antologia de cuentos(1)

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ANTOLOGIA DE CUENTOS INFANTILES ESC.SEC. Ricardo Flores Magón Frida Gisselle López de la Torre Sandra Luz Olvera Nolasco 3ºB T.M

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1pPROLOGO

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ANTOLOGIA DE

CUENTOS

INFANTILES ESC.SEC. Ricardo Flores

Magón

Frida Gisselle López de la Torre

Sandra Luz Olvera Nolasco 3ºB T.M

ESC.SEC. Ricardo Flores Magón

1

INDICE PROLOGO……………………………………………….2

DEDICATORIA…………………………………………...3

LA BELLA Y LA BESTIA……………………….………….4

LA BELLA DURMIENTE……………………………..…...8

PINOCHO...……………………………………………12

CAPERUCITA ROJA…………………..………………18

PATITO FEO………………………..…………………..20

ESC.SEC. Ricardo Flores Magón

2

PROLOGO

Son cuentos clásicos de niños, dejan una

enseñanza de la vida.

ESC.SEC. Ricardo Flores Magón

3

DEDICATORIA Es dedicada a todos sean niños, adolescentes,

adultos y personas de la tercera edad.

ESC.SEC. Ricardo Flores Magón

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LA BELLA Y LA BESTIA Hace muchísimo tiempo había una joven

buena y hermosa, a quien las gentes del lugar

la llamaban: la Bella. Llamarla así no era sino

una expresión de admiración por la perfección

física y espiritual de la muchacha.

El padre de la joven, un acaudalado

comerciante,

cayó, de la noche a la mañana, en la miseria

más triste. Así que padre e hija, habituados a la

comodidad que acarrean las riquezas, vieron

con desengaño, cómo sus amigos de los

buenos tiempos ahora se iban alejando.

Pero padre e hija, como buenos cristianos,

aceptaron con resignación los designios de su

Dios. Oraban: “Dios nos dio riquezas y él nos la

ha quitado. Él sabrá por qué nos la ha

arrebatado”.

Un día en que el padre hacía un viaje, se perdió

en el bosque que debía atravesar. Y,

comprendiendo que su situación era peligrosa,

se encomendó a

su Dios y, éste, escuchando sus anhelos, le hizo

ESC.SEC. Ricardo Flores Magón

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divisar muy pronto un plació cercado por una

reja. Así que se acercó a él para refugiarse, al

no haber otra opción.

Llamó a la puerta y, como nadie contestó,

entró en el palacio, recorrió todos los ambientes

lujosos, hasta llegar a una espléndida mesa que

estaba servida y comió cuanto pudo. Cuando

sació su hambre, eligió un amplio y mullido

lecho y se echó a dormir. Al día siguiente, al

continuar el recorrido por el regio palacio, halló

en el caballerizo un caballo perfectamente

preparado. Montó en él y, abandonando la

señorial mansión, se alejó tranquilamente.

Apenas hubo avanzado un trecho, se encontró

con un hermosísimo jardín, poblado de exóticas

y aromáticas flores. No pudiendo resistir la

tentación de recoger, se apeó del caballo y

arrancó una linda flor para llevársela a la Bella,

su hija. Apenas arrancó la flor, el suelo comenzó

a temblar y apareció una bestia horripilante,

diciendo:

- ¡Insensato! ¡Yo te proporciono el deleite de ver

y palpar estas flores, y tú me las robas! Morirás al

punto, desdichado. ¡Encomienda tu alma a

Dios!

El hombre repuso:

- Dueño de estos dominios: jamás creí hacer

daño al coger una hermosa flor para llevarla a

mi desolada hija.

El interlocutor contestó encolerizado:

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- ¡Yo soy la Bestia! Pero ya que tienes una hija, si

ella quiere morir en tu lugar, alégrate; pues a fe

de Bestia, estarás sano y salvo.

Bella, la hermosa hija del atribulado

comerciante, advertida por un hada buena,

acudió al palacio y, a pesar de las súplicas de

su padre, insistió quedarse en él.

