autorretrato con libros

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Biblioteca Villa Ocampo AUTORRE TRATO CON LIBROS LA BIBLIOTECA DE VILLA OCAMPO Texto Ernesto Montequin

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Un recorrido por la biblioteca de Villa Ocampo

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AUTORRETRATOCON LIBROS

LA BIBLIOTECA DE VILLA OCAMPO

Texto Ernesto Montequin

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uien se proponga trazar una sem-blanza de Victoria Ocampo recurrirá acertadamente a sus Testimonios, a su Autobiografía, a sus ensayos

y epistolarios, a sus objetos personales y a las evocaciones que encierra Villa Ocampo. Sin em-bargo, toda imagen de la fundadora de Sur sería incompleta si, además de la apasionada cronista de su tiempo y de la entusiasta forjadora de la-zos culturales, no incluyera a la “lectora voraz e impetuosa” –como se definió a sí misma– que formó una imponente biblioteca personal de 11 mil volúmenes, hoy parte esencial de su legado.

Conservada en las salas de Villa Ocampo, la biblioteca refleja fielmente la educación litera-ria y aun sentimental de su dueña, las estrechas relaciones –no siempre apacibles– que mantuvo con obras y autores a lo largo de su vida. Sin duda, uno de los rasgos que definen a la lectora Victoria Ocampo fue su capacidad para combinar la cotidiana frecuentación de los clásicos france-ses e ingleses iniciada en su infancia, con una curiosidad intelectual siempre renovada, gracias a la cual supo valorar tempranamente a escrito-res, filósofos y artistas cuya importancia luego se tornaría indiscutible. Al igual que Borges, fue una lectora hedónica, omnívora. No es extraño entonces que en esos anaqueles convivan la más vasta recopilación de mitos, como los trece volú-menes de La rama dorada, de James Frazer, con más de noventa novelas policiales de Georges Si-menon; los Seminarios de Jacques Lacan dedi-cados de puño y letra por su autor, con las obras completas de W.H. Hudson; la edición original del Manifiesto del surrealismo de André Breton con una nutrida colección de sherlockiana. Esta tumultuosa variedad revela un gusto indepen-diente, desafiante en su singularidad, que pro-cura formar su propio canon sin acatar jerarquías legisladas. La lectura fue para Victoria Ocampo un acto de libertad inaugural, una discreta in-surrección que le permitió afirmar su individua-lidad en un terreno históricamente vedado para las mujeres latinoamericanas. En esa adolescen-te que leía a escondidas el De profundis de Oscar Wilde, desafiando la prohibición de su madre, ya despuntaba “la formidable e inquietante mujer

que nunca le pidió permiso a nadie para hacer lo que se le daba la gana: con su fortuna, con su persona, con sus sentimientos” (Edgardo Coza-rinsky).

En la biblioteca de Villa Ocampo se encuen-tran los volúmenes leídos a lo largo de los años, buena parte de ellos anotados y subrayados por su

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dueña, a partir de los cuales pueden reconstruir-se las etapas de su itinerario intelectual. Ajena a las veleidades de la bibliofilia, los libros eran para Victoria Ocampo objetos serviciales que invitaban al diálogo, que se ofrecían a la admiración o a la censura, nunca a una contemplación reverencial. De ahí la abundancia de apuntes manuscritos en sus márgenes o en sus guardas, testimonios que revelan la intensidad de su lectura. La índole de esos marginalia es variada: algunos se limitan a señalar la circunstancia en que fueron leídos; otros retoman una conversación interrumpida con el autor, rectifican un dato, matizan o censuran una opinión, dicen una palabra callada en otros ámbitos.

Las dedicatorias que contienen muchos de esos volúmenes aportan información valiosa para interpretar desde una perspectiva más espon-tánea, más íntima, la relación personal entre la dedicataria y el dedicatario. Algunas adquieren, por su extensión y su tono, el rango de una carta otras son obras de arte en sí mismas –como las dibujadas por Rafael Alberti. No pocas de ellas, como las de Graham Greene, Roger Caillois, Al-bert Camus, o Pierre Drieu la Rochelle, contribu-yen a iluminar el vínculo afectivo o sentimental que unió a Victoria Ocampo con cada uno de sus autores.

