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Presencia Apostólica 1 El perdón, una elección personal La paz interior nos conduce a la espontaneidad y al amor Una historia para meditar: La estrella y el planeta azul APOSTÓLICA P RESENCIA Revista bimestral núm. 61 SEP-OCT 2013 Donativo: $10.00•$2.00 US

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Page 1: Presencia61

Presencia Apostólica 1

El perdón, unaelección personal

La paz interiornos conduce a la

espontaneidad y al amor

Una historia para meditar:La estrella yel planeta azul

APOSTÓLICAPRESENCIARevista bimestral núm. 61

SEP-OCT 2013Donativo:

$10.00•$2.00 US

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2 Presencia Apostólica

realizando labores de evangelizacióny promoción social en:

Ven a vivir la alegría de servir

n El Ciruelo y Lo de Soto, Costa Chica de Oaxacan Ciudad Juárez n Nuevo Laredon Torreón n León n Morelian Guadalajara n D.F. n Tolucan Cuauhtenco, Estado de Méxicon Y en más de 60 países

MISIONEROS CLARETIANOS

Te invitamos a formar parte de nuestra red de distribuidores de Agua San Judas Tadeo

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Presencia Apostólica 1

CONTENIDO

DirectorErnesto Mejía Mejía, CMF

Consejo EditorialAlejandro Cerón Rossainz, CMFJosé Juan Tapia, CMFAlejandro Quezada Hermosillo, CMFEnrique Mascorro López, CMFRené Pérez Díaz, CMFLourdu Jerome Joseph, CMFÓscar Linares Rodríguez, CMFErnesto Bañuelos C.

EditoraMarisol Núñez Cruz

Arte y DiseñoMirta Valdés Bello

ColaboradoresEnrique A. Eguiarte Bendímez, OARJesús García Vázquez, CMFJuan Carlos Martos, CMFEnrique Marroquín Zaleta, CMF

DistribuciónLiga Nacional de San Judas Tadeo

PRESENCIA APOSTÓLICA, La voz de San Judas Tadeo, es una publicación bimestral. Editor respon sable: José Juan Tapia Tapia. Editada por la Liga Nacional de San Judas Tadeo, A.C. Registro No. 04-2008-041014062100-102. Nú-mero ISSN 1665-8914 Distribuida por el Templo Claretiano de San Hipólito y San Ca siano, A.R., Zarco 12, Col. Guerrero, C.P. 06300, México, D.F. Publicación Claretiana. Impresa en Carmo-na Impresores S.A. de C.V. Torreón, Coahuila. www.carmonaimpresores.com.mx • [email protected] • Tel. (871) 707 42 00 con 30 líneas, lada sin costo 01 800 228 22 76. El material contenido en Presencia Apostólica puede ser reproducido parcialmen-te, citando la fuente y sin fines comerciales.

¡Te invitamos a suscribirte!mail: [email protected]: (55) 55 18 79 50 Fax: (55) 55 21 38 89Número suelto: $10.00 M.N.Suscripción anual: $150.00 M.N. / $25.00 US.(Incluye gastos de envío).

PRESENCIAAPOSTÓLICA

2 Editorial

3 Vida cotidiana

4 Aún no nos ha tocado

6 Nuestra devoción

8 La paz interior nos conduce a la espontaneidad y al amor

1 0 El perdón, una elección personal

1 2 ¿Qué pasa cuando perdemos una parte o función de nuestro cuerpo?

1 5 Una gran aspiración humana: la libertad religiosa

1 6 La estrella y el planeta azul

1 9 El Día de los Muertos

2 0 De la Palabra a la acción

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extraordinarioEDITORIAL

“Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible, y de repente estarás haciendo lo imposible.”

San Francisco de Asís

Tiempo de construir lo

Al tiempo que abarca este bimestre se le llama, en el calen-dario litúrgico, tiempo ordinario. Esta expresión nos puede sonar como que es un tiempo en que no pasa nada y en rea-lidad es todo lo contrario. En el tiempo ordinario —en la cotidianeidad— sucede lo más importante: la vida.

Es en este tiempo ordinario, en el esfuerzo y la sencillez del día a día, cuando se construye lo extraordinario. Reflexionemos en la frase de san Francisco de Asís que aparece en el epígrafe. Comenzar atendiendo las necesidades más evidentes —propias y ajenas— con responsabilidad. Después, dar un paso más, haciendo todo lo posible con generosidad, dejándonos llevar por nuestros sueños e ideales. Simplemente hacer lo mejor que podamos. Y de repente —casi sin que nos demos cuenta— estaremos haciendo lo imposible, lo extraordinario. En palabras del Evangelio. «Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás lo recibirán por añadidura.»

En este número ofrecemos reflexiones y experiencias que nos hablan de cómo los recursos que nos proporciona nuestra fe pueden nutrirnos y fortalecernos para lograr alcanzar lo extraordinario que sería, por dar algunos ejemplos, la justicia, el amor, la solidaridad, la capacidad de salir adelante en la adversidad y la paz interior.

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Presencia Apostólica 3

Vida cotidiana

Busco una verdadTodos andamos en busca de la verdad.Deseamos la verdad, la buscamos, la pedimosy la queremos para cada momento de nuestra vida.Si tuviera que traducir esa búsqueda, la traduciríacomo un deseo de ser auténticos.Deseo ante el Señor y ante todos ustedes, ser auténtico.Quisiera que existiera una correspondencia entre los gestos y las palabras, una correspondencia entre las palabrasy las acciones, una correspondencia entre las promesasy los cumplimientos, una correspondencia entre lo que nosotros queremos ser y lo que tratamos de ser y nosesforzamos por ser en nuestra vida cotidiana. Deseamos la verdad, deseamos la autenticidad,deseamos que, en nuestras palabras, gestos y acciones, todo lo que decimos y hacemos, corresponda a lo que el Señor pone dentro de nosotros.Que no haya rechazo, que no exista diferencia ni distancia entre lo que sentimos y lo que vivimos.Buscamos juntos la autenticidad, la deseamos yla queremos en las relaciones de amistad, de fraternidad, en las relaciones cotidianas entre nosotros. Busco, Señor, una verdad que sea genuina y pura como el agua, que sea simple como el pan, que sea clara como la luz, que sea poderosa como la vida. Busco una verdad que sea genuina y pura como el agua:una verdad que no tenga que pedir prestada cada vez a unos y a otros, a derecha y a izquierda;una verdad para la que no tenga que referirmecontinuamente a modelos externos, sino que me salga de dentro; una verdad que continuamente se renueve en mí yen cada uno de nosotros, como se renueva continuamente, siempre nueva y siempre igual, el agua del manantial. Busco una verdad que sea simple como el pan:una verdad que se pueda tocar, que se pueda ver, que no nos engañe, que no sea complicada ni difícil y que, como el pan, pueda ser repartida, dividida y distribuida a otros.Una verdad que nosotros podamos mirar a la cara, tocar, meditar y acercarla a nosotros de manera sencilla.No una verdad por la que estemos obligados a pensarcontinuamente en qué consiste y qué significa, sino una verdad que, en sí misma, como el pan, nos comuniquesu sustancia, su capacidad de nutrirnos, su realidadconcreta e inmediata. Busco una verdad que sea clara como la luz:una verdad capaz de renovarse siempre, nunca cansadade sí misma; una verdad que continuamente resurja de su propio cansancio, de su propia desconfianza,

de su propio acomodo perezoso;una verdad que continuamente reviva en nosotros,que sea poderosa igual que la vida es poderosa. Ésta es mi búsqueda, nuestra búsqueda, el deseo quepongo en común con ustedes porque confío en que éstesea también su deseo, nuestra búsqueda común. Pero la verdad es débil.Porque se necesita poco para oscurecerla y herirla.Es débil en nosotros, porque nuestra fragilidad la pone constantemente en duda.Es muy fácil ensuciar una fuente:basta echarle un puñado de tierra.Es muy fácil cerrar los ojos y no ver la luz.Es muy fácil, por desgracia, suprimir la vida: basta un momento de odio, un arma en la mano, basta una jeringuilla, bastan poquísimas cosaspara suprimir una vida. La verdad es frágil!Frágil como el agua que discurre por la tierra yque cualquiera puede pisar.Es frágil como el pan que se tira.Es frágil como la luz que se puede no ver.Es frágil porque está en manos frágiles,en vasos de barro que somos nosotros.Es frágil porque continuamente puede ser rota, partida, pisada, olvidada, traicionada... Y nos dice Jesús de Nazareth:Yo soy el agua viva que nunca se acaba y que apaga la sed,yo soy el agua viva que brota hasta la vida eterna.Yo soy el pan de vida. El que come de él no morirá.Yo soy la luz que brilla en las tinieblas y quelas tinieblas no pueden ocultar.Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive en mí tendrá vida eterna. Señor, tú eres mi verdad, tú eres la verdad del hombre.Tú, Padre de Jesucristo, te has convertido en mi verdad,y en el Espíritu, cada día, te haces verdad en mí.Y tú eres el primero, Señor, en hacerme hombre yen el darme esta verdad.Si tú me faltas, si tú te alejas, yo ni siquiera soy hombre, soy como una piltrafa, como un náufrago que busca la salvación y no la encuentra, un náufrago al borde de la muerte.Señor, tu gracia, tu verdad, tu luz, me hacen hombrey son mi gracia, mi verdad y mi luz.

