta de que la única manera de conseguir derechos era parando la producción. Acción que recibió el nombre de huelga.

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Pues bien, cuando los sindicatos convocaban a una huelga, los «cuellos blan-cos» tenían demasiado que perder para secundar el llamamiento y los «cuellos azules» eran despedidos con mucha facilidad pues al perder su habilidad habían perdido el control de su trabajo. A pesar de ello, las luchas de los sindicatos consi-guieron mejoras importantes, la más sonada fue la de los tres ochos: ocho horas de trabajo, ocho de ocio y formación y ocho de descanso, aunque ello costó muchas vidas humanas, muchos trabajadores murieron en el intento. Todos los años, el 1º de Mayo rememoramos aquella lucha.

Las guerras y la división del mundo

La llama había prendido. Muchos pueblos y trabajadores no se creyeron el cuento de crear riqueza y se organizaron provocando una revolución que se llamó la Revolución Comunista. Revolución que, una vez asentada, empezó a extenderse a otros países. Los trabajadores formaron sindicatos y partidos políticos que de-fendían sus intereses y conseguían mejorar sus condiciones de vida. Nadie sabe muy bien qué pasó. Todavía, después de pasado mucho tiempo, no se ha encon-trado una explicación al hecho de que se enfrentaran unos pueblos contra otros provocando dos Guerras Mundiales. En un período de veinte años se produjeron dos Guerras Mundiales en las que murieron millones de personas. Capitalismo, Comunismo, Fascismo, Nazismo... se enfrentaron y el mundo quedó dividido en dos bloques: los pueblos comunistas, capitaneados por el pueblo comunista más poderoso; y los pueblos capitalistas, capitaneados por el pueblo capitalista más po-deroso. En los pueblos comunistas se abolió la propiedad privada. En los pueblos capitalistas se creó el Estado del Bienestar: El Estado se propuso repartir la riqueza creada.

Las reformas fueron realizadas en parte por los Estados; pero en la lucha por conseguirlas tuvo un papel importante la acción del Movimiento obrero.

Nacido como reacción de la conciencia moral contra situaciones de injusticia y de daño, desarrolló una vasta actividad sindical, reformista, lejos de las nieblas de la ideología y más cercana a las necesidades diarias de los trabajadores. En este ámbito, sus esfuerzos se sumaron con frecuencia a los de los cristianos para conse-guir mejores condiciones de vida para los trabajadores. (Centesimus annus. 16)

Pero las cosas tampoco funcionaban y algunos trabajadores de ambos pueblos se reunieron para saber cómo les iba.

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Los trabajadores del pueblo comunista contaron que habían mejorado mucho sus condiciones de vida, todo era del Estado, todos tenían trabajo, educación, sa-lud, cultura... pero no tenían libertad ni creencias. Habían suprimido las creencias religiosas y el culto lo celebraban en la clandestinidad. No estaban permitidos los sindicatos ni los partidos políticos y había mucha gente en las cárceles. Los que sa-bían y los poderosos les decían que no podían repartir más riqueza porque tenían que dedicar muchos recursos a luchar contra el capitalismo.

Los trabajadores del pueblo capitalista contaron que habían mejorado mucho sus condiciones de vida aunque todo era de unos cuantos poderosos. Tenían educación, sa-lud, cultura... pero había mucha desigualdad: la educación y salud de los trabajadores era peor que la educación y salud de los poderosos. Además, había una cosa terrible que se llamaba paro y había muchos pobres y mucha gente en las cárceles. No obstante, los subsidios y pensiones que recibían del Estado mejoraban sus condiciones de vida. Eran libres formalmente, aunque había muchas cosas que no podían hacer porque no tenían medios para ello. Los que más sabían y más tenían les decían que no podían repartir más riqueza porque debían dedicar muchos recursos a luchar contra el comunismo.

«...a la naturaleza de los hombres va unida la exigencia de que, al desarrollar su actividad productora, tengan también posibilidad de cumplir su propia respon-sabilidad y perfeccionar su propia persona.

Por lo tanto, si las estructuras, el funcionamiento, los ambientes de un sistema económico, son tales que comprometan la dignidad humana de cuantos en él despliegan su propia actividad, o les entorpezcan sistemáticamente el sentido de responsabilidad, o les dificulten de algún modo la manifestación de su iniciativa personal, tal sistema económico es injusto, aun en la hipótesis de que, la riqueza que produzca alcance un alto nivel y sea distribuida según criterios de justicia y equidad». (Mater et Magistra, 82-83)

Todos quedaron un poco angustiados cuando un experto de los trabajadores les informó de un problema muy grave que permanecía oculto:

—La mayor parte de los pueblos del mundo —dijo el experto— se ha queda-do en la miseria y en la muerte. Cada día mueren decenas de miles de personas a causa del hambre y la enfermedad. Estos pueblos son principalmente aquellos que nos proporcionan las materias primas para nuestros productos.

Volvieron a sus pueblos y contaron lo que habían escuchado y aprendido. Aquella buena gente se propuso intervenir para solucionar aquellos problemas.

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Hicieron manifestaciones, huelgas, protestas. Las Iglesias denunciaron la injusticia que había en el mundo. La «Primavera de Praga» y el «Mayo del 68» quedaron como exponentes de aquellas luchas por la libertad y la justicia.

De la sociedad del trabajo a la sociedad del ocio

Nuevamente, los que más sabían y más tenían reunieron a las gentes del pue-blo y les dijeron:

—Tenéis razón, siempre tenéis razón. Es cierto que se han producido algunos desajustes en nuestro desarrollo, desajustes que hemos conocido gracias a las denuncias que habéis formulado. ¡Qué sería de nosotros sin vuestra sensibilidad! ¡Qué sería de esos pobres que mueren de hambre sin vuestra conciencia y afán de justicia! Vuestro grito ha roto nuestra ceguera y hemos visto, hemos podido ver, y lo que hemos visto nos ha helado el corazón. ¿Cómo ha podido suceder tal desastre?... no lo sabemos... pero no podemos permitirlo y lo vamos a solucionar. En primer lugar, vamos a dedicar el 0,7% de todas nuestras riquezas para ayudar a esos pueblos pobres, para que salgan de su miseria. En segundo lugar, vamos a proceder a la descolonización, ellos serán dueños de sus riquezas y de su destino. En tercer lugar, vamos a establecer convenios de colaboración con ellos para ense-ñarles el camino del desarrollo.

