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Por: Antonio Pérez Esclarín

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Antonio Pérez Esclarín

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JORGE CELA CARVAJAL S.J.UN APASIONADO DE JESÚS

Y SU PROYECTO

Federación Internacional de Fe y Alegría

Coordinador General P. Carlos Fritzen, S.J.

[email protected]

Equipo de Secretaría Ejecutiva Gerardo Lombardi (Coordinador)

Somarick Roca Robby Ospina

P. Marco Tulio Gómez, S.J. [email protected]

Junta Directiva 2021-2022 P. Daniel Villanueva, S.J. – España

P. Miquel Cortés, S.J. – GuatemalaSabrina Burgos – Colombia Miguel Molina – Honduras

Suplente: P. Alfred Kiteso, S.J. – RD Congo

Equipo de Coordinación Ejecutiva Eje Educación Popular

Gehiomara Cedeño [email protected]

Eje Nuevas Fronteras P. Carlos Fritzen, S.J.

[email protected] Eje Sostenibilidad

Gabriel Vélez [email protected]

Eje Acción Pública Gerardo Lombardi

[email protected]

AutorAntonio Pérez-Esclarín

EditoraMaritza Barrios Yaselli

Diseño y diagramaciónMaría Fernanda Vinueza

Gestión editorialGerardo Lombardi

Fecha de publicación: noviembre de 2021

Publicación digital e impresa en Bogotá, Colombia noviembre 2021

Archivo fotográfico Federación Internacional de Fe y Alegría

Fe y Alegría en los paísesConferencia de Provinciales de América

Latina y el Caribe (CPAL)

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PresentaciónIntroducción

I. Breves apuntes biográfic

II. Espiritualidad encarnada en los pobres y en la historia1. Oración y Discernimiento2. Sentido del Magis Ignaciano3. Obediencia para mayor eficacia en la misión

III. Un educador popular comprometido en la transfor-mación social

1. Trabajar para los pobres, desde los pobresy con los pobres

2. Dimensión comunitaria de la escuela3. La educación pública como educación de la sociedad

IV. Calidad integral para todos y todas1. Calidad enfocada en el desarrollo

personal y comunitario2. La calidad exige un nuevo liderazgo

colectivo3. Los educadores, pieza clave para

lograr una educación de Calidad

V. Inclusión: Que nadie quede fuera1. La inclusión, objetivo esencial del

Proyecto Apostólico Común (PAC)2. Incluir es innov

VI.I ara un buen uso de la tecnología y las redes1. El trabajo en red2. Papel de la universidad en el mundo digital

VII.II. Centros Loyola, Panademia y Preferencias Apostólicas1. La pandemia, una oportunidad para construir un mun-

do más equitativo2. Las Preferencias Apostólicas de la Compañía de Jesús

en Cuba

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Me encuentro en un largo viaje a Nepal, muy cerca de cumplirse el primer año de la Pascua definitiva de Jorge Cela. Muchas horas para sentir y rezar la vida de Jorge entre nosotros.

En estas tierras me consigo con una gran necesidad de Fe y Alegría y unas grandes oportunidades para hacer el bien. Conectados y en redes. En este contexto es inevitable tener a Jorge presente, por-que para nosotros ha sido un referente de trabajo “apasionado de Jesús y su proyec-to”. Con los más pobres en el corazón y en colaboración con otras personas de buena voluntad.

A mi me gustaba como Jorge con mucha frecuencia en sus reflexiones tenía siempre una referencia a los hombres y mujeres de los barrios donde trabajó. Una historia reflexionada convertida en tes-timonio inspirador y esperanzador. En su vida y misión, los pobres tienen rostro. Son referencia de vida y organización social, teniendo la Educación Popular y Promoción Social como herramientas para las trans-formaciones profundas. Su aporte reflexi-vo era fruto de su convivencia afectiva y efectiva con los pobres.

Con las historias de vida, Jorge visi-bilizaba a los más vulnerados en su propia vida como actores de su propia emancipa-ción y transformación personal y social. Nos hacía testigos de las chispas que en-cendieron su vocación y su misión; así ilu-minaba, animaba y esperanzaba nuestra propia vida.

Jorge era un hombre sabio que iba más allá con sus reflexiones y nos llevaba

a lo profundo del Dios que se revela en lo sencillo. Su auto-ridad personal y como jesuita, venía de su capacidad de no hablar de si mismo, de auto re-ferenciarse, sino de ver a Dios y su obra en los demás y en sí mismo. Su testimonio de estilo y modo de vida sencilla nos si-gue interpelando a todos.

En este libro que les pre-sento, esto se respira por los cuatro costados. Este libro no pretende hablar de Jorge. Este libro pretende que sea Jorge mismo quien hable de su vida y misión a partir de nuestras pro-pias interpretaciones. Espera-mos que su práctica y reflexión se hagan testimonio profético entre nosotros.

Quiero agradecer de ma-nera muy especial a Antonio Pérez Esclarín y Maritza Barrios Yaselli, y a través de ellos, a to-das las personas que colabora-ron para hacer que este libro lo tengan ustedes en sus manos.

Que la chispa del tes-timonio de este compañero encienda desde el Cielo un in-cendio de fuegos de pasión por Jesús y su proyecto.

¡Disfrútenlo!

P. Carlos Fritzen, S.J.Noviembre 2021

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Este no es un libro sobre el P. Jorge Cela. Es un libro “de Jorge” para ser escuchado, mientras lo leemos. Yo sólo he pretendido acercar un mon-tón de sus palabras, siempre críticas, propositivas y esperanzadoras, con olor a pueblo y empapadas de evange-lio. El texto está construido sobre las propias palabras y escritos de Jorge, que siguen teniendo una gran vigen-cia y pueden ayudarnos a cuestionar lo que hacemos y a vivir con más co-herencia y decisión nuestra misión de educadores. En este sentido, el libro, si bien recoge sus palabras dichas en el pasado, pretende provocarnos para avanzar en la construcción de un me-jor futuro. Por ello, he seleccionado aquellos temas que tienen gran vigen-cia y pueden iluminar nuestro caminar en estos tiempos de modernidad líqui-da, incertidumbre, relativismo ético y postverdad.

Después de un primer capítu-lo, en el que recojo algunos datos y testimonios de la vida apasionada y apasionante de Jorge, selecciono cin-co temas muy significativos y vigentes: espiritualidad, educación popular, ca-lidad, inclusión, tecnología y redes. Cada uno de estos capítulos integra varios subcapítulos en los que pre-tendo enfatizar algunas de las ideas y propuestas de Jorge más originales y cuestionantes. Por ser todos ellos te-mas transversales, se relacionan e in-cluso se alimentan y enriquecen unos a otros. Por ejemplo, la educación popular tiene que ser de calidad para todos y todas, lo que exige la inclu-sión, que para Jorge y para nosotros surge de una profunda espiritualidad que opta por los descartados y últimos al estilo de Jesús. Y añado un capítulo final donde cuento sus últimas aventu-ras como educador y evangelizador en su querida Cuba,

Insisto en que todo lo que reco-jo en el libro son ideas y palabras de Jorge. Yo sólo me he limitado a selec-cionarlas de su amplísima producción y tejerlas, en lo que espero sea un sencillo tapiz que nos puede ayudar a conocer y apreciar más a Jorge y, so-bre todo, a nutrir nuestro compromiso. Para no sobrecargar al lector con nu-merosas notas que podrían frenar la fluidez del texto, sólo he colocado unas pocas, pero en cada capítulo incluyo las fuentes de donde han sido tomadas las palabras de Jorge, y el lector podrá completarlas y conocer mejor su pensa-miento. Por supuesto, su producción y obra fue tan abundante y tan caudalosa que merecería un estudio más exhausti-vo y sistemático. Este libro sólo intenta aproximarse tímidamente a la riqueza de su obra, vida y compromiso, y pre-tende ser un humilde homenaje a Jorge en el primer aniversario de su muerte.

Además de ser un gran intelectual e investigador, un educador comprome-tido siempre con el pueblo más sencillo y pobre, y un hombre de una profunda espiritualidad, Jorge fue un verdadero agricultor de la palabra, tanto oral como escrita, capaz de cosechar textos de una gran profundidad y, al mismo tiempo, con sencillez y belleza. Supo combinar, como pocos, las ideas con anécdotas, historias y vivencias, lo que hacía que sus textos y conferencias fueran leídos o escuchadas con verdadero gozo.

Sólo me queda agradecer a todos los que me apoyaron en la elaboración de este texto, que ojalá contribuya a robustecer nuestra opción de dedicar la vida a construir un mundo más justo y fraternal.

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Jorge fue un verdadero ena-morado de Jesús y su proyecto de es-tablecer aquí en la Tierra el reino de la Justicia y la fraternidad, con espe-cial predilección por los pobres y los descartados, los más cercanos al Co-razón Misericordioso del Padre. En la homilía en la fiesta de San Ignacio de Loyola, en 2019, unos 16 meses antes de su muerte, Jorge hizo una extraordinaria descripción de su seguimiento radical a ese Jesús que lo sedujo. Comentando el texto de Je-remías, escribe:

Conocimos a alguien que nos sedu-jo de tal forma que ya no pudimos echarnos atrás. Nos cuentan los evangelios que eso fue lo que ex-perimentaron los discípulos y dis-cípulas de Jesús. De tal manera los sedujo que se fueron con Él.

Es lo que le pasó a Ignacio de Loyo-la. De pronto se encontró con Je-sús y de tal manera lo sedujo que lo dejó todo y se fue tras Él. Lo que llamamos espiritualidad igna-ciana comienza por ese encuentro con Jesús. El Padre Arrupe decía que seguir a Jesús es como enamo-rarse. O como aquel momento de una vida gris y apagada en que en-

contramos un maestro, un amigo, un líder, que hizo arder nuestro corazón y nos cautivó para siem-pre.

La espiritualidad ignaciana empie-za por esa seducción que ejerce la persona de Jesús en nosotros, que nos mete en un camino nuevo, con tal fuerza, que podemos hasta de-jarlo todo, dar la vida por esta pa-sión que nos da sentido para vivir.

Y nuestra vida se transforma en seguimiento de este amigo que no falla, que nos descubre la alegría de vivir, y nos abre a un proyecto capaz de llenar nuestra vida.

Y cuando vienen los desencantos de los golpes de la vida, de la mo-notonía de nuestra gris cotidia-nidad, de la soledad amarga que nos deja el desamor, encontramos nueva fuerza para levantarnos y seguir. Como enamorados.1

Enamorado de Jesús, su ami-go y maestro, Jorge lo encontró en una relación cercana y cariñosa con la gente de los barrios, los pobres, los excluidos, los descartados, en quie-nes halló siempre el rostro del crucifi-cado / resucitado.

1. Jorge Cela, “Homilía en la fiesta de San Ignacio de Loyola”, 2019, en https://elignaciano.com/auto-draft-22/ Para la preparación de este capítulo, he utilizado escritos y testimonios de varias personas, fundamentalmente con motivo del fallecimiento de Jorge. Entre ellos, Pablo Mella “Ten-emos un dolor en la justicia”, “Jorge Cela, In Memoriam”, en https://centromontalvo.org, y las siguientes referencias: https://jesuitas.lat/noticias/14-nivel-1/5731-gran-senor-gran-jesuita-gran-maestrohttps://jesuitas.lat/noticias/16-nivel-3/5772-un-noviembre-para-no-olvidar-por-p-david-pantaleon-s-jhttps://www.religiondigital.org/america/Falle-jorge-Cela-SJ-servidor-cuba-profesor-antropolo-go_0_2291470864.htmlhttps://www.alcarrizos.news/ha-fallecido-esta-madrugada-en-la-ciudad-de-la-habana-cuba-el-padre-jorge-celasj/ También he utilizado los testimonios, entre otros, de Sabina Barone y Maria Luisa Berzosa, que generosamente me enviaron.

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Jorge nació en La Habana el 7 de octubre de 1941, en una familia de ocho hermanos fruto del matrimonio de Nicolás Cela y María Teresa Carvajal. Estudió en el Colegio Belén de los jesuitas. Allí sintió el llamado de Jesús y le respondió con un sí radical que mantuvo y profundizó a lo largo de toda su vida. En 1959, entró al noviciado de la Compañía de Jesús de El Calvario, (Habana), pero con el triunfo de la revolución cubana, los jesuitas trasladaron el novicia-do a Los Teques en Venezuela. Allí cursó Jorge su segundo año de noviciado y todo su juniorado (1960-63). Siendo novicio en Venezuela tuvo su primer con-tacto con Fe y Alegría que le marcó la vida:

En 1961 yo era novicio de la Compañía de Jesús. Fui trasladado a Venezuela a continuar mis estudios y allí tuve mi primer contacto con Fe y Alegría. Como parte de mi formación destinado a colaborar un mes en la escuela Fe y Alegría del barrio de Petare. Una inmensa escuela recién plantada al pie del cerro, rodeada de ranchos, en la que cada mañana se reunían más de 1000 niños. Re-cuerdo que la única forma de callarlos para comenzar la jornada era, a través de los altoparlantes que se escuchaban en todo el barrio, comenzar la oración. Inmediatamente se hacía el silencio que permitía organizar las filas de entrada a clase. Parte de nuestro trabajo consistía en recorrer los callejones que subían los cerros conectando la escuela con la comunidad. Y sin darnos cuenta, íbamos descubriendo el secreto de aquella escuela. Inserta en el corazón del barrio iba cada día acercándose con cariño y descubriendo la vida que bullía en los calle-jones. Esa relación cotidiana fue creando una relación diferente. La escuela no era un enclave de civilización en medio del barrio salvaje. La escuela era su corazón, que latía con el aliento de los niños, de sus familias, de la pobreza, la organización comunal, la violencia, la religiosidad popular.

Casi treinta años después tuve la oportunidad de participar en una reunión de agentes pastorales en el mismo barrio, Petare. Las religiosas que dirigían aún la escuela allá estaban, compartiendo las angustias y esperanzas de su barrio. Era la cercanía fecunda, que, echando raíces en la cultura y realidad del barrio, era capaz de hacer florecer y dar frutos la vida de cada estudiante y la vida com-partida de la comunidad circundante. En cada escuela de Fe y Alegría uno tiene la oportunidad de palpar lo que dijo el Congreso Internacional de Fe y Alegría celebrado en el 2000 en Lima: que creemos “en la fuerza de la comunidad para generar desarrollo humano sustentable…que conlleva: la reconstrucción de es-tructuras de injusticia, para construir otras nuevas, fundadas en los valores de la solidaridad, de la fraternidad, del respeto al otro que tiene otra forma de ser y de vivir, otros rasgos y color de piel, otro sexo, otra cultura.2

Terminados sus estudios de juniorado en Venezuela, estudió filosofía en Alcalá de Henares (España) e hizo el magisterio en el Belén Jesuit Prepara-

2. Palabras en el acto inaugural del XXXVIII Congreso Internacional de Fe y Alegría, en www.feyalegria.org/Congresos

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tory School de Miami (1965-1966) y en el Colegio Loyola de Santo Domingo (1966-1967). Sus estudios de teología los realizó en Regis College de Onta-rio (Canadá) (1967-1970) y se ordenó de sacerdote el 3 de junio de 1970 en San Juan, (Puerto Rico), donde resi-día la familia. Su avidez intelectual y sus deseos de formarse muy bien para así ser un mejor instrumento de Dios en el servicio al pueblo, le llevó a complementar su larga formación de jesuita con una Maestría en Antropo-logía en la Universidad de Illinois (Es-tados Unidos) y un Diplomado en Pas-toral para el Desarrollo en el Instituto Lumen Vitae, de Bruselas (Bélgica). Con ese enorme bagaje cul-tural, en vez de elegir trabajar en alguna de las reconocidas universida-des jesuitas, se insertó en uno de los barrios más pobres de Santo Domin-go, Guachupita, para vivir junto al pueblo más empobrecido su decisión de seguir con radicalidad a Jesús, y acompañarle en su proyecto de cons-truir una sociedad justa y fraternal que privilegie a los más pobres, no porque sean mejores, sino porque ne-cesitan más y, por ello, tienen un lugar privilegiado en el corazón ma-ternal del Padre. Durante 30 años, de 1973 a 2003, vivió en diversas comunidades insertas, trabajando en las parroquias de los barrios Guachupita y Guandu-les, de Santo Domingo. En este tiempo compartió su trabajo pastoral con sus reflexiones e investigaciones como profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, del Seminario San-to Tomás de Aquino y del Instituto Fi-losófico Pedro Francisco Bono. Dirigió

también la ONG Ciudad Alternativa (1988-1992) y el Centro de Estudios Sociales P. Juan Montalvo, S.J. (1993-2003). Como secretario ejecutivo del movimiento “Ciudad Alternativa” impulsó con vigor la construcción de un modelo de democracia participa-tiva. De hecho, así se titulaba la hoja informativa que empezó a publicar desde el Centro de Estudios Sociales P. Juan Montalvo. Desde Ciudad Al-ternativa, Jorge se opuso con fuerza a los desalojos forzados de la zona cercana al río Ozama, que pretendían “sacar a los pobres de los lugares más pobres para ponerlos en sitios peores todavía”, y siempre planteó proyec-tos de dignificación de las barriadas con la participación activa de los pro-pios pobladores. Fue director de la revista Estudios Sociales, en la que publicaba sus reflexiones, descubri-mientos y amplísima producción in-telectual, siempre al servicio de la liberación integral del pueblo más olvidado, y luego fue coordinador del Sector Social en la Asistencia de Amé-rica Latina Septentrional. Entre otras organizaciones fundadas por Jorge se encuentran: Ediciones Populares, el periódico popular Encuentro, el Co-mité para la Defensa de los Derechos Barriales (COPADEBA), y la cooperati-va de consumo “Compras Unidas”. Desde su inserción en los ba-rrios, hizo grandes aportes al estudio de la realidad social dominicana y a la defensa de los valores democráticos y de los derechos de los pobladores de los barrios. Para ser más eficiente, se dedicó a estudiar a fondo la cultura popular y a buscar una metodología participativa para que el pueblo pu-diera expresar su voz y conquistar sus

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derechos. Fruto de sus vivencias, reflexiones e investigaciones, publicó, en 1997, el libro “La otra cara de la pobreza” (reeditado a propósito de su muer-te), en el que presenta una visión de los pobres y de la pobreza, no como mera carencia o necesidad, sino subrayando sus riquezas y potencialidades, como lo haría y propondría a lo largo de toda su vida y su trabajo. Él mismo resumió esta convicción en una entrevista que le hizo Teleantillas en julio de 2016, en la que afirmó que la exclusión y la pobreza no son unos porcentajes, son rostros concretos, unas historias, unos nombres, personas; que hemos de aprender que los análisis que hacemos (que a veces son demasiado pesimistas) no correspon-den con la realidad de compromiso, de generosidad, de ternura que existe en medio de los pobres; una realidad que no se expresa en las estructuras for-males, pero que está presente y que la estamos desperdiciando porque no la miramos cuando nos fijamos sólo en las estructuras. “¡Redescubrir eso a uno le levanta la esperanza!”, decía. Le hace ver esa realidad no sólo en su miseria, sino en su potencialidad. Sabina Barone nos recuerda que a Jorge le gustaba repetir que “la gracia mayor que he recibido de Dios en mi vida fue el tiempo vivido con los más pobres en el barrio.” Jorge estaba convencido de que, para una real superación de la pobre-za, es necesario escuchar el clamor de los pobres; denunciar y oponerse a esas políticas sociales que buscan expulsarlos a las periferias de las ciudades donde ni se les vea ni se les escuche; priorizar el gasto social orientándolo a la educación y promoción del pobre que fortalezca su autoestima y la percepción de su valía, pues la cultura de la pobreza crítica produce una visión fatalista del mundo que reproduce la pobreza y genera violencia. Junto a esto pensaba que había que acabar con esa concepción de la política clientelar y limosnera que no se orienta a superar la pobreza, sino a mantenerla, e impide la formación de auténticos ciudadanos, gestores de verdaderas democracias. Estaba convencido de que toda acción orientada a superar la pobre-za tenía que trabajar la autoestima del pobre, ayudarle a rescatar los valores personales y culturales de su contexto. Por eso, consideraba muy importante la revaloración de los elementos propios de su identidad, el descubrimiento de sus capacidades y la oportunidad de desarrollarlas, la libertad para la creativi-dad, el vencer el prejuicio y el rechazo social atreviéndose a participar, a exigir derechos, a mostrarse sin miedo. Se quejaba de que, a veces, los que trabajan para los pobres se sienten con la responsabilidad de ser voz de los que no la tie-nen. Pero los pobres no son mudos. El problema es que la sociedad es sorda. No hace falta hablar por ellos, ser su voz. Ellos tienen su propia voz. Pero hay que pasarles el micrófono, hay que reforzar sus voces con las nuestras. Hacer que sean escuchados. Hay que abrir caminos para que los pobres puedan acceder a los medios de comunicación social, a los espacios de participación y decisión, superar las actitudes de tantos políticos, que supuestamente hablan en nombre del pueblo, pero nunca lo escuchan. En el año 2003, fue nombrado Director de Fe y Alegría de Rep. Domi-nicana. Espíritu incansable, creativo y generoso, asumió con entusiasmo esa

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nueva tarea, y se entregó en cuerpo y alma a robustecer el trabajo de Fe y Alegría en ese país, como movimiento de educación popular. Unos pocos meses después, en noviembre del mismo año, 2003, la Compañía de Jesús lo nombró Coordinador de la Federación Internacional de Fe y Alegría, cargo en el que puso a prueba su reconocida capacidad orga-nizativa y gerencial, hasta 2010, en que fue nombrado superior local de los jesuitas de Cuba y, en 2012, Presidente de la Conferencia de Provinciales en América latina y El Caribe (CPAL), cargo que desempeñó hasta 2017 cuando regresó a Cuba para encargarse de los Centros Loyola.

