alders, hanny - el señor de los cátaros

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literatura historia

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  • Hanny Alders

    EL SEOR DE LOS

    CTAROS

    Ediciones Martnez Roca

  • Hanny Alders El seor de los ctaros

    2

    ABADA DE ABBECOURT, CERCA DE POISSY

    Invierno de 1207

    Redime su alma de los castigos del infierno y de la perdicin. Resctala de las fauces del len, para que no la devore el abismo y para que no caiga en las tinieblas. Que san Miguel, adalid de los ngeles, la gue hacia la sagrada luz.

    El agua bendita salpic de manchas oscuras del, por lo dems, inmaculado sudario. Dos gotas como perlas se posaron sobre las plidas mejillas. Pareca llorar. Amaury de Poissy se inclin y las sec con un beso. Not que la piel de ella, hinchada a causa del prolongado esfuerzo durante el parto, estaba fra y ter-sa. Al incorporarse, Amaury se encontr con la mirada de enojo del sacerdote, que balanceaba el incensario sobre el cuerpo estirado. El espeso humo le dio nuseas. Se pregunt si la tapa encajara, pues el vientre con el nio muerto sobresala del borde del atad.

    Tena catorce aos, uno menos que l. Demasiado joven para morir.

    Mientras la llevaba hacia la tumba, junto con sus hermanos y los escuderos de stos, el nudo que te-na en la garganta le impeda respirar. Haban conseguido cerrar la tapa y l apenas senta su peso, quiz por el hecho de ser ms bajo que los dems. Lentamente, mientras repartan ms oraciones, ms incienso y ms agua bendita, fueron descolgando el atad en la tumba. Dej vagar la mirada a su alrededor, hacia el sepulcro de su padre, que haba fundado la abada, y hacia los sepulcros de otros miembros de la familia. El nico que no yaca aqu era su hermano mayor, Gasce, que haba cado en Tierra Santa. Finalmente cogi la bolsa que colgaba de su cinto y cont veinte monedas que fue depositando en las manos del cannigo, en aras del reposo eterno de su esposa. Para ser el cuarto hijo sin recursos, se trataba de un importe gene-roso. Un artesano cualificado estara satisfecho con un sueldo como ste.

    Por qu? Las primeras palabras que pronunci Amaury cuando hubieron abandonado la aba-da salieron con un sollozo de indignacin.

    Todo haba ido tan rpido que tan slo ahora empezaba a darse cuenta de lo sucedido. Roberto, que desde la muerte de Gasce era el mayor, se encogi de hombros.

    Si conociramos los designios de Dios, la vida sera menos insegura, dijo.

    Nunca tendramos que haberle dado una mujer que se llamaba Eva, oy decir a su segundo hermano, Guillermo, que cabalgaba a su otro costado . No poda salir bien.

    Por qu? pregunt Amaury.

    Eva era la madre del pecado, dijo Guillermo . Todas sus hijas cargan con l. Y ella tambin.

    Al pronunciar estas ltimas palabras seal con el pulgar por encima de su hombro hacia la abada que haba dejado a sus espaldas.

    Eso no tiene sentido. La Eva del paraso no muri al dar a luz, replic Amaury.

    Algo habr hecho para disgustar a Dios. En cualquier caso, tenemos su dote, aunque no sea mu-cho. Cuando hayas dejado el luto te buscaremos un mejor partido.

    Nunca le hizo dao a nadie, protest el joven viudo fulminando al caballero con la mirada.

    Y t qu?

    En cualquier caso, antes de tomar a otra por esposa tendrais que limpiar todos tus pecados, admiti Roberto . Una peregrinacin tampoco me vendra mal a mi.

    Se refera a su propia esposa que an no le haba dado hijos.

    Tierra Santa, sugiri Guillermo, pensando que en tal caso sus posibilidades aumentaran consi-derablemente.

    Si despus de Gasce tambin Roberto pereca en la lucha contra los infieles, l se convertira en el primognito y en el primer heredero. Su entusiasmo era demasiado evidente.

    El rey de Jerusaln ha firmado un armisticio. Por lo pronto no habr ninguna Cruzada, le res-pondi Roberto con sequedad.

    Mientras cabalgaban en silencio, Amaury se devanaba los sesos sobre lo que l o Eva podan haber hecho para merecer semejante castigo. Decan que haba sufrido sobremanera. Parte de ese dolor lo senta l en su interior. Ni siquiera quera pensar en la posibilidad de volver a casarse. Tena que mantenerse ocu-pado con asuntos que pertenecan al mundo de los hombres, como luchar. A fin de cuentas, para eso lo haban educado. Una Cruzada, eso le atraa.

  • Hanny Alders El seor de los ctaros

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    SAINT GILLES 18 de junio de 1209

    Malditos sean siempre y en todas partes; malditos sean da y noche y a todas horas malditos sean cuando duermen y cuando estn despiertos; malditos sean cuando comen y cuando beben malditos sean cuando callan y cuando hablan.

    Malditos sean de pies a cabeza.

    Que sus ojos se cieguen; que sus odos ensordezcan; que su boca enmudezca; que su lengua se quede pegada al paladar; que sus manos no puedan ya tocar nada ms y que sus pies no puedan ya andar.

    Malditos sean todos sus miembros; malditos sean cuando estn de pie, cuando yacen y cuando estn sentados.

    Que sean enterrados con los perros y los burros, que los lobos rapaces devoren sus cadveres."

    El texto de los ritos de excomunin retumbaba en el cerebro del joven cruzado. Los haban ledo en voz alta en las iglesias, mucho antes de que el Papa hiciera un llamamiento a la cristiandad para que em-prendiera una Cruzada contra los herejes.

    Qu aspecto tendra un hereje? Acaso alguien que adoraba al demonio tena tambin algo demo-naco? Los mrtires, monjes y ermitaos, los hombres que dedicaban su vida a Dios, sos tenan algo no-ble, casi algo santo, como si en vida ya los iluminara la luz celestial. Era posible que en el caso contrario se percibiera el ardor del infierno? El papa haba dicho que los herejes eran peores que los sarracenos. Pero al menos uno poda reconocer a los sarracenos, eran como unos salvajes de piel oscura. Cmo se reconoca a un hereje? Porque, por supuesto, no te daban tiempo para hacer preguntas. Y si te equivoca-bas y matabas por error a un cristiano? Te condenaras para siempre? Y servira entonces de algo la indulgencia que se poda conseguir con esta Cruzada?

    Amaury de Poissy mantena la mirada fija en las espaldas de sus hermanos que estaban delante de l. Por un lado le llenaba de orgullo que a pesar de su juventud le hubieran permitido tomar la cruz y viajar hacia el sur con el ejrcito que deba erradicar la hereja. Pero a medida que se acercaba a los lmites del condado de Tolosa, senta aumentar su temor e inseguridad.

    Esta es una guerra santa, le haba dicho Roberto , por encargo de la Iglesia, bendecida por la Iglesia y a las rdenes de la Iglesia. Se supone que tales cuestiones no han de preocuparte en absoluto.

    Roberto era grande y fuerte, y siempre saba la respuesta correcta. Por supuesto, Roberto tena ra-zn. Las anchas espaldas de su hermano mayor, como un escudo protector entre l y el resto del mundo, lo tranquilizaban.

    Recibimos rdenes y obedecemos, haba aadido Guillermo, y tambin le haba explicado que los sacerdotes herejes no estaban tonsurados, sino que llevaban el pelo largo y la barba desaliada. Y que se poda reconocer a los herejes, pues se comportaban como bestias, por ejemplo practicando la sodoma. Eso era por lo menos algo.

    En realidad, todo en la vida de Amaury vena determinado por sus hermanos. Por ejemplo, sin ellos nunca habra sido elegido para esta importante tarea. Era un gran honor que le hubieran designado para escoltar al legado papal Milon en su viaje a Saint Gilles. Milon, el secretario personal del papa Inocencio III, haba ascendido hasta su actual posicin tan slo porque el conde de Tolosa desconfiaba tanto de los dems legados que se negaba a negociar con ellos. Lo cual no quitaba que tambin este legado suplente haba de ser considerado como si fuera el santo padre en persona. Durante el camino hacia Saint Gilles, el clrigo haba sido recibido por doquier con grandes muestras de respeto y humildad. Los caballeros que lo acompaaban haban participado de estos honores. Eso hizo que por primera vez en su joven vida, y a pesar de su inseguridad, Amaury se sintiera importante.

    Se puso de puntillas y estirando el cuello intent ver, por encima de las cabezas de los nobles, los caballeros y los clrigos, lo que suceda a la entrada de la iglesia. All, debajo de las bvedas del zagun central donde las esculturas inacabadas brillaban a la luz del sol, deba de hallarse ahora el conde Raimun-do de Tolosa delante del legado, rodeado de obispos y arzobispos. Poda or la voz de Milon, y tambin que sus palabras eran traducidas por otro. Slo de vez en cuando un viento clido transportaba algunos retazos que poda entender.

    Juro que obedecer todas las rdenes del papa... Dicen que he apoyado a los herejes..., que soy sospechoso de estar implicado en la muerte de Pedro de Castelnau... Si violo estos artculos, quiero volver a ser excomulgado... y exonerar a todos mis vasallos de la lealtad, las obligaciones y los servicios que me deben...

    Una sonora maldicin lanzada por Simn de Poissy, primo de los tres hermanos que se hallaba junto a Amaury, impidi que se oyera el resto.

  • Hanny Alders El seor de los ctaros

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    Esa sabandija miente ms que habla! gru el caballero entre dientes.

    Mientras tanto, el legado haba vuelto a tomar la palabra. Amaury oy que hablaba de los judos, a quienes haba que negar el acceso a todos los cargos pblicos y privados; de los mercenarios de Aragn al servicio del conde, que haban robado bienes de la Iglesia, y de los herejes y la Cruzada. Al igual que su seor, diecisis vasallos del conde Raimundo juraron en voz alta que obedeceran a la Iglesia y que lucha-ran contra los herejes y sus protectores.

    De sbito, la comitiva de obispos y arzobispos se puso en movimiento. Rodeados del bajo clero se disponan a dirigirse solemnemente hacia el altar mayor, llevando delante las santas reliquias de la iglesia. Por un momento, las vestiduras magnficamente bordadas se hicieron de lado, por lo que Amaury pudo entrever al conde. Con los pies descalzos y el torso desnudo, el noble permaneca sumiso ante el legado, que acababa de coger la estola de sus propios hombros para colocrsela alrededor del cuello desnudo. Alguien entreg al legado un flagelo con el cual empez a azotar al conde Raimundo mientras le conduca hacia la iglesia.

    El espectculo provoc sentimientos encontrados en el joven cruzado, en un momento en que hubie-ra sido ms oportuno sentirse victorioso. Lo que haba esperado ver en Saint Gilles era un conde de Tolosa rayano en lo demonaco. Un canalla infiel, un saqueador de monasterios e iglesias, un profanador de reliquias, un astuto zorro al que traan sin cuidado las amonestaciones de los arzobispos e incluso del papa. Sin embargo, lo que vea era un hombre bien educado, de rasgos suaves, que soportaba con paciencia la humillacin a que era sometido. En Saint Gilles haba odo decir que al conde lo apodaban el "Concilia-dor", por su gran tolerancia y su disposicin a hacer las paces con sus enemigos. No pareca en absoluto un hereje, fuera lo que fuera eso. El cuerpo de este noble, que deba de tener unos cincuenta aos, era muscu-loso, como corresponda a un hombre acostumbrado a manejar las armas, ya fuera en un torneo o en un combate real, mas tambin delataba que llevaba una buena vida y que gozaba de todos los placeres que se poda permitir. Su sobretodo, que colgaba doblado sobre el cinto de su espada, era de buena seda y llevaba bordado en oro su escudo. En resumidas cuentas, tena el mismo aspecto que cualquier otro noble ilustre. Tampoco le faltaba orgullo. A pesar de la deshonra que le estaban infligiendo, se mostraba orgulloso y se-guro de s mismo, como si su rango le exigiera superar todo este trance sin perder la dignidad. Slo sus oscuros ojos parecan apagados e impenetrables.