»En cuanto a nosotros, tenemos que daos una buena noticia, más que de una buena noticia se trata de la noticia del siglo. Noches enteras sin dormir... días sin co-mer y sin descanso... al final una luz se ha encendido como una divina providencia para señalarnos el camino que debemos seguir. ¡Ha llegado el fin del Trabajo!

»Por fin caminamos hacia la sociedad del ocio: hemos descubierto la fábrica sin trabajadores. Se trata de una nueva tecnología, de una tecnología punta que recibe distintos nombres según el campo en que se aplique: informática, robótica, telemática, domótica...etc. Una tecnología muy simple que consiste en incorporar a la máquina los conocimientos necesarios para que realice la función que le pedi-mos. Antes teníamos máquinas rígidas que hacían una operación, ahora podemos disponer de máquinas muy flexibles y polivalentes que pueden hacer muchas y variadas operaciones. Imaginaos la riqueza que podemos crear con estas nuevas máquinas funcionando las veinticuatro horas del día, de todos los días de todas las semanas de todos los meses de todos los años por siempre jamás.

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La mayoría de los trabajadores se había quedado sorprendida sin saber qué decir ¡La sociedad del ocio! ¡Dios mío, vivir sin trabajar!... Como si adivinara los pen-samientos de sus compañeros, la cabecilla del grupo dijo:

—¡Eso es una barbaridad! Eso es un paso más en nuestra destrucción como trabajadores. Primero nos quitasteis nuestra fuerza. Después nuestra habilidad. Ahora nos quitáis nuestros conocimientos. Todas las capacidades que teníamos para trabajar las habéis incorporado a las máquinas, nos habéis despojado de todo... Ahora nos habláis de la sociedad del ocio, pero, ¿De qué viviremos si no trabajamos?

—Tienes razón, siempre tenéis razón. Seguramente nos hemos explica-do mal. Vamos a incorporar conocimientos a las máquinas, pero se trata de los conocimientos rudimentarios y elementales que se utilizan para poner en funcionamiento las habilidades elementales que ya incorporamos a las máquinas en la etapa anterior ¿recordáis? Es algo que debíamos haber he-cho en aquel tiempo, pero no teníamos los conocimientos necesarios para ello. Ahora sí, ahora podemos hacerlo. Por encima de estas máquinas está el hombre, estáis cada uno de vosotros que seguís manteniendo la capacidad de controlar a las máquinas. Pensad que toda máquina tiene tras de sí a un hombre que la ha creado, que la hace funcionar y que la controla. El ser su-perior siempre sigue siendo el hombre. ¿No os dais cuenta de que parece un proceso guiado por la divina providencia? A medida que hemos ido incorpo-rando la fuerza y la habilidad a las máquinas el trabajador ha ido adquiriendo mayor cualificación y capacitación. Pues eso es nada comparado con el salto que podemos dar ahora.

—¡Hay otro problema! –gritó la cabecilla–: ¿Y la mujer, qué pasa con la mujer? Habíamos quedado en que la mujer debía dedicarse a la familia, y eso hemos hecho. ¿Qué ha pasado? Pues ha pasado que como lo que cuenta es crear riqueza en la fábrica, la mujer ha quedado relegada a un segundo plano. Lo que hacemos las mujeres no tiene ningún valor. Somos un cero a la izquier-da. El hombre es valorado con sólo participar en la elaboración de un cochino producto. Las mujeres, que sostenemos la casa, los hijos, la pareja, los mayores, las relaciones, la educación, los estudios, la alimentación, el ocio, la economía doméstica, la sociabilidad, la autoestima, el equilibrio personal, etc. no valemos nada. Pues se acabó: ¡las mujeres volvemos a la fábrica!

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La gran utopía: ser consumidor

El nuevo invento se puso a funcionar. La capacidad de producir aumentó de tal manera que había que desarrollar la capacidad de consumir. La publicidad, una vie-ja técnica que se usaba para informar de las propiedades de los productos, cambió radicalmente y se orientó para activar los instintos de las personas. La televisión, un invento que metía todos los productos en la casa de la gente mientras que comían o descansaban, les contaba lo importantes que podían ser consumiendo tal o cual producto. Los estudios revelaron que el sexo y el poder eran los reclamos más persis-tentes y efectivos. La pasión, el deseo y el interés egoísta se convirtieron en virtudes consumistas y en hábitos de vida. Los productos ya no se compraban porque eran necesarios para vivir, se compraban para diferenciarse y distanciarse de los otros. Los bienes culturales, morales y espirituales fueron relegados a un segundo plano o su-primidos. La gente no se diferenciaba por leer a Machado o a Platón, eso era insigni-ficante. Lo que diferenciaba era el modelo de automóvil, la marca de la ropa, el lugar y el tipo de vivienda, la segunda vivienda en el campo y en la playa, el lugar de las va-caciones... Se consiguió educar el deseo de las personas para que desearan comprar y comprar y sentirse más libres y realizados en la medida que podían comprar más. Vino muy bien el sobresueldo de las mujeres, gracias a ello se incrementó mucho la capacidad de consumir de muchas personas y familias.

