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Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Pobreza, fervor y muerte:

la Parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Miguel Cambronero Cano

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Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Tercera parte

CAPÍTULO 12. LAS DEFUNCIONES.CAPÍTULO 12. LAS DEFUNCIONES.

El peso de la muerte en el Antiguo Régimen.

Aunque se dice de los tiempos medievales que eran un “valle de lágrimas” es ahora, en tiempos modernos, cuando la muerte deja tras de sí una huella, un rastro de límites insospechados hasta el momento, puesto que a los padecimientos físicos y psíquicos que inevitablemente traía consigo, se añaden ahora otros de índole social, provocados en buena medida por la rigidez espiritual de esta sociedad, que obliga a poner de manifiesto de manera inequívoca todo lo relacionado con la religión, siendo el paso de la muerte la ocasión más oportuna para la plena justificación de la vida de todos y cada uno de los individuos. En estos momentos, ni los sentimientos ni las creencias internas deben quedarse en casa, sino que también han de ser expresados de manera que lleguen a general conocimiento, en las calles y en plazas y en la iglesia.

Esta, no era pues, una cuestión baladí para los cristianos. De entrada, la amenaza de la muerte ocasiona en el que la presiente más miedo que esperanza, en consonancia con el enfoque de las vivencias religiosas, donde el continuo temor de Dios, más que su amor, ejercía de poderoso vigilante a través de una sucursal que siempre estaba en guardia en cada persona, que era su conciencia. Sin embargo, en momentos tan trascendentales, era preciso seguir al pie de la letra todas las indicaciones de la Iglesia, a las que la tradición popular sumaba una serie de prácticas añadidas, surgidas de su continua repetición en el tiempo y también muy necesarias para la consecución de sus objetivos con el propósito de alcanzar la naturalidad en el encuentro con la muerte, aceptándola como un acontecimiento sereno, incluso apacible. Todo este cúmulo de

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actitudes y comportamientos estereotipados, unos obligatorios, otros convenientes, algunos “por si acaso”, se ponían en marcha en lo que se denominaba con el término paradójico de la buena muerte, un proceso bien definido que debía comenzar estando en salud, arreglando las cuestiones humanas y que se remataba, en el momento apropiado del trascurso de la enfermedad, con la aceptación de la caducidad de la vida y el recurso a las inefables ayudas que los sacramentos le iban a proporcionar.

Enfermedades finales. Los datos sobre las causas de muerte son muy escasos. Sólo aparecen cuando el fatal desenlace ha sido debido a un factor extraordinario que se cita por su rareza o su aparatosidad. Además, al carecer de facultativo en la población, el cura ni sabía ni tenía obligación de hacer constar su causa, por lo que a excepción de los 20 casos que se explicitan hasta 1796, el resto de defunciones las podemos achacar a las diferentes, muy variadas y a la vez persistentes causas naturales: un puñado de enfermedades -hoy leves en su mayoría- que asolaban al vecindario en momentos de especial debilidad a causa de otras carencias que padecían con alguna frecuencia.

Se originaba, con esta mezcla de pobreza y epidemias cíclicas, la palabra más temida de la antesala de la muerte: la peste. No se habla de ella nunca, pero se intuye su presencia. En el gráfico nº2 (pág. 36), las hemos detectado en la sobremortalidad que se aprecia al final del XVII y comienzo del siguiente. Sabemos,-según apunta Francisco García González-, que la de mayor impacto en la localidad, la de 1695, quizá pudo ser debida a la difteria. Hubo otras menores que le sucedieron en espacios muy breves de tiempo, causadas por otros agentes.

El impacto de estas sangrías demográficas parece que se toma un largo respiro, que se cierra con otro fuerte zarpazo que propina otra epidemia, el cólera morbo, que en apenas un mes de los de 1834 se llevó a 32 vecinos1.

Detallando los escasos datos registrados, son pocos pero trágicos. Sólo encontramos a dos niños: María Garví (+1711) víctima de un “accidente penoso” y a Juan Gómez (+1723) que murió “desgraciadamente”. Todas las muertes ocurren 1Fue elaborado este informe, atendiendo el mandato de las autoridades gubernativas, por el cura de la parroquia, don Blas María Norato quien recogió los nombres de los fallecidos que “fueron sepultados en el cementerio sin ninguna pompa, ni aparato general, ni tocar las campanas,…” entre los días 13 de octubre y 15 de noviembre, “día en que se cantó el Te Deum laudeamus en acción de gracias al Todopoderoso” .

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desgraciadamente, siendo además casi siempre un trance penoso para los que lo sufren por lo que teniendo además en cuenta que el término “accidente” es sinónimo al actual de enfermedad. Algo muy infrecuente y traumático debió acabar con estas dos criaturas de apenas 11 y 12 años para mover al cura a reflejarlo en sus escritos.Lo mismo debió sentir en los casos que tienen a mujeres por víctimas. Encontramos estas otras cinco:

- Isabel Garví, que sufrió un “accidente no conocido” que se la llevó en 1711.

- María Resa, casada con Giusepe Cucharro, ambos extranjeros, murió asesinada en 1655, lo que constituye el caso por muerte violenta más antiguo de los que tenemos noticia.

- Juana Ortega murió de parto en 1771.- De la muerte de María Rozalén, sucedida unos años

antes, se anota que fue porque “perdió el juicio”.- María Guzmán, de la que nada se aclara, murió en

1675. Otro rasgo que viene a reforzar la aparatosidad de estas

muertes lo indica la alta presencia de hombres en el listado, hasta alcanzar casi las tres cuartas partes. Encontramos como era de esperar algunos asesinatos. El primero de ellos Tomás Martínez, vivía en El Cubillo, en tanto que el otro, –de nombre Manuel Romero-, era natural de Alcaraz.

A ellos hay que sumar algún otro de los 8 hombres que fueron hallados muertos a lo largo del siglo XVIII en distintos parajes del municipio actual. Exceptuando el caso de Juan Martínez, el primero del que se da cuenta (1709), que era vecino de El Cubillo y que pudo sufrir algún episodio de rápido final, el resto de los cadáveres, por su edad –jóvenes-, por su naturaleza, –forasteros- y por el lugar de su hallazgo –retirado de los núcleos más habitados- nos llevan a sospechar que pudieron ser asesinados.2

Sólo falta por citar otra muerte trágica, el ahogamiento “en el río deste lugar” de Lucas Nuño en 1655, ya que los otros dos que quedan, Juan García (+1696) y Baltasar Cano (+1713) fueron víctimas de “accidentes repentinos”, por lo que suponemos que fueron menos impactantes.

2 Los otros siete hombres fallecidos, el año de su hallazgo y el lugar donde aparecieron son estos: Felipe González, 1753, “en el monte”; Francisco Tintán, 1755, en Cerromoreno; Francisco Moreno, 1758, en El Campillo; Francisco García, 1766, en Cerroblanco; Juan Antonio Fernández, 1779, en la Casanueva; Juan Alfonso del Amo, 1782, en El Jardín y por último, José Ibarra, 1794, localizado en el camino de Alcaraz.

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Los últimos sacramentos.

El sacerdote administraba al moribundo, como servicio postrero y culminante, los tres sacramentos. El primero era el de la confesión. Por ser presumiblemente la última vez que acudía a ella, debía ser objeto de un repaso global a toda su vida, hasta en los más mínimos detalles, luego y por su efecto y en la medida que hubiera transgredido lo estipulado por la Santa Madre Iglesia, a la confesión de las faltas debía seguirle el pesar sincero del pecador, antes de recibir el definitivo perdón y la absolución de sus últimos pecados. La subsiguiente eucaristía- el viático- asimismo por su carácter finalista, era algo muy especial y como tal debía ser percibido, no sólo por el moribundo sino por toda la comunidad. De ahí el ceremonioso –aunque sencillo- proceso que se ponía en marcha desde que el Santísimo salía de su ubicación permanente en el Sagrario hasta que retornaba otra vez a él. Era una ceremonia más del amplio abanico litúrgico del momento y aunque los parroquianos no estaban obligados de manera terminante a estar presentes, la observaban si coincidían con el paso de la comitiva con un profundo respeto.

Su inicio se le anunciaba a la comunidad mediante un toque específico de campana. Al acompañamiento inicial estaba formado por el cura de la parroquia, cubierto por “una muceta de holanda con guarnición de oro falso”, que transporta el Cuerpo de Cristo en “un relicario grande de plata […] que tiene una cruz de plata”; también el sacristán, quién lleva la cruz parroquial y una campanilla con la que atrae la atención del vecindario. Los transeúntes se inclinaban y saludaban el paso del Señor, los que estaban en el interior de las casas salían a la puerta a mostrar su respeto, en tanto que los ociosos debían sumarse al grupo.

En el caso de que el desplazamiento fuera mayor, por ejemplo cuando se le necesitaba en El Cubillo o en cualquier otro sitio habitado de la parroquia, la comitiva se desplazaba portando el Santísimo en “una caja de plata” que para más detalles se informa “que pesa cincuenta y cuatro reales y medio de plata”3.

Mención especial merecen los niños. Su acceso a los últimos sacramentos estaba limitado por razones de edad. El primero que podían disfrutar, a partir de los siete años, era el de la Extremaunción, en tanto que para recibir los de la Penitencia y la Eucaristía debían esperar hasta aproximarse a los 12 años.

3 Inventario de bienes de la parroquia de 1655.

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El último sacramento que se administraba era el de la Extremaunción o unción extrema de enfermos con los santos óleos. Su aplicación en el sentir popular era señal de mal agüero, de ahí que se retardara todo lo posible, buscando ese preciso momento en que, el enfermo fuera consciente de la ayuda divina que para su salud recibía y al mismo tiempo no sintiera la terrible sensación de la proximidad de su propia muerte.

La administración de los óleos sagrados lo dejaba listo para la partida. Así terminaba su andadura cristiana, concordante en todo con lo mandado por la jerarquía, que de este modo culminaba su total apoyo terrenal al alma.

Una vida que se acaba.

En los momentos finales, cuando se preveía más intensa la lucha de las fuerzas del mal en busca del ánima del moribundo, era creencia extendida que se podía ayudar a quienes libraban esa postrer batalla, que no eran otros que los ángeles del cielo, aspergiendo agua bendita de vez en cuando por la cama y el resto de la estancia para ahuyentar al maligno.

En ocasiones, y cuando el enfermo podía, se le facilitaba una vela encendida cuya luz iluminase el deambular de su alma a partir de aquellos momentos. Luz al nacer, luz al morir, luz para la eternidad. Luz siempre, que siempre simboliza a Cristo. Y con la luz la palabra, que también tenía a Cristo como protagonista. Era buen augurio, así como altamente deseable por el pueblo que el moribundo dijese como última palabra la invocación: “Jesús”.

Con la llegada de la muerte terminaba el buen cristiano su andadura terrenal. Quedaba atrás todo un cúmulo de sufrimientos y penalidades, muchas veces grandes, que eran rematados con el peor de todos: una cruenta agonía.

La salida del alma del cuerpo del recién fallecido, tenía lugar saliendo por su boca, justo tras el momento en que exhalaba el último resuello, aunque no era esta una opinión generalizada, ya que los había que consideraban como punto de partida el corazón por ser el órgano que fallaba finalmente. Otros argumentaban, no sin cierta lógica, que al ser el alma inmaterial no necesitaba ni ningún hueco ni conducto para salir y podría hacerlo por cualquier punto del cadáver.

En la edad moderna y tras la reforma de Trento, la Iglesia combatirá la creencia popular de que una buena muerte, con todos

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sus sacramentos y devociones, venía a anular toda la pasada vida, todo esto impregnada por la vigencia hasta entonces de la ideología del bien morir, de las artes moriendi.

Tras expirar, se le bajaban los párpados y se colocaba el cadáver en su última y definitiva postura, que los cristianos tenían por uso desde tiempo inmemorial y que consistía en dejar el muerto apoyado sobre sus espaldas con la finalidad de que “mirara” al cielo, lugar al que ansiaba ir y del que esperaba misericordia. La costumbre de unir las manos sobre el pecho parece ser relativamente reciente en esos tiempos. Cuentan que, en la antigua tradición que llegó hasta la edad media, se preparaban a los difuntos con los brazos extendidos, en una actitud claramente suplicante hacia el Padre.

En el momento de vestirlos para la otra vida, los robledeños no suelen –en su mayoría- detenerse en estos detalles por lo que hay que considerar que al no tener relevancia la mortaja, su atuendo era el usado en la vida cotidiana o como mucho un lienzo blanco que los envolvería a modo de sudario, imitando al utilizado en el entierro de Cristo, entre otros simbolismos.4

Este amortajamiento igualitario, a pesar de ser el menos complicado y el más socorrido, no contó quizá por ello con la aprobación de todos sus usuarios, de ahí que algunos de ellos, que tenían a su alcance la posibilidad de conseguir una muerte más ventajosa, quisieran significarse con otro tipo de amortajamiento que además, llevara añadida una mayor inversión monetaria.

Cuenta P. J. García Moratalla, que en Albacete, en el período de transición entre los siglos XVI y XVII, era costumbre ser amortajado con el hábito de San Francisco por cuanto reportaba suculentos beneficios espirituales5, pagando la limosna acostumbrada. Esta costumbre de llevar las ropas de esta o de cualquiera de las otras órdenes religiosas estaba muy extendida según detalla en el siglo XIX Richard Ford, debido a que “los hábitos de lana de las órdenes mendicantes eran los más populares, por la idea que había de que, si eran viejos, estaban demasiado saturados de olor a santidad para las viles narices del demonio; y como uno andrajoso valía a menudo media docena de huevos, la venta de hábitos viejos eran un negocio para el piadoso vendedor y 4 También “Para denotar la pureza con que la alma del Christiano debe parecer delante del tribunal de Dios, correspondiendo a la que tuvo quando se baptizó y le pusieron capillo de lienço blanco; el cual tiene correspondencia con la mortaja”. MARTÍNEZ GIL, F., Muerte y sociedad en la España de los Austrias, Toledo, 1993. Tomado de A. de Villegas en su Flos Sanctorum,5 El Papa León X había concedido indulgencia plenaria a quien lo tuviera por mortaja.

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comprador; los de San Francisco eran siempre los preferidos, porque, en las visitas trienales de este santo al Purgatorio, conocía su enseña y se llevaba al cielo a los que la ostentaban.”6

A todo ello ayudaba en esta comunidad el hecho de estar regida con frecuencia por sacerdotes franciscanos que fomentarían esta práctica, animados por facilitar el bien del difunto, pero también con el propósito de acrecentar el prestigio de la orden a la que pertenecían.

Isabel García Vecina es, en 1739, la última persona que reflejan los libros, que fue enterrada de esta guisa en el suelo de la iglesia.

Los curas, por su parte, pasaban vestidos a mejor vida siguiendo las directrices de la Iglesia, haciendo gala una vez más –aunque fuera la postrera- de su condición sagrada, que les acompaña de manera inexorable incluso más allá de la vida con sus ornamentos de trabajo, “como si fueran a celebrar” Para ello se revisten con la ropa apropiada, a veces de la entera propiedad y que con la función de mortaja tenía preparada el sacerdote, pero en más ocasiones, eran de la propia parroquia, y más concretamente de las que estaban postergadas por ser demasiado viejas y que, aunque era de las que se encontraban en un peor estado, no por ello se le regalaba. Los familiares debían abonarla, como hicieron los de D. Juan Valero, que entregaron 110 reales por este concepto. O bien, si esa era la preferencia en este caso, restituirlas por otra indumentaria de similar categoría.

Para el velatorio se disponía al difunto amortajado en la cama o lo que se tuviera por tal, con las manos juntas y a ser posible en oración. Se le añadía una cruz y una vela, símbolos que sólo se separarán de él tras depositarlo en la fosa.

A toque de campana se daba cuenta al vecindario de la novedad, siempre a través de toques lentos pero distintos, según la edad y el sexo. Diferentes para los niños. Diferentes también entre los adultos según se tratara de un hombre o una mujer.

El cortejo fúnebre.

La muerte, aunque era el postrer y más importante suceso en la vida del cristiano, pierde en la sociedad su carácter de acontecimiento particular para convertirse en algo público y que 6 FORD, R., Las cosas de España, Madrid, Ed. Turner, 1974, pág. 266, según lo cita J.P García Moratalla.

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paradójicamente está organizado por el protagonista, que no es otro que el finado. Su preparación, lejos de ser una engorrosa tarea, es una ocasión inmejorable para prepararse para el más allá sin escatimar medios. A la vez, y ello tampoco es ninguna tontería, su muerte supone su última “actuación social” y por ello está obligado a dejar buena memoria de su nombre, no tanto para sí –que ya no lo necesita- sino como “herencia inmaterial” para los suyos, como diría Giovanni Levi en la obra que lleva ese título.

Aunque no había nada legislado al respecto, los entierros solían celebrarse entre las 12 y las 24 horas que seguían a la muerte. Horas que algunos consideraban insuficientes puesto que no eran raros casos de personas que, aunque estaban dados por muertos, al cabo de algunas horas recuperaban la vitalidad. Los síntomas de algunas enfermedades les hacían parecer lo que no era.

Por el contrario, no era tampoco del agrado de la gente la larga exposición y demora de los cadáveres por el hedor que la demasía ocasionaba y que era difícil de eliminar dado que el muerto siempre estaba expuesto hasta su inhumación.

Para su entierro –y respetando siempre las últimas y variopintas disposiciones de los interesados- el muerto se hacía acompañar del mayor número posible de personas de prestigio, sobre todo clérigos,7 pero también demandaban la presencia de la mayor cantidad de miembros de las cofradías, bien por demostrar de manera palpable en el boato del acompañamiento su potencia económica, bien debido a la creencia de que cuanto más solemne fuera su funeral más influiría en el ánimo divino acerca de los profundos sentimientos y convicciones cristianas del finado.

Tras el rezo de un responso y la aspersión de agua bendita, el difunto abandonaba definitivamente su hogar y bajo la entonación del salmo “De profundis” se iniciaba el camino a la iglesia.

El cortejo siempre va presidido por la cruz parroquial que lleva el sacristán, que es seguido por los miembros de las cofradías, que son portadores a su vez de la luz acostumbrada, esto es, cirios, velas o hachas. El cura o el séquito de curas, según el deseo y sobre todo el estipendio económico que en este capítulo dispusiera el finado, seguía al cadáver que era transportado en sus correspondientes andas por dos personas, aunque, en el caso poco frecuente de que el peso aconsejara más ayuda, se incrementaba hasta cuatro. Constituían estos los peores puestos de esta ceremonia, pues al esfuerzo físico tenían que unir la demasiada

7 En el entierro de Dorotea Blázquez, en abril de 1656, figura la presencia de cuatro curas.

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proximidad al cuerpo que empezaba a sufrir, sin apenas obstáculo físico que la mitigara, la putrefacción.

Sea vestido como fuere, con hábito franciscano, de cofrade, o envuelto en otra clase de lienzo o paño, el finado era llevado en su último desplazamiento físico al lugar del sepelio, -que en todos los casos era el mismo, esto es el interior de la iglesia- en una caja que en Robledo8 era pertenencia de la fábrica de la parroquia

La caja para enterrar era eso, una simple caja. Con el cuerpo ya en su interior se colocaba sobre unas andas, y todo transportado “a mano baja” desde el lugar del velatorio hasta el templo.

Durante el trayecto y dado que la caja no tenía tapa, el cadáver era cubierto en su totalidad, con la sola excepción de la cara, con un lienzo o paño. Una vez concluida la ceremonia, la caja se guardaba para la siguiente ocasión. Llegados al lugar de su reposo eterno, sacaban al difunto y lo depositaban en la sepultura correspondiente. Por último, se le cubría con un poco de la tierra removida en ese mismo lugar con anterioridad.

Al ser una parroquia bastante diseminada que contaba con parroquianos a distancias a veces de hasta 10 kilómetros, cuando alguno de estos feligreses periféricos moría, había de ser traído hasta la iglesia con penalidades de todo tipo9 y con los medios que se tuvieran, normalmente a lomos de caballerías dada la estrechez y mal estado de los caminos, inaccesibles para los carros y carruajes.

Este derecho al entierro en la parroquia se extendía también a los que fallecieran en alguna de las más próximas, si ese era su deseo. Juan Sánchez que murió en Viveros fue traído “por ser vecino de deste lugar” y a la vez feligrés de esta iglesia.

Las sepulturas.

La presencia de huesos descarnados de los muertos en la tierra removida de la iglesia nos viene claramente a indicar la íntima 8 En 1728 figura como gasto de la fábrica una caja de difuntos por 147 reales. En otros lugares las cajas eran propiedad de las distintas cofradías.9 Las desdichas de este tipo de traslados las conocemos de primera mano, aunque mucho tiempo después, a través de la carta de 14 de mayo de 1916 de los vecinos de El Horcajo al Obispo auxiliar del Arzobispado de Toledo en la que solicitan un párroco residente en esa aldea y para ello narran la odisea que les supone, aún en ese momento, el traslado de sus difuntos. Alegan que “el espectáculo que con el éxodo de esos pobres muertos se ofrece el sufrimiento que en el corazón de sus familias se produce, es bien triste, Ilmo. Sr. Es obligado, al ocurrir un caso ver en procesión impiadosa a lo largo de un camino inacabable la escena macabra de un ataúd atravesado en el lomo de un mulo y seguido del triste cortejo de un puñado de parientes y deudos que hacen amargamente el camino abrumados por el dolor y el cansancio. ¡Cuán contrario todo ello al espíritu y a la las prácticas piadosas de nuestra Sta Madre Iglesia!”

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convivencia entre los vivos y los muertos, Las condiciones del templo y las tradiciones funerarias posibilitan que allí exista la mayor proximidad posible, casi familiaridad, -hasta alcanzar casi el contacto físico,- entre los dos extremos del ser del hombre.

A pesar de que existían otras posibilidades –todas las iglesias debían contar con un cementerio anejo- en los tiempos modernos cada vez más se fue generalizando la costumbre, antes privativa del clero y de las clases privilegiadas, de enterrarse en el interior de la iglesia10. En la parroquia, a pesar de la existencia segura del cementerio, en ningún momento se le nombra, pudiéndolo haber utilizado –según disponía la autoridad eclesiástica- para dar tierra a los que morían manifiestamente fuera del cobijo de la santa religión, como era el caso de los niños sin bautizar, paganos y locos. Algún caso por fuerza debió darse pero no se vio necesario anotarlo en los libros parroquiales.

En la iglesia, aunque compartían el mismo espacio, algunos difuntos estaban arrinconados. A los pobres se les enterraba “en el lugar destinado a los pobres”, tanto si eran niños como adultos. Los bajos del coro, el lugar más alejado de la presencia de Dios en el Sagrario, fue el destinado para ellos.

Una vez enterrados los cuerpos en las sepulturas, se apisonaba la tierra procurando que quedaran igualadas con el suelo de la iglesia, , de manera que no ofreciera obstáculo al libre tránsito por encima, si bien al menos durante el año que como máximo duraban las honras no se volvía a romper, para hacer una nueva deposición de un cadáver. Podían, no obstante, colocar un pavimento provisional formado por una losa o pequeña lápida con alguna inscripción, que nunca contenía símbolos cristianos para evitar su mancilla al pisarlos, o bien – como se hizo más habitualmente- colocar losetas más pequeñas con alguna disposición particular que la pusiera de manifiesto. Las labores de mantenimiento en las losas como las losetas solía consistir en su enlucido, seguramente con cal.

Pero en el principio no fue así. El aviso del visitador de 1649 que se enrase e iguale la tierra de la iglesia, es una advertencia sobre un uso que antes del XVIII debió ser frecuente. La tierra de la sepultura servía a la vez de lápida, formando una especie de caballón, de ahí que, tras cualquier pequeño descuido o tropezón, pudieran aflorar algunos restos humanos. Con este fin, el de 10 Curiosa costumbre cristiana tan distinta del cristianismo primitivo que, siguiendo la costumbre romana, enterraba los muertos fuera del ámbito de vida de los vivos, fuera de la ciudad.

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preservar mejor las tumbas, se permitía colocar algunas piedras para delimitarlas de manera conveniente.

De todas maneras, parece ser que las mujeres se sentaban con cierta asiduidad sobre las tumbas de sus deudos como muestra de amor familiar. La Iglesia criticaba este hábito e intentaba poner coto a esta apropiación exclusivista de la tierra sagrada y sólo lo permitía en contados días.11

En esta iglesia, al contrario de lo que era costumbre en la mayoría, no se siguió un control exhaustivo, ni de la propiedad ni de la ubicación de las sepulturas. Hubo referencias pero ni duraderas en el tiempo ni precisas en cuanto a sus dueños, con la única excepción de dos periodos de más de 30 años cada uno, claramente delimitados. En el primero, que tiene lugar en los decenios finales del siglo XVII, se anota en las partidas de defunción, por prescripción de la superioridad, el lugar donde reposan los restos del cada difunto, sin duda con la intención de dejar constancia inequívoca de que se hacía en el sitio apropiado, en la tumba en la que tenía derecho, el derecho que otorga la propiedad, aunque cabe una segunda lectura, que es como tantas otras veces de tipo económico ya que cada uno tenía derecho a ser enterrado en el lugar que quisiera mientras pagara lo que estuviera obligado.

Con el paso del tiempo se vuelve a hablar con detalle de sepulturas pero entonces se hace con la intención de conocer con toda exactitud su ubicación dentro del espacio útil que el templo destinaba a estos menesteres. El fin que se persigue es el mismo, el económico.

La propiedad de las tumbas

Los feligreses tenían plena libertad de elegir –era más bien una exigencia social- todo lo relacionado con su entierro, y en efecto la mayoría lo hace comenzando por el tipo de sepultura, siendo este apartado fácil de resolver: o bien una de uso comunitario o bien por una de propiedad privada y de uso exclusivamente familiar,

La historia de la propiedad de las tumbas es en realidad un viaje de ida y vuelta. La parroquia, que en su origen era la propietaria de toda la superficie destinada a enterramientos, protagoniza un proceso de venta del derecho al uso de ese terreno a cambio de unas cantidades, para después, por mor de los tiempos 11 Según Martínez Gil, en los días del calendario más dedicados a los difuntos como eran los primeros de noviembre y para cada difunto en particular “el tiempo que duraba el añal y cuando se le llevase ofrendas.”

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recuperar el dominio pleno del suelo, -sin compensación económica para los perjudicados- para volver a poner su uso a disposición de los feligreses, previo pago claro.

