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UNA DE PIRATAS QUE EMPEZO CON EL CINE MUDO Una historia de la tecnología reciente que es mucho más de lo que parece. El Betamax, de Sony, una de las tecnologías derrotadas más famosas de la historia de la electrónica de consumo, por sucumbir ante el VHS de JVC (Matsushita), tuvo que librar una batalla legal en la que insistió para tratar de salvar su sistema y que nos ha permitido estar donde nos encontramos ahora. El llamado caso Betamax, de cuya sentencia final se dicto el 17 de enero de 1984, hace 30 años, supuso una victoria de Sony Corp. of America sobre la Universal City Studios, Inc, que temían que la posibilidad de grabar contenidos con derechos de autor acabara con el cine para siempre (o eso argumentaban). La Corte Suprema de EEUU acaba dando la razón a Sony en su batalla de varios años contra la Universal. Cinco años antes, Universal y Disney habían presentado una denuncia contra Sony por sus equipos Betamax, que llevaban apenas unos años en el mercado, considerando que no se podía prohibir una tecnología si existen usos legítimos para la misma ni puede considerarse culpable a una empresa por el uso ilegal que los usuarios le den a la misma.

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UNA DE PIRATAS QUE EMPEZO CON EL CINE MUDO

Una historia de la tecnología reciente que es mucho más de lo que parece. El Betamax, de Sony, una de las

tecnologías derrotadas más famosas de la historia de la electrónica de consumo, por sucumbir ante el VHS de JVC

(Matsushita), tuvo que librar una batalla legal en la que insistió para tratar de salvar su sistema y que nos ha

permitido estar donde nos encontramos ahora.

El llamado caso Betamax, de cuya sentencia final se dicto el 17 de enero de 1984, hace 30 años, supuso una victoria

de Sony Corp. of America sobre la Universal City Studios, Inc, que temían que la posibilidad de grabar contenidos

con derechos de autor acabara con el cine para siempre (o eso argumentaban).

La Corte Suprema de EEUU acaba dando la razón a Sony en su batalla de varios años contra la Universal. Cinco años

antes, Universal y Disney habían presentado una denuncia contra Sony por sus equipos Betamax, que llevaban

apenas unos años en el mercado, considerando que no se podía prohibir una tecnología si existen usos legítimos

para la misma ni puede considerarse culpable a una empresa por el uso ilegal que los usuarios le den a la misma.

Para la Universal, Sony era culpable de que sus equipos sirvieran para violar el copyright de producciones de cine Y

televisión, y que ello supondría el final de la industria. Tras varias apelaciones se produjo la histórica sentencia.

Para los jueces, los fabricantes como Sony no eran responsables del uso que sus clientes hacían de sus productos

siempre y cuando esos aparatos tuvieran suficientes usos dentro de la legalidad (TimeShift, por ejemplo). Además,

las grabaciones de contenidos emitidos para su posterior visualización de forma privada fueron considerados como

dentro del uso adecuado que permitía la ley de protección de los derechos de autor de entonces, y no correspondía

a ellos ampliar las limitaciones que ya establecía dicha ley.

Curiosamente, esta sentencia de la Corte Suprema de 1984 a favor de Sony no supuso el éxito del Betamax,

condenado por otros motivos diferentes, pero sí que permitió el desarrollo de la tecnología en un ámbito en el que

habría sido casi imposible avanzar de habérsele dado la razón a la Universal. Pero es que además, para la industria

cinematográfica, la popularización de reproductores y grabadores de cinta conllevó una nueva fuente de ingresos

que solo al año siguiente, en 1985, llegó a suponer la mitad de sus ganancias.

Dos años después, en 1987, el vídeo casero fue el culpable para los analistas de que el interés del público por el cine

aumentara de nuevo y creciera el número de espectadores en la gran pantalla. Y ya en 1995, frente al 25% de

ingresos que la taquilla suponía para los creadores, el mercado del vídeo doméstico (Video Clubs), recaudaba la

mitad de sus beneficios. Así, aquella sentencia en favor de Sony, a quien realmente salvó y favoreció fue al

crecimiento de la industria cinematográfica.

Pese a la lección dada por Betamax, la industria del cine no ha dejado de llorar toda su vida y la historia no ha parado

de repetirse cada vez que un desarrollo tecnológico ha mejorado la forma en que consumimos contenidos. O mejor

dicho, ha supuesto una amenaza para un negocio clasicista y perenne.

