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Sdad. de Educación A T E N A S , s. aApartado 1.096 - MADRID (13) - Mayor, 81

Colección "PARA MUCHACHAS"Tomos de 14x20 cms.

MONS. T. TOTH:La ¡oven de carácter (11.a ed., 222 págs., rúst.)La ¡oven creyente (7.a ed., 180 págs.)La ¡oven y Cristo (8.a ed., 232 págs., rúst.)La ¡oven de porvenir (7.a ed., 200 págs., rúst.)Pureza y hermosura (13.a ed.; 224 págs., rúst.)Para muchachas (tela, 970 págs.; piel, 970 págs.)Muchacha, así (5.a ed., 228 págs.)

M.a ROSA VILAHUR:La ¡oven ante la vida (8.a ed., 170 págs., rúst.)

SERIE II

M.a ROSA VILAHUR:Ellos, o ¿cómo conocer a los hombres? (2.a ed., 220 págs., rúst.) El, o ¿cómo elegiré novio? (2 .a ed., 200 págs,, rúst.)Para qué soy novia (228 págs.).

A. SORGATO:Alba nupcial (304 págs.)

ZORITA:Alma de mujer (148 págs.)

YV. KLOSTER:Los chicos y yo (148 págs.)

SERIE til

M. GALLARDO GOMEZ:Muchachas en flor (2.a ed., 200 págs., rúst.)

P. S. DE ZORITA:Dajo el anillo del pescador (250 págs., rúst )

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Colección «MUCHACHAS»

LA JOVEN DE CA RA CTER

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Mons. Dr. TIHAMÉR TÓTHObispo de Veszprém (Hungría)

LA JOVEN DE CARACTER

12. a E D I C I O N

Sociedad de Educación ATENAS, S. A. Mayor, 81 - Apartado 1096 - Madrid - 18

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LICENCIA ECLESIASTICA

Nnm. obstat:D. A ntonio Ga r c ía del Cueto

Imprimatur :Dr . Ricardo Blanco, Vicario General.

Madrid, 30 noviembre 1065.

Título del original húngaro: . «A JELLBMEfí IEJU»

Traductor:M. I. Sr . Dr . D. A ntonio Sancho Nebot

Canónigo Magistral dLe Mallorca

. Adaptación:Lie. Srta. María Rosa V ilahur

© Es propiedad. Copyright by Sociedad de Edu­cación «ATENAS», S. A. Inscripción n.° 4.593

IMPRESO EN ESPAÑA PRINTED IN SPAIN

1966

Núm. Rgtro.: 8.925 - 65Depósito legal: M. 18.837-1965

MARIBEL, Artes Gráficas.—Tomás Bretón, 51.

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PROLOGO EDITORIAL

Ya en vida de Mons. Tihamér Tóth mu­chas jóvenes nos pidieron aon insistencia una edición de los Manuales para Jóvenes apropiada a la juventud femenina. Era tal el entusiasmo que brotaba de sus páginas cálidas y juveniles, que las muchachas que­rían para sí una edición que, conservando la doctrina del insigne autor, la pusiera a tono con su modalidad y condiciones.

Consultamos el proyecto con el autor, quien pocos m\eses antes de morir nos res­pondió aplaudiéndolo y dándole su bendi­ción. Nos pedía, sí, que, a ser pasible, el trabajo de adaptación fuera hecho por una joven conocedora del alma española. «El apóstol de los obreros, nos escribía, ha de ser un obrero, según los deseos del Santo Padre. También yo creo que el alma de la joven prefiere oír la voz de otra joven como ella.yy i ■

Han pasado cuatro anos. Las demandas se repiten y los editores creen llegado el momento de complacerlas. Y he aquí que hoy presentamos La Joven de Carácter.

De acuerdo con los deseos del autor, la adaptación ha sido confiada a la licenciada en Filosofía y Letras señorita María Rosa Vilahur, y después revisada por nuestro ase-

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sor presbítero doctor don Nicolás Marín Negueruela.

Esta edición incluye todas las enseñan* zas y consejos que Mons. Tóth da a los mu­chachos; sólo se ha retocado alguna vez el anecdotario, haciéndolo más femenino y es­pañol. Hemos suprimido los números pro­pios para mucTmchos y los hemos sustituido por otros apropiados a las jóvenes.

Para apreciar mejor las modificaciones, advertimos:

1. ° Los números o párrafos cuyo título no va precedido de ningún asterisco repro­ducen el texto de Mons. Tóth, salvo ligeras modificaciones gramaticales.

2. ° TJn asterisco (*) indica que aquel nú­mero, conservando la doctrina del autor, ha sido adaptado a las muchachas.

3. ° Los números precedidos de dos aste­riscos (**) suplen los títulos cambiados.

Confiamos en que esta edición será del agrado de nuestras jóvenes, a quienes va dedicada, y con la cual inauguramos la nue­va colección «Para muchachas».

Los Editores.

Madrid, octubre 1943.

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A LAS JO VEN ES

A vosotras, mis hermanas de juventud, que tantas veces os habéis lamentado de que Mons. Tihdmér Tóth no escribiera un libro para muchachas, me dirijo al poner en vuestras manos La Joven de Carácter.

No penséis encontrar en su lectura algo extraordinario, sino tan sólo el espíritu del llorado Obispo húngaro, adaptado a las exi­gencias de vuestra alma, de vuestra psico­logía.

En todo lo posible he respetado su estilo breve y ameno, sus pensamientos y símiles, a fin de no desfigurar en nada la obra fe­cunda (de aquel amaestro de los jóvenes». Y no me anima otro interés que aficionaros a que trabajéis por el perfeccionamiento de vuestro carácter, ya que ése era el princi­pal fin que movió al autor al emprender su tarea de escribir para los jóvenes.

Jóvenes queridas, terminé mi adaptación una tarde de otoño fría y tristona, a pesar de la sinfonía dorada que cantan los árbo­les en los jardines. Y, hallándome fatigada, me puse a contemplar el cielo plomizo des­de la ventana de mi escritorio, cuando un pajarillo alegre y saltarín vino a posarse sobre el alféizar. Miróme con sus ojillos brillantes y habladores y entonó una corta

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canción, en la que yo creí entender que me decía: « \Eal \Animo l, no pienses más. Tus hermanas de juventud, esas jóvenes, a las que tanto amas, se harán más discretas, más serias, más puras y buenas apenas lean y practiquen La Joven de Carácter.»

El pajarillo voló nuevamente, yo le seguí con la mirada hasta que se perdió en el cielo y como aliviada de un gran peso ex­clamé: ¡Quiera Dios y el futuro santo de Hungría que así sea!

Madrid, otoño de 1943.

María-Rosa.

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CAPITULO PRIMERO

¿CUAL ES LA JOVEN DE CARACTER?

S U M A R I O

*L—La leona sin lengua., II.—¿Cuál es la joven de carácter?

III.—Edúcate.*IV.—Una voluntad de hierro.

V.—Palabras de Epicteto.VI.—La fuerza de un gran ideal.

*VII.—La fortaleza.VIII.—La libertad.

IX.—Jóvenes magnánimas.X.—«Pero ¡qué egoísta eres!»

XI.—¿Sabes decir: no? XIL-r-Frágmento de un diario.

*XIII.—Cometa en el hilo telegráfico. *XIV.—Contra torrentem!**XV.—Vqnidad y coquetería.XVI.—«Víctor hostium et suL»

XVII.—¿Torre de castillo o veleta? *XVIÍI.—La prisionera de la conciencia.

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Cuenta la tradición griega que cuando Harmodio y Aristógiton conspiraban contra los tiranos Hiparco e Hipias, una mujer, Lena, tomó' parte en sus proyectos; y, para escapar a la tentación de traicionar a sus cómplices con una sola palabra, se cortó la lengua con sus propios dientes. De haber sido Cristiana habría impetrado del cielo la fuerza necesaria para resistir a la tortura; mas no siéndolo, hizo imposible su debili­dad1 con uri defecto físico.

Los atenienses quisieron recordar este hecho a todas las edades y la representaron bajo la figura de una leona sin lengua. ¡Así era el carácter pagano!

Pues, ¿cuál tendrá que ser el carácter cristiano?

No se puede pedir que todas las mujeres sean ricas ; ni que todas sean ilustradas, tampoco que todas sean bellas; pero sí de todas podemos exigir que tengan carácter.

A pocas les es dado conquistarse admira­ciones. Son pocas las que ciñen en sus sie­nes corona real. Pero tomar posesión del reino del alma lleno de riquezas, y colocar sobre nuestra frente la corona del carácter varonil, es un deber santo, sublime, que toda mujer debe cumplir. Toda mujer sin

I.—La leona sin lengua

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excepción. Muchas no lo cumplen. Pero tú, 'hija mía, lo cumplirás, ¿verdad?

Mas el carácter no es un «premio gordo», que se puede sacar sin méritos.

El carácter no es un apellido de alta al­curnia, que se hereda sin trabajo.

El carácter es el resultado de la lucha ar­dua, de la autoeducación, de la abnegación, de la batalla espiritual sostenida con virili­dad. Y esta batalla ha de librarla cada uno por sí solo, hasta que venza.

Magnífico resultado de la lucha será tu carácter. Lo que significa esta palabra qui­zá no lo comprendas por completo en este momento. Pero llegará el día en que se des­cubra ante el divino acatamiento la obra- cumbre de tu vida y se muestre, en su su­blimidad sin par, tu alma en que tanto has trabajado; entonces se te escapará el grito de entusiasmo, como a Haydn cuando oyó su obra intitulada Creación: «¡Dios mío!, y ¿ soy yo el autor de esta obra?»

H,omines sunt voluntates, dice con frase lapidaria y admirable San A gu stín : «el precio del hombre es su voluntad».

De día en día crece el número de con­vencidos de que la escuela actual dedica cuidados excesivos a la cultura de las jó­venes y olvida demasiado la formación del carácter, de la fuerza de voluntad de la jo­ven. Triste realidad: en la sociedad de las mujeres maduras abundan también más ca­bezas adornadas y emperifolladas que tem­ples de acero; hay más vanidad que carác­ter. Y, sin embargo, el basamento de un Estado, su piedra fundamental, no es la be­lleza, sino la moral intacta; no es la rique­za, sino la honradez1; ni la veleidad, sino el carácter.

Este libro quiere formar «jóvenes de ca-

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rácter». Jóvenes que piensen de esta ma­nera: «Una responsabilidad inmensa pesa sobre mí: un deber serio tiene mi vida. En mi alma están depositados los gérmenes del porvenir, he de caldearla con el escrupu­loso cumplimiento del deber y con una vida ideal, he de cuidarla, he de procurar que se abra una flor maravillosa para que digna­mente pueda despedir su fragancia durante toda la eternidad ante el trono de Dios eterno.»

Este libro quiere forjar «jóvenes de ca-/ rácter» en un tiempo en que —al parecer- todo está revuelto y el mundo camina ca­beza abajo en vez de ir sobre los pies.

Hoy, la enorme y casi única enfermedad de la humanidad, semillero de todos los pe­cados, es la consunción aterradora de la vo­luntad; hoy, el no tener carácter pasa, en el sentir de muchas, como virtud de pru­dente adaptación a las circunstancias, y la negación de los propios principios es bau­tizada con el nombre de discreción, y el perseguir el interés individual se llama in­terés por el bien común; hoy, la mujer, que con sentimentalismo exagerado se ofende a cada paso, alardea de dignidad personal; y la envidia se viste con la careta de amor de la verdad; hoy se evita todo trabajo y mo­lestia, so pretexto de imposibilidad, y sólo se persigue la comodidad y los goces.

Pues hoy este libro quiere edúcar jóve­nes cuyo carácter sea íntegro, cuyos prin­cipios de vida sean firmes y justos, cuya voluntad no se arredre ante las dificulta­des: jóvenes cuya alma y cuyo cuerpo sean «lo que es para el mundo el sol al nacer en las altísimas moradas de Dios» (1), como la 1

(1) Eclesiástico, XXVI, 21.

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verdad, luminosos como un rayo de sol, y nítidos como el riachuelo de los montes.

Quiere muchachas de carácter en un tiempo en que pululan las muchachas de alma quebrada, sin lastre; muchachas que no sienten interés por ningún problema es­piritual : cuya única preocupación es cómo se peinarán y qué traje elegirán, cómo es­camotearán un día al estudio, saber quién es la nueva ({estrella» de la pantalla y dón­de se dan los más agradables saraos. ¡Cuán grande es su número! ¡Y qué pocas son las jóvenes de carácter!

Pues bien, este libro quiere. demostrar que, a pesar de todo, son estas pocas las que tienen razón. Las otras parecen tan alegres, ¡tan despreocupadas! Éstas han de surcar con duro trabajo el camino del carácter, y este libro quiere alentarte a que te unas, a pesar de todo, a estas últimas, porque sólo así llegarás a una vida digna de una mujer.

Es la voluntad la que hace al hombre grande o pequeño —digo yo también con S chiller— Den Menschen macht sein Wil- le, gross und klein (2).

Y sostengo con el Barón de Eotvos, el gran pensador húngaro: «El valor real del hombre no depende de la fuerza de su en­tendimiento, sino de su voluntad. Quien esté desprovisto de ella no hará sino debili­tarse con las grandes dotes intelectuales; y no hay criatura más desgraciada, y algu­nas veces más infame en el mundo, que una gran inteligencia a la que no corres­ponde el carácter.»

En la primavera, la jardinera mira sus macetas y queda absorta en la contempia-

(2) La muerte de Wallenstein.

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ción de los rosales. Como si preguntara : «¿Qué me daréis hogaño?» Pero los rosales le devuelven la pregunta: «Antes dime tú, ¿ qué me darás tú a mí?»

Así está también la joven ante la puerta misteriosa de la vida que la espera: «¡Vi­da! ¿Qué me darás? ¿Qué es lo que me es­pera?»

Joven amada, la vida te devuelve la pre­gunta como los rosales a su jardinera: «De­pende de lo que me des. Recibirás tanto como trabajes y recogerás las mieses de lo que hayas sembrado.»

La Joven de Carácter quiere dar a cono­cer los medios de esta labor autoeducativa. Cuidado, hija mía, no te engañes. El libro tan sólo descubre, los, enemigos que ace­chan, sólo llama la atención sobre los peli­gros,, sólo muestra los medios, pero no ocu­pa tu puesto en la lucha. La lucha, si quie­res llegar a ser «joven de carácter», has de librarla tú misma.

Verás por propia experiencia que el ca­mino del carácter no es tan llano. Al an­darlo, sentirás muchas veces qué voluntad más robusta se requiere para guerrear de continuo contra nuestras faltas, pequeñas. y grandes, y para no hacer las paces nunca con ellas.

Pero, sea como fuere... ¡Yo quiero, quie­ro! Un «quiero» meditado y profundo lo puede todo.

El axioma «querer es poder», aplicado al carácter, no es una paradoja más que para

• la pereza, la inconstancia y la dejadez de espíritu.

Mas ¿qué quiero?Quiero hacerme dueña de mis sentidds y

de mis sentimientos.Quiero poner orden en mis pensamientos.

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Quiero pensar antes y sólo hablar des­pués.

Quiero tomar consejo antes de obrar.Quiero aprender del pasado, pensar en el

porvenir y para eso hacer fructificar el pre­sente.

Quiero trabajar con alma y vida, pade­cer sin palabra de queja, vivir siempre sin claudicaciones, y un día —con la esperanza de la bienaventuranza eterna— morir con tranquilidad.

¿Hay programa de vida más sublime? ¿Hay otro fin por cuya realización valga más vivir?

Ojalá este libro ayude a muchas jóvenes en la tarea elevada de la formación del ca­rácter.

II.—¿Cuál es la joven de carácter

¿Qué es el carácter? ¿Qué pensamos cuando decimos de alguna: es una joven de carácter?

Con la palabra carácter entendemos la adaptación de la voluntad del hombre a una dirección justa.; y joven de carácter es aquella que tiene principios nobles y per­manece firme en ellos, aun cuando esta per­severancia fiel le exija sacrificios.

En cambio, es de carácter'inestable, de poca garantía, débil o —en último, grado— es mujer sin carácter, la que contra la voz de la propia conciencia .cambia sus princi­pios según las circunstancias, según la so­ciedad, según las amistades, etc., y traicio­na sus ideales desde el momento en que por ellos tiene que sufrir lo más mínimo.

Con esto ya puedes ver en qué consiste la educación del carácter. En primer lugar, hay que adquirir ideales, principios; des­

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pués tenemos que acostumbrarnos, con un ejercicio continuo, a obrar, según nuestros nobles ideales, en cualquier circunstancia de la vida. La vida moral de la mujer sin principios está toda ella expuesta a conti­nuas sacudidas y .es como la caña azotada por la tempestad. Hoy obra.de un modo, mañana se deja llevar por otro parecer. An­tes de todo, pues, pongamos principios fir­mes en nuestro interior; después, adquira­mos fuerzas para seguir siempre lo que he­mos juzgado justo y recto.

El primer deber que te incumbe es for­mar principios rectos en tu alma. ¿Cuál es, por ejemplo, el principio recto en el estu­dio? «He de estudiar con diligencia cons­tante, porque He de pulir las dotes que me fueron dadas según la voluntad de Dios.» ¿Cuál es el principio justo respecto a mis compañeras? «Lo que deseo que me hagan a mí he de hacerlo yo también a las otras.» Y así sucesivamente. En todo has de tener principios justos.

El segundo deber —-ya es más difícil— es seguir los principios justos; es decir, edu­carte para una vida de carácter.

El carácter no se da gratis, sino que he­mos de alcanzarlo por una lucha tenaz de años y decenas de años. El aire del ambien­te, cualidades heredadas, buenas o malas, pueden ejercer influencia sobre tu carác­ter; pero, en resumidas cuentas, el carác­ter será obra personal tuya, el resultado de tu trabajo auto educativo. La mujer recibe dos clases de educación: una se la dan sus padres y la escuela ; la otra —y ésta es la más importante—, el propio trabajo auto- educativo. *

¿Sabes qué es educación? Inclinar nues­tra voluntad de suerte que en cualquier cir-

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cunstancia se decida a seguir sin titubeos y con alegría el bien.

¿Sabes qué es educación? Dar al cuerpo y al alma toda la belleza de que son sus­ceptibles, dice el divino Platón. Tú, que como mujer amas todo lo bello, debes em­peñarte en alcanzar para ti toda esa be­lleza.

¿ Sabes qué es el carácter? Un modo de obrar siempre consecuente, cuyos móviles son principios firmes; constancia de la vo­luntad en el servicio del ideal reconocido como verdadero; perseverancia incontras­table del alma en plasmar el noble concepto de la vida.

Así verás que en la educación del carác­ter lo que resulta difícil no es tanto el for­mular rectos principios para la vida, que esto se consigue con relativa facilidad, cuando al persistir en ellos a través de to­dos los obstáculos. «Es uno de mis princi­pios y me mantengo en él, cueste lo que costare.» Y como esta firmeza exige tantos sacrificios, por eso hay tan pocas mujeres de carácter entre nosotros.

«Guardar siempre fidelidad a nuestros principios», «perseverar siempre la verdad», etcétera, ¿quién no se entusiasmaría con tales pensamientos? ¡Si no costase tanto¡ trocar estos pensamientos en obras! ¡Si no se esfumasen con tanta facilidad los planes bajo la influencia contraria de la sociedad, de los amigos, de la moda y de mi propio «yo», amado, cómodo! .

Escribió Reinick :' ¡«No seas veleta, no empieces a cada momento algo nuevo, fíja­te el objetivo y persíguelo hasta el fin.»

En esto te servirá de ayuda la recta auto­educación.

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III.— Edúcate

Esculpir en tu alma la imagen sublime que Dios concibió al formarte es la noble labor a que damos el nombre de autoedu­cación. Este trabajo tiene que hacerlo cada una por sí misma, y nadie puede cumplirlo en su lugar. Otras podrán darte consejos, podrán indicarte el camino recto; pero, en definitiva, tú has de ser quien sientas el de­seo de formar en ti la noble imagen que Dios ha escondido en tu alma.

Has de ser tú quien desees ser noble, se­rena, limpia de alma. Has de conocer cómo es tu alma, cuáles son las hierbas malas en ella, qué es lo que le falta. Has de poner mano en la educación de tu alma, sabiendo que el éxito ha de obtenerse a costa de mu­chos esfuerzos, abnegaciones y victorias al­canzadas sobre ti misma. Has de negarte a menudo cosas deleitosas; has de hacer mu­chas veces lo que no te apetece y séllar tus labios y erguir tu frente cuando notes que alguna de tus buenas intenciones, una y otra vez, se ve frustrada.

Tu cárácter, el curso de toda tu vida, de­pende de estos trabajos pequeños. «Siem­bra un pensamiento y segarás el deseo; siembra un deseo y recogerás la acción; siembra la acción y recogerás la costum­bre ; siembra el carácter y tendrás por mies tu propia suerte.» De pequeños pensamien­tos y acciones va entretejiéndose la suerte de tu vida.

«En todas las horas de tu vida vuelve tu mirada con respeto y amor hacia la virtud, no pierdas jamás la ocasión de hacer una , obra buena, y si esta obra estuviese en pug­na algunas veces con tu provecho y deseo

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momentáneos, acostumbra tu voluntad a vencerlos.. . ; así alcanzarás un carácter con que puedas algún día hacer algo grande, trabajar para tu época y para el porvenir y lograr que tu nombre se pronuncie en­vuelto en respeto y amor.» (K olosey).

Pero la mujer ha de educar su voluntad para que se compenetre con la voluntad, de Dios. Altísima escuela de carácter, la más sublime que puede haber, es la que nos hace exclamar con sentimiento sincero: «Señor, no se haga mi voluntad, sino la tu­ya» (1). Hemos logrado la más valiosa au­toeducación si tras nuestras acciones, nues­tras palabras, nuestros pensamientos, for­mulamos la pregunta: «Señor, ¿ha sido de veras tu voluntad lo que he hecho, lo que he dicho? ¿También lo querías tú de esta manera?

Y esta educación de carácter has de em­pezarla, hija mía, ya ahora. En la edad ma­dura sería tarde. El carácter no se forma en el vaivén de la vida. Al contrario, quien llega sin carácter firme al ajetreo del mun­do pierde hasta lo poco que haya podido tener.

*IV.—Una voluntad de hierro

Ahora ya. sabes de quién decimos: es una joven de carácter, decimos desaquella que tiene principios ideales nobles y sabe ejecutarlos y permanecer firme en ellos. Permanecer firme aun cuando nadie en el mundo confiese estos nobles ideales, aun cuando todos los que la rodean sean cobar­des y sin carácter. Permanecer firme, a pe­sar de millares y millares de ejemplos ad- 1

(1) San Lucas, X X II, 42.

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versos y malos. ¡Permanecer firmes en nuestros principios sean cuales fueren las circunstancias! Sólo Dios sabe cuán terri­blemente difícil es a veces.

Cuando muchachas burlonas molestan largo rato a una compañera peor vestida y ésta —como cierva asustada ante los pe­rros de caza—' en vano mira a su derredor buscando ayuda... desviar entonces con suavidad el interés de las compañeras; esto es amor, valentía, fidelidad de principios: Una voluntad de hierro.

. , Cuando en un grupo de jovenzuelas se salpica' con sorna y hiel las ideas piadosas, las devociones, la modestia... levantar en­tonces la palabra sin espíritu de ofender, pero con valentía incontrastable, y defen­der la doctrina que ha servido de blanco a la befa, es algo que requiere carácter fuer­te, heroísmo, voluntad de hierro.

Cuando la risa despreocupada de tus compañeras de clase se oye atrayéndote al recreo y apartándote de la lección ingrata, permanecer en estas ocasiones con vigo­rosa decisión, fieles al deber, es propio de todo un carácter, de una voluntad de hie­rro.

En las sangrientas persecuciones de los primeros siglos cristianos, Alejandro, pre­fecto de la ciudad de Tarso, apresó a una . dama descendiente de reyes y poseedora de grandes riquezas, por nombre Julita. Precisamente entraba en la ciudad con su hijito Quirico, niño de tres años, en los bra­zos. ¡Pobre madre! El tirano le pregunta su condición,-y ella contesta con firmeza inquebrantable: «¡Soy cristiana!» Su res­puesta excitó la ira del juez, que mandó quitarle el hijo y que la hiriesen con agu­das espinas ; mas a pesar de sus dolores, la

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valerosa madre continuaba diciendo: «¡Soy cristiana, soy cristiana...!», palabras que el pequeño Quirico repetía, llorando, al ver padecer a su madre.

Entonces el tirano se enfureció todavía más, y cogiendo al pequeño' lo arrojó vio­lentamente contra el pavimento de már­mol, abriéndole la cabeza en presencia de su madre, que con más valor y firmeza re­petía : « ¡ Soy cristiana..., soy cristiana!» Fi­nalmente, Julita fue degollada, y su cadá­ver, junto con el de su pequeñuelo Quirico, arrojado a un muladar, del que fueron re­cogidos por dos santas mujeres.

¡ Julita tuvo una voluntad de hierro!Hija mía, ¡ cuán pocas son, por desgracia,

en nuestros días, las que tienen este carác­ter de mártir! El carácter al cual rindió ya pleitesía el poeta pagano, al escribir:

Justum ac tenacem propositi virwrn...si fractus illabatur otbis,impavidum ferient ruinae.

Al hombre justo y firme en sus propósi­tos,.., aunque el mundo resquebrajado cai­ga, lo encontrarán impávido las ruinas.

¡Aquel soldado de Pompeya que estaba de centinela cuando la erupción del Vesu­bio! La lava hirviente redujo a cenizas todo cuanto había en tomó suyo; todo se desplomaba; todo se deshacía; todo se tambaleaba en derredor de él, ¡mas no se movió ni un solo paso del lugar que le se­ñalara el deber!

Pues bien, hija mía, este temple, esta fi­delidad de principios, esta frente levanta­da, esto es lo que llamamos carácter.

Pero, ¡ay!, si ahora fijo la mirada en las muchachas, ¡qué tipos más distintos veré!

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b Pero ¡cuán distintos! Veo 'muñecas perfu- I madas, que se exhiben como figurines en

los paseos. Joveñcitas que no saben salir del cine y que nunca dejan los salones de

t té. Colegialas que solamente saben de me­moria las noticias de los diarios de modas o deportes,, y que devoran páginas y más páginas de literatura barata. Estudiantes holgazanas. Y una inmensidad de estudian­tes que todo saben menos estudiar.

V.—Palabras de Epicteío

Los buenos pensadores del paganismo ya descubrieron la gran verdad de que un hombre o una mujer pueden ser sabios cé­lebres o artistas insignes, un sportman de fama, mundial, una estrella luminosa o due­ños de inconmensurables riquezas; pero si no tienen carácter nada valen. Lee los si­guientes pensamientos de un esclavo pa­gano en las obras de EpictetO':

.«No te preocupes de satisfacer las nece­sidades de tu estómago, sino las de tu al­iña» (Gnomologium Epicteti, 20) (1).

«Antes morir que vivir con mala morali­dad» (Frag. 32, 422).

«La suerte ata al cuerpo; la maldad: ata las almas. Quien es libre según el cuerpo, pero tiene atada su alma, es esclavo; quien

; está exento del mal en él alma, es hombre libre, aunque tenga el cuerpo encadenado» (Gnomologium, 32, 470).

«Es de más provecho para el Estado si en moradas pequeñas viven almas grandes que si en palacios viven hombres de un al­ma esclava» (G n ó m 60, 470). 1

(1) Ed. Echenkl-Teubner. Leipzig,. 1898-1899.

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. «Tu alma es la radiación dé la divini­dad; eres su hijo; por lo tanto, tenia en gran estima. ¿No sabes que estás nutrien­do a Dios y lo llevas en tu persbna?» (II, 8, ' 12,125).

«Nuestro fin es obedecer a los dioses, para que de esta suerte nos hagamos seme­jantes a Dios» (I, 13).

«El alma es como una ciudad sitiada: detrás de sus muros resistentes vigilan los defensores. Si los cimientos son fuertes, la fortaleza no tendrá que capitular» (TV, 4, 25).

«Si quieres ser bueno, antes has de creer que eres malo» (G n o m 13,^468).

«Abstente del mal y no condesciendas jamás con tus malas inclinaciones» (Frag., 10, 411).

«El alma pura que tiene principios rec­tos será sublime e incontrastable también en sus acciones» (IV, 11, 8, 389).

«En todas tus obras grandes o pequeñas, mira a Dios» (II, 19, 31, 174).

Enseña a los hombres que la felicidad no está donde ellos, en su ceguera y mise­ria, la buscan. La felicidad no está en la fuerza, porque Myro y Ofelio no eran feli­ces ; no está en el poder, porque los cónsu­les no tenían dicha; ni el conjunto de estas cosas, porque Nerón, Sardanápalo y Aga­menón hubieron de gemir, llorar, mesar sus cabellos, y fueron los esclavos de las circunstancias, los prisioneros del parecer. La felicidad está en ti, en la libertadi ver­dadera; en la ausencia o supresión de todo miedo innoble, en el absoluto dominio de ti mismo, en la posesión de la satisfacción y la paz...

Ved ahí ¡qué elevados pensamientos en labios de un esclavo gentil !

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Ha de- fijarse cada joven algún ideal grande para su vida, y . ha de parecerle in­digno quedar en las filas de las mujeres adocenadas. Fíjate tú también algún ideal elevado, y después no te apartes nunca de él, y aplica todas tus fuerzas a realizarlo. No digo que dentro de algunos meses, ni siquiera dentro de algunos años, alcances realmente tu ideal. Hasta podría darse el caso de que nunca lo alcanzaras. Pero no importa. Con la reconcentración de nues­tros pensamientos y de nuestros planes sin duda nos acercáremos al fin, que primero nos parecía levantarse en una altura in­abordable. Quien se propone con todas sus energías conseguir un objetivo elevado, descubrirá en sí, día tras día, nuevas fuer­zas, cuya, existencia ni siquiera sospechaba.

Cuánto puede soportar el cuerpo huma­no nos lo han demostrado las privaciones

• increíbles de la guerra; así también si te lanzas con todas tus fuerzas a conseguir un ideal prefijado, sólo entonces podrás ver de cuánto es capaz el alma humana con una voluntad firme. .

Así podrías fijarte, por ejemplo, como fin, librarte del defecto mayor que hayas descubierto en ti, cueste lo que costare. O si estudias y antaño sacaste un notable y al­gunos aprobados, al curso siguiente pro­ponte obtener un sobresaliente. O bien re­suélvete aprender música, dedicando dos horas cada día sin exceptuar ninguno.

Después me gustaría que te fijaras un objetivo más lejano. Llegar a ser una mu­jer como hay pocas; esto es: culta, dis­puesta y a la par mujer de hogar, en cuyas

VI.—La fuerza de un gran ideal

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manos no se enmohezca la aguja ni se es­curran las sartenes... ¡Una mujer de al­tura !• Yo quisiera que toda joven se metiera en la cabeza que puede y debe llegar a ser una gran mujer, instruida, de carácter fir­me, mejor que muchas otras innumerables. No digo que llegue a serlo en realidad. Pero si sus anhelos y pensamientos se lan­zan siempre como el águila a un fin eleva­do, seguramente lo alcanzará con más faci­lidad que si, a modo de golondrina, no hace sino rozar de continuo la tierra.

«Pero así, todas las muchachas serán en­greídas y fatuas» —me dirás tú—. No lo temo. Al contrario, es seguro que la que siente su alma caldeada por tan nobles ideales vencerá con más facilidad: los pen­samientos rastreros; hay jóvenes que no supieron fijar a su vida -un elevado anhelo, un ideal sublime, y por eso se degradaron moralmente.

Acepta sin reservas ia divisa que uno de los hombres más ricos, pero al mismo tiem­po de los más laboriosos de América, Car- negie, propone a los jóvenes: My place is at the top, «mi puesto está en la cumbre». Pero no intentes llegar a la cumbre mer­ced a la influencia de la familia, sino con trabajo penoso, con el escrupuloso cumpli­miento del deber.

Naturalmente, hay quien porque es «hu­milde», «resignada», «modesta», no llega a ser mujer de altura. ¡Poco a poco, enten­dámonos! La cobardía no es virtud y la pereza no es humildad. La verdadera hu­mildad nos hace decir: «Nada soy, nada puedo por mi propia fuerza»; pero aña­diendo a renglón seguido: «Sin embargo,

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no hay en e l mundo cosa que no pueda yo hacer, si Dios me ayuda.»

Repite con frecuencia la frase preciosa, la súplica exquisitamente arrulladora de un santo: Deus meus, Deus meus! Nihil sum, sed tuus sum. «¡Dios mío, Dios mío! Nada soy; pero lo que soy es completa­mente tuyo.» Rézala muchas veces, y verás qué fuerza espiritual tan viva brota de tan sencilla oración.

*VII.—La fortaleza

Es cierto que la debilidad parece más propia de la mujer que del hombre. Mien­tras éste se jacta de su resistencia y de su vigor aquélla presume de gracia y delica­deza. Y sin embargo, esta blandura feme­nina, es tan sólo en lo físico; hablando del carácter se nos ofrecen ejemplos numero­sos : ora de fortaleza en el obrar, ora de arrojo y decisión. Esta energía en las de­cisiones,. este obrar, es el sello de la mujer de carácter, de la mujer fuerte.

Tal es la fortaleza que debes perseguir, amada joven. Fortaleza que reside en el obrar, no en los ensueños. Hay muchachas que son capaces de todo...; pero sólo con el pensamiento, con la imaginación. Domi­nar el mal humor, trabajar sin ganas, le­vantarse al sonar la hora, asistir a clase...; obrar, y no sonar, en eso consiste la forta­leza.

Pero advierte que tampoco es fortaleza, voluntad varonil, la precipitación desatina­da. Meterse en el peligro diciendo entre sí: «Ya me ayudará Dios», y resolver, sin pen­sar antes, todos los problemas.

Emprenderlo todo para dejarlo mañana no es tampoco de ánimo fuerte. Hoy empie-

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zas a coser una prenda, mañana la abando­nas en el fondo de tu céstillo de costura sin prestarle la menor atención. En com­pensación intentas hacer un dibujo que te cansa a los tres días porque ya no te inte­resa, y le cambias por otra cosa. Te entre­gas en cuerpo y alma a la lectura de poe­sías, de novelas, al baile por unas semanas, al cabo de las cuales ya estás cansada y lo dejas. Nada de esto es fortaleza.

El dicho alemán expresa esta fortaleza muy exactamente: Erst wdgen, dan wa- gen. Antes pensarlo, después lanzarse. Es decir: pensar bien la cuestión, el deber. Considerar las circunstancias. Pero cuando ves que has de hacerlo, o vale la pena de que lo hagas, entonces no has de retroce­der, por más abnegación, perseverancia, sa­crificio que te costare; he de hacerlo; es deber mío; por lo tanto, lo hago; esto ya es fortaleza, que hace la verdadera mujer de carácter.

VIH.—La libertad

No hay palabra que hechice tanto la mente de la juventud como la palabra «li­bertad». ¡Crecer libremente! ¡Desarrollar­se libremente! ¡Vivir libremente! Libre­mente, como el pájaro. Un deseo instintivo impele a la juventud hacia la libertad. Y si ese instintivo lo dio el Creador; y, si lo dio El, entonces habrá fijado blancos elevados a este instinto.

Estos deseos de libertad no pueden tener por fin la indisciplina, el hacer lo que le da la gana, el contestar con insolencia y des­caro. Este fin no puede ser otro que dar

. fuerzas a la joven para que pueda luchar

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contra todo Ío que impida su desarrollo ideal.

El deseo de libertad de tu corazón tiene como fin asegurar tu desarrollo de espíritu. Así, pues, no has de luchar contra toda re­gla y contra todo lazo; esto sería liberti­naje, desenfreno, sino sólo contra las pasio­nes, inclinaciones, obstáculos, que se opo­nen al libre desenvolvimiento de tu ca­rácter.. No es justo luchar contra lo que favo­

rece tu desarrollo, por muy difícil que sea; a semejanza de la vid, que no puede des­prenderse del rodrigón que la sostiene y hace que puedan los sarmientos subir más alto.

Todo instinto abandonado a sí propio es ciego. Es ciego también el instinto de la li­bertad, y si desprecia la dirección de la mente severa, precipita al hombre en la perdición, en la ruina. Por esto vemos un día y otro día la triste realidad en que mu­chas jóvenes se pierden por una libertad mal entendida. Los instintos emancipados del control de la inteligencia las arrastran ciegamente hacia cosas que sólo son bue­nas en apariencia, pero que en verdad son nocivas, y las hacen retroceder ante otras que, aunque parezcan difíciles, serían ne­cesarias para el armónico desarrollo espi­ritual. Decía una jovencita a su madre: «No te empeñes en que te obedezca, porque basta que tú lo quieras para que a mí no me guste...» Ved ahí el deseo de libertad desviado, que considera intervención abu­siva todo mando y ' prohibición.

A tu edad el non plus ultra del anhelo de todo joven es verse libre, independiente. Pues eso mismo quieren tus educadores,

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tus padres. Tirata de comprenderlo y coope-, rar con ellos.

Son, por desgracia, muchísimas las que proceden de muy distinta manera. Porque ya quieren ser independientes, cuando to­davía deben educarse para ello. Entienden por independencia el desorden, el emanci­parse de toda obediencia, y no aquella in­dependencia interior, fecunda semilla de ayuda, libertad, dominio contra el desalien­to, el capricho, la pereza y los otros reto­ños, de la vida del instinto.

¿Cómo, pues, podrás trabajar prudente­mente por tu independencia espiritual? Viendo en las órdenes de tus padres, en las reglas del colegio, en el deber cotidiano, no grilletes para tu libre albedrío ni man­datos caprichosos que sólo a regañadientes han de cumplirse mientras lo ven otros y pueden vigilarlo, sino todo lo contrario: medios que te sirven para vencer tu como­didad, tu mal humor, tus caprichos, tu su­perficialidad, tu inconstancia. La que mira bajo este aspecto cuanto se le manda, y por esto cumple las prescripciones, esta tal tra­baja de veras por la libertad de su alma. Deo serviré regnare est, dice un proverbio latino. «Servir a Dios es reinar.»

El ideal de la educación católica es la joven que se desarrolla armónicamente en su cuerpo y en su alma. El cuerpo para nosotros santo es como el alma, ya que con­fesamos que lo recibimos del Creador, para que nos ayude a conseguir nuestro fin eter­no: confesamos que el cuerpo humano fue santificado por el mismo Hijo de Dios cuan­do asumió carne mortal, y creemos que un día también el cuerpo participará en la vida eterna.

El cristianismo no ve, pues, algo «diabó-

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Jico», algo «pecaminoso» en el cuerpo. No tiene por fin destruir el cuerpo ni debili­tarlo. Lo que intenta es hacer del cuerpo un trabajador puesto al servicio de los fi-

. nes eternos. Los mandatos de la religión, aunque te obliguen severamente, no son obstáculos a tu libertad, más bien son ga­rantía y medios auxiliares para el vuelo de tu alma. También atamos al rodrigón la cepa de la vid, pero no para contrariarla en su libertad, sino para dirigir y asegurar su recto crecimiento.

No vamos nosotros a pedir menos que pe­día el noble pensar de un romano. Mira qué objetivos propone Juvenal en los ver­sos que siguen:

Orandum est, ut sit mens sana in corpore[sano;

Fortern posee animum, mortis terrore ca-[rentem,

Qui spatium vitae éxtrerrmm ínter muñeraIponat

Naturae, qui ferre queat quoscumque la-[bores.

Nasciat irasci, cupiat nihil, et potiores Herculis aerumnas credat saevosque lobo-

[resEt venere et coenis et plumis Sardana-

[paZi'(l).

«Has de pedir alma sana en cuerpo sano. Pide ánimo fuerte, que no. tema la muer­

te, que ponga entre los dones de la natura­leza el único momento de la vida, que pue­da sobrellevar cualesquiera trabajos.

No sepa airarse, nada desee y tenga los trabajos y duras calamidades de Hércules

( !) Juvenal, Satyr., X .

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en más que los placeres y cenas y plumas de Sardanápalo.»

En resumen: cuerpo sano, alma fuerte y. capaz de soportar las fatigas pesadas, au­todisciplina, nada de pretensiones, mode­ración.

Pero sólo las almas grandes son capaces de esto.

IX.—Jóvenes magnánimas

Al pronunciar la palabra «magnánimo» no habéis de pensar en las heroínas de al­guna célebre hazaña, cuyos nombres re­suenan en el mundo entero y se ven estam­pados en los diarios. La mayoría de las mujeres no tendrán ocasión ni una vez en su vida de realizar una sola gesta heroica. Por lo mismo, aunque las muchachas mues­tren ardoroso entusiasmo, contando cómo morirían de muy buena gana por su reli­gión, cómo quisieran ofrecer su vida entre salvajes por Jesucristo, o con qué denuedo estarían dispuestas a derramar su sangre en cualquier momento por el bien de la patria o de los suyos..., por muy hermoso que tal entusiasmo sea, mientras no pase de ser un vago sueño, os diré que será de muy poco valor en la vida cotidiana. Por­que es muy probable que las muchachas nunca tengan ocasión de hacer tamaños sa­crificios.

Hay que aplicar, pues, esta fuerza inte­rior del entusiasmo fogoso al velamen de los pequeños deberes de la vida cotidiana, y entonces podremos librar en él enormes energías. Quien desea ir en tranvía, inútil es que lleve billetes de cien pesetas; si no tiene calderilla, el conductor le hará bajar, porque el tranvía no es un Banco de cam-

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bio. De la misma manera hemos de cam­biar los grandes ideales del entusiasmo, del martirio y del amor a la patria y a los nues­tros en calderilla para poder cumplir con constancia los mandamientos de nuestra religión y los deberes anejos al amor de la patria y de los semejantes todos, hasta los más pequeños.

Hoy día es improbable la muerte de mar­tirio por tu fe, y quizá tampoco hayas de morir heroicamente por tu patria y por los tuyos. Pero tu religión, tu patria y tus se­mejantes te piden, esto sí, una vida satu­rada de continuos heroísmos. Y esto es lo más difícil. El ejemplo de jóvenes desgra­ciadas que ponen fin a su existencia mues­tra muy a las claras que muchas veces es preciso más valor para la vida que para la muerte.

He visto muchachas temblar al solo es­tampido de un proyectil, y, sin embargo, enardecidas de amor patrio, celosas del bien de los suyos, desafiaron con entusias­mo heroico el furor de las granadas entre las camas de un hospital de sangre, sin abandonarlas un solo instante. ¡Su entu­siasmo tomólas valientes! Ahí verás que nada lograrás en la vida diaria sin esa fuer­za interior del entusiasmo.

Hay jóvenes que presumen de valientes y no hay en ellas más que ligereza y vani­dad. Quizá1 no teman la misma muerte; pero temen horriblemente los sufrimientos que las esperan en la vida, y este miedo las hace perjuras, pecadoras.

Temblando mira el público en el circo los saltos verdaderamente mortales de los acróbatas; pero ¿ crees, acaso, que la que juega con tanta ligereza con su vida podrá vencer, por ejemplo, la mentira, si a true-

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que de ella puede librarse de cualquier cosa balad!? Se necesita mucha menos va­lentía para estar en la línea de fuego que para perseverar firme en los puros princi­pios morales en medio de una sociedad que de la vida no tiene sino un concepto ligero. ¡Es valentía decir siempre la verdad! ¡Es valentía mantenerse siempre pura, honra­da, resistiendo los halagos tentadores! ¡Es valentía perseverar inconmovibles en nues­tros principios!, y esto es lo que hace la joven de carácter.

X.—«Pero ¡qué egoísta eres!»

No puede negarse que no es ningún cum­plido hablar así a una compañera. ¿ Qué es el egoísmo? Un amor a sí misma desorde­nado, desquiciado. El amor justo a sí mis­ma es mandamiento de Dios y al par un instinto puesto en nosotros. Es el principio de que brota la sustentación del individuo y que nos instiga a evitar todo lo que pue­da dañarnos. Pero el egoísmo es la carica- dura del justo amor a sí-mismo. La mucha­cha egoísta se cree ser el centro del uni­verso, que todo el mundo está hecho para ella y que todas las gentes tiene por único destino en esta tierra el servirla para su mayor comodidad. Juzga hasta los grandes acontecimientos mundiales según la venta­ja que para ella representan.

Cuanto más pequeña es la niña, tanto más vive bajo el poder de los sentidos, y es por esto mismo más egoísta. Mira si no cualquier pequeña de tres o cuatro años.

" ¡Cuántas exigencias tiene! Todo lo ansia para sí; todo lo acumula en su cuarto para que a los demás nada les llegue. A una pe-’

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queñuela se lo perdonamos, aunque preciso es acostumbrarla también al desprendi­miento ; y tampoco puede sorprender que una estudiante de la clase de primer curso manda a su madre, mediado ya septiembre, cartas en que diga, por ejemplo: «En la escuela ya tengo tres buenas amigas: Lui­sa Gómez, en latín; Inés Vivanco, en ma­temáticas ; Manolita Pérez, en castellano; son mis mejores amigas...»

Pero cuanto más se desarrolla tu enten­dimiento, tanto más has. de comprender -—“aunque no te hubieran educado para ello en casa—< que el mundo no está hecho tan sólo para t i; que no eres el personaje más importante de la tierra; que millones y millones de personas hay en tu derredor con quienes has de tener atenciones. A la que no comprende esto la llamamos egoísta.

Y es curioso notar que las muchachas tórnanse con facilidad egoístas precisamen­te en los años de la adolescencia; es decir, precisamente en los años en que más orgu­llo suelen sentir por su penetración de es­píritu y su ciencia. De la muchacha que es insoportable en casa, que se enfada con facilidad, que no deja en paz a süs padres y hermanos, que cierra las puertas con es­trépito, que pone ceño adusto, que siempre está descontenta, que no trata a nadie con comedimiento, suele decirse: «¡Es nervio­sa, la pobre!» ¡Qué va a serlo! Solamente es egoísta. •

Hay egoísmo si una estudiante acomoda­da describe ante su compañera pobre los viajes estupendos que ha hecho durante las vacaciones. Hay egoísmo si sueltas la puerta automática cuando sabes que al­guien viene detrás de ti. Hay egoísmo si te ríes cuando hay motivo de tristeza en la

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familia. Hay egoísmo si te burlas siempre de los demás y les das pie para, irritarse.

Acostúmbrate a practicar el desprendi­miento ya en tu juventud. ¡ Qué repugnan- . te egoísmo que una mujer no busque más que su propio interés en la vida y que esté dispuesta para lograrlo a pasar por encima

. de todos los demás! Pero ¿cómo llegó has­ta tal punto? Quizá haya empezado por cosas insignificantes en la niñez. Cuando jugaba con las demás en el jardín, en el parque, ella iba delante soltando las ramas de los arbustos para que fueran a herir en la cara a las que la seguían; esto sólo im­portaba : ella ya había pasado.

En cambio, ¡qué hermoso si se dice de alguien que es una joven de alma noble! La nobleza del alma es lo contrario del egoísmo. Si tu compañera tiene algún pe­sar, consuélala con unas palabras buenas que broten del corazón. Es nobleza de al­ma. Si se alegra, alégrate con ella ; tam­bién es nobleza de alma la egoísta en estos casos se pone amarilla de envidia. Si com­partes tu desayuno con tu compañera, tie­nes nobleza de alma. Si la ayudas por la tarde a aprender la lección, si procuras ale­grar a las demás, si tratas a las criadas con finos modales, si recoges a alguien cual­quier cosa que se le ha caído al suelo..., no eres egoísta. Ved ahí, pues, ¡qué grandeza de alma, qué elevación de pensamiento, qué amor al prójimo cabe en las insignifi­cantes pequeñeces de la vida de colegiala!

¡ XI.—¿Sabes decir no?

Sin el arte de decir «no» es imposible que haya una joven de carácter. Cuando los deseos, las pasiones de los instintos se

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arremolinan en ti, cuando después de una ofensa la lava encendida de gases veneno­sos bulle en ti y se prepara a una erupción a través del cráter de tu boca, cuando la tentación del pecado te muestra sus ali­cientes, ¿ sabes entonces con gesto enérgico pronunciar la breve y decisiva palabra: No? Entonces no habrá erupción. No ha­brá precipitación. No habrá riña. No habrá palabras altisonantes.

César quiso acostumbrarse a no hablar precipitadamente, a pesar las palabras de antemano, contando hasta veinte en sus adentros antes de dar una respuesta. Exce­lente medio. ¿Para qué sirve’ Para que nuestro .mejor «yo», nuestra comprensión más equitativa, pueda hablar, después de sentirse abrasada un momento por la lla­marada de los sentidos.

Por un espléndido camino nevado íbase' deslizando una joven en esquí. Al final de la colina se abría un profundo precipicio. La joven iba volando hacia abajo, lanzada como una flecha; pero he aquí que delante del precipicio, con admirable técnica, se para de repente y se mantiene allí en el borde de la sima como una columna de gra­nito. ¡Bravo! ¡Estupendo! ¿Dónde lo has aprendido? «¡A h !» -^contesta la mucha­cha—. No he empezado ahora. Al principio tuve que ensayarlo muchísimas veces para poderme parar en las más suaves pendien­tes.»

También el camino de la vida es una es­pecie de cabera de esquí, con innumera­bles precipicios. Y todas caen y todas van al abismo si no han hecho prácticas de pa­rarse infinitas veces, plantadas como co­lumna de mármol, y responder un recio y

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rotundo «no» á las tempestades turbulen­tas de las pasiones.

El ejercicio de la voluntad no es otra cosa que el prestar una ayuda sistemática al es­píritu de la guerra de libertad que ha de sostener contra el dominio tiránico del cuerpo. Quien se incline, sin decir una pa­labra, a cualquier deseo que se asome en su instinto, perderá el temple dé su alma y su interior será la presa de fuerzas en­contradas. Ahora comprenderás la palabra del S eñor: «El reino de los cielos a viva ■fuerza se logra y los esforzados son quienes lo arrebatan» (1).

Primera condición del carácter: guerra contra nosotros mismos y orden en la en­ramada salvaje de nuestras fuerzas instin­tivas.

Durante la guerra mundial se repitió' mu­cho este lema: la mejor defensa es el ata­que. En efecto, quien empieza la ofensiva gran ventaja lleva. También en el gran combate del alma conservarás tanto mejor tu carácter cuanto sean más y mayores tus acometidas; has de atacar día tras día, aun­que sólo sea en pequeñas escaramuzas, al enemigo que tiene sus reales plantados en tu interior, y cuyo nombre es pereza, co­modidad, desamor, capricho, glotonería, cu­riosidad...

Temo que ni siquiera puedas concebir cuán alto ejemplo de propio dominio dió A bauzit, sabio naturalista de Ginebra. Du­rante veintidós años estuvo midiendo la presión del aire, anotándola cuidadosamen­te. Un día entró en la casa una nueva cria­da, que empezó por hacer «gran limpieza» en el gabinete de estudio. Llega el sabio y

(1) San Mateo, XI, 12.

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pregunta a la muchacha: «¿Dónde están los papeles que tenía aquí debajo del ba­rómetro?» «¿Estos, señor? Estaban tan su­cios, que los he quemado ; pero los he cam­biado con otros, completamente limpios.'» Pues bien: piensa lo que tú habrías hecho, en semejante caso. Y ¿qué dijo él? Cruzó,, los brazos; por un. momento pudo adivi­narse la tempestad que rugía; y después dijo con sosiego: «Has destruido el trabajo de veintidós años. De hoy en adelante no has de tocar nada en este cuarto.»

Prueba a ver si en cosas menos impor­tantes puedes guardar la serenidad.

Se necesita gran vigor espiritual para que te atrevas a defender tu Aparecer y tus principios de moral aun en medio de una sociedad de pensar completamente distinto. Es menester una valentía muy recia para que no reniegues ni un ápice de tu convic­ción religiosa por amor a nadie. Pero la que está falta de esta valentía es un carácter débil y no¡ puede llamarse joven de ca­rácter.

Sin embargo, hay jóvenes que se rubori­zan de confesar con gallardía sus creencias en medio de las gentes por el «qué dirán». Hay muchas que, a pesar de su alto con­cepto de moralidad, las divierten las con­versaciones libres e incluso fingen ser «frescas...», y. hasta ellas mismas cuentan algunos chistes, porqué «las otras también lo hacen».

La que tenga carácter no preguntará: «¿Cómo habla aquélla...? Yo también ha­blaré de la misma manera.» La que tenga carácter no mirará: «¿Qué hace aquélla...? Yo haré lo mismo.»

