carlos moore. la humanidad contra si misma

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1 LA HUMANIDAD CONTRA SÍ MISMA PARA UNA NUEVA INTERPRETACIÓN EPISTEMOLÓGICA DEL RACISMO Y DE SU PAPEL ESTRUCTURANTE EN LA HISTORIA Y LA CONTEMPORANEIDAD i Carlos Moore Wedderburn Copyright 2011 @ Carlos Moore Wedderburn Todos los derechos reservados i Ponencia presentada al “II Foro Internacional Afrocolombiano”. Bogotá, 18 de Mayo de 2011. (Original en portugués traducido al español por Liliana Gracia y Diego Grueso y revisado por Manuel Cuesta Morúa). En la composición de esta comunicación, el autor contó con el apoyo multiforme de los/las siguientes asistente (as): Ladjane Alves Souza, Matheus Gato de Jesus, Cacilda Gisele Pegado, Maria Roseane Corrêa Pinto Lima, Ivana Silva Freitas.

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Ponencia presentada al “II Foro Internacional Afrocolombiano”. Bogotá, 18 de Mayo de 2011. (Originalen portugués traducido al español por Liliana Gracia y Diego Grueso y revisado por Manuel CuestaMorúa). En la composición de esta comunicación, el autor contó con el apoyo multiforme de los/lassiguientes asistente (as): Ladjane Alves Souza, Matheus Gato de Jesus, Cacilda Gisele Pegado, MariaRoseane Corrêa Pinto Lima, Ivana Silva Freitas.

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LA HUMANIDAD CONTRA SÍ MISMA PARA UNA NUEVA INTERPRETACIÓN EPISTEMOLÓGICA DEL RACISMO Y DE SU

PAPEL ESTRUCTURANTE EN LA HISTORIA Y LA CONTEMPORANEIDADi

Carlos Moore Wedderburn

Copyright 2011 @ Carlos Moore Wedderburn

Todos los derechos reservados

                                                                                                               i  Ponencia presentada al “II Foro Internacional Afrocolombiano”. Bogotá, 18 de Mayo de 2011. (Original en portugués traducido al español por Liliana Gracia y Diego Grueso y revisado por Manuel Cuesta Morúa). En la composición de esta comunicación, el autor contó con el apoyo multiforme de los/las siguientes asistente (as): Ladjane Alves Souza, Matheus Gato de Jesus, Cacilda Gisele Pegado, Maria Roseane Corrêa Pinto Lima, Ivana Silva Freitas.  

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Introducción

El conocimiento histórico sobre cuándo, dónde y por qué habría surgido la proto-conciencia racializada, se torna imprescindible para la comprensión de las dinámicas raciales contemporáneas. Sin embargo, sufrimos de la ausencia de parámetros analíticos objetivos que nos permitan formular esquemas explicativos mas o menos confiables para elucidar esa problemática. Aún seguimos usando marcos explicativos sobre el racismo que carecen de profundidad histórica y, por lo tanto, también de objetividad operativa. Como resultado, nos encontramos en una especie de cul de sac epistemológico, poblado de presunciones desinformativas que dificultan un nuevo abordaje sobre la cuestión. Este trabajo busca contribuir a salir de ese cul de sac. Se trata de un ensayo-síntesis donde reunimos las principales conclusiones a las cuales hemos llegado después de varias décadas de investigaciones realizadas en varios puntos del planeta, relativo al fenómeno del racismo y sus múltiples dinámicas operativas (económicas, políticas, sociales, culturales, estéticas…). Elaboración concisa y panorámica, esta contribución busca sacudir las presunciones dominantes y suscitar debates, pero sin asentar certezas. Nuestro objetivo es presentar ciertas pistas analíticas que podrían contribuir a la elaboración de un esquema explicativo alternativo sobre como surgió y se expandió el complejo y brutal proceso de inferiorización total de una parte de la humanidad por la otra. Nuestro abordaje, arraigado en la razón crítica y no en el sentimentalismo ecuménico, sugiere enfáticamente que estaríamos sufriendo de una excesiva idealización sobre la Humanidad y sus orígenes en el Reino Animal, y que esa idealización nos impediría analizar de manera suficientemente objetiva un fenómeno tan complejo como el racismo. Aunque individualmente la idealización puede reconfortar, resulta ineficaz a la hora de encarar y resolver los problemas sociales recalcitrantes. Y, a nuestro entender, el racismo es el más recalcitrante y peligroso de los problemas que el mundo contemporáneo enfrenta. Con esa visión panorámica en mente, colocamos aquí a disposición una serie de hechos que los descubrimientos científicos recientes han expuesto y que inducen a un mínimo de interrogantes necesarios. Pensamos que sería socialmente irresponsable descartar esos nuevos aportes, simplemente porque son inquietantes o porque contrariarían nuestras presunciones. Abrazar presunciones simplistas e simplificadoras en nada ayuda a elucidar o comprender un fenómeno que tal vez constituya el más espinoso y mayor problema que los humanos hayan colocado en su proprio camino.

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Ecuménico: Universal, mundial, total. etc
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Obstinado, terco, reacio
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Básicamente, postulamos que el racismo no es, ni un mero tejido de prejuicios aberrantes o una descartable confabulación ideológica, y mucho menos una realidad oportunista de origen reciente. Nuestra hipótesis de base es que se trata de una forma de conciencia/estructura de origen histórica que desempeñaría funciones multiformes, totalmente benéficas para el grupo que mediante ella construye y mantiene un poder hegemónico sobre el resto de la sociedad. Dicho grupo instrumentaliza el racismo institucionalmente y mediante el imaginario social para organizar una telaraña de prácticas de exclusión que le garantizan un acceso monopólico a los recursos de la sociedad. De ese modo, preserva y extiende los privilegios sociales, el poder político y la supremacía total adquiridos históricamente y transferidos de generación en generación. El racismo no existe en zonas específicas o privilegiadas: abarca a toda la sociedad y se mantiene gracias a todo tipo de mecanismos de exclusión de la raza subalternada, que se ve afligida con todos los índices de una inferioridad concreta en todos los dominios. Correspondientemente, él otorga a la raza dominante una superioridad concreta, efectiva y visible en todos los compartimentos de la sociedad. Esa supremacía concreta adquirida a lo largo de siglos de dominación y que alimenta el ego narcísico (individual y colectivo) del segmento racial dominante, permite que este se proyecte como genéticamente superior. La conclusión que emerge de esa visión - surgida de una cuidadosa síntesis de una serie de indicios históricos, juntados a ciertos hallazgos paleontológicos y genéticos recientes -, es que el racismo constituye el arreglo estructural y emocional más complejo y destructor que la humanidad haya creado contra sí misma. Su eficacia operativa y su alta perniciosidad derivan del hecho de que se trata de una consciencia/estructura que se arraiga en múltiples dimensiones concatenadas entre sí:

• las creencias fantasmáticas que dominan el imaginario social, que determinan las preferencias estéticas y que conforman los criterios de atractividad que normatizan el apareamiento;

• los prejuicios colectivos que concitan sentimientos de odio o de repulsión, y que legitiman todo tipo de violencias (físicas o psicológicas);

• las prácticas discriminatorias automáticas que rigen el comercio interpersonal en lo cotidiano y que designan silenciosamente a aquellos que deven ser favorecidos a la hora de repartir los recursos.

Y todo eso junto, constituye um sistema. Por eso, en todas sus prolongaciones contemporáneas, el racismo debe ser analizado como un orden sistémico en sí, profundamenta arraigado en la historia y dotado de una transversalidad social y cultural absoluta. Por lo tanto, la sociedad racializada debe ser considerada como una estructura total y autónoma, que construye sus propios modelos ideológicos de sostén, y no como una formación subalterna de cualquier otra estructura.

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I La madeja negacionista en torno al racismo

Está de boga la idea de que la humanidad entró en una fase “pos-racial” bajo el impulso de aquello que se ha rotulado de “mestizaje”. Se postula que, a medida que los seres humanos se eduquen más, se “mesticen” más y accedan a niveles de tecnología cada vez más sofisticados, menos racismo habrá. En función de esa suposición, el racismo se ve simplificado al extremo de llegar a perder cualquier significado estructurante y termina siendo relegado a la categoría de epifenómeno que estaría “desapareciendo”. Pero la realidad que observamos cotidianamente proclama exactamente lo contrario: lejos de desaparecer, el racismo se refuerza cada vez más en todos los países del mundo. Cada vez que se le creía vencido (como luego de la segunda guerra mundial), o cuando parecía recular (tras las grandes luchas por los derechos civiles en Estados Unidos), resurgía metamorfoseado con mayor vigor. Hoy, el racismo llegó a tal grado de sofisticación, que se niega a sí mismo y pretende no existir. La negación de la raza y del racismo Una de las esquivas simplificadoras preferidas es atribuir el racismo a una “patología”. Se trataría, simplemente, de una “enfermedad” que solamente "algunas" personas contraen y de la cual se supone que también se “curan”. Se argumenta que, en el centro de las intolerancias raciales está el rechazo de la diversidad, y, según esa proposición, si se acepta la diversidad, uno será más “tolerante”. De esa “tolerancia” surgiría presumiblemente la solución a los problemas de convivencia interracial. Pero la diversidad es lo que hay de más básico en la naturaleza; aceptarla en los humanos no conduce necesariamente ni a situaciones de equidad ni a la convivencia democrática entre las razas. Pero la forma más eficaz y contundente de negar la existencia del racismo, consiste en negar la existencia de las razas. Y para ello, los negacionistas se escudan detrás de la afirmación perentoria de los biólogos de que la “raza no existe”. Efectivamente, hace ya mucho tiempo que sabemos que no hay “razas biológicas”. La suposición contraria - postulada por los propios biólogos occidentales del siglo XIX y convalidada por una buena parte de ellos hasta mediados del siglo XX – carece de cualquier validez científica. La “raza” no existe como una expresión biológica, pero ella si existe como una expresión social e histórica que modela el funcionamiento y los modos de pensamiento de las sociedades humanas. De modo que la raza existe en el mundo de la cotidianidad relacional, en el universo del imaginario humano y en el ámbito determinante de las estructuras que rigen el acceso a los recursos de la sociedad.

