cesar ultima edicion
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Cesar Augusto Alvares Tllez
CESAR AUGUSTO DIXIE
ANTOLOGA
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PRIMERA EDICIN, abril del 2014
DE RECIEDUMBRE
2014, Cesar Augusto Alvares Tllez [email protected] Editorial Doce ngulos, S. A.
Calle Jos Olaya 117, C.M.T. Socabaya, Arequipa (Per) Tel. 054 955662229 054 978647704 Email: [email protected]
Edicin y diagramacin: Christian Gorvea V. email: [email protected] Jorge Arturo Daz Capia email: [email protected]
Diseo de portada:
Omar Suri www.cromosapiens.com
. Impresin en Arequipa, Per. Talleres grficos CopyStar Calle Universidad 407-A La Negrita, Cercado.
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BREVE HISTORIA DEL MUNDO
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UNO
EL ORIGEN DEL HOMBRE SEGN EL MONO
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GNESIS OK
Y despus de seis das
De ocio no fecundo
El hombre
-todava-
Sentase muy solo
Solo
solo
solo
Entonces (oh maravilla)
La lucecita se le prendi
Y antes
de que el viento
la apagara
El hombre cre a dios
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LNEA SUCESORIA
En el principio fue el Verbo
Luego de catorce conjugaciones
Naci el que hered a dios
En favor de Agustn
El cual
a su vez
Lo entreg a Santo Toms
Despus de otros catorce
vino Kant
El cual engendr a Hegel
El cual abort a Marx:
ste tom a dios en sus manos
Y lo arroj al vaco
Entonces vine yo.
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TRINGULO DEL AMOR PROHIBIDO
Y Mara, la gordita
Se arroj a sus pies
Y los lav con sus besos
Y los sec con sus cabellos
largos y desgreados
l se enamor
Entonces yo lanc
La primera piedra
l fue crucificado
A m
como recompensa
Me permitieron quedarme
Con la mujerzuela.
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BABEL
Crecame la cresta
Los ladrillos besaban
Casi el cielo
Y embarradas las manos
Con arcilla
Seor, sus habitantes
Se olvidaron de ti
Y me adoraban.
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BANQUETE
Bendecidas las carnes
-gordas y apetitosas-
Armaron gran banquete
Y comieron hasta saciarse
Hasta reventar el mundo
y desangrarlo
Como estaba a dieta
Yo me abstuve
Medianoche:
En concierto
natural de matracas
Se sube el teln.
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DOS
CUADERNO DE NARCISO
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ARGUMENTO DE LA
CONCEPCIN
Hijo de pura seora
Formado en las entraas
de un vientre inmaculado
De un cuerpo nunca expuesto
Eternamente casto
y en reposo siempre
Ojos que nunca vieron
Las negras asperezas
del pecado vacante
Labios que no supieron
Del sculo anodino
Piernas que no se abrieron
Al goce del amor
Caderas ocultas
pero busto recio
y puro el pensamiento
Y muertos los sentidos
Como del padre el miembro
Es fui yo: nacido
por aviso del ave
Y arrojado en la paja
Para cambiar el mundo.
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YO Y MI YO
Supremo
ante el espejo
Me doy cuenta
-presumo-
Que tengo mis encantos:
Un aire presumible
-de Super-
Como apunta
Mi suegra (vieja hipcrita)
Y rase un sol chiquito
de rayos
despuntando
Y en noble presumida
dos bolas
que me alumbran
Reflejando en mi cuerpo
tu cuerpo reflejado
Mi suprema presunta.
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TRES
EJERCICIOS MANUALES
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MARXISMO DEL AMOR
Seamos directos:
La base es la mujer
Una vieja (antittica)
sacudi mi estructura
Y sent grandes deseos
De tener relaciones
No importaba la clase
el modo
o condicin
Establecido estaba:
Las fuerzas se unirn
con fines productivos:
Buena razn social
Dialcticamente hablando
Todos somos iguales
Una historia de amor
Nos une y nos hermana
(con violencia o sin ella)
Juro por dios que soy ateo
Y lo digo en voz alta
Elevando mi ser a la conciencia
Negarse uno mismo
Y pegar el gran salto:
cantidad/calidad
He ah la cuestin
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El amor dar vueltas por el mundo
Alentando la lucha de contrarios
Hasta encontrar el ritmo de los cuerpos
Mi sntesis dialctica:
No hay mejor paraso que el infierno
Nada de teora/pura prctica
No importa la forma
Hay que llegar al xtasis
Y en el lecho
pensando en superestructuras
Gritar estremecidos vivas al amor libre
Es mi revolucin
Y la de todos.
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ACTO DE FE
Solo por la ciudad
-errando siempre-
He encontrado una llave
de grandes dimensiones
Pronto lo supe
y hoy
-con esta llave-
Abro curvas y ngulos
Donde la torpe mano de mi viejo:
Stop
Humanamente yo
Alzo la vista y brindo
Para calmar mi sed divinamente
(Ah plido cojudo
Escurriendo en mis dedos
la sombra
de impacientes beatas
que me aguardan/arriba
Con las piernas bien abiertas).
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CELESTE ESFERA
Hoy estar contigo en el Paraso
Y la luna ser testigo
De nuestro loco amor
Nos baaremos
Con las estrellas curiosas
de la noche
Yo sentir tu cuerpo
oscilar junto al mo
Palpar tus carnes prietas
Y la dureza de tus senos
me har estallar de paz
Jugar con tu pelo
T dejars hacer
a mis manos
Lo que quieran contigo
Te acurrucars
-sumisa-
Y yo descubrir lo prohibido
A la luz de la luna
A los ojos de quien nos espa
Sonriendo y pensando:
Qu muchachos!
-
l nos perdonar
Porque sabe que el polvo
(su lquida nostalgia)
Y la noche la luna la soledad
Etctera.
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SPLICA DE ONN
Yo confieso y me acuso
Ante ti, amada ma
-hermosa frgil-
De provocar tu talle
En fras madrugadas
Atacado de insomnio
y de lujuria
Yo mismo me declaro traidor
(ay seora)
Y contrito reconozco
Que escog un mal destino:
Musas
-que disfrazadas-
Venan por las noches
A colmar mi paciencia
con sutiles argucias
Yo entonces me dejaba
Y entonces (dulces stiras)
Calentaban mi rgano viril
Haciendo caminar
mi pensamiento
por imgenes sacras
Vilmente profanadas
Por la imperiosa sed
de mi deseo
Ya djense de cosas:
El juego es pegajoso
y agota demasiado
Inventen nuevos vicios
Por dios! No puedo ms!
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CUATRO
ANTOLOGA DE ESPRITUS SELECTOS
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DIOS EN LA CRUZ
Mi cuerpo es un madero
De fnebres contornos
Con astillas hirientes
-pas a los costados-
Que miran hacia el cielo
Consumado mi acto
de creacin sublime
He agotado mis fuerzas
Y el fro me penetra
hasta los huesos
Viejo tronco sin savia
a punto de ser lea
Triste metamorfosis
y luego todava-
bajo el hmedo fuego
Querer recuperar
la punta que
Milagro!
Se yergue potencial
A punto de estallar
en mil pedazos.
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FMINA IDEAL
Bpeda criatura
Nacida del orgasmo
cabal
de los sentidos
Oh sutil convergencia
de morbo y pensamiento
De razn y de fe
Resplandeciente imagen
Seductora y genuina
Muy especial y nica
Mi divina muchacha
Compaera caliente
por las noches
Haz que me regocije
en tu fastuoso cuerpo
Que acaricie tu vientre
y me solace
Ests llena de m
Ests llena de m
-sigo gritando-
Y t, muchacha ingenua
entrgate total
Ya no te queda nada por perder
Aleluya!
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INMACULADA
Predestinada estuve a vestir santos
Pero un algo divino
-duro y recio-
Removi mis entraas
As sent la dicha de ser madre
La tcnica ha avanzado
y en tan seguro paso
Hoy las mujeres pueden
pecar si concebir
Y hasta algunas
las hay
Que siguen siendo vrgenes
Con poco disimulo.
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PJARO DE ALTO VUELO
Le ofrecieron el oro
ms verde del imperio
A cambio de su imperio
No de oro y asoleado
Pero, ay
Slo un adverbio
Se extendi negativo
hasta su lengua
(Eran cuarenta das con sus noches
Que no coman nada
y que deshidratado
Luchaba como un perro
de la peor calaa)
Entonces la caricia
Y el acuario de pulpas al acecho
Es difcil ser hombre
suspir nuestro hroe
Y en alas victorioso
ascendi hasta los cielos
Tras haber comprobado
Que la tierra no le convena.
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ESLABONES PERDIDOS
1. He renunciado a m por una mariposa
2. No estoy muy convencido de mi divinidad
y/o
no hay animal que entienda a los humanos
3. En cuestin de cmputos modernos
fui un dilapilador de palabras
(muy sentimental)
4. As pues, herido en mi amor propio
emigr convencido de que lo que faltaba
(en casa)
era cario.
5. Primero es el orgullo
(s carajo)
6. Por eso camin largas jornadas
hasta que despus de muchos aos
(descredo de gloria y de inmortalidad)
Mi voz peda al fin
su salvacin a gritos
7. Todo esfuerzo fue intil
y heme aqu (loco y viejo)
injuriando a diestra y siniestra
-no obstante feliz-
porque a pesar de todo
te tengo mariposa.
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CINCO
APOCALIPSIS NO
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DEFENSA DE M MISMO
Y maestro, le dije
Confiando en su irona
Mrame, nada queda
Tan slo mis sandalias
Una sbana blanca
De vestido
La miserable pinta de poeta:
Gran barba
Gran melena
El recuerdo de un beso
Y un frustrado romance
Sonres?
Bien, maestro
Confo en tu irona.
EL OTRO SERMN
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Bienaventurados los mansos
Porque el mundo entero
no les pertenece
Desdichados los que sufren
hambre y sed de justicia
Porque tambin sufrirn
hambre y sed de la otra
Felices los que luchan por la paz
Porque les importa ms la paz
Y no lo que la paz
otorga a los que luchan
por la paz
Bienaventurados los misericordiosos
Porque algn da precisarn
su propia misericordia
Dichoso (y desgraciado)
el perseguido
Porque siempre habr alguien
Ora que lo salve
Ora que lo condene
Feliz yo
Porque no creo
ni en mis propias palabras:
Soy salvo.
