tierra de mis amores, 2015

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Publicación anual, Universidad de Guanajuato, Dirección de Extensión Cultural

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Viernes de Dolores de 2015

PORTADA: Colección particular Emilio Bejarano. Oleo sobre tela

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Rememorar el carnaval en Guanajuato

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Tadeo Lugo Mata

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¡Todas las flores, alabad al señor;Trigos germinados, alabad al Señor;Álamo y copal, Alabad al Señor;Alabad a la Madre del Señor;Consolad en sus siete Dolores!Dolor de los negros presagios,Como nube oscura en el cerro de Sirena.Dolor de la Fuga hacia el destierro,Como hermanos que cruzan el río Bravo.Dolor de la pérdida del Niño,Por el laberinto de los callejones.Dolor de la muerte del Hijo, Como las muertes de los hijos de esta tierra.Dolor del sepulcro que separa, Como duelen los entierros guanajuatenses.Dolor de soledad y desamparo, Como de huérfanos y viudas y dolientes. ¡Viernes de Dolores de la Madre, Por el Santo Viernes de su Hijo!¡Domingo de gloria y resurrección, Hacia el gozo que no tendrá fin!Entonces el cantar de los cantares:“Ha pasado el invierno y se ha alejado;Nuestra tierra se cubre de flores”.

1.- Publicado originalmente en Tierra de mis amores, abril de 1990.

Flores y Dolores en Guanajuato1

Mario Ruiz Santillán

Madre del magno dolor, la del dolor infinito,vos derramáis por siemprelágrimas por vuestros hijos.

Madre del magno dolor, la del dolor verdadero,la que se halla reflejadaen la madre del minero.

Madre mía de los Dolores, del mago dolor eterno,del que sufres afligidacon la madre del enfermo.

Madre del cielo y la tierra,la del hijo omnipotente,ayuda a llevar su penaa la madre del ausente.

Madre del magno dolor, la del llanto con exceso,regálale una lágrima a las madres de los presos.

Madre del magno dolor,la de los labios abiertos,acuérdate de esas madresque tienen sus hijos muertos.

Madre del magno dolor,Madre del altar del cielo,ruega por todas las madrespara que encuentren consuelo.

Madre del Magno Dolor1

Francisco José Cabalero Vértiz

1.-Poema leído en el templo de San Roque, Romería del Dolor, Viernes. Publicado originalmente en Tierra de mis amores, abril de 1998.

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Viernes de Dolores de 2015

En contraste con el conocimiento que hoy tenemos sobre los orígenes de las fiestas de la

Cueva y de la Presa de la Olla, muy poco o casi nada sabemos acerca del nacimiento de una de las celebraciones más tradicionales y arraigadas de Guanajuato: El Viernes de Dolores. Celebración donde, al igual que en la mayoría de las fiestas populares mexicanas, lo religioso y lo profano conviven y se complementan. Así dos fuentes históricas nos dejan entender algunos datos sobre la dualidad de esta festividad. Por ejemplo, las disposiciones testamentarías de los antiguos habitantes de la villa de Santa Fe de las Minas de Guanajuato, nos hablan de las numerosas donaciones pecuniarias que, desde principios del siglo XVIII, se destinaban para la celebración de la fiesta de la Santísima Virgen de los Dolores, que con toda pompa se verificaba anualmente en la capilla de la Tercera Orden, anexa al convento franciscano de San Pedro de Alcántara. Lo anterior alude al carácter eminentemente religioso de la fiesta, pero del aspecto secular de la misma, del conocido “Paseo de las Flores”, solo tenemos referencias de finales del siglo pasado, cuando en el pleno porfiriato el gobernador interino Luis Rivas Mercado, emitía el siguiente aviso al público:

Con el objeto de dar el mayor lucimiento posible al paseo conocido con el nombre de LAS FLORES, esta Jefatura política, de acuerdo con el H. Ayuntamiento de esta ciudad ha dispuesto que el referido tenga su verificativo el viernes 1º de abril próximo en el JARDÍN DEL CANTADOR, para cuyo efecto se ha mandado asear y disponer de una manera conveniente ese local, en el cual tocarán de las siete a las once de la mañana los músicos del 12º y 1er batallones.

A fin de evitar cualquier accidente que pudiera

ocasionarse con el movimiento de carruajes, cabalgaduras, carros y animales de carga, se ha ordenado a la policía que en la fecha citada, y en las cuatro calles que rodean al jardín se suspenda el tráfico, permitiéndose a los carruajes de familias que deseen concurrir, que lleguen hasta la entrada del CANTADOR por Pardo, no interrumpiendo los viajes de los tranvías.

Igualmente se ha ordenado al C. Administrador de Plazas y Mercados, que el repetido viernes se haga radicar precisamente en el EL CANTADOR a todos los vendedores de flores, frutas, cera, etc., prohibiendo la venta de esos artículos en cualquier otro punto que no sea el indicado.

