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PRLIOGO Este libro es producto de una vida de estudios, pero se da el caso de que su aparicin tiene lugar precisamente en un mo mento en el que la inteligencia de la oracin eucarstica tradicional, y en particular el canon de la misa romana, es mÆs actual que nunca. En efecto, desde hace mucho tiempo no se haba visto nunca en la Iglesia catlica un deseo tan vivo y tan generalizado de volver a descubrir una eucarista plenamente viva y verdadera. Pero, desgraciadamente, tampoco se haba visto nunca que se ma nifestasen con tanto aplomo teoras tan caprichosas que si llegaran a ponerse en prÆctica nos haran perder casi todo lo que aœn con servamos de la tradicin autØntica. QuisiØramos que este volumen contribuyera a fomentar este resurgimiento restando a la vez Æni mos a ea anarqua ignorante y pretenciosa que podra ser su ruina. Grande es nuestra gratitud para con todos los que nos han ayu dado en este tnbajo. Entre los investigadores de las œltimas gene raciones nos sentimos muy obligados en particular a estudiosos como E. Bishop y A. Baumstark. Ningœn maestro contemporÆneo nos ha iluminado o estimulado tanto como el hombre de ciencia, destacado por su probidad y sagacidad, con el que tuvimos el honor de estar asociado como uno de sus mÆs modestos colaboradores de la pri mera hora en la fundacin del Instituto de estudios litœrgicos de Pars, dom Bernard Botte. El mejor homenaje que podemos tri butar a su ciencia crtica es el de decir que aun en los casos en que hemos tenido que separarnos de Øl en algunos puntos secundarios 11

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PRÚLIOGO

Este libro es producto de una vida de estudios, pero se dael caso de que su aparición tiene lugar precisamente en un momento en el que la inteligencia de la oración eucarística tradicional,y en particular el canon de la misa romana, es mÆs actual quenunca. En efecto, desde hace mucho tiempo no se había visto nuncaen la Iglesia católica un deseo tan vivo y tan generalizado devolver a descubrir una eucaristía plenamente viva y verdadera.Pero, desgraciadamente, tampoco se había visto nunca que se manifestasen con tanto aplomo teorías tan caprichosas que si llegarana ponerse en prÆctica nos harían perder casi todo lo que aœn conservamos de la tradición autØntica. QuisiØramos que este volumencontribuyera a fomentar este resurgimiento restando a la vez Ænimos a ea anarquía ignorante y pretenciosa que podría ser su ruina.

Grande es nuestra gratitud para con todos los que nos han ayudado en este tnbajo. Entre los investigadores de las œltimas generaciones nos sentimos muy obligados en particular a estudiosos comoE. Bishop y A. Baumstark. Ningœn maestro contemporÆneo nos hailuminado o estimulado tanto como el hombre de ciencia, destacadopor su probidad y sagacidad, con el que tuvimos el honor de estarasociado como uno de sus mÆs modestos colaboradores de la primera hora en la fundación del Instituto de estudios litœrgicos deParís, dom Bernard Botte. El mejor homenaje que podemos tributar a su ciencia crítica es el de decir que aun en los casos en quehemos tenido que separarnos de Øl en algunos puntos secundarios

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Prólogo

no hemos podido hacerlo sino aplicando sus propios principios con elespíritu que Øl mismo nos había inculcado.

Permítasenos tambiØn expresar aquí nuestra gratitud a todoslos que han facilitado nuestras investigaciones, en particular a losbenedictinos de Ja abadía de Downside, que pusieron a nuestradisposición los tesoros de la biblioteca del difunto E, Bishop, al profesor Cirilo Vogel, que puso igualmente a nuestra disposición lasbibliotecas de la universidad de Estrasburgo, a monseiior Sauget,qUe hizo otro tanto con Ja biblioteca vaticana, al canónigo A. Gabriel. cuya cordial hospitalidad, sólo comparable con su impecableerudición, ha hecho del Mediaeval Institute, en la Library of NotreDame University, como un sØptimo cielo de los eruditos e investigadores, y a los numerosos amigos israelitas, que han mostradotanta simpatía hacia nuestros estudios, especialmente al rabinoMarc II. Tanenbaum, de Nueva York, por sus calurosos estíniuJos, y al cantor Brown, de Temple Bethel, South-Bend, Indiana,que, no contento con prestarnos generosamente los mÆs preciososJibros de su propia biblioteca, nos ha ayudado con su experienciadel ritual sinagogal. Si este libro pudiera contribuir, por poco quefuera, a la amistad entre judíos y cristianos, veríamos realizadoasí uno de nuestros mÆs ardientes votos.

Un œltimo testimonio de gratitud debernos tributar a nuestrojoven hermano en religión Jean Lesaunier, por Ja infatigable dedicación con que nos ha procurado o fotocopiado los documentos deque teníamos necesidad.