    Para lo que era habitual en Occitania, Raimundo de Tolosa era un buen catlico y seguramente no haba tenido nada que ver con el vil asesinato del legado papal Pedro de Castelnau, pero este crimen haba tenido lugar en territorio suyo y por consiguiente l era el responsable. Adems, por lo visto el asesino haba actuado a raz de una amenaza proferida por el conde en una explosin de clera. Era como si lo hubiera hecho por orden del noble, aunque ms tarde ste se hubiera distanciado expresamente e intentado encon-trar al culpable y castigarlo debidamente. Ello no quitaba que la muerte de Pedro de Castelnau encendiese la chispa que hizo estallar el prolongado conflicto entre la Iglesia y Tolosa en torno a la hereja. Se intensi-fic el anatema lanzado anteriormente contra l, sus tierras y sus posesiones fueron declaradas fuera de la ley. Por fin cundi el llamamiento que, desde su subida al trono haca diez aos, el Papa Inocencio haba dirigido repetidas veces a toda la cristiandad para emprender una Cruzada contra el sur hereje.

    Dado que sus tierras y su pueblo estaban a punto de caer en manos del primero que consiguiera conquistarlos, con el beneplcito de su seor el rey de Francia y del propio papa, el conde hizo un ltimo intento por contener la ira de sus seores con un gesto de buena voluntad. El ejrcito de los cruzados, que contaba con miles de caballeros, peones y mercenarios armados, se haba acercado peligrosamente a sus lindes. Tena que ganar tiempo para evitar una devastadora invasin de sus tierras y sus sbditos, entre los cuales haba muchos herejes, aunque para ello tuviese que ponerse aparentemente contra ellos y unirse a la Cruzada.

    El muro de vestiduras haba vuelto a cerrarse en torno al conde, y Roberto de Poissy hizo seas a sus acompaantes para que le siguieran a fin de ser testigos de la ceremonia de absolucin. Amaury des-pert de un sobresalto de sus cavilaciones cuando una manaza le agarr por el brazo. Se encontr con la cara de su primo Simn, quien con un brusco movimiento de la cabeza le indic que tena que acompaar-los. Se sum apresuradamente a sus hermanos antes de que la multitud lo separara de ellos.

    Dentro de la iglesia haca casi tanto calor como fuera. Amaury sigui las solemnidades sudando de-bajo de su armadura. La muchedumbre que antes se haba congregado delante de la iglesia ya haba logra-do entrar. El joven caballero estaba tan sofocado que no tard en perder todo inters por la ceremonia y slo anhelaba que llegara el momento en que pudiera abandonar el edificio. Estaban tan apretujados que la mayora ni siquiera poda arrodillarse ni unir las manos.

    Por fin lleg el momento liberador en que se absolvi al conde Raimundo y se levant el anatema. Despus, todos quisieron salir a la vez de la iglesia y ello provoc una aglomeracin para la cual no estaban preparadas las salidas. En el altar, el legado y el conde comprendieron que tampoco ellos podran abando-nar la iglesia y se hicieron guiar por un par de monaguillos a travs de la cripta hacia el exterior. Por un momento se produjo una situacin embarazosa. El rodeo por las glidas bvedas les oblig a pasar delante

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    del sepulcro del asesinado Pedro de Castelnau. Milon, el legado papal, aprovech la oportunidad para re-cordar una vez ms al conde Raimundo sus promesas. Se detuvo ante la tumba para rendir al muerto un prolijo homenaje del cual todo el grupo fue testigo forzoso.

    Sobre sus cabezas, el forcejeo y el gritero haban llegado a un punto culminante. Hasta las bvedas del sagrado recinto, en lugar de oraciones, se elevaban juramentos que las imgenes santas reciban con el ceo fruncido. Despus de forcejar duramente, los tres hermanos Poissy y su primo consiguieron salir al exterior. Amaury se levant el yelmo y respir aliviado. El sol abrasador del medioda quemaba su rostro mojado por el sudor, pero cualquier cosa era mejor que estar encerrado dentro.

    Significa esto que la Cruzada ha acabado? pregunt con voz ronca debido al esfuerzo.

    Tres rostros acalorados se volvieron casi al mismo tiempo hacia l. Roberto mir primero a su her-mano menor Guillermo, despus a su primo Simn y a continuacin los tres se rieron del ms joven vstago de la familia Poissy.

    Anda, Guillermo, cuntale que no hemos venido aqu para aceptar por las buenas que tenemos que regresar, dijo el mayor con indiferencia . Mientras tanto busquemos algo de beber.

    Amaury mir expectante al otro, que se encogi de hombros irritado.

    Pues claro que la Cruzada no ha acabado, resopl Guillermo mientras seguan a los otros dos Poissy , todava hemos de empezar.

    Pero la Iglesia ha absuelto al conde de Tolosa; sus tierras, sus sbditos y l mismo gozan ahora de la proteccin de la Santa Sede. Cmo podramos atacarle a l y a sus vasallos?

    Pues claro que no le atacaremos, t mismo has visto cmo la Iglesia lo ha neutralizado! Tiene que participar en la Cruzada y perseguir la hereja. Por lo pronto, eso lo mantendr ocupado, su condado est plagado de esos asquerosos herejes. Nosotros nos limitaremos a echarle una mano antes de que olvide cul es su deber. Y luego estn los condados de Bziers, Carcasona y qu s yo cuntos ms, donde la fe est amenazada y donde abunda esa chusma descreda que practica la sodoma y el incesto. Guillermo se iba acalorando a medida que hablaba . Bougres! escupi. Era el juramento que los cruzados solan utilizar para referirse a los herejes.

    Pero es un feudo del rey de Aragn.

    se no ha movido ni un dedo para luchar contra la hereja.

    No se le puede exigir que delate a sus propios vasallos, no? Por cierto, qu crees que har el rey de Aragn cuando conquistemos sus ciudades, echemos a sus vasallos a la calle y ocupemos su lugar? Pues eso es lo que nos ha prometido la Iglesia. Qu hay de sus derechos? Acaso no es deber del rey, como seor feudal, protegerlos, al igual que el del conde de Tolosa, por cierto? Comprendo sus dudas.

    Protegerlos? Los herejes no tienen derechos!

    Qu pesa ms, un deber feudal o...?

    Haz el favor de ahorrarme preguntas tan estpidas. Si Roberto cree necesario que comprendas todo lo que hemos de hacer, que te lo explique l mismo. Acabas de orlo: el conde de Tolosa es un sacrle-go, un traidor, un embustero y un asesino, y su condado est lleno de individuos como l. Me importa un rbano que las ciudades y los castillos que vamos a conquistar sean suyos o de otra persona. Y no creas que ser llegar y besar el santo.

    Amaury sonri de oreja a oreja.

    Sabes qu es lo que no entiendo, Guillermo? pregunt mientras el otro repiqueteaba impaciente con los dedos contra la empuadura de su espada.

    Qu?

    Que t no tengas ni una sola pregunta. En realidad eres como un perro de caza.

    Por qu?

    Te limitas a correr ciegamente detrs de la jaura. Yo quiero saber adnde vamos, con quin, cundo y sobre todo por qu.

    No hace falta que sepas nada. Dios nos gua. Eso es suficiente.

    Un perro de caza, que sigue a la jaura con la lengua fuera, repiti riendo su hermano menor , y cuando por fin atrapes a la presa, te la quitarn de las manos. Ve con cuidado.

    Murete! le respondi Guillermo sentidamente.

    El rostro de Simn, con su negra barba, pas delante de su visera.

    Escucha bien, mocoso, un seor se debe primero a la Iglesia, luego a su soberano y slo despus a su pueblo. El conde de Tolosa, a quien t defiendes con tanto fervor, ha robado bienes de la Iglesia, ha destituido a sacerdotes de su cargo, ha convertido iglesias en burgos, sus mercenarios han asesinado a monjes y los han expulsado de sus monasterios y hace aos que es amigo y protector de los herejes.

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    No lo defiendo. Yo...

    Su primo ni siquiera lo escuchaba.

    Un servidor del diablo. As es como lo ha llamado el papa! sigui rabiando Simn y acto segui-do grit con fervor : Adelante, soldados de Cristo, vengad esta ofensa contra Dios y salvad esta tierra de la pestilencia hertica!

    Entonces fue Guillermo quien ri maliciosamente.

    Crees que es suficiente o acaso tienes dudas sobre si has de luchar con nosotros? Ya sabes que lo ha dicho el abad: quien no responda al llamamiento para unirse a esta Cruzada, que no beba vino nunca ms, no coma nunca ms, ni lleve ropa y que sea enterrado como un perro!

    Ante estas palabras sobraba cualquier discusin.

    Y adems... aadi Guillermo , te convendra ser un poco ms humilde. Despus de la metedu-ra de pata con Eva tienes que portarte bien!

    Amaury se puso rojo de ira. Cerr los puos y estaba a punto de saltar sobre Guillermo cuando Ro-berto se mezcl en la disputa. Al tiempo que haca un gesto tranquilizador hacia los otros dos, rode los delicados hombros de su hermano menor con su brazo encorazado.

    Has de tener cuidado con lo que dices. No sera la primera vez que alguien acaba pasando el resto de sus das encerrado en un calabozo por sus palabras. Regresa a nuestro cuartel. All corres menos peli-gro de meterte en dificultades. Nosotros iremos a divertirnos a la ciudad.

    BZJERS 22 de julio de 1209

    Esos estpidos han rechazado el ultimtum!

    Roberto de Poissy apart el toldo con una amplia brazada. No se sent, sino que permaneci en el umbral de la tienda de campaa como dispuesto a marcharse de nuevo en cualquier momento. En su rostro se lea claramente lo mucho que le sorprendan las noticias que el mismo traa.

    Rechazado? Pero si hemos ofrecido la libre retirada a todos los habitantes catlicos! exclam Amaury.

    Slo el obispo, que tuvo que transmitir el mensaje, ha sido sensato. Y un puado de catlicos que le han acompaado. El resto se prepara para defender la ciudad.

    Estupendo! exclam Guillermo . Por lo que a m respecta podemos asaltar Bziers, estoy lis-to.

    Amaury no comparta el entusiasmo de sus hermanos. Su sorpresa hizo sitio a las dudas que le con-suman desde haca semanas:

    Cuando ataquemos la ciudad, cmo sabremos quines entre ellos son herejes? Cmo los en-contraremos entre los ciudadanos inocentes?

    Sus sacerdotes llevan mantos y hbitos negros, dijo Roberto.

    Y los dems?