Como los cuadros de una exposición, las si-guientes categorías temáticas proponen un breve recorrido por esa biblioteca. Surgidas de las ta-reas de clasificación de sus libros más significa-tivos, no aspiran a ser exhaustivas ni a imponer un criterio unívoco, sino a poner de relieve los hitos, las preferencias, las pasiones intelectuales y personales que guiaron las lecturas de Victoria Ocampo. •

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Anotaciones de V.O. en Eva Perón, ¿ aventurera o militante?, de Juan José Sebreli.

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El legado familiar:LIBROS ANTIGUOS

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E n julio de 1947 un incendio destruyó dos salas del primer piso de Villa Ocampo. “Todos los libros de mi padre y parte de los míos se han quemado –escribía Victo-

ria en carta a José Bianco–. Mesures, Commerce, la N.R.F., la Revista de Occidente. Pero son los Jules Verne los que más lamento y las enciclo-pedias”. Sin embargo, un heterogéneo conjunto de alrededor de 150 libros publicados entre los siglos XVI y XIX fueron salvados de las llamas o incorporados luego del incendio. Entre ellos hay libros de viajes, misales, biografías, misce-láneas. Los dos más antiguos son Medicorum Omnium facile principis de Hipócrates, publica-das en 1596, y las Oeuvres (1558) del poeta Clement Marot, a quien se atribuye la escritu-ra del primer soneto en lengua francesa. Cabe señalar, asimismo, la edición de Los seis libros de Galatea, de Cervantes, en la edición de 1784 publicada por Antonio Sancha, con ilustraciones de Ximeno; una edición completa de Las vidas de hombres ilustres, de Plutarco, en la célebre traducción francesa de Amyot publicada entre 1785 y 1785; ediciones de The Decline and Fall of the Roman Empire, de Gibbon (1809) y del Dictionnaire philosophique de Voltaire (1816). Otra parte de la heredada biblioteca liberal está compuesta por obras de amigos de padres y abuelos, que incluye las primeras ediciones de La vida de Dominguito, de Sarmiento, y de Juve-nilia y En viaje, de Miguel Cané, con sendas de-dicatorias manuscritas de sus autores a las tías abuelas de Victoria Ocampo, o los tres tomos de las obras completas de Hilario Ascasubi publica-das en París en 1872.•

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lo largo del siglo XIX, el patriciado liberal rioplatense encontró en Francia a sus clá-sicos, su magisterio de ideas y de gusto

literario. En consecuencia, la literatura francesa ejerce una holgada preeminencia en la biblioteca de Villa Ocampo. Es la literatura que cuenta con mayor cantidad de volúmenes. Están presentes los clásicos de cuatro siglos –desde Montaigne hasta Baudelaire; desde Racine hasta Verlaine, desde Rabelais hasta Flaubert–; las lecturas de infancia –Perrault, la condesa de Ségur, Alexan-dre Dumas– y las de la adolescencia –Anatole France, Maurice Barrés, la condesa de Noailles, Léon Bloy, Remy de Gourmont.

En cuanto a la literatura del siglo XX, es in-dudablemente la mejor representada. Dominan este panorama tres escritores que encarnan tres temperamentos diferentes, conciliados por esa voluptuosidad en los contrastes que fue uno de los rasgos distintivos de Victoria Ocampo: el clá-sico y protestante André Gide; el experimental y judío Marcel Proust; y el barroco y católico Paul Claudel. Con ellos conviven autores de sagas fa-miliares, novelas-río o de copiosas biografías no-veladas (Jules Romains, Romain Rolland, André Maurois) destinadas al gran público, que docu-mentan una fase en los hábitos literarios de la primera mitad del siglo.

Presencia de Francia

ALos más importantes ensayistas, novelistas

y poetas, y no sólo los difundidos por Sur, col-man los anaqueles con primeras ediciones de sus obras más relevantes, algunas con dedicatorias autógrafas: Valery Larbaud, Jean Cocteau, Paul Morand, Henri Michaux, Saint-Exupèry, Etiem-ble, Jean Paulhan, François Mauriac, Henry de Montherlant, Francis Ponge, Denis de Rougemont, Julien Green, Marcel Jouhandeau, Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar.

