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  • No haba cumplido diecisiete aos, y era fuerte yhermoso, cuando se lo llevaron los barcos. Tena el mismonombre de la tierra que sera suya, en las colinas doradas deNavarra, donde siglos atrs sus mayores alzaron un casti-llo para resistir a franceses y godos y merovingios. Arizcnes el pueblo ms cercano. Una aldea belicosa en la vecindadenorme de Francia, cerca de una lnea fronteriza inestabley vibrante, como esas cuerdas sobre las que saltan los nios.Ante los hombres diminutos en el paisaje las colinas susu-rraban preguntas y las nubes formulaban enigmas, porquetoda frontera est tejida de incertidumbre y de hierro. Perola fortaleza era vieja como su linaje sangriento: un fortn im-penetrable con troneras y barbacanas, ceido por un foso,con saeteras verticales para disparar las ballestas, ranuras porlas que slo caben una flecha y una estra de luz, y, al frentede una ermita milagrosa, muros nunca vencidos, hechos conpiedra gris trada de las canteras del norte, de all dondelas vacas rumian en los acantilados mirando un mar fro quea veces se llena de niebla.

    Yo nunca vi esas cosas, pero aqu estoy copiando susrecuerdos. Su padre se llamaba Tristn, Tristn de Ursa.Y si el muchacho viaj temprano a tierras desconocidas esporque saba que la fortaleza familiar estaba destinada a Mi-guel, su hermano mayor, y nunca imagin que ste se de-sangrara batindose por una hembra en calles de Tudela.l ya estaba muy lejos cuando ocurri aquel duelo, y des-pus hered en vano el castillo y los campos, porque otros

    www.alfaguara.santillana.esEmpieza a leer... Ursa

  • espejismos se haban apoderado de su mente. Por ello fueel tercer hermano, Tristn, como su padre, una espada obe-diente en las guerras del emperador, quien recibi finalmen-te el seoro con su ermita y sus murallas. Hubo tambinhermanas, aunque Ursa nunca me dijo cuntas, que fue-ron vientres dciles para los burdos y ricos seores de aque-llos condados, y madres del futuro; y un hermano menoral que le asignaron un lugar en la Iglesia, para que la fami-lia cumpliera con todos los poderes de la tierra y del cielo.

    Apenas le asomaba en la cara una pelusa de cobre,y no fue la pobreza lo que lo lanz a la aventura. Si hubieradecidido quedarse en su tierra, confiando en los favores delamo del mundo, cuyo abuelo Fernando de Aragn tuvo siem-pre en la casa de Ursa un aliado invariable, y cuyo camar-lengo era primo de uno de sus mayores, sin duda habra ob-tenido algn cargo menor en la corte. Pero el mismo Diosque puso belleza en su rostro, y rabia y diablura en la mue-ca de su brazo derecho para maniobrar la daga hacia arribay la espada hacia toda la estrella del espacio, sembr inquie-tud en su pensamiento y avidez en sus entraas, y al mu-chacho le aburran los trabajos del campo, y soaba conlances de sangre y con ciudades de oro.

    Los criados ordeaban las vacas enormes y mansasde pelaje encendido, las criadas cargaban en cubos de ma-dera el agua de cristal y la leche espumosa, las ancianas sal-picaban los quesos fragantes con pimienta y tomillo, y conalguna oracin dicha entre dientes, los pastores andrajososempujaban nubes de ovejas por las lomas, los toscos ofician-tes de la vendimia pisaban a gritos las uvas y llenaban conmosto los grandes barriles, sus propios primos iban de ne-gocios a Flandes y al norte de Francia, a comprar piezas deseda y grana, hilos para entorchados y bramantes, holandapara sbanas y lencera, y pesados paos de Run, pero lprefera demorarse en las posadas riesgosas de la costa, en

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  • Andaya, en Donostia y hasta en Saint Jean de Luz, detrsde la frontera (donde una vez de nio vio un pequeo bar-co encantado flotando en las naves de la catedral) y or losrelatos asombrosos de los veteranos del mar. Desde muy jo-ven frecuentaba esas fondas de rufianes y gritos, y mientrassus odos beban los relatos exagerados e inventivos de losaventureros, l adivinaba al fondo de sus narraciones de saly de vientos salvajes, de selvas descomunales atravesadas porgrandes pjaros de colores, de sirenas viejas fatigadas en losescollos y de un cielo de cntaro azul cuyas constelacionesformaban figuras de leones y de serpientes, un sedimentode verdad, un alcohol de mundos nuevos y de peligros mspunzantes que los trabajos inspidos de la aldea.

