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TENDENCIAS HISTORIOGRÁFICAS I Dr. Fermín Miranda García Selección de textos

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TENDENCIAS HISTORIOGRÁFICAS I

Dr. Fermín Miranda García

Selección de textos

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Los fragmentos de textos que siguen tienen una finalidad exclusivamente

docente. Salvo error u omisión, los posibles derechos corresponden a los autores,

traductores y editores que se indican.

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BIBLIA

Moisés y Aarón ante el faraón

Moisés y Aarón fueron ante el faraón e hicieron como el Señor les había ordenado.

Aarón tiró su bastón delante del Faraón y de sus siervos, y se convirtió en serpiente.

El faraón llamó a los sabios y encantadores, y ellos, los magos de Egipto, hicieron

otro tanto con sus encantamientos. Tiró cada uno su bastón y se convirtieron en

serpientes; pero el bastón de Aarón se tragó a los otros bastones.

Éxodo, 7, 10-12.

Maldición sobre Babilonia

El Señor omnipotente ha jurado por sí mismo. Yo te inundaré de hombres como de

langostas y levantarán sobre ti el grito del triunfo. Él ha hecho la tierra con su poder,

ha asentado al mundo con su sabiduría y con su inteligencia ha desplegado los

cielos […]. Entonces todo hombre se siente estúpido, insensato; todo orfebre se

avergüenza de su ídolo, porque lo que ha fundido no es más que mentira, que

carece de aliento. Cosa vana son, obras ridículas. En el tiempo de su castigo

perecerán […]. Pero a vuestros propios ojos yo haré pagar a Babilonia y a todos los

habitantes de Caldea todo el mal que han hecho a Sión –dice el Señor-.

Jeremías, 51, 14-18.

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HERÓDOTO

Proemio

Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de

Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido

y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y

bárbaros –y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento- queden sin realce

Historias, I (trad. C. Schrader), Madrid, Gredos, 2000, p. 14.

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TUCÍDIDES

Discurso de Pericles tras la segunda invasión de los peloponesios.

II, 60. Esperaba las manifestaciones de vuestro enfado contra mí, pues conozco

sus causas, y por esto he convocado la asamblea, para refrescar vuestra memoria y

recriminaros si es que sin ninguna razón os enojáis conmigo o cedéis ante las

desgracias. Tengo para mí, en efecto, que una ciudad que progrese colectivamente

resulta más útil a los particulares que otra que tenga prosperidad en cada uno de

sus ciudadanos, pero que se esté arruinando como Estado. Porque un hombre

cuyos asuntos particulares van bien, si su patria es destruida, él igualmente se va a

la ruina con ella, mientras que aquel que es desafortunado en una ciudad afortunada

se salva mucho más fácilmente. Siendo así, pues, que una ciudad puede soportar

las desgracias privadas, mientras que los ciudadanos particularmente son incapaces

de soportar las de aquélla, ¿cómo no va a ser misión de todos defenderla y no hacer

lo que vosotros ahora? Abatidos por las desventuras de vuestras casas, os

despreocupáis de la salvación de la comunidad, y me hacéis responsable a mí, que

os exhorté a entrar en guerra, y a vosotros mismos, que participasteis conmigo en la

decisión. Os irritáis, sin embargo, contra un hombre como yo, que no soy, creo,

inferior a nadie para idear y explicar lo que conviene, y que soy patriota e

insobornable. Porque quien tiene ideas y no sabe exponerlas claramente está en la

misma situación que si no las concibiera; y quien tiene ambas capacidades, pero no

ama a su patria, no podrá expresarse con el mismo patriotismo; y si alguien también

posee esta cualidad, pero se deja dominar por el dinero, por esto sólo será capaz de

venderlo todo. En vista de lo cual, si os dejasteis persuadir a entrar en guerra

considerando que yo poseía estas cualidades en más alto grado que otros, aunque

sólo fuera por poco, no existe ninguna razón por la que ahora se me pueda acusar

de haber obrado mal.

II, 61. Para aquellos que tienen la posibilidad de elegir y que por lo demás son

afortunados, entrar en guerra es, sin duda, una gran locura; pero desde el momento

en que era necesario o ceder y someterse inmediatamente a otros, o correr el riesgo

para mantener la superioridad, quien merece el reproche es quien evita el peligro y

no quien lo afronta. […]

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II, 62. Y en cuanto a las penalidades de la guerra, si teméis que duren mucho y que

ni siquiera lleguemos a obtener la victoria, deben bastaros aquellos argumentos con

que os he demostrado en otras muchas ocasiones que vuestro recelo es infundado.

Pero quiero haceros ver algo más, y es la ventaja que tenéis en lo tocante a vuestro

imperio y en razón de su grandeza, ventaja en la que ni vosotros, me parece, habéis

pensado nunca, ni yo me he referido a ella en mis anteriores discursos; ni tampoco

acudiría ahora a este argumento, por ser un tanto jactanciosa la pretensión que

conlleva, si no os viera consternados fuera de razón. Vosotros creéis sin duda que

vuestro imperio se extiende sólo sobre los aliados, pero yo declaro que de las dos

partes del mundo abiertas al uso del hombre, la tierra y el mar, vosotros sois los

señores absolutos de una en toda la extensión que ahora controláis, y en mayor

medida si os lo proponéis. Y no hay nadie que os pueda impedir el paso si vuestra

flota se hace a la mar con todas las fuerzas de que disponéis, ni el Rey ni ningún

otro pueblo del momento. De suerte que es evidente que esta potencia vuestra nada

tiene que ver con el disfrute de las casas y las tierras, a cuya privación dais una gran

importancia; y no es razonable que os disgustéis por ellas; debéis más bien

considerarlas, en comparación con esta potencia, un jardín de recreo y un lujo de

rico, y darles escasa importancia, y tener en cuenta además que la libertad, si nos

ocupamos de ella y conseguimos conservarla, reparará fácilmente estas pérdidas,

mientras que quienes se someten a otros suelen ver disminuidas, asimismo, las

posesiones que tenían. No debéis mostraros inferiores a vuestros padres en dos

aspectos: ellos, en efecto, adquirieron el imperio gracias a su esfuerzo, sin recibirlo

de otros, y, por si fuera poco, lo conservaron y os lo dejaron en herencia (y es más

vergonzoso dejarse arrebatar lo que se tiene que fracasar en el intento de

apoderarse de algo nuevo). Debéis, en fin, ir al encuentro del enemigo movidos no

sólo por el propio aprecio, sino también por el desprecio.

Historia de la Guerra del Peloponeso (ed. y trad. J. J. Torres), Madrid, 2000, 4 vols.

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JENOFONTE

II, 38-42. [Discurso de Trasíbulo ante la Asamblea de Atenas tras la caída de los

Treinta tiranos (403 aC)]

Los éforos y los miembros de la Asamblea [de Esparta] enviaron a Atenas a quince

hombres y les ordenaron [al partido oligárquico y al demócrata], con la colaboración

[del rey espartano] Pausanias, llegar a un arreglo en las mejores condiciones

posibles. Éstos se reconciliaron en estos términos: mantener la paz los dos partidos,

cada uno retirarse a su casa, salvo los Treinta, los Once y los Diez magistrados del

Pireo. Con todo, si alguno de los de la capital tenía algún temor, se decidió que se

refugiara en Eleusis. Una vez concluidas estas negociaciones Pausanias licenció al

ejército y los del Pireo subieron con las armas a la Acrópolis y sacrificaron a Atenea.

Después que bajaron los estrategos convocaron la asamblea y Trasibulo [líder del

partido democrático] dijo: «Hombres de la ciudad, os aconsejo que os conozcáis a

vosotros mismos; y os podéis conocer sobre todo si reflexionáis de qué os debéis

sentir orgullosos como para intentar dominarnos. ¿Es que sois más justos? Bien, el

pueblo que es más pobre que vosotros, nunca os ofendió en nada por riquezas; pero

vosotros que sois más ricos que todos habéis cometido muchas cosas vergonzosas

por avaricia. Y ya que de la justicia nada podéis reclamar, mirad, pues, si por el valor

os debéis sentir orgullosos. ¿Y qué mejor juicio de ello había que cuando luchamos

unos con otros? Mas diréis que aventajáis en inteligencia, vosotros que, teniendo

murallas, armas y dinero y aliados peloponesios, habéis sido acosados por quienes

no tenían nada de esto? Bien, ¿creéis, por fin, que os debéis sentir orgullosos por

los lacedemonios? ¿Cómo, si incluso ellos se retiran y marchan después de

entregaros a este pueblo ofendido como se entregan perros que muerden atándolos

con una cadena? Sin embargo, camaradas míos, al menos a vosotros os exijo que

no quebrantéis nada de lo que habéis jurado, mas incluso deis prueba de lo

siguiente además de otras cosas buenas: que sois fieles a lo jurado y piadosos».

Después de exponer esto y otras razones semejantes, y también que no se debía en

absoluto promover desórdenes, sino servirse de las leyes antiguas, levantó la

asamblea..

Helénicas, (ed. F.J. Gómez Espelosín y O. Guntiñas), Madrid, 2000.

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POLIBIO

Es obvio, por consiguiente, que nadie, y mucho menos nosotros, quedaría bien si

repitiera lo que muchos han expuesto ya bellamente. Porque la propia originalidad

de los hechos acerca de los cuales nos hemos propuesto escribir se basta por sí

misma para atraer y estimular a cualquiera, joven y anciano, a la lectura de nuestra

obra. En efecto, ¿puede haber algún hombre tan necio y negligente que no se

interese en conocer cómo y por qué género de constitución política fue derrotado

casi todo el universo en cincuenta y tres años no cumplidos, y cayó bajo el imperio

indisputado de los romanos? Se puede comprobar que antes esto no había ocurrido

nunca. ¿Quién habrá, por otra parte, tan apasionado por otros espectáculos o

enseñanzas que pueda considerarlos más provechosos que este conocimiento? La

originalidad, la grandeza del argumento objeto de nuestra consideración pueden

comprenderse con claridad insuperable, si comparamos y parangonamos los reinos

antiguos más importantes, sobre los que los historiadores han compuesto la mayoría

de sus obras con el imperio romano. He aquí los reinos que merecen esta

comparación y parangón: en cierta época los persas consiguieron un gran reino, un

gran imperio pero siempre que se arriesgaron a cruzar los límites de Asia pusieron

en peligro no sólo este imperio, sino sus propias vidas. Los lacedemonios pugnaron

largo tiempo para hacerse con la hegemonía sobre [todos] los griegos, y cuando, al

fin, la consiguieron, lograron conservarla indiscutidamente doce años escasos. Los

macedonios dominaron Europa desde las orillas del Adriático hasta el río Danubio, lo

que, en su totalidad, parecería una pequeña parte del territorio aludido.

Pero, posteriormente, aniquilaron el poderío persa y se anexionaron el imperio

de Asia. Sin embargo, aunque dieron la impresión de que se habían apoderado de

muchas más regiones y estados, dejaron la mayor parte del universo en poder de

otros, porque no se lanzaron nunca a disputar el dominio de Sicilia, ni el de Cerdeña,

ni el de África, y en cuanto a los pueblos occidentales de Europa, belicosísimos,

digámoslo escuetamente: ni tan siquiera los conocieron. En cambio, los romanos

sometieron a su obediencia no algunas partes del mundo, sino a éste prácticamente

íntegro. Así establecieron la supremacía de un imperio envidiable para los

contemporáneos e insuperable para los hombres del futuro. Por descontado: estos

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temas se entenderán mejor, en su mayor parte, por medio de esta obra mía, la cual

hará ver también más claramente, por su propia naturaleza, hasta qué punto las

características de la historia política ayudan a los estudiosos.

Historias (trad. M. Balach), I, Madrid, Gredos, 2000, p. 4-5.

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JULIO CÉSAR

XI. Amedrentados los sitiados por este peligro repentino, aproximan con la ayuda

de palancas piedras de gran tamaño que dejan caer desde el muro y rodar sobre la

galería. La firmeza de la madera resiste el golpe, y lo que cae se desliza por la

pendiente del muro de la galería. Al ver esto, cambian de propósito: prenden fuego

a toneles llenos de resina y pez, y desde el muro los dejan rodar sobre la galería.

Dando vueltas caen por ambos lados y son separados de la obra con pértigas y

horcas. Mientras tanto, bajo la protección de la galería, los soldados arrancan con

palancas las piedras inferiores de la torre enemiga que formaban los cimientos. Los

nuestros, con dardos y proyectiles lanzados por máquinas, defienden la galería

desde la torre de ladrillo; obligan a retirarse al enemigo del muro y de las torres; no

se le da posibilidad de defender el muro. Cuando ya habían sido quitadas muchas

piedras de la torre enemiga que estaba junto a la galería, de repente una parte de

dicha torre se vino abajo, la otra parte contigua amenazaba, ruina; entonces los

enemigos, atemorizados ante la idea del saqueo de la ciudad, se lanzan todos fuera

de la puerta desarmados y con las bandas de suplicantes y tienden las manos hacia

los legados y el ejército.

XII. Ante esta nueva situación cesan todas las operaciones de guerra, y los

soldados, dejando el combate, son arrastrados por el deseo de oír y saber. Cuando

los enemigos llegaron hasta los legados y el ejército, se postraron todos a sus pies y

rogaron que se esperara la llegada de César. Decían que ellos veían su ciudad

tomada, las obras de asedio terminadas, su torre derribada; por consiguiente

abandonaban la defensa. Que no podía evitarse que la ciudad fuera saqueada al

momento si cuando llegara César no cumplían sus órdenes a una simple señal.

Hacen saber que si la torre cae completamente, no podría evitarse que los soldados

irrumpieran en la ciudad con la esperanza del botín y la destruyeran. Pronuncian

estas palabras y otras semejantes como hombres doctos excitando la clemencia y

acompañadas de gran llanto.

XIII. Movidos los legados por estas razones, retiran a los soldados de los

trabajos empezados, abandonan el cerco y dejan guardias en las obras. Hecha una

especie de tregua por misericordia, se espera la llegada de César. No arrojan

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ningún dardo desde el muro ni tampoco los nuestros: como si la guerra hubiera

terminado, todos disminuyen su cuidado y diligencia. En efecto, César había

recomendado por carta con gran interés a Trebonio que no permitiera que la ciudad

fuera tomada al asalto para evitar que, irritados gravemente los soldados por la

defección de los marselleses, por el desprecio de que habían sido objeto y por el

continuo trabajo, dieran muerte a todos los adultos como amenazaban; con dificultad

se pudo impedir entonces que irrumpieran en la ciudad, lo que llevaron con gran

disgusto, porque parecía que dependía de Trebonio el que no se hubieran

apoderado de la ciudad.

Guerra civil, II, XI-XIII (trad. J. Calonge), Madrid, Gredos, p. 72-73

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EUSEBIO DE CESAREA

Discurso de Constantino ante el concilio de Nicea (325)

V.23. Si hubiera varios dioses, ¿a cuál de ellos deberían los hombres dirigir sus

plegarias? ¿Cómo podría yo honrar a un dios sin deshonrar a los demás? Si hubiera

varios dioses, surgirían entre ellos los odios, las rivalidades y los reproches, y se

produciría un desorden inimaginable. Esa discordia entre los espíritus celestes,

además, seria muy perjudicial para los habitantes de la tierra: desaparecería la

ordenada alternancia entre las estaciones del año, con la consecuente escasez de

alimentos, y se alteraría la periódica sucesión de días y de noches.

V.24. Yo te pregunto, Decio, a ti que estuviste animado por una ira tan

envenenada contra la Iglesia, que perseguiste a los justos con un fervor tan

implacable, yo te pregunto, digo, ¿cómo te encuentras ahora, después de muerto?,

¿cuan grandes aflicciones te acosan? El tiempo que precedió inmediatamente a tu

fin, cuando tú y tu ejército fueron vencidos en las llanuras de Escitia y expusiste el

honor de Roma al escarnio de los godos, dio pruebas suficientes de tu desdichado

destino. Tú también, Valeriano, que mostraste la misma crueldad de espíritu contra

los servidores de Dios, brindaste un ejemplo aterrador de su justicia cuando fuiste

hecho prisionero por los persas, que te llevaron como trofeo, vestido aún de púrpura

y con los atavíos de emperador, y luego te desollaron y embalsamaron para

conservar la memoria de tu desgracia. Y tú, Aureliano, que eras culpable de los más

enormes crímenes, ¿no recibiste acaso un castigo ejemplar cuando fuiste muerto en

Tracia y regaste la tierra con tu impía sangre?

V.25. ¿Qué fruto sacó Diocleciano de la guerra que declaró a Dios, sino pasar el

resto de su vida temiendo siempre el golpe del rayo? Nicomedia da fe de ello, y los

testigos -soy uno de ellos- lo confirman. El palacio y los aposentos privados de

Diocleciano fueron devorados por el fuego del cielo. Finalmente, la Providencia

castigó su crueldad.

Vita Constantini, PG, XX, col. 1233-1316 (trad. A. Arbea, "Doctrina religioso-política en

un discurso de Constantino", Revista de Historia Universal, I, 1986, p. 15).

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AGUSTÍN DE HIPONA

I,1. […] ¿O es que no son enemigos encarnizados de Cristo aquellos romanos a

quienes los bárbaros, por respeto a Cristo, les perdonaron la vida? Testigos son de

ello los santuarios de los mártires y las basílicas de los Apóstoles, que en aquella

devastación de la gran Urbe acogieron a cuantos en ella se refugiaron, tanto propios

como extraños. Allí se moderaba la furia encarnizada del enemigo; allí ponía fin el

exterminador a su saña; allí conducían los enemigos, tocados de benignidad, a

quienes, fuera de aquellos lugares, habían perdonado la vida, y los aseguraban de

las manos de quienes no tenían tal misericordia. Incluso aquellos mismos que en

otras partes, al estilo de un enemigo, realizaban matanzas llenas de crueldad, se

acercaban a estos lugares en los que estaba vedado lo que por derecho de guerra

se permite en otras partes, refrenaban toda la saña de su espada y renunciaban al

ansia que tenían de hacer cautivos.

De esta manera han escapado multitud de los que ahora desacreditan el

cristianismo, y achacan a Cristo las desgracias que tuvo que soportar aquella

ciudad. En cambio, el beneficio de perdonárseles la vida por respeto a Cristo no se

lo atribuyen a nuestro Cristo, sino a su Destino.

Deberían más bien, con un poco de juicio, atribuir los sufrimientos y

asperezas que les han infligido sus enemigos a la divina Providencia, que suele

acrisolar y castigar la vida corrompida de los humanos. Ella es quien pone a prueba

la rectitud y la vida honrada de los mortales con estos dolores para, una vez

probada, pasarla a vida mejor, o bien retenerla en esta tierra con otros fines.

Pero de hecho los bárbaros, en su ferocidad, les han perdonado la vida, contra el

estilo normal de las guerras, por respeto al nombre de Cristo, sea en lugares

comunes, sea en los recintos consagrados a su culto, y, para que fuera aún más

abundante la compasión, eligieron los más amplios, destinados a reunir multitudes.

Este hecho deberían atribuirlo al cristianismo.

He aquí la necesaria ocasión para dar gracias a Dios y recurrir a su nombre

con sinceridad, evitando las penas del fuego eterno, ellos que en masa escaparon

de las presentes calamidades usando hipócritamente ese mismo nombre. Porque

muchos de los que ves ahora insultar a los siervos de Cristo, con insolente

desvergüenza, no hubieran escapado de aquella carnicería desastrosa si no

hubieran fingido ser siervos de Cristo. Y ahora, ¡oh soberbia desagradecida y

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despiadada locura!, se hacen reos de las eternas tinieblas oponiéndose con

perverso corazón a su nombre, nombre al cual un día se acogieron, con labios

engañosos, para gozar de la luz temporal […]

V, 15. […] Pero muy distinta es, incluso aquí abajo, la paga de los santos, que

tienen que soportar oprobios por la Ciudad de Dios, odiosa para los enamorados de

este mundo. Se trata de una ciudad eterna: allí no nace nadie, porque nadie muere;

allí reina la verdadera y plena felicidad (que no es diosa, sino un don de Dios); de

ella, como prenda de su posesión, hemos recibido la fe para el tiempo en que,

peregrinos, suspiramos por su hermosura; allí no sale el sol sobre malos y buenos:

sólo hay un sol, el sol de justicia, que protege a los buenos; allí no habrá que hacer

grandes esfuerzos para enriquecer el erario público a expensas de las fortunas

privadas: la verdad es su común tesoro.

No ha sido, pues, ensanchado el poderío romano, hasta alcanzar la humana gloria,

únicamente para recompensar adecuadamente a estos hombres; lo ha sido también

para que los ciudadanos de aquella ciudad eterna, mientras son peregrinos de aquí

abajo, se fijen con atención y cordura en sus ejemplos. Verán cómo debe ser amada

la patria celeste por la vida eterna, cuando tanto amaron la terrena sus ciudadanos

por la gloria humana.

XXII, 30. […] Por lo demás, ¿quién es capaz de pensar, cuanto más de

expresar, cuáles serán los grados del honor y la gloria en consonancia con los

méritos? Lo que no se puede dudar es que existirán. Y también aquella

bienaventurada ciudad verá en sí el inmenso bien de que ningún inferior envidiará a

otro que esté más alto, como no envidian a los arcángeles el resto de los ángeles. Y

tanto menos querrá cada uno ser lo que no ha recibido cuanto no quiere en el

cuerpo el dedo ser ojo, por más estrecha trabazón corporal que une a ambos

miembros. Uno tendrá un bien inferior a otro, y se contentará con su bien sin

ambicionar otro mayor […].

Por otra parte, si el número de edades, como el de días, se computa según

los períodos de tiempo que parecen expresados en las Escrituras, aparece ese

reposo sabático con más claridad, puesto que resulta el séptimo. La primera edad,

como el día primero, sería desde Adán hasta el diluvio; la segunda, desde el diluvio

hasta Abrahán, no de la misma duración, sino contando por el número de

generaciones, pues que encontramos diez. Desde aquí ya, según los cuenta el

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Evangelio de Mateo, siguen tres edades hasta la venida de Cristo, cada una de las

cuales se desarrolla a través de catorce generaciones: la primera de esas edades se

extiende desde Abrahán hasta David; la segunda, desde David a la transmigración

de Babilonia; la tercera, desde entonces hasta el nacimiento de Cristo según la

carne. Dan un total de cinco edades. La sexta se desarrolla al presente, sin poder

determinar el número de generaciones, porque, como está escrito: No os toca a

vosotros conocer los tiempos que el Padre ha reservado a su autoridad. Después de

ésta, el Señor descansará como en el día séptimo, cuando haga descansar en sí

mismo, como Dios, al mismo día séptimo, que seremos nosotros […].

De civitate Dei Libri XXII, ed. Santos Santamarta del Río y Miguel Fuertes Lanero, Madrid, 1988 (BAC).

