revista destiempos n39

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Junio-julio 2014 I Publicación bimestral de la Editorial Grupo Destiempos I ISSN: 2007-7483 I Reservas de Derechos al Uso Exlusivo: 04-2013-101814413100-1021 I 39

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Junio-julio 2014 I Publicación bimestral de la Editorial Grupo Destiempos IISSN: 2007-7483 I Reservas de Derechos al Uso Exlusivo: 04-2013-101814413100-1021 I

39

Revista destiempos N°39

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Consejo Editorial

Directora General:

Mariel Reinoso I.

Comité Editorial:

Axayácatl Campos García-Rojas

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Graciela Cándano Fierro

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Alicia de Colombí-Monguió

(State University of New York, Albany)

Aralia López González

(Universidad Autónoma Metropolitana)

Ana Rosa Domenella

(Universidad Autónoma Metropolitana)

Sandra Lorenzano

(Universidad Claustro de Sor Juana)

Mariana Masera

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Pilar Máynez

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Antonio Rubial

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Lillian von der Walde M.

(Universidad Autónoma Metropolitana)

Revista de curiosidad Cultural destiempos.com Año 8 N°39 Junio-julio de 2014. Es una publicación bimestral gratuita editada por Grupo Destiempos S. R. L. de C.V. Av. Insurgentes 1863 301B - C.P. (01020) Col. Guadalupe Inn, México, Distrito Federal. www.editorialdestiempos.com Directora y editora responsable: Mariel

Reinoso I. Reservan de derecho al Uso

Exclusivo: N° 04-2013-101814413100-102

otorgado por el Instituto Nacional del

Derecho de Autor. Responsable de la

última actualización de este número:

Mariel Reinoso I. Av. Insurgentes 1863

301B C.P. (01020) Col. Guadalupe Inn,

Del. Álvaro Obregón, México, D.F.

Fecha de la última actualización: Junio de 2014 ISSN: 2007-7483

Las opiniones expresadas por los autores

no necesariamente reflejan la postura de

la editorial de la publicación.

Queda estrictamente prohibida la

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ARTÍCULOS Y RESEÑAS

EN TORNO AL GOLEM. CAVILACIONES Silvana Rabinovich

6

MESTIZAJE ALIMENTICIO DE GUANAJUATO DURANTE EL VIRREINATO Graciela Velázquez Delgado Javier Ayala Calderón

13

MEMORIA, HISTORIA Y NOVELA: BALUN-CANAN DE ROSARIO CASTELLANOS Aralia López González

26

EL INFINITO PODER DEL AMOR, EN LA NOVELA SAYONARA, MIO DE TAKUJI ICHIKAWA Orlando Betancor

59

Reseña: WHY THIS WORLD. A BIOGRAPHY OF CLARICE LISPECTOR DE BENJAMIN MOSER Michel Torres

67

Reseña: JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS, ELOGIO DEL TEXTO DIGITAL, CLAVES PARA INTERPRETAR EL CAMBIO DE PARADIGMA Emanuel Aguilar

73

CREACIÓN LITERARIA

LA PELOTA Juventino Sevilla Pineda

79

AGAMENÓN Belén Nassini

82

VERBUM Rossy Lima

85

ÁGUILA DEL SOL Washington Daniel Gorosito Pérez

86

FIDEOS PARA OTRO ANOCHECER Leonardo Alezones Lau

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ARTÍCULOS Y RESEÑAS

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Silvana Rabinovich1 Universidad Nacional Autónoma de México

Es conocida la intimidad con las letras que mantienen esos osados lectores conocidos como cabalistas. Capaces de leer las partes blancas del Libro, aquellos hombres escuchan las negras letras como voces, y al deslizar el dedo de plata entre las coronas, auscultan en ellas el pulso de la palabra divina. Los místicos se detienen en un hemistiquio y cavilan, aguzan los sentidos y perciben el aliento divino:

Isaías 14:14 “sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”

מה לעליון ב אד מתי ע .אעלה על ב

La apuesta es tentadora y ambiciosa: ¿cómo entender el segundo verbo (seré semejante)? Tal vez no sólo de manera moral y metafórica… Para los cabalistas las letras son cuerpos vivientes. El texto original, tallado en el rollo, carece de vocales: el verbo se desata, atravesado por una ráfaga de alientos.

מה edaméh, seré semejante :אד

adamáh, tierra :אדמה

Adám,2 hombre :אדם

En clave de Génesis 2:7: elevarse a las alturas podría entenderse (a través de la grafía consonántica) como asemejarse al Altísimo haciendo un hombre de tierra…

El procedimiento es narrado por Scholem3, traductor de los mundos cabalísticos hasta entonces vedados al mundo académico. Refiere

1 Investigadora del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México. 2 La letra cuadrada al final de la palabra Adám es la misma letra mem cuya grafía se modifica al final de una palabra (semejante a la A mayúscula del nombre transliterado que en nuestras lenguas es la misma letra que se escribe de esta manera al inicio de un nombre propio). 3 Scholem, Gershom, “La idea del Gólem en sus relaciones telúricas y mágicas”, en La Cábala y su simbolismo, Milá Editor, Buenos Aires, 1988, pp. 173-222

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al procedimiento para construir un Golem siguiendo al Sefer Yetsiráh (Libro de la Creación)4, que en su capítulo II dice:

1- Veintidós letras fundamentales[…] 2- Veintidós letras [fundamentales]:

Trázalas, diséñalas, Combínalas, permútalas Y forma con ellas el alma de toda creatura Y de todo lo que será creado en el futuro.

3- Veintidós letras Trazadas por la voz, Diseñadas en el aire, Fijadas [en la boca] […]

4- Veintidós letras fundamentales: Fijadas en la esfera por doscientas treinta y una puertas. La esfera gira adelante y atrás. […]

5- ¿Cómo? Pésalas y combínalas. Álef con todas y todas con álef. Bet con todas y todas con bet. Y así todas se repiten en un ciclo. He aquí que resultan doscientas treinta y una puertas. He aquí que cada creatura Y cada palabra Emanó de un mismo Nombre.

6- Forma de la nada lo que es, y haz que exista lo que no existe. Esculpe grandes columnas A partir del aire que no puede ser asido. Él prevé y transpone, Forma toda creatura Y todas las palabras en un solo Nombre. Y un signo de esto: Veintidós propósitos en un solo cuerpo.

El historiador narra que hacia finales del siglo XII, hasidim5 de las regiones que actualmente son Alemania y Francia, practicaban la creación por medio del poder mágico de una figura hominoide llamada Golem (primero como narración apócrifa, luego como iniciación mística hasta caer más

4 Obra de autor desconocido que podría datar aproximadamente de los siglos II al IV de nuestra era. Libro de la Creación. Edición y traducción del hebreo de Manuel Forcano, Fragmenta, Barcelona, 2013. Pp. 63-67 de la recensión corta. 5 Movimiento místico judío que puede traducirse por “piadosos” que hacía frente al intelectualismo imperante en la tradición judía. Poniendo el acento en la “intención”, los hasidim consideran que es posible acercarse a Dios por otras vías que no se reducen a la lectura de los textos. El papel del cuerpo (por la danza, la música) pasa a un primer plano. La transmisión se da por leyendas que señalan la piedad en gestos no rituales.

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tarde en mito telúrico).6 La palabra hebrea Golem designa a la materia sin forma (guélem גלם), cuerpo sin alma ni entendimiento. Las connotaciones aristotélicas, platónicas y kantianas del relato brillan en el poema homónimo de Jorge Luis Borges que se anexa. El poeta considera al Golem un simulacro en el sentido platónico de ser copia redoblada, que carece de categorías para “ordenar formas y colores”.

Las instrucciones para construir un Golem (según el comentario al Séfer Yetsirá de Eleazar de Worms)7 consistían en amasar tierra virgen con agua corriente hasta formar la figura hominoide. Luego se debían permutar las veintidós letras del alfabeto hebreo (fijadas en 231 “puertas”

o combinaciones, o 221 según este comentarista). El Pseudo-Saadia lee literalmente la línea de II-4 del Libro de la Creación que indica: “La esfera gira adelante y atrás”. Así, las combinaciones de letras se produ-cen en un círculo que se traza 442 o 462 veces en torno a la figura de barro: “Al marchar hacia adelante, la criatura se incorpora con vida, a causa de la fuerza inherente a la recitación de las letras. Pero si quie-re destruir lo creado, ha de marchar hacia atrás, recitando los mismos alfabetos del final al principio. Entonces la criatura se hunde en el suelo y muere”.8 La figura creada despierta a la vida tras la correcta pronunciación del tetra-grama logra-da luego de las permutaciones de

letras. Hasta aquí, el reto de Isaías 14:14 parece logrado: a semejanza del Altísimo, el hombre logra hacer un hombre de tierra. Sin embargo, la criatura hace honor a su nombre: materia sin forma, hylé aristotélica, cuerpo sin alma insuflada por Dios, al Golem le están vedados el enten-dimiento y la palabra; sin embargo, es capaz de obedecer y ejecutar las tareas domésticas (criado mágico o famulus).9 Tiene otro defecto: crece sin cesar, al cabo de un tiempo el tamaño de la creatura supera a la de su creador (hay distintas versiones, pero el número bíblico de 40 días, como los que tomó el diluvio luego de que el Creador se arrepintiera de haberle

6 Cf. Scholem, op. cit., pp. 189 y ss. 7 Cf. Scholem, op. cit., pp. 202 y ss- 8 Íbid. p.207 9 ‘Ibid. p. 201

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dado vida al hombre, es el más conocido). La advertencia se graba en la frente: allí lleva escrita la palabra emét אמת, que significa “verdad”. La verdad de que la semejanza del hombre a Dios no es pensable en categorías humanas hace recordar al humano su deber de destruir el ensayo. El dominio del hombre sobre la criatura reside en la posibilidad de borrar la álef א inicial de la palabra אמת. Esa letra, que semeja a un hombre inclinado que con una mano señala el cielo y con la otra el suelo, indica el infinito. Borrarla deja al descubierto la palabra met מת, que significa “muerto”. La performatividad de la escritura es implacable: el Golem de desmorona y habrá que construir otro si así se desea.

Ahora bien: si se trata de preservar la vida de la especie, no hay manera de evitar la destrucción de la humana creación cuando es golémica (mímica del acto creador de Dios), hay narraciones acerca de la inexorable limitación humana en comparación con la omnipotencia divina y el castigo a quien pretende transgredirla, Scholem relata varios casos de criaturas golémicas que superaron la fuerza de sus creadores. La tecnología, en cuanto afán de dominio del hombre sobre la naturaleza y de superación de las propias limitaciones humanas, necesita de la caducidad… la techné tiene un componente sisífico.

Esta última parte que narra las amenazas del Golem sobre su creador es la más importante y constituye una vez más la misma ense-ñanza del relato de Babel que reconoce el inevitable afán tecnológico del hombre que es tan inexorable como su limitación para dominarlo. Borges lo condensó magistralmente en unas líneas de su poema: “los artificios y el candor del hombre/ no tienen fin”. El final, ironía borgeana alusiva al relato del Rabí Judá León de Praga, es un tributo a la Enseñanza de la humildad humana (y un llamado a recordar aquel momento previo al diluvio, en Génesis 6:5-6, cuando el Dios de corazón doliente se arrepintió de haber creado al hombre).

El rabí lo miraba con ternura y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo) 'pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?' '¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita?' En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem los ojos detenía. ¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?

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“En torno al Golem” titulé estas cavilaciones, porque parece que seguimos girando a su alrededor: hacia adelante con nuestros avances tecnológicos (que se obstinan en afirmar el poderío humano); pero cuando olvidamos borrar la infinita alef de la palabra “verdad” (porque creemos poseerla), la criatura destruye a su creador. Entonces, como aquellos místicos, es necesario desandar de espaldas lo combinado, retroceder girando para deshacer la amenaza. Porque el conocimiento tecnológico y su corres-pondiente ambición son tan grandes como el candor, que es la fragilidad humana: saber y perplejidad, poder e impotencia, siempre son ―y serán―directamente proporcionales.

El Golem – Jorge Luis Borges. Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'. Y, hecho de consonantes y vocales, habrá un terrible Nombre, que la esencia cifre de Dios y que la Omnipotencia guarde en letras y sílabas cabales. Adán y las estrellas lo supieron en el Jardín. La herrumbre del pecado (dicen los cabalistas) lo ha borrado y las generaciones lo perdieron. Los artificios y el candor del hombre no tienen fin. Sabemos que hubo un día en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería. No a la manera de otras que una vaga sombra insinúan en la vaga historia, aún está verde y viva la memoria de Judá León, que era rabino en Praga. Sediento de saber lo que Dios sabe,

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Judá León se dio a permutaciones de letras y a complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio. El simulacro alzó los soñolientos párpados y vio formas y colores que no entendió, perdidos en rumores y ensayó temerosos movimientos. Gradualmente se vio (como nosotros) aprisionado en esta red sonora de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros. (El cabalista que ofició de numen a la vasta criatura apodó Golem; estas verdades las refiere Scholem en un docto lugar de su volumen.) El rabí le explicaba el universo "esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga." y logró, al cabo de años, que el perverso barriera bien o mal la sinagoga. Tal vez hubo un error en la grafía o en la articulación del Sacro Nombre; a pesar de tan alta hechicería, no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. Sus ojos, menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa, seguían al rabí por la dudosa penumbra de las piezas del encierro. Algo anormal y tosco hubo en el Golem, ya que a su paso el gato del rabino se escondía. (Ese gato no está en Scholem

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pero, a través del tiempo, lo adivino.) Elevando a su Dios manos filiales, las devociones de su Dios copiaba o, estúpido y sonriente, se ahuecaba en cóncavas zalemas orientales. El rabí lo miraba con ternura y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo) 'pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?' '¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita?' En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem los ojos detenía. ¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?

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Graciela Velázquez Delgado

Javier Ayala Calderón Universidad de Guanajuato, México

CONQUISTA Y EXPANSIÓN

Las primeras incursiones españolas hacia el norte del río Lerma en la zona que conocemos actualmente como Guanajuato se iniciaron poco después

de la caída de Tenochtitlan durante las exploraciones dispuestas por Hernán Cortés para conocer las posibilidades económicas de las tierras que hasta ese momento se encontraban bajo el dominio de grupos huma-

nos conocidos en la época con el término genérico de chichimecas debido a su vida nómada y supuestamente incivilizada. E l término “chichimeca”, que podría traducirse como linaje de perros o perro que lleva arrastrando

la cuerda (del náhuatl chichi-perro y mecatl-cuerda) era utilizado para referirse despectivamente a ellos por parte de los grupos de habla nahua

presentándolos como animales vagos y cubiertos de pieles por la cos -tumbre de contar éstas como una de sus formas de vestir al no practicar el tejido de telas.

No obstante estas primeras incursiones, que dieron como resul-tado el control de las zonas más sureñas como eran los pueblos de Yuririapúndaro y Acámbaro, inmediatamente al sur del río, en 1522,1 no

sería sino hasta el periodo de gobierno de la primera Audiencia que se realizaría una penetración lo suficientemente amplia a cargo de su pre -sidente, Nuño de Guzmán, con miras a conquistar nuevas zonas de aquel

territorio. El avance hacia el norte quedaría posteriormente en manos de los ganaderos que, buscando nuevos pastos lejos de las zonas agrícolas del valle de México, deseaban criar su ganado en la frontera de las tierras

chichimecas lejos de los conflictos con los indios del altiplano central por las milpas o sementeras devoradas por sus animales. El mismo virrey

Antonio de Mendoza promovió durante su mandato la penetración en dicho territorio mediante concesiones de tierras para cría en las fronteras, donde

1 Relaciones geográficas del siglo XVI, Acámbaro y Yurirapúndaro, pp. 59 y 68.

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las reses se reprodujeron a un ritmo sorprendente gracias a los pastos vírgenes del mismo.2

Entre 1543 y 1544 gran cantidad de tierras fueron concedidas ya en la región de chichimecas, y en el obispado de Michoacán, como zona colindante con aquella, se crearon estancias con el fin de atraer a los

indígenas para intentar convertirlos a la fe católica y ponerlos a trabajar en las estancias.3

Los indios, ignorantes de las intenciones colonizadoras de los españoles, se mostraron “conversadores y afables” en tanto éstos no representaron una amenaza para su forma de vida dependiente de la

producción silvestre de la tierra, permitiéndoles el libre paso por ella. Esta paz, sin embargo, no iba a durar mucho, pues cuando los europeos vieron que la tierra estaba sin sembrar decidieron que no pertenecía a nadie

negándose a aceptar una posesión tácita delatada por la presencia de grupos humanos en ella4.

Así pues, con el argumento de que los chichimecas no utilizaban

las tierras donde habitaban, los españoles decidieron tomarlas sin el consentimiento de sus ocupantes.

ALIMENTACIÓN CHICHIMECA

De los chichimecas que habitaban la zona del actual Guanajuato en el siglo XVI, los españoles afirmaban que, pese a tener sus rancherías arrimadas

a peñascos y sobre barrancos, estos preferían vivir apartados unos de los otros para mejor encontrar sus alimentos puesto que se trataba de grupos nómadas que no cultivaban ningún género de legumbre ni árbol. De

acuerdo con el agustino fray Guillermo de Santamaría en el texto mayor de la Guerra de los chichimecos, la comida típica de los chichimecas consistía

en frutas silvestres y raíces aunque también contaran para ello con los productos de la caza e incluso a veces de la pesca.

Viviendo en el territorio árido que caracterizaba el norte de

Mesoamérica es lógico que entre los alimentos consumidos por los chi -chimecas se contaran las tunas de todo tipo que tan grandemente se daban en él, y que lo mismo ocurriera con las pencas tiernas de nopal, ya fuera

que se comieran cocidas o asadas al fuego, con o sin sal. Tampoco falta-ban en la comida las vainillas de mezquite, de las cuales hacían un pan oloroso y dulce que, gracias a su sequedad, podían guardar durante largos

2 María de los Ángeles Romero, “La agricultura en la época colonial” , p. 189. 3 Philip W. Pow ell, La guerra chichimeca (1550-1600), p. 23 4 “Las Siete Partidas, el código castellano que constituyó la base de las leyes ibéricas y tuvo un mayor impacto incluso sobre modernos códigos legales, argüía que toda la tierra debería tener un propietario y que si la tierra

no era poseída por personas particulares, debía ser poseída por el estado. [...] Partiendo de lo anterior, la idea de una tierra que no fuera una propiedad privada era inconcebible” (Traducción libre sobre John Thornton, Africa and Africans in the Making of the Atlantic World, 1400-1680, pp. 76-77).

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periodos y comer cuando ya no quedaban frutas frescas en el monte. Por su parte, las raíces mencionadas en los documentos de la época son

variedades de los tubérculos que ahora conocemos como camotes (del náhuatl camohtli), un alimento de gran importancia que debía cocinarse previamente en un horno rudimentario y subterráneo para suavizarlo y

permitir su consumo humano. Otro de los alimentos de los chichimecas era el mezcal, que con-

sistía en el corazón del maguey asado bajo tierra y que podía ser masticado para extraerle el jugo. Su proceso de elaboración no podía ser más simple, pues consistía en que la “piña” (el tallo desprovisto de pencas) de ciertos

tipos de maguey se enterraba alrededor de tres días en un hoyo sobre un lecho de piedras de río previamente calentadas al rojo blanco a base de leña, y luego se cubría, probablemente con bagazo de la misma planta y

con tierra, hasta que se reblandecía con la cocción adecuada y adquiría un sabor dulce y agradable.

No obstante la riqueza de plantas de que podían echar mano para

su alimentación y que mayoritariamente era aportada por las mujeres, los hombres también participaban en la obtención de comida recurriendo a la cacería, que tenía un prestigio y un nivel especial por encima de la

recolección: … lo más común es mantenerse de caza, porque todos los días la suelen buscar. Matan liebres, que aún corriendo las enclavan con los arcos, y venados, y aves, y otras chur-cherías que andan por el campo, que hasta los ratones no perdonan… Si acaece matar algún venado, ha de ir la mujer por él, que [el varón] no le ha de traer a cuestas.5

Las “chucherías” de las que nos habla fray Guillermo podían incluir tanto

los ratones y las ratas de campo, como las serpientes y las lagartijas, que por su pequeño tamaño bien podían ser consideradas como golosinas. Todos estos productos de caza eran comidos en guisos, pero principal-

mente asados, los cuales eran preparados por las mujeres para tener lista la comida cuando los varones lo requirieran.6

Aunque por su fama de belicosos uno pudiera esperar lo contrario,

en el momento de la conquista la frontera chichimeca con los tarascos y los otomíes parece más bien haber sido de tipo blando,7 en donde se realizaban intercambios de productos obtenidos por medio de la cacería y

la recolección a cambio de los productos agrícolas de estos pueblos

5 Guillermo de Santa María, Guerra de los chichimecas (México 1575-Zirosto 1580) pp. 105-106. 6 Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, lib. X, cap. XXIX, § 2, p. 600. 7 A diferencia de la frontera dura, v alorizada y separadora, la frontera blanda presenta un límite flácido y dev aluado, y tiene una función transitiv a, es decir, de intercambio entre ambos lados de la misma (Kaldone G. Nw eihed, Frontera y límite en su marco mundial: una aproximación a la "fronterología", p. 66.

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sedentarios, que ya tenían una larga tradición mesoamericana en el cultivo de maíz, frijol, calabaza, chile y otras plantas alimenticias.

Confirmando la observación de fray Guillermo de Santa María acerca de que hasta ese día no se conocía nación alguna que se conten-tara con beber sólo agua, al igual que los indios mesoamericanos, los

chichimecas utilizaban el pulque derivado del maguey, pero aparte de éste habían aprendido a fermentar el jugo de tunas para fabricar el licor dulce

que ahora denominamos colonche, y gustaban asimismo de fermentar mezquites con la misma finalidad.8

Conocido en todo Mesoamérica, el pulque es un licor lechoso

producido por la fermentación de la savia del maguey. Para obtenerla era necesario eliminar el quiote o brote floral que sale del centro de la planta y hacer enseguida una cavidad en el corazón del maguey para que en ella

se acumulara este líquido en cantidades que pueden llegar a seis litros diarios durante tres meses. Esta savia o aguamiel podía consumirse directamente, cruda o hervida, pues se trata de una bebida de sabor agra-

dable y azucarada, pero el pulque propiamente dicho se obtenía sólo después de que se dejaba reposar durante un día completo en un recipiente donde se lleva a cabo la fermentación provocada por la flora

natural del aguamiel.9 Por su parte, el colonche (tal vez del náhuatl tolontsin ―de tolontic,

redondo― por el girar de los borrachos)10 era un licor dulce que se obtenía a partir de la fermentación de tunas de diversos nopales, especialmente la tuna cardona. Es una bebida antigua y autóctona de las zonas áridas y su

elaboración ha estado siempre sujeta a la época del año en que los nopales producen frutos. El procedimiento para su elaboración era también esencialmente una labor femenina y consistía en la fermentación del jugo

de tuna, ya cocido y frío, la cual se lleva a cabo de manera espontánea o bien es facilitada mediante la adición de colonche viejo o cáscaras de tuna.11

Dependiendo de manera tan estrecha de su entorno natural, con el paso del tiempo, las estancias ganaderas perjudicaron grandemente a

los grupos nómadas, que de pronto vieron a las reses invadir el hábitat en el que se desenvolvían compitiendo con los animales de los que solían alimentarse y arrasar las plantas de las que recolectaban algún producto

para su manutención. Y lo que era peor: los indios comenzaron a ser considerados por los recién llegados como invasores en las tierras que habían sido suyas desde tiempos inmemoriales. Naturalmente que al ver 8 Guillermo de Santa María, Guerra de los chichimecas (México 1575-Zirosto 1580), p. 106. 9 Alfonso Romo,Química, universo, tierra y vida, edición electrónica consultada el 25 de noviembre de 2009 en: http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx /sites/ciencia/v olumen1/ciencia2/51/htm/quimica.htm . 10 Elisabeth Beniers Jacobs, “Algunas observaciones sobre creación léxica en el español de México”, p. 70-71. 11 Thelma Alcántara A., Bebidas fermentadas, consultada el 25 de nov iembre de 2009 en: http://sepiensa.org.mx /contenidos/fermentaciones/bebidas/fermenta3.htm

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la vegetación diezmada al grado de no poder sustentarse adecuadamente por culpa del ganado y los cultivos de los estancieros, varios grupos de

chichimecas optaron por flechar reses para alimentarse de ellas, con el consiguiente disgusto de los ganaderos. Es en ese momento que se rea-lizan varias ilustraciones en donde aparecen los indios desnudos por los

montes matando vacas y amenazando los caminos al asalto de los grupos españoles en su afán por sacarlos de sus territorios.

