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YO FUI TESTIGO María Luisa Vargas González

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YO FUI TESTIGO

María Luisa Vargas González

INTRODUCCIÓN

Esto ocurrió en Guadalajara en el año de 1927y pudo pasarte a ti, querido lector, o a tus

parientes más cercanos, tal vez a tus primos, aquellos tan queridos que vivían por las colonias,

o a los hijos de tu amiga a la que estimabas tanto, pero esto sucedió en esta ciudad, y a una

familia cualquiera cuyos miembros incluyendo sus padres, abuelos, parientes colaterales, eran

originarios de Ahualulco de Mercado, Jalisco.

En el año de 1914, llegó a radicar a esta ciudad de Guadalajara la familia Vargas González,

compuesta: del padre, el Dr. Antonio M. Vargas; la madre, Doña Elvira González de Vargas; sus

hijos varones: Antonio, Francisco, Jorge, Ramón Florentino, José cinco hijas: María (la mayor

de la familia), Guadalupe, Clara Ignacia y Ma. Luisa (la autora de este libro), quien también

nació en Ahualulco, poco después de que sus padres radicarán en Guadalajara.

Transcurrieron los años, los varones entraron a estudiar a las universidades establecidas en

la ciudad, así como las mujeres; y para que tú, lector, te adentres mejor en esta historia y

conozcas a los personajes que en ella intervinieron, te los mostraré uno a uno tal como vivían

y se les conocía en el año de 1927.

El Padre de la familia: Dn. Antonio M. Vargas, quien radicaba en Ahualulco.

La Madre: Doña Elvira González de Vargas, quien vivía en Mezquitán 405, en dicha ciudad.

María (La Nina): Recibida de Corte de Ropa.

Antonio (Toño): Procurador en el Edo. De Colima.

Francisco (Pancho): Dr. en medicina quien estaba casado y vivía en su casa.

Guadalupe (Lupe): Química Farmacéutica quien tenía y cuidaba su propia botica “El

Tepeyac” (situada en la esquina de la misma casa).

Jorge (Jorge): Empleado de la Compañía Hidroeléctrica. Florentino (Chicho): Estudiante de

leyes.

Ramón (El Colorado): Estudiante de Medicina.

Clara (Clarita): quien estudiaba para Profesora Normalista en un internado en Puebla. José

(José): quien vivía en E. U. de A.

Ignacia (Nacha): quien ayudaba a su madre en los quehaceres de su casa.

María Luisa (La Nena): la más chica de la familia y autora de este relato; quien cursaba el

5to. Año de Instrucción Primaria.

Ahora si entramos de lleno a los hechos tal y como ocurrieron.

(Domicilio de la familia Vargas)

SAN LINO

Era el mes de Julio de 1926. El Callismo había decretado la restricción de cultos, los

templos cerrados, las campanas silenciosas, los sacerdotes escondidos huyendo aquí y allá,

ellos no podían vivir en sus domicilios, fue así como les buscaban sus familiares casas de

familias cristianas que quisieran hospedarlos; y así un día llegó a Mezquitán 405, el Padre Lino

Aguirre (después obispo de Sinaloa) , su juventud, su carácter alegre y jovial, su sencillez y

rectitud hicieron que bien pronto fuera como algo de nuestra misma familia; bromeaba,

platicaba con todos, jugaba frontón conmigo que era entonces una niña, y aunque con las

penas propias de una persecución de Cristo vivíamos tranquilos; la vida transcurría

calladamente ocultando él su sacerdocio y diciendo misa en el último rincón de la casa; fue

por eso que mis hermanos lo apodaron “San Lino”.

JORGE

“San Lino” iba cada ocho días a cumplir con su comisión que le había asignado el obispado;

estaba encargado de una casa conventual; todos los viernes lloviera o tronara salía en su

bicicleta, en pantalón de mezclilla y con su camisa de obrero, abandonaba la casa a las cuatro

de la tarde para regresar a las 8 de la noche.

Después de varias salidas, Jorge, que era su compañero de cuarto le dijo: – No está bien San

Lino que se vaya Ud. solo, le puede pasar algo; desde hoy o seré su guardaespaldas. Una

sonrisa franca y abierta fue la contestación de consentimiento a tan bondadoso ofrecimiento y

desde entonces Jorge, se venía pronto del trabajo, se alistaba rápidamente y para las cuatro de

la tarde en overall y mangas de camisa salía en su poderosa bicicleta custodiando a San Lino. –

Vámonos con las pecadoras San Lino; y San Lino repetía. –Vámonos. – Son tan pecadoras que

cada ocho días partimos y duramos toda la tarde.

–Ja... Ja.. Ja.. – Contestaba San Lino por toda respuesta, cruzando el pasillo y Jorge lo

seguía a una distancia y así ocurrió un día sí y otro también, cada ocho días, no había

excepción–.

LA FAMILIA

Varios meses habían transcurrido durante los cuales San Lino vivió con nosotros; pero un

día estábamos en el comedor; toda la familia Vargas González que entonces vivíamos en

Mezquitán 405: mi mamá, tres hermanos, tres hermanas y yo; merendábamos con la alegre

algarabía propia de una familia numerosa y feliz.

Llegó San Lino, calladamente, ocupó la cabecera y su silencio nos hizo enmudecer; no era

natural, algo iba a anunciar, hubo un silencio aun más profundo, nos miramos, san Lino nos

miró también para decirnos

- El domingo me voy, tengo que cumplir una nueva comisión que me ha asignado el

obispado, me voy a la barranca a asistir ahora a los seminaristas; un rayo en seco, no hubiera

sido tan fatídico para la familia como semejante noticia, todos sentimos que se nos iba el

Sacerdote, el amigo, el hermano; yo me atreví a preguntar: -y ¿se va a estar mucho? – No lo

sé, tres o cuatro meses, tal vez un año, o quizá ya no vuelva.

Jorge se adelantó. Ud. San Lino no se va solo, yo lo acompañará hasta donde el secreto me

sea permitido dejarlo.

-Si, dijo mi mamá, acompáñalo Jorge; y luego añadió dirigiéndose a san Lino: -aquí siempre

tendrá esta casa a sus órdenes. Esa noche no hubo tertulia. Toda la familia apesadumbrada se

retiró a descansar calladamente.

EL DESPERFECTO

Eran las cinco de la tarde. La persecución religiosa había llegado a su clímax, el boicot que

se había iniciado desde principios de la misma persecución, como una medida de defensa, no

había dado resultado, entonces se había acordado llegar a las armas; sí, una revolución; el

levantamiento se había iniciado según parece en San Julián, un pueblito de Los Altos, y como

todo movimiento organizado debe tener un jefe, era preciso nombrar uno, el nombramiento

era claro, la designación se imponía; el hombre que había dado vida al boicot fue el asignado,

es por eso que se le buscaba como perro rabioso, era necesario esconderlo y cambiarlo de

aquí para allá y solo a lugares muy seguros. ¿En dónde podría estar? ¿Quién lo admitiría en su

hogar? Lo llevaban de la casa en donde estaba para trasladarlo a una casa por las colonias,

cuando al cruzar Herrera y Cairo y Moro, (hoy Federalismo) el coche sufrió un desperfecto, se

paró ¿a dónde? Los ocupantes temblaron ¡Si nos agarran aquí…!

- No, no, por aquí cerca una casa segura, - ¿dónde, dónde?

Alguien dijo: - ahí en Mezquitán 405 viven los Vargas.- Ahí, ahí, dijo don Nacho Martínez,

que era quien lo cambiaba; a pie fue conducido El Jefe a su nuevo hogar, al llegar con él, mi

mamá, mi Nina (María mi hermana) y Lupe que allí estaban se miraron asombradas y le

abrieron las puertas de par en par.

EL MAESTRO

Por la noche cuando nos reunieron a cenar todos nos dimos cuenta de lo acontecido;

Anacleto, “El Maestro” estaba en casa y se iba a quedar con nosotros por algún tiempo; ya

habíamos tenido en casa a varios sacerdotes y a grupos pequeños de seminaristas, pero nunca

al “Jefe de los Cristeros”, la responsabilidad de alojarlo era enorme, pero imposible cerrarle

las puertas.

¡Eso nunca! Nadie protestó, la reunión fue breve, no hubo discusiones ni presentaciones,

todos conocíamos al Maestro, así que aceptamos gustosos la acogida que mi madre le

brindara.