Cardenal Carlo M Martiniwww.ciudadredonda.org

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4 Presencia Apostólica

Como los abuelos sue-len ser unos acumula-dores de sabiduría, un buen día que la encon-tré de buenas, le pre-

gunté a mi abuelita: —Abuela Pachita, ¿por qué las

personas se mueren? —¡No me ande diciendo abue-

la, soy su madre!– me contestó con cierto enfado.

Ahí me di cuenta que no le gustaba que le dijéramos abuelita y mucho menos abuela, y eso que la encontré de buenas. ¡Como si tuviera cuarenta años!, si la po-brecita ya estaba más para allá que para acá. Más rápido que in-mediatamente, cambié la forma de preguntar:

—Mamita Pachita…– y es que tampoco le gustaba que le dijéra-mos mamá Pancha.

Tenía su modo de ser la abuela, como todos los ancianitos, y había que dejarla ser. Los ancianos mere-cen que de vez en cuando les demos por su lado. Muy pronto estare-mos en su lugar, y hay que tratarlos como a nosotros nos gustaría que nos traten, cuando lleguemos allí. Bueno, decía que le pregunté:

—¿Por qué las personas mueren?—Mire, mi hijo– me contestó,

mirándome con ojitos de ternura y complacientes, como quien habla por la experiencia y no con filoso-fías elevadas e infladas que te dejan peor que como estabas– las perso-nas se mueren, o porque ya les toca o porque se ponen en el tocadero.

—¿Y qué quiere decir que ya les toca?– le pregunté con ansias de ir al fondo del asunto, en relación con esa palabra. Y ella, segura de lo que contestaba, me respondió:

—Significa que Dios ha deter-minado llevárselos el día que se mueren.

—¡Ah!– exclamé aún con cier-tas dudas, pero como dándole a en-tender que sí había entendido para que no se sintiera mal. Pero, como a una madre nunca se le puede en-gañar, me dijo:

—Usted no entiende ahora, pero lo entenderá más tarde.

Además, yo quería saber qué quería decir con eso de que se po-nen en el tocadero.

—Y, ¿qué quiere decir que se po-nen en el tocadero?– le pregunté, ansioso de ampliar mi tierna sabidu-ría con diez años de edad apenas, aprovechando que ya habíamos en-trado en confianza. Y me contestó:

—Usted no lo vaya a hacer. Se ponen en el tocadero los fanfarrones a los que les gusta buscar pleitos,

Aventuras de un misionero

Aún nonos ha tocado

Jesús García Vázquez, CMF

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Presencia Apostólica 5

los que beben mucho alcohol y se destruyen el hígado, los que co-men más de lo que necesitan, los que no piensan que cuando des-truyen a una persona se destruyen a sí mismos, los que abandonan a sus padres cuando son ancianos y los que tientan a Dios haciendo ac-tos de peligro de muerte. Así que, si usted quiere vivir muchos años, evite todo eso.

Pensé que también me diría: “los que fuman mucho, porque se destruyen los pulmones”. Y es que mi abuela echaba humo por la boca y por la nariz, y a veces me parecía ver que hasta por las orejas también. Encendía un cigarrillo tras otro, de puros faritos, que en aquel tiempo eran los más baratos y los más eco-lógicos. A veces me pedía que yo le encendiera el cigarro y aprovecha-ba para “darme las tres”.

Bueno, algunas cosas las he evi-tado, y otras, no –como les contaré–. Ya les he contado que me gusta vo-lar como las aves, sin más motor que las alas y el viento, y en una ocasión estuve a punto de matar-me. La vez que aterricé en el chilar no fue tan peligroso como en esa ocasión que ahora les contaré.

Desde las tres de la tarde, co-menzando a generar adrenalina, me dispuse a preparar el ala del para-pente. Era como mi cuarta prácti-ca de vuelo solo, acariciando los vientos de Santa Rosa, pueblo a cinco kilómetros de Orizaba, Vera-cruz, que cuando chocan con sus bellísimas montañas, forman co-rrientes ascendentes de vientos, proporcionándonos las circunstan-cias favorables para el vuelo libre.

Como a las cinco de la tarde, comenzó a soplar un viento suave que hacía cantar a los árboles y a los pájaros del monte que entrela-zaban sus últimas notas, como si tocaran el piano, formando hermo-sas melodías. Todo esto sentía y es-cuchaba, al irse acercando el mo-

mento de abandonar el suelo y de quedar a merced del viento, mien-tras mi gigante ala, ansiosa, ya que-ría levantarse para pegar el vuelo.

¡Gracias a Dios!, cuando llegó el momento, tuve un despegue fenome-nal. Ahora que les cuento, aún sien-to el vértigo y la emoción de sentir las caricias cálidas de las delicadas nubecillas que sonrientes ayudan a subir y subir. El tiempo no se siente pasar estando arriba meciéndose en el ala. Vuelta y vuelta, cuando menos lo pensé, ya estaba a casi mil me-tros de altura. En eso escucho a mi instructor por el radio:

—Padre, es el momento de practicar el vuelo del halcón, ¿está listo?

—Tan listo como un cerillo apagado, antes de ser encendido– le contesté con mucho nerviosis-mo, ya que aún no aprendía bien el uso de las cuerdas con las que se maneja el ala. (El vuelo del hal-cón consiste en encoger un poco las alas para tomar velocidad, se pueden alcanzar hasta cien kiló-metros por hora.) Las siguientes in-dicaciones fueron:

—Tome tales cuerdas –ya ni recuerdo cuáles eran– y va a echar el cuerpo hacia atrás dándoles el jalón con todas sus fuerzas,

—¡Claro que sí!– le contesté, pero muy nervioso porque no es-taba seguro de hacer lo que me estaba indicando.

—¡Hágalo ahora! Entonces me entró tal nerviosis-

mo que cogí las cuerdas que son para colapsar el ala, pero cuando ya está uno en tierra firme, no en pleno vuelo. Me echo para atrás dando el jalón y, allá voy como de rayo pero no para adelante como debía ser, sino derechito al suelo, a una velocidad que me pareció de más de doscientos kilómetros por hora. Solo recuerdo que dije:

—¡Ay Diosito Santo! ¡Pero del suelo no paso!

Se me cruzaron muchos pen-samientos, ¿sería mi último vuelo? ¿Estoy preparado para morir? Has-ta pensé en la abuela que me dijo que unos se mueren porque se po-nen en el tocadero. ¿O ya me toca o me puse en el tocadero?

Cuando faltaban como trescien-tos metros para llegar al suelo, es-cuché que me dijo el instructor:

—¡Suelte las cuerdas! Gracias a Dios, no perdí el co-

nocimiento con el vértigo de la ve-locidad. Solté las cuerdas y, ¡oh mi-lagro! El ala volvió a abrirse para continuar el vuelo. ¡Volví a nacer! Pero en qué aprietos puse a Diosi-to, ya que aún no me quería con Él. Volví a tomar altura, mientras las montañas me quitaban el susto me-ciéndome y acariciándome con los brazos de sus vientos como bálsa-mos de suave fragancia. Y ¡aquí es-toy con ustedes!

Las preguntas que me hice en-tonces, ahora se las paso para que las contesten:

¿No me tocaba?, ¿me puse en el tocadero?, ¿será verdad que cuando no te toca, aunque te pongas?, ¿será verdad que cuando ya te toca, aun-que te quites?, ¿Dios puede hacer que no te toque, cuando ya te toca? ¿o que te toque cuando aún no te toca? O ¿cada instante de nuestra vida es una oportunidad que Dios nos da para conocerlo más, amar-lo, servirlo, alabarlo y, cuando Él quiera, llevarnos al cielo?

De lo que sí estoy seguro, es de que Dios nos ama muchísimo y de que lo que hace es para bien de todos nosotros. Creo que Dios me dejó aquí todavía para contar-les esta historia y otras más, para gloria suya,

Aún no nos ha tocado pero, ¡al-gún día nos tocará! Hay que po-nernos listos y hay que estar pre-parados porque “no sabemos ni el día ni la hora”.

¡Hasta la próxima!

Aventuras de un misionero

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6 Presencia Apostólica

Nuestra devoción

Estimados lectores, nos da mucho gusto anunciar-les la próxima aparición de un libro dedicado a conocer más profunda-

mente al apóstol san Judas Tadeo. Como recordarán, mediante la re-vista Presencia Apostólica, los clare-tianos llevamos diez años de trabajo editorial en el Templo de San Hipóli-to, con la finalidad de contribuir a la comprensión del sentido pro-fundo y la historia de la devoción a san Judas Tadeo. El título del libro es: San Judas Tadeo. Historia de un apóstol y de una devoción. Estará disponible para los devotos y para el público en general, hacia el mes de octubre del año en curso.

El libro comienza con una revi-sión de las fuentes que nos propor-cionan datos importantes sobre la vida y la obra de san Judas Tadeo,

siendo, desde luego, la más importante de ellas el Nuevo Testamento. También se revisan fuentes antiguas –como la obra de los Padres de la Iglesia– y tradiciones de las antiguas comunidades fundadas por los após-toles mismos, todo lo cual revela aspectos importantes de la misión de san Judas, así como su herencia espiritual, que se extiende hasta nuestros días, manteniéndose viva gracias a la devoción de todos ustedes. Es dig-no de destacarse que en este libro el devoto podrá apreciar varias de las más hermosas pinturas que durante más de cuatrocientos años realizaron los grandes maestros de la pintura, quienes con la finalidad de ilustrar los evangelios realizaron un esfuerzo que nunca antes y nunca después se ha vuelto a realizar de manera tan exhaustiva. Estas pinturas son parte del acervo cultural de la cristiandad y es de gran importancia conocerlas. Es notable que en todas estas pinturas aparece san Judas Tadeo y/o sus familia-res, quienes fueron parte de alguno de los dos grupos más allegados a Jesús y a la Virgen María: los doce apóstoles y los 72 discípulos.

