revista alfolí nº25
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Revista de ocio para mayores de El Escorial.TRANSCRIPT
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ALFOLÍ Abril-Junio 2014 Nº 25
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Editorial Índice
D urante veinticinco números, nuestra
revista Alfolí ha conseguido con-
vertir en realidad, el sueño de un
grupo de personas ilusionadas participes en
esta empresa. Ellas mantienen la única pre-
tensión, de aportar su modesta participación
literaria. Una idea, un colectivo, una ilusión
bien dirigida por una mujer emprendedora,
saco a la luz a nuestra revista. Estableciendo
así, una dinámica de trabajo basada en la in-
dependencia, el respeto, y la experiencia per-
sonal de sus componentes.
Fueron tiempos buenos. La revista se conso-
lido. y su primera publicación fue un regalo
para el grupo y sus lectores. Personas como,
Fernando, Toñi... y otras, trabajaban con
alegría y acierto para que las publicaciones
llegaran a los lectores.
Al año siguiente nos incorporamos nuevas
personas contagiadas por un proyecto de ilu-
sión, otros se fueron a destinos distintos. Fer-
nando nos abandono para siempre: segura-
mente para ir a otros mundos a contar nuestro
proyecto.
Apareció Francesca; periodista venezolana
que impulso la revista con sus conocimien-
tos. Se cambio el formato, y la calidad mejo-
ro. Fueron momentos mágicos de creación
constante.
La situación financiera del país nos dejo
huérfanos de ayudas y local, (y una crisis de
aptitudes en el grupo), hizo pensar que Alfolí
podía desaparecer.
Pero muy lejos de amedrantar estas situacio-
nes, al grupúsculo que formábamos la redac-
ción de nuestra querida revista, decidimos en
aquellos momentos continuar con el camino
trazado. Las precauciones tomadas en ante-
riores momentos, comenzaron a dar sus fru-
tos para conseguir el logro de nuestros
propósitos. Gracias a ellas, -ya que presenti-
mos a tiempo las dificultades con las que nos
íbamos a enfrentar en un próximo futuro-,
aceleramos nuestro aprendizaje en el proceso
del programa Publisher, de montaje y maque-
tación de la revista. Y este resultado, hasta el
momento es manifiestamente positivo.
A partir de este momento, nuestra contribu-
ción económica nos permitió la continuación
de independencia, y nuestro local de produc-
ción de igual manera fue solucionado.
Hoy llegamos a nuestro numero veinticinco
con la misma ilusión que al principio. Como
personas, hemos madurado en amistad y
comprensión. Los éxitos conseguidos, se de-
ben a que hemos sabido ser siempre fieles a
la filosofía de Alfolí: independencia, respeto,
aprendizaje, sonrisas…Desde aquí, nuestro
común agradecimiento, ha cuantos han parti-
cipado en haberla hecho posible.
Hace ya bastantes años que D. Antonio Ma-
chado, en uno de sus maravillosos poemas,
dejo escrito: “Caminante, no hay cami-
no, se hace camino al andar”.
Y ahí andamos…¡Amén!
Alfolí
Equipo de redacción José Luis García, Marisa
Ramírez, Miguel Soto, Luis Felipe Soto, Félix Ber-
nardino, Carlos Bernardino, José Ruiz Girado,
S.Olhai, Felipe Cabildos, Juan Díaz , C.Aramburu
y Matilde Ramírez
Apoyo editorial y maquetación:
Carlos Bernardino y Miguel Soto.
Fotografías Portada y Contra Portada: Internet
Dedicadas a la primavera.
Imprenta: Copimay
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Editorial Índice
En este número:
Editorial ________________________________________________ 2
Escudo de La Villa de El Escorial ____________________________ 4
La Estación mágica _______________________________________ 5
El invisible insomne ______________________________________ 6
Esas pequeñas, pero grandes satifaciones…—————————— 11
Cita con mi medico de familia——————————————— 12
Madrid y el modernismo (1ª parte)—————————————-- 18
Esperanzas y olvidos ——————————————————— 22
Granos de arena—————————————————————- 24
Reflexiones ——————————————————————- 25
Tenia que llegar—————————————————————- 26
Agradecimientos ————————————————————— 28
El adiós ————————————————————————- 29-
Historias de un colchón ——————————————————-- 30
El costo de sobrevivir ——————————————————— 32
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EL ESCUDO DE LA LEAL VILLA DE EL ESCORIAL
Introducción: Con el objetivo de ser lo más exhaustivos posible, analizamos el escudo de la Leal Villa de El Escorial, diferenciando las circunstancias históricas en que
surgió, para en última instancia describir los rasgos y elementos esenciales de la heráldica local.
Historia del escudo escurialense. Con fecha de 8 de abril de 1565, y en Aranjuez, Felipe II, publica una Cédula Real, por la que eximió y apartó el lugar de El Escorial de
la jurisdicción de Segovia, al tiempo que la declaró "villa en sí y sobre sí", para que en el se "ejerza la jurisdicción cibil y criminal, alta y vaja, mero, mixto imperio... y tenga y
aya en el dicho Lugar Horca, y Cuchillo, Carcel y Zepo, y todas las otras ynsignas de jurisdicción..... , y se pueda llamar e intitular Villa". De acuerdo con estas disposiciones,
la ya Villa de El Escurial, tendría derecho a poseer su propio escudo y sus propias armas.
A lo largo del siglo XVII el Concejo escurialense dispuso de dos cuadros relacionados con la heráldica escurialense. En uno de ellos se recogían las armas de Felipe II, en
otro el escudo de la Villa. No creemos equivocarnos al decir que este primitivo escudo escurialense dispuso de la corona real y de las armas propias de Castilla y de
León.En 1808 las tropas francesas llegan a El Escorial y los monjes jerónimos del Monasterio, temiendo una revancha de los acontecimientos ocurridos en San Quintín,
abandonan el convento. Los patriotas escurialenses defenderán los valores artísticos y monumentales de la gran obra filipina, al tiempo que se enfrentan a las tropas france-
sas, El resultado será la muerte y persecución de algunos héroes escurialenses y el incendio de los edificios más representativos de la Villa.
Concluida la guerra de la independencia y como premio al comportamiento heroico de sus vecinos, por Real Cédula otorga el día 8 de agosto de 1815, Fernando VII con-
cedía a la Villa de El Escorial el titulo de LEAL, al tiempo que confirmaba todos su privilegios desde el reinado de Felipe II (Archivo Municipal de El Escorial, Signatura 3507-
2).
Este documento, conocidos por los vecinos de El Escorial, como "Libro de Villazgo", recoge en su primera página, un escudo, que prácticamente desde 1815 viene consi-
derándose como las armas de la Villa, y desde hace aproximadamente siglo y medio, se utiliza como el símbolo oficial de El Escorial.
Características generales del escudo escurialense.
De un modo formal, el escudo que los vecinos de El Escorial venimos utilizando como oficial, nunca fue concedido por ninguna autoridad. Tal y como decíamos anteriormen-
te, aparece como ilustración de la primera página, de un manuscrito miniado, denominado: FUNDACIÓN DE VILLAZGO dela Villa del ESCORIAL y su confirmación por el S.
Rey Don Fernando el séptimo concediendo toda la gracia de que se titule Villa LEAL DEL ESCORIAL.Esta circunstancia, no le quita legitimidad alguna a nuestro escudo, ya
que su utilización cotidiana por los diversos ayuntamientos, al menos desde los años centrales del siglo XIX, le dan validez de hecho y de derecho. Nada ni nadie cuestiona
un escudo, al que el derecho consuetudinario le ha dado validez oficial
Es precisamente el hecho de que se haya utilizado la miniatura del Libro de Villazgo, como armas de la Villa, lo que explica sus características formales, ya que estudiando
con detalle el escudo, salta a la vista, que el símbolo por excelencia del mundo escurialense, no reúne las características comunes a este tipo de elementos heráldicos. La
razón es muy sencilla, la base de nuestro escudo, es simplemente un sello o timbre, bellamente adornado, con una serie de emblemas alegóricos. Veamos las partes consti-
tuyentes de nuestro escudo:
a) En el centro aparece un medallón, sin ningún tipo de color, en donde están representados: la corona de España, las armas de Castilla y de León en sus cuarteles, las
flores de lis, la granada, el toisón y todo ello inserto en una cartela, con sus borlitas.
b) En una orla exterior aparece el texto: FERDIN. VII. D. G. 1815 HISP. ET IND. REX. 4º. Este tipo de texto es totalmente ajeno a todo tipo de cuestiones heráldicas, y la
inscripción "4º" (cuarto), alude sencillamente al valor del timbre o sello, posiblemente un cuarto de real.
c) En la orla exterior la expresión VILLA LEAL DEL ESCURIAL POR FERNANDO VII, alude al reconocimiento de que es objeto la Vil la de El Escorial, por parte del rey. La
inscripción aparece en letras de color azul.
d) Coloreados en oro viejo, los leones que soportan el escudo de España, que lo muestran triunfante sobre la derrotada águila imperial napoleónica (en negro), que aparece
abatida sobre un haz de flamígeras flechas decoradas en rojo (símbolo quizá de la guerra o del fuego).
e) Sobre el conjunto descrito, una corona de hojas de laurel, como representación del heroísmo, la victoria y la gloria, siempre en color verde.
f) Vinculado a la corona de hojas de laurel, un haz de flechas, símbolo de la unidad de todo un pueblo, contra un enemigo común e invasor, representado en color rojo.
g) Flameando al viento, una cinta que abarca el conjunto del escudo, con la expresión latina POST FATA RESURGO, alusiva al resurgimiento de El Escorial tras la destruc-
ción por los franceses.
Observando con detalle el escudo de la LEAL VILLA DE EL ESCORIAL, es absolutamente perceptible que, sus alegorías y simbolismos encajan a la perfección con el
motivo por el que El Escorial consiguió tan singular título.
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EL ESCUDO DE LA LEAL VILLA DE EL ESCORIAL
Texto: Carlos Bernardino Imágenes: Internet
La estación mágica
L a estación del equinoccio, que astronómi-
camente todos conocemos como primave-
ra, es por excelencia, el regalo que la na-
turaleza nos ofrece al concluir la invernal. Ella,
la en literatura, es representada como la juventud.
Así queda significada su personalidad; el hecho
de su conducta un tanto alocada, voluble y capri-
chosa, nos lleva a términos de comportamiento
atmosféricos de lo más variados.
Es por tanto el que este proceder, en litera-
tura, pueda ser comparable a las aptitudes de la
juventud.
Este proceso climatológico, inherente al
comportamiento juvenil, representa el empuje de
una nueva savia, en la recreación de la flora y
todo el conjunto de la naturaleza, así como otros
bienes. Los que hemos tenido la dicha de haber
nacido en esta península Europea, llamada Espa-
ña, debemos sentirnos muy felices y orgullosos.
Gracias a pertenecer a este país, año tras
año, podemos disfrutar de las cuatro estaciones
climatológicas. Primavera, verano, otoño e in-
vierno. Pues realmente, cada una de ellas nos
ofrece su atractivo cambio, y por ello las recibi-
mos con agrado.
Pero en términos generales, -creo yo-, la
más esperada y gratificante, es la primavera. Su
época templada, nos ofrece el disfrute de una cre-
ciente temperatura, después de los padecidos días
de rigor invernal. Y añado que, para mi fortuna
vivo alejado de la urbe - concretamente en San
Lorenzo de El Escorial -. Por lo tanto, mi regoci-
jo siempre es superior a aquellos que habitan en
la capital.