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La raza existe de manera concreta y práctica como marcador social/estructural. Ella es una realidad social definidora que normatiza las relaciones políticas, sociales, económicas y culturales entre los grupos humanos que ostentan entre sí características fenotípicas diferentes. La raza se fundamenta, no en marcadores biológicos, sino en marcadores fenotípicos. O sea, marcadores visibles y tangibles con los cuales los humanos se jerarquizan, se valorizan o se estigmatizan racialmente. De modo que, argüir que el racismo no existe porque biológicamente la “raza” no existe, es contribuir a la persistencia de toda una serie de mistificaciones creadas por los propios racistas.

Se pudiera temer que argumentos que invocan la biología y la evolución para situar el papel del fenotipo en la historia evolutiva de los humanos, induzcan un alto grado de complacencia en los racistas; estos invocarían los planteamientos utilizados aquí para confortar su visión profundamente antihumana y nazista. O sea, que tratarían de hacer pasar el racismo por algo biologicamente predeterminado y, por lo tanto, perfectamente “normal”.

El temor de que los racistas se “aprovechen” de nuestras hipótesis de trabajo o de las conclusiones que derivamos de ellas para solidificar sus posiciones, lleva implícita la creencia de que el racismo se circunscribe exclusivamente al ambito interpersonal, con toda su carga de reacciones afectivas. O sea, que implica la exclusión del racismo como sistema/estructura para confinarlo solamente al ámbito de las “ideas”, “pasiones” y “sentimientos individuales. Reducido y banalizado de ese modo, el racismo es visto unicamente a través de un prisma “moral”. En el peor de los casos, se le ve como algo “patológico”. El combate contra él se convierte así en una cuestión de higienización social (“cáncer”, “plaga”, “resquicios”, “tumor”, “virus”…) o de postura ética.

El racismo es banalizado y diluido cuando es relegado a un estatuto de “consecuencia social” en función de premisas reduccionistas que lo rebaja al nivel de una mera excrecencia ideológica (“resquicio del capitalismo”, “divisionismo antinacional”, “lucha de clases”...), o que lo confina fundamentalmente a la esfera de las relaciones interpersonales (“discriminacion”, “prejuicios”). Los argumentos negacionistas pueden diferir, pero siempre coinciden en lo fundamental; una operación de encubrimiento “higienizador” que purga el racismo del discurso cotidiano y lo confina a un lugar de “no existencia” o de existencia de bajo perfil. En cualquier caso, negar la existencia del racismo, transformarlo en un tabú social, tratarlo como una “aberración” o reducirlo a la “discriminación” y al “prejuicio”, es la mejor manera de encubrirlo y protegerlo como estructura sistémica. Por eso, invariablemente, cuando se le niega o se le simplifica, se está, de manera automática, en “complicidad sistémica” con él.

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¿Ideología, o arreglo sistémico? Sea cual fuere la interpretación que se confiera a “raza”, o la explicación que se prefiera de lo que pudiera o no ser el racismo, ni el concepto de raza, ni el racismo pudieron haber surgido de la “nada”. Claramente, la sociedad contemporánea, estructuralmente racializada, con la pesada carga de comportamientos y conflictos que eso conlleva, no puede ser comprendida sin una referencia sistemática a las condiciones existentes en épocas remotas que moldearon las actitudes y mentalidades de hoy. ¿Dónde se encontrarían, en nuestra memoria colectiva olvidada, las pistas que podrían llevarnos a detectar en nuestra historia colectiva, elementos capaces de desembocar en protoracismos? Y, estos últimos, ¿podrían haber engendrado aquello que hoy llamamos racismo? Propugnamos aquí la hipótesis de que el racismo surgió históricamente como una forma de conciencia socialmente estructurante, derivada de una “lógica pre-racial”. Por “lógica pre-racial” queremos designar formas de comportamientos de identificación entre humanos derivados de nuestra propia historia evolutiva como especie. O sea, que lejos de ser aberrantes, los fenómenos causales de la proto-conciencia racializada estarían vinculados a una serie de “reflejos primarios no-pensados” que han acompañando al ser humano a lo largo de su evolución biológica y que, en un momento dado, habrían sido transferidos al dominio sociocultural. El cruzamiento de datos surgidos de los hallazgos paleontológicos recientes, con los datos oriundos de la investigación genética, nos permiten saber hoy, con un alto grado de certidumbre, cómo y dónde se originaron los humanos y de que modo llegaron a poblar todo el planeta. Esa información, científicamente corroborada, ahora nos permiten llegar a conclusiones inferidas sobre el orígen del racismo. Para ello, habré de afincarme en la perspectiva evolucionista. Me remitiré únicamente a los datos que la ciencia nos permite verificar empíricamente, privilegiando los hallazgos recientes, oriundos de la biología genética y molecular y de la paleontología. Esas informaciones nos obligan hoy a repensar totalmente la extraordinaria historia de los humanos.

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II

Evolución y Diversidad,

Fenotipo y Raciación El observador más descuidado al caminar por una selva no dejaría de notar un espectáculo de formas y colores asaltando sus sentidos por todas partes. La diversidad animal y vegetal es simplemente estremecedora; los científicos estiman que actualmente existen cerca de 30 millones de especies de organismos vivos y que se trata de apenas un mínimo porcentaje de las que ya existieron en el planeta. ¿Por qué tantas ya se fueron mientras que unas se perpetúan y otras acaban de surgir? ¿Cuál es el secreto de la biodiversidad?

La Naturaleza es una fuerza misteriosa para nosotros en lo que atañe a su modo de funcionamiento; “ella” estaría actuando sin ningún propósito “pensado”, siempre creando especies diferentes. Es una fuerza que cada cual puede nombrar como quiera, pero que los científicos llaman simplemente Naturaleza. Y “ella” está constantemente produciendo organismos vivos (microbios, bacterias, animales, etc.) sin razón aparente. Los organismos emergen o desaparecen constantemente. El brillante científico senegalés, Cheikh Anta Diop, observó que “la naturaleza nunca pasa por el mismo camino; ella no rehace su recorrido”1. En efecto, esa “regla” de la Naturaleza es la que explica la producción, sin cesar, de nuevos organismos.

Esa fuerza “ciega”, desencadenada no sabemos cómo y actuando de una manera que tampoco sabemos, da origen tanto a una cucaracha como a un elefante, una jirafa, un tiburón, una araña, una mariposa, una orquídea, el bacilo de la tuberculosis o un mortífero dinosaurio. Los humanos somos productos de esa fuerza “ciega” a la cual atribuimos un propósito pensado, lineal y ascendente, simplemente porque la lógica de los humanos es esa: atribuir un origen pensado al mundo circundante y al cosmos. Pero la hipótesis que hasta el momento parece explicar todo esto, es aquella que los científicos han llamado selección natural; la fijación por la Naturaleza de características que confieren una mayor viabilidad reproductiva y supervivencia diferenciada de un organismo. La propia Naturaleza actuaría como la selectora de aquellas características que favorecen la reproducción y el crecimiento diferenciado de los organismos. La selección natural constituiría la razón para la increíble variedad (externa e interna) de los organismos vivos.2 La pregunta que habría que hacer es la siguiente: ¿En ese mundo marcado por lo diverso, existiría una línea divisoria que permita que las diferentes especies de animales (incluyendo, naturalmente, a los humanos) se

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reconozcan y/o se diferencien discriminadamente entre sí? Sobre eso, y refiriendose exclusivamente a los animales humanos, Anta Diop hizo observaciones de enorme importancia, identificando el fenotipo como el elemento decisivo en la trama relacional de los humanos. 3 Sin embargo, hasta el momento, las implicaciones profundas de esa conjetura diopiana parecen haber sido terriblemente subestimadas. Hay dos aspectos que deben ser diferenciados, aseveró Diop: “Tenemos el fenotipo y, a nivel de la biología molecular, tenemos el genotipo (…). A lo largo de la historia, es el fenotipo el que ha sido problemático; no podemos perder esa realidad de vista. El fenotipo es una realidad: el aspecto físico es una realidad (…)”4. Y agregó que, “son esas relaciones (basadas en el fenotipo) las que jugaron un papel en la historia (…). Desde el inicio del tiempo hasta el siglo XIX, todas las relaciones históricas y sociales de los humanos fueron relaciones étnicas basadas en el fenotipo. Si se hace abstracción de este punto de vista, ninguna otra explicación conseguirá conferir un sentido al movimiento de la historia”5. Anta Diop no llegó a elaborar un conjunto de hipótesis que pudieran fundamentar esas aseveraciones. Sin embargo, ellas nos parecen singularmente acertadas. Nuestra hipótesis es que, efectivamente, el fenotipo necesariamente tuvo que haber jugado un papel decisivo a lo largo de la historia de los humanos. Lo pensamos así porque, precisamente, el fenotipo es el elemento que condiciona uno de los más poderosos “reflejos primarios no-pensados” de nuestra especie – el reconocimiento visual y automático del similar. Es improbable que ese punto fundamental pudo habérsele escapado a Anta Diop.

Morfología y Fenotipo

El fenotipo está en el centro de las tres grandes estrategias de sobrevivencia de los animales: alimentación, reproducción por selección sexual y defensa6. En cada una de esas tres funciones, la morfología y las facciones son determinantes para que un animal pueda reconocer a sus similares así como identificar a sus “no-semejantes”, particularmente si estos últimos son predadores. Denominaremos esa capacidad de reconocimiento automático del similar como “percepción endógena”, y designaremos la facultad de identificación del no-semejante, como “percepción exógena”.

