pont grup magazine nº4 (héroes y villanos)

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La revista de motos para los que le gustan las motos, y para los que no.

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CLUB PONT GRUP MAGAZINE N#4 HÉROES Y VILLANOS

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UN IRLANDÉS PELIRROJO,Y UNA HENDERSON

EXCELSIOR KJ

HÉROES O VILLANOS

VUKMANOVICH,

HÉROES Y VILLANOS

PONT GRUP

HÉROE Y VILLANOLOS TIEMPOS CAMBIAN

IRSE DE COPAS

EL DEBER

EN UN VIAJE EN MOTOPOR ÁFRICA

EL SABOTAJE A CARDÚSY LA AMENAZA

EN MOTO: EL YIN Y EL YANG

FRENTE A HÉROES Y SUPERHEROES.

UNA BATALLA DESIGUAL.

QUE ES UNA BARBARIDAD

CON VALENTINO ROSSIVS. TOMARSE UNA HORCHATA

CON DANI PEDROSA

DE UN BUEN SUPERVILLANOES CONSTRUIR UNA GRAN

MÁQUINA QUE ACABECON LA HUMANIDAD

EDITORIALpág5pág7

pág 14pág18

pág46

pág38LOS OJOS

pá g54

pág62

pág59

pág64pág52

SUMARIO

MIRA CON ATENCIÓNY RESPETO, QUIZÁS SEA UN HÉROE DE CEAUSESCU

pág36

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Cuando se escucha la palabra héroe, uno tiende a pensar en alguien que encarna los valores más importantes de su cultura. Una especie de estrato intermedio entre los hombres y lo dioses. Lo que en el mundo del fútbol se entiende como un “crack”.

Si no eres muy aficionado al fútbol e hiciste Letras, lo que te viene a la cabeza son Hércules, Perseo o Aquiles y si eres un concienciado social de manual, pensarás en la viuda que saca adelante una familia con una pensión o el inmigrante, que con dos trabajos mal pagados, es capaz de mantener a su familia de aquí y la que se quedó en su país de origen. Si lo que te gustan son los comics, pensarás en Superman, o el Capitán América, pero en quién nadie piensa, es en el tipo que te vendió una póliza de seguros.

Dame un segundo para explicarme.

¿Quién te saca de un apuro si lo necesitas de verdad? ¿Hércules? ¿Quién te arregla la moto si has tenido un accidente ¿Thor? A menos que

sea para enderezar una llanta con el martillo… ¿Y si estás fuera de tu país y necesitas que te repatríen en un avión medicalizado? ¿Tienes el teléfono de Messi? Y si te quedas tirado en una carretera en medio de ninguna parte, ¿qué vas a hacer? ¿proyectar al cielo el logo de Batman? Claro que no. Llamas al seguro para que te envíen una grúa.

¿Y villanos? Ah, ahora que lo he mencionado, es fácil pensar en el maldito seguro que no responde como esperas, pero claro, si piensas eso es que no lo has contratado con Pont Grup, porque 97% de las personas que tienen un seguro con nosotros está muy contento con el servicio que le prestamos.

Por eso, la próxima vez que necesites un héroe de verdad, llámanos y mira hacia el cielo, no será un pájaro, no será un avión, será alguien de Pont Grup.

Bienvenidos al número 4 de Pont Grup Magazine, con el título: Héroes y Villanos.Espero que os guste.

Chano CoronilDIRECTOR

EDITORIAL

¿ES UN PÁJARO? ¿ES UN AVIÓN?NO, ES PONT GRUP.

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“YO SIEMPRE FUI UN GRANDÍSIMO HIJO DE PERRA”. ESTO ES LO PRIMERO

QUE ME HA DICHO TOM, UN NONAGENARIO PELIRROJO DE NARIZ ROTA,

SIMPÁTICO Y LOCUAZ, MIENTRAS BEBE UNA LIMONADA EN EL PORCHE

DE SU CASA DE TARPON SPRINGS EN FLORIDA.

SUS VECINOS, AMIGOS Y CLIENTES LE CONOCEN COMO TOM, TOM

BUCHANAN. UN CORREDOR DE SEGUROS RETIRADO, VIUDO DESDE

HACE 15 AÑOS Y POCO AMIGO DE LLAMAR LA ATENCIÓN. PUES BIEN,

TOM BUCHANAN FUE UN TESTIGO PROTEGIDO POR EL FBI Y SU NOMBRE

REAL ERA TOM O’LEARY, CONOCIDO COMO FAST TOM, UN GÁNSTER DE

LA ZONA NORTE DE CHICAGO DURANTE LOS AÑOS DE LA PROHIBICIÓN Y

ESPECIALISTA EN DRIVE-BY SHOOTINGS DESDE SU POTENTE HENDERSON

KJ DE 1931.

CÓMO DEJÓ DE SER TOM O’LEARY, FAST TOM, PARA SER TOM

BUCHANAN ES UNA LARGA HISTORIA, UNA VALIENTE HISTORIA DE AMOR

INCONDICIONAL. PERO DEJEMOS QUE NOS LA EXPLIQUE ÉL MISMO.

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EMPECÉ COMO RECADERO Y FUI SUBIENDO.

ROBÉ UNA MOTO A LA POLICÍA Y LOS CHICOS LA LIMPIARON… LA PINTARON DE NUEVO Y LE CAMBIARON LAS PLACAS.

UNA HENDERSON KJ DE 1931 ÚLTIMO MODELO.

C: Tom, veo que le gusta la limonada “ligerita” -digo para romper el hielo al empezar la entrevista porque me sorprende la cantidad de whisky que le ha añadido a la limonada-.

T: Cuando se supone que no debes hacer algo es cuando más te apetece hacerlo. Bebo whisky a todas horas aunque todos los médicos me dicen que ya debería estar muerto. Es una costumbre que adquirí en los años de la prohibición.

C: Era muy joven entonces.

T: Ha llovido mucho, sí.

C: Hábleme de “Fast” Tom.

T: Nací más pobre que las ratas en el barrio norte de Chicago. Mi padre fue uno de los pobres diablos que construyó el edificio Wrigley. Pasaba el día encaramado a largas vigas de acero arriesgando su vida por dos dólares al día hasta que la cirrosis se lo llevó con tan sólo 45 años. Yo no quería eso, además tengo vértigo. Ningún chaval irlandés quería eso en 1925.

C: Prefirió el atajo.

T: Había muchos bastardos irlandeses en el North Side que prefirieron lo mismo. Era atajo o muerte por sífilis, gonorrea o cirrosis.

C: Chicago 1930. ¿Estaba en el ajo? ¿A quién conoció?

T: Vivíamos todos alrededor de Elmwood Park... Dean O’Banion, en guerra constante con Al Capone y Johnny Torrio, el cabrón de Franky Mc Erlane, que robó una partida de Thompson al ejército y las usó en las guerras de clanes. Por ahí andaba también “Cadillac” Frank Salemme y George “Bugs” Moran, que popularizaron los drive-by shootings...

C: ¿Drive-by shootings?

T: Se subían al guardabarros de los Cadillac “madame X sixteen” y a los De Soto con la Tommy cargada hasta los topes. Con las luces apagadas pasaban por delante de las trattorias y freían a todo el que se movía.

Tom se pone tenso. Se sirve más whisky y cambia la limonada por hielo. Se enciende un Montecristo.

C: ¿Pero lo de “fast” de dónde viene?

T: Digamos que tenía prisa por salir de la cloaca. –Pocas veces más veré una sonrisa

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que dé tanto miedo-. Ha, ha, es broma. Yo conducía muy rápido.

C: Era chófer.

T: Bueno, más o menos. Empecé como recadero y fui subiendo. Robé una moto a la policía y los chicos la limpiaron...

Esto se pone muy interesante. Tom se siente libre para hablar sobre su turbio pasado porque haya hecho lo que haya hecho ya ha pagado por ello. La cirugía en su rostro lo atestigua.

C: ¿La limpiaron?

T: La pintaron de nuevo y le cambiaron las placas. Una Henderson KJ de 1931 último modelo.

C: Una superbike de la época…

T: Mucho mejor que las knuckleheads y las Scouts. Era la verdadera moto americana -sonríe con complicidad-. Potente, robusta y fiable.

Cuatro cilindros en línea y 40 cv que daban una aceleración increíble para la época. A 160 km/h no había nadie capaz de cazarme. Por eso estoy aquí para contártelo.

C: Henderson era una de las “big three” en 1930.

T: Yo fui especialista del drive-by shooting en moto. Me acercaba lentamente al lugar escogido con mi Tommy cargada, -ahora aparece “Fast” Tom, con una mirada de gato de callejón, se posiciona en su balancín como si condujera su Henderson y hace un suave gesto de coger el subfusil con la mano izquierda- me aseguraba de que estaba quién tenía que estar y con una sola pasada vaciaba las 100 balas del tambor. Luego salía disparado en tercera marcha. El motor de la KJ era como un chicle, con una marcha larga podía ir desde los 10km/h hasta los 120km/h, así podía apretar el gatillo con una mano y con la otra abrir gas sin tener que cambiar de marcha. –Las motos de los años treinta tenían el cambio manual y el embrague en

el pie-. Nadie veía nada y en dos minutos dejabas el lugar lleno de agujeros.

Tom está en otro lugar y en otro tiempo, quizás 70 años atrás... Le pregunto si quiere seguir y tras un trago de “limonada” aparece otra vez “Fast” Tom cargado de ira.

T: La guerra con los italianos estaba en el momento más sangriento. Aún estaba muy fresca la matanza de San Valentín. O’Banion se quería cargar a Al Capone y a Torrio, su general. Me envió a hacer el trabajo a mí. Así que me subí a la moto, esta vez con mi Colt del 38, y me dirigí al restaurante donde nos habían cantado que cenarían esa noche. Era una trattoria en Lake View. Era pronto y aún estaban abriendo. Un viejo delgado como un alfiler fregaba el suelo y una camarera sacaba brillo a los vasos. Pedí un café irlandés y la camarera sonrió con una bonita boca llena de dientes. “Vaya, un valiente pelirrojo” dijo. Sus ojos color aceituna iluminaban aquel tugurio. Dios, era bella.

LAS MOTOS HENDERSON ERAS LAS MOTOS MÁS

GRANDES Y MÁS RÁPIDAS DE SU ÉPOCA, TANTO

QUE LA POLICÍA DE CARRETERA DE TODOS

LOS ESTADOS LAS USABAN “POR SER MÁS

VELOCES QUE CUALQUIER COSA EN LA CARRETERA”.

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C: Apuesto a que a “Fast” Tom le entraron las prisas por besarla.

T: La única vez que no he sido rápido me cambió la vida.

C: Ahora no le sigo.

T: Estuvimos hablando un buen rato. Me sirvió chianti. Yo puedo beber litros de cerveza pero entonces yo nunca había bebido vino y supongo que se me subió a la cabeza. Se me fue el santo al cielo.

C: ¿Se le fue el santo al cielo en el restaurante en el que iba a “encargarse” del mismísimo Al Capone esa misma noche?

T: Tendrías que haberla visto. –Me acerca una foto en tonos sepia de la época y efectivamente, era ese tipo de belleza indiscutible-. Hablamos y hablamos y yo bebí y bebí. Pasó una hora y dos y luego fueron tres. Ya ni me acordaba de lo que había ido a hacer ahí. –Se queda mirando el retrato con ojos jóvenes- Sólo se que nos enamoramos perdidamente al instante.

C: El amor lo cambia todo, ¡hasta a un gánster!

T: A las siete en punto se abrió la puerta y aparecieron dos tipos con abrigo largo y sombrero.

C: ¡Capone!

T: Ahí estaba él: el alegre gordo de cara rajada, confiado por habernos dado un golpe mortal semanas antes. Y ahí estaba yo: un pelirrojo borracho de chianti que estaba a punto de ser comida para peces.

C: Digamos que no era una situación cómoda...

T: Digamos que había tenido mejores momentos. Al se acercó y me dijo con esa sonrisa de chalado tan suya “Deberías estar bebiendo esa asquerosa cerveza caliente, el chianti es para maschi”, se quitó el guante y me quitó suavemente el revólver del bolsillo y sin dejar de mirarme a los ojos sugirió: “hoy voy a cenar aquí, así que largo ragazzo”.

T: ¿Le dejó ir?

C: Después de San Valentín yo no era considerado una amenaza. Parecía un recadero borracho. Así que me cerré la cazadora, me puse la

EL AMOR LO CAMBIA TODO, ¡HASTA A UN GÁNSTER!

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gorra y me fui lo más rápido que pude. De camino a la zona norte paré a poner gasolina en Northbrook y el empleado me dijo que Al Capone había vuelto a salvar el pellejo. ¡Malditos italianos, sabían cómo crear un rumor! Capone era ahora aún más invencible y yo estaba aún más muerto.

T: O’Banion y Bugs no lo iban a entender, claro.

C: ¿Que me había emborrachado con la camarera? ¡Claro que no! Bugs no permitía errores y a esas horas ya me debía haber encargado un bonito par de botas de cemento para caminar por el fondo del lago Michigan. Esa noche dormí en un hotel del centro. No podía volver a Elmwood Park y decir que no lo había hecho.

C: Pero los gánsteres siempre saldan sus cuentas.

T: Al día siguiente volví a Lake shore, a la misma trattoria, pero no para matar a Capone sino para sacar a Alfonsina de ese tugurio italiano y salir pitando de Illinois. Los míos me buscaban por todas partes.

C: Se llamaba Alfonsina. Entonces, era italiana.

T: Napolitana, huérfana. Su tío, el dueño del restaurante, la quería casar con un gorila de Johnny Torrio. Su vida iba a ser un infierno y se subió a la Henderson encantada.

C: Así que de paso, se puso también en contra a Johnny Torrio. “Fast” Tom convertido en un verdadero héroe romántico...

T: Yo sólo había estado enamorado der ser un gran hijo de puta, un villano. Vivir a toda velocidad cogiendo todo lo que quería cuando me apetecía. Pero la visión de aquél ángel me conmocionó. –Le tiembla la voz, enciende otra vez el cigarro y se sirve otro whisky-. Fue como un culatazo en la cabeza que me despertó de golpe.