Más adelante se agrega un comentario típico de la mentalidad porfiriana de la época:

Para mayor solaz de nuestra buena sociedad se ha acordado que el viernes próximo se verifique en esta capital la acostumbrada FIESTA DE LAS FLORES en la Alameda del Cantador… Muy acertada nos parece esa disposición, y esperamos que en honor a la divina Flora, sea acatada tanto por los introductores de las gayas rosas, como por las bellas y elegantes amas de esta rica capital.

Guanajuato, Marzo 23 de 18873

Hasta aquí estas breves notas que junto con Tierra de mis amores, comparten el ferviente deseo porque los guanajuatenses sigan conservando su identidad cultural a través de la celebración de las festividades que le son propias.

1.-Publicado originalmente en Tierra de ms amores, abril de 1990.2.-Universidad de Guanajuato.3.-Periódico Oficial del Gobierno Libre y Soberano de Guanajuato, t. XV, núm. 69, marzo 29 de 1887, p. 1.

En torno al Viernes de Dolores1

Rosa Alicia Pérez Luque 2

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El sur de Guanajuato se tiñe de cálido luto. Despiertan los alhelíes. Su canto violeta perfuma la gran cañada. De oro y plata son las plegarias de

las mujeres, germina el trigo en verde consuelo; el mediodía se mece entre los siete dolores de María, y un niño en la puerta pregunta si la Virgen ya ha llorado. Victoria sale a recibirlo con buena cara: —Eres el primero en llegar, Fabián. —Sonríe—. La nieve está recién hecha, la trajo mi tío. Fabián y Victoria siempre han sido amigos. Los dos niños son de El Zangarro. Sus familias han vivido ahí por generaciones, venerando año con año a la patrona de la comunidad, la Virgen de los Dolores. Todas las casas lucían sus hermosos altares, resplandecientes de manzanilla y papel picado, álamo reverberante, semillas colocadas en sagradas formas, esperando a ser bendecidas por La Virgen para ir a dormir tranquilamente durante la siembra y luego emerger como mazorcas tiernas, frijol abundante o dorado trigo. En esta fecha se hallan las puertas de la fe abiertas de par en par. El calor escurre entre los tejados de El Zangarro, mientras Fabián y Victoria se juntan con otros niños para pedir agua o nieve. Días felices de dulce penitencia. Ya en la tarde, al volver a casa, Victoria observó en su madre un semblante distinto, ausente. Por la noche, la escuchó llorar frente a su padre: —¿Qué vamos a hacer? —Preguntó la mujer con la voz sofocada. —Lo que todos, mujer. —Respondió el padre de Victoria— Pa’l norte. Me llevo a los muchachos. Tú te quedas con Victoria, no queremos arriesgarlas. —Pero, ¿por qué? ¿Por qué nos van a echar de aquí? Se estaban quedando sin agua en Guanajuato. El gobierno iba a construir una presa y perforar algunos pozos para abastecer a la cabecera municipal. Esa era la razón por la que cientos de familias serían desalojadas y reubicadas. Victoria no podía creerlo. Se sentó un momento para intentar comprender. Sola, frente al altar, miró una lágrima de plata resbalar del afligido rostro de La Dolorosa, hasta que se percató que era su propio llanto infantil inundando sus ojos, tal como lo haría la presa con su hogar y sus recuerdos. La familia de Fabián correría la misma suerte. A ellos les tocó vivir en Cajones, una comunidad que da hacia Guanajuato. La familia de Victoria, por el contrario, estaba destinada a habitar el Nuevo Zangarro, que se orientaba hacia Irapuato. La mudanza fue tormentosa. El constante acarreo de pertenencias hacía más dolorosa la partida de la gente. Se sentían como plantas arrancadas a la fuerza, con las raíces escaldadas y expuestas sin piedad al ardor del sol. Victoria y Fabián apenas tuvieron oportunidad de despedirse. Después de un tristísimo abrazo, quedaron separados sin saber si volverían a verse algún día. La presa se tragó las huertas, el templo, las casas, la belleza del paisaje. Solo habitan los muertos del viejo panteón que también quedó debajo; salen a pasear de vez en cuando, a nadar entre las calles de aquel pueblo, tan fantasma como ellos. Lo resguardan, lo mantienen en pie. Por eso, en las temporadas de sequedad, el agua lo descobija, se rinde ante la memoria del viejo Zangarro. Victoria y su familia llegaron a una casa que los recibió con

