una superación del arte: mayo del 68 o el espectáculo de la sociedad,
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Texto crítico por Michel Hubert Lépicouché de la exposición "Una superación del arte: Mayo del 68 o el espectáculo de la sociedad", celebrada en diciembre de 2008 en la Sala Puertanueva de Córdoba y organizada por la Fundación Rafael BotíTRANSCRIPT
Una superación del arte: Mayo del 68 o el espectáculo de la sociedad
Como bien dijeron los dadaístas: “la vida es mas interesante que el arte”.
Esto es evidente, puesto que el arte no es sino una actividad más entre otras muchas. Robert Filliou
El actual espectáculo de la sociedad es delirante. Si no fuera por la creciente miseria del mundo, seguro que Goya hubiera “disfrutado” ante él igual o más que con las aberraciones trágicas que le tocó vivir en su tiempo. Por cierto, y esto va para los neoconservadores amigos de “Naboleon 1º” (1) tan satisfechos con la marcha de su tiempo, ¿donde están los Goya de ahora? Pero antes de proseguir con el actual sin sentido, recordemos que más allá de la tradicional acepción de esta palabra, el espectáculo significa para Debord la totalidad de las relaciones sociales y de los modos de explotación estrechamente vinculados con las sociedades modernas. Al darle, por tanto, ese título a esta exposición se ha pretendido articularla en función de estas dos posibilidades de lectura: primero, ofrecerla a la mirada como un espectáculo más de esta sociedad sin sentido, totalmente integrada dentro de la industria cultural tal y como la definió Adorno; por otro lado, las obras que la componen pretenden reflejar, como si de espejos se tratara, no solamente esas relaciones sociales que Mayo del 68 intentó transformar utópicamente, sino también el modo en que sus autores pretendieron hacer suya esa misma utopía. Puesto que para Debord cualquier experiencia vivida en esta sociedad se transforma en una representación, mediante la inversión de su famosa formula “la sociedad del espectáculo” se intenta devolver las obras de esta exposición a una realidad histórica totalmente olvidada, por no decir negada, en estos tiempos dominados por el imperial neoconservadurismo americano y tan ajenos a esa exhibición de un trozo de plexiglás por parte del grupo de anarquistas que Jean‐Jacques Lebel conoció en Lieja. Finalmente, muchas de estas obras han sido el resultado de una voluntad de superar el arte desde el punto de vista de los situacionistas, para quienes una “situación sería una superación del arte porque en ella se manifestaría plenamente aquella abundancia de energías vitales constreñida y cosificada por la existencia misma de un producto artístico, de una obra de arte” (2). Tras cuarenta años de olvido bajo una losa tan monumental que hubiera dejado boquiabierto al mismo Vostell el “gran hormigoneador”, Mayo del 68 celebró su aniversario con una frialdad muy propia de una sociedad que ha llegado a disolver algunas concentraciones de gitanos empleando métodos cuya eficacia no tiene mucho que envidiar a la famosa Kristallnacht berlinesa. Las
librerías del Barrio latino estaban prácticamente secuestradas por ensayos reaccionarios que intentaban aportar crédito a la valoración negativa que Sarkozy hizo de Mayo del 68. Pero escondidos en las trastiendas dormían libros cuyo contenido es un grito que nos recuerda que la desesperación es un volcán temible capaz de hacer temblar una vez más las bases de los estados más sólidos. Por ejemplo: La Francia troceada, un estudio publicado en 2008 de Jean‐Pierre Le Goff en el que se denuncia la falta de cohesión entre las distintas capas sociales y el estado. Sufrimiento en Francia. La “banalización” de la injusticia social, un libro sacado a la venta en 1998 en el que Christophe Dejours se pregunta ¿Cómo podemos tolerar lo intolerable?; La Sociedad de la desconfianza en el que Yann Algan y Pierre Cahuc hablan de cómo el modelo social francés se está autodestruyendo; y, ¿cómo no?, La miseria del mundo (3) de Pierre Bourdieu que ya en 1993 había echado un jarro de agua fría sobre la autosatisfacción de nuestra opulenta sociedad mercantil. La reciente radicalización de los problemas denunciados por Bourdieu es precisamente la que permite a Jean Jacques Lebel pronosticar nuevas revoluciones parecidas a la del Mayo del 68, tal como nos lo advierte en la entrevista publicada a continuación en este catálogo. Y es precisamente esto lo que denunció Juan Gelman en abril de 2008, cuando se le entregó el premio Cervantes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Después de evocar estos Dürftiger Zeit, es decir estos tiempos mezquinos y de penuria como ya los calificaba Hölderlin, Gelman se preguntó ¿qué hubiera dicho el poeta alemán de esta época en la que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre y de pobreza? En los primeros meses de 2008 la Organización de las Naciones Unidas detectó el peligro inminente de un “tsunami silencioso” que amenaza con arrasar el mundo entero y crear de golpe 100 millones de pobres (4). Tras el aumento del precio de los alimentos en un 83%, el hambre amenaza con hacer estallar la III Guerra Mundial. Esta advertencia podría pasar por una atrevida provocación mediática si no se basara en el ejemplo de las miles de personas que ya han tomado las calles en muchos países y de sus consiguientes represiones causantes de numerosos muertos. No es lugar aquí para recordar las publicaciones que las librerías ofrecían a la venta antes de Mayo del 68, y que sirvieron de combustible a los estudiantes de Nanterre y de la Sorbona para poner en marcha el motor revolucionario. Pero la necesidad de definir el marco teórico en el que se inscriben las obras seleccionadas para esta exposición nos obliga a detenernos en algunos autores que fueron clave para la orientación artística en aquellos momentos. A sus amigos filósofos Gilles Deleuze, Felix Guattari y Henri Lefebvre el mismo Jean Jacques Lebel reconoce deberles una buena parte de su evolución intelectual y artística. También Gilles Deleuze influyó mucho en la concepción artística de Michel Journiac, que prefirió apartarse del ámbito de la “información” para privilegiar la noción de “resistencia”, refiriéndose a esta “tribu de los que llevan encadenadas en su carne las huellas de la revuelta, de la
exclusión y del nomadismo”. Por su lado es a Nietzche, gran detractor de la sociedad occidental, a quien Gerardo Dicrola se refiere en su obra, eligiendo escribir su nombre sobre la nieve para someterlo luego, una vez fundido, a un proceso de negación digno del mejor nihilismo. Además, debemos recordar de paso la importancia de Nietzche en el pensamiento de Deleuze que le dedicó uno de sus libros más fundamentales (5). Los Letristas, que ya empezaron a revolucionar los conceptos tradicionales de la poesía a finales de los cuarenta, tan olvidados a menudo pero, como nos recuerda François Letaillieur también en este catálogo, tan importantes para entender la deriva libertaria hasta los acontecimientos de Mayo del 68, los Situacionistas (principalmente sus dos grandes teóricos Guy Debord y Raoul Vaneigem), Theodor W. Adorno, Louis Althouser, Herbert Marcuse y Roland Barthes fueron sin embargo los pensadores que más orientaron la mentalidad de los jóvenes creadores hacia una crítica radical de la sociedad espectacular, del consumismo y de la industria cultural. Igual que Fluxus, artistas como Gerardo Dicrola, Gina Pane, Esther Ferrer, Jean‐Jacques Lebel, Michel Journiac y Orlan defienden un arte íntimamente ligado con la vida y hacen de la suya, mediante