Próxima aparición de librosobre san Judas Tadeo

El sermón de la montaña. Carl Heinrich Bloch (1834–1890).

4María de Cleofás con sus cuatro hijos. Familia de san Judas Tadeo. Pedro de Campaña. Sevilla, España.

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Asimismo, en este libro revisamos el sentido más pro-fundo del culto que en la Iglesia se dedica a los santos y se trata el tema del sentido genuino de las imágenes re-ligiosas, en el contexto de la religiosidad popular, todo ello con la finalidad de erradicar actitudes incorrectas de fanatismo y de descubrir que se trata de formas valiosas de encontrarse con Jesucristo.

En este libro el lector podrá conocer la historia recien-te de la devoción a san Judas Tadeo, desde su manifesta-ción en la ciudad de Chicago, donde floreció gracias a los migrantes mexicanos y a los misioneros claretianos, y luego su llegada a la Ciudad de México.

El devoto podrá revisar la advocación y la icono-grafía de san Judas Tadeo, como estandarte de anhelos y luchas de los creyentes.

De particular interés es la descripción de la fiesta de san Judas Tadeo en el Templo de San Hipólito de la Ciu-dad de México. En ésta se podrán apreciar las tradiciones de los devotos y muy especialmente se podrán admirar una serie de fotografías de gran calidad que documen-tan esta fiesta. Sobre este tema, en este libro, podremos disfrutar del testimonio de dos misioneros visitantes, quienes, provenientes de otras regiones del mundo, nos entregan su impresión de esta manifestación de profun-do valor religioso comunitario.

Nuestra devoción

Presencia Apostólica 7

Historia de un apóstol y de una devoción

¡Por fin!

Un libro que ofrece una visióncompleta de la devocióna san Judas Tadeo,fundamentada en el conocimiento de la identidad e importancia delsanto apóstol.

¡Espéralo!

TEMPLO DE SAN HIPÓLITOMISIONEROS CLARETIANOS DE MÉXICO

La Virgen y el niño con los santos Simón y Judas. Federico Barocci, 1567.4San Judas Tadeo es el joven a la izquierda.

Page 10: Presencia61

8 Presencia Apostólica

Crecimiento personal

He venido desarrollando, durante cuatro núme-ros de esta revista, el tema de la paz interior. Con este artículo concluyo

el tema, pero la paz interior es un objetivo de trabajo para toda la vida. Indudablemente alcanzarla no es fácil, pero quien se empeña expe-rimenta un cambio profundo que se ve traducido en una vida más espontánea y generosa, en la que el amor sale al encuentro. Antes de continuar, hay que recordar que sólo podremos alcanzar la paz rompiendo con ciertos hábitos no-civos, como el de buscar aquellas cosas enajenantes que el mundo nos ofrece. Sólo rompiendo con nuestro gran controlador, el egocentrismo, es como podremos llegar a estar bien con el mundo, con nosotros mis-mos y con Dios. Con este objetivo abordemos ahora los tres últimos puntos a trabajar: la tendencia a obrar y pensar espontáneamente sin el miedo del pasado; la recep-tividad al amor de los demás y la capacidad de compartirlo y; final-mente, permitir y reconocer los frutos del trabajo en el camino a la paz interior.

OBRAR Y PENSAR CONESPONTANEIDAD, EN LUGAR DE

PERMITIR QUE EL MIEDOCAUSADO POR EXPERIENCIAS

PASADAS NOS CONTROLECuando los hombres comunes y corrientes nacemos tenemos una gran espontaneidad que perma-nece en nosotros durante la niñez, cuando nuestra alma aún no ha perdido el contacto con lo origi-nal. Sin embargo, cuando crecemos con falta de amor o cuando nos

dejamos enajenar por las superfi-cialidades del mundo, el presente se nos va alejando. Las cargas del pasado y las preocupaciones por el futuro nos desconectan del presen-te. Hay que recalcar que el pasado es el mayor peso que nos detiene. Sobre todo mientras no hayamos dedicado el tiempo necesario para revisarlo, resolverlo y soltarlo. Mien-tras no hagamos esas tareas, el pa-sado estará muy presente y vivo, quitándonos ni más ni menos que la vida misma, que siempre es en el aquí y ahora. Además, al parecer mostramos una tendencia a estar más ligados a las experiencias pa-sadas negativas que a las positi-vas. Entre más nos atrapan esas experiencias, más nos alejan de la vida misma, de los demás y, aun-que parezca increíble, de nosotros mismos. Podemos decir que quien vive en el pasado está muerto en el presente. Si entendemos que la paz sólo se da en el presente, podremos comprender que quien vive en un tiempo distinto no puede estar en paz. La angustia por lo que vendrá o el miedo por lo que sucedió son los frutos amargos de permanecer perdidos en el pasado o en el an-sia o temor del futuro. Aquello que sin estar presente en la experiencia real, sí lo está en nuestra mente, nos causa zozobra, y convierte al miedo en nuestro compañero cotidiano.

La paz interior nos lleva a la espontaneidad, a pensar, actuar y sentir más en el presente, a es-tar más vivos, permitiendo que la vida fluya, lo que nos permite ser más auténticamente creativos. El miedo de lo irreal se va cuando al-canzamos la paz interna, y quien

la experimenta se vuelve una per-sona generosa.

RECEPTIVIDAD AL AMORDE LOS DEMÁS Y CAPACIDAD

DE COMPARTIRLOLa paz interior implica una actitud de receptividad y es fuente de lo más pleno y anhelado en el ser hu-mano. La mejor agua de esta fuente es precisamente el amor. En la paz y en el amor se crece, pero se requie-re de esfuerzo y de ir madurando. Se requiere vivir un proceso de de-sarrollo en el cual la paz interior y el amor son reflejos uno del otro, y ambos, a su vez, son espejos del alma. Nuestro anhelo más profundo es crecer en estas dimensiones, en re-lación con nosotros mismos y en relación con los demás.

El ser humano nace destinado a dejar que el amor se genere y se asiente en su corazón. Pero cuando eso no se logra, el ser humano en-ferma, emocional, espiritual y hasta físicamente. Un ser humano con el corazón vacío pierde su humanidad.

Cuando alguien se estanca en la queja de que lo que le ha fal-tado en la vida es amor –aunque esto pudiera haber sido cierto en el pasado durante la infancia– es cuando menos posibilidades tie-ne de conseguirlo en el presente, pues está partiendo de que el amor proviene de afuera. El problema es que la búsqueda se plantea como externa y no en donde el amor realmente se encuentra: adentro de cada uno. Sólo desde este si-tio el amor se puede irradiar hacia el mundo. Buscarlo y encontrarlo dentro de nosotros mismos nos permitirá encontrarlo en los de-más. Cuando estamos enajenados

La paz interior nos conducea la espontaneidad y al amor

Dinko Alfredo Trujillo Gutiérrez

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Presencia Apostólica 9

por lo externo la paz simplemente desaparece y el amor se abarata, al punto de que las personas nos vol-vemos objetos los unos de los otros. No importa de qué campos se trate –sea la pareja, los hijos, los amigos o el trabajo– cuando nuestras re-laciones son enajenantes y super-ficiales, la desconfianza hacia la humanidad crece. Como bien dice Fromm, cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre, pues a mayor humanismo, mayor capacidad de amar, esto es, mayor capacidad de relacio-narnos auténticamente y de descu-brir cuándo el amor sale a nuestro encuentro. Si bien vemos que un bebé, en su pequeñez, no está ca-pacitado para dar amor, también vemos cómo, cuando éste lo reci-be mientras crece, entonces, alre-dedor de los siete años, empezará también a darlo. Si esto no sucede es porque el niño sufrió dificulta-des para ser amado, lo que le impi-dió madurar, llevándolo a perder la paz y la generosidad. El saber amar es el resultado de un proceso, du-rante el cual se aprende a amar a partir de haber sido amado.

Cuando un adulto que ha per-dido la facultad de amar desea

recuperarla, necesita apertura. En lugar de simplemente desear ser amado, se requiere que empiece por descubrir su facultad de amar. Tiene que descubrir primero la ca-pacidad de encontrar amor dentro de sí mismo para luego ser capaz de intercambiar amor.

PERMITIR Y RECONOCER LOS FRUTOS DEL TRABAJO ENEL CAMINO A LA PAZ INTERIOR

El estado de la paz interior es tan anhelado y valioso que quien lo experimenta lo considera ganan-cia suficiente. La paz interior gene-ra tantas riquezas que bien vale el arduo trabajo que cuesta alcanzar-la. La paz interior nos permite re-nunciar al juicio contra los demás y contra nosotros mismos, ya que deja de tener importancia estar malinterpretando lo que hacen los demás, especialmente lo que juzgamos malo o envidiable. Des-de la vivencia del presente y con la paz interior que ello genera, se pueden soltar las preocupaciones, especialmente las que sólo existen en nuestra cabeza. Se llega a sa-ber que los problemas de la vida tienen solución. La confianza en la vida pasa a ser permanente. Cam-bia la escala de valores que tene-

mos. El giro que da nuestra forma de percibir da como ganancia gra-tificaciones y gozos más profundos y permanentes, lo que permite una mayor conexión con los demás y con la naturaleza misma. Cuan-do uno cambia internamente, el mundo externo cambia también, pues nuestra realidad interior ge-nera realidades nuevas y diferentes afuera. La conciencia de la conso-nancia entre lo interno y lo exter-no produce el gozo de la conexión con todo, lo que permite que el corazón se expanda y se goce y acepte lo que está ocurriendo. Ni la cabeza ni la vista nos permi-ten ver y entender lo profundo y verdadero, sino que es una capa-cidad de “ver con el corazón” la que lo hace. En esta disposición la tendencia será a dejar que su-cedan las cosas, en lugar de que-rer siempre tener el control. Así, la confianza se vuelve la rectora de la vida. La receptividad al amor de los demás y el poder compar-tirlo se da de manera natural.

