shan, darren - la saga de larten crepsley 01 - el nacimiento de un asesino

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Darren Shan

El nacimiento de un asesino

La Saga de Larten Crepsley I

Traducción:

Diana Martínez

Corrección:

Erick Cardozo

Antes del Cirque Du Freak… Antes de la guerra contra los vampanezes… Antes de que fuera un vampiro… Larten Crepsley fue un chico. Como niño trabajó en una fábrica hace siglos, y realizó su trabajo bien y sin complicaciones hasta el día que el capataz mató a su primo como un ejemplo para los otros niños. En ese momento el pequeño Larten sintió una furia fría y el capataz no pudo sobrevivir a ella. El niño se vio obligado a huir, durmió en criptas y comió telarañas para no morir de hambre. Y cuando un vampiro llamado Seba le ofreció protección y entrenamiento como asistente de vampiro, Larten aceptó. Esta es su historia.

Para: Pearse y Conall - ¡Los hijos de la noche! OES (La Orden de las Entrañas Sangrientas): Rachel Clements – ¡aunque es un año menor, tiene un par de siglos! Isobel Abulhoul y todos los del Shantastic club en Dubai Mentor Editorial: Nick, “El Ninja Sangriento” Lake Los Generales Genios: Christopher Little y su principesco clan.

Parte Uno

“¿Las telarañas son un manjar en donde vives?”

Capítulo Uno Cuando Larten Crepsley se levantó y bostezó ese gris martes en la mañana, no tenía

idea de que para el medio día se habría convertido en un asesino.

Descansó un poco más en su lecho de sacos de paja, mirando las motitas de

polvo que flotaban en el aire. La casa donde vivía era estrecha y oscura, y el cuarto en

el que dormía jamás recibía los rayos del sol excepto por las mañanas. A veces se

despertaba unos minutos antes de lo necesario, antes de que su madre gritara para

despertar a la familia. Ese era su único momento libre del día, su única oportunidad de

descansar con los brazos cruzados y una perezosa sonrisa en el rostro.

En el cuarto descansaban seis chicos, cinco de ellos todavía roncaban y se

removían en sueños. Con Larten habían sido ocho hermanos, pero dos habían muerto

jóvenes y su hermana mayor había dejado la casa un año antes para casarse. Aunque

ella apenas si tenía catorce cuando se fue, Larten sospechaba que sus padres se

habían sentido aliviados al librarse de ella, pues nunca había sido muy trabajadora y

apenas si había llevado algo de dinero a casa.

-¡Arriba! –gritó la madre de Larten desde el cuarto de la lado, y golpeó la pared un

par de veces.

Los niños gimieron y se arrastraron fuera de la cama. Chocaron los unos contra los

otros mientras trataban de hacerse de la bacinica, los mayores apartando a sus

pequeños hermanos y hermanas. Larten seguía en el mismo lugar, sonriendo con

satisfacción. Él ya había hecho lo suyo mientras todos los demás dormían.

Vur Horston, su primo, dormía en el cuarto con los cinco chicos Crepsley. Sus

padres habían muerto cuando sólo tenía tres años, su padre en un accidente laboral y

su madre de alguna enfermedad. La madre de Larten había vigilado de cerca a la viuda

enferma, y cuando ella murió rápidamente se hizo de su bebé. Un par extra de manos

siempre era bienvenido. Aunque pensó que quizá el pequeño sería una carga durante

algunos años, sabía que los niños de su edad no comían mucho y, asumiendo que Vur

sobreviviera, podría comenzar a trabajar apenas tuviera edad para hacerlo, y así

ganaría un pequeño ingreso extra para sus padres adoptivos.

Larten se sentía más cercano a Vur que a ninguno de sus hermanos. Había sido él

quien estuviera en la cocina cuando su madre llevó al silencioso y solemne chico a

casa. Después de haberle dado un poco de pan remojado en leche (algo muy raro en

ella), la mujer pasó al lado de Larten y le pidió que vigilara del huérfano y que lo

mantuviera fuera de su camino.

Larten miró al recién llegado con recelo, celoso del regalo que su madre le había

dado. En respuesta, Vur observó a Larten con inocencia, partió el pan por la mitad y le

ofreció a su primo el pedazo más grande. A partir de ese momento se convirtieron en

los mejores amigos.

-¡Arriba! –volvió a gritar la madre de Larten, golpeando el muro una sola vez. Los

niños parpadearon varias veces para deshacerse de los últimos vestigios de sueño y se

arrojaron sobre sus ropas. Ella vendría pronto a por ellos, y si no estaban vestidos y

listos para partir, su puño volaría.

-Vur –murmuró Larten, dándole un codazo a su primo en las costillas.

-Estoy despierto –replicó Vur, girándose para que Larten viera su sonrisa.

-¿Necesitas ir? –preguntó su primo.

-Estoy que reviento –se rió Vur.

-¡Apresúrate! –le soltó Larten a una de sus hermanas, la cual estaba de cuclillas

sobre la bacinica como si fuera suya.

-Pues hazte en la cama si estás tan desesperado –se mofó ella.

-Podrías hacerlo –le susurró Larten a Vur. No era inusual para ellos mojar la cama,

pues lo mejor de que estuvieran hechas de paja era que se secaban rápidamente.

-No –replicó Vur, apretando los dientes-. Puedo esperar.

Las ropas de Larten estaban sobre el suelo, al lado de la cama. Se vistió con ellas

sin quitarse el pequeño chaleco con el cual dormía. La madre de Larten era una mujer

ordenada. Hacía la colada de la familia cada dos domingos, y todos los niños debían

esperar en sus camas, desnudos bajo las cobijas, hasta que sus ropas les fueran

devueltas. Entonces ellos las podían usar sin cambiarlas por las siguientes dos

semanas.

Finalmente la niña dejó de utilizar la bacinica. Antes de que cualquier otro hermano

pudiera reclamarla, Larten atravesó el cuarto, se hizo de ella, y se la pasó a Vur

cuidando no derramar el contenido.

-Mi héroe –se rió Vur al agarrarla con una mano mientras que con la otra se frotaba

las lagañas de los ojos.

Aunque Vur y Larten tenían la misma edad, el primero era mucho más pequeño,

delgado, débil y afable que el segundo. Rara vez peleaba por nada, y si alguien lo

desafiaba por algo él se hacía a un lado y fingía que no ocurría nada. Larten llegó a

defender a su primo aun cuando Vur no le pedía ayuda.

-¿Qué están esperando? –exigió saber la madre de Larten, asomando su cabeza y

mirando a los niños.

-¡Vamos! –rugieron todos al mismo tiempo, y los que estaban más cercanos a ella

se apresuraron a salir de allí aún si no habían finalizado de vestirse.

-¡Vur! –le gritó.

-¡Ya casi! –jadeó el aludido, tratando de terminar.

La madre de Larten miró atentamente al chico, decidiendo si debía o no castigarlo.

Al final se limitó a resoplar antes de retirarse. Larten suspiró de alivio. No le importaba

cuando ella le pegaba (podía soportar una feroz paliza), pero odiaba cuando el

agredido era Vur. Su padre casi nunca golpeaba al frágil huérfano, pero su esposa le

trataba como a los demás. A sus ojos todos eran iguales.

Cuando Vur terminó de utilizar la bacinica, Larten le arrojó sus ropas y bajó

corriendo las escaleras hacia la cocina, en donde sus hermanos y hermanas ya se

apañaban el desayuno.

Nunca había mucho que comer, y aquellos que bajaban primero siempre obtenían

más que los otros. Su padre, que había salido a trabajar tres horas antes, les había

dejado algunas tiras de oreja de cerdo (siempre compartía con su familia todo lo que

podía). Sin embargo los chicos más grandes ya se habían abalanzado sobre las tiras

de cartílago, y cuando Larten y Vur llegaron sólo quedaba pan duro y potaje aguado

para ellos.

Larten arrancó el pan de entre los dedos de su hermano mayor (el cual estaba

resbaladizo por la grasa de la oreja de cerdo), y se lo pasó a Vur, riendo al mismo

tiempo que se apartaba del puño de su hermano. Tomó un par de pequeños y

despostillados cuentos, y los sumergió dentro de la olla del potaje, cuidándose de

llenarlos hasta el tope, y después se apresuró a ir hasta donde Vur le esperaba por la

puerta de atrás. Lamió el jugo que se había derramado por los lados de los cuencos,

deseoso de no desperdiciar nada.

Comieron en silencio, masticando la corteza de su pan como si se tratara de carne

y utilizando el resto para disfrutar del potaje aguado. Larten era más rápido que Vur y

se las arregló para volver a llenar su cuenco antes de que la olla estuviera vacía. Se

comió la mitad y guardó el resto para su primo.

-¡Lárguense! –les espetó la madre de Larten, bajando las escaleras. Les dio con su

cinturón a los que estaban más cerca de ella y movió una mano para amenazar a los

otros-. ¿Creen que no tengo nada mejor que hacer que estar viéndoles comer todo el

día? ¡Fuera!

Sin dejar de masticar y tragar, los niños salieron al patio, dejando que su madre

limpiara antes de salir a trabajar a la primera de las cuatro posadas en donde

trabajaba.

Había dos barriles de agua en el patio, uno para beber y el otro para lavarse. Los

niños Crpesley raramente utilizaban el segundo barril, pero Vur iba hacia él todas las

mañanas para limpiarse la suciedad de su cara y cuello. Larten había intentado hablar

con él sobre su peculiar hábito (pues cuando las mañanas eran frías el chico se la

pasaba temblando media hora), pero solamente sonreía, asentía, y volvía a hacerlo al

día siguiente.

Larten bebió ávidamente, dejando que su cara se mojara, e ignoró las gotas de

lluvia que caían sobre la parte posterior de su cabeza. Cuando se apartó tenues nubes

anaranjadas nadaba en el agua. Su cabello, al igual que el de Vur, había sido teñido de

un color naranja intenso. El tinte se encontraba en su cuero cabelludo, y aunque nunca

lo había podido lavar algunas veces se desprendía cuando se mojaba la cabeza.

Observó cómo giraban las nubes de tinte, pensando en lo hermosas que eran.

Metió un dedo y salpicó agua, esperando ver qué otros patrones podía crear. Estaba

considerando en llamar a Vur cuando las nubes comenzaron a desaparecer, y unos

segundos después no había nada que su primo pudiera ver.

-¡Fuera de aquí! –gruñó uno de sus hermanos, empujando a Larten.

Larten soltó una maldición y lo amenazó, pero sólo golpeó el barril. Su hermano

volvió a empujarlo. La rabia brilló en los ojos del chico, y éste dio un paso al frente,

dispuesto a pelear. Pero Vur había visto el peligro y actuó rápidamente para evitarlo.

No le gustaba cuando Larten peleaba, ni siquiera cuando ganaba.

-Si no nos vamos ahora, llegaremos tarde –le advirtió.

-Tenemos tiempo de sobra –le contradijo su primo.

-No –dijo Vur-. Todavía tenemos que embadurnarnos esa cosa en la cabeza. Si no

somos los primeros, Traz nos golpeará.

-Hace unos días que nos pusimos eso –argumentó Larten.

-Confía en mí –pidió Vur-. Traz volverá a ponérnosla hoy.

Larten gruñó pero se alejó del barril y siguió a Vur mientras éste utilizaba un trozo

de tela para cubrirse el cuello seco. No había un día fijo para que les tintaran el cabello,

de hecho parecía que Traz lo hacía al azar. Pero Vur tenía la habilidad de predecir los

días en los cuales probablemente lo haría. No podía explicarle a Larten cómo lo sabía,

pero ocho de cada diez veces tuvo la razón.

-¿Listo? –preguntó Larten, como si alguien le hubiera apresurado a salir.

-Sí -respondió Vur.

-Entonces, vámonos –suspiró su primo, y los dos chicos, ni siquiera unos

adolescentes todavía, se dirigieron a trabajar.

Capítulo Dos Larten y Vur serpentearon por las sucias y estrechas calles hacia la fábrica. Aunque

todavía era temprano la cuidad estaba llena de vida. En esos oscuros meses de otoño

había que aprovechar la luz del sol lo más que se pudiera.

Los mercaderes habían alzado sus tiendas antes del amanecer y se encontraban

ajetreados al regatear y vender fruta, vegetales, carne, pescado, zapatos, ropas,

cuerdas, ollas, sartenes, y más. Larten y Vur visitaban de manera ocasional el gran

mercado que se ponía los domingos, en donde se comerciaba con animales y se

vendían artículos exóticos de países cuyos nombres los chicos jamás habían

escuchado. El par solía matar el tiempo comiéndose con los ojos a los mercaderes y

sus mercancías, soñando con viajes y aventuras. Esos mercados eran el lugar ideal

para la magia y el misterio.

Sin embargo, los puestos pequeños de la calle por la que transitaban eran todo un

incordio. Les tomó tiempo evitar las multitudes, y varios comerciantes los llegó a

amenazar si se acercaban demasiado a sus tiendas (siempre estaban a la caza de

ladronzuelos, y cualquier sucio chiquillo en las calles fácilmente podía ser uno).

Algunos comerciantes arremetían contra cualquier niño que se encontrara a una corta

distancia de ellos.

-Quiero ser un mercader cuando crezca –dijo Vur, sonriendo al pasar al lado de un

puesto de pescado, ignorando el olor putrefacto que allí se respiraba.

-Si –Larten asintió-. Podríamos cazar elefantes y vender sus colmillos.

-No –Vur se puso a temblar-. Tengo miedo de que puedan comerme.

-Entonces yo conseguiré los colmillos y tú podrás venderlos –decidió Larten.

Habían escuchado muchas historias de elefantes, pero ninguno de los dos había

visto siquiera una pintura de alguno. Debido a esas historias los chicos creían que

aquellas poderosas criaturas eran más grandes que cinco casas juntas, con veinte

colmillos, diez a cada lado de su trompa.

Los dos niños discutieron por un rato sus planes para el futuro. El siglo diecinueve

había iniciado hacía algunos años y el mundo era un lugar de misterio e intriga, abierto

para los viajes como nunca antes lo había estado. Vur quería visitar las grandes

ciudades, escalar las pirámides y navegar a través del océano. Larten quería cazar

tigres, elefantes y ballenas. Sabía que eso no era más que una fantasía, que lo más

probable era que ambos se quedaran en la fábrica por siempre, que se casaran

durante su adolescencia, que tuvieran sus propios hijos, y que jamás se aventuraran

más allá de la cuidad en donde habían nacido. Pero podía soñar. Así fueran los más

pobres de los hombres, incluso él y Vur tenían todo el derecho a soñar.

Llegaron quince minutos antes al trabajo pero Traz ya se encontraba fuera de la

puerta, con cubas de colorante en fila a su lado, una brocha en una de sus manos y un

perverso brillo en sus ojos.

Traz era el capataz. Había estado en la fábrica desde hacía mucho tiempo, de

hecho ya era parte del personal cuando el padre de Larten, siendo un muchacho,

trabajaba allí. Era un amo cruel, pero producía excelentes resultados y mantenía los

costos bajos por lo cual los dueños toleraban su brutalidad.

Los ojos de Traz fulminaron a los chicos en cuanto se acercaron con sus cabezas

bajas y sus rodillas temblando. Parte de la diversión que obtenía los días de tinte era

tomar a los niños por sorpresa. Le encantaba cuando llegaban temprano solamente

para encontrarse en el final la fila. Para cuando él ya se había hecho cargo de aquellos

que fueran al principio, los chicos de atrás entraban tarde y Traz podía castigarlos sin

temor a represalias.

Por ello Traz detestaba intensamente al pequeño Horston. El chico pálido y débil

era demasiado perspicaz para su propio beneficio. Había hecho un excelente trabajo

ocultando su inteligencia, pero demostraba poseerla en momentos como ese.

Solamente los chicos más astutos eran capaces de adivinar lo que haría Traz y esos

dos casi siempre llegaban temprano los días de tinte. Y él estaba seguro de que el

mocoso de Crepsley no era el cerebro del equipo.

-¡Llegan temprano! –ladró Traz en cuando los chicos se detuvieron ante él, como si

llegar pronto fuera un crimen.

-Nuestra madre nos levantó más temprano de lo usual –murmuró Larten-. Nos echó

fuera, así que mejor vinimos.

Traz los fulminó con la mirada, pero decidió fingir que no le importaba. Otros chicos

estaban llegando, y él no quería gastar mucho tiempo tintando sus cabezas (no

necesitaba adivinar a quién acusarían si la producción disminuía).

-Inclínate hacia adelante –gruñó, y agarró a Larten por la parte posterior de su

cuello. Empujó al niño hacia el suelo, metió su brocha en la cuba de tinte anaranjado, la

agitó de un lado a otro, y después se dispuso a aplicar el tinte en el cuero cabelludo del

chico. El tinte picaba, y varias lágrimas resbalaban de los ojos de Larten incluso

aunque los mantenía firmemente cerrados.

Traz pintó la cabeza de Larten una segunda vez, y luego una tercera, y después le

dejó ir. Cuando el chico se había alejado de él, tosiendo y limpiándose los ojos, Traz

obligó a Vur a inclinarse sobre la misma cuba. Fue más duro con él que con el otro, y

pasó la brocha por su cabello cinco veces. Cuando terminó y lo dejó ir Vur lloraba en

silencio, y se alejó tropezando hacia su primo sin decir nada.

Traz coloraba la cabeza de cada niño en la fábrica. Cada uno llevaba el cabello de

un color específico, dependiendo de su trabajo. Los pocos afortunados que trabajaban

en los telares lo llevaban azul, el color de aquellos que limpiaban era el amarillo, y los

que se encargaban de los capullos llevaban el cabello anaranjado. Le gustaba saber

con una sola mirada si cada niño estaba donde se suponía que debía estar. De ese

modo, si veía un chico con la cabellera anaranjada ocultándose en un telar sabría que

el niño eludía su trabajo.

Larten y Vur habían sido asignados al equipo que se encargaba de los capullos

cuando comenzaron a trabajar en la fábrica a los ocho años. Sus cabezas habían sido

anaranjadas desde ese día. De hecho, Larten no podía recordar de qué color era su

cabello antes de teñírselo.

El padre de Larten había sido un chico musculoso y había trabajado en el equipo

que se encargaba de acarrear pesados fardos de un lugar a otro. Habían teñido su

cabeza de blanco, y aunque había dejado la fábrica desde antes de que Larten naciera,

sus cabellos no habían recuperado su color natural por lo cual Larten ya se había

resignado a llevar el cabello anaranjado por el resto de su vida. No se habría

sorprendido si el tinte hubiera alcanzado su cerebro, tiñéndolo también.

Una vez que dejaron atrás a Traz, los chicos se dirigieron al cuarto donde

mantenían a los capullos para comenzar con su turno. Trabajaban en la fábrica doce

horas al día, seis días a la semana, y ocho horas la mayoría de los domingos, con

pocos días festivos al año. Era una vida dura, pero incluso así había quienes tenían

una peor a la suya. Algunos niños eran esclavos, comprados por Traz a unos padres

pobres o codiciosos. Los esclavos trabajaban constantemente, excepto cuando

dormían. Se suponía que obtenían su libertad una vez que llegaban a la mayoría de

edad, pero muchos morían antes de eso. Inclusive si alguno de ellos sobrevivía lo

suficiente para ganar su libertad usualmente estaban arruinados, siendo unos buenos

para nada excepto para robar o limosnear.

La fábrica producía en su mayor parte alfombras, pero también fabricaba ropas de

seda para unos clientes que poseían más dinero del que Larten o Vur podían siquiera

soñar poseer. La seda provenía de los gusanos, y los chicos pertenecían al equipo que

se ocupaba de aflojar los hilos de sus capullos.

Los gusanos de seda nacían de huevos de polilla cuidadosamente cuidados, y se

les alimentaba con hojas de mora picada para hacerlos engordar. Se les guardaba en

un cuarto cálido, miles y miles sobre bandejas llenas de comida que iban del suelo

hasta el techo. Larten había estado en esa habitación un par de veces, y el sonido que

recordaba estando allí era el de la lluvia cayendo sobre el techo de su casa durante

una tormenta.

Cuando los gusanos de seda habían comido suficiente comenzaban a construir un

capullo alrededor de sus cuerpos. Aproximadamente les llevaba tres o cuatro días

finalizarlo. Después de haber estado en la habitación cálida por ocho o nueve días eran

llevados a un horno en el cual se mataba al gusano pero se preservaba el capullo.

Era allí en donde Larten, Vur y el resto de su equipo entraban en acción. Cuando

los capullos les eran entregados ellos los dividían en varias pilas dependiendo de su

tamaño, color y calidad. Luego sumergían los capullos en tinas de agua caliente para

aflojar sus hilos. Una vez que hubieran hecho eso pasaban los capullos a otro equipo,

aquél cuyos miembros desenrollaban el hilo y lo volvían a enrollar en bobinas, y éste a

su vez se las entregaba a aquellos que trabajaban en los telares.

Aunque Larten no podía recordar el color que había tenido su cabello hasta el

primer día que llegó a la fábrica, nunca podría olvidar la primera vez que había

sumergido sus manos en una tina cuya agua estaba cerca del punto de ebullición. Traz

observaba con una sonrisa mientras el chico reunía el coraje suficiente para sumergir

sus dedos. El capataz rió cuando Larten tocó el agua caliente y se apartó con un grito.

Entonces agarró sus manos por los puños y los metió en la tina, riendo sádicamente

mientras el chico lloraba y su piel enrojecía.

Larten estudió sus dedos. Estaban callosos, teñidos y con cortes en varios lugares.

No le importaban los callos y las manchas, pero los cortes le preocupaban. Los

gusanos de seda eran unas criaturas desagradables y sucias. El chico había visto a

muchos miembros de su equipo perder un dedo o una mano cuando un corte se

infectaba por la mugre que se había en él. Algunos inclusive habían muerto por el

envenenamiento de su sangre.

No había nada peor que el mal olor de la gangrena. Algunas veces un niño trataba

de ocultar una herida infectada con la vana esperanza de que se curaría sola. Pero el

olor siempre lo delataba, y Traz alegremente le cortaba el miembro enfermo con un

cuchillo caliente o con un hacha.

Larten vivía con el miedo a una infección. Esperaba tener el coraje suficiente para,

si el día llegaba, deshacerse de su carne antes de que Traz lo hiciera, limpiando la

herida con una marca de fuego. Pero sabía que sería algo difícil de hacer, y tenía

miedo de saber que lo más probable era que lo ocultaría como muchos otros lo habrían

hecho antes que él.

-Veo algo verde por allí –murmuró Vur, mirando de cerca la mano izquierda de

Larten. El corazón del niño comenzó a latir más rápido, y su cabeza se lanzó hacia

adelante. Entonces vio la sonrisa de su primo.

-¡Canalla! –gruñó, y empujó a Vur juguetonamente.

-Están bien –se rió Vur-. Son el par de manos más suaves de toda la fábrica. Ahora

deja de perder el tiempo. Tenemos muchos capullos por hervir.

Suspirando, Larten alcanzó el cubo que tenía al lado y sacó algunos capullos de él.

Se apoyó y después dirigió sus manos al interior de la burbujeante tina. El dolor fue

intenso al principio, pero después de algunos segundos su cuerpo se acostumbró al

calor, y pudo trabajar sin quejarse por el resto de la mañana.

Capítulo Tres Las horas pasaron lentamente y en silencio. Mojar los capullos no era un trabajo

demasiado exigente, y el aburrimiento pronto se apoderó de ellos. A Larten le habría

encantado platicar un poco con Vur y con algún otro miembro de su equipo. Pero Traz

merodeaba por la fábrica sin descanso, y aunque era un hombre grande podía moverse

tan silenciosamente como lo haría un gato. Si el capataz lo encontraba hablando podía

azotarlo hasta sacarle sangre. Corría el rumor de que una vez le había cortado la

lengua a una chica, y que la guardaba en su cartera. Así que cada quien se ocupaba

de sus asuntos en silencio, hablando cuando el trabajo lo exigía.

Los fuegos bajo las tinas se mantenían ardiendo al ritmo del reloj (algunos esclavos

trabajaban hasta la noche), y el cuarto siempre estaba lleno de humo. No pasó mucho

tiempo para que los niños comenzaran a toser y a tener expectoración, frotando sus

ojos para mitigar su irritación. Larten jamás podía quitarse el gusto a humo de su boca.

Incluso en sus sueños su lengua estaba llena de hollín.

Su ropa apestaba, al igual que las de Vur. Algunas veces, cuando su madre estaba

de mal humor, gritaba a los chicos y los obligaba a desnudarse. Tiraba sus ropas al

patio, y ellos tenían que irse pronto a la cama para ocultar sus cuerpos desnudos de las

burlas que les hacían los hermanos y hermanas de Larten.

El padre de Larten no había querido enviarlos a la fábrica. Odiaba ese lugar tanto o

más que ellos a pesar de que había escapado y trabajaba en algún otro lugar. Se las

había arreglado para encontrarles trabajo a sus hijos mayores en otras áreas, pero los

trabajos eran escasos cuando les llegó el turno a Larten y a Vur de ganarse la vida. La

fábrica de seda recientemente había firmado un contrato lucrativo, y Traz ofrecía

salarios medianamente decentes. No había otro lugar al que el desafortunado par

pudiera ir.

Larten debía mantener el fuego bajo su tina a una temperatura constante. Tan

pronto como sentía que la temperatura del agua decaía alimentaba las llamas con un

tronco que obtenía de un montículo en la parte posterior de la habitación.

Frente a él Vur había terminado de remojar otro puño de capullos, y luego se fue

corriendo hacia la fosa que había en la parte de atrás. Traz a duras penas había

aceptado la necesidad de descansos para ir al baño, pero si veía a alguien caminando

en lugar de corriendo éste se ganaba una paliza.

Larten sonrió. Vur apenas si podía retener la orina, y la mayoría de las veces debía

ir a la fosa tres veces por cada vez que él se daba una vuelta por ella. Vur había

tratado de beber menos, pero no había habido diferencia alguna. Traz lo había

golpeado los primeros días cuando pensaba que el chico ponía excusas, pero con el

tiempo se dio cuenta de que el comportamiento de Vur era genuino, y aunque todavía

le pegaba en ocasiones también le dejaba ir tantas veces como necesitara.

Vur se veía preocupado cuando regresó.

-¿Qué va mal? –susurró Larten.

-Uno de los dueños estaba con Traz –jadeó Vur-. Iban a inspeccionar el cuarto de

los gusanos bebés.

Se corrió la voz y pronto todo el mundo trabajaba con más ahínco. Era una mala

noticia el que uno de los dueños llegara de visita pues Traz se ponía nervioso en

presencia de sus empleadores. Llevaría dócilmente a su jefe a donde quisiera ir con

una falsa sonrisa en su rostro mientras sudaba como un cerdo. Tan pronto como el

visitante se fuera Traz bebería algunos tragos de la botella de ron que guardaba en su

oficina y después recorrería la fábrica como si de una tormenta se tratase, encontrando

qué criticar a dondequiera que mirase.

Eran duros los días cuando Traz se encontraba en ese estado. No importaba lo

bien que alguien trabajaba. Inclusive los trabajadores más hábiles de los telares (a los

que normalmente se les trataba muy bien en la fábrica) habían sufrido azotes en

momentos como ese.

Larten rezó mientras trabajaba, pidiendo a una gran variedad de dioses que

mantuvieran a Traz lejos de ellos. Aunque Larten no era religioso pensaba que no

estaba de más el cubrirse de protecciones por todos lados cuando se olían problemas

en el aire.

Se escuchó un rugido, y cada uno de los chicos bajó su cabeza y sumergió tantos

capullos como les fue posible. El problema era que tenían que dejar los capullos en el

agua hasta que éstos se suavizaran. Si Traz encontraba capullos duros en cualquiera

de sus canastas sería peor que si él pensaba que trabajaban lentamente.

Traz entró como lo haría un oso, gruñendo y mirando hacia todos lados, esperando

que alguien le observara aunque fuera de reojo. Pero todos los niños miraban fijamente

sus tinas. Sintió una gran satisfacción en cuanto notó que la gran mayoría de ellos

temblaba. Eso había extinguido un poco del fuego de su ira, pero necesitaba dar a

alguien tres o cuatro golpes antes de comenzar a calmarse de verdad.

Una chica perdió el control de los capullos que sostenía dentro de la tina con su

mano cuando Traz pasaba por su lado, y algunos salieron hacia la superficie.

-¡Mantenlos abajo! –le espetó, golpeando la nuca de la niña. Ella dio un respingo y

llevó los capullos hasta la base de la tina, remojando las mangas de su vestido.

-Perdone, señor –jadeó.

Traz la agarró del cabello (como la chica era nueva en el equipo había cometido el

error de no llevarlo corto) y tiró de él hacía arriba.

-Si vuelves a hacerlo –le gruñó-, te morderé y arrancaré la nariz.

Habría sido divertido si alguien más hubiera hecho tan ridícula amenaza, pero Traz

ya había mordido más de una nariz (al igual que un buen número de orejas), y todos

ellos sabían que lo decía enserio. Nadie se rió.

Traz abandonó a la niña, pues no le interesaban los recién llegados. Sabía que

tenía aterrorizados a los niños pequeños y que probablemente aparecía en sus

pesadillas cada vez que se iban a la cama. Pero ellos se asustaban con demasiada

facilidad. Quería experimentar con uno de los más grandes, recordarles a algunos de

los mayores su poder, asegurarse de que ellos no comenzaran a tratarlo como a un

igual.

Volvió a mirar en derredor suyo. Había un niño alto en una esquina, un chico flojo.

Traz comenzó a moverse hacia él, pero luego vio a Vur Horston y cambió de dirección.

Camino lentamente por detrás de Vur y se alejó un poco, dándole la impresión de

que había escapado de la ira del capataz. Pero cuando estaba a unos cuatro pasos de

él se detuvo, se dio la media vuelta y caminó directamente hacia el chico.

Vur sabía que se encontraba en un aprieto, pero siguió trabajando, negándose a

darle alguna señal a Traz de que estaba consciente de su presencia. Larten podía ver

que su primo le esperaba una buena paliza y, aunque se arriesgaba a que a él también

le tocara una al llamar la atención sobre sí mismo, levantó la cabeza para observar. Se

sintió enfermo y odioso, pero no había nada que él pudiera hacer.

Por un momento Traz no dijo nada, se limitó a estudiar a Vur mientras el otro

sumergía los capullos y los mantenía bajo la superficie. Luego movió uno de sus

gruesos y sucios dedos y lo colocó en la tina, manteniéndolo allí por unos segundos.

-Está tibia –sentenció, retiró el dedo y lo sacudió para secarlo.

Vur tragó saliva pero no se movió. Quería echar más leña al fuego (a pesar de que

la temperatura era la correcta), pero tenía que mantener los capullos abajo. Sabía que

si los dejaba salir demasiado pronto se encontraría en una situación mucho peor, así

que decidió no arriesgarse.

Detrás de la espalda de Vur, Traz frunció el ceño. Había esperado que el chico

entrara en pánico, dejara salir los capullos, y le diera una excusa para golpearlo.

-Eres una asquerosa e inútil pieza de trabajo –continuó. Por unos segundos se

devanó los sesos buscando algo hiriente cuando recordó que alguien le había dicho

que el niño era un huérfano-. Un insulto a la memoria de tu madre –añadió, encantado

de la repentina sorpresa e ira que pusieron rígida la espalda del chico.

-Ignorabas que conocí a tu madre, ¿verdad? –le susurró pícaramente Traz,

caminando alrededor de la tina y haciendo crujir sus nudillos, preparándose para el

juego.

-Sí, señor –graznó Vur.

-Ella no trabajó aquí, ¿verdad?

-No.

-¿Entonces donde crees que la conocí?

Vur negó. Frente a él Larten adivinó que era lo que el capataz hacía, pero no había

manera de advertir a Vur. Solamente le quedó esperar a que Vur también hubiera leído

las intenciones de Traz. Generalmente Vur era mejor juzgando a la gente de lo que era

Larten, pero el miedo podía opacar los pensamientos de una persona.

-¿Y bien? –ronroneó Traz.

-No sé, señor.

-En una posada –le confió Traz como si fuera lo mejor del mundo-. La conocí en

una posada.

La cabeza de Vur se sonrojó y el niño frunció el ceño. Larten gimió, pues su primo

había mordido el anzuelo. La cosa iba a terminar mal.

-Perdóneme señor, pero se equivoca. Mi madre jamás trabajó en ninguna posada.

-Lo hizo –le corrigió Traz.

-No señor –replicó Vur-, ella era costurera.

-Durante el día –se burló el hombre-, pero por la noche se preocupaba por ganar

un poco extra –le dio unos segundos a Vur para que pensara en ello-. Trabajó en un

montón de posadas. Me encontré con ella muchas veces.

Vur era demasiado joven para haber besado a una chica, pero en esa época había

muy pocos inocentes en el mundo. Sabía exactamente qué estaba insinuándole el

capataz. Sus mejillas se sonrojaron. Lo peor de todo era que él no podía saber si el

hombre mentía o decía la verdad. Estaba casi seguro de que Traz trataba de jugar con

él pero con las pocas memorias que guardaba de sus padres no podía asegurar si la

calumnia era para hacerle enfadar o para obligarle a ver una realidad.

-No era muy bonita que digamos –continuó Traz, disfrutando de la furiosa mirada

de Vur-, pero hacía muy bien su trabajo, ¿a que sí?

El niño comenzó a temblar, pero no era de miedo. Siempre había sido capaz de

controlar su temperamento (al menos lo hacía mejor que Larten), pero jamás le había

tocado ser el objeto de un insulto semejante.

Traz le susurró algo a Vur. La cara del chico se volvió completamente blanca, y un

capullo escapó de entre sus manos y subió hasta la superficie.

Mantén esas malditas cosas dentro –rugió Traz, dándole un duro golpe a Vur en el

lado izquierdo de su cabeza. Vur perdió el equilibrio y también el control del resto de los

capullos. Todos ellos se deslizaron hasta la superficie del agua-. ¡Idiota! –le gritó Traz,

y siguió con varios insultos más, cada uno más cruel que el anterior, mientras golpeaba

al niño en la cabeza.

Vur trató de atrapar todos los capullos para sumergirlos nuevamente pero el

capataz lo apartó de la tina y lo arrojó al suelo. Cuando su cuerpo golpeó el piso el Traz

le propinó una patada en el estómago. Vur aulló de dolor, y trató de golpear al

hombretón en una de sus botas.

El capataz sintió que su furia se redoblaba. Maldijo al niño con los insultos más

viles que conocía, y le arrojó los capullos calientes a la cara. Vur trató de escapar como

lo haría un cangrejo, esquivando como podía los misiles mojados. Larten y los otros

observaban con las bocas abiertas. Jamás habían visto a Traz en semejante estado.

Nadie se preocupaba por hacer su trabajo. Todos los ojos estaban puestos en el

furioso matón y en su indefensa víctima.

Cuando los improvisados misiles se terminaron Traz se hizo con los capullos de la

tina de al lado. Jamás se había atrevido a maltratar la valiosísima seda, pero algo

dentro de él se había quebrado. No era nada que Vur hubiera hecho o dicho. La culpa

era del odio que el hombre se había preocupado en almacenar en su interior por tanto

tiempo, y el niño simplemente había estado en el peor lugar en el peor momento

posible.

Traz fue detrás de un asustado Vur, lanzándole sin parar los capullos mientras

llamaba al niño y a su madre por toda clase de insultos. Larten vio que su primo poco a

poco se acercaba a la puerta y rogó porque su primo se mantuviera en donde estaba.

Tuvo la horrible visión de que Traz golpearía el cuerpo de Vur una y otra vez con la

puerta, quebrando sus huesos. Sería mejor si el niño colapsaba en medio de la sala,

pues allí todo lo que el capataz podría hacerle sería golpearlo con sus puños, pies y

con los capullos.

Como si hubiera escuchado su silenciosa plegaria, Vur dejó de gatear y se enfrentó

al capataz. Pero Vur no había parado para tomar aliento. Algo había cambiado en su

interior, algo similar a lo que había ocurrido con Traz. Vur sabía que era una locura,

pero era demasiado tarde para parar. Quizá era la reacción instintiva a uno de los

insultos por los que había llamado a su madre muerta. Quizá se había roto algún hueso

y el dolor lo había obligado a hacerlo en un momento de furia. O quizás la vida le había

llevado hasta ese momento desde el instante en el que entró en la fábrica, y era su

destino que un día le devolviera el golpe a un mundo cruel que trataba a los niños de

una forma tan repulsiva.

Vur tomó un capullo del suelo, se lo lanzó a Traz y gritó:

-Déjame en paz, tu… -permaneció en silencio hasta que el capullo golpeó al

capataz entre los ojos, entonces sonrió y terminó su frase con un insulto inclusive más

fuerte que todos los que el hombre había usado en contra de él.

Traz se quedó sin saber qué hacer, sorprendido. El capullo solamente le había

dejado una pequeña marca húmeda en la frente, y en su tiempo los borrachos y las

mujeres de mala reputación le habían llamado de muchas formas peores que esa. Pero

jamás un niño le había hablado así. Y nadie jamás le había golpeado en medio de una

multitud de niños boquiabiertos.

Traz siempre había sido más bestia que hombre. Pero en ese momento se deslizó

más allá de los límites de la mera brutalidad. Se había hecho cargo de muchos niños

en el pasado sin siquiera mostrar un poco de remordimiento. Les había arrancado

innumerables narices y orejas, y la historia acerca de que le había arrancado la lengua

a una chica era cierta. Muchos niños habían muerto de hambre o por alguna herida

infectada durante su administración, y lo único que él hacía era reírse de sus agonías.

Pero jamás había asesinado a ninguno de ellos, ni siquiera se le había pasado por la

mente. Al menos no hasta ese momento.

Cuando el capullo golpeó el suelo y el eco de la maldición de Vur se apagó Traz

perdió el contro de sí mismo. Fue demasiado rápido y espantoso como para que

alguien pudiera adivinar lo que haría antes de que lo hiciera, pero cuando menos se lo

esperaban ya estaba sobre el niño.

Traz levantó a Vur del suelo y le soltó una violenta patada. El niño lo maldijo de

nuevo y le golpeó con su suave puño. Pero el capataz ya no estaba de humor para

juegos. En lugar de apartar al niño con un golpe, agarró a Vur y lo arrastró hasta la tina

más cercana, apartando a la aterrorizada chica que trabajaba en ella. Antes incluso de

que Vur pudiera protestar, Traz sumergió la cabeza del chico en el agua, llevándola

hasta el fondo con su poderosa mano.

Vur trató de soltarse con violencia, y uno de sus pies pegó en la mejilla de Traz. El

capataz gruñó y por un momento soltó la presa. Vur flotó a la superficie como lo haría

un capullo, pero Traz recuperó el equilibrio y volvió a empujar al chico hacia abajo,

usando su brazo libre para atrapar las piernas del chico, impidiéndole así que volviera a

patearle. Ignoró la temperatura del agua mientras mantenía a Vur en el mismo lugar,

sus dedos apretaban la carne del cráneo del niño.