Tabla nº 28.Sepulturas particulares y de la Iglesia (1673-1699)

Iglesia/Cofradías Particulares Sin dato Casos32 113 3 148

Fuente: Elaboración propia

Existieron, si nos atenemos a lo escrito en los libros correspondientes, dos tipos de sepulturas, al menos en lo que toca al siglo XVII. Además de las sepulturas que eran propias de la iglesia, en los templos existían otras de titularidad privada a las que se accedía mediante el oportuno pago de su precio de compra a su primer propietario, la fábrica de la iglesia, y en las que el dueño disponía libremente de su uso, pudiendo enterrar a quien tuviera por conveniente. Otra ventaja que tenía su adquisición es que se hacía realidad ese deseo tan acendrado en los españoles de antes- y de ahora-, de ser único propietario del lugar donde se vive, pero también del lugar donde se reposa la muerte. De ahí la predilección que refleja la tabla nº 28 por hacerlo en una sepultura de las llamadas de propiedad.

Este tipo, a las que podemos denominar como “sepulturas familiares”, contaba con la ventaja de su disfrute perpetuo, aunque para acceder a ellas tuviera que hacerse una inversión económica de bastante importancia. Como no tenía un tope en cuanto al número de personas a las que podía dar cobijo y además, se transmitía a las generaciones siguientes de manera directa –sin papeleos ni trámite alguno-, el afán de las familias de tener una de ellas en propiedad era prácticamente unánime, por eso en la gran mayoría de los casos, en tres de cada cuatro en concreto, se opta por una tumba familiar. El cura anota en los libros si la propiedad es directa y entonces dice sencillamente que la sepultura es “propia”, siendo el que cita para muchos casados y sus hijos o si el derecho a esa tumba se lo confiere otro familiar, especificando el parentesco del propietario respecto al finado. María Vizcaíno, casada con Mateo López pero muerta en 1691, lo dejó bien claro: “En la sepultura de sus padres sita en la capilla mayor, junto a la puerta de la sacristía, arrimada al poyo”. Bartolomé López -por poner otro ejemplo del mismo año- fue alojado en la sepultura “de Juana López, su tía”.

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Entre los parientes que dan cobijo en el suelo que tienen reservado para la eternidad a los nuevos difuntos son por este orden padres, abuelos y un rosario de familiares más alejados, como tíos, suegros, etc. Destaca entre todas, la proximidad que se establece entre abuelos y nietos, que se manifiesta en que la tercera parte de los pequeños son enterrados en las tumbas de sus abuelos. Este hecho, más que un cariño especial hacia sus mayores, pudiera ser debido a la falta de previsión en este punto determinado por parte de los padres de las criaturas, casi todos matrimonios formados pocos años atrás, que no habían pensado en la temprana visita de la muerte y además no contaban con solvencia suficiente para ese tipo de adquisiciones, teniendo como todos tenían, otras necesidades más perentorias.

Tabla nº 29.Titulares de las sepulturas. (1673-1699)

Iglesia Ánimas Propia Abuelos Padres Otros Discr. TotalNiños 6 3 12 17 9 5 52Adultos 20 3 39 4 15 12 3 96Total 26 6 51 21 24 17 3 148Fuente: Elaboración propia

De ahí que ante la inesperada llegada de la parca, el recurso a la tumba de los abuelos los liberara de adquisiciones tempranas de propiedades de tumbas. Para esto era mejor esperar; de todas formas el tiempo les facultaba, andando las generaciones en su orden natural, a una plena propiedad gratuita una vez fallecidos los padres. Son estas las denominadas sepulturas “de su abolorio”. Por la misma razón muchos esposos cuando mueren ya son propietarios de la tierra de su última morada

Por extraña, es de reseñar la actitud de unos vecinos que, considerando el lugar de enterramiento algo irrelevante, dejaron a voluntad de sus albaceas la ubicación definitiva de sus restos. Fueron sólo tres, es decir apenas el dos por ciento.

Por otro lado encontramos las sepulturas que denominaremos “de la parroquia”, aquellas otras cuyos propietarios no son personas físicas sino jurídicas, como la fábrica de la parroquia o las cofradías y, dentro de estas, la que más trabajaba estas cuestiones: la de las Ánimas.

En su origen todo el suelo destinado a enterramientos era de la parroquia. Cuando alguien moría se le enterraba en uno de ellos

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pagando a las arcas de la parroquia la cantidad estipuladas. Lo que no quiere decir que fuera su “disfrute” único y exclusivo. Antes al contrario.

En los primeros tiempos de los que poseemos datos, la Iglesia como institución, disponía de menos suelo para enterramientos que el conjunto de los feligreses (tabla nº 29). Las que conservaba estaban situadas entre otros sitios y por lo que se informa “junto a la pila del agua bendita” “junto al púlpito” o ” junto a la lámpara”. Durante todo el siglo XVI debió producirse un importante proceso de venta y enajenación de espacio para tumbas, de manera que cuando comienzan a sentarse las partidas de defunción en 1653 prácticamente todas las familias disponían de ellas. Con todo, queda noticia de alguna venta de sepultura por el asiento que se hace en los libros de fábrica de lo ingresado por su enajenación.

Pero en este caso parece existir una gran disparidad entre los intereses de la Iglesia y los de sus parroquianos. La Iglesia, con este proceso privatizador, había visto menguar de manera vertiginosa sus ingresos por estos conceptos funerarios, algo que por el contrario satisfacía a los feligreses que sacaban rendimiento con el tiempo de sus compras de antaño.

Este estado de cosas tampoco era del agrado del vicario-visitador de Alcaraz, quién, para limitar sus efectos económicos negativos, y con motivo de una reestructuración a nivel comarcal del uso de las iglesias como lugares de enterramientos, dio órdenes de que el dueño de cada una de las sepulturas lo acreditara con la exhibición de los documentos pertinentes.

Los amos de las sepulturas, -que se compraron en tiempos lejanos y sin ningún título de propiedad legal-, no pudieron claro, certificar su derecho. A renglón seguido, no habiéndose presentado ninguna prueba en contra de lo dispuesto, se declararon propiedad de la iglesia todas las sepulturas.

Ubicación de las sepulturas

La de enterrar los cuerpos en las iglesias era una costumbre que se tuvo siempre a lo largo del tiempo y del espacio de la Cristiandad. Pero no era ni común, ni generalizada. En la práctica, este privilegio estaba reservado solamente para los restos de las altas autoridades civiles y religiosas, y no se extendió al resto de la comunidad cristiana hasta el siglo XVI. Se cambió entonces, y en muchas parroquias, el lugar sagrado del descanso definitivo, los

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cementerios situados como anejos de los templos, por otro que lo era en mayor grado todavía, el propio templo, un lugar en el que las ánimas de los difuntos podrían beneficiarse en mayor medida de todo cuanto acontecía allí, donde podían “escuchar” miles de oficios y “gozar” de la presencia eucarística de Dios, además de “sentir” el cariño de todos los suyos que, en numerosos días, acudían a la iglesia y gustaban de sentarse –o si no de pie- sobre la tierra que escasamente los cubría.

Si bien la localización de la sepultura y su mantenimiento no fue importante hasta el siglo XVII, a partir de esta fecha se incrementa la costumbre popular de cuidar la sepultura familiar, tenerla en mayor consideración, mantenerla con cierta decencia por respeto a los difuntos cercanos y depositar allí las ofrendas.

Había entre los católicos una propensión de raíz pagana en lo tocante al sitio físico de la iglesia donde podían enterrarse. Era unánime la pretensión de fijar como lugar de perpetua residencia el más próximo al altar mayor. Esta preeminencia en lo físico se justificaba aduciendo más beneficios por la proximidad a la Eucaristía. La Iglesia como es natural negaba tales extremos, “como si aquel fuese más vecino del cielo cuya sepoltura está más vecina del altar”, decía A. Venegas, lo que no es óbice para que, aprovechando la vanidad del hombre, la Iglesia estipulase unos precios más altos para los demandantes.

En lo que toca a este templo, una vez que el presbiterio estaba prohibido para los laicos, el espacio singular más apetecido era la capilla mayor que estaba en sus cercanías, mientras que el menos idóneo era el cercano a la puerta de acceso a la iglesia. No era igual tener por vecino a Dios que estar bajo los pasos de cualquier persona.

Tras numerosas remociones era patente el triste estado del piso de la iglesia y la estrechez del espacio que se destinaba a camposanto, lo que obliga a llevar a cabo los futuros enterramientos mediante otro tipo de estrategia más racional. No era posible satisfacer la voluntad de los feligreses a este respecto dejándoles la posibilidad de elegir su lugar de descanso a discreción. No era posible ir sembrando de hoyos el suelo de la iglesia como antes, por todas las zonas de la iglesia (el suelo de la iglesia, al menos durante buena parte del setecientos todavía era de tierra).

Por orden tajante de las autoridades eclesiásticas se decide que las fosas se vayan abriendo en una misma zona y de manera consecutiva, con lo que ese espacio de la iglesia –y sólo ese -tendría

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la tierra menos compacta. El resto del templo gozaría de mejor piso y de menos obstáculos al tránsito de los fieles.

A partir de 1766 se opta por combinar, en la medida de lo posible, la potestad de elegir y al mismo tiempo reducir la superficie de suelo parroquial que se remueve con cada nueva sepultura.

Se elabora un padrón de las sepulturas, una cuadrícula perfectamente trazada para usos funerarios. Para ello se divide el espacio útil en cuatro partes a las que se denominan tramos y que se numeran conforme se alejan del altar mayor. Cada uno de ellos se divide en espacios perfectamente delimitados y con las medidas suficientes para su uso, que eran aproximadamente de unos siete pies de largo por tres de ancho. (2 x 0,85 metros). A esta iglesia de Robledo, le suponemos un espacio útil para estos fines de unos seis metros de ancho por18 metros de largo, lo que, una vez parcelado en sepulturas contiguas nos da una cantidad aproximada de 63 sepulturas, una superficie capaz de albergar todos los difuntos de un periodo aproximado de 7 años. Ahora bien teniendo en cuenta que los usuarios podían optar por los distintos tramos ese periodo se ve reducido al menos en aquellos tramos- los más baratos- que gozan de mayor demanda.

Muerte y posición social

El momento de la muerte, al igual que cualquier otro en esta sociedad de apariencias, era bueno para poner en evidencia las posibilidades, la pujanza económica de cada uno y también en la elección del lugar donde se habría de esperar la venida última del Mesías. Dividida la iglesia en tramos y valorados de manera distinta cada uno de ellos podemos rastrear cual era el sentir del pueblo, de acuerdo con su elección.

Tabla nº 30.Lugares de enterramiento. 1768-1800

Tramo 1º 2º tramo

Tramo 3º Total

Niños 25 45 139 209

Adultos 52 65 78 195

Total 77 110 217 404Fuente: Elaboración propia

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A la hora de elegir el aposento eterno hay ciertas tendencias que se ponen de manifiesto. La primera y evidente es la distinta lectura, el distinto valor que se le da a esta elección en función de la edad entre grandes y pequeños.

Los niños dejan claramente reflejado su escaso papel protagonista en esta sociedad, independientemente del nivel económico que disfruten en sus casas, de ahí que la gran mayoría de ellos (66%) vayan sencillamente al lugar más económico, al último, a pesar de que existen cierto número de familias que podrían hacer un mayor desembolso. Sin embargo, no es general el sentimiento por cuanto las familias más pudientes no le duelen prendas invertir el triple en el acomodo de los cuerpos de sus infantes. Incluso un padre, Ramón Garví, pagó 17 reales por un lugar bastante exclusivo, como fue la capilla mayor, en donde sólo se acogió a un menor, su hija Lorenza fallecida en 1791.

El de los niños, como es un segmento en que no se muestra tan contundente la presión social que mueve a la apariencia, cuando no a la vanidad es el que mejor retrata la extracción social de las familias. Si sólo una de cada ocho familias entierra a sus hijos en sitio preferente es dato que coincide aproximadamente con el porcentaje de familias acomodadas de la localidad.

Con los adultos pasa lo contrario. Existe escaso desequilibrio entre las tres opciones (26, 33 y 40%), sin duda menor de lo que la sociedad a priori presenta. No hay que olvidar que el lugar de enterramiento, aún en el supuesto más barato, suponía un desembolso gravoso para cualquier familia y mucho más si se elegía el primero, cuya tarifa era justamente el cuádruplo. Teniendo en cuenta además, que en el postrer tramo están todos los pobres, y pobres de solemnidad además de bastantes jóvenes solteros, por lo que el número de personas con suficiente nivel adquisitivo que lo elige es mínimo, decantándose, por el contrario, por los otros dos y sobre todo –es la opción más usada por lo que pueden hacerlo- por el segundo, sin desdeñar el esfuerzo que hacen otros para acceder al primero, que por simple equiparación a su nivel económico no podrían. En resumidas cuentas, en el aspecto de la elección de sepultura existe un doble proceder en las familias según la edad del difunto. Si es niño se opta, sin más, por la sencillez y la economía. Si es adulto por el contrario se lleva a cabo, a menudo, un esfuerzo por encima de sus posibilidades.

Todos desde luego, no pensaban igual o al menos no actuaban de la misma forma. Cuando murió en 1670 Eugenio

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García, el padre del cura-teniente de la iglesia en aquel momento, fue enterrado “a raíz de las gradas del altar mayor”, esto es en un lugar de privilegio, a pesar de no haber hecho testamento “por no tener de qué” o lo que es lo mismo, estaba considerado como pobre.

Los muertos empiezan a molestar

Poco a poco la feligresía fue aceptando la conveniencia de sacar los muertos de las iglesias por dos fundamentos de mucho peso; el primero el de la falta de capacidad de los recintos y el segundo por la ganancia en salud y en comodidad que el cambio llevaba aparejado.

A la hora de dar destino definitivo a los cuerpos se sucederían en su sepultación de acuerdo con un orden establecido, de tal manera que las mismas fosas eran abiertas en tiempos sucesivos mediando al menos un año entre una y la siguiente. El pavimento de losas, que apenas se había afirmado, nuevamente era levantado en la superficie de la tumba.

La reincidencia en la ocupación y el respeto reverencial por los huesos de los difuntos anteriores dio lugar a una deposición demasiado superficial de los cuerpos, por lo que el hedor que conlleva su descomposición se ponía de manifiesto y ello originaba un correr incesante de habladurías y rumores, fabulados por el pueblo, que hablaban de lo fulminante de su efecto.

Sin olvidar los socavones que se producían tras la total putrefacción del cadáver, además de la aparición de restos óseos sueltos, extremos de los que tenemos evidencias más que suficientes en 1649 cuando el visitador afirma que “están desenterrados muchos huesos de los difuntos por muchas partes” por lo que los feligreses, aún a su pesar, “andan quebrándolos y pisándolos con grande indecencia”.12

Dado lo exiguo del terreno, fue necesario bien pronto ir retirando esqueletos para dejar paso a nuevos enterramientos en tumbas sin orden ni concierto, aprovechando cualquier pequeño resquicio y aunque los cuerpos se enterraran con bastante profundidad, la falta física de suelo, daría lugar a un empequeñecimiento del espacio físico dedicado a este fin hasta que la construcción del osario, después de mediado el siglo XVII y de 12 El remedio momentáneo de ese estado caótico fue el de recoger y enterrar los huesos diseminados en una sepultura de la iglesia que fuera “capaz para ello”, luego los restos debían ser abundantes.

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haber enterrado al menos 2000 cuerpos, vino a solucionar este espantoso problema.

Y las estrechuras. Imaginamos que los sectores recién removidos no gozarían del agrado de la mayor parte de los fieles que, instintivamente, se agolparían en otras zonas más saludables.

Estos problemas sanitarios se pusieron de manifiesto con más intensidad durante la Ilustración, por la simple razón de que por entonces era mayor el tiempo en que tal práctica se venía haciendo, y por su efecto, a finales del XVIII13 las autoridades prohibieron continuar con los enterramientos en el interior de las iglesias, abogando por instalar los cementerios fuera de las poblaciones y cuando menos, fuera de los templos.

Entre los argumentos se decía que una vez bendecido el cementerio pasaba a ser un lugar tan sagrado como la propia iglesia, sin despreciar el hecho que, al haber más superficie utilizable por estar fuera del casco urbano, era más fácil y barata su adquisición, sin olvidar la posibilidad de poder recuperar la vieja tradición de tener una sepultura mejor y además en exclusiva.

Sin embargo -y al menos al principio-, la fuerza de la costumbre y las profundas y arraigadas convicciones de los feligreses pudieron con las ordenanzas reformistas, a las que se hizo caso omiso –a pesar de los sucesivos recordatorios- hasta la llegada de los primeros gobiernos liberales, quienes movidos por un mayor empeño lo lograron con la paradójica ayuda de la debacle demográfica que supuso la epidemia de cólera de 1834.

CAPITULO 13. LA MUERTE EN LOS CAPITULO 13. LA MUERTE EN LOS DOCUMENTOS PARROQUIALES.DOCUMENTOS PARROQUIALES.

Libros de registro.

Este es el registro de defunción más antiguo de la parroquia:

[Al margen: Testamento de Teresa Lobo] “En diez y seis días de febrero de mil y seiscientos y cinquenta y tres años, murió Teresa Lobo, muger de Pedro Parexa, aviendo recivido todos los Santos Sacramentos. Enterróse en esta iglesia de la Concepción de Nuestra Señora. Hiço testamento en esta forma:13 Real Cédula de Carlos III de los años 1786-87

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Primeramente por su alma, quarenta misas reçadas en esta yglesia.

En la capilla de S. Juan de Letrán, en San Francisco de Alca-raz, tres misas.

Yten por sus padres y abuelos, tres misas reçadas. Yten en la ermita de Nuestra Señora de Cortes, tres misas por

su alma. Yten al Santísimo Sacramento, media libra de cera. Albaceas,

Pedro Parexa, su marido y su hermana Catalina Marqueña”.

Calixto García Salido (Firma y rúbrica)

Tras Teresa Loba, y en tiempo que abarca este estudio, cerca de 1500 parroquianos tuvieron que pasar, muy a su pesar, por el doloroso trance de su propia muerte. Ese es el número de los que figuran registrados en los libros de difuntos de la parroquial. El primero de los conservados hasta el día de hoy arranca de una fecha tardía, 1654, algo posterior a la mayoría de las otras parroquias de la comarca. Sin embargo, tenemos la seguridad -que nos llega por referencias indirectas-, de la existencia de un libro anterior, que desgraciadamente no se ha conservado.

Este trámite burocrático de la anotación de las defunciones en sus libros correspondientes hay que situarlo, como otras muchas novedades de estos tiempos, como resultado de lo tratado en el Concilio de Trento, que había tenido lugar un siglo antes. Siguiendo uno de sus acuerdos se mandó a las parroquias de toda la cristiandad llevar el registro actualizado de la impartición de los sacramentos a los seglares, incluyendo las defunciones. Poco a poco se fue produciendo su paulatina generalización en las parroquias a lo largo del Siglo XVII, comenzando en casi todas por el registro de bautismos y casamientos, que tenían una mayor importancia de cara a establecer el currículum vitae de “cristiano viejo” de los feligreses. ¿De quién era hijo? ¿Quiénes eran sus antepasados? ¿Quién era y qué familiares tenía su cónyuge? Estas respuestas engrosaban una gran “base de datos” –la primera a nivel nacional de las confeccionadas en España- a la que la Iglesia acudía para acreditar la idoneidad cristiana de los que tenían algunas aspiraciones, como casarse, conseguir un cargo o alcanzar un hábito.

Los que ahora nos interesan, los de las defunciones, en su inicio se desmarcan un tanto de este propósito. De hecho, los datos

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personales acerca del difunto y su vinculación y parentesco con otras personas prácticamente no aparecen, incluyendo a los muchos adultos de los que se “olvidan” de citar su estado civil o el nombre de su cónyuge.

En estos registros se pretende dejar bien sentado que, en lo que toca a la Iglesia, la marcha de uno de los suyos ha tenido lugar tras ser asistido en todas sus necesidades espirituales –los santos sacramentos-, que es lo más importante y de paso deja por escrito otras cuestiones secundarias como las relacionadas con las exequias. Por último, se insertan las honras y los sufragios que ha previsto, para su provecho, la persona que acaba de morir.

Las de difuntos son las inscripciones de lectura más amena, a veces hasta divertida, sin que ello suponga nada morboso. Y lo son no tanto por contener los datos que estadísticamente más se buscan como son la edad, la naturaleza, etc., sino porque abren un abanico de informaciones de todo tipo que permiten conocer mucho mejor la mentalidad y la manera de proceder de aquellas gentes.

Lo primero que se advierte tras una simple ojeada, es la distinta extensión que un registro de defunción puede ocupar en los libros. Los hay sumamente escuetos, de apenas cuatro o seis líneas y los hay que ocupan una página e incluso más. Como promedio podemos asegurar que son más largos que los insertados en los otros libros sacramentales de nacimientos y matrimonios.

De todas formas, en los primeros decenios del seiscientos encontramos en todas las partidas al menos estos cuatro datos: la fecha del entierro –casi nunca la del fallecimiento-, la identidad del enterrado, el lugar donde se depositó su cadáver y por último, la firma del oficiante. Con el paso del tiempo, las autoridades eclesiásticas ordenaron añadir más datos personales de los difuntos (residencia, cónyuge, padres, profesión, etc.) para evitar las confusiones, tan frecuentes en el siglo XVII.

Los niños, de acuerdo con su peso en la sociedad, ocupan un espacio muy reducido, haciéndose más hincapié en su condición de hijos que en cualquier otra cosa, por lo que aunque de ordinario se dice quiénes son sus padres - a veces sólo se cita a uno-, se olvidan en numerosas ocasiones de registrar incluso su nombre de pila, recurriendo en ese caso a la denominación genérica de “niño” para los varones, “niña” para las féminas o a “infans o párvulo”, que valía tanto para los unos como para las otras.

Este laconismo informativo en relación a los datos personales también se presenta en el caso de los mayores como se evidencia en

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el ejemplo de Teresa Lobo. Sin embargo aparecen otros dos elementos nuevos que siempre están presentes cuando el registrado es un adulto. Por un lado, la constatación o no de la recepción de los sacramentos y por otro, las últimas voluntades del que acaba de morir, que es el más interesante, porque refleja los deseos personales del fallecido.

En general, los registros son bastante repetitivos en su contenido aunque, de vez en cuando aparecen datos curiosos sorprendentes, o emotivos. Es el caso, por ejemplo, de una partida de defunción que contiene dos salvedades que no se vuelven a repetir. Nos referimos a la de Eugenio García (+1670), quien recibió trato de favor, no tanto por su dinero –era pobre- sino sencillamente por ser el padre del cura del mismo nombre. Su hijo anotó que lo habían depositado “a raíz de las gradas del altar mayor (un lugar no disponible para los pobres) y que “murió el 27 de setiembre, día de San Cosme y San Damián y se enterró a 28 de setiembre”(en las otras sólo consta el día del entierro, sin santoral ni nadas más) En esta sencilla -aunque exclusiva-, anotación de la muerte de su padre quiso dejar constancia de su especial sentimiento.

La anotación de los últimos sacramentos.

Existió un gran cuidado por parte de los aldeanos de los siglos XVII y XVIII por morir “como Dios manda”, aunque por mejor decir “como la Iglesia dispone”. Un alto porcentaje de personas –concretamente un 69% - morían asistidas de los últimos sacramentos, con la única excepción de los menores de edad que, por no alcanzar el llamado “uso de razón”, no los necesitaban. La recepción de la Confesión, la Comunión y la Unción de Enfermos, constituían el perfecto epílogo para la vida del cristiano, que quedaba registrado en todos sus pormenores, dada su mucha importancia.

La Iglesia en todo momento se mostraba solícita y dispuesta para cuando fuere llamada y así al menos aparece en nuestros documentos. Gracias a ello el 85% de los adultos pudo recibir el auxilio de algunos sacramentos, casi siempre los tres. Únicamente el 4,6% no contó con ninguno de los sacramentos finales, víctimas casi siempre de muertes –accidentes se les denomina- fulminantes14. En

14 Considerados no sólo como los que ocurren en un momento –accidentes, rayos, ahogamientos, etc., sino que sucedían en plazo de unos días. Por tanto significado más dilatado que el actual. Isabel González no recibió los sacramentos “por aber sido su enfermedad de quarenta y ocho oras poco más o menos”.

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las escasas ocasiones, como decimos, en que no era así se especificaba la causa de la inobservancia de uno o más sacramentos y también el agente causante de ello, hasta detalles puntillosos y algún que otro reproche, como en la anotación de la muerte en 1797 de Sebastián Martínez, que le sobrevino –dice el cura- “sin verle morir la expresada mujer (la suya, de nombre Teresa Sánchez) que estaba inmediata a su cama, por lo que fallazió (sic)”. Más que de no haber avisado a tiempo parece acusarle veladamente de su fallecimiento

El sacerdote debía estar siempre dispuesto para administrarlos pero a veces no se le procuraban al moribundo por la imposibilidad total que sufría a causa de su enfermedad, como le aconteció a Francisca Fernández cuando murió en 1721 estando “privada de los sentidos de cómo le dio el mal” o sólo se les proporcionaba los que permitía el deteriorado estado físico del enfermo. A este respecto, el que sigue es, sin duda, el registro más anecdótico. Un pobre mendigo –así se le califica- originario de “la montaña de Burgos” murió “aviendo confesado con Don Thomás de Flores Zerro[...]quién no le dio el Santísimo Sacramento por los lúcidos intervalos15 que padecía; tres días después de aver confesado se le dio el Santo óleo y no se le administró el sacramento eucarístico porque no se reconcilió diciendo siempre que no tenía qué confesar...”

Tampoco los recibió completos Jerónimo Martínez, quien en 1701 “no iço testamento ni confesó, ni recibió el sacramento de la Eucaristía porque de que abisaron estava sin abla. Se le absolvió debajo de condición y se le dio el sacramento de la Estremaunción....”Por lo que toca al Viático, la causa más anotada que impide su correcta administración era la de los vómitos16, y no sólo por las dificultades de la ingestión de la comunión, sino también por el problema añadido de que, llegado el intento y por efecto del vómito, fuera arrojado el Cuerpo de Cristo, y no digamos si iba a parar al suelo.

Tabla nº 31.La recepción de los Últimos Sacramentos.

Los últimos sacramentos Receptores %Los tres sacramentos 517 70,1

Dos Viático y Unción 44 6,0

15 O lo que es lo mismo: intervalos de ausencia de lucidez.16 María Martínez, fallecida en 1681, confesó pero “a Nuestro Señor no pudo [recibirlo] por los grandes gómitos que tenía”.

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Confesión y Viático 12 1,6

Confesión y Unción 23 3,1

Un sacramentoConfesión 7 0,9

Viático 1 0,1

Unción de enfermos 32 4,3Sin datos 67 9,1Ninguno 34 4,6

Total adultos 737 100 Fuente: Elaboración propia

Claro que en otras ocasiones los imponderables son ajenos al estado físico del moribundo. De todas maneras, el cura anota tal incidencia con objeto de al menos dejar bien clara la razón de su inasistencia, para lo cual alega justas razones. Las más corrientes eran que sencillamente “no le avisaron” o que sí lo habían hecho pero que “se le había avisado tarde.”.