Todo este deambular, enfrentar y enfrentarnos a nosotros mismos, saber sembrar y llevar procesos de crecimiento, finalmente hacen que lo germinado dé frutos. Sin embar-go, no es únicamente consecuen-cia del esfuerzo individual y per-sonal, la auténtica paz espiritual se da por sí misma, pues viene y se genera también de la humildad, de la enorme humildad de saber que la paz espiritual finalmente es un don que nos es otorgado. Lo más que aprendemos a hacer es a darle ca-bida. La inmensidad se asoma en el alma sólo cuando somos humil-des, por lo que al alma no le que-da más que agradecer y aceptar el estado de gracia.

El autor es licenciado en psicología y filo-sofía con maestrías en terapia familiar y de pareja. Terapeuta, catedrático universitario y conferencista.

Crecimiento personal

Cuando uno cambia internamente,el mundo externo cambia también.

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10 Presencia Apostólica

Desarrollo humano

El perdón es más que un regalo que nos hacemos a nosotros mismos. Per-donar es una de las co-sas que nos tenemos que

dar para estar bien como personas y no es una cuestión sobre los méritos de la persona contra quien sentimos resentimiento, sino que es parte fundamental de nuestra higiene mental. La enseñanza de Jesús de perdonar “setenta veces siete” nos dice que el perdón no debe ser para nosotros algo excep-cional, sino un hábito.

Cómo nos dañala falta de perdón

Probablemente no tenemos en mente el daño que nos provoca la furia contra alguien más. Cuando estamos furiosos con otro, por lo general no somos conscientes del alud de sentimientos negativos que el resentimiento nos provoca.

Hay que entender que, al per-manecer resentidos, estamos dan-do albergue en nuestro interior a una gran montaña de energía ne-gativa. La mantenemos en nues-tra cabeza y en nuestro ánimo, y cuando la proyectamos hacia todo lo que nos rodea, afectamos a los demás pero, principalmente, a no-sotros mismos.

Con el resentimiento, mante-nemos un apego tóxico a la situa-ción o persona que nos ha genera-do el sufrimiento, y eso hace que nos liguemos psicológicamente a

ella. Por eso perdonar es una ac-ción liberadora que repercute en un beneficio directo sobre noso-tros mismos.

Perdonar no es olvidar yno sirve olvidar sin perdonar

El perdón no requiere olvidar ni negar las ofensas, sino reconocer-las; saber bien lo que sucedió para poder comprenderlo y liberarse de ello. Si el resentimiento se en-cuentra fuertemente reprimido en el inconsciente, provocando tras-tornos como depresión, obsesiones y compulsiones, es recomendable buscar la ayuda de un especialista.

Cuando se trata de pasar direc-tamente al olvido, sin resolver la cuestión, lo que se hace es repri-mir y ocultar sentimientos, con to-dos los daños que esto conlleva. Perdonar nos libera y nos sana

Las emociones dolorosas desapa-recen cuando rompemos el víncu-lo con la ofensa recibida, liberán-donos del papel de víctima que se adueña de nosotros cuando man-tenemos el rencor, alimentándolo con la idea falsa de que constitu-ye un castigo para la otra perso-na. Cuando elegimos mantener el resentimiento, lo que creemos un castigo para otro, es en realidad un castigo que dirigimos contra nosotros mismos, pues el resen-timiento, con su negatividad, nos intoxica y debilita.

No se trata de cuestionar si quien nos dañó merece o no nues-

tro perdón. Simplemente debemos tomar conciencia de que esa acti-tud negativa y ese estado mental y emocional, son nocivos para nuestro equilibrio y bienestar.

Anteponer nuestra felicidad a cualquier frustración, molestia o enfado es una sabia elección. De-cidir perdonar es preferir nuestra salud y bienestar emocional por encima de cualquier otro interés como podría ser vengarnos o sal-vaguardar nuestro orgullo. Elegir perdonar nos ayuda a retomar el control y el poder de nuestra vida, en lugar de cedérselo a una situa-ción o a un individuo ajeno a no-sotros mismos.

Hazte responsablede tu propia paz

El perdón no es un acto exclusivo para “iluminados”, es simplemen-te la acción más eficiente que nos podemos regalar para conseguir una vida armónica sin delegar en terceros nuestra propia capacidad de ser felices.

Perdonar a quienes nos han herido o causado dolor consegui-rá que rompamos nuestros lazos con ellos y los apartará de nuestro camino, si vencemos la insana ac-titud de guardar rencor.

Por otra parte, mantener el re-sentimiento es una falta de acepta-ción del hecho de que el ser hu-mano es imperfecto. Es ignorar que hay que empezar, incluso, por las propias imperfecciones. Perdo-nar requiere, en el fondo, asumir nuestra imperfecta humanidad.

La importancia deperdonarse a sí mismo

El perdón tiene tres líneas: perdo-nar a otro, pedir perdón a otro y perdonarse a sí mismo. De las tres, el auto-perdón es la más difícil de concebir y de lograr. De concebir, porque difícilmente nos damos cuenta de que nos culpamos inne-cesariamente y de que es necesario perdonarnos a nosotros mismos.

¿Por qué elijoperdonar?

El perdón,una elección personal

Gylda Valadez Lazcano

Perdonar es poner a un prisionero en libertad ydescubrir que el prisionero eras tú.

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Presencia Apostólica 11

Desarrollo humano

Perdonarse a sí mismo requiere una gran flexibilidad y nos hace más tolerantes con los demás.

Los daños que provocael resentimiento

En el aspecto de la salud, investi-gaciones actuales demuestran que la falta de perdón aumenta la pre-sión sanguínea, baja las defensas del organismo, fomenta la depre-sión, causa mucho estrés y en cier-tas personas genera sobrepeso.

También se ha planteado la po-sibilidad de que algunos tipos de

cáncer pudieran tener como pun-to de partida aflicciones no perdo-nadas. Cada vez que experimenta-mos sentimientos de culpa por no perdonarnos a nosotros mismos, se produce una pérdida de ener-gía, fuerza, ánimo, etc.

Los beneficiospersonales del perdón

l No siempre somos conscientes del rencor, la ira y la decepción que llevamos dentro. Cuando es así, consumimos energía re-primiendo estos sentimientos,

a la vez que consumimos más energía con la culpa que nos producen. Al perdonar se libera todo esa energía. Por lo tanto, perdonar aumenta nuestro ni-vel de energía que queda dis-ponible para vivir el día a día.

l Las personas que tienen más facilidad para perdonar recu-peran el equilibrio con mayor rapidez que los individuos que acostumbran guardar rencor.

l Mejoramos nuestras relaciones cuando dejamos de condenar a otros o de condenarnos a no-sotros mismos.

l Al perdonar crecemos espiritual-mente, ya que comprendemos que cada relación nos deja apren-dizajes y lecciones de vida.

El perdón tiene tambiénbeneficios colectivos

El perdón tiene una gran rele-vancia en la vida pública, ya sea al interior de cada sociedad o comu-nidad, como entre las naciones. Los siguientes son importantes be-neficios colectivos del perdón:l Sanar las viejas heridas causa-

das por conflictos entre razas y grupos religiosos

l Respetar la diversidad en cual-quier ámbito

l Promover la paz personal y co-lectiva

Elegir perdonar es un acto perso-nal y consciente que nos llevará a vivir una vida plena y responsa-ble. Nos lleva a salir de ese mun-do de resentimientos en el que nos enconchamos, y nos permite na-vegar en otros mares para ampliar nuestra visión cerrada e insípida, pues, finalmente, lo que da colo-rido a nuestras vidas es la diversi-dad que hay en el universo, nues-tro universo.

La autora es psicoterapeuta corporal y tera-peuta sistémica de pareja y [email protected]

Elegir perdonar nos ayuda a retomarel control y el poder de nuestra vida,

en lugar de cedérselo a una situación oa un individuo ajeno a nosotros mismos.

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12 Presencia Apostólica

Tanatología

Cuando nací, una de las primeras cosas que hizo mi madre fue revisarme… ¡Sí! literalmente ¡revisar-me! ¿Qué significa esto?

Revisó mi cuerpo, para ver si tenía dos manitas, con sus cinco dedos cada una, igual que mis pies; revisó mi cara, verificando que “todo es-tuviera en su lugar”, ella contaba. A mí, cuando me lo contaba, me parecía una graciosa historia. Pero cuando nació mi hija hice lo mis-mo, y no por indicaciones de mi madre, ni por seguir ninguna tra-dición, sino porque me interesaba saber si todo el cuerpo de mi hija estaba formado y útil para lo que le esperaba en la vida. En ese momen-to comprendí a mi madre, pues el cuerpo es nuestro instrumento con el cual podemos relacionarnos con el mundo y con los demás. Además de que gracias a tenerlo somos una persona y tenemos vida.