Esa misma noche nos lanzamos a toda velocidad por la interstate 66 hacia el oeste, hacia California. La costa este estaba dominada por clanes de irlandeses y familias italianas que seguro nos buscarían hasta freírnos en algún motel. Conduje horas y horas hasta pasar la frontera de Illinois. Esa terca Henderson nos sacó del embrollo.

C: Un gánster irlandés y una camarera italiana a toda velocidad con una Henderson KJ robada a la policía...

T: Paramos en un motel con vistas al lago Hako cerca de Mount Olive en Missouri. Aparqué la moto delante del bungaló, justo en frente de la cafetería y nos desplomamos derrotados en la cama. Ni siquiera nos besamos. Yo estaba tan cansado que no escondí la moto y me dormí al instante. Cuando me desperté y salí al porche ya estábamos rodeados por el FBI. El sheriff del condado estaba tomando café cuando nos vio llegar la noche anterior. ¿Un tipo pelirrojo y una chica con pinta de italiana vestida con uniforme de camarera en una moto como las de la policía de Illinois con matrícula de Chicago? Hmm... demasiado raro, sospechoso. Si la moto era robada el delito era federal ya que estábamos en Missouri. Así que el muy hijo de su madre llamó al FBI.

C: ...Y fue directo a Alcatraz por delito federal. ¿Y qué le pasó a Alfonsina?

T: No he estado nunca en la cárcel. El FBI averiguó quién era yo y qué sabía. Así que ya te puedes imaginar el resto.

C: Tom Buchanan casado con Alfonsina Colonesse, corredor de seguros en Tampa, Florida. Ya entiendo…

YO SÓLO HABÍA ESTADO ENAMORADO DER SER UN

GRAN HIJO DE PUTA, UN VILLANO. VIVIR A TODA

VELOCIDAD COGIENDO TODO LO QUE QUERÍA CUANDO

ME APETECÍA. PERO LA VISIÓN DE AQUÉL ÁNGEL ME

CONMOCIONÓ.

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CUATRO CILINDROS EN LÍNEA, LA VERDADERA MOTO AMERICANA

“the big three”:Harley Davidson, Indian y Henderson Excelsior.

En los años de La Gran Depresión había lo que se llamaba “the big three” en el sector del motociclismo americano. Harley Davidson, Indian y Henderson Excelsior. Tres marcas que centraron su estrategia en desarrollar motocicletas de alta gama. Al contrario de lo que sucedía en Europa, en Estados Unidos se pensó que la manera de luchar contra la caída de ventas era apostar por modelos súper exclusivos de gran cilindrada y lujo en detalles. Una Harley EL, una Indian Chief y una Henderson KJ podían superar los 450 dólares, una suma astronómica para un país que tenía una tasa de paro del 33%. Aún así, la gran factoría situada en la calle Cortland en Chicago cerró sus puertas en septiembre de 1931 a pesar de que la estrategia había funcionado y la cartera de clientes crecía. Schwinn, convencido de que la crisis iba a durar al menos ocho años más, reunió a sus jefes de producción en Excelsior y con un escueto “gentlemen, today we stop”, decidió centrarse en su negocio principal, fabricar bicicletas.

Las motos Henderson eras las motos más grandes y más rápidas de su época, tanto que la policía de carretera de todos los estados las usaban “por ser más veloces que cualquier cosa en la carretera”. Henderson Excelsior empezó a construir sus grandes motos tetracilíndricas en 1912 y siguió fiel a ese concepto hasta 1931, cuando cesó la producción de motos.

La Henderson Excelsior KJ de 1929 era una auténtica superbike. En 1928 Schwinn fichó a Arthur Constantine, hasta la fecha en Harley Davidson, y fue este reputado diseñador quién dibujó el estilizado perfil de la gigantesca moto. La publicidad de la época hablaba de “57 New features” (57 nuevas características), lo que nos da una idea del nivel de mejora y acabado del nuevo modelo: cigüeñal de una pieza con cinco cojinetes en cárter mojado, pistones de alta compresión de 1305cc, caja de cambios de 4 velocidades con marcha atrás opcional (con un suplemento de 15 dólares), carburadores de regado vertical, panel de instrumentos súper completo montado en una carcas de aluminio sobre el depósito con todos los indicadores retro iluminados…En 1930 Joe Petrali acreditó unas increíbles 116mph (150,8 km/h) en la nueva carretera de Charles Road en Illinois con una Henderson Excelsior KL.

Quizás los motores en V de las Harleys e Indians encarnan el espíritu de la moto americana pero los cuatro enormes cilindros en línea de la Henderson son en realidad la “american way” de entender la conducción sobre dos ruedas: potentes, grandes, rápidas y lujosas. Si su producción no se hubiera detenido en seco, la Henderson Excelsior KJ y luego la KL hubieran sido sin duda las mejores motos hechas en USA durante décadas.

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VUKMANOVICH,EL SABOTAJE A CARDÚS Y LA AMENAZA CON LA LLAVE INGLESA

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Carlos Cardús entró en el pit lane de Phillip Island con su Honda NSR derrapando. Se bajó, la miró y lanzó una patada a la palanca de cambios en un gesto de rabia y frustración. Acababa de perder el título mundial de 250cc, que en esa temporada 1990 fue para John Kocinski. El catalán tenía todo en su mano para proclamarse campeón en el Gran Premio de Australia, pero la concatenación de una serie de extraños acontecimientos impidió para siempre el sueño del Tiriti.

La tensión se disparó a continuación en el box del equipo Honda Repsol. Cardús se llevaba las manos a la cabeza queriendo entender qué había ocurrido, cómo había podido perder un campeonato que parecía destinado a ser suyo. Mientras, en una esquina de esa pequeña habitación, el otro protagonista de tan truculenta historia añadía más picante a la situación. George Vukmanovich, el responsable técnico de la escudería, amenazaba con una enorme llave inglesa a Javier Herrero, entonces director de la revista Motociclismo, que le apartaba con una mano mientras seguía pulsando el disparador de su cámara réflex con la otra.

Gritos, puños al viento, zarandeos e insultos antes de que la intervención del resto de los miembros del equipo sirviera para restablecer cierta calma, justo cuando parecía que la cosa podía llegar a mayores... que cerca estuvo. Vukmanovich volvía a quedar retratado (y no sólo en la Canon de El Cheli) como uno de los personajes más huraños y desagradables del Mundial, siempre dispuesto para un mal gesto o una respuesta a destiempo. Todo su talento como mecánico de primera categoría se transformaba en hostilidad cuando soltaba las herramientas y aquel episodio en Phillip Island fue para muchos la gota que colmó el vaso, incluso para el propio Cardús.

VUKMANOVICH,EL SABOTAJE A CARDÚS Y LA AMENAZA CON LA LLAVE INGLESA

POR Ramón Romojaro George Vukmanovich, el responsable técnico de la escudería, amenazaba con una enorme llave inglesa a Javier Herrero, entonces director de la revista Motociclismo, que le apartaba con una mano mientras seguía pulsando el disparador de su cámara réflex con la otra.

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El piloto de Tiana (Barcelona) acusó a su técnico de sabotear la Honda con la que sólo necesitaba haber acabado segundo en el GP de Australia, en el supuesto del triunfo de su único rival por el título, el joven estadounidense Kocinski. Fue un fin de semana de enorme presión para Carlos, nervioso y sin rendir al nivel habitual del resto de su temporada. En la carrera, Kocinski se lanzó sin concesiones a por la victoria mientras el español rodaba en quinta posición, lejos de esa segunda plaza que necesitaba imperiosamente. A dos vueltas del final, Cardús se retiró y fue entonces cuando acusó a Vukmanovich de manipular el reenvío de la palanca de cambios de la NSR 250 para evitar su coronación.

Según Cardús, su jefe de mecánicos no quería verle como campeón mundial porque ya tenía firmado un contrato para el año siguiente con Luca Cadalora y su proclamación habría dejado al italiano sin la Honda oficial que deseaba. Carlos mantiene que existen imágenes de televisión en las que se ve a Vukmanovich soltar una de las tuercas del mecanismo del cambio, aunque la realidad es que nunca se pudo demostrar que tal boicot existiera. Lo indiscutible es que todo lo ocurrido sirvió para afianzar la leyenda negra de uno de los personajes más siniestros de los grandes premios.

George Vukmanovich nació en California en 1950 y siendo sólo un adolescente comenzó a trabajar como mecánico tras formarse como tornero-fresador. Le apodaban Little George ya que, a causa de una malformación congénita en las caderas, su estatura se quedó en 1,20 metros. Pese a su carácter arisco y su trato difícil, sus habilidades técnicas le permitieron trabajar con pilotos legendarios como Spencer, Mamola, Gardner o Biaggi. Carlos Cardús le eligió precisamente para liderar el proyecto encaminado al anhelado título mundial de 250cc y así debió haber sido de no torcerse todo en aquel triste domingo del 16 de septiembre de 1990…

“Aunque no se hubiera retirado, tampoco hubiera ganado el mundial. No sabía

aguantar la presión, los nervios le podían. El subcampeonato fue malo, pero siempre es

mejor que quedar tercero”.

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HÉROES O VILLANOSEN UN VIAJE EN MOTOPOR ÁFRICA

La furgoneta engulle con angustiosa calma la N2, carretera que une Ciudad del Cabo con Durban. El horizonte resplandece con esa luz hiriente de las primeras horas del atardecer. Envuelta en una bruma opalina, surge aquí y allá una costa abrupta, irregular, hostil a los seres humanos y las embarcaciones. Los primeros marinos que doblaron el cono sur africano a finales del siglo XV encontraron dos océanos en perpetua pelea de espuma y rocas. Lo llamaron Cabo de las Tormentas y se encuentra en el extremo sur de África, a donde yo había llegado en moto.

Rydall enciende un cigarrillo mientras vigila la vieja BMW por el retrovisor. La R80 GS traquetea nerviosas con cada bache que coge el remolque. Saco el teléfono móvil. Aún funciona a pesar del golpe sufrido. Marco el número de asistencia en el extranjero de una compañía de seguros española. Al tercer timbrazo contesta una teleoperadora a más de veinte mil kilómetros de distancia. Su voz suena extraña, irreal, como si procediera del regusto postrero de una pesadilla de la que uno sospecha que

pronto despertará. Pero yo no estoy durmiendo, me lo impide el agudo dolor va acentuándose cada minuto que pasa, cada kilómetro de los cuatrocientos cincuenta que aún me faltan para llegar a un hospital.

- He tenido un accidente de moto en Sudáfrica -gruño-. Estoy sangrando y creo que me he roto un tobillo.

- Nombre y apellidos, por favor.

Se los deletreo con paciencia mientras consumo los dólares del crédito internacional de mi móvil.

- Lo siento, los accidentes en moto no están cubiertos por su póliza.

Cuelgo con una mueca de estoica resignación. Ni me molesto en intentar explicar que se equivoca. Hace ya bastante tiempo que no confío en otras soluciones que las que encuentre yo mismo.

Cuando puse los pies en África llevaba casi

un año viajando en moto a lo largo de más de 40.000 mil kilómetros. No había sufrido ningún percance grave. Así que pensé que no sería tan difícil recorrer el continente negro. Sin embargo, casi inmediatamente comprendí que mi experiencia previa no significaba nada. Era como pretender pilotar un boeing con licencia de ciclomotor. Las cosas aquí puedan torcerse en cualquier momento como me recuerda el intenso dolor del tobillo. Podía haber sido mucho peor. El impacto contra el quitamiedos ha sido brutal. Cuando me incorporé, aún tenía todos los miembros en su sitio. Un milagro. Mas al segundo paso, supe que tenía

POR Miquel Silvestre

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una fractura. Aún podía caminar debido a la adrenalina y a la sujeción de la bota; no obstante, ya me había roto antes algún que otro hueso y reconocía el proceso. Pronto no podría mantenerme de pie. Necesitaba asistencia urgente pero nadie se detenía por temor a ser víctima de una emboscada. Los asaltos armados a los automovilistas son cotidianos en Sudáfrica. La paranoia está instalada de forma indeleble en el inconsciente colectivo. Llamé al 112. Resultó una carcasa vacía. No llegaría ninguna ambulancia. Dependía de mí mismo. O sea, dependía de la Providencia, de Dios, o del jodido Karma de los orientalistas.

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UN HÉROE

Dios funciona. Cuando las cosas se ponen realmente feas, siempre aparece un rayo de luz. Yo lo llamo un ángel, supongo que los budistas, taoistas y demás gilipollas zen lo llamaran energía positiva encarnada, yang humano o simplemente un buen tipo que pasa por allí. Pero ese tipo acaba pasando por allí. Lo que ocurre es que nos sorprende cuando aparece. Siempre esperamos lo peor. Demasiado catastrofismo. El infierno son los demás, dijo Sartre. Bonita frase para un tipo vestido de oscuro y con cara de mala leche. Mas la frase es falsa. Sartre jamás recorrió el Mundo en moto, por eso se podía permitir la misantropía. Visto desde el telediario, el mundo es un lugar terrible. Da miedo. Yo también había sido un misántropo; tenía publicados varios libros que así lo atestiguaban. Sin embargo, ya no tengo derecho a serlo. Durante mi recorrido por el exterior de la ciudadela había encontrado muchas buenas personas dispuestas a auxiliarme. Lo habían hecho porque sí, porque les daba la gana y porque creían que era justo. Sin la ayuda de todos esos ángeles surgidos de la nada, yo sería en este mismo momento un convencido misántropo absolutamente muerto.

Cuando aterricé en el suelo pensé que mi suerte por fin se había agotado. Me equivocaba: mi

suerte ha funcionado otra vez. Y de qué manera. Estoy vivo, entero y aún puedo contarlo gracias a este desconocido que conduce una furgoneta con remolque y fuma un cigarrillo tras otro. ¿Mala suerte? ¿Castigo divino? Por favor, dejemos de una vez el jodido victimismo occidental. Vivimos en la sociedad quejica, nuestro umbral de tolerancia al sufrimiento es mínimo. No es para tanto. ¿Qué son unos arañazos, unos puntos de sutura y un tobillo roto para un motorista que recorre África sino relucientes heridas de guerra de las que presumir en bares y concentraciones?