Aquí también el siglo XVIII, en sus décadas finales, vino a anunciar algunas novedades. Contados difuntos pasan a serlo tras no haber pedido el auxilio de los sacramentos. Se anotan sí, al fin y al cabo era todavía inusual, pero asoma un elemento más de ruptura de sometimiento al férreo rito que llevaba aparejado el paso de la muerte. Sin embargo, se hace presente el dedo acusador todavía con ímpetu. A Antonio Policarpo, viudo de siete mujeres, se le excusa de no haber recibido sacramentos cuando muere en 1796, pero no tanto a su nuera “a causa de que Juana Guillén, su hija política aunque advirtió que estava para perecer le dejó sólo y encerrado y quando dio aviso y acudí corriendo le allé agunizando y nobstante (sic) le absolví vajo la condición de confesión ynterpelativa...” El clero hace todo lo humanamente posible, los seglares a veces no tanto. Y aquí no terminan los reproches del caso. Da cuenta asimismo de que sus familiares se fueron “sin encargar misa alguna, ni otro sufragio”, para terminar dando cuenta sibilinamente que “e puesto este mote (el nombre, sin apellidos de Antonio Policarpo) por omisión de la parte en venir a decir el nombre del defunto (sic) y de la última su mujer.”

La recepción de estos últimos sacramentos en los menores presenta características algo distintas. No se consideran tan necesarios por las familias en tanto que su registro se vuelve más caótico por parte de los sacerdotes.

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Si bien se conoce algún caso de acceso muy temprano17, quizá resultado de un equívoco, no se generaliza su administración completa hasta rebasar la decena de años, con la sola excepción de Catalina y Juan, dos niños de 9 años que cuando murieron, en 1667, iban acompañados de “los Santos Sacramentos y el de la Extremaunción.”

A partir de esta edad encontramos en los niños casos contradictorios, puesto que tan pronto se les considera aptos para recibirlos, como no. Así por ejemplo, se dice de niños de nueve años que no tienen” capacidad de recibir(los sacramentos) por no tener uso de razón”, en tanto que otros más pequeños sí son receptores al menos del de la Unción de enfermos, es el caso de dos niños de ocho años que fueron ungidos.

Por el contrario, a veces se demoraba esta edad y de un niño de 11 años se dice que los recibió pero “no el de la Eucaristía por no estar aún capaz”.Así y todo, son pocos los niños y jóvenes mayores de 9 años que son asistidos en toda regla con los últimos sacramentos, apenas un 18,5% de su total, cifra alejada de la que alcanzan los adultos; una prueba más del distinto rasero con que se mide a los pequeños y a los adultos.

Las diferencias se atenúan cuando tenemos en cuenta sólo la extremaunción, que resulta la más administrada en estas edades, hasta alcanzar a más de la mitad de los posibles beneficiados. Visto lo cual es posible hacernos dos preguntas:¿Hay dejadez a la hora de llamar al cura para que socorra con el viático y la confesión a los jóvenes?¿Es que por las circunstancias particulares de la parroquia el acceso a los sacramentos se hacía más tarde de lo debido?

Últimas voluntades: El testamento religioso.

En los últimos días de sus feligreses, la labor del cura empezaba acudiendo a la cabecera del enfermo. Las disposiciones superiores continuamente le recordaban que no sólo era necesario para la administración de los últimos sacramentos, sino que su presencia ante el moribundo debía ser anterior a esos postreros momentos y ante lo mucho que se jugaba la persona, incluso más frecuentes que de ordinario. Debía confesarlos, preparar 17 Se trata de Juan Miguel Gómez, que recibió todos los sacramentos con apenas siete años y medio.

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adecuadamente su ánimo y tranquilizar su conciencia y su alma, para el último viaje, además de asesorarlo –mucho más en los lugares de corto vecindario- por ser la persona de más letras, también en lo relativo a lo humano. En este sentido les daban indicaciones acerca de la conveniencia de redactar un testamento, de manera que, una vez atadas y bien atadas, las cuestiones terrenales -que indefectiblemente se quedarían en este mundo para disfrute de los sucesores- poderse preparar con más detenimiento y profundidad en las cuestiones tocantes a la salvación del alma.

Sin embargo, esta proximidad fue objeto de crítica por parte de quienes veían la presencia del cura como una presión añadida al moribundo de cara a conseguir en la redacción testamentaria, una inversión mayor de la que el enfermo libremente hubiera dispuesto, inflando el número o calidad de los sufragios, con lo que se beneficiaría en primer lugar el propio titular de la parroquia y por extensión, todo el clero, habida cuenta de la propensión de repartir los ofrecimientos por distintas iglesias, altares o conventos.

La crítica de la Iglesia, sobre todo en lo tocante a la posesión, o mejor dicho, la acumulación de los bienes terrenales influyó, de alguna manera, en las mentes de las gentes de esta época, que vieron como una solución digna a ese dilema, la inversión de una parte de los bienes en la adquisición de mejoras espirituales.

Sea como fuere, el otorgamiento del testamento era bastante habitual en los medios urbanos y pueblos grandes en los que, forzosamente, habían de ser redactados por fedatarios públicos.

Su alto cumplimiento durante los tiempos de la Edad Moderna no debe llevarnos a conclusiones ligeras. Era acendrado el catolicismo entonces, pero asimismo es evidente la propensión del pueblo español a hacerlo público. En ningún otro momento la apariencia ha tenido tanto vigor en la sociedad española. Era preciso, una vez vencidos todos los inconvenientes que habían salido al paso de la fe católica, que se evidenciaran para fortalecer su presencia hasta hacerla omnipresente. Toda esta inflación de sufragios no es más que una prueba de la gran presión social que en este campo había y a la que cada individuo debería hacer frente para acreditar su pertenencia plena a la comunidad.

La ganancia a esperar, bien valía la pena. No debían escatimarse medios. Había que poner todo lo posible para su logro, sin trampas, ni falsas devociones, siendo también punible a ojos de Dios las encaminadas a procurarse más gloria terrenal, perecedera, que espiritual y por lo tanto, eterna. En el “enxemplo” XL del

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Conde Lucanor, del siglo XIV y entre las razones por las que perdió su alma un senescal de Carcasona a pesar de que ordenó una importante inversión en su alma aduce don Juan Manuel que “non lo fizo como debía nin hobo buena intención” porque al parecer pretendía sobre todo que tras su muerte “obiese fama de las gentes et del mundo”, pretensión que el alma no consiguió al faltarle la intención, o mejor dicho, la buena intención y como piensa que Dios premia solamente cuando además de buenas obras se hacen bien, “no hobo della buen gualardón”.

A la hora de prepararse para el viaje al más allá, los robledeños, al igual que el resto de los cristianos de entonces, solían dejar por anticipado y por escrito todo lo relacionado con los oficios religiosos relativos a sus exequias y posteriores celebraciones además de otros asuntos colaterales que implicaban de alguna manera a sus familiares y amigos. Pero contaban con un gran obstáculo: la falta de escribano autorizado. Esta carencia en la práctica no resultó un problema sino todo lo contrario. La Iglesia, comprendiendo las características tan sui géneris de esta parroquia, puso en práctica otro procedimiento en pos de alcanzar el mismo –incluso un mayor- efecto. Es lo que lo que vamos a denominar testamento religioso.

Aunque los vecinos supieran la conveniencia de un testamento ante notario, con todas sus fórmulas y prescripciones reglamentarias, la casi masiva utilización de los religiosos nos confirma la sospecha de que estaban considerados como suficientes. Valían incluso para repartir, de manera discrecional, los pocos bienes materiales que disponían: unos vestidos, el anillo de un familiar, algo de menaje…. Y para el reparto de los otros, los más importantes (casas y bienes agropecuarios) la ley tenía previstos los mecanismos y porcentajes de distribución. Coincidían, sin embargo, en la plena validez de lo estipulado para la salvación de su espíritu. A ello hay que unir la premura de su redacción, lo que unido a la distancia en la que se encontraban los notarios más próximos, desaconsejaba los testamentos notariales.

Al pretender darle valor en el futuro, no podía hacerse de propio puño, sino mediante un escribano que diera fe de los deseos del mandante, y como en este pueblo nunca hubo una escribanía asentada, el documento era cumplimentado en sus inicios por el cura, como persona letrada y de confianza. El cura actúa de escribano, aunque a veces, a su pesar. Andrés García Carrión, cura de 1691, alega que María Vizcaíno “hizo testamento ante mí, el

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cura, por falta de escribano...”. Hay que esperar un poco más para que aparezcan testamentos escritos por otra mano. Será a partir de 1698 y el que comienza a suscribirlos es un sacristán, Andrés de Moratalla. Después, en la mayoría de los casos, la fe del acto la daba el llamado fiel de fechos, que solía compatibilizar este cargo con el de sacristán, quién con estos ingresos, completaba la exigua paga que recibía por su labor de ayudante en la iglesia.

El testamento religioso, independientemente del fedatario ante el que se hiciera o del procedimiento que se hubiera seguido para su confección, también era considerado plenamente válido por la Iglesia - en lo que toca a su “negociado”- si contaba con los oportunos testigos del lugar, que dieran fe del hecho. Francisca de la Rosa “por falta de escribano real otorgó su testamento ante Francisco Sánchez, Sebastián Rozalén y Pedro de la Rosa, vecinos.” Era el año 1738. El procedimiento era igualmente válido para cualquier otro menester apoderamiento, licencia, etc.

Otra cosa sucedía con aquellos que aludían a cuestiones no religiosas. Las autoridades civiles no los reconocían, a no ser que, con posterioridad, siguieran el proceso de legitimación establecido. Sabemos de unos pocos, apenas contados con los dedos de una mano, que por contener cláusulas jurídicas o económicas, lo hicieron y concretamente en los notarios de Alcaraz.

De ahí que aparezcan casos de testamentos que no se pudieron otorgar a causa de que no fueron certificados en su momento ante escribano público por el interesado o por otra persona debidamente apoderada.

Además de lo que denominamos testamento, ya sea el protocolizado ante escribano público o simplemente el comunicado al párroco, también se pueden considerar como últimas voluntades legítimas –de ahí que sean respetadas- las disposiciones hechas a familiares y allegados, incluyendo las realizadas en los momentos postreros del enfermo, en plenas facultades y ante suficientes testigos.

En el siglo XVIII se reduce la importancia de los testamentos. “Desaparecieron las cláusulas piadosas, la elección de las sepulturas, las mandas de misas y servicios religiosos y las limosnas, y el testamento quedo reducido a lo que es hoy en día”, según Philippe Ariès, en lo que se interpreta como una mayor confianza en el círculo próximo –familia, parientes y amigos- en la resolución de estos temas.

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No observamos lo mismo en la parroquia. El testamento religioso tuvo una doble influencia positiva entre sus demandantes. Por una parte les resultó poco o nada gravoso18 su redacción por lo que se derivó el ahorro al aumento del número de sufragios –que alcanza un promedio por encima de las posibilidades reales del vecindario y propicia también un elevado porcentaje de peticionarios, que sobrepasa con creces la mitad de los difuntos (tabla nº 32), una cifra superior a la que se baraja en medios urbanos.

Tabla nº 32.Testadores

  Adultos Testan %1653-1700 200 142 711700-1749 250 159 641750-1799 287 133 46

Totales 737 434 59

Fuente: Elaboración propia

En Robledo, a partir de 1780, se aprecia una importante disminución en cuanto a las preocupaciones personales por estos motivos; no es que ya no interesen disponer de sufragios; lo que ha cambiado es además de una menor valoración de su efectividad en su conjunto, una pérdida de efectividad también en las devociones y advocaciones: Parece que importa más a partir de estos momentos la misa –así a secas-, como mejor herramienta sin duda para el beneficio del alma y no tanto tal o cual responso, vigilia, misa a esta devoción o misa a aquella otra. Esta es quizá la explicación que aclara el fenómeno que se dio a nivel nacional y también aquí de que cada vez más se dejan los oficios pro salvación a voluntad de terceros, de los albaceas.

Por el contrario, van irrumpiendo cada vez más en sus redacciones términos y disposiciones que competen únicamente al derecho civil y que son expresadas allí porque no tienen costumbre de hacerlo en el testamento civil, que sería lo lógico. Aparecen legados extraordinarios de bienes que tienden a mejorar la parte de algún heredero, y que legalmente puede establecerse. Así por ejemplo, Antonia Márquez decidió premiar “a su hija chica con 400

18 El arancel que se cobraba, cuando hubo fiel de fechos en el lugar nos es desconocido aunque es seguro que era menor que el establecido en las escribanías oficiales. Si se le comunicaba al cura de la parroquia, sospechamos que no suponía gasto alguno al comunicante.

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reales” en tanto que Sebastián Rodríguez mejoró la parte de su hijo pequeño, Ángel, al que dio la mitad de la casa de su habitación, a pesar de que tenía tres hijos más.

También sirvieron en algunos casos para ajustar las cuentas terrenas, haciendo recuento pormenorizado de lo que quedaba pendiente, ya fuera de pagar o de todo lo contrario, y por supuesto, para que no hubiera equívocos se da el nombre de los afectados, ya sean deudores o acreedores.

Se aprovecha la ocasión –muchos no hacían ningún otro tipo de testamento- para dejar constancia del heredero o herederos que lógicamente solía recaer en los hijos, si los había y si no en lo familiares más próximos.

Incluso se entra en detalles y el que lo tiene a bien especifica los objetos que es su voluntad legar para uso propio y exclusivo de la persona o personas objeto de la donación19.No se mencionan repartos de bienes raíces por ser este tema un asunto estrictamente civil.

Así nos encontramos que Andrés de Moratalla, que había sido escribano, deja noticia de que debía una fanega en Villanueva –para la que apartó 15 reales- y nueve celemines menos un cuartillo de trigo, a las ánimas. En el apartado positivo recuerda que se le debían paños en “Vao Blanco” y 6,5 reales en La Quéjola.

Los pocos registros de estas características nos hacen pensar más en una práctica nueva que aconseja de manera especial algún cura en particular, más que un cambio de proceder en la mentalidad de los vecinos.

Si el finado no tenía deudas –la gran mayoría- así lo hacía constar el padre Pedro de Mata bajo la fórmula “declaró no dever nada” en sus anotaciones del primer tercio del XVIII.

¿Cuándo y dónde testar?

Esa era una cuestión importante. Una vez que todos tenían claro la conveniencia de su redacción, el momento de llevarlo a efecto era siempre difícil de precisar. El hombre, que ha visto que la muerte era un ingrediente fundamental de la vida y su llegada, algo inevitable, siempre pensó que era así solo en el caso de la muerte ajena, en tanto que la suya propia, estaba convencido, que no tendría ninguna prisa en visitarlo. Por eso el vivo, hasta que no veía peligrar sus días, no buscaba escribano para redactar las últimas 19 Por ejemplo, en 1714 María Vecina manda a su nieta María una caldera grande. Blas de Castillo hizo lo propio con Mateo López, a quien mandó una capa nueva en 1685

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voluntades. Si a ello se une la falta de un profesional debidamente titulado y sobre todo la ausencia de patrimonio con el que jugar, dividir o distribuir entre los herederos, todo ello da lugar a una menor premura a la hora de su redacción. A esto hay que añadir la ausencia de la fecha de su otorgamiento en buena parte de los registros, pero, aunque los datos son pocos podemos pensar que son suficientemente clarificadores.

Tabla nº 33.Antelación del testamento a la muerte.

Mismo día De uno asiete días

De una semana a un

mes

De un mesa un año

Más deun año

Hasta 1699 2 10 1 1 11700-1749 0 13 4 1 11750-1799 2 22 7 4 0

TOTAL 4 45 12 6 2Fuente: Elaboración propia

Queda claro que más de la mitad de los testamentos lo hacían en la última semana. Esta sociedad, que convivía con la llegada lenta de la muerte, sabía reconocer con antelación el momento de su irreversibilidad. Llegada esa última semana todavía había tiempo para las grandes y últimas decisiones.

Los muy previsores son una minoría, llevándose la palma entre el vecindario, como en tantos otros aspectos, la figura del cura D. Nicolás Ruiz de Alarcón, quien arregló sus voluntades seis años antes de que le llegara la hora, si bien, contaba entonces con una edad más que mediana, 60 años. El paso del tiempo, los acontecimientos y la fortuna, le hicieron recapacitar y añadió un codicilo que, por cierto, es el único que conocemos por estas fechas.

Tanto se dejaba esta cuestión que en ocasiones era sumamente precipitado llegado el momento. Ana Ruiz, esposa de Pedro Vandelvira y muerta en 1707, fue sin duda quien declaró su voluntad en momentos tan postreros, y tanto que, si bien le dio tiempo a comenzarlo, no lo pudo rematar, a juzgar por la meticulosidad del cura que llevó a cabo el registro.20

Si en los testamentos reglamentarios queda atestiguado por todos su redacción en las últimas horas, días o semanas de la vida del testador, sin duda sería todavía menor en el caso de los

20 Lo comienza así: “Empezó a hazer testamento en esta forma [...] Por no dar lugar la enfermedad no acavó el testamento”.

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religiosos, por la sencilla razón que “el escribano de turno” estaba mucho más accesible y entre otras cosas gozaría de su visita, de tal manera que la necesidad de hacerlo fuera urgida por el cura. Al centro de las preocupaciones del enfermo y sus familiares. que se centraban en las posibilidades de salvación del cuerpo, el cura oponía las preocupaciones más trascendentes, que ineludiblemente, debían quedar plasmadas en un documento de últimas voluntades. No hay, a pesar de los cientos de registros, ninguna diferenciación entre la fecha de comunicación del testamento y la del entierro, por lo que no podemos determinar la anticipación a la muerte de estas disposiciones testamentarias.

No hay que olvidar el enorme peso que en estas cuestiones desempeñaba el cura de turno. Sus indicaciones pudieron mover a sus fieles en un sentido u en otro a la hora de hacer la previsión de los oficios post mórtem. Un sacerdote “interesado” encomendaría un alto número, puesto que así sería mayor la parte que le correspondiere a él personalmente o a la Iglesia como institución.

Pero había excepciones. Los más pudientes, mostraban su potencial económico, entre otras cosas en esto. Sus mandas testamentarias, que suponían más complejidad en lo dispuesto y mayor monto económico, solían legalizarlas ante algún notario de los de Alcaraz, por regla general, el mismo que utilizaban con ocasión de compraventas, pleitos o simplemente por tradición familiar.

Curiosamente en Robledo no aparecen mencionados los pobres, cosa bastante extraña vista la tendencia generalizada que tiende, cuando llegan estos postreros momentos, a hacerles llegar alguna pequeña cantidad a los más desfavorecidos del lugar con la que remediar sus carencias, además de poner un parche caritativo de cara al más allá. Es uso que no llega a darse aquí posiblemente porque no los hubiera, al menos en cantidad y estado que no fuera una ofensa para ellos.

Matrimonios testadores.

Sabemos que casi el 60% de los que podían preparaban de alguna manera su testamento y que los que más ultimado lo tenían eran los que destinaban una mayor inversión o habían diseñado eventos fúnebres más diversificados en sus últimas voluntades. Los poseedores de escasos medios no podían hacer muchas cábalas.

A la hora de testar cada cónyuge tenía completa libertad para disponer de sus bienes, por lo que la situación del matrimonio no es única sino doble, la del marido y la de la mujer, llegándose a dar el

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caso cuando uno de ellos es pobre, de que el superviviente se obliga, como limosna, a abonar los gastos del entierro y algunos sufragios más21. Desde luego estos casos fueron los menos, habida cuenta de los usos matrimoniales del momento que tendían a buscar pareja entre las familias de similares condiciones.

Los albaceas

Son las personas que deben velar por el estricto cumplimiento de las voluntades postreras del que se ha ido, por lo que, aunque no es necesaria una previa preparación, ni el trabajo a desempeñar es excesivo, se considera conveniente que la persona sea lo suficientemente versada, y si tuviere alguna experiencia, mejor, que sea capaz de cumplir al pie de la letra el testamento. Además, es requisito necesario que goce de suficiente confianza. Quizá por esta razón casi siempre se concede preferencia a los de casa, a los familiares, comenzando por los más allegados, marido, padres, hermanos, para continuar en un segundo grupo –siempre masculino- con yernos, suegros, sobrinos y en último lugar de las preferencias las mujeres, rasgo inequívoco del papel secundario cuando no de simple figurante que desempeñaba la mujer de este tiempo.

En la designación de los albaceas las cuestiones económicas son las más delicadas, por eso la persona que es designada con mayor frecuencia, en el caso de fallecer una mujer, es el marido. Le sigue el vecino que derrocha confianza, altruismo y manejo de la materia para poder desempeñarla, a lo que añade una superior preparación. Esta persona no es otra que el cura. Su importancia llega a ser tanta que, a finales del XVIII, se prohibió la designación de religiosos como albaceas por su excesiva influencia directa o indirecta en la voluntad del finado.

Tabla nº 34.

Número de albaceas en los testamentos

21 Tal le ocurrió a María Ortega, quién no hizo testamento porque no tenía de qué, si bien “su marido, de caridad, mandó 20 misas.....”

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Uno solo Dos Más de dos

TOTAL

Hasta 1699 36 81 16 1331700-1749 28 104 23 1551750-1799 10 106 7 123TOTAL 74 291 46 411

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Fuente: Elaboración propia.

La ley faculta la elección de tantos albaceas como se quiera, pero… ¿cuál es el número ideal? La designación de uno denota alta confianza en el elegido, lo que parece que no abunda, a juzgar por lo reflejado en la tabla nº 34. De igual manera, un exceso de albaceas podría originar una complicación gratuita a la hora de ejecutar los designios, habida cuenta que era obligatorio actuar en consenso. En la parroquia de Robledo lo tienen cada vez más claro y por ello, conforme anda el tiempo, se incrementan los que optan por dos albaceas, que se considera así como el número ideal, siendo elegido en el 71% de los casos.

¿Y quiénes son los idóneos? El hecho de necesitar dos personas favorece la pérdida de importancia del marido, y un mejor reparto de las tareas de este encargo. De manera que recae mayoritariamente en lo que aparece denominado como vecinos, que es el conjunto de personas cuyos apellidos no expresan parentesco ni con el difunto ni con su cónyuge. Lo que no quiere decir que sea exacta la presunción. Puede darse el caso de que algunos catalogados como vecinos fueran familiares políticos (cuñados, yernos, suegros….) o incluso parientes de primer grado sólo que habían elegido otro apellido distinto. No nos son desconocidos casos como el de Cayetana Sánchez que era hermana de Juan Palomar y de Antonio González.

Tabla nº 35.Albaceas dobles.

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Marido Hijo Cura Vecinos Otros TOTALtestamentos

Hasta 1699 23 20 23 39 57 811700-1749 31 27 31 61 58 1041750-1799 31 17 23 74 67 106

TOTAL 85 64 77 174 182 291

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Fuente: Elaboración propia.

Conviene pararnos un momento en el 22% de los testamentos que optan por un único responsable de ejecutar lo dispuesto por el difunto. Entre esposos, el marido es la persona preferida en estos casos, con una gran diferencia respecto a la mujer–solo hay dos elegidas-.

El marido tiene el predominio, pero no es el único, ni el que más perdura, porque aunque resulta elegido en un tercio aproximado de los casos en los dos primeros intervalos, a partir de 1750 termina desapareciendo de los testamentos.

Tabla nº 36.Albaceas únicos.

Marido Hijo Cura Otros TOTALHasta 1699 13 6 6 11 361700-1749 8 2 3 15 281750-1799 0 1 3 6 10TOTAL 21 9 12 32 74

Fuente: Elaboración propia.

Al esposo le sigue un abanico amplio de distintos parientes, encabezado por los hijos (12 %), hermanos, tíos, padres, etc., sin olvidar la omnipresente figura del cura, elegido como albacea único por 12 de sus parroquianos.

Nombramiento de herederos.

Los testamentos religiosos, además de para dejar constancia de los deseos que en materia religiosa tenía el difunto, servían para otras cuestiones no tan trascendentes, al fin y al cabo, era un documento cuyo contenido, podía ser conocido por otras personas, cuando menos las más allegadas. Por eso, y con la perfecta excusa de que no era fácil hacerlo de otro modo, algunos nos hicieron llegar disposiciones que entran en el ámbito de lo privado, como son el nombramiento de herederos y las mandas testamentarias.

Lo deseable hubiera sido que aparecieran registrados en todas las partidas de defunción porque así podríamos tener un mayor conocimiento de la parentela que cada difunto deja tras de sí, dado que casi siempre los herederos son los familiares más cercanos. Sin embargo, no aparecen registrados con asiduidad hasta

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el último tercio de siglo del XVIII. Los herederos más citados son por regla general los hijos pero, en el caso de no haberlos, las posibilidades de elección se ampliaban, por lo que era preciso dejar bien claro quiénes eran las personas elegidas. Así se nombran entre otros a los cónyuges, hermanos, padres, sobrinos, etc., personas del entorno familiar pero también otros de fuera de él, e incluso forasteros.

En el caso de no designar herederos personales, se podía nombrar como heredera “a su alma”, a cuya salvación podían destinarse todas las misas que alcanzaren la totalidad de sus bienes. El testador podía disponer libremente de ellos y muchos consideraban como lo más provechoso el destinar hasta el último maravedí a esta intención. Esta fue la opción preferida entre otras por María Castillo, bajo la orden expresa de que “su hacienda se le diga en misas” cuando murió allá por 1725. Contaba con mucha edad, 72 años, poca familia y escasos recursos porque su hacienda no dio más que para 10 misas. Ana Ortega, soltera, hizo antes de morir en 1712 exactamente lo mismo y en su caso22incluso se reflejan al margen de su registro las gestiones del cura para dar satisfacción a su deseo, así como el total alcanzado con la venta de sus bienes.

Otras disposiciones testamentarias

Siendo los testamentos religiosos recursos para el satisfacer las necesidades espirituales, los fieles que pueden gustan de mostrar su generosidad para con la Iglesia o para consigo mismos dejando por escrito una serie de mandatos referidos al destino final que quieren dar a determinados bienes.

Pero además de los donados a la iglesia -que repasaremos después con mayor detenimiento- aparecen otros destinados a determinadas personas. Los agasajados son de plena confianza del testador y los artículos objeto de donación suelen ser de uso común, de poco precio, pero seguramente de mucho valor emocional.

Entre estas donaciones más generosas en este apartado encontramos por ejemplo que:

22“Vendióse la cuenta de este testamento [pone en el margen] a Manuel Gómez en 800 reales”. Se pormenorizan una serie de gastos que dan para dedicarle un total de 84 misas y dado que aún le quedan algunos bienes se apostilla que “se a de azer dilixencia que se vendan otros

vienes que ay desta difunta”.