En este entorno vitalmente rural, la mani-
festación de la primavera se exhibe si cabe, mu-
cho más real. Aquí, la explosión de la flora so-
brepasa los límites del espectáculo, para conver-
tirse en una amalgama de colorido indescriptible.
En su vegetación, surgen de manera espontanea
flores silvestres como: caléndulas, amapolas,
margaritas, narcisos, etc. Y entre los matorrales
se encuentran: retama, brezo, tojo, piorno, y ehle-
cho. El bosque bajo y el que jalona las alturas,
está compuesto de: pinos albares, pinos silves-
tres, robles, encinas, quejigos, fresnos, etc.
Este paisaje, que de manera habitual con-
templo cada año, me emociona tanto, que inevita-
blemente no puedo por menos que ensalzarlo,
para conocimiento de todos aquellos que me van
a visitar. Y pongo en ello un especial acento, con
la sana intención de que lo disfruten como yo.
Así de insistente he llegado a ser, que me
han llegado a decir: ¡Como eres! -Y yo les he
respondido: Simple, al igual que las flores silves-
tres…
A alguien oigo decir que, flores silvestres
significa libertad y alegría.
Y es que en momentos son comparadas a la vida,
por ser indisciplinadas y salvajes. Es posible que
no se limiten a las formas sociales: ellas vagan
alrededor. En el camino esperan nuestra mirada.
Frágiles, elegantes, arrogantes incluso, necesitan
del agua y no la imploran…
Un ramo de flores silvestres -creo sincera-
mente- sensibilizara más a las almas nobles, que
una mayor ofrenda estilizada.
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Texto: José Ruiz Guirado Imágenes: Internet
El invisible insomne
E ligio Casalderrey de Sousa nació in-
visible, y, en cuanto pasaron unos
años se convirtió, además, en insom-
ne. Vino a ser el séptimo hijo de una familia
de clase media, que para la época actual
vendría a ser bien. El padre lo intentó por
séptima vez, porque le faltaba una hija, ya
que todos los hijos habían sido varones. Eli-
gio, esperado como agua en mayo, si hubiera
sido Florinda, tiró por tierra las ilusiones de
don Daniel Casalderrey que a su edad, y so-
bre todo a la de su esposa ya no se volverían
a embarcar en la aventura de nueve meses
más de sobresaltos para que les viniese otro
varón. En esas condiciones, Eligio no fue
visto al nacer, cuando su padre bajó la cabeza
al preguntarle a la comadrona, qué había si-
do: “Otro varón, don Daniel. Pero no se pre-
ocupe que a éste no le van echar del baile”.
Creció sano y llegó a los siete años como si
los hubiera cumplido todos seguidos. A esa
edad, una de las nodrizas que asistía a los
niños, se dio cuenta que Eligio se pasaba las
noches en blanco mirando para el techo de la
habitación. “Tienen ustedes que llevar a este
niño al doctor porque no duerme.” “Ya lo
hará cuando le dé el sueño –sentenció la ma-
dre-. El niño come bien, juega y se le ve sa-
no.” Desde entonces su invisibilidad se hizo
patente. Como no dormía, al salir el sol, ya se
había aseado, desayunado y presentado el
primero a la escuela, donde por costumbre,
abría la puerta y se sentaba en el pupitre de la
primera fila. La maestra pasaba lista a diario,
pero a Eligio no le nombraba, porque ya esta-
ba allí. Tampoco le ponía deberes para casa,
porque siempre los llevaba hechos. . Cuando
los niños salían al patio en el recreo, Eligio
se sentaba en un banco, debajo de un nogal a
contemplar el tren que transportaba ganado,
que siempre pasaba a la misma hora y en la
misma dirección. Cuando sonaba la campana
ya estaba sentado nuevamente en su pupitre.
Al acabar las clases, marchaba corriendo has-
ta su casa. También se sentaba a la mesa el
primero, y era el primero en abandonarla,
para subirse a su cuarto y tras descansar, ba-
jarse a la cuadra a jugar con los terneros re-
cién nacidos. Y así todos los días de su infan-
cia hasta que se convirtió en un hombre y
decidió dejar el hogar. Solamente notaron su
ausencia el día en el que falleció la madre y
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. “No está”. Habían pasado veinte años. Co-
mo nadie le veía, ni jamás dormía, decidió
irse a trabajar de farero. Pero descubrió que
el mar no le gustaba, porque a lo sumo podía
contemplar la quilla de un barco en la lejanía.
Incluso oír su sirena cuando saludaba a otro
barco, o los días en que la mar estaba cubier-
ta de intensa niebla, para evitar accidentes. A
él lo que le gustaba era contemplar a la gente,
oírles hablar. O estar con los animales. Inclu-
so, como cuando era niño, observar el tren
cargado de reses, desde el banco del patio del
colegio. Dejó el faro y se volvió a su casa.
Nadie supo que estaba allí, hasta que al ama-
necer se levantó el primero, desayunó y se
fue al colegio a sentarse en el pupitre de la
primera fila, donde la profesora pasó lista,
pero no le nombró a él porque ya estaba allí y
había abierto la puerta y las contras de las
ventanas para que entrase la luz en el aula.
Para quien no duerme ni es visible el tiempo
no existe, no cambia, no pasa.
-¿Le sucede esto muy a menudo?
-¿A qué se refiere, doctor, al sueño, al tren, o
al faro?
-A las tres cosas.
-No si, soñar no sueño, porque no duermo.
Cuando me echo en la cama, miro para el
techo durante las horas que dura la noche, y
puedo contemplar, primero las estrellas pro-
fundas, brillantes y lejanas. Después desapa-
recen y sale el sol y todo comienza a tomar
vida propia. La montaña con su nieve, que no
estaba allí aparece en el horizonte. Los árbo-
les brotan en el camino. El mar se llena de
agua y el cielo se pinta de azul y de nubes
blancas.
-Entonces, más que un sueño es una ensoña-
ción.
-¿Ensoñación? No, no. Ya le digo, doctor,
que sobre la cama veo lo que le digo con los
ojos bien abiertos.
-¿Usted fuma, bebe, toma algunas drogas?
-Café. Tomo café que me preparo yo mismo.
Es café africano, por el olor sutil.
-¿Sabe usted distinguir la procedencia del
café por el olor?
-No le quepa la menor duda.
-¡Asombroso!
-Más que asombro, años de estudio, de con-
templación, de saborear. A mi padre espe-
cialmente le gusta el café. Cada vez que
vuelve de un viaje trae café. Siempre trae
café. Como a mí no me ven. Muelo el café,
lo huelo, y una cucharadita la pongo en un
frasquito de cristal que guardo en mi estan-
tería. Para no olvidarme del olor, pego una
etiqueta en el frasco con el lugar de donde lo
trajo. Cuando creo haberlo olvidado, repaso
uno a uno los frascos, oliendo su aroma y
repitiendo en voz alta al lugar de donde vino.
-Entonces, además de cafés conocerá usted el
nombre de ciudades del mundo.
-Me he tomado la molestia de buscar la capi-
tal, y el país al que pertenecen. Y esos datos
también los escribo en el frasco, en la etique-
ta.
-¿Ha visitado usted alguna de esas ciudades?
-No es necesario.
-¿Pero no las conoce?
-Conozco su olor, su color y su luz.
-También le trae su padre tarjetas postales de
los lugares que visita.
-No, señor. Lo sé por el café.
-¡Qué interesante! ¿Cómo lo hace?
-Huelo una vez y otra el café, noche tras no-
che. Cada grano lo ha tocado una persona
con sus manos y ha dejado allí su huella, el
color de su piel. El agua lo ha mojado, y cada
gota de lluvia trae los olores del lugar que ha
recogido el agua. Han cargado en su ropa los
granos del café. Y cada color tiene su intensi-
dad. Sobre todo la palabra, que es más im-
portante.
-No sé qué decirle. No había escuchado a
nadie decir nada semejante. No es por cam-
biar de tema, que me parece apasionante. Pe-
ro continuando con el sueño, ¿usted sabe por
qué no duerme?
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-Creo que me viene de nacimiento.
-¿Quiere usted decir, que lo ha heredado, que
hubo algún antepasado en su familia con ese
mismo problema?
-No. En mi familia, conmigo somos siete
hermanos varones. Mis padres esperaban una
niña, pero llegué yo. Desde ese momento de-
jaron de verme. Como nadie me veía, decidí,
cuando tuve conciencia de ello hacerme im-
ponme para ver cuanto sucedía a mi alrede-
dor constantemente.
-¿Nunca tiene sueño?
-Como no sé lo que es dormir, no le puedo
decir.
-¿Viven sus padres?
-Cómo no van a vivir. Mi madre estará ayu-
dando en la cocina con la cena, y mi padre
está de viaje. Esta vez no sé de dónde traerá
el café.
-¿Cuántos años tiene usted?
-No lo sé. Imagino que diez u once, porque
aquí nadie se acuerda del día que nací.
-Entonces, ¿cuándo estuvo de farero qué
edad cree que tenía?
-No estuve de farero. Sucede que cuando
aparece el día y todo se coloca en su sitio,
salgo y me voy al faro. Pero es una realidad
que sucederá cuando pase el tiempo. Presien-
to que volveré a casa porque estoy convenci-
do que el mar sólo es para bañarse, pescar o
viajar. Pero no para estar mirándole constan-
temente.
-Sin embargo, ¿usted lo ha contado como si
hubiera ocurrido?
-No le puedo decir lo que ha podido pasar,
porque vivo en esta casa con mi familia.
-Doctor, ¿cree usted que podría ser visible?
-A mí me parece que sí.
-¿Qué cree usted qué habría de hacer?
-Dejarse ver. -Pero eso es imposible-, doc-
tor. Eligio Casalderrey de Sousa tomó una
decisión una tarde de lluvia e intrascendente:
hacerse visible. Decidió sentarse en su habi-
tación en una silla delante de la ventana. Fue
una de esas decisiones que se toman solem-
nemente y que, no se abandonan, salvo por
fuerza mayor. Desde ese día, ocurrió algo
que transformó su vida. Su aparición día y
noche en la ventana le convirtió en una per-
sona visible. Le devolvió a la civilización.
Sin embargo no le curó el insomnio. Se co-
menzó a hablar de él, como se hace de un río
caudaloso, de un monumento. A partir de ese
momento, nadie que visitase la ciudad se iba
sin ver antes a Eligio en la ventana. Daba
igual que se visitase por negocios, por enfer-
medad, por casualidad o por fe. Las primeras
visitas lo hacían alguna que otra persona.
Hasta que se fueron sucediendo en mayor
número de personas. Y así hasta que llegó el
momento que frente a su ventana se concen-
traban centenares, miles de personas que hac-
ían largas filas para verle, tocarle, dejarle
algún presente, o simplemente para hacerle
una fotografía. Cada cual le visitaba por un
motivo diferente. Quienes tenían que hacer
algún negocio pasaban delante de su ventana
y le mostraban algún documento, o simple-
mente se lo decían a voces. Así sucedía que
había días para cada caso particular. Y se ins-
tituyó el día de los negocios, el día de los tu-
ristas, el día de los milagros y el día de las
donaciones. El de los negocios constituía un
insólito vociferio Todos cuantos pasaban de-
lante de la ventana contaban a voces sus ex-
pectaciones. Así era del dominio público en
qué iban a invertir su dinero cada cual. Todo
surgió, porque el primero de ellos prosperó,
porque se le cayeron los documentos que iba
a registrar, y Eligio, el Invisible, lo oyó, e
hizo un gesto como de levantarse y mirar. El
de los turistas se formaban unas largas colas
de personas que vestían con vestimentas va-
riopintas. Todos ellos portaban su cámara
fotográfica. Algunos se fotografiaban junto a
la ventana, al lado de Eligio. Tanto auge
llegó a tener ese día que varios fotógrafos
monopolizaron las instantáneas. Sin embar-
go, uno de los días más especiales y singula-
res lo de Eligio constituyeron un problema
para la población. constituía el de los mila-
gros. Una fila de tullidos, paralíticos, ciegos,
e impedidos esperaban largas colas, durante
horas y horas; soportando lluvia, frío, vientos
y soles de justicia para tocar a Eligio a quien
la devoción popular le había convertido en
un santo milagroso. Estos mismos agraciados
volvían a ofrecer sus exvotos a Eligio. . Se
postraban delante de su ventana, encendían
velas y rezaban plegarias.