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Si durante toda su vida Jorge fue un verdadero maestro de vida, un educador popular muy coherente, Fe y Alegría le posibilitó profundizar en la concepción y prácticas de la Edu-cación Popular, y se esforzó con dedi-cación y pasión por hacer de Fe y Ale-gría un movimiento global al servicio de la transformación de la educación para que posibilitara la transforma-ción social. Durante su coordinación, Fe y Alegría se extendió a Chile, Hai-

tí, Uruguay, y empezó a sembrarse en el corazón del vasto y doliente con-tinente africano, con sus inicios en Chad. El P. Roberto Jaramillo, que conoció muy bien a Jorge, pues tra-bajó con él en la CPAL, escribió con motivo de su muerte:

El rigor analítico de Jorge, unido a su preparación y capacidad inte-lectual le llevaron a hacer contri-buciones mayores en el mundo de

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la educación popular, especialmente en los tiempos de su servicio en Fe y Alegría, y luego como Presidente de la CPAL. Sabía colocar por escrito de manera breve, pero con especial lucidez sus intuiciones. Jorge era, más que un teórico, un educa-dor per se. Su manera de proceder era educativa, el contacto con él nos educaba. Hacía crecer a las personas, confiaba en ellas; creía en el liderazgo compartido, se rehusaba a asumir papeles individuales protagónicos; no tenía prisa para esperar que cada uno pudiese entender y, finalmente, dar lo mejor de sí; era exigente y disciplinado pero magnánimo y comprensivo. Sabía escuchar con atención y pa-ciencia los propósitos de los demás y rescatar lo mejor de ellos para construir juntos a partir de allí. Igual respeto y atención tenía cuando conversaba con una persona simple y sin preparación que cuando se sentaba con macro actores a dis-cutir políticas públicas y grandes proyectos. Fue un hombre al que le cabían en la cabeza y en el corazón -y al mismo tiempo- las preocupaciones de las personas concretas y las necesidades de la compañía, de la Iglesia y del mundo en que vivió.

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A su vez, María Luisa Berzo-sa, en una emotiva carta que escri-bió desde Roma, el 1 de diciembre de 2020, también con motivo de su muerte, recuerda con agradecimiento el discurso con que abría cada Con-greso Internacional de Fe y Alegría:

Impecable, brillante, una hoja de ruta que nos marcaba por dónde caminar… Creo que te enamoras-te -si antes no lo estabas- de la educación ‘en modo José María Vélaz sj’, popular, de calidad para los más pobres. Y seguiste sien-do educador en todo tu caminar, en las diversas misiones que se te encomendaron porque siempre te atrajo fuertemente la persona ne-cesitada de ponerse en pie, de no vivir encorvada.

Pero Fe y Alegría no se te fue nun-ca; en uno de los últimos mensajes te leía ‘esperando que Cuba abra y preparando la entrada de Fe y Alegría’ …era como un imán que te atraía con fuerza. Estar a tu lado era una posibilidad de reno-var energías, de abrir horizontes, de sobrevolar a lo pequeño, aun-que con esto también vibrabas, no había nada insignificante en tu comprensión de la vida.

Fruto de su reconocida labor en Fe y Alegría, Jorge fue electo pre-sidente de la Conferencia de Provin-ciales en América Latina y El Caribe (CPAL) mientras servía como superior jesuita de Cuba. Pronto su nuevo cargo le exigió salir de Cuba y establecerse primero en Río de Janeiro (Brasil) y luego en Lima (Perú). Dijo entonces de su nombra-miento que sería una oportunidad de “mirar al futuro, no mirando hacia el

Norte, sino mirando hacia el Sur”. Y eso mismo aplicado a cada uno, que “al buscar la salvación, no tengamos que mirar hacia arriba, sino hacia el lado”. Y añadió que su entrada en la nueva tarea en la CPAL había sido por la puerta de la Semana Santa. Una oportunidad para acompañar a los pueblos sufrientes de América Latina con la mirada puesta en el horizonte de la resurrección, que nos hace le-vantar la vista y echarnos a andar con una esperanza nueva. En un breve texto, con motivo de los 20 años de CPAL, que escribió a escasos meses de su muerte, nos cuenta su llegada:

Llegué a la CPAL en 2012, cuando ya estaba consolidada: con una identidad fuerte, con sentido de misión común, con estructura de redes dinámicas y flexibles y un plan estratégico nacido de su prin-cipio y horizonte. Eran los frutos de una docena de años de vida. Para mí fue entrar a formar parte de un cuerpo apostólico continen-tal y tener la experiencia de una célula privilegiada de ese cuerpo; pude recorrerlo captando toda la vida que había en él.

Entré por la puerta de la Amazonía, donde pasé mis primeras navidades “cpalinas”. Por eso hoy siento es-pecialmente la importancia del re-ciente Sínodo. Trabajar en la CPAL fue una hermosa experiencia de sentirme Compañía de Jesús, he-redero de lo construido por otros, compañero de muchos en la cons-trucción del futuro; desde un plan estratégico que nos invita a cons-truir juntos la conciencia y solida-ridad latinoamericana en nuestro compromiso con los pobres y los

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jóvenes, inspirados en la espiritualidad ignaciana. Fue la experiencia de ir tejien-do redes de fraternidad en colaboración con mucha gente, como pueblo latinoa-mericano, insertados en una Compañía universal. Un tiempo de soñar con otros y de sentir un cuerpo amplio en que participábamos muchos colaboradores en la misión de Cristo en América Latina.

Me cautivó como proyecto personal la imagen de la jirafa, que tanto usaba el P. Adolfo Nicolás, con mirada de horizonte y corazón lleno de jóvenes, de exclui-dos, de pueblos originarios y caribeños, de la Amazonia, y del caribe de Haití y Cuba. Pero no con la actitud del avestruz, de esconder la cabeza en la arena para no ver, sino con la espiritualidad de ojos abiertos que crea comunidades para el compromiso.3

Jorge reconoció que su empeño principal de su trabajo en la CPAL fue la promoción y coordinación de redes, que posibilitaran a todas las obras de la Compañía articularse en torno a un Proyecto Apostólico Común, que respondie-ra mejor a las exigencias de la misión en nuestro mundo globalizado. En una de sus famosas cartas que acostumbraba escribir cada año en Navidad, actividad que le ilusionaba mucho pues era una extraordinaria oportunidad para recordar caras y celebrar juntos la navidad, escribió: “Mi trabajo en la Conferencia de Provinciales en América Latina y El Caribe (CPAL) es coordinando redes. Hoy están de moda las redes sociales. Las redes son instrumentos para la comu-nicación y la colaboración. Y mi trabajo es conectar personas, instituciones, grupos. Y aunque esto es posible gracias a la tecnología digital, no sustituye la necesidad de contacto personal de vez en cuando para que sean relaciones humanas, personales, cálidas. Por eso es que, como ustedes saben, viajo tanto. Mi comunidad me dice que soy su visitante…” En 2017, y una vez que culminó su trabajo en la CPAL, regresó a su Cuba natal, donde fue nombrado director de los Centros Loyola, que combinan la formación humana, la capacitación y el emprendimiento. En la carta que escribió en las navidades de 2018, desarrolla ampliamente su trabajo en estos centros. En el último capítulo abordaremos esta temática. El primer domingo de adviento, a las 4 de la madrugada, 29 de noviem-bre de 2020, un infarto fulminante llevó a Jorge a continuar su proyecto en los brazos del Padre. El P. David Pantaleón, Superior de los jesuitas de Cuba, reseñó al día siguiente su muerte con estas palabras:

Consiguió llamarme al celular para decirme que se sentía muy mal. Le encon-tramos recostado en su cama. La habitación en orden. Algunos apuntes sobre la mesa de trabajo. Tres libros con marcas de lectura: ‘Diferentes, desiguales y desconectados’ (mapas de la interculturalidad); ‘Las Familias Cubanas en el

3. Jorge Cela, “Memoria del Futuro - 20 Años CPAL”. Publicado el 3 de Marzo de 2020 en la Revista “Un cuerpo para la Misión” de los 20 años de la CPAL, en https://jesuitas.lat

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parteaguas de dos siglos’ y ‘Desde el vientre materno te llamé’ (Reflexiones sobre el aborto).

Estaba escribiendo esos días sus reflexiones para el retiro al clero diocesano que debía acompañar en enero. En su agenda sobre la mesa resaltaban dos tareas: preparar ese retiro y redactar una carta de navidad que enviaba a sus amigos. Apenas había redactado un párrafo de esta carta en su borrador: ‘Cada año es-cribo una carta resumiendo la historia vivida. Es una manera de reconectarme, al menos una vez al año por Navidad, con mucha gente querida que tengo a distancia, no de corazón, ni de protocolo de Covid-19, sino geográfica. Pero este año mi carta será distinta, como lo ha sido el 2020. El año ha estado marcado por una pandemia que rompió todos los planes estratégicos, los cálculos cientí-ficos de progreso’…

Quienes conocían a Jorge se sorprendieron no solo de su muerte, sino de la edad con que partió de este mundo: 79 años. Tenía 61 años como religioso jesuita y había cumplido hace unos meses sus bodas de oro sacerdotales. Jorge fue un alma joven y entusiasta hasta el último minuto de su vida. El P. Roberto Jaramillo resumió muy acertadamente a Jorge con estas palabras: “Agradeci-dos por el sacerdote intelectual y sencillo. El gran luchador contra la inequi-dad. El que nos ayudó a ver ‘la otra cara de la pobreza’. El gran promotor de la educación popular y la democracia participativa. El gran tejedor de redes de solidaridad, de instituciones de la sociedad civil y comunidades de fe. El laborioso asesor pastoral de la Iglesia. El amigo fiel, sonriente y oportuno.”

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A su vez, otra compañera y amiga de Jorge, Sabina Barone, escri-bió al enterarse de su muerte:

Con los pobres de la tierra…quiero yo mi suerte echar: No he encon-trado mejores palabras que éstas de los Versos Sencillos de Martí para acercarme un chin a tu vida, Jorge. Pienso que recogen tu de-seo más profundo, tu pasión más entrañable, el amor en tu entrega diaria. A las y los empobrecidos –y a Dios en ellos– ofreciste tu per-sona, tiempo, sueños, reflexión, servicio, tu vida tan vivida.

Con ellos conviviste 30 años en Guachupita y Los Guandules, tu Nazaret prolongada. Aunque ellos ya estaban desde mucho antes en tu corazón–sin saberlo–, y contigo seguirían –y tú con ellos– hasta el final. Siendo todavía alumno del Colegio Belén en tu Habana natal, tu llamado a ser sacerdote y jesui-ta –tu vocación– nació como res-puesta a esa pregunta que tampo-co te abandonaría: ‘¿Desde dónde podré ayudar más a construir un mundo de justicia y fraternidad?’

Esa fue la parte fundamental de ‘la otra cara de la pobreza’ que los pobres te ayudaron a descu-brir. Por tu parte, se las reflejarías y fortalecerías en toda la valoriza-ción de sus personas, de su cultu-ra, de su alegría generosa, de su solidaridad y compromiso organi-zativo, de su fe, de su modo de revelarnos al verdadero Dios, el de Jesús. Siempre como sujetos transformadores, como personas. Ya no ‘imaginados’, sino con la carne y rostros y el espíritu vivo de El Nazareno reflejado en sus vidas.

Desde los barrios y su gente nos marcaste a tantas y tantos. Con ese don para contagiar entusias-mo y Buena Nueva, con tu mirada reflexiva siempre honda y amplia, tu palabra generadora y tu espíritu lanzado y sincero, tu timidez hu-milde y provocadora. Sí, eras muy tímido y nadie te lo creería, pero los pobres despertarían tu voz, te enseñarían a ser Hermano, Compa-ñero de Jesús, Sacerdote, Amigo. Darían palabra y cuerpo a lo que ya venía gimiendo en tus muchos años de estudio sin títulos.”

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El P. Jorge Cela alimentó su vida, su compromiso y todos sus pro-yectos en las fuentes de la espirituali-dad ignaciana. Espiritualidad enraiza-da en la historia, en el cuerpo y en la vida, que no huye del mundo, sino que trata de transformarlo. Si espi-ritualidad significa vivir con espíritu, para Jorge la espiritualidad ignaciana, espiritualidad profundamente cristia-na, implicaba vivir con el espíritu de Jesús. Tres son los rasgos esenciales, a mi modo de ver, de esta espirituali-dad: una gran intimidad con el Padre, que Jesús experimentó como Abba, ternura infinita; apasionamiento por el Reino, es decir por una sociedad justa y fraternal; y compasión eficaz a favor de los más débiles y exclui-dos. Es una espiritualidad, en conse-cuencia, mística o contemplativa, y espiritualidad política, en el sentido original de la palabra como compro-miso por el bien común. Como espi-ritualidad contemplativa o mística cultiva la vida interior, la oración, la meditación, la contemplación. Como espiritualidad política se comprome-te a seguir a Jesús en su empeño de transformar el mundo, o en términos evangélicos, de establecer el reinado de Dios.4

Jorge comprendió muy pron-to que la experiencia de Dios apare-

ce en la Biblia íntimamente ligada a la experiencia de la realidad. Una fe que no se encarna en los caminos de la historia de los hombres pierde de vista al Dios que se revela en la historia. Al borrar la historia sen-timos el vértigo de Dios y tenemos que reinventarlo como calmante. Se construye entonces un dios con sus manos: creatura y no creador, objeto y no sujeto. Pero Yahveh es siempre un Dios en la historia. La realidad conocida se hace dedo que señala y llama. Es lo que experimentó Moisés. La experiencia quemante de Dios (Ex. 3,2) lo devuelve a su historia, de la que había huido: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arran-can sus capataces; pues yo conozco sus sufrimientos” (Ex. 3,7). Este Dios experimentado desde la historia de opresión como el que llama y envía exige nuestra respuesta. Por eso la experiencia de Dios es experiencia de plenitud y de temor (Ex, 19, 16-19). No de un temor a un Dios-Juez-Seve-ro, sino ante el Dios que compromete en una alianza irresistible. La voca-ción, el llamado, asusta y el peso de la opresión por liberar nos hace sentir nuestra total impotencia. Como Moi-sés exclamamos: “Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los hi-

4. Para preparar este capítulo he utilizado y tejido libremente textos de tres conferencias de Jorge Cela: “La gestión desde la perspectiva ignaciana”, conferencia en el taller “Fe desde el compromiso social”, Los Teques, Venezuela, 2010; “Notas sobre la experiencia de Fe y análisis de la realidad”, 2009 y “Con el ojo de la intención enfocado en la misión”, las tres se encuentran en www.pedagogiaignaciana.com, biblioteca digital. También recomiendo el artículo de Jorge, “Escu-char el clamor de los pobres”, publicado en Estudios Sociales, nº 89-90, julio-diciembre,1992. Y el nº 11 de la Revista de la Federación Internacional de Fe y Alegría “Hacer el bien y hacerlo bien”, XL Congreso en El Salvador, 2009, en www.pedagogiaignaciana.com

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jos de Israel”. Pero en la misma percepción de la opresión intuimos la utopía como misión: “He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel…Ve, yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto” (Ex. 3, 8-10). La experiencia de Moisés se repite constantemente en la Biblia y en la historia de la espiritualidad cristiana: de la experiencia de Dios a la conciencia de la realidad como oprimida, y de allí a la experiencia de la vocación y misión para la liberación de esa realidad. Ante la invitación de Dios no hay excusas: “Ve, yo estaré contigo” (Ex. 3,12). El llamado del profeta Isaías es semejante: una experiencia de Dios tan plenificante como temible que lleva a la desesperación por la impotencia: “Ay de mí que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros y habito entre un pueblo de labios impuros”. Jesús mismo asumió como propia la vivencia profética de Isaías a quien la experiencia del Espíritu del Señor le lleva a tomar conciencia de la pobreza, el cautiverio y la opresión y sentirlos como misión: “me ha enviado” (Lc. 4, 18-19). El Dios que se nos revela en Jesús es un Dios que escucha (Mat. 7, 7-8) y mira a su pueblo, “que conoce sus sufrimientos” y siente “compasión de él” (Mat. 9, 36 y15, 32) porque está hambriento y oprimido y llama a acompañarle en su misión. La espiritualidad se alimenta, en consecuencia, de un Dios que sólo busca y quiere una humanidad más justa y más feliz, y tiene como centro y tarea decisiva construir una vida más humana. Seguir a Jesús es proseguir su misión, comprometerse con su proyecto. Buscar el cielo exige trabajar por humanizar la tierra. Educar será, en consecuencia, evangelizar, presentar la buena noticia de que Dios nos ama y nos invita a acompañarle en la construc-ción del Reino, y en la opción por los más débiles y necesitados. En los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, la contemplación de la encarnación se sitúa efectivamente entre las meditaciones del Rey Eternal y las Dos Banderas y precede a la elección de estados o clarificación de la propia vocación y misión (EE 135 ss.). Para Jorge la percepción de nuestra debilidad ante la grandeza del llamado es precisamente la raíz de nuestra elección. Dios no llamó a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena familia: todo lo contrario: “lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió Dios” (1 Cor. 1, 26- 28). Y es precisamente esta pobreza e impotencia la que nos lleva a construir la misión sobre la confianza en El. En consecuencia, la espiritualidad ignaciana, espiritualidad que im-pregna toda la vida de Jorge, no es de la resignación fatalista o del escape fundamentalista. Manteniendo que hay que confiar en Dios como si todo de-pendiera de Él, sostiene que hay que actuar como si todo dependiera de noso-tros. En consecuencia, nos sentimos invitados a construir el proyecto de Dios

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de una nueva sociedad basada en la justicia, muy conscientes de nuestra debilidad, pero seguros de que Dios nos acompaña. Jorge señala que el colofón de los Ejercicios Espirituales de San Igna-cio es la contemplación para alcanzar amor. Se trata de una manera de vi-vir, un estilo espiritual que nos hace descubrir, en la realidad cotidiana, la presencia amorosa de Dios, que nos in-vita a optar por el seguimiento de Je-sús, que se traduce en la actitud de en todo amar y servir, objetivo último de la espiritualidad ignaciana. Pero Igna-cio se apresura a aclarar que el amor se ha de poner en las obras más que en las palabras, en línea con el viejo refrán que dice que “obras son amores y no buenas razones”, o meros deseos o palabras bonitas. Cuando Ignacio ha-bla de amor, no habla de un sentimien-to, habla de obras que son el fruto del amor. Amar a alguien es preocuparse y ocuparse por garantizarle condicio-nes de vida digna y oponerse a todo lo que causa su exclusión y su miseria. El amor verdadero es un amor práctico, servicial. Amor como el que practicó Jesús que dedicó su vida a ayudar, a curar, a dignificar, a liberar, a perdo-nar. Amor solidario con el que sufre, con el desvalido para ofrecerle vida... Amor humilde, tierno y generoso. No es lástima ofrecida desde arriba, des-de la distancia, que humilla al que la recibe, sino compasión que comparte el dolor del otro y se esfuerza en re-mediarlo. Amar es gastarse por los de-más, irse consumiendo como la vela, para dar luz y calor. En todo amar y servir es el modo de salvar la vida, es decir, de liberarla de la trivialidad y

la superficialidad y llenarla de senti-do, como hizo Jesús, cuya vida fue un continuo desvivirse al servicio de los demás. Dios se asoma a nosotros desde la herida de la historia, desde el oprimido, y desde ahí nos llama. Cuando apagamos este canal, Dios se difumina y tendemos a sustituirlo por un Dios amoldado a nuestro aco-modo, que no convoca ni inquieta. El acompañamiento al Cristo doloroso y fracasado, y resucitado y triunfante, confirma la validez de nuestro segui-miento. Como afirmara con fuerza Jorge, en su discurso inaugural, en el XL Congreso en El Salvador: Hacer el Bien y Hacerlo Bien (2009):

Este Congreso en El Salvador, a los veinte años del martirio de Elba y Celina y de los seis jesuitas, nos pone enfrente el dolor del pueblo latinoamericano, aún crucificado por la pobreza y la exclusión. Es ese dolor nacido de la injusticia, la herida sangrante del analfabe-tismo, la escasa y pobre educa-ción, la falta de empoderamiento, la discriminación por género, et-nia, clase social, militancia políti-ca o religión, el que se convierte en criterio de nuestra gestión. Cuánto y cómo hacemos y la forma de hacerlo responde al clamor de este pueblo que Monseñor Romero y los siete mártires de la UCA re-presentan de manera eximia. Jon Sobrino nos recuerda en su carta a Ellacuría las palabras escandalosas de Monseñor Romero que él solía citar: ‘Me alegro, hermanos, de que la Iglesia sea perseguida. Es la verdadera Iglesia de Cristo. Sería muy triste que en un país donde

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se está asesinando tan horrorosamente no hubiese sacerdotes asesinados. Son la señal de una Iglesia encarnada’. Ellos firmaron con su sangre esta verdad. La solidaridad pasa por asumir y compartir el dolor del hermano. Cuando los estudiantes de Honduras estuvieron a punto de perder el curso por el golpe de estado, cuando las poblaciones de Perú perdieron todo con el terremoto, cuan-do Haití quiso empezar sus primeras escuelas en poblados sin agua corriente ni energía eléctrica, cuando los padres de familia del Chad se dispusieron a construir escuelas para sus hijos, siempre hubo manos solidarias que dieron de su tiempo, saberes, relaciones, dinero para construir…Nuestras muertes son se-millas de resurrección. Como lo fue la sangre de los mártires salvadoreños, que sembró la esperanza que hoy quieren cosechar.