Es de día

Laura Edith Barrera Morales

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indiferencia. El rechazo de la finca hizo que su padre y sus hermanos salieran exiliados al país vecino del norte, dejando solas a Victoria y su madre. Al poco tiempo de instalarse en su apretada nueva vida, la madre de la niña se deprimió, pues no logró encontrar, por más que buscó, la imagen familiar de la Virgen de los Dolores. Debió perderse en la mudanza. Era una valiosísima reliquia, una herencia de la bisabuela de Victoria. Dijo su madre con honda pena: —Desprotegidas, hijita mía. Así nos hemos quedado.Victoria nunca pudo acostumbrarse al Nuevo Zangarro. Cada Viernes de Dolores, se sentaba en la orilla de la presa, mirando en dirección a su pueblo ahogado, contemplando la superficie, buscando entre el agua su infancia y sus risas con Fabián. Los años viajeros se llevaban la niñez de la hija y las fuerzas de la madre. Un día, simplemente, la leña se quedó esperando a ser encendida, y el molino acabó más temprano su quehacer, alguien dejó de asistir: la madre de Victoria había muerto. La soledad de la joven Victoria llegó arrastrada por los céfiros de marzo. Una, dos, tres, varias semanas enjuagaron su dolor. Ya más resignada, comprendió que tenía que andar su propio camino. Una tarde salió de paseo, lejos del Zangarro. Caminó largamente, como un peregrino, hasta que se topó con un campo de nubes, matizado de alhelí. Se detuvo a mirarlo y a descansar. Era la víspera del Viernes de Dolores. A lo lejos, un grupo de hombres cosechaba las flores. Uno de ellos se apartó para atender a la joven que permanecía suspendida en medio del campo. —¿Qué se le ofrece? —Preguntó él. Victoria le dirigió la mirada y respondió con asombro: —¿Fabián? El rostro del joven se iluminó con júbilo. —¡Victoria! ¡Tantos años! Ambos celebraron el encuentro con un amistoso abrazo. Luego de un rato de intercambiar noticias uno del otro, con el ánimo henchido de gusto, Fabián dijo a Victoria: —Dime, ¿vienes por flores para tu altar de este año? —No, no Fabián. No pongo altar desde que nos cambiamos al Nuevo Zangarro. Mi difunta madre perdió su imagen de La Dolorosa en el trajín y pues, ya no lo pusimos más. Fabián le sonrió en señal de consuelo y cortó un ramo de flores.—Ten, son para ti. Y prometió visitarla pronto. A los pocos días llegó el Viernes de Dolores. Victoria terminó temprano sus labores de casa, cuando se disponía a conversar con la tristeza, escuchó un toquido. Una grata sorpresa llamaba a la puerta. —¿Ya lloró la Virgen? Como hacía tanto tiempo, se encontraba Fabián en la entrada, alegrando el día con su presencia. —¡Ay, Fabián! ¡Pasa, pasa! Te digo que no ha llorado. No tengo altar, solo veladoras. —Traje algo para ti. —Dijo Fabián con una sonrisa. Victoria no pudo contener su profundo sentimiento, sus ojos se convirtieron en cristalinos manantiales al tener entre las manos la imagen de La Dolorosa que había perdido su madre años atrás, por la que tanto había sufrido. Miró a Fabián con agitado e intermitente sollozo, sin dar crédito a lo que estaba viendo. —Fui a tu casa poco antes de que la presa la sepultara. Ahí encontré la imagen. La conservé porque era el único recuerdo que tendría de ti, mi amiga de toda la vida. Victoria, la he guardado todo este tiempo en honor a lo que antes vivimos. También te traje más flores. Ese año fue bueno. Victoria y Fabián ponían de nuevo el altar con verdadera devoción, casi tal como lo recordaban. El destino sacudió sus vidas, los hizo crecer, cambiar. Por dentro, seguían siendo los mismos niños que con su alegría aligeraban la vigilia del Viernes de Dolores.

Febrero de 2015

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La celebración de la Semana Santa, evidentemente en nuestro país, fue implantada en el periodo colonial.

Festividad llena con el Cristianismo de Occidente, que en forma harto fácil (sería por lo sangriento) quedó dentro de nuestras más caras costumbres. Gustavo Adolfo Becquer, en uno de sus artículos periodísticos nos dice:

Todas las ceremonias religiosas de Culto Católico se han revestido en España de un carácter peculiar del país. Las de Semana Santa, en que los fieles conmemoran la Pasión y Muerte del Redentor de los hombres, son, sin embargo, las que, por su índole grave y su solemne y dramático asunto, se han presentado más a ser representadas con ese lujoso e imponente aparato, propio para herir y exaltar la imaginación de un pueblo más impresionable y reflexivo.

[…]

El transcurso del tiempo, debilitado por una parte el fervor religioso y modificado por otra las costumbres, ha contribuido poderosamente a borrar en algunos puntos los vestigios del pasado, haciendo desaparecer mucho de aquello con que la piedad de los fieles reunidos en corporaciones parece como que añadía un comento con sus puntas de teatral y profano a los ritos siempre solemnes y graves de la iglesia.

Hay que notar que Bequer, escribió esta nota en 1860, y por supuesto no pudo darse cuenta de los cambios en las costumbres ocurridas en nuestros años. Por ejemplo, en nuestro país, se ha convertido la Semana Santa en una festividad eminentemente laica, suena siempre a vacaciones bailes, conciertos, paseos y demás cosas que podrían haber originado apoplejía o infarto en cualquiera de nuestros antepasados. Aún hace pocos años, en esta misma ciudad de Guanajuato, se celebra el Viernes de Dolores como lo dice Don Guillermo Prieto, en Memorias de mis Tiempos:

Tenía yo siete años; fue el año de 1825. Dispuso mi abuelo, el Sr. D. Pedro Prieto, un suntuoso altar de Dolores con bosque y Calvario, profusión de aguas de colores, sembrados con tiesto poroso, con trigo, alegría, lenteja etc. ,banderitas de oro volador, sartas de YOLOXOCHITL y manojos de trébol; a torrentes flores de chícharo, amapola, retama, rosas, jazmines y claveles con profusión;

La Semana Santa1

Alfredo Pérez Bolde

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Viernes de Dolores de 2015

Poema que describe las figuras alegóricas de un retablo (óleo

sobre lámina de mediados del siglo XIX, de autor anónimo).