Pero, la Bestia, lejos de hacerla pedazos a la

joven dama, lo miró con bondad. De modo que

todo el palacio lo dispuso para ella. Solo la

eventual presencia del monstruo turbaba su

sosiego. Así, la primera vez que la Bestia entró a

sus habitaciones, creyó morir de terror. Más, con

el tiempo, fue acostumbrándose a su

desagradable compañía.

La Bestia, por su parte, no desperdiciaba

oportunidad alguna para solicitarla como

esposa; pero ella, aterrorizada y llena de

nauseas, le volvía las espaldas y no contestaba

nada. Sin embargo, como fueron tan insistentes

los requerimientos del monstruo que, mujer y

débil al fin, considerando sus bondades, terminó

aceptando la propuesta.

De inmediato sucedió un milagro. Apenas dio la

Bella su aceptación, la Bestia se transformó en

un apuesto príncipe. Y éste exclamó

completamente arrobado:

- ¡Bella, mi hermosa Bella! Yo era un príncipe

condenado a vivir bajo la apariencia de un

monstruo, hasta que una joven hermosa

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consintiese en ser mi esposa, no importarle mi

fealdad. Ahora que esto ha sucedido, pongo a

tus pies, a la par de mi profundo amor, mis

riquezas y blasones.

En ese momento, la Bella le dio su mano y lo

hizo ponerse de pie. Y mirándose

cariñosamente, ambos se estrecharon en un

largo y fuerte abrazo. Y, Como es de suponer, se

casaron y fueron muy felices.

ESC.SEC. Ricardo Flores Magón

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LA BELLA DURMIENTE

Érase una vez un rey y una reina que aunque

vivían felices en su castillo ansiaban día tras día

tener un hijo. Un día, estaba la Reina

bañándose en el río cuando una rana que oyó

sus plegarias le dijo.

- Mi Reina, muy pronto veréis cumplido vuestro

deseo. En menos de un año daréis a luz a una

niña.

Al cabo de un año se cumplió el pronóstico y la

Reina dió a luz a una bella princesita. Ella y su

marido, el Rey, estaban tan contentos que

quisieron celebrar una gran fiesta en honor a su

primogénita. A ella acudió todo el Reino,

incluidas las hadas, a quien el Rey quiso invitar

expresamente para que otorgaran nobles

virtudes a su hija. Pero sucedió que las hadas

del reino eran trece, y el Rey tenía sólo doce

platos de oro, por lo que tuvo que dejar de

invitar a una de ellas. Pero el soberano no le dio

importancia a este hecho.

Al terminar el banquete cada hada regaló un

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don a la princesita. La primera le otorgó virtud;

la segunda, belleza; la tercera, riqueza.. Pero

cuando ya sólo quedaba la última hada por

otorgar su virtud, apareció muy enfadada el

hada que no había sido invitada y dijo:

- Cuando la princesa cumpla quince años se

pinchará con el huso de una rueca y morirá.

Todos los invitados se quedaron con la boca

abierta, asustados, sin saber qué decir o qué

hacer. Todavía quedaba un hada, pero no

tenía poder suficiente para anular el

encantamiento, así que hizo lo que pudo para

aplacar la condena:

- No morirá, sino que se quedará dormida

durante cien años.

Tras el incidente, el Rey mandó quemar todos

los husos del reino creyendo que así evitaría que

se cumpliera el encantamiento.

La princesa creció y en ella florecieron todos sus

dones. Era hermosa, humilde, inteligente… una

princesa de la que todo el que la veía quedaba

prendado.

Llegó el día marcado: el décimo quinto

cumpleaños de la princesa, y coincidió que el

Rey y la Reina estaban fuera de Palacio, por lo

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que la princesa aprovechó para dar una vuelta

por el castillo. Llegó a la torre y se encontró con

una vieja que hilaba lino.

- ¿Qué es eso que da vueltas? - dijo la

muchacha señalando al huso.

Pero acercó su dedo un poco más y apenas lo

rozó el encantamiento surtió efecto y la

princesa cayó profundamente dormida.

