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1 Una Revisión Crítica del Homo Economicus desde Cinco Enfoques 1 Resumen: La economía neoclásica está basada y estructurada alrededor de la noción de homo economicus. La teoría de la elección del consumidor, la teoría de la empresa, la organización industrial y los teoremas del bienestar requieren la suposición de que los agentes actúan de acuerdo con el esquema de la optimización racional individualista. En este contexto, nuestra contribución es triple. En primer lugar, delimitamos la noción de homo economicus según cinco características o dimensiones. Segundo, revisamos críticamente este esquema antropológico desde cinco enfoques distintos, a saber, economía del comportamiento, economía institucional, economía política, antropología económica y economía ecológica. Tercero, concluimos que el esquema del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente. Sin embargo, a pesar de sus insuficiencias, sigue siendo uno de los pilares fundamentales del paradigma neoclásico en economía, lo que nos permite discutir por qué no hemos superado aún este paradigma. Introducción La noción de homo economicus -una construcción teórica que postula el interés propio calculado como el principal motivo humano en todas las transacciones- ha sido objeto de acalorados debates durante décadas entre los economistas. Esta discusión también ha incluido a estudiosos de varias otras opciones (maximización de la utilidad), la teoría de la empresa (maximización del beneficio), la organización industrial, los teoremas del bienestar, que en conjunto comprenden prácticamente todo el paradigma neoclásico de la economía, requieren, directa o indirectamente, la suposición de que los agentes actúan de acuerdo con el esquema antropológico del homo economicus. Así, como señala Trevor J. Barnes (1988: 477), esta noción proporciona una estructura a la economía neoclásica: [Establece una] agenda metodológica [que] reduce la complejidad de los acontecimientos económicos en cualquier momento o lugar al rasgo universal de la toma de decisiones racionales; un rasgo que, por su naturaleza determinante, se representa fácilmente en un modelo formal. 1 Urbina, D. A., & RuizVillaverde, A. (2019). A critical review of homo economicus from five approaches. American Journal of Economics and Sociology, 78(1), 63-93. Traducido al español por Iván Salazar

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Page 1: Una Revisión Crítica del Homo Economicus desde Cinco ......Kahneman y Tversky desarrollaron un modelo crítico alternativo, que se denominó teoría prospectiva (Kahneman y Tversky

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Una Revisión Crítica del Homo Economicus

desde Cinco Enfoques1

Resumen: La economía neoclásica está basada y estructurada alrededor de la noción de homo

economicus. La teoría de la elección del consumidor, la teoría de la empresa, la organización

industrial y los teoremas del bienestar requieren la suposición de que los agentes actúan de

acuerdo con el esquema de la optimización racional individualista. En este contexto, nuestra

contribución es triple. En primer lugar, delimitamos la noción de homo economicus según cinco

características o dimensiones. Segundo, revisamos críticamente este esquema antropológico

desde cinco enfoques distintos, a saber, economía del comportamiento, economía institucional,

economía política, antropología económica y economía ecológica. Tercero, concluimos que el

esquema del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente. Sin embargo, a pesar de sus

insuficiencias, sigue siendo uno de los pilares fundamentales del paradigma neoclásico en

economía, lo que nos permite discutir por qué no hemos superado aún este paradigma.

Introducción

La noción de homo economicus -una construcción teórica que postula el interés propio

calculado como el principal motivo humano en todas las transacciones- ha sido

objeto de acalorados debates durante décadas entre los economistas. Esta

discusión también ha incluido a estudiosos de varias otras opciones (maximización

de la utilidad), la teoría de la empresa (maximización del beneficio), la organización

industrial, los teoremas del bienestar, que en conjunto comprenden prácticamente

todo el paradigma neoclásico de la economía, requieren, directa o indirectamente,

la suposición de que los agentes actúan de acuerdo con el esquema antropológico

del homo economicus. Así, como señala Trevor J. Barnes (1988: 477), esta noción

proporciona una estructura a la economía neoclásica:

[Establece una] agenda metodológica [que] reduce la complejidad de los

acontecimientos económicos en cualquier momento o lugar al rasgo

universal de la toma de decisiones racionales; un rasgo que, por su naturaleza

determinante, se representa fácilmente en un modelo formal.

1 Urbina, D. A., & Ruiz‐Villaverde, A. (2019). A critical review of homo economicus from five approaches. American Journal of Economics and Sociology, 78(1), 63-93. Traducido al español por Iván Salazar

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La noción de "hombre económico" (economic man) se remonta a John Stuart Mill,

aunque el término en sí fue introducido por sus críticos (Ingram 1888). Según Mill

(1836: 321):

[La economía] no trata de la totalidad de la naturaleza del hombre

modificada por el estado social, ni de la totalidad de la conducta del hombre

en la sociedad. Se ocupa de él únicamente como un ser que desea poseer

riquezas y que es capaz de juzgar la eficacia comparativa de los medios para

obtener ese fin.

Sin embargo, Persky (1995) ha sostenido que la concepción antropológica de Mill

no es tan reduccionista como a veces se piensa; por el contrario, se adapta a

diversas formas institucionales y tiene una gama de motivaciones más amplia que

el mero deseo de riqueza, que incluye el ocio, el lujo y la procreación.

La idea del homo economicus2 que se ha adoptado y utilizado intensamente en la

economía neoclásica es mucho más específica que en los escritos de Mill. Es este

concepto restrictivo el que es más relevante para revisar. Una vez que la noción

neoclásica de homo economicus está bien definida, se puede realizar una revisión crítica

de cinco enfoques.3 La intención no es tanto un registro exhaustivo de todo lo que

se ha escrito sobre el homo economicus. Nuestro objetivo es más bien seleccionar

aquellos estudios que nos permitan discutir de manera exhaustiva la delimitación

conceptual del homo economicus que proponemos.

Por lo tanto, nuestra contribución es triple. En primer lugar, en la siguiente sección,

se delimita conceptualmente la noción actual de homo economicus, que se utiliza

ampliamente en el campo de la economía neoclásica. En segundo lugar, en las

secciones que siguen, presentamos una revisión crítica de cinco enfoques,

comenzando con los paradigmas enfocados individualmente y avanzando hacia

otros más amplios. Los cinco enfoques son:

2 Al parecer, el primer uso del término "homo economicus" (en latín) se encuentra en Manual of Political Economy de Vilfredo Pareto (1906). 3 Siguiendo a Kuhn (1962), se entiende que un enfoque o paradigma se define en función de ciertos supuestos epistémicos y axiológicos.

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- La economía del comportamiento, basada en la psicología cognitiva;

- Economía institucional, basada en el estudio de cómo las instituciones influyen en el

comportamiento;

- Economía política, que estudia el modo de producción capitalista y su influencia;

- Antropología económica, como una forma de entender los determinantes más

amplios de la historia y la cultura;

- Economía ecológica, que considera el contexto más fundamental de la existencia

humana, como parte de un ecosistema.

Por último, se resumen los resultados más importantes del examen y se introduce

un debate sobre las razones por las que aún no hemos superado el paradigma

neoclásico en la economía.

