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Revista trimestral publicada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura con la colaboración de la Comisión Española de Cooperación con la U N E S C O y del Centre U N E S C O de Catalunya. Vol. XLIV, núm. 1, 1992 Condiciones de abono en contraportada interior.

Director: AM Kazancigil Redactor jefe: David Makinson Maquetista: Jacques Carrasco Ilustraciones: Florence Bonjean Realización: Jaume Huch y Francesc Vilanova

Corresponsales Bangkok: Yogesh Atal Beijing: Li Xuekun Belgrado: Balsa Spadijer Berlín: Oscar Vogel Budapest: György Enyedi Buenos Aires: Norberto Rodríguez

Bustamante Canberra: Geoffroy Caldwell Caracas: Gonzalo Abad-Ortiz Colonia: Alphons Silbermann Dakar: T . Ngakoutou Delhi: André Béteille Estados Unidos de América: Gene M . Lyons Florencia: Francesco Margiotta Broglio Harare: Chen Chimutengwende H o n g Kong: Peter Chen Londres: Chris Caswill Madrid: José E . Rodríguez-Ibáñez México: Pablo González Casanova Moscú : Marien Gapotchka Nigeria: Akinsola Akiwowo Ottawa: Paul L a m y Seúl: Chang Dal-joong Singapur: S. H . Alatas Tokyo: Hiroshi Ohta Túnez: A . Bouhdiba

T e m a s de los próximos n ú m e r o s La sociología histórica Las Américas: procesos de desarrollo

Ilustraciones Portada: El niño y la guerra. Sygma A la derecha: "Le barbare". Escultura de piedra del siglo vi D R

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REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES

o Junio 1992 !<-4« 1̂ — T ^ *t

Pensar la violencia \

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132

Robert Litke

Thomas Platt

Joseph Pestieau

Venant Cauchy

Jean-Claude Chesnais

Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

Roger Y . Dufour-Gompers

Christine Aider

André Gunder Frank

Guennadi Vorontsov

Federico Mayor

Bernd H a m m

Editorial

Violencia y poder

La violencia como concepto descriptivo y polémico

Violencia, impotencia e individualismo

Las sociedades contemporáneas y la violencia original

Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia

Los efectos paradójicos de la toma de rehenes

Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones"

La violencia, los sexos y el cambio social

Debate abierto

Ironías de la economía europea: una interpretación de las políticas occidentales y orientales basada en la economía mundial

Del conflicto este-oeste a la casa común europea: teoría y práctica

El ámbito de las ciencias sociales

El papel de las ciencias sociales en una Europa que está cambiando

Hacia una infraestructura institucional para las ciencias sociales en Europa

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W u Jisong Función de las ciencias naturales, de la tecnología y de las ciencias sociales en la elaboración de políticas en China

Tribuna libre

Valentin Lipatti La C S C E y las innovaciones en la práctica de

las negociaciones diplomáticas multilaterales

Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones internacionales

Libros recibidos

Publicaciones recientes de la U N E S C O

Números aparecidos

©UNESCO 1992 ISSN 0379-0762

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Editorial

La violencia -visible u oculta- ha marcado profundamente el siglo X X y ha dejado huella en las centurias anteriores. Ninguna región, ninguna cultura han podido escapar a ella, aunque la violencia revistiera caracteres dife-rentes o se hiciera notar en grados diversos.

Los autores que colaboran en este número han estudiado, desde el ángulo de la filosofía y las ciencias sociales -la historia, la psicología, la sociología-, algunas cuestiones que se deri-van de la reflexión sobre la violencia.

Los cuatro primeros artículos plantean al-gunas cuestiones filosóficas. ¿ C ó m o se puede conceptualizar la violencia? ¿Es útil, o es inefi-caz, ampliar el concepto, c o m o ocurre en oca-siones en la actualidad, hasta el punto de refe-rirse no solamente al hecho estricto y los riesgos de estragos físicos, sino también a otras formas de debilitamiento de la integridad y de la autonomía personales? Estas preguntas han sido debatidas, desde puntos de vista diver-gentes, por Robert Litke y Thomas Platt. Jo-seph Pestieau considera la fenomenología de la violencia c o m o una reacción contra la im-potencia. Venant Cauchy sugiere que las m a -nifestaciones violentas de una sociedad están influidas por las concepciones fundamentales que ésta tiene de la naturaleza humana.

Enfrentados a la violencia que nos rodea, hemos llegado a preguntarnos si nuestras expe-riencias presentes pueden compararse en cier-tos aspectos a las de nuestro pasado. ¿Es cier-to, c o m o nos ha parecido en algunas ocasio-nes, que las colectividades son cada vez m á s violentas? Con el objetivo de desentrañar las grandes tendencias históricas, Jean-Claude Chesnais nos ofrece un análisis riguroso de los datos históricos sobre muertes y suicidios en Europa y, en el caso de Inglaterra, utilizando

estadísticas que se remontan al siglo XIII; el resultado final es un trabajo que nos ofrece conclusiones sorprendentes.

Georges Gachnochi y Norbert Skurnik ana-lizan algunos aspectos del fenómeno de la toma de rehenes, y, en concreto, examinan el "Síndrome de Estocolmo" y la manera c o m o los secuestradores consiguen manipular la sen-sibilidad pública valiéndose de los medios de comunicación. Roger Dufour-Gompers estu-dia el papel de los medios de comunicación en la representación de la guerra y el terrorismo, y analiza la manera c o m o lo reportajes televi-sivos tienden a transformarse en espectáculo. Por último, Christine Alder estudia algunas de las formas menos visibles de la violencia, ya sea en el seno de la familia o en el lugar de trabajo que, aunque no se consideren figuras delictivas, no por ello dejan de ser menos preocupantes.

El espacio disponible en este número sólo nos ha permitido abordar algunos de los m u -chos aspectos de la violencia. Ésta ya ha sido tratada, en otras de sus muchas dimensiones, en números anteriores de la RICS: "Compren-dre l'agressivité" (vol. XXIII, n.° 1, 1971), "La violencia" (vol. X X X , n.° 4, 1978) y "Violence et sécurité collectives" (n.° 110, 1986). En 1991, la U N E S C O publicó The Sevilla Statement on Violence*, una serie de proposiciones sobre las dimensiones biológicas de la guerra y la agre-sión. Esperamos que los artículos de este nú-mero arrojarán un poco más de luz sobre este inquietante asunto.

La sección "Debate abierto" recoge dos ar-tículos de A . G . Frank y G . Vorontsov, dedica-dos a los procesos europeos, tema del anterior número ("La integración europea", n.° 131 marzo 1992). En la sección "El ámbito de las

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160 Editorial

ciencias sociales", Federico Mayor Zaragoza, Queremos agradecer al profesor Roger Y . Director General de la U N E S C O , y Bernard Dufour-Gompers la ayuda que nos ha presta-H a m m polemizan acerca de las ciencias socia- do en la preparación de este número. Algunos les en Europa; por otra parte, W u Jisong nos de los artículos publicados en este número acerca al papel de las ciencias sociales y expe- fueron presentados en el coloquio sobre "La rimentales en las políticas científicas de Chi- pensée scientifique face aux mythes collectifs na. Bajo el título "Tribuna libre", Valentin de la violence", que tuvo lugar en Jerusalén el Lipatti revisa algunas novedades recientes de mes de julio de 1989. las negociaciones diplomáticas multilaterales, desarrolladas en el marco de la C . S . C . E . D . M .

* The Sevilla Statement on Violence: Preparing the ground for the construction of peace, U N E S C O , 1991. Versión castellana: El Manifiesto de Sevilla sobre la Violencia: Preparar el terreno para la construcción de la paz, presentado y comentado por David Adams , Centre U N E S C O de Catalunya, 1992.

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Violencia y poder

Robert Litke

La violencia es fascinante. Todos la condenan y, sin embargo, aparece en todas partes. N o s atrae y, a la vez, nos horroriza. Es un elemento fundamental de nuestras diversiones (cuentos infantiles, literatura universal, industria cine-matográfica) y un componente esencial de m u -chas de nuestras instituciones sociales. E n la mayor parte del m u n d o es sabido que está presente en la vida familiar, los asuntos reli-giosos y la historia política. Espero poder aportar un poco de luz acerca de este fenómeno pasando revista a algunos de los lazos que existen en-tre la violencia y el poder.

I

La primera cuestión que se debe examinar es el significado del término "violencia". Etimológica-mente, "violencia" signifi-ca "hacer uso de la fuerza" contra algo. Las formas c o m o se usa la fuerza contra algo o contra alguien son infinitas y, de hecho, esa descrip-ción podría comprender prácticamente todos los actos del ser humano . Es preciso definir en términos m á s estrictos el concepto si tiene que servir para algo.

Comenzaré reseñando algunos intentos de definir el concepto "violencia". Las dos pri-meras acepciones que figuran en la edición completa del Random House Dictionary of the English Language nos ofrecen tres elementos distintos: 1) la idea de la intensidad (como en

una tormenta); 2) la idea de la lesión (como en una muerte accidental); y 3) la idea de fuerza física. Vale la pena señalar que este dicciona-rio no es partidario de que, para utilizar en propiedad la palabra "violencia", la lesión deba ser siempre resultado de la fuerza física. La sexta acepción se refiere al hecho de desvir-tuar el sentido o la veracidad de algo (por ejemplo, "la traducción violentó el texto origi-nal"). Estos elementos nos ofrecen los ingre-

dientes para analizar los distintos conceptos filosó-ficos de la violencia.

Robert Audi, por ejem-plo, utiliza los dos prime-ros elementos y afirma que la violencia es un ataque o abuso enérgico de las per-sonas por medios físicos o psicológicos1. Para funda-mentar su propuesta, de-muestra que es posible usar la fuerza contra perso-nas de varias formas que son devastadoras física y psicológicamente. D e to-

das maneras, en la teoría filosófica es m á s habitual utilizar un concepto m á s limitado de la violencia en el que deben conjugarse los tres elementos, es decir, la violencia causa una le-sión por la aplicación de una fuerza física intensa2. A veces se dice que debería existir un cuarto elemento, que la lesión sea intenciona-da o haya sido prevista3.

Encontramos planteamientos filosóficos bastante distintos si estamos dispuestos, c o m o sugieren Garver y Holmes, a ampliar el senti-do de violencia, centrándonos en la idea de

Robert F. Litke es encargado de curso (profesor asociado) de Filosofía en la Universidad Wilfred Laurier, Water-loo, Ontario, Canadá, N 2 L 3C5. H a investigado sobre los problemas de la guerra y de la paz en la era nuclear y el papel de la democracia como respuesta al problema de la dominación.

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violentar a la persona4. Y a que es posible vio-lentar gravemente a una persona tanto en lo físico c o m o en lo psicológico, en principio es-tos planteamientos se asemejan a la opinión de Audi. Sin embargo, la violencia sobre la perso-na puede revestir una forma sutil, en lugar de un abuso abierto, de manera que los casos comprendidos en este planteamiento serán distintos de aquellos que se incluyen en la definición de Audi. Ello dimana de que, para interpretar la violencia esencialmente en el sentido de violentar la persona, es preciso cambiar radicalmente nuestro punto de vista. En lugar de pensar en la violencia según la naturaleza de la fuerza que se utiliza y del agente que lo hace, nos centramos en los efec-tos que ha de causar esta fuerza sobre su recep-tor. E n términos generales, nos obliga a des-viar nuestra atención del causante a la víctima de la violencia.

N o m e propongo referirme a la cuestión de qué definición es mejor. El problema consiste en definir el término "violencia" en forma suficientemente estricta c o m o para que sea útil. E n todo caso, la utilidad dependerá en gran medida de lo que uno quiera hacer con el concepto y el presente trabajo no pretende ser un examen general de esa cuestión. H e inclui-do las posibles definiciones, reproducidas an-teriormente por dos motivos. E n primer lugar, espero haber demostrado que la cuestión de qué queremos decir con el término "violen-cia" no es clara ni es trivial. Nuestras intuicio-nes lingüísticas son suficientemente ricas c o m o para interpretar de diversas maneras el sentido de la "violencia" y, habida cuenta que ese concepto puede servirnos para diversos propósitos, es probable que se siga discutiendo durante bastante tiempo y con provecho cuál es el sentido de la "violencia". La segunda razón consiste en dejar en claro los vínculos que existen entre la literatura y el estudio de la relación entre violencia y poder. E n pocas pa-labras, m i investigación se desarrolla desde el punto de vista de Garver, es decir, la violencia c o m o violentamiento de la persona. Esa pers-pectiva nos deja en condiciones de entender la relación que existe entre el ejercicio del poder y la experiencia de la violencia. Acto seguido, reseñaré la posición de Garver.

Según Garver, no debemos enfocar la vio-lencia c o m o una cuestión de fuerza física sino c o m o el violentamiento de la persona. Garver

demuestra la forma c o m o es posible violentar a una persona en su anatomía (violencia físi-ca), o con respecto a su capacidad para adop-tar sus propias decisiones (violencia psicológi-ca), y demuestra que cada uno de estos dos tipos de violencia tiene formas a la vez perso-nales e institucionalizadas. Estos son algunos ejemplos obvios, organizados según su siste-m a :

Física Psicológica

asaltos paternalismo Personal violación amenazas

contra la persona

homicidio difamación

disturbios esclavitud Institucional terrorismo racismo

guerra sexismo

E n la vida real, rara vez las cosas están organi-zadas en forma tan sencilla. La violación no sólo constituye un ataque contra la integridad física de alguien, sino que, generalmente, tiene efectos devastadores sobre su capacidad para tomar decisiones apropiadas respecto de su futura vida sexual. En el ámbito del terroris-m o , al igual que en la guerra, importa igual ejercer la coerción sobre las decisiones del ad-versario c o m o llevar a cabo con éxito una agresión física. Lo esencial es que todo los casos que indica Garver pueden caracterizarse c o m o transgresión de, por lo menos , uno o dos derechos humanos fundamentales:

1) el derecho a determinar qué hace nues-tro cuerpo y qué se hace con él;

2) el derecho a tomar nuestras propias de-cisiones y afrontar las consecuencias de nuestros propios actos5.

N o quiero contradecir la teoría de Garver. Puede haber otras formas de violentamiento de aspectos fundamentales de la persona y, en algunos casos, puede ser difícil determinar si los efectos sobre la integridad física o sobre el proceso de adopción de decisiones de otra per-sona constituye un violentamiento de ésta. E n todo caso, la teoría de Garver es valiosa, pues nos sirve para considerar una amplia variedad de comportamientos humanos , a veces espec-

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Violencia y poder 163

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Le sadique, cuadro de Otto Dix. D R .

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164 Robert Litke

tacular, y nos permite discernir ciertas caracte-rísticas esenciales en medio de la diversidad y el espectáculo.

Garver fundamenta su teoría de la violen-cia en una práctica moral específica, la evalua-ción de la conducta desde el punto de vista de los derechos humanos fundamentales; incluso podemos aclarar m á s la diversidad si nos cen-tramos en la cuestión de cuáles son los elemen-tos comunes en las dos formas básicas de vio-lencia.

M u c h o de lo que somos depende de nues-tra capacidad de actuar en forma concertada con los demás, y lo mismo ocurre respecto de nuestra superviviencia física. Pocos podría-mos sobrevivir más de algunos días y ninguno habría llegado a la edad adulta sin el apoyo permanente que entrañan las diversas formas de interacción. Esta interdependencia también se presenta en nuestra vida cultural. Nuestro idioma, nuestros conocimientos, nuestro arte, todas nuestras estructuras sociales, e incluso gran parte de nuestro sentido de nosotros mis-mos, están en función de nuestra capacidad para la interacción y m e parece razonable de-cir que la mayor parte de lo que valoramos en la vida es el producto creativo de nuestra capa-cidad para la interacción compleja, diversa, sostenida y sistemática.

En todo caso, nuestra capacidad de interac-ción con los demás depende (como es lógico) evidentemente de nuestra capacidad previa como individuos para actuar; y en el centro de nuestra capacidad para actuar se encuentran las dos formas de poder en torno a las cuales gira la teoría de Garver, la capacidad física y la capacidad de adoptar decisiones. Sin ellas, no se dan los diversos modelos de interacción que utilizamos. Evidentemente, las consecuen-cias de aumentar o reducir la capacidad de alguien para esa interacción se ramificarán en toda la vida del individuo y de la cultura. Por lo tanto, es indispensable proteger en forma m u y especial esa capacidad.

Esto es lo que hacemos con el concepto de violencia. Usamos el término para condenar el hecho de que alguien haya disminuido o des-truido en todo o en parte la capacidad de una persona para la acción y para la interacción, tanto en relación a la integridad física c o m o al proceso de adopción de decisiones. El elemen-to central de la violencia consiste en la nega-ción de la capacidad de la persona. Lo extraor-

dinario en la violencia es que niega esa capaci-dad en forma tan fundamental, que los efectos se extienden en muchas direcciones y durante mucho tiempo. La violencia puede disminuir sistemáticamente las perspectivas del ser hu-m a n o en todo los sentidos imaginables. Lo deplorable de la violencia es que con ella debi-litamos el hilo mismo con el que formamos la trama de lo que somos c o m o individuos, c o m o comunidades y como culturas. ¿ C ó m o enten-der, entonces, que con tanta frecuencia opte-mos por dañarnos el uno al otro de mil mane-ras fundamentales y de vasto alcance que, en última instancia, sólo pueden llevarnos a la autodestrucción? M e parece que un análisis del poder, especialmente la descripción que de él hace Thomas Hobbes, nos puede servir para comprender por qué el ser humano está tantas veces dispuesto a dañarse a sí mismo median-te la violencia contra los demás.

II

En su sentido más general, "poder" significa simplemente la capacidad de actuar. Por ejem-plo, ésta es la primera acepción que encontra-m o s en la edición completa del Random Hou-se Dictionary of the English Language. T a m -bién es, aproximadamente, la forma en que Hobbes define primero el poder en el Levia-tán. Hobbes sugiere que el poder no es más que la capacidad de satisfacer los propios de-seos6. C o m o las formas de actuar son infinitas, las formas de poder tienen que ser innumera-bles. Esta primera acepción de poder es tan poco específica, que rara vez tenemos oportu-nidad de usarla. M á s frecuente es una segunda acepción del poder que implica que pensamos en una capacidad concreta, por ejemplo, el "poder de expresión". Pensaba en este concep-to de poder cuando señalé anteriormente que cabría considerar la violencia como la nega-ción de la capacidad de la persona respecto de dos tipos de competencia general, la capacidad física y la capacidad de adopción de decisio-nes. M e referiré nuevamente a este tipo de poder más adelante cuando examine la mane-ra de evitar la violencia. Calificaré estas dos acepciones como poder (1) y poder (2).

Para comprender por qué la violencia es un fenómeno generalizado debemos estudiar una tercera acepción del poder, a saber el poder

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Violencia y poder 165

como dominación, es decir, el poder c o m o capacidad de controlar o mandar (poder [3]). Éste no sólo merece una mención separada en el diccionario, sino que ha pasado a ser el concepto normal de poder en el contexto polí-tico de los tres últimos siglos. C . B . Macpher-son resume esta parte de nuestra historia inte-lectual occidental de forma oportuna:

La mayor parte de las obras teóricas sobre ciencia política moderna, desde sus inicios con Maquiavelo y Hobbes, hasta sus expo-nentes empíricos del siglo X X , se refieren al poder entendido en términos generales c o m o la capacidad del ser humano de con-seguir lo que quiere mediante el control sobre otros. Hobbes lo explicó en pocas palabras en 1640... La reducción del con-cepto de poder al poder sobre otros había cobrado carácter aún más explícito en el siglo X I X , llegando a su punto culminante con los postulados que anunció James Mili en 1820... Si pasamos a la teoría política empírica del siglo X X , encontramos la mis-m a hipótesis de que el único poder im-portante desde cualquier punto de vista político es el poder de una persona o un grupo sobre otros7.

La obra de H.J. Morgenthau, el padre del rea-lismo político, constituye un ejemplo repre-sentativo del pensamiento en el siglo X X . E n las primeras páginas de The Politic of Nations encontramos lo siguiente:

El poder puede comprender todo lo que sirva para establecer y mantener el control del hombre sobre el hombre. Así, compren-de todas las relaciones sociales que apun-tan a ese fin, desde la violencia física hasta los vínculos psicológicos m á s sutiles por los cuales una mente controla otra. El poder comprende la dominación del hombre por el hombre, tanto cuando está restringido por fines morales y controlados por salva-guardias constitucionales, c o m o en las de-mocracias occidentales, c o m o cuando se trata de esa fuerza bárbara y salvaje que no tiene más ley que su propia fuerza ni m á s justificación que su engrandecimiento8.

Ese poder es considerado el hecho central de la vida política; la hipótesis de trabajo del

realismo político consiste en que la actividad política en todos los planos constituye una variación sobre nuestra lucha universal y eter-na por dominar y no ser dominados. N o m e propongo refutar estas hipótesis. Creo que esta interpretación de la historia política es valiosa. Estoy, pues, dispuesto a aceptar que el poder concebido como dominación, probablemente haya de seguir siendo un hecho central de nuestra vida política y social en el futuro pre-visible. Lo sorprendente en la formulación de Morgenthau sobre el poder como dominación consiste en que lo pone prácticamente en posi-ción de considerar que la actividad política es inevitablemente violenta (en el sentido de vio-lencia que defiende Garver). Ahora bien, aquí nos encontramos con una paradoja; un objeti-vo fundamental de la actividad política consis-te en incrementar nuestra capacidad de inte-racción a fin de mejorar nuestras vidas, pero la violencia (tal como la he interpretado) eviden-temente disminuye esta capacidad. Lo que hay que hacer, por lo tanto, es encontrar formas de actividad política que eviten la probabilidad de autodestruirse mediante la violencia o, al menos, la reduzca. Éste era el problema de Hobbes en el Leviatán. La suya es la teoría clásica de por qué el poder dominante es ine-vitable en los asuntos humanos y por qué nos vence. Pasaré ahora a hacer una reseña de esa brillante teoría9.

El primer elemento consiste en que conti-nuamente surgen en nuestro interior deseos no satisfechos, y ello por tres razones primordia-les. En primer lugar, muchos deseos son recu-rrentes, como el de comer o el sexual. En segundo lugar, no hay un límite imaginable al tipo de cosas que el ser humano puede desear. Lo que hoy es una novedad mañana será una necesidad a medida que surjan novedades en el horizonte de nuestros deseos. En tercer lu-gar, algunos deseos, c o m o los de lealtad, fideli-dad y seguridad, son en principio insaciables y mientras lo sean, lo que queremos es que el futuro sea de determinada manera, lo cual nadie nos puede garantizar. La conclusión ge-neral a que llega Hobbes es que, mientras este-mos vivos, jamás estaremos completamente satisfechos, y lo expresó en los siguientes tér-minos: " N o existe la tranquilidad perpetua del espíritu mientras vivamos en este m u n d o , por-que la vida en sí no es m á s que movimiento y no puede haber vida sin deseo"10.

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166 Robert Luke

El segundo elemento consiste en que, como nuestros deseos no conocen ñn, no hay límite para nuestra necesidad de conseguir los m e -dios con los cuales satisfacer esos deseos. En otras palabras, nuestros deseos ilimitados ge-neran en nosotros un deseo insaciable de po-der ( 1 ). Hobbes expresa este planteamiento de forma clara en el capítulo 11 del Leviatán: " H a y una tendencia general de toda la huma-nidad a un afán perpetuo e incesante de poder tras poder, que sólo cesa con la muerte"". Sólo con el fin del deseo termina nuestra nece-sidad de poder (1).

El tercer elemento consiste en que, en el contexto de la competencia que naturalmente surge en toda sociedad, nuestro deseo ilimita-do de poder (1) inevitablemente crea en noso-tros el deseo de dominar (poder [3]). Según Hobbes, la esencia de nuestro poder se en-cuentra en nuestra capacidad física y mental y en los demás poderes que con ella adquirimos en forma de riqueza, reputación, amigos, etc12. Por estos medios podemos controlar nuestra situación, ahora y en el futuro, para poder llegar a la satisfacción de nuestros deseos. Sin embargo, el hecho de que nuestra capacidad sea eficaz para satisfacer nuestros deseos (po-der [ 1 ]) queda determinado, no solamente por la esencia, sino también por el grado en que nuestro control de la situación (para que sirva a nuestros fines) pueda imponerse al control que otros tienen (para que sirva a sus fines). Hobbes entendió que nuestros deseos podían tropezar con los de otros. En esos casos, el poder (1) es la capacidad para prevalecer. En otras palabras, el poder (1) debe incluir la capacidad para dominar, el poder (3), porque, de lo contrario, no es poder. Así pues, una consecuencia es que nuestro deseo ilimitado de poder (1) crea en nosotros un deseo insacia-ble de poder (3), en condiciones de competen-cia real o posible.

El corolario de lo que antecede, absoluta-mente hobbesiano aunque Hobbes no lo haya expresado, es que en la dominación la canti-dad de poder efectivo no varía; mientras m a -yor sea mi capacidad para anular el control del otro en la situación creada por nuestros deseos en conflicto, menor será la capacidad del otro para anular mi control de la situación. Así, la competencia entre nosotros no sólo tendrá lu-gar al nivel de nuestros deseos iniciales sino también en un segundo nivel, el de nuestro

deseo de dominar, y como hemos descubierto recientemente en el caso de la carrera de arma-mento nuclear entre las superpotências, cuan-do dos bandos compiten entre sí por ejercer su predominio, tiene que aumentar obligatoria-mente su necesidad de poder (3) para evitar la derrota. Esto es una causa independiente de que nuestra necesidad de poder (3) sea insacia-ble.

El cuarto elemento, una conjetura mía de-rivada de mi detallada exegesis de la posición de Hobbes13, consiste en que la obtención y el ejercicio del poder de dominación hace que no veamos las características contraproducentes que a veces entraña la dominación. Todos nuestros actos siempre tienen efectos secunda-rios. En el caso de Hobbes, el de la interacción social, nuestro comportamiento dominante tendrá consecuencias para la satisfacción de nuestros deseos, consecuencias para quienes son dominados por nosotros y consecuencias en el contexto social más amplio en el que nuestra actividad tiene lugar. El deseo de do-minación en el segundo nivel hará que centre-m o s nuestra atención en nuestra capacidad para controlar a los demás para satisfacer nuestros deseos de primer nivel. Precisamente, de esa manera desaparecerán de nuestra vista los efectos inmediatos y a largo plazo que esta-m o s provocando sobre aquellos a los que do-minamos, así c o m o los efectos inmediatos y a largo plazo que estamos provocando en el con-texto más amplio en que nuestra actividad tiene lugar. Es razonable suponer que provoca-m o s esos efectos secundarios sobre otros y sobre el contexto, pero sólo serán considera-dos pertinentes en la medida en que parezcan guardar relación con nuestra capacidad actual de dominación.

Tendemos a desestimar cualquier otra cosa y suele resultar que esos efectos secundarios no previstos tienen consecuencias devastado-ras sobre nuestras posibilidades de satisfacer nuestros deseos en el futuro.

Esto es precisamente lo que preocupaba a Hobbes en el Leviatán. Hobbes entendía per-fectamente que si la consideración primordial fuera poder hacer lo que uno quiere y poder dominar a los demás cuando los demás ha-brían de impedir que hiciera uno lo que qui-siera, se llegaría al desbaratamiento general de la sociedad civilizada, al estado que denomina guerra:

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Violencia y poder 167

La competencia por tener más riquezas, más honores, más súbditos o cualquier otro tipo de poder lleva a la confrontación, la enemistad y la guerra, porque la forma en que cada uno de los que participan en la competencia puede satisfacer su deseo con-siste en matar, dominar, reemplazar o re-chazar al otro.14

Al desaparecer la sociedad, perdemos acce-so a la mayor parte de los beneficios de la vida civilizada que, según Hobbes, incluyen la agri-cultura, el transporte, las industrias de la cons-trucción, el conocimiento, las artes y la litera-tura15. Paradójicamente, perdemos la capaci-dad de satisfacer la mayor parte de nuestros deseos porque estamos demasiado ocupados en satisfacerlos, en lugar de prestar atención a los efectos secundarios que provocamos en el contexto social más amplio. Indudablemente, Hobbes tiene razón. U n a sociedad puede acep-tar sólo una cantidad limitada de confronta-ción. Al igual que una obra sinfónica, es preci-so que la actitud de cooperación de sus m i e m -bros la configure continuamente. Si éstos se enfrentan en todo momento y en todas las formas, no puede haber música y la sociedad se disgrega. El argumento que formula Hobbes en el Leviatán es que podemos impedir tal catástrofe únicamente si concebimos los m e -dios adecuados para preservar los patrones so-ciales más amplios que hacen posible la vida civilizada y la satisfacción de los deseos de cada uno. Además, Hobbes argumenta que te-nemos que implantar una autoridad civil que lo haga en nuestro nombre, porque no pode-m o s confiar en que individuos que procuran su propia satisfacción sean conscientes de cua-les son las necesidades por cubrir. D e hecho, su argumento consiste en que somos tan poco fiables a ese respecto, que debemos tener una autoridad soberana que nos dicte automática-mente las normas de coordinación social16.

Sea o no correcta mi conjetura, y cualquie-ra que sea la opinión que tengamos de la baja estima que tiene Hobbes de nuestra capacidad para crear y mantener patrones sociales indis-pensables, su última afirmación mantiene toda su vigencia. Existe un desarrollo natural e ine-vitable del poder, desde la habilidad inocua para satisfacer deseos sencillos (poder [1]), hasta un impulso competitivo por dominar al prójimo (poder [3]); este último impulso es

una fuerza socialmente destructiva que tene-mos que controlar para evitar la ironía y frus-tración de destruirnos a nosotros mismos mientras procuramos satisfacer nuestros de-seos. Lo que queda por ver es el vínculo entre violencia y dominación.

Desde un punto de vista estrictamente con-ceptual, la dominación (poder [3]) es neutral respecto de la violencia (en el sentido que le da Garver). Lo que importa es el control sobre los otros y no que los efectos de ese control consti-tuyan un violentamiento de los otros. Sin e m -bargo, de los pasajes que he citado se despren-de claramente que, tanto Hobbes como M o r -genthau suponen con absoluto naturalidad que en el ámbito del quehacer práctico de la h u m a -nidad, la dominación tenderá a ser violenta; esto no es ningún misterio, porque una forma m u y eficaz de controlar a la gente consiste en menoscabar su capacidad utilizando la fuerza física o la manipulación psicológica. Podemos, pues, señalar que la dominación no es necesa-riamente violenta pero, en los hechos, suele serlo.

Hobbes reviste particular interés en este sentido, pues no sólo concibe el problema en términos esencialmente violentos (el impulso competitivo por la dominación entrañará la destrucción completa de la sociedad en una guerra que opondrá a todos contra todos), sino que la solución que propone es también intrín-secamente violenta. Para prevenir la guerra civil recomienda implantar una autoridad so-berana que tenga un poder absoluto sobre dos aspectos, el de dictaminar cóm o ha de tener lugar la interacción entre los seres humanos1 7 y el de asegurarse, mediante la amenaza de mur-te, de que el ser humano actúe de esa m a n e -ra18. Hobbes aduce concretamente que no po-demos confiar en que el ser humano tendrá la inteligencia social necesaria para coordinar su actuación con la de los demás, ni estará sufi-cientemente motivado para evitar el caos so-cial al que, de lo contrario, llevaría el impulso de la dominación19. Su solución consiste, pues, en establecer un régimen de violencia psicoló-gica (en el sentido que le da Garver), en el que una autoridad central asume toda la responsa-bilidad de decidir cóm o interactuarán los miembros de la sociedad y por qué lo harán así. Sin embargo, ello no hará más que debili-tar el entramado del orden social restante. E n el mejor de los casos conseguiríamos un grupo

Hannah Arendt
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168 Robert Litke

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Enseignement libre, collage de Jacques Prévert. D . R .

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Violencia y poder 169

bien regulado de individuos psicológicamente truncados, todos los cuales deberían compren-der que son incapaces de organizar su vida social o política de manera que pudieran m e -jorar su suerte. En el peor de los casos, termi-naríamos con un grupo mal regulado de indi-viduos truncados; mal regulados porque nin-guna autoridad central puede hacer frente de forma competente a más de una parte de las enormes complejidades que entraña cualquier orden social humano, y cabe preguntarse si no es ésta la lección que los regímenes autorita-rios aprenden y vuelven a aprender constante-mente.

El Leviatán de Hobbes, tanto en su concep-ción del problema como en la solución que propone, es para mí un paradigma del por qué y cómo el ser humano se destruye a sí mi smo al violentar a los demás.

La obra de Hobbes m e reafirma en mi idea de que es inevitable tratar de obtener y ejercer el poder de dominación en los ámbitos políti-co y social. Comprendo también que la domi-nación tiende a ser violenta, y que el hecho de que esté centrada en el control nos oculta jus-tamente sus efectos secundarios de violencia, pero, como no m e apetece la idea de la raza humana dedicada permanentemente a des-truirse a sí misma, insisto en preguntarme si hay manera de impedir que la dominación cobre carácter violento y, por lo tanto, termine causando la caída de quien la ejerce.

Ill

Hobbes tenía razón al creer que hay que conte-ner el poder de dominación para evitar que nos arrastre a la destrucción mediante la vio-lencia. Sin embargo, como hemos visto, estaba equivocado al pensar que para eso bastaba con poner en manos de una autoridad política el suficiente poder para dominar a todos los súb-ditos políticos. Lo que evidentemente no en-tendía era que hay que poner coto al propio poder de dominación, y que esto debe hacerse mediante otras formas de poder. M i teoría es que estas otras formas de poder, para servir como fuentes de moderación, deben influir sobre nuestras vidas en el plano de la interac-ción social (tal como lo hace la dominación), y que nuestro deseo de esas formas de poder debe ser tan natural, inevitable y apremiante

como nuestro deseo de dominación. Creo que esas formas de poder podrían servir para con-trarrestar nuestro impulso, insaciable y c o m-petitivo, de dominarnos los unos a los otros y eso sería, en esencia, lo que constituiría una teoría general de las limitaciones, parte impor-tante de cualquier teoría general de la socie-dad.

N o estoy todavía en condiciones de postu-lar una teoría de esa índole, pero estoy seguro de que en ella se asignaría un lugar predomi-nante a dos tipos de poder a los que m e referi-ré brevemente, el poder de concertación y el poder de desarrollo, cada uno de los cuales puede servir de medio natural de contención del poder de dominación.

En su interesante libro On Violence, Hannah Arendt escribe lo siguiente:

El poder corresponde a la habilidad h u m a -na no sólo de actuar sino de actuar de consuno. El poder jamás es propiedad de una persona, pertenece a un grupo y subsis-te mientras ese grupo se mantenga c o m o tal... El hombre es un ente político en razón de su facultad de acción, que le permite entenderse con sus pares, actuar de consu-no y tratar de obtener objetivos o realizar empresas que jamás habría imaginado, y menos aún habría querido, si no hubiese recibido el don... de lanzarse en pos de algo nuevo20.

N o hace falta que refutemos la sorprendente afirmación de Arendt de que el individuo no tiene poder pero, en cambio, podemos coinci-dir con lo que necesita afirmar, es decir, que los grupos de individuos tienen formas de po-der y tienen deseos y objetivos que el indivi-duo por sí solo no tendría. Voy a calificar de poder de concertación la forma especial de po-der a que se refiere Arendt.

C o m o indicamos en la primera parte del presente trabajo, esta capacidad reviste un va-lor inestimable para nosotros. N o sólo nuestra supervivencia física, sino también la mayor parte de lo que apreciamos en la vida depende de nuestra capacidad para actuar de forma concertada con los demás. Sin nuestra capaci-dad para la interacción compleja, diversa, sos-tenida y sistemática, no existiría toda la varie-

Osea que los deseos de dominación son parte de la naturaleza humana. ¿Será cierto?
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dad de instituciones y arreglos sociales y culturales que hacen posible la vida civilizada, es decir, los idiomas y otros sistemas de sím-bolos, los diversos medios de reunir y transmi-tir conocimiento (las disciplinas académicas, los sistemas de conocimiento popular y los diversos oficios y prácticas, por ejemplo), to-das las formas de arte que se practican en todo el m u n d o ni las m u y diversas disposiciones económicas, políticas y sociales que utilizamos para organizamos. Toda esta variedad de fe-nómenos culturales parece dimanar de nuestra capacidad de coordinar sistemáticamente nuestro proceder con el de los demás, acatan-do los complejos límites que nosotros mismos imponemos a nuestro comportamiento21. Pa-recería, además, que fuesen infinitas las for-mas en que podemos aprender creativamente a hacerlo; en efecto, ¿quién se atrevería a decir que ya no se encontrarán más formas nuevas de organizamos desde el punto de vista de la estética, la política, la agricultura y la ciencia, por ejemplo, y que ya hemos agotado todas las posibilidades?

C o m o se ha señalado antes, uno de los objetivos fundamentales de la actividad políti-ca consiste en dotarnos de mayor capacidad para la interacción a fin de mejorar nuestra vida. Evidentemente, las diversas formas de interactividad que acabamos de mencionar lo hacen, puesto que nos enriquecen al ampliar nuestras posibilidades de satisfacer nuestros deseos (poder [1]), mediante la actividad con-certada. Es igualmente evidente que el hecho de menoscabar la capacidad de cada uno de participar en esas formas de interactividad nos empobrece a todos, a veces de forma violenta. El menoscabo de la capacidad de alguien para participar en determinadas formas de interac-tividad puede constituir o no un acto de vio-lencia (en el sentido de Garver), según los efectos que ello cause en la vida de esa perso-na. Veamos el caso del sexismo y el racismo. El comportamiento racista o sexista, para ser violento, debe surtir efectos de cierta magni-tud e intensidad. Así, por ejemplo, impedir que alguien ingrese en un club atlético privado o una asociación de otra índole (en razón de su raza o su sexo) puede ser injusto, pero proba-blemente no sería violento. Sin embargo, con-vencer a alguien de que carece de la inteligen-cia necesaria para adquirir ciertos conoci-mientos básicos para la vida (en razón de su

raza o su sexo) y, por lo tanto, hacerlo depen-der de otros en diversas formas, sí constituiría una transgresión de su derecho a adoptar sus propias decisiones (violencia psicológica) y, en ciertas circunstancias, podría constituir tam-bién una transgresión de su derecho a decidir lo que se hace con su cuerpo (violencia física).

La calidad de la vida de las personas, de las comunidades y de la cultura en general, nece-sariamente disminuye a medida que se reduce nuestra capacidad para la interactividad. Así, pues, vemos que, en general, no nos conviene dominar a otros mediante formas que, sin m a -yor razón, impliquen una disminución de nuestras posibilidades de interacción de esa índole en el futuro. M i recomendación general consiste, pues, en equilibrar nuestro deseo, na-tural y razonable, de dominar con otro deseo, igualmente natural y razonable, de no reducir (sino más bien aumentar) la capacidad de los demás para la interactividad. Para no precipi-tar nuestra propia destrucción, es preciso que el poder de dominación se limite en aras de la concertación. Pasaré ahora a referirme al po-der de desarrollo.

Es evidente que el establecimiento y m a n -tenimiento de estas diversas formas de activi-dad concertada presuponen por nuestra parte una enorme capacidad de imaginación, per-cepción y emoción, así c o m o intelectual y físi-ca, y esa capacidad, por más que sólo pueda surgir plenamente en condiciones de interacti-vidad social, sigue siendo un atributo de la persona y, de hecho, constituye un paradigma de poder (2). A mi juicio, esa capacidad cons-tituye el substrato físico y psicológico de las diversas formas de interactividad que hemos mencionado antes y, en consecuencia, debe-m o s protegerla si queremos disfrutar de los beneficios de esa interactividad, esto es, de los beneficios de la vida civilizada.

Interpreto que C . B . Macpherson se refiere precisamente a este tipo de problema con su concepto del poder de desarrollo, la capacidad de una persona para aprovechar y desarrollar su capacidad esencialmente humana2 2 .

Macpherson reconoce que en una investi-gación de esa índole cabría tener en cuenta diversos atributos del ser h u m a n o y da por sentado que la lista definitiva podría o no coincidir con los intereses teóricos de cada uno. Su objetivo consiste en formular una teo-ría de la democracia y, para ello, sugiere que el

Es VIOLENTO
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"poder de desarrollo" podría abarcarei»? capa-cidades siguientes:

La capacidad de comprensión racional, de juicio moral y de acción, de creación estéti-ca o contemplación, la capacidad para la actividad emocional de amistad o amor y, a veces, para la experiencia religiosa... la capacidad de asombro o curiosidad... la capacidad de actividad física/mental/esté-tica controlada, que se expresa, por ejem-plo, al tocar música o en juegos de inge-nio23.

La función primordial de su concepto de po-der de desarrollo consiste en que nos hace centrar la atención en los obstáculos que se interponen para que utilicemos y desarrolle-m o s la capacidad humana esencial, obstáculos que la teoría social debería ayudarnos a preve-nir y evitar. En el caso que nos interesa, en que tratamos de determinar qué hacer para impe-dir que la dominación nos arrastre hacia la destrucción, querría que el concepto de poder de desarrollo abarcara todos los tipos de capa-cidad humana (tanto física como psicológica) esenciales para participar en las diversas for-mas de interactividad que hemos mencionado. Evidentemente, esto incluye gran parte de lo que aparece en la lista de Macpherson. Sin entrar en mayor detalle, podemos ver de inme-diato que no nos conviene dominar al próji-m o , de manera que lo privemos gratuitamente de capacidades tan fundamentales. En efecto, quien domina a otro de manera tal que le hace imposible interactuar con él en el futuro (al destruir capacidades fundamentales), pierde así acceso a todos los beneficios que podría arrojar la interactividad en el futuro, algunos de los cuales podrían ser nuevos casos de do-minación del segundo por el primero. Cabe señalar que, justamente, es esto lo que con-vierte a la violencia (en el sentido de Garver) en una opción tan tentadora en algunas situa-ciones. La tentación consiste en que si se pue-de restar al prójimo capacidad física o a nivel de adopción de decisiones, los efectos, c o m o ya he dicho, repercutirán en muchas direccio-nes y durante mucho tiempo. La tentación consiste en que se puede resolver la situación efectiva y definitivamente. Es evidente que éste es el atractivo que tienen el homicidio o el terrorismo c o m o formas de resolver un proble-

m a . M i conclusión respecto de la violencia no es que jamás debamos perpetrarla, sino que suele constituir una forma extremadamente costosa de hacer frente a los problemas y que en muchos casos hay tantos má s contras que pros.

Por lo tanto, mi segunda recomendación general consiste en establecer un equilibrio en-tre nuestro deseo, natural y razonable, de do-minación y un deseo, igualmente natural y razonable de no reducir (sino más bien au-mentar) el poder de desarrollo del prójimo. Para evitar la vergüenza y la frustración de dañar nuestra propia causa es preciso que el poder de dominación se limite en aras del poder de desarrollo.

IV

Por último, m e propongo hacer un resumen de mis conclusiones acerca de la relación entre violencia y poder.

Dominar significa controlar a otros, tener poder sobre ellos. Es éste el carácter esencial de la dominación y la razón por la cual a veces la necesitamos. Para obtener ese poder, en algunas situaciones privamos de poder a los demás; la circunstancia de que esa privación sea calificada de violencia o de impropia en algún otro sentido dependerá de tres cosas: el tipo de poder de que se trate, el concepto que tengamos de la violencia y el concepto que tengamos de lo que es propio o impropio. E n la presente monografía he aducido que no con-viene privar gratuitamente a otros de su poder de concertación ni de su poder de desarrollo. H e observado que esa privación será en algu-nos casos violenta, en el sentido que asigna Garver a la violencia. En todo caso, m e he propuesto aceptar la posibilidad de que, mi -rando los pros y los contras, en algunos casos pueda ser conveniente privar al prójimo de poder justamente de esa forma. Lo que he querido decir es que prima facie, es imprue-dente que lo hagamos. Y lo he dicho porque estoy profundamente convencido de que gran parte de la violencia que se produce en el m u n d o deriva de la irreflexión, la falta de conciencia, el error humano o factores de esa índole, más que de una intención maligna. Por ello he enfocado la cuestión desde el punto de vista de la prudencia, más que del de la mora-

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otros ̂ áXff deseos igualmente naturales, el de desarrollar y expresar aptitudes humanas esen-ciales y el de actuar de consuno con los de-más.

Traducido del inglés

Notas

1. R . Audi, " O n the Meaning and Justification of Violence". Violence. Ed. J.A. Shaffer. Nueva York, David M c K a y , 1971. págs. 45 a 99.

2. J. Betz, "Violence: Garver's Definition and a Deweyan Correction". Ethics 87.4 (julio de 1977); C.A.J . Coady. "The Idea of Violence". Journal of Applied Philosophy 3.1 (1986).

3. R . B . Miller, "Violence, Force and Coercion". En Shaffer págs. 9 a 44; véase también R . Holmes. On War and Morality. Princeton, NJ: Princeton U P , 1989, capítulo uno.

4. Newton Garver, " W h a t Violence Is". The Nation 209 (24 de junio de 1968), págs. 817 a 822. Reproducido en Rachels and Tillman, eds. Philosphical Issues. Nueva York, Harper and R o w , 1972. Holmes postula tanto el principio estricto que requiere la fuerza física como el lato basado en la violencia contra la persona (Cap. 1).

5. Garver, pág. 224.

lidad. Creo que evitaríamos mucha violencia y evitaríamos que muchos de nuestros actos se volvieran contra nosotros si equilibrásemos nuestro deseo natural de dominación con

6. Thomas Hobbes, Leviatán. Ed. C . B . Macpherson. Nueva York, Penguin Books, 1980, pág. 150.

7. C . B . Macpherson, Democratic Theory. Oxford, Oxford University Press, 1975, págs. 42 a 45.

8. H.J. Morgenthau, Politics Among Nations. Nueva York, Alfred A . Knopf, 1973, pág. 9.

9. M e he referido a la teoría de la dominación de Hobbes en otras dos monografías, "Democracy as a Solution to the Problem of Domination", Contemporary Philosophy, Vol. XIII, n 9, 1991, págs. 5 a 8 y "Hobbes' Solution to the Problem of Power", que aparecerá en R . Werner y D . Cady (editores), Just War, Nonviolence and Nuclear Deterrence (Longwood Academic).

10. Hobbes, op. cit., págs. 129 y 130.

11. Ibid., pág. 161.

12. Ibid., pág. 150.

13. Véase la nota 9.

14. Hobbes, op. cit., pág. 161.

15. Ibid, pág. 186.

16. Ibid., págs. 252 y 258.

17. Ibid., pág. 228.

18. Ibid., pág. 478.

19. Véanse los textos mencionados en la nota n 9.

20. Hannah Arendt, On Violence, Nueva York, Harcourt, Brace & World, Inc.. 1970, págs. 44 a 82.

21. Si bien no insistió en la cuestión en el Leviatán y por más que no lo haya concebido c o m o forma especial de poder, Hobbes reconoció la importancia de lo que estoy calificando de poder de concertación; en la quinta ley de la naturaleza, cuando habla de "transacción mutua", está expresando su fe en nuestra sociabilidad natural. Hobbes, op. cit.. págs. 209 y 210.

22. Macpherson, pág. 42.

23. Macpherson, págs. 53 y 54.

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La violencia como concepto descriptivo y polémico

Thomas Platt

"La cuestión es -dijo Alicia- si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas dife-rentes." "La cuestión es saber -dijo Humpty D u m p t y - quién manda. . . y punto."

Lewis Carroll, Alicia a través del espejo.

En el tiempo transcurrido desde que Lewis Carroll escribió esas líneas, la respuesta a la pregunta de H u m p t y Dumpty parece haberse hecho cada vez más clara. Las personas son dueñas de las palabras, por lo menos en un sentido m u y obvio: pueden hacer, y con frecuencia hacen, que signifiquen cosas m u y distintas. D e por sí, ésta no es una característica nega-tiva de la comunicación humana. En gran media, las palabras son el medio con el cual estructuramos nuestra experiencia o, para utilizar la elegante frase de Nelson G o o d m a n , las pa-labras son un importante medio de edificar el m u n -do1. Así las cosas, la plasticidad del idioma se convierte en un instrumento para redescribir o rehacer nuestro m u n d o , mientras buscamos una conceptualización más adecuada para él. Sin embargo, esta característica básicamente positiva del lenguaje no deja de tener su lado negativo. La plasticidad misma del lenguaje que nos permite deformar o ampliar el signifi-cado de las palabras, nos permite también complicar distinciones significativas, con lo que conseguimos confundir a los demás y a nosotros mismos y aumentar las probabilida-

T h o m a s Platt es profesor de Filosofía en la West Chester University, West Chester, P A , U S A . H a publicado nu-merosos artículos en revistas especiali-zadas sobre cuestiones de ética y filoso-fía social.

des de incurrir en errores de razonamiento. En este trabajo trataremos de demostrar la tesis de que la aplicación cada vez más extensa del término "violencia" puede surtir precisamente este efecto en el pensamiento social contempo-ráneo, y expondremos algunos argumentos en contra de esta ampliación.

¿Qué es la violencia? O , más concretamen-te, ¿qué queremos decir cuando empleamos este término? El Diccionario Webster indica

no menos de siete acepcio-nes del término, desde la relativamente precisa de "...fuerza física empleada para causar daños o heri-das"2, hasta la claramente metafórica de "...energía natural o física o fuerza en acción"3, pasando por la m u y ambigua de "...uso in-justo de la fuerza o el po-der, como en el caso de la privación de derechos"4. Y sin embargo, a pesar de la variedad de significados comprendidos en las siete

definiciones mencionadas, el diccionario no recoge los muchos usos del término que se pueden encontrar en los escritos contemporá-neos. Por ejemplo, en una obra reciente titula-da Ethical Theory and Social lusses, David Goldberg se considera obligado a distinguir entre la violencia interpersonal, social y políti-ca,5 y a incluir la noción de "...ataque psicoló-gico a la persona..."6, en el ámbito de las tres formas. Lo que no explica Goldberg es el signi-ficado de "ataque psicológico", pero, dada la ambigüedad esencial del concepto, esta ausen-

R I C S 132/Junio 1992

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174 Thomas Platt

cia de explicación habla en favor de la discre-ción del autor.

A pesar de la vaguedad inherente a la clasi-ficación de Goldberg, parece todavía un ejem-plo de claridad cuando se compara con algu-nos de los estudios m á s extensos sobre la violencia publicados recientemente. John Swamley estima necesario distinguir entre la "violencia abierta" y la "violencia encubierta" en su estudio de la cuestión7. E n la primera categoría, Swamley incluye a "...la delincuen-cia, los disturbios, la guerra, la revolución y la contrarrevolución..."8 que, afirma, "conlleva a m e n u d o el uso de armas para herir o matar a seres humanos"9. Sobre la segunda categoría, escribe lo siguiente: "El tipo encubierto es la violencia que ha sido institucionalizada en di-versos sistemas o estructuras que impiden que la gente sea libre"10. C o m o ejemplo de ello, Swamley cita el servicio militar obligatorio y la segregación racial. N o hace falta estar en desacuerdo con la condena de estas prácticas por parte del autor, para sentir una cierta in-quietud ante este uso de la palabra "violencia" para describirlas. Es evidente que este uso de término se aparta considerablemente de su sig-nificado habitual. E n el lenguaje cotidiano po-dríamos admitir fácilmente que el servicio mi-litar obligatorio puede poner a una persona en una situación que la obligue a efectuar actos violentos, o la convierta en víctima de la vio-lencia. C o n todo, describir el propio servicio militar obligatorio c o m o una acción violenta es ir m á s allá del significado vulgar de la pala-bra.

U n a ulterior expansión del significado de la palabra "violencia" se encuentra en la con-sideración del término por parte de Newton Garver. Garver establece un contraste entre la violencia abierta y lo que él llama "...las for-mas silenciosas que no implican necesaria-mente un ataque físico abierto a la persona o a la propiedad"14. C o m o ejemplos de esta vio-lencia tranquila, Garver cita "...la represión del maestro"13 y la "violencia tranquila insti-tucionalizada"14 observando, con referencia a esta última, que "...por consiguiente, la violen-cia ejercida por el maestro en la clase puede no ser personal sino institucional, aplicada en el curso de su actuación como fiel agente del sistema educativo"15. Llegados al punto en que es necesario establecer esta categoría de la "violencia tranquila", no podemos menos que

preguntarnos si el próximo descubrimiento será el de la "violencia no violenta". Es m á s , la observación de Garver, "...dejo al lector deci-dir si todos los actos sexuales no son actos violentos..."16, y la afirmación m ás reciente de Susan Griffin de que "...los elementos básicos de la violación están presentes en todas las relaciones heterosexuales..."17 parecen sugerir que la transición de la "violencia tranquila" a la "violencia no violenta" está en marcha. ¿Qué está sucediendo aquí? ¿ C ó m o puede aplicarse un mismo término a comportamien-tos tan diversos, a primera vista, c o m o un homicidio, una reprensión del maestro y un acto sexual de una pareja heterosexual? La respuesta a estas preguntas se encontrará ana-lizando la función del término "violencia" en las obras de los autores mencionados.