Abadía de la Lucerne, fiesta del Corpus Christi de 1966

P.S.: Cuando ya teníamos casi terminado este estudio pudimosleer los trabajos ya publicados del padre Ligíer. Una conversacióntenida con Øl en el momento en que íbamos a dar el visto buenopara la impresión nos permitió comprobar Ja estrecha convergenciade nuestros puntos de vista sobre la relación entre la eucaristíay los formularios judíos. No habiØndose publicado todavía sino unaltrte de sus investigaciones, tenemos empeæo en hacer constarque no tienen ninguna dependencia de las nuestras.

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NOTA ADICIONAL A LA SEGUNDA EDICIÓN

Dom B. Botte nos ha honrado dirigiØndonos un escrito en el que refutanuestras objeciones a su reconstrucción del texto griego en que se basa eltexto siríaco del 7estanzentum Donzini. Por una parte piensa que fue unerror el que nos fiÆsemos del sentimiento de los sacerdotes sirios o maronitas,para quienes el siríaco es poco mÆs o menos lo que el latín para la masade los sacerdotes occidentales. Por otra parte subraya que aytóy no puedequerer decir sino «haz que venga».

Acerca del primer plinto no tenemos inconveniente en aceptar su observación. Con todo, es posible que algunos de los filólogos col’ que cuenta elclero sirio o maronita no sean tan ignorantes del siríaco como la generalidad de los sacerdotes de Occidente lo son del latín.

Sobre el segundo punto nos limitamos œnicamente a observar que latorpeza de las traducciones antiguas del griego al siríaco es un fenómenotan general que se explica por la diferencia de recursos de las dos lenguas,que hace que se estimen conjeturales las mÆs rigurosas retroversionesen tanto no se puedan justificar mediante la presentación del texto original.Por supuesto, esto se aplica lo mismo a nuestra propia retroversión quea la de dom Botte.,. si parvo litet componere tnagnis.

* **

Con posterioridad a la primera edición del presente libro, el Consiliunzpara la reforma de la liturgia he preparado nuevos formularios eucarísticosromanos. Hemos aæadido un capitulo suplementario que analiza la reformadel canon romano y los tres nuevos textos aprobados, Intentarnos, ademÆs,enjuiciar tales reformas capitales.

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CAP˝TULO PRIMERO

TEOLOG˝AS SOBRE LA EUCARIST˝AY TEOLOG˝A DE LA EUCARIST˝A

Este libro se ha escrito pan invitar a los lectores a un viaje dedescubrimiento. Creemos que semejante periplo es uno de los mÆsapasionantes que se pueden proponer a los que presienten las riquezas todavía poco o nada explotadas de la tradición cristiana.Nosotros mismos emprendimos esta travesía hace mÆs de treintaaæos y, con haberla reemprendido con frecuencia no pocas vecesdesde entonces, no nos hacemos la ilusión de haber sacado a laluz todos los tesoros entrevistos desde la primen jornada.

Basta, en efecto, con tratar de seguir, paso a paso, la floraciónprogresiva de la eucaristía cristiana. Aquí entendemos por eucaristíaexactamente lo que la palabra significaba desde los orígenes: lacelebración de Dios revelado y comunicado, del misterio de Cristo,en una oración de tipo especial, en la que la oración misma reœnela proclamación de los mirabilia Dei y su re-presentación en unaacción sagrada que es el centro de todo el ritual cristiano.

PodrÆ decirse que no pocos han emprendido esta exploraciónanteriormente a nosotros. Nuestro intento, sin embargo, es completamente distinto. En primer lugar, no vamos a ocuparnos del conjunto de la liturgia eucarística, sino - repitÆmoslo - de lo queocupa precisamente su centro: lo que se llama en oriente la anÆfora,que une inseparablemente los equivalentes de nuestro prefacio yde nuestro canon romanos. Pero sobre todo, la descripción de estaeucaristía, por muy atenta y cuidada que la deseemos, no es nuestroobjetivo œltimo. Lo que vamos a perseguir es la inteligencia de lo

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Teologías sobre la eucaristía

que hay de comœn, de fundamental bajo sus formas diversas, s’no menos el sentido del desarrollo, mÆs o menos feliz, mÆs o menosamplio, de este nœcleo o, mejor dicho, de esta cØlula madre delculto cristiano.

Esperamos se nos perdone que evoquemos aquí la emoción,todavía viva, que experimentarnos el primer día que recorrimosestos grandes textos en un antiguo ejemplar’. Juntamente con eldeslumbramiento provocado por el descubrimiento de las joyasmÆs resplandecientes de la tradición litœrgica, nos maravillaba launidad gloriosa de lo que irradiaba de tantas facetas. Descubríamos la eucaristía como un ser desbordante de vida, pero de unavida dotada de una interioridad, de una profundidad y de unaunidad incompatibles, aun cuando esta vida no pueda traducirsesino en mœtiples expresiones, como en una armonía, o mÆs bienuna sinfonía de temas concordantes que se van orquestando poco apoco. Habíamos, por decirlo así, visto con nuestros propios ojosesa tœnica tornasolada, esa vestidura sagrada en la que se reflejael universo entero en torno a la Iglesia y a su Esposo celestial.En ningœn poema, en ninguna obra de arte, y menos todavía en ningœn sistema de pensamiento abstracto nos parecía haber podidoexpresarse mejor ese ‘oGc Xpwro, que es al mismo tiempo tnenrEcclesiae.

