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Don Luis Guanella Vamos al Padre Buenos Aires 2006

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Page 1: vamos al padre - operadonguanella.it al padre.pdf · x 2 {Al lector Aquí tienes una invitación segura: ¡V amos al Padre! A ello te exhorto vivamente a través de catorce breves

Don Luis G

uanella

Vam

os al Padre

Buenos A

ires

20

06

Page 2: vamos al padre - operadonguanella.it al padre.pdf · x 2 {Al lector Aquí tienes una invitación segura: ¡V amos al Padre! A ello te exhorto vivamente a través de catorce breves

x2{

Al le

cto

r

Aquí tienes una invitación segura: ¡V

amos al P

adre!

Aello te exhorto vivam

ente a través de catorce breves capí-tulos, a partir de la explicación de las siete peticiones del P

adreN

uestro. Ven: nos entretendrem

os con fidelidad de amigo y

afecto de hermano. C

onversaremos, com

o suelen hacer los con-fidentes, con la claridad del ejem

plo y la fuerza de la parábola.A

l hablar así, seguiremos el consejo del filósofo hum

ano y alm

ismo tiem

po imitarem

os el ejemplo de Jesucristo, M

aestroD

ivino, que siempre com

enzaba sus mensajes a la m

uchedum-

bre con parábolas y los proseguía con ejemplos.

Al final de cada capítulo, no nos despedirem

os sin recapitu-lar con breves palabras lo que hayam

os tratado más am

pliamen-

te.

Esta invitación, ¡V

amos al P

adre!, te la brindo a ti, jefe defam

ilia, y a todos los tuyos. Te la ofrezco a ti, maestro, y se le

ofrece al mism

o sacerdote, para que a todos les ayude a apresu-rar los pasos hacia el P

adre común que está en los cielos.

Al ofrecerte estas exhortaciones para cam

inar hacia el Padre,

me sirvió de ejem

plo el clarísimo autor de M

aná del alma. P

or

x3{

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La o

ració

n d

el c

ristia

no

ES

TO

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IAN

DO

CO

MO

UN

AG

OL

ON

DR

INA

,

GIM

OC

OM

OU

NA

PA

LO

MA

.

IS. 3

8, 1

4

1. Vienes en busca del P

adre celestial. Ven, ven. ¡Q

ué her-m

osos son tus pasos! ¡Ycóm

o se alegrará tu Padre cuando lle-

gues a Él! A

presúrate y, entre tanto, chilla como la cría de la

golondrina para que se te oiga mejor; gim

e como una palom

apiadosa para que el C

reador acuda a recibirte.

La cría de la golondrina chilla y la de la palom

a gime m

ásporque saben que, para que las oiga su m

adre, el único medio

son los lamentos y el llanto.

Eso m

ismo hace el niño. T

ú mism

o recuerdas que cuandoeras niño llam

abas: “¡Padre, padre!” y que, suspirando, gritabas

“¡Pan, pan!”. T

u padre se acercaba a ti solícitamente, te acari-

ciaba y llenaba tus manitas de cosas.

Ahora, razona tú así: si la m

adre de la cría de la golondrinay del pichoncito acuden ansiosam

ente, y si el padre del niño sedeshace de afecto, ¿con cuánto m

ayor afecto acudirá a ti el

x5{

otra parte, si mis visitas pueden servirte, de buena gana volveré

a visitarte nuevamente.

Mientas tanto consérvam

e el afecto y encomiéndam

e a lagracia de D

ios, nuestro Padre.

D.L

.G.

x4{

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Mientras tanto, ora sinceram

ente así: “Padre nuestro que

estás en los cielos...” y puedes estar seguro de que pronto llega-rás al abrazo de tu S

eñor y Padre.

¿Qué dices ahora...? A

póyate en la mano derecha de Jesús y

grita: “¡Padre! ¡P

adre”, igual que la cría de la golondrina. Ypide

como la palom

a: “¡Pan! ¡P

an!”. Dirige velozm

ente las alas delafecto hacia el cielo y D

ios Padre acudirá a tu encuentro.

3. Tus prim

eros padres, Adán y E

va, fueron colocados porD

ios en un jardín de delicias, y se sentían felices porque habla-ban con el S

eñor y el Altísim

o conversaba con ellos. Pues bien,

nada tienes

que envidiar

a tus

inocentes prim

ogénitos. T

úm

ismo te encuentras en un jardín de celestial fecundidad. E

sejardín es para ti la oración dom

inical, pues con ella hablas conD

ios y el Señor conversa contigo. T

ú abres los labios para pedirlo que conviene a tu alm

a y lo que es útil para tu cuerpo y elP

adre te escucha con prontitud.

Pero tal vez se observa en ti una inm

ensa monstruosidad.

Aun jardín fecundo acuden las m

oscas, acuden las cantári-das y acuden las abejas. L

as moscas no hacen m

ás que volar deflor en flor. L

as cantáridas se detienen un poco, pero sólo toman

el alimento suficiente para subsistir. P

ero las abejas son muy

industriosas. Penetran en la corola de las flores y no se alejan

hasta que se sacian de ellas y recogen abundante cantidad dem

iel oportunísima para la estación cruda.

La oración del P

adre Nuestro es un fecundo jardín, y en él

ingresas tú. ¿Cóm

o te comportas en ese jardín? ¿C

omo las m

os-cas? ¿Im

itas al menos a las cantáridas? ¿Y

por qué no eres abeja

x7{

Padre celestial? P

rueba y grita como hace la cría de la golondri-

na y gime o m

edita como la palom

a y ya verás.

2. Tu padre carnal, com

o te ama, parece que no puede estar

sin ti. Ysi un día te m

archas de casa, tu padre envía tras tuspasos a su prim

ogénito, a tu hermano m

ayor, para que te traiganuevam

ente a sus brazos.

El P

rimogénito del P

adre celestial es el Verbo E

terno, elcual, al llegar a la plenitud de los tiem

pos, se hizo hombre en

María, herm

ana tuya inmaculada. Y

así, el Verbo E

ncarnadoque es Jesucristo se convirtió en herm

ano tuyo. Jesús, tu herma-

no mayor por ser hijo U

nigénito del Eterno, fue enviado por el

mism

o Eterno para buscarte a ti, porque te habías com

portadopeor que el hijo pródigo huyendo lejos, m

uy lejos de la casa delP

adre.

En cuanto al viaje, recorre un cam

ino enorme, pues del cielo

baja a la tierra. En cuanto a las fatigas, soportó infinitas, porque

toleró toda la pobreza de Belén, todos los sudores de N

azaret,todos los sufrim

ientos de Jerusalén y todas las agonías del Cal-

vario, que todas juntas vienen a ser como un m

ar de humillacio-

nes y de dolor sin límite.

Piensa qué razón tendrás tú para gritar lo que ya en el cielo

exclamaron los Á

ngeles y en la tierra los justos: “¡El S

eñor amó

a los hombres hasta dar por ellos a su H

ijo Unigénito!”.

Ya ves que Jesús te ha alcanzado en el desierto de esta tie-

rra. El H

ijo del Eterno, al encontrarte, dijo en el exceso de su

gozo: “¡Vam

os al Padre! ¡V

amos al P

adre! ¡Yo te acom

paño!”

x6{

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se comporta de esta m

anera como un padre terreno, quien

comienza con la prom

esa de un regalito al niño, luego se loenseña y por fin lo deja en sus m

anos con caricias afectuosas.

El S

eñor suele hacer como aquel rico peregrino que subía

por el camino que conduce a L

oreto y dejaba que un pobrecitoque le pedía lim

osna lo siguiera buen trecho por el gusto quesentía al verlo cerca. P

ero cuanto más largo era el trecho

siguiéndole, mayor lim

osna y premio conseguía.

Adem

ás, tu padre celestial tiene mayor deseo de concederte

sus dones que tú ansia de pedírselos. Sin em

bargo, Él te colm

ade sus favores a cada instante, y para que no te creas que te losda porque le resultas querido, con frecuencia dispone que tú nisiquiera adviertas las m

ayores gracias que te concede.

5. Dirás que te cansas de rezar, pues no sientes las ternuras

del afecto que siente un hijo cuando habla con su padre.

Aesto te respondo que sientes gusto sensible porque la voz,

el gesto y la sonrisa sensible del padre te conmueven.

Cuando hablas con D

ios, es tu alma la que conversa con el

Señor, E

spíritu purísimo, y bien sabes que ordinariam

ente elcuerpo no advierte las operaciones del alm

a. Ysi esto sucede es

por especial favor celestial, como ocurrió en el caso de A

bra-ham

, Lot y Tobías, en quienes fue una gracia especialísim

a querecibieran la visita de los ángeles celestiales en form

a de jóve-nes terrenos. A

ñade a esto que, así como el padre hace con su

niño en muchas ocasiones al m

anifestarle un rostro severo paraver cuál es su afecto, así hace el S

eñor contigo muchas veces.

x9{

industriosa si el Señor te llam

ó a ser cristiano? Para que D

ios team

e mucho debes recoger en el jardín de la oración dom

inicalfrutos abundantes de virtud, igual que la abeja recoge estupen-do jugo sustancioso de las flores de un jardín m

aterial.

Al enseñarte Jesucristo las peticiones del P

adre Nuestro te

preparó la espléndida mesa que el P

adre del pródigo disponepara el hijo hallado. ¿Q

ué dirías de un hijo que, tras ser llama-

do para sentarse en el primer puesto de la m

esa, rehusara hastasentarse en el últim

o lugar?...

Aquel padre no se sentiría contento si, aun sentándose el

hijo, manifestara m

elancolía o desgano. El padre está de fiesta

porque te ha encontrado, ¿por qué no te alegras tú también

inmensam

ente?

4. Dirás que rezaste y no fuiste escuchado.

¿Has suplicado com

o Jesús te enseñó a hacerlo? Ruegas con

descuido, como suelen hacer los m

ocetones. Pides por ganas de

bienes materiales, que prim

ero te ponen enfermo y luego te lle-

van a la muerte.

Adem

ás, apenas abres la boca ya quieres que te sirvan, y sino te com

placen, murm

uras y te sientes despechado.

¿Merece un joven así que le den satisfacción? C

réelo, crée-lo: cuando pides a D

ios cosas que no sirven al alma sino que la

dañan, si el Señor te lo concediera sería com

o un castigo para ti,un m

al tal vez irreparable.

Ora m

ejor y conseguirás pronto cosas mejores. Y

si el Señor

tarda, ¿sabes por qué? Le agrada verte suplicante a sus pies. Y

x8{

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ra, como antiguam

ente, en jardín de virtudes y huerto de santosfrutos, y fue atendida. E

lla mism

a instituyó trescientas casas dereform

a, al tiempo que, m

ujer débil pero fervorosa, tanto seindustrió ante D

ios que hasta los mism

os reyes y príncipes acce-dían a sus deseos, y el P

ontífice y los obispos escuchaban aten-tam

ente sus preguntas.

Por tanto, el gritar com

o la cría de la golondrina cuando sereza, o gem

ir como la palom

a, produce este gran provecho. Si

no has conseguido hasta ahora de lo alto beneficios tan grandescom

o Ignacio y Teresa, será que no has rezado con el afecto conque ellos lo hicieron.

Reflexiones

1. Para conseguir m

uchas gracias de Dios, debes gritar com

o lacría de la golondrina y al m

ismo tiem

po gemir com

o la palo-m

a. El S

eñor es tu Padre.

2. Por el gran deseo que tenía de estar contigo y de ayudarte,

envió a su Unigénito a buscarte, y le m

andó que te enseñara lafórm

ula de oración para conseguirde lo alto cualquier gracia.

3. Por tanto, con la oración del P

adre Nuestro puedes encontrar-

te como A

dán y Eva se encontraban en su jardín del P

araísoterrenal. ¿D

e qué manera usas de ese jardín de gracias?

4. Ora con afecto y perseverancia.

5. Ora tam

bién cuando al hacerlo no sientas satisfacción sinom

ás bien enojo, y ya verás si es útil dirigirse a Dios con el

grito de la cría de la golondrina y con el gemido de la palo-

ma.

x11{

Ysi a pesar de todo no dejas de encom

endarte y te unes aD

ios más estrecham

ente con tus lágrimas y tu afecto, en este

caso, ¡feliz de ti!

Ignacio, precisamente cuando se entregó al S

eñor y parahablar con É

l se recluyó en la cueva de Manresa, no sólo no vio

el rostro amoroso del P

adre sino que descubrió todo el horrordel infierno que parecía tragárselo vivo. N

o sólo no sintió Igna-cio la voz del P

adre, sino que le parecía oír interiormente esta

voz atormentadora. ¡E

stás condenado, estás condenado!... La

mism

a Teresa, cuando se decidió a vivir solamente para D

ios, envez de recibir del cielo una sonrisa de aprobación, experim

entóen su m

ente una tenebrosa ceguera hasta parecerle que se encon-traba en la oscuridad de una densa noche. Teresa experim

entó ensu corazón una confusión de afecto y una m

elancolía tan negraque durante dieciocho años seguidos sufrió tanto com

o quiencontinuam

ente sufre el tormento de la extrem

a agonía. Sin

embargo, en el colm

o de tantas pruebas, ni Ignacio dejó de gri-tar a D

ios: “¡Tú eres m

i Padre, tú eres m

i Padre!”, ni Teresa dejó

un mom

ento de gemir: “¡P

an, Señor, da a m

i alma el pan de tu

divina gracia!”. Yya sabes que tanto Ignacio com

o Teresa fue-ron escuchados sobre m

edida. Dios ayudó a Ignacio a realizar

aquí todo el bien que en su corazón deseó y fue el patriarca deuna gran fam

ilia que en la Iglesia de Jesucristo se mantiene

todavía hoy, después de tres siglos, como firm

ísima colum

na.Teresa suplicó otros favores para su gran O

rden Carm

elita y losconsiguió todos. E

sta Orden, que com

o fecundo jardín había yaproducido frutos de vida para todos los hom

bres de la tierra, entiem

pos de santa Teresa se había convertido en un jardín som-

brío y tierra estéril. La piadosa virgen suplicó que se convirtie-

x10{

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En m

edio de las penas de la vida, piensa continuamente: “M

iP

adre y Señor está en el C

ielo; pronto veré allá arriba a mi

Padre”. M

ientras, dirígele tu afectuoso ruego, de que te llevepronto a É

l. La instancia que debes hacerle te la describió el

Unigénito de D

ios, Jesucristo, y no la hay más recta en sí

mism

a, más ordenada en el m

odo y más sencilla en la form

a.E

scucha y admira.

2. Jesucristo te ha enseñado en la oración del Padre N

uestroa rezar por ti m

ismo y a pedir por tus herm

anos también. D

e ahíque, unido a ellos, supliques: “P

adre nuestro y Señor A

ltísimo,

que todos tus hijos te bendigan y que todos los hijos extendidospor la tierra vengan a ti para abrazarte. N

osotros queremos sólo

lo que Tú quieres. D

anos, Padre, pan para vivir.

Concédenos el perdón de nuestras culpas para serte gratos

siempre. S

eñálanos también un cam

po donde trabajar y un ofi-cio que cum

plir, y no permitas que nos sorprenda ningún m

al.¡Q

ue así sea, Dios y P

adre nuestro!”.

Imagínate que, siendo tú jefe de fam

ilia, o padre de familia

numerosa, tus dependientes o tus hijos todos los días de la vida,

y más de una vez cada día, se acerquen para repetirte estas pala-

bras. ¿No te alegrarías por ello?... C

laro que sí. Ytú, que tanto

te alegras al oír una proposición acertada; tú, que para escucharun santo coloquio tal vez te expones a la fatiga de un largo viaje;tú, digo, m

ucho debes alegrarte al presentar tú mism

o un razo-nam

iento tan recto al Altísim

o. Los filósofos y legisladores del

templo se quedaron atónitos cuando el N

iño Jesús les dirigió susdivinas palabras. C

uando tú elevas tu súplica y haces compren-

x13{

Intro

ducció

n a

la o

ració

n

del P

adre

Nuestro

US

TE

DE

SO

RE

ND

EE

ST

AM

AN

ER

A:

PA

DR

EN

UE

ST

RO

...

MT. 6

, 9

1. Recordarás que, cuando eras pastorcito y cuidabas el reba-

ño, tu pensamiento corría velozm

ente hacia el padre y la casadom

éstica.

Asim

ismo, te encontrabas sirviendo en una tienda o sentado

en el banco del colegio, lejos del padre amado, tu m

ente corríaen busca del padre, el corazón se llenaba de afecto y las lágri-m

as brotaban de los ojos como de dos fuentes. P

ara enjugarlasgritabas: “M

i padre está en casa... pronto veré a mi padre queri-

do”. Entretanto, recogías una hoja de papel y escribías con afec-

to muy tierno: “P

adre, tengo ganas de verte... ¡No puedo estar

más sin verte!”.

La ternura que m

anifiestas a tu padre terreno debe llevarte am

ultiplicar en ti el amor hacia el P

adre celestial.

x12{

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4. Será asim

ismo antesala del P

araíso por las virtudes queadornan a los m

iembros de la fam

ilia humana. L

a virtud queencierra en sí a todas las dem

ás es la sencillez. El niño, el m

ásingenuo de todos, gusta precisam

ente por eso a todos los de lacasa y a los de fuera de ella.