la utilización de su cuerpo como única herramienta estética, el principal motor de sus trabajos. No es una casualidad que Jean‐Jacques Lebel fuera el primer traductor en francés de una antología de poemas de la Beat Generación (6) que, en la línea de Marcuse, fueron los cantores de la liberación, de la nueva sensibilidad, es decir de esta “otra cara del arte” dotado de una plusvalía semántica y cultural nueva según Pierre Restany. Los happenings de Lebel desbordan siempre de sus directrices inicialmente marcadas para acabar en celebraciones dionisiacas, con una liberación del flujo libertario y salvaje del subconsciente propia de los rituales orgiásticos. Pero los libros no fueron los únicos emancipadores de la conciencia, también acontecimientos como la Guerra de Vietnam o el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968 fueron responsables de la imparable movilización de la juventud americana y europea a lo largo de la década de los sesenta. En sus obras, los artistas de esta exposición expresan de una manera u otra un total rechazo a la dominación del estado, es decir del máximo garante del sistema de dominación mediante todo tipo de actuaciones, incluidas las más violentas como la guerra, la represión policíaca y el asesinato. Con la utilización del cuerpo como único medio artístico recuerdan que éste es el último recurso del que el individuo dispone en su resistencia contra la opresión del estado. En esto demuestran una perfecta asimilación de la obra de Herbert Marcuse El Hombre unidimensional (Beacon Press, Boston, 1954), en la que podemos leer que la democracia – donde se produce esencialmente la integración sin que haya un terror manifiesto – consolida la dominación más firmemente que el absolutismo, y que es en ella donde libertad administrada y represión instintiva llegan a ser las fuentes renovadas sin cesar de la productividad al servicio de un intenso consumismo. También las obras seleccionadas para esta exposición dan testimonio de que todos sus autores siguieron muy de cerca las críticas de
Adorno contra la industria cultural a la que éste oponía un arte que desmonta los engranajes del sistema, despierta las conciencias invitando a reflexionar y a actuar más que a consumir (7). La posición neo‐dadaísta de Ben Vautier ha sido en este sentido ejemplar, con obras en las que, llenándolas de humor, se dedica a sanear la práctica artística con el fin de denunciar las múltiples contradicciones que lastran el arte y a los artistas quienes, a través de una constante busca de lo nuevo, no persiguen otra cosa sino la glorificación de su propio ego. Ante todo Ben es un artista de actitud, un género de arte que define con estas palabras: “el arte de actitud existe cuando en la obra del artista la vida importa más que el producto estético. El arte de actitud se aleja del arte conceptual de los años 60 y 70 que se ha convertido en un conjunto de trucos formales. El arte de actitud utiliza unos materiales que le pertenecen en propio: la vida, la angustia, la gloria, el ego, el mismo arte… En consecuencia, los artistas de actitud producen tentativas anti‐ego construidas a partir de su ego como unas mariposas que dan vuelta alrededor de una lámpara. El artista de actitud se hace muchas preguntas. ¿Cómo hacer algo nuevo sin que sea nuevo? ¿Qué es feo si todo es bello?” Con Gesto: sacar una caca de mi nariz Ben consigue llevar su capacidad de autoderrisión en su arte de actitud a un grado difícilmente superable, trasladando la mortal herida de su ego a la de un arte que ya no puede seguir con esas ínfulas propias de los que sueñan con su pomposo ingreso en la Academia. Por su lado, Los sellos, que no son más que una panoplia organizada según ese riguroso orden sin el cual cualquier administración estaría privada de su razón de ser, unen el arte con la fría maquinaria del estado, dispuesta a sellar con la misma diligencia tanto la notificación de una pena de muerte como un decreto imponiendo la censura. También Mi soplo en una bomba de jabón de Gerardo Dicrola se dedica a la misma crítica del ego creador, pues nada mejor que estas bombas que explotan casi en el momento de formarse para desvelar la verdadera naturaleza de cualquier empresa artística: infantil y vanidosa. Ya el artista Fluxus Ay‐o había fabricado unos años antes su “air sculpture” (escultura de aire), “rain machines” (máquinas de lluvía), y en 1966 un “rainbow for orchestra (arco iris para orquesta, una obra en la que se expulsaban pompas de jabón de diferentes instrumentos de viento, mientras el director estallaba las pompas con su batuta”, con una variante cuando “el director estallaba las pompas con una espada samurai”). Con este carácter efímero de sus obras, Dicrola se sitúa claramente en el campo más radical del rechazo a la industria cultural, negándole la posibilidad de integrarlas en la vertiginosa espiral de la especulación mercantil. En realidad sólo se limita a acelerar el proceso natural de deterioro de todas las cosas sometidas a la ley universal de la entropía hasta su completa destrucción. De ahí la elección del nombre de Nietzsche grabado en la nieve, fundiéndose poco a poco, y subrayando así la necesaria relación de su arte con el nihilismo y la valoración del catastrofismo tan propios de este filósofo. Pero es con la desaparición de la palabra Arte (como el rostro de la
Mujer fantasmal) mediante la fundición de unas letras hechas con hielo cómo Dicrola consigue llevar su crítica del viejo arte fosilizado, congelado, hasta tal extremo que no le deja más escapatoria que su completa desaparición. Con toda lógica, su aplicación del fenómeno de la entropía al arte le llevó a extender sus recursos a la oxidación de placas de hierro, como en la obra Huella en la que de nuevo el deterioro de esa misma palabra “arte”, sirve de metáfora a su crítica de la inexorable decrepitud de la cultura occidental y de esa mezcla de soberbia e ingenuidad que mostramos al creer en la eterna perennidad del contenido de los museos. En 1968 Eric Dietman se encontraba en Bratislava para participar en la gran exposición Danuvius cuando la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Bloque de Varsovia le pilló por sorpresa. Tres días estuvo mirando cómo a la reacción pacifica de la populación (los jóvenes intentaban dialogar con los soldados y las chicas les regalaban flores) los invasores respondían con una presencia cada vez más numerosa de carros de combate. El cuarto día recibió la orden de abandonar el país en un plazo de 24 horas y fue cuando tuvo la idea de trasladarse con su amigo Alex Mlinarcik al campo, a un rincón aún no invadido por los rusos, y de llenar una caja con un poco de tierra que se proponía salvar de la invasión rusa llevándola fuera de Checoslovaquia. De vuelta a Francia, repartió la tierra en varias bolsas que fueron distribuidas con la condición de que la gente debía devolver esa tierra “ya liberada” a Checoslovaquia el día en que el país entero recuperase su libertad. En su otra obra también seleccionada para esta exposición, al tachar la “s” de la preposición condicional “mais” (pero) que se pronuncia igual que “mai” (mayo), Eric Dietman hace otra vez gala de su proverbial humor para ilustrar el carácter incondicionalmente libertario de la revolución de Mayo del 68. En sus trabajos Esther Ferrer intenta a menudo aplicar al cuerpo la función de pedestal que permite a los objetos encontrados, desprovistos del menor sentido estético, tener un sitio garantizado en cualquier museo. Así, se coloca encima de la cabeza diversos objetos como una caña larga, una coliflor o uno de estos dados que le sirvieron a Stéphane Mallarmé para ilustrar lo aleatorio de la creación poética y de la vida, cada cual investido con su propia carga de absurdo, tan propio del grupo Zaj. Pero más allá de la dignificación de estos objetos, o de la escenificación del carácter absurdo de este mundo, se trata obviamente de una reflexión sobre la dignificación del cuerpo mismo que, no solamente de pedestal pasa a ser parte integrante de la obra tal y como debe ocurrir desde la magistral lección de Brancusi, sino que además, mediante esta acción desbanca al objeto consagrando a la vida como único recurso estético. Obviamente esta función de pedestal es inherente al cuerpo puesto que su misión es sostener la cabeza de la que irradia la personalidad y, con ella, la dignidad humana. Es desde esta misma reafirmación de la importancia de la vida en el arte como debemos ver las páginas de su Libro de las cabezas (1973‐1981), a pesar de ser bastante anteriores a sus acciones en las que utiliza su cuerpo como pedestal para sostener objetos. Encima de su pedestal corporal, y