La flor abre sus pétalos al rayo de sol de la mañana y no mira qué hacen las de­

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más flores, y baña su cabecita en el calien­te piélago de luz. ¡De cara al sol! —es lo que dice la joven de 'carácter—. El águila no espía con temor a las demás aves para ver si también ellas la siguen hacia arriba, sino que se lanza a las alturas serenas y puras, de cara al sol. Hacia arriba, ad astro,, ha de ser también la divisa de la joven de carácter.

Es una suerte si puede pronunciar—cuan­do es necesario—el «no» enérgico.

¡No! —has de decir a tus compañeras cuando ellas te inciten a cosas prohibidas.

¡No! —has de, gritar a tus instintos cuan­do ciegamente te acucian.

¡Np! —has de gritar a todas las tenta­ciones que, adulando, quieren envolverte en sus telarañas.

XII.—Fragmento de un diario

Copio algunas líneas del diario de una estudiante de la capital, de quinto curso. Verás en ella dos tipos: la una, ligera, in­dolente, que se deja llevar por la corriente que la arrástra, y la otra, que con carácter de acero sabe pronunciar el «no».

«Ayer fui a visitar a Juana; pero creo que pasaré mucho tiempo sin repetir la vi­sita. Mercedes también insistía, y tanto me instaba, que consentí por fin, aunque —Dios sabe por qué— hace ya tiempo que me sien­to alejada y extraña a ella. Sobre todo, des­de que al final de una clase de Religión dijo cínicamente a.las muchachas: «La Re­ligión es para las niñas, no para las jóvenes libres, independientes.»

«Antes de todo, he de decir algo de su cuarto. Ño es posible ver tanto desorden,

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ni en pleno mercado. Toco la campanilla. Una doncella con uniforme abre la puerta. «La señorita está estudiando en su cuarto. Sírvase pasar...»

«En los aposentos todo delata la riqueza y el bienestar; grandes cuadros en las pa­redes, alfombras persas a cuál más hermo­sas cubriendo el suelo.

»Toco a.la puerta de la «señorita»; pa­rece que debe estar estudiando muy ensi­mismada, porque no se oye contestación. Abro la puerta en silencio. Está acodada nuestra amiga Gámarza sobre un número de un semanario de modas, pero duerme. Debajo del semanario está la gramática francesa, abierta, para que, en caso de en­trar su madre, pueda hacerse rápidamente el cambio. En este momento no lo habría logrado...

»Antesr de despertar a la «estudiante» aplicada echo aprisa una mirada al cuarto. Sobre el escritorio están dispersos los si­guientes «instrumentos de trabajo»: un cuaderno /de apuntes manchado de tinta, la labor de punto enrollada de mala manera, la regla toda emborronada, un diccionario sin pastas. Sobre la butaca, unas medias; . más allá, rodando por el suelo y en medio de la habitación, los zapatos...

»A derecha e izquierda, diferentes libros: el Quijote, de Cervantes; Sotileza, de Pe­reda ; algunos tomos de Campoamor y de

-. Bécquer; La Imilarina del Teatro Real, mezclados, en el mayor desorden. En me­dio de todos, acá y acullá, asoman los libros y la gramática inglesa. Un trozo de lápiz, que conserva las huellas de los dientes, y cuatro billetes de tranvía completan el pai­saje. Y en medio de todas estas cosas duer­me con tranquilidad Juanita. ¡Dios mío

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—se me ocurrió—•, si el interior dé esta mu­chacha será también tan desordenado!

»Pero en esto ya sé había despertado. Con un movimiento maquinal agarró' el se­manario para cambiarlo por la gramática francesa; pero en cuanto notó que no era su madre la que entraba, con refinada ele­gancia me tendió la mano.

»— ¡Ah! ¿Eres tú? ¡Buenastardes! ¡Bue­nas tardes! Siéntate. Enciende. Es egipcio auténtico —y con. movimiento,elegante sa­có del escondrijo de un cajón un puñado de cigarrillos.

»—Gracias. No fumo. ¿A ti te lo permi­ten? ¿Quién te los ha dado?

»—Se los cogí a mi padre..., es decir..., me los dio, mejor dicho..., de allí proceden,. ¿Tú no fumas todavía? ¡Qué santita eres! Natural; así son las niñas; todavía no ha­cen lo que «no está permitido».

»Algo hervía en mí, pero me vencí y con­testé con tranquilidad:

»—Ciertamente, lo que mis padres me prohíben no lo hago. Hasta el presente siempre he podido convencerme de que te­nían razón. Pero no es sólo porque mis pa­dres lo encuentran abominable en una mu­jer, sino también por convicción. Y suelo ser consecuente con mis convicciones.

»Después empezó a hablar de su veraneo, de sus trajes. Contó, además, muchas cosas cursis; y hasta llegó a bromear en térmi­nos no muy loables para una mujer decen­te, a pesar de ver bien claro que yo: no me reía. Pero en cuanto sacó sus álbumes car­gados de fotografías suyas o de artistas casi desnudas y empezó a jactarse de sus con­quistas, me levanté y la dejé plantada. La ira que hace tiempo hervía en mí se des­bordó y fue un alarde de dominio de mí

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misma'no decirle más que esto: «Pero yo creía que me habías invitado para un rato de honesto pasatiempo...»

»Después de esta triste visita tuve que buscar el refrigerio del aire. Una fuerza in­explicable me empujaba hacia el aire puro de. una noche serena. En una noche de in­vierno, las estrellas parpadeaban con una luz fría. Me paseaba sola de abajo arriba, mi alma intranquila se levantó hacia el cie­lo y como en un rezo exclamó : ¡ Oh estre­llas! Vosotras sois puras, resplandecientes y límpidas en vuestra luz. ¡Cuánto barro en la tierra y qué sórdidas las almas!..., y fui errando largo rato con mis pensamien­tos abismados en las purezas eternas.

«Esta es la historia de mi primera visita a Juanita; pero a buen seguro que no se" repetirá...» *

*XIIL—Cometa en e! hilo telegráfico

La base de la virtud es el dominio de sí misma. En cuanto alguna se hace esclava de sus instintos, pierde inmediatamente la garantía mejor de su vida moral: el gobier­no de sí misma. La que se deja arrastrar, sin oponer resistencia, por los deseos sen­suales, no sólo pierde el derecho de llamar­se joven de carácter, sino aun el de lla­marse mujer. En el concepto de mujer se incluye el dominio, el saber oponerse a las pretensiones ilegítimas del cuerpo, a sus explosiones eróticas. Con asombro vemos en la vida cómo no sólo las niñas —en quie­nes prevalece el poder de los sentidos—, sino hasta las mujeres maduras, obran bajo la influencia de la impresión primera. Cuán increíblemente débil es su autodisciplina,

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que, sin embargo, podía ayudarles para considerar antes si su acción es justa, legal, conveniente, y las consecuencias que aca­rrea. Las olas instantáneas de la vanidad ofendida y de la ira, del sensualismo y del orgullo, etc., las empujan y arrastran a obras que, a los cinco minutos, son las pri­meras en lamentar. Un porcentaje enorme de conflictos morales y sociales se suprimi­rían en el mundo si las mujeres aprendie­ran a practicar bien una sola virtud: saber mandarse a sí mismas.

Al filósofo pagano Grates cierto día le golpeó tanto el pintor Nicódromo, que se le hinchó toda la cara. ¿ Sabes cuál fue la venganza de Grates? «Le pagó con otro gol­pe» —piensas tú—. No. Sobre su cara hin­chada puso esta inscripción: «Es obra de Nicódromo.» De esta suerte, toda la ciudad vio qué alma v il era el pintor y cuán aprisa se dejaba vencer por la cólera.

Una vez cierta estudiante tuvo otra so­lución en un caso parecido. Sin querer dio un empujón a una de sus compañeras; ésta no anduvo corta ni perezosa, y bruscamen­te le lanzó el pago. « ¡ Qué bruta!» Y ¿ sabes qué contestó' mi estudiante, con serenidad y calma? No le dijo más que esto: «Pero, por favor, ¿ cómo puedes olvidarte tanto de ti misma?»

Voy a referirte una anécdota respecto del carácter:

Un joven ateniense frecuentaba la.escue­la de un filósofo de renombre. Un día le anunció su próximo enlace.

—'¿Cuáles Son las cualidades de la pro­metida? —le preguntó el filósofo.

—Ella es bonita --le contestó el discípu­lo, emocionado.

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El maestro escribió un gran cero en el tablero.

—"¿Qué más? —preguntó él.—Ella es de familia distinguida.

. El filósofo escribió' otro cero."—Ella es rica.Otro cero...Y, así llegaron ya al cuarto cero.Al fin, el joven añadió :—Ella es de muy buen carácter.Entonces el filósofo escribió la unidad

delante de los ceros y, dirigiéndose al jo­ven y mostrándole en el tablero el número 10.000, exclamó:

—Tú tienes un tesoro.¡ Ya ves cuánta importancia tenía el buen

carácter de la mujer entre los propios pa­ganos!

Dicen que las mujeres de hoy tienen una manera de pensar terriblemente materia­lista. Es un hecho triste e innegable. Y, no obstante, incluso estas mismas mujeres que tienen un concepto tan rastrero del mundo, tan apegado al fango de la tierra, ofrecen el tributo de profunda pleitesía a mujeres en quienes el espíritu triunfa de la materia.

¡ Con cuánto entusiasmo acogió el mundo entero no ha muchos años la noticia de que Amundsen, el viajero impertérrito de los Polos, después de muchas privaciones, llegó al Polo Sur! ¡Y qué sincera fue la compa­sión cuando supo que Shakleton murió he­lado unas millas antes de llegar a su tér­mino!...

Tampoco hoy se pide a la joven cristiana otra cosa que carácter, y bwen carácter; más que la belleza se alaba e^ ella el triun­fo del espíritu, del alma, sobre las fuerzas del cuerpo, de la materia, de la naturaleza. ¡Esas mujeres necesita el mundo!

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En una pequeña ciudad de provincia en­contré un día por la calle a un niño que lloraba a voz en cuello. Durante largos días había trabajado en hacer una hermosa, co­meta, habíala adornado, pegado..., y cuan­do ya quiso soltarla, se le quedó1 prendida en un hilo telegráfico. La hermosa cometa, que se retorcía impotente bajo el soplo del viento sobre el hilo, se iba destrozando y el niño lloraba al pie del poste telegráfico por aquel trabajo hecho con tanto esmero y so­licitud.

El alma de cada muchacha bien volaría hacia las alturas; pero la de muchas queda prendida —por desgracia— en los arenales del entendimiento que duda, en los escollos de la moral, en las redes de las pasiones. ¡Pobre'niño! ¡Cómo llora cuando su come­ta, que con empuje emprendió el vuelo, se enreda entre los hilos extendidos, y se hace jirones! ¡Cuidado que tu alma en su as­censo no quede aprisionada entre las garras de las pasiones y en el laberinto inextrica­ble de las fuerzas desordenadas del ins­tinto !

*XIV.—Contra torrentem!

Imaginaos, por un momento, una mujer de mal carácter; mujer cuyo espíritu es un verdadero torrente qúe nadie es capaz de contener. ¿Cómo vivirá? Poco menos que como una furia desatada... Se cuenta de Sócrates que le cupo en suerte una de esas furias, la tremenda y sin par Xantipa.

Un día, esa dama, después de haber lle­nado de improperios a su paciente marido, le arrojó sobre la cabeza un balde de agua. Tal hazaña fue contestada por Sócrates con

- esta frase, entre serena y burlona: «¡Ya

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sabía yo que la tronada de todo el día ha­bía de acabar en agua!»

Piensa, pues, ¡cuán insoportable es una mujer de mal carácter! En cambio, ¡qué facilidad proporciona la joven que sabe ser serena y dueña de sí; que vive con ente­reza sus convicciones, despreciando la iro­nía-y el ruido de los demás! ; esa sí que es una joven de carácter. Contra torrentera. ¡Contra la corriente!

Tampoco la que esté pendiente continua­mente del qué dirán de esto las demás es todavía un carácter autónomo, sino una es­clava del respeto humano.

Judit, lá heroína de Betulia, en presencia de Holofernes, no tuvo miedo de negarse a comer las viandas que éste le ofrecía, sino que, valerosa, respondió al general asirio: «No podré ahora comer de esas cosas que mandás darme por no acarrear contra mí la indignación de Dios, sino que comeré lo que he traído conmigo.»

Firme en la resolución de salvar a su pueblo, Judit no se deja vencer por la mo­licie y el regalo de Holofernes: la fe en su Dios la ha enviado al campamento y sostie­ne su debilidad. Sabe que es bella y que su belleza le brinda un puesto brillante entre el pueblo asirio; mas todo esto no tiene fuerza ninguna para hacerla claudicar.

¡Era una mujer de carácter!La mujer de voluntad fuerte se abre ca­

mino aun por las rocas, como la cascada, y las almas valientes, autónomas..., las al­mas de carácter, se levantan a fuer de pi­rámides, en el desierto árido del mundo moderno, falto de Carácter, llm heroísmo capaz de conmover al mundo no entra en el destino de todas las mujeres. Es muy probable que tampoco en tu vida se pre-

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gente la ocasión. Pero tu misma vida será un ejemplo heroico, si con celo perseve­rante, con fiel escrupulosidad, cumples los deberes más insignificantes de cada día.

¡Y no temas tanto a las personas de pa­labra estentórea! Si levantas la voz con valentía en defensa de tus'principios, verás no una, sino muchas veces, cómo retroce­den. No son toros bravos para cogerte con sus cuernos; más bien son caracoles gigan­tescos que al primer toque de algo recio se ocultan —con cuernos y cabeza— en su propia concha.

Vemos con gran satisfacción que la ju­ventud de hoy es mucho más religiosa que la juventud de hace veinte o treinta años. Tiene que ser así: de lo contrario, se arrui­naría la cultura europea, desaparecería el hombre y aumentarían las ñeras...

Rabindranath Tagore, el poeta indio, du­rante su viaje a nuestro continente, hizo constar que la moral de la llamada Europa cristiana queda muy atrás, si se parangona con la moral del Orienté pagano. El espí­ritu materialista del siglo xrx, que negaba el alma, todo ideal, a Dios y el destino ul­tra terreno, llevó toda la cultura occidental a una pendiente, y no hay fuerza que pue­da detener su caída, como no sea una ju­ventud consecuente con sus creencias reli­giosas y capaz de entusiasmarse por nobles ideales.

¡Una j u v e n t u d consecuente con sus creencias! Es decir, una juventud católica, no sólo por su partida de bautismo, sino también por su manera de vida.

Una juventud que en todas sus obras, en todas sus palabras, en todos sus pensamien­tos, sepa sacar, hasta el último ápice, las consecuencias de este ideal sublime: ¡Soy

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una joven católica! Y si lo soy, he'de vivir como católica, ahora en mi vida de mucha­cha y más tarde en el estado o profesión que escoja. Pero siempre y en todo ¡fiel a mi convicción religiosa!

**XV.—Vanidad y coquetería

Mira a esa joven que gasta las horas del día en componer su rostro y su vestido. Es un modelo perfecto del escaparate de una perfumería o de una tienda de modas. Muy bien pudiera aplicársele e l dicho satírico de Plauto en una de sus comedias «La mu­jer y la nave, nunca están bastante com­puestas.» Y si mucho me apuras, dij érate que hubo un autor que definió a la mujer con estas burlonas y curiosas palabras: «La mujer es un ser que se viste, charla y se desnuda.» «C est un étre qui s’habille, babille et se déshabüle.»

Joven mía, ¿acaso eres tú una. de esas damiselas como la que te he presentado, de quien el poeta Terencio diría que «pasa un año entero en componerse y peinarse»? (1). No, yo pienso que tú no eres de ésas, por­que la joven de carácter no puede ser va­nidosa.

Vanidad equivale a vano, vacío o, lo que es lo mismo, a fatuidad, Taita de juicio, y una muchacha sin juicio no puede tener carácter, sería un alma chica, apocada, sin ideales, sin amplitud de horizontes, que sólo vería las cosas por de fuera, y que, en vez de tejer la tela inmortal de su vida, tejería tan sólo telas de araña... 1

(1) «Dwm poliuntur, dum comuntur, annus est.yy

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Claro está que nuestra época lleva, con­sigo una serie de costumbres frívolas que contrastan con el enorme valor económico que damos al tiempo. Los hombres, por no entretenerse, casi ni saludan, ni cuidan de ofrecer su asiento en los vehículos. ¡Van tan embebidos en sus problemas diarios, que no ven ni oyen!

Estamos habituados ya a oír esta frase: «¡Es que no hay tiempo para nada!» Sin embargo, en el mundo femenino continúa desperdiciándose el tiempo, del que tan avaro es el hombre. La joven rica, dé gran posición social, lo gasta en el tocador y en s la modista. Las mañanas las -necesita para su persona. A las diez y media, el desayu­no de té y una tostadita para no engordar; gimnasia durante veinte minutos, el baño con sales propias y el masaje para disolver grasas; la peluquera, la manicura, la mo­dista... Total, que termina su aseo a la hora de comer o, cuando menos, a la del aperi­tivo, que siempre ha de tomar en un lugar de moda y vestida por el último figurín...

Luego, la comida, el café, el pitillo, la lectura de revistas cinematográficas o de modas. ¿Trabajo? Ninguno ; el té con las amigas y amigos, el cine o el teatro, la equi­tación, la caza, el baile, la murmuración y el fisgoneo de vidas ajenas son todos sus quehaceres. El culto a sí misma es el tema de cada día... Los deberes de cristianadla ocupación seria, el empleo útil del tiempo, ¿eso? «¡Rancierías!» ¡Son cosas poco inte­resantes!...

Mas, ¡oh maravilla! A pesar de todo, es­tas jóvenes exclaman a menudo que ¡«se aburren»! Sí, se aburren de veras, porque teniendo tiempo para todo, lo gastan en no

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hacer nada útil..., lo. gastan en halagar su vanidad.

También hay jóvenes que no siendo ricas desperdician su tiempo; con tal de presu­mir y halagar su vanidad, no les importa sacrificar su alimento y su sueño o el bien­estar y la paz de los suyos. La necesidad las obliga a ganar un sueldo o un jornal.¿ Qué importa que mis padres coman peor? Lo que me interesa es tal traje o tal fiesta. Presumir, figurar, triunfar entre todas, ése es mi lema... Si en su casa hay hambre, amarguras, dificultades, no importa. ¿Por qué ellas han de ser menos que las ricas?

¡Infelices! Olvidan que una joven de ca- ' rácter, una joven cristiana, tiene serias obligaciones que cumplir ; ha de adminis­trar su tiempo de tal manera, que la vani­dad no halle cabida en él.

Pero me dirás: «Yo no soy vanidosa, sino tan sólo coqueta...» Bien, no cabe duda que una mujer es siempre ornato y gloria de su casa y ha de tratar de agradar a todos cuantos la rodean; pero sin que este agra­do y ornato sean el fundamento y ocupa­ción de su vida. Consumir su tiempo en acicalarse y componerse no debe hacerlo ninguna mujer, menos una joven de ca­rácter.

Aseo, limpieza, higiene, gusto por aque­llo que favorece su persona, ésa es la co­quetería necesaria a toda mujer...; lo su- perfluo, lo que desfigura el rostro, lo que cambia la expresión qüe Dios le puso, eso s no es coquetería, sino vanidad. La coque­tería bien administrada es fuente de gra­cias y de atractivos; vanidad es, no pocas veces, el camino de los vicios.

Vanidad es hacer de un traje el motivo único de la vida; vanidad es estar pen­

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diente del espejo constantemente; vanidad es dedicar a nuestro aseo más tiempo del que aconseja la prudencia. El baño, a ser posible, diario; el peinado, la limpieza de la iboca y de las prendas de vestir, todo esto es coquetería, dando a esta palabra el sen­tido fundamental de bien parecer que an­tes indiqué.

Si eres bella, no te gloríes de ello; es don prestado; da gracias a su Dador; si tienes hermosa cabellera, buena estatura o graciosas formas, piensa que no son tuyos,. son dones prestados que estás obligada a cuidar y que no tienes derecho a desfigu­rar. Todavía comprendo que ayudes a tu natural ora con buen peinado que da más gracia al rostro, ora con un vestido de buen corte y color adecuado. Así realzas doble­mente estos dones de Dios ; pero no admito que dediques tu tiempo exclusivamente a bien parecer, estudiando ante el espejo pos­turas interesantes, gestos graciosos.

Por más bellas que sean las obras de los hombres, la obra de la naturaleza despier­ta más admiración. Más de una vez oirás esta frase: «¡Guapa muchacha; todo en ella es natural; su persona despide un ex­traordinario hechizo!»

En suma, amada joven, la afectación en los movimientos, en el traje, en los gestos del rostro, en la conversación, es hija de la vaciedad... Pon tu mayor empeño en que jamás se pueda decir de ti: «¡Tu cabeza es hermosa, pero sin seso!»

XVI.-—«Víctor hostium et sui.»No hay quizá empresa más ardua que la

de hacer comprender, cual cumple, a una • inquieta muchacha de catorce a dieciséis

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años, por cuyos nervios pasan corrientes eléctricas de gran tensión y por cuyas ve­nas corre, no sangre, sino lava encendida, cuán heroica y sublime es la victoria de sí misma, la paz, la serenidad, la paciencia.

¿De modo que si una amiga me embro­ma con sus burlas, yo no puedo contestarla con coraje, con dureza? ¿Si se complace en molestarme estropeando mi atavío, mis li­bros, mis adornos, yo ño puedo increpar­la?... ¡Ah!, eso es superior a mis fuerzas; es punto menos que imposible.

El dominio de sí misma no es el silencio de una voluntad endeble, no es una resig­nación pasiva, sino clara muestra de una voluntad disciplinada, que es dueña de to­das las circunstancias, y sabe pesar de an­temano el significado de la palabra que se va a pronunciar. '

El dominio de sí misma no goza de sim­patías entre las jóvenes, porque éstas le dan un significado erróneo. El dominio pro­pio no significa, ni mucho menos, que haya­mos de sufrir todo ataque con mansedum­bre de cordero y recibir cualquier ofensa sin una frase de réplica. No. Quien tiene reconcentrada su fuerza de voluntad podrá contestar también a la ofensa; pero no se rebajará con violencias, vituperios ni gro­serías a la condición rastrera.de su adver­saria, sino que con modales llenos de digni­dad y con palabra bien mesurada herirá a la ofensora en su punto más sensible.

. La que no tiene dominio de sí misma se parece al que no sabe andar; no puede ha­cer pie, y a cada paso tropieza. Sin dominio de ti misma es imposible que seas mujer de carácter. ■_ Un sublime ejemplo nos dio N uestro Se­ñor Jesucristo cuando en el proceso de la

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Pasión un soldado le hirió' en la cara. EÍ Señor hubiera podido castigar con la muer­te a aquel hombre que ultrajaba a un Dios. Y ¿qué hizo? Con admirable serenidad le dijo: «Si yo he hablado mal, manifiesta lo malo que he dicho; pero si bien, ¿por qué me hieres?» (1).

XVII.—¿Torre de castillo o veleta?

En las ciudades medievales pueden ver­se con frecuencia ruinas de fortalezas o de castillos antiguos. Cuando todo el edificio ya está desmoronado, la torre sigue desa­fiando aún años y más años la fuerza des­tructora del tiempo.

Cuando estas torres seculares clavan in­móviles su mirada de piedra en el ajetreo de una vida nueva que se agita bajo sus pies, en medio de aquel vaivén descabella­do, parecen la viva imagen del carácter „ a sus pies todo cambia, se inclina, se adap" ta, se vende, se compra, pero ellas no ceden ni un ápice de sus principios.

Esta torre antigua viene a ser el símbolo del carácter firme de la mujer que sabe cumplir su deber. Y como hubo un día en que esta torre era la defensa más fuerte de los habitantes del castillo, así también hoy la mujer de carácter' es la colum­na más poderosa de la sociedad humana.. «¡Donde te colocó el destino, allí mismo sé toda una mujer y no abandones jamás el puesto!» —pregonan las piedras mudas de la torre secular—■. «Miradme ; yo no fui edificada en un solo día; ¡ cuántos bloques de piedra tuvieron que acumularse!, y ¡ con 1

( 1 ) Sa n Ju a n , X V I I I , 23.

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cuánta fatiga, con qué voluntad, a costa de cuántos sudores! ; pero ahora vedme aquí venciendo los siglos.»

Hija mía, y tú ¡cuán fácilmente te can­sas! ¡Cuántas veces te lanzas con ardor juvenil: ahora, ahora tomaré la senda del carácter; de hoy en adelante me dedicaré con ahínco a modelar y forjar el temple de mi espíritu! Pero pasan horas, pasan días, y se achica la llama del entusiasmo, se apa­ga el fuego, y tú... sigues como eras antes.. Para edificar la torre necesitáronse años,

quizá docenas de años, y tú ¿quieres hacer «carácter» en un solo día? Piénsalo: el ca­mino del pecado, aunque ameno al princi­pio, está sembrado de flores engañosas; al final te aguarda amargo despertar. En cam­bio, si es difícil al principio seguir el sen­dero de la virtud, se hace más fácil a cada paso y en su meta te espera la paz de una conciencia tranquila.

Y mientras estoy mirando la torre del castillo veo algo en la cúspide que está mo­viéndose de continuo. Ya se vuelve hacia acá, ya gira hacia allá... ¡Ah!, sí... Es la veleta. No tiene dirección fija, no tiene base sólida, casi diría; no tiene principios, no tiene carácter. Porque si lo tuviera, en vano le cantaría el viento sus canciones al oído. Negar los principios, ceder algo de la propia convicción, porque así resulta más cómodo, porque así se puede hacer una ca­rrera más brillante, porque en el mundo entero sopla el viento en esta dirección, es lo propio de la veleta. Pero dime: ¿puede llamarse mujer quien se deja guiar en sus acciones, en sus principios, en su convic­ción, por circunstancias exteriores, por el parecer humano?

Y, sin embargo, conoces a muchas com­

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pañeras de está índole, ¿verdad? Son las que no caminan por sus propios pies, las que son menores de edad espiritualmente, las que en todo miran tan sólo lo que va a decir la vecina.

La conciencia levanta su voz : Oye, tú, no leas este libro; sabes que rebosa de in-

, mundicias morales; ¿por qué hundir el ropaje niveo de tu alma pura en un pan­tano de vicios? Conforme; no lo leeré. Pero entonces llega la amiga: ¡Hola!, beatita, que no eres más que una ingenua. —¿Có­mo? ¿Yo una ingenua? —y ya lee el libro. Lo lee, y mientras vuelve las páginas va hundiendo su alma en la charca.

Grita la conciencia: ¡No vayas a ver esta obra teatral, esta película; abandona esa mala compañía! ■ —S í; pero van también las «otras»; las «otras» también se divien- ten, ¿por qué he de ser yo, precisamente, la excepción?

Sí, sí; ésta es la manera de obrar y de pensar... de las veletas.

Pues bien, medítalo: ¿qué quieres ser? ¿Torre de castillo o veleta? ¿La cobarde esclava del respeto humano o la noche pri­sionera de tu conciencia? *

*XVIH.—La prisionera de la conciencia

¡La prisionera de la conciencia! ¡Será un título de alguna peregrina novela de amor! —piensas tal vez en tu interior—■. Te equivocas. El encomio más hermoso que se puede hacer de una joven es decir de ella: Es dueña de su voluntad, es prisione­ra de su conciencia. ¡Permanecer inque­brantablemente fiel a todo cuanto manda la conciencia! Si eres capaz de ello, eres una joven de carácter.

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En el carro hay un pequeño clavo; casi no se nota; el clavo del eje. Si se pierde, el carro sigue andando un ráto; pero de repente salta la rueda y vuelca el carro. .

También por la ruta del carácter encon­trarás un diminuto instrumento, insignifi­cante al parecer. Es la sumisión sin reserva a la palabra de tu conciencia. Sé, pues, sier- va, fiel, mansa ovejita de tu conciencia.

Hay dos enemigos que luchan contra ella. En primer lugar la denigra en torno tuyo el mundo entero; después te instigan a la rebeldía tus inclinaciones desordena­das, tus instintos que se despiertan.

Acaso tienes momentos de tanto entu­siasmo que abandonas casi la tierra y te lanzas a las alturas. Haces el firme propó­sito de seguir siempre la voz de tu concien­cia. Nunca te desviarás del camino del bien. No dirás, no pensarás, no harás nada que sea pecado. ¡Te sientes tan feliz en es­tos momentos!

Pero ¿qué ves en el momento siguiente? . Que ni ésta ni aquélla de tus compañeras cumplen los mandamientos de Dios. En este libro, en aquel teatro, en tal película, ves la mofa continua de tus nobles princi­pios. Y ahora te llega la prueba difícil: aunque todo el mundo sea malo, ¿sabrás conservarte tú en el deber?. Si en la escuela las muchachas fuesen viles, ¿podrías tú permanecer firme en tus nobles ideales?

Si todas mienten, ¡ tú nunca!Si otras menosprecian el precepto grave

de la misa dominical, ¡ tú nunca! .Si manchan su recato con modas atrevi­

das, ¡tú nunca!Después viene otra prueba. Tu constan­

cia no tiene solamente enemigos- exterio-

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res ; también los tiene interiores, domésti­cos, que se esconden en el fondo de tu pro­pio ser.

La conciencia, según San Bernardo, es «la ciencia del corazón»; pero también sue­le llamarse voz de Dios, y con razón. ¿Quién no ha oído alguna vez; en su inte­rior esta palabra? Cuando la joven estaba ya a punto de mentir, oyó en su interior una voz que la amonestaba, a guisa de cam- panita que hubiese empezado su repique­teo: «¡No lo hagas, no lo hagas!»

Cuando puso la mano en cosa ajena, la campanita empezó a tocar de nuevo. Y cuando se veía presa de unas tentaciones graves, parecíale que hasta varias campa­nas tocaban a rebato; tan fuerte gritaba en su alma la conciencia: «¡No lo hagas! ¡No lo hagas!»

Te lo repito, querida: acostúmbrate en . la juventud a seguir incondicionalmente la

voz de tu conciencia. Ahora es cuando se decide si más tarde serás o no mujer escru­pulosa en el cumplimiento del deber. Y ten en cuenta que la mujer de conciencia tiene el mismo valor para la sociedad que una columna en que descansa todo el edificio.

Quien es prisionera de su conciencia es prisionera de Dios, y la mayor libertad es ser prisionera de Dios. No concibo mayor alabanza que la que se hizo de un diputado inglés muerto en la flor de la edad: «En todo su ser están acuñados los diez manda­mientos.»

No temas a nadie; teme tan sólo a tu conciencia. No encaja con el carácter el abandonar por miramientos humanos, por miedo a habladurías o a la ironía, cualquier cosa que te prescriba o apruebe tu concien-

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cia. Recuerda que: «¡Todo pasa, pero la conciencia queda!»

La joven que no se atreve a rezar, o no entra en la Iglesia porque «otras la ven», es prisionera también; pero no es prisio­nera de la conciencia, sino del miedo co­barde de las gentes.

Una mujer será tanto más perfecta cuan­to mayor fuerza de voluntad posea. Sí, vo­luntad guiada por un gran espíritu de fe y una conciencia delicada.

La que al hacer algo espía con pavor lo que dirán los demás, no tiene voluntad, y su carácter aún no está formado. Y quien sigue en sus acciones los anhelos del cora­zón, pero no pide consejo a su entendimien­to ; quien atiende a sus deseos agradables más que a los austeros deberes, no es un carácter fuerte.

Los reyes persas, para dormir, ponían en su almohada 50.000 talentos de oro, suma exorbitante. El emperador Calígula no se contentaba con guardia nocturna, sino que quiso que le velasen su sueño hasta las ñe­ras, para que nadie pudiese penetrar hasta él. Artenón puso un escudo enorme sobre su cabeza para que si caía el techo durante la noche no lo matase. ¡ En vano! La mejor droga para dormir es la buena conciencia. Ein gutes Gewissen ist ein sanftes Ruhekis- sen, como reza el dicho alemán: «La buena conciencia es la más blanda almohada para dormir.»

¡Sé dueña de tu voluntad y prisionera de tu conciencia!

Emerenciana, joven romana de trece años, un día fue sorprendida orando junto al sepulcro de Santa Inés, su hermana de leche. La intiman que reniegue de Jesu­cristo; rehúsa con energía. Su negativa

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exaspera a los paganos que le lanzan en­tonces una lluvia de piedras. Sale de süs labios un «/creo/» ardiente como la sangre que brota cálida de sus desgarrados miem­bros.

Y así, bautizada con su propia sangre, muere Emerenciana sobre el sepulcro de Inés: Era una joven de carácter, porque era prisionera de su conciencia.

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CAPÍTULO íí

OBSTACULOS D E L A FORMACION DEL CARACTER

S U M A R I O

I.—Obstáculos de la formación del ca*rácter.

II.—Hojas en alas del viento.**IÍI.—La Cruz de San Jorge.

IV.—Cardos en el sembrado.V.—El combate del alma.

*VI.—Y ¿sin sacrificios?VII.—El monje domador.

VIII.—Quien se levanta de mal talante.IX.—«No tengo suerte.»*X.—«Lo he intentado en vano.»

*XI.—Valde velle!*XII.—«¡Fuera los Alpes!»

*XIIL—Frente a la suerte.XIV.—La protectora de París.XV.—El peligro del éxito.

XVI.—¿Dónde está Asia?XVII.—¿Quieres prestarme...?

XVIII.—El demonio del dinero.*XIX.—¿Cómo se cazan los monos?

XX.—Hasta dónde llega la sábana...*XXI.—¡O morir o trabajar!XXII.—«Me dolía la cabeza.»

*XXIV.—La grulla sin cola.XXV.—Temblorosa llama de bujía.

XXVI.—El caracol y la liebre.XXVII.—¿Genio o diligencia?

XXVIII.—La paciencia activa.XXIX.—La educación de la voluntad.

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En la formación del carácter hay un crecido número de obstáculos, y no es raro que muchas jóvenes tropiecen con ellos y echen a perder su carácter.

Uno de estos obstáculos, como ya has po­dido ver, es el temor que de continuo te acosa: bien, yo tengo mis principios sóli­dos en esta cuestión; pero si los digo, ¿qué dirán los demás? Quien no hace sino correr en pos del beneplácito de las gentes, de sus favores, y por ello está dispuesta a negar los principios, de antemano aceptados, es muy natural que nunca llegue a formarse un carácter firme. La joven de carácter no sé preocupa del juicio que sus obras me­rezcan a la gente, sino del fallo que sobre ellas emita su propia conciencia. ¡Qué es­pectáculo más triste, por ejemplo, el de aquellas jóvenes que «por amor a la socie­dad», mejor dicho, por temor al ridículo, sostienen conversaciones, hacen cosas a las que su alma delicada vuelve las espaldas cuando están a solas y no siente la malé­fica influencia del respeto humano!

Otro obstáculo del carácter son las fuer­zas desordenadas de nuestro interior; y es un contrasentido hablar de carácter mien­tras no háyamos puesto en orden este bos-

I.—Obstáculos de la formación del carácter

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que salvaje. En el alma de cada joven hay- una o dos pasiones grandes, vehementes: hay algunos vicios que la dominan. Descu-

. brir estas pasiones y tenerlas a raya, he aquí el camino seguro para la formación del carácter. No pierdas el tiempo en la ex­tirpación de faltas pequeñas. Sujeta la pa­sión dominante; después vencerás con fa­cilidad las restantes. En esta joven,. por ejemplo, el vicio capital es la vanidad, el culto a su persona; en otra, es la gula inve­terada ; en una tercera, la charla continua; en la de más allá, la ira precipitada, o el amor propio exagerado, la testarudez, la comodidad. Todos estos defectos son otros tantos focos de rebeldía, en el reino de tu alma. Si no los vences a tiempo, si no los encadenas ahora, muy mal te saldrá más tarde la partida.

El obstáculo más peligroso en la forma­ción del carácter es, precisamente, la mar­cha lenta. La labor de la auto-educación es un juego de paciencia que requiere largos años y decenas de años. Y ésta es su difi­cultad.

¿Conoces ya la ley de la cristalización? Sabrás entonces que si en un líquido satu­rado en que hay diferentes materias dilui­das y las moléculas están entremezcladas ponemos un pequeño cristal, de éste ema­na una misteriosa fuerza de atracción, y lentamente va atrayendo todas las molécu­las que tengan la misma naturaleza que el cristal. El cristal se hace cada vez mayor, y si nada estorba durante algunos meses este lento proceso de cristalización, se con­vertirá en magnífico cristal de pequeño trozo allí colocado. Pero, nótalo bien: ¡Si en la cristalización no hubo estorbo! De lo contrario, si no existe la tranquilidad ade­

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cuada, se formarán unos cristales contra­hechos.

Ün proceso análogo tiene la cristaliza­ción del espíritu. Si los pensamientos de que saturas tu Conciencia son siempre no­bles, elevados, ideales, entonces éstos, como por una especie dé afinidad química, irán levantando en el fondo de tu alma otros pensamientos semejantes; y si en los lus­tros de tu juventud, prosigue en ti este es­tado, los buenos anhelos formarán un cris­tal voluminoso que obstruya el camino a todo pensamiento extraño, y no permiti­rá que llegue a prevalecer una tendencia aviesa.

En el «líquido saturado» del alma huma­na van arremolinándose también las mo­léculas del mal moral. Hay muchachas que durante los floridos años de su juventud pusieron estorbos con reiterados tropiezos a la cristalización tranquila de la bondad de su alma. Las caídas morales, natural­mente, atraen las moléculas del mal, y por tal motivo estas jóvenes tendrán almas re­torcidas, serán cristales contrahechos.

II.—Hojas raí alas del viento

Obstáculo grande para la formación del carácter es la vida agitada, la marcha des­enfrenada y los millares y millares de im­presiones que nos brinda la época actual; todo lo cual no favorece, por cierto, la tran­quila formación del carácter. Feliz la joven que, aun hoy día, puede consagrar largos ratos al cultivo de su desarrollo espiritual, y cada noche, durante su rezo, encuentra coyuntura de bajar algunos momentos al fondo de su conciencia y descubrir si en su

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alma de cristal, cuidadosamente guardada, se han aglomerado o no moléculas nocivas, polvo de pecado, o quizá piedras, si no ya rocas. Quien va con la corriente un día y otro día, a flor de agua, sin cuidado, sin preocupación, no llegará a conocerse nunca.

¡Qué estado más digno de compasión! Son innumerables las colegiales estudian­tes de hoy que conocen las regiones de Alaska y saben recitar sin una falta los ríos que desembocan en el Yang-Tse-Kiang, y, sin embargo, ¡no conocen su propia al­ma! Porque si la conocieran, se espantarían de la selva tupida que forman la hiedra y la enredadera chupando la savia vital, y por donde corren en tropel las fieras san­guinarias de las pasiones sin freno, fieras que llegan a destrozar en sus albores la vida que se despliega.

Estas jóvenes que sueñan con ser inde­pendientes no lo alcanzarán ni siquiera en la edad madura, porque las olas de bajos intereses materiales, de miramientos hu­manos y de violentas pasiones las estrella­rán contra las rocas de la vileza, como el viento cortante de noviembre remueve por millares y millares las hojas de los árboles, muertas, secas, caídas. ¡Hojas en alas del viento! ¡Pobres almas!

Estas jóvenes, ya mujeres, serán como trozos de madera que arrojados en impe­tuoso río son arrastrados por la comente del agua sin saber por qué ni a dónde.

Serán como ovejas que a centenares co­rren, sin tino ni concierto, detrás de su guía que lleva el cencerro.

Serán como veleta en la cúspide de la torre, volviéndose acá, girando allá, sin sa­ber cuáles son los vientos que las mueven. ¡Hojas en alas del viento! ¡Pobres almas!

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Durante la guerra de Crimea hizo fal­ta un cuerpo de enfermeras hábiles. Mis Nightingale, dama inglesa, se ofreció y fue admitida ■ su propuesta, partiendo de Lon­dres con treinta y siete enfermeras.

Esta piadosa comitiva llegó a Scútari en el momento preciso en que se comenzaba a transportar heridos a Balaklava. ■

Pocos meses después de llegada mis Nightingale a Crimea decía (Mr. Maodo- nald: «Esa incomparable mujer calma con su tierno aspecto el dolor de los agonizan­tes. Su presencia a la cabecera del lecho mortuorio es bastante para que en el ros­tro del agonizante brille una sonrisa de consuelo y de esperanza.»

Permaneció esta incomparable mujer, impávida, en medio de las enfermedades contagiosas, y su pupila no tembló al pre­senciar las operaciones quirúrgicas. Había prometido sacrificarse por los heridos, y lo cumplió' con fidelidad. ¡No quiso ser hoja en alas de viento, sino palmera perenne!...

Su heroísmo y su constancia fueron pre­miados en la tierra. El Sultán le regaló un magnífico brazalete de brillantes; la reina Victoria, una cruz de San Jorge en campo blanco, esmaltada de rubíes, y en torno de ello uña banda negra, color dé la caridad en Inglaterra, con una inscripción en, letras de oro que decía: «Bienaventurados los mi­sericordiosos.» (Blessed are the merciful.)

Hija mía, cuando estás luchando con los obstáculos en el camino del carácter, pien­sa que tu heroísmo y constancia serán pre­miados con mayor largueza y esplendidez que podría hacerlo ningún hombre de la

—La Cruz de San Jorge

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tierra; piensa que tomas en tus manos, no la cruz de San Jorge, sino la Cruz de Jesús —'esmaltada con los rubíes de su sangre santísima—, cuyo fulgor se pierde en la eternidad.

ÍV.—Cardos en el sembrado

Contemplad el campo de trigo en el mes de mayo. En el sembrado fresco y tierno, acá y acullá levanta su cabeza un tallo seco, la cizaña, alguna mala hierba. Toda­vía no son peligrosos, hasta parecen brotes inocentes y sin importancia; pero a medi­da que crezcan se volverán más espinosos, más duros.

Joven: tú también frisas en el mayo de tu vida, y también has podido notar en el sembrado de tu alma el tallo del cardo. Tus malas costumbres, tu terquedad, no eran tan sensibles durante la niñez; pero a me­dida que vas desarrollándote se vuelven cada vez más espinosas, más duras tus fal­tas, si no las atacas en la noble liza de tu propia educación.

¿Qué será de la joven que no entable esta lucha y no se preocupe de su alma? ¿ Qué será de aquella cuya talla se aumen­ta de año en año, cuyos pulmones van en­sanchándose, pero sólo es el cuerpo el que crece y queda el alma raquítica? ¿ Qué será de ella? Pues muy sencilló: la hierba mala, el cardo, la cizaña se desarrollarán en ella con gran empuje; bien sabes que no nece­sitan ningún cuidado; antes bien, tienen marcada preferencia por los eriales; pero el sembrado antiguo y noble se muere, se ahoga bajo la hierba mala que se cría en abundancia.

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Esta joven, si la mandan algo en su casa, contestará con torcidas muecas.■ Si la preguntan algo, sólo tiene un mo­vimiento de hombros, una mueca.

Hay algo que la disgusta, y cierra la puerta con un ruido que' parece un caño­nazo.

Se le rompe el cordón del zapato o se le mancha el vestido, y al instante se pone de mal humor.

: Choca alguien con ella por casualidad enel juego, y ella en seguida paga con una palabra desagradable.

Si da con otra más débil, goza en moles­tarla... En una palabra: será una «polilla inaguantable».

¡Pobrecita! Con el mismo caudal de energías habría podido ser una joven de carácter, una joven ideal, si en vez de aban­donar'el cuidado de su vida íntima hubiese sabido empezar en buena coyuntura el des­broce de cardos en el tierno sembrado de su alma.

¡Cuidado, hija! 'Cardos hay en todas las almas. Pero la joven prudente no les da tiempo para que cobren fuerzas, sino que va exterminándolos con solicitud y lucha continua.

Esta lucha sin tregua es lo que llama­mos el combate de la propia educación.

V.—El combate del alma

En el alma, pues, hay una lucha conti­nua entre el bien y el mal. En cierta edad, en los años del desarrollo, esta lucha es extremadamente ruda; más tarde se mi­tiga algún tanto; pero nunca podemos de­cir que ya ha-llegado a su fin.

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¿Quién lucha en nosotros y contra quién?Apenas contabas cinco o seis años, y ya

sentistes los primeros movimientos del ene­migo. Sentiste algo en ti que te empujaba hacia el mal. Un peso de plomo que te hun­día en el abismo sin fondo de la ruina mo­ral. Una terrible herencia, que nuestra re­ligión cuenta, entre las consecuencias del pecado original y la llama: inclinación al mal.

Ésto, hija amada, es conveniente que lo sepas. Has de saber que por tu naturaleza el hombre se inclina más al mal que al bien. Esto lo conoces de sobra por tu pro­pia experiencia.

¡ Cuántos obstáculos se levantan en el ca­mino de la formación ideal de nuestro ca­rácter! Conocemos aquellos ideales subli­mes que nuestro Señor Jesucristo fijó a la vida humana, y, por tanto, también a mi propia vida; sentimos entusiasmo por sus divinas enseñanzas, quisiéramos vivir se­gún ellas...

Pero, ¡hay!..., observo al mismo tiempo dentro de mí un persistente choque, trágico y pavoroso. El bien agrada; pero el pecado tiene aún más alicientes. La vida ideal atrae hacia las alturas; pero el pecado tira hacia abajo. 'Me gustaría subir volando a las cimas nevadas de la vida ideal; pero la tentación del pecado ya me abruma con peso de plomo. Dime, hija, ¿nunca, tal vez, has echado de ver en ti esta gran lucha, este combate, esta guerra sin cuartel, que un niño de primera enseñanza, en su len­guaje ingenuo, expresó de esta mañera < «¿Cómo es tan bueno el ser malo y tan malo ser bueno?»

Pues bien, hija mía, la que en esto triun­fa es una joven heroica.

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O ¿es que hay jóvenes no heroicas? Por desgracia, ¡las hay! Y 7cuántas! Va una muchacha por la cálle y otra se mete con ella... Comienza la discusión entre ambas: no se comporta como heroína; sólo aqué­lla que sabe refrenar su naturaleza, sus ma­las inclinaciones, es heroína.

Es heroína la que vuelve la espalda si al ir por la calle choca su mirada con un anuncio de mal género, con un cuadro in­moral de algún escaparate.

Si has ofendido a alguien, ¿sabes pedirle perdón inmediatamente? Es heroísmo mu­chas veces.

Por más que te seduzca el pecado, ¿sa­bes permanecer firme? ¡Esto es heroísmo!

*VI.—¿Y sin sacrificios?

Bien, ¡todo esto es muy hermoso! ¡Te­ner carácter! También yo quiero tenerlo. ¡Llevar una vida ideal! También yo lo de­seo. Pero ¿no habría para esto un camino más fácil? ¡No háy de veras más que ese único camino para llegar a tener carácter? ¿No sería posible alcanzarlo más barato, sin sacrificios?

No; aquí no se puede regatear. «Quién quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame», dice nues­tro Señor Jesucristo (1). Quien quiera es­tar con el Señor, en su reino celestial, no ha de abandonarlo a El, ni siquiera en el camino pedregoso de la cruz.

Pero dimé, querida, ¿qué cosas hay aho­ra en el mundo que se den «de balde»? Nada, absolutamente nada. Mira cómo su- 1

(1) S an M a t e o , XVI, 24.

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fren los hombres, cómo trabajan por su efímera vida terrena, haciendo día de la misma noche. Y tú, ¿quieres lograr, pre­cisamente, tu gran tesoro, tu carácter, com­pletamente «de balde»?

«¡Qué bien estás!», suspira alguna que otra joven al contemplar a su amiga en el goce de diversiones. ¡ Qué bien hallada está la que toma la vida ligeramente! ¡Cuán­tas alegrías debe tener aquella muchacha que sólo baila y se divierte!...

¡Cuán engañada andas, hija! Si pudie­ses penetrar con tu mirada en un corazón que sólo salta en pos de los placeres terre­nos, ¿qué cosas descubrirías en él? Tú crees

. hallar allí alegría, satisfacción, y no hay más que vaciedad, sonrisa forzada. Tiene razón la Sagrada Escritura (2 ): «Los im­píos son como un mar alborotado.» Son el juguete de la tempestad de las pasiones, y su alma queda nublada, aun cuando el hu­racán les deja un poco de solaz.

Mira qué opinión tiene en este punto un célebre filósofo inglés, y, por otra parte, no recomendable por sus ideas, John Stuart M]il:l : «De quien nunca se priva de una cosa lícita, no se puede esperar que rehúse todas las prohibidas. No dudamos que lle­gará tiempo en que se acostumbre a los niños y a los jóvenes a la ascética sistemá­tica, al ejercicio de la abnegación, y, como en la antigüedad, se les enseñe cómo han de negar sus deseos, cómo han de afrontar los peligros y cómo han de sufrir dolores . por su propia voluntad.»

Por esto prescribe la religión católica la abnegación, el ejercicio de la voluntad, las ascéticas.

(2) Isaías, LVII, 20. '

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¿Ascética? — ¡XJf!—■ piensas porque te han llenado la cabeza con que la ascética significa mortificación, extirpación de las alegrías de la vida.

Pues mira. Él significado originario de esta palabra* mstíesis» es «elaboración fi­na» ; los griegos entendían por tal aquella vida de preparación, de pulimento y de sa­crificio, con que se disponían los atletas al certamen para poder aprovechar en el gra­do más elevado las fuerzas latentes de su cuerpo.

También el carácter es el resultado- de una lucha, de un combate, de un certamen. La fina elaboración de nuestro propio ser no brindará sin ejercicio buen resultado, y nuestra religión sacrosanta prescribe pre-

' cisamente la práctica del sacrificio para damos,-ayuda en la educación de nuestra alma.

Sin sacrificios y abnegación no hay éxito grande en esta tierra, y tú ¿quisieras lle­gar en tren de lujo al mayor de los éxitos: nobleza de carácter?.

Ya sabes que cuando una cantante de opera se prepara para actuar en el teatro, su entrenamiento ha de tener dos direccio­nes. Por un lado, el ejercicio diario de vo­calizaciones, en las que consume gran par­te del día.

Si la ópera es clásica ensaya constante­mente las partituras y, al mismo tiempo, las posturas, los ademanes. Y todo esto du-

. raiite días sucesivos, semanal y semanas.Por otro lado, lleva una-vida sumamente

moderada y se abstiene de todo exceso. No puede comer ciertas cosas, porque son per­judiciales para la sonoridad y belleza de la voz. Casi no prueba pastas y féculas, para no engordar. Se le prohibe fumar, tomar

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alcoholes, fatigarse... Ha de reposar bas­tantes horas, y todas las noches acostarse puntualmente, etc.' ¿Y para qué tanta disciplina y trabajo? Para lograr ser una gloria del teatro, una mujer célebre, una artista famosa a quien todos aplauden por su arte. ¿Y a ti te pesa la lucha para conseguir el carácter?

Y fíjate; hay otro pensamiento intere­sante. En la vida todo el mundo ha de ha­cer sacrificios ; la diferencia estriba tan sólo en el motivo por qué se hacen. ¿Co­noces, por ejemplo, alguna avara? ¡Cuán miserablemente vive, cómo cuenta los úl­timos céntimos! Casi no come, su vestido es harapiento, no se atreve a dar un paso para no deteriorar sus zapatos. Ahoga to­dos sus deseos; vive sin alegría y sin ami­gas. Y todo esto, ¿para qué? Para amonto-' nar fortuna. La avara sacrifica su persona­lidad, su alegría, su honor, por el dinero... ¡Nadie diga que no es esto sacrificio! ¿No vale la pena realizarlos por fines más ele­vados, mil veces más sublimes?

Mira los codiciosos. ¡Cuánto corren! Es­tán de pie desde la mañana hasta la noche, no tienen un momento de descanso. ¿Por qué? Por el dinero.

Mira la vanidosa. ¡ Con qué atrevimiento pone en juego hasta su .misma vida, con tal de alcanzar la celebridad! ¡Cuánto tiempo consume ante el espejo acicalando su per­sona! ¡Parecer bella es toda su obsesión!¿ Qué importa el bien? Lo que interesa es triunfar de las demás, ser la admiración de todos.

¡Cuántas noches pasa sin dormir, cuánto se mueve, cuánto suda la que va de bailes y saraos! ¿Podría sacrificar una mitad de

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estas ocupaciones para ayudar a su pró­jimo?

«En todo hombre hay un santo y un cri­minal» —dijo un orador francés, Lacordai- re— . Por eso, lo mismo puedes ser una san­ta que una mujer despreciable, mala; todo depende de la labor que hagas dentro de ti misma. ¿No cuidas de ti? La mujer mala irá enseñoreándose de tu alma. ¿Trabajas asidua y perseverante en la educación de ti misma? Serás una santa, aun cuando no te canonicen.