Jesucristo mism

o, cuando se encontraba en medio de un

grupo de niños, decía: “Dejen que los niños se acerquen a m

í...L

os quiero como a los Á

ngeles del Cielo”. Y

dirigiéndose a losA

póstoles y al pueblo, proseguía: “Procuren asem

ejarse a estosniños inocentes, pues si no se parecen a ellos no entrarán en elreino de los cielos”.

El S

umo P

ontífice Pío IX

, de feliz mem

oria, se alegrabacuando se encontraba con niños com

o del triunfo de un puebloam

ado. Conversaba con los niños presentes y los bendecía, y

escribía a los lejanos y los socorría.

En una casa llam

ada de la Divina P

rovidencia, porque allí elpadre celestial distribuye pan a tres m

il hijitos que le suplicancada día, se reciben todas las peticiones que llevan la im

prontade la sencillez.

Aquien pide con sinceridad de afecto se lo atiende poco

menos com

o si se tratara de la voz de Dios.

Pues bien, esta adm

irable virtud de la sencillez se contieneentera en la conocida petición del P

adre Nuestro. T

ú hablas asíal S

eñor: “Sea santificado tu nom

bre. Que todos te am

en y obe-dezcan. D

anos el pan de cada día. Perdónanos nuestras culpas.

Nos perdonam

os mutuam

ente. Líbranos del pecado”.

Cuando el hijo reproduce en sí las virtudes del padre se

forma de los dos un solo querer. Y

cuando conversan, lo hacen

x15{

der al Cielo tu petición, pienso que los Á

ngeles y los Santos se

admiren igualm

ente de ti.

3. Al recitar el P

adre Nuestro, diriges tam

bién a Dios estas

palabras: “Mi ansia es que en la tierra te alaben y te am

en de lam

isma m

anera que sé que te alaban y ensalzan en el Cielo.

Danos el pan de la vida. N

osotros nos perdonaremos m

utuamen-

te para trabajar de acuerdo en honor de tu gloria. ¡Señor y P

adre,líbranos del pecado para que podam

os ir pronto al Paraíso con-

tigo!”.

Imagina todavía que estas m

ismas palabras las repitan todos

los días los hijos de un sabio padre de la tierra. ¿Qué te pare-

ce...?Los ángeles se alegran en el C

ielo porque Dios es el A

ltísi-m

o, por esa mism

a razón te alegras tú. ¿Qué tienes que envidiar

tú, por tanto, a los ángeles?...

Los santos son felices en el P

araíso porque allí gozan de laplenitud de la paz, y las sedes de gloria están ordenadas porquehay allí num

erosas mansiones. P

ues bien, al recitar el Padre

Nuestro, consigues aquella paz y arm

onía que no es posible con-seguir m

ayores en la tierra, pues tú ya gozas en parte del premio

de la celestial felicidad. Sí, sí, repítelo a ti m

ismo, enséñaselo a

las familias y predica a las naciones que el P

adre Nuestro es la

oración que trae el orden y la paz universales. Házselo entender

a todos y cambiarás esta m

iserable tierra en una antesala delP

araíso.

x14{

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2. Recta en el contenido.

3. Ordenada en el m

odo.

4. Sencilla de form

a.

5. La m

ás apta de todas para encontrarte pronto entre los brazosdel P

adre celestial.

x17{

con cordialísima fam

iliaridad, pues saben que el amor los une.

Así, si sientes con verdadero afecto el P

adre Nuestro, te unes

profundamente con el am

or del Señor, y de esta m

anera crecesen la santidad del hijo am

ado.

5. No puede ser de otra suerte. C

omo Jesús vino a ofrecerte

la petición para subir al Padre, te ha presentado lo m

ejor quetenía y que tú podías poseer. D

e ahí que los santos Padres y D

oc-tores sagrados te exhorten a reverenciar esa petición conocidísi-m

a, pues es como el breviario del E

vangelio divino. Te invitana practicar su enseñanza, a estudiar el sentido de cada parte dela petición, pues contiene en síntesis todo lo que un cristianopuede esperar y desear de D

ios.

La oración del P

adre Nuestro es com

o la luz de la lámpara

que te guía en la noche de la vida de la tierra; es como la fuerza

del alimento que dio fuerzas a E

lías para ascender a la cima del

monte santo. L

a oración del Padre N

uestro es como la diestra de

Jesús que te acompaña y te sostiene.

¿Por qué dem

oras todavía? Confía en esta bendita ayuda y

sube hasta llegar a la vista de Dios P

adre en el bendito Paraíso.

Reflexiones

1. Tú, desde la tierra, llam

as dirigiéndote al Cielo: “¡P

adre,P

adre!”, y Dios te envía a Jesucristo para ofrecerte una fór-

mula de petición que es:

x16{

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Yo m

e confundo en el abismo de m

i miseria, dirijo la m

irada ati y suspiro: “¡Te am

o, Señor y P

adre mío!”.

2. Los infieles, que recibieron de D

ios la vida, sienten en sucorazón la voz del S

eñor que les inculca: “¡Am

en a Dios, am

ena su C

reador!”, y se van hacia Él con la fuerza del afecto que les

es posible. Los hijos de los H

ebreos, de los Patriarcas y de los

Profetas, que tantas veces oyeron las palabras de Jesús, recurren

con afecto más cordial y exclam

an. “¡Te amo, m

i Señor y M

aes-tro!”. P

ero la distancia que hay del Cielo a la tierra de C

anaánes inm

ensa, y la majestad del Infinito frente a la pequeñez de un

hombre es tam

bién infinita.

De ahí que los judíos exclam

en en particular muchas veces:

“¡Te amo, S

eñor!”, pero pocas veces universalmente: quien

exclama es uno solo por todos. E

l Sum

o Sacerdote, echado en el

suelo el día más solem

ne del año, suplica: “¡Jehová...!”, quequiere decir: S

eñor Altísim

o. Al oír esa voz, todo un gran pue-

blo, como un solo hom

bre, echa su rostro sobre el suelo y repli-ca en su interior: “¡Jehová, S

eñor Altísim

o, ayúdame!”. E

n esem

omento los judíos explotan de alegría, pues en esa hora hablan

al Dios que los ha creado, al S

eñor que los instruyó por el cami-

no del Cielo.

Más afortunados que todos ellos son los cristianos, quienes

se dirigen a Dios con afecto de hijos. E

l pelícano, cuando ya lascrías han salido de los huevos, se dice que se abre el corazón yque con su viva sangre da de beber a sus hijos, quienes se apre-suran a beberla y de ella reciben la vida, al tiem

po que la madre

x19{

¡Padre

!

1. ¡Fíjate en la florecilla que brota y crece alrededor del lirio

a partir de una semilla en la que se depositó la potencia de nacer

y desarrollarse! Esa florecilla, con su lenguaje, dice: “¡Y

o amo!”

La cría de la golondrina con sus gritos y el corderito con sus

balidos claman: “A

mo a quien m

e trajo a la vida”. La creaturita

que retoza en el seno de la madre y el niño que sonríe entre las

rodillas de su padre exclaman con lenguaje hum

ano. “Am

o aquien m

e ama. Te am

o, padre amado; te am

o, querida madre!”.

Asu vez, el lirio que se dobla sobre la florecilla, la ovejita y

la golondrinita que a su manera hablan a sus criaturas, la m

adrey el padre del niño que lo acunan con indescriptible afecto,hablan con corazón de am

antes: “¡Te amo, hijo, te am

o!”.

Las ternuras paternas, los piadosos afectos del hijo no los

olvidas ni un instante. Si un hijo se pone enferm

o, fíjate en supadre; si se m

uere, el último suspiro se dirige al padre. Y

, si elpadre le precede en la tum

ba, de nada se duele el hijo como de

no haber amado lo suficiente al am

ado padre.

¡Dios inm

enso! Eres T

ú quien en el exceso de tu amor

extiendes el amor aquí. Todo en este m

undo proclama el am

or.

x18{

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Pregúntale el m

otivo de tantas penas y te responderá conpiadosos gem

idos: “Tuve hijos a quienes alim

enté y elevé yellos m

e despreciaron”.

¿Qué le dirías tú...? S

i eres tú un hijo tan desconsiderado,esconde tu rostro en la confusión antes de que la tierra se abra yte trague su vorágine.

Los antiguos rom

anos solían castigar a los hijos rebeldescosiéndoles en un saco en que había víboras y luego los echa-ban al abism

o de las aguas. Los judíos, aún ahora, después de

dos mil años, cuando pasan junto a la tum

ba de Absalón, el hijo

rebelde, lanzan contra ella una piedra y dirigiéndose al hijo quellevan de la m

ano, le dicen que es un maldito el hijo que hace

llorar a sus padres. Tú, que tantas veces dejaste desolado a

Jesús, tu Padre, y que has m

erecido el castigo, ¿qué piensas? ¿Yqué castigo te convendrá a ti, quien a m

anera de judío atrevidosigues insultando a Jesús?

4. Pero si te abres a D

ios con afecto de hijo tierno e imitas

sus virtudes, ya verás cómo el S

eñor se consolará contigo.

En los cam

pos de Jerusalén levantó ya Jesús un trono deam

or. Allí se recogieron las m

uchedumbres y el D

ivino Salva-

dor les habló así: “Yo he venido para salvar al m

undo, ¿quiénentre ustedes m

e ayudará a salvar a los hombres?”. E

n medio de

todos ellos se levantaron los Apóstoles del S

eñor, quienes no sesepararon nunca de É

l. Le acom

pañaron en los sudores de losviajes, en las fatigas de la predicación, en los torm

entos de laagonía, y todos ellos sufrieron su propio C

alvario y sufrieron elm

artirio. Los A

póstoles fueron hijos amados.

x21{

se inclina sobre sí mism

a, parece decir al morir: “¡A

sí ama un

padre a sus hijos!”.

Jesús, tu Señor y P

adre, es para ti un pelícano afectuoso. En

un exceso de amor te hace oír su voz para guiarte al C

ielo; enun exceso de am

or, Jesús te da de beber su Sangre divina y te

dice: “Así am

a el Padre a su hijo”. ¿C

ómo am

as tú a un Padre

tan grande? Tú estás obligado a am

arlo más que a nadie, y si de

veras lo amas, debes exclam

ar desde que tienes uso de razón:“¡P

adre, te amo!”, y no desistir hasta el últim

o mom

ento de tuvida, cuando al partir de aquí diriges a D

ios la más afectuosa

mirada para decirle: “Te am

o, Padre; ¡recíbem

e entre tus bra-zos!”.

3. Pero hay hijos que son tan ingratos com

o las víboras. Si

durante el crudo invierno encuentras por el camino una serpien-

te adormilada y tú la calientas por com

pasión en tu seno, la muy

ingrata te pica y te inyecta el veneno mortífero en las venas.

Imagínate, com

o sucede muchas veces, a un padre que se fatiga

por un hijo que conduce hacia una carrera de altos estudios yque con tanta dificultad m

antiene en los bancos de la Universi-

dad. Llega por fin el día solem

ne en que tantos padres se alegranal ver coronados a sus hijos, pero el padre en cuestión, el m

ásam

ante de todos, ve que su hijo ha sido echado con oprobio delsalón de fiestas porque a lo largo de todo el curso escolar nohizo m

ás que vagar.

¡Qué golpe para el corazón de un padre! P

ues bien, imagina

ahora a Jesús, tu Padre, en el H

uerto de los Olivos, im

agínate túm

ismo a Jesús agonizante en la C

ruz.

x20{

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amados, exclam

aban dirigiéndose a Él: “¡P

adre, Padre!”, res-

pondía Él en su corazón: “¡S

on mis hijos, son m

is amados!”.

Considera por tu parte que el S

eñor continúa dirigiéndoteesas m

ismas palabras. A

demás en esta tierra, Jesús exclam

adesde el S

antísimo S

acramento con am

or divino: “Yo soy su

Padre y ustedes son m

is hijos... Estoy aquí para salvarlos a

todos... Acérquense, hijos, para que pueda abrazarlos”. ¿Q

ué leresponderás tú a Jesús y qué piensas decirle de presencia?... S

iotra cosa no sabes, replica: “¡P

adre, Padre, P

adre!”.

Repite esa palabra con la confianza de un hijo am

ado y esohará que com

plazcas infinitamente a D

ios Padre.

Reflexiones

1. Tu m

ayor satisfacción en la tierra es mirar a D

ios y llamarlo:

“¡Padre, P

adre!”.

2. Porque D

ios es tu Padre por tres im

portantes razones...

3. Por eso, debes evitar causar a tu buen P

adre cualquier disgus-to.

4. Debes am

arlo tan bien como los am

ados Apóstoles.

5. ¡Ojalá que tam

bién tú, como ellos, im

ites las virtudes delP

adre!

x23{

De ahí que Jesús les dijera en exceso de am

or: “Mía es la tie-

rra y a ustedes se la doy: vayan y prediquen el Evangelio a todo

el mundo... Y

o estaré con ustedes hasta el final... Los ayudaré a

realizar milagros m

ayores que los que hice... Yustedes, que han

permanecido fieles en la fatiga, haré que se sienten sobre doce

tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”.

¿Qué dices tú a esto? ¡A

seméjate a los apóstoles al reprodu-

cir en ti las virtudes del Padre celestial! D

ios te encontrará conjúbilo y los A

póstoles te pondrán entre los Ángeles, diciendo:

“¡Ahí tienen a un fiel com

pañero!”, y entre los Santos, añadien-

do: “¡Ahí tienen a un fiel herm

ano!”.

5. Los A

póstoles copiaron tan bien en sí mism

os las virtudesde Jesús porque habían renunciado a las cosas terrenas.

Oye cóm

o se expresa Pedro en nom

bre de todos: “Nosotros

lo hemos dejado todo y te hem

os seguido, ¿qué nos darás enprem

io?”. Siguieron los apóstoles soportando por D

ios hambre

y sed, sudor y fatiga, peligros de tierra y mar, am

enazas de hom-

bres y asaltos de fieras. El m

edio de tantos sufrimientos no deja-

ron de repetir: “Jesús es el Om

nipotente; el Señor es nuestro

padre”. Finalm

ente llegaron hasta gozar íntimam

ente en medio

de tantos sufrimientos, en m

edio de los cuales otros se hubieranconfundido. D

e ahí que exclamaran: “N

osotros no queremos

gloriarnos nada más que en la cruz de N

uestro Señor Jesucristo,

en quien está la salvación, la vida y nuestra resurrección”. Al

proceder con corazón tan generoso, los Apóstoles alegraron

tanto el Corazón de Jesús que cada vez que ellos, com

o hijos

x22{

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varios hijos inundados de sudor; figúrate que, tras un largoviaje, aparezca por la parte contraria el padre am

ado, también él

cargado de sudor de sangre de numerosas fatigas soportadas en

beneficio de los hijos. Cuando los hijos se abrazan y al padre y

este a ellos, creo que Dios P

adre, amor por esencia, m

ira com-

placido desde el cielo sobre ellos y dice a todo el paraíso:“M

iren cómo se am

an en la mism

a tierra; miren cóm

o se aman

el padre y los hijos”.

¿Qué m

e dices...? Tú debes ser ese padre y uno de esos hijos.

Seas padre o hijo, cuando oras: “P

adre nuestro”, debes excitaren ti un intensísim

o afecto. Viniendo con tus herm

anos, debesexclam

ar como los pastores y los A

póstoles: “Aquí está nuestro

Padre, aquí está nuestro P

adre!”, y no desistir hasta que teencuentres ante D

ios Padre en el P

araíso. Si en la tierra saludas

a tu padre con ternura, en el Paraíso lo harás con júbilo. C

uan-do allá arriba exclam

es: “¡Aquí está nuestro P

adre!”, te sentirásfeliz.2. Im

agínate que Jesús Niño te grite en B

elén: “¡Ayúdam

e abuscar a m

is hijos!”. Imagínate que te diga Jesús en Jerusalén y

en Nazaret: “¿Q

uién me ayuda a buscar por el m

undo a tantoshijos extraviados?”. Jesús, viendo que son tan pocos los que sele unen en los trabajos de un buen P

astor, imagina que en un

exceso de dolor se aparezca desolado en el huerto, o bien con lacruz y agonizante; en fin, en la cim

a del Calvario. S

i entoncesJesús, recogiendo las últim

as fuerzas, te dijera con voz mori-

bunda: “¡Ayúdam

e a salvar a mis hijos, que son tus herm

anos!”,ante esos asuntos postreros, ¿podrías dejar de ofrecerte a D

ioscon corazón de apóstol?

x25{

¡Padre

Nuestro

!

1. Cuando los pastores y los R

eyes Magos llegaron al esta-

blo de Belén, saludaron a Jesús con estas palabras: “¡A

quí estánuestro P

adre!”. José y María, al am

anecer de cada día en Naza-

ret, se inclinaban sobre Jesús diciendo con plenitud de afecto:“¡A

quí está nuestro Padre!”.

Los A

póstoles, cuando Jesús volvía cargado de sudor y can-sancio de la predicación o estaba inundado por la sangre delsufrim

iento, exclamaban con ternura de hijos: “¡A

quí está nues-tro P

adre!”, y se abrazaban a Él por los cam

inos del Calvario.