La delimitación conceptual del Homo Economicus

Comenzamos con una cuidadosa definición del concepto de homo economicus para

poder criticarlo con mayor claridad y claridad que en anteriores debates. La

definición que proponemos se basa en cinco dimensiones del homo economicus según

la concepción neoclásica del mismo:

i) Individualismo: Los individuos sólo piensan, deciden y actúan de acuerdo a sus

propios intereses. El esquema del homo economicus "asume que el hombre tiene un

interés atomísticamente propio" (Ng y Tseng 2008: 279). Algunos autores han

deducido que los agentes económicos son incapaces, según el criterio del interés

propio, de preocuparse por el bienestar de los demás. Pero esto no es

necesariamente exacto. Los individuos pueden preocuparse por el bienestar de los

demás en la medida en que afecta a su propio bienestar. Según este enfoque, si

alguien da limosna, puede deberse al deseo de sentirse noble por ser una "buena

persona" o querer evitar el sufrimiento de los demás para no sentirse mal. En otras

palabras, la perspectiva neoclásica plantea que hay una motivación individualista

detrás de las acciones que normalmente consideramos altruistas (Axelrod 1984).

Por lo tanto, cualquier consideración moral no será vinculante en sí misma, pero

estaría subordinada a (o se produciría exclusivamente en términos de)

maximización de la utilidad individual.

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ii) Optimización del comportamiento: El ser humano sería un calculador instantáneo de

placeres y dolores, de costos y beneficios, y buscaría siempre obtener el mejor

resultado con los medios de que dispone. Así pues, la teoría de la elección del

consumidor afirma que éste busca maximizar la utilidad con sujeción a las

limitaciones presupuestarias, y la teoría de la empresa afirma que el empresario

busca maximizar los beneficios dadas las posibilidades y los costos de producción.

Es precisamente debido a esto que "en términos prácticos la economía neoclásica

es capaz de modelar tal comportamiento determinante empleando la técnica

matemática de la maximización restringida" (Barnes 1988: 476).

iii) Racionalidad total: Los individuos tendrían plena capacidad para procesar

adecuadamente la información disponible (Simon 1986). Esto no debe confundirse

con la expectativa de información completa en algunos modelos neoclásicos, ya

que el esquema del homo economicus también opera en modelos de información

incompleta. Estrictamente hablando, todo lo que se requiere es que los individuos

procesen racionalmente toda la información disponible. Es decir, deben ser

totalmente objetivos en cuanto a las características de las opciones a partir de las

cuales tomar una decisión, sin caer en ningún tipo de sesgo cognitivo.

iv) Universalidad: Se mantiene la validez universal del postulado del homo economicus

como modelo de comportamiento. Por lo tanto, se aplicaría a todo tipo de eventos

en todo momento y lugar. No habría ninguna sociedad o individuo que pueda

escapar de este esquema. Esto ha sido fuertemente defendido por Gary S. Becker

(1981: ix):

[El] enfoque económico no se limita a los bienes y deseos materiales o a los

mercados con transacciones monetarias, y conceptualmente no distingue

entre decisiones mayores y menores o entre decisiones "emocionales" y

otras. De hecho... el enfoque económico proporciona un marco aplicable a

todo el comportamiento humano, a todos los tipos de decisiones y a

personas de todos los ámbitos de la vida.

v) Preferencias exógenas: La economía neoclásica considera que las preferencias se dan

de forma exógena (Bowles y Gintis 2000). Los agentes participan en interacciones

económicas con preferencias definidas cuyo proceso de formación está fuera del

alcance de la economía. En la economía neoclásica existe también "una concepción

del acto humano que es independiente de la interacción" (Wilson y Dixon 2008:

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245). En este contexto, se supone que los agentes son coherentes cuando ordenan

sus preferencias; es decir, las preferencias deben cumplir ciertas propiedades

matemáticas: deben ser completas, transitivas y monótonas.

Una Visión Crítica desde la Economía del Comportamiento

La economía del comportamiento puede definirse como el enfoque que tiene por

objeto introducir más realismo en el análisis económico a partir de un conjunto de

principios psicológicos más plausibles. De esta manera, busca generar nuevas

percepciones teóricas, hacer mejores predicciones de los fenómenos de campo y

sugerir mejores políticas (Camerer y Lowenstein 2004: 3).

En la primera etapa, Herbert A. Simon (1947, 1955) fue uno de los pioneros en

cuestionar la supuesta racionalidad plena del homo economicus. Simon sostuvo que

para un estudio adecuado del proceso de toma de decisiones, debemos considerar

las limitaciones cognitivas y no cognitivas de los individuos. Por ejemplo, la

capacidad de la mente humana para almacenar, procesar y recuperar información

o cómo está condicionada por el conocimiento y la experiencia del individuo debe

considerarse como límites cognitivos en el proceso de adopción de decisiones.

Además, los individuos no siempre desarrollan cálculos computacionales al tomar

decisiones, lo que nos lleva a cuestionar la idea de la optimización mecanicista.

Factores no cognitivos como la cultura, las emociones o la imitación también

obligan a la racionalidad del individuo. Por eso Simon introdujo el supuesto de la

racionalidad limitada en la modelización económica, que trata la satisfacción en

lugar de la optimización como la motivación central en el estudio de la elección

racional.

No es difícil encontrar otros investigadores que también han cuestionado

seriamente el supuesto de la optimización y la racionalidad plena en la noción

neoclásica del homo economicus. Por ejemplo, Leibenstein (1976, 1978) desarrolló su

trabajo sobre la premisa psicológica de la racionalidad selectiva. Según él, los

individuos no tratan de optimizar entre las opciones posibles, sino que eligen la

intensidad con que reaccionan a las oportunidades y limitaciones en función de sus

personalidades y presiones externas.

En la segunda etapa de la economía del comportamiento, el programa de

investigación desarrollado por Daniel Kahneman y Amos N. Tversky en el campo

de la "investigación de la decisión conductual" atrajo la atención de los

economistas. Estos autores, gracias a los avances en el campo de la psicología

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cognitiva, cuestionaron la supuesta racionalidad plena de los individuos a través de

sus tesis sobre heurística y sesgos (Tversky y Kahneman 1974; Kahneman et al.

1982). Descubrieron que los individuos, al tomar decisiones, apelan

sistemáticamente a la heurística (atajos mentales), que permite evaluaciones

basadas en datos parciales. Estos atajos cognitivos se utilizan incluso cuando tienen

datos adicionales que permitirían una evaluación más precisa y exacta. Dos de los

heurísticos más estudiados por estos autores son la representatividad y la

disponibilidad. Por un lado, la heurística de la representatividad es un sesgo

cognitivo en el que los individuos toman decisiones o juicios que son contrarios a

la aplicación de las reglas básicas de la probabilidad. Por otra parte, bajo la

heurística de disponibilidad, los individuos tienden a sesgar en gran medida sus

juicios basados en la recencia4 o relevancia personal de la información disponible.

Además, en comparación con la teoría de la utilidad esperada, que modela un

comportamiento totalmente racional en situaciones de incertidumbre y riesgo,

Kahneman y Tversky desarrollaron un modelo crítico alternativo, que se denominó

teoría prospectiva (Kahneman y Tversky 1979). El núcleo de esta crítica se refiere

a los efectos de encuadre (Tversky y Kahneman 1981). A partir de una serie de

experimentos, estos autores demostraron que los individuos hacen su elección de

diferentes alternativas dependiendo de cómo se presenta la información. Por

ejemplo, los individuos tienden a correr más riesgos para evitar una pérdida que

para lograr una ganancia - de ahí la noción de "aversión a las pérdidas". Por todas

estas razones, se cuestiona seriamente la capacidad de los individuos para ordenar

sus preferencias de manera coherente. Esa capacidad es fundamental para el

modelo del homo economicus.