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PAULO OROSIO

Ataúlfo era un gran hombre, por su valor, poder e inteligencia. Su deseo más

ardiente, decía a sus familiares y próximos, había sido borrar el nombre de Roma,

hacer de todo el territorio romano un imperio godo, de la Romania una Gothia,

convertirse en César Augusto. Pero, como sabía por experiencia, los godos no

obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie sin freno; y no se podía

prescindir de las leyes, sin las cuales un Estado no puede existir. Así, al menos,

había escogido hacerse famoso restaurando en su integridad y extendiendo el

nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a los ojos de la posteridad como

restaurador de Roma, ya que no había podido destruirla. Por eso se abstenía de la

guerra y aspiraba a la paz […]

Aunque también los restantes reyes de los alanos, los vándalos y suevos

pactaron con nosotros con la misma docilidad, dirigiendo al Emperador Honorio el

siguiente mensaje: “tú mantén la paz con todos y recibe rehenes de todos; nosotros

lucharemos por nuestra cuenta y pereceremos por nuestra cuenta, pero venceremos

para ti; y si perecemos, que sea con el inmortal éxito de tu Imperio”. ¿Quién creería

esto, si no se tratase de una realidad? Así pues sabemos que actualmente, todos los

días, hay guerras entre los pueblos de España, por mensajeros frecuentes y

fidedignos, y que entre los distintos bárbaros se causan verdaderos estragos; dicen

que Valia, rey de los godos, se esfuerza en alcanzar la paz. Por lo cual no tengo

inconveniente en conceder, que se puedan dirigir reproches contra los tiempos

cristianos, si se nos demuestra que se dio una época tan llena de felicidad como

ésta desde la creación del mundo.

Hemos mostrado, a nuestro parecer, y puesto ante los ojos, no más casi con la

palabra, que con el dedo, que hemos terminado muchas guerras, que hemos

extinguido muchos tiranos, que muchos pueblos han sido reprimidos, estrechados,

sometidos y aniquilados con la menor cantidad de sangre, sin ninguna lucha y casi

sin muertes. Resta que nuestros detractores se arrepientan de sus maquinaciones y

se avergüencen ante la verdad y crean, teman, amen y sigan al Dios verdadero y

único, que todo lo puede, de quien han podido aprender que proceden todos los

bienes, aun los que consideran como males.

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He explicado, con la ayuda de Cristo, según tu precepto, bienaventurado padre

Agustín, desde el principio del mundo hasta el día presente, esto es: durante cinco

mil seiscientos dieciocho años, las ambiciones y castigos de los pecadores, los

conflictos del siglo y los juicios de Dios, lo más breve y sencillamente que he podido,

separando los tiempos cristianos de aquella confusión de la incredulidad por estar

más presente en ellos la gracia de Cristo. Ya puedo gozar cierta y exclusivamente

del fruto de mi obediencia, que es lo que debo ambicionar; del mérito de éste

opúsculo tú, que me mandaste, lo juzgarás; a ti se te debe adjudicar, si lo publicas,

por ti habrá sido condenado, si lo destruyes.

Historiarum adversus paganos Libri VII, VII (ed. y trad. C. Torres, Las historias de

Orosio, La Coruña, Fundación Barrié de la Maza, 1985).

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SALVIANO DE MARSELLA

En mi opinión, si se exceptúa ese pequeño número de romanos que acabo de

mencionar, considero que todos, o casi todos los demás mantienen una vida más

culpable y criminal que los bárbaros.

Comparemos la vida de los bárbaros con nuestras inclinaciones, con nuestras

costumbres y con nuestros vicios. Los bárbaros son injustos, y nosotros también;

son avaros, también nosotros; pérfidos, como nosotros; libidinosos, y también

nosotros; impúdicos, nosotros también. En resumen, los bárbaros se caracterizan

por toda suerte de perversiones, al igual que nosotros.

Todos los bárbaros, como ya he dicho, son o bien paganos o bien heréticos;

hablaré primero de los paganos, porque su extravío es el más antiguo. Los sajones

son crueles, los francos pérfidos, los gépidos inhumanos, los hunos impúdicos; en

resumen, la vida de todos estos pueblos es la corrupción misma. Pero ¿son sus

vicios tan culpables como los nuestros? ¿La impudicia de los hunos es tan criminal

como la nuestra? ¿La mala fe de los francos es tan censurable como la nuestra?

¿La intemperancia del alamán es tan reprensible como la del cristiano? ¿La

rapacidad del alano es tan condenable como la del cristiano? ¿Por qué es

sorprendente que el huno o el gépido mientan, si ignoran que la mentira es un

crimen? Si un franco perjura ¿qué tiene de extraño, si él considera el perjurio como

una forma de hablar y no de pecar?

¿Y que hay de extraño en que los bárbaros piensen así, si ignoran la ley y a

Dios, cuando la mayoría de los romanos piensa igual, a pesar de que saben muy

bien que están pecando? Porque, por no hablar de otro tipo de hombres,

consideremos solamente a esa multitud de comerciantes, todos sirios, que han

ocupado la mayor parte de las ciudades. La vida de toda esa gente ¿es algo más

que la meditación del engaño y el uso de la mentira? ¿No consideran absolutamente

inútiles las palabras que no pueden aportarles algún beneficio? El honor de Dios,

incompatible con cualquier juramento, es tan respetado por ellos ¡que consideran el

perjurio como una fuente singular de provecho! Así pues ¿qué tiene de sorprendente

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que los bárbaros engañen, si no saben que el engaño es un crimen? Ellos no hacen

nada por desprecio a los preceptos celestiales, porque no conocen los

mandamientos del Señor. No actúa contra la ley quien la ignora. Nuestra

culpabilidad, en consecuencia, reside particularmente en que leemos la ley de Dios y

violamos los escritos de la Ley; en que pretendemos conocer a Dios y pisoteamos

sus preceptos y mandamientos.

Puesto que hemos distinguido más arriba dos géneros o sectas de bárbaros, los

paganos y los herejes, y como ya hemos hablado bastante, creo, de los primeros,

añadamos ahora algunos comentarios sobre los herejes al hilo de la cuestión.

Me refiero a los vándalos y a los godos. No menciono a los romanos herejes,

cuya multitud es incalculable, ni quiero compararlos a los demás romanos ni a los

bárbaros, porque son inferiores a los romanos por su infidelidad y más innobles que

los bárbaros, por la reprobable fealdad de su vida. Pero eso, lejos de servirnos, no

hace sino añadir una carga suplementaria al valor de nuestras propias faltas, porque

a quienes reprochamos ese comportamiento también son romanos. Puede así

comprenderse cuánto afecta al estado romano que una parte de los romanos ofenda

a Dios con su vida y otra parte, al mismo tiempo, con su infidelidad y con su vida. Sin

hablar del hecho de que las herejías de los bárbaros derivan desde antiguo de la

perversidad del magisterio romano, y que somos los culpables de que los pueblos

bárbaros sean herejes.

Por otra parte, si se consideran la forma de vida de godos y vándalos, ¿qué

tenemos nosotros de ventajoso o, incluso, que pueda resistir la comparación?

Y además, hablemos del afecto y de la caridad, virtud primordial según las

enseñanzas del Señor. Virtud que no sólo nos recomienda en todas las Sagradas

Escrituras, sino con sus propias palabras, cuando dice “En eso se conocerá que sois

mis discípulos, en que os améis los unos a los otros”. Casi todos los bárbaros, al

menos cuando pertenecen a una misma nación o tienen un mismo rey, se quieren

mutuamente; casi todos los romanos se persiguen entre ellos.

En estos tiempos, los pobres se han arruinado, las viudas gimen, los huérfanos

son pisoteados. La mayor parte de ellos, procedentes de familias conocidas y

educados como personas libres, se refugian entre los enemigos para no morir bajo

los golpes de la persecución pública. Sin duda, ¡buscan entre los bárbaros la

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humanidad de los romanos, porque no pueden soportar entre los romanos la

inhumanidad de los bárbaros! Emigran de todas partes hacia los godos, los

bagaudas o hacia los otros bárbaros que dominan por todas partes, y no tienen

motivo de arrepentirse por haber emigrado. En efecto, prefieren vivir libres bajo una

apariencia de esclavitud de ser esclavos bajo una apariencia de libertad.

Sobre el gobierno de Dios, (ed. y trad. francesa de G. Lagarrigue, París, 1975, IV-VI,

p. 282-331).

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21

[Vida de san Eugendo (ca. 520)]

Él mismo, rechazando seguir en esta cuestión a los archimandritas orientales,

realizó una obra más util al someter a todos los monjes a la vida en común. Tras la

destrucción de las pequeñas celdas individuales, decidió que todos descansaran en

un asilo único. Decidió que quienes ya se reunían para la comida en una sala

común, se reunieran también en un mismo dormitorio, donde sólo las camas estaban

separadas; había, como en el oratorio, una lámpara de aceite encendida toda la

noche. El santo abad no tuvo jamás su mesa particular, como he visto recientemente

que hacen algunos; jamás tomó una alimentación diferente a la de los hermanos;

todo, en todo, pertenecía a todos. No, el no estableció jamás ninguna autoridad, sin

haber mostrado el precepto con su ejemplo y su trabajo. En lo que respecta a los

monjes enfermos o viejos, exigió siempre una delicadeza y una atención extremas, y

ordenó además que los enfermos fuesen atendidos en sus necesidades por los

hermanos que ellos mismos escogiesen; y no sólo les hacía preparar platos

convenientes a su estado, sino que, para evitarles las fatigas debidas a su debilidad,

les permitía, hasta su restablecimiento, tomar sus comidas y permanecer apartados.

Por otra parte, nunca hizo excepciones en su relación con la gente del siglo;

abrazaba a los pobres y a los ricos; unos y otros eran admitidos en su compañía y

podían sentarse a su lado: además, cuando llegaban visitantes laicos, procuraba

cuidadosamente, conforme a la regla de los Padres, que ningún monje, aunque

fuese pariente próximo, se presentase ante ellos sin su permiso. Si un hermano

recibía un regalo de sus parientes, lo llevaba de inmediato al abad o al ecónomo y

se abstenía de tocarlo sin autorización del Padre.

Nadie en este lugar ha tenido jamás celda, armario o cofre. A nadie se le ha dado

la ocasión de trabajar para satisfacer la menor necesidad personal. Porque hasta

una simple aguja, hasta los hilos de lana necesarios para la costura o los remiendos,

todo está puesto a disposición general. ¿Qué importaba, con tal de evitar a los

hermanos hasta la más ligera ocasión de desviarse? Entre todas las ocupaciones,

no hay sino dos que puedan suponer un aprovechamiento personal: la lectura y el

rezo. Pero en lo restante, todos los hermanos saben de qué hablo: nunca faltan en la

vida cenobítica los más poderosos motivos de error o de falta cuando no se eliminan

hasta los más pequeños.

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Y puesto que nuestro relato nos ha conducido a recordar algunos trazos de las

instituciones de los Padres, a propósito de la imitación que hizo de ellas el

bienaventurado Eugendo, mantengamos la promesa que había reservado, como lo

he indicado antes, para este tercer opúsculo, y conozcamos primero, pues la

inspiración de Cristo nos lo trae a la memoria, los primeros pasos de aquéllos que

renuncian al mundo. No pretendemos menospreciar, por una desdeñosa presunción,

las instituciones promulgadas por el eminente san Basilio, obispo de la capital de la

Capadocia, o las de los santos Padres de Lérins, o las de san Pacomio, antiguo

abad de los sirios, o las que formula más recientemente el venerable Casiano; pero

aunque las leamos cotidianamente, es esta la que seguimos […].

Vida de los Padres del Jura, según la ed. y trad. francesa de Fr. Martine, Sources

chrétiennes, nº 142, París, 1968, éd. du Cerf, p. 423-429

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HIDACIO

Los alanos, vándalos y suevos entran en las Españas en la era 447, según

unos recuerdan el día 4 de las calendas y según otros el 3 de los idus de octubre,

que era la tercera feria, en el octavo consulado de Honorio y el tercero de Teodosio,

hijo de Arcadio (...)

Los bárbaros que habían penetrado en las Españas, las devastan en luchas

sangrientas. Por su parte la peste hace estragos no menos rápidos.

Los bárbaros se desparraman furiosos por las Españas, y el azote de la peste

no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y

las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que

obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres

matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras

aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la

peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros,

se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte,

exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las

fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas.

Asoladas las provincias de España por el referido encruelecimiento de las

plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se

reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas: los

vándalos y los suevos ocupan la Galicia, situada en la extremidad occidental del mar

Océano; los alanos, la Lusitania y la Cartaginense, y los vándalos, llamados silingos,

La Bética. Los hispanos que sobrevivieron a las plagas en las ciudades y castillos se

someten a la dominación de los bárbaros que se enseñoreaban de las provincias.

Chronicon, p. 24. ed. C. Sánchez Albornos y A. Viñas, , Lecturas de Historia de

España, Madrid, 1929.

Page 24: Textos tendencias

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CHRONICA GALLICA (siglo V)

(a. 388) IIII. Teodosio [augusto de Oriente], entró en Italia con un ejército. Mató a

Máximo [autoproclamado augusto de Occidente] y devolvió el reino a Valentianiano

[II].

Justina [madre arriana y regente de Valentiniano], que había ultrajado varias

iglesias, no recibió el reino con su hijo, porque se anticipó la muerte […].

Por todas partes apareció en el cielo un terrible signo en forma de columna […].

MGH, Crónica minora, I, p. 648.

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25

PROCOPIO DE CESAREA

Es necesario reconocer que gobernó [Teodorico] a sus súbditos con todas las

virtudes de un gran emperador. Mantuvo la justicia y estableció buenas leyes.

Defendió su país de la invasión de sus vecinos y dio a todos prueba de una

prudencia y de un valor extraordinarios. No cometió ninguna injusticia contra sus

súbditos, ni permitió que se cometieran, salvo que permitió que los godos se

repartieran las tierras que, en tiempos, Odoacro había distribuido entre los suyos.

En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el título de rey, no dejó de alcanzar

la gloria de los más ilustres emperadores que hayan jamás ocupado el trono de los

Césares. Fue igualmente querido por godos e italianos, lo cual no sucede

habitualmente entre los hombres, que no están acostumbrados a aprobar en el

gobierno del Estado aquello que no esté de acuerdo con sus intereses, y que

condenan todo lo que les es contrario. Después de haber gobernado durante treinta

y siete años y de haberse presentado como temible para sus enemigos, murió de

esta manera (...)

Historia de la guerra contra los godos. Versión española de A. Lozano y E. Mitre,

Análisis y comentarios de textos antiguos, I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, p.

142-143.

Page 26: Textos tendencias

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GREGORIO DE TOURS

[507]. Sin embargo, Clodoveo acabó combatiendo contra Alarico, rey de los

Godos, en el campo de Vouillé, a tres leguas de Poitiers. Como los godos

emprendieron la huida según su costumbre, el rey Clodoveo, ayudado por Dios,

alcanzó la victoria […]. Después de haber pasado el invierno en la ciudad de

Burdeos, avanzó sobre Angulema. El Señor le concedió una gracia tan grande que

los muros se derrumbaron ante él por sí solos. Después de haber derrotado a los

godos, sometió a la ciudad a su poder.

[508] Volvió a Tours, y ofreció un gran número de presentes a la santa basílica

del bienaventurado Martín. Clodoveo recibió del emperador Anastasio el

nombramiento de cónsul y fue revestido, en la basílica de San Martín, con la túnica,

la púrpura y la clámide, y colocó la corona sobre su cabeza. A continuación, montó a

caballo, y lanzó con su propia mano, con extrema generosidad, oro y plata al pueblo

que se había situado en el camino que va desde la puerta del atrio de la basílica de

San Martín y la iglesia de la ciudad. Y desde ese día fue llamado cónsul y Augusto.

Dejó Tours y fijó en París la sede de su Imperio. Teodorico vino a su encuentro […].

Historia francorum, libro 2.

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27

JUAN DE BÍCLARO

El tercer año del reinado del emperador Tiberio, que es el decimoprimero de

Leovigildo (579)

Los ávaros son expulsados de los confines de la Tracia y ocupan Grecia y

Panonia.

El rey Leovigildo entrega en matrimonio a su hijo Hermenegildo a la hija del rey

de los francos Sigeberto y le concede para gobernar una parte del reino.

Mientras que el reinado de Leovigildo garantiza al reino paz y seguridad, una

querella doméstica interrumpe la tranquilidad y alimenta los enfrentamientos. En

efecto, este mismo año, la tiranía, bajo la presión del partido de la reina Goswintha,

se apodera de su hijo Hermenegildo; habiéndose rebelado, se encierra en la ciudad

de Sevilla y empuja a otras ciudades y castillos a sublevarse con él contra su padre;

la rebelión en la provincia de Hispania supuso, tanto para los godos como para los

romanos, mayor motivo de ruina que una invasión de enemigos.

El cuarto año de Tibero que es el decimosegundo de Leovigildo (580)

Mauricio, magister militum de Oriente inicia la guerra contra los persas,

rechazada la multitud de los persas, hibernó en Oriente.

El rey Leovigildo reúne en Toledo un sínodo de obispos de la secta arriana y

corrige la vieja herejía al precio de un nuevo error, al afirmar: los de la religión

romana que vienen a nuestra fe católica no deben ser bautizados, sino sólo

purificarse por la imposición de las manos y la recepción de la comunión, y rendir

gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Así, gracias a esta atractiva

presentación, un gran número de los nuestros, más por interés que por

convencimiento sincero, han sido atraídos hacia el dogma arriano.

[582] El rey Leovigildo reúne un ejército para someter a su hijo el tirano.

[583] El rey Leovigildo, después de haber reunido a su ejército, sitia la ciudad de

Sevilla y encierra a su hijo rebelde con un asedio riguroso. Con el fin de socorrerle,

el rey de los suevos, Miro, intenta tomar Sevilla, pero encuentra la muerte; su hijo

Evorico le sucede como rey en la provincia de Galicia. Durante este tiempo el rey

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Leovigildo asuela la ciudad mediante el hambre, la espada y bloqueando la

navegación por el Betis.

[584] El rey Leovigildo entra en Sevilla por las armas, pero su hijo Hermenegildo

se escapa; el soberano se apodera de las ciudades y fortalezas que su hijo había

ocupado; poco después, apresa al rebelde en la ciudad de Córdoba y le envía al

exilio a Valencia, desprovisto de todo poder

[587] Recaredo, el primer año de su reinado, el décimo mes, se convirtió al

catolicismo con la ayuda de Dios; habiéndose dirigido a los sacerdotes de la secta

arriana en el marco de una elevada controversia, les convenció, más por la razón

que por la violencia, a convertirse a la fe católica; llevó a todo el pueblo de los godos

y de los suevos a la unidad y a la paz de la Iglesia cristiana. Por la gracia de Dios,

las sectas arrianas se incorporaron al dogma cristiano.

[590] Por decisión del príncipe Recaredo, un santo sínodo de los obispos de toda

Hispania, de la Galia y de Galicia se reúne en Toledo; los prelados son 72. El

sobredicho muy cristiano Recaredo interviene en el curso de la reunión; presenta a

los obispos el acta de su conversión, así como la confesión de todos los sacerdotes

y la del conjunto del pueblo godo, escrita de su mano en un pergamino (volumen),

proclamando todo lo que atañe a la profesión de la ortodoxa; y el santo sínodo de los

obispos decidió añadir a los monumentos canónicos este volumen. La dirección del

conjunto de los asuntos sinodales recayó en el poder de san Leandro, obispo de

Sevilla, y del bienaventurado Eutropio, abad del monasterio de Servas, pero el rey

Recaredo, como ya hemos dicho, participaba en el santo concilio, reproduciendo en

nuestra época la gesta del antiguo príncipe Constantino el Grande, que ilustró con

su presencia el santo sínodo de Nicea, así como la del muy cristiano emperador

Marciano, a instancia del cual fueron firmados los decretos del sínodo de

Calcedonia. En la ciudad de Nicea fue donde la herejía arriana encontró su origen y

recibió su condena, pero sin que sus raíces hubieran sido arrancadas.

Chronica, trad. a partir de la ed. de P. Álvarez Rubiano, Analecta Sacra

Tarraconensia, 16, 1943.

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ISIDORO DE SEVILLA

Cuando los reyes son buenos, ello se debe al favor de Dios; pero cuando son

malos, al crimen del pueblo. Como atestigua Job, la vida de los dirigentes responde

a los merecimientos de la plebe: «Él hizo que reinase un hipócrita a causa de los

pecados del pueblo». Porque, al enojarse Dios, los pueblos reciben el rector que

merecen sus pecados. A veces hasta los reyes mudan de conducta a causa de las

maldades del pueblo, y los que antes parecían ser buenos, al subir al trono, se

hacen inicuos.

El que usa debidamente de la autoridad real de tal modo debe aventajar a

todos que, cuando más brilla por la excelencia del honor, tanto más se humille

interiormente, tomando por modelo la humildad de David, que no se envaneció de

sus méritos, sino que, rebajándose con modestia, dijo: «Danzaré en medio del

desprecio y aún más vil quiero aparecer delante de Dios, que me eligió».

El que usa rectamente de la autoridad real, establece la norma de justicia con

los hechos más que con las palabras. A este no le exalta ninguna prosperidad ni le

abate adversidad alguna, no descansa en sus propias fuerzas ni su corazón se

aparta de Dios; en la cúspide del poder preside con ánimo humilde, no le complace

la iniquidad ni le inflama la pasión, hace rico al pobre sin defraudar a nadie y a

menudo condena con misericordiosa clemencia cuanto legítimo derecho podría

exigir al pueblo.

Dios concedió a los príncipes la soberanía para el gobierno de los pueblos,

quiso que ellos estuvieran al frente de quienes comparten su misma suerte de nacer

y morir. Por tanto, el principado debe favorecer a los pueblos y no perjudicarles; no

oprimirles con tiranía, sino velar por ellos siendo condescendientes, a fin de que este

su distintivo del poder sea verdaderamente útil y empleen el don de Dios para

proteger a los miembros de Cristo. Cierto que miembros de Cristo son los pueblos

fieles, a los que, en tanto les gobiernan de excelente manera con el poder que

recibieron, devuelven a Dios, que se lo concedió, un servicio ciertamente útil.

Sentencias, 1.3, C. 48-49. Ed. y trad. J. Campos e I. Roca, «San Leandro, San

Fructuoso, San Isidoro», Madrid, 1971, pp. 495-497 (BAC, 321).

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Los Godos, nacidos de Magog, hijo de Jafet, tienen con toda seguridad el mismo

origen que los Escitas, de los que ni siquiera se distinguen en el nombre: en efecto,

si se cambia una letra y se quita otra, los Getas llevan casi el nombre de los Escitas.

Habitaban las crestas heladas del Occidente, y poseían con otros pueblos todas

esas abruptas montañas. Fueron expulsados de su territorio por el pueblo de los

hunos, cruzaron el Danubio y se sometieron a los romanos; pero como no

soportaban las injusticias que estos cometían, se sublevaron, tomaron las armas,

invadieron Tracia, devastaron Italia, asediaron y tomaron la Ciudad Eterna,

penetraron en las Galias, se abrieron paso por los montes Pirineos y alcanzaron

Hispania, donde establecieron su residencia y su dominio […].