Cuando m

ás tarde Jesús, en la gloria de la Resurrección, vino a

ellos, los Apóstoles, con enorm

e júbilo, volvieron a exclamar:

“¡Aquí está nuestro P

adre!”. Ycuando, finalm

ente consumidos

por la llama del deseo, tam

bién ellos emprendieron con Jesús el

vuelo hacia el Paraíso y llegaron ante la presencia del P

adre,exclam

aron con gozo de bienaventurados: “¡Aquí está nuestro

Padre!”. Y

entonces el Padre, m

ás ahora que nunca, se volvióhacia ellos diciendo: “Y

o soy su Padre y ustedes son m

is hijos.P

ues bien, yo los consolaré”.

No hay escena m

ás conmovedora que el encuentro del padre

con el hijo. Imagina que del cam

po de trabajo se acerquen

x24{

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Jesús quiso llamarse P

adre de misericordia, R

ey manso,

Cordero inocente que no se rebela ni cuando va a m

orir. Jesússoporta a los betlem

itas que no quisieron recibirle. Jesús no con-denó a los suyos de N

azaret que quisieron despeñarle.

Se com

padecía de los pecadores, y cuando estos le decían:“¡S

omos reos, perdónanos, P

adre!”, Jesús los abrazaba con divi-na ternura. R

ecuerda a la adúltera perdonada, a la Magdalena

absuelta, recuerda al pródigo festejado, y descubre tú mism

ocuánta verdad hay en que D

ios perdona. Jesús enseñaba a lossuyos que fueran m

ansos, que no juzgaran a nadie, que a nadiecondenaran.

Cuando los A

póstoles, disgustados porque los samaritanos

no quisieron escucharle, le dijeron: “¡Manda que el fuego baje

del cielo sobre su ciudad incrédula!”, Jesús les replicó: “¡Créan-

lo, créanlo: ese no es mi espíritu! Y

o he venido a tolerar a lospecadores a fin de que hagan penitencia”.

Ese es el corazón de tu P

adre. En cuanto a ti, debes ser tan

amoroso com

o Él, tan benévolo com

o Él. A

un obispo reciénordenado que se acercó a S

an Francisco de S

ales en busca deconsejo, le respondió el S

anto. “Sé dulce, sé dulce, sé dulce”.

Con la virtud de la dulzura se ganan las alm

as. Con esa virtud

los cristianos agradan a Dios y consuelan a sus herm

anos. Pues

bien, al dirigirte a Dios con las palabras: P

adre nuestro, excitaen tu corazón un afecto purísim

o hacia el Señor, y sé con tus

hermanos, aunque sean im

perfectos y pecadores, misericordio-

so. En todas las fam

ilias hay hermanos m

enores y mayores, her-

manos fuertes y herm

anos débiles. ¿Qué sería de la fam

ilia yqué diría el padre si el hijo m

ayor en edad y más fuerte no ayu-

x27{

Muchos am

ados hermanos tuyos, por eso ilustres, respon-

dieron a Jesús que querían ayudarlo en la gran empresa de sal-

var almas. L

os Apóstoles, que se lo prom

etieron con más ardien-

te amor, peregrinaron después por todo el m

undo. Después de

los Apóstoles, los hom

bres apostólicos, como fueron los P

adresy los D

octores sagrados, los Pontífices y C

onfesores en número

incalculable, hicieron viajes tan largos que hubieran podido conellos dar varias veces la vuelta al m

undo. Otros escribieron tan-

tos volúmenes que podrían llenar toda la tierra de la luz para ver

al Padre. Q

uien se cansó con la voz, quien con los gemidos, pero

cada cual condujo a los pies del Padre una turba innum

erable dehijos descarriados. ¿C

uántos has llevado hacia Él tú hasta el pre-

sente?... Si todavía no has llevado ninguno, es señal de que no

correspondes a la invitación. Yes que Jesús en el S

antísimo

Sacram

ento, como en B

elén y Nazaret, te llam

a con amor divi-

no: “Ayúdam

e a salvar los hijos, ayúdame a buscar las alm

as delos hijos que he redim

ido con mi sangre”.

Aún hoy Jesús dice: “P

ara salvar a un hijo soportaría denuevo los torm

entos de la Pasión”. Y

en cierto modo los sopor-

ta, pues recibe muchos ultrajes en el santo A

ltar sin dejar porello de ofrecerse cotidianam

ente como víctim

a al Altísim

o porlos pecados. S

i tú no acudes tampoco en esta ocasión, no sé qué

dirá de ti el Cordero bendito...

Creo que É

l mism

o tendrá que llorar por la dureza de tucorazón.

3. Exam

ina un mom

ento al Corazón de Jesús, P

adre tuyo, ydecídete.

x26{

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4. Finalm

ente, apóyate enla

diestra de

Jesús,pues É

l es tu hermano

mayor

que todo

lopuede ante el P

adre.

x29{

dara con su consejo y con su fuerza a los hermanos niños y

enfermos?

4. Tú ruegas: “P

adre nuestro”. Al rezar así recuerda en

seguida que Jesús es también tu H

ermano m

ayor. Él nació de la

Virgen M

aría, que es hermana tuya, aunque Inm

aculada.

Por tanto Jesús, H

ijo consustancial del Padre, es tam

biénherm

ano tuyo. Yherm

ano mayor, porque es el U

nigénito delE

terno. Es om

nipotente, sapientísimo. ¿Q

ué harás tú?

Cada vez que ores a D

ios, debes dirigir tu mirada a Jesús y

suplicarle que te acompañe al P

adre. Cuando te apoyas en la

derecha de Jesús, subes velozmente, y al llegar ante la presencia

del Altísim

o, el Eterno te recibirá con júbilo. E

ntonces, con laconfianza de hijo am

ado, podrás hablar a Dios y conseguir lo

que conviene a tu alma; conseguirás todas las ayudas divinas

que necesitas para llevar al Eterno a tus m

ismos herm

anoserrantes.

Reflexiones

1. Debes desde la tierra dirigirte al C

ielo y exclamar con la

muchedum

bre de tus hermanos: “¡A

quí está nuestro Padre!”.

2. Mientras tanto, gim

e de corazón y con sudoroso esfuerzo con-duce a D

ios a los hermanos que yerran.

3. Para conseguirlo, ten com

pasión de ellos, la mism

a que Jesústiene contigo.

x28{

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Lo que sostiene en torno a sí a la tierra es el sol. E

ste astroes grandísim

o porque es casi un millón y m

edio de veces mayor

que el globo terráqueo. Se trata de un astro que está m

uy lejosde aquí, pues un hom

bre, para acercarse a él, tendría que correrdiez kilóm

etros en una hora y doce horas al día y emplear en

ello cinco mil setecientos años. Y

entorno al sol están las estre-llas. Im

agina que un astrónomo es capaz de descubrir a sim

plevista doce m

il, y cuando usa instrumentos ópticos es capaz de

contar cientos de miles. P

iensa por otra parte que todas las estre-llas están m

uy lejos de la tierra. Ya ves lo veloz que es el fulgor

del relámpago. L

a luz de las estrellas corre con la mism

a velo-cidad, y no obstante, para llegar hasta la tierra la luz de las estre-llas m

ás lejanas llamadas nebulosas, afirm

a el especialista Hers-

chel, que emplea cien, doscientos y hasta m

iles de años de tiem-

po. Los astros de los espacios descritos se encuentran en el cielo

que descubres desde aquí. Pero adem

ás del espacio del cieloestán los espacios de los cielos, y m

ás allá, en los espacios infi-nitos, está el trono de tu P

adre Celestial. C

uando los astrónomos

miran con ojo hum

ano la extensión de los cielos se quedanasom

brados. Tú que con la m

irada de la fe miras m

ás alto en elespacio del P

araíso, ¿te parece que no debes quedarte impresio-

nado? Dirigiendo la m

irada al cielo, aprende a alegrarte infini-tam

ente con tu Padre celestial y a suplicarle gracias insignes.

2. Tanto más que D

ios Padre no es com

o un padre terreno.U

n padre de la tierra, aunque rico, debe sin embargo lim

itarse acom

placer a los suyos. Adem

ás un padre circundado de muchos

hijos se ve obligado a dividir en muchas partes sus pertenencias

para dar a cada uno de sus hijos lo que puede. En cam

bio, Dios

x31{

Que e

stá

s e

n lo

s c

ielo

s

1. Tú, que quieres alegrarte con tu P

adre, míralo en la altura

de su trono. Se encontró aquí m

ás de un hijo afectuoso de prín-cipe que, al descubrir a su real padre sentado sobre un trono degran m

agnificencia, poco faltó para que muriera de alegría. T

ú,que quieres solicitar de D

ios Padre innum

erables gracias para ti,suplica ante la m

áxima sede donde habita.

El hijo pródigo, cuando decidió volver a su padre, recordó la

suntuosidad y la abundancia de la casa paterna, recordó la gene-rosidad de su padre y esto le im

pulsó a darse prisa. Tú m

ismo

sabes que aquí en la tierra el trono de más categoría es el del

Pontífice; pues tú, cuando necesitas favores especiales, te acer-

cas allí, te postras a los pies del Vicario de C

risto y le obsequiasdiciendo: “U

n solo Dios y un solo P

ontífice... Tú eres P

edro, elsucesor del P

ríncipe de los Apóstoles”. C

on tales acentos de res-peto com

ienzas ganándote el favor del corazón del Pontífice.

Imagina que lo m

ismo suceda con D

ios. Tú m

iras el tronodel P

adre y descubres que es altísimo.

Esta tierra que habitas no es m

ás que el escabel de los piesdel S

eñor.

x30{

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que te circunda, te ve desde lo alto, hasta ve tus pensamientos

más escondidos, con lo que m

anifiesta en todo que tu padream

ante es infinito y con el lenguaje de un amor infinito grita:

“¡Mi alegría es encontrarm

e entre los hijos de los hombres!”

¡Cóm

o ha de ser, pues, tu adoración a Dios en todo lugar!

Aprende a decir siem

pre: “¡El S

eñor me ve!”.

Yregúlate en cada acto y palabra com

o si con tus mism

osojos descubrieras al A

ltísimo.

4. Luis G

onzaga tuvo siempre el excelente afecto de m

irar aD

ios Padre. C

uando los médicos le aconsejaban que descansara

un poco, Luis no lo conseguía. F

igúrate a los pies de un majes-

tuoso trono al hijo del príncipe. El rey le dirige m

iradas de afec-to al tiem

po que el niño dirige hacia él sus bracitos; intentaincorporarse con su cuerpecito, le llam

a con el gesto, suspiracon la voz y luego estalla en un llanto de am

or hasta que el realpadre desciende personalm

ente y aprieta contra sí mism

o alniño y lo sienta junto a sí con gran alegría del niño y suya y conla adm

iración de todos los presentes.

Luis im

itó a ese niño hasta que el Señor bajó y se lo llevó

consigo. Magdalena, quien se encontraba en F

lorencia, vio en suespíritu en R

oma el alm

a de Luis que, liberada del cuerpo, vola-

ba hacia las alturas. Yexclam

ó entonces: “¡Qué gloria tiene

Luis, hijo de Ignacio! ¡N

o creía que hubiera tanta gloria en elcielo com

o la que veo que goza Luis, hijo de Ignacio!”.

Reflexiona tú m

ismo: la gloria que le correspondió a L

uis esla que te corresponderá a ti un día. S

i quieres que pronto se teconceda, suspira apresuradam

ente. Exclam

a con corazón de hijo

x33{

Padre es tan rico com

o el mar, que tantas aguas com

o recibeotras tantas devuelve a la tierra, y nunca dism

inuye. Dios te pre-

mia los servicios que le haces y te m

ira con complacencia com

osi solo en ti tuviera que pensar.

En esto se parece al sol, que se encuentra en m

edio del cieloy envía su luz y su calor tanto al m

onte cuanto a la llanura, alescollo com

o al mar, y a todos m

ira y al mism

o tiempo envía sus

rayos hacia ti como si únicam

ente tuviera que pensar en ti. Por

eso como el sol ilum

ina todos los ángulos de la tierra, debes túrecordar que D

ios desde lo alto se manifiesta para socorrerte. Y

el socorro que el Señor te concederá está en proporción de la fe

con que le suplicas, por lo que si tú le diriges súplicas humildes

y fervorosas, enseguida inclinas el Cielo para que se m

anifiesteen su esplendor, enseguida consigues que D

ios Padre se apresu-

re en tu auxilio.

3. ¿No ves que ya el A

ltísimo te circunda con las virtudes de

su gracia? Un padre, aunque se encuentra lejos, sostiene a su

hijo porque piensa en él y le envía los medios para que viva. A

síel P

adre común de los fieles, el S

umo P

ontífice, aunque resideen R

oma, está presente a todos sus hijos esparcidos por toda la

tierra porque a todos los asiste y los dirige con su paternal cora-zón y con su palabra de m

aestro infalible.

Se dice que en tu cabeza reside el alm

a, pero está presenteen todos los m

iembros del cuerpo, pues a todas las partes del

mism

o extiende su virtud y la fuerza de la vida. La ciudad santa

del Señor es el P

araíso; el trono de la gloria en el Cielo es la

habitación de tu Padre. S

in embargo, É

l está presente en ti, por-

x32{

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Santific

ado s

ea tu

nom

bre

1. Cuando dices a D

ios: “Santificado sea tu nom

bre”, recuer-da que estás en la fam

ilia de la tierra de tu Padre celestial. E

n lafam

ilia terrestre hay un campo que roturar en el que todos deben

trabajar. Los hijos deben actuar con el propio sudor, com

o lospatriarcas, los A

póstoles y los Confesores del S

eñor. Pero tam

-bién deben com

placer a Dios quienes, alabando constantem

enteal S

eñor desde el fondo de su corazón, lo alaban en la tierracom

o los Ángeles en el C

ielo. Es lo que hacen todos los cristia-

nos que especialmente dedican las horas del día y de la noche a

la alabanza de Dios. E

s lo que hacen en la soledad esos hombres

angelicales que para pensar mejor en D

ios se han retirado a lafortaleza de una religión contem

plativa, o bien permaneciendo

en el siglo dirigen su mente a D

ios constantemente y su corazón

para amarlo con afecto de querubines. ¿C

uál es tu esfuerzo? ¿Teesfuerzas con obras de celo o bien con alabanzas de contem

pla-ción?... C

orresponde al Señor indicarte la form

a particular quedebes seguir, y a ti luego seguir exactam

ente lo que en el minis-

terio que se te confía Dios te recom

ienda.

Observa entretanto a tus ilustres herm

anos, los Apóstoles u

otros invictos misioneros, los C

onfesores y los Pontífices m

ag-

x35{

amante: “P

adre nuestro que estás en los Cielos”, y el S

eñor,desde su T

rono de Bienaventuranza, te llam

ará a sí antes de loque crees.

Reflexiones

1. Para am

ar a Dios P

adre y confiar en Él, el m

edio es mirar al

Cielo, trono del A

ltísimo.

2. Yrecordar que el S

eñor mira hacia ti en la tierra, com

o si sóloa ti te tuviera y sólo tuviera que proveer a tu casa.

3. El S

eñor está en el Cielo y al m

ismo tiem

po está presente anteti, igual que el sol, que está en el firm

amento pero que todo

lo circunda.

4. Por lo que tú, para llegar al P

araíso, sólo tienes que mirar allá

y suspirar con afecto muy tierno: “¡P

adre nuestro que estásen los C

ielos!”.

x34{

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Magdalena de P

azzi, lo mism

o que Carlos B

orromeo, F

ranciscode S

ales y San V

icente de Paúl, quienes obraron tantas m

aravi-llas de celo com

o sabes, lo lograron porque tuvieron como regla

esta óptima m

áxima: “S

i supiéramos que en nuestro corazón

hay una sola fibra que no es enteramente de D

ios, inmediata-

mente y a toda costa la arrancaríam

os”.

Fíjate en la m

isma naturaleza lo que realiza un fuego purifi-

cado, un simple electro. C

on ese fuego se consigue transportara fam

ilias enteras en los trenes ferroviarios, y con la familia las

cosas de la casa de ciudad en ciudad, de reino en reino. Con la

ayuda del fluido eléctrico comunicas tus pensam

ientos con unavelocidad del relám

pago a quien se encuentra muy lejos. C

on lam

isma facilidad que el ruido del trueno se oye a lo lejos, a tra-

vés de un hilo de metal purificado haces tú correr el sonido de

tus palabras. Lo que realiza una llam

a purificada lo efectúa unelectro sim

plificado. Pero si en ese fuego m

ezclas sustancias deagua, de tierra o de lo que sea que no sea hom

ogéneo, en esecaso el calor efectuará m

al su cometido. Y

si unes a esa electri-cidad otro principio que no lo convenga, tus adm

irables conver-saciones se deben postergar o suspender. M

ira si en tu corazóndejas que se introduzca el aburrim

iento de la soberbia, la tierraárida de tu interés, en ese caso ya no te am

a tanto el Señor, pues

más que el honor del P

adre buscas el tuyo propio.

Imagínate a un jovencito tan crecido que piense ya en sepa-

rarse del padre y trabajar para sí mism

o. ¡Qué pronto el descon-

siderado entristece el corazón del padre! Piensa en ti, y para ale-

jar más el peligro de desagradar a D

ios, reflexiona constante-m

ente en que eres un gran pecador a los ojos de Dios.

x37{

nánimos y los m

ártires que presentaron sus pechos para repararlas injurias que se querían dirigir al A

ltísimo. D

irige tu atentam

irada a las vírgenes que se deshacen de amor a D

ios; dirige tum

irada a los contemplativos, quienes igual que el aceite que

arde ante el Santísim

o Sacram

ento, así consuman la vida en

afectos de ardentísimo deseo. T

ras reflexionar, resuélvete a tra-bajar denodadam

ente por Dios.