Debe observarse, ante todo, que un exa-m e n del funcionamiento de un término no es lo m i s m o que una discusión de la etimología de la palabra en cuestión. Es más , en este caso las consideraciones etimológicas tienen poco peso. Etimológicamente, "violencia" se deriva del latín vis (fuerza) y latus, participio pasado del verbo ferus, llevar o transportar. E n su sentido etimológico, violencia significa llevar la fuerza a algo o alguien; observación que no explica ni con m u c h o la amplia utilización actual del término. Esta explicación sólo pue-de obtenerse considerando la función del tér-mino en el discurso contemporáneo, de con-formidad con la aseveración de Wittgenstein, que "...sólo en el uso encuentra la proposición su sentido"18.

E n cuanto al problema del uso, lo primero que podemos observar es que el uso del térmi-no violencia, en su sentido m á s amplio, tiende a encontrarse en obras de carácter polémico, es decir, aquellas que intentan influir en las opiniones y, lo que es má s importante, en la visión del m u n d o que tienen los lectores. Es más , todas las obras citadas pueden describir-se c o m o intentos de "despertar la conciencia". Es decir, en el caso de los tres autores mencio-nados se observa un claro intento de alterar la percepción del m u n d o que tiene el lector, in-duciéndole así a una reacción negativa frente a estructuras o prácticas que antes parecían aceptables. Christina Sommers ha señalado un uso extensivo similar del término "sexismo" en la literatura contemporánea, que ella llama "...neologismo por extensión"19. C o m o en el

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La violencia como concepto descriptivo y polémico 175

El atractivo de la violencia: un cartel en Nueva York. R . Doisncau/Rapho.

caso del término "violencia", esta autora con-sidera que la intención de los autores que recu-rren a esta técnica es cambiar la visión del m u n d o que tienen las personas. Al igual que el término peyorativo "sexismo", el término "violencia" es apropiado para el intento de cambiar la visión del m u n d o de la persona por el sentido doble de la palabra, característica que la hace sumamente útil en el discurso po-lémico.

C o m o ha señalado Maurice Cranston, la palabra "violencia" lleva consigo tradicional-mente una connotación de condena que no se encuentra en el término, al parecer equivalen-te, de "fuerza". Según este autor, "tanto en la teoría moral c o m o en la conversación cotidia-

na, la distinción entre fuerza y violencia se entiende claramente. La fuerza es algo siempre de lamentar, pero en algunas circunstancias es permisible. La palabra "fuerza" no lleva im-plícito un juicio condenatorio c o m o la palabra "violencia"... La "violencia" es mala por defi-nición"20. Es precísamete esta connotación pe-yorativa de la palabra "violencia" lo que expli-ca su aplicación cada vez m á s amplia. Mien-tras que a un nivel descriptivo "violencia" puede referirse simplemente a la fuerza física empleada para causar daño, a un nivel moral denota el uso éticamente inaceptable de la fuerza física para dañar a otra persona. Este sentido moral confiere al término "violencia" una connotación emotiva y una función près-

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176 Thomas Platt

criptiva. Esta última función puede verse in-cluso en el uso metafórico del término. Así pues, una previsión meteorológica que advier-ta al público que se aproxima una tormenta violenta sirve no solamente para describir la fuerza de ésta, sino también para prescribir un comportamiento prudente por parte de quienes se encuentren en la trayectoria de la tormenta. Al m i s m o tiempo, evoca una reacción emocio-nal negativa en el oyente, en este caso proba-blemente temor. Esta feliz combinación de un contenido descriptivo relativamente vago y una connotación moral y emocional negativa hace que la palabra "violencia" sea ideal para el discurso polémico. La primera característica permite emplear el término en esferas m u y alejadas de su significado básico, mientras que la segunda realza su utilidad c o m o medio de provocar respuestas emocionales y juicios m o -rales negativos en relación con los comporta-mientos a los que se aplica. D e ahí su atractivo evidente para el polemista. Por desgracia, su uso cada vez más c o m ú n como expresión ge-neral de desaprobación moral y emocional no deja de acarrear riesgos importantes, que los devotos de su uso extensivo parecen ignorar.

El primero de estos riesgos tiene que ver con un simple hecho relativo al lenguaje, que describe mejor el conocido principio lógico: a medida que el término se hace m ás extenso, su intensidad disminuye. Para decirlo de un m o d o ligeramente distinto, a medida que au-menta la gama de significados de un término, su fuerza descriptiva se contrae. U n ejemplo clásico es la palabra "cosa", que puede aplicar-se a cualquier objeto físico. A consecuencia de su enorme extensión, una indicación del tipo "encontré una cosa en el bosque" carece de todo contenido informativo, mientras que una advertencia como "cuidado con la cosa que hay en la habitación de al lado" no tiene el menor valor. D e m o d o análogo, a medida que el término "violencia" se aplica a una gama de conductas cada vez m ás amplia, el juicio ético "la violencia es moralmente condenable" va perdiendo su contenido informativo, y la nor-m a moral "abstente de la violencia" resulta aún menos clara para quien busca una pauta de conducta. Dado que los partidarios de a m -pliar el significado del término tienden a e m -plearlo como expresión de desaprobación, no parece que hayan hecho un buen negocio. Si lo que se quiere es persuadir a alguien de que

renuncie a un comportamiento violento, ex-tender el significado del termino "violencia" hasta el punto de borrar toda distinción entre violecia y otros tipos de conducta no parece que sirva a este fin. Además , ello podría con-vertirse m u y bien en un elemento crucial de una argumentación que sirva para justificar un aumento de la violencia en el m u n d o .

En el contexto de la moral tradicional de Occidente, el recurso inicial a la violencia por una parte es una de las "circunstancias" m e n -cionadas por Cranston que hace permisible el uso de la fuerza por parte de la víctima o de un tercero que actúe en defensa de ésta. Si preferi-m o s prescindir de la distinción de Cranston entre fuerza y violencia, podría hacerse la mis-m a observación diciendo que se ha estimado que el recurso inicial a la violencia por una parte, legitima moralmente la respuesta vio-lenta de otra parte. Esta comprensión de la situación moral ha alimentado casi todos los debates sobre el uso legítimo de la fuerza en la historia del pensamiento occidental. Es más , es fácil ver en ella un supuesto previo implíci-to en la mayoría de los intentos contemporá-neos de ampliar el concepto de violencia. Los que emplean el término en el contexto de un discurso polémico, desean claramente provo-car un juicio negativo sobre las conductas que califican de "violentas" e incitar a las personas a promover el cambio. Si este cambio sólo puede efectuarse por medio violentos, por lo menos algunos de los que lo propugna lo verán c o m o un caso de uso moralmente permisible de la fuerza. En breve, se apartarán de la tradi-ción moral en su empleo del término "violen-to", para emplear otro aspecto de esa tradición con objeto de excusar el nuevo uso de la vio-lencia.

H a y mucho que decir en favor del signifi-cado ampliado de la noción de violencia en los últimos años. Ello ha sensibilizado en la prác-tica a muchas personas con respecto a la con-dición moralmente dudosa de muchas estruc-turas y prácticas sociales. N o obstante, el carácter moralmente dudoso de estas estructu-ras y prácticas seguiría siéndolo, tanto si se las califica de violentas c o m o si no. La violencia no es la única forma de comportamiento in-moral, ni siquiera la má s común. La tendencia contemporánea a hacer extensiva la noción de violencia parte del supuesto de que es una condición necesaria para calificar justificada-

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La violencia como concepto descriptivo y polémico 177

El juego de la violencia: las víctimas son imágenes en una pantalla... J Faujour/Rapho.

mente una acción o una práctica de inmoral. Esta hipótesis parece derivarse, a su vez, de nuestra pronunciada tendencia a adoptar una forma completamente negativa de moralidad, que Callahan ha llamado "ética minimalis-ta"21. Esta ética equipara la conducta inmoral con la conducta nociva, reduciendo así las obligaciones morales a una sola: la de no per-judicar a los otros. Para convencerse de la propagación de esta forma de pensar, imagine-m o s cuántas veces una discusión sobre un pro-blema moral empieza con la pregunta retórica, " ¿ A quién perjudico con esto?" Está bastante claro que la hipótesis subyacente a la pregunta es la identificación de la conducta nociva con la conducta inmoral. Quien hace la pregunta supone, evidentemente, que una respuesta ne-gativa zanja la cuestión. Por desgracia, desde el punto de vista de muchos planteamientos éticos tradicionales, la cuestión no se resuelve así. Para el tradicionalista, por ejemplo, la obligación de decir la verdad no queda anula-

da automáticamente por el hecho de que en un caso concreto el acto de mentir no cause un daño evidente. Asimismo, tampoco anula la obligación de cumplir las promesas por el he-cho de que un incumplimiento de la promesa no sea manifiestamente nocivo en un caso de-terminado. Para los defensores de la ética mi-nimalista, el carácter vinculante de una obliga-ción tradicional depende, de hecho, del daño que pueda causar su incumplimiento. Respec-to de este criterio pueden hacerse dos observa-ciones.

En primer lugar, en el m u n d o angloparlan-te, por lo menos, la ética minimalista encuen-tra su justificación intelectual en el "principio del perjuicio", propuesto por J.S. Mili22. Sin embargo. Mili no lo propuso c o m o principio moral, sino c o m o principio político. Mili pro-puso el perjuicio demostrable c o m o justifica-ción de la prohibición de un comportamiento por las autoridades, no como una prueba de la rectitud moral del comportamiento. Para Mili,

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178 Thomas Platt

hubiese sido perfectamente razonable conside-rar inmoral un determinado tipo de comporta-miento y abstenerse no obstante de imponer restricciones legales al mismo. Así pues, cuan-do optamos por una ética minimalista confun-dimos, por inadvertencia, la categoría de los actos inmorales con la categoría de los actos que la sociedad puede prohibir justificada-mente. Esta confusión de la moral y la ley no es útil para ninguno de los dos ámbitos de pensamiento, porque o bien limita la moral a la esfera de los problemas que pueden resol-verse por medios legales, o bien amplía el área vital que ha de someterse al control de la sociedad. U n ejemplo será útil en este contex-to. Supongamos que adoptamos la actitud mi-nimalista con respecto a la veracidad. Si deci-dimos que, en general, no es perjudicial m e n -tir, la obligación de la veracidad quedará excluida de la esfera de la moral. La veracidad se convertirá así en una opción de comporta-miento entre otras muchas igualmente acepta-bles, y la moral dejará de constituir una guía para las personas enfrentadas al dilema de decir o no la verdad. Por otra parte, si decidi-mos que mentir es generalmente perjudicial, no sólo hemos devuelto esta cuestión a la esfe-ra de la moral, sino que, además, estaremos justificando el empleo de la coerción social para reducir esta forma de comportamiento. Esto causa al mismo tiempo otro problema. Las acciones legislativas para prohibir la m e n -tira tendrán poco efecto si las autoridades no disponen de los medios para detectar por lo menos un porcentaje importante de actos que infrinjan esta legislación. D e ahí que sea nece-sario recurrir a una vigilancia constante de la población para detectar estos comportamien-tos. La ética minimalista, aunque parezca per-mitir una mayor libertad individual, se con-vierte en una justificación para la intervención continua de las autoridades en los asuntos de los particulares. Ciertamente, es un mal nego-cio. Si bien ello podría evitarse limitando la categoría de comportamientos inmorales a los actos que causen un claro daño físico a los demás, esta opción nos lleva a un segundo problema, inherente al enfoque minimalista.

El m u n d o está hecho de manera que el ser humano cree que las cosas tienden a ir mal. Los aspectos negativos de los códigos morales tradicionales pueden verse como intentos de mitigar esta tendencia. Pero el m u n d o se ca-

racteriza también por su interdependencia; las personas pueden influir en las vidas de los demás de m o d o positivo. A la larga, la super-vivencia de la especie podría depender tanto de estas interacciones positivas c o m o del abs-tenerse de causar daño a los demás. Al reducir la esfera de lo moral a lo que es perjudicial, el enfoque ético minimalista prevé un sistema que puede ser conveniente cuando las cosas van bien, pero no cuando van mal, c o m o ob-servó Callahan23. Por ejemplo, cuando el su-ministro de alimentos es suficiente, el que uno se abstenga de robar la comida del otro puede ayudar a los dos a sobrevivir. La inacción del primero con respecto al segundo permite que las cosas vayan bien para los dos. En tiempos de escasez, cuando los suministros de alimen-tos son limitados, la abstención de una acción positiva por parte de uno puede significar la muerte del otro por inanición. En tales cir-cunstancias, la inacción del primero -abste-nerse de causar daño al otro- equivale a una denegación de ayuda que puede tener conse-cuencias desastrosas para el segundo. Dada la interdependencia de todos nosotros, un código moral limitado al principio negativo de dejar en paz a los demás es simplemente insuficien-te. Por desgracia, en el m u n d o de hoy, muchas personas no parecen darse cuenta de esta insu-ficiencia. Habiendo adoptado una ética mini-malista, deben expandir continuamente la no-ción de perjuicio para abarcar conductas que enfoques más tradicionales considerarían transgresiones de obligaciones positivas, c o m o por ejemplo la beneficencia. Esto les tienta a ampliar la noción de violencia de m o d o que justifique el uso más extendido que hacen de la noción de perjuicio. Así, en el ejemplo que acabamos de exponer, la inacción del primero, el hecho de que no haya actuado en beneficio del segundo compartiendo con él su comida, se interpretaría como un acto de violencia ha-cia éste. La violencia se ha convertido en una forma de inacción, y no sólo de acción. H e m o s garantizado la simplicidad de nuestro código moral a costa de su precisión y con ello hemos emprendido una peligrosa marcha descenden-te hacia la oscuridad.

El concepto de violencia, en su sentido tra-dicional de empleo de la fuerza para causar daño, se ha visto siempre como una justifica-ción del empleo de la fuerza coercitiva a m o d o de respuesta. Así pues, a medida que se va

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La violencia como concepto descriptivo y polémico 179

ampliando el significado del término "violen-cia", ocurre lo m i s m o con la gama de compor-tamientos que pueden alegarse para justificar una respuesta violenta. Si el puntapié que te doy es un acto de violencia que "justifica" una respuesta violenta, ¿qué habrá que decir de mis insultos, de m i violencia verbal contra ti? ¿ Y qué de m i "violencia pasiva", el no haber hecho todo lo que he podido para remediar tus circunstancias desgraciadas? El peligro inhe-rente al proceso de extensión neológica del término "violencia", es que acabe proporcio-nando a quienes lo emplean en su sentido amplio un número creciente de situaciones, en las cuales pueden alegar el comportamiento violento de los demás para justificar su res-puesta violenta. Por la misma razón, ello pro-porcionaría una g a m a cada vez m á s amplia de comportamientos que estaría justificado res-tringir mediante sanciones sociales, lo que a su vez justificaría una necesidad creciente de vi-gilancia social de la conducta individual. E n resumidos términos, nuestro deseo de provo-car la desaprobación de determinadas conduc-tas, calificándolas de ejemplos de violencia,

favorecerá el aumento de la violencia real en el m u n d o y no su disminución, reduciendo al m i s m o tiempo el nivel de libertad personal al hacer más amplia la gama de comportamien-tos que justifican el control social. C o m o he-m o s dicho antes, es un mal negocio. Si prescin-diésemos de nuestro deseo de simplicidad, encarnado en la ética minimalista, encontra-ríamos numerosas razones en las tradiciones morales de la humanidad para condenar vir-tualmente todas las conductas que queramos censurar, sin los peligros que supone nuestra insistencia en hacer extensivo el significado de "violencia" a todas esas conductas. Al mismo tiempo, al hacer m á s preciso el término, facili-taremos el estudio científico de sus causas y, finalmente, podríamos reducir incluso su inci-dencia. Si este es nuestro objetivo, será mejor utilizar el término "violencia" en su sentido restrictivo y no en su sentido amplio, más polémico. Es de esperar que los que se dedican a las ciencias sociales y del comportamiento procedan así en el futuro.

Traducido del inglés

Notas

1. Goodman, Nelson. Ways of Worldmaking. Indianapolis, Ind.: Hackett Publishing Company, 1978, págs. 1-22.

2. Webster's Deluxe Unabridged Dictionary. Segunda edición. Nueva York, N . Y . : Simon and Schuster, 1979, pág. 2.040.

3. Ibid.

4. Ibid.

5. Goldberg, David. Ethical Theory and Social Issues. Nueva York: Holt, Reinhart and Winston, Inc., 1989, pág. 456.

6. Ibid, pág. 455.

7. Swamley, John. Liberation Ethics. Nueva York, N . Y . : The Macmillan Co . , 1972, pág. 36.

8. Ibid.

9. Ibid.

10. Ibid.

11. Ibid, pág. 36-37.

12. Garver, Newton. "What Violence Is" en Social Ethics, Morality and Social Policy, ed. Mappes and Zembaty, Nueva

York. N . Y . : M c G r a w Hill, 1977, pág. 272.

13. Ibid, pág. 273.

14. Ibid.

15. Ibid.

16. Ibid, pág. 271.

17. Griffin, Susan. "Rape: The Ail-American Crime" en Women and Values: Readings in Recent Feminist Philosophy, ed. Marilyn Pearsall, Belmont, Ca.: Wadsworth Publishing Co. , 1986, pág. 179.

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180 Thomas Plait

18. Wittgenstein, Ludwig. On Certainty, ed. G . E . M . Anscombe y G . H . von Wright, Nueva York, N . Y . : Harper & R o w , 1972, pág. 3c.

19. Sommers, Christina. "Philosophers Against the Family", en Vice and Virtue in Everyday Life, segunda edición, ed. Christina Sommers y Fred Sommers, Nueva York, N . Y . :

Harcourt, Brace, Jovanovich Publishers, 1989, pág. 737.

20. Cranston, Maurice. "Ethic and Politics" en Social Ethics: Morality and Social Policy, ed. Mappes and Zembatty, Nueva York, N . Y . : McGraw-Hill, 1977, pág. 268.

21. Callahan, Daniel. "Minimalist Ethics: O n the Pacification of Morality", en Vice and Virtue in Everyday Life, primera edición.

ed. Christina Sommers, Nueva York, N . Y . : Harcourt, Brace, Jovanovich Publishers, 1985, págs. 636-652.

22. Véase Mill, John Stuart. " O n Liberty" en Essential Works of John Stuart Mill, ed. M a x Lerner, Nueva York, N . Y . : Bantam Books, 1961, pág. 263.

23. Callahan, op. cit.

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Violencia, impotencia e individualismo*

Joseph Pestieau

A los efectos del presente trabajo se entiende por violencia la agresión gratuita, impulsiva, excesiva, irracional o desmesurada. Esta defi-nición es necesariamente parcial y arbitraria; emplea términos equívocos o que dependen de un juicio de valor y excluye las agresiones m á s brutales si son los únicos medios los que justi-fican un fin; excluye así el crimen organizado o calculado. En todo caso, servirá para discer-nir una violencia excesiva, que es preciso c o m -prender y reconocer en el seno de los hábitos con-temporáneos.

Sin razón ni medida

Ejemplos emblemáticos

El ser humano encoleriza-do no se toma el trabajo de escuchar la voz de la ra-zón. N o tiene paciencia, grita, golpea, se hace el to-dopoderoso en circunstan-cias en que carece de m e -dios y no controla lo que le rodea.

El violador prescinde del consentimiento de su víctima, pues no acepta la posibilidad de sufrir un rechazo. Su deseo le ciega. Se afirma negando al otro, porque no sabe llegar a un acuerdo con él.

U n padre ha perdido su trabajo y toda su esperanza. Mata a su mujer y a sus hijos y luego se quita la vida. Escapa así a su intolera-ble impotencia.

Frente a una víctima propiciatoria, un gru-po se desata. Se une en una condena común ,

Joseph Pestieau ha hecho investigacio-nes interdisciplinarias sobre etnología, política y filosofía. En libros y artículos ha comparado las instituciones occi-dentales con las de los pueblos "primi-tivos", ha criticado el concepto de de-sarrollo industrial y los límites de la racionalidad económica contemporá-nea. Actualmente, está acabando un li-bro sobre las disensiones sociales en un pueblo de las Ardenas. Su dirección: Centre Canadien de Gestion, B . P . 420, Succursale A . Ottawa, Canadá.

en una seguridad c o m ú n en cuanto a su propia rectitud.

Se identifica con el bien, identifica la vícti-m a con el mal y la expulsa de su seno, para él los matices no valen.

Pobre del que recuerde al grupo que el mal no está sólo en el exterior, pues corre el riesgo de convertirse, a su vez, en víctima propicia-toria.

Porque el grupo ansia una buena concien-cia y la unanimidad que le proporciona el rechazo apasionado del símbolo del mal. Se niega a cuestio-nar su pasión y el símbolo.

La convicción de estar entre los elegidos y de lu-char en pro de una causa sagrada, así c o m o la exal-tación, el fanatismo y el entusiasmo subsiguientes, hacen en algunos casos las veces de estrategia.

Hay que señalar que, normalmente, es en una si-tuación de impotencia y

humillación donde nacen las esperanzas y los ardores milenaristas. Cuanto menos se do-mina una situación, más se espera de lo irra-cional. A veces, éste reviste la forma de una violencia que uno se imagina deseada por Dios para purificar el m u n d o a sangre y fuego.

Algunos terroristas practican una violencia insensata y ciega. Cabe preguntarse si su nihi-lismo no es más que la exasperación de la voluntad en una situación que no parece ofre-cer salida.

R I C S 132/Junio 1992

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182 Joseph Pestieau

El punto de vista fenomenológico

La violencia de que estamos hablando es cie-ga. N o tiene razón ni medida. El ser violento rechaza el m u n d o , se niega a adaptarse y se niega a avanzar pacientemente en función de las posibilidades. Se niega a transigir con otro, no acepta ser cuestionado, rendir cuentas, ni simplemente tener en cuenta a los demás. Se afirma sin medida y niega cualquier límite. N o tiene medida porque no acepta límites. Detrás de la impaciencia, el desenfreno o la exalta-ción, lo que hay que ver es la incapacidad de comportarse de conformidad con las limitadas posibilidades que ofrecen las circunstancias. En cierto sentido, la violencia es una manifes-tación de inmadurez. M á s que nada, tal vez sea una negación del ser dependiente y del ser finito.

E n esencia, la violencia es el gesto teatral por el cual un sujeto (o una colectividad) pre-tende asumir el papel de todopoderoso en una situación de impotencia. Sin duda, esta situa-ción está relacionada con la impaciencia y con la capacidad del sujeto. Sartre, en su Esquisse d'une théorie des émotions (1965), ha dicho cosas similares a propósito de la ira. Por más que la violencia pretenda formar parte de una estrategia política, seguirá siendo despropor-cionada con respecto a los objetivos de esa estrategia. Significa negarse a aceptar que la realidad es un proceso pausado y sus derrote-ros son complejos, significa despreciar a otros que podrían adoptar una perspectiva distinta. Se niegan éstos y otros obstáculos porque no se ven en ellos más que contrariedades insoporta-bles. E n el vandalismo, incomprensible a pri-mera vista, de un joven marginado se perciben las características que acabo de indicar, la afir-mación sin medida de un sujeto limitado y humillado por su ignorancia del m u n d o , por su inhabilidad social y por su inadaptación escolar. En algunos casos, esta violencia puede reivindicar ocasionalmente un nietzcheísmo de pacotilla o roderse de cierto ritual. Sin e m -bargo, hasta ahora no ha generado grandes mitos colectivos para justificarla o glorificarla. La relación entre la violencia y la mitología debe buscarse en otra parte. D e hecho, la vio-lencia del delincuente parece tanto m á s el acto de un delincuente, cuanto que no se ha dado una mitología que le aporte una apariencia de razón.

Mito y politica de la violencia

La historia política se alimenta a veces de mitos que exaltan la violencia y además los renueva. Por lo general, estos mitos contrapo-nen el bien al mal y legitiman la violencia que defiende el primero contra el segundo. Quie-nes lo usan para sus fines descubren en ellos una justificación y una gran utilidad. Sobre todo, encuentran en ellos una solución instan-tánea y definitiva, si bien ilusoria, para frus-traciones de toda índole, que son demasiado reales. Esta solución consiste justamente en fabricar una visión del m u n d o que les convie-ne y en negar los hechos que no les convienen.

Pasaremos a referirnos brevemente a tres casos que, por lo demás, se asemejan: el del nacionalismo exacerbado, el del milenarismo y el del fascismo.

El nacionalismo exacerbado corresponde a una identificación colectiva respecto del ex-tranjero. Éste, al desempeñar el papel de ene-migo, al menos en potencia, permite a la na-ción imaginarse que está unida contra el extraño y es moralmente superior a él. El amor a la patria, ahora unánime y magnificado, au-toriza la irresponsabilidad y cada uno sigue al otro c o m o los borregos de Panurgo. La magni-tud de la causa constituye su propia legitima-ción y permite no tener que someterla a un examen crítico. En caso de conflicto armado, se lanza descontroladamente en él pensando que así lo evitará. La agresividad individual cree encontrar una noble expresión en una aventura de esa índole. Incluso antes de lan-zarse a un combate glorioso que prometa la salvación, tal vez trate de disciplinarse a sí misma o de disciplinar las tropas para ese combate.

Sin duda, la guerra total, una guerra en que no se ponderan el costo y los beneficios, o en que la pasión de luchar y aplastar al adversario lo obnubila todo, rara vez se da. Sin embargo, en el fuego y la furia de cada batalla, los c o m -batientes caen en un vértigo similar. ¿ N o es ese el vértigo de que se habla y que se trata de recrear en las arengas patrióticas, cuando hay que preparar a los soldados para que se jue-guen la vida?

El milenarismo es una forma de paroxismo de la esperanza; cree en la gracia de los dioses o en el destino histórico y, generalmente, no tiene otras razones para confiar en el porvenir

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Violencia, impotencia e individualismo 183

Hinchas en un camp o de fútbol: ¿espectadores entusiastas o protagonistas de la violencia de masas? Ph. Lehr/Sipa

(Pestieau, 1983, págs. 207 a 225). N o es nece-sariamente violento. D e hecho, muchas veces los movimientos milenaristas tuvieron que su-frir la violencia y la persecución del m u n d o exterior antes incluso de poder pasar a la ofen-siva. Hubo , sin embargo, movimientos mile-naristas o mesiánicos que revestían la forma de una guerra santa y vengadora para cumplir los designios del Cielo o restablecer el orden de las cosas; no se limitaban a soñar con un triunfo justiciero de los buenos sobre los m a -los, sino que pasaban a los hechos. Si bien ni los judíos, ni los cristianos, ni los musulmanes tienen el monopolio de esta forma de eferves-cencia social, caracterizada por la santifica-ción de la victoria esperada y por la santi-ficación de la violencia necesaria para alcan-zarla, hay que reconocer que poco los dejan atrás. El milenarismo puede laicizarse pero, al hacerlo, cambia de forma. Deja de ser toda la esperanza que antes era, esperanza en la justi-cia sobrenatural, esperanza que permitía des-

conocer la racionalidad de los medios y reunir creyentes, cuando ninguna organización políti-ca los podía reunir con eficacia.

Las guerras de campesinos pobres dirigidos por T h o m a s Münzer, la revuelta de W a t Tyler, los levantamientos populares en el noreste del Brasil contra los terratenientes, la resistencia de las Iglesias negras contra los colonizadores son ejemplos de movimientos que se inspiran en historias bíblicas y quizá incluso las entien-den mejor que los clérigos. Estas revueltas ge-neran, a su vez, nuevas leyendas, transforman la imaginación colectiva y sientan las condi-ciones para otros levantamientos sociales. Los mitos de la huelga general o del gran final y su poder movilizador no son creaciones ex nihilo; en ellos se encuentran vestigios de viejas aspi-raciones. Muchas veces, han pasado por una metamorfosis para revestir formas adaptadas en mayor o menor medida a la realidad.

El fascismo nace en Italia y Alemania en un contexto de malestar social cuyas causas

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son múltiples. Mencionaremos solo una. En los dos países, el parlamentarismo que daba forma al pluralismo ideológico parecía perju-dicial porque paralizaba al Estado. La división entre los partidos y el estéril debate entre los diputados eran motivo de escándalo, porque la sociedad seguía siendo tradicional y seguía acostumbrada al autoritarismo (Sternhell, 1983). El Duce y el Führer prometían a sus seguidores la fuerza de un pueblo unido, la decisión de una voluntad firme y el dinamis-m o de un movimiento irresistible. Sus segui-dores creyeron encontrar en ellos las certezas y la simplicidad del pasado. N o se preguntaban quién se aprovechaba de la fuerza del pueblo, cuan razonable era la voluntad o cuáles eran los fines del movimiento. Éste se deslizó por el camino de la irracionalidad hasta hundirse en la derrota.

Georges Sorel (1847-1922) exhortaba a la violencia porque aborrecía las dilaciones que, según él, eran propias de la burguesía. Quería reencontrar el sentimiento de autenticidad que confiere la adhesión total e inmediata a una causa justa. Quería ir directamente al grano, sin detenerse en la complejidad de las situacio-nes sociales, sin pasar por las zonas interme-dias en que se diluyen la resolución y el entu-siasmo. Comprendía bien las condiciones psi-cológicas de la movilización política, pero ello no significa que fuera capaz de aplicar una estrategia política.

Acabamos de pasar revista a algunas figu-ras clásicas de la violencia política. En ellas se encuentra una voluntad que no tiene en cuenta los obstáculos con que se tropezará, una vo-luntad que escapa así a la frustración. Esta voluntad, que tiene la pretensión de ser ínte-gra, carecerá de otro objeto que su propia afirmación ilimitada, vacía, en un m u n d o y en una sociedad en que ya no es tenida en cuenta.

El punto de vista psicológico

La violencia, tal c o m o ha sido descrita hasta ahora, comparte la desmesura y la impaciencia del deseo. N o nace de un deseo en particular, sino de la negación de lo real y del desafío a la ley que puede resurgir en todo deseo. Hablába-m o s hace poco de la violencia gratuita del delincuente. En realidad, esta violencia, que no está justificada por un fin que se encontra-

ría fuera de ella misma, revela de una forma particularmente clara esas dimensiones. A ve-ces, revela también un resentimiento acumula-do que se explica por todos los deseos frustra-dos en el pasado.

En el caso de la violencia ejercida contra una víctima propiciatoria o contra un objeto de escándalo, no se trata de desafiar una ley ni una realidad; se trata más bien de la división arcaica entre el bien y el mal, división que se establece según convenga y que se usa c o m o fundamento para la acción. Aunque el terro-rista suele concederse justificaciones estratégi-cas para su violencia, de no haberlas, también puede justificarla en una fe absoluta en la verdad de su causa y en la condena, no menos absoluta, del adversario. Si la causa es deses-perada, no lo es menos la de la luz en las tinieblas. El carácter sublime de la lucha desa-credita las dudas en cuanto a su desenlace, o las consideraciones en cuanto a su costo. El terrorista, a diferencia del delincuente, apare-ce c o m o un hombre de principios. Su acción se basa generalmente en un razonamiento y una organización. Es el aspecto sistemático del te-rrorismo lo que espanta, aún más que su as-pecto arbitrario. Se hablará de fanatismo, mientras que el delincuente parece actuar sin credo ni moral.

A veces, en la violencia se encuentra el deseo de la muerte y no solamente el deseo de matar. Este último apunta a la eliminación de otro, pero puede también expresar un deseo de vivir. El deseo de la muerte, en cambio, expre-sa el hastío respecto de la vida y la voluntad de ponerle fin. El guerrero yanomami está obliga-do por su cultura a afirmarse de forma narci-sista en el combate. Sin embargo, puede ocu-rrir que esté cansado de tener que someterse a su obligación y tal vez entonces acuda al cam-po de batalla, no para triunfar, sino para en-contrar en él su propio fin, que acoge c o m o un descanso, el único que el guerrero yanomami puede tomarse sin decepcionar a los demás. Y a ni siquiera el amor está a su alcance (Bioc-ca, 1968; Chagnon, 1968; Lizot, 1976; Clas-tres, 1977b).

Recapitulemos. La violencia aparece pri-mero como un deseo que se niega a diferir el placer, que no acepta los términos medios ni las contemporizaciones que exigen la realidad y la ley. También parece alimentarse del resen-timiento y la frustración que han surgido en

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Violencia, impotencia e individualismo 185

La prisión: una barrera contra la violencia que puede convertirse en el espacio y el instrumento de ésta. Corte de pelo de un recluso en W o r m w o o d Scrubbs, Reino Unido, R Ma>ne/Edimcdia

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todas las ocasiones que ha habido que transigir en el pasado. La violencia apunta a la elimina-ción de los límites que imponen la ley y la realidad; su placer es hacer tabla rasa y desem-barazarse de todo lo que sea una contrariedad. Hay en ella una exaltación narcisista del yo, en la ilusión de que no existen m á s límites. Cuan-do esta exaltación corresponde a toda una co-lectividad, la ilusión es compartida, y para esa colectividad, se convierte en realidad; se ins-taura un nuevo derecho en su seno y sus di-rigentes pueden manipularlo o soslayarlo (Fromm, 1975, pág. 219).

La razón de la violencia

La libertad sólo se ejerce dentro de los límites del m u n d o y de la historia, en una situación determinada, reconociendo sus limitaciones y sus posibilidades y aprovechando estas últi-mas . El alfarero, para producir su obra, apro-vecha las propiedades del material. El hombre de Estado, para reformar la sociedad, debe aprovechar el m o m e n t o oportuno, adaptarse a la situación y aceptar transacciones. D e todas maneras, es preciso que el alfarero tenga oficio y tenga un material apropiado y que el hombre de Estado sea hábil y las circunstancias no lo traicionen.

Ser hábil, tener oficio, no es sólo tener una inteligencia técnica; es también estar atento a las ocasiones que se presentan, tener paciencia para preparar los medios, redefinir los fines en función de las posibilidades. Cuando los recur-sos son realmente m u y escasos, y cuando no se tiene una educación que brinde el oficio y la habilidad, la exasperación, la cólera y la vio-lencia son reacciones irracionales pero c o m -prensibles.

E n este contexto, es importante no hacer una distinción demasiado clara entre, por una parte, los medios y las ocasiones que ofrece la situación objetiva y, por la otra, el sentido del compromiso, la inventiva, la habilidad y la paciencia de los sujetos. U n a situación es siempre más prometedora para el que sabe reconocer el derrotero que hay que seguir o las oportunidades que hay que aprovechar y que se atreve a correr riesgos. Para el jefe político o militar que se encuentra en una situación sin salida, no reconocer la derrota, farolear, atacar para intimidar al enemigo y dar ánimo a los suyos no constituyen necesariamente conduc-

tas insensatas. A veces, la única forma de cam-biar la situación y modificar la relación de fuerzas consiste en creer, contra toda lógica, en la gracia del destino. Convendría detenerse brevemente en este tema, pues ello permitirá relativizar la crítica que se ha hecho hasta ahora a la violencia.

Hay individuos, grupos sociales y naciones para los cuales el futuro está cerrado y el pre-sente es intolerable. Para ellos, resignarse no es mejor que negarse a esta resignación. Bres-son, en su película " U n condenado a muerte se escapa", expone el caso de un miembro de la resistencia que espera su ejecución entre las cuatro paredes de su celda. Para no caer en el abatimiento decide preparar una fuga que pa-rece imposible; no sólo recupera la esperanza sino que, además, consigue fugarse. Al estu-diar los milenarismos, se encuentran hombres y mujeres que no podían esperar nada del futuro si obraban de forma razonable, y que deciden lanzarse por caminos inusitados. Se creen favorecidos por los dioses y se lanzan a actuar de forma que parece suicida, pero, sin embargo, recuperan su cohesión, su dignidad y la confianza en sí mismos. Tal vez consigan, además, reunir la fuerza necesaria para pros-perar en este m u n d o . Ahora bien, antes de conseguirlo, es sabido que el milenarismo cae irremediablemente en la desmesura. La cues-tión debe ser planteada en estos términos, cuando se trata de movimientos c o m o ciertos cultos religiosos (Lawrence, 1964; Worsley, 1957) o ciertos levantamientos campesinos (Desroches, 1973; M ü h l m a n n , 1968; Pereira de Queiroz, 1968; Lanternari, 1962).

Antonio Gramsci (1975, pág. 153) decía, respecto de los comunistas que creían que la revolución proletaria era inevitable, que su fe en el determinismo mecánico se convierte en una fuerza formidable de resistencia moral, de cohesión y perseverancia paciente y obstinada y que, por otra parte, sea cual fuere su utili-dad, esa fe es ciega. En otras palabras, esa fe puede enardecer y reunir partidarios y cam-biar la relación de fuerzas, pero no por ello deja de ser irreflexiva y carente de fundamen-to. Jon Elster (1986, págs. 28 y sig.) diría que no es posible entregarse a ese tipo de fe utilita-rista sin terminar siendo engañado por ella.

Ciertas guerras de liberación nacional que, en un principio, no eran m á s que fanatismo, terrorismo o movimientos suicidas, consiguie-

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Violencia, impotencia e individualismo 187

ron convertirse en causas importantes y respe-tables y reunir los medios militares y publici-tarios que, a la larga, aseguraron su victoria. La guerra de liberación nacional de Argelia fue comenzada por individuos que la opinión francesa calificaba de criminales, pero fue ga-nada por hombres valientes, reconocidos c o m o tales. Por más que los criminales sólo lo fueran para sus enemigos, corrían muchos riesgos: la victoria que esperaban distaba de ser segura y sus actos de violencia formaron parte de una estrategia que no merecía enton-ces el nombre de tal. La baladronada política de los futuros vencedores parecía un terroris-m o sin propósito, tan problemático era toda-vía éste, pero sirvió para transformar la situa-ción.

Es cómodo acusar a los adversarios políti-cos de intentar lo imposible, recurrir a la vio-lencia gratuita o pretender objetivos sin tener en cuenta los costes. Lo posible e imposible, el costo y los beneficios, se miden de distinta manera, según cuáles sean los intereses y cuá-les sean los aliados, y según la decisión y los objetivos que se tengan. Quienes están ahitos no van a comprender jamás la impaciencia de los hambrientos. Los escépticos no van a c o m -prender jamás la intransigencia de los creyen-tes y los acusarán sin más de violencia y fana-tismo. H a y que señalar que antiguos m i e m -bros de la resistencia que, según ellos, estaban embarcados en una lucha de liberación nacio-nal, pero según sus enemigos practicaban el terrorismo, pueden a su vez calificar de terro-ristas a quienes lanzan en su contra una guerra de liberación nacional con todos los abusos que suele entrañar.

Anomia y violencia

Después de todas estas consideraciones, que cabría titular "fenomenología de la violencia c o m o negación de la impotencia", pasaremos a referirnos a las condiciones sociales que ge-neran en nuestros días violencia, en la acep-ción que hemos dado a este término en el presente trabajo; para estos efectos nos valdre-m o s de dos textos, uno de Yves Michaud titu-lado "La dénégation du social" (1978, págs. 198 a 228) y otro de Gilles Lipovetsky, titula-do"Violences sauvages, violences modernes" (1983, pág. 195 a 246).

La anomia

Para Auguste Comte, Herbert Spencer y Emile Durkheim es evidente que la sociedad indus-trial, capitalista y liberal es cada vez más c o m -pleja y genera una nueva interdependencia de los individuos. Sin embargo, también obser-van que se está trazando una evolución con-trapuesta, que aisla al individuo y lleva a la desintegración social. Las tareas se especiali-zan y atomizan. Cada uno persigue su propio interés, aunque su labor sea complementaria de la de otros. Las relaciones entre los agentes sociales revisten un carácter cada vez más con-tractual y menos estatutario. Las autoridades y las instituciones tradicionales, que aseguraban el orden social y moral, pierden prestigio. Los individuos se liberan, pero también se desocia-lizan. Se encuentran aislados, sin norma ni creencias que los unifiquen.

Para contrarrestar los inconvenientes de esta situación, Comte propicia el Estado posi-tivo. Spencer, por su parte, apunta a un dere-cho consensual y de cooperación, que reem-plazaría al derecho represivo, basado en el dogma y que está desacreditado. Sin embargo, cabe preguntarse qué fuerza tendría este nuevo derecho si no hubiese más obligaciones que las que se atuviesen a los intereses de las perso-nas, y si el único fundamento de las costum-bres, del orden y del Estado se encontrase en el consentimiento aleatorio de cada uno. Desde el punto de vista de Spencer, el intercambio continúa, pero fomentado m á s por el interés, por el cálculo. Subsiste una sociedad, pero sin más reglas que las que quieran aceptar indivi-duos utilitaristas y atomizados. Según Spen-cer, éstos se comunican y comparten un ámbi-to social, al igual que comparten una lengua. Sin embargo, no se da cuenta de que una lengua se fundamenta en un supuesto básico, en un consenso previo acerca de un código y, sobre todo, acerca de la sintaxis y de la distri-bución de los símbolos. Ahora bien, "al con-senso en los intereses le falta un consenso de fondo sobre las normas y los valores que le permitirían asentarse (...). La función de las soluciones utilitaristas consiste justamente en prescindir de ese presupuesto básico" (Mi-chaud, 1978, págs. 216 y 217).

Durkheim, por su parte, no cree que la interdependencia económica que entraña la división del trabajo baste para restablecer un

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orden social. Los individuos se liberan de todo principio de autoridad y esa liberación signifi-ca un fraccionamiento y una anomia. El inte-rés egoísta y calculador de los individuos pue-de posponer el conflicto y el desorden pero no puede eliminarlos. La cooperación contractual entre los agentes sociales necesitaría nuevas formas que le sirvieran de fundamento, la ase-gurasen y la mantuviesen. Durkheim cree que se establecerán normas de esa índole, pero su optimismo es m u y mesurado.

El desorden entre los seres civilizados y entre los primitivos

Según Hobbes, en el estado natural volverían a encontrarse individuos independientes unos de los otros, que no estarían sometidos a reglas del juego que fuesen m á s fuertes que su egoís-m o o su rivalidad. Sin embargo, este estado hipotético corresponde más a la situación del liberalismo triunfante que a la del pasado ori-ginario.

La antropología ha estudiado sociedades primitivas (es decir, elementales y aparente-mente originarias) que practicaban el igualita-rismo y rechazaban la jerarquía social y el Leviatán1. Son absolutamente holísticas y se someten escrupulosamente al orden consuetu-dinario (Pestieau, 1984). Por lo demás, es jus-tamente ese conservadurismo incondicional lo que les permite prescidir de amos (Gauchet, 1978, pág. 62). Algunas de esas sociedades encuentran en la guerra una forma de estructu-rarse: la amenaza y el enfrentamiento armado entre diferentes grupos, y las necesidades que ello entraña, refuerzan la identificación de los individuos e instauran el orden y la paz en el interior de cada uno (Clastres, 1974 y 1977a). En este caso, la guerra es la otra cara del orden y de la paz, su condición necesaria. Además , el enemigo en contra de quien se une un grupo puede ser un simple símbolo del mal, que no plantea ningún peligro real, pero ofrece a quie-nes lo condenan la posibilidad de una concien-cia limpia y la ocasión de resolver sus conflic-tos (Girard, 1972).

En nuestros días se denuncia la violencia del chauvinismo y su guerras, tal como se de-nuncia la condena que hace la gente bienpen-sante de los pobres indeseables, de los que tanto necesita diferenciarse. Somos ciudada-nos del m u n d o y nos mofamos de los patriote-

ros. ¿Es que nos hemos convertido en gente tolerante y nos hemos abierto a los demás? Ciertamente ya no tenemos las convicciones que en el pasado justificaban cruzadas y gue-rras religiosas, ni la necesidad de empuñar las armas para vengar a nuestro clan. N o nos identificamos ni con un clan ni con la patria, ni con la "verdadera religión". Nos hemos hecho demasiado individualistas para ofren-dar nuestra vida a uno o las otras. Nos distin-guimos y nos valoramos por lo que tenemos, no ya por nuestra pertenencia a una comuni-dad o nuestra oposición a sus enemigos.

El duelo y la venganza, que parecen actos de violencia de otra época, en su m o m e n t o constituían una exigencia del orden social e incluso del orden establecido. Se trataba de establecer o restablecer el honor, ya no de un individuo, sino de todo un grupo. Era éste quien justificaba la conducta de los individuos y era su prestigio el que exigía que fuesen belicosos y, a veces, sacrificasen su vida. En muchas sociedades sin Estado, cuando el miembro de un grupo sufría daños en manos de un miembro de otro, era preciso restablecer el equilibrio roto entre los dos grupos y se podían confundir el equilibrio social y el equi-librio cósmico.

Cuando se mataba o cuando se cobraba una muerte con sangre, no se trataba tanto de aplacar un resentimiento c o m o de arreglar cuentas, restablecer el orden en el m u n d o per-turbado por una asimetría.

En este sentido, la venganza no era salvaje; servía para restablecer el orden, por más que a veces pudiera desencadenar un ciclo de repre-salias que era m u y difícil detener. Los indivi-duos debían someterse a esta ley de la vengan-za, tal c o m o debían defender la independencia y prestigio de su grupo2. Estaban tan obligados con los muertos como con los vivos. Esas obligaciones daban sentido a su vida y a su muerte en combate. N o era posible transigir con otro grupo para obtener la paz, si esa transacción perjudicaba la autonomía del pro-pio grupo.

La reciprocidad en la venganza, c o m o la reciprocidad en el don, mantenía entre las unidades sociales la independencia de cada una, mantenía un equilibrio precario entre ellas y les permitía no tener que depender de un Leviatán (Lipovetsky, 1983, págs. 197 a 206).

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Escena de la película Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad), de Leni Riefensthal (1934). D . R

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Indiferencia o empatia por el prójimo

La seguridad que ofrece el Estado y la prospe-ridad económica han propiciado la "civiliza-ción de las costumbres" (Elias, 1973). Sin e m -bargo, según Lipovetsky, el individualismo y el mercado que lo favorece han tenido un pa-pel primordial en la disminución de la agresi-vidad3 y han deshecho los vínculos que cada uno mantenía con su comunidad, sobre todo con su linaje. El dinero, la felicidad, la movili-dad y la intimidad dentro de la familia nuclear han pasado a ser valores centrales para el indi-viduo. Los demás ya no son calificados, de entrada, de aliados o enemigos. En la mayor parte de los casos, apenas se ven, se han hecho anónimos. Hablábamos antes de la desociali-zación c o m o anomia y carencia de reglas. E n este contexto, la vemos m á s bien c o m o indife-rencia respecto del prójimo. El individuo que se ha liberado de la carga de defender a su grupo, con el que ya no es identificado y al que no pertenece más , se recoge en sí mismo , en su compañera del momen to , y en sus hijos si los hay, y se preocupa por ellos, con lo que tiene, con su trabajo y con sus pasatiempos4.

El Estado vigila y sanciona de forma coti-diana, casi invisible y ciertamente sin furor ni crueldad, para asegurar a las ciudadanas y los ciudadanos aburguesados el disfrute de sus bienes y de su intimidad en un entorno de paz y tranquilidad. Son cada vez m á s ineptos para la lucha, la violencia les horroriza rápidamen-te y están dispuestos a compadecer el sufri-miento ajeno. N o es tanto la igualdad entre las personas lo que las hace cada vez m á s sensi-bles al sufrimiento ajeno, sino el hecho de haberse replegado sobre sí mismos. El indivi-duo desocializado está cada vez m á s capacita-do para percibir al extranjero c o m o a un seme-jante; se apiada del destino de un refugiado en el otro extremo del m u n d o , porque le asigna una sensibilidad y una individualidad pareci-das a las suyas. La indiferencia respecto de los demás y la identificación con el extranjero se combinan en el cosmopolitismo. "Paradójica-mente, el individuo se abre a la desgracia aje-na a fuerza de mirarse aisladamente, de vivir para sí m i s m o " (Lipovetsky, 1983, págs. 221 y 222). Casi todo el m u n d o es el prójimo, pero nadie lo es por obligación.

U n o ya no se está circunscrito por una comunidad, el m u n d o no se acaba en los lími-

tes de la tribu o de la provincia, ya no se está sujeto a solidaridades ni a vasallajes restricti-vos y, por lo tanto, uno se abre al m u n d o . Henri Bergson (1932) había depositado m u -chas esperanzas en esta evolución. Alexis de Tocqueville (1961, pág. 174), a quien cita Li-povetsky (1983, pág. 222), veía las cosas con ojo m á s crítico: " E n los siglos de democracia, el ser h u m a n o rara vez se desvela por el próji-m o , pero, sin embargo, demuestra una c o m p a -sión general por todos los miembros de la especie h u m a n a " . Se abre al m u n d o con remo-lonería, c o m o se enciende el televisor desde el sillón, haciendo "zapping" en busca de imáge-nes provocativas.

Tanto en la calle c o m o en el sistema penal, la violencia retrocede a medida que avanzan la democracia liberal y la industrialización; para asentar el carácter se recurre menos a la gres-ca, al insulto o al desprecio por aquel cuyos valores no se aprueban. N o s hemos hecho tole-rantes hasta el punto de hacernos indiferentes a los valores y a los demás (Bloom, 1987, págs. 25 a 43). La intoleracia y la violencia se limi-tan al único lugar en que todavía tienen im-portancia, el seno de la familia. Éste parece ser el resultado que arrojan las estadísticas, aun-que probablemente éstas no revelaban antes la violencia familiar que hoy ha quedado de m a -nifiesto.

Violencia ficticia y violencia real

La sensación de inseguridad y la representa-ción de la violencia en los medios de comuni-cación van en aumento, mientras que la vio-lencia disminuye, por el hecho de que el indi-viduo desocializado se siente desarmado, vulne-rable y amenazado. Recogido en sí m i s m o , sin relación con una comunidad cuya seguridad compartiría, está a la vez aislado y desorienta-do, se siente a la vez narcisista y asustado. "El narcisismo, inseparable del miedo endémico, sólo se configura cuando se presenta una fa-chada exageradamente amenazadora lo que, a su vez, no hace m á s que ampliar la gam a de reflejos individualistas, actos de defensa pro-pia, indiferencia por el prójimo, repliegue en sí mi smo . . . " (Lipovetsky, 1983, pág. 230).

La representación reiterada de violencia y horror, al igual que la pornografía m á s extre-m a , no apuntan a quebrantar un código moral que ya no existe, sino que representa una "hui-

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da hacia adelante", un "radicalismo carente de contenido", una "carrera hacia los extre-m o s " vacía y sin sentido (Lipovetsky, 1983, pág. 231). La película "La naranja mecánica" representa bien este fenómeno, c o m o deja de manifiesto el éxito que ha obtenido. La violen-cia-acción y la violencia-espectáculo son dos caras de la misma insignificancia; se consume la sensación fuerte por falta de valores que alcanzar y de prohibiciones que quebrantar (May, 1969).

Por más que la violencia tienda a dismi-nuir en las calles de los países occidentales, sin embargo, somos testigos del recrudecimiento de cierto tipo de violencia. Es la perpetrada por una población joven, que no está integrada en la sociedad económica y cuyas necesidades se ven exacerbadas y desatendidas. Esta pobla-ción está compuesta, sobre todo, de margina-dos en razón de su inadaptación cultural o su color y de marginados que no pueden o no quieren adaptarse al "sistema" y, en primer lugar, al sistema escolar.

Muchas veces, la explosión instantánea y gratuita, el vandalismo o el gamberrismo, constituyen su única posibilidad de afirma-ción.

El individuo que no está integrado en la sociedad se expresa, pero lo hace en forma independiente de la realidad en la que, de todas maneras, no sabe c ó m o actuar y c ó m o hacerse reconocer.

Lipovetsky (1983, págs. 224 a 227) habla de una hiperinversión individualista y narci-sista que explicaría la transformación de la violencia y el insulto: porque ya no tienen destinatario cierto, no tienen objetivo ni senti-do, son desproporcionados con respecto al motivo que los explicaría y no parecen ser m á s que impulsivos e incontrolados. Habla tam-bién (1983, págs. 235 y 236) de una "delin-cuencia hard, sin proyecto, sin ambición, sin imaginario" y de delincuentes sin prudencia ni oficio, sin futuro ni valor, sin siquiera la espe-ranza de llegar a algo, para los que sólo cuenta vivir al día.

Estos delincuentes maniobran en un m u n -do irreal, en el que no puede configurarse una estrategia sino, únicamente, la apariencia de una estrategia. Juegan a comprometerse, pero sólo pueden demostrar la sinceridad de su compromiso si tienen un vocabulario para ello.

Envidia y rivalidad

Cuando los individuos ponen en entredicho las limitaciones del orden social y moral, y ya no tienen en cuenta más que su propio interés personal, corren el riesgo de caer en una situa-ción caótica. N o se trata de minimizar las limitaciones y la arbitrariedad de las que se deshacen. Se trata únicamente de resaltar que, si quieren seguir jugando juntos en beneficio mutuo, tienen que ponerse de acuerdo y acep-tar reglas del juego que sean m á s sólidas que sus propios intereses del momento . Tienen que ponerse de acuerdo sobre un bien común mínimo, aunque sólo sea para asegurar las condiciones a partir de las cuales podrá tratar de alcanzar a largo plazo sus propios intereses personales y bien concebidos.

Esos intereses no se calculan sin más y desde perspectivas utilitaristas. H e m o s habla-do ya del sentimiento de desamparo e impo-tencia que es evidente que no favorece tales perspectivas. V a m o s a hablar ahora del deseo de poder y de la envidia que tampoco las favorecen. Unos pueden querer que todos sean mucho menos agraciados, con tal de que ellos mismos estén en mejor situación que los de-más . Además , ¿por qué querer dominar a otro va a ser menos racional que querer maximizar lo que se tiene?