Todavía muchos cristos latinoamericanos siguen clavados a su cruz esperando el alba de su resurrección. Ellos serán siempre nuestra evaluación. Los que aún siguen clavados. Y aquellos para los que, con el apoyo que da nuestro esfuerzo, un amanecer de esperanza empieza a brillar. Nuestro diario morir en el trabajo callado y austero del barrio o la oficina va sembrando en la tierra fértil de nues-tros pueblos. Nuestras muertes son semillas de resurrección.

De los múltiples aspectos de la espiritualidad ignaciana que Jorge abor-da en sus escritos, conferencias y discursos, quiero detenerme brevemente en tres que no siempre han sido bien entendidos y que hoy pueden ayudarnos a vivir más plenamente nuestra identidad y nuestra misión: Oración y discerni-miento, Obediencia y el Magis.

1. ORACIÓN Y DISCERNIMIENTO

Para Ignacio de Loyola, los Ejercicios Espirituales eran una profunda experiencia de Dios. Y como ya señalamos, en toda la tradición judeo cris-tiana, la experiencia de Dios se convierte en conciencia de la realidad que llama y compromete. Esta experiencia es una comunicación personal con Dios que nos ayuda a descubrir su llamado en nuestra historia concreta. No es una oración que requiere la huida del mundo para el encuentro con Dios, sino que es la vivencia del Dios que nos sale al encuentro en la vida cotidiana y nos va revelando los caminos de su llamado. Por eso la espiritualidad ignaciana es para discernir la validez de nuestro seguimiento a Jesús en el compromiso de establecer su Reinado y trabajar por una sociedad justa y fraternal. Por ello, como nos lo indica Jorge, el discernimiento tiene que partir de las actitudes básicas que marcan nuestro espíritu:

• La indignación ética ante realidades de injusticia que mueve a la acción, para “planificar la generosidad, el ímpetu y el entusiasmo” y poner en marcha dinamismos de cambio.

• La búsqueda constante de alternativas para dar las mejores respuestas,

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en actitud crítica y constructiva, con visión de futuro, combinando un sano realismo con la audacia.

• El sentido del “Magis” ignaciano que busca el “mayor servicio y bien universal”.

• El ser para los demás: el sentido del servicio libremente compro-metido, enraizado en la “fe” y la espiritualidad, con el signo de la “alegría” profunda y convocadora.

• El servir “donde termina el asfal-to”, donde otros no llegan: que es decir en las fronteras, las ac-tuales y las nuevas, en aquellas zonas geográficas, en los contex-tos culturales y con los grupos de población donde se presentan los problemas que más desafían nuestra identidad y misión.

• La apertura al diálogo con las cul-turas y las religiones superando y cruzando fronteras para cata-lizar buenas voluntades capaces de soñar para construir un nuevo mundo de relaciones justas.

Como un modo de concretar el discernimiento, San Ignacio, en los Ejercicios, propone el examen perió-dico, la evaluación como actitud de mejora. Una visión de la evaluación no como destructiva búsqueda de nuestras culpas, sino como actitud de crecimiento, como atención a opor-tunidades, como continuo balance de fortalezas y debilidades en nuestro andar hacia las metas. Y este discernimiento hay que hacerlo desde un mundo en conflicto, en el que es necesario proponer una nueva manera de ver el poder como incluyente. Resulta muy significativo

que cuando Jorge aborda el tema de la gestión, nos indica que la visión es-tratégica supone esa acción reflexiva que evalúa y sistematiza para avan-zar. Cuando el marco de la acción es un colectivo, como lo es la Compañía de Jesús o Fe y Alegría, este discer-nimiento se da en diálogo con la co-munidad. La comunicación adquiere entonces un papel fundamental en la gestión. Estar a la escucha y entrar en diálogo son actitudes fundamenta-les para discernir. Por eso todos los proyectos tienen que estar encuadra-dos en el propósito transformador de la sociedad, ligados a la comunidad concreta, nacidos de ella y realizados con su participación. Tienen que ser generadores de solidaridad, libertad y fraternidad. Tienen que ser respe-tuosos de las diferencias, pero reta-dores para crear novedad. Jorge nos recuerda que, para Ignacio, el discernimiento es siempre con la mirada puesta en Jesús. Él es el criterio de nuestra acción. Su es-tilo, sus valores, son los que nos dan la pauta para tomar nuestras decisio-nes. En la meditación de las dos ban-deras, Ignacio nos hace conscientes que las decisiones de nuestra vida tienen que ir fundamentadas en una opción fundamental por la bandera de Cristo, que se caracteriza por la transparencia y la libertad. Este tie-ne que ser el marco de toda opción pedagógica desde los valores fundan-tes institucionales que forman parte de nuestra misión: justicia, libertad, participación, fraternidad, respeto a la diversidad y solidaridad, con opción preferencial por la población empo-brecida y excluida, para contribuir a

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la transformación de las sociedades. Que no podemos olvidar que la finalidad de nuestro trabajo y de nuestro discernimiento es crear mecanismos eficaces de superación de la pobreza y la exclusión. Afirmaba que esta es nuestra razón de ser directores, responsables de programa, o educadores, que tenemos vocación de servicio porque estamos convencidos de que, como decía Lucho Espinal: “El que no vive para servir, no sirve para vivir.” El liderazgo ignaciano despierta la criticidad que no lleva a la ruptura porque se integra en la dinámica del amor y el servicio, afirmando las relaciones personales y el crecimiento individual en procesos colectivos que se construyen en equipos y redes.

2. SENTIDO DEL MAGIS IGNACIANO

Para Jorge, la lógica del Magis (más) en la espiritualidad ignaciana nace de la conciencia de lo grande que tenemos entre manos: sentirnos res-ponsables de la historia como proyecto de Dios; sentir que el Reino, el pro-yecto de Dios sobre el mundo, ha sido puesto en nuestras manos. Y en la parte que a cada uno nos toca realizar, sin importar si es pequeña o grande, estamos apostando la credibilidad, la viabilidad del proyecto de Dios. Esto tiene que ser para nosotros un incentivo constante para hacerlo cada día mejor. Para no conformarnos con lo de todos los días y repetir lo de siempre. Para sentirnos siempre llamados a la novedad, a ser creativos. Para aprender a convertir cruces en resurrecciones y sacar lo mejor de las situaciones adversas. Para mantenernos en la pregunta constante desde la realidad. Para no sentir miedo ni impotencia sino atrevernos siempre a más. El liderazgo ignaciano, nos enseña Jorge, destaca por su capacidad de soñar en grande, de asumir riesgos, de avanzar hacia nuevas fronteras con crea-tividad, pero con la solidez de quien avanza con los pies anclados en el lodo y con las manos unidas al pueblo. Un liderazgo de quienes tienen la densidad y profundidad espiritual de contemplar la realidad con ojos nuevos y descubrir en ella la invitación del Dios siempre mayor, que se nos revela como el siempre menor para convocarnos a en todo amar y servir. Por eso Jorge nos recuerda, refiriéndose al logo de Fe y Alegría, que nuestro corazón está para en todo amar a quienes, como niños, estén siempre dispuestos a crecer desde lo mejor de cada uno y cada una, a aprender siempre. La vocación a crecer no se limita al desarrollo de competencias profesionales. Como en la educación de calidad que propone el Movimiento, se trata del crecimiento integral de la persona, para in-corporarse a la producción, a la vida social y política y para integrar la persona misma en todas sus dimensiones, incluida la trascendente. Y este crecimiento requiere ruptura y conversión. Gestionar una obra social ignaciana implica en-trar en ese proceso de conversión permanente. El Magis, en definitiva, nos impulsa no a creernos más ni a pensar que somos los mejores, sino a ser osados y creativos, lanzados a inventar nuevos ca-

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minos, a aprovechar oportunidades, a soñar rutas nuevas desde donde construir justicia, desde donde hacernos solidarios. El Magis nos reta a ser cada día más profesionales, más efectivos y afectivos, más creativos, mejores, más solidarios. Tenemos que aprender que no buscamos ser los primeros ni los mejores, sino, como dijo el poeta “llegar con todos y a tiempo”, unirnos a cuantos buscan el Reino de Dios, en una historia que tiene muchos rotos. Debemos profundizar nuestra reflexión, para compartir con sinceridad, para aprender y abrirnos a la novedad, para dejarnos impactar por esta desbordante presencia de voluntades comprometidas con hacer mejor el mundo que nos ha tocado. Así la conciencia de pertenencia al movimiento funciona como una invitación a la conversión per-manente. Jorge afirmaba que la identidad debe siempre funcionar como llamado a crecer. Esta vocación a crecer no se limita al desarrollo de competencias profe-sionales, a buscar ser los mejores académicamente. Se trata más bien del creci-miento integral de la persona, para incorporarse a la producción, a la vida social y política y para integrar la persona misma en todas sus dimensiones, incluida la trascendente. Y este crecimiento requiere ruptura y conversión.

3. OBEDIENCIA PARA UNA MAYOR EFICACIA EN LA MISIÓN

Al abordar el tema de la obediencia, que tiene tanta relación con el uso del poder y reconociendo que en la historia se han cometido muchos abusos y deformaciones con respecto a una interpretación errónea de la obediencia, Jorge nos recuerda que Ignacio no pensó originalmente en fundar una orden religiosa, sino en invitar a un grupo de compañeros en su aventura de seguir a Cristo en tierra santa. Sólo cuando estos planes fracasan, el grupo se pregunta sobre el futuro y, en el estilo de los ejercicios espirituales, se empeña, como comunidad, en la búsqueda de la voluntad de Dios para ellos. Este momento, conocido en la historia de la Compañía como la deliberación de los primeros pa-dres, es clave para entender el sentido de la obediencia en la orden. Los prime-ros jesuitas se deciden a hacer voto de obediencia a un Superior para garantizar la continuidad de la experiencia vivida en aquella deliberación comunitaria. Es decir, para asegurar que el grupo como tal se mantenga en continua búsqueda y seguimiento de la voluntad de Dios. En este sentido, Súbdito y Superior, y en realidad toda la comunidad, entran en un proceso de búsqueda de la voluntad de Dios, que se nos revela en la vida. La obediencia ignaciana se fundamenta, por consiguiente, en las expe-riencias de Ignacio en Cardoner y la Storta, (en los Ejercicios Espirituales en las meditaciones del Rey Temporal y las dos banderas). Es decir, es una obediencia apostólica que busca descubrir la misión a la que el Señor envía a la Compañía hoy y aquí. La obediencia tiene su finalidad y su sentido en la misión. Y es cris-tocéntrica: Jesús no obedeció a ningún superior. Él obedeció al Padre. La con-cepción de Ignacio es que la obediencia en la Compañía es al Padre eterno, que

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nos envía, no al superior. Obediencia para una mayor eficacia (o coherencia) en la misión, no necesariamente para mayor eficiencia (o rendimiento). El grupo busca conocer y cumplir la voluntad de Dios sobre ellos. Y en el empeño por discernir lo que Dios quiere de ellos descubren que eso es lo que buscan como actitud permanente. Nos explica Jorge, que nace así el voto de obediencia al Papa como dis-ponibilidad a la voluntad divina. Y en el proceso descubren que es esa búsque-da de la voluntad de Dios lo que desean para el grupo como estilo permanente. En consecuencia, la radicalidad de la obediencia ignaciana no es por cultura militar, que Ignacio nunca tuvo, sino por determinación de cumplir la voluntad de Dios, buscada como grupo en la deliberación comunitaria. Por eso, junto a la radicalidad de la obediencia, insiste Ignacio en la representación al Superior, en la atención a la opinión de los consultores, en el espíritu de búsqueda de la voluntad de Dios, y en el discernimiento personal como actitud. Por eso, la importancia que el discernimiento personal se dé en el contexto de la mi-sión apostólica, y la conciencia de que toda contradicción entre ambos tiene que nacer de errores en el proceso, pues Dios no puede contradecirse en su voluntad. La historia de la Compañía confirma esta tensión permanente entre personalidades fuertes, con convicciones firmes, con alto sentido de cuerpo, comprometidas en discernir la misión que Dios les confía en el contexto con-creto, pero dispuestas a aceptar la autoridad como opción segura ante las oscuridades. Y afirma que la obediencia así entendida, que busca empoderar a las personas y comunidades, exige desarrollar un nuevo estilo de liderazgo com-partido, en equipo, más democrático que nos permita construir y vivir en la práctica los valores de equidad, participación y solidaridad. Valores de jornada completa, que permeen no sólo nuestro discurso, sino también y especialmen-te nuestro accionar. Nos exige también un estilo de gerencia más participativa y basada en los derechos de las personas y las comunidades, en el contexto de sociedades plurales, donde el poder se ejerza inclusivamente.

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El propio Jorge confesó que llegó a la dirección de Fe y Alegría en República Dominicana con el temor de que el cargo directivo pudiera ale-jarlo del pueblo pobre y excluido con el que había convivido en sus largos años de inserción en los barrios de Santo Domingo. Le parecía que dejar de ser vecino y pasar a director equi-valía, en cierta forma, a dejar de ser uno de ellos, y alejarse de su mundo. Sin embargo, pronto descubrió otra forma de hacerse prójimo, como en el evangelio del Buen Samaritano, pues enseguida comprendió que Fe y Alegría era una llamada permanente a la solidaridad, a la innovación para la transformación, a la participación, a la integración con la comunidad.5

Fe y Alegría le ayudó tam-bién a liberarse de la concepción que mantenían muchos de los que traba-jaban insertos en las comunidades populares de que la educación po-pular se limitaba a la educación in-formal, extraescolar, principalmente de adultos, y fue comprendiendo que también era posible hacer educación popular en los espacios y tiempos es-colares. Incluso llegaría a proponer y trabajar para que toda educación, sobre todo si se inspiraba en los valo-res del evangelio y quería contribuir a gestar un mundo más justo y huma-no, debería asumir los principios de

la educación popular, que no tiene que ver sólo con el sujeto de la edu-cación, que son los pobres; sino tam-bién con los contenidos, que parten de su cultura y sus necesidades; con su objetivo, que es construir una so-ciedad donde termine la marginación y la exclusión; y con su metodología, que busca crear mecanismos de diá-logo y participación democrática. A Jorge le entusiasmaba el clamor del P. Vélaz de que Fe y Ale-gría no había nacido para fundar es-cuelas, sino para convertirse en una revolución a través de la educación. Revolución pacífica, desarmada, que evitara así la revolución sangrienta de la violencia. Como le gustaba insistir, “cuando en Fe y Alegría hablamos de nuestro objetivo, decimos que es la transformación social. Y lo decimos en serio. Como repetía el P. Vélaz: Todos los activistas y dirigentes de Fe y Alegría se tienen que empapar de la idea de que su misión no es hacer es-cuelas como fin último, sino transfor-mar con la educación, las estructuras sociales…, elevando a nuestro pueblo abandonado a una participación acti-va, igualitaria y armoniosa en la vida nacional”. Pero era evidente que ade-cuar la educación formal a los prin-cipios de la educación popular exigía transformar profundamente esa edu-

5. En la preparación de este capítulo he seguido y utilizado libremente trozos de las conferencias y escritos de Jorge “La Educación factor de transformación social”, “Que la muñeca baje al pa-tio”, “Público y privado en educación” y “Colaboración educativa, educación popular y educación complementaria”, todas en www.pedagogiaignaciana.com, biblioteca digital. También “Vamos a respetarnos. Apuntes para una comprensión y superación de las políticas paternalistas”, en www.jesuitas.lat/JorgeCela, “Para construir solidaridad” y “Las comunidades educativa y el desarrollo local”, Palabras en el Acto de apertura y acto inaugural del XXXVIII Congreso Internacional de Fe y Alegría, en www.feyalegria.org/Congresos

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cación bancaria, transmisiva, autoritaria, excluyente, alejada de las comuni-dades, con un currículo único que no tomaba en cuenta ni los contextos ni las diferentes realidades del alumnado, realidad que seguía enquistada en muchas de las escuelas. Gestar esa nueva educación era el objetivo esencial que venía impulsando Fe y Alegría desde su nacimiento, y Jorge se identificó plenamente con él y juntó su pasión educadora a la de otros muchos, y reflexionando juntos, buscando juntos, promoviendo juntos, fueron labrando el camino de la educa-ción popular de Fe y Alegría Jorge estaba muy claro en que la educación popular es un proceso por el cual no sólo se trasmiten una serie de informaciones o conocimientos, sino también las prácticas, valores, comportamientos, actitudes que permitirán al sujeto incorporarse a la vida comunitaria como sujeto activo transformador. Por eso, en sus escritos la define como educación crítica, orientada a despertar la conciencia del educando y su capacidad de transformar su entono. Educación que valora más la pregunta que la respuesta, pues quien aprende a preguntar aprende a aprender, pues se trata de enseñar no a repetir, sino a transformar, a crear. El creador necesita información y técnica, pero también necesita imagi-nación y musas, sensibilidad y compromiso. Necesita estar bien plantado en una realidad que conoce y ama y que siente la urgencia de transformar. Y necesita sobre todo fines, motivos, banderas que defender, criterios, valores. Se trata de crear para mejorar, para luchar, para avanzar, para lograr una nueva sociedad que permita a todos vivir con dignidad. La finalidad de la educación no es so-meter, sino liberar para la creación de mundos nuevos y mejores. La educación que se conforma con trasmitir conocimientos y habilidades se queda trunca. Por ello, necesitamos ir más allá de programas y exámenes. Necesitamos aprender a saltar barreras, a inventar caminos, a nadar en aguas profundas y volar con la imaginación. Y sigo, a continuación, tomando libremente de los escritos de Jorge trozos que hablan de su pensamiento sobre los objetivos, fundamentos y modo de la educación popular. Buscamos que la transformación de nuestra sociedad global no esté ba-sada en la exclusión de los pobres. No sólo buscamos que más pobres se monten en el tren de alta velocidad del cambio social. Queremos incidir en la dirección que lleva el tren, en quiénes suben a él y en cuáles son los costos. Buscamos formar personas que sepan aplicar los conocimientos a la transformación de la realidad, y que incluyan en su visión valores como la solidaridad, el cuidado de la naturaleza, la ética y la estética. Y esto no es posible cuando la educación se encierra entre cuatro paredes de un aula, con horarios de entrada y salida, pues necesitamos que la educación salga a la vida. La educación popular, que parte siempre de la experiencia sentida de sus participantes y se orienta a transformarla de forma liberadora, tiene el potencial de preparar a las nuevas generaciones para una actitud diferente frente a la naturaleza y la sociedad. Para ello, debemos convencernos de que educar no es entrenar sino liberar, que

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no produce solo competencias sino personas que luchan, sueñan, trans-forman el mundo y se hacen solida-rias Las sociedades capitalistas promueven la competitividad y el desarrollo de capacidades para una mayor eficiencia y para competir con los adversarios del mercado. Como resultado tienden a implementar es-cuelas excluyentes, donde los estu-diantes con capacidades diferentes serán excluidos, estableciendo nive-les de selección que eduquen para vivir en una sociedad excluyente. La educación popular, como educación contracultural, tiende a desarrollar la solidaridad por encima de la com-petitividad. Plantea que su función es educar personas para una sociedad donde valores como la igualdad, la participación y la inclusión sean prio-ritarios. Es decir, una sociedad don-de los llamados sectores populares tengan oportunidades diferentes. Y Jorge cita dos afirmaciones importan-tes de José María Vélaz, que aclaran esta visión: “la justicia educativa es la base de la justicia social” y “no po-demos ofrecer una pobre educación a los pobres”. En el contexto de Améri-ca Latina, la educación de calidad ha sido privilegio de una educación pri-vada cara, a la que sólo tenían acce-so los ricos, y por lo tanto establecía los condicionamientos para mantener una estructura de clases de gran des-igualdad. La educación popular parte de la incapacidad del educando para educarse solo, para transformar solo la realidad. Pero eso no lo lleva a re-nunciar a su creatividad y su subjeti-

vidad, sino a asociarse con otros, al trabajo en equipo, a la construcción de redes, al descubrimiento de la par-ticipación, a reconocer que nadie se educa sólo, sino que nos educamos en comunidad. Y parte de las potenciali-dades presentes en el educando, que no inicia el proceso como una tabla rasa, sino con preguntas y saberes que aportar. La aceptación de la sabiduría popular nos abre a la posibilidad de nuevos saberes. La educación popular busca formar ciudadanos y ciudadanas inquietos y libres, que ponen nervio-sos a quienes aspiran a una sociedad uniforme. Este descubrimiento nos re-vela un cambio en el rol del educando: en el proceso de aprendizaje él no es mero recipiente, es interlocutor, suje-to, y, por tanto, también educador. Y esto devela al educador como educan-do, que va aprendiendo en el proceso. De este modo se rompe la mentalidad de que sólo el que tiene la autoridad, el poder, el dinero, es el que sabe; que sólo uno tiene las respuestas. Así se salta de la información que trasmite conocimientos al diálogo que constru-ye conocimientos. En vez de aprender el lugar de la verdad, aprendemos el camino para encontrarla. Ese es un ca-mino que nunca termina, que siempre abre nuevas preguntas. Y descubrimos que el espíritu científico no es una propiedad de los especialistas, sino una cualidad del ser humano. De esta forma, el sujeto se empodera no por la acumulación de los conocimientos que posee, y que tenderá a no com-partir para no perder poder, sino por la conexión creadora que establece con los otros sujetos que lo constituye en com-creador de nuevas realidades.