    Alguien me cont que en un mesn de Tudela ha-ba dejado malherido a un hombre, y que sa fue la causade que abandonara sus tierras y se atreviera a cruzar el oca-no, contrariando las costumbres de sus mayores, que sloamaban la hierba y los montes, y la caza del jabal de curvoscolmillos, y que, agazapados a la sombra de las montaas,miraban al mar con desconfianza. Pero es probable que miinformador haya confundido los lances del muchacho conlos tropeles de su hermano mayor y se dejara inspirar porel hecho de que Ursa, en una de sus guerras, fund en elnuevo mundo una ciudad a la que llam Tudela en recuer-do de su remoto pas. Pero la Tudela de Espaa es una vie-ja ciudad de campanarios, que recibe y despide siempre lasaguas desbordadas del Ebro, y la que Ursa fund en tie-rra de los muzos era un fuerte fantstico, llamado a ser conlos siglos la Ciudad de las Esmeraldas, si no hubieran tor-cido su destino los astros, que nadie gobierna.

    Es verdad que su linaje era vasco, pero su familia cer-cana estaba ms ligada a la tierra que al agua, y no se aso-maba a los puertos ni husmeaba en las naves que buscan elrevs del mundo. Y eso suena extrao, porque aunque los

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  • vascos tengan la costumbre de hablar con los rboles, y seancapaces de dar vino dulce a las abejas en invierno para queno se mueran de fro, y protejan las cosechas sembrando ave-llanos rezados, nadie ignora su destreza con el viento y lasolas, y tal vez no miente quien dice que esos hombres ten-sos, en auroras lejanas, les ensearon a navegar a los vikings.Los Ursa, en cuyo nombre hay una parte de agua y unaparte de fuego, haban sido los primeros pobladores de to-do el valle, y nadie recordaba una poca en que no estuvie-ran all con sus lebreles y sus palomas, ni siquiera el poetaArbolante, que cant las dinastas de Espaa desde la crea-cin del mundo, y la edad en que pastaban bisontes rojosen las llanuras. Se dice que uno de los primeros Ursas delos tiempos antiguos se encoleriz cuando otra familia plan-t tiendas a leguas de distancia hacia el sur, porque sintique le robaban el aire y la luz. Con los siglos se hicieron mscorteses, y la familia se envaneca en recordar que alguna vezmozos de su sangre fueron aceptados como rehenes paragarantizar un convenio entre Pedro el Ceremonioso y Carlosel Malo, en tiempos de las guerras entre Aragn y Navarra.

    Yo slo s que Pedro de Ursa no haba tenido nun-ca relacin con barcos y navegaciones, y que, ms all de susfantasas juveniles, no haba deseado de veras viajar haciatierras lejanas antes de aquel medioda de marzo de 1542.Era apenas un muchacho de quince aos que volva consu criado de los mesones de San Sebastin, cuando vio a ladistancia la polvareda que se alzaba por el camino de Elizon-do, y no poda saber que esa polvareda indiferente iba a des-viar su vida. Porque lo que levantaba el polvo eran los cas-cos de los caballos de Miguel Dez de Aux, pariente cercanode su madre, que vena rodeado de guardias y sirvientes, defortaleza en fortaleza, recorriendo las tierras de su familiadespus de ms de treinta aos de ausencia. Era el to legen-dario y un poco increble que tiempos atrs, cuando el mun-

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  • do era joven, haba viajado a las Indias Occidentales enro-lado en la inmensa expedicin de Pedrarias Dvila, y quepara los pequeos de aquel pas lleno de Ursas y de Auxy de Armendriz, todos parientes entre s, herederos de vie-jas batallas y de viejos contratos matrimoniales, ya parecamenos un hombre que un cuento. Vena por primera y porltima vez de visita, en plena ancianidad, cumplidos ya vein-te aos de ser regente de Borinquen, una isla enclavada enel esternn del mar de los caribes, comedores de hombres.