    A sos los reconocers enseguida, dijo Simn . Son unos farsantes ofos que no temen ni a Dios ni a los mandamientos y que no respetan ninguna ley. Putean a ciegas y sus mujeres son an peores. Adoran al diablo en concilibulos nocturnos. Luego preparan pcimas mgicas, adoran a un gato y le besan el culo, pues el demonio se les aparece con esta forma. Semejante gentuza ha de ser fcil de distinguir de los ciudadanos temerosos de Dios.

    Pero, evidentemente, todo eso no lo harn cuando estemos nosotros delante, replic Amaury , por eso sigo preguntndome: cmo los reconoceremos?

    Todo el que prefiera quedarse entre las murallas para proteger a esos perros asquerosos merece morir! estall Guillermo . Eso suponiendo que haya catlicos. Esa ciudad es un nido de adoradores del diablo y siervos de Satans. Una gran madriguera satnica, eso es lo que es!

    Se les ha brindado la oportunidad de salvar el pellejo. Si se niegan a entregar a los herejes, sern arrasados por el ejrcito de los cruzados. Es que todos estn ciegos? Basta con mirar por encima de las murallas para comprobar nuestra superioridad.

    Mientras hablaba, Simn buscaba involuntariamente la empuadura de su espada.

    Cundo atacaremos la ciudad? pregunt.

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    Por lo pronto nos preparamos para un asedio. Los soldados an han de reponerse de la marcha hasta aqu.

    Era Roberto quien le haba respondido.

    Ellos apenas haban tenido descanso. El 2 de julio, cerca de Valence, se haban unido de nuevo al ejrcito, de eso haca tres semanas. En un principio, las tropas haban mantenido un ritmo aceptable, mas al cruzar el Rdano en Beaucaire ya no pudieron seguir transportando el material pesado por el ro, y empeza-ron a avanzar con mucha ms lentitud. Las ltimas etapas bajo el sol de julio fueron muy agotadoras, sobre todo para los soldados de a pie y para los animales de tiro y de carga. Fue una verdadera suerte que la amenaza de la llegada de los cruzados asustara tanto a algunos seores del sur que stos entregaron sus posesiones sin resistencia y se unieron al estandarte de los cruzados. La marcha desde Montpellier, que haban atacado el da anterior al alba, haba durado todo el da y los ltimos soldados slo pudieron asentar sus reales al caer la noche.

    Roberto se dio la vuelta y contempl las murallas de Bziers que se alzaban a poca distancia de su campamento en la colina sobre la cual se haba construido la ciudad.

    Cuntas personas deben vivir all, y cuntas han buscado refugio entre sus murallas? Diez mil, veinte mil? reflexion en voz alta . Cuntos de ellos son fieles a la Santa Iglesia de Roma? En cual-quier caso, todos son igual de obstinados: se niegan a entregar a los herejes, ni siquiera quieren abando-narlos y huir de la ciudad, prefieren reventar con ellos.

    No te preocupes, hermanito, an tendrs que esperar para ver a un hereje. Este podra ser un asedio muy largo.

    En aquel momento, sus cavilaciones fueron interrumpidas por un escudero del duque de Borgoa, que vino a buscarle para acudir de inmediato a un consejo de guerra. Roberto volvi apresuradamente a la tienda del conde de Nevers, de donde haba venido minutos antes. Amaury le vio partir en compaa de varios avezados guerreros con los que se haba encontrado a menudo en los numerosos torneos en que solan cosechar grandes aplausos. Senta un profundo respeto por algunos de ellos. Como Simn de Mont-fort, un intrpido combatiente que se haba distinguido sobremanera en Tierra Santa, pero que tambin haba demostrado ser un abanderado de los ideales caballerescos y que una unos principios inquebranta-bles con una conducta intachable y una devocin ejemplar. Sus propiedades se hallaban al suroeste de Pars, esto es, sus propiedades francesas, pues era conde de Leicester, pero slo de nombre, porque el rey de Inglaterra haba confiscado su herencia en ultramar. Junto a Montfort se hallaban como siempre Roberto Mauvoisin, su viejo compaero de lucha en Tierra Santa, y Bouchard de Marly, un primo de la esposa de Montfort que desde haca aos era su mejor amigo, aunque tambin un buen amigo de los Poissy. Sus propiedades lindaban con el territorio de caza del rey que administraban los Poissy. El hermano mayor de Amaury, Roberto, estaba casado con la hermana de Bouchard, Beatriz.

    Todos los hombres que rodeaban a Montfort pertenecan a la baja nobleza, pero eran suficientemente importantes como para formar parte de la delegacin de caballeros del norte de Francia capitaneados por el duque de Borgoa. Incluso eran consultados por Arnaud Amaury, el abad del Cister, que ocupaba el man-do supremo del ejrcito de los cruzados.

    Amaury recorri con la mirada las tiendas que el conde Raimundo de Tolosa haba levantado con su modesto squito, y que se hallaban algo apartadas, al borde del campamento militar, como si en realidad no formaran parte de l. Haba visto cabalgar al conde alguna vez y no se le haba escapado que ahora luca una cruz en su tnica. La bandera de Tolosa ondeaba orgullosa encima de la cpula de su tienda de cam-paa. Seguramente, el conde no participara en el consejo de guerra, pens. Hasta ahora slo le haban permitido mirar desde las gradas y quiz fuera este papel el que ms le agradaba.

    El joven caballero regres a la sombra sofocante de la tienda de campaa que comparta con sus hermanos y su primo, y reanud la comida que se haba visto interrumpida por la llegada de Roberto.

    Un consejo de guerra, tan pronto despus de haber rechazado el ultimtum? No se haban tra-tado ya todos los asuntos, no tenamos que prepararnos para un asedio prolongado? No se lo pregunta-ba a nadie en especial y nadie le contest. Simn masticaba un pedazo de pan y Guillermo verta vino en su garganta siempre sedienta . No hemos de ordenar a nuestros soldados que se armen?

    No te pongas nervioso, gru Guillermo mientras se secaba los labios con el dorso de la mano.

    Slo se har algo cuando llegue la orden del alto mando: del abad del Cister y de nadie ms, aadi Simn , as que a comer y callar.

    Amaury ya no tena hambre. Sus nervios y sus dudas se tensaban como un nudo cada vez ms apre-tado en su estmago y le quitaban el apetito. Durante unos instantes se movi inquieto en el catre que tam-bin haca las veces de asiento. Despus se puso en pie y sali de la tienda.

    Todava es demasiado joven, lo vengo diciendo desde el principio, oy la voz de Guillermo a sus espaldas, y la respuesta de Simn, atenuada por la lona:

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    Lo hemos trado aqu con nosotros para poder repartirnos entre los cuatro el botn de guerra. De esta manera nos llevaremos mas.

    Botn? Eso no parece interesarle. Slo habla de su deber como cristiano y sobre la indulgencia plenaria que lograr despus como cruzado. Es evidente que se siente culpable por el fracaso con Eva. Y ahora tiene miedo de perder la indulgencia si en el ardor de la batalla mata por error a otro catlico. De qu se preocupa? Se oy una risa desdeosa.

    Amaury suspir y deambul por el vivaque de los Poissy y sus soldados. Pas delante de los sargen-tos, los palafreneros y los escuderos, despus delante de los arqueros y los ballesteros, que estaban senta-dos al sol frente a su tienda con el torso desnudo y que revisaban sus armas. Por ltimo pas delante de los mozos de cuadra, los caballos, los peones, los herreros y carpinteros. Tampoco ellos parecan tener prisa por prepararse para un asalto. Ni siquiera haban descargado los carros que transportaban las herramientas y el material para construir los arietes, las escalas y las torres de asalto. Los nicos ajetreados eran los mozos encargados del servicio domstico.

    No lejos de all ondeaba el estandarte de Simn de Montfort, un len rampante dorado sobre un cam-po rojo. Su tienda se hallaba sobre una pequea colina, desde la cual poda divisar los alrededores por encima del resto del campamento. En torno a ella estaban distribuidos los campamentos de sus compae-ros de lucha, todos ellos nobles de Ile de France como los Poissy. Amaury escal la posicin elevada y respondi al saludo de algunos caballeros conocidos. Despus se volvi y mir en direccin a la ciudad, que descollaba sobre el campamento de los cruzados como una tarta amarilla rosada, rodeado de una an-cha corona de pequeas torres de espuma blanca. Su mirada recorri las murallas y despus las orillas del Orbe, a los pies de la meseta, que tambin se poda divisar desde aqu, hasta el lugar donde el puente con sus arcos atravesaba el ro. De repente abri los ojos de par en par. Mir tenso a la otra orilla. Algo empez a moverse de sbito al otro lado del puente, donde las puertas cerradas impedan el acceso a la codiciada ciudad. Por un momento no pudo distinguir qu suceda, mas poco despus vio cmo las puertas escupan una oleada de peones y lanceros, que se abalanzaban con gran gritero y estrpito sobre el enemigo, prote-gidos gracias a una lluvia de flechas disparadas por un pequeo ejrcito de arqueros que, de forma igual-mente inesperada, se haban encaramado a la muralla.

    "Un ataque", comprendi Amaury sbitamente. Se qued petrificado, el corazn le palpitaba en la garganta. Nunca antes haba visto nada parecido. Era todo un espectculo ver cmo la masa, impelida por los jinetes que la seguan, se clavaba como una cua en el cordn que haban colocado los cruzados en torno a la ciudad.

    Un ataque! grit en falsete, cuando por fin volvi en si.

    En ese mismo momento se arm un tremendo alboroto alrededor y empezaron a sonar las primeras rdenes por el campamento. Tropezando y chocando con todo, regres corriendo a su propio campamento para avisar a los dems. El lugar se haba convertido en un verdadero hervidero de animales y personas. Los mozos de cuadra lanzaban juramentos contra los caballos que tenan que ensillar a toda prisa para sus amos. Los peones y los arqueros maldecan y tropezaban unos con otros cuando intentaban recoger sus armas, y los caballeros llamaban a gritos a los criados que deban ayudarles a ponerse las cotas de malla. Amaury se dio cuenta de que tampoco l estaba preparado para luchar, pues iba desarmado y llevaba ni-camente su tnica, sin ninguna proteccin.

    Insensatos! Idiotas! A quin se le ocurre atacar ahora? Con un golpe furioso, Guillermo se coloc el yelmo en la cabeza, con lo que el resto de su arrebato qued reducido a un murmullo atenuado.

    Es que no has odo la orden, chaval? A las armas! Antes de que abran una brecha en el cerco! ladr Simn impacientemente a su joven primo quien, an fascinado por el espectculo en la lejana, se haba quedado de pie delante de la tienda de campaa intentando ver lo que acaeca all. La ciudad pareca volver a tragarse al ro humano con tanta rapidez como lo haba escupido . Se retiran, dijo asombrado, pero nadie lo entendi en medio del jaleo. Con la cabeza medio girada en direccin a las puertas de la ciu-dad, dejaba que su escudero le pusiera la cota de mallas. Justo cuando se cea la espada, entr Roberto.

    Los mercenarios ya han entrado en la ciudad, dijo sin apenas aliento . Han conseguido entrar detrs de los peones, por lo que ya no han podido cerrar la puerta.

    Dios santo! Mira que si esa chusma se nos adelanta. Si no nos apresuramos se largarn con to-do el botn! Simn se mont al caballo . Esta es una ciudad rica. Podis estar seguros de que algo sacaremos de ella!