UN ÁNGEL ARMADO

El Ángel se llama Rydall, es transportista, y hace la ruta de Ciudad del Cabo a Port Elizabeth una vez a la semana. También es motero. Por eso paró. Él no tuvo miedo. La solidaridad tribal había vuelto a funcionar. No sólo ayudó a mi dolorido cuerpo sino a mi amada Princesa. Una de mis mayores preocupaciones mientras sangraba en la carretera era qué demonios hacer con la moto. Dejarla allí mientras yo buscaba un hospital suponía perderla. Una preciosidad

así, cargada además de equipaje, duraría pocos minutos en la carretera. Pero Rydall transportaba una motocicleta en un remolque. Se la llevaba a un mecánico especialista en BMW. No podía creerme tanta buena suerte. La Princesa subiría con nosotros para acabar en manos expertas que reparasen los daños mientras a mí me curaban. ¿Era también eso casualidad? Una vez un tipo me dedicó una novela suya. Escribió: “Desconfía de las casualidades”. Hace tiempo que no me queda más remedio que hacer caso del consejo.

Un gran crucifijo cuelga del retrovisor. Le digo a Rydall que yo también soy creyente. Le enseño el rosario que llevo enroscado en la muñeca, regalo de las hermanas de la Caridad en Uzbekistán. Él muestra su hombro, tatuado con una gran cruz junto al nombre de Jessica, su hija pequeña. Rydall es un gran niño rubio que confía en Dios y que piensa que todo sucede por una razón. Curiosamente yo también he acabado pensando lo mismo después de año y medio recorriendo los confines del planeta. Me he sentido tantas veces protegido que ya no puedo imputarlo a la casualidad. Sé que mis amigos no lo etienden. Yo tampoco lo hubiera entendido. He sido agnóstico durante tres décadas y a los cuarenta años no tenía ninguna

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necesidad de una iluminación religiosa. Creer me complica la vida enormemente; ahora no sé dónde coño colocar las certezas tan trabajosamente obtenidas a lo largo de una existencia de convencido escepticismo.

DOLOROSO DESPERTAR

Me despierta un dolor agudo. El techo es blanco, sintético, lejano. La luz artificial exhala potentes destellos que se reflejan en las antipáticas aristas de un mobiliario de aluminio. Esta fría claridad aturde, pero no tardo en recordar. No ha sido una pesadilla. Ayer tuve un accidente. A mi lado hay unas muletas y ropa de motorista sucia y rota. He dormido en urgencias del hospital

Green Acres de Port Elizabeth, a más de 400 kms. del lugar de la caída. Estoy tumbado en una camilla angosta y dura, con topes a los lados. Casi no me puedo mover. Aunque no debería

quejarme, es todo un favor que me hayan dejado dormir aquí durante unas pocas horas. Después de las curas estuvieron a punto de echarme a la calle a las dos de la mañana. No estaba tan grave como para ser ingresado en planta. Pero ¿dónde carajo podría ir a esas horas sin conocer a nadie en la ciudad? Afortunadamente, se apiadaron de mí y me ofrecieron este rincón.

Poco a poco, voy recuperando la conciencia de lo sucedido. Rydall y yo llegamos a Port Elizabeth a las 9 y media de la noche. Estaba agotado. Habían pasado seis horas desde el accidente. Sólo la inercia me mantenía en pie. No podía derrumbarme. Había cosas más importantes que un tobillo roto. Lo primero que hicimos fue dejar a la Princesa en el taller de Allan, situado en el garaje de su casa, un chalet en una zona

residencial. Allan es un buen mecánico, de la vieja escuela. Tiene motos BMW GS de todas las épocas y un suelo limpio donde se podría tomar sopa. Nos sirvió café y examinó la moto. No tenía grandes desperfectos. Se arreglará mucho antes que mis lesiones. Prometió que su mujer iría a recogerme al hospital. Rydall me llevó al Green Acres, el mejor y más caro centro privado en cientos de kilómetros a la redonda. Afortunadamente, yo tenía tarjeta de crédito.

Me atendió un estudiante de enfermería apellidado Human. Él también quería viajar en moto, aunque trabajar en urgencias le hacía sentir miedo por los accidentes. “Ya te acostumbrarás”, le dije, “pero ahora hay que resolver mi problema”. La herida del hombro era profunda y tenía restos de tejido. Su limpieza me hizo ver las estrellas. El antebrazo necesitó cuatro puntos de sutura; debido al tiempo transcurrido hubo que volver a reabrir los bordes con un bisturí para que el costurón pudiera cicatrizar. Después, hicieron radiografías de tobillo, cadera, brazo y hombro. Fue un suplicio dar todas aquellas vueltas sobre la gélida camilla metálica. Cuando terminaron conmigo, era muy tarde, me sentía extremadamente cansado y dolorido. Estaba siendo un día demasiado

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largo, interminable. Fui devuelto a urgencias en una silla de ruedas. El doctor examinó las placas y confirmó lo que yo ya temía, que el tobillo se había fracturado.

- No te preocupes -agregó al verme tan desolado-; no afecta a la articulación, ni a los tendones ni a los ligamentos. Digamos que es la mejor fractura que se puede tener. No te torciste el tobillo sino que el hueso recibió un golpe seco. Podrás caminar en dos semanas.

Caminar, pensé yo, y seguir mi viaje.

Casi lo abrazo. ¿Quién dijo mala suerte? De nuevo había vuelto a caer de pie. ¿Casualidad? ¿Otra más? Una vez un tipo me dijo que desconfiara de las casualidades. Las casualidades no existen, sólo ocurre que no reconocemos los lazos entre unos acontecimientos y otros. Después de tantas presuntas casualidades no me quedaba más remedio que hacerle caso.

MAS HÉROES. AFRICANAS EN MOTOCICLETA

La solidaridad con el Tercer Mundo presenta un riesgo: que su aplicación práctica sobre el

“LA SOLIDARIDAD CON EL TERCER MUNDO PRESENTA

UN RIESGO: QUE SU APLICACIÓN PRÁCTICA

SOBRE EL TERRENO SEA TRETA DE AVENTUREROS

PARA HUIR DE LAS EXIGENCIAS LABORALES Y

SOCIALES DEL PRIMERO”

terreno sea treta de aventureros para huir de las exigencias laborales y sociales del Primero. En África, la solidaridad oficial de los cooperantes blancos suele viajar en Toyota Land Cruiser. En, Malí, por ejemplo, uno de los países más pobres, las ONGs brotan como setas. A la entrada de cada pueblo se leen cárteles que publicitan las bondades de tal o cual organización. A las afueras de Bamako encuentro un anuncio de un proyecto de desarrollo de la República Bolivariana de Venezuela, como si Chávez no tuviera sus propios menesterosos de los que ocuparse.

Gran parte del dinero occidental se queda en los bolsillos de las oligarquías africanas. En muchos de estos paupérrimos países, los medicamentos y materiales sanitarios donados por gobiernos y entidades sin ánimo de lucro han de satisfacer impuestos de importación como si de objetos de lujo se tratase. Después del expolio burocrático, otra cuota considerable de los fondos es para salarios y gastos logísticos, sobre todo del personal foráneo. Los cooperantes profesionales, ya sean europeos, japoneses o norteamericanos, acostumbran a cobrar sueldos de expatriado y son alojados en los mejores hoteles.

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El transporte es la gran asignatura pendiente de la solidaridad. De nada servirá que se descubra una vacuna contra el sida si luego no llega hasta quienes la necesitan. La mayoría de la población africana reside en comunidades rurales aisladas. Entre ellos y los centros de distribución hay cientos o miles de kilómetros de desierto, selva, montaña o bosque de matorral. En época de lluvias, las pistas sin asfaltar se convierten en barrizales que ni los 4X4 logran superar. Las ligeras motos de enduro pueden hacer este trabajo mejor que ningún otro vehículo y además por menos dinero.

La ecuación es simple. Con lo que cuesta un gran coche todo terreno, se pueden comprar diez pequeñas Honda de 200 centímetros cúbicos de muy sencillo mantenimiento. Riders for Health trabaja en esa línea en países tan necesitados como Gambia, Ghana, República Democrática de Congo, Uganda, Kenya, Tanzania o Zimbabwe.

El trabajador extranjero cualificado es muy caro en África. Sobre todo si se trata de auténticos profesionales con un compromiso real de permanencia. Los bienintencionados y generosos voluntarios que van a trabajar gratis et amore suelen carecer de una preparación adecuada para las labores que de verdad se necesitan. Y aún cuando algunos la tienen, como ocurre con los oftalmólogos que operan de cataratas a los africanos durante sus vacaciones, su estancia sobre el terreno resulta demasiado breve como para que su altruista esfuerzo llegue a transformar la realidad.

En la ONG inglesa Riders for Health (www.riders.org), fundada por el ex piloto de motociclismo Randy Mamola, los aventureros blancos no tienen más cabida que como clientes de alguna de las excursiones en moto por África que organizan de vez en cuando para recaudar fondos. Y es que las motos son la auténtica esencia de Riders for Health. Son su origen, su motivo de existir y su modo de funcionamiento. Para ellos no son juguetes sino herramientas para llevar asistencia a donde otros no pueden, haciéndolo además del modo más rápido y barato posible.

En África, la mujer indígena suele resultar la mejor solución a los graves problemas que sufre el continente. Mientras no pocos hombres se entregan a la indolencia y la dipsomanía, las mujeres africanas son trabajadoras, sensatas

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y ahorrativas. Son ellas las que cuidan de amplísimas familias que incluyen ascendientes, descendientes y colaterales. Son ellas las que de verdad hacen funcionar las comunidades. Son ellas las que siempre logran rentabilizar los microcréditos. Ahora también son ellas las que pilotan esas motocicletas que han venido a iluminar el futuro de su castigada tierra.

RIDERS FOR HEALTH

Semanas después de mi accidente entro en Lesotho, la antigua Basutolandia. A media mañana y bajo un sol aplastante, llego a Maseru, la pequeña capital. Busco el ministerio de sanidad. Ningún problema para subir al quinto piso, nadie pide identificación alguna. Allí están los miembros del staff de Riders for Health, la ONG cuyo trabajo he venido a ver en directo. Están esperándome. Me recibe amablemente Mhali Hlasa. Recomienda el hotel Lancers Inn, en el centro. Salgo a hacer alguna compra por la ciudad. En una tienda regida por pakistaníes compro unos auriculares chinos de ínfima calidad. Se llaman Sonia. Cuando comento que tuve una novia del mismo nombre no entienden mi chiste. Paso por delante del edificio de

información turística construido con la forma del sombrero de paja típico del país convertido en escudo oficial. Compro también una bandera nacional para pegarla en las maletas. Retorno al hotel. Bebo cinco cervezas Maloti y ceno como un rey antes de caer rendido en la cama. Mis heridas abiertas todavía molestan.

Al día siguiente Mahali Hlasa viene a recogerme. Nos dirigiremos a un distrito del norte. Ella conduce su utilitario y yo la sigo en la moto. Salir nos lleva algún tiempo. El atasco se alarga durante varios kilómetros. Mas cuando nos alejamos de la urbe, el paisaje subyuga por su profundidad. Se suceden los cañones y las cimas. El cielo es azul cobalto y parece que estuviera pintado al óleo. Los cooperantes me reciben en la sede de Riders con gran alegría. Soy la novedad. Acompañaré a tres felices conductoras. Prefieren mujeres para pilotar las motos. Son más responsables y prudentes, no se exhiben y no las usan para fines inadecuados. La mujer en África es la mejor solución. Cuidan de la familia, fundan negocios que funcionan y ahora también pilotan las motos que iluminan el futuro de su tierra. Vamos primero a un dispensario donde esperan mujeres embarazadas. Son primerizas. Allí se

“LAS MOTOS SON LA AUTÉNTICA ESENCIA DE RIDERS FOR HEALTH. SON SU ORIGEN, SU MOTIVO DE EXISTIR Y SU MODO DE FUNCIONAMIENTO. PARA ELLOS NO SON JUGUETES SINO HERRAMIENTAS PARA LLEVAR ASISTENCIA A DONDE OTROS NO PUEDEN, HACIÉNDOLO ADEMÁS DEL MODO MÁS RÁPIDO Y BARATO POSIBLE”.

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les explican normas de higiene y alimentación y se recogen los informes de los tratamientos realizados.

Seguimos por pistas escarpadas hasta llegar a un pequeño poblado en la cima de un cerro. Entran a inspeccionar un par de comercios de chinos. En la primera tienda todo está en orden, pero la segunda encuentran mercancías caducadas varios años atrás. Levantan un acta y decomisan las mercaderías para gran disgusto de la dueña que apenas entiende lo que sucede. No se da cuenta de que ha cometido una grave ilegalidad que le puede costar cara. Debe pensar que aquí se puede hacer lo que a uno le da la gana, incluso vender sopas de sobre pasadas de fecha. Total, zanjaría ella, es para unos jodidos negros, a quién le importa si se intoxican. Salimos al exterior. Hay niños por todas partes. Han venido a ver a los extraños visitantes. Nos piden caramelos o dólares. Siempre la mano extendida, la verdadera postal africana de los niños a los que los blancos hemos convertido en mendigos a fuerza de querer tranquilizar nuestra conciencia con un puñado de dólares. El turista que se apiada de la pobreza y suelta unos billetes a un crío africano le ha hecho el peor favor. Con ese gesto le ha demostrado dos cosas, que los blancos son todos ricos y que

mendigando gana en un día más dinero que su padre trabajando todo un mes.