La Naturaleza está constantemente facilitando la emergencia de todo tipo de organismos dotados de morfología y facciones específicas que podríamos llamar “Fenotipo Total”. Las estructuras sensoriales táctiles, auditivas, olfativas y visuales de los animales les permiten captar la realidad circundante y organizar relaciones de proximidad o repulsión en el interior de la especie y fuera de ella. Es según el “Fenotipo Total” de cada especie que ésta se auto-reconoce y es reconocida por las otras especies, sea por un reconocimiento visual o a través de otros mecanismos de percepción (audición, olor, tacto, ondas de radar o de sonar etc.) que sirven como “ojos”.

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Los trazos faciales de un animal, su morfología y olor, son la primera y más evidente línea de demarcación que permite su auto-reconocimiendo sensorial así como su diferenciación de las otra especies. Es por su “Fenotipo Total” que los individuos de una especie, a) se auto-reconocen, b) se reconocen entre sí, y c) distinguen a las otras especies, especialmente a las predadoras. En las especies animales, son el fenotipo, la morfología y el olor, los que condicionan principalmente las funciones de auto-percepción y de identificación del diferente, con la consecuencia correlativa de que se rechacen a los “forasteros genéticos” de sus bandos.

El “Fenotipo Total” condiciona tanto las relaciones de cooperación intra-especie, como las de predatismo para con otras especies. Reconocer el predador a la distancia – exigencia de vida o de muerte – es, claramente, una ventaja. Reconocer el semejante y desarrollar con él relaciones de cooperación, aumenta las oportunidades de sobrevivencia. Si no fuese por el fenotipo y la morfología y las coordinaciones colectivas de las acciones que su reconocimiento permite, las presas quedarían todas perdidas en medio de sus predadores. Por eso, el reconocimiento de sí y la identificación del disímil están en la base de prácticamente todos los mecanismos instintivos que los animales emplean en la construcción de sus redes de cooperación y alianza.

El fenotipo y la morfología actúan como línea natural de demarcación entre el “similar” y el “no-semejante”, estructurando las relaciones de cooperación, sirviendo de base para el apareamiento y, finalmente, definiendo los parámetros que rigen la defensa colectiva. De este modo, podemos afirmar que sin esa facultad de reconocer y ser reconocido de manera visual y automática, las oportunidades de sobrevivencia de las especies animales se reducirían al mínimo. Queda claro que los mecanismos de auto-reconocimiento y de identificación del no-semejante son básicos para el ser vivo; ellos forman parte del abanico de actitudes instintivas a través de las cuales las especies estructuran estrategias específicas que garantizan o refuerzan su capacidad de proveerse sus medios de supervivencia.

La exigencia de semejanza

La exigencia de semejanza es una característica típica del comportamiento animal. El reconocimiento y la selección de parejas compatibles, o sea, aquellos individuos capaces de transmitir la carga genética de la especie y garantizar una prole, es un asunto donde interviene fuertemente el fenotipo. Son la semejanza corporal y las definiciones faciales que orientan, de manera prolongada, las estrategias de apareamiento y reproducción de los animales. La búsqueda por la proximidad para con aquellos individuos que más se conformen fenotípicamente con la norma identificadora intra-especie, parece ser una solución evolutiva fundamental en la historia de la vida animal. Por lo tanto, ella afinca el fenotipo como un marcador básico que delimita las fronteras identificadoras.

La búsqueda por la semejanza está en el centro de los comportamientos instintivos de los animales, llevándolos a agruparse para su defensa, alimentación y reproducción, en “poblaciones” marcadas por la “continuidad

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fenotípica”. No podríamos ignorar el corolario inherente a esa realidad: la indiferencia delante del “no-semejante”, sino el rechazo, correspondería también a comportamientos constitutivos de ese mismo proceso. Así, los mecanismos automáticos de “percepción endógena” y de “percepción exógena”, engendrarían actitudes de alejamiento selectivo, de distanciamiento o de rechazo de cualquier población percibida globalmente como intrínsecamente distinta.

El reconocimiento del similar y la identificación del no semejante, sirven como agentes relacionales básicos y primarios entre los animales; forman parte de un abanico de actitudes instintivos. Por eso, desestimar el papel fundamental que desempeña el fenotipo en el recorrido evolutivo animal sería vedar cualquier posibilidad de comprensión de muchos de aquellos fenómenos sociales que hoy en día nos causan asombro.

Semejanza fenotípica y “conciencia de bando”

Si reconocemos que el ser humano es simplemente uno más entre las infinitas posibilidades de animales surgidos de la evolución biológica,8 entonces cabría interrogarse sobre el papel que desempeñara el fenotipo en la historia evolutiva específicamente humana. En esa perspectiva, la primera constatación es la de que, efectivamente, existen diferencias fenotípicas nítidas entre los seres humanos contemporáneos. La segunda constatación es que son esas diferencias las que conforman aquello que llamamos “raza”, pues esta se afinca en un fenómeno objetivo y concreto, visible al ojo desnudo: el fenotipo. La tercera constatación es que, entre los animales humanos, es el fenotipo – y no la morfologia - que actúa como umbral entre lo “similar” y lo “no-semejante”, sirviendo como criterio de base para el apareamiento, definiendo las fronteras para la defensa colectiva de los bandos y, finalmente, direccionando las relaciones de cooperación intra-especie. O sea que, el fenotipo es el más aparente lugar de la diferencia entre los humanos.

Hasta aquí, las consideraciones que hemos desarrollado sobre fenotipo y evolución, se circunscriben a aquello que es físicamente visible. Sin embargo, la búsqueda por la semejanza y el concomitante rechazo del no-semejante, pueden haber llegado a constituirse, en épocas más próximas a nosotros, en comportamientos que alcanzarían la dimensión que denominamos cultural. Con la sedentarización y el surgimiento de la agricultura, los humanos modernos adoptaron nuevos comportamientos y mentalidades y de ello surgieron a su vez las condiciones de gran complejidad de organización social de las que somos efectivamente herederos. De modo que comportamientos que tuvieron sus raíces en mecanismos instintivos automáticos, ahora tendrían la capacidad de convertirse en formas de conciencia grupal por el intermedio de un nuevo vector de transmisión: la cultura. ¿El fenotipo habría dejado, entonces, de ejercer la influencia decisiva que siempre tuvo en nuestro recorrido evolutivo?

Pensamos que sería propio de un ser dotado de las facultades de abstracción prospectiva que poseen los humanos contemporáneos transferir para la

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esfera de lo cultural muchos de los reflejos primarios tan arraigados en nuestro pasado evolutivo. Si efectivamente fuera el caso, tales mecanismos adquirirían dimensiones que extrapolarían el mero instinto para constituirse en un conjunto de comportamientos organizados y transmitidos culturalmente. Nada nos autoriza a descartar la hipótesis de que, a lo largo de ese recorrido que nos trajo hasta aquí, los humanos anatómicamente modernos hayan reforzado en sus comportamientos aquellos mecanismos primarios preexistentes en torno del fenotipo como elemento diferenciador.

Pero, si esa hipótesis de base pudiera comprobarse como ajustada a la realidad, ¿cómo fue que el color de la piel y los rasgos faciales se convirtieron en el elemento según el cual la sociedad determinara el tratamiento que deberían recibir sus integrantes? ¿Cuándo, por qué y dónde, por primera vez el fenotipo fue resignificado como “raza”? ¿Cómo surgieron los comportamientos, estructuras y valores simbólicos, estéticos y morales que pudieramos legitimamente calificar de protoracismo?

Nada de eso podrá recibir respuestas mínimamente confiables sin remitirnos, primero, al fenómeno que los biólogos identifican con el nombre de raciación; a saber, la serie de modificaciones fenotípicas sufridas por los humanos anatómicamente modernos y que son responsables de las diferencias de pigmentación de la piel, de los ojos y de los cabellos, de la estructura del septo nasal, del volumen de los labios, de la textura de los cabellos, de la configuración del rostro y de los ojos, etc. Esas diferencias que saltan a la vista, fueron la consequencia del aislamiento geográfico, en diferentes partes del planeta, de algunas poblaciones humanas que migraron fuera del continente de África.

Fenotipo y Raciaciónii

Los datos científicos que tenemos a nuestra disposición sobre el origen del ser Humano, indican que éste surgió en África entre 2,5 y 3 millones de años atrás7. Por el juego del azar, las mutaciones genéticas - aleatorias o inducidas por los fenómenos naturales -, hicieron que en ese periodo la Naturaleza fijara características que dieron origen a aquello que nosotros llamamos humanos. Entre las más relevantes de esas características están: una capacidad prospectiva que permite la conciencia de sí; la capacidad para pensar en términos de pasado, presente y futuro; una enorme capacidad para la sociabilidad; una gran capacidad para la abstracción (origen de las artes, la religión, la fantasía, el imaginario social); en fin, capacidades afectivas inusitadas dentro del Reino Animal (amor, odio, solidaridad altruista, egoísmo, envidia, generosidad, amistad, enemistad, etc.).

Hoy podemos inferir las características que, desde el punto de vista anatómico, morfológico y fenotípico, correspondieron a esas primeras

                                                                                                               ii  Raciación:  término  propio  de  la  biología  evolutiva  que  designa  el  proceso  complejo,  aún  no  muy  bien  elucidado,  que  condujo  a  la  constitución  de  las  razas  europoide  (blanca)  y  mongolóide  (amarilla).  En  este  texto  ese  término  será   utilizado   en   itálico   para   mejor   designarlo   como   concepto   operativo   de   la   biología.   No   confundir   con   el  término  “racialización”.    

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especies humanas: estatura baja, locomoción en postura erecta, facciones semejantes a los de sus primos símios, pelo liso y grueso, piel extremadamente negra. Esta última característica le permitió sobrevivir en su cuna de origen – África8 – caracterizada por un fuerte bombardeo de rayos ultravioletas que habrían sido letales para un organismo de piel clara. La gran concentración de melanina que se encuentra en la piel negra sirvió como un escudo protector contra los invasivos rayos ultravioletas. Por otro lado, esos rayos ultravioletas son necesarios para la producción de la indispensable vitamina D, fabricada justamente en la piel por fotosíntesis. Sin ella el organismo no puede sobrevivir.