El hijo que desea agradar al padre com

ienza muy de m

aña-na su trabajo y prosigue hasta las horas m

ás calurosas del día. Ysi, com

o molestos m

osquitos, se acercan hermanos poco devo-

tos a distraerlo, los evita y sigue trabajando hasta el atardecer enfavor de su padre. Q

uiera el Cielo que tú, desde el am

anecer dela vida, com

iences bien a hacer lo que Dios te im

pone. Quiere

Dios que prosigas hasta el m

ediodía y de ahí hasta la tarde de tuvida, pues un cristiano, para ser am

ado, debe atarearse mientras

se encuentre en este mundo.

2. Pero advierte que en este m

undo se dan tierras diversas.E

stá la tierra purificada, la que rinde el ciento por ciento, y es latierra bendita del P

araíso terrestre. Está al lado de la tierra de

Canaán, que tam

bién es feraz, pero para producir tiene que sertratada y labrada con constancia. E

sa tierra es tu mism

o corazón.S

i tu ánimo es puro en sus intenciones, si es tan nítido com

o eloro acrisolado, en ese caso tú, atareándote, trabajas sobre tierraexcelente, y por eso te ocupas provechosam

ente en la gloria deD

ios y en gran favor de tu alma. L

os Apóstoles del D

ivino Sal-

vador tuvieron en la cima de sus pensam

ientos la mirada puesta

únicamente en agradar a D

ios, y por eso lograron tanto aquí. Los

hombres apostólicos, com

o fueron Ignacio y Javier, Teresa y

x36{

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En cuanto a ti, reflexiona. S

i a ti o a tu padre les hubieranpropinado la m

itad de los tormentos y persecuciones injustas

que cada día se hacen a Dios tu P

adre, ¿es posible que no acudatu sangre sobre tu frente?

Ysi no ardes de tanto celo ante la vista de las injurias que se

hacen contra el Altísim

o, es señal de que todavía no has apren-dido a decir de corazón: “S

antificado sea tu nombre”.

4. Los padres de fam

ilia numerosa tienen entre los dem

ás aalgunos hijos m

ás amados, quienes para contentar en todo a sus

padres son admirables. L

os padres espirituales o patriarcas delas ilustres sociedades religiosas tienen tam

bién entre sus hijosalgunos que se distinguen por sus virtudes, quienes para ser m

ásdispuestos a cualquier orden se entregan com

o un cuerpo muer-

to a los pies del propio superior y padre. Los m

ismos soberanos

tienen entre sus muchos soldados un núm

ero elegido de genero-sos que constituyen la llam

ada legión fulminante, o bien los

batallones de la muerte, porque por la gloria y la salvación del

monarca, están tan dispuestos a vivir com

o resignados a vivir.

Pues bien, para poder tú decir: “S

antificado sea tu nombre”

con afecto de hijo amante, tienes que im

itarles.

El suprem

o capitán que guía en la tierra el ejército de losvalerosos es el P

ontífice, quien imita la fortaleza del león. L

esiguen los obispos invictos, que m

uestran en la lucha un pechode bronce. A

compañan los sacerdotes de celo y doctrina, m

aes-tros y doctores, que saben lo que hay que hacer para llegar alC

ielo y lo señalan a los demás. H

ay además, una m

uchedumbre

x39{

Eres hijo de m

adre pecadora. Yaún después de que D

ios teperdonara lo has injuriado vilm

ente. Ah, tú, que deberías arder

desde hace mucho tiem

po en el infierno, ¿es posible que preo-cupándote de ti pienses en elevarte a im

itación de la soberbia deL

ucifer? Recuerda que si das habitación en tu corazón a las

pasiones, que son forasteras vilísimas, no podrás decir confiada-

mente a D

ios: “Santificado sea tu nom

bre”.

3. Ya te dije anteriorm

ente que los hijos, sensibles a la saludy el honor del propio padre, se ponen ante su pecho com

o escu-do fuerte e im

penetrable. Ytú, que te glorías de ser un hijo

amante, ¿qué has hecho hasta ahora?... V

iles agresores se hanintroducido en la casa de D

ios Padre, y bajo sus ojos han lleva-

do a cabo muchas clases de sacrilegios escandalosos. L

os blas-fem

os continúan todavía arrastrando a Jesús como un ser des-

preciable por las calles, ¿y te quedas tranquilo?

Decía Javier: “M

ejor es sentir el fuego que oír el horror deuna blasfem

ia”. Jerónimo E

miliano colocaba su boca contra el

suelo y comía lodo para hacer la penitencia que le corresponde-

ría a los inicuos profanadores.

¡Cuántos viles P

ilatos hay todavía hoy que siguen condenan-do a Jesús! ¡C

uántos que, como C

aifás y Herodes, le gritan y se

ríen de Él! Y

los jueces que gritaron: “¡Que Jesús m

uera en lacruz!”, ¿han dism

inuido en nuestros días?

Clodoveo, rey de F

rancia, el día de Viernes S

anto, al oír enla Iglesia la narración de los torm

entos de Jesús, echaba la dies-tra sobre la em

puñadura de la espada y gritaba fuerte delante detodos: “¡A

h, si yo hubiera estado allí con mis F

rancos!”.

x38{

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Venga a

nosotro

s tu

Rein

o

1. Para com

prender con qué afecto has de decir: “¡Venga a

nosotros tu Reino!”, considera aquí que el R

eino de Dios P

adrees vastísim

o. En el C

ielo, el Reino de D

ios Padre es el P

araísode los S

antos; en la tierra, el Reino de D

ios Padre es la gracia de

Dios en el corazón del cristiano justo.

Lo es tam

bién la mism

a gracia del Señor que está en el cora-

zón de la Iglesia que juntamente con su jefe dirige a los m

iem-

bros que son los fieles extendidos por todo el mundo. C

ómo tú

mism

o adviertes, puedes tú mism

o, apenas lo quieras, ser partí-cipe de ese R

eino de Dios P

adre. Fíjate en ese gran R

eino parapoder decidirte a poseerlo a toda costa.

2. El R

eino del Padre es por tanto, el C

ielo. Com

o tú ereshijo de D

ios, tienes ante tus ojos el Paraíso que te espera. O

bsér-valo en buena hora con enorm

e júbilo. El R

eino de Dios P

adrees vastísim

o porque está hecho para todos los hijos de Dios; es

Reino riquísim

o porque en él hay gloria y gozo para todos; esR

eino ordenado porque, según los méritos, se concede el lugar

de honor y de retribución. En ese R

eino no existe amenaza de

hambre ni de sed, ni de dolor alguno, pues reside en él un tran-

x41{

de valientes que viven en el mundo pero que no participan de las

máxim

as y de los placeres del mundo.

Son tales todos los cristianos sabios, quienes tanto con la

palabra como con el ejem

plo saben incluso seguir el ejemplo de

Juan al decir a los mism

os poderosos soberbios y a los inicuosescandalosos. “¡N

o está permitido hacer eso, no está perm

itidohacer eso!”.

Ahí estás alineado ante el ejército de los fuertes, que com

ba-ten ante tus ojos por el honor de D

ios Padre. ¿A

qué esperas?R

ecuerda que la hora del combate ha sonado ya y que la cam

pa-na de la trom

pa bélica suena con fragor. Por lo que a ti respec-

ta, si quieres ser hijo amado, soldado valeroso, pide autorización

para alistarte entre los hermanos del cam

po de batalla. Si no te

apresuras, la corona del premio que desde ahora está preparada

para ti, se dará a otros.

Reflexiones

1. Tú, que te encuentras en este m

undo en el campo del P

adrecelestial, ¿cóm

o trabajas?

2. Si quieres agradar m

ucho, esfuérzate con el único fin de agra-dar a D

ios.

3. Con esta condición, el S

eñor se valdrá de ti para obras dem

ucha gloria.

4. Por lo cual, lo m

ejor que puedes hacer es abandonarte en losbrazos de D

ios Padre para cum

plir hasta la muerte todos sus

deseos.

x40{

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entrar en la casa de tu corazón ha bajado del Cielo a la tierra y

se manifestó vestido con carnes hum

anas en Belén, en N

azarety en Jerusalén, apresurándose siem

pre en viajes sudorosos,hasta que, no encontrándote, subió hasta el C

alvario. Allá arriba

gimió con suspiros de agonía para llam

arte, y para manifestar su

gran amor, abrió su sagrado costado y te enseñó su D

ivino Cora-

zón.Cuando tú de rodillas a sus pies gritaste: “E

ntra, Señor, que

la casa de mi corazón es tu casa”, entonces vino el S

eñor y sesentó gozosam

ente a la mesa contigo. T

ú le entregaste el cora-zón y Jesús enriqueció ese corazón y parece que hizo contigo loque ya hizo con M

aría Santísim

a. El S

eñor enriqueció de inmen-

sa virtud el corazón de la Virgen para que fuera digna habitación

de Dios: el S

eñor mism

o enriquece tu corazón con múltiples

dones para que te conviertas en habitación elegida por el Señor.

Tú veneras una iglesia porque es la m

orada del Señor, y otros

veneran el corazón del justo porque es templo de D

ios.

Te postras ante el santo Tabernáculo porque es el trono delA

ltísimo en la tierra, y otros se inclinan ante la presencia de un

cristiano santo porque en su corazón se sienta Dios en trono de

misericordia y de gracia... D

e ahí que lo que debes hacer es ale-grarte.

En tu alegría, debes m

irar a tu pobre corazón para ver si hapenetrado por allí la fealdad de cualquier pecado, o bien elpolvo m

aligno de una mala inclinación. Ignacio se fijaba en

cada hora del día con especial atención, y como él, todos cuan-

tos desean limpiar la casa del pobre corazón no dejan pasar un

día sin examinar diligentem

ente esa habitación. Si encuentran

x43{

quilo descanso. Las obras buenas, que han sido realizadas aquí,

hacen ya feliz la estancia de los bienaventurados. Yen lo alto,

sobre su esplendísimo trono, se sienta D

ios Padre.

El S

eñor descubierto a lo lejos en la cueva de Horeb, inun-

daba el corazón de Moisés de tanto gozo que durante varias

semanas ni siquiera sintió necesidad de restaurar el estóm

agocon algún alim

ento. El S

eñor, visto en parte por los Apóstoles

durante la transfiguración, les produjo tal alegría que exclama-

ron: “¡Qué bueno es que nos quedem

os aquí!”, y no hubieranquerido m

archar de allí. Pablo vio tam

bién el rostro del Señor

en visión, y tal gozo le causó que, acabado el éxtasis y viéndo-se todavía en la tierra, suspiró com

o un desolado.

Piensa ahora que tú m

ismo en el cielo estarás con D

ios y loverás cara a cara. A

l ver al Señor, te alegrarás en constante éxta-

sis de celestial gozo. Dirigirás la m

irada sonriente a María, y al

ver a tu Madre con corona de R

eina, se reduplicará tu alegría.D

irigirás la mirada atónita a derecha y a izquierda, y encontrán-

dote con el rostro feliz de los Ángeles y con el jubiloso aspecto

de los Santos seguirás exclam

ando: “¡Cuán dilectos son tus

Tabernáculos, Señor! ¡E

stoy aquí y permaneceré por siem

pre;soy feliz y lo seré eternam

ente!”.

¿Te agrada el Reino del P

adre? Si te agrada inm

ensamente,

despliega al menos la m

itad de la atención que otros desplieganpara conseguir un reino terreno, y el reino del C

ielo será para ti.

3. Por otra parte, el recibim

iento que Dios ha de hacerte en

el Cielo estará en proporción al que tú le hayas hecho en esta tie-

rra. Lo que el S

eñor desea inmensam

ente es tu corazón. Para

x42{

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Mientras tanto, de todas las partes de la tierra se apresuran

los hombres hacia ese reino del P

adre. Cuando entran, su alegría

es tan grande que, no pudiendo con afecto sensible abrazarsecon el P

adre celestial, llegan como enjam

bres ante el padreterreno, el P

ontífice, que hace en la tierra las veces del Señor.

Has visto con tus ojos, y varias veces en pocos años, que los

Obispos del m

undo católico han venido a Rom

a para saludar alP

ontífice con estas palabras: “Tú eres nuestro P

adre”.

¿No has visto pueblos enteros inclinarse y alegrarse al paso

del Padre com

ún de los fieles? Deduce de ahí la alegría que hay

en los hijos y la alegría que se siente en el reino de tu Padre. A

lé-grate tú m

ismo inm

ensamente, y al dem

ostrar a todos tu satis-facción, anim

a a todos a que te imiten.

5. Así fue F

rancisco Javier. Se dijo a sí m

ismo: “Q

uiero quese m

anifieste en mí la felicidad que hay al encontrarse en el

reino del Padre”.

Fue a los pies del P

ontífice y habló así. “Quiero dar la vuel-

ta al mundo y quiero que todos entren en el reino del P

adre, pueses inm

ensa la felicidad que hay en él”. Ypartió. Y

como quien

otra cosa no ve sino la gloria del Padre y la salvación de los her-

manos, no retrocedió un solo paso para saludar a la patria y a la

familia. S

e apresuró rápidamente com

o un querubín de amor, y

así, en solo diez años, recorrió tantos caminos cuantos bastarían

para dar cinco veces la vuelta a la tierra. Hizo que entraran dos-

cientos mil con la señal am

orosa de su diestra y llamó a dos

millones m

ás con el amor de su voz. Y

exclamaba com

o Igna-cio y Teresa: “S

alvar un alma es una alegría tan grande que sólo

x45{

una suciedad, lloran de dolor y con ese llanto limpian su cora-

zón.4. Otro reino del P

adre es el de la Iglesia de Jesucristo.

En el cielo, el P

adre, el Hijo y el E

spíritu Santo se reunieron

como en consejo y dijeron: “Tengam

os en la tierra con los hom-

bres mucha m

isericordia mientras vivan!”. Y

el Señor erigió el

reino de la Iglesia. Este reino es com

o el arca de Noé, que ofre-

ce la posibilidad de salvarse en medio del diluvio de los vicios.

La Iglesia de Jesucristo es com

o una gran ciudad capital, quepuesta sobre un m

onte, se ve desde todas las partes del mundo.

Figúrate, pues, un m

onte de oro purísimo y que m

anennum

erosas fuentes cristalinas de él. Imagina ahora que las gen-

tes, acercándose, beban, y que saciando la sed en aquellas fuen-tes, los sanos aum

enten su energía, los enfermos recuperen la

deseada salud y los mism

os muertos al tocar aquellas aguas

resurjan a una vida nueva. ¿Qué dirías de sem

ejante lugar y desus prodigios? P

ues bien, ese monte es figura de C

risto, esasfuentes son la gracia de los S

acramentos que m

ana del costadoabierto del D

ivino Redentor. L

os pueblos aquellos son los cris-tianos bienaventurados que gozan en el reino de D

ios Padre.

Una luz divina lo circunda, y es la F

e que abre de par en par antesus ojos las puertas del P

araíso. Los anim

a la Esperanza, que los

conforta como ángel consolador. L

a Caridad de Jesucristo los

une con Dios, por lo que exclam

an como si fueran bienaventu-

rados: “¡Qué herm

oso es ver a los hermanos unidos, com

o unsolo corazón y una única m

ente!”.

x44{

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capital del mundo y de Italia, hija predilecta de la Iglesia, se sal-

vara de graves flagelos, y lo consiguió fácilmente.

Recuerda que una oración por ti un buen consejo para los

demás es com

o una semilla. E

sta comienza a brotar, se desarro-

lla y se manifiesta en un hilo de hierba, crece y se hace tallo y

luego se convierte en árbol que extiende sus majestuosas ram

as.S

egún va creciendo, hace que desaparezcan las malas hierbas en

torno a sí y así se queda como único señor del terreno que le cir-

cunda. La sem

illa de una buena lectura apagó en el corazón deIgnacio y de Juan C

olombi las m

alas hierbas de las pasiones yarrancó sus raíces, lo m

ismo que hizo la corrección en el cora-

zón de Andrés C

orsini.

Aquella bendita sem

illa creció en una planta del Paraíso de

la santidad que aún hoy derrama frutos de dicha para toda la tie-

rra.Si es verdad que tú m

ismo al rezar puedes conseguir que se

salven muchos en el reino del padre, suplica con vivo afecto:

“¡Venga a nosotros tu reino!”, y al decirlo, que tu corazón se ale-

gre en un mar de felicidad, tal cual adm

iraste hasta aquí.

Reflexiones

1. El reino del P

adre celestial se extiende desde el Paraíso hasta

la tierra.

2. El P

araíso de los bienaventurados es el reino de tu Padre.

3. También el corazón de los justos es su reino.

x47{

por eso soportaría la agonía de muchos siglos de torm

ento...¡A

h! ¿Por qué no podré cruzarm

e en la puerta del infierno eim

pedir que una sola alma caiga aún en ese lugar en el que no

se ama sino que se odia eternam

ente a Dios y su reino?”

Este es el ardiente deseo de un hijo bueno: desear que todos

los hermanos entren en la casa paterna para disfrutar del gozo de

las conversaciones del Padre. ¿Q

ué has hecho tú hasta ahorapara conducir al reino del P

adre a tantos inicuos pecadores ysúbditos rebeldes?

