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1 Puga, I. (2010) “Lo justo y lo posible: desigualdad, legitimidad e ideología en Chile”, en Desigualdad, legitimación y conflicto. Dimensiones políticas y culturales de la desigualdad en América Latina, Castillo, M., M. Bastías y A. Durand, compiladores Ediciones Alberto Hurtado, Santiago. Lo Justo y lo Posible: Desigualdad, Legitimidad e Ideología en Chile. Ismael Puga Rayo 1 I. Desigualdad social y comportamiento legitimante. Chile es un país desigual: una de las economías con peor distribución de ingresos a nivel mundial (Cademartori, 2003; De Ferranti et al, 2004; Hojman, 1996; Meller, 1999; Sabatini y Wormald, 2004; Solimano y Torche, 2007; Sunkel, 2006; Torche, 2005b), compartiendo este lugar en Sudamérica junto a Brasil y Colombia. El caso destaca, a nivel latinoamericano, al combinar esta desigualdad con alto crecimiento económico. El modelo chileno, ortodoxamente liberal antes y matizado con mayor inversión social tras la dictadura, obtiene resultados macroeconómicos y fracasa en términos distributivos. Esta desigualdad se complementa con niveles de estratificación social que, de acuerdo a la literatura, debieran resultar tendientes hacia una gran conflictividad social. Mientras diversos estudios plantean una gran volatilidad de los ingresos, la probabilidad de movilidad significativa en éstos términos es comparativamente muy baja, tanto intrageneracional (Contreras et al, 2007) como intergeneracionalmente (Núñez y Risco, 2005). Similarmente ocurre con el ámbito laboral, donde la movilidad entre posiciones de estatus similares es muy frecuente (Torche, 2005b), pero existen bajísimas probabilidades de cambio sustantivo en la posición de las personas (Puga y Solís, 2010). Respecto de la desigualdad educacional la situación es análoga. La expansión de la matrícula ha generado gran movilidad estructural en términos de escolaridad, mientras el modelo de municipalización y de subvención a la educación particular ha generado nuevas formas de diferenciación social al interior de la educación financiada 1 Sociólogo, Doctor (C) en Sociología de la Humboldt Universität zu Berlin. Correo electrónico: [email protected].

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Puga, I. (2010) “Lo justo y lo posible: desigualdad, legitimidad e ideología en Chile”,

en Desigualdad, legitimación y conflicto. Dimensiones políticas y culturales de la

desigualdad en América Latina, Castillo, M., M. Bastías y A. Durand, compiladores

Ediciones Alberto Hurtado, Santiago.

Lo Justo y lo Posible: Desigualdad, Legitimidad e Ideología en Chile.

Ismael Puga Rayo1

I. Desigualdad social y comportamiento legitimante.

Chile es un país desigual: una de las economías con peor distribución de ingresos a

nivel mundial (Cademartori, 2003; De Ferranti et al, 2004; Hojman, 1996; Meller, 1999;

Sabatini y Wormald, 2004; Solimano y Torche, 2007; Sunkel, 2006; Torche, 2005b),

compartiendo este lugar en Sudamérica junto a Brasil y Colombia. El caso destaca, a

nivel latinoamericano, al combinar esta desigualdad con alto crecimiento económico. El

modelo chileno, ortodoxamente liberal antes y matizado con mayor inversión social tras

la dictadura, obtiene resultados macroeconómicos y fracasa en términos distributivos.

Esta desigualdad se complementa con niveles de estratificación social que, de

acuerdo a la literatura, debieran resultar tendientes hacia una gran conflictividad social.

Mientras diversos estudios plantean una gran volatilidad de los ingresos, la probabilidad

de movilidad significativa en éstos términos es comparativamente muy baja, tanto

intrageneracional (Contreras et al, 2007) como intergeneracionalmente (Núñez y Risco,

2005). Similarmente ocurre con el ámbito laboral, donde la movilidad entre posiciones

de estatus similares es muy frecuente (Torche, 2005b), pero existen bajísimas

probabilidades de cambio sustantivo en la posición de las personas (Puga y Solís, 2010).

Respecto de la desigualdad educacional la situación es análoga. La expansión de

la matrícula ha generado gran movilidad estructural en términos de escolaridad,

mientras el modelo de municipalización y de subvención a la educación particular ha

generado nuevas formas de diferenciación social al interior de la educación financiada

1 Sociólogo, Doctor (C) en Sociología de la Humboldt Universität zu Berlin. Correo electrónico: [email protected].

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públicamente (Rodríguez y Winchester, 2001; Sabatini y Wormald 2004; Torche

2005a). La evidencia respecto de la segregación social del sistema educativo es tan

categórica que la OECD describió este sistema, en el año 2004, como conscientemente

estructurado hacia distintas clases sociales.

En contraste con esta desigualdad rampante, Chile vive tiempos de considerable

estabilidad política y social desde el fin de la dictadura. La desigualdad persistente no

ha conducido a mayores niveles de conflictividad social, la movilización social y

política decreció progresivamente desde 1990 (Garretón, 2003; Guerrero, 2006), y el

nuevo escenario político es transversalmente descrito como poco confrontacional y/o

moderado (Agüero, 1998; Barrett, 1998; Drake y Jaksic, 1999; Garretón, 2003; Munck

y Bosworth, 1998). Así, la desigualdad no se ha traducido en conflicto, lo que sugiere

que posee cierta legitimidad social. Esto ha sido respaldado por algunos estudios.

Castillo (2009) analiza las brechas entre salarios “percibidos” y entre salarios

considerados “justos” para distintas posiciones ocupacionales en Chile. Observa que,

aunque existe un diferencial importante entre la desigualdad percibida y la tenida por

justa, esta última es comparativamente muy alta en el país. A la vez, diversos estudios

reportan la fortaleza de valores igualitaristas en la sociedad chilena (Garretón y

Cumsille, 2002; PNUD, 2000). Estos valores conviven con valores individualistas muy

extendidos (Castillo, Mühleck y Wegener, 2009), fenómeno estudiado bajo el concepto

de “consciencia dividida”. Los estudios sobre ingresos justos en Chile dotan de sustento

empírico a la intuición inicial frente al contraste entre desigualdad y estabilidad social:

en Chile las personas legitiman altos niveles de desigualdad. En ello, la idea de

consciencia dividida jugaría un rol central.