-¡Déjalo ir! –le gritó Larten, sorprendiéndose hasta sí mismo.

-¡Mantente fuera de esto! –Traz le miró con llamas en los ojos y le enseñó los

dientes.

-¡Detente! –exigió Larten-, ¡lo va a matar!

-Si –Traz se rió entre dientes-, eso es precisamente lo que voy a hacer.

Larten había vivido con miedo hacia el capataz desde que tenía ocho años, pero

ese frío y gris martes no había lugar para el terror. Vur se estaba ahogando. Larten

debía actuar de inmediato, o sería demasiado tarde.

Abandonando la seguridad de su tina, Larten se abalanzó sobre Traz y se enfrentó

el mismo al monstruoso hombre. Esperaba que, estando el piso húmedo, Traz

resbalara y pudiera derribarlo. Si pudiera hacer que Vur se apartara de la tina podrían

huir cual ratas y jamás regresar. A su padre no le importaría que lo hicieran después de

que le contara lo que había ocurrido. Existían límites inclusive para lo que Traz podía

hacer o no.

Pero Traz había vigilado todos los movimientos del pequeño Crepsley. Había

esperado que hiciera exactamente lo que había hecho, así que se limitó a acomodar

sus pies para tener un mejor equilibrio. Cuando Larten se lanzó sobre él, Traz

simplemente soltó las piernas de Vur (las cuales ahora le eran un estorbo), y le

estampó el puño en la cabeza.

Larten sintió como si alguien le hubiera traspasado el cráneo. Durante unos

segundos estuvo a punto de desmayarse. Lo habría hecho si hubiera sido otro

momento, pero sabía que Vur lo necesitaba. No podía quedarse inconsciente en esas

circunstancias. Así que, sacando fuerzas de la flaqueza, sacudió su cabeza para

despejarla y se tambaleó sobre sus rodillas.

Traz estaba sorprendido. Pensó que había matado al chico, o al menos que lo

había golpeado tan fuerte que seguiría aturdido por el resto de sus días. Incluso en

medio de su furia homicida no pudo más que sentir respeto por el modo en el que

Larten se volvía a erguir, primero sobre sus rodillas y después sobre sus pies. Sus

piernas temblaban como si estuviera borracho, pero Traz admiró la determinación con

la que el niño se había levantado.

-Quédate en donde estás, estúpido –se limitó a gruñir, pues lo peor de su furia ya

había pasado.

Larten gimió en respuesta y se tambaleó hacia adelante. Esta vez no trataría de

golpear al hombretón, quizá lo mejor sería enfocarse en las piernas de Vur. Todavía

temblaba ligeramente, como un perro atropellado, y Larten sabía que tenía unos

segundos para pescar y liberar a su primo… antes de que fuera demasiado tarde.

Traz miró con preocupación al niño que se acercaba. Cuando notó que Larten se

preocupaba solamente por el chico ahogado miró hacia abajo y silbó. Vur Horston ya

no se movía, ni siquiera había pequeñas burbujas de aire que escaparan de entre sus

labios.

Traz no sintió culpa alguna, pero sí inquietud. Aunque creía que sus jefes no se

preocuparían en lo absoluto si algún día se enteraban de ese incidente, existía la

posibilidad de que ellos decidieran que el capataz había ido demasiado lejos. Hizo a un

lado las piernas del niño, se apartó de la tina chorreando y comenzó a pensar.

Al no tener la experiencia de Traz, Larten creía que todavía había esperanza. Se

había sentido aliviado cuando el hombretón se había apartado y rápidamente se

apoderó de las piernas de Vur para ayudarlo a salir del agua. Su primo pesaba más de

lo normal, pues sus ropas estaban empapadas, y Larten todavía estaba aturdido por el

golpe en su cabeza. Sin embargo sólo le tomó unos pocos segundos el sacar a Vur y

dejarlo sobre el suelo.

-¡Vur! –le llamó, sentándose al lado de su primo inmóvil. Como no obtuvo respuesta

decidió golpear ligeramente las mejillas de Vur y le abrió los labios para permitirle

escupir el agua que hubiera trabado-. ¡Vur! –golpeó la espalda del chico-. ¿Estás bien?

¿Puedes oírme? ¿Te hizo d…?

-¡Silencio! –le ladró Traz. Cuando Larten lo miró con lágrimas en los ojos el capataz

agregó con frialdad-. No hay nada que puedas hacer por él. Esa rata de alcantarilla

está muerta. Todo lo que harás por él será una tumba.

Capítulo Cuatro

Mientras el mundo parecía girar sin control para un aturdido y mareado Larten, Traz se

enfrentó al resto del equipo. Lo único que le preocupaba era mantener su trabajo. No le

importaban en lo absoluto los restos del pequeño Vur Horston.

-¡Escúchenme bien! –les exigió Traz, observando con cuidado a cada uno de ellos-.

Esa pequeña rata salvaje me atacó. Todos ustedes lo vieron. Lo hice en defensa

propia, y le va a ir mal a cualquiera de ustedes que diga algo diferente.

Volvió a mirarlos, desafiándole a que le llevaran la contraria. Pero todos ellos

asintieron con la cabeza, y Traz se hinchó de orgullo. No tenía nada qué temer.

Ninguno de esos cobardes se atrevería a hablar en contra suya.

-Voy a colgar su cuerpo con un gancho en su espalda –se jactó Traz-. Quiero que

todos ustedes lo vean detenidamente antes de que se vayan a casa. Esto es lo que les

ocurre a los tontos y estúpidos que atacan a su capataz. ¡No va a haber ninguna

revolución en esta fábrica!

Al mismo tiempo, en su mente, exageraba el desafío del niño. Podría decirle a sus

jefes que varios mocosos lo habían atacado al mismo tiempo. Les insistiría que habían

organizado una revuelta, y que el chico Horston era el líder de la misma. Podría incluso

decir que, aunque no había querido llegar hasta ese extremo, había matado a Vur por

el bien de la fábrica. Les dejaría creer que había otros que conspiraban en su contra. Si

llegaban a pensar que eso había representado alguna amenaza para sus ganancias

quizá hasta le darían una medalla a Traz por haber suprimido la revuelta.

Los hombres ricos eran fáciles de engañar. Si el flujo de dinero hacia sus bolsillos

se mantenía constante ellos harían exactamente lo que él querría que hicieran. No les

importaría la muerte de un huérfano más, no si Traz podía ponerle un precio a su

cabeza.

Mientras tanto, en el suelo, Larten observaba a Vur con horror. El ojo derecho del

chico estaba cerrado, pero el izquierdo estaba ligeramente abierto, como si lo estuviera

guiñando. Larten esperaba que su primo le estuviera jugando una broma. No le

importaría su de un momento a otro le saltaba encima y se reía de él por haber caído

en su trampa. De hecho Larten rompería a llorar de alegría si eso pasaba.

Pero Vur no estaba actuando. Larten había visto la muerte varias veces antes (una

hermana muerta, algunos niños en la fábrica, cadáveres en las calles esperando a ser

recolectados, etc.), y no tenía duda de que su primo tenía la escalofriante quietud de

los muertos.

-Quítate de en medio –se burló Traz, empujando a Larten a un lado.

El niño no había prestado atención al discurso de Traz. No sabía qué era lo que el

capataz quería hacer con Vur, pero en su desconcierto creyó que el hombre trataba de

ayudarlo.

-No hay nada por hacer –susurró el chico-. No puede ayudarlo aunque lo intente.

Está muerto.

Traz alzó una ceja y comenzó a reír despiadadamente.

-¿Ayudarlo? ¿Acaso no me escuchaste? Lo voy a colgar de un gancho para darles

una lección a todos ustedes.

Larten miró con asombro al corpulento hombre.

-Vete a casa, ve con tu padre –resopló Traz-. Dile que tiene suerte de que te haya

dejado vivo. Pude haberte matado por haberme atacado. Pero que como soy un

hombre misericordioso decidí dejarte ir.

Larten estaba inmóvil. Había estado llorando hasta hacía unos momentos, pero las

lágrimas se le habían secado y un frío fuego comenzó a brillar en el fondo de sus ojos.

-Anda, lárgate –prosiguió Traz, echándose a Vur sobre el hombro como si fuera un

saco de capullos-. Tienes la tarde libre, pero mañana te quiero aquí a primera hora. Y

dile a tu padre que puede recoger esto el viernes. Lo quiero colgar unos días,

imaginando que es un faisán.

Cuando Traz se dio la media vuelta para marcharse Larten recogió algo del suelo.

Nunca recordaría que era lo que tenía entre sus dedos. El área estaba literalmente

llena de todo tipo de desechos (uñas, cucharas viejas, cuchillos rotos, y más). Todo lo

que él sabía era que ese objeto era afilado y frío, y su tamaño era se adaptaba

perfectamente a su temblorosa y pequeña mano.

-Traz –lo llamó Larten con una suavidad sorprendente. Si hubiera gritado quizás el

capataz se habría dado cuenta del peligro y todo se hubiera ido al traste. Pero como no

fue así Traz simplemente hizo una pausa y miró hacia atrás, con un amago de sonrisa

en el rostro, como lo haría ante un viejo amigo con el que se topara en el parque un

domingo.

Larten se levantó y alzó su mano. Los ojos del chico carecían de brillo, igual que

los de Vur, pero en su boca se había formado una oscura mueca torcida, como si algo

vil e inhumano dentro de él finalmente hubiera sido puesto en libertad.

Cuando Larten bajó su mano, lo que fuera que hubiera recogido antes ya no estaba

en ella. El objeto se encontraba enterrado en la garganta de Traz.

Traz miró al niño a través de unos grandes ojos saltones. A pesar de eso no dejó

caer a Vur. De hecho mantuvo apretado al pequeño. Con su mano libre trato de

arrancarse el objeto que se había fijado firmemente en su tráquea, pero no tenía fuera

en los dedos y la piel de su cuello estaba resbalosa por la sangre que salía de la

herida. Dejó caer su brazo a un lado y abrió la boca para tratar de decir algo, pero ella

sólo salió el sonido de un horrible gorgoteo.

Sin dejar de observar a Larten, Traz cayó de rodillas, se mantuvo allí por unos

momentos, y después se desplomó. Había soltado a Vur, y el cuerpo del niño rodó

fuera de su alcance.

El silencio en la habitación era más aterrador que cualquier sonido que Traz jamás

hubiera hecho. Los niños se encontraban paralizados. Quizá la muerte de Vur había

sido del todo inesperada, pero no podía considerarse en un cataclismo. En cambio el

asesinato de Traz había sacudido al mundo hasta sus cimientos. Nada sería lo mismo

a partir de entonces.

Larten se humedeció los labios y comenzó a inclinarse hacia adelante. Aquél

odioso sentimiento en su interior quería arrancar el objeto de la garganta de Traz para

apuñalar con él los ojos del capataz muerto. Pero cuando sus dedos se extendían ante

él, el niño parpadeó y se estremeció, sorprendido por lo que había ocurrido… y por lo

que quería hacer.

Sintiéndose enfermo y aturdido, Larten se apartó un par de pasos del cuerpo.

Conforme fue volviendo en sí sus ojos fueron de Traz a Vur, y la realidad de lo que

había hecho lo golpeó con fuerza. Había matado a un hombre. Pero no a cualquier

hombre, sino a Traz, el favorito de los propietarios de la fábrica. Nadie en el vecindario

sentía simpatía por Traz, pero lo respetaban. Y Larten tendría qué responder por la

muerte del capataz y él sabía que la respuesta tenía que ver con una soga alrededor

de su cuello.

Larten no trató de acercarse a los niños, como tampoco les pidió que mintieran por

él. Ellos tampoco trataron de hacerlo. Si se ponían de su parte o ayudaban a ocultar su

identidad ellos también pagarían la muerte de Traz.

Sintiendo cómo la bilis le subía por la garganta, Larten se volvió con

desesperación, buscando la puerta (pues no tenía idea de en dónde se encontraba de

tan desorientado que estaba). Tan pronto como la vio corrió hacia ella para conservar

la vida. Y como si esa fuera la señal que todos habían estado esperando, uno de los

niños levanto un dedo y señaló al niño que huía.

-¡Asesino! –gritó.

Segundos después todos ellos gritaban el nombre de Larten, señalándole y

gritando como banshees1. Pero ninguno trató de detenerlo. No había necesidad de

hacerlo. Otros ya se ocuparían de ello. Una terrible multitud seguiría el rastro del

pequeño, y cada uno de sus miembros buscaría ser el primero en atarle la soga al

cuello al asesino de cabello naranja.

1 Mujeres fantasmagóricas de la mitología irlandesa que anuncian con su llanto la muerte de un familiar

cercano.

Capítulo Cinco Larten corrió sin saber hacia dónde se dirigía. Nunca había explorado más allá de su

propio vecindario, pero conocía cada pulgada del área circundante a la fábrica, los

callejones, calles, ruinas y los lugares donde podía ocultarse. Si hubiera estado en sus

cinco sentidos habría podido escapar rápido y sin dejar rastro, o habría encontrado

algún sitio en donde pudiera ocultarse hasta que llegara la noche.

Pero el chico se encontraba en pleno ataque de pánico. Su mejor amigo había sido

asesinado frente a él, y Larten había matado al responsable por venganza. Su corazón

latía salvajemente, y se tropezó varias veces, cayendo y raspándose las piernas y las

manos. En su cabeza, en medio del caos y del terror, sólo tenía un pensamiento claro:

¡Huye!

Si se hubiera formado algún grupo para atraparlo inmediatamente después de que

abandonara la fábrica, éste habría encontrado a un Larten perdido y dando rodeos por

los alrededores, un blanco fácil. Pero los adultos que acudieron a la llamada de los

niños estaban atónitos. Se limitaron a presionar a los testigos para saber cómo habían

sido los últimos momentos de Traz. Si alguien hubiera tenido la excelente idea de salir

a cazar al asesino muchos otros lo habrían seguido. Pero en el caos todos asumieron

que alguien ya se encontraba tras la pista del niño, así que los minutos pasaron sin que

nadie hiciera nada.

Fuera, Larten había llegado a un callejón sin salida. Había estado mirando en

busca de sus perseguidores por lo cual chocó de lleno con la pared y cayó al suelo,

llorando. Cuando se levantó, frotándose la cabeza, se encontró con una niña de no

más de cuatro o cinco años de edad, sentada en un escalón cerca de donde estaba. Se

miraron fijamente.

-¿Qué haces? –le preguntó.

Larten se limitó a sacudir la cabeza.

-Estás herido –prosiguió la niña.

El chico no sabía que hablaba ella. Cuando ella señaló su cabeza con un dedo él

se la frotó y después miró sus dedos. Estaba sangrando. Apenas fue consciente de su

herida el dolor se hizo presente y lo obligó a hacer una mueca.

-Mi mamá puede curarte –le sonrió la niña-. Siempre me cura cuando me lastimo.

-No pasa nada –graznó Larten-. Voy a estar bien.

-También me da una taza de té con azúcar –prosiguió ella-. Azúcar –repitió-. ¿Has

probado alguna vez el azúcar?

-No.

-Es deliciosa –susurró la pequeña.

Larten miró a su alrededor. La peor parte del pánico ya había pasado. No sabía por

qué, pero ya no se sentía tan aterrorizado como antes. No podía decirse que había

regresado a la normalidad, pues eso sería mentir, pero al menos había comenzado a

pensar en lo que debería hacer o a donde podía ir. Debía huir rápido, pero sólo podría

escapar si mantenía sus nervios bajo control.

-Gracias –le dijo a la niña, y se dirigió a la salida del callejón.

-¿Por qué? –quiso saber ella.

-Por hacerme sentir mejor.

La niña se rió.

-Eres algo raro. Ven, vamos a jugar.

Pero Larten no tenía tiempo para jugar. Sólo había un juego que le interesaba en

esos momentos: darle esquinazo a los verdugos.

Al salir del callejón giró a la derecha, y pronto dejó atrás el vecindario en que había

pasado toda su vida. Aunque no conocía las afueras de éste tenía una vaga idea de

cómo era la ciudad, así que decidió ir hacia el este. Creía que esa sería la vía más

rápida para abandonarla. No se atrevió a correr, pero caminó rápido y con la mirada

gacha, cuidando no hacer contacto visual con nadie.

A nadie le interesó el niño delgado, sucio, tembloroso y cubierto de sangre que

pasaba a su lado. La cuidad estaba llena de niños perdidos con la misma pinta que él.

En la fábrica finalmente alguien preguntó qué había pasado con el asesino de Traz.

Cuando la gente descubrió que el niño había escapado sin dejar rastro se mostraron

indignados (quizás a nadie le había caído bien Traz, pero no iban a permitir que un

mocoso rebelde como Larten Crepsley matara a un capataz y viviera para contarlo). Un

pequeño grupo salió en pos de él, y poco tiempo después docenas de personas se

unieron a él cuando la palabra “asesinato” se regó como pólvora. La vida era

monótona, así que una persecución sonaba realmente atractiva para todos ellos.

Hombres, mujeres, e incluso adolescentes siguieron a los trabajadores de la fábrica

blandiendo cuchillos, hoces, y cualquier otro objeto filoso que pudieron encontrar. Más

de uno también se hizo de algunos metros de cuerda. Las turbas jamás iban escasas

de voluntarios cuando se trataba de hacer “justicia”.

Pero para cuando la turba estaba completamente formada y buscaba por todas las

calles circundantes, Larten se encontraba fuera de peligro, al menos del inmediato. Sus

chillidos no llegaban ni a sus oídos ni a los de la gente que pasaba a su lado. Gracias a

ello pudo mantener la calma y alejarse a un ritmo constante.

Jamás pasó por su mente que podía ocultarse en su casa. Sabía perfectamente

que ese sería el primer lugar que visitaría la turba, pero no era la única razón por la que

evitó pasar cerca de allí. Quizá si hubiera pensado que sus padres podrían protegerlo

habría vuelto. Si creyera que la gente podía concederle un juicio justo quizá tampoco

habría huido. Si existía algún tipo de justicia en el mundo, quizás hasta se habría

arrojado a los pies de sus perseguidores clamando misericordia.

Pero nadie se preocuparía por el destino de Vur Horston. Los niños eran

asesinados todos los días en las fábricas. Y a los dueños de éstas les traía sin cuidado

siempre y cuando mantuvieran sus ganancias a salvo. Pero la muerte de un capataz

era todo un escándalo. Algo tenía qué hacerse para evitar que algún otro trabajador en

alguna otra fábrica imitase las acciones de Larten.

El padre de Larten era amable y flexible, y aunque su madre era brusca lo quería a

su manera, pero siendo la vida tan dura como era ambos debían ser prácticos. Ellos no

podrían salvarlo de la turba, y Larten sabía que quizá ni siquiera tratarían de protegerlo.

Es más, creía que lo entregarían después de haberle dicho que era un tonto por

haberse dejado llevar por su rabia.

El chico jamás había escuchado la frase “deshacerte de tus lazos”, pero bien podía

haberla comprendido. Ya no tenía ningún lugar llamado hogar en esa ciudad. Estaba

solo en un mundo que lo había condenado a muerte.

Era entrada la noche cuando Larten salió de la ciudad. El cielo había tenido un color

oscuro todo el día, pero era negro en cuanto llegó la noche. Había algo cruel en el aire.

El niño no tenía abrigo, así que temblaba en su camisa de manga corta. Tenía hambre

y sed, pero el frío era su mayor preocupación. Tenía que encontrar un refugio rápido, o

acabaría tan rígido como las personas congeladas que a veces había visto en las

calles.

Manteniendo sus hombros bajos para protegerse del frío, Larten anduvo por la

carretera principal hasta que se desvió por un camino de tierra. Su plan era bastante

simple: tenía que encontrar un pueblo en donde pudiera ocultarse en un establo o en

un granero. No sabía qué tan lejos podía estar de uno, pero supuso que a no más de

unos pocos kilómetros.

Si no hubiera comenzado a llover tan fuerte Larten habría seguido caminando.

Quizá se habría tropezado en algún punto del camino, torciéndose un tobillo y

pereciendo en la fría y húmeda noche. O quizás le hubiera ido perfectamente y habría

encontrado un buen refugio, robado algunos huevos en la mañana, y salido en busca

de trabajo. Podría haber trabajado duro para ganar algo de dinero. Quizás habría

tenido una buena vida, se habría casado y tenido hijos, y habría muerto a la avanzada

edad de cuarenta o cuarenta y cinco años.

Pero el destino de Larten no estaba en una zanja o el alguno de los pueblos

cercanos. La lluvia caía sobre él, empapándolo, y forzándole a buscar un lugar en

donde pudiera refugiarse. Un árbol le parecía bien, pero las nubes se veían

tormentosas y el chico había escuchado historias de gente que, buscando refugio de la

lluvia bajo un árbol, había sido alcanzada por un rayo. No había cuevas a la vista. Así

que eso le dejaba…

Larten miró alrededor, rogando por encontrar algo que le sirviera, y después de

haber descansado un poco bajo la lluvia sus oraciones fueron escuchadas. Vio algunas

lápidas que se encontraban relativamente cerca y descubrió que se encontraba al lado

de un cementerio. El chico había estado en uno de ellos una vez, un domingo en el que

él y Vur habían caminado hacia el norte de la ciudad, y se habían topado con un gran

cementerio. Habían ido deseosos de encontrarse con algunos de los fantasmas, pues

habían escuchado las historias de jinetes sin cabeza deambulando por entre las

tumbas. Por supuesto que no vieron ninguno (pues era bien sabido que los fantasmas

preferían la noche para salir a dar la vuelta), pero habían visto montones de

monumentos para los muertos.

Los pobres de la ciudad se enterraban en fosas comunes, sin nada que indicase el

lugar en donde descansaban. Pero aquellos que tenían dineros podían construir una

tumba. La gente rica era la única que podía permitírselo.

El chico era consciente de que las tumbas normales no le serían útiles, pero

también sabía que la gente que en verdad tenía dinero se hacía de criptas familiares,

algo así como pequeñas casas para los muertos. Si podían mantenerlos secos a ellos,

también podrían hacer lo mismo con un vivo al menos por una noche.

Larten no sabía si en ese pequeño cementerio habría alguna cripta. Pero a la

primera oportunidad que tuvo abandonó el camino y se internó en él, deambulando

entre las tumbas y esperando no perturbar el descanso de los muertos (ojalá)

dormidos.

Capítulo Seis El cementerio era más grande de lo que Larten había imaginado y, aunque no era rival

de aquél que se alzaba en el norte de la cuidad, algunas criptas sobresalían de entre

las cruces y tumbas.

Larten caminó por entre ellas, susurrando oraciones a todos los dioses de los

cuales jamás había escuchado mientras caminaba con la vista gacha. Quería mirar en

todas direcciones a la vez para comprobar si allí había fantasmas, brujas o demonios.

Pero creía que, si él los miraba, ellos podrían mirarlo a él también. Entonces, si no los

miraba, el chico esperaba que ellos ni se enterarían de su presencia, así que mejor

veía al suelo. Podía ser una idea tonta, pero a Larten le daba el suficiente valor como

para seguir adelante.

No pudo abrir la puerta de la primer cripta con la que se topó, pues estaba sellada.

Con la siguiente no le fue mucho mejor, pues una cadena de cobre tejido impedía el

paso. Tiró de ella tan fuerte como pudo y la cadena cedió un poco, aunque no lo

suficiente.

Larten creyó haber escuchado un movimiento por detrás de él. Se puso de pie y

bajó la cabeza, esperando a que algo cayera encima de él. Pero cuando nada apareció

en la creciente oscuridad volvió a lo suyo, y se apresuró a otra cripta que distinguió

cerca de allí.

Por poco y pasaba de largo la puerta. Tenía bisagras y estaba ligeramente

entreabierta, pero también estaba tallada en piedra, por ello Larten tenía serias dudas

sobre si tendría la fuerza necesaria para abrirlas. Pero la lluvia lo azotaba sin piedad, el

cansancio parecía haberse refugiado en lo más profundo de sus huesos, y la cripta de

al lado estaba algo lejos. Así que, aunque no tenía mucha esperanza en ello, tiró de

uno de los bordes de la puerta.

Ésta se abrió con tanta suavidad que el chico perdió el equilibrio y cayó. Aterrizó en

un charco con el cuerpo en tensión, y miró hacia el interior de la cripta. Quizá la puerta

se había abierto con tanta facilidad porque algo en el otro lado la habría empujado

hacia afuera al mismo tiempo que él tiraba de ella. Pero si había un fantasma oculto allí

adentro Larten no lo veía.

-¿Estás loco? –en su cabeza escuchó el susurro de una voz que se parecía mucho

a la de Vur-. No te atrevas a entrar. Es un lugar para los muertos.

Pero Larten no tenía muchas opciones. Si no encontraba refugio en allí dudaba que

fuera a hacerlo en otro lugar. Aunque estaba aterrorizado por la idea de pasar la noche

en una cripta sabía que tenía más oportunidades de sobrevivir dentro que fuera. Así

que, con una rápida oración, se puso de pie y se limpió las manos mojadas en su

pantalón antes de agacharse y entrar a la cripta.

Al principio creyó que se encontraba en la más completa oscuridad. El chico cerró

sus ojos por un momento, y cuando volvió a abrirlos descubrió que podía ver

medianamente bien. Vio que había paneles de cristal en el techo, y aunque le pareció

extraño no pudo dejar de pensar que quizás alguno de los que descansaban allí había

tenido miedo a la oscuridad.

Permaneció al lado de la puerta hasta que sus ojos se ajustaron a la escasa luz, y

después se puso a estudiar la cripta. Había paredes de ladrillo a cada lado, y detrás de

ellas se encontraban los ataúdes. Una extraña fuente servía de adorno en el centro del

lugar. Y no había señal de ningún fantasma.

Después de haber reunido valor, Larten se apartó de la puerta y entró en el centro

de la cripta. No era muy agradable estar allí, pero al menos era más cálido y seco que

en el exterior. Se frotó sus brazos de arriba abajo para entrar en calor. Era consciente

de que debía quitarse sus ropas para que se secaran, pero no le hacía mucha gracia el

tener que desnudarse por si algún fantasma salía de alguno de los ataúdes y lo

atacaba. ¡No quería tener que huir del cementerio completamente desnudo!

El niño sonrió débilmente ante esa imagen. Entonces su estómago gruñó y él se

estremeció. Había pasado hambre durante todo el día, pero había sido capaz de

ignorarla. Pero ahora que volvía a sentirla le parecía que llegaba con más intensidad.

Si tan sólo el accionista de la fábrica hubiera llegado después del almuerzo. Los niños

no obtenían mucho para comer a medio día, pero incluso un poco de pan y de sopa

aguada hacían una gran diferencia. Llegó a creer que el capataz había elegido el peor

momento para que el chico le asesinase.

Larten volvió a reír. Sabía que su muerte había sido un error, y deseaba poder ir

atrás en el tiempo para cambiar ese día, pero honestamente no sentía tristeza por Traz.

Él y Vur habían rezado a los dioses muchas veces para que los libraran de su

intimidante capataz. De hecho el chico dudaba que mucha gente fuera a derramar

alguna lágrima por Traz.

Cuando Larten se encontraba cerca de la fuente se dio cuenta de que ésta estaba

cubierta de telarañas. Se fijó en si había arañas (pues ya se había alimentado antes de

insectos cuando la comida escaseaba), pero todas ellas se habían ocultado o movido

de allí. Suspiró, pensando que las redes podían servirle de alimento al no haber nada

más. El niño dudaba en que fueran a llenarle (de hecho podían hacer que se

enfermara), pero, ¿qué otra opción tenía?

Recorrió una de las telarañas con los dedos, rompiendo las hebras. Después hizo

girar sus dedos varias veces para que éstas se enrollaran en ellos. Cuando la cubierta

de seda era lo suficientemente gruesa como para ocultar su carne se llevó los dedos a

la boca, cerró los ojos, y la arrancó con sus dientes

Larten casi vomitó al sentir la red de mal sabor, pero se obligó a tragar las

polvorientas hebras, ignorando su asco. Después de una breve pausa para tomar

aliento recogió unas pocas más, recolectándolas hasta la base de la fuente después de

haber empezado por arriba. Siguió buscando en ellas alguna araña, inclusive hubiera

agradecido una mosca disecada, pero no tuvo suerte.

Después, en medio del siniestro y solemne silencio de la cripta, mientras chupaba

la seda de las arañas que seguía adherida a sus dedos, alguien le habló desde algún

lugar por encima de él.

-¿Las telarañas son un manjar en dónde vives?

El chico dirigió la vista hacia la pared que se encontraba sobre la puerta, el único

lugar en el que no había puesto los ojos desde que entrara a la cripta. Algo se sujetaba

de los ladrillos. Se trataba de una bestia de piel roja, con una cara pálida y el cabello

largo y negro con rayas blancas. Sus garras estaban dentro de los ladrillos, y la criatura

estudiaba a Larten con lo que parecía ser una sonrisa maliciosa y sedienta de sangre.

El niño se precipitó hacia la puerta aún si creía que era demasiado tarde para huir,

pues la criatura podía bajar de un salto y bloquear la salida antes de abalanzarse sobre

él. Pero para su sorpresa la bestia no se movió, y un segundo después Larten estaba

frente a la puerta, a un par de pasos de la libertad.

-Me gustaría pedirte que te quedaras un rato –murmuró la criatura, y hubo algo en

su tono que hizo que Larten se detuviera. Lanzó una rápida mirada hacia arriba y vio

que la cosa había bajado su cabeza. Solamente unos cuantos centímetros separaban

sus caras.

El niño lanzó un chillido y se estrelló en la jamba de la puerta. Pero todavía no se

había arrojado fuera de la cripta para correr a toda velocidad. No se decidía a huir, no

porque la criatura había no había sonado amenazadora al hablar. Había sonado

solitaria, por extraño que le pareciera.

-¿Qué eres? –jadeó el chico.

-¿La pregunta no debería “quien” soy? –le preguntó la criatura antes de soltarse y

caer al suelo, poniéndose de pie poco después. Ahora Larten sabía que se trataba de

un hombre (o al menos tenía el cuerpo y la cara de uno). El rojo que había vislumbrado

no era otra cosa más que sus ropas, no su piel, la cual (desde donde Larten le veía) no

parecía diferente de la de cualquier otra persona.

-¿No es un monstruo? –quiso saber el niño, mirando al hombre con recelo.

-No me describiría como uno –se rió el hombre-. Aunque existen muchos que sí lo

harían.

Para sorpresa de Larten el hombre extendió una mano. El corazón del chico latió

con fuerza, pero sabía que no sería de buena educación el rechazar semejante gesto

de confianza. Sacando una mano temblorosa aceptó el gesto del hombre y le apretó la

mano. El chico sintió una fuerza tremenda en sus dedos aunque el hombre parecía no

haber aplicado demasiada a su gesto.

-Mi nombre es Seba Nile –se presentó el otro-, y este es mi hogar durante la noche.

Eres más que bienvenido a compartirlo conmigo si así lo deseas.

-Gracias –aceptó el niño con voz débil, sintiéndose como en un sueño-. Mi nombre

es Larten Crepsley.

-Te doy la bienvenida, Larten –le contestó Seba con afecto, y sin soltar la mano del

chico lo llevó de vuelta hacia las sombras de la cripta.

Capítulo Siete Seba Nile se sentó sobre el suelo, haciendo el polvo a un lado, y después sacó una

manzana de alguna parte de la capa roja que llevaba encima. Partió la manzana en dos

con sus uñas afiladas y limpias, y le ofreció una mitad al chico. Larten devoró con

avidez el fruto. Cuando Seba vio lo hambriento que estaba el niño decidió darle

también la segunda mitad. Tomándola al mismo tiempo que hacía una breve inclinación

de la cabeza a modo de agradecimiento, Larten cruzó las piernas e inclusive se comió

el centro de la manzana, masticando las semillas y todo.

-Supongo que no habías comido desde hacía algo de tiempo –señaló Seba con

sequedad-. Te daría más si tuviera, pero lamentablemente no es el caso. Puedes cazar

conmigo más tarde, o podría traerte algo de comida si prefieres quedarte aquí,

calientito y seco.

Larten gruñó y se sacó los restos del corazón de la manzana de entre dos dientes.

Entrecerró los ojos y observó a Seba con suspicacia.

-¿Qué es lo que quiera? –preguntó.

-Yo no quiero nada –replicó Seba.

-¿Entonces por qué me ayuda? ¿Por qué me deja estar aquí y me da comida?

-Simplemente estoy siendo hospitalario –Seba sonrió.

-No le creo –Larten resopló.

-No deberías llamar mentiroso a un hombre a menos de que estés seguro de que lo

es –le espetó Seba con frialdad.

-Usted vive en una cripta –contraatacó Larten-. No puedo esperar nada bueno de

usted si permanece en un lugar como este.

Seba alzó una ceja.

-Podría decir lo mismo de ti, cachorrito.

-Supongo que podría –aceptó el niño con una débil sonrisa.

-¿Por qué estás aquí? –le preguntó Seba. Cuando los labios de Larten formaron

una fina línea se apresuró a agregar-. No tienes por qué decírmelo, pero parece que

estás en un aprieto. Pienso que podrías tranquilizarte si me cuentas algo.

El niño negó con la cabeza.

-Primero usted. ¿Qué hace aquí?

-A menudo permanezco en lugares como este –respondió Seba.

-¿Duerme en criptas? –volvió a preguntar Larten.

-Usualmente.

-¿Por qué?

-Porque soy un vampiro.

-¿Qué es un vampiro? –Larten frunció el ceño, pues no había comprendido.

-¿No has escuchado ninguna de esas historias? -Seba se mostró sorprendido-.

Creí que en esta parte del mundo… ¿Alguna vez, quizá por accidente, has escuchado

acerca de los muertos vivientes? ¿De los caminantes de la noche?

-¿Se refiere a los fantasmas?

-No, los vampiros son… -Seba consideraba sus palabras.

-Un momento –pidió Larten mientras unos pocos recuerdos brillaban dentro de su

cabeza-. Usted no es un chupasangre, ¿verdad?

-Bueno, ya tienes el concepto –Seba sonrió más ampliamente.

-Recuerdo que una vez Vur me dijo… ¿Qué? –Larten apenas si se acordaba de

ellos. Vur le había narrado algunas historias sobre unas criaturas que bebían sangre y

vivían para siempre.

-Hay muchas leyendas acerca de los vampiros –le explicó Seba-. La mayor parte

de ellas no son confiables. Bebemos sangre para sobrevivir, pero no somos asesinos.

No dañamos a aquellos de quienes nos alimentamos.

-¿Un monstruo que no mata? –Larten se mostraba escéptico.

-No somos monstruos –le corrigió Seba-. Sólo somos gente con poderes

extraordinarios. O debilidades, dependiendo de cómo se mire –estiró sus piernas-. No

recuerdo mi edad exacta, pero tengo más de quinientos años.

Larten sonrió, pues pensó que era una broma. Entonces vio la expresión de Seba y

su sonrisa se desvaneció.

-Los vampiros iniciamos nuestras vidas siendo humanos –continuó Seba-. Nos

apartamos de la humanidad cuando otro vampiro comparte su sangre con nosotros –le

mostró sus manos, y Larten vio una pequeña cicatriz en la punta de cada dedo-.

Primero mi maestro me hizo estas heridas en los dedos, después se hizo lo mismo en

los suyos, y bombeó su sangre hacia mi interior. Así es como me convertí en un

vampiro.

-¿Por qué lo hizo? –le preguntó el niño.

-Porque quería ser uno –entonces Seba le explicó que los vampiros envejecían una

décima parte a como lo hacían los humanos, lo cual significaba que podían vivir por

varios cientos de años. Le contó a Larten acerca de su fuerza y velocidad, y sobre los

códigos de honor con los cuales vivían. También le habló de las dificultades que

pasaban, de cómo los seres humanos les habían temido y cazado, de cómo la luz del

sol podía resultar mortal para ellos después de unas horas de exposición, y su

incapacidad para tener hijos.

Larten escuchaba, embelesado. Como muchos otros de sus amigos, él creía en un

mundo lleno de fantasmas y magia, de demonios y brujas. Pero esa era la primera vez

que se había visto expuesto a esa realidad, y era bastante diferente a como él la había

imaginado.

Seba le contó al niño algunos de los mitos acerca de los vampiros. Se suponía que

las cruces los asustaban. El agua bendita los quemaba. Que había que atravesar el

corazón de un vampiro con una estaca para después cortarle la cabeza y enterrarlo en

un cruce de caminos para que dejara de volver a la vida. Que podían cambiar su forma

y que podían convertirse en ratas o en murciélagos.

-¡Puras tonterías! –resopló Seba-. Son los delirios histéricos de los tontos

supersticiosos.

Larten había escuchado algunos de esos cuentos con anterioridad pero los había

relacionado con otro tipo de monstruos. Le preguntó a Seba si esos (demonios, brujas

y los demás) también existían.

-Los fantasmas si –asintió Seba con seriedad-. Y también las brujas. Pero si

hablamos de demonios o similares… bueno, recuerda que tengo quinientos años, y

jamás he visto ninguno.

Le narró a Larten como había intercambiado sangre cuando sólo era un niño, y

también le habló de algunos de los países que había visitado y la gente famosa que

había conocido. Larten no reconoció la mayoría de los nombres, pero no se atrevió a

admitirlo para no parecer ignorante.

Finalmente, cuando Seba sintió que el niño ya tenía suficiente del mundo de los

vampiros por una noche, le devolvió su primera pregunta.

-¿Y qué tal tú? –preguntó con gentileza-. ¿Por qué estás aquí, tan lejos de casa y

de otros humanos?

El primer impulso de Larten fue el de inventarse una historia (pues no le hacía nada

de gracia confesar su crimen), pero Seba había sido honesto con él y el chico no quería

mentirle.

-Maté un hombre –respondió el niño con voz hueca y después se puso a narrarle a

Seba toda la historia. Comenzó a llorar mientras lo hacía. Era la primera vez en todo el

día en el que podía pensar claramente acerca de todo lo que había perdido, no sólo a

su mejor amigo sino que también a sus padres, hermanos y todo lo que había sido en

la vida. Pero no permitió que las lágrimas lo abrumaran. Continuó hablando incluso

cuando las palabras le eran demasiado dolorosas.

Seba asintió lentamente cuando Larten terminó.

-Por lo que dices, ese desgraciado merecía la muerte. Sí, y la merecía desde

mucho antes del golpe fatal que le diste hoy. Pero los asesinatos siempre duelen. Es

correcto afligirnos cuando matamos. De hecho, si no sintiéramos dolor por lo que

hicimos podríamos matar con mayor libertad, ¿y qué sería de éste mundo si hiciéramos

eso?

-Soy malo –se quejó el niño-. Iré derecho al infierno cuando muera, o algo peor.