En la era CCCCXLVII (año 409), en el año quince del imperio de Honorio y

Arcadio, muerto Ragadaiso, Alarico, que había compartido con él el reino, cristiano

de nombre pero que profesaba la herejía, afligido de que hubiesen sido aniquilados

por los romanos tantos godos, hace la guerra contra Roma para vengar la muerte de

los suyos, y, tras de un asedio, penetra en ella violentamente, causando una gran

mortandad. De este modo, la ciudad vencedora de todos los pueblos sucumbió

vencida por los godos triunfadores y, convertida en su presa, les sirvió como

esclava.

Los godos mostraron allí tal clemencia que hicieron antes la promesa de que, si

entraban en la ciudad, no añadirían al saqueo de la misma la ruina de ningún

romano que se hallase en los lugares sagrados.

Y así, después de esta promesa, cuando atacaron la ciudad, concedieron el

indulto de la muerte y del cautiverio a todos los que se refugiaron en lo lugares

sagrados, y también perdonaron con igual misericordia a los que se hallaban fuera

de los templos martiriales y pronunciaron el nombre de Cristo o de los santos.

(año 586) En la era DCXXIIII, en el año tercero del imperio de Mauricio, muerto

Leovigildo, fue coronado rey su hijo Recaredo. Estaba dotado de un gran respeto a

la religión y era muy distinto de su padre en costumbres, pues el padre era irreligioso

y muy inclinado a la guerra; él era piadoso por la fe y preclaro por la paz; aquel

dilataba el imperio de su nación con el empleo de las armas, este iba a

engrandecerlo más gloriosamente con el trofeo de la fe. Desde el comienzo mismo

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de su reinado, Recaredo se convirtió, en efecto, a la fe católica y llevó al culto de la

verdadera fe a toda la nación gótica, borrando así la mancha de un error enraizado.

Seguidamente reunió un sínodo de obispos de las diferentes provincias de España y

de la Galia para condenar la herejía arriana. A este concilio asistió el propio

religiosísimo príncipe, y con su presencia y su suscripción confirmó sus actas. Con

todos los suyos abdicó de la perfidia que, hasta entonces, había aprendido el pueblo

de los godos de las enseñanzas de Arrio, profesando que en Dios hay unidad de tres

personas, que el Hijo ha sido engendrado consustancialmente por el Padre, que el

Espíritu Santo procede conjuntamente del Padre y del Hijo, que ambos no tienen

más que un espíritu y, por consiguiente, no son más que uno.

Las historias de los godos, vándalos y suevos, de Isidoro de Sevilla, ed. C.

Rodríguez Alonso, León, 1975.

Page 32: Textos tendencias

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BEDA EL VENERABLE

En el año de la Encarnación del Señor de 449, habiendo obtenido Marciano la

realeza, junto con Valentiniano, como cuadragésimo sexto sucesor de Augusto, la

poseyó siete años. En esta época, el pueblo de los Anglos o de los Sajones fue

invitado por el mencionado rey [Vortigern] y se trasladó a Bretaña con tres barcos

largos, y recibió residencia en la parte oriental de la isla, bajo las órdenes del mismo

rey, para defenderla como si de su patria se tratara, aunque en realidad para

conquistarla. Así, después de entablar lucha contra los enemigos que venían del

Norte, trabaron batalla y los sajones se alzaron con la victoria. Lo que, una vez

anunciado en su lugar de origen, así como la fertilidad de la isla y la cobardía de los

bretones, pronto enviaron los sajones una flota más nutrida con gente armada de

refuerzo que, junto a los precedentes, formaron un ejército invencible. Los que

llegaron recibieron asiento entre los bretones, por concesión de estos, con la

condición de que lucharan contra sus adversarios, por la salvación y paz de la tierra,

y que les darían el estipendio debido por sus servicios. Habían venido gentes de los

tres pueblos más valerosos de Germania, esto es, los Sajones, los Anglos y los

Jutos. De origen juto son los Cantuari y los Victuari, o sea, el pueblo que posee la

isla de Wight y el pueblo llamado hasta hoy juto en la provincia de los sajones

occidentales [Wessex]. De los sajones, es decir, de la región que se llama hoy país

de los viejos sajones [Holstein], vinieron los sajones orientales, meridionales y

orientales [Essex, Sussex, Wessex]. De los anglos, es decir, del país que se

denomina Angeln [en el Este de Schleswig], y que desde entonces hasta hoy ha

permanecido desierto, salieron los anglos orientales [East Anglia] y anglos

mediterráneos [South Anglia y Uppland], Mercia y toda la descendencia de los

northumbrios, es decir, los que habitan el norte del río Humber, y todos los otros

pueblos ingleses [...]

En el año 616 de la Encarnación del Señor, que es el vigésimo primero desde

que fue enviado Agustín con sus compañeros a predicar al pueblo de los anglos,

Etelberto, rey de Kent, después de gobernar gloriosísimamente su reino temporal

por espacio de cincuenta y seis años, alcanzó el gozo eterno del reino celeste. Este

rey fue el tercero de los reyes del pueblo anglo que gobernó unidas las provincias de

dicho pueblo situadas al sur del río Humber y las contiguas al mismo río por la parte

del Norte, pero fue el primero de todos ellos en ascender al reino de los cielos. El

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primer rey que imperó [sobre los restantes reinos anglosajones] fue Aelle, rey de los

Sajones meridionales [Sussex], el segundo fue Celin, rey de los Sajones

Occidentales [Wessex] (...); el tercero, como dije, fue Etelberto, rey de los Kentienos

(...)

Y este rey, entre otras cosas buenas que proporcionaba a su gente con su

buen gobierno, promulgó con el consejo de los sabios, una legislación judicial,

basada en el Derecho Romano. Estas leyes se conservan todavía en la lengua de

los anglos y son observadas por ellos: en las mismas dispuso, en primer término, de

qué modo debía enmendar [el daño causado] quien se apoderase mediante robo de

algún bien de la Iglesia o del obispo o de los restantes órdenes eclesiásticos,

estableciendo su salvaguarda sobre aquellos de quienes había recibido la fe.

Era dicho Etelberto hijo de Irminric, cuyo padre fue Octa, cuyo padre fue Erico,

conocido por Oisco, de quien los reyes de Kent suelen ser llamados Oiscingas. Cuyo

padre fue Hengist, quien junto con su hijo Oisco, invitado por Vurtigerno, fue el

primero que llegó a Gran Bretaña, según ya hemos referido anteriormente.

Historia ecclesiastica gentis Anglorum, Ed. J. E. King, Londres, 1962, lib. II, cap.

V, pp. 224-226.

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34

ALFREDO EL GRANDE

Y este mismo año (757) Offa puso en fuga a Beornred y le sucedió en el reino,

y lo rigió durante treinta y nueve años, y su hijo Ecgfrith reinó ciento cuarenta y un

días. Este Offa era hijo de Thingfrith (...)

En la época de dicho rey Offa hubo un abad de Medeshamstede llamado

Beonna. Y este Beonna, obtenido el consentimiento de los monjes de su monasterio,

entregó al ealdorman Cutberto diez fincas en Swineshead con pastos y praderas y

con todas sus pertenencias, con la condición de que el antedicho Cutberto diera al

abad cincuenta libras por dicha entrega y le proporcionara de comer un día al año o

le diera, a cambio, treinta chelines en moneda; y con la condición, además, de que la

tierra entregada debería volver al monasterio a la muerte del obtentor.

(...) Ecgfrith fue consagrado rey [en el 785]. En este año [787-789] el rey

Beorhtric tomó por esposa a Eadburh, hija de Offa. Y en sus días llegaron por

primera vez tres naves: y entonces el guarda de la costa o «gerefa» cabalgó hacia

donde estaban [anclados] e intentó obligar a los recién llegados a ir al mayor real,

pero él no sabía quiénes eran estos, y ellos le dieron muerte. Estas fueron las

primeras naves de los daneses que llegaron a Inglaterra.

Crónica Anglosajona, años 757-796. ed. M. Riu y otros, Textos comentados de

época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 118-119.

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PSEUDO-FREDEGARIO

Tras siete años de reinado, y en posesión, como hemos señalado, de la mayor

parte del reino de su padre, Dagoberto fue a Borgoña. Su llegada provocó un temor

tan grande entre los obispos, los grandes y todos los demás leudes del reino de

Borgoña que resultaba motivo de admiración; pero causó una gran alegría a los

pobres al administrar justicia. Desde que llegó a Langres, juzgó con tanta equidad a

todos los leudes, pobres o ricos, que en todas partes se le consideraba

especialmente agradable a Dios. Ningún presente, ningún afecto personal podía

influir sobre él; el muy alto señor gobernaba solamente con la justicia. Se trasladó

pronto a Dijon, y pasó varios días en Saint-Jean-de-Losne, donde estableció la

justicia sobre todo el pueblo de su reino con gran cuidado. Animado por este buen

deseo, no comía ni dormía, al desear que todo el mundo hubiese obtenido justicia

antes de abandonar su presencia.

Acudió después a Auxerre por Autun, vino a París a través de la ciudad de Sens

y, tras abandonar a la reina Gomatruda en Reuilly, donde la había desposado, se

casó con una joven llamada Nanthilda y la proclamó reina.

Desde el comienzo de su reinado, siguiendo los consejos del bienaventurado

Arnulfo, obispo de Metz, y de Pipino, mayordomo de palacio, gobernó Austrasia con

tanta fortuna que le alababan todas las naciones. Su coraje sembró de tal forma el

temor que todos los pueblos se apresuraban a someterse, hasta tal punto que las

naciones que habitan en la frontera de los ávaros y de los eslavos deseaban que

marchase contra estos, y se atrevió a prometer que los subyugaría hasta las tierra

de la república romana. Tras la muerte del bienaventurado Arnulfo, apoyado por los

consejos de Pipino, mayordomo de palacio, y de Cuniberto, obispo de Colonia,

gobernó a todos sus súbditos con tanta fortuna y amor a la justicia que ninguno de

los reyes francos que le precedieron fue tan alabado como él. Eso fue así hasta su

llegada a París.

El octavo año de su reinado, cuando recorría Austrasia con pompa regia, admitió

en su lecho a una joven llamada Ragnetrudis, de quien tuvo ese mismo año un niño,

de nombre Sigeberto.

De regreso a Neustria, se instaló en la residencia de su padre Clotario y decidió

permanecer habitualmente en ella. Olvidó entonces la justicia que había amado

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hasta entonces, inflamado de codicia hacia los bienes de la Iglesia y de los leudes, y

pretendió, con los botines que acumulaba por todas partes, amasar nuevos tesoros.

Añadida otra medida al exceso, tenía, como Salomón, tres reinas y una multitud de

concubinas. Sus reinas eran Nanthilda, Vulfegonda y Berchilda. Me molestaría tener

que incluir en esta crónica los nombres de sus concubinas, tan grande era su

número. Su corazón se corrompió y su pensamiento se alejó de Dios; sin embargo

(¡y quiera Dios que haya podido merecer por ello la recompensa eterna!) continuó

con la distribución generosa de limosnas a los pobres y, si no hubiera destruido el

mérito de sus obras con su excesiva codicia, habría merecido el reino de los cielos.

Los leudes gemían por la maldad de Dagoberto y, viendo esto, Pipino, el más

hábil de todos, sabio en el consejo, fiel y querido por todos, debido a ese amor por la

justicia que había inspirado en Dagoberto mientras le había escuchado, siguió

mostrándose equitativo, sin apartarse del camino del bien, y cuando se aproximaba

a Dagoberto se conducía con prudencia ante todo el mundo y con rectitud en todo.

La ansiedad de los austrasianos se elevó contra él y se esforzaron en hacerle odioso

ante Dagoberto para matarle. Pero el amor de Pipino por la justicia y su temor de

Dios le preservaron de todo mal.

Crónica, según la trad. francesa de F. Guizot, Collection des mémoires relatifs à

l’histoire de France. Mémoires de Grégoire de Tours. 2. Chronique de Frédégaire,

París, 1823, p. 202-206.

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Annales Laureshamenses

[a. 800] Como en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el

imperio de una mujer, le pareció la Papa León y a todos los padres que en asamblea

se encontraban, así como a todo el pueblo cristiano, que debían dar el nombre de

emperador al rey de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos los

césares, habían tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y

Germanía. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países bajo su

autoridad, pareció justo, conforme a la solicitud de todo el pueblo cristiano, que

llevase en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud,

sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por los

prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la consagración del Papa

León.

Annales Laureshamenses, a. 800 ; ed. J. Calmette, «Textes et documentes

d'Histoire», II. Moyen Age, París, 1953.

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EVANGELIO DE SAN MATEO

Cuando se acercaban a Jerusalén [para la Pascua] y llegaron a Betfagé, junto al

monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:

-«Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su

pollino, desatadlos y traédnoslos. Si alguien os dice algo, contestadle que el

Señor los necesita y los devolverá pronto.» […].

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la

borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud

extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y

alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

-«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

¡Hosanna en el cielo!»

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:

-«¿Quién es éste?»

La gente que venía con él decía:

-«Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.»

Mt. 21, 1-11

ANASTASIO EL BIBLIOTECARIO (ca. 855-860)

[año 774] Mientras el ejército permanecía ante Pavía, el rey fue presa de un gran

deseo por visitar la Sede de los Apóstoles, sobre todo porque la fiesta de la

Pascua se acercaba. Junto con obispos, abades y nobles, es decir duques y

condes, atravesó la Toscana aprisa, para llegar a la Sede Apostólica el Sábado

Santo. El papa Adriano se sorprendió con la noticia de un viaje tan rápido, y

envió a todos los nobles de Roma a su encuentro hasta Novae, a treinta millas de

la ciudad, donde le recibieron con su séquito. Cuando Carlos se encontraba a

una milla de Roma, el Papa hizo partir por delante de él [de Carlos] a todo el

cuerpo de la milicia y a los niños que estudiaban en las escuelas. Llevaban en

sus manos palmas y ramos de olivo y cantaban con grandes aclamaciones

alabanzas al rey de los francos.....

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EGINARDO

La familia de los Merovingios, dentro de la cual tenían los francos la costumbre

de escoger a sus monarcas, reinó, según se cuenta, hasta Childerico, que por

mandato del pontífice romano Esteban fue depuesto, sus cabellos cortados y

encerrado en un monasterio. Pero, si en efecto parece que no terminó sino con él,

había perdido desde hacía mucho tiempo toda su fuerza y se distinguía tan solo por

el vacío título real. La fortuna y el poder públicos estaban en manos de los jefes de

su casa, que se llamaban mayordomos de palacio y a quienes pertenecía el poder

supremo. El rey no tenía, aparte del título, sino la satisfacción de sentarse en el

trono, con su larga cabellera y su barba, que le confería la imagen de soberano, y

recibir en audiencia a los embajadores de los diversos países y encargarles, cuando

se despedían, que transmitieran en su nombre las respuestas que le habían

sugerido o incluso dictado. Salvo ese título regio, convertido en inútil, y los precarios

medios de existencia que le concedía a su arbitrio el mayordomo de palacio, ni

poseía en propiedad sino un solo dominio, de muy escaso provecho, con una casa y

algunos servidores, en pequeño número, a su disposición para proveerle lo

necesario. Cuando debía desplazarse, montaba en un vehículo tirado por bueyes,

que un conductor guiaba al modo campesino; con esta comitiva tenía la costumbre

de acudir a palacio, de presentarse ante la asamblea pública de su pueblo, reunida

anualmente para tratar de los asuntos del reino, y de regresar de inmediato a su

residencia. La administración y todas las decisiones y medidas que tomar, tanto en

el interior como en el exterior, se hallaban en las exclusivas manos del mayordomo

de Palacio.

Este cargo, en la época en que Childerico fue depuesto, estaba ocupado por

Pipino, padre del rey Carlos, en virtud de un derecho casi hereditario ya. En efecto,

había sido brillantemente ejercido antes de él por el otro Carlos, del que era hijo, y

que se señaló al aplastar a los tiranos que intentaban establecer su poder en toda

Franca, y al obligar a los sarracenos con dos grandes victorias –una en Aquitania, en

Poitiers, la otra cerca de Narbona- a renunciar a la ocupación de la Galia y

replegarse a Hispania. Y él mismo lo había recibido de manos de su padre, llamado

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igualmente Pipino; porque el pueblo tenía costumbre de no confiarlo sino a los que lo

merecían por razón de su nacimiento y por la importancia de sus riquezas [...]

Y ciertamente Carlomán, después de haber gobernado conjuntamente el reino

durante dos años, falleció de enfermedad; entonces Carlos, hermano del difunto, fue

reconocido rey con el consentimiento de todos los francos (...)

De todas las guerras que hizo, la primera fue la de Aquitania, empezada pero

no terminada por su padre, el cual el creía que podría terminar con rapidez. La inició

en vida de su hermano a quien solicitó ayuda. Y aunque este no le prestara el auxilio

prometido prosiguió la expedición iniciada vigorosamente, rehusó desistir de lo

comenzado o retirarse de la empresa iniciada antes que con perseverancia y

continuidad consiguiera llevarla a buen fin. Hunoldo, que después de la muerte de

Waïfre había intentado ocupar la Aquitania y reemprender la guerra ya así acabada,

fue obligado a dejar la Aquitania y dirigirse a Gascuña.

Arreglados los asuntos de Aquitania y acabada esta guerra, habiendo

abandonado este mundo aquel que con él compartía el reino, a ruegos y preces de

Adriano, obispo de la ciudad de Roma, emprendió una guerra contra los lombardos;

la cual ya antes su padre, a ruegos del Papa Esteban, había emprendido con gran

dificultad, puesto que algunos de los principales jefes francos, a los que

acostumbraba a consultar, se habían opuesto resueltamente a su proyecto (...) Sin

embargo tuvo lugar la expedición contra el rey Astolfo y se terminó rápidamente.

Pero, aunque parece que su guerra y la de su padre empezaron por una causa

similar o mejor por la misma causa, sin embargo no fueron comparables ni el

esfuerzo realizado ni el fin conseguido. Puesto que Pipino, después de haber sitiado

unos pocos días al rey Astlfo en Ticenum, le obligó a entregar rehenes, restituir a los

romanos las fortalezas y castillos arrebatados y jurar que no intentaría recobrar lo

que entregaba; Carlos, por su parte, después de haber empezado la guerra, no cejó

hasta que el rey Desiderio, agotado por tan largo asedio, se rindió, hasta que su hijo

Adalgiso, en el que todos habían puesto sus esperanzas, no solo fue obligado a

abandonar el reino sino también Italia, hasta que todas las cosas arrebatadas a los

romanos les fueron restituidas, (...) hasta que toda Italia estuvo subyugada bajo su

autoridad y hasta que hubo establecido en ella a su hijo Pipino como rey (...)

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Después que terminó esta guerra se reemprendió la de los sajones, que

parecía como interrumpida. Ninguna fue más larga, ninguna más atroz y más

costosa para el pueblo franco, puesto que los sajones, como casi todos los pueblos

que vivían en Germanía, eran feroces por naturaleza (...)

Mientras se combatía asiduamente y casi sin parar contra los sajones (...)

marchó a Hispania con todas las fuerzas disponibles; y salvados los Pirineos,

recibida la sumisión de todas las fortalezas y castillos que encontró, regresó con el

ejército salvo e incólume, con la particularidad de que en la misma cima de los

Pirineos, en el retorno, tuvo la ocasión de experimentar un poco la perfidia de los

«wascones». Puesto que cuando el ejército marchaba extendido en larga fila, tal y

como lo exigían las angosturas del lugar, los «wascones» emboscados en el vértice

de la montaña (...) descolgándose de lo alto empujaron al barranco al bagaje que

cerraba la marcha y a las tropas que, yendo en retaguardia, cubrían la marcha de las

precedentes, y, entablada la batalla con los nuestros, mataron hasta el último

hombre (...) En esta empresa ayudó a los «wascones» no solo la ligereza de su

armamento sino también la configuración del lugar en que la suerte se decidía; por el

contrario a los francos, tanto la pesadez de su armamento como el estar en un lugar

más bajo les hizo a todas luces inferiores a los «wascones». En este combate

perecieron el senescal Egiardo, el conde de palacio Anselmo y Roldán, prefecto de

la marca de Bretaña, entre otros muchos. Y este fracaso no pudo ser vengado de

inmediato, porque el enemigo, realizado el hecho, se dispersó de tal manera que ni

siquiera quedó rastro del lugar donde podía encontrarse [...]

[Carlomagno] hablaba con abundancia y facilidad y sabía expresar con claridad

lo que deseaba. Su lengua nacional no le bastó; se aplicó al estudio de las lenguas

extranjeras y aprendió tan bien el latín que se expresaba indistintamente en esta

lengua y en la materna. No le ocurría lo mismo con el griego, que comprendía más

que hablaba. Por lo demás, tenía facilidad de palabra que lindaba casi con la

prolijidad.

Cultivó apasionadamente las artes liberales y, lleno de veneración hacia

aquellos que le enseñaban, los colmó de honores. Para el estudio de la gramática

siguió las lecciones del diácono Pedro de Pisa, entonces en su vejez. Para las otras

disciplinas su maestro fue Alcuino, llamado Albius, diácono él también, sajón

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originario de Bretaña y el hombre más sabio de entonces. Consagró mucho tiempo y

labor en aprender junto a él la retórica, la dialéctica, y sobre todo, la astronomía.

Aprendió el cálculo y se aplicó con atención y sagacidad en estudiar el curso de los

astros. Ensayó también a escribir y tenía la costumbre de colocar bajo los

almohadones de su cama tablillas y hojas de pergamino a fin de aprovechar los

momentos de descanso para ejercitarse en el trazo de las letras. Pero se inició en

ello demasiado tarde y el resultado fue mediocre.

Vita Karoli ed. L. Halphen, Les classiques de l'histoire de France au Moyen Age,

París, 1947, pp. 16-30.

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ERMOLDO EL NEGRO

[ Asedio de Barcelona]

De todas partes confluyen grupos de francos según su costumbre y un denso

bloqueo sujeta los muros de la ciudad.

El retoño de Carlos se presenta ante todos con un brillante ejército; reúne a los jefes

para la conquista de la ciudad.

Cada cual por su parte fija las tiendas, el príncipe Guillermo, Heriberto, Liutardo,

Bigo, Bera, Sancho, Libulfo, Hiltiberto e Isembardo, y muchos otros que sería largo

de mencionar.

Los restantes guerreros acampan esparcidos por el campo de batalla, la cohorte

franca, gascona, goda y aquitana.

El fragor se levanta hacia el cielo y el aire resuena con las trompetas: reinan en la

ciudad el griterío, el pavor y toda suerte de llanto [...]

No de otra manera, a una orden, todo el ejército de los francos anda y desanda

numeroso para tomar la ciudad.

