cesar ultima edicion

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  • Cesar Augusto Alvares Tllez

    CESAR AUGUSTO DIXIE

    ANTOLOGA

  • PRIMERA EDICIN, abril del 2014

    DE RECIEDUMBRE

    2014, Cesar Augusto Alvares Tllez [email protected] Editorial Doce ngulos, S. A.

    Calle Jos Olaya 117, C.M.T. Socabaya, Arequipa (Per) Tel. 054 955662229 054 978647704 Email: [email protected]

    Edicin y diagramacin: Christian Gorvea V. email: [email protected] Jorge Arturo Daz Capia email: [email protected]

    Diseo de portada:

    Omar Suri www.cromosapiens.com

    . Impresin en Arequipa, Per. Talleres grficos CopyStar Calle Universidad 407-A La Negrita, Cercado.

  • BREVE HISTORIA DEL MUNDO

  • UNO

    EL ORIGEN DEL HOMBRE SEGN EL MONO

  • GNESIS OK

    Y despus de seis das

    De ocio no fecundo

    El hombre

    -todava-

    Sentase muy solo

    Solo

    solo

    solo

    Entonces (oh maravilla)

    La lucecita se le prendi

    Y antes

    de que el viento

    la apagara

    El hombre cre a dios

  • LNEA SUCESORIA

    En el principio fue el Verbo

    Luego de catorce conjugaciones

    Naci el que hered a dios

    En favor de Agustn

    El cual

    a su vez

    Lo entreg a Santo Toms

    Despus de otros catorce

    vino Kant

    El cual engendr a Hegel

    El cual abort a Marx:

    ste tom a dios en sus manos

    Y lo arroj al vaco

    Entonces vine yo.

  • TRINGULO DEL AMOR PROHIBIDO

    Y Mara, la gordita

    Se arroj a sus pies

    Y los lav con sus besos

    Y los sec con sus cabellos

    largos y desgreados

    l se enamor

    Entonces yo lanc

    La primera piedra

    l fue crucificado

    A m

    como recompensa

    Me permitieron quedarme

    Con la mujerzuela.

  • BABEL

    Crecame la cresta

    Los ladrillos besaban

    Casi el cielo

    Y embarradas las manos

    Con arcilla

    Seor, sus habitantes

    Se olvidaron de ti

    Y me adoraban.

  • BANQUETE

    Bendecidas las carnes

    -gordas y apetitosas-

    Armaron gran banquete

    Y comieron hasta saciarse

    Hasta reventar el mundo

    y desangrarlo

    Como estaba a dieta

    Yo me abstuve

    Medianoche:

    En concierto

    natural de matracas

    Se sube el teln.

  • DOS

    CUADERNO DE NARCISO

  • ARGUMENTO DE LA

    CONCEPCIN

    Hijo de pura seora

    Formado en las entraas

    de un vientre inmaculado

    De un cuerpo nunca expuesto

    Eternamente casto

    y en reposo siempre

    Ojos que nunca vieron

    Las negras asperezas

    del pecado vacante

    Labios que no supieron

    Del sculo anodino

    Piernas que no se abrieron

    Al goce del amor

    Caderas ocultas

    pero busto recio

    y puro el pensamiento

    Y muertos los sentidos

    Como del padre el miembro

    Es fui yo: nacido

    por aviso del ave

    Y arrojado en la paja

    Para cambiar el mundo.

  • YO Y MI YO

    Supremo

    ante el espejo

    Me doy cuenta

    -presumo-

    Que tengo mis encantos:

    Un aire presumible

    -de Super-

    Como apunta

    Mi suegra (vieja hipcrita)

    Y rase un sol chiquito

    de rayos

    despuntando

    Y en noble presumida

    dos bolas

    que me alumbran

    Reflejando en mi cuerpo

    tu cuerpo reflejado

    Mi suprema presunta.

  • TRES

    EJERCICIOS MANUALES

  • MARXISMO DEL AMOR

    Seamos directos:

    La base es la mujer

    Una vieja (antittica)

    sacudi mi estructura

    Y sent grandes deseos

    De tener relaciones

    No importaba la clase

    el modo

    o condicin

    Establecido estaba:

    Las fuerzas se unirn

    con fines productivos:

    Buena razn social

    Dialcticamente hablando

    Todos somos iguales

    Una historia de amor

    Nos une y nos hermana

    (con violencia o sin ella)

    Juro por dios que soy ateo

    Y lo digo en voz alta

    Elevando mi ser a la conciencia

    Negarse uno mismo

    Y pegar el gran salto:

    cantidad/calidad

    He ah la cuestin

  • El amor dar vueltas por el mundo

    Alentando la lucha de contrarios

    Hasta encontrar el ritmo de los cuerpos

    Mi sntesis dialctica:

    No hay mejor paraso que el infierno

    Nada de teora/pura prctica

    No importa la forma

    Hay que llegar al xtasis

    Y en el lecho

    pensando en superestructuras

    Gritar estremecidos vivas al amor libre

    Es mi revolucin

    Y la de todos.

  • ACTO DE FE

    Solo por la ciudad

    -errando siempre-

    He encontrado una llave

    de grandes dimensiones

    Pronto lo supe

    y hoy

    -con esta llave-

    Abro curvas y ngulos

    Donde la torpe mano de mi viejo:

    Stop

    Humanamente yo

    Alzo la vista y brindo

    Para calmar mi sed divinamente

    (Ah plido cojudo

    Escurriendo en mis dedos

    la sombra

    de impacientes beatas

    que me aguardan/arriba

    Con las piernas bien abiertas).

  • CELESTE ESFERA

    Hoy estar contigo en el Paraso

    Y la luna ser testigo

    De nuestro loco amor

    Nos baaremos

    Con las estrellas curiosas

    de la noche

    Yo sentir tu cuerpo

    oscilar junto al mo

    Palpar tus carnes prietas

    Y la dureza de tus senos

    me har estallar de paz

    Jugar con tu pelo

    T dejars hacer

    a mis manos

    Lo que quieran contigo

    Te acurrucars

    -sumisa-

    Y yo descubrir lo prohibido

    A la luz de la luna

    A los ojos de quien nos espa

    Sonriendo y pensando:

    Qu muchachos!

  • l nos perdonar

    Porque sabe que el polvo

    (su lquida nostalgia)

    Y la noche la luna la soledad

    Etctera.

  • SPLICA DE ONN

    Yo confieso y me acuso

    Ante ti, amada ma

    -hermosa frgil-

    De provocar tu talle

    En fras madrugadas

    Atacado de insomnio

    y de lujuria

    Yo mismo me declaro traidor

    (ay seora)

    Y contrito reconozco

    Que escog un mal destino:

    Musas

    -que disfrazadas-

    Venan por las noches

    A colmar mi paciencia

    con sutiles argucias

    Yo entonces me dejaba

    Y entonces (dulces stiras)

    Calentaban mi rgano viril

    Haciendo caminar

    mi pensamiento

    por imgenes sacras

    Vilmente profanadas

    Por la imperiosa sed

    de mi deseo

    Ya djense de cosas:

    El juego es pegajoso

    y agota demasiado

    Inventen nuevos vicios

    Por dios! No puedo ms!

  • CUATRO

    ANTOLOGA DE ESPRITUS SELECTOS

  • DIOS EN LA CRUZ

    Mi cuerpo es un madero

    De fnebres contornos

    Con astillas hirientes

    -pas a los costados-

    Que miran hacia el cielo

    Consumado mi acto

    de creacin sublime

    He agotado mis fuerzas

    Y el fro me penetra

    hasta los huesos

    Viejo tronco sin savia

    a punto de ser lea

    Triste metamorfosis

    y luego todava-

    bajo el hmedo fuego

    Querer recuperar

    la punta que

    Milagro!

    Se yergue potencial

    A punto de estallar

    en mil pedazos.

  • FMINA IDEAL

    Bpeda criatura

    Nacida del orgasmo

    cabal

    de los sentidos

    Oh sutil convergencia

    de morbo y pensamiento

    De razn y de fe

    Resplandeciente imagen

    Seductora y genuina

    Muy especial y nica

    Mi divina muchacha

    Compaera caliente

    por las noches

    Haz que me regocije

    en tu fastuoso cuerpo

    Que acaricie tu vientre

    y me solace

    Ests llena de m

    Ests llena de m

    -sigo gritando-

    Y t, muchacha ingenua

    entrgate total

    Ya no te queda nada por perder

    Aleluya!

  • INMACULADA

    Predestinada estuve a vestir santos

    Pero un algo divino

    -duro y recio-

    Removi mis entraas

    As sent la dicha de ser madre

    La tcnica ha avanzado

    y en tan seguro paso

    Hoy las mujeres pueden

    pecar si concebir

    Y hasta algunas

    las hay

    Que siguen siendo vrgenes

    Con poco disimulo.

  • PJARO DE ALTO VUELO

    Le ofrecieron el oro

    ms verde del imperio

    A cambio de su imperio

    No de oro y asoleado

    Pero, ay

    Slo un adverbio

    Se extendi negativo

    hasta su lengua

    (Eran cuarenta das con sus noches

    Que no coman nada

    y que deshidratado

    Luchaba como un perro

    de la peor calaa)

    Entonces la caricia

    Y el acuario de pulpas al acecho

    Es difcil ser hombre

    suspir nuestro hroe

    Y en alas victorioso

    ascendi hasta los cielos

    Tras haber comprobado

    Que la tierra no le convena.

  • ESLABONES PERDIDOS

    1. He renunciado a m por una mariposa

    2. No estoy muy convencido de mi divinidad

    y/o

    no hay animal que entienda a los humanos

    3. En cuestin de cmputos modernos

    fui un dilapilador de palabras

    (muy sentimental)

    4. As pues, herido en mi amor propio

    emigr convencido de que lo que faltaba

    (en casa)

    era cario.

    5. Primero es el orgullo

    (s carajo)

    6. Por eso camin largas jornadas

    hasta que despus de muchos aos

    (descredo de gloria y de inmortalidad)

    Mi voz peda al fin

    su salvacin a gritos

    7. Todo esfuerzo fue intil

    y heme aqu (loco y viejo)

    injuriando a diestra y siniestra

    -no obstante feliz-

    porque a pesar de todo

    te tengo mariposa.

  • CINCO

    APOCALIPSIS NO

  • DEFENSA DE M MISMO

    Y maestro, le dije

    Confiando en su irona

    Mrame, nada queda

    Tan slo mis sandalias

    Una sbana blanca

    De vestido

    La miserable pinta de poeta:

    Gran barba

    Gran melena

    El recuerdo de un beso

    Y un frustrado romance

    Sonres?

    Bien, maestro

    Confo en tu irona.

    EL OTRO SERMN

  • Bienaventurados los mansos

    Porque el mundo entero

    no les pertenece

    Desdichados los que sufren

    hambre y sed de justicia

    Porque tambin sufrirn

    hambre y sed de la otra

    Felices los que luchan por la paz

    Porque les importa ms la paz

    Y no lo que la paz

    otorga a los que luchan

    por la paz

    Bienaventurados los misericordiosos

    Porque algn da precisarn

    su propia misericordia

    Dichoso (y desgraciado)

    el perseguido

    Porque siempre habr alguien

    Ora que lo salve

    Ora que lo condene

    Feliz yo

    Porque no creo

    ni en mis propias palabras:

    Soy salvo.