-¿A un lugar peor que el infierno? –sonrió tristemente el hombre-. ¡Ese sí que debe

ser un pésimo lugar! Pero en lo personal no pienso que tu alma esté maldita.

-Apuñalé a Traz hasta la muerte –replicó Larten, secándose las lágrimas que

escurrían por sus mejillas.

-Pero fue por el calor del momento –le recordó Seba-. Antes él había asesinado a

tu amigo inocente. Ese no es el acto de una bestia viciosa.

-¿No cree que estuvo mal? –murmuró Larten.

-Por supuesto que estuvo mal –dijo Seba-. Tomaste una vida que no te pertenecía,

y eso te perseguirá por mucho tiempo. Pero la gente tiende a equivocarse algunas

veces. Los que en verdad son malvados son aquellos que siguen alegremente el

camino de la violencia apenas se encuentran en él. Y tú tienes que decidir ahora.

Podrías abrazar la oscuridad de tu interior y convertirte en un monstruo. O puedes

apartarte de allí y tratar de llevar una buena vida a partir de este momento.

-¿Y qué pasaría si no puedo? –graznó Larten-. ¿Qué pasaría si disfruté

matándolo?

-Lo hiciste.

El niño comenzó a negar, pero después suspiró y asintió.

-Me sentí poderoso. Era mucho más alto que yo, y me lastimó más que a ningún

otro. Una parte de mi quería matarlo. Después de haberlo apuñalado deseé sacarle los

ojos. Quería torturarlo incluso sabiendo que ya estaba muerto.

-¿Y te contuviste? –lo presionó Seba.

-Sí, pero fue difícil.

Seba frunció los labios, impresionado por la honestidad que le brindaba el chico.

-Los vampiros tenemos una forma de conocer la naturaleza de la gente –comenzó-.

Tenemos que saber cómo es alguien antes de compartir nuestra sangre con alguien. El

poder sólo debe darse a aquellos que tendrán la responsabilidad de aplicarlo

correctamente. Si compartiéramos nuestra sangre con los débiles o con los corruptos

causaríamos muchos estragos en la humanidad.

“Puedo saber si una persona es malvada por el sabor de su sangre –prosiguió el

hombre-. Tiene un sabor dulce. Debería ser amargo y desagradable, pero a veces la

maldad se envuelve con dulzura. Y no es una prueba infalible. A veces nos

equivocamos, pero en la mayoría de los casos nuestro juicio es acertado. Podría

probarte si así lo deseas.”

Larten no estaba seguro de si quería o no ser probado. Si el resultado era lo que

tanto temía…

-No te haré ningún daño –le prometió Seba-. Si tu sangre no es de mi agrado

mañana te dejaré y seguiré mi camino. Los vampiros no juzgamos a los humanos ni

nos metemos en sus asuntos.

El niño tragó saliva y asintió con la cabeza, vacilante. Tenía miedo de lo que el

vampiro podía decirle sobre sí mismo, pero también quería saber la verdad para no

tener que vivir con incertidumbre.

-Te va a doler un poco –Seba tomó el brazo del chico. Hizo un pequeño corte justo

arriba del codo de Larten usando una de sus afiladas uñas. El niño hizo una mueca de

dolor al mismo tiempo que el vampiro ponía su boca sobre la incisión y succionaba. Por

un escalofriante segundo Larten creyó que había caído en una trampa y que el vampiro

planeaba beber de él hasta dejarlo seco. Pero justo en ese momento Seba lo soltó y se

limpió la sangre que escurría de su boca.

-¿Y bien? –quiso saber el niño mientras Seba entrecerraba sus ojos.

-Una cosecha interesante –bromeó el hombre, pero como Larten no sabía nada de

vinos se limitó a mirar fijamente al vampiro. Seba se humedeció los labios-. Tienes

sangre mixta.

-¿Eso significa que soy malvado? –el niño palideció.

-No –le replicó Seba-. Tu sangre tiene una cierta dulzura, pero no demasiada. Yo

diría que tienes un carácter fuerte, que te enfadas con facilidad y que quizás estés más

inclinado a la violencia que otros, preparado para hacer daño si eres provocado. Eso ya

lo sabíamos tomando en cuenta lo que pasó hoy. Pero no creo que tu lado malvado

domine tu ser. Tendrás que ir con cuidado y cuidar tus emociones si algún día quieres

llegar a dominarlas. Pero en mi opinión tienes la oportunidad de elegir el bien.

El niño sintió un inmenso alivio, pero también se preocupó. Después del estallido

de violencia de ese día no estaba seguro de que pudiera elegir lo correcto si se le

presentaba la ocasión. Recordó la forma en que se había pasado la lengua por los

labios y la decepción que había sentido en su lado oscuro cuando se negó a apuñalar

los ojos de Traz.

-Te dejaré por ahora –dijo Seba de repente, levantándose.

-¿A dónde irá? –le preguntó Larten. Sintió pánico ante la idea de quedarse solo. No

era que tuviera miedo a los muertos pero le preocupaba que Seba no regresara.

-Necesito salir a cazar.

-¿Por sangre?

-No. Bebí anoche. Un vampiro necesita beber sólo un par de veces por semana.

Menos, pero yo prefiero tomar varias veces en pequeñas cantidades que mucho de vez

en cuando. Así es más fácil controlar la sed. Voy a conseguir comida, pues como todas

las demás criaturas nosotros también tenemos que comer.

-Pero regresará, ¿verdad? –Larten trató de no sonar desesperado.

-Este es el lugar en donde paso la noche. Si no hubiera querido compartirlo contigo

te habría pedido que te marcharas. Sólo los tontos abandonan sus hogares en

beneficio de alguien más.

Larten sonrió mientras asentía.

-¿Podría encender un fuego antes de dejarme?

-No –Seba se acuclilló para quedar a la altura del muchacho-. A veces

encendemos fuego, pero no nos son indispensables. Un vampiro necesita

acostumbrarse a la incomodidad. Si deseas ser mi asistente tendrás que aceptar esa

realidad. Puedes quitarte tus ropas húmedas, pero por favor no me pidas más.

-Espere un minuto –lo cortó el niño-. ¿Quién dijo algo acerca de ser su asistente?

Yo no quiero convertirme en un vampiro.

-¿De verdad? –ronroneó el hombre-. Entonces por favor dime, ¿a dónde más

puedes ir? ¿Quién más sería capaz de aceptar a un condenado, aparte de alguien más

proveniente de una familia maldita? ¿Dónde más se ocultaría una criatura de las

sombras si no es en la oscuridad de la noche?

-¿Condenado? –repitió Larten con timidez-. Creí que usted había dicho que yo

no…

-Use el término de manera poética –lo cortó Seba-. Para los humanos un asesino

es alguien que está condenado. Pero los vampiros aprendimos hace tiempo que

incluso en lo más profundo de una condena puede haber nobleza.

Seba se irguió lentamente y estudió al niño desde su elevada estatura.

-No te obligaré, pues no es así como lo hago. Cada persona debe tener la libertad

de escoger aunque no todos los que quieren ser como nosotros son aceptados.

“Si deseas sumergirte en las aguas del vampirismo deben pasar años antes de que

compartamos nuestra sangre contigo. Primero debes servir como mi asistente humano,

me seguirás en mis viajes, cazaras por mí y me protegerás durante el día. A cambio yo

te enseñaré muchas cosas cada noche. Con el paso del tiempo, y sólo si me sirves

bien, comenzaremos a hablar acerca de tu conversión. No solemos tomar a nadie bajo

nuestra protección a menos de que ambas partes estén completamente seguras de

que eso es justamente la vida que el aprendiz quiere llevar.”

“Pero necesitas tomar tu primera decisión esta noche –concluyó Seba-. Si deseas

aprender más acerca de nosotros, espera a mi regreso. Si crees que tu destino está en

otro lugar, por favor vete. Estaré fuera por un par de horas. Si sigues aquí cuando haya

vuelto te tomaré como mi asistente.”

Se dio la media vuelta para marcharse, pero antes de hacerlo se quedó quieto por

unos segundos.

-No tienes por qué estar solo –dijo sin mirar hacia atrás-. El mundo nunca nos da la

soledad por sí mismo. Somos nosotros quienes la aceptamos o la rechazamos.

Después el viejo vampiro salió a la noche.

Apenas Seba se marchó el niño se dirigió hacia la puerta mientras pensaba en todo

lo que le había dicho. Ese día había sido el más pesado de su vida, y estaba tan

cansado que le costaba concentrarse. Pero se obligó a hacerlo. Podía jurar que en ese

momento su destino estaba en sus manos. Si se equivocaba de decisión siempre podía

arrepentirse, y lo más seguro era de que lo hiciera más pronto que tarde.

Seba le había dicho que tendría años para decidirse. No compartirían la sangre

hasta que ambos estuvieran de acuerdo de que sería lo mejor para él. Pero en el fondo

de su corazón Larten sabía que el camino que tomara esa noche sería decisivo en su

futuro. Si le daba la espalda a la humanidad, quizá sería para siempre.

Larten consideró el futuro que se habría ante él, pensando tanto en las maravillas

que vería y aprendería como asistente de vampiro, así como en todo lo que dejaría

atrás. Al principio se asustó al recordar que no tenía una mejor opción pues si

rechazaba la oferta del vampiro, ¿a dónde iría? ¿y cómo sobreviviría?

Pero mientras más y más pensaba en ello se dio cuenta de que eso no era lo que

realmente le importaba. Se trataba de elegir o no un camino en particular. Lo que tenía

que decidir era en si ese era lo mejor para él en esos momentos. De no ser así haría

bien en abandonar la cripta de inmediato. Sería mejor no empezar un camino que

desde el principio sabría que no era para él, esperando el momento de atrapar algo

mejor a la primera oportunidad que tuviera.

Larten le dio vueltas a su problema un poco más antes de decidir que lo mejor que

podía hacer en ese momento era seguir lo que su corazón le decía. Cuando estuvo

satisfecho de su elección el pequeño se quitó sus ropas y se sentó en medio de la

oscuridad. Al principio le castañearon los dientes y su cuerpo temblaba con violencia,

pero después de unos minutos decidió que esa no era la manera en la que un asistente

de vampiro debía comportarse. Enderezó su espalda, se sacudió los temblores y

comenzó a prestar atención a su entorno y esperó pacientemente a que Seba, su

maestro, regresase.

Parte Dos

“Damas y caballeros, ¡observen!”

Capítulo Ocho El gato montés sintió el peligro y miró a su alrededor con suspicacia, bufando. Al no recibir respuesta alguna bajó la cabeza y continuó devorando los restos de la rata con la que se había dado un festín. Estaba solo. Al contrario de los gatos caseros, los gatos monteses no tenían nada que ver con los humanos. Preferían cazar en los grandes campos a contentarse con los restos que pudiera encontrar en un pequeño pueblo o en alguna aldea.

Una sombra se movió lentamente hacia el animal. El depredador se acercó cada vez más a su presa.

El gato volvió a sentir el peligro, y se giró tan rápido como pudo. Pero había reaccionado demasiado tarde. La figura saltó y atrapó al felino, lo tomó del cuello y le giró la cabeza. La criatura maulló y trató de golpear a su atacante, pero éste se las arregló para colocar una rodilla sobre su cuello y le metió ambas manos a la boca. El gato montés trato de masticar los dedos, pero se encontraba en una situación desesperada. Se resistió por varios segundos. Al final su mandíbula quedó destrozada y todo terminó para él.

Larten Crepsley se arrodilló al lado de su víctima y se limpió las manos en el pasto. Se felicitó por haberse hecho del gato con sombría satisfacción. Los vampiros no podían beber la sangre de los felinos, pero una vez que le hubiera sacado hasta la última gota y lo hubiera cocinado, el cuerpo le serviría muy bien de alimento. El chico tendría problemas para masticar la carne cruda pero Seba se las arreglaría gracias a sus afilados dientes.

Lanzó los restos de la rata muy lejos de sí, y después cargo al gato montés sobre su hombro. Era pesado, pero no vaciló en llevarlo mientras silbaba al castillo en ruinas que su maestro había elegido para pasar la noche.

Casi habían pasado cinco años desde el día en el que Larten conociera a Seba en el muro de la cripta. El chico había crecido varias pulgadas y aunque no había engordado mucho sus músculos podían adivinarse por debajo de su camisa marrón. Muchos jóvenes de su edad habrían tenido problemas para llevar el gato montés, pero Larten estaba acostumbrado a cargar cosas más pesadas todo el tiempo sin quejarse siquiera.

Las nubes cubrían el cielo esa tranquila tarde. Anochecería pronto, y Seba se levantaría en una hora o poco más. Al viejo vampiro le encantaba dormir todo el día. Solía decirle a Larten que cuando uno ha vivido por quinientos años habían muy pocas cosas en el mundo por las cuales valdría la pena levantarse temprano. Desde hacía tres días que acampaban en las ruinas del viejo castillo. Seba no le había dicho por qué

había elegido ese lugar y el chico no le había preguntado. Con el tiempo había aprendido que su maestro jamás iba a un sitio cualquiera por casualidad. El vampiro no tenía tiempo para responder cualquier pregunta que considerara estúpida. Esperaba que Larten observara y aprendiera, y que preguntara sólo cuando no entendía algo después de haber hecho lo primero. Si por alguna razón la pregunta no le parecía necesaria Larten se ganaba un buen jalón de orejas.

El chico sonrió mientras caminaba sobre uno de los muros derruidos del castillo. Los golpes ocasionales que Seba le propinaba no eran ni de cerca tan abusivos como habían sido los Traz. El vampiro podía noquear a Larten con un simple golpe así que se cuidaba de no hacerle daño. Jamás había herido al muchacho, se limitaba a sacudirlo un poco. Inclusive su madre podría haberle hecho más daño que Seba Nile.

Seba descansaba en lo que alguna vez había sido la chimenea principal. Ésta se había derrumbado hacía muchos años, creando con ello un nicho protegido de los elementos. Larten dormía cerca, al aire libre, de modo que si alguien se acercaba podría evitar que el intruso tropezase con el vampiro dormido.

El chico colgó el cuerpo del gato montés de un gancho en la pared. Le abrió el cuello y lo dejó desangrándose mientras encendía un fuego con la ayuda de un pedernal. A veces Seba y él comían carne cruda, pero un gato debía cocinarse si no quería que su sangre envenenara al vampiro.

Larten dejó de tararear y se concentró en el gato que se asaba. A simple vista parecía estar al pendiente del crujido de las llamas, pero en realidad se encontraba concentrado en los suaves pasos que sonaban a sus espaldas.

-¿Compartiría la cena con nosotros, señor? –le dijo sin apartar la vista del fuego. Alguien aplaudió detrás de él. -Muy bien –le alabó el extraño, apartándose de las sombras-. Tienes un buen oído. -Para ser humano –murmuró el chico, y se volvió para encarar a su visitante. Había

adivinado, por el sonido de sus pasos, que su huésped era un vampiro (se movía de la misma manera silenciosa que había utilizado Seba cuando probó qué tan despiertos eran los sentidos del muchacho). Si el vampiro hubiera deseado sorprender al humano podría haberse movido tan silenciosamente que habría sido imposible de detectar. Pero había decidido darle una oportunidad a Larten.

La altura de su visitante era similar a la de Seba, aunque le ganaba por un poco. Se veía incluso más viejo que el otro vampiro y poseía un largo cabello blanco y una pequeña barba gris. Había perdido su oreja izquierda. La carne alrededor del agujero de un color rosa pálido.

-¿Cuál es tu nombre? –le preguntó, acercándose al fuego para calentar sus manos. -Larten Crepsley. Sirvo a Seba Nile. -Sí –respondió el vampiro-. Lo sé. Soy Paris Skyle. ¿Seba te ha hablado de mí? -No, señor. -Bien. No me gusta ser discutido a mis espaldas –el vampiro le guiñó un ojo, y

después recorrió con curiosidad el rostro del joven-. ¿Has estado con Seba por mucho tiempo?

-Casi por cinco años –respondió Larten. -Y todavía tienes mucho que recorrer antes de compartir la sangre, ¿verdad? -Seba no dice mucho de eso, pero supongo que sí. Paris olfateó el olor que desprendía el gato.

-La respuesta a tu primera pregunta es sí, acepto compartir su cena. Pero en un futuro deberías ser más cuidadoso con quien invitas a hacerlo. Nunca le pidas a alguien que parta el pan contigo a menos que estés seguro de sus intenciones.

-Pero usted es un amigo –replicó el muchacho-. Seba le ha estado esperando. No me lo dijo, pero lo supuse.

-Podría haber estado esperando a un enemigo –gruñó Paris. -Uno no sonríe mientras espera a un enemigo –Larten negó con la cabeza. -Algunos vampiros lo hacen –lo contradijo Paris, pero no pudo argumentar nada

más porque un bostezo de Seba lo interrumpió. Paris alcanzó a Seba en su dormitorio al ver que ya se había despertado, y los dos vampiros se abrazaron con amplias sonrisas en sus rostros.

Larten estaba emocionado (ese era el primer vampiro que conocía después de haberse convertido en el asistente de Seba), pero se guardó sus emociones. Si se le ocurría sonreír en la misma dirección en la que los dos viejos amigos hacían lo mismo se ganaría un jalón de orejas. Así que, manteniendo una expresión neutral, se quedó junto al fuego y se centró en el gato asado, actuando como si fuera su única preocupación en el mundo.

Capítulo Nueve Seba y Paris ignoraron a Larten por varios minutos, pero a él no le importó. Al chico le parecía que esos dos viejos amigos no se habían visto por un largo periodo de tiempo. Les sirvió su ración de comida y puso un poco de vino en una jarra que había comprado en el último pueblo que visitó. Después se acomodó y escuchó mientras ellos se contaban cuentos y discutían sobre otros vampiros.

-Perdí mi oreja en el último Consejo –le contó Paris a Seba-. Me sorprendí al no encontrarte allí.

-Me rompí la pierna en el camino –gruñó Seba mientras se sonrojaba-. Tuve que refugiarme en una cueva durante cinco meses. Me alimenté de murciélagos y en ocasiones de alguna cabra extraviada. Creí que me había llegado la hora, pero apenas llegó la primavera estuve listo para irme.

-Ya decía yo que cojeabas un poco –se rió Paris. -Dime más acerca de tu oreja. Te vez extraño sin ella. -Fue mientras luchaba -Paris se encogió de hombros-. Las uñas de mi oponente se

enganchó con mi oído, y en lugar de liberarse me la arrancó con la mano. -¿Te dolió? -Sí. Pero le arranqué un pedazo de mejilla en respuesta. Nos perdonamos

mutuamente más tarde, mientras bebíamos una jarra de cerveza. Larten sabía un poco del Consejo. Se celebraba cada doce años en la Montaña de

los Vampiros, y los vampiros de todo el mundo caminaban hasta allí para asistir. Allí se aprobaban leyes, se celebraban torneos, y las amistades se forjaban o renovaban.

Mientras escuchaba Larten se sorprendió al enterarse de que Paris Skyel era uno de los seis Príncipes Vampiro. Existían tres clases de vampiros: miles de chupasangres completamente normales, cientos de generales y, por encima de todos ellos, los Príncipes. Su poder era absoluto y su palabra era ley.

El muchacho había pensado que los Príncipes vestían trajes finos, como la realeza de las historias que escuchaba siendo niño. Había asumido que viajaban con sirvientes y guardias. Pero, dejando de lado las arrugas, Paris se parecía bastante a Seba. Sus ropas estaban gastadas y llenas del polvo de los caminos. Iba descalzo y no llevaba ni cetro ni corona. Y, a menos que su séquito se mantuviera oculto en algún lugar, iba completamente solo.

Paris arrojó lejos un hueso y llamó a Larten para que le sirviera un poco más del gato montés. Bueno, al menos tenía el apetito de un príncipe: ése era su tercer plato.

-¿Qué le pasó a tu cabello? –Paris le preguntó cuando el chico le sirvió el último pedazo del gato. Aunque había pasado mucho tiempo desde sus días en la fábrica el cabello de Larten todavía era anaranjado.

-Tinte –musitó el chico. -¿Te pintaste tu propio cabello de anaranjado? –se rió Paris. -El tinte se filtró hasta su pie años atrás –respondió Seba-. No hay nada que

podamos hacer. -¿Por qué, en nombre de los dioses, te pintaste el cabello en primer lugar? –quiso

saber Paris. -No fue decisión mía –le dijo el muchacho en voz baja-. Trabajé en una fábrica. Así

era como el capataz me marcó. Paris estudió al chico un poco más antes de asentir. -Hacía mucho que no tomabas un asistente –le dijo a Seba. -Es algo complicado en la actualidad –Seba frunció el ceño-. Prefería cuando uno

podía raptar un bebé de la cuna y nadie se preocupaba. Ahora los Príncipes se quejan cuando lo hacemos. Nos obligan a tomar solamente a aquellos que no serán extrañados por nadie, y que los dioses nos ayuden si intercambiamos sangre con el desgraciado antes de que sea mayor de edad.

-Los tiempos cambian –le recordó Paris-. Para mejor. Está bien que la gente ahora se preocupe más por los jóvenes, aún si no podemos elegir tan libremente entre ellos como alguna vez lo hiciéramos.

-Quizás –admitió Seba a regañadientes-. Pero tales maniobras no son para mí. He entrenado y compartido mi sangre con varios de los mejores vampiros a través de los siglos. En términos de engrosar nuestras filas no he hecho más que mi parte por el bien del clan.

-Sin embargo aquí tienes a otro aprendiz –Paris señaló a Larten con una mano. -El chico Crepsley fue un caso inusual –Seba sonrió-. Cuando encuentras a un niño

comiendo telarañas en una cripta en medio de la noche…. Bueno, comprendes que existe una brecha entre ese niño y el mundo de los humanos. Si yo no lo hubiera reclamado para el clan estoy seguro de que algún otro vampiro lo habría hecho.

-Eso suena bastante interesante –murmuró Paris-. Te pediré que me lo cuentes alguna noche en el futuro, Larten. A cambio te contaré algunas de mis aventuras si estás interesado en ellas.

Seba se rió. -El muchacho no sabe mucho acerca de ti, Paris, pero en los siguientes años,

cuando se dé cuenta de lo valiosas que son tus historias, ten por seguro que te recordará esa promesa. Podrías vivir para lamentarlo.

-Tonterías –resopló el otro-. Nunca me canso de hablar de mis hazañas. Cambiaron de tema, y Larten volvió a quedar en el olvido. Había disfrutado haber

sido parte de su conversación, incluso si había sido por tan breves momentos, y se imaginó lo que sería tiempo después, cuando pudiera conversar con algún vampiro de la misma manera en que esos dos lo hacían.

Paris comenzó a narrarle a Seba las aventuras que había vivido recientemente en alguna selva. Parecía que había viajado a todos los países de los que Larten había escuchado hablar, y muchos más. El chico estaba fascinado, pero tuvo que excusarse para salir a buscar más comida que pudiera servirles a los vampiros más tarde esa misma noche. Sus deberes eran primero.

Larten solía cazar por sí mismo. Había sido incapaz de hacerlo durante los primeros años, pero Seba le había enseñado bien y ahora era él quien se encargaba

de buscar la cena la mayoría de las noches, dejando algunas trampas en la oscuridad. Aunque le gustaba cazar con Seba prefería hacerlo en solitario. Ya no le temía a la oscuridad como lo hiciera cuando niño, de hecho había llegado a amarla. Los humanos solían retirarse apenas el sol se ponía, dejando al mundo bajo el control de las criaturas de la noche.

Larten vagaba libremente, disfrutando de los olores y de los sonidos que producían los animales pequeños al correr por los arbustos, los búhos y los murciélagos. Aunque sus sentidos no eran tan agudos como los de Seba, él había aprendido a ver, escuchar y a olfatear mejor de lo que cualquier otro humano podría haber hecho. Era consciente de que lo rodeaba un mundo diferente, uno en donde la naturaleza se hacía con el control cada niña, y los animales peleaban, nacían, se alimentaban y morían. Dondequiera que mirase veía multitud de dramas que se desarrollaban entre los arbustos, árboles e inclusive bajo la tierra. Larten sólo podía seguir algunos de ellos: fue testigo de cómo un búho bajó y se llevó a dos ratones que se apareaban, y observó a un zorro que, mientras bebía agua, observaba detenidamente su reflejo. Verlo tan absorto en el agua le arrancó una sonrisa tan radiante como ninguna historia de fantasmas o de dioses había hecho.

Se mantuvo oculto en las sombras al lado de un camino mientras una caravana de personas pasaba a su lado, a no más de tres o cuatro pies de él. Se sintió orgulloso al saber que bien podría seguirlos durante un buen trecho sin que siquiera se enteran. Inclusive pudo haber abordado a la caravana y robado unas cuantas frutas, carne, y vino de haberlo deseado. Pero aunque él y su maestro a veces robaban cuando de verdad necesitaban algo, los vampiros no eran ladrones por naturaleza. Se les daba mejor cazar.

En cuanto regresó al bosque se convirtió en parte de las criaturas que asechaban y cazaban en la espesura. En un pequeño arroyo atrapó dos peces sin más ayuda que la de sus manos. Los vampiros tampoco podían beber la sangre de los peces, pero al igual que con el gato, su carne podía drenarse y cocinarse. Larten se guardó uno de los peces pero colocó el otro sobre una roca como carnada. Se ocultó cerca de allí, tan paciente como lo habría sido cualquier otro depredador. Una rata mordió el cebo, pero el chico no se encontraba de humor para hacerse del roedor después de haber comido más de una ración de ellos durante las últimas noches.

Finalmente una comadreja pasó por allí, pendiente del pez, y comenzó a escarbar cerca de la carnada. Larten le dio un minuto, y después se abalanzó sobre ella, partiéndole el cuello una vez que la tuvo entre sus manos. Mientras se lavaba las manos en el arroyo quiso atrapar otro pez (que era más grande que los dos anteriores), pero se le escurrió de entre los dedos y se ocultó en las aguas profundas. El chico le deseó suerte al pez mientras recordaba lo que Seba le había dicho al respecto (“Siempre respeta a aquellos que logran escapar”), y regresó a las ruinas del castillo con lo que había cazado.

Seba y Paris seguían discutiendo en cuanto regresó. Mejor dicho, Paris le gritaba a Seba mientras que el vampiro más joven sonreía con ironía.

-Es el honor de toda una vida –resopló Paris-. Miles de vampiros sueñan con una oferta como la que yo te hago.

-Yo diría que la mayoría ni siquiera sueña con eso –aceptó Seba.

-Podrías hacer que se aceptaran tus puntos de vista –prosiguió Paris-. Si estás en contra de cómo tratamos a aquellos que intercambian sangre con niños, podrías ayudar a modificar nuestras leyes.

-Pero no quiero –le dijo Seba-. Estoy pasado de moda. No me gustan los cambios que se han hecho en las últimas décadas, pero sé que son necesarios. No soy un revolucionario.

-Necesito tu ayuda –lo presionó Paris-. Habrá un montón de nuevos Príncipes este siglo. Actualmente soy el segundo más joven de ellos, pero con seiscientos años no lo seré por mucho tiempo. Y la perspectiva de tener que sentarme al lado de un puñado de Príncipes jóvenes y testarudos no me agrada mucho. Eres el mejor de ambos mundos Seba, del viejo y del nuevo.

-Me halagas –murmuró Seba-. Me siento orgulloso de que me tengas en tan alta estima pero… -en ese momento descubrió que Larten los escuchaba-. Paris me ha hecho una excelente oferta, Maestro Crepsley. Se ha comprometido a ayudarme a convertirme en un Príncipe.

-¡Un Príncipe Vampiro! –Larten se quedó sin aliento y los miró con los ojos muy abiertos. No sabía mucho del pasado de Seba. Había pensado que su maestro era un General, pero no estaba del todo seguro. Y aunque lo fuera el chico creía que no era uno muy importante pues apenas si tenía nada que ver con el clan.

-Al menos al chico le entusiasma la propuesta –murmuró amargamente Paris. -El poder siempre es impresionante para los jóvenes y para los tontos –replicó

Seba con desdén. Larten le frunció el ceño a su maestro y casi le espetó algo, pero como no quería

ganarse una paliza enfrente de su visitante se mordió la lengua. -¿Cómo se convierte uno en un Príncipe? –se dirigió hacia Paris Skyle. Seba entrecerró los ojos, pues hubiera preferido que Larten escuchara un poco

más antes de comenzar a hacer preguntas, pero Paris estaba feliz por tener que responder.

-Un General es nominado por un Príncipe –comenzó a explicarle el viejo vampiro-. Si los otros Príncipes lo aprueban (uno puede objetar, pero si lo hacen dos ya no pasa de allí), se somete a votaciones. Puede tardar varios años, pues al menos tres cuartas partes de los Generales deben participar en ellas. Si la mayor parte le da su apoyo, él general nominado es investido en el siguiente Consejo.

-¿Pero qué se necesita para ser nominado? –presionó el chico. -Tienes que demostrar que eres digno de ello –interrumpió Seba-. Y eso comienza

cuando aprendes cuando debes preguntar y cuando guardar silencio. -Paz, viejo amigo –Paris se rió-. Te he irritado. No vuelques tu enfado en el chico,

no lo merece. -No estoy enfadado –replicó Seba-. Estoy sorprendido y humillado por tu oferta.

Pero he de pedirte que no vayas más lejos con este asunto. Si lo hicieras tendría que rechazarlo públicamente, y eso sería embarazoso para ambos.

-No comprendo –gruñó Paris-. Mereces esto. Eres respetado por todos. Si fueras de esos que buscan el poder podrías haber sido nominado hace un par de siglos.

-Pero yo no busco el poder –le dijo Seba en voz baja. Clavo la vista en el fuego y habló en un tono tan tranquilo que Larten jamás le había escuchado-. Tengo miedo del verdadero poder, Paris. He visto cómo cambia a la gente, volviéndola irreconocible.

Algunos, como tú, prosperan con él y siguen siendo dueños de sí mismos. Pero no creo que yo pueda hacer lo mismo.

“Hay muchas cosas en el clan que me gustaría cambiar. Me gustaría hacer que volviéramos a una forma de vida más simple y pura. Pienso que interactuamos demasiado con los humanos. Me disgustan los Cachorros y las manadas de guerra. No estoy de acuerdo con el punto muerto entre nosotros y los vampanezes. Propondría que hubiera menos libertar personal, que los Generales tuvieran un mayor control de los vampiros ordinarios, y que nuestra comunidad fuera más estricta y restringida.

-¿Y eso qué tiene de malo? –quiso saber Paris-. A mí también me gustaría hacer eso.

-Pero tú puedes actuar de manera neutral –le recordó Seba-. Tienes la voluntad necesaria para hacer un balance entre tus deseos personales y los deseos de muchos. Eres feliz haciendo sugerencias, pero no impones tu voluntad. Tienes en cuenta la mayoría de los argumentos de ambas partes.

“Yo no podría hacerlo. Mis emociones sacan lo mejor de mí. No confío en que podré actuar tan desinteresadamente como debe hacer un Príncipe. Por favor, Paris, no me tienes. Algunos nacen para mandar, y yo no soy uno de ellos. Si yo aceptara el poder de los Príncipes vivirías para lamentarlo. Más importante, yo lo haría.

Larten estaba desconcertado por las palabras de su maestro. Siempre había pensado que Seba tenía un control total sobre sí mismo, que estaba a la altura de cualquier desafío. Le angustiaba saber que Seba tenía miedo. El vampiro había instado al chico a que superarse sus miedos durante los últimos cinco años. ¿Cómo se suponía que podría hacerlo después de eso?

-El chico está decepcionado –comentó Paris mientras estudiaba la expresión de Larten.

-Larten es fuerte, pero no tiene experiencia –le respondió Seba con firmeza-. Quizá con el tiempo pueda verlo desde mi punto de vista. O quizá no.

-Aunque él no pueda, yo sí –Paris palmeó el brazo de Seba y sonrió. Después alzó una ceja en dirección a Larten-. ¡Quita esa expresión de tu cara! –tronó-. Un asistente nunca debe deshonrar a su maestro, incluso aunque piense mal de él.

-Pero… usted dijo… yo pensé… -Yo pienso que Seba se equivoca –aceptó Paris-. Podría ser un buen Príncipe, un

honor para el clan. Pero sólo puedo juzgar lo que veo. Él se juzga por lo que siente. Todos nosotros deberíamos ser honestos y sinceros con nosotros mismos. Sólo un vampiro de gran integridad puede reconocer que duda de sí mismo. Mi respeto por Seba se ha incrementado después de esta conversación. Espero que el tuyo también.

La plática se centró en otros temas. Larten escuchó un poco más, después se deslizó hacia el exterior y comenzó a explorar el bosque. Pensó en todo lo que había escuchado esa noche, preguntándose quién o qué eran las llamadas “manadas de guerra” y “los vampanezes” (ambos términos eran nuevos para él). Pero en lo que más pensaba era en el rechazo de Seba, y trató de saber cómo se sentía después de eso.

Paris se había marchado cuando Larten regresó. El chico miró alrededor en caso de que el Príncipe anduviera por allí, a la vista, pero Seba y él se encontraban solos.

-Muchos vampiros no se molestan en despedirse –le explicó su maestro sin siquiera mirarlo-. Vivimos por tanto tiempo que en algún momento nos cansamos de decir adiós. No lo tomes como una falta de respeto.

El chico pensó que el vampiro no lo había mirado a la cara porque le daba vergüenza hacerlo. Sin embargo, cuando rodeó el fuego y pudo ver la mirada triste de seba supo que los pensamientos de su maestro estaban en algún otro lugar.

-Usted desea haber aceptado –le dijo Larten en voz baja. Seba asintió. -Parte de mi ansía el poder –sonrió con acidez y miró a su asistente-. Pero es una

parte que me desagrada, una parte de la que siempre tengo cuidado. Cuando te probé te dije que tenías sangre mixta. Pero lo que no te dije es que yo también la tengo. Mi maestro casi me rechazó cuando probó mi sangre. Pero al final me dio una oportunidad. Hace mucho que murió, pero hay noches en las que no dejo de pensar en él y me juro a mí mismo que honraré su memoria negando el hambre de mi yo inferior.

Seba suspiró y se quedó en silencio. Larten limpió alrededor del viejo vampiro, apagó el fuego, dispersó las cenizas y retiró los restos del gato montés.

Finalmente Seba se movió. -¿Te diste cuenta de que Paris iba descalzó? –le preguntó. Era una pregunta extraña, pero Larten ya se había acostumbrado a esa clase de

preguntas. -Sí. Supuse que le gustaba ir a´si. -No –lo corrigió Seba-. Algunos vampiros desprecian el calzado, pero Paris no es

uno de ellos. Él ha comenzado su viaje a la Montaña de los Vampiros para asistir al último Consejo. Cuando iniciamos ese viaje, dejamos nuestros zapatos de lado y caminamos descalzos. Es una de las reglas del clan.

-¿Irá al Consejo esta vez? –le preguntó el chico. -Si –Seba se rió con ironía-. Mi pierna rota ahora sí me lo permite. -Y… -Larten vació. -¿…Te llevaré conmigo? –Seba negó-. Los asistentes humanos no pueden hacer el

viaje. Para ello al menos deberías ser un semi-vampiro. -Me deja solo, ¿verdad? –Larten no estaba consternado por la noticia. Podía

arreglárselas por unos meses sin la ayuda de su maestro-. -Voy a dejarte –le dijo Seba-, pero no solo. Existe una razón por la cual todavía no

me desecho de mis zapatos. Me gustaría desviarme un poco antes de partir. Un viejo amigo viaja cerca, y creo que disfrutarás de su compañía –el vampiro le sonrió con calidez-. Dime, Larten, ¿alguna vez escuchaste alguna historia en tu niñez acerca del extraño, salvaje, y maravilloso Cirque Du Freak?

Capítulo Diez Gervil estaba en llamas. El fuego había engullido sus piernas, manos, torso y cara. La gente en el público gritaba. Algunos se habían desmayado. Otros huyeron hacia las salidas que se encontraban en la parte trasera de la carpa. En el pequeño escenario Gervil se retorció, cayó de rodillas y rodó como si tratara de apagar las llamas.

Un par de hombres valientes trataron de subir al escenario para ayudar a Gervil. Pero antes de que pudieran estar sobre las tablas el propietario del Cirque Du Freak, Mr. Tall, apareció detrás de ellos de repente. Era como si se hubiera materializado de la nada.

-Caballeros, por favor vuelvan a sus asientos –les murmuró con su voz ronca y profunda sin apenas mover los labios-. Apreciamos sus esfuerzos pero son del todo innecesarios.

Los hombres miraron con recelo al hombre de altura imposible y de complexión delgada con traje negro y sombrero rojo. Tenía manos grandes, dientes negros y unos ojos incluso más oscuros. Lo habían visto al comienzo del espectáculo, pues había sido quien lo había presentado. Les había parecido extraño e inofensivo. Pero ahora, mientras miraban en el interior de sus ojos negros, los hombres se sintieron incómodos, como si el propietario del fantástico circo viera en el interior de sus corazones y pudiera detenerles con el simple sonido de su silbato.

-El Cirque Du Freak ha estado de gira por el mundo por más de trescientos años –volvió a murmurar Mr. Tall, y aunque hablaba en voz baja todos los que estaban bajo la carpa podían escucharlo-. Hemos perdido parte del público en situaciones espantosas a lo largo de los años. Como les dije antes de que comenzara el espectáculo, este es el hogar de peligros fabulosos y no podemos garantizar que saldrán ilesos de aquí. Pero jamás hemos perdido a un miembro del Cirque, y no pensamos romper el record esta noche. ¡Observen!

Mr. Tall se movió a un lado y el público pudo ver que Gervil había dejado de rodar. De hecho estaba sentado en medio del escenario, todavía cubierto por las llamas, y sonreía. Saludó a los atónitos espectadores, se puso en pie y realizó una profunda reverencia. Conforme éstos se fueron dando cuenta de que eso había sido parte del acto comenzaron a aplaudir, cada vez con mayor fuerza, y Mr. Tall se deslizó fuera de la vista del público, en donde Larten había estado observando con fascinación el acto de Gervin.

-Una noche animada –le susurró Mr. Tall-. Pero creo que después de esto permanecerán un buen rato en silencio.

Estudió los juguetes y los dulces que Larten sostenía en una bandeja. Después levantó la efigie de Gervil y frunció el ceño mientras la sostenía. Permanecería

encendida por poco más de un mes una vez que alguien le prendiera fuego. Eso era impresionante, pero Mr. Tall quería que las flamas durasen al menos un año. Se alejó con la estatuilla, acariciándose una de las mejillas mientras consideraba el problema. Larten ni siquiera se dio cuenta. Estaba demasiado absorto en el Gervil de verdad, el cual había pedido a una mujer del público que pasara al frente y tocara su lengua en llamas.

