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Tejida en torno a una ancdota mnima el viaje que porel ro Congo hace Marlow para relevar a Kurtz, un agentecomercial que se halla gravemente enfermo, El corazndelatinieblas constituye una tensa reflexin moralacerca de la soledad y de la lucha del hombre en su en-frentamientoconlas fuerzas incontrolables delanat-uraleza. JOSEPHCONRAD(1857-1924)introduceal lectorenunmundoalucinatorioenel quelastinieblasdelajungla africana y la tenebrosidad de los instintos olvida-dos se funden armando una trampa inasible a cuyo poderde aniquilacin acaban sucumbiendo los personajes.Joseph ConradEl corazn de las tinieblasePub r1.2ebookofilo 11.02.14Ttulo original: Heart of DarknessJoseph Conrad, 1899Traduccin: Araceli Garca Ros & Isabel Snchez AraujoIlustracin de portada: Twilight in the wilderness - Frederic Edwin ChuchRetoque de portada: ebookofiloEditor digital: ebookofiloCorreccin de erratas: IbnKhaldunePub base r1.0PrlogoEl corazn de las tinieblas fue escrita entre 1898 y 1899, en unmomento en que Joseph Conrad para quien en general, rep-resentaba un gran esfuerzo escribir una novela pareca en-contrarmayorfacilidaddeloqueerahabitual enl. Desdehacaaproximadamenteunao, ConradsedebataconTheRescue que no lograra terminar hasta el final de su vida,y en el verano de 1898 comenz a escribir Youth (Juventud),que se publicara en 1902, junto con El corazn de las tinieblasy The End of the Tether (Con la soga al cuello).PrecisamenteenYouthapareceporprimeravezunper-sonaje que en posteriores obras conradianas va a tenerbastante importancia: Marlow, un capitn de barco ingls delqueConradsevaleparacontarsuhistoriapersonal. YesteMarlow resulta ser un personaje muy especial sobre el que re-caen simultneamente varios cometidos dispares.Paraempezar, Conradloutilizaparaintroducirunatc-nicanarrativanuevaenl: lanarracindentrodelanarra-cin; una tcnica que permite al autor situarse al margen, en-tremezcladoconel reducidogrupodeasiduosqueformanelauditorio fijo de Marlow y salpicar su relato con algn coment-ario, generalmente extemporneo. No se trata de un personajems: Marlowesunmarinero, peronohayningunarelacinentre l y los marineros de The Nigger of the Narcissus (ElnegrodelNarcisus)o de Typhoon (Tifn). stos son, en sumayor parte, gente sencilla, con los vicios y virtudes que Con-radhabaconocidobienentresuscompaerosdel mar; en-carnan entes genricos, representantes de la bien delimitadaclase de los marinos mercantes, dotados con las virtudes queConrad encontraba en ellos: integridad y valor; y las debilid-ades de los marineros que conoci. Nada de esto encontramosen Marlow. El Marlow narrador no da la sensacin de ser unpersonaje de carne y hueso, sino que parece ms bien simboliz-arunaactitudmoral: ladel propioConrad. Comomediodepresentar los acontecimientos, Marlow es til por el realismoque les puede dar desde su perspectiva de protagonista, y sim-ultneamente, como comentador, los juicios que emite son losque confieren a la historia su significado. Conrad esthaciendo revivir acontecimientos de su propia vida, y a travsde Marlow puede conseguir el doble efecto de presentarlos conautenticidadeinmediatezyal mismotiempoagrandarlosyclarificarlos desde la distancia que le separa de ellos.Sin embargo, la actitud moral de Marlow no est exenta deambigedades, sus conclusiones toman con frecuencia la formadedudas: lasdudasqueasaltabanaConrad. Lasinterrup-ciones en la narracin de Marlow sirven tambin una doble fi-nalidad: cuandolasemociones resultandemasiadointensaspara poderlas expresar, Marlow interrumpe el relato y vuelve,momentneamente, al lado de sus compaeros para hacer uncomentario marginal a la historia o incluso para interpelarles.Estasbrevesinterrupcionesdanvivacidadyverismoal actomismo del relato, marcando con intervalos irregulares la diver-sidad de planos narrativos; pero adems Conrad se sirve a vec-es de ellas para eludir la necesidad de terminar un comentarioy dejar as en evidencia su propia ambigedad6/202Evidentemente, Joseph Conrad se encontr a gusto con eldescubrimientodeMarlow, puestoqueenmuypocotiempoprodujotresimportantesnovelas. Laprimeralepudoservirpara experimentar con el nuevo personaje, al que progresiva-mente fue dado un papel ms complejo, que culmin en LordJim. DespusdeLordJim, ConradabandonaMarlow, talvez por considerar que se haban agotado sus posibilidades.El corazn de las tinieblasEn cuanto Youth estuvo terminada, Conrad intent volver a lanovela que haba dejado interrumpida, pero, en parte, porquesuproyectoerademasiadoambicioso, yenparte, porquesucolaboracin con Ford Madox For en The Inheritors (Los here-deros) requeratiempoydedicacin, prontovolviaencon-trarseestancadoconThe Rescue (El rescate). FueentoncescuandodecidiescribirElcorazndelastinieblas, unrelatolargosobresuexperienciaenel Congo, perobajocuyoen-voltoriosedesarrollauncomplejoestudiodeemocioneshu-manas. Es, como prcticamente toda la obra de Conrad, unahistoria semiautobiogrfica. l mismo, en su prefacio a la edi-cin de 1902, escriba:El coraznde las tinieblas esexperienciall-evada un poco (y solamente un poco) ms all delos hechos reales, con el propsito, perfectamentelegtimo, creo yo, de traerlaalas mentes yalcorazn de los lectores. Haba que dar a ese temasombrounasiniestraresonancia, unatonalidadpropia, una continua vibracin que quedara eso7/202esperaba suspendida en el aire y permanecieragrabada en el odo despus de que hubiera sonadola ltima nota.La experiencia real necesitaba de cierta exageracin, de algun-os toques de imaginacinparaactivar conms fuerzalosmecanismosderespuestadeloslectores. Lahistoriafuees-crita como una novela ms, donde se planteaban los temas queobsesionaban a Joseph Conrad: el problema de la soledad hu-mana, la lucha del hombre ensuenfrentamiento conlasfuerzas incontrolables de la naturaleza. Pero con El corazn delas tinieblas, como lo hiciera dos aos antes con An Outpost ofProgress (Una avanzada del progreso), Conrad se vale de susconocimientos directos para denunciar, o por lo menos criticarcon amarga irona, los excesos de la civilizacin occidental ensu colonizacin de estas tierras primitivas. Las alusiones quehaceMarlowal principiodel libroalaconquistadelosro-manos pueden tomarse como parte de la crtica a la salvaje col-onizacin del Congo. An Outpost of Progress es, junto con Elcorazn de las tinieblas, la nica historia de Conrad que se de-sarrolla en el Congo, y es donde estn reflejadas por primeravez las impresiones que este hombre sensible recibi en frica.Enel prefacio alaedicinde 1925de Tales of Unrest(Cuentos de inquietud), Conrad hace referencia a An Outpostcomo la parte ms ligera del botn que saqu de frica Cent-ral; y en una carta que envi a Unwin describiendo el libro es-criba: Toda la amargura de aquellos das, todo mi maravil-lado asombro en cuanto a todo lo que vi; toda mi indignacinpor la filantropa enmascarada, han estado de nuevo conmigomientras escriba. Si An Outpost representa la parte ms li-gera del botn, se puede inferir que la parte ms pesada se8/202encuentra concentrada en las pocas pginas de El corazn delas tinieblas, que es una obra de mayor complejidad.El episodio que Conrad relata a travs de las impresionesde Marlow es, en su estructura, de una gran sencillez; sera, agrandes rasgos, la crnica del viaje que Marlow lleva a cabo, almando de su pequeo vapor, por el ro Congo para relevar a unagente comercial del interior que se encuentra gravemente en-fermo. Sin embargo, es en los personajes donde reside toda lafuerza de la narracin, sobre ellos gravita el peso de la tensareflexin moral a que Conrad les somete. El tema que preocu-pa a Conrad es el de la soledad humana, y la prueba de carc-ter a la que se somete el individuo en su aislamiento. En Elcorazn de las tinieblas la capacidad de Marlow y Kurtz pararesidir el poder delanaturalezadedesatar sus instintosolvidados es puesta a prueba. Marlow, aun consciente de suparentesco remoto con el salvajismo de esta tierra primigenia,no sucumbe ante las fuerzas de la oscuridad. l representa lavida ciudadana, el peso de la tradicin y de los lazos sociales.El escepticismo de Conrad no es total, Marlow, que es bsica-mente su propia proyeccin en el relato, conserva su integridadhasta el final; la fuerza de los poderes ocultos de la selva no hasido capaz de conquistarle. El proceso que se produce en Kurtzes diferente. l no es un comerciante como los dems; no hallegadoa formarpartede sumezquinomundo, seencuentracomo Marlow, solo, y solo se tiene que enfrentar a la selva. Ladiferencia entre Marlow y Kurtz es que Kurtz carece de auto-control y su corazn estaba hueco. El encuentro a solas con lanaturalezaenestadoprimitivo, laausenciadepresionesso-ciales, acaban por dominar a este hombre que no tiene en suinterior la capacidad de dominar sus propios instintos. Elefecto de la selva en Kurtz es hacerle sucumbir ante su verdad9/202oculta, que le sale al encuentro y le habla en susurros, hacin-dole ver lo que hasta entonces haba mantenido escondido bajoel manto de las convenciones sociales. La carencia de conten-cin hace que Kurtz se deje arrastrar por los instintos salvajesque la selva ha despertado en l, y slo al final de su vida ex-presa, en su recapitulacin, el terrible descubrimiento de estehechizo que se ha ido apoderando de l: El horror!.Marlow, a pesar de sus dudas podramos dominaraquella cosa muda o nos dominara ella a nosostros?, con-sigue llegar inclume hasta Kurtz, pero sufre una derrota par-cial en su enfrentamiento con l. A quien Marlow encuentra noes a Kurtz, sino a la selva, con todo su misterio, que se manifi-esta a travs de Kurtz con su infinito poder de fascinacin, yaunque Marlow logra romper el hechizo que mantiene a Kurtzapresado en el seno de la selva, los efectos de su encuentro novan a desvanecerse con el tiempo. La resistencia civilizada deMarlow sucumbe parcialmente ante Kurtz, porque Kurtz sim-boliza la fusin de las tinieblas de la selva con la oscuridad in-terior del ser humano. Marlow emerge de su viaje conscientede los cambios que ha sufrido; durante su estancia en la selvahaentradoencontactoconlaanarquadelatierraannodominada, con los misterios de la humanidad: La tierrapareca algo no terrenal. Estamos acostumbrados a verla bajola forma encadenada de un monstruo dominado, pero all, allpodas ver algo monstruoso y libre. No era terrenal. En unaocasin Conrad declar a Edward Garnett que antes delCongo yo no era ms que un simple animal.La terrible irona del relato est en que para llegar a form-ar parte de esta ms alta categora de ser humano, Marlow hatenidoqueser puestoapruebaenunaluchadesigual conKurtz, ante quien no poda apelar en nombre de nada noble o10/202bajo; ha tenido que conocer sus secretos, ha sido depositariode su confianza y se ha visto obligado a serle fiel hasta el fi-nalhastamsalldel final. El precioqueMarlowdebepagar por las revelaciones que le han sido hechas est simbol-izado por la mentira final con que sella la memoria de Kurtz.Nadie puede escapar a los lazos sutiles de los poderes de la os-curidad. Nadie, exceptolosperegrinos, queparecennotenersiquiera capacidad para romper el hermetismo de su mezquinouniverso. Ellos viven sumergidos en ese pequeo mundo que sehan creado, lleno de falsedad, de hipocresa, de pequea