LA PENLTIMA CENA
Sentronse los doce
-
ya picados y eufricos
Casi rodendolo
La sed era un tormento
en sus gargantas
Y el hambre consuma
sus sueos fileteados
Ms l, cual ingenioso
domador de resacas
Cogi un lento cuchillo
Y al paso y sin prembulos
un trozo de su carne
se convirti en churrasco
Su sangre convirtise
En vino macerado
-del mejor-
Y entre todos
armaron la jarana
Fue recin que las putas
hicironse presentes
Y remataron la cena
festejando al que se iba
Con divinas succiones
Los ebrios comensales
recelosos de envidia
lo miraban
Inflando sumamente ojos y labios
Que decir parecan:
Buen provecho.
-
VIAJE DE REGRESO
Y as anduve borracho
con la Biblia en la mano
Pero todo esto no fue
sino una vuelta ms
a la manzana
Las parejas dorman
tendidas bajo el sol
en la cubierta
( Y el barco naufragaba)
El viejo Capitn
-pendiente de su pjaro-
Rea
Nunca ms murmur-
mirando el horizonte
Yo fui testigo mudo
de estas calamidades
El llanto de mi padre
hzome recordar
promesas fenecidas
Todo est consumado
pens bajo la lluvia
La poltica es ruin
-
y el arte no es negocio
Ni siquiera las hembras ya son buenas
Tantos y tantos aos
dedicados
al culto de m mismo
Para qu?, me pregunto
Mi espejo roto est
Mi belleza marchita y arruinada
Comprendo que el rencor ya nada puede
Miro un ojo que mira de la orilla
(Perdnalos Seor)
Que se haga la paz bajo las aguas.
-
ROMPECABEZAS
La Fantasa corroe
la vida, gracias a
Dios
(Mario Vargas
Llosa)
A
El mundo comenzaba en los ojos de Mirian por ellos haba
entrado yo en su vida, queriendo adivinar, conocer los secretos de una
existencia aparentemente sencilla. Su mirada entornada, ardiendo de
malicia, que me invitaba a verla, a reflejar mi rostro en sus pupilas, me
hizo comprender que no me haba equivocado: los ojos eran el punto
de partida. As que de inmediato mentalmente trazados las lneas de,
principi a hacerlo prctico, intentando buscar hasta encontrar en
cada mujer que conoca, o que iba conociendo, la primera mirada
sugerente de Mirian, aquella que pudiera despertar mi sentido visual
ms all de una simple curiosidad. No importaba el color, ni siquiera
la forma; todo se reduca a la mirada, l sensual transparencia reflejada
en su brillo misterioso. Y los busqu ya no slo en las que consideraba
mis amigas, sino en todas aquellas que, sin conocerlas, de pronto
descubran de nuevo para mi un detalle importante de los ojos de
Mirian. Y no slo las muchachas jvenes y solteras fueron objeto de
mi constante asedio, tambin las chiquillas que presumidamente me
abran y cerraban sus ojillos inquietos, y h asta las seoras, sobre todo
casadas, que, por extraas razones para m, eran las que ms
cautivaban mi lujuria, y las que finalmente satisficieron , no sin ciertos
riesgos y algunos sacrificios, esta primera instancia.
-
B
Se me revel luego que deba proseguir por las manos: primer
contacto fsico con Mirian, espontneo, inconsciente, como un juego
prohibido pero que no hace dao, los dedos y las palmas
entrelazndose, muchas veces separndose, pero inmediatamente
volviendo a juntarse con ms fuerza, con ms seguridad y ms
confianza. Despus las caricias, el estremecimiento ante el suave roce
de los dedos, a intervalos precisos y livianos. Esta vez no era fcil: el
contacto no slo dependa de m, pues debera ser correspondido y,
mutuamente, avanzar paso a paso. Al comienzo, previa seleccin de
las posibilidades ms factibles, no logr ms que incomodar y caer
antiptico a muchas de mis mejores amigas hasta entonces, que
pensaban ahora que yo era un disoluto, un aprovechador interesado.
Gracias a Dios, despus de largo tiempo en estado de inercia, conoc
a Madeleine, quien colm y satisfizo mis expectativas; y no slo eso, ya
que me llev directamente, mucho ms rpido de lo que imagin, a
la-piela siguiente: la boca.
C
Recordaba siempre el primer beso, la sutil coincidencia de los
labios de Mirian con los mos: un segundo inefable que ni siquiera el
consiguiente beso largo y apasionado logr superar. Mgicamente se
me revelaron otras vas sensuales que deba hacer mas a partir de tal
consecucin: la frente, las mejillas, la nariz, y la culminacin con una
mano mecindole el pelo y la otra sobre el hombro o friccionando
libidinosamente el lbulo de una oreja, para luego dejar que mi voz,
con un susurro pausado y excitante, continuara la marcha, pero ella no
cedi ms abajo del cuello, al que rode de besos hasta el mismo
cansancio.
-
D
Entonces comprend que los senos deba de buscarlos y
encontrarlos, definitivamente, en otra parte. Pens en Mirta: decisin
acertada, pues los
senos de Mirian en realidad nunca llegaron a cautivarme tanto. Seguro
de mi triunfo, saba ya, por experiencia propia, que no haba por qu
apresurar las cosas: tena que observar serenidad extrema y pulso firme,
mis manos bajando y subiendo por sus brazos, culminando el viaje en el
matorral de las axilas, elemento vital que me permiti descubrir y
apreciar, desde un punto de vista estrictamente ergeno, el increble
valor de las cosquillas: la risa desbordante y la brusca inclinacin de
Mirta hacia mi cuerpo me dieron el coraje suficiente para tomarla con
fuerza por la espalda, y desde ah principiar el ataque certero hacia sus
pechos, por dos flancos abiertos que iban avanzando decididamente
hasta su meta. La grata sensacin de la carne blanda y abundante no
me fue suficiente: mis ansias aspiraban a los duros pezones que, sin
reticencias, mis dedos pudieron apresar, apretar y girr." un gritito
ahogado me indic el final de mi xtasis furioso.
E
La situacin me resultaba cada vez ms difcil y seria. Repes mis
conquistas obtenidas, detalle a detalle, calculando sus contras y sus
pros, estableciendo el tiempo que haba requerido y los sacrificios que
me haban costado, para obtener un no satisfactorio balance positivo.
Senta en mi interior un vaco profundo, como un inmenso globo inflado
de aire.
Por qu razn? No sabra decirlo; al menos, no lo supe en ese
momento. El plan deba seguir adelante, era un imperativo que me
haba propuesto afrontar hasta sus temibles ltimas consecuencias. Una
morbosidad radical y obsesiva fue el mvil que me permiti, despus
de un lapso, reanudar el plan operativo, con la plena conciencia de
-
que mi estrategia tena que variar a formas ms sutiles y complejas.
Felizmente, partir siempre de Mirian como el modelo ideal infalible,
aliment mis nimos. Conseguir la cintura de una chica era algo ms
que un simple desafo. Con Mirian nos pasebamos de manera
especial: mis brazos la rodeaban por el fino contorno hasta
enlazar mis manos presionando una de sus caderas. Con Marisela
poda intentarlo. Mas despus de varias tentativas, intil fue querer
parecer espontneo, original. Nuevamente la duda, la cruel
incertidumbre se apoder de m y vano fue mi propsito por
reconquistar a las amigas con las cuales mi nivel de intimidad haba ido
ms lejos. Los constantes fracasos y desplantes por culminar con xito
esta empresa no dieron los resultados que yo hubiese deseado. Y una
vez ms vari la perspectiva, con el claro objetivo de lograr una
ofensiva segura y contundente. Y una vez ms fue Mirian quien vino a
iluminar mi inspiracin: si la lnea de ataque ya se haba cerrado por
arriba, intentar por abajo, por los pies.
F
Invert totalmente el plan originario y me hice la idea de que
comenzaba nuevamente de cero. Como antes con los ojos, ahora con
los pies, mis miradas, furtivas al comienzo, insistentes despus y
finalmente impdicas, ya no tuvieron lmites: mujer que. me
encontraba, en la calle, en el mnibus, o donde quiera que fuere, ve
mis ojos clavados hacia abajo de la manera ms insolente y pblica.
Solamente deban cumplir un requisito primordial, sin duda inevitable
para colmar con creces mi delirio: mostrar la piel desnuda a travs del
resquicio del calzado que mi imaginacin ldica se encargara de
completar. Despus no importaba tanto el color, mas s la forma: porte
pequeo y refinado empeine, los tobillos no flacos ni tan gordos, lo
mismo las canillas. Exigencias impuestas, o mejon sugeridas, todas, por
el modelo. El plan qued trunco por ensima vez. Las rodillas de Mirian,
-
su recuerdo, me hicieron restringir las miradas curiosas a mujeres que
slo usaran falda o short o minifalda. No obstante, cuando el punto de
observacin y crtica ascendi hasta las nalgas y los glteos, regocij
mi vista sin escrpulos en aquellas muchachas con pantalonetas
tirantes y apretadas, descartando ipso facto viejas y colegialas, cuyas
piernas descuidadas y flacas me causaban horror.
G
Sin sentirlo, de pronto haba llegado al punto culminante de mi
plan: el sexo. La experiencia con Mirian, en ese sentido, fue traumante,
por la justificable ignorancia de entonces. Gotas de sangre, lgrimas,
lamentos detenan mis mpetus. Ahora deba actuar con aplomo y cordura,
escogiendo el momento, el lugar, pero ante todo, y de nuevo mi cabeza
era un inmenso caos, a la persona. No faltaban quienes, por ejemplo
Maritza, muchas veces me tentaron a hacerlo sin decirlo, y otras que yo
pensaba que queran hacer-lo, y por supuesto muchas con las que me
soaba platnicamente en pleno acto. Descartadas todas las menores de
veinte: la experiencia y el miedo me inclinaban a escoger mujeres maduras
que pudieran muy bien neutralizar mi apata y anular mis prejuicios.
Descartadas putas. Elegir, tan slo ese hecho, era ya una cuestin
extremadamente espinosa: por ms esfuerzos mentales que hice,
analizando las posibilidades abiertas a este ltimo trmino, no logr sino
convencerme de que algo faltaba, de que algo fallaba desde el primer
momento en que inici mi plan de recuperacin: haban quedado fuera mul-
titud de recortes y de piezas intermedias que me resultaban
inequvocamente indispensables.
-
H
Y supe, gracias a Dios, que la nica forma de compensar (al menos
intentarlo) todas estas carencias, era poseyendo completa a una mujer,
experimentando directa y objetivamente una cpula. Como mi margen de
seleccin era muy amplio, resolv el problema de la manera ms rpida y
prctica: decid hacerlo con la primera que me brindara esa oportunidad.