    LA PENLTIMA CENA

    Sentronse los doce

  • ya picados y eufricos

    Casi rodendolo

    La sed era un tormento

    en sus gargantas

    Y el hambre consuma

    sus sueos fileteados

    Ms l, cual ingenioso

    domador de resacas

    Cogi un lento cuchillo

    Y al paso y sin prembulos

    un trozo de su carne

    se convirti en churrasco

    Su sangre convirtise

    En vino macerado

    -del mejor-

    Y entre todos

    armaron la jarana

    Fue recin que las putas

    hicironse presentes

    Y remataron la cena

    festejando al que se iba

    Con divinas succiones

    Los ebrios comensales

    recelosos de envidia

    lo miraban

    Inflando sumamente ojos y labios

    Que decir parecan:

    Buen provecho.

  • VIAJE DE REGRESO

    Y as anduve borracho

    con la Biblia en la mano

    Pero todo esto no fue

    sino una vuelta ms

    a la manzana

    Las parejas dorman

    tendidas bajo el sol

    en la cubierta

    ( Y el barco naufragaba)

    El viejo Capitn

    -pendiente de su pjaro-

    Rea

    Nunca ms murmur-

    mirando el horizonte

    Yo fui testigo mudo

    de estas calamidades

    El llanto de mi padre

    hzome recordar

    promesas fenecidas

    Todo est consumado

    pens bajo la lluvia

    La poltica es ruin

  • y el arte no es negocio

    Ni siquiera las hembras ya son buenas

    Tantos y tantos aos

    dedicados

    al culto de m mismo

    Para qu?, me pregunto

    Mi espejo roto est

    Mi belleza marchita y arruinada

    Comprendo que el rencor ya nada puede

    Miro un ojo que mira de la orilla

    (Perdnalos Seor)

    Que se haga la paz bajo las aguas.

  • ROMPECABEZAS

    La Fantasa corroe

    la vida, gracias a

    Dios

    (Mario Vargas

    Llosa)

    A

    El mundo comenzaba en los ojos de Mirian por ellos haba

    entrado yo en su vida, queriendo adivinar, conocer los secretos de una

    existencia aparentemente sencilla. Su mirada entornada, ardiendo de

    malicia, que me invitaba a verla, a reflejar mi rostro en sus pupilas, me

    hizo comprender que no me haba equivocado: los ojos eran el punto

    de partida. As que de inmediato mentalmente trazados las lneas de,

    principi a hacerlo prctico, intentando buscar hasta encontrar en

    cada mujer que conoca, o que iba conociendo, la primera mirada

    sugerente de Mirian, aquella que pudiera despertar mi sentido visual

    ms all de una simple curiosidad. No importaba el color, ni siquiera

    la forma; todo se reduca a la mirada, l sensual transparencia reflejada

    en su brillo misterioso. Y los busqu ya no slo en las que consideraba

    mis amigas, sino en todas aquellas que, sin conocerlas, de pronto

    descubran de nuevo para mi un detalle importante de los ojos de

    Mirian. Y no slo las muchachas jvenes y solteras fueron objeto de

    mi constante asedio, tambin las chiquillas que presumidamente me

    abran y cerraban sus ojillos inquietos, y h asta las seoras, sobre todo

    casadas, que, por extraas razones para m, eran las que ms

    cautivaban mi lujuria, y las que finalmente satisficieron , no sin ciertos

    riesgos y algunos sacrificios, esta primera instancia.

  • B

    Se me revel luego que deba proseguir por las manos: primer

    contacto fsico con Mirian, espontneo, inconsciente, como un juego

    prohibido pero que no hace dao, los dedos y las palmas

    entrelazndose, muchas veces separndose, pero inmediatamente

    volviendo a juntarse con ms fuerza, con ms seguridad y ms

    confianza. Despus las caricias, el estremecimiento ante el suave roce

    de los dedos, a intervalos precisos y livianos. Esta vez no era fcil: el

    contacto no slo dependa de m, pues debera ser correspondido y,

    mutuamente, avanzar paso a paso. Al comienzo, previa seleccin de

    las posibilidades ms factibles, no logr ms que incomodar y caer

    antiptico a muchas de mis mejores amigas hasta entonces, que

    pensaban ahora que yo era un disoluto, un aprovechador interesado.

    Gracias a Dios, despus de largo tiempo en estado de inercia, conoc

    a Madeleine, quien colm y satisfizo mis expectativas; y no slo eso, ya

    que me llev directamente, mucho ms rpido de lo que imagin, a

    la-piela siguiente: la boca.

    C

    Recordaba siempre el primer beso, la sutil coincidencia de los

    labios de Mirian con los mos: un segundo inefable que ni siquiera el

    consiguiente beso largo y apasionado logr superar. Mgicamente se

    me revelaron otras vas sensuales que deba hacer mas a partir de tal

    consecucin: la frente, las mejillas, la nariz, y la culminacin con una

    mano mecindole el pelo y la otra sobre el hombro o friccionando

    libidinosamente el lbulo de una oreja, para luego dejar que mi voz,

    con un susurro pausado y excitante, continuara la marcha, pero ella no

    cedi ms abajo del cuello, al que rode de besos hasta el mismo

    cansancio.

  • D

    Entonces comprend que los senos deba de buscarlos y

    encontrarlos, definitivamente, en otra parte. Pens en Mirta: decisin

    acertada, pues los

    senos de Mirian en realidad nunca llegaron a cautivarme tanto. Seguro

    de mi triunfo, saba ya, por experiencia propia, que no haba por qu

    apresurar las cosas: tena que observar serenidad extrema y pulso firme,

    mis manos bajando y subiendo por sus brazos, culminando el viaje en el

    matorral de las axilas, elemento vital que me permiti descubrir y

    apreciar, desde un punto de vista estrictamente ergeno, el increble

    valor de las cosquillas: la risa desbordante y la brusca inclinacin de

    Mirta hacia mi cuerpo me dieron el coraje suficiente para tomarla con

    fuerza por la espalda, y desde ah principiar el ataque certero hacia sus

    pechos, por dos flancos abiertos que iban avanzando decididamente

    hasta su meta. La grata sensacin de la carne blanda y abundante no

    me fue suficiente: mis ansias aspiraban a los duros pezones que, sin

    reticencias, mis dedos pudieron apresar, apretar y girr." un gritito

    ahogado me indic el final de mi xtasis furioso.

    E

    La situacin me resultaba cada vez ms difcil y seria. Repes mis

    conquistas obtenidas, detalle a detalle, calculando sus contras y sus

    pros, estableciendo el tiempo que haba requerido y los sacrificios que

    me haban costado, para obtener un no satisfactorio balance positivo.

    Senta en mi interior un vaco profundo, como un inmenso globo inflado

    de aire.

    Por qu razn? No sabra decirlo; al menos, no lo supe en ese

    momento. El plan deba seguir adelante, era un imperativo que me

    haba propuesto afrontar hasta sus temibles ltimas consecuencias. Una

    morbosidad radical y obsesiva fue el mvil que me permiti, despus

    de un lapso, reanudar el plan operativo, con la plena conciencia de

  • que mi estrategia tena que variar a formas ms sutiles y complejas.

    Felizmente, partir siempre de Mirian como el modelo ideal infalible,

    aliment mis nimos. Conseguir la cintura de una chica era algo ms

    que un simple desafo. Con Mirian nos pasebamos de manera

    especial: mis brazos la rodeaban por el fino contorno hasta

    enlazar mis manos presionando una de sus caderas. Con Marisela

    poda intentarlo. Mas despus de varias tentativas, intil fue querer

    parecer espontneo, original. Nuevamente la duda, la cruel

    incertidumbre se apoder de m y vano fue mi propsito por

    reconquistar a las amigas con las cuales mi nivel de intimidad haba ido

    ms lejos. Los constantes fracasos y desplantes por culminar con xito

    esta empresa no dieron los resultados que yo hubiese deseado. Y una

    vez ms vari la perspectiva, con el claro objetivo de lograr una

    ofensiva segura y contundente. Y una vez ms fue Mirian quien vino a

    iluminar mi inspiracin: si la lnea de ataque ya se haba cerrado por

    arriba, intentar por abajo, por los pies.

    F

    Invert totalmente el plan originario y me hice la idea de que

    comenzaba nuevamente de cero. Como antes con los ojos, ahora con

    los pies, mis miradas, furtivas al comienzo, insistentes despus y

    finalmente impdicas, ya no tuvieron lmites: mujer que. me

    encontraba, en la calle, en el mnibus, o donde quiera que fuere, ve

    mis ojos clavados hacia abajo de la manera ms insolente y pblica.

    Solamente deban cumplir un requisito primordial, sin duda inevitable

    para colmar con creces mi delirio: mostrar la piel desnuda a travs del

    resquicio del calzado que mi imaginacin ldica se encargara de

    completar. Despus no importaba tanto el color, mas s la forma: porte

    pequeo y refinado empeine, los tobillos no flacos ni tan gordos, lo

    mismo las canillas. Exigencias impuestas, o mejon sugeridas, todas, por

    el modelo. El plan qued trunco por ensima vez. Las rodillas de Mirian,

  • su recuerdo, me hicieron restringir las miradas curiosas a mujeres que

    slo usaran falda o short o minifalda. No obstante, cuando el punto de

    observacin y crtica ascendi hasta las nalgas y los glteos, regocij

    mi vista sin escrpulos en aquellas muchachas con pantalonetas

    tirantes y apretadas, descartando ipso facto viejas y colegialas, cuyas

    piernas descuidadas y flacas me causaban horror.

    G

    Sin sentirlo, de pronto haba llegado al punto culminante de mi

    plan: el sexo. La experiencia con Mirian, en ese sentido, fue traumante,

    por la justificable ignorancia de entonces. Gotas de sangre, lgrimas,

    lamentos detenan mis mpetus. Ahora deba actuar con aplomo y cordura,

    escogiendo el momento, el lugar, pero ante todo, y de nuevo mi cabeza

    era un inmenso caos, a la persona. No faltaban quienes, por ejemplo

    Maritza, muchas veces me tentaron a hacerlo sin decirlo, y otras que yo

    pensaba que queran hacer-lo, y por supuesto muchas con las que me

    soaba platnicamente en pleno acto. Descartadas todas las menores de

    veinte: la experiencia y el miedo me inclinaban a escoger mujeres maduras

    que pudieran muy bien neutralizar mi apata y anular mis prejuicios.

    Descartadas putas. Elegir, tan slo ese hecho, era ya una cuestin

    extremadamente espinosa: por ms esfuerzos mentales que hice,

    analizando las posibilidades abiertas a este ltimo trmino, no logr sino

    convencerme de que algo faltaba, de que algo fallaba desde el primer

    momento en que inici mi plan de recuperacin: haban quedado fuera mul-

    titud de recortes y de piezas intermedias que me resultaban

    inequvocamente indispensables.