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La noticia de su existencia corrió como la
pólvora. Y en un tiempo corto, las peregrina-
ciones a la ventana de Eligio constituyeron
un problema para la población.
-¿Conoce usted las dimensiones que han al-
canzado su decisión?
-No, doctor, no sé de lo que me habla. -
Me estoy refiriendo a permanecer día y no-
che sentado delante de su ventana.
-Decidí hacerme visible. Y la única forma era
que pudieran verme todos para saber que
existía.
-Pues ya le han visto, lo saben y tiene usted
que volver a convertirse en invisible.
Eligio Casalderrey de Sousa cerró un día la
ventana y ya no se produjeron más peregrina-
ciones. Pero como no dormía y se convirtió
nuevamente en invisible, pensó que lo mejor
sería salir a pasear cada día al atardecer hasta
el risco que dominaba la villa, y desde allí
contemplarla. Y así lo hizo. Todas las tardes,
sin faltar ninguna, cuando comenzaba a ano-
checer, se dirigía a paso lento hasta la peña,
donde se sentaba y ya oscurecido volvía con
el mismo paso lento a su casa. Sin embargo,
el propósito pretendido por Eligio no fue tal.
Al principio una o dos personas le acompa-
ñaban. Así, hasta que una multitud de pere-
grinos, portando una vela le acompañaban.
Permanecían esperando hasta su vuelta y le
acompañaban en el paseo de vuelta. Consti-
tuía todo un espectáculo aquella visión de
luces en medio de la oscuridad de la noche
que se desplazaban lentamente.
Eligio Casalderrey de Sousa había nacido
con ese sino, y cualquier intento de cambiar-
lo, no provocaba más que el efecto contrario.
En un arranque de valentía- porque su padre
no era persona muy accesible- , le espetó a
bocajarro:
-¿Por qué he nacido diferente, padre?
Era la primera vez en toda su existencia que
se había dirigido así a él. Sentía hacia su per-
sona una especie de miedo, respeto y admira-
ción a la vez. Jamás habían tenida una con-
versación por dos razones: su padre nunca
estaba y el hijo era invisible para él.
-Te lo voy a explicar, porque ya es hora que
lo sepas. Además de los negocios que me han
tenido viajando por todo el mundo. Nunca he
soportado a tu madre. A la vuelta de Brasil,
la contagié una enfermedad que contraje con
una nativa. Y, naciste tú. Por eso nadie te ve.
Afortunadamente naciste ciego. Para que no
puedas verte tú tampoco.
Esa fue la última vez que Eligio y su padre se
hablaron, porque no volvió de un viaje a Fili-
pinas, donde contrajo unas fiebres que le lle-
varon a la tumba. Sin embargo, aquel día
había sido el primero de su vida en el que
realmente se sintió visible. Su padre le había
devuelto esa condición humana. No sintió
tentación alguna de descubrir los motivos por
los que la gente, si se ponía en su ventana
iban a verle, para fotografiarse con él. Y me-
nos por los que le atribuían milagros. Porque
por primera vez en su vida se sentía invisible
para él mismo. Desconocía algo mucho más
importante: su ceguera. Como nunca había
visto, llegó a creerse que era parte de su invi-
sibilidad. Se había curado. Unas cuantas pa-
labras sinceras de su padre le habían conver-
tido en una persona normal. Ya daba igual
que no viese. Tampoco le importaba que si-
guiera siendo invisible para los demás. Ni
tuvo interés alguno en descubrir qué admirar-
ían o temerían quienes nunca le veían. Por
tanto, ya no tenía sentido alguno ni dejarse
ver ni esconderse.
-Doctor, ¿qué cree usted que debería hacer?
-Mi consejo es que desaparezcas.
-¿Cómo? ¿Quiere decir que me esconda?-No.
Eso sería un error. En cuanto se supiese que
estás encerrado, nuevamente verían las multi-
tudes un motivo para acudir a este lugar. Me
has pedido que no te revele nada y así lo voy
a hacer. Has nacido con una desgracia que a
ojos de quien te contempla es una gracia, un
don que te convierte en un dios.
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Y esa condición podría ser peligrosa, porque
entre esas masas de gente que te sigue hay
fanáticos.
-Podía coger el tren de mercancías que lleva
ganado y pasa todos los días a la misma hora.
-¿Y dónde irías?
-¿Dónde cree usted que va, doctor?
-Al matadero.
Eligio Casalderrey de Sousa, jamás pensó
que aquellos animales fuesen a dar con sus
huesos al final de sus días. Siempre creyó en
algo diferente, bucólico, romántico. Porque
Eligio no veía el tren de mercancías con el
ganado dentro. Lo veía a la perfección por-
que lo olía. Era capaz de adivinar cualquier
cosa con el olfato. Ya lo evidenció con el
café que le traía su padre a la vuelta de sus
viajes. Sin embargo era incapaz de oler tantas
cosas. Debería de haber alguna explicación.
Porque aquella imagen, sentado en el banco
de la escuela a la sombra del árbol, podía
verla una y otra vez. Algo le decía que aque-
llo estaba relacionado con su vida.
-Doctor, ¿qué cree usted que puede signifi-
car?
-No lo sé. He consultado a compañeros espe-
cialistas en sueños y no se ponen de acuerdo.
-Imposible que lo puedan hacer porque no es
un sueño, doctor. Pasa todos los días, a la
misma hora y en la misma dirección.
La vida de Eligio había cambiado, aunque
todo siguiera igual que el primer día. Salvo la
nueva inquietud que se había introducido.
Desde ese momento, se sentó en la silla de-
lante de la ventana cerrada para meditar. Co-
mo tenía todo el tiempo del mundo discurrió
todas las teorías más peregrinas que se pue-
dan imaginar. Las fue analizando una a una,
de la misma manera que las fue desechando.
Las fue relacionando con cualquier posibili-
dad, aproximación, forma, conexión, materia,
principio. Y de la misma manera no encontró
nexo alguno. Y así hora a hora, día a día, se-
mana a semana, mes a mes, año a año. Pero
no encontró nada. Vuelta a empezar.
-Doctor. Si no encuentro ninguna posibili-
dad, quiere decir que no existe.
-Puede suceder que no requiera tanta conjetu-
ra.
-Que se más sencillo.
-O más complicado de lo que parece.
- Quizá debiera olvidarlo por una temporada.
-Me está diciendo que abandone.
- Estoy diciendo que descanse.
-Pero no puedo descansar cuando hay algo
que me atormenta. Hasta ahora no existía
más que para unos incondicionales que cre-
ían en su propia fe. Aunque ellos pensaran
algo bien diferente. Me han seguido en mis
paseos nocturnos. He sido invisible dentro de
mi casa y en el colegio, donde abría la puer-
ta. No existía hasta que mi padre me habló de
la causa de mi condición humana. Ahora que
tengo un motivo para explicarme a mí mis-
mo. Para buscar lo que hasta ahora no había
habido.
Eligio Casalderrey de Sousa permaneció sen-
tado en su habitación con la ventana cerrada.
No dejaron de visitarla antiguos fieles y otros
nuevos que se fueron incorporando al rumo-
rearse que estaba algo grandioso por suceder
o por venir. Quien allí se acercaba intuía que
Eligio estaba dentro. Día y noche acudían de
todas partes. Los fotógrafos continuaron
haciendo sus instantáneas, ahora con ausen-
cia; pero con el misterio que encerraba la
ventana sin abrir. No daba con la solución.
Pero Eligio había sido siempre invisible. No
tenía tiempo, no tenía pasado, ni presente, ni
futuro ; aunque al doctor siempre le aseveró
que su empleo de farero estaría por venir.
Que sería una ensoñación, porque Eligio era
imponme y no tenía sueños.
“He agotado todas las posibilidades, por tan-
to ha de ser mucho más sencillo”. Eligio Ca-
salderrey de Sousa se tocó la cara aquella
mañana aciaga que llovía a mares y todas sus
quimeras se solucionaron con un acto tan
sencillo y cotidiano como el de llevarse las
manos a la cara. “Ya lo sé”. Su cara tenía la
forma de la de una res. No había escuchado
al doctor cuando se lo dijo: “Van al matade-
ro”.
11
Esas pequeñas, pero grandes satisfacciones…
E xisten en nuestra vida, apetencias de
muy diversa índole que, por su mag-
nitud unas y, por su insignificancia
otras, nos llevan a el deseo de su disfrute.
Ellas, en lo material, nos pueden producir
efectos tanto perjudiciales, como beneficio-
sos. Por ello, solo el disciplinado e inteligen-
te uso de cuantas ofertas lleguen hasta noso-
tros, nos harán disfrutar de una atinada elec-
ción.
En el devenir de los tiempos, el comporta-
miento del ser humano ha sido proclive, al
disfrute de todo aquello que le proporcione
satisfacción, muy especialmente en lo mate-
rial. En términos generales el arquetipo so-
cial y en su inmensa mayoría, siente una in-
clinación por la materia, no reparando en el
espiritual.
La sufrida sociedad actual, es una referencia
de cuanto aquí tratamos. Y consecuentemen-
te, víctima del inevitable Sistema Capitalista
que nos asiste.
A nadie se le puede escapar que en la actuali-
dad, somos mártires del consumismo. A ello
ha colaborado muy eficazmente, ese incomo-
do artefacto introducido en nuestros hogares,
desde su pantalla. Este es el muy significado
agente de ocultos intereses que, nos controla
la distribución de nuestros despilfarros. Así
es como los hogares, se encuentran repletos
de gran mayoría de artilugios, tan inútiles
como innecesarios. Omitiré el detallarlos,
pues como se puede apreciar, el hacerlo, me
ocuparía páginas enteras.
Desde él y, con un bien estudiado propósito
comercial, saben llegar a nuestro ego petu-
lante, para conducirnos a la adquisición de
todo tipo de ofertas como: nuevos vehículos,
segundas viviendas, viajes a Punta Cana…así
como otras innumerables “oportunidades”.
Todas ellas naturalmente, a satisfacer en
“cómodos plazos”.
Lamentablemente, una gran parte de nuestra
clase media, ignorante de estos ardides, se ha
visto sorprendida en los últimos tiempos, por
el fracaso de su economía. Algunos, por no
poder asumir el pago hipotecario despropor-
cionado de su primera vivienda. Otros, por la
segunda casa. Y cuantos otros ignorantes;
por vivir por encima de sus posibilidades,
engañados por la clase política, que dejándo-
se llevar por sus intereses, no nos vinieron a
alertar de la crisis que se avecinaba.