El Magisterio social pone en guardia contra la insidia que esconde un tipo de desarrollo sólo cuantitativo, ya que la «excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la ‘posesión’ y del goce inmediato… Es la llamada civilización del ‘consumo’ o consumismo…» (C.D.S.I. 334)

Estaban tan alocados consumiendo que no se dieron cuenta de que muchos se estaban quedando en la cuneta. La introducción de las nuevas tecnologías exigió «reconvertir» las fábricas. Muchos quedaron parados, desempleados durante mu-chos años. El empleo se convirtió en un bien escaso, sobre todo para los jóvenes, las mujeres y los mayores que eran despedidos de sus fábricas. La pobreza se en-quistó en determinados sectores de la población haciendo realidad los versos del poeta: la pobreza nunca muere / vive cambiando de dueño. Algo de la riqueza creada se repartió, pero muchos quedaron excluidos del reparto.

Sobre todo se manifestó un problema que venía gestándose desde hacía mucho tiempo: cuando se sustituyó la fuerza como capacidad para trabajar, muchos se espe-

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cializaron en la habilidad para poder seguir trabajando. Cuando se sustituyó la habili-dad, muchos se especializaron en los conocimientos. Pero ahora, el problema era que se habían sustituido los conocimientos ¿En qué especializarse? Algunos, un grupo reducido, se especializaron en un conocimiento superior, pero la gran mayoría, aún teniendo niveles de estudios superiores, quedaron relegados a mano de obra fácil-mente sustituible. Las titulaciones universitarias y profesionales se habían devaluado.

«En efecto, la alienación se verifica en el consumo, cuando el hombre se ve im-plicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y concreta.

La alienación se verifica también en el trabajo, cuando se organiza de manera tal que «maximaliza» solamente sus frutos y ganancias y no se preocupa de que el trabajador, mediante el propio trabajo, se realice como hombre, según que aumente su participación en una auténtica comunidad solidaria, o bien su aisla-miento en un complejo de relaciones de exacerbada competencia y de recíproca exclusión, en la cual es considerado sólo como un medio y no como un fin». (Centesimus Annus, 41)

La concertación social

La situación era tan insostenible que se crearon «mesas de concertación social», ámbitos de diálogo entre los contables, los que más tenían y más sabían, por un lado, y los trabajadores, por otro. El Gobierno de la República, el que había susti-tuido al Señor Feudal, se comprometía a convertir en leyes los acuerdos entre las partes.

—¡Esto no puede ser! –dijeron los representantes de los trabajadores–. Segui-mos creando riqueza y más riqueza, pero nunca es suficiente para que llegue a todos. Los jóvenes, las mujeres y los mayores se quedan en la cuneta. Los que tiene trabajo viven angustiados temiendo el próximo despido. Mientras tanto, cada día se necesita más para poder vivir...

— Tienes razón, siempre tenéis razón... ¿Cuánto nos ha costado la nueva fá-brica? ¿Sabéis cuánto nos ha costado la nueva fábrica?... Podréis pensar: ¿Y por qué hemos tenido que construir una nueva fábrica?... Y volveréis a tener ra-zón... pero, siempre hay un pero que se escapa de nuestra voluntad y decisión, hay un problema: En otro pueblo hace ya algunos años que crearon otra fá-brica y han inundado el mercado de productos muy baratos, más baratos que

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los nuestros. Gracias a las tecnologías y a que pagan salarios más bajos, han conseguido fabricar productos más baratos, productos que estáis comprando vosotros. Vosotros compráis esos productos más baratos y no los nuestros...

— Porque no tenemos para vivir y tenemos que comprar los más baratos –di-jeron los representantes de los trabajadores–. Pero, además, añadieron, estos años han crecido los beneficios de una manera brutal, ¿Qué ha pasado con los benefi-cios que hemos creado?

—Tenéis razón, siempre tenéis razón. Eso mismo le preguntamos nosotros a los contables. ¿Qué mierda pasa con los beneficios creados para que no lleguen a los trabajadores? Y los contables nos dieron una respuesta que ahora os la van contar a vosotros. ¡Contables, hablad!

—Ocurre –dijo el jefe de los contables– que la fábrica tiene muchos pequeños propietarios, accionistas se llaman, algunos trabajadores también son accionistas. Las acciones se venden y compran en un sitio que se llama Bolsa. Pues bien, si no repartimos beneficios entre los accionistas, éstos venden las acciones y compran acciones de otra fábrica que les da más beneficios. Al venderlas, el precio de las acciones baja y la empresa va a la ruina. La opción que tenemos es repartir más beneficios que las otras fábricas o ir a la ruina ¿Queréis que vayamos a la ruina?

Nosotros quedamos tan frustrados como vosotros lo estáis ahora. Pero tenemos la solución. Noches enteras sin dormir... días sin comer y sin descanso... al final una luz se ha encendido como una divina providencia para señalarnos el camino que debemos seguir.

La sociedad flexible de las veinticuatro horas

Hemos descubierto que nuestra fábrica es muy rígida: el horario es rígido, siem-pre el mismo; el salario es rígido, siempre el mismo; la especialización es rígida, siempre la misma; nadie quiere moverse de una fábrica a otra, siempre en la mis-ma; nadie quiere moverse de un pueblo a otro, siempre en el mismo... Esto hace que la producción sea lenta y costosa. La fábrica exige trabajo cuando tiene que producir, a la hora que tiene que producir, en la fábrica que tiene que producir, en la ciudad que tiene que producir y con la especialización necesaria para producir. Y cuando no tiene que producir debe de prescindir de todo ello sin que suponga un coste para la fábrica. Horarios flexibles, salarios flexibles, contratos flexibles, des-

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cansos flexibles y trabajadores flexibles... este es el gran invento de nuestra época... Pero no preocuparos, vosotros vais a participar en el control de todo, para que no se cometan abusos... para que todo esté dentro de la legalidad...

Parte de los representantes creyeron que no había otra salida y aceptaron. Otros dijeron: «Esto es un engaño... Ahora mismo llamamos a la huelga». Y llamaron a la huelga... Y muy pocos fueron a la huelga... porque durante muchos años se había descuidado la formación de la conciencia. Una cosa que se llamó conciencia obre-ra, y que era un proyecto ético y moral de vida, había sido sustituido por el nuevo proyecto de ser hombre: el hombre 3G (ganar, gastar y gozar). El papel de formador lo había cogido la televisión y había tenido éxito: en lugar de educar la conciencia educó el deseo de tener y consumir.