Un pequeño y su madre decoran,un altar familiar, que anualmenteluce cirios, papeles y flores,y remembra tristeza en la gente.

Descendieron de encalado muro,un viejo retablo que estaba colgado,y limpiaron el retrato mudo,puesto en el altar, quedo entronizado.

El chiquillo le mira, y detienecuidadoso su tierna mirada,queda fija en el cuadro extasiaday su labio ya no se contiene.

¡Diga madre!, pregunta azorado,¿qué sucede a esta dulce señora?mira cuan triste se ve que llora,¿qué es todo esto que muestra a su lado?

Veo sus ojos al cielo tornar,una espada en su pecho contieney no para madre de llorar,¡Dime entonces qué tiene, qué tiene!

Acaricia la madre al infante,y se vuelve y contempla la escena,con su pecho invadido de pena,le responde: hijo voy a contarte.

No es a lo alto, ella al cielo no mira,esa tarde todo fue penumbra,ve a su hijo que en la cruz expira,para luego llevarle a la tumba.

alfombras formadas de polvo de café, salvado, arena y hojas de flores y CHICHICASTLI; cirios en arrobas y naranjas con banderitas de oro volador y papel picado, y en cierta perspectiva un repuesto de ollones colosales de chía, horchata, tamarindo, timbirichi, todo debido a servir, según se requería, con su polvo de canela aromática, en vasos o en jícaras doradas.

Aquí en Guanajuato, en todas las casas se hacía limpieza, fregando con escobeta y lechuguilla los pisos de ladrillo, que en cuanto oreaban eran coloreados con “congo rojo”, para después, utilizando un estarcido de lámina, decorar cada ladrillo con dibujos de flores y raros arabescos, muy parecidos a los del papel picado, utilizando anilina azul y verde. Muy de mañana había que ir a comprar las flores, el álamo, la fruta, el copal, las banderitas de oro volador montadas con popote y también el papel picado. El altar a la Virgen de los Dolores, con todos esos elementos, además de las macetas de trigo germinado en la obscuridad, tal como lo manda el rito de Adonis, era instalado en lugar preferente, y las “Lágrimas de la Virgen” —el agua fresca de variadísimos sabores y la nieve— eran repartidas generosamente a todo viandante o simple curioso que pasara o llegara a asomarse por la puerta abierta. A veces, había que ir a la mina a la misa en el interior del tiro, aprovechando que ese día era permitido a las mujeres penetrar a las minas… Pero todo ha cambiado, el rebozo y la “falda hasta el huesito” se han substituido por los “Short” o los “Jeans”, las flores son de plástico, ya hay Ingenieras de Minas, el “progreso” ha llegado y como humo se disipan las viejas costumbres, que a fin de cuentas deberíamos conservar como algo propio que nos identifica.

1.-Publicado originalmente en Tierra de mis amores, marzo de 1988.

El RetabloAbel G. Huerta G. Una espada lacera su pecho,

los dolores por su hijo, ahí están,y al mirarle doliente y maltrecho,ella pues, no deja de llorar.

Esa lanza con sangre que ves,la cruel arma que hirió su costado,y quisieron calmarle la sed,con la esponja en vinagre mojada.

Los amigos a la cruz rodearonesperando que ya falleciera,cuando al fin sucedió, lo bajaronpara eso sirvió la escalera.

¡Miro a un gallito y una columna!¿Qué dicen las letras?, acá sangra un rostro.¡Siga madre! me gusta esta historia,soy pequeño y no la conozco.

Ese gallo que canta, anunciabael mensaje de la profecía,cuando Pedro tres veces negabaconocer a su amigo, el Mesías.

La columna recuerda el momentocuando fuera vilmente azotado, los grilletes y este flagelodejaron su cuerpo todito llagado.

Un pendón el poder magnifica,era entonces del pueblo romano,y las letras de ahí significan:“Juntos, Pueblo y Senado son Roma”.

Pero como al vulgo nos gusta la broma,decimos en silencio y a hurtadillas,que esas letras solo dicen“San Pedro Quiere Rosquillas”.

Una humilde mujer israelita,a su paso vio al hombre sangrado,conmovida, la cofia se quita,limpia el rostro, ¡Quedó así estampado!

Disfrazóle la mano al verdugo,que infligiera tan cruento castigo,de los golpes por cientos que tuvo,este guante fue mudo testigo.

Veintidós es el salmo, que reza:de mis ropas seré despojado,y soldados con toda destreza,la reparten, echando los dados.

A Judas la plata le tienta,la traición se compra, tiene precio,lo vendió y entregó con desprecio,recibiendo los denarios, treinta.