U n elemento importante del dispositivo social que limita la envidia y la rivalidad (Gi-rard [1961, 1972, 1978] ha mostrado que cabe cualquier pretexto) es la diferenciación de los roles y los estatus de cada uno. La antropolo-gía social nos enseña que esa diferenciación no es necesariamente vertical, y que puede existir entre personas del mismo rango. Las socieda-des tradicionales, al asignar a cada uno dere-chos y obligaciones concretos y competencias y límites específicos, reducen las posibilidades de enfrentamiento. La sociedad igualitaria y liberal, en cambio, al permitir en principio que todos tengan las mismas ambiciones, deja el campo libre a la rivalidad en pos de los mis-m o s honores, placeres, empleos, bienes y ser-vicios. La voluntad de triunfar sobre los de-m á s se ve favorecida por la libertad de ponerse a la altura de los demás. Todo lo que unos desean, diplomas, automóvil, pareja, honores, todo lo que pueda conferir una distinción, los otros lo desean. En efecto, para el individuo únicamente tiene valor lo que lo tiene a los

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ojos del mundo , el m u n d o al que pertenece y cuya apreciación comparte. El objeto de deseo es, en potencia, objeto de rivalidad; necesaria-mente, se hace escaso desde el mometo en que puede manifestarse la rivalidad, y es por eso que la economía de mercado produce simultá-neamente riqueza y carencia (Hirsh, 1978). El antagonismo y el resentimiento se desbocan en el momen to mismo en que se habla de igual-dad, libertad y fraternidad. Para esta última es necesario que los hermanos no sean también seres iguales en libertad de envidiarse el uno al otro.

Jean-Pierre Dupuy (Dumouchel y Dupuy, 1979, págs. 64 y sig.), comentado la obra de René Girard Mensonge romantique et vérité romanesque (1961), señala que el deseo m i m é -tico nunca fue tan furioso como en la época romántica, cuando todos pretendían ser origi-nales. En esa época, el burgués, tras romper con las distinciones instituidas en el antiguo régimen, inventa otras nuevas febrilmente y compite con sus semejantes para demostrar que es autónomo y no se parece a nadie. Sin embargo, lo único que hace es seguir la moda ; para escapar a su propia sensación de oque-dad, resultado de su excesiva pretensión de originalidad, trata de ganarse la envidia y la admiración de los demás y, para eso, se con-forma a lo que los demás envidian y admiran, consume lo que los demás querrían consumir. Al final, Narciso vuelve a encontrarse sólo, decepcionado y envidioso. A falta de serlo todo, se siente un don nadie. Lo que ocurre es que no se ha creado un lugar entre los demás; por otra parte, si lo tuviese, estaría obligado a pretender que no le basta. Dupuy (Dumouchel y Dupuy, 1979, pág. 128) recalca que "nuestro 'individualismo' no es un valor, es una m e n -tira".

Este argumento acerca del ser humano re-plegado en sí mismo, la envidia y la rivalidad no es m á s que un esquema que apunta a corro-borar el cuadro de desórdenes y contradiccio-nes del individualismo. También podríamos mencionar aquí La Foule solitaire, de David Riesman (1959), u Homo aequalis, de Louis D u m o n t (1977), o sus Essais sur l'individualis-me (1983). Pero de todas maneras, el cuadro es ya bastante sombrío y no es necesario aña-dir nada más. En todo caso, sí hay que insistir en el hecho de que los desórdenes sociales no son generados por igual por ricos y pobres, por

los poderosos bien asentados y por los delin-cuentes definidos por su impotencia.

La condición del orden liberal

N o se trata aquí de hacer la apología de las comunidades tradicionales, del antiguo régi-m e n o del obscurantismo. D e hecho, es posible construir un orden viable que agrupe indivi-duos emancipados. Éstos pueden examinar y criticar sus interpretaciones culturales y sus tradiciones morales y, de todas maneras, se-guir contando con ellos mismos. Se pueden impugnar los propios móviles y las propias costumbres sin perderlos. El orden social y moral, a diferencia de lo que tal vez se haya entendido más arriba, no tiene por qué ser impugnable para ser aceptado.

El filósofo concibe la libertad como algo necesariamente circunstancial, porque depen-de de los medios y las posibilidades del m o -mento, pero también de las motivaciones y los valores. La libertad no dispone soberanamente de éstos, los ha recibido en herencia, con su cultura, o los descubre en un medio determi-nado. En todo caso, puede hacerlos suyos deli-beradamente5. D e la misma manera, una so-ciedad puede voluntariamente ponerse de acuerdo en costumbres comunes y en un bien común, tomando como fundamento usos, há-bitos, necesidades, pasiones y esperanzas ya compartidos. Para que todo termine bien, ade-más hay que confiar, con criterio crítico sin duda, en una dirección política que proponga elementos de acuerdo. U n a sociedad no inven-ta los elementos que han de agruparla pero sí puede elegirlos a condición de someterse a las mediaciones que se impone y que acabamos de indicar.

La falta de bien común

En la anomia contemporánea, la violencia errática de que hablábamos anteriormente, es síntoma de un problema mucho mayor, es de-cir, la dificultad de contemporizar para vivir juntos, de tenerse en cuenta los uno a los otros. Esta afirmación es tan banal que hay que acla-rarla para que parezca menos insignificante.

El individualismo liberal, sobre todo en Estados Unidos, su terreno favorito, concibe la democracia como una competencia entre grupos de presión. Éstos se unen tras una ideo-

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logia política para utilizarla en beneficio pro-pio, más que para promoverla. Las asociacio-nes pro defensa de los derechos de los ciudada-nos adoptan igualmente el comportamiento de los grupos de presión. Unos y otros defienden su causa sin tener en cuenta las demás, salvo en el marco de alianzas tácticas para resolver "single issues" según la coyuntura (con la téc-nica del log rolling, por ejemplo).

En Estados Unidos, y cada vez con mayor frecuencia en Canadá, el hecho de que grupos o individuos que luchan en pro de la equidad acudan al poder judicial refleja su intención de hacer reconocer determinados derechos que considera absolutos. N o luchan para promover grandes reformas sociales, no tratan de llegar a transacciones aceptables en un programa de gobierno, no tienen en cuenta la complejidad de las cuestiones sociales, sino que más bien adopta una actitud moralizadora e intransi-gente. Su puesto de observación no les permite ver más lejos. A su confianza en el poder judicial, hay que sumar su desconfianza res-pecto del poder ejecutivo y el legislativo que, sin embargo, son electos. Pretenden participar en el poder, pero su punto de vista sobre el interés público es m u y limitado. En este con-texto se ha hablado de la aparición de un estilo sectario de política (Douglas y Wildavsky, 1982, págs. 184 y 185), o de la fragmentación de la población en múltiples minorías (Cairns, 1990).

Por otra parte, el sectarismo religioso y los diferentes fundamentalismos cobran cada vez mayor importancia, tanto en las sociedades liberales c o m o en las demás, c o m o si no se creyese más en el debate de los valores, c o m o si se considerara suficiente confesar las con-vicciones para convencer y para convencerse, c o m o si declarar la fe pudiese validarla y cam-biar el m u n d o .

La violencia de algunas pandillas de jóve-nes camorristas, desfavorecidos por la fortuna, no es un síntoma más alarmante que este neo-fideísmo, que el descrédito de la política y de las obligaciones democráticas, que la insisten-cia unilateral en los derechos y los intereses de cada uno. Se trata de la misma expresión vacía de una voluntad que no aprovecha los medios de transformar la cosa social, que se encierra a

veces en la impotencia política en nombre de la rectitud moral de su causa. Existe aquí un gran potencial de violencia, una negación del pluralismo que se encontraba también en el fascismo (Sternhell, 1983, Pestieau, 1986), una negativa de ver con los ojos de los demás y de no ver otra cosa que un m u n d o ficticio porque es solipsista.

Conclusión

Para asumir el pluralismo, y la anomia que constituye a veces su otra cara, hay que re-construir objetivos colectivos y un sentido de la obligación recíprocos. Esto no puede hacer-se sin un cierto sentido del relativismo. N o se puede recuperar la inocencia perdida, no se pueden inventar certidumbres compartidas y enrolamientos colectivos, que decidirían el destino de los individuos sin caer en la cegue-ra. Los fascistas y los fundamentalistas mues-tran el camino que no hay que seguir. Para hacer frente al atomismo social, el escepticis-m o y el desencanto moral, no es preciso ser idiota y malvado (Pestieau, 1983, págs. 26 a 29).

Hay que resistirse a los excesos de la ideo-logía igualitarista que deja el campo libre a sueños imposibles, a la envidia y a la frustra-ción. Hay que aceptar las diferencias entre los seres humanos (Illich, 1982). N o todos tienen el mi smo talento, pero todos pueden respetar-se y ayudarse tal c o m o son, pueden reconocer-se iguales derechos y pueden definir juntos normas para mejorar la situación de cada uno.

En cuanto a los que no ocupan un lugar en la sociedad, se sienten excluidos y se las dan de camorristas habría que preocuparse de ofrecerles una educación y una integración en la sociedad, en vez de profundizar en la exclu-sión de que ya son objeto. Esto sería probable-mente más económico que temer sus cambios de humor o encarcelarlos. También haría falta que tuviera sentido para ellos ocupar un lugar en la sociedad, que ésta les ofreciera caminos viables.

Traducido del francés

*E1 presente artículo constituye una versión ampliada de un trabajo presentado al Congreso Internacional sobre la Violencia y el Mito Social, celebrado en Kiryat Anavim (Jerusalén) del 3 al 6 de julio de 1989.

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Notas

1. Se las consideraba sociedades compuestas de "salvajes", porque no tenían monarca ni jefe. Los "civilizados" no sabían cómo tratar con ellos ni cómo someterlos, salvo tratar con cada unidad doméstica o someterla por la fuerza. Estos "salvajes" no tenían la menor idea de lo que era la sumisión, ni de lo que era un tratado por el cual quedaban sometidos, lo que molestaba todavía más a los "civilizados".

2. La extensión del grupo puede variar. La identificación de un nuer con su tribu, con su linaje o con un segmento del mismo linaje, constituyen un ejemplo claro, casi caricaturesco, del carácter relativo de la solidaridad, de la competencia entre alianzas y de la diversidad de grupos a que puede pertenecer un mismo individuo (Evans-Pritchard, 1968).

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3. La agresividad no disminuye porque haya perdido su utilidad en el Estado centralizado, sino porque el individualismo predomina sobre las normas de la comunidad. " N o se puede decir que los hombres "reprimen" sus impulsos agresivos por el hecho de que esté asegurada la paz civil y las redes de interdependencia se amplían cada vez más, como si la violencia no fuera más que un instrumento útil para la conservación de la vida, un medio carente de sentido, como si los hombres renunciasen "racionalmente" a recurrir a la violencia en el momento en que su seguridad quedase establecida. Sostenerlo sería olvidar que, desde el principio de los tiempos, la violencia ha sido un imperativo decretado por la organización holística de la sociedad, un comportamiento de honor y desafío y no de utilidad. Mientras

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4. El fenómeno de replegarse sobre uno mismo y su familia nuclear se ha registrado más de una vez en la historia (Veyne, 1978, Hirshman, 1982; Foucault, 1984).

5. La libertad puede apropiarse de motivaciones y valores, cuando no hace más que utilizar posibilidades y medios en nombre de los cuales pueden ordenarse motivaciones y valores que no comparte.

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Las sociedades contemporáneas y la violencia original

Venant Cauchy

La violencia constituye uno de los problemas más inquietantes de la actualidad. Sin duda, debemos preguntarnos si nuestra época se dis-tingue por la agudeza y la magnitud de la violencia o si, simplemente, tenemos más con-ciencia de la violencia, de su carácter irracio-nal y de las injusticias que expresa y que pro-duce. En efecto, los trastornos provocados por las conquistas de Alejandro o de Julio César, las hordas desenfrenadas de Gengis Khan, las Cruzadas, la Inquisición, la expansión del Imperio Otomano, las guerras na-poleónicas, la dominación colonial del planeta por las naciones europeas desde principios de la Edad M o -derna, para limitarnos a unas pocas alusiones a nuestro pasado histórico, se caracterizaron sin duda por una violencia masiva y permanente. ¿Y qué decir del largo suplicio de los pueblos negros de África, cuya esclavitud, codificada por el propio Luis X I V en 1685 con el título de Código Negro, continuó desvergonzada-mente en el Siglo de las Luces europeo y casi hasta finales del siglo X I X ?

Los que acabamos de mencionar no son más que unos pocos de los grandes aconteci-mientos históricos que se han desarrollado bajo el signo de la violencia. También en nues-tros tiempos, entre personas o grupos de per-sonas, en nuestra vida cotidiana, la violencia nos precupa y nos interroga: violencia sexual, conyugal o familiar, violencia sobre los pobres

Venant Cauchy es profesor de filosofía en la Universidad de Montreal. C . P . 6128 Succursale A , Canadá H 3 C 3J7, y presidente honorario de la Association des sociétés de philosophie de langue française (ASPLF) y de la Fédération internationale des sociétés de philoso-phie (FISP). Entre sus obras más re-cientes, cabe destacar Conceptions de la paix dans l'histoire de la philosophie (1986).

y los desfavorecidos, provocada dentro de cada país o entre países por la acumulación de la riqueza y el poder, racismo, violencia crimi-nal que infringe los derechos reconocidos a cada uno por la sociedad, violencia gratuita que tiende a manifestarse en las grandes aglo-meraciones urbanas de Occidente y, por últi-m o y desde siempre, la violencia colectiva y deshumanizante de las guerras...

Por lo menos tácitamente, la violencia sig-nifica agresión, transgre-sión. Se pisotea, se aplasta, se transgrede, se traspasa, se traspone el umbral de lo que puede calificarse de ra-cional o de humano en el sentido moral de estos tér-minos. La violencia revis-te, incluso en sus acepcio-nes metafóricas, un carác-ter excesivo y desmesura-do. Se dice que la corriente de un río es violenta cuan-do se desborda y arrasa las viviendas y la vegetación que la rodean. Asimismo,

se habla de violentarse cuando alguien, impul-sado por fines deseables, para lograrlos contra-ría deseos o temores de gran importancia.

La violencia que nos interesa en este caso es, sobre todo, la que un ser human o ejerce sobre otro ser humano . Fundamentalmente, consiste en una cierta fuerza empleada para producir en el otro efectos físicos o psíquicos que contrarían sus inclinaciones, sus propen-siones y sus necesidades. Por consiguiente, es una fuente de conflicto, oposición y contradic-ción, y tiende a suprimir, negar, ocultar y dis-

RICS 132/Junio 1992

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minuir, desde el punto de vista humano , a la persona que es objeto de ella. Así pues, la violencia disgrega y disloca en la medida en que se mueve en sentido contrario a las ten-dencias e inclinaciones de su objeto. Sin e m -bargo, esta misma fuerza de oposición puede llegar a determinar, en quien la sufre, una reorganización física o psicológica que se pre-senta en adelante c o m o una nueva forma de ser, c o m o un orden integrado en cierto m o d o bajo la influencia de la fuerza, y que puede incluso mantenerse una vez que se ha dejado de ejercer la fuerza. Cabe recordar, por ejem-plo, hasta qué punto las violencias inherentes al colonialismo determinaron la delimitación geográfica de los Estados y sus estructuras eco-nómicas y sociales en África o en Asia.

La violencia física, incluso cósmica, a la que se refieren las ciencias de la Tierra y, en lo que respecta a la biosfera, la biología con su evolucionismo darwiniano, engloba, en cierto sentido, la violencia que se podría calificar de humana y que es la única que, a mi juicio, nos preocupa en este contexto. Si el planeta sufrie-se una conmoción, o quedase inhabitable por efecto de una fuerza interna o externa que no depende en absoluto de la actividad humana , la aventura humana terminaría violentamente, pero no habría nada que hacer y, ciertamente, no seríamos responsables. E n cambio, si este fin violento fuera resultado de un conflicto nuclear o de un desequilibrio fatal e irreversi-ble producido por la liberación de substancias contaminantes en la atmósfera, a título indivi-dual no podríamos liberarnos de la responsa-bilidad de haber destruido nuestro medio y toda la humanidad.

La violencia humana depende de la razón, de la capacidad de libre determinación y de autonomía, de las decisiones que nos permite tomar. Se trata de una violencia respecto de la cual existe una responsabilidad, una imputabi-lidad humana, individual o colectiva. Esta imputabilidad puede ser inmediata, es decir, presente, o bien puede ser histórica y referirse a actos pasados, m á s o menos alejados, en cuyo caso no tiene otra significación práctica en la medida en que se inscribe en las situacio-nes actuales.

U n a investigación sobre la violencia h u m a -na supone, desde el principio, una toma de conciencia de los hechos, pero también, m á s allá de ellos, c o m o habría dicho Aristóteles,

una búsqueda de las causas y los principios. D e lo contrario, la reflexión se queda en la superficie de un presente en cuyas estructuras se cristalizan las injusticias, las agresiones y las violencias del pasado, no describiendo m á s que las situaciones de equilibrio presentes, las situaciones de hecho, sin discernir su c o m p o -nente de violencia.

En el pasado, al igual que en nuestra época, los actos de violencia llamaron la atención de los hombres, que se preguntaban cuáles eran su naturaleza y sus causas. Para limitarnos a unos pocos ejemplos, veamos primero ciertos aspectos del pensamiento de Platón. En Fe-dón, y en otras partes de su obra, Platón pare-ce identificar al hombre con su alma. El cuer-po aparece c o m o un receptáculo, incluso una prisión en que está confinada el alma para purgar con su buena conducta las malas dispo-siciones que causaron su encarnación. A dife-rencia de los dioses, cuya naturaleza es buena, el alma h u m a na sufre trastornos que amena-zan constantemente con precipitarla al abis-m o . En el mito del tiro del carruaje (Fedón, 246, y siguientes) se compara al alma con un tiro dirigido por un cochero:

"Entre nosotros (nos cuenta Platón), la au-toridad la tiene un cochero que lleva dos caballos enganchados juntos [...] uno de ellos es un bello y buen caballo, cuya cons-titución es igual que su apariencia, mien-tras que las partes que componen al otro animal son lo contrario de las del anterior, c o m o también es contraria su naturaleza. En esas condiciones, en lo que a nosotros respecta, es necesariamente una tarea difí-cil y poco placentera la de ¡ser cochero!"

El cochero representa la razón o la inteligen-cia. El caballo malo es el de la desmesura, cuya inclinación contraría la de la inteligencia, y que puede arrastrar al cochero y su carruaje hacia la materia.

Por su parte, Aristóteles concibe la natura-leza h u m a n a c o m o alma encarnada. El cuerpo ya no es una prisión, pero toda su realidad depende del alma que lo determina; ya no hay, como en el caso de Platón, una violencia inicial u original en su relación con el cuerpo. Por el contrario, para Aristóteles la violencia consis-te en el rcapà òúavv o la contranaturaleza. Los cuatro elementos que constituyen el m u n d o

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Escuela de tiro; un niño aprende a manipular armas de fuego en una escuela dirigida por Sid Loveless, en coronel retirado, en Pleasant Acres Ranch. Texas, Estados Unidos. J.I>. Laiïonc/sygma.

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físico, el fuego, el aire, el agua y la tierra, se caracterizan por un movimiento o una tenden-cia al movimiento hacia arriba o hacia abajo, según el caso. Todo movimiento contrario, del fuego hacia abajo o de la tierra hacia arriba, por ejemplo, es por consiguiente contra natura o violento. Evidentemente para Aristóteles se trata de violencia en su sentido amplio. Pero el concepto de violencia puede referirse, activa o pasivamente, a toda fuerza o todo móvil, cuyo movimiento o actividad contrarían la tenden-cia o la inclinación fundamental de aquello que es violentado. En el caso de la violencia humana, se trata de una acción voluntaria que contraría la voluntad expresa o tácita de la víctima. Se puede suponer que hay violencia cuando la integridad física, psíquica o moral de una persona están en cuestión, de manera significativa. Sin embargo, la violencia puede consistir también en frenar o impedir un cam-bio importante, que apunta a satisfacer una tendencia o inclinación fundamental. Así como hay movimientos violentos porque son contra natura (napà òuaív), también existen estados de reposo que son violentos (uivei yap,ßia ôè, afirma Aristóteles, a propósito de la violencia en el sentido m á s general del tér-mino [Física, V , 6, 231, a 7]). La violencia se inscribe en la vida humana, no c o m o una posi-bilidad que dimana de su naturaleza, sino como algo que la contraría.

Recordemos por último, para terminar con estas perspectivas fragmentarias de las filoso-fías de la Antigüedad, algunos elementos de la gran escuela postaristotélica que fue el estoi-cismo. Las tendencias originarias de las natu-ralezas individuales se deslizan, casi irresisti-blemente, hacia las pasiones: deseo, amor, odio, temor, audacia, cólera, todas contrarias al ideal de sabiduría, infinitamente difícil de lograr. La soberanía de la razón o logos, su armonía con el orden del logos cósmico, exige una apatía total, es decir, la supresión de las pasiones y, por consiguiente, la supresión de todas esas malas disposiciones que generan la violencia.

Retengamos de esta breve ojeada a la filo-sofía griega antigua dos elementos principales. En primer lugar, la violencia, si bien se mani-fiesta m á s brutalmente en los gestos excesivos o desmesurados, puede residir igualmente en situaciones de reposo o en conjuntos relativa-mente estables, respecto de los cuales incluso

se puede hablar superficialmente de pacifica-ción. Por ejemplo, la relativa tranquilidad que sucedió a las manifestaciones ruidosas y efer-vescentes de la plaza Tiananmen de Beijing, no significa sin embargo menos violencia. Y la institucionalización, incluso la codificación en Europa de la trata de esclavos entre los siglos XVII y X I X 1 , refleja sin duda una cierta esta-bilidad que, sin embargo, procede del ejercicio constante, y apenas discutido en los aspectos más fundamentalmente odiosos, de una opre-sión violenta sin precedentes en su magnitud en toda la historia de la humanidad. El segun-do elemento es que la violencia humana en sí, en la medida en que llega a caracterizar de forma significativa las relaciones entre los hombres, es necesariamente una manifesta-ción de la idea que nos hacemos de nosotros mismos y de nuestra naturaleza, así c o m o de los orígenes y la naturaleza de la sociedad. Indudablemente, la psicología científica, la so-ciología y las demás ciencias humanas y socia-les se interrogan sobre el comportamiento hu-m a n o , sobre las modificaciones biológicas, fisiológicas y neurológicas que lo acompañan e incluso lo condicionan. Sus métodos contribu-yen poderosamente a la interpretación de los hechos que atraen nuestra atención. Miden y formulan hipótesis y teorías que sólo tienen sentido científico, como ya se ha señalado rei-teradamente, en la medida en que pueden re-futarse. La interrogación filosófica, por el con-trario, es de otro orden, más fundamental, constituye un presupuesto de la de las otras formas de conocimiento y tiene menos posibi-lidades de ser reducida a un instrumento, c o m o ocurre con los métodos encaminados a la for-mulación de modelos e hipótesis en términos de aspectos cuantificables y perceptibles de las cosas y los acontecimientos que se estudian. La filosofía c o m o tal no aporta nada a la in-vención del motor de avión, ni a la creación de armas nucleares que pueden destruir una ciu-dad c o m o Hiroshima, un país o todo el plane-ta. Nada tiene que ver con la obtención de variedades de cereales m á s productivas, m á s resistentes al frío o a los insectos. N o explora la complejidad del genoma humano, ni los medios técnicos de modificarlo en un sentido negativo o positivo. Su interrogación se refiere a la naturaleza humana, a lo que debe ser la sociedad para responder a las aspiraciones de esta naturaleza, a las normas éticas que deben

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regir todos estos medios técnicos que multipli-can el poder del hombre, sus capacidades constructivas y destructivas, producto justa-mente del progreso de la ciencia en una infini-dad de terrenos.

El problema que la violencia plantea a la razón es, por lo tanto, eminentemente filosófi-co. Muchos autores se han interrogado sobre la violencia y sus manifestaciones agresivas desde una perspectiva a la vez científica y filosófica. Konrad Lorenz, en su m u y conocida obra La agresión, historia natural del map, habla de la agresividad c o m o de un instinto que contribuye a la conservación de la vida y de la especie. Si bien la agresividad sirvió de criterio de selección "darwiniana" en la evolu-ción de la humanidad, cabe poner en duda que este criterio siga desempeñando un papel posi-tivo. Lorenz sostiene que, c o m o en el caso de las plumas del argos macho o de la cornamen-ta del ciervo, la selección dentro de la especie propicia formas de evolución que nada tienen que ver con su mejoramiento. Así pues, la agresividad humana (se podría decir también la violencia) c o m o criterio de selección en un contexto de evolucionismo darwiniano favore-ce el surgimiento y predominio de las "virtu-des guerreras", que precisamente parecen po-ner cada vez m á s en peligro el porvenir m i s m o de la humanidad. Sin embargo, a la hora de sacar conclusiones, Lorenz amplía el sentido de la palabra "agresión" a tal punto que no encuentra actividad humana que esté exenta de ella.

En cuanto a las formas m á s virulentas de la agresión, Lorenz preconiza, al igual que Roger Caillois3, mecanismos de sustitución c o m o el deporte. Al tiempo que se pronuncia contra la guerra (aparentemente, todo tipo de guerra), propone un argumento que recuerda singular-mente a los de Bertrand Russell de principios de siglo: el vínculo social, dice a propósito de las ocas, que une al grupo está en estrecha relación con la agresión dirigida contra los extraños. Tambié en el caso de los seres h u m a -nos, el sentimiento de constituir una unidad, sentimiento fundamental para servir a una causa común, se refuerza considerablemente ante un enemigo determinado, amenazador, al que se puede odiar4. N o se sabe m u y bien cómo interpretar las afirmaciones de Lorenz. Los sentidos, a veces m u y amplios y a veces demasiado restringidos, que da a la palabra

agresión hacen difícil apreciar debidamente el mensaje "humanitario" con que termina su libro. Su concepción estrecha de la filosofía como expresión poética, le da pocas posibili-dades de encontrar en otros ámbitos una solu-ción a los problemas que plantea.

Otros científicos, quizás m á s atentos a los aspectos mensurables y perceptibles de los he-chos de violencia y de agresión, tienen menos tendencia a explicar la violencia por un instin-to de agresividad. K . . E . Moyer5 no cree que se hereden tendencias agresivas, aunque acepta que la agresividad tiene un cierto valor de adaptación en el m u n d o animal, cuyo efecto puede consistir paradójicamente en la instau-ración de un conjunto estable de relaciones, en cuyo marco disminuye el "nivel de agresión". Sin embargo, al igual que Lorenz, tiende a juzgar negativamente el valor de superviven-cia que tiene la agresión en el m u n d o humano contemporáneo. En cuanto a la violencia urba-na a la que nos referimos al principio, es la manifestación de una patología que ataca a las propias bases de la unidad y la cohesión de la sociedad. Moyer insiste en las determinacio-nes neurológicas del comportamiento agresivo del ser humano . Distingue entre las tendencias crónicas del comportamiento, es decir, la pro-babilidad a largo plazo de una forma de c o m -portamiento y la configuración neurológica, o sea, la inclinación a un cierto tipo de compor-tamiento en un momento preciso. La agresión estaría en función de dos factores, el medio y el estado del sistema nervioso y de su interac-ción. Hay diversos factores, c o m o el nivel de testosterona, el aprendizaje en determinado medio, la hipoglicemia, las reacciones alérgi-cas, el alcohol, los tumores cerebrales y la esti-mulación eléctrica de ciertas partes del cere-bro, que permiten explicar comportamientos agresivos o violentos, pero Moyer no deja de insistir en los determinantes culturales, y so-bre todo, en los procesos intelectuales en que puede fundarse ciertas formas de resistencia y de agresión.

El hombre y los animales están natural-mente dotados de estructuras cerebrales y ner-viosas capaces de reaccionar a los estímulos externos. Para mantenerse, sobrevivir o pro-gresar en el medio psíquico y biológico, el animal no sólo debe desear lo que le parece agradable y conveniente, sino que también debe reaccionar ante los aspectos negativos,

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difíciles o amenazadores de los objetos y acon-tecimientos a que se enfrenta. Estos aspectos no se perciben como deseables. Para su super-vivencia y su bienestar, el animal debe poder dirigirse a los objetos de que se trate. Es por esta razón que los filósofos de la Antigüedad y de la Edad Media consideraron necesario in-cluir, en lo que llamaban el apetito sensitivo, no sólo una facultad volitiva, sino también una facultad de enfrentamiento, que designa-ron por su manifestación m á s aguda, la facul-tad irascible. Se trata de una tendencia comba-tiva, de una capacidad de agresión contra los obstáculos y los inconvenientes que parecen impedir la satisfacción de los deseos sensiti-vos. Los neurólogos determinan cada vez con mayor minuciosidad, c o m o demuestran las in-vestigaciones sobre el cerebro, las estructuras cerebrales que constituyen el soporte orgánico de esta tendencia combativa, a las que locali-zan con diversos procedimientos de estimula-ción eléctrica o de otro tipo.

En efecto, no cabe asimilar esta tendencia combativa, determinada principalmente por evaluaciones instintivas, a las formas de agre-sión y de violencia que nos interesan particu-larmente en este contexto, es decir, la agresión y la violencia humanas, así c o m o no se podría hablar legítimamente de amor, amistad, gue-rra, paz o vida social en un sentido estricto, en el caso de los animales. Sin duda, pueden sa-carse conclusiones útiles de algunas analogías, como en las fábulas; sin embargo, la violencia humana pertenece a un orden de la conciencia cuyas perspectivas y significado superan infi-nitamente los límites bastante estrechos de las determinaciones instintivas.

Si se excluyen los comportamientos h u m a -nos casi exclusivamente patológicos, la violen-cia humana, individual o colectiva, refleja y pone en funcionamiento principios que rigen el pensamiento, la sensibilidad y la acción. Aunque pueden variar algo según las tradicio-nes culturales, estos principios constituyen una vivencia más o menos consciente para el individuo. Se explicitan en los mitos en que se expresa en imágenes la conciencia que tiene el individuo de sus orígenes, su razón de ser, la naturaleza humana y los orígenes y finalidades de la vida en sociedad. E n las sociedades tradi-cionales, estos principios se transmiten casi de forma íntegra de generación en generación; las estructuras sociales, los roles y los tipos de

comportamiento varían m u y poco o casi im-perceptiblemente a lo largo del tiempo.

Con el desarrollo de un espíritu más críti-co, los propios principios serán objeto de exa-m e n ; los comportamientos, los roles y las téc-nicas cambian a la larga para reflejar mejor los cambios en los principios. Precisamente, es la violencia que se ejerce de forma consciente y voluntaria en ese contexto la que nos interesa aquí, no la violencia animal, ni la violencia patológica, que no implican la responsabilidad de un agente humano.

A nuestro juicio, las formas más marcadas de violencia, de las cuales la guerra constituye el paroxismo entre las comunidades humanas, los diversos tipos de agresión criminal, los comportamientos individuales o colectivos que contribuyen al desequilibrio económico, a la mala distribución de la riqueza y los pro-ductos de la tierra, causa de pobreza, hambre y todo tipo de miseria, todos los comportamien-tos que atentan en diverso grado contra la integridad física, psíquica o moral de las per-sonas y los grupos culturales, las formas de represión policial o militar contrarias al uso razonable de la libertad, dependen originaria-mente de la forma como se concibe la natura-leza humana, su relación con el m u n d o , la naturaleza y los orígenes de la sociedad, es decir, de la filosofía dominante en que se apo-ya la vida individual y colectiva.

N o se puede asimilar a una disposición a la violencia la tendencia reactiva con que el cere-bro h u m a n o y la sensibilidad responden a los obstáculos, las dificultades y los peligros m e -diante la audacia, el temor o la cólera. Sólo hay violencia original en la medida en que la naturaleza humana, y las formas sociales que se edifican sobre ella, entrañan desde un prin-cipio una propensión a la violencia. Ésta es precisamente la concepción que tienen los sis-temas filosóficos más influyentes de la época moderna.

T h o m a s Hobbes6 rechaza enérgicamente, desde el principio de su De cive, la definición aristotélica del hombre c o m o "animal políti-co". Ese axioma, aunque tan comúnmente aceptado, dice Hobbes, no deja de ser falso y el error procede de una contemplación demasia-do a la ligera de la naturaleza humana. Por el contrario, los hombres en estado natural están animados de un temor mutuo y de una volun-tad mutua de perjudicarse los unos a los otros.

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El hombre es un lobo para el hombre. En un estado puramente natural, y antes de que los hombres establecieran relaciones mutuas m e -diante ciertas convenciones, cada uno podía hacer lo que le pareciera contra quien fuera y cada uno podía poseer, usar y disfrutar de todo lo que quisiera.

La satisfacción de esta voluntad de perjudi-car y de apropiarse de todo tiene, sin embargo, grandes peligros para la vida individual y la integridad física y moral. E n efecto, nadie tie-ne tanto poder como para estar salvo de la coalición de varios otros. A fin de asegurarse el disfrute de una parte de los bienes de la tierra y de protegerse de la violencia de los demás, la razón exige que cada uno renuncie a las ambiciones naturales para reconocer a los demás, mediante un pacto o un contrato m u -tuamente consentido, el acceso a una parte razonable. E n tal contexto, se tratará de inves-tir a alguien de la autoridad suprema y el poder que le permitan vigilar la observancia de las cláusulas del contrato y reprimir las violaciones. La vida social ya no se concibe como resultado de la inclinación fundamental del ser h u m a n o a desarrollar sus facultades para acceder a una plena madurez, sino c o m o una especie de mal menor al que hay que resignarse a falta de otra cosa. Cada individuo preferiría ser dueño de todo, dominarlo todo, disfrutar de todo, pero la satisfacción de estos instintos naturales sólo puede llevar a la catás-trofe individual. Entonces, el individuo acepta autolimitarse. Se integra en la sociedad, suscri-be el contrato social, no para ser plenamente humano mediante la realización de sus m á s altas posibilidades, sino para disfrutar con se-guridad de parte de las ventajas que la violen-cia ajena nos impide gozar en su totalidad. Concebida desde esta perspectiva, la sociedad no puede menos que ser represiva, oponerse al resurgimiento de las tendencias naturales de los ciudadanos a expoliar a los otros y, sobre todo, a las veleidades de dominio de las otras naciones.

Este mismo esquema conceptual se repite en distinto grado en los escritos de buen nú-mero de teóricos modernos de los orígenes de la sociedad. La explicación de Freud sobre los orígenes de la religión y la sociedad retoma con mayor riqueza de imágenes la teoría de Hobbes. Los hermanos, excluidos de la horda primitiva por un padre tiránico a quien detes-

tan por imponerles una serie de privaciones, pero que, al mismo tiempo, a m a n y admiran, se unen contra él. Lo asesinan y sufren por ello un sentimiento de culpa. Se lo comen para adquirir las cualidades que admiraban en él. Sin embargo, reconocen también que ninguno de ellos debe en adelante apropiarse de todo, como lo había hecho el padre. Es entonces, mediante una renuncia mutua c o m o en el caso de Hobbes, que se instaura la vida social y cada hermano garantiza la vida de los otros, comprometiéndose a no hacerles sufrir la suer-te del padre. La vida social aparece así como el resultado de una renuncia a una situación na-tural inicial e instintiva, pero incompatible con la vida en común. Aunque de una forma más radical que en el caso de Hobbes, también aquí la propensión a la violencia está inscrita en el fundamento mismo de la naturaleza hu-mana. La sociedad parece entonces indispen-sable para la seguridad de los individuos, pero también contraría en cierta medida las tenden-cias que caracterizan sus relaciones con el m e -dio físico y humano en el estado de naturaleza que precede a la vida en sociedad.

Podríamos incluir en este grupo a filósofos tan diferentes como Betrand Russell y Henri Bergson, Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty. Habermas8 hablaba recientemente de la violencia disciplinaria que domina la m o -dernidad, debido al hecho de que la mirada penetrante del investigador en ciencias h u m a -nas puede perfectamente ocupar el lugar cen-tral en la estructura panóptica, desde el cual se puede ver todo sin ser visto. Cabe preguntarse si este lugar de privilegio que tiene la violencia humana en el pensamiento moderno no sería consecuencia de un ocultamiento inicial, de una negación del otro. Sin otro ni otros, no hay sociedad. ¿ N o es ésta la dificultad deter-minante e ineluctable a la que debe enfrentar-se Descartes? El cogito, que toma como punto de partida de su filosofía, es una cascara vacia-da de todo contenido por el dubito, y el yo que de ella se desprende no está situado en un contexto físico o social. Por el contrario, la condición del otro que está oculta, sólo se reencuentra mediante un rodeo aleatorio. Puesto que nos resulta difícil concebir lo social de otra forma que no sea una emanación del yo y de sus intereses, no es sorprendente que las relaciones con los otros estén marcadas por la incomprensión y la violencia.

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Sin embargo, el ser humano es esencial-mente social y, si los otros nos son dados, al mismo tiempo que nosotros mismos, en la percepción inicial de las cosas, la violencia humana no puede concebirse como original, como tampoco puede concebirse así el mal moral. La violencia forma parte de la desme-sura culpable de la que somos capaces en nues-tra progresión personal y colectiva hacia la madurez humana. Por el contrario, nuestras

sociedades contemporáneas y las constitucio-nes y leyes que las rigen son, en gran medida, consecuencia de concepciones de la naturaleza humana y la sociedad, que reconocen un papel m u y importante a la violencia, mediante la afirmación inicial demasiado exclusiva del yo y el ocultamiento del otro y, por ende, de la integridad de lo social.

Traducido del francés

Notas

1. Véase Louis Sala-Molins, Le Code Noir ou Le Calvaire de Canaan, Paris, P U F , 2a. edición, 1988.

2. Konrad Lorenz, L'Agression, une histoire naturelle du mal, traducida del alemán por Vilma Fritisch, Nouvelle bibliotèque scientifique. París, Flammarion, 1969.

3. Roger Caillois, L'Homme et le sacré, págs. 215 a 223. Lorenz, ibid., págs. 295 y 296.

4. Lorenz, ibid., pág. 300. Para B . Russell, véase Authority and the Individual, Londres, Unwin, 1965, págs. 17 y 34. Para más detalles véase el artículo "Trois points de vue sur la paix", en Conceptions de la paix dans l'histoire de la philosophie, editado por Venant Cauchy. Montreal, Ediciones Montmorency, 1987, págs. 107 a 118.

5. K. .E. Moyer, Violence and agression, Nueva York, Paragon House Publishers, 1987.

6. T . Hobbes, Le Citoyen ou les Fondements de la politique (traducción de Samuel Sorbiere, Editorial de S. Goyard-Fabre, Paris, Flammarion, 1982).

7. S. Freud, Totem and Taboo IV. 5 (Nueva York, The M o d e m Library, 1938).

8. Jürgen Habermas. Le Discours philosophique de la modernité (traducido por Christian Bouchindhomme y Reiner Rochlitz). Paris, Gallimard, 1985.

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Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia

Jean-Claude Chesnais

La mayor parte de las polémicas sobre la vio-lencia son debidas a un uso inapropiado de los términos. Mientras que las nociones de crimi-nalidad y delincuencia tienen un contenido jurídico y penal concreto, la violencia y, m á s aún, el "sentimiento de inseguridad", expre-siones que se utilizan aún con m á s frecuencia, sobre todo en la terminología pública y políti-ca actual, apenas lo tienen, o no lo tienen en absoluto.

Violencias en plural. El ser y el tener

En el discurso contempo-ráneo cabe distinguir tres definiciones implícitas de la violencia, que se interca-lan constantemente. Desde la más especializada hasta la más general, la clasifica-ción sería la siguiente:

Jean-Claude Chesnais es Director de Investigación del Instituto de Estudios Demográficos (INED), 27 rue du C o m -mandeur, Paris 75675, Cedex 14, Francia, y profesor en la Escuela Poli-técnica, París. Es autor de varias obras, entre las cuales figura Histoire de la violence (1981) y La revanche du Tiers-Monde (1987).

El núcleo central, el pri-mer círculo: la violencia física, con gran dife-rencia la más grave, ya que puede provocar la muerte del ser humano . Es el atentado directo, físico, contra la persona, cuya vida, salud, integridad física o libertad individual corren peligro. Es una definición operativa, ya que hace intervenir al policía, al juez y al médico, pone en entredicho el orden social, a través de sus reglas elementales, en lo que tiene de más vital y atañe al ser humano, en su condición misma de ser humano. Así pues, no es sorprendente que, en las n o m e n -

claturas de Interpol o de la Organización Mundial de la Salud (en su clasificación in-ternacional de enfermedades, traumatismos y causas de fallecimiento), la violencia se entienda en esa acepción. Entorno al primer círculo hay un segundo, más extensible: la violencia económica, que comprende todos los atentados contra los bienes, en su creciente y casi infinita diver-sidad. Esta noción se diferencia netamen-

te de la violencia física, pero la opinión pública de Occidente cada vez percibe con menos clari-dad la diferencia. Nuestros contemporáneos sienten una atracción secreta por la propiedad y cada vez son m e n o s capaces de separar lo que son de lo que tienen; tanto se identi-fican con su patrimonio, sus bienes, que a veces reaccionan a un ataque contra estos últimos con la misma viveza que si se tra-

tase de un atentado físico. Por último, el tercer y último círculo, cuyos límites se extienden hasta el infinito, la vio-lencia moral (o simbólica). Noción de m o d a , cuyo contenido es altamente subjetivo y se refiere, de hecho, al viejo concepto de la autoridad. Hablar de violencia en este senti-do es un abuso del lenguaje, propio de cier-tos intelectuales occidentales, que viven de-masiado confortablemente c o m o para cono-cer el oscuro m u n d o de la miseria y el crimen. Cuando dos individuos X e Y coin-

RICS 132/Junio 1992

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ciden, uno puede tratar de dominar al otro por la seducción o la convicción, y podría hablarse de violencia si ello no significara confundirla con la vida misma e, implícita-mente, fijarse como universo de referencia un m u n d o completamente aséptico del que se habría extirpado toda angustia, toda in-certidumbre y quizá también todo cambio (por ser anxiógeno). Hablar de violencia en las condiciones modernas de vida es confun-dir, en plena ambigüedad, reglamentación y opresión, organización y agresión.

En consecuencia, nos ha parecido que sólo la primera definición merecía nuestra aten-ción. N o sólo porque es conforme con la eti-mología, sino también porque se basa a la vez en fundamentos teóricos serios (el código pe-nal) y en prácticas internacionales reconocidas y sólidamente arraigadas en los medios profe-sionales interesados en el fenómeno, trátese de policías o de médicos. Así, la violencia no tiene el significado que se le da comúnmente y se sitúa, indiscutiblemente, en la cumbre de la jerarquía de las infracciones contra las perso-nas, ya que las amenaza en lo que más apre-cian: la vida, la salud, la libertad.

¿ C ó m o han evolucionado, en el curso de la historia, los comportamientos frente a la vida, medidos con arreglo a las estadísticas de homi-cidios y de suicidios?

En términos generales, el índice de suici-dios tiende a aumentar paralelamente a las diversas etapas del desarrollo social y econó-mico, mientras que el índice de homicidios sigue la tendencia contraria. En las sociedades con un alto nivel educativo, la frecuencia de los suicidios es elevada y la de homicidios es baja, mientras que en las sociedades tradicio-nales, donde predomina el analfabetismo, la tendencia se invierte: el asesinato es frecuente y los casos de suicidio poco numerosos. Las comparaciones internacionales confirman los resultados del análisis histórico: en las socie-dades m u y estructuradas, donde los deberes y los reglamentos están codificados estrictamen-te, la proporción de suicidios/homicidios es elevada, mientras que en las sociedades poco adelantadas ocurre lo contrario.

Tendencias del homicidio

En los países desarrollados de nuestros días, la muerte causada voluntariamente por otra per-sona es un suceso poco frecuente. La única excepción la constituyen los Estados Unidos y, en menor medida, desde hace algunos años, la Unión Soviética...

Comparaciones internacionales

Dejando aparte el caso m u y especial de los Estados Unidos, cuyo rasgo característico es un índice de mortalidad por homicidio casi diez veces superior a la media de los demás países occidentales, el índice anual de mortali-dad por homicidio en Occidente es hoy de 1 muerto por cada 100.000 habitantes, aproxi-madamente. Durante los dos últimos siglos se ha registrado un proceso de convergencia en-tre los países del noroeste de Europa, situados en el vértice de la modernización industrial, y los países agrícolas del sur y el este del conti-nente. En Italia, por ejemplo, hace un siglo (hacia 1890), los delitos de sangre causaban 1.500 muertes al año, o sea 5 por cada 100.000 personas; hacia 1930, este índice se había re-ducido a la mitad, y posteriormente ha segui-do disminuyendo hasta alcanzar un mínimo del 1 por 100.000 en los años sesenta. En este gran movimiento histórico a la baja sólo se distinguen dos excepciones: los puntos altos que siguieron al término de las dos guerras mundiales (ajustes de cuentas, venganzas, de-puraciones, etc.). En la mayoría de las socieda-des europeas, la evolución es análoga: de un decenio al siguiente, hasta mediados del siglo actual, el índice de homicidios ha tendido a bajar. Así, por ejemplo, hacia 1860-1880, en Suécia y en Inglaterra la cifra de mortalidad por homicidio era del orden de 2 por cada 100.000 habitantes; en los decenios siguientes, se redujo a menos de 1 por 100.000.

N o obstante, en numerosos países occiden-tales la tendencia se invirtió a partir de media-dos los años sesenta: factores c o m o la descom-posición del tejido social urbano, la quiebra de las estructuras familiares o el crecimiento del consumo de estupefacientes y el desempleo, sobre todo entre las minorías más desasistidas (en particular, los inmigrantes), pueden expli-car esta inversión de la tendencia. En los Esta-dos Unidos, el contraste entre las dos últimas

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Funerales de las siele mujeres que se inmolaron con fuego en 1986 en una playa de Japón, después de la muerte de su maestro espiritual, Seiji Miyamoto, líder de la secta de los Michinotomo o "Amigos de la verda". Focus/SiPa

décadas y las precedentes es aún más marcado; ello se debe a que la incidencia de los factores indicados podría ser más profunda, sobre todo entre los negros, que son las principales vícti-mas de los homicidios. Pero incluso en los Estados Unidos, los delitos contra la propie-dad (robos, atracos, estafas, etc.) han aumenta-do mucho más deprisa que los delitos contra las personas (asesinatos, violaciones, heridas y contusiones, etc.). Con la excepción de algunos barrios peligrosos, este país es, en realidad, más seguro y más respetuoso de la ley de lo que se cree comúnmente. Las comparaciones internacionales son útiles a este respecto.

En El Salvador, por ejemplo, el índice de homicidios se aproxima regularmente a 30 por cada 100.000 habitantes. Hacia 1970, en Tai-landia y Filipinas era del orden de 20 y, en México y Colombia, de 15. En las regiones que producen y venden droga, la incidencia es aún mayor: entre los adultos jóvenes de sexo m a s -

culino, el asesinato es la causa principal de los fallecimientos. Este fenómeno se registra en varias regiones del Perú, Ecuador, Bolivia y Colombia.

Tanto si corresponde a la administración judicial (tribunales), como a la administración sanitaria (cuerpo médico), la estadística de in-fanticidios arroja cifras similares. Los índices de infanticidios registrado disminuyen clara-mente; en los países- desarrollado son, por lo general, inferiores a 10 por cada 100.000 niños de menos de 1 año de edad. El caso de Francia es interesante a este respecto: durante la se-gunda mitad del siglo X I X , el número de deli-tos de infanticidio se situaba habitualmente en torno a 15-20 casos por cada 100.000; no obs-tante, Francia era el país de fecundidad m á s baja del m u n d o (en 1850, el promedio de hijos por cada mujer era de 3,5 solamente, cuando en casi todos los demás países era de 5 o 6). E n consecuencia, la proporción de embarazos in-

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voluntarios tenía que ser más baja que en nin-gún otro lugar. El índice de infanticidios en Francia disminuyó regularmente hasta alcan-zar el nivel de 1 por 100.000 en los años setenta. Así, incluso en este caso particular, caracterizado por la precocidad de la contra-cepción (el infanticidio corresponde a menudo a la eliminación de los hijos no deseados), la baja registrada es m u y considerable. Y , sin embargo, hay razones sobradas para suponer que las cifras la minimizan, ya que en las sociedades rurales de antaño, muchos infanti-cidios pasaban inadvertidos y, por consiguien-te, no se registraban c o m o tales, sino que se disimulaban bajo la denominación de "muer-tes accidentales" (por asfixia o ahogamiento, las m á s de las veces).

Costumbres de nuestros antepasados

Las sociedades aldeanas antiguas practicaban menos la violencia simbólica que la violencia sanguinaria; la vida era dura, la subsistencia precaria. En ellas, la única forma de represión era la vengaza privada, la única regla la ley de Talión, aplicada con la más fría brutalidad. La ley era inexistente o carecía de fuerza ejecuto-ria; las palabras eran ásperas, las rivalidades tenaces, con frecuencia sangrientas, a veces mortales. Prácticamente no había ningún sus-tituto a la violencia. Los testimonios de estas rudas costumbre abundan: basta con ver las películas de entre guerras, las actas de los de-bates parlamentarios o las polémicas políticas en la prensa hasta mediados de siglo, para darse cuenta de la medida en que el propio lenguaje se ha suavizado; los términos son ahora menos crudos, más eufemísticos, los en-frentamientos son menos virulentos.

E n los países desarrollados, las penas cor-porales están excluidas de la enseñanza. ¡Algo lógico, piensa uno! Y , sin embargo, antes se creía que la palmeta era el instrumento m á s necesario del maestro de escuela. Los viejos principios de la pedagogía clerical de antaño estaban claros: había que domeñar al demonio que sugiere al niño las "malas costumbres", domesticar al diablo que todos llevamos den-tro... Desde hace tiempo, el derecho a corregir del pater familias es objeto de contestación; los suecos, descendiente de los temibles vikin-gos, han votado incluso una ley que prohibe abofetear a los hijos.

Si bien el sentimiento de inseguridad aún existe, no se trata de la misma clase de insegu-ridad. Y a no recorren nuestros caminos rura-les ejércitos de pedigüeños. ¿Quién se refugia-ría hoy, para escapar a los pillajes y a las matanzas, en el sótano o en el granero, c o m o los aldeanos en la Edad Media, que se atrin-cheraban detrás de las murallas o huían a los montes? ¿Quién debe luchar todavía para de-fender su propiedad? Todo esto pertenece al pasado: hoy hay un registro de la propiedad y actas notariales.

C o m o todos los cambios estructurales, és-tos fueron lentos, pero profundos, y penetra-ron poco a poco en todos los países y en todas las capas sociales. Empezaron con las costum-bres para acabar en el lenguaje.

La suavidad es cada vez más el rasgo dis-tintivo de los primeros contactos del ser hu-m a n o con el m u n d o . El parto sin dolor adquie-re más y más adeptos, la m o d a de la lactancia materna regresa con fuerza; apenas se dan ca-sos, en Europa, de hijos dados a criar a extra-ños, expuestos o abandonados, condenados de antemano. Hace ya much o tiempo que no se ven bandas de niños errabundos, salvajes, huérfanos que nadie quería, siempre dispues-tos a la violencia. El mendigo de las calles ha dejado de ser un tipo social, para convertirse solamente en un personaje literario. Nunca se ha respetado tanto a los niños, nunca ha sido tan intensa la preocupación de los padres por la educación de los hijos. El menor gesto se mide, se sospesa. En la intimidad familiar, los niños, hoy escasos, son objeto de todos los cuidados y mimos . La propia sociedad no se queda a la zaga: desde que nace hasta que muere, la persona es seguida, rodeada y prote-gida. Aparte de algunos hechos de crónica ne-gra sobre los que se concentran los noticiarios de actualidad, predomina la solicitud discreta, cotidiana, permanente.

¿Y quieren hacernos creer que nuestra épo-ca está a punto de sucumbir a la barbarie? ¿Hemos olvidado que las civilizaciones m á s conocidas practicaron ritos sangrientos, frente a los cuales nuestra sensibilidad se estremece de horror? Desde los albores de la humanidad se practicaron sacrificios humanos por toda clase de motivos: económicos, mágicos o reli-giosos. Los dioses, se cree, están sedientos; para aplacar su cólera (o para redimirse de los pecados) se les inmolaba, periódicamente, a

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Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia 209

alguien de la propia tribu; para asegurar la fertilidad del suelo, se empapaba en sangre.

"Los monumentos más bellos y más impre-sionantes de la historia -escribe Gaston Bout-houl-, los templos de mármol que se asoman al mar desde los promontorios, el Partenón y su Atenea criselefantina, el templo de Salo-m ó n , cuyos resto eran de cedro y oro, en reali-dad no eran más que mataderos. Cuanto m á s temido era el dios, más célebre era su santua-rio y más copiosa corría la sangre. Entre todos los sacrificios sangrientos, el m á s impresio-nante es, sin duda alguna, el de los individuos de la propia especie"1.

Nuestra violencia existe, indudablemente; pero en nada se puede comparar a la violencia antigua, feudal o incluso clásica. Y , sin embar-go, el miedo está presente, irracional, manteni-do por el sensacionalismo de los medios de co-municación.