En la segunda etapa, los que estudian la economía del comportamiento han sido

particularmente críticos con la noción de homo economicus. Por ejemplo, el Premio

Nobel Richard Thaler (1980) describe un total de 10 tipos de problemas en los que

los consumidores son particularmente propensos a desviarse de las predicciones

del modelo normativo del homo economicus. Concluye que el modelo neoclásico de

comportamiento del consumidor es particularmente pobre en la predicción del

comportamiento optimizador del consumidor medio. Esto no se debe a que los

consumidores sean tontos, sino a que no utilizan todo su tiempo intentando tomar

las mejores decisiones. Otros economistas del comportamiento se han centrado

más en la crítica del individualismo, encontrando pruebas de que los individuos no

se comportan de forma puramente interesada (véase Fehr y Gächter 2000; Henrich

4 En la psicología cognitiva, "recencia" se refiere a la forma en que la memoria da mayor credibilidad a la última información recibida en comparación con los datos anteriores.

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y otros 2001; Fehr y otros 2002; Miettinen y otros 2017). A partir del uso de

métodos experimentales aplicados al campo de la economía (experimentos de

bienes públicos, el dilema del prisionero, el juego del dictador, el juego del

ultimátum), los investigadores han demostrado que los individuos tienden a

cooperar voluntariamente con los jugadores que los tratan justamente pero

castigan a los que no cooperan, lo que demuestra los efectos de la "fuerte

reciprocidad".

Una Visión Crítica desde la Economía Institucional

La economía institucional5 es un enfoque que se centra en las instituciones

(estructuras sociales, normas, ideas, valores, etc.) para comprender la economía. Si

en la economía neoclásica el "marco institucional" se considera exógeno, en la

economía institucional las instituciones se consideran no sólo endógenas sino

también aspectos constitutivos del sistema económico.

En este sentido, la primera crítica al homo economicus se centra en una cuestión

epistemológica: el individualismo metodológico. Para la economía institucional, la

subjetividad individual no puede entenderse sistemáticamente como algo anterior

al "mundo social". Más bien, siempre y necesariamente se construye a partir de un

determinado conjunto de influencias institucionales y sociales. De hecho, según

Geoffrey M. Hodgson (2000: 327), esta idea es "la característica más importante

del institucionalismo". Según los economistas institucionales, el proceso

económico "no tiene lugar a través del individuo, sino a través de los hábitos de

pensamiento, las convenciones y las instituciones" (Papageorgiou y Michaelides

2016: 14).

Más allá de la cuestión metodológica anterior, la economía institucional critica la

idea de individualismo con respecto a las motivaciones humanas. Los seres

humanos no son simplemente seres que realizan transacciones de manera aislada,

ya que siempre forman parte de una sociedad. Faber y otros (2002: 328) tienen esto

en cuenta cuando formulan el concepto de homo politicus, que se distingue del mero

homo economicus por suponer que "los seres humanos no se preocupan únicamente

5 Nos hemos centrado en las contribuciones críticas de la economía institucional tal como se definió originalmente. En cambio, "la Nueva Economía Institucional se ha identificado en general como un intento de ampliar el alcance de la teoría neoclásica explicando los factores institucionales que tradicionalmente se han dado por sentados, como los derechos de propiedad y las estructuras de gobierno, y, a diferencia del antiguo institucionalismo, no como un intento de sustituir la teoría estándar" (Rutherford 2001: 187).

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de sus intereses privados con respecto a sus propias preferencias individuales, sino

que también quieren recibir la aprobación de sus conciudadanos por lo que dicen

y por lo que hacen". Pero esto no contradice en modo alguno el postulado del homo

economicus, ya que el individuo exhibe un comportamiento "pro-social" sólo en la

medida en que al hacerlo obtendrá el reconocimiento de la comunidad, lo que bien

podría ser una motivación individualista (Alexander 1987). Sin embargo, como

señalan Faber y otros (2002: 328-329), la cuestión va más allá:

Esto no significa que el homo politicus maximice el consentimiento por ningún

medio. El homo politicus no sólo quiere obtener sino también merecer la

aprobación de los demás.... Para decirlo de otra manera: los seres humanos

se consideran a sí mismos como seres que tienen obligaciones y derechos

legales y morales.

En otro intento de teorizar el comportamiento humano de una forma más

orientada a la sociedad, Bastien y Cardoso (2007) recogieron un conjunto de

perspectivas críticas sobre el homo economicus que surgieron del movimiento

corporativista en el sur de Europa, especialmente en Italia y Portugal. Esto es

relevante en el contexto de la economía institucional porque, a diferencia del

esquema neoclásico individualista, el corporativismo sugiere que los agentes

económicos individuales no se mueven por motivaciones racionales

primordialmente individualistas; por el contrario, generalmente cooperan. Las

interacciones son posibles gracias al control y la supervisión institucionales

garantizados por las corporaciones y el gobierno; así pues, la sociedad es más que

una mera agregación de acciones individuales (Hollis 1987). El concepto de homo

corporativus difiere del homo economicus "no sólo porque es un ser social orientado a

la pertenencia a comunidades, sino también porque está dirigido por una noción

de interés social proporcionada tanto por las corporaciones como por el Estado"

(Bastien y Cardoso 2007: 123-124). En consecuencia, es la naturaleza

inherentemente social del ser humano, manifestada y condicionada por diversos

ámbitos institucionales, la que hace del homo economicus una construcción en gran

medida inviable para entender la acción social o incluso una sola acción económica,

que es siempre y necesariamente también una acción social.

Además, la economía institucional también ha criticado la visión neoclásica del ser

humano como una mera calculadora. Thorstein Veblen (1898: 389), padre de la

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economía institucional americana, describió la noción del ser humano subrayada

por la economía neoclásica como anticuada dado que ve a la persona como "un

calculador relámpago de placeres y dolores que oscila como un glóbulo

homogéneo de deseo de felicidad bajo el impulso de estímulos que lo desplazan

sobre el área, pero que lo dejan intacto". Más bien, Veblen argumentó que los seres

humanos son criaturas de costumbres, hábitos e instintos que se ven afectados de

manera continua y constitutiva por su contexto social. Esto fue precisamente lo

que le llevó a desarrollar nociones como "el instinto de trabajo", "el consumo

ostentoso", "el ocio ostentoso" y "la emulación pecuniaria" en su The Theory of the

Leisure Class (Veblen 1899).

Por último, los economistas institucionales ponen en tela de juicio la idea

neoclásica de las preferencias exógenas. Por ejemplo, Galbraith (1967) sostiene que

los economistas deben estudiar explícitamente el origen de las preferencias como

parte de su comprensión del sistema económico. El supuesto neoclásico de la

soberanía del consumidor es obsoleto en una sociedad que tiene los medios, a

través de la comercialización y la publicidad, para influir directamente en la

subjetividad del consumidor. Estos medios se utilizan de acuerdo con los requisitos

impuestos por el "sistema de planificación". Así, Galbraith (1958) propone la

existencia de un "efecto de dependencia", según el cual el sistema de producción

crea las necesidades que pretende satisfacer. En este nuevo contexto de dinámica

e instituciones de mercado, lo relevante es conceptuar las preferencias de los

consumidores como endógenas (Bowles 1998).