Ciertamente, sin lucha no adelantarás un paso. Quien desea labrar una estatua ha de quitar mucho del tosco bloque de már­mol ; y quien quiera moldearse a sí mismo y hacer una obra maestra de su persona ha de pulirse sin descanso.

Una hermosa estatua no se labra en bre­ve tiempo; pero aún es más difícil dar la última mano al carácter. Para ello se nece­sita un, trabajo perseverante y metódico. Adopta tú también el lema de Carlos V : «Plus Ult'ftL.» ¡Aún más! ¡Aún más allá!

Le preguntaron a Z eusis por qué traba­jaba con tanta diligencia en sus cuadros. «Porque trabajo para la eternidad», con­testó. Amada hija, tú trabajas de veras para la eternidad cuando pules' tu alma. ¿Y encontrarás excesivo el trabajo?

VII.-—El monje domador

Muchas jóvenes estarían dispuestas a sa­crificarse por cualquier necesitado; pero no tienen paciencia para combatir las ma­las inclinaciones que moran en su alma. Y, sin embargo, ¡qué bendito trabajo es éste!

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x El abad de un monasterio antiguo pre­guntó una noche a uno de los monjes^ «¿Qué has hecho hoy?» «¡Oh! —contestó el monje—, tenía tanto que hacer hoy, y también los otros días, que mis propias fuerzas no me habrían bastado, de no ayu­darme la gracia de Dios. Tengo que domar cada día dos halcones, debo aprisionar dos ciervos, es preciso que amanse dos gavila­nes, he de vencer un gusano, tengo necesi­dad de domesticar un .oso y de cuidar a un enfermo.» «Pero ¿qüé me cuentas? —dijo con risa el abad—>. No hay modo de hacer esto en todo el monasterio.» «No obstante, es así —contestó el monje— Los dos hal­cones son mis dos ojos, que he de vigilar continuamente para que no miren cosas malas. Los dos ciervos son mis dos pier­nas: he de guardarlas para que no corran al pecado. Los dos gavilanes son mis dos manos: he de obligarlas a que trabajen y hagan obras buenas. El gusano es mi len­gua: he de refrenarla para que no charle cosas vanas y pecaminosas. El oso es mi corazón: he de luchar continuamente con-

. tra el amor que se tiene a sí mismo y contra su vanidad. Y el enfermo es todo mi cuer­po, que he de cuidar para que no lo ava­salle la concupiscencia.»

El combate contra los instintos desorde­nados es un domar continuado que tú tam­bién, hija mía, y todas las demás que quie­ran tener carácter, habéis de cumplir día tras día.

La joven que se preocupa de su caráctei nunca excusará sus faltas diciendo: «Es por demás; yo soy así; ya nací con este temperamento», sino que trabajará sin tre­gua en el perfeccionamiento de su alma. Repite, por tanto, muchas veces para tus

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adentros: aunque moren fieras en mí, lle­garé a domarlas. No me resigno a ser como sería según mi temperamento, sino que lie de ser como yo quiero. Wir sind hiet, um zu werden, nicht um zu sein! —estamos en este mundo no para pararnos en lo que so­mos, sino para plasmar lo que hemos de ser (Sailer).

Hay una leyenda muy pintoresca de S an. Columbano, el evangelizador de los báva- ros. Toda su fortuna consistía en un manso borriquito. En los viajes apostólicos .iba el jumento detrás del santo, llevando el mo­desto bagaje. Al pasar un día junto a una enmarañada selva, sale repentinamente de la maleza un oso y le destroza el jumento. Y ¿qué hizo el santo? Se fue derecho al oso y le cargó el bagaje. «¡Ah, hermano, tú has matado mi borrico! Pues bien, aho­ra tendrás que llevar tú mi equipaje.» Y ved ahí que la fiera, todavía bañada con la sangre de la víctima, inclinó la cerviz y en adelante sirvió a su señor como un man­so cordero.

No te quejes, pues, nunca de que eres muy apasionada, sentimental y precipita­da, ambiciosa, vivaracha, etc. Amansa el oso y úncelo a tu carruaje. La pasión en sí misma no es una plagadlo es tan sólo la pasión desenfrenada. Sin grandes pasiones no se pueden hacer obrar grandes; por tan­to, sin ellas no hay mujeres grandes, ni santas.

La pasión es el viento del mar. Si no so­pla, los barcos se paran inactivos con las velas caídas. Pero no basta que sople el viento. Todo depende de si sabemos apro­vecharlo con habilidad para hinchar las ve­las de nuestra embarcación; porque, de lo contrario, no hará sino volcar la nave.

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La formación del carácter, según el espí­ritu católico, no exige que extirpes tus pa­siones, sino que las troques prudentemente en aliadas. Por tanto, no sigas sus consejos, mas aprovecha sus fuerzas, porque la pa- 5 sión puede ser mala consejera; pero resor­te poderoso, si bien lo empleas.

Precisamente la pasión bien aprovecha­da es la que da temple a la voluntad. Sólo quien persigue «apasionadamente» un fin noble podra vencer todos los obstáculos. Las pasiones son corceles veloces en el ca­rro de tu vida; si las dejas en libertad te arrastran al precipicio; si llevas con mano diestra la rienda, te harán volar gallarda­mente hacia tu fin. Toda pasión es como el fuego: puede ser bendición y puede ser maldición, como escribe S c h i l l e r en La Campana:

Es el fuego potencia bienhechora, mientras la guía el hombre y bien

la emplea.

Por más nervioso que sea tu tempera­mento, por muchas que sean, las malas in­clinaciones heredadas (no es culpa tuya tenerlas), no te desanimes, ni te quejes. Haz cuanto esté a tu alcance para ennoblecer tu alma y después acuérdate de la gran verdad consoladora: Facienti quod est in se, Deus non dehegat gratiam. «Dios no niega la gracia a quien hace todo cuanto puede.»

VIII.—Quien se levanta de mal talante

También el alma tiene sus . cambios at­mosféricos. Algunas veces te inunda un piélago de luz, la alegría; otras veces, sin

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saber tú misma por qué, te agobia una niebla pesada, húmeda. Hoy te cunde el tiempo, tienes buen día. Mañana, basta un chubasco, el más leve contratiempo, un malestar pasajero, etc,, para ponerte de mal humor. «Se ha levantado de mal talante», dicen entonces los demás al encontrarte. «Estoy de mal humor», repites tú misma.

No hay duda, el humor no depende de nosotros; por tanto, no somos responsa­bles ; pero, , en cambio, de nosotros depende hacer todo lo posible para? adueñamos de nuestro mal humor y de no dejamos lle­var en el cumplimiento de nuestros debe­res a merced del humor, bueno o malo. Sí; cuando estés de buen humor, aprovéchalo; entonces te será mucho más fácil el traba­jo. Pero si sólo estudias cuando estás de buen humor, no harás nunca trabajo con­cienzudo. Y, sobre todo,-¿qué será de ti más tarde, cuando descuides tus obligacio­nes serias, so pretexto de que no tenías humor para ellas? Por tanto, la que no tie­ne ganas de hacer tal o cual cosa, sáquelas de donde pueda. Debe obligarse a sí misma a trabajar. De buen grado o de mal grado. Lo mismo da. Es mi deber, lo cumplo y en paz.

«Pero —preguntarás acaso— ¿para qué sirve trabajo semejante?» ¿Para qué sirve? Tendrá el valor enorme de acostumbrarte al cumplimiento dtel deber. Y así no será el humor dueño de tu voluntad, sino tu vo­luntad quien domestique al humor.

Aun más: hay que ser dueña del humor, no sólo en el trabajo, sino aun en las rela­ciones sociales y en el modo de proceder. Aun estando de mal humor, no debes ha­cerlo sentir a los qüe te rodean, ni mos­trarlo con" enfados, con cara larga, con

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descontento. ¡Cuántas veces se duelen las personas de palabras ofensivas y acciones precipitadas que cometieron sin premedita­ción, bajo la influencia de su mal humor! ¡Cuántas veces se nos escapan frases no pensadas, de lás que sólo más tarde vemos cuán ofensivas eran para otros!. «¡Dios mío! Pero yo no quería. No pensaba en las consecuencias que se pudiesen seguir.» Sí, sí; pero el pesar llega tarde.

La verdadera grandeza espiritual de una mujer se muestra en la serenidad con que acepta las pruebas, los peligros, las desgra­cias. No desconfiar en medio de la desgra­cia, plantarse con la frente erguida de cara al mal, no abandonarse al desaliento, es virtud tan sólo del roble, de la roca, del alma grande. Lo mismo sucede en la lucha contra el mal humor.

En las oscuras profundidades del gran océano, donde nunca baja un rayo de sol, donde la naturaleza pierde el color, donde la temperatura está continuamente cerca de cero, donde el aire contenido en el lí­quido elemento es de poca densidad, donde el peso de la mole inmensa de agua viene a ser abrumador, en el ambiente lóbrego de este desolado cementerio, ¡es curioso el caso!, viven unos peces luminosos. Be la energía radiante del sol, de la fuente de la luz nada puede llegar a estos abismos, don­de perpetua noche aterradora lo envuelve todo, y, no obstante, ved ahí que la sabidu­ría del Dios creador proveyó magnífica­mente hasta .este lugar oscuro; hay peces que, con su propio cuerpo, van haciendo de linterna. En los costados de algunos hay glándulas que brillan como perlas; hay otros que sobre su cabeza tienen una espe­cie de lente que junta la luz de las glándu-

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las y, a manera de reflector potente, la despide después multiplicada en el seno de las tinieblas. Hasta en el abismo más oscu­ro del océano vibra una vida mundana de luz y de destellos.

Si tienes orden en tu alma, nunca has de estar de mal humor, tristona, desalentada. No te levantes jamás «de mal talante». Pro­cura tener un humor jovial, expansivo, ca­paz de trabar conversación con los pajari­llos, y vence así tu mal temple. Y trata de ser, sobre todo, fuente de vida, de alegría, de luz, de sol, cuando la tristeza, las difi­cultades económicas y los millares de pre­ocupaciones de la vida penetran en tu ho­gar y echan acaso su velo negro sobre el alma de los tuyos.

Post tenébras spero lucem (1). «Después de la lobreguez llegará la luz»; después del mal tiempo brillará el sol.

IX.—«No tengo suerte»

Muchas jóvenes, si han tenido cero en la clase, desanimadas, suspiran: «Es por de­más ; no tengo suerte.» Y si alguna de sus compañeras adelanta, en seguida tienen preparado el fallo: «¡Claro! Esa siempre tiene suerte.»

Y, sin embargo, el éxito no es tan sólo cuestión de suerte ; y quien de la suerte espera el éxito, en vano esperará con la boca abierta el pollo asado, trinchado y ser­vido. Quien algo quiere lograr en la vida no haga reproches a la suerte, sino coja la ocasión por los pelos y no la suelte.

¿No tienes todo un enjambre de obreras 1

( 1 ) Job, X V I I , 1 2 .

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que trabajan para ti? Estas obreras son tus dos brazos ágiles, tus diez dedos hábiles, tus pies ligeros, tus ojos agudos, tus oídos despiertos..., todas ellas están dispuestas a trabajar para ti. Y tienes, además, tu cere­bro refinado, penetrante, esa admirable oficina central con instalaciones telefóni­cas y telegráficas, donde se reciben efi un minuto millares de telegramas expedidos por tus cinco sentidos, y sin demora se des­pachan. ¿Para qué esperar, pues, ayuda ex­traña? ¡Que Niní te soplará la lección de Historia! ¡ Que las reuniones de tu madri­na te ayudarán a pescar novio rico! La que así echare cuentas galanas en su juventud no reportará gran provecho ni a la socie­dad ni a su patria.

Los mahometanos tienen un proverbio interesante: «El mundo entero pertenece a Dios; pero Dios lo alquila a los valien­tes.» En otras palabras: la joven no ha de esperar inactiva la suerte dé un buen ma­trimonio, sino que ha de fraguar sobre el yunque, con duro trabajo, la carrera de su vida, según dice la Escritura: «Revistióse de varonil fortaleza y esforzó su brazo» (1). Unicamente la que se haya metido con te­nacidad en la cabeza que vencerá, y que aun después de resultados ineficaces, ya que nadie puede evitarlos, emprende el tra­bajo una y otra vez con rigor creciente, vencerá de veras.

Por tanto, lo principal no es la suerte, ni siquiera el talento brillante, sino el ánimo concienzudo, obstinadamente tenaz en el trabajo, cualquiera que éste sea.

Las orillas del mar .de la vida están lle­nas de tristes náufragos, que, a vueltas de 1

(1) Proverbios, XXXI, 17.

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un gran talento, estaban faltos de fuerza de voluntad, de valentía y de perseyeran- cia: mientras que otros con menos talento, pero con voluntad inquebrantable, bogan a velas desplegadas hacia el término del viaje.

*X.—«Lo he intentado en vano»

Muchas se desalientan y descorazonan porque no distinguen entre el serio querer y el mero desear. Muchas jóvenes se que­jan. «¡Cuántas veces he querido enmendar­me! ¡ Cuántas veces he querido esto, aque­llo! Pero, ¡en vano!, no lo he logrado.»

Y es que no lo quiso, ni lo intentó; sólo se lo imaginó: que sería así o asá. «Quisie­ra enmendarme...»; pero nada hizo para ello. Hay una diferencia enorme entre el «quisiera» y el «quiero». El primero es un león pintado, nadie se asusta de él, mucho menos se temen sus zarpazos; el otro es un poder vencedor del mundo, capaz de tri­turar todas sus faltas.

En una hermosa tarde de mayo una cole­giala trabajaba con la ventana de par en par, y de repente se posó' en la mesa una mariposa. ¡Pobre animalito! Cayó y quedó patas arriba. ¿ Qué hará? Revolverse, mo­ver las patas,, menearse, batir las alas,, pero no conseguía ponerse en pie. Es el «quisie­ra». ¡Ah!, sí; si me quedo tendida me mo­riré de hambre; quizá me pisoteen. Luego, .con gran esfuerzo, abre dos élitros, sobre los que había quedado tendida,, mueve sus alas coloreadas, zumba, remuévese de nue­vo... Ya se vuelve a un lado..., bien..., ade­lante..., es necesario, preciso, porque si no- me muero..., por fin ya está en pie..., y en el mismo instante ya vuela, triunfante, ha-

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cía las alturas, hacia nuevos horizontes. Es el «quiero». La mariposa se ha ido, pero de ella puedes aprender cuál sea la diferencia entre los lamentos del «quisiera» y el acen­to triunfal del «quiero».

«Lo he intentado, ¡en vano!» No te en­fades si lo digo sin embages: No es verdad; no lo has intentado. Te lo imaginabas, tan sólo... «Quizá no estaría mal probarlo.» Eres una de las muchachas que sólo son mujeres a medias, ¡son tan numerosas en el mundo!, que no se atreven a dar inexo­rablemente con bríos en el núcleo vital de sus pasiones, sin lo cual nadie puede librar­se de la estrecha jaula de los deseos instin­tivos.

«Lo he intentado.» Pero entonces, ¿por qué seguías mirando de reojo el fruto ve­dado que querías despreciar? Lo sabes; por una triste experiencia sabes muy bien cuán amargo gusto dejaron estos frutos en tu boca; y, con todo, te pesa dejarlos. <¿Por qué ibas cediendo un poquito, pero algo cada día, de tus buenas resoluciones, con­cebidas con noble entusiasmo?

¿Habría Santa Teresa de Jesús dado ci­ma a su magna obra de la reforma carme­litana si hubiese dejado paso al desaliento? La monja «inquieta y andariega» no se des­animó por las negativas, vinieran de donde vinieran. «Quien a Dios tiene —d e c ía - nada le falta, sólo Dios basta.» Y empren­de su obra sin temor, buscando únicamente que Dios fuese glorificado en el Carmelo.

Nihil tara difficile, quod non solertia vin- dt. «No hay obstáculo que no se pueda vencer con habilidad.»

Escoge por divisa el mote del escudo que tiene una provincia de Holanda, es la de Zelanda. Este trozo de tierra, en su mayor

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parte está por debajo del nivel del mar. Ha de luchar continuamente con las aguas. El océano llegó a cubrirlo varias veces, y, con todo, en sus arpias ostenta las palabras de triunfo: Luctor et emergo. «He de luchar, pero siempre quedo a flote.»

*XL—Valde velle!

Valde velle. «Querer mucho.» Dos pala­bras latinas excelentes. De modo magnífico expresan el camino del carácter. El carác­ter no brota de unos cuantos suspiros sen­timentales, de la efervescencia de una soda, de unos arranques que se lanzan para de­tenerse en seguida, sino de un trabajo me­tódico, perseverante y educativo y de po­ner en juego todas las energías espirituales.

S an Francisco de Sales, con motivo de la canonización de San Francisco Javier, exclamó: «Ya es el tercer Francisco cano­nizado. Yo seré el cuarto.» Y cumplió- su palabra. Así se forma el carácter.

Pero ya comprenderás que para ello no habría bastado el ímpetu de un solo mo­mento. Muchas jóvenes «quisieran» mu­chas cosas, «desearían» y «les gustaría» que fuera así o asá; nada, sin embargo, hacen para ello. Pensarlo bien, emprenderlo con tesón y persevera con constancia —he aquí el camino -del carácter.

¿Sabes lo que cuenta la Historia de Ca­talina de Aragón, la infortunada esposa de Enrique VIII de Inglaterra?

Joven, bella, culta y piadosa, Catalina sufrió un verdadero martirio por ser fiel a sus ideales religiosos.

Víctima de la avaricia del rey, su suegro, conoce los rigores de la pobreza; traicio-

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nada la fidelidad conyugal por su marido, ve hundirse su hogar y caer la corona de sus sienes..., y muere, incluso, sin el con­suelo de abrazar a su hija. A pesar de todo, serena y animosa, sin desviar los ojos del ideal cristiano que se había trazado, cami­na en medio de los enemigos, fuertes y po­derosos que la persiguen y que quisieran convencerla para que reniegue de su fe, de su fidelidad. ¡Todo antes que retroceder en el camino emprendido! «¡Dios es mi única confianza» —exclama cuando mayo­res son sus amarguras.

¡Catalina de Aragón supo decidirse, supo querer! ¡Catalina fue una «mujer de ca­rácter» !

Es inconcebible lo que es capaz de hacer la mujer sólo con que sepa querer con de­cisión y constancia.

Grandes fuerzas duermen en nosotros. Mucho mayores de lo que pensamos; pero están encadenadas. Debes creer que hay en ti escondidas grandes fuerzas, y así se rom­perán de improviso las cadenas. Por tanto, da comienzo a todas tus empresas con este pensamiento: conseguiré con toda certeza el fin que me propongo. Para quien carece de fe ciega en el triunfo, el «querer» es un «quisiera» débil y, por tanto, .ineficaz. Todo lo que debe hacerse puede hacerse. *

*XII.—«¡Fuera los Alpes!»

En la vida de Napoleón encontramos un ejemplo excelente del gran poder que tie­ne la incontrastable voluntad varonil para vencer increíbles dificultades. Cuando con­quistaba países uno tras otro e imponía su yugo a los pueblos, le dijeron que los Alpes

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cortaban el camino de su ejército. Y él con­testó con tranquilidad: «Entonces, ¡fuera los Alpes!» Y en una región por donde an­tes no se podía dar un paso, trazó el céle­bre camino del Simplón. ¡Titánica fuerza de voluntad!. Y si esta voluntad de acero se hubiera, hermanado con adecuada reo titud de alma y hubiese vencido su egoís­mo inconcebible, es bien seguro que tan gran espíritu no hubiese llegado a la tra­gedia. Pero en él puedes aprender a querer con fuerza.

En la puerta de un castillo medieval no hay más que esta sola palabra: Dectevi. Lo he decretado. ¡Qué castellano de férreas energías debió de morar en aquel castillo para escoger este magnífico lema: «Lo he decretado, y ya está. Venga lo que vinie­re..., pero lo haré»! Tú también has de ver antes de todo con claridad tu objetivo. Pero una vez que te hayas propuesto algo..., o vencer o morir.

¿ Qué quieres ser, gusano que se arrastra en el polvo o águila caudal? ¿Arrastrarte continuamente por el polvo del «quisiera», debatirte sin fuerza, o bien lanzarte activa, cual águila, a las alturas transparentes? La vida corona tan sólo a las heroínas. A las soñadoras y cobardes las desdeña como a «mujeres insignificantes»..., ¡ como mujeres adocenadas y vulgares! Ad augusta per au­gusta: los senderos que guían a las alturas son estrechos.

Sí, tu voluntad ha de ejercitarse en con­seguir una personalidad definida, vigorosa, destacada de ese polvo gris que sé ve ca­minar o más bien flotar sobre la carretera y que se llama Vulgo.

Sé como esas voluntariosas bretonas de

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las que se cuenta que no saben retroceder cuando dicen «yo qúiero».

Abandona los deseos cómodos, los mu­chos «quisiera», «me gustaría», y después, como si una voz interior te gritara, como a Juana de Arco: «¡Adelante, hija de Dios!, marcha sacando de tu voluntad la fuer­za para luchar, sufrir y vencer. ¡Hazlo!¡ Quiérelo! ¡ Trabaj a !»

Y no te des por satisfecha con los lamen­tos de que «es por demás, soy débil, no po­dré lograrlo».

*XIII.—Frente a la suerte

En el retrato de todos los grandes hom­bres se podrían inscribir estas palabras. «Supo querer.» A Santo Tomás de A quino le preguntó su hermana: «¿Qué he de ha­cer para alcanzar la salvación eterna?» «Querer» —fue su lapidaria contestación.

La joven no ha de acobardarse anonada­da ante las dificultades, sino que ha de mirar de frente los obstáculos que la cie­rran el paso. Por más nublado que esté el cielo, llega a salir el sol. Y por más crudo que sea el invierno ha de llegar un día la primavera.

Las jóvenes nunca tienen que anonadar­se. Para las jóvenes, el trabajo; para las viejas, el descanso. Pero no desmayes ja­más. Y adelante, con valentía, contra las dificultades. Muchas veces nos imaginamos las empresas mucho más arduas de lo que suelen ser. Y, sin embargo, lo dice muy bien un proverbio inglés: «Nunca llueve tan fuerte como parece desde la ventana.»

Mira cuán sabiamente pensaba ya el pa­gano Séneca en este punto: adversarum Ímpetus rerum viri fprtis non vertit ani-

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mun —escribe (1)— ; «la desgracia no que­branta al hombre valiente.» Calamitas vir- tutis occasw est (2); «la desgracia es oca­sión para la virtud». Ignis aurum probat, ' miseria fortes vitos (3); «el fuego sirve de prueba al oro, la miseria a los hombres fuertes».

La historia de las mujeres célebres ofre­ce en abundancia ejemplos muy alentado­res. Hubo muchas que parecían tener con­juradas contra sí todas las fuerzas. Miles y miles de obstáculos se levantaban contra sus planes; pero ellas opusieron con noble ardor su voluntad de acero al sinnúmero de dificultades y vencieron. Donde la pri­mavera es continua y la naturaleza siem­pre benigna, las gentes son indolentes y sin energías.

¿Qué no hubo de sufrir Teresa de Jesús para llegar al fin que se propuso, la refor­ma del Carmelo?

Su espíritu de fe y de voluntad tenaz la levantaron por encima de las intrigas hu­manas. No le f altaron enemigos, hasta en­tre los propios frailes; muchas puertas se le cerraron; fue tratada de ilusa, de here­je...; pero todo lo venció. Y tanto celo y entusiasmo tuvo por su obra, que a los se­senta y siete años, vieja y enferma, seguía con todo empeño sus fundaciones, cuando muchas mujeres se jubilan de todo que­hacer.

Beethoven, el gran músico, estaba casi completamente sordo cuando compuso su obra más excelsa, su obra maestra.

Judit, la libertadora de Israel, no sabía 1 2

(1) Prov.y 2.(2) Prov., IV, 6.

" (3) Prov., V, 8.

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nada de estrategia militar; pero con la ayu­da de Dios, reconociendo su flaqueza para la lucha, y tras la oración fervorosa, vence a Holof ornes y es proclamada «la gloria de Jerusalén..., la alegría de Israel» (1).

Por tanto, ¡no seas pesimista! No digas: «En vano emprendo cualquier asunto, nací con mala estrella, nada me sale bien.» No digas, como muchas: «Fortuna te dé Dios, que el saber poco te vale.» Si te persigue la mala suerte, encárate con ella y no cejes. No te cruces de brazos.

«¡Es la suerte patrimonio de los tontos!» Con esto suelen consolarse las perezosas y fracasadas, queriendo significar así: «Yo, en cambio, soy muy lista.» ¡ Cuán vanos so­mos, siempre hemos de echar a los demás la culpa de nuestras desgracias, cuando la cul­pa es nuestra!

Escucha cómo se lamenta la perezosa si una condiscípula aplicada sabe bien su lec­ción : «Claro está. Ayer recibió un pavo1 la profesora. ¡Ah!, s í; ¡sinosotras tuviéramos pavos que regalar!...» Pero no reconocerá nunca que la otra es diligente y por esto adelanta, mientras que ella es perezosa y por eso se queda rezagada.

Escucha las quejas de una joven envidio­sa del porvenir o de la magnífica colocación de su compañera: «¡Naturalmente, a ella no le importa si es honrado o no su trabajo! El caso es ganar y presumir sin tener posi­ción para ello...» Pero nunca concederá que es la otra quizá más diligente, más hábil, y. tiene menos pretensiones que ella; no ad­mite que la otra se abra camino, no por me-

(1) Judit, cap. XV, 10.

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dio del pecado, sino por la virtud, con ánimo tenaz en el trabajo, con.habilidad, con fuer­za incansable, con previsión, y que ella fra­casa, no porque sea honrada, sino porque además es inhábil, comodona, tal vez por­que despilfarra las cosas con ligereza y no se preocupa de mejorar su trabajo.

*XIV.—La protectora de París

Amenazada París por los francos, que ya habían asolado la Normandía y la Borgoña, el desaliento y la angustia se apoderan de la población. Unos quieren huir; otros, de­sesperados, piensan en la muerte; hasta la autoridad se acobarda. Solamente una mu­jer, la joven Genoveva, se mantiene firme, asume el gobierno de París, y enciende de nuevo el valor en el pecho de los comba­tientes.

Más tarde, el hambre hace sentir a París sus zarpazos ; pero la valiente joven se en­carga por sí sola de proporcionar víveres a la población, surcando con once barcos lle­nos de provisiones las corrientes del Sena. La valerosa Genoveva es más tarde, desde el cielo, protectora de París.

Por lo tanto, no pierdas nunca la cabeza, por muy grande qué sea el contratiempo. Algunas mujeres pasan por muchas prue­bas en la vida, y no parece sino que la des­gracia las persigue. Si tú te encuentras en el mismo caso, no importa. No te aflijas. No te descorazones. Trabaja sin desmayo.

Las que logran más en la vida son las que cumplen siempre con su deber con alma serena y la sonrisa en los labios; se alegran en silencio durante la bonanza, sufren con

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valor la desgracia y siguen el consejo del poeta romano :

Aequain, memento, rebus in arduis servare mentem, non secus in bonis.

«En los trances duros y lo mismo en la bonanza,tente siempre con ánimo sosegado.»

Supongamos que en tu casa alguien pier­de su colocación, su empleo. Es un contra­tiempo grave. Pero no hay que desesperar­se. ¿No habrá otro puesto para los tuyos en toda la redondez de, la tierra? Y ¿qué sabes tú lo que Dios quiere al cortar bruscamente tus estudios? ¿ Quién sabe si no es así como te quiere guiar a tu debida misión, a tu ver­dadero cometido, como lo hizo con la famo­sa actriz española «la Caramba», la favorita de los aficionados al arte declamatorio?

Celebrábanse los carnavales en Madrid. Era el año 1786. María Antonia Fernández, «la Caramba», sale el martes de carnaval en compañía de sus amigos y admiradores. Joven, bella, bien portada, va a lucirse en­tre la multitud, mas Dios la esperaba en aquel día de orgía...

Al caer la tarde, la lluvia la obligó a re­fugiarse con sus amigos en la iglesia de San Antonio del Prado, en el preciso mo­mento que comenzaba el sermón. Y tan den­tro llegaron las palabras del orador sagra­do, que María Antonia, apartándose de sus acompañantes, cayó' de rodillas ante un Crucifijo, exclamando con los ojos llenos de lágrimas: «Misericordia, Señor, miseri­cordia.» Retiróse a su casa; no se la volvió a ver más ni en el teatro ni en las fiestas. Vendió cuanto poseía, en ropas y alhajas, y dio el dinero a los pobres. Tales fueron

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las penitencias a que se sometió, que al año siguiente moría en la paz del Señor en su mísera vivienda.

Sin el incidente de la lluvia quizá hubie­ra pagado con el precio de su alma su pues­to de actriz célebre.

¡ Y qué loca insensatez la que para evitar las pruebas de la vida recurre a la muerte!

"Sea cual fuere la caída, la catástrofe, la deshonra, mientras dura la vida siempre puede haber compensación o remedio. La desgraciada que se suicida echa por tierra esta única posibilidad de rehabilitación y colma el reato de sus pecados con el horror del suicidio.

Palma sub onere crescit; «la palmera cre­ce bajo el peso». No sé si corresponde a la verdad esta creencia de los antiguos, pero sí afirmo que una mujer de recia voluntad no sólo no se quebranta en medio de los contratiempos de la vida, sino que de los mismos hace peldaños para subir a las al­turas.

Julio César desembarcó' en Africa. Al ba­jar del buque tropieza de repente y cáe en tierra. El cortejo, supersticioso, susurra, ve un ornen, un augurio malo en el suceso. Pero César tiene una feliz ocurrencia. Ex­tiende sus brazos y con acento patético gri­ta : Amplector te, Africa. «Te abrazo, Afri­ca.» Ved cómo supo forjar un éxito del mis­mo percance.

La lucha, las privaciones, no sólo son un «mal», sino también fuente de virtudes he­roicas. Si no hubiese pruebas, tampoco ha­bría perseverancia. Quien lucha se hace más fuerte.

Dante escribió en el destierro, luchando con la miseria, su magnífica obra La Divina

. Comedia. Schiller escribió en .una doloro-

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sísima enfermedad sus dramas de más re­lieve. Mozart terminó su Réquiem en el le­cho del dolor. Fray Luis de León compuso en la cárcel una de sus más hermosas odas, la dedicada a Salinas.

lN¡o le iría bien al río si todos los huevos saliesen de peces grandes; ni al jardín si cada flor diese fruto; tampoco a ti si tus empresas todas fueran coronadas por el éxi­to. Enseña el fracaso a ser humildes, y da vértigo el éxito continuó. Somos capaces de soportar todo el mundo, menos un bienes­tar no interrumpido.

XV.—El peligro del éxito

No lo niego; sirve de acicate a la natu­raleza humana para perseverar en el traba­jo, ver que sus fatigas se coronan con el éxito, y pierde fácilmente el ánimo quien siempre fracasa. Comprendo que el éxito, el aplauso, gusta mucho a las jóvenes; pero he de llamarte la atención para que no pre­sumas demasiado de ti misma en tus posi­bles victorias. El fracaso, es verdad, puede- quitar ánimos para el trabajo.; pero el aplauso ficticio o conseguido demasiado aprisa puede causar la caída de muchos más talentos serios.

Hay jóvenes que por el más insignifican­te trabajo: una pintura sencilla, un ejerci­cio de piano aprendido, se ven aclamadas por sus padres o por los huéspedes y colma­das de halagos y parabienes como si fueran verdaderos prodigios. Naturalmente, no ne­cesitaba más la muchacha. En seguida se cree ser una mujer genial, un ser extraor­dinario, y se comporta como cuadra, en su sentir, a un genio: es excéntrica, indisci-

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plinada, nada merece su respeto, todo lo critica y, sobre todo, no se esfuerza en aprender : «Ya vivirá de su talento.»

No sé, amada hija, si tú también te has7 visto en el trance de ser alabada sin ton ni7 son y proclamada futura celebridad como maga del piano, del violín o del pincel. Sólo te ruego, si de verdad el Señor te ha conce­dido talento y afición para uno u otro arte, que te formes en el que fuere cuanto puer das; pero cuidado con perder tu recto jui­cio. No te metas en la cabeza que hay den­tro de ti una compositora, una poetisa, una artista de fama mundial, y que por ende ya no necesitas estudiar. Preocúpate mucho de tus inclinaciones artísticas, pero adquie­re junto con el arte otro diploma, y procura también adquirir otra preparación para mantenerte en el caso de que ño te cases y no tengas rentas para vivir; no te abando­nes por completo a tu talento, es caminar con paso incierto para el porvenir. Porque verás en la edad madura que en el mercado del arte pululan talentos medianos, y no hay que olvidar que estos talentos adocena­dos no pueden abrirse camino en la carrera del arte, de suerte que sea prudente basar en él toda la existencia. Y, confesemos la verdad, seguramente serán de mayor rendi­miento para la humanidad unas costuras bien hechas que un tomo de versos moder­nos, o algunos monigotes futuristas ininte­ligibles.

XVI.—¿Dónde está Asia?

Y si no te es lícito presumir demasiado , de los talentos que te dio el Señor, ¿qué de­cir entonces de las jóvenes que hacen esca­parate de su «saber»? No hay escena más

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grotesca que la jactancia con que se pavo­nean por su caudal de «ciencia» las colegia­las de los últimos cursos de bachillerato. Ya lo saben todo. El profesor para ellas es u n . «infeliz» y el libro de texto una «estupidez». Han aprendido ya tanto, que hasta pueden permitirse el lujo de la incredulidad. Y no parece sino que van a descubrir por segun­da vez la pólvora.

Aún, hoy, me río siempre que me acuer­do de la plancha fenomenal que se tiró un día un estudiante «avanzado», de palabra huera. Hacíanse en la clase ejercicios de latín. El profesor dictaba frases y éstas de­bían escribirse, después de breve reflexión, en el cuaderno, traducidas al castellano. Pues bien: mi «sabio» amigo tenía su tema plagado de cosas por el estilo :

Multa paucis = Multa a pocos... Semper horno bonus tiro est = El hombre siempre es buen tiro... Non licet ómnibus adire Co- rinthum = No está permitido ir a Corinto en ómnibus... (1).

Y había una frase tan oscura que ni el mismo profesor pudo entenderla, ni supo dar con la razón que había movido a Ga- marza a traducirlo así. La frase original la­tina estaba tomada de la célebre oda que H oracio dirigió a Mecenas: «/Maecenas, atavis edite regibus/» «¡Mecenas, vástago de regios antepasados!» Y Gamarza la ha­bía traducido de esta manera: «Tú cenas de mí, pero el pájaro come de los reyes.»

—Pero, Gamarza, ¿qué puso usted aquí?—‘¿Yo, señor profesor? He traducido pa­

labra por palabra el texto. 1

(1) La traducción legítima es: Mucho en po­cas palabras. —El hombre bueno siempre es aprendiz—. No todos pueden ir a Corinto.

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—¿Qué texto?—El que usted nos dictó: /Me cenas, at

avis edit e regibus!Nunca olvidaré la ruidosa carcajada que

estalló en la clase. El señorito ya no se pavoneó más con su «saber».

Y decidme, si no, el pequeño cerebro de una colegiala, ¿qué porción habrá podido abarcar el terreno amplio, inconmensura­ble y, por ende, vertiginoso del saber hu­mano? ¡ Qué distinto es el acento del céle­bre naturalista Neíwton, quien, aun des­pués de sus investigaciones y de sus resul­tados, decía que su trabajo era semejante al de aquel que fuese recogiendo conchas a la orilla del inmenso archipiélago de la verdad!

«Qué piensa el mundo —escribe—■ de mi labor no lo sé; pero a mí me da la impre­sión de que es el juego de niño a la orilla del mar; de cuando en cuando quizá haya encontrado una piedrecita más vistosa o una concha más hermosa que mis compa­ñeros de juego, mientras que el océano de la verdad seguía siempre impenetrable ante mí.»

No estaría mal que los jóvenes gigantes de nuestros días meditaran lo que dijo mo­destamente W alter Scott, gran sabio y es­critor inglés, después de una larga labor sobre docenas de años, tenaz y perseveran­te: «Durante mi carrera me sentía ator­mentado e impedido por mi propia igno­rancia.»

Ved, pues: cuanto más sabio, tanto más modesto es el hombre; porque cuanto más aprende y sabe, con tanta mayor claridad ve lo increíblemente poco que sabe el más sabio.

Que sea tu mejor adorno el pudor de la

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ciencia, como dice Fenelón, y conozcas hu­mildemente que si algo sabes es mucho más lo que ignoras.

No en vano dijo Sócrates: «La mayor sabiduría humana es saber que no sabe­mos.» Y así escribe Séneca: «Muchos ha­brían sido sabios si no hubieran creído que ya lo eran.» Y el proverbio húngaro dice: «Si tuvieras talento, no lo sacarías a re­lucir.»

Suelen decir los alemanes de la gallina que cacarea estrepitosamente, pero que da pocos huevos: Viel Gescbrei, wenig Ei. «Mucho ruido y pocos huevos.» Mucho rui­do y pocas nueces, decimos nosotros en cas­tellano. Y un célebre predicador alemán, ya antiguo, A braham de Santa C lara, lo expresó así: Stultus und Stolz wachsen auf einem Holz. «La estupidez y el orgullo bro­tan del mismo tronco.»

Había un estudiante, cuya hermana tam­bién era estudiante, y quería saber todo mejor que él. Un día, fastidiado de tanta jactancia, le d ijo : «Pero, Paquita, no te me­tas en camisa de once varas... Vamos a ver: equis partidp por uve subcero multi­plicado por, coseno de alfa más epsilon. ¿En qué lengua he hablado ahora? Pues es el tiempo que un cuerpo lanzado emplea en recorrer su camino. Ya lo ves, ¿comprendes de todo esto una sola jota?» Desde entonces fue más modésta la muchacha.

Alcibíades en una ocasión dijo con orgu­llo ante su maestro, Sócrates, cuántas ha­ciendas tenía en las cercanías de Atenas. Sócrates sacó' un gran mapa: «Muéstrame dónde está Asia.» Alcibíades mostró un gran continente. «Bien. Y ahora, ¿dónde está Grecia?» También se lo mostró, pero ¡qué trozo de tierra más pequeño en com-

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paración de Asia! «Y ¿dónde está en Gre­cia el Peloponeso?» Alcibíades casi no. lo encontró en el mapa; tan pequeño era. «Y ¿dónde está Atica?» Esta vez sólo pudo se­ñalar un puntito. «Bien, y ahora —dijo Só­crates—, enséñame dónde está tu gran ha­cienda del Atica.» Pero ésta no podía en­contrarse en el mapa.

Por lo tanto, no te creas, joven, que tienes extensos territorios espirituales, cuando el hombre más sabio no puede poseer .más que un puntito, una arenilla de los enormes te- . soros de la ciencia que hay en el mundo.Y no has de portarte como si tú fueras el centro de todo, cuando en comparación con la inmensidad del orbe eres una molécula casi imperceptible, aun con microscopio. Y a la muchacha que se pavonea de su gran saber pregúntale con modestia: «Dime, amiga, ¿dónde está Asia?»

XVII.—¿Quieres prestarme...?

Otra prueba decisiva del carácter de la joven es la manera de procurarse dinero, ahorrarlo y gastarlo. Haz lo posible en la vida para no tener que pedir dinero pres­tado. Es difícil devolverlo después. Pero, por lo menos, has de aprender que quien todavía no gana, sino que vive de lo ganado por otro, no tiene derecho a pedir nunca prestado. Prepara su propia perdición quien a préstamos se acostumbra.

«Las deudas dan a luz seres terribles. Mentira, vileza, conciencias degradadas, hi­pocresía, todo esto pueden producir. En las caras abiertas y francas marcan muy pron­to las arrugas. Clavan el puñal hasta el co­razón del hombre honrado» (Jerrold).

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Quien contrae deudas es esclava en cier­ta medida: hipoteca su libertad. Si no has pagado a tiempo, ¡cómo temes encontrarte con tu acreedor! Y si no puedes evitarlo, ¡qué historias le cuentas...! Bajas la cabe­za y tienes que humillarte. Más vale acos­tarse con hambre que levantarse con deu­das. Porque tiene razón el dicho: «El saco vacío no se aguanta» y «A lomos de la deu­da cabalga la mentira.»

Evita el guardar ninguna moneda a es­condites de tu madre; no le «sises» si te envía de compras, eligiendo la cosa peor o trayendo menor cantidad..., aunque exte- riormente no pueda apreciarse.

Acostúmbrate a pedir dinero sólo a tu madre, a tu padre, pero nunca a las amigas o personas conocidas... Que tus padres se­pan en qué lo inviertes y, seguramente, te lo darán gustosos.

No suele ser la bendición compañera del dinero prestado. Es un hecho comprobado por la experiencia, que las gentes manejan el dinero prestado con más ligereza que el ganado con el sudor de su trabajo. No pi­das, por tanto, dinero prestado, ni lo des tampoco.

En casos excepcionales, cuando se trata de necesidades verdaderas, naturalmente, puedes prescindir de la regla; pero harás un favor a la mayoría de las que te piden dinero si rechazas su demanda. Si se enfa­dan, no te pese; no eran modelos de amis­tad. Porque nunca se ha de poner a una buena amiga en una situación tan espinosa como es, necesariamente, la relación ingra­ta que se entabla entre un acreedor y el que debe.

Cuéntase un caso muy interesante de un viejo filósofo persa, a quien preguntó un

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joven derviche. «¿Qué he de hacer? Los hombres me estorban muchísimo. 'Me qui­tan los minutos más preciosos.» El anciano contestó’: «Presta algo a los pobres y pide prestado a los ricos y verás como no te .mo­lestan más.»

¡Cuántas deshonras y maldades se ha­brían evitado si aquellas infelices no hu­biesen manejado en su juventud el dinero con ligereza!

XVIII.—El demonio del dinero

En circunstancias normales, antes de la guerra mundial, las jóvenes no tenían que ver con el dinero. Sus padres ganaban, sus padres gastaban por ellas, y las mucha­chas, si acaso, recibían algunos dinerillos con que podían permitirse algunos antojos.

Pero hoy vivimos tiempos extraordina­rios. La locura, la caza del dinero, el auri sacra fames ha ya cautivado muchas al­mas de mujer. Las jo ven citas corren des­aforadas en pos del dinero y del lujo. No hace mucho se suicidó una joven porque no podía comprarse un abrigo de pieles. ¡Qué espantosa tragedia! Creo, pues, muy oportuno escribir aquí algunos pensamien­tos acerca del dinero.

Yo quisiera que tuvieses concepto cabal de lo que vale. No se puede vivir sin di­nero, es verdad; pero no lo es menos que vivir tan sólo por el dinero no es vida hu­mana. La caza del dinero no puede ser fin digno de vida humana, ya que el dinero es sólo medio para la consecución de los bie­nes más elevados de la vida. Y si, por des­gracia, son también hoy muchos idólatras en el desierto, y si también hoy en muchos círculos de la sociedad se valora a la mu-

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jer de esta manera: «¿Ves? Esta tiene auto y 100.000 duros de renta», ante ti, ama­da joven, lo principal será siempre esto: «¿Ves? Es una joven seria y honrada de pies a cabeza.»

Un hombre muy rico dijo en el lecho de ^tuerte: «He trabajado durante cuarenta años como un esclavo para labrar mi for­tuna; los años que me restan de vida los he empleado en guardarla como un policía, y ¿qué he recibido en cambio? Comida, casa y vestido.» Tiene razón San Bernar­do : «La fortuna la conseguimos con fati­gas, la guardamos con pesares y la perde­mos con dolor.»

¿ Qué? ¿ E n t o n c e s no está permitido crearse una buena posición con honrado esfuerzo? Claro que sí. Pero quien adqui­rió una fortuna pingüe con que podría ha­cer tantas obras buenas en favor de sus prójimos que sufren, y las omite, esta tal no tiene perdón de Dios. Según la enseñan­za sublime de Jesucristo, sólo está permi­tido amontonar grandes bienes, si con ellos hacemos obras de misericordia.

No hay que ser comunista, no es menes­ter negar el derecho de propiedad para con­ceder que las enormes fortunas de hoy no han podido amontonarlas un solo indivi­duo; muchos obreros las regaron con su sudor; por lo mismo se debe invertir algo de tales fortunas en el bien común, en fa­vor de la humanidad. Nóblesse oblige. «No­bleza obliga», es un proverbio que muchos conocen y practican. Pero la riqueza obliga también; obliga a prestar auxilio, a por­tarse con liberalidad. Graba en tu alma las sabias palabras el emperador C onstantino «el Grande» : «Depende del destino el ser emperador; pero si el destino te colocó en

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un trono,' esfuérzate entonces por respon­der bien a tu dignidad.»

Te lo ruego, pues, encarecidamente, hija mía: si Dios te deparó* padres poderosos, esfuérzate por injertar cuanto. antes en tu alma el espíritu cristiano, que es espíritu caritativo y social. «El corazón se endurece más aprisa en la riqueza que el huevo en el agua hirviente» (Burne). ¡Hija del due­ño de una fábrica, de un gran industrial!: piensa sólo que mientras en la caja de tu padre entran gruesas rentas mensuales, muchos miles de mineros sudan para ello en las entrañas de la tierra al débil res­plandor de una linterna; cuántos obreros están'junto a los hornos encendidos y a las ruedas de máquinas en movimiento Conti­nuo ; cuántos caen víctimas de una desgra­cia durante el trabajo pesado y difícil. Y a todos ellos les esperan en su casa su fami­lia, sus esposas y sus hijas, muchachas co­mo tú, pero a quienes les falta muchas ve­ces el pedazo de pan.

Si tales pensamientos viven en tu alma encontrarás medios desde ahora para ayu­darles una y otra vez, según tus posibilidad des; y aún más, echará en ti profunda rai­gambre el serio pensamiento — ¡que por desgracia es hoy tan raro entre las perso­nas acomodadas!— de que recibiste de Dios tu fortuna sólo a manera de préstamo, y un día tendrás que rendir estricta cuenta de su empleo. Créeme, hija; si este modo de pensar no fuera raro entre los ricos — ¡y, ‘ sin embargo, es doctrina característica del cristianismo!—* se podría resolver en un solo día la cuestión social, tan peligrosa y que amenaza con un derrumbamiento com­pleto.

Preguntaron una vez a un rico que ha­

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bía sabido abrirse camino a costa de gran­des luchas cómo pudo allegar tanta fortu­na. Así contestó el rico: «Mi padre me inculcó profundamente que no debía jugar antes de acabar el trabajo; no gastar el dinero antes de poder ganarlo.»

Palabras sencillas, al parecer, pero llenas de profunda sabiduría: ¡No derrochar el dinero que no has ganado! Quien gasta el dinero ganado por otro no puede llamarse todavía independiente, no es mujer com­pleta. Naturalmente, entre jovencitas no hay más remedio : ellas viven del dinero de sus padres; pero han de proponerse fir­memente no gastar ni un céntimo en frus­lerías. Ni han de comprar nada a crédito, es decir, no han de gastar hoy el dinero que sólo tendrán mañana, o pasado mañana.

Gasta siempre menos de lo que te pro­duce tu renta. Muchas gentes están descon­tentas, no porque no ganan, sino porque no saben refrenar sus pretensiones. Grandes propietarios, dueños de inmensas fortunas, mujeres ricas, se volvieron pobres, sin un techo que las abrigara, porque no cumplie­ron esta regla. Y no quisieron creer lo que W alter Scott pone en boca de uno de sus personajes históricos: «Ejecuta más almas el dinero sin filos que; la espada cortante.» Por otra parte, gentes de mediana fortuna pueden vivir honradamente y sin pesares, si conocen el arte de la economía.

Hay muchas jóvenes que no saben mane­jar el dinero. Si pasan ante una pastelería, ante una tienda de fotografías, de deportes o de bisutería y perfumes, ante un cine, cada cual según sus gustos, si tienen di­nero en su bolsillo no pueden dominarse. Estas muchachas en vano tendrán, cuando mujeres, renta de millones; nunca estarán

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satisfechas y nunca tendrán dinero, por­que toda su fortuna se derretirá entre sus manos, como la nieve al primer rayo de sol.

*XIX.—¿Cómo se cazan los monos?

¿Sabes cómo- cazan el mono los negros? Tienen un modo harto ingenioso. Atan bien fuerte al árbol, una bolsa de piel con arroz, la comida favorita del mono. En la bolsa hay un agujero de tal tamaño que por él pueda pasar justamente la mano del mono, pero que, lleno el puño de arroz, no pueda sacarlo de nuevo. ¡Pobre mono! Sube al árbol, mete la mano, la llena de comida ex­quisita. Sí; pero... no puede sacar el puño. En este momento sale del escondrijo una sonriente cara negra; el pobre macaco gri­ta, salta, se retuerce...; es inútil. El negro lo coge. Y, sin embargo, el tonto no hubiera tenido más que abrir la mano y soltar el botín y estaba salvo. ¡Ah, sí! Pero antes el cautiverio, antes la muerte que desprender­se de la presa.

Cuidado, hija, que no te aprisione tam­bién a ti el amor ávido del dinero y no te arrastren a sus cárceles las negras pasio­nes.

Repito: no podemos vivir sin dinero. Pero la cuestión está en cómo nos conduci­mos para que el demonio del dinero nos sirva a nosotros y no seamos nosotros sus esclavos. El dinero tan sólo es medio; cui­dado que no veas propiamente un fin en el adquirirlo. El dinero puede ser buen criado, pero ¡ay de ti!, si llega a dominarte, y tú por un plato de lentejas, por ventajas ma­teriales, vendieras el derecho de primoge-

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nitura de los hijos de Dios, los valores mo­rales de tu alma grande.

Cuando alguien muere suele preguntar­se: «¿Cuánta fortuna dejó?» Y no es ésta la cuestión importante. Se habría de pre­guntar: «¿Cuántas obras buenas le prece­dieron allá en los cielos?» O dives, dives! Non omni tempore vives! Por muy rico que seas, no has de vivir siempre.

El genio del hombre supo vencer y refre­nar otras fuerzas maléficas; supo imponer su yugo a la electricidad, al fuego, al va­por ; el espíritu cristiano es capaz de atar al servicio de los nobles objetivos al mis­mo demonio del dinero.

Quiero, no obstante, mencionar, aunque gracias a Dios espero que tú no necesites el aviso, la influencia devastadora del lujo en la vida moral.

Quizá no te importará verte con un traje nuevo si no gastaras en él demasiado di­nero.

Gastar en vestir más de lo que puedes por tu fortuna es arruinar tu vida por unos trapos... ¡Como si no hubieras nacido más que para lucir! Una joven que aspira a ser mujer honrada y cristiana no debe sacrifi­car su fortuna al lujo y a la coquetería. ¡Triste hogar el suyo, amenazado de ruina

, antes de ser creado!Hogar que tiene por cimiento la vanidad

de la mujer se derrumba siempre. Pueden verse ruinas entre la clase media, entre la aristocracia, entre el pueblo humilde.

Y no creas que la adoración del oro es un peligro que amenaza tan sólo a los adultos de posición desahogada. Una muchacha po­bre puede tener también una amiga rica, para la que el estudiar es cosa de segundo plano y lo principal es divertirse; pero ¡ ay

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de aquella que se deja deslumbrar por la «honrosa amistad» de la compañera rica y en aras de lá misma empieza ella a malgas­tar también el dinero de sus padres, aho­rrado con duras pruebas!. Sólo una joven casquivana puede fríamente derrochar el dinero que sus padres tuvieron que ganar a costa de tantos sudores y trabajos. No estires la pierna más alia de la sábana que te cubre. Más gasto que renta..., ahí tienes la ruina.

XX.—Hasta donde llega la sábana

Quizá no querrás creerlo: si quieres te­ner una posición desahogada, lo principal no es que sepas ganar, sino que , sepas aho­rrar.

«¿Quién es el más rico?», preguntaron al sabio griego O leantes : «Quien se contenta con menos», contestó. Excelente móvil de la prosperidad material, y más tarde de la propia independencia, es saber ser modes-f tas. Cuanto más moderadas fueren las pre- tensiones, en tantos aspectos de la vida, se logra la independencia. Y basta ver la maestría que tiene la civilización moderna en despertar, día tras día, nuevos deseos en las gentes. Si dos ¡muchachas empren­den la vida con igual talento e igual dili­gencia, prosperará más, sin ningún género de duda, la que tenga pretensiones y nece­sidades más modestas. La modestia en los deseos ya es de suyo una fuente de ga­nancia.