Se corre a los bosques, por todas partes resuena el golpe de la segur, se abaten los

pinos, cae el alto chopo.

Uno construye escaleras, otro prepara estacas formando empalizada, uno transporta

armas con celeridad, otro amontona piedras.

Los dardos caen numerosos y también el hierro volador; los muros resuenan a

golpes de ariete y la honda hiere repetidamente.

Mientras tanto el tropel de moros no menos numeroso establecido en las torres se

prepara a defender las murallas. El jefe de la ciudad era un moro, Zadun de nombre,

que había gobernado esta ciudad con brillante talento [...]

Entre tanto, los jóvenes guerreros, luchando en apiñado grupo, machacan con el

ariete los muros; por todas partes se oye el fragor del combate.

Las murallas cercadas son golpeadas por el anguloso mármol, los dardos caen

densos y hieren a los infelices [...].

Entonces unos envían a otros al Orco, el lugar de la muerte, a Guillermo de

Habirudar y Luitardo de Uriz.

Una lanza atraviesa a Zabirizun y el hierro volador a Uzacum, la honda hiere a

Colizan y el aguda caña -saeta- a Gozan.

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No de otro modo podían los francos trabar combate sino unas veces con armas

arrojadizas y otras con proyectiles de honda.

El inteligente Zadun había mandado a los suyos que no confiaran en una batalla

campal ni que casualmente osasen salir de la fortaleza. Durante veinte días se

mantuvo esta incertidumbre y condujo a resultados varios.

Ninguna máquina puede quebrar las puertas de los muros, y el enemigo no

encuentra cauce para sus ardides [...]

Una segunda luna completaba sus días, el rey y los francos a un tiempo atacan la

ciudad defendida. La máquina resuena repetidamente, los muros son batidos por

todas partes. Se encrespa la lucha, semejante a la cual no había existido otra [...] Ya

los moros miserables no se atreven a escalar las altas murallas ni desde las torres

pretenden ver el campamento enemigo [...]

Entonces el piadoso rey en persona, blandiendo una lanza con fuerza, la lanzó ligera

contra la ciudad. El proyectil surcando el aire se dirigió hacia la urbe, y se clavó

violentamente en el mármol cercano. Ante este gesto los moros turbados con terror

en el corazón admiraron la lanza y aún más el esfuerzo del que la había lanzado.

¿Qué harían? Ya habían perdido a su rey, ya la resistencia se debilitaba, la espada

había aniquilado a los mejores de ellos; finalmente agotados por tanta lucha y por el

hambre en consejo acordaron unánimemente rendir la plaza. Abrieron las puertas,

permitieron el acceso a todos los lugares, la ciudad caída se entregaba al servicio

del rey. Enseguida, sin demora, se extienden por la ciudad anhelada los francos

vencedores y mandan a los enemigos.

Era Sábado Santo, cuando este hecho aconteció, cuando la ciudad se abrió a los

francos. Además, en el siguiente día, día festivo, subió a la ciudad el rey Luis

triunfante para cumplir los votos hechos a Dios; y purificó los lugares donde las

almas rendían culto a los demonios, y dio gracias piadosas al propio Cristo. Con la

ayuda de Dios, dejadas guarniciones, el rey victorioso y su gente volvió a sus

propias tierras.

Poème sur Louis le Pieux, Ed. E. FARAL, Les classiques de l'histoire de France au

Moyen Age, París, 1964, pp. 28-46.

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ANNALES DE SAINT VAAST DE ARRAS

877.- Carlos envió legados que tratasen con los normandos para convencerles,

con presentes, que abandonasen el reino. Cuando el pacto se concluyó, las iglesias

fueron expoliadas y todo el reino tuvo que pagar para liberarse de esa calamidad.

879.- Los normandos que se encontraban en ultramar, al conocer las discordias

que reinaban entre los francos, cruzaron el mar en una multitud infinita y, a sangre y

fuego, devastaron Thérouanne a mediados de julio, sin encontrar resistencia. Viendo

el éxito de su primera empresa, recorrieron la tierra de los menapianos y la

devastaron a sangre y fuego. Después atravesaron el Escalda y arrasaron todo

Brabante a sangre y fuego. Hugo, hijo del rey Lotario, tomó las armas

inconscientemente y se lanzó contra ellos con gran audacia. Pero no hizo nada

bueno ni útil, y, en realidad, huyó vergonzosamente. Muchos de sus vasallos fueron

muertos o apresados... Los normandos no paraban de devastar iglesias y de

masacrar y capturar al pueblo de Dios...

880.- Los normandos devastaron Tournai y todos los monasterios junto el

Escalda a sangre y fuego, matando y haciendo prisioneros a los campesinos.

881.- Los normandos, en multitud infinita, entraron en nuestro monasterio el 7 de

las calendas de enero. Quemaron el monasterio, la ciudad (civitas), a excepción de

las iglesias, el vicus del monasterio y todas las villae de los alrededores, el 5 de las

calendas de enero, tras haber matado a todos los que pudieron encontrar. Se

extendieron por toda la tierra hasta el Somme, capturaron un enorme botín de

hombres, rebaños y jumentos...

882.- En el sur los francos reunieron un ejército contra los normandos, pero

huyeron enseguida... Los daneses quemaron el célebre palacio de Aquisgrán, así

como monasterios y ciudades: Tréveris, la muy noble, Colonia Agripina, y también

palacios reales y villae. El emperador Carlos convocó contra ellos un inmenso

ejército y les asedió en Elsloo. El rey Godofredo acudió junto a él: el emperador le

donó el reino de los frisones que había tenido en otro tiempo el danés Rorik; le dio

como esposa a Guisla, la hija del rey Lotario y él hizo partir a los normandos de su

reino.

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El rey Luis, sin embargo, alcanzó el Loira, queriendo expulsar a los normandos

de su reino y recibir a Hastings en su amistad. Eso es lo que hizo, pero cayó

enfermo y...murió el día de las nonas de agosto; fue enterrado en la iglesia de Saint

Denis. Los francos llamaron a su hermano Carlomán, que vino a Francia

rápidamente.

Pero los normandos, en el mes de octubre, se establecieron en Condé y

devastaron atrozmente el reino de Carlomán. El rey Carlomán y su ejército se

situaron en Barleux, junto al Somme. Pero los normandos no cesaron en sus

rapiñas, y pusieron en fuga a los campesinos que habían quedado abandonados

más allá del Somme. Devastaron todo el reino hasta el Oise a sangre y fuego,

derribaron los muros de las iglesias y de los monasterios, los servidores del culto

divino perecieron por la espada o por el hambre, o bien fueron vendidos en ultramar;

los campesinos fueron aniquilados, nadie se atrevió a resistir.

883.- Los normandos incendiaron el monasterio y la iglesia de Saint Quentin y la

iglesia de la Madre de Dios en la ciudad de Arrás. El rey Carlomán persiguió a los

normandos, pero no pudo hacer nada... Salidos de Condé en primavera, los

normandos alcanzaron las regiones marítimas. Allí, en el curso del verano, obligaron

a los flamencos a huir de su tierra y, haciendo estragos por todas partes,

despoblaron el país a sangre y fuego.

Annales de Saint Vaast de Arrás, « Quellen zur karolingischen

Reichgeschichte », 2, ed. R. Rau, Berlín, 1966.

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ABBON

Entonces los daneses empezaron a construir una plataforma y la colocaron sobre

dieciséis ruedas, ¡oh, cosa maravillosa!, era un verdadero monstruo como jamás

había conocido. Tenía tres pisos en un solo bloque, estaba hecha con troncos de

gruesas encinas; en cada piso se colocó un ariete, este estaba cubierto con un

elevado techo. En el espacio interior de las profundidades secretas de sus flancos se

escondían, según se decía, 60 hombres provistos de cascos. Sin embargo, solo

consiguen construir una de estas máquinas con la suficiente amplitud, pues

finalizando una segunda y trabajando en una tercera, una lanza arrojada con

destreza y con la fuerza de una ballesta, mató a la vez a dos de los constructores;

así estos fueron los dos primeros en comprobar la muerte que ellos preparaban

contra nosotros. En consecuencia, heridos mortalmente de un solo tiro, el cruel

golpe los mató. Los daneses arrancaron el cuero del cuello y espaldas de toros

jóvenes y con él construyeron mil escudos, que un autor latino llama «plutos o

cratesves», cada uno de ellos podía cubrir de cuatro a seis hombres (...)

Estos infortunados hombres avanzaban hacia la ciudadela, con las espaldas

curvadas bajo el peso de los arcos y el hierro de las escamas de sus corazas.

Ocultan a nuestros ojos los campos con sus espadas y las aguas del Sena con sus

escudos. Mil balas de plomo fundido no cesaban de volar sobre la ciudad. En los

puentes se entremezclan las torres de vigilancia y las poderosas catapultas (...) Las

campanas de bronce de todas las iglesias tocaban lúgubremente, llenando el aire

con sus siniestros sones (...) En este momento destacan los nobles y los héroes; el

primero de todos el obispo Gozlin y junto a él Eblo, su sobrino, el abad favorito de

Marte y también Roberto, Eudo, Regnario, Uttón, Erilango, todos ellos condes, pero

el más valiente era Eudo. Murieron tantos daneses como dardos lanzó. El pueblo

cruel combatió y el pueblo fiel se defendió.

De bello Parisiacae urbis, ed. M. Riu y otros, Textos comentados de época

medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 432-434.

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ERMENTARIO

Los frecuentes e infortunados ataques de los normandos (...) no disminuían en

absoluto, y el abad Hilbodus había construido en la isla un castillo que les protegiera

contra ese pueblo infiel. Junto con sus hermanos, acudió ante el rey Pipino y

preguntó a su alteza que proyectaba hacer sobre este problema. Entonces el

glorioso rey y los grandes hombres del reino -se celebraba entonces asamblea

general del reino- deliberaron sobre el problema con graciosa preocupación y se

hallaron incapaces de ayudar organizando un asalto vigoroso. A causa de las

extraordinariamente peligrosas mareas, la isla no era siempre fácilmente accesible

para nuestras fuerzas, pero todos sabían que a los normandos les resultaba

fácilmente accesible siempre que el mar estuviera tranquilo. El rey y los grandes

hombres optaron por la decisión que juzgaron más ventajosa. Con el acuerdo del

serenísimo rey Pipino, casi todos los obispos de la provincia de Aquitania y los

abades, condes y otros hombres fieles que estaban presentes y otros muchos más

que se habían enterado de la situación, aconsejaron unánimemente que el cuerpo

del bienaventurado Filiberto fuera sacado de la isla y no permaneciera más en ella

(...)

El número de naves aumenta; la muchedumbre innumerable de los normandos

sigue creciendo; los cristianos son en todas partes víctimas de sus ataques, pillaje,

devastaciones e incendios, cuyas huellas manifiestas perdurarán mientras dure el

mundo. Toman todas las ciudades por las que cruzan sin que nadie les ofrezca

resistencia: toman las de Burdeos, Périgueux, Limoges, Angulema y Tolosa, Angers,

Tours y Orleans son arrasadas. Se llevan las cenizas de muchos santos: casi se

cumple así la amenaza que profirió el Señor por boca del Profeta: «Desde el Norte

se desencadenará el mal sobre todos los habitantes de la tierra» [Jer, 1, 14].

También nosotros huimos a un lugar llamado Cunault, en el territorio de Anjou, en la

orilla del Loire, que Carlos, el glorioso rey antes nombrado, nos había dado como

refugio, a causa del inminente peligro, antes de que fuera tomado Angers. Los

normandos atacaron también España, bajaron por el Ródano y devastaron Italia.

Mientras se libraban por todas partes tantas guerras civiles y exteriores,

transcurrió el año de la Encarnación de Cristo de 857. Pero nos quedaba alguna

esperanza de regresar a nuestra patria, esperanza que resultó ser ilusoria, y

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mientras las peripecias de nuestra huida hicieron que nos hospedáramos en lugares

diversos, el cuerpo de San Filiberto se había quedado en su lugar, como hemos

dicho, porque a causa de los males que nos abrumaban en todas partes no

habíamos podido encontrar la garantía de un asilo seguro (...)

Miracles de Saint Philibert, París, 1905, pp. 60-63.

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RAÚL GLABER

10. Acerca del hambre terrible que se extendió por todo el orbe.

A punto de alcanzar el año de la Encarnación de Cristo 1033, que es el milésimo de

la Pasión del mismo Salvador […]. En verdad se hubiese dicho que los (cuatro)

elementos combatían entre sí; y sin duda se vengaban de la insolencia de los

hombres [...]. Esta vengadora esterilidad había tenido origen en las comarcas del

Oriente, despobló Grecia, llegó a Italia y, desde ahí, pasó a la Galia; cruzó ese país

y alcanzó a los pueblos ingleses. Como la escasez golpeaba a la población entera,

los grandes y los medianos enflaquecían con los pobres [...]. Algunos recurrieron,

para escapar de la muerte, a las raíces de los bosques y a las hierbas de los ríos;

pero en vano: el único recurso contra la venganza de Dios es encerrarse en uno

mismo. Finalmente, cundió el horror ante el relato de las perversidades que reinaron

entonces sobre el género humano. ¡Oh!, ¡Cuánto dolor! Algo rara vez oído en el

curso de los tiempos, el hambre rabiosa empujó a los hombres a devorar carne

humana. Los viajeros eran raptados por individuos más fuertes que ellos, que

descuartizaban sus miembros, los cocían al fuego y los devoraban... En muchos

sitios los cuerpos de los muertos fueron arrancados a la tierra y sirvieron igualmente

para aplacar el hambre.

Historias, 4, 4, 10 (ed. M. Prou), París, 1883, p. 99-100.

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CRÓNICA MOZÁRABE DEL 754

52.- En tiempos de éste [Justiniano II], en la era 749, año cuarto de su imperio,

nonagésimo segundo de los árabes, conservando Ulit el cetro real ya por su quinto

año, a ruegos del Senado ocupa Rodrigo el trono en virtud de una revuelta. Reina un

año, pues en el quinto del imperio de Justiniano, nonagésimo tercero de los árabes,

sexto de Ulit y 750 de la era, tras reunir un gran ejército contra los árabes y los

moros enviados por Muza, -esto es, Taric Abuzara y otros- que estaban ya

realizando incursiones a la provincia que hacía tiempo le estaba encomendada y

devastaban muchas ciudades, se fue a las montanas Transductinass para luchar

contra ellos y cayó en esta batalla al fugarse todo el ejército godo que por rivalidad y

dolosamente había ido con él sólo por la ambición del reino. Así, ignominiosamente,

perdió su trono y su patria, muriendo también sus rivales, al finalizar Ulit su sexto

año.

53- En ésta misma época destaca por su entrega a la virtud Sinderedo, de

santa memoria, obispo metropolitano de la capital del reino, que instiga a los

hombres ancianos y verdaderamente ilustres que encontró en dicha iglesia a él

encomendada, no según la ciencia sino llevado de su celo de santidad, y los veja

constantemente por incitación del ya mencionado príncipe Witiza, durante su

reinado. Poco después, por temor a la invasión árabe, actuando no como un pastor

sino como un mercenario, abandona las ovejas de Cristo contra los preceptos de los

antepasados y se marcha a Roma.

54- En este tiempo, en la era 749, año cuarto del imperio de Justiniano,

nonagésimo segundo de los árabes, quinto de Ulit, mientras devastaban España los

ya mencionados expedicionarios y ésta se sentía duramente agredida no sólo por la

ira del enemigo extranjero, sino también por sus luchas intestinas, el propio Muza,

como las columnas de Hércules lo encaminaban hacia esta desdichada (tierra), y

creía que la indicación del libro le señalaba la entrada al puerto y las llaves en la

mano presagiaban o le abrían el paso a España, atravesando el estrecho de Cádiz

penetra en ella -injustamente destrozada desde tiempo atrás e invadida- para

arruinarla sin compasión alguna.

Después de arrasarla hasta Toledo, la ciudad regia, y azotar despiadadamente

las regiones circundantes con una paz engañosa, valiéndose de Opas, hijo del rey

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Égica, condena al patíbulo a algunos ancianos nobles, que aun quedaban después

de haber huido de Toledo, y los pasa a espada a todos con su ayuda.

Y así, con la espada, el hambre y la cautividad devasta no sólo la España

ulterior sino también la citerior hasta más allá de Zaragoza, ciudad muy antigua y

floreciente, poco ha desprovista de defensas porque así lo quiso Dios. Con el fuego

deja asoladas hermosas ciudades, reduciéndolas a cenizas; manda crucificar a los

señores y nobles y descuartiza a puñaladas a los jóvenes y lactantes. De esta forma,

sembrando en todos el pánico, las pocas ciudades restantes se ven obligadas a

pedir la paz, e inmediatamente, complacientes y sonriendo, con cierta astucia

conceden las condiciones pedidas. Pero asustados, rechazan la paz lograda, huyen

por segunda vez en desbandada a las montañas y mueren de hambre y otras

causas.

Así, sobre esta España desdichada, en Córdoba, ciudad que de antiguo

llevaba el título de Patricia, que siempre fue la más rica entre otras ciudades

próximas y que dio al reino visigodo los primeros frutos delicados, establecen un

reino bárbaro.

55.- ¿Quién podrá, pues, narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá

enumerar desastres tan lamentables? Pues aunque todos sus miembros se

convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir

la ruina de España ni tantos y tan grandes males como ésta soportó. Pero para

contar al lector todo en breves páginas, dejando de lado los innumerables desastres

que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este

mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que

aguantó Jerusalén, según vaticinio de los profetas, lo que padeció Babilonia, según

el testimonio de las Escrituras, y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la

dignidad de los apóstoles alcanzó por

sus mártires, todo esto y más lo sintió España tanto en su honra, como también de

su deshonra, pues antes era atrayente, y ahora está hecha una desdicha.

80. […] Continuando Abderramán la persecución del mencionado duque Eudo,

mientras se detiene a destruir palacios y quemar iglesias, e intenta saquear la

diócesis de Tours, se encuentra con Carlos, cónsul de Austr[asia], hombre belicoso

desde su infancia y muy versado en asuntos militares, de antemano advertido por

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Eudo. Después de atormentarse durante casi siete días unos y otros con pequeños

enfrentamientos militares, al fin se despliegan en batalla, y en dura pelea,

permaneciendo las gentes septentrionales inmóviles como una pared y

manteniéndose en bloque como el hielo en época invernal, pasan a espada en un

abrir y cerrar de ojos a los árabes. Cuando la gente de Austr[asia], sobresaliente por

la robustez de sus miembros y por su vigorosa mano de hierro, mata, hiriéndolo en

el pecho, al rey que le había salido al encuentro, la noche interrumpe al punto la

batalla, y desdeñosamente levantan sus espadas, reservándose para la lucha del

día siguiente, al ver la gran extensión del campamento árabe. Por la mañana,

saliendo de sus habitáculos al amanecer, los europeos divisan las tiendas árabes

dispuestas ordenadamente y sus tabernáculos tal como había sido colocado el

campamento. Sin saber que estaban totalmente vacías y creyendo que dentro de

ellas se hallaban las falanges de los sarracenos preparadas para combatir, enviaron

exploradores y pudieron averiguar que todos los ejércitos islamitas habían huido y

que durante la noche, calladamente, en apretada columna habían regresado a su

patria.

Los europeos, temerosos de que el enemigo fuera a prepararles una

emboscada por sendas recónditas, recorren asustados en vano los alrededores en

todas direcciones, y como los árabes no se preocupan de perseguirlos, después de

repartirse convenientemente los despojos y el botín, se vuelven alegres a su patria.

Crónica mozárabe del 754, ed. J.E. López Pereira, Zaragoza, Anubar, 1980, p.

69-72 y 99-101.

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54

CRÓNICA ALBELDENSE

9. Alfonso [II] reino 51 años […]. Construyó en Oviedo el admirable templo de San

Salvador y de los Doce Apóstoles, de piedra y cal, y edificó el palacio de Santa

María con sus tres altares […]. Y todo el orden de los godos, tal y como había sido

en Toledo, lo restauró por entero en Oviedo, tanto en la Iglesia como en el

Palacio[…]

(ed. J. Gil y otros, Oviedo, 1985, c.9)

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55

INITIUM REGUM PAMPILONAE

En la era 943 [año 905] se alzó en Pamplona un rey llamado Sancho Garcés.

Fue siempre inseparable y reverente con la fe de Cristo, piadoso con todos los fıeles

y misericordioso con los católicos oprimidos.

¿Qué más? Destacó en todas sus obras. Luchador contra los ismaelitas,

realizó muchos estragos en las tierras de los sarracenos. Allí, por Cantabria, tomó

todos los castillos desde la ciudad de Nájera hasta Tudela. Se apoderó del territorio

de Deyo con todas sus fortalezas. Puso la región de Pamplona bajo su autoridad, y

tomó también todo el territorio aragonés con sus castillos. Después, expulsados

todos los fanáticos, emigró del siglo (murió) en el vigésimo año de su reinado. Fue

sepultado en el pórtico de San Esteban y reina con Cristo en el cielo.

Igualmente, su hijo el rey García reinó cuarenta años. Fue bondadoso y

provocó muchas muertes entre los sarracenos. E igualmente murió; fue sepultado en

la fortaleza de San Esteban. Le sucedieron en su patria sus hijos, es decir Sancho y

Ramiro, a quienes Dios omnipotente proteja muchos años, amén.

(Traducción libre de la edición latina de Á. J. Martín Duque, El carácter originario

de la monarquía pamplonesa, "Homenaje a José María Lacarra", 2, Pamplona, 1986,

p. 528).

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56

WIDUKIND DE CORVEY

[936] Al morir Enrique, padre de la patria, el más grande y mejor de los reyes, el

conjunto del pueblo de los Francos y de los Sajones eligió para sucederle a Otón, ya

designado desde hacía algún tiempo como rey por su padre. Decidieron que el lugar

de esta elección general sería el palacio de Aquisgrán. Esta localidad se encuentra

cerca de Juliers, que lleva el nombre de su fundador, Julio César. Cuando los

duques, los príncipes y los otros jefes del ejército se hubieron reunido en el patio

junto a la basílica de Carlomagno, colocaron a su nuevo soberano en un trono que

había colocado allí; al darle su mano, prometerle fidelidad y asegurarle su ayuda

contra todos sus enemigos, le hicieron rey según la costumbre. Mientras los duques

y los otros grandes cumplían este gesto, el pontífice supremo del reino (Hildeberto,

arzobispo de Maguncia), rodeado del clero y del pueblo esperaba en el interior de la

iglesia la entrada del nuevo rey. A su llegada, se dirigió a su encuentro y tomó la

mano derecha de Otón con su mano izquierda; él mismo, con el báculo en la

derecha, revestido con el alba de lino, con estola y casulla, avanzó con el rey hasta

el centro del santuario y se volvió hacia el pueblo que se situaba por todos los lados.