ambi-cin, peroexentodetodaclasedevaloresmorales. Resultairnico que el autor del informe para la Sociedad Internacion-al para la Supresin de las Costumbres Salvajes, la nica per-sona que, en palabra de Marlow, haba venido aqu equipadocon ideas morales de alguna clase, sea quien tenga que sufrirlas consecuencias de haber entrado en contacto demasiado n-timoconlaselva, comotambinresultairnicoqueMarlowacuda a Kurtz en busca de alivio, realmente en busca de ali-vio, en su intento de alejarse de la miseria moral de los pereg-rinos. sta es la pesadilla que ha elegido.El arte de Conrad se sirve de la descripcin de manera casiexclusivaparahacernosentrarenestemundodepesadillasde alucinacionesms que de pesadillasen que se desar-rolla El corazn de las tinieblas. Es Marlow quien, a travs desus propias sensaciones, va edificando el ambiente terrible-menteagresivodondevaatenerlugarsuenfrentamientocon Kurtz, que constituye el punto lgido de esta experiencia.Al hablar de la tcnica narrativa de Conrad es importante ten-er en cuenta sus aspiraciones, magistralmente resumidas en elprefacio que escribi para la edicin de 1898 en The Nigger ofthe Narcissus:11/202El artista apela a nuestra capacidad de deleite yasombro, alossentidosdel misterioquerodeannuestras vidas; a nuestros sentimientos de piedad,y de belleza, y de dolor; al latente sentimiento decamaraderacontodalacreacinyalasutilperoinvencibleconviccindesolidaridadqueen-trelaza la soledad de innumerables corazones, a lasolidaridad en sueos, en alegras, en pesar, en as-piraciones, en ilusiones, en esperanzas, entemores, que une a los hombres entre s, quemantiene unida a toda la humanidad, a losmuertos con los vivos y a los vivos con los que anno hannacido, semejante apelacin, parasereficaz, tiene que ser una impresin transmitida atravs de los sentidos, si su noble deseo es llegaral secretoresortedelasrespuestasemocionales.El objetivo artstico, cuando se expresa por mediodelapalabraescrita, debeaspirarcontodassusfuerzas a la plasticidad de la escultura, al color dela pintura, y a la sugestibilidad mgica de lamsica, que es el arte de las artes.Conrad se apoya en nuestra solidaridad para hacer desdeella un llamamiento a nuestros sentidos: es necesario que to-dos entren en juego mientras leemos. Desde las primeras pgi-nas nos introduce en el mundo de las tinieblas con las descrip-cinqueabreel libro. Lapenumbradel crepsculoenqueMarlowysuscompaerosesperanel reflujodelamareasefunde con la oscuridad de la conquista romana, y as se pro-duce tambin una fusin de planos: el relato parece surgir delalgubrepenumbra queenvuelveladesembocaduradel12/202Tmesis. Este preludio parece adems presagiar las tinieblasde la jungla africana y la tenebrosidad del mundo interior deKurtz. Sinembargo, MarlownovaaencontrarseconKurtzhasta el final, y en el intervalo hay un juego continuo de lucesy sombras que en ocasiones llega a rozar la luminotecnia, peroque no obstante da movilidad al relato y constituye uno de loselementos ms eficaces de la tcnica narrativa de Conrad. Me-diante este hbil empleo del claroscuro van apareciendo en ladescripcin del viaje elementos cuyo significado va a permane-cerocultohastael desenlace: lasoledadde lacostaafricanaqueMarlowobservadesdeelbarco, laquietudyelmisterioque rodea los pequeos puertos a lo largo de la costa, el episo-dio absurdo del barco francs que bombardea la maleza, no sonmsqueel anunciodemisteriosmayores, deepisodiosanms absurdos, de un mundo ms sin sentido que se oculta de-trs de esa prolongada lnea trazada conregla. Conrad,desde la distancia que interpone entre su personaje central ylos hechos que ste narra, puede sopesar cada palabra,graduar el efecto de sus imgenes a menudo caleidoscpicas,en ocasiones sincopadas, pero siempre estilizadas para crearuna atmsfera opresiva, cargada de sensualidad, en donde to-do parece apresado en la densa tela de araa de una inmensa eininterrumpida jungla que empieza y termina en la desembo-cadura del Tmesis. Por eso en este libro no hay, estrictamentehablando, ni principioni final, porqueel final es, msquenada, la vuelta al principio, a la noche londinense y tambin alos orgenes de la civilizacin. En este medio viscoso desarrollaConrad el drama prometeico que es la permanente obsesin detoda su obra: el hombre civilizado en busca de los lmites de sunaturaleza. El simbolismotampocodifieregrandementedelutilizado en otros libros y es bastante naf. Pero su utilizacin13/202estmuybiendosificadaenunaseriesucesivadedescrip-cionesque, empezandoconel desembarcodeMarlowenlaEstacin Central, van hasta su llegada a la Estacin Interior,en un crescendo cuyo punto culminante se alcanza en la orgadeladespedidadeKurtz. El crescendoesperceptibleenelritmo de la narracin; pero tambin se hace patente mediantedeterminados efectos pticos bastante hbiles, que Conradmaneja magistralmente. Tomemos como ejemplo la figura msenigmtica y original de la obra: Kurtz. Marlowoye porprimeravezsunombredurantesubrevepermanenciaenlaEstacin Central.A partir de este momento ir apareciendo espordicamente,y con cada nueva aparicin la persona detrs del nombre iragrandndose y dibujndose con mayor claridad para Mar-low y tambin para los lectores, hasta que finalmente Kurtzaparece tal como ha sido imaginado, como la imagen de la eloc-uencia: Una voz, l era poco ms que una voz. Es aqu, con laentrada en escena de Kurtz, donde todo se precipita; esta voz,este fantasma, ha eclipsado todo lo que hay en su alrededor.La presentacin de Kurtz, hecha con notable economa de me-dios, valindose nicamente de unas cuantas pinceladas, es sinduda uno de los pasajes ms conseguidos del libro.El corazndelastinieblasnoesunadelasnovelasquehicieron a Conrad famoso. Su tcnica narrativa no es perfecta,y en ella el grado de penetracin psicolgica de que van a serobjetolospersonajesdeobrasposterioresestsolamentees-bozada. Sin embargo, y a pesar de que Conrad se deja quiz ar-rastrar demasiado por la vehemencia de su temperamento es-lavo, se encuentran ya aqu los primeros elementos de los quese va a servir para la creacin de un universo que, si bien nodemasiado amplio, es suficiente como escenario de una serie de14/202actitudes morales antagnicas donde Conrad plasma su peculi-ar filosofa de la vida.La traduccin de un libro como El corazn de las tinieblas esuna tarea que plantea algunas dificultades de orden estilstico,por tratarse de una narracin en la que la descripcin juega unpapel muy importante, se podra incluso decir que constituyeel soporte de todo el relato.JosephConrad, que, apesardesutardoencuentroconella, adopt la lengua inglesa como nico medio de expresin,era, sin embargo, un gran conocedor y admirador de la liter-atura francesa especialmente de la tradicinrealista deFlaubert y Maupassant y perteneca a la escuela de los cul-tivadores de le mot juste. Pero el determinismo de su sangreera ms fuerte que su admiracin por el realismo francs, queera de orden intelectual, y tambin que su admiracin por lacivilizacin inglesa, que era de orden moral. Su tradicin vis-ceral, que era en definitiva el expresionismo centroeuropeo, ex-plicalavehemenciaexpresivadelaprosaconradiana, que,unidaasuafanosabsquedaporlapalabrajusta, nocon-tribuye demasiado a facilitar la labor del traductor.Se ha hecho mencin ms arriba de la pasin de Conrad porlosefectosluminosos. Enocasionesestanintensaquenolebasta la proverbial abundancia del idioma ingls en verbos quedescribenprocesosluminosos: gleam, glitter, glimmer, glow,conviven, por ejemplo, en menos de media pgina. Estos trmi-nosresponden, engeneral, aapreciacionesrealesyconson-antes con la descripcin en que aparecen, pero Conrad se sirveadems de sus cualidades sonoras para conseguir efectos rt-micos que resultan necesariamente alterados en la traduccin.15/202Conrad consigue mantener la tensin emocional en el relatoutilizando un artificio que consiste en una mezcla de condensa-cin y superposicin de imgenes, sin duda para darles mayorrotundidez y contundencia. El resultado es que no siempre res-ultafcilencontrarunacontrapartidaen castellanoqueres-pete el ritmo del original sin traicionar demasiado el sentidode la frase. Y el ritmo es un elemento por el que Conrad estsiempre dispuesto a pagar un elevado precio, porque le resultaindispensable para apoyar la unidad emocional de sus tensosrelatos a travs de los pasajes descriptivos. Para ello no vacilaen fundir el dilogo con la descripcin en un complicado juegode alternancia de sujeto y oraciones sincopadas, que producena veces el efecto de espejos deformantes.Aqu se ha tratado de conservar la prodigiosa exactitud dela elaborada prosa de Conrad, y se ha procurado conseguir unritmo tan prximo al original como ha sido posible, sin por ellosacrificar la claridad de la narracin.ARACELI GARCA ROS16/202Captulo 1La Nellie, una pequea yola de crucero, se inclin hacia suancla, sinel menoraleteodelasvelas, yquedinmvil. Lamarea haba subido, el viento estaba casi en calma y, puestoquesedirigaroabajo, lonicoquelaembarcacinpodahacer era echar el ancla y esperar a que bajara la marea.LadesembocaduradelTmesisseextendaantenosotroscomoel principiode uninterminablecanal. En lalejana, elmar y el cielo se soldaban sin juntura, y en el espacio luminosolas curtidas velas de las gabarras empujadas por la corrienteparecan inmviles racimos rojos de lona, de afilada punta, conreflejosdebarniz. Unaneblinadescansabasobrelastierrasbajas que se adelantaban en el mar hasta desaparecer. El airesobre Gravesend era oscuro, y un poco ms all pareca con-densarse enuna lgubre penumbra que se cerna inmvilsobre la ciudad mayor y ms grande de la tierra.El director de las compaas era nuestro capitn y nuestroanfitrin. Nosotros cuatro observbamos su espalda con afecto,mientras se mantena de pie en la proa mirando hacia el mar.No habanadaentodo el ro que tuvieraunaspecto tannutico. Pareca un prctico, que es lo ms digno de confianzaque hay para un marinero. Era difcil hacerse a la idea de quesu trabajo no estaba all fuera, en el estuario luminoso, sinodetrs, en la ominosa penumbra.Entre nosotros exista, como ya he dicho en algn lugar, elvnculo de la mar, que, adems de mantener unidos nuestroscorazones durante largos perodos de separacin, tena la vir-tud de hacernos tolerantes para con las historias, e incluso lasconvicciones, de cada cual. El abogado el mejor de los viejoscompaeros tena, debido a sus muchos aos y virtudes, lanicaalmohadadelacubierta, yestabaechadoenlanicamanta. El contable haba sacado ya un domin, y jugaba form-andopequeasconstruccionesconlasfichas. Marlowestabasentado en popa con las piernas cruzadas, apoyado en el palode mesana. Tena las mejillas hundidas, la tez amarillenta, laespalda erguida, aspecto de asceta, y, con los brazos colgando ylas palmas de las manos hacia afuera, pareca un dolo. Unavezcomprobadoquelaembarcacinestababienanclada, eldirector se dirigi a popa y se sent entre nosotros. Intercam-biamos unas palabras perezosamente. Despus todo qued ensilencioabordodel yate. Poralgunaraznnoiniciamoslapartida de domin. Nos sentamos meditabundos, incapaces dehacer nada, excepto dejar vagar nuestra mirada plcidamente.El da se acababa en una serenidad de tranquila e intensa bril-lantez. El agua reluca apacible; el cielo, sin una mancha, eraunadulceinmensidaddeluzinmaculada; inclusolabrumasobrelasmarismasdeEssexeracomountejidoradianteytransparente, colgado