    En el patio central de la fortaleza de Ursa, el viejoDez de Aux fue saludado por cuernos de caza. Camin conTristn, acompaado por otros patriarcas de la familia,mirando el valle de Baztn desde las murallas, y el perfil di-fuso de los montes que ocultan para siempre la tierra fran-cesa. En la casa se respiraba el clima atnito de las ocasio-nes solemnes, y los nios nunca olvidaron el momento enque, ya en la mesa familiar junto al fuego, el viejo regenteles cont a sus sobrinos adultos, y al grupo de muchachossilenciosos enrojecido por la luz de las llamas, entre grandessombras que se movan sobre los muros, a veces exageran-do y a veces inventando, sus muchas aventuras en el nue-vo mundo. Tristn, el seor de la casa, lo escuchaba conatencin, tratando de formarse una imagen de los territo-rios desconocidos, calculando el podero de las poblacio-nes, asimilando las tareas de los enviados que tenan el de-ber de hacer prevalecer la Corona en orillas tan lejanas deDios, y al mismo tiempo sondear las riquezas, recoger lostesoros. l mismo haba viajado a cumplir tareas guerreras,pero nunca tan lejos. Y escudriaba el rostro del ancianopara entender de qu modo lo habran cambiado los solescrueles y las tierras brbaras. Su regencia era un favor enor-me del emperador, quin lo dudaba, no slo a su pariente,sino a todo su linaje, pero al seor de Ursa lo inquietabanla lejana agobiante y los desmesurados peligros.

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  • Miguel Dez de Aux lo escuch sonriente, y le ha-bl de las tierras conquistadas. Grandes islas ya firmes enmanos del imperio, fuertes de la Espaola, ciudades prin-cipales en Isabela, en Fernandina, las domadas arenas de lasAntillas. Todo iba tan de prisa en las Indias que hasta ha-ba ciudades muertas ya l mismo recordaba como unhecho de su borrosa juventud la nube de alcatraces sobreSanta Mara la Antigua del Darin, cuando llegaron a susplayas los veintids barcos de la flota real. Y le costaba pen-sar que sobre esa ciudad, de donde sali Balboa a buscar de-trs de las sierras no un ro ni un lago sino otro ocano, endonde habitaron miles de hombres y mujeres a la orilla deun ro tempestuoso, la selva haba empujado de nuevo y yaestaban en ruinas, estrangulados por las lianas y apenas ha-bitados por los lagartos, la bella catedral y el hospital y lascostosas fortalezas blancas.

    Pero el tesoro de Mxico, la plata del Per, las per-las de las costas de Tierra Firme, no eran ms que el comien-zo. Aquello era un mundo entero por explorar, con ms ca-nela aromada que Arabia, con ms zafiros que Cipango. Lospueblos se asentaban sobre montaas que tenan espinazosde oro. El metal corra en arenas por los ros, se encontra-ban bolas doradas en el buche de los caimanes y plumas deoro en las alas de los pjaros, y en un lugar secreto de los nue-vos dominios, juraban los nativos, estaba bien guardada unaciudad de oro.

    Yo puedo ver la luz que brillaba en los ojos de Pe-dro de Ursa ante aquellos relatos. Era como si todos sussueos de adolescencia se estuvieran volviendo realidad derepente, y desde aquella hora no pens en otra cosa que enviajar a las tierras que gobernaba Miguel Dez de Aux, yavanzar ms all, a la conquista de las tierras grandes. No loembriagaba ms la codicia de riquezas que la promesa abier-ta de las batallas, las licencias sangrientas y las crueles exci-

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  • taciones de la guerra. Porque l era un guerrero desde siem-pre, como Tristn, su padre, que malhiri franceses en lasguerras de frontera pero atac tambin en tierras vascas elcastillo de Maya, y como su trasabuelo francs Hugo deAux, hijo del seor de Aquitania, que en un amanecer delsiglo XII, cerca a Jerusaln, mat a diecisis moros y los mar-c en su escudo con diecisis rayos que brotaban de una cen-tella roja.