Una Visión Crítica desde la Economía Política

La economía política puede definirse como "la ciencia de las leyes que rigen la

producción e intercambio de los medios materiales de subsistencia en la sociedad

humana" (Engels [1878] 1947: 90). Así, en el análisis clásico, los conceptos

fundamentales implicaban el estudio de las características económicas de las clases

sociales (principalmente los trabajadores y los capitalistas) y las relaciones sociales

que se establecían entre ellos tanto en la fase de producción como en la de

intercambio del proceso económico. Se establece, pues, una clara diferencia entre

la economía política clásica, que se centraba en el análisis de las clases, y la

economía neoclásica, que se centraba en el análisis del individuo aislado (es decir,

el individualismo metodológico).

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Uno de los autores más influyentes de la economía política clásica fue Adam Smith.

Un pasaje de su obra más famosa, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth

of Nations, se utiliza a menudo para justificar el tipo de comportamiento

individualista y egoísta que subyace a la noción de homo economicus:

No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de lo que

esperamos nuestra cena, sino de su consideración hacia su propio interés.

Nos dirigimos, no a su humanidad sino a su amor propio, y nunca les

hablamos de nuestras propias necesidades sino de sus ventajas. (Smith 1776:

Libro 1, Capítulo 2)

Sin embargo, en una obra anterior y menos conocida (The Theory of Moral Sentiments),

Smith (1759: Parte I, Sección I, Capítulo I) retrata una imagen más completa del

comportamiento humano:

Cuán egoísta se puede suponer que sea el hombre, hay evidentemente

algunos principios en su naturaleza, que le interesan en la fortuna de los

demás, y hacen que su felicidad le sea necesaria, aunque no derive nada de

ello excepto el placer de verlo. ... El hecho de que a menudo derivemos la

pena de los demás, es demasiado evidente como para exigir que se

demuestre; pues este sentimiento, como todas las demás pasiones originales

de la naturaleza humana, no se limita en modo alguno a los virtuosos y

humanos, aunque quizá lo sientan con la más exquisita sensibilidad. El más

grande rufián, el más duro violador de las leyes de la sociedad, no está

totalmente libre de él.

Adam Smith enfatizó la importancia del contexto en el comportamiento individual.

Por ejemplo, las reglas aplicadas en las relaciones orientadas al mercado entre

individuos cuyos valores son desconocidos son diferentes de las reglas utilizadas

en otras instituciones como la familia. Así pues, según Smith, la característica

predominante del entorno del mercado es la interacción entre individuos

impulsados por el interés propio; sin embargo, esto no significa que sea la única

conducta que guíe el comportamiento humano. El mercado forma parte de un

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sistema más amplio de normas sociales compartidas cuyo cumplimiento o

incumplimiento implica la aprobación o la desaprobación.

Otro autor particularmente influyente fue Karl Marx, que entendió su trabajo

como una contribución crítica a la economía política clásica. Según Marx, la noción

de hombre económico corresponde a la descripción apropiada del comportamiento que

ha surgido debido al capitalismo (Marquardt y Candeias 2004). Por lo tanto, el

hombre económico constituye una construcción social del modo de producción

capitalista, y este tipo de antropología y comportamiento no sería "universal"; por

el contrario, bajo otras formas de organización socioeconómica, el

comportamiento humano sería diferente. En el comunismo, la "alienación"

causada por el egoísmo no existiría. Karl Marx (1859: Prefacio) explicó cómo cada

tipo de sistema económico crea su propio modo de pensamiento:

No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino su

existencia social la que determina su conciencia.... Así como uno no juzga a

un individuo por lo que piensa de sí mismo, tampoco puede juzgar tal

período de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, esta

conciencia debe explicarse a partir de las contradicciones de la vida material,

del conflicto existente entre las fuerzas sociales de producción y las

relaciones de producción.

Más recientemente, la economía política radical es un enfoque crítico de la

economía neoclásica y del capitalismo que busca recuperar la tradición iniciada por

los economistas clásicos y Marx. Una de sus principales críticas se centra en el

comportamiento individualista y optimizador del homo economicus, una visión

unidimensional que resulta conceptualmente insuficiente, dada la complejidad de

problemas como la crisis económica. Autores como Tsakalotos (2004, 2005) y

Hodgson (2012) coinciden en la necesidad de restablecer las motivaciones morales,

los valores y el compromiso social en el análisis económico.

Además, Samuel Bowles ha dedicado gran parte de su investigación a la crítica de

la noción neoclásica de homo economicus bajo un enfoque que podría denominarse

propiamente "economía política post-Walrasiana". En el esquema walrasiano, las

preferencias y normas se consideran como dadas o exógenas, al igual que el

cumplimiento de los contratos. En cambio, en un modelo poswalrasiano, las

preferencias y normas deben considerarse endógenas, basadas en relaciones de

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poder que permiten la manipulación de los agentes y la imposición de reglamentos

asimétricos en el mercado (Bowles 1985, 1998; Bowles y Gintis 1988, 1993). En

resumen, Bowles (1998) propone un nuevo fundamento conductual para todas las

ciencias sociales en términos de tres cuestiones clave:

i) Muchos comportamientos se explican mejor con preferencias sociales que se

basan en la reciprocidad, la aversión a la desigualdad, la envidia (o el rencor) y el

altruismo;

ii) Los individuos son agentes adaptativos que siguen las normas y cuyas acciones

hacia los demás se rigen por normas sociales internalizadas que se apoyan en la

sanción social;

iii) Los comportamientos dependen del contexto y se basan en situaciones sociales.

Las preferencias individuales son específicas de cada situación y endógenas, lo que

implica cambios a lo largo del tiempo.

Una Visión Crítica desde la Antropología Económica

Narotzky (2001) define la antropología económica como un enfoque que aborda

la interacción recurrente de los individuos -dentro y entre grupos sociales y con el

entorno más amplio- con el fin de proveerse de los bienes y servicios necesarios

para la reproducción social. Se centra principalmente en el estudio de las

economías primitivas y no capitalistas.

El debate formalista-sustantivista sobre la aplicabilidad universal del

comportamiento en un sistema capitalista a otras formas de economía es el aspecto

clave en relación con la noción de homo economicus. Los formalistas, como Firth

(1967), sostenían que el comportamiento de optimización individual es

universalmente aplicable en todo tiempo y lugar. Por el contrario, los sustantivistas,

siguiendo a Polanyi (1957), argumentaban que el modelo neoclásico de elección

racional sólo sería válido en el contexto de las sociedades de mercado occidentales.

Así, Polanyi (1944) mostró que las relaciones de intercambio en la mayoría de las

sociedades e individuos no seguían históricamente un patrón capitalista. Por lo

tanto, para aplicar ese patrón de organización social y económica en los países

occidentales, se requería una "gran transformación" en muchas dimensiones.

Debido a su carácter muy antinatural, las pautas capitalistas se encontraron con

mucha resistencia y oposición de grupos más apegados a las normas sociales

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tradicionales. Así pues, Polanyi demostró que el homo economicus no producía

capitalismo, sino que el capitalismo producía homo economicus.