Cuantos mayores lujos tiene una mujer, más prisionera se vuelve de los placeres mundanos.

¿Por qué tantas maldades y desgracias?

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Porque las mujeres tan sólo quieren gozar, pero no quieren sacrificarse.

¿Por qué tantas vidas míseras? Porque gastaron más de lo que tenían.

¿Por qué tanto suicidio en la sociedad moderna? Porque se sabe mucho de ambi­ciones y muy poco de deberes.

Eh la clase más modesta se ha de reunir un pequeño caudal para los casos impre­vistos de enfermedad, de desgracia; para los días de vejez, cuando ya no se pueda ganar el sustento. Por más que se gane, si se consume todo, habrá que caminar siem­pre bordeando la miseria. No se tendrá con­ciencia de la propia fuerza y de la seguri­dad que suele dar a la mujer el capital aho­rrado, por muy modesto que sea. Hasta de un sueldo modesto se puede ahorrar ; en cambio, quien cada día consume lo que ha ganado, no da ni un paso adelante en el camino de la fortuna.

Hemos de acostumbrarnos a la economía ya en los años de nuestra juventud. La eco­nomía educa el carácter y aumenta el sen­timiento de la independencia, mientras que el derroche induce a la ligereza y empuja a la ruina. ¿Cómo es que, a pesar de todo, encontramos tan raras veces una joven que sepa ahorrar? ¡Ah!, porque no es tan fácil la cosa.

«¡Soy tan pobre! ¿Cómo podré comen­zar mis ahorros?» Ante todo lleva cuenta puntual de las entradas y de los gastos. Es lo primero; no gastes nunca más de lo que tienes. Después: no gastes nunca super- fluamente. Quien compra cosas inútiles, pronto se verá obligado a Vender objetos que mucho necesita.

Mira una mujer vanidosa. ¡Cuántos gas­tos inútiles tiene sólo porque «las otras

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también lo hacen así.» Vestir lujoso, afei­tes caros, diversiones, comidas... La vani­dosa ni siquiera viene a disfrutar del resul­tado de sus gastos, porque derrocha sin me-

. sura «por amor a otras». ¡ Cuántas llegaron a la miseria sólo por haber querido el mis­mo traje, sombrero, teatro, casa, auto, «que la otra»!

Sobre todo —te lo repito— gasta lo me­nos posible, cuando se trata de gastar lo de otros, lo de tus padres. Bien lo pensarás —si gastas no en cosas fútiles—■ cuando los dineros sean tuyos a fuerza de duro tra­bajo.

La economía tiene otra gran ventaja: permite a la muchacha más pobre hacer obras de caridad. Y esto es un sabroso man­jar espiritual del que ninguna joven debe­ría privarse. ¡Qué bello es el ejemplo de la muchacha que distribuye los regalos de sus padres, acomodados, entre las compañeras que viven con estrechez! Pruébalo, por fa­vor; verás qué sublime alegría te propor­ciona separar algo de lo tuyo, privarte de minucias con un pequeño sacrificio, ayu­dando con ello a las más pobres. Quien sabe ahorrar puede hacer obras de caridad, aun teniendo menguados recursos. Quizá haga más que quien alardea de su. gran fortuna. Summae opes, inopia cupiditatum —dice Séneca— , «la mayor riqueza es tener pocos deseos». *

*XXI.—¡O morir o trabajar!

Los paganos admiraron extraordinaria­mente a las mujeres de los cristianos por su valor, sobriedad y diligencia. «¡Qué mu­jeres tienen esos cristianos!», decían con envidia.

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Las mujeres cristianas, con el trabajo y sacrificio y la servicialidad, reformaron la vida de los pueblos. Mientras la dama pa­gana necesitaba perder el tiempo para ha­cer algo, la cristiana, - avara del suyo, lo aprovechaba para ganarse el sustento o en favor de sus prójimos, a los que se consa­graba.

Actividad mucha actividad; pero no la del ser que se viste, charla y se desnuda», sino la del que ama la vida y no quiere desperdiciar un minuto. Esos minutos bien aprovechados pueden labrar la felicidad de tu patria, tan necesitada de mujeres traba­jadoras y activas.

Una joven comodona y perezosa jamás podrá ser miembro útil a la sociedad! Una juventud ligera, que teme el trabajo y el sacrificio, ¿podrá, acaso, reedificar la pa­tria desgraciada, deshecha en ruinas? La que de joven se limitó a ejecutar tan solo el trabajo que se la imponía, ¿cómo cum­plirá más tarde sus deberes, cuando a na­die tenga ya que rendir cuentas?

La perezosa es cruel verdugo de sí mis­ma. La mujer que todo lo tiene, cuyos de­seos se cumplen apenas asoman, tendrá una vida con más espinas que flores. En medio del trabajo vuela el tiempo, mientras que andan en la intolerancia con paso de tor­tuga los mismos minutos. El «no hacer na-, . da» es el trabajo más cruel para la mujer.

¿Qué le falta, pues? La alegría del tra­bajo. El trabajo es uno de los mejores edu­cadores del carácter; la costumbre de do­minarse a sí mismo crea la perseverancia, templa la tensión del espíritu y santifica; por eso Santa Juana de Lestonac, funda­dora de las Hijas de Nuestra Señora, puso

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como lema de su vida: ¡O morir o traba­jar!

Qué bendición sea el trabajo lo sabe sólo quien se vio obligado por mucho tiempo —supongamos que por causas de una en-

. fermedad grave— a la inactividad. Se pue-r de transformar en insufrible tortura el cas­tigo de los penados sólo con no permitirles el trabajo y obligarlos a estar sentados ho­ras, días, semanas, sin hacer nada en su celda. Basta para volverse locos.

El emperador romano Septimio Severo cayó gravemente enfermo el año 211, en Britania. Entra el tribuno a pedirle el san­to y seña del ejército para aquel día. Labo- remus, «trabajemos», contesta el empera­dor, ¡el emperador enfermo! Sabía que los deberes nacen con la vida, y sólo llegan a su fin al /cerrarse nuestro ataúd.

Mira, el gran emperador Carlomagno ha­cía trabajar a sus hijas, porque decía que «había que huir de la ociosidad, aunque se naciese hija de rey».

Sin trabajo, la vida es un soñar vacío y vano: El espíritu de las mujeres perezosas se hace veleidoso, su voluntad raquítica. Uno de los primeros medios para el robus­tecimiento de la voluntad es, precisamente, el trabajo, el esfuerzo continuo, minucioso. La que trabaja no tiene tiempo de estar descontenta, de rebelarse contra su suerte. Aún más: el trabajo hecho con interés, si llegamos a absorbernos por completo en él, hasta podrá librarnos de pequeñas indispo­siciones : dolor de muelas, de cabeza, lige­ras calenturillas. El trabajo que hacemos, dándonos del todo a él, hácenos olvidar ta­les molestias : las vence.

Quisiera que las colegialas holgazanas meditasen profundamente, una vez siquie-

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ra, qué timbre de gloria es el poder estu­diar. Otras jóvenes, por la dificultad de ganarse la vida, se ven pegadas a la má­quina, a los menesteres humildes, y para éstas permanecen escondidas para siempre muchas cosas interesantes. Pero cuando tú estudias o lees se levantan de las tumbas milenarias los héroes, te hablan antiguos sabios ya muertos, te cantan sus leyendas poetas, de fama mundial, toman vida mo­numentos de pueblos desaparecidos, se des­cubren los planes, los pensamientos de los mayores entre los hombres. Quien no tiene holgura y posibilidad de aprender, no lle­gará a saber nada de todo esto.

Tú, en cambio, puedes conocer la vida portentosa del fondo de los mares, la gran­deza de los astros lejanos, las magníficas leyes de la naturaleza. ¡ Qué agradecida deberías mostrarte, porque el estudio es cosa permitida para ti!

La estudiante verdaderamente concien­zuda siente bien tal alegría y no mide ta­caña su trabajo, diciendo: sólo aprenderé tanto, porque sólo tanto es necesario. Sino que aprende toólo lo que puede. Y después de la tarde pasada junto al libro, al llegar a la cena rendida, siente en su alma la ale­gría del trabajo, como lo cantó Schiller en La Campana:

Sudor que brote ardiente inunde nuestra frente; que si el cielo nos presta su favor, la obra será renombre del autor.

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Y ahora mira entre los varios tipos de la sociedad estudiantil un modelo que voy a presentarte: exterior elegante, peinado im­pecable, un abrigo último grito, zapatos de piel de cocodrilo, bolsillo con estuche de perfumes y afeites, y dentro, en el alma, una vaciedad horrenda. Sobre su cuaderno de lecciones se lee : «N. N., estudiante de primer año, colegiala de primer curso»; pero si quisiera ser sincera debería poner allí: «N. N., coqueta profesional.» Porque tal muchacha hace cuanto puede hacerse sobre la tierra, menos una cosa: ¡apren­der!

Se apodera de mí cierto malestar cada vez que de labios de una de estas pollitas insulsas e hipócritas, en lugar de la lección, oigo la falsa y consabida excusa: «Señori­ta, no he podido prepararme; me dolía la cabeza.»

¿Tenía dolor de cabeza? No es verdad: pereza pura. Me gustaría mostrar a éstas la gran muchedumbre de jóvenes pobres, pero dotadas de talento, que sienten la vocación de las aulas animadas por su deseo, por su diligencia, por su perseverancia, pero que no pueden seguirla por falta de dinero. Y si logran de algún modo ir a la escuela, ¡a costa de qué privaciones siguen sus estu­dios !

¿Y a aquéllas todavía «les duele la ca­beza»? Por pereza han derrochado tanta fuerza de voluntad, que se les hace molesto meramente levantarse del sofá, o buscar los libros de texto. Sí; cada tarde, mejor dicho, cada noche, a eso de las once, estu­dian algo, una media hora; mas entre tan-

X X II.— c<Me dolía la cabeza»

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to no dejan correr cinco minutos sin repa­sar el peinado y mirarse al espejo y con­templar sus facciones. Se ve claramente que, aun durante el estudio, su «yo» pre­cioso es lo más importante para ellas. No es maravilla, pues, que no sepan la lección.

Cada mujer gasta una gran parte de los tesoros del mundo: comida, vestido, etcé­tera ; y esto ha de pagarlo de una o de otra manera. Por los bienes terrenos que gasta­mos hemos de pagar con el trabajo; la mujer que no trabaja, pues, es un fardo sobre las espaldas de la sociedad, porque consume continuamente sin dar compensa­ción. Por esto escribe San Pablo con clara brevedad a los Tesalonicenses: «Quien no quiere trabajar, que no coma» (1).

Y tienen que trabajar no sólo quienes es­tán obligadas, sin otros argumentos ni ra­ciocinio, a ganarse la vida mediante el tra­bajo. No, hija mía. Por más rica que seas, aunque tengas todos los tesoros que se te antojen, has de trabajar. De la inactividad nace la rutina moral, y su consecuencia es el retraso espiritual. La que no aprende no sabe juzgar, cual cumple, al mundo; se hace esclava de otras, de las más instrui­das, aunque por el exterior parezca ocupar un trono.

En cambio, la que trabaja mucho llega a- ser guía espiritual de la humanidad; su palabra resueña en los siglos y despier­ta admiración aun cuando el cuerpo hace tiempo que se convirtió en polvo.

Los grandes poetas, los místicos, nos ha- blan hoy, todavía, con vida lozana en sus obras maestras. Platón, aún hoy, nos ense­ña su filosofía. Virgilio y el Dante, siguen 1

(1) Segunda carta a los Tesalonicenses, III, 10.

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cantando sus versos. Shakespeare, no deja de conmovernos. Teresa de Jesús, con sus escritos, sigue perfeccionando espiritual­mente las almas..., y ¡han pasado siglos ’ desde que murieron! El resultado del tra­bajo es, de veras, monumento más perenne que el ibrdnce: monumentum aere peren- nius. ¡Ojalá meditasen estas verdades aque­llas estudiantes, aquellas colegialas a quie­nes siempre «les duela la cabeza!

XXIII.—La abeja y el abejorro

Vemos con razón en las abejas un sím­bolo de diligencia. Es portentosa la perse­verancia incansable con que vuelan duran­te todo el día de una ñor a otra, recogiendo miel. La- diligente abejita que de las flores liba la miel y la joven que trabaja en sus libros son muy parecidas. De la misma ma­nera, también, las mujeres ya maduras o colegiales, nada más deben extraer de mu­chos libros, de muchas impresiones, dé ob­servaciones múltiples, con incansable soli­citud, la ciencia necesária para la vida.

Y hay aún otros puntos de contacto entre abejas y colegiales. Parécense, asimismo, en que ambas tienen parientes de menos valía. También las abejas tienen un parien­te degenerado: el abejorro. Por fuera pa­rece abeja trabajadora, zumba lo mismo, hasta más fuerte; vuela dé la misma ma­nera de flor en flor; hasta se asienta en alguna que otra roca con tal seriedad, que al verlo cualquiera pensaría que saca miel de la misma piedra; pero después de los trajines de un día entero, siempre llega a casa sin miel. Así es el abejorro.

Y ¿cómo es la colegiala abejorro? Está

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sentada ante el libro abierto, lo mismo que 6 las demás; vuelve las páginas de la misma .

manera, y aún las vuelve más. Mira con tal seriedad las letras que no parece sino que hasta de la roca de la cubierta del li­bro quisiera extraer ciencia. Su madre la acaricia con tanta compasión: «¡Pobre hi- jita, te matarás con tanto estudiar!» —y, sin embargo, no hace sino remedar la dili­gencia.

Su entendimiento va errante por todas partes; en su cabeza se acumulan pensa­mientos que nada tienen que ver con el estudio. Menos mal, si en su cerebro no se arremolinan conceptos malos y pensamien­tos poco edificantes, porque ahora sí que será fiel copia del abejorro, cuya larva, co­mo es sabido, se cría con predilección en la basura. .

El libro de los Proverbios, del Antiguo Testamento, pinta magistralmente, en po­cos trazos, al perezoso que aquiete y no quiere» (1); que «se consume por sus pro­pios deseos» (2), ya que toda su vida y toda su labor no son otra cosa que un encadena­miento de deseos y suspiros infructuosos. Si por casualidad sabe decidirse a tiempo en las cosas, ve multiplicadas las dificulta­des, y al final, «Fuera hay un león, y si sal­go me matará en medio de la calle» (3) —dice con miedo.

«El álgebra es terriblemente difícil; es inútil; no es posible aprendérsela» —repi­te—■, y cierra el libro aun antes de empe­zarlo. Todo lo prueba, de todo tiene vagas noticias; pero nada se sabe como corres- 1

(1) Proverbios, XIII, 4.(2) Idem, XXI, 25.(3) Proverbios, XXII, 13.

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ponde. Es como aquellas navajas volumi­nosas, en que hay hoja de corte, pero al mismo tiempo tienen también tirabuzón, tijeras y abotonador de zapatos; todas es­tas herramientas, sin excepción, son de una calidad pésima.

¡Te tengo lástima, pobre infeliz «colegia­la-abejorro», porque todos los vicios de la mujer provienen de su ignorancia, y tú, malgastando los años más fértiles de tu ju­ventud* vas labrando tu propia inmorali­dad, tu degradación.

*XXIV.—La grulla sin cola

Hay jovencitas que van pasando los años valiosos de la segunda enseñanza con ver­dadera habilidad, para sacar de ellos el me­nor provecho: S í; van a clase, a ello se les obliga; pero sólo trabajan con medio cora­zón, con un solo ojo, con un solo oído.

¿Y la otra parte? Prestan atención muy a pesar suyo, pero con la mitad de su en­tendimiento recorren el vestido que vieron en un escaparate, el peinado de moda. Vigi­lan con un o jo ; por el rabillo miran a la profesora; pero al segundo leen ya de nue-' vo, con el libro bajo el banco, novelas cine­matográficas, revistas de deportes o de be­lleza. Si el profesor o la profesora hacen un movimiento, instantáneamente lo mi­ran con una cara tan asombradamente lu­minosa como si ellas hubieran seguido la explicación.

Sinceramente, me dan lástima estas mu­chachas. Me dan lástima porque estas dos mitades de su trabajo no pasan de ser un continuo titubeo. Ellas, sin embargo, sos­tienen que, simultáneamente, pueden pres-

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tar atención a dos puntos, a debajo del ban­co y a encima del banco; pero la psicología las desmiente. El tiempo se les va lo mis­mo que a aquellas que toman parte en la lección con alma y vida; la diferencia está en que unas ya saben la lección, mientras otras tiran, los libros, porque no compren­den ni una cosa ni otra.

Llamóme la atención una bandada de grullas que cruzaba un día los aires. Todo el grupo, en forma de cuña, surcaba mag­níficamente el cielo; pero muy lejos de sus compañeras remaba tambaleándose, con in­hábiles aletazos, una pobre grulla que ha­bía quedado atrás. Le sacaron a la infeliz en una riña las plumas de la cola, su ti­món ; y aunque trabajaba en el aire doble que sus compañeras, no llegaba con todo al final. Grulla sin cola es también la co­legiala de quien hablamos: también ella trabaja, pero no adelanta.

Ibsen, en Peer Gynt, pinta el estado de ún hombre al que con reproche le rodean las horas y los dones valiosos de la vida malgastados. Somos los pensamientos —di­cen— que deberías haber prestado. Somos las canciones que debiste cantar. Somos las lágrimas que debíamos haber brotado de tus ojos. Somos las acciones que pudiste y no quisiste realizar.

Yo quisiera que todas las jóvenes escri­biesen sobre una tarjeta, y la colocasen en un marco sobre la mesa de su cuarto para tenerla siempre a la vista, las ponderadas líneas que siguen:

«Cada día inútil es una página en blanco en el libro de mi vida» (Cristián Félix W eise).

El tiempo es dinero; no malgastes ni un momento y cuéntalos todos bien.

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Haz a tus prójimos todo lo que deseas que ellos te hagan a ti. No lo olvides: el presente es un momento que pasa con la rapidez- de un relámpago. Sólo este momen­to te pertenece; el pasado no existe, el por­venir no sabes si llegará.

Asf, lo que puedes hacer hoy no lo dejes para mañana.

Lo que puedes hacer tú misma no lo con­fíes a nadie.

No desees los bienes de los demás.Da importancia a la cosa más insignifi­

cante.No gastes de antemano lo que todavía no

tienes.No derroches tus rentas; procura más

bien conservarlas.Haz que un orden severo gobierne todos

tus quehaceres,Esfuérzate en hacer el mayor número de

obras buenas durante tu vida.No te prives de nada que sea necesario

para la comodidad de la vida; pero vive con honda modestia y economía.

Y, por lo mismo, emplea tu tiempo dili­gentemente hasta el último momento de tu vida.

A quien le gusta la miel, no han de asus­tarle las abejas,

¡Fuera pereza, levántate y anda, para que tu c o n c i e n c i a tranquila exclame: «¡Hoy he llenado bien mi día/»

XXV.—Temblorosa llama de bujía

Hay jóvenes de naturaleza especial que trabajan durante todo el día, siempre es­tán ocupadas, y, no obstante, por falta de perseverancia, son víctimas, dignas de oom-

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pasión, de la debilidad de su propia volun­tad. Siempre están atareadas, no cesan un momento; pero no dedican más de diez mi­nutos a una misma cosa; presentan, suce­sivamente, de modo tan magistral, sus ac­tos inútiles, que llega a parecer una acti­vidad febril.

Fíjate si no en cómo emplea la tarde una de esas colegialas estudiantes. Después de la comida empieza a buscar los vocablos latinos. A los tres minutos copia un dibujo para un trabajo de sierra. Ün ratito más y la verás en el sofá repitiendo machacona­mente, en voz alta, las guerras de Napo­león. En eso, cierra de repente el libro, por­que se ha acordado de que tiene citada a la peluquera, que está esperando hace tiem­po. Apresuradamente va al tocador, y des­pués de leer diecisiete páginas de una no­vela de Pereda, la toma con la lección de Física. Pero apenas escribe que la distan­cia focal (f) de las lentes se determina por los radios esféricos (rx r2) y el índice de refracción (n):

J,í (“

cuando he aquí que observa «una carrera en la media»; inmediatamente busca hilo, aguja y se pone a sujetarla... Y con esto llega a feliz término la tarde. Su madre la tiene compasión; «¡Pobre hijita, cuánto ha estudiado!» Y, sin embargo, hacía sólo co­mo que estudiaba.

La Historia cuenta, del empérador Do- miciano, que se encerraba muchas veces en un cuarto y a nadie le era permitido estorbarle, como si hubiese querido profun-

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dizar en los asuntos más difíciles del Esta­do. En realidad, pasaba el rato cogiendo moscas y clavándolas en un alfiler. Lo mis­mo que aquella muchacha que con aire se­rio abre ante sí un texto de Comelio Ne­pote, pero Cuando sale su madre del cuarto saca de debajo una revista cinematográ­fica.

El trabajo a retazos, falto de orden, ade­más de cansar mucho más que el estudio serio, carece de todo valor. Es por demás: el espíritu humano no es capaz de prestar atención simultáneamente a muchas cosas.

Es natural que la estudiante que se mue­ve continuamente durante la lección, como ardilla en la jaula, y es inconstante como una gitana ambulante, no haga labor de provecho. Estas muchachas, aunque estu­dien de continuo, nada saben; prestan aten­ción a todo, pero nada retienen. Aprovecha, incomparablemente más, si estudias tres horas con atención intensa y entrega com­pleta y después te diviertes con el alma tranquila otras tres, que si estás sentada seis horas ante tus libros, pero no aprendes, ni juegas, y, por fin, como sucede después de todo trabajo a medio hacer, te levantas descontenta dé la mesa de estudio. La jo­ven que mejor aprende, y más tarde tam­bién será la que rinda más provecho, es aquélla que mientras estudia se olvida por completo del mundo, no se da cuenta si­quiera del ambiente que la rodea, del tiem­po, de las dificultades, y concreta toda su atención en un sólo punto.'

Confiésalo; tú misma fácilmente com­prendes que si alguien mientras baila un rigodón, medita el binomio de Newton, tro­pezará en el suelo más llano; pues ¿cómo no ha de tropezar y caerse en el examen de

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matemáticas la que al prepararse en la tar­de anterior sólo pensaba en el baile de la noche?

No lo emprendas todo a la vez; empieza un sólo trabajo; prosíguelo con perseve­rancia, no toleres desalientos y no lo aban­dones hasta llevarlo a buen término. Age quod, agis. «Lo que haces, hazlo bien.»

Es errónea, sin duda, la opinión corrien­te en nuestros días, según la cual son «ac­tivas» y de espíritu «creador» aquellas per­sonas que con nerviosa inestabilidad em­prenden innumerables empresas.

¡ Qué engaño ! Los grandes descubrimien­tos, que significan un paso de la humanidad. en el campo de la cultura técnica espiri­tual, nacieron mediante un trabajo cons­tante, en el ambiente fértil del tranquilo escritorio, del laboratorio silencioso y de las calladas bibliotecas.

Lo que hace a los verdaderos héroes de la Historia, en el terreno de la ciencia, de la literatura, del arte y de la industria, es la diligencia constante, reposada, con áni­mos para mantener un trabajo reconcen­trado en largos años. No se pueden escalar

, las cimas de las altas montañas con un sólo esfuerzo gigante, sino con el trabajo con­tinuado de millares y millares de pasos pe­queños, de un adelanto perseverante a cos­ta de trepar por las peñas, de remover obs­táculos, de hacer pie... donde se pueda y resbalar muchas veces.

Créeme, hija; la heroína no es aquélla que es capaz de llevar a cabo una o dos ac­ciones atrevidas, sino la que sabe ejecutar con valentía las obras más insignificantes de la vida. Este fue el secreto de los santos.

Cuando después de comer se apodera de ti una pereza como la de la marmota du­

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rante el invierno, y venciéndola te apren­des la Química, eso es dominio, voluntad.

Cuando por la mañana te sentaría tan bien seguir acurrucada entre las mantas ca­lientes, pero al sonar la hora de levantarte saltas animosamente de la cama, eso es de espíritu fuerte.

Cuando el sol de mayo te convida a pa­sear, pero no has terminado aún tus leccio­nes y te esfuerzas en seguir sobre el libro, demuestras tener ánimo de heroína.

Cuando algo no te gusta y lo haces a pe­sar de todo con placer, porque así lo exige el mandato de Dios, eso, eso es valentía he­roica.

Acuérdate de lo que dice Claudio Ber- üMard: «Lo único que cuesta es dar el pri­mer paso.» Quien no avanza, retrocede.

XXVI.—E l caracol y la liebre

El caracol y la liebre se apostaron para ver quién ganaba una carrera. La meta se­ría el confín de un bosque cercano. El caracol emprendió su camino con gentil afrento; sudaba caminando tenaz y esfor­zado. La liebre, con ilimitada confianza, se acostó' en el suelo, bajo los rayos esplendo­rosos del sol, y pensaba: «¡Imbécil! ¿Para qué tantas fatigas, a qué vienen sudores tantos? Es por demás. En dos saltos te dejo yo tan atrás ;que no me verás ya la punta de la cola.» El caracol seguía su camino, arrastrándose, sudando, trabajando, y cuan­do la liebre se dio cuenta no le faltaba más que un paso para llegar al bosque. «¡Voto a Briosle! Hay que correr. ¡Adelante!», ex­clamó la liebre. Da un salto, da otro salto;

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pero antes de dar el tercero el caracol ya estaba en el bosque.

La perseverancia y la diligencia vencen al talento.

En el trabajo espiritual también es con­dición de primera necesidad da constancia. No se puede decir que corresponda por completo a la verdad; pero encierra gran parte de ella el dicho francés: le génie c’est la patience, «el genio es paciencia». Podría mostraros un crecido número de jóvenes muy listas que corrieron a la ruina por su modo ligero de pensar. Aunque no lo toma­ban muy en serio, hicieron sus estudios superiores con las mejores calificaciones; pera en la vida no dieron fruto, precisa­mente porque no estaban acostumbradas a un trabajo sistemático. No llegaron a nada. Por otra parte, muchas mujeres célebres durante los años de estudio no tenían más que un talento mediano; pero supieron compensarlo con diligencia férrea y con trabajo constante y sistemático.

El «aprender con facilidad» indudable­mente es un don peligroso para muchas jó­venes. «¡Yo no tengo que estudiar, soy lis­ta!» —dicen muchas jóvenes en sus aden­tros—. Démoslo de barato; pero la listeza sola no es ciencia; solo es medio para al­canzarla. Y muchas jóvenes de talento fra­casaron en las clases superiores o en la Uni­versidad, sólo porque no hicieron fructificar el talento que les fue concedido por Dios. «La labor perseverante vence todas las di­ficultades.» Labor omnia vindt improbas —escribe V irgilio.

¡El caracol puede vencer a la liebre!

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El trabajo pertinaz y serio, la paciencia constante y amplia, son como el agua que tranquila fluye siglos atrás y se cava un álveo profundo. No todos somos genios; todo lo contrario ; éstos son un porcentaje muy reducido de gentes; pero todos si po­demos proponernos un fin elevado; sí se­guirlo constantes y tenaces durante la vida entera. El blanco que nunca se pierde de vista es el armazón, la espina dorsal en que se apoya el éxito de la vida. Aún más-: ¿ cuál es una de las propiedades caracterís­ticas del genio? La consagración apasiona­da, intensa, a una rama de la ciencia o del arte.

Las creaciones científicas o artísticas más gloriosas para el espíritu humano las de­bemos, no a la llamarada momentánea del genio, sino a una incontrastable y perseve­rante diligencia de hormiga. Los hermosos resultados de la constancia de una vigorosa fuerza de acción y de una voluntad firme podrán lograrlos también jóvenes de me­diano talento espiritual. El gran secreto del éxito en este mundo está en perseverar con tenacidad e insistencia, teniendo al fin no­ble y elevado que nos hemos fijado.

La diferencia entre la mujer superior y las mujeres adocenadas estriba muchas ve­ces sólo en la energía y voluntad inflexi­ble con que, aquélla se dirige al fin seña­lado ; es lo que caracteriza a las grandes mujeres y lo qué falta a las mujeres vulga­res. La perseverancia, la diligencia y el tra­bajo han sido incomparablemente más pro­vechosos al mundo que el genio, el talento brillante. Ohne Fleiss kein Preis —dicen

X X V II.— ¿Genio o diligencia?

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en alemán—. Sin diligencia nada se logra. Y ante el trabajo todo el mundo se inclina.

«Aprisa, aprisa. ¡Pasar lo malo del tra­bajo !» —es la divisa de muchas colegialas estudiantes.

¡Ah! ¿Sí? ¿Sabes cuánto tiempo empleó Dante para su obra de fama mundial, lá Divina Comedia? Treinta años justos.

New ton, el gran a s t r ó n o m o , escribió quince veces su Cronología, hasta que pudo darse por satisfecho.

Cuando T tciano, el pintor de fama uni­versal, envió a Carlos V su célebre Ultima Cena, escribió lo siguiente: «Mando a Vues­tra Majestad un cuadro en el que he traba­jado diariamente, y muchas veces hasta por la noche, durante siete años.»

Virgilio estuvo escribiendo durante vein­te años la Eneida, y, no obstante, quiso des­truirla antes de morir por no considerarla bastante buena.

Fenelón transcribió dieciocho veces su célebre obra educadora, el Telémaoo, y aun en la última copia borró y enmendó mucho.

XXVIII.—La paciencia activa

.Por desgracia, abundan los caracteres que no son muy propicios a este trabajo insistente. Durante la guerra mundial, los húsares, con su empuje característico y he­roísmo incontrastable, se metían, cabalgan­do, en los mismos nidos de baterías, ¡y mo­rían!, pero no les gustaba estarse quietos semanas y semanas en las trincheras. De la misma manera en la vida los éxitos no se alcanzan con heroicas cabalgadas, con mo­mentáneos arranqués, sino con diligente

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constancia durante años y lustros. Aunque te cueste al principio, has de aprenderlo.

Esta paciencia activa levantó, a costa de enorme trabajo, las pirámides de Egipto; ella enseñó a los monjes medievales a co­piar durante una vida entera, junto a la luz mortecina de un velón, las obras que nos legaron los clásicos griegos y latinos; esta paciencia observó, después de experi­mentos infructuosos de muchas decenas y centenares de años, las leyes de las fuerzas de la naturaleza y las subyugó, una tras, otra, para que sirviesen al hombre. Un pro­verbio húngaro dice que la paciencia da rosas. Da también ciencia, instrucción, mo­dales, cultura.

El gran músico Haynd no dijo en vano: «Él secreto del arte está en dedicar todas nuestras fuerzas a lo que hayamos empren­dido.»

Más vale no empezar el trabajo que pro­ceder sin ton ni son. Besser unbegonen, ais unbesonnen —dice el alemán—■. Más vale no empezar que lanzarse sin consejo.

El peor defecto de las jóvenes es la in­constancia en el trabajo, y, no obstante, la base de todo adelanto es esta diligencia inquebrantable; el esfuerzo moderado, pe­ro continuo, y no una llamarada fugaz. La estudiante perezosa, ¡qué gasto de energía no hace para aprender antes de los exáme­nes! Pero ¿qué puede valer un empuje de algunos días, después de una holgazanería de diez meses? Sea, pues, tu divisa la de aquella Orden, de Caballeros que Ladis­lao IV fundó en el siglo x v i i : Vicisti: vin- ce! ¿Triunfaste? ¡Magnífico! ¡Alégrate! Pero no presumas. ¡Lucha,'combate y ven­ce también en adelante!

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Los sentimientos, la imaginación, el tem­peramento ejercen gran influencia sobre la voluntad. No los dominamos por completo; por lo tanto, respecto a ellos la voluntad del hombre no goza de plena libertad. Has podido verlo por propia experiencia; una mañana te despiertas con sentimientos tris­tes, abatidos; otro día, en cambio, canta­rías continuamente de alegría; pero en vano buscarías la causa de tu tristeza pri­mera, de tu alegría presente; tú misma no sabrías decir cuál sea.

Lo mismo sucede con la fantasía. Un día, sin motivo especial, revive el recuerdo de acontecimientos lejanos en tu memoria, o bien pensamientos imposibles, imágenes fa­laces píntanse en tú cabeza. ¿De dónde proceden? ¿Por qué precisamente en este momento penetran en tu mente? No sabrías decirlo. Y ¡de cuántas desgracias es causa la imaginación humana! Pinta dificultades enormes, obstáculos invencibles ante nues­tro trabajo, sólo para quitamos, el ánimo. Al tenerte que empastar una muela, no es la operación la mayor molestia, sino áqué- 11a media hora que has de esperar en la

. antesala del dentista, mientras que tu fan­tasía va atormentándote con las imágenes aumentadas del padecimiento futuro.

Pues bien. Aunque no seamos completa­mente dueños de nuestros sentimientos y de nuestra fantasía, hemos de extender también el dominio de la voluntad en lo posible a estos terrenos. Sé dueña de tus sentimientos y coge las riendas de tu ima­ginación. ¿Te has despertado de mal hu­mor? Es igual. Esfuérzate por sonreír, can-

X X IX .— La educación de la voluntad

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tar con alegría y ya habrás vencido en parte tus sentimientos.

¿Has de resolver un problema de Alge­bra? Tú fantasía sale con cuadros aterra­dores: ¡qué terriblemente difícil es este problema! ¡Cuánto habrás de sudar! Tú, en cambio, di para tus adentros: No es ver­dad. Amiguita, fantasía mía, tú me pintas dificultades, a las que falta mucho pará ser tan grandes como parecen. Cuando mayor sea la dificultad, tanto más quiero empren­der el trabajo.

Como ves, la educación de la voluntad no es sino una labor sistemática para la conquista de todas aquellas potencias es­pirituales, entendimiento, sentidos, memo­ria, imaginación,, que influyen en la fun­ción de la voluntad. Por lo tanto, no basta para la educación de la voluntad que la ejercitemos, que la robustezcamos, sino que nuestro propósito principal ha de ser poner con la mayor perfección posible esa volun­tad firme al servicio de elevados fines es­pirituales, es decir, hemos de subordinarla por completo al dominio del alma.

Quien quiere tener carácter firme ha de esforzarse por dominar lo más posible sus sentimientos. Muchos crímenes, discordias, pensamientos de envidia, alegrías de mal ajeno, ofensas precipitadas, riñas sin nú­mero, no tienen siempre por causa úna vo­luntad depravada, sino una voluntad débil, no ejercitada en mandar sin desmayo a los sentimientos vehementes. Podemos vencer, por ejemplo, un leve mal humor sin nin­gún esfuerzo especial, y, no obstante, cuán­tas personas sufren por este leve mal hu­mor, porque tienen pereza de hacer un pequeño esfuerzo.

La educación adecuada de los sentimien­

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tos es a la par educación de la voluntad. Los sentimientos influyen en el espíritu no sólo para movernos a querer, sino aun para querer d:e buen grado y con perseverancia. Y ¿quién no ve que las obras buenas bro­tan con más lozanía al calor del corazón que a la fría luz del entendimiento?

Has de cuidar también la educación de tus sentimientos por este motivo: la vo­luntad que funciona sin sentimientos pue­de trocar a la joven con gran facilidad en una máquina de voluntad, sin corazón, egoísta, testaruda, lo cual es otra caricatura de la «joven de carácter».

La mujer prudente no se esfuerza tan sólo por vencer sus sentimientos desagra­dables y compensarlos con alegrías, sino que hace cuanto está en su mano por con­servar siempre la tranquilidad del alma.

Cuerpo y alma están en íntima depen­dencia. Si estás abatida y una tristeza sin causa se apodera de tu alma, intenta son- reírte, canta con alegría, y verás que tu tristeza empieza a desaparecer. Por otra parte, si un dolor físico te tortura, ocúpate en pensamientos agradables y llegarás a olvidar en parte tu dolor.

De cualquier desgracia que te sucediere, procura sacar algún provecho espiritual. Deficiendo discamus, aprendamos de las propias deficiencias. ¿Te han hurtado el portamonedas en el tranvía? No pierdas el tino, sino, procura recordar cuándo estabas distraída y medita qué cuidado has de te­ner en adelante. ¿Te pisa alguien el pie? No muestres ,tu disgusto, sino di para tus adentros: «A costa de este dolor compraré un poco de dominio de mí misma.»

Seguir siempre dueña de los propios sen-

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timientos sin dejarse arrastrar por ellos es el grado más alto de la perfección espiri­tual.

Y con esto liemos llegado al capítulo más importante del 'libro, a «los medios de . la formación del .carácter».

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CAPITULO III

MEDIOS DE FORMAR EL CARACTER

S U M A R I O

*1.—¡Quiero!II.—«Podría, si quisiera.»

III. —La joven voluntariosa.IV. —Demóstenes.V.—La gran lección de gimnasia.

*VI.—La joven en el Congo africano.VII.—«En vano. ¡No tengo voluntad!»

*VIII.—Abstine!IX.—El racimo del ermitaño.X.—«Diem perdidi.»

XI.—El gallo del pintor japonés.XII.—Sustine!

XIII. —Sufrir sin palabra de queja.XIV. —Obedecer sin réplica.XV.—Perseverar sin mentir.

XVI.—¿Por qué mienten las jóvenes?XVII.—¿Vale la pena mentir?

XVIII.—La palabra, atributo humano.XIX.—«j Júralo!»*XX.—Aggredere!

*XXI.—El poder de las pequeñeces.■ XXII.—Gulliver, atado.XXIII. —El cerrojo malo.XXIV. —El cabello de Absalón.*XXV.—La observación y el cuidado.

*XXVI.—El trabajo entusiasta.XXVII.—El deber.

XXVIII.—«Hoy no estoy de buen humor.»XXIX.—La que nació tarde.

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XXX.—«El reloj iba atrasado.»XXXI.—La estudiante pobre.

**XXXII.—Muchachas humildes.—Mujeres ilus­tres.

XXXIII.—¿Cuánto vale el tiempo?*XXXIV.—Veinte minutos = 12 millones de dó­

lares.XXXV.—«Transeunt et imputantur.»

XXXVI.—Cuando el pasado se trueca en pre­sente.

XXXVII.—«Non numeratur...»XXXVIII.—Ars longa, vita brevis.*XXXIX.—«Quieti, non otio.»

XL.—¿Qué es lo más difícil en el mundo? XLI.—All right?

XLII.—A los pies del Señor.*XLIII.—Gaudeamus igitur.

XLIV.—Juventud mía, vuelve y escucha.:. XLV.—¿Qué quieres ser?X L V I.—Triste noche de Año Nuevo.

XLVII.—Escojo.

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*1.—¡Quiero!

¡Quiero! Fuerza maravillosa la de esta palabra. Por ella tórnase hacedero lo impo­sible. Un «quiero» dicho con fervor y prac­ticado con firmeza puede cambiar hasta el porvenir de un pueblo. ¿Te sorprende lo que te digo? No te sorprenda.

Cuando la República de Roma entró en guerra con los toscanos, capitaneados por su rey Pórsena, el Senado romano trató con éste, entregándole en rehenes a la joven Clélia con sus compañeras.

Joven querida, ¿crees tú que se resigna­ron a sucumbir a manos del enemigo? No; Clelia, hablando a sus compañeras les dice : «¿Vosotras queréis volver a Roma? ¿Que­réis salvar a Roma?» «Queremos» =—contes­taron ellas. «Pues, ánimo, fuguémonos arro­jándonos al río.»

Un esfuerzo heroico..., decisión, sereni­dad. Desafían las flechas enemigas y ganan la orilla y el campamento romano. Los tos- canos se desconciertan y su ejército es pues­to en derrota.

Pórsena afirmó, maravillado, que el valor de Clelia y de .las jóvenes romanas le ha­bían vencido.

Estas jóvenes romanas supieron decir «quiero».

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¡Ojalá tuviese en ti un gran fondo de verdad esta palabra, hija mía! ¡Qué enor­me es la fuerza motora de la voluntad!

¿Tú sabes querer?Sí; ¡cuántas veces dices: si quisiera, ha­

ría esto o aquello! Si quisiera, podría tener las mejores notas. Si quisiera, podría ser puntual. Si quisiera, podría rezar siempre las oraciones de la mañana y de la noche,..

Quid quisque possit, nisi tentando nesciat —dice el proverbio latino^—■. Lo que pue­das, sólo lo verás después de probarlo. Bien, pues; «si quisiera». ¡Pero pruébalo, siquie­ra una vez y quiérele de veras!

II.—«Podría, si quisiera»

No tenemos voluntad fuerte; he ahí la fuente de casi todos nuestros defectos. Si la tuviéramos, ¡ oh!, entonces de un solo golpe nos libraríamos de todas las debilidades.

El .tirano C'alígula, emperador romano, dijo: «Me gustaría que todos los romanos no tuviesen más que una sola cabeza para poder decapitarlos de un solo golpe.» Pues bien; esta sola cabeza que debes hacer que caiga es la flaqueza de tu voluntad.

Hay muchas jóvenes que no hacen sino repetir: ¡Ahí!, yo podría hacer tal o cual cosa si quisiera. Si quisiera... Siempre este «si quisiera». , • ■

Quiere suponer que tiene voluntad, pero nunca da pruebas de tenerla. Porque pro­bando se vería claró que tan sólo creía te­ner energías. Estas jóvenes se parecen, en sus resoluciones, a las flores que el vulgo llama «de un día». Hoy son flores vistosas, bellas; mañana yacen por el suelo desper­digados sus pétalos.

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Amada hija, cuida que tu voluntad no sea «flor de un día», sino siempreviva que

. se mantiene erguida. .«Podría, si quisiera.» Ya..., ya..., si yo

tuviera mil veces mil pesetas tendría un millón de pesetas si un malventurado «sí» no estuviera por medio.

No hay arte más fino en el mundo que el cultivar el alma propia; porque ningún es­cultor moldea entre manos mármol tan no­ble y bronce tan valioso como es el precio­so tesoro que nosotros hemos de moldear: el alma.

Habrás oído, sin duda, que el hombre tie­ne libre albedrío, y aun temo que lo hayas oído sobradas veces. En efecto, el hombre tiene libre albedrío, pero no tiene firme vo­luntad. Por lo tanto, tú tampoco la tendrás mientras no la consigas. La voluntad fuerte no es un don que traemos al mundo al na­cer, sino un tesoro que cada cual ha de conseguir a costa de luchas arduas. No po­demos tener gratuitamente una voluntad, ni podemos exclamar con gran entusiasmo: «De hoy en adelante tendré una voluntad recia», has de trabajar seriamente para lo­grarla.

La voluntad de la joven será fuerte tanto cuanto haya luchado por conseguirla y li­brarse del dominio de los sentidos. Porque ¿qué otra cosa es la libertad espiritual más que la disciplina de sí misma, que el pre­dominio de los sentimientos más nobles so­bre los deseos materiales de los sentidos ; y del cuerpo? La voluntad es como,semilla sembrada en tu alma; si la cuidas con es­meró y haces que se desarrolle, crecerá y será un roble que resista los huracanes; pero si la descuidas, hasta las hormigas de las pequeñas faltas podrán roerla.

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La libertad del espíritu sólo puede ser galardón de pequeños esfuerzos constantes, animosos, de una labor lenta, de un conti­nuo pulimento propio. Por esto caminan a nuestro derredor tantas que arrastran las cadenas del pecado: porque muchas son las que temieron aceptar el duro trabajo de los esfuerzos cotidianos.

«Podría, si quisiera.» Pues quiérelo. Prué­balo. Quien desea ser mujer seria ha de quererlo seriamente. Del «quisiera» al que­rer verdadero va la misma diferencia que de los perritos falderos a los mastines que guardan la casa. Aquellos raquíticos pins- chers no saben ni morder, ni ladrar, ni ha­cer labor de provecho; tan sólo comen, llo­riquean y cuestan un potosí. El mastín que guarda la casa no gimotea, sino que ladra con fuerza y cuando es necesario muerde al huésped inoportuno; así también la jo- - ven que tiene voluntad no lloriquea, sino que ladra a las tentaciones de la pereza y del pecado, las muerde para espantarlas y hacerlas huir y no pierde de vista el fin que se propuso hasta lograrlo.

Y ¿cómo se hace esto? Imponiéndote a ti misma la consigna quiero. Hazte, por ejemplo, la pregunta: ¿quieres tener las mejores notas? «¡Quiero!» Pues bien, díc­tate órdenes a ti misma: ¡En pie, manos a la obra! Es decir: señorita, coge al punto la lección de mañana, pero en seguida y no «ya la empezaré la semana que viene»;, y ¡ adelante con esta lección! Tu mesa de tra­bajo es el yunque en que fraguas tu porve­nir, y el porvenir dé una mujer es el por­venir de la humanidad.

¿Quieres ser puntual en el rezo? «¡Quie­ro !» Entonces empieza a rezar esta misma noche. «Pero tengo muchas lecciones.» No

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importa. Siempre tendrás cinco minutos. «Y por la mañana hay que ir aprisa para llegar a tiempo.» Bien: pues ¿qué dificul­tad hay en que te levantes cinco minutos' antes?

Querer, querer siempre, querer con todas las fuerzas, ése era el lema del más grande trágico italiano, Yictorio Alfieri.

III.—La joven voluntariosa

¡La joven voluntariosa! Según el uso ac­tual, tiene otro significado la palabra, y se llama joven voluntariosa a la muchacha obstinada, testaruda, quisquillosa, desobe­diente. Pero yo quiero devolver a esta pa­labra su sentido primitivo y exacto. Me gus­taría ver jóvenes «voluntariosas»; es decir, que tengan una voluntad fuerte. La obsti­nación, la terquedad no significan voluntad fuerte, sino contorsión de voluntad. La que sabe mandar e imponer su autoridad a los músculos de la risa y a los nervios del ojo, estómago y al oído, ésa es la joven volun­tariosa, en el recto y antiguo sentido de la palabra (1).

¡Mira más de cerca qué maldición es el enervamiento de la voluntad, y qué bendi­ción la voluntad fuerte!

a) La que no posee una voluntad disci­plinada, obediente, es incapaz de cumplir cualquier deber serio. Tú misma conocerás colegialas de quienes no se puede decir que sean inactivas, y, sin embargo, nada ade­lantan en los estudios. Más arriba las he 1

(1) Voluntarioso, «deseoso», que hace con vo­luntad y gusto una cosa. (Dice, de la Acad. Espa­ñola, ed. 16.a, 1939.)

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bautizado con el nombre de «colegialas-abe­jorros». Las pobres trabajan aún más que las otras, pero sin resultado. No saben re­concentrarse para el estudio, porque no tie­nen voluntad. Se mueven continuamente, pero no emprenden cosa alguna con serie­dad. El libro de texto está continuamente ante sus ojos, pero a cada cuarto de hora le toca el turno a un libro distinto, porque el anterior «¡es tan terriblemente latoso!». Continuamente están atareadas, pero te­men el más pequeño esfuerzo; y sin esfuer­zo no hay trabajo provechoso.

Sin el esfuerzo no hacen -sino disponer tan hábilmente la inactividad que parece una actividad febril. Al final del curso se quejan con amargura de lo, mucho que han trabajado, y, no obstante, sacan mala nota. Y cuando ya sean mujeres, ¿qué será de ellas? Mujeres que se dejan arrastrar por la impresión del momento, que no tienen principios, que se olvidan fácilmente del deber, que van pasando por la vida sin plan y sin objetivo. ¡Pobres! ¿Qué falta es la suya? La flaqueza de la propia vo­luntad.

b) O también, mira, he aquí otro tipo. La que no tiene voluntad disciplinada no sabe observar bien. Y, sin embargo, la fa­cultad de observar con exactitud y rapidez es instrumento imprescindible de la adqui­sición de conocimientos y es necesario para la propia formación espiritual.

Para emplear bien y aprisa tus sentidos, para distinguir lo principal de lo secunda­rio, para ver con claridad la situación del momento y obrar en consecuencia, para todo esto necesitas una voluntad fuerte­mente disciplinada.

La voluntad obediente no sólo te ayudará

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cuando tengas que ver, escuchar, hablar o ■ hacer algo, y te salvará de muchos pecados, sino también cuando las leyes morales se cuadren ante tus sentidos curiosos y te pro­híban que mires, oigas, hables o hagas tal o cual cosa.

cj. Voy todavía más lejos. La que no tie­ne una voluntad disciplinada no sabe pen­sar, no sabe instruirse. El conocimiento y la conquista de la verdad cuesta duro tra­bajo. j

La joven de temperamento veleidoso es impaciente aun en la lectura. Continua­mente va volviendo las hojas del libro. Co­rre nerviosa tan sólo para terminarlo cuan­to antes. No saca ningún provecho.

Quien, en cambio, tiene la voluntad dis­ciplinada, lee despacio, meditando, pesa las frases importantes, no acepta ciegamente todas las afirmaciones, sino, que las piensa, para ver si se ajusta en efecto a la verdad lo que afirma el autor; toma notas dé las cosas interesantes, etc. Sólo de este modo podemos adquirir conocimientos nuevos. Mas para esto se necesita fuerza de vo­luntad.

d) Es precisa la voluntad fuerte aun para la memoria.

Muchas muchachas se creen haberlo sal­vado ya todo, si al tener que decir la lección sueltan a la profesora: «Sé la lección, sólo que no la recuerdo.» O bien, si se les encar­gó algún trabajo y ollas se «olvidaron» de hacerlo, creen que «olvidarse» ya es excusa.

Sin embargo, salvo en quienes padecen algún trastorno nervioso de monta, la falta de memoria proviene por lo común de una voluntad indisciplinada. Si no te viene a la memoria un nombre o un acontecimiento, no has de mirar en seguida el libro, según

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costumbre de las estudiantes de voluntad débil, sino esfuérzate, intenta recordarlo, aunque te cueste sudores; y así robusteces tu voluntad. Si tienes un encargo que cum­plir, no hagas un nudo en el pañuelo, sino piensa muchas veces al día en tu deber, pro­ponte recordarlo con frecuencia y verás cómo no se te olvida.

Quien se ejercita continuamente de esta manera se cima fácilmente de la falta de memoria. Las personas pueden dominar tanto su voluntad, que algunas no pierden su señorío ni durante el sueño, y después de largo ejercicio se despiertan puntual­mente a la hora que se propusieron al acos­tarse.

Én cambio, si la joven lucha contra la falta de memoria y va creciendo con este defecto, no podrá emplearla en la vida y tendrá continuos disgustos; si trabaja en la confección de vestidos olvidará poner los botones a alguno y recibirá la reprimenda de la persona que lo encargó ; si es meca­nógrafa, causará terribles perjuicios al jefe olvidando poner la cantidad en las factu­ras ; si es enfermera, descuidará dar la do­sis al enfermo, vendar al operado; si es profesora, se descuidará de ir a clase; si es ama de casa, olvidará la hora de la co­mida, y hasta podrá darse el caso de que olvide amamantar a su propio hijo...

IV.—Demóstenes

Demóstenes perdió de siete- años a su padre; su tutor, astuto, lo despojó de toda la fortunai En una ocasión el muchacho asistió a un juicio y oyó un discurso del defensor, y cuando el pueblo acompañaba

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en triunfo al orador decidió' dedicarse tam­bién a la elocuencia.

Desde entonces no tuvo otro pensamiento, ni de día ni de noche. Pero la tarea no era fácil. A su primer discurso la multitud le­vantó tanto alboroto y algazara, que hubo de interrumpirlo, sin poder llegar al final. Abatido discurría por la ciudad, hasta que un anciano le infundió ánimo y le alentó a seguir ejercitándose. Se aplicó entonces con más tenacidad a conseguir el propósito concebido de antemano. Era blanco de mo­fas continuas por parte de sus contrarios; pero él no se preocupaba. De cuando en cuando se apartaba por completo de los hombres y en grutas subterráneas seguía perorando. Tartamudeaba un poco al ha­blar ; para remediar este defecto y para que su lengua se moviera sin trabazón, poníale una piedrecita debajo; íbase a la orilla del mar y gritaba con todas sus fuerzas. Sus pulmones eran débiles: para robustecerlos daba grandes paseos al aire libre y. recitaba en voz alta discursos y poesías... Siempre que oía una discusión seria, íbase al punto a su cuarto, pesaba una y otra Vez los argu­mentos dé ambas partes, y procuraba fallar quién tenía razón. Y ved ahí que con esta formación de sí mismo, que no conoció des­alientos, poco a poco corrigió sus defectos, y llegó a ser orador tan formidable, que sus discursos hoy todavía, después de dos mil trescientos años, son el modelo en que de­ben estudiar cuantos deseen destacarse en el campo de la oratoria. Y, sin embargo, de niño era. un pobre huerfanito tartamudo. ¡Qué admirables fuerzas están latentes en el hombre!'

En los momentos más agudos del dolor

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físico se hace a veces patente todo lo que puede soportar el hombre.