de las boscosas colinas del interior y rev-istiendo las costas bajas de pliegues difanos. Slo la oscuridadal Oeste, cernindose sobre el curso alto del ro, se haca mssombra por instantes, como irritada por la proximidad del sol.Y por fin, en su cada curvada e imperceptible, el sol des-cendi, y de un resplandecienteblanco pas a un rojo opaco,18/202sin rayos y sin calor, como si estuviera a punto de extinguirse,herido de muerte por el contacto con aquella penumbra que secerna sobre una multitud de hombres.En seguida sobrevino un cambio sobre las aguas, y la seren-idad se hizo menos brillante, pero ms profunda. El viejo ropermaneca imperturbable en toda su extensin ante el ocasodelda, despusdesiglosdebuenosserviciosprestadosalavieja raza que poblaba sus orillas, extendindose con la tran-quila dignidad de una va de agua que conduce a los ms remo-tos rincones de la tierra. Contemplbamos la venerable corri-ente, no en el rpido flujo de un breve da que llega y se vaparasiempre, sinobajolamajestuosaluzderecuerdosper-manentes. Y, en efecto, no hay nada ms fcil para un hombreque, como suele decirse, ha seguido al mar con reverencia yafecto, que evocar el gran espritu del pasado en el curso bajodel Tmesis. La marea sube y baja en su incesante servicio, po-blada de recuerdos de hombres y barcos que condujo al reposodel hogar o a las batallas del mar. Haba conocido y servido atodos los hombres de los que la nacin se enorgullece, desde sirFrancis Drake hasta sir John Franklin, caballeros todos ellos,conosinttulosdenobleza: grandescaballeroserrantesdelmar. Haba transportado a todos los barcos cuyos nombres soncomopiedraspreciosasbrillandoenlanochedelostiempos,desde el Golden Hind, que regresaba con sus curvados flancosllenos de tesoros para ser visitado por Su Majestad la Reina yas desaparecer de la gigantesca aventura, hasta el Erebus y elTerror, ocupados en otras conquistas, y que nunca regresaron.Habaconocidolosbarcosyloshombres. HabanpartidodeDeptford, de Greenwich, de Erith. Aventureros y colonos;navesrealesynavesdelacasadeContratacin; capitanes,almirantes; oscuros traficantes del comercio conOriente,19/202generales comisionados de las flotas de las Indias Orientales.Buscadores de oro o perseguidores de gloria, todos haban za-rpado en esa corriente, empuando la espada, y a menudo laantorcha, mensajeros del poder de la nacin, portadores de unachispa de fuego sagrado. Qu grandeza no habr flotado en elflujo de ese ro hacia el misterio de una tierra desconocida!Los sueos de los hombres, la semilla de las colonias, el ger-men de los imperios.El sol se puso; el crepsculo descendi sobre el ro, y empez-aron a aparecer luces a lo largo de la costa. El faro de Chap-man, un objeto de tres patas erigido sobre un llano pantanoso,brillaba intensamente. En el canalizo se movan luces de bar-cos; una gran agitacin de luces que suban y bajaban. Y mshacia el Oeste, en el curso alto del ro, el lugar de la monstru-osa ciudad estaba an sealado ominosamente en el cielo, unasombraamenazadoraalaluzdel sol, unlbregoresplandorbajo las estrellas.Y ste tambin dijo Marlow de repente ha sido unode los lugares oscuros de la tierra.Era el nico de nosotros que todava segua a la mar. Lopeorquesepodadecirdel eraquenorepresentabaasuclase. Era marino, pero tambin vagabundo, mientras que lamayora de los marinos suelen llevar, si se puede decir as, unavida sedentaria. Son de espritu hogareo, y su casa, el barco,est siempre con ellos, como tambin lo est su patria, el mar.Unbarcoseasemejamuchoaotro, yel maressiempreelmismo. En la inmutabilidad de lo que les rodea, las costas ex-tranjeras, las caras extranjeras, la cambiante inmensidad de lavida resbalan sobre ellos, velados no por una sensacin de mis-terio, sino por una ignorancia ligeramente desdeosa, ya queno haynadaque resulte misterioso aunmarino, salvo la20/202propia mar, que es la duea de su existencia y tan inescrutablecomo el destino. Por lo dems, despus de su jornada de tra-bajo, un despreocupado paseo o una borrachera accidental entierrabastanparadesvelarlelossecretosdetodouncontin-ente, y con frecuencia descubre que el secreto no vale la pena.Lashistoriasdelosmarinossondeunasimplicidaddirecta,cuyo significado cabe todo en una cscara de nuez. Pero Mar-low no era un caso tpico (si se excepta su propensin a contarhistorias), y para l el significado de un episodio no se hallabadentro, como el meollo, sino fuera, envolviendo el relato, que lopona de manifiesto slo como un resplandor pone de manifi-esto a la bruma, a semejanza de uno de esos halos neblinososque se hacen visibles en ocasiones por la iluminacin espectralde la luna.Suobservacinnonossorprendienabsoluto. Eramuypropia de l. Fue aceptada en silencio. Nadie se tom siquierala molestia de murmurar, y al instante dijo, muy despacio:Estaba pensando entiempos remotos, cuando los ro-manosvinieronaqu porvezprimera, hacemil novecientosaos, el otro daSurgi la luz de este ro a partir deentonces. Decs, caballeros? S, fue como una llamarada quese propaga en la llanura, como un relmpago entre las nubes.Vivimos enesealeteodelallama, ojalduremientras latierra siga girando! Pero aqu haba oscuridad tan slo ayer.Imaginaos los sentimientos del comandante de un esplndido,cmo se llama?, trirreme en el Mediterrneo, que es enviadosbitamente al Norte; transportado por tierra a travs de lasGalias a toda prisa; puesto a cargo de uno de esos barcos quelos legionarios (y deban ser un considerable nmero dehombres hbiles) construan, al parecer, a centenares, en uno odos meses, si podemos dar crdito a lo que leemos. Imaginoslo21/202aqu, enel mismsimofindel mundo, unmardel colordelplomo, un cielo del color del humo, un barco tan rgido comouna concertina, navegando ro arriba con provisiones, urdenes, o lo que fuera. Bancos de arena, marismas, bosquessalvajes; bien poco que comer para un hombre civilizado, nadaque beber salvo el agua del Tmesis. Sin vino de Falerno, niposibilidad de desembarcar. Aqu y all un campamento milit-ar perdido en la selva, como una aguja en un pajar; fro, niebla,tempestades, enfermedades, exilio y muerte; la muerteacechando en el aire, en el agua, en la maleza. Debieron morircomo moscas. Oh, s, lo hizo. Y lo hizo muy bien, sin duda, sinpensar mucho en ello, excepto quiz despus, para jactarse delo que haba hecho en su vida. Eran lo bastante hombres comopara afrontar las tinieblas. Y quiz le alentaba pensar en laposibilidad de un ascenso a la flota de Rvena ms tarde, sitena buenos amigos en Roma y sobreviva al horrible clima. Opensad en un joven y honrado ciudadano vistiendo una toga (aquien quiz le gusta el juego demasiado, ya sabis) y que llegaaqu en la comitiva de algn prefecto o recaudador de impues-tos, o de algn comerciante incluso, para rehacer su fortuna.Desembarca en una zona pantanosa, atraviesa bosques, y enalgn enclave tierra adentro siente que la barbarie, la ms ab-soluta barbarie, le va rodeando; toda esa misteriosa vida de laselva que se agita enlos bosques, enlas junglas, enloscorazones de los salvajes. No hayposible iniciacinense-mejantes misterios; tiene que vivir en medio de lo incomprens-ible, que es tambin detestable. Y esto ejerce adems una fas-cinacin que acta sobre l: la fascinacin de la abominacin;ya sabis, imaginaos el creciente arrepentimiento, el ansia deescapar, la impotente repugnancia, la renuncia, el odio.Hizo una pausa.22/202Figuraos comenz de nuevo, extendiendo un brazo conla palma de la mano hacia fuera, de modo que, con las piernascruzadas, tenalaposedeunBudapredicandovestidoalaeuropea y sin flor de loto. Figuraos, ninguno de nosotros sesentira exactamente as. Lo que nos salva es la eficiencia, ladevocin a la eficiencia. Pero aquellos muchachos en realidadno valan mucho. No eran colonizadores; su administracin erasimplementeopresin, ysospechoquenadams. Erancon-quistadores, y para ello slo se necesita la fuerza bruta; no haynada en ello de qu jactarse cuando se tiene, ya que la fuerzade uno es slo un accidente que se deriva de la debilidad de losotros. Se apoderaban de todo lo que podan por simple ansia deposesin, era un pillaje con violencia, un alevoso asesinato agran escala y cometido a ciegas, como corresponde a hombresque se enfrentan a las tinieblas. La conquista de la tierra, quems que nada significa arrebatrsela a aquellos que tienen uncolordepiel diferenteolanarizligeramentemsaplastadaquenosotros, noposeetantoatractivocuandosemiradesdemuy cerca. Lo nico que la redime es la idea. Una idea al fondode todo; no una pretensin sentimental, sino una idea; y una fedesinteresada en la idea, algo que puede ser erigido y ante loque uno puede inclinarse y ofrecer un sacrificioSeinterrumpi. Laslucessedeslizabanporel ro, comopequeas llamas verdes, rojas, blancas, persiguindose, ad-elantndose, unindose, cruzndoseentres, paramstardesepararse lenta o apresuradamente. El trfico de la granciudad prosegua en la noche que se iba cerrando sobre el roinsomne. Continuamos observando y aguardando paciente-mente no podamos hacer otra cosa hasta que no terminaralasubidadelamarea; ysloalcabodeunlargosilencio,cuando dijo con voz vacilante: Supongo, amigos, que23/202recordaris queenunaocasinmeconvert durante algntiempoenmarinerodeaguadulce, supimosqueestbamoscondenados, antes de que comenzaraa bajar la marea, a es-cuchar una de las poco convincentes experiencias de Marlow.No quiero aburriros demasiado con lo que me ha ocurridopersonalmentecomenz, mostrandoenestaobservacinladebilidad de muchos narradores que a menudo parecen no to-mar en cuenta lo que su auditorio preferira or, y, sin em-bargo, paraentenderel efectoquehatenidoenm, debissaber cmo llegu hasta all, lo que vi, cmo remont aquel rohasta el lugar donde encontr por primera vez al pobrehombre. Era el ms remoto lugar navegable y el punto culmin-antedemiexperiencia. Parecaproyectardealgunamaneracomounaluzsobretodomi alrededor ysobremismismospensamientos. Era bastante sombro tambin y miserable,sin nada de extraordinario, y tampoco muy claro. No, no muyclaro. Y aun as pareca proyectar una especie de luz.Como recordaris, acababa de regresar a Londres despusde una buena temporada en el ocano ndico, el Pacfico y elMar de la China (una dosis considerable de Oriente), unos seisaos, y andaba ocioso, entorpecindoos en vuestro trabajo e in-vadiendo vuestras casas, como si tuviera la misin divina decivilizaros. Estuvo muy bien durante algn tiempo, peropronto me hart de descansar. Entonces empec a buscar unbarcoDiraqueeslacosamsdifcildelmundo. Perolosbarcosni sedignabanmirarme. Ytambinmecansdeesejuego[1].Cuando era pequeo tena pasin por los mapas. MepasabahorasyhorasmirandoSudamrica, ofrica, oAus-tralia, y me perda en todo el esplendor de la exploracin. En24/202aquellos tiempos haba muchos espacios en blanco en la tierra,y cuando vea uno que pareca particularmente tentador en elmapa(ycul noloparece), ponami dedosobrel ydeca:Cuando sea mayor ir all[2]. Recuerdo que el Polo Norte erauno de esos lugares. Bueno, nunca he estado all y no voy a in-tentarlo ahora. El encanto ha desaparecido. Otros lugares es-taban desparramados alrededor del Ecuador y en todas las lat-itudes a lo largo y a lo ancho de los dos hemisferios. He estadoen algunos de ellos y, bueno, no vamos a hablar de eso. Perosegua