El sueño se fue extendiendo por la corte y todo

el mundo que vivía dentro de las paredes de

palacio comenzó a quedarse dormido

inexplicablemente. El Rey y la Reina, las

sirvientas, el cocinero, los caballos, los perros…

hasta el fuego de la cocina se quedó dormido.

Pero mientras en el interior el sueño se

apoderaba de todo, en el exterior un seto de

rosales silvestres comenzó a crecer y acabó por

rodear el castillo hasta llegar a cubrirlo por

completo. Por eso la princesa empezó a ser

conocida como Rosa Silvestre.

Con el paso de los años fueron muchos los

intrépidos caballeros que creyeron que podrían

cruzar el rosal y acceder al castillo, pero se

equivocaban porque era imposible

atravesarlo.

Un día llegó el hijo de un rey, y se dispuso a

intentarlo una vez más. Pero como el

encantamiento estaba a punto de romperse

porque ya casi habían transcurrido los cien años,

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esta vez el rosal se abrió ante sí, dejándole

acceder a su interior. Recorrió el palacio hasta

llegar a la princesa y se quedó hechizado al

verla. Se acercó a ella y apenas la besó la

princesa abrió los ojos tras su largo letargo. Con

ella fueron despertando también poco a poco

todas las personas de palacio y también los

animales y el reino recuperó su esplendor y

alegría.

En aquel ambiente de alegría tuvo lugar la

boda entre el príncipe y la princesa y éstos

fueron felices para siempre.

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PINOCHO

Érase una vez, un carpintero llamado Gepetto

que decidió construir un muñeco de madera, al

que llamó Pinocho. Con él, consiguió no sentirse

tan solo como se había sentido hasta aquel

momento.

- ¡Qué bien me ha quedado!- exclamó una vez

acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me

gustaría que tuviese vida y fuese un niño de

verdad!

Como había sido muy buen hombre a lo largo

de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un

hada decidió concederle el deseo y durante la

noche dio vida a Pinocho.

Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su

taller, se llevó un buen susto al oír que alguien le

saludaba:

- ¡Hola papá!- dijo Pinocho.

- ¿Quién habla?- preguntó Gepetto.

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- Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le

preguntó.

Gepetto se dirigió al muñeco.

- ¿Eres tu? ¡Parece que estoy soñando!, ¡por fin

tengo un hijo!

Gepetto quería cuidar a su hijo como habría

hecho con cualquiera que no fuese de madera.

Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y

conocer a otros niños. Pero el carpintero no

tenía dinero, y tuvo que vender su abrigo para

poder comprar una cartera y los libros.

A partir de aquél día, Pinocho empezó a ir al

colegio con la compañía de un grillo, que le

daba buenos consejos. Pero, como la mayoría

de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir

al colegio a aprender, por lo que no siempre

hacía caso del grillo. Un día, Pinocho se fue al

teatro de títeres para escuchar una historia.

Cuando le vio, el dueño del teatro quiso

quedarse con él:

-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y

habla! Con él en la compañía, voy a hacerme

rico – dijo el titiritero, pensando que Pinocho le

haría ganar mucho dinero.

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A pesar de las recomendaciones del pequeño

grillo, que le decía que era mejor irse de allí,

Pinocho decidió quedarse en el teatro,

pensando que así podría ganar dinero para

comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había

vendido el suyo para comprarle los libros.

Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando

para el titiritero. Pasados unos días, cuando

quería volver a casa, el dueño del teatro de

marionetas le dijo que no podía irse, que tenía

que quedarse con él.

Pinocho se echó a llorar tan y tan desconsolado,

que el dueño le dio unas monedas y le dejó

marchar. De vuelta a casa, el grillo y Pinocho, se

cruzaron con dos astutos ladrones que

convencieron al niño de que si enterraba las

monedas en un campo cercano, llamado el

“campo de los milagros”, el dinero se

multiplicaría y se haría rico.

Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al

grillo que le advertía del engaño, Pinocho

enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los

dos ladrones se llevaron las monedas y Pinocho

tuvo que volver a casa sin monedas.

Durante los días que Pinocho había estado

fuera, Gepetto se había puesto muy triste y,

preocupado, había salido a buscarle por todos

los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo

llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte,

el hada que había convertido a Pinocho en

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niño, les explicó que el carpintero había salido

dirección al mar para buscarles.

Pinocho y grillo decidieron ir a buscarle, pero se

cruzaron con un grupo de niños:

- ¿Dónde vais?- preguntó Pinocho.

- Al País de los Juguetes – respondió un niño-.

¡Allí podremos jugar sin parar! ¿Quieres venir

con nosotros?

- ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda

que tenemos que encontrar a Gepetto, que

está triste y preocupado por ti.

- ¡Sólo un rato!- dijo Pinocho- Después seguimos

buscándole.

Y Pinocho se fue con los niños, seguido del grillo

que intentava seguir convenciéndole de

continuar buscando al carpintero. Pinocho jugó

y brincó todo lo que quiso. Enseguida se olvidó

de Gepetto, sólo pensaba en divertirse y seguir

jugando. Pero a medida que pasaba más y

más horas en el País de los Juguetes, Pinocho se

iba convirtiendo en un burro. Cuando se dió

cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada

se compadeció de él y le devolvió su aspecto,

pero le advirtió:

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- A partir de ahora, cada vez que mientas te

crecerá la nariz.

Pinocho y el grillo salieron rápidamente en

busca de Gepetto.

Geppetto, que había salido en busca de su hijo

Pinocho en un pequeño bote de vela, había

sido tragado por una enorme ballena.

Entonces Pinocho y el grillito, desesperados, se

hicieron a la mar para rescatar al pobre

ancianito papa de Pinocho.

Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le

pidió porfavor que le devolviese a su papá,

pero la enorme ballena abrió muy grande la

boca y se lo tragó también a él.

¡Por fin Geppetto y Pinocho estaban

nuevamente juntos!, Ahora debían pensar

cómo conseguir salir de la barriga de la

ballena.

- ¡Ya sé, dijo Pepito hagamos una fogata! El

fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la

balsa salió volando con sus tres tripulantes.

Una vez a salvo Pinocho le contó todo lo

sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A

Gepetto, a pesar de haber sufrido mucho los

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últimos días, sólo le importaba volver a tener a

su hijo con él. Por lo que le propuso que

olvidaran todo y volvieran a casa. Pasado un tiempo, Pinocho demostró que

había aprendido la lección y se portaba bien:

iba al colegio, escuchaba los consejos del grillo

y ayudaba a su padre en todo lo que podía.

Como recompensa por su comportamiento, el

hada decidió convertir a Pinocho en un niño de

carne y hueso. A partir de aquél día, Pinocho y

Gepetto fueron muy felices como padre e hijo.

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CAPERUCITA ROJA En un pueblo lejano vivía una niña hermosa a la

cual todos conocían por Caperucita Roja,

porque siempre usaba una caperuza de ese

color.

Y diciendo esto, el lobo se lanzó sobre

Caperucita Roja y se la comió de un bocado.

Cierto día, su madre le pidió que llevara unos

pasteles a su abuela que estaba enferma. La

niña se encaminó hacia la casa de su abuela,

que vivía en un pueblo vecino. Para llegar a

casa de la abuela, Caperucita debía atravesar

un bosque, donde encontró a un lobo que

estaba en el camino. El lobo le preguntó dónde

iba y la niña en su inocencia le contestó.

El lobo, continuó su interrogatorio:

- ¿Vive muy lejos tu abuelita?

- Sí, pasando el bosque, en la primera casita del

pueblo.

- Te apuesto a que puedo llegar primero. Iré por

este camino y tú por aquel.- dijo el lobo y partió

corriendo por el camino más corto.