En los primeros meses de la guerra mun­dial estuve de servicio en el frente servio. Un día nos trajeron a un húsar unos solda­dos que iban recorriendo el terreno; lo ha­llaron en un pantano. Los servios apresaron a su tropa, los pusieron a todos en fila y los fusilaron. El pudo esconderse a duras penas en el pantano próximo. Sólo podía sacar la nariz del agua, porque desde copudos árbo: les estuvieron espiando durante varios días centinelas servios. Al fin, cuando los ene­migos abandonaron aquella región, nues­tros soldados encontraron al pobre húsar, que ya no podía más, y nos lo trajeron. Ha­cía siete días que no comía sino la hierba del pantano. Sólo entonces vi con claridad lo que es capaz de soportar el hombre.

Quizá hayas oído tú también de agoni­zantes en cuyo cuerpo quebrantado infun­día ánimos días y días tan sólo una volun­tad firme, porque deseaban ver por vez postrera a sus hijos o a su esposa, que des­de lejanas tierras corrían veloces hacia ellos.

Úna voluntad fuerte hasta puede lograr efectos curativos en el cuerpo del enfermo; por tanto, no te es permitido dejarte abatir por la tristeza, aunque hayas recibido de la Providencia un organismo enfermizo y débil.

No hace mucho murió un aristócrata hún­garo, el conde Géza Zichy, quien de joven perdió un brazo en una cacería; con una sola mano llegó a ser uno de los eximios virtuosos del piano... Me imagino cómo se quebrantaría el ánimo de muchos jóvenes si les sucediese tamaña desgracia. ¡Perder en la juventud un brazo sano! ¡Y, sin em­

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bargo, de cuánto es capaz la voluntad fé­rrea, hasta en el organismo mutilado!

¡Cuánto se acrecentaría la gratitud con que recibes de manos de Dios las dotes más insignificantes si meditaras un poco cuántas veces tuvieron que luchar hombres y muje­res célebres de la humanidad con pequeños defectos, dificultades y no raras veces con enfermedades heredadas!

El alma sabe dominar en parte hasta las debilidades corporales. Muchas jóvenes en­fermizas miran con tristeza a sus compañe­ras que rebosan salud, No estés triste. Na­die puede remediar el que sus padres le transmitiesen una salud enclenque y un cuerpo raquítico. Pero aun de un cuerpo débil puedes lograr habilidad y energía.

V.—La gran lección de gimnasia

La regla más importante para robustecer la voluntades como sigue: Ejercítate cada día en vencerte, aunque sólo sea en algo insignificante, y así, tras un ejercicio de años, alcanzarás una voluntad fuerte. Para ello es necesario pasar antes por innumera­bles ejercicios; no es posible lograr con un solo gesto el presente de una voluntad enérgica.

Se juntan en los acumuladores muchas chispitas eléctricas, y las muchas chispitas se unen y forman una fuerte corriente. L a , que desea hacer hábiles ejercicios rítmicos ha de ejercitarse antes varios, años en los movimientos más elementales del brazo, de la pierna, tensión del cuerpo, etc. Si alguien desea tocar bien el piano ha de repetir años y años las escalas más ingratas. No se pue­de tocar una pieza de Beethoven de impro­

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viso; para llegar a ejecutarla se necesitan constantes ejercicios de digitación.

De la misma manera no lograrás una re­cia voluntad a no ser con pequeños ejerci­cios, constantes y metódicos. Porque no hay ejercicio de gimnasia, ni lección de piano, tan difíciles en el mundo como el triunfo de nuestra naturaleza inclinada al mal. ¿Cómo podrá ganar un partido de tenis quien desconozca la marcha del juego? ¿Y cómo ha de tener voluntad bien templada en las luchas decisivas el que no sabe domi­narse ni siquiera en las pequeñas?

Nadie ha de eximirse de esta gimnasia, de la gran lección de gimnasia, del robus­tecimiento de la voluntad. Y cuanto más débil sea ésta, tanto mayor será la necesi­dad del ejercido.

En todos los hombres hallamos gérmenes del bien y del mal, y cada cual es respon­sable en la medida, en que permite al bien o al mal adueñarse de su persona. En prin­cipio, es indiferente al carro la dirección que se le d é ; pero en la realidad le resul­tará más' fácil la marcha por un camino abierto y trillado. No te quejes, pues, de tener una naturaleza mal inclinada, por­que, aunque no la puedas descartar comple­tamente,. por lo menos la puedes discipli­nar y cohibir.

Dices, por ejemplo, que eres iracunda, y que esto no depende de ti. Básta que una compañera te saque la lengua o que los libros se le caigan de la mano, y ya te des­compones. «Es por demás; no tengo la cul­pa» —dices—. En efecto, en parte no tienes la culpa. No tienes la culpa de que tu cara se ponga pálida de ira. Tampoco tienes la culpa de que tu corazón empiece a latir

.con vehemencia. Pero, ¡cuidado! También

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frunces el ceño, ¿verdad? De eso ya tienes la culpa; desarruga esa frente. También tu cara se contorsiona, ¿ verdad? De eso tienes la culpa; empieza a sonreirte, ¡ahora mis­mo en tu enfado ! ¿Pugnan también por sa­lir de tu boca palabras desagradables? De eso tienes la culpa ; cierras los labios y no pronuncies ni una sola palabra, ¡ ahora mis­mo en tu enfado! Inténtalo, pues.

Si no das al momento con los vocablos latinos o griegos en el Diccionario, ¿sabes estarte quieta y seguir buscándolos? Si no comprendes en seguida la frase, ¿dejas el libro con rabia o tienes bastante calma para releerla tres o cuatro veces?

El mal humor necesita de la cara avina­grada, de la palabra desagradable; si tú le quitas todo esto, y esto lo puedes hacer, tu naturaleza iracunda, al no encontrar pasto, se tomárá cada vez más callada y mansa. No puedes cambiar tu naturaleza, pero pue­des refrenarla..., así se trate de la ira como de otras pasiones.

Es cosa baladí el copó de nieve; pero muchos copos juntos pueden unirse y for­mar aludes* que arrastren casas y árboles.

*VI.—La joven en el Congo africano

Es sólo de niñas pequeñas, entusiasmarse con naderías e impacientarse porque se les lleva la contraria, y discutir a voz en cuello cualquier cosa, e incluso reñir. La impacien­cia, la discusión, siempre es señal de una voluntad débil.

Pero ¿cómo es tan frecuente este fenó­meno? Porque es más fácil y no necesita ningún esfuerzo. En las disputas todo se puede abandonar a su curso..., y lo sigue;

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eso es correr cuesta abajo. En cambio, el dominio de sí mismo reclama esfuerzo: su­bir la cuesta que va del pantano de los ins­tintos a la montaña de la voluntad.

El verdadero dominio de sí mismo no es mansedumbre de oveja, ni debilidad enfer­miza, sino fuerza,, valentía, perseverancia. ¿Tienes una triste desilusión? ¿Te aburres? ¿Te han hecho rabiar? No importa; no lo demuestres en tus palabras, en tu . compor­tamiento. Eso es dominarse. Hace ya un cuarto de hora que alguien está molestán­dote ; te gustaría soltar impetuosamente al­guna frase dura, una queja violenta; pero te limitas a decir exclusivamente: «Haz el favor de no molestarme», o bien «¿Serías tan amable que me dejases en paz?» Eso es dominarse.

La impaciencia, en cambio, es síntoma de voluntad débil. Los instintos que se tradu­cen en sentimientos bruscos los vemos tam­bién en los animales; pero al hombre, y más al cristiano, toca ponerlos bajo la ins­pección del consejo y de la decisión; quiero decirte del entendimiento y de la voluntad. Cuanto menor es el niño —obsérvalo bien— tanto más rabiosillo es: se obstina, golpea el suelo, grita; naturalmente, no sabe usar todavía de su entendimiento y voluntad, y lo arrastran los instintos del animal. Pero es repugnante que la joven o la mujer ya madura sean también esclavas de sus pa­siones y lo transparenten con su rostro pá­lido como la cera, con su hablar descompa­sado, con su pataleo.

Tú, hija amada, no quieras ser esclava de tus instintos. Observa, por tanto, deteni­damente, qué cosas te sacan de quicio con más facilidad, qué es lo que te excita y en­tabla la lucha contra la precipitación, con­

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tra el atolondramiento. Evitarás así muchos falsos juicios,''muchas palabras impruden­tes, muchas acciones no meditadas.

En el Congo africano, cuando una mucha-, cha se hace mujer, se la somete a una ce­remonia especial, por la que entra solem­nemente a participar de los derechos y de­beres de las mujeres de su tribu.

Constrúyenle una chocita fuera del pobla­do, y después de cortarle el cabello al rape y cubrir su cuerpo de «tákula», especie de polvos rojos disueltos en agua, la encierran en ella durante seis días, rodeada de aque­llas amigas que pasaron ya por tales cere­monias. ^

Con esto se enseña a la joven la obedien­cia y la sumisión. ¿Acaso le agrada perder su cabellera y permanecer encerrada sin poder triscar, como una cervatilia, por losbosques? '

¿ Qué hace durante esos seis días? Domi­narse, vencer sus deseos. Si fielmente cum­ple estas prescripciones sé la declara «mu­jer» con toda solemnidad, y desde entonces puede casarse, lo cual ocurre rápidamente.

Ya ves, en el corazón del continente afri­cano, las mujeres también han de aprender a dominarse, a vencerse.

He aquí cómo esta verdad, el dominio de sí misma, es la mejor1 preparación para el combate de la vida y la prueba más hermo­sa de que se es «una mujer fuerte».

Pero no vas a leer y saber mucho acerca del dominio de sí mismo y de la voluntad, sino que has de ejercitarte en ello. La cien­cia tan sólo es especulativa, pero la acción es ciencia práctica. En los años de la juven­tud has de robustecer y ennoblecer tu vo­luntad con todos los medios que tengas a tu alcance, lo mismo que para lograr que dé

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flores finas hemos de injertar el tierno rosal silvestre. Con el arbusto viejo nada pode­mos empezar.

Y, con todo, ¡ qué triste espectáculo ofrece una joven sin voluntad! Por fácil que sea lo que tiene que hacer, le cuesta un esfuer­zo enorme sólo el poder pronunciar el «sí» o el «no», y nada digamos de cómo se arre­glará para emprender la cosa, una vez de­cidida. No logra tener principios, ni un modo de pensar independiente; ni siquiera cuando asiste a las clases superiores. Ni cuando es una mujer hecha. Espía siempre a otras para ver lo que hacen, y ella hace lo mismo. Una joven de esta jaez es una muñeca sin voluntad, es un costoso mani­quí de modas, que por dentro tan sólo con­tiene paja inútil... «Ein leickt hefrackter, weich verpakter, nicht ganz intakter Cha- rakter» —como dice el alemán—■. «Un ca­rácter ligeramente vestido, blandamente embalado, no completamente intacto.»

VII.—«En vano. ¡No tengo voluntad!»

¿En quiénes enflaquece tan deplorable­mente la voluntad? En aquella joven a la cual se le facilitan todas las cosas, cuya vo­luntad y cuyos deseos se cumplen siempre, que nunca sabe negarse a nada, a quien no se la manda; en tal joven se forma esta caricatura de voluntad de gelatina, de agua con bizcocho, sin hueso ni consistencia, vo­luntad raquítica.

Pero esas muchachas también saltan al­gunas veces —piensas tú—. ¡Y qué impor­tancia saben darse! ¡Y cómo tiranizan a

' sus propios padres! Es verdad; pero todo eso no es manifestación de voluntad, sino

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la furia de los instintos de una pequeña fie­ra todavía no satisfechos.

La cuestión de la fuerza de voluntad es más compleja y misteriosa. Vayan algunos ejemplos.

Era una muchacha cuyo flaco era la gula. Nada podía dejarse a su vista, porque des­aparecía en seguida en su estómago. En casa la regañaban continuamente; ella también se avergonzaba de su debilidad, prometía cien veces la enmienda, pero en vano; en la primera ocasión propicia había en sus labios nuevos vestigios de mermela­da. Llorando se quejaba a su madre: «En vano lo prometo, madre;, no tengo vo­luntad.»

Y ¡ caso interesante! La misma joven se entrenaba diariamente algunas horas en los deportes más variados: corría hasta perder el aliento; saltaba ágilmente; nadaba y, naturalmente, jugaba también al tenis. Todo esto necesita enorme abnegación, mu­cho esfuerzo y perseverancia. Por tanto, sabía querer..., si quería.

Otra muchacha era increíblemente pere­zosa. Soñolienta, sin interés por nada, pesa­da ; como si por sus venas, en vez de san­gre, circulase horchata. No le gustaba es­tudiar ; no solia jugar; al sólo pensar en la gimnasia se estremecía. Estaba sentada... y sentada junto a la mesa de trabajo. Y, sin embargo, también ésta tenía voluntad. Pero tan sólo en una dirección. Puso toda su fuerza de voluntad en que nada la des­viara de esta pereza. Por más que su madre la regañase, que su padre la censurase, que se riesen de ella sus compañeras, no la im­portaba. No se movía de su inactividad. Desplegaba verdadera fuerza de voluntad, fuerza tenaz, para no tener que abandonar

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su comodidad! turca. También ésta tenía voluntad... para seguir en la pereza.

En estos casos se ve claro que no es dado educar de la misma manera la voluntad de todas las jóvenes. Desde este punto de vista podemos dividir el temperamento de las jóvenes en tres grupos.

Hay jóvenes fogosas, vivarachas, sanas, que no saben pensar reposadamente y obrar con premeditación; para éstas la mejor es­cuela de voluntad es el refinamiento de sí mismas, el sacrificio, la privación.

Hay otras alegres, lo emprenden todo en seguida y a la carrera;, pero no tienen pa­ciencia, perseverancia; éstas deben ejerci­tar su voluntad en la constancia del trabajo empezado, en la calma, en la tenacidad.

Hay, además, otras, soñadoras, demasiado silenciosas; para éstas, una vida de acción debe ser la esquela de la voluntad.

Según estos tres tipos, distinguimos tam- - bién tres modos principales del ejercicio de la voluntad, que podemos resumir en estas tres palabras : Abstine! Sustine! Aggrede- re! jAbstente! ¡Persevera! ¡Obra! *

*VIIL—Abstine!

En la educación de jóvenes se sufre con frecuencia un amargo desengaño. Muchas jóvenes colegialas-estudiantes, cuyos ojos de fuego y entendimiento vivaz prometían en las clases inferiores una mies abundante para la edad madura, y, no obstante, ya en las clases superiores las esperanzas puestas en ellas fueron devoradas por los astutos enemigos de la juventud: la pasión, la li­gereza, la inexperiencia y la tentación. A menudo tuve que ver, con el corazón es-

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pantado, cómo iba consumiéndose de año en año, cómo iba palideciendo cada vez más, por obra de estas cuatro fuerzas ma­lignas, la planta tierna del noble idealis­mo y de la buena voluntad entusiasta que encontramos en la mayoria .de las mucha­chas durante los primeros años de estudio.

Descubría que de las cuatro fuerzas con­trarias, la más fuerte de todas es la pri- • mera: aquella blandura, aquella facilidad" con que las jóvenes de hoy corren, casi sin resistencia, en pos de sus pasiones* atraídas por las bajas tendencias de la naturaleza.

Hoy el único afán de todo el mundo es «vivir», «gozar», «divertirse». Por esto he mencionado precisamente como primer mo-. do de ejercitar la voluntad el sacrificio, la renunciación.

El refrenamiento de los sentidos, el do­minio de sí misma, la abnegación, el tener a raya los deseos, no es un fin, es tan sólo medio, el medio de libertar el alma. Por lo tanto, te aconsejo con insistencia, amada hija, que te sacrifiques muchas veces en cosas pequeñas; por ejemplo, haz con ale­gría tu tarea, aunque te resulte cuesta arri­ba ; prívate de cuando en cuando de alguna diversión, de algún placer, de algún plato, de algún vestido costoso, por mucho que lo desees. Y no creas que esto es imposible. Una vez; en París hubo una humilde meca­nógrafa de dieciséis años que quiso com­prarse un par de botas de color. Todas las noches, al volver de su trabajo, parábase ante un escaparate que contenía el modelo que ella deseaba. Sin embargo, he aquí que cuando no le faltaban sino cinco francos para poseerlas, oye hablar de que pobres gentes morían de hambre por no tener que llevarse a la boca..., y con abnegación he­

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roica renuncia a las botas que eran su deseo y entrega su dinero para que den de comer a esas pobres gentes. Abstine! Aprende a sacrificarte, te lo digo inducido por motivos de peso. Con la abnegación queremos al­canzar un objetivo elevado: dar alas al alma, hacer al espíritu dueño del cuerpo.

Sé muy bien que estos ejercicios de vo­luntad sólo sirven de escuela para lograr una voluntad! fuerte; pero escuela de la cual brota una seria vida moral. Se encie­rra una profunda sabiduría en el hecho de que los romanos llamasen virtus tanto a la virtud corno a la fuerza; esto significa que no hay virtud sin esfuerzo y sin victoria al-

. canzada sobre nosotros mismos.La ciencia especulativa y la práctica de

la vida diaria van dando fe de las palabras de la Verdad eterna, Nuestro Señor Jesu­cristo : «Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y siga- me» (1). No es buena jardinera la que por sentimiento de compasión no poda inexora­blemente al rosal los retoños excesivos. Co­mo no da rosas el rosal que jamás sintió el frío de las tijeras, de modo análogo no ten­drá voluntad fuerte la joven que nunca supo negarse ninguno de sus deseos.

¿Qué es lo que mueve el reloj? La fuerza del muelle a que se ha dado cuerda. Pues bien: la abnegación viene a ser algo como dar tensión al muelle. No te creas, pues, que el dominio absoluto de ti'misma y el refrenamiento de tus deseos que exijo de ti sean obstáculos para una vida robusta, plena, hermosa. Todo lo contrario. Es jus­tamente lo que salva de la consumación 1

(1) San Mateo, XII, 24.

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dé la voluntad y de mil enfermedades es­pirituales.

Sólo un •dominio de sí misma puede con­ducir a la libertad interior; el dominio de sí misma se aprende mediante la abnega­ción.

Con profunda' experiencia escribe T omás de K empis en la Imitación de Cristo: «Tanto adelantarás en el bien cuanto sepas domi­nar tu voluntad.»

IX.—El racimo del ermitaño

Llama un día a la puerta de Macario, er­mitaño del desierto. «Padre —le dice de fuera un labrador—, os traigo un precioso racimo de uvas. Aceptadlo y que os sirva de refrigerio.» Macario toma con gratitud el presente y bendice al hombre; pero cuando le sonríe el magnífico racimo, dice: «¿No lo necesita acaso más que yo el vene­rable ermitaño que vive a mi lado?» Lleva el racimo al vecino anciano. Este lo toma con gratitud y con gran alegría; pero des­pués se pone, a pensar«¡Oh, qué bien sen­taría este racimo al hermano Nazario, que está enfermo!», y ya está en camino de lle­várselo. Pero Nazario ni quiere siquiera to­marlo: «¿Cómo podría yo comer esto? A mi Salvador le dieron a beber hiel en la cruz. Yo quiero ser discípulo suyo.» De esta manera va peregrinando el racimo de una celda a la otra, hasta el ocaso del sol, cuando uno de los ermitaños llega para ofrecerlo a su vez a 'Macario. El anciano rompió en lágrimas al verlo de nuevo: se regocijaba de tener compañeros de tanto renunciamiento.

¿Ves, hija? Eso es fuerza de voluntad.

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Estos hombres sabían 16 que es abnegación. Sabían abstenerse. Pruébalo, a ver si sabes hacer algo semejante algún día. Nulla dies sine linea! fue la divisa de muchos sabios: ni un día sin una línea. Tú dilo de esta ma­nera: sin algún ejercicio serio de abnega­ción. Cada día has de ejercitarte un poco en la abnegación, en la renuncia, en el do­minio de ti misma. Haz algo que te venga cuesta arriba.

Tenía razón el Barón de Eotvos: «Sólo poseemos aquello de que podamos librar­nos. Somos esclavos y no dueños de aque­llos tesoros que consideramos imprescin­dibles.»

Quien pretenda educar a los hombres o quiera dominarlos, ha de vencerse a sí mis­mo y ha de dominar sus propias pasiones... La religión cristiana, al exigir de nosotros abnegación, pregona en otras palabras el mismo principio que es la base de la filo­sofía de la vida.

X.—«Diem perdidi!»

Cuéntase que Tito, noble emperador ro­mano, tomó la resolución de hacer cada día alguna obra buena. Y si por1 la noche notaba que durante aquel día no se había ejercitado en el bien, se lo reprochaba con estas palabras: Diem perdidi! «¡He perdi­do el día!»

Tú también ejercita diariamente tu vo­luntad. Pero no ciegamente, a tontas y a locas, cuando se te ocurra, sino ejercítate en vencerte, metódicamente, cada hora, ca­da día. No necesitarás buscar mucho la ocasión; se te ofrecerán a millones, aun en tu vida de estudiante. Ahí te ofrezco

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unas muestras de las ocasiones que se pre­sentan diariamente.

Si no puedes evitar algún mal, un dolor, una prueba, no te enrabies ni grites, sino sufre con paciencia. «¡Ay, qué sed tengo!» «¡Ay, cuánto me duele la cabeza!» «¡Ay, cómo me aprieta el zapato!» No lloriquees de semejante manera; más bien esfuérzate en mitigar tu sufrimiento; y si no lo lo­gras mira a nuestro Señor Jesucristo cru­cificado y sufre, sufre sin decir palabra.

Lo que has decidido tienes que hacerlo. Cueste lo que costare; no importa. Lo que has empezado, no lo dejes a mitad del ca­mino. Hay muchachas que cada cuarto de hora esbozan nuevos planes, sin rematar uno solo felizmente.

Cumple con escrupulosa fidelidad el de­ber de cada día. Hasta el más leve. Porque lo que vale la pena de que hagamos vale también la pena de que lo hagamos bien.

Ahí tienes la lucha matutina con la al­mohada, lucha en que tantas jóvenes que­dan vencidas: si suena la hora, salta en seguida de la cama. Domina siempre tu humor, sea cual fuere, bueno o malo. Has de moderarte hasta en las alegrías, en el entusiasmo. Lo mismo en el hablar que en el callar.

Medio muy bueno para robustecer la vo­luntad es especialmente el tener a raya nuestros sentidos. No dejes vagar tu mi­rada continuamente. No mires todo lo que excite tu curiosidad. Una gran muchedum­bre agrúpase en la calle; la curiosidad te come. No importa. Quiero ejercitarme un poco en vencerme a mí misma. No iré, y ... no iré a ver lo que pasa.. Y domina también tu lengua. Sí; eso es

terriblemente difícil. No descubrir el se-

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creto que te fue confiado. No divulgar ma­liciosamente las faltas de los demás. No murmurar. No punzar con traidora ironía ’a los presentes y no hablar mal de los au­sentes. No extasiarte oyéndote a ti misma hasta el punto de no dejar respiro a los de­más ni coyuntura para que puedan hablar. No charlar sin ton ni son. No pavonearte con tus propias acciones. Por último, per­severar siempre en la verdad, aunque sea en detrimento tuyo. No mentir nunca, ni en las cosas pequeñas; aunque pudieras lo­grar grandes ventajas a trueque de una pe­queña mentira.

No sólo la mesa de trabajo, sino también la mesa del comedor, te brindará ocasiones excelentes para el ejercicio de la abnega­ción. No has de buscar el bocado que más te apetezca, no vayas a Caza de golosinas ni llenes tu estómago hasta dejarlo timpa- nizado. Muchas gentes pierden el dominio de su voluntad precisamente cuando están sentadas a la mesa.

¿Ves cuántas ocasiones para ejercitar la voluntad? Pero debes ejercitarla, y no con­tentarte con leer cómo se hace. No apren­derás a nadar por más que leas cómo se nada; prueba a hacerlo. Jamás efectuarás danzas clásicas aunque te las expliquen, si no las ejercitas todos los días.

Nos descubre una gran verdad San Pa­b l o al escribir: «Proceded según el espíri­tu, y no satisfaréis los apetitos de la carne. Porque la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu; y el espíritu los tiene con­trarios a los de la carnea (1). Y en otro lu­gar: «Me complazco en la ley de Dios se­gún el hombre interior, mas al mismo 1

(1) Carta a lós Galotas, XVI, 17.

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tiempo echo de ver otra ley en mis miem­bros, lo mal resiste a la ley del espíritu y me sojuzga a la ley del pecado, que está en los miembros de mi cuerpo» (2).

¿Quién de vosotras no ha sentido esta' lucha intestina, esta triste naturaleza de doble tendencia, la guerra entre el. bien y el mal, la verdad del dicho antiguo: Video meliora pr,oboque, deteriora sequor. «Veo lo mejor y lo apruebo; pero sigo lo peor»?

Por tanto, si deseas tener espíritu fuerte y libre, no retrocedas ante la guerra sin cuartel contra tu propia comodidad y re­galo. Haz diariamente algo bueno; y no se te pase día sin algún sacrificio.

No te será del todo desconocido el heroís­mo de David, augusto personaje del Anti­guo Testamento. Sabes que de joven apa­centaba el rebaño de su padre, y si algún oso o león le robaba las ovejas, él los per­seguía, los mataba y les arrancaba las qui­jadas. Hizo morder el polvo al gigante Go­liat. ¡Qué valor!

Y, sin embargo, no es esto lo que más admiración me causa, A mí, ¿sabéis cuál es el hecho que más me gusta de David? Cuando sus tropas estaban frente a frente de los filisteos entre Belén y Jerusalén, y debido al calor sofocante se habían secado todos los riachuelos y fuentes, el rey suspi­ró: «¡Oh! ¡Si alguno me diera de beber un sorbo de aquella cisterna fresca que hay en Belén junto a la puertal»

Oyen el suspiro tres soldados de los más valientes, y pasan a través de las filas fi- listeas y, en medio de continuos peligros de muerte, traen el agua a su rey. David, atormentado como estaba por una sed abra­sadora, derrama en el suelo el agua tan * 11

(2) Carta a los Romanos, VII, 22-23.11 161

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anhelada «en libación, en obsequio del Se­ñor», con estas palabras: ¿Y yo bebería la sangre de estos hombres que han ido a ex­poner su vida? (3).

Aquí tenéis lo que más me gusta de Da­vid. ¿Qué sacrificio? Nada más que un sor­bo de agua.

¿ Qué perdió con el sacrificio? El placer de un solo momento.

¿ Qué ganó? El respeto profundo y entu­siasta de sus soldados, el robustecimiento de su voluntad y la gracia de Dios, ya que ofreció el agua en libación al Señor.

Ved ahí: se puede cumplir una hazaña heroica con un sorbo de agua. Se puede ofrecer con tan poca cosa un sacrificio al Señor.

Los antiguos griegos pitagóricos llena­ban su mesa.de platos exquisitos; sentá­banse ante los manjares escogidos con el estómago vacío, y después de haberlos mi­rado largo rato, se levantaban y se iban sin haber tocado nada.

«¡Qué mentecatos eran!», exclamará al­guna. Pero si tú lo meditas con serenidad, indudablemente sentirás aquel respeto que impone un gesto heroico. Porque sabían m uy bien estos paganos la importancia de­cisiva de vencerse a sí mismos, de la abne­gación, del ejercicio de la voluntad.

Haz tú también, hija mía, ejercicios de renunciación, y verás que manan magní­ficas fuentes de gozo latentes en el alma de muchas jóvenes, porque les falta para brotar un golpe de azadón, es decir, el es­fuerzo doloroso de la abnegación. Estas fuentes son aquellas alegrías santas, pro­fundas, imperecederas, que brotan en tu

(3) II Reyes, XXIII, 14-17.

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alma y la cubren de sonrisas apacibles siempre que has podido dominar un deseo, una inclinación; siempre que has podido hacer un sacrificio para cumplir tu deber, siempre que has sido magnánima para con los demás.

XI.—El galló del pintor japonés

Cuenta una leyenda japonesa que un co­merciante rico hizo un encargo interesante a un pintor. Su cuadro había de represen­tar tan sólo un gallo, pero con la mayor fidelidad posible.

Después del encargo, el comerciante es­peró' varios años sin que tuviera ninguna noticia del pintor. Por fin, llegó a cansarse de tanto aguardar, y se fue a ver qué pa­saba con el cuadro. No halló trazada ni una sola línea. El pintor hizo sentar al co­merciante, se puso a trabajar y al cuarto de hora tuvo acabado el cuadro. Una obra maestra irreprochable. El comerciante se entusiasmaba. Cuando llegó el momento de pagar quedó espantado al oír la enorme suma que el pintor se atrevía a exigir por aquel trabajo de «un cuarto de hora», y es­talló en indignación. Para contenerle, el pintor, con un gesto, señaló el montón de papeles que inundaba todo el cuarto y te­nía la altura de un hombre; en cada hoja había dibujado un gallo, y dijo: «Estos cua­dros los he pintado durante tres años, y sólo mediante tan largo ejercicio he logra­do la destreza de poder hacer en tan breve tiempo y con perfección tanta un cuadro del mismo asunto. Ahora, pues, he de co­brar el precio de mis largos ensayos.» El comerciante le dio la razón y pagó la suma pedida.

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Pasa algo semejante : con el robusteci­miento de la voluntad. Si queremos que nuestra voluntad llegue un día a obedecer­nos en todo y practique con facilidad y perfección el bien que hemos proyectado en nuestro entendimiento, necesitamos un ejercicio continuo de años y años. Con la paciencia con que el pintor va trazando so­bre el lienzo las líneas del cuadro conce­bido en su fantasía hemos de trabajar en la modelación ideal de nuestra alma.

No debes amilanarte por la empresa. Pa­ra el pintor cada nuevo cuadro resultaba más fácil que el anterior, y el último no le costó más que un cuarto de hora. De un modo análogo, en el campo de la propia educación, el principio es siempre lo más difícil. Cuanto más practiques el bien, tan­to más fácil resultará.

La primera vez que te encontraste con . la aguja de coser en las manos te pareció, punto menos que imposible llegar a domi­narla, ¿recuerdas? Un dobladillo en el lien­zo : hay que deshacerlo una y otra vez, has­ta cien veces... Ahora sin dificultad y con éxito lo haces siempre. Lo mismo pasa en la vida espiritual, de un solo empuje te cuesta mucho aprender algo, exige gran ab­negación y lucha; pero cuando lo haces por décima vez, ni siquiera sientes la difi­cultad. Ejercita, pues, cada día tu voluntad, y de esta suerte llegarás a tenerla fuerte.

Has de privarte algunas veces hasta' de fruslerías lícitas. Por la mañana salta apri­sa de la cama y di para tus adentros: ¡«Un poco de dominio de mí misma.»

Si te duele una muela, cierra los labios, no te quejes y di para tus adentros. «Un poco de dominio de mí misma.»

¿Te acucia un hambre devoradora? Es-

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pera unos minutos antes de tocar la oomi-i da: «Un poco de dominio de mí misma.»

Puedes ejercitarte con mil y mil peque­neces de esa clase. Y con cuanta más fre­cuencia lo hagas en las cosas pequeñas, con tanta más facilidad podrás permanecer dueña de ti misma en las cosas importantes.

Escucha un caso. Tus padres han salido y tú les has prometido quedarte en casa para guardarla, ya que tienes muchas lec­ciones que aprender. A los cinco minutos llama a la puerta una de tus amigas: «Car­men, aquí están las amigas; vamos a dar­nos un paseo.» Fuera, una espléndida tarde de-sol; dentro, en el cuarto sombrío, ún fastidioso problema de Algebra.

Se entabla ahora la lucha: ¿has de decir «sí» o «no»? He prometido que me queda­ría en ca^a. ¡Sí! Pero las compañeras ha­rán burla de m í...; echo a perder la par­tida. ¡Qué bien si saliera un rato! ; pero me regañarán mis padres. ¿Y si vuelvo an­tes que ellos, sin que ni siquiera lleguen a saberlo? ¡Sí! Pero... ¿y el problema de Al­gebra? Pues muy sencillo: mañana me ha­bré «dejado en casa» el cuaderno. Pero eso no es verdad... Así van resolviéndose tus argumentos. Las muchachas que acompa­ñan a tu amiga se impacientan. Por fin, des­pués de un duro combate, suelta la frase: «Habéis de dispensarme; hoy no puedo ir...»

Las jóvenes se van; tú te quedas en casa. Quizá en el primer momento miras pesa­rosa cómo van alejándose. Pero después tu alma se siente bañada de gozo por la con­ciencia del deber cumplido. En la segunda o tercera ocasión ya no te costará tanto de­cidirte, y al fin considerarás la cosa más natural del mundo decir «sí» en seguida,

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cuando se trate de cumplir el deber. ¡El pintor japonés pintó al final con tanta fa­cilidad los gallos!

Debes esforzarte por adquirir progresi­vamente una disposición continua, resuel­ta, sin titubeos, para el ejercicio del bien. Cuando más adelante ya no tengas que pe­sar los pros y contras antes de cada acción para ver qué caminó has de escoger, y ha­gas el bien como por costumbre, siguiendo tus inclinaciones educadas por largo ejer­cicio y en el primer momento vuelva ya las espaldas instintivamente al mal, enton­ces la vida empezará a pagarte por tu larga preparación; no paga, es verdad, con dine­ro, sino que te ofrece la facultad de obrar siempre con facilidad y alegría en conso­nancia con tus nobles principios; en otras palabras : te concede el derecho de poder decir de ti misma que eres una joven de carácter.

XII.—Sustine!

El segundo modo de ejercitar la volun­tad es la perseverancia, la constancia, la paciencia. Uno de los más renombrados psi­cólogos americanos, James, aconseja a los jóvenes que hagan cada día algo en contra de sus inclinaciones para afirmar el domi­nio sobre sí mismos.

En un colegio alemán, ¿sabes qué hicie­ron al oír esto los chicos? Se fueron al jar­dín y masticaron caracoles vivos, porque esto sí que era «contra sus inclinaciones». ¡Brrr!... Exageración pueril; pero no de­jaba de ser un pasmoso espíritu de sacri­ficio para conseguir, una voluntad fuerte.

No sigas este ejemplo; no es preciso que seas Mucio Scévola y quemes tu brazo en

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el fuego. La vida diaria de las jóvenes, sean o no estudiantes, también está llena de pequeñeces en que puede ejercitar tu paciencia heroica. Tienes que soportar con calma el dolor, el sufrimiento.

Debes aprender con sosiego sin dar lugar, a excitaciones ni enfados.

Es preciso que hables con paciencia en casa y que no discutas, no has de hacer muecas, ni ponerte de mal humor. Sean cuales fueren las cosas que te exciten, te atormenten, te hagan enfadar, no has de saltar ni dar cauce libre a tu genio, sino que has de esperar un poco y, mientras tan­to, tranquilizarte con argumentos raciona­les.

No hagas nada de que tengas que arre- pentirte a los cinco minutos. ¡Qué regla más importante es ésta para las jóvenes impetuosas!

Y no apunto tan sólo a la paciencia pa­siva, al sufrir sin chistar, sino aún más a la paciencia activa, a la perseverancia.

Nuestro S eñor Jesucristo nos dirige una seria amonestación: Quien persevere has­ta el fin, éste se salvará, (1). Esta frase en­cierra una gran verdad, no' sólo con relación a la vida eterna, sino aun en la que toca a los éxitos terrenosv Por falta de perseve­rancia se viene a tierra muchas veces en el último momento el resultado de largos tra­bajos. No hacía falta más que la perseve­rancia de una sola hora, de un solo día...; ¡pero hacía falta!

El renombrarlo piloto Chávez fue el pri­mero que pasó el Simplón; pero llegó con los miembros rotos. Hubo de luchar con una tempestad furiosa y fría como el hielo, 1

(1) San M ateo, X , 22.

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con huracanes y remolinos de aire, y triun­fó. Ya tiene a su vista el blanco. Ya ve la ingente muchedumbre que le saluda, que le hace señales. Pero entonces, ¡ay!, le abandona la perseverancia, no sabe aguar­dar cinco minutos más, y en vez de aterri­zar suavemente lo hace con precipitación. El aparato se desploma y se mata Chávez. ¡Si hubiese perseverado cinco minutos más!

Obras prudentemente si te preparas en todo algo más de lo que te prescribe el de­ber. Si quieres dar un paseo de tres horas prepárate para cuatro, y si quieres estu­diar dos horas, reconcentra toda tu volun­tad para un estudio de dos horas y media; de esta suerte siempre te quedará en .reser­va un poco de fuerza.

¡Perseverancia! ¡Perseverancia! He aquí una palabra que parece reñida con las jó­venes. A cada paso oímos: ¡Mujer había de ser para que perseverara! Quien dijo mujer, dijo mudanza... Sin embargo, si tú quieres, puedes perseverar, ser constante; todo estriba en que te lo propongas seria­mente. Con tu esfuerzo y la ayuda de Dios conseguirás ser una joven de carácter.

En una espléndida madrugada de julio dos estudiantes emprendieron el camino para escalar la cumbre de Lomnic. Ambos nacieron en la gran llanura húngara, y nunca habían visto montañas tan magní­ficas y gigantescas. Al ritmo de una can­ción alegre iban caminando de prisa, y riéndose dejaron atrás a un anciano que, al parecer, también se dirigía hacia la cum­bre, pero con pasos tan reposados, tan me­surados, que «hasta el caracol se arrastra más aprisa», observó uno de los estudian­tes. Cuando a los diez minutos volvieron su mirada el anciano les parecía una pe­

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queña hormiga allá lejos, a sus pies. Pero el pulmón de los muchachos empezó a ja-, dear cada vez más; ah principio tomaban cada media hora de subida un descanso de cinco minutos > más tarde tuvieron qué des­cansar un cuarto de hora. Y cuando hacia el mediodía se tumbaron, completamente agotados, junto a la orilla de una cascada, he aquí que aparece de repente por el ca­mino el hombre-caracol, y con los mismos pasos reposados, mesurados como por la mañana, pasa delante de ellos, y sube..., sube..., cada vez más arriba, sube el ancia­no..., otra vez parece una pequeña hormi­ga. ... Los dos jóvenes, en cambio, están ten­didos sobre las rocas, presos de un cansan­cio que los paraliza. Porque para llegar a las alturas y alcanzar la cima prefijada no basta Un arranque juvenil y una llamarada de fuego, de paja, sino que es menester para ello una perseverancia repodada, siem­pre igual, constante.

XIII.—Sufrir sin palabra de queja

La vida humana es una mezcla de mo­mentos alegres y tristes, y en la vida de la mayoría de los hombres son más los días aciagos, beben ist Leiden: vivir es sufrir.

También en la vida de la joven se pre­sentan dificultades, duras pruebas, empre­sas sin éxito, fracasos, mala inteligencia o sufrimiento corporal, enfermedad; y el verdadero carácter se hace manifiesto en la manera de soportar los males que nos azotan. ¡Sufre! Sustine!

Muchos pobres miran con envidia a los ricos; y así muchas colegialas de humilde condición miran también con envidia a las

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compañeras favorecidas por la fortuna. No llegan a comprender que, cada cual a su modo, todos hemos de padecer.

Hay quienes gritan y se quejan en medio de la desgracia, y dejan caer de sus llabios palabras llenas de soberbia, maldiciendo su suerte: son espíritus sin pulir, salvajes.

Hay quienes, impotentes y resignadas, con la frente hundida, quebrantada el ál- ma, lloran sobre lo irremediable; son es­píritus débiles.

Hay algunas, por fin, a quienes les duele vivamente la desgracia, que se resienten también del desaire recibido y lloran sin­ceramente por la muerte de su madre, y sufren cuando las hiere la enfermedad, et­cétera ; pero saben, por otra parte, que con el fuego del sufrimiento soportado con for­taleza adquiere temple de acero el carácter más sencillo.

Puede haber pobres dichosos y ricos in­felices.

Puede haber enfermos dichosos y gentes de una salud férrea desgraciadas.

Puede haber ciegos dichosos, y muchas veces los dos ojos no bastan para la felici­dad. Todo depende del espíritu con que va­mos asimilando el sufrimiento.

Yo quiero aprovecharme hasta del sufri­miento para la educación de mi carácter. Sé que los pesares llevados con tesón y brío aumentan mi valor; cada desaire me hace crecer, la humillación me purifica; al ahogar la cólera en trance de desbordarse, me hago más fuerte; en una palabra: el sufrimiento soportado por Dios da más pro­fundidad al alma, forja el carácter.

En todo cuadro vemos luces y sombras.; el talento del artista está en la manera cómo sabe fundir estos dos elementos en

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un conjunto armónico. Dios, mi Padre ce­lestial, conoce mis males; por tanto,' si per­mitió que me visitara esta desgracia, a buen seguro tenía un plan. ¿Qué plan? ¿Quién va a saberlo? ¿Me castiga por el pasado? ¿Me fortalece por el porvenir? ¿Quiere purificarme? ¿Quiere que sea más reflexiva en mi sentir y obrar? ¿ Quiere que vaya acumulando méritos? ¿Qué sé yo? En cambio, sé muy bien que he de salir del fuego del sufrimiento con el alma mejor, más pura, más recogida, más seria. Mi ora­ción será en estas ocasiones:

O -

¡Hágase, Señor, tu voluntad, en cualquier punto que yo esté; hágase, Señor, tu vo­luntad, aunque yo no lo comprenda; hága­se, Señor, tu voluntad, por más sufrimien­tos que me acarree!

El sufrimiento soportado sin palabra de queja es un instrumento excelso para mol­dear el carácter y robustecer la voluntad. Todos los hombres, por naturaleza, desean librarse del sufrimiento; y si no lo logran, por lo menos quieren procurarse alivio, prorrumpiendo en quejas y vertiendo lágri­mas. Mas si, reconcentrando tus energías, te esfuerzas por soportar con el alma tran­quila o irremediable, has hecho crecer en gran manera tu fuerza de voluntad.

La que tiene, una voluntad débil se verá hecha trizas bajo los martillazos del sufri­miento, como un castillo de yeso; el carác­ter varonil, en cambio, echará quizá chis­pas como el noble acero; pero también se hará más resistente. Cuando Séneca dijo que en el lecho del dolor el hombre puede ser tan héroe como en el campo de batalla, quiso significar que la prueba principal de

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la seguridad del carácter es el sufrimiento,, A quien Dios quiere, le prueba (1) —repite la Sagrada Escritura.

En la estatua del carácter, tallada en mármol de Carrara, los trozos más finos se graban precisamente con el cincel del su­frimiento.

En tus amarguras acuérdate de las pala­bras del Barón J. de Eótvos : «Quien sabe conservar después de sus pérdidas la con­fianza en la divina Providencia, no se sen­tirá anonadado por los golpes de la suerte.»

Piensa en esto y después repasa con toda el alma las palabras del mismo autor: «Los caminos llanos en que podemos hacer gran­des adelantos a costa de poca fatiga, y los bienes codiciados por la mayoría de los hombres..., ¡quepan en suerte a otros! A mí, ¡oh Dios omnipotente!, concédeme un sendero pedregoso, pero de horizonte des­pejado ; un sendero que siempre lleve a las alturas y por el que pueda caminar con la convicción de no desviarme jamás.»

Si el romano decía con orgullo que «lle­var a cabo grandes hazañas es una virtud romana», fortiora agere Romanum est, tú, en cambio, da este giro a la frase: «Sufrir con alma grande es una virtud cristiana.» Fortia pati Christianum est.

Medita un poco cómo una tristeza mis­teriosa, el pesimismo, el abatimiento', inva­día el alma de las gentes nobles de la anti­güedad pagana. No podría nombrar en este momento ni una sola persona que no hu­biese tenido en mayor estima la muerte que la vida. En medio de los desenfrenados goces de los sentidos las almas privilegia- 1

(1) Proverbios, III, 12; XVII, 3; Eclesiásti­co, XXVII, 6.

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das sentían repugnancia del mundo, y, sin embargo, no vislumbraban un fin elevado como término de esta vida terrena. Sólo algunas personas, como presintiendo el cristianismo, lograron levantarse a un am­biente más puro. ¡Qué deprimentes, de puro oscuras, resultan en las tragedias de Esquilo las figuras de las furias! Ved ahí: el pagano, el incrédulo, al sufrir, no sabe sino hacer rechinar los dientes. Sufre tam­bién la que es religiosa, mas no con un fa­talismo ciego, sino con plena conciencia; ¡Ah!, no; ni él cristianismo puede extir­par la miseria, el' sufrimiento, las muchas tentaciones del pecado; pero por lo menos sabe comprender lo que quiere Dios por su medio.

¿Has de sufrir mucho, hija? ¿Eres pobre, enfermiza, tus padres están en la miseria, te acosa la. desgracia? ¿Qué quiere Dios de ti? ■ ? .

Puede ser que castigue pecados antiguos.Puede ser que intente ablandar tu alma

para una vida más fervorosa.Puede ser que esté robusteciendo tu vo­

luntad, como lo hace el fuego con el hierro.Puede ser qúe quiera aumentar tus mé­

ritos para la vida eterna.Puede ser que te conduzca a través de

la vida como el guía lleva al turista hasta las cimas de los montes. «¡Por qué sende­ros pedregosos, duros, estrechos, incómodos me has conducido!», exclama el turista. «Sí, señor, por senderos incómodos, pero sabe que si te hubiera guiado por los ca­minos grandes y llanos, nmestaríamos a es­tas horas en esta magnífica altura, sino acaso a la vera de un pantano.»

«¿Por qué he de sufrir yo tanto?, excla­mas. ¡Cómo vas a saber tú el porqué! Tan

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sólo Dios lo sabe. Mira una hermosa alfom­bra persa; flores, figuras, colores, forman un artístico conjunto. Pero mírala por el

, otro lado: una mezcla descabellada de hi­los, y de colores. Así es también la vida. Nosotros sólo le vemos el reverso. El an­verso, la cara verdadera, es decir, el gran pensamiento unificador que recoge todos los hilos, está en manos de Dios. Junto al telar de la Historia está sentado el Dios eterno, cuyos designios no son desconoci­dos. Sus pensamientos no son los nuestros y sus caminos no son nuestros senderos.

Santa Catalina de Sena tuvo que luchar un día con una vehemente tentación. Cuan­do a costa de grandes f atigas logró librarse, se quejó con tristeza: «Jesús mío, ¿dónde estabas cuando las tinieblas envolvían mi corazón?» «Estaba en tu alma — contestó el Salvador^—. Si no hubiera estado con­tigo, los pensamientos que sitiaron tu alma habrían penetrado también en tu voluntad y habrían causado la muerte de tu alma.» Por tanto, no desmayes tampoco tú en los sufrimientos. ¿No ves que contra una sola roca se rompe la fuerza de todo el mar al­borotado?

No seas como algunas plantas: mientras ven el rayo del sol, erguidas levantan la cabeza; pero al atardecer cierran sus pé­talos y mustias se encogen. El sufrimiento es la labor de artista que Dios hace sobre el mármol de tu alma. Busca oro en tu alma; pero el oro no está en la superficie, hay que sacarlo con ansias y sudores del fondo de la mina.

También al mármol le gustaría romper en sollozos cuando lo golpean los duros martillazos del escultor. Pero si el artista «tratara bien» a su mármol, ¿llegaría éste

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a ser una obra maestra, admirablemente tallada?

No has de buscar el sufrimiento, pero si viene, míralo a la cara con la frente levan­tada.

XIV.—Obedecer sin réplica

Otro medio para educar el carácter es la obediencia. En la juventud es harto difícil. Y, sin embargo, precisamente a esta edad, cuando tu entendimiento empieza ya a ma­durar un pobo, podrás ver con claridad, si lo meditas, que la obediencia es base im­prescindible de tu propia libertad y de toda la vida social.

¡Qué halago para la vista cuando con­templamos ante nosotros un nutrido con­junto de muchachas que realizan ejercicios de gimnasia rítmica y que a la sola voz de la que dirige quedan clavadas todas en tie­rra con orden admirable. ¿Qué es lo que produce esa impresión favorable? La obe-

- diencia organizada.¿Por qué has de obedecer? En primer

' lugar, porque no eres un ser independiente.¿Qué? ¿Que yo no soy independiente?*

Pero ¿de quién o de qué dependo yo? Pues de miles y cientos de miles de cosas y de personas, ¡Ah!, no; no eres tú el centro del mundo y" no puedes vivir como si no necesitaras a nadie.

¿Sabes quién puede vivir así indepen­diente, desdeñando a todos los demás? La que nace de sí misma, mece su propia cuna y se nutre de su propio pecho; la que al­canza la estatura que se le antoja y nada necesita en la tierra, y al morir coloca ella misma su cuerpo en el ataúd, se cava la fosa y se entierra. ¿Por qué te ríes? ¿Que

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nunca vivió' tal persona sobre la tierra? Claro está que no. Tampoco hay, por tanto, quien pueda ser por completo indepen­diente.

Además, hay que obedecer también, por­que esto nos da la verdadera libertad. «Al contrario, es la desobediencia la que nos hace verdaderamente libres», piensas tú. Lo que nos hace a todos es desenfrenados. Mira la jaca que sacude lejos de sí riendas, arneses y corre desbocada sin saber adonde. ¿Es esto libertad? No, desenfreno. Y ¿al final? Acaba por estrellarse contra el pri­mer obstáculo.

Obedece también para poder mandar. ¿Ante quién se inclina con preferencia la voluntad humana? Ante la recia persona­lidad. Y es cosa sabida que tanto más se vigoriza nuestra alma cuanto más a me­nudo se inclina espontáneamente ante la voluntad legítima de los demás. En el ca­mino que guía hacia la libertad espiritual se lee la palabra Obediencia. «Cuando obe­decía, entonces era libre de veras mi al­ma»,.escribe profundamente G oethe (1).. La obediencia es medio excelso para el robustecimiento de la voluntad. Sabes muy bien que quienes te mandan, tus padres, tus profesores, sólo buscan tu bien, y no quieren con sus órdenes molestarte, «ve­jarte». Me concederás, por lo menos, que una muchacha de catorce o dieciséis años no puede tener todavía la experiencia y el juicio reposado de una mujer de cuarenta o cincuenta años, como es tu madre; por tanto, si te mandan algo tus padres o tus educadores* hazlo sin refunfuñar, sin 1

(1) Ifigenia, V, 3.

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agriarte, aun en el caso de creer que se han portado duramente contigo.

Piensa que aún no te has amaestrado la experiencia, que eres ligera, o que estás aún bajo la influencia falaz de las aparien­cias o te mueves ciegamente por los hala­gos de los sentidos. Nunca oí a personas maduras lamentarse de que sus padres fue­ron demasiado' severos con ellas en la ni­ñez. Antes bien, recuerdan con tristeza su juventud, deplorando el no haber obede­cido mejor a sus padres.

Hija mía, sé que eres obediente. Y has de serlo siempre; no porque es necesario, sino porque quieres, porque sabes que será en provecho tuyo. Lo que has de hacer, has de quererlo hacer también, y tendrás doble provecho. Repite con sencillo espíritu mu­chas veces las sublimes palabras de San A gustín : «Señor, concédeme que haga lo que quieres, y después mándame lo que te parezca.»

XV.—Perseverar sin mentir

Aún te espera otra prueba importante de «perseverancia»; has de perseverar en la verdad.

Tan sólo al hombre le es dado hablar. El loro y la cotorra saben remedar las pala­bras humanas; pero tan sólo el hombre es capaz de crear palabras.

Pero ¿no sientes, hija mía, en seguida la responsabilidad que tiene el hombre por esta posición privilegiada? Si es tan sólo derecho del hombre el hablar, entonces es deber suyo que hable según la verdad, que use las palabras en su sentido recto. Yo os digo que de cualquiera palabra ociosa que hablaren los hombres han de dar cuenta

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en el día del juicio (1), enseña nuestro Se­ñor Jesucristo.

Pero el Señor no tan sólo lo enseñaba de palabra, sino también con el ejemplo. Lee los Evangelios y verás cómo en cada pala­bra de Jesús descubres uner tranquilidad sublime y reposada.

El animal no tiene palabras; sólo ladra, relincha, muge, chilla... —cáscara sin gra­no—. La palabra humana no es una cásca­ra vacía, tiene su contenido, y éste zahiere o al;aba, ofende o acaricia, corrige o per­vierte. Por tanto, la palabra pronunciada es de una tremenda responsabilidad. De la qUe no pesa sus palabras antes de pronun­ciarlas no podemos decir que tenga carác­ter.

El ideal de la educación católica es la joven que sabe ser cortés sin adular, sin­cera sin brusquedad, honrada sin demasia­dos miramientos, fiel a sus principios, sin ofender a los demás.