En el contexto del mundo industrializado, los Estados Unidos destacan por una frecuen-cia absolutamente excepcional de los casos de violencia; el caso de la Unión Soviética, donde el número de homicidios ha aumentado sensi-blemente en los años ochenta (aunque sigue siendo casi dos veces menor que en los Esta-dos Unidos), parece obedecer en gran parte a razones coyunturales, como la agravación de la penuria alimentaria y la desorganización del Estado. ¿Cuáles pueden ser las razones de la peculiaridad estadounidense?

La gran fiebre americana

Los Estados Unidos son víctimas de una crisis real de violencia: el número de personas asesi-nadas en ese país pasó de 8.000 al año en la década de los cincuenta, a m á s de 20.000 a mediados de los setenta (después no ha varia-do mucho). El fenómeno afecta sobre todo a la población negra. Pero, si bien la población de color es más violenta, también es una víctima más frecuente de la violencia. El peligro de morir asesinado es seis veces mayor entre la población negra que entre la blanca, la cual, a su vez, está cinco veces más expuesta a este peligro que la población europea. La crimina-lidad violenta es más letal hoy día que en el momento álgido de la depresión económica de los años treinta.

N ú m e r o de muertos por homicidio en los Estados Unidos

Año

1940 1950 1960 1970 1974 1980 1985 1987

Total

8.329 7.942 8.464 16.848 21.465 23.967 19.628 20.812

No blancos

4.556 4.404 4.478 9.045 10.817 10.607 8.625 9.862

El viraje decisivo se produce a comienzos de los años sesenta, y es brutal. Entre 1960 y 1972, el índice de homicidios se multiplica por dos. El triste récord del año 1933 se supera dos años más tarde. Y , sin embargo, los Estados Unidos son el país más afectado por la gran crisis económica (trece millones de desemplea-dos, o sea el 25 % de la población civil activa en 1933); las consecuencias son terribles, mi -llones de familias se ven en la miseria de la noche a la mañana; las quiebras se suceden en cadena; la pirámide social se resquebraja; de-cenas de miles de emigrantes o hijos de emi-grantes, m u y apegado al modelo de éxito so-cial americano, se quedan arruinados; es el desclasamiento, cruel e inevitable. Proliferan los suicidios y los homicidios; los Estados Uni-dos se recuperarán m u y lentamente de la prue-ba, con la reactivación económica mundial y la experiencia social del New Deal.

Hacia 1960, la sociedad estadounidense bascula. A la época de optimismo conquista-dor, caracterizada por una serie de epopeyas sucesivas (New Deal, victoria de los aliados, auge económico de la posguerra) sigue otra de desencanto. El progreso económico no ha res-pondido a todas las esperanzas depositadas en él, no ha aportado un "suplemento espiritual". U n o tras otro caen todos los indicadores socia-les, casi simultáneamente. La moral puritana cede terreno; la sexualidad prematrimonial se convierte en la regla; la propia sexualidad ex-tramatrimonial pierde su carácter excepcional y, sobre todo, su significado social cambia pro-fundamente. El adulterio, que en algunos Esta-dos es sancionado con las más severas penas, no se considera ya un delito, sino apenas una falta, un mero incidente. La fecundidad se

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210 Jean-Claude Chesnais

desploma. Las familias americanas, que hasta fines de los años cincuenta se componían con frecuencia de tres o cuatro hijos, arrojan ahora un promedio de dos. El divorcio, en lento crecimiento durante decenios, cobra un auge sin precedentes, hasta el punto de que m á s de un tercio de los matrimonios concertados hoy podrían acabar en divorcio. El aislamiento matrimonial adquiere dimensiones de verda-dero fenómeno social, el número de parejas aisladas aumenta sin cesar. Los grandes pro-yectos sociales, demasiado ambiciosos, de eli-minación de la pobreza, reabsorción de los guetos y asimilación de las minorías no dan, en todos los casos, los resultados, previstos. El modelo americano tropieza con los problemas urbanos. A la gran fe mesiánica, conquistado-ra, sucede el repliegue individualista y escépti-co; la guerra del Vietnam contribuye, por su parte, a resquebrajar las certidumbres y sem-brar la duda en las buenas conciencias. La crisis moral es grave.

La violencia se manifiesta en primer lugar en el seno de las poblaciones de color; es m á s intrarracial que interracial. Casi la mitad de las personas detenidas por asesinato son ne-gras, aunque la población negra no representa más del 10 % de la población estadounidense. Según las estadísticas de Estados con una nu-merosa población de origen hispánico, a fina-les de los años ochenta el número de víctimas de asesinatos entre la población de este origen era del orden de 3.000 personas al año; el índice es dos veces menor que el correspon-diente a la población negra, pero tres veces superior al de las dos otras categorías de po-blación (blancos y asiáticos).

El pronunciado aumento de la venta de armas (desde comienzos de los años sesenta) ha influido mucho, ciertamente, en esta fiebre americana y en el hecho, aparentemente inex-plicable, de que la violencia de los años setenta sea m á s mortífera que la de los años treinta. Es dudoso que los ciudadano estadounidenses ac-tuales sean más peligrosos que los de los años treinta. L o que sí son, quizá, es más egoístas, menos solidarios. Y , sobre todo, están mejor armados. La legislación vigente respecto de la compra, la posesión y el empleo de armas de fuego es notoriamente insuficiente. El gun con-trol no es más que un lema para las campañas electorales, sin peso frente al culto a la pistola, parte integrante de la cultura nacional. En los

Estados Unidos, muchos no conciben la liber-tad individual sin una buena panoplia de ar-mas en casa. Ningún gobernante se ha atrevi-do a abordar directamente este problema can-dente. Para los americanos, "el arma es una obra de arte, una joya, una fuente de poder y un símbolo de virilidad. N a d a merece más res-peto"2.

Esta evolución sociotécnica ha multiplica-do ciertamente la incidencia de la crisis moral (que se refleja en la agravación de la toxicoma-nía entre las poblaciones marginadas y, en particular, la minoría negra, mal integrada, encerrada en sus guetos) que sufre el país. Esto explica, en gran parte, la brusca aparición de la supercriminalidad violenta en el país. E n efecto, se ha demostrado que el homicidio tiende a aumentar paralelamente a la densidad de armas por habitante; en términos generales, en los diversos Estados de Norteamérica, cuanto mayor es la proporción de poseedores de armas de fuego (y por consiguiente, menos restrictivas son las leyes vigentes), más eleva-do será el índice de homicidios.

Así pues, el caso extremo de los Estados Unidos presenta la ventaja de poner de mani-fiesto los riesgos inherentes a un exceso de liberalismo en el control social de los compor-tamientos individuales. La tradición de la ac-ción directa, de la justicia inmediata por las armas, está aún viva. Basta, a veces, un peque-ño altercado entre amigos, amantes o cónyuges -ya que la violencia es, ante todo, familiar-para que uno de los protagonistas eche m a n o a un arma y abra fuego; la mayor parte de los asesinatos son impulsivos.

La criminalidad familiar

La familia es un espacio paradójico. Centro de afecto y refugio contra la adversidad, la fami-lia es también la fuente principal de la violen-cia, el único lugar donde cada uno descubre su propio semblante, sin afeites ni disimulos. E n este ámbito, la violencia es intensa, más que en cualquier otro medio. Pero la violencia en-tre los miembros de una familia es algo de lo que no suele hablarse, algo secreto y vergon-zante. Por su propia naturaleza, queda al mar -gen del conocimiento público; sus únicos testi-gos son los miembros de la familia. La existen-cia de vínculos de sangre induce a guardar silencio, tanto por afán de preservar la propia

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Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia 211

imagen, como por miedo a las represalias. Sólo se detectan las violencias manifiestas, es decir, las má s atroces y visibles (descubrimiento de un cadáver, señales de golpes). En definitiva, la familia se ha convertido en el último refugio de los instintos; es, a la vez, el lugar m á s afectuoso y el m á s violento. Pero esta paradoja de la familia sólo es aparente. La familia es la única entidad cuyos comportamientos no es-tán codificados. Es, en cierto m o d o , el único lugar donde subsiste el estado natural. E n el marco familiar todo está permitido, con una sola excepción, los abusos sexuales, objeto de severa reprobación: en todas las sociedades, el incesto suscita horror. Leyes y reglamentos han invadido las empresas, las administracio-nes, las casas e incluso la calle, en suma, todos los compartimentos de la vida social, hasta sus últimos recodos. Queda la fortaleza final, el lugar inviolable: el domicilio personal. Este m u n d o aparte vive según normas propias, no escritas. U n a de ellas, la m á s comúnmente admitida, es el derecho de injerencia y de co-rrección recíprocas.

Es en el ámbito familiar o, más general-mente, en el círculo de los allegados, donde se recluían la mayoría de los asesinos. Todos los lectores de novelas policíacas lo saben. Es un hecho ancestral, universal. E n términos gene-rales, se calcula que de un cuarto a un tercio de todos los homicidios son asesinatos domésti-cos, consistentes en la muerte de un miembro de la familia, causada por otro miembro. Se-gún ciertos estudios, en los Estados Unidos una pareja de cada seis tiene un altercado físico por lo menos una vez al año, que va desde arrojarse objetos al empleo de un cuchi-llo o un arma de fuego3.

Hay más peligro de resultar muerto en el seno del grupo familiar que en ningún otro grupo social, salvo quizá el ejército o la poli-cía. El crimen familiar es el que peor se cono-ce, sin duda el que menos se registra, pero es el m á s común. La lección es desconcertante, pero clara: si, por la propia seguridad, conviene desconfiar de alguien, este alguien son ante todo los miembros de la familia, no el desco-nocido que pasa por la calle.

Historia del duelo M á s allá de la violencia prohibida hay una violencia permitida, a veces incluso celebrada.

Es la violencia ritual, legal, la de los duelos o las ejecuciones judiciales.

El duelo es una costumbre particular: es la institución simbólica por excelencia de las cla-ses dirigentes de los siglos pasados. La opinión atribuía una importancia puntillosa al código del honor; c o m o en los mejores tiempos feuda-les, toda afrenta (o todo acto considerado como tal) se lavaba con sangre. ¿Suicidio o asesinato? Nada de eso: el duelo queda al mar-gen de las categorías contemporáneas. Corres-ponde a otra ética, la de la venganza privada, y también a otra mística, la de la verdad de las armas.

Durante siglos, la violencia fue el medio preferido de zanjar las diferencias o los con-flictos individuales... Nuestros antepasados lo juzgaban todo por las armas, su jerarquía era la de la fuerza. Las milicias y los nobles vene-raban a quienes sobresalían en el duelo.

Hacia 1830 en Francia, por ejemplo, el duelo causaba de 20 a 30 muertes al año en la sociedad civil, más o menos. Aunque prohibi-da después del edicto de Richelieu, de 1626, esta institución sanguinaria no había desapa-recido todavía. La tradición resistía, aprove-chando un nuevo vacío legislativo. Y es que el duelo, en efecto, no estaba incluido en el códi-go penal. Jurídicamente, no existía. Los pro-pios magistrados, a menudo descendientes de noble linaje, prisioneros de los prejuicios rei-nantes, dudaban en atribuir al duelo la condi-ción de homicidio, como si se tratase de un m o d o distinto de derramar sangre.

En la misma época, la sociedad militar consideraba aún de buen tono el duelo. Fácil-mente se concertaba un duelo por cualquier cuestión de honor, e incluso a veces por un simple reto. E n el ejército francés, el más m o -derno del m u n d o , el mismo que unos años antes había hecho temblar a toda Europa, el duelo sobrevivía; los ritos no se abandonan aunque sean de otra época. El espíritu caballe-resco, siempre dispuesto a vengar las afrentas, no había muerto. Las cuentas se ajustaban en privado, sobre un verde prado. El recurso a los tribunales tardó en incorporarse a las costum-bres. D e 1819a 1826 fallecieron por esta causa más de ochocientos miembros de las fuerzas armadas.

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212 Jean-Claude Chesnais

El mal de la aristocracia europea

Al final del siglo X I X , el duelo es una tradi-ción bien viva aún entre los aristócratas. Po-cos países se habían librado totalmente, entre ellos Inglaterra y Suiza.

E n Suiza, donde hay tantos códigos c o m o cantones, el duelo es, sin embargo, casi desco-nocido en todo el país. Desde mediados del siglo X I X se prohibió severamente; en la so-ciedad helvética, famosa por su carácter prag-mático y profundamente democrático, el due-lo se consideró pronto un anacronismo, un uso pasado de moda .

E n Inglatera, la revolución de las costum-bres fue aún más radical. En este país, donde los duelos habían estado m u y en boga, en la época de que hablamos la práctica había desa-parecido por completo. Por lo demás, era el único país donde ocurrió esto. En 1817, se decretó la ilegalidad del duelo, asimilándolo al homicidio, voluntario y premeditado, y san-cionándolo en consecuencia. Alguno decenios más tarde, no hacían falta ya leyes que lo prohibieran; el temperamento británico, auto-disciplinado, lo había repudiado enérgica-mente.

Es también en la segunda mitad del siglo X I X cuando desaparece el duelo en los países de la Europa nórdica. La ley sueca era espe-cialmente severa a este respecto. Según el códi-go penal de 1864, todo duelo seguido de muer-te era sancionado con una pena de seis a diez años de trabajos forzados; los testigos eran encarcelados. En los países anglosajones de ultramar, por su parte, el duelo no ocupa más que un lugar residual en la historia de la vio-lencia en el siglo X I X . Desde las primeras décadas de su existencia, los Estados Unidos desplegaron un esfuerzo considerable para su-primir el duelo, cosa que consiguieron sin gran dificultad.

Bien distinta era la situación en algunos países del Viejo Continente. Los irreductibles era cuatro: Rusia, Italia, Alemania y España. Siniestro cuarteto. Todos ellos sufrirían, en el siglo siguiente, las dictaduras más trágicas de su historia. Este empeño en mantener institu-ciones superadas revela la impotencia y el des-fase de sus clases dirigentes. Semejante estado de espíritu dejaba el campo libre a excesos de todo orden y anunciaba las tragedias futuras. Finalmente, en los albores del nuevo siglo y

con las notables excepciones indicadas, el due-lo no es má s que una práctica moribunda.

En Italia sobrevivió hasta finales de los años veinte; en esta época, su supervivencia se debía sobre todo a caso de honor familiar (se retaba a duelo al amante de la mujer, o se vengaba el honor perdido de la hermana). El caso de España es análogo.

En Alemania, la supervivencia del duelo entre las dos guerras es debido principalmente al aislamiento del m u n d o estudiantil. Pero el régimen nazi provocó también una vuelta a la ideología bélica. Aunque ilegal y superada, la tradición se mantuvo.

Hasta el siglo XVIII, bajo Pedro el Grande, Rusia no entra en contacto má s estrecho con el resto de Europa. Aparece, entonces, el duelo por intermedio de los extranjeros que servían a las órdenes del zar y se propaga con gran rapidez. La aristocracia muestra enseguida un gran aprecio por esta práctica; gracias a los íntimos contactos establecidos en aquella épo-ca entre el ejército ruso y los ejércitos de Occi-dente, el duelo se extiende rápidamente. E n efecto, en los primeros años del siglo X I X alcanzará su apogeo.

La intelectualidad se ve poseída de un ver-dadero frenesí del duelo; sin duda, hay un cierto esnobismo en imitar la m o d a venida de Occidente, pero también se produce un cam-bio del estado de ánimo: batiéndose se prueba la nobleza, si no de sangre, por lo menos de carácter. Los ejemplos m á s conocidos son los de Puchkin y Lermontov. Se promulgan leyes severas para reprimir el duelo; los infractores son condenados a trabajos forzados en Siberia.

Las tendencias del suicidio

El estudio del suicidio es un capítulo impor-tante de la criminología. En efecto, durante siglos el suicidio se consideró un crimen con-tra Dios y contra los hombres. Pecado de vani-dad, rebelión contra la divinidad, confesión de culpabilidad, acto de cobardía..., todo esto era el suicidio.

H o y en día, muchas veces el suicidio no es más que, en realidad, un estrategia para evitar la vergüenza o el deshonor y, en este sentido, es un sustituto del asesinato o el duelo de an-taño.

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Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia 213

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Grabado del siglo XVII , que muestra a una madre que da muerte a su hijo, lo asa y se lo come a pedazos. Edimcdia

Antecedentes históricos

En las sociedades tradicionales, el suicidio es poco frecuente. A mediados del siglo X I X no había ningún país -con exclusión del área cul-tural germánica de Europa central- en que la frecuencia de la mortalidad por suicidio fuera superior a 10 por cada 100.000 habitantes. Incluso en Dinamarca, conocida entonces

c o m o el país con la propensión al suicidio más alta del m u n d o , el índice de suicidios era infe-rior al actual (25 por 100.000, frente a 30 actualmente). La mortalidad por suicidio es, por lo general, bastante inferior a 10 casos al año por 100.000 habitantes en los países poco desarrollados, mientras que en los países desa-rrollados el índice es superior; los únicos paí-ses desarrollados que constituyen una excep-

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ción a esta regla son los países católicos del sur de Europa (España, Italia y Portugal), Grecia y las islas británicas. Al final de los años ochen-ta, los índice de suicidios registrados en los principales países desarrollados eran los si-guientes: U R S S , 20; Estados Unidos, 13; Ja-pón, 19; Alemania unificada, 20; Francia, 22; Inglaterra y Gales, 9; Italia, 8. Así pues, la mayor parte de los índices están comprendido entre 10 y 20.

La excepción m á s notable es la de Hungría donde, entre la invasión soviética (1956) y la reforma política (liberalización) de mediados de los años ochenta, el índice aumentó cons-tantemente hasta culminar en 45 casos por 100.000 habitantes, tasa sin precedentes en un país en la historia de la humanidad. El récord mundial anterior lo tenía Austria, a raíz del desmembramiento de su imperio (41 por 100.000 en 1931-1938). Ni Suécia ni Japón, ambos con la reputación de tener unas tasas de suicidio m u y elevadas, alcanzaron tales nive-les; el índice de Suécia no ha superado nunca los 20 casos desde 1880, mientras que en el Japón, donde se atribuye al suicidio un valor social y, a menudo, se le considera el acto último del honor, el índice alcanzó su máx imo en 1956-1960, alrededor de 24. Europa central y oriental sigue siendo, como en el siglo pasa-do, la región con mayor proporción de suici-dio del planeta. E n esta parte de Europa no es insólito registrar índices de suicidios superio-res a 30, pero la tendencia al alza se ha inte-rrumpido. En Austria, por ejemplo, en los años treinta el índice de mortalidad por suici-dio era más alto que el actual, equivalía al doble que el de 1900 y era ocho veces superior al de 1850. Desde mediado de los años ochen-ta, se registra en Hungría un retroceso de los suicidios, y lo propio ha ocurrido en los últi-m o s años en la que fue República Democráti-ca Alemana. Parece c o m o si la liberalización haya ido acompañada de un renacer de la es-peranza.

Volvamos a las tendencia seculares. Según datos suecos, que abarcan 240 años, la conclu-sión es análoga a la derivada de las observacio-nes sobre Austria: el suicidio es mucho más frecuente hoy en día que en el pasado; los índices de suicidios actuales son de seis a siete veces mayores que los de finales del siglo XVIII. Este aumento es debido, en parte, sin duda alguna, a la mejora de los servicios esta-

dísticos (en las zonas rurales los suicidios se disimularon durante mucho tiempo), pero la diferencia es excesiva para que pueda atribuir-se únicamente a este factor.

Las causas del aumento secular

En todos los países sobre los que existen datos -excepto Noruega, protegida por un estilo ar-monioso de las relaciones familiares- el suici-dio aumentó a lo largo del siglo X I X . El au-mento fue acentuado y más o menos rápido. Las hipótesis para explicar este hecho son m u y variadas, pero las causas mencionadas m á s a menudo afectaron de una manera m u y dife-rente según los países. Estas causas se resumen en un término: revolución industrial. La in-dustrialización trastornó las condiciones de vida, quebró las estructuras antiguas -comuni-dades familiares y aldeanas- y creó un síndro-m e de adaptación, abriendo el proceso de ato-mización individual. Asimismo, fue acompa-ñada de un desarrollo anárquico del universo urbano y de una explotación despiadada de la m a n o de obra expulsada del campo. La ano-mia de Durkheim4 coincide aquí con el análi-sis marxista de la lucha de clases. El índice de suicidios es una plasmación social del costo humano de la transición de la civilización agrícola a la civilización industrial. El caso actual de anomia más grave es el de la micro-sociedad de los esquimales de Groenlandia, algunos de cuyos grupos, que permanecieron encerrados en sí mismos, no habían tenido, hasta fines del siglo pasado, ningún contacto con la civilización occidental. E n unas pocas decenas de años, estos grupos han pasado de un m o d o de vida autárquico, basado en la recolección de frutos silvestres y la pesca, a la sociedad terciaria asalariada. El impacto, bru-tal, fue acompañado de un aumento inconteni-ble de los casos de alcoholismo y violencia; en los años ochenta, el índice de suicidios entre estas poblaciones alcanzó el nivel sin prece-dentes de 125 por 100.000 y el de homicidios de 25 por 100.0005.

En los países menos desarrollados, el índi-ce de suicidios es del orden de 2 o 3 por 100.000 y, a veces, es mucho menor, c o m o en el caso de las sociedades tradicionales de Áfri-ca, antes de que fueran influidas por la moder-nidad; en esas sociedades, la agresividad va dirigida más contra los demás que contra uno

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mismo. Al ser m á s solidarias y compartir la miseria, sus poblaciones se acostumbran a so-portar la dureza de la existencia; se acomodan, con ayuda del fatalismo y la superstición.

Sin embargo, no hay que imputar al desa-rrollo propiamente dicho el aumento observa-do. El suicidio no es una tara de la moderni-dad. En el proceso de desarrollo no es el enriquecimiento, de por sí, lo que mata, sino la incapacidad física de asumir las incertidum-bres y la nueva complejidad de la existencia. Pero, no todas las sociedades soportan igual las mismas transformaciones sociales. Inglate-rra y Noruega absorbieron el impacto de la revolución industrial sin que se produjera una epidemia de suicidios; Italia se adaptó admira-blemente al "milagro" económico de la pos-guerra, así como a la inestabilidad latente ca-racterística de este período. En ambos casos, de lo que se trata es de una actitud frente a la existencia: plasticidad de los comportamien-tos, solidaridad de las redes familiares.

Intervino otro factor: la revolución demo-gráfica. La revolución industrial y la revolu-ción demográfica no sólo son paralelas, sino que además se apoyan mutuamente. N o obs-tante, por razón de sus efectos indirectos en las mentalidades, la más importante es sin duda la revolución demográfica. La principal transformación en la esfera de la vida cotidia-na es, en realidad, de orden demográfico: se trata del desplome vertical de la mortalidad. En los países más adelantados, m á s del 90 % de los recién nacidos puede esperar llegar a los sesenta años, mientras que en las sociedades tradicionales esto era un acontecimiento insó-lito, que sólo una reducida minoría conseguía (apenas más del 15 % de los individuos). E n todo momento , la naturaleza se encargaba de hacer la selección entre los vivos y los muer-tos; hoy en día, en cambio, cada persona pue-de tener el sentimiento de que la vida le perte-nece, que está en sus manos y que puede dis-poner de ella a placer; salvo accidente, tiene todas las probabilidades de vivir hasta la jubi-lación, y alcanzar una edad avanzada. Ello ha trastornado el sentido de la vida.

Tampoco es imposible, por lo demás, que la radical disminución de la mortalidad infan-til -diez, veinte, treinta veces menor hoy día que bajo el Antiguo Régimen- haya provoca-do la desaparición de la selección natural, multiplicando así el número de individuos de

constitución frágil, tanto física c o m o psíquica-mente.

El significado de la revolución demográfica va más lejos aún: limitando la muerte a la vejez, ha transformado radicalmente el senti-do y la finalidad del matrimonio. E n el pasado la gente se casaba tarde, pero los nacimientos se sucedían con escaso intervalo; la supervi-vencia de la especie imponía, frente a una temible mortalidad, una profusión de la vida. Era frecuente enviudar, y la duración media de las uniones no excedía de veinticinco años, salvo en casos excepcionales; hoy día, no es insólito que superen los cincuenta años, el m a -trimonio es un compromiso para medio siglo. Aparecen nuevas ocasiones de choques entre parejas y, por otra parte, la multiplicación de los intercambios sociales y la movilidad profe-sional y geográfica estimulan las posibilidades de movilidad matrimonial y de desestabiliza-ción de las uniones. D e este m o d o , la existen-cia se compone hoy de incertidumbres crecien-tes, vinculadas a la conducta humana , a la libertad de cada uno de nosotros y no, como antes, al albor de las catástrofes. El hombre está más solo frente a su destino.

Así pues, en el siglo X I X se produjo un aumento general del índice de suicidios en toda Europa. En la mayoría de los países, este incremento prosiguió hasta los años treinta. La segunda guerra mundial causó una dismi-nución casi general de la tendencia. El fuerte crecimiento económico, con predominio in-dustrial, registrado en la posguerra, caso típico de anomia durkheimiana, no trajo consigo ninguna oleada de suicidios, sino m á s bien lo contrario: la desestabilización de las estructu-ras económicas y sociales no afectó negativa-mente al estado moral de la población, ni si-quiera durante la fase de desencanto del creci-miento (final de los años sesenta). Sólo recien-temente, después de la crisis económica, ha vuelto a aumentar seriamente la cifra de suici-dios, sobre todo entre los jóvenes, m á s afecta-dos por el desempleo. Durante m u c h o tiempo, el aumento de los comportamientos suicidas no surtió efecto en la mortalidad; la revolu-ción de la farmacopea, y su consecuencia in-mediata, la trivialización de la ingestión de barbitúricos, dio lugar a una extraordinaria proliferación de las tentativas de suicidio, principalmente entre los adolescentes y, en particular, los de sexo femenino; los que ha-

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bían sido suicidios "verdaderos" se convirtie-ron en tentativas "frustradas". Junto con la creciente eficacia de la medicina de urgencia, esta preferencia por medios de suicidio menos traumáticos, menos letales, es sin duda algún una de las causas de la estabilización de los índices de suicidios, o incluso su retroceso, en numerosos países.

La crisis japonesa

Esta tendencia larga, secular, al aumento del suicidio se interrumpe a intervalos, se acelera o se detiene en función de las crisis políticas: hemos comentado ya los casos de Austria y Hungría. Consideremos un instante el caso del Japón, donde el suicidio atravesó un período de gran intensidad, a poco de terminar la se-gunda guerra mundial.

Después del fracaso de la epopeya kamika-ze que, en tres meses apenas, causó m á s de quinientos muertos, el Japón tuvo que acos-tumbrarse a vivir con la idea de su derrota. Pero sus élites eran demasiado nacionalistas para aceptarla sin m á s . El país había vivido hasta entonces en el culto a la ideología guerre-ra; ella constituía los cimientos de la unidad del país. La derrota representó el fracaso de la

El índice japonés es claramente inferior al de los países de Europa central; hoy día es m á s bajo que durante la segunda guerra mundial y, sobre todo, que a finales de los años cincuenta, época de gran incertidumbre moral, especial-mente entre los jóvenes. La sociedad se encon-traba entonces dividida entre dos sistemas cul-turales, uno tradicional, heredado de la moral

estrategia del predominio mediante las armas; las virtudes heroicas de la aristocracia guerrera dejaron de ser útiles; la juventud se quedó sin un modelo de jefe nacionalista con el cual identificarse. La derrota militar arruinó el ideal del imperio. Se produjo, de golpe, un vacío moral que abrió el camino a una litera-tura de lo absurdo. Al m i s m o tiempo, la fami-lia japonesa experimentó cambios radicales: éxodo rural, caída de la natalidad, multiplica-ción de los abortos, conflictos generacionales. Fue un período doloroso de transición, carac-terizado por la incertidumbre y la fluctuación; el índice de suicidios aumentó hasta llegar a su punto culminante a finales de los años cin-cuenta. En aquel m o m e n t o , se cometían m á s suicidios en el Japón que en Hungría o en Austria. Pero la crisis fue efímera. El índice volvió a descender m á s deprisa que había su-bido. ¿Qué había ocurrido? U n a moral fue sustituida paulatinamente por otra; la fase de indecisión llegó a su fin; la sociedad japonesa recobró sus energías, de la ideología del expan-sionismo militar se pasó al culto de la expan-sión económica. La evolución del índice de suicidios es elocuente, en comparación con la de los países de Europa central y Europa nór-dica (índice por 100.000 habitantes):

confucianista, que exalta los valores del traba-jo, el ahorro, el sacrificio, el olvido de sí mis-m o (de m o d o análogo a la ética protestante en Occidente), y otro moderno, fundado en la moral del individuo, imbuida de hedonismo y de consumismo, m á s adaptada al economismo incipiente que la ideología militar-imperial de las viejas generaciones.

Años

1881-1890 1891-1900 1901-1913 1921-1930 1931-1938 1946-1955 1956-1960 1961-1975 1976-1985 1986-1988

Dinamarca

25,4 23,9 20,5 15,3 18,8 24,2 21,5 20,9 27,2 27,2

Suécia

10,7 14,7 15,7 14,7 16,2 16,2 18,6 20,1 19,2 18,4

Austria

19,1 19,2 23,4 31,4 40,7 22,7 23,7 22,8 25,7 26,9

Hungría

(9,3) (14,2)

25,2 29,0 32,0 22,3 23,1 32,5 43,9 44,3

Japon

15,6 17,9 18,2 20,4 20,9 19,2 23,8 16,1 18,4 19,9

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Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia 217

Un caso particular: Inglaterra, desde el siglo XIII hasta nuestros días

Solamente en Inglaterra puede hacerse un aná-lisis sistemático de las muertes violentas desde la Edad Media.

La violencia c o m o m o d o de vida

En los siglos pasados, la muerte violenta era moneda corriente en las sociedades campesi-nas. Aunque los índices de homicidios varia-ban según los condados, los casos de asesina-tos abundaban en todas partes, si se comparan con las cifras de hoy. índices de homicidios superiores al 20 por 100.000 eran habituales; en la zona rural de Warwick, por ejemplo, en el siglo XIII el índice de homicidios era de 47 por 100.000 habitantes. En ciudades c o m o Londres o Bristol, los índices no eran tan ele-vados; durante el período de 1244 a 1276, el índice se situó entre 8 y 15 en Londres, mien-tras que en Bristol permanecía en torno a 4; las élites eran menos violentas que la pobla-ción rural. Las poblaciones urbanas estaban divididas socialmente; ahora bien, en esta épo-ca la violencia era sobre todo colectiva, obra de grupos organizados sobre la base de relacio-nes íntimas de solidaridad, c o m o los vínculos de sangre o de alianza, la pertenencia a una comunidad aldeada o los vínculos de amistad o de vecindad.

Las personas no tenían casi contactos fuera de su pequeño círculo de parientes y allegados. En caso de agresión, era esta red la que pro-porcionaba aliados naturales, incondicionales; era el precio que había que pagar por la super-vivencia. Cuando se producían disputas o con-flictos, no había muchas instituciones sociales que pudieran servir de árbitros o mediadores; la autoridad y la justicia tenían que ejercerse por cuenta propia. La violencia era, ante todo, la lucha de los pobres contra otros pobres; los ladrones no tenían nada que perder, ni caba-llos, ni tierras, ni propiedades; bandas organi-zadas robaban los animales de los establos, los vestidos o el dinero de las casas. Las comuni-dades campesinas tenían que defenderse de estas bandas de criminales: al no haber policía, era preciso organizarse colectivamente para protegerse; las autoridades eran incapaces de

hacer frente al bandidaje rural6. En las peque-ñas comunidades rurales todos llevaban cuchillo, para cortar el pan o la leña, o para otros usos; en caso de necesidad en un conflic-to este cuchillo podía servir de arma; el hacha servía también c o m o herramienta o como arma. Las peleas acababan a menudo en la muerte; en ausencia de cuidados médicos efi-caces, con frecuencia los heridos sucumbían a la infección. La violencia se consideraba acep-table y muchas veces incluso necesaria en la vida cotidiana; fuera de las grandes ciudades no había sistema de policía, ni garantía de justicia. La muerte formaba parte de la vida, era un m o d o de vida, muchas veces incluso la condición de la supervivencia; debido a la enorme incidencia de las enfermedades y las epidemias, la existecia era breve y precaria. Los hombre estaban acostumbrados a vivir y batirse contra los animales; eran brutales e incapaces de dominar sus emociones. En resu-m e n , tenían que pelear para sobrevivir y to-marse la justicia por su m a n o .

La "civilización" de las costumbres

Este elevado índice de violencia criminal fue descendiendo con los siglos. Al final del siglo XVII, el índice de muertes por homicidio en Gran Bretaña era del orden de 5 por 100.000; cuatro siglos antes, según ciertas observacio-nes relativas a diversas localidades, el índice había sido mucho m á s alto, probablemente alrededor de 20. Aunque esta cifra no sea más que una estimación poco aproximada, no cabe duda de que el homicidio era mucho más fre-cuente que en los siglos posteriores. Los archi-vos revelan una abundancia de asesinatos que es el reflejo de una sociedad brutal y violenta; a muchas víctimas se las "encontraba muer-tas" en el campo, o a lo largo de los caminos. Mientras que en siglos más recientes el homi-cidio es, sobre todo, la muerte de una persona de resultas de un enfrentamiento entre dos individuos, en el siglo XIII los homicidios so-lían cometerse en grupos: muchas víctimas inocentes yacían sin vida en el suelo, asesina-das por bandas de ladrones.

C o n la aparición gradual del Estado mode-ro, en el siglo X I X surge una nueva fase im-portante de la criminalidad: las formas de vio-lencia primitiva predominaron hasta que los Estados centralizados permitieron la partid-

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pación de los ciudadanos en una vida política que excedía del marco local. En el siglo X I X se produce el cambio; la policía se organiza, nace c o m o una institución oficial encargada de bus-car y apresar a los delincuentes; las víctimas de actos violentos empiezan a dirigirse, poco a peo, al Estado en busca de ayuda. El éxodo a las ciudades acaba por producir un tipo de hombre más civilizado, menos rudo que sus antepasados. La escuela desempeña también su papel en esta gran transformación, sacando a los niños de la calle, promoviendo la trans-formación social, enseñando un nuevo código de conducta, una nueva moral colectiva mejor adaptada a la civilización urbana moderna.

Así pues, la violencia sólo retrocede cuan-do el Estado de derecho sustituye al Estado natural. Hasta el siglo XVIII la tortura es co-rriente en todos los países occidentales. La ejecución capital, considerada legítima, va precedida de los más horrendos suplicios.

Historia de la pena de muerte

Las ejecuciones capitales en Gran Bretaña

Según los Registros de Fallecimientos de Lon-dres (London Bills of Mortality), desde media-dos del siglo XVII hasta mediados del X I X el índice de ejecuciones era más elevado que el de homicidios. El fenómeno obedece, quizá, a que los condenados a muerte eran llevados a Londres para ser ejecutados, pero los docu-mentos existentes sobre el funcionamiento de la justicia en esta época muestran que, en rea-lidad, la pena de muerte era frecuente, incluso por delitos menores c o m o el robo de ganado o pequeños hurtos sin importancia... En la Ingla-terra del siglo XVIII, la pena capital era el intrumento principal de toda la panoplia penal y se la consideraba un fuerte instrumento de disuasión; en consecuencia, los crímenes y de-litos m á s diversos eran sancionados con la pena de muerte. A finales del siglo XVIII, el índice de mortalidad por ejecución era de 5 por 100.000 habitantes; incluso los niños eran condenados a la pena de muerte y ejecutados. La pena capital se consideraba el único medio de impedir la proliferación del crimen; la espe-ranza de vida era breve y aleatoria: la vida tenía poco valor. Por ello, no había muchos escrúpulos a la hora de matar.

Del siglo XVIII a nuestros días, el número de delincuentes condenados a muerte y ejecu-tados ha ido en disminución de un decenio a otro, tanto en números absolutos como relati-vos. En Inglaterra, a comienzos del siglo X X era insignificante. E n Francia se observa una tendencia análoga: la media anual de ejecucio-nes bajó de 72, en 1826-1830, a 31, en 1851-1855, y a 2 solamente en 1901-1905. Podemos afirmar, pues, que la pena de muerte dejó de aplicarse. Lo propio puede decirse de la mayor parte de los países europeos.

La ceremonia de la ejecución pública

Para asegurar mejor la ejemplaridad de la pena, la ejecución era pública; al castigo capi-tal se añadía la vergüenza. El ceremonial se preparaba cuidadosamente, era un rito minu-cioso. Se trataba de un verdadero aconteci-miento nacional, que atraía multitudes consi-derables, movidas por una curiosidad morbo-sa. Para muchos campesinos venidos de tierras lejanas, aquél era el gran peregrinaje de su vida, una especie de descenso a los infiernos.

El acontecimiento daba ocasión a excesos de todas clases; para algunos era un mercado; la entrada se pagaba a precio m u y alto; la especulación era desenfrenada; los balcones circundantes se alquilaban a precios exorbi-tantes. En Inglaterra, "los días de horca fue-ron, durante el siglo XVIII y la primera mitad del siglo X I X , el equivalente de las fiestas nacionales, pero con mayor frecuencia", escri-bió A . Kostler7. Se construían tribunas c o m o en los partidos de fútbol. La gente se apretuja-ba para ver bien el espectáculo.

Estas grandes concentraciones se desarro-llan en un clima de verdadera histeria colecti-va; las pasiones se desencadenan, estallan dis-turbios, la muchedumbre es presa de un páni-co incontrolable. Muchas personas mueren sofocadas o pisoteadas. Es un gigantesco deli-rio comunitario, una celebración casi mística de la muerte y lo sobrenatural. En Londres, en 1807, cuarenta mil personas asisten a la ejecu-ción de un asesino. Cuando termina el espec-táculo, un centenar de cadáveres yacen en tie-rra.

Los ahorcamientos son individuales o en grupos de doce, dieciséis o incluso veinte. El espectáculo es dantesco. Con frecuencia, los condenados están ebrios, al igual que los ver-

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Duelo, primer movimienlo: ¿quién ha lanzado el desafío? Rogcr-vioiici.

dugos. A veces, sobrevienen incidentes terri-bles. Puede suceder que el condenado y el verdugo lleguen a pelearse. Puede suceder también que la horca funcione mal, que la cuerda se rompa o que la víctima sobreviva a la estrangulación. Entonces la operación vuel-ve a empezar, hasta el desenlace final.

El ahorcamiento está rodeado de toda clase de supersticiones. La cuerda se corta en trozos, que son vendidos a alto precio; los vestidos del ahorcado, que tienen virtudes inmunizadoras, se venden a precio de oro. Gigantesca ceremo-nia purificadora, la ejecución pública es un rito simbólico de exterminación del diablo. En efecto, la ejecución capital reviste un significa-do religioso; es más , su esencia misma es reli-giosa. "El castigo supremo ha sido siempre una pena religiosa, infligida en nombre del rey, representante de Dios en la tierra"8.

El despertar de la clemencia

En todos los países, la transición entre la era del dogma de la ejecución capital c o m o funda-mento del sistema penal y la de su decanden-cia total se hizo gradualmente.

El descenso del número de condenas se produjo en épocas diferentes según los países. E n términos generales, cuanto más desarrolla-do socioeconómicamente está un país, menor es la tendencia a ejecutar a los condenados.

Los primeros que abolieron la pena capital fueron los países del norte de Europa. En to-dos estos países, la pena de muerte cayó en desuso antes de la primera guerra mundial. Finlandia dio el ejemplo en 1826, con más de medio siglo de adelanto con respecto a los países vecinos (Noruega, 1875; Dinamarca, 1892; Suécia, 1910). La abolición de derecho

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no tardó en seguir a la abolición de hecho; en todos estos países se produjo antes de la segun-da guerra mundial (Noruega, 1905; Suécia, 1921; Dinamarca, 1933). En los Países Bajos y Bélgica, la evolución es aún má s notable. En los Países Bajos el poder se distingue por su audacia: el abandono de hecho se produce en 1850, y la abolición jurídica tiene lugar en la misma época9.

Pero no sólo dan ejemplo los países del norte de Europa; en Portugal, la pena de muer-te se abolió hace m á s de un siglo (1867). En Suiza, la abolición se remonta a 1874; aunque algunos cantones atrasados restablecieron la pena de muerte en 1879, en 1942 se proclamó definitivamente su abolición en todo el país. Ni siquiera las democracias jóvenes, c o m o Ita-lia o Alemania Federal, escapan a esta regla.

Los Estados Unidos son un caso atípico en -materia de delincuencia, como en lo relativo a la pena de muerte; la herencia esclavista, la tradición darwinista y el culto a las armas de fuego no tienen paralelismo en ningún país europeo. El debate sobre la pena de muerte no ha perdido actualidad, y es objeto de intermi-nables polémicas, sobre todo entre los econo-mistas. N o obstante, bastaría con releer a Bec-caria (1738-1794), penalista y economista, -para ahorrarse vanas especulaciones10. Hace dos siglos, Cesare Beccaria revolucionó las ideas de su época, afirmando que todo el dere-cho penal debía basarse en un principio h u m a -nista: el del castigo mínimo que sea eficaz. Según esta concepción, no es la crueldad del -castigo lo que ejerce un efecto disuasivo en el delincuente, sino su certidumbre.

Las causas del retroceso secular de la violencia

Numerosos factores han podido contribuir al retroceso secular de la violencia:

- La creciente presencia del Estado, con su aparato represivo (policía, justicia) y el asen-tamiento de sus moldes sociales, que son la escuela y el ejército. N o hay libertad sin leyes y sin un Estado-arbitro que las haga respetar, proclamaba ya hace tres siglos Loc-ke". Ahora bien, en Europa misma, a co-mienzos del siglo pasado, el Estado-nación existía solamente en Inglaterra y Francia. En

Francia, en particular, el proceso de control estatal es antiguo, y las policías urbanas exis-ten desde hace siglos; el país dispone de una de las policías (y gendarmerías) más densas, mejor distribuidas y más eficaces del m u n -do, y éste es un hecho secular. Si en Francia, desde comienzos del siglo X I X , el nivel c o m -parado de violencia privada, medido con arreglo a los índices de homicidios volunta-rios, es increíblemente bajo, ello es debido a que detrás de la historia de la violencia se perfila la historia del Estado. En cambio, los Estados Unidos, cuya historia está domina-da por la violencia, se distinguen por el re-chazo permanente del poder público: cual-quier intervención del Estado se califica en seguida de socialismo, o incluso de comunis-mo.

- La lenta desaparición de lo insólito. Es la miseria lo que explica la barbarie de algunos crímenes; las crónicas medievales abundan en relatos de hambrunas que degeneran en matanzas antropofágicas. Hasta el siglo X I X , la historia social europea se caracteriza por una serie de revueltas alimentarias que degeneran rápidamente en delincuencia ho-micida. El hambre no atiende a razones.

- La revolución demográfica, o la disminución de la mortalidad, que ha conducido a una revalorización sin precedentes de la vida hu-mana . Cuando la muerte es omnipresente, cuando golpea todos los días, la vida no es apreciada.

- La elevación del nivel educativo. Fracaso del diálogo, la violencia empieza donde se detie-ne el poder de la palabra. El puñetazo y la gresca son, por compensación, el m o d o nece-sario de expresión de quienes, para imponer-se, no tienen otro medio que la fuerza bruta. El analfabeto sólo se expresa mediante el gesto, o con un vocabulario reducido, cuyos límites alcanza enseguida; el universo de los símbolos y los signos le es ajeno. Ser manual, su fuerza física le proporciona la subsisten-cia y le confiere valor a los ojos de los de-más ; es su fuerza la que, a veces, puede servir de argumento en una disputa. En las sociedades tradicionales, poco mecanizadas, la fuerza física es objeto de admiración y de culto, porque en la vida cotidiana garantiza el trabajo y el respeto. En las sociedades terciarias burocráticas, este culto se sustituye por el de la inteligencia. Desgraciado aquel

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que fracasa en exámenes y concursos. La violencia individual es absurda, se convierte en un contrasentido; es más, suscita el recha-zo y la condena de los otros. El uso de la fuerza -salvo en algunos círculos extremistas o en ciertos estamentos desasistidos que to-davía la consideran una posibilidad- se re-chaza con horror. Se ha convertido en algo indigno, vergonzoso, denota, en quienes lo emplean, una conducta fracasada, un retor-no a un comportamiento primario, regresi-vo.

La mitología de la violencia

La violencia objetiva retrocede, pero en cam-bio el sentimiento de inseguridad tiende a au-mentar. ¿ C ó m o explicar este aumento aparen-te del sentimiento de inseguridad, corrobora-do por los sondeos de opinión?

La paradoja de la inseguridad

Varios factores pueden contribuir a este fenó-m e n o :

- El incremento de la delincuencia, fenómeno inflacionista por propia naturaleza, derivado del enriquecimiento de la sociedad, la diver-sificación de los intercambios y la prolifera-ción de los reglamentos. Sin embargo, en este incremento de la violencia todo es rela-tivo, y los índices habituales son engañosos. Los robos con efracción y los robos de auto-móviles, cada vez más frecuentes, suscitan en particular una reacción m u y negativa en las víctimas. Estos delitos, vistos como un atentado a la intimidad personal, son de los que mayores sentimientos de inseguridad provocan.

- La intrusión creciente de los medios de co-municación en la esfera íntima de las perso-nas y, en particular la televisión, cuya inci-dencia es importante sobre los jubilados y otras personas de edad, más vulnerables y a menudo aisladas. Ahora bien, las "informa-ciones" son una selección de acontecimien-tos en la que las noticias violentas ocupan, por su carácter atractivo y accesible, un lugar desmesurado y que, al verse en la pantalla del televisor, nos parecen repentinamente m u y cercanas. Atentados c o m o los perpetra-

dos contra los presidentes Reagan o Sadat, o contra el papa Juan Pablo II, fueron llorados en las chozas m á s humildes y contribuyeron a acreditar la idea de la inseguridad aunque, c o m o todo acto terrorista, tuvieran como objetivo a personalidades internacionales de primera fila. La información crea el aconte-cimiento.

- La organización de dispositivos de seguridad en todas las esferas de la vida cotidiana (se-guridad social, seguro de desempleo, seguro de vida, etc.), que tuvo como resultado la creación de nuevos reflejos de demanda de seguridad. La seguridad física se considera un derecho y es objeto de una ansiedad cre-ciente, a medida que se van asegurando los otros riesgos de la existencia.

- Los progresos del espíritu democrático que, a lo largo de los decenios, han dado lugar a una mayor aproximación entre las condicio-nes sociales de los particulares y un apego cada vez más fuerte a la libertad. Además , con la evolución general de las costumbres y de las técnicas de la medicina (anestesia, lucha contra el dolor) las sensibilidades se han afinado; el umbral de tolerancia de la violencia ha descendido considerablemente. H a nacido así una conciencia nueva de la violencia, basada en el principio de recipro-cidad: no hagas a los demás (que son tus semejantes) lo que no quieras que te hagan a ti.

- La disminución misma de la violencia que, al aumentar la seguridad objetiva, reduce la seguridad subjetiva. Es la famosa paradoja de D e Tocqueville: cuanto más disminuye un fenómeno desagradable, más insoporta-ble nos parece la parte que subsiste.

Un mito eterno

La divergencia entre los hechos y la opinión sobre la violencia no es nueva. Los historiado-res de la delincuencia la conocen bien. Así, por ejemplo, según Cockburn, "la mayor parte de los ingleses del siglo X I X estaban convencidos de que la delincuencia estaba peor que nun-ca...", por su parte, los autores del siglo XVIII estaban asustados de lo que consideraban la llegada de una ola de criminalidad violenta. En el Renacimiento, época en que las costum-bres empiezan a perder su rudeza medieval, ya reinaba este mismo estado de ánimo12. Tobías,

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222 Jean-Claude Chesnais

especialista del siglo X I X , tiene la impresión, considerando solamente los testimonios de la época, de encontrarse ante una ola de crimina-lidad sin precedentes, sobre todo entre los jó-venes, y esto en plena época de retroceso de la violencia objetiva13. Igualmente claras son las observaciones del informe de la Comisión so-bre la Violencia, de los Estados Unidos (1969). En él se observa simplemente que, sin remon-tarse a épocas m á s lejanas, los siglos XVIII y X I X presenciaron horrores que harían temblar a los responsables de este fin de siglo X X . Revoluciones y guerras civiles se han sucedido en América y Europa. A ú n hacia 1910, frente a las huelgas frenéticas que se desencadenaban por todo el país, lo que más temían las opinio-nes públicas de Inglaterra y los Estados Uni-dos era la inminencia de una nueva revolu-ción14.

Algunos años m á s tarde se inició un gran ciclo de muertes (la primera guerra mundial), pero su naturaleza era otra. El peligro real no es nunca el que m á s tememos.

El mercado del miedo

En nuestros días, la fuerza del prejuicio pesi-mista sobre la violencia es tanto m á s irresisti-ble, cuanto que lo mantienen poderosamente los grandes medios de información; hay una innegable convergencia de intereses en la su-pervivencia de ese mito. Dejando aparte el interés evidente, pero marginal, de las indus-trias de protección (cerrajería, blindaje, siste-m a s de alarma, armas, empresas de seguridad, etc.) existe el otro, infinitamente m á s podero-so, de dos esferas en creciente interacción, el m u n d o político y el m u n d o de la información. Todo gobierno ha conocido la tentación de servirse del miedo para extender su dispositi-vo de represión (aumento del número de poli-cías, de magistrados, de guardianes de prisión, penas más severas, etc.). Por otra parte, la competencia entre los medios de comunica-ción incita al clientelismo y, por consiguiente, al sensacionalismo. La línea política de la m a -yoría de los periódicos y semanarios está su-bordinada a imperativos comerciales. Los grandes titulares sobre los delitos de sangre atraen a los lectores, las noticias sobre hechos

violentos se venden bien; al público le gustan las sensaciones fuertes, necesita temblar. La estructura financiera de la prensa de los países occidentales es tal, que los diarios de opinión sobreviven m u y difícilmente.

Conclusión

El hombre moderno sufre un bombardeo de informaciones mañana y tarde. Apenas salta de la cama escucha las noticias; es la diversi-dad, la abundancia y la incoherencia m á s ab-solutas. Los episodios más variados, m á s aje-nos a su vida cotidiana, penetran bruscamente en su esfera mental. Esta explosión incesante de mensajes modifica su visión del m u n d o , reconstruye su percepción, su opinión, sus sen-timientos. Súbitamente, su comprensión del universo social, abstracto, se efectúa única-mente a través de estas migajas de la realidad que se le arrojan en pasto, según los caprichos de la actualidad. Y es que, en esta gran lotería de la información, si se quiere que el mensaje llegue a destino, tiene que pasar antes por varias pruebas: selección, simplificación, exa-geración... La violencia resiste a todas estas pruebas, está siempre presente, porque atrae, intriga y fascina.

Pero la actualidad es confusa, y si quiere dominar esta confusión, el ser h u m a n o debe darse tiempo para el análisis, la reflexión y la contemplación desde una perspectiva. Éste era, precisamente, el objeto de este artículo: restablecer la historia inmediata en su relación con la historia a largo plazo. Constatamos así que el desarrollo va acompañado de una lenta disminución de la violencia contra los demás y que, por el contrario, el suicidio, infrecuente o casi inexistente en las sociedades tradicionales donde el individuo no goza de primacía sobre el grupo, se hace m á s frecuente.

Esta tendencia, por más general que sea, no excluye inversiones, c o m o tampoco la diversi-dad de trayectorias de un país al otro: las formas de violencia tienen una incidencia que varía según las culturas.

Traducido del francés

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Historia de la violencia: el homicidio y el suicidio a través de la historia 223

Notas

1. Bouthoul, G . Traite de polémologie, París, Payot, 1970, pág. 379.

2. Clark, R . Crime in America. Observations on its nature, causes, prevention and control, Nueva York, Simon and Schuster, 1970.

3. Gelles, R.I. "Violence in the America family", The Journal of Social Issues, Vol. 35, 1979, n 2.

4. La anomia es un desajuste de la sociedad. Véase Durkheim, E . , Le suicide, capítulo V , París, Alean, 1897.

5. Bjerregaard, P . "Health Trends in Greeland, 1950-1987", Arctic Medical Research, 1991, vol. 50, págs. 79-82.

6. Véase Given, J.B. Society and homicide in thirteenth century England, Stanford, Stanford University Press, 1977, y Hair, P . E . H . , "Deaths from violence in Britain: a tentative secular survey", Population Studies, Londres, marzo de 1971.

7. Koestler, A . Reflexions on hanging, en: C a m u s , A . y Koestler, A . Réflexions sur la peine capitale, Paris, Calman-Levy, 1957.

8. Camus, A . En Camus, A . y Koestler, A . , op. cit., 1957.

9. Duesing, B . Die Geschichte der Abschaffung der Todesstrafe, Offenbach a m Main, 1952.

10. Beccaria, C . B . , Dei delitti e delle pene, Milán, 1764, 112 págs.

11. Locke, J. Second Treatise of Government. An Essay Concerning the True Original Extent, and End of Civil Government, Libro II, 1690, pág. 179.

12. Cockburn, J.S. Crime in England, Londres, Methuen, 1977, pág. 49.

13. Tobias, J.J. Crime and Industrial Society in the Nineteenth Century, B . T . Basford, Londres, 1967, 336 pág.

14. Violence in America, U.S. Government Printing Office, 1969, Washington.

Referencias

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D U R K H E I M , . Le suicide, Paris, Alean, 1897.