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En la anterior Tierra de mis amores, pudimos anotar y comentar sobre el nombre de Santa Fe, impuesto durante la conquista y

colonización que de tierras americanas realizaron los españoles; solo recordaré la circunstancia militar de tal origen: el Real de Santa Fe durante el sitio de Granada, último reducto musulmán que recuperaron, en 1492, los castellanos-aragoneses y demás, año que marca el fin de una era en las historias, cuando todo, hasta los conceptos religiosos y en consecuencia los políticos, fueron modificados, para entrar de lleno en la Edad Moderna; la del Renacimiento —véase la arquitectura primigenia del coloniaje—; la de la revolución científica —recuérdense las carabelas—; las reformas religiosas del siglo dieciséis; en fin, que hay más. Como es de todos sabido, las fechas de establecimiento en la cañada que hoy es Guanajuato, entonces Santa Fe, no se manejan correctamente, para el propósito presente dejaremos la vaguedad de una década, de 1540 a 1550; entonces podemos decir que hacia el año de 1631, la Villa de Santa Fe, centro administrativo de las Minas de Guanajuato, tenía alrededor de 85 años. Incluso podríamos dejar en casi cien los años de experiencia poblacional desde los primeros asentamientos humanos en lo alto de los cerros al norte de la cañada. Establecido lo anterior veamos algunas noticias que de ese año nos informa una Minuta (y razón de las doctrinas que hay en este Obispado de Michoacán…), paleografiada y publicada por Ramón López de Lara en el siglo XX con el nombre El Obispado de Michoacán en el siglo XVII. Usaré de la glosa intercalando entrecomillados del texto original, dejando paso a la imaginación más que a la explicación, la cual queda para otro momento. La Villa de Santa Fe de Guanajuato “es Real de minas y administración de clérigos”, curato establecido para esos años en el templo del hospital de los mexicanos —actualmente el Salón del Consejo de la Universidad de Guanajuato—. Los propietarios “mineros” pagaban cuatrocientos pesos anuales “de salario” al cura que les administraba los sacramentos, les predicaba, bautizaba, confesaba, etc. El otro sector de la población, los no propietarios de minas pero sí del espacio donde estaba establecido el curato, los indios mexicanos, “vienen a servir a las minas”, al igual que los indios tarascos y “otomites”. “En este Real hay tres hospitales, todos de indios; uno de otomites, otro de mexicanos y otro de tarascos”. El de otomites es hoy la Biblioteca Cervantes de Derecho, y el de tarascos, único que aún funciona en el culto religioso, conocido como templo de los

Año de 1631 en la entonces Villa de Santa Fe1

José Luis Lara Valdés

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Viernes de Dolores de 2015

sobre ella pleito, la tiene en depósito Juan Durán”. “Estas cuatro haciendas están en el mesmo (sic) Real” de Santa Fe, luego y de acuerdo a la todavía imprecisa demarcación —bajo tal riesgo— las haciendas en cuestión habrían estado en algún lugar entre los actuales templos de Belén a San Francisco, siguiendo el río, y, probablemente subiendo las cañadas de Mazaguas —otro grupo indígena ya ausente ese año de 1631—, o de Las Palomitas y Púquero —hoy calle del Sol—; o la de la Quebradita —hoy Juan Valle hacia La Quebradita—. “Fuera del Real” en la cañada de Cata, “está la hacienda de Nicolás de Aedo”, otra “que llaman Villaseca”, del mismo Aedo, y junto a esta última la de Alonso de Bustos, esta con “capilla y licencia”. Otra hacienda estaba en el cerro de Sirena. Una nueva, “muy en sus principios por haber poco que se fundó”, era la de Diego Vargas. Una, la más alejada, la de San Nicolás, estaba dedicada al cultivo de maíz, pero para esos años de 1631, dice el documento “despoblóse”. Otro debió haber sido el paisaje: largos muros más o menos siguiendo el contorno de la ribera, accesos para mulaje entrando y saliendo y utilizando al río como vía de traslado de las platas, del maíz, de los efectos comerciales —hoy la Calle Subterránea Padre Hidalgo—. El sector de los indígenas, con sus reminiscencias tribales y sus festejos con rituales de sincretismo. Los mineros propietarios o no, en sus “casas fuertes” levantándose. La febril actividad propia de toda población industrial, por cierto, sin instituciones educativas —los jesuitas y su escuela de primeras letras llegarían cien años después de 1631—, pero ya dirigiéndose al opulento destino, la población, que la llevaría a ser la segunda ciudad más importante de América en el siglo siguiente al que aquí dejamos de historiar, por hoy.