Realmente, al manifestar aquí estas reflexio-
nes, no es mi pretensión criticar a quienes
han llegado a padecer este desastre económi-
co. Más bien, son considerados por mi, victi-
mas del sistema que vivimos. Aquellos que
como yo, provenimos de épocas muy anterio-
res, en las que padecimos toda clase de priva-
ciones, hemos sabido eludir los gastos super-
fluos, y llevar a buen recaudo nuestros aho-
rros, sin prescindir de lo necesario. Dentro de
las grandes satisfacciones materiales, puedo
contar con un antiguo coche, digno, y que
funciona. Una modesta, pero cómoda vivien-
da bien equipada. Y aun más: unos no muy
grandes pero saneados ahorros. En cuanto a
mis pequeñas pero grandes satisfacciones: en
primer lugar, la lectura. Seguida por mi orde-
nador, del que saco provecho para haceros
participes de mis inquietudes. Y por último,
unas muy buenas relaciones con amigos, con
quienes saboreando unos vinos, y unos ciga-
rros, tratamos de arreglar este mundo. Fijaros
bien: hasta ahí llega mi ignorancia.
Autor: C. Aramburo
12
Cita con mi médico de familia Texto: Miguel Soto Imágenes: Internet
P ase mala noche, estomago cargado,
pesadillas no gratas, y por si fuera
poco la próstata reclamándome en
formas de urgencias.
Por no molestar, no encendí la luz, ello me
llevo a tropezar con el perro que roncaba so-
ñando bondades de su mundo. No encontré
las zapatillas, las plantas de los pies que ya
estaban frías se convirtieron en témpanos al
contacto con el suelo, y por si fuera poco el
recorrido hasta el servicio fue un rosario de
gotas que mi desgastado esfínter no podía
retener.
-¡Qué barbaridad que mayor estoy¡ esta ex-
presión me daba vueltas a la cabeza mientras
misionaba apoyando ambas manos en la pa-
red sin preocuparme donde mis desechos ca-
ían.
-¡ Mañana pido hora para la Doctora¡ - me
dije para mi.
Ese pensamiento me hizo sonreír, no soy de
los que la visita al médico le agrada, pero ver
a mi doctora es otra cosa. Se llama Elena
hace mucho tiempo que la conozco y confió
plenamente en ella. Sus cuidados concejos, la
sonrisa con la que te saluda y la confianza
que sientes con ella te hace sentirte bien.
Además es una mujer muy atractiva.
Al día siguiente me levante a las ocho como
siempre, con la edad y la jubilación la mono-
tonía se hace denominadora de la vida. Pase
al servicio cumpliendo con los habituales ac-
tos, después un buen cepillado de dientes,
una ducha reparadora, me pusieron en ac-
ción. Al pasar por el peso mire para el otro
lado, las fiestas pasadas habían aumentado el
abdomen más de lo permitido y unos kilos de
más estaban pidiendo eliminación.
Prepare el desayuno, zumo de pomelo (dicen
que tiene mucha vitamina “c”), Tostadas de
pan normal con aceite de oliva y como todos
los días un capricho, el bizcocho artesano
que me trae mi hijo de no sé qué pueblo que
me llena el alma de nostalgias.
Cuando estaba recogiendo: Exclame: Que
cabeza la mía ¡ las medicinas¡.
13
Cogí el pastillero, regalo de una amiga, bas-
tante feo, pero muy práctico.
Una, dos, tres, cuatro y alguna mas. Son bo-
nitas las hay de todos los colores. Azules pa-
ra los cartílagos, blancas para la gota, peque-
ña y rosa para la circulación y la amarilla es
la de la próstata.
¡Acuérdate de pedir hora para la docto-
ra¡ - me grite a mí mismo.
Sin esperar cogí el teléfono y después de va-
rias llamadas una amable señorita me contes-
to.
- Centro de Salud.
-Buenos días quisiera cita para la doctora
Elena Muñoz.
-Su nombre por favor, dijo la telefonista.
Le facilite mi nombre y apellidos, note que
tecleaba en su ordenador.
-Le viene bien el miércoles a las nueve y
treinta.
-Estupendo conteste.
Colgué el teléfono y cogí mi agenda, esa que
me recuerda diariamente las obligaciones que
cada vez con más frecuencia la memoria trata
de olvidar.
Cuando llego el día y después de mi rutina
diaria me fui andando a la parada del mi-
crobús, hacia mucho frio, me había puesto
ese chaleco que tanto me gustaba, y un buen
chorretón de Lavanda, la limpieza y la ropa
adecuada no me costaba elegirlas ya que hab-
ían sido compañeras a lo largo de toda mi
vida.
El autobús se hizo esperar, cuando llego y
mientras introducía el bono en el aparato de
fichar le pregunte a Perfecto (nombre del
conductor).
-Hoy vienes mas tarde.
-Díselo a Doña Mercedes que cuando he pa-
rado en la puerta de su casa me ha indicado
que esperara, ya que estaba dándole no se
qué ordenes a Paco el jardinero.
-No le haga usted caso dijo la señora, este
hombre es muy exagerado.
Yo la salude con “buenos días “y sonriéndole
le dije; no se preocupe.
Me puse al final del microbús, o “el tontilín”
como le llaman en el pueblo, me apoye en
una barra si percatarme que de manera in-
consciente pulsaba el botón de “stop”.
-¡Que pasa por el fondo!- grito Perfecto que
no para de sonar el timbre.
- Perdón Perfecto no me he dado cuenta y lo
estoy pulsando con el trasero: dije yo.
Una risa generalizada sonó en el microbús,
era bonito sentir como un día cualquiera un
grupo de buena gente que iba a no sé donde
se reía por cualquier cosa.
Cuando llegamos a la parada de la farmacia
pulse a sabiendas el dichoso botón y hacién-
dole una señal de saludo a Perfecto descendí
a la acera, estaba en la calle de Las Pozas.
Baje por la misma hasta la esquina del Mer-
cado y pase a través de él, siempre me ha
gustado verlo y olerlo, es un edificio magni-
fico la pena es que con las grandes superfi-
cies tiene poco porvenir, salude al carnicero
y a la panadera, vecinos conocidos y salí a la
calle del Rey enfilando la cuesta hasta el
Centro de Salud llamado “La Alcaldesa”.
Cuando entre un ambiente de confortabilidad
invadió mi cuerpo, salude a las chicas del
mostrador y me dirigí a la consulta número
siete donde mi medica ejercía su profesión.
14
Había cinco personas, las salude con un
“buenos días” y pregunte como era costum-
bre que numero estaba dentro.
- Va lento como siempre acaba de entrar la
de las nueve: dijo una joven que estaba ju-
gando con su móvil.
Consulte el volante de la cita y calcule que
tres cuarto de hora nadie me lo quitaba. Me
acomode en uno de los sillones , saque el li-
bro que siempre me acompaña y antes de
abrirlo examine a las personas que esperaban
pacientemente como yo, es una costumbre
que me pasa siempre que estoy en un lugar
con gente, me gusta observarlas y dejar que
mi imaginación vuele por donde quiera. Pri-
mero miro como van vestidas y los zapatos y
hago una especie de descarte, después los
adornos, relojes, pulseras, anillos, pendien-
tes… al final con disimulo les miro la cara y
mi mente se monta el juicio. Es un juego que
me divierte.
Reflexionar sobre las personas hace que tus
mundos interiores se despierten de una mane-
ra muy fuerte, yo pienso que en nuestra ima-
ginación vertimos contenidos de nuestra vi-
da, en ellas y de esta manera nos quitamos
las cargas negativas que podemos o mejor
que tenemos.
En la esquina una mujer de unos cincuenta
años manoseaba un móvil de esos modernos
que con el simple paso de tus dedos te llevan
a no sé donde, su atención al artilugio era
anodina, me fije que cuando el señor que es-
taba a su lado leyendo el Marca la miraba
ella activaba sus dedos como dando a enten-
der que conocía todos los secretos de la ma-
quina.
A mi lado un joven con el brazo escayolado,
repasaba las dedicatorias que sus amigos
habían escrito en el envoltorio, al observarlo
note que había algún mensaje que acariciaba
con más brillo en los ojos, sin duda alguna
alguien a quien su corazón admiraba mas.
-Disculpe, me dijo, le molesta mi brazo.
-No te preocupes le conteste me muevo un
poco el que tiene problemas eres tú y debes
sentirte cómodo.
-Es usted muy amable me contesto sonrien-
do, rebusco en su mochila y apareció el
“móvil”, ese elemento que ha conseguido
que la comunicación verbal entre humanos se
valla diluyendo poco a poco.
Se abrió la puerta de la consulta, una pareja
de ancianos cogidos de la mano habían ter-
minado su visita. El llevaba en su mano dere-
cha un montón de recetas, seguramente las
necesarias para todo el mes, ella volviendo su
cara se despidió de la doctora con una sonri-
sa.
No pasaba nadie, en el vano de la puerta apa-
reció la doctora, sostenía la lista de citas en
su mano, estaba muy guapa. Una blusa mal-
va, un pantalón vaquero azul y unas cómodas
chancleta. La preceptiva bata blanca, le da-
ban una imagen muy profesional. Miro por
encima de sus gafas y señalando con la mano
dijo.
_Ahora le toca a Margarita, después usted
Plaza de La Cruz
15
Josefa, a continuación Antonio Y el siguien-
te, -note su mirada-, pasas tú Miguel. Se dio
la vuelta y seguida de la primera citada cerra-
ron la puerta.
Todavía tenía que esperar un rato, pensé.
Al lado opuesto de la sala de espera dos ma-
mas jóvenes hablaban sin parar, era el lugar
donde los niños esperan ser llamados por el
Pediatra. En la esquina de la derecha un
hombre muy mayor trataba de abrocharse el
chaleco.
¡Qué distintos somos¡ me grite a mí mismo,
reflexione sobre el ser humano y me vino a la
mente aquel pensamiento que escribí en mi
libro secreto “El eslabón perdido entre el mo-
no y el ser humano…somos nosotros”. Nada-
mos entre dos aguas y pasamos por este mun-
do sin saber donde posicionarnos.
Pero basta de filosofar, quiero recrearme y
disfrutar de la espera esperpéntica que la sa-
nidad nos regala cada vez que necesitamos a
nuestro medico.
Un sonido metálico salió de mi bolso, era un
mensaje, me puse las gafas y tecleando torpe-
mente el móvil leí su contenido, era mi hija
Ainhoa (a la que tanto quiero) para desearme
un buen día y recordándome que el próximo
viernes desayunábamos juntos.
Le conteste: De acuerdo y, que se cuidase.
Ya que su trabajo lo desarrolla analizando
aguas y las depuradoras están en plena natu-
raleza. Guarde mi móvil y fui al servicio,
cuando regresé a la sala mi sitio había sido
ocupado por otro paciente, repase con la mi-
rada los restantes y vi uno libre al lado de mi
vecino Paco, me dirigí hacia él: ¿Esta libre? -
-Pregunte.
Siéntate, está libre.- me contesto Paco.
- ¿Estas malo?- Pregunte a mi vecino.
- Estoy bien, es que me toca hacerme un che-
queo.
- ¿Cómo está la cotorra? Le dije. -Paco tiene
una cotorra en la ventana del salón, ella co-
noce muy bien a los vecinos, incluso nos lla-
ma por nuestros nombres, si no le haces caso
coge pipas de girasol con su pico y te las lan-
za con fuerza, a mi me gusta pararme y
hacerle un poco rabiar, y cuando lo hago ten-
go un recuerdo para la madre de Paco, (Doña
Juana) una persona entrañable que ya nos
dejo.
-La he dejado durmiendo, me contesto Paco,
con los fríos anda un poco revuelta.
En el transcurso de mi charla habían pasado
las dos personas que estaban delante de mí,
cuando sentí que la puerta se habría me le-
vante: Ahora nos vemos le dije a Paco diri-
giéndome a la puerta de la Doctora.