Por lo general no apreciamosel cuerpo que tenemos

La mayoría de nosotros nacemos con cuerpos similares: dos manos, dos pies, una nariz, dos ojos, dos oídos, etc..., y gracias a este cuerpo caminamos, abrazamos, observa-mos, escuchamos y más. Y siem-pre consideramos que este cuerpo completo va a acompañarnos a lo largo de nuestra vida. Pero lue-go empezamos a querer que sea más bonito, más delgado, menos grande, más estético, según están-dares de belleza bastante irreales y fuera de toda posibilidad para la mayoría de los seres humanos. Es entonces cuando empezamos a pelear con nuestro cuerpo: “debería ser más pequeño; los ojos de berían haber sido de otro color, con un ta-

¿Qué pasa cuandoperdemos una parte o función

de nuestro cuerpo?Ana Laura Rosas Bucio

“Sólo es imposible si lo crees.”El sombrerero loco de

Alicia en el país de las maravillas

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Presencia Apostólica 13

maño más grande”... y llegamos a pensar que algo está mal en noso-tros. De ahí en adelante pasamos la vida queriendo cambiarlo, deseando que partes de él no sean como son.Circunstancias en que podemos perder una parte o función de

nuestro cuerpo Pero, ¿qué pasa cuando por un ac-cidente o una enfermedad perde-mos una parte de nuestro cuerpo, de aquel que hemos criticado o rechazado tanto? ¿Qué pasa cuan-do perdemos un brazo, un dedo, un pie o tal vez hasta una pierna completa o las dos piernas o cuan-do, como consecuencia de un ac-cidente, perdemos alguno de nues-tros sentidos?

En mi trabajo como tanatóloga he conocido gente en estas circuns-tancias, personas que a consecuen-cia de un accidente o de una enfer-medad perdieron una parte de su cuerpo. A veces sucedió repenti-namente y a veces de forma gra-dual. Una vez conocí a una mujer que después de haber sido atacada en su casa, como consecuencia de una brutal golpiza, perdió la visión de su ojo derecho, junto con la au-dición del mismo lado. También hace tiempo conocí a un joven que en un accidente de trabajo perdió su brazo completo cuando éste se atoro con la máquina con la que trabajaba. Hace poco, en un cur-so, conocí a una mujer joven muy preocupada porque le acababan de detectar glaucoma y como con-secuencia de esa enfermedad iba a perder la vista gradualmente. Su mayor preocupación era su hijo con discapacidad, ya que ella era el principal sostén del pequeño. Y también está la historia de un pa-dre de tres hijos, quien regresando de trabajar, mientras conducía su auto, fue impactado por el de un par de chicos alcoholizados, per-diendo la capacidad de mover am-bas piernas.

Podría enumerar muchas más historias y, sin importar cómo haya sucedido cada una, todas tienen en común que las personas perdieron una parte de su cuerpo o perdie-ron alguna capacidad o habilidad.

Otra cosa en común que tie-nen estas personas es que antes del accidente o enfermedad, en su mayoría no tenían mucha con-ciencia de lo útil que era el sen-tido, habilidad o parte del cuerpo que perdieron. Es hasta el momen-to en que sucede, cuando las per-sonas tomamos conciencia de lo que estamos realmente perdiendo. Algo parecido sucede cuando per-demos a una persona, ya sea por muerte o por separación: por ahí dicen que uno no se da cuenta de lo que tiene, hasta que lo pierde.

Tenemos que aprender a vivirsin lo que perdimos

Cuando perdemos a seres queri-dos, o cuando perdemos una par-te o función de nuestro cuerpo, tenemos que aprender a vivir sin lo perdido. Cuando perdemos a personas, hay que aprender a vivir con el vacío que dejan. Algunas personas tienen que aprender una habilidad para trabajar por un in-greso, si dependían de la persona que perdieron. Cuando perdemos alguna parte o función de nuestro cuerpo, también se genera un va-cío con el que hay que aprender a vivir y, en este caso, siempre im-plica aprender nuevas habilidades para sobrevivir.

Como uno ha caminado siem-pre para llegar a algún lado, el po-der caminar no es valorado. Pero si ahora uno tiene que trasladarse en silla de ruedas para llegar a don-

de se requiere, esto representa un gran reto. Como siempre hemos utilizado nuestros ojos para ver, ya no les damos importancia, pero luego de un accidente o enferme-dad que nos lleven a perder la vis-ta, entonces nos encontramos ante una gran pérdida.

El riesgo de perderseHemos dicho en artículos ante-riores que a los seres humanos no nos gusta perder, ni personas, ni cosas, ni circunstancias. Pero, ¿qué nos pasa cuando perdemos una parte de nuestro cuerpo? Caemos en el error de perdemos a nosotros mismos. Ya no sabemos cómo fun-cionar en nuestro medio. Si la vida antes era complicada por otros mo-tivos, ahora es aún más complica-da, porque tenemos que aprender cosas demasiado básicas, como aprender a desplazarnos o a ma-nipular objetos de manera diferen-te, ya sea utilizando otras partes o funciones de nuestro cuerpo o por medio de aparatos. En nuestra pro-pia casa, tenemos que aprender a movernos de manera diferente. Es un volver a empezar, como cuan-do éramos niños, con la dificultad que implica que ahora “ya no esta-mos completos”.

En este punto, descubrimos que aunque nuestros ojos no nos gusta-ban por su color o su tamaño, en realidad nos eran extraordinaria-mente útiles. Que aunque nuestras piernas estaban muy flacas o muy gorditas, ahora que ya no están, eran las mejores.

Repentinamente, nos encontra-mos ante una pérdida doble; una es la pérdida por la parte faltante de nuestro cuerpo (nuestros ojos,

Tanatología

Perder una parte o función de nuestro cuerpo siempre implica adquirir

nuevas habilidades.

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14 Presencia Apostólica

oídos, mano, etc.), y otra es la pér-dida que se siente al darnos cuenta de que nunca nos pusimos a valo-rar nuestro cuerpo así como era; al darnos cuenta de que pasamos nuestra vida sin darle valor a lo perfectos que éramos.

Cuando nació mi hija, yo le di gracias a Dios porque su cuerpo era perfecto, seguramente mi madre hizo lo mismo y en el caso tuyo, querido lector, probablemente pasó igual.

¿Cuándo dejamos de ver la per-fección? Cuando dejamos de mirar a nuestro cuerpo con consideración.

Personas que nos enseñana no rendirnos

He conocido a personas que des-pués de una experiencia como esa, se rinden, pues creen que ya per-dieron todo, se sienten perdidos de sí mismos y se deprimen, algunas llegando al extremo de dejarse mo-rir. Otras, aunque no llegan a ese extremo, ahora se consideran “mi-nusválidos”, “discapacitados” que no sirven para nada, que son una carga para los demás. Pero también he tenido la oportunidad de cono-cer a otras personas que, a pesar de estar en las mismas circunstancias, se han convertido en ejemplos de vida, porque deciden reencontrarse consigo mismas, porque dan valor a su cuerpo, a su vida y a su ex-periencia, y se arriesgan a vivir y a aprender nuevas habilidades. Y lo que ha sido para mí lo más impor-tante es que las personas con esta actitud nos enseñan que nunca debemos rendirnos, y que mientras estemos vivos, ¡siempre se puede!

Si bien es cierto que la vida no es sencilla en esas circunstan-cias, eso es lo que los convierte en seres humanos valientes. Nada nos garantiza, a ninguno de noso-tros, que siempre estaremos sanos o “completos”, por lo que estas historias pueden enseñarnos que nunca debemos rendirnos en nin-guna circunstancia.

Cuidemos y valoremos nuestro cuerpo y nuestras relaciones con los demás, pero, si por alguna ra-zón sufrimos una pérdida, tenga-mos claro que mientras estemos vivos podemos volver a empezar, las veces que sean necesarias. ¿Cuántas?... las que sean necesa-rias. Siempre podemos volver a empezar, porque el ser humano tiene tantas capacidades guarda-das, desconocidas para sí mismo, que muchas veces es hasta que estamos en momentos de dificultad cuando desplegamos todo nues-tro potencial.

Siempre podemos aprendercosas nuevas

Nada es más falso que pensar que por el hecho de que seamos mayo-res no podemos aprender cosas nuevas. Siempre podemos apren-der. Siempre podemos dar lo me-jor de nosotros mismos. Siempre podemos valorarnos, querernos, reconocernos como seres humanos valiosos, útiles, hermosos. No im-porta la forma, color o tamaño de nuestro cuerpo, siempre es perfec-to, ¡porque es nuestro!, ¡por-que está vivo!, ¡porque puede lo-grar mucho!

Circunstancias donde podemos perder algo puede haber muchas, como el perder una parte del cuer-po, el perder un sueño, el perder una relación o la muerte de un ser querido, pero ello no forzosamente tiene que implicar que nos perda-mos a nosotros mismos. Es natural una reacción inicial de duelo en la que se sufra un gran desconcierto, pero no quiere decir que así nos vamos a quedar. Tal vez sólo sea cuestión de preguntar, de pregun-tarnos a nosotros mismos: ¿y aho-

ra en la nueva circunstancia en la que estoy, qué es lo que quiero? Es cuestión de estar convencidos de que en estas circunstancias es donde podemos redefinir muchas cosas de nosotros mismos y sacar nuestro potencial. Al principio no será fácil, pero en esas circunstan-cias realmente tenemos la oportuni-dad de ser lo que no hemos sido, de dar de nosotros lo que no he-mos dado. Ojala no esperemos hasta estar en la situación de sufrir alguna pérdida para intentar hacer-lo. En cualquier momento podemos sacar el potencial, aprender nuevas habilidades. He tenido alumnas que creían que ya no estaban en edad de aprender y han terminado carreras universitarias o aprendido habilida-des que les permitieron conseguir un nuevo trabajo o nuevas oportu-nidades en su vida. Nada puede li-mitarnos más que nosotros mismos.