Hospitales. Luego el entorno del actual edificio Central de la Universidad de Guanajuato, fueron asentamientos indígenas, de los traídos al servicio de las minas, y de los que se quedaron asentados en el régimen hospitalario. La institución hospitalaria subsistía de las aportaciones por limosna, tanto de pudientes como de los mismos grupos indígenas quienes, para el efecto, organizaban procesiones con el santo de su devoción —la Virgen del Rosario, hoy de Guanajuato, entre los mexicanos—, por las polvosas calles de la Villa danzando, cantando. También tuvieron derecho y lo usaron, de rentar asesorías, o bien dar a sembrar la tierra que contenía su respectivo Hospital. Por la cañada se habían instalado algunas propiedades con el propósito de la molienda y obtención por fuego o por acción físico-química, de la plata. “Tiene este beneficio —nombre de entonces de todo sitio minero— las haciendas de

minas siguientes”: la hacienda de Juan Altamirano; “la hacienda de

los menores”, hijos que quedaron de Francisco Mejía, administrada por un mayordomo; la hacienda de Eugenio Martínez; “la hacienda que llaman de (Juan de) Jaso, que, porque hay

1.- Publicado originalmente en Tierra de mis amores, núm. 14, Viernes de Dolores, marzo de 1991, pp. 6 y 10.

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Don Manuel Leal G. pinta una acuarela en el año de 1972 a la edad de 79 años para ilustrar el artículo “Significación

Espiritual del Viernes de Dolores”, publicado en 1972 en el libro “Relatos de Vivos y Muertos y Motivos Guanajuatenses”, y posteriormente el texto solamente, se publica en el libro “Croniquillas Guanajuatenses” que vio la luz en el año 2009. Esta acuarela es una derivación, aunque con menos detalles de una de las dos imágenes que ilustran el artículo “La Alborada del Viernes de Dolores”, que fue publicado en el texto “Guanajuato en sus Más Bellos Paisajes”; otra obra pictórica de este autor, con motivos alusivos a este festejo luce en el Hotel San Diego.

Manuel Leal y los Festejos del Viernes de Dolores,Narrativa e Ilustraciones.

Bibliografía• Leal Manuel G.Guanajuato en sus más bellos paisajes.Ediciones Valadés. Sin fecha.• Leal Manuel G.Relatos de vivos y muertos y motivos guanajuatenses.Ediciones Valadés. 1972.• Leal Manuel G.Croniquillas guanajuatenses. Primera edición.Ediciones del Gobierno del Estado. 2009.

Por Abel G. Huerta G.

A cuarenta y tres años de la creación de este cuadro y a casi cuarenta de la muerte del autor, vale la pena comentar sobre esta confirmación que de manera pictórica hace de su descripción literaria: - Dos damitas de generaciones distantes, una tal vez sesentona, por el vestido que cubre sus rodillas, rostro mofletudo y estrambótico peinado; la otra una veinteañera, rubita, esbelta y con atuendo juvenil. La primera dirige su mirada al frente, que sería el templo de San Diego, la segunda está comprando un ramo, en un puesto atendido por vendedora que sentada frente a enorme canasto rebosante de coloridas flores, luce un rebozo, bajo la sombra de un árbol y sobre un cajón, que tal vez lleve su nombre, porque en este se encuentra el letrero “Cajón de Magos”; en el centro, compungido por el peso de una carga de flores, un cargador espera instrucciones para depositar el producto. En primer término un pebetero donde arde incienso y tres macetitas con los tallos de trigo germinado, atados con listones de colores. Al fondo se observan columnas del Teatro Juárez, el león del lado derecho, parte de la escalinata y un cordón con papel picado. Del lado izquierdo del cuadro hay una silueta velada, es un varón con sombrero, que deambula, ¿será Manuelito que observa, buscando inspiración para un poema, una narración, o una pintura?

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Viernes de Dolores de 2015

La semana santa era una de las celebraciones más ricas

en elementos y fastuosidad en el Real de Minas Santa Fe de Guanajuato en siglo XVIII durante la cual, los pobladores vivían entre procesiones encabezadas por los pasos de las imágenes de Jesús, la virgen de los Dolores y la de la Soledad y escuchaban los sermones encendidos de los predicadores invitados especialmente para la ocasión, que con su retórica movían al dolor y al arrepentimiento, haciendo énfasis en lo cruento del misterio pascual, culminando esos afanes con la misa de la vigilia de la noche del sábado santo que prorrumpía en el momento del Gloria que anunciaba la resurrección de Cristo con el repicar de campanas que se habían silenciado desde el jueves santo, cuando estos instrumentos se suplían por matracas para convocar a la feligresía. Celebraciones en las que gran número de personas de la ciudad y aun de la región, participaban de manera directa como quienes pertenecían a las cofradías, los cargadores, los integrantes de la Guisada o indirecta como los productores de insumos necesarios para las festividades: cereros, horticultores, panaderos, coheteros, etcétera.