    Con ayuda del escudero, Roberto se puso a toda prisa su armadura y tambin se subi a su caballo. Amaury cabalgaba a su lado.

    ste ser tu bautismo de fuego, hermanito. Y puedo tranquilizarte. No eras el nico que se preo-cupaba de si mataba por equivocacin a un buen catlico. De ah que se celebrara un consejo de guerra. El abad del Cister tuvo que tomar una decisin apresurada cuando llegaron las noticias sobre el ataque y o-mos que los mercenarios lo iniciaban por cuenta propia. Nuestras rdenes son claras: toda ciudad o burgo

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    que no se entregue al ejrcito de cruzados ha de ser tomada. Quien se resista es enemigo de la Iglesia y lo pasaremos a cuchillo. As que si no podis distinguir a los herejes de los catlicos, dijo, matadlos a todos. Dios ya reconocer a los suyos.

    Amaury sinti un escalofro, pero cuando vio que Roberto se santiguaba y luego desenvainaba la es-pada y besaba la empuadura, sigui su ejemplo.

    Por Dios y el rey! exclam Roberto.

    Y por Poissy! aadi Guillermo.

    Los cuatro Poissy repitieron su grito de guerra como si saliera de una sola boca. Las callejuelas es-taban llenas de gente que hua a uno y otro lado y por doquier haba objetos, ropa y fragmentos de enseres dejados atrs por el pnico, entre ellos tambin animales de corral y domsticos que buscaban refugio. Los mercenarios, armados tan slo con cuchillos y garrotes, ya haban provocado una verdadera carnicera y los cruzados no se quedaron atrs. Agitando los brazos a diestro y siniestro junto a los flancos de sus corceles, derribaban a golpes de espada a quien estuviera a su alcance. Pronto fue imposible seguir avanzando a caballo. Sus cascos pisaban los cadveres y los miembros cortados resbalaban en los charcos de sangre en los que flotaban rganos. En todas partes haba sangre, y su olor nauseabundo que lo impregnaba todo. Y el hedor, sobre todo el hedor, que se intensificaba a medida que el sol ardiente llevaba a cabo su labor destructora.

    La hoja de la espada de Amaury segua inmaculada. Con los ojos abiertos de par en par cabalgaba inexpresivo entre sus hermanos, sosteniendo el arma en su mano temblorosa, demasiado sorprendido para hacer algo. No tena miedo. A quin poda temer en su envoltorio de hierro? A los indefensos ciudadanos cubiertos tan slo con ropas de lino y de seda que ni siquiera iban armados? Habra sido ms fcil ante un montn de soldados armados hasta los dientes, o incluso toda una guarnicin. Pero no aquello. Estaba horrorizado por lo desigual de la lucha. Incluso se haba bajado el yelmo ardiente, pues hacia ya un buen rato que los arqueros haban sido derrotados por los mercenarios que l haba visto atravesar el foso y tre-par por las murallas.

    Segua maquinalmente a los dems, con la mirada perdida. Al frente cabalgaba Simn de Montfort, por supuesto flanqueado por Bouchard de Marly y Roberto Mauvoisin, y detrs de l sus caballeros que bloqueaban la calle de pared a pared para que nadie pudiera escapar con vida. Delante de los caballeros avanzaban los soldados de a pie, que sacaban a todos los que se ocultaban en las casas o en otros escon-dites. Si alguien lograba salvarse de sus lanzas, era atravesado por las espadas de los caballeros. De esta manera pareca que la lucha empezaba a adquirir cierta estructura. El duque de Borgoa haba conseguido que sus hombres formaran de manera que todos los ciudadanos fueran empujados hacia un punto central. Pero el conde de Nevers, que desde que el ejrcito saliera de Francia haba mantenido relaciones tensas con el duque de Borgoa, contrariaba como de costumbre los planes de ste y ahuyentaba a la atemorizada poblacin precisamente en direccin a las puertas de la ciudad para ensartar con la espada a todo el que an estuviera con vida. Los mercenarios hacan caso omiso a cualquier orden. Irrumpan en muchas casas, asesinaban, violaban y saqueaban, y despus intentaban abandonar la ciudad para poner a buen recaudo su botn. Cargados de riquezas eran detenidos a su vez por los cruzados, que reclamaban el botn y les arrebataban los objetos de valor.

    Cuando el caos haba llegado a su apogeo, la batida de Montfort y sus hombres se qued atascada. Se encontraban delante de la catedral de Saint Nazaire, en la cual se haba refugiado un gran nmero de ciudadanos. El siniestro taido del toque de difuntos tapaba el bullicio en la calle y retumbaba a muchas leguas a la redonda. Los mercenarios, que nunca haban demostrado excesivo respeto por los santuarios, ya haban destrozado las puertas de la iglesia e invadido el edificio. Los cruzados tampoco tenan demasia-dos escrpulos.

    Los herejes han profanado la casa del Seor! La han convertido en la iglesia de Satans! gri-taba el arzobispo de Sens, quien armado acaudillaba sus propias tropas . Muerte a los que han ensucia-do el santuario de Dios! Cumplid vuestro sagrado deber y que la venganza de Dios sea la vuestra y os d fuerzas! Algunos caballeros tenan tanta prisa que entraron en la iglesia a caballo. Pero Simn de Montfort retuvo a los nobles que lo seguan y a sus soldados con un ademn.

    En la casa del Seor se entra con humildad, con la cabeza descubierta y a pie, gru.

    La mayora de los caballeros echaron pie a tierra, colgaron el yelmo de la silla de montar y se abalan-zaron sobre las puertas destrozadas.

    Demuestra de lo que eres capaz, hermanito; hasta ahora no has hecho gran cosa. Crees que ga-nars la indulgencia slo mirando? se burl Guillermo mientras los cuatro Poissy entraban.

    Viniendo de la intensa luz del sol, al principio no pudieron distinguir nada en la fra penumbra de la iglesia, pero los empujones de los que los seguan les obligaron a penetrar ms en el recinto y los gritos y chillidos de la gente atemorizada les indicaron el camino. Los mercenarios se les haban adelantado nue-vamente y haban provocado una terrible masacre. Delante del altar yacan los clrigos asesinados en sus

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    sotanas empapadas de sangre. Amaury resbal en el lquido viscoso, aterriz en medio de un charco y consigui incorporarse justo antes de ser pisoteado por la multitud. Despus ech a correr a ciegas con los dems, detrs de los ciudadanos, que intentaban esconderse en todos los rincones, en las capillas, en la cripta, en la sacrista, en los claustros. Haba perdido de vista a sus hermanos, tampoco vea por ninguna parte a Simn, y sus propios soldados se haban dispersado en todas direcciones y sembraban la muerte, impelidos por una locura asesina.

    Finalmente se detuvo en una estancia mal iluminada y sin salida. Mir alrededor, blandiendo la espa-da para defenderse. Frente a l haba un grupo de personas agazapadas en un rincn, que con los rostros crispados por el miedo le miraban como si fuera el mismsimo demonio. Uno de ellos, un hombre delgado vestido con una tnica negra que le llegaba hasta los tobillos, con el rostro curtido, una barba larga y una melena hasta los hombros, avanz tranquilamente hacia l.

    Venga, dijo, como si quisiera alentar al cruzado , librame de este sufrimiento terrenal. Atra-visame con tu espada y libera mi alma de este cuerpo demonaco. Envame al reino que cre el seor de la Luz!

    Extendi los brazos y ofreci su pecho desprotegido al enemigo. Amaury lo mir con incredulidad. Detrs del hombre oy que una mujer sollozaba.

    Defendeos! le dijo.

    Nosotros no llevamos armas, pertenecen al mal. Crees que puedes matar a mujeres, nios, viejos y enfermos en nombre del buen Dios? Y eso os llevar al cielo, es eso lo que os promete Roma? Crees que morirs como un hroe defendiendo la gloria de Dios con la espada? Sacudi la cabeza compasiva-mente . Lo llamis guerra santa. Si dejas la vida en esta guerra demencial, tu muerte ser intil y slo te servir para ser devuelto al reino del demonio.

    Calla, blasfemo! grit Amaury.

    Mas el otro sigui hablando sin inmutarse:

    He odo gritar a vuestro obispo que sois el instrumento de la venganza de Dios. La venganza no puede nacer de lo bueno, la venganza pertenece al mundo del mal y al demonio. Has de saber que no es nuestra Iglesia la que sirve a Satans. Es la Iglesia romana, la prostituta de Babilonia, la que acumula poder y riqueza, el vil metal, la creacin del dios de las tinieblas! Es la Iglesia de Roma la que adora al diablo!

    Amaury tuvo la sensacin de que alguien lo sacuda con fuerza. Las palabras despertaron en l ms belicosidad que Guillermo con todas sus indirectas. Se sinti invadido por una profunda nusea.

    "Un hereje! grit mentalmente . Un hereje desvergonzado que a la hora de su muerte intenta an confundirme con sus falsos razonamientos y persuadirme para que abrace su diablica doctrina! " Si se demoraba un poco ms, quin sabe si ese hombre conseguira paralizarle el brazo con sus blasfemias y conjuros demonacos! En un reflejo llev su codo hacia atrs. Con un fuerte grito extendi el brazo y hundi la espada en la carne blanda debajo de la caja torcica, un golpe que saba conllevara pronto la muerte.

    La mujer emiti un grito ahogado. Por un momento hubo silencio, despus ella sali de la oscuridad y se arrodill junto al cuerpo desplomado que todava se estremeca y que luego se qued quieto. La mujer era muy joven, en realidad an era una muchacha, no deba de ser mucho mayor que l. Slo entonces vio que las sombras detrs de ella eran nios. La muchacha cerr los ojos del muerto.

    Ha cruzado la puerta hacia la luz, susurr a los dems.

    Alz el rostro y pos su mirada curiosamente tranquila en el caballero .

    Bravo, dijo suavemente . Has matado a un Buen Cristiano.

    En su voz no haba atisbo de reproche.

    Un buen cristiano? balbuce Amaury.

    Por un momento se pregunt si haba entendido bien, pero no, en las ltimas semanas haba odo hablar suficiente en ese dialecto meridional como para no equivocarse ahora.

    Un Bon Homme, asinti ella.

    l trag saliva.

    Est muerto?

    La muerte no es nada, la muerte es una invencin del demonio.

    Y acto seguido y para mayor asombro de Amaury, empez a rezar el padrenuestro y los nios que se encontraban detrs de ella la acompaaron.

    Amaury sinti que su mano estaba floja y demasiado dbil para sostener el peso de la espada. Le cost limpiar la hoja y envainar el arma. Por un instante rein un silencio mortal, o por lo menos eso le pare-ci a l, pues en el mismo momento en que se dio cuenta de que las campanas haban enmudecido, se percat de nuevo del bullicio que haba por doquier, en todos los rincones de la iglesia y en los edificios

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    anexos. En su cabeza se libraba tambin una intensa lucha. Dudaba y miraba atemorizado hacia la entrada que se hallaba a su espalda.

    Oh, Dios, perdname! rez en silencio, antes de inclinarse sobre ellos y hacer un gesto apre-miante.

    Tumbaos, no hagis ruido, haced como si estuvierais muertos!

    Quiz le obedecieron porque ya no los amenazaba con el arma. Pas sus manos unas cuantas veces por el charco de sangre junto al cuerpo del hombre y salpic las gotas sobre los dems. Despus se sec las manos con su ropa.

    Vaya hermanito! Todo esto es obra tuya? oy detrs de l.