Larten había viajado con el Cirque Du Freak por seis semanas, y todavía le asombraba cada actuación. La función había comenzado con normalidad. Después de la presentación de Mr. Tall un pequeño grupo de mujeres escasamente vestidas había subido danzando al escenario para el deleite de los hombres del público. Al propietario del circo no le gustaban las bailarinas (pues creía que abarataban el espectáculo), pero aún así permitía su número. Pero al final nadie iba a acordarse de ellas (estarían más ocupados en recordar los números de Gervil, Laveesha y los demás). Pero mucha gente esperaba ver mujeres semidesnudas, y Mr. Tall sabía que valía la pena darle al público lo que quería. Al menos al principio.

Rax, el martillo humano, había salido después de las bailarinas. Podría clavar clavos en la madera y en la roca ayudado sólomanete por su cabeza. Fue un acto divertido pero para nada espectacular. Merletta, una maga que estaba casada con Verus el Ventrílocuo, siguieron a Rax. Tenía muy buenos trucos de magia y su acto fue casi tan corto como el de las bailarinas, así que fue bien recibida. Pero, al igual que Raz, no ofreció nada fuera de lo normal.

Gervil había sido el primero de los mágicos freaks en aparecer. Su aparición marcó el verdadero inicio del espectáculo. Los afortunados miembros del público comenzarían un viaje de ensueño a partir de ese momento. Para cuando abandonaran el circo, una hora antes de la media noche, su imaginación jamás volvería a ser loa misma.

El calvo Gervil podía prenderse fuego y no quemarse. Su don era extraordinario. Larten sabía que mucha gente asistía al Cirque Du Freak convencido de que todo era una ilusión. Y que mientras se sumergían en el maravilloso mundo de las actuaciones se iban convenciendo a sí mismos de que a plena luz del día no habría resultado ni la sombra de convincente que durante la noche.

Larten tenía mucha más suerte que ellos. Había viajado con los artistas, había compartido su comida con ellos, había alzado el campamento más de una vez a su lado y había intercambiado historias con ellos. Los dones de cada artista eran genuinos. Mr. Tall no tenía cabida para las imitaciones.

Gervil finalizó su acto prendiendo fuego a sus globos oculares (una parte de su acto que todavía conmocionaba a Larten), y abandonó el escenario en medio de un millar de aplausos. Hubo un pequeño intermedio durante el cual el chico caminó entre el público, vendiendo los productos de su bandeja y sacudiendo la cabeza con una sonrisa en los labios cada vez que alguien le preguntaba cómo había sido que Gervil soportara las llamas.

Salabas y Laveesha fueron los protagonistas de la segunda parte del espectáculo; Merletta apareció entre ambos actos para permitir que el público recuperara el aliento. Ella salió en las tres partes del show con una gran variedad de trucos para divertir al público. Al principio se había valido de cartas para impresionarlos. Ahora demostraba sus habilidades en escapología2, deslizándose fuera de cadenas y grilletes, y saliendo

2 Escapology en el original. No se me ocurrió otra manera de traducirlo, u.u

por los pelos de un saco que caía sobre una cama de estacas. Su rutina era original e interesante, pero no podía compararse con el par que salía a escena antes y después de ella.

Salabas Skin3 tenía toda la pinta de ser una persona ordinaria. Comenzó contando la historia de su vida y la hizo sonar aburrida.

-Pero un día sentí que me algo me picaba. Tiré de mi piel y entonces… -pellizcó su antebrazo derecho y tiró. La piel se estiró y se separó del hueso como si se tratara de alguna tela.

Con gestos de incredulidad y de alegría, Salabas comenzó a estirar la piel de todo su cuerpo. Estiró la que se encontraba a la altura de su estómago nueve pulgadas a cada lado de su cuerpo. Luego tiró la piel de su rostro e invitó a algunos miembros de la audiencia a que pasaran y le clavaran más de cincuenta tachuelas en sus mejillas. Formó una cuerda con la piel de su pecho y con ella formó un arco.

Su gran final consistió en estirar lo más que pudo la piel de su garganta. Tiró y tiró de ella hasta que formó una máscara que le cubría su boca y nariz. Salabas era asqueroso y divertido a la vez. Salió en medio de una atronadora lluvia de aplausos como hacía todas las noches.

Laveesha era conocida como la mujer tatuada. Muchos espectáculos de freaks tenían un artista tatuado, alguien que pudiera mostrar una forma diferente de arte, pero los tatuajes de Laveesha eran místicos y fascinantes. Cambiaban de forma cuando alguien se sentaba cerca de ella y los miraba fijamente. La tinta bajo la piel brillaba y perdía su forma original para crear una nueva imagen, la cual reflejaba los deseos o secretos ocultos de la persona que los miraba.

Laveesha siempre advertía a sus voluntarios acerca del poder de sus tatuajes y les pedía que no se acercaran si ocultaban algún deseo del que no quisieran acordarse, o que quisieran mantener oculto. Los asesinos habían revelado sus actos en su presencia, al igual que lo habían hecho muchos otros criminales. Otros habían traído a la luz los rostros de las personas que alguna vez habían deseado, o las imágenes de aquellos que habían amado y que estaban muertos.

Su programa era inquietante y perturbador. Los voluntarios siempre seguían acercándose incluso después de haber visto que los primeros se tambaleaban lejos de ella entre lágrimas, gritos, o insistiendo en su inocencia. Se sentían atraídos por ella, obligados a acercársele para contemplar lo que sus almas les revelaban. Era como mirar un espejo que tuviera la capacidad de mostrar los deseos más profundos e íntimos de alguien. Una persona podía odiar al espejo y aun así sentirse tentada a mirarse en él.

Laveesha podría haber entretenido a la mayoría de los integrantes del público por toda la noche, pero dejó de hacerlo después del sexto. Era una mujer supersticiosa y no quería llegar a los siete clientes en una misma noche. Pero en cuanto terminó su acto una gran cantidad de gente escapó del público para conocerla a ella y a su tienda para poder mantener una charla en privado. Muchos individuos esperaban a Laveesha después de cada espectáculo incluso si ella jamás ofrecía sus servicios fuera de allí, o siquiera les decía cuál era su tienda. Larten podría haber espiado a los que se reunían,

3 Skin significa “piel” en inglés. Se refiere a la habilidad del artista para moldear esa parte de su cuerpo a

su gusto.

pero jamás lo hizo en parte porque habría sido molesto, y en parte porque tenía miedo de lo que podía aprender de sí mismo.

Volvió a circular con su bandeja durante el segundo intermedio. Los muñecos de Salabas Skin desaparecieron como por arte de magia (se vendían bien, en especial la versión comestible). Pero aunque también tenía hermosas muñecas que representaban a Laveesha, Larten sólo vendió un par de ellas. Si hubiera sido el responsable de la producción de la mercancía ni siquiera se hubiera molestado en las efigies de Laveesha. Pero Mr. Tall hacía la mayor parte de los dulces, juguetes y muñecos, y para él el premio consistía en la creación más que en las ventas.

-Al no tener la necesidad de ganar dinero, con mucho gusto regalaría mi mercancía –le había confesado a Larten un día-. Pero los humanos no aprecian aquello por lo que no pagan, así que hay que venderla.

Larten había notado que el hombre alto usaba la palabra “humanos” como si no fuera uno de ellos, pero no hizo ningún comentario. Había un montón de cosas que no se podían saber de Mr. Tall simplemente mirándolo, pero el propietario del Cirque Du Freak guardaba sus secretos con mucho cuidado, y Larten se imaginaba que por su parte él debía aprender a ser más observador y a hacer menos preguntas.

Los acróbatas dieron la vuelta alrededor del escenario mientras Larten y su equipo seguían vendiendo sus productos. La mayoría de los acróbatas habían aparecido como bailarinas al inicio del espectáculo, pero ahora llevaban ropas diferentes. Una vez que hubieron salido del escenario un par de payasos causaron el caos por los pasillos, salpicando a la gente con agua y haciéndoles bromas pesadas. Mr. Tall era todo un maestro cuando se trataba de juzgar a una audiencia. Laveesha era una verdadera estrella pero tenía un efecto bastante sombrío sobre el público. Los payasos y los acróbatas tenían la misión de llevar el show de vuelta a un final que garantizara que todo el público se fuera a casa con una sonrisa en el rostro (en otras ocasiones Mr. Tall podía el número de Laveesha al final para que la audiencia tuviera una noche intranquila. Le encantaba experimentar con el orden de los actos).

Tan pronto como los payasos se fueron, gritando y maldiciendo, Verus el Ventrílocuo subió al escenario. Como cualquier otro de su profesión comenzó con un muñeco. Pero después de unos minutos dejó al lado la figura de madera y señaló a una mujer que se encontraba cerca de él.

-Creo que usted me ha estado admirando en secreto, madame –le dijo. La mujer lo miró con sorpresa y abrió la boca para protestar. -Sí, Verus, eres el hombre más apuesto que jamás he visto –fue lo que salió de su

boca. Su marido comenzó a gritarle, pero su rugido de rabia cambió justamente a la

mitad, y en su lugar dijo: -¡Yo también te he admirado desde hace mucho, Verus! El público estalló en risas en cuanto descubrió que Verus era quien manipulaba a la

pareja mientras se hacía el tonto. Las carcajadas no pararon mientras Verus seguía haciendo de las suyas con cada uno de los miembros de la audiencia, diciendo lo mucho que se quería a través de la boca de otros.

Cuando Verus dejaba el escenario Merletta salió por última vez. Verus alzó una ceja en su dirección, pero ella negó con la cabeza. Se concentró y la señaló con las

dos manos mientras temblaba ligeramente. Merletta sonrió un poco y después señaló a Verus con un dedo.

-¡Eres hermosa, Merletta! ¡Tú eres la verdadera estrella del show! –declaró mientras caía de rodillas.

Con un coro de aplausos y silbidos de fondo, Verus se levantó y besó apasionadamente a Merletta antes de salir del escenario. En la vida real el ventrílocuo y la maga eran marido y mujer, pero jamás se lo decían a la audiencia. Era más divertido dejar que la gente pensara que Merletta había manipulado a Verus.

Después de unos cuantos trucos, como cortar a una mujer por la mitad, Merletta se esfumó. Mr. Tall llegó con el último artista, Deemanus Dodge4. Como el escenario estaba limpio Larten y los otros repartieron entre el público fruta y vegetales podridos, así como también rocas llenas de suciedad y pedazos de carbón.

-Damas y caballeros… ¡Observen! –rugió Mr. Tall, al mismo tiempo que les mostraba una barra de oro macizo. El silencio se hizo del público, todos los ojos puestos en la barra amarilla. Era una verdadera fortuna. Aunque había gente rica entre la multitud, la mayor parte de ellos eran personas pobres que tenían que luchar por sobrevivir cada día en un mundo cruel. Una pieza de oro de esas dimensiones podía cambiar sus vidas para siempre.

-Todos ustedes pagaron su entrada y han comprado algunas de nuestras baratijas por lo cual les estamos muy agradecidos –prosiguió Mr. Tall-. Sin embargo no tienen que volver a casa con el bolsillo más ligero que cuando salieron. Les vamos a dar la oportunidad de ganar esta barra de oro e irse siendo más ricos de lo que jamás soñaron. En cuanto los deje con Deemanus, él les dará un desafío. Si alguno de ustedes logra hacerlo bien, esta barra será suya.

Mr. Tarll salió del escenario y Deemanus dio un paso al frente. Iba vestido con un traje blanco y un gran sombrero a juego. Dedicó una amable sonrisa a tan silenciosa y avara audiencia dijo:

-Es muy simple, damas y caballeros. Todo lo que tienen qué hacer es lanzar sus misiles (es decir, aquellos objetos que les dieron hace poco) hacia mí. Pueden lanzar otras cosas, como zapatos, monedas o lo que se les ocurra. La primera persona que me dé se ganará la barra de oro.

Deemanus permaneció en el mismo lugar, sonriendo y esperando. Durante unos segundos nadie se movió. La mayoría de la gente había fruncido el ceño, penando que no podía ganarse un lingote de oro de una manera tan sencilla. Entonces un hombre, quizás un poco más rápido o codicioso que el resto, se levantó y arrojó una cabeza de col al escenario.

Deemanus dio un paso a un lado para evitar que la col le diera. -Ese primer disparo fue bastante lamentable –criticó-. Apuesto a que el resto de

ustedes puede hacerlo mejor. Tan pronto como lo dijo varios objetos llovieron sobre él en todas direcciones. La

gente lanzaba la fruta, los vegetales, las rocas y el carbón con una gran desesperación maniaca y salvaje. Algunos se quitaron los zapatos o arrojaron lo que llevaban en los bolsillos. Muchos se acercaron al escenario para tener más posibilidades de acertar, apartando a los que se cruzaban en su camino. Un hombre demasiado ansioso sacó un arma de fuego y disparó dos veces al artista.

4 Su apellido significa “esquivar”

Deemanus lo esquivó todo, inclusive las balas. No se movió a gran velocidad sobre el escenario, sino más bien se limitaba a hacer algunos ajustes en sus miembros para evitar los objetos que caían a su alrededor. Parecía que bailaba.

Parecía haber durado una eternidad, pero el acto no fue más allá del minuto. La lluvia de objetos pronto se convirtió en una pequeña llovizna antes de cesar. La gente jadeaba, con los ojos abiertos, mientras buscaban en el traje de Deemanus la más pequeña mancha. Pero éste estaba impecable. El hombre se dio la vuelta con tranquilidad, dejando que todo el mundo lo viera, e inclusive se quitó el sombrero para mostrarlo en alto. Después, con un guiñó, se inclinó y salió del escenario.

La decepción dio paso a la risa. La gente se reía de todos los que habían participado en el acto, incluyéndose a sí mismos. Algunos se veían amargados, pero la mayoría había disfrutado con ese pequeño deporte. Los aplausos eran ensordecedores cuando Mr. Tall subió al escenario para desearles las buenas noches. Salieron de muy buen humor, y compraron más de los juguetes y dulces que Larten y sus compañeros vendían antes de irse a casa a descansar lo más que pudieran para poder ir a trabajar temprano por la mañana.

Cuando el último de ellos se hubo ido el chico guardó su bandeja y luego regresó a ayudar a limpiar el escenario. Esa era la única parte que le disgustaba, pero con tanta gente que hacía lo mismo terminaban relativamente pronto. Para la media noche ya se encontraba sentado frente una gran fogata con el elenco y el equipo del circo, disfrutando de una bebida caliente y de la cálida satisfacción de haber sido parte de otra legendaria, única y fabulosa noche.

Capítulo Once Larten se levantó tarde esa mañana y sonrió al techo de madera de su caravana. Estudió los rayos de luz que atravesaban los pequeños resquicios de las cortinas. Le recordaban a su casa cuando se levantaba antes que los otros para ver al sol naciente. Pero esos recuerdos no le resultaron dolorosos. Había habido ocasiones en las que Larten había extrañado a su familia, en especial a Vur. Pero habían pasado muchos años. Le gustaba su nueva vida y jamás miraba hacia atrás con arrepentimiento.

El chico tomó un rápido baño en una tina de agua fría en la parte de atrás. Compartía la caravana con Verus y Merletta, y aunque la maga era tolerante en muchos aspectos también era bastante estricta cuando de limpieza se trataba. Le había insistido a Larten que tenía que bañarse cada tercer día. Al principio él se había quejado, pero ya no le importaba.

Después de que se hubiera aseado y vestido se reportó para trabajar. Bajo la supervisión de Mr. Tall algunas personas desmantelaban la carpa. Larten les ayudó a mover las sillas, y después se unió a aquellos que se encargaban de doblar la carpa, una tarea ardua pero agradable en la que la mayoría de los miembros del circo tomaron parte.

Para el mediodía todo había sido empacado, y la troupe tomó su lugar en los carruajes tirados por caballos. Larten se sentó en la parte de adelante con Vero, disfrutando del paisaje al lado del ventrílocuo. Vero nunca obligaba a sus amigos a decir nada que éstos no quisieran decir, pues ese talento sólo lo utilizaba en el escenario. Era un hombre tranquilo que hablaba poco, y en esos momentos estaba concentrado en el caballo.

Cuando el muchacho se cansó del paisaje se retiró y le pidió a Merleta que le enseñara algunos trucos. Él no tenía ninguna de las habilidades de los freaks así que jamás podría ser una de las estrellas del Cirque Du Freak. Pero lo que sí tenía era una mano rápida y un ojo capaz de copiar cualquier truco que hubiera visto hacer lentamente. Merletta decía que él podía forjarse una carrera como mago si así lo deseaba. Larten sabía que no podría (pues su corazón estaba empeñado en ser un General Vampiro), pero le gustaba jugar a que era un aprendiz de mago.

Merletta le pidió que hiciera frente a ella algunos trucos de magia que ya había dominado, y después le enseñó algunos movimientos nuevos. Larten era capaz de deslizar las cartas rápidamente entre sus dedos y podía hacerlas aparecer y desaparecer a voluntad. Merletta estaba segura de que pronto la adelantaría en esa disciplina si se lo proponía. Para él las cartas eran algo natural.

Cuando se trataba de las cerraduras, cadenas y grilletes, Larten ya había superado a su tutura. Merletta jamás había visto a nadie que pudiera abrir una cerradura tan

rápido, o tan fácil como el adolescente de cabello naranja. No había mucho que pudiera enseñarle en escapología pues apenas Larten había aprendido la base de la disciplina y ya parecía haberla dominado.

Larten deambuló por entre las caravanas más tarde, visitando aquellos amigos que había hecho desde que llegara al Cirque Du Freak. Algunos de los artistas era vanidosos y no se mezclaban mucho con sus compañeros (Gervil y Rax eran especialmente pomposos), pero la mayor parte de ellos eran amables, como si fueran una gran familia. Larten jamás había estado más relajado que en esos momentos. Si no hubiera sentido tantas de ganas de explorar la noche con mucho gusto hubiera echado raíces y llamado al circo hogar.

Llegó a la caravana de Mir. Tall. El propietario del circo itinerante era un hombre solitario. Durante las largas horas de viaje se encerraba en sí mismo. No le gustaba tener contacto físico con otra gente y ni siquiera había estrechado la mano de Seba cuando el vampiro había llegado allí con Larten. Los dos eran viejos amigos (Mr. Tall había recibido a su visitante con mucho entusiasmo, y se la pasaron contando historias por horas), pero el gigante prefería no tocar a nadie.

Aunque Mr. Tall no solía fomentar las visitas le había dicho a Larten que podía visitarlo tantas veces como quisiera. Quizás lo hacía porque el chico era el asistente de Seba, o podía ser porque había encontrado algo interesante en el joven de cabellera anaranjada. Cualquiera que fuera la razón, la pareja pasaba un par de horas juntos la mayoría de los días.

Mr. Tall se encontraba trabajando en la muñeca de Laveesha cuando Larten tocó y entró. El hombre tenía unas manos enormes, pero sus dedos eran incluso más ágiles que los de Larten. Utilizando sus uñas y unas delicadas piezas de vidrio, él podía hacer ajustes a una muñeca o a una efigie que otros lograrían con la ayuda de alguna lupa.

Mr. Tall le pasó a Larten un pequeño juego de jarras llenas con pintura, y se puso a trabajar en las piezas que esperaban a por ello. Ambos solían trabajar en silencio, pero algunas veces Mr. Tall preguntaba al chico acerca de su pasado o le contaba algunas historias acerca de Seba, Paris, y de los otros vampiros. Larten siempre escuchaba con atención, absorbiendo cada palabra, esperando aprender cualquier cosa acerca del clan.

-Seba te envía saludos –le dijo el hombretón después de un rato-. Se encuentra bien, y casi ha llegado a la Montaña de los Vampiros sin ninguna pierna rota esta vez.

La pareja compartió una sonrisa. Aunque no era un vampiro Mr. Tall tenía la capacidad de contactar mentalmente a cualquier miembro del clan. Cuando dos vampiros se enlazaban mentalmente, uno de ellos era capaz de encontrar al otro sin importar en qué lugar del mundo se encontrara. También podían enviar mensajes básicos. Larten no sabía cómo Mr. Tall podia contactar con otros vampiros, pero no tenía intención alguna de preguntar. Mr. Tall era aún más reservado que Seba Nile.

-Estás ansioso por seguir sus pasos –señaló Mr. Tall. -Sí –asintió el muchacho mientras suspiraba con alegría al pensar en lo que

sentiría al viajar a esa montaña legendaria. -Es una vida difícil –le dijo el hombre-. Larga, peligros y oscura. Tendrías una

carrera mucho más gratificante si te quedaras con nosotros y trabajaras en tus habilidades.

Larten no le había hablado a Mr. Tall acerca de sus lecciones con Merletta, pero no le sorprendió que el dueño del circo supiera de ellas.

-¿Por qué quieres convertirte en vampiro? –le preguntó Mr. Tall. Larten guardó silencio durante unos momentos mientras fruncía el ceño. -No estoy seguro –admitió. Era una pregunta que jamás se había hecho a sí

mismo. Simplemente había seguido su instinto desde el día que conociera a Seba en la cripta.

-¿Te atrae poder vivir por siglos? –lo presionó Mr. Tall-. Muchos humanos anhelan vivir una larga vida. ¿Quieres extender tu tiempo natural de vida y vivir cuatrocientos años… quinientos… o más?

-Eso no me preocupa –el chico se encogió de hombros. -¿Entonces es el poder? Serás más fuerte que cualquier ser humano en cuanto

compartan la sangre contigo. Podrías obligar a la gente a hacer lo que desees, pues te respetarían y obedecerían.

-Seba… -Larten se cayó. Había estado a punto de contarle a Mr. Tall acerca de la decisión de Seba de no convertirse en un Príncipe Vampiro. Pero no sabía si debería. Quizá eso era algo que Seba no quisiera compartir con nadie, ni siquiera con su querido amigo Hibernius Tall.

-Seba me dijo que un vampiro no debe desear el poder –se excusó Larten-. Dejamos nuestra humanidad cuando compartimos la sangre. Dijo que los Generales no ven con buenos ojos a un vampiro que trata de erigirse como señor de los humanos.

-Entonces, ¿por qué estás tan ansioso de unirte al clan? –volvió a preguntarle Mr. Tall y lo miró de arriba abajo. Su mirada era oscura y ardiente. Larten quería desviar la vista hacia otro lado (pues sintió miedo), pero no rompió el contacto visual.

-No lo sé –admitió Larten-. Es algo que simplemente tengo que hacer. Si pudiera explicarlo lo haría, pero…

Mr. Tall gruñó. -Una víctima del destino –murmuró y movió su cabeza hacia otro lado como si

olfateara algo en el aire. Larten se dio cuenta de que la caravana se había detenido. Mr. Tall siempre iba a la cabeza del grupo, guiándolos de un lugar a otro. Tenía un fiel caballo pinto, pero era rara la vez que se sentaba detrás de él y lo guiaba. Era capaz de transmitir sus pensamientos a la bestia y dirigir a la caravana sin necesidad de salir.

Larten miró por la ventana. Habían llegado a una encrucijada. El caballo había comenzado a girar hacia la izquierda, pero parecía confundido, y agitaba su cabeza hacia la izquierda. A un desconocido le habría parecido como si la bestia no supiera qué camino tomar. Pero Larten sabía que eso se debía a que Mr. Tall se encontraba atrapado entre dos mentes.

-Existen algunos que sirven al destino de manera inconsciente –dijo Mr. Tall en voz baja-. Sus vidas han sido trazadas por alguien más, pero no son conscientes de ello. Envidio su ignorancia pues yo, por desgracia, sé demasiado. Otros hacen de su vida lo que quieren. Son libres de elegir y de seguir un camino según sus caprichos. También envidio su libertad pues yo, desafortunadamente, estoy obligado a no hacer una elección por mí mismo.

“A veces veo los caminos de otras personas –la voz de Mr. Talla no era más que un susurro y su mirada se encontraba en otro lugar. Larten no estaba seguro de si el hombre sabía que seguía hablando-. Trato de no hacerlo, pero en ocasiones no puedo

evitarlo. Es tentador hacer un cambio, interferir, para evitar el dolor que ves que les espera a algunos. El destino es un castillo de naipes, un pequeño empujón en cualquier dirección y todo puede venirse abajo. Podría ayudar a la gente, pero después tendría que vivir con el terror de las consecuencias…

El rostro del hombre se oscureció (sus rasgos parecieron desvanecerse), y después se aclararon. Sonrió levemente en dirección al muchacho.

-A veces pienso demasiado y digo más de lo que debería. Por favor ignora lo que te he dicho, joven amigo. Debo hacer aquello para lo que soy bueno, como dirigir un espectáculo de freaks y tallar muñecas que casi nadie quiere comprar.

Cuando Larten miró al misterioso propietario del Cirque Du Frean no estuvo seguro de que debió haber dicho. Mr. Tall inclinó la cabeza y se concentró en la muñeca que tenía entre sus manos. En el exterior la cabeza del caballo se estabilizó y el animal tomó el camino de la derecha. Sin dudarlo siguió su camino original, llevando a Larten hacia su destino lleno de sombras y condena.

Capítulo Doce Tres noches después, Larten Crepsley subió por primera vez al escenario. Merletta se lo había pedido en el último momento. Él ya había preparado su bandeja, y sonrió cuando Merletta se acercó hasta él, esperando a que pasase de largo. Cuando ella paró frente a él, Larten la miró desconcertado (pues sabía que ella tenía una agenda apretada), y casi dejó caer su bandeja por la sorpresa que el causaron sus palabras.

-¿Te gustaría ser parte de mi acto esta noche? –le había preguntado. Larten pensó que había escuchado mal. Pero antes de que pudiera pedirle a

Merletta que lo repitiera otra vez ella prosiguió. -No tienes qué hacer nada complicado, simplemente debes escapar de algunas

cadenas con candados. Será fácil… si no estás asustado, claro está. Ella le sonrió, confiando en que aceptaría el desafío. Pero Larten casi lo hizo,

independientemente de la pena que eso después le causaría. -No puedo –se había excusado-. No tengo nada qué ponerme –cada artista tenía

un traje especialmente diseñado para aparecer en público. -Te elegiré –respondió Merletta-. Pretenderás ser parte de la audiencia. Entonces

preguntaré si hay voluntarios. De esa forma no necesitarás ningún traje. Larten trató de pensar en cualquier otra razón, pero Merletta no le dio oportunidad

de hacerlo. -Fue idea de Hibernius. -¿Mr. Tall quiere que lo haga? –gimió el muchacho. -Cree que tienes lo que se necesita. Yo también lo pienso, aunque no de mi parte

no te habría introducido en el acto tan pronto. Te habría dado otro mes. Pero Hibernius piensa que ya estás listo, y pocas veces se equivoca.

-Está bien –murmuró Larten, y puso su bandeja a un lado. No le pidió a nadie que se hiciera cargo de ella, pues estaba seguro de que Mr. Tall ya habría pensado en eso y se había hecho cargo de ello.

Larten tomó asiento con el público y se mordió las uñas conforme las filas a su alrededor se llenaban. Se sentía mareado y enfermo. Se habría esfumado si supiera que se trataba del plan de Merletta, pero estaba seguro de que Mr. Tall le estaba observando. No quería defraudar al hombre que le había dado un hogar temporal.

Cuando se apagaron las luches y comenzó el show, Larten apenas si podía respirar. Los primeros actos llegaron y se fueron sin impresionarlo (después no podía recordar en qué orden habían sido). Permaneció en su asiento sin dejar de morderse las uñas o de apretar sus manos, rogando a los dioses por un milagro.

Pero los ruegos del chico no obtuvieron respuesta alguna, y Merletta se presentó en el escenario antes de lo usual. Normalmente su acto con cadenas aparecía en la

segunda parte del espectáculo, pero como sabía lo que pasaba por la mente de Larten había decidido hacerlo durante la primera parte. Hizo algunos trucos, y se deslizó fuera de las esposas y de las cuerdas sin dificultad. Después dio un paso al frente y preguntó a la multitud si había algún joven lo suficientemente bueno como para ser su asistente.

Una docena de manos se alzaron en el aire (Merletta era tan bonita que jamás le faltaban voluntarios), pero la de Larten no estaba entre ellas. En el último momento había decidido no levantar la mano. Mr. Tall podría criticarlo más tarde, pero cualquier cosa sería mejor que subir al escenario frente a tantas personas y…

Para su sorpresa, su brazo derecho saltó hacia arriba y él se levantó de su asiento. Trató de bajar su mano, pero no tenía ningún control sobre ella.

-¡Ahí vamos! –exclamó Merleta-. Te elijo a ti, joven señor. Por favor damas y caballeros, denle un caluroso aplauso. ¿A poco no es un hombre valiente?

Al tiempo que el público le aplaudía y vitoreaba con cortesía, Larten se encontró a sí mismo impulsándose hacia adelante por lo que creía era la extraña magia de Mr. Tall. A medio camino recuperó el control de su cuerpo, pero era demasiado tarde para volver atrás. Tragó saliva y subió los escalones antes de sonreír a Merletta. Después ambos se encararon a la multitud.

¡Había tanta gente! Larten había visto muchas audiencias desde los bastidores y se había movido entre ellas para vender sus baratijas. Pero cuando finalmente se encontró frente a una de ellas descubrió cuán apretados estaban los unos contra los otros. Vio el hambre en sus ojos, pues ellos estaban allí para tener un rato de entretenimiento, y supo que serían implacables si se les negaba eso. Sus vidas eran cortas y difíciles. Ese era uno de los pocos momentos en los que podían escapar a un mundo fantástico, y podían mostrarse violentos ante cualquiera que les decepcionara.

Sus rodillas temblaron. -Parece ser que es tímido –dijo Merletta mientras le acariciaba una mejilla. Hubo

quienes lo abuchearon y quienes le gritaron que la besara. Se sintió incluso más nervioso que cuando estaba en su asiento.

Mientras Larten pensaba en huir Merletta lo agarró por las muñecas e hizo que las pasara hacia su espalda. El chico gritó mientras ellas esposaba sus manos y lo obligaba a arrodillarse. Hubo montones de aplausos, pues al público le gustaba que la actriz fuera ruda.

-Voy a hacer que este necio me ruegue por su libertad –cantó Merletta. -Sí –rugió la audiencia. -Voy a hacer qué se arrastre sobre su estómago como si fuera un sapo y que bese

mis pies. -Sí. -Voy a hacer… -No vas a hacer nada –le espetó Larten y se quitó su brazo de encima,

arrastrándose sobre sus pies. En su ira había abierto el candado y arrojó las esposas a un lado. Se levantó hacia Merletta y se preparó para soltarle una maldición. Pero antes de que pudiera hacerlo la mujer exclamó dramáticamente.

-Estaba segura de que había cerrado esa cadena –le dijo a la multitud-. Quizá este chico es más de lo que había pensado que era.

Larten vaciló cuando algunas personas del público (en su mayoría mujeres que sentían lástima por él) aplaudieron con poco entusiasmo. Miraba a Merletta, pero por el

rabillo del ojo pudo ver que el hambre en los ojos de la multitud había sido reemplazada por curiosidad.

Merletta tomó los brazos de Larten y los puso nuevamente por detrás de su espalda. Pero esta vez lo hizo con amabilidad, y él no se resistió. Guardó silencio mientras ella ataba sus manos con un par de cuerdas y le colocaba otras esposas, y después dejó que lo mostrara a la multitud para que ésta viera lo que había hecho.

-Pues bien –exclamó-, esto lo detendrá -volvió a girar al muchacho para que viera a la audiencia de frente-. Ahora, ¿qué debo hacer con él?

Algunos hombres hicieron algunas sugerencias. Mientras ellos hablaban Larten aflojaba las cuerdas y forzaba la cerradura. Merletta todavía consideraba los gritos de la multitud cuando el muchacho se liberó por completo. Dio un pequeño golpe en el hombro de la mujer y tosió ligeramente.

Merletta soltó un tremendo grito, como si la hubiera tomado por sorpresa. Larten alzó sus manos y sonrió. Entonces la audiencia aplaudió con entusiasmo, aceptándolo como a un artista. Y el resto del acto pasó sin que hubiera problemas.

Larten se sintió como si estuviera soñando. No quería que el acto llegara a su fin. Apreciaba cada risa y aplauso de la multitud. No estuvo con Merletta por más de tres o cuatro minutos, pero cuando más tarde se detuvo a recordar lo que había pasado en ese tiempo disfrutó de cada segundo, reviviéndolo, y llegando a la conclusión de que, para él, ese tiempo había valido más que una hora.

El muchacho saboreó su momento de gloria sin comprender cómo había sido posible que sintiera miedo. Jamás había estado borracho, pero se imaginaba que así se sentía uno. Era como si el fuera el dueño del mundo y todo fuera perfecto.

Larten abandonó el escenario en medio de un aluvión de aplausos. Al público le había gustado su presentación, en especial porque se dieron cuenta de que acaba de salir ante ellos por primera vez, y se sintió agradecido por cómo lo habían tratado. Jamás olvidaría ese maravilloso sentimiento. Fue un momento muy especial para él, y le sacó toda la felicidad que pudo.

Mr. Tall esperaba por él tras los bastidores. El gigante asintió una vez para mostrar su satisfacción.

-Lo hiciste bien –murmuró. Larten sonrió por toda respuesta, pues sus pensamientos estaban a cientos de millas de altura-. Pero todavía tienes que hacer algo importante –cuando el muchacho abría la boca para preguntar a qué se refería, Mr. Tall señaló con su cabeza la bandeja que el chico había dejado sobre una mesa.

-Oh –susurró Larten cuando su sonrisa se desvaneció-. Pensé que… -Aquí no necesitamos que te duermas en tus laureles –le riñó Mr. Tall. Larten no

había escuchado esa expresión, así que el hombretón se la explicó-. No quedarse sin hacer nada después de hacer algo bien. Tuviste tu momento de gloria, y bravo por eso. Me complace que haya salido bien. Pero no tienes que dejarte llevar por eso. Habrá otras noches y otras actuaciones, pero por ahora tienes que ganarte tu manutención. Vamos.

-Por supuesto –suspiró Larten, dejando de lado su decepción. Se alegró de que Seba no lo hubiera visto actuar con tanta vanidad. Tomó la bandeja y esperó a que el siguiente número terminara, y después se dirigió hacia la multitud. Sonrió cuando la gente le decía algo amable le golpeaba la espalda, pero se enfocó en su trabajo y vendió de manera ininterrumpida, como todo un profesional.

Había una pequeña fiesta esa noche, algo normal en el Cirque Du Freak. La celebración era una recompensa para el personal que trabajaba tras bambalinas y para las estrellas, pero también eran oportunidades en las que Mr. Tall invitaba a la gente influyente de los pueblos o aldeas cercanas. Aunque no había ninguna ley que prohibiera la existencia de un espectáculo de freaks (esas restricciones no vendrían sino pasado un siglo), la vida era más fácil si se mantenía la idea de que todos allí eran felices. Además no se perdía nada si se adulaba a la gente con dinero y poder.

Larten siempre se había mostrado tímido en eventos como ese. Normalmente se mantenía al margen, sirviendo comida y bebida, y evitaba conversar con nadie. Pero esa noche se sentía más allá de las nubes. Contribuyeron a ello algunos de los invitados que lo reconocieron y se dieron el tiempo de elogiar sus esfuerzos. Incluso logró charlar con algunas jovencitas, las cuales le sonrieron y le miraron de una manera muy sugestiva aunque el inocente muchacho ni se dio por enterado. Larten podía aprender con rapidez los trucos de magia, pero le tomaría mucho tiempo antes de que aprendiera algo sobre las mujeres.

Trató de dormir un poco después de la fiesta, pero se encontraba tan agitado que ni siquiera pudo cerrar los ojos. No dejaba de recordar lo que había vivido sobre el escenario, deseando que pudiera haber hecho más, tratando de decidir qué sería lo que haría la siguiente vez que estuviera allí.

Como el sueño lo evadió el chico se levantó para ver el amanecer. Sonrió mientras la luz de un nuevo día atravesaba el mundo, calentaba la tierra y despertaba a los animales y a las aves. Consideró volver a la cama, pero sabía que no podría dormir. Además había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había levantado tan temprano. Le haría bien dar un paseo y observar cómo el mundo volvía a la vida.

Mr. Tall había levantado el campamento bastante cerca de varias ciudades y de algunas aldeas. La gente podía viajar muchos kilómetros para ver al legendario Cirque Du Freak, pero el propietario de éste trataba de facilitarles las cosas. Larten evitó las granjas, pues frefería el campo. Sonreía mientras caminaba, como si el ganado y las ovejas que pasaban a su lado fueran sus viejos amigos. Vio que un zorro se dirigía a su madriguera. Pudo haber saltado sobre él y capturarlo, pero no había necesidad de ello. Seba pronto podría darse unos buenos banquetes en alguno de los Salones de la Montaña de los Vampiros, y las alacenas y barriles del circo siempre estaban bien abastecidos.

Larten se abrió camino a lo largo de los senderos y a través del bosque durante algunas horas antes de pararse a descansar. Se sentó sobre una colina desde la cual se podía ver perfectamente un pueblo absorbió la luz del sol lo mejor que pudo. Tenía hambre, así que miró alrededor por si encontraba una tienda o una posada en la que pudiera comprar algo de comida.

Mientras el chico estudiaba al pueblo vio que un grupo de personas corrían hacia la pequeña iglesia. Después de unos minutos le siguieron otros. El chico se interesó en lo que ocurría. No era un día festivo, y aunque lo fuera, la gente no que había visto no parecía que iba a escuchar misa. Se les veía aterrorizados.

El chico bajó trotando la colina. Otro grupo pasó a su lado mientras se escurría por las calles. Ninguna se detuvo a mirarlo siquiera incluso aunque, si fuera un día normal, alguien ajeno al lugar habría acaparado toda la atención.

Se detuvo ante la puerta de la iglesia. Podía escuchar murmullos enfadados y llantos que venían del interior. Tuvo un mal presentimiento. Tal vez sería mejor que no entrara.

Larten se habría retirado de no haber sido empujado hacia el interior por una familia de cuatro niños y sus padres. El padre cargaba al niño más pequeño y le lanzó una fiera mirada al muchacho.

-¡Adelante! –le espetó el hombre-. ¡Abre la puerta! Larten obedeció y dio un paso atrás para que el hombre y los niños entraran.

Podría haber escapado si la mujer no le hubiera indicado que entrara primero. Lo miró al borde de las lágrimas, y el chico no pudo hacer caso omiso de ella así que dejó que fuera ella quien cerrara la puerta cuando ambos estuvieron dentro.

El malestar de Larten aumentó en cuanto estuvo en el interior de la iglesia. No había estado en una desde que se convirtiera en el asistente de Seba. Los vampiros tenían sus propios dioses, y aunque Larten no sabía mucho sobre ello estaba seguro de que ya no tenía nada qué ver con ninguna religión humana.

Pero esa no era la razón de su incomodidad. Podía ver que todas esas personas estaban angustiadas. Muchas incluso lloraban. Otros se movían como si fueran lobos enjaulados, maldiciendo a sus vecinos o al aire.