En la misma línea, George Dalton (1961: 20) sugirió que las diferencias entre la

economía primitiva y la economía industrial eran sustanciales y que los esquemas

teóricos derivados de la segunda no podían aplicarse directamente al estudio de la

primera:

La economía primitiva se diferencia del industrialismo de mercado no en

grado sino en especie. La ausencia de tecnología de máquinas, la

omnipresente organización del mercado y el dinero para todo uso, más el

hecho de que las transacciones económicas no pueden entenderse al margen

de la obligación social, crean, por así decirlo, un universo no euclidiano al

que no puede aplicarse fructíferamente la teoría económica occidental. El

intento de traducir los procesos económicos primitivos en equivalentes

funcionales propios oscurece inevitablemente sólo aquellos rasgos de la

economía primitiva que la distinguen de la nuestra.

Así, contrariamente a lo que propone Becker (1981), el esquema de los agentes

maximizadores de la utilidad no podría aplicarse a todos los tiempos y lugares. Por

ejemplo, Elster (1989) explica que la teoría de la elección racional no proporciona

una explicación completamente adecuada de las normas sociales y su evolución

porque el comportamiento individualista racional se ocupa de los resultados y, por

el contrario, las normas sociales son incondicionales (no orientadas a los

resultados).

Por lo tanto, los seres humanos no son meramente criaturas individualistas;

también son cooperativos y solidarios a un nivel fundamental. Así, como señala

Sen (1977), los individuos no sólo muestran simpatía (preocupación por los demás

porque su bienestar afecta al nuestro), sino que también muestran compromiso

(preocupación por los demás independientemente de cómo su bienestar afecta al

nuestro). Es evidente que el compromiso no es compatible con el enfoque del homo

economicus.

El modelo neoclásico no es demasiado complejo; por el contrario, es demasiado

simple. El esquema matemático de la racionalidad, entendido sólo como

optimización individual, no puede captar de forma consistente la realidad de los

procesos de elección que son polivalentes. Las elecciones están condicionadas por

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patrones de racionalidad derivados de otras dimensiones, como la ética y la cultura,

que no pueden reducirse a la optimización individual. Hodgson (2012) sostiene

que la cuestión no consiste simplemente en incorporar consideraciones morales en

la función de utilidad; la ética tiene su propia naturaleza y especificidades, y los

seres humanos suelen tener tanto una motivación moral como un interés propio.

Otro tema pertinente que han destacado los antropólogos económicos es la

diferencia entre la "sociedad de mercado" y la "sociedad de los regalos". A este

respecto, Mauss (1923) analizó las ceremonias especiales de intercambio como el

"potlatch" practicado por los nativos norteamericanos y el "anillo de Kula"

practicado por el pueblo de Papua Nueva Guinea. Descubrió que el valor del

"regalo" se basaba en la relación entre las personas y los objetos, mientras que en

la sociedad de mercado existe una notable disociación entre las personas y los

objetos. Esta cuestión fue profundizada por Sahlins (1965), quien relacionó las

transacciones recíprocas con la distancia social entre las personas involucradas.

Más tarde, Weiner (1992) describió cómo los objetos pueden crear, sostener y

regenerar las relaciones sociales más allá del mero movimiento de dar y recibir

asociado a la reciprocidad. Este tipo de interacciones van más allá del homo

economicus y muestran por qué no puede ser universal. De hecho, la disociación

entre personas y objetos -como característica específica de las economías de

mercado- explica en parte por qué las sociedades capitalistas son marcadamente

más desiguales que otras sociedades (Gudeman 2015).

Además, la antropología económica pone en tela de juicio el supuesto

metodológico neoclásico de las preferencias exógenas. Las decisiones de los

individuos no pueden ser comprendidas consistentemente abstrayéndolas de su

contexto cultural, sociológico e histórico: "Incluso si nuestra preocupación es el

suministro de bienes materiales,... debemos ocuparnos de las actividades y

estructuras que, según las definiciones tradicionales, son religiosas o sociales o

ceremoniales" (Vayda 1967: 87). Por lo tanto, es necesario considerar

endógenamente factores como la socialización, la inculturación y las costumbres

(Jiménez y García 2016).

El conocimiento del contexto más amplio en el que las culturas o sociedades llevan

a cabo sus interacciones económicas es clave para el éxito (o el fracaso) de la

elaboración de políticas, y es poco probable que se refleje en un esquema que

considere todas estas cuestiones como meramente "exógenas".

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La mayoría de los economistas neoclásicos... parecen saber muy poco sobre

las circunstancias sociales, culturales o históricas de los países para los que

prescriben remedios.... [E]n los paradigmas que ahora dominan la economía

contemporánea... no hay lugar para tales "argucias empíricas". (Ferguson

2000: 995)

En resumen, la antropología económica amplía la perspectiva hacia el estudio de

las diversas culturas y sociedades y encuentra que el modelo antropológico

propuesto por la economía neoclásica es altamente restrictivo, deficiente y

engañoso.

Una Visión Crítica desde la Economía Ecológica

La economía ecológica puede definirse como un enfoque heterodoxo que entiende

explícitamente la economía "como un sistema social, y como uno limitado por el

mundo biofísico" (Gowdy y Erickson 2005: 208). No debe confundirse con la

"economía del medio ambiente". Esta última no es un enfoque heterodoxo sino

sólo una rama de los estudios aplicados dentro de la economía neoclásica.

Extrapola la lógica marginalista y los criterios de la economía del bienestar al medio

ambiente como si se tratara de una mera cuestión de "externalidades" o sólo de un

"bien de mercado".

La economía ecológica va más allá de la perspectiva de la economía ambiental

neoclásica, que se basa únicamente en las preferencias y el bienestar de los

individuos. La economía ecológica no ve los problemas ambientales y de recursos

exclusivamente como efectos externos, o como un problema de bienes públicos,

sino que percibe la economía y a los seres humanos como partes de un todo

ecológico abarcador. (Faber et al. 2002: 323)

La economía ecológica difiere sustancialmente de la noción individualista del homo

economicus. La economía neoclásica conceptualiza el medio ambiente como

fundamentalmente "externo" al individuo que lo percibe en términos de la lógica

del consumo (utilidad) o de la producción (explotación). En cambio, el medio

ambiente en la economía ecológica se considera no como "exógeno" sino como

constitutivo de la identidad y la existencia de los propios individuos. Siebenhüner

(1999), en su debate sobre los fundamentos antropológicos de una perspectiva

ecológica, relaciona los hallazgos de la neurobiología y las ciencias evolutivas con

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el hecho de que los seres humanos tienen sentimientos de protección o estima no

sólo por los demás sino también por la propia naturaleza. Por consiguiente, la

disociación radical entre los individuos y el medio ambiente, más que provenir de

un rasgo humano intrínseco, es algo históricamente condicionado por la sociedad

capitalista occidental y los procesos modernos de urbanización. La economía

ecológica pone en tela de juicio tanto el individualismo como la reivindicación de

universalidad en el modelo neoclásico de la antropología; propone un análisis más

amplio en el contexto de la llamada ecología humana (Steiner 2016).

En cuanto al comportamiento optimizador del homo economicus, la economía

neoclásica lo considera en términos de análisis de decisiones marginales (utilidad

marginal, producto marginal, coste marginal). En este sentido, los modelos y

teoremas de la economía del bienestar se basan en varios maximizadores que

interactúan "racionalmente" para lograr el máximo bienestar social (Debreu 1959).