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Juan Martínez (+1703), de El Cubillo, deja cinco cabras a su mujer, Ana Benítez.

Manuel Peral, morador en El Horcajo, a su mujer una viña en Alcaraz.

Agustina Moreno, también de El Horcajo –que murió a finales de junio de 1787, unos días antes que el anterior- dejó a su marido “las vacas que tienen”.

Patricio Díaz, que ya era mayor y soltero cuando murió en 1795 se lleva la palma en el reparto de bienes y en el número de agraciados, ya que mandó a Domingo Gómez una vaca, a su hijo Juan una erala y un añojo, a su cuñado Juan Vecina otra vaca, a su hermana un tajón en El Cubillo y dinero, en concreto 40 reales a Ntra. Sra. de los Dolores y siete a cada uno, Santo Cristo y San Antonio.

Caso aparte es el relativo a la donación de las casas. Se dan algunos casos en que se especifica que se lega al cónyuge superviviente para que pueda seguir disfrutando del hogar familiar; incluso si sólo se trata de una parte23. En ella seguiría viviendo el resto de la familia y llegado el momento de la desaparición del otro cónyuge pasa a los herederos, ya sean estos personas o el alma del propietario. Entre estos últimos encontramos el caso de Rosa Sánchez en 1775 que dijo “que la casa de su habitación la posea su marido por su vida y en muriendo este que su importe se consuma en misas”

Los que mueren sin testar.

El testamento, aunque no era obligatorio por la Iglesia, era sentido como necesario por las gentes cristianas y por la misma razón el no llevarlo a cabo un hecho diferenciador que no era apetecible en absoluto, por lo que la práctica totalidad de los aldeanos lo van a comunicar, de una manera u otra, con unos medios o con otros.

Si la muerte le sobrevenía ab intestato, es decir, sin haber redactado testamento, se procedía, en un intento de remediar la situación, a procurarle lo necesario para salvación. Para ello era preciso conocer la situación que dejaba y a partir de ahí proceder a reservar una parte del caudal.23 Ana Romero deja en 1728 “la parte de casa que tiene en dicho Cuvillo a su marido por los días de su vida”

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Pero… ¿quién era el encargado y cómo podía saber la disponibilidad o no de recursos para sufragios de los difuntos?

Ese encargado era el cura. El cura, como notario apostólico, tenía la obligación de cerciorarse del estado de sus feligreses llegado el último momento. Ese estado en esta comunidad tan pequeña era de dominio público, aunque a veces, por la poca experiencia del responsable parroquial o por duda en cuanto a su calificación, se informaba puntualmente y lo hacía constar en su registro. “Y yo, abiéndolo testificado ser zierta su pobreza….” dejó escrito Tomás Flores Cerro con ocasión del fallecimiento de Josefa Jurado, esposa de un” tazero” y moradores en El Cubillo.

La ley, para prevenir excesos, tenía prohibido destinar a estas celebraciones por el bien del alma más del 20 % del total de los bienes, el denominado quinto de libre disposición, estando el resto de “la legítima” destinada en su totalidad a los hijos. Si no los había, se ampliaba la parte disponible hasta un tercio. En el caso de los solteros, el porcentaje estipulado era el 25%, la llamada “cuarta funeral”24

Sin embargo, visto el importante número de oficios destinados a los muertos y teniendo en cuenta la cortedad de las haciendas, -según queda de manifiesto en el Catastro de la Ensenada-, nos atrevemos a decir que en algunos casos se excedió el máximo autorizado.

Se destinaban pues de los solteros el máximo legal en gastos fúnebres. Pero también en casados si no se disponía lo contrario o se impedía actuar a la comisión financiera de la Iglesia. Josefa Garrido, casada, fue objeto de este tipo de actuación pues se dice en su partida que se mandan decir 50 misas rezadas “abiéndose liquidado y ajustado el quinto...”. Entre los hombres más jugosos destaca Sebastián Rozalén quién “habiendo hecho cómputo de su caudal no llega a 200 ducados.”

En ocasiones, se aprecian trato de favor por parte de la Iglesia hacia ciertos feligreses que mueren sin haber hecho testamento. El vicario, en algunos de estos casos, manda que se le digan unas misas que al no figurar el nombre del pagador suponemos que serían a su cargo. Juan de Cuéllar fue uno de los beneficiados, con 35 misas, en tanto que a María Romero la obsequió con 50.

24 La cuarta que se ventiló más sustanciosa fue la practicada a María Reyes que proporcionó un total de 1065 reales para sufragios. De ella da cuenta el cura Diego Díaz, quién dice haber invertido 1029 reales en “misas cantadas y rezadas, novenarios y derechos de todo ello de cura y sacristán”, pero como todavía le sobraban 36 reales apuran al máximo la cuantía dedicándole 18 misas más.

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Y sorpresas, como las protagonizadas por personas que suscriben su testamento pero lo hacen sin dejar estipendios para sufragios por su alma, que se supone es su principal función. En 1773, en la partida de defunción de María Madridejos se afirma de manera escueta que “no hizo testamento”, sin hacer constar los motivos; también se escribe en la de Alfonsa Romero (+1795) que ”no hubo disposición alguna”, cuando al parecer, se esperaban. Nótese como estas referencias aparecen más desapasionadas y menos “criminalizadas” Van quedando atrás las excusas, diligencias e incluso los reproches, por lo menos en lo que toca a los testamentos, no tanto en la recepción de los sacramentos.

Entrando en detalle, nos encontramos con cuatro causas principales que imposibilitan la trasmisión de las últimas voluntades en materia religiosa y que repasamos a continuación.

Minoría de edad

Por razón de la edad, -de la corta edad-, quedaban excluidos los hijos menores mientras dependían de los padres, ya que no disponían de recursos ni capacidad de decisión propios para preparar sus honras fúnebres. Los menores no podían hacerlo y tampoco suele justificarse la ausencia de misas, pero en algunos casos sí se hacen constar alegando: “no tener uso de razón” –caso de Domingo de la Rosa (+1758)-, o “no estar para ello” –Ana (+1754) la hija de Pascuala Tébar- o “no tener edad”, que es lo que se alega en el caso de Sebastián, de 13 años, hijo de Tomás Díaz, que fue víctima de una muerte fugaz y desgraciada.

Por lo mismo, a los niños no se les dedicaba misa alguna hasta llegar a una determinada edad: 12 para las chicas y 14 para los chicos, edad hasta que eran considerados como “inocentes”, cuyos actos no estaban presididos por la malicia o la maldad.

Conforme subimos de edad encontramos otras excusas. Las más socorridas son: “por ser hijo de familia” esto es, por estar bajo la patria potestad de su padre aunque tenga más de 20 años; “por ser pobre” cuando esa era la condición de su familia o “por no tener de qué” en el caso que el joven tuviera otras condiciones favorables, pero no dinero.

En estas edades, los padres, dependiendo de sus posibilidades económicas, dedicaban una serie de sufragios por sus hijos. El mandamiento suele realizarse de manera informal, sin necesidad de testamento. A las disposiciones testamentarias establecidas

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legalmente, muy pocos jóvenes tuvieron acceso, sin embargo, sí que pudieron disfrutar de sus beneficios funerarios a través de sus propios deseos25o más comúnmente mediante el mandato de sus padres o hermanos después de su desaparición.

Parece que a la hora de procurar el testamento a los hijos se da una división de responsabilidades, el padre hacia el hijo y la madre hacia la hija, cada uno respondiendo con sus bienes privativos, si bien en el caso de faltar alguno era de su legado del que se echaba mano. “No testó -se dice de Catalina Rodríguez, difunta con 20 años en 1675- porque dijo su padre que no le abía quedado nada de su madre...”. De todas maneras, el padre le dedicó a su costa 14 misas.

Con todo, al no existir obligación, se dejaba a la voluntad futura esas dedicatorias. Cuando murió Miguel Sánchez en 1698, sus padres le hubieran querido honrar mejor, pero, por su condición de pobres, la madre lo único a lo que pudo obligarse fue a “que si podía le diría diez misas” Debió ser grande el esfuerzo, pero lo cumplió. Ya no pudo hacer lo mismo con su hija María que con sólo 12 años moría a las dos semanas.

A veces se aparcaba la diplomacia “No le dio licencia su padre para testar”. Juan Cayetano, de 24 años, fue el afectado. Su padre Francisco Gómez le mandó, no obstante, 61 misas. Ocurrió el año trágico por antonomasia en este lugar, 1695.

A pesar de lo dicho, también hay presencia de últimas voluntades de alguno de los jóvenes, eso sí, tras la pertinente autorización de los padres.

Pobres de solemnidad

En el caso de las personas mayores la eximente más común, casi la única, era la de la pobreza. Causa plenamente justificada pues el cumplimiento de las disposiciones testamentarias llevaba aparejado desembolsos económicos que, aunque no fueran obligatorios ni onerosos, no podían ser afrontados por aquellos que estaban etiquetados como tales, si bien y dado que se les clasificaba en pobres de solemnidad a los que no tenían nada y pobres (sin más calificativos) a los que contaban con una hacienda muy corta.

Así el pobre de solemnidad y en lo que toca a su entierro, era objeto de un acto de caridad “por pobre” y “por amor de Dios” es decir, de limosna, bien porque un particular sufragaba la cantidad 25 Salvador Sánchez, de 15 años murió en 1654 bajo la disposición de su testamento, que fue realizado en su nombre por su hermano.

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mínima a desembolsar o bien porque la Iglesia actuaba de oficio, sin que se hiciera constar muchos detalles, salvo su categoría de pobre de solemnidad o su expresión equivalente de pobre de limosna.

No son muchos en este tiempo los catalogados así: sólo 30 a lo largo de tantos años. Figuran algunos forasteros, que iban de paso mendigando o que llevaban poco tiempo asentados en el lugar, y entre los naturales, encontramos a un número similar de hombres y mujeres. Unos y otras se han visto sorprendidos por la escasa fortuna o por una trágica combinación de la edad y el abandono familiar. Es el caso de los viudos entrados en años pero también el de los solteros huérfanos.

Contrariamente al resto no se suele dar muchos datos de su lugar de enterramiento, si acaso, se refleja que se les deposita en una sepultura de la iglesia; por lo tanto, es a ella a quién hay que adjudicarle dicha labor humanitaria.

Otra cuestión diferente es lo que toca a los posteriores sufragios. Al ser una cuestión discrecional y por las circunstancias expuestas, la mayoría figuran sin ninguna misas y entre los pocos que las tuvieron –en cantidades mínimas- se cuentan algunos solteros.

En este punto, la Iglesia no le dedicaba per se ninguna misa pero tampoco permanecía impasible y llevada por su afecto maternal invitaba a la comunidad a tan piadosa acción y como último recurso -cuando el pobre no tenía benefactores- mandaba vender sus últimas posesiones para hacer acopio de dinero con el que financiar los sufragios.

En 1675, a una forastera pobre de solemnidad, se le dijeron 24 misas de las que 12 fueron fruto de una colecta y otras “doce que se cogieron por una basquiña suya”. Era la venta de las ropas, tanto personales como del ajuar doméstico, el recurso más socorrido cuando se llegaba a estos extremos. De otro pobre de solemnidad, Juan García (+1696), soltero de El Cubillo, se encargó de decirle 25 misas Francisco García con lo que recaudó tras la venta de “ unos vestidos que se allaron del difunto”.

Los otros pobres

Con los etiquetados como pobres “a secas”, el proceso a seguir era algo distinto y de su situación en el siglo XVII nos puede dar idea José Clemente, también de El Cubillo, quién “por ser pobre dijo que se le dijesen 40 misas”. A pesar de su estado de necesidad y del procedimiento poco ortodoxo de comunicación de

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su voluntad, se obligó al desembolso de una cantidad de reales de los que quizá no dispondría.

En este grupo y aunque pobres, la situación económica y la de amparo familiar eran algo mejores, por lo que apreciamos un mayor esfuerzo por dotarse de las necesarias misas, de manera que el porcentaje de difuntos con sufragios se aproxima a la mitad. Destacando en ese loable esfuerzo sobre todo los casados, y entre ellos los hombres que en muchas ocasiones y tras la muerte de su mujer le encomiendan un puñado de misas, 10, 15, 20…Otros difuntos encontraron algún alma caritativa que se ocupaba de ellos, las más veces de la propia familia, ”su tío mandó....” , “se obligó su cuñado…”, “se obligó Antonio García.” son algunas de las expresiones usadas, a veces salpicadas con nobles sentimientos hacia los difuntos, por parte de los deudos pero también del cura. A Pedro Benítez le ofrecieron 33 misas –una cantidad emblemática- “…para que salga de las penas si está en ellas por la Divina piedad y misericordia…”

No se puede decir lo mismo en el tono de esta otra, en la que se deja bien a las claras la recriminación. ”Se enterró con misa cantada y esto lo ize por no averse querido obligar sus hijos a lo que llevo dicho, por haberlos zitado.26” Un caso de pobre con muchos benefactores es el de María Ortega, (+1711), que figura como pobre y que sólo dispuso de 25 misas, una cantidad muy reducida. Su padre le mandó por un lado 10 más, en tanto que su marido le pagó otras 15. Un esfuerzo ímprobo debido a que carecían de bienes tanto el uno como el otro.

Entre los viudos y solteros pobres encontramos casos de almonedas en los que se da cuenta de sus bienes y del destino piadoso que se destina a lo recogido con su venta, eso sí, después de pagar las deudas contraídas con otros vecinos. Y como este era el orden de prioridad establecido, Francisco Díaz se fue en 1674 sin sufragios porque no tuvo con “lo que se le topó en casa […] para pagar las deudas”. A Tomás Martínez –lo mataron en 1718- le dio su hacienda para poco más puesto que “con la poca ropa que tenía se pagó su entierro, se le dijo misa de cuerpo presente y se pagaron algunas deudas que tenía.”

26 Ocurrió con ocasión de la muerte en 1726 de Juana Alfaro, viuda dos veces y con hijos en ambos matrimonios. Se “almonedó unos trasticos que se allaron y se pagó su entierro y rompimiento y quedo para decirle cuatro misas” El comportamiento de los hijos en este asunto es lo que debió causar el comentario adverso del párroco.

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Imposibilidad legal

Sin embargo, el no tener la consideración de pobre no quiere decir que, de manera automática, el interesado pudiera derivar sus dineros o sus bienes hacia estos fines. Además de la edad el interesado debía tener la facultad legal para poder hacerlo, de ahí que, pese a su voluntad y al hecho de estar casados, encontremos personas que no pudieron testar, sobre todo a las mujeres, quienes en el Antiguo Régimen no eran libres para tomar sus propias decisiones sobre aquello que le era reconocido como suyo propio, debiendo, llegado el caso, tener permiso de su padre o de su marido para cualquier acto judicial que les incumbiera, como era el caso de los testamentos. También los hombres sufrían las rigideces de la ley. Francisco Rodríguez, vecino de El Horcajo donde murió en 1755, disponía de los suficientes medios para procurarse un entierro digno –de hecho estaba casado con Josefa García-, pero no pudo hacer disposición alguna a favor de su alma por no darle su padre licencia para ello.

Y Ana López, doncella de 21 años no testó en 1703 cuando falleció “porque no pudo” hacerlo de manera reglamentaria, ante el cura de la parroquia que lo tomaba por escrito, pero a pesar de ello era una eventualidad a la que tenía previsto remedio y “dejó declarado a Juan de Mendoza, religioso de San Agustín de Alcaraz, distribuyese el cura del Robledo que es o fuere su hacienda en misas y demás, con vigilias y sufragios”

Otras veces los bienes habían desaparecido, no se sabe bien porqué. María Martínez no era pobre, pero en su caso el cura afirma que “habiendo yo pasado [a su casa] no allé bienes conocidos suyos”. Su marido, a cambio le mandó 70 misas.

Por unas razones u otras observamos como son más las mujeres que no se tomaron la molestia de reflejar su testamento personalmente. Les resultó más sencillo hacerlo a través de intermediarios, como el marido si lo tenía o los hermanos27 , quienes traían a colación la voluntad de la difunta unas veces con la simple comunicación y en otras a través de los documentos testamentarios convenientemente redactados.

Imposibilidad físicaTanto se retrasa la toma de decisiones en estas cuestiones tan

poco agradables que inevitablemente algunos llegan tarde y cuando

27 Catalina Martínez (+1659) encargó la redacción de su testamento a sus hermanos.

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quieren hacerlo los impedimentos que la enfermedad trae consigo les impiden dictar su última voluntad. No pudieron hacerlo quienes sufrieron muerte violenta o accidental, como Lucas Nuño, que murió ahogado y por ser sacristán y por ello muy pobre le dedicaron 40 misas. O Felipe González, que apareció muerto en el monte.

Pero tampoco Ana Díaz. La incapacidad física que su enfermedad le causó en sus días finales, le impidió dictar sus anhelos post mórtem. En su caso, ocurrido en 1660, se escribe que fue “por la grabedad de la enfermedad”. En el de María Gómez –de 1769- se va algo más lejos: “perdió el abla desde el primero día que cayó mala” Y como presumiblemente no sabía escribir, mal podría comunicar sus deseos.

El testamento civil.28

Visto el testamento al que hemos llamado religioso, este otro tipo de testamento tiene menos relevancia en esta comunidad, de ahí que son contadas las ocasiones en que se prefiere. Al fin y al cabo, sólo le aventaja en cuanto que el otorgante puede disponer de manera discrecional de sus bienes ya que, en el caso de transmitirlos a los hijos de manera equitativa, no era necesario.

Así y todo, en estos documentos oficiales, su misma condición de legales con toda la parafernalia que conlleva de papeles y escribanos tienen un valor añadido para las gentes de estos siglos, que tan apegados eran a la burocracia. Y con más razón, dado el atraso de los vecinos en el caso de Robledo.

Por el contrario arrastra no pocos impedimentos, comenzando por la falta de escribano local acreditado, que origina desplazamientos a los asentados en las localidades vecinas y como consecuencia la inversión de algún tiempo y dinero, de ahí que sean muy contadas las ocasiones en que el lugareño de esta parroquia se desplazaba a otras villas y lugares comarcanos para dejar constancia de sus deseos finales.

Se acude a los escribanos de El Bonillo o de El Ballestero, aunque la mayoría opta por los de Alcaraz. La existencia de al menos cinco notarías abiertas para el gran público facilita las gestiones.

Tabla nº 37.

28 Véase más información sobre este asunto en la obra del presente autor La vida de los robledeños a través de sus dotes y sus testamentos. (1611-1786)

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Testamentos notariales

Casos Misas(Promedio)

Hasta 1699 5 1901700-1749 8 1921750-1799 6 130Fuente: Elaboración propia

La del testamento legal es una opción escasamente ejercida. Los porcentajes que alcanzan sus usuarios son casi insignificantes, apenas llegan al 3%, los que lo suscriben, pero se trata de testadores sumamente particulares. Allí acude algún cura, dos hermanas –María y Catalina Espejo- que cuentan que algunos bienes dispersos en varias localidades y que además quieren llevar a cabo actuaciones caritativas. Sobre todo allí concurren las familias más adineradas de Robledo. Por allí pasan Miguel Ortega y Cristóbal Martínez, benefactores locales, para asentar oficialmente y para siempre el uso altruista que quieren hacer de algunos de sus bienes.

Y pasa por la notaría igualmente Manuel Simarro, por motivos que se nos escapan, aunque los tendría y buenos, ya que también convencieron a su hermana Catalina, de la que nos queda asimismo su testamento.

Pero, sobre todo, por allí pasaron los que tenían algo que dejar. Y como no podía ser menos dejan constancia de eso con sólo mirar el promedio de las misas que ofertan para su fin exclusivo y personal. Y que en los tres periodos arroja una cifra que es superior al triple de los promedios generales.

No olvidemos que este tipo de testamento se inicia y se hace gran hincapié en las cuestiones trascendentes, pero sin olvidar las puramente materiales, que en caso de tener patrimonio, había que dejar bien especificadas. Aquí están los Ortega, Garví, Garrido, etc. Desde luego era aun mayor la fuerza legal de este tipo de actos jurídicos, de ahí su éxito entre los pudientes.

CAPITULO 14. LAS EXEQUIAS.CAPITULO 14. LAS EXEQUIAS.

Una vez contemplada en la cercanía o de manera remota la ineludible visita de la muerte, se daba comienzo a una larga serie de funciones religiosas de distintos tipos. Misas, responsos, novenarios, letanías, ofrendas, memorias, etc. ponía la Iglesia a disposición de sus fieles para que, haciendo uso de ellas en la medida que cada uno podía o quería, se procurase algún remedio a todo el mal que tan

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triste paso llevaba aparejado, y que en el peor de los casos significaba la condenación eterna.

“Se le hiciese el oficio acostumbrado con su vigilia y misa cantada, misa de ofrenda, y cabo de año.” Se dispone para Pedro Morcillo Solana con motivo de su defunción en 1676. En esta petición se encierran los sufragios más frecuentes que se solían celebrar por los difuntos por aquel año pero, ni todos pudieron permitírselos, ni en todas las épocas se repitieron el mismo tipo de exequias. Como en tantas otras cosas hubo variaciones sobre un mismo tema.

En las primeras partidas de defunción de la parroquia no se hace alusión alguna a este tipo de celebraciones, fuera de las tradicionales y obligadas misas que el difunto había encargado. Es a partir de 1672, y por mandato del vicario visitador, cuando se hacen más completas. Desde entonces siempre se hace constar el tipo de entierro elegido así como el resto de sufragios y ofrendas, incluidas las siempre presentes mandas forzosas.

Los entierros.

Normalmente no se detalla la composición del cortejo y el ceremonial que el difunto pide para su entierro. Esta ocasión, que supone una buena excusa para dar muestra de la liberalidad del muerto, es, en esta parroquia y salvo contadas excepciones, sumamente modesta. El acompañamiento funeral se suele obviar debido a que, por no haber más clérigos que el teniente cura y pertenecer casi todos los vecinos a distintas cofradías, se daba por supuesto la presencia de aquél y de estas. No obstante, en algunas ocasiones se explicita mediante fórmulas completas, como Ana Rodríguez, difunta en 1716, que pide un entierro “...con acompañamiento de la cruz de la parroquia, cura y sacristán y las cofradías que en ella ai que son la Santa Veracruz, çera de la ánimas, dando su limosna acostumbrada que es media libra de cera” en tanto que otras veces son más lacónicos: “asistiendo la luz de la parroquia, cura y sacristán” quiso Juana García, fallecida en 1702. Para ello se solía dejar durante el siglo XVII –no en el siguiente- una donación más que suficiente, en dinero o velas de distinto tipo, para asegurar su presencia.

Cuando se etiqueta este tipo de ceremonia, la denominación más frecuente es la de “entierro ordinario”, en el que, a la cruz parroquial que figuraba en cabeza –que portaba el sacristán, al que

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había que compensar- y el finado en andas, seguía el cura y el resto de la comitiva fúnebre que conformaban parientes, amigos y vecinos. La ceremonia funeral consistía en la lectura de los responsos de rigor, tanto en el domicilio del finado como en el lugar de su sepultura, pero no incluía la misa de cuerpo presente, o lo que es lo mismo, esta tenía que pagarse.

Al entierro ordinario se le llama también entierro llano, entendiendo por tal el que implicaba solo a las gentes y clero de esta parroquia, en oposición al solemne que era el que contaba con la presencia –pagada- de religiosos de otras localidades.

Aparece alguna vez la expresión “Entierro mayor”. Hemos de entenderlo como similar al que en otros lugares denominan “solemne”, y que se caracterizaba por la presencia de varios religiosos en su celebración.

Con el entierro se acababa la responsabilidad directa que la Iglesia asumía motu proprio con cada persona, que se había iniciado en el mismo momento del nacimiento y acababa cuando el cristiano volvía a la tierra, “de cuyo elemento fue formado” como se recuerda en multitud de testamentos.

Luto y honras fúnebres.

Sus vecinos, que habían sido testigos del fiel cumplimiento por parte del finado a través de numerosas participaciones y presencias en cuanto acto litúrgico fuera preciso, esperaban, una vez extinguido el cuerpo, un último ejemplo cristiano, pero ahora en bien de su alma. Es tanta la presión sociológica en el terreno religioso que ni aún después de muerto se debe salir fuera del contexto a no ser que su memoria quede dañada, amén de la fama de sus supervivientes. Estos, que se quedan, son los primeros que tienen que mostrar el duelo.

Desaparecido el ser querido era preciso sentir su ausencia en privado pero también convenía mostrarla en público; ya sabemos el enorme peso de la opinión ajena a la hora de condicionar el modo de actuar y comportarse. Comenzaba inmediatamente el luto por el finado.

El color negro asumía su papel de color protagonista en las vestimentas- la manera más directa de comunicarlo-; un color y contexto que se extendía a otras prendas textiles de uso doméstico. La mujer recortaba sobremanera su salidas fuera de casa –llegando incluso a no salir ni siquiera para dar cumplimiento a las

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obligaciones religiosas- y cubría sus cabellos con tocas, en tanto que los hombres llevaban capirotes o lobas, sobre todo cuando acudían a la iglesia. El tiempo que se guardaba era por lo general de un año, si bien fueron numerosos los ejemplos de duelos más largos, al menos en la indumentaria, hasta el extremo de hacer intervenir a las autoridades civiles para prohibir a los familiares que no fuesen próximos, la exhibición de lutos tan rigurosos.

Pero no era suficiente. El que moría no podía presentarse ante el Juez Divino con su sola presencia y con toda la carga negativa que acumuló en vida. Eran precisa la ayuda de los demás, del resto de los creyentes que suplicaran la misericordia de Dios mediante la oración y de la Iglesia como institución, que ponía a su alcance la posibilidad de celebrar una serie de sufragios que también ayudaban en ese intento de salvación. La misa era, entre todos los sufragios posibles, el mejor, por eso, su número se incrementó durante la época barroca hasta límites insospechados. La misa se convirtió así en “moneda de salvación”, una denominación muy extendida entre los estudiosos.

Además, en este tiempo, como en ningún otro anterior ni posterior, tuvo tanto peso en el ánimo de los creyentes la idea del purgatorio, no por su existencia, conscientes que todos habrían de pasar por él dada su condición de pecadores, sino por la duración de esa estancia obligada. Se temía un paso demasiado largo, equivalente a un infierno atenuado, y de ahí que la obsesión de todos y el destino de tanto sufragio, se encamine a un paso breve, casi como un relámpago, por el purgatorio y para ello eran precisas ayudas espirituales por parte de los vivos que indefectiblemente llevaban aparejado un coste económico.

El número de misas y el periodo de expiación eran inversamente proporcionales, de ahí la conveniencia de acrecentar el gasto para abreviar el paso.