Los hallazgos paleontológicos también demuestran convincentemente que - después de un largo recorrido de transformaciones biológicas, que hicieron emerger múltiples especies humanas -, entre 200 y 300 mil años atrás, surgieron en el continente africano los humanos anatómicamente modernos.9

Pero fue solamente entre 50 y 80 mil años atrás que nuestra especie moderna salió finalmente de su cuna africana para poblar todo el planeta, incluyendo las Américas.10 Esos proto-africanos habrían alcanzado Brasil y Argentina, en una fecha que ahora algunos ubican entre 12 y 20 mil años atrás y que otros sitúan entre 30 y 35 mil años atrás11.

O sea: las investigaciones científicas de estos últimos quince años reconfiguran totalmente nuestra visión sobre la identidad de aquellos humanos que poblaron el planeta entero. Gracias a la biología genética, hoy en día tenemos una visión totalmente diferente en lo que respecta al poblamiento del planeta y al proceso de raciación mediante el cual, por primera vez, la Naturaleza fijó características que dieron lugar a pieles claras (blanca y amarilla), ojos “rasgados”, ojos verdes o azules y cabellos rojos o rubios.

Desde 2005, se acumulan los indicios genéticos de que las llamadas “raza blanca” y “raza amarilla” surgieron a partir de un tipo humano generalizado de piel negra oriundo de África. Y, lo más sorprendente, es que eso aconteció en una fecha muy reciente que los genetistas sitúan entre seis y doce mil años atrás12. Los genetistas son taxativos: no existe evidencia alguna de la existencia de pueblos propiamente blancos o amarillos antes de esta fecha aproximativa. De ese modo, la biología genética resolvió, en 2005, un enigma que causaba todo tipo de especulaciones en el mundo científico: el origen de las razas blanca y amarilla.

Las más recientes investigaciones en biología genética coinciden con las evidencias paleo-antropológicas: los humanos modernos que salieron del continente africano, entre 50 y 80 mil años atrás, poblando todo el planeta, tenían piel negra y ostentaban las facciones presentadas hasta hoy por las diferentes poblaciones que residen en ese continente (exceptuando la textura de los cabellos, que habrían sido lisos hasta hace poco, como es el caso para las poblaciones negras de India y de Australia). Un mecanismo de aclaramiento de la piel (el gen SLC24A5) habría sido fijado por la selección natural hasta 18 mil años atrás, lo que desembocaría en la emergencia de dos nuevas poblaciones fenotípicas (razas): los proto-europeos blancos y los

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proto-asiáticos amarillos. A partir de ese momento, esas poblaciones continuaron diferenciándose fenotípicamente para finalmente constituir las poblaciones blanco-europeas y amarillo-asiáticas de hoy.

Hasta la fase final del paleolítico superior, entre 10 y 15 mil años atrás, todas las especies humanas que anduvieron por el planeta eran pigmentadas. El color blanco o amarillo, los ojos azules o verdes, los cabellos rojos o rubios, son fenómenos recientes en la larga historia del género humano. Según parece, la aparición en Eurasia de una piel clara (“blanca” y “amarilla”), derivó de la necesidad de obtener la vital Vitamina D, que es sintetizada en la piel a partir de los rayos ultravioletas absorbidos de manera controlada. Una vez en las latitudes frías y nubladas de Eurasia, las poblaciones de piel negra habrían afrontado serios desafíos para su supervivencia: su pigmentación abundante habría actuado en su desfavor, en la medida en que bloqueaba los pocos rayos ultravioletas disponibles.

Por lo tanto, el fenómeno de raciación surgió como cualquier otro hecho de la historia biológica del homo sapiens contemporáneo. Tanto como la especiación, la raciación es provocada por el aislamiento genético de las poblaciones durante un largo tiempo, sometidas a las presiones de la selección natural en medios geográficos y ecológicos específicos. O sea, que el surgimiento de las razas “blanca” y “amarilla” – los leucodérmicos – fue una mera ocurrencia adaptativa.

Objetivamente comprobada, la raciación es un hecho reciente en la historia de la humanidad que es motivado por la fijación de nuevas características fenotípicas entre los humanos modernos. Por lo menos, esa es la versión que surge de los más recientes hallazgos de la ciencia. Nuestra hipotesis es que, en circunstancias históricas específicas, imposibles de replicar, esas modificaciones de fenotipo llegaron a constituirse en la línea divisoria que, eventualmente, cristalizaron sentimientos de odio hacia un fenotipo especifico. Nuestra hipótesis es que, circunstancialmente, ese odio fenotipizado condujo a la emergencia de diferentes protoracismos.

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III

Origen de los “protoracismos” Desde el punto de vista de la biología evolutiva, la Naturaleza es un enorme laboratorio de elaboración de organismos diversos. Estos organismos están dotados de fenotipos específicos. Pero, ¿sería ese juego de la diversidad capaz de acarrear consecuencias que son del dominio de lo social?

Cheikh Anta Diop estaba convencido de que “El fenotipo es lo que siempre ha constituido un problema para la humanidad”13. Entendemos que haya sido exactamente eso lo que aconteció en la historia de la humanidad cuando esta sufrió un insólito proceso, llamado por los científicos de raciación. O sea, la aparición de aquellas características físicas diferenciadoras entre humanos que comúnmente denominamos raciales. Estas nuevas características dieron nacimiento a poblaciones leucodérmicas “amarillas” y “blancas” a partir de una humanidad generalizada cuyo color de piel era forzosamente negro. La pregunta clave sería: ¿cómo se habrían relacionado entre sí estas tres “razas” cuando se encontraron por primera vez?

Nuestra hipótesis de trabajo es que, efectivamente, en los últimos cuatro a cinco mil años, aconteció la reificación de los trazos fenotípicos que creara barreras infranqueables entre los seres humanos. Nuestra conjetura es que ese fenómeno conflictivo se dio a partir de la noción del disimilar, o sea, de la diferencia concreta que apareció en un momento dado en el fenotipo de los humanos modernos. A través de un proceso resignificativo, mediado por la percepción de diferencias concretas de fenotipo, podría haberse llegado a la eclosión de una auto-conciencia grupal de carácter específicamente racial.

El fenotipo constituye la manera más directa y más segura para que los humanos trazaren una línea divisoria entre ellos porque es aquello que exhibe las diferencias que son visibles al ojo desnudo y a distancia. Entre los seres humanos, el color de la piel surge como la más evidente de todas aquellas diferencias que pueden ser percibidas a distancia. Reunidas otras características fenotípicas distintivas, el color actúa como un marcador fundamental para las elaboraciones simbólicas y resignificaciones que se erigen en torno a un “Otro Fenotípico”. Por esa razón, la pigmentación (o la ausencia de ella) es el primer elemento que permite a un grupo humano auto-determinarse en relación a cualquier otro grupo de un color radicalmente diferente.

El proceso de raciación hizo surgir una variante blanca y otra amarilla a partir de una población generalizada de piel negra14. En el estado actual de nuestros conocimientos, ese fenómeno aconteció solamente en Eurasia y de allí esas poblaciones leucodérmicas se desplazaron ulteriormente, por oleadas migratorias sucesivas, para otras regiones. O sea, que las razas “blanca” y “amarilla” surgieron cuando ya el planeta entero había sido poblado – mucho tiempo atrás - por poblaciones ancestrales melanodérmicas. Por lo tanto, hay que descartar cualquier idea de que el

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surgimiento del fenómeno hoy conocido como racismo puede haber surgido antes que se activase ese proceso de raciación.

Sin duda, el color de la piel constituyó, inicialmente, el trazo fenotípico más sobresaliente entre los humanos. En aquellas épocas distantes, cuando los grupos humanos vivían aisladamente unos de los otros, en regiones geográficas distantes, el color de la piel habría jugado un papel preponderante como factor inmediato de diferenciación. En efecto, estas nuevas poblaciones leucodérmicas eran radicalmente disimiles de sus ancestros, pero no solamente en lo referente al color, sino también en lo que respecta a sus facciones. Esas diferencias de pigmentación y de facciones habrían permitido, quizá por primera vez en la historia de los humanos, que estos se distinguiesen entre sí con inusitada nitidez. Conjeturamos que, para las dos nuevas poblaciones fenotípicas (blanca y amarilla), el color de la piel debe haber servido de línea demarcatoria nítida con respecto a la población generalizada melanodérmica ancestral que ya había poblado el planeta entero.

Lo que no es especulación es que, como lo indican las evidencias paleontológicas, entre cuatro y cinco mil años atrás, las poblaciones euro-asiáticas emprendieron grandes migraciones para las tierras calientes del sur. Naturalmente, éstas habrían chocado violentamente con las poblaciones sedentarias de piel negra que, desde milenios, habían ocupado sus propios espacios en las partes más cálidas del planeta. Evidencias de todo tipo (arqueológicas, antropológicas, paleontológicas y genéticas, así como los más antiguos relatos mitológicos y textos religiosos), convergen en la corroboración de que eso efectivamente aconteció entre 4 y 5 mil años atrás.15 Nuestra conjetura es que el surgimiento de una conciencia basada en la diferencia fenotípica y su resignificación ulterior en términos simbólicos, habrían acontecido en ese periodo remoto.

No es difícil imaginar que, entre los humanos, la diversidad de fenotipo diera origen a parámetros de identificación de lo que hoy designamos como “raza”. Pensamos que esa percepción habría sido determinada principalmente por el color. Pero, eso no pudo haber ocurrido sin la mediación de la relación; a saber, la interacción en una situación de cohabitación, en un mismo espacio, de “poblaciones fenotipicas” diferentes. En ese caso, la percepción de diferencias de fenotipo y su resignificación en términos jerárquicos (superior/inferior), era casi inevitable. Tampoco es difícil imaginar cómo una polaridad jerárquica pudiese engendrar, a su vez, correspondencias valorativas (positivo y negativo, feo y lindo, bueno y malo, amigo y enemigo) atribuidas según el fenotipo. Lógicamente, bastaría con que una situación de conflicto entre las diferentes “poblaciones fenotípicas” se perpetuara durante un periodo suficientemente largo, para que la racialización de esas correspondencias valorativas desembocara en protoracismos.