En consecuencia, el análisis de costo-beneficio se aplica para evaluar las cuestiones

ambientales suponiendo un "monismo axiológico" en virtud del cual todos los

objetos de utilidad tienen algunas características en común que permiten

compararlos. Sin embargo, el medio ambiente considerado en su conjunto es

cualitativamente diferente de cualquier objeto de consumo o factor de producción

particular; por consiguiente, no puede ser comprendido coherentemente de

acuerdo con la lógica del análisis marginal de la optimización basada en la

condición ceteris paribus.

La eliminación o adición de una especie a un ecosistema, por ejemplo,

afectará a otras especies y a la integridad general del sistema de manera

impredecible. Además, es probable que los efectos sean diferentes cada vez

que se realice un cambio.... En los sistemas evolutivos es imposible cambiar

una cosa y mantener constante todo lo demás. La existencia de un cambio

cualitativo y no marginal es un poderoso argumento para rechazar la teoría

microeconómica. (Gowdy y Erickson 2005: 215)

La idea de la racionalidad plena también se considera dentro de la economía

ecológica. Específicamente, los individuos a menudo caen en la "miopía temporal"

al ver y preferir arbitrariamente el presente más que el futuro. Esta es precisamente

una de las causas del problema ecológico actual. Los individuos buscan

"racionalmente" el máximo beneficio del consumo a partir de la explotación de los

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recursos naturales a corto plazo; sin embargo, actuar colectivamente de esta

manera termina por afectar e incluso destruir la disponibilidad de los recursos a

largo plazo. Así pues, lo que parece "racional" a nivel individual, a corto plazo,

puede no serlo a nivel colectivo, a largo plazo. El comportamiento resultante

termina por perjudicar a los propios individuos. Por lo tanto, el análisis neoclásico

intertemporal, que utiliza tasas de descuento para tener en cuenta la importancia

de las futuras ganancias o pérdidas ambientales, no sólo es limitado sino que

también es engañoso (Georgescu-Roegen 1976; Price 1993).

Algunos fenómenos que se consideran "anomalías" en la economía neoclásica son

en realidad parte del comportamiento de los agentes reales. Por ejemplo, los

efectos de dotación ocurren cuando los individuos asignan arbitrariamente más

valor a las cosas porque las poseen, lo que puede afectar la implementación de

soluciones ecológicas específicas como "diseños de subdivisión ecológica"

(Magliocca et al. 2014). Otro ejemplo es el descuento hiperbólico, que se produce

cuando los individuos valoran el futuro cercano considerablemente más que el

futuro lejano. Teniendo en cuenta este fenómeno, los gestores ambientales que

deseen actuar racionalmente desde una perspectiva integral deben calcular no sólo

la "tasa de descuento del tiempo económico" sino también la "tasa de descuento

del tiempo ecológico" (Mazziotta et al. 2016). Un tercer ejemplo de cómo las

preferencias individuales pueden dar información muy engañosa en relación con

los resultados sociales es el problema de la parte integral. Esto ocurre cuando los

individuos valoran la suma de las partes individuales de un objeto más que el objeto

entero en sí. (Por ejemplo, según la lógica capitalista, el valor de los árboles de un

ecosistema importante puede considerarse más valioso que el del ecosistema, que

se trata como una "externalidad"). Para corregir este problema, se requiere un

análisis en términos de "sistemas complejos" para entender la economía en su

contexto ecológico (Balmann y Valentinov 2016).

En resumen, desde una perspectiva ecológica, la noción neoclásica de homo

economicus debe ser cuestionada. Un marco teórico que considere las cuestiones

ambientales como meramente "exógenas" o simplemente como un tema aplicado

no puede ser una guía adecuada para la acción racional, ya que la racionalidad del

homo economicus puede conducir a la "irracionalidad ecológica". Por lo tanto, el

enfoque ecológico apunta a una profunda reformulación de la economía.

Preocupaciones como el agotamiento de la capa de ozono, la reducción de la

biodiversidad y la destrucción de las selvas tropicales, por mencionar sólo algunas

de las más destacadas preocupaciones ambientales, están lo suficientemente

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alejadas del tipo de cuestiones con las que los economistas se han ocupado

tradicionalmente, por lo que sería sorprendente que este cuerpo de teoría no

requiriese revisiones serias para abordar la política ambiental. (Gintis 2000: 311-

312)

Aplicando las Críticas

Como resultado de este examen crítico, la principal conclusión a la que se llega es

que el esquema del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente. Sin

embargo, a pesar de sus insuficiencias, sigue siendo uno de los pilares

fundamentales del paradigma neoclásico en economía, lo que nos permite

cuestionar: ¿Por qué no hemos superado aún este paradigma?

La respuesta que se propone en esta discusión es que la noción de homo economicus

constituye una base teórica para la legitimación moral e ideológica de todo nuestro

sistema económico. Según esa lógica, cuando los individuos se comportan de

manera racional y con interés propio, hay una "mano invisible" que procura el bien

común. Como en la "Fábula de las abejas" de Bernard Mandeville de 1714,

asumimos inconscientemente que los vicios privados se convierten en beneficios

públicos por la magia del mercado. Desde este punto de vista, si los individuos son

racionales es posible asumir que todo el sistema es racional. Si se logra un

equilibrio competitivo general en los mercados libres, los economistas neoclásicos

sostienen que los recursos de la sociedad se están utilizando de la manera más

eficiente posible. Esto elimina cualquier posibilidad de reparos éticos o morales

con respecto a los comportamientos egoístas.

Además, la economía neoclásica ha ayudado a establecer una identidad

omnipresente entre el bienestar y la felicidad humana, midiendo esta última por la

multiplicación indiscriminada de las mercancías en una sociedad capitalista. Este

paradigma ha valorado el deseo de un aumento indefinido de la producción de

mercancías. El producto interno bruto (PIB) es un indicador monetizado de esta

idea de progreso, en el que los valores pecuniarios dominan la sociedad en

detrimento de otros valores más vitales (Naredo 2015: 85).

En una sociedad de mercado surge una contradicción entre los resultados reales y

la mejora esperada del bienestar general, incluso en términos de los principios

hedonistas de la economía neoclásica. Esta contradicción no sólo se refleja en la

crisis alimentaria de los países pobres, sino que también queda demostrada por la

pérdida de calidad de vida en términos materiales y psicológicos que se observa en

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la metrópoli industrial. Si nos centramos en los Estados Unidos, el enorme

aumento de la producción de mercancías desde la Segunda Guerra Mundial ha ido

acompañado de un aumento significativo de la contaminación y la degradación de

las materias primas y los recursos energéticos. Además, no ha dado lugar a una

mejora significativa de las necesidades básicas, como la alimentación, el vestido o

la vivienda.