El nuevo invento se puso a funcionar. Se le llamó la sociedad flexible de las veinticuatro horas: veinticuatro horas para producir y veinticuatro horas para con-sumir, las del medio para gozar, todos los días de todas las semanas de todos los meses de todos los años. Se contrataba a los trabajadores por una hora, por un día, por un mes... después al paro... se destrozaron los horarios de trabajo: un día se trabajaba a las diez, otro a las doce, otro por la tarde o por la noche, cuando la fábrica lo necesitaba... se rompió la semana, lo mismo se trabajaba el domingo y se descansaba el jueves, que se empezaba el miércoles y se descansaba el martes...Los horarios no coincidían: el padre no coincidía con la madre, ni éstos con los hijos... La mujer, al trabajar fuera de casa, había conseguido dos éxitos: se había promocionado y había dejado en evidencia la profundidad y necesidad del trabajo que llamaban doméstico. Ese trabajo seguía recayendo en la mujer pero sin tiempo para realizarlo y sin que el hombre se decidiera a compartirlo, con lo que parte de ese trabajo nadie lo hacía. Los ancianos morían solos, los niños permanecían solos mucho tiempo y eran educados por la televisión o por un nuevo invento llamado videojuego... Las mujeres no podían ser madres porque eran penalizadas por ello, se perdió el control del tiempo libre...

«Ante estos casos, se puede hablar hoy día, como en tiempos de la Rerum No-varum, de una explotación inhumana. A pesar de los grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desapa-recido». (Centesimus Annus, 33)

Por si fuera poco, tres nuevos problemas vinieron a sumarse a la situación...

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Los pobres del mundo empezaron a llegar

Los avances de la técnica habían conseguido una cosa sorprendente: lo que ocurría en un lugar del mundo se podía ver en otro lugar lejano casi al mismo tiem-po que ocurría. También se inventó una cosa que se llamaba Red y que permitía a las personas comunicarse y relacionarse desde cualquier lugar del mundo. Esto era extraordinario. Era como una gran ventana desde la que se podía observar todo lo que pasaba en cualquier parte del mundo.

Y a esa gran ventana se asomaron los pobres del mundo, esa gran mayoría que proporcionaba las materias primas a cambio de hambre y miseria... A la que se le había prometido el 0,7% de la riqueza pero que nunca se le había dado, a cambio se le dieron préstamos cuyos intereses crecían y crecían: ellos pagaban, pero siem-pre debían más de lo que habían recibido... Era una cosa muy complicada que solo entendían los contables mundiales...

Como eran pobres y pasaban hambre, muchos caían enfermos y morían por enfermedades que se curaban fácilmente en los pueblos que se llamaban desa-rrollados, pero cuyas medicinas tenían un precio prohibitivo para ellos. Claro, si la fábrica de medicamentos no cobraba se arruinaba, y por lo tanto había que dejar morir a los que no podían pagar.

Esos pobres se asomaron a la ventana del mundo y vieron que los pueblos capi-talistas eran un gran supermercado lleno de productos fabricados con sus materias primas... su nariz se pegó a ese escaparate y sus ojos se agrandaron hasta ocupar casi todo el rostro...

«El mal de la emigración suele estar en las causas que la originan, generalmente si-tuaciones de injusticia, de violencia y de carencia de lo más mínimo para el digno desarrollo de las personas y de sus familias». (La Iglesia en España y los Inmigrantes, 2)

Empezaron a llegar en bandadas con los medios más inverosímiles. Las playas y las fronteras de los pueblos capitalistas se llenaron de pateras y cayucos; otros llegaban ocultos en los camiones frigoríficos, o entre las ruedas... Muchos morían en el intento... no se sabe exactamente cuántos, pero decenas de miles murieron en el intento. A los que cogían trataban de devolverlos a sus pueblos, pero no se sabía de dónde venían. Los pueblos capitalistas se llenaron de pobres que venían a reclamar, trabajando en las fábricas, parte de la riqueza que les pertenecía...

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«...entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las «estructuras» que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad». Sollicitudo Rei Socialis, 37)

El terrorismo

El segundo problema es que algunos pobres, en lugar de venir se decidieron por cambiar a bombazos el desorden que había. El terrorismo apareció con una fuerza tremenda asesinando a muchos inocentes. La respuesta fue también terro-rífica y en nombre de la seguridad y de la paz mataron a cientos de miles de ino-centes... Se llegó a la paradoja de que en la guerras, que eran numerosas, morían más civiles —ancianos, mujeres y niños— que militares.

El cambio climático

El tercer problema lo habían anunciado, décadas antes, unos grupos llamados ecologistas… pero como afectaba al gran invento de la creación de riqueza y al estilo de vida consumista que se tenía, fueron acusados de agoreros y alarmistas. El problema era que los científicos habían descubierto que la naturaleza tenía unas leyes internas: todo estaba relacionado con todo y, por lo tanto, todo dependía de todo. Decían que era como si «alguien» (no estaba bien visto hablar de Dios) hubiera introducido el gran principio de la comunión entre toda la creación y los pueblos lo estuvieran destruyendo. Las fábricas contaminaban, los automóviles contaminaban, los frigoríficos contaminaban, los plásticos contaminaban. Se ta-laron los bosques, se dejaron de cultivar las tierras mientras que otras se llenaban de una cosa que llamaban pesticidas para obtener más riqueza, sin reparar en que era veneno que mataba animales, pasaba a las corrientes de agua y terminaba contaminando los alimentos. Empezaron a desaparecer especies animales, y otras empezaron a tener enfermedades que afectaban a las personas, como las vacas locas, la gripe aviar o la carne engordada con una sustancia con productos tóxicos que intoxicaban y enfermaban al hombre...