¿Puedo pasar?, pregunté.
-Pasa Miguel, -me contesto Elena sonriendo.
- Buenos días Doctora ¿Qué tal esta? La mire
sonriendo.
- Me hace gracia como me saludas siempre
que vienes, es como si la paciente fuese yo.
-Son maneras doctora, me educaron así.
-Eso es cierto. Antes de que me cuentes nada
vamos a tomar la tensión, anda levántate la
manga de la camisa.
Me levante dejando el chubasquero y mi bol-
so en la silla, levante la manga izquierda y
sentándome en la camilla espere su llegada.
-Doce, siete y medio. Estas hecho un
chaval -me dijo Elena.
Me eche a reír: Alguna gotera va apareciendo
pero en general me encuentro bien.
16
Vengo a verla porque llevo varios días con
pesadez de estomago, con algún episodio de
dolor, y por las noches duermo mas revuelto.
- Tienes descomposición, me pregunto.
- Algo más ligero pero sin problemas.
- Sigues haciendo deporte, dijo.
- Ando una hora todos los días y los martes y
jueves sigo jugando mi partida de tenis.
- De tus terrores nocturnos ¿Cómo vas? Me
pregunto sorprendiéndome.
- Ahora con los dolores de vientre se repiten
con más frecuencia.
Es curioso lo de los terrores, aparecen más
cuando me jubilé.
Casi todas las noches sueño con fantasías en
ellas aparecen con frecuencia mis padres y
personas que ya nos dejaron con las que me
unió una amistad fuerte, lo cierto es que
cuando me dan son muy angustiosos.
- ¿Toma el ansiolítico que te recete?
-No Elena, ya sabes que soy un poco rebelde
a tomar pastillas.
-Ahora hablamos, dijo la doctora, pero antes
vamos a ver ese estomago, desabróchate el
pantalón.
Se puso los guantes, y de manera suave pero
segura me exploro el vientre. Cuando me
presiono la vesícula no pude reprimirme, sol-
tando un quejido.
- Te duele aquí, pregunto la doctora.
- Cuando aprietas me molesta bastante, con-
teste.
- Es la vesícula, está cargada. Anda vístete.
Ya sentados observe que escribía en el orde-
nador, cuando termino se quito las gafas y
mirándome me pregunto.
-Que tal las fiestas, me figuro que algún ex-
ceso abras hecho.
- He sido un poco travieso permitiéndome
viandas y dulces poco habituales
-Bueno dijo sonriendo, vamos a dejar de ser
malos, unos días de dieta blanda vendrán
bien, te voy a recetar un jarabe te lo tomas
tres veces al día ya verás como notas alivio
de forma rápida. Te recuerdo que por las no-
ches si te encuentras revuelto un ansiolítico
te vendrá bien, tu tomas pocas medicinas y el
efecto será bueno. La rebeldía en estos casos
no te lleva a ninguna parte.
Le di las gracias era verdad lo que me estaba
diciendo, la rebeldía es una cualidad bella
pero cuando se trata de salud, hay que dejarla
de lado.
- Necesitas alguna medicina, me pregunto
con ironía.
- Estoy servido, la verdad que con el sistema
de la tarjeta electrónica se ha simplificado
mucho, lo único que llevo mal es el copago,
pero ya sabes mi opinión sobre el tema.
- Yo pienso lo mismo.
Me pregunto por mis hijos y nietos, y yo me
interese por sus niñas y su marido.
- Bueno doctora, hasta algún día, -le dije.
- Cuídate mucho, me ha gustado verte.
- A mi también, le conteste.
Recogí mis bártulos, guarde la receta del ja-
rabe, me levante de la silla, le desee que fue-
ra feliz.
- Igualmente,- me contesto.
Cuando me dirigía a la puerta me dijo: Mi-
guel, di a Sebastián que pase.
17
Salí de la consulta, busque a Sebastián y
dándole en el hombro (esta sordo) le dije.
-¡Sebas pasa!.
Me puse el chaquetón y antes de ponerme los
guantes saque del bolsillo la lista de los en-
cargos. Ir a la farmacia, mirar las loterías,
imprimir mi artículo donde Rascón y com-
prar pan.
Cuando terminase bajaría andando, ejercitan-
do mi cuerpo y dando sueltas a mis pensa-
mientos
Al salir de la Alcaldesa, sentí que la visita a
mi médica como siempre, había sido una de-
licia.
Autobús que conduce mi amigo Perfecto
Calle de Reina Victoria
Plaza del Ayuntamiento
Plaza de Los Jardincillos
Mi doctora es infinitamente más guapa.
18
MADRID y el MODERNISMO
Fotografía del genial arquitecto D. Antonio Palacios Ramilo
Texto: Félix Bernardino Imágenes: Félix Bernardino e Internet
La exposición que presento el Circulo de Be-
llas Artes en el 75 aniversario de su construc-
ción, estuvo dedicada al autor que proyecto
el edificio: Antonio Palacios Ramilo. Y se
produjo como un merecido homenaje a esta
figura conocida por aque entonces como el
“Arquitecto de Madrid”.
En esta ciudad es donde comienza, al presen-
tar el proyecto del edificio de Correos en
1904, que gana por aclamación, realizando su
construcción años más tarde. Pasando a cre-
ar, junto a la fuente de La Cibeles, el edificio
más monumental de Madrid y uno de los más
representativos.
Continuo después, en la construcción de nu-
merosos edificios que fueron y siguen sien-
do, la admiración de los madrileños. No así
conocido su autor, que sin duda fue el más
prolífico en su época. Realizó más de treinta
edificios, que se conservan en la actualidad.
Marginalmente, ocho de ellos han desapare-
cido al igual que otros proyectos de edifica-
ciones, y varios sobre urbanismo desarrolla-
dos desde principios del siglo XX hasta poco
antes de su muerte, acaecida en Madrid en
1945.
La última obra que realiza Antonio Palacios,
es el Banco Mercantil e Industrial, pertene-
ciente en la actualidad a la Comunidad de
Madrid.
Ubicado este en la calle de Alcalá, que co-
munica con su fachada a la calle de Caballero
de Gracia. El proyecto inicial del mismo, da-
ta de años anteriores a nuestra guerra civil. El
comienzo de las obras se desarrolla en el año
de 1942, cambiando después su contexto,
aportando por primera vez el granito puli-
mentado ampliamente y el acero inoxidable.
1ª Parte
19
De
Antonio Palacios se puede decir, que fue el
Arquitecto de Galicia y Madrid. Además de
la monumental obra, con otras más modestas
realizadas por la geografía de Galicia, en Vi-
go presenta un proyecto de trazado de gran
ciudad, que junto con bastantes otros, no le
fueron aceptados. Solamente en una calle del
centro de esta localidad, con varios edificios
construidos por él, consigue esta vía una bue-
na traza. Lastimosamente para este genial
personaje, muy lejos queda su sueño de la
realización de una ciudad de corte Europeo.
Los edificios de Palacios al día de hoy, con-
tinúan y continuaran, siendo admirados por
quienes los contemplen en generaciones ve-
nideras por su importante imagen.
El último e interesante conjunto de pabello-
nes e iglesia formados por el Hospital de Jor-
naleros o de Maudes, estuvo a punto de zozo-
brar. Pero Madrid, después de serias dificul-
tades, al fin lo recupero después de una déca-
da de aquel entonces, siendo restaurado por
la Comunidad para convertirlo así, en la Sede
de la Consejería de Obras Públicas, Urbanis-
mo y Transportes.
No corrió la misma suerte la decoración de
estaciones, marquesinas y bocas de entradas
de metro que encargaron a Palacios y Ota-
mendi. Fueron desapareciendo sistematica-
mente.
Solamente conserva mínimos detalles la esta-
ción de metro de Progreso, de aquella rica
cerámica con azulejos blancos de canto bise-
lado y profusa variedad de tonos metálicos.
En el año de 1968, el Colegio Oficial de Ar-
quitectos de Madrid, celebro el primer home-
naje dedicado a Antonio Palacios, en la des-
aparecida Sala de Exposiciones de la Direc-
ción General de Arquitectura, situada en el
Ministerio de la Vivienda (Nuevos Ministe-
rios)
En el nuevo libro publicado por el Colegio
Oficial de Decoradores y Diseñadores de In-
terior de Madrid en 1996 titulado: “Crónica
Dibujada del Modernismo Madrileño”, dedi-
ca un espacio a este genial Arquitecto: D.
Antonio Palacios Ramilo.
= = = =
Este destacado Proyectista, nace en Po-
rriño (Pontevedra). En esta localidad se en-
cuentran las canteras de granito que aplicó en
la mayoría de sus obras, y que en su recuerdo
el ayuntamiento las bautizo con su nombre.
Tal vez una de sus obras más importantes y
significativas conocidas de Madrid, fue El
Templete de la estación del metro: La Red de
San Luis. Lugar este, que a partir de su inau-
guración sirvió de referencia a los madrile-
ños, para citarse en el centro de la ciudad.
Banco Mercantil Industrial de Madrid
Templete de entrada al metro en la Red de San Luis
20
Pero Madrid, - ha sido hartamente comenta-
do en sus medios de edificación emblemática
- ha ignorado y despreciado olímpicamente
muchas de sus obras, consideradas como mo-
numentos arquitectónicos y de gran valor
artístico, por creadores de su época.
Durante una visita a Madrid del alcalde de
Porriño, a su paso por La Gran Vía, descu-
brió sorprendido el desmantelamiento del
Templete de la estación.
Interesándose por la adquisición del mismo
para ser trasladado a su localidad, consiguió
que Carlos Arias Navarro, -a la sazón alcalde
de Madrid,- y autor de tamaña barbaridad-
consintiera en su desaparición y traslado.
Desde entonces permanece allí instalado,
pero deslucido por la desaparición de su luci-
da marquesina de cristal, la cual lamentable-
mente fue arruinada en el cruel desmontaje.
A mi entender, la nueva ubicación de este
Templete, brindaba una oportunidad única de
rendir allí como homenaje a su autor, aprove-
chando su portada, para la creación de diver-
sas opciones, tales como: un pequeño museo,
Biblioteca, o tal vez; una oficina turística.
Antonio Palacios vivió en la ca-
lle de Cedaceros durante muchos años, en
uno de los edificios que diseño y construyo.
En él, mantuvo su estudio del que germina-
ron gran parte de sus proyectos. Se traslado
después a vivir sus últimos años, a un hotel
de reducido espacio, situado en las proximi-
dades de la carretera de La Coruña, -a la altu-
ra de la conocida Cuesta de Las Perdices-
donde el estudio de que disponía, rara vez lo
utilizaba debido a su ya progresiva ceguera.
En este lugar finalizó la vida de
aquel, que en mi opinión, fue el mejor arqui-
tecto de Madrid del siglo XX.
Solo me cabe añadir como claro exponente
de sus destacadas obras, algunas imágenes de
sus edificaciones mas relevantes.
Proyecto de descenso para la estación Red de San Luis
Hospital de Maudes (Madrid)
Circulo de Bellas Artes
21
Templete en el centro de La Puerta del Sol
Edificio Matesanz (Gran Vía) Madrid
Edificio Concello de Porriño (Galicia)
Casino de Madrid
Monumento en Porriño, dedicado a su recuerdo.