Un grupo de hombres se situaron en el centro de la iglesia, enfrente del altar, y se juntaron como si trataran de proteger algo. Algunas mujeres trataron de unírseles, pero eran obligados a alejarse con gestos de enfado. Larten se encontró atraído por el grupo como si lo hubieran hipnotizado. No era sólo curiosidad. Era como si toda la iglesia le estuviera esperando, como si tuviera algo que hacer allí, aunque no supiera todavía qué.

Los hombres frente al altar miraron a Larten con desconfianza apenas se acercó a ellos. Podía ver cómo se debatían en silencio entre dejar que el extraño se aproximara más o enviarlo con los otros jóvenes. Larten enderezó sus hombros y miró directamente a los hombres sin aflojar el paso. Tan pronto llegó a su altura, un par de ellos se encogieron de hombros y se hicieron a un lado para que el muchacho pudiera situarse entre ellos.

Larten descubrió a un chico que tendría aproximadamente su edad oculto por detrás de los hombres. El adolescente se encontraba arrodillado en medio de cuatro cuerpos (un hombre, una mujer, y dos niños) que descansaban sobre el suelo con los brazos cruzados sobre sus pechos. El chico se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, gimiendo suavemente, con sus manos extendidas y manchadas de sangre. Con una tocaba la frente del hombre. Con la otra acariciaba las mejillas de la mujer.

El hombre, la mujer y los niños estaban muertos, y Larten podía ver que habían sido asesinados (tenían las gargantas abiertas). También pudo ver que había un ligero rastro de sangre alrededor de sus cuellos, por la palidez de sus rostros sabía que el asesino había bebido de ellos. No, no sólo había bebido de ellos. Los había dejado secos.

Capítulo Trece Larten estaba horrorizado. Eso parecía ser la obra de un vampiro. Pero Seba le había jurado que los hijos de la noche no mataban. Le había insistido que los Generales terminarían rápido con cualquier vampiro que masacrara humanos sin ninguna razón. Eso podía ser el trabajo de un vampiro loco y bribón… o quizá su maestro le había mentido.

El niño que lloraba indudablemente tenía una relación con los cadáveres, pues los cinco mostraban la misma complexión y los mismos rasgos faciales. El hombre y la mujer eran sus padres, y el niño y la niña muertos eran sus hermanos. El corazón de Larten de inmediato se compadeció del huérfano. Él sabía cuán doloroso era perder a aquellos a los que se amaba.

Larten fue empujado a un lado cuando un hombre con cabello gris se abrió camino para ver mejor. El hombre maldijo, pero no dio un paso atrás como los otros. Se limpió el sudor de las mejillas y después aclaró su garganta.

-Mi Diana vio que algo pasó cerca de nuestra casa esta mañana, antes del amanecer –un denso silencio cayó sobre los hombres, los cuales miraban al recién llegado con verdadero interés. Éste parecía nervioso, pues no le gustaba ser el centro de la atención, pero aun así continuó-. Estaba afuera cuando una sombra pasó, oculta en la oscuridad. Me dijo que parecía un hombre, pero que al mismo tiempo no lo era. Pensó que era un monstruo. Le dije que no fuera tonta, pues los niños siempre imaginan cosas en la oscuridad. Pero cuando escuché que había pasado esto…

El hombre se santiguó. El niño ahora miraba al hombre, en sus ojos antes vacíos brillaba la furia.

-¿A dónde fue el monstruo? –preguntó uno de los hombres. -Hacia Strasling –respondió el hombre, y un suspiro de temor se adueño de la

multitud. -¿Viste algo, Wester? –el muchacho se levantó con los ojos fijos en el hombre de

cabello gris. -Estaba durmiendo en el cobertizo –el chico negó con la cabeza-. Jon estaba

resfriado y roncaba como un cerdo. Fue al cobertizo para escapar del ruido. -Debemos ir a Strasling –chilló una mujer detrás de ellos-. Llevemos cruces,

estacas y… Guardó silencio cuando otros la miraron. Larten se sorprendió por su reacción.

Había asumido que los pobladores estarían ansiosos para tomar vengaza. Pero conforme miro en derredor suyo descubrió que la mayoría de ellos miraba al piso con expresiones de vergüenza.

-Todos nosotros sabemos por qué pasó esto –dijo Wester. Tenía una voz suave y temblorosa, pero aun así hablaba con claridad-. Pa ayudó a matar a una de esas bestias el año pasado. Nos mudamos a una nueva casa, por si algunos de los suyos volvían por venganza, pero aun así nos encontraron. Ma trató de decirle que no nos habías cambiado lo suficientemente lejos, pero él no la escuchó…

Las lágrimas asomaron a los ojos del muchacho y no pudo seguir hablando. La gente murmuró oraciones y palabras de consuelo. Pero nadie se deslizó hacia adelante para abrazar a Wester u ofrecerle su apoyo.

-Iré a Strailing –continuó Wester, limpiándose las lágrimas-. Sé que si alguno de ustedes me acompaña a matar al monstruo, algún otro vendrá a por ustedes y su familia, como pasó con mi pa y nosotros. No les pediré su ayuda, pero apreciaría que alguien me acompañara.

Wester se puso en pie al lado de los cuerpos de su familia muerta con la cabeza gacha, esperando a que alguien le respondiera. Cuando nadie dijo nada asintió con tristeza y recogió una bolsa que descansaba al lado de su padre.

-Les agradecería si los enterraran a ellos… y también a mí si es que encuentran mis huesos.

El niño se dirigió al muro de hombres que había tras él (el cual lo dejó pasar como si fueran ovejas ante un lobo), y se marchó por el pasillo. Salió y cerró la puerta tras él.

-¡Deberíamos ayudarle! –exclamó la misma mujer que hablara antes-. Si no lo hacemos no seremos otra cosa más que…

-¡Sabemos lo que somos! –rugió uno de los hombres-. ¿Piensas que cualquiera de nosotros quiere dejar ir a un niño directo a la muerte? Pero Jess Flack interfirió en esto, y ahora mira cómo quedó. Si hubiera dejado en paz al monstruo cuando llegó a este pueblo seguiría con vida, al igual que su familia.

-Será mejor que recemos por él –dijo otro hombre, moviéndose hacia el altar. Larten descubrió que ese era el cura-. Tal vez encuentre la fuerza que necesita para matar esa cosa, y será el final de todo esto.

Los otros hombres parecían dudar esas palabras, pero se apresuraron a ocupar los bancos al lado de sus esposas e hijos. En un abrir y cerrar de ojos los únicos que permanecían de pie eran el sacerdote y Larten. El cura sonrió con incertidumbre al joven y le invitó a tomar asiento. Por toda respuesta Larten escupió a los pies del sacerdote. Un murmullo de sorpresa se adueñó de la iglesia.

-Todos ustedes son unos cobardes –gruñó Larten. Las palabras provenían de un lugar oscuro y enfadado en su interior-. Espero que sus animales mueran, que sus cosechas se pierdan, y que cada uno de ustedes arda en los fuegos del infierno –sentía la misma fría cólera que se adueñara de él el día que matara a Traz.

Como los miembros de la iglesia seguían con las bocas abiertas Larten consideró añadir algunas cosillas más, pero decidió no hacerlo y salió al pasillo. Wester Flack le llevaba ventaja. Si no se apresuraba a alcanzar al muchacho posiblemente perdería su rastro, pues a diferencia de todos los que se habían quedado en la iglesia Larten desconocía el camino a Strasling.

Unos minutos después Larten llegó junto a Wester. El muchacho frunció el ceño ante el extraño de pelo naranja.

-Soy Larten Crepsley. Te ayudaré si me permites hacerlo. -¿Por qué? –le preguntó Wester-. No te conozco. ¿Qué buscas con todo esto?

Larten no quería confesar que le preocupaba que el autor de los asesinatos fuera un vampiro como su maestro, así que decidió darle otra razón a su interés.

-Me recuerdas un poco a mí. Una vez me enfrenté a un asesino desalmado y nadie me ayudó. Tuve que enfrentarlo yo solo.

-¿Y qué hiciste? -Lo maté. Wester tragó saliva. -Este no es un asesino ordinario. Es un monstruo. Esta bestia es más fuerte y

rápida que nosotros. Lo más probable es que muera, y si me acompañas tú también morirás.

-No le tengo miedo a la muerte –le aseguró Larten en voz baja-. No tengo familia por la qué preocuparme a diferencia de los cobardes que están en la iglesia.

-No es culpa de ellos –suspiró Wester-. Los monstruos no vienen aquí a menudo, y nunca matan a muchos cuando lo hacen. Pero si se enfadan…

-¿No es la primera vez que esto pasa? –le preguntó Larten, y Wester asintió una sola vez. Larten se mordió los labios y trató de sonar lo más natural que pudo cuando volvió a preguntar-. ¿Tienes algún nombre para esos monstruos?

-Las mujeres viejas tienen un montón de nombres para ellos –resopló Wester-. La mayoría de nosotros los llama chupasangre porque beben la sangre de aquellos a los que matan –levantó una ceja en dirección a Larten-. ¿Todavía quieres venir conmigo?

-¿Me vez retroceder? –le gruñó el otro muchacho. -Discúlpame –suspiró Wester-. No quería ser grosero, pero no estoy en mis

cabales. Cuando entré y los encontré… Larten le dio un apretón al chico en un brazo, recordando lo que él había sentido

cuando perdió a Vur. Trató de imaginar lo que sería encontrar a toda su familia asesinada al mismo tiempo y ser el único sobreviviente. Su corazón lo sintió por Wester y en silencio juró que haría todo lo posible para proteger al solitario y valiente huérfano.

-¿Qué es Strasling? -Una mansión incendiada –le explicó Wester-. El hombre que allí vivía era malvado.

Practicaba la magia negra y mató a mucha gente. La gente del pueblo dice que la casa fue alcanzada por un rayo y que todos los que se encontraban en su interior murieron gracias a la mano de Dios. Pero yo creo que un grupo de ellos fue el responsable de prenderle fuego y de evitar que los otros salieran cuando trataron de escapar.

-Bonito lugar que elegiste para vivir –Larten sonrió. -No había mucho donde elegir –Wester trató de imitarlo, pero todo cuanto pudo

hacer fue una mueca-. Después de que Pa ayudara a matar al monstruo el año pasado, no pudimos seguir viviendo en nuestro pueblo, ni en ningún otro. Creo que la única razón para que aquí nos aceptaron fue porque todavía le tienen un poco de miedo a lo que pasó en Strasling.

-El monstruo que mató tu padre –murmuró Larten con mucho cuidado-. ¿Cómo era?

-No lo sé. Nunca nos lo dijo. Pero él tomó esta bolsa cuando fue tras él. La traje conmigo desde la casa.

Wester abrió la bolsa de cuero y permitió que Larten vieja lo que había en su interior. El chico vio un martillo, una cruz, un bote de un líquido claro que bien podría ser agua bendita, algo de ajo, una pequeña sierra y tres estacas de madera.

-La cruz y el agua bendita pueden herir al monstruo, pero no lo matará –le explicó Wester con la paciencia de alguien que ha dicho lo mismo una docena de veces-. Se tiene que clavar una estaca en el corazón de la bestia, y después se le corta la cabeza, a la cual se le saca el cerebro y se rellena con ajo. A continuación se entierran el cuerpo y la cabeza por separado en el centro de un cruce de caminos.

Larten asintió con gravedad, observando con fascinación y horror los objetos. Si estaba en lo correcto y estaba tras la pista de un vampiro, sabía que los artículos sagrados serían del todo inútiles y que tanto la sierra como el ajo no eran más que supersticiones. Pero la estaca en el corazón… bien, eso podía matar inclusive al más fuerte de los llamados muertos vivientes.

-Duermen durante el día –concluyó Wester-. Si tenemos suerte habremos matado a la bestia antes de que despierte.

-¿Y si no la tenemos? -Entonces es un excelente momento para que hagas las paces con Dios –Wester

sonrió sin humor-, porque lo verás muy pronto.

Capítulo Catorce Los muros de la mansión en ruinas todavía tenían la marcha del fuego que la había destruido. Un olor desagradable flotaba en el aire a pesar de todos los años que habían pasado desde el incendio. Se sentía como si fuera un lugar oscuro y prohibido inclusive para una criatura de la noche como Larten. No le sorprendió que el monstruo (¿un vampiro?) hubiera elegido ese lugar como su base.

Los dos sacaron una estaca de la bolsa y Wester se hizo con el martillo. Le dio a Larten la cruz, se metió el agua bendita en uno de sus bolsillos. Dejó la sierra y el ajo en el interior de la bolsa, y esta a su vez la ocultó en un lugar fuera de las ruinas después de haberle asegurado a Larten que volverían por ellas si tenían éxito.

Los asustados muchachos se abrieron paso a través de las ruinas sin decir nada, estudiando cada uno de los cuartos o de los corredores por los que pasaban. El techo y los pisos superiores se habían derrumbado, pero un montón de tablas y tejas seguían en su sitio, proyectando sus sombras sobre los muchachos a contra luz. Había demasiados lugares en el que un asesino que le temiera al sol podría ocultarse.

Si Larten hubiera ido solo lo habría hecho a mediodía, cuando el sol estaba en su punto más alto, y luego se habría abierto paso por el lugar a paso de tortuga, haciendo el menor ruido posible. Pero Wester tenía prisa en tomar su venganza. No soportaría estarse quieto, se volvería loco si lo hiciera.

Larten descubrió la entrada a una vieja bodega que había quedado semi-oculta por varias tablas que habían caído sobre ella. Consideró no decirle nada al respecto a Wester. Lo mejor habría sido que jamás la viera, pues así hubieran explorado el resto de las ruinas y llegado a la conclusión de que la bestia no estaba allí. Habrían podido ir a casa, y habría sido el final de eso.

Pero Larten quería descubrir la verdad, no participar en un engaño. Estaba ahí para ayudar a Wester, no para apartarlo del peligro. El huérfano se merecía la oportunidad de vengarse. Así que Larten tiró de la manga de su compañero y señaló la abertura.

Las mejillas de Wester palidecieron de golpe. Por un momento pareció que había perdido todo su valor. Entonces asintió, se abrió camino y empujó las tablas para poder entrar por ese hueco.

Descendieron en silencio hasta que se toparon con la pequeña bodega que, quizá, en el pasado se utilizara para guardar comida y vino. Estaba oscuro pero no completamente negro. Unos cuantos rayos de luz se filtraban a través de la entrada que había tras ellos, y también de las grietas del techo.

Había algo recargado en la pared de su derecha, en la parte más oscura del cuarto. Tenía la forma de un ser humano cubierto por gruesas mantas. Wester comenzó a avanzar hacia eso, pero Larten lo detuvo. Antes de permitirle continuar estudió las

paredes y el techo. Lo habían tomado por sorpresa una vez, en un lugar parecido a ese, pero no cometería el mismo error dos veces.

Después de haberse asegurado de que no había nadie más, Larten tomó la delantera y se dirigió hacia el lugar donde descansaba el cuerpo. Dejaría que Wester atacara primero. Si el chico fallaba Larten siempre podía saltar en su ayuda. Le habría gustado tomar el liderazgo (pues después de haber pasado cinco años con Seba sus habilidades estaban más desarrolladas que la de cualquier otro joven de su edad), pero era la batalla de Wester, no la suya.

Mientras Wester se acercaba poco a poco, Larten descubrió un problema. Su compañero tendría que apartar primero las mantas para después golpear el corazón de la bestia. Eso le daría al monstruo la posibilidad de defenderse. Larten se deslizó para colocarse frente a él. El muchacho silbó mientras levantaba el martillo y la estaca, pues había estado tan concentrado en lo que tenía que hacer que por un momento no reconoció a Larten en quien le bloqueaba el camino. Se relajó después de unos segundos.

Larten señaló las mantas y después a sí mismo en un claro gesto que quería decir “yo me haré cargo de ellas”. Wester asintió. Larten volvió a gesticular, tratando de darle valor a su compañero para que se apresurara a clavar la estaca.

Wester volvió a asentir, pero se le veía irritado. ¿Ahora Larten le saldría con que tendría que silbar y entonar los versos de una canción antes de dar el golpe definivo?

Se acercaron a las mantas sin tocarlas siquiera. Las manos de Larten temblaban, pero no le importó, pues únicamente un tonto tendría miedo en una situación como esa. Se inclinó un poco hacia el frente. Quería flexionar sus dedos pero tenía miedo de que sus nudillos hicieran algún ruido que pudiera alertar al monstruo dormido. Larten miró a Wester. El muchacho se veía enfermo, pero se secó el sudor de la frente, y luego puso la estaca sobre el área donde creía que estaría el corazón del asesino. Levantó el martillo. Temblaba, al igual que Larten, pero tenía un firme control de sus armas.

Larten agarró la tela gruesa y peluda de la manta, y se dispuso a tirar de ella. Pero antes de que pudiera hacerlo algo más las tiró fuertemente desde abajo. Tomado con la guardia baja, Larten saltó sobre Wester y lo empujó lejos de ahí, golpeándolo por accidente.

Al mismo tiempo que ambos muchachos gritaban, el asesino de la familia de Wester saltó hacia adelante y se mofó de esos dos principiantes. Incluso en la oscuridad de la bodega Larten pudo ver que lo que veía no era un vampiro, y dio gracias por ello (al menos Seba no le había mentido). La piel de la criatura era de un púrpura profundo, y su cabello, ojos, labios y uñas eran rojas. Tenía la forma de un hombre y se vestía como uno, pero claramente no era uno de ellos.

Wester saltó sobre sus pies y blandió su estaca con ferocidad. La bestia de piel púrpura apartó con un golpe el brazo del chico. Larten escuchó el crujido de los huesos al romperse mientras Wester caía, aullando de dolor. La estaca había salido disparada de entre sus ahora inútiles dedos y se alejaba rodando.

La criatura pelirroja miró a Larten y frunció el ceño en cuanto descubrió su cabello anaranjado. Gruñó en su dirección sin saber muy bien qué debía hacer con tan estrambótico muchacho.

Larten aprovechó la indecisión del monstruo y le lanzó su estaca. La bestia se agachó y se abalanzó sobre el muchacho. Larten agarró la escapa que Wester dejara

caer y se alejó un poco de su oponente. Al mismo tiempo que la criatura púrpura se ponía en pie y estudiaba enemigo Larten fijó sus ojos en el área que le rodeaba, sin prestar mucha atención al monstruoso hombre. Se quedó inmóvil, con la estaca en una mano, tratando de no respirar.

Wester se levantó del suelo y se arrojó hacia el frente con su martillo por delante. El asesino lo atrapó y, golpeándolo con la cabeza, lo rompió. Tan pronto como Wester vio con desesperación la pieza de madera que apretaba en su mano, el monstruo lo aporreó con su cabeza y el muchacho se deslizó hasta el suelo. Era imposible saber si estaba muerto o inconsciente, y Larten no tuvo tiempo para preocuparse por ello.

El monstruo se había alejado de Larten en cuanto se defendió de Wester. Larten tenía toda la intención de correr hacia las escaleras, pero eso era justamente lo que la bestia quería que hiciera. Si se atrevía a darle la espalda al monstruo de piel púrpura seria su fin, de eso estaba seguro. Así que se mantuvo firme, moviéndose lo menos posible y sin pestañar.

El monstruo encaró a Larten y entrecerró los ojos, cuidándose de ese joven pero nada tonto enemigo. La criatura dio un paso adelante, sonrió un poco, y se abalanzó sobre él, más rápido de lo que él ojo humano podía captar. Pero Larten había sido entrenado para saber en dónde se encontraba la imagen borrosa de un vampiro a gran velocidad. Seba había hecho lo mismo en innumerables ocasiones para agudizar sus sentidos y le había enseñado cómo podía defenderse de un enemigo más rápido que él.

Mientras el asesino se acercaba a él, Larten levantó la estaca y la agarró con firmeza, colocándola justo en el lugar en el que Seba aparecería si se tratara de una prueba.

Para su deleite la madera golpeó la carne y el monstruo saltó lejos de él, agarrándose su brazo izquierdo. Larten tenía la esperanza de haber hecho algo más que herir a la criatura, pero al menos se había demostrado que tenía una oportunidad contra ella. Ajustando la distancia que los separaba, el muchacho se fijó en el área que le rodeaba y esperó a que su oponente hiciera un segundo movimiento.

Pero la bestia no se movió. En su rostro se adivinaba una sonrisa. Lamió uno de sus dedos y después escupió sobre el corte de su brazo herido, el cual comenzó a cerrarse. La saliva de Seba tenía las mismas propiedades curativas. Según el muchacho sabía, eso era algo que sólo los vampiros podían hacer, así que la confusión creció en su interior. ¿Acaso ese extraño monstruo era algún miembro del clan? Mientras Larten trataba de decidir la naturaleza de su contrincante, el asesino sonrió.

-Eres un asistente de vampiro. Pude oler en ti la esencia de tu maestro, pero quería verte en acción para estar completamente seguro –la criatura utilizaba un extraño modo de hablar y su acento le era del todo desconocido al chico.

-¿Qué eres? –gruñó Larten sin bajar la guardia. La bestia frunció el ceño. -¿Tu maestro no te habló de los vampanezes? Larten recordó el encuentro entre Seba y Paris Skyle. Seba había mencionado algo

acerca de los vampaneze. El muchacho no se había preocupado mucho por eso, pues ya lo haría en otro momento. Y parecía que el momento había llegado.

-Tiene la velocidad y la saliva de un vampiro –le dijo Larten-, y también bebe sangre. Pero usted no es un vampiro, ¿me equivoco?

-Preferiría ser un perro a un vampiro. No tengo tiempo para los del clan –la criatura escupió la palabra como si fuera una maldición-. Yo soy de una raza pura. Los vampanezes siempre drenamos la sangre de nuestras víctimas. No les robamos la sangre como si fuéramos sanguijuelas, pero eso es lo que hace tu maestro.

-¿Matas cada vez que te alimentas? –jadeó el muchacho. -Es la manera correcta de alimentarse –declaró el vampanez-. Los vampiros solían

alimentarse como nosotros, pero después se volvieron blandos. Nosotros no necesitamos alimentamos muy a menudo (no hay necesidad de hacerlo cuando bebes mucho de una sola vez), pero cuando lo hacemos no nos detenemos hasta que llegamos al final del pozo, tomando un poco de la esencia del alma de nuestra víctima para honrarla.

-¿De qué estás hablando? -Tu maestro no te ha hablado claro –el vampanez chasqueó la lengua-. Debió

decirte que cuando un vampiro bebe de la sangre de una persona hasta dejarla seca, el vampiro absorbe los recuerdos de esa persona, y así parte de su alma sigue con vida. Nosotros los vampanezes matamos cada vez que nos alimentamos, pero aquellos a los que elegimos viven dentro de nosotros por décadas o siglos.

-¿Y piensas que eso lo hace aceptable? –Larten gruñó. -Si –aceptó el vampanez-. Los vampiros solían hacerlo antes de que se volvieran

blandos. Wester gimió y se removió. El vampanez observó al chico inconsciente. -Él es uno de los Flacks. Pensé que los había matado a todos. Fue generoso al

venir hasta mi de esta manera. Hubiera sido embarazoso que dejara un trabajo a medias, ¿verdad?

Cuando el asesino dio un paso hacia Wester, Larten se deslizó entre ambos. -Déjalo en paz. -¿Es tu amigo? -No –le dijo Larten-. Lo conocí hoy. -Entonces esto no es asunto tuyo –le espetó el asesino-. Como eres nuevo en esto

haré como que no te he escuchado y pasaré por alto tu impertinencia. Los vampiros no se meten en nuestros asuntos y nosotros no nos metemos en los suyos. Tengo todo el derecho de matarte porque me atacaste, pero estoy dispuesto a dejarte ir. Te podría servir de experiencia, ¿eh? Pero el humano muere. Su padre mató a un buen amigo mío.

-Wester no tuvo nada que ver con eso –le contradijo Larten sin moverse. -En nuestro mundo los pecados del padre son los del hijo –el vampanez se encogió

de hombros-. Y los de la esposa son también los de la hija. Te doy una última oportunidad: fuera de mi camino.

-No –dijo Larten con firmeza-. Si quieres matar a Wester tendrás que matarme primero a mí.

El hombre de piel púrpura rió. -Que así sea El vampanez fue más veloz esa vez. Larten volvió a levantar la estaca, pero una

fuerza tremenda desplazó su brazo a un lado, y una poderosa palma golpeó en su pecho. El muchacho atravesó volando la habitación y se estrelló contra uno de los muros. Aparecieron estrellas por detrás de sus ojos, pero él parpadeó para

sacudírselas y se obligó a levantarse. El vampanez lo detuvo, agarrando su cabeza con una mano.

Cuando Larten se derrumbó, derrotado, la criatura se acuclilló a su lado. -Abandona al chico –le susurró-. Si renuncias a él, te perdonaré, eso haré. ¿Por

qué desperdiciar tu vida en favor de un humano al que apenas conoces? -Le di… mi palabra… de que yo… le ayudaría –Larten graznó. -Pero no puedes salvarlo –razonó el vampanez. -Entonces yo… moriré con él. Le di… mi palabra. Los ojos del vampanez brillaron con furia, pero a pesar del terror que esa mirada le

producía Larten no apartó la mirada ni se estremeció. Seba le había enseñado a hacer frente a sus temores.

El vampanez colocó una de sus finas uñas en la garganta de Larten. Aunque el chico quiso cerrar los ojos y rezar no lo hizo. En su lugar miró a su asesino, decidido a morir viendo a su verdugo en lugar de hacerlo encogido de miedo.

La uña se hundió un poco en la carne de Larten y él se tensó, pensando que había llegado su final. Pero entonces el vampanez apartó su dedo. Se puso en pie mientras limpiaba la sangre que tenía en la pernera de su pantalón y sonrió al confundido muchacho.

-Serás un gran vampiro –le dijo a regañadientes pero con respeto-. Te iría mejor con los vampanezes (pues nuestros caminos le son más fáciles de seguir a un cachorro de fuego como tú, sí), pero ya has elegido a tu maestro, y no seré yo quien te pida que rompas tu vínculo con él. Pero si alguna vez te sientes cansado de tu clan, puedes buscarme.

El vampanez escupió a los pies del inconsciente Wester de un modo similar a como Larten había hecho con el sacerdote.

-No debería irme, pero si no lo hago él vendrá por mi otra vez y tu tendrás que ayudarle (pues le has dado tu palabra), y no seré capaz de perdonarte una segunda vez. Como sea, ha pasado mucho tiempo desde que corrí bajo el sol. Unas cuantas quemaduras me harán bien. Debemos sufrir de vez en cuando, ¿eh?

La criatura de piel púrpura caminó hacia las escaleras, en donde se detuvo y miró al sorprendido Larten Crepsley.

-No preguntaré el nombre de tu maestro, pues tampoco he preguntado por el tuyo. Pero no temo darte el mío. Cuando te pregunte por mi dile que Murlough tuvo tu vida en sus manos y fue misericordioso. Díselo a él y a sus hermanos del clan la siguiente vez que desprecien el buen nombres de los vampanezes en los salones malditos de la Montaña de los Vampiros.

Con una mueca de desprecio, Murlough subió los escalones y se deslizó tras las tablas que había al final de éstos. Salió corriendo de las ruinas y cruzó los campos con una mueca de dolor en los labios a causa de las quemaduras que le producía el sol. Buscó un lugar en donde pudiera ocultarse hasta que la noche cayera nuevamente y el mundo volviera a pertenecerle.

Capítulo Quince Cuando Wester recuperó el sentido se encontró tendido al aire libre. Se sentó con un débil quejido y miró alrededor con una mueca confusa en el rostro. Laten estaba cerca de él. Había pensado en dejarlo, pero quería saber si el chico se recuperaba o no. En sus manos llevaba varias hojas con agua con las que había humedecido los labios de Wester.

-¿Qué pasó? –quiso saber el chico una vez que hubo bebido. -El monstruo nos noqueó a los dos –Larten le mintió-. Se había ido cuando recobré

el sentido. Te arrastré hasta aquí y después me fui a buscar agua para lavarme las heridas y darte de beber.

-Entonces, ¿no nos mató? –Wester seguía sin poder creérselo. -Pues no parece –Larten se rió. -¿Por qué no? -¿Quién sabe lo que pasa por la mente de los monstruos? –se encogió de

hombros. Wester se puso en pie, gimiendo por el dolor que le daba su brazo roto, y regresó a

la entrada del sótano. Larten había tratado de hacerlo volver, pero Wester se negaba. -Tengo que estar seguro de que no sigue ahí –gruñó. Larten se tendió al sol mientras Wester exploraba la bodega vacía. Cuando

reapareció se le veía sin fuerza y sin vida. Se dejó caer al lado de Larten con los ojos llenos de lágrimas.

-Fallé –gimió. -Al menos trataste –lo consoló Larten-. Sabíamos que teníamos todo en contra.

Tenemos suerte de seguir con vida. -Desearía que me hubiera matado –lloró Wester-. ¿Cómo volveré? Pensarán que

jamás le planté cara, que tuve miedo. -Las heridas –comenzó a decirle su compañero, pero el otro lo cortó. -Cualquiera puede fingir lesiones –resopló Wester. Se levantó y miró a su

alrededor, buscando huellas. -¿Qué vas a hacer? -Encontrar al monstruo –le respondió-. Lo localizamos una vez. Puedo hacerlo de

nuevo. Larten no quiso comentarle cuan de locos le parecía ese plan (pues el vampanez

podía estar a kilómetros de ahí), así que guardó silencio. Wester se daría cuenta de lo inútil de su búsqueda a su debido tiempo.

-No estarás en condiciones de enfrentarlo hasta que tu brazo se cure –trató de retenerlo con otra razón-. Necesitas descansar para recuperar fuerzas, y también harías bien conseguir un nuevo martillo y otras estacas.

Wester asintió con pesar. Después trató de mover los dedos de su mano herida y se estremeció.

-¿Sabes cómo hacer un cabrestillo? –le preguntó. -No –Larten suspiró-, pero conozco a un hombre que sí. Deberías volver a casa

para sepultar a tu familia. Pero si no quieres hacerlo –continuó antes de que Wester pudiera decir nada-, puedes venir conmigo y refugiarte en el Cirque Du Freak.

-¿Qué es eso? -Es muchas cosas para mucha gente –Larten le explicó en voz baja, tomando el

brazo sano de Wester para guiarlo-. Para ti podría ser un santuario temporal –pero sabía que, mientras decía eso, lo que realmente le ofrecía a Wester era un nuevo hogar.

El brazo herido de Wester se curó, lo mismo la herida que llevaba en su corazón. Las primeras noches fueron terribles, llenas de sollozos y de palabras de odio. Larten no habría sido capaz de consolar al chico por sí solo, pero había otros en el Cirque Du Freak que sabían cómo se sentía perder a los seres queridos, cómo se sentía ser un paria en el mundo. Hicieron cuanto pudieron para consolar al miserable huérfano.

Wester estaba dispuesto a hablar cómo encontraría y mataría al monstruo. Hizo todo tipo de extravagantes planes. Larten escuchó con atención y jamás le expuso sus fallos. Con el tiempo la furia del muchacho se apaciguó y él se pudo ver a sí mismo tal y como los demás lo veían, por lo que dejó de murmurar cosas oscuras. No había olvidado su promesa de masacrar a la bestia y Larten creía que jamás lo haría, pero por el momento ambos lo dejaron pasar.

Incluso antes de que su brazo se curara, Wester comenzó a ayudar a Larten con sus tareas. Se sentía intrigado por ese mágico circo. Trabajó duro y se adaptó con rapidez a esa forma de vida. Algunas veces Larten se preguntaba si algún extraño en su lugar habría encajado tan bien con la gente del circo, o si él y Wester eran diferentes. Tenía el presentimiento de que el Cirque no era para todos, sino que abría sus puertas sólo a los que tenían una determinada inclinación. A pesar de que parecía una persona normal, había comenzado a creer que Wester había encontrado su lugar entre las extravagantes estrellas del show.

El par a menudo hablaba de sus vidas, especialmente durante la ncohe, cuando Verus y Merletta dormían. Entre susurros, Larten le contó a Wester acerca de Vur Horston y de Traz, y cómo se había convertido en un asesino en la fábrica de seda. Pensó que Wester pensaría en él con menos estima, pero su nuevo amigo no dijo nada cuando Larten desnudó su alma ante él, se limitó a escuchar en silencio y con paciencia hasta que el otro hubo terminado.

Sin embargo, Larten apenas si decía nada acerca de sus años más recientes. Había dejado que Wester creyera que había estado en el Cirque Du Freak por años. No quiso contarle acerca de Seba ni del mundo de los vampiros. Si lo hacía Wester podría atar cabos con el monstruo que había matado a su familia y posiblemente odiara a Larten del mismo modo que odiaba a la criatura cuyo nombre desconocía.

Si Seba hubiera vuelto a medianoche, mientras Wester dormía, Larten lo habría dejado sin despertarlo. Le habría pedido a Seba que escaparan en silencio y su

maestro, al ser viejo y sabio, seguramente habría respetado el deseo de su asistente. Así Larten no habría tenido que contarle a Wester la verdad.

Pero Seba Nile regresó sin previo aviso una noche, poco antes del inicio del show. Tomó a Larten de un hombro y, en cuanto su asistente se hubiera girado para verlo, el viejo vampiro le guiñó un ojo.

-Espero que no te hayas olvidado de mí –le susurró. Larten chillo de alegría (pues había extrañado a Seba más de lo que había

imaginado), y se lanzó a los brazos del vampiro, abrazándolo con fuerza. Seba estaba sorprendido por la reacción del adolescente, pero no lo apartó. Los vampiros no eran tan emocionales como lo eran los humanos, pero incluso ellos tenían sentimientos. Se permitió una pequeña muestra de afecto.

-Pronto podré escuchar lo que tengas que decirme –Seba le dijo a Larten cuando el muchacho se apartó-. Imagino que tienes mucho por contarme.

-Y usted puede estar seguro de que tiene mucho más por contarme a mí –sonrió el muchacho. Después ambos estallaron en carcajadas, aunque los dos sabían que Seba le diría lo siguiente a nada acerca de su viaje y de lo que había vivido en la Consejo de los Vampiros.

-Ya nos pondremos al día –Seba accedió-. Pero primero tengo que encontrar a Hibernius para agradecerle que te cuidara –Seba detectó que un chico se ocultaba cerca y que los miraba. De inmediato sintió que existía un fuerte lazo entre el extraño y Larten, pero no le pidió que se lo explicara. Ya se lo diría Larten en su momento, si así lo deseaba.

Cuando Seba se alejó, Wester se acercó a su amigo. -¿Quién era ese? –le preguntó. -Mi maestro –suspiró su amigo. Dejó la bandeja que cargaba a un lado y se

enfrentó a Wester-. No vamos a trabajar esta noche. Hay un montón de cosas que necesito decirte. Acerca de mi… de mi maestro… y de los vampiros.

Larten se lo contó todo a Wester, cómo había conocido a Seba, sus años sirviendo como su asistente, lo poco que sabía acerca del clan, y terminó con la verdad acerca de Murlough. Wester escuchó en silencio, su rostro era tan impasible como lo sería una máscara. Había permanecido callado por un buen rato desde que Larten había dejado de hablar, pero cuando finalmente abrió la boca para decir algo simplemente preguntó:

-¿Los vampiros beben sangre, pero no matan? -Así es. -Pero únicamente conoces a un par de ellos. ¿Cómo puedes estar tan seguro? -Seba me lo dijo, y confío en él. Y Murlough lo confirmó. -Pero él dijo que los vampiros solían matar. -No sé mucho acerca de la historia del clan –Larten se encogió de hombros-. Quizá

fueran monstruos como Murlough en el pasado. Pero ya no. Por lo que Murlough me dijo, los dos clanes no sienten aprecio el uno por el otro. Él pensaba que los vampiros eran débiles porque no mataban cuando se alimentaba.

-¿Has bebido sangre? –Wester quiso saber. -No. Todavía soy humano. Seba no compartirá su sangre conmigo hasta que los

dos estemos seguros de que será lo mejor para mí.

-Si alguna vez me entero de que me estás mintiendo… o de que el tal Seba te mintió a ti… y de que los vampiros de alguna manera están relacionados con lo que le pasó a mi familia… –había lágrimas de rabia en los ojos de Wester.

-Te juro por mi vida que los vampiros no tenían nada que ver con eso –le aseguró Larten sin cortar el contacto visual con su tembloroso amigo-. Si dudas de mí, aquí está mi pecho. Puedes matarme ahora, puedes clavarme una estaca en el corazón de la misma manera en que se la habrías clavado a Murlough de haber podido.

-Muy bien –le respondió Wester con brusquedad-. Espera aquí mientras encuentro una.

La boca de Larten se abrió de par en par mientras miraba con asombro la expresión adusta de su amigo. Después se dio cuenta de que el labio superior de Wester se sacudía, así que le lanzó un puñetazo.

-¡Pensaste que iba enserio! –se burló Wester. -¡Cállate! –Larten gruñó. -¿Siempre es así de fácil engañarte? -Sigue así y buscaré una estaca para deshacerme de ti –le advirtió el huraño

muchacho. Wester volvió a reír y después suspiró. -¿Vas a abandonar el Cirque Du Freak? -Supongo –murmuró Larten-. Me encanta la vida en el circo, pero lo que más deseo

en el mundo es ser un vampiro. No te puedo decir porqué. Es algo que quiero y ya. -Creo que a mí también me gustaría ser uno –le dijo el otro con suavidad,

impresionando a su amigo. -No puedes decir eso –Larten frunció el ceño-. Ni siquiera sabías lo que eran los

vampiros hasta que te lo dije. -Pero tú tampoco sabías nada de ellos antes de conocer a Seba –replicó Wester. -Pero nuestra vida es difícil… hay tanto qué aprender… no tienes idea de en lo que

quieres meterte. -Tú tampoco tenías ni idea cuando te convertiste en el asistente de Seba –continuó

Wester-. Al igual que tu comenzaré siendo un aprendiz. Si no me gusta lo dejaré y volveré al Cirque. Pero sé que es mi destino, del mismo modo que lo supiste tu esa noche en la cripta. Tampoco puedo explicarlo. Es como si fuera el camino que debo seguir. Y creo que tú también lo sabes. Supongo que fue por eso que me trajiste en lugar de haberme dejado en Strasling. Quizá hasta por eso me ayudaste.

Larten se quedó mirando a Wester con preocupación. Su amigo tenía todo el derecho del mundo en elegir, pero Larten sentía que debía proteger al huérfano. Podría disfrutar de los retos que traía consigo la vida de un vampiro pero al mismo tiempo no deseaba que otras personas tuvieran que pasar por esas dificultades.

Wester vio la indecisión en los ojos de su amigo. Se molestó (¿quién le había dicho a Larten que podía elegir por él?), pero se guardó su irritación.

-Pienso que es el destino. ¿Y quién va a negarme mi destino? –le preguntó. -No es algo que yo pueda decidir –finalmente, Larten asintió con la cabeza al

mismo tiempo que se mordía el labio inferior-. Todo depende de lo que decida Seba. Pero le preguntaré y te recomendaré si eso es lo que deseas.