  • H

    Y supe, gracias a Dios, que la nica forma de compensar (al menos

    intentarlo) todas estas carencias, era poseyendo completa a una mujer,

    experimentando directa y objetivamente una cpula. Como mi margen de

    seleccin era muy amplio, resolv el problema de la manera ms rpida y

    prctica: decid hacerlo con la primera que me brindara esa oportunidad.

    Y fue as que, con Mnica, recin me percat, en pleno coito, de que todas

    las piezas que faltaban no eran precisamente elementos corporales

    concretos. Por ejemplo, detrs de los ojos, o quizs delante, estaba la

    intencin de la mirada que poda haber sido sugerida por un entornamiento

    de las cejas, que desata-, ba m deseo a visiones epifnicas por donde

    desfilaban infinidad de .

    La presin de las manos que esconda muy dentro el corazn latente

    de un anhelo carnal irrefrenable, unido al poder mstico de una sonrisa que

    poda matarnos o volvernos a la vida. El ritual consabido: la respiracin

    gimiente y agitada del beso, el lquido contacto de las lenguas, dos

    serpientes uniendo sus pecados, el olor, el sabor, el sudor de la piel y

    tambin toda forma de friccin y de roce, la anulacin del tiempo, las

    palabras lascivas, el universo ergeno infinito y extrao, que hicieron mierda

    todo lo que haba logrado conseguir.

    I

    Entonces me di cuenta de mi error, de que cada pieza individual obte-

    nida deba de volver a su respectivo destino indivisible, para que busquen

    sus propias oportunidades sin estar limitadas a planes o estrategias, dejando

    que el instinto y la pasin naturales sean quienes escojan. Espero no olvidar

    me de retornar ninguna de las partes vilmente apoderadas por mi obsesin

    cerrada y egosta. Como estoy muy cansado, dejo para otro da el

    recuento final. Sin embargo, estos ltimos aos, que soy slo una sombra

    sostenida por el recuerdo infinito de Mirian, me ronda an la sospecha de

    que algo se me escapa: algo inmaterial, s, que revolotea en todas las

    imgenes que conservo de aqullas que aceptaron mis proposiciones

  • bestiales y faunescas, y tengo la certeza de que lo descubrir cuando me

    decida de nuevo a armar las piezas. Pero siempre me faltan o me sobran

    algunos

  • FIN DE FIESTA

    I

    La vimos cruzar una vez ms la misma calle desolada y polvorienta,

    escoltada solo por los perros famlicos que distraen al nio que lleva de

    la mano, y detenerse indecisa ante el portn del cual colgaban como

    aretes gigantes dos aldabas de hierro.

    As lo viene haciendo desde hace varios das, pero sabe que hoy ser

    definitivo. As lo presinti cuando dio el primer golpe, suave, casi

    imperceptible, y esper ansiosamente sin obtener respuesta. Su mirada

    penetra el muro curvado de piedra pulida, alcanza las fortalezas y

    ruinas devastadas, los tmulos de escombros dispersos por la plaza que

    sepultan los restos de sus antiguos dioses. Se le nota cansada y

    arrugada, envejecida an ms por la sombra de angustia grabada

    irremisiblemente en su rostro.

    De pronto, sin soltar al nio, se colg de una aldaba y golpe de nuevo,

    esta vez con furia, hasta que el espantoso chirrido de los goznes

    precedi bruscamente a una increble caricatura humana: el misionero

    se queda contemplndolos por un buen rato, como si no creyera lo que

    ve; su figura desgarbada y ridcula atrae la inocente curiosidad del nio,

    cuyos ojos vivaces la devoran con insolencia desde el crneo pelado

    hasta los pies anchos y descomunales que aparecen por sus viejas

    sandalias. Ambos se sonren. Luego el misionero les abre paso y los tres

    atraviesan, despacio y en silencio, un largo corredor. Se detienen frente

    al altar donde un viejo sacerdote los saluda, haciendo una discreta

    venia. En medio del mutismo sepulcral del recinto, su voz gruesa y firme

    retumb como trueno: Ests segura, hija? Y la respuesta de ella: S,

    padre. S lo estaba. Los ojos del nio brillaban con el sol bajo el tragaluz

    del techo de la iglesia.

    II

  • Una ancha puerta con dinteles de piedra nos deja al descubierto un

    interior suntuoso: terrazas adornadas con arbustos y flores luminosos

    sobre un piso sembrado de hojas artificiales. Las paredes del templo y

    las cornisas revestidas de lminas de plata reflejando sus sombras. Antes

    del oficio religioso, el sacerdote repite la pregunta con ojos inquisidores,

    pero ella sin vacilar responde nuevamente afirmando. Entonces, al

    tiempo que la mira asombrado, el sacerdote se levanta ayudado por

    el misionero que sigue con paciencia sus lentos movimientos: pasear su

    mirada en derredor, mojar un dedo en agua bendita, entreabrir sus

    marchitos labios y hacer la seal de la cruz sobre la cabeza de la

    anciana vestida con ropas de colores vistosos donde destaca un

    inmenso sol brillante. Su viejo rostro pareca de piedra, impenetrable y

    duro, como si el paso de los aos le hubiera negado el derecho a rer.

    III

    Despus de las oraciones y ejercicios rituales, los vimos sentados, juntos,

    a la larga mesa conventual, el misionero contemplndola con

    insistencia, y ella procurando distraer sus ojos en el nio, abstrado, a su

    vez, en la inmensa montaa de panes y legumbres, de botellas de vino

    y pescados, y en las cestas de mimbre trenzado repletas de frutas y

    manjares. Ella, en su pensamiento, trata intilmente de ordenar el

    rompecabezas difuso que lo inunda: atrios, graneros, gradas,

    acueductos, jardines, patios y desfiladeros se confundan con el perfil

    del edificio de piedras enormes: con los muros altos e inclinados, sin

    ventanas, le sugirieron otras imgenes, que fueron desfilando por su

    mente y en un breve instante le devolvan todos sus recuerdos.

    IV

  • Al da siguiente vimos a los nativos. Sus rostros delatan que esperan

    insomnes desde hacia varias noches. Y vimos tambin al misionero sin

    edad transitar por el camino empedrado, como sostenido por hilos

    invisibles, en direccin al templo. Iba todas las noches despus de

    celebrar las oraciones. La doncella, cuya faz nos recuerda a la imagen

    decrpita del da anterior, deliraba en voz alta, hablando con el hijo

    que siente o cree sentir en sus entraas.

    El misionero se detiene en el umbral. Ella adivina su presencia y voltea,

    le sonre. l se acerca: juntos ven caer lentamente el ltimo grano de

    arena en la campana de vidrio del reloj. Las manos huesudas acarician

    los cansados ojos que acaban de cerrarse con el golpe de puerta.

    Al salir, el misionero saluda reverentemente a los nativos que le piden

    noticias en su lengua, pero l se limita a contestarles con un mismo

    ademn: alza los brazos al cielo, queda as unos segundos y los vuelve

    a bajar parsimoniosamente hasta el suelo, que besa, y se retira sin decir

    palabra.

    V

    Amanece. El horizonte de grandes nubes negras se aclara de repente.

    Los nativos se reparten los puestos y los turnos, en medio de un silencio

    angustioso y tirante que extiende su dominio por el valle. Solo el ruido

    del agua contra las piedras y el canto furtivo de algn pjaro

    acompaan el desaliento de la joven doncella que despierta cada

    maana, sola y sobresaltada, con un pedazo menos de esperanza. En

    su estrecha habitacin, separada de las otras por un muro

    infranqueable, destacan una mesa adornada con flores que es el diario

    refugio de un plato de comida intacto, y en la pared la imagen de la

    Virgen con su hijo en brazos, ubicada justo al frente de su cama, de la

  • cual se incorpora arrojando las mantas al suelo. Ante la imagen, se

    acaricia el vientre desnudo sin amor, y se pasea, descalza, rindose,

    presa entre las cuatro paredes que agigantan su angustia: sus dudas y

    temores crecen da a da, como la desconfianza crece entre los nativos.

    Por qu? La agitacin de su vientre le responde.

    Recostada en su cama, espera impaciente. Por la noche, el misionero

    le comunica que las tribus vecinas preparaban una gran rebelin. Y ella

    baja la vista, buscando en el cuarto algo que la distraiga de esa mirada

    fija y penetrante, en medio de la intriga que apaga un da ms el rumor

    de las aguas del ro.

    VI

    La larga espera tiene desenlaces imprevistos. El palacio es rodeado por

    un grupo de rebeldes que amenaza dar guerra. Y ella, que tema

    cualquier represalia, no lo pens ms: la situacin requera actuar

    inmediatamente. De cara al misionero, comprende, en su mirada, que

    el problema era serio, que si no actuaban ya, iba a sobrevenir una

    catstrofe. Sus inquietos ojos recorren los contornos del imperio, como

    madurando la solucin al grave contratiempo que discurre por su

    mente con el cauce sosegado del agua y se pierde en la planicie entre

    las piedras de la fortaleza y la nieve que cubre las montaas.

    VII

    El cambio de estacin logra calmar los nimos. Se renuevan promesas.

    La fecundidad de la tierra reconforta los turbios espritus. La maciza

    cordillera domina la visin: desde sus cumbres se forman declives

    sostenidos por amplios contrafuertes que bajan suavemente para ir a

    caer a los ros en abismos por donde el agua corre tropezando con

    piedras que nacen de las rocas, y ms all, en la ladera, sobre la

    vertiente, tres torrentes cruzan el campo, riachuelos que empiezan a

    hundirse en pequeas quebradas en tanto la cadena de montaas

    envueltas en la azulada bruma orillan el valle a gran altura como vigas

    sagrados. El ro que lo cruza es apenas un hilo en medio de la enorme

    http://agigantan.su/

  • llanura. Pequeos montes, colinas, bajos, preceden a la ciudad. Las

    cpulas de las iglesias y los templos, las plazas rectangulares, las calles

    estrechas, coronan las murallas de la fortaleza.

    Despidiendo la tarde se escucha el ltimo toque de campana de la

    Catedral, y en la lbrega noche una estrella solitaria vaga por el cielo,

    clara y resplandeciente, baando el valle con la mgica luz que

    desprende. A travs de ese halo que envuelve a la ciudad, se divisa el

    palacio donde est la doncella. Cada vez ms ojerosa y flaca: en el

    reflejo dorado de una pared del templo pudimos ver su rostro enjuto y

    viejo.

    VIII

    Pronto el crudo invierno ti el cielo con una capa negruzca y lquida.

    La inslita mujer camina desnuda hacia la ventana maldiciendo su

    suerte. Su hermosura contrasta con la furia contenida en su marchita

    faz, con el desprecio, el odio que senta. Solo cambia de aspecto al

    divisar al misionero pasando receloso ante la guardia de nativos que

    acordona el palacio. Perciba cercano el roce de sus sandalias por el

    suelo y lo esper recostada, apenas cubierta por una fina manta. El

    misionero entreabri la puerta con extremo cuidado, pase su mirada

    por el cuarto y dud un instante antes de decidirse a entrar; despus se

    acerc hasta la cama calculando sus pasos sigilosamente. La

    inquietante sonrisa de la joven provoc en su cuerpo de ttere un

    extrao estremecimiento, hasta que por fin se atrevi y la tom de las

    manos, las acarici largo y las bes sonriendo, acurrucado a sus pies,

    cual fiel perro olfateando la palma que rozaba su calva con una

    cautivante suavidad.