Los mares se llenaron de basura, los ríos se secaron, el hielo de unas zonas hela-das que mantenía la temperatura del planeta empezó a desaparecer y la tempera-tura de todo el planeta empezó a subir.

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El cambio climático, que se había anunciado décadas atrás, estaba aquí. La vida humana estaba amenazada en todo el planeta. Aun así, las chimeneas de las fábri-cas seguían echando humo aunque se habían comprometido a reducir sus emisio-nes: reducir el humo costaba dinero, lo mismo que se habían comprometido con el 0,7% y tampoco lo habían cumplido.

La gran solución: todos fabricantes

—¡Esto es un engaño –dijeron los trabajadores–. No sólo no se reparte riqueza sino que se ha destrozado nuestra forma de vida. El problema que tenemos hoy es que no podemos ser personas. Habéis destrozado nuestro tiempo libre, todo nues-tro tiempo ha pasado a ser tiempo productivo, no tenemos tiempo para la familia, no tenemos tiempo para el compromiso y la solidaridad, no tenemos tiempo para nosotros mismos, sólo producir para consumir y consumir para producir. El trabajo es precario, el salario es precario, el futuro es precario... todo muy flexible y preca-rio, pero nuestros dientes no son flexibles, nuestras deudas tampoco son flexibles, todos los meses tenemos que pagar la luz, el agua, el teléfono, la comunidad, la vivienda, los seguros... Nuestra vida también se ha convertido en precaria. Nuestra existencia es precaria.

»Nos tenéis atados de pies y manos con las hipotecas. Nos habéis quitado toda la libertad. Nuestros hijos no pueden dejar de ser jóvenes, no pueden tener un trabajo estable, y no pueden tener una vivienda y no pueden tener una familia y no pueden ser lo que son: adultos y no jóvenes calvos...

»No podemos ser padres, ni madres, ni hijos, ni abuelos... sólo productores con-sumidores.

La empresa debe caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de la socie-dad mediante la producción de bienes y servicios útiles [...] La empresa crea riqueza para toda la sociedad: no sólo para los propietarios, sino también para los demás sujetos interesados en su actividad [...] La empresa desempeña también una función social, creando oportunidades de encuentro, de colaboración, de valoración de las capacidades de las personas implicadas. En la empresa, por tanto, la dimensión eco-nómica es condición para el logro de objetivos no sólo económicos, sino también sociales y morales, que deben perseguirse conjuntamente. (C.D.S.I. 338)

»Además, tenemos el problema del hambre de muchos hermanos nuestros en la mayor parte del mundo. Pobres que se meten por nuestras playas y que hacéis

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trabajar sin contrato y con salarios de miseria. Y tenemos el grave problema de la destrucción del planeta.

»Y todo ello debido al «gran invento» de crear riqueza para repartirla... Vosotros nunca vais a repartir la riqueza como se debe porque la pregunta que siempre tenéis en los labios no es cómo repartir la riqueza creada; la pregunta que os hacéis permanentemente es cómo obtener más beneficios que el año anterior. Ya no ha-bláis de riqueza, es la productividad la que os preocupa: producir cada día más con menos costos, porque así obtenéis más riqueza, y los trabajadores somos un costo, sólo eso... un costo que hay que reducir.

—Tienes razón, siempre tenéis razón... Estamos como al final de una gran tempestad: las últimas olas nos están zarandeando y estamos tan preocupados por agarrarnos a cual-quier cabo para no caernos que no podemos darnos cuenta de que un mar tranquilo y apacible nos aguarda. ¡Cuántas angustias hemos pasado buscando una solución! Noches enteras sin dormir, días sin comer y sin descanso... pero al final una luz se ha encendido como una divina providencia para señalarnos el camino que debemos seguir. Es verdad que esto de repartir riqueza tiene sus problemas: todos queremos repartir riqueza, pero siempre hay muchos agujeros que tapar, y al final no llega para todos. Hemos cometido un gran error, y el gran error se llama: división... Sí, hemos dividido a los hombres en fa-bricantes y trabajadores... todos creamos riqueza pero son los fabricantes los encargados de repartir... Fijaos qué razonamiento más sencillo acabamos de hacer: «Todos creamos riqueza pero son los fabricantes los encargados de repartir».

»Y esta fue la luz que brotó de labios de un contable: «¿Y por qué no somos todos fabricantes?»

»Al principio nos quedamos sorprendidos: si todos somos fabricantes, ¿quién trabajará? Pero pasados unos minutos caímos en la cuenta de lo que se había di-cho: ¡Esa era la gran solución! ¡Todos fabricantes!

»Desde ahora en adelante vosotros mismos crearéis vuestras fábricas, cada uno de vosotros será una fábrica y cuando haya que fabricar un producto una fábrica contratará a otra fábrica y esa a otra y así formaremos una gran cadena de fábricas contratadas y subcontratadas unas a otras. De esta manera cada fábrica se quedará con sus beneficios: ya no habrá salarios, habrá beneficios.

—Ese es el cuento de la lechera, otro cuento de los muchos que nos habéis contado a lo largo de la historia. La verdad es que estáis trasladando la fábrica a

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otros pueblos y allí pagáis una miseria a los trabadores. Decís que todos vamos a ser fabricantes, pero ¿qué vamos a fabricar?

—Tienes razón, siempre tenéis razón... Comprendemos perfectamente lo que os preocupa... pero eso que parece contradictorio es en realidad una gran obra. Sí, nos llevamos la fábrica a otro pueblo, pero ¿no tienen derecho esos pobres a parti-cipar en la creación de la riqueza? Os preocupa mucho el hambre en otros pueblos, pero no queréis que participen en la riqueza.