Guillermo de Santa María, en una carta dirigida hacia 1580 al prior de Yuriria, Alonso de Alvarado, a pesar de reconocer que el ganado des-truía las rancherías, tunas y mezquitales de los indígenas, aseguraba que

aquellos habían comenzado la guerra antes de que los españoles los agredieran, si bien estaba consciente de que la quema de haciendas y la matanza de ganados no era para lastimar al estanciero, sino para obligarlo

a salir de la tierra.12 Si antes de aquel momento los informes coincidían al hablar de un

indígena “inculto” pero humano, a partir de entonces la necesidad de

desprestigiar al enemigo abarcó prácticamente todas las facetas de su vida en discursos que pretendían justificar el ataque del que fueron objeto para apropiarse de sus dominios y de su mano de obra.

ALIMENTACIÓN PURÉPECHA

Al sur del territorio chichimeca, el reino de Michoacán tenía una porción

dentro de lo que actualmente es el estado de Guanajuato, la cual estaba constituida por lo que ahora se conoce como zona de lagos y ciénegas.

Exploradas por los españoles al mismo tiempo que los territorios

chichimecas, estas regiones ya habían sido “descubiertas y conquistadas” desde 1522, fecha en la que las Relaciones Geográficas del siglo XVI manejan la llegada de las huestes de Hernán Cortes a la provincia de

Michoacán después de la rendición de la ciudad de México. De acuerdo con estas mismas Relaciones, la alimentación de la

zona consistía, como entre los chichimecas, en la recolección de

mezquites,13 tunas, pitahayas, xoconoxtles, etc., así como la pesca y la caza. Estas actividades eran posibles gracias a que el clima permitía la

existencia de grandes tunales y bosques xerófitos entre los que pululaba la vida animal desde los venados, las liebres y los conejos, hasta las gallinas de la tierra, gallinas de castilla, codornices y una gran diversidad

de otros pequeños animales comestibles.14 Por su parte, en el río Grande (el Lerma) y en las lagunas de la zona había grandes cantidades de ranas

12 Carta de fray Guillermo de Santa María en Relaciones geográficas del siglo XVI: Tiripitío: pp. 372-373. 13 Relaciones geográficas del siglo XVI , Acámbaro, pp. 66. 14 Ibid., p. 67. Junto con los otros animales, los conejos aparecen también en la Relación de Yurirapúndiro, Relaciones geográficas del siglo XVI , Yurirapúndiro, p. 71.

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y, sobre todo, del pescado que le daba nombre al reino en lengua náhuatl (Michoacán, lugar donde abunda el pescado), entre bagres, charales y

sardinas que se comerciaban entre los pueblos tanto hacia adentro como hacia fuera del reino.

Sin embargo, lo cual marcaba una gran diferencia en la

alimentación, aparte de esto, los purépecha eran ya sedentarios y practicaban una agricultura que ―con un poco de suerte― les permitía una

subsistencia más segura sin tener que depender exclusivamente de las plantas y los animales silvestres. Como resultado de ello, contaban con cultivos de frijol, calabaza, jitomates, “pimienta de las indias” (chile), y

particularmente de maíz, con el que elaboraban tamales triangulares, cónicos o piramidales que constituían la comida típica de la región15 aderezados con salsas de jitomate y chile. Estos tamales, hechos de maíz

hervido con ceniza en lugar de cal, recibían el nombre de corundas, eran más pequeños que los tamales comunes del altiplano central, y en lugar de ser envueltos en la hoja de la mazorca de maíz se envolvían en las hojas

de esta misma planta o bien en hojas de carrizo. Aparte de esto, los purépechas también cultivaban el maguey, del

que sacaban “muchos provechos”,16 es decir, por lo menos mezcal para

masticar, aguamiel, pulque y fibras textiles, y utilizaban recursos menores como podían ser algunos insectos y gusanillos que se criaban en el agua

o debajo de las piedras, los cuales se consumían de maneras diversas.

LA COMIDA MESTIZA EN GUANAJUATO DURANTE LA COLONIA

Consumadas las tres conquistas políticas de la Nueva España (lviolenta la

de México Tenochtitlan, pacífica la del reino purépecha, y a base de dádivas la de los chichimecas) para finales del siglo XVI, y durante toda la colonia, el territorio que luego constituiría el Guanajuato del siglo XIX

formaba parte del Obispado de Michoacán, el cual tenía su sede en la ciudad de Valladolid.

Al dejar de lado la explotación del mundo silvestre, la mayor parte de las poblaciones de la zona del actual Guanajuato se dedicaban princi-palmente al cultivo de cereales y a la ganadería. Por consiguiente, los

productos de estas actividades eran lo que constituía el fundamento de su alimentación, si bien en algunos puntos se daba también gran importancia al cultivo de frutales y, como ya hemos mencionado, hasta existían las

condiciones adecuadas para realizar un cierto tipo de pesca de subsistencia.

15 Ibid., p. 70. 16 Relaciones geográficas del siglo XVI , Acámbaro, pp. 59 y 63.

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Joseph Antonio de Villaseñor y Sánchez en el Theatro americano. Descripción general de los reynos y provincias de la Nueva España y sus

jurisdicciones, publicado en 1745, menciona algunos de los productos de lo que posteriormente sería la intendencia de Guanajuato, con lo que puede notarse no sólo el auge económico de esta tierra, sino también la

variedad alimenticia en la que vivían quienes tuvieran acceso a estas viandas. De esta manera, anotaba, en la ciudad de Celaya y su jurisdicción,

se daba mucha uva y los olivos producían aceitunas de todos los tamaños con los que se hacía un aceite generoso. De la misma forma, mientras en Celaya las aceitunas terminaban convertidas en aceite, en San Luis de la

Paz, las magníficas viñas eran aprovechadas para hacer vinos y aguar-dientes. En Salvatierra, por su parte, continuaba el orgulloso comentarista, se comerciaban semillas y frutas como melones y sandías, en tanto que en

otros lugares del bajío lo que podía verse eran grandes cantidades de haciendas de labor con todo tipo de granos, como en Acámbaro, pese a lo salitroso de su tierra, o Irapuato, en donde las haciendas y ranchos

cultivaban el maíz, el trigo, el frijol y el chile con que se abastecían los reales de minas. Finalmente, el asunto de la carne no era tampoco despreciable, y grandes haciendas ganaderas como las de la villa de San

Miguel el Grande y su jurisdicción se encargaban de aportar este elemento a la dieta regional.17

Como era de esperarse, dada la necesidad de alimentos y materia prima para la industria, en la zona de Guanajuato había una tendencia a que los asentamientos humanos más grandes y de economía diversificada

absorbieran la producción de los más pequeños, dedicados casi exclu-sivamente a la agricultura y la ganadería.

Por lo que toca a los productos alimenticios de consumo generalizado, en general las ciudades podían abastecerse de ellos desde su propio entorno productivo; ese motivo limitó su radio de comercialización. Esto estimuló, en primer término, el establecimiento y desarrollo de relaciones de producción, distribución y consumo dentro de un área más o menos limitada ―cercana a los centros urbanos―lo que permitió la conformación de economías regionales relati-vamente autosuficientes. Para alimentarse y procurarse los medios materiales necesarios para subsistir, las ciudades tuvieron que recurrir al campo que las circundaba. Estos cinturones de abaste-cimiento satisfacían la demanda inmediata de la población. Desde el entorno vital eran suministrados artículos alimen-ticios tales como maíz, frijol y chile, lo mismo que productos

17 Joseph Antonio de Villaseñor y Sánchez , Theatro americano.

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perecederos y manufacturados.18

El principal abastecimiento de alimentos de las ciudades se organizó en dos circuitos: el de los cereales y el de la carne, los cuales

abarcaban una mayor o menor extensión territorial dependiendo de las necesidades de las poblaciones principales.

En el circuito de los cereales se ubicaban de manera sobresaliente

el trigo y el maíz, si bien el destino de uno y otro eran muy distintos pues mientras el trigo se cultivaba principalmente para su comercialización en

las ciudades y ser consumido por españoles, mestizos y mulatos, el maíz era un producto de consumo más local para las zonas rurales indias y mestizas donde se producía, y con él se mantenía a los animales de carga

y se sustentaba la ganadería. En las épocas de carestía, tan frecuentes a finales del siglo XVIII

debido a las sequías y heladas, el maíz era codiciado en todas las regiones.

La reducción de las cosechas provocada por las alteraciones climáticas repercutía gravemente en las reservas alimenticias de los centros urbanos. Cuando eso ocurría, grupos de compradores recorrían las regiones ale-

dañas en busca de alimentos que les permitieran abastecer sus hambrientos mercados. En algunos momentos la situación fue tan

alarmante y la alimentación se tornaba precaria a grado tal, que la gente se veía en la necesidad de consumir alimentos “bajos” tales como pan o tamales de mezquite de los que todavía en 1801 nos habla fray Juan

Navarro como alimento típico de los indios en el Bajío.19 Precisamente para evitar o al menos mitigar estos malos

momentos había instituciones urbanas que controlaban el abastecimiento

y la venta de cereales y harinas, las cuales eran las alhóndigas y los pósitos. La diferencia entre ellos era que mientras las alhóndigas tenían como propósito asegurar el abastecimiento y control del precio de los

granos, los pósitos proveían de semillas a los grupos económicamente más débiles de las ciudades sin participar en el abastecimiento del comercio.20

El circuito de la carne se daba en gran medida en función del

abasto de las ciudades y por consecuencia requería de una organización particular para mantener constante el aprovisionamiento y estables los

precios del producto. Con esta finalidad los cabildos concedían un contrato de abasto o “asiento” que era puesto en subasta y se concedía a quien ofreciera la mayor cantidad de carne (principalmente de res y de carnero)

a un precio razonable.

18 Antonio Armando Alv arado Gómez, Comercio interno en la Nueva España: el abasto en la ciudad de Guanajuato, 1777-1810, p. 46. 19 Fray Juan Nav arro, Historia natural o Jardín americano, p. 80. 20 Rosalía Aguilar Zamora y Rosa Ma. Sánchez de Tagle, De vetas, valles y veredas, La región económica guanajuatense entre 1730 y 1918, p. 117.

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Como puede verse en los libros de cocina de finales del siglo XVIII como el de Dominga de Guzmán, la mayor parte de los alimentos de

españoles y del resto de la población incluían la carne en altas proporciones entre carneros, capones y gallinas, mientras que Luis L. Rodríguez menciona que se incluían en ella frutas que fueron introducidas

a la región de Silao en el último tercio del siglo XVIII por iniciativa de don Juan Mariano de Sardaneta y Llorente, segundo marqués de San Juan de

Rayas, tales como papas, habas, olivos, alfalfa, alcachofas, tunas de alfayucan y otras, además de algunas frutas como fresas, aguacates, peras y ciruelas, que hasta ese momento no se conocían por esos rumbos. 21

Una mezcla equilibrada de estos alimentos animales y vegetales puede advertirse en el consumo que se hacía en el Colegio de la Enseñanza de Irapuato, en donde a las colegialas se les prometía…

… una comida abundante y de buena calidad […] fuera de los casos de enfermedad; dividida en desayuno o almuerzo como chocolate y otro alimento sano. La comida compuesta de buenas sopas, buen cocido, un principio de ave o carnero, dulce o fruta del tiempo; merienda en la misma forma que el desayuno, y cena, consistente en ensalada, un asado de ave o carnero, y el plato de frijoles, que se acostumbra en el Reino...22

No obstante, en las malas épocas esta alimentación peligraba y mucha gente se veía obligada a recurrir a dietas de vegetales como las acelgas,

mezquites, tunas, nopales sancochados y tortillas mezcladas con biznaga con tal de sobrevivir.23 Los desastres naturales modificaban significativa-mente el patrón de consumo de alimentos, y esto pudo notarse

perfectamente durante las sequías y heladas que acabaron con las cose-chas de la Nueva España en 1785 y 1786 causando una horrible hambruna que dejó a su paso un sinnúmero de muertes, enfermedades y un

“retroceso” notable en la alimentación hacia los modelos indígenas previos. América Molina del Villar comenta que en aquellos años las

heladas afectaron severamente a la zona del Bajío y que aunque en

Salvatierra se cosecharon y consumieron cultivos como cacahuate, camote jícama, hortalizas, cebada y legumbres, en el caso de Pénjamo, para evitar

una tragedia aun mayor, el párroco tuvo que recomendar a sus feligreses

21 Luis L. Rodríguez, Lumbre brava de mi pueblo, pp. 55-65. 22 Carta al v irrey de Nueva España aprobando las constituciones formadas por el obispo de Michoacán, Fray Antonio de San Miguel, para el colegio de niñas educandas de Irapuato, con las modificaciones que se expresan. Aranjuez 22 de Febrero de 1806. Archiv o Histórico de la Compañía de María, Mex. D.F.: Serie 1F: 3. en José

Alejandro Valadez Fernández, La Compañía de María en el Bajío: el convento colegio de Nuestra Señora de la Soledad y Enseñanza en Irapuato 1760-1860, s/p. 23 Lucio Marmolejo, Efemérides guanajuatenses, t. II, pp. 22 y 249.

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hacer tortillas con dos terceras partes de olote amasado con sal24 y consumir mezquites frescos. La receta del mezquite era simple: las vainas

secadas al sol se hervían con agua para obtener una pasta que se sazonaba al gusto, y una vez que ésta era triturada en el metate servía para preparar un aceptable atole.25

En otros tiempos, una dieta basada en las vainas de mezquites, los nopales, los cactus, los xoconostles, las tunas, los quelites, las acelgas

y las verdolagas hubiera sido satisfactoria para los indios de la región, pero para finales del siglo XVIII, y en medio de una tradición alimenticia diferente centrada ya en la carne, el retorno a la flora comestible local era vista con

desprecio por una gran porción de los habitantes de la intendencia: los mezquites eran un alimento consumido por los animales silvestres y el ganado, los nopales eran parte del paisaje, y las acelgas eran plantas

nocivas para los cultivos civilizados: no era comida para seres humanos. Fuera de estos desastrosos periodos, es necesario decir que a

pesar de la agregación de tradiciones culinarias, en la alimentación se dio

un consumo diferenciado por razones sociales y económicas. Esto no implica necesariamente una separación cultural entre la comida de los ricos y los pobres, pues finalmente era conocida por todos los grupos, pero sí

había diferencias en los modos de prepararla y esferas dentro de las cuales se consumía en función de sus variantes.26 Valga para ilustrarlo la siguiente

décima citada por el capuchino Francisco de Ajofrín (ya en el siglo XVIII) para mostrar que –aunque no de manera absoluta- había algunas diferencias en lo que consumían los distintos grupos sociales

novohispanos:

Pan, gallinas, buen carnero, queso, vino y aguardiente, hallará aquí prontamente el que trajese dinero; bien sazonado el puchero tendrá en aquesta posada, con más la paja y cebada; para sus mozos atole, pulque, tortillas, clemole. Sí señor ¡Ay, que no es nada!27

24 Virginia García Acosta, Juan Manuel Pérez Cevallos y América Molina del Villar, Desastres agrícolas en México, t. 1, p. 327. 25 AGI, Audiencia de Quito, leg. 589, ff. 595v-596 según notación de América Molina del Villar, “Remedios contra

la enfermedad y el hambre” , p. 199. 26 María del Carmen León García, El libro de Dominga de Guzmán, p. 23. 27 Francisco de Ajofrín, Diario del viaje a la Nueva España, p. 137.

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Esta décima la copió el incansable fraile de la pared de un mesón en Tepeji (en Querétaro) al volver de su viaje a la zona de Guanajuato. En ella se

reflejan las expectativas de que el español o el patrón independientemente de su calidad consumiera alimentos caros y europeos de acuerdo con su estatus, mientras que sus servidores debían conformarse con alimentos

americanos económicos y localmente populares. Aunque los pueblos indígenas del sur y el este de la intendencia de

Guanajuato para finales del siglo XVIII y principios del XIX siguie ran consumiendo sus alimentos tradicionales, la flora y fauna silvestres ya no eran vistas con los mismos ojos. La misma vegetación que antes desper-

taba apetitos ya no pasaba de ser muchas veces sino alimento de segunda para el indio ladino, y apenas algo más que parte del paisaje para las castas, no acostumbradas a un consumo de esa naturaleza; los mismos

animalillos como los conejos, ardillas, lagartijas y chapulines que se con-sumían siglos antes continuaban disponibles para quien pudiera tomarlos, sólo que la gente del campo no los veía ya tanto como alimentos cotidianos,

sino como complementos esporádicos y no pocas veces incluso más bien como plagas que atentaban en contra de sus sementeras y competían con sus animales de corral.

CONCLUSIONES

Si como afirma Guy Rozat “la coexistencia de la república de españoles y

la república de indios escondía la confrontación de dos sistemas culturales” bajo la forma de una guerra de baja intensidad entre dos sistemas de referencias gastronómicas,28 la zona de Guanajuato, sin una gran exube-

rancia originaria de pueblos de indios que conservaran tradiciones locales, ni recién llegados con pasados y culturas uniformes que se impusieran sobre ellas, constituyó un escaparate en donde con el paso del tiempo se

vincularon todas las tendencias. Aportes diversos de culturas contrastantes dieron como resultado una enorme riqueza de sabores, aromas y colores en los alimentos pero no una síntesis donde todas ellas dieran lugar a algo

distinto y original. A lo largo de la colonia, la alimentación en la zona del actual

Guanajuato fue cambiando y enriqueciéndose con la llegada de nuevas plantas, animales y formas de preparar lo previamente existente. De esta forma, a la dieta mesoamericana basada en cultivos como el maíz, el frijol

y el chile, se fueron agregando elementos de la antigua comida española basada en trigo, vino, carnes y lácteos, así como la comida de raíces africanas centrada en plátanos, arroz y legumbres. Sin embargo, no podría-

mos decir que con ello se diera lugar al surgimiento de recetas mestizas

28 Guy Rozat, prólogo en María del Carmen León García, El libro de Dominga de Guzmán, p. 18

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locales, sino más bien a usos alimenticios creados por agregación de tradiciones previas provenientes de distintos lugares y culturas dentro y

fuera de la Nueva España. Con la llegada de los españoles, la dieta de este territorio se había

transformado notoriamente, pero si bien es cierto que la manera de

preparar y consumir la nueva comida adquirió características particulares con el hecho de incluir chiles, ir acompañada de frijoles, comerse con

tortillas y ser generosamente regada con pulque, estos cambios no eran específicos de la zona de Guanajuato, sino generales con respecto a los alimentos cotidianos de Mesoamérica que ya habían comenzado su

mestizaje con los alimentos españoles y africanos desde los primeros años de la conquista en el altiplano central y se habían expandido por medio de los movimientos de poblamiento del bajío y hacia el norte a lo largo del

camino de la plata.

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Aralia López González

Universidad Autónoma Metropolitana

La nana pasa un pañuelo humedecido sobre mi frente. Es inútil. No logrará borrar lo que he visto. Quedará aquí adentro, como si lo hubieran grabado sobre una lápida. No hay olvido.

Castellanos. Balún-Canán (p. 31).

Se puede estar consciente de que no se posee la verdad y sin embargo no renunciar a buscarla. Puede ser un horizonte común…

Tzvetan Todorov. Crítica de la crítica (p. 169).

CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS

Si observamos en conjunto la producción literaria de Rosario Castellanos (1925-1974), tanto la poesía como la narrativa, el teatro, el ensayo y la crítica literaria, es fácil advertir dos preocupaciones mayores: la condición social y existencial de la mujer y la del indígena en la sociedad mexicana; enlazados ambos sujetos sociales por su condición de subalternidad ―incluso de servidumbre― en los espacios rurales y urbanos; localidad, región y nación. Con Balún-Canán (1957),1 su primera novela, se inicia su producción narrativa que, junto con el volumen de cuentos Ciudad Real (1960) y su segunda novela Oficio de tinieblas (1962), forman parte de lo que se llamó Ciclo de Chiapas, en el que los escritores incluidos trataron la agraviada situación social de los indios, descendientes mayas, en Chiapas.2 Por lo mismo a esta parte de su producción se la calificó como

1 México: Fondo de Cultura Económica, 1957 (Letras Mexicanas). Citaré de esta primera edición con páginas de referencia entre paréntesis. 2 Entre los narradores incluidos en el ciclo, contemporáneos a Castellanos, que recrearon la circunstancia indígena en Chiapas, están Antonio Castro con su primera novela Los hombres verdaderos (1959): el título corresponde al modo en que se autonombran los indígenas tzotziles y tzeltales; Eraclio Zepeda con el libro de cuentos Benzulul (1959); María Lombardo de Caso y su breve novela La culebra tapó el río (1962); aunque no

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indigenista, aun sin la aprobación de la autora, quien en una conocida entrevista se expresó así de esa suposición crítica:

Si me atengo a lo que he leído dentro de esta corriente que por otra parte no me interesa, mis novelas y cuentos no encajan en ella. Uno de sus defectos reside en considerar el mundo indígena como exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. (…) Los indios no me parecen misteriosos ni poéticos. Lo que ocurre es que viven en una miseria atroz.3

Lo que la escritora rechaza es el maniqueísmo reivindicativo del indige-nismo tradicional de las primeras décadas del siglo XX, tanto en América Latina como en México, impulsado en este último por el indigenismo oficial de la Revolución Mexicana. Sin embargo, a propósito de Balún-Canán, en la misma entrevista parece aceptar lo “poético” del indio, referido al animismo o pensamiento mágico recreado en la novela, cuando justifica así el lirismo en la expresión de la niña protagonista y narradora de la primera y tercera partes de la obra:

… el mundo en el que se mueve es lo suficientemente fantástico como para que en él funcionen imágenes poé-ticas. Este mundo infantil es muy semejante al mundo de los indígenas, en el cual se sitúa la acción de la novela. (...) Así en estas dos partes la niña y los indios se ceden la palabra y las diferencias de tono no son mayúsculas.4

Argumento que no resuelve en sí el problema de la voz narrativa infantil al que se refiere aquí Castellanos, y que trataremos más adelante. A partir de Oficio de Tinieblas la autora abandona el asunto indígena y se concentra en el de la condición de la mujer provinciana en los cuentos de Convidados de agosto (1964); y en Álbum de familia (1971), libro también de cuentos, continúa con su peculiar “feminismo” pero ya en el ambiente de la clase

pertenece estrictamente al campo literario, Ricardo Pozas con su muy influyente relato testimonial etnográfico, Juan Pérez Jolote (1948); Ramón Rubín con El callado dolor de los tzotziles (1949). Por parecerme interesante, aunque no pertenecen al ciclo, enumero la participación de algunas escritoras que, por la época, elaboraron novelas indigenistas. Entre ellas Magdalena Mondragón que en Más allá existe la tierra (1947), trata la situación de los indios yaquis en Sonora; Concha de Villarreal, quien en Tierra de Dios (1954) relata los despojos de tierras a campesinos mayas en Yucatán; y Rosa de Castaño con Fruto de sangre (1958), donde se refiere a la enorme pobreza de un pueblo indígena cercano a la Ciudad de México. 3 Emmanuel Carballo. “Rosario Castellanos” en Protagonistas de la literatura mexicana (1965), México: Ediciones del Ermitaño y SEP, 1986 (Lecturas Mexicanas 48), p. 531. Sin embargo, cuatro años después, acepta el calificativo de indigenista: “Yo he hecho hasta ahora un tipo de literatura que se llama indigenista. Este es un título que no me gusta, pero que tengo que aceptar, porque es el que le corresponde”. Luis Adolfo Domínguez, entrevista en Revista de Bellas Artes, abril de 1969, fragmento reproducido en Rosario Castellanos. Obras I Narrativa, México: Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 9. 4 Carballo. “Castellanos” en Op. cit., p. 528.