El Nouveau Roman, último de los grandes movimientos literarios franceses del siglo XX, que conoció su apogeo en la década de 1960, cierra cronológica y estilísticamente el conjunto, con obras de Maurice Blanchot, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, y Nathalie Sarraute, varias de ellas dedicadas de puño y letra por sus autores. •

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programa de difusión provenía del indeclinable entusiasmo de su directora por una lengua y su cultura, que alcanzó su máxima expresión en el número triple (153-156) que Sur consagró a las letras inglesas en 1947 y que no ha agotado aún sus magias parciales. Muchos de los poetas, no-velistas y ensayistas británicos “redescubiertos” en los últimos años en el ámbito hispanoameri-cano —Christopher Isherwood, Cyril Connolly, George Orwell, Evelyn Waugh, W.H. Auden, los hermanos Sitwell— fueron traducidos al español, en algunos casos por primera vez, en aquel volu-minoso número de la revista cuyas tapas ostenta-ban la Union Jack, símbolo de un triunfo que, en esa inmediata posguerra, el gobierno argentino no había creído necesario celebrar.

Desde Milton hasta Dante Gabriel Rosset-ti; desde James Joyce (de quien se conserva la primera edición de su Finnegans Wake) hasta Kingsley Amis; desde George Eliot hasta Iris Mur-doch; desde E.M. Forster hasta Harold Pinter, la biblioteca de Villa Ocampo es un homenaje a la vitalidad y a la riqueza de las letras británicas de los últimos cinco siglos. •

l igual que la francesa, la literatura in-glesa formó parte de la cultura letrada que Victoria Ocampo recibió en su infan-

cia. Si hasta mediados del siglo XIX el inglés era considerado en América Latina como el idioma utilitario por excelencia —patrimonio del comer-cio y de la ciencia—, a finales del siglo XIX, en el apogeo de la pax britannica, fue incorporado como lengua culta por el patriciado argentino, con sus autores eminentes, ya no leídos en tra-ducciones francesas. En la biblioteca de Villa Ocampo puede constatarse el imperio de un clá-sico excluyente —Shakespeare—, reconstruirse las lecturas iniciáticas —Walter Scott, Conan Doyle, Rider Haggard—, y de su adolescencia —Shelley, Keats, Wordsworth, Carlyle, Ruskin, Dic-kens, Wilde. El interés por Oscar Wilde, “autor prohibido” de los años juveniles, no menguó con el paso del tiempo, como lo demuestra la canti-dad de biografías y estudios críticos adquiridos posteriormente.

La editorial Sur publicó a lo largo de la dé-cada de 1930 algunas de las obras capitales de los “maestros modernos” de la literatura inglesa en traducciones que muy pronto alcanzaron el estatuto de canónicas: Canguro, de D.H. Lawren-ce, y Contrapunto, de Aldous Huxley (ambas traducidas por el narrador cubano Lino Novás Calvo); Un cuarto propio y Orlando, de Virginia Woolf (traducidas por Borges). Este espontáneo

Presencia de Inglaterra

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ay seres a quienes le es imposible vivir sin admirar –escribió V.O. en 1951–, y para quienes la admiración significa he-

ro-worship.” Dos figuras del siglo XX merecieron la devoción sostenida de la fundadora de Sur: Gandhi y T.E. Lawrence. Ambos eran para ella modelos de ética aplicada, trágicos portadores de la conciencia moral de la especie. A Gand-hi, descubierto en 1924 gracias a la biografía escrita por Romain Rolland, dedicó artículos y conferencias, y compiló una antología de sus pensamientos (Mi vida es mi mensaje, Editorial Sur, 1975). A T.E. Lawrence consagró varios ar-tículos y un largo ensayo biográfico, 338.171 T.E., publicado por Sur en 1942, que luego sería publicado en Inglaterra y en Francia. Defendió públicamente a ambos toda vez que sintió que tergiversaban sus ideales o falseaban su carác-ter, como sucedió con el film Lawrence de Arabia (1962), de David Lean, del que fue una detrac-tora implacable.

