reseña taubes

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Page 1: reseña Taubes

Un schmittiano anti-schmittiano

A propósito de J. Taubes, La teología política de Pablo (trad. M. García-Baró,

Madrid, Trotta, 2007) y Del culto a la cultura (trad. S. Villegas, Buenos Aires, Katz,

2007).

Decía Máximo Cacciari (cfr. “Derecho y justicia. Ensayo sobre las dimensiones

teológicas y místicas de la política moderna”, Anales de la Cátedra Francisco Suárez,

30, 1990) que la actitud mística torna sin valor la actividad mundana. Para ella, la

justicia es irreductible a la violencia que el derecho se ve obligado a repetir. Frente a

éste, sostiene que ningún procedimiento intramundano puede asegurar la redención. Al

contrario, afirma la posibilidad de un momento mesiánico que rompe en pedazos la

indiferente cadena de los movimientos homogéneos.

El pensamiento de Jacob Taubes es sin duda adscribible a la actitud mística.

Pero, en su caso, ello no significa subestimar las consecuencias políticas del

acontecimiento mesiánico. Muy al contrario, su consciencia de lo implicado en la

apuesta de la carta a los Romanos (“el misterio de la anomía ya está en acto”), le lleva a

interpretar el mesianismo paulino como la crítica más radical y revolucionaria del

imperio romano y, por extensión, de todo poder constituido.

En gran medida, los textos recogidos en los dos volúmenes que reseñamos –es

preciso señalar que ninguno de ellos fue concebido por Taubes como obra autónoma—

tratan de estos temas. En ellos sobresale la audacia y brillantez de un pensamiento de

difícil clasificación. A la propia variedad de intereses del autor se une tanto la

heterogeneidad de sus influencias como de sus propios posicionamientos. ¿Es Taubes

judío o cristiano, filósofo o teólogo, político o impolítico –schmittiano o benjaminiano

—?

Si hubiese que señalar, pese a todo, un ámbito de problemas privilegiado en la

obra de Taubes, éste podría ser el constituido por las relaciones entre religión y política,

o, más ampliamente, entre religión y cultura. A ésta opone tanto una experiencia en

presente del evento mesiánico, como la esperanza en un mundo por venir ajeno a la

lógica histórica inmanente y sobre el que reflexiona a partir de su interpretación de las

cartas paulinas.

Y si hubiese que aludir a un solo pensador afín a esta crítica al progresismo

inmanentista liberal, sin duda habría que nombrar a Carl Schmitt. Éste constituye una de

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las principales referencias de la filosofía política contemporánea. Ello no sólo es

evidente en los pensadores políticos realistas que asumen sus premisas y sus

diagnósticos, sino también en todos aquellos que cabe considerar anti-schmittianos, y

que en muchos casos deben ubicarse en eso que seguimos denominando izquierda –de

Zizek a Mouffe, de Agamben a Derrida, de Cacciari a Laclau, por citar algunos de ellos.

Pero la sorpresa ante este hecho se transmuta en perplejidad cuando reparamos

en que también el pensamiento judío más abiertamente impolítico, esto es, aquél que

cuestiona ab integro la política moderna, incorpora una deuda intelectual decisiva con el

pensamiento del jurista nazi.

¿Qué hay en la filosofía de Schmitt que la hace irresistible incluso para sus

enemigos radicales? Sería posible responder a esta pregunta aludiendo a su

decisionismo que, contra los análisis que destacan la irracionalidad que supone, y que en

última instancia son deudores de la unilateral recepción que hizo Löwith, constituye la

más aguda expresión de la conciencia de contingencia que asedia a todos nuestros

ordenamientos jurídicos y políticos desde la Modernidad (así lo cree también Taubes.

cfr. La teología política de Pablo, p. 195). O también sería plausible mencionar su

comprensión agonal de lo político, cuya potencia heurística se agranda ante la evidencia

de la política que nos rodea. O su agudísima crítica al liberalismo. O su denuncia de la

neutralidad vehiculada en la ciencia y en la técnica. O su tesis sobre la secularización de

los conceptos teológicos en los jurídicos y políticos. O su definición de la soberanía a

partir del monopolio sobre el caso excepcional. O sus reservas hacia el parlamentarismo

y a la representación política reducida a representación de intereses partidistas. Etc.

Todos estos elementos están presentes en Taubes, que admirará sobre todo la

crítica al inmanentismo liberal de Schmitt. En La teología política de Pablo, la

presencia de éste adquiere incluso los perfiles de lo biográfico. Y ello porque, junto a

las conferencias sobre Pablo y un cuidado estudio, se incluyen diversas cartas y

testimonios sobre la relación entre ambos pensadores. En el volumen, Taubes desarrolla

un pensamiento que puede considerarse una teología política, por cuanto defiende la

competencia de lo teológico respecto de lo jurídico-político, pero de signo inverso al

schmittiano: frente al katechon, una defensa del acontecimiento-Cristo como

cumplimiento de la ley e índice y factor de una nueva alianza (p. 39).

Sus elogios del mesianismo de Pablo también permiten explicar gran parte de los

textos contenidos en Del culto a la cultura. En este caso, el referente principal es

Scholem, cuyas tesis sobre la distancia entre el mesianismo cristiano y el judío, a partir

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del criterio de la espiritualización de la redención, discute tanto en “El mesianismo y su

precio” como en “La controversia entre judaísmo y cristianismo”. A propósito de ello,

cabe destacar su argumentación en orden a mostrar que al remitir la experiencia

mesiánica a lo interior, Pablo abre la puerta a una conciencia introspectiva que, sin

embargo, está en relación tensional con el mundo. Taubes sostiene, como luego hará

Agamben, que toda instancia mesiánica reivindica el hecho de haber inaugurado una

época en la que la Ley está superada” (“La controversia entre judaísmo y cristianismo”,

p. 94).

En el volumen se opta por una ordenación sistemática de los textos de Taubes,

los publicados entre 1953 y 1983, que no siempre permite captar la dimensión polémica

que se desprende del contexto en el que aparecen. Los editores compensan este hecho

con una sobria introducción en la que explican someramente las temáticas elegidas para

la ordenación del material: “Ley, historia, mesianismo”, que incluye, entre otros, los

textos mencionados; “Extrañamiento del mundo. La gnosis y sus consecuencias”, en el

que destaca el texto sobre el mito gnóstico que sostuvo su polémica con Blumenberg (al

que los autores de la Introducción atribuyen la opinión de que el proyecto de la

secularización es deseable; cfr. p. 12); “La teología después del giro copernicano”,

cuyos textos permiten conocer el papel de Taubes en los debates teológicos de la década

de los cincuenta, con especial protagonismo de Barth, Tillich o von Baltasar; o, por

último, los importantes artículos sobre la cultura como ocultación de la verdad humana

que sólo la religión muestra. En este caso merece subrayarse el agudo artículo sobre

Freud como teólogo del pecado original a la altura de Agustín y de Pablo (cfr. “La

religión y el futuro del psicoanálisis”, p. 387).

En suma, los textos editados por Trotta y por Katz, en los que destaca la

presencia de los Assmann y de W.-D. Hartwich, constituyen una excelente vía para

adentrarse en el fascinante pensamiento de Taubes, repleto de brillantes reflexiones y de

múltiples referencias a algunos de los mejores pensadores del siglo XX.

Alfonso Galindo Hervás

Universidad de Murcia