6. Dirás que tú no eres apóstol ni m

isionero de almas.

Pero ¿qué dices? ¿N

o recuerdas ya que el precepto de Dios:

“El S

eñor ordenó a cada uno que se salvara con los demás” es

un precepto universal? Com

ienza tú por desechar de tu corazónel pecado, para que al decir “¡V

enga a nosotros tu reino!”, puedadescender sobre ti la bendición del P

adre.

Aleja a S

atanás de tu corazón, porque si te obstinaras enrecibirle y luego dijeras: “¡V

enga a nosotros tu reino!”, el Altí-

simo se vería obligado a reinar sobre ti con el rayo de sus casti-

gos. Aleja, por tanto, a S

atanás de tu corazón. Dios vendrá para

tomar posesión de ti, y cuando E

l esté contigo, todo lo podráspara ti y podrás hacer todo el bien para los dem

ás.

Dos pobres niñas cristianas de L

ión desearon salvar lasalm

as de los niños chinos, y estando unidas al Señor, lograron

instituir en el mundo una obra de salvación, que obtiene el bau-

tismo de la vida todos los años a cien m

il niños abandonados...M

aría Taigi, viudita desolada de Rom

a, deseó que la ciudad

x46{

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Hágase tu

volu

nta

d e

n la

tierra

com

o e

n e

l cie

lo

1. Imagina que el S

umo P

ontífice o un célebre personaje pordoctrina o santidad venga personalm

ente a rogarte que cumplas

una orden particular. Tú seguram

ente te sentirías feliz de cum-

plir órdenes semejantes, porque estás segurísim

o que las órde-nes que te den tales personajes son rectas en sí m

ismas y venta-

josas para ti y para los demás. E

stás seguro de que honras aquien te las ha ordenado.

Aviva ahora tu fe. Ten por seguro que cuando cum

ples lasórdenes del C

ielo no cumples los deseos de un sim

ple hombre

sino los deseos del Altísim

o. Ytú sabes que lo que D

ios quiereredunda en bien de tu alm

a y de todos tus hermanos, y todo es

honor de su gloria. Con qué afecto rezarás, pues: “H

ágase tuvoluntad así en la tierra com

o en el cielo”.

Imagina ahora a tres hijos de un m

ismo padre que cum

plenlos m

ismos deseos del padre. Te fijas en el prim

ero y descubresque únicam

ente obedece para que no le castigue; te fijas en elsegundo y descubres que únicam

ente obedece para recibir un

x49{

4. Yen el m

undo, la Iglesia de Jesucristo es también reino del

Padre com

ún.

5. Alégrate, por tanto, y llam

a a esa alegría tuya a todos los her-m

anos del mundo.

6. Podrás reunir a m

uchos hermanos en el R

eino del Padre oran-

do de corazón: “¡Venga a nosotros tu reino, S

eñor!”.

x48{

Page 26: vamos al padre - operadonguanella.it al padre.pdf · x 2 {Al lector Aquí tienes una invitación segura: ¡V amos al Padre! A ello te exhorto vivamente a través de catorce breves

giéndose a los fieles, los llamara: “gente santa, pueblo de adqui-

sición, hijos del Altísim

o y como otros tantos dioses ellos m

is-m

os”, pues pensando como piensa D

ios y queriendo lo que Dios

quiere se hacen uno solo con Dios m

ismo. E

n este sentido excla-m

aba atónito para sí el Apóstol de las gentes: “V

ivo yo, pero nosoy yo quien vive; es C

risto quien vive en mí”.

Ahora com

prenderás la altura de las palabras de Jesús cuan-do oró así en la últim

a Cena: “H

az, Padre, que todos m

is discí-pulos sean un solo corazón y una sola alm

a; haz que se amen

como yo los am

o y ellos me am

an a mí”. C

omo tú m

ismo ves

en estas palabras y en esta doctrina está la cima de la santidad

del cristiano.

No podrás alcanzar m

ayor perfección que esta de compren-

der y querer únicamente lo que el S

eñor entiende y quiere.

Aquí tienes una regla de oro. T

ú, que hace tiempo vas

pidiendo consejos para santificarte, ruega para poder cumplir en

todo la divina voluntad, pues eso es suficiente para hacerte gransanto.

3. Ysi puedes hacerte santo, ¡qué gloria para D

ios, qué triun-fo para Jesucristo, qué consuelo para ti m

ismo!

Yla gloria que se deriva para el E

terno resulta ser un altísi-m

o honor. Un sencillo artífice que consigue que salga de sus

manos una obra excelente, o bien la obra de su ingenio, se ale-

gra no poco. Cuando M

iguel Ángel concluyó la estatua de su

Moisés y la descubrió tan herm

osa, dio un martillazo en la rodi-

lla de la estatua extasiado de alegría y dijo. “¡Habla!”.

x51{

premio, y el tercero obedece por el ardiente deseo que tiene en

agradar en todo al padre amado y de consolarle.

Quien m

ejor se comporta es ciertam

ente el último. Y

de lostres ¿a quién im

itas tú al cumplir el querer de D

ios?

2. Más aún, advierte aquí que un m

ismo hijo am

ado puedeobedecer de dos m

aneras diferentes. Un hijo obedece al padre

para complacerle y no piensa en nada m

ás. El otro hijo obedece

igualmente para satisfacer al corazón de su padre y al m

ismo

tiempo considera las órdenes recibidas, las adm

ira y hace quelas adm

iren; y luego, en la medida en que puede, estudia las sen-

tencias del padre y penetra dentro de los afectos de su ánimo,

pues querría el hijo bueno pensar como el padre, hablar com

o elpadre y desear tam

bién lo que el padre amado desea. R

eflexio-na ahora que si tú am

as así a Dios eres un hijo am

ado y tienesen ello un m

otivo para alegrarte vivamente.

Estaba Jesús en casa de Z

ebedeo cuando enviaron a decirle:“F

uera te esperan tu madre y tus herm

anos”. YJesús les respon-

dió: “Mi m

adre es quien hace la voluntad de m i P

adre; mis her-

manos son los que cum

plen los deseos del Eterno”. S

i oyeras eneste m

omento la noticia que se ha descubierto que eres pariente

del Pontífice y que tendrás por ello un m

otivo de su especialafecto, ¿no te alegrarías? P

ues bien, Jesús te repite: “Los que

cumplen la voluntad del A

ltísimo, esos son hijos de D

ios, ver-daderos herm

anos del Divino S

alvador; sus almas son verdade-

ras esposas del Espíritu S

anto, y así es verdad que los que cum-

plen la voluntad de Dios están unidos fam

iliarmente con la

mism

a Trinidad A

ugustísima. D

e ahí que el Apóstol P

ablo, diri-

x50{

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hermanos m

enores que, escuchando las insinuaciones de lostristes, habían huido m

uy lejos!

5. Finalm

ente, al obedecer al Señor te procuras a ti m

ismo la

mayor felicidad posible que puedes encontrar en esta tierra.

Está escrito que obedecer a D

ios es como reinar. U

n sobera-no se encuentra feliz en su trono porque se ve rodeado de todossus bienes; está tranquilo porque tiene som

etidos a sus súbditosy le tem

en sus enemigos; se siente glorioso porque todos lo

aplauden. Tú eres ese rey. S

i obedeces a Dios, hasta las pasio-

nes, que son tus dependientes, te obedecerán perfectamente.

Contigo será com

o con Adán y E

va, que obedecían al Señor en

el Paraíso terrestre. C

omo eran fieles a D

ios, a su vez encontra-ban obedientes a sus gestos a los m

ismos cuadrúpedos de la tie-

rra, a los pájaros del aire y a los peces de las aguas. Tú m

ismo,

pues, serás potente rey: tus enemigos, los dem

onios del infier-no, no desearán ya asaltarte, con lo que todos los pueblos de latierra te aplaudirán cual vencedor. A

su vez, los santos del Cielo

se alegrarán.

¡Qué consuelo! T

ú obedeces a Dios y por eso todos te obe-

decen a ti y con esto estás a salvo. En el juicio final, cuando

muchos tem

an, sólo tú no temerás, porque al obedecer has

seguido la voluntad del Altísim

o. Por lo que tú, no debes dese-

ar sino que el Señor te haga entender claram

ente sus deseos.

Hubo un tiem

po en que el Señor se aparecía visiblem

ente alos patriarcas, a los profetas y a los conductores de su am

adopueblo. A

contecía raramente; pero, cuando una vez a lo largo de

un siglo el Señor hablaba, la voz de D

ios colmaba de adm

ira-

x53{

Yo pienso que tu C

reador y Dios, dirigiendo su m

irada haciati y viéndote criatura perfecta, se alegra m

ucho dentro de sí, yno bastándole eso, llam

a a todo el Paraíso a alegrarse de ello. U

npadre de la tierra, cuando un hijo se ordena sacerdote o recibe elhonor de algún m

érito insigne, llama a todos sus hijos y alegrar-

se por ello, llama a los herm

anos, llama a los parientes y am

igosporque es enorm

e la alegría que siente. Todo el Paraíso, por

tanto, está de fiesta mientras tú cum

ples fielmente la divina

voluntad.

¿Yqué es lo que debes hacer tú? M

ientras dices: “Hágase tu

voluntad así en la tierra como en el cielo”, debes desear tener un

corazón de querubín para comprender y querer únicam

ente loque D

ios entiende y quiere.

4. Si am

as y obedeces, alegras también el S

antísimo C

ora-zón del R

edentor. Jesucristo tu hermano m

ayor, ama por esencia

al Padre, y obedece perfectam

ente, porque con el fin de cumplir

la voluntad del Padre bajó del C

ielo a la tierra y no evitó ni lam

ínima agonía del huerto o los m

ayores tormentos de la cruz.

Tanto soportó Jesús, tu hermano m

ayor, para buscarte a ti y lle-varte al P

adre. Jesucristo soporta en el altar del Santísim

o Sacra-

mento m

ísticamente la agonía del huerto y de la cruz, y espera

que tú, compadecido de É

l, te apresures a ir a sus brazos y leentregues tu corazón. E

l corazón del cristiano satisface al deC

risto, el corazón del buen hijo contenta totalmente al padre.

¡Ah, cuando Jesús se inm

ola como víctim

a del Altísim

o, si jun-tam

ente con su corazón puede ofrecerle el de sus hermanos,

siente dentro de sí el gozo que siente un hijo primogénito cuan-

do, tras graves sufrimientos, conduce alegrem

ente al padre a los

x52{

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Reflexiones

1. Eres hijo de D

ios: debes obedecerle como hijo am

ado.

2. Entre tanto, procura pensar y querer sólo lo que se propone y

quiere Dios.

3. El padre E

terno tendrá gloria en ello.

4. También el H

ijo Eterno se alegrará.

5. Tú m

ismo sentirás satisfacción y seguridad.

6. Lo que m

ejor puedes hacer es obedecer hasta el final.

x55{

ción al pueblo entero. Contigo el S

eñor obra de manera distinta.

Dios te hace entender con continuas inspiraciones al corazón su

palabra: te habla iluminando tu m

ente en casa y fuera, en elcam

po y en la iglesia, estando solo o conversando con otros.

Ysi el discurso del corazón te deja, no obstante, alguna duda

en la mente, no tienes m

ás que dar un paso para encontrar a unprofeta que te lo explique o a un ángel que te guíe.

El profeta y el ángel es para ti el superior legítim

o que tedirige. E

l Señor, para no dejarte angustiado, ha hablado clara-

mente: “¡quien escucha al superior escucha a D

ios mism

o!”.

Tú tienes al P

ontífice, quien te guía; tienes al obispo, que teilum

ina; tienes al director de tu alma, quien dirige tus pasos, tie-

nes un padre y una madre que te señalan paso a paso el cam

ino.¡A

laba y bendice al Señor por haber enviado para confortarte a

hombres angelicales que te guían!

6. Com

o reconocimiento a D

ios, obedece a los superiorescom

o hijo amado. T

us superiores deben soportar muchos sufri-

mientos y fatigas y ser solícitos para dirigirte. S

i tú los sigues alm

enos con fidelidad, te lo agradecerán y darás gracias por esoal S

eñor.

Tu

mism

o corazón

mostrará

su alegría,

porque un

hijoam

ado está contento cuando sabe que agrada a los suyos. Los

cristianos afectuosos, con sólo sentir que una cosa agrada alS

eñor, se alegran. ¡Quiera el C

ielo que aprendas tú a alegrartesólo en el cum

plimiento afectuoso de la voluntad del A

ltísimo!

x54{

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cada día dánoslo hoy”. Necesitas pan para el alm

a y pan para elcuerpo. E

scucha bien: ya verás qué abundante mesa te prepara

también para el cuerpo.

2. En cuanto al alm

a, la mesa que te prepara el S

eñor es lade toda clase de oraciones y de todo género de santas obras.

El alm

a se alimenta de santas inspiraciones y de piadosos

afectos, los cuales, a la manera de las alas en el pájaro, levantan

el corazón de la tierra para elevarlo hasta el cielo.

Alim

ento del alma son las oraciones vocales, las oraciones

de la mente, que ofrecen alim

ento oportuno como el que el

ángel hizo llegar por medio del profeta a D

aniel cuando seencontraba en el lago de los leones.

Alim

ento del alma son la lectura de las S

agradas Escrituras,

escuchar los sagrados sermones y recordar las saludables adver-

tencias, pues todo eso hace bien, igual que la voz del ángelllam

ó a Lot fuera del peligro que am

enazaba a Sodom

a y Gom

o-rra. Y

luego corregir a quien se desmanda, aconsejar a quien

duda, ayudar a quien se encuentra en cualquier necesidad delalm

a o del cuerpo, eso también es un saludable alim

ento, como

los panes prodigiosos que comió E

lías, y que le dieron fuerzapara

subir durante

cuarenta días

hasta la

cima

del m

onte.M

uchas veces, una obra de celo es como los cinco panes y los

dos peces del monte a los que el S

eñor bendijo y que bastaronpara una m

uchedumbre de varios m

iles de hermanos. Q

uienm

ira hacia el cielo, quien suspira por el Paraíso, quien realiza

cualquier acto de paciencia y de virtud cristiana da al alma un

x57{

Danos h

oy

nuestro

pan d

e c

ada d

ía

1. Dijo el S

eñor un día a Salom

ón: “Pide, pues, y el favor

que me pidas te será concedido”. Y

el sabio monarca respondió:

“Siendo así, os pediré sabiduría para conocer su M

ajestad y paradistinguir los cam

inos del cielo”. YD

ios se sintió muy satisfe-

cho con aquella petición, por lo que añadió: “Por haberm

e pedi-do la sabiduría y no los bienes terrenos, te ilum

inaré más que a

hombre alguno y te concederé por añadidura m

ás que a nadieriquezas, oro y esplendor de gloria”.

Tu S

eñor Jesucristo vino a decirte: “¡Vam

os al Padre!”. Y

enseguida le has respondido: “Vam

os, vamos, porque el P

adrecelestial es A

ltísimo”. “V

amos, repetiste, y todos los herm

anosdel m

undo nos sigan, pues es justo que todos glorifiquen alP

adre celestial y cumplan fielm

ente su santa voluntad”. ¿Qué no

dará Dios ahora por ti? C

réelo firmem

ente.

Es suficiente que tú lo quieras, y luego D

ios te inundará degloria y sabiduría el alm

a, y al mism

o tiempo te dará lo necesa-

rio para el cuerpo. La señal de que D

ios no te fallará es que Jesu-cristo m

ismo te ha enseñado a rezar: “P

adre, el pan nuestro de

x56{

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gran variedad de alimentos. L

os frutos de la tierra, las aves delaire y los peces de las aguas brindan el necesario alim

ento parala vida, agradable al paladar. A

demás en las entrañas de la tierra

se encuentran los metales para sostener o servir a tu m

esa o lade tus herm

anos, y en los abismos del m

ar se encuentran las per-las para adornarla. C

on lo que tú, como otro A

dán soberano ensu paraíso terrestre, vuelves la m

irada tanto a esta como a aque-

lla parte de la mesa para gustar todos los dones del S

eñor. Ahí

tienes la mesa para tu cuerpo.

Si quieres que esa m

esa sea abundante para toda la vida y alm

ismo tiem

po te produzca el tesoro del Paraíso, ten en cuenta lo

que voy a decirte. La m

esa es un altar. Tú sabes que del A

ltarsalen dones para todos, pero especialm

ente sale el alimento que

resulta poderoso para los más necesitados. D

ispón, por tanto,que de tu convite salgan dones gratos a D

ios como los de los

pastores y los reyes magos, dones tan gratos com

o el óbolo dela viuda del tem

plo.

La m

esa es un altar. La víctim

a que se inmola en el A

ltar saledel cam

po y está todavía envuelta en sudor. Tú debes esforzarte

como un siervo del S

eñor y como una víctim

a del holocaustodebes estar dispuesto a vivir para D

ios y a sufrir por El.

La m

esa es un altar. En el altar del S

eñor se adora y se ora.T

ú, adora primeram

ente al Señor, y después de haber com

ido dela m

esa, suplícale para que siga enviándote sus bendiciones.

La m

esa es un altar. Sobre el altar del S

eñor se ofrece elsacrificio de una víctim

a santa. Tú, al sentarte a esa m

esa, ofre-ce al S

eñor la ofrenda de alguna mortificación especial. R

ecuer-da que al ir a participar en esa m

esa das al cuerpo una fuerza que

x59{

alimento riquísim

o, que algunas veces restaura las mism

as fuer-zas corporales.