    IX

  • Contarte lo que quieras, responder tus preguntas, ensearte los

    nombres de las cosas, t siempre tan curiosa, yo confesndote la

    angustia de vivir tantos aos enclaustrado, solo, rodeado por imgenes

    de vrgenes, de santos, haciendo lo mismo da a da, sin ninguna ilusin,

    ella baja los ojos, y t: qu te pasa?, sintindote culpable, no, no es

    por tu culpa, hblale, no te asustes, tmala de las manos como a ella

    le gusta, acarcialas, sonrele, cuntale que ests enamorado, que

    hace tiempo queras hablarle, decirle que contigo se me fue la

    amargura, el desaliento, que se acabaron las noches de insomnio, las

    madrugadas hmedas y fras, que un nuevo sentimiento naca cada

    noche al contemplar tu vientre, dile, dile, que el brillo de sus ojos te

    hacan pensar cosas extraas, no te apartes, no es nada, clmala, dile

    que no queras asustarla, que sonra de nuevo, te gusta verla as, sentir

    su suave roce, tranquilo en la espesura, y decirte tantas cosas,

    respndele qu cosas?, cosas que las palabras no pueden expresar,

    sigue, a ella le gusta que le digas eso y por eso sonre, a ti te gusta verla

    sonrer porque piensas: comprende, sabe lo que digo. Entonces me

    aproximo? S, con miedo? Ella tiembla tambin, mira sus manos,

    sernala, ten calma, t feliz de acercarte te estremeces de asombro al

    sentir el contacto de su cuerpo, joven, tibio y fragante, escucha cmo

    hierve la sangre de sus venas, cmo se agita el fuego de sus ojos y hace

    bailar sus prpados. Siente el galope de tu corazn? Ponle su mano

    ah, que toque, que sienta, que sepa que ests enamorado; juega con

    ella, te juntas ms y entonces te atrae con su cuerpo, te envuelve, te

    devora. Pero acrcate, as, a ella le agrada, mira cmo se estira,

    acomdate ya, bota el hbito, las mantas al suelo, su ropa, no dejes de

    hablarle, descubrirte en silencio cada da, como la vez primera, t hazle

    recordar las nuevas emociones que sentiste, a ella le gusta escuchar

    eso, porque tambin recuerda como t, mira cmo sus ojos parecen

    volar, siente su intimidad, el calor de su piel, que vea tus manos recorrer

    por su espalda, su cintura, sus piernas, encontrar el ritmo de los cuerpos,

    ese punto preciso, y gozar la salvaje sensacin de que su vientre se

    anude junto al tuyo, explorarte toda con las manos, la boca, entrelazar

    los pies, reconocer el goce, lo que vine buscando noche a noche,

    desde que yo te vi, inocente, desnuda, t te acuerdas?, dile que

    haga memoria, mcele los cabellos, deja que tus dedos se enreden y

  • se pierdan, sus manos y sus pies, bsalas, bsalos, ella re, sus labios y sus

    ojos, dile si recuerda el primer beso, el sabor de tu boca, mrala...

    X

    El sol se cuelga un da ms del rumoroso valle. La paz pende de un hilo.

    Nadie duerme. Los nativos velan escrutando el horizonte, acaso

    buscando una respuesta en el color del cielo.

    Al atardecer, naturaleza muerta, la nieve de la cordillera ha

    desaparecido y la llanura se traga al caudaloso ro. As, el da transcurre

    montono y silente. En los templos y palacios, en las carpas y campos,

    hombres y mujeres, blancos y nativos, se aferran al sol que se despide

    dejando en lontananza una estela de fuego. Solamente el murmullo

    incesante contagia cierta duda, una duda que se disipa en la

    iluminada calma de esa noche. El ensordecedor llanto de una criatura

    se agita contra la indolente oscuridad del cielo.

    La fra madrugada se refleja en los ojos de todos esos hombres que

    esperaban ansiosos este gran momento, como si el llanto penetrara el

    corazn de cada uno de ellos. Largos mantos ondeando sobre las

    carpas o flotando en el ro son seal inequvoca de regocijo: los nativos

    se abrazan y lloran, pues la emocin aprieta sus gargantas.

    XI

    No resulta difcil adivinar el paso de los aos al contemplar la ciudad

    que se confunde con el valle: fronteras y orillas se han perdido y blancos

    y nativos se entrelazan en una sola idea: la fuerza de la fe o del

    milagro?

  • Un helado temor se advierte en los nativos, que an no logran liberar sus

    almas agobiadas, presas de un amargo remordimiento. Visiblemente

    arrepentidos, redoblan sacrificios al Sol: llamas y alpacas, guanacos y

    vicuas los baan con su sangre, tiendo los pastos de un rojizo matiz.

    El misionero ha logrado su propsito? Lo vemos cruzar una vez ms el

    camino empedrado, saludado por todos, y llegar hasta la puerta del

    Templo de la Luna.

    La princesa otea el paisaje desde su ventana, un viento con aroma de

    rboles y flores se expande por el valle, pero ella parece absorta en sus

    adentros, sin expresin definida en el rostro, y ni siquiera el ferviente

    festejo distrae su atencin. Sus misteriosos ojos tejen la cruenta historia

    ante el embalsamado que la mira acusadoramente recriminndola

    desde su tiana de oro?

    No puede evitarlo: siente el dao en su cuerpo, cmo le va trepando

    por todo su organismo, corroyndolo.

    XII

    Grandes y suntuosos templos rodean los antiguos dominios del imperio;

    jardines fantsticos y exticos regalan colorido, convirtindolo en un

    lugar propicio para el deleite de los nobles seores: tenan por vasallos

    a fieles nativos que moraban en tambos o carpas levantadas por los

    alrededores. El valle les prodiga la bondad de su clima, sin fro ni calor,

    aires frescos con aguas de perpetua templanza, y la gran cordillera,

    con su profusa nieve, surte de arroyos que desembocan en acequias

    que riegan los campos y los pastos que han crecido en las faldas de las

    montaas donde apacenta un rebao contemplado por infinitas aves

    desde los rboles que invaden la planicie.

    En la ciudad solamente los perros angurrientos y flacos vagan por las

    calles o retozan en medio de los caminos de piedra sin que nada los

    perturbe, ni el crujir de los cascos de los caballos, que de cuando en

  • cuando, cruzaban la plaza.

    XIII

    Vemos al misionero realizar su habitual itinerario, refrescado por la brisa

    del atardecer que alivia su semblante. Camina descalzo, sosteniendo

    sus sandalias en una mano, con el viento ligero que mece las carpas, a

    pasos lentos, perseguido por su propia sombra, alargada, deforme.

    Una tenue luz aparece de pronto: un cirio encendido que se consume

    a la entrada del templo, iluminando apenas los conos colgados en las

    recias paredes. Decidido lo vemos acercarse a la puerta, apoyando su

    mano en una jamba, por cuya rendija espa la imperturbable escena:

    el nio arrodillado vela calladamente ante el lecho de su madre, sin

    llorar, tan inmvil como ella, concentrado en sus lentas palabras; un

    rincn sombro donde el dolor navega en los ojos todava abiertos de la

    vieja mujer.

    Hasta l llegan su respiracin dificultosa y el agitado latir de su corazn

    que no impiden a esos labios renegridos y mustios musitar la historia que

    hierve inconfundible en su cabeza y resplandece en su rostro como una

    fina aureola.

    XIV

  • Dbil y enferma, agonizo al pie de un templo profanado, sin paredes

    de plata, sin adornos, en medio de este valle donde por las noches a

    veces silba el viento y solo el cielo gris es algo cierto, y tambin mi dolor,

    s, la nostalgia y la pena inundan mi alma de un dolor que punza mis

    entraas. Despus todo vuelve de nuevo a su silencio y el recuerdo se

    nubla, mi mirada perdida te ve una vez ms frente a la pila bautismal,

    te acuerdas de ese da? Desde entonces todo se fue resquebrajando:

    la imponente imagen del pasado junto a otras mujeres hilando los

    vestidos con lanas de colores y algodn, los hombres cultivando y

    sembrando la tierra, construyendo arados y acequias al pie de los

    arroyos. Ahora la visin se nubla lentamente: Es el aviso de la muerte

    que llega despacio? Un resplandor intenso ilumina tus ojos, hijo mo, al

    contemplarte ante una corte hostil, en la mesa de nobles adornados

    de terciopelos y pergaminos, decidiendo tu suerte. Gigante y poderoso

    te veo, reinando en el imperio, con sus antiguos dioses, tus mujeres, tu

    ejrcito, reconstruirs sus fortalezas, sus templos y sus plazas, lo

    reconquistars todo de nuevo, matars a los blancos, teirs la tierra

    con su sangre y vers reflejado ah tus ojos... tus ojos: una bola de fuego

    bailando bajo el sol, hijo mo, tus ojos...

    XV

    El misionero dispone todos los detalles para la ceremonia. Ha

    mantenido iluminado el Templo de la Luna durante la noche. La

    recuerda quizs reteniendo sus ojos con fijeza, sealando la Imagen de

    la Virgen que resplandeca con la luz de dos cirios encendidos a cada

    costado?

    Afuera, la gran fiesta del Sol aguardaba impaciente al flamante

    heredero: se pasear al lado del cuerpo embalsamado del Soberano

    por la ciudad imperial y ser aclamado por todas las tribus... (y se cort

    la voz del misionero).

    Ella, con un dbil movimiento de cabeza, no pudo evitar que un

  • sentimiento de odio invadiera su sangre y escupi con sus escasas

    fuerzas al enano que tena delante.

    La presin de unos dedos esquelticos en su garganta le anunci el fin

    de todo.

    XVI

    El ltimo da vimos al heredero: parece no escuchar a los nativos que,

    impacientes, lo esperan frente al templo donde yace el cuerpo de su

    madre, pues el pequeo no deja de mirar esos ojos abiertos, hasta que

    la voz del misionero se escurri por la puerta y lo sac de su asombro.

    Vamos, le dice, y acercndose lo acaricia con ternura infinita. Le

    parece mayor para su edad; el nio consiente que esas manos speras

    y huesudas lo desnuden y vistan casi al mismo tiempo: una larga camisa

    sin mangas le cubre las rodillas; el misionero la ajusta a su cintura con un

    faja de lana tejida con adornos, le amarra al cuello la tnica y le calza

    las sandalias de cuero forradas con finos hilos, esmeraldas y turquesas y

    el pectoral de oro que representa al Sol; sus hombros llevan plumas, sus

    orejas lminas de metal amarradas en los orificios de los pabellones;

    jvenes doncellas le acomodan el turbante formado por una cinta de

    varios colores, sujetan con ella las plumas de color negro y blanco y

    despus, l mismo, se cie la borla roja en la cabeza. El misionero lo

    contempla satisfecho y le da un beso en la frente, mientras afuera se

    redobla el gritero de los nativos alborozados que inundan la plaza,

    bailan ataviados con sus trajes tpicos, cantando, a varias voces, al

    comps de flautas y tambores, quenas y pututos.