Aun exponiØndonos quizÆ a que se nos crea temerarios, aæadiremos que una experiencia de este gØnero es seguramente necesariapan dedicarse a los estudios litœrgicos, para entrar en el movimiento litœrgico no como en una diversión de anticuario, una expe-riencia de esteta, una dudosa mística de masas o en una pesaday pueril pedagogía de muchedumbres. Hay en ello un test quepermite con toda seguridad distinguir entre los liturgistas del pasado y del presente los que son verdaderos «amigos del Esposo»y los que son meros eruditos, por no decir simples pedantes ovulgares bufones.

Hay personas que han cumplido todos los textos y que seguramente no han sentido nunca nada semejante. Y hay tambiØn otros,monómanos rascadores de rœbricas o fervientes «directores de es-

1. }LMWO,W, Litítrgies E.stern and We,ren,, t878.

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Teologías sobre la eucaristía

cena», que por muy alejados que estØn de los primeros, compartenpor lo menos con ellos la misma callosidad. Los unos, sean todo lodoctos que se quien, no son sino los arqueólogos de la liturgia, ylos otros, aun cuando estØn convencidos de ser sus conservadores,no harÆn sino pastelear con ella o corromperlo. Sólo Dios sondealas entraæas y los corazones, pero a nadie le estÆ vedado tener susimpresiones. Por mi parte tengo la convicción de que un Cirilo deJerusalØn o el autor de las catequesis que llevan su nombre, aligual que un Gregorio de Nacianzo, un san MÆximo o un san León,no son en este punto de aquellos a quienes faltó la gracia, como tampoco, en los albores de la edad moderna, un cardenal Bona o, mÆscerca de nosotros, un Edmund Bishop o un Anton Baumstark.Confieso que estoy mucho menos seguro de un sano sentido iiturgistade otros personajes del pasado, que han ejercido considerable influjoen este terreno, por no hablar de modernos o de contemporÆneos,personas todas a las que no se me perdonaría siles asignan nominalmente un puesto en el infierno personal en el que las llevo iiipectore.

Si se me pregunta cómo puedo justificar tal atrevimiento,responderØ que basta con haber comido algunas migajas de ambrosía para descubrir sin dificultad la sobria ebrietas de los unos yno dejarse engaæar por los que han podido poner etiquetas portodas partes y hasta mancillar todo el mantel con sus dedos sucios,pero que, habiendo acudido seguramente sin gran apetito al banquete del Cordero, no notaron siquiera que los manjares teníanen Øl un gusto particular.

No hace todavía mucho que un abad benedictino que me honracon su amistad me contaba cómo creía haber descubierto lo que esla liturgia. Siendo todavía novicio había emprendido valientemente lalectura de toda la obra de Migne, comenzando por el primer tomo,y había topado de golpe con la liturgia eucarística del libro VIIIde las Constituciones apostólicas: repentinamente se le habían abiertolos ojos. En esta confidencia hallØ un eco de mis antiguas impresiones, pues aquØl era seguramente el texto que mÆs me habíaimpresionado en la antigua colección de Hammond: aquella anÆfon que parecía haberse propuesto realizar a la letra la famosafórmula de Justino sobre el celebrante, que «da gracias tanto como

17Bouyer, eucaristfa 2

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puede» . En efecto, todo, absolutamente todo lo que puede encerrarla eucaristía antigua se hallaba allí reunido, aun cuando es cierto quetextos mÆs sobrios, como la maravillosa anÆfora de Santiago, expresan mÆs sensiblemente su progresión y su brío.

Me apresuro a decir que uno y otro teníamos muy respetablespredecesores entre los patrólogos del renacimiento cristiano, sinhablar de algœn liturgista anglicano entre los mÆs distinguidos,que habían creído descubrir en dicho texto nada menos que laanÆfora apostólica y como el modelo primitivo y permanente detoda eucaristía ideal . SØ muy bien a quØ burlas me expongo porparte de los sabios liturgistas contemporÆneos al revelar en lasprimeras pÆginas de este libro un entusiasmo tan ingenuo, del queno me recato en decir que no se ha extinguido todavía. Compilación tardía de un hereje o seniihereje, impostor por aæadidura,liturgia en el papel, que no tuvo nunca y que, por lo demÆs, nohubiera podido tener nunca el menor comienzo de realizaciónefectiva: esto - nos aseguran hoy a porfía los mÆs respetablesmanuales - es lo que habríamos debido aprender a pensar. Puedenestar tranquHos: todo esto lo discutiremos ampliamente, y sidespuØs de ello no retenemos todos esos juicios igualmente perentorios, pero desigualmente ciertos, se verÆ que tambiØn nosotros tenemos buenas razones para rechazar el carÆcter primitivo de laliturgia pseudoclementina por no hablar de la de Santiago. Sinembargo, creemos por lo menos que estos textos, como tertninusad quem, si ya no como tenninus a quo, de una evolución muyantigua, tienen con quØ justificar los entusiasmos un tanto juveniles de los liturgistas de los siglos xvii o xviii y de algunos otrosmuy posteriores a ellos, mÆs bien que la negligencia con que lostratan actualmente críticos algo mÆs satisfechos de lo debido consus primeras comprobaciones.