Poco a poco la elocuencia, la verba y la fe del Maestro se fue adueñando de nuestros

corazones, hablaba ¡con tánta convicción!, su palabra era tan clara, firme y segura que no

había remedio; tenían tal arrastre sus palabras, tan profunda y clara su mirada que a la hora de

hablar todos quedábamos estáticos; cuando él hacía uso de la palabra convencía, no había

duda, era un predestinado; y muy a pesar de mi Nina (la hermana mayor), que siempre

suspiraba por que regresara San Lino, Anacleto vivía ya en todos nuestros corazones.

DON NACHITO

Por la farmacia del “Tepeyac”, que era la botica que tenía mi hermana Lupe, tenían acceso

todos los que querían tratar asuntos con Anacleto, así nadie se daba cuenta del movimiento ni

de entradas y salidas; sin embargo, no faltaban preocupaciones, y un día catearon la casa de la

contraesquina, Lupe vio cómo un secreta se descolgaba de en frente atravesando la bocacalle

llego hacia ella, pero fue para comprarle una cafiaspirina.

Se le avisó a Don Nacho Martínez, un viejito listo como una ardilla a los tres días llegó a la

casa para llevarse a Anacleto. – Señora, dijo clavando sus ojitos saltarines, es preciso

llevármelo, hay peligro, mucho peligro… y Anacleto se despidió con la tristeza reflejada en su

rostro.

EL REGRESO

Habían pasado unos ocho días, Lupe mi hermana estaba tranquilamente sentada cuidando

su botica, cuando entra por sus propios pies un señor barbudo, vestido con pantalón de

mezclilla

-¡Don José! (era el nombre que había adoptado Anacleto). – Chist, chist, contestó él

poniendo el índice sobre sus labios y traspasando rápidamente las puertas hasta llegar al

corredor de la casa. –Mamá, mamá, mira quién está aquí. –Soy yo, señora, me he venido a esta

casa porque es el único lugar donde puedo moverme a mis anchas.

-¿Cómo? Preguntó Doña Elvira (mi mamá).

-Sí, en donde quiera que estoy me tienen encerrado en un cuarto obscuro, no puedo ni ver

la luz del sol.

-Pero, ¿es posible eso?

-En ninguna parte me quieren, todos tienen un miedo, que ya.

-Pase, Don José, pase.

-Mire señora, no le vaya a decir a Concha, mi esposa, si viniere, porque por seguirla a ella

me pueden coger a mí.

-No tenga pendiente, así se hará.

-No crea que me voy a estar mucho tiempo, de aquí me voy a ir al cerro, porque en

ninguna parte me quieren.

-No, por nosotros no se preocupe, esta es su casa… y nuevamente Anacleto vino a formar

parte de nuestra familia, se le acogió cariñosamente para ayudarlo como muchos años atrás lo

hiciera el Señor Cura de Acatlán de Juárez, Don Francisco Melitrón Vargas, para salvar la vida

de Don Benito Juárez.

PRUDENCIA

Ya habían pasado nuevamente desde que Anacleto estaba con nosotros, nadie tenía

miedo, no si no, no hubiéramos podido vivir, la vida transcurría normalmente en la familia.

Una tarde llegó Concha Guerrero, la esposa del Maestro, y como de costumbre interrogó a

Lupe que siempre estaba al alba en su botica.

-¿No saben dónde está Anacleto?

-No, no sabemos, ni siquiera, contestó Lupe.

-Pero, ¿cómo es posible? No, si saben; ustedes si saben, agregó ella.

-No, no Concha no seas necia, ya te digo que no sabemos; y la pobre se marchó llorosa y

compungida.

Lupe se lo contó a Anacleto y cuando mi mamá se entero de lo ocurrido, Lupe sufrió una

pequeña reprimenda por parte de mi madre, compadecida al saber la aflicción de la esposa.

RASPAN LAS CAZUELAS

Vamos a comer, la acostumbrada bendición de los alimentos ha terminado plácidamente,

ahora no habla el maestro, está sumido en sus pensamientos; una vez sentados a la mesa, soy

la primera en hablar.

-Don José, y sus hijos ¿también saben hablar en público?

Las pupilas del Maestro tiemblan ante el recuerdo de sus dos pequeños.

-Ah, sí, Chito, el mayor ya se pone la mano en el corazón y con frecuencia dice dos o tres

palabras que convencen.

-Pero, ¿es posible? pregunta mi mamá

-Uh… Quisiera que usted lo viera señora… y Anacleto se muestra orgulloso de su hijo.

Es esto alguien llama a la puerta, sale chicho (Florentino, mi hermano) al abrirse se oye decir: -

¡San Lino!

Entra San Lino como a su casa, pasa al comedor, mi Nina se levanta, en todos brota una

sonrisa de alegría.

-Siéntese San Lino, siéntese, dice mi mamá raspando la cazuela, -voy a servirle.

-¡Hay, San Lino, ya que comienzan a raspar las cazuelas en esta casa, muy mala señal! a mi

me dejan sin nada- bromea Anacleto.

-¡Ja...ja...ja!, todos reímos.

- Mamá, sírvele más a Don José, agrego yo.

Mi mamá raspa discretamente la cazuela, nuevas risotadas, ahora entra también San Lino

en la algarabía, hay un regocijo general; pero las cazuelas han quedado vacías.

LA RETIRADA

San Lino se levanta de la mesa para dar gracias, reza las oraciones acostumbradas, luego

voltea con mi mamá porque sabe que ella después de las comidas bendice a sus hijos.

–El señor tenga misericordia de ustedes (todos contestamos: Amén).

–El señor los bendiga en todas sus obras y palabras–Amén

–El espíritu Santo descienda sobre ustedes, les alumbre el entendimiento y los llene de su

Santo Amor. –Amén.

–Madre mía de Guadalupe, tuyos son mis hijos desde hoy y para siempre. –Amén.

–Santo Ángel de su Guarda, no permitas que caigan en pecado. –Amén.

–La Bendición de Dios Padre, Dios hijo, Dios Espíritu Santo y la mía descienda sobre

ustedes, los ampare y defienda de todo mal. –Amén.

–Señora, me marcho –dice San Lino.

Mi Nina se incorpora, ambas lo siguen y yo detrás. -Pero San Lino ¿luego no se va a

quedar? – Suplica mi Nina –ya sabe que esta es su casa – no, no debo pero vendré a decir

misa todos los viernes primeros y a traerles la Sagrada Comunión.

–Quédese San Lino, – ruega mi mamá.

–No señora, lo que es a correr no me ganan (esto lo dijo porque sabía el peligro que

implicaba el compartir la vivienda con el Maestro) ja...ja...ja y alegre y feliz ya en el zaguán de

la casa monta su bicicleta y se retira. –Adiós San Lino.

EL COLORADO

–Maistro, buenos días, saluda Ramón a Anacleto.

– ¿De dónde vienes tan de mañana Colorado? (Así llamaban a Ramón por tener el pelo

completamente rojo).

– ¡Hay!, vengo de curar al hijo de una pobre mujer.

– ¿Qué tiene?

–Se le extravasó una inyección en la sentadera y está muy malo, tal vez pierda la pierna

(sin hacerle ninguna curación sanó a los tres días de muerto Ramón, se llama Antonio

Quintero, y todavía vive).

– ¿Cuánto le cobras cada vez que vas?

–Hombre Maistro, pues ni un centavo ¡pobre vieja! (la madre del niño), está muy

necesitada; no, no, yo voy con mucho gusto y además me sirve de práctica.

–Pues, ¿en qué año vas de medicina?

–En cuarto, ya para entrara a quinto año, contesta el Colorado.

–Oye Colorado, vente con nosotros al cerro a curar a nuestros heridos, mira te la doy de

capitán, nos ayudarías muchísimo, servirías a Dios y a la Patria.

–No Maistro, contesta el Colorado, yo soy hombre de paz, no, yo no le entiendo nada de

esto, además, tengo mucha ilusión en mi carrera; mire para demostrarle que lo estimo mucho

a usted, si nos caen o algo pasa, yo le vendo la cabeza, las piernas, los brazos, le doy un bastón

y así lo saco entre ellos lo pongo a salvo... etc. y luego me escapo a ver cómo, pero pelear, no,

eso sí que no.