Y fue as que, con Mnica, recin me percat, en pleno coito, de que todas
las piezas que faltaban no eran precisamente elementos corporales
concretos. Por ejemplo, detrs de los ojos, o quizs delante, estaba la
intencin de la mirada que poda haber sido sugerida por un entornamiento
de las cejas, que desata-, ba m deseo a visiones epifnicas por donde
desfilaban infinidad de .
La presin de las manos que esconda muy dentro el corazn latente
de un anhelo carnal irrefrenable, unido al poder mstico de una sonrisa que
poda matarnos o volvernos a la vida. El ritual consabido: la respiracin
gimiente y agitada del beso, el lquido contacto de las lenguas, dos
serpientes uniendo sus pecados, el olor, el sabor, el sudor de la piel y
tambin toda forma de friccin y de roce, la anulacin del tiempo, las
palabras lascivas, el universo ergeno infinito y extrao, que hicieron mierda
todo lo que haba logrado conseguir.
I
Entonces me di cuenta de mi error, de que cada pieza individual obte-
nida deba de volver a su respectivo destino indivisible, para que busquen
sus propias oportunidades sin estar limitadas a planes o estrategias, dejando
que el instinto y la pasin naturales sean quienes escojan. Espero no olvidar
me de retornar ninguna de las partes vilmente apoderadas por mi obsesin
cerrada y egosta. Como estoy muy cansado, dejo para otro da el
recuento final. Sin embargo, estos ltimos aos, que soy slo una sombra
sostenida por el recuerdo infinito de Mirian, me ronda an la sospecha de
que algo se me escapa: algo inmaterial, s, que revolotea en todas las
imgenes que conservo de aqullas que aceptaron mis proposiciones
-
bestiales y faunescas, y tengo la certeza de que lo descubrir cuando me
decida de nuevo a armar las piezas. Pero siempre me faltan o me sobran
algunos
-
FIN DE FIESTA
I
La vimos cruzar una vez ms la misma calle desolada y polvorienta,
escoltada solo por los perros famlicos que distraen al nio que lleva de
la mano, y detenerse indecisa ante el portn del cual colgaban como
aretes gigantes dos aldabas de hierro.
As lo viene haciendo desde hace varios das, pero sabe que hoy ser
definitivo. As lo presinti cuando dio el primer golpe, suave, casi
imperceptible, y esper ansiosamente sin obtener respuesta. Su mirada
penetra el muro curvado de piedra pulida, alcanza las fortalezas y
ruinas devastadas, los tmulos de escombros dispersos por la plaza que
sepultan los restos de sus antiguos dioses. Se le nota cansada y
arrugada, envejecida an ms por la sombra de angustia grabada
irremisiblemente en su rostro.
De pronto, sin soltar al nio, se colg de una aldaba y golpe de nuevo,
esta vez con furia, hasta que el espantoso chirrido de los goznes
precedi bruscamente a una increble caricatura humana: el misionero
se queda contemplndolos por un buen rato, como si no creyera lo que
ve; su figura desgarbada y ridcula atrae la inocente curiosidad del nio,
cuyos ojos vivaces la devoran con insolencia desde el crneo pelado
hasta los pies anchos y descomunales que aparecen por sus viejas
sandalias. Ambos se sonren. Luego el misionero les abre paso y los tres
atraviesan, despacio y en silencio, un largo corredor. Se detienen frente
al altar donde un viejo sacerdote los saluda, haciendo una discreta
venia. En medio del mutismo sepulcral del recinto, su voz gruesa y firme
retumb como trueno: Ests segura, hija? Y la respuesta de ella: S,
padre. S lo estaba. Los ojos del nio brillaban con el sol bajo el tragaluz
del techo de la iglesia.
II
-
Una ancha puerta con dinteles de piedra nos deja al descubierto un
interior suntuoso: terrazas adornadas con arbustos y flores luminosos
sobre un piso sembrado de hojas artificiales. Las paredes del templo y
las cornisas revestidas de lminas de plata reflejando sus sombras. Antes
del oficio religioso, el sacerdote repite la pregunta con ojos inquisidores,
pero ella sin vacilar responde nuevamente afirmando. Entonces, al
tiempo que la mira asombrado, el sacerdote se levanta ayudado por
el misionero que sigue con paciencia sus lentos movimientos: pasear su
mirada en derredor, mojar un dedo en agua bendita, entreabrir sus
marchitos labios y hacer la seal de la cruz sobre la cabeza de la
anciana vestida con ropas de colores vistosos donde destaca un
inmenso sol brillante. Su viejo rostro pareca de piedra, impenetrable y
duro, como si el paso de los aos le hubiera negado el derecho a rer.
III
Despus de las oraciones y ejercicios rituales, los vimos sentados, juntos,
a la larga mesa conventual, el misionero contemplndola con
insistencia, y ella procurando distraer sus ojos en el nio, abstrado, a su
vez, en la inmensa montaa de panes y legumbres, de botellas de vino
y pescados, y en las cestas de mimbre trenzado repletas de frutas y
manjares. Ella, en su pensamiento, trata intilmente de ordenar el
rompecabezas difuso que lo inunda: atrios, graneros, gradas,
acueductos, jardines, patios y desfiladeros se confundan con el perfil
del edificio de piedras enormes: con los muros altos e inclinados, sin
ventanas, le sugirieron otras imgenes, que fueron desfilando por su
mente y en un breve instante le devolvan todos sus recuerdos.
IV
-
Al da siguiente vimos a los nativos. Sus rostros delatan que esperan
insomnes desde hacia varias noches. Y vimos tambin al misionero sin
edad transitar por el camino empedrado, como sostenido por hilos
invisibles, en direccin al templo. Iba todas las noches despus de
celebrar las oraciones. La doncella, cuya faz nos recuerda a la imagen
decrpita del da anterior, deliraba en voz alta, hablando con el hijo
que siente o cree sentir en sus entraas.
El misionero se detiene en el umbral. Ella adivina su presencia y voltea,
le sonre. l se acerca: juntos ven caer lentamente el ltimo grano de
arena en la campana de vidrio del reloj. Las manos huesudas acarician
los cansados ojos que acaban de cerrarse con el golpe de puerta.
Al salir, el misionero saluda reverentemente a los nativos que le piden
noticias en su lengua, pero l se limita a contestarles con un mismo
ademn: alza los brazos al cielo, queda as unos segundos y los vuelve
a bajar parsimoniosamente hasta el suelo, que besa, y se retira sin decir
palabra.
V
Amanece. El horizonte de grandes nubes negras se aclara de repente.
Los nativos se reparten los puestos y los turnos, en medio de un silencio
angustioso y tirante que extiende su dominio por el valle. Solo el ruido
del agua contra las piedras y el canto furtivo de algn pjaro
acompaan el desaliento de la joven doncella que despierta cada
maana, sola y sobresaltada, con un pedazo menos de esperanza. En
su estrecha habitacin, separada de las otras por un muro
infranqueable, destacan una mesa adornada con flores que es el diario
refugio de un plato de comida intacto, y en la pared la imagen de la
Virgen con su hijo en brazos, ubicada justo al frente de su cama, de la
-
cual se incorpora arrojando las mantas al suelo. Ante la imagen, se
acaricia el vientre desnudo sin amor, y se pasea, descalza, rindose,
presa entre las cuatro paredes que agigantan su angustia: sus dudas y
temores crecen da a da, como la desconfianza crece entre los nativos.
Por qu? La agitacin de su vientre le responde.
Recostada en su cama, espera impaciente. Por la noche, el misionero
le comunica que las tribus vecinas preparaban una gran rebelin. Y ella
baja la vista, buscando en el cuarto algo que la distraiga de esa mirada
fija y penetrante, en medio de la intriga que apaga un da ms el rumor
de las aguas del ro.
VI
La larga espera tiene desenlaces imprevistos. El palacio es rodeado por
un grupo de rebeldes que amenaza dar guerra. Y ella, que tema
cualquier represalia, no lo pens ms: la situacin requera actuar
inmediatamente. De cara al misionero, comprende, en su mirada, que
el problema era serio, que si no actuaban ya, iba a sobrevenir una
catstrofe. Sus inquietos ojos recorren los contornos del imperio, como
madurando la solucin al grave contratiempo que discurre por su
mente con el cauce sosegado del agua y se pierde en la planicie entre
las piedras de la fortaleza y la nieve que cubre las montaas.
VII
El cambio de estacin logra calmar los nimos. Se renuevan promesas.
La fecundidad de la tierra reconforta los turbios espritus. La maciza
cordillera domina la visin: desde sus cumbres se forman declives
sostenidos por amplios contrafuertes que bajan suavemente para ir a
caer a los ros en abismos por donde el agua corre tropezando con
piedras que nacen de las rocas, y ms all, en la ladera, sobre la
vertiente, tres torrentes cruzan el campo, riachuelos que empiezan a
hundirse en pequeas quebradas en tanto la cadena de montaas
envueltas en la azulada bruma orillan el valle a gran altura como vigas
sagrados. El ro que lo cruza es apenas un hilo en medio de la enorme
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llanura. Pequeos montes, colinas, bajos, preceden a la ciudad. Las
cpulas de las iglesias y los templos, las plazas rectangulares, las calles
estrechas, coronan las murallas de la fortaleza.
Despidiendo la tarde se escucha el ltimo toque de campana de la
Catedral, y en la lbrega noche una estrella solitaria vaga por el cielo,
clara y resplandeciente, baando el valle con la mgica luz que
desprende. A travs de ese halo que envuelve a la ciudad, se divisa el
palacio donde est la doncella. Cada vez ms ojerosa y flaca: en el
reflejo dorado de una pared del templo pudimos ver su rostro enjuto y
viejo.
VIII
Pronto el crudo invierno ti el cielo con una capa negruzca y lquida.
La inslita mujer camina desnuda hacia la ventana maldiciendo su
suerte. Su hermosura contrasta con la furia contenida en su marchita
faz, con el desprecio, el odio que senta. Solo cambia de aspecto al
divisar al misionero pasando receloso ante la guardia de nativos que
acordona el palacio. Perciba cercano el roce de sus sandalias por el
suelo y lo esper recostada, apenas cubierta por una fina manta. El
misionero entreabri la puerta con extremo cuidado, pase su mirada
por el cuarto y dud un instante antes de decidirse a entrar; despus se
acerc hasta la cama calculando sus pasos sigilosamente. La
inquietante sonrisa de la joven provoc en su cuerpo de ttere un
extrao estremecimiento, hasta que por fin se atrevi y la tom de las
manos, las acarici largo y las bes sonriendo, acurrucado a sus pies,
cual fiel perro olfateando la palma que rozaba su calva con una
cautivante suavidad.