Sea de ello lo que fuere, no es un vago romanticismo, apoyadoen una ciencia insuficiente, lo que explica el interØs y hasta la fascinación suscitada durante largo tiempo por la anÆfora de lasConstituciones apostó&as. Es que, por el contrario, Østa es un

2. SAN JUSTINO, Pi’4n,i, apoIogId 67, 5.3. Cf. W. JMRDINE . A. Gaisuaoox; Anglícan Liturgies of the seve,steenth aisd

eighwenth Centuries, Londres 1958, y nuestro capítulo xl.

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testigo particularmente elocuente de lo mÆs teológico que envuelvela tradición litœrgica. Representa seguramente el mayor esfuerzojamÆs realizado para explicitar a fondo toda la teología implícitaque había en la eucaristía antigua, si ya no primitiva.

Evidentemente, se trata de una teología a la que no nos tienenacostumbrados los manuales modernos y seguramente por ellopuede ser tan fascinador su descubrimiento. Esta teología, pormuy rigurosa que sea y no deja de serlo a su manen, se acercamucho al sentido primero del griego OcoXoy, que designa unhimno, una glorificación de Dios por el Aóyoç, el pensamiento expresado del hombre. Este pensamiento aparece en ella, por cierto,racional en sumo grado, pero con esa razón que es armonía, mœsica intelectual, y cuya traducción espontÆnea es, por tanto, uncanto litœrgico, y no un virtuosismo sutil o una fastidiosa rotulación.

Lo que debiera proporcionarnos el estudio a que vamos a dedicamos es precisamente una teología de este gØnero, œnico quese presta a una teología eucarística digna de este nombre. Parahablar con mÆs exactitud: se trata de la teología de la eucaristía.Esta corrección de lenguaje no es ociosa. En efecto, hay un abismoentre las teologías eucarísticas que han proliferado en la Iglesiacatólica y fuera de ella, primero, al terminar la edad media yluego ya en la Øpoca moderna, y eso que merece exclusivamente serllamado la teología de la eucaristía. Pío xi no tuvo reparo en decir- en una Øpoca en que la afirmación, proferida por alguien queno fuera el papa, hubiera parecido no solamente escandalosa, sinoabsurda - que «la liturgia es el principal órgano del magisterioordinario de la Iglesia». Pero si, en efecto, lo es por lo que hacea la proclamación del misterio cristiano en general, podemos pensarque debe serlo por excelencia en cuanto a la proclamación de lo queconstituye su propia sustancia: el misterio eucarístico, y en particular en la celebración de este misterio. Ahora bien, es un hechoque las teologías corrientes sobre la eucaristía no asignan por loregular puesto alguno a la eucaristía en el sentido primero de lapalabra, a la gran oración eucarística tradicional. Son ciertamenteteologías sobre la eucaristía. No son casi nunca la teología de laeucaristía: una teología que proceda de ella, en lugar de venir a

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aplicÆrsele desde fuera, sea como sea, o de reducirse a sobrevolarla sin dignarse jamÆs tomar contacto con ella.

Esto es cierto - hay que reconocerlo - aun en el caso de lasmejores obras que en las œltimas generaciones nos han llevado a unavisión de la eucaristía mÆs sana que la de los siglos precedentes.Es justo que nos mostremos agradecidos a los Lepin’, a los Lataille , a los Vonier °, a los Masure’, que rechazaron los modosde ver de los Lessio y de los Lugo, y nos restituyeron una concepción mucho mÆs satisfactoria, en particular de su relación con elsacrificio de la cruz aunque quizÆ nos inclinemos demasiado aendosar sin verificación los agravios que formulan contra sus predecesores. Pero se hace difícil admitir que sus propias síntesispuedan ser definitivas, si se tiene en cuenta que el puesto queasignan al testimonio de la eucaristía sobre su propio significadoy su propio contenido es tan exiguo como en sus predecesores.Sus obras se basan en algunas palabras de la Escritura: prÆcticamente en las solas palabras de la institución y luego, a lo sumo,en algunos textos del capítulo sexto de san Juan y de la primeraepístola a los Corintios. Y todavía se limitan a interpretarlos en laóptica de las controversias medievales o modernas, sin que lespase por las mientes el desplazamiento de las perspectivas impuesto por un estudio exegØtico primeramente filológico e histórico,como el que había de practicar mÆs recientemente Jeremias’, sobrelas palabras eucarísticas de Jesœs. Pero sobre todo sus construccionesno proceden tanto de los textos como de nociones a priori del signoo del sacrificio. Y si de paso topan con algunas fórmulas litœrgicas,es para echar mano de ellas a lo sumo a título de confirmación, o,todavía mÆs frecuentemente, para mostrar cómo se armonizan o pueden armonizarse, a costa de explicaciones mÆs o menos laboriosas,con teorías del sacramento o del sacrificio fraguadas independientemente de ellas.