Una mirada penetrante, de franco reconocimiento es la contestación del Maestro y el

Colorado sonriendo y tarareando se mete a su cuarto a estudiar.

CHICHO

En la huerta de la casa, había una sesión, se habían reunido varios personajes, discutían

debajo de los árboles. Anacleto a la cabeza con su habitual elocuencia, hablaba y convencía; los

demás ademaneaban y argumentaban. Un montón de papeles en la mesita era la causa de la

discusión, los papeles sin duda alguna; sino indudablemente su contenido, asuntos muy

importantes, trascendentales, a juzgar por lo ensimismados y absortos que todos estaban en

ellos, que no advirtieron la presencia de Chicho, mi hermano, quien al llegar de la calle a las

dos de la tarde, traspasó la puerta de la huerta; de una hojeada semblanteó la situación y

parándose en la puerta, gritó descargando la pistola.

– ¿Alto ahí, ustedes? ¿Por qué están conspirando contra el gobierno constituído?

Al oír los balazos y los gritos de Chicho todos enmudecieron y excuso decir el coraje y el

susto que pasaron, los papeles cayeron al suelo, alguien rodó de la silla y Chicho a carcajada

limpia enfundó su pistola y se retiró dejando a todos furibundos.

LUPE

– Mamá – dijo Lupe una mañana del mes de marzo de 1927 –, la cosa está que arde;

sabes, dizque catearon el Cine Tabaré.

– ¿Cómo?

– Sí, hay que tener muchas precauciones, redoblar más y más la vigilancia – diciendo

esto aparece Feliciano Estrada, que sin ningún miramiento y sin medir el peligro entra por la

botica y aparece en escena, para perderse luego e ir con Anacleto.

Mi mamá no tiene tiempo de contestar, Lupe (mi hermana) protesta con toda razón.

– ¿Cómo he de creer al mentecato de Feliciano que habiendo aquí tantos hombres y

sabiendo que Don José está aquí escondido, se venga a refugiar aquí a esta casa?

– Es una imprudencia – alterna mi Nina –; además yo sé de muy buena fuente que

traen apuntada esta casa.

– Sí, – dijo mi mamá. ¿Quién te lo dijo, María?

María (mi Nina) no aclara nada, ni nunca aclaró, tal vez no se lo dijo a nadie, fue solo una

intuición o quizá su bondad que advirtió el peligro, (porque ella no era menos virtuosa que los

ilustres huéspedes que habíamos tenido).

Feliciano era de los Estrada que vivían en la casa del Cine Tabaré estaba muy metido en la

revuelta; (Anacleto le había conseguido un gran cargo por sus servicios)

Disfrazado de mozo y con pocos escrúpulos no tuvo empacho en meterse en la casa donde

sabía que no lo correrían.

Lupe se adelanta y agrega: – Yo le voy a decir a Anacleto que Feliciano, no puede estar

aquí. Aunque se lo dijo, no se hizo nada y tanto uno como otro permanecieron en la casa.

La Providencia así lo había dispuesto. EL PRESENTIMIENTO

– ¿Qué te pasa Colorado?

– ¿Por qué no jugaste ahora el partido de basquetbol con tanto entusiasmo como otras

veces?

– No sé – contestó Ramón al Pericles (Rodolfo Pérez) compañero de estudios y de su

equipo.

– Realmente no sé qué tengo, no quisiera ir a dormir a mi casa.

– Pues no vayas, quédate a dormir en el hospital.

– Oye, muy buena idea, ya es tarde, tengo miedo ir a mi casa.

– Miedo, ¿a qué?

– Pues nomás, – agregó Ramón, no podía decir nada y sonrió.

Ramón llegó a la casa cerca de las doce de la noche y se metió a dormir al departamento

de los hombres; ahí de ese lado dormía Lupe, para estar al pendiente de la botica, mas esa

noche se trasladó al lado contrario, con nosotros, por estar ahí Feliciano y ocupar su cuarto.

1RO DE ABRIL DE 1927

A las cinco de la mañana tocan por la ventana de Herrera y Cairo y después por la puerta

de Mezquitán.

– ¿Qué se les ofrece?, – pregunta mi mamá, que ya se había levantado como de

costumbre, “Pues diario a las cuatro de la mañana ya estaba rezando su rosario”.

– Queremos una medicina – contestó la voz desde afuera. Mi mamá se dirigió con

Lupe.

– Lupe, sal, quieren una medicina

– No den lata, no hay medicina.

– ¡Pobre gente! No vaya a ser que esté muy mala, ve a dársela – dijo mi mamá.

– Por la ventana de Herrera y Cairo se la dan.

– Ramón – suplicó mi mamá, dirigiéndose hacia donde dormía Ramón – ven, que

quieren una medicina.

– Diles que no mamá, ya ves que llegue noche y estaba estudiando.

– ¡Pobre gente! sabe qué querrán

– Bueno, voy a ver.

– Pero no vayas por la puerta, ve por la ventana, no te vaya a pasar algo.

Para esto, ya los secretas, al mando de Anastasio Jarero habían escalado los muros para

sitiar la casa y darse cuenta de su posición.

– ¿Qué quieren? – preguntó Ramón desde adentro

– Una inyección de alcanfor.

– Aquí está – dijo Ramón recibiendo las dos monedas, mismas que encontró Lupe

después de los acontecimientos cuando fue a abrir la casa.

Nuevos toques en el zaguán de casa, ahora más fuertes y seguidos. Sale nuevamente mi

mamá

– ¿Qué desean?

– Señora, abra la puerta en el nombre de la Ley, traemos orden de cateo.

– Sí, ahora voy a traer la llave, contesta mi mamá, pero se dirigió al cuarto donde

nosotras dormíamos, (todos estaban despiertos menos yo), y con voz ahogada llorosa dice

hablando mi fuerte:

– Muchachas, muchachas, ya nos cogieron, los van a matar a todos, ¿qué hacemos? A

los suspiros fuertes de mi madre despierto yo y comienzo a llorar.

–Cállate, cállate – dice Lupe regañándome – nada de chillidos – y enseguida agrega mi

Nina:

–Cálmate mamá, debemos serenarnos, cállate nenita – dijo dirigiéndose a mí, y luego

consuela a mi mamá –: no hay más remedio que rezar.

– Sí, tienes razón María; – luego cae de rodillas en medio de la pieza diciendo ( ya con

voz completamente serena) :

– “¡Señor, ten piedad de nosotros!” “¡Cristo, ten piedad de nosotros!” – y después sale

rápidamente de la pieza.

EL CATEO

Todos los de la casa habianse despertado ya ante las circunstancias; toquidos son más

fuertes y persistentes; sale Florentino de su pieza y se dirige al zaguán siguiendo a mi mamá.

–A ver, ¿Qué se ofrece? –Dice entreabriendo la puerta, “él conoce a mucha gente,

empleados de gobierno y demás” –. ¿Dónde está la orden de cateo?

–Esta es, dice uno sacando la pistola, (era Graciano Ochoa, seguido de Atanasio Jarero)

–No hay más qué hablar, –Florentino abre la puerta y bien pronto la casa se llena de

secretas; son como unos seis, pero arece que son mil, por cómo se desparraman por toda la

casa; uno va cubierto con una capa azul, dizque viene directamente e México.

Mi mamá corre a la puerta donde está Anacleto y dice:

–Don José, Don José, ya están aquí, brínquese por la huerta del corral, apresúrese.

Anacleto está visiblemente perturbado, no atina a decir ni hacer nada.

–Pero mamá, dice Jorge (compañero de cuarto de Anacleto) si ya están ahí.

– ¿Dónde, dónde? Si no los veo, (es que mi mamá no traía sus lentes).

– ¡Ay! mamá allá arriba, mira dijo señalando a un secreta, que apostado en el muro que

dividía el primer patio del segundo; apuntaba hacia abajo pistola en mano.

–No Don José no se crea, no le haga caso a Jorge, apúrese; pronto, pronto.

–Sabe Don José, –agrega Jorge, quien tenía muy buena puntería –, mejor saco mi pistola y

de un balazo tumbo a ése, para que usted pueda escapar.