Ilustran esa devoción los copiosos libros de y sobre T.E. Lawrence que V.O. reunió a lo largo de su vida, que incluyen las ediciones originales de sus obras, con sus versiones francesas y espa-ñolas, los epistolarios y los volúmenes colectivos dedicados al “rey sin corona de Arabia”, entre los cuales no falta su traducción al inglés (en prosa) de la Odisea, firmada con el pseudónimo “T.E. Shaw”, uno de los nombres que asumió a par-tir de 1927 para ingresar, anónimamente, como piloto en la RAF. Entre las ediciones especiales se destaca la única completa —sin expurgar y limitada a trescientos ejemplares— de The Mint, crónica de la vida en los cuarteles de la RAF que V.O. tradujo al español para la Editorial Sur, bajo el título de El troquel, en 1955. Se agregan, asi-mismo, algunas publicaciones del arqueólogo A.W. Lawrence, hermano y albacea de T.E., con quien V.O. mantuvo una cálida relación personal.

Entre los libros de y sobre Gandhi no pueden soslayarse, además de las distintas traducciones de sus memorias, la monumental biografía en siete volúmenes escrita por D.G. Tendulkar y pu-

blicada en Bombay en 1953. Completan el conjunto las obras de los hom-

bres en los que la fundadora de Sur encontró la herencia encarnada de sus héroes: el pensador franco-italiano Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi que buscó unir la doctrina de la no vio-lencia con las enseñanzas de los Evangelios; y el piloto de guerra inglés Richard Hillary, que tras sufrir horribles heridas en la batalla de Inglaterra (1940), volvió a enrrolarse en la RAF a pesar de su incapacidad física para el combate.

La presencia tutelar de T.E. Lawrence no sólo se percibe en los numerosos libros que llevan su nombre: las dos espadas cruzadas que decoran la portada de Los siete pilares de la sabiduría son el ex libris diseñado por Victoria Ocampo para iden-tificar los volúmenes de su biblioteca. •

El culto de los héroes

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no de los rasgos esenciales de la di-rectora de Sur fue el afán por difundir obras y autores que no siempre coinci-

dían con sus gustos personales. Si bien nunca se dejó seducir por el ideal de “belleza convulsa” propiciado por los surrealistas, Victoria Ocam-po frecuentó al grupo liderado por André Breton durante sus estadías en París a lo largo de la década de 1930. Esos encuentros impulsaron el proyecto de un “número surrealista” de Sur en 1934. El sumario tentativo fue discutido en reuniones con Breton, Paul Éluard, Benjamin Péret y la pintora Valentine Hugo. Finalmente, el número nunca llegó a publicarse, en parte por razones económicas: el comité surrealista aspi-raba a incluir lujosas reproducciones de pintura cuyo costo de impresión excedían el presupuesto de la revista. Sin embargo, las colaboraciones li-terarias de Breton y de Éluard, concebidas espe-cialmente para ese número, aparecieron en Sur en los años siguientes.

Los vasos comunicantes entre la fundadora de Sur y el surrealismo, que se extiende hacia otras vanguardias históricas del siglo XX, puede reconstruirse nítidamente en los anaqueles de

La belleza convulsa: SURREALISMO

Usu biblioteca. El variado conjunto de publicacio-nes incluye el fundacional Manifieste surréaliste. Poisson soluble (1924) redactado por Breton; co-laboraciones entre poetas y artistas —como Trois nouvelles exemplaires, de Hans Arp y el chileno Vicente Huidobro (1936)—; y ediciones origina-les de Benjamin Péret, André Masson, Gaston Bachelard, Alberto Savinio, Giorgio De Chirico, René Daumal, René Crevel. Asimismo, hay dos de los libros sagrados del surrealismo en primeras ediciones, como L’Amour fou (1937) de Breton, con dedicatoria manuscrita del autor.