¡Allá te lo dirán de misas!, rezaba una expresión muy corriente por aquel tiempo. En ella se encierra una seria advertencia -cuando no amenaza- del último y personal ajuste de cuentas, al que todos deben someterse y un atenuante de la sentencia a base de la celebración de misas, en un número proporcional a las necesidades del difunto. Por tanto era extendida la creencia de que las misas, como instrumento de esperanza futura, habían de mandarse en consonancia con la pena que cada uno en un íntimo examen de conciencia presuponga que necesita para contrarrestar las faltas y pecados de su vida.

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Esta creencia era general en el conjunto de los cristianos, además de otras coincidencias como eran la sensación de que todas las que pudiera encargar eran insuficientes y como consecuencia de ello que todos procuraran hacer un notable esfuerzo económico para procurarse la mayor cantidad dentro de sus posibilidades.

Pero eso no era todo. El cristiano tenía otros instrumentos válidos para su ansia de salvación, aunque no fueran tan eficientes. Podía poner en marcha otro tipo de sufragios como las obras de caridad, las ofrendas, las limosnas, el ayuno y las indulgencias, y entre estas últimas, el parroquiano de Robledo tenía muy a mano las llamadas bulas de difuntos. Por si fuera poco, no se olvida, que todo cuanto se haga por el alma del difunto, ya que es tarea de todos, beneficia también a todos, a los difuntos que acortan su sufrimiento en espera de llegar a la Casa del Padre y a los vivos por ser prácticas piadosas edificantes, en las que dejan patente sus buenas intenciones.

Una inversión para toda la vida

Los castellanos de entonces no repararon en gastos con tal de propiciarse una vida eterna en plenitud, una vez abandonada esta dura y efímera vida terrenal.

La cantidad de misas es un exponente que nos habla, por una parte del poder adquisitivo de los que las ofrecían y además del poder de convicción que tales prácticas tenían, dado que el motivo de ofrecer tantas misas iba proporcionalmente relacionado con la capacidad de redención y perdón que con ellas se alcanzaría. Una muestra más del poder utilitario de estos sufragios lo tenemos en el efecto que llevaban aparejados, no era sólo personal, sino que de igual manera, eran muchos los que ofrecían alguna misa de su testamento por las ánimas de sus parientes e incluso de sus señores.

Había distintas maneras de llevarlas a la práctica. La mayoría tenían la consideración de rezadas. Las cantadas eran consideradas más solemnes, por lo que, lógicamente, eran más caras.

En estos siglos era una práctica generalizada. A todos los adultos sin ninguna excepción, se les destinaba una retahíla de misas. De una u otra manera todos debían disfrutar de estos sufragios. No había ninguna razón que impidiera ofrecer misas por cualquier vecino. La cuestión económica no fue nunca obstáculo –otra cosa es quién las pagara- El derecho a las misas de difuntos era un derecho universal e inalienable. De hecho, son contados los que murieron sin este tipo de ayuda y eso que el número que los que

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aparecen en la categoría de pobres durante todos estos (1653-1799) años asciende a 167 personas, 98 mujeres y 69 hombres. Al alma de Ana López Artesero le dedica Pedro Martínez Calera, su marido, 18 misas de “a dos reales”, a pesar de “hallarse en estado de pobreza y con cuatro hijos huertanos”. A José Clemente “por ser pobre” se le mandan decir, a finales de siglo, otras 40 misas.

Lo de María Guzmán es un caso insólito. Esta buena mujer, natural de Cañabate, era pobre de solemnidad. Cuando murió se le dijeron 24 misas, auspiciadas por no se sabe quién, que tenía la convicción que las necesitaba tanto o más que los demás, puesto que la pobre María “confesó pero no comulgó, por ser su muerte liberal”, un término este de liberal, que a mi entender, sólo puede equivaler a rápida.

Comenzaba después una retahíla de eventos, de honras y sufragios por la salud eterna del difunto que se suceden en el tiempo, por lo que si atendemos precisamente a la proximidad o no de su celebración con la muerte del mandante, las podríamos clasificar en honras a tiempo corto, a medio plazo y por último a largo plazo, siendo estas últimas las que se repiten de manera indefinida con el paso de los años.

Primeras celebraciones: Honras a tiempo corto29.

Tienen lugar en los momentos y días más próximos al fallecimiento, por lo que, son las celebraciones más importantes del ritual funerario y por eso están presentes, en sus distintas modalidades, en prácticamente todos los casos. Hablamos de la misa de cuerpo presente y de la de los nueve días, unas celebraciones que, a pesar del tiempo, se han conservado como tradición. No se puede decir lo mismo de otras ceremonias, que también englobamos, como son ternarios y novenarios.

Misa de cuerpo presenteY para mayor boato cantada. Así era la manera en que se

despedía la Iglesia de todos sus feligreses durante buena parte de los tiempos que andamos repasando. En este último acto en que participaba y de manera obligada para la Iglesia, se le despedía solemnemente, incluso a los pobres.

La celebración de esta misa no siempre era posible, siendo su principal impedimento el que la hora fuera intempestiva, esto es, 29 GARCIA MORATALLA, P. J., Los protocolos notariales de la villa de Albacete a finales del siglo XVI y comienzos del XVII (1588-1628). Estudio documental. I.E.A. Albacete 1999.

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después de puesto el sol. Si no era posible en ese momento se dejaba para el día siguiente su celebración, pero eso sí, habiendo depositado previamente el cuerpo en su lugar. Se solía respetar escrupulosamente el margen comprendido entre el óbito y la sepultura que estaba estipulado entre 12 y 24 horas.

Ciertamente, algunos gustaron de hacer de esta una celebración imponente. De entre todas sobresale la que tuvo lugar con motivo del entierro de Dorotea Blázquez el 23 de abril de 1656, justo 40 años después que nuestro literato universal Miguel de Cervantes. La ocasión propició la presencia de cuatro curas, quienes oficiaron por su alma, no una, sino dos misas de cuerpo presente. En boato en las primeas exequias le sigue María Vecina, quien en 1661 pidió la presencia de tres religiosos en el cortejo que precedió a su entierro.

El hecho de que fuera para todos no significa que fuera de balde, antes al contrario. Al ser obligada y por ello única en numerosos casos, la limosna que proporcionan los que pueden pagarla suele ser generosa. Aunque no todos. Incluso las ceremonias más sencillas y generalizadas, como estas primeras, llegan a resultar tan inaccesibles para un sector de la población que son imposibles de pagar por los más pobres, por lo que debían hacerse cargo sus familiares o amigos30. José Gallego se obligó a pagar los derechos parroquiales generados por el entierro de su mujer, acaecido en 1735, no con dinero, porque no lo tenía, sino “de su propio trabajo”. Imaginamos que en labores de la parroquia.

A veces, si la familia se hacía la remolona, el cura lo intuye o por lo menos lo denuncia. Don Tomás Flores, con ocasión del entierro de Juana Alfaro en 1726, dejó escrito que “Se enterró con misa cantada […] y esto lo ize por no averse querido obligar sus hijos [a pesar de] averlos zitado” Nadie piense, sin embargo, que las cosas quedaron así, porque “se almonedó unos trasticos que se allaron […] y se pagó su entierro y quedó para cuatro misas”.

Posteriores sufragios: ternarios y novenarios.

Después del entierro comenzaba la larga retahíla de actos salvadores, siendo las inmediatas, según dice Fernando Martínez Gil, “el novenario y las honras. Se llamaba novenario a los nueve días de la ofrenda del difunto. En cada uno de ellos solía decirse 30 Se citan algunos casos, especialmente cuando el encargado de pagar esta limosna no era pariente de primer grado: “Se obligo su cuñado a misa de cuerpo presente”, se dice por ejemplo con ocasión del fallecimiento en 1712 de Pedro de Tébar, pobre.

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una misa con su responso [...] En cuanto a las honras se situaban en un día dentro de los nueve primeros consistiendo en una víspera y una misa con sus responsos”.

En esta iglesia, como en todas, se iniciaban a partir del día siguiente al del entierro. Si eran nueve misas consecutivas, dichas una cada día, conformaban un novenario, si eran tres, un ternario. También se pidió en un solo caso una cantidad intermedia, en concreto seis. Lo hizo María Sánchez en el año de su muerte, 1704.

Estos sufragios solían hacerse con alguna solemnidad, con vigilias, ofrendas, o cantadas. “Tres misas cantadas en los tres días siguientes al de su muerte”: con esta fórmula las mandó celebrar Juan González. Misas en número de tres, que recuerdan inexorablemente a la Santísima Trinidad, número y creencia crucial en la fe de los católicos.

Por su parte Lucía Romero, en 1701, hace público su deseo con mas sufragios y mayor detalle: “Dexó demás de su entierro una misa cantada con su vigilia ofrendada; tres misas cantadas consecutibas con sus bigilias ofrendadas; otra misa cantada con vigilia ofrendada a los nueve días de su entierro; dos responsos cada un día, uno cantado y otro reçado...”

Misa de nueve días.

La actual y acostumbrada misa recordatoria del entierro que se celebra en los días siguientes y que se conoce como “misa de los nueve días” es la ceremonia que sigue al entierro de mayor pervivencia, si bien ha sufrido algunos cambios semánticos junto a otras pequeñas diferencias.

Estas honras eran consideradas imprescindibles para el buen destino del alma. Solían consistir en una misa llana – a veces cantada-, con sus vísperas o vigilias y seguida de responso y ofrenda. A ella se refieren en los libros de difuntos bajo distintas denominaciones: “misa cantada con su vigilia dentro de los nueve días”, “honras a los nueve días”, ”misa ofrendada dentro de los nueve días”; incluso especificando la ofrenda que se acompaña: “honras ofrendadas de pan y vino”. Por último en algunas ocasiones se nombra como”misa de novena”.

Una muestra más de la trascendencia de esta misa que se realizaba con tanta dedicación y boato lo delata el mayor desembolso en la limosna, llegándose a pagar hasta 12 reales.

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Honras y ofrendas a medio plazo.

Además de contenidas en este primer ciclo se dejaban dispuestas cierta cantidad de misas,- a veces cientos o miles-, según se pudiera pagar, por el ánima del difunto. Son las consideradas de tiempo medio teniendo como límite para su cumplimiento un año desde la fecha de la muerte.

Cabo de año

Era costumbre generalizada el disponer de una misa al año de producido el fallecimiento, llamada por lo mismo de cabo de año, que solía poner término a los numerosos actos devotos por el finado, excepto en los casos -muy contados-, en los que se hubiera establecido alguna fundación de tipo piadoso, que solía llevar aparejada una duración ilimitada.

En multitud de ocasiones va unida a la de los nueve días “Una misa ofrendada y que se le aga cabo de año como es costumbre en este lugar”. Es la pareja de eventos fúnebres post mórtem que más se solicitan.

Aunque su nombre define con precisión el momento exacto de su celebración, como se aprecia en este caso: “y cumplido el año (de su muerte, se manda decir) su cabo de año correspondiendo al día que le enterraron”, en algunas ocasiones se anticipó la fecha. Así al menos parece desprenderse de este mandato de Dª María Espejo “....y hasta treinta días añal de responso y cabo de año”. E incluso menos esperó José Moreno que prefirió “misa de nuebe días y cavo de año a los nueve días de dicha esta”.

A pesar de que tan abultado número de misas y sufragios solían concentrarse en el primer año tras el fallecimiento, encontramos ciertas misas que se celebran con posterioridad. Y para muestra esta petición de 1691: “Añal, y cabo de año y cumplido el año de su fallecimiento que se le digese una misa cantada con su vigilia como se acostumbra”. La mayor excepción corresponde a Lorenza Navarra, que en 1712 se mandó tres misas y “que en tres años se digan”. Esta doncella, pidió por tanto misas de cabo de año que tuvieran lugar en la fecha de su fallecimiento de los tres años que le siguieron. Por esta razón se les suele denominar “misas de aniversario”.

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Añal

“Se me haga un añal, onras y cabo de año” ordena Cristóbal Díaz, de El Cubillo, en 1661. Recibía este nombre la ofrenda que se dedicaba a los difuntos, pero con la particularidad de su duración, todo un año. Según la definición del diccionario de 1726 consiste en “la ofrenda que se pone sobre la sepultura de un difunto desde su entierro hasta su cabo de año” y que Sebastián de Covarrubias concretaba enumerando las especies que se ofrecían: pan, vino, cera e incluso dinero. En la parroquia no se especifican31, salvo la limosna que se acostumbra dar y que en algunos casos sueltos, al final del periodo, se cuantifica en uno o dos cuartos. 32

Y así hay que entenderlo en algunas ocasiones, sin ir más lejos la de Sebastiana Ramos, en 1673 que dijo que “que se pusiese en su sepultura por todo el año, ofrenda de pan y çera.” Estos presentes se llevaban a la iglesia con ocasión de los distintos sufragios que se mandaban hacer –o en las misas de los domingos33- y eran entregados en su totalidad a la fábrica, salvo las luces que se colocaban en las sepulturas especialmente en el desarrollo de las misas, aunque hubo quien dispuso que de manera ininterrumpida y durante todo un año hubiera alguna luz encendida por su alma34.

El pan y el vino, presentes perecederos, eran los preferidos por la Iglesia por su simbología eucarística, a pesar de que su posterior aprovechamiento pudiera suscitar algún comentario irónico. En el caso de la cera, al consumirse in situ no generaba ningún tipo de suspicacias.

Esta del añal era una práctica muy extendida, que, con el paso de los años, fue reduciendo su duración como sufragio, pero se amplió el número de sus demandantes, siendo muy probable que las ofrendas estuvieran presentes durante las ceremonias de tiempo corto en casi todas las exequias fúnebres, se mandaran o no. En el caso de que existiera el mandamiento expreso, la ofrenda era más completa en variedad y cantidad de presentes –panes, roscas o trigo a granel, odres u otros recipientes con vino, hachones de cera etc.- aunque, en ningún caso, quedaría la sepultura sin al menos unas velas que la iluminaran durante las distintas celebraciones.

31 La única salvedad la encontramos en 1715 cuando se habla de “ofrendas de tortas, reses de zerda y otras.”32 Cada cuarto era equivalente, a decir de José Alcalá Zamora, a cuatro maravedís.33 Así lo dispone Cristóbal Martínez, de El Cubillo, en 1715 con estas palabras: “una luz sobre mi sepultura al tiempo de la misa mayor”.34 Tal es el mandato que dejó Lucía Ortega en 1782.

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Cuando llegaba el año de la defunción, nuevamente se retomaría esta práctica dejando presentes en la tumba del familiar, coincidiendo con las celebraciones de esos días. De ahí, que, con el término añal también se designa la ofrenda que se le dedica al difunto cuando se acerca o se cumple el año de su fallecimiento. Por lo tanto equivale más bien a su sentido etimológico actual de anual. “Añal de pan y cera” o”Añal de pan y luz”, se dice en múltiples ocasiones.

Parece ser que su celebración iba asociada al rezo de un responso por el mismo fin. “Añal con su responso sobre su sepultura” se escribe a veces- pero, con el avance del siglo XVIII es posible que se produzca una cierta confusión entre los dos sufragios, como parecen mostrar indicaciones como: “Su añal de responso rezado” o “su añal rezado”.

Como colofón mostraremos la anotación de Pedro López, enterrado el día de los Santos de 1769, que parece certificar el trasvase de significado del primitivo añal, como ofrenda, al más moderno equiparable a responso: “añal de responso llevando cera a la sepultura”.

Responsos

Son cortas oraciones propias del oficio de difuntos. Comenzó a reflejarse la demanda de estos sufragios a partir

de 1680, en unas ocasiones para todo el año, y en otras se solicitan para una sola fecha, especial eso sí, coincidente con la de cabo de año o con el aniversario.35 Ana Ortega, “doncella” y difunta en 1712 se mandó un responso anual por el que pagaron sus albaceas 22 reales.

Pasado el entierro y por temporadas, fueron demandados en otros momentos posteriores, unas veces como colofón de cada misa por el ánima.36 Otras se hacían ex profeso delante de la sepultura, al tiempo que una luz alumbraba la escena, luz que fue gusto de algunos que luciera durante todo el primer año tras su muerte.

Las misas votivas

35 “Cabo de año con su responso y añal y asimismo otra misa con su vigilia y ofrenda al año de su fallecimiento” (1716)36 Juan González mandó 427 responsos, dedicados a partes iguales a su alma y a la de su mujer, exceptuando 20 que ofreció a una hija.

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De las misas a largo plazo, siempre inferior al año desde luego, se dividen en dos categorías; las dedicadas en exclusiva al beneficio del ánima propia y las llamadas devocionales, de devoción o votivas, cuya finalidad era la de implorar la ayuda de los Cristos, Vírgenes y santos, que en la vida de los peticionarios fueron sus preferidos, a veces mediante fórmulas tan simples como la manida “tantas misas a los santos de su devoción”. Esta es una expresión típica de los últimos decenios de nuestro repaso. El cura, de esta manera, se libra de insertar en los registros toda la retahíla del santoral que se acostumbraba en periodos anteriores.

Misas especiales: La Tríada de Salvación

En numerosas ocasiones, los devotos acuden a una combinación de devociones para mayor seguridad, buscando el efecto aunado de varios auspiciadores, comenzando por las mejores advocaciones de Cristo a las que se les suma la preferida de María, la Virgen, para terminar con algún santo especial, elegido de entre los más milagrosos o auxiliadores. Esta combinación propiciatoria cambia mucho de unos sitios a otros, tanto en número como en las advocaciones o santos predilectos.

No sabemos cómo ni cuándo arranca esta tradición pero, en este tiempo que contemplamos y en este lugar, había una gran confianza en el efecto salvador que se obtenía con la intercesión de una tríada especial, la que formaban los sufragios que se mandan celebrar, -por orden de importancia-, en la capilla de los Perdones del convento San Francisco de Alcaraz, en el Santuario de la Virgen de Cortes y en el Cristo de Santo Domingo37 del convento de los Dominicos de Alcaraz. Estos altares, bien de manera individual o más bien de manera conjunta, a poder ser en los tres lugares ejercían un atractivo especial. de ahí su abundante demanda.

Si hacemos un pequeño repaso al grueso de las misas dedicadas, encontraremos una gran diversidad. Diversidad por ejemplo, en cuanto al lugar donde debían decirse. El mayor porcentaje se daba en la parroquia, si bien, había un sitio en el que los robledeños confiaban sobremanera, era la capilla de San Juan de Letrán, llamada de los Perdones, del convento de San Francisco de Alcaraz. Con toda probabilidad era este uno de los llamados altares 37 El padre Pareja cuenta sobre la aparición de esta imagen que “estando una noche recogida la Comunidad, llamaron unos Ángeles, en forma humana a la Portería; salió el Portero y le dixeron avisasse a el Superior porque lo necesitaban: vino este, y sólo enconttó (sic) la Soberana Imagen arrimada a la pared en el mismo puesto que oy está; pero los Ángeles se avían ausentado”. A esta imagen se le atribuyeron en la comarca numerosos prodigios.

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privilegiados, así denominados, puesto que gozaban del privilegio del Santo Padre de que cada misa que allí se celebrase obtenía como beneficio la salida de un alma del purgatorio. Por esa razón, estas misas se llamaban “misas del alma”. Claro que tenía sus inconvenientes: era más propicio el lugar, pero también más caras las celebraciones y era así, entre otras razones, por desanimar a los testadores de la comarca de manera que no hubiera una saturación ni especialización de ceremonias funerarias.

En la Virgen de Cortes se confiaba porque a lo largo de la historia de estas gentes se había recurrido a ella en numerosas ocasiones. Hay constancia de un aumento sustancial de su devoción a juzgar por las numerosas ocasiones en que se acudió a su socorro con motivos de desastres o necesidades especiales. Desde el ayuntamiento de Alcaraz se animaba a los habitantes de las aldeas a participar en las rogativas, acompañando a la Virgen en su desplazamiento desde el santuario hasta la ciudad.

Una posible explicación de esta asociación de advocaciones de culto nos la proporciona el padre Pareja cuando detalla el “encuentro” de las imágenes de la Virgen de Cortes y del Cristo de Sto. Domingo, un encuentro que tuvo lugar en 1616 con ocasión de una rogativa de lluvias. El efecto, según cuenta este fraile, fue inmediato: nada más terminar el acto comenzó a llover. Era el mes de abril y la falta de las aguas debía ser mucha.

Las devociones favoritas

Otras veces el finado, convencido que sus solas fuerzas serían insuficientes para sus aspiraciones, solicitaba la mediación de una legión de santos y santas, además de las muchas advocaciones de las figuras de Cristo y de la Virgen o bien de sus rasgos o circunstancias. Se engloban bajo la etiqueta de sufragios o misas “devocionales”.

En este apartado había gran variedad. Entre los Cristos citados, estaban:

El Santo Cristo de los Terceros, del que no se especifica loca-lidad, por lo que debía tratarse de una pequeña talla, o cuadro, que hubiera en esta misma parroquia, aunque nunca aparezca en los inventarios.

El del Cilleruelo, que contaba con numerosos adeptos. El Cristo del convento de Santo Domingo de Alcaraz. Santo Cristo del Valle, de San Carlos del Valle (Ciudad

Real).

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Más tarde, otros que se citan son: Santo Cristo del Consuelo de Villanueva de la Fuente, con

numerosos devotos. Santo Cristo de la Inspiración de La Roda., zona de la que vi-

nieron algunas personas, bien entrado el siglo XIX. Santo Cristo del Sahúco. Santo Cristo de los Milagros del Bonillo, etc.

El Santo Cristo del Cilleruelo fue el más invocado en el XVII (8 veces). Los del Valle y del Saúco también son men-cionados. El abanico se abre a partir del setecientos pasando a ocupar la preferencia popular el Espíritu Santo (18 veces), tras el que se sitúan los de los alrededores, encabezados por el Santo Cristo del Consuelo de Villanueva de la Fuente, –al-guno de ellos recientes en la fe popular como el de los Mila-gros del Bonillo, que se dio a conocer tras los extraordinarios sucesos acaecidos en casa del panadero Antón Díaz en el año1640 y también alguno de tierras más alejadas como el de la Misericordia de Vara de Rey o la Santa Cara de Dios, de Honrubia.No había gran devoción en la parroquia a las imágenes de Cristo, de hecho son pocas las misas a ellas encomendadas, pero eso sí curiosas. El Cristo de la Veracruz es el más solicitado, sobre todo después de 1760, en tanto que el Cristo de los Terceros lo fue hasta el cambio de siglo. Y entre ambas fechas, fueron las distintas Vírgenes locales las que gozaron del favor de estas gentes cristianas.

Por lo que a las distintas advocaciones de la Virgen se refiere se solicitaba el amparo, entre otras de:

Nuestra Señora del Rosario, que junto a la de Cortes acaparan buena parte de las misas. Le siguen Nuestra Señora de la Concepción, también como la primera de la propia parroquia. Otra Virgen local que aparece con el tiempo es la de Los Do-lores.

Nuestra Señora del Tránsito, de Alcaraz. Nuestra Señora del Rosario y Nuestra Señora del Carmen, de

El Ballestero. La Virgen de Villalgordo, de Pinilla, de Montserrat, etc.

Hasta el cambio de centuria, los parroquianos se dirigen en busca de refugio en un número similar de ocasiones tanto a la Virgen del Rosario como a la de la Concepción. Las apelaciones a

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esta última fueron en adelante casi nulas –sólo seis misas-en tanto que la del Rosario sufrió un olvido relativo a partir de 1747.

En lo que concierne a la preeminencia de santos o santas, estos son preferidos y dentro de ellos domina de manera abrumadora el santo de los pobres, San Antonio de Padua, que es objeto de veneración especial en una capilla del convento de San Francisco de Alcaraz. San Antonio Abad, San Miguel, San Francisco, Sto. Domingo y algunos más conforman el total.

Las Santas son objeto de poca atención a juzgar por las últimas voluntades. Tampoco se aprecia especial predilección por ninguna de ellas ya que, las más citadas –Santa Águeda y Santa Quiteria- lo son sólo en cuatro y dos veces respectivamente. Completan el santoral femenino, Sta. Rosa, Sta. Magdalena, Sta. Catalina, Sta. Lucía, Sta. Rita, y Sta. Bárbara.

No obstante, el más invocado, sobre todo conforme avanzaba el XVIII, era el “santo de su nombre” vocación que se hacía en la creencia que esa simple coincidencia hacía merecedor de alguna de las virtudes del santo en cuestión durante la vida y por supuesto también tras la muerte. El que más y el que menos, si dispone de un número importante de misas, gusta mandar alguna casi de manera rutinaria, al susodicho santo, dándose en Ana Garví el curioso caso de que mandó dos al santo de su nombre y otra dos a Santa Ana, que venía a ser lo mismo, aunque no había caído en ello.

Por lo que toca a los santos locales, en una iglesia con pocas imágenes sagradas, son también pocas las dedicatorias a personas elevadas a los altares con la única excepción de Santa Quiteria y en cuanto a los santos varones apenas alguna mención del tenor de: “ Dos misas en el altar de San Juan Bautista de esta parroquia” –petición de Ana Ortega, en 1704- o “a San Antonio, de esta parroquia” .

Todavía podemos establecer otro apartado de difícil denominación en el que situamos las que se dirigen a las ánimas del purgatorio, a la propia conciencia por “si tenía algún cargo” o aquellas otras que muestran especial asociación con ciertos números, que en el acerbo cristiano, gozan de predilección. De esta devoción era Catalina García ya que, en 1653, dispone que se digan por su alma tres misas “en reverencia a la Santísima Trinidad”, nueve misas cantadas “a la nueve festividades de la Madre de Dios” y 33 misas rezadas “a los 33 años de Cristo, Redemptor nuestro”

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Las misas por el bien del alma del difunto son desde luego la principal preocupación y el primer y gran efecto que se busca cuando se mandan. Pero no es el único. Sobre todo en aquellos que, no se olvidan de que el mismo efecto salvífico tienen también las misas para otros difuntos anteriores, de ahí que si pueden disponer de misas en abundancia, algunas de ellas las destinen a aquellos seres queridos que le precedieron en el momento de fallecer.

Las más de las misas eran para personas con nombres y apellidos. No deja de ser una curiosidad, pero es posible conocer mediante estos encargos, quienes son los familiares mas añorados. En el seiscientos resultan ser los padres en tanto que en el siguiente, los más recordados pasan a ser los cónyuges. ¿Y a los hijos difuntos, los recuerdan con misas cuando les llega la muerte a sus padres? Los hijos, que no solían tener misas cuando morían, menos aún las tienen cuando fallecen los padres. No son extraños, sin embargo, los casos en que se cita el nombre pero no el parentesco, por lo que más que unirle lazos familiares habría que hablar de sentimientos de gratitud, a vecinos que se recuerdan pero que no pertenecen al círculo familiar y sobre todo a los bienhechores, entre los que hay que incluir, y así se citan en varias ocasiones, a “sus señores”. En aquellos tiempos había quien guardaba gratitud en la tierra y en el cielo a sus amos, a las personas para las que trabajaban, entre ellas, sin ir más lejos, encontramos a Ana García, que dedica en 1678, dos misas por “su señor y señora. “

Las memorias, sufragios para siempre.