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media del espacio urbano de la Ciudad de México. Sin duda la autora no había agotado todavía su interés literario en este tema, como puede apreciarse en la publicación póstuma de su pieza teatral El eterno femenino (1975), ambientada igualmente en la Ciudad de México. De cualquier manera, vale comentar que la situación de marginalidad de la mujer la había abordado, sin exclusividad, en el anterior ciclo “indigenista”. Sin olvidar que su tesis de Maestría en Filosofía Sobre cultura femenina (1950) la dedicó, mucho antes que en la ficción, al tratamiento pionero del problema de género.

En el sistema de producción de la escritora chiapaneca, se aprecia una continua profundización y ampliación de situaciones y temas recurren-tes, un tanto obsesivos, hasta que parece lograr expresarlos según su deseo. Ella misma explicó su quehacer escritural: “Lo que pasa es que yo escribo para mí. (...) Hay una serie de fenómenos en el mundo que no entiendo si no los expreso… y me interesa entenderlos. En la medida en que yo tengo una serie de semejanzas y de problemas que comparto con otro, se puede establecer la comunicación”.5 Así en el expresar (escribir), está implicado el entender. Nada extraño, pues la escritura literaria permite organizar la propia experiencia de la realidad, que se vive confusamente: especialmente en las experiencias difíciles o traumáticas. Considerando la persistencia de ciertas preocupaciones y su desarrollo en la poesía, el teatro, la narrativa y la ensayística de la escritora, es que me atrevo a proponer sin negarle individualidad a Balún-Canán, que esta novela tiene mucho de ejercicio preparatorio para acometer literariamente, con mayor comprensión y madurez, el problema estructural de carácter multiétnico y multicultural que, desde la independencia, se manifestó ideológica y políticamente como lucha por el poder entre liberales y conservadores. Lo mismo se proyecta al presente, aunque en otras circunstancias y versiones partidarias más actuales. Ejercicio preparatorio, que asimismo, vino a ser el cuento “Primera revelación” con respecto a su primera novela: “Escribí dos cuentos: uno de ellos “Primera Revelación”, es el germen de Balún-Canán”.6

La nación, en cuanto marco referencial y preocupación suprare-gional en sus novelas, no ha sido percibida por la crítica como relevante, pero late embrionariamente en Balún-Canán y se plasma, con énfasis en lo intercultural y lingüístico (lo comunicacional), en Oficio de Tinieblas. En esta novela, además, se incorporan personajes y situaciones semejantes a los de Balún-Canán,7 pero con más desarrollo narrativo, densidad 5 Domínguez. “entrevista de 1969”, en Castellanos. Obras -I- Narrativa, Op. cit, p. 9. Antes, en la entrevista con Carballo consignada en la nota 3, también había planteado que escribir era para ella explicarse las cosas que no entendía, pero no agregaba que también intentaba compartirlas y comunicarse con los demás. (Cfr. P. 530). 6 Carballo. “Castellanos”, op. cit., p.527- 7 El esquema de relación entre la niña y la nana en Balún-Canán se repite en Oficio de Tinieblas, en el de la joven Idolina y su nana Teresa, aunque ahora más activa en el desarrollo de la historia en su totalidad. De la

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histórica, y ya no se ambienta en Comitán, sino que se va ampliando a otros espacios de Chiapas como son Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas) y el paraje de San Juan Chamula. En Oficio de Tinieblas, de modo más categórico que en Balún-Canán, el elemento “extraño” que dispara el conflicto y su trágico desenlace, viene de afuera (Ciudad de México) en la figura de un funcionario del gobierno central, Fernando Ulloa, agente en la novela del cambio social investido de la representación nacional.8

Por lo anterior, Castellanos no se reconocía en la etiqueta indigenista ―como tampoco en la de feminista―, porque su perspectiva socio-histórica y cultural implicaba un mayor horizonte de comprensión, destacando la “nación” excluida en los diversos proyectos nacionales: los indígenas y las mujeres de cualquier etnia o sector social. Para compro-barlo, vale acudir al siguiente comentario de la autora en 1966, publicado recientemente, a propósito de Los ríos profundos (1958) y de Todas las sangres (1964) del escritor peruano José María Arguedas:

Un día pude, al fin, leer Los ríos profundos, y confieso que me decepcioné un poco. El problema indígena (si es que se le puede llamar así) había sido tratado de una manera muy similar a como yo lo intenté en otra novela de cuyo nombre no quiero acordarme. Es decir, desde la infancia, desde antes de tener acceso a la razón. Que se describían con más lirismo que verdad ciertas condiciones de vida y que ante el horror que resultaba de todos esos elementos que se quisieron, en vano, embellecer, no se encontraba más salida que una compasión tan desgarradora como estéril. Pero ahora [refiriéndose a Todas las sangres] José María Argue-das ha tomado conciencia plena no del problema indígena, que es apenas un factor, sino de lo que es su patria: el Perú.” (El énfasis es mío).9

misma forma, sucede con Felipe Carranza Pech y Pedro González Winiktón en cada una de las novelas. Ambos son líderes de la rebelión de los indígenas en contra de los terratenientes; ambos también tuvieron que salir de sus comunidades y trabajaron en Tapachula, donde adquirieron el idioma español como segunda lengua y escucharon a Lázaro Cárdenas, lo que los motivó a abanderar las acciones reivindicativas de los trabajadores indígenas en su comunidad. Sus esposas, en el primer caso Juana, es estéril y antagoniza a Felipe; en el segundo, Catalina, también es estéril y antagoniza a Pedro más radicalmente, convirtiéndose en dirigente religiosa (ILOL) de la comunidad y protagonista de los acontecimientos al interior de la misma. El funcionario que llegó de México para instrumentar la Reforma Agraria, está esbozado en Balún-Canán, Utrillo, germen del Fernando Ulloa de Oficio de Tinieblas. En esta última la pareja de terratenientes, padrastro y madre de Idolina (Leonardo Cifuentes e Isabel Zebadúa), es un desarrollo de la de César Argüello y Zoraida Solís en Balún-Canán. Existen otras concurrencias, pero baste con las mencionadas. 8 En ocasiones se alude a él como “extranjero”, haciendo referencia al separatismo prevaleciente todavía en el Estado chiapaneco; ya que éste había pertenecido a Guatemala, con cierto carácter independiente, antes de que su gobierno local eligiera, al principio del siglo XIX, constituirse en parte de México. Caso semejante fue el de Yucatán. 9 Rosario Castellanos. “La novela como historia: Perú ante Arguedas”, en Andrea Reyes (comp.).Mujer de palabras. Artículos rescatados de Rosario Castellanos, Vol. I, México: Conaculta, 2004 (Lecturas Mexicanas), p. 578.

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Lo citado confirma también lo que he venido planteando en anteriores trabajos.10 En ellos, entre otras cosas, sugerí la filiación neoindigenista para sus dos novelas, considerando que sus obras superaban la corriente indigenista por ampliar su reflexión al espacio y a la historia nacional. Superación que se evidencia, además, en el tratamiento no ideologizado de indios y blancos; tanto como en las desviaciones de la orientación estética realista mediante manejos discursivos ambiguos o poco transpa-rentes, que apelan a la desautomatización interpretativa del lector(a), lo que trataré posteriormente.

Pero, independientemente de la asignación indigenista o neo-indigenista que sólo permite distinguir a estas novelas, razonablemente, de las del indigenismo tradicional, Rosario Castellanos y José María Arguedas coincidieron en el uso de algunos elementos narrativos y, finalmente, en la concepción del “problema indígena” como un problema de la nación. Lo que merece, en rigor, un estudio comparativo entre los dos escritores latinoamericanos. Sobre todo si tenemos en cuenta que la escritora chiapaneca se adelantó al Arguedas de Los ríos profundos (1958) un año antes en Balún-Canán (1957); y, especialmente, dos años antes al de Todas las sangres (1964) en Oficio de Tinieblas (1962).

Aunque las etiquetas clasificatorias y las anticipaciones cronoló-gicas no son los criterios determinantes para juzgar los valores literarios, esto viene a cuento porque la crítica mexicana mantuvo a Castellanos en entredicho ―aun reconocida con premios significativos―, en comparación con la valoración concedida en América Latina a Arguedas;11 y, en México, con la concedida al Carlos Fuentes de La región más transparente (1958) y al de La muerte de Artemio Cruz (1962), novelas inmediatamente contemporáneas a las de la escritora. No desconozco la deslumbrante creación verbal de Arguedas. Tampoco la de Fuentes y sus innovadoras contribuciones a la novela mexicana, por lo que fue saludado merecida-mente como el novelista nacional de la época. Sin embargo, no me parecen equitativos los siguientes comentarios de Emmanuel Carballo con respecto a Fuentes y a Castellanos en su ya citado libro de entrevistas. El crítico dijo del primero: “Arreola y Rulfo son nuestro pasado inmediato; Fuentes, el profeta de la nueva literatura”.12 En contraste, calificando como el mejor libro de la segunda a Convidados de agosto (1964), juzgó de esta manera al texto y a la autora: 10 Aralia López González. La espiral parece un círculo: narrativa de Rosario Castellanos, México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 1991 (Texto y Contexto, 3), y “Oficio de Tinieblas: novela de la nación mexicana” en Revista La Palabra y el Hombre, México: Universidad Veracruzana, enero-marzo, 2000 (No. 113), pp. 119 a 126. 11 Aunque es bueno recordar la poca importancia que en la década de los años sesenta, le dieron a su obra importantes críticos como Emir Rodríguez Monegal y Luis Harss, igual por su regionalismo e indigenismo. Más que nada, también, por su adhesión a una literatura “comprometida” lo que ya tenía mala reputación en las proximidades del boom, con su despliegue de innovaciones formales y experimentaciones con el lenguaje. 12 Carballo, “Fuentes”, Op. cit., p. 539.

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… aún no arrincona en el olvido una de nuestras mayores deficiencias narrativas: el propósito didáctico. Hasta ahora Rosario Castellanos ha sido en cuentos y novelas una ensayista más que una narradora. Su inteligencia la ha traicionado: comenta y juzga con tanta pasión lo que está narrando que se olvida del lector, (...) A los tres cuentos y a la novela corta que recoge en este volumen les sobra univocidad y les falta, en igual medida, la equivocidad de las auténticas obras de arte”.13 (El énfasis es mío)

Y con respecto a su prosa narrativa en general, en la misma entrevista comentó lo que sigue:

Entre la prosa de sus compañeros de promoción, la de Rosario Castellanos es la mejor construida e ideológica-mente la mejor orientada. (No puede decirse, en cambio, que sea la más hermosa, la más significativa ni la más innovadora.) El ensayo y la crítica de libros (actividades que ejerce en forma esporádica) le permiten reafirmar dones que todos le reconocemos: la sagacidad y la ironía…14 (El énfasis es mío)

Quizás el proyecto narrativo mismo de Castellanos, planteado como el de escribir para entender y hacer entender los fenómenos que la rodeaban, sin tomarlo literalmente pero sí admitiendo dentro de su actitud estética otras en íntima relación de tipo epistemológico y ético ―tal como ella entendía su propia práctica literaria y la función de la literatura―, se percibió como un rezago en contraste con el ímpetu experimental que surgía en las Letras del país y en las de Latinoamérica. Sin dejar de destacar el peso crítico de Carballo en ese periodo. Por eso no puedo pasar por alto algunas de sus valoraciones sobre Castellanos: 1) Es “más ensayista que narradora”, ignorando los extensos pasajes ensayísticos de Fuentes en La región más transparente. 2) “Su inteligencia la ha traicionado”, refiriéndose a lo valorativo y conceptual de su narrativa, pero creo que es bastante obvio que eso no se diría de un hombre. Es evidente que las irremediables actitudes patriarcales y sexistas, ponen su huella en la apreciación crítica de Carballo, ya que como lo trató Castellanos en Sobre cultura femenina, la cultura masculina juzgaba la inteligencia en la mujer como anomalía (¿traición?) y proclividad al error. 3) [a sus obras narrativas] “les sobra univocidad y (...) le falta la equivocidad” del arte y, además, son didácticas. Afirmar esto implica no haber leído con atención

13 Carballo, “Castellanos”, Ibid., p. 533. 14 Ibid., pp. 519-520.

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a la autora, como se verá posteriormente, porque si algo no le falta a su discurso narrativo es equivocidad o ambigüedad artística. 4) Cuando dice, “El ensayo y la crítica de libros (… que ejerce esporádicamente)”, “lo esporádico” resulta discrepante ―aun considerando que la entrevista está fechada en 1962―, porque para 1965, año de publicación del libro de Carballo, la escritora tenía a su haber Sobre cultura femenina (1950), Novela picaresca española (1962), los ensayos literarios que se reunieron en Juicios Sumarios (1966) ―libro de 434 páginas―, y muchos de los comentarios periodísticos que recopiló Andrea Reyes en la reciente edición de Mujer de palabras (2004).

Por otra parte, poco favorecía a la misma Castellanos la severa autocrítica que ejerció sobre su obra. En el comentario con respecto a Arguedas, se refiere implícitamente a Balún-Canán como “una novela de cuyo nombre no quiero acordarme”. Y en la entrevista con Carballo, años antes, además de que se dedica a enumerar los defectos de sus poemarios, también la juzga fallida por su estructuración; por la disonancia lógica entre el discurso en primera persona y la edad de quien supues-tamente lo emite; y por la ruptura en el estilo debido a la discursividad repartida entre dos narradores con puntos de vista distintos. Tal parece que no consideró la legitimidad del procedimiento en función de que en la novela se cuentan dos historias con propósitos distintos, aunque se relacionan y se explican entre sí:

Está dividida en tres partes. La primera y la tercera, escritas en primera persona, contadas desde el punto de vista de una niña de siete años. Este hecho trajo consigo dificultades insuperables. Una niña de esos años es incapaz de observar muchas cosas y sobre todo expresarlas. (...) El núcleo de la acción, que por objetivo corresponde al punto de vista de los adultos, está contado por el autor en tercera persona. La estructura desconcierta a los lectores. Hay una ruptura en el estilo, en la manera de ver y pensar. Esa es, supongo, la falla principal del libro. Lo confieso: no pude estructurar la novela de otra manera.15

En el contexto literario de la época, y desde la exigencia de rigor de la filósofa y la docente académica que convivían en Castellanos, es posible que por una concepción no despegada del todo de la normatividad de los géneros, la estructura de Balún-Canán pareciera desconcertante. En la actualidad no creo que así lo parezca. En cuanto al problema de la focalización en una niña-personaje en quien se deposita, proyectivamente, la voz y la memoria de una narradora que se identifica con ella como medio

15 Ibid., pp. 527-528.

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para evocar la infancia (de ahí el tono lírico propio del recuerdo), Castellanos reprueba el recurso tanto en su novela como en la de Arguedas: quien funde también al narrador y al personaje, apenas adolescente, en Los ríos profundos. Sin embargo, que yo sepa, en el caso del escritor peruano los críticos no manifestaron extrañeza alguna. Al contrario, Arguedas se convirtió en un escritor canónico gracias a esa novela. En el discurso lírico del narrador-protagonista, no se subrayó la discrepancia lógica o inverosimilitud entre la edad del personaje y el discurso narrativo, seguramente se entendió como licencia “poética” de la ficción. Asimismo, se apreció como lograda síntesis lingüística y cultural de lo quechua y de lo español, con base en la biografía de Arguedas y su adhesión cultural identitaria al mundo indígena. No ignoro las diferencias entre ambos escritores, pero a los efectos de este trabajo, sólo intento destacar las coincidencias en comparación con la autocrítica de Castellanos, y con el tratamiento crítico –todavía influyente– de sus contemporáneos.

Lo extraño para mí es que Castellanos no advirtiera, con más atención, su relativa afinidad con el escritor peruano y mucho menos su anticipación a él. Tampoco advirtió la innovación que representaba entonces su abordaje multiétnico, multicultural y de género (perspectiva multirreferencial) en la visión de lo nacional y en la narrativa mexicana en particular. Desde luego, no podía suponer que se había anticipado también a lo que muchos años después ―dentro de la llamada posmodernidad―, iban a ser los estudios culturales, los de la subalternidad, los postcoloniales y los de género. Debido a esta lucidez “profética” del horizonte conceptual de la chiapaneca, sus novelas “regionales” se redescubren actualmente y reciben una especial atención de la crítica, en particular de la femenina y feminista. Tal vez esta concepción multirreferencial, incluso transdiscipli-naria, explica el antimaniqueísmo y la distancia crítica en el tratamiento de los sujetos y conflictos sociales representados en sus obras.16

ORIENTACIÓN REALISTA: DIVERSAS LECTURAS

En general, la narrativa de Castellanos ha sido ubicada dentro de la estética realista sin más diferenciaciones. Ella misma sólo especificó que se trataba de realismo crítico. Sin duda, Balún-Canán y Oficio de Tinieblas tienen vocación realista, por lo mismo admiten diversas lecturas extralite-

16 Es cierto que Castellanos no se identificó, como Arguedas, con la sociedad indígena; pero tampoco se reconoció en su clase criolla. Como la niña de Balún-Canán, se instaló en un desarraigo desde donde observaba crítica y existencialmente. Pero trató al “indio vivo” en interacción con el todo social en presente. En cambio, en La región más transparente, Fuentes abordó lo indígena desde una distancia mítica: son los casos de los personajes Teódula Moctezuma e Ixca Cienfuegos.

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rarias con base en aproximaciones críticas de carácter sociológico, antropológico y cultural, histórico, político y económico, comunicacional, feminista o psicoanalítico. Pero en el caso de Balún-Canán, considerando especialmente las partes primera y tercera, también se puede hacer una lectura en términos de novela de aprendizaje, con evidentes contenidos autobiográficos.17 Igualmente, admite un enfoque comunicacional, de acuerdo a la importancia que adquiere en la novela la incomunicación lingüística y cultural entre la comunidad indígena y la sociedad criolla (ladina). Estas formas de lecturas son las que privilegio, porque permiten hacer relevante la relación afectiva y comunicativa entre la nana y la niña, mediante la cual ésta tiene la oportunidad de reconocer al otro ―los otros―, posibilitando el desarrollo de su conciencia social e histórica. En contraste, la niña-personaje va advirtiendo la incomunicación que divide en dos a la sociedad comiteca (por extensión a la regional y a la nacional): escisión entre lo que podríamos llamar una nación imaginaria proyectada a la europea, y la nación real, predominantemente indígena y mestiza, cuya mitad es femenina, excluida de los beneficios y derechos de la primera. Esta disociación entre lo que se desea e imagina, y lo que es realmente, se ha interiorizado en lo individual y colectivo con efectos desastrosos para el logro de una nación democrática capaz de asumir creativamente, su historia y sus diferencias étnicas como “capital” humano y cultural.

En cuanto al tratamiento realista de Balún-Canán, éste se ve intervenido por variables simbólicas en sus tres partes. Tales son los sueños, los presagios, la imaginería cristiana e indígena que se entrecruza, animales totémicos como el venado (Cfr., pp. 68 y 69), y seres legendarios como el tzulúm: su nombre significa ansia de morir y se mueve sólo por voluntad de mando (Cfr. pp. 19 y 21); elementos naturales como el viento y el río que se personifican y adquieren matices simbólicos. Pero sólo me ocuparé más adelante de tres objetos comunes que operan como claves

17 Tales son, en lo doméstico, la relación de la niña Castellanos con la nana Rufina, quien le contaba relatos en los que mezclaba contenidos míticos e históricos. Su cercanía con la servidumbre indígena. En la constitución familiar, el padre –César Castellanos– era finquero y descendiente de apellido de abolengo social en Comitán. Otros apellidos de este tipo que aparecen en la novela, son Arguello, Rovelo y Mazariego. La madre, Adriana Figueroa –en la narración Zoraida Solís–, pertenecía a una familia sin bienes ni linaje. Para ella, el matrimonio con Castellanos casi veinte años mayor, supuso un ascenso social; y, en efecto, su hijo predilecto era el varón porque aseguraba la continuación del apellido y de la propiedad. El hermano –Mario Benjamín– era un año menor que Castellanos –hija primogénita también en la novela– poco apreciada por los padres en comparación con Mario. Este hermano murió a los 7 años, posiblemente de apendicitis. Su muerte provocó una gran alteración emocional en la madre quien llegó a desear la muerte de la hija y no la del hijo varón. En la novela, sin embargo, se alteran las edades reales en los niños personajes: la niña tiene 7 años y, cuando muere Mario, tiene 6, lo que se explicará más adelante. Las leyes de Reforma Agraria, por otra parte, afectaron la extensión de tierras que poseía el padre y, por tanto, el poder económico y social de la familia. Esto indujo a los padres a trasladarse a la Ciudad de México, lo que permitió a la joven Castellanos hacer estudios superiores. Existen otros elementos autobiográficos incluso en cuanto a las reacciones íntimas de la niña Castellanos frente a su situación familiar, pero baste con las mencionadas. V. “Rosario Castellanos” en Emmanuel Carballo. Los narradores ante el público, México: Mortiz, 1966. Samuel Gordon. “El pasado y la ira”, Revista Cultura Sur, México, núm.13, 1991. Rosario Castellanos. Cartas a Ricardo. México: CNCA, 1996 (Memorias Mexicanas).

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simbólicas en el relato: el cofre de la nana, las piedritas de Chactajal que la niña le regala a la nana y la llave que ésta roba del oratorio. Asimismo, en el discurso de disposición realista se intercalan otras formas discursivas de la cultura oral como canciones y cuentos populares; la versión libre del Popol Vuh y del Génesis en el relato cosmogónico de la nana (Cfr., pp. 28 a 30); el cuaderno escrito en español por un indio castellanizado ―memoria de la tribu―, que ¿prueba? la propiedad ¿legítima? de los Argüellos con respecto a Chactajal. (Cfr., pp. 56 a 60); la oración tutelar con la que la nana despide a la niña antes de su viaje a Chactajal: ¿viaje de iniciación? (Cfr., pp. 62 a 64); soliloquios en la segunda parte; las cartas del padre ―César Argüello―, en la tercera, etcétera. Todo lo anterior enriquece y amplía la realidad a la que se refiere el discurso, y rebasa su filiación realista otorgándole opacidad y ambigüedad semánticas.