El sol va recorriendo su carrera en el fir­mamento ¡con tanta nitidez! ; pero no hay en él oscuridad ni misterio; el rostro de los hombres se ilumina de alegría al mirar ha­cia el sol y todos beben de esta fuente de luz, buen humor y vida. También la mu­jer de alma justa viene a ser sol para la sociedad, a quien todos miramos con ale­gría y en quien puede descansar nuestra confianza.

¿Puede haber mayor elogio que decir de una joven: «Es justa apreciadora de la res­ponsabilidad de cada vocablo que pronun­cia; juega con su palabra; podemos fiar­nos de lo que dice: había siempre con amor y es fiel a la verdad»? 1

(1) San Mateo, XII, 36.

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¿Por qué mienten entonces las -jóvenes? Generalmente por miedo. Hicieron algo que les estaba prohibido y temen el casti­go. Y, sin embargo, el mayor desatino es redoblar la falta cometida y aumentar el primer pecado ■—que muchas veces no llega a tanto: se ha quebrado el vaso, se derra­mó el café..:—1 con otro nuevo, con la mem tira. ¿Has visto jamás a una joven que se meta en el charco para quitarse el barro que salpicó su vestido blanco cual la nie­ve? ¡Cuánto más discreta es la que piensa de esta manera: «Es verdad, acabo de ha­cer una cósa mala! ¿Qué sucederá si lo confieso? Me reñirán. Pues... que me ri­ñan : Al fin y al cabo, lo merezco. Mañana ya no me dolerá el castigo, y, por lo menos, habré dicho honradamente la verdad.»

En cambio, aunque la mentira me salve . del castigo,, se agrandaría la herida de mi alma, y me dolería también mañana y nun­ca me dejaría descansar. Más vale confe­sarlo todo con sinceridad: «Madre, he sido descuidada, brusca, precipitada; desde hoy iré con más cuidado. ¡ Si queréis, castigad­me!...» La honra está a salvo, y creo que después de semejante confesión hasta se perdona el castigo. Pero ¡ aunque no se per­donara! «Más vale que yo sufra por la ver­dad, y no al revés, que la verdad tenga que sufrir por mí.»

Hay algunas que mienten por miedo. Se habla de asuntos serios, de modas, de idea­les, de religión entre las jóvenes; algunas muchachas casquivanas empiezan a bro­mear. ¡ Ahora! Ahora llega el momento de dar tu opinión con franqueza, de salir al

XVL—¿Por qué mienten las jóvenes?

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palenque, sin titubeos; no te atreves, te dan miedo las miradas irónicas. Prefieres mentir. Eres una miserable mujercilla.

Se puede mentir también por envidia, por celos. Se alaba a una condiscípula. «¡Oh!, ni lo merece. Tiene tales y cuales defectos», dices tú, y mientes, con lo que denotas un corazón pobre.

Se puede mentir para lograr ventajas: «no es verdad, no hubo tal cosa», «no es verdad que cogiese esto»; y hasta puede inducir a mentira la fidelidad mal enten­dida: cuando alguna quiere ayudar con mentiras a su amiga desgraciada.

Se puede mentir con jactancia, diciendo : «Tenía un auto este verano; ¡si lo hubie­ras visto!» «¡Qué de cosas mé han ocurri­do !» Y, sin embargo, todo es pura inven­ción.

Miente la que dice la lección al dictado de la compañera que se la sopla; miente la que copia a hurtadillas el tema de su ve­cina; mienten, porque se visten con plu­mas ajenas. La joven de carácter en estas ocasiones dice a la tentación: «Tengo bas­tante orgullo para no quererme abrir paso con medios no honrados.»

Hay también jóvenes que no dicen la verdad por ligereza; no mienten propia­mente; pero «se les va la lengua», y no se les puede creer, porque no están acostum­bradas a la precisión ni al uso recto de sus

. sentidos. Cuidado, hija mía; la joven de - carácter evitará con facilidad las mentiras

burdas y grandes; pero acaso caiga en una mentira más pequeña o en una leve false­dad; y, sin embargo, con esto deteriora: asi­mismo su carácter.

Una joven honrada nunca dice «no he sido yo», si ha sido ella; pero es más fácil

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que diga «algunas veces he estado con ellas», cuando debería decir «he estado a menudo en su compañía», o también: «iré con toda seguridad», en vez de decir: «iré, si me es posible».

Es mentira todo lo que contradice a . la verdad y a la rectitud. Por lo tanto, se pue­de mentir no tan sólo de palabra, sino aun con el silencio, con la hipocresía, con un comportamiento astuto y falaz...

[Miente también la que sólo dice la mi­tad de lo que piensa, la que va siempre con rodeos, la de medias tintas, aquella de quien nunca sabe nadie el alcance de su amistad.

Ved ahí el bosque salvaje de la mentira.

XVII.—¿Vale la pena mentir?

«¿Crees, mi joven lectora, que vale la pena mentir?» La mentira es de villanos. Tarde o temprano se descubre, y entonces se saborea la peor de las humillaciones que pueden sobrevenirnos.'

Al fin y al cabo, es un argumento. En efecto, ¿puede concebirse situación más bo­chornosa que la de aquella joven cogida en una mentira, que antes gozaba de respeto y cuyas palabras eran creídas a pie junti­llas? ¡Y la han cogido en un embuste, en una trapacería!

¡Ah! —«piensan tal vez algunas jóve­nes—, si tan torpe es entonces que no mien­ta; pero se puede mentir con habilidad: Pensaré antes bien lo que he de contestar, si me preguntan tal cosa o tal otra; así re­sultará...

Y, sin embargo, el resultado no es dura­dero. «En vano se esconde el burro detrás

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de la puerta: se le ve la oreja» —'dice un refrán—. Y en vano, advierte el dicho la­tino, al hombre mentiroso que es forzoso tener buena memoria: mendacem oportei esse memorem, porque un día u otro caerá en contradicción, ha de alimentar una men­tira con otra si quiere mantenerlas en pie, y para mantener la segunda mentira ha de mentir por tercera, cuarta o décima vez. Al desviarse una vez del camino de la verdad, se pisa en un terreno pantanoso en que los pies van hundiéndose cada vez más. La mentirosa, al día siguiente ya no se acuer­da de lo que dijo ayer, y al término del ca­mino le espera la vergüenza y el despres­tigio más rotundo.

La mentira es un hijo monstruo de la vida moral, y los monstruos no suelen te­ner vida larga; es hija del demonio, según dice la Sagrada Escritura.

Pero supongamos que no llega a descu­brirse. Puede mentir alguien con tanta ha­bilidad que no lo cojan. Piensa, empero, cuál será la consecuencia. La joven de ca­rácter no sólo ha de mirar las consecuen­cias inmediatas de sus acciones, sino que ha de pensar también en los efectos remo­tos. Supongamos, por tanto, que no se des­cubrió la mentira.

Mas al entrar dentro de sí, una acusa­ción llena de reproches suena en su alma: «No tienes voluntad. No se puede fiar de ti.» La voz de la propia conciencia da ra­tos amargos aun a la mentirosa más hábil.

¡Ay de aquella que se lanzó a mentir! La mentira sale de aquellas profundidades oscuras donde vive Satanás, y envuelve por eso en tinieblas el alma. Nubla los mis­mos ojos. Quien miente, baja los ojos, teme que su mirada turbia lo delate. ¡ Qué pena

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empañar la limpieza de la mirada que tan­ta belleza da a tu rostro !

Fíjate: hoy los médicos no recetan con tanta facilidad los venenos a título de me­dicina como lo hacían antes; y es que des­cubrieron que, aunque el veneno cure una enfermedad, causa a veces otra, quizá más peligrosa. Lo mismo que la mentira: en el primer momento parece que te ha sacado de un atolladero; pero entre tanto ha cre­cido su influencia destructora, que pronto se manifiesta en otros órdenes.

Y puesto caso que se lograra acallar has­ta la misma voz de la conciencia, vendrá un día, el día del juicio final, en que Dios omnisciente descubrirá toda astucia, toda perfidia y toda mentira; aquel Dios a quien no puede engañar el mentiroso más diestro y de quien dice la Sagrada Escri­tura que abomina el Señor los labios men­tirosos (1). Dios es la verdad viviente; toda mentira es, pues, su negación y afea el pa­recido divino de nuestra alma.

Cuéntase de la zorra que si se ve presa en la trampa, roe y corta su propia pierna o cola con tal de librarse. La que quiere salvarse por medio de mentiras del mal en que se ve presa no se corta la pierna, sino —lo que vale mucho más—■ sil prestigio, su carácter.

Mentir es cobardía; perseverar firmes en la verdad es heroísmo.

¿Has conseguido algo por medio de la mentira? Lo has pagado demasiado caro.

¿Has escapado de un mal gracias a una mentira? Has caído en un mal peor.

¿Has conseguido, mediante una mentira, 1

(1) Proverbios, XII, 22.

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el respeto que te tributan los demás? Has perdido el honor ante el tribunal de tu pro­pia conciencia.

XVIII.—La palabra, atributo humano

Pero, seguramente, ¿habrá casos en que es permitido mentir? Hay jovencitas que se excusan con facilidad. «He mentido sólo por broma. Eso no es pecado —dicen—. No he hecho daño a nadie.»

No es pecado grave, pero es falta. No ha­brás causado daño a nadie; pero sí a ti mis­ma. El mal peor está en que estas mentiri­llas leves inducen a decir mentiras serias. Los grandes caracteres se guardan con te­mor de los deslices más insignificantes.

Hallamos ejemplos admirables hasta en­tre los paganos. Habrás oído que A rísti- des no mentía ni por broma: Arístides adeo fuit veritatís diliffens, ut ne loco quidem mentiretur.

Naturalmente, debemos tener un concep­to cabal de lo que significa y es la mentira. Hay mentira cuando alguna dice una fal­sedad para engañar a otra. Por lo tanto, cuando es claro que una persona habla . de broma, que está jugando y divirtiéndose, no hay mentira. Pero mentir, esto es, enga­ñar a otra, nunca está permitido.

Reconozco que no es fácil la lealtad cons­tante a la verdad, y que muchas veces nos encontramos en situaciones que se ha de escoger entre la mentira y un grave con­tratiempo. Empero, el principio ha de que­dar firme: «Nunca mentiré.» Por otra par­te, me amenaza ahora un grave contratiem­po, precisamente por haber manifestado la verdad. ¿Qué he de hacer en estos casos?

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La solución más sencilla es no contestar. Nuestro silencio advertirá a quien nos di­rige la palabra que su pregunta nos es des­agradable y quizá no insista más.

Si se tiene bastante habilidad, se podrá dar- una contestación que esquive la difi­cultad, que permita «escaparse por la tan­gente», «salir airosa»; naturalmente, sin mentir, «desviar la pregunta».

Muchas veces, empero, no es posible pro­ceder de semejante manera, y entonces no hay más remedio que aceptar con heroís­mo todas las contingencias desagradables que se hubieren de sufrir por una de las virtudes femeninas más hermosas. Si pue­de ser, evita el contratiempo; pero si no puede ser, entonces fíat iustitia et pereat mundus. «Hágase la justicia y perezca el mundo», persevera firme en la verdad, aun­que tengas que pagar sus consecuencias. No es cosa fácil decir siempre y en todas las circunstancias la verdad; es virtud de heroínas.

A los niños pequeños se les perdona con facilidad la mentira, que dicen por miedo al palo que tieso y ceñudo los mira desde el. rincón. Pero los niños tampoco afirma­mos que tengan carácter perfecto y aca­bado.

Pero, ¿qué decir de las muchachas ma­yores, que justamente cifran su mayor or­gullo en su inteligencia, en su belleza (¡y con derecho,!)? ¡Cuánto pierden si en se­mejantes casos también ellas se muestran cobardes, faltas de carácter, y se excusan con una mentira para librarse del castigo merecido o para salir de algún aprieto!

¡Cuánto más noble es el carácter de aquella joven que nunca dice —cueste lo que cueste— ni una sola palabra falsa, y

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no la pronuncia, por la sencilla razón de que no sabe mentir! No sabe hacer violen­cia en situación alguna a su honrada sin­ceridad hasta el punto de pronunciar una mentira. ¡Qué placer y alegría encontrar una joven con cuya palabra podemos con­tar, de quien podemos fiamos, porque todas sus palabras encierran verdad, como las de la Sagrada Escritura! La palabra es el hombre.

Dios quiso que la mentira fuese difícil al hombre; por eso lo creó' de tal manera que se ruborice al mentir. Se puede apren­der, sin embargo, a mentir de continuo sin rubor y con soltura, «como si leyera las mentiras en un libro»; pero siempre es una ciencia difícil.

Hija mía, pon tu orgullo en la verdad. Y toda joven que presume de rango, de ca­rácter, ha de decirla verdad sin cambiar un ápice.. La joven mentirosa asesta sus tiros contra las bases más fuertes de su carácter y emprende inevitablemente el camino de la degradación moral. Quien las­tima la verdad, no sabrá respetar sus de­beres. Quien emprendió su camino median­te aserciones inexactas, querrá también abrirse paso en la vida de un modo muy poco honrado: si es funcionaría pública se dejará sobornar; si trabaja en oficios ape­lará al fraude; cualquiera que sea su tra­bajo, siempre estará falta de carácter. Aun­que no en la letra, pero sí en su espíritu, tiene razón el dicho húngaro: «Quien em­pezó en la mentira acabará en el patíbulo.»

La primera divisa de la joven de carác­ter es: La verdad a cualquier precio. Si al­guno no tropieza en palabras, éste es el varón perfecto —dice la Sagrada Escritu-

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ra (1)—. Negar la verdad es abdicar de la • dignidad humana y hacer traición al santo, deber del cristiano.

No conozco caso alguno en que sea per­mitido mentir, jugar con nuestra palabra. Nunca. Ni por necesidad. Sé muy bien que hay jóvenes que van argumentando de esta manera: «Ahora era necesario mentir.» Es­to no es sino excusa. Nunca «es necesario». Porque si en un solo caso nos permitimos la mentira, ya hemos derribado toda la ley; entonces cualquiera podrá excusarse en la primera ocasión, alegando que le parecía que esta vez no había manera de evitar la mentira.

Y ¿qué sería de la sociedad si la men­tira fuese tomando incremento? Nadie po­dría creer al otro. La hija no podría creer a sus padres, ni los padres a sus hijos. En cada momento se habría de sospechar: éste quiere engañarme ahora. No me atrevería a tomar la sopa, por miedo de que me en­venenase la cocinera. No me atrevería a llamar al médico, temiendo que me matase a propósito, etc. No se puede vivir de esa manera. Ved ahí, pues, cómo la mentira es contraria a la sociedad humana.

XIX.—«¡Júralo!»

La que cumple siempre su palabra nunca tendrá que acogerse al salvavidas de mu­chas colegialas de carácter débil, al ju­ramento hecho con ligereza. «¿Vendrás esta tarde conmigo?» —«Sí» —«¡Júralo!» —j«¿Me prestarás el diccionario?» -^«Sí.»

— «Júralo.» Y así, sucesivamente, las jóve- 1

(1) Santiago, III, 2.187

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nes de espíritu frívolo están dispuestas a jurar mil y mil futilidades.

Pero tú no te dejes arrastrar. Es mucho más serio y digno contestar en estas oca­siones: «Compañeras, os aseguro que así es. No suelo mentir.»

No puedo remediarlo; si oigo jurar a una muchacha pienso en seguida: Esta joven, indudablemente, miente mucho y ahora por milagro dice la verdad; pero como sabe que no suelen creerla, por eso la corrobora con juramento. Lá que no suele mentir no tiene por qué jurar.

Cumple siempre la promesa y la palabra dada. Antes piensa bien lo que vas a pro­meter. Pero si llegas a prometer algo, en­tonces, cueste lo que costare, has de cum­plirlo. No es joven de carácter aquélla de cuyas palabras no podemos fiarnos en to­dos los casos. Falsus ore caret honore. La mentirosa no tiene honor. En cambio, quien cumple siempre fielmente su promesa da prueba de una disciplina no común. ¿ Cómo podría subsistir la sociedad si contara úni­camente con personas tan ligeras e incos­tantes en su palabra? Ein Mann, ein Wort —dice con orgullo el antiguo lema ale­mán— : «El hombre no ha de tener sino una sola palabra.»ÍTiene razón. La que jue­ga con la palabra 'dada no es mujer digna. Sucédate lo que te sucediere en la vida, piensa en el consuelo que encierran las palabras de F rancisco1 I, rey de Francia: Tout est perdu hormis Vhonneur: «Todo está perdido menos el honor.» Omnia si perdes, famam servare memento. «Guarda tu fama, aunque pierdas lo demás.»

Quiero llamarte la atención sobre una cosa interesante: sé sincera, no sólo con los demás, sino aun contigo misma.

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Pero y esto, ¿a qué viene?En cuanto hicieres, pregunta a tu con­

ciencia si lo aprueba. Pero no te engañes a ti misma. Si te atreves a ser sincera con­tigo misma, ¡cuántas veces habrás de re­conocer que no es verdad que «no he tenido tiempo para preparar la lección», y que lo que has querido hacer pasar con una ac­ción magnánima, en realidad no era más que un egoísmo, y que cuando mirabas aquella película no es verdad que «has que­rido ver sólo el aspecto hermoso de lo artístico», y que cuando has mantenido una conversación nada limpia, estando con aquellas compañeras, no es verdad «que al fin y al cabo ya no eres niña», sino que eres una mujer cobarde, que reniega de sus principios. ¡Ah, si fueses sincera siem­pre contigo misma ! Habla reiteradamente contigo misma en la intimidad, para .que de esta suerte llegues a conocerte cada vez mejor.

Después has de reconocer en tu fuero in­terior que todavía eres joven; por lo tan­to, has de portarte como corresponde.

No quieras remedar a las mujeres madu­ras, ni en su conducta, ni en sus diversio­nes.

Guárdate de criticarlo todo; no emitas juicio con voz altisonante sobre cosas que, naturalmente, aún no comprendes, porque te faltan todavía la preparación y la expe­riencia adecuadas.

No creas comprenderlo todo bien, y que puedes ya leerlo todo y remedarlo todo. Eres joven; por lo mismo, acepta el prin­cipió de que «tu verdadera grandeza estri­ba en la obediencia».

Eres joven; por lo tanto, no puedes aún exigir muchas cosas que las mujeres ya he-

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chas merecieron, acaso a costa de duros trabajos. Tú aún no sabes trabajar para tu sostenimiento; no derroches por ende el dinero ganado por los tuyos, en bagatelas. ¡ Ya ves en cuántas cosas has de ser sin­cera!

Y, además, ¡ sed sinceras con Dios! A cada latido de nuestro corazón, a cada res­piración, al pestañear del ojo. De El de­pendemos. ¡Qué mentira, pues; cómo se engañan a sí mismas las jóvenes cuando piensan, por verse jóvenes y en plena vida, que no necesitan de Dios y que les bastan las propias energías y viven por eso en con­sonancia con tan falsos principios! Y ¿có­mo vamos a llamar mujer noble a la que tiene fe, religión, pero se comporta con los demás como frívola, hipócrita?

La joven cuyo carácter está falto de sin­ceridad, fácilmente descuidará en las vaca­ciones sus deberes religiosos; mientras que la joven reposada hará con más fervor sus rezos diarios, oirá con más devoción la san­ta misa y recibirá los sacramentos espon­táneamente ; porque tiene más tiempo que durante el año y porque ella no se postra ante Dios como una esclava por el temor del «castigo», sino que es el amor sincero de su alma pura lo que la lleva ante el al­tar del Señor.

Dios es la verdad eterna; por lo tanto, servir a la verdad, decir la verdad, es culto divino. Contesta sinceramente las pregun­tas que te hagan, y la gloria de Dios vivirá en tus palabras; fíjate un objetivo eleva­do y sírvelo sin hipocresías ni doblez, como hace toda persona de carácter noble, y vi­virá Dios en tu obra; procura que tus pa­labras y obras sean un libro abierto, lim­

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pias como el riachuelo de los montes, y en tu vida se afianzará el reino de Dios.

Querida hija; ¡qué deber excelso nos es­pera: ser sinceros y ensanchar el dominio de la verdad, es decir, preparar una mora­da para el Dios de la verdad en medio de los hombres! Mira a tu alrededor: ¡cuán­tas mentiras oscurecen el mundo! ¡Cuán­tas prestidigitaciones, cuánto polvo, cuánta cáscara, cuánta superficialidad, cuánto en­gaño, cuánta astucia, cuánta doblez! Todo eso son tinieblas, nada de eso es reino de Dios.

¿ Qué podrías hacer contra estas cosas y en bien del reino divino? ¿Quizá predicar contra la mentira? No lograrás mucho. Pe­ro sí sé paladín esforzado de la verdad, quiere la verdad en tus palabras, en tus obras, en tu vida, y así todas tus acciones serán otros tantos pasos firmes y sin retro­ceso que consoliden más cada día el reino de la verdad. *

*XX.—Aggredere!

Para la formación de carácter no basta la abnegación, el obstine; ni la perseveran­cia, el sustine; junto a ellas es menester un vigor valiente, una voluntad decidida: Ag­gredere! ¡O bra!: A las mujeres animosas la suerte les ayuda.

Hay jovencitas a quienes no les es difícil ni la abnegación ni la perseverancia, pero rehuyen el trabajo en que se necesita ener­gía. No hacen bien. No damos el califica­tivo de «joven de carácter» a la muchacha que se sienta cabizbaja en un rincón, y no hemos de entender por abnegación la co­modidad, ni por vida cristiana el descanso, la tranquilidad inactiva, sino el movimien-

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to, la acción, ya que la misma felicidad de los cielos la llamamos «vida eterna». Nues­tra religión, además de tener preceptos que dicen «lo que no has de hacer, tiene en abundancia otros que te prescriben «lo que has de hacer». Por lo tahto, aggredere! «¡Obra, acomete!»

Dicen que la fatalidad tiene puños de hierro que pueden caer sobre cualquiera. ¡Qué más da! Tú, en cambio, tienes alma y por eso puedes disponer de más perseve­rancia, resistencia y adaptación que todo el mundo material. «Pon mano a la obra si deseas alcanzar algo», dice el refrán.• La hoja de acero tiene elasticidad, pero también dureza. Y ¿ cómo se templa? En el fuego, en medio de vivas llamas.

La vida humana se forma con eslabones de pequeños acontecimientos. Uno a uno parecen de poca monta, y, no obstante, son ellos los que integran la vida. Los ingentes' rascacielos se edificaron con piedras pe­queñas ; la vida excelsa se compone de co­sas insignificantes, pero también todas las grandes caídas morales tuvieron por prin­cipio un leve tropiezo. No hay que temer por la que sabe guardarse de las faltas pe­queñas ; ésta no tendrá grandes caídas.

Observa en qué tropieza la mayoría de las gentes por la calle. ¿En grandes pie­dras que encuentran por su camino? No. Estas las notan ya de lejos. Pero resbalan al pisar por casualidad un hueso de cereza y caen. «¡Cuánto me fastidian esas boba­das!», dirán algunas aludiendo con sus pa­labras a los pequeños conceptos que tildan de futilidades. Pero ¿es realmente futileza el que en un par de zapatos las suelas no encajen bien, aunque la diferencia no pase de medio centímetro? ¿Es una pequeñez

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que en el piano toques una tecla cualquie­ra, aunque nada más se diferencia en me­dia nota de lo necesario? ¿Es futilidad que en alemán conjugues un verbo de la con­jugación fuerte, según las reglas de la con­jugación débil? Pregunta a los peritos en la materia y te dirán qué diferencia enor­me puede haber entre dos caballos magní­ficos, ambos fogosos, de pelo negro y bri­llante los dos, con que uno de ellos tenga sólo una «pequenez» en la cabeza, una man­cha blanca del tamaño de la palma de la mano.

Las pequeñeces tienen un poder enorme en la vida moral: Ya ves qué detalle tan pequeño es la nariz en el rostro humano, y, sin embargo, Pascal, el gran sabio, dice que «Si Cleopatra, reina de Egipto, hubiera tenido la nariz un poquito más larga, hu­biera cambiado' la faz del mundo.»

Aquella «reina de los reyes», como la lla­mó Marco Antonio, era tan portentosamen­te bella, que rindió a sus plantas a los hombres más poderosos de su tiempo. Y, no obstante, con sólo una pulgada más de nariz en aquel rostro, los destinos del mun­do hubieran cambiado y con ellos la vida moral de los pueblos.

La perdición de muchas jóvenes empieza por pequeñeces inocentes al parecer. Con no cumplir alguna que otra regla de la dis­ciplina escolar, excusar con pequeñas men­tiras la pereza, pasar algún rato con malas amigas o leyendo libros inconvenientes y sin hacer nada, todas esas cosas no son, en fin de cuentas, tan importantes. Pero de las acciones repetidas con frecuencia se forma el hábito: de acciones malas nace la mala costumbre; de las buenas, la bue­na. Al principio cuesta un poco renegar de

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los sanos principios delante de las chismo­sas y murmuradoras; pero «¡se está tan bien en medio de ellas!» Después, en la tercera o cuarta ocasión, se hace ya más fácil y hasta resulta más cómodo ceder algo de los fueros de la conciencia.

*XXI.—El poder de las pequeñeces

¿Por qué tienen tanto poder las nimie­dades? Nada se pierde en el mundo sin de­jar huella. Las cosas más grandes, aunque ■ parezcan números quebrados junto a la gran unidad de la vida, entran como com­ponentes, en pequeñas dosis, en la forma­ción de las costumbres. Es tan fácil acos­tumbrarse a una manera de obrar moral como a la vida pecaminosa. Después de un sinnúmero de pequeñas acciones buenas tendrá, para nosotros tanta facilidad la vida honrada cuanta es la fuerza con que la ig­nominia atrae a quien ya se acostumbró a la vida pecaminosa.

Cuanto más perfecta sea una cosa, tanta más exactitud tendrá hasta en los peque­ños pormenores. Los hombres de la anti­güedad no conocían el mundo sino en sus grandes líneas, y, sin embargo, las propor­ciones del mundo creado, aun con este co­nocimiento imperfecto, los movieron a hin­carse de rodillas ante el Hacedor supremo. ¡Cuánto más fervoroso es el homenaje que nosotros rendimos a Dios desde que, mer- ced a los telescopios y microscopios, nos es dado penetrar en los secretos del universo, y nuestro entendimiento queda extasiado ante la pasmosa exactitud del orden, de la finalidad, del encadenamiento que en él maravilla! La minuciosa precisión de la

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obra de Dios ha de servimos de ejemplo para nuestro carácter.

Si todo lo miras de ésta manera nada te parecerá una pequeñez. Así verás qué fuer­za educativa tiene el cumplimiento de las prescripciones, si al parecer insignificantes, por ejemplo, el ayuno, prescrito por nues­tra religión. Pero también puedes apren­der lo mismo en muchas otras ocasiones. Si en una excursión te esperas un cuarto de hora junto a la fresca fuente antes de beber, a pesar de la sed que tienes; si sa­bes dominar tu lengua para que no cuente en seguida una cosa interesante que des­pierta la curiosidad de tus compañeras y, sobre todo, para que no hiera la reputación del prójimo; si ocurre algo en la calle y no vas a mirar lo que pasa aunque te mueras de ganas de saberlo: con todas estas pe­queñeces haces labor seria en orden a li­brar tu voluntad del yugo de las acciones instintivas. Y con eso ya verás que cuándo la religión católica habla tantas veces de abnegación, de dominio de sí mismo, no intenta con ello menguar la libertad hu­mana; todo lo contrario: quiere prestar­nos ayuda para lograr la única manera de vida digna del hombre y de la libertad de su alma. La que no se ejercita en la abne­gación no puede ser verdaderamente reli­giosa; la mujer verdaderamente religiosa es aquélla cuya alma triunfa cada día de la materia, del cuerpo. Piensa que has des­perdiciado el día cuando no te has vencido en algo.

«Son los efectos y consecuencias los que ponen el sello de grandeza o de pequeñez en todo, dice el Barón N icolás de W esse- lényi ; y lo que tiene consecuencias impor­tantes y graves no puede ser una peque-

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ñez, por muy insignificante que parezca.»Así, ya comprenderás cómo pudo perder­

se toda una vida por sólo unos minutos de más ante el tocador. ¡ Hacía falta una mano de mujer junto al herido, junto al enfermo, junto a la cuna..., y esa mano nó llegó a tiempo. ¡Sólo por unos minutos más!

‘"XXII.—Guliiver, atado

El camino del alma humana es como en los países fríos la calle llena de charcos he­lados en que juegan los niños. Al principio no son lisos, no es posible patinar sobre ellos; pero se meten los jóvenes, y a me­dida que van pasando sobre el hielo lo igualan y alisan; al fin lo han convertido en una especie de pista por la que se des­lizan maquinalmente. Algo semejante nos sucede con las acciones: cuantas más ve­ces hacemos algo, bueno o malo, tanto más nos acostumbramos y nos deslizamos ya sin poder pararnos en la dirección tomada.

¿Conoces el cuento de Guliiver? Cuando llegó- al país de los enanos parecía un gi­gante entre ellos. Y, sin embargo, le juga­ron una mala pasada los liliputienses. No tenían, es verdad, cuerda bastante resisten­te para retener a Guliiver; pero aquella «futilidad», «aquella pequeñez» —los miles y miles de hilos delgados con que lo ataron al suelo—i no pudo romperla Guliiver.

Así comprenderás, amada hija, por qüé las mujeres serias procuran librarse hasta de los defectos pequeños. Quien concede libertad a sus inclinaciones en las cosas pequeñas no consultará en las grandes con su conciencia.

Es cosa que espanta el ver cómo muchas

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jóvenes, que en sus tiernos años inspiraron las más risueñas esperanzas, se desviaron más tarde y marcharon por el camino del pecado, porque empezaron a descuidarse en las cosas pequeñas y tomarse demasiadas libertades. También estas muchachas al­canzan su completo desarrollo; también se hacen mujeres, pero no son sino caricatu­ras de la mujer verdadera; se parecen a aquellas grotescas figuras que los niños ha­cen con*la nieve, las cuales, mirándolas con un poco de benevolencia, guardan cierta semejanza con las personas; tienen ojos, boca, un gorro de papel en la cabeza; sólo les falta carácter y voluntad.

Al ver la mesa de trabajo o el cuarto de algunas muchachas, exclamo espantada: [Dios mío, si habrá el ¡mismo desorden en el alma de esta joven!... El cepillo de los zapatos y el diccionario latino, la raqueta de tenis y el cuaderno de matemáticas es­tán en amigable compañía; los guantes ro­tos y una regla, una cáscara de nuez y un dentífrico, todo en «poético» desorden, es­parcido por doquiera...

Pon orden en tu mesa, en tu armario, en tu cuarto. En primer lugar el orden exte­rior no es tan sólo manifestación de la ar­monía íntima, sino también eficaz instru­mento para llegar a ella; la que tiene siem­pre orden en sus cosas ordenará con más facilidad sus pensamientos.

Además has de tener un orden, porque sólo la mujer ordenada sabe ser . puntual, mientras que la desordenada pierde mu­cho: tiempo en buscar sus cosas, y más tar­de en la vida llegará también siempre tarde a todas partes. ¿No conoces muchachas —espero que no te cuentes entre dias­que diez minutos antes de las clases bus-

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can afanosas su cuaderno de clase? Revuel­ven todo el cuarto; en vano. No está. Ha desaparecido. Por fin, lo descubre debajo de la mesa, junto a la caja de betún. Pero sólo faltan cinco minutos para empezar la clase. Corren... Llegan tarde... Se les pone falta... por desorden.

Y aquí, sin embargo, no se trata más que de llegar tarde a la escuela. Pero cuando lleguen tarde a sus quehaceres y se olvi­den de encargos importantes... si tienen enfermos a su cargo los matarán, porque descuidarán «una pequeñez» en lo ordena­do por el médico; si están en un laborato­rio, prepararán mal algunos de los especí­ficos por haber leído superficialmente la fórmula.

Y | aquellos cuadernos desordenados, lle­nos de garabatos descorazonadores! ¡Aque­llas líneas revueltas, salpicadas con man­chas de tinta! ¡Aquellos libros de texto cubiertos de toda clase de mamarrachos! Cuando se revisan los libros de los comer­ciantes declarados en quiebra se halla, en la mayoría de los casos, que no llevaban en orden y sistemáticamente su contabili­dad. Sería interesante revisar también los libros de las estudiantes «suspensas». -

Cuidado, hija mía, que los hilitos de las malas costumbres, de las pequeñas negli­gencias y superficialidades, no lleguen a maniatar tu carácter. Quiero, con esto, ha­bituarte a tener todas las cosas ordeñadas. Del orden que adquieras en tu juventud dependerán tu casa, tu hogar, tu persona. ¡Ser desordenada es lo más vergonzoso para una mujer!... Las mejores fortunas se deshacen cuando en las casas no hay or­den. ¡ La felicidad de los que te rodean de­penderá del orden que tú mantengas!

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Atención, pues; ordena todas tus cosas, aun las más insignificantes. Que tu lápiz tenga punta; que tu regla no esté man­chada de tinta; que en la mesa no haya otra cosa que lo necesario para el estudio o lo que le sirve de adorno; que cada li­bro, cada cuaderno, cada palillero, cada go­ma tenga su puesto acostumbrado, de suer­te que puedas hallar cualquiera de estos objetos aun a oscuras.

Cada mañana, da cuerda a tu reloj con puntualidad; revisa tus'ropas, procurando mantenerlas en buen estado. Cuídate espe­cialmente de los objetos prestados: libro, diccionario, compás; no prestes a otra lo que te prestaron a ti y no esperes que la dueña venga a pedirte que le devuelvas lo suyo.

XXIII.—El cerrojo malo

Say, célebre economista f r a n c é s , nos cuenta de un modo sugestivo cuánto daño puede provenir de pequeñas negligencias. «En una finca —escribe— se deterioró el cerrojo de la puerta del corral. Habría po­dido arreglarse en varios minutos, pero «es cosa baladí», dijo el dueño. Naturalmente, día tras día, iban escapándose, ora un pollo, ora un pato. Un día llegó a huir un lechón. ¡Ah! Esto ya no se puede aguantar!. Toda la familia: jardinero, lavandera, pastor, adelante, a coger el lechón. El jardinero fue el primero que lo descubrió. Va a to­marle la delantera, no le falta más que sal­tar por encima de una zanja. Pero tropezó al saltar y se descoyuntó el p ie; tuvo que guardar cama mucho tiempo. La lavande­ra, al volver de la caza del lechón, vio con espanto que la ropa que había colgado cer-

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ca del horno para que se secara se había quemado. El pastor, con la mucha prisa, se olvidó de atar una vaca al establo, y el ani­mal tropezó con el pesebre y se rompió una pata.» Ved1 ahí cuánto daño causó el cerro­jo descuidado que se habría podido arreglar con algunos céntimos.

Algunas veces la cosa más baladí adquie­re importancia decisiva en la vida humana. ¡Qué cosa tan insignificante es el alga ma­rina que se pega al costado de los buques en el océano! Y, sin embargo, Cristóbal Colón, cuando la tripulación empezó a re­belarse después de largo viaje sin resulta­do, para apaciguarlos, les dijo: «Mirad, ya están aquí las algas; debe de estar cerca la tierra.»

Observa los grandes compositores. ¡Cuán­to han de estudiar, día tras día, para do­minar técnicamente las dificultades más pequeñas! F rancisco Listz dijo: «Si no hago ejercicio un día, lo noto y o ; si lo omi­to durante tres días, entonces lo .nota el público.»

¿Sabes de qué se forman las enormes rocas de yeso de Inglaterra? De conchas tan 'diminutas que sólo1 son visibles con mi- ■ . croscopio.

¿Qué es lo que pone en marcha las gi­gantescas máquinas de vapor, esos mons­truos espantosos? Gotitas de agua, al pare­cer insignificantes, que se truecan en vapor.

Más todavía: el profesor Schleiden, de Jena, observó, ¡cosa extraña!, que no eran las masas colosales de las ballenas y de los elefantes ni los troncos corpulentos de las encinas, los que ejercieron una acción po­derosa en la estructura dé la tierra, sino los pólipos y las pequeñas plantas microscópi­cas ocultas en los pantanos.

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¿Hay cosa más admirable que un micro­bio? ¿Sabes que de- su bondad o maldad depende la salud del individuo? ¿Sabes quién dio el primer paso para este magní­fico invento? Pues, Pasteur, observando, al parecer, una cosa «insignificante», el fer­mento de los. líquidos.

Acostúmbrate a no considerar nada in­significante respecto a tus deberes: todo es necesario para nuestra formación, para ser una joven de carácter.

XXIV.—El cabello de Absalón

El título de una novela de Bjornson es El cabello de Absalón. Sus protagonistas son hombres que se pierden, no por gran­des faltas de carácter, sino solamente por­que no saben dominar las cositas de cada día de la vida. Y, sin embargo, quien do­mina las cosas pequeñas es señor también de las grandes; y quien sabe aprovechar los minutos que corren tiene en su mano la llave del tiempo. ¿Cómo podría lanzarse a una empresa grande quien no se preocu­pa de las pequeñas?

Procura ser, pues, puntual y fiel en el cumplimiento de los deberes que a primera vista parecen insignificantes. Supongamos, por ejemplo, que estás interna en un cole­gio y que a las seis de la mañana toca la campana para que te levantes. Podrías aún estar cinco minutos descansando sobre las blandas almohadas, pero no hagas tal. Sal­ta en seguida de la cama..., y adelante, a lavarse. ¿Es cosa baladí? Lo parece tan sólo. En realidad, es vigoroso ejercicio de voluntad, porque es triunfo sobre la pe­reza.

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Otro ejemplo. Llega el tiempo de estudio. No bosteces, no empieces con ojos adormi­lados a escoger los libros, no te despereces, sino que después de una breve y fervorosa oración..., ¡adelante!, ¡a estudiar! ¿Es cosa baladí? No. Sino triunfo sobre ti mis- ma, ejercicio y robustecimiento de la vo­luntad.

De la joven a quien los tribunales con­denan no podía su madre imaginarse cuan­do la amamantaba y cuidaba de niña qüe su vida iba a ser tan desgarrada que ter­minaría en una cárcel, en una casa de co­rrección. Pero el mal camino empieza por una pequeña cosa: la coquetería, el amor al lujo, el afán de lucir y desbancar a las demás. ¡Triunfar por la belleza, por el di­nero, por el lujo! También las lecturas nada buenas, los bailes..., todo, en peque­ñas dosis, ha preparado la perdición de esa joven.

Sólo la que sabe ahogar en sí el más leve desorden podrá prevenir los grandes tro­piezos de su carácter.

Sólo la que huye de la mentira más leve perseverará fiel a la verdad hasta en las situaciones más difíciles.

Sólo la que es honrada en las cosas más pequeñas podrá conservar la misma hon­radez en las grandes. Lo dice el mismo Je­s u c r is t o : «Quien es fiel en lo poco, tam­bién lo será en lo mucho» (1).

Así comprenderás la frase del gran obis­po de Hipona, San A g u stín : Quod míni­mum est, mínimum est; sed in mínimo fv- delem esse, máximum est; «lo pequeño es pequeño; pero ser ñel en lo pequeño es cosa grande». 1

(1) San Lucas, XVI, 10.

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Cuando empiezas a jugar al tenis tu ma-. no es lenta; antes lias de aprender las pos­turas, la manera de empuñar la raqueta, los diferentes golpes, es decir, los pequeños elementos de juego de pelota.

En cuanto al piano, tampoco podrás to­car sonatas de Beethoven sin haber ejerci­tado antes durante años en las escalas. .

Si has observado los movimientos que se hacen para aprender a bailar, habrás podido notar que parecen hasta ridículos. Sin embargo, sólo son ridículos y super­finos al parecer, porque en realidad no se puede prescindir de ellos y son necesarios para dar al bailarín la consiguiente soltura y elegancia.

«Vamos gastando nuestra fortuna .florín a florín, nuestra vida por horas; cediendo en cosas pequeñas llega a entorpecerse nuestra conciencia; y así como, según los últimos descubrimientos de la ciencia, cor­dilleras enteras se componen de los restos de diminutos animales que no podemos si­quiera distinguir a simple vista, de la mis­ma manera las mayores dificultades de nuestra vida van formándose de la acumu­lación de cosas tan pequeñas que ni siquie­ra las notamos separadamente» (Barón Eótvos). *

*XXV.—La observación y el cuidado

Entré las cosas insignificantes cuentan algunos el fino espíritu observador, y, sin embargo, es un medio muy importante para aumentar el caudal de nuestros cono­cimientos y hasta para abrirnos camino en la vida y ejercitar nuestra voluntad.

Procura aprender cómo has de usar con

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rectitud de tus sentidos y camina por el mundo con ojo abierto y avizor; es decir, desarrolla en ti sistemáticamente el espí­ritu observador. No eres capaz de imagi­nar lo que puede una mujer observadora; es la dote más preciada para la vida social y familiar. Nada escapa a su mirada; por eso, si ha de mandar, sabe en qué términos debe hacerlo; si ha de obedecer, no se ex­traña de ciertos mandatos y nunca censura las órdenes'que recibe...

El ojo tan sólo ve; el espíritu, además, observa. Los indios -llegan a rastrear mu­chas cosas por una hierba que pisaron, por huellas casi imperceptibles; los antiguos astrólogos árabes sin telescopios descubrie­ron el curso de los astros; los pintores chi­nos supieron dar vida con admirable fide­lidad en sus cuadros a todos los movimien­tos del ala1 del pájaro que vuela. Tenían un finísimo espíritu de observación.

Presencia de ánimo, espíritu de observa­ción y capacidad de decisión, no son sola­mente cualidades, necesarias a los pilotos y a la tripulación de los submarinos, sino aun a todos cuantos van navegando por los mares de la vida.

Un juego muy propio para el desarrollo del espíritu observador consiste en colocar un gran montón de objetos, unos treinta o cuarenta, previamente, en desorden, sobre la mesa ; las muchachas no pueden mirar más que un momento la mesa, y después, vueltas de espaldas, han de decir todo lo que hay en ella. Probad también vosotras a hacerlo. Habrá muchas que al principio no sabrán nombrar ni siquiera quince o veinte de los objetos.

Otro ejercicio muy bueno del espíritu ob­servador es: después de haber presenciado

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varias un mismo acontecimiento, contarlo una tras otra, inmediatamente después o un día más tarde. Todas las testigos ocula­res lo contarán de distinta manera.

Otro ejercicio: póngase en fila varias jó­venes,- y la última diga una frase en voz baja al oído de su vecina, con la consigna «Dilo a la otra». Al llegar la frase al final de la fila, ¡qué cambio habrá sufrido! Así descubrirás cuán débil es la capacidad de observación del hombre. Es tán débil, que se engaña hasta en cosas pequeñas que ve diariamente.

Pregunta a una amiga:—>¿Has visto un reloj de pulsera?—Claro está. Todos los días.—Dibuja, pues, la esfera. ¿A que no sa­

bes?— ¿Que no sé? ¡Hela aquí! —y empieza

a dibujarla y comete dos faltas en este pe­queño dibujo. Porque pondrá las cuatro de esta manera: IV, y, sin embargo, suele ha­cerse de esta otra: lili, y marcará también las VI cuando su espacio suele estar ocu­pado en los relojes de bolsillo por la aguja de los segundos. Ya lo veis, pues. ¡Cuán poco podemos fiarnos de nuestro espíritu observador!. Ejercítate, por consiguiente, en la obser­

vación profunda. ¡Qué magníficos e inte­resantes descubrimientos pueden hacer las jóvenes, por ejemplo al observar la vida de los animales! Cómo la ardilla rompe la nuez, de qué modo comen el perro y el gato, el ganso, los polluelos; cómo destro­za a su víctima el ave de rapiña; cómo se arrastran el caracol, la serpiente, el gusa­no, etc. ¡Cuántas veces habrás visto uñ ca­ballo al paso, al trote, al galope, y apuesto que no sabrías explicar los diferentes mo­

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vimientos de patas que hacen en las dis­tintas marchas!

La que se queda boquiabierta al mirar algo, inútil es que vaya por el mundo en­tero: en vano tendrá dinero para hacer, grandes viajes; de nada le servirán por­que no sabe observar. Mira, pero no ve. En cambio* la que sabe observar con vista agu­da, ésa requiere penetrar en el fondo de los acontecimientos, imaginar el reverso de la medalla.

¿Qué diremos del cuidado? ¿Puede con­cebirse una joven en cuyas manos se mue­ran los pajaritos de hambre y las flores de sed? Sin embargo, actualmente hay muje­res que no son capaces de cuidar ni una flor. Todo lo que exija constancia, desve­los, se descarta de su vida. ¡Es tan abu­rrido !

¿Cómo cuidarán esas manos, el día de mañana, un cuerpecito infantil, un enfer­mo, un hogar, si no son capaces de alimen­tar un canario, de cultivar una flor? Al momento se cansarán de todo y amargarán la vida a los demás.

La observación constante y el cuidado continuo son base de un porvenir feliz, no lo olvides, joven mía.

*XXVI.—El trabajo entusiasta

Medió de primer orden en la escuela de voluntad y del desarrollo del carácter es el trabajo, el deber diario cumplido con alegría, con celo.

El trabajo, en sentir de los paganos, era algo degradante, indigno de un hombre li­bre. Fue tan sólo el cristianismo quien lé tributó el honor debido, al enseñar que lo

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que ennoblece ál hombre es justamente el i trabajo.

El cristianismo mostró a la Humanidad la gran fuerza que se esconde en el tra­bajo para desarrollar el carácter. El traba­jo fortalece en gran manera la. voluntad, porque exige dominio de sí mismo, abne­gación, perseverancia. La que posee una voluntad bastante fuerte para trabajar con perseverancia, con concienzuda puntuali­dad, no encontrará gran dificultad en mos­trarse fuerte al tener que refrenar las pa­siones, cosa bastante difícil para una mujer holgazana que realiza su trabajo con ne­gligencia y descuido. • * .

El trabajo conserva la frescura y la salud del cuerpo; la inactividad, en cambio, con­sume y corroe sus fuerzas. El trabajo per­severante origina constancia, seriedad, pa­ciencia. ¡Y cuidado que es difícil a una joven adquirir este triple adorno femenino!

¿La constancia? ¡U f!..., ¡qué cosa más aburrida; siempre lo mismo, siempre igual! Te equivocas; no se trata de ver siempre el mismo panorama, el mismo mundo. No; lo que yo quiero indicarte es la perseve­rancia . en todo lo bueno que te propones hacer; ésta, naturalmente, que no se con- sigue si no es trabajando siempre en algo.

; ¿La seriedad? «¡Por Dios, estar con cara i de juez!» Tampoco, es eso lo que yo quiero i recomendarte. Se trata de que sepas sope­

sar el valor de tus decisiones, dándoles en tu vida el realce y el valor que merecen.

¿La paciencia? «Eso —dirás tú—■ queda para la gente vieja, cuya sangre corre con más lentitud...» Y para ti también, hija mía, si quieres ser dueña de ti misma y formar tu carácter. La paciencia ayuda a meditar y a tomar decisiones.

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Acaso no comprendes, hija mía, cómo se vigoriza tu voluntad si cumples con pun­tualidad, con celo y en el tiempo debido la labor diaria que te impone el colegio. Trá­zate un plan minucioso para la tarde: si al

-llegar el tiempo de estudio se presentare cualquier otra ocupación para distraerte, por mucho que te seduzca el sofá para echarte, por muy interesante que sea el libro que has cogido, aunque te inviten tus amigas, no vaciles. Lo primero es el deber. Coge con alegría el libro. Aprende con al­ma y vida. El deber cumplido con entu­siasmo tiene una gran fuerza educadora de la voluntad.

Pero tan sólo es el trabajo verdadero, se­rio, el que educa al alma y no el hábito de matar el tiempo. Tan sólo el trabajo, que es verdadero triunfo sobre nuestros capri­chos, sobre nuestra inconstancia y comodi­dad. Sea, pues, principio tuyo el cumplir lo. mejor posible todos tus deberes.

No sé si has visitado y admirado algunos templos y otros edificios medievales de una hermosura sin igual. ¿Sabéis qué es lo que más me impresiona al detenerme bajo las esbeltas Jtóvedas de la catedral de Colonia o ante las blancas estatuas marmóreas de los santos en la catedral de Milán? Me asal­ta este pensamiento: los antiguos pintores, arquitectos, escultores dieron lo mejor de su trabajo, reconcentraron todas sus fuer­zas . y las invirtieron en sus obras; ése es verdadero trabajo de formación de carác­ter. Y ¿hoy día? El trabajo de los hombres es ¡tan rápido, precipitado, superficial! Es un trabajo mercenario.

Sentirás profunda satisfacción si apren­des a trabajar con alma y vida; es decir, si haces con verdadero entusiasmo, con

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todo el corazón, el trabajo más insignifi­cante. Lo principal no es la importancia del trabajo .que haces, sino la disposición con que lo realizas.

De seguro has oído hablar de Carlyle, historiador y filósofo inglés. Su esposa per­dió en una ocasión la paciencia porque tuvo que estar toda la noche junto al horno y, a pesar de todo, el pan que preparaba para su marido no se tostaba bien. «¡Qué tenga yo que ocuparme en trabajo tan insignifi­cante!» Mas en seguida tomó mejor con­sejo: «Pero Benvenuto Cellini, ¿no tuvo que velar toda la noche cuando estaba en el horno su famosa estatua de Perseo? Y ¿qué diferencia hay entre Cellini, que vi­gila su estatua en el horno, y la mujer, que tuesta pan para su marido?» Sí; hasta el tostar pan podemos hacerlo con toda el ál- ma, y el hombre que más respeto se me­rece es el que cumple las cosas más peque­ñas con la mayor conciencia. Lo que valé la pena hacer merece que se haga bien, y lo que no estás dispuestá a hacer a concien- . cia es preferible que ni siquiera lo em­pieces.

Un amigo fue a visitar a M iguel A ngel y se quedó maravillado que todavía estu­viese haciendo la misma obra.

—Su trabajo no adelanta nada —le dijo.—'¿Cómo que no? He corregido ya mu­

cho: aquí he quitado algo, allí he perfec­cionado una arruga; he dado más suavi­dad a esta línea, he procurado dar más ex­presión a aquella boca.

—Pero todas estas cosas son pequeneces —proseguía maravillado el visitante.

—Sí, lo son —le contestó' el maestro-^. Pero las pequeñeces hacen lo perfecto, y la perfección no es pequeñez.

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Cuando pasé por Milán subí al techo de la catedral, ese templo soberanamente her­moso. Toda la iglesia está construida de mármol blanco deslumbrante; hasta en el techo levántanse innumerables torrecita's de mármol y los nichos de las torres tam­bién están llenos de estatuas marmóreas de santos, a cual más hermosas. Mientras duraba la construcción dijo alguien al es­cultor, que estaba trabajando con gran celo: «Pero ¡tanto trabajo! ¡Desde abajo nadie verá las estatuas! ¿Para qué, en­tonces, tanta fatiga?»

—Desde abajo, nadie —contestó el artis­ta— ; pero lo ve Dios.

Dios ve mi trabajo y esto me basta. ¿Ves ya cuánta alma y vida puede haber en el trabajo que se hace de esta manera?

El deber cumplido con todas las veras del alma educa tu carácter; en cambio, el trabajo hecho de mala gana y superficial­mente, lo deteriora.

El trabajo hecho sin entusiasmo, sin al­ma, refunfuñando, es peor que la comple­ta inactividad, pues te engaña haciéndote creer que trabajas mucho.

De la misma materia en que el buen ar­tista esculpe una estatua maravillosa, el chapucero no sabe sino moldear una cari­catura: De la misma manera podemos ser heroínas del trabajo y, mediante él, pulir nuestro carácter, mientras que otras son sus esclavas y gimen con cara entristecida bajo su yugo.

Hemos nacido para el trabajo, y, ya que no hay más remedio que trabajar, por lo menos hemos de trabajar de buena gana. Echaremos de ver en seguida que así re­sulta fácil el trabajo.

«Bueno —dirás tú—1; todo esto está muy

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bien dicho, pero creo que no va conmigo, ¡Los hombres son los que han de traba­jar!» ¡Te equivocas!, ¿de modo que, por ser mujer, mano sobre mano?...

¿Qué no estás obligada? ¿Dónde se ha escrito semejante afirmación? La joven ha de trabajar, ha de ocuparse en algo prove­choso con vistas a su porvenir y al de los suyos y no desperdiciar su tiempo.

No ha de ser como aquellas mujeres que sólo saben murmurar, andar, correr de acá para allá y, cual objeto en venta, estar siempre en exposición... Así jamás llega­rás a ser joven de carácter.