22
Esperanzas y olvidos
Texto: M. Olahi Imágenes: Internet
E ran la ocho de la tarde; con pasos
monótonos paseaba por el malecón
del puerto, tenía que ver el mar, ne-
cesitaba estar cerca de él y contarle mis co-
sas. El suelo estaba húmedo, el viento había
agitado al agua y el fuerte olor flotaba en la
brisa. Me acerque al borde del espigón, enor-
mes bloques de cemento en forma de ataúdes
servían de rompeolas. Algo llamo mi aten-
ción en su superficie había escritos mensajes
de amor.
“Te querré siempre”, “José ama a Ester”,
“Por siempre seré tuyo”…
Me senté en un banco, mi mente empezó agi-
tarse con el espectáculo, y mi imaginación
desatada con socarrona sonrisa me espeto
“estas en un camposanto del amor”, una car-
cajada broto de mi garganta por la ocurren-
cia. Mire al mar. Sentí su presencia, escuche
el lenguaje, me deleite con su olor, deguste la
salina. No había ya nadie, solo el mar y yo,
aquel esperpento de camposanto de cemento
y bellas frases.
Una risa sonó en el aire, busque su origen,
estaba solo, me asuste, ¿de dónde me llegaba
el sonido?, mire al mar y escuche su voz.
Comprendí que buscaba el dialogo, me rela-
je en la roca y acepte la invitación. Lo mire
con fuerza: ¡Estaba riéndose¡
¿Por qué te ríes? -pregunte. Contemple su
inmensidad esperando respuesta. Las olas
parecían arrugas, eran huellas de su sonrisa.
Una voz profunda, hermosa y tranquila me
saludaba, se metía dentro de mí como el agua
que acaricia la playa. Preste atención y com-
prendí su lenguaje.- Llevo acariciando estos
bloques mucho tiempo, -dijo el mar-, escu-
cho el comentario de los humanos que me
disfrutan, siempre he estado de acuerdo con
ellos, son feos pero necesarios.
Hoy cuando he sentido tu pensamiento algo
dentro de mi ha saltado de alegría: “Un ce-
menterio del amor”. ¡Es muy hermoso!.
23
Cuando los pusieron invadieron mi hábitat, al
contemplar los letreros ordene a mis mareas
que lavasen la piedra para borrarlas, así estar-
ían limpias. Sentía las expresiones como una
agresión, nunca me pare a pensar que los
escritos eran la historia de sentimientos lim-
pios, de recuerdos deseados, del lenguaje de
cariño, de promesas olvidadas.
- El nombre que le has puesto, ¿es por la for-
ma de los bloques? Pregunto el mar.
Rompí mi asombro,! el mar me estaba
hablando¡. Me preguntaba sobre mis pensa-
mientos. Me relajé , acaricié el bloque húme-
do sentí en su frescor la mano del agua.
-Es cierto conteste, la forma de los bloques
me recuerdan a ataúdes.
Una sonrisa fresca volvía a envolver el am-
biente. Ahora que lo dices, lo importante no
son las formas son las palabras escritas que
pretenden ser eternas. ¡No deberías borrarlas¡
le dije con fuerza.
- Llevas razón me contesto, no las borrare las
acariciare con la ternura misma de la mano
que las escribió.
Un silencio largo se prolongaba hacia el infi-
nito, el mar estaba meditando yo seguía bo-
quiabierto por la experiencia.
- ¿Borramos la palabra cementerio? Pregunto
el agua.
- Solo es una expresión conteste con calma.
- ¿No te asusta? Preguntó el mar.
- No, conteste, para mí los ataúdes son un
almacén de nadas.
- Explícamelo mejor, dijo el mar.
- La muerte es solo un paso más, el fin de mi
energía en este planeta llamado tierra. El
después, yo pienso que existe, caminaré por
el universo y me dirigiré a algún lugar.
Cuando llegue ese momento mirare a mi al-
rededor y recordare las palabras del sabio
romano:” Satis bibistis, Satis ludistis, Tem-
pus est abriri.”
He bebido, He gozado, Es hora de partir. Ya
que en el amor y las penas puse todas mis
energías, y hasta el último momento sostuve
los fuegos ocultos y nunca pase a la edad del
hielo y la indiferencia.
Solo quiero irme en paz con una sonrisa. Por
mi forma de ser comprenderás que los instru-
mentos humanos para el transporte de nada,
solo significan una palabra más en mi voca-
bulario.
-Por lo que me cuentas, algún día podrías
estar en mi hábitat, pregunto el mar.
-Por qué no, conteste, sería bonito.-
¿Suprimimos la palabra?, sugirió el agua.
-¿Como lo llamarías Le pregunté-
¡Esperanzas y olvidos¡ ¿ te parece bien?. Di-
jo el mar.
Le miré con fijeza. Repasé mi vida en un ins-
tante y comprendí el titulo.- De acuerdo le
dije.-¿ Vendrás a visitarme de nuevo?. Me
pregunto con cariño.
Si vendré, tengo que llenarme de ti de cuan-
do en cuando.
Adiós. Note que se iba que se alejaba viendo
las palabras escritas. Seguí sentado, no podía
dejar de mirarlo. Ninguna persona, pensé,
que se muera sin haber soñado frente al mar,
puede decir que ha vivido. Me levanté y to-
cando los bloques, sentí el agua. Subí el ca-
mino y despacio me alejé del malecón. Esta-
ba oscureciendo. Cuando llegue a la arena
sentí las frases escritas, ellas como fuegos
fatuos enseñaban al viento palabras de espe-
ranza y olvido.
24
Eres!, ¡eres!, ¡eres! Granos de arena
Texto: Marisa Ramírez Imágen: Internet
Q ue es el tiempo sino granos de arena que se deslizan lentamente a través de mis dedos.
Caen despacio indolentemente hacia el suelo. Formando en el mí historia, escrita en dimi-
nutos montones que pretenden ser mi vida.
Caen, y caen sin remedio. No parecen tener fin ¡son tan pequeños, tan tenaces!
Los veo posarse sin prisa, en ese trozo de mundo reservado para mí. Donde el tiempo que me ha
sido otorgado se escribe aleatoriamente, dependiendo del capricho de esos granos de arena… donde
caen, como caen por que caen.
Voy girando y allí están ellos. Se elevan delante de mí rodeándome. Mostrando en cada elevación lo
que pasó, pasa y pasará.
¿De qué me vale ver ahora la montaña que ha formado mi niñez? La piso. Aplasto algo que no va-
le, que ya ni tiene sentido. Hago lo mismo con todos los montones que veo.
Cada vez que destruyo alguno algo se rompe y libera mi interior.
Pero ellos siguen formándose insolentemente, pese a mis deseos e intentos frustrados para hacerlos
desaparecer. De mis manos sigue cayendo al suelo mi historia en forma de arena.
No consigo ver de dónde proviene ese desierto de tierra áspera que decide por si misma que forma
ha de tener, y con ella obligar el modo con el que tengo que caminar.
Aunque cierre mis manos, ella se desliza entre mis dedos con una impertinente seguridad.
La piso y vuelve a crearse. Cierra un círculo sobre mí. Me hace sentir como un reloj de arena que
gira una y otra vez sin criterio alguno.
Tal vez deba abandonarme a mi suerte…tendrá que ser así. Aceptare que algo decide por mí, que solo
soy montones de arena sin más. Que viviré cercada por ellos, aunque no comprenda porque.
Un desierto de dunas que no tiene fin.
¡Aire! ¡Aire! ¡Aire!... ¡Viene aire! Sopla fuerte y la eleva del suelo en remolinos furiosos.
Ella no quiere irse, se resiste y azota mi cuerpo sin piedad.
¡Viento, ruge! Por favor muestra tu fuerza ¡Llévatela! Se mi aliado en este momento ¡Sopla! ¡Sopla! Que
tu energía sea mi paz y alegría, ¡Mi libertad!
Pasó la tormenta. La calma me invita a seguir mi camino sin que nada me ponga historia.
La calma me invita a seguir mi camino sin que nada me ponga historia.
25
Eres!, ¡eres!, ¡eres!
REFLEXIONES Autor: Felipe Cabildos Imágenes: Internet
¡Eres!, ¡eres!, ¡eres!
Una y mil veces las palabras azotaron el ambiente.
El pasado, como martillo pilón golpeaba mi alma.
Recuerdos de lo que hice.
Ella no lo puede olvidar.
El aguijón de su palabra lanza su argumento.
¡Eres!, ¡eres!, ¡eres!
La mirada fría acusa con rencor.
El alma llora con rabia.
Ya no queda nada de qué hablar.
El tiempo de caminar se ha agotado.
Tengo que irme, buscar de nuevo el camino.
Vivir solo el momento, mirar sonriente el futuro.
Mirar al mar y pedirle su amistad.
26
Tenia que llegar...
Autor: Luis Felipe Imágenes: del autor
T enía que llegar el día, aquella maña-
na me levante muy cansado, después
de ducharme me dirigí a la capilla de
las monjas para decir misa.
Durante la ceremonia sentí que el adiós esta-
ba próximo, una voz interior me tranquiliza-
ba: “Ya has cumplido”
Por vanidad y sentimientos no la quería escu-
char. Había vuelto de nuevo con la mochila
llena de proyectos y esperanzas, la ilusión
estaba conmigo y no quería traicionarla.
La voz seguía insistiendo: “Ya has cumpli-
do”
Después de desayunar con la hermana Veró-
nica ella me pregunto.
- Te veo preocupado Luis Felipe, ¿tienes
algún problema?
- No me encuentro con fuerzas: le conteste
- Físicas o de mente- insistió la monja
- Hermana. mi mente y mi corazón están
bien, mi voluntad está en mi querida Nemba,
pero mi salud es un hándicap que no puedo
superar.
Mi cabeza, tiene lagunas de recuerdos, mi
corazón se acelera con bastante facilidad, y la
malaria esta cobrándose su tributo con un
deterioro que no podemos controlar.
-Sor Verónica se levanto de la silla y cogien-
do mi mano "Ya as cumplido, vete en paz”
Me retire a mi casa, donde el bueno de Ter-
cio estaba preparando algo en la cocina. Fui
a mi despacho, ese lugar donde más de veinte
años había luchado por los sueños y la espe-
ranza.
27
Me senté en el viejo sillón y mire al cielo de
mi querida Nemba. Abrí de par en par mi al-
ma y me despedí hasta siempre. El tiempo se
había acabado. Mi matrimonio con África
perdía su valor de presencia, aunque siempre
le seré fiel en mi corazón.
Reflexione sobre lo que me rodeaba; aquello
era mi vida. Cuando llegué las paredes eran
de adobe, la claridad en la noche la propor-
cionaba el resplandor de una fogata que ca-
lentaba la tapioca. ¡Como habían cambiado
las cosas! ¿A mejor?, es posible, pero la his-
toria del camino recorrido había sido igual de
intensa cuando el adobe.
No tenía sentido demorar más la decisión,
convoque a aquellos que nunca olvidaré. Ter-
cio, mi amigo que cuido con lealtad y amor
sin pedir nada a cambio. Fostén, el doctor
Hutu, que saque de la selva con su esposa y
sus hijos y que volcó sus conocimientos en
conseguir el hospital. A Liana, la mujer viu-
da por el genocidio, que abandono todo para
dedicarse a cuidar a los que padecen del Si-
da, y a tantos héroes anónimos que son el
alma de Nemba.
Les di las gracias y les pedí que rezasen por
mí.
A la mañana siguiente sonaron los tambores.
En la puerta de casa, cestas de flores y fruta,
en los caminos danzas eternas, y en mi ros-
tro, el beso de un niño. Nemba me dijo adiós.
Cogí mi mochila y emprendí el camino de
regreso, antes de subir al avión me arrodille y
bese a África
Sentado en el avión cerré los ojos y sentí una
paz infinita.