ORGANIZACIÓN DEL DISCURSO: NUMERACIÓN Y NUMEROLOGÍA

Balún-Canán está organizada en tres partes: número perfecto de completamiento según Pitágoras, ya que indica principio, medio y fin. Número de la tríada familiar: padre, madre e hijo; y símbolo cristiano del uno ―Dios― en tres personas: padre, hijo y espíritu santo: la Trinidad. Pero en las culturas amerindias, también corresponde a la tríada rayo-trueno-relámpago, como símbolo de un Dios de las tormentas, hura-canes y meteoros.18 En los presagios de la nana, se advierte sobre futuras tormentas: “No es tiempo de diversiones, niña. Siente: en el aire se huele la tempestad.” (p. 19); la niña privilegia el viento y la palabra meteoro: “yo escogí, desde el principio, la palabra meteoro. Y desde entonces la tengo sobre la frente, pesando, triste de haber caído del cielo.”(p. 13).

En la primera y tercera partes se cuenta, en primera persona, la historia de la niña protagonista, dentro de su núcleo familia, una historia infantil en la que va asumiendo la destrucción de su mundo y también el acabamiento de su infancia ―inconciencia―, para acceder a la conciencia existencial e histórica en un proceso de individuación que pasa por el enfrentamiento con la muerte, el sentimiento de culpa y la soledad (Cfr., p. 292 y fin de la novela). Se acabaría, pues, una etapa de la vida y se iniciaría otra que lleva a la adultez. Esta narración está distribuida discursivamente en cada una de sus dos partes, en 24 capítulos, que en total agrupan 48 capítulos. En la primera edición ―la que utilizo―, ambas partes suman 139 páginas.

La segunda parte se hace cargo de una historia colectiva de carácter épico, en cuanto se representa el conflicto y el desenlace de la

18 Cfr. Jean Chevalier/Alain Gheerbrant. “Trinidad”, Diccionario de Los Símbolos, Barcelona: Editorial HERDER, 1993, pp. 1025 y 1026.

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lucha social entre la “casa grande” del patrón terrateniente de Chactajal y los “siervos” indígenas. El desenlace apunta a la derrota del régimen señorial, que debe dar paso a un nuevo orden social. También implica la terminación de una etapa histórica en la región y en el país. Intercaladas, por medio de soliloquios, se relatan brevemente las historias personales y los pensamientos de César Arguello, Zoraida y Ernesto (el falso maestro). Asimismo se narra la relación de éste último (hijo “bastardo” del hermano difunto de César) con Matilde (prima “solterona” de Argüello), historia de incomunicación, desencuentro, malos entendidos y sadomasoquismo entre hombre y mujer, que culmina con la muerte de ambos. Lo narrado en la segunda parte, se distribuye en 18 capítulos a lo largo de 142 páginas. Casi las mismas que ocupan en total las partes primera y tercera ―la historia individual de la niña en el contexto familiar―, que enmarcan a la segunda ―la historia del conflicto colectivo entre su familia y la comunidad indígena. Aquí se trata de un tema nacional: el de la lucha por la tierra, núcleo de la acción revolucionaria bajo el liderazgo de Emiliano Zapata; y motivo recurrente de las muchas rebeliones indígenas en Chiapas desde el siglo XVIII.19

Sorprende el cuidadoso y equilibrado diseño distributivo que, por lo menos en su paginación, evidencia el mismo rango de importancia que le otorga la autora implícita a ambas historias. Pero, lo más sorprendente es la investidura simbólica que en términos paratextuales adquiere, numerológicamente, la distribución capitular del texto, en total 66 capítulos, dando lugar a un plano de significación en clave simbólica, en el que se mezclan las creencias cristianas y las indígenas: interculturalidad de las representaciones simbólicas que trascienden la dimensión histórica de los acontecimientos narrados en el texto, aunque sin excluirla, y al mismo tiempo apunta hacia otros niveles de sentido. Castellanos, como el peruano José Carlos Mariátegui ―pensador marxista antidogmático―, parece decirnos que no hay revolución o cambio social que valga, si no se atiende y entiende la dimensión cultural de los sujetos históricos y las representa-ciones simbólicas que los orientan, a modo de determinaciones ―también históricas― en sus reacciones y acciones. Es decir, si no se toma en consideración en el nivel existencial, el carácter cultural-simbólico de las subjetividades en lo individual y en lo colectivo. Lo que supone, a diferencia del racionalismo a ultranza, considerar la producción mítica, mágica, religiosa: simbólica, de los seres humanos, en el rango de “otra” raciona-lidad distinta pero no exenta de pensamiento y juicio. En esto, entre otras cosas, consistió la visión avanzada de Castellanos en términos de mul-tirreferencialidad. Esto demuestra la densa equivocidad de su escritura, lo que llamo “acertijos” narrativos de la autora chiapaneca.

19 V. Antonio García de Léon. Resistencia y utopía, México: Era, 1985 (2 tomos).

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Con frecuencia se piensa que la función simbólica (imaginativa, trascendente), que opera analógicamente relacionando distintos planos de la realidad, es irreconciliable con el análisis objetivo de los hechos históricos. Pero no es así. Lo simbólico, connatural al fondo común del psi-quismo humano, añade ciertos valores en el plano espiritual a los hechos concretos, sin anular sus valores propios en el plano de la realidad histórica. Cirlot lo explica de este modo:

Este lenguaje de imágenes y emociones, basado en una condensación expresiva y precisa, que habla de las verdad-es trascendentes exteriores al hombre (orden cósmico) e interiores (pensamiento, orden moral, evolución anímica, destino del alma), presenta una condición (...) que le confiere indudable dramatismo. Efectivamente, la esencia del símbolo consiste en poder exponer simultáneamente los varios aspectos (tesis y antítesis) de la idea que expresa. Daremos de ello una explicación provisional; que el incons-ciente, o “lugar” donde viven los símbolos, ignora los distingos de contraposición. O también, que la función sim-bólica hace su aparición justamente cuando hay una tensión de contrarios que la conciencia no puede resolver con sus solos medios.20

Bien, en la teoría simbólica los números adquieren significados, equi-valentes a ideas, que se repiten a lo largo de las muy diversas épocas y culturas. Sin consideramos la división tripartita y capitular de Balún-Canán: 24–18–24 (XXIV–XVIII–XXIV), salta a la vista que a 18 le faltan 6 para llegar a 24. O que a 24 le sobran 6 para equipararse con 18. La segunda parte es tan extensa como la suma de la primera y de la tercera. Incluso tiene capítulos muy largos en comparación con la brevedad de los capítulos de las otras dos. Con ese cuidado de la simetría que se observa en la distribución discursiva, no me pareció gratuita la diferenciación numérica entre las partes. Y, en efecto, si el núcleo de la acción es la segunda parte en cuanto ruptura del orden económico y social; en la tercera se asiste a la ruptura catastrófica del orden familiar de la niña por la muerte del hermano, el hijo varón preferido de los padres y depositario del linaje de los Argüellos. Mario muere en la novela a los seis años de edad, aunque sabemos que en la realidad muere a los siete. ¿Por qué el desajuste, en este caso, con lo autobiográfico? ¿Por qué la coincidencia de que falte o sobre un seis en los capítulos? ¿Falta el hijo y sobra la hija? Aunque, más bien, ¿qué significa simbólicamente el seis? En el Diccionario de los símbolos se dice que es la fuente de todas las ambivalencias, que inclina al bien y al mal, a

20 Juan-Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos, Barcelona: Editorial Labor, 1969, p. 35.

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la unión y a la desunión. En la Biblia es el número de la Creación: termi-nación de la tarea divina, pero también significa la oposición entre la criatura y el creador. A modo del ángel caído, al ser humano le falta lo divino y le sobra Luzbel, o simplemente el bien y el mal conviven irremediablemente en la “criatura” acercándolo algunas veces y apartán-dolo casi siempre de su Creador.21

Por otra parte, en el mismo Diccionario, se afirma que en la simbólica maya el sexto día pertenece a los dioses de la lluvia y de la tormenta. Seis es un número nefasto: es también el día de la muerte.22 Balún-Canán está llena de augurios y presagios de muerte. En relación con la experiencia de la niña, en la primera parte, ésta entra en contacto con la muerte cuando llega a la casa el indio macheteado:

Venía desde lejos. Desde Chactajal. (...) Y allí, él. Desangrándose sobre una parihuela que cuatro compa-ñeros cargaban. (...) Y al moribundo le alcanzó el aliento para traspasar el umbral de nuestra casa. (p. 31).

La niña quiere saber, “necesita saber” por qué lo mataron y la nana le contesta:

Lo mataron porque era de la confianza de tu padre. Ahora hay división entre ellos y han quebrado la concordia como una vara contra las rodillas. El maligno atiza a los unos contra los otros. Unos quieren seguir, como hasta ahora, a la sombra de la casa grande. Otros ya no quieren tener patrón. (p. 32).

La conmoción de la niña se expresa en una especie de alucinación en la que la madre deja caer a los pies de una mujer pobre (la tullida), la entraña sanguinolenta de una res sacrificada. Y el padre, indiferente, está rodeado de esqueletos sonrientes, con una risa silenciosa y sin fin. Mientras, la nana lava la ropa de la casa en un río rojo y turbulento. (Cfr., pp. 32 y 33). Es en este capítulo, el X, cuando la niña refiriéndose al indio asesinado y a los cuidados de la nana, dice: “Es inútil. No logrará borrar lo que he visto. Quedará aquí, adentro, como si lo hubieran grabado sobre una lápida. No hay olvido.” (p. 31).

En esta misma primera parte, Ernesto mata al venado, animal sagrado de la comunidad indígena. La niña y Mario se acercan y la primera describe así la escena:

21 Chevalier. “Seis”, en Op. cit., p. 919. 22 Ibid., p. 921.

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No sabíamos que fuera tan fácil morir y quedarse quieto. Uno de los indios, que está detrás de nosotros, se arrodilla y con la punta de una varita levanta el párpado del ciervo. Y aparece un ojo extinguido, opaco, igual a un charco de agua estancada donde fermenta la descomposición. (p. 68).

Lo anterior, anticipa el desmoronamiento del orden señorial existente hasta entonces, rubricado en la segunda parte por el incendio del latifundio de César Argüello, y por el asesinato de Ernesto en venganza de la muerte del venado. En la tercera parte, muere Mario: ¿el sacrificado? Y la nana es despedida de la casa. ¿La muerte es la cifra del destino, la que falta o la que sobra en los deseos y proyectos humanos? ¿O es, por el contrario, el horizonte abierto a la renovación infinita de esos deseos y proyectos?

Mario se malogra a los seis años, y con él también se malogra el futuro promisorio de los Argüellos. Para la niña-protagonista, se cancela la infancia ¿a los siete años? Es posible, por lo menos simbólicamente en el recuerdo. Con el enfrentamiento a la muerte, al derrumbe familiar y al del orden social, se esfuma la inocencia. Pero, al mismo tiempo, se abre una posibilidad “otra” aunque de signo incierto. ¿En esto consiste la existencia y la historicidad humanas? De cualquier manera, la niña ha dicho que “no hay olvido” y ha establecido, también, un pacto de reparación con la me-moria agraviada de la nana indígena y con la de Mario: memoria comprometida de la cual la novela es un evidente resultado literario.

Sin embargo, aún se pueden observar otros aspectos del manejo numerológico. El total de los capítulos de la novela, suman 66: en el 6 está implícito el 3 y en el 66 se dobletea el seis. Le falta otro seis para convertirse en 666: el número de la Bestia, del Anticristo en el Apocalipsis. Es una cifra de hombre, como el tzulúm, tal como lo describe la nana: es hermoso, nadie se le resiste si se topa con él. Este ser simboliza la voluntad de poder, de mando, y asociada al poder aparece la muerte según la creencia indígena. Es también la pasión sexual incapaz de ser satisfecha, por eso en la novela el tzulúm sólo se lleva, supuestamente, a Angélica y a Matilde –mujeres reprimidas a la sombra de los Argüellos (Cfr., pp. 20-21; y p. 219). En Balún-Canán, se mezcla el diablo de la mitología católica con el Catashaná ―el mismo diablo― de la mitología popular indígena. También lo representa el hermoso y maligno tzulúm. No son diferentes, en este caso, en el pensamiento mágico existente en las dos culturas, el diablo, Catashaná y el tzulúm: principio del mal, en contrapeso con un buen Dios-Padre ¿a quien le falta el hijo?

Pero en el caso de la espiritualidad indígena, éstos también se han quedado sin dioses y sin su “palabra”, capaz de oponerse al mal. Motivo del acabamiento de su cultura, como lo indican los epígrafes en las tres

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partes de la novela. Se trata de remontar esta pérdida de la palabra sagrada, la de la memoria, tal como se plantea al inicio de Balún-Canán, en la voz de la nana en diálogo con la niña; “… Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria.” (p. 9). También como se aprecia en la palabra escrita por el indio, que atestigua la propiedad de Chactajal en manos de los Argüellos, cuaderno que la niña lee: “la herencia de Mario”:

“Yo soy el hermano mayor de mi tribu. Su memoria. Estuve con los fundadores de las ciudades sagradas. (...) . Aquí, en el lugar llamado Chactajal, levantamos nuestras chozas; (...) Ay, nos regocijaba creer que nuestra existencia era agradable a sus ojos. Pero ellos, en su deliberación, nos tenían reservado el espanto. Hubo presagios. (...) Altaneros, duros de ademán, fuertes de voz. Así eran los instrumentos de nuestro castigo. (...) Vimos todo esto, y en verdad, no morimos. (...) Vino primero el que llamaban Abelardo Argüello… [luego] José Domingo Argüello… Josefa Argüello… Rodulfo Argüello… Estanislao Argüello…” (pp. 56, 57 y 58, cap. XVIII, primera parte).

Pero ¿cómo remontar esta pérdida de la memoria colectiva y de la palabra sagrada? Además de con la palabra jurídica (leyes) que debe reparar la larga serie de atropellos históricos, también con la palabra comunicativa en el ejercicio cotidiano de una sociedad que se acepte a sí misma como intercultural. Aprovecho para subrayar ahora, la interco-municación que existe entre las partes y entre sus capítulos en Balún-Canán. No trataré estas correspondencias que, igualmente en el modo de distribuir el discurso e interrelacionar los capítulos con los mismos números, amplia el sentido de los acontecimientos narrados. Como ejemplo sólo señalaré la relación del cap. XVIII de la primera parte (el de lo citado anteriormente), con el XVIII que cierra la segunda, y en el cual Ernesto va en camino hacia Tuxtla para llevar la carta de César en la que denuncia la insubordinación de los indios y los daños causados. La carta no llega, pues todavía en Chactajal la rompe una mano anónima, la misma que antes le disparó al entrecejo, asesinándolo: así queda vengada la muerte imprudente del venado totémico, que Ernesto llevó a cabo (cap. XXII, primera parte); y su escarnio a los indígenas como falso maestro, en complicidad con Argüello para burlarlos y burlar las leyes. Relacionados con los anteriores, en el cap. XVIII de la tercera parte, muere Mario ―la voluntad de los brujos de Chactajal se ha cumplido―, no habrá más herederos de los Argüellos.

Queda patente que la voz de los dioses parece haber regresado para los indígenas; voz que históricamente es la de Cárdenas, oída por

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Felipe en Tapachula y trasmitida a la comunidad. Lo mismo que la “voz” escrita de las nuevas leyes. La memoria indígena despierta y, por lo menos en el texto, se interrumpe la “dinastía” de los Argüellos, enumerados en el escrito del indio: Abelardo, José Domingo, Josefa, Rodulfo, Estanislao, Otilia… Nombres que aparecen como fallecidos en la cripta de los Argüellos, donde sólo falta la inscripción del nombre de Mario, recién-temente muerto (p. 290, tercera parte, cap. XXII relacionado con la muerte del venado en el XXII de la primera parte). No estará el de Ernesto: Argüello pero “bastardo”. Si se lee la novela no en dirección lineal continua, sino saltando entre los capítulos encabezados por el mismo número en las tres partes, se observará que no cambia en conjunto la historia relatada, pero se revelan distintos planos de realidad y de significación, así como la polivalencia del sentido global de la narración. En la familia de la novela, falta finalmente Mario: es una ausencia, un vacío de valor como en la significación del cero, descubrimiento de los mayas mil años antes de que este concepto matemático fuera conocido por los europeos. En el Diccionario de los símbolos ―parece que aludiera a Mario― se dice lo siguiente:

En la mitología del Popol Vuh el cero corresponde al momento del sacrificio del dios héroe del maíz por inmersión en el río, antes de que resucite para subir al cielo y convertirse en sol (...) este momento es el de la desin-tegración de la semilla en la tierra, antes de que la vida se manifieste de nuevo. (...) En la glíptica maya, el cero se representa mediante la espiral, lo infinito abierto por lo infinito cerrado.23

Las coincidencias significativas de los números con algunos de los contenidos narrativos más significativos, me parecen demasiadas para ser obras del azar, sobre todo si nos lleva mediante un esfuerzo hermenéutico, al encuentro de otros planos no explícitos de significación que amplifican el sentido de la novela: vida y muerte, los términos del ciclo constante de regeneración y desaparición de la naturaleza en las culturas agrarias. Es esta también la rueda cíclica de las generaciones en la historia humana. La misma que va de las certificaciones de apellido y propiedades a la inscripción final de nombres sobre una lápida funeraria. Vida-muerte-vida-muerte-vida-muerte… sin fin, recordando a José Gorostiza, poeta signi-ficativo para Castellanos.24 ¿Se trata de esperanza o de desesperanzada

23 Ibid., pp. 276 y 277. 24 De Gorostiza Castellanos dice lo siguiente: “…leí Muerte sin fin, que me produjo una conmoción de la que no me he repuesto nunca. (...) Es el poema mexicano por excelencia. (...) Este tipo de poesía, que lleva la inteligencia a una combustión próxima a la luz, es el que yo quisiera escribir. (...)” . Y agrega que le disgusta la

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resignación? En la producción simbólica trascendente de las culturas y en sus literaturas, seguramente se encuentra la respuesta.

MEMORIA(S): LO NARRADO Y LOS NARRADORES

A cada historia corresponden dos voces narradoras y focalizaciones distintas. En las partes primera y tercera como ya se ha dicho, se cuenta la infancia de una niña de siete años, que no tiene nombre, narrada en primera persona y desde su punto de vista. Es la hija primogénita del matrimonio Argüello, que de la seguridad de un mundo familiar establecido ―casi un paraíso―, descrito en la primera parte, transita ―pasando como testigo relativamente inconsciente de la segunda―, a una forzada madurez en la tercera donde afirma su deseo de sobrevivir: “Pero Mario no puede correr; está enfermo. Y yo no puedo esperar. No, me marcharé sola, me salvaré yo sola.”. (p. 280). En esta parte asume una realidad quebrada ―expulsión del paraíso―, enfrentando separaciones que preludian la muerte y pérdidas irreparables: 1. La separación de la nodriza y nana india a quien despide la madre, también sin nombre en la novela, que es su fuente de amor y de conocimiento: “Entonces, como de costumbre cuando quiero saber algo, voy a preguntárselo a la nana.” (p. 27, cap. IX, primera parte). 2. La muerte del hermano –Mario– preferido de los padres por ser varón, el más querido, el más guapo, el más inteligente en comparación con ella. La niña tiene rivalidad y celos de Mario, lo que no excluye el amor, por eso el sentimiento de culpa a su muerte. (Cfr., pp. 281 a 283. cap. XVIII, tercera parte).25 3. La ausencia del padre que se va a Tuxtla ―capital del Estado―; la ausencia de la madre que se recluye en su cuarto, por el dolor y el duelo a la muerte del hijo preferido. (Cfr. P, 285, cap. XX, tercera parte). El aspecto del hogar descrito por la niña hacia el final de la novela, es el de un sepulcro, el de la desolación y la muerte. La cocina, espacio por excelencia de la nana en su carácter nutricio, sin ella aparece congelada:

Voy a la cocina. En el fogón el copo enfriado de ceniza. En las alacenas, durmiendo un sueño definitivo, los trastes. Las ollas con su gran panza de comadre satisfecha. Las tazas de ancha risa. Los tenedores con sus patitas de garza. Muertos. Y el comedor donde un orden frío impera. Y los muebles de la sala sobre cuyo dorso indefenso cae una lluvia de polvo.

poesía sentimental, pues trata de experiencias que no se rescatan del devenir de la realidad. Carballo, “Castellanos”, Protagonistas…, p. 526. 25 – ¿No quieres ver a tu hermano por última vez? Vuelvo la cara con repugnancia. No, no lo podría soportar. Porque no es Mario, es mi culpa la que se está pudriendo en el fondo de ese cajón. (p. 283).

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El oratorio con su puerta cerrada. (Loc. cit., el énfasis es mío).

Después de estas pérdidas, ingresa a un mundo inhóspito, sin vínculos afectivos, al mundo del desarraigo: una forma de exilio. Esta trayectoria, desde la parte primera a la tercera, es la que leo como un relato de aprendizaje condensado en el recuerdo, cuyo término a los efectos de la novela se lo hace coincidir con la muerte del hermano. Es decir, el transcurso y fin de una iniciación, se dramatiza como situación traumática. Entiendo lo atípica que resulta esta trayectoria, si aceptamos que la narradora y protagonista es una niña de siete años que sigue teniéndolos al final del relato. Aunque el cúmulo de experiencias traumáticas y significativas que conducen a la “madurez”, cancelando simbólicamente el estado infantil como en los relatos de iniciación, transitan por el pasaje del viaje a Chactajal de la familia Argüello y su ruina, en la segunda parte; y en la tercera por el viaje de regreso a Comitán, donde sobreviene la pérdida de la nana y donde muere el hermano. Esto supone la condensación de la vida emocional de una narradora que por encima del personaje, pero proyectándose en él, recrea dramatizadamente su infancia mediante un juego entre la memoria y la escritura: el pasado en el presente, inter-pretando los acontecimientos vividos desde una conciencia evidentemente adulta.

A propósito de Balún-Canán, Castellanos expresó con claridad que el sistema de creación de la novela fue naciendo de recuerdos infantiles:

A la novela llegué recordando sucesos de mi infancia. Así, sin darme cuenta, di principio a Balún-Canán; sin una idea general del conjunto, dejándome llevar por el fluir de los recuerdos. Después los sucesos se ordenaron alrededor de un mismo tema.26

Así pues, la escritura de la novela supone la concreción de un espacio de evocación, en el cual la narradora escenifica y explora los recuerdos de su yo infantil, viéndose a sí misma como niña desde la distancia consciente de un yo adulto. Una especie de regreso al origen que, en la experiencia estética, permite por condensación (la parte por el todo) y por recreación, repasar las faltas, ajustar cuentas con el pasado y, simbólicamente, propiciar un renacimiento: tal vez el redescubrimiento de las raíces profundas de la identidad a partir de las cuales puede autoconstruir su autonomía. De ahí el lirismo propio de la evocación que se aprecia en las partes primera y tercera de la novela. Entendido así, es evidente que la voz de la narradora está a cargo de un yo adulto, el cual no se revela más que

26 Carballo. “Castellanos” en Protagonistas…, p. 527.

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en el tipo de observaciones y en la destreza con el lenguaje. La niña y su(s) fantasma(s), es lo recordado y se objetiva en la creación del personaje: el mismo que actualiza en el presente de la narración pensamientos, emociones, acciones e interacciones pasadas.