UN HOSPITAL DE INCURABLES

Habían pasado nueve días de mi accidente. Debía quitarme los puntos. Me llevaron al modesto hospital de distrito. El panorama era desolador. Los enfermos de sida eran reconocibles por su extrema delgadez. Los doctores habían salido a comer. Regresarían a las dos. A las tres todavía no habían vuelto. El calor resultaba agobiante. Mis acompañantes insistieron. La enfermera los llamó por teléfono. Veinte minutos después aparecieron con cansino caminar. A nadie se le ocurrió protestar. La paciencia africana está curtida en siglos de espera. Arrancaron sin contemplaciones los apósitos. Con ellos se fue también el delicado tejido nuevo que había germinado en aquellos días. Mis llagas volvieron a sangrar. Haber humedecido el vendaje con desinfectante habría bastado para conservarlo, pero tales sutilezas no se estilan en el África real. Luego cortaron los puntos de sutura como quien recolecta nabos. Una cura de mercurocromo a granel, una gasa sin esterilizar y un burdo vendaje.

“EL TURISTA QUE SE APIADA DE LA POBREZA Y SUELTA

UNOS BILLETES A UN CRÍO AFRICANO LE HA HECHO

EL PEOR FAVOR. CON ESE GESTO LE HA DEMOSTRADO

DOS COSAS, QUE LOS BLANCOS SON TODOS

RICOS Y QUE MENDIGANDO GANA EN UN DÍA MÁS

DINERO QUE SU PADRE TRABAJANDO TODO UN

MES”.

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Salí de allí conmovido y sumamente agradecido a ese Dios en el que creía tan recientemente y de modo instintivo. Supe darme cuenta del privilegio que suponía contemplar desde dentro, como paciente, la realidad de la pobre sanidad africana. Vivir aquella experiencia sería de las que más me marcarían en el resto de mi vida, y a la cual acudiré cada vez que sufra una pequeña incomodidad, un retraso o algo no funcione en mi cómodo mundo occidental. Habiendo sido atendido en un hospital de distrito en Lesotho uno ya jamás puede quejarse por hacer cola en la Seguridad Social.

DE VILLANOS

Por supuesto en un viaje en moto por el mundo o por África, uno no siempre se topa con ángeles o héroes, también hay villanos. Uno de los que nunca olvidaré, aunque su incursión en mi vida resultara tan breve que solo su recuerdo es ya una anécdota, fue el portugués de los nueve dedos que encontré entre Namibia y Sudáfrica.

La mañana en Namibia lucía inmaculada. El sol estaba alto y la temperatura era agradable. Me sentía pletórico, invencible, a punto de coronar

la cima. La carretera era recta y tenía el viento a favor. La Princesa volaba. Pronto llegaría a Ciudad del Cabo. Diez mil kilómetros. Siete países. Dos meses. Una victoria tras otra. En el trayecto visité el monumento a la independencia de Namibia. Una colosal escultura en la ladera de un monte que miraba a la capital. Furioso de autosuficiencia subí la moto hasta las mismas escaleras del tótem. Los militares ordenaron que la sacara de allí. ¿Qué me importaban a mí los uniformados? Haciendo caso omiso de sus imperativos terminé de sacar las fotos. Pocos kilómetros después encontré el cartel que señalizaba la línea del Trópico de Capricornio. Mi Trópico. Nací un veintitrés de diciembre, así que pensé que tenía todo el derecho del mundo

a quedarme un pedazo de aquella señal. Detuve a la Princesa, coloqué la cámara en el suelo, preparé el disparador automático y posé. Brotó la imagen de un tipo más chulo que un ocho. Una foto icónica. Con las manos en los bolsillos, recostado en la moto, dilatadas las venas de los brazos, era el vivo retrato del rey, del que se cree con el triunfo entre las manos. Vanitas vanitatis. Supongo que debí haber desconfiado de tan espléndido horizonte. El exceso de confianza puede ser trágico, como pronto tendría ocasión de comprobar.

A partir de Keekmans Hoop roló el viento y me golpeó un huracán de costado. La fuerza era tremenda y casi no podía mantenerme en

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marcha. Según descendía hacia la punta sur del continente, el frío aumentaba. En aquel hemisferio era invierno. Agotado, me detuve a repostar en Grumau Motor. Me ofrecieron una habitación por veinte dólares. Decidí quedarme. Apenas pude dormir. El tránsito de camiones era incesante. Además, me sentía algo nervioso. Al despertar, corrí cincuenta minutos, desayuné y cogí una pista de tierra para librarme del infinito aburrimiento de la carretera principal. La ventolera era inmisericorde, durísima, pero el montañoso horizonte era un regalo para los sentidos. La pista cambiaba de color cada cien metros. Era increíble presenciar un arco iris de arena. Salí al asfalto justo antes de cruzar la frontera. No tuve ningún problema para entrar en Sudáfrica. Sólo apuntaron la matrícula. El país era más feo y pobre por allí. No había supermercados inmensos ni gasolineras surtidas. El tiempo tampoco acompañaba. Negros nubarrones nos sobrevolaron. Pronto rompió a llover torrencialmente. Estaba congelado. Necesitaba un refugio. El primero que apareciera. Cuando vi aquella gasolinera a través de la empañada visera del casco, no pude imaginar lo errado de tal elección.

NUEVE DEDOS

Nos recibió un perro ensangrentado. Un mal agüero. Aquel chucho había tenido una brutal pelea por una hembra en celo y nadie se había ocupado de curarlo. Mi pregunta sobre si lo había examinado un veterinario retumbó ridícula. El empleado que manejaba la manguera de la gasolina me miró como si le hubiera dicho que los burros vuelan. ¿Para qué diablos se iban a preocupar de un maldito perro? Niños y perros sin futuro no es algo que falte por este olvidado barrizal. El negocio tenía casi peor pinta que el perro. Dos surtidores oxidados, una tenducha con todo tipo de mercaderías baratas y un bar restaurante oscuro y sucio. Malas vibraciones. Apareció el dueño, un portugués barrigón y con nueve dedos. Le faltaba el meñique como en aquella famosa película de la Yakuza. En cuanto supo que yo era español, pronunció una frase fatídica. “Somos hermanos. Aquí no hay problema. Tú no paga nada”.

Me invitó a quedarme en una de las habitaciones que tenía en el patio. La parte de atrás parecía una chatarrería. O un vertedero. El suelo embarrado miraba mi pesado caminar. El

“POR SUPUESTO EN UN VIAJE EN MOTO POR EL MUNDO O POR ÁFRICA,

UNO NO SIEMPRE SE TOPA CON ÁNGELES O HÉROES, TAMBIÉN HAY VILLANOS”.

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cuarto era pequeño y fétido. Dos camastros, un par de mantas viejas y raídas, de un estambre que parecía estropajo. Una mesa con mantel de hule pegajoso. No había luz. Dejé el equipaje. Miré por la ventana el espeso horizonte gris. Sentía la humedad en los huesos. Debería haberme marchado sin pensarlo dos veces pero me resigné. Cometí un grave error. Regresé al restaurante. El portugués tenía también una tienda de licores. Sentado en una mesa, aterido y triste, contemplé a través del cristal un incesante desfile de alcohólicos. Putas, vagabundos, ladrones, viejos y niños, despojos todos, acudían silenciosamente a comprar vino barato. La primera veintena de espectros me deprimió, luego me dieron igual. Por último, dejé de verlos.

Temblaba, mas los demás paseaban tan campantes. El frío sólo lo sentía yo. Entonces me di cuenta de que era porque estaba enfermo. Ni siquiera lograba reírme de mí mismo como tantas otras veces. Pedí cerveza pero no me entonaba ni me tranquilizaba ni me ponía de buen humor. Todo lo contrario. Ante aquel panorama deprimente, convertido el páramo en barrizal en el que naufragaban las infraviviendas de chapa y Uralita, recordé las recomendaciones de las guías turísticas. “No pase por Sudáfrica sin visitar una township”. Pues yo debía ser un

estupendo turista, porque estaba dentro de una y no me gustaba nada.

Paró un autobús. Era el bus que unía Ciudad del Cabo con Windhoek. El local se llenó de ganado somnoliento. Vaciaron sus vejigas en el baño, compraron víveres y se fueron. Menudo negocio tenía montado Manouel con el apeadero. Era un lince el tío. Untaba a los conductores para que eligiesen su mortecino lugar para realizar la parada. Los pasajeros venían deshechos, agotados. El bus había dejado la estación a las diez de la mañana. Llegó a las 6:30 pm hasta aquel punto en mitad de la nada. Llegaría a destino a las seis del día siguiente. Entre tanto, sólo cuatro paradas para mear. Manouel se hacía rico con las urgencias de aquellos desgraciados. Tan rápido como entraron, desaparecieron. Una empleada se encaminó sin ganas a los lavabos para cambiar de sitio la mierda con una bayeta sucia.

Ninguno de los distintos personajes que entraron aquella tarde era simpático. Salvo Manouel, que tenía la simpatía de una hiena. Mientras yo entraba en una especie de febril delirio, él me hablaba de su negocio de diamantes. Tenía una licencia de extracción, pero no se los entregaba todos al gobierno. Vendía una parte por sí mismo. “Yo lo controlo todo. No te problema”. Supuse que no pretendía

“LA INCOMODIDAD, EL HAMBRE, EL CALOR, LA

RUTA DIFÍCIL QUE SE SUCEDE DÍA TRAS DÍA,

TIENE EL EFECTO DE SACAR AL HÉROE Y AL

VILLANO CONTINUAMENTE. DE HECHO, SON RAROS

LOS MOMENTOS DE NEUTRALIDAD”.

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vendérmelos a mí. Entiendo de diamantes lo mismo que de física cuántica. Aparecieron dos portugueses más. Trabajaban para él. Eran siniestros. Cuarenta años en África. Nos sirvieron un potaje repugnante de ternera gelatinosa y arroz pasado. Indigerible. Acabé pasándome al güisqui porque tenía el estómago lleno de cerveza que no conseguía pasar. Me sentía cada vez peor mientras ellos hablaban de los prietos, negros en portugués; que si eran todos unos ladrones y unos vagos, que si falaban mucha mierda, que si había que atarlos corto. Esbocé alguna efímera sonrisa antes de delirar.

HASTA EL RABO TODO ES TORO

La noche se eternizó entre vómitos y alaridos. Los vómitos eran míos. Los alaridos procedían del pub de Manouel. Sonaba a orgía animal. Aquel desenfreno no era parecido a nada que yo hubiera vivido antes y puedo jurar que he estado en algunas fiestas antológicas. No dejaron de aullar hasta las cuatro de la mañana. Entonces entré en un friolento duermevela. Cuando amaneció comprobé que habían hurgado en el equipaje de la moto. Fue error mío dejar la mochila allí, pero me encontraba tan débil y enfermo que no pude desatarla. Afortunadamente, los ladrones habían encontrado un verdadero tesoro: un Rolex. Lo

llevaba escondido en una bolsa. Sólo se llevaron eso. Menos mal. Si me dejan sin tienda de campaña, sin saco de dormir o sin termo me hubieran hecho una verdadera putada.

Antes de irme no olvidé despedirme de Manouel para informarle del robo.

- Es la primera vez que algo así sucede -fingió sorprenderse.

- No pasa nada -dije mientras arrancaba mi motor-. El reloj era falso y además estaba roto.

En su abotargado rostro leí una extraña expresión decepcionada. Curiosa en un hombre que debería alegrarse por su huésped.

- Una mierda de reloj -expliqué-. Lo había traído por si acaso me atracaban. Así tendría algo que ofrecer.

Manouel me miraba con sus ojos saltones inyectados en sangre.

-¿Sabes? -dije bajando la voz antes de dejar polvo tras de mí-. En la mochila llevaba dinero, mucho dinero, pero estos prietos son tan estúpidos que no supieron encontrarlo.

EL PEOR VILLANO

Aquel tipejo es hoy solo una anécdota. Quien no lo es es el villano peor, el que nos habita, el que somos nosotros cuando somos el otro que nos habita. En todos hay un elemento perturbador, alimentado de nuestros egoísmos, nuestros miedos y complejos, nuestras inseguridades. Nadie se libra de contemplar a veces un retrato grotesco de sí mismo. El alcohol, las drogas, el psicoanálisis, el hipnotismo tienen la virtualidad de sacar a la luz lo que ocultamos, el fin último de nuestras miserias. Lo que no queremos ver, lo que puede atormentarnos en la noche, lo que inflama los remordimientos. También un viaje en moto por el mundo los destapa y acabas viendo la realidad de lo que hay en ti. Es quizá la parte más interesante de la aventura, el acabar conociéndote tal y como en realidad eres y no como quieres pensarte que eres. En ti puede haber un héroe, pero también hay un villano. Y conocerle es el único modo de vencerle.

La incomodidad, el hambre, el calor, la ruta difícil que se sucede día tras día, tiene el efecto de sacar al héroe y al villano continuamente. De hecho, son raros los momentos de neutralidad. En suma, pasas de la risa al llanto, de la euforia al abatiminto, de la alegría a la tristeza, de la grandeza a la infamia sin solución de

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continuidad. Cuando hablan de viajes extremos, no es que lo sean objetivamente, es que lo son subjetivamente porque eres tú el que va dando bandazos de modo extremo. Y estos extremos se presentan de pronto, ante cuaquier estímulo, como me sucedió en Mozambique en el mismo tramo de carretera (por llamarla algo) que recorrí desde Maputo hasta Vilankulos, en el corredor norte que llevaba a Tanzania.

Cuando la Princesa y yo pasamos cerca de un barrio popular de la capital mozambiqueña, un grupo de niños salió corriendo. Saludaban al centauro blanco. Uno de ellos, sin embargo, nos miró con odio y desplegó el dedo corazón como un enhiesto escupitajo. A veces pasaba. De vez en cuando recibía un gesto hostil, alguien que amenazaba con tirarme piedras o que hacía el ademán de disparar con un fusil. Aquello siempre me entristecía. Me congelaba la sonrisa aunque sabía perfectamente que esas manifestaciones de rencor eran la excepción. Durante mis viajes, la gente se mostraba amable conmigo. Los africanos no eran diferentes a los asiáticos o los árabes o los norteamericanos, sólo más pobres. En las ciudades quizá estuvieran algo maleados, pero la gente de las aldeas era buena en todas partes. Había aprendido a amar y agradecer a todos esos seres humanos que me

había cruzado. A los que me habían saludado, ayudado, mostrado el pulgar hacia arriba; a todos esos que me habían deseado buena suerte, me habían indicado la dirección correcta, me ofrecieron comida y cama, me dedicaron una sonrisa, una pregunta o una palmada en la espalda. El mundo desde una moto me enseñaba su mejor rostro y yo quería devolvérselo. Me daba la impresión de que cada día que pasaba en la carretera me hacía mejor persona.