II. Valores, consciencia dividida y legitimidad.

A nivel internacional, se ha demostrado que es perfectamente posible que valores

igualitaristas convivan con valores distributivos “individualistas”. Al respecto, Wegener

y Liebig (1995) distinguen entre ideologías de justicia “primarias”, incrustadas en las

valoraciones culturales imperantes y compartidas por la gran mayoría, e ideologías

“secundarias”, impulsadas principalmente por condicionantes estructurales y sostenidas

sólo por algunos segmentos. Este modelo permitiría explicar el fenómeno de

consciencia dividida que, según comienza a ser consensual en la literatura, afecta a parte

importante de la población respecto de sus creencias sobre justicia distributiva.

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Pero cabe realizar algunas acotaciones respecto del contraste entre valores

igualitaristas e individualistas. Los valores asociados al “individualismo” no son, en su

contenido preciso, valores legitimantes de la estructura distributiva de una sociedad

capitalista liberal. Típicamente se miden actitudes relacionadas con la validez del

esfuerzo como generador de diferencias en los ingresos. Otros factores distributivos del

capitalismo, particularmente el patrimonio y la herencia, se consideran secundarios o

son directamente omitidos. Es lógico que quienes se sientan interpretados por diversas

formas de individualismo acepten ciertos márgenes de desigualdad social, pero no

necesariamente las desigualdades realmente existentes hoy.

¿Es adecuada entonces la oposición a priori entre esta forma de individualismo

y unos valores igualitaristas? Si nos remitimos a la versión más clásica y extendida de

un planteamiento económico igualitarista, la teoría marxista de la plusvalía, vemos que

ésta plantea que los trabajadores son retribuidos sólo una porción de su trabajo, su

esfuerzo, mientras el resultado del esfuerzo restante es “enajenado” por el capitalista. Es

decir, a través de la máxima “a cada cuál según su esfuerzo” se puede tanto sostener una

defensa de ciertas desigualdades como una crítica radical de la desigualdad económica

en el capitalismo. El carácter legitimante de esta forma de “individualismo” existe

únicamente en tanto sus partidarios estuvieran dispuestos a aseverar, al mismo tiempo,

que el esfuerzo es el principal factor tras las desigualdades sociales imperantes: un

argumento legitimante posee al menos una dimensión normativa (X es lo justo), una

cognitiva (lo real es como en X), y una práctica (lo real es tratado como justo).

Ahora bien, efectivamente los valores “individualistas” se asocian

empíricamente a la justificación de una mayor brecha salarial (Castillo, 2009). Los

valores meritocráticos tienen un rol en la legitimación de la economía capitalista, y

conforman un eje diferenciable de algunos valores igualitaristas. Sin embargo, para

proveer de legitimidad a la desigualdad de ingresos, la creencia en el esfuerzo individual

como principio distributivo tendría que asociarse a la creencia en su efectividad como

mecanismo distributivo en la realidad empírica, y de no ser así bien podría fungir como

valoración crítica. Realmente, el esfuerzo como criterio distributivo es tan o más

contradictorio con el capitalismo liberal como lo es con un igualitarismo estricto.

De este modo, la oposición frontal entre los principios igualitaristas y del

esfuerzo queda en entredicho, y en cambio destaca claramente la disonancia entre

cualquiera de estos principios distributivos y la legitimación de altas brechas salariales

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en contextos de estratificación social. Así, el mecanismo que asocia valoraciones

individualistas (u otras) a la aceptación de mayores brechas salariales como justas se

torna un problema empírico, cuya explicación no pasa necesariamente por el ajuste

entre principios normativos y las evaluaciones de los actores. En lugar de la disonancia

entre ideologías en una consciencia dividida, podemos plantearnos la disonancia entre

principios normativos no-legitimantes y actitudes prácticas legitimantes del status quo.

Este trabajo aporta a la investigación sobre legitimación social de la desigualdad

analizando los mecanismos que conducen a actitudes legitimantes tales como la

definición de “salarios justos” muy desiguales. La hipótesis es que, si bien hay en Chile

una legitimación de las desigualdades sociales en tanto los actores se comportan “como

si” las desigualdades fueran legítimas para sí mismos, tal comportamiento no se asocia a

la correspondencia entre valores sociales y la realidad social percibida. En ese sentido,

resulta claramente discutible la “legitimidad social” de las desigualdades en Chile.

III. Legitimación, Legitimidad e Ideología.

Max Weber desarrolló el primer concepto sociológico relativamente sistemático de

legitimidad, que utilizará para explicar la estabilidad de las relaciones de dominación.

Para el autor, la aceptación de una determinada relación jerárquica es inherente al

fenómeno de la dominación, que involucra la aceptación de la voluntad de quien domina

(Weber, 1914). La creencia en la legitimidad de la dominación, entonces, no se limita

únicamente a tal aceptación. Involucra, necesariamente, un acuerdo a nivel colectivo

sobre la pertinencia y justicia de la dominación evaluada: una dimensión normativa.

No es posible discutir aquí los detalles de la teoría de Weber sobre la legitimidad

social, pero interesa enfatizar que la creencia en la legitimidad involucra mucho más

que una actitud de aceptación o sumisión. Se trata de una aceptación que colectivamente

es voluntaria sobre la base de estructuras normativas compartidas, aunque

individualmente se torne entonces “legítimamente obligatoria” por sanción del mismo

acuerdo normativo (Blau, 1963). Esta dimensión voluntaria y normativa de la

legitimidad social nos permite destacar que, aún desde una perspectiva empírica, no

todo arreglo distributivo tomado por legítimo es efectivamente tal.