Debe distinguirse, entonces, entre la “niña”-narradora y la niña-per-sonaje, no obstante la yuxtaposición lograda entre enunciación y enunciados mediante el uso de la primera persona. Por eso en la lectura pasa inadvertida dicha distinción, ya que en el recuerdo se identifican sujeto y objeto, interior y exterior. Además, vale observar que a partir del cap. XX de la primera parte, cuando la nana le dice: “Es hora de separarnos, niña” (p. 64), en los restantes capítulos (XXI, XXII, XXIII Y XXIV), la niña sigue narrando pero ahora en primera persona del plural, incorporándose mediante el “nosotros” a su grupo familiar y separándose de la nana. En estos capítulos se inicia el viaje a Chactajal, que culmina con la llegada. Pero todavía la niña no se separa del todo de su nana. Ya de noche y en su cama, cree verla llegar ―aunque con actitud distante, diferente― y se imagina que le dice estas palabras:

–Yo estoy contigo, niña. Y acudiré cuando me llames (...) . Duerme ahora. Sueña que esta tierra dilatada es tuya; que esquilas rebaños numerosos y pacíficos; que abunda la cosecha en las trojes. Pero cuida de no despertar con el pie cogido en el cepo y la mano clavada contra la puerta. Como si tu sueño hubiera sido iniquidad. (p. 74, el énfasis es mío).

La primera parte comenzó con la voz de la nana, induciendo a la niña a “recordar” que a los indígenas le arrebataron junto con su palabra, la memoria. A recordar el pasado remoto ―deuda histórica― que permitió que ella y su hermano disfruten en presente del latifundio de los Argüellos. (Cfr., p. 9). Y esta parte termina con la misma voz de la nana –ahora imaginada– que, profética, la induce a distinguir entre la realidad histórica y el sueño señorial que la oculta. Una vez más, la nana le anticipa los acontecimientos que están por venir y la hace depositaria de una memoria antigua y de un compromiso moral. Es ella, sin duda, el vínculo afectivo y ético con la memoria perdida sobre la que descansa la nación mexicana. El mundo que la niña creía homogéneo va escindiéndose y la enfrenta con un conflicto de lealtades entre el mundo indio y el mundo blanco y oligárquico al que pertenece: el mundo de los que mandan. Esta primera parte se sustenta en el diálogo externo e interno de la niña con la nana. Es ella quien revela la circunstancia histórica ―relatada también en el cuaderno “herencia de Mario―, que determina la división y el antagonismo entre indios y criollos. Por su parte, la nana se enfrenta también a un conflicto de lealtades entre su etnia y su amor por la niña

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blanca, que arropa como a una hija. Por eso, refiriéndose a los brujos de Chactajal, le dice:

– Mira lo que me están haciendo a mí y alzándose el tzec, la nana le muestra una llaga rosada, tierna, que le desfigura la rodilla. – No digas nada, niña. (...) su maleficio alcanza lejos. – ¿Por qué te hacen daño? – Porque he sido crianza de tu casa. – ¿Es malo querernos? – Es malo querer a los que mandan, a los que poseen. Así dice la ley (...) Yo salgo triste por lo que acabo de saber. Mi padre despide a los indios (...) Ahora lo miro por primera vez. Es el que manda, el que posee. (...) – Nana, tengo frío Ella, como siempre desde que nací, me arrima a su regazo. Es caliente y amoroso. Pero tendrá una llaga. Una llaga que nosotros le habremos enconado. (pp. 16 y 17, el énfasis es mío).

Los relatos, al mismo tiempo, míticos e históricos de la nana, van constituyendo parte de la memoria de la niña. Vale considerar la identificación afectiva de ésta con la nodriza, pues a través de esta relación crece su conocimiento de un pasado remoto cargado de vilezas. Un pasado que también le pertenece. La niña está cargada de ambivalencia con respecto a los seres que ama. Es juez y parte de sí misma y de los otros. Es heredera de culpas remotísimas e inmediatas. Dividida, va sufriendo una crisis de identidad. ¿Cómo la nación?

Ahora bien, ese pasado remoto se actualiza en el presente de la narración en la segunda parte. La transición de la voz narrativa en primera persona singular y plural de la niña protagonista, a una voz narrativa en tercera persona relativamente omnisciente, tiene una peculiaridad: está marcada por un enunciado en cursivas a cargo de una voz anónima, impersonal, pero que asume una memoria colectiva. La misma que a modo de introductor(a) de un discurso dentro de otro, supone un preámbulo explicativo: “Esto es lo que se recuerda de aquellos días:” (p. 75). No puede ignorarse los dos puntos que dan paso a un texto que, supuestamente, también está compuesto de recuerdos de un “se” impersonal pero colectivo –¿la memoria del pueblo indígena de Chactajal? O quizás la memoria comprometida de la misma narradora de la primera y tercera partes que ahora, se transforma en voz colectiva que testimonia, cronifica recuerdos y

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une sus dos pertenencias y lealtades. Nada puede clarificar en el texto esta suposición. Lo evidente es que una vez en la finca, la niña narradora y protagonista se diluye. Pero sería imposible no preguntarse, según el enunciado introductorio, quién o quiénes recuerdan “aquellos días”. Enunciado claramente separado tipográficamente del número I que da entrada al primer capítulo de los dieciocho de esta segunda parte. En efecto, un(a) narrador(a) en tercera persona omnisciente, extradiege-tico(a), que sin embargo asume un “se recuerda”, contextualiza la circunstancia histórico-social que determina la pérdida de rumbo de un destino familiar y el de la niña-personaje en particular. No obstante, esa circunstancia a pesar de los cambios históricos, sigue siendo en cierta forma la misma en Chiapas:

Llama la atención la amplia y multiforme gama de espacios económicos, sociales y culturales de un territorio abigarrado. La persistencia tenaz de la comunidad agraria, de la servidumbre rural, del latifundio abierto o simulado, de la atmósfera social de los indios, de la lucha por la tierra persistente y crónica como una guerra continua, a veces silenciosa y olvidada. La apariencia inacabada de las cosas y de las imágenes, la rayada repetición…27

En la tercera y última parte de la novela, ya se ha iniciado el regreso a Comitán. La niña narradora y personaje, retoma el discurso en primera persona del plural, tal como lo dejó en la primera parte. Pasan por Palo María, donde tiene su hacienda la prima de Argüello, Francisca, casi rehén de los indígenas pero que todavía los controla haciéndose pasar por bruja. Ella increpa a César:

–Pero yo soy la que se queda y ustedes los que se van. (...) Yo no cedo nunca lo mío. Ni muerta soltaré lo que me pertenece. Y así pueden venir todos y quebrarme las manos. Que no las abriré para soltar el puñado de tierra que me llevaré conmigo. (p. 219 y 220).

Francisca no da hospitalidad a César por miedo a hacerse sospechosa ante sus antiguos siervos. A diferencia de su actitud cuando los Argüellos iban hacia Chactajal. Han cambiado las circunstancias y esta mujer terrateniente, da la espalda a su familia para seguir controlando su “propiedad”, ahora en disputa con la comunidad indígena. La niña la ve de lejos, “vigilada por cien pares de ojos oblicuos.” (p. 221). Los “siervos” han dejado de serlo y, por el momento, dominan el espacio agrario.

27 Antonio García de León. Op. cit., Tomo 1, p. 13.

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Finalmente llegan a la casa ―su casa― de Comitán. La niña está deseando entregarle a la nana las piedritas que le trae como regalo de Chactajal. Se precipita la acción. La nana, una vez más profética, anuncia a Zoraida la muerte del hijo varón, Mario, según las deliberaciones de los ancianos de la tribu de Chactajal: “que no prosperen, que no se perpetúen. Que el puente que tendieron para pasar a los días futuros, se rompa.” (p. 231). Zoraida golpea a la nana y la echa de la casa. Con ella se va el regazo amoroso, el estímulo de la imaginación de la niña, la mediadora entre mundos e intérprete de la realidad que la rodea. Pero la niña, identificada con la nana, ha interiorizado sus palabras y su memoria. Así la evoca en las noches: cuando cierro los ojos en la noche se me representa el lugar donde mi nana y yo estaremos juntas. (p. 246).

Después de muchas peripecias en las que intervienen el miedo a hacer la primera comunión, asociada con la muerte, debido al relato popular en el cual la niña roba la llave del oratorio para conjurar el peligro de un Dios que castiga con el infierno: ella y su hermano son deso-bedientes, por lo tanto, según un cuento y juego popular ―interpretación sincrética del catolicismo―, morirán asfixiados por la hostia. Confundidos entre paganismo y doctrina católica, los hermanos entran en pánico. Mario enferma y muere. La niña cree haberse salvado pero es heredera, ahora, de otra culpa: supuestamente la de la muerte del hermano por no haber restituido la llave del oratorio ―según ella, la causa de su muerte― y, evidentemente, por haberlo sobrevivido en contra del deseo de los padres, en especial del de la madre. La niña, entonces, es culpable de vivir.

A partir de la memoria evocativa de la narradora infantil en primera persona, se reconstruye una historia dolorosa de rechazo familiar en función de su género femenino y de la fantasía de estar usurpando la vida a cambio, supuestamente, de la del hermano. Después de visitar la cripta familiar, donde está enterrado Mario pero todavía sin inscripción, la niña ―narradora y personaje– regresa a la casa-panteón, igualmente sepulcro de su infancia, y repara escrituralmente su culpa: es decir, inscribe el nombre de su hermano obsesivamente en toda la casa, convirtiéndola en tumba y mausoleo de Mario que, a diferencia de la verdadera tumba, éstos sí tienen su nombre inscripto por ella: la escritura tiene el don de exorcizar el mal, de reparar las faltas y cumplir las deudas:

Cuando llegué a la casa busqué un lápiz. Y con mi letra inhábil, torpe, fui escribiendo el nombre de Mario. Mario en los ladrillos del jardín. Mario en las paredes del corredor. Mario en las páginas de mis cuadernos. Porque Mario está lejos. Y yo quisiera pedirle perdón. (p. 292, el énfasis es mío).

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La casa, en su conjunto, se convierte en una inscripción sepulcral. ¿Es Balún-Canán un largo epitafio? ¿Es la retribución de una deuda histórica y de una deuda personal en el terreno de lo familiar? Sin duda, es una de sus posibles lecturas.

Sin embargo, aún no hemos terminado con los problemas del narrador(a) en esta novela. En los últimos enunciados de la niña-protagonista y fin de la enunciación de la misma como supuesta narradora de la primera y tercera partes, se aprecia un distanciamiento de la voz narrativa con respecto al personaje. Hasta aquí la narradora había mantenido, en lo general, el uso del presente en el relato. Llama la atención su alejamiento al contar en pasado la última acción de la protagonista. La misma que recuerda la relación con el indio macheteado ―semejante a Cristo―, que la niña dijo: “Quedará aquí, adentro, como si lo hubieran grabado sobre una lápida. No hay olvido.” (p. 31). El indio, Cristo y Mario, parecen funcionar como analogía de los “hijos” sacrificados para redimir las culpas –o acumularlas– de la humanidad. Pero lo que quiero señalar es que parece haber una separación entre la narradora y el personaje.

A lo largo de la novela en las partes primera y tercera, la narradora y el personaje se confundían en la presentificación dramatizada de la memoria compartida entre ambas instancias. Por otra parte, a menos que caigamos en la ingenuidad narratológica de confundirlos realmente, tendríamos que apelar a la instancia de un metanarrador(a) responsable de la cohesión entre las tres partes. Un metanarrador que se desdobla en la memoria –memorias– de la niña narradora en primera persona; y en la memoria colectiva de un(a) narrador(a) en tercera persona. No se entendería, de otra manera, la articulación de las partes y los cambios de la voz narrativa. Quizás el verdadero personaje protagónico de Balún-Canán es la memoria-memorias, a cargo de una misma narradora que adopta distintos puntos de vista y propósitos, de acuerdo con focali-zaciones y personajes diversos. Las partes primera y tercera están narradas en fragmentos cortos y en cierta forma episódicos ―estampas las llamó Castellanos―,28 al modo de imágenes ―recuerdos― como corresponde al funcionamiento de la memoria individual en una lógica existencial. La segunda parte, a cargo de una voz narrativa impersonal en tercera persona, que se hace cargo de lo que “se recuerda”, se aleja de los acontecimientos para atribuirles una lógica histórica a una memoria colectiva. Integrar dialécticamente lo individual y lo colectivo, lo existencial y lo social, lo privado y lo público, tiene el propósito de mostrar la interacción entre las subjetividades y la cristalización de los aconteci-mientos históricos (externos): mostrar la interacción entre la(s) memoria(s), la(s) historia(s) de la Historia, y la novela.

28 Carballo, “Castellanos”, en Op. cit., p. 327.

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Planteado así, no existe falla estructural en Balún-Canán, sino una complejidad narrativa que a través de una memoria evocadora de carácter personal en primera persona, y otra colectiva en tercera persona, dramatizan la lucha íntima y social entre grupos representativos del antago-nismo histórico y cultural que constituye a la nación. Subyace, en estos impulsos evocadores, un deseo de reparación del pasado y de un mejor futuro de reconciliación, en lo individual y lo colectivo, a los efectos de la tarea siempre inconclusa de construir la identidad personal y la nacional.

CONTEXTOS, TIEMPOS Y ESPACIOS

El tiempo de las acciones desarrolladas en el presente de la narración no es muy preciso. Se puede deducir una duración de nueve meses (¿alusiva a la gestación humana?), porque en el capítulo XII de la primera parte (pp. 36 a 40) se describe la fiesta de San Caralampio, cuya celebración es en febrero; y en el capítulo XXII de la tercera, Amalia (la catequista solterona) y la niña visitan el panteón en noviembre, mes de los difuntos. (p. 288). Nueve meses que marcan vida (fiesta) y muerte: la tumba de Mario dentro del mausoleo familiar de la “dinastía” de los Argüellos.

Las partes primera y tercera de Balún-Canán están situadas en Comitán, municipio fronterizo con Guatemala del estado de Chiapas, México.29 Balún-Canán es el nombre nativo de Comitán, que en la mitología indígena se refiere a los nueve guardianes del pueblo, entre ellos el viento, personificado poéticamente por la niña narradora y protagonista como un ente sagrado:

Ahora me doy cuenta de que la voz que he estado escuchando desde que nací es ésta, y ésta la compañía de todas mis horas. Lo que había visto ya, en invierno, venir armado de largos y agudos cuchillos y traspasar nuestra carne acongojada de frío. Lo he sentido en verano, perezoso, amarillo de polen, acercarse con –un gusto de miel silvestre entre los labios. Y anochece dando alaridos de furia. Y se remansa al mediodía, cuando el reloj del Cabildo da las doce. Y toca las puertas y derriba los floreros y revuelve los papeles del escritorio y hace travesuras con los vestidos de las muchachas. Pero nunca, hasta hoy, había venido a la casa de su albedrío. Y me quedo aquí, con los ojos bajos porque (la nana me lo ha dicho) es así como el respeto mira a lo que es grande. (...) Apenas llegamos a la casa busco a mi nana para comunicarle la noticia.

29 Lugar de residencia de la familia Castellanos y de la escritora hasta los 16 años, cuando ella y los padres se trasladan a la Ciudad de México para que la joven realice estudios superiores.

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– ¿Sabes? Hoy he conocido al viento. Ella no interrumpe su labor. Continúa desgranando el maíz, pensativa y sin sonrisa. Pero yo sé que está contenta. – Eso es bueno, niña. Porque el viento es uno de los nueve guardianes de tu pueblo. (pp. 22-23).

El título apunta en los contextos mítico e histórico entrecruzados, a la recuperación de la memoria indígena soterrada en la cultura criolla, subrayando que esta etnia fue legítima dueña de ese lugar, antes de que los españoles y criollos se apropiaran de él. De este modo se alude a un problema de legitimidad en cuanto a la propiedad de la tierra. Problema que corre, sin resolverse a lo largo de toda la historia de México (contexto jurídico y económico). En Balún-Canán, el contexto histórico nacional, es determinante. Se trata de la gestión presidencial de Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien implementó el reparto de tierras según las leyes de la Reforma Agraria, entregando títulos de propiedad a los campesinos indígenas. Asimismo decretó la obligación de los finqueros (denominación dada a los terratenientes en Chiapas), de dar escuela y alfabetización a los trabajadores de las fincas, lo que sólo se simula sin cumplir realmente la ley. Se prohibió además el viejo régimen de trabajo tributario, casi gratuito –el baldío–, mediante la institucionalización del contrato salarial. A partir de la política indigenista de Cárdenas, los finqueros se alarmaron y comenzaron sus reacciones de resistencia y protesta. Cerraron filas e intentaron detener los cambios. Se quejaban ante las autoridades guberna-mentales de que los indios se organizaban e invadían sus tierras. El mismo padre de Rosario Castellanos participó en estas protestas. Como dato interesante que vincula los acontecimientos históricos con lo autobiográfico en el desarrollo de la novela, transcribo la siguiente información que nos ofrece el historiador García de León:

También don César Castellanos exponía (en un alegato que por sí solo justifica la trama de la novela Balún-Canán) que “en Comitán el salario mínimo que nos obligaban a pagar hace incosteable la agricultura, y pregunto si estoy obligado a sostener escuelas en las fincas de mi propiedad”. Reishangen, de la finca cafetalera La Libertad, denunciaba también el exceso de control laboral que pretendían impo-nerle “agentes del gobierno de México”.30

30 Antonio García de León, Op. cit., tomo 2, p. 199.

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Debido a dichas leyes, se erradicaba el régimen señorial prevaleciente en el que todavía se heredaba junto con la propiedad la fuerza de trabajo de los indígenas; por lo mismo, los trabajadores se sacudían la condición de siervos y pasaban a ser trabajadores inde-pendientes. Esta situación histórica se recrea en la novela y suscita la violencia social en la segunda parte, la que conduce al derrumbamiento del latifundio oligárquico. Comento que en la historia del país, el periodo de Cárdenas fue una época muy esperanzadora en cuanto a la justicia social. Nunca se estuvo más cerca de un tránsito real a un régimen democrático. A la fecha, como se sabe, en México sólo existen dos modelos presidenciales paradigmáticos: Benito Juárez y Lázaro Cárdenas.

Así, los finqueros ven disminuidos sus privilegios: poder econó-mico, social y político, en el tránsito del orden económico casi precapitalista (feudal), al orden capitalista moderno, con base en las políticas nacionales que impulsaban la competitividad en el mercado mundial. La consecuencia, en lo estructural, tenía que ser el cambio de relaciones sociales a consecuencia del cambio en las relaciones de producción. Esto dio lugar a la intensificación del antagonismo de la oligarquía chiapaneca, que se resistía a los cambios, con el gobierno federal y estatal. También intensificó el antagonismo entre los trabajadores indígenas y los “señores”, por la exigencia de derechos de los primeros y el endurecimiento de medidas coercitivas de los segundos. Esta es la realidad referencial (contexto sociohistórico, político, jurídico y económico), que se recrea literariamente y sustenta la ficción.

La segunda parte de la novela, se sitúa en Chactajal, localidad indígena y agraria cercana a Comitán, donde se ubica la finca ganadera y cañera de César Argüello. Aquí estalla violentamente la tensión social: los indígenas incendian los campos de caña, ya listos para levantar la cosecha y ser llevada al trapiche, y arruinan económicamente al finquero. Este acto –clímax de la historia relatada en la segunda parte–, supone también la emancipación de la condición del trabajo servil, y el ascenso de los trabajadores indios a la condición de actores históricos y sociales. En contraste, supone para la familia Argüello el descenso de su señorío “feudal”, y el ingreso a la condición competitiva de productores o empresarios agrícolas. La finca de Argüello en Chactajal y todos sus alrededores, había funcionado como una especie de gueto de la comunidad indígena ―límite y encierro. Cuando los trabajadores acceden a la conciencia histórica ―no fatalmente cíclica y mítica― rompen esos límites. Esta liberación de los espacios se dramatiza cuando un grupo de muchachos indios, “invaden” el río: la poza “de Zoraida” donde ella y sus hijos se están bañando (cap. X, segunda parte). Nadie tiene derecho ni a tomar agua del río ni a bañarse mientras los patrones están en él. Pero los

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chicos se echan al agua –“como si volvieran a su elemento propio” –, Zoraida retrocede y rubrica: “Van a ensuciar nuestra poza” (p. 151). Inicia la retirada como quien se despide “viendo largamente el río”.

Así se subraya en lo familiar, el desplazamiento territorial de los Argüellos, obligados ahora a convivir con “los otros” en el río, a lo que Zoraida se niega. Al tiempo que se abren los espacios para los indígenas, se estrechan los de la familia representativa de los “señores” comitecos. Este desplazamiento y encierro, culmina al final de la novela (tercera parte), cuando Argüello tiene que movilizarse a Tuxtla para mover influencias y pedir favores, y la casa solariega se transforma en un sepulcro: movimiento de la fortuna, de los hados, de los dioses, del destino. Movimientos pendu-lares del devenir histórico. Las fuerzas de la vida y de la muerte en constante lucha, determinando los tiempos y los espacios de la existencia individual y colectiva. Coinciden pues los acontecimientos externos de la historia colectiva de la segunda parte, con los acontecimientos formativos que estructuran la subjetividad y la nueva posición identitaria de la niña (clímax de su historia individual, fin simbólico de la infancia en la tercera parte).

De esta manera, los hechos de la segunda parte tienen que ver con el vertiginoso y traumático acceso de la niña a la conciencia social e histórica. Hechos que se insinúan en la primera parte por la nana (“trajeron malas noticias, como las mariposas negras”, p. 15); por el tío David (“ya se acabó el baldillito/de los rancheros de acá…” p. 24); por Amalia (“Dicen que va a venir el agrarismo, que están quitando las fincas a sus dueños y que los indios se alzaron contra los patrones”, p. 35); pero, sobre todo, en los acontecimiento de la primera parte, por el indio macheteado que llega a la casa: muerte que presencia la niña y cuya consecuencia es una grave conmoción, a la que se refiere cuando dice: “No hay olvido.” (p. 31). La reacción alucinatoria u onírica a esta experiencia traumática, implica la intuición de la culpa histórica de su clase con respecto al estado miserable de los indios, lo que justifica por ley de causa y efecto la desintegración de su entorno.

La niña se caracteriza en la novela por su curiosidad, por su anhelo de saber, por su sensibilidad estimulada en el contacto afectivo con la nana y por el constante diálogo entre ellas. En estas conversaciones, la nana va ofreciéndole la experiencia y memoria de su mundo. La importancia de este personaje como memoria histórica de los indígenas, y como fabuladora mítica que deposita en la niña “la otra historia”, induciéndola también a recordar desde una perspectiva ética, se manifiesta porque es ella quien abre el texto novelístico:

… Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es

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el arca de la memoria. (...) Para que puedan venir tú y el que es menor que tú y les baste un soplo, solamente un soplo… (p. 63).

La nana sitúa a la niña y al hermano en la línea de descendencia de los conquistadores, pero al mismo tiempo, a lo largo del texto, va imponiéndole a la niña la tarea de recuperar “la palabra” que ella le trasmite, “que es el arca de la memoria”.