ELIAS , N . Über den Prozess der Zivilisation, Basilea, Haus Z u m Falken, 1939, 2 vol.

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K O E S T L E R , A . "Réflexions sur la potence", en C a m u s , A . et K O E S T L E R , A . Réflexions sur la peine capitale, Paris, Calmann-Lévy, 1957.

Organización Mundial de la Salud, Anuario de estadísticas sanitarias mundiales, 1950 a 1990, Ginebra.

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Los efectos paradójicos de la toma de rehenes

Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

Si el terrorismo no hiciera m á s que engendrar el terror y el rechazo, los movimientos políti-cos extremistas no le concederían tanta impor-tancia. Al insertarse en el marco de una mito-logía de la violencia política, el terrorismo especula con la fascinación que pueden ejercer la intransigencia, lo absoluto, el sacrificio y la muerte. Independientemente de la validez de las causas que dice servir, acaba por originar sentimientos confusos, ambiguos, de proce-dencia frecuentemente os-cura incluso para los mis-m o s que los sienten.

La toma de rehenes ofrece ejemplos notables de este fenómeno, cuando los rehenes se ponen de parte de sus agresores. Es sabido que Ochberg denominó a esta reacción el "síndrome de Estocolmo", debido a dos acontecimientos suce-sivos registrados en esa ciudad. Hoy día se cono-cen muchos casos de este tipo. Trataremos primero de deducir los mecanismos psicológicos que determinan este proceso, para después exami-nar si ello puede contribuir a esclarecer las técnicas de manipulación de los terroristas, y en particular los que se apoderan de rehenes, respecto de la opinión pública.

E n 1973 se produjo un atraco en un banco de Estocolmo, en el curso del cual dos malhe-chores escapados de la cárcel retuvieron c o m o rehenes a cuatro empleados de la entidad du-rante más de cinco días. Mientras estaban aún bajo la amenaza de los delincuentes, los rehe-

Georges Gachnochi es psiquiatra, jefe de servicio en el Hospital Barthélémy Durand (91150 Etampes, Francia), y miembro de la Sociedad Psicoanalítica de París. Sus publicaciones m á s recien-tes tratan de la comprensión analítica de los funcionamientos institucionales y de las diversas formas de violencia social. Norbert Skurnik, psiquiatra, jefe de servicio en el Hospital de Maison-Blanche (Sector 37 de París), es direc-tor de enseñanza clínica en el Centro hospitalario-universitario de Bobigny. H a publicado trabajos sobre la articu-lación entre la psiquiatría y la historia social, y sobre los nacionalismos del siglo X X .

nes expresaron, en entrevistas telefónicas con periodistas, su desconfianza hacia la policía y su confianza en sus raptores. Cuando éstos se rindieron, los rehenes, temiendo que pudieran matar a los delincuentes, insistieron en prece-derles a la salida del banco. Durante el proce-so, los rehenes se negaron a testimoniar contra los delincuentes; una de las empleadas visitó en la cárcel a uno de ellos y, finalmente, se divorció para casarse con él.

Al año siguiente, se produjo una toma de rehe-nes en la embajada de la República Federal de Ale-mania en Suécia. Conclui-do el incidente, uno de los rehenes, empleado de la embajada, expresó su sim-patía hacia la banda Baa-der, de la que eran miem-bros los autores del hecho.

C o m o puede verse, si bien el segundo caso guar-da una clara relación con el terrorismo político, no ocurre lo mismo con el pri-

mero, el más célebre. Es evidente que la eva-sión de dos presos, aunque sean de derechos común, constituye una "causa" a la que se adherirán las personas, con tanta m á s facili-dad cuanto más inmaduras e influenciables sean y, sobre todo, si han sido bien tratadas por los delincuentes de los que, a priori, po-dían temerlo todo. Pero este ejemplo nos per-mite constatar que la motivación ideológica de los agresores no es una condición previa indis-pensable para que se dé el síndrome de Esto-colmo.

R I C S 132/Junio 1992

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226 Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

E n cuanto al célebre secuestro de la herede-ra americana Patricia Hearst, en 1974, en cuyo caso la "ideología" de los raptores ocultaba motivos más o menos delictivos, sus circuns-tancias particulares incitan a disociarlo del marco general del síndrome1. C o n todo, al igual que en el primer ejemplo, este caso límite nos hace pensar que las motivaciones "intelec-tuales" e "ideológicas" alegadas por las vícti-m a s del síndrome de Estocolmo no son más que racionalizaciones que encubren causas afec-tivas diversas (de orden libidinoso y defensi-vo), generalmente inconscientes, pero tan pre-sentes como en cualquier otra afección mental. La relación entre la persona afectada por el síndrome de Estocolmo y sus raptores abarca toda una gama de sentimientos, que van desde la identificación hasta el enamoramiento m a -soquista con el raptor, proceso en el que el odio representa un papel importante. Antes de examinarlo con m á s detalle, consideraremos la evolución clínica del síndrome y los factores que lo favorecen.

Efectos de la toma de rehenes

Por definición, una toma de rehenes tiene c o m o fin ejercer, gracias a la retención y even-tualmente, las amenazas contra el rehén (lla-m a d o víctima secundaria o pasiva), una pre-sión sobre un tercero (que puede ser una persona, una institución, el Estado...), llamado víctima primaria o activa (no obstante, hay que tener en cuenta un caso especial: aquél en el que solamente hay una víctima, porque los raptores quieren conseguir que la propia per-sona raptada les dé una satisfacción, por ejem-plo dando instrucciones para pagar un rescate, etc.). Es necesario, pues, que exista un vínculo, o por lo menos que los raptores cuenten con él, entre la víctima primaria y la víctima secunda-ria, trátese de un vínculo afectivo, de un deber de protección o bien de una comunidad cual-quiera de intereses. Por lo demás, la víctima primaria puede no ser el objetivo verdadero: un gran número de secuestros (y m á s en gene-ral, de actos terroristas) están encaminados a obligar a la víctima primaria a que adopte una actitud hostil hacia el objetivo.

Ochberg (1978) dio una definición del sín-drome (que afecta por tanto a la víctima se-cundaria) que fue m u y criticada ya que, ade-

más del problema esencial de los sentimientos paradójicos de los rehenes (positivos hacia los agresores, negativos hacia la policía y las auto-ridades), introduce la confusión al hacer inter-venir los sentimientos positivos de los raptores hacia sus rehenes.

Sobre la base de su experiencia clínica, y de la de diversos autores2, Crocq (1989) describió del m o d o siguiente la evolución de los rehenes: la fase de captura, breve y violenta, se caracte-riza por la ruptura con el entorno afectivo anterior, el aislamiento, el hundimiento del "mito personal narcisista de invulnerabili-dad". La tensión que predomina en esta fase es costosa en energías físicas y psíquicas, y puede desembocar en un estado de estupefac-ción.

En la segunda fase, el secuestro, es donde puede producirse el síndrome de Estocolmo, con las etapas sucesivas de somnolencia o e m -botamiento intelectual, reconocimiento lúcido de la situación y resistencia seguida de la pér-dida de la esperanza. Algunas víctimas consi-deran la situación fríamente; otras se refugian en la imaginación o en la observación meticu-losa del entorno (Strentz, 1982); otras, enfin, tratan de comprender afectivamente al raptor y a sus móviles. Este último caso es el que hace posible que se produzca el síndrome de Esto-colmo. Obsérvese que la persona del raptor es el único modelo "sólido" que se ofrece al re-hén, y que toda comunicación verbal o no verbal facilitará la identificación con este per-sonaje, del que el rehén depende.

La tercera fase, el desenlace, entraña reac-ciones adaptadas, de supervivencia, o por el contrario, paradójicas si el objeto padece ya el síndrome de Estocolmo. Este último caso es posible que deje secuelas, que podrían mani-festarse en la insistencia, por parte del rehén, en declarar a favor de sus raptores contra sus liberadores; o bien adoptar formas menos evi-dentes, como la perplejidad y el rechazo de los valores morales y culturales precedentes.

El autor subraya que no es sólo la esfera afectiva la que resulta afectada, sino que lo propio ocurre con las esferas cognoscitiva, ex-presiva y del comportamiento; no se percibe bien la situación o la peligrosidad del agresor, la facultad de prever el desarrollo de los acon-tecimientos resulta alterada, se produce una alienación de la voluntad.

Evidentemente, el estado de ansiedad, la

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Los efectos paradójicos de la toma de rehenes 227

reacción de espanto, con el hundimiento de las defensas, allanan el camino al síndrome. Para Ronald, Relinsten y Szabo (1979), los factores que favorecen la aparición del síndrome son, ante todo, la juventud del agresor, la capaci-dad de sugestión, el sexo femenino, teniendo en cuenta que los raptores suelen tratar mejor a las mujeres; por el contrario, la presencia de otros rehenes suele hacer más sólida (pero hay excepciones) la resistencia del grupo captura-do, sobre todo si existen o se forman vínculos de amistad entre los miembros del grupo (en tales casos, las identificaciones, cuya impor-tancia comentaremos más adelante, tienden a hacerse más entre rehenes que con los rapto-res). E inversamente, se ha comprobado que el síndrome de Estocolmo se hace menos fre-cuente a medida que sus víctimas potenciales (o sea, el conjunto del público) son conscientes de su existencia. Esto, no obstante, no es abso-luto3.

Patogenia del síndrome de Estocolmo

Sobre la base de los datos clínicos obtenidos, y de los indicados anteriormente por numerosos autores, en particular Strentz (1982), Symonds (1975, 1980) y Frederick (1987), nosotros creemos que se puede llegar a comprender la patogenia de los elementos clínicos, centrán-dola en torno a las consecuencias de un trau-m a psicológico de naturaleza particular, cuya duración se prolonga durante todo el período en que el rehén está prisionero. En efecto, si bien el período inicial conlleva inevitablemen-te una tensión, generalmente importante, ésta tiene muchas probabilidades de repetirse des-pués, especialmente en los momentos en que la amenaza, manifiesta o latente, se deja sentir con particular intensidad4. Desde luego, la amenaza es, obligatoriamente, el factor origi-nario de toda forma de rehenes, por todo el tiempo que dure ésta. Las declaraciones de algunos rehenes, que afirman que han dejado de sentirse amenazados por parte de los agre-sores m u y pronto (mientras que, en algunos casos, era la acción de la policía lo que les hacía sentirse en peligro)5, no pueden conside-rarse argumentos contrarios, ya que se trata precisamente de una manifestación del síndro-m e de Estocolmo. Será necesario, pues, que

consideremos el impacto psicológico de la amenaza en los amenazados.

Las consecuencias de este traumatismo psi-cológico prolongado o repetido nos parece que son las siguientes: por una parte, desde luego, una angustia total, y además un atentado pro-fundo contra el sentimiento narcisista, con ele-mentos depresivos y desorganización de las señas de identidad, lógicas y, eventualmente, temporal-espaciales; "regresión"6 con desinhi-bición libidinosa de connotación masoquista, con frecuente identificación subyacente con el agresor y por último, mecanismos de defensa, unos m á s arcaicos ("proyección") otros más integrados en el yo (por ejemplo de tipo obse-sivo). A la inversa, la concepción de estrate-gias de salvación adaptadas a la situación pue-de ser psicológicamente beneficiosa para el rehén y útil para su supervivencia, al hacer que concurran la defensa psíquica y la defensa vital7.

Así pues, la angustia traumática es el fondo común de los fenómenos patológicos, junto con el sentimiento de incapacidad a adaptarse a la situación y, eventualmente, una tendencia a la destrucción, en la que insiste Ferenczi (1934) en una nota sobre el traumatismo psí-quico, coaligando esta tendencia con la "deso-rientación psíquica", cuyas manifestaciones clínicas hemos indicado m á s arriba. Sobre este trasfondo se desarrollarán los efectos de los procesos defensivos, cuya complejidad se ha destacado ya8, y especialmente la identifica-ción con el agresor, mecanismo fundamental del síndrome de Estocolmo. A propósito de esta defensa, Ferenczi (1930) puso de relieve su vinculación con el "placer de la pasividad" (y la pasividad es, evidentemente, lo que los raptores quieren imponer ante todo a sus vícti-mas) y su inevitable connotación sexual (Fe-renczi, 1933). Por eso es por lo que, c o mo indicamos antes (y sin ir tan lejos c o m o Coo-per9, para quien la atracción sexual es el único factor del síndrome de Estocolmo), parece di-fícil separar radicalmente los casos en que se manifiesta una atracción sexual de la víctima hacia el raptor de los casos de síndrome de Estocolmo propiamente dicho. Parece más bien que se trata de casos particulares, en los cuales el factor de pulsión y de libido adquiere un carácter patente y conduce eventualmente al acto, y no del síndrome típico.

Ferenczi (1930) habla también de "identi-

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228 Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

Atraco con armas, toma de rehenes y huida. First Brooklyn Savings Bank, Estados Unidos. Fotos i

fícación fantasmal con el destructor" y Anna Freud ( 1946), en su capítulo sobre la "identifi-cación con el agresor", nos aclara el fenómeno de la adopción de la ideología del agresor, al subrayar la posibilidad de que un sujeto "in-troyecte algo del objeto de angustia, lo que le permite asimilar un acontecimiento angustio-so recientemente registrado", o bien que "no se identifique con su agresor, sino con la agre-sión de éste". En este caso, el autor se refiere, desde luego, a niños; ya hemos hablado antes del papel que desempeña la regresión en la aparición del síndrome de Estocolmo. Esta re-gresión es una condición esencial: por el con-trario, la aparición del síndrome de Estocol-m o , por ese motivo, puede contrastar profun-damente con la personalidad anterior10. Pero este fenómeno, a menudo de gran profundi-dad, puede ser el preludio a una reorganiza-ción de la personalidad; de ahí sus secuelas, antes señaladas.

Por su parte, Lagache (1962) subrayó la imbricación del mecanismo de identificación con el agresor con la problemática sado-

masoquista. Esto nos lleva al problema de la condición psicopatológica de la situación de amenaza, que, c o m o hemos señalado ya, está implícita evidentemente en toda situación de toma de rehenes.

Esta situación de amenaza (desde el punto de vista del rehén) comporta tres elementos distintos: el rehén corre peligro por causa del agresor; el rehén está sometido al poder abso-luto del agresor; el rehén debe la vida en cada instante al agresor, que no se ha servido de su poder para matarle12. Se trata de una situación completamente excepcional, que no puede compararse al estado de dependencia absoluta respecto a la madre que experimenta el recién nacido o el niño de pecho. En el plano de lo inconsciente, la hostilidad, incluso oculta, ha-cia este dominador omnipotente, podría crear un posible peligro de represalias. Por el con-trario, la identificación con el agresor permi-te al rehén, de manera ciertamente mágica y completamente inadaptada, eludir los aspec-tos terroríficos de la situación en que se en-cuentra.

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Los efectos paradójicos de la loma de rehenes 229

En lo tocante a la víctima primaria, la rela-ción no es menos paradójica. En primer lugar, el rehén puede hacer responsable del peligro en que se halla a la víctima primaria, por una parte, porque ésta es el verdadero adversario del agresor, en un enfrentamiento con el que el rehén no tiene nada que ver (cuando el rehén es solidario de la víctima primaria, o cuando el agresor la considera c o m o tal y le expresa su hostilidad personal, el síndrome de Estocolmo no se manifiesta). Por otra parte, el rehén sabe que si la víctima primaria cede, él estará a salvo, y puede ser que se pregunte en qué medida su suerte preocupa a la víctima prima-ria, cuya resistencia a la coacción del agresor se hace enteramente a expensas del rehén: "si cede, seré libre"; esta idea que el señor todo-poderoso, el raptor, le ha inculcado, hace que la hostilidad del rehén pueda volverse contra la víctima primaria.

Así, la coincidencia aparente de intereses entre los raptores y los rehenes favorece el síndrome de Estocolmo; pero para que éste se manifieste realmente, es preciso también que, en un plano más profundo, sea posible la iden-tificación masiva de los rehenes con los agre-sores, porque los primeros están verdadera-mente bajo el poder de los segundos. En este caso, la desconfianza de los rehenes se dirigirá no sólo hacia la víctima primaria, sino tam-bién hacia aquellos en los que lógicamente deberían reposar sus esperanzas de salvación: las autoridades, la policía. Según ciertos testi-monios, en 1977, a resultas de una toma de rehenes en un tren holandés por parte de auto-nomistas de las Molucas del Sur, los dos pasa-jeros que murieron de resultas de los disparos fueron alcanzados de lleno porque, a diferen-cia de los otros pasajeros, se negaron a obede-cer a la orden de echarse al suelo, que la poli-cía les había transmitido antes de proceder al ataque para liberarlos. U n o de los casos más paradójicos es el de la toma de rehenes de Nantes, en 1985, cuando todos los miembros de un tribunal fueron capturados por los delin-cuentes que iban a juzgar. Según el profesor Besançon (1986), miembro de la célula de cri-sis creada con este motivo, los raptores no tuvieron ningún defensor mejor que los pro-pios rehenes. La calidad de la "ideología" li-bertaria y "antirracista" de los delincuentes (que hicieron una proclama contra el racismo y Le Pen) se revela en una de las preguntas que

dirigió uno de ellos, Courtois, a los rehenes: "¿Hay algún judío aquí?" Y , como nadie res-pondiera, continuó: "Bueno, ya lo descubri-remos más adelante, en profundidad"13. D e hecho, estas contradicciones aparentes no hicieron más que consolidar el poder de los raptores sobre sus víctimas, ya que de este m o d o demostraban su omnipotencia confiscando el lenguaje, al decidir por sí solos el valor de las palabras y el de la lógi-ca, al decidir el de las causas: "Si alguien re-sulta muerto aquí, ello se debería únicamente a la intervención de la policia", exclamó Courtois13.

En efecto, la utilización de lo que podría-m o s llamar "la semántica de H u m p t y -Dumpty " y de la lógica pervertida es impor-tante para acabar de desestabilizar psicológi-camente a los rehenes (y, c o m o veremos más adelante, al público al que se induce a identifi-carse con ellos).

La "travesía del espejo" que constituye el síndrome de Estocolmo exige, como hemos visto, que los agresores se conviertan en depo-sitarios de la esperanza de sus víctimas, y que los que se oponen a aquéllos sean considera-dos enemigos.

Es importante destruir los fundamentos mismos de la semántica habitual y de la lógica racional, para que el proceso primario (incons-ciente) pueda triunfar sin oposición.

D e este m o d o , Courtois-Humpty Dumpty podría afirmar, como su modelo: " L o impor-tante es saber quién manda.. . , y punto"14). C o m o observó un periodista, los bandidos re-currían tan pronto al terror ("Cuando se dis-para a la cabeza de alguien con una bala de m a g n u m 357, no quedan más que los h o m -bros"), c o m o a la seducción, o al poder de tranquilizar13. Así demostraron poseer un arte consumado del control de la situación, induc-tora del síndrome de Estocolmo.

Su éxito fue absoluto, ya que todo ello no impidió que un magistrado, al parecer por su propia iniciativa y sin que nadie le obligara, elogiara la extrema corrección con que fueron tratados los rehenes ni, sobre todo, que un año después de los hechos (!), una miembro del jurado expresase su simpatía por Courtois (al tiempo que negaba taxativamente estar ena-morada de él) y su miedo a los hombres del comando que la liberó junto con los demás re-henes15.

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230 Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

La opinion pública c o m o rehén

En esta ocasión se produjo un hecho singular: a petición de los secuestradores, fue "invita-da" la televisión. Llegamos así a un punto esencial, el referente al papel de los medios de comunicación.

Es de sobras conocido que la difusión de sus acciones e ideas, mediante la prensa, cons-tituye uno de los objetivos, si no el objetivo esencial, de la mayoría de los secuestradores. Y lo mismo puede decirse de los autores de actos terroristas en general16. Cierto es que los medios de comunicación constituyen, a veces directamente, una de las "víctimas primarias" de la toma de rehenes, ya que en ocasiones se les pide que cedan a una coacción cuyo objeto son las víctimas secundarias. Según cual fuere el caso y la situación, los medios de comunica-ción entran en el juego de los raptores con mayor o menor entusiasmo (a menudo, se nie-gan a publicar los "comunicados" redactados por los propios terroristas). Pero los medios de comunicación son importantes sobre todo en los casos de toma de rehenes, c o m o insistió ya Skurnik (1988), porque hacen intervenir a un nuevo actor, que no es la víctima secundaria ni la primaria, ni los poderes públicos cuando no se confunde con ésta, sino la opinión públi-ca. Precisemos algunos de los mecanismos psi-cológicos gracias a los cuales los terroristas pueden tratar de manipular esta opinión pú-blica y procurar así que los Estados depongan su actitud.

Ante todo, dos observaciones: por una par-te, salvo excepción, la toma de rehenes va dirigida únicamente contra los Estados d e m o -cráticos. Es cierto que el rigor de los castigos y la eficacia de la policía en un régimen dictato-rial podrían explicar esta disuasión, pero el hecho sigue siendo en general cierto, incluso fuera de las fronteras del país; de ordinario, en el extranjero sólo se captura c o m o rehenes a los ciudadanos de regímenes democráticos.

Se podría decir que la existencia de una prensa libre y de una opinión pública, que puede influir eficazmente en el gobierno, es el factor esencial que explica la eficacia de este tipo de terrorismo. Desde luego, la cuestión de las relaciones entre las entidades políticas, la prensa y los ciudadanos en el funcionamiento cotidiano de la democracia es de una comple-jidad extrema; los peligros y al mismo tiempo

el carácter indispensable, de los procedimien-tos de decisión que implican a los medios de comunicación y al público, y permiten un "feed-back" que impida la redución de este funcionamiento a sus aspectos formales, son objeto de debates, descritos, entre otros, por Keane (1991). Este autor subraya que es difícil que puedan darse respuestas definitivas a este problema. Pero, como observa respecto de la sobreabundancia de informaciones, hoy día la dificultad para los ciudadanos consiste en "encontrar un sentido" a todas esas informa-ciones.

Por lo demás, hay que observar que, en principio, la toma de rehenes "política" no se diferencia fundamentalmente de otros actos de terrorismo. Así, la ola de atentados registra-da en Francia en 1986 tenía por objeto ejercer presión sobre el conjunto de la población y sobre el propio Estado francés, ya que se trata-ba de imponer ciertos actos o actitudes políti-cas (liberación de terroristas presos, tomas de posición diplomáticas, etc.). Lo propio puede decirse del terrorismo del F L N C en Francia, de la I R A provisional en Gran Bretaña, de E T A en España, etc. Tanto si los objetivos perseguidos son de política interior como exte-rior, en esos casos el terrorismo constituye básicamente un medio de coacción para conse-guir un resultado determinado. Esto le opone en principio (aunque no escaseen los casos límite y, sobre todo, las convergencias) a otra forma de terrorismo, sean de extrema derecha (por ejemplo, el atentado de Milán) o de extre-m a izquierda, llamada "revolucionaria" (que se ha manifestado también con una especial violencia en Italia), cuya única finalidad con-siste en desestabilizar el cuerpo sociopolítico en su conjunto, con miras a preparar la toma del poder.

C o m o escribe Serge R a y m o n d (1988), es toda la opinión pública, nacional o internacio-nal la que los terroristas toman como rehén, sea cual fuera la forma o la modalidad del terrorismo. Los mecanismos psicológicos que operan en la toma de rehenes, operan también frente a esas imágenes del tirano o del terroris-ta. D e la misma manera que los secuestradores tratan de establecer un dominio absoluto so-bre el ánimo de sus víctimas, el tirano y el terrorista quieren que se les reconozca c o m o dueños absolutos de la vida y la muerte de las poblaciones a las que amenazan, e imponer a

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Los efectos paradójicos de la toma de rehenes 231

los dirigentes una capitulación que refleje la del público. Si consideramos la acogida triun-fal que reservaron a Chamberlain y Daladier sus conciudadanos respectivos, después de su capitulación ante Hitler, podríamos hablar también del "síndrome de Munich", cuando ciertos Estados democráticos, que cuentan con medios de presión, se sienten tentados a capi-tular m á s o menos abiertamente frente a orga-nizaciones terroristas, "manipuladas" o no... El peligro se crea, en realidad, porque los per-sonajes m á s extremistas, cuyas amenazas abar-can todo el planeta, acaban creyéndose lo que dicen; su influencia, su "carisma", sólo les viene del campo libre que se les deja; c o m o en el caso de todo individuo psicópata, se senti-rán m á s inducidos a pasar a una acción si encuentran frente a ellos una actitud pasiva, que por lo demás desprecian abiertamente.

Pero el objetivo de los terroristas no con-siste únicamente en conseguir un éxito limita-do en relación con una u otra cuestión17; se trata también de poner a la opinión de su parte en la medida de lo posible, como los aspirantes a dictador desean que sus futuros "súbditos" vean en ellos a sus salvadores. Vea-m o s lo que dice a este respecto el novelista español Manuel Vázquez Montalbán18: "Si se producen golpes de Estado, ello es porque el Estado está en crisis o parece estarlo. Los teó-ricos fascistas o leninistas del golpe de Estado codificaron esta situación, en la que las fuerzas que defienden el poder van a la deriva, sus aparatos ideológicos se rompen y existe un consenso social sobre el vacío de autoridad..." En el caso de los movimientos terroristas, o m á s en general, en las situaciones de crisis provocadas voluntariamente, los conjurados esperan que, frente a un Estado impotente para poner freno al desorden o al terror, los ciudadanos presos de pánico aceptarán, con alivio, la instalación de un poder "fuerte", que les proteja finalmente. La finalidad del chanta-je terrorista es parecida, aunque su intención no sea derribar el poder, sino modificar su política sobre un punto preciso (en general, la satisfacción de reivindicaciones autonomistas o la inflexión de ciertos aspectos de la diplo-macia); se trata entonces, si los terroristas han convencido a una parte del público de la justi-cia de su causa, de un síndrome de Estocolmo colectivo, a escala nacional o, incluso, interna-cional.

C o n m á s frecuencia que una toma de posi-ción clara, el éxito de los agresores se pone de manifiesto cuando los medios de comunica-ción y la opinión pública, por efecto de los actos terroristas, dan una prueba de impacien-cia o de hostilidad hacia el objetivo que ellos han designado (las reacciones de xenofobia o de racismo que engloban tanto al agresor como al objetivo, sin distinción alguna porque están condicionadas por el proceso primario, contribuyen eventualmente a este tipo de acti-tud: "¿Por qué vienen todos esos extranjeros a molestarnos con sus problemas, que no nos conciernen?").

La captura de rehenes y el público

Si bien la captura de rehenes comparte con los otros actos terroristas los objetivos que acaba-m o s de describir, en su caso particular inter-viene un factor esencial: un m o d o propio de personalizar las víctimas.

Hace algunos años la imagen, transmitida por la televisión, de una niña atrapada por un desprendimiento de tierras después de un te-rremoto en América Latina turbó mucho m á s al m u n d o entero que las cifras desnudas, y sin embargo de magnitud terrorífica, de los muer-tos, heridos y gente sin vivienda, víctimas de este mismo cataclismo. Nadie ignoraba, sin embargo, que entre esas víctimas había un número elevado de niños...

El sistema de presión, que es la toma de rehenes, especula con el hecho de que nuestro funcionamiento inconsciente hace que nos sea mucho m á s fácil identificarnos con personas de las que conocemos el nombre y, de ser posible, las facciones o incluso la voz, que no con hombres y mujeres anónimos. Nos resulta igualmente difícil identificarnos con muertos y con futuras víctimas19; en consecuencia, una serie intensa de actos terroristas puede suscitar temor, desorganizar, aterrorizar. Las conse-cuencias psicológicas para el público de una toma de rehenes, acompañada de la difusión de algunos documentos sonoros o, aún mejor, audiovisuales, no son menos específicas, por la identificación inconsciente con el propio re-hén en situación de dependencia absoluta con respecto a sus raptores. Tanto m á s cuanto que, por la acción de los familiares de las víctimas, o bien por las informaciones sabiamente desti-

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T o m a de rehenes en Nantes, Francia, el 19 de diciembre de 1985. Moms/Sij

ladas por los secuestradores, la suerte de los rehenes, si no está constantemente en la mente del público, sí por lo menos es objeto de m e n -ciones frecuentes (es de observar, por lo de-más , que la imprecisión o incluso la vaguedad de ciertas informaciones y la imprevisibilidad del m o m e n t o en que se proporcionan, no hace sino acrecentar la imagen de omnipotencia de los terroristas, que se muestran capaces de controlar a discreción, no sólo la suerte de sus víctimas, sino lo que se sabe de ellos...).

Los raptores se sirven de las particularida-des del impacto psicológico que la toma de rehenes provoca en el ánimo de la gente. C o n ello esperan inducir al público a mostrarse menos sensible ante un hecho evidente: que ceder a las presiones de un secuestro equivale a hacer absolutamente inevitables otros se-cuestros (si no es en favor de la misma causa, será de otra, ya que se habrán demostrado la vulnerabilidad del cuerpo sociopolítico a esta forma de coacción)20.

Al igual que una persona sometida a ciertas fuerzas surgidas de su inconsciente, el público está a la merced de presiones que pretenden explotar su vulnerabilidad ante este hecho, su relativa dificultad en prestar atención a las generalidades y una cierta impermeabilidad a la experiencia, que Joseph Gabel (1990) rela-ciona con la "falsa consciência" (Gabel, 1962).

D e estas particularidades tratan de aprove-charse los raptores, creando una presión sobre la población, que esperan, obligará a la vícti-m a primaria (el Estado, por lo general) a pagar el precio que exigen: liberar, con desprecio de sus propias leyes, de la seguridad pública y de la de los refugiados políticos que residen en el país, a detenidos culpables de otros actos te-rroristas o de asesinatos políticos, y renunciar a la aplicación de tratados internacionales de extradición, o incluso al apoyo a la indepen-dencia nacional de Estados con los cuales hay vínculos, alianzas o tradiciones arraigadas.

Pero, y lo que quizá es m á s importante,

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Los efectos paradójicos de la toma de rehenes 233

c o m o hemos observado con respecto al terro-rismo en general, los secuestradores tratan de obtener, de ser posible, la adhesión de por lo menos una parte del público. La identificación con los rehenes capturados va en este sentido; sin embargo, aquí la identificación con el agre-sor es sólo indirecta y, al principio, crecerá la popularidad de la causa de los raptores, sobre todo entre la parte del público ya predispuesta a este tipo de fascinación que crea la violencia. Sin embargo, a medida que se repitan los he-chos, la importancia de los procesos defensi-vos (contra la angustia de la impotencia abso-luta), representados por la identificación con el agresor, irá en aumento21. E n último térmi-no podrá alcanzar dimensiones internaciona-les, cuando el objetivo fijado por los agresores se convierta en el chivo expiatorio de un grupo más o menos amplio de naciones, entre las cuales figurarán algunas que aprueban a priori a los raptores (o a los terroristas) y otras cuyos ciudadanos son las víctimas secundarias. C o m o señalan Bornstein y otros autores (1988) y Bigot (1986-7), en este tipo de fenó-menos, sea cual sea su amplitud, hay una ten-tativa de superar, mediante la "ilusión de gru-po" (D. Anzieu, 1975) y la euforia de pertene-cer a los "buenos", las insuficiencias narcisis-tas individuales (o los fallos de las diversas colectividades implicadas).

Los ciudadanos, los medios de comunicación y el Estado

Cuando el público se incorpora a un m o d o de funcionamiento colectivo, que recuerda el pro-ceso primario de un individuo, ¿no será por-que se le induce (casi diríamos, se le arroja) a esta actitud que tan poco lugar deja al proceso consciente?

Efectivamente, por ejemplo, el impacto m á s o menos considerable de la personaliza-ción deseada por los agresores, surte un efecto de espejo, que desde luego no tiene nada de específico, entre los medios de comunicación y el público. Éste reacciona y se apasiona por lo que le proponen los medios de comunicación, y éstos se sienten inclinados a proponerle lo que parece que puede interesarle. Por lo de-más , la experiencia demuestra, evidentemente, que los grandes temas que estructura nuestro inconsciente, es decir, la violencia y la sexuali-

dad, pocas veces aburren. E igual puede decir-se de la utilización de los modos de funciona-mento del sistema inconsciente (sistema pri-mario), que permiten atraer fácilmente la atención.

Y , sin embargo, el hecho de que los indivi-duos que constituyen el público sean más sen-sibles a ciertos tipos de acontecimientos y a ciertas maneras de presentarlos, no significa en absoluto que un elevado número (o un número máximo) de ellos sean incapaces de adoptar, frente a esos acontecimientos, actitu-des políticas que sean contrarias a los deseos de los terroristas. Por ejemplo, en Francia, en plena oleada de atentados terroristas, en sep-tiembre de 1986, el 70 % de personas interro-gadas se declararon contrarias a la liberación de un preso, que exigían los autores de los atentados22.

La actitud de la opinión pública depende en parte de los hechos que se le comunican, no sólo por los medios de comunicación, sino también por el poder político. N o siempre son infundadas las sospechas de que éste disimula hechos importantes, cuyo conocimiento sería a veces indispensable para plantear sin distor-siones los elementos de un debate público. Volvemos, pues, al problema ya citado de las relaciones e influencias recíprocas, triangula-res, entre los ciudadanos, los medios de c o m u -nicación y la clase política, y m á s en particular el Estado. Es evidente que cada uno de los ángulos de este triángulo actúa en interacción con los otros dos; por lo demás, c o m o recalca por ejemplo Pierre Schaeffer (1985), la in-fluencia operante del conjunto del público, del auditorio, es sustituida en gran medida por la de una parte de la intelectualidad, los medios culturales, los "círculos bien informados"23. Aparte del sufragio universal, los sondeos -cuyo empleo provoca un debate por sí mis-m o - 2 4 en cierta medida pueden inducir a tener en cuenta la opinión del público.

N o podemos considerar aquí, obviamente, ni siquiera los elementos de este problema. Sin embargo, sí podemos subrayar que es necesa-ria una ética de los medios de comunicación25

y del poder para evitar la alienación de la opinión pública, con respecto tanto a la cues-tión de los rehenes c o m o a otros problemas. A este respecto convendría que se tomaran en consideración valores en principio contradic-torios, c o m o la importancia, por una parte, de

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234 Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

la seguridad inmediata de un cierto número de personas determinadas, y por la otra la seguridad a plazo medio del conjunto de los ciudadanos. Joseph Gabel ha demostrado la posibilidad de una axiología dialéctica, que a nuestro juicio debería sostener esta reflexión ética26.

Está claro que todavía nos falta m u c h o para llegar a este punto. Pero, por lo menos , la experiencia parece demostrar que los ciudada-nos conscientes ya no ven que sea imposible exigir cada vez m á s a los medios de comunica-ción que la libertad de prensa se ejerza en forma de una apelación a los procesos cons-cientes, y no a los inconscientes; y comple-

mentariamente, esperar de la prensa que de-nuncie los comportamientos políticos m á s de-magógicos (que apelan también a los procesos inconscientes, pero en este caso de los electo-res...).

E n todo caso, un estudio de los efectos paradójicos colectivos que siguen a la toma de rehenes (y a los actos terroristas, en general) nos permitirá esperar que, c o m o ha ocurrido con el síndrome de Estocolmo a nivel indivi-dual, este conocimiento facilite la reducción de esos fenómenos.

Traducido del francés

Notas

1. El carácter "romántico" de esta aventura se debió, en buena parte, tanto a la inmadurez psicológica de la joven adolescente, que se vio metida en ella, c o m o al falso aire de "Robín de los Bosques" de los miembros del Ejército Simbiótico de Liberación.

2. D a m o s las gracias más sinceras al profesor Louis Crocq, que nos ha facilitado amablemente numerosos elementos para este trabajo, recogidos en particular de su consulta especializada para las víctimas de atentados en el Hôpital Saint-Antoine (París).

3. En efecto, como sucede en otros contextos, la negativa permite a menudo oponer una resistencia m u y eficaz a los conocimientos de orden afectivo adquiridos de manera puramente intelectual. U n año después de los hechos, una ex víctima de la toma de rehenes de Nantes exclamaba (adoptando el punto de vista de los raptores): "¡Y que no m e hablen del síndrome de Estocolmo!" (Presse-Océan 19-12-1986).

4. Además , hay que distinguir naturalmente entre la tensión, reacción psicofisiológica, y el trauma psíquico.

5. Por ejemplo, en el caso inicial de Estocolmo, uno de los rehenes dijo: "La policía pone a todo el m u n d o en peligro con sus tiradores de elite..., tengo plena confianza en los dos bandidos..., estoy dispuesto a dar la vuelta al m u n d o con ellos". Otro añadía que "los ladrones nos protegen de la policía". Cuando se efectuó el asalto, los cuatro rehenes salieron voluntariamente antes que los raptores, para protejerlos con sus cuerpos (Citado por Louis Crocq, 1989).

6. En particular, llantos y gritos que pueden tener consecuencias trágicas; véase Symonds (1975, 1980) y Frederick (1987), pág. 81.

7. Véase en particular, en Frederick (op. cit., pág. 83), la del rehén Niehous en el caso de la Owens Illinois Company; él quería sobre todo que "los raptores le reconocieran su condición de ser humano, y no de

mercancía preciosa", distendía el ambiente hablando de cosas sin importancia, se fijaba a sí m i s m o objetivos tales como el de estar aún vivo en una fecha determinada, y se cuidaba físicamente cuanto podía.

8. Véase en particular la excelente memoria de Thierry Bigot (1987). El autor, empleando conceptos propuestos por D . Anzieu (1975), insiste mucho en los efectos de la inclusión del rehén en el "grupo de los buenos", que comprende a los rehenes y los agresores.

9. Mencionado en Bornstein, Raymond, Bigot y en la memoria de Bigot (op. cit.): Cooper H . A . : "Hostaeology", Int. J. Offender ther. comp. Criminoi, 27 (I), 1983, 94-96.

10. Así sucedió en el caso de la toma de rehenes de Nantes, en la que los magistrados fueron las víctimas.

I L A este respecto estamos bastante más de acuerdo con J.L. Coleman (Abnormal Psychology

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Los efectos paradójicos de la toma de rehenes 235

and Modern Life, Glenview, Scott Foresman Co . , quinta edición 1972), que con Strentz (1982), que la limita al estado postedípico.

12. Véase en particular sobre este último punto, Thierry Bigot (op. cit.) pág. 21.

13. Presse-Océan. 21-12-85.

14. "Cuando yo empleo una palabra -dijo H u m p t y Dumpty con el mismo tono despectivo-, esa palabra significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. La cuestión es saber -dijo Alicia-, si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes. La cuestión es saber, dijo Humpty Dumpty , quién manda.. . y punto". Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, traduc. al español de Levis Maristany, Plaza & Janes editores, S.A. 1991. Por lo demás, en Alicia en el país de las maravillas se encuentran numerosos ejemplos de una lógica pervertida, terrorífica y alienante, sobre todo en los capítulo en que aparece la Reina de Corazones.

15. Presse-Océan. 19-12-1986.

16. Véase, por ejemplo, Anne-Marie Autussiers, "Les terrorismes", en Universalia 1987 págs. 159-166, Encyclopaedia Universalis, París.

17. H a ocurrido que grupos terroristas anuncien públicamente el éxito de sus presiones: por ejemplo, el 20 de junio de 1986 la Organización de la Justicia Revolucionaria (OJR) liberó en Beirut a dos rehenes franceses, raptados hacía más de tres meses, felicitándose de la "evolución de la política francesa en el Oriente Medio". D e todas maneras, la ola de atentados, llevados a cabo por otras organizaciones, prosiguió. Desde luego, después de leer estas declaraciones, cada uno puede tratar de determinar, sobre la base de los hechos conocidos, la

parte que corresponde a la propaganda encaminada a reforzar la imagen de omnipotencia de la organización terrorista.

18. "L'insupportable légèreté des coups d'Etat", publicado a raíz del fracaso del golpe en la Unión Soviética, en el diario francés Libération del 22 de agosto de 1991.

19. La idea de que "esto sólo ocurre a los demás" es tan frecuente, que representa el principal obstáculo a las campañas contra los accidentes de carretera.

20. Los raptores colocan claramente a los Estados y a la opinión pública en situaciones que son difíciles de resolver. Limitémonos a constatar que algunos países parecen más decididos que otros a no negociar la liberación de sus rehenes. Ello no significa, naturalmente, que la existencia de los rehenes no haya ejercido ya una cierta influencia en su política.

21. Otro tipo (aunque en ese caso, extraordinario) de reacción paradójica es la del dirigente de la extrema derecha francesa, Jean-Marie Le Pen, quien, en plena crisis del golfo Pérsico, puso en duda que los rehenes occidentales estuvieran retenidos por la fuerza. El dirigente populista, m á s astuto de lo que parece, sabía que con esta negativa (S. Freud, 1927, 1938) proponía a ciertos sectores de la opinión, no necesariamente inclinados a la reflexión política profunda, un remedio-milagro para desembarazarse de una espera narcisista, tanto más profunda cuanto que sus partidarios son nacionalistas; como los numerosos rehenes no eran tales, no había motivo para preocuparse de su suerte.

22. Encuesta Figaro-Sofres del 17-9-86, publicada en Le Figaro del 19-9-86.

23. Sobre la cuestión de la "influencia", en particular de los medios de comunicación, véase por ejemplo, además del libro precursor y controvertido de S. Tchakhotine, Le viol des foules par la propagande politique, París, Gallimard 1939 (2a. edición, 1952); F. Balle Médias et société, París, Montchretien (3a. edición, 1984); R . Dahl, Modern Political Analysis, Englewood Cliffs (N.J.), 1963; J. Habermas, L'espace public, Hermann Luchterhand Verlag, 1962; E . Katx y P. Lazarsfeld, Personal Influence, The Free Press of Glencoe (111.), 1955.

24. Véase en particular, C . Javeau y B . Legros-Bawin, Les sondages en question, París, Armand Colin, 1977; J. Stoetzel y A . Girard, Les sondages d'opinion publique. Paris, P U F , 1973.

25. En lo relativo al papel, y sobre todo, el funcionamiento de los medios de difusión en los casos de catástrofes, véase Louis Crocq, "L'émotion a l'une", NORIA, diciembre de 1987, y concretamente sobre el análisis de las reacciones de los medios de comunicación frente a una oleada de terrorismo, Louis Crocq, Terrorism and Media: Psychic effects on the population, comunicación al simposio regional de la World Psychiatric Association, Buenos Aires, 28-31 de agosto de 1987.

26. Joseph Gabel (Idélogies II, París, Ed. Anthropos, 1978, págs. 143-167) se basa esencialmente en una concepción dialéctica de la axiología de Eugène Dupréel (véase de este autor: Esquisse d'une philosophie des valeurs, París, P . U . F . 1939). A partir de las teorías de W . Ostwald y W . Kohler, Gabel demuestra el carácter axiógeno de la dialéctica en sí misma.

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236 Georges Gachnochi y Norbert Skurnik

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones"

Roger Y . Dufour-Gompers

Hay dos fórmulas que resumen perfectamente, en el sentido propio del término, lo que es la violencia bélica contemporánea: "la guerra es c o m o el cine" y "la guerra se libra en un 'teatro' de operaciones". Esto significa que los procesos de la visión ocupan en este contexto un lugar cada vez m á s importante.

H e m o s pasado de la observación directa del adversario a la determinación de la topo-grafía del terreno, y de la observación desde globos, zepelines, palomas con cámaras fotográficas, a los aviones espía y, por úl-timo, los satélites espía. M á s aún, ahora es posible ver de noche; así, la visión es permanente, tanto des-de las alturas del espacio c o m o entre los combatien-tes en la horizontalidad del terreno. Las curvas de tiro del enemigo son detecta-das por cámaras fotográfi-cas instaladas en los satéli-tes y enviadas a centros de análisis, que transmiten di-rectamente sus datos a los dispositivos de ajus-te de los aparatos de respuesta en unos pocos segundos, sin que haya visión directa del com-batiente. Las armas se ajustan mediante pro-gramas previsualizados, sin visión directa y simultánea del piloto humano . Lasers y espe-jos sustituyen a la capacidad directa del ser humano o, más bien, multiplican sus recursos hasta el infinito.

El enemigo vencido es aquél que no ha podido eludir los proyectiles lanzados por ad-versarios invisibles.

Roger Y . Dufour-Gompers, psicólogo, es profesor del Departamento de Cri-minología de la Universidad Bar-Han (Israel) y del Laboratorio de Psicología Patológica de la Sorbona (París). Es fundador y secretario general de A S E -V I C O (Asociación Internacional de In-tercambios Científicos sobre la Violen-cia y la Coexistencia H u m a n a ) . Sus investigaciones se centran en lo imagi-nario, individual y cultural, en la vio-lencia, la delincuencia y la toxicoma-nía. H a publicado Ecouter le Rêve (1978) y L'image el le corps. Psychoté-rapie en milieu carcéral (1989). Su di-rección: 13, rue Jean Bausire, 75004 Paris, Francia.

En fin, después de haberse desarrollado en un " c a m p o " conjunto de operaciones contro-lado por la mirada, la guerra se había converti-do en un "teatro" de operaciones; ahora es una "película cinematográfica" o, m á s exacta-mente, un espectáculo de "tele"-visión y un "vídeo" de efecto retardado. N o se trata sola-mente de una distanciación espacial entre los contendientes, ni de la utilización de cámaras c o m o sucedáneos de la visión directa, sino

también, y simultánea-mente, de una satisfacción dada a la función de la vis-ta, la función escópica: la guerra suscitaba el placer de matar, de dominar, y ahora moviliza continua-mente el placer de ver. El mirón, hoy día, no es sólo el combatiente amenazado que localiza a su adversa-rio con la vista o con pris-máticos. Actualmente, los combatientes ya no están en contacto con otros c o m -batientes por medio de

lentes de aumento, sino que se encuentran solos, con la vista pegada a una pantalla. C o m o sucede con los fetichistas, el objeto sus-tituye al contacto entre humanos.

Y a en 1984, P. Virilio, en su obra Guerre et Cinéma1, y también en L'espace critique, había señalado y anunciado exactamente la evolu-ción de la guerra contemporánea hacia una logística de la percepción. Nosotros hemos tra-tado de prolongar esta dimensión de la logísti-ca de la percepción, para comprender su fun-cionamiento psicológico.

RICS 132/Junio 1992

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238 Roger Y. Dufour-Gompers

Tras pasar del duo de adversarios directos (el duelo) al trío (adversario a - aparatos de visión - adversario b), hemos de añadir ahora un cuarto polo, el espectador externo.

adversario A

t aparatos de visión

/ \ adversario B espectadores

Las artes del espectáculo nos permitirán comprender mejor esta dinámica. La pintura de guerras era a posteriori y descriptiva y, a menudo , era también mítica y debía dar realce a la épica del grupo. El teatro, gracias al éxito de sus situaciones bélicas, imaginarias y proto-típicas, ponía de manifiesto que la dimensión anecdótica de los combates no era más que un pretexto. El público necesita ver el espectáculo de la violencia, los combates, las muertes, los vencidos y los vencedores, y todo ello repeti-das veces. La invención del cine permitió que estas necesidades aparecieran en estado puro delante de los espectadores, sin que los actores estuvieran corporalmente presentes; el hombre ha muerto, sólo subsiste la visión. Y a en 1928, las películas Verdun, visión d'Histoire, de L . Poirier y Les croix de bois, de R . Bernard, abrieron el camino. El éxito de las películas del Oeste confirmó posteriormente la necesi-dad de ver la guerra, ya que no podía justifi-carse de ninguna manera por referencia a la actualidad, cuando se trataba de públicos no estadounidenses. Las numerosas películas psi-cológicas que se servían de la guerra c o m o prototipo de la relación humana , como La gran ilusión, de J. Renoir (1937), recalcaron aún más el hecho de que la guerra no importa por sí misma, sino como objeto de visión. J. Mitry analizó la producción global de películas de guerra en su inmensa obra Histoire du ciné-ma1 y J. Belmans3 ha estudiado también esta cuestión.

Sin embargo, ya en 1934 J. Ford introducía el tema del enemigo invisible en The Lost

' Patrol {La patrulla perdida). Esta fascinación por mostrar lo invisible, y la visión de lo invi-sible, se encuentra en muchas películas de es-pías, c o m o The Confessions of a Nazi Spy (Las confesiones de un espía nazi), de A . Litvak, de

1939, 49th Parallel (El paralelo 49), de M . Powell, de 1941, etc. Esta función de represen-tación visual estaba implícita, desde siempre, en la dimensión artística de las armas (Ch. Feest, 1979)4.

Por todo ello, debemos considerar las pro-porciones ingentes del dispositivo de realiza-ción y de distribución cinematográfica, que permite que el público satisfaga su pasión de ver sufrimientos, exterminios y odios. La difu-sión que le proporcionan la televisión y las noticias televisadas, que suministran actual-mente esta visión de manera permanente, en nombre de un "derecho a la información" ale-gado como justificación racional, no debe ocultarnos la dimensión básica del fenómeno que supone esta pasión de ver.

Tras un período de excesos, c o m o el que se produjo con la difusión de películas pornográ-ficas que, en un momento determinado, eran casi la exclusiva de las cadenas de distribu-ción, se ha producido un replanteamiento de la prioridad de la visión continua, a partir de las exigencias de seguridad de los soldados, la dignidad de los prisioneros, los heridos y los moribundos, el sufrimiento de las familias, el derecho a la propia imagen, las necesidades tácticas y las exigencias políticas de la guerra.

U n a forma particular de la guerra nos per-mitirá hacer un análisis m á s pormenorizado de estos procesos escópicos: el terrorismo.

El terrorismo en el "teatro" de operaciones

El terrorismo y el terror se afirmaron como medios políticos de intervención y se vienen utilizando en este sentido, desde hace muchos siglos (E.V. Walter, 19655; A . Daliin, 19706; F. Gros, 19727; A . Parry, 19768). N o debemos dejarnos engañar por el mito de la novedad y afirmar que todo, incluso el terrorismo, data de hoy mismo. Afirmar que nuestros conciu-dadanos son m á s violentos y mortíferos que los de otros siglos sería ignorar la historia ( H . C . Chesnais, 19819).

Nuestro siglo no es el de la violencia, sino el de la violencia que se ve (J. Ellul10). Nuestra época es la de la violencia-espectáculo (R.Y. Dufour, 1985"). U n acto de terrorismo care-cerá de eficacia y de entidad si no es visto, filmado, difundido, amplificado y comentado;

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 239

Soldados rezando en Vietnam (1969). T. Page/Ana.

éste es un hecho que se ha analizado con fre-cuencia. El terrorismo necesita canales, emiso-ras, medios de difusión.

Asimismo, se ha demostrado la necesidad de una "nebulosa terrorista" en torno al pro-pio terrorista, un conjunto de relaciones que van del actor al incitador y al difusor (D. Bigo y D . Hermant, 198412).

E n este contexto, y debido a la evolución de las formas bélicas, nuestra atención se cen-tra en un elemento concreto: los mecanismos de esta interdependecia psicológica. Nuestra hipótesis, basada en el análisis de los actos terroristas, es que esta interrelación entre el terrorista-actor y los espectadores no depende sólo de una intención política, ni se trata úni-camente de una situación sociológica. Noso-tros sostenemos que estos procesos de interde-pendencia política y sociológica existen por-

que ponen enjuego necesidades intrapsíquicas escópicas, tanto de los instigadores político-militares, c o m o del terrorista y del público-espectador, y que en el acto terrorista se da una coordinación y una interdependencia en-tre todas estas necesidades intrapsíquicas.

Es necesario entender estos procesos in-trapsíquicos recíprocos si queremos poner fin a su injerencia en la realidad social y su explo-tación destructora. En ocasión del Congreso del World Peace through Law Center (Berlín, 1985), precisamos que todo intento de oponer una resistencia eficaz al terrorismo debía par-tir de un análisis de los mecanismos del pensa-miento imaginario que el terrorista pone en acción, y que ello suponía la capacitación de los responsables sociales para que pudieran realizar este análisis. E n efecto, el terrorista no podría existir ni llevar a cabo su acción si no

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fuera más que el autor criminal de actos dañi-nos, c o m o lo describen numerosos trabajos. El terrorista existe y consigue actuar porque si-multáneamente -insistimos en este término-ciertas necesidades intrapsíquicas del público hacen que se vea como un actor positivo. Y sin embargo, como observa Alex P . Schmid en su voluminosa obra Political Terrorism (1984)13, en la que figuran reseñas de varios miles de publicaciones sobre el terrorismo, esta rela-ción psicológica de identificación entre el terro-rista y el público todavía no ha sido estudiada: "Los mecanismos que subyacen a este proceso de identificación constituyen aún un campo virgen en el estudio del terrorismo". Nosotros lo situamos al nivel de los procesos de visión.

Para proceder al análisis del terrorismo, desde la apariencia de los hecho hasta los m e -canismos que lo mueven interiormente, lo consideraremos primero en su finalidad de es-trategia política, a continuación en su táctica de comunicación y, finalmente, en su dinámica de utilización de los procesos de visión.

El terrorismo en la estrategia y la táctica políticas

La mayoría de los estudios clásicos sobre el terrorismo insisten en su finalidad política: es un instrumento de subversión y de desestabili-zación política para imponer un dominio y hacerse con el poder ( M . Crenshaw, 197214). Este concepto aparta por completo al terroris-m o de la opción anarquista. Todos los especia-listas parecen haberse puesto de acuerdo sobre este punto.