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Su empoderamiento no se da en cuanto elimina, subyuga o saca del juego al otro, sino en cuanto se conecta, colabora, construye con el otro. Necesariamente, para Fe y Alegría que pretende la transformación de la persona para que se comprometa en la transformación social, la educación popular debe ser una educación “integral”. La palabra integral hace referencia a totalidad, abarcando no sólo las dimensiones intelectuales de la persona, sino también las afectivas y corporales, las estéticas, éticas y de sentido Se trata no sólo de educar a todos y todas, sino de educar a toda la persona: razón, co-razón, espíritu, manos trabajadoras y acogedoras, pies solidarios dispuestos a camina al encuentro del necesitado y herido, ojos compasivos, boca que bendi-ce y agradece, oídos atentos a escuchar los clamores del pobre, el necesitado, el que sufre, corazón compasivo y servicial. Se trata, en definitiva, de formar sujetos libres y solidarios, personas sociales capaces de vivir con otros y de vivir para otros. Lo importante es aprender valores, actitudes conductuales y sociales que permitan crecer como persona que comparten esta “casa común” con muchos otros. Buscamos educar ciudadanos y ciudadanas. Educamos para la vida, lo que incluye, naturalmente la formación para el trabajo, pero no se agota en esa dimensión. Más aún, entendemos que la educación para el trabajo no es sólo la trasmisión de una serie de conocimientos y habilidades tecnoló-gicas. Implica también creatividad, capacidad de riesgo calculado, de trabajo en equipo, de planificación y evaluación, de responsabilidad y puntualidad, de honestidad y visión estratégica, todas ellas competencias para la vida.

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De los muchos aportes de Jorge a la Educación Popular de Fe y Alegría, que fue expresando en nu-merosos escritos y en sus discursos con los que abría los Congresos como Coordinador de la Federación Inter-nacional, discursos que eran espera-dos con ansia y recibidos con agrado, quiero resaltar tres que pueden ayu-darnos a repensar nuestras prácticas y adecuarlas a nuestras intenciones: su insistencia en que para combatir la pobreza, no basta trabajar para los pobres, sino que hay que trabajar desde los pobres y con los pobres, su énfasis en que la escuela debe con-vertirse en un centro comunitario, y su esfuerzo por gestar una nueva con-cepción de la educación pública.

1. TRABAJAR PARA LOS POBRES, DESDE LOS POBRES Y CON LOS POBRES

A lo largo de toda su vida, Jorge insistió en que tenemos que promover a los pobres como sujetos del mundo que construimos y parti-cipar con ellos en la transformación de las políticas sociales para cons-truir un mundo nuevo. La pobreza se combate: i) trabajando para los pobres, en defensa de sus derechos, construyendo el espacio de lo público al que todos y todas tengan acceso; ii) trabajando desde los pobres, mi-

rando el mundo desde su perspectiva, escuchando sus voces, también las de los más pobres, abriéndolos al hori-zonte de la historia, para que pue-dan transformar su cultura y entrar como sujetos en la modernidad; iii) trabajando con los pobres, haciéndo-los compañeros/as en la construcción de este mundo, tejiendo redes globa-les de solidaridad en las que puedan participar con conciencia crítica. Con ello demostramos que sí es posible otra globalización, la de la justicia y solidaridad. Dejemos que él mismo nos amplíe estas ideas que, en Fe y Ale-gría, necesitamos hacer nuestras con más fuerza6:

Trabajar para los pobres es insu-ficiente. Marca demasiada dis-tancia y se corre el peligro de definir desde fuera lo que los pobres necesitan, de no llegar a entenderlos, porque una mirada desde fuera queda siempre en la epidermis de los hechos y no lle-ga a comprenderlos desde dentro. La pobreza hay que mirarla desde dentro para entender cómo la es-casez material marca nuestra ma-nera de entender el mundo en que vivimos y de relacionarnos con él. La realidad cambia según el lu-gar desde donde la miramos. Por ello, debemos mirarla con los ojos de los pobres. No porque la mira-da del pobre sea más verdadera, sino porque nos descubre aspec-tos de la realidad que desde fuera

6. Un desarrollo todavía más amplio puede verse en sus palabras en el Acto de Apertura del XXXVIII Congreso Internacional de Fe y Alegría (Antigua, Guatemala), sobre Educación y Transformación Social, en www.feyalegria.org/Congresos

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no se ven. Es otra de las razones para que el pobre participe en los procesos de su desarrollo. Eso supone descubrir que no basta cambiarles el traje o la casa, pues también la mirada del pobre está opacada por la propaganda, la ideología, el consumismo. Pero sólo desde esa perspectiva aprendemos de qué color la pobreza tiñe la realidad que nos rodea.

La primera constatación que resulta de este acercamiento al pobre es que la pobreza es fea. El idealismo romántico de describir al pobre como más bue-no que los demás es tan falso como la imagen que lo describe como persona sin educación ni principios morales. La calidad moral no tiene relación con las condiciones económicas. Lo que sí es peor es el contexto en que vive el pobre y las condiciones con las que tiene que enfrentar la vida. No hay duda que los callejones de tierra serpenteando entre casas construidas con desechos, caña-das malolientes y basureros improvisados no son un paisaje idílico. Como no lo es el hambre, el agobio y la desesperanza. La mirada con la que nos acercamos a la pobreza no es la de la contemplación estética. Lo que se busca es captar cómo la experiencia de la pobreza modula la percepción de la realidad en la que estamos inmersos, y cómo esa realidad condiciona la construcción de nues-tra identidad. Si la pobreza, que es fea, desagradable, es nuestro contexto, marcará la identidad que desarrollemos. Por eso toda acción orientada a vencer la pobreza tiene que trabajar la autoestima del pobre. Ayudarle a rescatar los valores personales y culturales de su contexto. De ahí la importancia de recu-perar la estética del espacio, la relectura de la historia personal y colectiva, la revaloración de los elementos propios de su identidad, el descubrimiento de sus capacidades en la oportunidad de desarrollarlas, la libertad para la creatividad, el vencer el prejuicio y el rechazo social atreviéndose a participar, a exigir de-rechos, a mostrarse sin miedo. A veces cuando se trabaja para los pobres nos sentimos con la responsabilidad de ser voz de los que no la tienen. Pero cuando uno se inserta entre ellos des-cubre que los pobres no son mudos. El problema es que la sociedad es sorda. No hace falta hablar por ellos, ser su voz. Ellos tienen su propia voz. Pero hay que pasarles el micrófono. Hay que hacerles el coro. Hay que reforzar sus voces con las nuestras, hacer que sean escuchados. Hay que abrir caminos para que los pobres puedan acceder a los medios de comunicación social, a los espacios de participación y decisión, a los oídos de quienes dirigen. Trabajar desde ellos supone asesorarles para dar fuerza a su voz, para mejorar su ima-gen, para canalizar sus reclamos. Trabajar desde los pobres nos ayuda a las instituciones a tomar nuestro rol, que no es el protagónico, sino el discreto, pero importante rol de asesores, de acompañantes. Trabajar desde ellos es asesorarles para dar fuerza a su voz, para mejorar su imagen, para canalizar sus reclamos.

Todavía en pleno siglo XXI el trabajo social se realiza muchas veces con el con-cepto de encomendero: los pobres son confiados a quienes puedan ayudarles a salir de la pobreza porque por ellos mismos no podrían. Como en tiempos de la colonia, el resultado es que por ese camino pocos traspasan la frontera de la pobreza. Quizá tenemos que cambiar nuestro paradigma de acción contra la pobreza. No deben ser sólo los beneficiarios de las políticas de enfrentamiento

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de la pobreza. Deben ser sus pro-tagonistas. Por lo tanto, cualquier acción debe ser hecha con los po-bres. La superación de la pobreza tiene que ser una colaboración en que los pobres desarrollan sus ca-pacidades al tiempo que la socie-dad elimina obstáculos abriendo posibilidades. En la concepción tradicional los pobres eran obje-to, pero no sujeto de la acción. Al convertirlos en protagonistas activos de su desarrollo hay que crear formas de participación que no reproduzcan las ya existentes.

La construcción de la democra-cia debe surgir desde las mismas organizaciones de los pobres, en las que se debe proponer una par-ticipación real, que eduque en la conciencia ciudadana y la respon-sabilidad. Debe fomentarse un po-der incluyente que se aprenda por la experiencia vivida y se exija en todas las instancias. El poder incluyente supone el trabajo en equipo, el análisis compartido de la realidad, la selección participa-da de prioridades, el ejercicio de la planificación estratégica parti-cipativa y de la evaluación per-manente, la creación de liderazgo colectivo, el principio de inclu-sión como norma de pertenencia. Esta visión requiere mecanismos para incentivar la participación de aquellos que se sienten exclui-dos o incapaces, introyectando las formas de dominación, y de aquellos que por siglos han sido excluidos de toda participación. Mecanismos que garanticen que las mujeres, los ancianos, los dis-capacitados, los indígenas, los in-migrantes y todos los grupos que se organizan en base al territorio tienen abierto el derecho a par-ticipar.

Se trata de construir una demo-cracia que incluya la participación de todos en el acceso a la infor-mación con plena transparencia, en el acceso a los bienes a través de servicios públicos de calidad y redistribución equitativa de los bienes, en dar peso a las voces más débiles para que hagan valer sus derechos y sus aportes. Don-de nadie se sienta con derecho a decidir lo que los otros deben pensar, creer, hacer, comer, com-partir. Donde nadie quede exclui-do del derecho a trabajar, poseer, organizarse, expresarse, vivir. Donde todos podamos convivir sin tener que renunciar a nuestra identidad.

Una democracia orientada a ga-rantizar el bien común. Que aca-be con un Estado como negocio privado del partido que gobier-na y se convierta en garante del bien común. Un Estado que no pretende sustituir las capacida-des de la sociedad, sino facilitar la participación de todos en la construcción del buen vivir. Un Estado que por la transparencia y la adecuada legislación dificulte la corrupción; que por las múlti-ples formas de participación or-ganizada impida la concentración de poder; un Estado fuerte, pero no autoritario.

2. DIMENSIÓN COMUNITARIA DE LA ESCUELA

El segundo elemento de los aportes de Jorge que quiero subrayar, y que la mayoría acepta que debemos reforzar en Fe y Alegría, es la dimen-sión comunitaria de la escuela.

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Jorge reconoce que en Fe y Alegría vamos aprendiendo cada vez más la importancia de las relaciones con la comunidad para que la escuela no sea un paréntesis en la vida; para que nos ayude a integrar y enriquecer nuestras identidades; para que responda a las necesidades de la comunidad y de la sociedad; para que nos enseñe a participar positivamente en nuestro contex-to social, desarrolle nuestra responsabilidad ciudadana y fomente los valores democráticos. Hemos aprendido también la necesidad de relacionarnos con las empresas para formar para el trabajo. De conocer las familias, las culturas, la problemática circundante (como son las pandillas juveniles o el submundo de las drogas). Pero debemos ir mucho más allá. Nuestro trabajo debe insertar los valores comunitarios, la identidad étnica y local, la conciencia de sujeto social en el marco de una sociedad moderna compleja y plural. Las educadoras y educadores tenemos que redescubrir el rol de la comunidad como sujeto de los procesos de aprendizaje, como educadora y como educanda. La escuela ya no se puede entender fuera de una comunidad de la que viene, a la que sirve y que marca las necesidades y posibilidades de los aprendizajes y comparte la función didáctica para la vida. La escuela debe percibirse como parte de una comunidad viva y no puede más pensarse aisladamente de ella. La tarea educativa debe incluir el implicarse en la vida de una comunidad que late y crece en la escuela. A través de la comunidad la escuela se integra en las estructuras sociales que pretende transformar. A la escuela con frecuencia le faltan raíces en la comunidad local. La educación popular tiene que echar raíces en los callejones y campos de siembra, en la cultura de sus sujetos, incorporándolos como tales, y no como objetos desposeídos, receptores de dones que les quedan grandes, y que en su mayoría serán para guardarlos envueltos en un plástico, lejos del calor de la cotidianidad. El trabajo comunitario debe partir de un trabajo sistemático con las familias, pues si es cierto que son muchas las instituciones que colaboran en la tarea de educar, para bien o para mal, hay una institución a la que desde la escuela debemos dar atención especial: la familia. Su función es preci-samente la reproducción de la sociedad. Pero no sólo la reproducción física que garantice el relevo de los que hoy hacemos funcionar la máquina social. La familia es también la institución privilegiada de socialización, es decir, de introducción en la cultura. Ella trasmite una visión del mundo, valores, hábitos de comportamiento que enseñan a moverse en el medio sociocultural. Esta función educativa de la familia puede ser sustituida, modificada o completada por otras instituciones. Y de hecho siempre es así. Pero no es la única función de la familia. El racionalismo que está en las raíces de la modernidad nos lleva a veces a despreciar el valor de la función afectiva de la familia. La persona humana no es solamente un animal racional. Es también un animal afectivo. La condición humana conlleva una dimensión afectiva diferente. Con frecuencia a las asociaciones de padres se les invita a “participar” limpiando gratuitamente la escuela, pero no a intervenir en el proceso edu-

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cativo. O la comunidad cuenta en el momento de la construcción material de la escuela, pero se prescinde de ella en el momento de delimitar obje-tivos. Si queremos intentar responder a los retos que hemos planteado tene-mos que pensar la educación como un proceso participativo, que empieza con la familia, sigue con la comunidad y se orienta a construir una genuina democracia. La escuela en esta perspecti-va no puede ser “una escuela más”, sino “más que una escuela”, saliendo de sí misma y convirtiéndose en pla-taforma de encuentro con la familia, el barrio, el medio y “los medios”. Plataforma que va transformando y humanizando la realidad social. No podemos olvidar que la identidad de Fe y Alegría está ínti-mamente ligada a lo que es la promo-

ción social. El apellido que tiene Fe y Alegría es Movimiento de Educación Popular Integral y Promoción Social. Tanto la Educación Popular Integral, como la Promoción Social son rasgos esenciales de identidad para Fe y Ale-gría que aspira a que la promoción social, al igual que la acción educa-tiva, tenga altos niveles de calidad. No cualquier promoción es válida para Fe y Alegría. Hay formas de pro-moción puramente individual que no responden a lo que pretende la visión que tiene el Movimiento. La educa-ción para Fe y Alegría tiene que estar orientada a crear ciudadanos y ciuda-danas para un mundo mejor. Y la pro-moción social también. Así como en la educación hablamos de desarrollar competencias que integren conoci-mientos, habilidades, destrezas y va-lores, la promoción social debe com-

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prenderse también a partir de estos mismos parámetros. Por ello, la promoción no sólo puede orientarse al mejoramiento de las condiciones manteniendo el estado de cosas como está, sino que debe promover la posibilidad de cambio, de novedad, de transformación social. Desde esa perspectiva la promoción so-cial es fundamentalmente educación popular. Ella hace posible que los pueblos se apropien de su historia como protagonistas y tomen las riendas de su propio desarrollo. En definitiva, la educación popular integral y la promoción social deben ser procesos de empoderamiento de las comunidades educativas que toman las riendas de su propia historia para moverse en la realidad global. Fe y Alegría asume el llamado a promover, junto con los empobrecidos, estos procesos de “construcción de ciudadanía desde abajo” y de reconstitución del tejido social popular, colaborando al empoderamiento de los segregados y excluidos frente a los poderes hegemónicos de este capitalismo globalizado y neoliberal de este nuevo siglo.

3. LA EDUCACIÓN PÚBLICA COMO EDUCACIÓN DE LA SOCIEDAD

En sus últimos años, Jorge insistió en la necesidad de trabajar por ges-tar un pensamiento nuevo sobre la educación pública, que no es la del gobierno como la mayoría piensa, sino la que es de la sociedad, de toda la sociedad. La educación es un bien público, básico y prioritario, porque conviene a todos los ciudadanos, de igual manera, para su vida, para su dignidad y para el ejercicio de una ciudadanía participativa y responsable. A todos nos conviene tener más y mejor educación y que todos los demás la tengan. La carencia de este bien lleva a las sociedades al fracaso. La educación es un derecho humano y social del que todos deben dis-frutar en igualdad de condiciones, pues el cumplimiento de este derecho va a posibilitar el disfrute de los otros derechos esenciales. En consecuencia, el derecho a la educación implica derecho de todos no a cualquier educación, sino a una educación de verdadera calidad. Si garantizamos buena educación, estaremos poniendo los cimientos para que las personas puedan conquistar los otros derechos esenciales. La educación de calidad para todos, condición indispensable para la sana convivencia democrática, la productividad y el logro de instituciones efi-caces, debería ser la estrategia fundamental del Estado y de la sociedad para incorporar plenamente a todas las personas al quehacer de la vida pública con-temporánea. Las sociedades democráticas necesitan a todos sus ciudadanos y la vida democrática requiere de sujetos bien educados. El Estado, que representa el interés común y ejerce un poder conferi-do por la sociedad, debe vigilar y garantizar que el derecho a la educación de calidad para todos y todas se cumpla en términos de equidad, lo que implica compensar las desventajas de los más pobres para que las diferencias de origen

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no se conviertan en desigualdades y se reproduzca la pobre oferta educativa para los más pobres. Esto de ningún modo indica que el Estado debe ser el único ejecutor de las políticas educativas, sino que debe también coordinar y apoyar sin mezquindad los esfuerzos de las familias y de la sociedad para garantizar educación de calidad a todos. Por eso, necesitamos un Estado eficiente y eficaz en el cumplimiento de los derechos esenciales de todos, en especial de los que cuentan con menos posibilidades y poder. El buen funcionamiento del Estado es condición para garantizar las políticas públicas y el disfrute por todos de los derechos esen-ciales. Un Estado ineficiente o que confunde deseos con realidades, proclamas con hechos, que cree que tiene todas las respuestas y que por ello no necesita de la ayuda de nadie, es una tragedia para todos, pero sobre todo para los más pobres. En esta perspectiva el derecho a la educación se transforma en deber. Una mejor educación para un mejor país y para un mundo mejor, requiere de la cooperación de todos: del Estado, como administrador de la cosa pública y re-presentante de la sociedad; de las familias y comunidades; de las instituciones públicas no gubernamentales de servicio al desarrollo; de la empresa privada; de los medios de comunicación y de la comunidad internacional. Cuando hoy hablamos de sociedad, nos referimos a una sociedad globalizada. Y así como la paz, las migraciones y la protección del medio ambiente los consideramos hoy tareas globales, también la educación tiene que convertirse en una responsabi-lidad compartida por todas las sociedades.

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Ese es el sentido de la invitación del papa Francisco a que nos sumemos al Pacto Global por la Educación. Aceptarlo supone asumir los retos que nos plantean las nuevas tecnologías, las exigencias de equidad en la educación, la visión de una educación a lo largo y ancho de la vida, la integración del diálogo de saberes y de culturas, la construcción de nueva ciudadanía. Y es necesario que este esfuerzo por la calidad esté ligado a la voluntad política por la equi-dad. De lo contrario, estaremos alimentando la tendencia a la desigualdad a partir de la educación. De ahí que el esfuerzo de Fe y Alegría debe dirigirse no sólo a mejorar nuestro servicio, sino sobre todo a que mejore la educación pública de nuestros países, porque es la que abre la puerta a que mejoren las oportunidades para todos. Por último, Jorge introduce una concepción novedosa y provocativa cuando nos advierte que, si hasta ahora siempre hemos pensado que tenemos derecho a la educación, este derecho se extiende a vivir en un mundo educa-do. En un mundo sin violencia, donde se respeten los derechos de todos y en el que todos podamos participar. Es el derecho a vivir sin miedo, en una socie-dad amistosa, en la que compartimos nuestros sueños y valores, y construimos esperanzados nuestro futuro. Pero este derecho a vivir en un mundo educado requiere del aporte de todos y todas. Nos exige que dejemos de ser meros espectadores para involucrarnos en hacer un mundo mejor. Que todos y todas tengamos la oportunidad de soñar y fabricar juntos nuestro futuro compartido. Por ello, lo público no debe ser privatizado. Lo privado sólo funciona cuando lo público está garantizado. Si la educación es un derecho y no un privilegio, todos y todas, sin importar sexo, raza, religión, o preferencia política, tenemos derecho a educación de igual calidad, a una educación inclusiva. Por lo tanto, no se trata de buscar que la mía sea la mejor, sino que todos y todas tengamos la mejor educación. Por ello, en Fe y Alegría estamos comprometidos a que la educación pú-blica, en su conjunto, sea una educación de calidad y accesible a todos y todas y esto se ha ido traduciendo en mejores relaciones, en más esfuerzos conjuntos y en mejores acuerdos. Nuestro reto es afinar nuestra capacidad de negociación e incidencia para que las políticas educativas alcancen prioridad en todas las agendas y giren alrededor de estos valores. Para nosotros la finalidad es cola-borar a constituir nuestros estudiantes en sujetos libres, constructores de un mundo nuevo y distinto, con las capacidades que demandan las nuevas tecnolo-gías y los valores que exigen las nuevas tensiones sociales. Hoy más que nunca estamos convencidos de que Fe y Alegría, más que una red de escuelas, es un movimiento de educación popular integral que nos involucra a todos y todas, desde nuestra responsabilidad social. Es fruto del esfuerzo conjunto de los sec-tores público y privado, de las capacidades para la solidaridad y la ternura que los mercados no tienen por qué suprimir o ignorar. Del compromiso de miles de personas: maestros y maestras, estudiantes, padres y madres, funcionarios, religiosas, empresarios, trabajadores y trabajadoras, que de múltiples formas van tejiendo una red solidaria para un mundo mejor.