    Un estremecimiento recorri su cuerpo. Se volvi con demasiada rapidez, pens, claramente sobre-saltado, demasiado evidente. Con tal de que no...

    Ah, mira! Si slo son nios. Guillermo dio unas patadas contra algunos de los cuerpos que no ofrecieron resistencia ni emitieron sonido alguno. Ri burlonamente . Pero si has realizado un acto he-roico!

    Roberto entr jadeando en la pequea estancia. Ech un vistazo a su alrededor.

    Dios todopoderoso! Lo has matado t? Escupi sobre la tnica negra del muerto . Un per-fecto, o acaso no lo sabas?

    Amaury no reaccion y Guillermo mir asombrado a uno y otro lado y luego al cuerpo en el suelo.

    Esos son los ms peligrosos. Roberto se incorpor y olfate . Olis eso?

    Fuego.

    Dnde est Simn?

    Ya es un milagro que nos hayamos encontrado, dijo Guillermo . Tenemos que irnos de aqu antes de que todo sea pasto de las llamas.

    Se oyeron gritos de alarma. Alguien corra gritando que los mercenarios haban prendido fuego a la iglesia, para vengarse de los caballeros que les haban arrebatado el botn.

    Amaury empez a sudar al pensar en que alguno de los nios pudiera toser por causa del humo.

    Un momento, mi bota..., hay algo atascado, mascull . Por Dios, id a buscar a Simn, ya sal-dr yo.

    La iglesia est ardiendo y l se preocupa por sus botas. Venga, hermanito, a ver si luego se te chamusca la pelusa de la barbilla!

    Por lo visto Guillermo no tena ganas de que el fuego le alcanzara, ya haba desaparecido y Roberto con l.

    Cmo os voy a sacar de aqu? pregunt Amaury a la muchacha.

    Esperaremos hasta que haya suficiente humo para protegernos, conozco una ruta de escape, contest ella.

    Ahora, su voz temblaba, pero mantena con decisin a los nios de pie y se apost junto a la puerta para ver si el camino estaba despejado . Por favor, vete!

    l se demor un instante, sin saber si poda dejarlos as. Quera decir algo, pero no saba qu. Mien-tras tanto, el fuego se extenda a toda velocidad y ya haba pasado al claustro y a las casas que haba junto a la iglesia. Enormes columnas de humo se arremolinaban a lo largo de las bvedas, y llamas de varios metros laman las imgenes de los santos. Los que todava se encontraban dentro de la iglesia slo pensa-ban en una cosa: salvar cuanto antes el pellejo. Amaury ech a correr sin mirar atrs, tropezando y trepan-do por encima de los montones de cadveres y sigui corriendo hasta atravesar las puertas de la ciudad. All cay de rodillas sobre la tierra pisoteada y tosi a pleno pulmn.

    Cuando el sol empez a caer, la rica ciudad comercial de Bziers ya no era ms que una escombrera humeante, en la cual haba que dado reducida a cenizas no slo gran parte de la poblacin, sino tambin, para disgusto de los cruzados, la mayor parte del botn de guerra. En un informe extremadamente escueto, el abad Arnaud Amaury escribi al papa:

    "Fue una victoria inesperada y milagrosa. Sin respetar el sexo ni la edad, los nuestros pasaron a cu-chillo a casi veinte mil. La ciudad ha sido pasto de las llamas y ya no queda nada de ella."

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    CARCASONA 15 de agosto de 1209

    A lomos de su caballo, Amaury miraba satisfecho a la muchedumbre. Estaba contento del modo en que haban evolucionado las cosas desde los espantosos sucesos de Bziers. Los primeros pueblos y bur-gos haban sido abandonados apresuradamente por los habitantes, que dejaron atrs todos sus bienes y vveres, y fueron conquistados sin resistencia. Despus empez a aplicarse cada vez ms la poltica de tierra quemada y de ah ya no haba nada que sacar.

    Amaury haba saboreado por fin la guerra de verdad: Carcasona haba cado, un rico botn que pro-porcionaba suficientes reservas, as como una importante cantidad de sal que podra venderse a buen pre-cio. El asedio se haba ejecutado como Dios manda y slo haba durado dos semanas. Los cruzados haban empezado por conquistar el suburbio amurallado situado en la parte norte de Carcasona. Bast una simple carga para que el barrio cayera en manos del ejrcito francs. Despus lo haban incendiado. A continua-cin, los cruzados se haban arrellanado en la parte oeste de la ciudad, donde bloquearon el acceso al agua del Aude, por lo cual a partir de aquel momento los ciudadanos dependan de los pozos que se hallaban dentro de los muros y que en los meses de verano se secaban. Unos das ms tarde, el ejrcito de los cru-zados atac el suburbio sur.

    Despus de los sucesos de aquel da, Amaury segua sintiendo una profunda admiracin y respeto por Simn de Montfort. El noble ya se haba distinguido por su valor durante la primera carga, pero lo que haba hecho durante el segundo ataque lo elevaba por encima de los dems caballeros cruzados. En un principio, el ataque amenazaba fracasar a causa de la intensa resistencia de los habitantes. Los mercena-rios y los soldados de a pie, que formaban la vanguardia, haban descendido con escalas hasta el lecho seco del foso, donde hubieron de soportar una lluvia de flechas lanzadas por los ciudadanos, que adems los apedreaban, por lo cual no tenan la ms mnima posibilidad de escalar la muralla o debilitarla. Final-mente emprendieron despavoridos la retirada de forma tan desordenada que hubo an ms heridos. Mien-tras el resto miraba desde una prudente distancia, uno de los caballeros heridos se qued tumbado en el foso, con una pierna rota e incapaz de escalar la escarpada pendiente. En aquel momento fue Simn de Montfort quien, desafiando todos los peligros, se adentr en la hondonada para poner a salvo al herido con ayuda de su escudero.

    Finalmente, los zapadores, protegidos por un techo de escudos, consiguieron ahuecar la muralla has-ta socavarla. Los jefes espirituales de los cruzados pusieron sus balistas en posicin de ataque para destro-zar con enormes piedras la parte superior de la muralla. Los arqueros, que ya no podan encontrar protec-cin en el adarve, tuvieron que interrumpir la defensa y los soldados de a pie pudieron entrar en la ciudad despus de cruzar el foso y atravesar el tnel. Despus se cerc la ciudadela propiamente dicha, dentro de la cual se hallaba el castillo del vizconde. Desanimado al ver que no llegaba la ayuda que esperaba de su seor, el rey de Aragn, y amenazado con la misma suerte que haba corrido Bziers, despus de una se-mana, el joven vizconde Ramn Roger Trencavel se entreg voluntariamente al enemigo como rehn, a condicin de que la poblacin pudiera abandonar inclume la ciudad.

    El xodo de los ciudadanos se organiz bien. Algo haban aprendido los cruzados del catastrfico ataque de Bziers. Algunos caballeros haban sido destacados en la ciudad para reunir y vigilar el botn de guerra, mientras otros, entre ellos Amaury, controlaban que los ciudadanos no se llevaran consigo sus bie-nes.

    El abad Arnaud Amaury haba establecido que los ciudadanos tenan que abandonar la ciudad "des-nudos", dejando atrs todos sus bienes, sus armas, su dinero y su ganado. Sus pecados seran su nico equipaje, haba dicho. En consecuencia, se condujo a todos los ciudadanos hasta una puerta de salida tan estrecha que slo podan pasar de uno en uno, las mujeres en blusa, los hombres en calzones. Con suma habilidad, los soldados se encargaban de desplumar a quienquiera que intentara llevarse algo a escondidas.

    Amaury buscaba entre la muchedumbre un rostro fino, enmarcado por una cabellera castaa, con ojos profundos y graves. Se preguntaba si ella habra conseguido huir de Bziers. Saba que, en su mayo-ra, los pocos que haban logrado escapar de aquel infierno se haban refugiado en Carcasona. Haba logrado poner a salvo a los nios? Todava recordaba palabra por palabra lo que le haba dicho y tambin las cosas de las que haba hablado el perfecto, ese adorador del demonio al que ella haba llamado buen cristiano! Aquellas palabras le haban estremecido profundamente, no slo porque eran una peligrosa blas-femia hertica, sino sobre todo por la desfachatez de expresar abiertamente semejantes calumnias delante de un cruzado, que a fin de cuentas era el brazo armado de Dios. A pesar de ello se senta culpable. Una y otra vez vea la imagen del perfecto que le ofreca con los brazos abiertos su cuerpo indefenso. Una y otra vez oa el nauseabundo ruido de la espada que se hunda en la carne blanda. En realidad era extrao que fuera precisamente eso lo que ms recordaba y que por ello la terrible carnicera perpetrada aquel da hu-biera quedado relegada a un segundo plano. Apret los ojos y empez a sacudir con fuerza la cabeza, co-

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    mo queriendo ahuyentar sus pensamientos. Haba intentado contrselo a otros, a sabiendas de lo peligroso que era. No a sus hermanos o a Simn, pues se burlaran de l abiertamente. Haba hablado con uno de los muchos frailes que acompaaban al ejrcito. Despus de lanzarle la previsible parrafada de " la primera vez es siempre difcil mas uno se acostumbra", le haba cantado las cuarenta. Cmo osaba tener dudas o sentirse culpable ante una orden que haba dado personalmente el venerable abad cisterciense y legado papal Arnaud Amaury? A partir de aquel momento, el fraile haba ido a verle cada da para recordarle la indulgencia que producira la Cruzada y para conminarle a no faltar a su deber. Dado que ahora ya no se atreva a confesar que haba dejado escapar a la muchacha y a los nios, cargaba con ese secreto como un lastre en su conciencia.

    Amaury abri los ojos y volvi a buscar entre los rostros desconocidos de la muchedumbre. La mayo-ra de los casi veinte mil habitantes ya haba cruzado la puerta, pero segua habiendo mucha gente que esperaba. Por qu quera verla otra vez? Por curiosidad? Para calmar su conciencia? Se habra sentido mucho ms culpable si no la hubiera dejado escapar, de eso estaba seguro. Seria capaz de reconocerla si la viera aqu, a la intensa luz del sol? La imagen que conservaba de ella era bastante vaga. La habitacin estaba a oscuras. Ms que su aspecto, le haban impresionado su tranquilidad y su actitud confiada, tan alejada de su propia torpeza e inseguridad. S, le gustara volver a encontrarse con ese ser enigmtico, aunque haba de admitir que era una idea tan irresistible como disparatada.

    El cortejo desfilaba lentamente ante sus ojos. Los nios lloraban. Los viejos, cansados de estar tanto tiempo de pie, eran ayudados por otros. Muchos estaban enfermos a consecuencia de la falta de agua y dems privaciones de las ltimas dos semanas. Todos apestaban y las moscas pululaban alrededor. No haba muchos hombres jvenes. Los soldados de a pie repartan golpes, empujones y gritos para que la multitud se pusiera en fila. La corriente humana se fue reduciendo gradualmente. Aquella noche, pens Amaury, sera la primera desde haca meses que dormira en una cama, bajo un techo de verdad. En la cama de quin? En aquel momento eso le traa sin cuidado y adems, seguramente, nunca llegara a averi-guarlo. Y si la encontrara aqu, qu hara l entonces? Se le acercara, hablara con ella, mientras todos podan verlos y orlos? O se quedara otra vez con la boca abierta y sin saber qu decir? Y si pudiera convencerla de que estaba equivocada, si pudiera convertirla a la fe verdadera? En su fantasa se imagin que la conduca ante el obispo de Sens, que ella renegaba de la hereja y que la Iglesia la acoga en su seno. Un suspiro escap de sus labios y por un instante esboz una sonrisa. Dnde dormira ella aquella noche?