N o obstante, esta finalidad política se per-sigue sobre todo con medios tácticos violentos, encaminados a obtener efectos psicológicos. V e a m o s cuales son.

El terror desencadenado por el terrorismo es una fase útil (Lenin) porque involucra al público, radicaliza las opiniones ( M . C . Bas-siouni, 197915), crea el vacío entre las opinio-nes extremas suprimiendo las posiciones inter-medias, y elimina físicamente a los dirigentes del campo moderado (C. Leide y K . M . Schmitt, 197016). El terror quebranta las resis-tencias psicológicas (H.J. Chisholm, 194817) creando la angustia, la desmoralización, la in-seguridad, la urgencia y el pánico en el campo contrario; el gobierno pierde su crédito moral,

económico y político, se le ve vulnerable, im-potente y, por último, ilegítimo; finalmente, todo el sistema parece que tenga que ser cam-biado.

Por otra parte, se percibe cada vez m á s el campo terrorista c o m o el dipositario del coraje y la fuerza moral contra el orden abusivo y la opresión, y ofrece polos de identificación, m o -vilización, fidelidad y obediencia (B. Crozier, I96018) a quienes aspiran a un ideal y a una mejora y están dispuestos a aunar sus recursos para conseguirlo (A.J. Pierre, 197619). Esta ac-ción psicológica trata de obtener el apoyo po-pular y reclutar sus partidarios a todos los niveles necesarios para administrar un país. Este papel de teóricos e intelectuales, que se-rán capaces de exponer en forma de concep-tos, justificaciones y explicaciones estos nue-vos ideales, opuestos a los del poder estableci-do, a medida que van imponiéndose entre una población concreta y particularmente impor-tante, lo hemos visto asumir por los intelectua-les asociados a la acción de los terroristas ita-lianos. Ellos ofrecen también a los militantes los lemas y consignas movilizadores para la organización de manifestaciones.

C o n esta táctica, lo importante es llegar a crear el esquema psicológico según el cual exis-te un enfrentamiento entre dos campos igual-mente legítimos, que emplean los mismos m é -todos (organización, economía, reconocimien-to por otros Estados, lucha armada, política, poder, autoridad sobre las tropas, los funcio-narios y las poblaciones, derecho a la justicia punitiva). Para conferir esta legalidad a las dos partes en un conflicto, hay que arrastrar al poder político a acciones masivas e inmorales de represión y contraterrorismo ( C E . Black y T . P . Thornton, 196420). El objetivo estratégico de la táctica terrorista es, desde luego, político (C.Leiden, 196821; J. Mallín, 197122; M . Stohl, 197923), más allá de la violencia asesina o de sus acciones de "combatientes", c o m o a veces se denomina a los terroristas en declaraciones púdicas y ambiguas.

Hay otro factor, implicado en la realidad táctica y aparentemente contradictorio, que facilitó la aparición del terrorismo: hoy en día, la guerra no sólo es absoluta en su finalidad, sino que además utiliza medios de destrucción cada vez más radicales (armas nucleares), que con el tiempo resultan de utilización imposi-ble, ya que entrañarían la destrucción por

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 241

igual de las dos partes en el conflicto. E n el punto muerto militar que se establece gradual-mente mediante la neutralización de las fuer-zas nucleares, la guerra ideológica debe recu-rrir a métodos que, diríase, pertenecen a otra época: tácticas parciales y fragmentarias o conflictos locales o regionales (Oriente Medio, el Golfo, etc.), que parecía tenían que haber desaparecido junto con la guerra fría, y la utili-zación de la acción psicológica, la desinforma-ción, la guerrilla y el terrorismo de los gru-púsculos e individual.

Este pensamiento divergente sobre la evolu-ción de la guerra (por una parte, la evolución paulatina hacia la radicalización de las armas destructivas y generalización de la nucleariza-ción; por la otra, reaparición de estructuras parciales que se creían superadas), permite analizar la aparición del terrorismo en la era contemporánea y descalificar la opinión de que, en último término, las causas del terroris-m o son oscuras y están presentes en todas las épocas. Esta división permite comprender el lado aparentemente contradictorio y desorga-nizado de la sociedad contemporánea (socie-dad-rompecabezas, moral-rompecabezas, en las que una serie de formas parciales m u y diferenciadas entre sí coinciden simultánea-mente en un conjunto, que no permite llegar a una comprensión y un significado globales).

E n esta perspectiva, el terrorismo no es en m o d o alguno el único grito moral de los opri-midos (T. Gurr, 197024; C . Marighella, 197225; T . Hayden, 196926), según las teorías clásicas de la delincuencia c o m o reacción a la frustra-ción (J. Dollard, 193927). H o y en día, el terro-rismo parece m á s bien el fruto de una sofisti-cación de las estrategias y las tácticas entre grupos cultural y materialmente m u y desarro-llados, que tratan de desestabilizarse entre sí, y de los cuales el m á s liberal, abierto y democrá-tico es el más vulnerable ( W . Lacqueur28).

A este respecto, queda un último punto que nos parece importante y que aún no ha sido estudiado a fondo. Los estrategas comunistas ortodoxos propugnaron el recurso al terroris-m o c o m o fase intermedia y rápida antes de la intervención de la potencia militar y política preparada y dispuesta a entrar en juego. Sobre esta cuestión de prioridad política, los debates de Lenin, Trotsky, Malaparte o Fidel Castro acerca de la jerarquía de la política y el terro-rismo son clásicos. Ahora bien, estamos pre-

senciando cada vez m á s una utilización de la táctica psicológica terrorista sin la capacidad para conquistar de forma rápida (militar y política) el poder. La acción terrorista se inser-ta en una "táctica flotante de desestabilización mundial", en un m u n d o en el que las alianzas concertadas son poco firmes y hacen necesario el mantenimiento generalizado del movimiento para que salgan a la luz los puntos débiles de la resistencia y puedan prepararse nuevas alian-zas. Así pues, la voluntad de acceso al poder no es una estrategia directa y, c o m o observa W . Lacqueur (1977, pág. 266), no hay muchos ejemplos en la historia contemporánea de un grupúsculo terrorista que haya conseguido ha-cerse con el poder político con estos medios, según el proyecto inicial. El terrorismo se in-serta en una estrategia de aproximación por tentativas, ensayos y errores. N o hay, por lo tanto, un solo "hilo rojo" que enlace el acto terrorista aislado y la mente dispuesta a tomar el poder en un país.

El terrorismo c o m o táctica de comunicación en la guerra

C o m o acabamos de ver, no es posible entender la difusión del terrorismo si nos limitamos al análisis exclusivo de su estrategia política o su táctica militar: las dimensiones psicológicas de la táctica son igualmente esenciales.

Estas dimensiones intervienen en varios ni-veles: la atención a la psicología individual del terrorista, la preocupación por la selección de candidatos en las organizaciones terroristas y la sutileza de la táctica psicológica de estas organizaciones frente al público, en su lucha contra el Estado. A este respecto, muchos au-tores han puesto de relieve la importancia pri-mordial de la comunicación que el terrorista trata de establecer en torno a su acto: sin esta psicología de la comunicación, el terrorismo perdería su razón de ser ya que no podría llegar hasta su verdadero destinatario, la opi-nión pública. Dentro de este planteamiento, unos investigadores franceses han aportado una contribución original: se trata, pero no exclusivamente, de la psicología de la comuni-cación, la publicidad y la propaganda; el terro-rismo explota especialmente los mecanismos "imaginarios" particulares (D. Bigo y D . Her-mant, 1984).

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Ahora bien, estos mecanismos están parti-cularmente presentes en la prensa, y esto per-mite comprender por qué la prensa puede con-ceder un apoyo terriblemente eficaz a la tácti-ca terrorista; de ahí el eterno debate sobre la "responsabilidad del periodista". La ayuda de la prensa al terrorismo no se deriva únicamen-te de la información y la publicidad que le procura; esto es sabido. Sin esta publicidad, que el periodista dramatiza, el terrorista no sería nadie; en efecto, incluso en los casos m á s dramáticos, el número de muertos que causa es m u y inferior al de otras formas de delin-cuencia que se practican constantemente en todo el m u n d o . Objetivamente, el hecho en sí de las destrucciones ocasionadas por el terro-rismo es insignificante en comparación con el número de muertos causados por catástrofes naturales o por fenómenos cotidianos c o m o los suicidios o los accidentes de la carretera. Así pues, el problema está en otra parte.

El terrorista puede actuar porque los m e -dios de comunicación aceptan hacer de su fe-choría un "acontecimiento". Si la prensa deci-diera privar al terrorista de su "efecto de publicidad" (como hace a veces en los casos de secuestros), éste perdería toda su eficacia. Pero el problema no es tan sencillo, por múltiples razones: los terroristas hacen atentados espe-cialmente odiosos y eligen objetivos especta-culares y de actualidad, hay una tendencia a reivindicar la información sistemática y no controlada moralmente como fundamento de la concepción actual de la democracia y, en fin, ello requeriría un acuerdo interno en el m u n d o de los periodistas (las dimensiones cor-porativas y morales de la profesión podrían hacerlo posible).

Periodismo de fantasmas y las leyes del soñar despierto

La prensa c o m o instrumento de publicidad puede servir de apoyo a la táctica terrorista por un motivo m á s profundo y eficaz (Dufour, 198629) que su función de instrumento de co-municación e información; detrás del periodis-m o de información del acontecimiento, se in-sinúa constantemente un "periodismo de fan-tasmas" (Dufour, 198330). Por este término no entiendo la desinformación, sino la utilización de la actualidad por parte del periodismo para

suministrar al público el alimento que necesita para ver el m u n d o como un espectáculo imagi-nario, donde los fantasmas m á s hermosos, m á s crueles y m á s abyectos pueden encontrar un escenario.

H e m o s llegado a este punto del análisis después de 20 años de investigación sobre lo imaginario en la vida social concreta, tanto en la psicoterapia c o m o en los conflictos intercul-turales. El hombre necesita vivir no sólo con el pensamiento racional, sino también con este pensamiento imaginario. El terrorismo explo-ta hábilmente esta necesidad básica y las técni-cas audiovisuales modernas permiten una con-siderable difusión. El sistema psicológico glo-bal que se establece entre las diferentes partes de la relación terrorista está imbuido de ele-mentos imaginarios y se basa en ciertas leyes del funcionamiento psíquico del sueño inte-rior (day-dreaming) y del despertar de ese sue-ño interior (waking-dream): necesidad del sue-ño, de dramatización, de espectáculo, de divi-sión del m u n d o intrapsíquico entre héroes bipolares que representan el bien y el mal, etc.

El articulo de prensa y la escenificación

La intervención del periodista convierte lo que no parece m á s que un acto individual aislado (una acción terrorista, un episodio bélico, un hecho informativo) en un escenario teatral: hay una escena porque el acto aislado se sitúa en una secuencia colectiva, y hay efecto teatral porque el conjunto de los diversos papeles se coordina para producir una "visión teatral" que realza extraordinariamente la realidad.

En apariencia, el periodista solamente es el testigo sociológico de la sociedad y el escriba-no que lleva la crónica de los actos, su infor-mador. Sin embargo, en la realidad, el perio-dista lleva a cabo su cometido sometiendo todo acontecimiento al punto de "vista" del lector, y más aún, al punto de "vista" particu-lar de los lectores del periódico de que se trate. En consecuencia, emplea un objetivo fotográ-fico particular: las preocupaciones de una de-terminada sociedad, sus anhelos, sus necesida-des, sus temores, sus palabras cargadas de emoción y de sentido. Este objetivo no descri-be el acontecimiento en su materialidad bruta,

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 243

Civiles huyen ante los combates entre el ejército y los guerrilleros en San Miguel, El Salvador, 20 de noviembre de 1989. P. Chamel/Sygma

sino que proporciona al lector una nueva oca-sión de expresar sus propios fantasmas, sus esperanzas, sus aspiraciones, situados en lo que podríamos llamar su "mirada". D e esta manera, el acontecimiento se convierte ante todo en un "espejo del lector"; pero un espejo invisible, ya que el lector ignora que, cuando toma el periódico para leerlo, lo que tiene en sus manos es en realidad un espejo. El arte del periodista, sea cual sea su periódico, consiste en mantener complacientemente este disfraz. El periodista aporta sus sueños internos y los cultiva bajo la apariencia de la materia coti-diana de la actualidad objetiva. Este proceso de proyección sobre el acontecimiento se in-tensifica cuando los hechos son el vehículo de emociones y pulsiones violentas, c o m o ocurre en la guerra.

C o m o dice E . Epstein (197531), escribir

"entre el hecho real y la ficción" es un verda-dero arte. Este trabajo sobre el texto recuerda al del director cinematográfico que, a partir de una sinopsis argumentai, concibe una "pelícu-la" que atraerá al público y le incitará a verla. El periódico no es nada si no moviliza el apeti-to de escenificación que yace implícito en cada lector y ocupa una parte importante de sus noches en su misma inconsciencia. Es eviden-te que los publicistas han comprendido hace tiempo este funcionamiento, y se aprovechan de él. Nosotros lo aceptamos en un contexto que nos parece vulgar, el comercio. Pero igno-ramos deliberadamente que funciona también al nivel de lo que nos parece importante y serio, la política y, lo que es más serio aún, la guerra.

Para dejar que opere esta ignorancia, atri-buimos este sueño interior, que se ha desperta-

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do y se ha puesto en movimiento, a lo que se reconoce com o objetivo, moral, exterior: el hecho, el acontecimiento, la información.

El otro escenario y el "pensamiento criminal" colectivo

D a d o que este proceso no se desarrolla entre dos individuos (esto sería un intercambio epis-tolar), sino entre varios lectores y el periodista, éste escribe para una actividad c o m ú n y colec-tiva de escenificación. D e este m o d o , propor-ciona un sistema colectivo de escenificación que organiza el pensamiento colectivo sobre la violencia, la guerra y la delincuencia, y que yo llamo "el pensamiento criminal".

Cuando un buen periodista escribe, habla o hace una demostración, pone en acción proce-sos intrapsíquicos particulares que atañen al arte de la escenificación interior de los lectores y al contenido de sus "guiones" internos, des-pertando el sueño interior o, en el sentido propio de la palabra, "desvelándolo" (day-dreaming, waking-dream). Los personajes co-lectivos, policías, militares, terroristas, jueces, políticos, periodistas o espectadores, son acto-res que el periodista contrata por horas o por jornadas (pocas veces por más tiempo, y por eso hablamos de "la brevedad del aconteci-miento").

Esto nos revela cuan imperiosa es la necesi-dad de hacer funcionar "otro escenario" y la necesidad de "verlo todo" (C. Metz, 197532). Para satisfacer estas necesidades interiores de escenificación, la humanidad inventó el tea-tro, el carnaval y los ritos, y nuestra época crea sin cesar nuevos instrumentos audiovisuales, los medios de comunicación -nombre tan acertado- que son el periódico, el cine, la tele-visión, la fotografía, el vídeo, etc. N o es la noble necesidad de conocer a los otros lo que origina estos descubrimientos técnicos, ya que es evidente que el ser human o se aisla de los demás y de la relación humana , y se queda solo frente al periódico, a la pantalla del televi-sor, con sus auriculares, "walkman" y "cade-nas" de alta fidelidad que le permiten no ver ni oír a los demás, a las personas de carne y hueso. La prueba del funcionamiento de este sistema esquizofrénico en el sueño interior, mediante los instrumentos que representan los

medios de comunicación, es la proliferación de servicios telefónicos de asistencia (alcohóli-cos, soledad, amistad, placer, etc.), con los cuales, no obstante, tampoco se ve ni se escu-cha a nadie, ya que no hay una presencia real, sino solamente el elemento imaginario que es la voz telefónica.

Si este planteamiento parece excesivo o de-masiado psicológico, baste recordar cuantas veces nos parece exacto, colectiva y sociológi-camente -y qué sentimiento de alivio nos de-para-, oír a un político o un científico, que afirman que vivimos en el Estado-espectáculo, la política-espectáculo ( R . G . Swartzenberg, 197733; G . Balandier, 1980) o incluso la medi-cina-espectáculo (Pr. Testard).

Entendemos exactamente este funciona-miento imaginario cuando nos percatamos de que, detrás de esta necesidad imperiosa de escenificación que exige actores (el militar, el adversario, el terrorista), se encuentra un ojo psíquico que organiza, un ojo detrás de la cabeza, un "ojo de m á s " , c o m o dice el psicoa-nalista A . Green ( 1970)34. Este ojo es insacia-ble y poco aprovechado: es el mecanismo psi-cológico del fetichista que se apodera sin piedad de un fragmento de realidad o de la persona, hace como si estuviera en relación auténtica con el ser humano y se concede un falso placer, que le deja con la misma voraci-dad e insatisfacción. En el presente, goza de la actualidad bélica c o m o de un objeto-fetiche que evacúa, que "desvía" (O. Mannoni , 1969) de su uso h u m a n o racional.

El terrorista y el militar c o m o "actores"

Tratemos de entender ahora este juego colecti-vo imaginario (y trágico) a través de varias características de la acción terrorista y de su retransmisión por los medios de comunica-ción.

Consideremos, por ejemplo, estos actores terroristas que aparecen bruscamente c o m o fantoches en el escenario de los medios de comunicación, máscaras sin semblante h u m a -no, actuando según los prototipos de las pelí-culas policíacas, blandiendo sus armas, lan-zando mensajes envueltos en siglas pomposas e irrisorias, c o m o hacen los niños en sus jue-gos, haciendo constantemente el signo V de

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 245

victoria cada vez que desaparecen después de un fracaso estrepitoso, o cuando los gobiernos les liberan de su breve papel depositándolos en la frontera.

Asimismo, después de un incidente terro-rista, constatamos que los oyentes y los televi-dentes esperan impacientemente la "reivin-dicación" del terrorista, o sea, la identifica-ción del acto. M á s allá del conocimiento político de los actores, debemos entender este término "identificación" en su sentido estric-to, es decir, la capacidad de identificarse con el héroe de la acción y convertirse así en una parte del guión aprobándolo o condenándolo y en todo caso sintiéndose involucrado emocio-nalmente.

En los procesos o fases del examen psicoló-gico de esos actores terroristas, es de observar cuan "teatralmente" hablan: c o m o en los dra-mas de Corneille o de Racine, c o m o en el teatro clásico o en Shakespeare, elevan su ac-ción personal al nivel de las instituciones fun-damentales de la POLIS ; no sólo han realizado un acto delictivo excepcional y poco frecuente, que les sitúa en la esfera de los policías de élite y los altos magistrados, sino que además se colocan, directamente, en un plano de igual-dad con la propia institución policial y guber-namental, permitiéndose juzgarla, condenarla o rectificarla gracias a la conciencia de la im-punidad que esperan gozar.

Esta aspiración está presente en toda perso-na que reflexione sobre la sociedad o se dedi-que a la política, pero en este caso está condi-cionada por el intento de convencer a los demás para que den la autorización o la dele-gación de poder. En el terrorista, esta aspira-ción prescinde de la confrontación democráti-ca para pasar directamente del papel de actor individual al de "actuante" (en el sentido dado a la palabra por A.J. Greimas, 196935) colectivo principal.

N o todos los militantes que desean subir al escenario del terrorismo mediático, contando solamente con su ideología, son capaces de hacerlo. N o todos pueden ser candidatos a terroristas. Además de las aptitudes indicadas anteriormente, hay que ser capaz de interpre-tar el drama radicalmente: a la vez interpretar papeles imaginarios en la escena social y matar realmente a otros actores.

En efecto, la lucha terrorista utiliza un m e -dio particular y radical: la eliminación física.

Unos pocos ejemplos diferentes y escalonados nos permitirán situar este mecanismo particu-lar. En la confrontación científica e intelec-tual, una de las fases m á s comunes es la desca-lificación verbal, total y definitiva de los partidarios de una opinión diferente; de m o d o primario y sin argumentación, el intelectual califica a menudo con un cero absoluto a su rival imaginario; es la violencia de los científi-cos (Dufour, 1989)36. En el proceso racista, esta descalificación verbal permite después considerar al otro c o m o una subespécie de hombre y, por último, directamente o por in-termediarios, eliminarlo físicamente por cuan-to no pertenece a la especie humana. E n la competición política, este mi sm o mecanismo primario da lugar con frecuencia a una conde-na categórica de toda opinión diferente; no hay m á s que la verdad a un lado y el error en el otro, que se refleja en el voto binario "a favor" o "en contra". U n o s ganan y los otros son eliminados. La calidad intelectual de este proceso carente de matices y de complejidad es bien escasa, pero esto parece aún un mal menor en comparación con la liquidación físi-ca del adversario. El terrorismo retrocede aún m á s en relación con este nivel presocial actual, ya de por sí poco elevado, y procede a la eliminación física del oponente.

Es m á s , esta eliminación se efectúa en la oscuridad del anonimato, de la invisibilidad, para montar un espectáculo. Nos sumergimos aquí en los procesos primarios tan bien descri-tos por Melanie Klein, en los que el otro se sumerge plenamente en los fantasmas generali-zados de amenaza o absorción37. La amenaza prevalece sobre cualquier lógica que pudiera influir en ella o limitarla. E n el discurrir de las organizaciones terroristas, las referencias al otro quedan absorbidas en estos fantasmas de oralidad sádica infantil; la palabra m i s m a se convierte en algo violento y físico c o m o las armas, y no hay más que un deseo: matar y morir.

Así pues, hace falta poseer una estructura psíquica particular para ser terrorista y no simplemente un lector de periódicos, un obse-so de la información televisada, un racista, un político o un militar, para no vivir su drama psicológico c o m o uno m á s del sinnúmero de individuos patológicos que viven en el aisla-miento y la autoagresividad de la enfermedad mental. El terrorista es m á s complejo. Por una

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 247

parte, encontramos en él una simultaneidad y una discordancia entre la implosión/explosión bruta de los fantasmas, y por la otra, la hiper-consciencia y la hiperverbalización; de un lado, el drama intrafísico del adentro y del otro, el juego político del afuera. Por ello nece-sita la prensa y los medios de comunicación para existir, ya que este conjunto interior está en tensión permanente y simultánea entre el drama psicológico interno y la necesidad de un escenario teatral social. Esto nos lleva a un tipo de personalidad particular, que no corres-ponde exactamente al neurótico característico de la mayor parte de la población, ni al psicóti-co encerrado en su problemática. Con frecuen-cia, nos vemos en presencia de estas "persona-lidades-límite" ("bordeline", "as if) que, en su fragilidad personal, se apoyan siempre en el otro ("anacusis"), bien para recibir su estima, bien para agredirlo.

Las condiciones colectivas del delito terrorista

Estas personalidades encuentran su marco pre-dilecto, para interpretar su papel mediático, en las condiciones inestables y contradictorias de las épocas de cambio (la anomia) o en las regiones políticas donde la autodeterminación se vive c o m o un valor político o estatal (Y. Gotlieb, 1982), ya que confunden la autodeter-minación con el paso al acto fantasmagórico.

Todo acto de delincuencia se sitúa en la encrucijada de una personalidad favorable y de una sociedad que favorece igualmente este acto; en el caso del terrorismo, el elemento favorable no estriba solamente en la frustra-ción, sino también en la exhortación colectiva a encontrar actores que remeden los terrorífi-cos dramas imaginarios. El periodismo es el medio publicitario que sirve de vehículo a esta exhortación. Tenemos que hablar necesaria-mente de periodismo y no de periodistas, ya que la moral individual del periodista A o B no elimina este problema global.

Además , hacen falta condiciones de con-junto para que un espectáculo propuesto tenga éxito. Las obras de arte se aprecian solamente en épocas bien definidas; lo propio ocurre con el mal gusto. El terrorismo, c o m o obra mediá-tica, se inscribe en este marco. Estas condicio-nes pueden crearse artificialmente, pero en la

actualidad nuestra sociedad parece poseerlas todas. Veamos brevemente cuáles son:

1. Las sociedades modernas pasan por una etapa de retroceso de la fase democrática del poder judicial (que emplea la fuerza represiva y la violencia con todos por igual, bajo con-trol) a la fase en que cada uno deseará ejercer por sí m i s m o el juicio o la sanción. Si, en esta situación, la autoridad suprema de la sociedad se muestra vacilante, impotente, ausente, dis-cutida, parcial o contradictoria, la sociedad basculará hacia la etapa anárquica de la ven-ganza continua y repetitiva, del duelo violento o del chivo expiatorio (R. Girard, 1977, 1982)38. Los disturbios urbanos, los actos vio-lentos de autodefensa o la existencia de mili-cias privadas cada vez más numerosas son ejemplos de esta tendencia. Estamos atrave-sando una de esas fases en las que el afán escrupuloso de democracia no consigue toda-vía regular estos procesos.

2. Proliferan las ideologías que pretenden suprimir todo intervalo entre el deseo y la realización de las aspiraciones (utopías, mesia-nismos falsos, dictaduras, sectas, terrorismo, etc.), ideologías que son totalitarias en el juicio que formulan a partir de una verdad parcial: de una parte todo es bueno, sano y aprobado, de la otra todo es malo, demoníaco y condena-ble (G. Cromer, 1979, 1982)39. Los medios intelectuales, tanto de derechas c o m o de iz-quierdas, son igualmente víctimas de esta pla-ga que ha causado la aparición y desaparición sucesivas de grandes "ismos" ideológicos.

3. Los grupos acusan de incapacidad y de injusticia al poder central que debería defen-der a todos sus ciudadanos ( M . Crenshaw, 1969)40 y no lo hace ( M . D . Blumethal, 1975)41. Su reacción consiste en manifestar el senti-miento generalizado de la necesidad de auto-defensa (J.H. Hallis, 1982)42 que, a menudo , trata de justificarse alegando ideologías histó-ricas (H. Cohn, 1974)43. Exigen medidas radi-cales para restaurar "el orden" (A. Silver, 1967)44, amenazan con la violencia si el Esta-do no se somete a esta exigencia ( R . M . Fogel-son, 1971)45.

Se expresan, entonces, sobre la base de una constatación realista que, con todo, no justifi-ca la violencia, tendencias a la racionalización moral de la propia violencia en las esferas m á s altas ( M . D . Blumenthal, 1975)46, c o m o refleja

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la Resolución 18 C/l 1.1 de la U N E S C O : " U n a paz fundada en la injusticia y la violación de los derechos humanos no puede ser duradera y conduce inevitablemente a la violencia".

4. Se propaga en la sociedad una ilusión de verdad grupuscular (D. Anzieu, 1975)47, un sentimiento ilusorio de bienestar dentro de un grupito, que toma su estado físico colectivo c o m o regla para todos sus miembros y para el sentido de las cosas y de la existencia. El auge espectacular de las sectas y de los extremismos fundamentalistas y religiosos tiene mucho que ver con esta tendencia.

5. Es fácil entonces que se produzcan des-viaciones fatales del "pensamiento de grupo" (groupthink, I.L. Janis, 1972)48, consisten-tes en un deterioro de la eficiencia mental, del sentido de la realidad y del juicio moral, de resultas de las presiones en el inte-rior del grupo.

El papel regulador del periodista

Además , hay que considerar que, si bien hay causas históricas y sociológicas mayores en la aparición del terrorismo o de lo audiovisual (concepción que compartimos por completo), la gestión de esos fenómenos se ejerce final-mente en psiquismos individuales, sea en el terrorista, en el militar, en el responsable polí-tico, en el periodista o en el lector-auditor-espectador.

Se invierte así la concepción clásica según la cual el periodista influye en la sociedad porque le ofrece una manera de ver ("la lógica de los medios de comunicación se convierte en un m o d o de visión". D . L . Altheide, 1979)49 o de imaginar (B. Nossiter, 1964)50. Esto es inne-gable, pero nosotros sostenemos que lo hace porque utiliza y revela a la vez las leyes especí-ficas del funcionamiento psíquico, cuando hace de vehículo de transmisión del acto tea-tral del terrorista.

N o podemos hacer del periodismo el chivo expiatorio de las noticias que transmite (J.H. Halloran, 198251; H . M . Clor, 197452; C.J. Brown, 197853); no obstante, su responsabili-dad moral corresponde al papel regulador que pretende desempeñar en esta representación de "misterios" medievales de nuestra época violenta.

El periodista contribuye a la regulación del sistema; regulación negativa que hace las veces de amplificador proporcionando al exhibicio-nista criminal (privado, político o militar) los instrumentos de su perversión; regulación neu-tra o positiva cuando actúa c o m o un exorcista, dando cuenta de la manifestación criminal co-lectiva de las pulsiones: los lectores pasan así "de la violencia vivida a la violencia vista" (J.C. Chesnais, 1982) y ven reflejados sus pro-pios pensamientos criminales en el comporta-miento de algunos especímenes perversos, que son a la vez culpables y víctimas.

Este exorcismo de las pulsiones violentas por parte del periodista constituye una cere-monia ritual moderna, "cuya sangre no salpica a las familias en su silencioso confort" (R. Hellbrunn, 1982)54.

C o n esta condición, el periodista puede contribuir a una evolución de la sociedad, que J. Ellul (1972) describió del m o d o siguiente: " N o es el nuestro un tiempo de violencia, sino de la conciencia de la violencia".

El periodista moviliza y expande los proce-sos psicológicos de escenificación que hemos descrito; esta fase es una condición previa de la toma de conciencia, pero puede ser peligro-sa si no va seguida de esta toma de conciencia.

N o queremos concluir sin poner en guardia a los lectores contra un fenómeno frecuente en esta esfera.

U n planteamiento de los mecanismos pro-fundos como el que presentamos aquí provoca a menudo el rechazo por varios motivos:

- Los mecanismos íntimos se protegen y emi-ten procedimientos de autodefensa ("es m á s sencillo que todo eso", o por el contrario, "es más complicado que todo eso").

- El rasgo característico del m u n d o contempo-ráneo consiste en esconder y rechazar su fun-cionamiento profundo, sus ritos y sus mitos (R. Barthes, 1957)55.

- Todos sentimos la necesidad psicológica de estos procesos imaginarios de escenifica-ción y no estamos dispuestos a renunciar a ellos. Prueba de ello es la enorme diferen-cia entre las sumas dedicadas en todo el pla-neta a las ciencias de la destrucción y las ri-diculas cantidades asignadas a las ciencias humanas, cuyo objetivo es comprender estas dinámicas de la muerte para tratar de redu-cirlas.

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 249

Soñar despierto en el pensamiento criminal y guerrero

El movimiento terrorista característico de nuestra época nos ha permitido analizar con precisión la necesidad fundamental de todos los hombres de "soñar la realidad", de vivir la acción c o m o un "soñar despierto" (Dufour, 1978)56, procesos estos que entran enjuego en la guerra y en la nueva forma de guerra visuali-zada. E . Morin señaló justamente, en su estu-dio del cine, lo que él llama la "realidad semi-imaginaria del hombre"57. En Nuit et Broui-llard {Noche y niebla), Alain Resnais indica que si hizo esta película sobre la guerra y los campos de concentración fue precisamente para que, a través de ella, pudiésemos mirar en torno a nosotros mismos. La realidad lúcida será, en adelante, la que se vea con lo que podríamos denominar "la objetividad imagi-naria del objetivo óptico de los cineastas". E n la actualidad, la guerra nuclear se ve inevita-blemente a través de las imágenes de películas que muestran la sombra de Hiroshima sobre el suelo desnudo, las sombras eternamente fijas de los muertos invisibles. La imagen ha su-plantado definitivamente a la realidad. Así, ya no es posible pensar en Hiroshima prescin-diendo de los diálogos y las tensiones de la película Hiroshima mon amour. La relación entre la guerra y la población civil no puede plantearse ya al margen de los movimientos de cámara del Guernica sobre la tela de Picasso, que se sobreponen al acontecimiento. La vio-lencia urbana cada vez más extendida ya no puede verse, sentirse o pensarse, sin tener en cuenta Metropolis, de Fritz Lang, Drama delia gelosia (Drama de celos), de Ettore Scola, o Alice in der Städte (Alicia en las ciudades) de W i m Wenders58. Eminentes analistas de nues-tra civilización cinematográfica, c o m o A . Mal -raux en su Esquisse d'une psychologie du ciné-ma (Esbozo de una psicología del cine)i'>, A . Bazin en sus obras Cinéma et sociologie (Cine y sociología)60 y Le cinéma de la cruauté (El cine de la crueldad)61, J. Cayrol y su "derecho a mirar"62 y E . Faure en su libro sobre el destino social del cine63 dan a comprender que el cine de guerra no es una categoría m á s entre otras para los aficionados, sino que pone de mani-fiesto nuestro verdadero proceso de mirar de

hombre a hombre. En su importante estudio sobre los delitos de obediencia, H . C . Kelman y V . L . Hamilton, analizando con competencia y precisión varios casos de crímenes de guerra, se ven obligados a establecer una relación en-tre los mecanismos sociológicos de la autori-dad y los mecanismos psicológicos que se si-túan en el punto localizado por nuestro artícu-lo, cuando toman c o m o elemento esencial del proceso electivo lo "deseable" (Kluckhohn, C , 1952)64 y no solamente el valor o la preferen-cia65. Lo "deseable" incluye este juego de lo imaginario y lo visual.

La atención a la dimensión lingüística de estos procesos psicológicos y sociológicos con-firma este análisis, mostrando que la actividad visual es el prototipo de la toma de posesión del otro; en español se habla precisamente de "toma de vistas" y en inglés de "the taking of pictures". Antiguamente, la guerra no tenía por única finalidad la destrucción del enemi-go, sino que su objetivo era sobre todo " m o s -trar" que se había destruido al enemigo, al que los vencedores trasladaban a R o m a para que participase en el desfile triunfal. Numerosas tribus exhibían los restos de los vencidos (ca-belleras, cabezas reducidas, etc.). El progreso de la técnica no ha hecho más que perfeccio-nar estos procesos destructivos de visión y mostrar a la luz del día la naturaleza letal de nuestra mirada. La expresión inglesa "shoo-ting", para referirse al "rodaje" de una pelícu-la, recalca aún más la naturaleza criminal de la función escópica. El título mismo de la pelícu-la de Francesco Rosi, Le mani sulla cittá (Las manos sobre la ciudad), pone de manifiesto esta mirada destructora y rapaz contra los otros.

Al igual que la visión frecuente de películas policíacas nos permite soportar la violencia criminal que nos rodea, dando satisfacción a las tendencias criminales que todos llevamos dentro, y situando al m i s m o tiempo este tipo de relaciones en una ficción al marge de la realidad, el perfeccionismo científico de la guerra visual permite evitar al máximo el con-tacto entre los combatientes, y destruir con la ilusión de que todo se ha hecho limpiamente, al no estar físicamente presente el combatiente en el escenario cuando se produjo la destruc-ción del adversario. El piloto se halla ya lejos cuando su misil teleguiado alcanza el blanco; el operador no ha abandonado su sillón ergo-

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nómico ni la pantalla de la computadora cuan-do el adversario recibe el impacto del cohete teledirigido; el telespectador abonado a la T V contempla en directo todas estas operaciones. C o m o en el cine, la muerte del otro no suscita ningún sentimiento de culpabilidad porque todo son decorados, maquetas y estudios, y los expertos militares comentan continuamente este espectáculo visual para el telespectador, c o m o veíamos ya en Dr. Strangelove {¿Teléfo-no rojo? Volamos hacia Moscú).

Así, pues, este conglomerado de hechos y procesos que operan en lo imaginario de la guerra se insertan en una verdadera antropolo-gía del soñar despierto y de lo imaginario. El nazismo entendió tan bien su importancia, que movilizó a los cineastas en su esfuerzo de guerra y llegó incluso a retirar del frente a 185.000 combatientes, en el momen to más crí-tico de la guerra, para que interviniesen en una película, mostrando con esta medida la jerarquía de las opciones tácticas66.

La comprensión de los mecanismos del so-ñar despierto y la visualización nos permite ahora volver a los niveles sociológico e históri-co para considerarlos desde un nuevo ángulo de visión:

1. Las sociedades contemporáneas fomen-tan la necesidad del ciudadano de pasar de su vida encerrada en los límites de la realidad burocrática anónima al sueño de participar en una nación. Es sorprendente observar que los terroristas son, a menudo, instrumentos de na-ciones en vías de creación, o sea que se en-cuentran todavía en un estado de aspiración y de ensueño. Pero, además, la naturaleza de una nación es precisamente su condición de sueño: "la nación es una comunidad política imaginaria" ("nation is an imagined politi-cal community") (B. Anderson, 1983)67. "El nacionalismo no es el despertar de la cons-ciência de una nación; el nacionalismo in-venta las naciones allí donde no existen" (E. Gellner, 1964)68. Y a Renán señaló69 que la nación no puede existir si los ciudadanos no olvidan que, en realidad, carecen del pa-sado comú n que reivindican en su condición de comunidad.

Esta reivindicación nacional de un pasado secular es, con frecuencia, ilusoria o mendaz: "Si en general se acepta que los Estados-naciones son nuevos e históricos, las naciones

a las que dan expresión política siempre vie-nen de un pasado inmemorial y, lo que es m á s importante, tienen ante sí un futuro ilimitado. La magia del nacionalismo es esta conversión de la suerte en destino. Podríamos decir, c o m o Debray, "si he nacido francés es por azar; pero, al fin y al cabo, Francia es eterna" (B. Anderson).

En cambio, es cierto que los pueblos nacen en la historia y es cierto también que los pue-blos nacen por esta creación imaginaria y común de un pasado soñado, de una iden-tidad secular soñada. El caso actual de la rei-vindicación nacional de numerosos pue-blos es el ejemplo más claro. Será preferi-ble no nombrarlos, para mantener toda la fuerza de la reflexión, m á s allá de opiniones partidistas.

El terrorismo se introduce en esta dimen-sión de "nación", que la ciencia política tiene grandes dificultades en captar, en integrar ("la teoría del nacionalismo representa el gran fra-caso histórico del marxismo" , T . Nair, 1977)70.

En este contexto, después del ideólogo, que ha trazado para un pueblo el marco de la nueva nación (ilusoriamente) secular o eterna, el terrorista es el actor que moviliza esta necesi-dad de soñar de la nación en los hombres de los otros pueblos. J.P. Sartre (1954)71 demostró que la conciencia de uno m i s m o surge en gran parte de la mirada que otros fijan en nosotros. D e este m o d o , el terrorista se apoya y se res-palda en la necesidad de "soñar la nación" que existe en todo público extranjero, y por media-ción de los otros que, c o m o espectadores, es-tán soñando en su propia nación, el pueblo emergente o reemergente podrá reforzar su propia conciencia nacional.

2. El terrorista se apoya también en otra necesidad. El público cultiva siempre el sueño de una degeneración de su sociedad, "el gran síndrome de la decadencia por la degenera-ción" ("the great syndrome of degenerative decline") (A.E. Carter, 1950)72. D e m o d o bipo-lar en relación con esta dinámica de la degene-ración, aparece el sueño de la regeneración, ya que la organización de los conceptos en pare-jas contrapuestas parece una característica fundamental del funcionamiento psíquico (R. Blanche, 196673; R . N e e d h a m , 197374) S. Freud fue quien más recalcó este funciona-miento mental en dos dinámicas opuestas, en

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones" 251

sus estudios de los procesos de ambivalencia, de división (splitting)75, de inversión (reversal) y de negación, que no se manifiestan solamen-te en la vida intelectual sino que aparecen ya junto con las pulsiones de la infancia76, y des-pués de ella, en particular con las perversio-nes. Esta dinámica bipolar adopta diversas formas; así, a comienzos del siglo X X dio lugar a los mitos del hipereugenismo, la reedu-cación regenerativa y la gimnástica popular, y después a los conceptos de la purificación de la raza y el fascismo c o m o pureza, e incluso ahora las corrientes teóricas de la psicolo-gía del condicionamiento y el behaviorismo pueden situarse en esta línea de la reacción eugénica. En este modelo interno de ensue-ños sobre la realidad, el terrorista es el pro-totipo de la pureza futura. Es el Robin H o o d moderno.

3. Podría objetarse que el horror de los actos cometidos por el terrorista hace que no se le pueda ver c o m o un héroe puro, de cora-zón de oro; esto es lo que los adversarios del terrorismo tratan de hacer admitir al público, sin que parezca que consigan convencerle. ¿Por qué? Porque este ensueño de pureza se conjuga con otra característica interna del sue-ño: la necesidad de soñar se traduce en una fascinación por los prototipos extremos y peli-grosos. Las investigaciones sobre el delito or-ganizado han subrayado esta dimensión: "Las personas normales, fieles a las exigencias de la ley, se sienten horrorizadas, fascinadas, repeli-das..., y siempre interesadas por las historias de maleantes que cobraron fama por su domi-nio sobre los grandes imperios del crimen y el vicio" (A. Varna, 1957)77. Es esta necesidad lo que permitió a la mayoría de los nobles, a lo largo de la historia, organizar sus raptos y conquistar sus propiedades, fundamento de los Estados modernos: "Es esclarecedor e ins-tructivo ver que uno de los métodos por los cuales el poder real y por ende el poder del Estado, consigue imponerse finalmente, es la legitimación del crimen m á s noblemente orga-nizado" (A. Bloch y W . J . Chambliss, 198178; B . A . Hanawalt, 19757").

Así pues, explotado a la vez el sueño de una antítesis absoluta al mal absoluto y el proceso de la fascinación por la violencia, el terrorista puede situarse en esta dinámica de actos horribles sin desprestigiarse; antes al contrario, su prestigio aumenta. Bastará con

que afirme ser el ángel vengador, o el ángel del bien enfrentado al ángel del mal (ayudado aquí por los intelectuales que manejan mejor que él la dialéctica oratoria y por los profesio-nales de los medios de comunicación que pro-pagan sus alegatos).

Aunque el terrorista siga sembrando el te-rror, esto no lo descalificará, sino que, por el contrario, hará de él un participante en el combate de las "potencias", habilitándole para satisfacer esta necesidad de fascinación que asegura el éxito constante de las novelas y las películas policíacas.

Bastará con que sepa mantener el juego en los límites de lo que el espectador puede so-portar: sólo una minoría, sólo los perversos pueden complacerse en la continuidad del es-pectáculo del horror o en la transición torpe del sueño a la realidad.

El fracaso del terrorismo italiano, debido a los errores psicológicos de los terroristas que culminaron en el cruel espectáculo de la muer-te de Aldo M o r o , es un ejemplo de lo que deci-mos .

4. H e m o s de tener en cuenta también que el sueño interno que incita al terrorismo fun-ciona según las reglas de la dramatización (S. Freud, 1900, La interpretación de los sueños). Todo en él ha de ser desmedido, absoluto, trágico, extremo, bipolar.

5. Por lo demás, en este contexto un polo encuentra su razón de ser en el polo opuesto, participa de él y por último, invierte fácilmen-te su trayectoria.

Hay que conocer las leyes de la dinámica intrafísica inconsciente para comprender, por ejemplo, c ó m o proposiciones colectivas que en un principio y en apariencia, eran positivas, bellas, generosas, morales, religiosas, artísticas e ideales, se transforman bruscamente en el horror y el fanatismo sanguinario.

Los ejemplos a este respecto no escasean en nuestros días, en cualquier régimen. En parti-cular, existe incluso un vínculo entre el ideal político positivo y el terrorismo sanguinario con el que está asociado.

6. A d e m á s , esta necesidad de sueño trata de satisfacerse encontrando héroes distintos según las épocas. Habrá pues un renacimiento episódico y coyuntural del proceso, con tipos diferentes de actores. E n esto coincidimos con lo que se observó ya respecto de la "mafia mística" (S.C. Dwight Jn., 1975)80.

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Sueño y realidad

La característica propia de estas leyes intrapsí-quicas del sueño es la movilización de la reali-dad externa sin tener en cuenta las leyes de lo real. Esto explica el prestigio de los "proscri-tos" en el seno mismo de la sociedad. E n efecto, estos mitos soñados siguen las leyes del inconsciente, en el que no hay distancia alguna entre el deseo y la satisfacción: "quiero = tomo", "soy diferente u opuesto = destruyo al otro". El proceso consistente en actuar en el m u n d o real según las leyes del sueño se lleva a su extremo en el caso del terrorismo. G . Tyler (1962)81 subrayó, en este mismo orden de ideas, la importancia de los "ideales de algo por nada" en el crimen organizado.

Se comprende así mejor, según estas diná-micas, las características psicológicas indivi-duales de los terroristas y la lógica propia de sus declaraciones basadas en una creencia ab-soluta e irracional en la justicia de su causa ( H . H . A . Cooper, 1968)82. Ninguna duda les asalta ya que, en este m u n d o del sueño, no hay "quizá" ni "sí o no"; no hay m á s que el sí, la afirmación. El inconsciente no conoce la duda ni el no. El inconsciente afirma.

El terrorismo es un pensamiento mágico: con un acto, con una palabra, quiere anular las leyes de lo real, anular todo el pasado y todo el presente y procrear mágicamente y de por sí, completamente solo, el futuro según sus de-seos. M . Merleau-Ponty (1947)83 señaló ya al-gunos de estos procesos en relación con Bie-linsky. D e este m o d o , el terrorista quiere encarnar los mitos de la creación divina, ex-nihilo. Esta pretensión de reemplazar a la divi-nidad, al Ser Supremo, puede aclarar la diná-mica del regicidio o del tiranicidio (O. Jaszi y J. Lewis, 195784; N . Leite y C . Wolf, 197085), y en particular los vínculos entre el terrorismo y las características de la rebelión contra el padre.

En este contexto de pretensión divina, el enfoque antropológico puede aportar elemen-tos que completen los enfoques psicológico y analítico. En efecto, el terrorismo no es sólo una explosión de los procesos psicológicos pri-marios que se elevan a lo consciente y se pro-yectan en la realidad externa. La propia reali-dad se vive según las leyes del sueño. El sueño se convierte en la ley de la realidad y su di-mensión necesaria. Podríamos decir de la an-

tropología del terrorismo, lo que decía G . D e -vereux (1979)86: " Y o veo en la fantasía imagi-nativa... la principal garantía de la capacidad... de mantenerse en pleno contacto con la reali-dad y, por ende, consigo m i s m o en toda su propia plenitud propia".

Faltaría aún comprender por qué este pro-ceso psicológico primario de magia todopode-rosa recurre a la violencia para afirmar su potencia, c o m o constatamos en el discurso te-rrorista: " L a violencia purificará a los indivi-duos, será la redención del complejo de infe-rioridad del colonizado, devolverá el valor al hombre del pueblo" (Y. Harkabi, 1968)87.

U n a primera hipótesis sería la ya indicada, de la dramatización inherente a estos procesos intrapsíquicos inconscientes.

U n a segunda hipótesis es que el terrorista se sitúa en la posición más peligrosa. Es una implosión del deseo narcisista y destructor que se expande y se generaliza, a la vez contra sí mismo y contra los otros. El caso más evidente es el del terrorista que lleva a cabo una misión suicida. Intervienen en él mecanismos profun-dos de la perversión, que J. Chasseguet-Smirguel ve c o m o "una de las vías fundamen-tales por las que el hombre va más allá de los límites de su condición [...]. El perverso trata de escapar del m u n d o paterno de la genitali-dad, es decir, del m u n d o de las diferencias".

El poder supremo sobre todas las cosas se consigue mediante un sacrificio mágico, que no es la dinámica clásica y ritualizada del chivo expiatorio (R. Girard, 1982), sino que el terrorista, absorbido en la dinámica de los procesos primarios, vive el mito de la salva-ción colectiva a través de su propio sacrificio, o en casos de cobardía y perversión aún más atroces, a través del sacrificio de civiles que tampoco se han insertado en las leyes de la realidad del combate militar.

U n a hipótesis complementaria es que, en el proceso de construcción del mito de la nación eterna, no basta con afirmarlo sino que es menester que los estrategas de la política creen la identificación entre la gente del pueblo y la nueva ideología. El terrorismo ejerce una fun-ción notable de comunicación (A.P. Schmidt y J. de Graaf, 1982)89 y de coerción a la identifi-cación: "porque obligamos a la gente a pregun-tar lo que pasa..." (G. Habash, 1979)90.

En estos procesos de identificación del mito nuevo, el nazismo demostró de manera

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Ver la violencia de la guerra, o el "teatro de operaciones' 253

notable la fuerza de coacción de los símbolos, y en particular el símbolo del héroe. La estabi-lidad de este símbolo se ve garantizada por la muerte del héroe y, sobre todo, por su sacrifi-cio: "Los mitos y los héroes eran de importan-cia suprema en lo que Hitler llamaba la in-fluencia mágica de la sugestión de la masa [...]. U n a muerte heroica defendiendo una causa justa es un factor importante en la construc-ción del héroe" (G.L. Mosse, 1973)91.

H e m o s presentado algunos de los mecanis-m o s psicológicos básicos en los que se apoya el terrorismo en su relación con la sociedad. Es-tos mecanismos suponen una hipertrofia de lo que ocurre durante una guerra, y por esto es importante estudiarlos.

N o obstante, estos procesos no irían m á s allá de la perversión patológica ni del hecho delictivo individual si no fueran utilizados por los políticos y sostenidos por los medios de comunicación, por los grupos de simpatizan-tes, por complicidades estatales y por intelec-tuales que confieren a este proceso perverso una legitimidad "aparente", mediante la falsi-ficación de la dialéctica del razonamiento que son capaces de elaborar y difundir por el crédi-to que les dan sus títulos.

G . L . Mosse (1970)92 subrayó la importan-cia de la crisis intelectual en la ascensión del nazismo. La elección de un pensamiento idea-lista que totaliza y proyecta fuera de la reali-dad ( M . Foucault, 1982)93 abre igualmente el camino a la explotación de los mitos (S. Dres-cher, 1982)94. Y o he subrayado a m e n u d o los procesos de la pseudo-lógica intelectual, que se producen en torno al terrorismo y las ideolo-gías que lo sustentan. Su papel es esencial, en el sentido de que tratan de expedir falsas pa-tentes de valor lógico para esos procesos pri-marios que hemos descrito. Su carácter de per-versión de la función del intelectual en la polis está claro. Después de las trágicas enseñanzas sobre los efectos nefastos de la colaboración de los intelectuales con los manipuladores de mi-tos, este proceso merece un análisis tan a fon-do c o m o el del terrorismo.

Este análisis ha comenzado ya; desde hace un decenio, numerosos estudios se han centra-do en la repetida colusión de los intelectuales con dictaduras sanguinarias que enarbola ideologías seductoras. Y o mismo lo puse en evidencia en relación con los médicos y los intelectuales criminales de guerra ( R . Y . D u -four, 1990)95.

Traducido del francés

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La violencia, los sexos y el cambio social

Christine Alder

Introducción

Los debates sobre la violencia en la sociedad se centran a menudo en los delitos violentos registrados en las estadísticas penales: agresio-nes, robos y homicidios.

Estos delitos se producen, en su mayor par-te, dentro de una misma raza y clase social; los delincuentes y las víctimas forman parte de los grupos económicamente oprimidos de nuestra sociedad. Estos delitos son causa de grandes sufri-mientos humanos y de de-sastres personales, y mere-cen por tanto un examen cuidadoso. Sin embargo, hay muchas formas distin-tas de violencia en nuestra sociedad, algunas de las cuales no se tienen siquie-ra en cuenta: en el hogar, los padres pegan a los hi-jos; en los campos de de-porte, los deportistas se agreden mu tuamen te . Otras formas de violencia despiertan un creciente interés y preocupación en el público, pero quizá no puedan conside-rarse delitos propiamente dichos: en el trabajo sobrevienen "accidentes" laborales; en nues-tras comunidades se vierten peligrosos pro-ductos químicos; nuestros gobiernos pasan por alto las prácticas de algunos policías, y ellos mismos son responsables de violencias masi-vas en las guerras.

Consideraremos aquí cada una de estas for-mas de violencia, para pasar revista breve-mente a las consecuencias de algunos impor-

Chrisline Aider es profesora titular de la Facultad de Criminología de la Uni-versidad de Melbourne. Es autora de diversos trabajos sobre la relación en-tre los problemas de los sexos y la de-lincuencia y la criminología, y de estu-dios sobre la violencia y la relación entre el desempleo, la falta de vivienda y la delincuencia.

tantes cambios sociales en la incidencia de la violencia y su posible reducción.

La liberación de la mujer

La emancipación o liberación de la mujer ha sido uno de los temas más populares y repeti-dos de los debates recientes sobre las conse-cuencias de los cambios sociales en los delitos

violentos (Smart, 1976: 70-76). La obra de Freda Adler (1975) Sisters in Cri-me (Hermanas en el deli-to), constituye un ejemplo reciente de esta tesis, que esencialmente sostiene lo siguiente: el número de mujeres que cometen deli-tos violentos va en aumen-to; los delitos violentos son masculinos, luego las m u -jeres se han hecho m á s masculinas de resultas de la liberación de la mujer.

Naffine (1987) ofrece un resumen de los abundantes trabajos e inve-tigaciones que tratan de responder a la argu-mentación de Adler. Análisis más detallados de los datos revelan que no ha aumentado el número de mujeres que han participado en delitos violentos en los últimos tiempos. Los delitos femeninos siguen siendo, en su mayor parte, los típicos atentados contra la propie-dad, tradicionalmente relacionados con el pa-pel que supuestamente corresponde a la mujer (hurtos en tiendas, timos y robos en pequeña escala). Además , en la mayoría de los casos,

R I C S 132/Junio 1992

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clase media que impulsaron el reciente movi-miento en pro de la mujer. D e hecho, un estu-dio sobre las jóvenes llegó a la conclusión de que las mujeres de opiniones m á s liberales eran las que reunían menos probabilidades de cometer un delito. Naffine llega a la conclu-sión de que, m á s que la liberación de la mujer, el cambio social que m á s probablemente ha influido en el aumento de los delitos contra la propiedad cometidos por mujeres es la "feme-nización de la pobreza".