4. M. Laso,, L’IdØe du socrifice de la Mes:, d’aprh les thØologiens depus ¡‘originejusq,.?s nos ¡OH?:, ParIs 1926.

5. M. OX LA ‘J’AILLE, Mysteriun, Fidel, París 1931.6. A. Vosnax, La Cli de ¡a doctrine euclsaristique, ti, fr., Ly6n 1942.7. E. MASUR; Le .S’acrifice di, Che/, ParIs 1932.8. J. JnnexAs, The Euchasistk Word: of ¡csut, Londres 1966, trad. inglesa de la

nueva edición alemana publicada en 1960 en Gotinga, Dic Abend,nahtnoorte ¡cnt, perohabida cuenta de las modiæcaciones introducidas en su texto por el autor en 1964.

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Si esta comprobación se impone todavía cuando se trata deautores recientes, tan preocupados por inventariar y comprendertodas las riquezas de la tradición teológica, patrística y medievalcomo los que acabamos de citar, no nos costarÆ trabajo imaginarla ignorancia pura y simple de la eucaristía en el sentido en quetomamos aquí constantemente la palabra, y que es su sentido bÆsicoque revelan tantas otras especulaciones anteriores de que estÆnabarrotados nuestros manuales. Los resultados de este estado decosas son graves en primer lugar, aunque no exclusivamente, en elplano doctrinal. Aun manteniØndose dentro de la ortodoxia, porlo menos en cuanto no la contradicen, las teologías eucarísticas asíconstruidas crean y multiplican los falsos problemas. Incapacesde resolverlos lo cual no tiene nada de extraæo, puesto que estÆnmal planteados, no son menos incapaces de descartarlos, puestoque son ellas precisamente las que los engendran. Ja teologíaeucarística se ve así invadida por controversias interminables que,a cambio de un fruto huero y decepcionante, desvían la atencióndel misterio eucarístico que debería absorberla por entero.

Un primer ejemplo de estas querellas sin verdadero objeto,pero a la vez sin salida, nos lo ofrecen desde la alta edad medialas discusiones entre los bizantinos y los occidentales sobre el momento, y, sobre todo, sobre el medio de la consagración eucarística. ¿Se produce por las palabras de la institución o por una oración especial, a la que se reservarÆ el nombre de epiclesis? Cuandose releen por una parte y por otra los autores de la Øpoca, en laque la elaboración de las anÆforas era todavía un hecho contemporÆneo, por lo cual podían tener todavía una inteligencia connaturalde las mismas, se cree hallar en ellos argumentos decisivos enfavor de una u otra de las teorías, con exclusión de la contraria.Pero hay que reconocer que esto sucede porque se leen talestextos a una luz y con preocupaciones que les son ajenas. Si, porel contrario, volvemos a sumergirnos en las perspectivas de laantigua celebración eucarística, parece desvanecerse la alternativa.Lo esencial que por una parte y por otra se quiere retener y afirmarse podrÆ mantener tanto mÆs fÆcilmente desde el momento en que secese de oponerlo artificialmente a aquello de que es solidario enrealidad.

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Si esto se puede decir a propósito de la antigua controversiaque, poco a poco, se ha instalado y osificado en las teologías respectivas del este y del oeste, con mÆs razón podrÆ preverse otrotanto de las controversias mÆs tardías, nacidas en Øpocas en quenadie tenía ya la capacidad de releer los formularios antiguos segœnsus propias coordinadas. Tal es en particular el caso de la controversia entre protestantes y católicos, que quedó estancada e inmovilizada en la Øpoca barroca. ¿ Es la celebración eucarística unsacrificio actual o el memorial de un sacrificio pasado? De nuevo,y todavía mÆs, la cuestión planteada, formulada en estos tØrminos,no sólo no es susceptible de respuesta alguna satisfactoria, sinoque en rigor carece incluso de sentido. En efecto, con las palabras«sacrificio» y «memorial» supone realidades completamente distintas de las que las mismas palabras recubren en los antiguos formularios eucarísticos.

¿ QuØ decir entonces de las controversias modernas, que nohan cesado de agitar los espíritus en el interior del catolicismo,sobre el problema de la presencia eucarística, de la presencia nosólo de Cristo en los elementos, sino tambiØn, y sobre todo, de suacción redentora en la celebración litœrgica?