    Soando, hermanito? Acaso no has odo la orden? Guillermo espole impaciente el flanco del caballo de Amaury que se sobresalt ms que su jinete.

    Algunos ciudadanos tuvieron que apartarse apresuradamente ante los saltos del espantadizo animal . Y claro est, es a m a quien mandan otra vez para que te llame al orden. Qu demonios sigues ha-ciendo en este lugar? No te parece que ests poniendo demasiado empeo al quedarte aqu hasta que el ltimo hombre haya abandonado la ciudad?

    Amaury se encogi de hombros y sin decir nada fij la mirada en los ciudadanos que an esperaban delante la puerta.

    Acaso buscas a alguien?

    Neg con la cabeza. Guillermo condujo a su hermano hasta el patio del castillo del vizconde, donde el abad Arnaud Amaury, subido a un pedestal de mrmol, se diriga a los cruzados que se haban congregado en torno a l. Despus de buscar un tiempo encontr a sus parientes.

    Esta es la ltima vez que traigo a la oveja perdida. Sospecho que se estaba despidiendo perso-nalmente de cada ciudadano.

    Este chico se comporta de una forma extraa desde Bziers, admiti Simn.

    Si quieres saber mi opinin, nunca ha sido normal. Por el amor de Dios, Roberto, mndalo a casa!

    Calla, Guillermo!

    Las rimbombantes frases finales del discurso de Arnaud Amaury resonaban por encima de la multitud de caballeros:

    As pues, ya veis los milagros que el Rey de los cielos realiza para vosotros, pues nada se os re-siste.

    Qu ha dicho? susurr Amaury.

    Eso me gustara tambin saber a m. Gracias a tu ausencia, y al decirlo Guillermo se golpe la frente elocuentemente , me lo he perdido.

    Muchas palabras altisonantes para celebrar este "glorioso da de victoria", respondi Simn . Lo principal es que han hecho prisionero al vizconde Ramn Roger Trencavel. Sus posesiones han sido confiscadas. Carcasona y todas las dems poblaciones y castillos conquistados tendrn un nuevo seor. Ha llegado el momento de la cosecha, amigos.

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    Prisionero? Pero si se ha entregado voluntariamente como rehn y ha mantenido su palabra. No-sotros tambin hemos de mantener la nuestra y liberarlo, de lo contrario seremos traidores.

    Trencavel es vizconde de Bziers y Carcasona y seor de Albi y Razs. Despus del conde de To-losa es el hombre ms poderoso aqu en el sur. Es joven y valiente y lo ha perdido todo. Si lo liberamos habremos creado un lder de la resistencia. Era Roberto quien se inmiscua en la conversacin.

    Y por lo tanto lo encerraremos en sus propios calabozos y all se quedar por lo pronto, se ri Simn.

    Hemos prohibido el saqueo de la ciudad y ordenado que vuestros caballeros vigilen el botn de guerra, se oy decir al abad cisterciense . Todos estos bienes pertenecen a la Iglesia y han de sernos entregados. Ms adelante los regalaremos a un seor honorable, que mantendr estas tierras a entera sa-tisfaccin de Dios.

    Cerr la reunin con una oracin.

    Mierda! exclam Simon.

    El reparto del botn result ser ms complicado de lo esperado. Para empezar, el conde de Nevers se neg a aceptar el vizcondado de Carcasona que le ofreca Arnaud Amaury. Declar que haba cumplido sus cuarenta das de servicio militar y que iba siendo hora de que regresara a sus posesiones en Francia. Ade-ms, no haba venido para hacerse con un feudo que perteneca en primer lugar al rey de Francia. Si haba algo que repartir, ese derecho corresponda, segn l, al rey de Francia y no a la Iglesia. Se haba sumado a la Cruzada porque era su deber como cristiano. Ahora ya lo haba cumplido y sus sirvientes ya estaban preparando el viaje de vuelta.

    Entonces, Arnaud Amaury ofreci el ttulo al duque de Borgoa. Por una vez ste estuvo de acuerdo con el conde de Nevers. Tambin l rechaz la oferta del abad cisterciense. Despus de una breve delibe-racin se decidi regalar el ttulo a Simn de Montfort, que en las ltimas semanas haba demostrado profu-samente su valor y su dedicacin. Montfort, un ejemplo de humildad, se neg rotundamente a aceptarlo. Se senta indigno e incapaz de aceptar tal honor. Mas, tras recordarle sutilmente la obediencia que Montfort deba como cruzado al legado papal, Arnaud Amaury le orden sin rodeos que aceptara el ttulo. Simn de Montfort tuvo que ceder ante tanta demostracin de poder eclesistico. Su humildad cedi ante su ambicin y acept el ttulo de vizconde de Bziers y Carcasona, a condicin de que pudiera contar con la ayuda de todos los guerreros presentes, en caso de que sus hombres corrieran peligro. Despus convoc a sus lea-les. Unos treinta seores, procedentes en su mayora de Ile de France, se hallaban reunidos en el castillo de Carcasona cuando hizo su entrada Simn de Montfort. La figura alargada y musculosa, de an-chos hombros y cabello ondulado, se mova con la agilidad del animal depredador entre sus caballeros ar-mados y se dio la vuelta para encararse a ellos. Su cabellera rubia se repeta en el len rampante bordado en oro en la pechera de su tnica y confera una nota amenazante a su persona. Aparentaba bastantes menos aos que los ms de cuarenta y cinco que tena. Con su aguda mirada estudi los rostros vueltos hacia l.

    Hombres, dijo con una voz fuerte y sonora , el santo padre me ha honrado con un ttulo que provocar la envidia de muchos, pero tambin me ha encargado una tarea que nadie envidiar. Los ttulos que puedo aadir a mi nombre a partir de hoy conllevan una gran responsabilidad. Las propiedades de Trencavel abarcan un extenso territorio.

    Se dirigi hacia una de las ventanas, que eran ms grandes que las que conocan los seores del norte en sus propios castillos. Su cabellera brillante y el oro y prpura de su tnica llameaban formando un amplio haz de luz.

    Hemos ocupado diversos pueblos y ciudades, Bziers, Carcasona, y cerca de doscientos castillos. Es muy poco comparado con el territorio que todava queda por conquistar: la zona de Albi y el territorio que se encuentra al sur de donde estamos: el Razs. Es imposible hacerlo antes de que llegue el invierno y el mal tiempo dificulte una expedicin militar. Seal al exterior, del cual los dems slo podan ver un cielo despejado . Los enemigos nos rodean por todos lados, un pas montaoso, agreste e inhspito recubierto de bosques tenebrosos en los que se esconden los faidits. Sin duda, estos desterrados que hemos expul-sado de sus castillos y que hemos proscrito estarn empeados en recuperar cuanto antes sus propieda-des, que nosotros hemos de conservar para la Iglesia. Se esconden en Corbires y en la Montaa Negra, y puedo garantizaros una cosa: ninguno de vosotros desea morir all y en manos de esos perros herticos!

    Hizo una pausa para mirarlos de hito en hito. Despus alz de repente su voz:

    Qu lstima! Algunos cruzados han enfundado la espada de Cristo. Han hecho el equipaje y han ensillado sus caballos!

    Resoll despectivamente y los caballeros emitieron un murmullo de aprobacin. Era evidente a qui-nes se refera. No slo al conde de Nevers, sino tambin a Raimundo de Tolosa, quien consideraba que haba cumplido con creces sus obligaciones sirviendo en el ejrcito de cruzados y se preparaba para regre-sar a casa.

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    Eso significa que estoy solo, con un puado de soldados. Y, en el mejor de los casos, ello equivale a un suicidio, salvo que pueda contar con vosotros. No dudis en alargar por tiempo indefinido vuestra cua-rentena. Sois soldados de Cristo, sois el instrumento de Dios, tenis una tarea sagrada. S lo que os pido..., sabis que por vosotros ira hasta el infierno.

    Simn de Montfort no tuvo que decir nada ms. Sus viejos compaeros de guerra, Roberto Mauvoisin y Bouchard de Marly, fueron los primeros en prometerle su apoyo. Los dems, cautivados por la personali-dad de Montfort, los siguieron y sin un atisbo de duda tambin los seores de Poissy prometieron permane-cer en el sur por tiempo indefinido. Despus, el noble, al borde del llanto debido a la emocin, se dirigi a cada uno de ellos para abrazarlos. Amaury sinti cmo le apretaba contra su pecho con unos brazos tan musculosos que casi doblaban a los suyos. El gesto le llen de orgullo y afecto. Jur que seguira siempre a Montfort, all donde fuera, aunque fuera el infierno.

    Os dir cul es mi estrategia provisional, prosigui Montfort . He pedido al duque de Borgoa que retrase por un tiempo su partida, hasta que hayamos reforzado nuestras posiciones y hayamos puesto pie en los dominios de Trencavel que quedan an por conquistar. Me ha prometido quedarse ms o menos un mes. Esto significa que nos prepararemos para una ofensiva fulminante durante la cual tendremos que conquistar las principales ciudades y los castillos estratgicos. El conde de Borgoa me ha aconsejado que empiece atacando Alzonne y Montreal y luego Fanjeaux, una encrucijada importante. Una vanguardia de mercenarios aragoneses ya est en camino para preparar el asedio. Despus Preixan, un punto estratgico entre Carcasona y Limoux...

    Eso es territorio del conde de Foix! susurr Amaury.

    No osaba criticar en voz alta a Montfort, pero el guerrero lo haba odo y frunci el ceo.

    Tambin l es un hereje? pregunt Amaury con cuidado, a pesar del empelln en la espalda que le dio Guillermo.

    El conde de Foix protege a los herejes. Nuestra tarea consiste en reprimir la hereja all donde la encontremos. Se cuidar mucho de estorbarnos, salvo que quiera compartir la suerte de Trencavel!

    Algunos caballeros rieron de buena gana. Despus, Montfort mencion otros lugares y prosigui:

    Por ltimo, estn los seores de Cabaret en la Montaa Negra, un nido de herejes. Seores, ste promete ser un otoo caliente!

    Pidi al clrigo presente en la sala que dirigiera el rezo para rogar la bendicin de las conquistas que se propona. Los hombres se arrodillaron. Una vez que el clrigo hubo acabado de rezar, Montfort retom la palabra.

    Pondr al santo padre al corriente de la situacin. Sin duda, los legados le pintarn todo del color de rosa, para convencerle del xito de su misin. Nosotros le contaremos la verdad. Mi fiel amigo Roberto Mauvoisin har las veces de embajador y llevar personalmente una carta a Roma para estar seguros de que nuestras splicas de ayuda lleguen al santo padre. Pronto nos faltarn vveres, soldados y dinero. Aho-ra ya hemos de pagar doble soldada para que los soldados se queden aqu.

    Los presentes emitieron un murmullo de aprobacin. Los caballeros haban pagado la expedicin con dinero de su propio bolsillo y a algunos ya no les quedaba nada. Otros tenan an justo lo suficiente para pagar el viaje de regreso. A pesar de ello, no queran dejar a su jefe en la estacada.

    Lo nico que os puedo ofrecer como indemnizacin es la tierra conquistada, y no es una oferta muy atractiva.