Para siempre, o lo que es lo mismo: mientras el mundo sea mundo. Este tipo de misas a largo plazo es el contenido en memorias, capellanías, y otro tipo de fundaciones piadosas.

Resulta ciertamente extraño, pero no hay constancia de ninguna capellanía adscrita a esta parroquia, y eso que resultaban muy adecuadas para dar satisfacción a dos intereses bien contrapuestos. Por un lado, el fundador de la capellanía, hacía donación “para siempre” de una serie de bienes que iban destinados a la salvación de su alma y por otro, nombraba un clérigo, generalmente de su familia, que tenía la obligación de decir los numerosos sufragios que dejaba mandado. La administración de los bienes legados, -que de ninguna manera podían menguar-, era el jugoso sustento del capellán.

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Las memorias son otro de los instrumentos que los cristianos utilizan con el loable propósito de ser recordados, de ahí su nombre, mediante la dedicatoria de un cierto número de misas in aeternum en pro de la salvación de su ánima. Para tan ambicioso y duradero deseo era preciso invertir una serie de bienes que van a parar a la persona que en cada momento tiene esa obligación, -el cura en la mayoría de los casos cuando se destinaban a la parroquia, los familiares del fundador en el resto- . Las donaciones que se establecen en esta parroquia, por lo que conocemos, consistían en tierras, dinero o casas, cualquiera de ellos y a veces en varios de estos tipos de bienes..

Los sufragios a los que estaban sujetos se hacían en determinadas fechas que el fundador estipulaba –casi siempre en la festividad de sus santos o fiestas preferidas- y así sucesivamente cada año.

En esta localidad, las memorias son las fundaciones más numerosas, aunque mucho nos tememos que su pretensión de durar en el tiempo chocó, pasados unos decenios, con una progresiva dejación, luego retrasos, para terminar en olvido, sobre todo en los casos en que desaparecían los familiares más allegados al fundador, que tenían la obligación de exigirles el cumplimiento anual a los sacerdotes o de darles satisfacción ellos mismos, mediante el pago de propio dinero del importe de las misas ofrecidas, lo que ayudó en mayor medida al abandono de su celebración anual.

Por tanto, también en estas devociones apreciamos dos tiempos bien definidos delimitados por los primeros años del siglo XVIII. Hasta entonces fue un recurso que gozó del aprecio de vecinos acomodados que disponían de los bienes suficientes para detraerlos a los legados de sus sucesores o simplemente, no tenían herederos. Las repasaremos a continuación.

En el segundo periodo hay demasiado silencio, por lo que es muy posible que no se instituyera ninguna.

Memorias de finales del XVI 38 En una tabla de memorias de la parroquia se citan las siguientes:

“Tienen obligación: 38 Están insertas en el libro más antiguo de la parroquia, el catalogado como Rob 23, un libro “multiuso” que se inicia a finales del siglo XVI y que alberga estos contenidos: los 27 bautismos del período 1595-1600, las memorias de la parroquia con las visitas de inspección de que fueron objeto y las cuentas de fábrica verificadas hasta 1653.Posteriormente en el que esta considerado como segundo libro de la fábrica de la iglesia –Pov 22- aparece alguna información nueva sobre el tema.

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Juan Artesero, del Ballestero de cuatro misas rezadas para lo cual dejó unas casas en este lugar. Por Andrés Artesero.

El cura de una misa cantada por Santa Lucia y otra rezada por el Ángel de la guarda por Lucia Fernández que dexó unas casas donde viven los curas.

El cura, dos misas cantadas por María López y las a de ofrendar Bárbara Gómez de pan y vino para lo que dexó unas casas y tres haças.

El cura, dos misas rezadas por Alonso Guerrero para lo que dexó una haça en el Nabaxo el Espino de cinco fanegas.39

Bartolomé Artesero de Paterna, una misa cantada, dejóle 200 ducados.”

Son cinco, por tanto, las memorias existentes en esos momentos iniciales , de las cuales se beneficia en mayor medida la parroquia, asumiendo a cambio el compromiso de decir tres misas cantadas y otras tantas rezadas en la fechas que los mandantes disponen. En contraprestación reciben dos casas y cuatro hazas, una de ellas en el Navajo del Espino de cinco fanegas.

En las otras dos corresponde la obligación a sendos seglares, de apellido Artesero, quienes reciben como contraprestación distintos bienes: una casa el uno, el otro 200 ducados.

Poco después de las anteriores, todas del siglo XVI, aparece esta que sigue, que es una memoria sui géneris. La instituyó hacia 1600 María Vizcaína, mujer de Blas de Chumillas, quien llevada de su amor a Ntra. Sra. del Rosario mandó un buey y una becerra, la cual se criase hasta que “della ubiesen multiplicados 50 ducados” y con ellos se hiciese una caja y tabernáculo para la imagen de Ntra. Sra. Piadosa y calculada intención. La becerra crece, luego cría una vez, y otra, y otra….., hasta completar la suma necesaria.

Años después se da cuenta que ya hay tres reses: la becerra –que ya es vaca-, una cría y un buey. Todos al cuidado del marido de la dicha María, por lo que el deseo de la fundadora se va cumpliendo. Pero las cosas se complicaron, y así algún tiempo más tarde se dice que lo que quedaba de aquello es un buey domado, con lo que la multiplicación ya no es posible. La madre y la hija se malograron, una porque murió de puro flaca mientras que la otra se perniquebró. No hubo más solución que vender el animal imposibilitado y el buey, aunque no se alcanzara la cifra prevista.

39 Es posiblemente la más antigua si la asociamos como parece lógico, a un vecino de ese mismo nombre del que tenemos varias referencias en la década de 1510.

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Una memoria generosa: la de Juan García Márquez.

Llegados a la proximidades del siglo XVII, se produce la fundación de una nueva memoria que, por su aportación en hazas a la iglesia, iba a suponer un balón de oxigeno a las arcas parroquiales. Nos referimos a la que fundó Juan García Márquez, en 1646. Su escritura dice así:

“Juan García Márquez, vecino que fue de la ciudad de Alcaraz y morador en este lugar Robredo, dexó y mandó para siempre xamás a la yglesia de este dicho lugar todos sus bienes raíces que se hallaren ser suyos, con cargo de cumplir su testamento y que tenga obligación dicha yglesia de decirle para siempre xamás dos misas cantadas, cada una de ellas en las festividades de los gloriosos Sant Juan de Junio y de nuestro Padre Sant Pedro y para esto dexó los vienes siguientes:

Primeramente dexó unas casas de morada, linderas con las de D. Juan de Mesto.

Mas una hera atrás de la yglesia deste dicho lugar. Más una haça en la senda Pinilla de fanega. Linderos Anto-

nio Romero y Diego Galletero. Otra haça en la cañada La Monxa de çinco fanegas. Linde-

ros Diego de la Veçina y Noberto Pascual. Otra haça en el alto de La Loma de fanega y media. Lindero

Lucas de Villanueba. Otra haça en la nava el Negro. Linderos Bernabé de Garví y

Pedro Cabeçuelo de quatro fanegas. Otra haça en la Sacedilla de dos fanegas y media, linde de la

güerta de Juan López. Otra haça en la hoya Las Puertas, de dos fanegas. Linderos

D. Juan de Mesto y los menores de Francisco García. Otra haça en el carril que va a la Fuente García de una fane-

ga. Linderos Miguel de la Vecina y Tomás Sánchez. Otra haça camino de los güertos de una fanega. Lindero Es-

teban Cabeçuelo. Otra haça en la Fuente Miranda de una fanega. Linderos Mi-

guel de la Vecina Garví y Bernavé de Garví. Otra haça en el rio de los güertos de fanega y media. Linde-

ros la güerta de Bernavé de Garví.

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Sumaba lo legado unas 16,5 fanegas de secano, otras cuatro de regadío, sin olvidar la casa y la era. Una jugosa donación.

Las dos misas anuales de esta memoria, en S. Juan y S. Pedro, suponían en los años centrales del siglo XVII un gasto de celebración para la fábrica de la iglesia de unos diez reales, con escasas variaciones.40

Algunos de los bienes de esta memoria fueron objeto de un pleito fallado en el año 1700, que fue interpuesto por Francisco Gómez y Roque López, mayordomos pasado y presente en aquel año, contra Miguel de Ortega, sobre un haza que “llaman de la Sazedilla”, de dos fanegas de sembradura, la una en lo llano y la otra en cuesta en la cabezada, sitas en medio de los tajones de los herederos de Juan López.41

Otras memorias sueltas.En otros dos casos se dice escuetamente que:

“Catalina Rodríguez, viuda de Andrés López Artesero dexó unas casas principales que alindan con Diego Galletero y los menores de María de la Vecina digo Lucía, con cargo de tres misas cantadas la una el día del Sr. San Andrés Apóstol y la otra la misa del gallo y la otra el día de la Ascensión de Dios Nuestro Señor. Murió a ocho días del mes de Agosto de 1641 años.”

La que sigue, es de 1703, fecha de la muerte del difunto objeto del recuerdo perenne.

“Una memoria instituida por María de la Vecina, viuda de Bartolomé López de una misa cantada el día de San Bartolomé, sobre las casas en que vive. […] Y que corra dicha memoria in perpetuam sucediendo en la paga de dicha memoria sus herederos –tenía cuatro hijos- o arrendadores de dicha casa en cuenta del que la arrendase”. La casa no, pero la obligación a los herederos no tardó en llegar, en 1714, fecha del fallecimiento de la fundadora.

Posteriormente, los relacionados con todas las memorias citadas, fueron insertados en un nuevo libro de memorias que se mandó comprar en 1744.

40 Entre ellas la reflejada en 1649, que se elevó a 510 maravedís, esto es, 15 reales.41 Se falla que el bancal en cuestión es propiedad de la fábrica de la Iglesia, y para evitar confusiones el visitador ordena que, en adelante, se denomine “el Tobar de las quebas”. De paso se recuerda la propiedad de dos hazas de la Fuente Miranda y la del carril que va a la Fuente García a la vez que se reconoce que “en la haça de la Sazedilla, do dicen Los Prados, de doce fanegas de sembradura, es propia del dicho Miguel de Hortega” De donde se puede colegir que en algún momento este vecino, que fue mayordomo de la fabrica y posiblemente arrendador de las tierras de la fábrica, uniese ambas propiedades bajo una misma linde.

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Otros recursos de salvación.Indulgencias en jubileos y bulas

Constituyen un instrumento más de salvación a disposición de los cristianos, especialmente en la preparación de su alma de cara a la eternidad. Desde antiguo los papas habían implantado los llamados jubileos, periodos de un año entero de duración, en los que se otorgaban facilidades para el perdón de los pecados mediante la generalización de indulgencias a los que cumplían unos sencillos preceptos. Con el tiempo, estos momentos puntuales de perdón se han multiplicado y se proclaman para conmemorar las efemérides más variopintas –aniversarios de templos, obras de arte, reliquias, etc.- sin olvidar los más afamados en la actualidad: El jubileo o año santo que cada cuarto de siglo se celebra en toda la cristiandad, habiendo sido el último el que presidió Juan Pablo II en el año 2000 y el año Santo Jacobeo, declarado para propiciar las peregrinaciones a Santiago de Compostela y que se celebra en los años en que la festividad del santo cae en domingo.

La participación activa en estas celebraciones mediante la asistencia a misas, elevación de preces por la Iglesia –que es quién concede el perdón-y sus ministros y sobre todo la recepción de los sacramentos de la penitencia y la comunión, proporcionan la indulgencia parcial o plenaria de los pecados, esto es el perdón en el mismo grado de las penas que merecían. Lo mismo que las bulas.

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Ejemplar de bula de difuntos del año 1873

En realidad, es un simple papel donde se conceden a los que la compran una serie de indulgencias, gracias y privilegios, entre los que destacan ciertas licencias “temporales” en tiempos de Cuaresma– comer huevos y lacticinio en los días de ayuno, por ejemplo- y otras para el bien espiritual del comprador, pero también están muy indicadas para su prójimo, como las que benefician a las almas del purgatorio, de ahí que sean utilizadas para los difuntos.

Cuando se producía el deceso la bula solía colocarse entre las manos del difunto a modo de tarjeta de presentación, llevando incluso el nombre puesto de la persona que iba a disfrutar de los beneficios que el Papa otorgaba por el mero hecho de haberla adquirido. Entre el vecindario, encontramos como partidarios de esta gracia a Juan López Carboneras, quién ordenó en 1659 “que se tome por su ánima una bulla de difuntos” y a María de la Vecina que compró dos años después, “tres bullas de la Santa Cruzada”

Gráfico nº 10Bulas

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Fuente: Elaboración propia

Ellos fueron previsores y las encargaron con tiempo. Pero también podían gozarlas los olvidadizos puesto que, aunque el muerto hubiera sido ya enterrado, la simple compra de la bula por parte de su familia le aseguraba los mismos frutos.

En lo que toca a su adquisición, es de reseñar la gran aceptación que tenían en esta comunidad, de manera que eran tomadas cada año por la práctica totalidad de la parroquia. Así por ejemplo, en 1682 se da cuenta de que dos vecinos del lugar, en concreto los dos regidores de aquel año, Miguel de Ortega y Alonso de Chumillas, se desplazaron a Alcaraz y tras hacer el correspondiente pago a la hacienda pública42 -a razón de unos dos reales por bula- tomaron “175 bulas para sí y los demás vecinos del dicho lugar, en esta manera, ciento sesenta de vivos y quinçe de difuntos.”43Tal cantidad rebasaba, con holgura, el total de habitantes de esta parroquia.

Estadísticamente contamos con la provisión de bulas de 17 años de este periodo y más concretamente los que abarcan un siglo a partir de 1649, que aparecen en el gráfico nº 10

El promedio de bulas de vivos y difuntos que se adquiría cada vez nos da una idea bien definida de la confianza que se tenía en este medio de santificación y de salvación de las almas. La de vivos alcanza un promedio de 156 unidades y la de difuntos 16. Ambas cantidades sobrepasan a los usuarios –los adultos- de la localidad, por lo que hay que considerar que las adquisiciones se hacían de manera no periódica, pero con el miramiento de que siempre 42 Las bulas en su totalidad estaban englobadas en la Cruzada, un tributo que la Iglesia tenía concedido a la Corona de Castilla desde tiempos de la Reconquista, de ahí su nombre.43 AHPA, Sección Protocolos, Alcaraz, caja 1275, notario: Tomás Rodríguez de Moya.

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Bulas de vivos y difuntos

0

50

100

150

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hubiera en la parroquia una reserva. De todas maneras, hay contabilizadas 232 bulas de difuntos, lo que supone que –como mínimo- acompañaron al 55% de los difuntos adultos44.

Debió ser este acaparamiento un hecho repetido cada año siempre por parte de las mismas personas, en el mismo lugar, y con el mismo procedimiento, por lo que podemos llegar a la conclusión que su compra era obligatoria , o al menos no estaría bien visto el negarse a hacerlo. Los encargados de recogerlas eran los regidores de Robledo, bien los dos o más frecuentemente uno solo de ellos. Las recogían en Alcaraz, previo paso por el gabinete del notario público del número de los allí establecidos, donde firmaban la consiguiente obligación de pago de estas bulas, a las que a menudo se les nombra como de la Santa Cruzada.

El reparto entre el vecindario tenía lugar en tiempos próximos a la Cuaresma. Lo hacían los regidores personalmente o bien delegando en otro vecino, procurando enajenarlas todas por la cuenta que les traía, si no querían pagar de su propio bolsillo las que quedaran sin vender.

El número de las adquiridas varían con el tiempo, pero estaban más cerca de doscientas que de cien. En lo que sí se observa una gran variación es en lo relativo al tipo de bulas que se toman, ya que llegan a adquirirse de tres clases distintas, dirigidas a tres tipos de personas también distintas: de vivos, de difuntos y un par de veces, en los primeros años, se compró una bula de lacticinio, que tenía como destinatario el cura de la parroquia y que le facultaba para tomar productos lácteos –de ahí su nombre-en Cuaresma, algo que estaba prohibido. Las más demandadas eran las de vivos, casi todas a excepción de unas 20 que iban destinadas a los difuntos. Sobre precios, nada se especifica por lo que es posible que se pagara la misma limosna, independientemente del tipo elegido. En un principio, resultaban algo más baratas, dos reales por cada una. Después de 1657 se incrementó en casi un real más hasta alcanzar los 84 maravedís, un precio que perduraría durante el resto del tiempo que tenemos registrado.

Desde luego, el valor de cada bula no era exagerado pero no deja de ser un gasto funerario más que añadir a los ya referidos, de manera que, a la postre, es un grano de arena más en los montículos que el paso de la muerte iba conformando y que podemos totalizar en este aspecto –si sumamos lo desembolsado en estos dos siglos a 44 Fueron consumidas por los 845 difuntos que hubo en el período que abarcan las adquisiciones de bulas. De ese total, como en otras ocasiones suponemos que la mitad son personas adultas.

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un ritmo similar a los datos anotados la generosa cantidad de más de 83.000 reales, a razón de unos 415 reales anuales de promedio.

Donaciones y ofrendas religiosas

Constituyen otro instrumento de apoyo en la búsqueda de una mayor seguridad futura. La prodigalidad de los fieles para invertir en su mejor descanso eterno era práctica muy extendida y no fueron pocos los religiosos que advirtieron que bien estaba el mirar por el bien de su alma, pero que era preciso asimismo no desasistir a la propia familia privándola de buena parte de los recursos que tanto necesitaba.

A pesar de las advertencias, son muy frecuentes los casos a lo largo de nuestro recorrido, aunque presentando en cada momento ciertas singularidades. Así a lo largo del XVII, se llevan a cabo numerosas donaciones, llamémoslas “piadosas”, que se centraban sobre todo en la entrega de cera, siendo contadas las de cualquier otro tipo.

En el siglo XVIII, especialmente en los últimos decenios de la segunda mitad, aparecen menos donantes pero, en general, sus disposiciones, -muchas de ellas de interés sólo familiar- son más sustanciosas al tiempo que más variadas.

En metálico

El dinero contante y sonante, dada su escasez y poco trasiego, no se deja ver con mucha frecuencia en forma de donaciones. Aún así encontramos algunas personas que tienen a bien ofrecer algunas cantidades, casi siempre pequeñas, aunque no tan exiguas como la aportada por Ana López Artesero (+1659), quien donó sólo un real a la Veracruz, debido a su mucha pobreza.

En el resto de los casos se ofrecen en cantidades algo mayores, unas veces a las instituciones:

“Seis reales para la fábrica” “Çien reales para la iglesia45”.

También a las devociones: “Treinta reales al Cristo de Tembleque en misas”, dejó

Pascual Salido (+1695), que murió en El Horcajo.45 Las donaciones a la iglesia a veces encubren pagos o limosnas, como se les denomina por algunos servicios prestados como puede ser en este legado que hace Juana López en 1695. O este otro “Diez reales a la iglesia de limosna”. En otras ocasiones, sin embargo, aparece bien explícito. “Un ducado a la iglesia de limosna, por la sepultura” dejó Pedro Llorente (1669)

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”Çinquenta reales a San Francisco”, de Juana López en 1695.

“Çinquenta reales para ayuda a un vestido para la Virgen del Rosario”, ofrecido por Agustín de Chumillas, de El Horcajo, en el mismo año que los anteriores, 1695.

”Çinquenta reales para una alfombra para la piana del altar mayor” –mandó en 1681 Juan González.

Petra Gómez donó “a Nuestra Señora de los Dolores […] 20 reales que le debe para el socorro que necesite”.

En otros casos se oculta más que se dice, como hizo Antonio Garví cuando destinó “40 reales al cura, por lo que le comunicó en confesión”

Y algunas más hasta que, con el cambio de siglo, desaparecen totalmente con una única excepción, allá por 1782, momento en que Fernando Ortega estipuló 25 reales para dos cofradías, la del Rosario y la de “las benditas ánimas”.

La repetición de datos en algunos de los ejemplos, tanto en lo que toca a la cantidad donada -50 reales-, como al año y vecindad, -El Horcajo, 1695, nos llama la atención sobre la posibilidad de que estos legados no se hicieran libremente, de manera altruista, sino que fueran fruto de la presión de la opinión pública: una vez que conocían lo que había mandado el vecino, se sentían obligados a no andarle a la zaga en generosidad.

De bienesSon sin duda las más curiosas y frecuentes, pues nos

encontramos donaciones de todo tipo que se hacen en su forma natural. De ahí que aparezcan citados los productos más abundantes en el lugar.

En cuanto al ganado, destacan el vacuno, el de cerda y también el caprino. Una cabra hizo llegar tras su muerte en 1789, Bernabé Morcillo al “Santo Cristo de el Robredo”, suponemos que sería al de la Veracruz. Blas Chumillas, pariente del anteriormente citado hizo llegar “Un novillo para ayuda a un vestido para la Virgen del Rosario”. A veces al animal le acompaña su prole: “A Nuestra Señora del Rosario, por deuda que le devía le dexa [Catalina García, (1653)] una primala de cerda con dos lechoncitos que cría, macho y hembra”.

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Además de los ganaderos, también los productos agrícolas estaban casi siempre disponibles cuando llegaba el momento del ofrecimiento. El trigo, que es el producto más abundante, es también el que con más asiduidad se regala, aunque a veces de forma “rocambolesca”, como lo hizo Manuel Simarro, que ofreció pesar a su hija Ángela de trigo y llevárselo a la Virgen de Cortes. En ese momento, 1770, su hija apenas contaba con 6 años.

El Santo Cristo de la parroquia es el mayor destinatario de estos donativos en cantidades de media o una fanega, siempre de trigo.

Aun llevándose desde luego la palma, no eran exclusivas las donaciones a las distintas devociones de esta iglesia, sino que se extendían fuera de estos términos, como al Santo Cristo del Consuelo, de Villanueva, del que podemos sospechar que en ciertas temporadas estuvo de moda y fue objeto de algunas ofrendas por considerarlo especialmente milagroso. A Él le correspondió la mayor de las registradas, 1,5 fanegas de trigo, que le mandó María Frías en 1748.

Alfonsa María Morote, por su parte, denota un apego particular a Lezuza, por cuanto decide hacer llegar algunas libras de aceite y cera al Cristo de la Salud y a Ntra. Sª de la Cruz de aquella localidad.

De otros vecinos, a juzgar por sus donaciones, nos atrevemos a decir que ejercían el oficio de arrieros o carreteros por las devociones tan diseminadas que tienen y que no pudieron ser obra sino de alguien que recorrió con asiduidad la comarca. Entre los presuntos citaremos a Antonio Yeste, quién regala ciertas cantidades de aceite, en concreto tres libras, a Ntra. Sra. de Cortes y al Cristo del Consuelo de Villanueva, en tanto que al Sto. Cristo del Valle, al Cristo de Villapalacios y a San Antonio, de esta, le obsequia con “una alcuza de azeite”, sin contar otras advocaciones del lugar y fuera de él a las que dedica alguna misa.

Es curioso el dato de la donación al Santo Cristo del Consuelo de Villanueva de la Fuente de dos mortajas por parte de Tomás Vinuesa y de María Paz Gómez, en la década que arrancó en 1740. La asociación de esta advocación y estos regalos debía resultar muy beneficiosa en la vida del más allá en la creencia de los lugareños de Robledo.

A menudo se hace donación de objetos de tipo religioso. Una moda que comienza a hacer furor entre las gentes cristianas como consecuencia del brío religioso de la Contrarreforma. Casi todas las

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casas se adornan con todo tipo de rosarios, crucifijos y estampas de santos, Vírgenes y Cristos y en las más pudientes se adquieren libros devocionales, de vidas de santos, y algunos artículos más de esta índole, que tienen como destino el ser donados a la Iglesia.

Se regalan pequeñas obras de arte; cuadros –uno de Santa Verónica se ofreció en 1681-; o joyas como las que mandó Rosa Sánchez en 1775 para Ntra. Sra. del Rosario, consistentes en “un Santo Cristo de plata y la cruz de plata sobredorada que llevaba al cuello”.

Donativos reintegrables en misas

Son muy variados los bienes que los testadores utilizan para, tras convertirlos en dinero, utilizarlo como pago de las misas de difunto que necesitan. Sin embargo, el procedimiento es muy sencillo: se deja un bien para que el mayordomo de la fábrica se encargue de que “se aga almoneda” y su fruto, ya contante y sonante, destinarlo a lo que estaba encomendado.,

Por regla general, los que hacían estos ofrecimientos eran personas de edad y solteros. Predominan entre ellos las mujeres, más propensas históricamente a la beatería. En cuanto a cantidad y al tipo de bienes había de todo.

María la Rosa, pobre y soltera, convirtió todas las “ropicas” de su vida en los oficios de su muerte. Las dejó “…para su entierro y lo que sobrare se le diga en misas” Sobró poco, sólo para 20 misas. Era 1697. Manuela Sánchez también quiso que se le dijeran la

mayor cantidad posible de misas “después de vendida su ropa y cama “. Blas del Castillo donó todo lo que tenía –a excepción

de una capa nueva que dejó a Mateo López- con la condición de que su producto- “…se diga en misas por mí y por mi mujer”. Hubo para 214 misas. Juan Moreno lega en 1735 “una pollina cerrada”,

como único bien de que disponía, para pagar su entierro. “Que un eral que tiene se benda y su importe se diga

en misas” Ese era el deseo de Lucía Viana (+1769). Sus tres hijos no debían necesitarlo.

Son también frecuentes los legados en que se ponen en venta bienes raíces, terrenos o casas, de valor a veces considerable.

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Un ejemplo de 1726 lo corrobora. Juana García, de El Cubillo dispuso que “su casa, tras la muerte de su marido, la deja a las animas del purgatorio”. Por su parte, Pedro Alviar (+1773), natural de una aldea

próxima a Ayna, dispone que se lleve a cabo la venta de dos bancales y una casa que tenía allí.

Mandas forzosas y cera

“A las cofradías lo acostumbrado” se anota en muchas defunciones. Y lo acostumbrado no era otra cosa sino cera, o por mejor decir, hachas, hachones, velas y cirios de cera, donativo que no era, al parecer, totalmente desinteresado, porque lo que se entregaba a cada una de las cofradías, que era media libra de cera, iba a ser consumido en el entierro del mandante. Una costumbre muy generalizada a lo largo y ancho del país.

Esta donación se repite de manera casi ininterrumpida desde los primeros registros hasta 1706, en que deja de citarse para no volver a hacerlo más.

Una vez visto lo común, intentemos vislumbrar lo que aparece tras las donaciones, que no es ni más ni menos, que el mayor o menor fervor que despertaba cada cofradía en comparación con las demás. Porque si son muchas las veces en que se ofrece cera para todas, también son abundantes las ocasiones en las que el donante gusta establecer diferencias que suponemos que responden de manera directa a sus preferencias.