En relación con los alimentos, el esquema de maximización de beneficios en una

sociedad de mercado se sitúa por delante de la salud del consumidor, el sustento

del agricultor estadounidense, las condiciones laborales de los trabajadores y el

medio ambiente natural. Al examinar la primera cuestión, se observa un claro

retroceso en la calidad de la dieta consumida por el americano medio. Según

Monteiro y otros (2013), numerosos procedimientos de elaboración de alimentos

son beneficiosos para la salud humana. No obstante, la forma en que se elaboran

realmente los alimentos, así como el grado de elaboración y las razones para ello,

se han revolucionado como parte esencial de la industrialización. Desde mediados

del siglo XIX, la mecanización ha dado lugar a una eficiencia y eficacia mucho

mayores en la fabricación, distribución y venta de alimentos. Se han reducido las

deficiencias de nutrientes, y los requisitos de etiquetado han reducido la

incertidumbre sobre los ingredientes de los alimentos, que inicialmente fueron los

principales problemas de salud pública relacionados con los alimentos. Sin

embargo, la elaboración posterior permitió la introducción de alimentos con alto

contenido de grasas y azúcar, a lo que siguió el aumento de las enfermedades

cardiovasculares, al principio en los países prósperos, y luego se extendió a nivel

mundial (Omran 2005). Desde el decenio de 1980 se observa una evolución

revolucionaria más reciente en la práctica de la elaboración de alimentos (o incluso

la ultraprocesamiento). El rápido avance de las técnicas de la ciencia de los

alimentos ha facilitado el desarrollo de una inmensa variedad de productos muy

apetecibles elaborados con ingredientes y aditivos baratos. Las empresas

transnacionales de fabricación, distribución y venta al por menor de alimentos y

bebidas, así como las de comida rápida y empresas aliadas, cuyos beneficios se

derivan de productos listos para consumir de marca homogénea, se han convertido

en corporaciones mundiales titánicas. Estos cambios han ido acompañados de

aumentos significativos de la obesidad y de las enfermedades crónicas no

infecciosas conexas, sobre todo la diabetes, principalmente en los países de

ingresos altos y medios (Popkin 2002).

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En relación con las prendas de vestir, la industria de las prendas de vestir es otro

ejemplo de las contradicciones asociadas a los "beneficios" de la sociedad de

mercado.

No hace mucho tiempo, sólo había dos temporadas importantes de ropa por año.

Actualmente, cada 15 días los minoristas de "moda rápida" cambian su colección.

La compra de ropa se ha convertido en una experiencia de entretenimiento: "Como

no queremos ver la misma película dos veces, cuando vamos de compras no

queremos ver el mismo vestido dos veces" (Doeringer y Crean 2006). Esto nos

lleva a ver a los consumidores deshacerse constantemente de su ropa usada (o

incluso no usada). La moda rápida es un concepto desarrollado inicialmente en

Francia para atender a los mercados de adolescentes y jóvenes adultos que quieren

ropa de moda, de ciclo corto y barata. Esta filosofía, basada en la "respuesta rápida"

y la "fabricación rápida" a un precio asequible, es utilizada por los grandes

minoristas para permitir a los consumidores corrientes comprar estilos de ropa

actuales a un precio más bajo. La empresa española -Inditex- ha estado a la

vanguardia de esta revolución de la venta al por menor de moda. Se ha convertido

en el modelo mundial de cómo disminuir el tiempo entre el diseño y la producción,

y al mismo tiempo reducir los costos.

Sin embargo, la capacidad de cambiar y actualizar la ropa y las tendencias cada 15

días tiene un aspecto negativo que es importante discutir. La psicología, la

psiquiatría e incluso el marketing han estudiado un aumento en el número de

trastornos de comportamiento perturbador en las últimas décadas. Por ejemplo, la

"compra compulsiva" surge cuando un consumidor experimenta impulsos

intensos e irrefrenables para comprar y adquirir (Edwards 1993). A menudo se

observa a los consumidores compulsivos realizando prácticas de compra

compulsiva como compensación por su baja autoestima o por eventos infelices

(O'Guinn y Faber 1989). La autoestima y el estado de ánimo del consumidor

pueden verse temporalmente elevados por el acto de compra; sin embargo, a

menudo esto va seguido de sentimientos de desgracia o infelicidad (McElroy y

otros, 1995). Las compras compulsivas tienen diversas repercusiones que pueden

dar lugar a discordias familiares o matrimoniales, ansiedad, frustración y deudas

financieras (O'Guinn y Faber 1989). Los compradores compulsivos suelen tener

un gran interés en la moda (Park y Burns 2005) junto con su apariencia física y su

atractivo. Los minoristas de moda rápida pueden ser una tentación irresistible si

un consumidor ya posee hábitos de compra compulsivos, ya que el consumidor

compulsivo puede confiar en el conocimiento de que siempre habrá disponibles

productos de ropa nuevos y actualizados.

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La otra cuestión controvertida en relación con la moda rápida se refiere a las

condiciones de trabajo. La ropa es una industria de trabajo intensivo, en la que la

mayoría de los trabajos de producción son semi-cualificados o no cualificados, y el

capital por empleado es relativamente bajo. Estados Unidos tiene una desventaja

significativa en los costos de producción cuando se compara con la compensación

por hora en la industria del vestido de China de menos de $1 y aproximadamente

$2.50 en México. Por lo tanto, no es sorprendente el aumento constante de las

importaciones de países con gran cantidad de mano de obra desde mediados de la

década de 1970 (Doeringer y Crean 2006). Los casos de explotación laboral en los

Estados Unidos también han aumentado. Desde 2001, las quejas de los

trabajadores se han basado en largas y agotadoras jornadas de trabajo: planchar o

empacar ropa seis días a la semana, a veces 12 horas al día, por mucho menos del

salario mínimo. En otros casos, los empleados son pagados por pieza que cosen

en lugar de por hora, lo que no siempre da lugar a un salario mínimo.

Además, la moda rápida es catastrófica para el medio ambiente. Por ejemplo, se ha

debatido ampliamente el vínculo entre la producción de algodón y la devastación

ambiental en el mar interior de Asia central. Entre 1989 y 2014, el Mar de Aral se

secó casi por completo. En principio, el algodón es sostenible en el sentido de que

es una fibra natural producida por las plantas. Es biodegradable y no deja ningún

rastro una vez descartado, y siempre podemos cultivar más, ya que el algodón no

requiere intrínsecamente recursos que no podamos reemplazar. Sin embargo, la

producción de algodón es increíblemente intensiva en agua, ya que se necesitan

hasta 2.700 litros para producir una sola camiseta y la obtención de rendimientos

competitivos a escala industrial sólo es posible con programas de riego precisos

(Chapagain et al. 2006). Sin embargo, el problema no termina en el uso del agua,

ya que la producción de cultivos de algodón a escala industrial requiere un

tratamiento con niveles sorprendentemente altos de pesticidas y herbicidas. Se

estima que en 2014 los plaguicidas en los Estados Unidos causarán anualmente

9.600 millones de dólares de daños ambientales y sociales, y los Estados Unidos

son sólo el tercer productor mundial de algodón, después de la India y China, cuyas

reglamentaciones ambientales son por lo general menos restrictivas (Pimentel y

Burgess 2014: 47). La producción de algodón sigue siendo el cuarto mayor

consumidor de productos químicos agrícolas, a pesar de los esfuerzos de la

ingeniería genética y otros métodos para reducir el uso de esos productos químicos.

Por último, al considerar la necesidad de vivienda, también podemos informar de

importantes complicaciones derivadas directamente de las "mejoras" en una

sociedad de mercado. El problema surge cuando el deseo de maximizar el beneficio

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se convierte en el principio rector que ordena el territorio y construye la ciudad.

Dos fenómenos son dignos de mención: la presión impuesta por la sociedad de

mercado para crecer sin límites y la conjunción entre el crecimiento y varios

modelos de desarrollo urbano.