–No, –Se atreve a contestar Anacleto –; no, no, y ayudado por mi mamá va a salir. –Don

José, un momento, –interrumpe Jorge –, cámbiese los pantalones, están con lo de atrás para

adelante, (llevaba pantalón de mezclilla azul marino, con pechera cuadrada, de unos que

usaban en esa época), entonces retrocede y ayudado por Jorge se arregla la prenda de vestir y

seguido por mi mamá va a traspasar la puerta, Jorge mueve la cabeza de derecho a izquierda;

una voz fuerte desde arriba:

– ¿A dónde va usted? Si da un paso más adelante lo mato.

Anacleto retrocede y va a esconderse debajo de la mesa del comedor, que no tiene carpeta

ni nada, está completamente descubierta.

Entra Jarero al comedor, se agacha, coge al Maestro de la pechera del pantalón lo jala,

enderezándolo lo sacude un poco y agrega: – ¡Este es! – y diciendo ésto, comienza el cateo,

abren cómodas y cajones, registran acá y allá.

– ¿Qué es esto? Interroga un secreta a Nacha mi hermana, que tenía una rifa de números

en una cartulina rectangular grande y gruesa.

– Una rifa, ¡qué no ve! ¿No quiere un número?...

MOMENTOS ANGUSTIOSOS

–A esta pieza no se mete – dice Ramón (El Colorado) a un secreta que trataba de cruzar el

umbral de una recámara.

– ¿No?

–Pues no, contesta El Colorado con más energía, porque se están vistiendo mis hermanas.

–Pos hasta encueradas me las llevo, replica el secreta encarándosele a Ramón.

Ante estas alegatas salgo yo con los zapatos en una mano, vestido y fondo en la otra y en

roa interior; “momentos de angustia”. Vuelvo a entrar para vestirme, cosa que no hice;

nuevamente salgo corriendo del cuarto, solo que ahora había acatado a coger la indumentaria

para vestirme completamente, salir presurosa de la pieza a sentarme en el corredor en un

equipajito frente a otro equipal, en el cual se hallaba sentado el Maestro a quien Jarero había

llevado ahí; nunca olvidaré su semblante pálido después de cincuenta años tengo todavía

grabada su mirada triste, medrosa, como buscando algo; se acerca mi mamá y le dice:

–Don José, por nosotros no se apure, voy a cocerle un té y enseguida se lo traigo.

Anacleto traía las manos empuñadas, fuertemente apretadas; entonces se acerca un

secreta y le pregunta: – ¿Qué trae en esa mano?

–Nada, contesta el interrogado.

– ¿Cómo que nada? Agrega el hombre. El Maestro abre su mano pálida, en ella

guardaba como mil pedacitos de papel, probablemente una carta destruida en pequeñísimos

fragmentos.

– ¿Qué es esa carta?

–No sé, es una carta de esta familia –contesta Anacleto.

– ¿Sí? Hable, presiona el otro golpeando al Maestro en el hombro con la cacha de la

pistola y añadiendo: –Ya hablará. En esto se acerca Ramón y le dice al golpeador: –Lo que es al

maestro no le pega, lo que tenga que ver con él avéngaselas conmigo.

–También para usted tengo, dijo el sujeto volviéndose hacia a Ramón para golpearlo

igualmente en el hombro; un tst de indiferencia acompañado con una subida de hombros y

una mirada de profundo desprecio fue la respuesta que el Colorado lanzó al odioso secreta y

luego cogiéndose a mí de la mano se alejó de allí diciéndome enseguida: –Nena, te voy a

brincar por la barda al corral de Carrillo (que correspondía al vecino del otro lado) y ya sabes

qué hacer; pero al dirigirse al corral yo en su seguimiento, otro secreta se interpuso diciéndole:

– Eh… ¿A dónde va? A lo que el colorado contesto con voz altanera:

–Uh… Voy a miar, ni en su casa puede uno hacer lo que quiere y retrocedió abandonando

la idea.

LA APREHENSIÓN

Habían pasado unos momentos penosos, terribles ratos en los que cada uno de nosotros

presentía una tragedia, en los que nadie sabía de nadie y sin embargo, todos nos dábamos

cuenta de todos y de todo, una concatenación de ideas bullía en toda nuestras mentes; sin

hablarnos nos comunicábamos unos con otros, mi Nina se acercó a mi mamá, traía los brazos

cruzados, y con los ojos señaló el wáter; ambas entraron en el cuarto y ahí destruyeron

importantísimos papeles. Salió de allí primero mi mamá y Florentino se acercó a ella para

decirle: –Mamá en esa lámina doblada (había una hoja grande parada perpendicularmente

acombada y recargada en la pared, un magnífico escondite para una niña delgada como yo),

hay que esconder a la niña y cuando nos lleven presos a todos, ella se queda aquí y después

sale al corral de Carillo, va a avisarle a Pancho González Núñez o a alguien para que sepan

pronto haber que pueden hacer.

– ¡Ah! ¡Qué esperanzas que vaya a dejar a la niña! –Dijo mi mamá –, si dejan aquí hombres

custodiando y al brincar la barda le tiran… no, no, no la dejaré…

–Sí, es cierto; argumentó Florentino y luego agregó dirigiéndose a mí.

–Mira, Nena, nos van a llevar presos a todos a ti probablemente te separarán y si te hacen

preguntas, tu nomás contestas a todo: “no sé nada, yo no sé nada y ¡Viva Cristo Rey!” Y de ahí

no te sacan, al cabo que no te harán nada y si te prometen una muñeca o juguetes o lo que

sea, tú vuelves a contestar: –No sé nada ¡Viva Cristo Rey!

Jarero entró en la botica, allí estaba Feliciano Estrada abriendo intencionalmente la boca;

parándose en frente de todos, los pomos y moviendo la cabeza de arriba abajo fingiéndose el

idiota. Jarero le preguntó: – ¿Quién es usted? – Feliciano contesta con la lengua de fuera: –Un

mozo de la casa. – Vámonos, también a usted me lo voy a llevar, “fatídicamente para Jorge mi

hermano” lo empujó sacándolo fuera de la botica y dejándolo como a un tonto en el pasillo de

la casa.

LA PARTIDA

La casa de Mezquitán es un batidillo, aquel primero de abril de 1927; sus moradores

estamos temerosos y seguros de que se nos avecina una tragedia.

– ¿Pero señor Jarero, también a mi mamá se la va a llevar? – interroga Florentino.

–Sí, a todos.

– A nosotros sí, ¿pero a las mujeres, a mi mamá y a la niña también?

–A todas las viejas también me las llevo. – y Jarero empuja hacia adelante y afuera a mis

hermanas, en su seguimiento camina mi mamá y yo atrás.

En frente de la casa estaban varios coches parados, no sé cuántos, por el balcón de una

vivienda, se asoman unas personas, hay aventones, confusión, angustias y miradas tristes

dentro de nuestra casa.

–Suban al carro – manda una voz –. Ramón sale a despedirnos hasta afuera, como es alto y

físicamente diferente de los demás miembros de la familia se confunde entre la bola llega

hasta la esquina de la casa, “Ramón, hubieras podido escapar”. “Sí, tal vez, ahora vivieras

todavía, eras el menor de todos”; mas luego retrocede, piensa en que sin darse cuenta huye y

nos deja abandonadas, después en el calabozo comenta con Chicho en esta forma:

–“Yo me dije”: “Mi madre y mis hermanas quedan presas y yo me voy”. Entonces regresa al

coche donde ya estábamos todas nosotras y se acerca. Lupe le dice: –Ramón, tráele un

sweater a la niña, mira cómo está temblando. –Yo temblaba no sé si de miedo o de frío; un

secreta que estaba custodiando dizque la puerta de entrada y había presenciado todo, sin

duda cae en la cuenta de lo ocurrido; convencido de su ineficacia y colérico consigo mismo,

recala con el Colorado, a quien luego que hubo traspuesto el zaguán, le da un tremendo

empujón haciéndole que pegue contra el filo de una pared para abrirle el labio superior que

sangra, vuelve Ramón con el sweater, me lo entrega en mi mano y todavía advertimos el hilillo

de sangre de despreocupadamente ha cruzado ambos lados, casi llega a la barbilla……Luego

partimos, y luego en otro carro parten todos los hombres, a nosotras nos dejaron en la

Presidencia Municipal. A Anacleto lo dejan en la misma Inspección (ahora Palacio Municipal) a

los Vargas los conducen al Cuartel Colorado , a Feliciano Estrada y a un mozo de nosotros de

toda la vida, Bernandino Vega, también a la Inspección, pero separados de Anacleto.