Todo eso es puramente especulativo. Sin embargo, estamos persuadidos que investigaciones paleontológicas y genéticas ulteriores llegarán a demostrar objetivamente que hubo efectivamente una relación directa entre la emergéncia de protoracismos en todos los lugares donde acontecieron

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confrontamientos entre leucodermicos invasores y melanodérmicos sedentarios. Esos primeros encuentros entre las tres razas se dieron en lugares geográficos distantes unos de los otros y en periodos históricos diferentes. Fueron confrontamientos masivos, crueles y prolongados; su virulencia y extensión geográfica se encuentra explícitamente ilustrada en los más antiguos textos, leyendas y mitos religiosos de diversos pueblos16.

La racialización de enfrentamientos en torno a los recursos

Entre 4 y cinco mil años atrás, comenzaron a acontecer amplios movimientos migratorios de poblaciones bélicas leucodérmicas oriundas de Eurasia. Como consecuencia de esas invasiones, las poblaciones melanodérmicas de Europa meridional, de Asia y de Oriente Medio comenzaron a ser despojadas progresivamente de los espacios que hasta entonces ocuparan. A lo largo de los siglos, esos nuevos pueblos nómadas-pastores de piel clara se constituirían en Estados de un nuevo tipo que reconfigurarían la antigüedad: imperios dominados exclusivamente por el género masculino (Asiria, Hatti, Babilonia, Persia, Grecia, Roma), fundamentalmente predadores, expansionistas y espantosamente agresivos. En ciertos casos (Grecia y Roma), la propiedad privada y la esclavitud generalizada surgieron como modo dominante de la economía de esas nuevas sociedades patriarcales y militaristas.

En lo que respecta principalmente a Oriente Medio y la franja de territorio que va de Irán hasta India occidental, la colonización de las poblaciones nativas habría sido la consecuencia de un proceso de despojo seguido de mestizajes violentos y el establecimiento de un sistema de apartheid sexual-racial en sentido único (inseminación forzada de las hembras del grupo dominado por los machos del grupo conquistador). El mestizaje violento, por una parte, y, por otra, el establecimiento de una política sistemática de apartheid, serían el único modo para que una minoría conquistadora que se auto-percibiera como tal, pudiera evitar su absorción por la mayoría conquistada. Postulamos que fue justamente eso que aconteció en la historia.

La densidad demográfica proporcional entre las tres razas, en aquellas regiones donde ellas se reencontraron después de la bifurcación creada a raíz del proceso de raciación, es un problema clave. La lógica deductiva puede llevarnos a la conclusión de que, por ser derivadas de un tronco primordial, las dos nuevas poblaciones fenotípicas (blanca y amarilla) fueran mayoritarias solamente en su cuna euro-asiática de origen, pero una vez fuera de ella, habrían sido ciertamente minoritarias. Esto es de importancia capital para determinar dónde pudo haber comenzado - y con el mayor impacto valorativo - la percepción de la diferenciación racial entre las tres razas. Lógicamente, tal percepción habría surgido primero, y con mayor fuerza, en el seno del grupo poblacional que habría descubierto su estatus minoritario. Pero, como la genética aplicada a la demografía es, todavía, una disciplina balbuceante, carecemos de informaciones científicas que nos autoricen a transformar esa especulación en certeza17.

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En resumen, nuestra hipótesis es que el carácter minoritario de las poblaciones leucodérmicas, en cada situación de enfrentamiento seguido por una conquista de poblaciones melanodérmicas, habría sido el factor determinante en la emergencia espontanea de protoracismos en lugares geográficos y periodos diferentes. No es difícil concebir que esos protoracismos evolucionasen en el tiempo y sobre la influencia de civilizaciones diferentes, desarrollando en cada caso una conciencia grupal racializada. Conjeturamos que tal fuera el proceso que culminaría en el fenómeno global que conocemos hoy como racismo.

¿Qué es exactamente el Racismo?

Un cruzamiento de los datos provenientes de los estudios genético-migratorios18 de la arqueología, de la lingüística comparada, del análisis de los mitos19, en fin, de la historia de los diferentes pueblos20, nos permite inferir con alto grado de confianza que los protoracismos de la antigüedad fueron la consecuencia residual más duradera de las feroces luchas por la posesión de los recursos naturales que acontecieron entre 4 y cinco mil años atrás, cuando las dos razas leucodérmicas derivadas de la población primordial melanodérmica se encontraron por primera vez con esta última. Estos enfrentamientos encanizados ocurrieron a lo largo de siglos en casi todas las partes del mundo antiguo - en la larga franja de território que va de Irán hasta India occidental (Valle del Indo), en casi todo el Mediterráneo europeo, en el sur de Asia, en casi todo el Oriente Medio, en el Nordeste de África (Delta del Nilo) -, y sabemos cual fue invariablemente el desenlace: prácticamente en todas las regiones mencionadas, las poblaciones melanodérmicas fueron despojadas de sus territorios o sometidas a un mestizaje violento en aquella época.21

No nos cabe aquí emitir hipótesis sobre las posibles razones causales de esas incuestionables victorias unilaterales de los invasores leucodérmicos sobre las poblaciones melanodérmicas asentadas desde milenios en sus territorios; por su complejidad, ese asunto fue tratado en otra obra.22 Sin embargo, nos atrevemos a postular que, precisamente, la unilateralidad de esas victorias tuvo que haber creado sentimientos de invencibilidad intrínseca en los conquistadores, que se convirtiera con el tiempo en una convicción de superioridad inata propugnada en función de las características más sobresalientes que separó a los contrincantes: el fenotipo (especialmente el color de la piel). En épocas más cercanas, vimos esos mismos resultados cuando bandos minoritarios de invasores leucodérmicos europeos provenientes de la península ibérica, vencieron y conquistaron todo el hemisfério occidental (llamado de “Nuevo Mundo”), a partir del siglo XVI.

Postulamos que la utilización del fenotipo como marcador principal para excluir específicamente ciertas poblaciones humanas de sus propios territorios y recursos, dio lugar al primer orden sistémico racializado entre humanos, y que de esa realidad se originaron los protoracismos que surgieron en diferentes lugares geográficos del planeta.23 Por razones evidentes, no sabríamos explicar con todo lujo de detalles cuáles son los mecanismos que presidieron ese proceso; confiamos que en un futuro no

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muy lejano, las investigaciones en el campo de la genética nos abran nuevas puertas para esa comprensión. No obstante, hoy disponemos de suficientes datos objetivos, provenientes de las diversas disciplinas investigativas (antropología, paleontología, biología genética), para poder afirmar la alta probabilidad de que una conciencia racializada con base en el fenotipo surgió en algún momento en la antigüedad. Y es prácticamente imposible que tal conciencia no se haya afincado principalmente en el color.

Postulamos que en condiciones históricas especificas que no pueden ser repetidas, una “lógica pre-racial” arraigada en “reflejos primarios no-pensados”, se habría convertido paulatinamente en un arreglo sistémico coherente y eficaz destinado a cumplir con un solo objetivo: estructurar el conjunto de las relaciones sociales, políticas e interpersonales entre grupos humanos fenotípicamente diferenciados pero forzados a convivir asimétricamente en la misma sociedad; a saber, en situaciones de inequidad en todos los aspectos.

El racismo sería un orden sistémico de gran profundidad histórica y de amplia cobertura geográfica que se habría desarrollado, fundamentalmente, con la finalidad de garantizar la separación automática de un segmento humano específico del usufructo de sus propios recursos. En su génesis, se presenta como una forma de conciencia grupal históricamente constituida de la cual derivarían posteriormente construcciones ideológicas basadas en el “fenotipo/raza”. Su función central, desde el inicio, sería regular los modos de acceso a los recursos de la sociedad de manera racialmente selectiva en función del referido “fenotipo/raza”.

A lo largo del tiempo, y en regiones inconexas, el sistema raciológico fue creando necesariamente modos adaptativos específicos, o tipologías, en forma de ideologías que modulan las relaciones socio-raciales en los diferentes contextos culturales. Son esas ideologías socio-raciales las que actualmente rigen y normalizan la vida cotidiana entre todos los segmentos fenotípicos envueltos en una experiencia de coexistencia en el contexto de una sociedad multirracial de desiguales. En ese contexto, las desigualdades sociales desdoblan en inequidades raciales, y estas últimas refuerzan las primeras. Y en todos los casos, tratándose de la sociedad jerárquicamente racializada, es el fenotipo el que regula ese estatus individual o colectivo de las personas. Hasta hoy, ninguna sociedad multirracial ha escapado a ese intrincado sistema de lógicas de dominación/subordinación racializado.

Si nuestras hipótesis son correctas, entonces el racismo habría emergido no como fenómeno ideológico, respondiendo a las desigualdades sociales recientes, pero si como una conciencia grupal totalizante enraizada en la antigüedad. En una sociedad ya multirracial y mestizada, la conciencia racializada serviría al propósito de preservar el monopolio sobre los recursos del segmento fenotípico-racial dominante. Se trataría de un sistema total que se articularía desde el inicio a través de tres instancias operativas entrelazadas, pero sin embargo diferentes: a) las estructuras políticas, económicas y jurídicas de comando de la sociedad, b) el imaginario social total que rige el orden simbólico de la sociedad y c) los códigos de

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comportamiento que rigen la vida inter-personal de los individuos que componen la sociedad.