Viernes Santo en Santa Fe de Guanajuato

María Enriqueta Bautista Barba 1

La cofradía del Santo Entierro de Cristo, Señor Nuestro y Soledad de María Santísima, organizaba y patrocinaba la procesión del viernes santo o del Santo Entierro y la de la Resurrección; la primera era el acontecimiento principal de esa semana y, algunos de los conceptos de los gastos que realizaron en 1782 incluyeron: el pago al capitán de los cargadores por doce pares de zapatos; para la comida de los ángeles llorones;2

alquiler y compostura de las pelucas; por plática de la muerte; fiscales y ministros para las dos procesiones; por el paso de Santa María Magdalena; el pago a La Guisada.3 En 1783 en el auto de revisión de cuentas de la mencionada cofradía, el juez eclesiástico ordenaba al mayordomo que no hiciera gastos superfluos como el refresco por el que pagaron más de 33 pesos, el pago al centurión o los cien pesos de La Guisada, que al predicador por la gala, en lugar de 25 pesos, solamente se le pagaran 16 y, que en caso de hacer esos u otros gastos excesivos, “sean de su propio caudal, sin asentarlos en las cuentas”. De la misma manera se prohibieron las cámaras4 dentro de la iglesia “que con su tronido fuerte, lastiman el

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edificio de la iglesia, las vidrieras de los colaterales y ventanas y mortifica a las gentes en daño de su salud...”.5 Sin embargo, en 1784, el mayordomo declaró que “no se le pudo pagar menos a La Guisada por el paso de la muerte porque todo lo distribuía en pagamentos, alquilones de hachas y disciplinantes”.6 Así, cada año el juez eclesiástico que revisaba el libro de cuentas hacía algunas observaciones para impedir “el mal ejemplo” por el dispendio, sin embargo los cofrades las ignoraban y seguían su tradición realizando los mismos gastos para el lucimiento de la procesión, como se puede apreciar en el registro del libro correspondiente a las celebraciones del año 1800. Siguiendo las evidencias documentales imaginamos el transcurrir de la noche del viernes santo durante la procesión del Santo Entierro: anocheciendo, la imagen escultórica de Jesús muerto, con el cuerpo brillante por el bálsamo con que lo habían ungido las mujeres de la cofradía, tendido sobre las andas ricamente adornadas e iluminadas por cirios y candelas, llevado en hombros por los privilegiados cargadores, luego, las andas de Nuestra Señora de la Soledad, vestida ricamente de paño negro y orlas doradas, cargada por las mujeres. También formando parte del cortejo, el paso de San Juan y Santa María Magdalena, personajes imprescindibles en la pasión.7 Los dulces ángeles llorones, con sus penachos de plumas y sus vaporosas túnicas, custodiados por su guardián, irían tal vez atrás de las andas principales de Jesús y de Nuestra Señora. Por ahí, el centurión con su atavío romano, sobre el caballo bien enjaezado, imponente, causando temor, acompañado de los lacayos. Vendrían después, en el lugar preciso que por disposición les correspondía, los miembros del cabildo lujosamente ataviados con jubones de paño y pelucas empolvadas y los pasos de las demás cofradías, los religiosos, las congregaciones y los gremios de la ciudad. Los tamborcillos con su son lento, fúnebre, acompañando el ritmo de los pies descalzos de los cargadores, aparentando que Nuestra Señora de la Soledad, María Magdalena y San Juan colocados sobre las andas, caminan con paso lento, oscilante y acompasado en la noche iluminada por el gran número de candelas de cera; amarillas y blancas, incluso negras, escamadas y lisas, grandes cirios y las infaltables hachas o antorchas, rompiendo las tinieblas y encendiendo las almas de fervor de los hombres y mujeres que, en grupos diferenciados, seguían la comitiva o desde sus balcones la observaban. La muerte presente, los disciplinantes liquidando viejas o nuevas deudas o simplemente sufriendo y haciendo sufrir, junto con Cristo la pasión redentora.

1.-Colegio de Historiadores de Guanajuato, A.C.2.-Los ángeles llorones eran niños vestidos de ángeles que participaban en las procesiones.3.-Archivo Parroquial de la Basílica de Guanajuato, Libro 13.b, 1781-1782, f.s/n. La Guisada era la denominación del grupo que aparecía en la procesión con la representación de la Buena Muerte, y el séquito de flagelantes y los portadores de “hachas” o antorchas (APGB, Libro 13.b 1748, f.s/n). 4.-Cohetones de pólvora.5.-APBG, Libro 13.b, 1783, f.s/n. Esa propuesta de ahorrar en las festividades correspondía a las imposiciones de las reformas borbónicas en las que se consideraba que las manifestaciones religiosas eran signo de ignorancia y los gastos que originaban iban en contra de una economía sana para la Corona.6.-APGB, Libro 13.b, 1784, f.s/n.7.-San Juan y María Magdalena son imprescindibles porque, según el evangelio (Jn 19,25-27), estuvieron al pie de la cruz acompañando a la virgen María.

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Nadie, casi nadie piensa en Rafael López. Ni recuerda que aquí, en Guanajuato,

habría nacido; ni que por 1901 robó o tomó prestados, indefinidamente, cien pesos de la caja en la tienda de su padre y, con eso, y la ilusión de una Turania en la mente, se fue a la Ciudad de México a hacerse poeta, el de la “Venus de la Alameda”. Había sido convidado a la tertulia del Bar y de la vida literaria del México de fin de siglo. El canto de sirena lo escuchó de un tal Rubén M. Campos, otro guanajuatense, quien lo invitaba en un poema. Le decía que se acercara a la trapa de Jesús Valenzuela, que había vino y era bueno. Él sabía, posiblemente, que sus ilusiones ya estaban encaminadas hacia el beso de la Quimera y se fue. Dio los pasos de López hacia la capital porque no le apetecía ese “hubiera” provinciano que le tocaba:

Si yo hubiera continuado en esta vida quieta y desenfadada, sería hermano de la vela perpetua y un excelente jugador de dominó, aunque seguramente amenazado por la cirrosis. Me gustaba la literatura y las inspiraciones artísticas son malas consejeras para perpetuar la tradición hogareña. Además, en mi discreta ciudad no se recibían los libros de Remy de Gourmont.