Existen otros mecanismos capaces de cumplir las funciones estabilizadoras de la

legitimación. Llamaremos a estos mecanismos “ideológicos”, apelando a la connotación

marxista del término en dos sentidos: estos mecanismos (1) permiten la reproducción de

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relaciones de dominación que no poseen validez normativa entre quiénes son afectados

por ellos, y; (2) son intrínsecamente delusorios en el sentido de que aparecen en sus

resultados como legitimidad social, pero no lo son. Tanto la legitimidad social como los

mecanismos ideológicos podemos entenderlos como “mecanismos legitimantes”, cuyo

producto en común es “legitimación”. Así la legitimidad social designa un mecanismo

específico de legitimación basado en la existencia de un acuerdo normativo.

Sin desarrollar por ahora una teoría acabada sobre los mecanismos ideológicos,

se propone identificar como tales los procesos en que se evidencia la disonancia entre

los valores del actor y el funcionamiento objetivo de la desigualdad. Hipotéticamente

podemos identificar dos mecanismos ideológicos que permiten una actitud legitimante

frente a una forma dada de desigualad sin un discurso normativo consonante:

(1) Una percepción distorsionada de los mecanismos distributivos operantes.

Específicamente, la percepción de similitud de la realidad social con los principios de

justicia propuestos, en circunstancias de que existe información objetiva para descartar

esa similitud. La actitud legitimante del actor se produce por la invisibilización del

contraste entre sus valores y el funcionamiento de la estructura social. La distorsión es

cognitiva, por lo que se designa a este mecanismo como de “ilusión”. Este mecanismo

puede asociarse a la teoría “clásica” de la ideología como “velo” que impide a los

actores tomar consciencia de las relaciones de dominación en que se ven involucrados,

pero no requiere de la determinación a priori de los intereses o las valoraciones

normativas racionales correspondientes a un sujeto social (falsa consciencia).

(2) Una inconsistencia entre los principios normativos sostenidos por el actor y

las prácticas sociales, dada una percepción (fácticamente correcta o no) de los

mecanismos distributivos imperantes. En este caso la actitud legitimante se produce

“como si” existiera consistencia entre valoraciones internas y realidad social, aunque el

actor perciba a nivel cognitivo una contradicción existente entre ambas. Se actúa de

modo legitimante bajo la premisa de que otros valores son hegemónicos o a través de la

sencilla habituación, ambos fenómenos reforzados y perpetuados a través de la misma

acción legitimante. El mecanismo de “mistificación” describe un consenso normativo

supuesto y operante, pero inexistente, mistifica como acuerdos normativos pautas de

comportamiento cuya fuerza reside en la coerción y la habituación. Este mecanismo

puede asociarse a la idea de ideología como fetichismo (Zizek, 1994), en tanto práctica

social constreñida por una realidad social que aparece “dada” sólo en la medida en que

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los sujetos actúan sin estar “activamente conscientes” de la relación entre su propia

práctica y el reforzamiento de tal realidad social.

La relevancia de la distinción entre mecanismos legitimantes ideológicos y el

mecanismo de la legitimidad social tiene dos grandes aristas. Una normativa, desde una

perspectiva crítica, y otra analítica, orientada a maximizar el poder explicativo de los

conceptos de legitimidad, ideología y legitimación.

Desde una perspectiva crítica es crucial discutir si las actitudes legitimantes se

producen o no a partir de un acuerdo normativo entre los actores, y sobre todo si se

producen a partir de un acuerdo entre las creencias normativas de los actores y la

realidad en que viven. Si no es así, la estabilización de las sociedades desiguales aparece

como voluntaria en las prácticas sociales de los actores cuando, en realidad, está

determinada por las mismas relaciones de dominación en las cuales los actores están

involucrados involuntariamente, sin mediar una internalización normativa de éstas. Los

mecanismos ideológicos designan una dominación que se refuerza a si misma.

Tal distinción posee implicancias programáticas para una teoría crítica, en la

medida en que la primacía de distintos mecanismos legitimantes orientaría la crítica de

las sociedades desiguales a tareas sustantivamente diferentes: (1) la de proponer y

reforzar valores distributivos distintos (mecanismo de legitimidad social); (2) la de

develar los verdaderos mecanismos distributivos operantes en una sociedad desigual

(mecanismo de ilusión), o; (3) la de develar la inexistencia de los consensos normativos

legitimantes dados por supuestos (mecanismo de mistificación).

Para la investigación sociológica la distinción tiene dos ventajas. Una de ellas es

lidiar más adecuadamente con la relación entre estabilidad social y política de un lado e

integración social por el otro. La legitimidad social de un orden, teóricamente, se asocia

a una mayor integración social, a la incorporación y cohesión de los actores en el tejido

colectivo (Habermas, 1967; Stollte, 1983). Esta hipótesis teórica se sostiene

precisamente en la dimensión normativa de la legitimidad: la cohesión se produce en

tanto los actores se embarcan en relaciones de cooperación sobre la base de creencias

comunes. Así, la legitimación por mecanismos ideológicos debiera producir estabilidad,

pero no así integración social y cohesión, dando paso a síntomas anómicos. El caso de

Chile es nuevamente de interés aquí, exhibiendo síntomas como baja participación

política, bajo apoyo y preocupación por la institucionalidad democrática (Sperberg,

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2001), así como altísimos niveles de inseguridad subjetiva y desconfianza por el otro,

sin relación con los niveles de inseguridad objetiva (Dammert y Malone, 2008).

Otro aporte de la distinción entre mecanismos legitimantes refiere a la

identificación de las causas de la estabilidad en sociedades desiguales. En el caso de

Chile, existen numerosas hipótesis respecto de qué elementos explican la estabilidad y

la supresión del conflicto social y político desde los’90: la experiencia traumática de la

dictadura, la desarticulación de las organizaciones populares, la nueva institucionalidad

político-partidaria, la hegemonía del individualismo y de una racionalidad tecnocrática-

neoliberal, el ascenso en los estándares de consumo, la transformación de la estructura

productiva y consiguientemente de las pertenencias de clase de los individuos, etc.