habiendo uno el ms grande, el ms vaco, por decirloas por el que senta particular atraccin.Cierto que por aquel entonces ya haba dejado de ser unespacio en blanco. Desde mi niez se haba ido llenando de rosy lagos y nombres. Haba dejado de ser un espacio en blanco degrato misterio, una mancha blanca sobre la que un muchachoedificabasussueosfantsticos. Sehabaconvertidoenunlugardetinieblas[3]. Peroespecialmentehabaenl unrogrande y poderoso que se poda ver en el mapa, parecido a unainmensa serpiente desenroscada, con su cabeza en el mar, sucuerpo en reposo curvndose a travs de un extenso pas y sucolaperdidaenlasprofundidadesdel continente. Ycuandomirabaelmapaenunescaparatemehipnotizabacomounaserpientea un pjaro, a un pobre pajaritoincauto. Entoncesrecord que haba una gran empresa, una compaa dedicadaal comercio en ese ro[4]. Caramba!, pens para mis adentros;nopuedencomerciarsinusaralgntipodeembarcacinenesa masa de agua. Barcos de vapor! Por qu no intentar pon-erme al frente de uno? Segu caminando por Fleet Street, perono poda quitarme la idea de la cabeza. La serpiente me habahechizado.25/202Daos cuenta de que la sociedad comercial era una empresacontinental; pero tengo un montn de familiares que viven enel continenteporqueesbaratoynotandesagradablecomoparece, dicen[5].Siento tener que admitir que empec aimportunarles.Esto ya era algo inslito en m. No estaba acostumbrado a con-seguirlascosasdeestamanera. Siemprefui pormi propiocamino y por mi propio pie a donde me hubiera propuesto ir.Nuncahabrasospechadotal cosadem; peroentonces, yaveis, tuveel presentimientodequedeballegarall porlasbuenas o por las malas. As es que les importun. Los hombresdijeron: Mi querido amigo, y no hicieron nada. Entonces, mecreerais?, lo intent con las mujeres. Yo, Charlie Marlow, leshice trabajar para encontrarme un empleo. Santo Cielo!Bueno, comoveis, meimpulsabalaidea. Tenaunata, unaentraablealmaentusiasta. Meescribi: Sermaravilloso.Estoy dispuesta a hacer lo que quiera que sea, cualquier cosapor ti. Es una idea fantstica. Conozco a la esposa de un altofuncionario de la Administracin, y tambin a un hombre quetiene graninfluencia[6], etc. Estabadecididaahacer todaclase de gestiones para conseguir que me pusieran al frente deun vapor, si tal era mi deseo.Consegu el cargo, naturalmente, y muy pronto. Al pare-cer, la compaa haba tenido noticia de que uno de sus cap-itanes haba resultado muerto durante un altercado con los in-dgenas[7]. sta era mi oportunidad, y con ella mi impacienciaaument. Slo muchos meses ms tarde, cuando intent recu-perar lo que quedaba del cuerpo, me enter de que, en su ori-gen, la pelea haba surgido de un malentendido acerca de unasgallinas. S, dos gallinas negras; Fresleven (se era el nombre26/202del sujeto, undans) pensabaquedealgnmodolehabantimado enel negocio, as es que desembarc y empez agolpear al jefe del poblado con una estaca. Oh, no me sorpren-di lo ms mnimo or esto, ni que al mismo tiempo me dijeranqueFresleveneralacriaturamsapacibleytranquilaquehaba existido jams. Indudablemente lo era; pero ya haba es-tado un par de aos all dedicado a la noble causa, ya sabis, yprobablemente sinti por finlanecesidadde reafirmar encierta manera el respeto a s mismo. As, pues, apale despi-adadamentealviejonegro, mientrasungrannmerodelossuyos le observaban, como paralizados por un rayo, hasta quealguien (me dijeron que fue el hijo del jefe), desesperado al oral viejo chillar, clav su lanza en el hombre blanco con tmidaintencin, perosta, claroest, penetrfcilmenteentresusomplatos. Entonces la poblacin entera huy a la selva, esper-ando que ocurrieran toda clase de calamidades, mientras que,por otra parte, el vapor que Fresleven haba comandado zarp,tambinl aterrado, conel ingenieroal frente, creosaber.Despus nadieparecipreocuparsemuchodelos restos deFresleven, hasta que yo llegu y pas a ocupar su puesto. Perocuando al fin lleg la ocasin de encontrarme con mi predece-sor, lahierbaquecrecaentresuscostillaseratanaltaquecubra sus huesos. Estaban todos all. El ser sobrenatural nohabasidotocadodespusdesucada. Yel pobladoestabadesierto; lascabaas, abiertasyaoscuras, sepudrantodastorcidas, dentro del derruido recinto. Sin duda haba sobreven-idounacatstrofe. Lagentehabadesaparecido. El pnicohabadispersado ahombres, mujeres ynios por entre lamaleza y ya no haban regresado. Tampoco s qu fue de lasgallinas. Supongo que, en cualquier caso, la causa del progreso27/202las atrap. No obstante, gracias a este glorioso asunto, obtuveel cargo antes de que hubiera empezado siquiera a esperarlo.Me lanc como un loco a prepararlo todo, y en menos decuarenta y ocho horas estaba cruzando el Canal para present-arme antes mis patronos y firmar el contrato. En muy pocashoras llegu a una ciudad que siempre me hace pensar en unsepulcro blanqueado. Un prejuicio, sin duda. No tuve ningunadificultad en encontrar las oficinas de la compaa[8]. Eran loms grande de toda la ciudad, y toda la gente que encontr nohablaba de otra cosa. Iban a regir un Imperio en Ultramar y ahacer mucho dinero con el comercio.Una calle estrecha y desierta, en profunda oscuridad, cas-as altas, innumerables ventanas conpersianas, unsilenciosepulcral, hierbadespuntandoentrelaspiedras, imponentesarcosaderechaeizquierda, grandesypesadaspuertasdedoble hoja entreabiertas. Me deslic por una de estas rendijas,sub unaescalerabarridaysinadornos, tanridacomoundesierto, y abr la primera puerta con que me top. Dosmujeres, una gruesa y la otra delgada, estaban sentadas en sil-las con asiento de paja, haciendo punto con lana negra. La del-gada se levant y camin derecha hacia m, ocupada an en sutrabajo y con la mirada baja, y slo cuando empec a pensar enapartarme de su camino, como se hara con un sonmbulo, seirguiylevantlamirada. Suvestidoeratanlisocomolafunda de un paraguas; se volvi sin decir palabra y me condujoa una sala de espera. Di mi nombre y mir a mi alrededor. Unamesadepinoenel centro, sillasausterasalolargodelasparedes y, en un extremo, un gran mapa reluciente, marcadocon todos los colores del arco iris. Haba una buena cantidad derojo, agradable de ver en cualquier momento, porque siempre28/202indica que all se est realizando un trabajo serio; un montnde azul, un poco de verde, salpicaduras de color naranja y, enlacostaEste, unamanchavioletaparaindicardndebebencerveza los joviales pioneros del progreso. No obstante, yo nome diriga a ninguno de esos colores. Iba al amarillo. Al centromismo. Y el ro estaba all, fascinante, mortfero como una ser-piente. Ah! Se abri una puerta, apareci la cabeza canosa deun secretario con expresin compasiva, y un flaco dedo ndicemeinvitalsantuario. Estabaescasamenteiluminado, yunpesado escritorio invada el centro de la habitacin. Desde de-trs de este mueble apareci una plida corpulencia dentro deunalevita: el granhombreenpersona[9]. Calculoquedebamediralgomsdecincopiesseispulgadas, ytenaensusmanos el control de incontables millones. Me dio la mano, meimagino; murmur vagamente; estaba satisfecho con mifrancs. Bon voyage.Unoscuarentaycincosegundosmstardemeencontrotra vez en la sala de espera con el compasivo secretario, que,llenodedesolacinysentimiento, mehizofirmarundocu-mento. Supongoquemecompromet, entreotrascosas, anorevelar ningn secreto comercial. Bueno, no pienso hacerlo.Empecasentirmealgoincmodo. Sabisquenoestoyacostumbrado a semejantes ceremonias, y haba algoamenazadorenel ambiente. Eracomosi hubieraentradoaformar parte de una conspiracin, no s, algo que no estaba de-masiado bien, y me alegr de salir de all. En la habitacin ex-terior las dos mujeres hacan punto febrilmente con lananegra. Estaba llegandogente, y la ms joven iba de un ladoparaotrointroducindolos. Lamsviejaestabasentadaenuna silla. Sus zapatillas de pao sin tacn estaban apoyadas29/202en un brasero, y un gato reposaba en su regazo. Llevaba algoblancoyalmidonadoenlacabeza, tenaunaverrugaenlamejilla y unas gafas con montura de plata se aferraban sobrela punta de su nariz. Me mir por encima de las gafas. La pla-cidez rpida e indiferente de su mirada me turb. Dos jvenesde estpido y animado aspecto estaban siendo introducidos enese momento, y ella les lanz la misma rpida mirada de de-spreocupada sabidura. Pareca saberlo todo acerca de ellos ytambin acerca de m. Un cierto desasosiego se apoder de m.Parecahaberenellaalgomisteriosoyfatdico. Amenudo,cuando estaba lejos, pens en aquellas dos, guardando la pu-erta de las Tinieblas, haciendo punto con lana negra como paraunclido pao mortuorio; la una, introduciendo continua-mentealodesconocido; laotra, escrutandolosalegresyes-tpidos rostros con ojos viejos e indiferentes. Ave! Vieja teje-dora de lana negra. Morituri te salutant. No muchos de aquel-losalosqueellamirlavolvieronaver; ni, conmucho, lamitad.Todava quedaba una visita al doctor. Una simple formal-idad, me asegurel secretario, con aspecto de compartirin-tensamentetodosmispesares. As, pues, unjovencitoconelsombreroinclinadosobrelacejaizquierda, algnempleado,me imagino (deba de haber empleados en el negocio, aunquela casa estaba ms silenciosa que una casa en la ciudad de losmuertos), baj de alguna parte y me guio. Estaba sucio y de-sastrado, con manchas de tinta en las mangas de la chaqueta yuna corbata grande y abultada, bajo una barbilla con forma detacn de bota vieja. Era un poco pronto para el doctor, as quele propuse un trago, y a partir de ese momento se mostr jovi-al. Mientras tombamos nuestros vermouths, l ensalz los ne-gocios de la compaa, y yo expres luego, de forma casual, mi30/202sorpresa de que l no fuera all. De repente se mostr fro y re-servado. No estoy tan loco como parece, dijo Platn a sus dis-cpulos, objetsentenciosamente; vacisuvasocondeterm-inacin y nos levantamos.El viejo doctor me tom el pulso, evidentemente pensandoen otra cosa mientras lo haca. Bien, bien para ir all, mur-mur; y luego, con cierta ansiedad, me pregunt si le dejaramedirme la cabeza. Bastante sorprendido, le respond que s,cuandosacalgoqueparecauncalibradorymemidipordelanteypordetrsyentodasdirecciones, tomandonotascuidadosamente. Era un hombre pequeo, sin afeitar, con unabrigo rado que pareca una gabardina con zapatillas; y pensque era un loco inofensivo. Siempre pido permiso, en el inter-s de la Ciencia, para medir los crneos de los que van all,dijo. Y cuando vuelven tambin?, pregunt. Oh, nunca losveo coment, y adems, los cambios se producen por den-tro, ya sabe. Sonri como si se tratara de una broma inocente.As quevaustedall. Maravilloso. Ademsdeinteresante.Me dirigiunamiradaindagadoray tom nuevamentenota.Ha habido algn caso de locura en su familia?, pregunt enun tono rutinario. Me sent muy ofendido. Esa pregunta estambin en inters de la Ciencia?. Sera interesante para laCiencia dijo, sin darse cuenta de mi irritacin observar loscambios mentales de los individuos in situ, pero. Es ustedalienista?, le interrump. Todo mdico deberaserlounpoco, contest aquel tipo original, imperturbable. Tengo unapequea teora que ustedes, Messieurs, que van all, deben ay-udarmeaprobar. staesmipartedelasgananciasquemipas va a cosechar de tan magnfica posesin. La mera riquezaseladejoaotros. Perdonemispreguntas, peroesustedelprimer ingls que se somete a mi observacin. Me apresur31/202a asegurarle que yo no era nada tpico. Si lo fuera dije, noestara hablando as