Quiero decirte, hija mía, que, seas rica o pobre, fea o guapa, has de trabajar, has de ocuparte en algo provechoso para ti y para la sociedad en que vives, que sólo así educarás tu voluntad y tu inteligencia. Si te esfuerzas en cualquiera que sea el tra­bajo emprendido, puedes coronarte con la gloria y la celebridad, como se cuenta de la joven Sabina, hija del arquitecto de la catedral de Estrasburgo.

Su padre había comenzado a esculpir la famosa columna de los ángeles, cuando le sorprendió la muerte. La joven, aunque había heredado el genio del gran arqui­tecto, no heredé sus fuerzas; mas propúso­se concluir la columna, ayudada de diseños ya trazados. Frecuentemente la fatiga ren­día sus manos débiles, que no estaban acos­tumbradas al martillo y al cincel. Enton­ces, para animarse, colgaba del andamio el retrato de su padre y lo miraba cariños sámente. De este modo logré concluir la columna. Las generaciones de artistas la dedicaron un recuerdo de gratitud.

Guardo para otra ocasión el hablarte de cuál ha de ser tu trabajo; ahora sólo qráe-

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ro grabar en tu alma luminosa esta idea: Tú, joven querida, también has de traba­jar, porque el trabajo no es sólo patrimo­nio de los hombres.

XXVII.—El deber

¡Deber!Palabra que tiene una fuerza mágica. El

cumplimiento del deber exalta a indivi- 1 dúos y pueblos, mientras que la negligen­

cia en el trabajo los conduce a la banca­rrota. Los pueblos que cumplen con su deber a conciencia resisten triunfantes el asalto a la Historia, mientras que los hol­gazanes corren a su propia perdición.

En una antigua iglesia hay una pintura interesante que representa diferentes esta­dos de la vida. Allí está el Papa revestido con los ornamentos de gran solemnidad, y debajo se leen estas palabras: «Yo os en-

. seño a todos.»Allí está el Emperador, con corona en

las sienes, con cetro en la mano, y debajo se lee la inscripción: «Yo os gobierno a todos.»

Allí está el general con la espada en la . mano, y dice: «Yo os defiendo a todos.». El labrador abre largo surco con el ara­do, y dice: «Yo os alimento a todos.»

En la parte inferior del cuadro se ve pin­tado el diablo, haciendo muecas de carca­jada, y exclama: «Y yo os llevaré a todos si no cumplís vuestro deber.». ¡Qué profundo significado encierra este

* cuadro! Que en esta tierra seas reina o la- briega, es indif erente; pero has de cumplir tu deber. La vida terrena es un gran dra­ma, en que Dios distribuye a todos el papel

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que han de desempeñar. No depende de ti el papel que has de recibir; pero sí está completamente en tu mano el modo como lo representes.

En el drama lo importante no es el papel que has de hacer, sino' el cómo. La que tie­ne el papel de reina quizá sea acogida con silbas por no hacerlo bien; en cambio, se aplaudirá a una aprendiza de costura por­que hizo con maestría lo que le tocaba hacer.

A cada paso tropiezo con jóvenes que preguntan: «¿Cuál será mi porvenir? |Es tan difícil la vidaí ¿Casarme?...» ¡Quién sabe! Con todo, ello no supone la resolu­ción de las dificultades de la vida, sino quizá aumentarlas con los hijos, el marido, la casa. Sin embargo, no te asustes ni pre­ocupes, hija mía; lo principal, es que seas una mujer hábil, dispuesta, preparada para las contingencias difíciles, diligente en aprender y, sobre todo, cumplidora con- cienzudá de tu deber: esta clase de mu­jeres es la que falta siempre en todos los sectores de la vida.

En el cumplimiento indefectible del de­ber se esconde una ingente fuerza educa­dora. Hacer todo cuanto- nos exige nuestra posición, y hacer, sobre todo, lo que nos sea ingrato.

La vida sin trabajo es un cuadro sin mar­co. La mujer sin ocupación es como los trastos inútiles, que siempre estorban.

Durante la guerra de Marruecos el fuego de los moros alcanzó uno de los hospitales de sangre. Hubo que evacuar a los heridos; pero algunos estaban tan graves que no era posible meterlos en las ambulancias. En­tonces se pensó en cambiarlos solamente a otros lugares de la casa de menos peligro.

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Al saberlo la superiora del hospital, se presenta ál director y reclama su puesto junto a los heridos: «Una Hija de la Cari­dad no puede dejar de cumplir con su de­ber, por grande que sea el peligro.»

Suenan las balas, tiemblan los tabiques; pero ella continúa sus menesteres. ¡Prime­ro ellos...! Pasa por el patio y a sus pies cae una granada. No importa, ¡adelante!

¡Ahí tienes una heroína admirable en el cumplimiento del deber!

XXVIII.—«Hoy no estoy de buen humor»

El estudio y el éxito dependen, en pri­mer lugar, de la voluntad y no del humor. Sin embargo, cuántas jóvenes se disculpan con que: «Hoy no puedo estudiar; no ten­go humor adecuado; más vale no esfor­

zarse si falta el humor...; mañana traba­jaré el doble...»

No lo olvides: el trabajo diferido al día siguiente siempre resulta más difícil de lo que hubiese sido el día anterior.

El cumplimiento del deber no ha de de­pender nunca del humor. El deber diferido de hora en hora va adquiriendo cada vez más el aspecto de un fantasma, y su figura amenazante llega a envenenar todas tus alegrías. Quien tiene deudas, que pague cuanto antes.

Nunca olvides esta sencilla regla: Antes el deber; después, las diversiones. Muchas jóvenes se quejan de que «no tienen suer­te» ; que el profesor o la profesora «les tie­ne inquina»; que «nada les va bien», y, sin embargo, en la mayoría de los casos no se trata más que de un sólo defecto: en estas muchachas lo primero son las diversiones;

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sigue- después un gran paréntesis y allá muy atrás viene a trote cansado el deber.

Habrás oído hablar mil veces del centi­nela de1 Pompeya. Cuando en el año 79 so­brevino la erupción del Vesubio, y la lluvia de ceniza y lava hirviente inundó toda la región, y los hombres, enloquecidos, co­rrían, atropellándose sin piedad, para sal­var la vida, hubo un soldado romano que, firme, quedó en su puesto, sin titubear. En medio de la terrible confusión del momen­to nadie se acordó de relevarlo. Su deber lo clavaba en aquel sitio; no se movía. Y la lava se iba aproximando. Y su fuego sil­baba. Y su gas sulfuroso hacía imposible la respiración. Y todo aquel infierno en­cendido bramaba. Y el soldado quieto, sin moverse una línea..., y llegó a cubrirlo la lava. Las excavaciones modernas hallaron en esta postura al centinela. Y forman uno de los más valiosos tesoros del Museo Bor­bónico de Nápoles, el yelmo, la lanza y la coraza de este soldado, que, firme en su deber, se dejó sepultar por la lava ardiente para no manchar el honor del soldado ro­mano.

Hija mía, a ti ciertamente no te aguar­darán deberes militares; pero te espera el gran deber de la vida. Tienes deberes con Dios, con tus prójimos, con la Iglesia, con tu patria. Sí, aunque te parezca mentira. ¡Una mujer tiene deberes con la patria, porque no puede vivir al margen de la vida! ¡Sus manos, su inteligencia, su for­tuna, su belleza, han de ser motivos de honra para su patria! ¡Cuántas, sin embar­go, las utilizan para degradarla! Quizá te parezca algo dura la frase que voy a' es­cribir; no obstante, es el único principio decoroso para una mujer de temple: No

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estamos en esta tierra para ser felices, sino para cumplir nuestros deberes y todo cuan­to Dios espera de nosotros. «Mi manjar es hacer la voluntad de mi Padre», hemos de repetir todos, porque es lo que dijo de sí mismo el Redentor del mundo (1).

Hay jóvenes que para estudiar esperan siempre que llegue «el buen humor». Y, sin embargo —como escribe Horacio— , quien ha emprendido el trabajo, tiene ya hecha la mitad; mientras que quien siempre da largas al momento de comenzar un género de vida más justo hace como el labrador que, cruzadas las manos, espera que haya pasado la inundación; pero ésta no pasa, más bien una ola empuja la otra:

Dimidium facti, qui coepit, hdbet; sapere\_aude,

incipe! Qui red e vivendi prorrogat horam, rusticas expedat, dum defluat amnis; at

[Ulelabitur et labetur in omne volubilis ae-

j\vum (2).

Todo cuanto existe bajo la bóveda del cielo está sujeto a la voluntad divina. Las leyes de la Naturaleza obedecen sin excep­ción y con puntualidad a esta voluntad eterna: el astro recorre sil camino; las lu­nas van rodando con precisión en torno de

« sus soles, no por propia decisión, sino por fuerza superior.

Tan sólo el hombre se mueve «de su pro­pia voluntad;» a seguir los preceptos de Dios. El Señor le dio libre albedrío y el hombre puede oponer esta libertad a' la 1 2

(1) San Juan, IV, 34.(2) Ep. ad Pis.

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voluntad de Dios: he aquí el pecado. Pero si no quiere vivir en las tinieblas, si no quiere perecer, ha de seguir las leyes de Dios, lo mismo que la hierba más diminuta o el gusano imperceptible,

En fin, hija mía, ten presente que .«para las almas, de buena voluntad no hay en la vida un minuto que no tenga su deber» (Lemaítre).

Cumple tus deberes, aun los más insig­nificantes, con la mayor puntualidad, y así merecerás la alabanza más hermosa que nadie tributó a una humilde costurera: «En todas las puntadas que dio se hace pa­tente su conciencia.»

N elson, famoso almirante inglés, murió con estas palabras en la boca: «Gracias a Dios, he cumplido mi deber.» Magnífico consuelo,que levanta el ánimo cuando toca a su término una vida pasada en continuo trabajo. Ojalá puedas decirlo un día de ti misma.

XXIX.—La que nació tarde

Por muy raro que parezca —quizá no lle­gues a creer lo que escribo—, la que no tra­baja no puede ser feliz.

El trabajo es garantía de salud corporal. Si el cuchillo yace abandonado en un rin­cón, se enmohece; en cambio, si se usa, re­cobra el brillo. También la mujer holga­zana llega a cubrirse de moho, mientras que los ojos de la mujer trabajadora bri­llan de alegría.

No sirve darle vueltas; es inmutable el destino del hombre; Ufa de ganar su pan con el sudpr de su frente (1). Esto pregona 1

(1) Génesis, III, 19.'

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la voz de la Naturaleza con el hecho elo­cuente de que la vida de las gentes inacti­vas no suele ser larga; mientras que lle­gan á edades más avanzadas precisamente aquellas que trabajaron durante toda su vida.

El horror al trabajo es una enfermedad moderna: la ausencia de una voluntad fuerte también se muestra en este terreno. Porque para el trabajo se necesita abnega­ción, dominio propio; en una palabra: fuerza de voluntad. Nadie es trabajador por naturaleza. Corno la ley de la gravedad atrae la materia hacia abajo, de la misma manera nos lleva a la pereza la naturaleza humana, dada al regalo. Pero la que sabe vencerla con noble empuje, llegará a dis­frutar más tarde de las benditas alegrías del trabajo.

El secreto del éxito es: trabajar siempre con entusiasmo. Hay muchachas que se preparan durante algunas horas para es­tudiar, para la costura; después media hora sólo estudian o cosen. '

«Pero... ¡Si no sale de dentro el traba­jar! ¡Si es tan antipática la lección! ¡Tan aburrida la costura!» Lo mismo da. Una fuerza de voluntad enérgica y varonil te ayudará a vencer también este obstáculo. Y la cuestión es lanzarse de una vez al tra­bajo. Verás que, a pesar de los desalientos anteriores, tendrás éxito. Naturalmente, la que empieza bostezando media hora: la que antes de comenzar se despereza y va perdiendo el tiempo, ya se dispone de an­temano al mal humor.

Has de tener orden en el trabajo. Serva ordinem et ordo te servabit —decían los antiguos—. «Guarda el orden y el orden te guardará.» El deber cumplido, con orden

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tiene doble valor; en cambio, el trabajo capricho, desordenado, mal encaminado, es sencillamente perder el tiempo. El desme­nuzar los quehaceres equivale, en resumi­das cuentas, a la inactividad.

Cuando una mujer vale algo espiritual- mente, su primera ocupación es trazarse un plan de vida y de trabajo. De esta ma­nera consigue que el tiempo cunda y nada quede sin hacer.

Las grandes figuras femeninas no vivie­ron a la ventura, sin un plan de vida; al contrario, ordenaron sus actividades inte­ligentemente.

Santa Teresa de Jesús tiene una anéc­dota graciosa sobre este ordenar la vida. Se cuenta que cierto día la Santa había preparado todo un arsenal de cilicios y pe­nitencias ; mas ocurrió que tuvo fiebre y no pudo hacer nada.

Teresa se queja amorosamente al Maes­tro, diciéndole que debiera haberla puesto enferma después de haber cumplido su plan de penitencias. Jesús le responde: «Serás santa a mi manera, no a la tuya.»

Trázate tú también, por lo menos a gran­des rasgos, un plan para el día siguiente.

Y síguelo con firmeza. Por ejemplo, a la una salgo de clase y vuelvo a casa; comi­da, descanso hasta las dos y media; lec­ciones hasta las cinco; juego, diversiones hasta las seis; música hasta las siete; es­tudio de idiomas, cena, lectura, a las nueve de la noche; rezos, acostarse.

Y cuando toca estudiar, entonces a ello. Pero de veras. Sin remisión. Firmemente..., por más que oigas una voz que te Susurre al oído: tendrás bastante tiempo hasta la mañana siguiente, y por mucho que el sol te invite con su espléndida luz a salir. No

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te dejes ablandar. Ahora lo principal es el deber. Verás cuánto más te cunde el tiem­po distribuyéndolo bien que si procedes sin orden en el trabajo; Y ¡cuán corta es la vida y cuántas cosas se pueden aprender!: Por tanto, distribuye con cuidado este tiem­po, harto breve. Tiene razón el dicho in­glés: «Quien se acuesta temprano y ma­druga, será sano, rico y sabio.»

Early to bed and early avise, makes the man healthy, weálthy, and wise.

Hay quienes sistemáticamente llegan tar­de a todas partes. Ni por casualidad pueden ser puntuales. Esto es hoy moneda corrien­te entre las muchachas. ¡ Llegar puntual­mente al lugar donde se las espera o donde estudian es punto menos que imposible! Cuando se protesta por su tardanza, con­testan con un mohín coquetón: «¡Es que no sé cómo se me va el tiempo! ¡No creí que era tan tarde! ¡Total, me retrasé trein­ta minutos; eso no tiene importancia!»

¡Ya lo creo que la tiene! Todos sus que­haceres le saldrán mal y le faltará siempre tiempo para todo.

Cuando lleguen a mujeres no servirán para nada, teniendo una infinidad de dis­gustos por sus continuos retrasos. ¿Y qué será de ella si llega tarde al cielo? ¡Sólo por cinco minutos! *

*XXX.—«El reloj iba atrasado»

— ¡ Por Dios, mujer, date prisa, que va­mos a llegar tarde!

—'¡No te apures, si todavía hay tiempo! Marisa, al fin, se levanta de la cama, y

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en una hora intenta asearse, hacer lia ma­leta y llegar a la estación. En efecto, mete a toda prisa y d;e cualquier manera las prendas de vestir en el saco de viaje; in­giere, sin gustarlo, el desayuno, y, final­mente, llevando a todo el mundo de cabe­za, llega, a la estación e intenta tomar el tren, que en aquellos momentos arranca.

—1 Qué rabia! ;He llegado tarde! Tú tie­nes la culpa por no haberme llamado a tiempo —'dice a la sirvienta.

— '¡Pero, señorita, si la llamé! ¡Es que usted no me hizo caso...!

Tras una reprimenda desatinada a la sir­vienta, llega la joven a su casa fuera de quicio, malhumorada: «¡Yo que pensaba llegar mañana!»

Pero, en verdad, no tiene derecho a reñir a nadie; ella sola es la culpable, por falta de puntualidad.

¡ Cuántos disgustos te evitarás si adquie­res la costumbre de dar a cada cosa el tiempo necesario!

Sospecho que esta viajera atrasada solía levantarse en sus años colegiales cinco mi­nutos antes de las ocho, y nunca llegó con puntualidad al colegio. Y esta primera fal­ta de puntualidad fue la semilla, de que brotó después su despreocupación y super­ficialidad.

Y propiamente, ¿qué es la puntualidad? Una cosa muy sencilla. «Suspender un tra­bajo cuando se acaba su tiempo y empren­der otro cuando llega su turno.» Quien cumple esta regla sencilla desempeñará bien cualquier cometido y lo hará todo a tiempo.

La puntualidad empieza muy de maña­na. Suena la hora de levantarse; por ejem­plo, a las seis de la mañana. Hacerse cargo

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en. el mismo instante de que «pásó ya el tiempo de descanso» y saltar heroicamente de la cama. Si lo haces, nunca tendrás que lamentarte; no tuve tiempo para los rezos de la mañana. Le falta tiempo sólo a aque­lla que, aun después de despertarse, está dando vueltas en la cama durante un cuar­to de hora, como la puerta en su quicio.

Llega el tiempo de estudio. ¡Qué tesoro representa el ser puntual también ahora y poner manos a la obra en seguida; no des­pués de una preparación de media hora ; no después de pensarlo precisamente y re­pasar los rizos del peinado; lo empiezo, no lo empiezo; estudio, no estudio...!

Toda estudiante puntual no olvidará el cuaderno y los libros al salir para la clase; al volver a casa no los dejará por los rin­cones del cuarto, y así no tendrá que recu­rrir a la excusa: «No sé dónde los he me­tido.» La muchacha puntual y ordenada merece confianza, porque dio pruebas de tener un carácter firme.

Ser puntual. ¿Ves qué palabras más sen­cillas?, y, -sin embargo, significan un medio importantísimo para la educación del ca­rácter. Cumplir el deber cada día, si es pre­ciso cien y cien veces al día, todas las ve­ces que así lo exijan nuestras obligaciones; ser concienzuda hasta en las cosas peque­ñas, trabajar con ahínco aun cuando nadie lo ve... Decidme si conocéis un medio más eficaz para lograr la grandeza moral y la madurez desuna mujer completa.

No en vano dice el refrán: «La puntua­lidad es la cortesía de los reyes»; se nece­sita de veras gesto de rey, grandeza, valen­tía, constancia heroica para dominar los obstáculos y no excusarse ni esquivar ja­más la voz sagrada del deber. Los grandes

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deberes de la vida sólo podemos confiarlos a quien sabe ser puntual, siempre, en todo.

La joven puntual sabrá aumentar el di­nero de tal manera que tendrá más, aun­que reciba menos. ¿Y cuál es la explica­ción de este secreto? La mujer puntual sólo gastará el dinero en cosas absolutamente necesarias; mientras que las demás com­pran cuanto les llama la atención en el pri­mer escaparate que encuentran.

Será siempre puntual la que sabe apre­ciar el tiempo. La que no se hace esperar da pruebas de tener en su justa estima el tiempo propio como el de los demás. En cambio, la que sólo es desordenada al prin­cipio y no sabe ser puntual, poco a poco llega a perder la confianza de los demás, porque no cumple su palabra; la que no emplea con escrupulosidad su tiempo nos hace sospechar que tampoco debe ser muy escrupulosa en sus quehaceres.

La que no sabe ser puntual no merece gran crédito cuando promete algo, y os ad­vierto que la joven que no es puntual y no guarda su palabra hace tanto daño a la so­ciedad como el anarquista y el revolucio­nario. En cambio, la joven puntual da prue­bas de fuerza de voluntad, de carácter ; y por esto es acreedora a la confianza. ¿Sa­bes cuál es uno .de los elementos esencia­les del carácter? Cumplir firmemente todo aquello a que has dicho sí; Si te parece con­testar no, entonces sé valiente para decirlo con sinceridad y abiertamente.

«Señor profesor o señora profesora, el reloj iba atrasado», suelen decir para ex­cusarse las estudiantes, las colegialas que llegan tarde. Sin embargo, si supiesen ha­blar con sinceridad, dirían : «Señor profe­

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sor, llego tarde porque he sido desordenada y negligente.»

«¿El reloj iba atrasado?» ¿Sabes qué contestó W ashington a un empleado que alegó la misma excusa al llegar tarde? «En­tonces no hay remedio; o usted ha de com­prarse otro reloj o yo he de buscar otro empleado.»

Mucha verdad encierran las palabras de Nelson, el célebre almirante : «Debo todos mis éxitos a haber acabado todo un cuarto de hora antes del tiempo fijado.»

Acostúmbrate a pensar que no porque hayas nacido mujer estás exenta del orden y de la puntualidad. El día de mañana ha­brás de ordenar un hogar, criar unos hijos o quizá trabajar en el seno de alguna Con­gregación religiosa. ¡Harás desgraciados a todos con tu falta de puntualidad !

Todo irá manga por hombro, porque para ti no tiene importancia el retraso. Y no di­gamos la serie de disgustos domésticos ori­ginados, las riñas, los entuertos e incomo­didades y hasta los fracasos sociales... *

*XXXI.—La estudiante pobre

Conmovido c o n t e m p l o muchas veces aquella lucha titánica que han de Sostener algunas jóvenes para poder seguir sus es­tudios. Sus pobres padres viven en un pue­blo y apenas pueden ayudar a la hija, que vive en estrechez y penuria. La muchacha estudia con ejemplar diligencia; se levan­ta temprano para hacer sus temas, da lec­ciones de repaso, ni siquiera se desayuna, come todos los días invitada por una fami­lia caritativa, lleva un traje remendadito, tiene un cuarto frío en el invierno. A su

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lado está en la clase la estudiante elegante, perfumada; tiene'un abrigo de pieles, y 0 cuando saca con importancia su desayuno —un panecillo con jamón—, los ojos de mi pobre estudiante se enturbian muchas ve­ces de lágrimas: « ¡ Dios m ío!» ¡ Si yo no tu­viera que luchar tanto !...

Si tú, amada hija, fueras acaso una de es­tas estudiantes pobres, quisiera consolarte y* decirte que no te dé rubor la pobreza; quisiera hacerte comprender que los años de juventud pasados en medio de continuas dificultades tienen gran valor educativo.

Tu compañera rica, que vive en gran opu­lencia, pierde el tiempo muchas veces en procurarse comodidades, diversiones y dis­tracciones o— en el caso mejor— en depor­tes exagerados.

Para la joven rica tener que ir a la es­cuela no es quizá sino un estorbo de sus distracciones ; mientras que para la pobre el estudio es refrigerio, gozo, consuelo, es­peranza de un porvenir más rosado.

Conozco a muchas jóvenes a quienes les falta el concepto serio de la vida y el ade­cuado entusiasmo para el trabajó, debido precisamente al exceso de bienestar. Ro­deadas de amigas del mismo jaez, gastan el tiempo en continuas diversiones, paseos, bailes, tés..., y flirteán con los muchachos. Concedo que la gran pobreza causa mu­chas horas amargas y rompe las alas a mu­chos talentos; pero no es menos cierto que perecieron más talentos y caracteres por causa de un bienestar excesivo.

La joven opulenta casi no puede propo­nerse un fin para su trabajo, mientras que para la pobre el múndo es como una gran tienda, en que podemos comprar cuanto queramos mientras paguemos con trabajo

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los objetos apetecidos. Si después, merced a sus esfuerzos, llega a crearse, cuando sea ya mujer, una posición desahogada, verá entonces cuánto debe a las privaciones de su juventud.

La joven acomodada, aunque tenga un alma magnánima, lo que alcanza con sus estudios es tan solo un título; pero la es­tudiante pobre, gracias a los años difíciles de la juventud, que pasó tiritando de frío y padeciendo hambre, llega a adquirir, pre­cisamente por estos sufrimientos, confian­za en su propio valer, presencia de espíritu, decisión de Carácter. ¿ Quién lo duda? Mu­chos talentos perecen en la miseria; pero aún es mayor el número de aquellos que se pierden en la blanda comodidad de las riquezas.

«Por el dinero del trabajo los dioses lo venden todo», dice un antiguo proverbio griego.

Sofía Germain sólo contaba catorce años de edad cuando decidió estudiar matemá­ticas.

Su familia no veía con gusto tal voca­ción. Para que Sofía no estudiase en la no­che quitábanle la luz y los vestidos.

Mas, a pesar de tan violenta oposición, la joven se levantaba, envolvíase en las mantas de-la cama y, alumbrada por una lamparilla, proseguía con ardor su trabajo.

Al fin, la familia la deja en libertad para sus estudios matemáticos. Y fueron éstos tan notables, que merecieron varios pre­mios de la Academia de Ciencias. Hoy se la menciona entre los primeros matemáti­cos del siglo xix.

Teresa Mariani, hija de modestos cómi­cos, debutó muy jovencita en el teatro, in­terpretando admirablemente su papel; pe-

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ro era tal la necesidad en que se hallaba su familia, qué hubo de trabajar de modis­ta para allegar recursos, dedicándose tan sólo los domingos al arte dramático en tea­tros de escasa importancia.

Su constancia y trabajo lograron éxito, y a los dieciséis años triunfó como actriz dramática, llegando la fama de su arte' a Europa y América.

Berta Marx Goldschmidt, la gran pianis­ta, a los cinco años había tomado parte en funciones musicales. Tras fatigosos traba­jos y penurias logró hacerse conocer en Europa y América, conquistando los laure­les del triunfo junto al gran violinista es­pañol Sarasate, a quien acompañó en sus conciertos.

Y aún podría seguir citando ejemplos semejaptes que alientan o infunden con­fianza.

**XXXII.—Muchachas humildes.Mujeres ilustres '

El gran poeta Juan de Mena, en una de sus famosas octavas, menciona la figura de María Coronel, mujer valerosa que por no sufrir la ausencia de su marido quiso más bien perder la vida que dejarse vencer de malos y deshonestos deseos.■ El Padre Mariana dice de ella que «era

digna de mejor siglo y digna de loa por el deseo invencible de castidad».

• A gustina de Z aragoza, nacida a fines del siglo xvni, no lejos de su marido, en el Por­tillo de San Agustín, suple al único arti­llero que, destrozado por una bala enemiga, ha caído con la mecha en la mano. Agus­tina la coge, prende fuego al cañón y siem­bra la muerte en las huestes francesas. La

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batería continúa vomitando metralla hasta que son vencidos los enemigos.

El glorioso esfuerzo de esta española lo premia la Patria con la concesión del grado de oficial del Ejército y el escudo de defen­sora de la Patria.

La noble ciudad dé La Coruña se salva del poder inglés por la intervención de una mujer, M aría P ita, que, despreciando la muertej se arrojó sobre el soldado que lle­vaba la enseña inglesa y lo derribó de un golpe. Esta hazaña decidió el combate en favor de los españoles.

Felipe II le concedió el grado y sueldo de alférez durante su vida.

M aría de E strada, esposa del soldado Pe­dro Farfán, al mando de Hernán Cortés, en la conquista de la Nueva España, pelea al lado de su marido como el soldado más va­leroso y diestro en el arte militar.

También Portugal cuenta entre sus mu­jeres célebres a María, la heroína que en la India portuguesa fuerza los reductos ene­migos y siembra en ellos el terror y la muerte, logrando que los indios de Belja- pur, reino oriental, abandonen la isla de Goa. Esta mujer fue premiada con la paga y el grado de capitán.

Mas no sólo mujeres sin fortuna se hicie­ron célebres en el campo de la lucha, sino también en¡ el de las letras y las artes.

En el siglo x vi brilla O liva S abuco de. Nantes, a la que tributa el Padre Feijoo un justo elogio, pues llegó a poseer extensos conocimientos de física, medicina, moral y política.

Doña Beatriz de G alindo, «la Latina», cuya cuna dispútanse Madrid y Salamanca, a los ocho o diez años era tan aficionada a las letras, que gustaba más de leer libros

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que de jugar. A los dieciséis años eran no­tables sus conocimientos de latín. Verda­dero prodigio de instrucción y talento, me­reció que la reina Católica la nombrase su maestra de lengua y literatura latinas.

Cecilia M onillas, docta en lengua lati­na, griega, italiana y francesa, en filosofía y teología escolásticas, para defenderse eco­nómicamente abrió cátedra pública, y fue tal la fama de sus discípulos, que Felipe II quiso confiarle la educación de sus hijas, cargo que renunció; por dedicarse a sus hi­jos y al estudio.

Juana Morella, hija de Barcelona, por acusaciones infundadas contra su padre, tuvo que salir de su Patria, refugiándose en Lyon, donde comenzó sus estudios de filosofía y lingüística. Poseía catorce idio­mas y también vastos conocimientos de teo­logía, jurisprudencia y música. Cansada de la gloria del mundo, se hizo dominica en Santa Práxedes de Aviñon, donde murió.

¡Ya ves qué ejemplos más alentadores y notables te demuestran que el verdadero talento, el valor y la diligencia se levantan por encima, no sólo de la fortuna, sino de la belleza, y «se abren camino y tocan el cielo»!

Isabel Sánchez Coello, hija del pintor de este nombre, es uno de los mejores or­natos de la corte de Felipe III por el mé­rito en los retratos, bon los cuales se pro­porcionaba medios de vida.

Isabel de Córdoba sobresale en el conoci­miento de los idiomas latino, griego y he­breo. Sus estudios le alcanzaron el título de doctor en Filosofía, del que hace uso para su vida económica.

A Toledo le cabe, la honra de Jiáber visto nacer, de una familia estudiosa,, pero no

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rica, a Luisa Sigea, cuyos adelantos lin­güísticos fueron tan maravillosos, que me­recieron elogios de la corte de Roma. Es­cribió al Pontífice Paulo III en latín, griego, hebreo, árabe y siriaco, y fue tal su talento, que la infanta María de Portugal la eligió para amiga suya. Su mérito le alcanzó el renombre de «Minerva española».

No menos notable fue su hermana An­gela, que sobresalió en el divino arte de la música.

Sor Juana de la Cruz, hija de Méjico, y llamada la «Décima Musa», era de familia decente, pero sin grandes recursos. Estudió lenguas clásicas y filosofía, siéndole fami­liares los mejores poetas de la antigüedad y de su época, sobresaliendo particular­mente en la composición de sonetos y sex­tillas.

¿Deseas más ejemplos aún?Luisa Roldan, sevillana, ayudaba a su

padre, escultor de mérito, en las obras de mayor importancia, viviendo ambos, padre e hija, del producto de ellas.

M aría Z ayas, celebrada por Lope de Ve­ga, es una de las damas más eruditas del siglo XVII.

M aría Prieto- fue notable grabadora ma­drileña, adquiriendo sus obras tanto mérito como las de su padre, Tomás Francisco. Su arte le proporcionó un poderoso medio de vida.

Rita Prieto, hija de artistas de teatro, debutó' a los diez años en un teatro provi­sional, y más tarde llegó, con su estudio y tesón, al puesto de primera dama en las principales compañías de su tiempo.

Era tan distinguida y fina, que un escri­tor la llamó «princesa rodeada de come­diantes».

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A los treinta y seis años se retiró, para entregarse a la vida piadosa, renunciando a su gloriosa carrera.

¿Cuál era el secreto de estas mujeres grandes? ¿Su talento? Acaso. Pero antes que todo su voluntad férrea, su perseve­rancia, su diligencia, y, además..., sabían aprovechar bien el tiempo. \

XXXIII.—¿Cuánto vale el tiempo?

Los ingleses tienen un refrán cortito, que ya se difundió por todo el mundo: times is mpney, «el tiempo es oro». Pero así sólo no es perfecta la frase. El tiempo es más que el dinero ; el tiempo es el paño del que nos hacemos el traje para la vida. Por lo tanto, quien desea lograr algo en la vida, por muy poco que sea, ha de saber dar jus­to valor al tiempo.

El tiempo, en el curso febril de nuestros días, adquiere cada vez más importancia, y sólo en los pueblos pequeños es posible que comprador y comerciante, cliente y empleado, antes de arreglar sus asuntos, se den el lujo de hablar de tiempo, de las cosechas, de la lluvia y de preguntas recí­procamente por la salud «de su estimada familia».

En los bagares de países orientales es cos­tumbre todavía que el tendero, sólo para engañar al comprador, hable tanto, ofrezca máchaconamente sus mercancías, haga in­clinaciones de cabeza y juramentos: «me cuesta más a mí», «no puedo darlo más ba­rato», y así, sucesivamente, tanto, que du­rante el mismo tiempo se podrían concre­tar diez contratos comerciales en forma legal.

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Pero en los pueblos de gran adelanto eco­nómico no hablan mucho ni el comerciante, ni el comprador, ni el cliente, ni el emplea­do; aún más, con frecuencia se pueden ver colgados de las paredes de las oficinas de Inglaterra y de América carteles así redac-. tados para indicar a los que vienen con ganas de charlar que acaben más pronto: When you habe done your business, please trot; «se suplica que una vez terminado el negocio, sigan su camino».

O también: We know all about the wea- ther; «respecto al tiempo, tenemos todas las informaciones necesarias».

Y : We have read all papers; «sabemos de memoria todas las noticias de los perió­dicos».

Cuando me detengo en las grandes bi- , bliotecas ante las largas hileras formadas

por las obras de un San Agustín, de un San Buenaventura, de un Santo Tomás de Aquino..., me pongo a pensar: ¿Cómo les bastaba el tiempo para escribir tantos li­bros, cuando algunos de ellos murieron re­lativamente jóvenes y tuvieron múltiples quehaceres a más de escribir?

Me detengo, por ejemplo, ante los libros de Santo Tomás de Aquino; treinta y cua­tro grandes volúmenes en folio. ¿Cómo pudo escribir tanto un hombre que en total vivió cincuenta y dos años y, además, en­señó y predicó mucho? Y hay que tener en cuenta que su producción literaria no cons­ta de novelas, sino que trató de las cues­tiones más difíciles de Filosofía y Teología?

¿Cómo tuvieron tanto tiempo? Sencilla-, mente, no perdían ni un momento de su vida. El que quiera crear algo grande ha de reconcentrar sus fuerzas hasta en las co­sas pequeñas.

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Un secreto tenían estas personas: sabían aprovechar bien el tiempo. La hora se com­pone de minutos y quien salva minutos, salva horas y días enteros. Tempus omnia fert, sed et aufert omnia tempus; «el tiem­po todo lo trae, pero también todo se lo lleva».

Aprovechar bien todos los minutos, \ qué ciencia! Tenía razón aquel monje antiguo que puso esta amonestadora inscripción so­bre el reloj de arena del claustro de Ha- mersleben:

Praeteritum effluxit, nondum venere fu-[tura;

praesens in puncto vertitur, illud habe; punctum illud praesentis habas, reate ute-

[re; mareesvirtuti; vitio poena superstes erit.

«Desapareció el pasado, no llegó aún el ahora cae el presente, tenlo; [futuro;, tienes a la mano el presente, úsalo bien; quedará para la virtud, premio; castigo

[para el vicio.»

Y puedes observar lo contrario: justa­mente las que nada tienen que hacer sue­len ser las que «no tienen tiempo» para el trabajo. La estudiante perezosa difiere sus deberes para el último día, y aún más, para el último minuto de este día, y escribe por la noche el tema que ha de presentar al día siguiente.

Fíjate: ¿quiénes son las que más traba­jan por el bien común, por la humanidad ; quiénes las que realizan las mejores obras de caridad? ¿Quizá aquellas que gozan de situación desahogada? Regularmente,- no;

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sino precisamente aquellas que saben lo que es trabajar desde la mañana hasta la noche. Realmente, el tiempo tiene un va­lor inmenso.

*XXXIV.—Veinte minutos = 12 millones de dólares

¿ Quieres saber cuánto vale efectivamen­te el tiempo? Pues bien: veinte minutos valen 12.000.000 de dólares. Pero ¿cómo es esto? Entre Nueva York y Búffalo el tren, al principio, daba la vuelta a un valle pro­fundo, el valle Tuckannock. Más tarde los americanos construyeron sobre el precipi­cio un viaducto que les costó 12.000.000 de dólares, pero así el recorrido del tren dura veinte minutos menos. Por veinte minutos dieron, pues, 12.000.000 de dólares.

Encierra gran verdad la frase, aunque lo diga Mefistófeles en el Fausto: «Aprove­char el tiempo, que vuela tan aprisa; el orden os enseña a ganar tiempo.»

Tiene especial importancia aprovechar bien el tiempo de la juventud para traba­jar, para estudiar, para prepararnos a la lucha económica: esta edad es la época en que se acumulan el capital espiritual y la ciencia; es la preparación de la vida. Más tarde habrás de vivir del tesoro espiritual que hayas formado en tus mocedades.

Las sociedades de seguros de vida, me­diante una pequeña cantidad que se paga anualmente, se comprometen a hacer un seguro para la vejez de los jóvenes que aún no han cumplido veinte años; es que saben muy bien que el capital, aun modes­to, formado en la juventud, llega a dar grandes intereses durante el curso de la vida.

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La misma regla rige paira el capital espi­ritual que formamos en la juventud. La que aprende, por ejemplo, a los cuarenta años, de edad el alemán o el inglés, lo apro­vechará, según los cálculos humanos, unos veinte años; en cambio, la que lo aprendió a los veinte años disfrutará de su saber du­rante cuarenta años; por lo tanto, no sólo lo aprovechará' durante el doble de tiempo, sino precisamente, cuando se trate de su porvenir, tendrá abiertas muchas más po­sibilidades para crearse una posición en la vida. Hija mía, depende de ti el capital que formes para ti misma. Todo saber, adqui­rido en la juventud, es un capital excelente que dará abundantes intereses en el curso de la vida.

Quizá en tu extremada juventud no te des cuenta de lo que vale el tiempo; sin embargo, más tarde, cuando las circuns­tancias de la vida se compliquen y hayas de asumir una responsabilidad social y fa­miliar, sólo el tiempo que hayas aprove­chado en adquirir conocimientos será el que te suministre elementos para la lucha. ¡ Qué hermoso modelo de mujer es aquella que contra las dificultades económicas de su hogar o del hogar de sus padres puede aportar su trabajo! Sí, un trabajo adecua­do a su sexo y condición social y fruto de años juveniles gastados, en prepararse bien para el futuro...

La economía del mismo organismo hu­mano lo exige también. Más tarde, en edad más avanzada, no hacemos gimnasia como en nuestra juventud; el organismo desarro­llado no la necesita ya.

Tampoco podemos aprender ya más tar­de, como en la juventud, en la edad del vi­gor espiritual. La que no ha podido termi-

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nar sus estudios a los veinticuatro o veinti­cinco años de edad, es muy probable que ya no los termine nunca; la capacidad de aprender baja sensiblemente alrededor de los veinticinco años, después la mente quie­re producir más bien que recibir. Por lo tanto, lo que no hayamos aprendido antes de los veinticinco años con conciencia y. perfección, más tarde costará mucho apren­derlo bien.

No es necesario subrayar que no intento que nadie se ponga enfermo de tanto tra- • bajar. Sí; necesitamos también el descan­so, el reposo; pero hagamos también esto a su debido tiempo.

No quieras mezclar trabajo y diversiones, porque sería en detrimento de ambos. Sea tu consigna: al trabajar, trabaja con todas las veras de tu alma; al descansar, ríete con toda el alma y disfruta de las alegrías puras de la vida; no has de pensar siquie­ra en el trabajo. Pero nunca has de pasar el tiempo, tan valioso, con sueños vanos, sin hacer nada. Y no creas tú que eres la única mujer que trabaja y que te deni­gras; voy a citarte a ciertas mujeres a qúienes el trabajo hizo célebres.

¿ Conoces el caso de Carolina Herschel? Fue el auxiliar más fiel e inteligente que tuvo el gran astrónomo de este nombre. Ella pulía, las lentes, anotaba las observa­ciones hechas con el telescopio y llegó a descubrir, por sí sola, hasta ocho .planetas.

Mistress Somerville mereció que Lapla- ce dijese de ella que era una de las cinco personas de Europa que podía comprender a fondo su Mecánica celeste. ¡Cuán culta e impuesta estaría en problemas astro­nómicos !

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Francisca Nebrija sustituía con éxito a su padre en las clases. - '

Y así . podría llenar páginas enteras con nombres de mujeres; que abrillantaron su apellido con el trabajo.

Hija mí a,, te repito, que no pueda decirse de ti, con soma, lo que se dice de muchas mujeres: «¡Cuán necia y vanamente pier­de el tiempo!»

Cuenta la leyenda que con el tiempo que se pierde hace el diablo un ovillo y luego te ata con él pies y manos para llevarte al infierno.,.

XXXV.—«Transeunt et imputantur»

Gustaban los antiguos de escribir Sabias sentencias én los grandes relojes para re­cordar cómo vuela el tiempo. En una lee­mos esta inscripción: Transeunt et impu­tantur; su significado viene a ser algo así: vuela un minuto detrás de otro, pero has de rendir cuenta de cada uno de ellos. ¿No ves que las horas fugitivas, los minutos que corren con pie veloz, van huyendo sin con­tarlos? ¿No sientes su soplo en el rostro?

Transeunt et imputantur. No estaría por demás que tomasen nota de esta sentencia muchas jóvenes. Porque las hay que llegan a hacer un verdadero arte de la inactividad y no saben que, precisamente, en la juven-

' tud apremia más el trabajo, porque en esta edad se ha de hacer la siega para toda la vida.

Hay una época en la vida de la joven en que fácilmente se torna soñadora. Recita poesías a la luna, teje de continuo la nove­la de su porvenir, su fantasía le pinta es­cenas llenas de color, y, con todo, abandona

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el trabajo. Claro está que para el trabajo se necesitaría más fuerza de voluntad que para las novelas esbozadas por la fantasía. Estas jóvenes van pensando semanas y se­manas en el tema de alguna de sus nove­las, la manera cómo ellas la acabarían; en voz baja dirigen palabras de ternura a sus héroes, y mientras tanto .vuela! el tiempo. «El soñar es la ruina de la vida» (V oros- m a r t y ) .

No nos sorprende que cueste a estas mu­chachas bajar del mundo sentimental al círculo prosaico y serio del trabajo y del cumplimiento del deber. Y si se ven obli­gadas a trabajar, o hacen de mala gana y sin entusiasmo. El aviso se dirige, pues, de una manera especial a éstas: Transeunt et imputantur.

XXXVI.—Cuando el pasado se trueca en presente

¿Por qué no has de derrochar el tiempo en inactividad o diversiones infructuosas? Porque el tiempo y tu vida terrena no son tuyos. Sólo los has recibido prestados y un día habrás de rendir cuenta de ellos.

¿Cuándo? No lo sabes. Lo que sabes es que la muerte puede llegar en cualquier momento; entonces Dios sacará tu gran li­bro de cuentas y el breve minuto que ha sido tu paso por la vida se trocará de nue­vo en presente; por lo tanto, prepárate a rendir cuentas en cualquier instante. De cuando en cuando debes pensar en este gran día de la cuenta. ,«¡Aún está tan le­jos!», dices. Y ¿está aún lejos? ¿Quién lo sabe? La anciana tiene que morir, pero la joven puede morir. He visto morir mucha­

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chas de doce, quince, dieciocho, veinte años.Se me ocurre un pensamiento interesan­

te. Si un médico sabio te auscultara, te exa­minase parte por parte y después pronun­ciara la sentencia de que sólo te quedaban ocho días de vida, dime, ¿qué harías? ¿Có­mo aprovecharías esa semana? ¿No habrías de rectificar aún muchas cosas? ¿No ha­brías de pedir perdón a muchos? ¿ Quitar muchos defectos de tu alma? ¿Lavar mu­chos pecados?

Creo que no encontraríamos a nadie, quien quiera que fuera, que no aprovecha­ra mejor estos ocho días que cualquiera otra semana de toda su vida anterior. Y, sin embargo, la experiencia da demasiada razón al proverbio alemán: Heute rot, morgen tot; «hoy todavía las rosas de la vida; mañana, la muerte».

Lee cómo M iguel A ngel, artista célebre del siglo xvi —que creó obras maestras de una belleza insuperable—, se quejaba, en su edad' ya avanzada, del tiempo que ha­bía perdido:

«]Ay, ay de mil ¡Cómo me engañaron los días fugaces! Y el espejo dice la verdad, sin ambages, a quien le mira en la cara.

A quien siempre titubea y queda indeciso le sucederá lo que a mí; me pasó el tiempo sin notarlo y en breve míe veré lleno de canas.

El pesar ya es infructuoso; fracasa la buena intención y el consejo: pisando

[mis talones viene la muerte. En vano me torturo como si fuese mi propio y vierto lágrimas; [enemigono hay mal peor que el tiempo perdidos

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Vulnerant omnes, ultima necat, «todas las horas te hieren, la última te mata», lee­mos en un reloj antiguo. Medita cuán bre­ve es en realidad la vida humana. General­mente suelen contarse treinta años para una generación. Una gotita en el gran océa­no del tiempo. Una cuarta parte de los niños mueren ántes de los siete años; la mitad no alcanza los diecisiete; entre 10 hombres uno cumple los setenta y de cada 500 uno los ochenta. Diariamente mueren en el mundo, prescindiendo de la guerra, unos 150.000, poco más o menos; lo que significa una mortalidad media de 6.250 hombres por hora y de unos .100 por minuto. Medita con seriedad: a cada momento, de día y de noche, mueren 100 hombres. Así verás cuán corta es la vida. ¿Te es lícito, pues, pasarla en un doíce far mente?

Aprovecha el tiempo cuanto puedas. ¡Con qué tristé acento vibran las palabras del sabio Séneca! : «Los hombres suelen pasar la mayor parte de su vida haciendo el mal, una gran parte no haciendo nada y toda la vida en no hacer lo que deberían.» Vivirá sabiamente quien medita que la vida es una continua agonía. ¡Qué serio pensa­miento! En vano, harías rétroceder la ma­necilla que señala el tiempo.;'también le da cuerda al reloj la muerte, pero con más fuerza..., y vuela..., vuela sin cesar el tiem­po de veloces alas. Lo que hemos vivido hasta el momento presente de nuestra vida ya pertenece a la muerte. ¿Cuántos años tienes, hija mía? ¿Dieciséis? ¿Ves? Ya has dado dieciséis años a la muerte. Y ¿cuán­tos te quedan todavía? ¿Quién podrá de­cirlo sino el Omnipotente? Por lo tanto, agarra firmemente cada hora. El pasado ya se te escapó, el futuro aún no es tuyo; no

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tienes más que el momento presente; apro­véchalo, pues. Aún depende de ti que én tü vejez puedas recordar con alegría los años de la juventud, pasados en una labor seria.

Las jóvenes malgastan muchas veces el tiempo. «Tenemos bastante», dicen. Cuan­do piensan en las grandes posibilidades de la vida que las espera, se embriagan, se vuelven despreocupadas, mariposeadoras, ligeras, como quien ve por primera vez el mar inmenso. Pero, ¡ay!, todos los océa­nos tienen orillas, y, por muy joven que seas, tampoco es inagotable el mar de tu existencia.

El hombre sabe medir en la actualidad la velocidad de los átomos en los colores, es decir, cien y cien billones de vibracio­nes por, momento, pero no sabe medir el mismo tiempo, porque éste tiene aún movi­miento' más rápido. «¡Pero hay ya relojes tan perfectos!», dirá alguien. N o; el tiem­po no se puede medir ni con el reloj más perfecto; lo que éste hará ver es la fuga­cidad del tiempo.

XXXVII.—-«Non numeráhtur...»

En rigor de verdad, lo único en el tiempo que podemos llamar nuestro es el instante x presente; aprovechémosle, pues, cuanto mejor podamos.

Los relojes nos engañan; cuentan el tiem­po siempre desde un principio muy cercano a nosotros y nos hacen olvidar que el tiem­po pasado nunca vuelve. Podría suceder que un solo segundo; que no has aprove­chado bien, tenga influencia decisiva para toda tu vida. El tren local lleva un mo-

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mentó de retraso, y este momento puede ser causa de que tú pierdas el enlace y no llegues a coger el expreso.

«La señorita pierde cada mañana dos o tres horas y después ya no las encuentra en todo el día.» Tal es la frase que podría decirse de muchas jóvenes que están, o des­perezándose largo rato en la cama o acica­lándose ante el espejo la mayor parte del tiempo...

¡Cuida no ser tú de esas que no eneuen- , tran las horas perdidas en todo el día!

«Vivió veinte años», leí en la tumba de un joven. «¡Qué poco tiempo vivió!», dice alguien a mi lado. ¿Poco tiempo? ¡Oh, no! Si es que de veras «vivió veinte años», es decir, si encaminó su vida según la volun­tad divina y aprovechó bien todos los mo­mentos, así ha podido vivir mucho en pocos años. Non numerantur, sed pondérantur; Dios no cuenta los años, sino que los pone en la balanza.

«¿Cuál es el secreto de la vida larga?» «¿Cómo se puede vivir largos años?» Li­bros que llevan éstos o seméjahtes títulos suelen ser leídos con afán por las gentes. Sí; es un empeño muy respetable querer alargar nuestra vida terrena. Tú también has de hacer lo posible por tu salud. Pero

” nunca has de olvidar una cosa: la vida te­rrena más larga muy pronto toca su fin; por tanto, obra más sabiamente quien me­diante una vida honrada va adquiriendo derechos para la vida eterna, para la eter­na felicidad.

Quien no pierde de vista que todo perece acá abajo no será insensato, no malgastará su vida.

Quien piensa en la muerte, logrará cada día mayor madurez.

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Ante la descamada mueca de la muerte se desvanece toda fatuidad, toda concupis­cencia y las preocupaciones pusilánimes, efímeras, la vanidad...

El pensamiento de la muerte ¡enfría tan a'prisa el ardor de nuestra sangre! Solta­mos de la mano la pluma enjugando nues­tra frente, donde corre el sudor, y nos pre­guntamos: ¡Dios mío!, en fin de cuentas, ¿para qué sirve todo este vaivén, las penas, las fatigas, cuando nos espera la tumba? Resumen entonces, llena de consuelos, la

' enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, que nos muestra la vida eterna más allá de lá tumba. «Yo soy la resurrección y la vida...»

Pero el pensamiento de la muerte no pa­raliza- el recto trabajo de la vida. Vivit christianus ut aliquando moriturus, morí- tur ut sémper victurus. «Vive el cristiano como quien un día morirá; muere, como quien vencerá siempre». «Quien busca vida más allá de la tumba, mirará sin pavor la cara de la muerte, porque sabe que «aun­que todo perezca, el valor de la vida vir­tuosa permanece siempre», omnia cum pe- reunt, est virtus sola perennis.

Apenas empieza la vida eterna a despe­dir sus rayos, y ¡en <qué nueva luz ve el agonizante toda la vida terrena! ¡Ah! Oja­lá nadie tuviese que pronunciar con labios moribundos aquella terrible frase: «¡He vivido en vano! ¡En vano!, no he hecho sino perseguir continuamente vanidades efímeras y ahora he de presentarme con las manos vacías ante el Juez justiciero.»

Muchas mujeres tuvieron que llorar así su vida en dos últimos momentos y maldi­jeron las frivolidades de su juventud; pero ni una sola persona he visto que en seme-

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jante trance se haya arrepentido de ha­ber sido hija obediente, fervorosa del Dios Creador, nuestro Padre.

XXXVIIL—Ars longa, vita brevis

No todos los proverbios suelen ser gráfi­cos; pero esta sentencia de los antiguos: ars longa, vita brevis: «es largo el arte, hay mucho que aprender y la vida es corta», encierra, sin duda, una gran verdad. Aún más: cada día parece más exacta;' porque, aunque la duración de la vida humana en general no se acorta visiblemente, sin em­bargo, el dominio del entendimiento ensan­cha sus proporciones gigantescas de día en día. Cada vez hay más conocimientos, para cuya conquista no basta el corto tiempo de la vida terrena.

«Pero ya que son tantas las cosas que no podemos aprender, lo más discreto será no aprender nada», dirá con alegría alguna da­misela perezosa.

Poco a poco. Todo lo contrario. Justa­mente, porque hay un tesoro inconmensu­rable esperando que lo saques de la mina, es necesario que manejes con habilidad y prudencia el tiempo y aproveches todos los minutos. Puede todavía hacer mucho du­rante los años, al parecer cortos, de la vida terrena, quien sabe administrar bien el tiempo.

Piensa cuántos cuartos de hora, cuántos «diez minutos» se desperdician porque las gentes exclaman: «¡Ah! No vale la pena empezar algo para unos minutos.» Sin em­bargo, si empezaran algo, cuántas horas, cuántos días y hasta cuántas semanas pre­ciosas adquirirían en el curso de un solo

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año. Y ¿qué decir entonces de una vida, entera? En cambio, así conscientes que se sumerjan estos cuartos de hora en el piéla­go sin orillas de la eternidad. Nadie sabe de cuánto tiempo dispone aquí abajo; este pensamiento ha de espoleamos para apro­vechar bien el tiempo. La que aprovecha bien su tiempo, nunca dirá que ya no vale lá pena empezar nada para el cuarto de hora que le queda. Tiene razón Goethe: «Mejor es hacer la cosa más insignificante del mundo que despreciar las migajas del tiempo.»