Escudriæando el misterio eucarístico, ya a la luz de una filosofíaque se puede decir prefabricada, ya de una historia de las religionescomparadas, que lo compara con lo que no tiene la menor relaciónde origen con Øl, nos enredamos mÆs que nunca en aporías cuyosolo enunciado debería ya poner en guardia advirtiØndonos que noslanzamos por un camino falso: ¿ Cómo puede el mismo cuerpo estarsimultÆneamente presente en diversos lugares a la vez? ¿ Cómopuede una acción œnica del pasado volver a hacerse presente todoslos días? Para salir del atolladero bastaría quizÆ, y es ciertamentenecesario pan comenzar, con volver a los textos antiguos. A condición, por supuesto, de dejarlos hablar en su propio sentido, se desvanecen estos rompecabezas, y la verdad del misterio, sin cesarde ser misteriosa, vuelve a hacerse inteligible y consiguientementecreíble y adorable.

Pero las teologías sobre la eucaristía que no se preocupande lo que hemos llamado la teología de la eucaristía, que ni siquieraparecen sospechar la existencia de Østa, no se limitan a engendrar

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Teologías sobre la eucaristía

cuestiones absurdas y controversias estØriles. Reaccionan inevitablemente de rechazo sobre la eucaristía, para alterar y viciar mÆso menos gravemente su prÆctica. Si la liturgia se deteriora por eldesgaste del uso, por la rutina y la esclerosis, todavía mucho mÆsradicalmente queda falseada por teorías que no le deben nada,pero segœn las cuales se pretenderÆ abusivamente remodelarla. Porque en este caso no se trata de esos errores que son simples negligencias u olvidos mÆs o menos profundos. Se trata de errorescometidos solemnemente y por principio y que, so protexto de enriquecer o de reformar, van sencillamente a estropear o a mutilarirremediablemente.

Es, en efecto, un fenómeno constante el hecho de que unateología sobre la liturgia que no procede de la liturgia, al no hallaren ella nada que la satisfaga verdaderamente, acaba pronto porsegregar pseudo-ritos o fórmulas aberrantes. La liturgia, guarnecidacon estos adornos, se ve pronto disfrazada y violentada, si ya nodesfigurada. Tarde o temprano, el sentido de la incongruidad delcomplejo así producido suscita deseos de reforma. Pero si, comosucede con demasiada frecuencia, la reforma procede entonces sencillamente de una teología a la œltima moda, y no en modo algunode un verdadero retorno a las fuentes, da golpes de ciego, cercenandolo que todavía tenía de primitivo y en cambio consuma el procesoya iniciado de camuflaje de lo esencial bajo lo secundario.

Basta con pensar en la reforma de la liturgia ecuaristica porel protestantismo del siglo xvi. So pretexto de volver a la eucaristíaevangØlica, no hizo sino confinar de hecho las palabras de la institución en el aislamiento facticio en que las había elevado ya enteoría la teología medieval. De la tradición que las rodeaba hastaentonces no conservó sino la tardía tendencia medieval a sustituirpor una evocación psicológica y sentimental de los acontecimientosevangØlicos la acción sacramental, profundamente misteriosa y real,del Nuevo Testamento y de los padres de la Iglesia. Y lo coronótodo haciendo invadir la celebración por los elementos penitencialesque en los œltimos siglos no habían cesado de sobrecargar suscontornos. Al fin se fue a desembocar en una eucaristía en la queno hay nada de eucaristía en sentido propio. Si en ella se hablatodavía cosa que ni siquiera sucede siempre de «acción de gracias»,

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Teologías sobre la eucaristia

se hace sencillamente en el sentido de una expresión de gratitudpor los dones de gracia recibidos individualmente por los comulgantes: sentido medieval tardío y degradado hasta el completocontrasentido, de una expresión neotestamentaria que no transmiteya casi nada de su sentido primitivo.

Estas falsas teologías que involucran la eucaristía en lugarde desarrollarla y luego la destruyen pretendiendo reformarla, fomentan evidentemente piedades eucarísticas degradadas, de las quese nutren a su vez. ¿ No es un indicio revelador el hecho de que laexpresión «devoción eucarística» haya venido a designar preferentemente, si no ya exclusivamente, en la Øpoca moderna, prÆcticas odevociones que se dirigían a los elementos eucarísticos? En estascondiciones no hay por quØ sorprenderse de que esta devoción, nocontenta con ignorar esta celebración, se haya desarrollado de hechocon detrimento de la misma, o sólo haya reaccionado sobre ellapara obscurecerla y enmascararia. Así la misa no serÆ ya mÆs queun medio para llenar el tabernÆculo, O bien se interpretarÆ como siculminan en esta «adoración del santísimo sacramento» a que dalugar la consagración, mediante la elevación sobreaæadida tardiamente.

Veremos que la liturgia luterana, lejos de reaccionar eficazmente contra esta inversión de las perspectivas primitivas, no hizo,por el contrario, sino llevarlas a su tØrmino lógico, amputando alcanon romano todo lo que sigue a la consagración y a la elevacióny trasladando a este lugar el sanctus con el benedi-ctu.s’. Hasta talpunto es cierto que las reformas que no proceden de una mejorinteligencia de la liturgia tradicional no hacen sino llevar al colmosu alteración.