Patio interior del hospital de Nemba
28
AGRADECIMIENTOS
Texto: Juan Díaz
A ctualmente, estoy asistiendo
en nuestro Centro Municipal
para personas Mayores En-
trevías, a un curso de psicología, dedicado a
personas de nuestra edad. Lo imparten tres
jóvenes psicólogas. Principalmente se trata
de orientarnos a los mayores, para llevar un
envejecimiento activo, tratando de que, a
través del mismo consigamos un bienestar
emocional, así como la aceptación de nues-
tras limitaciones y problemas consecuentes,
que atañen a los años que nos asisten. Yo,
personalmente, lo estoy siguiendo con ilu-
sión, pues creo que me puede ser beneficio-
so.
En la última exposición del curso, nos sugi-
rieron la idea de describir mediante una frase,
nuestro agradecer, a quienes colaboraron con
su comportamiento en favor nuestro, en el
trascurso de nuestras vidas.
Comprometido por la inteligente pro-
puesta, y después de madurar la respuesta
más adecuada, solo me cabe parafrasear la
palabra que pone titulo a este texto: Agrade-
cimientos.
Pues a pesar de haber vivido situacio-
nes atroces en el transcurrir de mi vida, afor-
tunadamente para mi, siempre me he encon-
trado asistido por personas muy cercanas, y
otras que no lo fueron tanto, pero que igual-
mente contribuyeron en ayudarme a la supe-
ración de mis perjuicios.
Personalmente, -como explico- no me
faltan motivos para las lamentaciones. Des-
graciadamente enviude, hace ya nueve años.
Y quienes como yo, hayan sufrido esta des-
gracia, saben muy bien la tristeza que supone
el sufrir esta soledad. Es por este recuerdo, el
que perdure en mi memoria la gratitud debi-
da, para cuantos contribuyeron a levantar mi
ánimo en tan tristes momentos.
Con respecto a mi cometido y activi-
dad en el Centro de Mayores, debo señalar
que: mi entrega es siempre ilusionada pero,
estimo que nunca merecedora de tanto elogio
hacia mi persona. Aún así, debo señalar mi
bien estar, por el reconocimiento recibido.
Sinceramente me encuentro muy satisfecho,
al saberme útil para cuantos amigos y amigas
tengo en él.
Mi mayor alegría en estos momentos
se debe al comportamiento de mi familia, y
muy especialmente al de mis dos hijos. Los
dos, diariamente se interesan por mí, y viven
muy pendientes de mi acontecer. Y cuando
les comunico mi agrado por cuanto hacen por
mí, me contestan para colmo de mi contento:
¡Lo tienes bien merecido!
Mis inquietudes por su trabajo y fa-
milia, son despejadas inmediatamente, y
siempre, dichosas.
Un motivo más de agradecimiento y
muy importante para mí, va dirigido a ellos
en exclusiva, por el ejemplar sacrificio que
realizaron en su juventud, para conseguir
avanzados estudios en el campo de la sani-
dad. Hoy, gracias a sus conocimientos, y para
mí satisfacción, procuran el bienestar diaria-
mente a muchas personas.
Por último, quiero dejar aquí constan-
cia de mi gratitud, a los compañeros, con
quienes compartí mi trabajo, y a quienes de-
bo buena parte de las alegrías vividas. Con
muchos de ellos continúo manteniendo una
muy buena relación, después de haberse
cumplido los 16 años de mi jubilación. Pues
a través de estos años, permanecemos comu-
nicados, y a veces, recordamos nuestra oposi-
ción y pelea con la empresa en que trabajába-
mos, para defender los derechos que nos co-
rrespondían.
Para todos ellos, y todas las personas
que me conocen, reitero mi agradecimiento
por el afecto recibido en el Centro.
29
G racias por ser como eres,
pues me haces ver clara-
mente como no quiero
ser. Al mirar el camino que si-
gues, veo claro mi sendero, que
cada vez se aleja más del tuyo. Es
doloroso y gratificante a la vez,
saber que no quiero seguir tu ruta,
ni peor y mejor que la mía tan
solo distinta.
La soledad pesa como una losa, la
tentación de caminar con alguien
es tan fuerte que flaqueo. Intento
cruzarme en tu vida, para ver si
podemos ir juntos, pero enseguida
me doy cuenta que es un burdo
engaño y me es imposible dar un
paso a tu lado. Tal vez llegamos
al mismo sitio pero con ideales
casi opuestos. Tenemos tantas di-
ferencias de ver las cosas que
hacen inútil el esfuerzo de aco-
plarme a tus pasos, y si eso cuesta
tanta renuncia de mi mismo, no
me merece la pena dejar de ser yo
y convertirme en un ser sin iden-
tidad, pintando un cuadro que no
es real, para paliar este vacío do-
loroso de la soledad.
Aunque nuestro corazón ansíe
compartir el camino es imposible
engañarle tarde o temprano la
mascara cae y los rostros apare-
cen tal como son distintos e in-
compatibles. Por eso te doy las
gracias por ser como eres, y con
todo el dolor de mi soledad, te
agradezco que me hagas ver tan
claro como no quiero ni puedo
ser. Cambio la ira de la impoten-
cia, por la aceptación de nuestras
realidades.
Texto: Los amigos Imagen: Internet
EL ADIOS
30
Texto: Luis Felipe Soto Imágenes: Internet
E l niño de Jabisimana, Atanase,
aprobó su examen de estado,
tenia 14 años y era ya un hom-
brecito; el sueño de su papá era que
siguiese estudiando por ver si un día
este hijo podía sacarles de la miseria
familiar, que era mucha. Ocho niños,
el matrimonio y una segunda mujer,
que también comía y reclamaba el bo-
cado de su niño extra-matrimonial,
factura también del progenitor de Ata-
nase.
El camino de vuelta a su casa era
una enorme cuesta, de hora y media de
camino y el cansancio y la edad re-
querían ya algún descanso placentero
y tranquilo.
El padre de la criatura tuvo que
esperar tres meses para que los resulta-
dos de los exámenes se conocieran, ya
que la informática no había llegado
aún a sus dominios. Tres meses soñan-
do cada día en el futuro y pensando en
lo mejor y peor que hubiera hecho su
hijo.
La radio habló por fin, y Atanase
caminó hasta la “Comune”, lugar don-
de habían colocado las listas con los
resultados de los exámenes.
Allí estaba el nombre de su hijo,
el porvenir de la familia; entre los
aprobados su nombre era para él, lo
más importante. No se había equivoca-
do. De vuelta a la casa, atravesó el
mercado y compró el mejor y más
cómodo regalo para el hombrecito: un
colchón. El hijo dejaría a partir de ese
momento de dormir en la esterilla, -
que aquí llaman “natte”-, sobre el sue-
lo desnudo.
La cual durante 14 años había compar-
tido con sus hermanos y amigos que le
acompañaban, y a partir de ahora dor-
miría sobre el confortable colchón.
Historia de un colchón
31
Con su colchón a cuestas, sobre la mo-
tocicleta -que así se estila por estas tie-
rras este tipo de porte-, salió a la carre-
tera general. Y casualmente, por allí
pasaba yo en esos momentos.
Al reparar en mi presencia, observé
sus gestos reclamando mi ayuda. En-
tonces, paré el vehículo y le invité a
subir al coche, pues su destino coin-
cidía con el mío ya que Atanase
(Padre) trabaja en el Hospital.
Durante el camino, fue él quien
orgulloso me contó la historia y las ex-
pectativas sobre su hijo. Porque lo que
cuento no es literatura, sino verdad pu-
ra.
Aquella noche seguro estoy que
el hijo, solidario con sus hermanos, les
invitó a compartir el colchón.
La cuestión no era falta de espa-
cio, sino cómo colocarse sin molestar-
se los unos a los otros y encontrar la
forma para darse calor, ya que las no-
ches son frías.
Satisfecho por el estreno, se
acostó el primero. Rodó sobre su pri-
mer regalo, causó envidia de los mo-
cosos que le contemplaban y en gran
señor, -que por eso había aprobado el
examen de estado-, invitó a sus herma-
nos a compartir la magnífica pieza, de-
positada sobre el duro suelo de tierra.
Atanase, desde su pieza continua,
oía los rumores y risas de sus hijos y
esa noche en sus sueños comprendió
que sus esperanzas empezaban a
hacerse realidad y que el colchón rega-
lado era la primera ilusión de tantas
otras que poco a poco vendrían.
Pues en estas tierras hay que sa-
ber esperar y no tener prisas, porque
los días, todos; tienen 24 horas y tras
la luz cae la noche un día y otro día,
sin fallar.
Me pareció preciosa y enternece-
dora la historia y por eso la recojo y os
la doy a conocer; que no todo son pro-
blemas, prisas y asuntos importantes,
bien que sea en estos países: ¡Con qué
poco podemos crear ilusión y hacer y
hacernos felices!
Solamente, y gracias al inteligen-
te disfrute de las más sencillas emocio-
nes, el ser humano es muy capaz de
sentirse plenamente feliz.
32
Texto: Carlos Bernardino Imágenes: Internet
H oy mi relato, va a referirse a las vici-
situdes que acontecieron en la vida
de mi buen amigo Fernando, -a
quien conocí en mi infancia-, y que afortuna-
damente aun conservo en mi memoria.
Lo vengo a hacer aquí, como home-
naje a su coraje por subsistir, ante las calami-
dades que hubimos de padecer desde muy
temprana edad en aquellos años. Ello se de-
bió, a la cruenta situación a que nos vimos
inmersos por la guerra, acontecida entre los
años de 1936 y 1939. Esta catastrófica situa-
ción constituyó el preámbulo, que condujo a
millones de familias en este país, a padecer
las más dramáticas calamidades.
Entre ellas se encontraron, la mía y la
de este querido amigo. Si las privaciones ali-
mentarias durante la conflagración fueron
dramáticas, en la postguerra aun llegaron a
ser más extremas. Pues para la supervivencia,
la población carecía de los medios alimenti-
cios más elementales, así como la privación
absoluta de medios económicos.
Finalizada esta fratricida guerra, que
generaron los opositores al gobierno del país,
legalmente constituido en España, se en-
contró con sus campos arrasados, en los que
la producción agrícola para alimentar a la
población, no podía crear abastecimiento su-
ficiente. A esta escasez, debía añadirse la cri-
sis económica que consecuentemente el con-
flicto acarreo, y que impedía, las importacio-
nes alimentarias del exterior a nuestro país.
Con esta deriva, los escasos recursos que
podían llegar a los hogares, se enfrentaban
igualmente a las posibilidades de su adquisi-
ción. Por ello, las familias se veían obligadas
a introducir a sus hijos a una temprana edad,
al mundo del laboreo.
Fue por esta razón, que dichas necesi-
dades condujeron a mi amigo a sus cortos
años, a colaborar con su ingreso en el mundo
laboral, en los ingresos familiares. Para ello,
a la cumplida edad de diez años, se incorporó
con el beneplácito de sus padres como apren-
diz, en un taller de reparación de calzado,
existente frente a su domicilio. En este plan-
tel, y por un salario mísero de 1,50 pesetas
diarias, se pretendió conseguir al tiempo, una
no muy distinguida formación profesional
para su futuro, por no existir en el entorno
vecinal otras ofertas de trabajo.
Iniciado el desempeño de su trabajo
en este humilde taller, en el cual, el único
oficial y trabajador era el dueño, sucedió; que
El costo de sobrevivir
33
muy lejos de ser dedicado al aprendizaje pa-
ra el que había sido contratado, era dedicada
su actividad para otros fines. Pues en menos
de un semana de permanencia en el negocio,
su trabajo vino a consistir en cuidar del man-
tenimiento y limpieza, de conejos que poseía
en un solar alejado del barrio. Para realizar
este tipo de humillante obligación, debía por-
tar diariamente sobre sus hombros un cubo
de berzas, como alimento básico para los co-
nejos.