EL CALABOZO

Cuando entramos al calabozo una pieza pequeña como de unos tres metros cuadrados,

había allí varias personas: la mamá y las hermanas de Luis Padilla, cuya casa habían cateado

según eso a las dos de la madrugada; la esposa de Don Nacho Martínez (cuya casa catearon

después), quien se escapó brincándose por la azotea a la casa vecina, resguardado por la

sombra que a la luz de la luna, proyectaba la cornisa de la casa, y untado el viejito en la pared,

no pudo ser visto por sus perseguidores (por más esfuerzos que hicieron para capturarlo, no

pudieron conseguirlo y se salvó; sus tres hijos jesuitas, sin duda alguna, rogaban

constantemente por él). Una señora, María Luisa (me parece que se apellidaba García España)

y sus dos hijos pequeños, un niño y una niña como de cuatro y ocho años respectivamente,

ella estaba allí porque en su hogar habían hallado un Sacerdote diciendo misa; cada una de las

ahí reunidas exponía los motivos de su aprehensión y haciendo comentarios aclaramos varias

cosas, y nos dimos cuenta de otras más, mis hermanas y mi mamá trataban de consolar y

confortar a la señora Padilla que estaba completamente desecha y no podía conformarse ante

la idea de que su hijo estuviera preso y tal vez (no quería ni pensarlo) “sabe Dios lo que

sucedería”.

La persona que cuidaba el calabozo era un joven, no feo a decir verdad y solícito, accedía a

todas nuestras peticiones y jamás se mostró enfadado, pues cuantas veces se acercaba a la

puerta le preguntábamos una u otra de nosotras.

– Oiga, ¿no sabe si están aquí tres muchachos jóvenes?

– ¿Tres jóvenes? Decía él – ¿cómo a qué horas los trajeron?

–No sabemos, contestábamos nosotras, probablemente a las 9 de la mañana. Él

contestaba siempre sonriendo:

–Voy a ver, y si sé que están en algún calabozo les aviso: Nunca avisó nada, sabría o no; yo

supongo que ignoraba todo. Un servidor a sueldo que sentía lástima, que quería ayudarnos

pero estaba al margen de todos los acontecimientos, “quien quiera que haya sido, que Dios lo

bendiga siempre”

SALE UNA NIÑA EN LIBERTAD

A las once de la mañana entra un hombre además del guardián del calabozo y dice: – La

señora María Luisa García España y sus hijos están en libertad, pueden irse.

– Ándale Nena, me empuja dulcemente mi Nina, corre con ellos. – sí, sí, agrega Lupe, salte

como hija de la señora, pero no vayas a correr cuando te veas en la calle; te vas a Pedro Loza,

ahí avisas a las tías, a Pancho González Núñez (que entonces era magistrado), y a ver qué se

puede hacer. Yo me resisto, no quiero salir sola, máxime que la señora mencionada coge a sus

hijos, uno de cada mano y yo quedo rezagada: pero al fin me atrevo, el joven calabocero me

empuja hacia afuera y un intruso me intercepta al paso preguntándome: –¿Cómo te llamas?

–María Luisa –contesto yo –¡Ah!... y me deja pasar, salgo por una puerta que había por la

calle Independencia y al llegar a la de Pedro Loza Loza corro como un gamo, no volteo ni me

detengo en las bocacalles y así a fuerza de carrera como si me viniera persiguiendo un tropel

de soldados, llego a la casa de Pedro Losa 313 donde vivían mis tías y Pancho mi hermano ( en

otra ala de la casa que era muy grande), Pancho ya no estaba ahí, los vecinos de Mezquitán

aquellas buenas personas que vieron todo desde el balcón de su casa, corrieron a Pedro Loza a

dar aviso y se apostaron a una cuadra de la casa de Mezquitán por dicha calle y a una por

Herrera y Cairo, para avisar, si sospechaban que alguna persona se dirigía a Mezquitán y

ponerlas al conocimiento del peligro, así fue como lograron avisarle a San Lino, que luego

reconocieron y que en su poderosa bicicleta se dirigía hacia Mezquitán para llevarnos la

Sagrada Comunión por ser Viernes Primero. El prudente Sacerdote se imagina luego lo

ocurrido y discretamente mete reversa y se aleja apretando consigo su Dulce Prenda.

PESQUISAS INFRUCTUOSAS

Desesperados toquidos suenan en el cancel de la casa Pedro Loza, que hacen que acudan a

abrir todas a una mis tías y Chole mi cuñada.

– ¡Nena! ¿Qué pasa? Las preguntas salen atropelladamente de labios de todas las que me

rodean a lo que simplemente contesto: –No sé, no sé nada. – ¿cómo? ¿Entonces de dónde

vienes?

–No sé no sé nada. – No, mira, – explica una de las interrogantes–, nadie te va a hacer

nada, ya pasó el peligro además es necesario que nos digas todo para que podamos hacer

algo y salvar a tus hermanos.

–Quiero ver a Pancho González, fue toda mi respuesta

–Ahora mismo viene, ya está enterado de lo que pasa y luego tú lo pondrás al tanto.

Seguramente yo desconfío todavía porque permanezco hermética y con la vista baja.

– ¿Ya desayunaste? ¿No quieres algo? Insiste mi tía Victoria.

–No, no quiero nada, gracias; pero mi mamá y mis hermanas y toda la gente de ahí están

sin tomar nada.

–Pronto, Prisciliano – grita Popoya (Victoria) – dos chiquihuites para mandarles comida a

esas gentes a Elvira y a sus hijos.

–No, los muchachos no están allí, aclaro yo.

–Luego, ¿dónde están?

–No sé, no hemos sabido a dónde lo llevaron desde que nos tomaron presas, nos

separaron, no estuvimos juntos; y luego comienzo a narrar los hechos, estando en ésto llega

Pancho González Núñez (quien justo es decirlo, como un eterno agradecimiento a su

memoria, se portó mejor que un hermano, como un noble y antigua personaje de caballería).

– ¡Ah! Qué bueno, ya estás aquí Nena, ven acércate, cuéntame ¿cómo está la cosa? ¿Qué

sucedió?

–Allí en la casa estaba Anacleto González Flores, catearon, nos llevaron presos a todos. – Y

los hombres, tus hermanos, ¿Dónde están?

– No sabemos, no lo hemos sabido.

–Sabes, ahora mismo me acompañas, voy a hablar con Ferreira a tramitar un amparo –

añadió dirigiéndose a las personas mayores –, y tomándome de la mano salimos de Pedro

Loza para dirigirnos al edificio que actualmente ocupa la 15ª Zona Militar.

Pancho entró sin ninguna dificultad al interior del recinto, no hizo antesala, pues

inmediatamente pasó a un gran aposento, yo permanecí afuera esperándolo, no me dejaron

pasar; no sé cuánto duró, eternidades, creo que habló y habló por lo agitado que salió como a

eso de las 2 de la tarde.

–Conseguí el amparo, – me dijo sonriendo – (efectivamente, el amparo llegó, según

supimos, pero ya era tarde, los muchachos ya habían muerto).

–“Pero, ¿dónde estarán tus hermanos?, ¿dónde, en donde?... ¡si tan solo eso pudiéramos

saber ¡”

LA NOTICIA Son pasadas las tres de la tarde, salgo nuevamente con Pancho, quien quedó de llegar por

mí para ir a la inspección y ahí nos dirigimos, él como siempre, cariñoso y amable me lleva de

la mano, entramos por una puerta que daba a la calle de Hidalgo, Pancho sale dirige a una sala

hacia el lado derecho, a mí me deja sentada en el borde de un pilar desde el cual puedo

observar todos sus movimientos, habla aquí y allá, recorre la pieza, da varios pasos y

finalmente yo veo que se pone muy pálido y se recarga en otro pilar, sin decir nada; dos

personas, paradas en frente de él ademanean y explican, quieren ayudarlo seguramente;

Pancho se endereza, se mueve hacia adelante las personas dan unas palmadas a su atribulado

oyente y hablan cada vez más excitados, vuelve González Núñez a recargarse en la pared

visiblemente consternado, ante la tremenda noticia, entonces me da completamente la

espalda. – ¿Qué ocurriría? Nada, desde luego, seguramente nada; después de unos veinte

minutos Pancho llega hacía mí y me dice: – Nena, vámonos, te voy a llevar a tu casa, a Pedro

Loza, con tus tías, para que ahí esperes a tus hermanos, yo voy a hacer otras cosas.