La más apreciada es la de la del Cristo de la Veracruz, quizá por ser la más antigua de todas. Cerca le anda la del Santísimo Sacramento, y por último la de las Ánimas. Las cantidades varían muy poco; a la cofradía de la Veracruz se le asigna, por costumbre, casi siempre una misma cantidad, media libra, mientras que a las demás algún donante gusta de hacerles alguna discriminación favorable, aunque, eso sí, nunca más allá de las tres libras.

Curiosamente y a juzgar por los datos, se observa cierta rivalidad en la década de los ochenta del XVII entre las cofradías. Y ello es así porque, ni antes ni después, suele haber mucha diferencia en las donaciones que se les hacía llegar. Sin embargo, en ese momento preciso se produjeron algunas con diferencias más que notables.

Tabla nº 38.Donaciones de cera

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IglesiaNªSª delRosario

Nª Sª de la Concepción

Sto. Cristo Terceros

SantísimoSacramento. Veracruz Ánimas

Nº de donaciones 2 5 3 2 16 19 12Libras de cera 1 3 2,5 1,5 13 18 7

Fuente: Elaboración propia

Además de la destinada a las cofradías también solía regalarse cera para alumbrar la iglesia, en el sitio que el cura determinara, y si no lo precisaba, debía ponerse en los altares indicados, que fueron, por orden de preferencia, los del Rosario, la Concepción y el Cristo de los Terceros. Curiosamente ningún otro santo, de los que disponían de altar asignado, es objeto de devoción de este tipo.

Juan Palomar, un hombre que se encontró con el auxilio divino a la hora de solventar las enfermedades de los suyos, fue un donante peculiar de cera. Llevado de su agradecimiento, mandó a NªSª de Sotuélamos “una barriga de cera.....y un braguero de cera”. Una muestra de los típicos exvotos, presentes en la religiosidad popular desde antes del nacimiento de Cristo y que se ofrecen en la forma típica, la relacionada con la parte del cuerpo que ha sido beneficiada por la devoción más protectora, que en el sentir de la gente era la Virgen María.

Hemos visto que en los testamentos religiosos y entre las donaciones y ofrendas, se producen cambios en su volumen o su contenido, de acuerdo con los distintos momentos, y con la libre voluntad de los feligreses. Aunque no todas eran voluntarias. Tal es el caso de las llamadas mandas forzosas, una cantidad por lo general muy exigua que de manera generalizada se establecía para la totalidad de la comunidad cristiana. Con lo recogido se llevaban a cabo actuaciones de índole social, como eran las de consignar dotes para el casamiento de huérfanas, el auxilio de niños expósitos o redención de cautivos presos en cárceles turcas, y también para labores específicamente religiosas, como ayudas para los frailes franciscanos encargados de la custodia de los Santos Lugares, cera para el Santísimo o ayudas para la fábrica de la parroquia. Este donativo no aparece nunca cuantificado –como casi nada en los testamentos religiosos-. La única mención en los difuntos de la parroquia de una cantidad asignada a este fin es la de 12 reales, que aparece en 1841. Estas mandas, que alguna vez se engloban como “las cinco mandas” suponían un desembolso en torno a los cinco maravedís por cada concepto, y en la parroquia lo

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más corriente es que se aludan bajo esta fórmula: “a las mandas forzosas y santos lugares, [que se le dé] lo acostumbrado”

De la recaudación destinada a redimir cautivos se encargaban los frailes del convento de la Merced de Úbeda y los Trinitarios descalzos de Villanueva de los Infantes, quienes, de vez en cuando, se acercaban por la parroquia a hacer acopio de esta suma para destinarla a la liberación de soldados españoles presos en las cárceles del Imperio turco. Una labor de la que conocemos un beneficiado muy famoso, Miguel de Cervantes.

CAPÍTULO 15. CAMBIOS Y PERMANENCIAS EN CAPÍTULO 15. CAMBIOS Y PERMANENCIAS EN LOS RITOS FUNERARIOSLOS RITOS FUNERARIOS

La religiosidad popular es poco propicia a los cambios, ni siquiera a las novedades. La muerte está unida indisolublemente a la cultura popular, dado que su llegada propicia una continua repetición de actitudes y comportamientos de hondo calado y mucha significación social lo que explica la escasa evolución de sus formas a lo largo del tiempo. Combinan elementos tan perdurables como las tradiciones locales, los ritos, las celebraciones públicas por un lado y por otro la casi inamovibles creencias religiosas, de manera que la aproximación a estas cuestiones fijadas en tiempos modernos pueden servirnos para otros más lejanos, ya que desde la tardía cristianización de estas tierras, hasta los tiempos actuales, han sobrevivido numerosas coincidencias.

De todas formas, en la naturaleza sin embargo no hay nada inmutable y el comportamiento y la mentalidad de los humanos tampoco. Y aunque hablemos de comportamientos y actitudes sociales muy arraigados, tanto en los individuos como en los grupos que conforman, también son objeto de mudanza, algo que se plasma en el devenir de esta parroquia Ya aparecen asomos en la parte final de siglo XVIII, pero es en el siguiente, cuando se dejan ver de manera transparente y manifiesta. Sabemos que, en buena medida, son fruto de la decidida actuación política de los regalistas ilustrados primero y de los liberales después, que tiene como meta embridar el excesivo poder de la Iglesia, actuando los unos sobre cuestiones de preeminencias en cuanto a los nombramientos y en pos de una mayor contribución económica al país y los otros sobre las estructuras feudales y la acumulación de propiedades que habían disfrutado hasta ese momento.

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Conocemos, si vamos a los ejemplos concretos, como se vieron afectados o desaparecieron instituciones y prácticas tan arraigadas como cofradías, conventos, romerías, cementerios, fundaciones, ritos antiguos, bienes de todo tipo, capellanías y todavía un largo etcétera., pero la dimensiones y la entidad de esta comunidad es tan limitada que sólo podemos atisbar las nuevas maneras de entender la fe en el número y en la variedad de las celebraciones litúrgicas que se demandan.

A partir de mediados del siglo XVIII, y sobre todo en la entraba del siguiente, se produce una honda transformación en lo tocante a las prácticas religiosas y más concretamente a todo lo que rodea al mundo fúnebre. Las causas parecen ser no tanto la pérdida de vigencia de los valores y de la fe, -la descristianización, que apuntan para su país algunos autores franceses –sino más bien una progresiva disminución de la presión por parte de la Iglesia sobre los comportamientos externos, que lleva a los feligreses a aflojar los vínculos asfixiantes que antes traía la muerte y suplantarlos por otros que, pretendiendo los mismos fines, lo hicieran de manera menos traumática y más privada.

Los libros de defunciones y los testamentos religiosos son testigos mudos de estos cambios, por lo que deberemos leer entre líneas y avanzar algunas interpretaciones para detectarlos, y lo más sencillo, es atender a la evolución que se observa en cuanto a la cantidad y calidad de distintos sufragios.

Misas, misas y más misas. Las misas de adultos.

Normalmente los destinatarios de los sufragios son los adultos. Así es en la mayoría de los casos. Son los adultos los que más los necesitan y son los adultos los que disponen del libre albedrío y de las posibilidades para disponerlos.

El recuento de las misas dedicadas para ellos, que previamente hemos tomado de los libros, nos va a permitir hacer una serie de consideraciones. Se han agrupado bajo esta denominación de misas dedicadas tanto las encaminadas a la salvación del alma del difunto como las devocionales, por lo que no se tienen en cuenta las relacionadas con las honras fúnebres, como pueden ser las de los nueve días, las de cabo de año y otros sufragios que denominamos como eventos post mórtem.

A la vista de los datos, son dos los períodos que se podemos observar. El primero, que abarca hasta mediados del XVIII,

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podemos considerarlo como un largo periodo de cierta estabilidad en lo que respecta a las cifras -más que notables- concernientes a la disposición de misas por los difuntos, para después producirse un continuo declive que se va acrecentando con el transcurso de los años, y que afecta tanto al total de cada medio siglo como a las cantidades individuales, sin que podamos dar una explicación a nivel local, dada la larga duración de ambos periodos. Así vemos (tabla nº 39) como el total de misas dispuestas por los muertos superan con creces las 10.000, aunque a partir de 1800 se reducen de manera ostensible quedándose en la mitad y eso que el número de personas fallecidas es mucho mayor.

Por lo que toca a los promedios de misas de difuntos entre las personas que las piden, encontramos la misma tendencia: sostenida durante buena parte del tiempo y de clara decadencia, cuando llega el siglo XIX. En los primeros decenios de siglo XVII, aun siendo cuantiosas, más de 60 por persona, no alcanzan las cifras de otros lugares del reino46, sin duda por la menor capacidad económica de este vecindario. De todas maneras, cien años después la cantidad de misas disminuye casi a la mitad.

Tabla nº 39. Promedios de misas.

 

AMisas de difunto

BNº total dedifuntos

PromedioA/B

CDifuntoscon misas Promedio

A/C1654-1699 12041 381 32 193 621700-1749 14135 486 29 230 611750-1799 11450 637 18 213 541800-1849 5901 984 6 160 37

Fuente: Elaboración propia

Ahora bien, con ser elocuente el promedio de misas que tienen los que las piden, el dato más significativo respecto al progreso de estas prácticas piadosas, se constata al comparar el promedio de misas que resulta al tener en cuenta la totalidad de los difuntos y no sólo los que demandan este tipo de sufragios (tabla nº 39, promedio A/B). De ahí resulta que los datos de partida llegan a quintuplicar a los finales (32 misas de promedio en el siglo XVII, por tan sólo seis en la primera mitad del XIX).46 En pueblos de Valladolid entre 1700 y 1750, la media de misas solicitadas por los grupos populares –los de pocas posibilidades económicas-rondaba las 128 misas. GARCÍA FERNANDEZ, M,. Los castellanos y la muerte: Religiosidad y comportamientos colectivos en el Antiguo Régimen, Valladolid, 1996.

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Gráfico nº 11Adultos con y sin misas. 1654-1849

Fuente: Elaboración propia

¿Qué ha cambiado que explique este cambio tan espectacular? No conviene fijarse en lo que hacen de manera individual,

sino que es preciso contemplarlo en su conjunto y más concretamente en el de los adultos, que son los que ordinariamente las utilizan. Visto así comprobamos que del alto porcentaje de adultos –en torno al 90%- que las encargaba con anterioridad a 1750, pasamos en el siglo XIX a un exiguo 33%.

Influye por un lado el menor número de misas que cada persona manda, pero sobre todo, lo que tiene un peso decisivo es que de cada tres adultos, dos de ellos no piden ninguna. Luego está claro que las misas han perdido en la práctica religiosa buena parte de su anterior atracción.

Sin embargo, estos resultados no son sino el reflejo de lo ocurrido a nivel nacional, aunque con una importante diferencia. En efecto, mientras que el cenit de estas prácticas se sitúa en otras tierras de España a finales del XVII, en esta parroquia se estira hasta bien entrada la primera mitad del setecientos. La causa del retraso en cuanto a los nuevos usos de esta feligresía: el alto nivel de

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analfabetismo y como consecuencia, una mayor resistencia a los cambios.

Los mayores demandantes de sufragios.

A nivel local están totalmente identificados, por lo que podemos pasar a conocer con mayor profundidad los nombres y sus circunstancias en relación con este tipo de celebraciones funerales. Las personas que las disfrutaron nos van a definir claramente quienes son desde varios puntos de vista los que manejan más medios económicos y por ende, vista la igualdad jurídica, la primacía en la sociedad local.

Y la primera curiosidad que nos asalta nos lleva a buscar los vecinos que se mandaron un mayor número de misas, y que en sus primeros 11 lugares son los que figuran en la tabla nº 40.

Tabla nº 40.Mayores demandantes de misas

Difunto Nº misas Residencia E.C. Añomuerte

Edad

Manuel Garví 521 Robledo C 1766Lucía Romero 513 Robledo V 1701Pedro Garví 505 Casalazna C 1783 34Cristóbal Martínez 460 El Cubillo S 1715 23Francisco Gómez 458 Robledo C 1722Pascual Sánchez 456 Robledo C 1704María Reyes 418 Robledo C 1700Juan Miguel Gómez 403 Robledo C 1789 63Martín López 400 Robledo S 1694Manuel Gómez 400 Robledo S 1765Nicolás Ruiz Alarcón 400 Robledo S 1786 66

Fuente: Elaboración propia

El prototipo del parroquiano de la Purísima Concepción de Robledo gran demandante de misas es por tanto un hombre –sólo aparecen dos mujeres-, de profesión labrador, casado o soltero, de edad no muy avanzada y morador en Robledo.

Lógicamente pertenecen en su totalidad a familias acomodadas del lugar, de cuya solvencia nos han llegado testimonios por distintas vías, a excepción de un jovenzuelo casi desconocido, Martín López, y de D. Nicolás Ruiz de Alarcón, cura de la parroquia y único forastero.

Estos máximos se repartieron de manera uniforme a lo largo de todo el periodo estudiado, por lo que para estudiar la

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variabilidad en el tiempo de los grandes demandantes de misas es necesario ampliar su número.

Lo hemos hecho rebajando hasta 150 el máximo de misas de manera que la cantidad de peticionarios se amplía suficientemente –en concreto hasta 57 personas- y de esta manera obtener unos resultados suficientemente clarificadores, como son los del gráfico nº 12.

Vemos que en a lo largo del XVIII se registran de manera bastante uniforme, sin embargo, en el anterior, hay unos grandes desajustes y sobre todo una escalada vertiginosa en sus últimas décadas. Pero ¿cómo es posible, en una comunidad tan pequeña comportamientos tan dispares en cuanto a la temporalidad, de un siglo a otro?

¿Hubo acaso desde 1680 hasta 1710 un periodo de bonanza económica que permitiera a los devotos incrementar sus inversiones en salvación? ¿Están sujetas estas fluctuaciones a la situación económica de los pueblos?

Creemos que no existe ninguna relación. Antes al contrario, según los datos que tenemos fueron las décadas citadas las más terribles en cuanto a la sucesión de calamidades de distinto tipo que conoció la comarca en los últimos siglos y que redujo los pobladores de estas aldeas en cantidades muy significativas. Si exceptuamos los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, nunca se vio mayor peligro de desaparición de este lugar –por simple despoblamiento- que en los años que vinieron y siguieron al de 1700. La sangría demográfica que supuso la gran epidemia de 1695: 35 muertos y sus secuelas posteriores, fueron un elemento de reflexión, quizá de miedo como en ninguna otra ocasión se había sentido y, como consecuencia de ello, agarrándose a la fe, se suscitó la contraposición de los valores espirituales y los materiales. La sensación que tenía el creyente es que era un castigo divino a causa de la acumulación y gravedad de los pecados públicos y privados.La ira de Dios era preciso aplacarla de alguna manera. Los vivos harían examen de conciencia y propósito de enmienda y llegado su final implorar con mayor ahínco la misericordia divina.

En esos terribles momentos, muchos parroquianos temerosos de su suerte optaron, como nunca hasta entonces, por destinar buena parte de sus recursos a la financiación de un crecido número de sufragios, y eso que la situación económica era también muy delicada. Son estos años, los situados en los alrededores de 1700,

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los que, a juzgar por los números, conocieron una mayor confianza por parte de los vecinos del lugar en este tipo de medios.

Gráfico nº 12Distribución temporal de los mayores testamentos.

Fuente: Elaboración propia

Misas según sexo y estado civilAl ser los sufragios discrecionales y la sociedad abiertamente

sexista, no es de extrañar que se les dedique a los hombres una cantidad mayor de sufragios, no tanto porque tenían una mayor necesidad, sino por cuestiones de prevalencia social. Así vemos como, evaluando todo el periodo, ellos reciben un promedio de unas 67 misas por difunto, en tanto que las mujeres son merecedoras de unas veinte misas menos, o lo que viene a ser lo mismo, por cada tres dedicadas a las mujeres ellos obtienen cuatro.47

Esa fue la tónica dominante, pero hubo también sus excepciones. A partir de 1800 las circunstancias cambian.

47 Resultado de dividir las 43527 misas registradas en la parroquia hasta 1850 entre los hombres y mujeres que las tienen atribuidas, en concreto 392 hombres y 404 mujeres.

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Testamentos de más de 150 misas

Tabla nº 41.Misas según sexo

Promedio misas

hombres

Promedio misas

mujeres1650-1699 72 521700-1749 72 531750-1799 69 391800-1849 33 41Fuente: Elaboración propia.

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Observamos cómo, mientras que los hombres las van reduciendo paulatinamente, las mujeres logran mantener esta costumbre hasta no solo equipararse en número, sino incluso superar en el promedio a los hombres.

Este dato quizá sea un rasgo de modernidad y a la vez de conservadurismo por parte de unos y de otras. Explicar esta aparente paradoja es posible si pensamos en las formas de religiosidad actuales en las que se da una mayor participación por parte de las mujeres en consonancia con la tradición, en tanto que los hombres no tienen tanto apego y han sido capaces de modificar con más rapidez sus usos y costumbres. Esta religiosidad más cambiante y adaptada a las nuevas circunstancias pudo arrancar, en el caso de Robledo y por lo visto en varios aspectos, en los años que siguieron a la Guerra de la Independencia con la llegada, poco a poco, del mundo liberal.

Pero... ¿influye el estado civil en esta distribución por sexos? Desde luego que sí. La situación de dependencia de la mujer respecto al hombre se nota y por eso encontramos que tanto las solteras, que dependen de sus padres, como las casadas que lo son de sus maridos, reciben menos sufragios que los hombres que están

en situación similar. Los viudos, sin embargo,

tienen un comportamiento distinto. Teniendo en cuenta que el hombre que pierde a su cónyuge mantiene, sin embargo, la capacidad económica, debería tener un promedio similar pero no es así, sino que es sensiblemente menor.

Con las viudas pasa lo contrario. Quedan en una situación peor y paradójicamente se dedican más misas. ¿Cómo explicar esta contradicción? Este hecho viene a corroborar la falta de autonomía de la mujer, que sólo cuando no está supeditada a un hombre–lo que les sucede únicamente cuando es viuda- plasma en esa mayor cuantía sus creencias religiosas, sin que su nivel de riqueza le condicione tanto como a los varones. Y el ejemplo más claro, el de Lucía Romero, mujer que gozaba de buena posición económica, por lo que mandó que se le dijeran tras su muerte –acaecida en 1701- un total de 513 misas, doscientas más que su marido Francisco Gómez, fallecido un par de años antes.

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Tabla nº 42.Misas según sexo y estado civil.

hombres mujeresCasados 72 48Solteros 65 22Viudos 54 61

? 49 38Fuente: Elaboración propia.

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Estas diferencias también se aprecian dentro de cada matrimonio.

Para intentar una aproximación al comportamiento en particular de cada uno de los cónyuges y su comparación, hemos buscado el total de los matrimonios que, habiéndose verificado en la parroquia, disponemos de las fechas de defunción de ambos esposos. Si partimos del hecho bien documentado de que el nivel económico al acceso al matrimonio es similar entre ambos, similar había de ser las cantidades empleadas en las cuestiones que nos atañen.

El esposo y la esposa suelen compartir la abundancia o escasez de sufragios. Entre los primeros destacan las 742 misas sumadas por el matrimonio formado por Manuel Garví y María Paz Gómez, mientras que la penuria fue compartida en muchas más ocasiones, sin ir más lejos y por ser el matrimonio más antiguo –se casaron en 1690- citaremos el caso de Catalina Hernández Cruz y Pedro Palacios, que no tuvieron ninguna por su condición de pobres.

Tabla nº 43.Misas de los cónyuges.

F

F Fuente: Elaboración propia.

Aunque hubo, como es natural, matrimonios con cantidades muy dispares entre los cónyuges. Entre las “favorables” al marido se lleva la palma Fernando Ortega, quien disfrutó de una cifra reservada a muy pocos -380 misas- en tanto que su mujer, Lucía Viana tuvo que conformarse con 50, una cifra modesta para las posibilidades de la familia. En los matrimonios con mayor dedicación a la mujer descuella como ninguna, Juana Guillén que aventajó a su esposo en 157 sufragios, justamente los mismos que

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Matrimonios con datos

Misas(promedio)

Maridos Mujeres1673-1699 35 93 591700-1749 56 73 391750-1799 38 38 24

Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

recibió ella puesto que su marido, Lorenzo Gómez, no gozó de ninguno, con la justificación de ser pobre.

Las misas que se dedican unos y otras, también siguen la misma tónica descendente con el trascurso del tiempo, que ya hemos comentado. Lo que prácticamente no varía, es la diferencia entre ambos sexos dentro de cada matrimonio, por lo que podemos concluir que, dentro del matrimonio, las mujeres sólo alcanzan en su inversión en misas las 2/3 de lo que lo hacen sus maridos, un dato que además coincide plenamente con lo averiguado entre sexos, sin distinción de parentesco.

Misas según la condición social

Los registros de adultos nos dan muestra de lo heterogénea que era la población local, no sólo por las diferencias en cuanto al poder adquisitivo que los distintos números de misas dejan traslucir, sino porque se divide al vecindario en dos grupos bien diferenciados. Tenemos por un lado al grueso de los parroquianos, personas de las que nada en especial se dice, y que podemos denominar como “no pobres” y por otro, los necesitados, a los que se les identifica con etiquetas tales como “pobres”, “pobres de solemnidad” o los que son atendidos de “limosna”.

Y aun cuando la intención del sacerdote es otra distinta, podemos aprovechar sus anotaciones para hacernos una idea de la presencia y evolución de la pobreza a lo largo de este amplio periodo.

Pobres siempre hubo, pero según apreciamos conforme

pasaban los siglos, su número se incrementaba. Parte del incremento es achacable al aumento de la población del caserío, pero eso no lo explica todo.

Tabla nº 44.Pobres y no pobres. (%)

Miguel Cambronero Cano Pág. 85

AdultosNo pobres Pobres

PERÍODO Nº % Nº %

1650-1699 200 176 88 24 12

1700-1749 250 198 79 52 21

1750-1799 287 206 72 81 28

1800-1850 485 313 65 172 35

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Fuente: Elaboración propia.

El porcentaje de pobres aumenta sustancialmente desde unos primeros niveles muy bajos, hasta abarcar la cuarta parte de los pobladores en el siglo XVIII; un porcentaje que se aproxima en mayor medida a los valores normales en otras zonas del país. Lo que ya es significativo, pues no hay que olvidar que por pobres se entiende a toda persona que por sí mismo no es capaz de llevar una mínima calidad de vida, y que para alcanzarla o recibe la ayuda de los demás o simplemente se deteriora su salud y como resultado de ello su supervivencia.

Lo peor, sin embargo, llega a partir del siglo XIX, momento de grandes cambios sociales –positivos a priori- y en el que el vecindario obtiene el nuevo estatus político de villa. A pesar de todo ello, es en los años cercanos a 1850, cuando Robledo alcanza unos niveles de pobreza que se acerca al 50 %48, y que lógicamente no son achacables a su nueva categoría, sino más bien, al fuerte aumento de población que sufrió con la llegada de contingentes provenientes de distintos municipios de La Mancha albaceteña, según se trasluce en los libros de registros. Los nuevos vecinos, que huían de las dificultades de las comarcas del llano, no encontraron aquí su particular tierra de promisión y engrosaron en buena medida, la ya de por sí numerosa lista de jornaleros.

Gráfico nº13Pobres y no pobres, con misas y sin misas. (% de los difuntos adultos)

48 En el periodo 1836-1850 de los 150 adultos que fallecieron, 70 tenían la condición de pobres o fueron enterrados de limosna.

Miguel Cambronero Cano Pág. 86

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Fuente: Elaboración propia

Este deterioro en las condiciones de vida de los vecinos lógicamente se refleja en sus prácticas religiosas. Y el disfrute de misas por el alma del difunto pasa de ser una costumbre casi general en el siglo XVII, puesto que lo hacen todos los que pueden –salvo un exiguo 1,5 %- y casi la mitad de los pobres, a un panorama bien distinto a mitad del ochocientos, en donde sólo un tercio de los adultos las solicitan, quedando casi la totalidad de los muchos pobres sin ellas.49

Las misas de jóvenes y niños

El Antiguo Régimen, como sociedad tremendamente clasista, no solo establecía diferencias por razones de nacimiento, de las disponibilidades económicas, de la profesión y del sexo, sino que también hallaba en la edad otro referente del que extraer desigualdades, que se ponen de manifiesto en todos los órdenes, y por supuesto, en momentos trascendentes como estos. Y no ya en cuanto al entierro propiamente dicho, del que prácticamente no se dan datos y si acaso se indica que es un entierro ordinario, entendiendo por tal el que la iglesia tenia ordenado para todos, incluidos los pequeños, con la única excepción conocida de Alfonsa Oncala – de 9 años- a quién, con la ocasión de su muerte en 1770, se le hizo “entierro mayor”. Tampoco en las ceremonias primeras, que se multiplican sin nada noticiable, si acaso alguna misa de cuerpo presente –muy pocas- con o sin su vigilia.49 Los pobres que en la 1ª mitad del XIX son el 34% de la población, solo un uno por ciento recibe alguna misa

Miguel Cambronero Cano Pág. 87

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Los niños y jóvenes menores de 16 años, aunque en poca cantidad, también fueron objetos de celebraciones por la salvación de sus almas. Por su condición de menores eran, a todos los efectos, dependientes de sus padres o tutores y al no tener ingresos propios, se ven privados de disponer inversiones para el mundo futuro, en especial los más pequeños, que por no tener carecían incluso de pecados de consideración por lo que de manera casi generalizada y hasta los 11 años no eran objeto de sufragio funeral alguno. De Tomasa (+1731) sabemos que, “...por sus cortos años (su padre, Tomas Vinuesa) no le puso ninguna misa”. Tenía nueve años.

A partir de esa edad se incrementa de manera significativa el porcentaje de los que reciben sufragios, conscientes de que ya les eran necesarios, por lo que las diferencias sociales comienzan a plasmarse. Valga el caso de los cuatro niños menores de 10 años que conocemos. Todos ellos pertenecían a las familias más acomodadas del lugar, concretamente a las encabezadas por Francisco y Lorenzo Gómez, Pedro Martínez y Pedro Garví.

Los padres, aunque no estaban obligados a hacerlo, quisieron mediante este acto mirar por el bien de sus hijos difuntos pero también destacarse por esta dedicatoria novedosa, realizando el consiguiente desembolso que, sólo algunos se podían permitir. Agapito Garví, de 11 años, recibió tres misas “en el altar mayor de esta iglesia” y responso todo el año, a partir de su muerte en 1774. Su padre, Manuel Garví, encabezaba la lista de los vecinos de Robledo en poder económico cuando se hizo el Catastro de la Ensenada.