De quien pierde una parte de su cuerpo, se dice que tiene una “discapacidad”, de quien nace con “deficiencias”, también. Incluso hay seres humanos que estando sanos y “completos” también tenemos “dis-capacidades emocionales” que nos hacen creer que no podemos en la vida. En realidad, todos tenemos ca-pacidades diferentes, que nos hacen especiales, únicos. Tal vez lo que necesitamos es tomar la decisión de valorarnos, querernos, respetarnos, cuidarnos y sacar toda la energía positiva que tenemos para beneficio de nuestra vida y de los demás.

La autora es psicóloga clínica, experta en intervención en crisis, tanatóloga, logotera-peuta y conferencista. Directora académica del Instituto de Formación y Atención en Psicología IFAPS. [email protected]

Nada puede limitarnos másque nosotros mismos.

Tanatología

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Presencia Apostólica 15

El Concilio Vaticano II, a 50 años de haberse celebrado, ha dejado una huella profun-da en propios y extraños que es necesario que volvamos una y otra vez a reflexionar acerca de sus enseñanzas. Precisamente

un documento que forma parte de una serie de Declaraciones es el que deseamos comentar esta vez: Declaración sobre la libertad religiosa, de la cual, dice un comentarista: “La más grande argu-mentación sobre la libertad religiosa que se haya tenido en la historia brotó felizmente en la Iglesia. El debate fue pleno, libre y vigoroso.”

Dirigido al mundo enteroEn efecto, esta Declaración se dirige “a todos los hombres de buena voluntad”, pero el Concilio no les habla para que expresen su juicio o parecer, sino que la Iglesia, a la que se le encomendó pro-pagar el Evangelio, les habla a los hombres de tal manera que los compromete.

La Declaración principia su exposición ha-ciendo referencia al derecho de la persona y de las comunidades a la libertad social y civil en ma-teria religiosa; muy pronto afirma que esta liber-tad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción… de manera que a nadie se obligue a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en públi-co… (y que este derecho) se funda en la dignidad misma de la persona humana.

Dios respeta la dignidad del hombreA la luz de la Revelación, expresa la conducta de Cristo y de los Apóstoles, pues incluso ante Dios, los hombres están obligados en con-

ciencia, pero no están físicamente obligados a se-guirle, porque Dios respeta la dignidad del hombre.

Cristo invitó, persuadió, pero jamás coaccio-nó. Él habló de dejar que la cizaña crezca en-tre el trigo, reconoció el poder civil pero advirtió que hay que respetar los derechos superiores de Dios: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (He 5,29). Aunque en la historia se puedan hallar conductas menos conformes con el espíritu evangélico, la Iglesia siempre ha afirma-do que nadie puede ser obligado con la fuerza a abrazar la fe.

Una consecuencia lógica es que la Iglesia está obligada a predicar el Evangelio; los cristianos es-tamos obligados a escucharla y a seguirla, y tam-bién a consagrarnos a difundir la Verdad. Hemos de predicar a Cristo y también los derechos de la persona humana y ésta debe adherirse a la fe, pero libremente.

Aspiración del hombreLa libertad religiosa es una aspiración del hom-bre, de siempre, pero sobre todo de hoy. De tal manera esto es cierto, que está contenida en la constitución política de la mayoría de los paí-ses del mundo y se manifiesta como indispen-sable en documentos internacionales, aunque no faltan regímenes en que esta libertad se ve oprimida. Tratándose de libertad en México, la libertad religiosa es la conquista que mejor podemos celebrar.

[email protected]

Ernesto Bañuelos C.

Una gran aspiración humana:la libertad religiosa

Memorias del Concilio

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16 Presencia Apostólica

No se distinguía en nada de las demás es-trellas. Si de pronto en una noche oscura alguna persona dirigía la mirada hacia el cielo, ahí estaba ella, pero no llamaba la atención. Parecía una estrella más, pero en

realidad no lo era. Era una estrella a la que, a diferen-cia de las otras, le encantaba ver el pequeño y leja-no planeta azul. Y este planeta azul, como pueden suponer, no era otro que la Tierra: así se ve desde la lejanía en el espacio. Es un planeta azul que nun-ca se puede ver completo, sino sólo una parte, iluminada por la radiante luz del sol.

Soñando con el planeta azul Y de este modo la estrella pasaba muchas horas con-templando el planeta azul y comparándolo con otros planetas y estrellas, y había llegado a la conclusión de que no podía haber otro más hermoso en toda la galaxia. Y mientras lo contemplaba, la estrella soñaba en lo que podía encontrarse en ese planeta azul. Y así, imaginaba que podía viajar hasta él y encontrarse con unos mares infinitos y frescos, de los que brota-ba una paz azul que invitaba a la contemplación y al descanso. Soñaba que en ese planeta azul había fuentes y arroyos cantarinos que lo llenaban todo con

Historia para meditar

La estrellay el planeta azul

Enrique A. Eguiarte, OAR

Ilustración: Leticia Asprón

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Presencia Apostólica 17

Historia para meditar

su vivo color añil. Imaginaba que había cascadas, ríos y lagos que irradiaban vida y frescura. Y entre más lo contemplaba, la estrella soñaba que en ese lugar todo era perfecto, y que su color brillante era fruto de la misma armonía que reinaba en él.

La estrella comparte su sueñocon un asteroide que le cuenta

su experiencia Y así día tras día crecía su deseo de poder viajar al planeta azul. Y mientras seguía contemplándolo, pasó a su lado un asteroide, que en otro tiempo había sido una estrella fugaz, y que, al verla tan extasiada, le dijo:

—Es verdaderamente bello el planeta azul. Yo, cuando era estrella fugaz, pasé cerca de él en varias ocasiones y no puedo dejar de admirar su brillo. No puedo decirte lo que hay en él, pero siempre me lla-mó la atención la belleza que irradiaba su azul. Crée-me, no hay en esta galaxia otro planeta más bello.

Entonces la estrella le dijo:—¿Pero cómo puedo hacer para llegar a él?El asteroide guardó silencio un momento y des-

pués le respondió.—Mira, eres una estrella joven y por eso tienes

sueños. Yo también fui joven y hoy, a pesar de que ya no lo soy, conservo los sueños y la ilusión, pues cuando una estrella pierde la capacidad de soñar, de imaginar y de crear, entonces se convierte en una estrella muerta, que ya no brilla. Desaparece el res-plandor de los sueños, y así la estrella muerta sim-plemente se deja arrastrar por la fuerza de la inercia, no da luz, ni hace nada por nadie, ni tampoco es feliz. Yo, como asteroide, conservo parte del impulso y del fuego de mi juventud que me llevó a convertir-me en una estrella fugaz, y sigo recorriendo nuestra galaxia. Posiblemente ya no con la velocidad y el esplendor de luz que de joven me acompañó, lla-mando la atención de los astrónomos. Ahora lo hago discretamente, como un simple asteroide, pero sigo siendo fiel a mis sueños y a mi misión. Mira, yo tam-bién tuve un momento en el que tuve que tomar una decisión: seguir siendo una estrella más en el cielo y brillar mientras tuviera energía, siempre en el mismo lugar, o bien usar toda mi energía para convertirme en una estrella fugaz y recorrer la galaxia de un lado a otro, sabiendo que después de esa decisión, no podría ya volver atrás.

Tú también, amiga estrella, debes tomar tu deci-sión. Ver si estás dispuesta a gastar toda tu energía para alcanzar el planeta azul, o si prefieres seguir contemplándolo desde la distancia y seguir brillando

en en el mismo lugar durante mucho tiempo, y tal vez nunca ser feliz...

La estrella se quedó pensativa ante las palabras del asteroide que había sido estrella fugaz. Después de un momento de silencio, el asteroide le dijo:

—Me tengo que ir, pero te quería decir dos cosas: Nunca te precipites al tomar una decisión y, de ma-nera particular, cuando es una decisión que va a cam-biar radicalmente tu vida, sé siempre muy prudente. Y en segundo lugar, es posible que tus sueños no se ajusten a la realidad. Tal vez en ese planeta azul no hay nada de lo que has imaginado. Pero a pesar de ello, no olvides que en cualquier circunstancia, con creatividad y amor podrás ser siempre feliz.

Y sin más, el asteroide siguió su camino.

Una decisión difícilLa estrella que soñaba con el planeta azul recordó que tenía en sí misma una gran energía, y que si la usaba, podría desplazarse por la galaxia y llegar hasta él. No obstante, no estaba muy segura de que le quedara energía para regresar al lugar donde se encontraba. Más bien creía que no, que una vez gastada la ener-gía, convirtiéndose en una supernova, no le quedaría más energía para regresar. Tendría que quedarse para siempre en el planeta azul. Durante un tiempo lo es-tuvo meditando, siguiendo el consejo del asteroide, y finalmente decidió que iría en pos de sus sueños. Se daba cuenta de que muchas estrellas soñaban cosas, pero que les faltaba el valor de tomar una decisión. Veía que muchas se dejaban arrastrar por la inercia universal y se conformaban con la suerte que les ha-bía tocado, habían renunciado a sus sueños y en el fondo no eran felices. La luz que proyectaban era ru-tinaria y triste, no tenía ya el esplendor de las estrellas que soñaban cosas grandes y que se preparaban para conseguirlas. En realidad estas estrellas son las que embellecen el universo y lo hacen mágico. Las otras sólo ocupan un lugar. Nuestra estrella decidió que iría a buscar su sueño, y que para eso usaría toda la energía que tenía.