Identificar cuáles son los mecanismos legitimantes que operan efectivamente en la

sociedad chilena, y cuál es el rol del acuerdo normativo en ello, aporta sustantivamente

a la tarea de determinar cuáles son los procesos macrosociales cruciales en la

estabilización socio-política en las condiciones de desigualdad que experimentamos.

IV. Metodología

Desde esta perspectiva surgen muchas preguntas. ¿Cuál es la relación entre los valores

sociales sobre justicia distributiva de los chilenos y sus actitudes frente a la

desigualdad? Las actitudes de relativo conformismo o indiferencia frente a ésta:

¿responden a la consistencia de tales desigualdades con una estructura normativa

hegemónica, o a fenómenos ideológicos como los antes descritos? La fuerza del

principio normativo del esfuerzo, ¿se experimenta como una justificación o como una

demanda social? ¿Cuáles son, finalmente, los mecanismos que mejor -o en mayor

medida- explican las evaluaciones legitimantes que otros estudios ya han confirmado?

Éstas preguntas requieren abarcar los argumentos legitimantes como objeto de

estudio, diferenciando: (a) una dimensión cognitiva, la percepción de los actores de los

arreglos distributivos operantes; (b) una dimensión normativa, los valores internalizados

por los actores en materia distributiva, y; (c) una dimensión práctica, las actitudes

prácticas de los individuos frente a la desigualdad, incluyendo las evaluaciones que

realizan los actores sobre los resultados de tales arreglos distributivos. El contraste entre

estos aspectos permitirá al investigador identificar los mecanismos en operación.

Este programa de investigación implica más de lo que puede desarrollarse en

estas páginas. El presente artículo es parte de una extensa investigación sobre

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mecanismos legitimantes de la desigualdad en Chile, involucrando herramientas

cualitativas y cuantitativas de elaboración de datos. Se presentará un análisis de parte de

estos datos, información recientemente obtenida en tres grupos focales sobre

desigualdad social en Santiago, con un total de 21 participantes (hombres y mujeres de

entre 26 y 55 años).

Cada grupo fue conformado por sujetos de distintas posiciones y orígenes

sociales: (a) un grupo de individuos de clase trabajadora, empleados en trabajos no

manuales de baja calificación o manuales, con ingresos mensuales no superiores a los

300.000 pesos chilenos (aproximadamente 600 USD); (b) un grupo de clase media alta,

profesionales o administrativos de nivel medio-alto, con ingresos mensuales superiores

a los 900.000 (1.800 USD) pesos chilenos y cuyos padres hayan ocupado posiciones

sociales similares; (c) un grupo de nueva clase media, con individuos similares a los de

clase media alta pero cuyos padres ocupaban posiciones de clase trabajadora.

Antes de participar en los grupos, cada participante contestó un cuestionario

sobre desigualdad social ante una persona distinta del moderador del grupo. Las

opiniones individuales reflejadas en este cuestionario sirven como contraste a los

discursos desplegados en la instancia grupal. El análisis busca explorar los principales

mecanismos legitimantes en contextos de clase diferenciados, profundizar en su

funcionamiento y distinguir claramente entre ellos, identificando los elementos

normativos, cognitivos y pragmáticos de los argumentos legitimantes.

V. Un Análisis de Argumentaciones Legitimantes.

1-. Dimensión Cognitiva. Percepción de los mecanismos distributivos.

En la discusión, fue claramente hegemónica la percepción de que la herencia familiar y

los orígenes sociales en general son el principal determinante de los logros y

recompensas de las personas en todos los ámbitos. En esta opinión generalizada, la

riqueza y posición de clase de la familia de origen se complementa con otros rasgos

adscritos -“la discriminación”-, cuya relevancia relativa varía bastante según el grupo.

La idea de discriminación (con la excepción de la de género) se encuentra

particularmente ligada al mundo del trabajo, donde la selección usaría filtros para

excluir a ciertos grupos de las mejores posiciones. El ámbito del trabajo se caracteriza

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también por la relevancia de los contactos, el “pituto”2. Los contactos parecen a veces

incluso más relevantes que los orígenes sociales a la hora de determinar los logros de las

personas, pero en general se reconoce que la calidad de los contactos está asociada a los

orígenes sociales de los individuos. Así, se revelan como un mecanismo mediante el que

las clases privilegiadas aseguran sus posiciones en el mercado laboral.

El esfuerzo y el talento se perciben como herramientas marginales en el mundo

del trabajo: es posible acceder a ciertos avances en materia de empleo si te “esfuerzas el

doble” o eres “realmente brillante”. El caso del talento es devaluado mayoritariamente

en términos de su relevancia numérica. El rol del esfuerzo es más complejo y presenta

muchas variaciones entre los grupos, que serán discutidas en sus apartados.

El diagnóstico sobre el ámbito de los ingresos es bastante similar. El “factor

hereditario” es consignado sin titubeos como la explicación central (o única) de los

logros económicos. Se percibe como mucho más débil el rol del esfuerzo en la

obtención de ingresos que en el logro ocupacional, a la vez que la percepción de la

magnitud de las desigualdades de ingresos es más marcada. Más allá de los mecanismos

distributivos, la desigualdad de ingresos se percibe como “excesiva” o “grosera”.

El diagnóstico de la distribución de la educación es particularmente claro. Los

participantes asocian mayor y mejor educación casi exclusivamente a factores

hereditarios, al tiempo que evalúan estas diferencias como sumamente determinantes en

la vida de las personas y “mucho más graves que antes”. Esta percepción va más allá de

la noción de que a más recursos mejor es la educación obtenida (dimensión cualitativa),

y en general las etapas superiores de educación se perciben como reservadas casi

exclusivamente a quienes poseen una posición social de privilegio.

Las respuestas individuales fueron en general consistentes con las opiniones

dadas en el grupo. La mayoría de los individuos identificó el capital familiar y la

herencia como el factor central para explicar las recompensas y logros en materia de

educación (20), trabajo (18) e ingresos (17). Las otras respuestas se distribuyeron entre

el esfuerzo y el talento como mecanismos distributivos. Durante la discusión, las

personas con estas últimas respuestas se sumaron rápidamente a la opinión mayoritaria.