En efecto, esta iglesia redonda contaba con galerías de circulación y tribunas en lo

alto; así, el monarca podía ser visto por todo el mundo. “Os presento –dijo- a Otón,

elegido por Dios, designado tiempo atrás por el señor Enrique y al que los príncipes

acaban de nombrar rey. Si esta elección os complace, testimoniadlo levantando la

mano derecha hacia el cielo”. A continuación, el pontífice avanzó con el rey vestido

con una túnica estrecha a la moda franca, hasta el altar donde estaban dispuestas

las insignias de la realeza: la espada con el tahalí, el manto, los brazaletes, el bastón

con el cetro, la corona...

Este último se acercó al altar, tomó la espada y el tahalí, se volvió hacia el rey y

le dijo: “Recibe esta espada por virtud de la cual rechazarás a todos los adversarios

de Cristo, los bárbaros y los malos cristianos, en nombre de la autoridad divina que

te ha conferido el poder sobre todo el imperio de los francos, para establecer una

paz firme entre los cristianos”. Al darle los brazaletes y revestirle con el manto:

“Estos pliegues que caen hasta tierra deben recordarte el celo con el que debes

arder por la fe y por la conservación de la paz, en todos los tiempos y hasta el fin de

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57

tu vida”. Tomó a continuación el cetro y el bastón, y dijo entonces: “Estas son las

insignias de la obligación que contraes de corregir a tus súbditos con bondad

paternal y de tender una mano misericordiosa, primero a los ministros de Dios y

después a las viudas y a los huérfanos; que el aceite de la compasión no falte nunca

sobre tu cabeza, a fin de que seas coronado en el presente y en el futuro con una

recompensa eterna”. Ungido de inmediato con el aceite santo y coronado con una

diadema de oro por los obispos Hildeberto y Wicfrido (de Colonia), el rey fue

conducido tras su consagración por los dos prelados al trono (de Carlomagno), con

acceso por dos escaleras curvas y situado entre dos columnas de maravillosa

belleza; desde este trono el soberano podía ver y ser visto por todos los asistentes.

Cuando se dijo la acción de gracias y se celebró la misa solemne, el rey entró en

el palacio y se sentó con los obispos y todo el pueblo a una mesa regiamente

dispuesta. Los duques le servían; al de Lorena, Giselberto, cuyo dominio territorial

comprendía esta localidad, le correspondía la supervisión de todo; Eberhardo de

Franconia se encargaba de la mesa; Herman de Suabia dirigía a los coperos;

Arnulfo de Baviera a la caballería y realizaba el servicio de mariscal.

Historia de los sajones, libro 2, 1-2, MGH. Scriptores in usum scolarum, 5ª ed,

1935.

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58

RICHER

[987] Mientras tanto, los grandes de la Galia que habían prestado juramento

acudieron a Senlis en la fecha establecida. Se reunieron en corte plenaria y, con la

autorización del duque, el arzobispo pronunció el siguiente discurso:

“Puesto que Luis, de divina memoria, ha abandonado esta tierra sin dejar hijos,

ha sido necesario escoger, tras una profunda deliberación, a quien pueda

reemplazarle en el trono para que el Estado abandonado sin piloto no llegue a

hundirse. Últimamente hemos considerado útil aplazar esta decisión para permitir a

todos venir a exponer ante la asamblea la idea personal que Dios le haya inspirado.

Con la reunión de estas indicaciones personales se podría, pensábamos, extraer del

conjunto de las opiniones de la multitud un resumen del sentimiento general.

Henos aquí reunidos ahora. Evitemos, con sabiduría y lealtad, que el odio no

ahogue a la razón y que la pasión no debilite la verdad. No ignoramos que Carlos

cuenta con partidarios que defienden sus derechos al trono porque sus padres se los

han transmitido. Pero, si se aborda la cuestión, veremos que el trono no se adquiere

por derecho hereditario y que no debe elevarse sobre él sino quien se distingue no

sólo por la nobleza de su cuerpo, sino también por la sabiduría de espíritu, a quien

tiene el honor por escudo y la generosidad como muralla.

Vemos en la historia que emperadores de raza ilustre depuestos a causa de su

cobardía, han tenido sucesores de condición tan pronto igual como inferior. Pero

¿qué dignidad se puede conceder a Carlos, a quien el honor no guía, la indolencia

engorda y que, en fin, se ha rebajado y degradado hasta el punto de servir sin rubor

a las órdenes de un príncipe extranjero y de contraer matrimonio inconveniente con

una mujer perteneciente a la clase de los vasallos? ¿Cómo podría soportar el gran

duque que una mujer escogida entre sus vasallos se convirtiera en reina y ejerciese

sobre él su dominio? ¿Cómo aceptaría estar subordinado a una persona cuyos

iguales e incluso superiores se arrodillan ante él y colocan las manos bajo sus pies?

Examinad la situación atentamente y veréis que la inhabilitación de Carlos resulta

más de su falta que de la de los demás. ¿Deseáis la prosperidad o la ruina del

estado? Si queréis su desgracia, elevad a Carlos al trono; si queréis su prosperidad,

donad la corona al eminente duque Hugo. Que ninguno de vosotros se deje cegar

por su afecto a Carlos, ni desviar la preocupación por el interés público por su

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intimidad con el duque. Porque, si censuráis al bueno, ¿cómo no vais a aprobar al

malvado? Si aprobáis al malvado, ¿cómo no vais a despreciar al bueno? ¿Acaso la

divinidad no condena a quienes se comportan así? Malditos seáis, dice ella, los que

pretendéis que el mal es el bien y que el bien es el mal, y que hacéis de la luz

tinieblas y de las tinieblas luz.

Escoged por tanto al duque, que se recomienda por sus acciones, su nobleza y

su poder militar; encontraréis en él un defensor no solamente para el estado, sino

también para vuestros intereses privados. Gracias a su devoción, encontraréis en él

un padre. ¿Quién no ha recurrido jamás a él sin obtener su protección? ¿Qué

hombre, arrancado a la protección de los suyos, no ha sido atendido por sus

cuidados?

Esta propuesta fue adoptada y unánimemente aprobada; el duque fue elevado al

trono con el consentimiento de todos y coronado en Noyon por el arzobispo y los

otros obispos, proclamado rey de los Francos, de los Bretones, de los Normandos,

de los Aquitanos, de los Godos, de los Hispanos y de los Gascones, el día de las

calendas de junio. Rodeado por los grandes del reino, dictó decretos y estableció

leyes según la costumbre regia.

Histoire de France (888-995), ed. y trad. francesa R. Latouche, Les classiques de

l’histoire de France au Moyen Age, 2, París, 1964, p. 159-163.

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ADEMAR DE CHABANNES

Una vez fallecido Otón II, su hijo Otón, tercero de este nombre, ocupó el

Imperio. Amaba la filosofía y se preocupaba de los intereses de Cristo para poder

devolver duplicado el talento cuando se presentara ante el tribunal del Juez

supremo. Con la voluntad de Dios, consiguió convertir a la fe de Cristo a las

poblaciones de Hungría, así como a su rey (...)

En aquel tiempo, el emperador Otón fue impulsado en un sueño a exhumar el

cuerpo del emperador Carlomagno, que estaba enterrado en Aquisgrán. Con el

tiempo había venido el olvido y se ignoraba el emplazamiento exacto donde

reposaba. Después de cumplir un ayuno de tres días fue descubierto en el lugar que

había sido revelado al emperador en su visión. Estaba sentado en un trono de oro,

en el interior de una cripta abovedada debajo de la basílica de Nuestra Señora:

llevaba una corona de oro y piedras preciosas y tenía un cetro y una espada de oro

puro. El cuerpo fue hallado intacto y, una vez exhumado, se le expuso a la

contemplación del pueblo.

El cuerpo de Carlos fue enterrado en el lado derecho del crucero de la

basílica, detrás del altar de San Juan Bautista y se construyó un magnífico altar

subterráneo de oro sobre el sepulcro. Desde entonces ha comenzado a adquirir

celebridad por los numerosos prodigios que ha realizado. No se ha instituido una

fiesta solemne para él sino que se limitan a honrarle con el rito común del

aniversario de difuntos. Su relicario de oro fue enviado por el emperador Otón al rey

Boleslao para contener las reliquias del mártir San Adalberto. Cuando hubo recibido

el donativo, el rey Boleslao lo agradeció al emperador haciéndole llegar un brazo del

cuerpo de este santo. El emperador lo recibió con alegría, hizo construir en honor al

santo mártir Adalberto una magnífica basílica en Aquisgrán e instaló en ella a una

congregación de siervas de Dios. También hizo construir en Roma otro monasterio

en honor de mismo mártir [...]

Gerberto, que era de nación aquitana y monje de la iglesia de San Geraldo en

Arillac, visitó primero Francia y después Córdoba, para estudiar filosofía. El

emperador le conoció y le dio el arzobispado de Ravenna. Poco después, al morir el

papa Gregorio, que era hermano del emperador, el mismo Gerberto fue promovido

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por el emperador papa de los romanos, a causa de su saber filosófico. Cambió el

nombre primitivo y fue llamado Silvestre [...]

El duque de Aquitania y conde de Poitiers, el muy glorioso y muy poderoso

Guillermo, de quien ya hemos hablado, se mostraba amable con todos, de consejo

sabio, admirable por su sabiduría, lleno de una liberal generosidad, defensor de los

pobres, padre de los monjes, constructor de santuarios, amigo de las iglesias y,

sobre todo, amigo de la santa Iglesia romana. Desde su juventud, había adquirido la

costumbre de dirigirse cada año a Roma a la sede apostólica; y en los años en que

no iba a Roma, realizaba en compensación un viaje piadoso a Santiago de

Compostela. En todas partes a las que iba, allí donde tenía sus intereses públicos,

daba la impresión de ser un rey más que un duque, por el honor y la ilustre gloria

que cubría su persona. No solamente sometió a su poder toda Aquitania, hasta el

punto de que nadie se atrevía a levantar el brazo contra él, sino que el propio rey de

los francos le guardaba gran amistad. Incluso el rey de España Alfonso, el rey

Sancho de Navarra y también el rey de los daneses y de los anglos, llamado

Canuto, fueron seducidos por él hasta el punto de enviarle anualmente embajadas

cargadas de valiosos presentes, que repartía a su alrededor con regalos todavía

más importantes. Se hallaba unido al emperador Enrique con una amistad tan viva

que uno y otro se honraban continuamente con presentes. Y, entre otros

innumerables regalos, el duque Guillermo envió al emperador una espada de oro

fino, donde fueron grabadas estas palabras: Enrique, emperador, césar augusto. Los

pontífices romanos, cuando venía a Roma, le recibían con tan grandes agasajos

como si hubiera sido su augusto soberano, y todo el senado romano le aclamaba

como su padre. Al conde de Anjou, Fulco, que era su vasallo, le entregó en feudo el

castillo de Loudun y otras plazas fuertes diversas del país del Poitou, así como la

ciudad de Saintes con algunos castillos. Este mismo duque, cuando veía un clérigo

brillar por su sabiduría, le cubría de todo tipo de atenciones. Así, el monje Renaut,

llamado Platón, obtuvo gracias a su inteligencia la designación como abad a la

cabeza del monasterio de Saint-Maixent. Igualmente, hizo venir de Francia a

Fulberto, obispo de Chartres, señalado por su ciencia, le donó la tesorería de Saint-

Hilaire y mostró públicamente toda la veneración que le guardaba. Entregó al

monasterio de San Marcial de Limoges una parroquia situada en Aunis, que en otro

tiempo su padre había donado previamente al mismo monasterio, la de Ainais,

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dedicada a la memoria de san Pedro. Al monasterio de Cluny, al monasterio de San

Miguel de Clusa en Italia y a otras muchas casas de Dios de Borgoña y Aquitania,

les hizo donación de numerosas tierras con rentas situadas junto al mar, para

aumentar los recursos de los servidores de Cristo. Colmó de afectuosas atenciones

a los religiosos regulares y a sus abades, y se apoyó en sus consejos para el

gobierno de sus estados. Así, atrajo con numerosos presentes a monseñor Odilón,

abad de Cluny, en quien había reconocido un auténtico templo del Espíritu Santo.

Hizo colocar bajo su autoridad a numerosos monasterios de sus dominios. Este

mismo duque levantó de nuevo el ilustre convento de Maizellais, en el Poitou, así

como la noble abadía de Bourgueil, situada en Anjou, en sus propios dominios, de

acuerdo con su madre Emma, hermana de Eudes, conde de Champaña. Reunió en

esos monasterios a un gran número de religiosos regulares que debían cantar día y

noche las alabanzas al Señor, y les dio por cabeza a un hombre que había escogido,

lleno de fervor por el santo, una columna inquebrantable de la disciplina celeste, el

abad Teudelino. Los señores aquitanos que, en diversas ocasiones, intentaron

revolverse contra este conde, fueron todos sometidos o aplastados.

Crónica, ed. J. Chavanon, Collection de textes pour servir à l’étude de

l’enseignement de l’histoire, París, 1897.

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GESTA COMITUM BARCINONENSIUM

Conocemos por relato de los antiguos que había existido un caballero de

nombre Guifré, oriundo de la villa que llaman Arriá, la cual está situada en el

territorio del Confent junto al río Tet, no lejos del monasterio de San Miquel de Ciuxá.

Este caballero, muy célebre en virtud, armas y consejo, recibió por su probidad el

condado de Barcelona de manos del rey de los francos. En un día determinado,

cuando en unión de su hijo de nombre Guifré, a quien se llama Pilós, acudió a

Narbona para entrevistarse con unos legados del rey, tirado de la barba por un

franco en el curso de una sedición militar, le mató con su espada por lo que había

hecho. En consecuencia, se dice que, apresado por ello, cuando era conducido a

Francia a presencia del rey, promovida de nuevo la agitación en el camino, y

queriendo aprovecharse de su captura para vengarse, fue muerto por aquellos que

le conducían no lejos del Puig de Santa María. Sin embargo, su hijo, el mencionado

Guifré, que con él era conducido, fue presentado al rey de los francos y él mismo

explicó lo que había sucedido a su padre en el camino. Apenado también el rey,

censuró el hecho y, puesto que ello había sucedido así, anunció que posteriormente

el honor de Guifré podía ser motivo de perdición para el rey de los francos.

Sin embargo, el rey, habiendo acogido al niño, según se dice, se ocupó de

encomendarlo para que lo educara a un cierto conde de Flandes, a cuya hija

adolescente dejó embarazada; sin embargo, nadie tuvo conocimiento de este hecho

excepto la madre de la joven, que sagazmente lo conoció y calló lo sabido más por

pudor que por consentimiento. Dudando, no obstante, la madre de poder entregar su

hija a aquel varón y temiendo también que si esta noticia llegase a conocimiento de

algunos, la muchacha sufriría el oprobio de todos, finalmente adoptó esta decisión:

llamó al mencionado joven jurándole que, si por voluntad divina, algún día

recuperaba la honor paterna, es decir, el condado de Barcelona, le daría la

mencionada joven en matrimonio. Hecho esto, le vistió con pobres ropajes y con el

hábito de peregrino, en unión de una anciana le envió al territorio de Barcelona junto

a su madre, que vivía todavía permanecía viuda. Esta, reconociéndole porque tenía

vello en un lugar insólito del cuerpo, de ahí el nombre de Pilós [Velloso],

convocados, los magnates y próceres de toda su patria, que habían conocido a su

padre y le habían permanecido fieles, les mostró celosamente a su hijo. Pensando

entonces todos aquellos magnates y optimates con cuanto fraude y oprobio su padre

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había sido asesinado y él desheredado, le tomaron por señor y le juraron fidelidad tal

como hacen los siervos con su señor. Después, acordado el día, se presentaron

todos juntos con el niño en el lugar donde Salomón, de nacionalidad gala, a la sazón

conde de Barcelona, habían convenido que debía morir; y allí, con el consenso

general, el joven, desenvainada la espada, mató delante de todos al mencionado

conde con sus propias manos, y, mientras vivió, él solo poseyó su condado desde

Narbona hasta Hispania. Finalmente, enviados legados a la Galia, tal como había

prometido, tomó en matrimonio a la hija del mencionado conde de Flandes,

presentándose a ella en el lugar y día convenidos. Después, con el consejo y ayuda

de los amigos de la joven, se consiguió que tuviera la gracia y amistad del rey; y

recibiendo por su mano su honor, en su corte permaneció largo tiempo. Y cuando

todavía allí permanecía, le llegó la noticia de que los sarracenos habían venido a su

patria, y, a la vez la habían invadido y retenido casi toda. En consecuencia,

notificando también él mismo esto al rey, pidió su ayuda para combatirlos. Pero el

rey, impedido por otros asuntos, no pudo prestarle auxilio. Sin embargo, añadió esto

a su petición, que si el propio Guifré por sí mismo, en unión de los suyos,

consiguiera expulsar a los agarenos de los mencionados confines, la honor de

Barcelona pasaría perpetuamente a su dominio y al de todos sus descendientes;

pues antes que él a nadie le había sido dado el condado por sucesión hereditaria,

sino que el rey de los francos lo daba a quien quería y por el tiempo que quería. A

continuación, Guifré, habiendo reunido a las fuerzas de los próceres de una y otra

parte de las Galias, rechazó a los agarenos expulsados de todos sus confines hasta

los términos de Lérida, y poseyó como dominio toda su mencionada honor,

recuperada muy esforzadamente. De este modo, la honor barcelonesa pasó de la

potestad real a las manos de nuestros condes de Barcelona.

«Gesta comitum Barcinonensium», Ed. L. BARRAU DIHIGO; J. MASSO

TORRENTS: Cròniques Catalanes, II, Barcelona, 1952, pp. 3-5.

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65

GEOFFREY DE MONMOUTH

A menudo he pensado en los temas que podrían ser objeto de un libro, y, al

decidirme por la historia de los reyes de Britania, me tenía maravillado no encontrar

nada —aparte de la mención que de ellos hacen Gildas y Beda en sus luminosos

tratados— acerca de los reyes que habían habitado en Britania antes de la

encamación de Cristo, ni tampoco acerca de Arturo y de los muchos otros que le

sucedieron desde la Encamación, y ello a pesar de que sus hazañas se hicieron

dignas de alabanza eterna y fuesen celebradas, de memoria y por escrito, por

muchos pueblos diferentes.

En estos pensamientos me encontraba cuando Walter, archidiácono de

Oxford, hombre versado en el arte de la elocuencia y en las historias de otras

naciones, me ofreció cierto libro antiquísimo en lengua británica que exponía, sin

interrupción y por orden, y en una prosa muy cuidada, los hechos de todos los reyes

britanos, desde Bruto, el primero de ellos, hasta Cadvaladro, hijo de Cadvalon. Y de

este modo, a petición suya, pese a que nunca había cortado antes de ahora floridas

palabras en jardincillos ajenos, satisfecho como estoy de mi rústico estilo y de mi

propia pluma, me ocupé en trasladar aquel volumen a la lengua latina. Pues, si

inundaba la obra de frases ampulosas, no lograría otra cosa que aburrir a mis

lectores, al obligarles a de- tenerse más en el significado de las palabras que en la

comprensión de los objetivos de mi historia.

Protege tú, Roberto, duque de Gloucester, esta obrita mía a ti dedicada, para

que así, bajo tu guía y tu consejo, pueda ser corregida y todos piensen, cuando se

publique, que es la sal de tu Minerva quien la ha sazonado y que las correcciones

no proceden de la mísera fuen- te de Geoffrey de Monmouth, sino de ti, a quien

Enrique [I Beauclerc], ilustre rey de los anglos, engendró, a quien Filosofía instruyó

en las artes liberales, cuyas innatas virtudes militares te pusieron al frente de

nuestros ejércitos; de ti, por quien ahora, en nuestros días, la isla de Britania se

felicita, dándote su cariño cordial como si fueras un segundo Enrique.

Tú también, Galerán, conde de Meulan, la otra columna de nuestro reino,

concédeme tu ayuda para que bajo la dirección compartida de ambos, la edición de

mi libro ahora hecha pública brille con una luz más bella. Pues a ti, que naciste de la

estirpe de aquel celebérrimo Carlomagno, te recibió en su gremio la madre Filosofía,

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66

te enseñó las sutilezas de sus ciencias y, después, para que te distinguieras en los

ejercicios militares, te llevó a los campamentos de los reyes, donde, superando en

valor a tus compañeros de armas, aprendiste a manifestar-te como tenor de tus

enemigos y como protección de los tuyos, bajo los auspicios paternos. Siendo, por

tanto, como eres fiel protección de los tuyos, a mí, tu poeta, y a este libro, nacido

para tu diversión, recíbenos bajo tu tutela para que, recostado a la sombra de un

árbol tan frondoso, pueda yo hacer sonar la flauta de mi Musa con un ritmo seguro y

firme, incluso, en presencia de los envidiosos y malvados.

Historia de los reyes de Britania (ed. L.A. de Cuenca), Madrid, 1984, p. 1-2.

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RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA

x. Sobre la victoria de los cristianos y el descalabro de los sarracenos

Los agarenos, aguantando casi sin moverse del lugar, comenzaron a rechazar a

los primeros de los nuestros que subían por lugares bastan-te desventajosos para el

combate, y en estos choques algunos de nuestros combatientes, agotados por la

dificultad de la subida, se demoraron un rato. Entonces, algunos de las columnas

centrales de Castilla y Aragón llegaron en un solo grupo hasta la vanguardia, y se

produjo allí un gran desconcierto y el desenlace no se veía claro, hasta el punto de

que incluso parecía que algunos, aunque no de los ilustres, buscaban la huida; pero

los de la vanguardia y los de la segunda línea de Aragón y Castilla redoblaban al

unísono su esfuerzo; también las columnas de los flancos combatían violentamente

con las columnas de los agarenos, hasta el punto de que alguno de aquéllos, que se

dieron la vuelta, parecía huir. El noble Alfonso, al darse cuenta de ello y al observar

que algunos, con villana cobardía, no atendían a la conveniencia, dijo delante de

todos al arzobispo de Toledo: «Arzobispo, muramos aquí yo y vos». Aquél le

respondió: «De ningún modo; antes bien, aquí os impondréis a los enemigos». A su

vez el rey, sin decaer su ánimo, dijo: «Corramos a socorrer a las primeras líneas

que están en peligro». Entonces Gonzalo Ruiz y sus hermanos avanzaron hasta

éstos; pero Fernando García, hombre de valor y avezado en la guerra, retuvo al rey

aconsejándole que marchara a prestar socorro controlando la situación. Entonces el

rey dijo de nuevo: «Arzobispo, muramos aquí. Pues no es deshonra una muerte tal

en tales circunstancias». Y aquél le dijo: «Si es voluntad de Dios, nos aguarda la

corona de la victoria, y no la muerte; pero si la voluntad de Dios no fuera así, todos

estamos dispuestos a morir junto con vos». Y en todo esto, doy fe ante Dios, el

noble rey no alteró su rostro ni su expresión habitual ni su compostura, sino que

más bien, tan bravo y resuelto como un león impertérrito, estaba decidido a morir o

vencer. Y no siendo capaz de soportar por más tiempo el peligro de las primeras

líneas, apresurado el paso, las enseñas de los estandartes llegaron jubilosamente

hasta el palenque de los agarenos por disposición del Señor. La cruz del Señor, que

solía tremolar delante del arzobispo de Toledo, pasó milagrosamente entre las filas

de los agarenos llevada por el canónigo de Toledo Domingo Pascasio ", y allí, tal

como quiso el Señor, permaneció hasta el final de la batalla sin que su portador,

solo, sufriera daño alguno. En los estandartes de los reyes figuraba la imagen de

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68

Santa María Virgen, que siempre fue protectora y patrona de la provincia de Toledo

y de toda España. A su llegada, aquella magnífica formación e incontable

turbamulta, que hasta entonces había aguantado casi sin moverse y había resultado

dura para los nuestros, echó a correr abatida por las espadas, ahuyentada por las

lanzas, vencida por los golpes. También entonces el rey de los agarenos, a ruegos

de su hermano, que se llamaba Zeyt Avozecri, recurrió a la huida a lomos de una

montura entrepelada y llegó hasta Baeza acompañado en el peligro por cuatro

jinetes, y al preguntarle los de allí qué podían hacer, se cuenta que contestó: «No

puedo velar ni por mí ni por vosotros; quedad con Dios». Y tras cambiar de montura

llegó a Jaén esa noche. Mientras tanto, fueron muertos muchos miles de agarenos

ante la presión simultánea de los aragoneses, los castellanos y los navarros por sus

frentes respectivos. Visto y oído lo cual, el arzobispo de Toledo dijo al noble rey lo

siguiente: «Tened presente la gracia de Dios que suplió todas vuestras carencias y

que hoy borró el deshonor que habéis soportado largo tiempo. Tened también

presentes a vuestros caballeros, con cuyo concurso habéis logrado tan gran gloria».