COMPASIÓN

A las cinco de la tarde o poco antes de ese mismo día, el amable joven, el guardián del

calabozo, abre la puerta y otro hombre anuncia: – Están ustedes en libertad, pueden irse a sus

casas.

Todas las mujeres allí reunidas se incorporan, no hay despedidas ni hasta luegos, todas

salen silenciosas; mi mamá se dirige directamente por un corredor largo que desemboca a un

patio en donde las ambulancias de entonces depositaban muertos y heridos, este lugar tenía

acceso por la calle Alcalde; al ir a trasponer la puerta un secreta muy joven, (que sin duda

alguna ha encontrado en ella algún parecido con uno de los cadáveres que yacían en el suelo)

adelanta la pierna derecha doblando la rodilla y extendiendo ambos brazos hacia adelante, en

tono más bien de súplica que de mando la detiene diciendo: –Por ahí no, señora, por favor, se

lo suplico.

Mi mamá retrocede, aunque sin imaginar nada, mis hermanas no han avanzado, esperan…

y entones todas juntas salen por la puerta de la calle Independencia, guiadas por el mismo

joven compasivo que casi las guía hasta afuera…

Salen las cuatro, cruzan las calles calladamente para dirigirse a la casa de Pedro Loza.

CONSEJOS AMISTOSOS

En la casa de Pedro Loza, mis tías, tenían oratorio (que había pertenecido a nuestro tío el

Obispo Don Francisco Melitón Vargas (que según relataba mi papá fue el que una vez en

Acatlán de Juárez le salvó la vida a Juárez); derechito a ese lugar se dirigió mi mamá y se

arrodilló con las manos entrelazadas delante de Jesús, María y José que eran las imágenes que

de tamaño natural, se veneraban en ese aposento; al rato llegan dos de mis tías, mis dos

hermanas mayores y dos o tres personas, no recuerdo quiénes eran, empiezan a discutir y a

opinar con los mejores deseos de ser serviciales y dar un consejo a la atribulada familia:

–Saben, dice una de ellas, hemos sabido que algunos jóvenes que van a fusilar se los llevan

a México.

–Sí, dice otra, y mucho les ha valido que se vaya alguno de sus familiares.

–No sería mala idea, agrega una de mis tías, tal vez saquen a los muchachos para México.

– ¡Oh, claro está! Y si en Las Juntas pudiera una de ustedes alcanzar el tren quizá valdría

para que se salvaran sus hermanos, expone otra de las visitantes.

–Seguramente te vas tú María, agrega mi mamá dirigiéndose a mi Nina, para acceder a las

amistosas sugerencias.

María no titubea, obediente y sumisa como siempre… sale del cuarto seguida de Lupe.

“Pero, ¿A dónde vas María, sin ropa, sin dinero, sin conocer a nadie en un México extraño,

nuevo para ti, ¡que torpeza!”

Mi Nina no argumenta nada, ya ha tomado su chal, y con la bendición de su madre, sale

decidida acompañada de sus hermanas Lupe y Nacha, para tomar un coche que las lleve hasta

“Las Juntas”, cruce de ferrocarriles por dónde pasará el tren que va hacia el D.F. Al llegar las

tres muchachas al mencionado sitio, el tren acaba de detenerse, Nacha empieza a gritar dando

fuertes voces: – ¡Jorge, Ramón, Florentino, muchachos, Jorge, Ramón, Florentino, asómense,

aquí estamos!

Vanas esperanzas, por las ventanillas asoman varias personas y algunos soldados que en

ese tiempo de crisis siempre viajaban ocupando un carro del tren. Mi Nina desciende del taxi y

va a abordar el ferrocarril, ya próximo a partir; y de la parte Norte divisa un carro que se dirige

hacia ella a toda velocidad, dentro ve al infatigable y comedido primo González Núñez que

trae los ojos llorosos, María baja el pie del estribo, Lupe la presiona.

–Pero María. ¿Qué pasa? El tren comienza a partir.

–Creo, que ya no hay nada que hacer, mira, ahí vienen Pancho y Carolina González Núñez.

–Vámonos, le contesta mi Nina, tratando en vano por contener las lágrimas; luego se dirige

hacia los primos preguntando:

– ¿Ya los mataron, verdad?

–Sí.

– ¿A quiénes?

–Parece que a todos.

– ¡No es posible! ¡No!, grita Nacha en un momento de desesperación, tratando de

arrojarse a las ruedas del tren; Lupe la reprende, asiéndola fuertemente. – “¿Qué es esto?

¿Acaso no eres cristiana?” el cariñoso caballero la abraza y consuela, hay efusión de abrazos y

lágrimas; después tranquila y profunda resignación.

MARÍA El trayecto de regreso ha sido lento y penoso, nadie hace preguntas, todos están sumidos en

sus reflexiones. ¿Quién se atrevería a hablar” y, para qué? Ya no hay nada que hacer, nada que

decir “; sin embargo, Pancho es el primero en romper el silencio para decir:

– ¿Sabes, María, hemos pensado que tu le des la noticia a tu mamá.

–Si chaparrita, agrega Carolina, hermana de Pancho), tu eres la más indicada,

–ustedes, ¿Qué opinan? Pregunta Pancho dirigiéndose a mis dos hermanas.

–Sí, claro que sí, es lo más acertado, yo ya lo había pensado, contesta Lupe.

–Así lo haré tan luego que lleguemos a casa, no vaya a ser que entreguen pronto los

cadáveres y… (Siguen grandes momentos de silencio).

Ya están de regreso en la casa de mis tías Vargas (Pedro Loza 313) las tres hermanas, nadie

ha dicho nada, María se adelanta; el ancho cancel siempre cerrado, excepcionalmente ahora

abierto, sale una de mis tías, le dan la noticia y luego ésta pasa dolorosamente de boca en boca

hasta llegar a los habitantes de la casa, solo una mujer, la madre, quien ha permanecido en el

oratorio, no sabe nada, parece que no quiere saber nada, permanece todavía de rodillas

orando al Señor. María entra de puntitas, quedamente, como si no quisiera molestarla en lo

más leve.

“¡Pobre María! ¿Qué vas a hacer? ¡Tú que nunca le has causado a tu madre, la menor

molestia! ¡Ahora llegas para causarle la peor de las penas!, no, seguramente no te atreverás”

Pero María se acerca suavemente a mamá y sin lágrimas, con voz que parece un arrullo,

para no herirla, le dice: –Mamá ya venimos de Las Juntas, aquí estamos de vuelta.

A pesar de hablar tan quedo, la madre ha oído perfectamente a María y le pregunta:

– ¿No alcanzaron el tren?

–Sí, si lo alcanzamos, pero…

La madre no se queda atrás en exquisitez de sentimientos, no quiere que María prosiga, ha

advertido la pena que la embarga y también ella se adelanta para interrogar: – ¿Los mataron,

verdad?

–Sí.

– ¿A quiénes?

–A todos. (María no puede continuar un sollozo a cerrado su garganta).

–María no llores, dice mi madre abrazándola, yo ya me lo temía y por eso ya se los he

ofrecido a los tres, a Nuestro Señor, ellos ya están en el cielo.

María queda sorprendida ante la entereza de la madre y agrega: – Entonces ya vuelvo

mamá, vamos a hacer los preparativos para recibir los cadáveres– y sale llorosa compungida–.

Lupe la espera en la puerta del oratorio y ambas se dirigen a prepararlo todo para recibir a los

hermanos que por la mañana eran todavía parte viviente de una familia…

DOÑA ELVIRA

La noticia de la muerte de los Vargas se extendió como reguero de pólvora por toda la

ciudad de Guadalajara y bien pronto la casa se vio llena de parientes, amigos, compañeros de

los muchachos, conocidos y demás; no había curiosidad en los semblantes, más bien sombra

de tristeza en unos, mezcla de asombro, dolor y enojo en otros, pero todos acudían a darles el

postrer saludo a sus compañeros y amigos que a las ocho de la noche llegaron en sendas cajas,

todavía borbotando la sangre del pecho de Ramón, por lo menos así me pareció a mí; pero

grande fue la sorpresa de todos nosotros cuando nomás llegaron dos cadáveres debiendo ser

tres; y el otro ¿Dónde está? – Preguntó mi mamá–, no hubo respuesta alguna.