2 En Chile, el término “pituto” designa a un contacto que facilita el acceso a distintos recursos, especialmente a una posición laboral.

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1.1 Percepciones de la nueva clase media. Este grupo pone mayor énfasis en el impacto

de distintos rasgos adscritos en el logro, sin negar la primacía de los recursos y el capital

como principal explicación de éste. Estos rasgos se asocian a la posición de origen de

los individuos, por lo que probablemente este grupo está más expuesto a experimentar

este contraste en su proceso de movilidad. Las “marcas” más destacadas incluyen los

apellidos de origen extranjero o aristocrático, y los rasgos indígenas. Otras “marcas”

más directamente vinculadas con el “clasismo” operan para restringir las posibilidades

de ascenso social: el lenguaje, la comuna de residencia, el colegio, etc.

El rol del esfuerzo en el logro laboral se reconoce, pero se considera débil: el

sacrificio para “ascender” es desproporcional a los beneficios, que están limitados a un

rango estrecho de posiciones “alcanzables”. Además, los logros obtenidos con esfuerzo

en el trabajo no se traducen necesariamente en mayores recompensas económicas.

En el ámbito de los ingresos aparecen como contraparte los empresarios, fuera

de la conversación cuando se discute sobre empleo. Se percibe que la movilidad

ocupacional no permite acceder a la verdadera “riqueza”, y que la movilidad de ingresos

accesible es despreciable. Se reconoce eso sí que los ingresos y el bienestar han

mejorado para muchos, pero esta mejora viene acompañada de mayor “violencia” en la

vida social, menor integración, vulnerabilidad social, individualismo y riesgo constante.

1.2 Percepciones de la clase media alta. Este grupo enfatiza en el problema de la

desigualdad de oportunidades, negando la posibilidad de movilidad social a partir del

esfuerzo y del talento. El contexto de falta de oportunidades se asocia a “la salida fácil”

que se expresa en delincuencia, violencia, etc., contenidos casi ausentes en los otros

grupos. Al mismo tiempo existe la percepción (minoritaria) de que mucha de la “gente

pobre” está cómoda donde está y no se esfuerza por salir de su posición.

Este grupo percibe claramente que la desigualdad educativa es el eje que

estructura todas las otras desigualdades. El talento y el esfuerzo pueden tener frutos

escolares, pero muy por debajo de los que se obtienen con recursos. Hay menor énfasis

inicial en las dimensiones de las diferencias de ingresos, que se destacan más adelante

por la comparación con países europeos. El grupo de comparación interna son “las elites

económicas”, que favorecerían el desarrollo de un modelo específicamente orientado a

la desigualdad y la concentración de la riqueza. Frente a esta situación, particularmente

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este grupo percibe a “los chilenos” como conformistas, “admirados de sus patrones” y

crédulos, convencidos de la bondad de la desigualdad y del liderazgo del empresariado.

1.3 Percepciones de la clase trabajadora: En el caso de este grupo, destaca sobre todo

una percepción menos categórica respecto de los mecanismos distributivos imperantes a

todo nivel. Si bien la idea de que el factor hereditario es la principal explicación del

logro en los distintos ámbitos sigue siendo mayoritaria, aparece con algo más de fuerza

la creencia en el esfuerzo y el talento, generándose más discusión al respecto.

Respecto de la educación se rescata la existencia de becas y ayudas para los

estudiantes más talentosos, pero perciben que estos mecanismos están disponibles para

una minoría muy pequeña: las oportunidades están repartidas de modo muy desigual, y

la educación se percibe completamente segregada. Este grupo enfatiza además el

problema de las condiciones de vida durante el proceso educativo como condicionantes

que impiden la movilidad social: aunque el esfuerzo puede ser útil a nivel individual, el

esfuerzo requerido para los mismos objetivos varía radicalmente según la posición

social. Es decir, el esfuerzo se percibe como alternativa práctica pero no como

mecanismo distributivo relevante a nivel social.

Este grupo comparte con el de la nueva clase media el relativizar la relevancia

de la educación en la movilidad social: en el ámbito laboral se percibe que pueden

obtenerse resultados sin contar con gran capacitación. Sin embargo, los puntos de

referencia para definir la movilidad posible son muy moderados. Así el esfuerzo se

percibe nuevamente como una posibilidad de obtener algunos resultados en Chile, pero

dentro de límites estrechos y claramente definidos por el origen social de las personas.

Como en los otros grupos, se destaca el rol en el trabajo de los contactos, que

nuevamente están asociados con claridad a las posiciones de origen favorecidas. Se

enfatiza también la relevancia de la apariencia física en el trabajo, aunque no se asocia

directamente a discriminaciones raciales o de clase.

En el ámbito de los ingresos destaca la aparición de una crítica, ausente en los

otros grupos, respecto de la retribución del esfuerzo involucrado en las tareas de cada

empleo: los ingresos no están asociados al esfuerzo involucrado en las tareas de un

trabajador, especialmente cuando se trata de un esfuerzo físico. Es decir, en el caso de

los ingresos se minimiza el impacto del esfuerzo en el logro económico, enfatizándose

que viene ya dado por la herencia familiar, los contactos y las credenciales

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educacionales (que son ambos distribuidos según origen social). Al respecto, existe una

clara percepción de que no existe voluntad por parte de las elites económicas de aceptar

una distribución más equitativa del dinero, y de que las “reglas del juego” se van

modificando en el tiempo con el fin de que nunca “chorree el vaso”.

2-. Dimensión Normativa. Definición de mecanismos distributivos justos.

En la definición de lo justo se observaron niveles importantes de consenso, tanto al

interior de cada uno de los grupos como entre ellos: efectivamente pareciera existir un

patrón normativo bastante hegemónico, aunque lógicamente existen variaciones

importantes al respecto. Por esto, esta dimensión se expone en un solo apartado común.