    Sin duda, oyendo a Miguel Dez, Pedro sinti latirsu sangre guerrera. Debieron despertarse en sus venas losabuelos dormidos, las espadas sangrantes, bosques avan-zando contra las fortalezas, rfagas de jinetes con turban-tes sobre caballos agilsimos cortando el viento con sus sa-bles torcidos, y algo que imaginaba sin saber por qu desdenio, el rostro de un hombre soplando un cuerno de mar-fil con tanta fuerza que se le agrietaban las sienes, y ms allsudorosos legionarios atrincherados en fila tras los escudos,y ltimas oleadas de una tinta roja con crneos humanosen lo alto de las lanzas, bajo cielos de incendio empavesa-dos de buitres.

    Una noche, aos despus, en el barco que nos lle-vaba a saltos hacia la Ciudad de los Reyes de Lima, me dijoque fue esa tarde cuando descubri lo que quera, y que oyen-do a aquel viejo de barbas blancas que gobernaba unos ma-res remotos comprendi por qu llevaba meses frecuen-tando las posadas de los puertos, armando ociosas tropelasen su mente, oyendo hablar de tierras deformes y de hallaz-gos deslumbrantes, delirando a solas en las tabernas, y ejer-citando la ciencia de la espada y la daga en las ferias de losembarcaderos. Que por ello le pregunt de pronto a su an-ciano pariente, con un entusiasmo desafiante: Y cmo sellama ese pas a donde vamos?, y que Miguel Dez de Aux,quien saba apreciar esos gestos de audacia, pareci com-prender al orlo su propio pasado. Por qu haba salido tan

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  • pronto de aquellos muros familiares, qu sed gobernaba lafatalidad de su sangre, qu avidez de tierra y cielo creca enlas almas de aquellos muchachos atascados en las ruedasdel tiempo. Tal vez era su propio destino, destilado en san-gre nueva, lo que haba venido a interrogar en ese viaje l-timo, en las viejas fortalezas de su familia.

    T no vas a ninguna parte, Pedro, le dijo Leonor,intentando impedir lo inevitable, mientras descuidaba elestofado de ovejo con manzanas que le ofreca un sirviente.Aqu est tu casa, y tu herencia, y no necesitas ir a correr pe-ligros en tierras salvajes.

    Miguel Dez de Aux celebr que Pedro quisiera ve-nir con l a las tierras nuevas, y declar con voz de seda quepor supuesto no se lo llevara sin el consentimiento de suspadres, pero en adelante se dirigi ms al muchacho que alos otros parientes. Y se sinti en sus palabras mucho me-nos el deseo de relatar a la familia las sorpresas del nuevomundo, que el afn de ilustrar al joven sobre sus maravi-llas y peligros. Tampoco l conoca bien los grandes reinosde Tierra Firme, pero fue tan florido y minucioso en la des-cripcin de esas cosas que no haba visto, y por momentoshabl con tanta alarma de tigres hambrientos y de reptilesdescomunales, que la madre de Pedro crey de verdad queel propsito del anciano era disuadir al muchacho de su an-tojo de cruzar el ocano. Pero Miguel Dez de Aux conocasu sangre: la mejor manera de atraer a un mozo de su es-tirpe no sera atenuando el peligro sino pintando bien losreinos desconocidos con colores de aventura y de riesgo. Ellosse comprendan desde el comienzo.