Masculinidad

En todas las épocas y culturas, los delitos vio-lentos son perpetrados, en su inmensa m a y o -ría, por varones relativamente jóvenes y eco-nómicamente marginados (Wolfgang y Ferra-cuti, 1967; Daly y Wilson, 1988). C o m o indi-can las investigaciones de homicidios, son varones los culpables de las violencias y varo-nes son también las víctimas (Polk y Ranson, 1991; Daly y Wilson, 1988; Wallac, 1986). Investigaciones realizadas en países c o m o Australia y los Estados Unidos indican que algo m á s de las tres cuartas partes de los culpa-bles de homicidio, y dos tercios de las vícti-mas , son de sexo masculino (Wallace, 1986; Wolfgang y Ferracuti, 1967).

En años recientes se ha hecho hincapié, sobre todo en las investigaciones feministas, en la violencia ejercida por los varones contra las hembras. Estas formas de violencia se re-gistran frecuentemente en "privado", en el ho-gar, y la policía y otras organizaciones de lucha contra la delincuencia se han mostrado remi-sos a definir esta violencia c o m o "delictiva", o a intervenir en "cuestiones de familia". Por consiguiente, de un número considerable de actos violentos cometidos contra mujeres no queda constancia en las estadísticas oficiales (Hanmer, Radford y Stanko, 1989). Investiga-ciones en diversos países han puesto de mani-fiesto un vasto problema de violencia domésti-ca, y la reluctancia de los organismos oficiales a ocuparse de él (Dobasch y Dobasch, 1992: cap. 1). Así pues, a pesar de los recientes pro-gresos de los movimientos de refugio en m u -chos países, y a sus esfuerzos por promover el cambio social (Dobasch y Dobasch, 1992), los datos oficiales siguen subestimando las pro-porciones de la violencia masculina.

Si bien se ha reconocido el hecho de que la violencia es un fenómeno predominantemente masculino, esta masculinidad del delincuente no ha sido objeto de investigación. Se ha anali-zado toda una serie de características sociales de los delincuentes violentos (edad, clase so-cial, educación, religión, raza), pero el sexo al que pertenecen no se ha tenido prácticamente en cuenta (Alien, 1988:16).

Reconociendo la "masculinidad" del delito violento, varias investigadoras feministas han aducido recientemente que la violencia mascu-lina contra la mujer es una expresión del poder del varón, y que éste la utiliza para reproducir y mantener su condición de superioridad y su autoridad sobre la mujer. Este argumento es corroborado por un análisis de las principales causas de conflicto que dan lugar a la violencia masculina contra la mujer: posesividad y ce-los, expectativas respecto del trabajo domésti-co de la mujer, la idea de que se tiene derecho a castigar a la mujer "propia" por sus errores y la importancia de mantener y ejercer la autori-dad (Dobasch y Dobasch, 1992:4).

Los análisis de la violencia masculina seña-lan que la interpretación social y la masculini-dad entrañan supuestos de poder, y que tanto la masculinidad c o m o el poder están vincula-dos a la agresión y a la violencia. Así, los enfrentamientos entre varones son también confirmaciones de la masculinidad, un medio de poner a prueba y demostrar el poder en relación con otros varones (Messerschmidt, 1988; Daly y Wilson, 1988).

Morgan (1987) advierte contra las interpre-taciones estereotipadas de la masculinidad, basadas en personas supuestamente pertene-cientes a la clase obrera. Señala este autor que las interpretaciones de la masculinidad y de la violencia son de hecho variables y difusas; hay diferentes clases de masculinidad, y en algunas la violencia está legitimada, mientras que en otras no. Por ejemplo, Morgan observa que, incluso dentro de los grupos que alientan la violencia, en algunas circunstancias un h o m -bre que pueda controlar sus instintos violentos será mejor considerado que otro que dé rienda suelta a una violencia indiscriminada. O sea que, en algunos grupos de varones, el control de la violencia es una expresión de virilidad c o m o la violencia misma. U n análisis m á s de-tenido de las diversas interpretaciones de la masculinidad y su relación con la conducta

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La violencia, los sexos y el cambio social 259

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Prédégonde y Chilpéric mandaron quemar vivas a unas brujas. Ilustración de las Chroniques de France (1492). Sipa Press.

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260 Christine Alder

violenta, dice Morgan, facilitaría la identifica-ción de los medios de modificar algunos pro-cesos violentos.

D a d o el escaso número de investigaciones realizadas hasta la fecha sobre esta cuestión, no es posible examinar en detalle los cambios o variaciones en la interpretación de la mascu-linidad y la violencia y la relación entre ellas en diversos lugares y épocas. Sin embargo, en muchas culturas la masculinidad y el poder están vinculados a la capacidad de proteger y dar sustento a la familia. La identidad mascu-lina está estrechamente relacionada con el tra-bajo del hombre y sus obligaciones laborales fuera del hogar (Messerschmidt, 1986:42). La relación entre la situación económica y la vio-lencia ha sido objeto de amplias investigacio-nes, y es en este sector donde son más eviden-tes las consecuencias de los cambios sociales, y en particular económicos, para los delitos vio-lentos.

Desigualdad y cambio económico

En su estudio del delito en los Estados Unidos, Currie comenta que "...existe un fondo acu-mulado de investigaciones m u y perfecciona-das que vinculan los delitos graves con la desi-gualdad económica y social" (Currie, 1985:146). Si bien algunos estudios han deter-minado la existencia de una relación entre la pobreza y el delito, otros indican que la desi-gualdad de los ingresos (el grado de pobreza relativa) es un factor determinante del delito más importante que la pobreza absoluta (véase una reseña de esos estudios en Belknap, 1989). Braithwaite y Braithwaite (1980) llegaron a la conclusión, en su estudio sobre las cifras de homicidios en 31 países, de que los índices más elevados de homicidios guardaban rela-ción con una serie de medidas de la desigual-dad económica, entre ellas la diferencia de ingresos entre los ricos y los asalariados nor-males, las disparidades de ingresos entre tra-bajadores de diferentes sectores de la industria y el porcentaje del producto nacional bruto dedicado a la seguridad social.

Se ha observado una fuerte relación entre la violencia delictiva y las desigualdades eco-nómicas, sobre todo cuando éstas se basan en la raza. En su investigación sobre este tema en los Estados Unidos, Blau y Blau (1982) utiliza-

ron las siguientes variables independientes: porcentaje de negros, porcentaje de pobres, desigualdad de los ingresos y desigualdad so-cioeconómica racial. Comentando sus conclu-siones, Blau y Blau afirman lo siguiente: "Los actos agresivos de violencia parecen resultar no tanto de la falta de oportunidades c o m o del hecho de ser explotado, no de la privación absoluta sino de la privación relativa" (Blau y Blau, 1982:126).

Estas conclusiones hacen pensar que los cambios económicos que provocan una mayor desigualdad económica causarán después un aumento de la delincuencia, incluida la violen-ta. Braithwaite (1979:230) afirma que hay "ra-zones teóricas de peso" y "sólidas pruebas empíricas" para suponer que una redistribu-ción de la riqueza y el poder reduciría la delin-cuencia.

Los escépticos respecto de la vinculación entre la condición económica y el delito argu-yen que esta relación, observada en las estadís-ticas oficiales sobre la delincuencia es un m e -dio de introducir un prejuicio de clase y de raza en la práctica judicial penal. Aunque no puede negarse que este prejuicio existe, la soli-dez de estos vínculos no parece que pueda explicarse simplemente por referencia a un prejuicio (Braithwaite, 1979:32-46; Currie, 1985).

Los cambios en las tasas de desempleo son especialmente esclarecedores cuando se consi-dera la situación de los jóvenes. Los índices de desempleo o de participación en la fuerza la-boral se han utilizado frecuentemente en estu-dios sobre la influencia de la economía en la delincuencia. Estudios realizados en los E E . U U . , han determinado que existe una rela-ción positiva entre los índices de desempleo y los delitos violentos (p. ej., K a u y Rubin, 1975). Por su parte, Bechdolt (1975) llegó a la conclusión de que el índice de desempleo era un factor importante de predicción de las ci-fras de delitos violentos y contra la propiedad. D e una reseña de 63 estudios de este tipo, Chiricos (1987) llegó a la conclusión de que las indicaciones de la existencia de un vínculo entre el desempleo y la delincuencia eran sufi-cientes para eliminar el "consenso de la duda" de la criminología respecto de esta cuestión.

En análisis m á s detallados sobre la relación entre el desempleo y la delincuencia, se ha afirmado que la evolución de los compromisos

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La violencia, los sexos y el cambio social 261

sociales exige algo más que tener "un empleo". La importada y el valor del trabajo no consis-ten simplemente en que permite ganarse la vida, sino también en que permite a la persona participar en la sociedad, sentir que tiene algo que aportar. El trabajo que no da a la persona el sentimiento de su propia valía es menos probable que promueva un sentimiento de compromiso hacia la sociedad, y sirva por consiguiente de factor de disuasión del delito. Los sentimientos de "falta de finalidad" y "alienación" pueden deberse a la falta de un empleo, o al hecho de que el empleo sea de escaso interés, carente de porvenir y de poco prestigio social, y que no contribuya a la esti-m a de sí mismo. Los jóvenes en esta situación de marginación reúnen más probabilidades que los otros jóvenes de incurrir en la delin-cuencia, incluso la violenta.

Los cambios recientes en la estructura del mercado de la m a n o de obra, como son la especialización económica y la expansión tec-nológica, han dado lugar a un considerable descenso de la oferta de empleos para los jóve-nes. Para los efectos de nuestra argumenta-ción, estas pérdidas de puestos de trabajo pre-sentan dos aspectos importantes. Por una parte, las pérdidas se concentran en la base de la estructura social de clases. Son los jóvenes que tratan de incorporarse al mercado laboral sin disponer de calificaciones, formación o ex-periencia los que sufren la mayor presión, ya que la m a n o de obra no capacitada o semica-pacitada es la más fácil de reemplazar. E n segundo lugar, esto para los jóvenes no repre-senta un desempleo temporal, sino que se les cierran las puertas del m u n d o del trabajo. Así, pues, una elevada proporción de jóvenes de-sempleados están en esta situación desde hace mucho tiempo y van a permanecer en ella (Polk, 1984; Duster, 1987).

En muchos países tecnológicamente ade-lantados va en aumento el número de "jóvenes recién marginados" (Polk, 1984), o lo que al-gunos han llamado "la subclase urbana" (Dus-ter, 1987). Debido al racismo, en países como los E E . U U . o el Reino Unido son los jóvenes negros quienes más sufren de esta margina-ción. En algunos países de Europa occidental, la "subclase" puede estar constituida por los hijos de los trabajadores extranjeros tempore-ros u otros inmigrantes recientes. Estos jóve-nes no es ya que no tengan trabajo, es que hace

mucho tiempo que han dejado de buscarlo (Currie, 1985:117). Los jóvenes que no ven ninguna oportunidad de trabajo actual o futu-ro, tienen poco aliciente para respetar las nor-mas de una sociedad que les ha abandonado a su suerte. Se ha sugerido que el aumento de esta nueva subclase tiene consecuencias para la violencia callejera de los jóvenes. Esto se verá claramente si se considera con deteni-miento la naturaleza de los delitos violentos.

En un estudio reciente sobre los homici-dios (Polk y Ranson, 1991), se señalaban cua-tro situaciones de violencia masculina mortal. En primer lugar figura el homicidio en situa-ciones de intimidad sexual, en las que la vio-lencia masculina es un intento último de con-trolar la conducta de la pareja femenina. En segundo lugar está el homicidio resultante de un enfrentamiento entre varones (para afirmar la supremacía), un combate que desemboca en un acto de violencia mortal. En tercer lugar, hay homicidios que son consecuencia de otro delito, c o m o el robo. Y en cuarto lugar está el homicidio entre amigos, en el que la violencia es un medio de resolver un conflicto entre hombres cuya extrema marginación hace que no dispongan de procedimientos convenciona-les de solución de diferencias. La violencia entre hombres, como la que se produce en las tres últimas clases de homicidio, representa más de la mitad de todos los homicidios (Wa-llace, 1986). Además, estas formas de violen-cia son casi exclusivamente un fenómeno de la subclase, o la clase obrera, masculina (Polk y Ranson, 1991).

Es probable que los cambios económicos que aumentan la marginación económica ten-gan c o m o efecto secundario un incremento de las formas de violencia masculina estrecha-mente relacionadas con esta marginación. D e hecho, hay indicaciones de que, si bien los índices de homicidios son más estables que los de otros tipos de delitos, el aumento de estos índices es consecuencia de homicidios entre varones (o dicho de otra manera, el índice de homicidios domésticos tiende a ser más esta-ble con el tiempo). Otra investigación indica que en los últimos años aumenta en particular el número de homicidios de desconocidos (Daly y Wilson, 1988), que son resultado casi exclusivamente de enfrentamientos masculi-nos o de otros delitos, en ambos casos con la participación habitual de varones de la súbela-

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262 Christine Alder

se o de clases inferiores (Polk y Ranson, 1991).

El criminólogo finlandés Veli Verkko (1951) fue uno de los primeros en observar que la variabilidad de los índices de homici-dios es debida en gran parte a variaciones en las pautas de los homicidios entre varones. Para profundizar el examen de estas conclu-siones, Daly y Wilson (1988) estudiaron datos de Islândia, Dinamarca, Australia, Canadá, Brasil y los Estados Unidos y llegaron a la conclusión de que "el componente más varia-ble del índice de homicidios entre los países industriales y los diversos años es el consisten-te en los homicidios perpetrados por (y, en menor grado, contra)... jóvenes desasistidos... Cuando los índices de homicidios son altos, la proporción de casos en los que intervienen esos jóvenes también es elevada (Daly y Wil-son, 1988:285).

D e estas conclusiones se desprende que, para entender las consecuencias del cambio económico en relación con la violencia, es ne-cesario considerar las interacciones entre la masculinidad y la condición económica.

En las sociedades donde la identidad mas-culina está vinculada al trabajo y la indepen-dencia económica, los jóvenes que carecen de este medio de confirmar su condición viril tratarán de confirmarla por otros medios. Es posible que los jóvenes que se hallan en esta situación recurran a la violencia para adquirir un sentimiento de poder y dominio, o c o m o forma de resistencia y expresión de ira ante su relativa privación. Greenberg (1978) afirma que, en el caso de algunos jóvenes, las expecta-tivas culturales para los varones se ven menos-cabadas por las limitaciones estructurales al logro de la condición varonil, impuestas por un orden económico y político m á s amplio. La ansiedad resultante en relación con la condi-ción varonil puede hacer que algunos jóvenes recurran a cualquier medio a su alcance para demostrar su masculinidad. Así, sigue dicien-do Greenberg (1978:65), los intentos de domi-nar a las mujeres y otras formas de violencia interpersonal pueden causar en estos jóvenes una sensación de poder que no encontrarían en otras esferas de la vida.

En conclusión, podríamos decir que, si bien la evolución de las economías nacionales en la fase postindustrial tiene varios aspectos positivos, una importante consecuencia de

esta evolución son los cambios estructurales que privan a los jóvenes de las capas inferiores de la población de oportunidades de empren-der carreras laborales viables. La creación re-sultante de una nueva subclase aumenta las posibilidades de que se produzcan formas par-ticulares de violencia masculina.

Violencia empresarial U n a fuente m u y distinta de violencia derivada del cambio social es el comportamiento de las grandes empresas multinacionales. El m u n d o tiene cada vez m á s la forma de un mercado global en el que las grandes empresas compi-ten entre sí para conseguir recursos, m a n o de obra, mercados y beneficios. Si bien la activi-dad de las empresas multinacionales tiene m u -chos aspectos positivos en potencia, c o m o el de proporcionar a los países, en particular los subdesarrollados, nuevos productos, medios de asistencia económica o mercados mayores para sus productos, por desgracia estas organi-zaciones multinacionales tienen también los medios de causar daños en gran escala e inclu-so muertes.

La búsqueda de m a n o de obra barata, jun-to con la fuga de capitales de muchos países desarrollados, han dado lugar a un traslado de diversas formas de actividad productiva a los países menos adelantados. En estas nuevas na-ciones en desarrollo, las empresas internacio-nales pueden dedicarse a formas de produc-ción que, debido a sus peligros, están prohibi-das en los países donde se encuentran las sedes de estas compañías. D e los Estados Unidos salen grandes cantidades de baterías usadas de automóvil con destino a países asiáticos don-de, en el proceso de desmontarlas para aprove-char el material, los trabajadores resultan ex-puestos directamente a concentraciones de plomo que no se permitirían en los Estados Unidos. U n informe reciente señalaba que una empresa de fabricación de cloruro y sosa cáus-tica en un país latinoamericano, propiedad de una firma extranjera, descargaba continua-mente mercurio tóxico en las aguas locales y, en vez de gastarse 650.000 dólares en un siste-m a de control de la contaminación, había dis-tribuido 3 millones de dólares de dividendos a sus accionistas. Esta medida se justificó ale-gando que "era preferible proteger los intere-

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La violencia, los sexos y el cambio social 263

La reprimenda del marido. Detalle de las sillas del coro de la iglesia de Brou, Francia, de comienzos del siglo X V I .

ses de los accionistas, dado el ambiente políti-co inestable" del país. U n o de los ejemplos más conocidos, desde luego, es la tragedia de Bophal, que causó miles de muertos como consecuencia de la fuga de gases letales debida a causa de un accidente en una instalación de la Union Carbide (Mokhiber, 1989).

Tanto los consumidores como los trabaja-dores son víctimas de estas prácticas de las empresas. Ningún ejemplo mejor que el de la industria farmacéutica (Braithwaite, 1984). Importantes empresas farmacéuticas han dis-tribuido en el Tercer M u n d o productos medi-cinales (p. ej., Depo-Provera o clioquinol) que las reglamentaciones m á s estrictas de los paí-ses desarrollados habían prohibido. El Dalkon Shield, un dispositivo intrauterino, se vendió durante años en diversos países después de que hubiera sido prohibido en los Estados Unidos. Plaguicidas prohibidos, o severamen-te restringidos, en Europa o en América del

Norte, c o m o el heptacloro, el clordán, el en-drín y otros, se "venden habitualmente" en otras partes del m u n d o (Mokhiber, 1989). U n peligroso producto químico, el plaguicida lep-tofos, se ha exportado a países en desarrollo c o m o Colombia, Egipto e Indonesia, pero nunca fue registrado por el organismo de pro-tección ambiental del país desarrollado en que se fabricó. Este plaguicida causa daños a largo plazo, pero duraderos, en el sistema nervioso de los seres humanos y se le ha atribuido la muerte de varios agricultores y centenares de animales en diversas explotaciones de Egipto. Sólo cuando los trabajadores de la fábrica e m -pezaron a mostrar síntomas de graves lesiones neurológicas se suspendió la fabricación del plaguicida (Mokhiber, 1989:187).

Se trata evidentemente de actos de violen-cia que nos plantean el problema de si deben considerarse actos delictivos. Tanto los estu-diosos c o m o los profesionales del derecho se

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264 Christine Alder

inclinan cada vez más a pensar que son actos delictivos. Nuevas leyes penales en California preven el caso de empresarios ejecutivos y las propias empresas que permiten prácticas noci-vas que ponen en peligro la vida de los produc-tores o los consumidores sin ponerles remedio, aunque conocen su existencia. La Ford Motor Company fue acusada y juzgada por homici-dio doloso en un tribunal de Indiana por las muertes resultantes de la utilización de un m o -delo de automóvil que presentaba un grave defecto, que la Ford no ignoraba; sin embargo, la compañía fue absuelta. Nuevas leyes pro-mulgadas en los Países Bajos aumentan el nú-mero de causas que permiten juzgar a una empresa por homicidio doloso, cuando se ha producido una muerte de resultas de la negli-gencia de la empresa.

Ejemplos como éstos de la actividad de las empresas suponen claramente una grave a m e -naza para los ciudadanos de muchos países del m u n d o . D e hecho, muchas veces esta amenaza es peor que la derivada de la violencia del comportamiento delictivo más tradicional. Sin embargo, por lo general esta violencia no se ha combatido con sanciones del mismo nivel de gravedad que las que se reservan para los actos violentos cometidos por miembros menos po-derosos de nuestra sociedad. El que no nos hayamos enfrentado a esta fuente de violencia cada vez más extendida en el m u n d o la legiti-m a en cierta medida.

La legitimación de la violencia

La aprobación y la práctica de la violencia son más frecuentes de lo que se reconoce en gene-ral. Esto se ve claramente en los estudios sobre los malos tratos inferidos a los cónyuges. En Australia, un adulto de cada cinco admite el empleo de la fuerza por un cónyuge contra el otro (Public Policy Research Centre, 1988).

En los Estados Unidos, una investigación determinó que una quinta parte de los esta-dounidenses aprobaba que se abofetease a la propia mujer en casos concretos. La aproba-ción de esta práctica aumentaba paralelamen-te a los ingresos y la educación. Las encuestas de la opinión pública en este mismo país muestran un amplio apoyo a las violencias cometidas por la policía (Archer y Gartner, 1984:63).

Estas conclusiones de la investigación de-notan que la sociedad en general acepta, nor-maliza e incluso legitima una cierta violencia. En realidad, c o m o señala Morgan (1987:182), en algunos casos el proceso de legitimación puede ser tan efectivo que la violencia no se reconozca, como por ejemplo los castigos cor-porales en las escuelas o en el hogar. Se consi-dera que la medida en que se legitime a la violencia en una sociedad afecta a la inciden-cia de la violencia no legitimada, o delictiva.

En su estudio de los índices de homicidio en 50 naciones después de una guerra, Archer y Gartner (1984) encontraron datos que con-firmaban lo que llaman "el modelo de legiti-mación de la violencia". Este modelo presupo-ne que la aprobación social del homicidio, o la legitimación de la violencia durante un perío-do de guerra, produce una reducción duradera de las inhibiciones contra la supresión de la vida humana. La mayoría de los países comba-tientes considerados en el estudio (a diferencia de los no combatientes) habían registrado im-portantes aumentos de sus índices de homici-dios después de la guerra. Además , "los au-mentos se registraban por todas partes y des-pués de guerras largas y cortas, con varios tipos de indicadores de homicidios, tanto en los países vencedores como en los vencidos, en naciones cuya economía había mejorado des-pués de la guerra y en naciones donde había empeorado, con culpables de ambos sexos y de diferentes grupos de edad" (Archer y Gartner, 1984:96).

Archer y Gartner llegaban a la conclusión de que cuando se producen actos de violencia y en particular cuando esos actos parecen so-cialmente aceptables o incluso elogiosos - c o m o en tiempos de guerra-, las actitudes generales respecto de la violencia tienden a aceptarla y descienden las barreras contra el empleo de la violencia.

Esta investigación propone la idea eviden-te, aunque a menudo ignorada, de que en la medida en que aceptemos y permitamos cual-quier violencia en nuestra sociedad afectará a los índices de delincuencia violenta.

Si deseamos reducir la incidencia de los delitos violentos, el proceso de cambio social exigirá que nos replanteemos las normas, va-lores y estructuras que legitiman y glori-fican otras formas de violencia en nuestra so-ciedad.

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La violencia, los sexos y el cambio social 265

Cambio social y violencia

En general, nuestro estudio se ha centrado en la identificación de algunos de los modos en que los cambios inducidos por el desarrollo en las condiciones sociales, económicas y políti-cas de los países influyen en la violencia; sin embargo, hay que reconocer también que el cambio social planeado puede surtir efectos importantes. U n o de los ejemplos m á s paten-tes de esos efectos es la influencia de los deba-tes feministas en la violencia doméstica. En un libro reciente, titulado Women, Violence and Social Change (Mujeres, violencia y cambio social), Dobasch y Dobasch (1992) documen-tan y evalúan los esfuerzos del movimiento de mujeres maltratadas. E n términos generales, los objetivos de este movimiento consisten en proporcionar "seguridad, refugio y autonomía para las mujeres maltratadas" y trabajar para la eliminación de la violencia contra la mujer. Los refugios organizados por este movimiento no sólo proporcionan un asilo para mujeres y niños, sino que además oponen un desafío concreto y visible al legado de indiferencia hacia la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres (Dobasch y Dobasch, 1992). Este movimiento ha puesto también en entredicho la argumentación acerca de la vio-lencia contra la mujer y el sistema de la justi-cia penal, con lo que se ha constituido en un elemento vital de los esfuerzos por promover los cambios sociales necesarios para resolver el problema de la violencia masculina en la so-ciedad.

Si bien ha conseguido muchas cosas, el m o -vimiento de las mujeres maltratadas no puede promover por sí solo toda la variedad de cam-bios sociales necesarios para responder a la violencia. La naturaleza de la violencia es tan compleja que los cambios sociales habrán de ser diversos y de amplio alcance. Sin embargo, su necesidad es evidente; las estrategias indivi-duales no conseguirán acabar con la violencia. Del examen previo de los trabajos sobre esta materia se infiere claramente que sería más posible reducir la delincuencia violenta si se

redujeran las desigualdades de riqueza y poder en la sociedad. Para cambiar globalmente los niveles de la violencia, deberemos cambiar las desigualdades estructurales de raza, clase y sexo.

Conclusiones

El cambio social puede adoptar muchas for-mas y tener consecuencias diversas, algunas beneficiosas y otras perjudiciales. En ninguna parte se ve esto más claro que en las lecciones que nos ofrece el desarrollo tecnológico. Los adelantos de la tecnología nos han permitido luchar contra el hambre, dominar enfermeda-des devastadoras y proporcionar a vastas m a -sas de población los beneficios de un conside-rable aumento de los niveles de vida. N o obstante, incluso los países más adelantados han experimentado los efectos contradictorios del desarrollo tecnológico.

Es en algunas de las ciudades m á s avanza-das del m u n d o donde se observa el problema persistente de las subclases, incluidas las ca-racterísticas claramente masculinas de la vio-lencia agresiva y rapaz. Tanto los países desa-rrollados como los países en desarrollo han conocido la amenaza de desastres ecológicos causados por las empresas, y sus ciudadanos han sufrido la violencia derivada de un control insuficiente de los productos de consumo, sean éstos automóviles peligrosos, medicinas nocivas o plaguicidas tóxicos.

C o n todo, las recientes experiencias relati-vas a la violencia doméstica han demostrado que algunas formas de cambio social planeado pueden empezar a influir no sólo en la forma de la violencia, sino también en la visión que de ésta tiene la población. En otras palabras, la inteligencia humana, el debate informado y la acción colectiva pueden servir para que por lo menos algunas formas de violencia queden so-metidas al control de la comunidad.

Traducido del inglés

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lijo Christine Alder

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Ironías de la economía europea: una interpretación de las políticas occidentales y orientales basada en la economía mundial

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André Gunder Frank

Los artículos que publicamos a continuación, de André Gunder Frank y Guennadi Vorontsov, dedicados a la integración europea, tenían que aparecer en el número anterior de la RICS ("La integración europea", n.° 131, marzo de 1992). Debido a problemas técnicos, nos hemos visto oligados a incluirlos en el presente núme-ro. Pedimos a nuestros lectores, así como a los dos autores, que quieran aceptar nuestras dis-culpas por este contratiempo. Queremos preci-sar, además, que los dos ar-tículos fueron escritos antes del fracasado golpe de Es-tado de agosto de 1991 en Moscú y, evidentemente, la desaparición de la URSS, reemplazada por la Comu-nidad de Estados Indepen-dientes, el 21 de diciembre de 1991 en Alma Ata (Ka-zajstán).

A.K.

En este ensayo se propone una interpretación, basada en la economía mundial, de determinados as-pectos de la vida y las orientaciones políticas en Europa, su cultura y su diversidad étnica. A m e n u d o se olvidan o incluso se niegan explíci-tamente las circunstancias y motivaciones eco-nómicas, ocultas tras la política, el comporta-miento cultural, étnico, nacional o nacionalis-ta, y m á s aún las que a la economía mundial se refieren. En cambio, la mayoría de los obser-vadores, tanto los de izquierdas como los de derechas -y, curiosamente, sobre todo los par-tidarios de la economía de libre mercado-

André Gunder Frank es profesor de economía del desarrollo y de las cien-cias sociales en la Universidad de A m s -terdam, Jodenbreestraat, 23, 1011 N H , Amsterdam, Países Bajos. H a centrado sus investigaciones en la historia del sistema mundial, la economía política internacional y los movimientos socia-les. H a publicado una treintena de li-bros, entre ellos, The European Cha-llenge: From Atlantic Alliance to Pan-European Entente for the Peace and Jobs (1983) y Résistance dans le systè-me mondial: l'accumulation capitaliste, la politique de l'Etat, et les mouvements sociaux (1990, en versión alemana con Marta Fuentes Frank).

apoyan de facto la ideología maoísta del "pre-dominio de la política". Irónicamente, c o m o M a o , creen en el poder de la ideología en sí. Los líderes de opinión cuentan con los medios de comunicación, la educación, la religión y otros vehículos de transmisión de la cultura popular y la ideología, para favorecer o evitar los cambios reales en el m u n d o . El ciudadano c o m ú n y corriente premia o castiga al gobier-no "en el poder" por los cambios económicos

o de cualquier otro tipo so-bre los que éste tiene esca-so o ningún control y, si las cosas no van bien, da su voto u otro apoyo a la opo-sición política, nacional o étnica, y a la ideología co-rrespondiente.

Sin embargo, c o m o sos-tendremos m á s adelante, la mayoría de los cambios favorables y desfavorables -y, claro está, las propias respuestas ideológicas y populares- tienen su ori-gen en la evolución econó-

mica mundial, sobre la cual la política, la ideo-logía y la cultura existentes o en perspectiva tienen, irónicamente, un poder de transforma-ción escaso o nulo. E n efecto, si una política determinada tiene algún resultado, irónica-mente éste suele reforzar la tendencia econó-mica subyacente y consigue, en el mejor de los casos, lo contrario de lo que se había propues-to. U n a razón importante de esta limitación es que el poder político y las medidas que aplican se inscriben dentro de unos ámbitos locales, nacionales y a lo sumo, de imperio; pero tie-

R I C S 132/Junio 1992

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268 André Gunder Frank

nen que hacer frente a fuerzas económicas mundiales, que se sustraen a todo control. Esta tesis se desarrolla más adelante con respecto a determinados acontecimientos y tendencias políticas de la historia, la vida contemporánea y las relaciones Este-Oeste en Europa, que se suelen explicar y justificar principalmente por la vida y las orientaciones políticas nacionales y europeas, la cultura, el nacionalismo, las et-nias: en resumen, la ideología.

El "auge de Europa" o "de Occidente" se atribuye de forma eurocentrista a las caracte-rísticas de la política y la civilización euro-peas. Martin Bernai (1987) y Samir A m i n (1988) han impugnado recientemente esta opi-nión casi universal con sus obras Black Athena y Eurocentrism. El primero sostiene que la Grecia "europea" tenía raíces culturales afri-canas, y el segundo subraya el origen medite-rráneo del desarrollo europeo. La alternativa que ambos proponen al eurocentrismo es sin duda bienvenida; sin embargo, limitan en gran parte sus críticas y proposiciones alternativas a la cultura, la civilización y la ideología.

La transición del feudalismo al capitalismo en Europa c o mo base de su expansión m u n -dial ha sido tema de constante polémica, entre otros en el debate Dobb-Sweezy-Takahashi (Hilton, 1976) y en el debate Brenner (Ashton and Philpin, 1985). Dobb, Brenner, Anderson (1974) y otros muchos sostienen que ciertas características políticas del feudalismo y del absolutismo en Europa dieron lugar a las del capitalismo. Sweezy, y más recientemente W a -llerstein (1974), propugnan el factor económi-co determinante del comercio exterior en Eu-ropa o de Europa. Ahora bien, todos estos autores consideran únicamente los factores económicos o políticos europeos; ninguno tie-ne en cuenta el lugar de Europa en la econo-mía mundial, "Antes de la hegemonía euro-pea" (Before European Hegemony), según el título de la obra de Janet Abu-Lughod (1989), en la que se describe un "Sistema mundial del siglo XIII", del que Europa no era más que una avanzada marginal antes de que "la caída de Oriente precediera al auge de Occidente". McNeill (1964) y Stavrianos (1970), con sus obras The Rise of the West y The World to 1550. A Global History, Hodgson (1974) y Lombard (1975), con sus estudios sobre el Is-lam, Gernet (1982) con su libro sobre China, y más recientemente, Wilkinson (1987), con su

"Civilización central", son precursores impor-tantes de una interpretación que considera el desarrollo político y económico europeo, no tanto en sus términos eurocéntricos, sino a través de un cambio del centro económico de gravedad hacia Occidente, dentro de la divi-sión mundial del trabajo y, consecuentemente, de la hegemonía política dentro del sistema económico mundial en su conjunto (Frank, 1990c, 1991a,b; Gills y Frank, 1990-1991, 1992; Frank y Gills, 1992). Así pues, el "des-cubrimiento" de América en 1492 se ve c o m o un acontecimiento en el largo ciclo económico y la expansión de la economía de todo el m u n -do (Blaut, 1977, 1992; Frank, 1992a,b). Esta nueva interpretación económica mundial del auge de Europa y de Occidente va también contra la validez científica de los "modos ideológicos de transición: feudalismo, capita-lismo, socialismo" (Frank, 1991b), sobre los cuales volveremos al examinar acontecimien-tos más contemporáneos.

El famoso libro de M a x Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1958), atribuye el desarrollo del capitalismo en el noroeste y su pretendido fracaso en el sur a las diferencias de religión. R . H . Tawney (1945) invierte los términos de causalidad y en Reli-gion and the Rise of Capitalism, sostiene que en el desarrollo del capitalismo subyace el de la religión. Del mismo m o d o , si realmente el capitalismo llegó a desarrollarse por completo en Europa, tuvo su comienzo en Italia, España y Portugal, países católicos todos ellos, que mantenían relaciones comerciales con musul-manes y otros pueblos de Oriente, y sólo m á s tarde se impuso en el noroeste de Europa. E n efecto, la decadencia del sur (comprendido el Imperio Otomano musulmán) y el auge del noroeste se iniciaron en el siglo XVII , y ello se debió sin duda m á s a la crisis económica m u n -dial de este siglo, que a cualquier supuesta diferencia cultural (Frank, 1978a). Además, el ulterior fracaso del desarrollo de tipo capitalis-ta en la mayor parte de América, Asia y África, así como en Europa oriental, y su éxito en el nordeste de América del Norte, no pueden imputarse a diferencias culturales o religiosas entre los colonizadores, sino que debe atri-buirse a la colonización económica en sí y a la función que cumplían las colonias en el desa-rrollo de la economía mundial (Frank, 1978b).

La división geográfica y económica de Eu-

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Ironias de la economia europea: una interpretación de las políticas occidentales y orientales basada en la economía mundial 269

ropa en un Occidente más desarrollado y un Oriente prácticamente subdesarrollado, con Europa central situada entre ambos, procede también del siglo X V I , o incluso del IX. La línea divisoria ha sido mucho tiempo paralela al Elba o al telón de acero durante los cuarenta años siguientes a la segunda guerra mundial. "Es c o m o si Stalin, Churchill y Roosevelt hu-bieran estudiado cuidadosamente el status quo de los tiempos de Carlomagno con motivo del 1.130 aniversario de su muerte" (Szücs, 1983:133). Además , los antiguos limes roma-nos revelan el m a p a morfológico europeo, pre-sagiando así desde el principio el nacimiento de una Europa central dentro del concepto de "Occidente" (ibid).

La división europea entre Oriente y Occi-dente de los siglos X V al XVII ha sido objeto de un largo debate en el que participaron casi los mismos investigadores que en el citado anteriormente sobre la "transición": D o b h b (Hilton, 1976), Anderson (1974), Brenner (Ashton y Philpin, 1985) y otros observaron diferencias políticas entre Oriente y Occiden-te, especialmente en lo que se refiere al poder del Estado; otros pusieron de relieve las pecu-liaridades culturales e ideológicas; Sweezy (Hilton, 1966), Wallerstein (1974), Frank (1978a) y Denemark (1988, 1991) constituyen la minoría que atribuye una gran importancia a los diferentes papeles y posiciones de las regiones dentro del conjunto del comercio in-ternacional. Es curioso que en este debate, al abordar las razones de la "segunda servidum-bre" en Europa oriental, estos autores, par-tiendo de fuente similares, c o m o Kula (1976) y otros escritores de Europa central y oriental, llegan a conclusiones opuestas.

Ahora bien, esto puede deberse a que du-rante la expansión del siglo X V I , Europa occi-dental exportaba ya productos manufactura-dos mientras que la oriental lo hacía de materias primas agrícolas y minerales brutos. Además , contaba con el oro y la plata de las Americas para pagar sus importaciones del este - y para colonizarlo económicamente-dentro y fuera de Europa.

Esta larga división de Europa se ha mante-nido hasta hoy y, seguramente, durará algún tiempo. La realidad económica histórica y contemporánea convierte en irónicas las aspi-raciones excesivamente optimistas de muchos de sus habitantes. La ironía es que muchos de

los europeos orientales del "segundo m u n d o " , que pretendían incorporarse al "primero" (Oc-cidente), se han encontrado en cambio en el sur (Tercer M u n d o ) , de m o d o que la ironía es triple.

La primera ironía guarda relación con los ideales actuales: históricamente, Europa cen-tral, aunque europea por cultura, nunca ha desarrollado su economía como la occidental. Por lo tanto, la pretensión de sus habitantes de occidentalizarse es históricamente reciente. Sólo una parte de Alemania oriental, Bohemia y Moravia -en Checoslovaquia- y, en cierto m o d o , parte de Hungría, Eslovénia y quizá parte de Croacia, en cuanto a Europa central se refiere, m á s tal vez también las repúblicas bálticas, son históricamente similares al Occi-dente europeo.

La segunda ironía económica a largo plazo es que cuarenta años de política e ideología de "desarrollo socialista" parecen no haber modi-ficado la situación económica de esas regiones, ni entre sí ni en relación con Europa occiden-tal. En realidad, tal vez se trate simplemente de que en estos cuarenta años no ha cambiado mucho su estructura interna de clases. Si algún cambio de posición o de estructura social ha habido, fue esencialmente la decadencia de Bohemia, Moravia, Hungría, Eslovénia y las repúblicas bálticas en el centro de la Europa socialista, frente al auge de algunas regiones de España, Italia y Grecia en el sur de la Europa "capitalista". Por supuesto, la industrializa-ción transformó la estructura social en toda Europa, pero en principio, aparentemente, igual o menos en el este que en el oeste y el sur. Por lo tanto, sólo las regiones de Europa cen-tral antes citadas tienen actualmente la posibi-lidad de luchar por recuperar su posición his-tórica en Europa, frente al auge del sur del continente. La opinión pública es aquí m u y consciente de esta amenaza mientras que, por el contrario, en Europa central y oriental pare-ce ignorar el problema (Hofbauer y Komlosy, 1991).

La tercera ironía es, pues, que hoy en día los cambios políticos e ideológicos en Europa oriental, a través de los cuales su población aspira a incorporarse al primer m u n d o de la Europa occidental, amenazan en cambio con situarla de nuevo en el tercer m u n d o , que es donde ya antes se encontraba. La economía rumana, cuyas incipientes exportaciones de-

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270 André Gunder Frank

penden esencialmente de la agricultura (y, oca-sionalmente, del petróleo), se daría por satisfe-cha si al menos pudiera recuperar esta posi-ción ahora, ante la competencia de Bulgaria, que ha desarrollado la industria agrícola para la exportación durante el régimen "socialista".

El m i s m o problema existe, por poderosas razones, en la Unión Soviética. Unas cuantas regiones de Rusia y Ucrania fueron occidenta-lizadas e industrializadas por Pedro el Grande, Witte y Stalin; pero la mayor parte de la Unión Soviética tiene aún, en el mejor de los casos, una economía tercermundista c o m o Brasil, India y China, con sus capacidades in-dustriales dedicadas especialmente a la indus-tria armamentista. Las regiones transcaucási-cas y de Asia central, permanezcan o no en la "Unión" Soviética, no es probable que se lati-noamericanicen, sino más bien que se africani-cen económicamente o, no lo quiera Dios, po-líticamente se libanicen. La misma triste suer-te espera a buena parte del sur de Yugoslavia, tanto si permanece unida c o m o , lo que es m á s probable, se convierta en varias repúblicas.

Muchas de estas regiones, al igual que Áfri-ca, se enfrentan ahora con la alarmante pers-pectiva de verse marginadas de la división internacional del trabajo (que en verdad es explotadora). Sus recursos naturales han sido consumidos hasta la última gota en provecho del desarrollo industrial del lejano norte, y ahora estos países y sus pobladores van a ser rechazados. Esta posición política es, por ejemplo, la del presidente ruso, Boris Yeltsin. Se comprende la cólera de los habitantes del sur por haber sido tanto tiempo explotados, y su demanda de que en el futuro cese esa explo-tación. Se apela así a la "tradicional" identi-dad nacional y étnica y a las luchas interétni-cas, c o m o reacción al empeoramiento de la situación económica, por ejemplo, 30 % de de-sempleo en algunas zonas del Asia central so-viética. Ahora bien, la "independencia" políti-ca y las luchas interétnicas puede proporcio-narles escaso beneficio económico en el futu-ro. Por el contrario, la construcción de barre-ras étnicas, por razones políticas y otras que se oponen al intercambio económico e incluso a la explotación, puede devolverlos en conjunto y por separado a la contracorriente de la histo-ria. Sin embargo, la "centralidad del Asia cen-tral" fue una realidad histórica durante mile-nios, antes de que el actual orden mundial

norte-sur quedara configurado a partir del si-glo X V I (Frank, 1991c).

Por supuesto, la otra ironía es que la pérdi-da universal de credibilidad, el rechazo del "socialismo" ideológico y la planificación po-lítica no son tanto los responsables del retraso de Europa oriental respecto a la occidental, c o m o sus diferencias económicas a lo largo de la historia y sus relaciones mutuas. En efecto, las evoluciones de 1989 en Europa oriental no eran tanto una reacción a las supuestas dife-rencias entre los principios económicos y polí-ticos del este y el oeste, sino m á s bien la conse-cuencia de la similitud entre la política econó-mica del este y la de Occidente, y en especial su semejanza con las del sur, es decir, con América Latina, Africa y parte de Asia.

La crisis económica mundial se fue exten-diendo y agravando en Europa oriental y la Unión Soviética. Esa crisis y otros factores económicos afines contribuyeron sensiblemen-te a fomentar el deseo y las capacidades de los movimientos sociales (así c o m o de los éticos y nacionalistas) de movilizar a tanta gente para alcanzar unos objetivos políticos tan ambicio-sos. El decenio de los ochenta, que en realidad comienza a mediados de los setenta, conocido ahora en la Unión Soviética c o m o "el período de estancamiento", dio lugar a un aceleración de la crisis económica y un deterioro absoluto de los niveles de vida en Europa oriental (así c o m o en América Latina, África y otros luga-res del m u n d o , Frank, 1988). Este período especialmente importante para Europa orien-tal supuso también un deterioro grave de la competitividad y de los niveles de vida, en comparación con Europa occidental e incluso con algunos países recién industrializados de Asia oriental.

En los años setenta, algunos gobiernos co-munistas del este (Polonia, Rumania y H u n -gría) y algunas dictaduras militares de Améri-ca del Sur (Argentina, Brasil y Chile) adopta-ron las mismas estrategias de crecimiento basado en la exportación/importación. D e este m o d o , en cuanto a política económica se refie-re, ni la diferencia de ideologías ni de "siste-m a " económico fueron suficientes para deter-minar reacciones verdaderamente distintas a la crisis mundial. U n a misma estrategia econó-mica de dependencia de la deuda externa ge-neró, por tanto, una idéntica crisis de la deuda dentro de la crisis, que se inició claramente en

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1981 en Polonia, antes de 1982 en Argentina y México.

En los años ochenta, algunos gobiernos del este dirigidos por el Partido Comunista (Polo-nia, Hungría, Rumania y Yugoslavia) y por dictaduras militares en el sur y otros gobiernos autoritarios y los democráticos que le sucedie-ron (Argentina, Brasil, México y Filipinas), adoptaron las mismas medidas para el pago de la deuda, según del modelo del F M I . H u b o variaciones sobre este tema, pero es difícil ordenarlas y m á s aún explicarlas en función del color político o la ideología de los distintos gobiernos. El alumno m á s brillante del F M I fue Nicolai Ceaucescu, en Rumania , que redu-jo hasta tal punto la deuda que no quedó nada de nada, ni para su pueblo ni para él. Por otro lado, en Perú, Alan García, recién elegido pre-sidente, desafió al F M I y anunció que limita-ría el servicio de la deuda c o m o m á x i m o al 1 0 % de los ingresos de la exportación. Real-mente se pagaba menos antes de que asumiera el poder. Durante su mandato se sobrepasó el 10 %. Los ingresos reales descendieron casi un 50 %, y el novelista Vargas Llosas pretendió la sucesión a la presidencia, después de pasar del centro izquierda a la extrema derecha. ¿Tiene esto algún significado? Alberto Fujimori ganó las elecciones presidenciales gracias a su oposi-ción al programa económico de Vargas Llosas, para dar entonces un viraje de 180 grados y aplicar exactamente las mismas medidas, que fueron bautizadas popularmente com o el " F u -jishock".

El gobierno comunista del general Jarusels-ki, en Polonia, y el populista de los sandinistas en Nicaragua implantaron también el "ajuste" y la "condicionalidad" al estilo del Fondo M o -netario Internacional. U n o y otros lo hicieron sin el beneficio de la presión del Fondo M o n e -tario Internacional, ya que Polonia no era miembro y Nicaragua no tenía acceso a él. La "condicionalidad sin fondo" de Nicaragua realmente no contaba con el Fondo ni había fondo ni fin para la política de Sísifo. Hungría tenía la economía más reformada y la política más liberal, pese a la dirección del Partido Comunista, del Pacto de Varsóvia, pero pagó tres veces el montante de la deuda a comien-zos de los ochenta, mientras que se duplicaba la cuantía adeudada. Esto es m u c h o más de lo que hicieran Polonia, Brasil y México que sal-daron, por término medio, una o dos veces la

cantidad de la deuda cuyo monto total en ese tiempo se había duplicado. Ni que decir tiene que el gobierno de Solidaridad, que ha susti-tuido al del general Jaruselski y al Partido Comunista en Polonia, saca provecho ahora de su calidad de miembro del Fondo Moneta-rio Internacional e impone a su pueblo sacrifi-cios económicos aún m á s penosos que sus pre-decesores. E n las primeras elecciones libres celebradas en Hungría, todos los partidos se comprometieron a seguir, después de las elec-ciones, las indicaciones del F M I .

Además , el F M I occidental y sus políticas fueron el "a rma secreta" y el "aliado de facto" de los grupos de oposición que están ahora en el poder o tratan de conseguirlo, gracias, en primer lugar, a la crisis económica y en segun-do lugar a la crisis política, provocada por la aplicación de esas medidas de austeridad, "de ajuste", con el apoyo del F M I . Así pues, ahora no hay ninguna alternativa económica ni tam-poco política a las nuevas medidas de austeri-dad procedentes del F M I y de otras recomen-daciones y condiciones de los países occiden-tales.

La ironía política es que el "socialismo real" fracasó, en gran medida, por el poco éxito con que se aplicaron en el este los m o d e -los de crecimiento basados en la importación y la exportación, y las políticas de austeridad preconizadas por el F M I . Sin embargo, el "ca-pitalismo real" también intentó aplicar los mismos modelos y políticas en el sur y fracasó igualmente. N o obstante, nadie lo reconoce en el oeste ni en el este; y nadie, en el sur, tiene ya ninguna "alternativa socialista" plausible que ofrecer. ¿Por qué, entonces, en vista del fraca-so, se produjo un "cambio de sistema" en (parte de) el este, pero no en el sur ante ese m i s m o fracaso? Jeane Kirkpatrick se equivo-caba al afirmar que los países "totalitarios" del este no cambiaban, mientras que los países "autoritarios" de Occidente sí. E n realidad, es dudoso que en alguno de los dos casos haya habido un "cambio de sistema" o un "final de la historia" (Frank, 1990b).

Sin embargo, estas mismas políticas econó-micas no se han limitado al este y al sur, ya que también se han aplicado en Occidente y en casi toda Europa occidental. La opinión pública, tanto de derechas c o m o de izquierdas, suele imputar esta política económica a la ideología del reaganismo o el thatcherismo y a

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sus seguidores en otros lugares. Esta creencia se basa, en el mejor de los casos, en la mala memoria o en una interpretación errónea de la historia reciente. En realidad, el abandono de la política keynesiana y su sustitución por el monetarismo y la economía de la oferta empe-zó en 1976, bajo el gobierno laborista de Ja-mes Callaghan en Gran Bretaña, y fue seguida en los Estados Unidos de América por el presi-dente demócrata J immy Carter en 1977. A m -bos actuaron a mediados de sus respectivos mandatos para responder a la creciente crisis de la economía mundial y en contra de sus promesas electorales y de sus propias ideolo-gías. Callaghan cambió de política en 1976, manifiestamente para conseguir un préstamo de 3.900 millones de dólares, cuyas condicio-nes habían sido establecidas por el Secretario de Hacienda de Carter. Sin embargo, un fun-cionario reconoció, posteriormente, que el M i -nisterio de Hacienda británico quería de todas formas cambiar de política y había recurrido como pretexto a las condiciones del F M I (Frank, 1980). A ú n así, las políticas económi-cas de Reagan y Thatcher no fueron m á s que la continuación lógica de la aplicación de esta doctrina monetarista de la oferta en los años ochenta. Asimismo, sus teorías e ideologías económicas no fueron la base, sino más bien la pudorosa justificación de políticas económicas aplicadas por razones económicas previas (Frank, 1980, 1981b, 1984-1987, 1986).

Esta interpretación del papel determinante de la economía en la adopción de las orienta-ciones políticas se confirma ampliamente cuando se examinan las políticas económicas de otros gobiernos de Europa occidental que no compartían las ideologías - o las promesas electorales- de Reagan y Thatcher, pero que se enfrentaban a los mismos imperativos dicta-dos por la crisis económica mundial. Esta mis-m a política económica ha sido aplicada -con el apoyo, a veces, de sus respectivos y leales partidos comunistas opositores- por los go-biernos socialdemócratas y "socialistas" de Schmidt en Alemania, D e n Uyl en los Países Bajos, Miterrand en Francia, González en Es-paña, Soares en Portugal, Craxi en Italia y otros m á s en diferentes países. Sus predeceso-res, sucesores y aliados demócratas cristianos y de otros partidos conservadores aplicaron también la misma política económica. El caso más patente de esta independencia de la políti-

ca económica con respecto a la ideología polí-tica fue el cambio drástico en la política eco-nómica de Miterrand, que pasó del keynesia-nismo al liberalismo conservador al agravarse la situación de la balanza de pagos de Francia durante la recesión mundial de 1981. L o mis-m o queda ilustrado por la continuidad de la política económica francesa desde entonces, independientemente de la filiación política del primer ministro o de los ministros económicos en ejercicio (Frank, 1980, 1984-1987).

Así pues, un análisis objetivo de la política económica seguida en Europa y en otras partes desmiente los tres mitos m á s difundidos con respecto a ella: 1) que la política se basa en la teoría económica o en la ideología política; 2) que la política es la fuerza motora que origina los acontecimientos y 3) que la política consi-gue casi siempre concretar las intenciones. La experiencia no confirma ninguna de estas creencias tan generalizadas. C o m o se ha visto, la política económica aplicada en Europa oriental y occidental, y en otros lugares, está en gran medida desvinculada de la ideología política y precede a la teoría económica, que luego se aduce, se inventa o se exhuma con el mero propósito de justificar políticas cuya principal razón de ser, en tales circunstancias, es su utilidad momentánea.

Por consiguiente, rara vez sucede que la política sea la causa de los acontecimientos. Por el contrario, las políticas son casi siempre respuestas tardías a acontecimientos y tenden-cias, a los que aportan refuerzo a posteriori. Suele tener mayor aceptación la opinión con-traria, que ilustraremos citando un pasaje de The European Economy: Growth and Crisis: "El tema central de este libro es que las políti-cas económicas han sido determinantes en la evolución histórica de la Europa de la posgue-rra y que sus efectos han sido, en su conjunto, benéficos. Así, la aplicación de políticas de gestión basadas en la demanda ha contribuido a atenuar los efectos cíclicos y a acelerar el crecimiento económico. Las intervenciones políticas destinadas a mejorar los resultados exteriores han tenido importantes efectos" (Boltho, ed. 1982:3).

Ninguna de estas afirmaciones correspon-de a la realidad, en todo caso desde el inicio de la crisis económica mundial a mediados de los años sesenta y, menos aún, en el decenio de 1980, después de que se escribiese ese libro.