EL VILLANO DE LOS PLÁTANOS

Atruena la música de la discoteca del hotel de la plaxa de Xai Xai. Estará a tope hasta las 3 ó 4 de la mañana. Kit imprescindible en el Tercer Mundo: navaja suiza, linterna y tapones para los oídos. Me rocío con repelente pero los mosquitos hacen caso omiso. Me devoran incluso vestido. Al despertar, hay unos tipos fuera hablando casi a gritos. Traen agua caliente en un cubo. Me ducho a cubetazos entre cadáveres de cucarachas. Cuando termino mi aseo, salgo al mercado a buscar algo de comida. En la parada de autobuses encuentro un puesto donde sirven café soluble mezclado con leche en polvo. Compro 20 meticais de mangos, algo

“EL MUNDO DESDE UNA MOTO ME ENSEÑABA SU

MEJOR ROSTRO Y YO QUERÍA DEVOLVÉRSELO.

ME DABA LA IMPRESIÓN DE QUE CADA DÍA QUE PASABA

EN LA CARRETERA ME HACÍA MEJOR PERSONA”.

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así como un kilo y medio. Me los como en la terraza del hotel. El personal alucina al ver cómo el blanco se mete tanta fruta entre pecho y espalda nada más despertarse. Joder, porque tengo hambre y no hay nada más para desayunar. El día está feo, la ciudad es fea, la gente es fea y mi desayuno ha sido una porquería. Hay una boda en el ayuntamiento. El sábado es el día de las bodas. Me cruzaré con varias a lo largo del día. Todas ellas feas.

Coloco el equipaje mientras los clientes del hotel miran con curiosidad. Los africanos siempre alucinan con los blancos en moto. Si vas en coche, no les importa, pero en moto es diferente. El motorista en estos países es un astronauta; genera curiosidad, simpatía, y también respeto. Eso facilita mucho entablar relación. La mayoría está deseando conocerte, hablar contigo, saber de donde vienes y a donde vas. A veces es un coñazo, aunque la mayor parte del tiempo alegra la ruta. Me resulta muy divertido entablar conversaciones imposibles o absurdas con gentes diversas. Sin embargo, hoy estoy de mal humor sin una razón concreta. Simplemente, a veces sucede. Salgo y cruzo el Trópico de Capricornio. A partir de ahí la carretera se pone tan mala como mi estado de ánimo.

Los baches son tan abundantes, tan profundos y están tan juntos unos de otros que resulta imposible esquivarlos. Otras veces puedes ir evitándolos en un slalom divertido; resulta agotador pero entretiene, es como un videojuego. Sin embargo, aquí no hay escapatoria. Todo el asfalto está plagado de caries y agujeros. Es un suplicio. Me recuerda algunos de los peores trayectos en Kazajstán, especialmente en la zona desértica que rodea el Mar de Aral. Allí la carretera había desaparecido; circular sobre su antiguo perfil era peor que ir campo a través. La diferencia es que Asia Central la recorrí con una moto del año 2004, mi querida Little Fat, una BMW GS 1200, con estupendo chasis, modernos frenos y magníficas suspensiones. Pero a este infierno estoy descendiendo con una moto muy antigua. Aunque la Princesa es del año 92, su diseño es prácticamente el mismo desde los años 80. Frenos, amortiguadores, motor y chasis resultan hoy un poco arcaicos. Cada golpe seco, cada llantazo, cada sacudida me duele como si me pegaran a mí.

-Vamos, Princesa, vamos. Esto no puede durar para siempre.

Tampoco encuentro nada para comer salvo un puñado de cacahuetes. Estoy harto de

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mangos. En un pueblo paro a comprar bananas. Inmeditamente me veo rodeado por una barahunda de mujeres y niños pedigüeños. Hay veces en los que no veo más que bultos invasivos. Ruidos, colores, rostros, bananas, y el calor, ese maldito calor que no te deja pensar.

Una mujer se pone muy pesada, me pide dinero insistentemente. Le digo que no, que me deje examinar el resto de la fruta. Pero ella vuelve a la carga. Estoy cansado, harto y la mando a la mierda sin contemplaciones filmándo toda la escena con mi cámara de vídeo. Mi explosión de mal humor de diablo blanco asusta a la concurrecia. Las mujeres y los niños callan y me miran con temor. Me doy cuenta de que me he excedido, de que sólo están intentando sobrevivir y yo me acabo de comportar como uno de esos blancos estúpidos y racistas de Sudáfrica que pasan en sus 4x4 de vacaciones y sólo les dirigen insultos. Me doy la vuelta y me voy apesadumbrado sin comprar bananas. No tengo hambre ya.

Recorro unos kilómetros con un humor nefasto. Cuando pienso que me va a dar un ataque de ansiedad detengo la moto y trato de reflexionar. Saco la cámara de vídeo y reviso la escena. Allí estoy yo, alterado e insultante. Mi primer impulso es borrar el clip como el criminal que se aleja a todo correr del lugar del delito. Pero cuando tengo el dedo sobre el botón de borrado, lo pienso mejor. Debo conservarlo. Hay que enfrentarse al villano si queremos vencerlo. Miro la cruz que cuelga de mi muñeca. Me la regalaron unas Hermanas de la Caridad en Uzbekistán. Lleva conmigo seis años sin romperse. Me recuerda que no sólo existo yo, pero que yo soy la principal causa de que me pasen cosas buenas o malas, de que encuentre en mi camino héroes o villanos, porque en realidad es uno mismo quien los conjura con su propia conducta. Que ser héroe o villano sólo depende de ti. En la moto y en la vida.

“HAY QUE ENFRENTARSE AL VILLANO SI QUEREMOS

VENCERLO. (...) NO SÓLO EXISTO YO, PERO YO SOY LA

PRINCIPAL CAUSA DE QUE ME PASEN COSAS BUENAS O MALAS, DE QUE ENCUENTRE

EN MI CAMINO HÉROES O VILLANOS, PORQUE EN REALIDAD ES UNO MISMO QUIEN LOS CONJURA CON

SU PROPIA CONDUCTA”.

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POR Albi Albarrán

MIRACON ATENCIÓNY RESPETO, QUIZÁS SEAUN HÉROE.

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Cuando te encuentres en tu concentración favorita rodeado de moteros, en tu salida a la sierra con tus amigos o en el circuito sentado en la grada entre apasionados por las motos como tú, presta mucha atención. Tal vez a tu lado haya un hombre o una mujer, montado en su moto, como si nada, o siguiendo tu trazada en tu carretera favorita, o animando junto a tu asiento en la carrera de MotoGP. Pilotos como tú y como yo. Gente normal con la que te cruzas en cada salida. Pero obsérvalos con atención y respeto, nunca se sabe. Quizás estés mirando a un héroe.

Porque los héroes existen en la vida real, no sólo en el cine y la televisión. Incluso hay más héroes que los que ruedan en los circuitos cada fin de semana a más de trescientos kilómetros por hora. Además, tú y yo nos topamos con ellos en cualquier reunión motera sin identificarlos. A los villanos se les reconoce más fácilmente y esto sin duda es injusto para los héroes, pero las cosas son así.

Conozco a uno que parece un Ángel del Infierno, para más señas carpintero de profesión, que en su ruta diaria al trabajo se topó con un accidente. Un compañero motero de estética muy diferente a la suya, retorciéndose de dolor con la pierna apuntado en una dirección imposible yacía en el suelo junto a su superdeportiva verde. No dudó ni un momento en bajar de su moto y sostener con fuerza las manos de aquel encuerado que ni conocía. Parando el tráfico a gritos. Esperando a que la asistencia viniera a paliar el sufrimiento de aquel anónimo desafortunado, con palabras de consuelo y calma. Cuando todo terminó, puso de nuevo rumbo a la carpintería para aguantar sin rechistar la bronca del jefe por llegar tarde. Los héroes en moto pueden pasar a nuestro lado sin reconocerlos. No llevan distintivos, ni pegatinas, ni parches que lo anuncien.

Sé de otra heroína de las que si te cruzas en su camino podrías alabar su belleza o la valentía al conducir su potente moto, pero que en ningún caso te figurarías que tiene grabada a fuego en su personalidad la condición de héroe. En este caso lleva 10 años salvando vidas desde su puesto en un hospital, pero tampoco esto se le nota. Es una mujer discreta, tirando a callada. Pelo negro y ojos a juego, en los que si sabes mirar en su interior ya adivinas su condición de heroína. Su nombre queda en el anonimato por su propia decisión. Incluso yo la he visto en las noticias del telediario salir corriendo junto a la camilla de la ambulancia que trasladaba heridos al hospital, para desparecer por un pasillo gotero en mano intentando liberar un compresor con la otra. Podéis imaginaros que ya pocas situaciones le impresionan. Es más fuerte emocionalmente que muchos.

Hace unos años volvíamos de una ruta por una aburrida autopista, el tráfico era denso y las tres motos que circulábamos lo hacíamos de una manera rutinaria y tranquila. Rumbo a casa. En una de esas noches en las que piensas que han pintando el asfalto de un color más negro si cabe, porque no se ve nada. De repente aparece frente a nosotros un coche cruzando la mediana. Arrasando arbustos a su paso y girando como una peonza hasta invadir nuestro carril. Esquivamos como podemos al intruso “enlatado” para parar en el arcén de inmediato.

Nuestra heroína está entrenada para este tipo de situaciones que pone en práctica ya por puro instinto. Accidente feo para la conductora, con muchos cortes por todo el cuerpo y con ataque de histeria incluido. Los niños que la acompañan, enseguida son sacados del coche y llevados a un lugar más seguro en el arcén tras pasar examen por nuestra anónima heroína. Pero antes de que nadie se dé cuenta ella ha sacado del coche a la conductora y la está atendiendo en

el suelo pidiendo que alguien asegure mejor el lugar del accidente señalizándolo para que otros coches no choquen.

La noche es tan oscura y el carril rápido donde se encuentra el herido tiene tan poca visibilidad que hay que actuar rápido. No hay tiempo para guantes ni protocolos médicos, con una mano detiene la hemorragia y con la otra se quita el pañuelo que lleva al cuello para que le sirva de improvisado torniquete. En un abrir y cerrar de ojos nuestra heroína tiene a la conductora estable y tranquila tendida en la carretera, pero consciente de que el peligro ahora se encuentra en un atropello de otro coche que no vea el accidente.

Va rápidamente a colocar su moto de parapeto con todas las luces e intermitentes puestos. Y como si tuviera poderes de videncia, a los pocos instantes se aproxima un coche con gran estruendo. Saliendo humo de sus ruedas bloqueadas por el frenazo que está dando. Sin duda iba ligero y en la espesura de la noche no le ha dado tiempo a reaccionar. Trata de esquivar la moto que hace las veces de triángulo de emergencia pero es tarde y se la lleva por delante unos cuantos metros. Cuando por fin en medio de todo este caos aparece la Guardia Civil para poner orden en mitad de la noche.

Nuestra heroína no recibió medallas, ni salió en prensa o televisión referencia alguna del accidente. Después de haber salvado la vida a la conductora y llevarse su propia moto para casa en no muy buen estado, su satisfacción era la de haber hecho lo correcto. Una auténtica heroína sin lugar a dudas. Por eso recuerda siempre que estés rodeado de moteros que debes obsérvalos con atención y respeto, nunca se sabe. Quizás ese hombre que monta acompañado de su mujer, o aquella chica del fondo, e incluso ese melenudo tatuado de chupa de cuero, sea un héroe.

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EL DEBERDE UN BUEN SUPERVILLANO ES CONSTRUIRUNA GRAN MÁQUINAQUE ACABECON LA HUMANIDADPOR James Galán

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Los que poseen el potencial económico de una gran multinacional del mal, construyen grandes rayos de la muerte en la luna o realizan excavaciones a gran escala para conseguir que grandes volcanes erupcionen al unísono. Sin embargo, los que no disponen de ese capital, se dedican a construir motos destinadas a erradicar a los pilotos que se atreven a montarlas. Esto es un dato incuestionable.

A lo largo de la Historia, se pueden encontrar grandes ejemplos de estas máquinas creadas con la única finalidad de dejar a la humanidad sin sus representantes más valientes y osados. Éstas son algunas de ellas.

Poco antes del año 2000 Ted Mclntyre, presidente de Marine Turbine Technologies, contrató al ex piloto y constructor de motos a medida, Christian Travert, para ponerle a cargo de un proyecto que le rondaba la cabeza: construir una moto con el motor de turbina de helicóptero, concretamente un Rolls-Royce-Allison Modelo 250 de 320 CV. No sabemos si lo hizo mientras acariciaba un gato blanco de angora y reía de forma siniestra, pero el resultado de esa reunión fue la MTT Y2K. Una motocicleta que alcanzaba los 320 km/h en tan sólo 5,4 segundos y que Max Oxley denominó como “una masturbación tecnológica”. Como es lógico, sólo era posible utilizar en una recta, a ser posible tan larga como una pista de despegue, querencias del motor de helicóptero, imagino.

No sé cuantas consiguió vender, sólo conozco el caso de Jay Leno que cuenta que en los semáforos el calor que desprendían sus escapes era tan alto que, literalmente, fundía los parachoques de los vehículos que paraban detrás de él. Todo vehículo de súper villano que se precie tiene que llevar un lanzallamas. Probablemente lo que impidió que los más valientes cayesen como moscas no fue un momento de lucidez, sino que su precio rondaba los 150.000.€

A veces la tecnología de los súper villanos no se limita a ir más rápido que el sentido común de los pilotos, es que les hace una pasada que les arranca las pegatinas.