Las revistas fueron esenciales para la difusión de la épica surrealista, y con el paso del tiem-po algunas de ellas se volvieron míticas. En Vi-lla Ocampo se conservan ejemplares de las más importantes, como Le Surréalisme au service de la révolution, La Révolution surréaliste, Cahiers d’art y Minotaure, así como también View y VVV, las dos publicaciones norteamericanas que re-unieron en Nueva York a los pintores y escrito-res de la diáspora surrealista durante la Segunda Guerra Mundial. •

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El descubrimiento de España

ara Victoria Ocampo el descubrimiento de la literatura española tiene una fecha tardía pero exacta: 1916. En aquel año

conoció en Buenos Aires a José Ortega y Gasset, cuya conversación —no conocía entonces la obra del filósofo español— produjo en ella un efecto de embelesamiento intelectual. El deslumbra-miento fue mutuo; “Gioconda de las pampas” bautizó el español a su admiradora argentina. Era un momento de gran incertidumbre en la vida de la fundadora de Sur, en que el desencanto por el fracaso de su matrimonio con Monaco Estrada la impulsaba hacia una triple emancipación —so-cial, intelectual y sentimental. Ya despierta del sueño dogmático de la institución matrimonial y convertida en amante de un primo de su marido (Julián Martínez), Victoria también decidió em-prender la reconquista de su vocación.

En ese lapso decisivo, la amistad con Ortega le dio la confianza en sí misma que sus relacio-nes más inmediatas no siempre le prodigaban. Ortega no sólo fue la voz de España, sino tam-bién quien le hizo vislumbrar las posibilidades literarias de la lengua española cuando ella sólo concebía una literatura escrita en francés o en inglés. Fue el filósofo español quien la alentó a escribir en primera persona, “como Montaigne”, sobre sus experiencias personales, sobre sus gustos y lecturas. Su influencia fue crucial: en 1924 hizo publicar el primer libro de su amiga, De Francesca a Beatrice —“mi Baedeker de la Divina Commedia”, según palabras de su auto-ra— bajo el pie de imprenta de la recién fundada Revista de Occidente. Seis años más tarde, en 1930, sería el encargado de bautizar la revista Sur, cuyo nombre provisorio era Nuestra Améri-ca, en una conversación telefónica entre dos con-tinentes. De esa relación intensa, que no estuvo exenta de ocasionales recelos y distanciamien-tos, dan cuenta los numerosos libros de Ortega en la biblioteca de Villa Ocampo, pero también la colección de la Revista de Occidente, funda-da por él en 1923, que sirvió de inspiración a

Sur tanto en la elección de su contenido —más orientado hacia el ensayo y la poesía que hacia la literatura de imaginación, al igual que Sur duran-te sus primeros años— como en la creación de un sello editorial que acompañara la revista.

Introducida por Ortega en los círculos intelec-tuales españoles, Victoria no tardó en relacionar-se con poetas, escritores y traductores que figu-rarían entre los tempranos colaboradores de Sur, como Eugenio D’Ors, Gregorio Marañon, Ricardo Baeza —que según su autora tradujo De Frances-ca a Beatrice y el primer volumen de Testimonios, escritos originariamente en francés, a un español “almidonado”—, Antonio Marichalar, y muy es-pecialmente Ramón Gómez de la Serna. Pero el descubrimiento de España también acerca a Vic-toria Ocampo a los clásicos españoles, sobre todo a los del Siglo de Oro, leídos mayormente en las serviciales ediciones de La Lectura, publicadas a comienzos de la década de 1920. Del mismo período proceden ediciones dedicadas de Jacin-to Grau, dos primeras ediciones de Antonio Ma-

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El legado familiar:LIBROS ANTIGUOS

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chado, una de ellas firmada por el autor, y varias ediciones de Unamuno con marcas de lectura de su dueña.

Durante toda la década de 1930, la gravita-ción de España será constante en las páginas de Sur, en gran medida gracias a la actividad del crí-tico español Guillermo de Torre, marido de la pin-tora Norah Borges y primer secretario de la revista hasta la llegada de José Bianco en 1938. No es casual que Federico García Lorca haya sido el pri-mer autor español publicado por la Editorial Sur, que en 1933 reeditó su Romancero Gitano con motivo de la visita de su autor a Buenos Aires. En la biblioteca de Villa Ocampo se conservan, asimismo, las primeras ediciones del Romance-ro, del Libro de poemas y del Cancionero (1921-1924). Además de García Lorca, la Generación del 27 está representada con primeras ediciones (muchas de ellas dedicadas) de Jorge Guillén, de Pedro Salinas y de Rafael Alberti, quien fue un colaborador asiduo de Sur durante su largo exilio en la Argentina.