con usted. Lo que dice es bastante pro-fundo y probablemente errneo, dijo, con una carcajada.Evite la irritacin ms que la exposicin al sol. Adieu. Cmodicen ustedes los ingleses, eh? Good-bye. Ah! Good-bye. Adieu.Enel trpico se debe guardar la calma antes que nada.Levant un dedo amonestador Du calme, du calme. Adieu.Quedabaotracosaporhacer: deciradisamiexcelenteta. La encontr triunfante. Tom una taza de t, la ltima de-centeenmuchosdas, yenunahabitacinque, tranquiliz-adoramente, tena el aspecto que era de esperar en la sala deestar de una dama, tuvimos una larga y tranquila charla juntoalachimenea. Eneltranscursodeestasconfidenciassemehizo evidente que haba sido descrito a la mujer del alto dig-natario, y Dios sabe a cunta gente ms, como una criatura ex-cepcional y llena de talento, un hallazgo para la compaa, unhombre de los que no se encuentran todos los das. VlgameDios! Y yo iba a encargarme de un vapor de ro de poca monta,con silbato incluido! Result, sin embargo, que yo era tambinuno de los Obreros, con mayscula, ya sabis. Algo as como unemisario de la luz, como un apstol de segunda clase. Se habagastado un montn de papel y palabras en toda esa basura, yla buena mujer, que viva en el bullicio de aquella palabrera,se haba dejado arrastrar por ella. Hablaba de arrancar a esosmillonesdeignorantesdesushorrendascostumbres hastaconseguir, os lo aseguro, que me sintiera incmodo. Me atrev asugerir que el mvil de la compaa era el beneficio.Olvidas, queridoCharlie, queel obreroes merecedordesu salario, dijo ella, con expresin radiante. Es curioso lo lejosde la realidad que estn las mujeres. Viven en un mundo pro-pio, nunca ha habido nada parecido y nunca lo podr haber. Es32/202demasiado bonito y, si lo fueran a construir, se vendra abajoantes de la primera puesta de sol. Algn hecho maldito con elqueloshombreshemosvividoresignadosdesdeel dadelacreacin se alzara y lo echara todo por tierra.Despus me abraz, me dijo que vistiera de franela, que leaseguraraqueleescribiraamenudo, etc., ymefui. Enlacalle, no s por qu, me asalt la extraa sensacin de que eraunimpostor. Esextraoqueyo, acostumbradoapartirparacualquier parte del mundo en un plazo de veinticuatro horas,pensndomelo menos que la mayora de los hombres el cruzaruna calle, tuviera un momento, no dir de duda, sino de per-plejidad ante este banal asunto. La mejor forma en que puedoexplicroslo es diciendo que, por uno o dos segundos, me sentcomosi envezdeiral centrodeuncontinenteestuvieraapunto de partir para el centro de la tierra.Zarp en un vapor francs que atrac en todos los malditospuertosquelosfrancesestienenall, conlanicafinalidad,que yo sepa, de desembarcar soldados y empleados deaduanas. Observaba la costa. Observar una costa mientras sedesliza ante el barco es como pensar en un enigma. All estanteti, sonriente, ceuda, insinuante, grandiosa, mezquina,inspidaosalvaje, ysiempremuda, conairedeestarsusur-rando: Venydescbreme. staenparticular eracasi in-forme, como si an estuviera en proceso de formacin, con unaspecto de inexorable monotona. El borde de una jungla colos-al, de un verde tan oscuro que era casi negro, orlado de blancaespuma, era tan derecho como una lnea trazada con regla, le-jos, muy lejos, a lo largo de un mar azul cuyo brillo empaabauna neblina reptante. El sol era feroz, la tierra pareca refulgiry chorrear vapor. Aqu y all manchas de un gris blanquecinoaparecanarracimadasdentrodelablancaespuma; aveces33/202sobre ellas ondeaba una bandera. Asentamientos de hace vari-os siglos y an no ms grandes que cabezas de alfiler en la ex-tensin intacta del trasfondo. Avanzbamos pesadamente,parbamos, desembarcbamos soldados; seguamos, desembar-cbamos empleados de aduana para recaudar impuestos en loque pareca un lugar dejado de la mano de Dios, con un cobert-izo de hojalata y un asta de bandera perdidos en l; desembar-cbamos ms soldados, para que se encargaran de los emplea-dos de aduana, es de suponer. O decir que algunos se ahogar-on con el oleaje, pero, se ahogaran o no, el hecho es que nadiepareci preocuparse por ello. Eran arrojados del vapor, y noso-tros proseguamos nuestra marcha. Cada da la costa parecalamisma, comosinonoshubiramosmovido; peropasamospor diversos lugares (centros de comercio) con nombres comoGranBassam, Little Popo; nombres que parecan pertenecer auna srdida farsa representada ante un siniestro teln. El ociode un pasajero, mi aislamiento entre todos esos hombres conlos que no tena un solo punto de contacto, el mar lnguido yaceitoso, la sombra uniformidad de la costa, parecan manten-erme alejado de la realidad de las cosas, dentro de la fatiga deuna decepcin quejumbrosa y sin sentido. La voz de las olas devez en cuando era un verdadero placer, como la conversacinde un hermano. Era algo natural, que tena su razn, que tenaun significado. De vez en cuando una embarcacin de la costanos proporcionaba un contacto momentneo con la realidad. Laremaban unos negros. Se poda ver brillar el blanco de sus ojosdesde lejos. Gritaban, cantaban; sus cuerpos chorreaban sudor;las caras de aquellos hombres eran como mscaras grotescas;pero tenan hueso, msculo, una vitalidad salvaje, una intensaenerga de movimientos que era tan natural y verdadera comoel oleajedesuscostas. Nonecesitabanningunaraznpara34/202estar all. Era un gran consuelo mirarlos. Durante algntiempo senta que an perteneca a un mundo de hechos sen-cillos, pero la sensacin no duraba mucho. Algo surga que laahuyentaba. Recuerdoqueunaveznosencontramosconunbarcodeguerraancladofrentealacosta. Nohabani uncobertizo all, y estaban bombardeando la maleza. Al parecerlosfrancesesestabanenzarzadosenunadesusguerrasporaquel lugar. El estandarte colgaba lnguido como un trapo; lasbocas de los largos caones de seis pulgadas asomaban por to-do el bajo casco del barco; el oleaje grasientoy viscosolo le-vantabaperezosamenteylodejabacaer, meciendosusdel-gados mstiles. All estaba, en la vaca inmensidad de tierra,cielo y agua: incomprensible, disparando contra un continente.Pum! Disparabaunodeloscaonesdeseispulgadas; unapequeallamaasomabaysedesvaneca, unapequeanubeblancadesapareca, undiminutoproyectil producaundbilchirrido y no ocurra nada. No poda ocurrir nada. Haba algodeinsensatoentodalamaniobra; unasensacindelgubrebufonada en el espectculo, que no se disip porque alguien abordo me asegurara seriamente que haba un campamento deindgenas (los llamaba enemigos!) oculto en alguna parte.Ledimossucorrespondencia(oqueloshombresenesesolitario barco moran de fiebre a razn de tres por da) y con-tinuamos. Atracamos enalgunos lugares ms connombresridculos, donde la alegre danza de la muerte y el comercio con-tina enuna atmsfera telrica, inmvil como la de unacatacumba caldeada, a lo largo de la informe costa orlada depeligroso oleaje, como si la misma Naturaleza hubiera tratadode mantener alejados a los intrusos; entrando y saliendo de losros, corrientes de muerte en vida, cuyas orillas degenerabanen barro, cuyas aguas, espesas hasta convertirse en lodo,35/202invadanlos contorsionados manglares, que parecanretor-cerse de dolor ante nosotros, en el extremo de una desespera-cin impotente. En ninguna parte nos detuvimos lo suficientecomo para recibir una impresin detallada, pero la sensacingeneral de prodigio vago y opresivo creci en m. Era como unduro peregrinar en medio de indicios de pesadillas.Pasaron ms de treinta das antes de que viera la desem-bocaduradel granro. Anclamosfrentealasededel Gobi-erno[10]. Peromi trabajonocomenzarasinounasdoscientasmillas msadelante. As que, tanprontocomopude, parthacia un lugar treinta millas ms arriba.Hiceel viajeen unpequeovapor de altura. Sucapitnera un sueco, y al saber que yo era marinero me invit a subiral puente. Era un hombre joven, enjuto, rubio y hosco, con pelolacio y andares renqueantes. Cuando abandonamos el pequeoymiserablemuellesacudilacabezaindicandodespectiva-mentelacosta. Haestadoah?, pregunt. S, contest.Buenacuadrillaestoschicosdel gobierno, no?continu,hablandoeninglscongranprecisinyconsiderableamar-gura. Escuriosoloquealgunaspersonassoncapacesdehacerporunoscuantosfrancosal mes. Mepreguntoqulesocurre a este tipo de gente cuando se adentran en el pas. Ledije que esperaba verlo pronto. Biee-e-n!, exclam. Cruz deun lado al otro renqueante, mirando al frente con ojo vigilante.No est demasiado seguro continu. El otro da recog aun hombre que se ahorc en la carretera. Era sueco tambin.Seahorc! Porqu, ennombredeDios?, grit. l siguimirando atentamente. Quin sabe? Demasiado sol para l, oel pas, quiz.36/202Por fin se abri ante nosotros una gran extensin de agua.Apareci un promontorio rocoso, montculos de tierra removidajunto a la orilla, casas en una colina, otras con techo de hierro,entre un desierto de excavaciones o colgando de un declive. Unruido continuo de las cascadas de ms arriba se cerna sobreesta escena de habitada devastacin. Un montn de gente, lamayora negra y desnuda, iba de un lado a otro como las hor-migas. Un espign se adentraba en el ro. A veces una luz ce-gadora ahogaba todo esto en un repentino recrudecimiento deresplandor. Ah estlaestacinde sucompaadijo elsueco, sealando tres construcciones de madera con aspecto debarracas sobre la ladera rocosa[11]. Enviar sus cosas all ar-riba. Dijo cuatro cajas? Bien. Adis.Me top con un caldero cado entre la hierba; luego encon-trunsenderoquesubacolinaarribaysedesviabaparaevitar las rocas y tambin un pequeo vagn de ferrocarril queyaca boca abajo con las ruedas al aire. Le faltaba una. El ob-jeto pareca tan muerto como los restos de algn animal. En-contrmspiezasdemaquinariadeteriorada, unmontnderieles oxidados. A la izquierda un grupo de rboles formaba unlugar sombreado, donde parecan agitarse dbilmente cosas os-curas. Parpade, el caminoeraempinado. Seoysonaruncuerno a mi derecha y vi correr a los negros. Una detonacinsorda y pesada sacudi la tierra, una nubecilla de humo salide la roca y eso fue todo. Ningn cambio se trasluci en la su-perficie de la roca. Estaban construyendo un ferrocarril[12]. Laroca no obstrua el camino ni nada parecido; pero estasvoladuras sin objeto constituan todo el trabajo que se llevabaa cabo.37/202Unlevetintineoami espaldamehizovolverlacabeza.Seis negros avanzaban en fila, subiendo fatigosamente por elsendero. Caminaban erguidos y despacio, manteniendo enequilibrio sobre sus cabezas pequeas cestas llenas de tierra, yel tintineo segua el ritmo de sus pasos. Sus ijares estaban en-vueltos en negros harapos, cuyos cortos extremos se movan asuespaldadeunladoaotro, comosi fueranrabos. Selesnotaban todas las costillas; las articulaciones de sus miembrosparecannudosdeunacuerda; todosllevabanuncollar dehierroalrededordelcuelloyestabanunidosporunacadenacuyas cuelgas oscilaban entre ellos, tintineando rtmicamente.Otro estampido desde el acantilado me hizo pensar repentina-menteenaquel barcodeguerraquehabavistodispararalcontinente. Era el mismo tipo de voz ominosa; pero ni con elmayor esfuerzo de la imaginacin se poda llamar enemigos aestos hombres. Se les llamaba criminales, y la ultrajada ley, aligual que los proyectiles que estaban estallando, les haba lleg-adodel mar, comounmisterioinsoluble. Todossusenjutospechos jadearon al unsono, sus narices violentamente dilata-das temblaron, sus ojos miraron fija y framente a lo alto de lacolina. Pasaron