Él, inocentemente aceptaba esta situa-
ción, pensando que esta labor formaba parte
de sus obligaciones.
Estos impuestos servicios, los estuvo
realizando durante algún tiempo. Hasta que
inesperadamente una mañana, cuando se di-
rigía al solar indicado, portando el alimento
para la población conejera, inesperadamente
se dio de bruces con su padre. Este, al descu-
brirle portador del cubo de berzas, pudo des-
cubrir en ese momento, el abuso a que era
sometido su hijo por este miserable
“empresario”. Entonces, y abandonando el
cubo a su suerte, se dirigieron ambos al ta-
ller.
El reproche del padre afeando la mala
conducta del “remendón” fue contundente:
<Su hijo había sido contratado por él, como
aprendiz de zapatero, más nunca, como un
servil criador de conejos. Por lo tanto, y en
vista de la desvergüenza de su comporta-
miento, su hijo desde ese momento, dejaba
de prestarle su servicio.>
Así, ocurrió que de esta inesperada
manera, finalizó su primer empleo, este inci-
piente e infortunado trabajador. Después de
este intento, se sucedieron otras dos igual-
mente fracasados ensayos: Cuidador de ca-
bras en el Alto del Arenal (Vallecas) y apren-
diz de sastre, con vínculo de tío, con quien al
igual que
Finalmente, - ya con doce años – y
con una inicial inclinación al aprendizaje de
la profesión de la fotografía, formalizo su
ingreso lógicamente en calidad de aprendiz,
en un estudio fotográfico sito en la calle de
Luchana. El mismo, era sucursal de otro es-
tudio central, existente en la calle de La
Montera.
Su trabajo consistía en: limpiar diariamente
las vitrinas de exposición de fotografías exis-
tentes en la fachada de la calle; a continua-
ción, abrillantar el pavimento de tarima de
madera barnizada del estudio, frotándole con
los pies sobre unas bayetas. Estos desempe-
ños, que nada tenían que ver con la profe-
sión, debía soportarlos como aprendiz pues
así estaba establecido. Pero con lo que no
transigió, fue con la imposición de trasportar
diariamente un cubo de carbón en el primer
invierno de su permanencia en el negocio,
hasta la central de Montera.
A pesar de su corta edad, los dos años últi-
mos, habían supuesto para él una experien-
cia. Por ello, se encontraba con conocimien-
tos suficientes para saber optar, por aquello
que más le convenía.
Su descontento por estos abusos, le
llevó a la determinación de continuar como
aprendiz en esta profesión, pero en otro estu-
dio de los muchos existentes. Para conseguir
su propósito dedico un tiempo a la observa-
ción de los escaparates de los estudios más
importantes del centro de Madrid. Entre los
muchos existentes, eligió el de Ibáñez, situa-
do en la calle de La Montera nº21. En las
imágenes expuestas en sus vitrinas, descubrió
encuadres artísticos de mejor gusto y expre-
sión, que le condujeron a solicitar un puesto
de aprendiz en el citado estudio.
En su primer intento quedo contrata-
do como tal, por ser descubiertas en él –
según apreciación de su director- aptitudes
meritorias para la profesión. Y además, con
un salario superior al que tenía: 23,85 pesetas
semanales.
Su nuevo trabajo, estaba más relacio-
nado con la profesión. En principio sus obli-
gaciones se limitaban a preparar en el taller,
las fotografías que salían del laboratorio:
34
planchado, cortado y puesta en sobres, para
su acabado final por los retocadores. Inclui-
das, las de pegado con goma laca, en cartona-
jes al efecto, de las fotos de boda, comunio-
nes, etc.
Por el interés vocacional que se iba
desarrollando en su interior, apresuraba sus
obligaciones para disponer de tiempo útil, y
poderse introducir deliberadamente en el
aprendizaje de retoque, laboratorio, estudio,
y despacho de cara al público. Estas facetas
profesionales eran hartamente difíciles de
aprender, al ser ocupadas ya por especialis-
tas. Estos, no demostraban interés alguno en
trasladar sus conocimientos a los aspirantes a
ello, que como aprendices debían recibir. En-
tendiéndolo así Fernando, decidió ejecutar
acciones por su cuenta. Igual era relevado de
su puesto de observación, acerca del retoque
de negativos, que era despedido del interior
del laboratorio, después de haberse introduci-
do en él sin haber sido llamado. Así le ocurr-
ía también con la Galería, en la que su jefe
realizaba los retratos a la clientela. Él,
haciendo caso omiso a las advertencias
prohibitivas que le dirigían, por su conducta
de intruso en estos diferentes espacios, no
cejaba en su empeño. Como replica a sus
prohibiciones argumentaba en su defensa, la
coyuntura de aprendiz que ejercía dentro del
estudio fotográfico, y que para él, la observa-
ción de estas materias, le eran de vital impor-
tancia.
Estas afirmaciones, no le libraban de
las muy airadas advertencias de despido, por
parte de sus jefes, así como de la recepción
en su melenudo cráneo, de los correspon-
dientes capones, que autoritariamente por
parte de estos, recibía como castigo por su
indomable conducta.
No obstante a pesar de ello, su firme
obstinación en adquirir los conocimientos de
esta profesión a través de la práctica, le llevo
a vivir situaciones inquietantes como las ya
expresadas, para la continuidad de su perma-
nencia en el estudio.
Pero desoyendo las amenazas que le fueron
dirigidas, el chaval, muy lejos de amedrentar-
se continúo desoyéndolas, y al tiempo, deter-
minó preocuparse mucho de hacerse valedor
de los conocimientos que iba adquiriendo,
mostrándolos a través de su inusual colabora-
ción en las diferentes especialidades.
Quizá por la perseverancia que sus jefes ad-
virtieron en este rebelde sujeto, -nada propio
en la conducta de un aprendiz-, unido a la
buena evolución del interés profesional de-
mostrado, fue cuando los mismos llegado un
momento decidieron para su bien, -y prove-
cho propio-, admitir su colaboración en el
laboratorio y en el taller de retoque.
Radiante de júbilo por el éxito conse-
guido, a su salida del estudio corrió hacia mí
lugar de trabajo para hacerme participe de la
noticia. La propagación de la misma tuvo
lugar en el Instituto del Divino Pastor a nues-
tra llegada. Ya que al mismo, acudíamos los
dos a clase de cultura general que en él im-
partían, para aquellos muchachos que por
hallarse trabajando no podían acudir a la es-
cuela.
Culminada esta primera etapa trabajo-
samente conseguida, las inquietudes de Fer-
nando aun estaban muy lejos de haber sido
satisfechas. Su inmediata resolución era; la
de incorporar igualmente a su saber la com-
posición de el retrato. Para conseguirlo debía
introducirse en la Galería. Espacio este de
amplio de escenario, donde se realizaban las
fotografías. La muy restringida entrada en él,
parecía insalvable, ya que su jefe, al tener
conocimiento del nuevo propósito de Fernan-
do, se mostro enérgicamente desfavorable a
su idea, prohibiéndole su acceso al mismo.
35
Pero realmente D. Juan Ibáñez – dueño
y señor del estudio- al decidirlo así, parecía
ignorar en aquel momento al imperturbable y
pertinaz “elemento”, al que nuevamente di-
rigía esta prohibición.
En el trascurso de estos tiempos el inci-
piente aprendiz, conocido por los compañe-
ros por el apelativo cariñoso de Fernandito,
dada su escasa edad, pasó a ser llamado por
aquellos días de su adolescencia, por su nom-
bre real y de todos conocido como: Fernan-
do. Al haber cumplido ya en días anteriores
sus primeros quince años.
Decididamente y a partir de entonces,
la meta perseguida por este denodado joven,
no podía ser otra que la que él mismo se pro-
ponía: formarse como Cámara de Galería.
¡Ardua tarea le esperaba!
Para conseguirlo, se iría valiendo de un
plan de artimañas ya empleadas anteriormen-
te. Su ingenio le llevó al “espionaje” de las
prácticas artísticas de su jefe, desde la puerta
entreabierta del taller, la cual daba acceso
directo a la Galería.
Desde este “horizonte”, y con la com-
plicidad de sus compañeros, le era permitido
observar la composición de de luces sobre él
elemento a retratar. Y consecuentemente
cuanto advertía, era muy bien guardado en su
memoria, para más adelante poder poner en
ejecución los planes que en su momento esta-
ba dispuesto a realizar. Para este empeño
aprendió igualmente, -siempre naturalmente
en ausencia del jefe-, la carga del correspon-
diente negativo en el chasis, haciendo “fotos”
a los compañeros, que revelaba en el labora-
torio para comprobar su validez.
Llevando a cabo estas prácticas durante
algún tiempo, y seguro de sí mismo ante las
pruebas de éxito obtenidas, decidió una ma-
ñana en ausencia del señor Ibáñez para la de-
gustación de su acostumbrado café, realizar
su primer retrato de carnet a un cliente que se
mostraba impaciente por la larga espera. Para
conseguirlo, consulto a la encargada del des-
pacho al público en evitación de posibles re-
presalias. Conseguido su consentimiento, se
dio fin al enfado del cliente, y él pudo ver
así, realizado su propósito. A partir de esta
autorizada actuación, -aunque no licenciada
por su jefe- para hacer ante él mismo la vali-
dez de su trabajo, en su defensa, y ante la
bronca que se avecinaba, paso rápidamente al
laboratorio para revelar los dos negativos
que, como garantía del trabajo había realiza-
do al cliente. Estos afortunadamente como
pudo comprobar, habían resultado totalmente
validos, y ya se encontraban en proceso de
secado antes de la llegada de aquel “ser”, que
iba a someterle al temido “juicio sumarísi-
mo” por él esperado.
Consciente de su “delito” y responsa-
blemente, -muy lejos de esconderse en el la-
boratorio tal como le aconsejaron sus compa-
ñeros-, permaneció en el taller a la espera del
retorno de su jefe. Al producirse la misma y
ser informado del acontecer, sorprendente-
mente y sin alteración manifiesta, dirigiéndo-
se a Fernando le vino a decir con “frases
irrepetibles”: ¡Esto es la gota que ha colmado
el vaso! (Rápidamente dedujo, que esta ex-
presión suponía para él sin duda alguna, su
inmediato despido). Pensándolo así, y sin
articular palabra aclaratoria sobre cuanto
había cavilado hablar en su defensa, se limito
a permanecer en silencio resuelto a aceptar
las consecuencias.
Como continuación del disgusto expresado, y
desconfiando a voz en grito -esta vez-, del
trabajo realizado por Fernando, se dirigió a la
Galería para recoger el negativo que supues-
tamente debía permanecer en el chasis incor-
porado a la Cámara. Y fue en este momento,
cuando el muchacho, con palabras entrecor-
tadas, le comunico que no uno, sino los dos
negativos, ya los había revelado y se encon-
traban dispuestos para su examen. Asombra-
do por esta inesperada manifestación, airada-
mente, le tomo por el brazo, para dirigirse
con él hasta el laboratorio a comprobar aque-
llo que según suponía; resultaria un estrepito-
so fracaso. Llegados al mismo, descolgó los
negativos, para poder apreciar seguidamente
que ambos eran correctos y validos tanto fo-
tográficamente, como su punto de revelado.
(Continuara)
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ALFOLÍ