aunque éste no se vea, en este libro las cabezas (como cualquier cosa cuando es expuesta) no necesitan ser nombradas. Es su presencia física, como tal, la que les sirve de nombre, es decir, una definición única que se consigue con la repetición de la misma foto de la artista. Cada una de las páginas de este libro se distingue de las demás sólo mediante la superposición de una red de trazos cuya variabilidad le sirve de metáfora para expresar el paso del tiempo, las arrugas que poco a poco van deformando el rostro, hasta que se cumple por completo el efímero destino de la vida. Después de una adolescencia marcada por la Segunda Guerra Mundial y su compromiso con la Resistencia en Francia, Robert Filliou eligió la poesía como vehículo de los nuevos valores con los que se proponía organizar El Territorio de su Republica Genial. Poco antes de 1968 consignó en su libro Teaching and Learning as Performing Arts sus principales reflexiones sobre el funcionamiento del sistema y sus propuestas para contribuir al acontecer de esa revolución social que, como bien demostró el Mayo del 68, había de ser inminente. Dentro de las obras elaboradas entre 1968 y 1970 y relacionadas con estas reflexiones está Optimistic Box Nº 1 que marcó el inicio de su colaboración con las Ediciones VICE‐Versand. No es necesario insistir en el carácter pacífico del budismo al que pertenecía Filliou para comprender su compromiso con la defensa de la paz (el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial le bastaba). Con la asociación irónica de dos frases conjugó el temor a los temibles avances tecnológicos de las guerras modernas (Thank God for modern weapons – Demos gracias a Dios por las armas modernas) con la ventaja de habernos ahorrado, gracias a esos avances, la necesidad de seguir con el método arcaico de tirar piedras, con lo que hacía alusión al mismo tiempo a los violentos acontecimientos de Mayo del 68 (We don´t throw stones at each other any more – Ya no nos tiraremos más piedras). La importancia de la palabra, heredada de su interés por la poesía, está particularmente ilustrada con la obra Alfabeto. En uno de los tableros que la componen vemos una referencia al concepto de la Eternal network (literalmente: Red eterna; en francés Fète permanente, Fiesta permanente) formulado conjuntamente por Robert Filliou y George Brecht para proponer un sistema que identifica el arte con el mundo y en el que la comunicación es una de las problemáticas mayores. Con la constante reiteración de que alguien está siempre pensando (There is always someone thinking) Filliou juega a darnos pistas sobre el posible resultado de tan importante ocupación. La actuación de Hervé Fischer necesita ser siempre interpretada desde su posición de artista sociológico de fama mundial. Según las propias confesiones del artista, “en 1970 se encontraba trabajando como asistente en la Facultad de sociología del arte de la Sorbona, impartiendo clases que se inspiraban en las teorías de Francastel, Goldmann, Walter Benjamín, Marcuse, y también en la “dialéctica negativa” de los filósofos de la Escuela de Francfort, con Adorno ocupando un lugar preeminente. Además se encontraba aún bajo el choque producido por la Revolución de Mayo del 68, que había sido para él motivo de
una radical ruptura en su manera de pensar. Esta fascinación por el imaginario sociológico le había empujado a sumergirse en la lectura de los situacionistas. También se encontraba muy próximo a la práctica del bodyart y por tanto de Gina Pane y de Michel Journiac a los que pensó en un momento dado unirse. Todo esto le llevó a poner en tela de juicio su propia actividad pictórica, llegando a la conclusión de que no basta con ser conocedor de la sociología del arte, sino que es también necesario crear una práctica del arte sociológico, mediante la acción contradictoria de la sociología del arte contra el arte mismo, en unos tiempos y lugares muy concretos, relacionándose primero con el público de las instituciones y luego con la gente de la calle. Se lanzó entonces en una búsqueda‐acción de sociología interrogativa, orientada hacía un arte socio‐crítico, pero al que luego prefirió llamar arte sociológico, una expresión aceptada por los demás artistas que se dedicaban también al arte‐terapia y a reflexionar sobre los problemas de la comunicación, y con quienes creó el Colectivo Sociológico del arte en octubre de 1974. Con su obra La Higiene del arte, que empezó a exponer en 1971, consiguió plasmar con mucho acierto estas nuevas preocupaciones sociológicas que le hicieron cambiar radicalmente su postura como artista. No solamente cualquier pintura en lienzo no le resultaba ya más digna que cualquier paño de cocina magullado por las manos grasosas del cocinero, sino que al menos este paño podía servir al artista para limpiarse las manos de estas “contaminaciones peligrosas” que se contraen siguiendo con la práctica de la pintura tradicional. Esta manera de cuestionar la higiene del arte incriminando a la pintura va mucho más allá de la famosa declaración de Duchamp “tonto como un pintor”, pues en este último caso sólo se hace alusión a un refrán francés bastante utilizado en el siglo diecinueve, cuando la práctica de la pintura era considerada aún una actividad manual, al igual que la carpintería o la fontanería. Finalmente, colocada al lado de la guillotina de Michel Journiac, La higiene del arte llega a ofrecernos un sentido totalmente distinto si pensamos en todas las veces en que los presidentes de la Republica se “han lavado las manos” al tener que firmar una petición de gracia unas horas antes de las ejecuciones. También Fred Forest ha sido pionero en el arte de la comunicación (al igual que Fischer fue miembro fundador del Colectivo Sociológico del arte) y por ello su obra nunca puede tener la consistencia de un objeto físico. Sólo se puede realizar mediante intervenciones públicas, o insertando un bando o una publicidad en la prensa o en los programas de radio y televisión o, más recientemente, en la red. El carácter inmaterial de su trabajo le aparta por completo de los circuitos de la industria cultural y por tanto de los riesgos de volverse cómplice de los que entienden el arte únicamente en función de su valor especulativo. Quizás su famoso Metro cuadrado artístico ha sido el mejor ejemplo de esta práctica artística que ya en 1975 resultó ser un hito de la táctica guerrillera al servicio de la crítica del sistema. Todo empezó con la creación por parte de Fred Forest, de una sociedad civil inmobiliaria con todos sus papeles en regla. Luego el artista compró un terreno de 20 metros cuadrados en el