Raim

undo de Capua escribe de S

anta Catalina que con fre-

cuencia la virgen parecía que se moría, pero si después podía

realizar una obra de celo enseguida florecía su rostro y adquiríanuevo vigor.

Pero ningún alim

ento es tan extraordinario como el que nos

ofrece la mesa E

ucarística. Aquí el cristiano se sienta a una

mesa que es llam

ada por excelencia convite de los ángeles, puslo que en ella se saborea es el pan de los fuertes, la bebida querestaura y el vino que hace germ

inar a las vírgenes. Aesa gran

mesa asiste con pom

pa la Iglesia, Esposa de Jesucristo, y asis-

ten con gozo los espíritus angelicales.

Los fieles que se acercan a ella se em

bellecen con al vesti-dura de la gracia, reciben en el dedo del anillo de la divina am

is-tad y, m

ás afortunados que Juan, que apoyó su cabeza sobre elpecho de Jesús, exultan al decir: “¡E

l Cuerpo de nuestro S

eñorJesucristo nos guarde para la vida eterna!”, y al decirlo recibenlas carnes del V

erbo Encarnado, que son la prenda del gozo del

Paraíso. A

quí el alma, fortalecida con el alim

ento celestial, sóloaspira a unirse a D

ios en el Cielo al m

ismo tiem

po que va sus-pirando: “¿C

uándo, Padre, te veré allá arriba? ¿C

uándo exulta-ré entre sus divinos abrazos?

3. ¿Qué duda puede quedarte? E

l Señor, que alim

enta de talsuerte tu alm

a ¿dudas que no tenga en cualquiera de tus necesi-dades un pan m

aterial para el cuerpo? Toda la tierra viene a sercom

o una suculenta mesa sobre la que se encuentran dispuestos

x58{

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no les alcanzó la plata para el rescate. Sigue siendo generoso

con tu socorro, y como esos héroes exclam

an con apostólicocorazón: “A

quí se compra un infante con una m

oneda”, así tú,con eco piadoso, hazles oír tu voz: “¡E

l afortunado cristiano quecon una m

oneda puede salvar el alma de un herm

ano quieroserlo yo m

ismo m

ientras viva en este mundo!”.

Reflexiones

1. Pide principalm

ente a Dios

el pan del alma.

2. El S

eñor dispondrá para tiuna abundantísim

a mesa.

3. Por añadidura, te prepara

también

una m

esa abun-

dante para tu cuerpo.

4. Por lo que tú has de suplicar

hasta el final sin otra posi-bilidad: “¡D

anos hoy nues-tro pan de cada día!”.

x61{

podría ser en detrimento de tu alm

a. Por eso, al alim

entar elcuerpo, no dejes de tem

er; y en la mism

a cualidad de los alimen-

tos, escoge preferentemente los que pueden ser m

enos excitan-tes en provocar tu carne contra el espíritu. S

i recuerdas esto,D

ios hará próspera tu casa.

Am

a al Señor y E

l se preocupará de ti. Dios, que hacía caer

el maná del C

ielo en favor de los Hebreos, ¿crees que no hará

crecer en tus campos el pan que debe sustentarte a ti, cristiano e

hijo amado?

Créelo, créelo: el S

eñor que alimenta las aves del cielo y

viste a los lirios del campo te alim

entará y vestirá como convie-

ne.4. Ysi por la divina m

isericordia has alimentado hasta ahora

tu alma con la abundancia de los alim

entos para cuidar tu cuer-po en años futuros, no por eso debes dejar de suplicar con estaspalabras: “D

anos hoy nuestro pan de cada día”, pues en tantovivas necesitas que D

ios conserve en ti la abundancia de su gra-cia y la acreciente. M

ientras vivas, necesitas que el Señor ben-

diga las existencias de tu casa para que duren hasta el final de tuvida y tú necesitas tam

bién abundancia para distribuírselos a losherm

anos necesitados. Tus herm

anos, los santos misioneros de

China y Japón, te gritan con apostólico corazón: “A

quí, con unam

oneda se salva un alma”. A

l decirlo, te señalan cien mil niños,

a quienes ellos salvan con la moneda del pobre y con la tuya. Te

señalan con desolado corazón otros cien mil niños infelices, que

lanzados por madres sin entrañas a las aguas de los ríos o ven-

didos en las plazas del mercado, no pudieron ellos salvar porque

x60{

Page 32: vamos al padre - operadonguanella.it al padre.pdf · x 2 {Al lector Aquí tienes una invitación segura: ¡V amos al Padre! A ello te exhorto vivamente a través de catorce breves

favor de ti mism

o; has sido injusto y ladrón al atribuirte la glo-ria de esas obras que tú realizaste, sí, pero porque el S

eñor te diopoder y querer para realizarlas.

Con un constante trabajo tenías que levantar en tu corazón

una estatua de gran belleza y mérito, de suerte que los ángeles

al verla pudieran decir que era semejante a la im

agen del Altísi-

mo. C

on el ejercicio de las santas virtudes tenías que formar en

tu corazón un cuadro de santidad semejante a Jesucristo, tu

Padre y M

aestro. Pero en tu ánim

o esa estatua se ha quedadohasta ahora sin plasm

ación, y la tela es solo un esbozo. Ytú, que

estabas obligado a perfeccionar en ti esas imágenes, ¿qué dirás

ahora a tu Señor?

Dices: “H

e trabajado, y mientras m

e cansaba fui realizandoun poco de bien y algún m

al”. Yafirm

as luego que, en cuanto alm

al, como tus pecados son en general leves, nada tienes que

temer. ¿C

ómo dices eso?

Un estudiante o un obrero que no han hecho bien su trabajo,

¿no sentirán

temor?

Recuerda

al hebreo

apedreado por

unm

anojo de leña; recuerda las irreverencias y el castigo de loscincuenta betsam

itas; recuerda la pestilencia que provocó seten-ta y dos m

il cadáveres entre los súbditos de David, y concluye,

si tienes corazón, que un pecado leve es un mal sin im

portancia.¿Y

quién te asegura que en la balanza de la divina justicia ladeuda que consideras leve sea sólo eso?

3. Pero tú debes tem

er mucho m

ás por las deudas graves yacontraídas que ciertam

ente constituyen una enorme cuenta pen-

diente. Imagina que a un siervo se le ha dado un talento para

x63{

Perd

ona n

uestra

s o

fensas

1. En una fam

ilia las deudas despiertan constante preocupa-ción. G

rave disgusto es sentirse deudor hacia un semejante;

pena mayor es sentirse deudor hacia un personaje respetabilísi-

mo. D

uele también tener deudas, aunque sean pequeñas, y

hecho más doloroso es tenerlas graves. T

us deudas son los peca-dos veniales y m

ortales que sueles cometer. E

s algo duro queseas deudor de tanto hacia el S

eñor, tú que con tanta injuria dedeuda no eres capaz por ti m

ismo de satisfacer con un solo cén-

timo. F

íjate, por tanto, en tus deudas. Hijo de padres caídos, has

conseguido no obstante, en el Bautism

o, el perdón de la graví-sim

a deuda contraída a causa de la rebelión de tu padre Adán. Y

luego, en lugar de ser por lo menos fiel para siem

pre, has acu-m

ulado una montaña de deudas, pues has am

ontonado una mon-

taña de iniquidades contra Dios. O

dia eso y asústate.

2. Apenas tú abriste los ojos de la fe y com

enzaste a teneruso de razón, com

enzaste como un m

al muchacho a m

anifestara D

ios tus desacatos, descortesía y clara indiferencia. En el

mom

ento mism

o en que te aplicaste a realizar algo para la glo-ria de D

ios, te has sentido con ansias de aplicarte más aún en

x62{

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¡Ah, herm

ano mío! S

i quieres satisfacer las graves deudasque tienes con D

ios, haz lo mism

o. Recógete dentro de ti

mism

o. Aleja de la casa de tu corazón esos m

onstruos horriblesde la soberbia, avaricia y lujuria que son los ladrones infernalesque te han despojado tan gravem

ente. Dedícate luego a un tra-

bajo constante, y ese pan duro con el que quieres contentartepara vivir, suavízalo con las lágrim

as de tus ojos.

Esas lágrim

as conmoverán a los Á

ngeles del Paraíso. S

i lastuyas son com

o las lágrimas del siervo que llora por el m

al quele viene encim

a por sus desórdenes, estás cerca de conseguir elperdón de tan graves deudas. Y

si a esas lágrimas unes una goti-

ta de las Lágrim

as y de la Sangre que Jesús derram

ó en la Cruz,

en este caso se te ha perdonado todo. Ysi las tuyas son com

o laslágrim

as del hijo apenado que se siente desolado por el disgus-to enorm

e que ha dado a su padre, entonces el Padre celestial ha

dispuesto ya perdonarte todos tus excesos y recibirte nuevamen-

te en casa, pues el Señor am

a enseguida a quienes le aman.

¡Cuántas deudas no tenían Z

aqueo, la adúltera y la Magdalena!

Pero com

o ellos amaban y lloraban com

o niños, Jesús les decíaa cada uno: “¡V

ete, pues perdonados están tus pecados!”. Úni-

camente, guárdate de no com

eterlos más. C

onsuélate, por tanto,pues es auténtica verdad que D

ios perdona.

5. El S

eñor se adelanta a pedirte tu amistad. N

o puede vertecom

o un pecador fracasado por lo que te envía sus inspiracionespara que te sirvan de guía sus gracias para que te sean de apoyoen pagar las deudas. M

ás aún, envía a sus Ángeles a llam

arte; teenvía a hom

bres angelicales, al Pontífice y a sus m

inistros lossacerdotes, quienes con incesante voz te recuerdan y dicen:

x65{

comerciar y a otro una viña para trabajar. ¿Q

ué dirías si el pri-m

ero, en vez de comerciar, se hubiera gastado su capital? ¿Q

uédirías del segundo si en vez de trabajar la viña ni siquiera lahubiera vigilado y hubiera dejado entrar toda clase de ladronesa robar y toda clase de anim

ales a devastarla? Tú eres uno y otro

de esos dos siervos. Fíjate en ese ocio y en ese libertinaje de la

juventud; considera las injusticias y desmanes de la virilidad.

Llam

aste a Satanás para que devastara la viña de tu corazón;

como un disipador pródigo llam

aste a los sentidos del cuerpo ya las m

ismas facultades del alm

a para que gozaran como una

sociedad de falsos amigos. E

ntonces, ¿con qué corazón podrásahora presentarte a D

ios?

4. Mientras todavía vives en esta tierra, trata de saldar tu

cuenta, y haz como quien a toda costa quiere dar satisfacción

por su pasividad. Quien desea pagar sus deudas restringe las

necesidades de la casa, se contenta con un pan y un vestido yabandona

completam

ente los

bailes, las

distracciones de

lanoche, el teatro o bien los lujuriosos convites. N

o puede ya oírhablar de aquellas pom

pas que lo han precipitado en el fondodel abism

o. Yluego busca un trabajo y se dedica a él. D

uranteel trabajo no pierde un instante. ¿Y

sabes qué hace para conso-larse? L

lora. Ah, cuando se abre una vena de llanto en el cora-

zón y aparece como cálida corriente por los ojos, entonces el

pecho se siente más ligero, los ojos se aclaran y parece que des-

ciende de arriba un rocío fecundante que hace producir en elcam

po de su corazón a razón de mil por una las sem

illas de lasvirtudes que ha esparcido.

x64{

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do de nuevo en una amistad con D

ios. Sé siem

pre fiel. Dios te

recompensará dándote los prim

eros honores en el mérito de su

gracia, los primeros gozos en la gloria de la retribución celestial.

Así vem

os lo que el Señor hizo antes con P

edro y con laM

agdalena, con Jerónimo y con A

gustín. Si quieres que eso

mism

o acontezca contigo, aprende a decir de corazón: “Perdó-

nanos, Padre, nuestras deudas”.

Reflexiones

1. Las deudas son la espina m

ásdolorosa del corazón.

2. Y

tú tienes

muchas

deudasleves con D

ios.

3. Ym

uchas otras graves.

4. ¡Cuánto debes sentirlo!

5. Pero si de verdad te duele, D

ioste perdona.

6. Yluego te eleva a los prim

eroshonores de tu am

istad.

x67{

“Dios perdona, D

ios perdona. Si tus deudas fueran inm

ensascom

o el abismo del m

ar y tan enormes com

o la vorágine delprecipicio, a pesar de ello puedes ajustar tus cuentas, porque elS

eñor perdona”. Decía el apóstol P

edro al Divino S

alvador:“¿C

uántas veces tengo que perdonar sus culpas al pecador?...¿S

iete veces o setenta?”. YJesús le respondió: “T

ú has de per-donar no sólo setenta veces, sino setenta veces siete, es decir,todas las veces que un pecador arrepentido pida perdón. Jesúsm

ismo se com

porta como buen P

astor; Jesús, como el padre del

hijo pródigo, cuenta los días de tu alejamiento; Jesús m

ismo

emprende el cam

ino del Calvario y dice: “¡E

l Padre no puede

estar sin su hijo!”.

Adm

ira aún más el prodigio de bondad. P

or tus numerosas

deudas y por tantas penas que le has procurado, Jesús se conten-ta con recibir de ti una lágrim

a de arrepentimiento. S

i esa lágri-m

a brota de tus ojos, Jesús la recibe, la mezcla con su sangre y

la ofrece al Altísim

o diciendo: “Padre, perdonad; P

adre, perdo-nad”. E

impone a las criaturas del aire, del agua y de la tierra

que se dejen de pedir el castigo para el delincuente, al tiempo

que apaga en sí mism

o los atributos de Justicia y Potencia, pues

Dios, en su m

isericordia, ha establecido que en la tierra se tengacon el hom

bre gran piedad.

6. ¿Qué harás, por tanto? Q

ue golpees tu pecho y que de tusojos m

ane una lágrima verdadera. S

i ofreces al Padre esta satis-

facción, El te abraza en seguida, cubre con herm

osos vestidostus fealdades, te pone en el dedo el anillo de su gracia y alm

ismo tiem

po te hace adquirir de nuevo el mérito de las buenas

obras de la vida que habías perdido con tu iniquidad. Has entra-

x66{

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nanos Padre, así com

o nosotros perdonamos!”. ¿Q

ué te indicaesto sino que D

ios quiere que todos se salven y especialmente

que te salves tú?

Juan Gilberto, gran caballero, al recibir la noticia de que un

enemigo había m

atado a su único hermano, ardió de dolor y des-

dén fortísimo y en un instante descubrió al hom

icida y se dispu-so a m

atarlo. El desgraciado, juntando las m

anos gritó: “¡Perdó-

name si quieres que D

ios te perdone!”. Juan escuchó aquel con-sejo y acercándose luego a una Iglesia preguntó a D

ios: “¿Me

perdonas, Padre?”. V

io entonces la imagen de Jesús S

alvadorque desprendía la m

ano derecha de la cruz y se la ofrecía, y alm

ismo tiem

po oyó esta voz reconfortante: “¡Te perdono, hijo, teperdono!”.

2. Satanás, rabioso porque los cristianos pueden conseguir el

perdón del Señor tan fácilm

ente , desencadenó desde el infiernouna furia y com

enzó a hacerla correr por el mundo.

Esta furia es la bestia satánica del respeto hum

ano, que toda-vía hoy hace tanto m

al a la cristiandad. Una llam

arada de ruborasalta a los fieles, un tóxico de hiel se apodera de sus corazones,m

ientras la voz de Satanás repite: “P

erdonar es de cobardes; leconviene al m

undo que cada cual sepa reaccionar”. Estas son las

palabras infernales.

Pero en frente está la arm

oniosa persona de Jesús Salvador

que inculca: “perdonen y serán perdonados”. Yfrente a S

atanásestá Jesús que, m

uriendo en la cruz, ruega: “Padre, perdona a los

que me crucifican, porque no saben lo que hacen”.

x69{

Com

o n

osotro

s p

erd

onam

os

a lo

s q

ue n

os o

fenden

1. Tienes en estas palabras un prodigio de m

isericordia de tuS

eñor y Padre. E

l que es el Altísim

o, desciende a pactos conti-go, m

iserable criatura. Pacta contigo, vil pecador, y te dice: “S

itú perdonas a tus herm

anos e hijos míos las injurias que te han

hecho, yo te perdono a ti los ultrajes mayores que m

e has pro-curado”. P

erdona, pues, y serás perdona... No juzgues si no

quieres ser juzgado tú mism

o; y si te interesa que no te conde-nen, no condenes tú tam

poco a nadie.

Cuando reflexionas en los juicios divinos, te vienen deseos

de golpearte el pecho y gritar como Jerónim

o, lleno de temor:

“¡quién sabe si me salvaré! ¡quién sabe si m

e salvaré!”. Imagi-

na ahora, para que el horror aumente, que te encuentras ya ante

el divino tribunal; figúrate temblando frente al infierno y que en

ese instante un ángel viene a decirte. “¡Estás al salvo si perdo-

nas!”. ¡Con qué alegría te abrazarías a aquel celestial consola-

dor! Pues bien, no se trata de un ángel sino del R

ey de los Ánge-

les y de tu Divino Juez quien te anim

a con estas palabras; esJesucristo en persona quien te ha enseñado a orar así: “¡P

erdó-

x68{

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uno que le ultrajó gravemente: “S

i me sacaras el ojo derecho, te

miraría con el m

ismo afecto con el ojo izquierdo”.