El estallido de la Guerra Civil Española, en 1936, dividió con un corte neto y violento el mundo occidental. Por primera vez desde su creación, Sur hizo explícita su posición política apoyando la causa de la República, por lo cual la revista debió afrontar algunos ataques furibundos de sectores nacionalistas y católicos que hasta entonces la habían creído inofensiva o aun ecu-ménica. Muchos escritores y artistas españoles han dejado testimonio de la hospitalidad —lite-ral, en algunos casos— de Sur y de su directora durante los años de exilio. Los libros y dedicato-rias de poetas, como García Lorca y Alberti, de ensayistas y narradores como María de Maetzu, Rosa Chacel y Francisco Ayala; de filósofos como José Ferrater Mora y María Zambrano; de pintores como Luis Seoane y Maruja Mallo vuelven tangi-ble ese agradecimiento. •

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o es casual que el artículo de Victoria Ocampo publicado en el número ini-cial de Sur (1931) sea una apología del

mueble moderno. Tampoco es casual que ese mismo número contenga un ensayo de Walter Gropius y un texto de Alberto Prebisch sobre Le Corbusier. De todas las manifestaciones de las vanguardias históricas, ninguna parece haber suscitado tanto entusiasmo en la fundadora de Sur como la plena renovación de la arquitectura y del diseño impulsada por Le Corbusier y por las experiencias de la Bauhaus. Hija de un in-geniero-arquitecto, Victoria Ocampo intuyó muy rápidamente que una nueva concepción del di-seño y del espacio arquitectónico no sólo debía revolucionar las convenciones estéticas de la época, sino también expresar —hacer público—un cambio no menos radical en las costumbres. Así, la nueva arquitectura será el escenario que la nueva Victoria elegirá para mostrar que ni sus aspiraciones literarias ni la autonomía social y estética que ha sabido conquistar son un mero ejercicio retórico. Es, en cierto modo, su decla-ración de independencia con respecto a las insti-tuciones sociales —la familia, el matrimonio— y al gusto entendido como principio de identidad de su clase, repetido hasta la extenuación de las genealogías. Al promediar la década de 1920, la suerte está echada para ella: ya ha publicado sus primeros libros, acaba de separarse de su marido (Monaco Estrada), maneja automóviles, alterna con bohemios y artistas. La sonora reprobación de la alta sociedad porteña no puede sino esti-mularla: el suyo es de los temperamentos que se fortalecen ante la adversidad. Se trata entonces de perfeccionar un programa estético que sea, a la vez, una estrategia de sobrevivencia: las dos construcciones funcionalistas que edificará entre 1927 y 1929 le permitirán crearse un espacio de legitimación, un cuarto propio donde exhibir-se libremente, públicamente, como la mujer mo-derna que es. Esas casas, que tanto ofenden el gusto de sus contemporáneos, ilustran con afán

pedagógico las teorías de Le Corbusier al tiempo que restituyen, de un modo muy concreto, la soli-dez que ha perdido la reputación de su dueña, ya convertida en mártir de la modernidad. En la casa cúbica edificada en Mar del Plata pasará algu-nas temporadas con su amante, Julián Martínez, mezclando una osadía moral con una innovación edilicia; en la casa funcionalista de Palermo Chi-co, construida à contrecoeur por Alejandro Busti-llo, los integrantes de Sur posarán, desafiantes o distraídos, para la historia de la eternidad.

La indumentaria no será ajena a las audacias de Victoria Ocampo. Muy tempranamente, en 1929, conocerá en París a Coco Chanel y vestirá algunos de sus diseños. El interés es mutuo: la francesa siente curiosidad por esa argentina rica y algo excéntrica que, en lugar de abarrotar su de-partamento parisino con muebles de estilo y bi-belots, como la mayoría de sus compatriotas, pre-fiere decorarlo con muebles utilitarios comprados en la sección de menaje de la tienda Printemps; la argentina, en cambio, no puede sustraerse a la fascinación que le provoca esa francesa de gusto tan temerario como severo, que ha logrado impo-nerse en un mundo regido por leyes viriles y que a su manera encarna un ideal de belle dame sans merci que trata a los hombres como objetos de placer. Muchos años después, Victoria dedicará uno de sus Testimonios a la biografía de Chanel escrita por Paul Morand (su ejemplar, anotado y subrayado por ella, se conserva en la biblioteca de Villa Ocampo).