»Respecto a los productos que vais a fabricar, cada uno puede producir lo que más le convenga, lo que más le guste. Sin embargo, como no queremos abandonaros, en principio os ofrecemos la posibilidad de seguir fabricando los mismos productos que ahora fabricáis como trabajadores, y además, para que no tengáis problemas, nosotros os vamos a comprar esos productos y cargaremos con el riesgo de sacarlos al mercado.

—A ver si lo hemos entendido: Nosotros dejamos de ser trabajadores y nos convertimos en fábricas, cada trabajador una fábrica, y fabricamos para vosotros el mismo producto que ahora hacemos como trabajadores... ¿Y qué pasara con nues-tros derechos, con todos los derechos que hemos adquirido por nuestra lucha?

—Tendréis todos los derechos. Todos los que deseéis, porque ese es otro gran engaño. Hasta ahora el Estado se encargaba de la salud, la educación, la vivienda, las pensiones... y os obligaba a pagar unas cotizaciones. Todos lo mismo, todos igual, pero... y la libertad, ¿dónde queda la libertad? Si yo quiero más pensión, más y mejor educación, mejor asistencia sanitaria, y puedo pagármela, ¿por qué tienen que obligarme a tener lo que el Estado diga? Además, para mantener esos servicios nos hace pagar impuestos, cada vez más impuestos... ¿No es mejor pagar menos impuestos y que cada uno, libremente, contrate la seguridad y los servicios que quiera? ¿Dónde preferís tener el dinero: en vuestros bolsillos o en los bolsillos del Gobierno?

—¡En nuestro bolsillo! ¡En nuestro bolsillo –gritó la mayoría

El Monstruo financiero

El nuevo sistema se puso a funcionar. Muchos se hicieron fabricantes. El nuevo pueblo trabajador estaba formado por los trabajadores precarios, los nuevos fabri-cantes y un grupo numeroso de los antiguos trabajadores que poco a poco iban

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pasando a una situación extraña llamada prejubilación: no trabajaban ni estaban jubilados, pero cobraban. Era una maniobra que habían inventado para reducir puestos de trabajo y sustituir a los trabajadores mayores por jóvenes, que cobraban mucho menos y tenían contratos precarios con menos derechos.

Otras veces sus puestos de trabajo eran ocupados por los trabajadores conver-tidos en nuevos fabricantes. Estos no tardaron en darse cuenta de que su situación había empeorado ostensiblemente. Seguían trabajando para los mismos, pero en lugar de cobrar un salario, cobraban un precio estipulado previamente, sobre el que tenían poca capacidad de negociación pues había muchos nuevos fabricantes disputándose el mismo trabajo. Al final debían hacer el trabajo por el precio que le fijaban o quedarse sin trabajar. Además, debían correr con todos los gastos que antes pagaba la empresa: seguros, bajas por enfermedad, desplazamientos, erro-res, etc. Tal era su situación que se les conocía con el contradictorio nombre de «trabajadores autónomos dependientes».

«Dios «rico en misericordia», «Redentor del hombre», «Señor y dador de vida», exige de los hombres actitudes precisas que se expresan también en acciones u omisiones ante el prójimo. Aquí hay una referencia a la llamada «segunda tabla» de los diez Mandamientos. Cuando no se cumplen estos se ofende a Dios y se perjudica al prójimo, introduciendo en el mundo condicionamientos y obstácu-los que van mucho más allá de las acciones y de la breve vida del individuo. Afec-tan asimismo al desarrollo de los pueblos, cuya aparente dilación o lenta marcha debe ser juzgada también bajo esta luz». (Sollicitudo Rei Socialis, 36)

Aquel gran invento de crear riqueza a partir del trabajo y el consumo, que ha-bían llamado «capitalismo productivo», había ido sustituyendo el amor al trabajo por el amor al dinero y éste generó una ambición sin límites. Dominados por la ambición sin límites, no podían esperar a que la inversión realizada y el trabajo fueran generando beneficios poco a poco: necesitaban ganar grandes cantidades de dinero casi al mismo tiempo que hacían la inversión. Le llamaron capitalismo impaciente, capitalismo especulativo o capitalismo de casino.

Entre los que más sabían y más tenían había surgido el grupo de los financieros. Éstos recibían los ahorros de la gente y prestaban dinero a cambio de un interés. Cuanto más dinero prestaban más ganaban. En realidad, lo que hacían era crear dinero por un procedimiento muy curioso: si Juan depositaba mil monedas en manos de los financieros y éstos prestaba quinientas a Fernando, Juan seguía te-niendo mil y Fernando quinientas, pero los financieros sólo disponían de las mil de

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Juan. Todo se basaba en el supuesto de que ni Juan ni Fernando iban a retirar todo su dinero al mismo tiempo.

Mientras que la ambición se mantuvo dentro de ciertos límites no hubo proble-mas, pero ya hemos dicho que la ambición rompió todos los límites.

Los financieros empezaron a crear dinero sin ton ni son. La Bolsa fue copada por los grandes financieros que manipulaban las compras y las ventas haciendo subir y bajar el valor de las acciones de las empresas. Así, obtenían grandes sumas de dinero sin ningún trabajo productivo que lo respaldase, sólo manipulando la Bolsa. A veces, las empresas salían beneficiadas porque aumentaba su valor, otras, por el contrario, quebraban y muchas familias quedaban sin trabajo. Se llegó a la gran contradicción de que cuando una empresa anunciaba que iba a despedir a parte de sus trabajado-res su valor en la Bolsa aumentaba, como si se tratara de una buena noticia.

En unas islas lejanas, distribuidas estratégicamente por todo el planeta, crearon «paraísos fiscales»: el dinero circulaba en ellos alegremente sin trabas de ningún tipo. Pero sobre todo, allí montaron un gran sistema de comunicaciones para garantizar el funcionamiento de una cosa que llamaban «mercado continuo de valores», era como una gran Bolsa mundial que funcionaba las veinticuatro horas del día, todos los días. Por este medio, se compraban y vendía acciones todo el día. Muchas veces las órdenes de comprar y vender las daba una gran máquina que se llamaba «orde-nador», moviendo astronómicas sumas de dinero de un sitio a otro del planeta y de un sector productivo a otro, haciendo rentable o hundiendo un determinado sector económico, y condenando al desempleo y a la miseria a millones de trabajadores.