No hay que perder de vista, no obstante, que los que las recibieron fueron tan sólo 22, una cifra minúscula si pensamos que el total de fallecidos fue de 1216, pero aunque en pequeña escala reproducen los mismos tics discriminatorios y la misma evolución que hemos percibido en los mayores

Hay un predominio de varones sobre las hembras, (13 y 9) y también se aprecian diferencias en cuanto a la edad. Los receptores son en su mayoría de edades cercanas al periodo adulto, en tanto que los pequeños no tienen ninguna.

Tabla nº 45.Difuntos no adultos de edad conocida con misas.

Grupos de edad Nº de difuntos Con misas%/total

grupo de edadDe 0-5 años 542 0 0

Miguel Cambronero Cano Pág. 88

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De 6 a 10 60 4 7De 11 a 15 32 15 47De 16 a 20 34 17 50De 21 a 25 25 19 76

Totales 693 55 Fuente: Elaboración propia

Y como no podía ser menos, también en los menores se aprecia un pequeño bajón a lo largo del siglo XVIII y el desplome que hemos visto repetidas veces en la centuria siguiente.50

Para la parroquia y en otros grupos de edad, estas prácticas se van generalizando y por ello a casi la mitad de los jóvenes menores de 20 años les mandaron misas en pro de su descanso eterno, un porcentaje que se incrementa hasta alcanzar cifras bastante próximas a la de los mayores de edad.

Los curas difuntos.Si los registros dieran para ello, se podrían hacer

averiguaciones relacionadas con las distintas profesiones y grupos sociales, pero solamente contamos –aunque escasos-con los relacionados con los curas difuntos en la parroquia. A priori, como personas religiosas en mayor medida que la feligresía por su preparación y su oficio, le suponemos que en esa mayor medida debe participar de beneficios y mandatos de la Iglesia de cara al final de sus vidas. Por lo tanto, los imaginamos mucho mejor preparados ante ese momento, en lo que toca, por ejemplo, a la recepción de los últimos sacramentos salvíficos y a las postreras honras fúnebres y sufragios por su alma, así como una mayor disposición al ejercicio de la caridad, expresada a través de las mandas y legados. No son muchos los casos, aunque sí lo suficientemente significativos y desde luego variados. Hay escasa recepción de sacramentos. Se ven más sorprendidos que el resto del vecindario de la llegada de la innombrable, que de alguna manera pudo ser debida a la ausencia de religiosos en ocho kilómetros a la redonda, que pudieran haberles auxiliado llegado el momento.

Tabla nº 46.Curas difuntos.

Nombre Año Misas Sacra- Mandas Albacea

50 De hecho no se recoge ningún caso en la primera mitad del siglo XIX. En el anterior suman 14 y en el seiscientos se registran ocho.

Miguel Cambronero Cano Pág. 89

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def. mentosLdo. García Criado

1662 16551

(mandadas)Enterrado gratis

Ldo. Andrés Gª Carrión

1694 100 Todos 75 reales a voluntad de su albacea

Uno, de Alcaraz

Ldo. José Valero 1712 No figuran. Ninguno Enterrado de limosnaLdo. Fdo. Antº. Busto y Aguilar

1773 15, que mando su

hermano, el cura.

Ninguno No testó

Ldo. Nicolás Ruiz de Alarcón

1786 400 Todos Deja una casa a la Stma. Trinidad y la mitad de sus bienes a los pobres

de Robledo

Tres, uno de Alcaraz y dos

de Robledo

Ldo. Antº. Cerro 1795 No figuran. Sólo penitencia

No testó

Fuente: Elaboración propia

Y consecuentemente tampoco tenían previsto nada para después del óbito, vía testamento. Sólo dos, aquellos que han suscrito testamento, han confiado en las misas salvadoras y las encargan en cantidad apreciable, muy por encima de la media local. Los otros cuatro no se han molestado, no tenían bienes para testar52

o no han podido hacerlo. Como resultado, dos curas son enterrados de limosna, sin más sufragios y de los otros dos, sólo se dicen por ellos las misas que les quieren mandar otras personas. El visitador es uno de ellos y su mandato 165 misas en 1662; el otro es un hermano del cura difunto que le manda la exigua cantidad de 15.

Resultan paradójicos estos resultados que sólo coinciden en el lugar preeminente en el que fueron depositados sus cadáveres, “en el sitio reservado a los curas” y que era en el primer tramo y más concretamente en la capilla. También se deja traslucir su estrecha relación y dependencia respecto a Alcaraz, no sólo por ser la patria chica de alguno53, sino también por la ubicación de la iglesia matriz y la presencia de numeroso clero, compañeros y amigos, de los que echan mano como albaceas si llega el caso.

La calidad de los sufragios:Misas ordinarias y extraordinarias.

51 De todas ellas, mandadas decir por el visitador, solo se dijeron 22 en la iglesia de Robledo.52 Caso más que probable del Ldo. Fernando Antonio de Busto y Aguilar, hermano del cura y cura asimismo él, que murió en Robledo. De este Fdo. Antonio sabemos que dos años antes había sido obligado por sentencia a dar a un religioso de Alcaraz la importante suma de 3322 reales. AHPA. Sección protocolos, caja 1331, José Rodríguez Bellón, notario de Alcaraz, 1771.53 Con los apellidos de Busto y Aguilar aparecen varios notarios públicos de Alcaraz durante el siglo XVII y XVIII.

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Las misas por el alma del difunto constituyen la mayoría de los sufragios. Ahí, en la tabla nº 47, se aprecia en un porcentaje superior al 88 % del total, si bien ha de tenerse en cuenta que además de las que se especifican claramente con esa denominación, la misma intención tienen las que el difunto ha previsto celebrar en lugares especiales, o para protectores determinados, que no buscan más que el beneficio para su ánima que le pueden proporcionar estos lugares y personas santos y que conforman el 12% restante.

Tabla nº 47.Destinatarios de las misas (hasta 1800).

Fuente: Elaboración propia

Pero con pequeñas fluctuaciones. Mientras que en los años del 1600 suman el 84%, el porcentaje con ser muy grueso, no va a dejar de crecer hasta acaparar la práctica totalidad de las misas mandadas (tabla nº 48) y que hay que relacionar con el descenso en el total de sufragios. Debieron pensar que, ya que había menos

misas, no podían dedicarse sino al propio difunto. Pero había otros tipos de sufragios.La Tríada de Salvación. Estas misas que tuvieron su mayor seguimiento en el

XVII -756 misas de un total de 1661-, fueron más del gusto de las mujeres, que de los hombres. Porcentualmente suponían más de un

Miguel Cambronero Cano Pág. 91

Dedicación Nº de misas %Alma 33.388 88,3Tríada de Salvación 1661 4,4A personas 1256 3,3Almas del Purgatorio 484 1,28Cristos y Vírgenes 314 0,8Santos y Santas 272 0,7Por cargos/otros 253 0,7Ángel de la Guarda 193 0,5

TOTAL 37821 100

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6% en un principio, que no va a hacer sino descender a continuación hasta el 1,3 % final, por lo que teniendo en cuenta estas cantidades, podemos concluir que esta asociación, tan apreciada por los lugareños, se quedó reducida a la quinta parte.

Tabla nº 48.Destinatarios de las misas. (Por medios siglos y porcentajes)

Alma TríadaAlmas

PurgatorioPor

Personas Cargos/otrosSeres

celestiales

1654-1699 84,5 6,2 1,4 5,7 0,5 1,8 100 %

1700-1749 85,7 5,2 1,9 3,7 1,1 2,4 100 %

1750-1799 96,1 1,3 0,5 0,3 0, 1,8 100 %

Fuente: Elaboración propia

Le siguen en cuantía numérica las dedicadas a las personas difuntas.. De todas maneras, este sentimiento altruista fue perdiéndose paulatinamente de manera que llegado el 1800 no había prácticamente misa alguna en este apartado.

A las ánimas del purgatorio se les dedicó un total de 484 misas que, van viniendo a menos conforme avanzan los decenios, hasta casi desaparecer. En el siglo XVII conoce momentos de general seguimiento con otros de total olvido, pero son más los seguidores de este nuevo sentimiento celestial porque todos han de pasar por lo que muchos se acuerdan de él, si bien con poco ímpetu, con pocas misas -nunca se superan las 10. En el medio siglo siguiente, ocurre lo contrario, el número de mandatarios de misas disminuye, pero su inversión o creencia es más fuerte –hasta 90 misas a las benditas ánimas mando Marcos López en 1730.

Y al Ángel de la Guarda. A ese ser inmaterial y guardián continuo de las personas se le destinaron 193 misas repartidas gota a gota –rara vez se mandan más de una por persona-, pero estaba muy presente en los testamentos religiosos.

Por último, se mandan una serie de misas inclasificables desde el punto de vista religioso, pero que tienden a buscar con mayor ahínco el perdón del Padre. Son aquellas en las que se busca el descargo de la conciencia “por si tenía algún cargo” “para descargo de mi conciencia” “para lo que el cura ya sabe”. Estas conciencias pesarosas a veces lo son en grado sumo, a juzgar por las 154 que manda para su descargo un feligrés a comienzos del siglo XVIII. Otros ocho decidieron pedir lo mismo, eso sí, en cantidades mucho más modestas.

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Con el andar del tiempo, el efecto redentor de las misas debió ir perdiendo eficacia en la feligresía, por lo que el número de ellas se fue reduciendo de tal manera que en la segunda mitad del siglo XIX, son pocos los difuntos a los que se les dicen más de una docena de misas. A la vez, se va perdiendo la costumbre de pormenorizar su dedicatoria en el libro de defunciones, posiblemente porque fueron todas consideradas como socorro del alma, desapareciendo por tanto las devocionales y las dedicadas al provecho de otras almas.

Otros eventos fúnebres.

Entran en consideración las misas de difunto, los otros sufragios ordinarios que se celebran en esta parroquia – misas de 9 días y cabo de año, además de responsos y añales-, los extraordinarios que igualmente se celebran en esta iglesia, como son aniversarios, ternarios, novenarios, etc. Otro grupo lo constituyen los sufragios extraordinarios que se celebran en los altares de privilegio –los dedicados a la Tríada de Salvación- y por último las donaciones a la Iglesia en sus distintas modalidades.

Los lugareños fueron perdiendo poco a poco los hábitos que se constatan en el siglo XVII. Se da en el siglo siguiente un lento pero progresivo declinar de los principales indicadores, siendo el más destacado ese 30 % de adultos que ya no se acompañan de misas por su alma, cuando antes prácticamente todos lo hacían.

Tabla nº 49.Misas y otros eventos fúnebres

  DIFUNTOSAdultos Con misas

por su alma% Con otros

eventos%

1653-1699 200 183 92 112* 561700-1749 250 213 85 120 481750-1799 287 205 71 106 37

Fuente: Elaboración propia

*Están recogidos de manera continuada a partir de 1673. En los años anteriores no se tenía por costumbre el dejarlas asentadas en los libros, de hecho solo se contempla en siete registros.

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Ocurre lo mismo con el resto de celebraciones. Si en un principio más de la mitad de los difuntos era socorrido con otros tipos de sufragios, cuando finaliza el siglo XVIII, el número queda reducido a poco más de un tercio. Parece como si la gente fuera perdiendo la confianza en las posibilidades de algunas prácticas religiosas.

Parece observarse que durante las primeras décadas, eran muchos los que usaban de tres tipos de ayudas para acceder a la Casa del Padre, las misas ordinarias –casi siempre en la parroquia-, otros sufragios como responsos o añales y las misas extraordinarias que se celebraban en distintos altares de Alcaraz, pero con el tiempo van a ir desapareciendo estos últimos eventos fúnebres de manera que, al final de nuestro camino, el adulto suele pedir una serie de misas por su alma y acompañadas sólo por las consabidas misas de los nueve días y cabo de año.

Tabla nº 50.Eventos Post mórtem

  Sin misas 1 evento(Sólo misas por

el alma)

2 eventos.(misas y otros sufragios en la

localidad)

2 eventos y:-Sufragios extraordinarios en la parroquia, o/y-Tríada de Salvación ,o/y-Donativos.3 eventos. 4 eventos 5 eventos.

  Nº de difuntos

% Nº de difuntos

% Nº de difuntos

% Total % Nº de difuntos

% Total %

1653-1699 16 8 72 36 45 23 61 30 5 2,5 1 0,5

1700-1749 37 15 57 22,8 77 31 71 28 7 2,8 1 0,4

1750-1799 80 28 84 29 86 30 34 12 3 1 0 0

Fuente: Elaboración propia

¿Qué puede explicar estos cambios de comportamiento? ¿Son razones de tipo religioso? No parece que tenga nada que ver, a juzgar por la fuerza y presencia que la religión católica siguió teniendo en todos los órdenes, y que el pueblo en ningún momento puso en cuestión. La propagación de otras ideas, que pudieran ayudar a su explicación a otros niveles, a esta parroquia no llegaron.

¿Serán cuestiones económicas? Desde luego no hubo cambios apreciables en este sentido, de manera que lo mismo que se invirtió de manera generosa en un principio, de igual forma pudo hacerse

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después. Tampoco hubo, al parecer, un excesivo encarecimiento de las distintas celebraciones.

¿Entonces? Es difícil la respuesta, pero quizá tenga alguna relación con los apartados anteriores. La parafernalia pro-salvación era muy exigente, dado que detraía cuantiosos ingresos a las familias que se veían afectadas. El paso del tiempo pudo demostrar que eran compatibles una cosa y la otra y la manera más fácil de conseguirlo era admitir que las prácticas post mórtem en un principio eran excesivas por lo que, pudo llevarse a cabo una reducción de algunas de ellas sin la oposición del clero, una oposición que sí se hacía notar en el seiscientos. Por lo tanto, pudo ser la distinta actuación de la Iglesia, más sensible ahora a favorecer a las familias –algo en lo que coincide con las autoridades civiles- la que explique ese cambio de tendencia.

Limosnas para las misas

Las misas no eran gratuitas, había que pagarlas. No todas valían lo mismo. Las más solicitadas y baratas eran las misas rezadas. Las votivas, las cantadas y las de privilegio eran bastante más caras. El precio estipulado, que dudamos que estuviera en algún arancel o catálogo, debió ser considerado más como una colaboración, que como una tarifa. De hecho, el vicario y visitador manda llevar un control escrupuloso de las misas, por lo que, en adelante, quedan reflejadas de manera pormenorizada en los libros de la parroquia, aunque no se hacía lo mismo con el dinero recaudado por su cumplimiento.

Aparecen registradas las misas de privilegio al final del periodo. “En altar de privilegio, dos misas” manda Antonio Yeste en 1768 sin estar equiparada con la socorrida capilla de los Perdones, ni tan siquiera con la de Cortes. Estos dos centros eran objeto de deseo de las gentes de la comarca, no tanto por el rendimiento que se obtenía, sino por la devoción que suscitaban y que se evidencia a veces en la limosna que se allegaba para cada celebración: siete reales, llegándose incluso hasta los doce .

“Treinta y cuatro misas por su alma. La mitad de ellas se paguen a dos reales” manda Isabel Martínez en 1655. Tiempo en el que, los precios eran otros, sin embargo, se va extendiendo la costumbre de dar dos reales por las misas, que en poco tiempo se haría general.

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La Iglesia, como juez y parte en estos asuntos, aconsejaba por un lado la moderación, tildando de vanidad los excesos, de racanería la escasez y de falsa modestia el actuar cicatero de los dueños de caudales largos, que en cuanto al número de misas dedicadas se acometía. No obstante, como institución supra-social que debía tender a mantener el status quo existente, que no era sino el del orden en la desigualdad, reconocía como necesario que cada persona debía invertir en los sufragios mortuorios de acuerdo con su calidad y hacienda.

Los precios a pagar por este servicio, que al ser de obligado cumplimiento por parte de los curas, estaba considerado como “limosna” a pesar de que incluso se llegaron a confeccionar aranceles donde quedaban cuantificados, no experimentarían grandes variaciones en el tiempo, permaneciendo durante buena parte del XVII en torno a los dos reales por cada misa rezada, que se incrementarían a partir de 1660 en 14 maravedís, destinados a sufragar los gastos generados por su celebración (vino, hostias, velas, ornamentos, etc.) y los agentes secundarios que intervenían (colectores, sacristanes, etc.) y que en esta parroquia fueron a parar a las arcas de la fábrica. La parte que corresponde al cura por su trabajo, dos reales, nunca aparece en las disposiciones testamentarias. Posteriormente predomina la tasación en dos reales, sin que podamos de momento precisar si suponía un abaratamiento de la tarifa o de si, por el contrario, seguía sin hacerse mención de lo que percibía el oficiante, que de estar incluido, elevaría el coste total por encima de los cuatro reales. Y si la misa era cantada su valor se incrementaba entre medio y un real más.

A finales del siglo ya aparece algún generoso que da tres reales de limosna. A partir del siglo XIX, se encarece aún más, hasta pagarse cuatro reales por cada misa oficiada54.

Otro elemento encarecedor de las misas, celebración litúrgica por antonomasia en dedicación a los muertos, era la edad del finado, haciendo distinción en si era “niño” o adulto, siendo totalmente indiferente a este respecto el sexo. Las exequias de los pequeños eran mucho más económicas.

Todo lo contrario de las concelebradas. El concurso de varios curas en estos momentos tan delicado era algo muy apetecible por el finado, puesto que creía que su efecto iba a ser mucho más fuerte.

En otro orden de cosas, y siguiendo con las inversiones para la otra vida, a los feligreses se les presentaba otros medios para

54 Así al menos figura en registro de defunción de Alfonsa Victoria Losa.

Miguel Cambronero Cano Pág. 96

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conseguirla como las bulas de difuntos. En 1646 figura un gasto de 85 maravedís que se invirtieron en la compra de una bula de difuntos para un benefactor de la parroquia, Juan García Márquez, que hacía muy poco que había muerto.

La Iglesia vigilaba celosamente que las condiciones económicas de las últimas voluntades estuvieran bien claras, llegando a extremos vergonzantes, sobre todo en los lugares más populosos, por la competencia directa que se daba entre parroquias, conventos o ermitas para atraer la voluntad del difunto, sus misas y sus consiguientes derechos55.

Las misas de difuntos estaban en esta parroquia bajo una doble supervisión: la que toca a su cumplimiento era llevada a cabo por el vicario y visitador, mientras que la concerniente a la distribución de misas y su cobro, correría bajo el control del párroco de la Santísima Trinidad, al fin y al cabo era la iglesia matriz y muchos de los sufragios se celebraban en Alcaraz. Todo ello sin menoscabo de las que por derecho correspondían en exclusiva a la parroquia del lugar, las misas de cuartas.

Las misas mandadas celebrar en la Purísima Concepción corrieron a cargo en su mayoría por su titular. El cura teniente disponía del tiempo suficiente para ello, aunque si se acumulaban el número de sufragios por excesiva mortandad o testamentos muy nutridos, solía repartir parte de la carga de misas a otros religiosos, mereciendo a veces la reprobación del vicario56. Del testamento de Ana Ortega de 1712 el cura afirma que “20 misas que de mi orden celebró por este testamento Andrés de los Herreros”.

Este tipo de acciones eran expresión de una perfecta colaboración entre sacerdotes: reparten misas a otros compañeros cuando tienen demasiadas para celebrar, reciben misas cuando les sobran a sus colegas.

Pobreza, fervor y muerte.

No disponemos de cifras que puedan aproximarnos a conocer el monto económico que el rastro de la muerte ocasionaba en las familias de este pequeño lugar, pero en todo caso se trata de

55 MARTÍNEZ GIL, F., op. cit., pág. 28. Las constituciones sinodales a veces tienen que legislar sobre estos casos, algunos sangrantes, llegando a determinar que “no entierren a un difunto si sus albaceas no pagaban a la parroquia la cuarta funeral u no facilitaban una copia de las clausulas testamentarias relacionadas con los derechos y legados que a la Iglesia correspondían”.56 En 1698 avisa “al cura theniente de las misas de quarta que entran en su poder de los testamentos, no dé ni saque fuera misa alguna”.

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cantidades de alguna importancia. De entrada, era un gasto generalizado. No había familia grande o pequeña que no tuviera que pasar por el doloroso trance de la muerte de alguno de sus seres

queridos y de todo lo que eso conlleva. De manera que estableceremos en primer lugar el prototipo local de familia, a la que asociaremos unos hechos fúnebres medios que serán resueltos mediantes mandatos funerarios y gastos asimismo de tipo medio.

La familia típica de la parroquia estaba formada -según los datos extraídos de sus registros en un período amplio y representativo-57, además de por los padres, por 4,1 hijos habidos en el matrimonio como promedio, de los cuales 1,5 morían en los primeros años.

Tabla nº 51.Gastos fúnebres por familia (en reales).

57 Demografía de Robledo 1595-1952. Datos de familias establecidas mediante una adaptación del método de reconstrucción de familias. Los datos corresponden a un periodo intermedio del tiempo que abarcamos, concretamente a la primera mitad del siglo XVIII (1700-1749).

Miguel Cambronero Cano Pág. 98

Concepto Nº Precio TotalEntierro adultos 2 18 36Entierro niños 1,5 9 13,5Sepulturas para adultos 2 22 44

Id para niños 1,5 11 16,5Otras celebraciones adultos 2 12 24

Misas (marido) 72 2 144Misas (mujer) 53 2 106Bulas 2 2 4Otros gastos menores (donativos, cera, etc.) 4 4,5 18

Total 406

Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Fuente: Elaboración propia

Por lo tanto, la desaparición física de una familia supone la muerte de los dos cónyuges y 1,5 de sus hijos, que son enterrados en el segundo tramo de la iglesia, originando un gasto de 66 reales a razón de 22 cada adulto y la mitad los niños.

Las ceremonias se reducen a cuatro misas de cuerpo presente, a 18 reales de donativo, más los sufragios de corto plazo y cabo de año de los adultos –que valoraremos en otro tanto - y 62,5 misas por sus almas, a dos reales cada una, sin olvidar sendas bulas de difunto para los mayores. Por último y para el pago de ofrendas, velas para las cofradías y las mandas forzosas estipularemos otros 12 reales para los mayores y 4 para los niños.

Algo más de 400 reales suman los gastos que el paso de la muerte ocasiona en una familia media, de los cuales 240 son librados en el tiempo que la familia está formalmente constituida -aún queda al menos uno de los cónyuges-, que en esta localidad y periodo es de 16,4 años. Lo dicho supone un gasto anual de 14,6 reales, una cifra de poca consideración.

Los gastos funerarios estipulados a cada familia -que son bastante restrictivos-, de haberse repartido de manera proporcional mientras el matrimonio estaba completo, no hubiera supuesto demasiado esfuerzo, sin embargo los gastos se disparan en dos momentos puntuales, que coinciden con el año del fallecimiento de cada uno de los cónyuges, lo que supone cada vez que llega, un desembolso cifrado en torno a 190 reales, los ingresos de la familia de todo un trimestre. Menos mal que cuenta con la ventaja de que el mayor dispendio, el de las misas, era posible hacerlo con alguna posterioridad a su celebración, un plazo tanto más largo cuanto mayor era el número de misas. Así y todo, suponemos que en ocasiones costaba un buen esfuerzo a los deudos. Son frecuentes las anotaciones donde se avisa de misas pendientes de cobro. Sin embargo no hay indicio de morosos en este apartado, lo que da idea de la buena disposición y el excelente cumplimiento de estas obligaciones por parte de los vecinos.

Comparativamente y sin excesivo rigor, podemos afirmar que lo que hoy cuesta morirse en España, unos 2500 euros,58 es

58 http://www.adn.es/dinero/20071028/NWS-0579.html

Miguel Cambronero Cano Pág. 99

Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

sensiblemente más barato que en el periodo que nos ocupa, puesto que sólo supone un gasto que equivale a un mes y medio del salario medio español, establecido en 1922 euros59. Conviene no olvidar las enormes diferencias entre ambos niveles de vida. El actual, cuando flaquea se asoma a la estrechez y la pobreza pero el antiguo cuando iba a menos lo hacía al hambre y a la angustia de la supervivencia.

De todas formas, y como conclusión, el total de los gastos que el rastro de la muerte suma, 406 reales, suponen el 60 por ciento de los ingresos familiares de un año, que terminan de abonarse cuando llega el final de la unidad familiar, esto es, cuando muere el cónyuge viudo, un hecho que ocurre a los 30 años de haberse formalizado el matrimonio.

¿Era necesario semejante gasto? ¿No empobrecía a las familias estas prácticas relacionadas con la muerte?

La conveniencia o no debemos dejarla al libre albedrío del vecino de entonces, puesto que sólo él conocía el volumen de su fe y de sus ahorros y la esperanza que en todo ello depositaba.

Sin embargo, el impacto negativo sobre la economía familiar es indudable, habida cuenta, que en numerosas ocasiones estos dispendios se realizaban con un gran esfuerzo y dejando exhaustas las arcas –mejor dicho, las faltriqueras- de las familias.

¿Y cómo lo permitía la Iglesia? Seguramente era consciente de la situación pero anteponía los bienes espirituales a los materiales sin percatarse que, involuntariamente, sumían a los feligreses poco a poco, a situaciones de mayor pobreza, algo que es fácilmente constatable en esta parroquia, sobre todo en la primera mitad del siglo XIX. Un momento en el que tiene lugar una aparente paradoja:

Crece la miseria de las gentes de esta tierra y al mismo tiempo disminuyen de manera alarmante, según acabamos de ver todos los ritos relacionados con la muerte, un campo exclusivo de la Iglesia. Luego parece que el país inicia una pérdida de fe.

Cristo sentía predilección por los pobres, a ellos iba dirigido de manera preferente su mensaje y con ellos creció en los primeros siglos, de manera espectacular, el número de creyentes.

Luego si creció en la parroquia el porcentaje de pobres ¿cómo es posible que disminuyeran las prácticas piadosas? Independientemente de otros factores entran en juego la fe y las prácticas religiosas, la religión y su cúmulo de creencias y la religiosidad y su cúmulo de tradiciones.59EP/ELPAIS.ES-Madrid-10/07/2006 http://www.elpais.com/articulo/economia/sueldo/medio/Espana/continua/descendiendo/reduce/primer/trimestre /Tes

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Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Las prácticas religiosas no son gratuitas y se resienten en los tiempos difíciles, no obstante, la fe no está tan afectada por la pobreza.

La Iglesia –no podía ser de otra manera- es sensible a la pobreza, pero hasta tiempos muy recientes, no ha luchado contra ella, no ha promovido un mayor bienestar material entre sus fieles. Sólo se enfrentó a la pobreza “de supervivencia”, la pobreza extrema, aunque no para buscar como objetivo principal una mejora material de los afectados, sino el escenario donde poner en práctica una virtud cristiana, la caridad.

Miguel Cambronero Cano Pág. 101