–Seguramente lo enterraron ahí donde lo mataron, ¡como era tan hablador! – argumentó

la madre, Doña Elvira.

Carolina González Núñez limpió los cadáveres, pero no los examinó en lo absoluto, mi

mamá no había querido.

Jorge no llevaba zapatos, le quitaron un crucifijo que traía en la mano junto al pecho;

Ramón tenía el pecho levantado y la mano derecha doblada haciendo la señal de la Cruz.

Llegaron mis tías González y una de ellas lloraba en forma exagerada, entonces mi mamá la

calmó: –No, cállate, cállate Clara ¿qué es eso? Acuérdate que nuestra misión como madres

llevar a los hijos al cielo y yo ya tengo tres, (pensaba que Florentino también había muerto).

¡Ah! y las dos que se me murieron chiquitas– entonces ya son cinco (añadió Doña Elvira,

esbozando una pequeña sonrisa). Pero mi mamá aunque quisiera ocultarlo estaba

preocupada por Florentino, el no tenerlo ahí y sin esperanzas de volverlo a ver, (tal vez jamás)

la llenaba de angustia, la atormentaba visiblemente porque de vez en cuando y sin querer

decía: “si al menos supiera dónde quedó”.

A las diez de la noche Lupe se acercó a mi mamá para decirle:

–Mamá, mamá ven aquí está Florentino, anda, sal a recibirlo.

La madre sale precipitadamente de la sala donde estaban sus hijos muertos y corre al

encuentro del hijo que había perdido al verlo entrar lo abraza diciéndole: – “¡Hay, hijo, que

cerca estuvo de ti la corona del martirio, debes ser más bueno para merecerla!… (Profundas

lágrimas de dolor de Chicho sellan el silencio, la dulce queja de dolor de la madre a quien

abraza conmovido). Y luego pregunta: – ¿Y el Colorado dónde está? Mi mamá lo toma de la

mano lo lleva hasta la sala donde están sus hermanos, y el afligido y lloroso se abraza a la caja

de Ramón diciendo entre sollozos que no puede contener: – “¡Hay, Colorado, mejor hubiera

muerto yo que tú!” “no voy a poder llevar la vida sin ti”.

DON ANTONIO

Pero los Vargas no han estado solos. Durante toda la noche ha desfilado frente a ellos

multitud de personas; no sabemos cuántas, tal vez cientos, quizás miles, todos llegan a rendir

homenaje a los caídos; muestras de cariño unos, tristeza muchos, admiración los otros,

lágrimas las mujeres, consternación los niños.…

En Ahualulco de Mercado, pueblito situado cerca de Guadalajara y en donde nacimos

todos, reside el Dr. Vargas, quien se ha quedado ahí para acompañar a sus hermanas, él no

sabe nada de los acontecimientos ocurridos en Guadalajara, como por carta anda se podía

decir, y hace varios mese que no visita a su familia…

Es el 2 de Abril de 1927, mi papá se dirige tranquilamente a la estación para tomar el tren

que lo conducirá hasta la ciudad.

–Buenos días Don Antonio, ¿A dónde va?

– Voy a Guadalajara porque recibí un telegrama que dos de mis hijos están graves, espero

que no sea cosa de cuidado.

–Don Antonio, buenos días, le dice el Dr. Guevara deteniéndolo, sabe, no lea el periódico,

vale más que me lo deje aquí para cuando usted vuelva.

–Ah, sí muchas gracias, contesta el Dr. Alargando inmediatamente el papel a su amigo.

Después el silbato del tren, y mi papá parte para Guadalajara, (entonces no había

camiones), el tren es lento, se detiene en todas las estaciones…

Así es de que llegaba a Guadalajara ya para en la tarde; mi mamá manda una persona para

que reciba a mi papá, pero no sé, cosas del destino, y no se encuentran y mi papá llega a su

casa solo, a la hora en que salen los cadáveres y una muchedumbre incontenible rodea la casa

y la calle de Pedro Loza está intransitable; a empujones llega Don Antonio al amplio pasillo por

donde ahora salen sus hijos en hombros de sus amigos; Lupe, que ha salido hasta el cancel

divisa a mi papá que en estos momentos extiende la mano derecha para bendecir a sus hijos

que ya parten , corre hacia él, lo abraza y tomándolo de la mano lo jala suavemente:

–Ven papá, ven yo te lo contaré todo, tus hijos están en el cielo.

Don Antonio enjuga sus lágrimas, y tranquilo y sereno se deja arrebatar de la multitud, por

mi hermana, quien lo conduce al interior de la casa para relatarle todos los acontecimientos…

Cuando ésta hubo terminado su narración, mi papá exclama: –Ahora sé que no es el pésame

lo que deben darme, si no felicitarme, porque tengo la dicha de tener dos hijos mártires.

CONFIDENCIAS HEROICAS

Una mañana, pocos días después de los acontecimientos del 1ro de Abril, y luego que

terminamos de desayunar y recibir la bendición estando todavía todos sentados a la mesa, mi

madre toma la palabra dirigiéndose a Florentino:

–Ándale hijo, antes de que te vayas, cuéntanos los hechos ocurridos en el Cuartel

Colorado; por toda respuesta Chicho comienza su narración:

–“De Mezquitán nos llevaron al Cuartel Colorado, encerrándonos a los tres en un cuarto,

como una hora después de que nosotros llegamos, oímos rechinar de cerrojos, nos asomamos

por las rejas de la puerta, y vimos que en el cuarto de enfrente, encerraban a Anacleto y a

Luis, solo nos separaba de ellos el pasillo de la entrada, así es que veíamos y apreciábamos

perfectamente todos sus movimientos: Luis se sentó, quedando casi enfrente de nosotros y el

Maestro con los brazos hacia atrás, se paseaba nerviosamente de un lado a otro del calabozo.

– ¿Lo martirizaron? – pregunta Lupe.

– ¿No sé, supongo que no, porque no había en él muestras de dolor, ni desfiguraciones

físicas, además sus ropas se veían completas y casi no hubo tiempo para ello, pero todo es

posible; luego prosigue: – Jorge se adelanta y sacando los brazos por las rejas simulando un

fusil, le grita a Luis Padilla: Luis, Luis, nos van a pum… pum…

Ramón interviene: – No, para qué lo estás mortificando, déjalo, no le digas nada.

–Tienes razón, contesta Jorge, además es Viernes Primero, nonos hemos confesado, y si

nos matan…. –No temas, agrega Ramón, si morimos, nuestra sangre lavará nuestras culpas… –

De veras. (Entonces Ramón volteó hacia una ventana que ve al jardín, trepó, como pudo, y

una vez ahí, dijo:

–Lo que es a mí, de hambre no me matan, lo harán con fusiles…. (y encargo qué comer, le

trajeron pan con queso).

–Sí, terció mi Nina, todavía estaba el birote dentro de la bolsa del saco, cuando lo trajeron.

Chicho continúa: – Así permanecimos platicando y bromeando un buen rato, cuando se

acercó un soldado y yo le pregunté: – Oye, ¿nos matarán?

–No, ¡qué va! –Contestó el interpelado–, ustedes están demasiado jóvenes, no harán eso.

Pero a los pocos minutos llega otro soldado y dice: – Levántese de entre éstos más chico.

Ramón (el de menos edad) se pone de pie contesta:

–Éste es el más joven. Levántate tú, Narciso (Así le llamaba a veces de cariño), me empuja

y yo permanezco parado; entonces el soldado coge a mis hermanos y los saca fuera del

calabozo, yo quedo solo; me asomo al cuarto de enfrente y veo que también se lleva a

Anacleto y a Luis; estoy seguro que en esos momentos se llevaron a los cuatro juntos para

fusilarlos. ¿Cómo fue? ¿Qué dijeron? ¿Quién cayó primero o después? Nadie lo sabe.

– Ya viste María que Jorge traía debajo del brazo el sombrero de Ramón, observa Lupe. –

Sí, y el hombro izquierdo un poco caído, como dislocado, y su semblante denota tristeza.

–Más bien dolor, diría yo.

–Saben quién sabe bien, agrega Florentino, el 20º Batallón que fue el que ejecuto la

sentencia.

–Tal vez Ferreira, el Jefe de Armas, comenta mi mamá.