El último sector que habían manipulado fue el de la vivienda. Mediante la espe-culación consiguieron subir artificialmente el precio de la vivienda y convencieron a muchos para que compraran viviendas y las vendieran a un precio mayor sin llegar a ocuparlas. Los perjudicados fueron los trabajadores y los pobres. Muchos trabajadores tenían que estar toda su vida trabajando para pagar una vivienda. Los financieros les prestaban el dinero y los trabajadores firmaban un documento que llamaban hipoteca y que daba la propiedad de la vivienda a los financieros hasta que terminaran de pagarla. Además, los financieros vendían la hipoteca firmada a otros financieros y así generaban más dinero artificial

Llegó un momento en que el dinero artificial era tan grande que no tenía un respaldo en dinero real. Empezó a cundir la alarma, muchos trabajadores se habían

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endeudado tanto que no podían pagar su hipoteca. Los grupos financieros más importantes no podían hacer frente a sus obligaciones y se generó una gran des-confianza porque todos habían mentido: los financieros, los organismos de control, las grupos de inversión... todos.

Para salir de la crisis, los gobiernos corrieron a socorrer a los financieros y les dieron cientos de miles de millones. Pero los financieros no se fiaban unos de otros, ni de las empresas, ni de nadie. Como no había confianza, no daban créditos y como no daban créditos muchas empresas empezaron a cerrar y a despedir a los trabajadores. Se llegó así a la siguiente paradoja: los financieros, que eran los causantes de la crisis debido a su ambición, siguieron ganando mucho dinero gracias al dinero que les habían dado los gobiernos, mientras que las empresas pequeñas y medianas y los trabajadores, que no habían hecho otra cosa que trabajar y trabajar, tuvieron que cerrar y quedarse sin trabajo.

Una gran crisis empezó a extenderse por todo el mundo

Una nueva lucha: amor contra dinero

Muchos trabajadores salieron a la calle a protestar por su situación. Otros, in-cluidos algunos dirigentes sindicales y políticos, estaban tan adormecidos por el consumo y la ambición que ni siquiera salieron a protestar.

Cuando llegaron a la sede de los que más tenían y más sabían ya les esperaba la policía con un despliegue espectacular de armamento.

En un balcón apareció uno de los que más tenían y más sabían. Se hizo un gran silencio

—Queridos trabajadores: ha pasado algo terrible. La ambición ha cegado a muchos de nuestros compañeros, esos que vosotros llamáis «los financieros», y en lugar de crear riqueza mediante el trabajo han inventado otro medio que se llama especulación: compran y venden papeles, solo papeles, y ganan mucho dinero engañando a todos. Su actitud nos ha llevado a la ruina.

—¡Vosotros también sois financieros! —gritó uno.

—Bueno, algunas veces hemos tenido que entrar en su juego y cuando nos hemos querido dar cuenta casi se han hecho dueños de nuestras empresas.

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—Habéis tenido que entrar en su juego, no: habéis sido cegados por la ambi-ción, lo mismo que ellos —gritó otro.

—Pero no preocuparos —continuó el del balcón, como si no hubiera es-cuchado nada—. ¡Cuántas angustias hemos pasado buscando una solución! Noches enteras sin dormir... Días sin comer y sin descanso... pero al final una luz se ha encendido como una divina providencia para señalarnos el camino que debemos...

—¡BASTAAAAAAAAAAAA!

Todos quedaron sorprendidos por aquel grito, pero más sorprendidos queda-ron cuando vieron a la mujer que lo había pronunciado.

Por su aspecto debería estar jubilada. Era muy mayor... Sí, estaba jubilada. Nadie había reparado en su presencia, pero allí estaba.

—¡Basta ya! Lleváis toda la vida corriendo, y nosotros también. Todos estamos corriendo detrás del cuento de la riqueza, una riqueza que vosotros acumuláis y nosotros nunca alcanzamos. Al final habéis provocado una gran catástrofe.

»¡Riqueza!, ¡riqueza! ¿Para qué la necesitamos? Nos basta con tener las necesi-dades básicas cubiertas; no necesitamos riqueza: necesitamos humanidad, necesi-tamos saber qué somos porque no podemos ser un mero instrumento de produc-ción y consumo como vosotros pretendéis.

»Nuestros antepasados decían que habíamos sido creado por Dios a su ima-gen y semejanza, pero si hemos quitado a Dios de la escena, ¿cómo conocernos? ¿Cómo saber qué somos?

»No, no necesitamos riqueza, necesitamos relacionarnos, dialogar, construir caminos de encuentro, aprender a expresarnos en el arte, la música, la palabra, la pluma... Gozar de la naturaleza, estar con nuestra familia, nuestros hijos y amigos y vecinos, construir la justicia y el amor entre todos. Aprender a cono-cernos, a escucharnos, a entendernos, a respetarnos, a tolerarnos, a exigirnos ser humanos. Buscar respuestas a los grandes interrogantes de nuestra existencia. Bucear en la historia de la humanidad para comprender el dolor y la muerte: aprender cómo eran nuestros antepasados para empezar a descubrir cómo real-mente somos; conocer sus creencias, sus religiones, su fe, sus fundamentos, las

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respuestas que dieron, su moral y su ética... Nos avergonzamos de la religión de nuestros padres y de sus humanismos... y nos hemos quedado sin fundamentos para la moral.