La pequeña fue por el camino más largo, que el

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lobo le había indicado. Se entretuvo en cortar

vallas y flores. El lobo llegó primero y tocó a la

puerta de la casa de la abuela. Como estaba

enferma, la abuela preguntó desde la cama,

quién era. El lobo fingió ser Caperucita y logró

entrar. Cuando estuvo dentro, se lanzó sobre la

pobre abuela y se la devoró, pues estaba

hambriento. Cuando terminó, se metió en la

cama, disfrazado de abuela y esperó a que

llegara Caperucita.

Cuando Caperucita llegó, el lobo dio las

mismas indicaciones a la niña, que la abuela le

había dado antes a él, para que entrara. Al

entrar la pequeña, el lobo dijo:

- Deja los pasteles sobre la mesa y ven a

acostarte conmigo.

Caperucita Roja obedeció y se fue a acostar

con la abuela, pero al verla notó algo extraño:

- Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!

- Es para abrazarte mejor, hija mía.

-Abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!

- Es para oírte mejor, hija mía.

- Abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

- Es para verte mejor, hija mía.

- Abuela, ¡qué dientes tan grandes tienes!

- ¡Para comerte mejor!

Y diciendo esto, el lobo se lanzó sobre

Caperucita Roja y se la comió de un bocado.

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PATITO FEO

Como cada verano, a la Señora Pata le dio por

empollar y todas sus amigas del corral estaban

deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran

los más guapos de todos.

Llegó el día en que los patitos comenzaron a

abrir los huevos poco a poco y todos se

congregaron ante el nido para verles por

primera vez. Uno a uno fueron saliendo hasta

seis preciosos patitos, cada uno acompañado

por los gritos de alborozo de la Señora Pata y de

sus amigas. Tan contentas estaban que

tardaron un poco en darse cuenta de que un

huevo, el más grande de los siete, aún no se

había abierto.

Todos concentraron su atención en el huevo

que permanecía intacto, incluso los patitos

recién nacidos, esperando ver algún signo de

movimiento. Al poco, el huevo comenzó a

romperse y de él salió un sonriente pato, más

grande que sus hermanos, pero ¡oh,

sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado

que los otros seis...

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La Señora Pata se moría de vergüenza por

haber tenido un patito tan feísimo y le apartó

con el ala mientras prestaba atención a los

otros seis. El patito se quedó tristísimo porque se

empezó a dar cuenta de que allí no le querían...

Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al

contrario, empeoraba, pues crecía muy rápido

y era flacucho y desgarbado, además de

bastante torpe el pobrecito. Sus hermanos le

jugaban pesadas bromas y se reían

constantemente de él llamándole feo y torpe. El

patito decidió que debía buscar un lugar

donde pudiese encontrar amigos que de

verdad le quisieran a pesar de su desastroso

aspecto y una mañana muy temprano, antes

de que se levantase el granjero, huyó por un

agujero del cercado.

Así llegó a otra granja, donde una vieja le

recogió y el patito feo creyó que había

encontrado un sitio donde por fin le querrían y

cuidarían, pero se equivocó también, porque la

vieja era mala y sólo quería que el pobre patito

le sirviera de primer plato. También se fue de

aquí corriendo.

Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de

hambre pues tuvo que buscar comida entre el

hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores

que pretendían dispararle.

Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un

estanque donde encontró las aves más bellas

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que jamás había visto hasta entonces. Eran

elegantes, gráciles y se movían con tanta

distinción que se sintió totalmente acomplejado

porque él era muy torpe. De todas

formas, como no tenía nada que perder se

acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse

también.

Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el

patito vio en el estanque, le respondieron:

- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!

A lo que el patito respondió:

-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y

desgarbado, pero no deberíais reír por eso...

- Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y

verás cómo no te mentimos.

El patito se introdujo incrédulo en el agua

transparente y lo que vio le dejó maravillado.

¡Durante el largo invierno se había transformado

en un precioso cisne!. Aquel patito feo y

desgarbado era ahora el cisne más blanco y

elegante de todos cuantos había en el

estanque.

Así fue como el patito feo se unió a los suyos y

vivió feliz para siempre.