Pero ésta no es ni de lejos la primera vez que un súper villano diseña una moto capaz de matarte antes de que puedas decir: ¿Qué no tengo güevos?

La MTT Y2K

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La OSA BIRA La KAWASAKI ZX12R TURBO

En 1972 a un malvado español se le ocurrió otra verdadera pasada. Mirando el motor bicilíndrico de una Ossa Yankee pensó: “esto no es lo bastante peligroso”. Así que le acopló dos cilindros más de una Ossa Copa 250cc, lo que dio como resultado un monstruoso tetracilíndrico en línea transversal de 1000 cc, y 2 tiempos. Señoras y señores, la Ossa Bira.

La moto tuvo su puesta de largo en las 24 horas de Montjuic. Sorprendentemente tuvieron que abandonar la carrera por la caída de su piloto. La moto era ingobernable.

Jaja ja jaaaa (risa maléfica). No “ingobernable” del tipo Rossi quejándose a Ducati por la Desmosedici GP11, ingobernable del tipo: “si acelero, a la salida de la curva, me mato”. La moto nunca alcanzo las cifras necesarias para convertirse en el arma definitiva del mal, ya que hasta los pilotos más arriesgados, se negaron a montar en ella y sólo se fabricó una unidad.

Unos años más tarde, una serie de tipos con intenciones cuestionables y poco capital, decidieron no construir motocicletas completas, sino kits de potenciación para motos que ya estaban en el mercado. El low cost del mal. Estos kits consisten en turbo compresores que se pueden comprar por internet para, por ejemplo, una Hayabusa. Hay que ser un verdadero esbirro del mal para ver una moto como la Suzuki y pensar: “¿Sabes, qué? La moto está bien, pero no es lo suficientemente peligrosa. Le voy a poner un turbo”. El resultado es una moto de 636 CV y que alcanza los 500 Km/h, con lo que se convierte en un juguete con una capacidad asombrosa para acabar con quien se decida subirse en ella.

¿Qué despertó una idea como ésa en la cabeza de un súper malo? El kit que fabricaba un colega de profesión para una Kawa ZX12R de 340 CV. Entre malos, la envidia es obligatoria.

HAY QUE SER UN VERDADERO ESBIRRO DEL MAL PARA VER UNA MOTO COMO LA SUZUKI Y PENSAR: “LA MOTO ESTÁ BIEN, PERO ... LE VOY A PONER UN TURBO”.

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La KAWASAKI 750 H2 TRIPLE La SUZUKI TM400 CICLÓN

Pero no todas las motos son de pequeña producción o artesanales, a veces un súper villano consigue infiltrarse en una gran compañía y logra que su creación se produzca a gran escala.

Permítanme presentarles la Kawasaki 750 H2 Triple o como también se la conoce “La fabrica viudas”. En 1972 fue la motocicleta de calle más rápida producida en serie y la velocidad se consiguió a costa de no tener ningún tipo de control en curvas. Mientras que la carretera fuera larga y recta no había problema... pero en el momento que había que negociar una o dos curvas la cosa se complicaba y comenzaba una discusión con la motocicleta para convencerla de que no era un avión y que no podía volar. El resultado de estas discusiones, era un villano satisfecho.

La siguiente maquina de destrucción moderada es, sin duda, una de las motocicletas más terribles e infames jamás producidas, la Suzuki TM400 Ciclón, fabricada de 1971 a 1975. Fue el modelo sobre el que se desarrollaron las motos de carreras de Suzuki en aquella época y su horrible reputación estaba fundada en la maniobrabilidad o, mejor dicho, en la falta de ella y en la manera en que entregaba de potencia. Los malos nunca descansan, no todo iba a ser fuerza bruta. Sobre el papel era una maquina razonable con tan sólo 40 CV, pero esos cuarenta caballos eran entregados como un interruptor: o todo o nada. Por si eso fuera poco, entregaba la potencia de forma errática sorprendiendo al piloto con una repentina entrega de potencia, a veces sobre las 3500 rpm, otras sorprendía a 5500 rpm o a veces a ninguna.

Por desgracia para el piloto, la diversión no terminaba ahí. La TM se vendía como una replica de las motos de los pilotos de fábrica (una clásica estrategia de marketing del sindicato del mal). Lo que ocurría es que la moto pesaba unos 50 kilos más que la moto oficial de carreras y eso afectaba demasiado al chasis, que se flexionaba cada vez que hacías presión sobre él al frenar y saltaba como un resorte al volver a acelerar, por lo general dejando a un piloto muy sorprendido en el suelo. En cuanto a las suspensiones, lo mejor que se puede decir de ellas, es que conseguían mantener la moto erguida, eso sí, siempre que estuviera parada. Sibilino.

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LAS YAMAHA R1 DEL 98 (EL MODELO SIN AMORTIGUADOR DE DIRECCIÓN), AL POCO TIEMPO DE VENDERSE YA SE ENCONTRABAN DE SEGUNDA MANO SIN QUE A SUS DUEÑOS LES DIERA VERGÜENZA RECONOCER ALGO QUE A NINGÚN MOTERO SE LE HABÍA OÍDO DECIR NUNCA: “ES QUE NO PUEDO CON ELLA”.

Otra de estas motos fue la Yamaha R1 del 98 (el modelo sin amortiguador de dirección), una de las pocas motos que al poco tiempo de venderse, ya se encontraban de segunda mano sin que a sus dueños les diera vergüenza reconocer algo que a ningún motero se le había oído decir nunca: “Es que no puedo con ella”, “se retuerce como una culebra cuando acelero con la moto tumbada”. Por otra parte, el tipo de cosas que no debes decir cuando le estás tratando de vender una motocicleta a alguien.

Finalmente, otra motocicleta salida de la retorcida mente de un genio del mal y que ha llegado a ser una leyenda es la Yamaha RD350: RD por race development (desarrollada en las carreras) o “matapijos” para los conocedores de la leyenda. Cuando alguien diseña una motocicleta en la que su posición natural es con la rueda delantera en el aire, tienes que preguntarte: ¿Cómo es posible que nadie, dentro de la corporación, se diese cuenta de lo que se buscaba con ella? La respuesta es que el mal tendrá naturaleza siniestra, pero no son tontos.

La que se fabricó en Japón (la versión hecha en Brasil era más blandita) tenía más potencia de la que puede controlar un piloto inexperto y una maniobrabilidad asombrosa, lo que hacía que te confiaras y entonces ¡tacháaaannn! la entrega de potencia del dos tiempos. Si además añades al cocktail unos frenos muy justitos, unas ruedas estrechas y neumáticos de hace 30 años, la moto hacía honor a su nombre oficioso. Eso sí, mientras te arrastrabas por el suelo, lo hacías con una inmensa sonrisa de felicidad. Porque los villanos serán malos, pero si quieres ir de fiesta, con nadie lo vas a pasar mejor que con el diablo.

La YAMAHA R1 DEL 98

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IRSE DE COPAS CON VALENTINO ROSSI

TOMARSE UNA HORCHATA CON DANI PEDROSA

EL MAL, LOS MALOS, NOS FASCINAN PORQUE NOS HACEN SALIRNOS DE LO ESTABLECIDO. IGUAL QUE CUANDO VAS EN MOTO POR UNA CARRETERA BIEN ASFALTADA QUE TE LLEVA CON CERTEZA A UN LUGAR Y ENTONCES VES UN CAMINO LATERAL QUE SE DESVÍA DE ELLA, UN CAMINO TAL VEZ MAL ASFALTADO O DE TIERRA Y QUE NO SABES MUY BIEN DÓNDE TE PUEDE LLEVAR. SIENTES QUE TE APATECE EXPLORAR ESE CAMINO PORQUE ES DIFERENTE, SE SALE DE LO PREVISTO Y ESO HACE QUE TE SIENTAS VIVO.

VS

POR Javi Carro

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¿Por qué nos fascina el mal?

¿Por qué nos aburre el bien?

(Que no cunda el pánico. No se ha insertado aquí por error un artículo que iba dirigido a las revistas La Psicología y Tú o Hablemos de Teología).

Los malos han generado siempre en quienes los ven una fascinación culpable, un atractivo igualmente culpable, una sensación de ser alguien con quien sería interesante irse una noche entera de copas y descubrir los lados salvajes de la noche en los bares salvajes de la noche.

Los buenos, además de un reconocimiento como ejemplo, han generado más bien un cierto aroma de aburrimiento, un cierto bostezo cansino, una sensación de ser alguien que lo más excitante que podrían ofrecernos sería irnos a tomar una horchata a media tarde en un tranquilo salón de té.

La primera razón (hay dos) de por qué ocurre algo así es muy simple.

Los malos atraen y fascinan porque son diferentes.

Y lo diferente se desmarca inmediatamente del entorno confiriendo una ventaja.

Vemos una caja de bombones con 99 envueltos en papel blanco y 1 envuelto en papel rojo y nos fijamos de inmediato en el rojo y sentimos que ése es el que hay que coger.

Los actores prefieren interpretar personajes malos porque tienen capas, matices, les permiten crear algo distinto. Y aborrecen de los buenos porque son más bien unidimensionales y corrientes y los unifican al resto del reparto.

En el caso de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster), la mosca hembra que por mutación es más grande resulta mucho más atractiva para los moscones y es cortejada por muchos más de lo normal, ansiosos por ubicar en ella sus genes.

Las rubias eran algo poco corriente en la España de los años 70 y por eso fascinaban a Alfredo Landa, Esteso o Pajares cuando veían a un

grupo de suecas minifalderas y las cortejaban sobremotivados, ansiosos por ubicar en ellas sus genes.

Y los packs de los productos de consumo (pasta, alcohol, perfumes, etc) se diseñan para ser diferentes y resaltar entre los que los rodean de su categoría dentro de las estanterías e incrementar así sus posibilidades de ser adquiridos en lugar de los otros.

La diferencia destaca.

Y los malos atraen y fascinan porque son diferentes y destacan.

Porque diferente era McEnroe quejándose, protestando, enrabietándose, frente al imperturbable y correcto Borg.

Porque diferente es Luis Suárez mordiendo casi a cualquier rival que se le pone delante, frente al correcto y perfecto yerno Iniesta.

Pero hay una segunda razón, además de que

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lo diferente destaca, de por qué nos atraen y fascinan los malos.

Y es que con los malos sentimos que nos salimos de lo establecido.

Y eso nos hace sentirnos vivos.

El mundo es hoy en general un lugar ordenado, seguro, confortable.

Un lugar en el que la vida es en general predecible y confiable.

La esperanza de vida en el Neolítico era de 20 años.

En la Antigua Roma, de 28.

A principios del siglo XIX, de 35 años.

Y hoy, de 70.

La gente moría joven porque el mundo era un lugar peligroso. Lleno de animales salvajes, de enfermedades, de guerras, de escasez de alimentos, de carencias médicas.

Ahora el mundo se ha convertido en general en un lugar predecible, seguro, ordenado, confortable.

Un lugar en el que es mucho más seguro vivir.

Pero en el que resulta más aburrido vivir.

Por eso buscamos sentirnos vivos con dosis de aventura controlada en parques de atracciones, en tirolinas que nos hacen volar entre árboles a muchos metros del suelo, en prácticas de puenting, en saltos en paracaídas.

Por eso buscamos sentirnos vivos con citas a ciegas por internet, desconocidos que surgen al azar en Chatroulette.

Por eso buscaban sentirse vivos casos extremos como los adolescentes que surgieron en Japón en pleno apogeo del SIDA y que deliberadamente practicaban sexo sin condón.

Hoy necesitamos más que antes en la historia sentirnos vivos.

El mal, los malos, nos fascinan porque nos hacen salirnos de lo establecido.

Y eso nos hace sentirnos vivos.

Igual que cuando uno va en moto por una carretera bien asfaltada, que te lleva con certeza establecida de un lugar a otro, y ve un camino lateral que se desvía de ella.

Un camino que se sale de lo organizado, tal vez mal asfaltado o de tierra, y que no sabes muy bien dónde te puede llevar.

Uno siente que ese camino le apetecería explorarlo.

Porque es el camino diferente, el que se sale de lo previsto.

El camino que hace que te sientas vivo.

Y a lo largo del cual parece difícil que lo más excitante que ocurra sea tomarse una horchata en un tranquilo salón de té.

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El estadounidense Sylvester Howard Roper (1823-1896) inventó un motor de cilindros a vapor (accionado por carbón) en 1867. Ésta puede ser considerada la primera motocicleta.

Wilhelm Maybach y Gottlieb Daimler construyeron una moto con cuadro y cuatro ruedas de madera y motor de combustión interna en 1885. Su velocidad era de 18 km/h y el motor de 0,5 caballos.

Gottlieb Daimler usó un nuevo motor inventado por el ingeniero Nikolaus August Otto. Otto inventó el primer motor de combustión interna de cuatro tiempos en 1876, y Daimler, antiguo empleado de Otto, lo convirtió en una motocicleta que algunos consideran la primera de la historia. En 1894 Hildebrand y Wolfmüller presentan en Múnich la primera motocicleta fabricada en serie y con claros fines comerciales. La Hildebrand y Wolfmüller se produjo hasta 1897. Mientras, los hermanos Eugéne y Michel Werner montaban un motor en una bicicleta. El modelo inicial con el motor sobre la rueda delantera se comenzó a fabricar en 1897.

En 1902 el francés Georges Gauthier inventó el Scooter. Fue fabricada en 1914 y enseguida tuvo una gran popularidad.

En 1910 apareció el sidecar, unque ya había aparecido años antes, pero en bicicletas.

Después de volver de la Segunda Guerra Mundial (1945), los soldados estadounidenses parecían descontentos con las motocicletas que eran construidas por Harley-Davidson e Indian. Las motos que habían montado en Europa eran más ligeras y más divertidas de conducir. Estos veteranos se dieron cuenta que sus motocicletas necesitaban los cambios que Harley no les proporcionaba. Fue así nació la Motocicleta Custom.