departamento francés de la Alta Saboya, a dos pasos de la frontera suiza, es decir, en un lugar que suele despertar mucho interés debido a que Suiza es un paraíso fiscal. Tras dividir legalmente su parcela en 20 fracciones, cada una con su escritura, publicó en el diario Le Monde del 10 de marzo de 1977 una página entera de publicidad en la que invitaba a los inversores “a colocar su capital a dos pasos de la frontera suiza”, mediante la compra del Metro cuadrado artístico cuya venta se iba a realizar el día 22 del mismo mes en la prestigiosa sala de subasta del Espacio Cardin en París, bajo la dirección oficial del perito tasador Señor Claude Binoche. Pero poco después de esta publicación la gendarmería de Annemasse, el pueblo más próximo al terreno en venta, recibió la orden (llegada de los servicios de información del Ministerio del interior) de inspeccionar el lugar y fue así como el pobre Fred Forest fue llamado a comparecer en la sede parisina de la policía económica donde se le acusó de publicidad engañosa: en su atestado oficial el cabo responsable de la inspección del terreno había declarado no haber encontrado nada que pudiera diferenciar desde el punto artístico los metros cuadrados de Fred Forest de los demás terrenos que les rodeaban y por ello se prohibía la subasta. A pesar de que Fred Forest protestó ante la incapacidad del cabo inspector para emitir un juicio de tipo artístico, la policía económica mantuvo su decisión debido a que un perito tasador sólo está habilitado para proceder a la venta de muebles, y no de inmuebles. Pero poco importó esta prohibición, pues unos días después apareció en Le Monde otra publicidad en la que se anunciaba una nueva subasta organizada por iniciativa de Fred Forest en la sala del Hotel Crillon. Esta vez se trataba de la venta de un trozo de tela blanca bautizado con el nombre de Metro cuadrado no artístico y que el artista había comprado por 59 francos, un precio muy modesto comparado con los 6.500 francos que consiguió con su venta antes mismo de haberlo firmado. Todo el arte de Fred Forest consiste en este tipo de provocación ante la cual los poderes públicos reaccionan siempre con gran estupidez, lo que es indispensable para que las acciones del artista cobren estas dimensiones delirantes que le dan tanta fama. El retrato del coleccionista fue realizado también mediante una subasta pública, con la diferencia de que esta vez no había ningún objeto puesto en venta. Antes de que ésta empezara Fred Forest explicó que cada vez que alguien se decidiera a pujar él le filmaría, de tal manera que la obra que se llevara el último comprador fuera la suma de todas las filmaciones. A estas condiciones el artista añadió la obligación de que el último comprador tenía que invitarle a cenar en uno de los más lujosos restaurantes de París donde la filmación se complementaría con las imágenes de la cena. En 1958 Juan Hidalgo conoció a John Cage en el Festival de Música Contemporánea de Darmstadt, en Alemania. Este encuentro fue para él fundamental, como también lo fue la relación con Cage para muchos artistas del grupo Fluxus, como Brecht, Jones, Higgins, Paik y La Monte Young. A ojos de estos artistas Cage era considerado como un precursor, el inventor de los pianos preparados, casi tan importante como Marcel Duchamp al que el propio Cage,
que era amigo suyo y con quien jugaba al ajedrez, reconocía también deberle mucho: como bien decía Germano Celant, al igual que los ready‐made de Marcel Duchamp la música de Cage “ya está hecha” y, para reconocerla, sólo basta elegirla a nuestro alrededor, objetivarla y nombrarla. Cage también reconocía deberle mucho a Erik Satie, un compositor que fue amigo del dadaísta Tristan Tzara y cuya música llena de humor sarcástico era utilizada por Cage en oposición a la fría música de Schönberg. Todo este juego de relaciones e influencias nos permite comprender ahora el sentido que Juan Hidalgo, cofundador en 1964 del grupo Zaj emparentado con Fluxus, quiso dar a su obra Zajografía. Juan siempre ha sido un artista provocador, muy crítico con la moral burguesa como bien lo demostró con sus famosas y escandalosas obras Flor y mujer, Flor y hombre, La barroca alegre y La barroca triste, expuestas en 1969 en la exposición internacional de arte de vanguardia Prospect 69 organizada en Dusseldorf. Vista su trayectoria, era totalmente lógico que arremetiera contra el modelo burgués de familia, ese pilar tan sólido del sistema que André Gide decía odiar más que a nadie. Y lógico también el modelo personal de familia que Juan dio a conocer con Zajografía, en el que Marcel Duchamp hace de abuelo, John Cage de padre, Eric Satie de amigo de la familia, pasando de una generación a otra hasta llegar a los hermanos, los miembros del grupo Zaj. Desde el principio las posiciones de Asger Jorn fueron siempre muy críticas. Jorn fue uno de los creadores del Surrealismo revolucionario y del grupo danés Host. Pero como muchos artistas contestatarios de la posguerra, como por ejemplo el pintor Pinot‐Galliziot, estuvo mucho tiempo dividido entre la voluntad de “ir más allá del arte” y la necesidad de pintar con la intención de descubrir nuevas vías creativas. Por ejemplo, la principal finalidad de la creación del grupo COBRA, fundado en 1948 en una sala trasera del “Notre Dame Hotel” habilitada como bar, y al que Jorn aportó como parte de su dote la corriente del Grupo experimental danés, era defender la posibilidad de una nueva pintura opuesta a los viejos dogmas de la abstracción geométrica y del realismo social. Poco antes de la creación de la Internacional Situacionista, Jorn fundó “La Bahaus internacional para un movimiento imaginista” (MIBI) en contra del funcionalismo imperante en el mundo de la arquitectura dominada por Le Corbusier. La Internacional Situacionista surgió en 1957 de la fusión del MIBI de Jorn con el movimiento de la Internacional Letrista, al que pertenecía Guy Debord, y con el Comité psicogeográfico de Londres. Mediante esta fusión, los artistas del MIBI descubrieron las nociones de “deriva” y de psicogeografía, punto de partida de la radicalización de Debord en su afán de “ir más allá del arte” y que acabaría por el abandono de Jorn de la IS en 1962. Ya en 1960 Raoul Vaneigem escribía: “No se trata de elaborar el espectáculo del rechazo, sino el rechazo del espectáculo. Para que su elaboración sea artística, en el verdadero y nuevo sentido definido por la IS, los elementos de destrucción del espectáculo deben precisamente dejar de ser obras de arte”. Lejos de la radicalidad de Debord y de Vaneigem, el cartel “Viva la revolución apasionada de la