a menos de seis pulgadas de m, sin lanzar niuna mirada, con esa total y mortal indiferencia propia de sal-vajes infelices. Detrs de esta materia prima uno de los asim-ilados, el producto de las nuevas fuerzas en accin, se paseabaabatido, sosteniendo un rifle por el medio. Vesta una chaquetade uniforme a la que le faltaba un botn, y en cuanto vio a unhombre blancoen el camino, se llev el arma al hombro conpresteza. Erasimpleprudencia, puestoquecomotodos loshombres blancos se parecen tanto desde lejos, l no habra po-dido saber quin era yo. Se tranquiliz rpidamente, y con unaamplia, blanca e indigna mueca y una ojeada a su cargamento38/202pareci tomarme como socio en su exaltada confianza. Despusde todo, tambin yo formaba parte de la grandiosa causa de es-tas altas y justas acciones.Enlugardeseguirsubiendo, di lavueltaybajporlaizquierda. Mi intencin era perder de vista a aquella cadena depresidiariosantesdeescalarlacolina. Yasabisquenosoyparticularmente tierno; he tenido que golpear y que esquivargolpes; he tenido que resistir y que atacar en ocasiones (que esslounaformaderesistir) sincalcularel precioexacto, deacuerdoconlasexigenciasdel tipodevidaenlaquehabacado. He visto el demonio de la violencia, el demonio de la av-aricia, el demonio del deseo ardiente; pero por todas las estrel-las!, eran demonios fuertes, vigorosos, con los ojos inyectados,que dominaban y manejaban hombres; hombres, os digo. Perocuando estaba de pie en aquellaladera presentque, bajo laluz cegadora de aquella tierra, iba a conocer un demonio fl-cido, pretencioso y de ojos apagados, de una locura rapaz y des-piadada. Cun incordiante poda llegar a ser adems, no lo ibayo a descubrir hasta varios meses ms tarde, mil millas msadelante. Por un momento permanec de pie horrorizado comopor unaadvertencia. Al findescendlacolina, oblicuamente,hacia los rboles que haba visto.Evitungranhoyoartificial quealguienhabaestadocavandoenlapendiente, ycuyafinalidadmefueimposibleadivinar. De todas formas no era ni una cantera ni un arenal.Era un simple agujero. Poda guardar relacin con el deseo fil-antrpicodeproporcionaralosmalhechoresalgoquehacer.No lo s. Despus estuve a punto de caer en un estrecho bar-ranco, apenas una cicatriz enla colina. Descubr que allhaban sido arrojados un montn de tubos de desage importa-dosparael asentamiento. Nohabani siquieraunoqueno39/202estuviera roto. Era un destrozo gratuito. Al fin llegu al pie delos rboles. Tena la intencin de pasear un rato por la sombra,pero tan pronto como estuve all me pareci haber penetradoen el tenebroso crculo de algn Infierno. Las cascadas de aguaestaban cerca, y un ruido ininterrumpido, uniforme, rpido eimpetuoso llenaba con un misterioso sonido la lgubre quietudde la arboleda en la que no se agitaba ni un hlito ni se movauna sola hoja, como si repentinamente el paso desgarrante dela tierra propulsada se hubiera hecho audible[13].Seveannegrassombrasacurrucadas, tumbadas, senta-das entre los rboles, apoyndose en los troncos, asindose a latierra, apenas visible en la dbil luz, en todas las posturas deldolor, el abandono yladesesperacin. Otraminahizo ex-plosin en el acantilado, seguida de un ligero temblor de tierrabajo mis pies. El trabajo continuaba. El trabajo! Y ste era ellugardondealgunosdelosayudantessehabanretiradoamorir.Estaban muriendo lentamente, estaba muy claro. No eranenemigos, no eran malhechores, ahora no eran nada terrenal;nada ms que sombras negras de enfermedad e inanicin queyacan confusamente en la penumbra verdusca. Trados desdetodos los lugares recnditos de la costa con toda la legalidad decontratos temporales, perdidos en un medio inhspito,sometidos a una alimentacin a la que no estaban acostumbra-dos, se volvanineficientes, enfermaban, y se les permitaentonces retirarse a rastras y descansar. Esas sombrasmoribundas eran libres como el aire y casi tan delgadas comol. Empecadistinguirelbrillodesusojosbajolosrboles.Entonces, mirando hacia abajo, vi un rostro junto a mi mano.Los negros huesos estaban recostados en toda su longitud con40/202unhombrocontrael rbol. Lentamentelosprpadossele-vantaronyloshundidosojosmemiraronenormesyvacos,una especie de ciego y blanco aleteo en las profundidades delas rbitas, que se desvaneci lentamente. El hombre parecajoven, casi un muchacho, pero ya sabis que con esa gente esdifcil de decir. No se me ocurri otra cosa que ofrecerle una delas galletas del barco del sueco que tena en el bolsillo. Sus de-dos se cerraron lentamente sobre ella y la sostuvieron; no huboningn otro movimiento ni ninguna otra mirada. Haba atadoun trozo de estambre blanco alrededor de su cuello. Por qu?Dnde lo haba conseguido? Era un distintivo, un adorno, unamuleto, un acto propiciatorio? Tena ello conexin con algunaidea? Ese trozo de hilo blanco del otro lado de los mares tenaun aspecto sobrecogedor alrededor de su cuello negro.Cerca del mismo rbol haba otros dos manojos de ngulosagudos sentados con las piernas encogidas. Uno, con la barbillaapoyada en las rodillas, tena la mirada perdida de una formaintolerable y espantosa; su fantasma hermano apoyaba lafrente, comovencidoporunagranfatiga, yasualrededorhaba otros desparramados en todas las posiciones imaginablesde postracin contorsionada, como en un cuadro de unamatanza o de una epidemia. Mientras yo permaneca de pie,paralizadoporelhorror, unadeestascriaturasseincorporsobre sus manos y rodillas y se fue a gatas hacia el ro a beber.Bebi de su mano a lametadas, despus se sent al sol, cruz-ando la parte inferior de sus piernas, y al cabo de un rato dejcaer su lanosa cabeza sobre su esternn.No quera seguir holgazaneando en la sombra y me dirigapresuradamente hacia la estacin. Cuando estaba cerca de losedificios me encontr con un hombre blanco, en una eleganciade atuendo tan inesperada, que en el primer momento le tom41/202por una especie de visin. Vi un cuello almidonado, unos puosblancos, una chaqueta de alpaca, unos pantalones blancoscomo la nieve, una corbata clara y unas botas embetunadas.Nollevabasombrero. Peloaraya, cepillado, conbrillantina,bajounasombrillaforradadeverde, sostenidaporunagranmano blanca. Era algo asombroso y tena un portaplumas de-trs de la oreja.Estrech la mano de este milagro y supe que era el jefe decontabilidad de la compaa y que toda la tenedura de librosse haca en esa estacin. Haba salido un momento a tomar elfresco. Laexpresinsonabaextraordinariamente rara, conunainsinuacindesedentariavidadeoficina. Nooshabramencionado a este sujeto en absoluto, de no ser porque de suslabios o por primera vez el nombre de la persona que est tanindisolublemente ligada a los recuerdos de aquel tiempo. Porotra parte, senta respeto por este hombre. S, senta respetopor sus cuellos, sus anchos puos, su pelo cepillado. Su aspectoera sin duda el de un maniqu de peluquero, pero en la grandesmoralizacindeaquellastierrasmantenasuapariencia.Eso se llama firmeza. Sus cuellos almidonados y tiesas pech-eras eran logros de carcter. Llevaba fuera cerca de tres aos,y ms tarde no pude evitar preguntarle cmo se las arreglabapara lucir semejante ropa. Se sonroj ligersimamente, y dijocon modestia: He estado enseando a una de las nativas decerca de la estacin. Fue difcil. Tena aversin por el trabajo.As, pues, este hombre haba realmente conseguido algo. Y es-taba entregado a sus libros, que se hallaban en perfecto orden.Todolodemsenlaestacinestabaendesorden: perso-nas, cosas, edificios. Hilerasdenegrospolvorientosconpiesaplastados llegaban y se iban; un aluvin de artculos manu-facturados, algodones de nfima calidad, abalorios y alambres42/202de latn, era enviado a las profundidades de la oscuridad, y deregreso vena un precioso chorrito de marfil.Tuvequeesperarenlaestacindurantediezdas; unaeternidad. Viva en una cabaa dentro del cercado, pero paraescaparal caosmemetaavecesenlaoficinadel contable.Estaba construida con tablones horizontales, pero tan mal en-samblados que, cuando el hombre se inclinaba sobre su alto es-critorio, todo su cuerpo, del cuello a los talones, apareca cruz-ado por franjas de luz. No haba ninguna necesidad de abrirlos grandes postigos para ver. Adems haca calor all.Enormes moscas zumbaban endiabladamente, y, ms que pi-car, apualaban. Generalmente me sentaba en el suelo, mien-tras l, con un aspecto impecable (e incluso ligeramente per-fumado), escriba, sentado sobre un alto taburete. A veces selevantabaparahacerejercicio. Cuandocolocaronall dentrounacamaderuedasconunenfermo(algnagenteinvlidollegadodel interior), diomuestrasdeestarligeramentecon-trariado. Losgemidosdeesteenfermodijodistraenmiatencin. Y sin ella es extremadamente difcil estar alerta antelos errores administrativos en este clima.Un da coment, sin levantar la cabeza: Seguro que en elinterior conocer usted al seor Kurtz[14]. Al preguntarlequinerael seor Kurtz, respondi que se tratabade unagente de primera clase, y viendo mi contrariedad ante tal in-formacin, aadi, despacio, dejandolapluma: Esunaper-sonafueradelonormal. Ulteriorespreguntasconsiguieronarrancarle que el seor Kurtz estaba en la actualidad encar-gadodeunpuestocomercial degranimportanciaenlaver-dadera regin del marfil, en el mismsimo corazn de ella. Nosmanda tanto marfil como todos los dems juntos. Comenz43/202a escribir de nuevo. El enfermo estaba demasiado grave paragemir. Las moscas zumbaban en una gran calma.Repentinamente se produjo un murmullo creciente de vo-ces y un gran ruido de pisadas. Haba llegado una caravana.Un violento murmullo de extraos sonidos estall al otro ladode los tablones. Todos los porteadores hablaban a la vez, y enmedio del tumulto la voz quejumbrosa del agente principal seoy, dndose por vencido lloronamente por vigsima vez enese da Se levant despacio. Qu alboroto ms espantoso,dijo. Cruz la habitacin despacio para mirar al enfermo, y alvolver me dijo: No oye. Qu! Muerto?, pregunt alarmado.No, todava no, contest con gran serenidad. Entonces,aludiendo con un movimiento de cabeza al tumulto del patio dela estacin, dijo: Cuando uno tiene que hacer asientos correc-tos llega a odiar a esos salvajes, a odiarles a muerte. Se quedpensativo por un momento. Cuando vea usted al seor Kurtzprosigui, dgale de mi parte que todo lo de aqu y lanzuna mirada al escritorio marcha de manera satisfactoria. Nome gusta escribirle a esa Estacin Central; con esos mensajer-osquetenemosnuncasesabeaquinpuedeirapararlacarta. Me mir fijamente por un momento con sus ojos tiernosy saltones. Oh, llegar lejos, muy lejos comenz de nuevo.Llegar a ser alguien en la Administracin dentro de nomucho. Esos de arriba (el Consejo de Europa, ya sabe) quierenque lo sea.Volvi a su trabajo. El ruido del exterior haba cesado, ypoco despus, al salir, me detuve en la puerta. En el continuozumbido de las moscas, el agente, que deba regresar a su casa,yaca sofocado e insensible; el otro, inclinado sobre sus libros,estabahaciendocorrectosasientosdetransaccionesperfecta-mente correctas, ycincuentapies debajo del escalnde la44/202puerta poda ver las inmviles copas de los rboles del bosque-cillo de la muerte.Aldasiguientesalporfindeaquellaestacinconunacaravanadesesentahombresquedebarecorrerapiedos-cientas millas[15].Denadasirvequeosdigaloquefueaquello. Senderosyms senderos por todas partes; una red de senderos holladosque se extenda por la despoblada tierra a