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Jorge fue un convencido de que el desarrollo pasa por la educa-ción. No es el único elemento, pero sí una condición indispensable. Obser-va que todos los países que aposta-ron en serio por la educación, dieron el salto al desarrollo. En consecuen-cia, descuidar la educación es apos-tar por la improductividad, el sub-desarrollo y la pobreza. Pero si bien la educación es fundamental para el desarrollo económico, no podemos reducir la educación a su dimensión productiva pues es el medio esen-cial para construir ciudadanía y una mejor humanidad. Incluso, la afir-mación tan repetida de Fe y Alegría, que educamos para la vida, si bien incluye la formación para el trabajo, no se agota en esa dimensión pues no se trata meramente de transmitir una serie de conocimientos y habili-dades tecnológicas, sino que implica también creatividad, capacidad de riesgo calculado, de trabajo en equi-po, de planificación y evaluación, de responsabilidad y puntualidad, de honestidad, compromiso social y visión estratégica. Todas ellas son competencias para una vida plena y con sentido. Así entendida, la edu-cación es un medio esencial para de-sarrollar las potencialidades de cada persona que le permitan la entrada al mundo de las oportunidades en la sociedad del saber. En la educación nos jugamos el futuro. Pues en ella

forjamos también la identidad del ciudadano y ciudadana, sus hábitos de comportamiento y su capacidad de soñar.7

Pero no basta con proporcio-nar educación a todos y todas, sino que tiene que ser de calidad. Jorge recuerda que este ha sido, desde sus orígenes, el clamor y compromiso de Fe y Alegría. Numerosas veces cita las repetidas palabras del P. Vélaz, “la educación de los pobres no puede ser una pobre educación”, “buscamos la mejor educación para los que están en condición peor”. Si la educación no es de calidad para todos y todas, en vez de contribuir a democratizar la sociedad, contribuye a agigan-tar las diferencias: buena educación para los que pueden pagarla, y pobre educación para los que tienen que conformarse con una educación me-diocre, que mantiene y reproduce la pobreza. De ahí su insistencia en que Fe y Alegría no sólo debe preocupar-se por brindar buena educación en sus centros, sino que tiene que ser la abanderada de una educación públi-ca de calidad para todos y todas. Si la educación es un derecho y no un privilegio, todos y todas, sin importar sexo, raza, religión, o preferencia po-lítica, tenemos derecho a educación de igual calidad, a una educación in-clusiva. Por lo tanto, no se trata de buscar que la mía sea la mejor, sino que todos y todas tengamos la mejor

7. En la preparación de este capítulo he utilizado y tomado libremente ideas y trozos de “Los retos en educación”, “Fe y Alegría expandiendo las oportunidades educativas de calidad en América Latina”, “Diseño, implementación y logros de los programas de Fe y Alegría” en www.pedagogiaig-naciana.com, biblioteca digital; y “Calidad de la educación popular”, Palabras en la Presentación del XXXIV Congreso Internacional de Fe y Alegría, www.feyalegria.org/Congresos

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educación. En ese sentido tenemos que rescatar el valor de la educación pú-blica como educación de la sociedad, de esa sociedad compleja y a veces con-tradictoria, pero que tiene que construir su futuro desde la perspectiva de la inclusión y no de la exclusión. Quien tiene derecho a ser educada y a vivir en un mundo educado es la sociedad. Y quien tiene el deber de garantizar una educa-ción de calidad para todos y todas es la sociedad, de la que los gobiernos, son servidores, administradores de los bienes públicos. De ahí que la sociedad debe ejercer cada vez con más fuerza su derecho a participar en la construcción de la educación que se merece. Jorge constata que, lamentablemente, la educación de calidad sigue siendo una de las grandes debilidades de América Latina, lo que hipoteca nues-tro futuro y refuerza la desigualdad económica. Los esfuerzos por democratizar el acceso a la educación han sido, con frecuencia, a costa de la calidad de la educación pública que no prepara para construir un país mejor, no nos ayuda a crecer como mejores personas, ni contribuye a un desarrollado equitativo y sustentable. Y si bien hoy se insiste en una educación a lo largo y ancho de la vida, la alta tasa de repitencia, la falta de oferta educativa, la baja calidad de la educación, la poca atención personalizada a los casos de dificultad, hace que el nivel de deserción de la escuela sea muy alto En consecuencia, uno de los grandes retos que debe enfrentar la educación es la deserción temprana, muchas veces causada por la falta de atención a las dificultades de acceso o por la baja calidad. Para una integración efectiva y productiva en la sociedad contem-poránea hace falta completar la educación inicial, básica y media, haciendo especial énfasis en la educación para el trabajo, en el desarrollo de las ca-pacidades técnicas y el aprendizaje de las nuevas tecnologías, sobre todo las relacionadas con la información y la comunicación, indispensables en este mundo globalizado. Por ello, no es suficiente con proporcionar educación a to-dos y todas, sino que hay que esforzarse porque permanezcan el mayor tiempo posible en el sistema educativo y que no lo abandonen sin haber adquirido las competencias humanas, laborables y sociales para que puedan desarrollar sus potencialidades e insertarse en la sociedad como ciudadanos productivos y solidarios, preocupados y comprometidos por el bienestar de todos. El saber es más que para producir. Es también para convivir, transformar, organizar, compartir, comunicarse, mejorar, disfrutar, amar…Por eso educar es mucho más que trasmitir conocimientos. Es enseñar a aprender, a comunicarse, a descubrir, a crear, a transformar, a convivir, pues la educación es el camino para construir la sociedad del futuro. En ella despertamos las cualidades que queremos marquen la sociedad. Todo esto debe contemplarlo la educación de calidad. Si limitamos la educación a la entrega de informaciones estamos fragmentando la persona. Por ello, es imprescindible que comencemos acla-rando cuál es la finalidad de la educación y la situemos dentro de un proyecto de vida humana.

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Además de tener muy claro el objetivo de la educación, hoy es necesario repensar la metodología para que responda a la necesidad de una educación permanente que vaya respondiendo al rápido proceso de cambio del mundo moderno y vaya aprovechando las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías.

1. CALIDAD ENFOCADA EN EL DESARROLLO PERSONAL Y COMUNITARIO

Pero antes de seguir adelante, debemos preguntarnos cómo concibe Jorge la calidad, pues son muchas y muy variadas sus concepciones, que en la mayoría de los casos reducen la calidad a la capacidad de responder una serie de pruebas estandarizadas que muy poco tienen que ver con los contextos y con las realidades y nece-sidades de los alumnos... Para Jorge, muy crítico de esta concepción tan reductiva, la calidad debe medirse no sólo por el nivel de aprendizaje de conocimientos básicos, sino por la capacidad de educar toda la persona para que sea capaz de participar acti-vamente en el mundo moderno. Cali-dad que incluya participación, forma-ción en valores cívicos y personales, calidad de la gestión, relación con la comunidad. En uno de sus escritos, Jorge cuenta la anécdota de que estando en Inglaterra le presentaron un edu-cador, y cuando supo que era jesuita le dijo: “yo estoy en contra de la edu-cación de los jesuitas. La educación es un derecho de todas las personas

y la educación de calidad de los je-suitas excluye a los que no tienen las capacidades exigidas”. Su cuestiona-miento le hizo preguntarse: ¿Qué es educación de calidad? ¿La más com-petitiva o la más humana? En otra anécdota, completamente distinta, cuenta que un empresario en una ciudad latinoamericana, al saber que Jorge era jesuita, le dijo: “Mi hija es-tudia en el mejor colegio de la ciu-dad (que no era jesuita). La envié ahí porque era el colegio con los mejo-res resultados académicos. Ahora me arrepiento de la decisión que hice. Es cierto que los contenidos académicos son insuperables. Pero veo que en la escuela jesuita les enseñan un lide-razgo social que mi hija no tiene. Hu-biera preferido que la educaran con mayor sensibilidad social.” Si bien Jorge coincide con el informe Delors de que la educa-ción busca que aprendamos a ser, a aprender, a conocer, a vivir juntos y a emprender, subraya que, en general, la educación privilegia el aprender a conocer y emprender, y descuida el aprender a ser y aprender a vivir juntos. Para Fe y Alegría, además de la adquisición de conocimientos, que no podemos minusvalorar, cuentan los procesos de construcción de esos conocimientos como constructores de comunidad, como orientados no a la competencia y la acumulación, sino a la solidaridad y la aplicación transfor-madora, pues el último objetivo de la educación debe ser la construcción de una sociedad más libre, democrá-tica y fraterna. Por ejemplo, nos dirá que en Fe y Alegría nos importa más mantener casi nulas nuestras tasas de

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deserción y repetición, que lograr los promedios más altos del mercado. Nos importa que todos nuestros estudiantes crezcan integralmente como personas, reforzar su autoestima, reafirmar su identidad, su desarrollo como ciudadanos y ciudadanas de bien, que vivan gozosamente los valores del mundo que so-ñamos, y se forjen como constructores de un mundo de nuevas oportunidades para todos y todas. Nos preocupa más incluir que ser los mejores. Hoy, la inclusión no puede quedar de espaldas a la incorporación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Por ello, Jorge seña-la, como un claro desafío de los próximos años, la construcción de un modelo escolar en el que alumnos y docentes aprendan a utilizar la tecnología al ser-vicio de sus respectivos procesos de aprendizaje. Sin embargo, nos dice que no podemos olvidar que la opción por hacer más eficientes esos aprendizajes debe considerar más las potencialidades de las personas - y muy particularmente de los profesores – y el respeto a las identidades culturales, antes que las propias promesas de la tecnología. De ahí su advertencia sobre los posibles peligros de que, por la obsesión de incorporar las últimas tecnologías, sacrifiquemos la inversión social para tener los mejores planteles. Con lo que hacemos y con el modo en que invertimos nuestro tiempo y nuestro dinero, estamos enseñando a nuestros alumnos dónde está nuestro corazón. A veces no reflexionamos so-bre lo que esto significa. Centrarse en tener los mejores promedios nos lleva a excluir los menos capacitados, los diferentes, los más pobres. Muchos defi-nen la buena educación por saber seleccionar “mis” estudiantes más que por formarlos bien. Y creamos sujetos competitivos, pero sin sensibilidad para el más débil, sin tolerancia para el diferente, sin generosidad para lo gratuito. No formamos hombres y mujeres para crear sociedades más inclusivas. Los que no han vivido la experiencia de estar con los demás, difícilmente llegarán a vivir sus vidas para los demás. Asusta pensar que a veces los países con educación “más competitiva” tienen los más altos índices de suicidios de adolescentes y jóvenes. Necesariamente, dada su trayectoria y su permanente insistencia en ligar la educación a la comunidad, Jorge insistirá en que la educación es de calidad si nos ayuda a lograr el tipo de persona y de sociedad que buscamos. Tiene, por tanto, que estar relacionada al contexto del educando, para que le sirva para crecer en él y transformarlo. La calidad debe ser medida igualmen-te por la solidaridad que haya construido, por la posibilidad de que todos los usuarios de la escuela, incluidos padres y comunidad, la puedan utilizar como un espacio para la elaboración de su cultura. Por ello, tenemos que crear estructuras que hagan “rentables” valores como la solidaridad, la ternura, la compasión, la paz. Esto nos exige apren-der a medir nuestra capacidad de crear nuevas formas de convivencia que reduzcan los crecientes niveles de violencia que experimentamos en nuestras ciudades; que potencien el protagonismo de los nuevos sujetos sociales, como son los y las indígenas, las mujeres, los y las jóvenes, los moradores y las mo-

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radoras barriales; que construya una democracia con un nuevo concepto de poder más incluyente; que integre en igualdad de oportunidades a los excluidos por raza, religión, nacio-nalidad, discapacidad, género; que reduzca el stress, la deshumanización de nuestros ritmos de vida, las formas de evasión; que promueva la respon-sabilidad ciudadana con su entorno y su historia. Y entre tantas tareas pen-dientes, Jorge subraya una que con-sidera crucial en la transformación de las estructuras que buscamos: la feminización de nuestras sociedades. Tras reconocer que en nuestra cultura los roles sociales han sido repartidos también por género, constata el he-cho de que a los hombres se les han asignado los roles relacionados con la productividad, el mercado, la tec-nología, el poder, la fuerza agresiva; mientras que a la mujer se le asigna-ron los roles relacionados con la ter-nura, la unidad, la belleza, la familia, la espiritualidad. El resultado ha sido un mercado cada vez más duramente competitivo y un poder cada vez más agresivo. Nuestra organización eco-nómica excluye millones de personas; nuestra organización política justifica guerras que matan pueblos enteros. La sociedad sería distinta y mucho más humana si se cimentara sobre los roles asignados a la mujer que de-bemos incorporar en las estructuras educativas, políticas, económicas y sociales. Apostar por la calidad supo-ne también incorporar una cultura de la evaluación como mecanis-mo de mejora y crecimiento y no

de competencia, una cultura que entienda que la tarea educativa requiere trabajo en equipo, diálo-go educador-educando, creación de una comunidad educativa don-de participen también los padres y madres, los estudiantes y toda la comunidad local. Una cultura que comprenda la labor educativa como tarea permanente a lo largo y ancho de la vida, que va mucho más allá de la actividad escolar.

2. LA CALIDAD EXIGE UN NUEVO LIDERAZGO COLECTIVO

Jorge considera que, para lograr calidad, además de los facto-res que incluyen los procesos de en-señanza aprendizaje, hay que tomar en cuenta los de gestión escolar, de relación con la comunidad y de cons-trucción de ciudadanía. Para lograr verdadera calidad, hay que trabajar para que la gestión escolar sea cada vez más participada, escuela de la sociedad que queremos construir. Docentes, estudiantes, padres y ma-dres de familia, comunidades, tienen que estar cada vez más presentes en la gestión de los procesos educativos de manera ordenada y organizada, de forma que garanticen los fines de la educación. La búsqueda de una gestión participativa, eficiente y transparen-te implica un compromiso con el mo-delo de gestión que se propone para toda la sociedad. Esto nos exige pro-poner y practicar un estilo de lideraz-go más democrático y rotativo y una manera de gerenciar más participati-

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va y basada en los derechos de las personas y las comunidades, en el contexto de sociedades plurales, donde el poder se ejerza inclusivamente. Necesitamos cambiar el modelo de liderazgo, unipersonal, autocrático, por uno democráti-co y compartido, no basado en el poder arrollador, sino en el consenso creado desde abajo. Y eso tenemos que aprenderlo. Necesitamos una educación que prepare para este nuevo tipo de liderazgo colectivo y nos enseñe los mecanis-mos para hacerlo funcionar en la sociedad. Una educación que rompa con el autoritarismo y la monotonía de cerebros fabricados en serie para renunciar a la libertad de pensar a cambio de pan y circo. Toda gestión tiene que comenzar por el sueño de lo que queremos construir. Los que piensan que la gestión es cuestión de aplicar reglas y buenas matemáticas se equivocan. Las reglas y los números son instrumentos de la ges-tión. Pero la gestión es creatividad en equipo, es entusiasmo y voluntad firme, es capacidad de aprender y crecer, es trabajo compartido, es aventura y riesgo calculado, es la magia de hacer realidad nuestros sueños. Necesitamos mucho corazón para no perder el calor humano, la cercanía al pobre, la sensibilidad que queremos expresar en nuestro logo: un corazón lleno de niños y niñas. Queremos que nuestra gestión esté impregnada del sabor de nuestra opción por los pobres. Queremos que esta claridad de intención, sabiendo a dónde voy y a qué, para en todo amar y servir, coloree nuestra cultura institucional. Ella es nuestra razón de ser.

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En el último Congreso Internacional que le tocó coordinar, el XXXVIII, que abordó la temática “Hacer el bien y hacerlo bien”, insistirá que entre las características prototípicas de la gestión en Fe y Alegría tenemos que contar la participación, la descentralización (que en Fe y Alegría llamamos autonomía funcional), el trabajo en red, la fuerza de la identidad, los nuevos estilos de liderazgo y la transparencia. Nos dirá que en Fe y Alegría venimos a aprender a gestionar los sueños para que se conviertan en realidades, venimos a aprender a hacer el bien mejor cada día, y que no podemos darnos el lujo de hacerlo mediocremente. El bien hay que hacerlo bien. Por eso Fe y Alegría siempre ha tomado la gerencia en serio. Tiene que ser una labor compartida, lo primero con las mismas comunidades. En este esfuerzo de autoconstrucción de su desarrollo, las comunidades tienen que ser protagonistas. Y nosotros sentirnos que hemos recibido el regalo, la gracia, de ser llamados a dinamizarlo, a ser testigos y cóm-plices. Pero el compromiso con esta labor nos tiene que enseñar a trabajar con otros, desde la difícil tarea de crear consensos y compartir liderazgos. Nuestro modo de proceder tiene que comenzar a construir esa socie-dad nueva, más solidaria y tolerante, capaz de afirmar su identidad en diálogo no sólo de palabras, sino de voluntades y acciones, con la diversidad. En la tarea de promoción comunitaria tenemos nuestro principal reto de aprender a trabajar en equipo, a construir liderazgos compartidos, a fortalecer las actitu-des y estructuras de la democracia participativa. La calidad de nuestro trabajo de promoción, como la del educativo, no se mide sólo por los resultados, sino también por los procesos. La proximidad con la realidad de pobreza y exclusión que queremos transformar y el diálogo del trabajo en equipo nos muestran la comunicación como una pieza clave para la gestión. Pero también es necesaria la comunicación más amplia con la sociedad, Para nosotros también la educa-ción parte de la inculturación en los pueblos donde trabajamos, en acompañar y crecer junto a ellos, en fomentar el desarrollo de sus potencialidades rom-piendo las barreras de exclusión. Estamos ligados como un cuerpo, hoy decimos como una red, a otros.