“Los tiempos cambian que es una barbaridad”. Poco se imaginaba Don Ricardo de la Vega cuando puso estas palabras en boca de Don Hilarión, personaje de la Verbena de la Paloma, que su futura aplicación a cualquier ámbito de la vida iba a quedar siempre corta. Como casi siempre, la realidad supera a la ficción.

La tecnología avanza a pasos de gigante y ni los mejores futurólogos fueron capaces de predecir la velocidad de los cambios que estamos viviendo. Sólo un detalle para ilustrarlo. Nací sin fax y moriré sin fax. La tecnología lo habrá creado y lo habrá devorado en menos de una generación.

Si hablamos de la tecnología aplicada a las motocicletas en su apartado de competición, no hace mucho venerábamos a unos héroes inquietos y atrevidos, que ponían lo que tenían y lo que no tenían al servicio de su pasión y de su sueño. Eran los pequeños constructores, muchas veces artesanos, capaces de burlar la lógica para enfrentarse a las grandes multinacionales del momento, infligiéndoles alguna que otra derrota de vez en cuando. Pero el avance tecnológico, sobre todo de la electrónica, los ha casi desterrado del Campeonato del Mundo. Las grandes marcas necesitan evolucionar sus productos, amortizar sus inversiones multimillonarias y, desde sus asociaciones, controlar los tiempos de aplicación de sus avances, ya sea en la propia competición o en sus modelos de mercado. Están ejerciendo un dominio lógico que no siempre redunda en un mejor espectáculo. Se habla mucho de limitar la tecnología. Personalmente considero que un

LOS TIEMPOS CAMBIANQUE ES UNA BARBARIDADPOR Ramón Forcada

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campeonato tecnológico es, y debe ser, el mejor escaparate y banco de pruebas para la continua evolución de la moto.

Los atrevidos artesanos que veíamos por el paddock, tipo JJ Cobas, Arbizu, MetraKit, Paton, etc. pasaron de ser los héroes míticos de una época llena de inventores visionarios a ser vapuleados y expulsados de la competición por una tecnología sin freno, alimentada por unos presupuestos desorbitados en manos de los grandes fabricantes, capaces, eso sí, de diseñar y construir las mejores motocicletas jamás soñadas. Los han substituido los fabricantes de chasis de las clases Moto3 y Moto2. No propiamente artesanos, sino pequeñas ingenierías dedicadas a construir los soportes para los diversos motores de Moto3, o los únicos de Moto2.

Pero el nuevo reglamento que se va a aplicar en Moto3 no contempla la participación de constructores de chasis independientes. Sólo las fábricas de motocicletas podrán competir. Podríamos decir que los pequeños héroes del pasado han pasado a ser los villanos apestados que todo el mundo quiere lejos de sus casas y de sus negocios. Recuerdo a Don Antonio Cobas, el más reconocido maestro, inventor y visionario que ha existido en el mundo de la motocicleta, soñando y diseñando sus chasis para las nuevas categorías. Ahora, en Moto3 no le dejarían desarrollar su ingenio. En Moto2, ya veremos.

Los tiempos cambian que es una barbaridad.

Antonio Cobas,el más reconocido maestro,

inventor y visionarioque ha existido en el mundo

de la motocicleta... Ahora, en Moto3

no le dejarían desarrollar su ingenio.

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LOS OJOSDE CEAUSESCU

Yo quería una Derbi Variant. Negra. La mitad de la cuadrilla se movía en moto y la otra mitad iba de paquete. Éramos Juan, Luis, Pablo, Pedro, Berna, Santi, Giuseppe, Damián y yo, el novato. Los cuatro primeros con moto, los otros siempre de paquete. Pablo tenía la Variant negra que yo anhelaba, Pedro una vieja Mobylette Cady blanca heredada de su hermano, Juan una Vespa P200E roja, que siempre la tenía guarrísima, y Luis un ciclomotor Yamaha, también negro. No recuerdo el modelo. Pablo y Pedro también paseaban de vez en cuando a sus rollos, siempre agarradas a sus delgadas cinturas. Sobre todo las tardes de domingos, que casi no estaban con nosotros e iban a darse el lote al parador. A meterles la lengua hasta la campanilla. Nadie usaba casco entonces, los “munipas” no estaban tan presionados por la ley como hoy y hacían siempre la vista gorda. Montar las motos a pelo era lo más normal del mundo entre todos los chavales del pueblo.

Entré en la pandilla a los diecisiete, más tarde de lo habitual en el pueblo, donde las pandillas, o

cuadrillas, se empezaban a crear a los catorce o quince. Una poliomielitis, enfermedad de niños, inflamó las neuronas motoras de mi médula y generó mi atrofia muscular. Afortunadamente, me libré de toda deformidad. Pero algo deforme sí era. Socialmente al menos. Tantos meses solo en mi habitación hicieron que viese más cine en televisión que cualquier crío de mi edad. También leí mucho y bien asesorado por mi abuelo, profesor retirado y loco por la novela negra. Gracias a él me inicié en Chandler, Hammett, M. Cain, P. D. James... Muchas veces me las regalaba o prestaba de tapadillo porque a mi madre todas esas novelas le parecían “desagradables”. Ella leía a Rosamunde Pilcher. Todas sus portadas eran iguales. Mi padre, por su parte, estaba cada día más preocupado por mí. Su inquietud era comprensible. No tenía amigos, nadie me visitaba. Estaba solo, abandonado. No tenía algo tan fundamental en la adolescencia como una pandilla, unos amigos. O unos enemigos. Era entonces un chaval que andaba y vestía como un viejo, que desconocía las marcas de moda, que

no hacía deporte, que no había conocido chica alguna, un rarito solitario que no se relacionaba con nadie, que le gustaban las viejas pelis de detectives o el buen western, que leía en el autobús y que solo bajaba a la calle para ir a clases particulares, al mercadillo de libro antiguo o al cine. El pueblo tenía tres. No lean esto como algo triste, porque no lo era. Me gustaba mi soledad. Nunca estuve triste por estar solo con mis cosas.

En una de aquellas clases particulares, de matemáticas, conocí a Giuseppe, un genovés muy cara dura. Él siempre me hablada de sus amigos, de sus borracheras y de sus carreras de

POR Iván Reguera

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los de Technotronic, Chimo Bayo, The KLF y The Farm.

Saludé a todos con la mano, inseguro y expectante. Todo fue bien, me recibieron como a uno más, sin preguntas incómodas, ni suspicacias. Esa

noche, no muy borracho pero apestando a tabaco, cerré la puerta de mi habitación, y lo hice con una sonrisa deslumbrante. Tenía pandilla. Me lo repetí a mí mismo, y mentalmente, varias veces: tenía pandilla. Encendí el viejo televisor que tenía al lado de la cama. Bajé el sonido para no despertar a mis padres. Las imágenes que emitía eran horribles y me impactaron más de la cuenta por culpa del porro que me había pasado Pablo antes de despedirme de ellos. El dictador Nicolae Ceausescu aparecía fusilado en la nieve, con su abrigo y corbata rojas manchados de polvo. Su rostro amarillento y su mirada sin vida me dejó paralizado. No era el primer muerto que veía en la televisión, pero sí fue la primera vez que me

fijé en unos ojos muertos reales, ojos humanos, de un hombre al que se le acaba de ir la vida pocos minutos antes, al que se la acaban de arrebatar a tiros. El reportaje, de la segunda cadena, explicaba que todo había sucedido en pocos días. El dictador había huido con su esposa, lo cazaron y el día de Navidad los fusilaron. Aquella noche tuve una pesadilla en la que mis nuevos amigos me ataban una venda roja a los ojos, me conducían con sus motos al cementerio y allí, frente a un panteón, me intentaban fusilar. Y digo intentaban porque a todos ellos se les encasquetaban las escopetas en el momento decisivo. En el panteón se podía leer, tallado en el mármol, “Familia Ceausescu”.

Mis padres aceptaron comprarme la Derbi Variant negra. Les pareció una buena idea, serviría para relacionarme con chicos de mi edad. No tardé ni un día en sacarme el carné de ciclomotor. Fue un trámite absurdo, torpe y chapucero. No podía entender que alguien que no conocía ni la mitad de las señales de tráfico pudiera conducir por una carretera a casi cien kilómetros por hora,

motos. Yo, cada tarde, regresaba a mi cuarto y fantaseaba entrando seguro y sonriente en los bares del pueblo con mi clan, con los míos. Y cada tarde esperaba que Giuseppe me lo dijese: “Te los voy a presentar”. Cuando creía que ese día nunca llegaría, un septiembre llegó. Y dijo las cinco palabras exactas: “Te los voy a presentar”. Nos conocimos en un garito que ha cambiado de dueños y de nombres varias veces. En las discotecas y pubs se escuchaba a los raperos Vanilla Ice y MC Hammer ¡y al grupo Snap! Las niñas escuchaban a Elton John, a los New Kids on the Block, que arrasaban con su Step by Step, y a Jon Bon Jovi. Aquellos años fueron también

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pero así fue. La Variant me pareció preciosa. Estaba reluciente, brillaba. En el concesionario admiré su tubo de escape, sus ruedas, que soltaban un fuerte olor a neumático nuevo. Su amplio e impoluto asiento, sus intermitentes, su reluciente espejo... El vendedor me empezó a hablar de la llanta, la horquilla, el faro, el mando de luces, el cuentakilómetros, la bobina, el pistón, el cilindro, la culata, el amortiguador, el deposito, los guardabarros, los pedales... No sabía de qué coño me hablaba y desconecté, pasé de él. Era un tipo camelador y hablaba demasiado rápido. Lo único que yo quería entonces era arrancarla y verme, por fin, con todos mis amigos.

Lo primero que hizo Pablo al ver mi moto, idéntica a la suya, es montar en ella conmigo de paquete y llevársela al garaje de su casa. Allí le trucó el tubo de escape y consiguió que fuese mucho más rápida. ¡Cómo rugía la condenada! Era aquel un sentimiento maravilloso, una mezcla de poder y de libertad que jamás había experimentado. Desde ese día, conseguí ser el más rápido en las carreras que hacíamos desde el puerto hasta el mirador. El novato, el rarito, el enfermo se convirtió en el más rápido de todos. Pero nuestras carreras no eran LAS carreras. Me quedaba por conocer a la banda de Artero, chavales de la zona portuaria, moteros quinquis. Gentuza. Más bien ladrones de motos de familias desclasadas, chicos de la calle. Uno de ellos, El Taquilla (lo llamaban así porque siempre se colaba en el cine), me vio montado en mi Variant, aparcada frente al vídeo club de la familia de Berna. Estaba con Luis y acabábamos de alquilar una de Schwarzenegger. No recuerdo

cuál. Se acercó sin inmutarse y empezó a palparla con todo el descaro del mundo.

- Eh, quita las manos de la moto –le dijo Luis.

- Tranqui, no te pongas nervioso.

- Quita la mano, que te meto.

- Muy gallito te veo. ¿Tira bien?

- Mejor que cualquiera de vuestras chatarras.

- Eso habría que verlo. ¿Una a mil?

- ¿Tú qué dices? –me dijo Luis pillándome completamente desprevenido. No sabía de lo que me hablaba.

- ¿Qué?

- Que tu moto corre más que cualquiera de las suyas. Apuesta mil pelas.

- No sé, ¿tú qué dices?

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- Ganas fijo.

- ¿Qué dices? –me retó el perro callejero.

En unos segundos que parecieron horas, tuve que decidir si aceptaba el reto o no. Me temblaban las piernas. Luis apartó la mirada, disimuló observando el blanco y austero cuentakilómetros de mi Variant. El ratero, en cambio, me miraba directamente a los ojos. Esperaba una respuesta firme e inmediata, esperaba que tuviese cojones. Pensé que si me echaba a atrás Luis lo comunicaría, con decepción, al resto de la pandilla. No podía permitirme ese lujo. No con lo que había logrado.

- Vale –dije.

- El sábado en las bodegas –dijo El Taquilla.

- Hecho –contesté con fingida seguridad.

Las siguientes horas y días fueron de las más intensas que he vivido nunca. Si mi padre se enteraba, que quitaba la moto. ¿Sería capaz? ¿Cómo eran todos aquellos rateros? ¿Eran peligrosos? ¿Me estaba jugando algo más que una estúpida apuesta? Pablo me ayudó a darle al acelerador con seguridad y más destreza, nos recorrimos decenas de veces el paseo marítimo, gastamos gasolina, nos cronometramos, nos retamos. También nos dimos un garbeo por la zona portuaria, la zona quinqui. Allí estaban los rateros motorizados, la panda de Artero. La cuadrilla de El Taquilla, de once chavales, tenían una Mobylette Cady llena de pegatinas, una Puch Condor amarilla, una Bultaco Pursang con

Motor: monocilíndrico de dos tiempos,refrigerado por aire. Cilindrada: 48,7 c.c. Diámetro por carrera: 38 x 43 mm.Relación de compresión: 9:1. Carburador: Dell-Orto.Encendido: por magneto alternador a volante Motoplat. Transmisión: secundaria por cadena.Embrague: automático centrífugo. Chasis: bastidor autoportante.

Suspensión delantera: por horquilla telescópica. Suspensión trasera: por horquilla basculante.Frenos: de tambor de 105 mm. de diámetro.Neumáticos: 2.25 x 18”.Capacidad del depósito de gasolina: 3,8 litros.Dimensiones: longitud 1.840 mm. Batalla 1.160 mm. Velocidad máxima: 40 kph.

Precio por el que se vendía en la época: 34.470 ptas.

FICHA TÉCNICA

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dos abolladuras y dos Derbi Yumbo. Luis me dijo que iba a competir con otra moto, que resultó ser una DELTA, precursora de los modernos scooter que hoy fabrica PIAGGIO. Sus ruedas eran un diámetro menor a lo acostumbrado y era una moto codiciada por los que trucaban las motos. Y el de esa moto que competía con mi Variant era el caso. Era evidente.