    Frente a los arcos de los portales, se divisa a los blancos barbados junto

    a sus mujeres, precedidos por una guardia de caballera, disfrutando

    del espectculo desde los pequeos balcones; el humo que

    desprenden las parrillas anuncia un suculento banquete.

    Al otro lado, enjambres de nativos beben vasos de chicha, sin rastros de

    amargura, resignados. Despus de las libaciones en los vasos de oro,

    una llama negra es sacrificada por el viejo sacerdote: su corazn

  • sangrante presagia mal augurio.

    Finalmente, vimos al misionero en el centro de la plaza acomodando a

    su hijo en el anda imperial sostenida por cuatro gruesos hombres para

    que presida el cortejo rumbo a la explanada de la gran fortaleza.

  • BORGES, LA ABUELA, UNA NOTA, EL BASTN

    1

    PREGUNTLE Borges, si realmente le tema a la muerte.

    No, respondi l, con mpetu, aunque en verdad no haba pensado

    en ello. Fue una respuesta mecnica.

    Aquella noche, perdida en el espacio y en el tiempo, ambos habanse

    sentado, no sin cierto temor, a la mesa de una vieja y solitaria casa de

    campo. sta, segn Borges, perteneci a su abuela

    Pero ahora no pertenece a nadie, continu. Ni siquiera a nosotros

    que tenemos en estos momentos el atributo de la fugacidad del sueo.

    Al querer pensar en esta irrealidad, te sentiste temblar. Tus odos

    terrestres no podan dar crdito a lo que oan.

    Borges, inmutable, sigui monologando sin reparar en ti, sereno, los ojos

    cerrados. De pronto, los abri con brusquedad y, como si realmente

    mirara (ms correcto sera decir que miraba sin ver), los fij en el sitio

    exacto en que te hallabas.

    Su respuesta me sorprende, dijo, me alegra sobremanera, pues me

    ha hecho comprobar una teora sobre la impersonalidad que vengo

    elaborando en mi memoria hace muchos aos: Usted Borges. Yo los

    Otros Me entiende?

    Yo sinceramente no entenda un pice. Al comienzo cre que se trataba

    de una broma; empero, el tono serio y mesurado con que Borges

    plante su argumentacin no lograron sino que se me helaran los

    huesos completamente.

    Es inevitable, prosigui. Mi vida ha sido una serie fortuita de hechos

    sin importancia. Sigue y seguir siendo mientras viva. Yo le tengo miedo

    a la muerte y, por tanto, no puedo ser Borges.

    Ahora s, la inquietud de l fue en aumento, que durante varios

    segundos no atin a decir palabra.

    No es posible, murmur al fin, tratando de demostrarse que todo esto

    no era ms que un juego metafsico. Sin embargo, ante su incredulidad,

    la sentencia de Borges era irrefutable.

  • 2

    SENTSTETE perdido, sugestionado; mas entonces yo (como Borges)

    pens en una de sus varias salidas. As se revel a mi mente el ltimo, s,

    el postrer recurso de que dispona para contradecirle. Le ped disculpas

    y, con su permiso, en medio de esa tenebrosa noche, despert

    aterrorizado.

    El miedo que invada mi espritu y convulsionaba mi cuerpo me

    tranquiliz: era yo el mismo estpido, miserable y cobarde hombre de

    siempre.

    Con esta infinita confianza volvi a dormirse, pero ya no encontr a

    Borges a la mesa; slo, en medio de sta, se divisaba una pequea nota

    que textualmente deca: Querido amigo Yo tambin decid

    despertarme para comprobar mi identidad. Una vez que lo logre

    volver con usted, si su amabilidad y su paciencia as me lo permiten.

    Permiso.

    Me dej atnito, pero ya no senta miedo, y tranquilamente decid

    esperarlo, hasta que vencido por la incertidumbre me qued dormido,

    la cabeza apoyada en el espaldar de la silla y la nota de Borges entre

    las manos.

    No sabes cmo ni cundo despertaste. Lo cierto es que alguien tocaba

    la puerta endemoniadamente. Abriste, no sin premura, y te encontraste

    con un Borges temblando todo, mas no de fro (que haca) sino de

    miedo.

    A quin?, inquir, an en el umbral.

    La muerte, me dijo, la muerte me persigue.

    Haba dejado caer su bastn, y al tiempo que lo invit a pasar y a

    sentarse, lo recog.

    Una secreta empata los oblig a guardar silencio por algunos minutos,

    que parecieron inacabables.

    Al fin (Borges habase ya calmado) bebieron sendos vasos de agua y la

    velada no pudo ser ms estupenda.

    Fue una singular noche que jams olvidar en mi vida. Nos despedimos

  • como viejos amigos, sin saber en realidad cmo nos habamos

    encontrado (o quizs guardando en el fondo ese secreto) ni sabiendo

    si bamos a encontrarnos de nuevo.

    Borges sali jugando con su bastn, y yo me qued en casa de mi

    abuela, tranquilo, esperando, tal vez no sin prematura nostalgia, una

    nueva oportunidad de tenerlo conmigo

    Pero al verlo alejarse y jugar como un nio con su bastn en medio de

    la noche, le pareci un sueo que aquel hombre hubiera tenido la

    amabilidad de conversar con l.

    3

    ADENTRME en la casa y, aunque fatigado, cog la nota de Borges, la

    rele y pens guardarla como prueba de que en efecto me hubo

    visitado.

    Finalmente decid quemarla.

    A la maana siguiente, una mano temblorosa acariciaba con ternura

    mi rostro.

    Borges!, exclam con inquietud.

    Era mi abuela.

    Me tranquilic rpidamente, mas algo sujetaba mi diestra que hacame

    sentir impersonal, inseguro. Alargu el brazo por entre las sbanas, y el

    fino bastn de Borges apareci reluciendo al claro sol de la maana.

    El bastn de Borges, abuela!, le dije. Tengo que devolverlo!

    - No te preocupes-dijo ella-. Ya todo est resuelto.

    - Pero cmo, abuela? Es el bastn de mi amigo y tengo que

    buscarlo!

    - No te preocupes -repiti la vieja, sonriendo.

    - Pero, abuela-insist-, este bastn es de Borges!

    - Por eso mismo.

    -

  • EPLOGO

    EN LA NOCHE, al ir a acostarme, encontr en la mesa la nota que me

    haba dejado Borges (yo?) y record que yo (Borges?) la haba

    quemado un da de tantos, perdido ya en el espacio y el tiempo.

    La incertidumbre se apoder nuevamente de m y no pude cerrar un

    ojo en toda la noche. Slo una persona poda aclararme el enigma,

    pero esa persona se haba ido y quiz no regresara ya nunca.

    No obstante, la esper (no saba a quin, mas esperaba a alguien);

    cansado de esperar me dorm; le la nota varias veces y, sentado a la

    mesa, con temor a la muerte, aguard que ese alguien tocara la

    puerta.

  • Y DE PRONTO LA NOCHE

    Camin con la mirada puesta en los barcos de arena y se apoy en

    una torre, evitando el lado donde pegaba el viento. Al levantar la vista

    se encontr con la sucia calavera... el sol trazaba con sus dbiles rayos

    la inminente cada de la tarde.

    Reanud su camino a travs de las sombras que proyectan las primeras

    columnas raquticas de esteras, espantando a los perros con los brazos,

    tambaleando las piernas, por entre los fantasmas que salen a su

    encuentro.

    Avanza rpido primero, se detiene, vacila, lento despus, como

    arrastrada por el travieso viento sin rumbo definido. Esquiva,

    semirodeandola, la pileta situada en medio del canchn, tropieza en

    las costas del terreno, caminitos de arena con bordes de basura, surcos,

    piedras, matorrales de pasto crecido, pero no se decide a hablarle a

    nadie, como si estuviera pensando en otras cosas.

    Pasando la pileta acelera la marcha y tropieza en un surco y cae y se

    levanta.. Al escuchar las risas como un eco lejano advierte que est

    cerca, pero no se decide a dar un paso ms.

    Enjambres de borrachos y borrachas, formas humanas que ya ni se

    distinguen bajo el cielo griscea cada vez mas pobladas de sombra

    bailoteando, separadas o juntas en parejas, sentados o parados frente

    a un poste, bebiendo o fumando, fingiendo indiferencia, la ven.. Pas

    como un fantasma de la tarde prematuramente anochecido, lleg al

    local de la Federacin Nacional de Mujeres y, cobijndose en una

    carpa, sus ojos se estiraron desde ah hasta alcanzar el humo de las ollas

    hirvientes, las cajas de cerveza, las parrillas

    Arrimada a un muro, invisible a los ojos que se multiplican ms y mas en

    el canchn, alza la vista a ese difuso panorama que navega al vaivn

    de sus olas internas (combis de servicio que pasan repletas, racimos de

  • pasajeros colgando con medio cuerpo fuera, la cancha de fulbito). Ella

    parece querer atravesar el muro humano que le impide una visin ms

    certera, en medio del murmullo, las risas y los chismes.

    El constante ir venir la molesta, la aturde, estorba su esfuerzo por fijar

    el pensamiento en una sola imagen que no logra recomponer del todo:

    la cara de la monja va surgiendo, inconclusa, aparece y desaparece

    en mil formas que se contorsionan en su cerebro a punto de estallar.

    Querer arrojar y no poder hacerlo .. Su cabeza da vueltas con los perros

    mugrosos y la msica chicha y los mocosos harapientos y esculidos,

    todo mundo girando hasta hacerse invisible, apenas un puntito blanco

    que le devuelve al claro de conciencia que aun le alumbra esa imagen

    deseada, la silueta perfecta, ahora si completa de la monja espaola

    que la sobrecoge, cosquillea su cuerpo y la decide a cruzar, para

    plantarse y oscilar en medio de la fiesta.

    - Salud negrita! - Una gorda, ya ebria le alcanza una botella de

    cerveza, contorneando su cuerpo.

    Los borrachos pasan y repasan por su lado, casi rozando.

    De pronto se vio meneando las caderas a punto de caerse, con su

    polito rojo bluyin y zapatillas sin pudor. Sus pasos describen semicrculos,

    trazan lneas confusas; levantan la cabeza: un helicptero viene

    nublando el cielo. No hace caso. De pronto, como alertada con un

    sexto sentido, divisin puesta de la Guardia Civil al costado de un grifo

    agonizante

    Sus achinados ojos solo captan, indistintamente, la repentina incursin

    de los encapuchados. Sus odos le zumban con el taladrante ruido de

    las balas, los gritos disforzados de la gente, los disparos al aire, las

    rfagas de fuego, todo lejano de ella, visto por ella, convertida en un

    gusano negro que se arrastra miserablemente por el suelo. Empua las

    manos con violencia, y al intentar desprenderse del suelo, se incorpora

    apenas bandose en sangre. Sus ojos eternizan de una increble

    caricatura humana: el encapuchado se queda contemplndola por

  • un buen rato, con asombro, con miedo, sin piedad.