–Sí… tal vez, aunque dudo que haya asistido; yo voy a indagar luego que pueda, agrega

Chicho, nunca lo hizo, (pues tuvo que abandonar el país), luego prosigue: – Pero como quiera

que haya sido, yo estoy seguro que murieron como dos valientes, porque ni un momento los

vi acobardados y podría apostar que su último grito fue:

– ¡Viva Cristo Rey!....

CONTINUAN LAS CONFIDENCIAS

–Después de que hubieron sacado a mis hermanos llegaron unos soldados me sacaron a mí.

– ¿A dónde? – preguntamos nosotras.

–Uno de ellos me dijo: – sígueme joven, vamos al panteón de Belén.

En el camino yo iba bromeando con los sujetos, entonces uno de ellos dice:

–Sabes muchacho, te vamos a fusilar.

– ¡Hombre! Contesté yo.

–Luego ¿no tienes miedo? ¿Qué, eres de Sonora? Pregunta el soldado.

– ¿De Sonora yo? No; también en Jalisco habemos hombres valerosos y concientes de

nuestros actos…

Me bajan haciéndome miles de preguntas acerca de la organización cristera, sobre los

líderes, qué se yo; a lo que contesté siempre: –No sé nada, y si supiera no se los diría… Tras de

esto me formaron el cuadro varias veces dizque para fusilarme… era nomás para asustarme;

yo insistía. – ya les dije que no se nada. – ¡Ah, sí, se una cosa, que mañana no hay clases…

(todos interrumpimos celebrando con pequeñas sonrisas), mi hermano continua:

–Me regresaron al Cuartel Colorado, yo creo que esto de sacarme o hicieron mientras, para

sacrificar a los muchachos y a Anacleto. Al volver al calabozo lo encuentro vacio, entones

pregunto enojado:

–Bandidos, ¿Qué han hecho con mis hermanos?; a lo que uno contestó:

–Ahí están boca abajo para que no anden metiendo con curas.

Era las tres de la tarde; quise indagar algo de lo ocurrido y le dije a un soldado: –Quiero

orinar. –Vamos, – y me condujo por el patio– de regreso volteé a un extremo hacia las

caballerizas y vi muchas gente con las cabezas inclinadas, como contemplando algo, pues sus

rostros así lo denotaban, ¿habría mezclados entre ellos personajes que querían cerciorarse

que la sentencia se había cumplido? ¿O eran simplemente curiosos que contemplaban a los

caídos? ¡Quién sabe! Pero yo creo que ante su vista sangraban nuestros hermanos, junto con

Anacleto y Luis… un gran silencio corta la conversación, por algunos minutos no puede

continuar, luego se repone y prosigue…

–Ahí quede en el calabozo hasta las nueve de la noche, hora en que Fernando González

Madrid, llegó por mí, pero antes me había dicho uno de los soldados: –Muchacho, estás libre,

puedes irte a tu casa. Yo, desconfiado le contesté: –Si quieren matarme, mátenme, pero por

delante, no por la espalda… obstinándome a permanecer en el cuartucho, hasta que divise a

Fernando quien me dijo:

–Chicho, vamos, ándale, vente conmigo.

– ¿Y mis hermanos?

–Allá están con tu madre…

–Era cierto, estaban aquí, pero ya sin vida, nada se podía hacer. EL PERDÓN

En esos días del novenario en que tanto mi mamá como todas nosotras, cada quien dentro

del círculo en que se movía habíamos recibido muchas visitas: amigos, compañeros,

Asociaciones Religiosas, vecinos y demás.

Una mañana mi Nina llamó a mi mamá:

–Mamá, ven: aquí está Isabel Estrada y su hermana, quieren saludarte hablar contigo. Doña

Elvira sale de la sala y se dirige a la asistencia en donde aguardan las visitantes después de

hablar del cómo y cuándo y todo lo acostumbrado en esos casos, y de que mi mamá contesta

las consabidas preguntas del caso, Isabel Estrada se incorpora y dice: – Sabe Elvirita, nosotras

estamos muy apenadas; pero no crea, Feliciano le hecho toda la culpa a Jorge, ya cuando lo vio

muerto… Se subió por los barrotes a una claraboya que había en la Inspección y al divisar a

Jorge muerto, lo culpó, ¡que objeto tenía callar! ¿Verdad?

La madre se asombra, lanza una ojeada a sus visitantes, de golpe lo ha comprendido todo,

supone lo que no vio, su inteligencia hace composición de lugares y hechos con lo que le ha

contado Chicho y una luz aclara las consecuencias; Sí, ahí está la culpa; esboza un gesto de

dolor y luego añade: –¡No hay nada que perdonar!, si no mucho que agradecer, ellos están en

el cielo.

Corta la conversación repentinamente, se levanta y extendiendo la mano derecha

amablemente, señala a las Estrada el camino hacia la sala para que se reúnan con las otras

visitas; ella no dice nada; un silencio más elocuente que las palabras a sellado sus labios.

NACHA

Han pasado varios días desde la dolorosa partida de los dos hermanos, solo nos quedan los

recuerdos –El pan duro que Ramón traía en la bolsa del saco, antes de morir, la medalla que

Jorge llevaba al cuello, la cadena del reloj que usaba Ramón con un changuito, el cual se

quedo atorado en la ventana del cuartel cuando el joven trataba de escalar la alta ventana

disque para huir…

Son aproximadamente las dos de la mañana y unos gritos desesperados estremecen a las

durmientes: – “Hórquenlo, hórquenlo del palo más alto de Guadalajara”.

– Nacha, Nacha, despierta, es una pesadilla, serénate; todas despertamos sobresaltadas,

mi hermana tiembla, le traen agua, y al rato otra pesadilla…así durante varios días unas noches

sí y otras no; es que seguramente ha quedado hondamente impresionada; todos los días nos

acotamos sobrecogidas y temerosas porque sus voces son impresionantes, pero estamos

seguras que con el tiempo se calmará y desaparecerá tanto dolor; unas veces dice cosas en su

delirio, otras veces otras, es que ella misma dice que sueña barbaridades: balazos, estrujones,

sangre y siempre a sus hermanos muertos…entonces siente que el corazón le estalla y grita

fuertemente.

UNA CARTA

– Mamá, mira me escribió Chicho.

– A ver, a ver, ¿Qué dice? – Me contesta a una en que yo le platicaba de mis próximos

exámenes– Contesté yo.

– ¡Ah! ¡Qué bien! Debe ser muy interesante la contestación, lee…yo comienzo a leer con una inmensa alegría reflejada en mi semblante.

“estamos aquí en Los Ángeles, vivimos con José (otro hermano) nos hemos juntado Pancho, el Señor Camacho y yo, la estamos pasando bien, solo necesitamos que una de ustedes venga a dar una barridita a la casa, hasta he puesto en las afueras un letrero que dice: “mujeres, por caridad, una barrida”…todas interrumpimos con una fuerte carcajada. – ¡Ah pobres! –

¿Quién hará la comida? – comenta mi mamá.

Yo prosigo leyendo: “no debes sentirte sola en tus próximos triunfos escolares porque si bien es cierto que el año pasado asistieron a tu examen que fue muy lúcido, tus hermanos; y tú te sentiste muy feliz, porque te aplaudían unos mortales, ahora debes sentirte verdaderamente orgullosa, porque los que desde el cielo celebran contigo tus triunfos

escolares, son ahora inmortales”.

–Sí hija, es muy cierto, ya ves, no debemos estar abatidas, al contrario, sentirnos felices, agrega mi mamá.

Por la noche, al acostarnos llamamos a Nacha y acercándola a la ventana le dije: – “Mira, mira, ves allá al Oriente, aquellas dos estrellas relucientes, muy juntas, son nuestros hermanos, desde allá nos contemplan , despidiendo una luz diamantina que brillará por la eternidad…

–Sí, ¡de veras! Exclamó Nacha entusiasmada; ambas nos abrazamos y nos pareció ver que las estrellas se aproximaban más todavía y que su luz era más refulgente aún…

Cesaron las pesadillas e inquietudes, todas quedamos ya conformes, recordando con tranquilidad a nuestros hermanos.

Y todavía hoy a los sesenta y ocho años de su partida, y cuando por las noches me encuentro muy sola volteo al horizonte, me parece ver dos estrellas muy brillantes, muy juntas que cintilan despidiendo inusitados reflejos, para mirarme largamente…

FIN.