De él se decía: “para ser m

ás íntimo am

igo del obispo con-viene haberle hecho algo grave”. E

ra verdad, pues el santo a suvez replicaba: “C

on los enemigos m

ás aguerridos debe usarsedulzura m

ás cordial, hasta ganárnoslos”.

Pues bien, ¿cóm

o se encuentran estas palabras y este com-

portamiento de los S

antos en relación con tus palabras y com-

portamiento? C

onfúndete y asústate. Sapricio decía, com

o tú:“¡Y

o perdono a Nicéforo, que m

e ha ofendido, pero que no me

hablen más de él!”. S

ucedió que Sapricio fue descubierto com

ocristiano y fue conducido al suplicio. E

n el camino se encontró

con Nicéforo, quien le suplicó: “¡S

anto mártir, ruega por m

í yperdónam

e!”. No quiso S

apricio devolverle el saludo, perocuando llegó al lugar donde debía recibir la corona del m

artiriotuvo m

iedo y para no morir sacrificó a S

atanás. Nicéforo no

toleró aquel deshonor que se derivaba para Dios y la santa reli-

gión, e invocando la ayuda del Cielo com

enzó a gritar: “Yo soy

cristiano... Conducidm

e a los tormentos que a los adoradores de

Jesucristo Crucificado se destinan”. Y

Nicéforo fue escuchado,

con lo que el mundo cristiano com

prendió que el Señor perdo-

na a los que perdonan y rechaza a los que no aceptan a sus pro-pios herm

anos.

También dices: “P

erdono, pero la justicia humana ha de

seguir su curso”. Ese m

odo de pensar es igualmente peligroso.

¿Quién te asegura que, m

ientras tratas de ser ejemplo para

otros, no guardas en tu corazón un sentimiento que dé m

uerte atu alm

a? Los jueces que debían condenar a G

uillermo Tell le

x71{

Frente a los que se vengan, m

inistros de Satanás, están los

mansos, que son los hijos pacíficos del P

adre. Estos exclam

an:“N

o queremos perder, sino salvar a los herm

anos que nos ofen-den, y por eso los perdonam

os de corazón”.

Esteban era conducido a la m

uerte por la conjura de malva-

dos compañeros y en especial de S

aulo. Entonces el joven,

estando ya bajo una lluvia de piedras, oró por su perseguidorm

ás aguerrido.

Por tanto m

érito de oración, Saulo se convirtió en P

ablo; yE

steban, elevando los ojos hacia lo alto, vio los Cielos abiertos.

Yallí tuvo clavada la m

irada hasta que llegó allá. ¡Oh, feliz ese

hombre a quien tan am

pliamente se le abrieron las puertas del

Cielo!... Y

tú, al oír que perdonar es de cobardes, ¿sabrás ahoraqué tienes que responder?

3. Carlos B

orromeo, arzobispo y cardenal, m

ientras recitabapor la tarde el rosario, fue alcanzado por una bala de fusil que lehabía dirigido un apóstata y asesino. C

arlos se salvó de milagro.

Todos gritaban que fuera condenado el malvado, pero el arzo-

bispo se apresuró a salir en su favor y hasta quiso que se senta-ra a su m

esa. También el em

perador César A

ugusto llamó a su

convite al agresor que había tratado de matar a aquella im

perialm

ajestad. Yle dijo: “dem

os hoy los dos un ejemplo de virtud al

pueblo romano; yo daré el buen ejem

plo de generosidad al per-donarte, y tú darás el buen ejem

plo del reconocimiento siendo

siempre fiel”.

Sirvan estos ejem

plos a confundirte si dices: “Yo perdono,

pero no me vuelvan a hablar de ese”. F

rancisco de Sales dijo a

x70{

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No n

os d

eje

s c

aer

en la

tenta

ció

n.

1. Tú eres hijo de D

ios y soldado de Jesucristo. Recuérdalo

con atención en el mom

ento que oras así: “No nos dejes caer en

la tentación”. Al suplicar con estas palabras, debes decir: “S

oyun hijo del P

adre y deseo un trabajo para aplicarme provechosa-

mente en la casa paterna... S

oy soldado de Jesucristo y quierocom

batir por la gloria de su nombre... S

i no sirvo para otra cosa,quiero al m

enos brindarme por am

or a Dios... ¡S

eñor, mientras

quiero realizar esto, sálvame de este peligro!”.

Pedro de A

miens, erem

ita, fue a los Santos L

ugares deP

alestina y de Jerusalén. Observó en aquella tierra, ya bañada

por el sudor y la sangre de Jesús, que era maltratada por las pro-

fanaciones de los turcos. Vio en que aquellos benditos tem

plos,que recuerdan los lugares del nacim

iento, de la muerte y de la

sepultura del Redentor, se cubrían de ultraje que los profanaban.

Muy disgustado P

edro, y echando a correr seguidamente, volvió

a Europa. Y

tanto suspiró y gimió aquí, que el P

ontífice y losobispos, los m

onarcas y los príncipes y los hombres de toda

condición se reunieron en gran multitud en las llanuras de C

ler-

x73{

hicieron como últim

a gracia esta proposición: “Que tu único

hijo se coloque a una cierta distancia con una manzana en la

cabeza, y si tú consigues disparar y arrebatar de la cabeza delm

uchacho la manzana con un único disparo, se salvará tu hijo y

tú con él; pero si yerras el disparo, morirás con él”. A

ceptó Gui-

llermo, y quiso la suerte que los dos se salvaran, aunque ¡con

grave peligro! Imagina que ese sea tu peligro m

ientras dices:“¡P

erdono, pero que la justicia siga su curso!”. Puede que tu per-

dón sea verdadero y puede que no lo sea; pero si tu perdón esfingido, estás perdido.

4. Dirás: “E

ntonces, para ir al cielo, ¿basta perdonar y nadam

ás? Te respondo que tú perdones de corazón y luego abando-nes a D

ios tu preocupación. Para salvarse tam

bién hay queobservar toda la ley, pero el S

eñor iluminará tu m

ente paraconocer y dará fuerza a tu ánim

o para cumplir la voluntad del

cielo, con lo que siempre será verdad que, si perdonas a tus her-

manos, el S

eñor te perdonará a ti para que te salves definitiva-m

ente.

Reflexiones

1. Dios P

adre te inculca: “Perdona y serás perdonado”.

2. ¿Te parece que es mejor creer en D

ios que creer en el mundo,

que se gloria de que perdonar es de cobardes?

3. Por tanto, no trates de buscar pretextos.

4. Perdona y te salvarás definitivam

ente.

x72{

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Recuerda para tu consuelo aquí el ejem

plo de los mártires

del Señor, de los confesores y de las santas vírgenes, y verás que

saben soportar sufrimientos aún m

ayores. Pero son siem

preconstantes, porque D

ios está con ellos; están colmados de gozo

en las mayores tribulaciones porque el S

eñor, con la potencia desu diestra, los ayuda.

Escucha y adm

ira. Antonio, joven de veinte años, rico y glo-

rioso, lo dejó todo para servir a Dios en el desierto. E

ntonces elm

undo y Satanás se desencadenaron contra él. E

specialmente el

infierno, en las horas más oscuras de la noche, descargaba sobre

Antonio una galerna de tentación diabólica. L

os espíritus malos

se le aparecían en forma de león y de oso, de jabalí y de serpien-

te; se le aparecían en forma de persona feísim

a al tiempo que

provocaban un estruendo satánico con gritos, amenazas y terro-

res que es mejor im

aginar que describir. Pero A

ntonio no apar-taba la m

irada de Dios, y una herm

osa mañana se anim

ó a decir:“S

eñor ¿dónde

estabas durante

el crudo

combate

de esta

noche?”. Se oyó enseguida esta respuesta: “E

staba contigo,A

ntonio, y me alegraba verte tan constante”.

Lo que conforta profundam

ente a los cristianos que comba-

ten es la visión del paraíso. Los m

ártires y los confesores dicen:“L

os sufrimientos son un gozo y la m

uerte un triunfo, porquecuando nosotros trabajam

os tenemos ante la m

irada el Paraíso y

cuando morim

os nos apresuramos a ir a los brazos del P

adre”.¿N

o te parece, por tanto, que es mucho m

ejor ser hijo amante de

Dios y soldado intrépido de Jesús?

3. Considera ahora el cam

po de Satanás y el de Jesús.

x75{

mont, donde exclam

aron. “Som

os hijos de Dios, nos em

peñare-m

os en su gloria; somos soldados de Jesucristo, irem

os al com-

bate por el honor de la casa del Señor”. Y

unos abrazaron herra-m

ientas de trabajo mientras los dem

ás lo hicieron con las armas

del campo de batalla; los ancianos, niños y m

ujeres acompaña-

ban con el estandarte de la oración y del piadoso afecto. Pertre-

chados así, los pueblos cristianos ofrecieron aquellas pruebas deam

or que no se olvidarán jamás en la m

emoria de las posterio-

res generaciones. Recuerda uno a uno los esfuerzos de aquellos

valerosos, recuerda la sangre derramada y decide entregar con

la mism

a generosidad tu vida para agradar a Dios com

o hijoam

ado o como intrépido soldado, o bien com

o piadoso amante.

2. En este siglo, los hijos del m

undo, por un poco de gloria,soportan durísim

as fatigas. ¡Cuántas no soportaron los capitanes

Felipe y A

lejandro! ¡Cuántas A

níbal, Escipión y C

ésar! Ysin

recurrir a los antiguos ejemplos, ¿qué no han visto tus propios

ojos de Napoleón y de otros capitanes am

antes de la gloriapopular? Y

la mism

a gente de tu pueblo, para conseguir unpuñado de oro, ¡qué viajes soportan y cuántos peligros por tie-rra y por m

ar! ¿Ycuánto no se sufre tam

bién por un placer confrecuencia

deshonesto? L

os antiguos

soldados se

lanzabancom

o rayos por el deseo de un botín y no temían sem

brar horro-res por las ciudades y la m

iseria por los campos. L

os soldadosdel presente siglo ni siquiera tem

en provocar la ruina de lasalm

as y abrirles bajo los pies la vorágine del infierno. Los hijos

de Dios y los soldados de Jesucristo com

baten en este siglo tam-

bién y nadan tal vez en un lago de sufrimientos; hasta podem

osverlos lavándose em

papados en su propia sangre.

x74{

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4. Atiende a ti m

ismo, y para no trabajar sin consejo y no

combatir a lo loco, ten en cuenta algunas reglas.

La prim

era es que no salgas al campo de com

bate, o noentres en el huerto de la contem

plación amorosa antes de que

Dios te llam

e. Por eso, haz todo el bien que te sea posible, hasta

que Dios, viendo tu valor y com

probando tu buena voluntad, teasigne el puesto que m

ás te conviene. Los cristianos m

ás fervo-rosos de los prim

eros siglos y los mism

os apóstoles deseabanentrar en el cam

po del martirio sólo cuando los llam

aban a ellos.

Otra cosa necesaria que hay que saber es ésta: la tierra que

habitas es un campo de batalla, y m

ientras estés en ella tendrásque luchar con las tentaciones de la soberbia, con las pretensio-nes del interés y con los peligros de la carne. E

stos enemigos

son como los perros que ladran incluso cuando están atados y

vencidos. Pues bien, sigue con las buenas obras y deja que

aúllen los leones rabiosos. Si tú no te acercas voluntariam

ente adejarte m

order, es imposible que te dañen, pues están bien ata-

dos por la mano del O

mnipotente. A

provecha de estos ladridospara reírte de los perros rabiosos, para burlarte de los soberbiosleones. A

provecha para pasar por encima de los m

ismos jabalí-

es embarrados y aprende a ser hum

ilde, confiado en el Señor, y

decir como el A

póstol: “Me gloriaré de m

is propias debilidades,pues cuando m

e reconozco mezquino D

ios me ayuda con su

gracia”.

Con estos sentim

ientos en tu corazón, añade con gran afec-to: “N

o nos dejes caer en la tentación”, y Dios te guardará de

todo pecado.

x77{

Satanás se sienta en un trono de fuego en la ciudad pecado-

ra de Babilonia. L

as armas que ofrece a los suyos para com

ba-tir son la soberbia, la avaricia y la lujuria. E

l arma de la sober-

bia es como el resplandor de un relám

pago, que no puede cegarm

ás que cuando un estúpido fija los ojos en él y los mantiene

así, como el loco que no sabe apartar los ojos del sol de m

edio-día. E

l arma de la avaricia es com

o el barro de la calle pública,pero el transeúnte que no es un niño fácilm

ente puede superar lam

olestia del barro. El arm

a de la concupiscencia es un airepútrido de la llanura, y es a veces com

o el imán del áspid que

atonta, pero si te paras y alejas la mirada de la serpiente estás a

salvo.

Luego Jesús te ofrece sus arm

as. Tu divino capitán tiene su

reino en la ciudad de Jerusalén y su trono en el Calvario de la

salvación de todos. Desde este reino y desde este trono distribu-

ye a los suyos el arma de la hum

ildad, el arma de la pobreza y

el arma del sufrim

iento.

Estas arm

as están templadas en el fuego del am

or de Dios y

están bañadas con la sangre de Jesucristo. Cada arm

a, bienm

anejada, vale para destruir toda la potencia del infierno ytodos los asaltos del m

undo.

¿Qué no consiguió para sí y para los suyos F

rancisco de Asís

con el arma de la pobreza?... ¿Y

Felipe N

eri con la de las humi-

llaciones?... ¿Yqué no hicieron C

arlos y Francisco con el arm

ade los sufrim

ientos?... Los cristianos sabios consiguen con estas

armas salvar a un pueblo de herm

anos, como Jesús consiguió

con esas mism

as armas salvar el m

undo de sus hijos. ¿Cóm

ousas tú estas arm

as y qué victorias has logrado hasta ahora?

x76{

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Mas líb

ranos d

el m

al. A

mén.

1. Imagínate ante los ojos el m

onte Tabor, escabroso desubir, peligroso por las num

erosas asechanzas de los ladrones yfieras que se esconden entre los brezos, peligroso tam

bién porlos senderos que pasan junto a los abism

os que se ven allá en elfondo. E

l subir monte arriba es áspero, pero en la cim

a seencuentra la gloria de Jesús, quien transfigurado, desprenderayos de luz celestial. E

l esplendor de la transfiguración es lafelicidad de los A

póstoles, quienes, en el éxtasis del gozo, excla-m

an: “¡Qué herm

oso es quedarnos aquí!...¡No quisiéram

os irnosnunca jam

ás!”. Muchos suben al m

onte, pero sólo llegan conseguridad al vértice feliz los discípulos P

edro, Santiago y Juan,

es decir, los que al subir siguen las huellas del Divino S

alvadory se recom

iendan a la fuerza salvadora de su divino brazo.Todos los dem

ás se afanan en vano y hasta en propio daño, por-que en m

edio del camino caen víctim

as de un tigre sanguinarioo bien de un bárbaro salvaje. ¿Q

ué harás tú? Tú, al com

enzareste viaje, recom

iéndate a Jesucristo, estate unido a Él al subir y

suplícale con toda el alma: “L

íbranos del mal: m

írame a m

í deform

a especial y conmigo a todos m

is hermanos; que nadie sea

víctima en ninguna tram

pa mortal!”.

x79{

Reflexiones

1. Eres hijo y soldado, pues debes em

peñarte en la viña del tra-bajo, en el cam

po de batalla o en el huerto del amor.

2. Dios te ofrece su abundante ayuda.

3. Yte entregará arm

as muy aptas para trabajar fructuosam

enteen todos los cam

pos.

4. Sólo queda que seas obediente y te m

antengas paciente hastael final.

x78{

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siquiera la muerte; lo que realm

ente temo es eso que queréis que

haga! ¡Ah, yo tem

o el pecado por que me enem

ista con Dios,

temo el pecado porque m

e hace reo de muerte y m

erecedor delinfierno!”. E

se es el gran mal de la tierra.

El gran desastre es el pecado, y para verte libre de él, no es

mucho que repitas a todas las horas: “¡L

íbranos del mal!”.

3. Estate tranquilo que D

ios te salvará. Tú has llegado hasta

aquí diciendo al Padre C

elestial: “Me alegro de que estés en lo

alto del Cielo; m

e alegro de que todos te alaben; sí, y de quetodos te obedezcan en la tierra com

o te adoran los Ángeles del

Cielo. D

anos a nosotros un pan para vivir y líbranos de los peli-gros”. M

ientras discurres así, un león de soberbia te asalta defrente, y de lado una fiera de avaricia, y alrededor una serpien-te de concupiscencia que se enrosca en torno a ti. G

ritas ense-guida: “¡P

adre, líbranos, líbranos enseguida!”. ¿Será posible

que el Señor no te recoja consigo? U

n padre terreno, siempre

malo si lo com

paramos con el C

elestial, no es posible que no seapresure ante los gritos de su hijo que exclam

a: “¡Padre, un

perro rabioso me m

uerde!”. El P

adre Celestial, infinitam

entem

ás piadoso, extenderá su diestra y con un gesto hará que sehundan tus enem

igos.