Lo deseaba, y esa misma noche, después de que Seba se despidiera de Mr. Tall, Larten le comentó la decisión de Wester. El vampiro estudió al huérfano mientras

Larten argumentaba las razones que tenía para creer que el chico sería un buen asistente. Los ojos del muchacho, lo mismo que sus manos, no temblaron en ningún momento. Tenía un aire de tranquilidad que a Seba le gustó. Pudo ver el potencial del chico… pero también veía un problema.

-Sólo hay una cosa que exijo en mis asistentes –les dijo Seba-. Confianza. Mírame a los ojos y dime con honestidad: ¿quieres convertirte en vampiro para así poder tomar venganza contra el vampanez que asesinó a tu familia?

-En parte –Wester replicó con calma-. Mentiría si dijera que no. Pero no es nada más por eso. Quiero ser parte de una comunidad. Parte de una familia. Podría forjarme una vida aquí, en el Cirque Du Freak, pero no creo que sea lo mejor. Cuando Larten me habló de ustedes, de sus caminos, cómo abrazaban la noche con honor… mi alma se agitó.

-Qué forma tan poética de decirlo –Seba sonrió-. Tiene un don para la palabra que supera a la suya, Maestro Crepsley –su sonrisa se desvaneció y volvió a fijarse en Wester-. ¿Y si te dijera que tendrías que dejar a un lado todos tus pensamientos negativos, incluyendo la venganza? ¿Y si te dijera que jamás podrías tomar esa venganza, así te encontraras con Murlough por accidente?

-No estaría de acuerdo con esos términos –negó Wester-. Mató a toda mi familia. No puedo ni olvidar ni perdonar eso. Yo buscaré vengarme de él, tanto si soy un humano como si soy un vampiro.

Seba aprobó la honestidad del muchacho. Wester se había abierto ante él, y su sed de sangre era justificada. Inclusive un General, quien estaba sujeto a unas normas más estrictas que el resto del clan, tenía todo el derecho de matar a un vampanez si éste era el responsable de la muerte de su familia humana.

-Tengo que probar tu sangre –le dijo con claridad-. Si es pura, te aceptaré. Wester se sentó con tranquilidad mientras Seba le hacía una pequeña herida en su

brazo y succionaba la sangre que salía de ella. Los dos jóvenes lo miraron hacer en silencio mientras el vampiro paladeaba la sangre. Cuando escupió, el corazón de Larten se hundió. Quizá el deseo de Wester de convertirse en un vampiro lo había tomado por sorpresa, pero ya se había hecho a la idea de que ambos podían ser compañeros. Sin embargo parecía que su maestro iba a negarle esa oportunidad, y eso le dolería más de lo que había imaginado que pudiera dolerle.

Seba fulminó a Weseter con la mirada durante unos interminables segundos… …Y después le guiñó un ojo. -Tu sangre es noble –le dijo-. De hecho es más pura que la de Larten o que la mía.

Te acepto sin dudar, así que a partir de ahora eres mi asistente. Empaca lo que quieras traer contigo a esta nueva vida, pero apresúrate. Nos vamos en cinco minutos.

Los dos amigos compartieron una mirada de radiante alegría. Después se apresuraron a recoger sus pertenencias. Mientras lo hacían Larten se encontró pensando en Wester como alguna vez había pensado en un niño llamado Vur Horston: no era sólo su amigo, sino también su hermano.

Parte Tres

“¿Cuántas derrotas tendré que soportar”

Capítulo Dieciséis Larten se sentó en el Salón de Khledon Lurt, bebiendo una jarra de cerveza mientras estudiaba los tapetes rojos que colgaban del techo y de las paredes, la estatua de Khledon Lurt que ocupaba el centro de la habitación y, por supuesto, a los vampiros. Había estado allí desde hacía casi una semana, pero se seguía sintiendo fuera de lugar entre las criaturas de la noche. Era la primera vez que asistía al Consejo, y le era muy difícil soportar el sentimiento que le decía que él no pertenecía a ese lugar.

Puso la taza sobre la mesa y se acarició las cicatrices te tenía en las yemas de los dedos, recordando la noche en que Seba había penetrado su delicada carne. Larten le había dado la bienvenida al dolor porque eso significaba que dejaba atrás el mundo de los humanos y daba un paso hacia la noche sin retorno. Estaba orgulloso de sus diez cicatrices, todavía brillantes después de tanto tiempo, pero por desgracia no significaban mucho allí. Ser un vampiro significaba más que haber compartido la sangre, y Larten tenía miedo de no estar a la altura de los otros.

Estaba cercano a los treinta años, así que en el mundo de los humanos ese habría sido su mejor momento. Si hubiera luchado por obtener un puesto en ese mundo ya hubiera ganado respeto y seguridad.

Pero había sido convertido en un semi-vampiro cuando tenía dieciocho, y era un vampiro completo desde hacía cinco años, así que parecía encontrarse al final de su adolescencia. Y todo lo que había viajado y experimentado era insignificante en comparación con las aventuras de aquellos vampiros que habían dado la vuelta al mundo en incontables ocasiones. Entre esos seres que contaban con siglos de antigüedad se sentía como un niño.

-Aquí estás –Wester se dejó caer a su lado con una jarra de cerveza casi llena-. ¡Por las entrañas de Charna! Necesitaba esto –la antigua maldición sonaba divertida cuando lo decía su amigo, pero Larten ocultó sus sonrisa para no herir los sentimientos de su compañero-. Este lugar es asombroso –prosiguió Wester-. Hay tantos túneles y salones. ¿Ya visitaste el Salón de Perta Van-Gral? No, espera, no importa –suspiró con dramatismo-. Ya sé que no lo has hecho.

-Por el apeste que traes contigo, supongo que el Salón de Perta Vin-Grahl no es más que un cuarto de baño –Larten le espetó con sequedad.

-Algo así –se carcajeó Wester-. Asegúrate de llevar ropas gruesas si alguna vez lo visitas. Ellos no creen que sean necesarias las toallas o los trajes.

Wester bebió más de su cerveza y miró a la caverna con los ojos brillantes. Wester y Larten habían compartido la primera sangre con su maestro al mismo tiempo, pero Wester no se había convertido en un vampiro completo hasta hacía dos años. Larten

siempre había sido un alumno más brillante y siempre iba unos pasos por delante de su formación, pero aun así Wester se había adaptado más rápido al mundo de la Montaña de los Vampiros. Se había mezclado con otros vampiros desde que había llegado, había aprendido mucho de sus historias y había explorado la laberíntica montaña, logrando sentirse como en casa.

Larten había estado cerca de Seba la mayor parte del tiempo sin apenas decir nada, inseguro de cómo debía comportarse. Su maestro no había querido llevarlos al Consejo. Eran jóvenes, y creía que sería mejor si esperaban otros doce años antes de acudir a uno. Pero los dos habían argumentado con ferocidad, y al final Seba había aceptado llevarlos. Al principio Larten pensaba que Seba estaba preocupado por Wester, que temía que su joven asistente no tuviera la fortaleza física para aguantar la larga caminata a través de las frías tierras que debían atravesar para llegar hasta allí. Pero ahora Larten creía que su maestro había visto una debilidad en él, y no en su amigo.

Larten escuchó con atención mientras Wester le contaba sus descubrimientos más recientes, sus nuevos amigos y lo que había aprendido acerca devla vida en el clan. Al final bajó la voz y tuvo que acercarse a él para escuchar sus últimas palabras.

-He aprendido más cosas acerca de los vampanezes. A los dos les intrigaban esos misteriosos renegados de piel púrpura (Seba les

había contado un poco acerca de los miembros del otro clan), pero el interés de Wester en ellos era más personal que el de Larten.

-Un grupo de setenta se separó del clan hace quinientos años. Hubo una cruenta guerra que duró décadas. Una guerra entre los vampiros y los vampanezes, pues se odiaban los unos a los otros. Al final se firmó un tratado de paz, y ha habido tregua desde entonces.

-Me preguntó por qué acordaron la paz –musitó Larten-. ¿Por qué no llevaron la guerra hasta el final y mataron a todos los traidores?

-Todavía no lo he descubierto –Wester tomó otro trago-. ¿Pero sabes qué significa eso? –Larten lo miró con incertidumbre-. Seba ya vivía por aquél entonces. Probablemente él peleó en esa guerra.

-Quizá esa es la razón por la cual él jamás habla de los vampanezes –murmuró Larten.

-Sí. Y quizás eso tenga mucho qué ver con su renuencia a ser Príncipe –Larten se lo había comentado varios años atrás. Se había arrepentido de inmediato y había hecho que Wester le prometiera que jamás se lo mencionara a su maestro, pero los dos solían discutir el tema en privado, tratando de descubrir los secretos del pasado de Seba.

-¿Alguna vez has escuchado de Desmond Tiny5? –Wester volvió a preguntar. -No. ¿Por qué? -Un General lo mencionó de pasada cuando me habló de la guerra y su final. Le

pregunté algunas cosillas acerca de él. Parecía nervioso en cuanto mencioné su nombre, pero no me dijo por qué.

-¿Piensas que era un traidor? -Larten había aprendido que los nombres de los traidores jamás eran mencionados por los miembros del clan.

-Quizá –Wester se encogió de hombros, pero no se veía muy seguro de ello.

5 Tiny significa “diminuto”. Interesante apellido si pensamos en todo lo que ese individuo puede hacer, xD

Terminaron de hablar cuando Seba entró en el Salón y los saludó. Su maestro iba acompañado por otro vampiro, un hombre desaliñado que vestía pieles púrpuras y no llevaba zapatos. Tenía aproximadamente la altura de Wester, pero mucho más fornido que cualquiera de los dos asistentes de Sega. Su cabello era verde, tenía ojos enormes y una pequeña boca. Alrededor de su torso llevaba unos cinturones con unas extrañas estrellas de metal en ellos.

-Larten, Wester, este es Vancha March –los presentó Seba, sentándose en la mesa.

Vancha asintió a los dos jóvenes vampiros y pidió una taza de leche. Cuando uno de los sirvientes del Salón se la llevó, él la vació de un solo trago, y después de eructar pidió otra. Se limpió la boca con una de sus manos, y sonrió a Larten y a Wester.

-Seba me ha hablado de ustedes dos. Nuevos en esto, ¿verdad? -Hace cinco años que compartí mi segunda sangre –lo corrigió Larten. Vancha se rió. -Eso fue hace poco tomando en cuenta cómo es que nosotros medios el tiempo.

Bienvenidos al clan –después presionó el dedo medio de su mano derecha en su frente, y extendió el pulgar y el dedo anular a un lado. Era el signo de la muerte, algo que Larten había visto hacer a los vampiros varias veces desde que llegara a la montaña. Al mismo tiempo que Vancha hacía la señal dijo con voz solemne-. Incluso en la muerte saldrás triunfante –después eructó y pidió un pedazo de carne cruda que devoró con gusto.

Larten frunció el ceño. No aprobaba los burdos modales del viejo vampiro. -Vancha es algo tradicionalista –Seba murmuró mientras la sangre escurría por la

barbilla de Vancha. -¿Cuántos años tiene? –quiso saber Wester, y de inmediato levantó la mano-. No,

déjeme adivinar. Estoy tratando de acostumbrarme a esto. -Buena suerte –le deseó Vancha-. Yo sigo sin poder decirte qué edad tienen la

mayoría de esas ciruelas arrugadas. Depende de su edad humana al momento de haber sido convertidos.

-Lo sé, pero también sé que puedo hacer estimaciones –Wester estudió detenidamente a Vancha (el cual era tan pálido como la mayoría de los vampiros, con una gran colección de cicatrices y heridas), y después de unos segundos dijo-. Poco más de un siglo. ¿Le atiné?

-Sí –Vancha estaba impresionado-. Me alegré cuando pasé a las tres cifras. Pienso que eres un verdadero vampiro cuando rompes la marca de los cien. Hace poco que me siento como un verdadero miembro del clan.

Larten sonrió. Era la primera vez que un vampiro admitía haberse sentido fuera de lugar. A pesar de su primera impresión, ahora apreciaba al sucio y oloroso Vancha March.

¿A qué se refería Seba cuando dijo que usted era un tradicionalista? –le preguntó Larten.

-Estoy en desacuerdo con la comodidad de los humanos –Vancha resopló-. Al igual que los vampiros del pasado, tengo tan poco que ver con la humanidad como me es posible. La carne la como cruda, bebo sólo agua o leche (la sangre viene por default), hago mis propias ropas y jamás duermo en un ataúd.

-¿Por qué no?

-Son demasiado blandos –Vancha se rió de la expresión del joven vampiro. -Vancha ha retrocedido hacia la forma de vida más simple que puede llevar un

vampiro –explicó Seba con aprobación-. Había muchos como él cuando sólo era un niño de la noche. La mayoría murió o se adaptó. Sólo unos cuantos tienen la fuerza o la voluntad de vivir como lo hace Vancha.

-No estoy seguro de llamarlo fuerza –se burló Vancha-. Yo le diría locura. -Quizá la culpa la haya tenido tu madre –murmuró Seba con mordacidad, y Larten

se sorprendió al ver el rubor de Vancha. Pero antes de que pudiera preguntar, un vampiro que no parecía mayor que Larten

o Wester se plantó frente a su mesa. Tenía el cabello negro y sus agudos ojos eran tan oscuros como sus ropas. Si un cuervo pudiera tomar la forma humana, Larten imaginaba que luciría de manera similar.

-Mis más sinceras disculpas, Maestro Nile, pero mi maestro quisiera intercambiar algunas palabras con usted.

-Desde luego, Mika –Seba accedió-. Iré en breve. El vampiro de negro hizo una reverencia, miró con curiosidad a Vancha, y se retiró. Seba suspiró. -Ya sabía yo que Lare tendría algunas tareas para mi –Lare era uno de los

Príncipes Vampiro. Larten todavía no había visto a ninguno de ellos (pues se encontraban en el interior del Salón de los Príncipes la mayor parte del tiempo). Ni siquiera estaba seguro de que Paris Skyle (él único vampiro, además de Seba, que había conocido antes de presentarse en la montaña), hubiera asistido al Consejo. Un Príncipe siempre se encontraba fuera de la montaña en caso de que algo les llegara a ocurrir a los otros.

Seba se levantó y se quejó un poco, frotándose la parte baja de la espalda. -Los vampiros no estamos hechos para vivir tantos años –gruñó-. Me hubiera

gustado caer en las manos de la gloriosa muerte al menos hace cien años. -Mejor doscientos –musitó Vancha con gravedad, y después guiñó un ojo. -Prepárense, caballeros –Seba les dijo a Larten y a Wester-. El Festival de los

Muertos Vivientes pronto comenzará. Es algo interesante, en especial para los recién conversos.

-¿Qué quiso decir con eso? –le preguntó Larten a Vancha en cuanto Seba se hubo ido.

-Significa que todo el mundo querrá tirarte o comprobar de qué estás hecho. Es nuestro bautizo de fuego: muchos recién llegados nunca llegan al final de la primera noche del Festival –Vancha levantó su jarra de leche y sonrió a la preocupada pareja-. Debería rogar por que la suerte de los vampiros los acompañe esta noche, ¡o quizás brindaremos sobre sus cadáveres mañana!

Capítulo Diecisiete El Festival de los Muertos Vivientes comenzó a la hora de la puesta del sol en el Salón de Stahrvos Glen, mejor conocido como el Salón de Asamblea. Cientos de vampiros se amontonaban en la caverna con sus mejores ropas. Inclusive Vancha estaba bañado y llevaba sus pieles limpias. Casi todos eran hombres. Larten distinguió a un puñado de mujeres, y cada una de ellas lucía como cualquier otro hombre.

Había un aire de excitación en el Salón, pero Larten y Wester estaban más que nerviosos. Sentían, o más bien imaginaban, que los otros vampiros los observaban como si fueran una manada de lobos y ellos dos corderos.

-Permaneceremos juntos cuando el infierno se desate –le murmuró Wester. -Si –Larten accedió-. Nos vigilaremos las espaldas. Sonó un potente gong y todo el mundo dejó de hablar. Larten miró con fascinación

a los cuatro Príncipes que entraban en el Salón y subían a la plataforma. Se sentía encantado de ver a Paris Skyle en medio del cuarteto real.

Los otros Príncipes eran incluso más viejos que Paris (uno parecía tener mil años, aunque Larten sabía que incluso para un vampiro llegar a esa edad era algo imposible), pero se movían con dignidad y con orgullo. Cada uno de ellos debía combatir como si fuera un vampiro ordinario por esa noche, y si alguno no lo hacía no mantendría su puesto por mucho tiempo. Los vampiros tenían en alta estima a los viejos, pero sólo si podían aguantar una batalla. A sus ojos, los débiles o los enfermos debían salir a buscar la muerte tan pronto como les fuera posible.

-Bienvenidos, hijos del clan, y nuestro más sincero acrecimiento por haber viajado desde tan lejos para estar con nosotros –comenzó el vampiro que parecía ser el de mayor edad, Lare Shment.

-Los dioses seguramente se sentirán orgullosos de ustedes –el segundo, Azis Bendetta, sonrió.

-Lo mismo nosotros –añadió Paris. -Esperamos que hayan concluido con sus asuntos más inmediatos –agregó el

cuarto Príncipe, y el más joven de ellos, Chok Yamada-. ¡Habrán desafíos, se forjarán historias de gloria, y se beberán enormes cantidades de cerveza por las siguientes tres noches!

Un aluvión de aplausos le siguieron a tales palabras. -Pero antes de iniciar –continuó Chok-, vamos a escuchar los nombres de aquellos

vampiros que viajaron al Paraíso desde nuestro último Consejo. Cada Príncipe mencionó, por turnos, a aquellos que habían muerto durante los

últimos doce años. Cada vez que se decía un nombre, los vampiros hacían la señal de la muerte y murmuraban.

-Incluso en la muerte saldrás triunfante. Lare concluyó con el nombre Osca Velm y un triste silencio se apoderó del Salón. -¿Quién era Osca Velm? –le susurró Larten a Vancha. -Un Príncipe –le respondió el otro con tristeza-. No sabía que lo habíamos perdido.

Debe de haber perecido recientemente. -Sé que la muerte de Velm es algo nuevo para muchos de ustedes –dijo Paris-. No

ofrecimos ninguna ceremonia en su honor porque él así lo quiso. Nunca creyó que semejante escándalo debía hacerse por un cuerpo vacío.

Muchos rieron, pero Vancha asintió con brusquedad. -Conocí a Osca, y sé que habría detestado tener un pomposo funeral. Era un

vampiro de verdad. Me golpeó una vez y me rompió tres costillas. Cuando los suspiros y los murmullos murieron, Lare Shment aplaudió. -Y así concluimos nuestros asuntos oficiales –les dijo a los presentes-. Esperamos

que no haya más hasta la Ceremonia de Conclusión. Suerte para todos ustedes, mis pequeños.

-¡Suerte! –gritaron los vampiros con alegría. Y antes de que los ecos se desvanecieran el caos estalló y se dispersó por todos los corredores y Salones de la Montaña de los Vampiros.

Larten y Wester fueron arrastrados por los vampiros enloquecidos. Su plan de ayudarse el uno al otro se esfumó tan pronto fueron separados y abandonados a su suerte para arreglárselas por su cuenta.

Se suponía que los vampiros debían desafiarse los unos a los otros en el Salón de Juegos, pero varios comenzaron a pelear en los túneles. Para muchos de los miembros del clan los juegos eran la razón de su existir, una celebración de valentía y de fuerza bruta de la que disfrutaban cada doce años. Habían esperado mucho desde el último Consejo, y su sed de batalla sacó lo mejor de ellos. Nadie se oponía, sólo algunos golpes prematuros eran comunes. Los amigos se limitaban a empujarlos o a dejarlos caer sobre la tierra.

Había tres Salones de Juegos. Varias colchonetas esperaban a aquellos que gustaban del combate mano a mano. En otras áreas se podía pelear con espadas, cuchillos, lanzas o con cualquier otra arma. Había muchas barras de manera para entrenar el equilibrio, y cuerdas en las cuales aferrarse mientras el enemigo trataba de derribarte.

Había una gran cantidad de barriles de cervezas disponibles, y algo similar ocurría con la sangre. Larten jamás preguntaba de dónde provenía la sangre fresca. La misma pregunta había rondado en la mente de Wester algunas noches antes, pero Seba le había dicho que no era tiempo de discutir ese tipo de cosas. Y seguía sin haberles explicado nada.

Larten pensaba seriamente que ese sería su fin. Ningún vampiro lo había desafiado al principio, pero había recibido muchos golpes y patadas de contrabando. Y un vampiro bastante ansioso le había arrojado un hacha. Falló el golpe y volvió a atacar hacia la cabeza de Larten, pasando al lado de su cráneo y cortándole algunos cuantos cabellos. El joven vampiro se volvió, furioso, para decirle sus verdades al patán y descubrió que éste era Chok Yamada. Larten podía ser nuevo, ¡pero incluso él sabía que no podía maldecir abiertamente a un Príncipe!

Mientras Larten alzaba la mano a modo de saludo ante el sonriente Príncipe, un vampiro chocó con él. Larten siseó por la sorpresa y se giró para enfrentarse a un General alto y feo cuya nariz parecía haberse roto incontables veces.

-El primero de tres –le gruñó el General. Antes de que Larten pudiera preguntarle a qué tipo de reto se refería, el hombretón lo agarró por el cuello, lo derrumbó le puso sus brazos encima-. Uno para mí –le burló el General, dejando que Larten se levantara.

El joven estaba preparado cuando el General volvió a atacar. Trató de esquivar al hombre y agarrar sus brazos, pero el General había leído las intenciones de Larten. Apartó las manos del joven vampiro, envolvió con sus brazos la cintura de Larten, lo levantó del suelo y le dio la media vuelta para que golpeara la dura roca con su cabeza.

-Trata de hacerlo más interesante –le espetó con desdén mientras Larten se levantaba y tomaba aire.

Larten maldijo y trató de golpear la nariz del General. Éste giró su cabeza hacia un lado, atrapó uno de los brazos del otro vampiro, y lo torció tras su espalda. Larten gritó mientras el General lo obligaba a postrarse de rodillas.

-Ruega por misericordia –le gruñó. Larten le dijo en dónde podía meterse su petición. El General se reía a carcajadas, después derribó al joven por una tercera y última

vez. Se alejó sin despedirse, dejando a un aturdido Larten tambaleándose sobre sus pies. El joven miraba al suelo con la cara roja de vergüenza. A su alrededor otros vampiros lo abuchearon y aplaudieron con sarcasmo.

Antes de que Larten, furioso, pudiera retar a cualquiera de los que se burlaban de él, otro vampiro lo llamó.

-Hey, tú, sangre nueva. Ven y enfréntate a Staffe Irve si te atreves. Déjanos ver de qué estás hecho.

Staffen Irve no era mucho mayor que Larten. Llevaba un arma de la cual colgaba una gruesa esfera de metal al final de una corta cadena. Le lanzó un arma similar a Larten.

-¿Has usado uno de estos con anterioridad? –le preguntó. -No –le respondió el otro mientras probaba el peso del arma. -Entonces será mejor que aprendas rápido –Staffen se rió entre dientes, y después

le dio un tremendo golpe a Larten en la cara. Si le hubiera golpeado con ganas, Larten habría perdido unos cuantos dientes. Sin embargo la esfera golpeó el hombro del joven vampiro.

Larten hizo una mueca y se lanzó hacia adelante. La esfera de su arma rebotó de manera inofensiva sobre las costillas de Staffen Irve. Staffen gruñó y golpeó a Larten en el hombro otra vez.

Larten duró menos de un minuto. Se defendió bien, bloqueó algunos golpes y lanzó otros, pero cuando la esfera lo golpeó en su pierna derecha justo por debajo de su rodilla, se derrumbó. Staffen le pegó dos veces más en la espalda, tratando de incitarlo a que se pusiera de pie, pero cuando comprendió que el duelo había terminado le ofreció su mano a Larten para ayudarlo a levantarse.

-No estuvo mal –le dijo mientras el otro se ponía de pie y se secaba las lágrimas de dolor que habían escapado de sus ojos-. No eres el peor de los nuevos conversos, al menos no que yo haya visto, pero tienes que ponerte en forma antes del siguiente Consejo.

Los vampiros que habían estado observando se rieron del comentario. Pero para Larten sonaron como una bandada de cuervos. Le hubiera gustado meterse con ellos y golpear sus cabezas, pero la lucha había sido demasiado para él. Les dio la espalda a quienes habían sido testigos de su vergüenza, y se alejó mientras trataba de hacer caso omiso de sus silbidos.

El cumplido de Staffen Irves debió haberle dado esperanza, pero Larten no podía pensar en otra cosa más que en prepararse para el siguiente Consejo, o el que vendría después de ese. A sus propios ojos era un fracaso. De camino a la montaña había soñado con ganar todos los retos que se le pusieran enfrente, y convertirse en un héroe. Aunque sabía que no era realista había estado seguro de que podría aguantar sin caer en desgracia. Pero ahora sabía que se había equivocado. Imaginó que todos los vampiros se reían de él mientras se alejaba cojeando, y su autoestima cayó a un nivel más bajo.

Una de las mujeres vampiro le gritó a Larten y le ofreció una larga vara, pidiéndole que tuviera un duelo con ella. Pero él pensó que ser derrotado por una mujer sería mucho para él. No le importó que, según las reglas, debía aceptar cualquier reto que se le propusiera en el Festival de los Muertos Vivientes. Él quería salir de allí. Ruborizándose, Larten se apresuró hasta la salida del Salón, sintiéndose incluso más pequeño y solo de lo que se había sentido desde que huyera de la fábrica de seda siendo apenas un niño aterrorizado.

Capítulo Dieciocho Los túneles estaban llenos de vampiros heridos o que descansaban. Larten no vio a ningún muerto, pero estaba seguro de que habría más de uno al final del Festival. Ningún vampiro sentiría lástima por los que cayeran. Los humanos podrían considerar que era una tontería, pero para los vampiros el morir en combate era el más noble de los destinos.

Larten no deseaba morir, pero sabía que le habría ahorrado la humillación. Sabía que no había hecho más que empeorar las cosas (pues los demás no sólo lo verían como a un débil recién converso, sino que también como a alguien que huía cuando la situación se ponía difícil), pero no le importó. Todo lo que quería encontrar era un lugar herido en el cual pudiera ocultarse hasta que su pierna y su orgullo se recuperaran.

-¡Hey! –alguien lo llamó. Larten miró a su alrededor con el ceño fruncido. Tres hombres jóvenes estaban sentados en una mesa, jugando a las cartas en el nicho de un túnel. El más alto de ellos le sonreía con cordialidad-. ¿No quieres jugar?

Larten parpadeó. -¿Por qué no están peleando? –les recriminó. -Esos desafíos son del siglo dieciocho –se rió el vampiro, y después le extendió

una mano-. Soy Tanish Eul. Ven, y disfruta con nosotros. Este juego es mucho más civilizado que los otros.

Larten miró a Tanish Eul y a sus compañeros. Había una botella de vino sobre la mesa, y otro par descansaba cerca de ella. Los hombres vestían a la moda, con el cabello peinado cuidadosamente hacia atrás. No se veían como ningún otro vampiro al que hubiera visto antes.

-No voy a ofrecerte mi mano por siempre -Tanish Eul movió sus dedos para llamar su atención.

Larten sintió la necesidad de unirse a ellos, de compartir su vino y de demostrar su habilidad con las cartas. Tenía el presentimiento de que a ellos no les importaría que se hubiera humillado a sí mismo en el Salón de los Juegos, de hecho pensaba que se habrían reído de ello y le habrían ayudado a sentir que eso no importaba. Dio un paso hacia ellos, pero se detuvo. Si Seba lo encontraba ahí, bebiendo y jugando cuando se suponía que debía estar luchando, se sentiría decepcionado de él.

-Gracias –murmuró, pero tengo que irme. -Como quieras –Tanish bajó su mano-. Pero siéntete libre de venir cuando quieras.

Siempre encontrarás un lugar entre nosotros. Larten se despidió de los extraños vampiros y se tambaleó hacia adelante con el

ceño fruncido. Por un momento se detuvo a pensar en Tanish Eul, pero después volvió a concentrarse en su ego maltratado. Quería descansar en uno de los Salones más

lejanos, pero se limitó a seguir un camino mientras cojeaba por los túneles. Sus pies parecían tener voluntad propia. Llegó ante una puerta, ignoró las miradas ceñudas de los vampiros que hacían guardia ante ellas, y se encaminó hacia los túneles inferiores.

Había algunas marcas en las paredes que mostraban el camino. Las leyó con la ayuda de la luz que le regalaba el musgo brillante que crecía en muchos lugares ahí, abajo. Hizo una pausa en una esquina, y consideró en tomar una vuelta que no se encontraba marcada en el pequeño mapa, para perderse y morir en un rincón perdido de dios en la montaña. Pero aunque se sentía mal todavía no había caído tan bajo.

Siguió las instrucciones de los trazos que había visto en la pared y salió al exterior por una de las caras de la montaña. Era una noche lamentable, con la luna siendo un pequeño arco en el cielo, y sólo un puñado de estrellas que brillaban. La nieve cayó a su alrededor, y su cabello naranja pronto quedó cubierto por una capa blanca. Ignorando los elementos, bajó por la montaña, haciendo muecas de dolor pero sin dejar que su pierna herida lo hiciera más lento.

Después de un rato, Larten buscó refugió en un pequeño lugar bajo los árboles. Estaba temblando, y sus ropas estaban húmedas por la nieve. Una vez que se hubo recargado contra un tronco, se subió el pantalón y examinó el área alrededor de su rodilla. Pensó que el hueso podía estar astillado, pero no estaba seguro de ello. Deseó que eso le hubiera ocurrido en el camino de ida, pues habría sido lo mejor para él. Sabía que Seba había perdido un consejo, veinticuatro años atrás, cuando se había roto una pierna.

Escuchó un jadeo. Larten se levantó con brusquedad con los ojos entrecerrados. Su sentido de la vista había mejorado considerablemente desde que había sido convertido en vampiro, y podía ver casi tan claramente en la noche como lo había hecho durante el día cuando todavía era humano. Vio que dos lobos se le acercaban con los dientes de fuera y los pelos de punta. Parecían a punto de atacar, pero Larten sabía que nada más lo hacían para apantallar. Saldrían huyendo si él hacía un movimiento agresivo.

Larten silbó a los lobos. Éstos alzaron sus orejas y gimieron suavemente, y después se apresuraron a acercarse y tirarse a su lado. Abrazó a las peludas criaturas, absorbiendo el calor de su cuerpo. Había un vínculo especial entre los lobos y los vampiros (algunos pensaban que el clan se había originado a partir de esas bestias), pero Larten se sentía especialmente cercanos a ellos, y muchos lobos le correspondían con entusiasmo.

Los lobos, al igual que los vampiros, habían llegado para asistir al Consejo. Habían aprendido hacía mucho tiempo que había un rico botín esperando a por ellos (los vampiros les arrojaban deliciosos trozos de carne), y docenas de lobos corrían a la montaña cuando llegaba el momento.

-Apuesto a que es más fácil para ustedes –les murmuró Larten-. Si algún lobo los obliga a dar lo mejor de ustedes en una batalla, se aleja sin hacerles nada después de haberles mostrado su garganta. Si falla, la humillación no dura para siempre. No tienen que lidiar con las miradas desdeñosas o con las burlas de otros.

Los lobos se limitaban a jadear y a descansar. Las palabras no eran importantes para ellos. Estaban acostumbrados a las charlas que a veces mantenían con ellos las criaturas bípedas, así que ignoraron lo que les dijo sin remordimiento alguno.

Larten permaneció con los lobos en un silencio melancólico. Quizá se ocultara allí durante el día para después desaparecer en el mundo de los humanos apenas se pusiera el sol. Jamás regresaría a la Montaña de los Vampiros o al clan. Podía llegar a ser un hombre respetado en el mundo normal. Su fuerza y velocidad podían serle de gran utilidad. Siempre y cuando no abusara de su poder los Generales lo dejarían en paz.

Mientras Larten consideraba una vida en el exilio, los lobos levantaron las orejas y gruñeron. Momentos después Seba apareció de entre los árboles. Uno de los lobos se levantó entre gruñidos, advirtiéndole que no se acercara, pero Seba silbó y la bestia se relajó. Al igual que su asistente, Seba tenía un don natural para los animales. Wester no era un aficionado a las criaturas de cuatro patas, pero Seba y Larten habían corrido y cazado varias veces en compañía de los lobos.

Los lobos se apartaron para permitir que Seba se sentara al lado de su pupilo, y después se echaron a sus pies. Seba les rascó detrás de las orejas y les habló sobre lo bien que se veían. Los lobos jadeaban con alegría e incluso le permitieron examinar sus dientes.

Larten tenía el cuerpo en tensión mientras su mentor jugaba con los lobos. Temía que su maestro lo regañara, pero cuando Seba finalmente levantó la mirada se encontró con que sus ojos estaban en calma.

-Me han contado que te derrotaron y que saliste furioso. -No fue así –comenzó a replicar el joven vampiro, pero su maestro lo detuvo. -Lo sé. Larten esbozó una débil sonrisa. Algunos años atrás le había dicho a Seba que

deseaba aprender a hablar como él, pues el viejo vampiro siempre sonaba autoritario cuando hablaba. Seba había asentido con seriedad y le había prometido que trataría de enseñarlo.

-Yo no… -comenzó a decir de nuevo, pero esta vez se detuvo por voluntad. La verdad era que sí había salido por culpa de su mal humor. Negarlo sería una tontería-. Tenía razón –admitió-. Wester y yo no debimos venir al Consejo. No estábamos listos.

-Por supuesto que lo estaban –lo contradijo Seba-. Nunca pensé dejarlos atrás. Simplemente quería que ustedes dos vinieran pensando que había sido idea suya, no mía.

-¿Por qué hizo eso? –Larten no pudo evitar parpadear con aturdimiento. Seba se rió entre dientes. -Si alguna vez decides tomar un asistente comprenderás que cada uno necesita un

trato especial. Tú y Wester a menudo toman decisiones “por sí mismos” que en realidad fueron aprobadas por mí. Es bueno que los jóvenes piensen que tienen el control de lo que hacen incluso si están equivocados.

Seba suspiró y su sonrisa desapareció. -Pero no soy el juez que creía que era. Tengo la culpa de cómo reaccionaste esta

noche. Debí haber sido más duro contigo en el pasado, tratando que tuvieras menos éxitos para prepararte para el fracaso.

“Esperaba más de ti que de Wester –continuó en voz baja-. Wester será un buen vampiro si no muere joven a manos de los vampanezes, pero carece de tu potencial. Tú tienes la capacidad de convertirte en un gran vampiro. O al menos yo lo creo así.

“Siempre te he tratado de la misma manera que a Wester, pero creo que fallé al ocultar todo lo que esperaba de ti. Leíste en el interior de mi mente y, siendo joven e impresionable, asumiste que eras tan noble y tan capaz como yo habría esperado que fueras.”

“Pero he sido demasiado blando contigo. En lugar de enfocarme en lo que les falla, lo que hice fue jugar con sus fortalezas para que las desarrollaran aún más. No es una mala idea (pues mucha gente necesita obtener una serie de pequeños éxitos para incrementar sus habilidades y tener una mayor autoestima), pero no fue el mejor de los métodos en tu caso. Has crecido siendo demasiado testarudo y confiado y eso –prosiguió cuando Larten trató de objetar-, también es mi culpa, no tuya. Deje que ocurriera porque estaba orgulloso de ti.

Seba se apoyó contra un árbol y estudió a su pupilo. -Creíste que ésta noche podrías romper varias cabezas, vencer a los campeones,

romper varios records y forjarte un nombre, ¿me equivoco? -No –Larten sonrió con amargura-. Ahora sé que me fue tonto de mi parte pensar

eso, pero… -… De todos modos, lo pensaste –terminó Seba-. En mi corazón, parte de mí

también lo creyó. En secretó esperaba que tomaras al clan por sorpresa. Esa esperanza me hizo apartarte del camino correcto. Debí haberte preparado para esperar lo peor. Jamás habías peleado contra ningún vampiro. Toma tiempo, práctica, y muchas derrotas, antes de que un nuevo converso pueda sacar lo mejor de otros. Pero como yo creía que podías saltarte esos pasos preliminares, no te dije nada. Esa es la razón por la que te han herido.

Seba se levantó y se frotó los brazos de arriba abajo. -Siento el frío en estas noches –murmuró-. Quizá no esté mucho tiempo en este

mundo. En mi juventud podía sentarme en medio de una tormenta de nieve. Pero ahora… -la nieve hizo que Seba recordara algo, así que cambió de tema-. ¿Conoces la historia de Perta Vin-Grahl?

-No. Pero Wester me habló acerca de una sala de baño que lleva su nombre. -Perta no era mucho mayor que yo cuando me convertí en vampiro –Seba le contó-

, pero ya era un guerrero extraordinario, destinado a la grandeza. Todos pensábamos que sería uno de los Príncipes más jóvenes que jamás existieran.

“Perta pasó a la leyenda cuando se acordó la paz entre los vampiros y los vampanezes –el viejo vampiro miraba hacia la lejanía con un brillo de tristeza en sus ojos-. Eran tiempos terribles. Muchos de los que perecieron en la batalla fueron nuestros más valientes y mejores hombres. Por siglos las discusiones se llevaron hasta el extremo. Los vampiros estaban envenenados con la idea de convertirse en la fuerza que dominara al mundo. Había decenas de miles de nosotros, y en esos momentos la humanidad carecía del poder que tiene ahora. Pudimos haber tomado el control, haciendo que los humanos fueran nuestros esclavos, convertirnos en los señores de todo.

-Los Príncipes nos apartaron de ese camino. Vieron los peligros que traería consigo el poder absoluto y convencieron al clan de que nos convertiríamos en oscuras bestias si buscábamos el control. Nos instaron a retirarnos de los asuntos de los hombres. Nos mudamos a tierras en las que jamás se habían aventurado los humanos, y creamos leyes que limitaban nuestra influencia sobre aquellos que eran más débiles

que nosotros. En aquel entonces los vampiros mataban cada vez que se alimentaban, pero los Príncipes condenaron esos hábitos asesinos.

“Muchos vampiros estuvieron en desacuerdo con la nueva dirección que habíamos tomado. A su juicio nos habíamos degradado al nivel de los parásitos, robando gotas de sangre aquí y allá como si fuéramos sanguijuelas. Nuestro número disminuyó en los últimos años. Ya no compartíamos la sangre con tantos asistentes como alguna vez hiciéramos (había leyes que se oponían a eso), y los humanos nos comenzaron a vernos como presas. Cuando caminábamos con orgullo y sin temor por el mundo nadie nos cazaba, pues temían las consecuencias que les traerían el matar a un vampiro. Pero cuando comenzamos a convertirnos en seres ocultos, los humanos comenzaron a despreciarnos, pensando que éramos débiles y cobardes. La caza de vampiros se convirtió en un deporte en muchos de los rincones del mundo.