Una vez dichas estas palabras y otras de ese tenor, el propio toledano y otros

obispos que se encontraban con él, iniciando un canto de alabanza entre lágrimas

de devoción, rompieron a entonar «Te Deum laudamus, te Dominum confitemur».

También se encontraban allí los obispos Tello de Falencia, Rodrigo de Sigüenza,

Menendo de Osma, Domingo de Plasencia, Pedro de Ávila y otros muchos clérigos

entonando los cánticos del Señor. Por otra parte, el campo de batalla se encontraba

tan atiborrado por el desastre de los agarenos que, incluso con los más poderosos

caballos, no costaba trabajo pasar sin problemas sobre sus cadáveres. A su vez, los

agarenos que fueron hallados junto al ya mencionado palenque eran de elevada

estatura, de gran obesidad y, cosa sorprendente, aunque quedaron tremendamente

mutilados y ya habían sufrido el pillaje de los pobres, no se podía descubrir en todo

el campo ni un rastro de sangre. Concluido lo cual, no queriendo los nuestros poner

límites a la gracia de Dios, se dedicaron a perseguirlos sin descanso por todas

partes hasta la noche, y, según cálculos, se cree que fueron muertos unos

doscientos mil. En cambio, los nuestros apenas sufrieron veinticinco bajas.

Historia de los hechos de España (ed. J. Fernández Valverde), Madrid, 1989, p.

321-323.

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69

ALFONSO X DE CASTILLA

Prólogo

Onde por todas estas cosas yo, don Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla,

de Toledo, de León, de Gallizia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén e del

Algarbe, fijo del muy noble don Fernando e de la muy noble reina doña Beatriz,

después que ove fecho ayuntar muchos escritos e muchas estorias de los fechos

antiguos escogí d’ellos los más verdaderos e los mejores que y sope e fiz ende fazer

este libro. E mandé y poner todos los fechos señalados tan bien de las estorias de la

Biblia como de las otras grandes cosas que acaecieron por el mundo desde que fue

començado fasa’l nuestro tiempo.

I. De las obras que Dios fizo en los primeros VI días […]

Cuando Nuestro señor Dios crió en el comienzo el cielo e la tierra e todas las

cosas […]

Grande e General Estoria (ed. P. Sánchez Prieto), Madrid, 2001, p. 5-6.

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70

JAIME I DE ARAGÓN

[1] Retrau mon senyor sent Jacme, que fe sens obres morta és. Aquesta paraula

volch Nostre Senyor complir en los nostres feytz, e iassia que la fe senes les obres

no vayla re, can andues són aiustades fan fruyt, lo qual Déu vol rebre en la sua

mansió.

E ia fos que.l començament de la nostra naxença fos bé en les obres nostres,

havia mester mellorament, no per tal que la fe no fos en nós, de creure Nostre

Creador e les sues obres a la sua Mare pregar, que pregàs per nós al seu car Fiyl

que.ns perdonàs lo tort que li teniem. On, de la fe que nós havíem, nos aduyx a la

vera salut; e quan Nostre Senyor Ihesuchrist, que sab totes coses, sabia que la

nostra vida s'alongava tant que fariem aiustament de bones obres ab la fe que nós

havíem, feya'ns tanta de gràcia e de merçé, que per peccadors que nós fossem de

peccats mortals, ni de venials, no volch que nós presessem onta ne dan, que

vergonya.n poguessem aver en cort ne en altre loch. No volch encara que moríssem

tro açò haguéssem complit. E és tanta la merçé que Él nos feya, que tota hora'ns

feya honrar de nostres enamichs de feyt e de paraula.Ens donà en nostra vida salut

en nostra persona, e si algunes vegades nos dava malauties, fehia-ho en manera de

castigament, en semblança de pare qui castiga son fiyl, car, diu Salamó que qui

perdone a son fiyl les vergues de castigament, que mal li fa e no sembla que li vuyla

bé.

E anch Nostre Senyor no'ns castigà tan fort que a nós tengués don; on li grahíem

la hora quan nos castigava lo castigament que'ns feya, e ara de tot en tot, can

conexem que per nostre bé ho feya. E membra'ns bé una paraula que'ns retrau la

Sancta Scriptura, que diu: Omnis laus in fine canitur, que vol dir aytant que la meylor

cosa que.l hom pot haver, si és a la derreria dels seus ayns, e la merçé del Senyor

de Glòria fa feyt a nós en aquesta semblança, perquè.s cumple la paraula de sent

Jacme, que a la derreria de nostres ayns volch complir que la obra s'acordàs ab la

fe.

E nós, esgardan e pensan qual era aquest món, en lo qual los hòmens qui viuen

humanament, e com és petit aquest segle e frévol, e plé d'escàndel, e con l'altre ha

glòria en sí senes fí, e Nostre Senyor, com la dóna a aquels qui la volen haver ni la

percaçen; e esgardan encara con és gran lo seu poder e petita la nostra flaquea, e

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71

conguem e entenem per veritat aquest mot que diu la escritura: "Omnia pretereunt

preter amare Deum", que vol dir aytant que totes les coses del món són

trespassadores e que.s perden, sinó tan solament la amor de Déu.

E nós, conexen que aquesta era la veritat e l'als monçònega, volguem la nostra

pensa e les nostres obres donar e pensar, e dreçar als staments de Nostre Salvador.

E lexam les vanes glòries d'aquest món, per conseguir al seu regne, car Él nos diu

en l'Avengeli: "Qui vult venire post me, abneget semetipsum et tollat crucem suam, et

sequatur me". E vol tant dir en romans, que qui vol venir aprés d'El, leys la sua

voluntat per la Sua. E membra'ns encara a nós les grans gràcies que Ell moltes

vegades nos havia feytes, en temps de nostra vida; e maiorment a la derreria dels

nostres dies, volguem leixar la nostra voluntat per la Sua. E per tal que·ls hòmens

coneguessen e sabessen can haurien passada aquesta vida mortal, ço que nós

hauriem feyt, aiudan-nos lo Senyor Poderós, en qui és vera Trinitat, lexam aquest

libre per memòria. E aquels qui volran hoir de les gràcies que Nostre Senyor nos ha

feytes, e per dar exempli a tots los altres hòmens del món, que façen ço que nós

havem feyt, de metre la fe en aquest Senyor que és tant poderós.

Llibre dels feits [ed. electrónica, Arxiu virtual Jaume I,

www.jaumeprimer.uji.es/cgi-bin/fets.php].

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DANTE ALIGHIERI

Tres problemas se plantean a propósito de la Monarquía temporal comúnmente

llamada Imperio, los cuales me propongo estudiar en el orden ya establecido y a la

luz del principio adoptado. El primero es este: Si la Monarquía temporal es necesaria

para el bien del mundo. Esta proposición no objetada por fuerza de razón ni de

autoridad, puede ser demostrada con sólidos y clarísimos argumentos; ante todo por

la autoridad del Filósofo en su «Política». Afirma este, con su autoridad venerable,

que cuando varias cosas están ordenadas hacia un fin, conviene que uno regule o

gobierne y que las demás sean reguladas o regidas. Lo cual es creíble no solo por el

nombre glorioso del autor, sino también por la razón inductiva.

Si consideramos a un hombre, vemos que ocurre esto con él: que como todas

sus fuerzas están ordenadas hacia la felicidad, la fuerza intelectual obra como

reguladora y rectora de todas las otras, pues, no siendo así, no podría alcanzar

dicha felicidad. Si consideramos un hogar, cuyo fin es preparar el bienestar de todos

sus miembros, conviene igualmente que haya uno que ordene y rija, llamado padre

de familia, o alguien que haga sus veces según lo enseña el Filósofo: «Toda casa es

gobernada por el más viejo». A él le corresponde, como dice Homero, dirigir a todos

e imponerles leyes. De lo cual se origina esta maldición proverbial: «Que tengas un

igual en tu casa». Si consideramos una aldea, cuyo fin es la cooperación de las

personas y las cosas, conviene que uno sea el regulador de los demás, bien que

haya sido impuesto desde fuera, bien que haya surgido por su propia preeminencia y

el consentimiento de los otros; de lo contrario, no solo no se alcanza la mutua

asistencia, sino que al cabo, cuando varios quieren prevalecer, todo se corrompe. Si

consideramos una ciudad, cuyo fin es vivir bien y suficientemente, también conviene

un gobierno único; y esto no solo dentro de la recta política, sino también de la

desviada. Pues cuando ocurre de otro modo, no solo no se obtiene el fin de la vida

civil, sino que la misma ciudad deja de ser lo que era. Si consideramos, por último,

un reino particular, cuyo fin es el mismo de la ciudad, con mayor confianza en su

tranquilidad, conviene también que haya un rey que rija y gobierne, pues de lo

contrario, no solo dejan los súbditos de obtener sus fines, sino que hasta el último

reino perece, según afirma la verdad inefable: «Todo reino dividido será desolado».

Si, pues, esto ocurre en todas las cosas que se ordenan a un fin, es verdad lo que

se ha establecido anteriormente.

Page 73: Textos tendencias

73

Ahora bien; es cierto que todo el género humano está ordenado a un fin,

como ya fue demostrado; por consiguiente, conviene que haya uno que mande o

reine; y este debe ser llamado Monarca o Emperador. Y así resulta evidente que,

para el bien del mundo es necesaria la Monarquía, o sea el Imperio.

De la Monarquía, ed. Ernesto Palacio, Buenos Aires, 1966, pp. 41-42.

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74

JEAN FROISSART

Prólogo

Así pues, en el mundo se distinguen varias clases de gentes de distintos

estamentos y funciones: los hombres esforzados se desvelan en el ejercicio de las

armas para alcanzar gloria y poderío; el pueblo comenta y recuerda sus gestas y

fortuna; y los clérigos registran sus aventuras y proezas.

Según esto, he meditado varias veces sobre el estamento de las armas, y he

pensado cómo y dónde él ha reinado y ejercido dominio y señorío y saltado de una a

otra tierra. Sobre esta materia, asimismo, he oído hablar y platicar en mi mocedad a

algunos esforzados varones y buenos caballeros, los cuales se maravillaban

entonces de ello tanto como ahora yo: así que voy a deciros algo sobre estas cosas.

Es cosa

cierta, según los antiguos escritos, que después del Diluvio, cuando Noé y su

generación hubieron repoblado el mundo, y los hombres empezaron a armarse y a

correr unos contra otros y a robarse mutuamente, entonces el valor reinó en primer

lugar en el reino de Caldea por obra del rey Niño, que mandó fundar y edificar la

ciudad de Nínive, para atravesar la cual se empleaban tres jornadas, y de su esposa

la reina Semíramis, que fue dama de gran valor. Después el valor cambió de lugar y

se fue a reinar en Judea, y a Jerusalén por obra de Josué, de David y de los

macabeos. Y cuando hubo reinado aquí durante algún tiempo, vino a morar y reinar

en el reino de los medas y de los persas, por obra de Ciro, el gran rey Asuero y de

Jerjes. Pasó luego a reinar en Grecia por obra de Hércules, de Teseo, de Jasón y de

Aquiles; después en Troya por obra del rey Príamo y de Héctor y sus hermanos;

después pasó a la ciudad de Roma y reinó entre los romanos por obra de nobles

soldados y cónsules, tribunos y centuriones. Y estos y su descendencia gozaron de

gran poderío durante quinientos años e hicieron tributaria a casi toda la tierra hasta

el tiempo de Julio César, que fue el primer emperador de Roma, del cual provienen y

descienden todos los demás.

Después, los romanos se cansaron de rendir culto a la proeza, y el valor vino a

residir en Francia, en primer lugar por obra del rey Pipino y de su hijo el rey Carlos,

que fue rey de Francia y de Alemania y emperador de Roma, y después por los

demás nobles reyes que le sucedieron. Después el valor ha reinado durante largo

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75

tiempo en Inglaterra por obra del rey Eduardo y de su hijo el príncipe de Gales,

porque bajo su reinado los caballeros ingleses y los que se aliaron y lucharon con

ellos han realizado bellas proezas, tan grandes hazañas y tan atrevidas empresas

que no hay en el mundo caballeros que puedan igualarlas, como se verá después en

este libro.

Y ciertamente, no sé si el valor quiere aún trasladarse a otro lugar más allá de

Inglaterra o rehacer el camino andado, porque, tal y como se ha dicho, ha recorrido

estos reinos y países mencionados, y ha reinado y se ha perpetuado entre sus

moradores unas veces más y otras menos según sus propias leyes y ordenanzas.

Por consiguiente me atendré a lo dicho y volveré a mi asunto del principio y

expondré seguidamente de qué manera se encendió la guerra entre los ingleses y

los franceses. Y para que en el futuro se pueda saber quién ha escrito esta historia y

quién ha sido su autor, voy a consignar mi nómbre: me llaman sir Jean Froissart y

nací en el condado de Hainaut, en la buena, hermosa y apacible ciudad de

Valenciennes.

Crónicas, (extracta E. Mitre, Historia y pensamiento histórico, Madrid, Cátedra,

1997, p. 167-168).

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76

FERNÁN PÉREZ DE GUZMÁN

Muchas veces acaece que las corónicas e historias que hablan de los

poderosos Reyes e notables Principes de grandes ciudades, son habidas por

sospechosas e inciertas, e les es dada poca fe e autoridad, lo qual entre otras

causas acaece e viene por dos. La primera, porque algunos entremeten de escribir e

notar las antigüedades, son hombres de poca vergüenza, e más les place relatar

cosas extrañas e maravillosas, que verdaderas e ciertas, creyendo que no será

habida por notable historia que no contare cosas muy grandes y graves de creer,

ansí que sean más dignas de maravilla que de fe... Y el segundo defecto de las

historias es porque las corónicas se escriben por mandado de los Reyes e Príncipes,

e por los complacer e lisongear, o por temor de los enojar, los escritores escriben

más lo que les mandan o lo que creen que les agradará, que la verdad del hecho

como paso. E a mi ver, para las historias se hacer bien y derechamente, son

necesarias tres cosas. La primera, que el historiador sea discreto e sabio, e haya

buena retórica para poner la historia en hermoso e alto estilo, porque la buena forma

honra e guarnece la materia. La segunda, que él sea presente a los principales e

notables autos de guerra e paz; e porque sería imposible el ser presente en todos

los hechos, a lo menos que él fuese ansí discreto, que no recibiese información sino

de personas dignas de fe, e que oviesen seydo presentes a los hechos. Y esto

guardado sin error de vergüenza, puede el coronista usar de información agena, ca

nunca ovo ni habrá autos de tanta magnificiencia e santidad como el nascimiento, la

vida e la pasión e la resurrección de Nuestro Señor Jesuchristo; pero de quatro

historiadores suyos, los dos no fueron presentes a ello, mas escribieron por relación

de otros. La tercera es que la historia no sea publicada viviendo el rey o príncipe en

cuyo tiempo y señorío se ordenó, porque el historiador sea libre para escribir la

verdad sin temor. E ansí porque estas reglas no se guardan, son las corónicas

sospechosas e carecen de la verdad, lo qual no es pequeño daño; ca pues la buena

fama quanto al mundo es el verdadero premio e gualardón de los que viven, y

virtuosamente por ella trabajan, si esta fama se escribe corrupta e mentirosa, en

vano o por demás trabajan los magníficos Reyes e Príncipes en hacer guerras e

conquistas, y en ser justicieros e liberales y clementes, que por ventura les hace

más nobles e dignos de fama y gloria que las victorias y conquistas; ansimismo los

valientes e virtuosos caballeros; e otrosí los grandes sabios y letrados... Todos

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estos, ¿qué fruto reportarían de tantos trabajos, haciendo tan virtuosos autos y tan

útiles a la república, si la fama fuese a ellos negada y atribuida a los negligentes, a

los inútiles e viles, según el albedrío de los tales, ni historiadores, más trufadores?

... De aquesto, quanto mal y daño se podría seguir, sería por demás escrebirlo,

pues no hay tan simple e rústico que aquesto ignore.

Generaciones y semblanzas (extracta E. Mitre, Historia y pensamiento histórico,

Madrid, 1997, p. 169-170).

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78

NICOLÁS MAQUIAVELO

Ya sé que muchos han creído y creen que las cosas del mundo están hasta tal

punto gobernadas por la fortuna y por Dios, que los hombres con su inteligencia no

pueden modificarlas ni siquiera remediarlas; y por eso se podía creer que no vale la

pena esforzarse mucho en las cosas sino más bien dejarse llevar por el destino.

Esta opinión se ha extendido mucho en nuestra época, dada la gran variación de

cosas que se han visto y se ven cada día, más allá de cualquier humana conjetura.

Yo mismo, pensando en ello, algunas veces me he inclinado, en parte, hacia esta

opinión general. No obstante, puesto que nuestro libre albedrío no se ha extinguido,

creo que quizás es verdad que la fortuna es arbitro de la mitad de nuestras acciones,

pero que también es verdad que nos deja gobernar la otra mitad, o casi, a nosotros.

Y la comparo a uno de esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan las

llanuras, destrozan árboles y edificios, se llevan tierra de aquí para dejarla allá; todos

les huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerles resistencia alguna. Y aunque

sean así, nada impide que los hombres, en tiempos de bonanza, puedan tomar

precauciones, o con diques o con márgenes, de manera que en crecidas posteriores

o bien siguieran por un canal o bien su ímpetu no fuera ya ni tan desenfrenado ni tan

peligroso. Lo mismo ocurre con la fortuna que demuestra su fuerza allí donde no hay

una virtud preparada capaz de resistírsele; y así dirige sus ímpetus hacia donde

sabe que no se han hecho ni márgenes ni diques que puedan contenerla. Y si

observáis atentamente Italia, que es la sede de todos estos cambios y la que los ha

suscitado, veréis que es un campo sin diques y sin protección alguna; porque si

estuviera protegida por una adecuada virtud, como Alemania, España o Francia,

esta riada no habría provocado tan grandes trastornos, o ni siquiera se hubiera

producido.

Y baste lo dicho para oponerse, en general, a la fortuna. Pero ciñéndome más a

los casos particulares, digo que se ve a los príncipes prosperar hoy y caer mañana,

sin haber visto cambio alguno en su naturaleza o en sus cualidades. Lo que creo

que proviene, ante todo, de las razones ampliamente expuestas más arriba, es decir

que el príncipe que sólo se apoya en la fortuna se arruina tan pronto como ésta

cambia. Creo, también, que triunfa el que acomoda su manera de proceder a las

circunstancias del momento, e igualmente fracasa quien en su proceder entra en

desacuerdo con ellas. Porque vemos cómo en las cosas que les llevan a alcanzar el

Page 79: Textos tendencias

79

resultado deseado, eso es gloria y riquezas, los hombres proceden de muy distinta

manera: uno con precaución, otro con Ímpetu; uno con violencia, otro con astucia;

uno con paciencia, el otro con todo lo contrario; y todos con tan distintos métodos

pueden lograrlo. Se ve también que de dos circunspectos, uno alcanza lo que se

proponía y el otro no; o bien que otros dos tienen el mismo éxito con dos maneras

distintas de actuar, al ser uno circunspecto y el otro impetuoso: y todo eso no

proviene sino de la cualidad de los tiempos, que se conforman o no a su manera de

proceder. De ahí que, como he dicho, dos hombres, actuando de una manera

distinta consigan el mismo resultado, y que en cambio otros dos que actúan del

mismo modo, uno consiga su propósito y el otro no. De eso depende también la

variedad de los resultados; porque, si uno se comporta con cautela y paciencia y los

tiempos y las cosas van de manera que su forma de gobernar sea buena, tiene

éxito; pero si los tiempos y las cosas cambian, se arruina porque no cambia su

manera de proceder; no existe hombre tan prudente que sepa adaptarse a esta

norma, ya sea porque no pueda desviarse de aquello a lo que le inclina su propia

naturaleza, ya sea porque habiendo triunfado avanzando siempre por un mismo

camino, no puede ahora persuadirse a sí mismo de la conveniencia de alejarse de

él. Y así el hombre cauto cuando es hora de proceder con ímpetu no sabe hacerlo y

fracasa; mientras que si modificase su naturaleza de acuerdo con los tiempos y con

las cosas no alteraría su fortuna. El papa Julio II procedió impetuosamente en todas

sus empresas; y encontró los tiempos y las cosas tan conformes a su modo de

proceder, que todo le salió bien. Considera su primera empresa de Bolonia, cuando

aún vivía micer Giovanni Bentivoglio. Los venecianos no estaban de acuerdo; el rey

de España tampoco; con Francia discutía sobre el asunto, y a pesar de todo esto,

con su peculiar violencia e impetuosidad decidió llevar a cabo personalmente la

expedición. Tal decisión dejó en suspenso e inmóviles a España, y a los venecianos;

éstos por miedo, aquél por el deseo que tenía que recuperar todo el reino de

Nápoles; y, por otra parte, arrastró tras de sí al rey de Francia, porque habiendo

visto el rey que el Papa se movía y deseando ganárselo como aliado para someter a

los venecianos, estimó que no podía negarle su apoyo militar sin ofenderle

abiertamente. Consiguió, pues, Julio, con su jugada impetuosa, aquello que nunca

ningún otro pontífice, con toda la humana prudencia, habría conseguido: porque si

hubiera esperado a partir de Roma con los acuerdos firmes y todas las cosas en

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regla, como habría hecho cualquier otro pontífice, no lo habría logrado; porque el rey

de Francia habría encontrado mil excusas y los demás mil amenazas. No quiero

hablar de sus otras empresas, que todas fueron similares y todas le salieron bien. Y

la brevedad de su vida no le ha permitido experimentar lo contrario; porque si

hubieran venido tiempos en los que hubiera sido necesario proceder con

precaución, su ruina hubiera sido segura; pues nunca se habría desviado de

aquellos procedimientos a los que su naturaleza le inclinaba. Concluyo, pues, que al

cambiar la fortuna y aferrándose obstinadamente los hombres a su modo de actuar,

tienen éxito mientras ambos coinciden y cuando no, fracasan. Yo creo firmemente

esto: que es mejor ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es

necesario, queriéndola doblegar arremeter contra ella y golpearla. Y se ve que se

deja vencer más fácilmente por éstos que por los que actúan con frialdad; ya que

siempre, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos,

más feroces y la dominan con más audacia.