inteligencia creativa” creado por Asger Jorn en mayo de 1968 reitera ese compromiso de la inteligencia creativa con la producción de objetos de arte. También para Michel Journiac la Revolución de Mayo del 68 fue un acontecimiento de gran trascendencia. En una charla inédita confesó que “él no quería criticar la sociedad [...] sino la ideología que la estructura y la regenta”. Esta postura hace que el espíritu de sus “trampas” (pièges en francés) no se encuentre muy lejos de Guy Debord y de su Informe sobre la construcción de las situaciones, desviando la realidad social con el fin de transformarla. Su Trampa para una ejecución capital expuesta en el American Center de París en 1971, se inscribe dentro de una serie de obras, “rituales” o “acciones” que se relacionan con el cuerpo, con la sexualidad, con la sangre, o con la función social de la ropa (Trampa para un travestí). Ya en octubre de 1968 había realizado Trampa de la sangre en el Claustro parisino de las Billettes, y el año siguiente la Misa para un cuerpo, una acción en la que invitó al público a “tapear” con una morcilla hecha de su propia sangre (8). Después de esta “consagración mística” de su sangre (no en vano había estudiado teología y filosofía), era casi obligado que extendiera su utilización simbólica a una crítica más directa de la violencia del estado, gran derramador de la sangre con su monopolio de la guillotina hasta que Robert Badinter, ministro de justicia, consiguiera suprimir la pena de muerte en Francia el 30 de septiembre de 1981. También en La trampa para una ejecución capital volvemos a encontrar esos referentes a la mística tan característicos de la obra de Journiac, con estas estaciones por las que tiene que pasar el condenado antes de ser sacrificado en “el altar del orden y de la propiedad”. No fueron precisamente preocupaciones místicas las que empujaron a Jean Jacques Lebel a trabajar en su políptico Religiosidades de 1963. ¿O quizás si? Conocemos gracias a Georges Bataille la extraña relación que a menudo mantiene unidos al erotismo y a la mística dentro de una misma experiencia interiorizada de lo sagrado, y bien podría ser que esta especie de retablo, con sus tablas laterales que se cierran y se abren, fuese algo parecido a un “monumento religioso” imaginado por el artista para expresar no la Sed de Amor de Santa Teresita de Lisieux (Ámsterdam, 1983) sino, de forma más general, el valor particular que él siempre ha atribuido al erotismo. Lebel, hablando del erotismo, dice que es una “cuestión de creencia o de don”, que se tiene o no se tiene. Y cita a Parménides que muy temprano señaló el camino a seguir: “El primero de todos los Dioses, Eros, es él que fue soñado” (9). Pero no es la efigie del díos Eros la que preside desde lo alto de la parte central del retablo, sino una máscara primitiva para distanciarse lo más radicalmente posible de las soporíficas referencias culturales a la cultura occidental (el juramento de Jackie Kennedy en el semanal France Dimanche, adornado además en la tabla interior con un sello con la efigie de Franco y la insistente invitación a orinar a su lado… ¡o encima!), y quizás también para rendir una especie de homenaje a Artaud y a sus Tarahumaras. Perfume Huelga general (buen olor) es un collage realizado en 1959, a raíz de una violenta manifestación
social en el norte de Italia, y expuesto en 1962 en la exposición colectiva Para conjurar el espíritu de catástrofe organizada en la Galería parisina R. Cordier. Con este título se organizó al mismo tiempo un happening en el que este cuadro fue uno de los elementos de la decoración de fondo. El cartel que podía leerse en la entrada decía: El chantaje, la guerra de nervios, del sexo, del ojo y del vientre, la coerción del Papá Noel nuclear, el terror tricolor, la miseria moral y su explotación política, el arte moderno arrodillado ante Wall Street, la Comuna de París olvidada en beneficio de una Escuela de cretinos que lleva el mismo nombre. ¡Basta ya! Debemos proceder a un exorcismo colectivo… para conjurar el espíritu catastrofista. No estaba mal como anticipación, seis años antes, de la Revolución de Mayo del 68. En la obra de Antoni Miralda el tema de los Soldats soldés (en español Soldados a sueldo) fue una gran obsesión que duró seis años, desde su primera exposición en la Galería Zunini de París hasta el final del proyecto en 1973. No cabe duda de que las crudas imágenes de la Guerra de Vietnam, en una época en la que no se ponía ninguna traba al trabajo de los reporteros de guerra, le ayudaron a renovar con bastante entusiasmo su afán de denunciar las barbaries que se cometían en nombre de la civilización occidental. Pero en su crítica, Miralda no necesita sangre como Journiac, todo lo contrario. Es más, las fuerzas bélicas que utiliza para denunciar el horror de las guerras no son más que soldaditos de plomo, igual de numerosos en sus instalaciones que los hombrecillos imaginados por Swift en sus Viajes de Gulliver y tan inofensivos aparentemente como el “Perro de la Generala” que se pasea por la calle. Pueden invadirlo todo, Vietnam, el Congo, el Salvador o Panamá, incluso las iglesias o los armarios de los cuartos de baño, la máscara de la democracia liberal (libertad, fraternidad, etc.) les permite camuflarse en forma de juguetes sin que los ciudadanos tengan que replantearse la necesidad de pagar impuestos para financiar esas entrañables guerritas de papá, con napalm, bombas de racimo o atómicas si es necesario, siendo la única condición que estos mismos armarios sigan oliendo a “Perfume de crisantemo”. El ejercito y el perfume de crisantemo están ligados porque cada uno necesita del otro en una especie de circuito cerrado que, en esa misma época, Wolf Vostell resumía con bastante sagacidad: “¿Con qué sueñan los soldados de Vietnam? Con las piernas de las mujeres. ¿Con qué sueñan las piernas de las mujeres? Con un par de medias de nylon. ¿Con qué sueña el par de medias? Con fabricas de medias”, etc., etc., etc. En 1968, bastante menos frívolos que este sueño de la mayoría con las piernas de las mujeres, los movimientos que pedían reformas para liberar a las mujeres, como el MLF (Mouvement pour la Libération de la Femme), fueron muy activos y una de sus principales reivindicaciones era la libertad sexual, el derecho a la contracepción y al aborto, legalizado en 1974 gracias a la ley de Simone Veil. Estos cambios implicaban una nueva manera de pensar el cuerpo y Orlan, una de las principales artistas del bodyart en Francia junto con Michel Journiac y Gina Pane, orientó enseguida su trabajo hacia la escenificación del
derecho a disponer de su propio cuerpo, a “crearlo”, ya que la usurpación de esta prerrogativa divina es lo que mejor nos permite colocarnos por encima de la maraña de leyes y costumbres que nos aprisionan. Artista creadora de su propio cuerpo, mujer, “santa o puta”, su evolución ha sido ejemplar en este sentido, con una crítica dirigida hacia todos los engranajes de la maquinaria institucional que produce y aplica las normas coercitivas. Por ejemplo con su obra Venderse troceada en los mercadillos (obra realizada en Portugal) denuncia al mismo tiempo la hipocresía de la moral burguesa en contra de la prostitución y, en relación directa con la personalidad troceada por las contradicciones de la vida, el mal trago por el que tienen que pasar muchas de las personas que no tienen más remedio que dedicarse a vender su cuerpo. En su performance Medición del Centro George Pompidou empleó su propio cuerpo como barra de medir para reivindicar la devolución de los espacios públicos, fríos y deshumanizados como lo son los palacios de justicia o los cementerios, a la ciudadanía (10). El drapeado y lo barroco pertenece a una serie de obras en las que la artista se representa a sí misma como “Santa Orlan” para contar historias de amor, sagrado o profano, con hombres y con Dios. En todo caso el drapeado de sus vestidos está realizado con “sábanas de su ajuar”, una alusión implícita a la figura de la novia que va a casarse y a la obligada conservación de su virginidad hasta el momento de acudir al altar. Orlan explica: “propuse a algunos marchantes y artistas que me diesen la pintura (su esperma); yo aportaba el lienzo (la sábana)”. Con la Reencarnación de Santa Orlan, Dios ya no le sirve de trasfondo, tampoco las