Diversidad y Diferencia: la construcción del Otro

Hemos visto que la diversidad surge como un capricho de la naturaleza y es un hecho irrecusable de esta, pero tratándose de un hecho puramente orgánico y sin ninguna implicación social. Ella cobra una interpretación “social” únicamente cuando está vinculada a la noción de la diferencia; por lo tanto, solamente en el contexto de la relación. Señalamos que eso aconteció efectivamente con la emergencia del racismo: la diversidad se tornó diferencia, y esta última fue resignificada en términos valorativos jerárquicos en función de la raza.

La diferencia surge como un hecho social solamente porque ella se remite a lo relacional. Son los humanos los que establecen los parámetros de diferencia. Lo harían a través de un juego consciente de comparaciones, preferencias, selecciones y determinaciones de todo tipo que se convierten en los parámetros de diferenciación. Es el conjunto de esas preferencias y determinaciones, que remiten a lo cultural, las que constituyen los elementos de la construcción del Otro disimilar. Este último es visto, siempre, bajo una óptica desfavorable24. En el peor de los casos, se trata de un irreductible enemigo o de un permanente inferior, en cuyo caso es sujeto de explotación total, de discriminación feroz y, así mismo, de exterminación (sea por aniquilamiento físico, o por liquidación genética por la asimilación).

La relación entre humanos es calculadamente orientada por la percepción de la diferencia, su aceptación o rechazo. Como realidad social, la diferencia existe en dos niveles distintos, pero que actuando conjuntamente matizan la visión que se tiene de esa realidad en sí. En un nivel están aquellas realidades concretas que nosotros percibimos con nuestros sentidos, sobre todo el visual. En otro nivel está la manera como interpretamos aquello que percibimos. Los grandes problemas relacionales entre humanos se dan sobre la base de las intolerancias de todo tipo (racial, de género, de orientación sexual, religiosa, etc.) que proceden del rechazo de la diferencia. El racismo es el producto directo del rechazo de las características fenotípicas de un segmento específico de la humanidad, por otro segmento específico de esa misma humanidad.

El racismo se estructura en el interior de un proceso donde el Fenotipo Total de un segmento humano es transformado en el Otro Total. Aquel Otro que, en el imaginario social, representaría la suma total de todas las diferencias juzgadas como ontológicamente inaceptables.

Es la percepción/interpretación de la diferencia, y la organización sistémica de esa percepción/interpretación, y no la diferencia en sí, lo que constituye el problema en una sociedad multirracial. El problema residiría en aquella conciencia surgida históricamente, por vía de la conquista brutal, y que se logró posicionar como referente exclusivo y universal, frente a todos aquellos definidos como Otros. Naturalmente, estos últimos representarían un

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universo disimilar/aberrante. Así, es la relación entre el Gran Otro hegemónico/referencial y todos los Otros subalternizados, lo que constituye la raíz del problema.

La visión que definiría de manera jerárquica y vertical la relación entre seres humanos en una escala de polos contrarios y permanentemente fijos (superior-inferior, blanco-negro, feo-bonito, amo-esclavo), se evidenció en Persia, en India, en el mediterráneo greco-romano y en Oriente Medio, al mismo tiempo en que el mundo femenino perdió su espacio como eje de la sociedad en las sociedades matricéntricas. Atendiendo a esas circunstancias históricas, no parece acertado separar completamente, aunque posean dinámicas autónomas, la comprobada subalternización mundial del ente femenino y el surgimiento del racismo.

El periodo histórico en que el mundo femenino perdió su autoridad en la sociedad y paso a ser subalternizado globalmente, coincidió con la emergencia de aquella conciencia negadora del Otro Fenotípico que hoy conocemos con el rotulo de racismo. Efectivamente, la caída del orden matricéntrico en el cual se asentaban las primeras sociedades agro-burocráticas de la historia, coincidió con el auge progresivo e incremental de una conciencia colectiva que postulaba la inferioridad innata de algunos segmentos humanos, definidos según su fenotipo.

En esas condiciones, ¿se concebía la sostenibilidad en la presencia de órdenes sistémicos fundados en el rechazo de las diferencias de alteridad, sean de género, de raza, de orientación sexual, o cualesquiera otras formas de diferencia intrínseca? ¿Cabe imaginar un cambio fundamental en el estado actual de la humanidad sin que el mundo femenino vuelva a ocupar el lugar central que una vez tuvo en la sociedad?

El odio racial como factor de solidificación de la hegemonía grupal

La existencia del racismo aparece como un serio obstáculo para toda lógica de solidaridad. Hoy sabemos que, de todas las formas de alteridad, es la alteridad racial, concreta o imaginada, la más irreductible y abarcadora, por gozar de una transversalidad total. En efecto, el racismo constituye la última frontera del odio. Se trata de una visión y de un orden necesariamente “auto- antropófoga,” ya que postula la eliminación, a corto o largo plazo, de aquellos segmentos de la especie humana juzgados inherentemente inferiores y peligrosos para los privilegios de las elites raciales dominantes.

El mecanismo estructural del racismo funciona, precisamente, con el odio como su combustible. Un odio profundo, total, inextinguible, de naturaleza exterminadora. El odio racista tampoco es una aberración; es una necesidad: permite blindar a aquellos que utilizan todas las formas de la crueldad (llegando a la matanza colectiva) para mantener fuera del flujo de los recursos a aquellos juzgados como inaptos para recibirlos. El odio racial tiene una característica importante: insensibiliza para cometer las peores atrocidades (excluir a niños de las escuelas e universidades, empujar a millones a vivir en barrios hacinados en condiciones infra-humanas; expulsar

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violentamente a millones de sus tierras; ejercer la segregación racial, abierta o velada, etc.). El odio tiene un carácter movilizador y también permite al colectivo dominante reaccionar grupalmente, sin premeditación, contra cualquier atentado a sus privilegios monopolistas y de poder hegemónico.

Las diferentes lógicas implicadas en el funcionamiento del racismo giran necesariamente en torno al monopolio racializado sobre los recursos. Por esa razón, el racismo es, sin dudas, concretamente necesario para el grupo racial que se beneficia de él. Pero, porque también crea una situación tan cruel e injusta para aquellos que lo sufren, estos últimos se ven obligados a reaccionar, también de manera grupal, contra ese sistema que los reduce a la condición de infrahumanos. Es dudoso que la humanidad se pueda mantener como especie sobre las bases de un orden sistémico que produce y reproduce, constantemente, una visión del ser humano tan fundamentalmente inhumano y tan generador de desigualdades sociales inaceptables, que temprano o tarde conducen a la desintegración de la sociedad por implosión. De modo que es inoperante concebir un proyecto cualquiera de sostenibilidad en la ausencia de estrategias específicas vueltas para la contención y eliminación del orden raciológico como sistema.

Racismo y Sostenibilidad Integral

El racismo es un sistema en sí. En todos los casos, consiste en otorgar ventajas automáticas y sistémicas a un segmento poblacional específico en función de sus características fenotípicas, en lo que dice respecto al control y monopolio de los recursos. Como corolario, se trata de un orden sistémico que veda automáticamente el acceso a esos recursos del segmento subalternizado en función de sus características fenotípicas. Dependiendo de la sociedad en cuestión, a los criterios basados en el fenotipo pueden agregarse todavía otros criterios, menos evidentes, como el de la ascendencia, pertenencia étnica o cultural, etc. La sofisticación sistémica del racismo contemporáneo reside, precisamente, en el hecho de que él se basa en el fenotipo, pero establece su legitimidad con base en argumentos desracializados que le confieren una mayor cobertura y tenacidad.

El racismo es un orden sistémico violento y eficiente, en la medida en que desde su eclosión, hace tres o cuatro mil años, ha evolucionado constantemente y se ha tornado más complejo. Las condiciones históricas que presidieron a su surgimiento, en varios lugares geográficos y culturales diferentes, nunca podrán ser repetidas: no es posible replicarlo. Tampoco podrán ser replicadas o invertidas las “lógicas” fundamentales que sustentan el racismo como un arreglo sistémico coherente que garantiza el acceso exclusivo a los recursos de la sociedad, conforme a una selectividad fundada en lo racial. Las referencias tan comunes a la posibilidad de una inversión del racismo (“racismo al revés”, “racismo negro”, “racismo invertido”) evidencian una incomprensión cabal de lo que realmente es la conciencia racista y de su papel a lo largo de la historia como un agente estructurante total. En el peor de los casos, invocar el “racismo invertido” puede evidenciar una connivencia asumida o velada con un arreglo sistémico que beneficia sistemáticamente a la raza dominante juzgada como superior.

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La tenacidad del racismo a lo largo de siglos apunta hacia un enorme suceso adaptativo. En efecto, se trata de un sistema que funciona positivamente en la protección de las ventajas y privilegios adquiridos por el segmento en función del cual él opera. Si el sistema raciológico no fuese positivo para el segmento que privilegia, y no extendiera constantemente el campo de dominación de este, hubiera dejado de existir mucho tiempo atrás. Y si existe hasta hoy expandiéndose constantemente, adaptándose y sofisticándose, es porque sustenta todo el edificio de la dominación mundial construido por aquel segmento al cual beneficia: los pueblos leucodérmicos.

La lógica de esa extensión y progresión constantes del racismo debe ser examinada en todas sus implicaciones, pues el se sobrepone a todas las instancias de comercio social: la economía, la cultura, los sistemas de transmisión de conocimiento, la vida política, las perspectivas filosóficas, el dominio religioso, los preceptos ético-morales. En la medida en que el orden sistemico racial apunta a eyectar el “Otro Total” del circuito de usufructo de los recursos de un espacio social definido, garantizando su marginalización completa, persigue el objetivo de la substitución de ese Otro mediante su erradicación.

Como orden sistémico violento, el racismo crea, inevitablemente, una contra-violencia defensiva por parte del segmento que él reprime. Es, en ese juego de violencias, que se engendran nuevos factores y actores sociales desestructurantes, incluyendo aquello que llamamos comúnmente “criminalidad”. Hay que examinar las teorías sobre la depredación social en las ciudades y el surgimiento de la criminalidad en estas como un nuevo mirar en el cual el racismo esté colocado en el centro de las disfunciones sociales de una sociedad multirracial. Desvincular el racismo de sus extraordinarios efectos principales y colaterales, sería vedar la posibilidad de llegar a una inteligibilidad de la sociedad en la cual vivimos.