    Lo que hizo Corts fue someter ms por la astuciaque por las armas a una ciudad inmensa, dijo, una ciudadde templos brbaros y de altares sangrientos, alzada sobreuna laguna que atravesaban barcas llenas de flores, y que go-bernaba un reino de millones de indios. Y siguiendo su ejem-

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  • plo, este hombre de Extremadura, Francisco Pizarro, al queacaban de matar sus propios amigos, encontr hace apenasdoce aos una cordillera con ciudades laminadas de oro,el pas de Atahualpa, en las montaas del Per, y la ciudaddel Cuzco, llena de momias de reyes guardadas en cofres deoro. Pero all queda todo por descubrir. Basta ver al licen-ciado Quesada, que anda derrochando oro por Espaa. Ha-ce cuatro aos someti otro reino en las montaas muyadentro de Tierra Firme, y muy pronto el emperador ten-dr que unificar las gobernaciones que estn creciendo alritmo de esas campaas de conquista, en un territorio sal-picado de hordas nativas, cada cual con sus jefes y sus gue-rreros. Al sur del mar de los caribes son todava escasas laspoblaciones espaolas, y las separan provincias enteras lle-nas de sierras sin nombre y de ejrcitos sin Dios. Los encla-ves del imperio son como islas pequeas y desamparadas,en tanto que los fortines nativos son incontables.

    Entonces Pedro so tambin con irse a fundar ciu-dades en esas sierras brbaras, nuevas Pamplonas y Tudelasy Olites amasadas con el barro y la plata de los infieles, pa-ra que el Cristo de Navarra abriera sus brazos sangrantes yabrazara al mundo, para que sonaran tambin en lo alto deesos reinos de tigres las campanas piadosas de las iglesias,y para que los cazadores que dorman a la intemperie cono-cieran por fin los zaguanes y las puertas que dejan afuera almundo y custodian el sueo.

    El seor Tristn le pregunt al anciano cuntas ve-ces haba estado all, y Dez de Aux evoc sus viajes de losprimeros tiempos, cuando iba al azar de las expediciones,antes de echar races en las islas. Coln haba bordeado lascostas medio siglo atrs; Alonso de Ojeda y Diego de Ni-cuesa haban fundado puertos en ellas; pero tierra adentroaquello era un pas desconocido, con montaas ms gran-des y abismales que los Pirineos, con nieves ms altas que

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  • los Picos de Europa, con valles hmedos y ardientes y cor-dilleras selvticas, con ros infestados de cocodrilos y po-blaciones feroces para el combate, pero tambin con pue-blos industriosos que cultivaban la tierra, y tejan mantasde algodn. Aadi que todos malgastaban el oro, que eramucho, y el tiempo, que era todo, en hacer figuritas de ani-males y adornos para sus cuerpos desnudos.

    La madre de Ursa se santigu y se fue a la cocina,pero Pedro se senta ms a gusto por primera vez en la me-sa familiar que en las fondas de Saint Jean de Luz, y a lo mejorya se vea a s mismo descabezando reyes y recogiendo te-soros. Acostumbrado a vivir en un mundo donde las criatu-ras salvajes, los jabales hirsutos y las urracas habladoras, sehaban convertido en parte domstica del escudo de su fa-milia, y donde la aventura de los das pareca limitarse al pa-so de las bandadas de palomas migratorias, que eran una solapaloma de sombra sobre los prados, soaba con ver aque-llos animales fantsticos. No necesitaba muchas razones pa-ra intentar la aventura, y empez a hablar de su viaje comode un hecho cumplido. sa era siempre su manera de lo-grar lo que se propona. Bastaba una obsesin en su mentey ya no hablaba de otra cosa; sus palabras les daban a lospresentimientos la forma de hechos concluidos, de haza-as realizadas, cosas irreparables como si ya estuvieran enla memoria. No me cuesta entender que las decisiones setomaran tan pronto. Su padre tema por l, pero lo halaga-ba la idea de que fuera a la aventura en unas tierras dondeya era regente en nombre del Imperio un pariente cercano.Todo ello rebajaba los riesgos a un nivel tolerable, y lo quehaba sido un capricho absurdo horas antes, se fue cambian-do en esperanza y poco despus en promesa.