-Usted piensa que los Príncipes hicieron mal –Larten susurró-, que debimos haber permanecido fieles a nuestro camino original.

Seba asintió con lentitud. -Era nuestro destino natural. Quizás éramos depredadores, pero no éramos

viciosos. Matábamos cuando bebíamos, pero absorbíamos parte del espíritu de los humanos, así que ellos vivían en nuestros cuerpos. Éramos como leones: ellos no matan por maldad, simplemente son criaturas nobles que siguen sus instintos.

El viejo vampiro alzó una mano cuando Larten trató de interrumpirlo. -Espera un poco, Maestro Crepsley. No estoy diciendo que deberíamos regresar a

nuestro viejo rumbo. Ya no podemos hacerlo. Las cosas han cambiado demasiado. Creo que cambiamos el rumbo en el momento equivocado, pero ya que estamos en éste camino debemos continuar hasta donde nos lleve. Me hubiera gustado hacer ciertas alteraciones y ajustes, sí, pero los vampanezes fueron demasiado lejos, y habría odiado ver cómo el clan los seguía.

“Pero esto no viene al caso. Te estaba hablando de Perta Vin-Grahl. Luchó con vehemencia en contra de los vampanezes cuando se apartaron de nosotros. Antes de que nos dejaran él estaba a favor de regresar a nuestros viejos hábitos. Cuando hablábamos, él se ponía del lado de aquellos que se convertirían en los vampanezes. Pero él creía que, sobre todas las cosas, debíamos permanecer unidos. Sintió que el cambio debía venir desde el interior, y se opuso con fiereza a que el clan se dividiera.”

“Perta despreció a los setenta vampiros que nos dieron la espalda para establecer su propio orden. De hecho fue él quien encabezó la búsqueda para matarlos. Muchos querían hablar con los recién formados vampanezes. Sentían que no era más que un gesto de provocación, diseñado para obligarnos a responder como ellos querían que hiciéramos. Pensaban que los vampanezes sentirían la necesidad de volver al redil.”

“Perta sabía que ya habíamos dejado pasar esa oportunidad. Tenía todas las intenciones de acabar con ellos. Dijo que esa era la única manera de lograr una paz verdadera. Que si los dejábamos con vida algún día regresarían para cazarnos. Eso fue antes de que Desmond Tiny nos diera la Piedra de Sangre y nos lanzara su terrible profecía.

-¿Quién es Desmond Tiny? –le preguntó Larten-. ¿Y qué es la Piedra de Sangre? -Lo sabrás pronto -Seba hizo un gesto de desdén-. Debes ir al Salón de los

Príncipes antes de que nos vayamos, tocar la Piedra, y añadir tu sangre a la del clan. Te lo explicaré después.

“Perta mató a muchos vampanezes. Perdió una mano y la mitad de su mandíbula inferior en una batalla (no pudo comer comida sólida después de eso), pero siguió con lo suyo. Estaba más convencido y tenía más determinación que nunca.”

“Cuando se declaró la paz, Perta no la aceptó. Había otros que pensaban lo mismo, un grupo de enfadados y odiosos Generales. Habían perdido amigos y a quienes amaban en las batallas. Ellos querían llevar la guerra contra los vampanezes hasta el mismísimo final, incluso si con ella todos nosotros perecíamos. Parecía que nos volveríamos a dividir. Pensamos que Perta y sus seguidores se separarían de nosotros como habían hecho antes los vampanezes, para crear un tercer clan de caminantes nocturnos, debilitando aún más nuestra posición.”

“Pero perta no quería dañar al clan. Cuando se dio cuenta de que no lograría convencer a la mayoría para continuar la guerra contra los vampanezes reunió a sus seguidores y se los llevó consigo. Los guío hasta un lugar de hielo extremo completamente aislado del mundo. Algunos dicen que fue a Groenlandia, otros que los llevó al Polo Sur, o algo así de remoto. De acuerdo con uno de sus seguidores que regreso años después, construyeron un palacio de hielo, cavaron tumbas, terminaron con toda la sangre que habían llevado con ellos, y permanecieron en sus ataúdes de hielo, esperando la muerte.”

Seba guardó silencio, pensando en los vampiros que había conocido en su juventud y que se habían ido, recordando la risa de Perta y el destello de su espada. Una vez había peleado al lado de Perta y había matado a tres vampanezes, incluyendo al General que había compartido su sangre con él cuando era joven, aquél que le había enseñado a ser un vampiro del mismo modo que ahora lo hacía él con Larten, aquél al que había amado y respetado por sobre los demás. Esa era la oscura noche que era la vida de Seba, y jamás había hablado de ella con nadie, hasta ahora.

-El vampiro que regresó estaba loco –Seba suspiró-. Fue a causa de la falta de sangre y la crueldad de los elementos. ¿Quién sabe si su historia castillos y tumbas de hielo es cierta? Muchos vampiros buscaron la tumba de Perta Vin-Grahl, pero nadie la ha encontrado, y aún si es cierto que existe dudo que nadie jamás lo haga.

“Pero sabemos que Perta y sus seguidores escogieron la muerte a dañar al clan. En lugar de conducir a sus partidarios a la guerra contra nosotros, Perta los llevó a un lugar en donde pudieran florecer. Fue su último sacrificio, uno que realizó un vampiro de verdadera grandeza, uno que puso los deseos y las necesidades del clan antes de las propias.”

“Hay una razón por la que te cuento esto –continuó Seba, volviendo a prestar atención a su pupilo-. Perta fue el mejor luchador que jamás he visto, y por mucho. Rompió varias marcas en los Consejos, venciendo un desafío tras otro en lucha libre, barras, y esgrima. Todo el mundo quería medirse con Perta Vin-Grahl para después decir que lo habían enfrentado en su mejor momento. Nunca ganó todos los desafíos, pues no existe nadie capaz de hacerlo, pero ganó más que cualquier otro vampiro en los siglos recientes.”

“Recuerdo la primera vez que Perta vino a la Montaña de los Vampiros –Seba sonrió mientras se sumergía en sus recuerdos-. Estaba delgado y sucio: ¡Vancha March es todo un dandy comparado con el joven Perta Vin-Grahl! Había sido convertido en semi-vampiro cuando era un niño, como yo, y no había tenido mucho

contacto con otros vampiros hasta que vino aquí. Luchó contra casi todos los Generales que visitaron el Consejo ese año.

-Déjeme adivinar –Larten suspiró-. Perdió todos los duelos en los que se metió, como yo.

-No –lo corrigió su mentor-. Ya era un tigre incluso entonces. Ganó la mayoría de los juegos en los que participó. Y aquellos que llegó a perder fueron después de un largo y sangriento encuentro.

“Le mencioné ese primer Consejo años después. Creí que lo recordaría con orgullo. Pero su rostro se oscureció, y me dijo que deseaba haber sido molido a golpes. Dijo que haber triunfado en tantos desafíos había sido terrible para él.”

-¿Ganar es malo? –Larten entrecerró los ojos. -Yo también estaba desconcertado hasta que me lo explico –Seba asintió-. Unos

cuantos años después, Perta viajó con otros cinco vampiros jóvenes. Ellos lo veían como si fuera tanto el líder como el maestro, aún si sabían que no era un vampiro completo. Uno de ellos ideó un plan para raptar a Lady Evanna y obligarla a engendrar un niño –notó la confusión de Larten y le espetó con impaciencia-. Esa es una historia que te diré otra noche. Basta con decir que la Señora de las Tierras Salvajes es una poderosa hechicera. Si te cruzas con ella que sea bajo tu propio riesgo.

“Perta era valiente, y dirigió al grupo para hacerse de ella. Evanna peleó y mató a sus cinco compañeros. Perta escapó únicamente porque era más fuerte y rápido que los demás. Ella lo persiguió durante seis meses hasta que los Príncipes le rogaron misericordia en su nombre y la convencieron de dejarlo tranquilo.”

“Perta se sentía como si tuviera las manos manchadas con la sangre de esos vampiros. Había fallado al considerar sus debilidades. Como jamás había estado en un desafío real pensó que nada malo podía ocurrirle a él o a aquellos que confiaban en su persona. Su encuentro mortal con Evanna le enseñó una valiosa lección. Pero si alguien lo hubiera vencido antes jamás habría llevado a sus seguidores a ese encuentro fatal. Esos cinco vampiros quizá seguirían con vida.”

“Es bueno que alguien te enseñe humildad mientras aún eres joven –continuó Seba con calma-. El no experimentar dolor mientras somos niños nos causará dolor cuando seamos adultos. Tienes que aprender de tus derrotas. Acepta tus limitaciones y trabaja en ellas para corregirlas, pero también dales la bienvenida. Posiblemente una noche alguien te pida que dirijas a otros. Si eso pasa serás capaz de ver lo que ellos pueden hacer, no lo que tú puedes lograr. Un verdadero campeón necesita escuchar no sólo a su mente y a su corazón, sino también a las mentes y corazones de aquellos que más débiles que él. Y eso únicamente lo puedes hacer si has estado en donde ellos están.”

Seba les dio unas palmaditas a los lobos y sonrió. -Estas bestias no son muy rápidas, pero son fuertes. Pueden correr por muchos

kilómetros sin cansarse. No somos tan distintos a ellos. Es difícil para alguien tan joven como tú el mirar hacia todos los siglos que tienes por delante, por eso te pido que aceptes las palabras de alguien más viejo. Tus tropiezos son un beneficio a largo plazo pero sólo si aprendes de ellos y si los aceptas y tratas de elevarte por encima de ellos por las razones correctas.

-¿Las razones correctas? –Larten repitió.

-Ven conmigo y enfréntate a Staffen Irve otra vez –le pidió Seba-. Ignora las burlas de aquellos que te miren caer. Herido como estás, aun siendo más débil y lento que Staffen, debes desafiarlo y perder de nuevo para que así puedas aprender y crecer.

Larten pensó y en ello y después se levantó. -¿Cuánto tiempo piensa que me tomará? –preguntó-. ¿Cuántas veces habré de

perder antes de ser un guerrero como Perta Vin-Grahl? Seba suspiró: su asistente no había entendido. No se trataba de superar los

propios límites, sino de conocerlos y aceptarlos. Pensó que debía tratar de nuevo, pero o bien sentía que carecía de las palabras correctas, o que Larten no estaba listo para escucharlas. Quizá el joven vampiro tendría que aprender la lección de la manera difícil, como Perta Vin-Grahl.

-Muchas más derrotas de las que tu ego pueda resistir, pero menos de las que tu cuerpo pueda soportar –Seba respondió. Mientras Larten le daba vueltas al asunto el viejo vampiro le dio unos golpecitos a la espalda de su asistente y le ofreció su brazo para que se apoyara. Con Larten recargado en su maestro y los lobos viajando cerca de ellos, la pareja comenzó el largo ascenso hacia el interior de los Salones de la Montaña de los Vampiros.

Parte Cuatro

“Bien, ¡he aquí un hombre con estilo!”

Capítulo diecinueve -Inténtalo otra vez.

Larten frunció el ceño y se levantó del suelo del bosque. Agitando ramas y con musgo en el cabello, trepó un árbol grande y se dirigió hacia una rama tan gruesa como su puño cuando llegó tan lejos como sus pies se lo permitieron tomó la rama entre sus manos y lanzó sus pies al aire. Le llevó algunos segundos recuperar el equilibrio. Una vez que se estabilizó avanzó sobre sus manos.

-Para –Seba le dijo cuando la rama crujió y se inclinó bajo su peso. Él estaba sentado en un lugar más arriba, en el mismo árbol, mordisqueando un hueso. Wester estaba al final de otra rama, balanceándose sobre sus manos de igual manera que Larten.

Larten miró hacia el suelo, sintiendo cómo el sudor escurría por su cuello. Seba lo miró por unos momentos, todavía mordiendo. Entonces, sin ningún aviso, lanzó en hueso hacia Larten, pero unos pocos centímetros por debajo de la rama sobre la cual el joven vampiro se balanceaba peligrosamente.

-¡Atrápalo! –ladró Seba. La mano izquierda de Larten salió disparada, sus dedos buscaban agarrar el

hueso. Casi lo consiguió, como había ocurrido en los dieciséis intentos anteriores, y su mano derecha se sacudió con violencia, haciendo que el joven perdiera el equilibrio y cayera con un chillido, golpeando la tierra un poco después de que lo hubiera hecho el hueso.

Seba chasqueó la lengua. -Inténtalo otra vez. Mientras Larten murmuraba enfadado y volvía a subir al árbol, Seba sacó otro

hueso de la bolsa que llevaba en su regazo y se lo arrojó a Wester. Su otro asistente no tuvo mejor suerte que Larten y pronto se encontraba en el suelo haciendo muecas de dolor.

-Esto es ridículo –Larten gruñó, mirando a la rama con algo parecido al odio-. Es una tarea imposible.

-Te equivocas –lo contradijo Seba-. Todos los vampiros aprenden a hacerlo. Es una prueba básica.

Larten miró con recelo a su maestro. Había habido un montón de “pruebas básicas” en los últimos años, desde su visita a la Montaña de los Vampiros. Larten y Wester habían fallado la mayoría de ellas. Comenzaba a pensar que Seba jugaba con ellos, imponiéndoles metas que les eran casi imposibles de alcanzar. ¿Por qué los quería

humillar de esa manera? Quizás las pruebas fueran genuinas y sus asistentes simplemente no estaban a la altura de los requerimientos de los Generales.

-Casi lo atrapé en esta ocasión –musitó Wester, alcanzándolos en las ramas. -No –Larten gruñó-. No estuviste ni cerca. -Gracias por ayudarme –Wester hizo un mohín. -¿Está seguro de que esto es necesario? –le preguntó a Seba. El viejo vampiro se encogió de hombros. -Los Generales son muy exigentes. Los van a probar de muchas maneras. Debes

de tener flexibilidad y experiencia en un sinnúmero de habilidades. Si no puedes hacer esto, entonces no tiene sentido que sigamos adelante con estas lecciones.

Larten suspiró, compartió una mirada resignada con Wester, y después se movió a lo largo de la rama por decimoctava vez.

Seba masticó otro hueso y lo miró con neutralidad. Esperó hasta que Larten estuviera en su posición, después le lanzó el hueso, y cerró sus ojos, esperando escuchar el golpe. Cuando llegó abrió ligeramente los labios y casi sonrió. Pero cuando volvió a abrir los ojos no había ninguna emoción en su rostro.

-Hazlo otra vez. Larten tenía un pésimo humor cuando acamparon durante el día. Había sido una

larga y agotadora noche, pero no habría ningún descanso para él. -Me gustaría comer una hogaza de pan en cuanto despierte –dijo Seba mientras

bostezaba y se acomodaba para dormir-. Larten, ¿puedes conseguir una para mí? -Estamos a kilómetros del pueblo más cercano –se quejó su asistente. -Lo sé. -No seré capaz de dormir lo suficiente después de haber ido y regresado. -Eres joven –lo regañó su mentor-. No necesitas dormir mucho. Wester quería ofrecerse de voluntario para ir en lugar de Larten, pero Seba se

pondría furioso si abría la boca. Se suponía que los asistentes nunca debían contradecir a su maestro.

-¿Quiere algún tipo de pan en particular? –Larten gruñó. -Por supuesto que no –Seba le dijo mientras cerraba los ojos-. Sabes bien que no

soy tan exigente. -¿Y tú qué vas a querer? –le espetó a Wester. -Nada –se apresuró a responder su amigo. Larten se fue por el bosque, gruñendo y pateando cualquier árbol que osara

meterse en su camino. Los últimos días habían sido frustrantes, llenos de pruebas interminables que casi siempre fallaba. No tenía contacto con ningún otro vampiro. No habían tenido ninguna aventura. No habían viajado mucho, y cuando visitaban un nuevo país Seba no les permitía explorar.

-Ya lo he visto antes –les decía cada vez que le preguntaban si podían irse a turistear por ahí-. No vale la pena.

Wester también estaba aburrido e irritado, pero seguía confiando en su maestro. Creía que Seba lo hacía por una razón: que todos los vampiros debían entrenar duro si querían convertirse en Generales.

Pero Larten no estaba convencido de eso. Pensaba que quizás la edad le estaba afectando a Seba, que en sus pensamientos se había hecho un lío. Quizás esas no eran verdaderas pruebas, sino medios para que sus asistentes parecieran tontos.

Encontraba fallas en cualquier cosa que hicieran. Larten dudaba que otros maestros fueran tan criticones para con sus pupilos.

Le tomó un tiempo llegar al pueblo. Se mantuvo en la penumbra lo más que pudo, evitando los rayos del sol pues éstos ahora le resultaban dolorosos. Pero de vez en cuando debía atravesar algún claro. Cuando eso sucedía se cubría con su capa (una prenda hecha de jirones de tela gris que había recogido durante su viaje) y corría, murmurando oscuras maldiciones una vez que se encontraba a salvo entre las sombras.

Cuando Larten regresó con el pan, todavía caliente, escondido entre los pliegues de su capa, Seba se removió y lo llamó.

-Larten, ¿eres tú? -Sí. -¿Por qué te tardaste tanto? Larten estuvo a punto de maldecir, pero logró refrenarse a tiempo. -Usted dijo que lo comería más tarde. No creí que debía darme prisa. -Estoy demasiado hambriento como para esperar –Seba le hizo señas para que se

acercara con el pan. Larten resistió el impulso de arrojárselo en la cabeza, y se lo dio en las manos. Las cejas de Seba se arrugaron-. Yo quería pan integral.

Larten comenzó a temblar. -Me dijo que no importaba el tipo –gruñó con los dientes apretados. -¿Lo hice? -Sí. -Oh –Seba parpadeó con inocencia-. Mis disculpas. Pero yo quería pan integral. Le devolvió la hogaza a su aprendiz y señaló con la cabeza hacia el pueblo. Larten

agarró el pan, preguntándose si era posible golpear a una persona con él hasta la muerte. Después se dio la media vuelta y volvió por donde había llegado. Pasó muy cerca de Wester, pero su amigo mantuvo la cabeza gacha, enterrada bajo su manta, temeroso de que Larten descargara su ira sobre él si llamaba su atención.

Algunas semanas después Larten y Wester pescaban. Estaban de pie en el medio de una rápida corriente de fría agua, cubiertos por ella hasta los muslos. La prueba consistía en atrapar un pez con su dedo meñique. Les habría resultado fácil de no haber sido porque Seba les había cubierto los ojos para que no pudieran ver.

-Escuchen con atención, caballeros –les gritó desde la orilla mientras se comía un faisán que había atrapado y cocinado antes-. Ninguna criatura se mueve en completo silencio. Concéntrense. Usen sus orejas. Ignoren los sonidos de la corriente y el rugido de sus estómagos.

-Es fácil decirlo –Larten resopló, pues el delicioso aroma del faisán le llegaba directamente a la nariz. No había comido desde que llegaran varias noches atrás. Tampoco lo había hecho Wester. Seba les había advertido que no podrían comer nada hasta que atraparan un pez.

Wester se inclinó sobre el agua y se tensó, pero no pudo escuchar que algo se moviera bajo la superficie incluso con sus agudizados sentidos. Después de varios minutos apuñaló la corriente una y otra vez, pensando que si lo hacía varias veces podría atrapar algo. Pero siguió con las manos vacías.

A su lado, Larten luchaba por mantener su ira bajo control. Tenía hambre, estaba empapado y tenía frío. Pero lo peor de todo era que se sentía como si fuera un tonto.

No había forma de que ambos pudieran lograrlo. Quizá si se tratara de un estanque de aguas inmóviles tuvieran una oportunidad, pero hasta los vampiros tenían sus límites. Además, cuando había entrado al agua, no había visto que hubiera pez alguno en los alrededores.

Algo chocó ligeramente contra la pierna de Larten y el vampiro se apresuró a capturar al responsable. Su uña atravesó al intruso y él lanzó gritó de triunfo. Pero cuando se arrancó la venda de los ojos descubrió que sólo se trataba de un pedazo de madera.

-No vas a ganar nada si te lo comes –Seba se reía entre dientes, con el jugo del faisán escurriendo por su mentón.

-¡Por las entrañas de Charma! –Larten rugió y le arrojó a Seba su trofeo. Golpeó al vampiro en el hombro y rebotó hacia el suelo. Seba lo miró y después observó a Larten con una expresión indescifrable.

-¡Discúlpate! –lo urgió Wester. Se había quitado la venda y temblaba. -¿Por qué? –Larten le gritó-. Nos trata peor que a los animales. No hay forma de

que nosotros podamos… -La hay –Seba lo corrigió. -¿Qué me dices de esto? –Larten se burló-. ¡Eres la estúpida sombra de un cruel

vampiro! -¡Larten! –jadeó Wester. -Haz perdido la cabeza –Larten continuó sin prestar atención a su amigo. Salió del

arroyo y se enfrentó a su maestro-. No mereces el título de General. Nos das pruebas que ningún vampiro puede completar únicamente para vernos fallar. Pues bien, puedes irte y…

Dejó de hablar. Seba lo había dejado allí y se dirigía a la corriente. Le pidió a Wester que le ayudara a ponerse la venda frente a los ojos. Mientras los dos jóvenes vampiros lo miraban en silencio, extendió sus brazos y sacó el dedo índice de cada mano. Seba se agachó y se mantuvo en esa posición, como si fuera un halcón en espera de una presa. No se movió por un buen rato, y sus asistentes tampoco lo hicieron. Entonces, como si fuera un relámpago, su brazo izquierdo atravesó el agua. Cuando lo sacó su dedo había penetrado la carne de un pequeño pez plateado.

Seba arrojó al pez hacia la orilla, se quitó la venda, y levantó una ceja mientras mirada a Larten, esperando a que éste se disculpara. Pero Larten no estaba de humor para rogar por el perdón de su maestro. Con una maldición sugirió un lugar oscuro y cálido en donde Seba podía meterse el pescado y después se alejó, furioso.

-¡Larten! –Wester lo llamó, saliendo de la corriente. Quería ir tras su amigo, pero antes de que pudiera hacerlo Seba le pidió que se detuviera.

-Espera, Maestro Flack –cuando Wester miró hacia atrás se quedó pasmado al ver que Seba sonreía-. Déjalo ir. Le hará bien estar de mal humor por un rato.

Wester entrecerró los ojos y miró al pez. Lo levantó y lo olió con mucho cuidado. -No está fresco –susurró. -Me sorprendería que lo estuviera –Seba se rió-. Lo atrapé hace unas horas,

mientras ustedes perseguían al faisán. Lo escondí bajo mi manga. Como el aprendiz de mago que una vez fue, esperaba que Larten lo hubiera notado. Quizás estaba demasiado enfadado como para prestar atención.

-Larten tenía razón –Wester le reclamó-. Se está burlando de nosotros.

La sonrisa de Seba se desvaneció mientras negaba con la cabeza. -Ustedes son como mis hijos. Nunca les haría eso. Las pruebas a las que los he

sometido son simples para los vampiros con más experiencia. Tú y Larten aún no están listos para pasarlas, pero son verdaderas y no hay ninguna vergüenza en fallarlas.

-No comprendo –Wester frució el ceño-. ¿Por qué nos pone a prueba si sabe que no seremos capaces de realizarlas?

-Para provocar una reacción como la que has visto –Seba suspiró y abandonó el agua-. Larten es un buen vampiro: joven, honesto y obediente, pero necesita aprender a ser paciente. También trata de ocultar sus emociones. Es importante que un hombre pueda controlar sus emociones, pero a veces debemos ser capaces de expresarnos con libertad cuando estamos con aquellos a los que queremos y en quienes confiamos.

“Larten necesita rebelarse –prosiguió-. Me ha servido con fidelidad desde que nos conocimos en ese lugar de muerte, pero ha llegado el momento de que se enfrente al mundo. Debe elegir su propio camino, no limitarse a seguirme a dondequiera que voy.

-¿Por qué simplemente no se lo dice y lo deja ir? –quiso saber Wester. -Es importante que piense que es por su propia decisión –le dijo Seba-. Si alguien

te hace ser un rebelde, no es una verdadera rebelión –el vampiro notó la confusión de Wester y rió-. Estoy seguro de que alguna noche también tendrás asistentes, y será entonces cuando mis razones no te parezcan tan extrañas.

“Mientras tanto he de pedirte que confías en mí. No le digas nada a Larten. Continúa sufriendo a su lado mientras sigue fallando mis pruebas y su rabia crece. Si alguna vez te pregunta por cómo reaccioné al insulto de esta noche, dile que echaba chispas y que maldije su nombre. Déjale pensar que estoy tan enfadado con él como él lo está conmigo – los ojos de Seba se ablandaron y bajó la voz-. Pero no le digas cuánto le quiero, o que esto me duele más de lo que a él le enfurece.

Capítulo veinte Los tres vampiros llegaron a una ciudad a medianoche. Llovía, y ellos se deslizaron entre las calles en silencio, ocultándose entre las sombras. Larten y Wester prestaban poca atención a lo que les rodeaba, mantenían la cabeza baja y esperaban a que su maestro encontrara un lugar en cual pudieran descansar. Asumieron que Seba los llevaría a un cementerio o a las ruinas de un viejo edificio, como usualmente hacía, pero esta vez los condujo directamente al interior de una posada.

-Me parece que esta vez dormiremos en una cama confortable –les dijo Seba-. ¿Qué tal les parece este lugar?

-Excelente –respondió Wester, feliz ante la idea de pasar una buena noche al menos una vez.

-Bien –gruñó Larten, lanzándole una mirada cansada al frente de la posada. Entonces se detuvo y la estudió de nuevo.

Se trataba de un edificio viejo, con cristal azul en las ventanas. No muchas posadas tenían un cristal tan curioso como ese. De hecho, Larten sólo había visto una que se veía exactamente igual hacía mucho tiempo, cuando era un pequeño niño humano que pasaba por allí a menudo.

-Conozco este lugar –susurró, levantando su cabeza para mirar la calle con interés. -¿De verdad? –quiso saber Seba, fingiendo inocencia. -He estado aquí antes. Esta es… –paró antes de tragar saliva-. Esta es la ciudad

en la que nací. Wester y Seba lo miraron con sorpresa, aunque en el caso de Seba ésta era

fingida. -¿De verdad? –le preguntó su maestro-. No lo había pensado. Pero sí, ahora que

recuerdo, estás en lo cierto. De hecho tú y yo nos encontramos en un cementerio cerca de aquí, ¿verdad?

Larten asintió con lentitud. -Bien, qué sorpresa más agradable –Seba se rió entre dientes-. ¿O no lo es? ¿Te

gustaría que nos fuéramos para no pasar la noche aquí? Podría despertar viejos recueros en ti. O quizás deberíamos…

-No importa –gruñó Larten, sintiéndose incómodo pero incapaz de admitir su preocupación-. No hace ninguna diferencia. Quedarnos o irnos… No me importa ni un pimiento.

-Muy bien –suspiró Seba-. En ese caso nos quedamos. Y, ¿Larten? –sacudió un dedo de un lado a otro cuando su asistente lo miró-. Ni se te ocurra.

El posadero se sorprendió al ver a los tres viajeros llegar a esa hora, pero Seba le contó que habían estado viajando en un carruaje que se había estrellado cuando su

caballo se tropezó. El posadero les expresó su simpatía, y les pidió una pequeña tarifa (Seba protestó mucho por esto), y les llevó a sus habitaciones, una para Seba y otra para sus asistentes.

-Qué hombre tan generoso –señaló Seba en cuanto el posadero hubo regresado a su puesto. Se volvió para interrogar a Larten-. ¿Toda la gente de esta ciudad es tan amable?

-No que yo recuerde –le respondió el joven con tirantez, recordando a Traz y cómo el capataz había matado a Vur Horston años atrás.

-Bueno, quizás hayan cambiado en tu ausencia –Seba sonrió, y después de darles las buenas noches los envió a su habitación.

Larten se sentó frente a la ventada de su cuarto sin mediar palabra, viendo hacia la oscuridad y a las pocas personas que pasaron durante la noche. Recordó su vieja vida, los días en los que él y Vur habían salido a trabajar todas las mañanas, el miedo que sentían hacia la ira de Traz pero el placer de sentirse juntos mientras hacían planes para el futuro, soñando con el momento en el que serían libres de la fábrica y de la ciudad para aventurarse en el mundo.

Wester permaneció cerca para mirar a Larten. Estaba seguro de que no estaban allí por accidente. Seba los había llevado allí por una razón. Supuso que era para obligar a Larten en pensar en el pasado, y en el camino que había decidido seguir junto con las decisiones que había hecho. Nada podía hacer que una persona pensara en el futuro mejor que enfrentarse a los fantasmas del pasado.

Wester no quería ser partícipe del juego de Seba. Estaba preocupado por lo que podía suceder y lo que le pasaría a Larten si se rebelaba justo como Seba deseaba que hiciera. Estuvo tentado a no decir nada, en mantener su cabeza baja, y esperar a que Larten permaneciera dentro del cuarto hasta que Seba les anunciara que era tiempo de partir. Pero eso habría sido injusto. Podía sentir, por las miradas que de vez en cuando Larten le lanzaba, que su amigo quería hablar de eso. Así que al final hizo a un lado sus preocupaciones y le preguntó a Larten lo que necesitaba escuchar.

-¿Visitarás a tu familia? Larten parpadeó, fingiendo que ese pensamiento no había pasado por su mente. -¿Qué familia? –replicó. -Tu familia humana. Larten negó. -Ya no soy humano. No significan nada para mí. -Pero siguen siendo tu familia –le presionó Wester. -La gente del clan es mi familia –insistió Larten-. Los vampiros no necesitan de

familiares humanos. -Pero, ¿no te gustaría saber qué fue de ellos? –le preguntó Wester-. ¿No estás

interesado en su fortuna, si están vivos o muertos, enfermos o sanos, si son pobres o ricos?

Su amigo se encogió de hombros. -Puse a un lado todas esas preocupaciones cuando me convertí en el asistente de

Seba. Ahora le sirvo a él. No deseo dividir mi fidelidad. -¿De qué manera podría afectarte el saber qué ha sido de tu familia? –le insistió

Wester-. Es natural que te preocupes por aquellos que son cercanos a ti. Tu familia jugó una parte importante en tu vida cuando vivías aquí. Sé que te sentías más cercano

a tu primo que a nadie más, pero aun así te importaban, y estoy apostaría de que tú les importabas a ellos.

-No estaría tan seguro –resopló-. Seguro que se alegraron de haberse librado de mí: habrían tenido más comida para ellos solos.

-Dudo que hayan sido tan fríos –Wester dijo con calma. -Nunca los conociste, así que ¿cómo puedes estar tan seguro? –se burló Larten. -Ellos son tu familia –Wester le presionó-. Comparten la misma sangre. También

habrían de compartir parte de tu personalidad, ¿o de dónde crees tú que sacaste lo mejor de ti?

-No trates de halagarme –Larten luchaba por ocultar una sonrisa. -Sabes que te quiero como si fueras mi hermano. -¡Para! –Larten hizo una mueca-. ¡Vas a hacerme llorar! -¡Cállate! –le espetó Wester-. Hablo en serio. Te quiero y te respeto, Larten, y

siempre veré por ti. Pero también te envidio. No porque seas más rápido o fuerte que yo, o porque Seba esté mucho más orgulloso de ti que de mí, y no lo niegues.

-No lo iba a negar. -¿Qué tú qué? –Wester abrió la boca de par en par. -Bueno, quizá si lo iba a hacer –Larten se rió entre dientes. Wester sonrió antes de continuar. -Nada de eso me importa. La razón por la que te envidio es porque tú todavía

tienes a tu familia y yo no. No cambiaría mi tiempo como vampiro a menos que se me ofreciera una maravillosa oportunidad: cambiarlo por devolverles la vida a mis padres y a mis hermanos. Si de eso dependiera les daría la espalda al clan, a Seba y a ti sin dudar siquiera. Los extraño incluso después de tantos años.

-Pero yo no era tan cercano a mi familia como tú lo eras –le explicó Larten. -Es lo mismo –Wester resopló-. Son tu familia y punto. Si tuviera la oportunidad de

ver otra vez a Ma, o de escuchar las quejas de Pa respecto al tiempo, de rebatir algún argumento estúpido de Jon… -Wester guardó silencio y miró hacia el exterior. Estaba amaneciendo. Los dos vampiros se levantaron y miraron al sol naciente.

-Saldré un rato –suspiró Larten después de mucho tiempo. Wester asintió y no dijo nada por varios minutos. Cuando estuvo seguro de que

Larten ya había abandonado la posada levantó un poco la voz y dijo: -Ya se fue. -Bien –le llegó la voz de Seba desde la habitación continua a la suya. Entonces el viejo vampiro y su asistente se recostaron sobre sus respectivas

camas, separados por un delgado muro, y miraron ansiosos hacia el techo, preguntándose qué era lo que Larten encontraría en la ciudad de su juventud perdida.

Capítulo veintiuno La ciudad había cambiado mucho desde que Larten abandonara la fábrica: nuevas fábricas habían abierto y viejas casas habían sido demolidas. Había un montón de avenidas y callejos de los que no se acordaba.

Sin embargo no le parecía tan diferente de lo que había sido, quizá solo un poco de sucia y llena de polvo que antes. Los mercados seguían allí, los comerciantes gritaban las mismas mercancías que llevaran cuando él era sólo un niño. Las posadas y las tabernas populares tenían los mismos clientes escandalosos. Pasó al lado de iglesias familiares y de edificios de gobierno.

La fábrica de seda ya no estaba, y eso lo sorprendió. Jamás había considerado la posibilidad de que pudiera cerrar o se moviera a cualquier otra parte. Cuando se acercó por primera vez al edificio creyó que se había equivocado y había deambulado por allí varias veces, buscando la fábrica. Cuando se dio cuenta de que había llegado al lugar correcto estudió la estructura que se alzaba frente a él. Algunas ventanas y puertas habían sido reemplazadas, y algunos ladrillos habían sido añadidos por ahí. El letrero sobre la puerta principal había cambiado. Larten no pudo leer el nuevo nombre, pero por el olor podía decir que el lugar se había convertido en un matadero. Le pareció apropiado si se tomaba en cuenta lo que había pasado en su último día allí.

Larten pensó en entrar en el edificio y preguntar a alguien acerca de la fábrica de seda y lo que había ocurrido con ella, pero decidió que no importaba. No hacía mucha diferencia en él a dónde los propietarios la habían movido.

-Espero que tu fantasma siga rondando por este lugar –murmuró Larten entre dientes mientras miraba al edificio y pensaba en Traz-. Espero que te hayas convertido en un alma torturada, condenado a recordar todos los males que nos hiciste. Es lo que te mereces.

Larten escupió sobre la acera y se dio la media vuelta para volver por donde había llegado, tirando del cuello de su abrigo lo más que podía para protegerse de los rayos del sol.

Se movió más rápido, sabiendo que no tenía mucho tiempo. Incluso con su abrigo y su capa el sol había comenzado a quemarle la piel. Si no quería tener una severa insolación debía terminar con sus asuntos lo más pronto posible y abandonar las calles antes de que el sol se pusiera en lo alto.

Larten corrió a través de un viejo vecindario que le parecía familiar incluso después de su larga ausencia. Esa parte de la ciudad no había cambiado tanto como las otras áreas. Los pobres no podían darse el lujo de demoler y construir con la misma facilidad que los ricos, así que se conformaban con lo que tenían. Algunos edificios se habían

derrumbado y no eran más que ruinas, y había unas cuantas casuchas que alguien había construido, pero en general parecía que el tiempo no había pasado por allí.

Cuando Larten llegó frente a la pequeña y sombría casa que alguna vez fuera su hogar sintió que su corazón se encogía y que sus ojos se llenaban de lágrimas. Se sorprendió de su reacción, así que frunció el ceño y se secó las lágrimas. Casi se obligaba a sí mismo a abandonar el lugar, pero decidió darse una vuelta por el patio posterior para que después nadie pudiera recriminarle que había huido de sus recuerdos más dolorosos.

El par de barriles seguían en el lugar de siempre, ambos llenos de agua: uno para beber y el otro para lavarse. Larten entró en el jardín y miró al último de los barriles. No temía que alguien lo encontrara ahí. Era ya tarde, y quien fuera que viviera allí ya debía haberse ido a trabajar. Si ese no fuera el caso y alguien estuviera dentro de casa podría decir que se había equivocado de lugar, pues todas las casas parecían casi idénticas vistas desde atrás.

Larten no había abrigado la esperanza de que cualquiera de los miembros de su familia todavía viviera allí. Había pasado mucho tiempo. Sus padres probablemente ya habían muerto mientras que quizá sus hermanos y hermanas hubieran comenzado con sus propias familias.

Larten se paró frente al segundo barril y observó su reflejo. Recordó la última vez que había hecho eso, cómo había sumergido su cabeza y después había estudiado los patrones que el tinte de su cabello había formado en el agua. Entonces Vur todavía seguía con vida. Habían abandonado la casa entre risas para ir a la fábrica sin tener ni la más remota idea de lo que allí les esperaba. Si pudiera volver el tiempo para advertir a esos dos niños de lo que les deparaba ese día, ¿le habrían creído? ¿O lo habrían tomado como un loco, seguros de que nada tan terrible podía ocurrirles, como seguramente habrían pensado esos dos inocentes chiquillos?

Mientras Larten estudiaba su expresión melancólica alguien se movió dentro de la casa y la puerta de atrás comenzó a abrirse. Reaccionado por instinto, Larten saltó y se colgó de la pared izquierda. Escaló hasta el tejado y desde allí se quedó observando como si fuera un gato, estudiando el patio trasero sin que nadie pudiera verlo desde esa altura.

Un hombre mayor salió de la casa y se dirigió al primer barril para beber agua. Metió una taza, la llenó, y bebió de ella con lentitud. Sus manos temblaban y algunas gotas se derramaron de entre sus labios y cayeron al barril. Cuando terminó se volvió a mirar hacia el cielo, estudiando el clima.

Ese hombre era su padre. Según los estándares de tiempo humanos, el hombre ya era un anciano. Había

sobrevivido a varios de los que habían crecido al mismo tiempo que él, a la madre de Larten y a varios de sus propios hijos. Su piel estaba arrugada y llena de pequeñas manchas. Era casi tan delgado como un esqueleto y no podía sostenerse erguido. Su cabello era largo, rebelde, y estaba cubierto de suciedad. Pero a pesar de su condición seguía manteniendo su brillante color blanco. El tinte de Traz seguía allí a pesar de todas las décadas que habían pasado.

Larten quería lanzarse desde el techo, estrechar entre sus brazos al viejo hombre, y anunciar su regreso. Ambos podrían haber reído y llorado juntos, tomar alguna bebida en alguna posada mientras recordaban el pasado, y se decían lo que había sido

de cada uno de ellos desde que sus caminos fueran separados por un destino tan cruel.