La casa de Rafael López

Luis Felipe Pérez Sánchez

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en ese pasaje que en otro tiempo debió ser la entrada a las caballerizas, tendidos de xoconoxtles, flor de calabaza, maíz, gorditas de cacahuate o té de limón que ofrecen los marchantes de Guanajuato. Me hace imaginar que López paseaba por ahí, que caminaría rumbo al jardín Antillón y que, quizá, el silencio de ese otro siglo que tanto le aburría, ha ido suplantándose por vendimias de discos piratas y calzado directo de León, una ciudad cercana, donde confunden lo grandote con lo grandioso. Me da para pensar que este lugar atrapa en un ensueño de candilejas al paseante, da la sensación de ser un bullicio inmóvil, una efervescencia algo asfixiante que empuja a huir o amarra con grilletes. Puedo ver, entonces, a un transeúnte más que se agrega a la lista de los muchos que habrán escalado con dificultad el camino de la Alhóndiga al Colegio del Estado, que ahora es el Edificio Central universitario, o a los otros que debieron aprender a menearse como patos en cada subida de callejón, el del estudiante o el de Púquero o Peñitas. Ha permanecido lejos de la provincia, se emancipó de la ciudad “no tan humilde como podría creerse, pues tiene el corazón de oro bajo un pecho de rosas, igual que una princesa encantada”. De quien hablo se llamó Rafael López y el tiempo se le ha echado encima y los viajeros pasamos de largo hasta que alguien, titubeando posiblemente, reconoce su nombre, López y sus pasos, y recupera de entre la memoria, como se va dando con las señas de un sitio que se ha dejado de visitar hace tiempo pero que sigue ahí.

Pocos nos podríamos imaginar el Guanajuato del fin de siglo, más neoclásico que barroco, con los caudales de los ríos merodeando, siempre peligrosos, en agosto. Sin subterránea, ni ese hervidero con horarios que espera con paciencia el paso del transporte público; sin un cine Reforma que ahora es una tienda departamental. Es una bruma el encanto de las plácidas mañanas “empenachadas por los pompones escarlata de la bugambilia”; queda lejos el suspiro ante el solemne y amplio “patio solariego donde los rosales se inclinan sobre los senos de las fuente con el abandono oriental”. Y, aunque parece que esas calles estrechas, para carruajes y burros con carga de leña no cambian, sí que arrumban fácilmente algo que luego aparece al fondo, como esperando a quien mire, a que alguien cuente otra leyenda de chinacos y mineros, a que alguien vuelva a decir que Guanajuato fue, durante mucho tiempo, una de las ciudades más ricas de México. También es un lugar donde se acumulan escenografías como esos escritorios donde se apilan libros y papeles y lámparas o cables; cuadernos y plumas, sobres y periódicos, o todo lo que cae al pasar y, guardan, sin saberlo nadie o casi nadie, tesoros, secretos, memoria de algo que pareciera no recordarse o no haber sucedido. Luego de enfocarlo suscita un descubrimiento, la fascinación, el estupor de hallar algo escondido que ha querido olvidarse detrás o debajo de aquello que los días han ido dejando caer. Así, detrás de un puesto de hamburguesas gigantes, si uno alza la mirada y se detiene un poco, puede distinguir una casona de dos pisos, neoclásica. Podrá echarse de menos una placa donde diga “aquí vivió o aquí nació el poeta Rafael López (1867-1943), pero algunos todavía lo saben. A mí me lo contó Mauricio. Me dijo que Matilde es de la misma familia y que la casa es esa que ahora es un banco y dos farmacias. Es el cruce rumbo a Tepetapa para los que vienen del Mercado Hidalgo o arriban a la ciudad desde San Javier. Ahí se hace un nudo. Uno puede ver, todavía,

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En esta luciente mañanaPropicia a rosa y a clavel, que tiene carne de manzana,y alma de púrpura y de miel,

juventud de clavel y rosami dandismo insepulto atrapa, para que rúa en la tediosasombra autumnal de mi solapa.

Pues con menos literaturaque el autor de “La Razón Pura”,mi florista fiel, bonachona

enfermera de arruga y cana, me da una rosa, que me entonacomo si fuera una tisana.

In memoriam al Maestro Herminio Martínez

1949-2014ensayista, escritor y colaborador

de esta publicación

Los colaboradores de Tierra de mis amoresextienden una felicitacióna todas las Lolitas

en su día

Florista1

Rafael López

1.-Tomado de. Obra poética de Rafael López, Universidad de Guanajuato, Guanajuato, 1957, p.174

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