3. LOS EDUCADORES, PIEZA CLAVE PARA LOGRAR UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD

Jorge era muy consciente de que pensar la mejora de la educación sin los docentes es una ilusión. Todos los estudios indican que en ellos reside la cla-ve de la calidad de la educación. Cuando la profesión docente se hace atractiva y los mejores estudiantes se inscriben en ella, cuando son reconocidos y re-munerados adecuadamente, la calidad de la educación sube. Esto significa que hay que comenzar por subir los salarios de los docentes, pues por lo general, están muy mal remunerados. Los esfuerzos por aumentar la cobertura se han hecho a costa de docentes mal preparados y peor pagados, de aulas hacinadas,

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de pobre inversión en infraestructura, equipamiento e investigación. De exigir sacrificios sobrehumanos a maestros, estudiantes y padres y madres de familia. Hombres y mujeres dedicados a la educación han visto disminuir el prestigio social de su profesión a pesar de su importancia para la conformación del conjunto social. Y junto a ello han visto deteriorarse su nivel de ingresos produciendo una creciente desmotivación en su tarea. Además, contemplan cómo su labor se dificulta por una cultura urbana más compleja, cargada de violencia y exclusión, por el deterioro físico de los locales escolares, por la falta de equipamiento adecuado que incentive al aprendizaje y por la pobre oferta de formación y actualización para el cuerpo docente. Muchas veces esto ha producido un desencanto de su labor, una rutinización de sus tareas y una necesaria concentración en luchas reivindicativas que muchas veces ponen en entredicho la calidad de su labor profesional. En consecuencia, junto a la debida valoración y remuneración, hay que crear una nueva cultura educativa en los docentes que cultive la dignidad de su profesión y la motivación de su vocación a construir la sociedad del futuro. Los educadores deben concebirse no como meros dadores de clases o imparti-dores de conocimientos, sino como los constructores de una nueva humanidad. Educar es humanizar, es formar personas plenas y ciudadanos responsables y solidarios. Esto exige, sobre todo en estos tiempos de cambio continuo, que los educadores vivan en formación permanente. El docente que ha dejado de aprender, se convierte en un impedimento para el aprendizaje de los alumnos. Pero Jorge es muy crítico de ese tipo de formación que se limita a obtener nue-vos certificados y títulos más que al proceso de transformación personal y de las prácticas rutinarias, transmisoras y autoritarias, para que así puedan trans-formar la educación, y contribuir a transformar la sociedad. Se lamenta de que muchos educadores buscan más los papeles que la formación, pues se piensa que los papeles que certifican mi saber son más importantes que la utilidad de mi saber; que los estudios dejan de ser una carrera por aprender para ser una carrera por ascender; que coleccionamos títulos e informaciones y la educa-ción se orienta a adquirirlos; y eso nos produce un atragantamiento ideológico de saberes inútiles no gratuitos. Al mismo tiempo, nuestro discurso nos aleja igualmente de los “ignorantes” no iniciados como de la realidad. Por ello, Fe y Alegría ha priorizado la formación permanente de su personal, una formación que busca hacer de los estudiantes mejores personas y mejores educadores. Formación que enamore al maestro de su profesión y lo entusiasme con innovar y superarse cada día, descubriendo el placer y el orgullo de ser educador. Por ello, buscamos títulos que nos ayuden ya no a ascender e irnos alejando de los alumnos, sino a descender al nivel de los más necesitados y carentes para ayudarles a levantarse. Por último, entre los aportes que ha hecho Fe y Alegría a la gestación de una educación de calidad, Jorge señala los siguientes: el concepto mismo de calidad educativa y los programas que la promueven; la práctica de la educa-

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ción inclusiva; los aportes a la educación intercultural, sobre todo en contextos indígenas; los sistemas de formación de maestros; los modelos de educación para superar la tensión entre la educación como formación y su reducción al desarrollo de ciertas competencias técnicas. Por eso las competencias espera-das como resultado del proceso educativo deben incluir también las dimensio-nes: psico-afectiva, intelectual, corporal, estética, productiva, cultural, ética, espiritual, sociopolítica, histórica, el trabajo, incluida la capacitación de jó-venes con capacidades especiales; las redes de escuelas rurales; las formas de participación de la comunidad en la escuela y de esta en la comunidad; la in-corporación de las nuevas tecnologías en el proceso educativo. En España está la formación de la conciencia de responsabilidad en la cooperación internacio-nal y en Italia la capacitación de migrantes. Con la presencia de Fe y Alegría en África, se incorpora una nueva forma de relación con la comunidad, típica de las culturas africanas. Surge el reto de crear nuevos sistemas de calidad adaptados a los diversos contextos de “fronteras” geográficas y sociológicas. Y concluye citando las palabras del P. General, Arturo Sosa, cuando afirma que no se comprendería el trabajo de Fe y Alegría si no incide de manera gradual y medible tanto en la transformación de la educación pública, como en las definiciones y puesta en práctica de políticas públicas que hagan realidad el derecho a la educación de calidad, en cualquier lugar del mundo. Es, por ello, una lucha local y simultáneamente global.

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10. Carta al provincial Víctor Iriarte, 17.11.64.

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Uno de los temas en que más insistió Jorge tanto en su paso por Fe y Alegría como en la CPAL es el tema de la inclusión que parte de constatar que el mundo, cada vez más excluyen-te, va contra el proyecto de Dios por el que trabajó con empeño y entregó su vida Jesús. El Dios de Jesús es un Dios de entrañas misericordiosas que opta siempre por los desechados, descarta-dos, excluidos. Los que no interesan a nadie son los que más interesan a Dios. Los despreciados y maltratados son los que tienen un lugar privilegiado en su corazón. Por ello, según Jorge, el sentido de la vida y de todos las obras y proyectos de la Compañía debe ser colaborar a transformar el mundo ex-cluyente en que vivimos, haciendo de él la casa amigable de nuestro Padre Dios donde todos somos hermanos, y nadie quede afuera.8

Y ese fue el empeño de Jorge a lo largo de toda su vida. Nos cuen-ta que cuando construyeron el templo de la parroquia donde trabajó muchos años en Santo Domingo, la gente del barrio, al diseñarlo, dijo sobre el piso: “que sea bonito, pero no lujoso, de forma que nadie se avergüence de entrar descalzo”. Debía ser una casa donde cupieran todos los hijos de Dios. Más aún, una casa donde a todos y todas se les tratara como los hijos e hijas de Dios que son. Recuerda también que cuando trabajaba en el Centro Juan Montal-vo, de Santo Domingo, colaboraron con comunidades del barrio en la bús-

queda de sus agendas de desarrollo. Las organizaciones del barrio se unían para buscar junto a todos los morado-res y moradoras las necesidades más urgentes. Se estudiaba la forma de enfrentarlas, los posibles aliados, los obstáculos más fuertes y se diseñaba un plan de acción. Las organizaciones hicieron un estudio serio del barrio y llegaron a consensuar varias prio-ridades. Pero desde el Centro Juan Montalvo los confrontaron: “lo que ustedes nos presentan, ciertamente representan las demandas principales de los pobres, que son la mayoría del barrio. Pero no vemos las necesidades de los más pobres. ¿Dónde están las necesidades de los ancianos, de los migrantes sin documentación, de las personas con discapacidad, que son los más pobres entre los pobres?”- La pregunta los llevó a descubrir nuevas necesidades: 26 niños con discapaci-dad no iban a la escuela por falta de transporte. Los ancianos más pobres no tenían servicios sanitarios adecua-dos. A los migrantes les faltaba quien les ayudara a legalizar su situación. En cuanto a Fe y Alegría, Jor-ge reconoce que está presente en las zonas más calientes de nuestras ciu-dades. Desde su nacimiento, los fun-dadores insistieron en que hay que estar “donde termina el asfalto”, en las fronteras donde empiezan los te-rritorios desconocidos, donde ya no sabemos más las respuestas. Hay que estar en los barrios, donde se gestan las nuevas culturas urbanas, donde

8. En la preparación de ese capítulo he utilizado y tomado libremente textos y palabras de Jorge en “Cuando los últimos van de primero”, “Educación inclusiva en la misión de Fe y Alegría” y “Las nuevas fronteras nos retan” en www.pedagogiaignaciana.com, biblioteca digital.

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sangra la herida de la inequidad latinoamericana, donde la droga se convierte en esperanza letal. Nos reta la educación de los niños migrantes y refugiados, que enfrentan nuevos contextos cargados de violencia. Y también los hijos de migran-tes, en cuya vida los dólares pretenden reemplazar la presencia de los padres. Nos desafía el desconcierto de nuestras culturas aborígenes y campesinas, con ojos jóvenes deslumbrados por los espejitos brillantes de la cultura del consumo, y manos cansadas de enfrentar cambios que les arrancan la vida buena por el disfrute de una aparente buena vida. Pero, más allá de estas afirmaciones y de nuestras continuas proclamas y buenas intenciones, Jorge nos invita a preguntarnos con valor si en verdad es-tamos trabajando con los más pobres, con los verdaderamente excluidos, a los que se les niega toda posibilidad de vida. En Fe y Alegría nos podemos mirar en el espejo y descubrir que trabajamos con pobres y quedarnos satisfechos. Pero tenemos que preguntarnos: ¿Nuestro estilo de educación de calidad, excluye a los más pobres? ¿Tenemos cuota preferencial para poblaciones excluidas en nuestros centros? ¿Pensamos nuestra propuesta educativa desde los más pobres? Por ello, debemos estar vigilantes para detectar mecanismos, muchas veces velados, que nos convierten en excluidores: Cuando se miden las escue-las por los mejores resultados en lengua y matemáticas, tendemos a excluir de ellas a los alumnos con dificultades de aprendizaje para que no nos bajen el puntaje. Cuando los seleccionamos por los éxitos deportivos, tendemos a excluir a los que tienen dificultades físico motoras. Y añade que los jesuitas tienen el peligro de mirar a Fe y Alegría y que-dar satisfechos: ya trabajamos con los excluidos. Pero, ¿qué hacemos por los más pobres?, ¿dónde estamos con los excluidos?, ¿cuánto de nuestro esfuerzo (personal, tiempo, inversión económica) está junto a los más pobres?, ¿para cuántas de nuestras obras los excluidos son prioridad?

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Por eso, afirma Jorge, en la CPAL escogieron como prioridad la inclu-sión en un continente que no es pobre, sino cada vez más desigual. La inclusión de los pobres y discriminados, la inclusión de los jóvenes, no como mano de obra barata de un mundo corrompido, sino como creadores de sueños y here-deros de las mejores tradiciones; la inclusión de las culturas en un mundo que amenaza barrerlas con la nueva cultura de la era digital, en una propuesta menos egocéntrica y más fraterna. Jorge nos cuenta cómo la situación familiar donde dos hermanos que-daron muy pronto ciegos, le ayudó a entender la exclusión y a trabajar por una verdadera inclusión.

Mis dos hermanos mayores quedaron ciegos de jóvenes. Uno de ellos comenzó a perder la vista cuando yo nací. La atención de la familia se desvió del más pequeño, que era yo, hacia el más necesitado, el que perdía rápidamente la vista. Y la vida nos fue enseñando a incluirlo. Cuando reíamos por algún hecho visual, nos volvíamos a él para contarle. Nuestros juegos debían adaptarse para que él pudiera participar. Pero nunca sentíamos lástima por él. No lo con-siderábamos inferior, sino diferente. Y su presencia nos enseñó a tener siem-pre presente al otro para incluirlo. Su extraordinaria personalidad nos ayudó. Nunca le oí decir: yo no puedo hacer eso porque soy ciego. Aprendió a superar sus límites y nos enseñó a quejarnos menos de la suerte y a asumir las dificul-tades como retos. Supo abrirse camino en la vida enfrentándola con decisión y entusiasmo. Pero estoy seguro que le ayudó el que nunca lo dejamos fuera ni lo tratamos como inferior. Esa lección familiar me ha servido para vivir de manera diferente. Vivimos en un mundo muy competitivo y aprendemos que, para sobrevivir, hay que ganar o hacer trampa. Y vivimos como los corredores en el estadio. Todos los músculos tensos, preparados para la salida. Todos los sentidos atentos al disparo. Con concentración absoluta, que borra el resto del mundo. Y cuando suena, todos con la vista puesta en la meta, intentando dejar los otros atrás. No podemos distraernos, detenernos. La presencia de mi hermano nos enseñó a renunciar a veces a correr, para acompañarlo. Y así descubrimos nuevos gozos, diferentes, de ganar. No renunciamos a competir, pero lo enriquecimos con acompañar, compartir, ayudar, aprender, enseñar, querer...Y eso nos hizo a todos más humanos. Con el esfuerzo por incluirlo en el grupo familiar y de amigos no sólo ganó él. Ganamos todos. Descubrimos que no sólo el fuerte tiene para dar. Que podemos aprender mucho de quien descartamos de entrada. Con mi hermano ciego aprendí lo poquito de electri-cidad y carpintería que sé. Porque es muy hábil para esto. Cuántos de nosotros hubiéramos escogido un ciego para enseñarnos electricidad o carpintería. No es que no tengan la capacidad. Lo que no tienen es nuestra confianza. Pensa-mos que si son ciegos no pueden. Los excluimos de entrada.9

9. Jorge Cela, “Por un país mejor para todos y todas”, CPAL, Panamá, 2013, en www.jesuitas.lat

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Tras reconocer que el problema de nuestro continente es la exclusión, Jorge insiste en que, para ser fieles a su identidad y su proyecto, los jesuitas deben salir a las fronteras donde se encontrarán con el otro, con el diferente, que les hará sentir el escalofrío de lo desconocido, pero que le invitará a una fraternidad más allá de los límites conocidos. En las fronteras se concretan los sueños de fraternidad universal y de la fe que se hace justicia. La frontera cuestiona todas las seguridades y las rutas conocidas. Y exige inventar nuevos nombres, nuevas relaciones, nuevas reglas del juego. Pero ¿cómo van a poder estar en las fronteras desde instituciones pesadas, como mastodontes, que no pueden girar y correr ágilmente, y prefieren atacar? Instituciones de dignidad y servicio, de orden establecido y caminos bien sabidos, como las instituciones educativas, que al llegar a las fronteras se sienten sin saber qué hacer y sienten vértigo ante la innovación requerida. ¿Cómo podrán ir a las fronteras personas con saberes y virtudes acumulados, que sienten que les mueven el piso en que siempre se han sentido seguros, en un mundo que cambia más rápido que las capacidades de aprender? ¿Cómo –se pregunta- establecer puentes que unan culturas y pueblos? ¿Cómo reconciliar los desencontrados por la injusticia, la violencia, la corrupción? ¿Cómo revertir la desigualdad y la exclusión?

1. LA INCLUSIÓN, OBJETIVO ESENCIAL DEL PROYECTO APOSTÓLICO COMÚN (PAC)

A pesar de los problemas, de las dificultades e incluso resistencias que supone esta opción, a pesar de que ir a las fronteras supone inventar rutas y caminos distintos que nos hagan abandonar los que nos dan seguridad y reco-rremos con comodidad, Jorge afirma que en la CPAL optaron por la inclusión, porque querían colaborar en la construcción de una sociedad donde quepan todos y todas, inspirados en el banquete del Reino, al que todos estamos in-vitados por ser hijas e hijos del Padre. Los excluidos son los que no están en ninguna lista de invitados. Los que sólo pueden aspirar a bucear en las sobras del banquete. La novedad del Reino es convertirlos en invitados. La inclusión aparece en las prioridades del Proyecto Apostólico Común 2011-2020 (PAC), porque querían actuar, cambiar, incidir. Por ello, escogieron como sujetos prioritarios a los pueblos originarios, los migrantes, las víctimas de la violencia urbana, y todos los que sufren formas de discriminación o ex-clusión. Es la frontera del sueño escatológico, de la utopía; pero también la del conflicto cotidiano. La opción por la frontera busca abrir a la novedad del sueño, con la habilidad del negociante, para tejer redes de relaciones humani-zadoras. La frontera tiene que ser territorio de diálogo y construcción colecti-va. En el espacio de frontera se van constituyendo como sujetos, protagonistas de su historia, los excluidos por ella.

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La segunda prioridad del Proyecto Apostólico Común 2011-2020 (PAC) también es de inclusión. Es la opción por los jóvenes, para abrirles la oportuni-dad de convertirse en sujetos de futuro con un proyecto solidario. Y también la tercera prioridad del PAC es una opción por la inclusión que ensancha sus hori-zontes, pues la inclusión tiene que llegar más allá de las fronteras nacionales. Debe abrirse al fortalecimiento de la unidad latinoamericana para enfrentar los retos de un mundo globalizado. Una unidad que permita la incorporación de los pequeños (en tamaño, riqueza o poder) en el concierto de las naciones. Se trata de que nadie quede excluido o discriminado por su debilidad. Por eso esta prioridad se fija en los que por una razón u otra son puestos al servicio de los intereses más fuertes o excluidos del banquete. Al fijarse el PAC en Cuba, Haití y la Amazonía no sólo afirma el derecho de los débiles frente a la discrimi-nación, sino que crea en los fuertes la conciencia de la solidaridad como tarea y verdadera fortaleza En consecuencia, desde la CPAL buscan que todas las obras de la Com-pañía se comprometan a trabajar con los excluidos. Ellos, nos dirá Jorge, son los protagonistas de las clases y homilías, de nuestros artículos y páginas web. Ellos aparecen cada vez que hablamos o escribimos. Están en las campañas y trabajo social de nuestros colegios y en nuestros voluntariados. Nuestros cen-tros sociales trabajan con ellos. En nuestras universidades se privilegian sus casos. Procuramos que nuestros jóvenes en formación se encuentren con ellos. Preferimos trabajar en las parroquias donde ellos viven, pues hemos entendido las causas de su exclusión y hemos contemplado en ellos al Cristo sufriente. Jorge es también un convencido de los beneficios humanizadores que logra la inclusión: Cuando las puertas se abren y entran a la plaza los exclui-dos, el panorama cambia: se llena de colores, lenguas y culturas. Florece la di-versidad. El espacio público se hace plural y festivo. Y termina por cambiarnos a nosotros mismos, por liberarnos de nuestras rigideces y miedos, para atre-vernos a innovar, para arriesgarnos a nuevas formas de relación, y dejar que se rompan las estructuras ya vencidas. El concepto de frontera ayuda a incentivar la creatividad, a innovar a partir del reto que surge desde el límite.

2. INCLUIR ES INNOVAR

Hay que ser muy conscientes de que la inclusión, sobre todo en edu-cación, supone y exige la innovación permanente que posibilitará que la edu-cación contribuya a la realización personal y a la transformación social. Inno-vación que promueva la transformación humanizadora, pues históricamente la educación reprodujo las desigualdades por mecanismos de exclusión que pri-mero impidieron a los pobres el acceso a la educación, pero luego diferencia-ron el acceso a una educación pública de menor calidad. Y cuando el mercado

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exigió que la educación se orientara al desarrollo de competencias pensó más en las demandas del mercado laboral que en las de la convivencia social. Y se definieron las competencias que debían desarrollar los pobres como si fueran máquinas fabricadas en serie para suplir la demanda del mercado. Así la globa-lización fue perdiendo su carácter de conquista de la historia de la humanidad, para convertirse en un mecanismo perverso de exclusión. Por ello, hay que darle un giro a la globalización para que promueva la inclusión: que todos y todas, en el mundo entero, quedemos incluidos en el acceso a los bienes y servicios, al conocimiento y la tecnología, al consumo y la capacidad de producir, al arte, el ocio y el poder, pues la globalización debe querer decir equidad. Donde ni el género, ni la nacionalidad, ni la clase social, ni la religión, ni el color de la piel, cierren las puertas de acceso a los bienes y servicios de la sociedad. Donde los derechos no estén condicionados al lugar donde naciste o al género o etnia que te tocó, pues globalización significa que las sociedades ya no somos responsables sólo de nuestros ciudadanos, sino del mundo. Y si el calentamiento global no es un problema local, sino global, tam-bién lo son la educación o la salud. Jorge asegura que la cercanía con los pobres y excluidos, al situarnos en el límite, da rumbo a la innovación. Por ello, no se trata de una moda, ni de un afán snob. Es la búsqueda de una salida desde lo más oscuro del túnel. La innovación sólo tiene sentido si nos ayuda a mejorar, no sólo en el aspec-to técnico o pedagógico, sino, sobre todo, humano. La educación inclusiva nos obliga continuamente a innovar, a responder a la novedad en la relación con quienes no actúan como esperamos. Innovar para aprender a convivir con las diferencias, a respetarlas, a apreciarlas, pues queremos una sociedad que aprenda a incluir a los excluidos sin obligarles a renunciar a su identidad. La-mentablemente, con frecuencia hemos aprendido a afirmar nuestra identidad por la exclusión del otro: ser yo significa no ser tú. Si la inclusión exige la innovación, toda innovación debe evaluarse por su carácter inclusivo. Esto va a suponer trabajar para que la educación sea prioritaria en la agenda de la cooperación internacional que posibilite aten-der los grandes desafíos de la educación en América Latina: la equidad, la calidad, el continuo educativo, la cuestión docente, la gestión escolar y el financiamiento. La equidad en educación consiste en construir oportunidades para todos y todas de acceso a una educación de calidad. Y para que esto sea real, son necesarias acciones positivas para abrir la educación a poblaciones en extrema pobreza: crear condiciones que garanticen la nutrición, el uniforme y los materiales necesarios; adaptar la educación a la cultura y lenguas de las poblaciones originarias o de minorías étnicas; y lograr un acceso equitativo para estudiantes con discapacidades. Por ello, si queremos que la educación sea realmente inclusiva hay que derribar barreras. La educación inclusiva parte de considerar el valor de cada persona. Por ello, necesitamos aprender que todos tenemos un valor que no depende

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de nada: ni de nuestro cargo, edad, posición social, poder, o fama. Es po-ner en práctica la declaración de los Derechos Humanos por la que deci-mos regirnos. Además, para nosotros los cristianos, es reconocer en nues-tra vida que todos somos hermanos y hermanas, que somos hijos de Dios, con iguales derechos. Quizá el mejor ejemplo de inclusión nos lo da Jesús en el evangelio al contarnos la historia del buen samaritano. Con su típica agudeza, Jorge nos dice que, si él hubiera inventado la parábola, el samaritano hubiera sido el herido del camino. Haciéndolo samaritano,

es decir un excluido del pueblo de Israel, extranjero de otra religión, pobre, despreciado, hubiera atraído mucha más lástima. Pero el samari-tano es quien lo ayuda, dando ejem-plo al sacerdote y el levita, que no fueron capaces de ayudar. El excluido, que parecía no tener capacidad para ayudar a otro, sino sólo para recibir ayuda, se con-vierte en modelo. En consecuencia, necesitamos aprender a mirar a los que la sociedad excluye, a los que a lo sumo incluye como objetos de nuestra caridad, como sujetos cons-tructores con nosotros de una socie-dad mejor.