Pero Larten era un vampiro, una criatura que poseía una gran velocidad y un inmenso poder, el cual apenas si había cambiado nada desde que compartieran con él la sangre. ¿Cómo podría explicar su apariencia juvenil, su aversión al sol, y su necesidad de beber sangre? Si su padre fuera más joven, quizá ambos podrían haberse reencontrado. Pero Larten presentía que el mundo de su padre entraría en un terrible caos si se rebelaba en ese momento. Era frágil y viejo, y no era seguro que viviera por mucho tiempo más. Sería cruel asustarlo de esa manera. Prefería dejarle que viviera sus últimos meses en paz y tranquilidad sin otra preocupación que la de las oscuras nubes del cielo y la amenaza de la lluvia.

El viejo murmuró algo entre dientes, y después se movió hacia el muro por el que Larten había trepado. Entre toses y silbidos se arrodilló y tocó las flores marchitas que se encontraban en la base de la pared.

-Les traeré nuevas flores –Larten escuchó que su padre murmuraba. Agarró algunos de los pétalos marchitos y los apartó. Arrancó los que quedaban lo mejor que pudo, cerró los ojos y comenzó a rezar.

A Larten no le gustaba espiar a una persona cuando hablaba consigo misma, pero no se atrevió a alejarse por si sus movimientos alertaban a su padre de su presencia. No quería tener que huir de su propia carne y sangre, así que se mantuvo en donde estaba, con las piernas abiertas, tratando de no prestar atención a las palabras del anciano. Quiso darle toda la privacidad que fuera capaz de proporcionarle.

El vampiro había estado sobre el tejado por no más de quince o veinte minutos, pero se le había antojado que había sido por más tiempo, en especial porque el sol le daba de lleno. Suspiró de alivio cuando su padre finalmente se levantó y regresó al interior de su casa. Esperó durante unos segundos para asegurarse de que el viejo no regresaría, y después bajó para estudiar las flores.

Había una inscripción en la pared, tallada en el ladrillo. Larten jamás había aprendido a leer, así que no pudo saber qué era lo que su padre había escrito. Pero había dos nombres al inicio de la oración que reconoció de inmediato, pues las había visto escritas innumerables ocasiones durante su infancia.

Larten y Vur. Su padre había estado rogando por los dos muchachos que habían sido apartados

de él. Después de todos esos años, habiendo experimentado tantas cosas y habiendo visto perecer a tantos de los suyos, sus pensamientos todavía seguían con aquél par que había perdido hacia tanto tiempo en unas desafortunadas circunstancias.

Larten recordó su huida de la cuidad después de haber matado a Traz. No había ido a casa no sólo porque ese habría sido el primer lugar en donde lo buscarían, sino que también la había evitado porque había asumido que sus padres no lo iban a extrañar, que lo habrían entregado sin dudar a aquellos que querían ejecutarlo.

Si Larten hubiera sabido lo mucho que su padre lo había amado y cuánto le impactaron la marcha de su hijo y la muerte de Vur Horston, quizá no habría estado lejos de casa por tanto tiempo. Habría regresado unos años después para decirle a su padre que estaba vivo y que se encontraba bien. Ambos podrían haberse mantenido en contacto. Larten habría estado al pendiente del anciano, habría visto por él, le habría dado dinero y cualquier cosa que necesitara.

La culpa lo consumió mientras permanecía en el patio, tocando la inscripción en donde se leía su nombre y el de Vur, recordando el pasado, pensando en cómo su padre rezaba por ellos y les dejaba flores. Salió de allí con un lastimero gemido mientras las lágrimas se derramaban de sus ojos, huyendo nuevamente de allí como cuando era un niño. Sólo que esta vez no huía de una turba enfurecida, sino que lo hacía de los recuerdos de quién había sido y de aquellos a los que había lastimado.

Larten pasó el resto del día entre las ruinas de una vieja casa, al abrigo del sol. Lloró por mucho tiempo y pidió a los dioses de los vampiros que lo perdonara de la misma manera que su padre había rezado a su propio Dios.

Eventualmente, mientras el atardecer se adueñaba de la cuidad, Larten se levantó, se enjugó las lágrimas, y regresó a la posada. Wester estaba más que feliz de verle, pues había comenzado a pensar que su amigo no volvería jamás.

-¿Estás bien? –le preguntó apenas Larten entró. -No –a pesar de su tristeza, su amigo se esforzó en sonreír-. Tenías razón, la

familia es importante. He sido un tonto. Lo siento. -No tienes porqué disculparte –le dijo Wester. Abrió los labios y pensó en

preguntarle a Larten por lo que había visto, pero decidió que era mejor no hacerlo. Si Larten quería hablar acerca de ello, lo haría. Si no… bueno, cada quien tenía derecho a tener secretos.

Poco después de que Larten se hubiera lavado, la puerta de su habitación se abrió y por ella entró Seba.

-¿Están listos para continuar? –quiso saber, actuando como si no supiera de la ausencia de Larten-. ¿Durmieron bien? ¿Descansaron?

-Si –Larten mintió en voz baja. -Bien –Seba sonrió-. Tengo una tarea para ustedes, y me temo que es un poco

difícil. Es tiempo de que comencemos a probarlos en serio y no nos limitemos a tareas simples. Esas noches ya pasaron. Tendrán que trabajar más duro a partir de ahora.

Wester gimió y trató de compartir una mirada triste con Larten. Pero su amigo no pareció escuchar las palabras de su maestro. Miraba hacia el suelo, pensando en las decisiones que había hecho, en el anciano con las flores, preguntándose si se había apresurado en comprometerse con Seba hacia tantos años en aquél cementerio.

Capítulo veintidós Algunas semanas después, Seba y sus asistentes llegaron a una ciudad en medio de un festival. Ya era entrada la noche, pero una multitud invadía las calles cantando y brindando. Seba había previsto que continuaran con su camino, pero Wester le rogó que se quedaran un poco: había pasado mucho tiempo desde que los tres disfrutaran de una fiesta como esa. Seba accedió a los deseos de sus asistentes, cambió su plan y se hospedaron en una posada.

Wester salió para tomar parte en las celebraciones, pero Larten permaneció en su habitación. Todavía estaba malhumorado, y a menudo pensaba en el pasado, en lo que era y en si esa era la vida que realmente había querido llevar. Durante las semanas pasadas se había encontrado a sí mismo preguntándose por el camino que había tomado y se arrepentía de todo lo que había perdido para ser un miembro más del clan. Sabía que no podría regresar al mundo de los humanos, pero tampoco sentía que pertenecía a los vampiros del clan. Las dudas que tuviera en la Montaña de los Vampiros regresaron, y nuevamente se preguntó si no sería lo mejor dejar de lado su sueño de ser un Genaral para buscar un nuevo desafío en algún otro lugar.

Los oscuros pensamientos de Larten no lo dejaron por la mañana. Incapaz de dormir, y cansado de escuchar los ronquidos de Wester, se levantó podo después del mediodía y se fue a conseguir algo de comer. Encontró un asiento al lado de una ventana al cual cubrían las sombras, y desde allí miró cómo la gente de afuera se preparaba para otra noche alegría. Los niños corrían libremente por las calles, pegando banderitas y flores dondequiera que pudieran hacerlo. Larten sonrió mientras volvía a recordar lo difícil que había sido su infancia. Deseó haber tenido algo de tiempo para jugar como lo tenían esos niños, pero en lugar de eso había tenido que trabajar en la fábrica, y cuando no estaba allí su madre se había encargado de mantenerlo ocupado en casa sin dejarlo salir casi nunca.

Mirando a esos humanos, pensando nuevamente en su padre, Larten meditaba nuevamente en todo lo que había sacrificado para convertirse en un vampiro. Jamás tendría a un hijo o a una hija que llevara su nombre y que lo amara sin reservas. No podría sentarse bajo el sol como hacían los viejos en esa ciudad mientras saboreaban una cerveza y miraban cómo cambiaba el mundo. Lo suyo era un mundo de sangre, de oscuridad, y de batallas. Qué simple era la vida de esa gente que, aunque carecía del poder que él tenía, era infinitamente más feliz.

Larten miró por la ventana la mayor parte del día, cambiando de lugar para que las sombras lo ocultaran de los rayos mortales del sol. Tenía un humor terrible y había bebido un montón de cerveza. Los vampiros toleraban el alcohol mejor de lo que lo hacían los humanos, y él tendría que beber demasiado para poder emborracharse. La

cerveza le proporcionó de una cálida sensación en su estómago, y a pesar de su melancolía se encontró riéndose de su reflejo de vez en cuando.

-¿Por qué tan feliz? –escuchó que alguien le preguntaba después de su última carcajada.

Larten parpadeó varias veces antes de volverse. Una linda mujer se encontraba ante mesa en la que él se había sentado, y le sonreía. Su cabello era largo y castaño, sus ojos cálidos, y su ropa llena de color. Larten se ruborizó.

-Estaba… pensando en… algo –murmuró. No tenía mucha experiencia hablando con mujeres.

-Debió de haber sido en algo agradable –lo presionó ella. -Hum. Si, lo era –Larten sabía que sonaba como un tonto. Su rubor se intensificó. La mujer le enseñó las manos y ladeó ligeramente la cabeza. Ella quería que

Larten le preguntara si quería sentarse, pero él no tenía idea de que pudiera resultarle interesante. Pensó que, quizás, era una camarera, así que se bebió toda la cerveza que quedaba en la taza y se la tendió, sonriendo con torpeza.

-No trabajo aquí –ella le dijo con el ceño fruncido. -¿No? –Larten no sabía qué hacer con la taza, así que se la llevó a los labios como

si todavía hubiera algo dentro de ella, ocultando su rostro. Esperó hasta que la mujer sacudió la cabeza, confundida, y se alejó. Entonces dejó la taza sobre la mesa y respiró varias veces, jadeando. No estaba seguro del porqué, pero se sentía como si hubiera corrido muy rápido.

Larten atrapó con la mirada a la mujer varias veces después de eso: ella estaba con algunos amigos en una esquina, trabajando en los arreglos florales del festival. Quería sonreírle e invitarla a que se sentara con él, hablarle de lo mucho que le gustaba su cabello, que si las flores eran bonitas, y que sentía haber actuado como un tonto. Pero cada vez que pensaba en hablarle su estómago se encogía y su boca se secaba. Al final siguió en el mismo lugar, con la cabeza gacha, y bebiendo en silencio, tratando de convencerse de que se sentía mejor estando solo.

Larten no quería salir a cazar cuando Seba y Wester fueron a buscarlo al atardecer. No le apetecía hablar con Seba desde el incidente del pez. Había tratado de evitar al viejo vampiro, pero era algo difícil hasta de tratar cuando se viajaba con tan pocos acompañantas. Esa noche tenía la excusa perfecta para librarse un rato de su maestro.

-Quiero quedarme y disfrutar del festival –les dijo-. Pueden ir a cazar sin mí. Seba entrecerró sus ojos, y Larten pensó que lo obligaría a acompañarles. Pero

entonces Wester interfirió. -También a mí me gustaría quedarme un poco. Por favor, Maestro, será divertido.

Anoche disfruté un poco, pero la fiesta casi había llegado a su fin cuando llegamos. -Los vampiros no deben mezclarse con los humanos en momentos como éste –

Seba sacudió la cabeza-. Somos cazadores, así que deberíamos cazar. -Incluso los cazadores necesitan descansar –le gruñó Larten, preparándose para

una pelea. Seba iba a replicar cuando vio que alguien familiar pasaba por afuera. Guardó

silencio mientras lo observaba, pudo reconocer a esa persona, y descubrió que esa sería la oportunidad que había estado esperando.

-Muy bien –se encogió de hombros-. Iré a cazar yo sólo. Disfruten de su noche libre.

Larten y Wester se miraron a los ojos en cuanto su mentor los hubiera dejado solos.

-Eso fue demasiado sencillo –Wester lo miró con suspicacia. -Quizá la edad ya lo está volviendo más suave –Larten resopló y pidió una cerveza

para su amigo. Comieron algo, y después salieron a explorar la ciudad. El festival estaba en su apogeo cuando salieron. La gente bailaba y cantaba. Un

cerdo giraba sobre el fuego, y los niños lo miraban con hambre e impaciencia, gritando cada vez que algunas gotas de grasa escurrían hasta las llamas y siseaban.

Un mago callejero entretenía a una fascinada multitud, pero no había logrado impresionar a Larten. Él habría pensado en un mejor número. Estuvo a punto de ofrecerse como voluntario, pero eso habría llamado la atención de todos sobre él, y era mejor que un vampiro mantuviera un perfil bajo.

Wester insistió en que pararan para ver un show de marionetas. Se rió con placer cuando dos marionetas varones peleaban por una espantosa mujer que en realidad era un cocodrilo disfrazado. Al final ella se comió a sus enamorados. Ese era el tipo de acto que, por su crudeza, jamás sería aprobado en el Cirque Du Freak, pero Larten tuvo que admitir que el titiritero tenía talento, y sus labios temblaron ante algunas de las bromas.

-Eso fue genial –le dijo Wester cuando se hubieran alejado un poco. -Fue pasable –murmuró Larten. -Las marionetas parecían haber sido hechas por Mr. Tall. -No –se apresuró a decir Larten-. Él crea obras maestras de gran realismo. Estas

sólo eran… Un rugido de emoción le hizo callar al momento en que ambos pasaban al lado de

un callejón. No había prestado mucha atención a lo que le rodeaba, pero en cuanto escuchó el ruido miró hacia donde éste provenía. Un grupo de gente se amontonaba frente a dos hombres, animándoles. Larten vislumbró los puños que volaban.

-Boxeadores –asintió. -¿Te gustaría observar? –le preguntó Wester. -¿Por qué no? –Larten sonrió-. Es divertido ver pelear a dos seres humanos. Los dos caminaron al interior del callejón y se abrieron paso entre la multitud.

Cuando llegaron al frente se encontraron con una vista privilegiada. Ambos boxeadores eran hombres de gran tamaño, pero uno de ellos era enorme (alto y ancho), con unas manos dignas de semejante gigante. Debió haber sido un combate de uno a uno, pero el hombretón no hacía nada por defenderse. Simplemente permanecía de pie y dejaba que su oponente lo golpeara una y otra vez mientras reía.

-¡Vamos! –le dijo a su oponente mientras el otro jadeaba y se limpiaba la sangre de las manos. La sangre no provenía del gigante, sino que lo hacía de los nudillos del otro hombre, de donde la piel había sido arrancada-. Seguro que puedes hacer algo mejor que esto.

-Creo que está agotado, Yebba –dijo alguien más-. Quizás debería tomarse un descanso.

-¡Al diablo con los descansos! –gritó el boxeados mientras volvía a golpear al gigante en las mejillas y en la barbilla sin resultado alguno.

Larten miró al hombre que había hablado y lo encontró sentado sobre un barril, fumando una pipa y abrazado de un grupo de lindas mujeres que reían. El hombre era alto y delgado, y se vestía con las ropas más finas que Larten jamás había visto. Su cabello estaba peinado hacia atrás, y su rostro había sido maquillado con maestría. Era la misma persona que Seba reconociera, y Larten también recordó quién era.

-Eres Tanish Eul, ¿verdad? –Larten le preguntó en voz baja, deslizándose detrás del hombre del barril.

El vampiro se dio la media vuelta para observar a Larten y a Wester. Su mirada rápidamente se dirigió a los dedos de ambos, y en cuanto descubrió las cicatrices que tenían allí se relajó.

-Ustedes tienen ventaja sobre mí, buenos señores. No recuerdo haberlos conocido antes…

-Me invitaste a jugar a las cartas hace algunos años –le dijo Larten-. Nos encontrábamos en el interior de una extraña montaña por esos momentos.

-Ahora lo recuerdo, aunque es un milagro que pueda hacerlo después de la cantidad de cerveza que bebí en aquél Consejo –Tanish asintió-. Tenías un humor de perros y declinaste mi oferta. Eres el asistente de Seba Nile, ¿no es verdad?

-Así es. Soy Larten Crepsley, y éste es Wester Flack –señaló a su compañero. -El otro asistente de Seba –añadió Wester. -Un placer conocerlos a ambos –el vampiro les ofreció su pipa-. ¿Fuman? -No – Larten se apresuró a responder. -Qué triste. Quizás pueda iniciarlos en los placeres de la pipa después. ¿Están aquí

con su maestro o por otros asuntos? -Estamos con Seba –Larten frunció el ceño-, no por nuestra cuenta. Está afuera,

cazando. Nosotros decidimos disfrutar del festival. -Lo mismo habría hecho yo –les concedió Tanish, y se deslizó fuera del barril-.

Señoritas, me encantaría presentarles a unos buenos amigos míos –las mujeres alrededor de Tanish parpadearon e hicieron una reverencia. Larten se sonrojó del mismo modo que se había sonrojado en la posada.

-¡Yebba! –le gritó Tanish a su compañero-. Ya me aburrí. Vámonos. -Pero apenas si se ponía interesante -el boxeador gigante gruñó. -Puedes quedarte si así lo deseas –Tanish suspiró-. Yo me voy. Yebba frunció el ceño y después miró a su oponente. Pensó en golpear al humano,

pero al final sólo lo recogió y lo alzó por encima de su cabeza mientras la gente que los miraba les abucheaba.

-¿Te rindes? –le espetó. El hombre se negó en voz baja. Yebba lo sacudió varias veces, y después volvió a hacerle la misma pregunta.

-Si –murmuró el otro con la cara verde. Yebba dejó a su oponente derrotado, y aceptó una toalla que le ofrecía una de las

mujeres, limpiándose el sudor y la sangre de su rostro. -¿A dónde vamos? –quiso saber. -A dondequiera que haya diversión, frivolidades, y montones de cerveza –Tanish se

rió se llevó a los otros tres vampiros y a sus admiradoras.

Capítulo Veintitrés La cabeza de Larten le punzaba cuando se despertó. Gruñó mientras trataba de salir de la cama, pero se derrumbó y cayó al suelo con una maldición, temblando como lo haría un perro mojado.

-Me estoy muriendo –se quejó. -Tienes suerte –le graznó Wester-. Yo siento que ya estoy muerto. Larten miró hacia arriba y descubrió a su amigo sentado en un rincón, con un cubo

entre las manos y su cara tan pálida como la harina. -¿Nos han envenenado? –le preguntó Larten. -No exageres. Es sólo la resaca –murmuró su compañero. -Creí que los vampiros no tenían resacas. -Pues pensaste mal –replicó Wester, y volvió a meter la cabeza al cubo. -¡Mis queridos, sensibles, y bebedores asistentes! –les saludó Seba mientras abría

la puerta y caminaba hacia el interior de la habitación. Sonreía con malicia. -No tan alto –se quejó Larten, cubriendo sus oídos con sus manos. -¿Qué fue eso? –le rugió Seba. Larten arrugó la frente y respiró profundamente, tratando de no sentirse enfermo. -Jamás volveré a beber –juró. -Ya veremos –Seba se rió entre dientes-. Pero cuídate de hacer promesas que no

podrás cumplir. Estoy seguro de que encontrarán el camino hacia algún otro barril una vez que su cabeza se aclare.

-¿Otro barril? –Larten le hizo eco. -Cada uno de ustedes cargaba un barril de cerveza sobre los hombros cuando se

tambaleaban a casa esta mañana –les explicó Seba-. Bebían de él como si no tuviera fondo, y se burlaban de los pobres humanos que sólo podían beber de las tazas. Los puse en el pasillo cuando me levanté. De hecho podría guiarlos hasta allí si quieren beber un poco más.

-¡No! –gritaron Larten y Wester al unísono. -Necesito ese cubo –le graznó Larten a su amigo. -Consíguete el tuyo –le espetó Wester. Seba se rió otra vez, se sentó en la cama de Larten y tomó una flor que su

atontado asistente llevaba en el pelo anaranjado. -¿De dónde vino esto? –le preguntó. Larten miró a la flor y se encogió de hombros. -¿Cortejaste a alguna mujer? –le insistió Seba. -No recuerdo –gruñó Larten.

-No creí que fueras tan romántico –canturreó Seba-, pero quizá todavía haya esperanza para ti –alzó una ceja en dirección a Wester-. ¿También tú trajiste flores, Maestro Flack?

-No lo creo –le respondió Wester, apresurándose a palparse el cabello en caso de que así fuera.

-Quizás todas las tuyas se cayeron en tu cubo –se burló Seba-. Búscalas ahí. Wester sufrió de arcadas de sólo pensar en seguir la orden de su maestro. -Está disfrutando de lo lindo, ¿verdad? –le gruñó Larten. -Si6 –admitió Seba-. Lo mismo harán ustedes cuando tengan mi edad. Uno de los

placeres de los hombres viejos es ver cómo sufren los jóvenes cuando se exceden. Bien, ¿alguno de ustedes quiere desayunar? ¿Tocino? ¿Salchichas? ¿Un poco de cordero? ¿Huevos revueltos?

Larten se tambaleó sobre sus pies mientras atravesaba la habitación y le arrebataba el cubo a Wester justo a tiempo. Cuando se sentó otra vez, limpiándose los labios, Seba prosiguió:

-De mi parte me quedaría aquí, y con mucho gusto los vería sufrir, pero el tiempo está en contra de nosotros. Prepárense, caballeros, porque nos vamos en cinco minutos.

-Yo no voy a ninguna parte –le espetó Larten. -No podría dejar este cuarto ni aunque así lo quisiera –le secundó Wester. -No me importan sus resacas –les espetó Seba-. Les di la noche libre ayer para

que después no se quejaran de que no los dejaba salir. Ya tuvieron la diversión que querían. Pues bien, ya es hora de volver a nuestro camino. Primero vamos a ir de caza y después los pondré a trabajar con una nueva prueba.

-¡Al diablo con sus pruebas! –Larten explotó. -No uses ese tono conmigo –el rostro de Seba se oscureció-. Soy tu maestro y te

exijo respeto. -¡Entonces gáneselo! –lo desafió Larten-. Si nos muestra compasión y

comprensión, quizás se los regresemos. -¿Compasión a un par de autocompasivos borrachos? –el viejo vampiro resopló-.

Actuaron como tontos, así que es lógico que sufran las consecuencias. Y por la comprensión… los comprendo perfectamente. Lo que quieren en quedarse aquí, recobrarse de su resaca, y salir de juerga para volver a conseguir flores, ¿no es así?

-Si –le espetó Larten-. Flores y cerveza, eso es lo que queremos. ¿Tiene algún problema con eso, anciano?

-No –concedió Seba con calma-. Dejaré que lo hagan. Buena suerte, caballeros. Se dirigió a la puerta. -¡Espere! –lo llamó Wester-. ¿A dónde va? -A explorar la noche. -Pero va a regresar, ¿no es así? Seba miró a su alrededor, fijándose en los dos vampiros desaliñados y en el cubo

de vómito. -¿Valdría la pena volver? -Pero… eso quiere decir que… que usted… nos está abandonando.

6 Yo también disfrutaría de verlos regresar a la cruda realidad, jeje.

Seba miró a Wester, el cual se veía muy perturbado, y después a Larten, el cual trataba de aparentar, sin éxito, que no le importaba la decisión de su maestro.

-Supongo que anoche sus caminos se cruzaron con los de Tanish Eul –les dijo en voz baja.

-¿Qué sabe acerca de Tanish? –Wester parpadeó varias veces. -Los vampiros usualmente se encuentran en ciudades como esta. Sabía que tarde

o temprano se encontrarían con el Maestro Eul, y que cuando lo hicieran deberían tomar una decisión: venir conmigo y proseguir con su educación, y quedarse aquí, y seguir a Tanish. Parece que eligieron la segunda opción.

-Pero no puede terminar así –Wester protestó, luchando por mantenerse de pie-. Iremos con usted, sólo denos un minuto. No queríamos decir lo que dijimos. Tanish no es…

-Tranquilo, Wester –le dijo Seba con amabilidad-. No es el final de su aprendizaje, sólo una pausa. Estás al corriente de los Cachorros, los vampiros que rompen con el clan por unos cuantos años o décadas para disfrutar la vida en el mundo de los humanos antes de comprometerse con las necesidades de la noche. Tú y Larten necesitan pasar tiempo con otros de su edad y actitud, beber y perseguir mujeres, y hacer lo que les plazca.

“Cuando hayan tenido suficiente de esa diversión y regresen al clan, los estaré esperando, asumiendo que la suerte de los vampiros me acompañe y siga con vida. Podremos continuar desde nos hayamos quedado.”

-¿Y qué pasará si no queremos regresar? –Larten preguntó con calma sin atreverse a mirar a su maestro.

-También será decisión suya –le respondió Seba-. No obligaré a ninguno de ustedes a hacerlo –se encogió de hombros y sonrió-. Para ser honesto, me siento aliviado de haberle librado de ustedes por un tiempo. Quiero volver a caminar solo de nuevo. He sido su tutor por mucho tiempo.

“Me mantendré en contacto con ustedes –les prometió-. Este mundo es pequeño, y jamás estaremos muy lejos los unos de los otros. Si me necesitan puede buscarme. Si quieren volver a estudiar bajo mi tutela, los aceptaré de vuelta. Y si deciden abandonar el clan, les dejaré el camino libre y rezaré para que no tengan malos deseos”.

“Incluso en la muerte saldrán triunfantes.” Apenas dijo eso, Seba se dio la media vuelta y salió, dejando atrás a un par de

jóvenes vampiros que, incluso enfermos y aturdidos como estaban, veían en silencio hacia la puerta y se preguntaban sobre qué demonios era lo que harían después.

Capítulo Veinticuatro Larten y Wester pasaron las siguientes horas tratando de recuperarse. Cuando sus cabezas comenzaron a despejarse, y ya tarde por la noche tuvieron ganas de comer, se deslizaron escaleras abajo para buscar algo de comida. Comieron poco, haciendo muecas cada vez que alguien se reía en voz alta o gritaba.

-¡Vino para estos jóvenes! –alguien gritó cuando los dos terminaban su ración. Tanish Eul se desplomó al lado de Wester y lo tomó del brazo-. ¿Qué tal sus cabezas?

-Del asco –gruñó el otro vampiro. -Pensé que estarían peor –Tanish se rió entre dientes, y se robó un pedazo de

carne del plato de Larten-. Bebieron como peces anoche, lo cual está bien siempre y cuando estén acostumbrados a hacerlo.

-¿Cómo es posible que estés tan alegre? –quiso saber Larten-. Bebiste más que nosotros.

-Tengo un montón de experiencia –le respondió Tanisch con orgullo-. Al final todo se reduce a cuánto tiempo le dediques a algo. Si pasas décadas entrenando en la Montaña de los Vampiros te convertirás en una máquina de guerra. Pero si en lugar de eso pasas décadas trabajando en tus habilidades como bebedor… -les guiñó un ojo.

Su vino llegó, y Tanish sirvió tres medidas generosas en sus tazas. Larten y Wester miraron el suyo como si fuera leche agria.

-A su salud –Tanish brindó por ellos, y se tomó todo su vino de golpe. Wester y Larten se miraron con incertidumbre, pero después el segundo se llevó su

vaso a los labios y bebió la mitad de su contenido. Terminó temblando, pero se obligó a sonreír. Wester tampoco quería parecer fuera de lugar, así que tomó unos cuantos sorbos y sonrió con tirantez.

-Excelente –Tanish les sirvió más bebida-. No podemos dejar que esto saque lo mejor de nosotros. Es como pelear contra un oso: si te da una paliza, tienes que recuperarte y encontrar uno más grande para derrotarlos a él y a tu miedo. Bebieron mucho anoche, pero hoy dejaremos atrás esa marca. Y también van a salir de ésta. ¿Alguna vez han probado el ajenjo?

-No sé de qué me hablas –le respondió Wester con timidez-. No creo que mi cabeza pueda aguantar otra resaca como la de hoy.

-Pero claro que puede –lo abucheó Tanish-. Te sentirás peor que esta mañana lo creas o no, pero después de unas semanas ya estarás completamente a gusto.

-¿Qué te hace pensar que nos quedaremos tanto tiempo contigo? –le preguntó Larten.

-Vi que Seba se iba de la ciudad –le respondió el otro-. Y parecía que no planeaba volver. Los ha dejado a su suerte, ¿verdad?

Larten asintió con tristeza. -Nos dijo que nos las arregláramos por nuestra cuenta, que nos uniéramos a los

Cachorros y… -¡Excelentes noticias! –exclamó Tanish-. Les ha dado su libertad. ¿Por qué se ven

tan miserable? -No sabemos qué es lo que queremos hacer –lloriqueó Wester. -Nuestro futuro se trazó por sí solo mientras nos entrenábamos con Seba –le

explicó Larten-. Sabíamos qué esperar de las noches y de los años que seguirían. Pero ahora… -se removió, inquieto-. Quizá todavía podemos alcanzarlo si nos vamos ahora.

-¿Son niños u hombres? –Tanish resopló-. ¿Quieren seguir bajo la protección de alguien por el resto de sus vidas o protegerse a sí mismos?

-Es fácil decirlo –le espetó Larten-. Pero esto es nuevo para nosotros. No lo planeamos, así que no sabemos a dónde iremos después de esto.

-Por eso es tan maravilloso –Tanish bajó la voz-. Este es un mundo apasionante para aquellos que lo abrazan, en especial para los que son como nosotros. Somos más fuertes que los humanos, más rápidos, mejores. Podemos beber y comer más que ellos. Los podemos derrotar con facilidad en un desafío. Podemos ganarnos el respeto de cualquier hombre, lo mismo que el corazón de cualquier mujer.

-Pero está mal que uses tus poderes de esa manera –protestó Wester. -Tonterías –Tanish se la estaba pasando en grande-. Eso es lo que los Generales

piensan. Ahora son Cachorros, libres de las reglas del clan. Mientras no rompamos las leyes (como matar, por ejemplo, o esclavizar a alguien), nos dejarán en paz. Recuerden que muchos Generales han pasado por esta etapa. Es común que los vampiros se tomen algunas décadas para experimentar los placeres del mundo de los humanos. Si no me creen, piensen que es su segunda adolescencia.

-Quizá sea cierto –aceptó Larten-, pero aun así no sabemos qué vamos a hacer. -Eso es simple –Tanish se puso en pie-. Síganme. Salió a grandes pasos de la posada, y como Wester y Larten no tenían mucho de

dónde elegir, fueron tras él. El aire fresco les sentó de maravilla, pero no estuvieron fuera por mucho tiempo. Tanish los llevó a una taberna oscura y llena de humo en donde montones de mujeres servían bebidas a los hombres y se reían de sus bromas.

Tanish se hizo de un sofá y se puso cómodo. Larten y Wester se sentaron rígidamente a su lado. Algunas mujeres ya mayores acudieron hacia donde estaban apenas se acomodaron.

-¿Quiénes son tus amigos? –cantó una de las mujeres, recargándose contra Larten. Éste enrojeció y se puso rígido en su lugar.

-Hombres distinguidos y de gustos finos –le respondió Tanish con altanería-. Tráenos tu mejor vino y tu más finos platillos.

-No tengo hambre –murmuró Wester, enrojeciando al mismo tiempo que una mujer le murmuraba algo al oído-. Creo que saldré fuera y…

Wester comenzó a levantarse, pero Tanish lo obligó a sentarse de nuevo. -Te quedas y cenarás conmigo –gruñó-. Esta noche son mis huéspedes. Si

rechazan mi hospitalidad, me insultarán, y yo no olvido un insulto en mucho, mucho tiempo –sus ojos brillaron con peligro, y sostuvo la mirada de Wester.

Wester tragó saliva y aceptó con humildad. -Como quieras, Tanish.

-Muy bien –Tanish ronroneó-. Así me gusta. Puedo ver que seremos… Wester estaba sobre él antes de que pudiera terminar de hablar, presionando sus

uñas contra la débil carne de la garganta de Tanish. Larten apareció al otro lado del vampiro y dirigió sus uñas directo al estómago del “anfitrión”.

-Si vuelves a amenazarme –gruñó Wester-, terminaré contigo. ¿Entendiste? -Felicidades –Tanish sonrió-. Pasaron. -¿Pasamos qué? -La prueba que siempre establezco para saber si aceptaré o no a alguien como a

un verdadero amigo –las mujeres que caminaban cerca de ellos los miraron con incertidumbre. Tanish llamó a una de ellas con un dedo y después señaló un tablón de citas que había en otra mesa. La mujer se lo pasó y discutieron algunas citas, sin hacer caso de Larten o de Wester (los que todavía seguían amenazando a Tanish).

-Mis amigos deben ser hombres de buen carácter –Tanish les comentó después de que ella se apartar-. Llevo una vida frenética y salvaje, pero también trato de ser honorable, y prefiero pasar mis noches en compañía de hombres honorables. Puedo brindar al lado de cualquier persona, pero cuando viaje sólo lo hago en compañía de aquellos a los que respeto.

“Los insulté para probarlos, así que me disculpo por mi rudeza. Si pueden perdonarme seremos los mejores amigos a partir de este momento. Si he ido muy lejos, les deseo lo mejor, y pueden partir.”

Wester parpadeó y miró a Larten. El vampiro de cabello naranja se encogió de hombros para que Wester supiera lo que pensaba del asunto. El otro consideró sus opciones y después apartó sus uñas de la garganta de Tanish y se sentó.

-Muy bien, así que, ¿qué opinan de esa comida? –les preguntó Tanish como si nada extraño hubiera ocurrido-. ¿Están demasiado llenos para aceptarla?

-Quizá pueda comer un poco –aceptó Wester. -¿Y el vino? –Tanish le preguntó a Larten. -¿Por qué no? –respondió éste, con una sonrisa torcida mientras alguien le servía

una muy grande jarra de vino. Al principio, Larten no habló mucho. Tanish habló largo y tendido acerca de todo lo

que el mundo podía ofrecerles, de las ciudades que visitarían, y de las guerras de las que serían estigos. Las mujeres se movían alrededor de ellos, unas les pedían alguna cita, mientras que otras les ofrecían vino, comida, cerveza y más. Algunas trataron de besar a Larten en cuanto notaron lo tímido que él era, y se dieron a la fuga cuando Tanish les gritó mientras pretendía haber perdido los estribos.

Wester era un poco más valiente que Larten, y charló con las mujeres como si fuera algo que hubiera hecho desde siempre. Les hizo varios cumplidos, pidió vino para ellas, e inclusive les llegó a cantar viejas canciones de vampiros mientras la noche pasaba.

Tanish trató de involucrar a Larten en su charla, pero él sacudía la cabeza y se escondía detrás de un tarro de cerveza o de una jarra de vino. Tanish perdió, después de un largo rato, su interés en él. Cuando Larten se quedó solo en el sillón (Wester había desaparecido con un par de chicas que querían mostrarle en dónde se guardaba el mejor vino de la taberna), se sintió como si fuera un paria. Las mujeres lo ignoraron cuando dejó de pedir vino o de siquiera tratar de ser divertido. Nadie se sentó a su lado o trató de hablar con él.

Deprimido y solo, Larten bebió más rápido que antes, mezclando cerveza y vino. Recordando las palabras de Tanish, ordenó ajenjo, pero el barman tuvo que enseñarle la manera correcta de beberlo, e incluso siendo vampiro lo encontró fuerte para su gusto.

Decidió que había tenido suficiente. Se levantó, dispuesto a irse y seguir a Seba para rogar por su perdón. Pero había bebido más de lo que podía soportar, sus piernas se doblaron bajo su peso y no pudo encontrar el camino hacia la salida. Mientras se tambaleaba, parpadeando como un estúpido, vio a Tanish sentado en una mesa y jugando cartas con un grupo de hombres. Los ojos de Larten recuperaron su brillo y él sonrió, habiendo descubierto una manera de compartir la diversión que los demás tenían.

-¿Les importa que me una a ustedes? –les preguntó, parándose al lado de Tanish. Éste estudió al vampiro aturdido antes de responder. -Jugamos apuestas fuertes –le advirtió-. No es un juego para principiantes. -Está bien –Larten sonrió y tomó asiento-. He jugando antes. -¿Tienes mucho dinero? –le preguntó uno de los hombres. -No –admitió-, pero pronto lo tendré. Mientras los otros reían, él acercó la mano hacia los naipes. Tanish se los pasó,

inseguro de si debía dejarlo jugar. Tan pronto como las cartas estaban en sus manos, Larten las comenzó a barajar con rapidez. Los otros lo miraban con la boca abierta, pues las movía con una velocidad imposible con su mano derecha, después las pasó a la izquierda, pero su rapidez no disminuyó.

-Tienes unas manos impresionantes –murmuró Tanish, encontrando difícil el seguir el movimiento de las cartas aún si él era un vampiro.

-Gracias –Larten se rió entre dientes-. Conozco unos cuantos trucos –mientras seguía barajando con una sola mano, las cortó y las deslizó sobre la mesa sin detenerse. Después cortó una segunda, una tercera, y una cuarta vez. Paró y le pasó la baraja al hombre que estaba a su lado-. Pero tienen mi palabra de que no haré trampa. Jugaré de manera justa, y si gano, voy a pagarles las bebidas más caras a todos los que estén aquí.

Los hombres aplaudieron, y algunas mujeres se sentaron cerca de Larten para admirar su habilidad con las cartas. Cuando ganó por primera vez le pasó un puñado de monedas a una elegante mujer y le pidió que comprara champaña para todos ellos.

-Bien, ¡he aquí un hombre con estilo! –exclamó Tanish, golpeando la rodilla de Larten, encantado del cambio que se había producido en el antes solemne vampiro-. Fuiste algo lento al principio, pero creo que ya has recuperado tu buen gusto, ¿no es así, mi amigo de manos de mercurio7?

-Sí –Larten sonrió, acomodándose para pasar una larga noche de vino, mujeres, juegos, y cualquier cosa que estuviera por llegar-. Creo que podría estar hecho para esto.

En otro lado de la taberna, en una esquina particularmente oscura, un pequeño hombre de agudo oído levantó la cabeza. Vestía de manera elegante en un inusual traje amarillo, tenía el cabello blanco, las mejillas rosadas, y unas gafas. Desde lejos podría haber pasado por amable abuelo, pero de cerca nadie habría cometido

7 “Hands like quicksilver” en el original.

semejante error. Había algo profundamente inquietante en él, y aunque la taberna estaba llena nadie había tratado de compartir la mesa con ese pequeño hombre.

-¿Hecho para la buena vida? –ronroneó el hombre del traje amarillo. Ladeó la cabeza y sus ojos se volvieron distantes, como si viera algo en la distancia-. Si –susurró-. Y hecho para muchas otras cosas, si me lo preguntaran. He estado espiando a Tanish Eul por algún tiempo, pero creo que debería vigilar de ahora en adelante al Maestro Crepsley. ¿Es coincidencia de que nuestros caminos se cruzaran esta noche? –sonrió y acarició un reloj con forma de corazón que colgaba de su bolsillo-. ¿O fue cosa del destino8?

Continuará…

8 “Destiny” en el original. Al traducirlo creo que he matado el chiste, ¬¬