En la tercera parte, de nuevo en Comitán, la niña experimenta el derrumbe definitivo de la estabilidad familiar con la muerte del hermano. Esta otra muerte subraya la destrucción del antiguo régimen social, sustentado consanguínea y patriarcalmente en el hijo varón, heredero legítimo del apellido y de los bienes familiares. El padre se marcha a la capital del Estado para rescatar en lo posible sus privilegios y bienes. No sabe de la muerte de Mario. La madre reduce su espacio vital a los límites del encierro en su recámara. La novela termina, César no tiene certidumbre alguna sobre los trámites que realiza (Cfr., pp. 275-277), lo que también deja en suspenso la efectiva aplicación futura de las leyes de justicia social. Puede observarse que el contexto externo determinado por los hechos históricos, sociales, políticos y económicos del país, afectan en cadena al contexto familiar y, éste a la subjetividad e identidad de la niña, trastornando su posición existencial. A manera de conclusión de la novela, la niña cambia de estado dejando atrás la infancia: “ahora (...) ya conozco el sabor de la soledad (...)” (p. 290). Así, existencialmente, la niña es arrojada al mundo: a la intemperie, condenada ―como lo diría Sartre― a la libertad.

CLAVES SIMBOLICAS: UN COFRE, UNAS PIEDRAS Y UNA LLAVE

Chiapas tiene una larguísima historia de convivencia conflictiva entre dos mundos en permanente contradicción y, al mismo tiempo, en simbiosis. Entre luchas y luchas, rebeliones indígenas y represiones brutales, las más extrañas mezclas de creencias, mitos y situaciones van configurando una mentalidad intercultural, ya occidentalizada o ya indigenizada en continuo intercambio. Balún-Canán es una buena muestra de esto. La nana trasmite a la niña y a la familia en general los ancestrales relatos de su tribu mediante los cuales percibe la realidad, a la vez que invoca la protección de los santos católicos. Zoraida, junto con el catolicismo, incorpora prácticas como la cartomancia y la creencia en el poder maligno de los brujos de Chactajal. La niña y su hermano juegan con las sirvientas a los colores, y confunden a Dios con el diablo de las siete cuerdas sin poder delimitar la fantasía de la realidad ni el bien del mal en el relato de Vicenta, quien les cuenta que Conrado, un niño muy desobediente y malcriado,

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cuando iba a hacer la primera comunión Dios aprovechó para castigarlo transformando la hostia en una bola de plomo ―el alimento sagrado en arma mortífera―, por lo que murió asfixiado. Ellos están siendo catequi-zados y en breve harán la primera comunión. Después de oír la narración Mario le dice a la hermana que no quiere hacer la comunión. La niña, entonces, roba la llave del oratorio familiar donde esta ceremonia se llevaría a cabo, suponiendo así que impedirá la muerte de ambos ya que se reconocen como desobedientes, mentirosos y traviesos. En este caso, intentan engañar a Dios: tarea imposible pues él todo lo ve, lo oye, lo puede y cobrará su víctima. En el pensamiento mágico de los niños, esta es la situación a partir de la cual se desarrollarán los acontecimientos de la tercera parte. Por el lado de Zoraida, informada por la nada de que los brujos de Chactajal malograrán la vida de Mario, quiere apurar la comunión para conjurar la maldición contraponiéndole el sacramento cristiano.

En el curso objetivo de la historia, se mezclan pasiones, supers-ticiones, perjuicios, discriminaciones diversas como el racismo y el sexismo, aberraciones múltiples que, en el conjunto de la sociedad, afloran fácilmente determinando motivaciones y conductas. Todos y todas com-parten agravios reales o supuestos, profecías de distintos credos, hechicerías, trasvasamientos de creencias. La mentalidad premoderna convive con la moderna en un inquietante mundo de pulsiones primarias y razones establecidas que, en el mejor de los casos, constituye un universo mitopoético de gran potencia artística; pero, en el peor, constituye el núcleo de tensiones y angustias insuperables que obstaculizan el desarrollo de la conciencia histórica y la discriminación entre las esferas de la imaginación y la realidad, lo subjetivo y lo objetivo.

En el caso de la protagonista infantil de Balún-Canán, la madre es incapaz de contener la angustia de sus hijos, y ayudarlos a desenvolver su madeja de confusiones. Primero que nada, la madre está igual de confusa y no posee el único calmante para la angustia: el amor. La nana se ha ido: su única referencia de orientación. De ella sólo ha quedado su cofre.

En el cuarto de mi nana está todavía el cofre de madera con su ropa; el tzec nuevo, con sus listones de tantos colores; la camisa de vuelo; el perraje de Guatemala. Y, envuelta en un pedazo de seda, las piedrecitas que le traje de Chactajal. Vuelvo a cogerlas. Las guardo, para que se entibien entre mi blusa. Después voy a desayunar. (...) Luego, el vaga-bundeo solitario por la casa. ¡Qué grande es! (p. 238).

En el régimen de permutaciones simbólicas, por contigüidad y condensación, el cofre ―seno materno― sustituye el cuerpo y la presencia de la nana. En la simbología universal, el cofre es un objeto que contiene

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tesoros, materiales o espirituales, e igualmente su apertura puede suponer revelaciones fundamentales para la vida o para la muerte, desde luego. En general, puede ser el continente del legado de la tradición y de la Ley, donde se conserva la memoria y el corazón de una cultura: el conocimiento. Ejemplo paradigmático es el Arca de la Alianza.31 Adentro del cofre está todavía la ropa autóctona de la nana, y envueltas cuidadosamente las piedrecitas que la niña recogió para ella en Chactajal ―su tierra de origen amada y temida porque los brujos le atribuyen la traición a su raza: habla Español, sirve a los blancos, es india aladinada―. En el cofre, pues, permanecen simbólicamente las edades antiguas, los más remotos antepasados pero, sobre todo, el amor difícil y transculturado de la nana por la niña, a través del cual ella ha incorporado su memoria, sus palabras, sus relatos, su manera mágicamente “literaria” de ver y entender las cosas del mundo y de explicárselas. El cofre representa la memoria, el cora-zón―el amor― y el conocimiento trasmitidos sensible y afectuosamente.

En el mismo orden de encadenamientos simbólicos, las piedrecitas de Chactajal unen el pasado con el presente, suponen un intercambio de dones y de vínculos entre la nana y la niña, entre los dos mundos siempre divididos y siempre constitutivos de la identidad colectiva. La nana indígena, en esta novela y en general en la familia mexicana mestiza o criolla, es el vínculo entre los dos mundos, el regazo amado aunque devaluado que provee las necesidades básicas de los(as) niños(as). En la novela, el regalo ―las piedrecitas― es regresado a la niña, que lo arropa ahora en su pecho para darle calor, como hasta aquí lo había hecho la nana con ella, quien como nodriza la alimentó con la leche de su pecho moreno. En distintas tradiciones culturales, las piedras no son inertes, en ellas habitan el alma de los dioses, son animadas, caen del cielo, objetos celestes de origen meteórico como los “meteoros” ―palabra predilecta de la niña―, cargados de sacralidad que unen la tierra con el cielo, invocan también el conocimiento y la fertilidad. En la Biblia, la piedra simboliza sabiduría.32 Por otra parte, la niña se mantiene en constante contacto con la nana en sus ensoñaciones y construcciones imaginarias:

Cuando cierro los ojos en la noche se me representa el lugar donde mi nana y yo estaremos juntas. (...) Y de pronto mi nana bajará los párpados y me obligará a bajarlos a mí también. Porque delante de nosotros estará el viento con su manto de gala. (...) Oiremos su gran voz, temblaremos bajo su fuerza. (...) Y mi nana y yo quedaremos aquí sentadas, cogidas de la mano, mirando para siempre. (pp. 246-247, el énfasis es mío).

31 Cfr. Chevalier. Op. cit., p. 315. 32 Cfr. Ibid., pp. 827 a 834.

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Parece evidente que entre ambas, se abre un espacio sacralizado de contemplación, relacionado con las fuerzas de la naturaleza, con lo telúrico benéfico y respetado. La niña, obviamente, se identifica con esta tradición indígena en oposición al Dios castigador, al Cristo sacrificado y sangrante que le produce horror en las iglesias, con la tradición católica que rígidamente separa el bien del mal, excluye e incluye en función de una normatividad casi siempre incomprensible. En lo citado, se aprecia un espacio de paz, reverencia y adoración, mediante las amorosas manos unidas de la niña y la nana: un espacio de trascendencia humanizada.

Por el contrario, en la progresión narrativa de la tercera parte, la realidad que está por delante es la comunión, supuestamente salvífica, que no obstante implica en el imaginario de los niños, la muerte.

Mario y yo nos quedamos contemplando como hipnotizados ese pedazo de fierro que separa el oratorio de nosotros, del día de nuestra primera comunión. Empujada por un impulso irresistible fui y arranqué la llave de la cerradura. Mario retrocedió espantado. No quiso acompañarme. Se quedó allí mientras yo iba, sin testigos, a esconder la llave en el cofre de mi nana entre su ropa y las piedrecitas de Chactajal. (p. 263).

Estamos en el capítulo XII de la tercera parte: la niña comete una transgresión contra Dios. En el capítulo XII de la segunda parte, Ernesto ofende a los indios presentándose borracho en la escuela, maltratando a un niño, renunciando a seguir impartiendo clases inexistentes porque no tiene nada que enseñarles. En el XII de la primera parte, otro indio que se atreve a hablar en español, es ridiculizado en la Feria al extremo que al subirse a la rueda de la fortuna, se le expone a un accidente no ajustándole la barra que debía detenerlo. La nana llora. Ahora la niña no interrumpe su dolor por el ser humillado, igual que ella, en las actividades públicas de la sociedad comiteca. La niña, igual que los indígenas, es también un ser excluido socialmente: en su caso por pertenecer al género femenino. Un ser prescindible, siempre al borde de una amenaza de muerte dentro de un mundo de pertenencia que tampoco comprende. La llave robada, implica un desafío a la religión dominante: ella quiere vivir y salvar a Mario.

La llave, como sabemos, en el lenguaje de los símbolos supone tener el Poder, conferido en el catolicismo a San Pedro para abrir o cerrar las puertas del cielo, para enviar al infierno a los pecadores. Es símbolo, pues de dominio y poder de decisión.33 La llave es escondida en el cofre de la nana: en su simbólico seno materno dador de vida, se reúne con las piedrecitas de Chactajal. Aquí la niña ejerce también su poder de decisión 33 Cfr. Ibid., pp. 669 a 671.

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por lo menos en su imaginación simbólica, para unir lo dividido, lo evidentemente antagónico en términos históricos. Dentro de ella, “no hay olvido” ni tampoco exclusiones. Las piedrecitas le confieren sabiduría, las llaves le dan el poder de abrir y cerrar según su albedrío. Es decir, de afirmarse en el mundo como un ser responsablemente autónomo: ¿dones conferidos por “el poder” del amor de la nana, por su imaginación creadora, por su afirmación como ser en el mundo con derecho a la palabra y a la memoria, a pesar de su doble devaluación social en cuanto mujer e india?

Pero las cosas se complican. Mario, más convencional que la niña, no la acompaña en la transgresión. Claudica, siente terror ante el robo de la llave, desea devolverla. La niña, por el contrario, cada vez se afirma más en su decisión de “salvarse”. Si él no puede, podrá ella, aunque siente que está traicionando a Mario:

Y Mario apretando los dientes, resistiendo enmedio de sus dolores y pensando que yo lo he traicionado. Y es verdad. Lo he dejado retorcerse y sufrir, sin abrir el cofre de mi nana. Porque tengo miedo de entregar esa llave. Porque me comerían los brujos a mí; a mí me castigaría Dios, a mí me cargaría Catashaná. ¿Quién iba a defenderme? Mi madre no. Ella sólo defiende a Mario porque es el hijo varón. (p. 279).

Todo está decidido, Mario morirá no se sabe bien si por apendicitis o por pánico. La niña, en sus sentimientos, hereda otra culpa: condenar a Mario con su decisión y sobrevivir ella. Tendrá que reparar esta falta. También lo hará simbólicamente restituyéndole a Mario la llave en su tumba, lo que sucederá en el capítulo XXII cuando visita el cementerio. (Cfr., p. 290). Antes de marcharse cumple su deuda:

Pero antes dejo aquí junto a la tumba de Mario la llave del oratorio. Y antes suplico, a cada uno de los que duermen bajo su lápida, que sean buenos con Mario. Que lo cuiden, que jueguen con él, que le hagan compañía. Porque ahora que ya conozco el sabor de la soledad no quiero que lo pruebe. (p. 290, el énfasis es mío).

La soledad es la consecuencia de su transgresión-afirmación, de su deseo de vivir, también del cambio de estado de la dependencia a la independencia con respecto a sus actos. Soledad y libertad se equiparan. Pero ¿qué pretende al devolverle la llave a Mario difunto, qué pretende que haga con ella? Tal vez abrir el reino de los cielos, su cielo al cual le mantuvo lealtad a pesar de la ambivalencia de sus sentimientos. Él fue el sacrificado. Ella seguirá en la encrucijada existencial entre la tierra y el cielo, sea esto

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lo que signifique. Asumiendo como la nana su condición humana e histórica, en los estrechos márgenes de la fractura entre los dos mundos que constituyen la nación. Sin embargo, la niña accede al enorme espacio de la imaginación simbólica y literaria.

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Orlando Betancor Universidad de la Laguna, España

INTRODUCCIÓN

Este ensayo analiza el tema del infinito poder del amor en la novela Sayonara, Mio (Ima, ai ni yukimasu), escrita por el autor japonés Takuji Ichikawa en el año 2003. Asimismo, en esta emotiva historia, repleta de tintes autobiográficos, se abordan diferentes aspectos como son la inexo-rabilidad del destino, la nostalgia de un tiempo perdido que no puede volver y el dolor por la desaparición de los seres queridos. Entre lo real y lo imaginario, el pasado y el presente, la alegría y la tristeza, el escritor ha planteado en esta obra, llena de intimismo y sensibilidad, una sutil reflexión sobre la existencia humana y el triunfo del amor sobre la presencia de la muerte. El término “sayonara”, incluido en el título de la edición española, alude en japonés a una despedida definitiva, a un adiós para siempre.

Aproximadamente un año después del fallecimiento de Mio, su marido Takumi y Yuji, su hijo de seis años, llevan una vida triste y desordenada. A este joven padre le resulta bastante complicado realizar las labores mínimas nece-sarias para ocuparse de su hogar, de su vástago y de sí mismo, debido a sus trastornos emocio-nales que limitan por completo su realidad cotidiana. Pasa las horas escribiendo una novela sobre su mujer, su vida en común y la hipo-tética existencia de ésta en el más allá. Poco antes de su partida, Mio les había hecho una promesa: “Pronto ya no estaré con vosotros, pero cuando llegue la estación de las lluvias, volveré para ver cómo os va”. Así, un día lluvioso del mes

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de junio, padre e hijo están dando un paseo por un bosque, cerca de una vieja fábrica abandonada, cuando encuentran frente a ellos la imagen de su esposa desaparecida. Esta figura espectral es igual que Mio, aunque un poco más joven. Posee los dos mismos lunares en la oreja derecha que ésta e idéntica apariencia, pero carece totalmente de memoria. El protagonista convence a esta mujer de que ella es en realidad su consorte y comienza con entusiasmo a reintegrarla a su antigua vida. En un principio, Takumi se comporta como si ella hubiera estado enferma y la amnesia fuera producto de una conmoción cerebral, consecuencia de una caída. Esta fémina se siente confundida ante una multitud de interrogantes que no logra comprender y contempla con extrañeza las dificultades de Takumi para cuidar de su casa y del pequeño. Su mujer ha regresado para estar con ellos, tal y como prometió, pero sólo hasta el final de dicha estación, momento en que habrá de retornar al lugar de donde ha venido. Pasarán aún muchos días juntos, y ella debe explicarles multitud de aspectos necesarios para la vida diaria antes de despedirse definitivamente de sus seres queridos.

CAPACIDAD DE SACRIFICIO

En primer lugar, encontramos en esta novela a la figura de Takumi Aio, personaje principal y narrador de esta obra, un hombre de 29 años, apocado y sencillo, que padece un grave trastorno de ansiedad. Este padecimiento ha condicionado su vida desde temprana edad y los síntomas de la enfermedad empeoran tras la muerte de su esposa. Los ataques de angustia afectan a su existencia diaria y es incapaz de subirse a un medio de locomoción, a un ascensor o a edificios altos. Tampoco, puede ir al cine, al teatro, a conciertos o a bodas, sin experimentar un terrible agobio. Además, este personaje se preocupa en exceso por todo y siente una enorme inquietud ante cualquier situación. Sufre crisis de pánico y sus obsesiones irracionales dominan por completo su mente. Él muestra una escasa confianza en sí mismo y en sus posibilidades de futuro. Las personas que le rodean le subestiman más de lo que debieran y le tratan como si fuera un discapacitado. Así, el protagonista dice lo siguiente: “A veces me considero un delicado animal vegetariano al borde de la extinción”.

Tras el fallecimiento de su mujer, este personaje se sumerge en un profundo abatimiento y se siente perdido sin su presencia física, pues no concibe la existencia sin ella. Después, su vida da un drástico giro cuando contempla en el bosque la imagen resucitada de su esposa. En ese momento, padre e hijo hacen un pacto de silencio para evitar que este ser “espectral” regrese nuevamente al más allá. Así, quieren hacer creer a esta joven que siempre ha vivido con ellos y que ha estado enferma durante

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unos meses. Takumi sabe que el tiempo de estancia de su pareja en este mundo es breve y recuerda siempre sus palabras: “Volveré con la estación de las lluvias. Sí, vendré de visita con las lluvias, para asegurarme de que os las arregláis sin mí, y entonces, antes de que llegue el verano, me iré de nuevo. Ya sabes que no puedo soportar ese calor”.

A lo largo de la novela, el protagonista le va narrando a esta muchacha detalles de su vida, de su infancia y de su familia. Además, le relata su agridulce historia de amor, un romance marcado por la atracción y el distanciamiento. Cuando ella y Takumi se conocieron tenían sólo quince años y estudiaban en el mismo instituto. Mio era una joven seria, alta y delgada, con gafas de montura plateada y con el cabello muy corto. El personaje principal de esta historia siempre se sintió atraído por ella, pero era un chico demasiado tímido y reservado para mostrarle sus sentimientos abiertamente. A partir del día de su graduación, se establece un mayor acercamiento entre ambos y ella va tomando posiciones en la danza de la seducción. Después de varias citas, espaciadas en el tiempo, nace entre ellos un verdadero amor. Luego, Takumi comienza a mostrar síntomas de un serio trastorno emocional y debe abandonar sus estudios superiores. En ese momento, él se siente incapaz de entregarse plena-mente a esta muchacha, debido a sus problemas y limitaciones, transfor-madas en barreras infranqueables que le alejan de esta joven. Además, considera que ella sería más feliz en compañía de otro hombre y decide acabar con esta historia de amor para que ella pueda seguir su propio camino. Al año siguiente, cuando ya han cumplido los 21, las circunstancias de la vida les vuelven a reunir. Ella persevera en su empeño de conseguir su afecto y terminan casándose poco después. Desde ese instante, Mio vive totalmente pendiente de su marido y de su hijo.

A medida que transcurre este relato, Takumi se va enamorando nuevamente de su mujer, la cual es totalmente receptiva a sus sentí-mientos. Asimismo, rememora con profunda nostalgia los instantes más bellos de su relación, considerada por éste como la etapa más hermosa y feliz de su vida. Finalmente, este hombre encuentra las claves que explican el enigmático regreso de su esposa y abre su mente a un amor más fuerte que el tiempo y los designios del destino. Junto a la figura de Takumi, encontramos la imagen de su hijo Yuji, un niño cariñoso, inteligente y abierto. Es un chico que posee una personalidad muy acusada para su edad. Tras escuchar un comentario de un miembro próximo a su familia, el pequeño se sentirá culpable por la prematura muerte de su progenitora, pues las condiciones de su alumbramiento pudieron causar sin quererlo su posterior fallecimiento. En verdad, su madre tuvo una serie de trastornos que la dejaron debilitada en el momento del parto y muchos de sus órganos internos dejaron de funcionar correctamente, pero Mio recuperó la salud

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tiempo después y llevó una vida completamente normal. De esta manera, no se puede establecer una relación directa entre el parto del niño y la muerte de su progenitora cinco años más tarde. También, a través de las páginas de este libro, conocemos la percepción de la realidad del menor y su infinita curiosidad infantil. Además, vislumbramos en esta obra la presencia del maestro Toyama, un anciano sabio y pragmático, el cual añora la imagen de la mujer a la que amó en su juventud. Takumi y su esposa solían reunirse con él con regularidad y éste trataba a Mio como si fuera su nieta. Cuando la muchacha vuelve a esta realidad, se encuentra de nuevo con ella y ayuda al protagonista en sus objetivos. Poco después, este hombre sufre un accidente cerebral que le ocasiona una parálisis parcial de las extremidades inferiores y será ingresado en un lejano hospital. Frente a estos personajes masculinos, encontramos la imagen de Mio, una mujer sencilla, discreta y práctica. Tras su regreso, se enamora nuevamente de su esposo y se siente dichosa de haber vivido su vida tal y como ha sido. En esta última etapa, todos sus esfuerzos se encaminan a lograr que su marido y su hijo lleven una existencia lo más normal y ordenada posible.

LOS FÉRREOS LAZOS DEL AMOR El tema central de este libro es el poder del amor, que dura más allá de la muerte, convertido en un vínculo eterno que es capaz de superar el tiempo y el olvido. Asimismo, esta obra indaga en el valor de la memoria y del recuerdo: Takumi escribe la historia de su mujer para su vástago, al que quiere transmitir la imagen de su progenitora para que ésta no se desvanezca nunca de su mente. De esta manera, antes de que sus mo-mentos de felicidad se borren para siempre, quiere transformarlos en palabras: “Perder la memoria significa que no puedes vivir de nuevo aquellos días. Es como si la vida se te deslizara entre los dedos”. Junto a este aspecto, encontramos la visión del más allá que se aprecia en la descripción, que realiza el protagonista a su hijo, de un lejano planeta imaginario, donde habitan las almas de los que abandonan el universo terrenal. Este cuerpo estelar se convierte en objeto de evocación de los ausentes, mientras son recordados en la tierra por sus seres queridos. Asimismo, el final de la existencia humana se observa en la visita que realiza la pareja a una ciudad cercana, durante la celebración del “Obon”, festival en conmemoración de los difuntos en Japón. También, se aprecia en esta novela el delicado aroma de la nostalgia, elemento constante en sus páginas, que se manifiesta en los recuerdos de Takumi que rememoran un pasado añorado que permanece vivo siempre en su pensamiento. Además, encontramos la fuerza inexorable del destino que consigue reunir

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a los miembros de esta pareja, dándoles una nueva oportunidad para encontrar la felicidad.