Por fin en la tierra…Los observatorios más importantes en la tierra die-ron la noticia: aquella noche se había visto una im-ponente supernova en el espacio. Una estrella había explotado, liberando una gran cantidad de energía. Algunos señalaban que era muy posible que algunos meteoritos de esa estrella hubieran podido alcanzar la tierra, pues la explosión había sido muy fuerte.

Después de la explosión, la estrella vio con ale-gría, cómo iba recorriendo a gran velocidad la ga-

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18 Presencia Apostólica

Historia para meditar

laxia, dejando atrás muchas estrellas y asteroides. Al-gunas estrellas, que algún día tuvieron un sueño pero que nunca lucharon por él, la miraban con desprecio, como diciendo: “ahí va otra necia en pos de algún sueño loco”. Otras más jóvenes la miraban con envi-dia o admiración por su decisión.

La mediocridad es una especie de sopor existen-cial que aletarga el corazón y que hunde a la perso-na en un pantano de pereza melancólica, en donde se enlodan las alas de los sueños, impidiéndoles volar. Pero nuestra estrella no se había dejado ven-cer por la mediocridad, sino que había puesto toda su energía para conseguir sus sueños. Y así, en su largo viaje a la tierra, su energía se fue gastando, y la velocidad fue paulatinamente disminuyendo. En un último esfuerzo, antes de que se agotara lo que le quedaba de energía, pudo entrar en la atmósfera de la tierra y ahí, al contacto con la misma, volvió a brillar momentáneamente, para después quedar quemada y consumida, y caer velozmente como un aerolito. El impacto fue duro y seco. Cuando por fin la estrella pudo tomar conciencia de lo que había pasado, se vio rodeada de arena, y no de los mares y ríos que había soñado. Se encontraba clavada en medio de un enorme desierto.

Un sueño rotoFue entonces cuando se pudo contemplar a sí misma, y se vio oscura y quemada por la explosión y por el roce con la atmósfera de la tierra. Lo había gastado todo, su energía, su luz, su belleza, y no había conse-guido lo que siempre había soñado. Su sueño no co-rrespondía con la realidad. Es verdad que se encontra-ba en el planeta azul, pero en el lugar en el que había caído, no había mares, ni ríos de armonía azul, sino un árido desierto de arenas silbantes y huidizas…

En aquel momento, viendo sus sueños rotos, el co-razón de la estrella se llenó de tristeza y comenzó a llorar, contemplando desde lejos a sus compañeras, que seguían brillando hermosas en el cielo, mientras ella estaba aquí, oscura, sucia y apagada en me-dio del planeta de sus sueños, donde no había en-contrado sino las secas arenas de un desierto. En ese momento de profunda tristeza, un oscuro pen-samiento atravesó su alma, pues deseó quedarse muerta ahí en medio de ese árido desierto, como un aerolito quemado.

Nunca hay que perder la esperanzaPero antes de que dejara salir de ella lo último que le quedaba de energía vital y quedarse para siempre sin

vida, pensó que aunque un sueño pudiera morir, otro podría nacer, que nunca hay que perder la esperanza. Se dijo a sí misma:

—No importa lo que haya pasado, nunca hay que dejarse vencer, nunca hay que perder la esperanza.

Y así, esa noche, cansada de tanto llorar, se quedó dormida. Cuando comenzaba a salir el sol, la estrella se despertó y pudo ver que por la humedad de sus lá-grimas, habían comenzado a brotar sobre su cuerpo unas tímidas plantas. En primer lugar, la estrella se llenó de espanto y quiso librarse de ellas. No obstan-te se dio cuenta de que su sueño empezaba a ser útil a otros seres que comenzaban a vivir gracias a ella. En esos momentos recordó lo que el asteroide le ha-bía dicho, que en cualquier circunstancia le ayudaría siempre la creatividad y el amor. Por ello, con amor, decidió compartir lo último que le quedaba con esas plantas, por lo que las siguió regando con sus lágri-mas, convencida de que del dolor siempre puede na-cer algo mejor.

El oasis de la estrellaPasados unos días, le sorprendió de pronto verse rodeada de agua. Por un momento creyó tener una alucinación, hasta que verdaderamente pudo com-probar que era agua lo que la rodeaba. Se dio cuenta de que por el fuerte impacto de su caída, su cuerpo había traspasado las capas superficiales de la tierra, haciendo brotar un manantial en el suelo del desier-to. Los primeros días había sido una corriente tímida que ella no había percibido, pero ahora era ya un to-rrente considerable de agua pura y azul. Muy pronto se vio rodeada de agua, como ella siempre lo había soñado, agua fresca y cristalina que irradiaba una paz azul. A su alrededor crecieron palmeras datileras y arbustos, y las caravanas se detenían en ese nuevo oasis, llamado “Al Ain Najmah” (que quiere decir “el oasis de la estrella”), a beber y a refrescarse en medio del calor sofocante del desierto.

Fue entonces que la estrella comprendió su misión: lo había arriesgado todo para poder alcanzar sus sue-ños, y ahora era realmente feliz, pues no sólo había cumplido sus deseos, sino que también había hecho felices a los demás. No se había desalentado por creer que sus sueños habían muerto y no había perdido la esperanza, por eso ahora podría mirar de nuevo hacia el cielo y ver a sus hermanas, las estrellas, y sentirse feliz, porque había sido una estrella que había teni-do un sueño y lo había hecho realidad, con esfuerzo, creatividad y amor.

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Presencia Apostólica 19

Fe y vida k

El Día de los Muertos es una celebración mexi-cana que honra a los difuntos el 2 de noviem-bre. La celebración co-

mienza desde el día primero y la fiesta coincide con las celebracio-nes católicas de Todos los Santos y Día de los fieles Difuntos.

En 2003 el Día de los Muer-tos fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humani-dad. En el documento de declara-toria se destaca que en esta fiesta: “Ese encuentro entre las personas que la celebran y sus antepasados desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad.”

La muerte en el mexicano Como seres humanos vivimos in-mersos en una cultura, que es la que nos construye como humanos, y no debe extrañarnos que morir sea también así: “enculturados”.

Según estudios sobre “el mexi-cano” el supuesto desprecio que sentimos por la muerte y el cinismo con el que de ella nos carcajea-mos, podría provenir de la época revolucionaria, cuando se fomen-taba entre los pobres la disposi-ción de morir o matar, pero exis-ten diferentes influencias que han ido configurando nuestra manera de encarar la muerte.

La tradición mesoamericanaPara las antiguas culturas que po-blaron este territorio, los difuntos podían ir a diversos paraísos, no tanto dependiendo de su conduc-ta ética, sino del género de muer-te que hubieran tenido.

Para las culturas prehispánicas, la muerte era algo natural que no espantaba; lo que más aterroriza-ba era justamente la vida, sujeta a

las veleidades de Tezcatlipoca, dios del destino. Hacia fines de octubre celebraban la fiesta de los Xoco-lohuetzi (que quiere decir antepasa-dos) que dio origen a la costumbre de poner el altar de ofrendas para esperar a los antepasados.

Nuestro Día de MuertosTomemos a Oaxaca como ejem-plo. La fiesta se centra en el altar de muertos, donde se coloca la ofren-da, recordando a los muertos con lo que parece más vital: los alimentos. Este día, el mexica no simbólicamen-te se come a sus muertos en forma de panes, adornados con huesos o caras, y en forma de calaveras de azúcar. Los niños reciben juguetes de muertos. El día de muertos no es un día triste, pues se reúne toda la familia, incluyendo a los antepa-sados, con quienes “se convive”. Sólo después del día 2 de noviem-bre, “cuando los difuntos ya se han marchado”, salen las “comparsas”, es decir, el baile de disfraces. Lla-ma la atención que a pesar de la contaminación con tradiciones extranjeras ‒como el Halloween‒nunca faltan los disfrazados de sacerdote, muerte, diablo, rico o prostituta, vestigios de las medie-

vales “Danzas Macabras” con cu-yos personajes se hacen represen-taciones cómicas en las casas.

Y continuando la tradición de sátira político social el taller gráfico de Guadalupe Posadas difundió sus “calaveras” que representan a diferentes personajes populares.

Sentido cristiano de la muerte La fiesta de los Fieles Difuntos apro-vecha antiguas tradiciones cultura-les. Esto no es extraño, pues todas las fiestas religiosas siempre las han aprovechado. Lo importante es no quedarnos en el folklore y centrar-nos en su sentido. Para los cristia-nos, el cuerpo es una casa que se arruina, pero nuestro verdadero ho-gar está en el Cielo. Ahí estaremos en compañía de Cristo, los santos y nuestros seres queridos que nos han precedido.

Algo esperanzador y relevante es que, para nosotros, los difuntos siguen siendo parte de nuestra co-munidad. Orar por ellos es un acto de solidaridad acorde con la “comu-nión de los santos” que quiere decir la unión de vivos y muertos. Des-de esta perspectiva, el dolor de su partida se convierte en esperanza de la resurrección.