instituciones, es la ciencia que les remplaza. Pero las operaciones quirúrgicas a las que se somete para reencarnarse no responden a un deseo de fabricarse un nuevo rostro conforme a los cánones de la moda, sino todo lo contrario. Aunque no pueda dirigir las manos del cirujano que la opera, sigue siendo ella la voluntad que manda sobre el uso de su propio cuerpo. En un texto de su libro Carta a un (a) desconocido (a), Gina Pane dice: “El lenguaje corporal contiene la base de una ciencia verdadera del hombre que intenta volver a conectarse con las fuerzas del subconsciente, con la memoria de lo humano, de lo sagrado, con el espíritu: PSIQUE, con el dolor y la muerte, para devolver a la conciencia su primera fuerza: LOS SECRETOS DE LA VIDA, “cultura del mismo movimiento de la vida, cultura que vosotros, gente demasiado inteligente, no podéis entender”, escribió Artaud” (11). Con esta declaración, quizás sea Gina Pane la artista de esta exposición que más se ajuste al concepto de superación del arte vinculado con la teoría situacionista, según la cual la abundancia de energías vitales no debe dejarse constreñir y cosificar por la existencia misma de un producto artístico. Y en otro texto dice: “La policía de los iniciados odia por encima de todo la carne maloliente expulsada del dolor uterino, la muerte lustrosa con sus gusanos, la carne acuchillada y obligada a enrabiarse que no es una imagen, una superficie castrada sino una tempestad de tripas de un mediodía sobrecalentado de excrementos, de cristales rotos, de leche gozada, de carne cocida, de amor desecho. Vosotros sois la forma de la
sociedad. Nosotros, los marginales, somos la rebelión”. Con sus obras Herida teórica y Momentos de silencio I, consigue expresar muy bien estas preocupaciones de tipo sociológico que le hicieron dejar en 1968 la pintura para dedicarse a las instalaciones y las acciones. Su trabajo se deja ver mediante dos tipos de huellas, las que se materializan mediante la técnica fotográfica o fílmica, y las de las heridas que ella misma se hace en la piel con las cuchillas de afeitar. Con este segundo tipo de huellas se liberan las potencias internas de su cuerpo de mujer mediante secreciones de sangre menstrual y de leche, secreciones que implican la noción de maternidad, mientras que la cicatriz que dejan estas heridas recuerda el dolor y sirve por tanto de memoria del cuerpo. Para ella, como mujer, las heridas producidas por una cuchilla de afeitar no tienen nada que ver con el sadomasoquismo. Expresan su sexo, “la raja sangrante de su sexo femenino”. Tienen “el carácter del discurso femenino” y las aberturas de su cuerpo “implican tanto lo doloroso como lo placentero”. Gina Pane siempre se quedaba callada en sus acciones. Peguntaba: “El verbo que crea el silencio después de su formulación, ¿quién lo pronunciará? ¿Dónde está el fuego que resuena? ¿y el ruido de la carne? ¿ y el de la risa floja? ¿ y el del dolor? ¿ y el de la muerte? ¿ y el silencio de la sangre?” Y concluía: Si abro mi cuerpo para que podáis ver en él vuestra sangre, es por amor a vosotros: el otro”. A pesar de haberse dedicado muy poco a la plástica (al parecer su producción, muy poca conocida, se interrumpió en 1952), Gabriel Pomerand es uno de los artistas clave de esta exposición, pues toda su vida estuvo impregnada de ese espíritu de rebelión que ya encontramos en Rimbaud y Lautréamont y que mucho tiempo después heredaron los jóvenes de Mayo del 68. Tras los problemas que tuvo con la policía en 1949 con motivo de un proyecto de conferencias públicas tituladas Consideraciones objetivas sobre la pederastia, dijo: “En una sociedad, en la que incluso las revoluciones son legales, pero también policíacas, estoy seguro que esta nueva generación y las siguientes serán terroristas o nihilistas”. Con apenas 20 años, cofundó entre 1945 y 1946 el Movimiento letrista, que anticipó al de los situacionistas, fundado por Guy Debord tras una escisión del primero. Además de haber participado en la Resistencia contra los nazis, fue poeta, escritor, gran viajero, cineasta… También Pomerand ha sido uno de los máximos protagonistas del ambiente intelectual y artístico (Boris Vian, Raymond Queneau, Juliette Gréco, Claude Lutter, Jean Paul Sartre…) que dio tanta fama al barrio parisino de Saint Germain des Près (Pomerand tenía su casa encima del Café Flore), hasta tal punto que quedó en la historia del Barrio Latino como el “Arcángel de Saint Germain” (12). Los letristas se autoproclamaban “pioneros de una edad atómica de la poesía”, la cual, con ellos, se vio sometida a un proceso de total renovación mediante la destrucción de las palabras, para quedar únicamente tributaria de las letras. Es por tanto una poesía que se dedica a la creación de palabras nuevas que sólo valen por la musicalidad de sus sonidos en un registro inmenso que va desde las onomatopeyas hasta los gritos de animales. En cierta
manera los letristas son los poetas que lograron cumplir el sueño de Guillaume Apollinaire, quien pedía en uno de los poemas de Calligrammes la posibilidad de nuevos sonidos en la poesía, consonantes sin vocales, consonantes que suenen como pedos, ruidos sordos de quienes ignoran la elegancia comiendo, el gargarismo aspirado del escupitajo, etc. Contrastando con Filliou, que eligió la poesía por ser uno de los mejores vehículos con los nuevos valores, Pomerand confesó haber llegado a la poesía “porque era la única manera de ser ineficaz de una manera eficaz en este sórdido mundo”. En esta misma declaración proclamó su incondicional amor a la libertad y querer “crear un mundo en el que uno pueda reírse, y no sólo poder decir mierda a Dios, sino también a sí mismo” (13). No cabe duda de que después de los poemas fonéticos de Kurt Schwitters, los letristas fueron quienes llevaron más lejos a la poesía en su proceso de deconstrucción, lo que le permitió a uno de ellos gritar en medio de sus protestas, cuando estaban asistiendo a una conferencia pronunciada por Tzara en 1946: “¡Dadá ha muerto, viva el letrismo!”.
Con motivo de sus dibujos letristas (uno de ellos era el dibujo preparatorio de la pintura Mañana todo vuelve a empezar con excepción del recuerdo), que expresan muy bien esa voluntad de deconstrucción sistemática del lenguaje, Pomerand explicó: “Los signos no son más que unos trajes de luz. Hacen que nos volvamos ciegos. Es bueno sanar la catarata y equivocarse precipitándose en la hoguera. A nadie le gusta el desorden. Al desgarrar las letras comunes, me he encontrado con otros sentidos que me parecen muy pobres. El cerebro de los hombres se sitúa por debajo del lenguaje que podría inventar. Por consiguiente mis dibujos están hechos con elementos provisionales empleados por mí en espera quizás de algunos deseos que resultarían de nuevas plásticas surgidas del papel”. Y en otra ocasión: “Sueño con un libro de misterios iguales a la arrogancia y a la serenidad de las figuras esculpidas en las momias faraónicas…Ojeando viejos manuscritos e incunables lujosos, me entraron ganas de lograr una precisión más inmensa, una posibilidad de recreación de términos ajenos a la escritura corriente. ¿Quién no ha soñado con inventar cada una de sus palabras, dándose al menos en apariencia y en su interior la ilusión de creación de la cosa?... Quiero sólo utilizar pictogramas en el caso extremo en el que el dibujo pudiera figurar mejor el orden expuesto. Pero en cualquier caso, he querido reemplazar una simbología caída y agotada –las de las palabras– por una nueva simbología, arrancada del contenido carnoso de los datos adquiridos” (14).