»No necesitamos riqueza, necesitamos humanidad. La Iglesia nos lo ha vuelto a decir:

«Todas las conquistas, hasta ahora logradas y las proyectadas por la téc-nica para el futuro ¿van de acuerdo con el progreso moral y espiritual del hombre? En este contexto, el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa, o por el contrario retrocede y se degrada en su humanidad? ¿Pre-valece entre los hombres, «en el mundo del hombre» que es en sí mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal? ¿Crecen de veras en los hombres, entre los hombres, el amor social, el respeto de los derechos de los demás —para todo hombre, nación o pueblo—, o por el contrario crecen los egoísmos de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados, al puesto del auténtico amor de patria, y también la tendencia a dominar a los otros más allá de los propios derechos y méritos legítimos, y la tendencia a explotar todo el progreso material y técnico-productivo exclusivamente con finalidad de dominar sobre los demás o en favor de tal o cual imperialis-mo?». (Redemptor Hominis, 15)

»Apenas nos queda naturaleza: la hemos destruido entre todos. Hemos creado un estilo de vida depredador, un estilo de vida que destruye.

»Tenemos multitud de cosas pero estamos solos. La mayor parte de la Humani-dad carece de lo indispensable. Nunca la Humanidad ha tenido tantas posibilida-des de responder a las necesidades de todos, pero la desigualdad crece sin parar. Durante décadas nuestros gobiernos no han sido capaces de dedicar el 0,7% de la riqueza a los pobres del mundo, y ahora con el dinero que os han dado a voso-tros sobraría para erradicar el hambre en todo el mundo durante cincuenta años. ¿Cómo podemos soportar este crimen?

»Los trabajadores ya no sabemos lo que somos: podemos ser fabricantes, para-dos, desanimados, subcontratados, autónomos, autónomos dependientes, preca-rios, sumergidos, prejubilados, jubilados, reconvertidos, subsidiados, con papeles, sin papeles, contratados en origen o clandestinos...

»Vuestro último invento, el ser todos «fabricantes», como vosotros, ha sido un nuevo desastre porque lo que habéis hecho en realidad es dejarnos en la estacada

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rompiendo los lazos del contrato social que nos une, destruyendo el Derecho del Trabajo, que tanto trabajo ha costado construir, y sustituyéndolo por el Derecho Mercantil para dejarnos sin ningún derecho.

»Necesitáis deshaceros de nosotros para empezar en otro pueblo y hacer con ellos lo mismo que habéis hecho con nosotros. El gran supermercado en que habéis convertido nuestro pueblo está agotado y necesitáis otros supermerca-dos y otros consumidores. El problema es que el planeta ya no aguanta... ni la gente tampoco.

»Eliminando toda barrera moral y ética nos habéis hecho creer que somos libres dándoles rienda suelta a nuestros instintos, pero muchos estamos tan hi-potecados y oprimidos que apenas si podemos movernos... Y ahora, esta nueva crisis que nos echáis encima...

»A pesar de todo, hay muchas personas que no están de acuerdo. Los pue-blos del mundo están empezando a encontrarse para conocerse y dialogar. Sur-gen nuevas asociaciones creadas por la gente para hacer algo, mientras que las tradicionales siguen tratando de paliar los efectos, pero con una conciencia cada vez más clara de que hay que cambiar de modelo de vida, de trabajo, de sociedad, de mundo.

»No sabemos lo que tardaremos en construirlo pero es seguro que se hará, y se hará porque hay una fuerza que supera a toda fuerza: es la fuerza del amor que pertenece a nuestra entrañas, que nos ha sido dada para que nos conforme y nos moldee y que, aunque no conocemos muy bien todas sus posibilidades, sí experimentamos que somos felices en la medida en que amamos.

»Nuestros padres nos enseñaron que Dios es sorprendente. Llevaban siglos buscándolo en todas partes y no se dieron cuenta de que se había hecho próji-mo. Lo buscaban arriba y lo tenían al lado, en el otro, y lo mataron, lo crucifica-ron. Con el tiempo, se dieron cuenta de que el Crucificado les había mostrado su verdadera identidad humana, les había mostrado cómo eran ellos mismos y cómo po¬dían ser felices viviendo en coherencia con su verdadera identidad. La manera de ser felices es haciéndose prójimo, formando la gran familia hu-mana.

»Este ha sido vuestro mayor atropello. Nos habéis apartado de nuestro fin, ser prójimos, para enfrentarnos unos a otros y así ganar dinero. Nos habéis des-

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humanizado y no os habéis dado cuenta de que no podéis deshumanizarnos sin deshumanizaros vosotros mismos. No se puede deshumanizar sin deshuma-nizarse.

»La riqueza no nos hace felices, ni a nosotros ni a vosotros: nos hace felices el amor, y la justicia es la expresión más sublime del amor. El amor será capaz de construir otro mundo, y esta vez será un mundo para todos. Vosotros podéis seguir con el cuento de la riqueza, pero no tardaréis en darnos la razón. Os es-peramos, porque para este trabajo necesitamos todas las manos.

¿Para qué sirven las utopías?

—¡Utopías! ¡Eso es una utopía, y una utopía es un engaño! ¿No estáis cansados de utopías? ¿Para qué os han servido? ¿Para qué sirve la utopía?

La mujer lo miró con una cierta compasión y le dijo:

—Habéis estado tan ocupados amasando riquezas que no habéis tenido tiem-po de preocuparos de la poesía. La pregunta que hacéis ya la ha respondido el poeta:

«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». (Eduardo Galeano)

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PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO

1. Señala los aspectos de este cuento que más te han llamado la atención.

2. ¿Conoces alguna persona o familia que esté viviendo alguna situación parecida a la que se describe en este cuento? Describe esa situación.

3. Lee despacio el siguiente texto de la doctrina social y después responde a la siguiente pregunta: ¿Cuál debe ser la finalidad principal del trabajo y de la or-ganización social?

«El desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los Países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios». (C.A. 29)

4. ¿Crees que es posible otro tipo de empresa y de trabajo? ¿Cómo debería ser para responder a los problemas que se exponen en el cuento?

5. ¿Qué puedes hacer junto con otros para ayudar a solucionar estos problemas?