4. Dirás que tú, al recitar el P

adre nuestro, tratas de glorifi-car a D

ios y suplicarle por todas tus necesidades, pero que aúndesconfías porque todavía no te sientes capaz de entender y rete-ner lo que en sí significan las palabras y el sentido de la petición.D

irás que aún menos entiendes cuando recitas la oración en len-

x81{

2. Haz así y te aseguro que llegarás sano y salvo. P

ero noahorres esfuerzo para subir rápidam

ente. No pidas a D

ios que telibre de todos las dificultades com

unes a cuantos suben a travésdel viaje de la vida. L

as incomodidades de ham

bre y sed, losrigores del frío, la pesadez del calor, ciertas indisposiciones delánim

o como son la m

elancolía y el aburrimiento, hasta ciertas

indisposiciones del cuerpo como son las m

últiples enfermeda-

des que nos asaltan son disgustos que prueban todos los peregri-nos del cam

ino. ¿No recuerdas que el m

ismo Jesús, para darte

ejemplo de paciencia, soportó gran cantidad de torm

entos, quem

il años antes lo vio el profeta en espíritu y lo describió como

hombre de torm

entos y cargado de dolores? En cuanto a ti, pue-

des muy bien rogar al P

adre Celestial que te ayude. Y

si los tor-m

entos son más graves y universales, de contagio, de guerra, de

terremotos, de inundaciones o de sequía, podrás tam

bién unirtea la Iglesia, E

sposa de Jesucristo, que ella mism

a, acompañán-

dote con afecto de madre, te conseguirá m

ás fácilmente lo que a

duras penas conseguirías tú. Pero al m

ismo tiem

po que suplicas,debes decir a D

ios: “Escúcham

e, si prevés que al escucharme

consigo lo mejor para m

i alma. E

n caso contrario, aumenta

cuanto te agrade las aflicciones, y dame en ellas fuerza y pacien-

cia, pues su auxilio vale por todo”.

Com

o ves, el mal, del que debes suplicar que se te libre a

toda costa, es uno solo, el pecado. Juan Crisóstom

o, obispo muy

santo de Constantinopla, era m

uy odiado por la emperatriz

Eudosia, quien para dar rienda suelta a su odio, hizo que A

rca-dio lo condenara al destierro y por fin lo am

enazó con la muer-

te. Pero Juan respondía: “¡N

o temo la cárcel ni el destierro, ni

x80{

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Cuando el D

ivino Salvador recitaba con los A

póstoles laoración del P

adre Nuestro concluía con la palabra A

mén. A

lconcluir así aquella su oración divina, Jesús se ofrecía él m

ismo

al Padre com

o poco después se inmoló en la m

esa de la Santísi-

ma E

ucaristía y en el altar de la Cruz. T

ras el ejemplo del D

ivi-no S

alvador, los cristianos, cuando se encontraban en peligro yespecialm

ente en las agonías de la muerte, aprendieron a decir:

amén y a conform

arse en todo a la divina voluntad. Cuando S

anC

ipriano fue condenado a la prisión respondió: ¡Am

én! Ycuan-

do le sentenciaron a muerte añadió: ¡A

mén! Y

al desnudarse elcuello para ofrecer la cabeza al golpe de la espada del verdugo,dijo por últim

a vez: ¡Am

én! ¡Am

én! Un instante después, el

espíritu del obispo mártir subía hacia las alturas y se unía al coro

de los Santos y de los Á

ngeles para cantar: “¡Am

én! ¡Am

én!”en la gloria del P

araíso. Ves, pues, que allá arriba, el divino S

al-vador suplica por ti, y por ti suplican los santos y los m

ártires.F

eliz tú si, imitándolos, tú m

ismo aprendes a decir en la vida y

en el mom

ento de la muerte. ¡A

mén! ¡A

mén! E

sta bendita pala-bra será suficiente para llevar tu alm

a de este lugar de tribula-ción al descanso de la felicidad eterna.

Reflexiones

1. Para subir el m

onte de la Transfiguración que es el de la san-

tidad en la tierra y de la gloria en el Cielo, debes apoyarte en

la diestra de Jesús.

x83{

gua latina, que no es la lengua que hablan en tu pueblo. Bien yo

puedo decirte que te quedes tranquilo. Imagina que esta tarde,

llegando a tu ciudad el Sum

o Pontífice, todos salgan a su

encuentro para recibirlo triunfalmente. Todos los m

ás ilustrespersonajes de la ciudad le dirigen saludos con las palabras dem

ucho sentido y bien sonantes, que tú ni entiendes. Pero con-

cluidas las expresiones de alegría y obsequio de aquellos, túm

ismo te alegras al alzar la m

ano derecha y manifestar tu alga-

rabía.

Entonces el P

ontífice levanta sus dos manos y con su pater-

no corazón bendice a todos y en particular a ti. Tú sabes que al

recitar la oración dominical presentas al E

terno la súplica quedictó su m

ismo U

nigénito encarnado, Jesucristo. Sabes que al

elevar esta petición al Altísim

o se te unen en espíritu todos losfieles del m

undo, es decir, la Iglesia del Divino S

alvador. ¿Ytodavía dudas...? S

uplica, con santo afecto: Padre nuestro, y

también P

adre Nuestro, que el P

adre celestial te bendecirá. Más

aún si suplicas diciendo: Padre N

uestro... En vez de P

adre nues-tro, darás m

ayor gloria al Altísim

o, pues le pides en el lenguajesagrado de la Iglesia, E

sposa de Jesucristo.

5. Por tanto, presentada tu súplica al A

ltísimo, queda con

mayor efusión de afecto que concluyas: A

mén, A

mén. E

stapalabra es sagrada y se usa en todas las lenguas del m

undo. Es

palabra que se tomó del discurso de la Jerusalén terrestre y es

palabra que resuena perpetuamente tam

bién en la Jerusaléncelestial. L

a palabra Am

én tiene varios sentidos y equivale adecir: así sea – com

o Dios quiere – alabado sea el S

eñor.

x82{

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Conclu

sió

n

1. Has visto que el H

ijo Unigénito de D

ios ha venido a ti yen exceso de am

or te ha invitado: “¡Vam

os al Padre! ¡V

amos al

Padre!”. P

ero para llegar allí te hizo subir al monte M

oria y teabrió las puertas para entrar en el m

ayor templo, la casa del

Señor. E

s lo que hizo el Divino S

alvador al enseñarte el padrenuestro. ¿Y

cómo subes ahora al m

onte de la santidad y perma-

neces en el templo de la perfección?... Te sucederá lo m

ismo que

a quien escala un monte, o a quien entra a visitar un edificio de

casa santa. Entre los que suben a un m

onte se encuentran algu-nos que parecen desganados y otros que cam

inan con paso más

airoso. También se encuentran cam

inantes que al avanzar pare-ce que tienen alas en los pies, y son los m

ás admirables de todos.

Entre quienes entran a visitar un gran tem

plo, van algunos queno entienden casi nada, y al dar una m

irada general se confor-m

an con exclamar: “¡B

onito, grande, magnífico...!” A

lgunosotros consideran m

ás minuciosam

ente y disfrutan más;

Yhay otros que se quedan adm

irados, y frente a las mayores

celebridades de la pintura y la escultura se desvanecen de mara-

villa, como le sucedió a L

ord Stan Hope, quien al ver la capilla

x85{

2. Pero debes suplicarle que te libre del pecado, que es el gran

desastre de la tierra.

3. Si constantem

ente le suplicas confiadamente, ciertam

enteserás escuchado.

4. Serás escuchado aunque no entiendas cada uno de los senti-

dos de las peticiones que haces.

5. Te apoyas en Dios con sólo decir ¡am

én! De corazón, y si te

ofreces al Altísim

o al decirlo, te salvarás.

x84{

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me alegro de que se te atribuya la gloria de todo”, con estas

palabras aplastas dentro de ti esa cantidad monstruosa de sober-

bia y así te haces capaz de proseguir con fuerza mayor. E

l espí-ritu m

aligno de la avaricia te invita como un dem

onio: “Agácha-

te, que quiero pasar sobre tu cuello”. Las m

alignas insidias de tuespíritu te entretienen en la tierra com

o el pájaro que atado deun hilo no puede librem

ente cruzar el espacio puro de los aires.T

ú suplica: “¡Que venga a m

i corazón el reino de tu gracia!”. El

espíritu de lujuria no deja de insinuarse en el corazón, y si loescuchas, el enem

igo malo te m

uerde cual serpiente para dartela m

uerte. Por eso tú suplica así: “Q

ue se haga tu voluntad,P

adre; que sólo te obedezcan a ti las facultades de mi alm

a ytodos los sentidos de m

i cuerpo”. El espíritu de la ira te ator-

menta cual perro rabioso, y tú debes en ese caso suplicar:

“Padre, perdono a todos, perdónam

e tú a mí”. L

a gula es en ticom

o la avidez del cocodrilo que devora heno hasta reventar. La

gula mata m

ás hombres que la espada; el m

aligno espíritu de lasensualidad am

enaza con hacer caer hasta los cristianos debuena voluntad, por lo que debes en seguida orar así: “D

ame un

pan para vivir, un vestido para cubrirme y haced que m

e conten-te con esto”. C

uando el espíritu de la envidia amenaza com

o unabestia que trata de invadir la casa de tu alm

a y de echar a perdercon todo lo bueno que hay en ti, suplica ansiosam

ente: “Líbra-

nos de todo mal, P

adre”. Ysi, por últim

o, el ocio, como el espí-

ritu peor de todos, te duerme para m

atarte como lo hace la ser-

piente con el pajarillo, grita enseguida: “Líbranos del pecado,

que es la muerte pésim

a que mata al alm

a”. Con estos pensa-

mientos debes elevar a D

ios la oración del Padre N

uestro. Si con

ese afecto te diriges al Padre, D

ios te ofrecerá su diestra para

x87{

de los Medici en el tem

plo mayor de la cristiandad cayó desva-

necido.

Imagina ahora que estos tres diferentes hom

bres que subenel m

onte o que visitan el templo sean la im

agen de las tres cla-ses de cristianos que cam

inan hacia Dios o que entran a la casa

del Padre recitando la oración del P

adre nuestro. Algunos rezan

sin ganas y distraídos, y son los incipientes; otros suplican conm

ás facilidad y atención, y estos son los proficientes; los últi-m

os en recitar el Padre nuestro lo hacen con la piedad de los

Ángeles, y son los cristianos perfectos. ¿D

e quién formas tú

parte? Te recuerdo que si eres incipiente, necesitas echar lejosde ti a los espíritus m

alos de los vicios capitales que todavía teentretienen; si eres proficiente, necesitas llam

ar junto a ti, como

si de angelicales guías se tratara, a las virtudes teologales y a lasm

orales para apresurarte con más vivo afecto; y si eres perfec-

to, te queda por pedir con ardiente corazón los dones del Espí-

ritu Santo para llegar a D

ios y unirte a El para no separarte

nunca.

2. ¿Eres sólo incipiente...? P

ues bien, recitando la oracióndom

inical, ruega a Dios que aleje de tu corazón la m

alignainfluencia de los vicios capitales, pésim

os espíritus.

Esa soberbia, aunque leve, que perm

anece aún en ti es como

la voz del león que al resonar en las inmediaciones hace tem

blare im

pide que los caminantes prosigan velozm

ente su camino.

Un m

ovimiento escondido de soberbia te entretiene en tu veloz

paso hacia Dios m

ás de cuanto imagines. P

ero si suplicas conardiente corazón: “M

e alegro, Padre, de que estés en el C

ielo,

x86{

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la victoria. La virtud de la tem

planza es para ti saber regularte,y

esta excelente

cualidad la

consigues con

estas palabras:

“Líbranos del m

al”.

Al orar así, suplicas para que el P

adre te libre tanto de lasfaltas graves cuanto de las leves, para que llegando a él seas, lom

ejor posible, hijo amado.

4. Con la com

pañía de estas guías luminosas, para que pue-

das caminar con paso de gigante al m

onte santo de la perfec-ción, necesitas todavía que te conforten los dones del E

spírituS

anto. Por tanto, cuando ores: “S

antificado sea tu nombre,

Padre”, suplica que el santo tem

or de Dios esté siem

pre a tu ladocom

o amoroso custodio para decirte: “D

ios te ve, Dios te ve,

obra todo el bien posible y guárdate de toda apariencia de peca-do”. C

uando rezas: “Venga tu reino”, suplica para que el don de

la piedad te haga devoto y obsequioso con Dios. Igual que los

ángeles, felices al cantar: “¡santo, santo, santo es el Señor D

iosde los ejércitos!”. C

uando dices: “Hágase tu voluntad”, suplica

para que el Señor te conceda la ciencia que te haga conocer la

divina voluntad, como hace siem

pre con los justos. Cuando

suplicas: “danos el pan del alma y el sostenim

iento del cuerpo”,pide el don de la fortaleza y la tendrás, la m

isma con que S

an-són venció a m

il filisteos, para que puedas caminar com

o leónseguro en m

edio de todas las fieras del desierto. Necesitas el

don del consejo para distinguir entre muchos el sendero que m

ásdirectam

ente te lleva a Dios. Y

al perdonar a los demás te

encuentras con el perdón de Dios. P

or tanto, al decir: “Perdóna-

nos nuestras deudas así como nosotros perdonam

os a nuestros

x89{

que al ir hacia El no m

uevas sólo los pasos como los incipien-

tes, sino como los proficientes, para hacer en poco tiem

po buentrecho de cam

ino.

3. En el cam

ino de los proficientes, cuando oras: “Santifica-

do sea tu nombre”, im

agina que muchos ángeles te acom

pañanhacia él, com

o los ángeles condujeron a los pastores al portal deJesús S

alvador a través de la fe. Al recitar: “V

enga a nosotros tureino”, el espíritu del S

eñor se dejará sentir en ti como se hizo

sentir en los Patriarcas y los P

rofetas. Se hará m

ás fuerte en ti laesperanza

cristiana, que

te confortará

como

confortó a

losH

ebreos en Egipto, quienes se salvaron por m

edio del Ángel de

la muerte que alcanzó a todos los prim

ogénitos egipcios. Al

decir: “Hágase tu voluntad”, desea unirte estrecham

ente a diosy encontrarás un ángel que te lleve a lo alto com

o a Enoc y a

Elías los llevó en un carro m

ilagroso.

Necesitas que la prudencia dirija cual m

aestra tus pasos, y laconsigues al decir: “danos, P

adre, lo necesario para la vida delalm

a, y lo que vale para mantener el cuerpo”. N

ecesitas estar enpaz con D

ios, en paz con los hermanos y en paz contigo m

ismo,

y eso lo consigues al rezar así: “Perdónam

e como yo perdono”.

Con estas palabras la justicia, virtud m

oral que dirige tus accio-nes, se acerca com

o un recto juez para guiarte sin ofender anadie. Y

en este mundo, que es un gran cam

po de batalla, nece-sitas la fortaleza de S

ansón. Yesto lo tienes cuando rezas estas

palabras: “Líbranos de los peligros de las tentaciones”. F

inal-m

ente, en el campo de guerra necesitas la tem

planza de Moisés

y de Josué, tanto para no envilecerte en los mom

entos de mayor

peligro como para no gloriarte excesivam

ente con el triunfo de

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Reflexiones

1. El P

adre nuestro es como el m

onte de la perfección o como

el templo de la santidad, y quien lo recita puede ser incipien-

te, o bien proficiente, o perfecto.

2. Si eres incipiente, pide al rezar que te veas libre de cualquier

maligna influencia de los siete pecados capitales y lo conse-

guirás.

3. Si eres proficiente, pide, para poder apresurarte, que crezcan

en ti las tres virtudes teologales y que se perfeccionen en tilas cuatro virtudes m

orales.

4. Ysi eres perfecto, queda que cuando ores invoques sobre ti

los siete dones del Espíritu S

anto.

5. Yal concluir diciendo: ¡A

mén, am

én!, gime com

o hijo amado

que suspira por los brazos paternos.

x91{

deudores”, pide la ciencia para apresurarte más solícitam

ente aD

ios y la conseguirás.

En el cam

ino oscuro de esta vida necesitas también un inte-

lecto para distinguir desde lejos el camino del cielo, lo que con-

sigues al rezar: “Líbranos de todo m

al, Padre”. Y

para llegarhasta el A

ltísimo en el C

ielo, necesitas la sabiduría. Con esta

gracia insigne, que te pone ya delante del Señor, no debes com

e-ter ningún m

al, lo que consigues cuando rezas: “Líbranos del

mal”.5. ¿Q

ué te queda? Queda que al subir el m

onte de la perfec-ción o al entrar en el tem

plo de la santidad trates de apresurartecon las alas del águila o de la palom

a que Dios te ha dado. Y

alsubir debes evitar dar un solo paso atrás, pues tanto en el pasode la oración ordinaria cuanto en el de la contem

plación, quie-nes se enfrían en el fervor y com

ienzan a disgustar a Dios corren

grave peligro. Al recitar la oración dom

inical debes hacer como

quien sube a un monte. M

ira siempre a la cim

a, y nunca atrás oa derecha o a izquierda. D

ebes imitar a los devotos quienes, al

entrar en el templo, enseguida fijan la m

irada en el trono deJesús en el S

antísimo S

acramento y no se detienen m

ás que a lospies de aquel Tabernáculo de am

or. Ycuando se encuentran allí,

se quedan con angelical recogimiento, pareciendo que para

subir a los brazos del Padre en la gloria celestial sólo les queda

por decir: “¡Am

én, amén!, y que ya unen su alegría al gozo de

los bienaventurados.

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