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Hombre siempre estudioso e innovador, capaz de ver y asumir las potencialidades de los avances cien-tíficos y tecnológicos para utilizarlos en la misión de hacer un mundo me-jor, Jorge subraya el impacto positivo o negativo de las nuevas tecnologías, que depende del uso que hagamos de ellas. No podemos quedar al margen de ellas y debemos enseñar a utili-zarlas para globalizar la justicia y la solidaridad. Porque si bien las nuevas tecnologías han aportado a la mejora de la calidad de vida y a la creación de nuevas capacidades en todos los campos, son también responsables en gran medida del calentamiento te-rrestre, de las nuevas formas de ex-clusión, de las armas más mortíferas, de nuevas formas de abuso sexual in-fantil, de sofisticados mecanismos de fraude y corrupción administrativa, de macabras posibilidades de mani-pulación genética, … Por ser instru-mentos que dependen de quien las maneja, requieren de marcos éticos y legales, de sistemas culturales en los que se insertan, de formas acep-tadas. Lo que no podemos negar es que vivimos en un mundo abierto, interactivo, conectado, en el que las tecnologías de la comunicación están al acceso de todos. Hoy los cárteles de las drogas se dirigen desde el in-terior de las cárceles; desde los call centers de la India se ofrece informa-ción de compañías del mundo entero;

los más pobres emigran a los países del norte y luego invitan a sus familias a visitarlos y a integrarse a ellos; se hacen grandes transacciones banca-rias en segundos atravesando océanos con sólo un click en internet; Europa y Estados Unidos se siguen poblando de latinoamericanos, africanos y orienta-les a pesar de sus políticas cada vez más excluyentes. Los nacionalismos se refugian en una derecha trasno-chada en vías de extinción y se impo-ne la interculturalidad como estilo de vida.10

La educación no puede per-manecer ajena a ese fenómeno. En la Edad Media se pensó que la familia y la religión eran los ejes socializadores de las nuevas generaciones. Con la llegada de la modernidad la escuela se convirtió en un tercer actor fun-damental. Pero se da un nuevo salto cualitativo con la irrupción de la cul-tura digital. De pronto las tecnologías de la comunicación pasan a ser el eje socializador principal. Ellas superan a la familia, escuela y religión. Ellas cambian las formas de aprendizaje. El que más sabe no es el que más conocimientos ha acumulado duran-te la vida, sino el que tiene mejores conexiones. Por tanto, la importancia que en generaciones anteriores tenía el acumular saber pasa a un segundo plano. Las nuevas generaciones con sus habilidades tecnológicas y su falta de experiencia y de rodaje humano

10. En la preparación de ese capítulo he tomado libremente textos y palabras de Jorge en “Cómo trabajar en red sin diluirnos en el intento”, “Gestión solidaria. Aprender a gestionar el cambio”, “Hemos aprendido a soñar”, “Colaboración educativa, educación popular y educación comple-mentaria”, en www.pedagogiaignaciana.com, biblioteca general; y “Cuando el pac se enreda”, en www.flacsi.net

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toman la batuta. La misma conformación biológica del cerebro se transforma privilegiando las capacidades de conexión sobre las capacidades de acumula-ción de memoria. Esto significa que las instituciones de trasmisión generacional como la familia, la escuela y la religión, son sustituidas por redes de iguales conectados a fuentes de información. En la “sociedad del conocimiento”, se transforma el refrán de “más sabe el diablo por viejo…a más sabe el diablo por bien conectado que por vie-jo”. Por ello, si no queremos quedarnos atrás en nuestros empeños por garan-tizar a todos y todas una educación integral de calidad, debemos asumir con seriedad el mundo digital y garantizar la mejor conectividad posible y el uso apropiado. Pero no podemos olvidar que a este mundo virtual no todo el mundo tiene igual acceso, con lo que, a las nuevas discriminaciones y desigualdades, habría que añadir la discriminación digital, dado que las poblaciones más vul-nerables y los grupos empobrecidos y excluidos, escasamente pueden acceder al mundo de internet. Por ello, hoy se han acuñado los términos de infopobres e inforicos, para subrayar la brecha digital. Y si para muchas personas, navegar por internet es una acción cotidiana, no podemos olvidar que en todo el mundo todavía hay más de 4.000 millones de personas que viven sin acceso a internet. Según datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la agencia para la comunicación y las nuevas tecnologías, tan solo un 51% de la población mundial está conectado a internet: más del 85% en las regiones desarrolladas (Europa, Norteamérica), pero menos del 40% en regiones más pobres, como África y Latinoamérica. De hecho, si bien muchos consideran que las nuevas tecnologías están contribuyendo a una mayor igualdad en la educación, la realidad es que, con su utilización tan dispareja, en vez de favorecer una democratización, y una mayor extensión de la educación, se está propiciando una discriminación de las personas que, por sus recursos económicos o por la zona o países donde viven, no pueden tener acceso a estas nuevas herramientas. El problema es que esta brecha digital se está convirtiendo en elemen-to de separación, de exclusión de personas, colectivos, instituciones y países. De forma que la separación y marginación meramente tecnológica, se está con-virtiendo en separación y marginación social y personal. Es decir, que la brecha digital, se convierte en brecha social, de forma que la tecnología se convierte en un elemento de exclusión y no de inclusión social. Por otra parte, no podemos olvidar que la igualdad de acceso al conoci-miento, no supone igualdad ante el conocimiento. Es importante siempre tener en cuenta que en Internet nos encontramos con una información prácticamen-te inabarcable, pero ello no implica que dicha información se convierta en co-nocimiento, que requiere un grado de madurez cognitiva y de preparación del usuario que no siempre tiene. Jorge es muy consciente de que la inconmensura-ble cantidad de información asequible a través de las redes requiere seleccio-nar, relacionar, interpretar. ¿Con qué criterios – se pregunta – se puede manejar ese volumen de informaciones para que no nos ahogue en su sobreabundancia?

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De ahí la necesidad de una educación crítica que propicie el cuestiona-miento también del uso de las nuevas tecnologías. Diversas investigaciones vienen demostrando, entre ellas la de la OCDE 2015 (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Eco-nómico), que la mera presencia y/o abundancia de tecnología en el aula no mejora por sí sola el aprendizaje, y que están fracasando las políticas tecnológicas que no toman en cuen-ta debidamente la pedagogía. De ahí que está surgiendo un clamor cada vez más generalizado que pide que “además de tecnología, haya más pe-dagogía”. Para ello, es urgente intro-ducir un enfoque pedagógico que le dé un giro a la pedagogía tradicional y favorezca que sean los estudiantes quienes elaboren el conocimiento de forma personal, original y creativa. El reto está en integrar las nuevas tec-nologías como recursos al servicio de la experiencia de los estudiantes para que estos sean creadores de conteni-dos y saberes y no meros receptores de los mismos. Se trata, nada más y nada menos, de pasar del aprender repitiendo a aprender creando. Por haber reducido la for-mación de los docentes a la mera capacitación técnica, sin la debida formación pedagógica para utilizarlas creativamente, muchos las usan para hacer las mismas tareas que tradicio-nalmente vienen realizando con libros y pizarras: exponer los contenidos de forma magistral o indicar al alum-nado que realice ejercicios o activi-dades repetitivas. Se incorporaron, pero se utilizan bajo un modelo pe-dagógico tradicional y de este modo se neutraliza su potencial innovador.

No olvidemos que la información solo se convierte en conocimiento cuan-do es interpretada y se sabe utilizar apropiadamente. El conocimiento en sí mismo es menos importante que lo que somos capaces de hacer con él. No es más sabio el que más conoci-mientos posee, sino el que mejor los sabe utilizar para orientar y gober-nar su vida. En un contexto cada vez más complejo, cambiante e incier-to, el aprendiz requiere curiosidad, resiliencia, confianza, capacidad de colaboración, crítica, imaginación y creatividad más que capacidad de acumulación y repetición de datos y habilidades mecánicas. Una escuela bien integrada en la sociedad digital debería ser una escuela en constante formación. Una escuela que no cesa de investi-gar, reflexionar, evaluar y promover cambios en la práctica docente. Una escuela con capacidad para tomar decisiones e implementar cambios importantes. Una escuela abierta a la sociedad, capaz de aprovechar to-dos y cada uno de los recursos que nos ofrecen las nuevas tecnologías fomentando el aprendizaje coopera-tivo, en red, la investigación-acción, la apertura a la comunidad; una es-cuela capaz de aprender y de eva-luarse a sí misma para seguir apren-diendo y mejorando.

1. EL TRABAJO EN RED

Jorge nos recuerda que, cuando era joven y estudiaba antro-pología, se puso de moda el tema de las redes de solidaridad entre las co-munidades marginales. Años después

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las nuevas tecnologías han comenzado a hablar de redes. El concepto de red es muy sencillo: un conjunto de nudos, todos pequeños e iguales, unidos por hilos relativamente débiles formando un tejido que se vuelve tremendamente fuerte y resistente, al mismo tiempo que flexible y ligero. Y esto las hace suma-mente útiles, lo mismo para pescar que para dormir, para proteger como verja resistente o para cargar objetos pesados. Las redes nos enseñaron que había una manera de organizarse horizon-talmente, como nudos de una red conectados por finos y débiles hilos. Descu-brimos que para hacer fuertes esas redes no necesitábamos dinero, ni armas, ni poder, sino una fuerte identidad que a todos nos llenara de autoestima y una misión que diera sentido a nuestras vidas. Que había formas de hacer que la tecnología no sólo nos hiciera más ricos y más fuertes, sino también más cer-canos, más hermanos. Jorge desarrolla el sentido de las redes explicitando el trabajo de Fe y Alegría como “una red humana de equidad, participación y solidaridad”. Es-tos tres valores con los que definimos la sociedad para la que educamos, son muy propios de la red. Nudos pequeños e iguales que en equidad fortalecen su unidad. Hilos que comparten la carga entre todos, invitando a una partici-pación cargada de solidaridad. Cuando Jesús invitó a seguirlo a sus apóstoles pescadores, los encontró reparando las redes. La tarea del gestor de la red es mantener el tejido sano. Una ruptura de cualquier punto de la red puede ter-minar destruyéndola. Todos los nudos son importantes. No podemos darnos el lujo de perder ninguno. Por eso en Fe y Alegría decimos que lo más importante es nuestra gente. Sin embargo, ninguno es piedra angular. La fuerza de todos está en su igualdad y unidad. Por eso los hilos que los unen son pieza clave. De ahí nos viene nuestra fuerza y nuestra identidad. Por eso no nos definimos como organización. Somos un movimiento, todo dinamismo y relación, que nos abarca enteros, integrando la dispersión de nuestras actividades, la pluralidad de identidades que nos constituyen y las contradicciones que se revelan en la diversidad de relaciones, en que transcurre nuestra vida. Como movimiento necesitamos renovarnos continuamente bebiendo de nuestro propio pozo de historia y experiencia. Necesitamos enriquecernos en la escucha de nuestra propia diversidad. Fe y Alegría es una red educativa internacional de la Compañía de Jesús. Esa es la línea de gobierno. Pero al mismo tiempo cada Fe y Alegría nacional es miembro de una red, la Federación Internacional de Fe y Alegría, cuyo coordinador es nombrado y depende del Presidente de la Conferencia de Provinciales de América Latina. Como el nombre lo indica, es sólo coordinador de la red. No tiene ninguna autoridad sobre los Directores Nacionales. Es eje-cutor del plan estratégico de la Federación y de las políticas acordadas por los Directores Nacionales, porque la Federación es una red y no una estructura vertical, aunque se integra en esta. Según Jorge, el secreto del éxito está en compartir la identidad y la misión. Por tanto, la primera clave, que es también una tarea permanente, es

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trabajar con dedicación la identidad y misión en todos los miembros de la red. La segunda clave: la participación y la autonomía funcional. El principio de participación es propio del funcionamiento de redes. Está fuertemente ligado a la identidad. Una identidad colectiva fuerte crea sentido de pertenencia. La membresía se convierte en motivo de autoestima. Una red compleja y amplia, sin estructuras fuertes de autoridad vertical, no puede funcionar sino es dejando grandes espacios de autonomía funcional. La identidad y misión crean la cohesión fundamental que mantiene la unidad de la red. Su fortaleza permite conceder gran autonomía a los nudos. Cualquier conflicto se resuelve a partir de la cohe-rencia con la identidad y misión. La mística creada por la identidad y misión es capaz de superar la diversidad de los nudos y mantener la integración a pesar de la autonomía funcional concedida a cada nudo (país, región, escuela). Esta estructura organizativa requiere también de un modelo de lide-razgo diferente del tradicional. Es un liderazgo que no necesita concentrarse en la acumulación de poder; que entiende la importancia de la comunicación horizontal y el sentido de cuerpo. De hecho, es un liderazgo con poco poder real, como refleja el título que recibe la figura principal: coordinador. Su poder no es excluyente, sino incluyente. Otro elemento que se desprende de los anteriores es la importancia de la comunicación. Para que la institución funcione no basta con informar clara-mente los objetivos, modos de actuar y las reglas del juego. Las redes nacen de la experiencia de la construcción colectiva del conocimiento. Esto supone diálogo, comunicación de doble vía, participación

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No se le escapan a Jorge algunas posibles trampas y peligros de las re-des, que debemos tener presentes: i) Perder la importancia del sujeto. Aunque se afirme la individualidad al romper las estructuras de subordinación, se pue-de perder la persona en el anonimato de las redes, diluyéndose su condición de sujeto de derechos y deberes; ii) El exceso de información puede llevarnos al reino de la superficialidad. Sustituir la profundidad humana del discernimiento por la acumulación de datos, que, por su abundancia, terminan siendo filtrados por los proveedores más potentes. Podemos caer en la adicción a la informa-ción que nos paraliza o nos hace ver el mundo con los ojos de quien transmite; iii) Estamos en un momento en que todo corre, nada pesa, toda flota, todo es relativo, líquido. Podemos perder los principios básicos sobre los que nos es-tructuramos, entrar en una percepción del mundo “light” que no tiene ancla ni raíces; iv) Es posible que, con la ilusión de entrar en redes ilimitadas, sin fronteras, nos creamos que hemos superado las barreras de la exclusión. Sin embargo, son muchos los excluidos de las nuevas tecnologías, cuyas voces no entran en las redes, y desaparecen como un susurro lejano, o se desfiguran al pasar por los filtros de quienes los traducen e introducen en las redes. Tenemos el peligro de, a nombre de la globalización, excluir a los pobres; v) La disper-sión propia de las redes puede distraernos de nuestro objetivo y misión. La fragmentación del conocimiento puede hacer que perdamos de vista el conjun-to. Pueden deslumbrarnos las luces del camino hasta llegar a desviarnos, hasta hacernos perder el rumbo que nos marca una estrategia clara. Todos estos peligros nos hablan de la necesidad de insistir en la cons-trucción de sujetos libres, conscientes, alertas, con opciones claras para su vida, que tengan muy claro a dónde van y a qué. Al referirse de nuevo a Fe y Alegría, Jorge nos indica que el sabernos en red con más de 160 institutos de vida consagrada nos confiere una fortaleza y consistencia especial que dice de nuestra capacidad de trabajar con otros y en equipo, y de la riqueza inmensa que nos aportan otros que reman en la misma dirección y están abiertos a la colaboración y el trabajo conjunto. La tarea es tan inmensa que no podemos enfrentarla solos. Tenemos que caminar con otros, aprendiendo de ellos, construyendo con ellos, lo cual nos exige humildad y espíritu de colaboración. Por eso en la gestión de Fe y Alegría está fuertemente enraizado el trabajo en equipo, el trabajo en red. Debe ser un sello distintivo nuestra disposición a trabajar con otros. Nuestra identidad nos “enreda” con otros en nuestros sueños y nuestras acciones. Sabemos que los pobres, para asegurar su sobrevivencia, construyen redes de solidaridad de gran efectividad. Fe y Alegría no es más que una red de solidaridad nacida de la inspiración cristiana según el estilo de la espiritualidad ignaciana Nosotros nos sentimos invitados a construir estas redes desde, para y con los pobres. Además de Fe y Alegría, Jorge nos señala que en América Latina están trabajando también como redes internacionales de la Compañía, aunque con diversa intensidad, el Servicio Jesuita para Refugiados y Migrantes, Los Cen-tros Sociales de la Compañía en América Latina, la Asociación de Universidades

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confiadas a la Compañía de Jesús (AUSJAL), la Federación Latinoamericana de Colegios Jesuitas (FLACSI), los Centros de Espiritualidad (CLACIES), la red de parroquias (RELAPAJ), las emisoras de radio confiadas a la Compañía, la red de pastoral indígena, y el Proyecto Caribe que relaciona a los jesuitas que traba-jan en la región del Caribe, entre otras. Señala también que, nivel internacio-nal, nos hemos involucrado en la Red de Incidencia Ignaciana (GIAN), y que la misma Compañía de Jesús, en América Latina, está convirtiendo la Conferencia de Provinciales (CPAL) en una red.

2. PAPEL DE LA UNIVERSIDAD EN EL MUNDO DIGITAL

Jorge es muy crítico del papel que, en general, desempeñan las uni-versidades y piensa que deben involucrarse mucho más en la gestación de un mundo más justo y solidario. ¿Hasta dónde – se pregunta – las instituciones de Educación Superior no tienen la responsabilidad de colaborar en la construc-ción de los marcos adecuados para que las nuevas tecnologías generen proce-sos de inclusión social, de solidaridad, de democratización de la información y de acceso a los mecanismos de poder? Hoy que hablamos de la responsabilidad social de la empresa que va más allá de donaciones caritativas, ¿no tendríamos que hablar de la responsabilidad social de las instituciones de Educación Su-perior que debe ir mucho más allá de la concesión de becas a estudiantes de escasos recursos? Jorge expresa con fuerza que la Universidad no puede ser una isla. Tiene que estar en función de su contexto y responder a las preguntas que este contexto le plantea. Y en este sentido rompe la virtualidad de las redes para anclarse en la realidad. Y tiene que responder desde los recursos que le ofrece el contexto. No un contexto virtual, imaginado para el ejercicio teórico. Sino un contexto por el cual se ha optado. Nuestra opción tiene que estar desde la herida sangrante de la historia. Por eso los mártires de la UCA, testigos de esta opción comprometida, tienen que ser para nosotros modelo. El conocimiento debe ponerse al servicio de la causa de la justicia, la fraternidad y la libertad. La universidad tiene también el reto de superar la unidimensionalidad, que puede ser causada por el encierro en una cápsula que se aferra a esquemas académicos rígidos del pasado; o que se impermeabiliza ante problemáticas como la pobreza o la violencia; o se resiste a dejarse cuestionar por la crecien-te globalización. Ya no existen – afirma Jorge – los antiguos alumnos. Todos estamos en estado de aprendizaje. Y las Universidades deben asumir esta nueva lógica. Mirando al futuro, esperamos universidades que continúen percibiéndose a sí mismas como algo más que un espacio para transmitir conocimientos durante un período de la vida. Que se sientan creadoras de conocimiento, de un co-nocimiento útil para la construcción de una sociedad mejor. Que se perciban como actores colectivos de la dinámica social, con posición tomada para supe-

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rar la desigualdad que caracteriza las sociedades latinoamericanas y facilitar la inclusión de todos y todas en los procesos de nuestros pueblos. Que aporten a la construcción de la unidad latinoamericana transformando las fronteras conflictivas en puntos de encuentro y relación. Que fortalezcan los procesos de colaboración entre los pueblos latinoamericanos sin exclusiones. Que nos ofrezcan pensamiento que sustente estas tareas, tecnología apropiada a nues-tras necesidades y recursos, metodologías para la inclusión y el diálogo. Que ellas mismas sean modelos democráticos que entrenen en la práctica de la par-ticipación ciudadana y de la responsabilidad social. Que nos enseñen a trabajar en equipo en vez de la competencia individual. Que nos inviten a tejernos en red más que a aislarnos en un orgullo institucional narcisista. Que nos muestren que los conocimientos, como los bienes, no son para acumularlos, sino para compartirlos y ponerlos a producir. Que sean modelo de un liderazgo participa-tivo y comprometido que forme nuevos líderes para la política, el mercado y la sociedad civil. Jorge confiesa sentirse esperanzado al mirar a AUSJAL y encontrar un creciente espíritu de red que supera las afirmaciones competitivas individuales, una constante preocupación por la responsabilidad social de la universidad, un apoyo a los esfuerzos de conectar la ciencia y tecnología con la construcción de Estados democráticos y naciones plurales que vayan incrementando la equidad social. Le anima ver que las universidades de AUSJAL se empeñan por crear nuevos liderazgos y se comprometen en alianzas con instituciones sociales, con el sector público, con movimientos populares y con grupos de la sociedad civil. Y le entusiasma observar cómo se fortalece la colaboración de las universida-des de AUSJAL con Fe y Alegría, con los centros sociales y proyectos sociales, con la Red de Solidaridad Indígena, con los esfuerzos por conocer nuestras culturas, la nueva cultura emergente y su impacto en los sectores populares urbanos, las culturas juveniles, el tejido de cultura criolla, indígena, afro, que forma nuestras sociedades. Confiesa que le gustaría que se enraizara esta nueva manera de ver la Universidad más allá de los límites espacio temporales del campus y el curri-culum de las carreras. Que los conceptos de antiguo alumno, de docente, de investigador, se transformen en el de permanente trabajador del conocimiento que busca dar calidad y profundidad a su acción sobre el mundo. La colabora-ción entre diversas universidades a través de redes de homólogos o programas comunes nos invita a soñar nuevas posibilidades de colaboración y a la creati-vidad de nuevas estructuras de enlace con los sectores populares, los Estados y la sociedad civil para seguir creciendo en esta dirección. Las universidades que han sabido insertarse en su contexto con actitud crítica, propositiva, creadora; que han sabido asumir su responsabilidad social como fábricas de pensamiento y conocimiento; que han sabido conectarse en redes cada vez más amplias; que van rompiendo la cárcel de espacio y tiempo; que han sabido insertarse no como piezas de mercado, sino como respuesta y sentido a las dinámicas de las culturas y sociedades; esas son las que han echado raíces hondas y amplias que les permitirán resistir huracanes y soñar futuros sostenibles y novedosos.