De especial interés, en esta novela, son las limitaciones que sufre el protagonista, basadas en las propias experiencias personales de su autor. Así, Takuji Ichikawa dice sobre sí mismo lo siguiente en el epílogo de esta obra: “En cuestiones de personalidad, pertenezco claramente a la minoría. Creo que en toda sociedad debe haber personas como yo, a las que resulte difícil controlar sus sentimientos. Tales son las personas que mejor podrán comprender las acciones de mi personaje principal”. Igualmente, este texto analiza los vínculos emocionales de su autor con su progenitora y su mujer, que se reflejan en este libro a través de los personajes de Yuji y Takumi: “Mis relaciones con mi madre y mi esposa constituyen la base de esta obra. Mi madre arriesgó su vida por traer un hijo al mundo. En última instancia, el parto supuso un deterioro de su salud y luego cambió enormemente su vida. ¿Cómo debería abordar esa cuestión, yo, que soy ese hijo? ¿O qué decir de mi esposa, que decidió pasar su vida con un hombre como yo, con tantos defectos?”. De la misma manera, el sutil juego de palabras entre el nombre del autor, Takuji, y el patronímico del protagonista, Takumi, permite establecer un paralelismo entre ambos.

CONCLUSIONES

Sólo mes y medio después de su retorno y dos días antes de que finalizara la estación de las lluvias, Mio emprende el camino de regreso al lugar de donde procede. En este período, ella y su marido se han enamorado nuevamente y se han convertido en amantes. En un paseo por el bosque, junto a la vieja fábrica, en el mismo punto donde se reencontraron, ella siente cercana su partida definitiva. La joven se muestra tierna y serena en este instante y le indica a su marido el camino a seguir. Le promete volver a reunirse algún día, en otro lugar, y le expresa su inmensa dicha por el tiempo que han vivido juntos. Finalmente, Mio desaparece en ese momento ante su vista como una exhalación.

Tras su marcha a un universo desconocido, el padre y su hijo, com-pletamente desolados, retornan a su existencia cotidiana. Luego, Takumi realiza un viaje en tren, el primero en muchos de años, para ver al anciano maestro en el hospital. En ese momento, el profesor busca en un cajón y le da una carta, escrita por Mio, justo antes de su fallecimiento, y que ésta le pidió que entregara a su marido al cabo de un año, una vez finalizada la estación de las lluvias. Tras leer la misiva, el protagonista entiende real-mente el enigma que rodea el regreso de su esposa a este mundo. Así, un día de junio, cuando Mio tenía 21 años y se encontraban distanciados el uno del otro, la atropelló un vehículo durante su trayecto cuando volvía en

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bicicleta hasta su casa. En este momento, sufre una conmoción cerebral y pierde la memoria. Luego, mientras estaba inconsciente en una clínica, emprende un sorprendente viaje en el tiempo: un salto hacia un futuro situado ocho años más tarde. En esa nueva realidad, se encuentra con su marido de 29 años y su hijo de seis. Cuando regresa a su verdadero tiempo, tras su despedida junto a la antigua fábrica, es decir a su pasado, sigue teniendo 21 años, no recuerda nada de este periplo singular y sigue distanciada de Takumi. Poco después, recupera plenamente los recuerdos de esta etapa de lo que será su existencia futura. A continuación, decide llamar a Takumi por teléfono y le deja el siguiente mensaje: “Tengo algo que decirte. Llámame, por favor. Te esperaré indefinidamente”. A partir de ese instante, su destino se cumplirá inevitablemente y ella será totalmente consciente de las circunstancias que viviría en el mañana, pero decide seguir hacia adelante con entereza y valentía.

Después de la partida definitiva de su mujer, Takumi va superando lentamente sus problemas y se las arregla mejor que antes. Por su parte, su hijo mantiene vivo el recuerdo de su madre a través del cuidado diario de una planta del género Epimedium, de la variedad Kaguya-hime, com-prada en el exterior del jardín botánico un día en el que él y sus padres fueron a visitarlo. Esta especie vegetal sirve para establecer un vínculo de unión entre la figura de Mio y la protagonista de la antigua leyenda del folclore japonés titulada El cuento del cortador de bambú (Taketori Monogatari). El personaje central del mismo es Kaguya-hime, una niña que provenía de la luna, la cual fue encontrada por un anciano, Taketori no Okina, en el interior de un tronco de bambú. Este hombre decide recogerla y llevarla a su casa junto a su esposa. Al final del relato, la muchacha regresa a su lugar de origen un día de luna llena.

El estilo narrativo de este autor es sencillo y ligero, con un sutil sentido del humor. En este libro, hábilmente escrito, destaca la interesante descripción psicológica del protagonista y la manera en que éste se relaciona con su entorno. Asimismo, este personaje se comunica con su hijo, para hacer más fáciles sus explicaciones, a través de un lenguaje coloquial, lleno de imaginación e ingenuidad. También nos sorprende la ternura con la que este escritor describe los momentos de intimidad de la pareja. Igualmente, sobresale su forma de representar determinados ambientes como la vieja fábrica del bosque, el exterior de la casa del maestro Toyama y la atmósfera envolvente del jardín botánico. Entre algunas de las sugerentes metáforas que presenta esta novela se encuentra la siguiente: “Caminamos por un paisaje que parecía teñido con tinta china aguada. La luna menguante pendía sobre las copas de los árboles y rielaba en el agua de los arrozales rizada por la brisa”.

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El autor hace constantes referencias en esta novela a obras de la literatura infantil a través de los libros de Michael Ende, tales como Jim Botón y Lucas el maquinista, Momo o La historia interminable. También, menciona a diferentes escritores como John Irving, Kurt Vonnegut o Alan Sillitoe. Asimismo, esta obra se ha relacionado con el auge del “pure love” o “amor puro”, en japonés “jun’ai”, una tendencia sobre temas románticos, que tiene su reflejo en la literatura y en los programas televisivos, surgida a finales de la década de los noventa en el país del Sol Naciente. Otros libros, encuadrados dentro de esta corriente y traducidos al inglés, son Sekai no Chûshin de, Ai o Sakebu (Sócrates in love o Crying out Love, In the Center of the World), escrita por Kyoichi Katayama en 2001 y cuya adaptación cinematográfica fue dirigida por Isao Yukisada; y Densha otoko (Train Man), de Hitori Nakano, el cual dio lugar a una conocida serie de televisión en 2005, realizada bajo la dirección de Shosuke Murakami. En Sayonara, Mio, una mágica historia de apariciones y reencuentros, llena de delicadeza y fantasía, Takuji Ichikawa nos ha mostrado valores como la abnegación, el apoyo y la entrega mutua en el seno de la pareja. Igualmente, en esta conmovedora novela, su autor nos ha aportado su personal visión sobre la capacidad del ser humano de sobrellevar la adversidad y el infinito poder del amor que es capaz de superar todas las barreras.

EL AUTOR DE LA OBRA

Takuji Ichikawa nació en Tokio, Japón, en 1962. Es licenciado en Económicas por la Universidad de Dokkyo y pronto decidió dedicarse a la literatura. En 1997 comenzó a publicar sus relatos en Internet y, animado por la enorme repercusión conseguida, hizo su debut en 2002 con su libro Separation, que se convirtió en un gran éxito de ventas. Su esperada segunda novela y objeto de este

estudio, Sayonara, Mio, logró un extraordinario triunfo comercial, ha sido traducida a distintos idiomas, dio lugar a un “manga” y ha sido llevada a la gran pantalla. La adaptación fílmica de la misma es Ima, ai ni yukimasu, en inglés Be With You, primera película del aclamado realizador televisivo Nobuhiro Doi y protagonizada por Yuko Takeuchi, Shido Nakamura y Akashi Takei. El guión es obra de Yoshikazu Okada y su director de fotografía es Takahide Shabanishi. Posteriormente, Ichikawa publica Ren-ai Sashin: Mou Hitotsu no Monogatari (2003), también adaptada al cine bajo el título de Tada, kimi wo aishiteru (Heavenly Forest), bajo la dirección de Takehiko Shinjo. A ésta le seguirán Sono Toki Kare ni Yoroshiku (2004) y Oboete Itene (2004).

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BIBLIOGRAFÍA ICHIKAWA, Takuji: Sayonara, Mio. Madrid: Alfaguara, 2011.

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Michel Torres El Colegio de México

Benjamin Moser. Why this world. A biography of Clarice Lispector. Oxford University Press, 2009, 479 páginas

Desde luego que es muy posible que no haya sucedido de este modo, pero bien podría haber sido: un día, un lector se asoma a la obra de una escritora que le han recomendado, y queda absolutamente prendado de lo que está leyendo. La impresión que la lectura causa en él es tan poderosa que lo llevará a rastrear por todos los rincones del mundo las huellas de quien fue capaz de crear ese mundo propio y el origen de cada uno de los

elementos de los que está compuesto. El lector es Benjamin Moser, crítico literario y traductor; la escritora es Clari-ce Lispector, una de las figuras literarias brasileñas más conocidas y al mismo la más enigmática, y el resultado de ese ejercicio de investigación son las pági-nas de Why this world. A biography of Clarice Lispector. Meticuloso, sobrio y generoso, el libro es imprescindible para quien quiera saber más (o mejor dicho, saberlo todo) sobre Lispector. Desde la fotografía que ilustra la portada el texto hace uso de los alcances míticos de la autora: una elegante Clarice mira al lector sin disimulo, invitándolo a parti-

cipar del misterio, a descifrarlo. Durante la lectura es evidente que el autor comparte no sólo los resultados de una investigación desarrollada con impresionante minuciosidad, también deja ver, con cuidadosa y elegante redacción, que ha establecido un vínculo con la autora, un genuino interés que va más allá de la relación, a menudo fría y esquemática, entre un investigador y su objeto de estudio. Moser comprende muy bien que está

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reconstruyendo la vida de una persona sumamente intrigante, poseedora de una gran inteligencia y de un enorme talento literario, pero, al mismo tiempo, una mujer profundamente sensible y vulnerable, que enfrentó desde el principio de su vida y en múltiples ocasiones dificultades extraor-dinarias, circunstancias que en cierta forma se trasladarían a lo literario, como el autor atinadamente señala a lo largo de toda la obra.

Claya Lispector nació en Podolia, Ucrania, en 1920, unos meses antes de que su familia, de origen judío, iniciara un proceso de migración que terminaría en Brasil. La historia de las migraciones judías al paso de los siglos, pero especialmente en el siglo XX, a menudo es más intrincada y peculiar de lo que un lector no judío sospecha. Incluso podría pensarse que, hasta la llamada Segunda Guerra Mundial y el exterminio minuciosa-mente implementado por el ejército nazi, Europa era un remanso de paz para todos los judíos que la habitaban. Por ello, que tantas familias decidieran abandonar el continente para emprender el larguísimo viaje en barco y aventurarse a tratar de continuar con sus vidas en un continente enteramente desconocido, se explica cuando se conocen las terribles circunstancias que enfrentaban en su lugar de origen, causadas por la institucionalización de los sentimientos antisemitas que durante siglos se habían estado acumulando y que en Rusia, todavía sufriendo las conse-cuencias de la Revolución, se tradujo en los despiadados pogroms, ejercicios de limpieza étnica que diezmaron a las comunidades judías de la región. Así es como la familia formada por Pinkhas Lispector y Mania Krimgold y sus hijas Leah, Tania y Chaya, escapó primero, y en medio de enormes dificultades y peligros, hacia Rumania, para luego emprender el viaje en barco hasta Maceió, una pequeña ciudad al noreste del país, donde algunos parientes de Mania habían llegado antes, escapando del mismo conflicto. Al llegar, y para iniciar su nueva vida, cambiaron sus nombres: sus padres adoptaron los más comunes y latinizados Pedro y Marieta, respectivamente; Leah se llamó Elisa y la pequeña Chaya sería conocida en lo sucesivo como Clarice. Solamente Tania mantuvo su nombre.

Sin embargo, como se fue haciendo tristemente evidente conforme se adaptaron a su nueva vida y su nuevo hogar, una cosa es estar a salvo y otra es estar bien. Toda la violencia de la que fueron víctimas y testigos dejó huellas muy profundas y dolorosas, y tuvo consecuencias que ya no fue posible remediar. Desde antes de abandonar el viejo continente la fami-lia había visto desaparecer sus ingresos y, a pesar de todos los esfuerzos de Pedro, incluyendo mudarse a Recife, en la región de Pernambuco, la pobreza fue la constante a lo largo de la infancia y adolescencia de Clarice. Mania llegó a Brasil enferma y su condición se fue deteriorando cada vez más, hasta su muerte, cuando Clarice tenía nueve años. “Su infancia, con

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su felicidad perdida y sus constantes tragedias nunca abandonaron su mente”1, señala acertadamente Moser, quien sabe aprovechar todas las fuentes a su disposición: bibliográficas, hemerográficas, epistolares y sobre todo entrevistas, invaluables testimonios de quienes la conocieron de forma íntima o no tanto, de miembros de su familia que están al tanto del peso que Lispector tuvo durante su vida y mantiene todavía en el panorama cultural de Brasil, que enriquecen el retrato de una mujer que, incluso si nunca hubiera escrito, habría tenido una vida llena de episodios interesantes, materia prima de relatos.

Como marco de estas circunstancias personales están los aspec-tos sociales de la vida brasileña de la primera mitad del siglo pasado, que Moser reconstruye con minuciosidad para ubicar los pasos de Clarice: el discurso nacionalista y conservador de Getúlio Vargas, quien a lo largo de veinticinco años, aunque con una interrupción importante, estuvo provisio-nalmente a cargo del gobierno. A diferencia del proceso independentista brasileño, ocurrido en el siglo XIX, que fue una transición pacífica, estas circunstancias políticas son más cercanas a las que sucedían o sucederían en los países de habla hispana del continente durante las dos décadas inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra: gobiernos nacionalistas con discursos más o menos velados en contra de las migraciones masivas, concretamente de comunidades judías, pero que al mismo tiempo los dejaban establecerse por el impacto positivo que generalmente tenía para la economía, por no mencionar ciertos aspectos que enriquecían la vida cultural. A lo largo de su infancia y juventud, y hasta el momento en que finalmente se le otorga la nacionalidad brasileña en 1943 (condición obligatoria para contraer matrimonio), Clarice sería testigo de situaciones más o menos antisemitas, que lo mismo podían tratarse del rechazo de un cierto grupo de personas que de una política de estado que trataba de aco-tar la eufemísticamente llamada cuestión judía. En este sentido, lo que pasaba en Brasil tampoco estaba tan lejano de cómo se respondía a esa cuestión en otros países.

La inteligencia y curiosidad intelectual de Clarice le ayudaron a sobreponerse a sus humildes circunstancias. En este sentido, es particular-mente emotivo el análisis que Moser hace en torno a la forma en que la niña se ve impactada con la muerte de su madre. A diferencia de la experiencia de sus hermanas, Clarice la conoció enferma, inmóvil, sobre-viviendo a los estragos de la violencia que en general sufrió la familia en Ucrania y ella, en particular. En medio de esta espantosa circunstancia, la pequeña busca desesperadamente la forma de ayudarle, devolverle su salud: le escribe historias que terminan con un final feliz cuando, de manera milagrosa, recupera la salud. Desde luego, la realidad no sigue las pautas

1 p. 62. Traducción propia.

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de la ficción, pero la joven y voraz lectora descubrió entonces el poder, a veces catártico, que tiene la escritura: “creía que los libros eran como los árboles, como los animales: ¡algo que nacía! Eventualmente descubrí que tenían un autor. Así que decidí que eso era lo que quería.”2

El tiempo sigue su curso y la niña Clarice crece al cuidado de su padre y con su hermana Elisa tratando de suplir la ausencia de la madre. En 1935, buscando todavía mejores oportunidades para fortalecer la economía familiar, la familia se mudó a Rio de Janeiro. Alumna sobre-saliente, no tuvo problemas en sus estudios, y desde muy joven supo que su verdadera vocación estaba en la literatura. Si bien esta decisión no significa ningún conflicto per se, no deja de ser peculiar que una niña de trece años tenga tan claro el deseo de integrarse a ese mundo que tanto la enriquecía, el literario. Como resultado de esta decisión, Clarice em-pezaría a publicar desde muy joven, pues entendió muy pronto que el oficio de escritor requiere una enorme disciplina, y que a menudo la inspiración enmudece si no se atrapa en el papel. A la par de la decisión vocacional de la escritora, Moser empieza a señalar un aspecto importante de su personalidad, y que con el paso del tiempo se haría cada vez más evidente: una tendencia, no del todo voluntaria, a ensimismarse, resultado desde luego de las dolorosas experiencias que iba acumulando en su vida, especialmente el fallecimiento de su madre. Sin embargo, no disfrutaba la soledad. Podía pensar en sí misma, analizarse, volverse su objeto de estudio, pero no buscaba aislarse. Además, conforme crecía, se hacía evidente que se estaba convirtiendo en una mujer de una belleza única. Todos las que la recuerdan en su juventud coinciden en su enorme atractivo físico. La autora estuvo siempre consciente de su singularidad, tanto en el aspecto físico como en el interior, y aunque a menudo le resta importancia, sabe del enorme atractivo que ejerce entre quienes la conocen.

En 1937 Clarice ingresó a la Escuela de Derecho en la Universidad de Brasil. En los años que transcurrieron mientras cursó sus estudios superiores, se desarrolló una serie de eventos de gran trascendencia: siendo estudiante comenzó su trabajo periodístico, primero para la “Agência Nacional”, y a continuación para la revista “A Noite”; en mayo, en la revista “Pan” apareció su cuento, Triunfo, con lo que comenzaría a publicar regularmente. En agosto, después de una operación de la vesícula, falleció su padre, a la edad de 55 años. También en esa época conoció a uno de sus amigos más queridos, por quien, en un principio, tuvo sentimientos románticos no correspondidos: Lúcio Cardoso, uno de los protagonistas más importantes de la escena cultural brasileña del momen-to. Moser entiende muy bien la naturaleza de la relación entre Cardoso y

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Lispector: un vínculo afectivo más allá de la amistad, establecido entre dos figuras cuya afinidad va más allá de lo intelectual y de la capacidad creativa.

Antes de concluir sus estudios, Clarice conoció al que sería su marido, Maury Gurgel Valente. Algunos de los aspectos y prácticas de la religión habían dejado de ser importantes desde la muerte de su padre, por lo que contraer matrimonio con un gentil no fue un acto de rebeldía, aunque albergara dudas sobre la institución matrimonial. En esta parte del libro sería muy fácil apelar a cierto afán de discreción que omitiera circuns-tancias tanto personales como familiares que podrían resultar incómodas en torno a la decisión de Clarice, pero el autor las presenta y analiza con sobriedad y, lo más importante, sin caer en juicios sentimentales ni justificaciones. El mismo año en que contrajo matrimonio, su primera novela, Perto do Coraçao Selvagem vio la luz y tuvo un enorme éxito. La crítica especializada la recibió con gusto y admiración y lo mismo sucedió con los lectores. Lispector consolidaba su carrera de escritora, y Maury, poco tiempo después, daría inicio a su carrera en el servicio exterior, al otorgársele un puesto consular en Nápoles, a donde llegaron en 1944, menos de un año antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial en Europa. Así iniciaba un periodo de distancia de Brasil, cuyo abrupto final afectó profundamente a Clarice.

Aunque con breves interrupciones, Maury y Clarice pasaron casi quince años fuera de Brasil. Moser recrea estos años con detalles que evidencian las múltiples maneras en las que Clarice padeció y resintió este periodo: lo que empezó con el entusiasmo de una joven esposa de un diplomático, terminó por convertirse en una obligación agobiante que la llenaba de aburrimiento y desesperación. Salvo por contadas excepciones, no encontraba mayor placer en los viajes y las actividades correspon-dientes a la esposa de un diplomático; se sentía generalmente a disgusto en un círculo social que, en su mayoría, estaba rodeado de frivolidades. Cambiar el escenario europeo por los Estado Unidos (llegaron en 1952), no cambió en mucho el panorama. Hizo algunos amigos entre la comunidad brasileña, pero la nostalgia crecía sin que hubiera forma de mitigarla. El nacimiento de sus hijos fue, en principio, motivo de alegría, pues, como ella misma declararía, Lispector encontraba una profunda satisfacción personal en ser madre. Pero incluso en este aspecto de su vida se vio forzada a lidiar con retos que pondrían a prueba la paciencia de cualquier persona. Uno de los más dolorosos fue la condición inestable de su hijo mayor, Pedro, quien desde su adolescencia fue diagnosticado con esquizofrenia. Eventualmente, Clarice se encontró abrumada y desespe-rada: decidió abandonar a Maury y regresó, junto con sus hijos, a Brasil en 1959.

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El regreso al que nunca dudó en considerar su país marcó el principio de un periodo complejo que abarcaría las dos últimas décadas de su vida. Mientras en lo profesional retomó con entusiasmo la creación literaria, al grado de que fuera el más prolífico de su carrera, en lo personal nuevamente estuvo marcada por situaciones que la entristecían cada vez más, que la volvieron, en sus propias palabras, “menos conciliadora”. Su divorcio le provocó un enorme resentimiento hacia Maury, quien contrajo matrimonio por segunda vez, con una mujer más joven. Mantuvo una relación con Paulo Mendes Campos, poeta y escritor, casado, con quien se identificó completamente, como le había sucedido muchos años antes con Cardoso, en términos de sensibilidad y talento, pero la relación estaba destinada a durar muy poco. La decepción sentimental, el ensimisma-miento y consecuente soledad contra los que luchó siempre, el desgaste ocasionado por la enfermedad de su hijo, la muerte de Cardoso, se su-maron a la que fue la última dificultad, que no pudo vencer: el cáncer. Clarice Lispector falleció el 9 de diciembre de 1977, un día antes antes de su cumpleaños que, además, fue en Sabbath, por lo cual fue sepultada, siguiendo todos los ritos de la religión judía, el 11 de diciembre.

Pero la obra de Moser no concluye con la muerte de la autora: el relato de vida se enriquece con los paratextos, como las fotografías que, aunque están en la mitad del libro, le obsequian al lector un atisbo, aunque breve y apenas suficiente para despertar la curiosidad, de la vida de Lispector. También resulta sumamente interesante, y sobre todo de gran ayuda, el esquema genealógico de Clarice que abarca a sus familias materna, paterna y política; y los mapas que lo anteceden. Todos los ele-mentos para formarse una imagen más clara de la escritora, dispuestos de tal forma que, lejos de agotar al lector, le dan razones, por si acaso le hicieran falta, para buscar, como siguiente paso, la cercanía con su obra.

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Emanuel A. Aguilar Villagrán Universidad Autónoma Metropolitana

El continuo desarrollo de la tecnología informática ha modificado casi todos los aspectos de la producción cultural del hombre. Un caso particular es el que atañe a la industria editorial y los hábitos de lectura del consumidor del objeto libro. Ya no se trata solamente de mantener informado a un sector

determinado de la población como se pretende con cualquier texto impreso. Por el contrario, la dependencia cultural de la www ha dado paso a la existencia de un usuario-lector participativo, creador textual en algún sentido no menos positivo. El eje de análisis y reflexión de Lucía Megías está compuesto de nueve capítulos que se integran a partir de tres temas fundamen-tales: las complicaciones de acarrear el surgimiento y adaptación del cambio de un soporte a otro, las relaciones multidiscipli-narias que el nuevo soporte exige de los

usuarios y, finalmente, la necesidad de comenzar a profundizar en su aplicación para obtener de éste todas las virtudes que sus precursores apenas imaginaron en un solo campo de conocimiento.