    Guard silencio por unos instantes para que pudieran reflexionar. La perspectiva no era en efecto muy alentadora. La poblacin enemiga los consideraba unos intrusos que se abalanzaban como lobos hambrientos sobre sus posesiones. Por lo pronto no deban hacerse demasiadas ilusiones sobre los benefi-cios, y adems haba que entregar una parte a la Iglesia. Su nuevo feudo sera una propiedad precaria que habra de defender con uas y dientes contra una posible resistencia.

    Os adjudicar los castillos y las poblaciones que ahora son feudo mo. La defensa de estos domi-nios ser a partir de ahora responsabilidad vuestra. En los burgos que hemos encontrado abandonados es preciso estacionar de inmediato guarniciones compuestas de una parte de vuestros soldados para que man-tengan el orden y la paz. Vosotros me acompaaris con el resto de los soldados en mis expediciones mili-tares. A Bouchard de Marly le regalo Saissac...

    A continuacin sigui una larga enumeracin en la que se conceda a algunos de los seores presen-tes el ttulo de vasallos del nuevo seor, en muchos casos de un feudo que an tena que conquistarse en el transcurso de las siguientes semanas. Amaury esper con el corazn palpitando fuertemente a que nombra-ra a sus hermanos.

    El castillo de Alaric a Guillermo y Amaury de Poissy...

    El joven caballero esboz una amplia sonrisa y se creci de orgullo, pero Guillermo volvi de un tirn la cabeza y le lanz una mirada de pocos amigos.

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    Envale con Nevers de vuelta a Francia! susurr en el odo de Roberto . Puedo encargarme yo solo de Alaric!

    Record el fuerte que desde su posicin elevada atalayaba como un centinela el. valle del Aude, un punto estratgicamente importante.

    No se protesta contra las decisiones de Montfort! le espet Roberto.

    Se daba cuenta de lo difcil que sera mantener las posiciones con el ejrcito fuertemente diezmado, sobre todo una vez que, despus de la ofensiva de otoo, se hubieran aadido ms ciudades y castillos. En una situacin tan insegura cada hombre contaba, tambin Amaury.

    En cualquier caso, a l y a Simn les haba tocado poca cosa. Eso no preocupaba a Roberto. Hasta entonces, Montfort siempre le haba consultado antes de tomar una decisin. Seguramente tena otros pla-nes para l y con el tiempo sera recompensado con generosidad.

    Demonio! exclam Simn.

    CASTRES Principios de septiembre de 1209

    Los dos herejes estaban arrodillados con la cabeza agachada a los pies de Simn de Montfort. No lo hacan por respeto, sino obligados por los soldados que los haban arrestado despus de que los denuncia-ran sus conciudadanos.

    Un perfecto, constat Montfort . Y el otro?

    En la pequea escolta, con la cual haba cabalgado a toda prisa hacia Castres despus de que una delegacin le comunicara que los habitantes de la ciudad estaban dispuestos a entregarse y a reconocerlo como su soberano, no haba ningn clrigo. Por ello haba hecho llamar a un sacerdote del lugar para que contestara a sus preguntas a travs de su correo, que hablaba los dialectos del sur.

    Un seguidor de la hereja, seor, un "simple creyente", como se llama a s mismo, que ha prometi-do convertirse en perfecto y que est pasando un periodo de pruebas. Un novicio, lo llamaramos nosotros.

    Montfort observaba al clrigo a travs de la rendija que formaban sus prpados apretados. No se fia-ba de nadie en este pas dejado de la mano de Dios, tampoco de los sacerdotes. Los haba que eran ami-gos de los herejes. Los haba que los protegan e incluso los haba que haban abrazado su doctrina. En cualquier caso, los ciudadanos de Castres haban comprendido que se esperaba algo ms de ellos aparte del tributo feudal a su nuevo seor: tenan que entregar a los herejes. Asinti y pos una mirada llena de aversin sobre los prisioneros.

    Que vengan mis hombres, orden.

    Con su largo cuerpo descollando sobre ellos, observ desde lo alto las figuras encogidas que se en-contraban a escasa distancia de sus pies calzados en medias de malla. Cuando hubo llegado el ltimo de los caballeros que le acompaaban en la expedicin, dijo sin apartar los ojos de los prisioneros:

    He aqu el estircol del diablo por el cual arriesgis vuestras vidas. Sabis lo que les pasa a los he-rejes. Qu queris que hagamos con stos?

    Algunos tenan ya decidido su juicio, entre los dems se entabl una acalorada discusin. Montfort abandon su sitio y se acerc a sus compaeros de guerra. Pos su mirada sobre el joven Poissy, que se mantena en segundo plano y apenas intervena en la discusin sobre la suerte de los herejes. Coloc su mano sobre el hombro de Amaury, lo atrajo hacia el lugar que l mismo haba ocupado antes y pidi la atencin de sus hombres.

    Roberto me ha contado que en Bziers nuestro benjamn mat con sus propias manos a un per-fecto. Qu hemos de hacer, Amaury?

    El joven caballero sinti que todos los ojos se posaban de sbito sobre l. Era posible que su actua-cin en Bziers hubiera causado realmente tanta impresin en el comandante, o acaso la simpata con la que pronunci su nombre se deba tan slo al hecho de que su propio hijo se llamaba tambin Amaury? En la sala reinaba el silencio y l mantena la mirada clavada en las cabezas inclinadas. La tnica negra que tena tan cerca otorg a sus recuerdos una desagradable claridad. Haba odo historias de cmo en tiempos pasados, en su patria, la muchedumbre furiosa haba atacado y asesinado a unos herejes. Tambin saba que la Iglesia quera evitar este tipo de tribunales populares, y por ello juzgaba a los culpables ante un tribu-nal episcopal y despus de su condena los entregaba al gobernante del lugar para que se ejecutara la sen-tencia. Haca apenas cincuenta aos, un grupo de doce herejes flamencos haban sido condenados a la

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    hoguera en Colonia. Despus volvieron a encenderse hogueras en Vzelay y en Arras. De eso haca mucho y l nunca haba presenciado ninguna.

    Quiz lo mejor sea llevarlos a Carcasona para que el obispo pueda juzgarlos en un tribunal ecle-sistico, respondi.

    Tonteras! Estamos en guerra y no hay tiempo para tribunales. La decisin la toma un consejo de guerra y yo lo he convocado aqu. Estas vboras que se ocultan en este pas que ahora es mo y que dis-persan su ponzoa han de ser castigadas duramente, para que sirva de escarmiento y para desalentar a otros. Acaso no conocemos el juicio de la Iglesia? Muerte en la hoguera, donde los herejes sufren tempo-ralmente en las llamas palpables para luego sufrir eternamente en las llamas del infierno. No es sta la nica respuesta correcta, Amaury?

    El joven caballero no dudaba de la sabidura del noble. Trag saliva.

    La..., la hoguera, balbuce.

    Montfort gru y Amaury no logr adivinar si se trataba de un gruido de aprobacin o de desdn. Acaso consideraba el comandante que su respuesta haba sido demasiado titubeante? Despus, Montfort dirigi una mirada interrogante a cada uno de los presentes. Todos sin excepcin asintieron aprobatoria-mente.

    Que sea la hoguera! exclam Montfort y apoy su mano sobre el hombro de Amaury con tal fuerza que casi lo clav en el suelo.

    Con un breve ademn indic al intrprete que explicara a los prisioneros lo que se haba decidido so-bre ellos. Por lo visto, el perfecto ya lo haba comprendido. Apenas escuchaba, pero alz la cabeza y mir a Amaury a la cara con ojos escrutadores, penetrantes como los de un halcn. El novicio mir nervioso a Montfort, luego al sacerdote, y otra vez al primero.

    Seor! dijo con voz entrecortada , me arrepiento de mi error, juro que ser fiel a la fe catli-ca!

    Qu dice este miserable? pregunt Montfort.

    Mientras el sacerdote repeta las palabras y el correo las traduca, el novicio agach la cabeza hasta tocar las baldosas y alarg la mano hacia los pies del noble, que dio un paso atrs.

    Os prometo que renegar de la fe falsa y que volver al seno de la Iglesia de Roma! Levant la cabeza hacia Montfort y luego mir suplicante a Amaury. Las lgrimas caan sobre sus mejillas. El perfecto se volvi hacia l con una mirada llena de compasin y perdn, mas el novicio no os mirarle a los ojos. En lugar de ello mantuvo alzada la vista hacia Amaury. Alarg el brazo y con la mano agarr el tobillo del joven caballero, que no se atrevi a moverse . Seor, tened piedad de un simple trabajador. No soy ms que un siervo de Dios que nunca ha hecho dao a nadie, se lament.

    Si quiere abjurar de la hereja, no puede ser condenado a la hoguera, no? pregunt titubeante Amaury al sacerdote.

    Mientras el intrprete hablaba y el sacerdote asenta, Amaury vio de soslayo que un ceo de disgusto una las cejas de Montfort.

    Es un hereje. Merece morir! exclam Guillermo.

    Su grito fue recibido por Montfort con una sonrisa de aprobacin. Otro se sum a l:

    l mismo ha admitido que es un hereje! De nuevo se desencaden una intensa disputa en la cual las opiniones estaban ms divididas que antes.

    Si quiere abjurar de la hereja y obedecer a la Iglesia de Roma, ha de drsele una oportunidad de regresar al buen camino.

    Slo demuestra arrepentimiento porque tiene miedo de morir en la hoguera.

    Se oyeron unas risas escarnecedoras procedentes del grupito de caballeros que rodeaban a Guiller-mo.

    Si est dispuesto a hacer lo que dice, no se le puede condenar, opin otro.

    Lo promete ms por miedo a la muerte que porque desee volver a la fe catlica.

    Teme ms a la hoguera que a Dios!

    Su culpabilidad est fuera de toda duda. Ha quedado demostrado que es un hereje y a los herejes hay que quemarlos.

    Hemos venido a estas tierras para exterminar a los enemigos de Cristo, no para concederles nues-tro perdn, se oy decir a Bouchard de Marly.

    Pero est dispuesto a abjurar de la hereja. Por lo tanto, est dispuesto a jurar y esto significa que no es un hereje, pues es sabido que los herejes no quieren prestar juramento, adujo Roberto . Su fe se lo prohbe. Preguntad al perfecto.

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    El perfecto sacudi piadosamente la cabeza y permaneci en silencio, mientras el novicio estrechaba cada vez ms el tobillo de Amaury y empezaba a alargar la otra mano para coger el dobladillo de su manto.

    Seor, tened piedad de un pobre mortal! Prometo hacer todo lo que la Iglesia desee de mi. Lo ju-ro por todos los santos!

    Su arrepentimiento es sincero. No deberais concederle el perdn? pregunt Amaury directa-mente al eclesistico. El hombre alz los ojos al cielo y no dijo nada.

    No te dejes engaar, gru Bouchard de Marly , utiliza su conversin slo como tabla de sal-vacin.

    Basta ya! Montfort dio una patada contra la mano extendida y despus, con su zapato recubier-to de hierro, pis el brazo del novicio que solt el tobillo de Amaury y, con un rostro desencajado por el do-lor, pidi perdn. El noble no movi el pie . Basta de debate! Estos dos culpables han sido condenados a la hoguera. Uno porque es un hereje empedernido, el otro porque ha abrazado la fe falsa. Incluso es un novicio y por tanto est a punto de convertirse en perfecto. Si realmente se arrepiente, lo cual dudo, el fuego le servir de castigo por sus pecados y lo purificar. Si las promesas que ha hecho aqu son falsas, enton-ces es un farsante y la muerte en la hoguera es el justo castigo por su traicin. Llevoslo y preparad la ho-guera.