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Jorge salió de Cuba en 1960, pero tardó 26 años en volver de visita a su querida isla, y 50 en vivir de nue-vo en ella. Pero siempre la tuvo muy presente en su corazón.11

Cuenta que en 1986, cuando regresó de visita “empezó a sentir lo que llamaríamos la vocación, la mi-sión, el sentir que en Cuba había una misión para mí, y que me sentía lla-mado a realizar esa tarea.”12

En 2010 fue nombrado Supe-rior de la Región de Cuba, y llegó con el desafío de “Dar razón de nuestra esperanza y construir comunidades de participación”. Sin embargo, cuando poco después fue nombrado Presiden-te de la CPAL, tuvo que abandonar de nuevo Cuba y trasladarse primero a Río de Janeiro, en Brasil y luego a Lima, en Perú, para coordinar desde allí su nuevo trabajo. Por fin, en 2017, regresó a Cuba, definitivamente, con la misión de coordinar los Centros Loyola. En la carta de navidad que es-cribió en 2018, cuenta Jorge su trabajo:

Como saben sigo en La Habana, en la iglesia de Reina, dedicado a los Centros Loyola. Estos son un proyecto nuevo de los jesuitas en Cuba, que combinan trabajo social con educación.

Aparecieron cuando se permitió lo que han llamado la educación

complementaria. Surgieron en-tonces muchos centros en toda la isla. Algunos son emprendimientos individuales de cuentapropistas de educación. Otros, como los nues-tros, son centros de servicio social que ofrecen educación gratuita a poblaciones en riesgo.

Este año en octubre hemos abierto el sexto Centro Loyola en el barrio Diezmero. En total estamos edu-cando más de 2.000 alumnos: ni-ños jóvenes, adultos y personas de tercera edad. Estamos presentes en Santiago de Cuba, Camagüey, Cienfuegos y en tres puntos de La Habana: Centro Habana y San Mi-guel del Padrón.

Funcionamos como una red: con autonomía que nos permite res-ponder a la realidad de cada sitio, pero con una mística común y una fuerte colaboración. Me ha toca-do este año coordinar esa red que tiene su asamblea anual, reunio-nes periódicas de los directores y de homólogos, y comparte recur-sos, proyectos y formación.

En el Centro Loyola Reina, en La Habana, tenemos más de 700 alumnos. Uno de los programas es INCUBA EMPRESA para formación y apoyo a cuentapropistas y coope-rativas. Este año hemos hecho cin-co investigaciones además de dar numerosos cursos, algunos a públi-cos nuevos como campesinos, no

11. En la preparación de este capítulo, además de las cartas que Jorge escribía en navidades a sus amigos (https://acento.com.do/opinión) he seguido los textos y palabas de Jorge en “Homilía en la fiesta de San Ignacio de Loyola 2019”, “Cuba: Hacia dónde vamos”, “Colaboración educativa, educación popular y educación complementaria” y “Aprender en tiempos de pandemia” en www.pedagogiaignaciana.com, biblioteca digital. 12. Entrevista en Revista “Espacio Laical”, Arquidiócesis de La Habana, 2012.

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videntes y muchachas queriendo salir de la prostitución. Hemos terminado cinco investigaciones sobre la pequeña empresa y las cooperativas en La Habana.En 2018 nos hemos propuesto un proyecto común para todos los grupos que se re-únen en el Centro. Hemos escogido el tema del medio ambiente porque no sólo tiene dimensiones globales, sino también muy locales: vivimos en un barrio con problemas de agua, recolección de desechos, contaminación sónica, … Y todo el Centro ha entrado con entusiasmo al tema. Hasta uno de los trabajadores del Centro, que estudia pintura, se ha animado a pintar un bello mural en el patio.

Este año la actividad cultural del Centro ha incluido la puesta en circulación de tres libros: La Transparencia del Tiempo, de Leonardo Padura; La Presencia de los Jesuitas en el Quehacer de Cuba, de José Luis Sáez, SJ; y Disponerse al Don, de Benjamín González Buelta, SJ. Tuvimos también un concierto de Jesuitas Acústico, el grupo musical de cuatro jesuitas de Chile, México, España y Domini-cana. Tuvimos conferencias de personas tan interesantes como Manolo Maza SJ, sobre Félix Varela; el Dr. Carlos Delgado, Oscar Jara y Marco Raúl Mejía, sobre educación; y el director cinematográfico Carlos Lechuga, con mucha participa-ción del público.

Ha comenzado un segundo grupo de mujeres y se prepara un tercero de embara-zadas para comenzar el próximo año. Los cursos de tercera edad siguen con gran entusiasmo. Durante el día tenemos muchas abuelitas aprendiendo inglés para hablar con sus nietos, que no entienden español, o descubriendo los secretos de sus celulares, o en las otras muchas ofertas de cursos.

Por las tardes el centro se llena de niños y jóvenes que vienen a la biblioteca infantil o al refuerzo escolar o a las diversas artes, como música, danza, teatro y artes plásticas. Los cursos de idiomas este año han convocado muchos univer-sitarios. Gracias a la generosidad de nuestros donantes este año hemos instalado un tercer laboratorio de informática.

Este año tuvimos dos semanas de taller de verano con niños y jóvenes. Nuestra orquesta juvenil tiene fama y la invitan a presentarse en otros espacios. Este año también dimos apoyo a otras instituciones de Iglesia: la evaluación de Ca-ritas Habana, la coordinación del equipo de reflexión educativa de la Conferen-cia de Religiosos, la facilitación del Consejo de la Diócesis de Ciego de Ávila, el desarrollo de la Escuela de Verano para Maestros en nuestros locales y con nuestra participación, el apoyo al Plan Pastoral de la Iglesia Cubana y a la plani-ficación de la parroquia, y la reflexión sobre el nuevo proyecto de Constitución. Un educador del centro participó con una ponencia en el Simposio El Gusto de las Ciencias de la Facultad de Pedagogía Enrique José Varona, ganando el reco-nocimiento como mejor ponencia. Hemos hecho un esfuerzo por acercarnos de manera especial a las familias de nuestros alumnos.

Todos los que colaboramos en el Centro tenemos dos reflexiones que nos ins-piran: sentimos que nuestro proyecto es Cuba y cada uno, en la tarea que le toca, procura construir la Cuba que sueña. Entre todos, en el Centro, coope-ramos unos con otros para construir, en el pedacito de mundo que nos toca, el Reino que soñamos. Y eso nos entusiasma y se nota en la calidad de lo que

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hacemos. La otra inspiración nos viene del Evangelio. Jesús nos in-vita a ser la sal de la tierra. Esta imagen nos ilumina en nuestro trabajo. La sal tiene vocación de minoría. Si echamos demasiado dañamos la comida. Pero sólo un poquito es suficiente para sacar el buen sabor de toda la comida que está en la olla. Así nosotros que-remos, siendo poquitos, hacer la diferencia, de forma que todo el buen sabor que hay en la gente de nuestro barrio, al contacto con el Centro, salga y empiece a llenar con su aroma las vidas de todos. Ya lo estamos viendo en las caras de la gente que viene al Centro: nuevas sonrisas de esperanza, nuevas actitudes ante la vida, nuevas relaciones más fraternas, un sabor nuevo para la vida.

Como en la Navidad, que Jesús chiquito cambió la vida de todos.

¡Un abrazo para todos y feliz 2019!

En su escrito “Colaboración educativa, educación popular y edu-cación complementaria”, Jorge desa-rrolla con mayor amplitud el trabajo que realizan en los Centros Loyola y señala que el objetivo es “promover una educación integral orientada al crecimiento personal y social de los niños y adolescentes que se acerquen a nuestro centro para recibir nues-tros servicios”. Con el tiempo, res-pondiendo a la demanda, añadieron también los adultos. Explica que la experiencia comienza por una opción voluntaria (de los niños o sus padres) de “acercarse” al Centro. Es un ejer-cicio de la libertad que mira hacia un bien concreto: la educación integral

para el crecimiento personal y social. No se trata de un camino obligatorio que exige cumplimiento de todos. Esta educación se valida en cuanto logra atraer libremente a un seg-mento de la población. No tiene un público cautivo. No se trata tampo-co de un servicio del Estado. Se sigue percibiendo al Estado como el garan-te del derecho a la buena educación que tienen todos y todas. Pero dentro de ese derecho existen áreas no cu-biertas por la acción del Estado. La sociedad misma como primera educa-dora (socializadora de sus miembros) participa libremente de la oferta de oportunidades que amplifican las ofertas de educación. La formulación indica tam-bién que se trata de algo que va más allá de la trasmisión de ciertos contenidos que se consideran funda-mentales dentro de la sociedad en que vivimos. Se habla de una educa-ción “integral”, que implica toda la persona como una unidad. Se trata de la constitución del sujeto libre y solidario. Es el apoyo para el creci-miento personal y social, es decir, de la persona como miembro de la socie-dad, como “ser con otros”. Hay en el fondo de este planteamiento la visión de que existimos para vivir con otros, para una existencia compartida. En esta concepción la persona humana no se define por lo que tiene, ni por lo que es en sentido abstracto, sino por su existencia concreta en relación a los otros y al mundo en que vive. Es importante que esta educación no aparezca como un paréntesis en la vida del educando, sino formando parte de su mundo: escuela (por ser repaso escolar), familia (a la que se

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implica en el proceso) y barrio (con el que el proceso entra en diálogo). Lo im-portante es aprender valores, actitudes conductuales y sociales que le permi-tan crecer como persona que comparte esta “casa común” con muchos otros. Conviviendo se aprenden competencias sociales que implican habilidades bá-sicas como escuchar, saludar, despedirse, agradecer, perdonar, pedir favores o disculpas, trabajar en equipo, ... Se aprende a cooperar con las actividades por el bien de la comunidad como orden, limpieza, colaboración, silencio, respeto; a defender los derechos de los demás; a ser solidarios ayudando a otros según sus necesidades. Muy conscientes de las dificultades de comunicación que tienen los jóvenes de la era digital, se desarrollan las habilidades comunicativas: escu-cha, diálogo, expresión de los afectos, expresión en otros lenguajes, expresión artística, valoración de la verdad… Se estimula la lectura, la imaginación, la creatividad, la investigación. Se fomentan las habilidades de convivencia entre niños que viven en contextos de violencia familiar y barrial, con fuertes limita-ciones económicas o sociales, con experiencias familiares disfuncionales. El centro tiene un núcleo central que lo articula: el programa Cuesta Arriba, que tras el atractivo de repaso escolar incluye formación en valores y en habilidades de comunicación y de creatividad. Tiene como apoyo unidades de formación en informática, idiomas, lectura, expresión artística (música, artes plásticas, danza y teatro). Se complementa con unidades de orientación sicológica e investigación social y con ofertas para las familias de manualida-des, idiomas, informática y emprendedurismo. Se orienta al fortalecimiento del tejido social barrial. Trata de interconectar estas múltiples dimensiones promoviendo la superación de la fragmentación de las personas por la consti-tución de sujetos con autoestima y capacidad de convivencia.

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1. LA PANDEMIA, UNA OPORTUNIDAD PARA CONSTRUIR UN MUNDO MÁS EQUITATIVO

Cuando llegó la pandemia, Jorge trató de hacer un ferviente llamado a que supiéramos leer las lecciones que nos estaba dando y la aprovecháramos para construir un mundo más fraternal, equitativo y justo. Comienza advirtiéndonos del peligro de que el confinamiento de la pandemia nos lleve a añorar los tiempos y estilos de vida del pasado ignorando que en gran medida son los responsables de la crisis. Es lo que les pasó a los judíos en el Éxodo que, ante las dificultades, se pudieron a añorar los ajos y cebollas de Egipto cuando tenían la oportunidad de caminar ha-cia la libertad. Por ello, nos exhorta a no mirar hacia atrás con nostalgia de lo perdido, sino que aprovechemos para soñar el futuro diferente. Es el tiempo de nuestra oportunidad, ya que somos parte de una humanidad que no puede encerrarse en burbujas asépticas. Los botes salvavidas no lle-gan a puerto. O nos salvamos todos o nos hundimos todos. El deterioro ecológico nos lo estaba advirtiendo desde hacía tiempo, pero no quisimos hacerle caso. Tuvo que venir una pan-demia de extrema agresividad para que descubramos que si el mundo se para, todos padecemos. El virus nos aísla, nos incomu-nica, nos separa. Las palabras que nos unen las oculta en la mascarilla. Nos prohíbe el abrazo y esteriliza nuestros contactos. Nos hace sentir la orfandad de nuestra soledad encerra-da, aunque la jaula sea de oro. Y nos devela que nadie se salva solo, que si

todos no nos protegemos nadie estará seguro, por más muros que levante o puertas que cierre. Todos necesita-mos de todos para crear un mundo seguro. Lo único que nos salva es la solidaridad. Nuestras vidas dependen de quienes generosamente estén dis-puestos a arriesgar la suya por noso-tros. De quien se ofrece a dar la suya como grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. Necesitamos de los maestros, el personal sanita-rio, los que protegen nuestras vidas, los que producen nuestros alimentos, los que hacen funcionar el mundo en que vivimos. Y descubrimos que sólo el amor salva. El amor de quien sirve al enfermo, de quien entrega el res-pirador, de quien respeta las normas de prevención para protegernos, de quien nos acompaña cuando nos des-plomamos agotados del encierro, de quien nos hace cantar, aplaudir, rezar para olvidar el miedo. Jorge nos exhorta a que apro-vechemos la pandemia para reforzar nuestros valores y nuestra conviven-cia: Que la pandemia no nos haga más desconfiados, ajenos, sino que nos enseñe a construir relaciones desde la transparencia y la confianza, a dar los buenos días y una sonrisa a todos, a disfrutar del don de la vida que amanece cada día con cuantos nos rodean, aunque sean diferentes. Te-nemos que repensar nuestros concep-tos de nación y frontera y aprender a pensar en un único mundo, en la gran familia de Dios. El reto es aprender para no volver atrás, sino saltar ade-lante. Necesitamos reunirnos para juntos reflexionar esta experiencia y sacar conclusiones que nos ayuden a caminar hacia la novedad de un mun-

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do mejor preparado para enfrentar las pandemias. Que las empresas, los cen-tros educativos, las iglesias, los gobiernos, los medios de comunicación promo-vamos la reflexión compartida, la búsqueda colaborativa de nuevos caminos. Que no volvamos a reconstruir los viejos modos de proceder. Que nos reen-contremos para repensarnos, para innovar nuestras formas de relación. Que la pandemia no nos enseñe a encerrarnos más en mi casa, mi círculo, mi clase. Que nos enseñe a compartir, a participar, a servir. Que haga del voluntariado la forma ciudadana de vivir. Si bien, como ya dijimos antes, nos animaba a que utilizáramos las potencialidades de las tecnologías y las redes nos advertía sin embargo de los peligros de que la virtualidad nos alejara de la comunicación profunda y rogaba que no nos acostumbremos a orar con una comunidad virtual a un dios virtual. Y pedía mirar la “nueva situación como un kairós”, una oportunidad para en-trar en la conversión pastoral que nos piden el papa Francisco en la Evangelii Gaudium y los obispos cubanos en el Plan Pastoral. Para pasar de una Iglesia de masas a una Iglesia de pequeñas comunidades, en las que, respetando protoco-los y evitando multitudes, celebremos la Palabra y fomentemos la fraternidad.

2. PREFERENCIAS APOSTÓLICAS DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN CUBA

Quiero concluir el capítulo y el libro citando textualmente la homilía de Jorge en la Fiesta de San Ignacio de Loyola, en Julio de 2019, a escasos meses de su muerte, con la que comencé mi escrito. Viene a ser como su testamento espiritual, un extraordinario resumen de su espiritualidad y sus inquietudes y nos entronca en las preferencias apostólicas de la Compañía que unos meses antes había propuesto el P. General, Arturo Sosa, para los próximos diez años (2019-2029).

En estos días, cuando hacíamos el triduo en preparación para la fiesta de hoy me preguntaba: ¿qué significa ser ignaciano hoy, en esta Cuba del 2019?

No somos la Iglesia triunfante de tiempos pasados. No somos ya la Iglesia mártir que enfrentó con coraje y paciencia la discriminación, la persecución y el es-carnio. Tampoco tenemos ya el mismo entusiasmo de la Iglesia misionera que se transformó tras el ENEC.

Somos una Iglesia debilitada, envejecida, cansada. Y, sin embargo, seguimos teniendo el ímpetu misionero para formar nuevas comunidades que no se detie-nen ante el desencanto ambiental; conservamos la capacidad de soñar mundos nuevos con esperanza, y poner la mano en el arado para construirlos, sin mirar atrás; y la sensibilidad para acercarnos al pobre, al preso, al enfermo, a los niños, a las mujeres maltratadas, sin que nos venza el egoísmo que nos corre por las venas…

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Vamos por la vida siguiendo las huellas de Jesús. Aunque los caminos sean áridos y empinados. Aunque quedemos sin aliento y sin fuerzas. Aunque por momentos perdamos el rumbo o nos dejemos engañar por las luces de colores de proyectos vacíos. Por eso, cuando emprendemos su seguimiento, sentimos la necesidad de discernir, de reconocer la voz de Dios entre otras voces que nos tientan. De reconocer la presencia de Jesús en los vericuetos de nuestra vida.

El discernimiento de todo el cuerpo apostólico ignaciano nos ha llevado a foca-lizarnos en cuatro preferencias apostólicas:

La primera tiene que ver con la búsqueda de sentido que experimentamos tan fuertemente desde el desencanto cubano. Sin una espiritualidad que nos ins-pire, la vida se disuelve en presentes que buscan intensidad para esconder el vacío y la desesperanza. Lo que tenemos para ofertar es ese camino de Ignacio que llamamos los Ejercicios Espirituales, que son el motor de toda la acción de la Compañía de Jesús.

La segunda es caminar junto a los pobres en una misión de reconciliación y jus-ticia. Caminar junto al pueblo cubano acompañando, sin protagonismos ni lide-razgos interesados. Junto a los pobres, los que tienen menos, cada vez menos, hasta aquellos pobres de fe y de esperanza, decepcionados del amor. Siendo esa Iglesia en salida a la que nos invita el Papa Francisco, saliendo al encuentro de los que caminan, como los guaraníes que encontraron los conquistadores, en busca de la tierra sin mal. ¿Quiénes son los descartados y excluidos y en qué senderos caminamos con ellos?

La tercera es acompañar a los jóvenes en la busca de un futuro esperanzador, que no está cruzando el mar, sino encontrando la fuente que alimenta el propio pozo, abriendo caminos de libertad y solidaridad, atreviéndonos a soñar y crear nuevas esperanzas, con los desechos reciclados de un mundo roto. Acompañar significa cercanía, escucha, empatía. ¿Quiénes son los jóvenes que acompaño?

La cuarta es colaborar en el cuidado de la casa común que nos construyó nuestro padre y hemos dejado deteriorarse por el tiempo, el descuido y la depredación. ¿Cómo ha cambiado nuestra vida desde que descubrimos nuestra responsabili-dad en el cuidado de la creación?

Queremos discernir juntos el llamado de Dios en esta realidad y unir nuestros brazos y nuestros corazones para colaborar en la misión de Cristo de transformar este presente cubano en un Reino de Dios que brota con fuerza.

Como nos decía Pablo en la lectura, todo lo que hago es para su gloria, para la mayor gloria de Dios. Así le pasó a Ignacio. Encontró el sentido de su vida en disponerse a buscar la mayor gloria de Dios dedicándose al servicio de la fe y la promoción de la justicia, a la reconciliación de la humanidad con la naturaleza, con los hermanos y hermanas y con Dios. Y convirtió en su lema, objetivo de su vida y la de sus compañeros, la búsqueda de la mayor gloria de Dios, que como decía San Ireneo, está en que todo hombre y mujer vivan en plenitud, o, como

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glosaba Monseñor Romero, que el pobre viva. Ese encuentro con Jesús terminó llevando a Ignacio y sus compañeros a dedicar sus vidas a en todo amar y servir, aunque suponga, como nos decía el evangelio, cruz y renuncia.

Esa es la fuerza subversiva del amor, que no se detiene ante nada, porque el sentido de la vida es que el otro viva y viva en plenitud. Aunque suponga cruz y renuncia, contigo nos vamos, señor.

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Con las historias de vida, Jorge visibilizaba a los más vulne-rados en su propia vida como actores de su propia emanci-pación y transformación personal y social. Nos hacía testigos de las chispas que encendieron su vocación y su misión; así iluminaba, animaba y esperanzaba nuestra propia vida.

Jorge era un hombre sabio que iba más allá con sus reflexio-nes y nos llevaba a lo profundo del Dios que se revela en lo sencillo. Su autoridad personal y como jesuita, venía de su capacidad de no hablar de si mismo, de auto referenciarse, sino de ver a Dios y su obra en los demás y en sí mismo. Su testimonio de estilo y modo de vida sencilla nos sigue inter-pelando a todos.

En este libro que les presento, esto se respira por los cuatro costados.