IX
-
Contarte lo que quieras, responder tus preguntas, ensearte los
nombres de las cosas, t siempre tan curiosa, yo confesndote la
angustia de vivir tantos aos enclaustrado, solo, rodeado por imgenes
de vrgenes, de santos, haciendo lo mismo da a da, sin ninguna ilusin,
ella baja los ojos, y t: qu te pasa?, sintindote culpable, no, no es
por tu culpa, hblale, no te asustes, tmala de las manos como a ella
le gusta, acarcialas, sonrele, cuntale que ests enamorado, que
hace tiempo queras hablarle, decirle que contigo se me fue la
amargura, el desaliento, que se acabaron las noches de insomnio, las
madrugadas hmedas y fras, que un nuevo sentimiento naca cada
noche al contemplar tu vientre, dile, dile, que el brillo de sus ojos te
hacan pensar cosas extraas, no te apartes, no es nada, clmala, dile
que no queras asustarla, que sonra de nuevo, te gusta verla as, sentir
su suave roce, tranquilo en la espesura, y decirte tantas cosas,
respndele qu cosas?, cosas que las palabras no pueden expresar,
sigue, a ella le gusta que le digas eso y por eso sonre, a ti te gusta verla
sonrer porque piensas: comprende, sabe lo que digo. Entonces me
aproximo? S, con miedo? Ella tiembla tambin, mira sus manos,
sernala, ten calma, t feliz de acercarte te estremeces de asombro al
sentir el contacto de su cuerpo, joven, tibio y fragante, escucha cmo
hierve la sangre de sus venas, cmo se agita el fuego de sus ojos y hace
bailar sus prpados. Siente el galope de tu corazn? Ponle su mano
ah, que toque, que sienta, que sepa que ests enamorado; juega con
ella, te juntas ms y entonces te atrae con su cuerpo, te envuelve, te
devora. Pero acrcate, as, a ella le agrada, mira cmo se estira,
acomdate ya, bota el hbito, las mantas al suelo, su ropa, no dejes de
hablarle, descubrirte en silencio cada da, como la vez primera, t hazle
recordar las nuevas emociones que sentiste, a ella le gusta escuchar
eso, porque tambin recuerda como t, mira cmo sus ojos parecen
volar, siente su intimidad, el calor de su piel, que vea tus manos recorrer
por su espalda, su cintura, sus piernas, encontrar el ritmo de los cuerpos,
ese punto preciso, y gozar la salvaje sensacin de que su vientre se
anude junto al tuyo, explorarte toda con las manos, la boca, entrelazar
los pies, reconocer el goce, lo que vine buscando noche a noche,
desde que yo te vi, inocente, desnuda, t te acuerdas?, dile que
haga memoria, mcele los cabellos, deja que tus dedos se enreden y
-
se pierdan, sus manos y sus pies, bsalas, bsalos, ella re, sus labios y sus
ojos, dile si recuerda el primer beso, el sabor de tu boca, mrala...
X
El sol se cuelga un da ms del rumoroso valle. La paz pende de un hilo.
Nadie duerme. Los nativos velan escrutando el horizonte, acaso
buscando una respuesta en el color del cielo.
Al atardecer, naturaleza muerta, la nieve de la cordillera ha
desaparecido y la llanura se traga al caudaloso ro. As, el da transcurre
montono y silente. En los templos y palacios, en las carpas y campos,
hombres y mujeres, blancos y nativos, se aferran al sol que se despide
dejando en lontananza una estela de fuego. Solamente el murmullo
incesante contagia cierta duda, una duda que se disipa en la
iluminada calma de esa noche. El ensordecedor llanto de una criatura
se agita contra la indolente oscuridad del cielo.
La fra madrugada se refleja en los ojos de todos esos hombres que
esperaban ansiosos este gran momento, como si el llanto penetrara el
corazn de cada uno de ellos. Largos mantos ondeando sobre las
carpas o flotando en el ro son seal inequvoca de regocijo: los nativos
se abrazan y lloran, pues la emocin aprieta sus gargantas.
XI
No resulta difcil adivinar el paso de los aos al contemplar la ciudad
que se confunde con el valle: fronteras y orillas se han perdido y blancos
y nativos se entrelazan en una sola idea: la fuerza de la fe o del
milagro?
-
Un helado temor se advierte en los nativos, que an no logran liberar sus
almas agobiadas, presas de un amargo remordimiento. Visiblemente
arrepentidos, redoblan sacrificios al Sol: llamas y alpacas, guanacos y
vicuas los baan con su sangre, tiendo los pastos de un rojizo matiz.
El misionero ha logrado su propsito? Lo vemos cruzar una vez ms el
camino empedrado, saludado por todos, y llegar hasta la puerta del
Templo de la Luna.
La princesa otea el paisaje desde su ventana, un viento con aroma de
rboles y flores se expande por el valle, pero ella parece absorta en sus
adentros, sin expresin definida en el rostro, y ni siquiera el ferviente
festejo distrae su atencin. Sus misteriosos ojos tejen la cruenta historia
ante el embalsamado que la mira acusadoramente recriminndola
desde su tiana de oro?
No puede evitarlo: siente el dao en su cuerpo, cmo le va trepando
por todo su organismo, corroyndolo.
XII
Grandes y suntuosos templos rodean los antiguos dominios del imperio;
jardines fantsticos y exticos regalan colorido, convirtindolo en un
lugar propicio para el deleite de los nobles seores: tenan por vasallos
a fieles nativos que moraban en tambos o carpas levantadas por los
alrededores. El valle les prodiga la bondad de su clima, sin fro ni calor,
aires frescos con aguas de perpetua templanza, y la gran cordillera,
con su profusa nieve, surte de arroyos que desembocan en acequias
que riegan los campos y los pastos que han crecido en las faldas de las
montaas donde apacenta un rebao contemplado por infinitas aves
desde los rboles que invaden la planicie.
En la ciudad solamente los perros angurrientos y flacos vagan por las
calles o retozan en medio de los caminos de piedra sin que nada los
perturbe, ni el crujir de los cascos de los caballos, que de cuando en
-
cuando, cruzaban la plaza.
XIII
Vemos al misionero realizar su habitual itinerario, refrescado por la brisa
del atardecer que alivia su semblante. Camina descalzo, sosteniendo
sus sandalias en una mano, con el viento ligero que mece las carpas, a
pasos lentos, perseguido por su propia sombra, alargada, deforme.
Una tenue luz aparece de pronto: un cirio encendido que se consume
a la entrada del templo, iluminando apenas los conos colgados en las
recias paredes. Decidido lo vemos acercarse a la puerta, apoyando su
mano en una jamba, por cuya rendija espa la imperturbable escena:
el nio arrodillado vela calladamente ante el lecho de su madre, sin
llorar, tan inmvil como ella, concentrado en sus lentas palabras; un
rincn sombro donde el dolor navega en los ojos todava abiertos de la
vieja mujer.
Hasta l llegan su respiracin dificultosa y el agitado latir de su corazn
que no impiden a esos labios renegridos y mustios musitar la historia que
hierve inconfundible en su cabeza y resplandece en su rostro como una
fina aureola.
XIV
-
Dbil y enferma, agonizo al pie de un templo profanado, sin paredes
de plata, sin adornos, en medio de este valle donde por las noches a
veces silba el viento y solo el cielo gris es algo cierto, y tambin mi dolor,
s, la nostalgia y la pena inundan mi alma de un dolor que punza mis
entraas. Despus todo vuelve de nuevo a su silencio y el recuerdo se
nubla, mi mirada perdida te ve una vez ms frente a la pila bautismal,
te acuerdas de ese da? Desde entonces todo se fue resquebrajando:
la imponente imagen del pasado junto a otras mujeres hilando los
vestidos con lanas de colores y algodn, los hombres cultivando y
sembrando la tierra, construyendo arados y acequias al pie de los
arroyos. Ahora la visin se nubla lentamente: Es el aviso de la muerte
que llega despacio? Un resplandor intenso ilumina tus ojos, hijo mo, al
contemplarte ante una corte hostil, en la mesa de nobles adornados
de terciopelos y pergaminos, decidiendo tu suerte. Gigante y poderoso
te veo, reinando en el imperio, con sus antiguos dioses, tus mujeres, tu
ejrcito, reconstruirs sus fortalezas, sus templos y sus plazas, lo
reconquistars todo de nuevo, matars a los blancos, teirs la tierra
con su sangre y vers reflejado ah tus ojos... tus ojos: una bola de fuego
bailando bajo el sol, hijo mo, tus ojos...
XV
El misionero dispone todos los detalles para la ceremonia. Ha
mantenido iluminado el Templo de la Luna durante la noche. La
recuerda quizs reteniendo sus ojos con fijeza, sealando la Imagen de
la Virgen que resplandeca con la luz de dos cirios encendidos a cada
costado?
Afuera, la gran fiesta del Sol aguardaba impaciente al flamante
heredero: se pasear al lado del cuerpo embalsamado del Soberano
por la ciudad imperial y ser aclamado por todas las tribus... (y se cort
la voz del misionero).
Ella, con un dbil movimiento de cabeza, no pudo evitar que un
-
sentimiento de odio invadiera su sangre y escupi con sus escasas
fuerzas al enano que tena delante.
La presin de unos dedos esquelticos en su garganta le anunci el fin
de todo.
XVI
El ltimo da vimos al heredero: parece no escuchar a los nativos que,
impacientes, lo esperan frente al templo donde yace el cuerpo de su
madre, pues el pequeo no deja de mirar esos ojos abiertos, hasta que
la voz del misionero se escurri por la puerta y lo sac de su asombro.
Vamos, le dice, y acercndose lo acaricia con ternura infinita. Le
parece mayor para su edad; el nio consiente que esas manos speras
y huesudas lo desnuden y vistan casi al mismo tiempo: una larga camisa
sin mangas le cubre las rodillas; el misionero la ajusta a su cintura con un
faja de lana tejida con adornos, le amarra al cuello la tnica y le calza
las sandalias de cuero forradas con finos hilos, esmeraldas y turquesas y
el pectoral de oro que representa al Sol; sus hombros llevan plumas, sus
orejas lminas de metal amarradas en los orificios de los pabellones;
jvenes doncellas le acomodan el turbante formado por una cinta de
varios colores, sujetan con ella las plumas de color negro y blanco y
despus, l mismo, se cie la borla roja en la cabeza. El misionero lo
contempla satisfecho y le da un beso en la frente, mientras afuera se
redobla el gritero de los nativos alborozados que inundan la plaza,
bailan ataviados con sus trajes tpicos, cantando, a varias voces, al
comps de flautas y tambores, quenas y pututos.