En realidad podemos imaginar que en sus pinturas (designadas como aforismos, meditaciones o notas) Pomerand se dedica a contarnos historias crípticas gracias a su invención de nuevos lenguajes, de la misma manera que cada uno de los “ensueños” (tjukurrpa) pintados por los aborígenes del desierto australiano esconde una historia propia. Cuando observamos la obra titulada “La sociedad que oprime la aventura, consigue con eso únicamente oprimir a la sociedad” de Gianni‐Emilio Simonetti, con esos tres policías patrullando en coche como en el cine y en la series de
televisión americanas de los 60 y 70 (Starsky and Hutch, o In the heat of the night de Norman Jewison con Sydney Potier en el personaje del policía Virgil Tibbs – y también las películas de Clint Eastwood), con su tratamiento como sacado de un cómic y sobre todo con la repetición de las cinco viñetas idénticas que la constituyen, sacamos la extraña sensación de que sirven de metáfora de nuestro propio destino, que no es sino ese absurdo rodeo en el que el sistema nos mantiene cabalgando sobre el caballo de la muerte, sin posibilidad alguna de salirnos de ese guión espectacular hasta la hora de nuestro fatal derribo. Para esta obra Simonetti utiliza la estrategia del desvío, al estilo de la Internacional Situacionista: usando el cómic (mensaje ideológico desviado y repetido como propaganda absurda). Según Maurice Blanchot, “la repetición es la insistencia de una interrogación que interroga a distintos niveles, sin que tenga que afirmarse en términos de preguntas. La repetición “repite” no parar hechizar, sino para librar a la palabra del embrujo de la palabra misma, y parece difuminarla más que reforzarla. Además, la repetición responde al “instinto de muerte”, es decir responde a la necesidad o al consejo de esa discreción que el intervalo propio de la palabra pone entre el ser y la nada” (15). Para Blanchot, la repetición se encuentra en la base de la reflexión de Marx sobre los acontecimientos trágicos que se repiten bajo forma de farsa. Entonces, se pregunta, “¿y si esta farsa a su vez se repite? ¿Y si lo que ocurrió siempre vuelve, de nuevo, y de nuevo, y de nuevo? ¿Y si lo que se dijo una vez no solamente no deja de decirse, sino que recomienza siempre, y no sólo recomienza, sino que nos impone la idea de que esto no ha empezado verdaderamente nunca, habiendo desde el principio recomenzado para volver a empezar, destruyendo con ello el mito del inicio o del origen (al que quedamos inconscientemente sometidos) y ligando la palabra con el movimiento neutral de lo que no tiene ni principio ni fin, de lo incesante, de lo inacabable”. Para ilustrar su reflexión, Blanchot cita un verso de Gertrud Stein: A rose is a rose is a rose is a rose, en el que el “es” de la rosa y el nombre que la glorifica como rosa están, tanto el uno como el otro, desenraizados y caen en la multitud de la palabrería. Con esta obra Simonetti ilustra a la perfección la contradicción entre la palabrería de un sistema autoritario, basado en la sociedad del espectáculo que deforma la verdad, y un arte que, en los años sesenta justificaba aún su razón de ser por su facultad de explicar la verdad monopolizada por la política o la religión (16). En su texto “Falacia de Enkekalymmenos”, Gianni‐Emilio Simonetti concluía: “hemos vivido en Toledo bajo la lluvia y sabemos que después de la lluvia vienen los gusanos, por eso la estupidez triunfa siempre en el arte si son los policías los que la protegen” (17). A finales de los sesenta en Francia, después del culto al objeto celebrado con placer y delirio por los Nuevos Realistas y el Pop‐art, la tendencia artística seguía siendo claramente contraria a la pintura, no sólo debido a la presión ejercida por los Minimalistas que ya habían empezado a pisar fuerte en Estados Unidos, sino también por culpa de la radicalidad del grupo francés BMPT, muy próximo a los Minimalistas, que profesaban un rechazo visceral a
cualquier manifestación de sensibilidad en la práctica pictórica. Pero unos cuantos artistas franceses, algunos (Marc Devade sobre todo) relacionados con Tel Quel, una revista muy politizada en la que escribía el teórico Marcelin Pleynet, se revelaron contra esa discriminación de la pintura con la intención de ser los protagonistas de “un retorno histórico sobre estos elementos de esta historia que la modernidad ha censurado a falta de poder, de poseer los medios teóricos de pensarlos” (18). Fundamentalmente, esa vuelta a la práctica de la pintura proponía dar prioridad al análisis de la materialidad de significantes exclusivamente pictóricos, mediante una reconsideración sistemática de sus componentes más elementales, como el soporte, los límites, el color, etc., es decir, volviendo a partir de cero. Es así como se formó en 1968 el grupo Support‐surface del que Claude Viallat fue uno de los miembros fundadores más importantes y que, debido a una falta de cohesión en la que intervinieron diversos motivos como el diferente origen geográfico de sus miembros o la radicalización de su crítica política no compartida por todos, sufrió ya en 1971 una primera crisis con el abandono de algunos, Claude Viallat incluido. En este grupo Viallat se distingue por su voluntad de volver a las fuentes más arcaicas de la pintura, insistiendo en este viaje de retorno en los procesos más elementales del trabajo de los materiales mismos. “Mis telas, dice Viallat, son sólo la imagen del trabajo que las ha elaborado”. (19). Con esta insistencia en el trabajo pretende alejarse de la tradición fetichista del objeto de arte, de la sublimación hipócrita de su resultado puesto que, una vez colocado en el circuito comercial, se transforma de inmediato e irremediablemente en un objeto cuyo valor de cambio se presta a todo tipo de especulación. De ahí su utilización de lonas, de sábanas desgastadas sin bastidores ni marcos, de parasoles, lo que le permite en sus muestras distanciarse de la tradición galerista o museográfica, exponiéndolas grapadas en los muros o en el techo, tendidas en el suelo, o desplegadas sobre los tres planos de los rincones, etc. (20). Sus telas se reconocen de inmediato por la repetición de la huella de una esponja que, más allá de su función dentro de la crítica de la pintura moderna mediante la noción de repetición de un mismo gesto, nos recuerda el origen meridional del artista (Nîmes), una región donde los muros de las casas se blanqueaban con cal utilizando una esponja parecida a la del artista. Obviamente esas huellas repetidas pretenden dialogar con las manos que los hombres prehistóricos nos dejaron sobre las paredes y bóvedas de sus cavernas y son el ejemplo más radical de esa voluntad de volver a los orígenes de la pintura para analizarla, así como las primitivas confecciones de cuerdas y redes muy propias también de la producción de este artista. Con motivo de la redacción de su currículo, y a petición de los organizadores de la presente exposición, Claude Viallat aceptó hablar de su trabajo con estas palabras: En la superficie, las formas se alinean y ritman la diferencia en lo mismo o lo idéntico. El hacer se instala y se organiza encontrando su propio sistema y todos los incidentes o accidentes que de ello surgen son a priori bien aceptados. Oportunidad o azar constitutivos de ellos mismos y de la finalidad sin
arrepentimiento. Cada lienzo en sí es fin y origen de otros lienzos que el tiempo repartirá (Nîmes, 30 de julio de 2008). El 6 de septiembre de 1954, la caída catastrófica de un avión justo después de despegar condicionó para siempre el desarrollo artístico de Wolf Vostell que en aquella época vivía en París. A partir del títular que el diario Le Figaro publicó en su portada para anunciar la catástrofe al día siguiente: Peu après son décollage, un superconstellation tombe et s´engloutit dans la rivière Shannon… (Poco después de su despegue, un avión superconstelación cae y desaparece en el río Shannon…), Vostel inventó el principio del “décollage” que se sirve formalmente de la destrucción y de la autodestrucción (en oposición al “collage” (21), en el que a menudo los objetos y los materiales intactos pero heterogéneos están yuxtapuestos) utilizando no solamente los acontecimientos visuales caóticos, su embrollo y su superposición, sino también los efectos psicológicos de su percepción. Este principio lo aplicó Vostell no sólo a la destrucción de cárteles publicitarios arrancándolos de los muros, sino también a cualquier otro tipo de documentos (fotografías por ejemplo), de objetos o de acciones (cuyo desarrollo resulta igual de desgarrado que el hecho de arrancar los cárteles) mediante la acción de borrarlos, o de sepultarlos con hormigón (ciudades, coches, vagones, sexo femenino…). En todos estos casos, una parte de la realidad o de su imagen desaparece para desvelar, mediante su falta que así la designa, su máxima importancia. Entre todas las aplicaciones del principio “dé‐coll/age”, la ocultación bajo una capa de hormigón se distingue por una capacidad muy espectacular de expresar la violencia. Para Vostell, esta ocultación se corresponde con la inmovilidad emocional, con los prejuicios enquistados, con los bloqueos y las fijaciones psíquicas que condicionan nuestra relación con los demás, con las formas autoritarias de comportarse que hacen que el sistema aplaste a los individuos. De ahí que Vostell la utilice en La noche del hormigón para expresar una doble violencia: la que le es inherente al propio principio del dé‐coll/age y la que estalló en las calles del Barrio latino de París en Mayo de 68. Siempre encontramos este mismo juego dialéctico de Vostell entre estos dos tipos de violencia en los trabajos que utilizan fotografías sobre tela emulsionada, como por ejemplo los de 1968 , dedicados a rendir cuenta del horror de la guerra de Vietnam (una de estas obras nos muestra a un general de Vietnam del Sur disparando fríamente en la sien de un guerrillero del Vietcong). Pero quizás sea con la emulsión de la foto de la estudiante parisina donde este juego dialéctico resulte más rotundo pues al diálogo de las violencias se añade el guiño “de peso” producido por la asociación del adoquín de granito que se prepara a lanzar la chica con el hormigón de la ocultación.