Aun sin llegar a estos extremos, ¿ quØ pensar de una piedadeucarística que multiplicaba las bendiciones con el santísimo en lamisma medida en que disminuía las comuniones, que se complacíaen las exposiciones cada vez mÆs solemnes, al mismo tiempo que enlas «misas rezadas» lo mÆs «privadas» posible, que visitaba afectuosamente al «divino prisionero del sagrario», pero que no tenía unsolo pensamiento para el Cristo glorioso, siendo así que la eucaristía no hacía o no hace sino cantar su victoria?

tambiØn aquí nos es fÆcil descubrir la paja en el ojo de nues

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Teologías sobre la cucrstía

tros predecesores, al mismo tiempo que nos exponemos a no notarsiquiera la viga que se hunde en el nuestro. Cierto que podemosfelicitarnos de que vuelva a descubrirse el sentido colectivo de lacelebración eucarística mientras se vuelve a concepciones del sacrificio eucarístico que implican nuestra participación. Pero es ya unamuy mala seilal que los valores de adoración y de contemplación,concentrados ayer en una devoción eucarística ajena de hecho ala eucaristía, no parezcan haber repercutido en nuestra celebraciónde Østa, sino que se hayan mÆs bien volatilizado pura y simplemente con la desaparición progresiva de las prÆcticas en que sehabían insertado: bendiciones del Santísimo Sacramento, visita alSantísimo, acción de gradas despuØs de la comunión, etc. En estascondiciones la celebración colectiva, que no estÆ animada por la contemplación, y menos todavía por la adoración de Cristo presenteen su misterio, corre gran peligro de degradarse para convertirse enuna de esas manifestaciones de masas tan caras al paganismocontemporÆneo, superficialmente nimbada por un aura de sentimientos cristianos. ¿ No es así inevitable que nuestra unión con elsacrificio del Salvador mediante la misa venga a confundirse enella, como lo estamos ya viendo demasiado, con una simple adiciónal opus redemptionis, de nuestras obras completamente humanas,hasta que se acabe por sustituirlo pura y simplemente por Østas?

¿ O debemos acaso quedar mÆs sorprendidos de que, una vezmÆs, no pudiendo hallar satisfacción para tales tendencias en unaliturgia que no las ha inspirado, quieran algunos aprovecharse dela reforma en curso para obtener, o imponer, lo que sería unasuprema deformación? Mezclando, como debe hacerse, el ecumenismo en boga con la «conversión al mundo», se nos proponenrefundiciones de la misa que - como siempre, naturalmente-pretenden hacerla volver a sus orígenes evangØlicos conservandoen ella o introduciendo, si es preciso œnicamente lo que puedeconvenir - así se nos dice - al hombre de hoy, un hombre alque actualmente se proclama totalmente des-sacralizado... Un prelado que no pudo proponer al concilio un proyecto de este gusto,celebra una conferencia de prensa para procurar la mayor propaganda a esa «misa ecumØnica» y secularizada, que el hombre dehoy pueda comprender sin tener necesidad de aprender nada.

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Por su parte, un teólogo conciliar, sin osar aventurarse tan lejos,sugiere por lo menos que se deje a un lado el canon y se sustituyapor la liturgia de Hipólito adaptada al gusto del día. Otros pasan delas palabras a los hechos. Se prepara ya la liturgia del maæana con«Ægapes fraternales» tambiØn ecumØnicos, por supuesto, en losque se distribuye pan y vino no consagrados, sino hechos objetosde una simple «acción de gracias», de la que, evidentemente, estÆausente toda sospecha de «magia sacramental».., todo esto pertenecesin duda al campo de la fantasía y parece tan pobre y tan ridículoque hemos vacilado mucho antes de mencionarlo aquí. Pero andemoscon tiento: así es como se preparan y se coagulan grupos de presión que de aquí a poco podrían pesar considerablemente en laseventuales reformas y que, no pudiendo nunca tomar en la manosu dirección, podrían sofocar o falsear su realización.

Dom Lambert Beauduin decía que la relativa fosilización de laliturgia en los tiempos modernos había sido quizÆ su salvación:de lo contrario, explicaba, ¿ quØ habría subsistido hasta nosotros dela gran tradición de la Iglesia? Ha pasado ya la era de esta momificación y hay que felicitarse de ello. Pero para revivir no bastacon cambiar de nuevo. No hace falta que un hormigueo de descomposición recubra tan pronto a LÆzaro, apenas salido del sepulcro,que esta vez se exponga a volver a Øl en serio. Demasiado estamosviendo ya lo que divagaciones individuales o quimeras colectivasllegan a tejer en torno a las mejores orientaciones de la autoridadconciliar. Para todos los desaguisados litœrgicos, tanto contemporÆneos como del pasado, para todo lo que los acompaæa, los fomenta o los produce, en la piedad como en el pensamiento religioso,sólo puede haber un remedio. Éste es el retorno a las fuentes, contal que sea autØntico y no simulado ni fallido.