Las productoras 'majors' y la patronal MPAA cierran Megaupload e impulsan leyes como la SOPA o la Ley Sinde. Los

casos de Napster o Grokster retoman ese pulso entre los avances tecnológicos y la industria del cine, con victorias

parciales, derrotas completas, pero siempre con un ganador común en ambos casos, la tecnología. Afirmaban que la

industria de la música iba a desaparecer este 2014, a consecuencia de los avances logrados por la industria

electrónica, a los que sentencian a muerte y de los que se aprovechan más tarde para mayor lucro propio, porque

siempre les supone un negocio mayor aun si cabe que su actual industria y salas de cine. Vamos, que siempre pillan.

Esta llorera empezó con la creación del cine sonoro y se convirtió en pataleta cuando nació la TV. Prohibían a los

actores ir a los programas, se cambiaron los formatos para que no se pudiesen ver correctamente en las TV, etc.

Luego el video, el DVD, el Bluray, el DivX, el Mkv… ¡Ay madre que me lo copian todo!

¿Qué han conseguido mientras tanto con semejante lloriqueo?, pues ¡TOMA CANON para sufragar ¿las pérdidas?!

Toma la peli en vídeo para que la tengas en tu casa. Ahora toma la misma peli en DVD para que la veas mejor. ¿No

quieres verla en HD?, pues toma Bluray y sigue pagando más aun por la misma peli que ya tienes en video, hecha

polvo de machacarla con los cabezales ó el DVD que te lo han rayado los niños.

No tenemos ni derecho, por lo menos, a un descuento al comprar la misma obra por la que ya hemos pagado el

copyright, en un nuevo formato ó copia digital. Eso sí, te la pasaran por todas las televisiones del mundo unas

cuantas miles de veces para hacer más caja, ¡Y ni se te ocurra copiarla sin pagar que te meto en la cárcel!

El ir al cine es caro, ya no es popular, y espera que siguen llorando porque no llenan las salas y no es rentable el

negocio, cuando está demostrado que con precios más asequibles sí que se llenan.

Por cierto, la piratería la creó Hollywood. Todo el mundo parece olvidarse de que la industria del cine se fue a

California para librarse de las demandas por 'copyright' y si la misma ferocidad legal que se ha aplicado a

Megaupload se hubiese aplicado a los comienzos del Séptimo arte, la industria de Hollywood jamás hubiese nacido.

Aunque ahora todos demos por sentado que los hermanos Lumiére crearon el cine en 1895, la verdadera historia no

fue así ni de lejos: los experimentos para proyectar imágenes en movimiento ya habían contado con otros pioneros,

como Eadweard Muybridge (cuyos inventos usaban discos de cristal en lugar de película) y de un tal Thomas Alva

Edison, que no vacilaba en apropiarse de ideas ajenas para perfeccionarlas y comercializarlas.

En 1891, el inventor de las bombillas de filamento había creado ya su kinetoscopio, muy similar al cine, pero que

obligaba al usuario a mirar por una ranura para ver el filme. Con el tiempo, los inventos de Edison y de los Lumiére

acabarían llegando a un punto de equilibrio: el primero usaba la película de 35 milímetros, mientras que los

franceses convirtieron en estándar la velocidad de 16 fotogramas por segundo y la proyección sobre una pantalla.

Por suerte para todos, Edison no pudo hacer la pascua a los hermanos franceses. Pero en EE UU, la cosa era bien

distinta. Edison gestionaba ya su propio estudio de cine, su antiguo socio William Dixon había fundado la Biograph

(presuntamente, la primera productora de la historia), y otras compañías como American Star ya operaban por su

cuenta, librándose como podían de las demandas por copyright del maestro. La guerra entre las productoras terminó

con la formación de la MPCC (siglas en inglés de "Compañía de patentes de cine"). Si eras socio de la MPCC, tenías

garantizado el suministro de película (porque Kodak tenía un acuerdo con el trust), tenías garantizadas tus redes de

distribución... Y tenías garantizado que cualquiera que intentase abrirse camino en el negocio se vería acosado por la

ley, privado de su equipo de rodaje e incluso arrestado. ¿Os suena?

Pero, por supuesto, había muchas más compañías (las llamadas piratas) rodando películas en los Estados Unidos.

Para evitar que Edison y su MPCC les hicieran la pascua, estos pioneros del cine indie procuraban mantenerse bien

lejos de Nueva York, la ciudad donde los grandes tenían su sede. Y donde se rodaban, por entonces, la mayoría de

los filmes. La lentitud de las comunicaciones de la época, y el sistema judicial de EE UU (donde algunos estados eran

más inflexibles que otros a la hora de aplicar las leyes de copyright) podían salvarles el trasero. Sólo que la MPCC

había fijado un ultimátum para todos aquellos que no se avinieran en cumplir sus normas: enero de 1909. ¿Qué

hicieron las productoras indie para librarse de las amenazas de Edison? Seguro que ya lo estás adivinando: irse a

California, "vente a rodar al Oeste".