Con el paso de los años, convertida ya en la directora de la mayor revista literaria de América Latina, Victoria Ocampo asumirá con naturalidad el papel de gran dama de las letras argentinas. Para ello, desplazará su gusto hacia el redescu-brimiento de la mansión señorial, de la discreta estilización de la austeridad y la elegancia crio-llas. Es el período del regreso a las fuentes, de la reconciliación con su lugar de pertenencia, con las cosas vistas, oídas y olidas en la infancia. Entre las preferencias sartoriales, las creaciones

La aventura del gusto:ARQUITECTURA, MODA, JARDINES Y ARTES DECORATIVAS

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de Chanel dejarán su lugar a los modelos, más apacibles y estilizados, de Pierre Balmain, para quien la moda era “arquitectura en movimiento”. Esta recuperación del tiempo perdido encuentra su punto de partida, a comienzos de la década de 1940, en la redecoración de Villa Ocampo y en el rifacimento de sus jardines. Es allí donde alcan-zará su mejor definición ese eclecticismo certero y austero, esa discreta distribución de muebles y objetos destinada a crear una intimidad espon-tánea que estimula serenamente la conversación sin distraerla jamás. Pero ese equilibrio no hubie-ra sido posible sin el despojamiento de los años veinte y treinta, cuyos postulados persisten como un imperativo ético: ningún objeto sin función, ningún material sin nobleza, ninguna hechura sin oficio. No es otro el secreto del “tono moral” des-cubierto y elogiado por Jean-Michel Frank en las casas de Victoria Ocampo.

Los libros y publicaciones sobre arquitectura, moda, jardines y artes decorativas que se conser-van forman un conjunto reducido pero elocuente. Hay primeras ediciones de Le Corbusier (una de ellos con dedicatoria autógrafa), y de Walter Gro-pius; también hay obras insoslayables de síntesis o historia de la arquitectura, como los de Niko-laus Pevsner, o de la decoración de interiores, como La filosofia dell’arredamento, del anglista italiano Mario Praz. Lo mismo sucede con los cuantiosos libros sobre jardines, flores y árboles, entre los cuales se destacan aquellas publicacio-nes que también poseen asociaciones literarias, como las dedicadas a Dartington Hall y sus cé-lebres jardines, propiedad de Leonard Elmhirst, secretario de Tagore. En cuanto a los libros sobre moda, cabe señalar, además de las obras sobre Chanel, los libros de Cecil Beaton, las memorias de Elsa Schiaparelli, de Paul Poiret, o de Pierre Balmain, cuyo dramatis personae era bien cono-cido por Victoria Ocampo.

Dedicatoria de Le Corbusier.

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Toda biblioteca personal es una forma de autobiografía que registra, simultáneamente, la evolución del gusto de su poseedor —con sus desvíos, con sus motivos recurrentes— y las transformaciones en la fisonomía intelectual de su época. En los anaqueles de Villa Ocampo pue-den seguirse, como los hilos de un tapiz, las prin-cipales corrientes literarias, artísticas y filosóficas que forman la trama cultural del siglo XX. Sobre ese paisaje rico en matices y en escrúpulos, se re-corta nítidamente la figura de Victoria Ocampo en todos sus avatares intelectuales, aun los menos visibles, los más soslayados. Cada uno de esos autorretratos con libros tiene su tono dominante, su historial de lecturas decisivas, inseparables de la persona pública de la fundadora de Sur. Son los libros que ocupan el centro de la escena, en su mayoría en primeras ediciones, con dedicatorias autógrafas: Rabindranath Tagore, Gisèle Freund, Hermann von Keyserling, Virginia Woolf, Aldous Huxley, Paul Valéry, Albert Camus, André Mal-raux. Un lugar de pareja relevancia ocupa el mi-crocosmos de Sur, con todas sus constelaciones: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, José Bianco, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, o H.A. Murena, a quienes se suman los escritores latinoamericanos que gravi-taron sobre la revista en diferentes momentos de su historia, como Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, u Octavio Paz.