Los participantes hablaron de cómo distribuir la educación, los empleos y los

ingresos en una sociedad justa. Optaron por ir definiendo lo justo en este mismo orden,

tomando como base las condiciones de una educación justa para definir cómo debiera

funcionar el trabajo, y las condiciones de un empleo justo para definir los ingresos.

En el aspecto educativo el consenso es bastante sorprendente, y apenas se

observaron diferencias entre los grupos. En todas las discusiones se definió rápidamente

que sólo es justa una educación completamente igualitaria en la que se elimina toda

influencia de los recursos, pero también del esfuerzo o del talento de las personas al

menos en los niveles que se consideren básicos. La definición de lo “básico” -la

educación que debía considerarse una necesidad y asegurarse igualitariamente- muestra

variaciones, pero en general incluye al menos una educación superior inicial.

El criterio de igualación como justicia en materia educativa tiene dos aristas

destacadas en los tres grupos. El primero es la eliminación o el control de la educación

privada. El grupo de clase media alta planteó claramente que la educación privada debía

eliminarse para asegurar condiciones de justicia educativa. Esta posición es mayoritaria

pero no absoluta en los otros grupos, donde algunos plantearon que podía existir

educación privada si se asegura calidad equivalente en la educación gratuita y abierta a

todos. Participantes en ambos grupos de clase media fueron más lejos planteando que lo

justo sería que la educación tuviera un rol específicamente homogenizador, “tal como

en The Wall”, contrarrestando el impacto de los orígenes de las personas en su vida.

Existe cierto acuerdo también en que, si ya existen las condiciones de acceso

completamente igualitario a la educación, es justo que la sociedad destine sus recursos a

nivelar la educación de las personas con más necesidades. En esto los participantes se

refirieron tanto a dificultades cognitivas de las personas -igualar las capacidades- como

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a suplir las desventajas sociales que las personas tienen por fuera del sistema educativo

para que pudieran desarrollarse en igualdad de condiciones. En este sentido cabe

destacar que en todos los grupos las personas enfatizaron que la igualdad en el acceso a

la educación era necesaria pero insuficiente para la justicia social en materia educativa.

Respecto de los niveles de educación más altos existe cierto consenso en que se

requiere de algún grado de selección, y en la necesidad de eliminar cualquier impacto de

las condiciones de origen en ella. Las aptitudes y capacidades acumuladas, así como un

aspecto vocacional, fueron en general planteadas como criterios válidos para

seleccionar. El esfuerzo en este caso es secundario (hubo más desacuerdo sobre esto en

el grupo de nueva clase media) pero no ilegítimo. Es decir, en materia de educación hay

un consenso normativo en torno de la primacía de la igualdad o necesidad como criterio,

y en la justicia de aplicar criterios de capacidades (talento y esfuerzo) en los niveles

superiores si las necesidades educativas generales están ya cubiertas.

En materia de distribución de los empleos, existe un consenso en los distintos

grupos en torno a la centralidad de la igualdad de oportunidades. Bajo el supuesto de

igual acceso a la educación, los participantes en general enfatizaron distintos medios

para eliminar la influencia de la herencia social y los contactos en el proceso de logro

ocupacional. En los grupos de clase media alta existe más preocupación por eliminar

también otros insumos ilegítimos como el endeudamiento, el atractivo físico, etc.

La distinción entre talento y esfuerzo aparece muy difusamente en este nivel –no

así en el de educación- y las personas se inclinan por el desempeño, la eficiencia

individual, las capacidades en general, o en menor grado la experiencia como criterios

válidos para distribuir las posiciones laborales entre las personas.

En el caso del grupo de clase trabajadora destaca una concepción distinta de las

“capacidades” adecuadas para asignar posiciones de empleo. Los participantes se

esforzaron en especificar que debían compararse las capacidades específicas para cada

tipo de trabajo, de forma más cualitativa que jerárquica, orientada hacia un principio de

complementariedad en lugar de competencia. Como se verá después, esta idea tiene

conexión con la definición de criterios de justicia para los ingresos.

Respecto de los ingresos, en todos los grupos se coincidió en que las diferencias

en una sociedad justa debían ser mucho menores, aunque existirían. Inicialmente primó

en el criterio distributivo de necesidad o igualdad, en el sentido de que es necesario

asegurar el acceso a ingresos adecuados para cumplir con las necesidades de cada cuál.

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Al respecto, se planteó con diversa intensidad (menor en la clase trabajadora) que estas

necesidades debían ir mucho más allá de las “básicas”, asegurándose el acceso a ciertos

lujos y buen vivir para todas las personas. Hubo discusión sobre si este ingreso básico

debía supeditarse a la disposición al trabajo en el grupo de clase media alta, mientras

que en los otros la disposición a trabajar en un contexto más justo se dio por sentada.

Ya establecido que toda diferenciación en los ingresos debía ser posterior a la

cobertura igualitaria de ciertas necesidades, se observan más diferencias entre los

grupos respecto de qué criterios son justos para hacer estas diferenciaciones. En todos

los grupos estas diferenciaciones se basan en el mundo del trabajo, y así se tiende aquí a

reproducirse la posición normativa planteada por cada grupo en ése ámbito.

En el grupo de nueva clase media, los mecanismos legítimos consensuados son

el esfuerzo y el sacrificio implicado en cada trabajo. Esto es considerado un problema

algo secundario, ya que se considera que las diferencias debieran ser muy reducidas. En

el grupo de clase media alta se validan como criterios el esfuerzo y la iniciativa, ésta

última asociada al emprendimiento y a la inquietud, a la idea del que ambiciona y “se

las busca”. Los participantes, en general, intentan conjugar los principios de igualdad y

necesidad con la libertad de obtener beneficios para quienes deseen buscarlos.