Frente a los arcos de los portales, se divisa a los blancos barbados junto
a sus mujeres, precedidos por una guardia de caballera, disfrutando
del espectculo desde los pequeos balcones; el humo que
desprenden las parrillas anuncia un suculento banquete.
Al otro lado, enjambres de nativos beben vasos de chicha, sin rastros de
amargura, resignados. Despus de las libaciones en los vasos de oro,
una llama negra es sacrificada por el viejo sacerdote: su corazn
-
sangrante presagia mal augurio.
Finalmente, vimos al misionero en el centro de la plaza acomodando a
su hijo en el anda imperial sostenida por cuatro gruesos hombres para
que presida el cortejo rumbo a la explanada de la gran fortaleza.
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BORGES, LA ABUELA, UNA NOTA, EL BASTN
1
PREGUNTLE Borges, si realmente le tema a la muerte.
No, respondi l, con mpetu, aunque en verdad no haba pensado
en ello. Fue una respuesta mecnica.
Aquella noche, perdida en el espacio y en el tiempo, ambos habanse
sentado, no sin cierto temor, a la mesa de una vieja y solitaria casa de
campo. sta, segn Borges, perteneci a su abuela
Pero ahora no pertenece a nadie, continu. Ni siquiera a nosotros
que tenemos en estos momentos el atributo de la fugacidad del sueo.
Al querer pensar en esta irrealidad, te sentiste temblar. Tus odos
terrestres no podan dar crdito a lo que oan.
Borges, inmutable, sigui monologando sin reparar en ti, sereno, los ojos
cerrados. De pronto, los abri con brusquedad y, como si realmente
mirara (ms correcto sera decir que miraba sin ver), los fij en el sitio
exacto en que te hallabas.
Su respuesta me sorprende, dijo, me alegra sobremanera, pues me
ha hecho comprobar una teora sobre la impersonalidad que vengo
elaborando en mi memoria hace muchos aos: Usted Borges. Yo los
Otros Me entiende?
Yo sinceramente no entenda un pice. Al comienzo cre que se trataba
de una broma; empero, el tono serio y mesurado con que Borges
plante su argumentacin no lograron sino que se me helaran los
huesos completamente.
Es inevitable, prosigui. Mi vida ha sido una serie fortuita de hechos
sin importancia. Sigue y seguir siendo mientras viva. Yo le tengo miedo
a la muerte y, por tanto, no puedo ser Borges.
Ahora s, la inquietud de l fue en aumento, que durante varios
segundos no atin a decir palabra.
No es posible, murmur al fin, tratando de demostrarse que todo esto
no era ms que un juego metafsico. Sin embargo, ante su incredulidad,
la sentencia de Borges era irrefutable.
-
2
SENTSTETE perdido, sugestionado; mas entonces yo (como Borges)
pens en una de sus varias salidas. As se revel a mi mente el ltimo, s,
el postrer recurso de que dispona para contradecirle. Le ped disculpas
y, con su permiso, en medio de esa tenebrosa noche, despert
aterrorizado.
El miedo que invada mi espritu y convulsionaba mi cuerpo me
tranquiliz: era yo el mismo estpido, miserable y cobarde hombre de
siempre.
Con esta infinita confianza volvi a dormirse, pero ya no encontr a
Borges a la mesa; slo, en medio de sta, se divisaba una pequea nota
que textualmente deca: Querido amigo Yo tambin decid
despertarme para comprobar mi identidad. Una vez que lo logre
volver con usted, si su amabilidad y su paciencia as me lo permiten.
Permiso.
Me dej atnito, pero ya no senta miedo, y tranquilamente decid
esperarlo, hasta que vencido por la incertidumbre me qued dormido,
la cabeza apoyada en el espaldar de la silla y la nota de Borges entre
las manos.
No sabes cmo ni cundo despertaste. Lo cierto es que alguien tocaba
la puerta endemoniadamente. Abriste, no sin premura, y te encontraste
con un Borges temblando todo, mas no de fro (que haca) sino de
miedo.
A quin?, inquir, an en el umbral.
La muerte, me dijo, la muerte me persigue.
Haba dejado caer su bastn, y al tiempo que lo invit a pasar y a
sentarse, lo recog.
Una secreta empata los oblig a guardar silencio por algunos minutos,
que parecieron inacabables.
Al fin (Borges habase ya calmado) bebieron sendos vasos de agua y la
velada no pudo ser ms estupenda.
Fue una singular noche que jams olvidar en mi vida. Nos despedimos
-
como viejos amigos, sin saber en realidad cmo nos habamos
encontrado (o quizs guardando en el fondo ese secreto) ni sabiendo
si bamos a encontrarnos de nuevo.
Borges sali jugando con su bastn, y yo me qued en casa de mi
abuela, tranquilo, esperando, tal vez no sin prematura nostalgia, una
nueva oportunidad de tenerlo conmigo
Pero al verlo alejarse y jugar como un nio con su bastn en medio de
la noche, le pareci un sueo que aquel hombre hubiera tenido la
amabilidad de conversar con l.
3
ADENTRME en la casa y, aunque fatigado, cog la nota de Borges, la
rele y pens guardarla como prueba de que en efecto me hubo
visitado.
Finalmente decid quemarla.
A la maana siguiente, una mano temblorosa acariciaba con ternura
mi rostro.
Borges!, exclam con inquietud.
Era mi abuela.
Me tranquilic rpidamente, mas algo sujetaba mi diestra que hacame
sentir impersonal, inseguro. Alargu el brazo por entre las sbanas, y el
fino bastn de Borges apareci reluciendo al claro sol de la maana.
El bastn de Borges, abuela!, le dije. Tengo que devolverlo!
- No te preocupes-dijo ella-. Ya todo est resuelto.
- Pero cmo, abuela? Es el bastn de mi amigo y tengo que
buscarlo!
- No te preocupes -repiti la vieja, sonriendo.
- Pero, abuela-insist-, este bastn es de Borges!
- Por eso mismo.
-
-
EPLOGO
EN LA NOCHE, al ir a acostarme, encontr en la mesa la nota que me
haba dejado Borges (yo?) y record que yo (Borges?) la haba
quemado un da de tantos, perdido ya en el espacio y el tiempo.
La incertidumbre se apoder nuevamente de m y no pude cerrar un
ojo en toda la noche. Slo una persona poda aclararme el enigma,
pero esa persona se haba ido y quiz no regresara ya nunca.
No obstante, la esper (no saba a quin, mas esperaba a alguien);
cansado de esperar me dorm; le la nota varias veces y, sentado a la
mesa, con temor a la muerte, aguard que ese alguien tocara la
puerta.
-
Y DE PRONTO LA NOCHE
Camin con la mirada puesta en los barcos de arena y se apoy en
una torre, evitando el lado donde pegaba el viento. Al levantar la vista
se encontr con la sucia calavera... el sol trazaba con sus dbiles rayos
la inminente cada de la tarde.
Reanud su camino a travs de las sombras que proyectan las primeras
columnas raquticas de esteras, espantando a los perros con los brazos,
tambaleando las piernas, por entre los fantasmas que salen a su
encuentro.
Avanza rpido primero, se detiene, vacila, lento despus, como
arrastrada por el travieso viento sin rumbo definido. Esquiva,
semirodeandola, la pileta situada en medio del canchn, tropieza en
las costas del terreno, caminitos de arena con bordes de basura, surcos,
piedras, matorrales de pasto crecido, pero no se decide a hablarle a
nadie, como si estuviera pensando en otras cosas.
Pasando la pileta acelera la marcha y tropieza en un surco y cae y se
levanta.. Al escuchar las risas como un eco lejano advierte que est
cerca, pero no se decide a dar un paso ms.
Enjambres de borrachos y borrachas, formas humanas que ya ni se
distinguen bajo el cielo griscea cada vez mas pobladas de sombra
bailoteando, separadas o juntas en parejas, sentados o parados frente
a un poste, bebiendo o fumando, fingiendo indiferencia, la ven.. Pas
como un fantasma de la tarde prematuramente anochecido, lleg al
local de la Federacin Nacional de Mujeres y, cobijndose en una
carpa, sus ojos se estiraron desde ah hasta alcanzar el humo de las ollas
hirvientes, las cajas de cerveza, las parrillas
Arrimada a un muro, invisible a los ojos que se multiplican ms y mas en
el canchn, alza la vista a ese difuso panorama que navega al vaivn
de sus olas internas (combis de servicio que pasan repletas, racimos de
-
pasajeros colgando con medio cuerpo fuera, la cancha de fulbito). Ella
parece querer atravesar el muro humano que le impide una visin ms
certera, en medio del murmullo, las risas y los chismes.
El constante ir venir la molesta, la aturde, estorba su esfuerzo por fijar
el pensamiento en una sola imagen que no logra recomponer del todo:
la cara de la monja va surgiendo, inconclusa, aparece y desaparece
en mil formas que se contorsionan en su cerebro a punto de estallar.
Querer arrojar y no poder hacerlo .. Su cabeza da vueltas con los perros
mugrosos y la msica chicha y los mocosos harapientos y esculidos,
todo mundo girando hasta hacerse invisible, apenas un puntito blanco
que le devuelve al claro de conciencia que aun le alumbra esa imagen
deseada, la silueta perfecta, ahora si completa de la monja espaola
que la sobrecoge, cosquillea su cuerpo y la decide a cruzar, para
plantarse y oscilar en medio de la fiesta.
- Salud negrita! - Una gorda, ya ebria le alcanza una botella de
cerveza, contorneando su cuerpo.
Los borrachos pasan y repasan por su lado, casi rozando.
De pronto se vio meneando las caderas a punto de caerse, con su
polito rojo bluyin y zapatillas sin pudor. Sus pasos describen semicrculos,
trazan lneas confusas; levantan la cabeza: un helicptero viene
nublando el cielo. No hace caso. De pronto, como alertada con un
sexto sentido, divisin puesta de la Guardia Civil al costado de un grifo
agonizante
Sus achinados ojos solo captan, indistintamente, la repentina incursin
de los encapuchados. Sus odos le zumban con el taladrante ruido de
las balas, los gritos disforzados de la gente, los disparos al aire, las
rfagas de fuego, todo lejano de ella, visto por ella, convertida en un
gusano negro que se arrastra miserablemente por el suelo. Empua las
manos con violencia, y al intentar desprenderse del suelo, se incorpora
apenas bandose en sangre. Sus ojos eternizan de una increble
caricatura humana: el encapuchado se queda contemplndola por
-
un buen rato, con asombro, con miedo, sin piedad.