Es claro para el lector que el ejercicio de lectura es la sucesión horizontal de una larga cadena portadora de significado. Pero ¿qué sucede cuando la escritura apoyada por la tecnología digital supera esa cadena horizontal de producción de sentido y se relaciona con otra que le permite la inclusión al escritor-lector a todos los niveles del proceso editorial? Buscar una respuesta desde la visión inclusiva de Lucía Megías resulta anodino, puesto que el planteamiento principal es invitar al usuario-lector-

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escritor actual a reflexionar sobre las posibilidades apenas exploradas del nuevo soporte de transmisión y acumulación textual. Continuar con esta línea significa considerar el cambio de hábito que supone la presencia de un nuevo soporte, que de paradójicamente no puede contenerse en los límites de la página impresa y que queda sugerido a través de la parcial descripción de dos videos y dos textos –“Un video y un texto (a modo de entrada)”: 11-20; “Un video y un texto (a modo de cierre)”: 135-140– que abren y cierran los comentarios del autor con respecto a las reticencias que se presentan en torno al mundo del libro y su final aceptación.

La primera parte del análisis sugiere que hay una vuelta al principio de la historia. Si una sola persona puede desarrollar la labor de editor, impresor y librero, y la figura autoral queda sugerida por su independencia o participación en esa industria debido a su naturaleza y alcances, la reacción por parte de quienes mantenían la hegemonía debió ser la imposición de la unidad texto-libro como nuevo modelo de transmisión textual. Se trata, pues, de reparar en el impacto de la correlación que existe entre la escritura y el nuevo soporte: a diferencia de la escritura y las posibilidades de control y censura que permitió en un primer momento la naciente industria editorial, las nuevas tecnologías, fundamentadas en la participación activa de los lectores, permiten la apertura del medio de transmisión de información, gracias a la sencillez que caracteriza su funcionamiento.

Lo anterior no separa la modernidad de la antigüedad, y eso hace notable las ideas con las que discute Megías cuando de fijar una base sólida para argumentar el cambio de paradigma a través del existente “entre la oralidad y la escritura [en el que] podremos encontrar claves que expliquen el cambio de paradigma de hoy (analógico) y el mañana (digital) en la difusión de la información y el conocimiento” (29). Esta relación, en cuya base se encuentra W. Ong, invita a reconsiderar el dinamismo que subyace entre lo escrito y la voz, pues en la “tercera oralidad” y en la “segunda textualidad” (p. 36) se da un intercambio de cualidades que hacen del entorno digital, no sólo de dinámico por excelencia, sino capaz de condensar fenómenos de otra naturaleza.

De manera intermedia, el análisis es una revisión de los personajes más destacados en la historia del hardware, la www. entendida como soporte y tecnología de difusión “Sobre precursores y otros soñadores” (pp. 39-50), “El ordenador de ordenadores. La red de redes. El buscador de buscadores. El usuario de usuarios…el hilo de Ariadna” (pp. 51-70). Es destacable, en este sentido, que la revisión histórica haga presente ante los ojos del lector aquéllos personajes que han hecho posible lo que un “nativo digital” da por común. Vannevar Bush, creador del Memex, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial es iniciador de una cadena de

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investigación científica que continúa en Xeox Parc para producir ordenadores cada vez más eficientes y pequeños; por otro lado, Tim Barnes Lee, hará posible la existencia de la www abierta y, en el presente, Larry Page y Mark Zuckerberg facilitarán la ubicación de información y la comunicación entre usuarios de manera eficiente.

Perfilándose hacia el final, se encuentra desarrollado, bajo el criterio de confiabilidad, el papel de las Humanidades en la nueva tecnología y soporte de transmisión semántico que supone la red. Aquí, sin duda, el filólogo moderno encontrará un campo minado con información que, fuera de proporcionar respuestas en lo correspondiente a las actividades relacionadas con su labor, sugiere preguntas para crear perfiles de trabajo multidisciplinarios. Así, por ejemplo, el Index Tomísticus de Roberto Busa iniciado en coordinación con IBM en 1949 atravesará un largo proceso hasta su proyección digital en el 2005.

A estos antecedentes se integra la necesidad de contar con bibliotecas virtuales, que en palabras de Lucía Megías, es “Organizar los textos: las bibliotecas digitales” (pp. 89-108). Además de la urgencia de formar criterios de asociación, selección y presentación de contenidos, antes que por la gran cantidad de datos que ponen a disposición y que no siempre son del todo confiables. Grandes proyectos como Europeana, Hispana, Google Editions, Gallica no distan de ser bibliotecas textuales que repiten el formato analógico a través del medio digital, aunque comienzan a experimentar con herramientas de usuario.

Por otro lado, se agradece la revisión de las diferencias básicas entre textos digitales y textos digitalizados, las cuales radican en su función, tecnología utilizada y relación con los medios de transmisión: “Reproducción digital de un manuscrito o libro impreso […] Creación o digitalización de textos con la pretensión de ser difundidos fuera del ambiente y de los medios de transmisión digitales, en especial en el medio impreso: libros, documentos, páginas impresas… […], y por último tendríamos lo que propiamente sería el texto digital, que utilizaría procesos de codificación más transparentes, pensados para poder ser visualizados en la pantalla del ordenador, aprovechando las posibilidades de la hipertextualidad, de la relación de la información en varios niveles (estructural y semántico). Lenguajes como HTML, XML o XHTML están en la base de los hipertextos, de estos textos digitales «propios»” (p. 116). Así es como “capas de información humana” y “capas de información matemática” según lo propuesto por María Clara Pixão de Sousa, son la clave de la conformación del texto digital “cuyo proceso de difusión consiste en la codificación de la información por los lenguajes artificiales” (p. 114).

Ya no se trata, pues, de privilegiar la acumulación de materiales frente a la necesidad de crear nodos o adaptar los ya existentes como

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espacios de interacción entre los usuarios y la información. La creación de la web 2.0, cuyo auge pertenece a las redes sociales y a su peculiar manera de presentación de contenidos con los usuarios, es la propuesta renovadora que habrá de experimentar el texto, en continuo proceso de cambio, para su desarrollo y contribución a nuevos modelos textuales dinámicos, como el soporte. Sin embargo, bien sea que exista una política de continencia frente al formato digital que impida sacar ventaja de las posibilidades que ofrece al medio editorial, también aparecen otras trabas, económicas fundamentalmente, que impiden la participación de las instituciones universitarias.

En esta línea, Lucía Megías ha dado seguimiento al tema desde hace varios años y ha ofrecido en otros artículos descripciones de los sitios más destacados para la Literatura Medieval y del Renacimiento, por lo que en el presente estudio no abunda en detalles sobre sitios o links de acceso, aunque hace referencia explícita a ellos. La intención principal del análisis es discutir la idea de repetición y de implantación del formato análogo en el digital, mostrar la relación de la tecnología informática con el texto y dejar en claro que se vuelve necesaria la participación del usuario- lector, dinamizar el texto dejando de lado la noción de jerarquía para, finalmente, dar entrada a la creación de nuevo conocimiento en el área de las humanidades, como sucedió en la década de los sesentas con las investigaciones sobre software. Es decir, “el usuario no sólo recibe información sino que puede introducir la suya al tiempo que opina y valora la ya existente en la Red, sin olvidar que este proceso de crea-ción/recepción puede difundirse” (“Las plataformas de conocimiento”, p, 127).

En el apartado “Plataformas de conocimiento” (pp, 129-131) Lucia Megias argumenta que dentro de este nuevo sistema, una plataforma de conocimiento establecería perfectamente la relación entre usuarios y posibilitaría la asociación de información determinando a un tiempo nuevas formas de acreditarla. Baste con señalar que cada blog, foro o nodo de discusión está sometido a reglas impuestas por los contenidos que ofrece. Catalogar un acervo digital no es materia menos importante, sino que está implícita en la creación de redes temáticas que demanden la participación de los usuarios especialistas para moderar las discusiones y gestionar el contenido. Por otro lado, estos espacios de trabajo deben contar con tres cualidades específicas: la libertad de elección del entorno y herramientas de trabajo, estar contenidos o asociados con bibliotecas digitales y, por último, hacer uso de programas y aplicaciones que enlacen, según lo requiera el usuario, su información con la del resto de la existente sobre el tema estudiado en la red.

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En conclusión, Elogio del texto digital es un condesando análisis histórico en el que usuario-lector, “nativo digital” o “emigrante”, especialista en el área de humanidades o curioso, encontrará una llamada de atención para participar en la nueva modalidad textual y su práctica de lectura, así como para reflexionar sobre las virtudes de las herramientas informáticas en relación con la conservación, creación y difusión de textos, así como en el papel que desempeñan las instituciones a través de las cuales tiene acceso. Por supuesto, no es más una proyección para el futuro, sino una necesidad del presente que es contingente experimentar.

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CREACIÓN LITERARIA

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Juventino Sevilla Pineda

Un ruido extraño, en mitad de la noche, hizo abrir los papudos ojos al abuelo. El aire inmóvil tenía pesantez y un olor a cosas viejas, todo cubierto de polvo e incertidumbre. Encamorrado se levantó a ver de qué se trataba; pues parecía el ir y venir de una pelota estrellándose contra las paredes de su viejo jacal. Habrá que recordar que la gente de pueblo se acuesta temprano para dejar, así, que sus fantasmas regresen. Echándose un desgastado poncho rojo sobre los vencidos hombros, y buscándose la cabeza con el sombrero de jipijapa, abrió la apolillada puerta.

Sigiloso, procurando hacer el menor ruido posible, se abría paso entre las altas milpas, que él mismo había sembrado en torno a su casa. Tratando de amortiguar las pisadas de sus guaraches de llanta, metién-dolos, entre la abundante tierra suelta, iba avanzando despacio dentro de la gruesa niebla. Llegando al punto de origen del escándalo, se vio impedido para continuar su búsqueda frenética, pues una ancha barda, de piedra-bola sobrepuesta, se atravesaba en su camino. El ancho pretil dividía su propiedad de la casa vecina, en cuyo patio parecía que se llevaba a cabo una especie de contienda. Dicen que con la vejez se pierde el miedo. Sin darse por vencido recordó, en ese preciso instante, tener una escalera de madera recargada en algún lugar de la extensa pared. A tientas, pues para su desgracia esa noche la luna había sido cobijada por un par de nubarrones negros, logró dar con ella. Arrastrándola entre el barro fresco la colocó en la base misma de la muralla, y comenzó el penoso ascenso. Los peldaños crujían lastimosamente a cada paso, rechinando de una manera horripilante; llegó incluso a pensar que no resistirían su propio peso, resquebrajándose, en cualquier momento, en mil pedazos. Final-mente consiguió llegar hasta la cima donde, descubriéndose la cabeza terregosa, sus ojillos enfocaron entre la penumbra el patio vecino; encontrándose de frente con un dantesco espectáculo.

Varios hombrecitos, de piel arrugada y baja estatura, surgían de la niebla como si salieran de la espesura del sueño, enfundados en trajecillos de brillante satín salpicado de múltiples colores. Corrían en tropel persi-guiendo una pelota. Algunos portaban medievales gorros cónicos, otros sombreros de tres picos repletos de cascabeles, y un ancho cinturón de hebilla dorada sobresalía de sus abultadas barrigas.

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Asustado bajó, tan de prisa como se lo permitía la vejez, la desven-cijada escalera. Sentía la cabeza seca, como si se le hubieran agotado los profundos veneros del pensamiento, cuando se metió cautelosamente en su jacal. Y sacudiendo a la anciana abuela consiguió al fin hacerla despertar:

—Abuela, ¿a qué no adivinas lo que acaban de ver mis ojos? —Viejo, échate a dormir y no me estés chingando. —En verdad, mujer, acabo de ver dende allá atrás del jacal, en el

patio vecino, unos duendecillos jugando a la pelota. Si vieras las carreras que pegaban, y lo contentos que se veían. Han de haber venido a enterrar algún tesoro. Voy a vigilarlos hasta saber el sitio exacto donde lo van a ocultar, ¡ya verás que de esta nos hacemos ricos! Aluego regreso.

Fue lo último que alcanzó a escuchar la avejentada humanidad de la ancianita, perdiéndose al instante en un cúmulo de ronquidos. El abuelo se colocó, de nueva cuenta, el sombrero de jipijapa y salió feliz cargando en la bolsa del pantalón una anforita con cinco dedos de aguardiente; del refino, quesque para el frío.

Después de un par de horas, al fin, reaccionaba la vieja abuela. Primero abrió uno de los ojos, irrumpiendo la piel rugosa de su cara, después el otro afloró justo a un lado de la nariz, esta gran nariz que nacía en el entrecejo y se echaba al frente sobre la cara, para finalmente abrir las fauces de la boca desdentada. En un descuido se le fue un bostezo que más pareció un pequeño aullido. Casi de inmediato notó la incróspita ausencia a su lado, al tiempo que se le resbalaba en el oído la voz de la duda.

—¡Ah Dio!, ¡dónde se habrá metido este viejito pendejo! —los recuerdos se agolparon—. De seguro salió a embriagarse con el pretexto de vigilar a esos pinches duendecillos.

Ya en pie, junto al camastro, la anciana beata orgullosa de sus escapularios y rezos, buscó el viejo rebozo, de bolita, cribado de agujeros. Embozándose la cabeza y la cara abrió la puerta, esperando recibir el choque del sereno en pleno rostro y la miseria harapienta que se escondía por los rincones. Era la hora en que los gallos aún tartamudeaban cuando iba avanzando, lentamente entre la bruma del amanecer, soportando el frío que le mordía los huesos hasta la médula, con aquellos sus helados colmillos invisibles. Todo lo miraba con cansancio desde sus ojos sin infancia.

—¿Abuelo, dónde te has metido?, ¡zoquete, ven acá! ¡Que te andas buscando una pulmonía cuata!

En llegando hasta el sitio donde arrancaba la barda de piedra, se encontró con el poncho rojo del abuelo revolcado al pie de la escalera. Agarrándose como gato, haciendo mil malabares, comenzó a subir los

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delgados peldaños. Al llegar a la cima, sorprendida, divisó al grupo de duendecillos, que en animada chorcha corrían tras la pelota, yendo de aquí para allá, pateándola alegremente. Y en uno de esos lances la dichosa pelota fue a caer junto a la barda, justo por debajo de donde la abuela, burriciega, vigilaba la escena. La cruda luz de la alborada daba a las cosas una claridad de detalle.

—Con que el abuelo no mentía, ¡vaya que son duendecillos!, y cómo se ríen los muy cabrones…

No completó la frase. Al mirar detenidamente la pelota, su garganta dejó escapar un escalofriante grito de horror —que hizo esfumarse al instante, en el aire, al grupo de enanillos—, pues lo que parecía una pelota era en realidad la cabeza degollada del abuelo.

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Belén Nasini Jasiner

La fatiga y el agotamiento poseían su cuerpo. Los terribles recuerdos inundaban su mente. Demasiado recientes la tierra y la sangre, también el oscuro sacrificio y el penoso viaje de regreso. Sus fuerzas estaban prácticamente agotadas. Arrastraba su ánimo por los suelos, trayéndolo tras de sí a los tirones, sometiendo a la más dura de las pruebas a su vejada voluntad.

Cada paso que daba lo alejaba un poco más de la fatídica guerra que había puesto fin a la vida de tantos de sus valerosos amigos. Muchos de ellos habían muerto en combate. Y otros tantos habían perecido en el trayecto de regreso. Pero él aún vivía. Y sus pies, aunque cansados, todavía lo obedecían.

Divisó su hogar a lo lejos. Se alzaba intemporal frente a sus ojos, resplandeciente bajo la luz de la aurora. Las columnas que sostenían su techumbre lucían más robustas que nunca y los bajorrelieves que decoraban su fachada se apreciaban en toda su riqueza. Entonces pensó que el esplendor de aquel ostentoso edificio contrastaba graciosamente con su penoso estado. Pero pronto sería, una vez más, digno rey de su palacio.

De pronto la estática majestuosidad de aquella deslumbrante imagen se quebró con la estridencia de un grito: “¡Señora! ¡Señora! ¡El rey ha vuelto! ¡El rey ya está aquí!”. Al oír estas palabras sintió que su vista se nublaba, pues las lágrimas inundaban sus ojos, y que el corazón le latía con tanta fuerza que tuvo que llevarse las manos al pecho para contenerlo dentro de sí. Las antaño vigorosas piernas entonces le flaquearon y hubo de arrojarse al suelo a esperar que los suyos acudieran en su ayuda.

“¡Amado esposo mío!”, exclamó su mujer mientras se acercaba a toda velocidad. “¡Por fin has regresado! ¡Has vuelto! ¡Ya estás aquí! ¡Has sobrevivido! ¡No te imaginas cuánto te he echado de menos! ¡Y también tus hijos! ¡Qué contentos van a ponerse cuando te vean! ¡Oh, dichosa de mí!”. Y él no pudo más que sonreír, pues, finalmente, sus hazañas eran coronadas con la felicidad. “Los esclavos te conducirán hasta el interior de la casa y allí te prepararé un relajante baño para que olvides tus penas y sientas otra vez el calor del hogar”, prometió ella.

Sus dos mejores servidores se aproximaron tímidamente, pero él asintió con la cabeza y ellos, perdiendo su timidez pero conservando su

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respeto, lo tomaron por debajo de los hombros con delicadeza, lo levantaron del suelo y lo llevaron con mucho cuidado y paciencia hasta el interior de su morada. Ellos estaban francamente contentos de volver a ver a su amo con vida y él, a su vez, de comprobar que sus antiguos hombres continuaban siéndole aún tan fieles. Entonces, habiendo comido y bebido todo lo que las sirvientas le trajeron, se dirigió al baño donde lo aguardaba su mujer.

Sus dulces palabras pausadas retumbaron en la habitación de altos techos: “Acércate, esposo mío, deja que estas manos que antaño te acariciaron hoy te desnuden y laven tus heridas. Permite que estos dedos, que tantas veces hurgaron placenteramente en tu piel, desprendan los jirones de tus descocidas vestimentas endurecidas por la sangre seca”. La reacción no se hizo esperar. Se aproximó a su mujer, se arrodillo junto a ella, tomó ambas manos entre las suyas y las besó sentidamente. Aún podía recordar sus caricias y sus besos, y también el roce de su piel húmeda, que tantas veces había anhelado durante el asedio.

Las manos de ella se soltaron de las de su esposo y comenzaron a trabajar con notable destreza. Primero desataron los nudos que le sujetaban la rotosa túnica de lino. Después arrancaron, con suaves tironcitos indoloros, los pedazos de tela que se habían quedado pegados a la piel. Y entonces, una vez más, él estuvo desnudo frente a su amada esposa.

Su cuerpo presentaba numerosas cicatrices y también heridas aún abiertas. Sangre vieja y manchas de barro cubrían irregularmente su piel. Su trabada espalda imponente, la anchura de sus brazos fornidos y sus piernas marcadas testimoniaban la fortaleza y el poderío del que aquel hombre había hecho gala hace apenas unos cortos años.

Ella lo guió hasta el interior de la bañera. Una vez sumergido en el agua tibia comenzó a frotarlo suavemente con una delicada esponja empapada de un jabón espumoso que exhalaba un exquisito perfume a flores. Mientras se endulzaban sus sentidos, espió a su mujer de reojo, que, tras sus espaldas, estaba agachada sobre la tina insinuando sus encantos. Su rosada piel era aún tersa y sus pequeños pechos se mantenían todavía firmes. Entonces, envuelto en aquella nube placentera, no pudo evitar desearla: “¡Oh, amor mío, tu belleza se conserva intacta! ¡Ven aquí! ¡Quítate la ropa! ¡Sumérgete conmigo!”.

Aflojó primero el adornado cinturón que le ceñía el vestido, luego desprendió el dorado broche que lo sujetaba y, por fin, el fino peplo se deslizó lentamente por su cuerpo hasta detenerse sobre el suelo. Sus pequeños pies se liberaron del enredo de la seda y marcharon hasta el agua, seguidos por su esbelta y graciosa figura… Pronto estuvo entre los

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brazos de su marido que la palpó y la besó, hasta que, satisfechas sus manos y su lengua, se unió a ella por última vez.

Entonces ella abandonó sigilosamente la bañera al tiempo que él lloraba en silencio. De felicidad: porque había sobrevivido a la guerra y al viaje de regreso; porque había vuelto a ver su hogar y a los suyos; porque el amor que sentía hacia su esposa se mantenía incólume. Pero también de tristeza: porque la sangre filial había manchado sus manos; porque pronto pagaría por su horroroso crimen; y, sobre todo, porque su mujer sería el frágil objeto sobre el que se desataría la venganza de sus hijos.

Entonces, en un desesperado intento por salvar al menos a su queridísima esposa del espantoso sino, estiró los brazos hasta el suelo para recoger sus desparramadas vestimentas. Se enjugó las lágrimas con el peplo de seda y, tomándolo entre los dedos de su mano izquierda, lo hundió en el agua para apretarlo sobre su pecho. Mientras tanto, con la derecha que temblaba imperceptiblemente, presionó con fuerza el broche sobre su cuello, hasta que sintió que su carne cedía al impulso.

Cuando ella volvió con los artilugios para consumar el crimen, horrorizada, alcanzó ver el tono rojizo del agua. Conocedora por la desgracia de que el amor de su esposo era el más puro e incondicional de todos, lanzó un grito de dolor y, mientras maldecía las falsas promesas de su amante Egisto y su propia ingenuidad, blandió sus armas contra sí misma, se desplomó sobre la bañera y el agua tiñó de rojo su rostro sumergido.

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Rossy Lima

Cada palabra articulada lleva el peso de las lenguas del mundo, marejadas de imágenes, caracolas que aún no encuentran su forma perfecta. Cada palabra, fonema absoluto, nos da de beber en sus manos la idea de un pasado que creemos para siempre. La palabra, la unidad mínima de expresión ardiente, la base de la experiencia diaria, los ecos y el barro que se amoldan a nuestra apariencia. Cada palabra articulada va formando nuestra segunda piel, nos llena el paladar con susurros alocromáticos. Cada palabra articulada es la arena de nuestro mar, no existe ola que pueda llevarse el arenal de nuestra orilla, no hay sal que derrita o evapore el grano edificado por la palabra dicha. Sin importar la voz ni el temblor de la garganta la palabra siempre cae a nuestros pies convirtiéndose en piedra o en camino.

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Washington Daniel Gorosito Pérez

“Yo soy poeta” Octavio Paz

En una placita de Mixcoac trina alegre y dulce un xenxontle entre el susurro del follaje las imágenes se oyen. Estampas y regalo de los dioses el in xóchitl in cuicatl* surgirá hasta enamorar la luna poesía en movimiento, memoria, palabra, elocuencia y silencio. Relámpagos grabados en papel, la rúbrica explosiva del rayo. El cielo se hace más espeso nubes errantes penetradas por un poeta solar, palabra y silencio: poesía. Los muros intangibles del tiempo te encierran y surgen laberintos de soledad. La rebelión del lenguaje fluye, transcurre y desemboca en un instante que se desvanece, libertad bajo palabra. Silencio profundo el fuego, una flecha, que parte el corazón del poeta del hombre árbol

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cuyo fruto son palabras el arco tiembla, la lira llora. Sonríen las constelaciones, tintinean gracilmente claman por ti, águila del sol muere el poeta… nace una estrella algunas se revelan rompen las constelaciones se acercan te reciben centelleante perla suspendida luz de un México en tinieblas.

*in Xóchitl in cuicatl- Náhuatl - “flor y canto”= poesía

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Leonardo Alezones Lau

No remedo al ángel su costura que deshila la piel de tanto milagro. Alguna vez sentí lo huidizo de su risa estriándome en el calco de una mala palabra Reconociendo el mundo en el crecimiento de los árboles que nos reciben con plumas en lugar de hojas

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Correspondiente a Junio-Julio de 2014.

Editada en México, Distrito Federal