En primer lugar, las obsesiones de crecimiento obligan a la expansión de las

ciudades a ritmos muy superiores al crecimiento de la población y de la renta

disponible. Aunque las ciudades deben crecer espacialmente para dar cabida a una

población en expansión, puede producirse un crecimiento espacial excesivo

(Brueckner 2000). No es infrecuente observar casas vacías en los centros urbanos

y la promoción de nuevas viviendas en otras partes de la ciudad, lo que implica la

expansión de los pueblos y ciudades bajo la lógica productivista que prevalece en

una sociedad de mercado.

En segundo lugar, estos procesos de crecimiento se ajustan implícitamente a dos

modelos que provocan una mayor fragmentación social y una mayor dependencia

de los productos básicos del mercado:

a) El modelo de expansión urbana que caracteriza a las ciudades modernas. Separa

y expande de manera muy ineficiente las distintas partes de la ciudad sobre un

territorio, lo que requiere una costosa infraestructura de transporte para

conectarlas. Así pues, como sostiene Brueckner (2000), la expansión urbana

excesiva implica desplazamientos excesivamente largos, que generan congestión de

tráfico al tiempo que contribuyen a la contaminación atmosférica. Además, al

dispersar a la gente, el desarrollo suburbano de baja densidad puede reducir la

interacción social, debilitando los vínculos que sustentan una sociedad sana.

b) También se impone un modelo de uniformidad arquitectónica en la ciudad

moderna. Antes del advenimiento del capitalismo, la "arquitectura vernácula" era

la norma. Estaba localizada, era diversa y reflejaba el conocimiento, la cultura y las

tradiciones locales. Tenía en cuenta las condiciones ambientales y climáticas, como

la humedad y la temperatura, así como los materiales disponibles en la región. La

sociedad de mercado desplazó a la arquitectura vernácula con una uniformidad

arquitectónica industrializada. Estos estilos de "arquitectura no vernácula",

relativamente baratos debido a la producción en masa, han hecho a los habitantes

de las ciudades más dependientes del consumo de aparatos de calefacción o de aire

acondicionado que encajan perfectamente en la lógica de la acumulación

capitalista.

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Así, podemos ver que la noción de homo economicus y la sociedad de mercado que la

abarca han creado contradicciones dentro de tres áreas de subsistencia básica:

alimentación, vestido y vivienda. En cada caso, la escala de consumo de mercancías

ha aumentado, lo que la economía neoclásica considera como la única medida de

éxito. Pero el triunfo de la cantidad ha significado un declive de la calidad de vida

en muchos aspectos. Por esa razón, necesitamos mejores modelos económicos que

puedan reconocer más adecuadamente estas contradicciones y tratar de superarlas.

Resumen y Conclusión

El esquema neoclásico del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente

para retratar la complejidad del comportamiento humano. Hemos utilizado no

uno, sino cinco enfoques para criticar la noción de homo economicus, que subyace en

todo el marco de la economía neoclásica.

- Desde el estudio de la psicología, la economía del comportamiento ha

demostrado que no existe una racionalidad perfecta o un criterio de optimización;

por el contrario, nuestras percepciones y decisiones se ven sistemáticamente

afectadas por sesgos y limitaciones cognitivas.

- A partir de un análisis de la forma en que el comportamiento está moldeado por

normas sociales, la economía institucional ha establecido que no somos sujetos

aislados con preferencias dadas, sino que estamos constituidos por normas y

estructuras sociales. Incluso nuestra aparente individualidad y preferencias en sí

mismas están influenciadas por factores sociales.

- Desde la perspectiva de las relaciones sociales y de poder, la economía política

encuentra que los individuos no existen de forma separada e independiente. Los

seres humanos existen en grupos o clases sociales dentro de un esquema jerárquico.

La naturaleza egoísta del homo economicus no es universal; por el contrario, es una

construcción social del propio capitalismo.

- A partir del estudio histórico del desarrollo cultural, la antropología económica

pone en tela de juicio la universalidad del homo economicus al demostrar que, en las

economías precapitalistas, los esquemas de interacción social basados en la

cooperación y la solidaridad no pueden reducirse a motivaciones de interés propio.

La complejidad de la motivación implica connotaciones más profundas y

trascendentales.

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- Por último, desde la visión más amplia de conceptualizar al ser humano como

parte de un gran ecosistema, la economía ecológica considera el medio ambiente

no como algo exógeno que pueda ser abordado como una cuestión subsidiaria en

la teoría económica. Por el contrario, debe considerarse endógeno, como algo que

debe abordarse de manera coherente desde una perspectiva holística y no desde el

limitado esquema neoclásico.

A pesar de estas perspectivas críticas, la defensa del homo economicus sigue vigente

porque legitima y racionaliza el funcionamiento de la actual sociedad de mercado.

En las sociedades de mercado han surgido una serie de contradicciones que revelan

la necesidad imperiosa de trascender el enfoque creado por la adhesión a la lógica

del homo economicus.

La primera contradicción se refiere a los principios hedonistas del homo economicus,

que vinculan la felicidad o el bienestar al consumo de bienes y servicios.

Cuestionamos seriamente la validez de esa conexión. Como hemos demostrado, la

calidad de vida de la población puede en realidad estar disminuyendo en relación

con la alimentación, el vestido y la vivienda.

En segundo lugar, la lógica optimizadora de la producción y el consumo en un

entorno cada vez más competitivo de acumulación capitalista hace bajar el precio

de las mercancías. En la teoría neoclásica, este resultado se considera un indicador

del éxito del capitalismo. Sin embargo, la lógica de optimización también ha

causado el deterioro de las condiciones de trabajo y la reducción de la

remuneración de la clase obrera. El fracaso de la economía neoclásica para hacer

frente a esta tendencia revela una alianza duradera entre la economía convencional

y la clase capitalista.

En tercer lugar, el modelo de sociedad de mercado en la metrópoli industrial (las

naciones ricas del Norte Global) no es generalizable a escala mundial. El nivel de

producción alcanzado en estos centros metropolitanos se basa en el creciente uso

de energía y materias primas no renovables. Ese proceso sólo puede sostenerse

mediante la apropiación de la energía y las materias primas de los países del Sur

Global y mediante prácticas de colonialismo ecológico, como el funcionamiento

de las industrias más contaminantes en su territorio.

Por último, la economía ecológica nos muestra cómo la expansión del modelo de

sociedad actual y su creciente dependencia de la degradación de la energía y las

materias primas no renovables ya ha alcanzado los límites que ofrece nuestro

pequeño planeta. Así, se hace más urgente tener en cuenta los plazos relativamente

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cortos para el agotamiento de toda una serie de materias primas no renovables y la

ruptura de los equilibrios ecológicos básicos que hacen posible la vida en la tierra

(Naredo 2015: 87).

La noción de homo economicus sigue dominando el pensamiento de los principales

economistas y, por extensión, de otros agentes de la economía capitalista. Para

obtener un progreso consistente y genuino hacia una economía más justa y

sostenible, se requiere una visión multiparadigmática. Hemos tratado de llamar la

atención sobre varios tipos de paradigmas que sería necesario incorporar en esta

nueva perspectiva. Un conocimiento más crítico nos permitiría construir una

economía alternativa y una economía alternativa. Terminamos con el inspirador

pensamiento de Pierre Bourdieu (1993: 944) de que un nuevo mundo es realmente

posible: "Lo que el mundo social ha hecho, puede, armado con este conocimiento,

deshacerse."

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