Desde un patrullero arrojan incontables bombas lacrimgenas y las
mujeres inslitas huyen despavoridas el encapuchado se sienta en la
pequea baranda que precede al canchn que precede a la carpa..
Gira el cuello se dobla como un mueco, se levanta nervioso, introduce
dos dedos en el gatillo y apuntndole enciende un cigarrillo. Luego
inicia un trote sicxageante en torno a ella. Sin dejar de escrutar el
horizonte. Por un momento crey ella al mirar el rostro sonriente de la
monja espaola entre las miradas annimas que circulan por su lado
espindola.
El cigarro se consume en la ano de su verdugo hasta quemarle los
guantes.. Ve como lo arroja a la tierra con furia y descubre una locura
infinita en sus ojos mientras el fuego desaparece debajo de sus botas.
EPILOGO
Ahora expira en un charco de sangre, con la cabeza erguida, la
amargura en la boca. Escupe. De repente su rostro se ilumina de lleno
con la luz que desprende una linterna.. Sus mejillas sudorosas tiemblan
ante el malicioso semblante del encapuchado preparando el final
como un ttere sostenido por hilos invisibles su mirada converge bajo la
luz con la fra mirada de una piedra y lanza una maldicin a su verdugo
que descubre su delicado rostro frente a l.
Aqu el mismo desfile.. La procesin de gente inundando las calles
cargando el atad con las cenizas, los mnibus marcando el rito del
cortejo; la inconfundible silueta de una monja va confundindose con
el ro de periodistas que caudalosamente fluye por las calles en varias
direcciones hasta que finalmente se la traga la noche.
-
VIAJE DE RETORNO POR LA TIERRA MEDIA
Aquel da no le pareci igual a los anteriores. Dej el libro sobre la mesa
y cerr los ojos procurando no pensar en nada. Senta un fuerte ardor
en el estmago, como si alguien punzara su barriga por dentro. Se
recost en la cama, colocando su cuerpo en las posturas ms
inverosmiles.
Mas de pronto fue tomando conciencia de un leve murmullo que
pareca venir desde el mar. No pareca, acaso, un canto de sirena?
Primero no hizo caso, y se cubri totalmente los odos con las manos.
Pero el canto, lo penetraba todo, pues cada vez senta la voz ms
indistinta. Y ya no pudo evitarlo: se par bruscamente y fue hasta su
ventana, mirando a todos lados.
La oscuridad reinaba, sugestiva y salvaje, por toda aquella tierra.
Intent calcular la hora, pero no pudo: el paisaje nocturno se tragaba
ah mismo cualquier asomo de certeza que viniera a su mente. Adems
ya no escuchaba nada. Entonces dedujo que todo era producto de su
imaginacin y volvi a recostarse.
Pero de nuevo oy la voz inconfundible que lo llamaba, desde el cielo
estrellado?, y, aunque temeroso, volvi a levantarse, ofreciendo su cara
a la noche, sus ojos desorbitados.
Un fro glacial lo estremeci.
Extraado, comprob que no estaba ya la playa. El mar haba
desaparecido! Adivin, ms bien, los alcornoques y pinos y eucaliptos
en las cercanas del recinto amurallado, y recorri ese bosque con la
mirada, buscando una explicacin a aquella voz misteriosa que lo
llamaba.
Al comienzo dud, pero su curiosidad lo impuls hacia adelante.
Se abri camino, con cuidado, por los amplios espacios que dejaba la
exuberante vegetacin y se encontr con un castillo. Pese a estar
seguro de que le resultaba conocido, de que estaba despierto y que,
por tanto, no poda estar alucinando, trep hasta una montaa y
experiment la extraa sensacin de estar contemplando un ambiente
inslito.
Examin cautelosamente a su alrededor y, siguiendo el sendero
-
dibujado por el viento, sus ojos demolan a cada paso las sombras de
los burdos monumentos de piedra.
Un ligero ruido distrajo su atencin, parecan cascos de caballos que
venan de lejos.
Asustado avanz a grandes pasos por el sendero. Una portada
neoclsica de mrmol negro le dio acceso a un interior con tres naves
con gran coro en la parte delantera. Le sorprendi encontrar, en medio
de una redonda mesa un anillo de oro. Era la primera vez que vea algo
tan maravilloso.
Se coloc el anillo suavemente y despus se entretuvo recorriendo de
memoria los lienzos.
Al salir se encontr con un gran foso. No poda creerlo! Era la Tierra
Media. Las Murallas Reales se presentaron luego delante de su vista,
aturdindolo.
Experiment la absurda sensacin de que alguien se rea de l desde
un lugar lejano.
No percibi una burla en esta risa, sino por el contrario una llamada de
atencin.
As, andando de espaldas a la noche, tentado en el mismo corazn del
miedo, se apoder de l una salvaje decisin de orgullo que crisp sus
manos y anduvo con los ojos bien abiertos, a lo largo de toda la costa,
desdeoso a toda ilusin o fantasa. Recin entonces, tuvo la certeza
(gracias a la revelacin del anillo) de que toda la Tierra Media estaba
rodeada por el mar.
A los pocos minutos el sudor invada todo su cuerpo. Qu sucedera
luego? Por dnde le guiara ahora el invisible fantasma?
Lleg al ro: sus rbitas viajaron rpidamente por todo el horizonte del
desierto.
La noche conviva con l en ese ambiente negro y solitario.
Respir ms fuerte.
Procur escuchar alguna voz, pero slo el silencio era algo real en esos
momentos. Y las galeras subterrneas simulaban vida. Ni siquiera la
sucesin de imgenes que fueron desfilando ante sus ojos
atropelladamente. Nada deca nada. Y, sin embargo, todo lo
acompaaba en ese recorrido (aun la sombra de alguien) como un
lugar mgico, una ciudad porttil encasillada en su silencio de siglos,
-
en su inmovilidad perpetua de 250,000 aos antes de Cristo. Desde que
la fundaran los fenicios con la denominacin de Tierra Media.
Lo tremendo sera que aparezca alguien por aqu, pens. Una fiera.
Un elefante quiz. O un dinosaurio.
Definitivamente era una noche difcil de entender, incluso para l.
Haca cada cosa, daba cada paso, como si fuera un acto
trascendental.
Tuvo la certeza de que ese argumento justificaba todo.
Su cabeza giraba en crculos, sinti que le nacan hongos en el
estmago; caminaba sin rumbo, pero ya nada le pareca absurdo.
Recin se dio cuenta que llova despacio pero sin pausas? Una lluvia
matizada por el suave viento.
Se alegr de que nadie estuviera con l en esa realidad turbia donde
se haba instalado. No senta que el agua le mojaba. Estaba muy
mareado con todo lo que vea y el dolor de estmago se le haca cada
vez ms insoportable, sus ojos le ardan: los frot fuertemente con sus
manos y adivin una sombra que se deslizaba entre las olas.
Aterrado quiso gritar, pero una fuerza oculta se lo impidi. Por un
instante se sinti caer, mas haciendo acopio de sus escasas fuerzas
logr sostenerse. Dio la media vuelta y emprendi la carrera de regreso
a la playa
Cuntas veces haban juzgado la muerte como un largo sueo?
Slo estos pensamientos lo acompaaron cuando an segua cruzando
el matorral y lloraba y corra y corra y lloraba. De pronto sinti hundirse
sus pies como en un pantano. Apenas hizo caso de la negra bocaza de
la noche que le haca temblar. No anhelaba si no llegar hasta la playa
Apur la carrera, si bien con el esfuerzo perdi el equilibrio. Los rboles
parecan estirar sus brazos, lanzarse salvajemente sobre l.
La Tierra Media brillaba como si ardiera con fuego perpetuo.
Estremecido, corra a grandes pasos y de trecho en trecho como si
evadiera a un oculto perseguidor. Atraves el Campo Exterior una vez
ms, de nuevo el istmo, el islote, hasta llegar a la playa.
Todo se le antojaba como un risible pretexto para no aceptar la
realidad. No obstante, lgubres y viejos, pasaron por su vista los ejrcitos
del rey de Rohan enfrentndose con los de Sauro.
Iba empujado y aguijoneado por una extraa imagen, como
-
perseguido por las aguas del mar. Los robles y los fresnos estiraban sus
brazos para detenerlo
Apur el paso, trmulo el pecho y ligada con la fuga la sospecha de
que la avalancha era slo un rumor. No miraba la distancia donde las
olas pudieran salir a su encuentro.
La noche, al cabo, simul abrirse, trayndole de nuevo el rumor de una
voz que ya conoca. Cerr los ojos intentando imaginar quin era el que
emita el canto de sirena. Pero al abrirlos recuper un bosque que le era
conocido: los rboles con mil aves colgadas como racimos con el cielo
que haca de la noche estrellada un espectculo maravilloso.
Y se alargaban todava sus ojos, cuando ya haba cado de bruces en
la orilla. Desde ah pudo ver por ltima vez el puerto, las grandes
cadenas de montaas que exhibi a sus ojos una luna brillante: una
luna caliente y hmeda a la vez.
Al fin surgieron las primeras sombras que tenan forma humana.
Formaban como un coro en torno de algo (o de alguien?).
Temi lo peor, pero sin perder las esperanzas. Entorn y aguz los ojos y
los odos en espera de una voz que acompaara las sombras, pero tan
slo el viento que haca del silencio un raro lenguaje le sacuda y
animaba.
Se acerc un poco ms haciendo un gran esfuerzo. Y a travs de las
sombras distingui, sorprendido su propio cuerpo inerte tumbado sobre
la arena, baado por las aguas y observado, con curiosidad pero sin
sentimientos, por un difuso cortejo de rostros a la luz tenue de una
madrugada que an no acertaba a definirse.
-
LTIMA NOCHE EN LA BARRA
Salud, dice Alvarito, con voz entrecortada. Llena el vaso hasta el borde,
hasta hacerlo rebalsar y espera, intranquilo, que baje la espuma. De
pronto, sus quejidos, aunque suaves, rompen con la monotona del
ambiente del bar a esas horas. Elas intenta calmarlo, qu te pasa,
muchacho?, comprensivo, ponindole una mano sobre el hombro.
Gladis, musita l, sin levantar, los ojos, sin soltar el brazo que an
burbujea entre sus tensas manos. Haban escogido instintivamente el
espacio ms apartado de la barra. Elas parece adivinar su problema;
mientras Alvarito se encierra en su recuerdo: Qu vamos a hacer?, le
imploraba Gladis, paseando su incertidumbre por su habitacin.