¡ QuØ estímulo tan singular no es para el teólogo católico verlo que este retorno ha producido ya de positivo, incluso fuera de laIglesia católica! Nuestros ecumenistas improvisados, que creensalir al encuentro de los protestantes barrenando la tradición católica, no tienen el menor barrunto de lo que Østos han recobrado yacon frecuencia de esta misma tradición, aun siendo todavía incapaces de apreciarlo. Para todas los protestantes que no se resignana vivir de lo que hay de mÆs muerto en su propio pasado carece

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absolutamente de atractivo una eucaristía sin misterio, sin presenciareal, que no sea mÆs que una gozosa reunión fraternal en uncomœn recuerdo agradecido de un Jesœs que sólo aparezca hombre en la medida en que pueda olvidarse que es Dios. Y, comome decía recientemente un ecumenista protestante, «el mayor impedimento actual para el acercamiento entre nosotros podrían constituirlo esos católicos que creen que para ellos debe consistir elecumenismo en abandonar todo lo que nosotros estamos en víasde recuperar y en adoptar todo eso de que nosotros estamos envías de despojarnos». Y ¿quØ decir de esos patrocinadores del«hombre moderno» que creen hacerle aceptable el cristianismosecularizÆndolo al mÆximo, en una hora en que psicólogos y antropólogos concuerdan en reconocer que lo sagrado, y hasta el mitoen el sentido en que lo toman los modernos historiadores de lasreligiones y que no tiene nada de comœn con la terminología nicon la problemÆtica increíblemente retardataria de Bultmann no sepuede despojar de lo humano a secas sin infligirle una herida mortal?

MÆs que todas las discusiones, la mejor cura de estas diferentesilusiones de católicos que se profesan perdidamente modernos, peroque no han tenido todavía tiempo de informarse de lo mÆs interesante que hay en la evolución de sus contemporÆneas, se hallarÆen el retorno a esa fuente por excelencia que es la eucaristíanaciente.

Aunque pan ello hace falta releer y reinterpretar los textosaplicÆndose pacientemente a discernir el movimiento de la fe vivade la Iglesia que hizo tomar forma su eucaristía, que hizo de ellasu propia expresión, la mÆs pura al mismo tiempo que la mÆsplena. Esto es lo que querríamos por lo menos esbozar en laspÆginas siguientes.

No se tratarÆ de redescubrir la fórmula de esa anÆfora apostólica, que en un principio se creyó hallar precisamente en el libro viii de las Constituciones apostólicas y luego en otros muchostextos mÆs cerca de nosotros, hasta en la Tradición igualmenteapostólica, como lo hizo el bueno de dom Cagin tantos otrosadmiradores de Hipólito, que no parecen haberse todavía desentendido de este œltimo espejismo. No se tratarÆ de ello, sencillamente porque tal fórmula no existió nunca, pues de lo contrario, por

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lo pronto, todo el mundo la conocería, ya que nadie habría osadofabricar ninguna otra...

Pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que no haya untipo, un esquema, y, sobre todo, como un alma viva de toda eucaristía fiel a su sustancia original, alma que se reveló y en ciertomodo se proyectó en los mÆs antiguos formularios eucarísticos.En ellos podemos volver a captarla en su unidad fundamental ytambiØn en su inagotable riqueza, algo así como el Evangelio, queescapa a toda fórmula œnica y no podría encerrarse en todos loslibros que llenaran la tierra y, sin embargo, se nos ha transmitidoautØnticamente en los cuatro evangelios can6nicos. Desde luego,de la eucaristía no existe formulario inspirado y, por tanto, definitivo. Pero esto es debido a que, siendo por su naturaleza laeucaristía de la Iglesia respuesta humana a la palabra de Diosen Jesucristo, no puede quedar acabada hasta tanto que la Iglesiano se vea consumada en su unión perfecta con su Esposo, elCristo total que sólo entonces alcanzarÆ su edad adulta en lamultitud definitiva y en la perfecta unidad de todos sus miembros.Este movimiento, este ímpetu espiritual de la eucaristía orientadoconsiguientemente hacia el «signo del Hijo del hombre», es loque los documentos del período creador de la liturgia cristianadeben ayudamos a descubrir y a reconocer luego en las grandesoraciones que han venido a ser clÆsicas y que todavía hoy siguenconsagrando nuestras eucaristías. Así pues, volviendo a descubrirØstas como desde el interior, hallando, por así decirlo, el hÆlito devida que las penetró como para modelarlas desde dentro, nos hallaremos finalmente en condiciones de penetrar el sentido de lo que hacela Iglesia cuando hace la eucaristía, sin lo cual la Iglesia misma nopodría hacerse en ella, en nosotros y de nosotros.

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