París, mayo del 2008, Michel Hubert.
Notas:
(1) Juego de palabras basado en la palabra nabo (enano) para mofarse de la pequeña talla de Sarkozy, que utiliza zapatos con tacones sobredimensionados con el fin de poder medirse con la figura histórica de Napoleón 1º. (2) Mario Perinola, Los Situacionistas, Acuarela & A. Machado, Madrid, 2008. Págs. 30 y 31. (3) Este título debe leerse guardando muy presente el recuerdo del panfleto De la misería en el medio estudiantil distribuido en 1966 por unos estudiantes de la Universidad de Estrasburgo bajo la influencia de los Situacionistas y cuyos impactos no fueron menos decisivos que la lectura del Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Vaneigem (Gallimard, 1967), que en su primera parte desmenuza los mecanismos de desgaste y de destrucción, es decir, la humillación, el aislamiento, el sufrimiento y el trabajo. (4) Pere Rusiñol, El “tsunami” de los precios de los alimentos amenaza a casi 40 países. Diario El país del lunes 28 de abril de 2008, pág. 3. (5) Gilles Deleuze, Nietzsche et la Philosophie, Editions Presses Universitaires de France, París, 1962. (6) El “Rebel Angel Beat” Allen Ginsberg fue elegido Rey de Mayo por los estudiantes checos en Praga el 1º de mayo de 1965. (7) Temas que desarrolló especialmente en unas famosas conferencias tituladas La industria cultural y pronunciadas el 21 y el 28 de septiembre de 1963. Archivos del Instituto Nacional del Audiovisual (INA), Francia: El hombre en un mundo en plena evolución. (8) Receta de la morcilla con sangre humana: tomar 90 cm3 de sangre humana líquida (el contenido de tres jeringuillas de gran tamaño, 90 g. de grasa animal, 90 g. de cebolla cruda, una tripa salada, ablandada con agua fría y luego secada, 8 g. de sal, 5 g. de las “cuatro especies”, 2 gramos de aromate y de azucar en polvo. Fundir la grasa picada, añadir las cebollas, etc. Lydie Pearl, Cuerpo, sexo y arte, Dimensión simbólica, L´Harmattan, París, 2001. Pág. 76. (9) Jean Jacques Lebel y Arnaud Labelle‐Rojoux, Poesía directa, Opus international Edition, París, 1994. Pág. 86. (10) Ya Wolf Vostell había realizado en 1969 un instante‐happening particularmente crítico con la sociedad del ocio (Mensuración con panes), invitando a la gente que se paseaba por la calle a medir con 40 panes el perímetro de la ópera y de los teatros municipales de Colonia. (11) Gina Pane, Carta a un (a) desconocido (a), Edición de la Escuela Superior de Bellas Artes, París, 2003. Págs. 15; 16; 20 y 21; 23. (12) Este ambiente de Saint Germains des Près está particularmente bien reflejado en la película Le Désorde (El Desorden) de Jacques Baratier, de 1947, en la que uno de sus protagonistas es Pomerand. Su relación con este barrio llevó Guy Debord a cambiar el nombre de la Plaza de Saint Germains des près por el de Plaza Gabriel Pomerand. François Letaillieur, Pomerand, Galerie 1900‐2000, París, 2004. Pág. 5. (13) François Letaillieur, opus cit., Pág. 58. (14) François Letaillieur, opus cit., Págs. 62 y 75. (15) Maurice Blanchot, La conversación infinita, Las Ediciones Gallimard, Páris, 1969. Pág. 503. (16) En una entrevista publicada en un catálogo de 1974 (Vostell, Instituto Alemán de Madrid, pág.1) Wolf Vostell llegó a decir: “Sin el arte actual, en los años sesenta no hubiera sido posible, por ejemplo, la rebelión estudiantil en Francia, América y Alemania. Las artes Plásticas han desarrollado diez años antes los modelos revolucionarios mediante el nuevo arte objetual, a través del arte de acción; todo esto ha sucedido realmente diez años antes si partimos del hecho de que en 1968 ha empezado la efervescencia estudiantil”. Afirmación a la que Simón Marchán Fiz se opuso diciendo que “el carácter modélico (del arte) no va más allá de lo posibilitado por la praxis social más amplia, en la que se apoya” (Del arte objetual al arte de concepto, Akal, Madrid, 1986. Pág. 209). Sin embargo, en este debate sobre el protagonismo de los artistas como inductores de los cambios de la sociedad, ¿cómo no recordar que Robert Filliou se anticipó mucho a la contestación estudiantil de la autoridad profesoral? En su libro “Teaching and learnings performing art”, propone un cambio en la educación, donde ya no
habría ni alumno ni educadores, sino jugadores que se orientan hacia el no‐saber y el no‐poder. (17) Gianni‐Emilio Simonetti, La falacia de Enkekalymmenos, Fluxshot – 10/10, Gallery, Milán, diciembre de 1989 –enero de 1990. Catálogo de la exposición. (18) Marcelin Pleynet, La enseñanza de la pintura, Edición Le Seuil, París, 1971. Pág. 209. (19) Jean Claude Hauc, Claude Viallat – La mano perdida, Pictura Edelweiss Nº1, otoño de 1982. Centro de Promoción y de Animación Cultural de la Universidad de Toulouse Le Mirail, Francia. Pág. 13. (20) Una de las primeras manifestaciones comunes de este grupo se produjo en 1969 en las calles del pueblo de Coaraze del sur de Francia (Alpes marítimos), con obras tendidas en las fachadas de las casas o entre los balcones por encima de la calle. (21) El verbo francés décoller tiene dos significaciones: despegar (los aviones) y arrancar (por ejemplo cárteles). Con este segundo sentido se opone a “coller” (pegar), el verbo del que procede el término artístico “collage”. Dijo Vostell: “Me puse a prestar atención a la realidad, a los fenómenos complejos de la época y a lo que me rodeaba. Así nació la necesidad imperiosa de integrar en mi trabajo todo lo que yo veía y todo lo que oía, todo lo que presentía y todo lo que aprendía o, en el sentido literal de la palabra dé‐coll/age, de aplicar este concepto a formas abiertas, desgarradas de fragmentos de la realidad móvil, es decir, a los acontecimientos.