    Amaury lanz un suspiro de alivio. Por fin haba conseguido apartar su mirada de los dos prisioneros y ahora observaba con profundo respeto a su comandante, colmado de admiracin por sus sabias palabras. Mientras segua a los dems para salir, vio que Guillermo se colocaba a su lado.

    Has sido estpido, hermanito, realmente estpido. Montfort te concede el honor de dictar sentencia durante un consejo de guerra, una oportunidad que slo se te presenta una vez en la vida, y t te pones a dudar. Y pensar que l te lo serva en bandeja! Y para colmo lo contradices! No lo olvidar fcilmente. Dios mo, cmo lo consigues? Enfatiz sus palabras con un gesto teatral alzando ambos brazos al cielo. Para su sorpresa, Amaury lo agarr con un puo que era ms fuerte de lo que haba pensado.

    Yo no era el nico en tener objeciones! Por qu me tratas siempre como si todava fuera un cro?

    Porque lo eres: ingenuo y demasiado joven.

    Eso no es cierto y t lo sabes. Se coloc frente a su hermano y le cerr el paso, impidiendo as que los caballeros que venan detrs pudieran seguir su camino hacia el espectculo que les esperaba afuera . Me detestas tanto porque eres demasiado estpido para captar mis ideas? Reflexiono ms que t sobre las cosas.

    Tendras que pensar menos y actuar ms, resopl Guillermo con desdn.

    Actuar?! Amaury se arremang furioso y mostr a su hermano unas feas cicatrices . Que-maduras, de Bziers. Coloc el dedo sobre una herida mal curada que le cruzaba la mejilla . Carcaso-na. Con ambas manos seal un moratn en el fmur . Y este hematoma, de Preixan.

    Guillermo hizo caso omiso de sus palabras.

    Slo rasguos, eso no te convertir en un hombre, dijo rindose desdeosamente. En sus ojos apareci una mirada de odio que, a pesar de todas sus burlas, Amaury nunca antes haba visto.

    Estaban muy cerca el uno del otro, como dos machos cabros batindose con las cabezas. A Amaury le irrit ms que nunca que Guillermo le ganara en estatura.

    Qu, entonces?

    Pregntaselo a Montfort, cagn!

    Amaury lanz el puo hacia arriba, pero Guillermo esquiv con igual rapidez el golpe certero y le aga-rr el brazo como una empulguera. Acerc su boca al odo de Amaury y susurr:

    O acaso crees que nadie se dio cuenta de que dejaste escapar al grupo de herejes de la iglesia de Bziers? Alguien vio huir de la ciudad a esa chusma despus de que supuestamente los hubieras mata-do.

    El joven caballero palideci. Sinti que toda la rabia y la fuerza abandonaban su cuerpo y mir cons-ternado a su hermano.

    Por supuesto, yo he mantenido la boca cerrada. Por miedo a que tu infamia me manchara tambin a m. Pero te he observado y no te perder de vista ni un instante.

    Amaury quera decir algo. Balbuce algunas palabras que pretendan ser una excusa.

    Eran criaturas! exclam por fin. Lo que quera aadir qued tapado por las rdenes que llega-ban hasta ellos desde fuera y por las protestas de los dems caballeros que empezaban a perder la pacien-cia.

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    Si se presenta la ocasin de librarme de ti, no lo dudar, susurr Guillermo . Andando, her-manito. Has dictado la sentencia y por consiguiente has de ser testigo de ella cuando sea ejecutada.

    Llegaron justo a tiempo para ver cmo los dos herejes eran atados espalda contra espalda a una es-taca alrededor de la cual haban erigido la pira. El sacerdote pregunt al novicio en qu fe deseaba morir.

    Reniego de la doctrina hereje. Quiero morir en la fe de la santa Iglesia romana, y ruego a Dios que este fuego me purifique, llor el penitente.

    Las falsas plegarias no son escuchadas, sucio hereje! oy Amaury que deca desdeosamente Guillermo a su espalda.

    Mientras el sacerdote prosegua con su perorata, el fuego empez a llamear. El novicio gritaba y chi-llaba, el perfecto rezaba en silencio, con una mueca de dolor en su demacrado rostro. Amaury saba que su hermano tena puestos los ojos en l, mientras que l no apartaba la vista del fuego y senta el trasudor correr por su frente. De sbito, el novicio se solt, liberado como por arte de magia de sus ataduras. Empe-z a cruzar las llamas dando saltos atemorizados como si bailara para salir de la hoguera, mientras las l-grimas corran por sus mejillas. Sin aliento y sin dejar de saltar sobre sus pies medio quemados, alz sus manos al cielo y exclam:

    Santa madre de Dios, sois mi salvacin! Despus se desmay.

    El sacerdote esboz una sonrisa.

    Un milagro! exclam.

    Los cruzados repitieron su grito y se hincaron de rodillas.

    LOMBERS Finales de septiembre de 1209

    La invasin relmpago de Simn de Montfort empezaba a salirle cara. Ciertamente haba logrado sin mayores dificultades ocupar una gran parte de los dominios de Trencavel e instalar sus guarniciones en ellos, mas no poda hacer nada contra la firme oposicin de los seores de Cabaret, que en el corazn de la Montaa Negra controlaban un verdadero bastin hertico. En realidad debera haber atacado al mismo tiempo los tres castillos y el pueblo bien fortificado. Mas, al no disponer de suficientes soldados, haba teni-do que renunciar despus de un nico ataque en el que sufri muchas bajas. Acto seguido, el duque de Borgoa haba puesto tierra por medio, dejando atrs a Montfort y al puado de leales con unas tropas an ms diezmadas. A pesar de ello, prosigui su marcha hacia Pamiers. El hecho de que esta ciudad fuera propiedad del conde de Foix, con quien haba firmado un pacto de no agresin, no le impidi en absoluto firmar un contrato con el abad de Pamiers, que posea la otra mitad del seoro. Destituy al conde, se pro-clam sustituto suyo y recibi el apoyo de todos y cada uno de los nobles que lo seguan. En Pamiers, Ro-berto y Simn de Poissy firmaron en calidad de testigos la escritura en la cual se fijaba la cesin del seoro.

    Montfort no habra provocado de tal forma al conde si la ciudad no ocupara una posicin sumamente importante desde el punto de vista estratgico: la invasin de Pamiers hunda una cua entre los territorios del conde de Tolosa y el de Foix, los gobernantes a quienes ms tema Montfort. Con el mismo propsito haba tomado Mirepoix, camino de Pamiers, tras lo cual ocup Saverdun. Ambas poblaciones se encontra-ban tambin en los dominios del conde de Eoix. Dado que, a partir de entonces, Simn de Montfort contro-laba en gran medida todo el territorio al sur de Carcasona y dominaba la frontera con el ducado de Foix, regres a Fanjeaux para avanzar hacia el vizcondado de Albi a fin de someter tambin al ltimo de los cua-tro vizcondados de Trencavel.

    A finales de septiembre, el comandante se encontraba con lo que quedaba de sus exhaustas tropas ante las murallas de Lombers, a la que haba prometido perdonar, puesto que una delegacin de la ciudad ya haba acudido a Castres para ofrecerle su sometimiento. Ahora que por fin haba llegado el momento de rendir tributo a su nuevo seor, los caballeros de la ciudad le recibieron con todos los honores en el castillo y le propusieron que pasara la noche en l. La ceremonia de vasallaje poda esperar hasta la maana si-guiente, cuando hubiera descansado del viaje y todo estuviera listo.

    Amaury estir sus doloridos miembros y dio buena cuenta de la cena que los anfitriones ofrecieron a los nobles en su campamento. Bebi un buen trago de vino y mir los rostros de sus acompaantes, que tambin estaban plidos del cansancio. No obstante, Roberto mantena una animada conversacin con Bouchard de Marly.

    El grupo, al que se haban unido tres caballeros de Lombers, se haba congregado en la tienda de campaa de Montfort, que era suficientemente grande para una reunin de este tipo.

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    Mientras Amaury recorra la mesa con la mirada, se traslad mentalmente hasta el castillo de los Poi-ssy, donde los mismos hombres se reunan a menudo, cansados de los festines y torneos, y donde disfruta-ban del vino y de los cnticos. En realidad, estaba contento de que el conde de Nevers y el duque de Bor-goa se hubiesen marchado con su squito. Ahora volvan a estar entre ellos, los viejos amigos y camara-das de guerra de Montfort, que los apoyaba en las buenas y en las malas, y que nunca se separaran de su lado. El nico ausente era el propio Montfort, que haba sido acogido con suma consideracin en el castillo donde ahora seguramente estara cenando.

    Incluso Guillermo estaba de buen humor y por un momento haba olvidado la mana que le haba co-gido a su hermano menor. Se recost, alz su copa y exclam:

    Lo que ms me gusta de este pas es el vino. Lo nico que falta ahora son mujeres y una buena cancin! Los tres caballeros que hacan de anfitriones no reaccionaron. Por lo visto no estaban de humor para organizar una verdadera fiesta, aunque dejaban que el vino corriera abundantemente. Bouchard de Marly interrumpi su conversacin con Roberto y se puso en pie.

    Para servirle, Sir Guillermo, dijo haciendo una reverencia exagerada, como si fuera un vulgar juglar , pero mi msico ha bebido demasiado. Sacudi a Simn, que se haba tumbado sobre la mesa, borracho perdido. Amaury ri. Todos saban que Simn era incapaz de tocar un instrumento, incluso estan-do sobrio.

    Bouchard, canta algo, hombre! dijo Roberto en tono jovial.

    Slo si Roger canta.

    Roger des Andelys, un guerrero temible cuyos dominios a orillas del Eure tambin se hallaban cerca de los de Montfort y que por consiguiente se apuntaba a menudo a las fiestas, se levant del banco de ma-dera y cogi a Bouchard por el hombro. Eran los nicos poetas entre los nobles del grupo, y en casa, en Francia, amenizaban a menudo las fiestas de sus amigos con sus canciones.

    Qu ser, camarada, tus versos o los mos?

    Ambos! propuso Roberto y tambin sus acompaantes insistieron ruidosamente.

    Vale, vale, los acall Roger, y luego susurr algo al odo de Bouchard. Este asinti y casi al un-sono entonaron la primera cancin.

    Los dems no tardaron en animarse y cantaron con ellos algunas frases. Mientras tanto, los caballe-ros de Lombers los escuchaban en silencio e intercambiaban con el ceo fruncido miradas de complicidad, pero sonrean a los nobles franceses como si apreciaran sobremanera sus obras poticas. Llamaron a sus criados para que sirvieran ms vino. Durante la tercera cancin, Roberto se inclin detrs de su vecino ha-cia Amaury.

    No bebas ms, hermanito, dijo en voz baja . Nuestros anfitriones son demasiado generosos. No lo hagas notar, pero mantn la cabeza en su sitio y los ojos y odos bien abiertos. Medio Poissy est como una cuba, eso ya es suficiente.

    Amaury sinti que un escalofro le recorra la espalda. Alz su copa mirando a Roberto e hizo un es-fuerzo para poner cara de despreocupacin y participar de la alegra, como si de repente todos los ojos hostiles estuvieran puestos en l. Escuchand