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IV

Posibles rumbos futuros del Racismo Existe ya una conciencia planetaria creciente sobre el peligro que la gestión irresponsable del medio ambiente está haciendo correr a la humanidad. Muchos concuerdan que la diversidad y estabilidad de nuestro sistema ecológico están siendo irremediablemente comprometidas. La inquietud creciente de muchos científicos es que si el curso actual fuera mantenido durante los próximos cincuenta años, entonces tal vez no habrá manera de parar ese desenvolver de insostenibilidad total.

Existe igualmente una incipiente conciencia planetaria sobre el peligro que las desigualdades socioeconómicas presentan para todas las sociedades del mundo. Entre tanto, la percepción del peligro que representa para nuestra sostenibilidad la persistencia del racismo y su creciente expansión planetaria, es menos aguda. Sin embargo, el racismo está arraigado en todas las instancias de funcionamiento del mundo contemporáneo; se ha globalizado totalmente y alcanza todas las sociedades del mundo erigiendo un imaginario universal que permea las relaciones políticas y sociales de todos los países.

El carácter benéfico del racismo

Una constatación se impone: que, si el racismo resiste hoy con la virulencia que posee, expandiéndose cada vez más a pesar de todos nuestros esfuerzos morales y culturales para combatirlo, y a pesar de todos los avances realizados en el conocimiento científico que apuntan hacia la igualdad intelectual intrínseca de los seres humanos, es porque es beneficioso para los segmentos humanos que lo ejercen en su exclusivo favor. La positividad del racismo es real para el segmento que disfruta de las ventajas históricas que el garantiza. Entre estas ventajas se encuentra la de la cohesión compacta y la de la complicidad automática que el racismo crea en el interior del grupo racial dominante.

Percibir el racismo como “algo” aberrante o totalmente negativo, es caer en una trampa que consiste en confinarlo a una cuestión étnico-moral, o a un problema de relaciones interpersonales. Por el contrario: el racismo es un fenómeno permanente de la sociedad en la medida que el crea y recrea estructuralmente, simbólicamente y comportamentalmente todas las condiciones para su perennidad.

Partiendo, en su origen, de poblaciones leucodérmicas euro-asiático-semitas, el racismo se constituyó y consolidó por intermedio del ejercicio de la agresión, de la conquista, de la dominación o del exterminio de las poblaciones que existían fuera de las redes inmediatas de solidaridad

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endógena erigidas por las primeras. Su mayor influencia benéfica reside en el hecho de que favorece la cohesión grupal del elemento hegemónico, al tiempo que promueve la atomización deliberada del segmento subalternizado. Por un lado, los sentimientos y comportamientos de superioridad racial asumidos, y, por otro, los sentimientos y comportamientos de inferioridad interiorizados, constituyen un eje único en torno del cual gira toda la dinámica estructural, simbólica y actitudinal del racismo.

La sociedad racializada no es mas que la traducción sistémica de una conciencia grupal organizada estructuralmente para ejercer la dominación en función del fenotipo. Producto de una forma de conciencia grupal históricamente conformada, el racismo apunta a la manutención de redes de solidaridad endógena automática en torno al fenotipo. Esas redes están específicamente volcadas hacia la captación, repartición, preservación y el control monopolista de los recursos básicos de la sociedad en beneficio exclusivo de la raza dominante. Es por eso que, a lo largo del tiempo, el racismo se ha convertido en una realidad tenaz, arraigada tanto en la conciencia como en la práctica social, ya que simplemente, se inserta en una trama social global en la que los beneficios obtenidos con su permanencia, son mucho mayores que sus costos.

Por lo tanto, habrá que revisar las tesis dominantes sobre la cuestión de la esclavitud racial de los africanos, y no solamente en el período reciente, con la implicación de Europa ocidental; habrá que examinar también la esclavitud racial de los africanos con relación al mundo árabe-semita, a partir del siglo III. Una visión panorámica nos abrirá una nueva puerta analítica, donde la esclavitud especificamente negra no aparece más como un “accidente” en la historia, pero más bien como el resultado de toda una trama histórica que comenzó a armarse hace mucho tiempo atrás.

En la antigüedad, la esclavitud fue endémica en prácticamente todas las sociedades racialmente homogéneas, siendo practicada por casi todos los grupos humanos. Ella surge en la historia de la humanidad como un orden sistémico basado en el confisco del excedente social y en el monopolio de los recursos de la sociedad por una elite. Si ella perduró durante milenios, es porque era la manera más eficaz de compeler todo un segmento de la sociedad a plegar a su dominación física y aprovechar su fuerza de trabajo en favor de las elites dominantes. Sin embargo, la esclavitud propiamente racial, donde los esclavizados fueran exclusivamente de una raza específica, fue practicada exclusivamente con la raza negra. Desde esa óptica, la esclavitud racial de los africanos, en cualquier periodo que la examinemos, emergió como la consecuencia ineludible de una lógica raciológica preexistente.

Estructuras raciológicas del mundo globalizado

El racismo es un orden sistémico en sí. Se trata de una de las más complejas y eficaces estrategias elaboradas pragmáticamente por los seres humanos con el fin de monopolizar los recursos necesarios a su

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supervivencia y mantener un orden jerárquico estructurado para ese fin. Por lo tanto, no se trata ni de una aberración ni de un epifenómeno.

El racismo funciona racionalmente en beneficio total de algunos y en perjuicio completo de otros. Y en esa trama total no hay cabida para las demandas para compartir equitativamente los recursos. Simplemente, tales demandas son contrarias al propio modo de funcionamiento del racismo ya convertido en sistema.

Las estructuras económicas, políticas y militares del mundo globalizado obedecen invariablemente a las lógicas raciológicas. Inclusive, hasta podría ser vaticinado que la ideología económico-social que dicta y acompaña los propósitos de la versión actual de la globalización, será un caldo de cultivo para las nuevas versiones del racismo que dominaran el siglo XXI. En efecto, esas multitudes racializadas de humanos paupérrimos constituirán, crecientemente, un peso inaceptable sobre las diversas sociedades, y sobre los finitos recursos del planeta. O bien la sociedad de la cual somos parte inventa los medios para terminar con ese arreglo sistémico fundador de esas desigualdades que generan la pobreza y la miseria planetarias - y, junto con él, el sexismo que mantiene inferiorizada a la mitad femenina de la población del planeta -, o el mundo dominante deberá recorrer, más tarde o más temprano, a los métodos eugenistas radicales que la tecnología moderna ya autoriza.

Habrá quienes desdeñen esas ponderaciones como siendo “alarmistas” o “pesimistas”, aunque el optimismo en sí nunca salvó a ninguna población humana que estuviera amenazada de la extinción violenta. No hace mucho tiempo atrás, la sociedad y el estado alemán del Tercer Reich, con sus prácticas y teorías eugenésicas y su inventiva cruel, nos dieron una previsión del tipo de “solución” que las generaciones futuras podrían heredar, si el curso actual fuera mantenido. No sería prudente cerrar los ojos delante de los argumentos crecientemente eugenésicos que están tomando cuerpo en la sociedad y que, frecuentemente, provienen de los propios científicos. Frecuentemente biólogos y genetistas acompañan los propósitos de la versión actual de la globalización con teorías que hacen que la idea de suprimir los billones de “bocas hambrientas” y de “razas inferiores” que pueblan el planeta no sea más una posibilidad que cause horror.

Por esa razón, no podrá haber sostenibilidad si la humanidad no consigue efectuar la transición de la sociedad de lucro, de consumo desenfrenado, de egoismo individualismo y de explotación de los humanos entre sí, hacia la sociedad de la partición, de la solidaridad altruista y del autocontrol. Y esa perspectiva continuará huyendo a nuestras posibilidades si continuamos ignorando que el orden sistémico racista, la tela de araña compleja conformada por las complicidades automáticas que el crea, y por la insensibilidad de tipo nazista que el genera, están en la raíz de la insostenibilidad del planeta.

Esa perspectiva sobre la cuestión, que lleva en cuenta el pasado evolutivo de los humanos para comprender mejor los orígenes de los arreglos sistémicos

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que ellos han elaborado, nos conduce a percibir el asunto de la sostenibilidad de una manera totalmente diferente. Pues, para que esta última pueda ser una posibilidad integral, deberá tener un cubrimiento estructural consonante con la multiplicidad de fenómenos que tornan disfuncionales a nuestras sociedades. Dentro de ellos, el racismo es el más peligroso y contumaz, en la medida en que el transversaliza las relaciones de clase social, la pertenencia de género, la orientación sexual, la nacionalidad, la religión o la cultura.

El gran problema aquí es que no se conoce algún caso en que un segmento humano que disfrute de ventajas automáticas y de privilegios históricamente heredados, renuncie a estos voluntariamente. Este último reacciona espontáneamente, de manera grupal, a cualquier intento proveniente del segmento subalternizado para alterar el orden sistémico que le es desfavorable. De modo, que la pasividad ante el racismo, es la mejor manera de reenforzarlo y ratificarlo como la estructura normativa de toda la sociedad.

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V

En busca de una lucidez proactiva Los humanos somos los únicos animales dotados de la capacidad para alterar nuestros comportamientos. Pero solo logramos hacerlo cuando hacemos uso de nuestra facultad crítica; o sea, esa capacidad introspectiva que poseemos, que nos compele a ir en busca de aquello que designamos como la “verdad”. No la verdad caprichosa de un grupo humano específico – que es el asunto de los mitos -, sino la verdad de todos los grupos humanos; aquello que podemos considerar como hechos objetivos que pueden ser comprobados científicamente y que, por lo tanto, están por encima de las interpretaciones surgidas del ego narcisista propio a cada conjunto cultural que existe en este planeta. O sea, la verdad que solo puede ser discernida en la conjunción de las historias de todos.