    Desde un patrullero arrojan incontables bombas lacrimgenas y las

    mujeres inslitas huyen despavoridas el encapuchado se sienta en la

    pequea baranda que precede al canchn que precede a la carpa..

    Gira el cuello se dobla como un mueco, se levanta nervioso, introduce

    dos dedos en el gatillo y apuntndole enciende un cigarrillo. Luego

    inicia un trote sicxageante en torno a ella. Sin dejar de escrutar el

    horizonte. Por un momento crey ella al mirar el rostro sonriente de la

    monja espaola entre las miradas annimas que circulan por su lado

    espindola.

    El cigarro se consume en la ano de su verdugo hasta quemarle los

    guantes.. Ve como lo arroja a la tierra con furia y descubre una locura

    infinita en sus ojos mientras el fuego desaparece debajo de sus botas.

    EPILOGO

    Ahora expira en un charco de sangre, con la cabeza erguida, la

    amargura en la boca. Escupe. De repente su rostro se ilumina de lleno

    con la luz que desprende una linterna.. Sus mejillas sudorosas tiemblan

    ante el malicioso semblante del encapuchado preparando el final

    como un ttere sostenido por hilos invisibles su mirada converge bajo la

    luz con la fra mirada de una piedra y lanza una maldicin a su verdugo

    que descubre su delicado rostro frente a l.

    Aqu el mismo desfile.. La procesin de gente inundando las calles

    cargando el atad con las cenizas, los mnibus marcando el rito del

    cortejo; la inconfundible silueta de una monja va confundindose con

    el ro de periodistas que caudalosamente fluye por las calles en varias

    direcciones hasta que finalmente se la traga la noche.

  • VIAJE DE RETORNO POR LA TIERRA MEDIA

    Aquel da no le pareci igual a los anteriores. Dej el libro sobre la mesa

    y cerr los ojos procurando no pensar en nada. Senta un fuerte ardor

    en el estmago, como si alguien punzara su barriga por dentro. Se

    recost en la cama, colocando su cuerpo en las posturas ms

    inverosmiles.

    Mas de pronto fue tomando conciencia de un leve murmullo que

    pareca venir desde el mar. No pareca, acaso, un canto de sirena?

    Primero no hizo caso, y se cubri totalmente los odos con las manos.

    Pero el canto, lo penetraba todo, pues cada vez senta la voz ms

    indistinta. Y ya no pudo evitarlo: se par bruscamente y fue hasta su

    ventana, mirando a todos lados.

    La oscuridad reinaba, sugestiva y salvaje, por toda aquella tierra.

    Intent calcular la hora, pero no pudo: el paisaje nocturno se tragaba

    ah mismo cualquier asomo de certeza que viniera a su mente. Adems

    ya no escuchaba nada. Entonces dedujo que todo era producto de su

    imaginacin y volvi a recostarse.

    Pero de nuevo oy la voz inconfundible que lo llamaba, desde el cielo

    estrellado?, y, aunque temeroso, volvi a levantarse, ofreciendo su cara

    a la noche, sus ojos desorbitados.

    Un fro glacial lo estremeci.

    Extraado, comprob que no estaba ya la playa. El mar haba

    desaparecido! Adivin, ms bien, los alcornoques y pinos y eucaliptos

    en las cercanas del recinto amurallado, y recorri ese bosque con la

    mirada, buscando una explicacin a aquella voz misteriosa que lo

    llamaba.

    Al comienzo dud, pero su curiosidad lo impuls hacia adelante.

    Se abri camino, con cuidado, por los amplios espacios que dejaba la

    exuberante vegetacin y se encontr con un castillo. Pese a estar

    seguro de que le resultaba conocido, de que estaba despierto y que,

    por tanto, no poda estar alucinando, trep hasta una montaa y

    experiment la extraa sensacin de estar contemplando un ambiente

    inslito.

    Examin cautelosamente a su alrededor y, siguiendo el sendero

  • dibujado por el viento, sus ojos demolan a cada paso las sombras de

    los burdos monumentos de piedra.

    Un ligero ruido distrajo su atencin, parecan cascos de caballos que

    venan de lejos.

    Asustado avanz a grandes pasos por el sendero. Una portada

    neoclsica de mrmol negro le dio acceso a un interior con tres naves

    con gran coro en la parte delantera. Le sorprendi encontrar, en medio

    de una redonda mesa un anillo de oro. Era la primera vez que vea algo

    tan maravilloso.

    Se coloc el anillo suavemente y despus se entretuvo recorriendo de

    memoria los lienzos.

    Al salir se encontr con un gran foso. No poda creerlo! Era la Tierra

    Media. Las Murallas Reales se presentaron luego delante de su vista,

    aturdindolo.

    Experiment la absurda sensacin de que alguien se rea de l desde

    un lugar lejano.

    No percibi una burla en esta risa, sino por el contrario una llamada de

    atencin.

    As, andando de espaldas a la noche, tentado en el mismo corazn del

    miedo, se apoder de l una salvaje decisin de orgullo que crisp sus

    manos y anduvo con los ojos bien abiertos, a lo largo de toda la costa,

    desdeoso a toda ilusin o fantasa. Recin entonces, tuvo la certeza

    (gracias a la revelacin del anillo) de que toda la Tierra Media estaba

    rodeada por el mar.

    A los pocos minutos el sudor invada todo su cuerpo. Qu sucedera

    luego? Por dnde le guiara ahora el invisible fantasma?

    Lleg al ro: sus rbitas viajaron rpidamente por todo el horizonte del

    desierto.

    La noche conviva con l en ese ambiente negro y solitario.

    Respir ms fuerte.

    Procur escuchar alguna voz, pero slo el silencio era algo real en esos

    momentos. Y las galeras subterrneas simulaban vida. Ni siquiera la

    sucesin de imgenes que fueron desfilando ante sus ojos

    atropelladamente. Nada deca nada. Y, sin embargo, todo lo

    acompaaba en ese recorrido (aun la sombra de alguien) como un

    lugar mgico, una ciudad porttil encasillada en su silencio de siglos,

  • en su inmovilidad perpetua de 250,000 aos antes de Cristo. Desde que

    la fundaran los fenicios con la denominacin de Tierra Media.

    Lo tremendo sera que aparezca alguien por aqu, pens. Una fiera.

    Un elefante quiz. O un dinosaurio.

    Definitivamente era una noche difcil de entender, incluso para l.

    Haca cada cosa, daba cada paso, como si fuera un acto

    trascendental.

    Tuvo la certeza de que ese argumento justificaba todo.

    Su cabeza giraba en crculos, sinti que le nacan hongos en el

    estmago; caminaba sin rumbo, pero ya nada le pareca absurdo.

    Recin se dio cuenta que llova despacio pero sin pausas? Una lluvia

    matizada por el suave viento.

    Se alegr de que nadie estuviera con l en esa realidad turbia donde

    se haba instalado. No senta que el agua le mojaba. Estaba muy

    mareado con todo lo que vea y el dolor de estmago se le haca cada

    vez ms insoportable, sus ojos le ardan: los frot fuertemente con sus

    manos y adivin una sombra que se deslizaba entre las olas.

    Aterrado quiso gritar, pero una fuerza oculta se lo impidi. Por un

    instante se sinti caer, mas haciendo acopio de sus escasas fuerzas

    logr sostenerse. Dio la media vuelta y emprendi la carrera de regreso

    a la playa

    Cuntas veces haban juzgado la muerte como un largo sueo?

    Slo estos pensamientos lo acompaaron cuando an segua cruzando

    el matorral y lloraba y corra y corra y lloraba. De pronto sinti hundirse

    sus pies como en un pantano. Apenas hizo caso de la negra bocaza de

    la noche que le haca temblar. No anhelaba si no llegar hasta la playa

    Apur la carrera, si bien con el esfuerzo perdi el equilibrio. Los rboles

    parecan estirar sus brazos, lanzarse salvajemente sobre l.

    La Tierra Media brillaba como si ardiera con fuego perpetuo.

    Estremecido, corra a grandes pasos y de trecho en trecho como si

    evadiera a un oculto perseguidor. Atraves el Campo Exterior una vez

    ms, de nuevo el istmo, el islote, hasta llegar a la playa.

    Todo se le antojaba como un risible pretexto para no aceptar la

    realidad. No obstante, lgubres y viejos, pasaron por su vista los ejrcitos

    del rey de Rohan enfrentndose con los de Sauro.

    Iba empujado y aguijoneado por una extraa imagen, como

  • perseguido por las aguas del mar. Los robles y los fresnos estiraban sus

    brazos para detenerlo

    Apur el paso, trmulo el pecho y ligada con la fuga la sospecha de

    que la avalancha era slo un rumor. No miraba la distancia donde las

    olas pudieran salir a su encuentro.

    La noche, al cabo, simul abrirse, trayndole de nuevo el rumor de una

    voz que ya conoca. Cerr los ojos intentando imaginar quin era el que

    emita el canto de sirena. Pero al abrirlos recuper un bosque que le era

    conocido: los rboles con mil aves colgadas como racimos con el cielo

    que haca de la noche estrellada un espectculo maravilloso.

    Y se alargaban todava sus ojos, cuando ya haba cado de bruces en

    la orilla. Desde ah pudo ver por ltima vez el puerto, las grandes

    cadenas de montaas que exhibi a sus ojos una luna brillante: una

    luna caliente y hmeda a la vez.

    Al fin surgieron las primeras sombras que tenan forma humana.

    Formaban como un coro en torno de algo (o de alguien?).

    Temi lo peor, pero sin perder las esperanzas. Entorn y aguz los ojos y

    los odos en espera de una voz que acompaara las sombras, pero tan

    slo el viento que haca del silencio un raro lenguaje le sacuda y

    animaba.

    Se acerc un poco ms haciendo un gran esfuerzo. Y a travs de las

    sombras distingui, sorprendido su propio cuerpo inerte tumbado sobre

    la arena, baado por las aguas y observado, con curiosidad pero sin

    sentimientos, por un difuso cortejo de rostros a la luz tenue de una

    madrugada que an no acertaba a definirse.

  • LTIMA NOCHE EN LA BARRA

    Salud, dice Alvarito, con voz entrecortada. Llena el vaso hasta el borde,

    hasta hacerlo rebalsar y espera, intranquilo, que baje la espuma. De

    pronto, sus quejidos, aunque suaves, rompen con la monotona del

    ambiente del bar a esas horas. Elas intenta calmarlo, qu te pasa,

    muchacho?, comprensivo, ponindole una mano sobre el hombro.

    Gladis, musita l, sin levantar, los ojos, sin soltar el brazo que an

    burbujea entre sus tensas manos. Haban escogido instintivamente el

    espacio ms apartado de la barra. Elas parece adivinar su problema;

    mientras Alvarito se encierra en su recuerdo: Qu vamos a hacer?, le

    imploraba Gladis, paseando su incertidumbre por su habitacin.