Un anlisis, le propone Elas, visiblemente nervioso, fumando un cigarrillo
y observando de reojo a las otras personas del bar. Sabe que Alvarito
ha ido a buscarlo por si acaso necesite dinero
A la semana volvieron a encontrarse. Y qu pas?, dice Elas, tratando
de disimular su ansiedad. Nada, susurr l, como decepcionado. Se
notaba la pena y la vergenza grabadas en su rostro. Elas da un suspiro
de satisfaccin. Y cmo est Gladis?, inquiri an, como
comprendiendo su turbacin. Alvarito no responde: contempla,
ensimismado, la botella de cerveza, apoyando los brazos en la barra
del bar. Pareca escuchar todava la voz de Gladis por la maana a
travs del telfono: Hoy no puedo salir. Nos vemos maana. S?
Luego se recuerda a s mismo: Alvarito cuelga el auricular del telfono
pblico, un tanto apenado. Piensa: Maana ser otro da, ir a verla y
me olvidar de todo.
Antes de entrar al bar esa ltima noche, se alis el pelo con ambas
manos. Ah estaba Elas. Piensa: Siempre en la misma barra de todas las
noches. Pero a diferencia de las otras noches, este sbado el bar
estaba muy concurrido: un grupo discute acaloradamente sobre el
ttulo de la meloda que suena a todo volumen. l no hace caso. Se
sienta junto a Elas, saludndolo apenas con un gesto de desgano. Elas
-
le sonre maliciosamente, palmendolo en la espalda: nimo,
muchacho!
Alvarito advierte una especie de burla, de irona escondida detrs de
esa sonrisa ya sin la preocupacin de la primera noche. Parece darse
cuenta recin de todo. Y le sonre, a su vez, tristemente. Elas trata de
disimular y enciende un cigarrillo.
Qu curioso, se dice Alvarito, observndolo con detenimiento. Cmo
no me haba dado cuenta antes. Ahora comprenda: Elas y Gladis
Llena el vaso hasta el borde y, antes de que rebalse la espuma, se lo
lleva a la boca.
La meloda invadi sus odos.
-
EL PROFESOR DE LATIN
Hasta ahora no me puedo olvidar de las curiosas circunstancias que
determinaron mi nombramiento como profesor de latn en la
universidad, pues era un 24 de diciembre y pese a todas las crisis que
vivamos con mi pareja (especialmente econmicas), no dejamos de
sentir el ambiente navideo que nos contagi un poco de entusiasmo,
sobre todo a m que me senta con renovadas fuerzas en mi espritu que
no dejaba de prometerme a m mismo ni un solo momento que el
prximo ao nos ira mejor, s, mucho mejor.
Experimentaba una grata sensacin de alivio que me result indita:
jams me haba emocionado tanto esperando la llegada de la
Nochebuena, pues como un nio que anhela su regalo aguardaba yo
tambin que sucediera algo sobrenatural en mi existencia.
Y, como nunca antes lo haba hecho, le propuse a mi mujer ayudarla a
armar un gran nacimiento. Ella, desde luego, se qued sorprendida por
aquella inslita proposicin, pero sin pensarlo mucho (y mirndome con
una sonrisa maliciosa), de inmediato puso manos a la obra:
desempolvando la casita de pajas, el arbolito, las bolas de colores, los
adornos, los animalitos, los tradicionales personajes desde el Nio Jess,
la Virgen Mara, san Jos, los Reyes Magos, los pastorcitos y el juego de
luces que yo conect muy emocionado y, como iluminado por dentro,
pensando que esta Nochebuena sera diferente. Y mientras yo gozaba
ensimismado, mi mujer pasaba del asombro a la emocin, pues ella
tambin como una nia, me miraba complacida y con los ojos brillantes
(yo dira ms bien con cierta picarda) que me estremeci al pensar en
lo que ella estara pensando
Entonces, para no perder el efecto de la magia y del milagro que me
aconteca, me dispuse enseguida a la accin.
Yo haba egresado ya hace un par de aos de la Facultad de Letras,
pero no trabajaba; mi mujer, para colmo, diariamente me reprochaba
mi dejadez en graduarme porque (es triste decirlo) no pas jams por
mi cabeza.
Vivamos en casa de sus padres, sobrellevando una relacin ms que
montona y como an no tenamos hijos (ni mi mujer ni yo jams
-
habamos pensado en ello) prcticamente yo me dejaba llevar por la
desidia permitiendo que fuera ella quien tomara todas las decisiones
importantes. Y aunque sus padres y toda su familia me resultaban
completamente indiferentes, yo trataba de que sus desplantes,
indirectas y malas miradas, como dicindome qu hace este ocioso
ac, no afectara mi cmoda y sedentaria vegetacin a la que ya
estaba acostumbrado.
Hasta que esa Navidad, Dios se acord de m!
Leyendo en el peridico mi archiconocida seccin de los Empleos,
de pronto me top con este milagro: Se necesita profesor de latn
para traducir un libro
No poda creerlo!
Le agradec a Dios. Y al da siguiente, me present a la direccin
indicada, sin comunicarle nada a mi mujer, que se qued ms que
pasmada desde el momento mismo en que vio que yo desempolvaba
el terno del ropero (el terno que, supuestamente, deba de estrenar
en mi graduacin). Recort el aviso y, dndome aires de persona
importante, provocaba la curiosidad por las calles invadidas de gente.
Hasta que por fin llegu a mi destino: una casona antigua adornada
con motivos navideos.
Toqu el timbre una vez, sin que nadie acudiera a atenderme. Rele la
direccin y, a punto de fijar por segunda vez mi dedo en el botn, una
gentil seora, entreabriendo la puerta, pareci sorprenderse de mi
extraa apariencia, pues me mir de pies a cabeza como si mirara a
un aparecido.
- Vengo por el aviso le inform, mostrndole el recorte del
peridico.
Inmediatamente, como si me hubiera estado esperando por siglos, me
invit a pasar y sentarme, mientras le pasaba la voz al seor de la
casa.
Me qued contemplando el enorme Nacimiento, el arbolito, los
adornos, hasta que, efectivamente, el seor de la casa, un viejito que
pareca Papa Noel apareci de pronto, hacindome seas para que
no me molestara en levantarme, cuando me dispona a saludarlo.
-
- No se preocupe, profesor me dijo. Y, alcanzndome un pesado
mamotreto, me explic ipso facto en qu iba a consistir mi trabajo.
Se trataba de un legajo antiguo, que su parroquia le haba encargado
descifrar (as me dijo, sonrindome bonachonamente).
- No dudo que usted domina al dedillo el idioma de Virgilio, verdad?
- Por supuesto le dije, con una conviccin que ni yo mismo me crea,
pero que pareci dejarlo a l satisfecho.
Tan feliz me senta que ni siquiera experiment el ms mnimo
remordimiento cuando trat de recordar quin era Virgilio. No adverta
ningn tipo de dudas, lo cual me pareci un signo inequvoco de que
el espritu navideo no solo haba despertado en m las ganas de
trabajar, sino que tambin unido a esa euforia me daba la seguridad y
la confianza en m mismo para llevar a cabo el proyecto de la
traduccin de aquel libro sin ningn tipo de problemas.
Realmente senta que Dios existe y caminaba flotando por las calles
como impulsado por esa fuerza mgica que me contagiaron las
personas con las cuales me iba tropezando, pero yo no sufra ni el
agobio del trfico ni los empujones de la gente que me apretujaban
por las pistas y veredas en mi camino de regreso.
Ni siquiera me senta cansado como otras veces por la distancia
caminada hasta mi casa
Por el contrario presenta que ya nada podra mellar mi felicidad y la de
mi esposa y, cosa curiosa por primera vez en mi vida me puse a pensar
en una familia: la idea del hijo que tantas veces me haba increpado
mi compaera, se presentaba por fin ante mis ojos como una realidad
que poda afrontar y me vea yo como un padre ejemplar, viendo
crecer a mi hijo y ni siquiera me di cuenta que todo esto me lo estaba
imaginando
Acordamos que, a la semana siguiente, le entregara yo el avance de
mi traduccin. Entretanto, me dijo, y me alcanz unos billetes que
iluminaron mis ojos hasta las lgrimas:
- Le parece bien para empezar?
-
Yo ni siquiera me puse a contar el dinero. Lo guard en el bolsillo del
saco, sospechando que el viejito podra arrepentirse.
- Me parece muy bien remat convencido y, entre venias y efusiones,
me desped de mi Salvador (as lo consider desde el primer
momento) y de su compaera (sera su mujer?) y me llev el
mamotreto a casa.
Mi mujer, sorprendida, al verme llegar ms que feliz, no se detuvo a
preguntarme nada, limitndose a menear la cabeza como
dicindome en qu locura te habrs metido ahora?
Yo me encerr en mi cuarto e inmediatamente me puse a desenterrar
mis apuntes de la U, donde el Padre Santiago nos haba enseado en
el primer semestre el curso de Latn.
Gracias a Dios, ah estaban mis apuntes, y el libro de Gramtica
Clsica, ms un Diccionario de Latn - Espaol, que eran las
herramientas con las cuales, pens, no tendra problemas en traducir
el libro.
Pero apenas empec a leer (ms correcto sera que intent
desentraar las primeras palabras) me descorazon:
Aqulla era una lengua brbara!
Me seren, no obstante, y encomendndome al Altsimo comenc
literalmente a trasladar a la lengua de Cervantes aquellos jeroglficos;
y es que realmente me sent as, un Champollion, toda esa semana (en
que apenas prob bocado y mi mujer se hizo invisible) que me puse a
lidiar con los latines.
Solamente en las noches de incontenible angustia, como si furamos
cmplices de un latente deseo que compartamos como un secreto
invalorable, nos entregbamos a la pasin del amor como nunca antes
lo habamos hecho.
Y tanta fue mi obsesin en el trabajo de traducir el libro que mi mujer se
present ante m como el descubrimiento de una nueva relacin que
se me antojaba romntica y eterna, pues era el complemento
indispensable que yo necesitaba para llevar a cabo la realizacin de
nuestros sueos.
-
Cuando me present, como habamos quedado, ante mi benefactor,
ya haba traducido ms de la mitad.
Fue tanto el regocijo de mi Salvador, que no slo me invit a cenar
sino que me duplic mis honorarios y se comprometi a presentarme
pblicamente como el traductor del libro apenas terminara mi trabajo.
La Navidad transcurri mucho ms placentera de lo que yo pens y mi
matrimonio empez a cobrar un sentido que ni yo mismo podra
explicarme. De pronto todo se presentaba como algo transparente en
medio de las neblinas y tinieblas en las que habamos vivido hasta
entonces y una vez ms la idea de tener un hijo se apoder de mis
pensamientos en aquellas fechas.