En 1909, David Wark Griffith, era un mero director a sueldo de la compañía Biograph, al que habían enviado a

California para buscar localizaciones. El cineasta descubrió allí su tierra prometida: los terrenos eran baratos, hacía

sol todo el año (para regocijo de sus directores de fotografía), los tribunales estudiaban a fondo (y sin prisas) las

demandas por derechos de autor... Y había lugares, como cierto pueblecito cercano a Los Ángeles, en donde los

lugareños acogían con los brazos abiertos el negocio del cine. El nombre de dicho pueblo era Hollywood. In Old

California (1910), firmada por Griffith, fue la primera película rodada allí.

Entre los empresarios que aplaudieron con las orejas al enterarse del descubrimiento de Griffith había muchos

nombres que te pueden sonar. Por ejemplo, William Fox (de la 20th Century Fox), Samuel Goldwyn y Louis B. Mayer

(futuros socios en la MGM) y el fundador de Paramount, Aldolph Zukor. Todos estos alevines de magnate se libraron

para siempre de los acosos de Edison emigrando a Hollywood. Incluso Griffith, en 1914, fundó su propia productora,

la Majestic, para producir El nacimiento de una nación. Una película esta que, además de ser una oda al racismo,

supuso el primer blockbuster de la historia, recaudando un total de 146,6 millones de euros (ajustados a la inflación)

el año de su estreno: menos que Avatar, pero muchísimo para la época.

Por otra parte, se le considera el primer largometraje de éxito: las productoras de la MPCC preferían rodar películas

de corta duración, "para que el público no se cansara". La peli de Griffith sentó los cimientos económicos de la

industria de Hollywood, tal y como la conocemos. Y el director acabaría fundando otra productora, United Artists,

junto a: Charles Chaplin y la pareja de Douglas Fairbanks y Mary Pickford, algo así como los Brad Pitt y Angelina Jolie

de la época. Todos ellos en busca de un mayor control creativo, y de librarse de la presión de los grandes estudios.

Está claro que los contenidos no son lo mismo que las técnicas, pero pensemos que las productoras majors que

ahora se frotan las manos por la aprobación de la SOPA, y por el cierre de Megaupload, aparecieron justo entonces y

no habrían sobrevivido de atenerse a las regulaciones de la MPCC, que sufrió un duro golpe en 1915, con la

sentencia judicial que decretó que sus métodos "iban mucho más lejos de lo tolerable para defender la propiedad

intelectual". El organismo desapareció en 1918, mientras que sus antiguos enemigos se hacían cada vez más ricos.

¿Está repitiéndose la historia? ¿Serán los piratas de hoy los millonarios del mañana? Los grandes de Hollywood

deberían recordar sus orígenes, y ser conscientes de que su industria nació gracias a un acto de piratería.

La propiedad intelectual ha pasado de ser un derecho a ser un arma. Leyes en trámite como la SOPA y la llamada 'Ley

Sinde' amenazan con clausurar todos los sitios de internet que se salten por un pelo las regulaciones de copyright,

mientras que un suceso tan reciente y tan peliagudo como la clausura de Megaupload ha puesto los pelos de punta a

muchos internautas y (más importante) privado de contenidos personales y legítimos a muchos usuarios. Es decir, en

la aplicación de sus supuestos derechos aplastan y se pasan por el forro los derechos de los demás.

Mientras la MPAA (asociación de productores y distribuidores de cine de EE UU), emite un comunicado

congratulándose por el cierre de "el mayor sitio web criminal que amenaza a la creatividad en el mundo", unos

hackers bajo la máscara de Anonymous se vengan tumbando su web y la de otros organismos como la patronal

discográfica RIAA. Todo parece indicar que nos hallamos en los prolegómenos de una lógica guerra entre la industria

de Hollywood y sus propios consumidores.

Por cierto, una obra pasa al dominio público cuando los derechos patrimoniales han expirado. Esto sucede

habitualmente trascurrido un plazo desde la muerte del autor (post mortem auctoris). El plazo mínimo, a nivel

mundial, es de 50 años y está establecido en el Convenio de Berna. Muchos países han extendido ese plazo

ampliamente. Por ejemplo, en el Derecho europeo, son 70 años desde la muerte del autor. Una vez pasado ese

tiempo, dicha obra entonces puede ser utilizada en forma libre, respetando los derechos morales.

Entonces, por qué tiene que pagar derechos a las SGAE una orquesta que interpreta música popular o que ya

pertenece al dominio público. Por qué un señor graba la interpretación de una obra clásica y cobra derechos de

autor por ella, si no es suya, solo la interpreta… Douglas Fairbanks murió hace 75 años y sus películas son ya

patrimonio de la Humanidad. Así infinidad de obras literarias, artísticas, musicales, científicas y didácticas.