El Príncipe, c. XXV (ed. y trad. H. Puigdoménech), Madrid, Cátedra, 1989, p. 170-

174.

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81

JEAN BODIN

Utilidad de la historia

La historia cuenta con numerosos panegiristas que le han dedicado alabanzas

tan meritorias como apropiadas; pero entre todos ellos, merece la palma quien la ha

denominado “maestra de la vida”. Con este término que recoge todos los recursos

de todas las virtudes y de todas las ciencias, se ha querido señalar muy

oportunamente que toda la vida de los hombres debe regirse por las leyes sagradas

de la historia como si se tratase del canon de Policleto. En efecto, la filosofía, que ha

menudo se ha denominado como guía de la vida, desde hace mucho tiempo que

habría dejado de recordarnos los términos extremos del bien y del mal si no hubiese

encontrado en la historia los dichos, los hechos y las enseñanzas del pasado.

Gracias a la historia se explica el presente, del futuro se intuye y se adquieren las

indicaciones más apropiadas sobre qué conviene buscar y de qué conviene huir.

Pore eso me sorprende ver que entre una multitud tan grande de escritores en una

época tan sabia no haya encontrado a nadie para comparar entre sí las historias

célebres de nuestros ancestros ni para confrontarlas con las gestas de los antiguos.

Pero ello no sería en absoluto difícil si después de haber recogido toda suerte de

acciones humanas, se clasificase convenientemente la variedad de ejemplos. Así,

serían justamente abocados a la maldición todos aquellos que se hubiesen

abandonado a vicios degradantes, mientras que podríamos alabar por sus méritos a

quienes hubiesen brillado en cualquier virtud, y obtendríamos de la historia el fruto

más importante, porque gracias a ella podríamos dirigir a los unos hacia el bien y

desviar a los otros del mal.

De la historia y sus tipos

Existen tres tipos de historia o de relato verídico : la historia humana, la natural y

la sagrada. la primera se remite al hombre, la segunda a la naturaleza y la tercera a

su autor. Una expone las gestas del hombre a través de las sociedades, otra estudia

las causas que operan en la naturaleza y deduce su marcha progresiva a partir de

un primer principio ; la última, finalmente, reivindica y considera la acción y las

manifestaciones de Dios soberano y de los espíritus inmortales. Estas tres

disciplinas conducen pues a tres tipos de aseveraciones que remiten a la

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verosimilitud, la necesidad lógica y la fe, y a sus virtudes correspondientes, la

prudencia, la ciencia y la religión […] Estas tres virtudes conjugadas engendran la

sabiduría auténtica, el bien supremo y soberano del hombre […]

Regla de crítica histórica

Pero las historias natrales, sean o no exactas, se comprenden siempre en su

conjunto. No ocurre lo mismo con los historiadores, que siempre difieren los unos de

los otros. Así, encontramos numerosos historiadores para recordar que Carlos de

Orléans, acusado de lesa majestad, fue ejecutado en París; no se trata de uno o dos

testimonios aislados, sino quizás de una veintena. Pero no ha quedado menos

establecido que tras una cautividad de treinta años en Inglaterra, regresó a Francia y

murió tranquilamente; y mi compatriota Guillaume du Bellay subraya por este motivo

la negligencia de los historiadores que dan por seguro lo que cualquier rumor

reciente ha extendido. Y se trata del mismo error que Estrabón reprocha a

Posidonio, Eratóstenes o Metrodoro, que habrían dado como historia auténtica los

cotilleos de las gentes más frívolas. Pero Posidonio se apoyaba en la autoridad de

Cneo Pompeyo para no escribir nada temerario.. Cuando los historiadores no están

de acuerdo, creo que lo mejor es creer a los más recientes, si emplean pruebas

evidentes o al menos suficientes para merecer el asentimiento. Tal es el carácter y la

naturaleza de la verdad, que no se muestra a la luz sino tras un largo retraso,

cuando los errores populares, las adulaciones y los odios se han calmado

definitivamente. Y como las animosidades más violentas provienen de las

diferencias religiosas, no conviene solicitar las opiniones de los paganos sobre los

judíos, ni la de los judíos sobre los cristianos, ni tampoco la de nuestros

historiadores sobre los moros y los musulmanes; pero es necesario comparar a los

historiadores más cualificados, sean de la procedencia que sean, y examinar si sus

relatos se encuentran bien articulados. Además, en la mayor parte de las ocasiones

los defectos proceden no tanto de las mentiras deliberadas como de la ignorancia de

la antigüedad; así, lo que los antiguos griegos pudieron escribir de los romanos o de

los celtas, o los romanos de los caldeos o de los hebreos, resulta completamente

discutible, porque los primeros ignoraban completamente el origen de los otros

La méthode de l’histoire (ed. P. Messnard), París, Les belles Lettres, 1941.

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83

AMBROSIO DE MORALES

“[…] Y que así dura desde entonces (se refiere al reinado del Rey Casto)

milagrosamente sin pudrirse la madera... Dios más que esto puede hacer; más yo

veo manifestarse en todo señales de obra nueva y no del tiempo de aquel Rey [...] lo

postrero de la Cueva, frontero al Altar Mayor, está una cobacha alta hasta la cinta y

que entra como doce pies, y lo más es cueva natural con solo tener un arco liso a la

entrada. En esta capilla o pequeña cueva, está una gran tumba de piedra , más

angosta a los pies que a la cabeza, el arca de una pieza, y la cubierta de otra, todo

liso sin ninguna labor ni letra. Esta dicen todos que es la sepultura del Rey Don

Pelayo [...] Otra tumba al lado de la epístola, que aun parece más antigua. que la

pasada, y que unos dicen que allí está la hermana de D. Pelayo, otros que su hijo

Favila, Lo que yo creo cierto es que está allí el Rey Don Alonso el Cathólico y yerno

de D. Pelayo.

Viaje a los reinos de León, Galicia y Asturias, Oviedo, 1866.

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84

JERÓNIMO ZURITA

Libro 1. Preámbulo

Suele acontecer a los que quieren escribir los principios y origen de algún reino o

grande república, lo que vemos en la traza y descripción de algunas regiones que

nos son muy remotas o nuevamente descubiertas, y generalmente, en el retrato y

sitio de la tierra. Porque a donde no alcanza la industria y diligencia para debujar,

particularmente las postreras tierras y provincias del mundo, asientan en el remate

de sus tablas ciertas figuras que nos representan ser aquellas regiones mucho más

extendidas; y pintan algunas montañas tan altas que exceden a todas las otras del

universo; y con esto figuran algunos grandes desiertos y partes inhabitables: porque

por este debujo les parece que se señala lo que no se basta a comprender.

De la misma manera sucede a los que emprenden escribir algunos principios de

cosas muy olvidadas: porque en la relación dellas es forzado que pasen como quien

atraviesa un gran desierto a donde corren peligro de perderse. De aquí resultó que

los cuentos de la origen de muy grandes imperios y reinos, fueron a parar como

cosas inciertas y fabulosas en diversos poetas que, como buenos pintores, dejaron

debujadas aquellas trazas y otras figuras monstruosas, porque por ellas se pudiese

imaginar la distancia y grandeza de la tierra y la extrañeza del sitio y la ferocidad de

las gentes. Lo demás quedó a cargo de los que emprendieron escribir verdaderas

relaciones de las cosas pasadas, en lo que les fue lícito, poderlo afirmar por

constante; y los que pasaron destos límites, perdieron del todo su crédito.

Dificultoso el tratar los principios destos reinos. Así sería, según yo entiendo,

querer engolfarse por un muy gran desierto y arenoso, si habiendo de tratar de los

principios y origen del reino de Aragón, diese muy particular cuenta de las naciones

que primero poblaron en España, y de los extranjeros que aportaron a ella como a

una India por la fama de sus riquezas. Qué otra cosa serían los cuentos del rey

Gargoris y las grandes aventuras de su nieto Habidis, y la sucesión de aquel reino y

los ganados de los Geriones, por cuya codicia dicen que vino Hércules a España; y

las armadas de los fenices, rodios, iberos y celtas y de las otras naciones orientales;

y postreramente de los cartagineses y sus poblaciones y conquistas, sino debujar un

desierto lleno de diversas fieras, por donde no se puede caminar y son tan notorios

los peligros?

Page 85: Textos tendencias

85

Por este recelo, yo me excusaré de repetir aquellos principios y aun dejaré de

sumar las conquistas de los romanos que sujetaron a España y la redujeron debajo

de las leyes de sus provincias; pues en lo que más importaba detenerme, que era

dar cuenta de aquella tan furiosa entrada que hicieron los moros, y de las causas

della y de la división de sus reinos -de donde convenía tomar el principio de nuestros

anales-, me es forzado recogerme y desviarme por otras sendas, como si hubiera de

pasar los desiertos de Arabia y las lagunas de los caldeos.

Y así, cuando propuse escribir las memorias de lo sucedido desde el principio de

los reyes de Aragón, me determiné, que en lo que por mi propia diligencia no podía

afirmar en las cosas antiguas por constante, se debía remitir a la fe y crédito que se

debe a cada uno de los autores; mas en lo que no se ha podido averiguar por más

cierto, de estar así recebido en común opinión, no conviene dilatarlo, como han

hecho algunos que lo han querido ensalzar con importunos y vanos

encarecimientos; porque a mi juicio se debe tener por edificio muy falso y de mal

fundamento querer con pesado rodeo de palabras dejar mayor volumen de cosas

cuya memoria está ya perdida.

Esto es lo que con tanta razón ofende a los que aborrecen que se trate de los

hechos pasados con ambición y como en competencia, discurriendo con artificiosa

contextura y ofuscando la verdad; y por esto hay algunos que estiman más las

relaciones de las cosas antiguas como se escribieron en sus tiempos; y tienen más

crédito y autoridad de la misma suerte que en la historia romana eran más

reverenciados los anales de los pontífices y sus autos y memorias públicas, porque

en ellos se descubrían como en pintura, los lejos de la antigüedad.

Esta fue muy acatada entre todas gentes: porque siempre convino tener presente

lo pasado y considerar con cuanta constancia se debe fundar una perpetua paz y

concordia civil, pues no se puede ofrecer mayor peligro que la mudanza de los

estados en la declinación de los tiempos. Teniendo cuenta con esto, siendo todos

los sucesos tan inciertos a todos y sabiendo cuan pequeñas ocasiones suelen ser

causa de grandes mudanzas, el conoscimiento de las cosas pasadas nos enseñará

que tengamos por más dichoso y bienaventurado el estado presente, y que estemos

siempre con recelo del que está por venir.

Anales de la Corona de Aragón, ed. Á. Canellas y J. Iso, Zaragoza, 2005, p.3-4

[ed. electrónica]).

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86

JUAN DE MARIANA

Prólogo [...] Sólo suplico humildemente reciba Vuestra Majestad este trabajo en

agradable servicio, que será remuneración muy colmada si. como Vuestra majestad

ha ocupado algunos ratos en la lección de mi historia latina, ahora que el lenguaje es

más llano y la traza más apacible la leyere más de ordinario. Ninguno se atreve a

decir a los reyes la verdad; todos ponen la mira en sus particulares: miseria grande,

y que de ninguna cosa se padece mayor mengua en las casas reales. Aquí la hallará

V.M. por sí mismo: reprehendidas en otros las tachas que todos los hombres las

tienen; alabadas las virtudes de los antepasados [...] Y no hay csa más segura que

poner los ojos en Dios y en lo bueno y recatarse en los inconvenientes en que los

antiguos tropezaron, y a guisa de buen piloto tener todas las rocas ciegas y los

bajíos peligrosos de un piélago tan grande como es el gobierno, y más de tantos

reinos, en la carta de marear bien demarcados [...] Dios nuestro señor de su luz a

VM para que , conforme a los principios de su bienaventurado reinado se adelante

en todo género de virtudes y felicidad como todos esperamos; y para alcanzarlo no

cesamos de ofrecer a Su Majestad y a sus santos continuamente nuestros votos y

plegarias .

L.1 c.1 [...] En conclusión, aun el mismo Plinio, al final de su Historia Natural,

testifica que de todas las partes cercanas al mar, España es la mejor y más fértil de

todas las naciones, sacada Italia; a la cual misma hace ventaja por la alegría del

cielo y en el aire que goza, de ordinario templado y muy saludable. Y se de verano

no padeciese a veces de falta de agua y sequedad, haría sin duda ventaja a todas

las provincias de Europa y África en todas las cosas necesarias [...]. Demás que en

este tiempo, por el trato y navegación de las Indias, donde han, de Levante a

Poniente […], penetrado las armas españolas con virtud invencible, es nuestra

España en toda suerte de riquezas y mercaderías dichosa y abundante, y tiene sin

falta en primer lugar y principado entre todas las provincias […] Lo cual todo, demás

del interés, redunda en grande honra y gloria de nuestra nación, y del que resulta no

menos provecho a las extranjeras, a las cuales cabe buena parte de nuestras

riquezas, de nuestra abundancia y bienes […].

L.1, c.2 […] Castilla, la cual creen llamarse así de la muchedumbre de castillos

que en ella había, y la cual sola anchura de términos, templanza del cielo, fertilidad

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de la tierra, agudeza de los ingenios, ricos arreos y particular y fértil hermosura,

sobrepuja todas las demás provincias de España, y no da ventaja a ninguna de las

extranjeras.

Conquista de Granada […] Los reyes don Fernando y doña Isabel […]

señalábanse entre todos y entre sí eran iguales; mirábanse como si fuerna más que

hombres y como dados del cielo para la salud de España. A la verdad, ellos fueron

los que pusieron a punto la justicia, antes de su tiempo estragada y caída.

Publicaron leyes muy buenas […] Volvieron por la religión y por la fe, fundaron la paz

pública […]. Ensancharon su señorío, no solamente en España, sino también en el

mismo tiempo se extendieron hasta lo postrero del mundo […] De todo esto cuánto

provecho haya resultad, no hay para qué decirlo; la cosa por sí misma y los efectos

lo declaran […] ¿En qué parte del mundo se hallarán sacerdotes y obispos más

eruditos ni más santos? ¿Dónde jueces de mayor prudencia y rectitud? Es así, que

antes de estos tiempos pocos se pueden contar de los eruditos señalados en

ciencia; de aquí adelante, ¿quién podrá declarar cuán grande haya sido el número

de los que en España se han aventajado en toda suerte de letras y erudición?

Historia de España [extractos], Madrid, 1844-1855, 3 vols.

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PEDRO DE AGRAMONT

Ilmo. Sr.: Despues que Tubal y sus descendientes poblaron a España,

entraron en ella a la fama de su fertilidad y riqueza tantas naciones que, para

distinguirse y defenderse los vnos de los otros, hicieron grandes y marabillosas

fuerças, castillos y lugares, que despues los desolaron y destruieron las guerras de

los cartaginenses, romanos, godos, moros y las que, por sus presiones tubieron los

reyes y sus subditos, hermanos y parientes, los vnos contra los otros, y ultimamente,

los rigurosos vandos que se mouieron entre los naturales d'este reyno, sin que todo

ello fuese vastante a que no se conserbasen en el, como fuerte muro y sagrado de

España, la nobleza y antigoa lengua vascongada, trajes, tratos y costumbres de sus

primitibos pobladores y, lo mas importante, la fe catolica desde su conbersion. Pero

se an perdido otras muchas cossas que se dejan de saber por falta de ystoriadores,

y sobra descuido en goardar lo que los antiguos escriuieron; y ansi, lo que se alla es

tan poco, diuidido y trocado que, para concertarlo y aberiguar la verdad, es menester

hacer grandes digresiones, con mayor trabajo que si se hiciera de nuebo. Que

aunque algunos an procurado reparar este daño, es tan grande que con dificultad

se puede reducir a su deuido estado, y considerando que en las obras sumptuosas,

a mas de los grandes maestros entran rusticos jornaleros, como vno d'ellos,

alentando mi inclinacion natural, la flaqueza de mis fuerzas, las e puesto algunos

años en abrir passe de la çanja d'esta sumptuossa fabrica de la ystoria de Nabara,

procurando recoger y descubrir algunas escripturas que estaban cubiertas con la

tierra del olvido, y otras puestas en fabricas agenas, y restituirlas a la suya propia,

para que sirban de piedras fundamentales.

Yo quisiera tener, para dejarlas labradas como se requiere, la escultura y

architectura de los maestros de las siete marabillas del mundo, la sabiduria de

Salomon y la pluma de Julio, pero solo e tenido atreuimiento y animo de juntarlas, y

todo lo demas me ha faltado, que ansi no pueden seruir con lucimiento, por salir

labradas de tan tosca mano, sino poniendolas en otras que manden suplir lo mucho

que le falta. Esto lo pueden hacer solamente las de V. S. Ilma, a quien para ello las

ofrezco y presento, y suplico las reciua sin mirar su poco valor, ni los quilates de

quien la ofrece, sino los de su voluntad. Que si tal fuera la obra, yo se que el trabajo

que e padecido con tanto gusto, lo diera a todos, con que no me quedara que desear

mas de que Dios prospere a V.S. Ilma. la grandeza de su estado como puede. […]de

a (blanco) de (blanco) del año (blanco). Pedro de Agramont y Çaldibar.

Historia de Navarra, ed. F. Miranda y E. Ramírez, Pamplona, Mintzoa, 1995, p.1

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JACQUES BOSSUET

Pero acordaos, Serenísimo señor, que este largo encadenamiento de las causas

particulares que contribuyen a la creación, engrandecimiento y ruina de los imperios,

depende de las órdenes secretas de la divina Providencia. Dios, desde lo alto de los

cielos, tiene asidas en sus manos las riendas de todos los reinos, así como también

tiene en las mismas todos los corazones: tan pronto refrena las pasiones, como les

da rienda suelta y pone en agitación y conmueve a todo el género humano. Quiere

suscitar conquistadores: háceles preceder del terror y del espanto e inspírales a

ellos y a sus soldados un valor y una osadía invencibles. Quiere que aparezcan

legisladores: envíales su espíritu de sabiduría y de previsión; haciéndoles prevenir

los males que amenazan a los estados, y asentar los fundamentos de tranquilidad

pública. Conoce la sabiduría humana, limitada bajo cualquier punto de vista que se

la mire; la ilustra, extiende su previsión, y después la abandona a su ignorancia, la

ciega, la precipita, hace que ella se confunda con sí misma: la pierde, la confunde y

embaraza en sus propias sutilezas, y las precauciones mismas que toma son un

lazo en que se enreda y cae.

Por este medio Dios ejerce terribles juicios según las reglas de su justicia,

siempre infalible. Él es quien prepara los efectos en las causas más lejanas, y quien

descarga estos grandes golpes, cuyas resultas hácense sentir tan de lejos. Cuando

quiere soltar las riendas y destruir los imperios, todo es débil e irregular en los

gobiernos que los rigen. El Egipto, en otro tiempo tan sabio, se engríe, se aturde y

titubea porque el Señor le hirió con un espíritu de vértigo; ya desde entonces no

sabe lo que se hace, y es perdido. Pero que no se engañen los hombres en esto:

Dios vuelve a enderezar por buen camino, cuando le agrada, al extraviado; y aquel

que insultaba la ceguedad de los otros, cae él mismo en una oscuridad mayor, sin

que sea necesario las más de las veces otra cosa para trastornarle su razón que

gozar de una larga prosperidad.

Así es como Dios reina sobre todos los pueblos. No hablemos de azar ni de

fortuna, o si usamos de estas palabras, usemos de ellas solamente como de

nombres de que nos servimos para explicar lo que ignoramos. Lo que es un azar,

con respecto a nuestras resoluciones es un designio meditado en un consejo más

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90

alto, es decir, en aquel consejo eterno que encierra en sí todas las causas y todos

los efectos en un mismo orden. De esta manera todo ocurre al mismo fin; y por no

conocer el todo es por lo que nosotros calificamos de azar los resultados

particulares.

Por esto se verifica lo que dice el apóstol, que «Dios es feliz, y él sólo Poderoso,

Rey de los Reyes y Señor de los Señores». Feliz porque su reposó es inalterable,

porque ve mudarse todo sin mudarse él mismo, porque hace todas las mudanzas

por un juicio irrevocable; porque es quien da y quien quita el poder, quien le

transfiere de un hombre a otro, de una dinastía a otra, de un pueblo a otro, para

manifestar que todos le tienen prestado, y que él es el único en quien reside

naturalmente.

Es la razón por qué todos los que gobiernan se sienten subordinados a una

fuerza superior. Hacen más o menos de lo que piensan, y jamás sus resoluciones

han dejado de tener efectos imprevistos. Ni son dueños de las disposiciones que los

siglos pasados han puesto en los negocios, ni pueden prever el curso que tomará el

porvenir, bien lejos de poderle forzar. Sólo Dios es el que lo tiene todo en su mano;

quien sabe el nombre del que es, y del que no existe todavía; quien preside a todos

los tiempos, y previene todos los juicios de los hombres.

Discurso sobre la historia universal (extracta E. Mitre, Historia y pensamiento

histórico, Madrid, Cátedra, 1997, p. 178-179).

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91

PEDRO DE MARCA

Dedicatoria a Monseñor de Seguier, canciller de Francia

Me he tomado la libertad de ofreceros esta obra, con el favor de la materia que

en ella he tratado, esperando que como vos os preocupáis continuamente por

buscar en las historias domésticas y extranjeras y en las antiguas actas ocultas por

el polvo todo lo que pueda servir para conservar los Derechos de la Corona, os

resulte agradable esta Historia de Béarn que os presento, y donde la necesidad del

tema me ha obligado a examinar cuál fue la antigua condición de esta provincia, que

hoy constituye un sólido miembro del Reino. La independencia de su administración,

mientras que estuvo en manos de sus príncipes particulares, se mantuvo de tal

modo que los derechos de soberanía nunca fueron discutidos. La elección de sus

príncipes jamás fue recibida, porque la sucesión hereditaria aparece bien

establecida desde el origen de este principado, que constituye un beneficio del

emperador Luis el Piadoso. Y las pretensiones de los aragoneses sobre este país,

que sus escritores publican con ostentación, quedan anuladas por la fuerza de la

verdad […]

Historie de Béarn, (ed. V. Dubarat), Pau, 1894, p. i-ii.