En el grupo de clase trabajadora frecuentemente se sugiere que la igualdad

absoluta de ingresos es deseable o justa pero inalcanzable. Las diferencias de ingresos

“lamentablemente deben” existir, y se plantea al esfuerzo como el criterio justo para

hacer esas diferencias. Sólo en éste grupo el esfuerzo no aparece como necesariamente

vinculado a la obtención de posiciones laborales distintas: algunos consideran justo que

las personas compitan entre sí con su esfuerzo por posiciones asociadas a ingresos

mayores que otros, mientras otra parte postula que lo justo sería que uno fuera

remunerado por su esfuerzo y sus capacidades “en lo que hace”. Esta idea de retribución

está claramente asociada al criterio “cualitativo” de distribución de los empleos.

En conclusión, la estructura normativa de los participantes puede resumirse de

en la combinación de dos principios distributivos diferentes. Por una parte, los

principios de igualdad y necesidad, que rigen la distribución de la educación al menos

hasta cierto nivel avanzado, así como la distribución igualitaria de un bienestar

universal básico sin mediar relación con el trabajo. Por la otra, los principios del

esfuerzo y el talento, a menudo unificados como “capacidades” o “desempeño”, que

serían formas generalmente legítimas de distribuir excedentes y recompensas una vez

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que las necesidades de todos y cierto nivel de igualdad general está garantizado. Por

último, resulta claro que la distribución de cualquier forma de recompensa de forma

hereditaria, o a través del acceso a redes o círculos asociados al origen social, es

considerada completamente injusta por la gran mayoría de las personas.

En el cuestionario individual, los participantes debían indicar qué criterio sería,

en una sociedad justa, el más importante para obtener mejor y más educación, mejores

trabajos y más ingresos, y cuáles no debieran tener ninguna injerencia en cada caso. Las

respuestas fueron consistentes con lo observado en la discusión, con gran dispersión

entre posiciones igualitaristas y meritocráticas, y coincidiendo la gran mayoría en la

indeseabilidad de cualquier forma de transmisión hereditaria del logro.

En el ámbito de la educación, 9 sujetos indicaron que el esfuerzo debía primar y

2 optaron por el talento. Optaron 7 por igualdad absoluta y 3 por una educación

distribuída según las necesidades de cada quién, sumando un total de 10 opciones

marcadamente igualitaristas. Respecto del empleo, el esfuerzo apareció como claro

valor hegemónico respecto de cómo debían asignarse las mejores posiciones, con 16

preferencias. 4 personas optaron por el talento y sólo 1 por igualdad absoluta. Respecto

de los ingresos, 10 optaron por el esfuerzo como criterio distributivo y 5 por el talento,

mientras que 4 optaron por la igualdad absoluta y 2 por las necesidades de cada cuál.

Adicionalmente, la mayoría de los participantes consideraron completamente

injusto que los logros de los padres o la familia tuvieran alguna ingerencia en la

educación (20), el empleo (18) o los ingresos (17) de las personas. Como resultaba

esperable, nadie escogió tal criterio como más justo en ningún ámbito.

Atendiendo a estas respuestas individuales, la combinación de mecanismos

distributivos igualitaristas y meritocráticos en la discusión podría entenderse como un

compromiso entre partes o como la expresión de modelos similares con diferentes

énfasis. En las argumentaciones de los participantes, ambas ideologías no aparecen

contrapuestas si no como complementarias, y es difícil hallar evidencia de una

“consciencia dividida” al interior de la dimensión normativa. Por el contrario, igualdad

y esfuerzo aparecen como dos momentos de un modelo normativo consistente.

3-. Dimensión Práctica. Actitudes frente a la desigualdad.

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De lo anterior se desprende que, para la mayoría de los participantes, su percepción de

los mecanismos distributivos en Chile era exactamente contraria a su definición de lo

justo. Cabría esperar un rechazo total de la justicia y legitimidad de la realidad chilena.

Hasta cierto punto, es así. La mayoría de las personas describen a la sociedad

chilena como injusta. Sin embargo, la mayoría de éstas despliegan actitudes que

podemos describir como legitimantes de la misma.

Individualmente, sólo 7 de los 21 evaluó la educación en Chile como

“completamente injusta” en una escala de 4 niveles, y sólo 4 lo hicieron con el mercado

laboral y la distribución de las oportunidades de trabajo. La mayoría (13) clasificó la

distribución de ingresos como completamente injusta. Sin embargo estas mismas

personas, al definir un salario justo para un obrero y otro para un gerente, proponen en

promedio3 como “brecha salarial justa” una relación de 11 a 1, comportándose de modo

similar al indicador equivalente medido a nivel nacional (Castillo, 2009). Al

consultarles sobre si alguna vez habían participado en alguna instancia o actividad

orientada a remediar las desigualdades sociales que consideraban injustas 9 personas

reconocieron que no, y de las 12 restantes sólo 3 reportaron haber participado en algún

tipo de acción u organización colectiva de tipo reivindicativo (el resto reportó pautas de

conducta en su trabajo, participación en actividades de tipo asistencial, etc.).

Estas actitudes legitimantes toman, en la discusión, la forma de diversos

dispositivos cuyo análisis detallado escapa a los alcances de este artículo y sólo pueden

presentarse a modo de ejemplos. Diversas formas de atenuación en el lenguaje permiten

a las personas reducir la disonancia entre creencias normativas y cognitivas. La

culpabilización de la víctima permite atenuar el conflicto a través de la “actuación” de

prejuicios que, en general, los mismos actores han descartado (o descartarán después)

como falsos o imprecisos. La localización de problemas generales de la desigualdad

como la educación o los ingresos en demandas o segmentos específicos (inmigrantes,

minorías étnicas, ruralidad extrema) permite también eludir el posicionamiento práctico

frente al problema general, sin negarlo explícitamente ni evidenciar(se) así el quiebre

argumental. El desplazamiento del nudo problemático de la desigualdad, en el tiempo

histórico (inscribiendo la desigualdad como inherente a nuestra historia nacional), o en

3 Se excluyó un caso extremo con una brecha justa de 375,14, que arrastraba el promedio hasta 27,5.

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el espacio (la desigualdad es global y no puede modificarse desde lo nacional), permite

a los actores tomar una postura comparativamente benevolente o fatalista.