Lo que está matando el cine en sala son sus estratosféricos precios, cuando en menos de un año vamos a poder

comprar legalmente la película y poder verla cuantas veces queramos por mucho menos dinero. Culpar al aumento

del IVA del vacío de las salas es lamentable, cuando el resto de la industria no ha tenido nunca un IVA reducido y a

tenido siempre que asumir siempre el cargo. Cada vez que ponen una promoción a 3€, se demuestra lo muchísimo

que la piratería o cualquier otra cosa afectan a ir a ver el cine en la sala. Se recauda más al ocupar el cine por

completo a 3€ que por 100 butacas a 9€. Lo mismo ocurre al vender 1 millón de copias de CD a 3€ que 1.000 a 20€.

La avaricia rompe el saco.

ESTUDIO SOBRE EL EFECTO DE LAS DESCARGAS “PIRATAS” ONLINE

Una nueva investigación publicada por el Instituto de Prospección de Estudios Tecnológicos del Centro Común de

Investigación de la Comisión Europea, considera que la piratería en línea no hace daño a los ingresos de la música

digital.

Los investigadores examinaron los hábitos de navegación de 16.000 europeos, encontrando una relación positiva

entre la piratería y las visitas en línea a tiendas de música legal online, con independencia de los intereses de la

gente por la música, llegando a la conclusión de que la industria de la música no debería ver la piratería como una

creciente preocupación.

Los resultados se publican en un artículo titulado "El consumo de música digital en Internet: elementos de juicio de

clics de datos", y los investigadores encontraron que, en general, la piratería tiene un efecto positivo en las ventas

de música.

"Parece que la mayoría de la música que se consume de manera legal online, no se habría comprado si los sitios web

“piratas” no existiesen. La mayoría de los efectos se encontraron al comparar las visitas de la gente a sitios web "

piratas" y webs de música legales online, que los investigadores encontraron que están positivamente relacionadas.

Si a este cálculo se le da una interpretación causal, esto significa que los clics de compra legal en

sitios web, sería un 2% menor en ausencia de las descargas ilegales.

El efecto de los servicios de streaming legales sobre las visitas a las tiendas de música es aún mayor, y

estimado en un 7%. Así la transmisión más libre está vinculada a más visitas a las tiendas de música.

Los investigadores admiten que puede haber factores externos que influyen en estos efectos, pero

llegan a la conclusión de que los resultados no proporcionan evidencia de que la piratería está perjudicando las

ventas de música digital en Europa.

Por el contrario, los datos sugieren una relación positiva entre la piratería y las ventas de música legal.

"A primera vista, nuestros resultados indican que la piratería de música digital no desplaza a las compras de música

en formato digital legal”, concluye la investigación.

EL CANON DIGITAL (THE END)

La LPI (Ley de Propiedad Intelectual), explícitamente recoge en el artículo 31 el derecho a la copia privada, es decir, el derecho a hacer copias privadas sin permiso del autor siempre que no exista ánimo de lucro. Para compensar a los autores, introduce el pago de un canon compensatorio asociado a algunos soportes de grabación (CD, DVD, casetes, reproductores MP3, discos duros, memorias USB...) y grabadoras (cámaras fotográficas, grabadoras de CD/DVD, fotocopiadoras...). Los importes recogidos por este concepto tienen que ser gestionados a través de sociedades de gestión de derechos de autor como la SGAE y el CEDRO.

Desde los orígenes de la humanidad, las obras no tuvieron prohibiciones de copia, reproducción o edición de las obras, entre las cuales podemos mencionar obras tan antiguas como el arte rupestre creado hace 40 milenios en la Cueva de El Castillo en España o el Poema de Gilgamesh, desarrollado desde hace 4 milenios por los sumerios, escrito y preservado hace 2 mil 650 años gracias al rey asirio Asurbanipal.

Las primeras copias empiezan a hacerse a mano, había que pagarlas (es decir pagar por piratear) y eran muy costosas. Gracias a estos se mantienen obras que de otra forma hubieran desaparecido.

Con la aparición de la imprenta, se facilitó la distribución y copia masiva de las obras, surgiendo la necesidad de proteger las obras no como objetos materiales, sino como fuentes de propiedad intelectual.

Aunque formalmente se tiende a situar el nacimiento del derecho de autor y del copyright durante el siglo XVIII, en realidad se puede considerar que el primer autor en reclamar derechos de autor en el mundo occidental, mucho antes que el Estatuto de la Reina Ana de 1710 del Reino Unido o las disputas de 1662 en las que interfirió la Unión de las Coronas, fue Antonio de Nebrija (se cree que antepasado de Teddy Bautista), creador de la célebre Gramática castellana e impulsor de la imprenta en la Universidad de Salamanca a fines del siglo XV.

Así se escribe la historia.