La penumbra de estantes menos visitados depara hallazgos que enriquecen decididamente el conjunto, como la profusa colección dantes-ca, formada por obras de y sobre el autor de la Divina Commedia, o la pequeña biblioteca teo-sófica, seguramente leída bajo la luz de Jung. Asimismo, no deja de asombrar la presencia de obras que, independientemente de su mérito in-trínseco, encarnan el zeitgeist cultural de las dos décadas que serían las finales de Victoria Ocam-po: La pénsee sauvage (1962), de Claude Lévi-Strauss; Les mots et les choses (1966) de Michel Foucault; Language & Silence (1967), de George Steiner; Against Interpretation (1966), de Susan Sontag; Critique et Verité (1967) de Roland Bar-thes, entre otros. Estos libros leídos en el tramo final de su existencia son el último testimonio de una curiosidad vital que ni los años ni los desen-cantos lograron apagar. •

Fondo y figura

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Publicaciones periódicasComplemento natural de la biblioteca y espejo de la vitalidad cultural del siglo XX, la hemeroteca de Villa Ocampo está compuesta por alrededor de 2.300 revistas y publicaciones periódicas. Además de la colección completa de Sur, con su sobria encuadernación editorial, están abundan-temente representadas las grandes revistas que dominaron el paisaje intelectual de sus respec-tivos ámbitos lingüísticos, desde las francesas Nouvelle Revue Française, Mercure de France o Les Lettres Nouvelles, hasta las inglesas Horizon, New Writing o Encounter, o la italiana Tempo Pre-sente. Asimismo, también hay una variada selec-

Discos y partiturasLa música fue otra de las pasiones dominantes en la vida de Victoria Ocampo. Al igual que los libros, los discos eran elementos esenciales de su hábitat natural. En Villa Ocampo se conservan 275 discos de pasta y vinilo, algunos de ellos clasificados por su propia dueña en álbumes personales que revelan afinidades secretas, en-tusiasmos fugaces, deslumbramientos siempre renovados. Allí conviven sin estridencias Bach, Chopin, Schumann, Purcell, o Wagner, con De-bussy, Ravel o Prokofiev; las óperas de Benjamin Britten con los negro spirituals cantados por Paul Robeson; estilizados sones y danzones cubanos con las tormentosas composiciones de Shostako-vich. Ese sonoro mosaico de épocas y estilos, que definen el gusto intrínsecamente moderno de su dueña, se completa con un conjunto de al-rededor de 100 partituras impresas, donde con-viven las utilizadas por las hermanas Ocampo en las clases de música de su infancia —muchas de ellas con anotaciones manuscritas de Victoria o de su hermana Angélica, considerada la “músi-ca” de la familia—, con las ediciones originales de las principales obras del período épico de la

música contemporánea, en un arco que va des-de Satie, Stravinsky, o Falla, hasta Honegger o el Grupo de los Seis, algunas de las cuales fueron dedicadas y anotadas de puño y letra por el direc-tor de orquesta suizo Ernest Ansermet. •

ción de pequeñas publicaciones que difundieron sigilosamente la literatura y el arte de vanguar-dia, como las austeras Bifur y Mesures, o las opu-lentas View, Cahier d’Art o Minotaure. Entre las publicaciones latinoamericanas afines a Sur, se destacan la mexicana Cuadernos Americanos, la uruguaya Entregas de La Licorne, o la interna-cional (con sede parisina) Mundo Nuevo. Pero el conjunto excede el vasto territorio de las publica-ciones culturales para incluir también revistas de interés general, como Time o Life, que satisfacían la curiosidad siempre alerta de Victoria Ocampo. •

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Esta publicación fue posible gracias a la generosa contribución de la Sra. Cristina Khallouf

LA BIBLIOTECA DE VILLA OCAMPO

Proyecto Villa OcampoDirector Ejecutivo: Nicolás Helft

Investigador principal: Ernesto MontequinBibliotecaria: Victoria NacucchioAsistente: Camila MuriasDiseño: Hernán Turina