Cuántos no se han interrogado sobre las conquistas exterminadoras europeas del siglo XVI para acá: el genocidio racial de los indígenas americanos y la esclavitud racial de los africanos por cuatro siglos en todo el hemisferio ocidental; el exterminio racial de los aborígenes australianos y tasmanianos. ¿Cómo explicar el genocidio racial de los judíos y ROM cometido por el imperio nazi? ¿Y qué decir del régimen de apartheid racial en África del Sur, su equivalente en el Sur de Estados Unidos, o su versión más velada en América "Latina”, todos basados en el concepto de la supremacía racial? ¿Serían estas aberraciones irracionales, o expresarían la existencia de un fenómeno denso, dotado de una gran profundidad histórica, cuya utilidad funcional explicaría su extraordinaria resiliencia y longevidad? Pero esas solo son realidades quinientistas. Remontándonos a cinco mil años atrás, ¿cómo se explica que grupos humanos que correspondían a una realidad demográfica exigua y que inicialmente se vieron confinados a Eurasia, llegaron a imponerse a todo el planeta en tres milenios e, inclusive, en muchos casos, a sustituir a los pueblos que les precedieron? ¿Cómo fue que las poblaciones leucodérmicas llegaron a dominar tan completamente el planeta entero, imponiendo sus conceptos estéticos, económicos, políticos y culturales racializados al resto de la humanidad? Estamos convencidos que a menos que de plantearnos esas interrogantes, nos será imposible comprender la trama compleja que el racismo ha configurado en el mundo. La constante progresión del racismo al cabo de siglos, ratifica mas allá de cualquier duda de que este desempeña una función social benéfica para aquellos que, en una sociedad multirracial qualquiera, ostentan el poder político, económico y cultural de manera monopólica. Por otro lado, el racismo imposibilita a millones de personas a

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acceder equitativamente a los recursos de la sociedad y los confine a una subalternidad y pauperismo permanente, lo cual les impide ejercer la ciudadanía plena y ser respetados como seres humanos. En ese esquema, poco importa que el grupo subalternado sea de piel negra o no; el racismo “negrifica” selectivamente dentro de las propias filas de la raza hegemónica a esos grupos “impuros” que ella decide eliminar del usufructo de los recursos.

El racismo otorga beneficios racialmente selectivos, y son esos beneficios racializados – privilegios bien concretos – los que el racista necesita legitimar constantemente. Reconocer todo esto no significa de manera alguna que sea imposible erradicar el orden sistémico sociorracial, cuya resiliencia y ductilidad extraordinaria están hartamente comprobados. Sabemos que los seres humanos son ls únicos animales que pueden cambiar el rumbo de su propia historia y, de ese modo, perfilar su propio destino. Pero hay que reconocer también que pertenecemos a una especie que está convencida de su propia superioridad sobre todas las otras especies animales. E, incluso, que una parte de ella está persuadida también que existe una superioridad intra-especie intrínseca a favor de las razas leucodérmicas. Esa creencia/consciencia fue institucionalizada progresivamente como sistema, operando para garantizar la exclusión racial de los unos y para mantener los privilegios racializados de los otros.

El racismo, el sexismo, la xenofobia, la homofobia, las acciones de destrucción del medio ambiente, son el producto de la conciencia humana y no podemos de ninguna manera descartar la posibilidad de que la humanidad se muestre totalmente incapaz de eliminar las más destructivas prácticas y modalidades de pensamiento que ella misma creó. ¿Estaríamos, todos, definitivamente comprometidos en una carrera de autodestrucción de nuestra propria especie? Esa es una posibilidad que hay que encarar de frente, especialmente ahora que la ciencia y la tecnología han colocado al alcance de la especie humana tanto la posibilidad de cometer su propio suicidio colectivo como la posibilidad de emprender el genocidio racialmente selectivo de una parte de ella.

Un primer paso que nos parece imprescindible, es alejarnos de cualquier tipo de idealización del ser humano como especie, para asumir con ecuanimidad los hechos históricos desastrosos que marcaron nuestro pasado evolutivo. Así, habremos de admitir que la explotación de los humanos entre sí, las recurrentes guerras exterminadoras, las exclusiones sistemáticas (fundamentadas en el fenotipo, en el género, o en cualquier otra condición), los repetidos actos de exterminio selectivo, corresponden a lógicas que son propias del animal humano. De modo que, trabajar en aras de un futuro común, fundamentado en los objetivos de construir sociedades que garanticen una sostenibilidad realmente equitativa para todos, nos obliga a adoptar una visión profundamente crítica sobre el ser humano como un conjunto.

Nuestro pasado común no debe ser idealizado, escamoteado o negado, sino asumido. No se negocia con el pasado; se le asume tal cual transcurrió. Y un pasado tan horroroso como el nuestro, solo puede ser asumido

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colectivamente. Y para ello, deberemos contemplar que todos aquellos horrores que los humanos cometieron contra otros humanos, constituyó un acto de agresión de la humanidad contra sí misma. De ese modo, será posible nutrirnos de la convicción de que todo aquello que la humanidad ha creado contra sí misma, puede ser revocado por ella. O sea, que es posible ejercer nuestra facultad crítica colectiva en aras de un futuro también colectivo.

En última instancia, entrever el futuro con realismo depende de la manera que se consiga elaborar proyectos y estrategias de cambio social que respondan a las realidades de opresión que testimoniamos en la vida cotidiana. Pero nuestra cotidianidad social no debe ser vista de manera aislada, sino como el resultante de todo tipo de acontecimientos derivados de nuestro pasado común. Y ese pasado común como especie debe ser asumido colectivamente, con su larga estela de humillaciones y rencores, con todos sus horrores, con su insoportable carga de dolor.

Para aquellos que verdaderamente anhelan un cambio en el mundo que garantice la equidad para todos, se trata de pensar juntos y formular aquellas soluciones que posiblemente nos ayuden a configurar una nueva arquitectura social que nos saque del callejón sin salida en que aparentemente nos encontramos.

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                                                                                                               1 DIOP, Cheikh Anta. Conversación con Carlos Moore. Dakar, Senegal. Julio, 1975. Reconozco aqui, la inmensa deuda intelectual que tengo con el profesor Anta Diop, fallecido en 1986. Sin sus orientaciones y generosa iluminación, yo no habría llegado a las conclusiones expuestas en mi obra, Racismo e sociedade: novas bases epistemológicas para entender o racismo. Belo Horizonte: Mazza Edições, 2007, y que este ensayo sintetiza. 2 Ver: Robert Foley. Os Humanos antes da humanidade. Uma perspectiva evolucionista. São Paulo: Editora UNESP, 1998. OLSON, Steve. A história da humanidade: desvendando 150 mil anos da nossa trajetória através dos genes. São Paulo: Campus, 2003. SCIENTIFIC AMERICAN. The evolution of evolution: how Darwin´s theory survives, thrives and reshapes the world. New York, jan. 2009. 3 DIOP, Cheikh Anta. Entrevista con Charles FINCH, Dakar, Senegal, 1ro de Noviembre de 1985. Présence Africaine, Paris, 1991, Nos. 149-150, p. 367-368. 4 Ibid. 5 Ibid. El comentário entre paréntesis es nuestro. 7 STIX, Gary. Migrações Pré-históricas. Pistas genéticas desenham rotas dos primeiros deslocamentos humanos. SCIENTIFIC AMERICAN, Brasil, pp. 42-49, agosto 2008. 8 YVES, Coppens. Il n’y a aucun doute sur l´origine africaine de l’homme. L’Histoire, Paris, No. 293, p.38-45, dec. 2004. 9 MORWOOD, Mike; SUTIKNA, Thomas; ROBERTS, Richard. Os pequenos homens da pré-história. National Geographic Brasil. São Paulo: Editora Abril, p. 40-50, abr. 2005. 10 THE ECONOMIST. The story of man. Londres, dec/ jan, 2005/2006. 11 NEVES, Walter; PILO, Luis Beethoven. O Povo de Luzia: Em busca dos primeiros americanos. São Paulo: Globo, 2008. 12 CHANG, Keith C., e BROWNLEE, C. Tests reveal gene for people's skin color. Science News, December 17, 2005. 13 DIOP, Cheikh Anta. Entrevista con Charles FINCH. Op. Cit. 14 CAVALLI-SFORZA, Luca; CAVALLI-SFORZA. Quem somos? História da diversidade humana. São Paulo: Editora UNESP, 2002. 15 MOORE, Carlos. Racismo e sociedade. Op. cit, caps. 1, 2 e 3. 16 MOORE, Carlos. Racismo e sociedade. Op. cit., cap. 1. 17 Los cientificos estiman que hace 10.000 años atrás, el planeta estaba poblado por unos cinco millones de habitantes. Ver: CARR, Geoffrey. The proper study of Mankind. THE ECONOMIST. Op. cit., p. 3-7. 18 OLSON, Steve. A história da humanidade: desvendando 150 mil anos da nossa trajetória através dos genes. Op. cit. 19 YVANOFF, Xavier. Antropologie du racisme. Essai sur la genèse des mythes racistes. Paris: L’Harmattan, 2005. 20 Frédéric. L’imaginaire racial. Paris: L’ Harmattan, 2004. ISAAC, Benjamin. The invention of racism in classical antiquity. Princeton: Pricenton University Press, 2004. Vulindlela I. Wobogo. Cold Wind from the North. Charleston, NC: Books On Demand, 2011. 21 DIOP, Cheikh Anta. Entrevista con Carlos Moore. Op. cit. 22  MOORE, Carlos. Racismo e sociedade. Op. cit., cap. 4.  

23 LEWIS, Bernard. Race et couleur en pays d´Islam. Paris: Payot, 1982. 24  Ver:  YVANOFF, Xavier. Antropologie du racisme. Op. cit., cap. 1, 2, 3.