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92

EDWARD GIBBON

Allá cuando Constantino era el favorecedor, y no el alumno del Cristianismo (A.

314), remitió la controversia africana al concilio de Arles, donde se hallaron como

amigos y hermanos los obispos de York, de Tréveris, de Milán y de Cartago, para

ventilar en su idioma nativo los intereses generales de la iglesia latina ú occidental.

Once años después (A. 325), juntóse en Nicea de Bitinia reunión más crecida y

decantada, para anonadar con su sentencia final las sutilísimas contiendas

suscitadas en Egipto sobre el punto de la Trinidad. Obedecieron hasta trescientos

diez y ocho obispos a la intimación del graciable soberano; los eclesiásticos de toda

jerarquía, secta o denominación se regularon en dos mil cuarenta y ocho (127);

presentáronse los Griegos personalmente, y se expresó la anuencia de los Latinos

por los legados del romano pontífice. Realzó á menudo el emperador con su

presencia las sesiones, que duraron como dos meses. Dejando su guardia a la

puerta, sentábase Constantino (con el permiso del concilio) sobre un banquillo bajo,

en medio del salón, donde estaba sufridamente escuchando, o hablando

comedidamente, y al paso que predominaba en las contiendas, seguía

humildemente protestando que era ministro, y no juez de los sucesores de los

apóstoles, establecidos como sacerdotes y como dioses sobre la tierra. Tan rendido

acatamiento de un monarca absoluto para con una junta endeble y desarmada de

sus propios súbditos tan solo admite el parangón del miramiento con que trataban al

senado los príncipes romanos atenidos á la política de Augusto; y en el espacio de

medio siglo, un espectador afilosofado de las vicisitudes humanas podía estar

contemplando a Tácito en el senado de Roma, y a Constantino en el concilio de

Nicea. Mucho bastardeaban ya, tanto los padres de la capital como de la Iglesia,

respecto a sus virtuosos fundadores; mas como el concepto que merecían los

obispos se había arraigado más en los ánimos, entonábanse con engreimiento mas

decoroso, y aun solían contrarrestar con varonil denuedo al soberano caprichoso.

Medió el tiempo, cundió la superstición, y se fue borrando la memoria de tanta

flaqueza, destemple y aun idiotez como ajaban aquellos sínodos, y el mundo católico

se avasalló unánimemente ante los decretos infalibles de sus concilios generales.

Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano, II, Barcelona, Turner,

1984, p.377.

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93

ALFRED TENNYSON

I parte

A ambos lados del río se despliegan

anchos campos de cebada y centeno,

que decoran la tierra y se reúnen con el cielo;

y a través del campo se extiende el camino

que va hacia las torres de Camelot;

y la gente va y viene,

contemplando el lugar donde se balancean los lirios

alrededor de la isla de allí abajo,

la isla de Shallot.

Los sauces palidecen, tiemblan los álamos,

Las leves brisas se ensombrecen y tiemblan

en las olas que discurren sin cesar

por el río que rodea la isla

fluyendo hacia Camelot.

Cuatro muros grises y cuatro torres grises,

dominan un lugar rebosante de flores,

y la silenciosa isla aprisiona

a la Dama de Shallot.

Por la orilla, cubiertas por los sauces,

se deslizan las pesadas barcazas

tiradas por lentos caballos; e ignorada

navega la chalupa con revoltosa vela de seda

rasurando las aguas hacia Camelot:

pero, ¿Quién la ha visto agitando su mano?

¿O asomada en el marco de la ventana?

¿Acaso es conocida en todo el reino

la Dama de Shallot?

Sólo los segadores, segando temprano

entre la espesura de cebada,

escuchan un canto que resuena vivamente

desde el río transparente que serpea,

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hacia las torres de Camelot:

Y a la luz de la luna, el cansado segador,

apilando los fajos en aireadas mesetas,

al escucharla, murmura: "Es el hada

Dama de Shallot".

II parte

Allí, noche y día, teje

un mágico lienzo de alegres colores.

Ha oído un susurro advirtiéndole

que una maldición caerá sobre ella

si mira hacia Camelot.

Desconoce el tipo de que maldición es,

y debido a ello teje sin parar,

sin preocuparse de nada más,

la Dama de Shallot.

Y moviéndose a través de un cristalino espejo

colgado todo el año ante ella,

aparecen las tinieblas del mundo.

Ve la cercana calzada

discurriendo hacia Camelot:

ve los arremolinados torbellinos del río,

los rudos patanes pueblerinos,

y las capas rojas de las muchachas,

provinientes de Shallot.

A veces, un grupo de alegres damiselas,

un abad deambulando,

a veces, un pastorcillo con bucles en el pelo ,

o un paje con melena y vestido carmesí,

van hacia las torres de Camelot;

Y a veces, a través del azul espejo

los caballeros vienen cabalgando en pares:

No tiene un caballero leal y franco,

la Dama de Shallot.

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95

Pero aún gozando en tejer

en su lienzo las visiones del mágico espejo,

-cuando a menudo en las noches silenciosas

un funeral, con velas, penachos

y música, se dirigía hacia Camelot;

o cuando la luna estaba en lo alto,

y llegaban dos amantes recién casados-

"Cansada estoy de las sombras",

dijo la Dama de Shallot.

III parte

A tiro de arco de su alero,

cabalgaba entre los fajos de cebada,

el sol resplandecía por entre las hojas,

y llameó en las grebas de bronce

del intrépido Lanzarote.

Un cruzado de rodillas para siempre

ante una dama en su escudo,

que resplandecía entre los dorados campos, cercanos a la remota

Shallot.

Las engarzadas bridas brillaban libres,

como las ramificaciones estelares que vemos

suspendidas en la áurea Galaxia.

Alegres resonaban los cascabeles

mientras él cabalgaba hacia Camelot:

y de su ostentoso tahalí colgaba

un poderoso clarín de plata,

y al galope su armadura repicaba,

cerca de la remota Shallot.

Bajo el azul del despejado día

brillaba la lujosa montura de cuero,

el yelmo junto con su pluma

ardían juntos en una única llama,

mientras él cabalgaba hacia Camelot.

Page 96: Textos tendencias

96

Como suele suceder en la purpúrea noche,

bajo radiantes constelaciones,

algunos meteoros, trayendo una estela de luz gravitan sobre la

apacible Shallot.

Su frente clara y amplia resplandecía al sol;

con cascos bruñidos pisaba su caballo;

bajo el yelmo flotaban sus rizos

negros como el carbón mientras cabalgaba,

mientras cabalgaba hacia Camelot.

Desde la orilla y el río

Brilló en el cristalino espejo,

"Tirra lirra", por el río

cantaba Sir Lancelot.

Ella dejó el lienzo, dejó el telar,

dio tres pasos por la habitación,

vio florecer el lirio en el agua,

vio la pluma y el yelmo,

y miró hacia Camelot.

La tela salió volando y ondeó en el vacío;

El espejo se quebró de lado a lado;

"la maldición cae sobre mí", gritó

la Dama de Shallot.

IV parte

Tensos, bajo el tormentoso viento del este,

los dorados bosques empalidecían,

la corriente gemía en la ribera,

el cielo encapotado llovía fuertemente

sobre las torres de Camelot;

Ella descendió y halló una barca

flotando junto al tronco de un sauce,

y alrededor de la proa escribió

"La Dama de Shallot".

Y en la oscura extensión río abajo

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-como un audaz vidente en trance,

contemplando su infortuniocon

turbado semblante

miró hacia Camelot.

Y al final del día

la amarra soltó, dejándose llevar;

la corriente lejos arrastró

a la Dama de Shallot.

Yaciendo, vestida con níveas telas

ondeando sueltas a los lados

-cayendo sobre ella las ligeras hojasa

través de los susurros nocturnos

navegó río abajo hacia Camelot:

Y yendo su proa a la deriva

entre campos y colinas de sauces,

oyeron cantar su última canción,

a la Dama de Shallot.

Escucharon una tuna, lastimera, implorante,

tanto en voz alta voz como en voz baja,

hasta que su sangre se fue helando lentamente,

y sus ojos se oscurecieron por completo,

vueltos hacia las torres de Camelot;

Y es que antes de que fuera llevada por la corriente

hacia la primera casa junto a la orilla,

murió cantando su canción,

la Dama de Shallot.

Bajo torres y balcones,

por muros de jardín y tribunas,

con brillante esbeltez pasó flotando,

entre las casas, pálida como la muerte

y silenciosa por Camelot.

A los muelles acudieron,

caballeros y burgueses, damas y lores,

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y en torno a la proa su nombre leyeron,

La Dama de Shallot.

¿Quién es? ¿Y qué hace aquí?

Y junto al iluminado palacio,

cesaron los sones de vitoreo real;

y temerosos se persignaron

todos los caballeros de Camelot:

Pero Lancelot se quedó pensativo;

dijo, "Tiene un rostro hermoso;

Dios, en su bondad, la llenó de gracia,

a la Dama de Shallot".

El espejo de Shallot (trad. S. Gómez Espinosa)

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F. NAVARRO VILLOSLADA

Introducción

Los aborígenes del Pirineo occidental donde anidan todavía con su primitivo idioma

y costumbres, como el ruiseñor en el soto con sus trinos y amor a la soledad, no han

sido nunca ni conquistadores ni verdaderamente conquistados. Afables y sencillos,

aunque celosos de su independencia, no podían carecer de esa virtud característica

de las tribus patriarcales, llamada hospitalidad. Tenían en grande estima lo castizo,

en horror lo impuro, en menosprecio lo degenerado, pero se apropiaban de lo bueno

de los extraños, procuraban vivir en paz con los vecinos, y unirse a ellos, mas que

por vínculos de sangre, con alianzas y amistad.

Si quebrantaron esta regla, fue dejándose llevar de bondadosa condescendencia

con los extranjeros. Quince siglos antes de Jesucristo, los vascos ribereños del Ero,

principiaron por albergar a los celtas en su feracísimo territorio, y concluyeron por

confundirse con ellos, formando la gran familia celtibérica, que tuvo solar en lo

mediterráneo de la Península, y capital en Numancia. Los mismos pirenaicos que se

mantuvieron a la orilla izquierda del río, ufanos con la pureza de su sangre y su

idioma, dejaron a los celtas instalarse por largo tiempo en los llanos de Álava, hasta

la oca de la Burunda, y más tarde se hicieron amigos del cartaginés Aníbal, le

abrieron paso y le acompañaron a la vanguardia de la maravillosa expedición de

Italia, según lo recuerdan todavía en una de sus más hermosas canciones.

Años después sostienen guerra contra César Augusto, para terminar la cual

conviértense en aliados suyos, y con tal lealtad estrechan su mano, que Roma no

tuvo nunca mejores amigos, y a la caída del imperio, Paulo Orosio, testigo presencial

de la catástrofe, los hace más romanos que los romanos mismos.

Nunca, sin embargo, los fáciles amigos de celtas, cartagineses y latinos, con quien

se avienen a pesar de la diferencia de casta, lengua y religión; nunca aceptaban

alianza, ni trato, paz, ni tregua siquiera de los pueblos septentrionales que cayeron

sobre la Europa meridional, y a borbotones, se derramaron por España en el siglo V.

Provincias imperiales, naciones cultas, todos los pueblos conocidos se encorvaron y

tendieron desfallecida cerviz al látigo más bien que al yugo del vencedor: los vascos

sólo permanecieron en pie, y se atrevieron a mirarle frente a frente, y le arrojaron el

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guante a la cara, enarbolando estandarte de santa libertad en la cresta de los

Pirineos. Y enhiesto supieron mantenerlo allí por espacio de tres siglos.

Por aventurado y peregrino que parezca semejante aserto, por inverosímil e

inexplicable que resulte el hecho, la historia misma, escrita por visigodos -no

tenemos otra-, se encarga de justificarlo.

En efecto, si con debida imparcialidad examinamos los escritos contemporáneos, no

dejará de llamar nuestra atención, que sus autores apenas mencionen el

advenimiento de monarcas visigodos, como no sea para advertirnos que su primera

hazaña, al ocupar el trono de Sevilla o Toledo, fue domar a los vascones, nombre

antiguo de los navarros, que desde las montañas de Jaca, poblaban por la falda de

los Pirineos hasta Pasajes, de allí frente a Logroño, y descendiendo al riquísimo

valle que fecunda el Ebro, llegaban cerca de Tarazona, siendo una de sus

principales ciudades la nobilísima Calahorra. Consta que Requiario, Eurico,

Leovigildo, Recaredo, Gundemaro, Siseuto, Suintila, Recesvinto y Wamba, sujetaron

a los vascones, frase que constantemente repetida por espacio de tres centurias,

viene a significar precisamente lo contrario de lo que suena. «Siseuto y Suintila, dice

el docto Sr. Cánovas del Castillo, testigo de mayor excepción en la materia, pelearon

asimismo con la gente vascona en los llanos de Álava y la Rioja, sin penetrar, ni

intentarlo siquiera, en el interior de las montañas vascongadas».

Y consta, por historiadores árabes, que la noticia de la más lastimosa y célebre

invasión sarracénica en Andalucía, sujetando a los vascones, sorprendió cerca de

Pamplona al último rey visigodo. Tan larga serie de conquistas definitivas, que sólo

termina con el súbito hundimiento del imperio conquistador, es argumento

concluyente a favor de la independencia de un pueblo, que no tiene historia propia

que oponer a la de los extraños, ni más diplomas que sus cantares, ni más archivos

que tradiciones y leyendas. Y si a éstas y otras pruebas, que por amor a la brevedad

omitimos, se agrega el testimonio vivo del idioma y del linaje, purísimo resto

arqueológico, animado hasta hoy como por arte de encantamiento; no puede menos

de maravillarnos que algunos críticos tomen por lo serio la frase de domuit

vascones, que los godos tenían como en estampilla para añadir al nombre de cada

nuevo monarca toledano.

Amaya o los vascos en el siglo VIII, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1909, v. 1. p. 7-8.

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FRANÇOIS GUIZOT

Tres grandes hombres, Cromwell, Guillermo III y Washington, figuran en la

Historia como árbitros y representantes de las supremas crisis que han labrado la

felicidad de aquellas dos grandes naciones. Cromwell merece, tal vez por la

extensión y energía de su talento natural, ocupar entre los tres el primer puesto:

distinguíase por su espíritu prodigiosamente activo, sólido, exacto, flexible, creador y

por una energía de carácter incapaz: de contenerse por ningún obstáculo, ni por

ningún contratiempo, y sabía encaminarse a la realización de sus planes con una

paciencia y un ardor inagotables, marchando tan pronto por las vías más tortuosas y

largas, como por las más directas y peligrosas.

Sobresalía igualmente en captarse y dominar la voluntad de los que atraía al

círculo de sus relaciones personales e íntimas, como en organizar y dirigir un ejército

o un partido. Tenía el espíritu de popularidad y el don de mando y con igual audacia

se atrevió a desencadenar las facciones, que oponerse a la furia de sus

desbordamientos. Mas como hijo de la revolución y conducido de oleaje en oleaje al

poder supremo, su talento puede decirse que siguió siempre siendo esencialmente

revolucionario: no le fueron desconocidas las necesidades del orden y del gobierno;

pero no supo ni respetar ni practicar las leyes morales y permanentes. Sea por

inclinación de su naturaleza, o sea por vicio de su situación, no conoció regla ni

serenidad en el ejercicio del poder; recurrió sin necesidad a medidas extremadas

como aquel que continuamente se ve amenazado del último peligro, y de aquí

provino que con la violencia misma del remedio exacerbó la enfermedad que se

propuso curar. El establecer un gobierno es empresa que exige procedimientos más

normales y conformes con las leyes eternas del orden moral. Cromwell logró sujetar

la revolución, mas no le fue dado edificar sobre sus ruinas.

Menos sobresalientes tal vez en cuanto a los dones naturales, Guillermo III y

Washington consumaron la obra superior a las fuerzas de Cromwell, y aseguraron la

suerte del gobierno que establecieron en su patria. Tal vez deberá ese brillante

resultado atribuirse a que en el seno mismo de la revolución nunca aceptaron ni

pusieron en práctica la política revolucionaria, ni nunca solicitaron ni se vieron en la

falta situación de tener que emplear las arbitrariedades del despotismo para

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102

sostenerse en alturas a que hubiesen sido elevados por las violencias de la

anarquía.

Desde sus primeros pasos se encontraron naturalmente colocados, o supieron

colocarse por sí mismos en las vías normales y en condiciones permanentes de

gobierno. Guillermo era un monarca ambicioso y

sería una puerilidad creer que había sido indiferente al deseo de subir al trono de

Inglaterra hasta el momento en que fue invitado por los mismos ingleses, y se vieron

coronados los planes que desde mucho tiempo atrás se estaban poniendo en juego

para ese objeto. Guillermo seguía paso a paso el lento curso de esas

maquinaciones, sin aceptar la complicidad, pero sin distraerlas de su marcha, sin

alentarlas, mas sin dejar por eso de conceder protección a sus autores. Su ambición

personal estaba morigerada por el noble deseo del triunfo de una causa grande y

justa, la libertad religiosa y el equilibrio europeo.

Ninguno ha empleado más que Guillermo el afán de toda su vida en un asunto

político de mayor trascendencia. Puede decirse que estaba sinceramente

apasionado de la empresa que había acometido, y que su grandeza personal no era

más que un medio de llevarla a cabo. En sus miras hacia la corona de Inglaterra

nunca intentó servirse de la violencia ni el desorden; su espíritu era bastante sublime

y bien organizado para no aborrecer las consecuencias inevitables de semejantes

medios y para someterse a su pesado yugo. Mas cuando la misma Inglaterra le

franqueó el paso, no se detuvo por escrúpulos de hombre particular: quiso que su

causa triunfara y se apresuró a recoger el honor de su triunfo. Glorioso conjunto de

habilidad y de fe, de abnegación y de ambiciosas aspiraciones.

Historia de la revolución de Inglaterra (trad. D. Fernández Mardón), Madrid,

Sarpe, 1985, p. 385-386

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JULES MICHELET

Cette œuvre laborieuse d'environ quarante-ans fut conçue d'un moment, de

l'éclair de juillet. Dans ces jours mémorables, une grande lumière se fit et j'aperçus la

France. Elle avait des annales, et non point une histoire. Des hommes éminents

l'avaient étudiée surtout au point de vue politique. Nul n'avait pénétré dans l'infini

détail des développements divers de son activité (religieuse, économique, artistique,

etc.). Nul ne l'avait encore embrassée du regard dans l'unité vivante des éléments

naturels et géographiques qui l'ont constituée. Le premier je la vis comme une âme

et une personne. L'illustre Sismondi, ce persévérant travailleur, honnête et judicieux

dans ses annales politiques, s'élève rarement aux vues d'ensemble. Et, d'autre part,

il n'entre guère dans les recherches érudites. (...)

Au reste, jusqu'en 1830 (même jusqu'en 1836), aucun des historiens

remarquables de cette époque n'avait senti encore le besoin de chercher les faits

hors des livres imprimés, aux sources primitives, la plupart inédites alors, aux

manuscrits de nos bibliothèques, aux documents de nos archives. Cette noble

pléiade historique qui, de 1820 à 1830, jette un si grand éclat, MM. de Barante,

Guizot, Mignet, Thiers, Augustin Thierry, envisagea l'histoire par des points de vue

spéciaux et divers. Tel fut préoccupé de l'élément de race, tel des institutions, etc.,

sans voir peut-être assez combien ces choses s'isolent difficilement, combien

chacune d'elles réagit sur les autres. (...).

Ces spécialités ont toujours quelque chose d'un peu artificiel, qui prétend

éclaircir, et pourtant peut donner de faux profils, nous tromper sur l'ensemble, en

dérober l'harmonie supérieure. La vie a une condition souveraine et bien exigeante.

Elle n'est véritablement la vie qu'autant qu'elle est complète. Ses organes sont tous

solidaires et ils n'agissent que d'ensemble. Nos fonctions se lient, se supposent l'une

l'autre. Qu'une seule manque, et rien ne vit plus. (...) tout influe sur tout. Ainsi, tout ou

rien. Pour retrouver la vie historique, il faudrait patiemment la suivre en toutes ses

voies, toutes ses formes, tous ses éléments. Mais il faudrait aussi, d'une passion

plus grande encore, refaire et rétablir, le jeu de tout cela, l'action réciproque de ces

forces diverses dans un puissant mouvement qui redeviendrait la vie même. (...)

Dans le brillant matin de juillet, sa vaste espérance, sa puissante électricité, cette

entreprise surhumaine n'effraya pas un jeune cœur. (...)

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Ce mouvement immense s'ébranla sous mes yeux. Ces forces variées, et de

nature et d'art, se cherchèrent, s'arrangèrent, malaisément d'abord. Les membres du

grand corps, peuples, races, contrées, s'agencèrent de la mer au Rhin, au Rhône,

aux Alpes, et les siècles marchèrent de la Gaule à la France. (...) Le matériel, la race,

le peuple qui la continue, me paraissaient avoir besoin qu'on mit dessous une bonne

forte base, la terre qui les portât et les nourrit. Sans une base géographique, le

peuple, l'acteur historique, semble marcher en l'air comme dans les peintures

chinoises où le sol manque. Et notez que ce sol n'est pas seulement le théâtre de

l'action. Par la nourriture, le climat, etc., il y influe de cent manières. Tel le nid, tel

l'oiseau. Telle la patrie, tel l'homme. (...) La France a fait la France et l'élément fatal

de race m'y semble secondaire. Elle est fille de sa liberté. Dans le progrès humain, la

part essentielle est à la force vive, qu'on appelle l'homme. L'homme est son propre

Prométhée. En résumé, l'histoire telle que je la voyais en ces hommes éminents (et

plusieurs admirables) qui la représentaient, me paraissait encore faible en ses deux

méthodes : Trop peu matérielle, tenant compte des races, non du sol, du climat, des

aliments, de tant de circonstances physiques et physiologiques. Trop peu spirituelle,

parlant des lois, des actes politiques, non des idées, des mœurs, non du grand

mouvement progressif, intérieur, de l'âme nationale. Surtout peu curieuse du menu

détail érudit, où le meilleur, peut-être, restait enfoui aux sources inédites. (...)

l'histoire, dans le progrès du temps, fait l'historien bien plus qu'elle n'est faite par lui.

Mon livre m'a créé. C'est moi qui fus son œuvre. Ce fils a fait son père. S'il est sorti

de moi d'abord, de mon orage (trouble encore) de jeunesse, il m'a rendu bien plus en

force et en lumière, même en chaleur féconde, en puissance réelle de ressusciter le

passé. Si nous nous ressemblons, c'est bien. Les traits qu'il a de moi sont en grande

partie ceux que je lui devais, que j'ai tenus de lui.

Histoire de France, prólogo a la edición de 1869, Robert Laffont, 1971, p. 3-7.