    Un anlisis, le propone Elas, visiblemente nervioso, fumando un cigarrillo

    y observando de reojo a las otras personas del bar. Sabe que Alvarito

    ha ido a buscarlo por si acaso necesite dinero

    A la semana volvieron a encontrarse. Y qu pas?, dice Elas, tratando

    de disimular su ansiedad. Nada, susurr l, como decepcionado. Se

    notaba la pena y la vergenza grabadas en su rostro. Elas da un suspiro

    de satisfaccin. Y cmo est Gladis?, inquiri an, como

    comprendiendo su turbacin. Alvarito no responde: contempla,

    ensimismado, la botella de cerveza, apoyando los brazos en la barra

    del bar. Pareca escuchar todava la voz de Gladis por la maana a

    travs del telfono: Hoy no puedo salir. Nos vemos maana. S?

    Luego se recuerda a s mismo: Alvarito cuelga el auricular del telfono

    pblico, un tanto apenado. Piensa: Maana ser otro da, ir a verla y

    me olvidar de todo.

    Antes de entrar al bar esa ltima noche, se alis el pelo con ambas

    manos. Ah estaba Elas. Piensa: Siempre en la misma barra de todas las

    noches. Pero a diferencia de las otras noches, este sbado el bar

    estaba muy concurrido: un grupo discute acaloradamente sobre el

    ttulo de la meloda que suena a todo volumen. l no hace caso. Se

    sienta junto a Elas, saludndolo apenas con un gesto de desgano. Elas

  • le sonre maliciosamente, palmendolo en la espalda: nimo,

    muchacho!

    Alvarito advierte una especie de burla, de irona escondida detrs de

    esa sonrisa ya sin la preocupacin de la primera noche. Parece darse

    cuenta recin de todo. Y le sonre, a su vez, tristemente. Elas trata de

    disimular y enciende un cigarrillo.

    Qu curioso, se dice Alvarito, observndolo con detenimiento. Cmo

    no me haba dado cuenta antes. Ahora comprenda: Elas y Gladis

    Llena el vaso hasta el borde y, antes de que rebalse la espuma, se lo

    lleva a la boca.

    La meloda invadi sus odos.

  • EL PROFESOR DE LATIN

    Hasta ahora no me puedo olvidar de las curiosas circunstancias que

    determinaron mi nombramiento como profesor de latn en la

    universidad, pues era un 24 de diciembre y pese a todas las crisis que

    vivamos con mi pareja (especialmente econmicas), no dejamos de

    sentir el ambiente navideo que nos contagi un poco de entusiasmo,

    sobre todo a m que me senta con renovadas fuerzas en mi espritu que

    no dejaba de prometerme a m mismo ni un solo momento que el

    prximo ao nos ira mejor, s, mucho mejor.

    Experimentaba una grata sensacin de alivio que me result indita:

    jams me haba emocionado tanto esperando la llegada de la

    Nochebuena, pues como un nio que anhela su regalo aguardaba yo

    tambin que sucediera algo sobrenatural en mi existencia.

    Y, como nunca antes lo haba hecho, le propuse a mi mujer ayudarla a

    armar un gran nacimiento. Ella, desde luego, se qued sorprendida por

    aquella inslita proposicin, pero sin pensarlo mucho (y mirndome con

    una sonrisa maliciosa), de inmediato puso manos a la obra:

    desempolvando la casita de pajas, el arbolito, las bolas de colores, los

    adornos, los animalitos, los tradicionales personajes desde el Nio Jess,

    la Virgen Mara, san Jos, los Reyes Magos, los pastorcitos y el juego de

    luces que yo conect muy emocionado y, como iluminado por dentro,

    pensando que esta Nochebuena sera diferente. Y mientras yo gozaba

    ensimismado, mi mujer pasaba del asombro a la emocin, pues ella

    tambin como una nia, me miraba complacida y con los ojos brillantes

    (yo dira ms bien con cierta picarda) que me estremeci al pensar en

    lo que ella estara pensando

    Entonces, para no perder el efecto de la magia y del milagro que me

    aconteca, me dispuse enseguida a la accin.

    Yo haba egresado ya hace un par de aos de la Facultad de Letras,

    pero no trabajaba; mi mujer, para colmo, diariamente me reprochaba

    mi dejadez en graduarme porque (es triste decirlo) no pas jams por

    mi cabeza.

    Vivamos en casa de sus padres, sobrellevando una relacin ms que

    montona y como an no tenamos hijos (ni mi mujer ni yo jams

  • habamos pensado en ello) prcticamente yo me dejaba llevar por la

    desidia permitiendo que fuera ella quien tomara todas las decisiones

    importantes. Y aunque sus padres y toda su familia me resultaban

    completamente indiferentes, yo trataba de que sus desplantes,

    indirectas y malas miradas, como dicindome qu hace este ocioso

    ac, no afectara mi cmoda y sedentaria vegetacin a la que ya

    estaba acostumbrado.

    Hasta que esa Navidad, Dios se acord de m!

    Leyendo en el peridico mi archiconocida seccin de los Empleos,

    de pronto me top con este milagro: Se necesita profesor de latn

    para traducir un libro

    No poda creerlo!

    Le agradec a Dios. Y al da siguiente, me present a la direccin

    indicada, sin comunicarle nada a mi mujer, que se qued ms que

    pasmada desde el momento mismo en que vio que yo desempolvaba

    el terno del ropero (el terno que, supuestamente, deba de estrenar

    en mi graduacin). Recort el aviso y, dndome aires de persona

    importante, provocaba la curiosidad por las calles invadidas de gente.

    Hasta que por fin llegu a mi destino: una casona antigua adornada

    con motivos navideos.

    Toqu el timbre una vez, sin que nadie acudiera a atenderme. Rele la

    direccin y, a punto de fijar por segunda vez mi dedo en el botn, una

    gentil seora, entreabriendo la puerta, pareci sorprenderse de mi

    extraa apariencia, pues me mir de pies a cabeza como si mirara a

    un aparecido.

    - Vengo por el aviso le inform, mostrndole el recorte del

    peridico.

    Inmediatamente, como si me hubiera estado esperando por siglos, me

    invit a pasar y sentarme, mientras le pasaba la voz al seor de la

    casa.

    Me qued contemplando el enorme Nacimiento, el arbolito, los

    adornos, hasta que, efectivamente, el seor de la casa, un viejito que

    pareca Papa Noel apareci de pronto, hacindome seas para que

    no me molestara en levantarme, cuando me dispona a saludarlo.

  • - No se preocupe, profesor me dijo. Y, alcanzndome un pesado

    mamotreto, me explic ipso facto en qu iba a consistir mi trabajo.

    Se trataba de un legajo antiguo, que su parroquia le haba encargado

    descifrar (as me dijo, sonrindome bonachonamente).

    - No dudo que usted domina al dedillo el idioma de Virgilio, verdad?

    - Por supuesto le dije, con una conviccin que ni yo mismo me crea,

    pero que pareci dejarlo a l satisfecho.

    Tan feliz me senta que ni siquiera experiment el ms mnimo

    remordimiento cuando trat de recordar quin era Virgilio. No adverta

    ningn tipo de dudas, lo cual me pareci un signo inequvoco de que

    el espritu navideo no solo haba despertado en m las ganas de

    trabajar, sino que tambin unido a esa euforia me daba la seguridad y

    la confianza en m mismo para llevar a cabo el proyecto de la

    traduccin de aquel libro sin ningn tipo de problemas.

    Realmente senta que Dios existe y caminaba flotando por las calles

    como impulsado por esa fuerza mgica que me contagiaron las

    personas con las cuales me iba tropezando, pero yo no sufra ni el

    agobio del trfico ni los empujones de la gente que me apretujaban

    por las pistas y veredas en mi camino de regreso.

    Ni siquiera me senta cansado como otras veces por la distancia

    caminada hasta mi casa

    Por el contrario presenta que ya nada podra mellar mi felicidad y la de

    mi esposa y, cosa curiosa por primera vez en mi vida me puse a pensar

    en una familia: la idea del hijo que tantas veces me haba increpado

    mi compaera, se presentaba por fin ante mis ojos como una realidad

    que poda afrontar y me vea yo como un padre ejemplar, viendo

    crecer a mi hijo y ni siquiera me di cuenta que todo esto me lo estaba

    imaginando

    Acordamos que, a la semana siguiente, le entregara yo el avance de

    mi traduccin. Entretanto, me dijo, y me alcanz unos billetes que

    iluminaron mis ojos hasta las lgrimas:

    - Le parece bien para empezar?

  • Yo ni siquiera me puse a contar el dinero. Lo guard en el bolsillo del

    saco, sospechando que el viejito podra arrepentirse.

    - Me parece muy bien remat convencido y, entre venias y efusiones,

    me desped de mi Salvador (as lo consider desde el primer

    momento) y de su compaera (sera su mujer?) y me llev el

    mamotreto a casa.

    Mi mujer, sorprendida, al verme llegar ms que feliz, no se detuvo a

    preguntarme nada, limitndose a menear la cabeza como

    dicindome en qu locura te habrs metido ahora?

    Yo me encerr en mi cuarto e inmediatamente me puse a desenterrar

    mis apuntes de la U, donde el Padre Santiago nos haba enseado en

    el primer semestre el curso de Latn.

    Gracias a Dios, ah estaban mis apuntes, y el libro de Gramtica

    Clsica, ms un Diccionario de Latn - Espaol, que eran las

    herramientas con las cuales, pens, no tendra problemas en traducir

    el libro.

    Pero apenas empec a leer (ms correcto sera que intent

    desentraar las primeras palabras) me descorazon:

    Aqulla era una lengua brbara!

    Me seren, no obstante, y encomendndome al Altsimo comenc

    literalmente a trasladar a la lengua de Cervantes aquellos jeroglficos;

    y es que realmente me sent as, un Champollion, toda esa semana (en

    que apenas prob bocado y mi mujer se hizo invisible) que me puse a

    lidiar con los latines.

    Solamente en las noches de incontenible angustia, como si furamos

    cmplices de un latente deseo que compartamos como un secreto

    invalorable, nos entregbamos a la pasin del amor como nunca antes

    lo habamos hecho.

    Y tanta fue mi obsesin en el trabajo de traducir el libro que mi mujer se

    present ante m como el descubrimiento de una nueva relacin que

    se me antojaba romntica y eterna, pues era el complemento

    indispensable que yo necesitaba para llevar a cabo la realizacin de

    nuestros sueos.

  • Cuando me present, como habamos quedado, ante mi benefactor,

    ya haba traducido ms de la mitad.

    Fue tanto el regocijo de mi Salvador, que no slo me invit a cenar

    sino que me duplic mis honorarios y se comprometi a presentarme

    pblicamente como el traductor del libro apenas terminara mi trabajo.

    La Navidad transcurri mucho ms placentera de lo que yo pens y mi

    matrimonio empez a cobrar un sentido que ni yo mismo podra

    explicarme. De pronto todo se presentaba como algo transparente en

    medio de las neblinas y tinieblas en las que habamos vivido hasta

    entonces y una vez ms la idea de tener un hijo se apoder de mis

    pensamientos en aquellas fechas.