He leído de un escritor, a quien su esposa servía el desayuno siempre con un cuarto de hora de retraso, y él escribió durante estos cuartos de horá uno de los libros.

«El tiempo es dinero.» Con poco dinero realmente nada podemos empezar; mas no por esto vamos a tirarlo; podemos ponerlo en un Banco. Las fracciones de tiempo que nos quedan, lejos de malgastarlas, las he­mos de aprovechar. Naturalmente, para aprovechar los trocitos más diminutos, las migajas del tiempo, se necesita una volun­tad fuerte. Y claro está que tampoco se necesita una voluntad fuerte para que una estudiante se decida en el mes de septiem­bre «a ser, por fin, una muchacha de veras diligente...» desde el próximo mayo.

Aprovecha, pues, todos los ratitos. Inviér­telos, por ejemplo, en el estudio de idio­mas, en el cultivo de la poesía y del arte, aprende a paladear la belleza a través de las letras, del pentagrama, de la piedra, del cincel..., y verás como estudiando sólo un cuarto de hora diariamente, al cabo de po­cos meses ya habrás adelantado bastante.

Fácilmente puedes hacer durante estos breves intervalos de tiempo un trabajo que

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no requiere una atención muy intensa, y para el cual no necesitas preparar tu mente con un ejercicio previo; por ejemplo, pue­des escribir cartas, puedes poner en limpio el borrador, arreglar las notas, repasarte unas medias, plancharte un vestido, echar una mano a la cocinera.

Las estudiantes y colegialas de las capi- s tales, que han de viajar mucho en tranvía, ganarían mucho tiempo leyendo en el co­che alguna obra fácil. Aún más: a quien no le estorba la calle puede aprovechar su tiempo con ocupación aún más seria.. Veo muchas veces a jóvenes, estudiantes de Universidad, que en el tranvía estudian anatomía, el vocabulario inglés o matemá­ticas. ¡Muy bien!-De esta suerte podemos salvar muchos cuartos de hora que de otra manera se perderían. *

*XXXIX.—«Quieti, non otío»

Naturalmente, también es necesario que descanses, que rehagas tus fuerzas y que suspendas un poco el trabajo. El arco siem­pre tendido pierde su elasticidad, su fuerza de tensión. Pero el descanso ha de ser acu­mulación de fuerza y no tiempo perdido por pereza. Sólo descansa quien antes tra­bajó. Quien «descansa» sin trabajo previo pierde el día.

Los romanos solían. poner esta inscrip­ción a la entrada de su finca veraniega: Quieti, non otio. «Para el descanso, no para el ocio.» Era un lema sabio. El descanso y la pereza son conceptos que se excluyen. Por tanto, el descanso nunca ha de ser para ti una inactividad completa. Siempre tie­nes que buscar algún quehacer, sea cual

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fuere. No quiero decirte con esto que no interrumpas el estudio; pero busca otra cosa en qué ocuparte.

No te censuro si durante las vacaciones de verano dejas en paz la estereométria y la trigonometría y concedes un rato de sue­ño al buen viejo de Tucídides, a Eurípides, a Tácito y a Salustio o a los escritores mo­dernos de buen estilo. Pero..., como dice un poeta alemán: «Se puede hacer algo en el descanso, y se puede descansar algo en el trabajo (Longau).

Aunque no vivas en una hermosa región montañosa, esto no obsta a que hagas ex­cursiones agradables, que no sólo equili­bran tu salud corporal, sino que brindarán refrigerio a tu alma. Si estás en una com­pañía de buenas amigas —acentúo buenas amigas—, entonces las excursiones de va­caciones te ayudarán a pasar de una ma­nera incomparablemente valiosa una parte de tu tiempo. Dedícate a algún trabajo ma­nual, que da habilidad. Por lo mismo, pa­seos, excursiones, trabajos manuales, lec­tura : todo esto es excelente descanso para las vacaciones, y, sobre todo, procura en­tonces ayudar a tu madre en las faenas domésticas, ora guisar, ora planchar, arre­glar las habitaciones; en suma: trabajar en aquello que hace a la mujer ama de casa. No lo olvides, que seas estudiante no significa que dejes de ser mujer y futura fundadora de un hogar en el que tú has de desplegar numerosas actividades, de las cuales no puede excusarse ninguna mujer que quiere hacer felices a los-suyos.

Madame Roland, mujer renombrada por su salón girondino, en París, durante la Re­volución, decía: «El ideal de la francesa

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es ser una mujer tan superior y tan señora . en la cocina como en el salón.»

Haz cualquier cosa con tal que no te abu­rras.

Ahora quiero hacerte ver una verdad in­teresante : el tedio no es tan sólo un peli­gro para el alma, sino también para el cuerpo; la inactividad socava la salud más que el trabajo; por tanto, la que se aburre acorta su vida. Nunca lo habrías pensado, ¿verdad?

«Pero con la inactividad vamos ahorran­do fuerzas» —dices—. Pues escucha con atención. La que se aburre, empieza a bos­tezar. ¿Cuándo bosteza el hombre? Cuan­do la sangre no encuentra camino libre para llegar a los pulmones. Debido al tedio, el corazón y las venas no saben trabajar debidamente. Si la inactividad dura mucho tiempo, sobrevendrán desórdenes en la cir­culación de la sangre; los órganos de la digestión también perderán el vigor de su actividad; debido a todo esto, notaremos un estado de agotamiento, de anemia; en una palabra: nuestra vida ordinaria se trastorna. Y lo peor es que la fisonomía pierde belleza... ¿Que no? ¡Ya lo creo! La muchacha inactiva carece de agilidad, no sabe dar gracia a sus movimientos, tiene una conversación insulsa. ¡Es horrorosa la cara de una mujer aburrida!

Observa también: ¿Cuándo se cometen más maldades, crímenes, asesinátos, riñas? En la ociosidad, y no durante el trabajo.

Tú también has podido experimentar en ti misma que durante el curso, cuando es­tás abrumada de trabajo, té resulta mucho más fácil guardar tu alma de los malos pen­samientos y del pecado que durante las vacaciones, en que no tienes urgentes que-

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haceros. La lengua alemana tiene la misma palabra para la extensión de «perezoso» y «podrido»; ambos son faul. Como si dijera: el alma de quien pasa su tiempo en vagan­cia no deja de pudrirse sin remedio. Never to be áoing' nothing, fue la magnífica di­visa de W alter Scott, «no estar jamás ocioso».

Todos los estudiantes esperan rebosando de alegríg las vacaciones largas de verano, y bien las merecen si han trabajado seria­mente todo el curso. Después de tanto es­tudiar, bien está soltar los libros, dormir algo más; pero nunca está bien pasar en la cama el tiempo despierta, entregada a la pereza. Porque sólo el cuerpo puede abandonarse a la pereza: el espíritu tra­baja continuamente, concibe nuevas ideas; y si no .da buen grano, dará espinas, malas hierbas y maleza de todo género.

El espíritu humano trabaja continuamen­te, como el molino: si hechas en él buen grano, le trueca en blanca harina; si no le das alimento, si está ocioso, ha de molerse a sí mismo.

No olvides nunca el excelente consejo que San Jerónimo dio al joven Nepociano: Semper te digbolus occupatum inveniat, «el ‘ espíritu del mal ha de encontrarte siempre trabajando», y entonces no tienes de qué temer.

Aunque no crezca en el jardín más que un ligero césped, ya es más difícil que car­dos y malas hierbas echen allí raigambres; pero lo harían fácilmente en un terreno abandonado, el barbecho. Por tanto, si no haces absolutamente nada en las vacacio­nes, las malas hierbas y la perdición se aduéñarán de tu alma.

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Las vacaciones ofrecen ocasión excelen­te para la lectura. Lo que tengo aconsejado respecto á la lectura en mi libro La joven de porvenir nunca podrás cumplirlo con más facilidad que en los días dé vacaciones.

Son, además, las vacaciones una gran prueba por que atraviesa tu religiosidad. Entonces es cuando se hace patente hasta qué punto es sólida la religiosidad de tu alma. Durante el curso, de buen grado o mal que te pese, has de asistir a la misa con las estudiantes o colegialas, has de con­fesarte en los días señalados, etc. En cam­bio, ahora nadie te acucia, nadie te vigila. Mas si descuidas estas obligaciones, ¡no eres joven de, carácter!

Ve ahí, pues, qué tiempo más útil el de las vacaciones, aunque al parecer no estu­dies nada. Sólo en apariencia. En otoño pa­rece que los árboles no trabajan, y es que reúnen fuerzas para sacar las hojas en la primavera. Las vacaciones son también una especie de acumulación de fuerzas para los brotes tiernos del trabajo en el próximo curso.

XL.—¿Qué es lo más difícil en el mundo?

Sonreímos cuando viene a caer en nues­tras manos un mapa de los antiguos. En­tonces había, naturalmente, grandes conti­nentes desconocidos sin explorar. En estas grandes zonas los dibujantes de mapas, con una tranquilidad fantástica, escribían tan sólo lo siguiente: Hic sunt leones. «Aquí viven los leones.»

Sí, sí; hay muchas estudiantes y cole­giales que saben enumerar muy bien los

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metales nobles que se encuentran en las minas de las montañas rocosas, las fieras que viven en las selvas del Congo; pero apenas conocen el valor escondido en su alma ni tienen idea de las pasiones que se desencadenan en su interior.

El pagano Pitágóras encargó' con solici­tud a sus discípulos que dos veces al día, a la mañana y a la tarde, se dirigieran es­tas tres preguntas: «¿Qué he comido? ¿Có­mo he comido? ¿He cumplido todo lo que había de hacer?

S estio, se hacía las siguientes preguntas cada noche: «¿Qué debilidad has curado en ti mismo? ¿Qué defectos has vencido? ¿En qué te has enmendado hoy?»

El pagano Séneca escribe: «Tengo el há­bito de examinarme cada día. Por la noche, al apagar las luces, repaso el día, y pongo en la balanza todas mis palabras y todas mis obras.»

Sólo la que se conoce puede mandarse a sí misma y ser dueña de sí. El conductor sólo domina la locomotora si la conoce has­ta el último tornillo y si sabe qué presión resiste la caldera, cómo han de manejarse las válvulas, etc.

Pero ¿sabes por qué no les gusta a las personas hacer una inspección de su pro­pia alma? Temen el espectáculo de la mu­chedumbre, de sus defectos, debilidades, egoísmos y desamores. Quizá tú también te hayas encontrado ya en caso semejante. Hiciste, hablaste cosas por las cuales las gentes te alabaron; sin embargo, si hubie­ras pensado sinceramente, habrías visto que esto lo dijiste por vanidad, aquello lo hiciste por egoísmo u obstinación.

Quien no conoce su propia alma, culpa

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con facilidad a los.demás. «¡En vano; no tengo suerte!» —dice uña joven después dél «suspenso»— ; sin embargo, si hablara con sinceridad, diría: «No tengo diligen­cia.» «En casa siempre me hacen rabiar» —dice otra— ; tendría que decir: «Otra vez no seré tan insoportable y caprichosa.» No en vano estaba escrito sobre el templa de Belfos: «Conócete a ti mismo.»

Preguntaron a un sabio griego, Tales, cuál era la cosa más difícil en el mundo. El sabio contestó: «La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fá­cil es hablar mal de los demás.»

Conocerte a ti mismo es deber difícil, pero inevitable. Pregúntate a menudo: ¿Cómo es en realidad mi temperamento?

¿Qué deseos, qué fuerzas, qué anhelos hay en mí?

A las otras les gusta tal libro, tal canto, tal música, ¿ y a mí? ¿Lo suave o lo enér­gico? ¿Lo serio o lo alegre?

Las otras son así en sociedad; yo, ¿ cómo soy? ¿Tímida? ¿Sosa?

¿Cuáles son mis ocupaciones favoritas? ¿ Merece la pena gastar en ellas tanto tiem­po, y quizá dinero?

¿Para qué me creó Dios? El a cada uno le señala un fin; ¿qué fin me señaló a mí?

¿Qué fuerza especial, qué inclinaciones puso en mí?

¿Qué es lo que más me gusta?¿Qué es lo que siempre me sale mejor?¿Qué virtudes, qué cualidades buenas

tengo? ¿Son tan pocas? Y ¿no depende de mí que se acrecienten?

¿Cuántos defectos tengo? ¿Tantos? Y de mí depende que disminuyan, etc.

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Dime a quién admiras, qué tipo moral es el que más te agrada, y yo te diré quién eres.

Si admiras a la gente rica eres una mu­jer de pensar materialista.

Si quieres codearte continuamente con personas poderosas y ellas te entusiasman, eres ambiciosa.

Si tu ideal es la mujer rica, la mujer de carácter, tú también lo eres.

Así verás que la joven que con frecuen­cia se hace semejantés preguntas en sus adentros, poco a poco, por un lento trabajo de años, llegará a conocerse, y después de sus estudios no le costará mucho escoger con acierto su porvenir.

XLL—All right?

En los grandes trasatlánticos, hacia el atardecer, cuando los viajeros se retiran a descansar, un marinero.de vista aguda sube a la cofe del mástil, y después de recorrer con mirada escrutadora la vasta llanura de las aguas, con voz lenta, prolongada, grita: All right! «Todo está en orden», podéis ir a descansar tranquilamente. Tú también, hija mía, dedica unos momentos cada no­che a echar una mirada escudriñadora en tu conciencia.

Todos los instrumentos en que quere­mos acumular electricidad antes hemos de aislarlos; de otra manera se escapa la co­rriente. Aísla también el alma de las olas tumultuosas que se agitan por doquiera en el mundo, y cada noche dedica un rato a la meditación; ilumina tu alma. Donde no penetran los rayos del sol, allí se crían hon­gos venenosos y sabandijas de toda clase.

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Antes de acostarte haz una pausa en el rezo de la noche, recorre con el pensamien­to el día y pregúntate: All rigth? ¿Está todo en orden?

¿ Qué he hecho hoy?¿Qué he omitido de lo que debía de ha­

cer?¿Lo he hecho todo bien?Y si hallas que has faltado en esto o en

aquello, has sido negligente, has pecado, levanta tus ojos a Jesús crucificado. Señor, he pecado. Perdóname. Mañana será otro día.

Benjamín Franklin, el hijo ilustre de Norteamérica, el inventor del pararrayos, procuraba con seriedad extirpar el más leve defecto de su alma. Bien sabía qué po­derío tienen aún las cosas menudas sobre nosotros, y por esto hizo un tablero espe­cial en que llevar cuenta cada noche de las obras que había hecho durante el día; se alegraba de sus victorias y deploraba sus defectos. Resumió' en trece puntos las vir­tudes, de que se examinaba cada noche. Eran: moderación, silencio (evitar las pa­labras ociosas), orden, decisión, economía, diligencia, sinceridad, justicia, sobriedad, pureza, tranquilidad de espíritu, pundonor, humildad.

«He anhelado vivir —escribe de sí mis­mo— de manera que no cometa pecado, al­guno; me he propuésto luchar contra toda mezquindad... Porque sabía, o por lo me­nos creía saber lo que es bueno y lo que es malo, no era capaz de comprender por qué no podría obrar bien y evitar el mal.»

Era muy severo para consigo mismo; anotaba cada día en su tablero con unas crucecitas si pecó contra alguna de las vir-

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tudes. El balance de una semana, por ejem­plo, era como sigue:

Dom

ingo

Lune

s

Mar

tes

! Mié

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es

Juev

es

Vier

nes

Sába

do

ModeraciónSilencio. . . + + 4 -Orden . . . . + + + + + + +Decisión.. . + +Economía.. +Diligencia. +Etcétera. . .

¿No podrías tú también durante algu­nos años poner en práctica este modo exce­lente de propia formación reflexiva? Si acaso encontrases difícil esta vigilancia me­diante el tablero, por lo menos nunca omi­tas el examen de conciencia unido a la ora­ción de la noche.

En el entierro de los presidentes de los Estados Unidos de América todo se sus­pende durante cinco minutos. Cierran las tiendas llenas de movimiento, los trenes rápidos se paran en plena vía, los hombres en la calle se detienen,.. Todo queda en­vuelto en silencio durante cinco minutos para recordar el gran acontecimiento.

Y la educación de tu propia alma, ¿no es deber bastante para imponer algunos mi­nutos de silencio cada noche? Apártate del mundo exterior y haz serio examen de con­ciencia.

Ni que decir tiene que has de ser inexo­rablemente sincera contigo misma; a na-

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die podemos engañar tan fácilmente como a nosotros. ¿ Qué es lo que verán en él fon­do de tu alma?

Muchas veces cosas extrañas. Si te atre­ves a ser sincera contiga misma, en más de una ocasión deberás hablar como habló Franklin después de un serio examen de conciencia: «Vi espantado que tengo mu­chos más defectos de lo que me creía; pero, por lo menos, tuve la satisfacción de ver que van disminuyendo. Muchas veces me sentí tentado de dejar la cosa (el examen de conciencia); me hacía el efecto como si esta puntualidad concienzuda que exigía de mí mismo fuese meticulosidad excesiva en cosas morales. No obstante, proseguí el ejercicio. Y aunque nunca haya llegado a la perfección completa que con ardor an­helaba, y de que tan lejos me quedaba, no obstante me sirvió este empeño para ser hombre mejor y más feliz de lo que hubie­ra sido sin él.»

Tú también notarás en ti misma, por ejemplo, que, debido a tu temperamento, te enfadas demasiado aprisa, o que te in­clinas a la pereza, a reírte de todo el mun­do, etc. Pues, no te tranquilices como tan­tas otras, diciendo : «Es por demás. Soy así; es mi temperamento. No hay manera de cambiarlo.»

¡Poco a poco! Precisamente aquí empie­za el trabajo de la educación. Concedemos que no se puede suprimir la naturaleza, mutilarla con violencia; pero sí se la pue­de ennoblecer, levantar; es decir, se la puede educar. Podemos ejercitarnos en vir­tudes que se oponen a nuestros defectos y de esta suerte poner orden en nuestras in­clinaciones instintivas y desordenadas.

Sigue cierto orden en la educación de tu

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alma: en primer lugar, lucha contra las faltas que con libre albedrío y con la men­te clara, contra la fuerte protesta de tu con­ciencia, sueles cometer. Si has puesto orden en ellas, lucha contra las precipitaciones y los descuidos más pequeños; y si has al­canzado victoria aun en este terreno, en­tonces aplícate a vencer las debilidades más insignificantes.

Si no sabes dominarte, no eres aún ca­rácter acabado. Es superñuo hacer constar que el primer requisito del dominio de sí mismo es el conocimiento propio. ¿Qué ten­sión soporta la caldera? ¿Cuánto combus­tible necesita? ¿Qué válvula ha de usarse con más frecuencia? ¿Hasta qué grado está deteriorada la máquina? ¿Dónde hay qué ponerle más aceite? ¿Verdad que a estas preguntas sólo sabrá contestar el maqui­nista que conoce a fondo su máquina?

Te aconsejo, pues, encarecidamente que no busques contestación tan sólo a esta pre­gunta: «¿Qué pecados he cometido hoy?» Gracias a Dios, muchas jóvenes viven m e-, ses y meses sin ningún pecado grave. Hazte . también preguntas de este género:

¿Cómo he podido ser tan débil que por respeto humano" haya hablado de una ma­nera ofensiva de mi amiga?

¿Qué obras buenas que he dejado de practicar hubiera podido hacer hoy?

¿En qué hubiera podido ser más noble, más cortés, más puntual, más abnegada, más comprensiva?

¿He hecho algo para ensanchar el reino de Dios, sea en mi propia, alma, sea en la de los demás?

Y así sucesivamente. En muchas de estas cosas ni siquiera suele haber pecado; pero

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cabe muy bien la imperfección que puede destruir la armonía de tu alma.

No temas bajar al fondo de tu espíritu, aunque tuvieras que descubrir en sus pro­fundidades un montón pululante de gusa­nos asquerosos. Cuantas más veces les di­rijas el reflector del examen de conciencia, tanto más aprisa perecerán.

El buen examen de conciencia diario no consiste, pues, tan sólo en echar cuentas sobre las obras del día, sino en procurar descubrir la raíz de cada falta. No sólo de­termino el mal, sino procuro dar también contestación a esta pregunta: ¿Cuál ha podido ser la causa de que en este caso me haya portado así? Hay que encontrar las raíces y destruirlas.

Y en estas ocasiones descubrirás cosas interesantes.

«Hoy me he enfadado tantas veces.» ¿Por qué? Una vez porque no me gusta algo de la comida y tuve que comerlo a pesar de todo; después-me estorbaron el juego de la tarde, obligándome a estudiar; tampoco he hallado el diccionario y en vano he re­vuelto todos mis libros buscándolo.

¿De qué te arrepentirás en está ocasión?Y ¿qué es lo que te propones? Ir con cui­

dado, pero ¿en qué cosas? ¿En el enfado? No. Sino en no ser demasiado comodona y dada al regalo. Esta es la raíz del defecto, la que se ha de extirpar.

«Hoy me he enfadado muchas veces.»' ¿Por qué? Una compañera reveló en casa que he dicho muy mal la lección de álge­bra, y me han hecho una pequeña broma y no he sabido llevarla. ¿De qué has de aire- pentirte? ¿Del enfado? No. Sino de ser de­masiado perezosa y egoísta.

Y así sucesivamente con todos tus defec-

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tos. Trata siempre de descubrir la causa, la raíz del mal.

Para algunas jóvenes la dificultad con­siste en que el desarrollo del carácter no se hace en un día. Estarían dispuestas a resolver en un arranque generoso. «¡Dé hoy en adelante quiero ser joven de carác­ter!» Pero no quieren comprometerse al trabajo minucioso, pequeño, continuo, que se necesita para formar el carácter.

Sin embargo, en esto de nada sirve la decisión amplia: aquí sólo cuentan las pe­queñas victorias de cada día.

Aún será más provechoso tu examen de conciencia si después de descubrir la raíz de tus faltas escoges tu defecto dominante y luchas principalmente contra él durante algunos meses.

Importa saber: ¿Cuál es tu defecto do­minante?

¿Recuerdas qué gritó Goliat al campa­mento hebreo? Escoged entre vosotros al­guno que salga a combatir cuerpo a cuerpo. Si tuviese valor para pelear conmigo y me matare, seremos esclavos vuestros; mas si prevaleciere y lo matare a él, vosotros se­réis los esclavos y nos serviréis (1). Pues bien; tu defecto dominante viene a ser una especie de Goliat. Si lo vences, ya dominas los demás.

Cada joven tiene un defecto capital, de que provienen después todas sus debilida­des: Una tiene un temperamento .colérico; otra miente con facilidad, o por lo menos «exagera», «recarga las tintas»; una ter­cera es terriblemente comodona, perezosa; - la cuarta se inclina demasiado al sensua­lismo, etc. 1

(1) I Reyes, XVII, 8, 9.

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Pues aprovecha la ocasión de la enmien­da. Declaración de guerra a tu defecto ca­pital! ¡Pero una declaración categórica! ¡Inexorable! Párate cada mañana en tu rezo, y si, por ejemplo, has de luchar con­tra una ira precipitada, piensa de un modo concreto (naturalmente para ello bastan algunos minutos) las ocasiones que pueden presentarse durante el día en que te dejes llevar de la ira: en el colegio, en los des­cansos, durante el juego, en casa con tus hermanos. Después haz el firme propósito: «Venga lo que viniere, hoy quiero pasar el día sin cólera, sin precipitaciones. Dios mío, ayúdame en ello.»

Durante el día procura repetir la noble decisión que tomaste por la mañana.

Por la noche, durante el rezo, examína­te: ¿Has cumplido tu propósito?

¿No lo has logrado? Pues mañana has de ser más fuerte.

¿Lo has logrado? Con alegría da gracias a Nuestro Señor Jesucristo.

En algunos claustros está vigente aún la costumbre de examinarse la conciencia mu­tuamente. Las religiosas se reúnen ciertos. días y cada una de ellas va enumerando los defectos que ha notado en las demás.

Si tienes una amiga de confianza, tú tam­bién puedes aprovechar este medio, indu­dablemente * muy eficaz, de propia educa­ción. El ojo avizor de otra descubrirá tal vez mancha donde nuestro amor propio todo lo ve cubierto de nivea blancura. Alé­grate si tienes una amiga que' con amor sin- cero te avisa de tus defectos.

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Mi libro va acercándose a su término y te sorprenderá acaso que, después de expo­ner todos mis pensamientos respecto a la formación del carácter, haya dejado para el fin el medio más importante: la imita­ción de Nuestro Señor Jesucristo, modelo sublime de todo carácter humano.

Si crees que lo he dejado al final de todo, te engañas. La necesidad del amor a Dios, el consejo de una vida profundamente re­ligiosa, brilla en cada línea del libro. Pero no he escrito más detenidamente de ello porque después de ha joven de carácter se­guirán otros dos libros, dedicados exclusi­vamente a meditar las relaciones que exis­ten entre Dios y el alma de la joven.

Por otra parte, sentirás sin dificultad en cada línea de este libro que, apoyándose en una base religiosa, resulta más fácil for­marnos reétas normas de vida y permane­cer fieles a ellas, es decir: «tener carácter».

Has leído a cada paso en este libro el encargo de escoger una dirección determi­nada, principios de vida, un fin, rectos con­ceptos, y el consejo insiste de que a ellos ajustes tu conducta. Esta es, debes decir, la dirección de mi vida y no me desviarán de ella ni lecturas, ni pruebas, ni amigas. Sé que sólo tendré una vida bella, feliz, si me hago, según las palabras de San Pablo, vinctus Christi (1), es decir, si ato mi vo­luntad a Cristo.

Sólo la que tiene la raigambre de su alma en Dios, y sobre El edifica toda su vida, puede tener un carácter realmente fuerte. 1

XLIS.— A los pies del Señor

(1) A Filem&n, 9.

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El ala más vigorosa de la voluntad es la oración, y el medio que da más eficaz auxi­lio para toda formación de carácter es la vida realmente religiosa; en ninguna parte encontramos un blanco tan seguro y ele­vado y acicates tan poderosos para la auto­educación, como en las primeras palabras

' del catecismo: «Hemos sido creados para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y después verlo y gozarlo en la otra.»

Tanto adelantarás en el camino del ca­rácter cuanto más te acerques día tras día a la semejanza del ideal sublime de todo carácter... a Nuestro Señor Jesucristo./

*XLIII.—«Gaudeamus igitur»

Gaudeamus igitur iuvenes dum sumus, «alegrémonos mientras somos jóvenes», di­ce la antigua canción estudiantil. Y tiene razón. La alegría pura es un medio para fortalecer la voluntad. Es fuente de. vigor, es eficaz preservativo del pecado. Lo que haces con alegría te resultará fácil.

La alegría es rayo de sol, y de él brota la vida. Pero el rayo de sol destruye tam­bién el moho, la podredumbre, renueva el aire corrompido; la alegría noble tampoco deja lugar a que hablen las bajas inclina­ciones que nos inducen al pecado.

Pero cuidado con una cosa, hija mía; mira qué entiendes por alegría. Es intere­sante ver cuán diverso es el sentir de los hombres respecto a este punto. Para algu­nas personas es alegría sentir en la cabeza el vaho del vino; es.alegría la mesa de un salón de té, donde el humo del tabaco no deja respirar, el baile continuo, la inaetivi-

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dad, los paseos, las voces descompasadas; en una palabra: «el jolgorio».

Pero te creo con otras aficiones. Para ti será alegría el bosque en que se oyen los trinos de los pájaros, el campo que exhala los perfumes de millares de florecillas, el deber cumplido con exactitud y después el juego con regocijo, y el sinnúmero de ratos agradables en que abunda la vida de la jo­ven, como campo vestido de flores visto­sas ; sacar de ellos la miel de las pequeñas alegrías es precisamente uno de los debe­res más hermosos del arte de vivir.

La alegría verdadera brota sólo de una conciencia limpia y tranquila. Si la con­ciencia nos acucia y nos remuerde, será vano nuestro esfuerzo por estar alegres. La que buscare en el pecado su alegría, lea la inscripción que hay sobre la tumba de un estudiante en el cementerio de Bolonia: O quaín fragilis, ntísce, ruit voluttas; «apren­de cuán frágil es la voluptuosidad, el pla­cer».

Con una juventud cuyo ideal es la hol- * ganza, la juerga prolongada hasta la ma­

ñana, y el sueño hasta la noche, el derroche del dinero y la frivolidad, no podemos es­perar un risueño porvenir para el hogar. El pagano Séneca hace constar con aire de re­proche que había en su época «gentes que invertían los papeles de la noche y el día, y después de la embriaguez del día ante­rior sólo abrían sus ojos a la vida normal en la noche siguiente». Sunt qui officia lu­cís noctisque perverterint, nec ante didu- cant oculos hestema graves crápula, quam adpetere nox coepit (1). ¡ Quién sabe si no 1

( 1 ) E píst. m o r . , 205.

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podría dirigirse el mismo reproche a mu chas jóvenes de nuestros días!

Malgastan un inmenso caudal de puras y verdaderas alegrías, de nobles entusiasmos, de tiempo precioso, de dinero ganado por otros entre sudores, aquellas jóvenes dig­nas de compasión que pasan sus años de estudio en diversiones y flirteos. ¡Quién podría'decir cuántas jóvenes de halagüe­ñas esperanzas han destruido su talento y su prestigio en bailes y fiestas durante los años estudiantiles!. La joven que se entre­ga a la diversión caerá forzosamente, por­que es imposible permanecer firme en el bien.

«No es en los bailes —dice una escritora española—, en los espectáculos, en el bu­llicio del mundo, donde la mujer puede ha­llar la satisfacción de su corazón, la paz de su alma. En esos fútiles devaneos se em­botará su inteligencia y el aburrimiento reemplazará muy pronto al placer» (2).

Y Salviano escribió én la losa sepulcral del Imperio romano, tan poderoso un día: Sola nos morum nostrorum vitia vice- runt (3), «la única causa de nuestra caída fue la inmoralidad».

Entiéndeme bien. No quiero verte ceñu­da y entristecida, que pierdas toda alegría. ¡De ninguna manera! Sé una joven alegre, dichosa, jovial; pero no seas una damisela ligera, vacia, loca, sin constancia para nada.

No te encargo que siempre te las des de mujer animosa y vayas buscando el peli­gro, pero tampoco quisiera que empezases a gritar de puro miedo al quedarte sola en un cuarto oscuro.

(2) «El ángel del hogar», por Pilar Sinués.(3) De gubematione mundi, 1, 7, c. '23.

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No quiero que seas sólo una deportista; pero me alegra verte cuando te deslizas por la nieve con la velocidad dé un meteo­ro, y cuando haces con tal gracia las fle­xiones en la clase de gimnasia, que pareces tan dúctil como las palmas.

Ño te digo que vayas con la cara som­bría ; pero me gustaría que al reírte pudie­ras-hacerlo siempre con un corazón puro.

Me encantan las jóvenes alegres, viva­rachas, sanas: siempre me dan que pensar las jóvenes tristes, inactivas, envejecidas antes de tiempo. Las muchachas que tris­tes se acurrucan en un rincón están enfer­mas o de cuerpo o de alma.

Sé, pues, siempre una joven alegre, son­riente, de cuyos labios brota el canto. Y gracias a un .gran esfuerzo, por atención a los demás, cabe en lo posible mostra.rte ex- teriorniente alegre, cuando el corazón san­gra en tu pecho; para esto necesitas una fuerza de voluntad que sobrepasa la ordi­naria.. Demuestras aún más energías si sabes conservar la tranquilidad y alegría interior cuando te cerca la tristeza. ¿Estar triste? No. No lo permito. La tristeza no es mi ele­mento de vida. ¡Al fin y1 al cabo he de te­ner tanta fuerza de voluntad que pueda dirigir yo misma el barómetro del día de hoy y prescribir el tiempo que ha de hacer en mi alma! Ya sé que muchas veces te acometerán deseos de llorar, sin saber por qué: en esos momentos domínate, véncete, no derrames lágrimas por el gusto de de­rramarlas; con ellas tu rostro se desfigu­ra... y tu espíritu se anula... ¡Animo y a distraerte! Nunca has de abandonarte a la tristeza.

¿Nunca? ¿Y si he cometido alguna falta?

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¿Si he caído en pecado? ¿Si no me arre­piento antes de la confesión? Ni siquiera entonces debes caer en la tristeza, porque de esa tierra no brotaría vida; no debes lamentarte estérilmente, sino que hasta las mismas lágrimas de arrepentimiento se de­ben iluminar con el arco iris de la alegría de una vida nueva, más noble, más pura, que te espera después del arrepentimiento.

XLIV.—Juventud mía, vuelve y escucha

Es interesante que las personas nada re­cuerden con más gusto que su juventud. Mujeres avanzadas de edad, mujeres serias, se conmueven en cuanto hablan de sus años de colegialas.

¿A qué obedece esto? A que los años de la juventud forman la época más, hermosa de la vida. De todas las estaciones la más sugestiva es la primavera, la época del des­arrollo, de la ñoración, y la juventud es la primavera de la vida. .

Mira el rosal en su desarrollo. ¡Cómo se despliegan sus vigorosas energías en cre­cimiento y salud juvenil! Ante el alma de la joven se abren día tras día nuevos y nuevos territorios del gran mundo; su fan­tasía es fresca; su memoria, viva; se ale­gra del presente y va tejiendo continua­mente el cuadro de la esperanza del porve­nir que brilla en irisaciones de mil colores. Nos parece verdaderamente un rosal rebo­sante de lozanía que se abre en flor en el mes de mayo.

Es también hermosa la juventud, por­que aún no han tocado su alma virginal las mil y mil preocupaciones de la vida.

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«¡Vaya si tengo preocupaciones!», obje­ta alguna de vosotras.

«¡Y las lecciones de matemáticas, de li­teratura!»

¡Ah, hija mía, si. nunca tuvieras mayo­res preocupaciones en la vida!. Pero está bien como está. Tienes derecho a que los años de tu juventud no se amarguen con otros desvelos.

Mas la juventud.sin inquietudes no quie­re decir una juventud despreocupada. Por desgracia, hay quienes se creen que el no tener preocupaciones es lo mismo que ser despreocupada. Son las que no aprovechan bien su juventud y malgastan ligeramente los años, que ya nunca vuelven. Y, sin em­bargo, la que no ..aprovecha su juventud según los planes de Dios, es decir, para que sirva de preparación a la edad madura, ten­drá una juventud que llegará a ser un sue­ño descabellado en la aurora de la vida, y a la que seguirá en la edad madura un amargo despertar.

Acuérdate de que ut flos ventas, sic tran- sit riostra inventas, «nuestra juventud pasa como la flor o el viento».

Lo sé muy bien: «Hasta el justo cae sie­te veces al día», y las jóvenes también caen muchas veces, resbalan y tropiezan en la vida moral. Es triste, pero es muy huma­no, y esto no quiere decir todavía una ju­ventud mala.

Tan sólo me da espanto el porvenir de aquellas que retroceden de una manera co­barde, sin resistencia, ante las malas incli­naciones que bullen en todos nosotros: que saben cuán imperfecta es su alma, pero no les importa; que no toman en serio la pro­pia formación.

Mi ideal es la joven de carácter.

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La joven que sabe reconcentrar su fuer­za de voluntad, que sabe mandar a sus sen­tidos, que sabe vencer la cobardía y la mo­licie.

La joven que sabe tener en justa estima su alma inmortal y sabe Luchar por conser­varla pura.

La joven que educa su sentimiento, edu­ca sú alma y aun después de largos estu­dios sabe sonreír con el espíritu inundado

. por el sol.Mi ideal es la joven que en el estudio es

la más diligente; en la oración, la más fer­vorosa; en el juego, la más alegre.

Y ¿cómo deseas ser tú?

XLV.—¿Qué quieres ser?

¿Qué quieres ser? Así, de momento, tal vez parezca que me interesa saber cómo orientas tu vida. No. No pregunto si eres casada, soltera, monja, maestra, farmacéu­tica, comerciante o labradora. Adonde quie­ra que vayas, en cualquier dirección que te empujen tus inclinaciones, tu vocación, las circunstancias, para la sociedad casi viene a ser igual. Pero lo que no es igual es que adonde quiera que vayas, allí seas mujer completa y cumplas con tu deber.

Por lo tanto, al preguntar ahora, antes de despedirme, ¿qué quieres ser?, te pre­gunto propiamente si has meditado ya cuál sea el fin, el deber de la mujer en este mundo. Porque hasta los animales más pequeños, aun el último granito de arena, tiene un fin, un significado y una relación estrecha con el gran universo. Es difícil des­cubrir a veces este fin, esta relación ínti-

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m a; pero ello no obsta para que exista en verdad.

Pues bien, ¿sólo la mujer no tendrá un fin determinado? N o; de ninguna manera; tiene uno muy elevado.

Y ¿cuál es éste? ¿Cuál es tu meta? La gloria de Dios y tu propia felicidad.

¿Qué significa esto? Significa que has de poner en juego todas tus fuerzas para rea­lizar por completo su esencia, el contenido de tu vida.

En otras palabras:- has de ser mujer de carácter.

¿Quién es la mujer de carácter? La que sabe luchar firmemente contra todos los males morales.

«Mujer de carácter», católica.«Mujer de carácter», católica y patriota.¿Quién es la rnnujer de carácter», cató­

lica? La que en este mundo falaz y enga­ñador, en que nadie muestra su verdadera cara y todos quieren parecer distintos de lo que son, procura formar un valor real, un carácter incontrastable.

¿Quién es la «joven de carácter», católi­ca y patriota? La que demuestra su amor a la patria, no con palabras, golpeándose el pecho, sino que la sirve con su propia vida honrada y cumpliendo escrupulosa­mente sú deber.

El patriotismo para la mujer no siempre consiste en Coger un arma, sino en prepa­rarse .para servir, cuando sea menester, en un hospital, en un orfanato, en talleres o en escuelas, y en toda índole de servicios que redundan en beneficio de la patria sin menoscabar lo propiamente femenino.

¡Hijas mías! ¡Estudiantes! ¡Colegialas! Trabajad todas para llegar a ser verdade-

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ras «mujeres de carácter», que amáis vues­tra religión y vuestra patria.

Mareo Agripa, en la antigüedad, levantó un templo espléndido en Roma bajo el nombre de Panteón y amontonó en él to­dos los dioses de los países conquistados. Idolos a cual más extraños reuníanse en el templo levantado.en honor de «todos los dioses», edificado con arte incompara­ble ; y en medio de la pompa de las mag­níficas columnas corintias y de los tesoros acumulados del culto de entonces, resalta­ba como deplorable contraste la aglomera­ción de los ídolos: señal de los tanteos in­ciertos del alma humana.

Un día, a principios del siglo iv después de Cristo, llegaron viajeros extranjeros a Roma: cristianos venidos de lejanas tie­rras. El pequeño grupo entró también en el Panteón, y al echar una mirada a los rostros exóticos de los innumerables dioses paganos, su alma sintió el hálito de la tris­teza sin nombre: uno de ellos sacó del pe­cho un pequeño crucifijo y lo depositó en­tre las estatuas de los ídolos gigantescos. La pequeña comitiva salió del templo en silencio...

Pues mira, hija mía, ahí tienes el símbolo de la lucha de la joven cristiana de nues­tros días en el Panteón de los ídolos mo­dernos.

Al salir del colegio, del Instituto, y- co­menzar tu vida seria, tu alma noble tam­bién sentirá el hálito frío de la moderna gentilidad y notarás que en este mundo, donde no hay sino competencias, afán de lucro o de brillo, en que los unos pisotean a los otros, has llegado a un Panteón pa­gano, y en él, ante todos los ídolos de mue­cas atroces, de la boca mentirosa, de pul-

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mones insaciables, se inclinan las gentes hasta el suelo; sólo para el culto del Dios verdadero hay cada vez menos lugar.

Y, quieras o no quieras, has de encon­trarte tú también entre esta gentilidad mo­derna. Has de entrar en el Panteón; pero no has de hacerte pagana. Si tú, hija ama­da, llevas sobre tu pecho y en tu alma la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y vives según su espíritu hasta en el mundo actual, entonces también tú depositarás tu dimi­nuto crucifijo en medio de tu pequeña co­mitiva —tus parientes cercanos y conoci­dos—, y más tarde en tu hogar y en tus quehaceres. Así despedirás luz, alegría, da­rás ejemplo: así de «joveji de carácter» te harás «mujer de carácter».

XLVI.—1Triste noche de Año Nuevo

No olvides, hija mía, el único pensamien­to que vibra en cada frase de este libro: en ti está latente un tesoro inmenso; y es tu alma inmortal. •

Obligación tuya es adornar tu alma para que sea lo más ideal posible, lo más her­mosa, lo más rica en nobles virtudes.

La vida eterna de todos estará en conso­nancia con la seriedad y esmero que hayan puesto en el perfeccionamiento de su alma en la vida terrena.

Hay una planta interesante, el ágave. Se cuenta que sólo florece cada cien años; pero su flor tiene una belleza incompara­ble. Se prepara durante cien años para aquel día de esplendor; reúne fuerzas, va vistiéndose con un trabajo silencioso que nadie nota durante la centuria. Cuando llega la hora despliega los pétalos frescos

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de su flor y embelesa con su hechizo a los hombres que van a mirarla.

Amada hija: Tú también has de ser un ágave en flor. Has de aplicar todas tus fuer­zas a alcanzar éste único propósito: he de hacer brotar en mí la excelsa flor que se llama carácter.

Soy un árbol que crece.Soy un capullo que se abre.Soy un sembrado que promete.Trabajaré sin cesar durante mi juven­

tud ; en mi alma podaré los retoños silves­tres ; reuniré fuerzas para llegar a ser una mujer de carácter en quien encuentren complacencia los mismos ángeles del cielo.

Hay que redimir al alma, y el precio de este rescate es el combate. Los deseos del cuerpo no sé compaginan con los anhelos elevados del alma, y entonces estalla la lu­cha, la gran lucha por la libertad del alma.

La cuestión es saber quién en la casa ha de ser la dueña: ¿la señora o la criada?; quién ha de tener en sus manos el timón de un buque: ¿el capitán q el fogonero?; qué ruta ha de emprender el barco de mi vida: ¿ha de errar entre rocas y escollos, abriéndose una brecha en el costado, pade­ciendo de continuo, o ha de ir como la fle­cha despedida del arco, hacia el puerto de la patria?! al final de todo, ¿dónde ha de atracar el buque?; ¿en las playas de la fe­licidad perdurable o en la desesperación de la ruina sempiterna?

Pues bien: ¿no vale la pena luchar por uñ buen fin?

. Un escritor célebre, Jean Paul, describe de manera conmovedora la desesperación íntima de un hombre que naufragó en su fe.

En la noche de Año Nuevo un anciano medita solitariamente junto a la ventana

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de su cuarto ; con angustiosa mirada mira al cielo impasible, brillante, lleno de estre­llas; la tierra silenciosa, envuelta en un manto de nieve. No hay en este mundo un corazón tan árido como el suyo ni alma tan atribulada. El sepulcro se abre ya ante sus pasos; él se encamina a la sima y, espan­tado, nota que por bagaje de su vida no trae más que un enjambre de errores y de pecados; un cuerpo quebrantado por los placeres y un alma envenenada. Como es­pectros aterradores se arremolinan en su memoria los días hermosos de la juven­tud; aquella espléndida mañana de mayo en que su padre le puso por vez primera en el Sendero de la vida, para él descono­cida ; aquel momento fatal, en que él, un joven de sonrientes esperanzas, pisó, en vez del camino pedregoso, pero apacible, de la virtud; en vez del cumplimiento del deber y del trabajo, aquel otro de la voluptuosi-

. dad y del pecado; camino que le prometía el gozo, pero arteramente lo precipitó en el abismo. Una pena indecible tortura el corazón del anciano, cuando sollozando gri­ta en el silencio de la noche: ¡Oh! ¡Si pu­dieran volver otra vez los años de mi ju­ventud! ¡Oh Padre mío, colócame otra vez en el cruce de los caminos de la vida para que pueda escoger de otra manera!

La queja sollozante del anciano se pier­de sin respuesta en el silencio de la fría noche invernal. No tendrá ocasión de es­coger...

Pero tú, hija mía, estás aún ante el cruce de los caminos. Tú puedes escoger aún el camino recto.

No seas primavera sin flores.No seas cielo sin estrellas.No seas joven sin ideales nobles.

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XL V IL— Escojo

¿Puedo escoger?Pues bien: escojo.Quiero ser «joven de carácter».Quiero vivir de suerte que mis nobles

acciones, mis palabras y mis pensamientos puedan revolotear en torno mío con alegría encendida, cual aves canoras. Y después de mis acciones y pensamientos quiero sentir cómo en un abrazo suave atrae mi frente limpia mi mejor Amigo, mi Dueño, mi Pa­dre, nuestro: Señor Jesucristo, y en ella de­posita un beso de.recompensa.

¡Sí! ¡Yo me pongo al lado de Jesucristo y nunca le seré infiel!

¡NUNCA! ¡NUNCA!

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(

D E S P E D I D A (*)

Joven lectora:Terminas la lectura de este libro. Sus pá­

ginas te han sugerido seguramente sanos propósitos, que desde hoy mismo vas a po­ner en práctica.

Ahora, antes de cerrarlo, respóndete sin­ceramente:

¿Soy joven de carácter?

¿Me mantengo firme en mis decisiones?

¿Sé decir que no cuando mi conciencia me lo exige?

¿Qué obstáculos se atraviesan al cumpli­miento de mis propósitos? 1

(1) De la edición española.

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¿Soy veleidosa, inconstante, precipitada, incapaz de un pequeño sacrificio?

¿Me privo de aquellos placeres y distrac­ciones que están reñidos con el deber cris­tiano?

¿Quiero de veras ser joven activa, dis­creta, leal, armante de mi Dios y de mi pa­tria?

Adelante, joven; marcha alegre a la con­quista del porvenir. Es tuyo si fielmente sigues los consejos que aquí has leído.

«Nada te turbe; nada te espante. Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios bastta.y>

Las grandes jóvenes de nuestra raza lo fueron por su pureza de espíritu, su inde­pendencia de carácter y su pasión por el ideal. Estas tres notas fueron las que lle­varon a la cima de la gloria a María de Molina, a Blanca de Castilla, a Berenguela, Beatriz Galindo... y, sobre todo, a Teresa de Jesús, (da España hecha santa», en frase de un escritor contemporáneo, y a Isabel de Castilla, «la España hecha reina».

Adelante, pues: sigue sus huellas; no pierdas el tiempo; trabaja confiada en tus fuerzas y en Dios. Sé desde ahora rrúsmo Joven de Carácter. a

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' ' '• ■ • . . #

I

I N D I C EPágs.

Licencia eclesiástica........................................ 6Prólogo editorial .............................................. 7A l a s j ó v e n e s ................................................ 91

CAPÍTULO PRIMERO

¿CUAL ES LA JOVpsr DE CARACTER?

*1.—La leona sin lengua .................... 13. IL— ¿Cuál es la joven de carácter? ... 18

■ . III.—E dúcate............ . ................. ... 21*IV.—•Una voluntad de h ierro .............. 22

V.—Palabras de E picteto................... 25V I—La fuerza de un gran id e a l........ 27

i' *VII.-ALa fortaleza............................. ... 29VIII.—L a libertad.................................... 30

IX.—Jóvenes magnánimas............. ... 34X — «Pero ¡qué egoísta eres!» .... 36

X I — ¿Sabes decir: n o ? .................... 38X II—Fragmento de un d ia r io ............. 42

*XHI.—Cometa en el hilo telegráfico .....' 45*XIV.—Contra torrentem! ....................... 48* *X V —Vanidad y coquetería.................. 51XVI.—«Víctor hostium et sui» .............. 54

X V II— ¿Torre de castillo o veleta?........ 56*XVIII.—La prisionera de la conciencia ... 58

CAPÍTULO II

OBSTACULOS DE LA FORMACION DEL CARACTER

I.—Obstáculos de la formación delcarácter............ . ........................ 65

II.—'Hojas en alas del v ie n to ......... 67

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Págs.

**HI—La Cruz de San Jorge .............. 69IV.—-Cardos en el sem brado.............. 70V.—El combate del alma ............... 71

*VI.—-Y ¿sin sacrificios? ............... ... 73VII.—El monje dom ador....... 1 ......... 77

VIII.—-Quien se levanta de mal talante. 80IX.—-«No tengo suerte» ..................... 83*X.— «Lo fie intentado’ en vano» ... 85

*XI.—Valde velle! .................... ... ... 87*XII.— « ; Fuera los Alpes!» ................ 88

*XIII.—Frente a la suerte ......... ....... . 90*XlV.—La protectora de P a rís .............. 93

XV.—El peligro del é x i t o ........... . ... 96XVI.— ¿Dónde está Asia? ..................... 97

XVII.—-¿Quieres prestarme...? ....... . .... 101XVIII.—-El demonio del dinero ... ........ 103*XIX.—-¿Cómo se cazan los monos? ... 107

XX.—-Hasta donde llégala sábana ... 109*XXI.—-¡O morir o trabajar! ............... 111X X II— «Me dolía la cabeza» ............... 115

XXIII.—-La abeja y el abejorro .............. 117*XXIV.—La grulla sin cola ..., ............... 119

X X V —Temblorosa ' llama de bujía ...■ 121XXVI.—-El caracol y la liebre ... ......... 125

XXVII.—-¿‘Genio o diligencia?................... 127XXVIII.—La .paciencia a ctiva ........ ....... 128

XXIX.—-La educación de la voluntad ... 130

CAPÍTULO III

MEDIOS DE FORMAR CARACTER /

*1.— ¡Quiero! ................... .............. 137II.—«Podría, si quisiera» ............. . 138

III. —La joven voluntariosa . . . . . . . . . 141IV. —-Démostenos ... ... ................. . 144V.—La gran lección de gimnasia. 147

*VI.—La joven en el Congo Africano. 149 VII.—-«En vano. ¡No tengo volun­

tad!» .................................... j . 152•VIII.—Abstine! .................... ‘ ............. . 154

IX.—El racimo del ermitaño ........ 157X.—«Diem perdidi!» ..................... 158

XI.—El gallo del pintor japonés ... 163XII.—Sustine! ... .............. ... ....... . 166

XIII.—Sufrir sin palabra de queja ... 169

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Págs.

XIV.—Obedecer sin réplica ... ........ 175XV.'—-Perseverar sin m entir............. 177

XVI.—-¿Por qué mienten las jóvenes? 179XVII.— ¿Vale la pena mentir? ... ... 181

XVIII.—La palabra, atributo humano. 184XIX.—-«¡Júralo!» ............................. 187*XX.—'Aggredere! ... .................... ... 191

*XXI.—-El poder de las pequeñeces ...- 194 *XXII.—-Gulliver, atado . . . . . . . . .............. 196XXIII. —El cerrojo malo ... ............... 199XXIV. —El cabello de Absalón ........ 201*XXV —La observación y el cuidado ... 203

*XXVI —El trabajo entusiasta................ 206XXVII.—<E1 d e b e r ......................... . . . . . . 212

XXVIII.—-«'Hoy no estoy de buen hu­mor» ........................................... 214

• *XXIX.—La que nació tarde ............... 217*X X X —«El reloj iba atrasado» ... .... 220

*XXXL—La estudiante p o b r e .............. 224* *XXXIL—Muchachas humildes. — Mujer

res ilustres.................... ... ... 227X X X III— ¿Cuánto vale el tiempo? ... ... 231

*XXXIV.—20 minutos = 12 millones ded ólares.................................. 234

XXXV.—«Transeunt et imputantur» ... 237XXXVI.—'Cuando el pasado se trueca en

presente....................................... 238XXXVII.—-«Non numerantur» ... ............... 241

XXXVIII.—-Ars longa, vita b rev is ........ ... 244*XXXIX.— «Quieti, non otio» ...................... 246

XL.— ¿Qué es lo más difícil en elmundo? ....... . ... ... ............... 250

XLI.—All right? ...,•................................ 253XLII.—A los pies del Señor . . . - ........... 261

*XLIII.— «Gaudeamus igitur» ... ........... 262XLIV.—Juventud! mía, vuelve y escu­

cha .............................................. 266XLV.— ¿Qué quieres ser? .................... 268

XLVI.—Triste noche de Año Nuevo .... 271XLVII.—E sco jo ......................................... 274,

^Despedida...................................................... 275

27S

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