Los rateros se concentraron en la acera izquierda, y nosotros en la derecha, la que daba al mar. En el punto de meta, en el mirador, nos esperaban dos responsables de cada pandilla. Santi y Berna fueron nuestros representantes. El que daría el pistoletazo de salida se eligió a cara o cruz y le tocó a Luis. “Preparados... listos... ¡YA!”. La DELTA me cogió cierta ventaja en los primeros

segundos. No quité el pie del acelerador en ningún momento, mi concentración era absoluta. No tardé en acercarme a El Taquilla, nuestras motos ya corrían en paralelo, muy pegadas. Recordé Ben-Hur. “Pido a Dios que permita mi venganza, rogaré para que te conserve la vida hasta mi regreso”. El Taquilla consiguió ganarme unos centímetros pero la Variant en seguida puso las cosas en su lugar. Olí a mar, a eucalipto, a merendero, a sardinas a la brasa. Entonces lo hizo. El Taquilla sacó una llave inglesa del bolsillo trasero de su sucio pantalón y la lanzó a los rayos de mi rueda delantera. Hoy solo recuerdo el ruido. El estruendo. A roto. Y el olor a aceite. A gasolina. Y aquel sabor. A la sangre entre mis dientes y en el paladar.

Me desperté observando la pared azul claro, y con algunas humedades, de mi habitación en el hospital. Era de noche, de madrugada. Escuché el graznido de una gaviota. Nadie me atendía. Giré mi cabeza a la derecha. Un anciano estaba tumbado a mi lado, parecía dormido. Pude levantarme. Tenía magulladuras por todo el cuerpo, cojeaba de mi pierna derecha y me habían cosido la ceja izquierda. Me quemaba. En eso momento no me hice a la idea de la cantidad de puntos de sutura que cruzaban mi frente. Me acerqué a mi compañero de habitación y descubrí en él aquella mirada de sorpresa. Le acababa de pasar. Se acaba de ir. Vendí la moto dos semanas después.

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Seamos serios, Stan Lee, Frank Miller, o el mismo Homero nunca llegaron a plantear una lucha realmente desproporcionada a sus héroes. Quizás por mantener la emoción en sus combates, quizás por no tener a mano un rival de verdadera enjundia, incluso cuando se trataba de plantear las luchas más épicas, el combate se planteaba de forma más o menos igualada: La Cosa contra Hulk, Batman frente a Superman, Hércules contra la Hidra de Lerna… cuando no se ha propuesto un combate ridículamente desproporcionada en favor del súper héroe; el

capitán Boomerang contra Flash, por ejemplo. Uno de los combates más absurdos que se recuerdan junto con los de Eddie, el Chico Pez. De está manera el héroe siempre terminaba venciendo y engrandeciendo su leyenda.

Esta vez, y por eso de de la justicia poética y como una venganza a todos los súper villanos humillados a lo largo de la historia, vamos a enfrentar a algunos héroes a algo realmente superior: Pont Grup. Veamos como queda su leyenda después de esto.

Bien, pues el resultado es claro.

Pont Grup se impone o quizás mejor dicho, aplasta, fulmina, destroza a los héroes en todas las categorías. ¡Kapoowwwww!

Así que si tienes una moto y necesitas que alguien

te ayude, no esperes que lo haga un súper héroe,

cuando estás en un apuro tu mejor opción es, sin

duda, Pont Grup.

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PROCEDENTE DE LAS CORRIENTES DEL PENSAMIENTO ORIENTAL, EL

CONCEPTO DEL YIN Y EL YANG NOS VA A SERVIR PERFECTAMENTE

PARA ILUSTRAR ESTE ESCRITO, PUES LA DUALIDAD DEL BIEN Y

EL MAL, DEL HÉROE Y EL VILLANO, DEL DÍA Y LA NOCHE ESTÁ

PRESENTE EN CADA MOTERO IGUAL QUE EN CADA SER HUMANO...

(A PESAR DE LO QUE PIENSEN ALGUNOS, NO HAY QUE OLVIDAR QUE

LOS MOTEROS TAMBIÉN SOMOS HUMANOS).

EL YIN

TEXTO Jordi Bonany / ILUSTRACIÓN José Carlos Gómez Castaño

HÉROESY VILLANOSEN MOTO:EL YIN Y EL YANG

Si consideramos al Yin como la parte buena, positiva, como el día, como, en definitiva el héroe que cada humano (y por tanto, cada motero) tiene en su interior, nos daremos cuenta de que los moteros somos básicamente buenos. Esto es así porque el ser humano es básicamente bueno, si no fuera así, la humanidad habría dejado de existir hace miles de años.

Esta bondad, esta heroicidad, se traduce, en cada motero, en su comportamiento diario. Pensad por un momento que nuestros desplazamientos por la ciudad y la carretera contaminan muchísimo menos que otros medios de transporte, ocupamos menos espacio en la vía pública, otorgamos a nuestro entorno un dinamismo y una capacidad de desplazamiento y rapidez inigualable por cualquier otro medio de

transporte particular o público, soportamos las inclemencias atmosféricas tales como la lluvia y el frío, el viento y el sol abrasador de julio y agosto embutidos en nuestro casco sin rechistar demasiado (ahí sale a la luz nuestra vena heroica), aguantamos los abusos de fuerza de los demás usuarios de la vía pública (coches, furgonetas, etc…) y de nuestros gobernantes (estos últimos nunca nos han tenido en cuenta… ¿Dónde está el carril moto? por ejemplo) y todo esto jugándonos el físico en cada momento que estamos encima de nuestra amada moto.

Y a pesar de todo, seguimos levantándonos cada mañana con la ilusión de cabalgar nuestra moto como el primer día… Sí, definitivamente esto es el Yin, esto es ser un héroe cotidiano…

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EL YANG

Si hemos considerado al Yin como la parte positiva del dualismo Yin-Yang, evidentemente nos toca considerar al Yang como su contrario, es decir, como el villano que todos llevamos dentro, como la parte negativa del carácter humano (y motero).

Evidentemente esta parte oscura existe, (si no, no seríamos humanos) y se refleja también en el día a día del motero, por ejemplo, no cediendo el paso a los peatones, esquivando abuelitas en los pasos cebra, colándonos por lugares insospechados por los automovilistas, adelantando apurados a un camión y provocándole una taquicardia a su conductor, circulando por las aceras, aparcando en aceras estrechas por donde una madre (o padre) no podrá pasar con el carrito de su bebé por culpa de nuestra moto mal aparcada, provocando de forma

intencionada que nuestras motos hagan más ruido del necesario (aquí no se libra nadie, desde la más pequeña 49 cc. hasta la más gorda de las Harley’s, pasando por algunos scooters de media cilindrada, superan muchas veces en demasiado los decibelios aconsejables para una convivencia tranquila…

Definitivamente, el dualismo del Yin y el Yang, la capacidad de ser héroes o villanos está muy arraigada en el interior de cada motero, por ello, cuando vemos que alguien actúa mal... no sé... tal vez valdría la pena pensarlo bien antes de echarle la caballería encima... no?

Eso sí, si consideramos que se lo merece, después de pensarlo bien... ¡Adelante con la bronca!!!

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HÉROE O VILLANOPOR Antonio Montero

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saltarnos la digestión. Ésta es la excusa. Bendita excusa.

Al cabo de unos días, el pueblo, a modo de un gran monstruo tontorrón, espera ese estallido de pedorreta, esa rotura molecular del silencio atmosférico del verano para dar fe de nuestro descaro y atrevimiento. Todo el mundo se da por enterado, incluidos sus padres desde Francia y los míos desde Madrid. Y cuando todo parecía concluir en un castigo ejemplar o en algún tipo de medida inquisitorial, caigo en un socavón y la Puch se parte en dos. Nosotros seguimos unidos varios días más.

Nunca me gustaron las motos, ésta era de mi hermano, “un Motero” de toda la vida, que después ha tenido Ducatis, Ossas, Bultacos y enormes Hondas de altas cilindradas hasta dejarlo hace unos años por un tema de salud. Nunca me llamaron suficientemente la atención como para dedicarles un mimo, una carantoña o un pensamiento de cariño. Tampoco las odio. Salvo las de agua, que me parecen el súmmum de lo macarra y el mal gusto mental. Y sin embargo, una de las historias más bellas que puedo recordar en mi vida son aquellos días de amor con Nicole, tan mágicos, ruidosos y húmedos, que no habrían sido posibles sin la generosidad de mi querido hermano

LAS MOTOS NUNCA ME LLAMARON SUFICIENTEMENTE LA ATENCIÓN COMO PARA DEDICARLES UN MIMO, UNA CARANTOÑA O UN PENSAMIENTO DE CARIÑO. TAMPOCO LAS ODIO. (...)Y SIN EMBARGO, UNA DE LAS HISTORIAS MÁS BELLAS QUE PUEDO RECORDAR EN MI VIDA NO HABRÍA SIDO POSIBLE SIN AQUELLA MARAVILLOSA PUCH 50CC.

Agosto del 77. Todo quema. La atmósfera se aplana y derrite en capas cuando la miras fijamente. Treinta y muchos grados a la sombra en medio de un pueblo, en medio de Castilla, en medio de la nada, y en medio de un silencio casi perfecto si no fuera por las chicharras a lo lejos.

Me pongo el Wish you where here en cinta casette. Flipo. Intento copiarlo con mi guitarra acústica. Es muy difícil. Aún ignoro que nunca será posible. Tengo diecisiete años y estoy absolutamente convencido de que seré tan famoso como los Pink Floyd. Soñar es gratis y busco cualquier escusa para escapar de la “mediocridad reinante”.

De pronto, un ruido obsceno y ensordecedor, como si de la pedorreta de un gran robot con gastroenteritis se tratara, irrumpe y destruye todo lo anteriormente descrito. Es una Puch 50 cc., y yo voy montado en ella.

Nicole es una preciosa chica nacida en Toulouse, de padre español emigrante y madre francesa. Cada día la recojo a eso de las 15.30h en un lugar estratégico, para evitar que sus familiares y demás criaturas circundantes lo vean. El pueblo tiene un río enorme, el Tormes, pero nosotros preferimos ir a uno más pequeño y discreto que se encuentra a unos kilómetros al noreste para

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y sin aquella maravillosa Puch 50cc. Puedo fotografiarla perfectamente en mi cabeza y sé que puede sonar estúpido, pero creo que llegué a cogerle cariño. Yo no lo sabía, pero todo estaba aún por suceder.

Hoy puedo decir con toda claridad que a esta maravillosa Puch 50 cc. la igualo en importancia a la Norton 500 con la que el Che Guevara y su íntimo Alberto Granado descubrieron las enormes injusticias y desequilibrios en aquel viaje premonitorio por la Sudamérica profunda. O la TR6 en la que Steve McQueen intenta evitar al ejército alemán en El Gran Escape. Es evidente que tanto el Che, Granados como Steve McQueen son claros ejemplos de héroes en el más amplio sentido del término, al igual que estoy convencido de que yo ejercí como tal al sacar a Nicole del más profundo de los aburrimientos y mostrarle lo mejor del paisaje autóctono salmantino. Y doy fe de que ella pensaba lo mismo. Sin embargo, tanto sus padres como los míos y el 90% de los habitantes del pueblo, decidieron que sin duda mi comportamiento fue el de un perfecto villano.

Al cabo de unos años volví a ver a Nicole, trabajaba en Air France de azafata, y fue un encuentro maravilloso, emocionante y divertido. Reímos mucho recordando aquel verano. Y fue reconfortante comprobar que ambos seguíamos a salvo de toda esa gente que ve exactamente al revés, lo que nosotros entendemos como liberador y bueno para la mente. Salvo, por supuesto, que aquella fantástica Puch 50 se partiera en dos para salvar nuestra moralidad, o para que aquello no terminara en tragedia shakesperiana, vaya usted a saber.

BREVE HISTORIA DE LA MARCA PUCH

Johann Puch (1862-1914) fundó su fábrica de bicicletas en Graz, Austria, en 1899.En 1901 fabricó su primera motocicleta y en 1903 produjo sus primeras motos de 244cc., convirtiéndose muy pronto en el primer fabricante austríaco de motocicletas.

Siendo ya un reconocido fabricante de bicicletas y motocicletas fue cuando encargó un prototipo de coche al celebre ingeniero alemán Slevogt. La Fábrica Graz de Puch produjo más tarde un 4 cilindros de 25 hp, al que se añadió un bicilíndrico de 9 hp para completar la gama. Y en 1909, Slevogt creó un 4 cilindros de 1580cc con válvulas laterales, otro 4 cilindros de 4400 cc también con válvulas laterales y el Alpenwagen deportivo, un 4 cilindros de 40 hp y 3560 cc con válvulas laterales igualmente. El último Puch fue un 4 cilindros de 1588 cc con una caja de cambios de cuatro velocidades. Este coche, sirvió de base para los coches de carreras de 1921 y 1922 que consiguieron diversos éxitos pilotados por Kirchner, Weis y Zsolnay.

En 1923, el ingeniero italiano Giovanni Marcellina construyó el primer motor de 2 tiempos con doble pistón en U, que equipó la primera de las célebres motocicletas Puch con este tipo de motor. Este hecho provocó el cese de Puch como fabricante de automóviles.

En 1928, Puch y Austro-Daimler (construía coches Daimler bajo licencia), se fusionan para formar la Werke AG de Austro-Daimler-Puch.

En 1934 se crea el Grupo Steyr-Daimler-Puch por fusión de las 3 firmas. Steyr era una firma austríaca de automóviles que producía sus propios modelos desde 1920. A partir de esa fecha se fabricaron automóviles con la marca Steyr-Puch y Puch, como marca, siguió fabricando motocicletas y ciclomotores.

En 1937 apareció la primera bicicleta motorizada y en 1940 una 125cc monocilíndrica. Estos dos modelos constituyeron su base de producción después de la Guerra.

En 1946 reemprende la producción de las monocilíndricas de 125cc y de los modelos de 2 tiempos.

En 1952 aparecen los primeros Scooters.

En 1954 aparecen los primeros ciclomotores.

Y finalmente, en 1987 la línea de negocio de motocicletas y bicicletas fue vendida a Piaggio de Italia.

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