travs de hierba cre-cida, a travs de hierba quemada, a travs de la espesura, porencima y por debajo de frescos barrancos, por encima y por de-bajo de colinas pedregosas abrasadas de calor; y soledad,soledad, ni un alma, ni una cabaa. La poblacin haba desa-parecidohacamucho. Bueno, si unmontndemisteriososnegros armados con toda clase de temibles armas se pusiera derepente en marcha por el camino de Deala Gravesend, captur-ando lugareos a derecha e izquierda para que transportaransus pesadas cargas, imagino que todas las granjas y las casasde los alrededores se quedaran vacas muy pronto. Slo queaqu las viviendas tambin haban desaparecido. No obstante,pas por varios poblados abandonados. Hay algo pattica-mente pueril en las ruinas de muros de hierba. Da tras da,con el pisar y el arrastrarse de sesenta pares de pies desnudosdetrs de m, cada par bajo una carga de sesenta libras. Acam-par, cocinar, dormir, levantar el campo, emprender la marcha.De vez en cuando un porteador muerto en servicio, tirado en laalta hierba junto al sendero, con una cantimplora vaca y sulargo cayado a su lado. Sobre l y a su alrededor un gran silen-cio. Tal vez en alguna noche tranquila el temblor de tamboreslejanos, apagndose, subiendo, untemblordilatado, desmay-ado; un sonido sobrenatural, atractivo, sugerente y salvaje; y45/202tal vez con un significado tan profundo como el sonido de lascampanasenunpascristiano. Enunaocasinunhombreblanco con un uniforme desabrochado, acampado en el senderocon una escolta armada de desfallecidos zanzbares, muy hos-pitalario y festivo por no decir borracho, dijo estar a cargodel mantenimiento de la carretera. No puedo decir que vieraninguna carretera ni ningn mantenimiento, a menos que elcuerpo de un negro de mediana edad, con un agujero de balaen la frente, con el que me tropec tres millas ms adelante,pudiera ser considerado como una mejora permanente[16]. Yotena tambin un compaero blanco, no era mal chico, pero erademasiado grueso y con el exasperante hbito de desmayarseenlascalurosaspendientes, amillasdedistanciadelmenorindicio de sombra y agua. Os aseguro que resulta enojoso sos-tener la propia chaqueta como parasol sobre la cabeza de unhombre que est volviendo en s. No pude evitar preguntarleenunaocasinqupropsitolehabaimpulsadoair all.Hacer dinero, por supuesto. Qu cree usted?, respondi des-deosamente. Despus le dio la fiebre y hubo de ser llevado enuna hamaca colgada de un palo. Como pesaba diecisispiedras[17], tuve continuas peleas con los porteadores. Protest-aban, se escapaban, se iban a escondidas con sus cargas por lanoche: todo un motn. As es que una tarde pronunci un dis-curso en ingls acompaado de gestos que fueron seguidos conatencin por los sesenta pares de ojos, y a la maana siguienteconsegu que la caravana se pusiera en marcha con la hamacaal frente. Una hora ms tarde me encontr con todo el tingladonaufragado en un matorral: hombre, hamaca, gemidos,mantas, horrores. El pesado palo haba desollado su pobre nar-iz. Quera a toda costa que yo matara a alguien, pero no haba46/202ni rastrodelosporteadoresenlascercanas. Meacorddelviejodoctor: Serainteresanteparalacienciaobservarloscambios mentales de los individuos in situ. Sent que me es-taba convirtiendo en algo cientficamente interesante. Sin em-bargo, todo eso no viene al caso. En el decimoquinto da volv aavistarde nuevo el gran ro, y llegucojeandoa la EstacinCentral. Estaba en un remanso rodeado de maleza y bosque,con un bonito borde de maloliente barro a un lado y cercado enlos otros tres por una absurda valla de juncos. Una abandon-ada abertura era todo lo que tena por puerta, y una primeraojeada era suficiente para darse cuenta de que el demonio fl-cido diriga aquel espectculo. Hombres blancos con largos cay-ados en la mano aparecieron lnguidamente de entre los edifi-cios, acercndose a mirarme, y despus desaparecieron de mivista. Uno de ellos, un hombre robusto, excitable y de negrosbigotes, me inform con gran locuacidad y muchas digresiones,encuantoleexpliququinera, quemi vaporestabaenelfondodel ro[18]. Mequedestupefacto. Qu?, cmo?, porqu? Oh!, no pasaba nada. El director en persona estabaall. Todo estabaenorden. Todos se habancomportadoesplndidamente. Esplndidamente!. Tieneustedqueiraveral directorgeneral inmediatamentedijoagitado. Leest esperando!.No vi el verdadero significado de aquel naufragio enseguida. Me imagino que lo veo ahora, pero no estoy seguro; noloestoyenabsoluto. Realmenteelasuntoerademasiadoes-tpido cuando pienso enlparaser natural. Sinem-bargo Pero en aquel momento pareca simplemente una odi-osa molestia. El vapor se haba hundido. Se haban puesto enmarcha haca dos das con repentina urgencia ro arriba, con el47/202director a bordo, a cargo de algn capitn voluntario, y cuandoan no llevaban navegando tres horas le arrancaron el cascoinferior contra unas piedras, y se hundi cerca de la orilla sur.Mepreguntquibaahaceryoall, ahoraquemibarcosehabaidoapique. Enrealidad, tenabastanteconsacarmibarco del ro. Me tuve que poner a ello al da siguiente. Esto ylas reparaciones cuando hube trado los trozos a la estacin, ll-evaron meses.Mi primera entrevista con el director fue curiosa. No meinvit a sentarme despus de mi caminata de veinte millas deaquella maana. Su aspecto, sus rasgos, sus modales y su vozeran vulgares. Era de mediana estatura y de constitucin cor-riente. Sus ojos, de un azul corriente, eran notablemente fros,y sin duda poda hacer que su mirada cayera sobre uno tan in-cisivaypesadamentecomounhacha. Peroinclusoenestasocasiones el resto de su persona pareca desmentir tal inten-cin. Porlodems, nicamenteensuslabioshabaunaex-presin relajada, difcil de definir, algo furtivo entre sonrisa yno sonrisa; lo recuerdo, pero no lo puedo explicar. Era incon-sciente (me refiero a la sonrisa), aunque se intensificaba mo-mentneamente cada vez que haba dicho algo. Apareca al fi-nal de sus discursos, como un sello estampado sobre las palab-ras, que converta el significado de la frase ms usual en algoabsolutamenteinescrutable. Eraunvulgarcomerciante, em-pleado en esta regin desde su juventud; nada ms. Se le obed-eca, aunque no inspiraba ni afecto, ni fervor, ni siquiera res-peto. Inspirabamalestar. Esoera! Malestar. Nounaclaradesconfianza definida; siempre malestar, nada ms. No tenisidea de lo eficaz que puede ser semejante facultad. No tenatalento para organizar, para la iniciativa, ni siquiera para elorden. Esoseevidenciabaencosastalescomoellamentable48/202estadodelaestacin. Notenaestudiosni inteligencia. Supuesto haba venido a l, por qu? Tal vez porque nunca es-taba enfermo Haba servido tres perodos de tres aos allPorque una salud triunfante sobre la derrota general de los or-ganismos constituye por s misma una especie de poder.Cuando iba a su casa con permiso cometa todo tipo de excesosde una manera ostentosa. Marinero en tierra, pero con la difer-encia de que lo era slo en lo externo. Esto se poda deducir desu conversacin superficial. No creaba nada; poda mantenerla rutina, pero nada ms. Sin embargo, era extraordinario. Eraextraordinariopor el pequeodetalledequeeraimposibleimaginar qu poda controlar a semejante hombre. Nunca rev-el ese secreto. Quiz no haba nada dentro de l[19]. Tal so-specha le haca a uno reflexionar, puesto que all no haba con-trolesexternos. Unavez, cuandovariasenfermedadestrop-icalestenanpostradosacasitodoslosagentesdelaesta-cin, le oyeron decir: Los hombres que vienen aqu no deber-antenerentraas. Sellel comentarioconaquellasonrisatan suya, como si fuera una puerta que se abra a una oscurid-ad de la que l era custodio. Uno se imaginaba haber visto co-sas, peroelselloseinterpona. Cuandosehartdelascon-stantes peleas entre los blancos por cuestiones de precedenciaenlascomidas, ordenfabricarunainmensamesaredonda,para la cual hubo de ser construida una casa especial. ste erael comedor de la estacin. El lugar donde l se sentaba era lapresidencia; el resto no contaba. Era obvio que sta era su con-viccininalterable. Noerani cortsni descorts. Eratran-quilo. Consenta que su boy, un negro joven y sobrealimentadode la costa tratara en su presencia a los blancos con una in-solencia provocativa.49/202Empez a hablar en cuanto me vio. Yo haba estado muchotiempo en camino. No pudo esperar. Tuvo que empezar sin m.Haba que relevar a las estaciones del interior. Se haban pro-ducidoyatantosretrasosquenosabaquinestabavivoyquin muerto, y cmo se las arreglaban, etc. No prest aten-cin a mis explicaciones y, mientras jugueteaba con una barrade lacre, repiti varias veces que la situacin era muy grave,muy grave. Corran rumores de que una estacin muy import-anteestabaenpeligro, ysujefe, el seorKurtz, estabaen-fermo[20]. Esperaba que no fuera cierto. El seor Kurtz eraMe sent abatido e irritable. Al cuerno con Kurtz, pens. Le in-terrump diciendo que haba odo hablar de Kurtz en la costa.Ah!, de modo que hablan de l por ah abajo, murmur parasus adentros. Entonces volvi a empezar, asegurndome que elseor Kurtz era el mejor agente que tena, un hombre excep-cional, delamayorimportanciaparalacompaa; porcon-siguiente, podacomprender suinquietud. Dijo que estabamuy, muyintranquilo. Desdeluego, seagitabaincesante-mente en la silla; exclam: Ah! El seor Kurtz!, rompi labarra de lacre y pareci quedarse atnito ante este accidente.Despus quera saber cunto tiempo llevaraLe inter-rump de nuevo. Como estaba hambriento, y adems segua depie, me estaba poniendo furioso. Cmo lo podra saber? ledije. Ni siquiera haba visto los destrozos; varios meses, sinduda. Toda esta charla me pareca ftil. Varios meses dijol. Bueno, digamosquepasarntresmesesantesdequepodamos empezar. S. Eso deberabastar paraarreglar elasunto. Sal precipitadamente de su cabaa (viva solo en unacabaadearcillaconunaespeciedeterraza), murmurandoentredientesloquepensabadel. Erauncharlatnidiota.50/202Despusmeretract, amedidaqueibacomprendiendoconasombrolaexcepcional precisinconquehabacalculadoeltiempo requerido para el asunto.Fui a trabajar al da siguiente, volviendo la espalda poras decirlo a la estacin. Me pareca que nicamente de estaforma poda seguir aferrado a los aspectos gratos de la vida.Noobstante, unotienequemirarasualrededoraveces; yentoncesvilaestacin, aquelloshombresvagandosinobjetoen el cercado bajo los rayos del sol. A veces me preguntaba qusignificaba todo aquello. Iban de un lado para otro con sus cay-ados absurdamente largos en la mano, como una multitud deperegrinos sin fe, hechizados dentro de una cerca podrida. Lapalabra marfil resonaba en el aire, se susurraba, se suspira-ba. Unopensaraquelaestabaninvocando. Untufodees-tpida rapacidad lo envolva todo, como el aliento de uncadver. Por Jpiter! No he visto nada tan irreal en toda mivida. Yfuera, enelexterior, laselvasilenciosaquerodeabaeste claro en la tierra se me present como algo grandioso e in-vencible, como el mal o la verdad, esperando pacientemente aque pasara esta fantstica invasin.Oh, qu meses aquellos! Bueno, qu ms da. Sucedieronvarias cosas. Una noche, un cobertizo de hierba, lleno de calic,algodn, estampados, abalorios y no s cuntas cosas ms, es-tallenllamastanrepentinamentequecualquierahubierapensado que la tierra se haba abierto para dejar que un fuegovengador consumiera toda aquella basura. Yo estaba fumandomi pipa tranquilamente al lado de mi desmantelado