    Todo lo atribua yo a un milagro!

    En este punto, debo confesar que hasta hoy no s un comino del latn,

    pero, dadas las circunstancias, as como acept traducir aquel libro,

    no me negu al honor de compartir un lugar especial en la

    presentacin.

    Asista con mi esposa, ya embarazada, y, ante su estupor todos me

    saludaban como un gran erudito. Es el profesor de latn,

    comentaban, sealndome.

    Y as fue corriendo mi fama de boca en boca, hasta que mi reputacin

    creci, al punto que en el Te Deum me obligaron a ocupar el lugar de

    honor junto al Arzobispo.

    Desde entonces cada ao asistimos a la misa de reyes y a todas las

    ceremonias religiosas de importancia y al salir de la iglesia muchas

    personas me preguntaban sobre el significado de algunas locuciones

    que ni siquiera yo conoca.

    Ya he perdido la cuenta de cuntos homenajes he recibido desde

    aquella Navidad pero pienso que el mejor regalo de toda mi vida en

    comn con mi esposa ha sido el nacimiento de nuestro primer hijo: se

    llama Jess

    Con el correr del tiempo mi fama ha llegado a los peridicos: mi foto y

    mi presencia (al lado de mi mujer y mi hijo, por supuesto) estn

    asegurados en todos los eventos sociales de importancia, donde se me

  • conoce como el profesor de latn.

    Es ms, el mismo Padre Santiago me envi con una carta de

    recomendacin a la universidad como su sucesor, instndome a

    graduarme.

    A partir de aquella Nochebuena cada ao me prometo como en esa

    primera Navidad que cambi mi vida tomar la decisin ya de una vez

    por todas de graduarme como doctor de la lengua latina, esperanzado

    en que el divino dios no me abandonar tampoco en esta empresa.

    Pero hasta hoy no lo he hecho.

    Mi agenda de viajes y conferencias por todo el mundo para hablar

    sobre la antigua lengua de los romanos no me lo permite.

    Curiosamente, mi prestigio en la universidad va en aumento, pues mis

    alumnos me tratan de Doctor (aunque yo sospeche ms por las

    barbas que por mis conocimientos).

    Y desde entonces me sueo con nios que felices cantan y bailan

    como yo mismo en la lengua latina y que yo abstrado en mi propia

    felicidad siento cada vez ms cerca el sueo de mi graduacin se hace

    ms visible con aquella algaraba contagiante que me veo con mi toca

    en medio de una nieve que cae desde el cielo, aumentando an ms

    la inconmensurable dicha de toda mi familia.

    Pero si tengo que decir la verdad creo, sinceramente, que tendr que

    resignarme a partir de este mundo sin haber aprendido a diferenciar el

    dativo del genitivo.

    Pero a pesar de todo eso fue el sueo de navidad ms bonito que tuve.

  • EL VISITANTE

    Usted quiere sus obras!, dijo ella, se las voy a bajar! Su vocecita,

    acompaada de un gesto de su ndice, sonaba imperativa en medio

    del recinto.

    Haba ya traspasado el umbral unos minutos antes, cuando la vocecita

    al abrirle la puerta le anunci: Pase usted. Yo lo voy a atender con

    mucho gusto.

    Por nada del mundo se habra imaginado que su cuarto de hora se le

    estaba escapando, cuando ella lo mir despus de haber timbrado el

    ascensor y todava despus haberle dicho: no quiere usted sus obras?

    Lo que s imagin seguramente es que o bien ella trataba de

    arrancrselo de encima o que se estaba burlando de una manera

    irnica, casi sarcstica. Desde luego que quera sus obras! Pero acaso

    tena!

    Deben costar carsimas, pens y como un rayo pasaron por su mente

    ediciones de lujo, a la velocidad de la luz circularon las obras maestras

    del escritor, desde la primera hasta la ltima. Se imaginaba al Nobel, en

    sus juveniles andanzas por Pars, cuando gan un premio de la Reveue

    Francaisse; viviendo en una buhardilla con su ta; o trabajando en

    France Presse o en la ORTF.

    Por un momento se le ocurri decirle: no tengo dinero, as, directamente

    pero se avergonz al ver la cara expectante de ella. Y, a travs de la

    puerta de cristal, comprob que su taxi segua estacionado delante

    del edificio y que el chofer conversaba con los guardias de afuera. La

    imagen del Nobel se le present ahora tratando intilmente de abordar

    a su escritor francs favorito de entonces: el existencialista Jean Paul

    Sartre.

    La desazn creca sobre todo en su estmago al contemplar la carita

    desencajada y las maneras afables con que ella trataba de hacerle

    entender que quera ayudarlo. Pero cmo lo hara si lo que lograba era

  • ms bien acrecentar su angustia con su torturante no quiere usted sus

    obras?

    Claro que las quiero!, le hubiera gustado responder a l, pero se qued

    petrificado como si su lengua fuera un trapo seco que no obedeca a

    sus articulaciones. Trat intilmente de urdir un argumento ms o menos

    as:

    Mire seora, yo sinceramente no tengo un centavo y de buen grado le

    voy a aceptar todo lo que usted de buen grado pueda darme

    Muy bien seor, habra concedido entonces ella al tiempo que lo

    invitaba a sentarse en una banca.

    l, por su parte, haba logrado dominar en algo su emocin primera.

    Sintese por favor!, le invit una vez ms la vocecita, yo le voy a dar

    todo lo que usted quiera.

    Pero l no dijo nada, se limit a mirarla (intranquilamente, ah, sentado

    frente a ella), tratando de hacerle entender o quizs queriendo

    comunicarle por medio de sus gestos, que en realidad no quisiera

    incomodarla, seora.

    Entonces recin se atrevi a decirle lo que antes pensara:

    - Estoy preparando mi tesis doctoral

    - Qu necesita usted? le cort ella.

    - Sus obras

    - Usted no me ha dicho que quiere sus obras!, se levant

    imperiosa de su asiento, y l quiso preguntarle cunto cuestan

    pero no lo hizo.

    Ms bien pens qu hubiera hecho otro en su caso, cmo hubiera

    salido de este trance. Y nuevamente la imagen del autor con su ta,

    tomando un caf a orillas del Sena, y como fondo la imponente Torre

    Eiffel.

    - Qu necesita usted para su tesis?, la vocecita lo retorn a la

    tierra, yo se lo voy dar.

    l no respondi. Razon para s: qu se le puede pedir a un futbolista:

    una pelota autografiada, una camiseta. Qu se le puede pedir a un

    escritor? La nica respuesta valedera era: sus libros, sus cuentos y

    novelas que le fascinaban, sus ensayos, sus libros de crtica y sus obras

    de teatro. No quera pensar en el rechazo, as que mejor se qued

    callado mientras que la vocecita le insista: Pdame lo que quiera! Por

  • un momento le saltaron las ganas de mandarla al diablo. Ya no quiero

    nada!, pero se contuvo.

    La atenta mirada d los vigilantes ayud a que las cosas no fueran ms

    terribles y cando l se dispuso a salir hasta luego, inmediatamente la

    secretaria lo tomaba del brazo y casi le rogaba:

    - No me va a pedir nada?

    - No seora, gracias, mejor me retiro me parece que la estoy

    incomodando.

    - Por favor, no se vaya!- suplic ella con una mueca triste y l

    quiso adivinar lo que l quera realmente. Ella lo contemplaba

    con una gran angustia en esos ojitos inquietos que bailoteaban

    como si fueran a salirse de sus rbitas.

    - Me retiro, dijo l con voz ms decidida y se aproxim a la puerta.

    Afuera el taxista ya no conversaba con los vigilantes, y l tema que

    partiera con sus cosas y sus apuntes para una Biografa de las

    emociones, el primer esbozo de su tesis doctoral del Nbel.

    - Hagamos una cosa, concili ella, le voy atraer una hojita y usted

    me escribe todo lo que desea, le parece?, yo le voy a dar todo

    lo que me pida.

    Por un instante, mientras ella se perda por la puerta del ascensor, l

    tuvo una repentina iluminacin: sali inmediatamente a la calle.

    Respir aire puro y le pidi al taxista, por favor espreme un ratito.

    - No se preocupe usted, siga no ms.

    Entonces sac grabadora y cmara y todos sus apuntes y entr ms

    dispuesto a pedir lo que realmente quera pedir. Mas como la

    entrevista directa con el Nbel le estaba ya vedada de antemano,

    se resign a ponerle buena cara ala vida y hacerle la entrevista a

    su secretaria.

    As lo manifest, y mientras preparaba el cassette para tal efecto, le

    dijo: Quisiera conocer la opinin del maestro acerca de mi tesis?

    - Pregnteme a m todo lo que quiera, yo le voy a dar los datos

    que usted necesita.

    Entonces ms tranquilo, tan tranquilo que pudo acomodar su

    corbata, secarse el sudor, frotarse las manos y preguntarle,

    alucinando la cara del Nbel en la desencajada carita de su

    secretaria. Prendi la grabadora y le hizo una primera pregunta

  • maliciosa.

    Ella no respondi ni chis ni mus.

    El conjuntito blanco pareca sonrojarse de vergenza y angustia, y

    entonces l decidi darse por satisfecho y no preguntar nada ms.

    - Hagamos una cosa- salt la vocecita gutural-. Usted me apunta

    todo lo que quera preguntarle y yo se lo llevo a l Se call un

    instante y luego pregunt: cundo se va?

    - Hoy, respondi l sin ninguna afectacin.

    - Qudese hasta maana, suplic ella, y se lleva usted un bonito

    regalo.

    Me va a regalar sus libros, quiso explotar, pero no le dio gusto; no

    obstante se contuvo, le sigui la corriente.

    Tmalo por el lado literario, se dijo y para darse nimos le habl

    de la pasin por la escritura que el maestro haba despertado con

    sus monlogos, los ha ledo? Poesa pura, esa era lo que quera

    plantear en su tesis. Luego de un largo soliloquio en que la secretaria

    lo escuchaba con la boca abierta l le propuso una y ms rpida

    salida pues se acord que tena pactada una entrevista con el hijo

    del Nbel en el Hotel Cesars.

    - Mndeme las respuestas a esta direccin le dijo, y lee entreg

    un papelito con su e-mail.

    - No quiere nada ms? insisti ella.

    - No por el momento, muchas gracias, le alcanz la mano l, y se

    dispona ya a salir, pensando ilusionado en la entrevista que

    tena que hacer.

    - Se va usted? No me va a pedir nada ms?- a punto de llorar

    la abnegada mujer no poda creer lo que estaba viviendo.

    - Est bien, mndeme lo que usted considere importante para

    hacer una tesis doctoral sobre le Nbel- y le anot su direccin

    postal.

    - Pero escrbamelo! Dgame lo que quiere que le mande, yo le

    voy a dar lo que usted lo que me pida!

    Prsteme quince soles, pens l, y escribi: una foto, una copia

    de su artculo La cultura de la libertad y un autgrafo en un

    ejemplar de Semilla de los sueos, su discurso con