Todo lo atribua yo a un milagro!
En este punto, debo confesar que hasta hoy no s un comino del latn,
pero, dadas las circunstancias, as como acept traducir aquel libro,
no me negu al honor de compartir un lugar especial en la
presentacin.
Asista con mi esposa, ya embarazada, y, ante su estupor todos me
saludaban como un gran erudito. Es el profesor de latn,
comentaban, sealndome.
Y as fue corriendo mi fama de boca en boca, hasta que mi reputacin
creci, al punto que en el Te Deum me obligaron a ocupar el lugar de
honor junto al Arzobispo.
Desde entonces cada ao asistimos a la misa de reyes y a todas las
ceremonias religiosas de importancia y al salir de la iglesia muchas
personas me preguntaban sobre el significado de algunas locuciones
que ni siquiera yo conoca.
Ya he perdido la cuenta de cuntos homenajes he recibido desde
aquella Navidad pero pienso que el mejor regalo de toda mi vida en
comn con mi esposa ha sido el nacimiento de nuestro primer hijo: se
llama Jess
Con el correr del tiempo mi fama ha llegado a los peridicos: mi foto y
mi presencia (al lado de mi mujer y mi hijo, por supuesto) estn
asegurados en todos los eventos sociales de importancia, donde se me
-
conoce como el profesor de latn.
Es ms, el mismo Padre Santiago me envi con una carta de
recomendacin a la universidad como su sucesor, instndome a
graduarme.
A partir de aquella Nochebuena cada ao me prometo como en esa
primera Navidad que cambi mi vida tomar la decisin ya de una vez
por todas de graduarme como doctor de la lengua latina, esperanzado
en que el divino dios no me abandonar tampoco en esta empresa.
Pero hasta hoy no lo he hecho.
Mi agenda de viajes y conferencias por todo el mundo para hablar
sobre la antigua lengua de los romanos no me lo permite.
Curiosamente, mi prestigio en la universidad va en aumento, pues mis
alumnos me tratan de Doctor (aunque yo sospeche ms por las
barbas que por mis conocimientos).
Y desde entonces me sueo con nios que felices cantan y bailan
como yo mismo en la lengua latina y que yo abstrado en mi propia
felicidad siento cada vez ms cerca el sueo de mi graduacin se hace
ms visible con aquella algaraba contagiante que me veo con mi toca
en medio de una nieve que cae desde el cielo, aumentando an ms
la inconmensurable dicha de toda mi familia.
Pero si tengo que decir la verdad creo, sinceramente, que tendr que
resignarme a partir de este mundo sin haber aprendido a diferenciar el
dativo del genitivo.
Pero a pesar de todo eso fue el sueo de navidad ms bonito que tuve.
-
EL VISITANTE
Usted quiere sus obras!, dijo ella, se las voy a bajar! Su vocecita,
acompaada de un gesto de su ndice, sonaba imperativa en medio
del recinto.
Haba ya traspasado el umbral unos minutos antes, cuando la vocecita
al abrirle la puerta le anunci: Pase usted. Yo lo voy a atender con
mucho gusto.
Por nada del mundo se habra imaginado que su cuarto de hora se le
estaba escapando, cuando ella lo mir despus de haber timbrado el
ascensor y todava despus haberle dicho: no quiere usted sus obras?
Lo que s imagin seguramente es que o bien ella trataba de
arrancrselo de encima o que se estaba burlando de una manera
irnica, casi sarcstica. Desde luego que quera sus obras! Pero acaso
tena!
Deben costar carsimas, pens y como un rayo pasaron por su mente
ediciones de lujo, a la velocidad de la luz circularon las obras maestras
del escritor, desde la primera hasta la ltima. Se imaginaba al Nobel, en
sus juveniles andanzas por Pars, cuando gan un premio de la Reveue
Francaisse; viviendo en una buhardilla con su ta; o trabajando en
France Presse o en la ORTF.
Por un momento se le ocurri decirle: no tengo dinero, as, directamente
pero se avergonz al ver la cara expectante de ella. Y, a travs de la
puerta de cristal, comprob que su taxi segua estacionado delante
del edificio y que el chofer conversaba con los guardias de afuera. La
imagen del Nobel se le present ahora tratando intilmente de abordar
a su escritor francs favorito de entonces: el existencialista Jean Paul
Sartre.
La desazn creca sobre todo en su estmago al contemplar la carita
desencajada y las maneras afables con que ella trataba de hacerle
entender que quera ayudarlo. Pero cmo lo hara si lo que lograba era
-
ms bien acrecentar su angustia con su torturante no quiere usted sus
obras?
Claro que las quiero!, le hubiera gustado responder a l, pero se qued
petrificado como si su lengua fuera un trapo seco que no obedeca a
sus articulaciones. Trat intilmente de urdir un argumento ms o menos
as:
Mire seora, yo sinceramente no tengo un centavo y de buen grado le
voy a aceptar todo lo que usted de buen grado pueda darme
Muy bien seor, habra concedido entonces ella al tiempo que lo
invitaba a sentarse en una banca.
l, por su parte, haba logrado dominar en algo su emocin primera.
Sintese por favor!, le invit una vez ms la vocecita, yo le voy a dar
todo lo que usted quiera.
Pero l no dijo nada, se limit a mirarla (intranquilamente, ah, sentado
frente a ella), tratando de hacerle entender o quizs queriendo
comunicarle por medio de sus gestos, que en realidad no quisiera
incomodarla, seora.
Entonces recin se atrevi a decirle lo que antes pensara:
- Estoy preparando mi tesis doctoral
- Qu necesita usted? le cort ella.
- Sus obras
- Usted no me ha dicho que quiere sus obras!, se levant
imperiosa de su asiento, y l quiso preguntarle cunto cuestan
pero no lo hizo.
Ms bien pens qu hubiera hecho otro en su caso, cmo hubiera
salido de este trance. Y nuevamente la imagen del autor con su ta,
tomando un caf a orillas del Sena, y como fondo la imponente Torre
Eiffel.
- Qu necesita usted para su tesis?, la vocecita lo retorn a la
tierra, yo se lo voy dar.
l no respondi. Razon para s: qu se le puede pedir a un futbolista:
una pelota autografiada, una camiseta. Qu se le puede pedir a un
escritor? La nica respuesta valedera era: sus libros, sus cuentos y
novelas que le fascinaban, sus ensayos, sus libros de crtica y sus obras
de teatro. No quera pensar en el rechazo, as que mejor se qued
callado mientras que la vocecita le insista: Pdame lo que quiera! Por
-
un momento le saltaron las ganas de mandarla al diablo. Ya no quiero
nada!, pero se contuvo.
La atenta mirada d los vigilantes ayud a que las cosas no fueran ms
terribles y cando l se dispuso a salir hasta luego, inmediatamente la
secretaria lo tomaba del brazo y casi le rogaba:
- No me va a pedir nada?
- No seora, gracias, mejor me retiro me parece que la estoy
incomodando.
- Por favor, no se vaya!- suplic ella con una mueca triste y l
quiso adivinar lo que l quera realmente. Ella lo contemplaba
con una gran angustia en esos ojitos inquietos que bailoteaban
como si fueran a salirse de sus rbitas.
- Me retiro, dijo l con voz ms decidida y se aproxim a la puerta.
Afuera el taxista ya no conversaba con los vigilantes, y l tema que
partiera con sus cosas y sus apuntes para una Biografa de las
emociones, el primer esbozo de su tesis doctoral del Nbel.
- Hagamos una cosa, concili ella, le voy atraer una hojita y usted
me escribe todo lo que desea, le parece?, yo le voy a dar todo
lo que me pida.
Por un instante, mientras ella se perda por la puerta del ascensor, l
tuvo una repentina iluminacin: sali inmediatamente a la calle.
Respir aire puro y le pidi al taxista, por favor espreme un ratito.
- No se preocupe usted, siga no ms.
Entonces sac grabadora y cmara y todos sus apuntes y entr ms
dispuesto a pedir lo que realmente quera pedir. Mas como la
entrevista directa con el Nbel le estaba ya vedada de antemano,
se resign a ponerle buena cara ala vida y hacerle la entrevista a
su secretaria.
As lo manifest, y mientras preparaba el cassette para tal efecto, le
dijo: Quisiera conocer la opinin del maestro acerca de mi tesis?
- Pregnteme a m todo lo que quiera, yo le voy a dar los datos
que usted necesita.
Entonces ms tranquilo, tan tranquilo que pudo acomodar su
corbata, secarse el sudor, frotarse las manos y preguntarle,
alucinando la cara del Nbel en la desencajada carita de su
secretaria. Prendi la grabadora y le hizo una primera pregunta
-
maliciosa.
Ella no respondi ni chis ni mus.
El conjuntito blanco pareca sonrojarse de vergenza y angustia, y
entonces l decidi darse por satisfecho y no preguntar nada ms.
- Hagamos una cosa- salt la vocecita gutural-. Usted me apunta
todo lo que quera preguntarle y yo se lo llevo a l Se call un
instante y luego pregunt: cundo se va?
- Hoy, respondi l sin ninguna afectacin.
- Qudese hasta maana, suplic ella, y se lleva usted un bonito
regalo.
Me va a regalar sus libros, quiso explotar, pero no le dio gusto; no
obstante se contuvo, le sigui la corriente.
Tmalo por el lado literario, se dijo y para darse nimos le habl
de la pasin por la escritura que el maestro haba despertado con
sus monlogos, los ha ledo? Poesa pura, esa era lo que quera
plantear en su tesis. Luego de un largo soliloquio en que la secretaria
lo escuchaba con la boca abierta l le propuso una y ms rpida
salida pues se acord que tena pactada una entrevista con el hijo
del Nbel en el Hotel Cesars.
- Mndeme las respuestas a esta direccin le dijo, y lee entreg
un papelito con su e-mail.
- No quiere nada ms? insisti ella.
- No por el momento, muchas gracias, le alcanz la mano l, y se
dispona ya a salir, pensando ilusionado en la entrevista que
tena que hacer.
- Se va usted? No me va a pedir nada ms?- a punto de llorar
la abnegada mujer no poda creer lo que estaba viviendo.
- Est bien, mndeme lo que usted considere importante para
hacer una tesis doctoral sobre le Nbel- y le anot su direccin
postal.
- Pero escrbamelo! Dgame lo que quiere que le mande, yo le
voy a dar lo que usted lo que me pida!
Prsteme quince soles, pens l, y escribi: una foto, una copia
de su artculo La cultura de la libertad y un autgrafo en un
ejemplar de Semilla de los sueos, su discurso con