    Fue as como empez a tomar su forma el destinode Pedro de Ursa. Sigo pensando en l como en un mu-chacho, porque era seis aos ms joven que yo. Cuando lo

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  • conoc, ya treinta y cinco me pesaban sobre los huesos, yl estaba siempre comenzando a vivir, cada da inventadopor un proyecto nuevo, ms delirante y ms sugestivo queel anterior. Por los tiempos en que inici, sin quererlo, miprimer viaje, en busca del Pas de la Canela, l tendra ape-nas trece aos, todava recogido en la casa familiar, custodia-do por muros de piedra, bendecido su sueo por ancianasdiligentes, llamado a los das bulliciosos por el metal de lascampanas y por el mugido maternal de las vacas. Yo ibaarrojado al azar de las expediciones entre varones brutales,mientras l todava se arrullaba recordando las gestas de susmayores. Abuelos que se batieron en las guerras de Nava-rra y que le haban dejado a su padre una ristra de ttulosdemasiado larga y solemne: Tristn, seor de Ursa, Rico-hombre de Navarra con escao en las Cortes, barn de Oti-corn, seor de Gentheyne, bayle del Baztn, potestad deSoule, gobernador de la Villa y castillo de San Juan de Piedel Puerto Sombras que se perdan hacia atrs en el tiem-po, un brumoso tropel de capitanes y de prncipes; varonesinsolentes que ya haban devastado la tierra antes de quepasara Carlomagno combatiendo a los hijos de la luna; an-tes de que sonara el cuerno de Roldn all, detrs de su ca-sa, en las gargantas de Roncesvalles; antes de que su trasa-buelo Orsuba se convirtiera en el decimonono rey de Espaa;antes de que los bandos de Corbis y de Orsa, representa-dos por los cuervos y las picazas, y empujados por los Esci-piones romanos, se disputaran los reinos que alientan a lasombra de los Pirineos, y la gruta mgica donde Hrculesbuscaba en vano a la ninfa Pirene. Pasaba los das embele-sado por esas imgenes antiguas, y no poda saber que en sudestino lo esperaban las batallas bestiales y las flechas em-ponzoadas, que llegara a ser el hombre ms poderoso deun reino indescifrable, que l mismo se trenzara en cincoguerras tratando de alcanzar un espejismo, que tendra ensus brazos a la mujer ms bella de una raza nueva, y que fi-

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  • nalmente la selva se cerrara sobre l como se cierra el aguasobre los pobres nufragos.

    As que Miguel Dez de Aux se alej de la casa de Ur-sa dejando la promesa de solicitar al emperador una reco-mendacin para que el muchacho pudiera viajar a Borin-quen, donde le prometi techo y muralla, o a cualquier otrodestino en el continente. El joven Ursa dedic desde en-tonces sus das a contactar en tabernas de la costa a todo aven-turero, averiguar las condiciones de los viajes, los calendariosde las flotas, a convencer a algunos de sus vecinos, a Juan Ca-baas, un mozo de su edad, a Johan el cantero, al licenciadoBalanza, para que viajaran con l a las tierras desconocidas.

    Y pocos meses despus, con una avanzada de mu-chachos navarros, Pedro, hijo principesco del Castillo deUrsa, ni siquiera llor al despedirse de su madre en el por-tal familiar, prometindole volver muy pronto cargado detesoros y de historias gloriosas. Tristn saba mejor que suhijo que el mar es muy grande y que el mundo no est he-cho a nuestra medida, pero no dijo nada que pudiera ma-lograr el entusiasmo de los viajeros. Y Leonor Daz de Ar-mendriz llor con razn en aquella maana, porque a pesarde los buenos augurios que llevaba la expedicin, a pesar delpoder de su pariente Dez de Aux sobre la lejana Borinquen,ella no poda ignorar que el muchacho se estaba despidien-do para siempre del viejo solar de los Ursa, baado en lasangre generosa de sus abuelos; que su hijo no vera ms losrebaos de ovejas por las lomas, y no dormira nunca msa la sombra de los montes que asediaron sus antepasados deAquitania. Ella senta cosas crueles en el fondo de la men-te: unos mares amargos le estaban ocultando a su hijo, unosbarcos temibles se lo estaban llevando, unas selvas espesasse iban cerrando sobre la caravana que apenas se alejaba. Esealegre jinete, cada vez ms pequeo por el camino de Eli-zondo, no encontrara jams la ruta del regreso al pas queall arriba se borraba en las lgrimas.

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    TrabajoCuadro de textoQueda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica y transformacin de esta obra sin contar con autorizacin de los titulares de propiedad intelectual. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Cdigo Penal).

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