vapor, ylos vi atodos haciendo cabriolas enel resplandor, conlosbrazos en alto, en el momento en que el robusto hombre de big-otes corri precipitadamente hacia el ro, con un cubo de metalenlamano, ymeasegurquetodos seestabanportando51/202esplndidamente, esplndidamente; sac aproximadamenteun cuarto de galn de agua y se volvi a marchar con precip-itacin. Observ que en el fondo del cubo haba un agujero.Yomeacerqutranquilamente. Nohabaprisa. Pensadque la cosa haba estallado como una caja de cerillas. No habanadaquehacer desdeel primer momento. Lallamahabasaltadoconmpetu, haciendoretrocederatodoel mundo, lohaba iluminado todo y se haba desplomado. El cobertizo eraya una pila de ascuas que ardan ferozmente. Estabanazotando a un negro cerca de all. Decan que l haba provo-cadoel incendiodealgunamanera; seacomofuere, estabadando horribles alaridos. Le vi despus sentado durante variosdas en un poco de sombra con aspecto de estar muy enfermo ytratandoderecuperarse; mstardeselevantysefue; ylaselva, en silencio, le acogi de nuevo en su seno. Al acercarmeal resplandordesdelaoscuridadmeencontrdetrsdedoshombres que estaban hablando. Les o pronunciar el nombrede Kurtz y despus las palabras aprovchate de este desgra-ciado accidente. Uno de los hombres era el director. Le di lasbuenasnoches. Havistoustedensuvidanadaparecido?Eh? Es increble, dijo, y se march. El otro hombre se qued.Eraunagentedeprimera, joven, corts, unpocoreservado,con una corta barba hendida y nariz aguilea. Era distante conlos otros agentes, y ellos por su parte le acusaban de ser un es-paalasrdenesdel director. Porloqueam respecta, yoprcticamente no haba hablado nunca con l. Iniciamos unaconversaciny, lentamente, nos fuimos alejandodelas sil-bantes ruinas. Despus me invit a su habitacin, que se en-contraba en el edificio principal de la estacin. Encendi unacerillaynotqueestejovenaristcratanoslotenaunto-cador montado en plata, sino tambin una vela entera para l52/202solo. Precisamente enaquel entonces se suponaque sola-mente el director tena derecho a tener velas. Esteras indgen-as cubran las paredes de arcilla, una coleccin de lanzas, aza-gayas, escudosycuchilloscolgabanenellascomotrofeos. Elcometidoqueselehabaencomendadoeralafabricacindeladrillos; eso me haban dicho; pero no haba ni rastro de lad-rillos en ningn lugar de la estacin, y llevaba all ms de unao esperando. Parece ser que no poda fabricar ladrillos sinalgo, no s qu: paja, quiz. En cualquier caso, no poda encon-trarloall, y, comonoeraprobablequelomandarandesdeEuropa, yo no vea muy claro qu es lo que estaba esperando.Un acto de creacin especial, quiz. No obstante, estaban todosesperando algo los diecisis o veinte peregrinos, ycreedme, no pareca una ocupacin que les fuera mal a juzgarporlaformaenquelaaceptaban, aunquelonicoquecon-seguaneranenfermedades, porloquepudever. Seentre-tenanmurmurandoeintrigandounoscontraotros, deunaforma estpida[21]. Haba un clima de conspiracin en aquellaestacin, pero sin consecuencias, por supuesto. Era tan irrealcomo todo lo dems, como la presentacin filantrpica de todala empresa, como su conversacin, su gobierno, su desplieguede actividad. El nico sentimiento real era el deseo de ser nom-bradoparaunpuesto comercial dondepudieraconseguirsemarfil y obtener as porcentajes. Intrigaban, se difamaban y seodiaban los unos a los otros slo por ese motivo; pero cuando setratabademoverundedoeficazmente, oh, no! Santocielo!Despusdetodohayalgoenel mundoquepermitequeunhombre robe un caballo mientras otro ni siquiera puede mirarun ronzal. Robar un caballo sin remilgos, muy bien. Hecho es-t. Quizpuedamontarlo. Perohayunaformademirarun53/202ronzal que provocara la indignacin del ms caritativo de lossantos.No tena la menor idea de por qu se mostraba amistoso,pero mientras estbamos charlando all se me ocurri depronto que aquel tipo estaba intentando algo: en realidad, son-sacarme. Aluda constantemente a Europa, a la gente que sesupona que yo conoca all, haciendo preguntas encaminadas adescubrir quines eran mis conocidos en la ciudad sepulcral ycosas por el estilo. Sus pequeos ojos brillaban de curiosidadcomo lminas de mica, aunque trataba de conservar una ciertaaltivez. Al principio me produjo asombro, pero muy pronto meentr una enorme curiosidad por averiguar qu conseguira dem. No poda en absoluto imaginar que hubiera algo en m quemereciera su atencin. Era muy divertido ver lo engaado queestaba, pues en realidad mi cuerpo estaba lleno slo de escalo-fros, ynohabanadaenmi cabezaexceptoaquel malditoasunto del vapor. Era evidente que me haba tomado por unperfecto y desvergonzado embustero. Al fin se enfad y, paraocultar un gesto de furiosa irritacin, bostez. Yo me levant.Entonces descubr un pequeo boceto al leo en una tabla, querepresentaba a una mujer, en ropaje y con los ojos vendados, ll-evando una antorcha encendida. El fondo era oscuro, casinegro. El movimiento de la mujer era majestuoso, y el efecto dela luz de la antorcha sobre la cara era siniestro.El cuadromellamlaatencin, yl permanecidepiecortsmente, sosteniendounabotelladechampaademediapinta(remediosmedicinales) vaca, conunavelametidaenella. Ami pregunta contest que el seor Kurtz lo habapintado en esa misma estacin haca ms de un ao mien-tras esperaba el medio para trasladarse a su puesto comercial.54/202Por favor, dgame le pregunt, quin es ese seorKurtz?.El jefe de la Estacin Interior, respondi con sequedad,mirandohaciaotrolado. Muyagradecidodijeriendo. Yusted es el fabricante de ladrillos de la Estacin Central. Esolo sabe todo el mundo; guard silencio durante un rato. Es unprodigio dijo al fin. Es un emisario de la compasin, de laciencia, del progresoyel diablosabedecuntascosasms.Queremos empez a declamar de repente mayor inteligen-cia, mayorcomprensin, dedicacinexclusivaparadirigirlacausa que nos ha sido confiada, por as decirlo, por Europa.Quindiceeso?, pregunt. Muchosdeelloscontest.Algunos incluso lo escriben; y as l, un ser especial, como de-bera usted saber, viene aqu. Por qu debera yo saberlo?,leinterrump, realmentesorprendido. Nomehizocaso. S.Hoy da es el jefe de la mejor estacin, el prximo ao ser ay-udante de direccin. Dos aos ms y Pero apuesto a que us-ted ya sabe lo que ser dentro de dos aos. Usted es del nuevogrupo. Del grupo de la virtud. La misma gente que le envi a lle recomend a usted expresamente. Oh, no diga que no. Me fode lo que veo con mis propios ojos. De repente lo vi todo claro.Losinfluyentesconocidosdemi queridataestabanprodu-ciendo efectos inesperados en aquel joven. Estuve a punto desoltar la carcajada. Lee usted la correspondencia confidencialde la compaa?, pregunt. No pudo decir palabra. Fue muydivertido. Cuandoel seorKurtzcontinuconseriedadsea director general, no tendr usted oportunidad de hacerlo.De repente apag la vela y salimos. Haba salido la luna.Negras figuras deambulaban indiferentes, echando agua sobreel fuego, de donde sala un sonido sibilante; el humo ascendabajolaluzdelaluna; el negroapaleadogemaenalguna55/202parte. Qu escndalo arma ese animal! dijo el infatigablehombre de los bigotes, apareciendo junto a nosotros. Le estbien empleado. Falta, castigo, bang! Sin piedad, sin piedad. Eslanicaforma. Estoevitarfuturosincendios. Leestabadi-ciendo al director. Not la presencia de mi acompaante ysequedcabizbajodeinmediato. Todavalevantadodijo,con una especie de jovialidad servil; es tan natural. Oh! Elpeligro, la agitacin. Se esfum. Me acerqu a la orilla, y elotro me sigui. Lleg a mi odo un murmullo hiriente. Montnde intiles, venga!. Se poda ver a los peregrinos gesticulandoydiscutiendoengrupo. Variosdeellosllevabantodavasuscayados en la mano. Creo realmente que se acostaban con el-los. Al otro lado de la valla se levantaba espectral el bosque ala luz de la luna, y a travs de la ligera agitacin, a travs delos confusos sonidos de aquel patio melanclico, el silencio delatierraseleadentrabaaunoenelmismsimocorazn: sumisterio, su grandeza, la asombrosa realidad de su vida oculta.El negro herido se lamentaba dbilmente en algn lugar cer-cano, y luego lanz un profundo suspiro que hizo que mis pasostomaran otra direccin. Sent que una mano se introduca bajomi brazo. Mi querido seor dijo el hombre, no quiero sermalentendido, y especialmente por usted, que va a ver al seorKurtz mucho antes de que yo pueda tener ese placer. No megustara que l se hiciera una idea falsa de mi disposicin.Dej continuar a aquel Mefistfeles de cartn piedra y mepareci que, si lo intentaba, podra atravesarle con mi dedo n-dice y no encontrara nada en su interior ms que un poco desuciedadsuelta, tal vez. l, comopodis ver, habaestadoplaneando convertirse pronto en ayudante de direccin bajo elhombreactual, ypudeverquelallegadadel tal Kurtzleshaba trastornado un poco a los dos. Hablaba56/202precipitadamente y no trat de detenerle. Yo tena la espaldaapoyada contra los restos de mi vapor, remolcado pendiente ar-ribacomoel cadverdeungrananimal dero. El olordelfango, del fango primitivo, por Jpiter!, estaba en mis narices;yantemis ojos, laprofundaquietuddel bosqueprimitivo;haba manchas brillantes en la negra ensenada. La luna habatendido una fina capa de plata sobre todas las cosas sobre laexuberante hierba, sobre el fango, por encima del muro de es-pesa vegetacin que se levantaba a una altura mayor que elmuro de un templo, por encima del gran ro que yo vea brillara travs de una brecha oscura, brillar a medida que flua entoda su anchura, sin un murmullo. Todo esto era grandioso,expectante, mudo, mientras aquel hombre farfullaba acerca des mismo. Yo me preguntaba si la quietud en la faz de la in-mensidad que nos miraba a los dos significaba una llamada ouna amenaza. Qu ramos nosotros que nos habamos extra-viadoall?, podramos dominar aquellacosa mudaonosdominaraellaanosotros?Sent logrande, lomalditamentegrande que era aquella cosa que no poda hablar y que talvez era tambin sorda. Qu haba all dentro? Poda ver salirde ella un poco de marfil y haba odo decir que el seor Kurtzestabaall. Habaodoyabastantesobretodoello, Diosestestigo! Sin embargo, por alguna razn no me sugera imagenalguna, igual que si me hubieran dicho que all haba un ngelo un demonio. Lo cre de la misma forma que alguno de voso-tros podra creer que hay habitantes en el planeta Marte. Enuna ocasin conoc a un fabricante de velas de barco escocsque estaba seguro, absolutamente seguro, de que haba habit-antesen Marte. Cuandoselepreguntabaacercadel aspectoque tenan y de cmo se comportaban, musitaba tmidamentealgo sobre caminar a cuatro patas. Si se te ocurra siquiera57/202sonrer, l, un hombre de sesenta aos, se mostraba dispuestoadesafiarte. YonohubierallegadoalucharporKurtz, peropor l estuve a punto de mentir. Ya sabis que odio, detesto yno puedo soportar la mentira, no porque sea ms recto que losdems, sino simplemente porque me horroriza. Hay un toquede muerte, un sabor a mortalidad en las mentiras, que es ex-actamente lo que ms odio y detesto en el mundo, lo que deseoolvidar. Me hace sentirme desdichado y enfermo, como si hubi-era mordido algo podrido. Cuestin de temperamento,supongo. Bueno, estuveapuntodementirporquedejqueaquel joven estpido creyera todo lo que quiso imaginar acercade mis influencias en Europa. En un instante me convert enun ser tan falso como el resto de los hechizados peregrinos. Yello sim