EL Día de los MuertosEnrique Marroquín, CMF

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20 Presencia Apostólica

De la Palabra a la acción

LaPalabra

septiembre-octubre

Septiembre 1Domingo • Lc 14,1.7-14

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mi-rando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:

“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: «Déjale el lugar a éste», y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lu-gar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: «Amigo, acércate a la cabecera.» Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.”

Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus her-manos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, in-vita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará cuando resuciten los justos.”

Seguramente para la mercadotecnia de nuestro tiempo y para nuestras sociedades competitivas, las enseñanzas de Jesús no suenan tan atractivas –por decir lo menos–. ¿No buscar los primeros puestos? ¿Dejar incluso que otro esté por encima o delante de nosotros? ¿Hacer un banquete para invitar a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos? Jesús nos enseña a ocupar nuestro verdadero lugar. En otras palabras a ser humildes y a amar a nuestro prójimo, en vez de querer ser más que él. ¿Por qué será que nos cuesta tanto trabajo entender y asumir estas enseñanzas de Jesús?

Septiembre 8DomingoLc 14,25-33

(…) Caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una to-rre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: «Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar.» (…)

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.”*

Qué mal se ha entendido lo de la renuncia que exige Jesús a sus discípulos. La renuncia, como la entiende Jesús, no es literal desprecio de las cosas ni desamor familiar. Él mismo disfrutó la calidez de un hogar en Nazaret, tuvo grandes amistades y amó las cosas crea-das. Pero nada ni nadie le impidió “ocuparse de las cosas de su Padre”. El verbo renunciar, que se ha tra-ducido a veces como rechazar e incluso como odiar, habría que entenderlo como relativizar, porque, todo lo creado, ante el absoluto de Dios, es relativo y pa-sajero. ¿Un ejemplo de renuncia? Santo Tomás Moro, hombre rico e inteligente, que escogió “Obedecer a Dios antes que a los hombres”. Relativizó el valor de sus bienes ante el máximo valor de la fe en Jesucristo.

¡Dejemos de anteponer nuestrosintereses a lo que Dios nos pide!

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Presencia Apostólica 21

Septiembre 15DomingoLc 15,1-32

(…) Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecado-res a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo entonces esta parábola: ¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? (…)» Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

(…) También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la herencia.» Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Enton-ces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cer-dos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: «¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levan-taré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.»

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se estremeció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo.»

Pero el padre les dijo a sus criados: «¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuel-to a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los can-tos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Tu hermano ha regresa-

do, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por ha-berlo recobrado sano y salvo». El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: «Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobede-cer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo».

El padre repuso: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fies-ta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado».”*

Todo el capítulo 15 de Lucas es alegría por el encuentro de algo perdido: por una moneda que se había roda-do no se sabe dónde; por una oveja que se extravía y es rescatada; por un hijo que, habiendo abandonado el hogar paterno, regresa a casa, después de haber “toca-do fondo”, más hambriento que arrepentido. El poeta y convertido, Charles Peguy, nos participa de su asombro: ¡Dios también espera! El hijo libertino no lo sabía, pero era esperado, casi desesperadamente, por quien no lo había dejado de amar. Colmada su esperanza con el regreso del hijo, el padre rompe en júbilo y ordena un espléndido banquete. Así es nuestro Padre Dios.

Quien ama de verdadperdona con alegría.

De la Palabra a la acción

LaPalabra

* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo

en la cita bíblica.

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22 Presencia Apostólica

Septiembre 22 Domingo • Lc 16,1-13

(…) Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuanta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador.»

Entonces el administrador se puso a pensar:«¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo?» No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosa. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: «¿Cuánto le debes a mi amo?» El hombre respondió: «Cien barriles de aceite.» El administrador le dijo: «Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta.» Luego preguntó al si-guiente: «Y tú, ¿cuánto debes?» Éste respondió: «Cien sacos de trigo.» El administrador le dijo: «Toma tu reci-bo y haz otro por ochenta.»

El amo tuvo que reconocer que su mal adminis-trador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus ne-gocios, que los que pertenecen a la luz.

Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias,

gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los re-ciban en el cielo.

El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pe-queñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?

No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro (…). En resumen, no pue-den ustedes servir a Dios y al dinero.”

En esta parábola Jesús no está aplaudiendo las manio-bras del mal administrador, sino invitando a “los hijos de la luz” a ser más inteligentes en el uso de las rique-zas. El dinero se vuelve mal habido y sucio cuando es utilizado para la injustica y las guerras, pero bien ha-bido y limpio cuando sirve para la generosidad en fa-vor del prójimo necesitado. Es el caso del buen sama-ritano del que nos habla Jesús: el samaritano tenía su guardadito y pudo desembolsar una buena cantidad de dinero, mostrándose ampliamente generoso con el hombre herido que encontró en el camino… “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.”

El afán de dinero conduce a graves injusticias, cuyas víctimas son siempre los pobres.

De la Palabra a la acción

Septiembre 26Domingo Lc 16, 19-31

(…) Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ánge-les lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de casti-go, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me tortu-ran estas llamas.» Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro,

en cambio, males. Por eso él goza ahora de consue-lo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá.»

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abra-ham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me que-dan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos.» Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán.» Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto.»”

La parábola del rico epulón, que quiere decir glo-tón, y el pobre Lázaro iba dirigida a los adinerados fariseos que se burlaban de Jesús. Les dijo: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y banque-teaba cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, es-taba en la puerta, cubierto de llagas”. El epulón de la parábola, distraído en sus cotidianos banquetes,

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Presencia Apostólica 23

nunca supo qué hacer con su riqueza mal habida, teniendo tan cerca la oportunidad de redimirla. A diferencia del buen samaritano, que alivió el dolor de un desconocido, el epulón no tuvo ojos para ver el sufrimiento del que yacía a las puertas mismas de su casa. Al final de nuestras vidas seremos bende-cidos por las obras de misericordia: “Vengan a mí, benditos de mi Padre…” Con toda razón el nombre de Lázaro en hebreo significa: “ayudado por Dios”.

¿Quiénes son los Lázarosde nuestro tiempo?

Octubre 6DomingoLc 17,5-10

(…) Los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe.” El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fue-ra tan pequeña como una semilla de mostaza, po-drían decir a ese árbol frondoso: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tienen un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regre-sa del campo: «Entra enseguida y ponte a comer»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú»? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque este cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: «No somos más que sier-vos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer».”

La fe mueve montañas –decimos– y –según parece–basta que sea tan grande como un granito de mosta-za. No olvidemos, sin embargo, lo que nos dice Jesús: “El Reino de los cielos se parece a un grano de mos-taza que uno toma y siembra en su campo, y cuando crece es la más alta de las hortalizas.” La fe, por lo tanto, puede crecer: “Señor, auméntanos la fe”, le piden los apóstoles a Jesús. Esta petición expresa, a modo de jaculatoria, la necesidad que tenemos de fortalecer cada día más nuestra fe. Que María, la lle-na de gracia, y proclamada feliz por haber creído, nos alcance de Jesús un poco de su bienaventuranza: “¡Bienaventurados lo que creen sin haber visto!”

La confianza estable y firme de la fenos ofrece posibilidades sin límites.

Octubre 13Domingo • Lc 17,11-19

(…) Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes.” Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un Samaritano. En-tonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habi-do nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado.”

Muchos no hemos caído en la cuenta de que, como miembros de la Iglesia, vivimos nuestra fe en perpetua acción de gracias por el sacramento de la Eucaristía. En un misal mensual podemos comprobarlo: el prefacio inicia con estas palabras: “En verdad es justo bende-cirte y darte gracias, Padre Santo”, y también decimos: “Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.” Un cristiano, pues, acude y participa en la Eucaristía dominical, no sólo porque está man-dado, sino por agradecimiento a Dios, que nos salva mediante la muerte y resurrección de su Hijo.

Ser agradecidos nos hace mejores personas.

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24 Presencia Apostólica

Octubre 20Domingo Mundial de las Misiones Mc 16,15-20

(…) Se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los mi-lagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos.”

El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cie-lo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y

proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.

En este Domingo de las Misiones vemos, a través del Evangelio, el momento en que Jesús encomienda a sus discípulos –los de entonces y los de ahora– ir “por todo el mundo” y continuar con la tarea que Él mismo comenzó.

Jesús asciende al cielo, pero nosotros nos queda-mos y nos quedamos con la Buena Noticia en nues-tras manos, ¿qué vamos a hacer con ella? Y no olvi-demos este otro punto de la lectura: los enviados de Jesús estarán siempre acompañados por signos y ma-nifestaciones de la presencia del Espíritu de Dios.

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* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo

en la cita bíblica.

Octubre 27Domingo • Lc 18,9-14

(…) Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se te-nían por justos y despreciaban a los demás:

“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlte-ros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias.»

El publicano, en cambio, se quedó muy lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: «Dios mío, apiádate de mí que soy un pecador.»

Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquel no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”

Eran muchos los que en tiempos de Jesús estaban convencidos de ser justos, y despreciaban al resto de la población: pecadores, samaritanos y publica-nos. Jesús le puso nombre a esa enfermiza actitud –la hipocresía– y se encargó de desenmascararla de diferentes modos y en distintos escenarios. En esta escena, casi cómica, Jesús nos presenta a un fariseo alardeando de justo ante Dios, y despreciando a un publicano que también había ido al templo a orar, y concluye: “El publicano volvió a su casa perdonado, el fariseo no.” Todavía hoy puede suceder que algún “fariseo” logre engañar a algunos, pero a Dios, que ve el interior del corazón, nunca.

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