El fatalismo, posiblemente la actitud más generalizada cuando el contraste entre

evaluaciones prácticas, percepciones y valores se hace evidente, se nutre de dispositivos

diversos y a menudo complementarios. Particularmente en el grupo de clase trabajadora,

un fatalismo por naturalización permite actuar “como si” la desigualdad imperante

fuera natural o inmutable, aún cuando los mismos sujetos sugieren antes o después

argumentos y ejemplos que descartan esta noción: un tópico clásico de la teoría de la

ideología. Alternativamente, un fatalismo cínico permite describir de modo descarnado

a Chile como una sociedad de clases marcada por la dominación y la explotación

extrema. Sin naturalizar necesariamente, este cinismo da esta situación por evidente y

coloca a la crítica en el lugar de la ingenuidad. Tal vez el más relevante, cierto fatalismo

por soledad percibida produce impotencia y autocensura de la crítica a través de la

percepción del conjunto de la sociedad, sobre todo los miembros de otras clases y

grupos sociales, como conformistas, alienados, o completamente convencidos de la

justicia de la sociedad existente: “vasallos admirados de sus patrones”.

Finalmente, a menudo los participantes omiten preguntas directas que podrían

llevarlos a confrontar la brecha entre lo tenido por cierto y lo tenido por justo. Esta

evasión emerge sobre todo cuando la discusión se desplaza de lo cognitivo a lo

normativo, y la insistencia en esta situación genera a veces irritación y sensaciones de

impotencia, así como actitudes defensivas. Una forma común de éstas es sostener la

irrelevancia de la propia subjetividad, recurriendo a la variabilidad individual (“depende

del criterio de cada persona”) o cultural (“depende, hay países donde dirían que esto es

justo o donde no”) para eludir cualquier juicio práctico o inclusive normativo.

Con la excepción de la culpabilización de la víctima, estos dispositivos tienden a

perder fuerza y frecuencia en la medida en que se desarrolla la dinámica grupal.

Mientras los sujetos descubren las opiniones de sus pares, las críticas y juicios se tornan

más categóricos y las actitudes menos evasivas. En particular, cuando se logra traspasar

las evasiones sobre qué es lo justo, estas defensas pierden gran fuerza.

Después surge la pregunta (de los mismos participantes o inducida) sobre por

qué esta situación permanece así, y algunos ofrecen interpretaciones de sus propias

actitudes (pasivas). Éstas pasan por las condiciones de riesgo e impotencia que dicen

experimentar: no se describe a Chile como una sociedad poco democrática o represiva,

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pero existe desconfianza de las chances de cualquier acción colectiva (especialmente

política), y miedo de las consecuencias de la protesta o del conflicto social. Esto no se

expresa directamente, se implica en precauciones como “ahora nadie está seguro en su

trabajo” o “la gente tiene una familia que mantener”, y en la idea de “los políticos”

como una clase social diferenciada, cerrada y con intereses propios.

VI. Conclusiones.

El análisis anterior da cuenta de que la creencia (normativa) de los actores en el

esfuerzo como mecanismo distributivo tiene una connotación crítica en el contexto

chileno, asociándose a un discurso igualitarista antes que liberal-capitalista. Así, la

hipótesis de la consciencia dividida queda cuestionada, ya que en general los actores son

capaces de articular de modo coherente los criterios distributivos de esfuerzo e

igualitarismo, con énfasis variable en uno u otro.

La percepción de los mecanismos distributivos imperantes contrasta

abruptamente con los valores al respecto de los actores, que sin embargo en su práctica

presentan actitudes legitimantes al respecto. Esto demuestra cómo pueden explicarse

estas actitudes legitimantes a través de un mecanismo de mistificación, y que las

actitudes legitimantes de los participantes no se asocian necesariamente a convergencia

entre definiciones de justicia y percepción de la realidad social. Los actores se muestran

cognitivamente conscientes respecto de las contradicciones entre sus modelos

normativos y sus percepciones de lo real, pero actúan de modo que disuelve esta

contradicción en su práctica. Esto parece producirse no sólo por la habituación inherente

a las prácticas cotidianas, si no porque la modificación de la realidad en un sentido

consistente con lo que aparece como “justo” aparece explícitamente como imposible. Es

interesante que tal imposibilidad no sólo se expresa en formas de naturalización como

las que describían las teorías clásicas de la ideología (que siguen siendo relevantes), si

no sobretodo a través de la suposición de consensos que, aparentemente, son sólo

supuestos. Evaluar con certeza esta hipótesis, sin embargo, requiere complementar este

trabajo con información cuantitativa.

No se encontró evidencia en estos casos sobre la relevancia del mecanismo de

ilusión. Sin embargo, esto puede deberse a la dinámica grupal en la que tiende a

producirse rápidamente una postura hegemónica. Las respuestas al cuestionario en la

dimensión cognitiva indican que posiblemente algunos individuos podrían ser

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19

caracterizados por el mecanismo de ilusión pero modificaron rápidamente sus opiniones

en el grupo. Es necesario entonces explorar este tipo de casos a través de técnicas

individuales.

No es posible, sólo con esta información, afirmar la inexistencia de casos en que

la legitimidad social, la consistencia entre las creencias normativas y la realidad, opere

como principal mecanismo legitimante. Sin embargo, los resultados apuntan hacia la

preponderancia de los mecanismos ideológicos antes enunciados. Aunque resulta crucial

complementar esta investigación con casos individuales e investigación cuantitativa, el

trabajo realizado sugiere que la desigualdad social en Chile no posee legitimidad social,

y sobre todo que la legitimación de tal desigualdad se desarrolla de modo conflictivo y

problemático para los actores. Al evaluar la realidad social y enfrentarse a su propia

práctica legitimante, los actores renuncian a “lo justo” para actuar en “lo posible”,

extendiendo en esa misma actuación la distancia entre ambos mundos. La irritación y

ansiedad que genera en los actores confrontar esta renuncia sugiere, también, la

impotencia de los mecanismos ideológicos para, más allá de la obediencia, generar

integración social.

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20

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