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N o obstante, cada número semestral de la pu-blicación de la O C D E Economie Outlook, al igual que la prensa en general, repite básica-mente el mismo mensaje, desmentido invaria-blemente por las propias estadísticas de la O C D E . En realidad, las políticas económicas seguidas en Europa occidental (y también en Europa oriental, que Boltho ni siquiera m e n -cionaba y, por supuesto, en los Estados Uni-dos y en la Unión Soviética) no tuvieron en conjunto consecuencias benéficas, ni tampoco atenuaron los efectos de los ciclos económicos, ni aceleraron el crecimento económico, ni m e -joraron los resultados exteriores. Por el contra-rio, estas políticas económicas arrojaron, casi siempre, el resultado opuesto: intensificaron los efectos de los ciclos económicos, redujeron el crecimiento económico y empeoraron los resultados exteriores. En efecto, fueron procí-clicas y sus consecuencias fueron m u y diferen-tes, cuando no totalmente opuestas, a las que presuntamente se perseguían. En Europa occi-dental, estas consecuencias han sido tal vez m á s perceptibles en el Reino Unido donde durante el primer ejercicio en el poder c o m o primera ministra de Margaret Thatcher, se de-sindustrializó m á s y con más rapidez que nun-ca anteriormente. La mayor inflación y la baja de la libra esterlina con respecto a las monedas de sus vecinos europeos explican su resistencia "nacionalista" e "ideológica" contra la unión europea, que a su vez, provocó a la postre su caída. También en otros países, con excepción tal vez de Alemania entre las principales po-tencias económicas, las políticas económicas aplicadas fueron contraproducentes para su crecimiento y sus resultados exteriores, hasta tal punto que, a finales de los años ochenta, se hizo popular la expresión "euroesclerosis" (para una crítica al respecto, véase Ellman, 1987).

La política armamentista emprendida por los Estados Unidos bajo la presidencia de Rea-gan intentaba, y tuvo efectivamente por conse-cuencia, obligar a la Unión Soviética a incurrir en gastos superiores a sus posibilidades y a sufrir una derrota en la guerra fría. Tuvo, sin embargo, otras consecuencias seguramente im-previstas: una de ellas es que la propia econo-mía estadounidense llegó al borde de la quie-bra y sólo se mantiene a flote gracias a la continua afluencia de capitales procedentes de Europa y Japón, que son los verdaderos vence-

dores de la guerra fría. Este apoyo financiero, al que contribuye también el tercer m u n d o con el servicio de la deuda, no se ha brindado, en cambio, a la Unión Soviética, que no sólo tuvo que ceder sino abandonar por completo la gue-rra fría. Estas circunstancias, sin embargo, pri-varon inesperadamente (y tal vez involuntaria-mente) a los Estados Unidos de su enemigo predilecto y, de hecho, socio subalterno sub-imperial (Wallerstein, 1991). Por consiguiente, también disolvió la principal fuerza adhesiva que mantenía unida a la oposición común con-tra la Unión Soviética en la alianza estadouni-dense con sus socios subalternos de Japón y Europa occidental. Éstos amenazaron con co-brar mayor independencia, al menos antes de que la guerra del Golfo volviese a consolidar la unión (¿sólo temporalmente?) (Frank, 199Id). Otra consecuencia imprevista de la política estadounidense, y de la reacción de Gorba-chov en la Unión Soviética, fue que ésta no solamente cayó en bancarrota, sino que acabó por desmembrarse totalmente. A causa de ello, en Europa se teme que las armas nucleares soviéticas proliferen y caigan en manos incon-trolables e irresponsables. Por ello, el vicepre-sidente de Reagan que le sucedió en la presi-dencia ha tenido que hacer todo lo posible, al menos políticamente, para mantener a Gorba-chov en el poder y al frente de alguna forma de autoridad central en su país, pero sus esfuer-zos han sido vanos.

Así pues, si la política económica hubiese tenido efectos benéficos e intencionales en Eu-ropa oriental y en la Unión Soviética, tendría-m o s que suponer entonces que sus regímenes deseaban realmente empedrar de buenas in-tenciones su camino al infierno. La crisis eco-nómica mundial preparó el terreno, y los regí-menes aceleraron su propia ruina aceptando e imponiendo políticas que agravaron la tenden-cia cíclica, detuvieron e invirtieron el creci-miento económico y arruinaron sus resultados exteriores. Los trascendentales cambios econó-micos y políticos introducidos por la perestroï-ka y la glasnost en la Unión Soviética y en Europa oriental, con el consiguiente final de la guerra fría, no surgieron por las buenas, como Palas Atenea de Zeus, de la frente de Mijail Gorbachov. Él mismo afirmó que eran "inevi-tables". C o m o la necesidad (económica) es madre de la invención (política), si Gorbachov no hubiese existido, habría habido que inven-

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tarlo. Su pragmatismo rebasa y transtorna las ideologías preconcebidas, comprendidas la suya propia y la de sus oponentes en su país y en el extranjero. Las exigencias de la economía mundial suscitaron toda clase de actitudes pragmáticas y de ironías políticas en los años setenta y ochenta. Además , estas reformas pragmáticas se iniciaron en las economías m á s abiertas y afectadas de Europa oriental, trasla-dándose sólo más tarde a la situación relativa-mente m á s independiente de la Unión Soviéti-ca.

Fue la crisis económica mundial, en parti-cular, la que condenó definitivamente a las economías "socialistas", mucho m á s que su "planificación socialista" y su "economía diri-gida", a las que se achaca casi universalmente esa responsabilidad. A semejanza de las eco-nomías del "tercer m u n d o " de América Latina y África, las economías del "segundo m u n d o " de la Unión Soviética y Europa oriental fueron incapaces de mantener el ritmo de competen-cia acelerada en la economía mundial durante este período de crisis. Al igual que las anterio-res, la crisis económica actual obliga a todo y cada uno de los países a reestructurarse econó-micamente y a realinearse políticamente. Es innegable que la organización dirigida de la economía y la burocracia política contribuye-ron considerablemente a privar a las econo-mías de Europa oriental y de la Unión Soviéti-ca de la flexibilidad necesaria para adaptarse a la crisis económica mundial y a la revolución y reestructuración tecnológica que esa misma crisis engendró en otros lugares. Sin embargo, tampoco lograron adaptarse muchas econo-mías tercermundistas de "mercado" y muchos sectores del m u n d o industrializado, en parti-cular en los Estados Unidos. Por su parte, el Japón S .A . y los países recientemente indus-trializados de Asia oriental dependieron de importantes pedidos gubernamentales para promover su adelanto y reajuste tecnológico.

C o m o ya se ha dicho, los países reciente-mente industrializados de Europa oriental y la Unión Soviética aplicaron las mismas estrate-gias de exportación económica seguidos por otros, pero con menos éxito. La economía so-viética, tanto exterior como interior, se vio seriamente afectada por la baja, a partir de 1981, de los precios del oro, del petróleo y del gas, que representan m á s del 90 % de sus ex-portaciones. La profunda crisis en que se fue-

ron hundiendo las economías de los países de Europa oriental afectó también a la Unión Soviética, que dependía de aquellos para la importación de artículos manufacturados, que los países del este producían con tecnología que tenían que importar, a su vez, pero cada vez con más dificultades, de Europa occiden-tal.

En los años setenta, los países de Europa oriental (y los demás países "socialistas") pa-saron de la sustitución de importaciones a un "crecimiento basado en la importación". E n ese momen to trataron de alimentar su creci-miento importando tecnología y capitales de Occidente, que se proponían pagar exportando los productos manufacturados derivados de estas importaciones y vendiéndolos en los paí-ses occidentales y en el mercado mundial. En realidad, esta estrategia de "crecimiento basa-do en la importación", consistente en exportar productos manufacturados para importar tec-nología, que siguieron los países recientemente industrializados de Europa oriental, era tan sólo la versión propia de una economía de escasez de oferta restringida de aquella m i s m a estrategia de "crecimiento basado en la expor-tación". Se trataba de importar tecnología con miras a exportar productos manufacturados, política que fue seguida por los países recien-temente industrializados de Asia oriental y América del sur con economías excedentárias sometidas a las exigencias de la demanda.

Ahora bien, en los años ochenta los países recientemente industrializados de Europa oriental, al igual que los de América del sur y de África, perdieron su capacidad de competir en los mercados exportadores. Para todas la economías "en desarrollo" dependientes, la principal restricción en la oferta era, y sigue siendo, la de las divisas en moneda fuerte o en dólares. Por esa misma razón, los europeos del este prosiguieron y trataron de intensificar sus intercambios comerciales dentro del C O M E -C O N entre cada uno de ellos y con la Unión Soviética, pues éstos no se efectuaban en dóla-res. Por ello, como veremos más adelante, lo único que consiguió la dolarización del comer-cio del ex C O M E C O N en los años noventa fue anular casi por completo este comercio intra-rregional sin ofrecer ninguna alternativa extra-rregional de sustitución, ya que la dolarización no hizo más que agudizar esta apremiante ne-cesidad de divisas.

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Esta necesidad de divisas fue también a la vez la causa y el efecto de que los países de Europa oriental perdiesen la oportunidad de subir al tren de la tecnología avanzada, que-dándose al margen de esta evolución en los años ochenta. Si los "países recientemente in-dustrializados" de Europa oriental se hubiesen vuelto, o incluso hubiesen seguido siendo más competitivos en el mercado mundial que los países recientemente industrializados de Asia oriental, no se habría producido en ellos la revolución de 1989, a pesar de la bienvenida a la democracia de Fukuyama, así c o m o la nues-tra (Frank, 1990a,b). Hoy en día todo el m u n -do atribuye su fracaso al socialismo y Europa oriental comparte ahora la creencia reaganista y thatcheriana en la "magia del mercado" c o m o la alternativa de éxito seguro. En la ac-tualidad la liberalización del mercado y la li-bertad de mercado se consideran c o m o la solu-ción a todos los problemas en el camino que lleva al paraíso, cuando en realidad, a corto plazo, no harán sino privar a estos países de la única protección parcial de que disfrutaban hasta entonces. Las mayores desigualdades en los ingresos y el aumento del desempleo se consideran costos "menores". Además, casi nadie está dispuesto a tener en cuenta los cos-tos reales de la privatización o la reconversión de las economías de Europa oriental y, en particular, de sus sectores militares, que repre-sentaban entre 25 y 50 % de la producción de bienes, pero que han perdido desde entonces gran parte de sus mercados de exportación (datos proporcionados personalmente por A n -dras Brody, en Budapest, basados en sus cálcu-los de intercambios industriales).

Por consiguiente, es lisa y llanamente falso suponer o pretender que los países de Europa oriental, o incluso la Unión Soviética, se en-contraban en un "sistema" distinto que provo-có su ruina. Por el contrario, lo que la causó fue su participación en el mismo sistema eco-nómico mundial en el que se encuentran todos los demás países. N o les quedaba, por cierto, más remedio, c o m o ya sostuve en 1972 y 1976 (Frank, 1977, 1980, 1981b).

Tal vez la mayor ironía sea que la consi-guiente "transición del socialismo al capitalis-m o " se esté produciendo en el momento preci-so en que una nueva recesión de la economía mundial está sumiendo a Europa oriental y la Unión Soviética en una depresión todavía m á s

profunda. Por tanto, puede resultar prematuro festejar la revolución de 1989 c o m o una libe-ración del este y una victoria del oeste. Su-puestamente, la introducción del mercado en la Unión Soviética, mediante la perestroïka y la glasnost, y la privatización y la democratiza-ción en Europa oriental debían aportar a la población parte de las ventajas (con algunos de los costos y sacrificios) de la libertad de merca-do y la democracia de Occidente. Los euro-peos del este anhelaban ser c o m o los europeos del oeste, mientras que el pueblo soviético deseaba al menos sumarse a la civilización occidental. La transición será perturbadora y una política interna atinada o desacertada puede facilitarla o complicarla. Muchos espe-raban y algunos siguen esperando, que cuanto más abandonasen la antigua ideología y la reemplazasen por el reaganismo y el thatche-rismo, mejor sería la política seguida y más rápida y fácil resultaría la transición.

Sin embargo, la ironía económica a corto plazo es que la transición está acelerando la decadencia económica del este debido, al m e -nos en parte, a que se está llevando a cabo en el peor momento posible. En efecto, en Occi-dente la economía mundial se está sumiendo de nuevo en una grave recesión, que exacerba las dificultades de la transición en el este. Y a en 1990, la producción disminuyó en el este en un 20 % por término medio, provocando una grave depresión y una inflación galopante. Para 1991 y 1992 se cierne la amenaza de que la depresión y la inflación se agraven aún más . Ahora bien, esta inflación se mide con respec-to a las monedas nacionales, que están per-diendo todo su valor. En consecuencia, estas economías se están "dolarizando" o "marcoa-lemanizando" y el valor comercial real de sus propiedades y bienes está sufriendo una grave aunque clásica deflación con respecto a dichas monedas. (Irónicamente, el dolar se está reva-lorando únicamente en el este socialista o ex socialista y en el sur subdesarrollado, mientras que pierde valor en el mercado mundial.)

El desempleo está causando estragos en las sociedades de Europa oriental, que carecen de las prestaciones correspondientes; éstas resul-taban innecesarias en tiempos de la antigua ideología y de pleno empleo, y ahora la nueva ideología y la bancarrota las imposibilitan. En Alemania, la unificación políticamente acele-rada agravó la depresión y el desempleo, y los

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desempleados se cuentan ya por millones en el este. La ironía, una vez más , es que la unifica-ción se apresuró para evitar la emigración m a -siva del este en bancarrota, cuando en realidad no hizo más que acelerar la quiebra del este y agravar el desempleo, provocando una emigra-ción hacia el oeste aún mayor, sobre la que volveremos más adelante.

Así pues, las políticas de integración econó-mica y de instauración del mercado aceleradas en el este son, repitámoslo, más un efecto que una causa. Y aún admitiendo que sean la cau-sa de algo, sus efectos son, repitámoslo tam-bién, m á s bien contrarios a los supuestamente buscados. Acaso más importante todavía es que las economías industrializadas de Occi-dente, tanto en Europa como fuera de ella, tienen cada vez más la capacidad de transferir gran parte de los costos derivados del ajuste a la crisis económica mundial al "segundo m u n -do" del Este, como ya lo han hecho al "tercer m u n d o " del sur. En ese proceso, también el "segundo m u n d o " se está "tercermundizan-do". Sin embargo, aquí es donde interviene la política deliberada. Ésta resulta particular-mente patente en la colonización de la ex R D A por parte de la República Federal de Alemania, que recuerda los aventureros norte-ños que se trasladaron al sur después de la guerra de Secesión en Estados Unidos. El oeste está eliminando sistemáticamente la compe-tencia real y potencial del este, llevando a la quiebra financiera incluso a empresas econó-micamente sanas, o adquiriéndolas a precios artificialmente rebajados (Schneider, 1990). Las interminables misiones de "asesores" y "expertos" y las políticas del F M I que ya pro-vocaron la depresión de las economías del sur y del este en los años ochenta, son hoy día más numerosas que nunca en el este, agravando aún m á s la bancarrota. Éstas aconsejan "prac-ticar la verdad de los precios" aumentando los precios de todas las mercancías, incluso los de los artículos básicos de consumo, para ajustar-los a los niveles "mundiales" occidentales..., ¡pero excluyendo el precio del trabajo asalaria-do!

Por desgracia, la privatización fomentada ideológicamente no es una solución para los problemas de Europa central y oriental, c o m o tampoco lo fue la política de estabilización y de privatización aplicada en América Latina y en otros lugares. En realidad, estas políticas de

privatización aplicadas durante la actual rece-sión mundial no pueden sino generalizar y agravar aún más la pobreza. La m o d a actual de la privatización es tan irracional económi-camente y tan ideológica políticamente, c o m o lo fue la m o d a de la nacionalización que la precedió. N o tiene mayor importancia que las empresas sean de propiedad pública o privada, ya que todas tienen que competir entre sí en un plano de igualdad en el mercado mundial. Las únicas excepciones a esta regla son las empresas públicas subvencionadas por el go-bierno, así como las empresas privadas que también reciben subsidios del presupuesto del Estado, o a las que se saca de apuros "en aras del interés público". Hay algunos ejemplos m u y conocidos en los Estados Unidos: la c o m -pañía Chrysler de Detroit, el Continental Bank and Trust Company de Chicago (que en su día fue el octavo banco m á s importante de los Estados Unidos), los establecimientos Savings & Loans de Ohio, Maryland, California y Te-xas, e incluso la ciudad de Nueva York. Pero no está previsto que esta protección del interés público se extienda a los países pobres del segundo y tercer m u n d o .

Además , en el mercado, las empresas pú-blicas y privadas pueden hacer buenas o malas inversiones y adoptar decisiones acertadas o erróneas. En los años setenta, la empresa (pú-blica) British Steel invirtió en exceso, mientras que la empresa (privada) U S Steel invirtió insuficientemente. En los años ochenta, ambas empresas cerraron sus acerías haciendo caso omiso de las objeciones formuladas por los sindicatos. Lo mismo ocurrió en la industria privada del acero en Alemania, con un gobier-no demócrata cristiano, y en Francia, con un gobierno socialista. Asimismo, en Europa oriental, el hecho de que las empresas tomen decisiones de inversión acertadas o equivoca-das no guarda relación con que sean públicas o privadas. E n realidad, la entidad pública ale-mana Treuhandgesellschaft, que se encarga de la privatización de empresas públicas, ha adoptado decisiones desastrosas de desinver-sión en el este para favorecer los intereses de las grandes compañías privadas del oeste (Schneider, 1990). La privatización de empre-sas públicas a un precio reducido, que se du-plica a la semana siguiente en la bolsa nacional de valores, es una práctica tan fraudulenta como la nacionalización de empresas que han

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dejado de ser competitivas, adquiriéndolas a un precio superior al que les fija el mercado, o c o m o la nacionalización de empresas próspe-ras prácticamente sin indemnización alguna. Esta trapacería es tanto más desvergonzada cuando se trata de empresas del este y del sur, que están siendo privatizadas y adquiridas en moneda nacional devaluada, comprada (o can-jeada por deuda) con divisas por compañías extranjeras o por empresas nacionales con par-ticipación de capital extranjero. E n resumidas cuentas, el debate sobre la privatización es una impostura: no se trata de eficiencia producti-va, sino de (injusticia distributiva. La perestwika en la Unión Soviética y la pri-vatización en Europa oriental están destruyen-do las antiguas formas de organización econó-mica sin reemplazarlas por ninguna nueva. La Unión Soviética, en particular, cometió el gra-ve error de iniciar la perestwika en los sectores donde resultaba más difícil aplicarla: la indus-tria y el comercio, en vez de la agricultura. Si se hubiese seguido el ejemplo chino y se hubie-se introducido la privatización en el campo, se hubiese podido incrementar el abastecimiento de alimentos a las ciudades y reforzar el capi-tal político de Gorbachov, incluso si la Unión Soviética cuenta relativamente con menos e m -presas agrícolas y campesinas. La Unión So-viética y, sobre todo, Europa oriental empeza-ron por abrir al mercado los monopolios industriales y comerciales del Este, permitién-doles ejercer en cambio, en gran medida, los poderes de los monopolios privados. El resul-tado es, naturalmente, que éstos aumentaron los precios para los consumidores e interme-diarios. Al m i s m o tiempo, el Estado recurrió cada vez más a la emisión de papel moneda para cubrir sus creciente déficits, entre ellos los derivados del aumento de los precios de compra y de las subvenciones otorgadas a di-chas empresas. C o m o era previsible, esto de-sembocó en una paralización del sistema de abastecimiento y en un recrudecimiento de la inflación. Lejos de ser beneficiosa para el con-sumidor -por no hablar ya del trabajador-, la liberalización llevó la economía, irónicamen-te, a un frenazo chirriante.

Por consiguiente, la ironía económica a medio plazo es que la liberalización económi-ca y política interna y el colapso o la abolición del C O M E C O N están destruyendo los últimos cimientos económicos internacionales del co-

mercio entre los países del este. En más de un sentido, Europa oriental y central dependen del petróleo y otras materias primas de la Unión Soviética. Esta dependencia se basa concretamente en la red existente de oleoduc-tos y gasoductos y de vías férreas. Otra amarga ironía es que Irak había aceptado pagar las importantes deudas contraídas con varios paí-ses de Europa oriental suministrándoles petró-leo, hasta que el embargo decidido por las Naciones Unidas y luego la guerra del Golfo dejaron a Europa oriental privada de estos recursos y, para colmo, con los precios de im-portación del petróleo temporalmente triplica-dos. La dependencia de la Unión Soviética es también económica, ya que estos países no pueden importar y pagar el petróleo de ningu-na otra parte mientras dependan, a su vez, de la exportación a la Unión Soviética y entre sí de productos que no pueden vender en Occi-dente porque allá no son competitivos. El este tiene dificultades, además, para venderlos en el sur debido a la competencia de los países occidentales y de Asia oriental, que pugnan por arrebatarle algunas de sus cuotas de mer-cado en esa región para compensar la pérdida de los mercados nacionales y de exportación provocada por la reciente recesión. Por añadi-dura, la C E E , en particular bajo la presión de Francia, no está dispuesta a reducir sus barre-ras arancelarias contra las importaciones del este.

El hecho de que las transacciones comer-ciales de los países de Europa oriental y la Unión Soviética ya no se efectúen en rublos transferibles, sino en dólares en efectivo, no puede sino agudizar el problema de su depen-dencia económica recíproca. La consecuencia económica sólo puede ser el aumento a corto plazo de la depresión económica y el desem-pleo en cada uno de esos países, debidos a la caída internacional de sus exportaciones fuera de la región y a la imposibilidad de conseguir nuevos mercados de exportación en el oeste y el sur. La industria de Alemania oriental per-dió, por supuesto, todos sus mercados de ex-portación en el este cuando adoptó y exigió el pago en marcos alemanes, moneda fuerte. Es-tas exportaciones hacia el este revestían parti-cular importancia para esta industria, pues la intensificación de la competencia y el retraso tecnológico durante los años ochenta habían reducido considerablemente su capacidad de

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exportar a Occidente. Por lo tanto, no es sor-prendente que la economía de Alemania del este, dependiente de sus exportaciones, experi-mente una recesión. La dolarización y la regio-nalización en las repúblicas de la Unión Sovié-tica, Yugoslavia y otros lugares plantea el m i s m o problema dentro de esos "países". Otra ironía económica es que, después de cancelar su deuda exterior, lo mejor que Europa orien-tal podría conseguir del oeste sería la creación de un fondo en monedas convertibles para prolongar la existencia de la red de comercio internacional entre cada uno de los países que la componen y entre éstos y la Unión Soviéti-ca, hasta que se la pueda reemplazar, a largo plazo, por relaciones comerciales más multila-terales entre el este y el oeste.

La supuesta nueva "ayuda" económica oc-cidental a los países del este sólo sirve para disimular la continuación de la verdadera ex-plotación que padecen éstos a través del servi-cio de la deuda, en virtud de cuyo mecanismo se transfieren fondos del este, cada vez más empobrecido, a las cajas fuertes de los bancos occidentales. Silviu Brucan considera que la deuda total de Europa oriental, que asciende a más de 120.000 millones de dólares, genera una corriente de fondos anual de 10.000 a 15.000 millones de dólares, que es superior al capital de que dispone el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo de Jacques Attali. Por su parte, el International Herald Tribune (15 de octubre de 1991) informa que la Unión Soviética por sí sola abona anualmente 11.000 millones de dólares sobre una deuda de 70.000 millones de dólares. La controvertida reduc-ción a la mitad de la deuda de Polonia se concedió a cambio de que este país empezara a pagar intereses sobre la mitad restante, ¡des-pués de no haber pagado intereses sobre la deuda total!

Las consecuencias que tendrán en última instancia estas políticas son, en el mejor de los casos, dudosas. A largo plazo, la integración acelerada de Europa oriental y de algunas re-giones de la Unión Soviética en una zona o bloque económico europeo puede contribuir a que Europa occidental capee el temporal de la crisis económica mundial, reforzando su capa-cidad de competir contra Asia oriental, con Japón al frente, y América, dirigida por los Estados Unidos. La propia regionalización y la posible formación de bloques en la economía

mundial son, a su vez, una consecuencia de la misma crisis económica mundial (Frank, 1981b, 1986, 1988). Mientras en el G A T T y en otras entidades internacionales se habla de multilatéralisme, las tendencias económicas de facto y las políticas económicas de jure han favorecido la regionalización de la economía mundial, como consecuencia de la intensifica-ción de la competencia durante la actual crisis económica mundial, c o m o ocurrió en las ante-riores. La C E E y su política de creación de un mercado regional después de 1992 no son más que su expresión institucional más acabada. En El desafio europeo (Frank, 1983-1984) se argumentaba que, pese a los supuestos obs-táculos ideológicos, la C E E podía y debía ex-tenderse de facto a Europa oriental, incluso si ésta permanecía bajo la dependencia de Euro-pa occidental. Este proceso está ya en plena marcha, y la eliminación de los obstáculos ideológicos son más su efecto que su causa. A este respecto, conviene recordar que, c o m o ya se ha indicado, la colonización económica de Europa oriental por sus vecinos occidentales data de varios siglos. Durante la anterior crisis económica mundial, en los años treinta y a principios de los años cuarenta, la coloniza-ción económica, por no decir política, de Eu-ropa oriental por parte de Alemania -con el infame pago de las materias primas orientales con armónicas alemanas- estaba en su apogeo. Por cierto, las ambiciones alemanas no se limi-taban al este ni a la dominación política del oeste. En 1944, las grandes empresas alema-nas, algunas de las cuales siguen llevando el mismo nombre, publicaron anuncios sobre la unión económica europea posterior a la gue-rra, que en aquel momen to preveían que se formaría bajo la dirección de Alemania (Illus-trierte Zeitung, 1944). Ese mismo año, un aus-tríaco llamado Kurt Waldheim presentó su te-sis de doctorado en filosofía sobre el ideólogo alemán Konstatin Franz (1817-1891), en cuya conclusión encomiaba la "maravillosa coope-ración de todos los pueblos europeos bajo la égida del Reich [...]. Esta realización es la vo-cación nacional de Alemania [...]. Sólo Alema-nia posee la fuerza espiritual y la posición mundial para llevar esta idea a la práctica y universalizaria [...]. Gracias a la regeneración del este, Europa occidental se regenerará a sí misma; y gracias a la dominación de esos paí-ses, recobrará el lugar que otrora ocupó en el

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m u n d o . D e lo contrario, seguirá cediendo su antigua importancia a América del Norte [...], y por otro lado, a Rusia" (Waldheim, 1944:90,94).

La Comunidad Europea del Carbón y el Acero y su sucesora, la Comunidad Económi-ca Europea, pueden haber sido concebidas por sus padres espirituales y políticos, c o m o Schu-m a n y Monnet, con el admirable propósito político de prevenir otra guerra europea desen-cadenada desde suelo alemán. Sin embargo, no hace falta reflexionar mucho para advertir que la C E E y la perspectiva de su extensión de facto si no de jure al este durante la actual crisis económica mundial tienen otros antece-dentes históricos y otras razones económicas. Además , esto se produce una vez más bajo la dirección de Alemania y a expensas de británi-cos, franceses y estadounidenses.

A medio plazo, es posible que algunas re-giones de Europa central (Alemania oriental, Bohemia, Hungría, Eslovénia) pasen a formar parte de la casa común europea, pero ocupan-do un lugar subalterno en la parte trasera de la planta baja, donde competirán con los países de Europa meridional recientemente incorpo-rados. Otros países de Europa oriental (Polo-nia, Rumania, Bulgaria, Serbia, tal vez Eslová-quia) se verán relegados al sótano, donde en lugar de "europeizarse", se "latinoamericani-zarán" o incluso se "libanizarán". Polonia ya está sufriendo una "latinoamericanización", mientras que en Kosovo, Transilvania y el Transcáucaso se cierne ya el peligro de la "li-banización".

Sin embargo, las perspectivas a corto y m e -dio plazo son m u y sombrías, debido al empo-brecimiento acelerado de Europa oriental y central y de la Unión Soviética, provocado, en primer lugar, por la crisis económica mundial y, también, por las políticas económicas que agravan sus efectos regionales. Hay por lo m e -nos cuatro consecuencias peligrosas y relacio-nadas entre sí que se vislumbran o se ciernen ya sobre Europa, comprendida Europa occi-dental, en particular ante la nueva recesión que afecta a la economía mundial y a Europa a principios de los años noventa: 1) la emigra-ción acelerada del este y el sur hacia el oeste; 2) los avances políticos de la extrema derecha; 3) las rivalidades y conflictos étnicos y nacio-nalistas y 4) el desmembramiento territorial de los Estados existentes y la guerra abierta entre

sus sucesores. Cada uno de estos problemas se suele interpretar desde el punto de vista cultu-ral, ideológico o político. Ahora bien, no sólo todos ellos están íntimamente relacionados en-tre sí, sino que se derivan en última instancia de la crisis económica mundial y de las conse-cuencias imprevistas de las políticas erróneas aplicadas con el propósito de hacerle frente.

La veracidad de esta interpretación basada en los parámetros económicos mundiales es particularmente evidente en el problema de la emigración. La gente pobre y sin trabajo no ve ningún futuro en el este y en el sur y prefiere emigrar, por razones económicas, hacia el oes-te. Además , las privaciones económicas ali-mentan la represión política y étnica y, por consiguiente, la aparición de refugiados políti-cos. Aparte de ello, la emigración provoca una especie de reacción en cadena. Los soviéticos buscan trabajo y oportunidades de medrar gra-cias a operaciones en el mercado negro en Polonia y otros países de Europa oriental. Para ello, aprovechan las diferencias, provocadas políticamente, en los tipos de cambio. Los po-lacos y rumanos -por no hablar de los gitanos y demás minorías oprimidas- invaden los an-tiguos y nuevos territorios alemanes y Europa occidental, en tanto que los consumidores de esta última sacan provecho de sus monedas fuertes para comprar todo lo que los primeros tengan que ofrecer. Los alemanes del este emi-gran o viajan diariamente a Alemania occiden-tal. Algunos, c o m o los "alemanes" de R u m a -nia y Kazajstán, saltan varios eslabones de la cadena de una vez. Se estima que el número de emigrantes que amenaza con invadir a Europa occidental oscila entre varios cientos de miles y varias decenas de millones. Los parlamentos nacionales y las instituciones de la C E E están levantando ya las barreras destinadas a prote-ger a los ricos de los pobres. Se dice, medio en broma, medio en serio, que se debería recon-truir "el muro". . . , ¡pero esta vez el doble de alto!

Los inmigrantes ya presentes y la amenaza de muchos más por llegar han desencadenado una oleada de reacciones de extrema derecha. Proliferan los "skin heads", los neonazis e in-cluso los émulos del Ku-Kux-Klan estadouni-dense, en particular en los nuevos territorios alemanes de la ex R D A , pero también en otros lugares. Estos grupos agreden de manera cada vez más directa a los refugiados, inmigrantes,

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extranjeros, "negros" y otros. Los espectado-res los aplauden... y votan a la extrema dere-cha. Todos se quejan de que "esta gentuza" les está quitando sus viviendas y sus empleos, y achacan todas sus dificultades a los extranje-ros, los judíos y los gitanos. Al parecer, los quejosos se olvidan de la crisis económica y las políticas que los han puesto, tanto a ellos c o m o a sus víctimas, en tan penosa situación. En la Unión Soviética, en Europa oriental y central, y aun en Europa occidental, la opinión pública y las organizaciones políticas se han deslizado hacia la derecha, y a veces hacia la extrema derecha. En Europa occidental, asi-mismo , lo partidos políticos del centro y de izquierdas se han ido desplazando hacia la derecha; así, el peligroso y nuevo virus de extrema derecha procedente del este amenaza con extenderse por Occidente. Pero aún sin él, los republicanos de Alemania y el Frente N a -cional de Le Pen en Francia están ganando votos y representantes electos.

Irónicamente, una de las víctimas a corto plazo de este proceso político y económico son la sociedad civil y los movimientos sociales (para un análisis sobre su importancia históri-ca y contemporánea, véase Fuentes y Frank, 1989, Frank y Fuentes, 1990). Fueron estos movimientos los que propiciaron la transfor-mación y la democratización en Europa orien-tal pero, claro está, en un contexto preparado por la profundización de la crisis económica (como se explica en Frank, 1990a). Luego, los movimientos sociales progresistas y sus orga-nizaciones, llamadas "foros" en varios países, pasaron a un segundo plano al precipitarse en la formación de nuevos partidos políticos a través de los cuales se pudiese reorganizar el Estado. Resulta significativo que, en Checoslo-vaquia, dos líderes del Foro Cívico, Vaclav Havel y Jiri Dienstbier, se convirtiesen respec-tivamente en presidente y ministro de Relacio-nes Exteriores. El nuevo digirente del ahora disuelto Foro Cívico es el ministro de Econo-mía, Vaclav Klaus, que defiende opiniones y políticas liberales y thatcheristas. N o cabe duda de que esta confianza ideológica en el mercado "libre" no bastará para hacer frente a los verdaderos problemas económicos y agudi-zará la polarización económica, social y políti-ca. Esto, a su vez, generará nuevos movimien-tos sociales, pero que tenderán esta vez a convertirse en movimientos populistas fascis-

toides y patrioteros. Nadie parece recordar su-ficientemente que la anterior crisis económica mundial engendró el nazismo, el fascismo y las dictaduras militares en Europa central, meri-dional y oriental.

La progresión y la (mala) gestión de la cri-sis han producido cambios en las posiciones de dominación y dependencia en la Unión Soviética y Europa oriental. Todos estos tras-tornos y presiones económicas han provocado o alimentado el descontento, las exigencias y la movilización de la sociedad, patente en el resurgimiento de movimientos sociales nacio-nalistas o étnicos que presentan una serie de semejanzas y diferencias. Es bien sabido que el resentimiento de origen económico se nutre de la pérdida de los niveles de vida "habituales", en general o con respecto a determinados ar-tículos de consumo, y de los cambios relativos en el bienestar económico entre grupos socia-les. La mayor parte de las crisis económicas se traducen en un mayor enriquecimiento, en tér-minos relativos cuando no absolutos, de los más pudientes y por un mayor empobreci-miento, en términos tanto relativos c o m o ab-solutos, de quienes ya se encontraban en peor situación, en particular las mujeres.

En consecuencia, es notable que las tensio-nes y conflictos nacionalistas y étnicos cada vez m á s virulentos y violentos que estallan en Europa oriental y la Unión Soviética casi nun-ca se atribuyan a sus causas subyacentes en la crisis económica. Esto ocurre no sólo con los participantes directos, y por ende emocional-mente implicados, en dichos movimientos ét-nicos o nacionalistas, sino además, cosa sor-prendente, con la mayoría de los observadores exteriores objetivos. Los primeros apelan a alguna tradición y opresión étnica y nacional "fundamentalista" real o, las más de las veces, imaginaria. Los medios de comunicación na-cionales y extranjeros reproducen y destacan concienzudamente estas diferencias y conflic-tos étnicos y nacionalistas. Sin embargo, aun los observadores competentes aducen única-mente las razones políticas y culturales para explicar el reciente recrudecimiento de las lu-chas étnicas y nacionalistas. Así, por ejemplo, en ninguno de los artículos dedicados a estos problemas, escritos por especialistas en la m a -tria c o m o Dahredorf, Jackson, Llobera, Gell-ner y H o b s b a w m , se mencionan explícitamen-te las causas económicas subyacentes (El País,

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10 de octubre de 1991, suplemento). Hobs-b a w m , por su parte, distingue cuatro razones: 1) el derrumbamiento del sistema comunista ha reabierto las heridas de la primera guerra mundial; 2) los movimientos masivos de po-blación de los últimos cuarenta años han susci-tado la xenofobia; 3) la identidad étnica es m á s fácilmente comprensible que los compli-cados programas políticos y sociales; 4) la m á s importante: la desintegración de un antiguo régimen desestabiliza las relaciones sociales, aumenta la inseguridad y hace que la perte-nencia a una determinada etnia se convierta en la única certeza {ibid., pág. 8). N o se señala que las crecientes privaciones y desigualdades económicas son un factor de desestabilización y de creación de tensiones interétnicas tan importantes c o m o la desintegración de las re-laciones sociales del antiguo régimen, sobre todo cuando las primeras son las causantes de esta última.

El desmembramiento de los actuales Esta-dos multiétnicos o multinacionales y los con-flictos armados que están estallando en ellos, c o m o en Yugoslavia y el Transcáucaso, tam-bién debe explicarse por sus causas económi-cas fundamentales. Si hubiese perdurado la buena situación económica, los pueblos de es-tas regiones y Estados no se habrían moviliza-do en torno a las diferencias y los agravios étnicos y nacionalistas antes existentes y re-cientemente reactivados. Concretamente, si la crisis económica no hubiese afectado a Yugos-lavia tan honda y específicamente -y , en parti-cular, si las privaciones económicas no se hu-biesen agravado considerablemente por el ser-vicio de la deuda exterior-, los vecinos y familias croatas y serbias seguirían convivien-do pacíficamente, a pesar de las crueldades que se infligieron durante la segunda guerra mundial. El deseo de eslovenos y croatas de separarse de Yugoslavia no se explica por el hecho de que profesan la religión católica y pertenecen a la cultura occidental, sino por sus contribuciones al presupuesto federal adminis-trado por Belgrado, procedentes de las escasas divisas tan difícilmente ganadas. Los llama-mientos patrioteros en pro de una "gran" Ser-bia y de la protección de las minorías serbias contra el gobierno "fascista" de Croacia pasan por alto los pozos de petróleo, las refinerías y otros activos económicos, así c o m o los puertos adriáticos en territorio croata, pero esto no

quiere decir que los serbios no los tengan en cuenta; en realidad, los codician c o m o medio de mejorar su nivel de vida. Si éste no se hubiese reducido, aunque en forma desigual, para casi todos los yugoslavos, las regiones en mejores condiciones económicas no estarían soñando con integrarse en la C E E para salvar-se económicamente. Por supuesto, la adhesión a Europa occidental no constituye, en reali-dad, la solución de los problemas de ninguna región o Estado de Europa central y oriental. Por otra parte, desde un punto de vista históri-co, tal vez no sea fortuito ni sorprendente que el apoyo extranjero más decidido a la indepen-dencia de Eslovénia y en menor medida, de Croacia, provenga de Austria y Alemania, que tienen intereses históricos y, por lo visto, futu-ros en esa región. Estos intereses parecen con-trarrestar el miedo de que el virus nacionalista yugoslavo y su ejemplo beligerante se extien-dan al resto de los Balcanes. Los Balcanes corren el peligro de balcanizarse más que nun-ca. La consecuencia trágica, desde luego, es que la independencia de las regiones balcáni-cas y la consiguiente guerra civil e interétnica, con su cortejo de destrucción y perturbación económica, empobrecen aún más a estos pue-blos. Los mismos imperativos económicos y las correspondientes consecuencias culturales y políticas se aplican también, mutatis mutan-dis, a la Unión Soviética.

Por último, estos cuatro fenómenos de ori-gen económico se reactivan y refuerzan m u -tuamente. La crisis económica provoca la emi-gración, el auge de la política derechista, del nacionalismo a ultranza y de los conflictos étnicos y, en última instancia, la guerra, simul-tánea o consecutivamente. El nacionalismo se-paratista y la emigración suscitan, a su vez, la propagación de ideas populistas y de extrema derecha, que a su vez engendran la guerra, y así sucesivamente. Los llamamientos en pro de una intervención política de la C E E , la U E O , la O T A N y la C S C E , como el que se hizo en La Haya en octubre de 1991, son insuficientes y llegan demasiado tarde, cuando no son completamente ineficaces.

Si Europa occidental hubiese querido im-pedir la previsible guerra en Yugoslavia y su posible extensión a otras regiones, hubiera po-dido y debido intervenir desde hace tiempo para conjurarla proponiendo una solución a la crisis de la deuda. Si Occidente desea todavía

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impedir que algo peor ocurra en otra parte de Europa oriental y la Unión Soviética, tendría que adoptar medidas económicas oportunas y reexaminar las controvertidas y falsas alterna-tivas de una ampliación efectiva de la C E E , en vez de seguir profiriendo trivialidades ideoló-gicas y practicando el equilibrio político. Esto fue lo que propuse ya antes de la caída del muro (Frank, 1989). Sin embargo, la nueva recesión económica mundial de principios de los años noventa, que también afecta a Europa occidental, hace aún m á s difíciles e improba-bles este tipo de medidas económicas, facili-

tando en cambio su sustitución por embustes ideológicos y políticos. Así, por un acuerdo prácticamente universal, al que se oponen la realidad histórica y contemporánea y este en-sayo, se pretende una vez m á s que la política y la ideología son los factores determinantes en una economía mundial en crisis. En realidad, ésta se encuentra más allá de cualquier in-fluencia ideológica y, con mayor razón, de cualquier control político.

Traducido del inglés

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Del conflicto este-oeste a la casa común europea: teoría y práctica

Guennadi Vorontsov

Si bien la Europa en que vivimos desde 1945 estaba dividida, el continente mantuvo una cierta unidad basada en miles de vínculos co-munes en los ámbitos más diversos. En la actualidad se registra una influencia recíproca cada vez mayor entre los países y entre los pueblos, lo que deja aún más en claro el carác-ter integral de la civilización europea y el con-cepto de una "casa común europea". En el curso de los siglos, esta idea ha absorbido las tradiciones más humanis-tas del pensamiento euro-peo de muchos países y su importancia es infinita-mente mayor que la de las diferencias ideológicas. Se trata de una expresión de la necesidad de preservar y desarrollar la civilización europea c o m o un todo y, a nuestro juicio, pone de manifiesto las posibilida-des de un futuro de paz y estabilidad en el continen-te y de coexistencia real-mente garantizada de las naciones europeas de conformidad con nor-mas razonables.

Esto, en todo caso, no significa en m o d o alguno que estemos hablando de un aislacio-nismo paneuropeo. Europa se ha desarrollado en el marco de un contacto recíproco cada vez mayor con los pueblos y los países de otros continentes y sus civilizaciones están estrecha-mente relacionadas entre sí.

La repercusión europea en los asuntos mundiales contemporáneos ha sido inmensa y su experiencia es enorme y diversa. Por una

Guennadi Vorontsov es profesor en el Instituto de Europa de la Academia de Ciencias. 18-3 Prospekt Mrksa, Moscú 103873, y ex rector adjunto de la Aca-demia Diplomática (Moscú). H a escri-to numerosos libros sobre aspectos de las relaciones este-oeste, sobre seguri-dad europea y la política norteamerica-na frente a Europa.

parte, cabe recordar tristes episodios de gue-rras coloniales, así c o m o de esclavitud y explo-tación de otros países y pueblos, pero por la otra, cabe recordar también la difusión de la ciencia y la tecnología y las ideas europeas de humanismo, libertad y democracia.

La idea de que el m u n d o es indivisible se encuentra ya en el tratado De Monorchia, del poeta y pensador italiano Dante Alighieri, así como en el Lamento al mundo, del más grande

humanista del Renaci-miento, Erasmo de Rotter-d a m . El filósofo y teórico político francés Jean-Jac-ques Rousseau exhortaba incansablemente a la uni-dad de las naciones y tam-bién los rusos M . V . L o m o -nosov y A . N . Radishchev aportaron su contribución. Si bien estos filósofos eran europeos, sus ideas tenían carácter universal y esta-ban profundamente c o m -prometidos con los valores humanos universales1.

E n este contexto, la importancia de la evo-lución del concepto de "casa común europea", así c o m o los intentos por crearlo en la prácti-ca, trascienden ese continente. Europa forma parte de la comunidad internacional y la situa-ción en Europa depende en gran medida de la imperante en otras regiones del m u n d o . Baste sólo recordar cómo afectaron la crisis del pe-tróleo el conflicto de Oriente Medio, la guerra entre Irán e Irak, el conflicto en Afganistán y la guerra del Golfo Pérsico a la vida cotidiana y la marcha de la economía europeas.

RICS 132/Junio 1992

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286 Guennadi Voronlsov

Al mismo tiempo, lo que ocurra en el m u n -do depende también de Europa. N o olvidemos que las dos guerras mundiales, cuyo torbellino arrastró a países de cuatro continentes, co-menzó en Europa y recordemos también los efectos negativos que tuvieron sobre la comu-nidad internacional la confrontación y la ca-rrera armamentista en Europa, así como la repercusión positiva del clima internacional de distensión en ese continente.

La interdependencia entre Europa y el m u n d o es inmensa y diversa, pues abarca cuestiones de seguridad, de política, de econo-mía y finanzas, culturales y humanitarias. Sin la participación de Europa es imposible resol-ver a escala mundial los problemas de la gue-rra y la paz, diseñar un sistema estable de seguridad o crear un nuevo orden económico.

En el m u n d o de hoy, muchas cosas depen-den de si se ha de tratar de resolver esos pro-blemas en una Europa dividida, sumida en la desconfianza y la enemistad, o si la comuni-dad internacional ha de escuchar la voz de todos los integrantes de una "casa común eu-ropea" en que predomine la unidad.

Es evidente que si se construye una "casa común europea" sobre la base de relaciones de confianza, cooperación y buena vecindad, la voz de Europa se hará oír con mayor claridad en el m u n d o y su contribución a la comunidad internacional será más tangible y constructiva. Entonces, Europa podrá participar en forma más activa y útil en el establecimiento en m u -chas regiones de un clima propicio para conso-lidar la paz y la seguridad internacionales. Eu-ropa podrá participar en forma m á s activa en las relaciones económicas internacionales y será más fácil resolver los problemas, que nun-ca se limitan a las fronteras de cada región o cada continente.

Será posible aplicar, en una escala cada vez mayor en el sistema de relaciones con los paí-ses en desarrollo, las ideas de relaciones de igualdad y buena vecindad que resultan indis-pensables para el establecimiento de la "casa". D e esta manera, se promoverán la causa del desarrollo y el establecimiento de un orden económico nuevo y justo, así c o m o de un siste-m a eficaz de arreglo de conflictos y situaciones de crisis.

La "casa comú n europea" se entiende en el sentido de un nuevo sistema de relaciones en-tre los países de Europa, que apunta a crear

elementos fundamentales a largo plazo de se-guridad estable y cooperación constructiva en los ámbitos económico, político, humanitario y de otra índole. La construcción de esa "casa" constituiría una continuación e intensificación del proceso de Helsinki, en un intento por superar la división europea y reemplazarla por formas eficientes de coexistencia sobre la base del desequilibrio de intereses. Es necesario y lógico a la vez que los Estados Unidos y el Canadá participen en el proceso de paz en Eu-ropa2.

El camino hacia una "casa común europea" no será fácil. Es difícil superar los estereotipos y realidades del pasado. Durante muchos años, la continua oposición militar y la tradición de confrontación, desconfianza y enemistad hicie-ron imposible un acercamiento.

Sin embargo, tras muchos años de confron-tación no ha habido vencedores en ninguno de los bandos. Si bien es paradójico, resulta tam-bién un hecho comprobado que los prolonga-dos preparativos para la guerra en Europa y su subsiguiente saturación con diversos sistemas de armamentos no hizo m á s que revelar su vulnerabilidad. En las condiciones actuales de nuestro continente, densamente poblado, ya no sólo un conflicto nuclear sino también una guerra convencional a gran escala tendrían consecuencias desastrosas. Es razonable supo-ner que un ataque convencional contra los 200 reactores de las plantas de energía nuclear y los cientos de instalaciones de industrias quí-micas en Europa infligiría al continente un daño irreparable3.

Por ello, en el ámbito del desarme nuclear, en estos días se ha asignado tanta importancia al problema de las fuerzas convencionales y muchos expertos creen que será más difícil resolver ese problema que obtener resultados en el contexto del desarme nuclear.

Sin embargo, no es imposible, c o m o lo de-muestran los resultados positivos de las con-versaciones de Viena. Es esencial romper el círculo tradicional de acción y reacción, de-mostrar la mayor voluntad política posible, ponderar minuciosamente los intereses de to-das las partes y utilizar instrumentos diplomá-ticos.

La Unión Soviética, por su parte, ha adop-tado ya un enfoque nuevo y distinto del m u n -do y de Europa. Procura llegar a transacciones y acuerdos que hasta hace unos pocos años

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Del conflicto este-oeste a la casa común europea: teoría y práctica 287

parecían imposibles. La evolución de la peres-troïka en la Unión Soviética reviste enorme importancia para este proceso. Las audaces decisiones que se están tomando en el ámbito interno cambian la imagen del país y van de la m a n o con cambios radicales en la política ex-terior. El nuevo pensamiento político se está extendiendo al ámbito político-militar.

La adopción por la Unión Soviética de una nueva doctrina en materia de defensa consti-tuye un importante paso en ese sentido. La transición del principio de sobredestrucción al de insuficiencia razonable para la defensa que-da de manifiesto en las medidas concretas de fomento de la confianza, que anunció Gorba-chov en el discurso pronunciado en la A s a m -blea General de las Naciones Unidas en di-ciembre de 19884.

Las medidas que ha tomado unilateralmen-te la Unión Soviética para reducir sus fuerzas armadas y sus armamentos, incluido el co-mienzo de la retirada de las fuerzas soviéticas de países de Europa oriental y la liquidación del Pacto de Varsóvia, constituyen aconteci-mientos históricos a este respecto.

M u c h o depende ahora de lo que haga Occi-dente. Cabe preguntarse si la O T A N es capaz de recoger en forma adecuada el "desafío de paz" lanzado por la U R S S y por la Organiza-ción del Tratado de Varsóvia. El desarme tie-ne dos direcciones. La resolución adoptada por el Consejo de la O T A N en el período de sesiones que celebró en Londres (1990), acerca de la necesidad de revisar la estrategia militar del bloque, así como la decisión de sus partici-pantes de reducir sus contingentes en Europa, abren esperanzas en ese sentido5. Al m i s m o tiempo, es absolutamente claro ahora que, a pesar de algunos cambios, la organización mi -litar de la O T A N será mantenida.

Las relaciones económicas, científicas y técnicas constituyen la base para la construc-ción de una casa común europea. Revisten particular interés las perspectivas de establecer para 1992 un mercado común interno de la Comunidad Europea.

Si bien no creo que para entonces se hagan realidad los planes de vasto alcance de los doce Estados miembros de la Comunidad, m e parece que se ha dado renovado impulso al proceso de integración de Europa occiden-tal, que podrá hacerse realidad a media-dos del decenio. Esto ejercerá gran influencia

sobre la situación en Europa y en el m u n d o entero6.

A mi juicio, se plantean aquí dos cuestio-nes fundamentales que dan lugar a dos posi-bles derroteros para el desarrollo. La primera se refiere a si la formación de un mercado interno de la Comunidad Europea dará lugar a una mayor división de las fuerzas en Europa y, si la respuesta es afirmativa, en qué medida, o si ha de promover la cooperación europea. También se plantean diversas cuestiones de fondo en relación con la probabilidad de que se establezca una comunidad política, la confi-guración de una política exterior coordinada y la coordinación en seguridad, el ingreso de otros Estados a la Comunidad, etc. Es difícil dar una respuesta inequívoca a esas cuestio-nes, especialmente en estos momentos de tan-tas incertidumbres. Además , la posición adop-tada por los propios Estados miembros de la Comunidad Europea, Gran Bretaña, por ejem-plo, dista de ser armónica, lo que nos impide hablar de un avance sin obstáculos.

La opción más prometedora a mi juicio para construir una casa común europea es un mercado común europeo que funcione real-mente c o m o tal. Esta afirmación obedece a condiciones objetivas, c o m o la etapa actual de la revolución científica y tecnológica, la inter-nacionalización cada vez mayor de la produc-ción, la disponibilidad y distribución de mate-rias primas y mano de obra, y los tradicionales vínculos económicos y comerciales que existen en Europa.

Evidentemente, mucho dependerá de que exista la voluntad política necesaria. Por una parte, es posible apegarse a los vestigios de la guerra fría, pero, por la otra, también se puede comenzar a pensar de otra forma y confiar en la formación de un verdadero mercado común europeo y en el establecimiento de un sistema cualitativamente nuevo de relaciones sobre la base del equilibrio de intereses. Facilita esto el establecimiento de relaciones directas entre los países de Europa oriental y la Comunidad Europea.

La perestroika en la U R S S , la democratiza-ción y la reforma económica abren nuevas y amplias posibilidades de promoción de la coo-peración entre el este y el oeste de Europa. La Unión Soviética posee suficientes recursos in-ternos para cumplir su cometido en la econo-mía. Sin embargo, a juzgar por todos los indi-

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288 Guennadi Vorontsov

cios, la asistencia de Occidente puede desem-peñar un papel importante o incluso funda-mental en algunas de las etapas de la recupera-ción de la economía.

La Unión Soviética quiere ocupar un lugar adecuado en la división internacional del tra-bajo e incrementar sus relaciones comerciales, económicas, científicas y técnicas con los Esta-dos occidentales. Para esos efectos, las empre-sas soviéticas están facultadas ahora para fun-cionar en los mercados extranjeros, se están estableciendo empresas mixtas y se están m e -jorando los sistemas de formación de precios y paridad con las divisas a fin de dar carácter convertible al rublo. Asimismo, se están pre-parando planes para establecer zonas econó-micas libres. Todo ello, sin embargo, dista de ser inequívoco. Puede haber una fase descen-dente o de recesión que afecte negativamente a la cooperación europea. La situación de crisis de la economía soviética no ayuda en realidad para nada a profundizar la cooperación nor-mal.

En el ámbito cultural existen recursos desa-provechados para construir una "casa común europea". M e estoy refiriendo, en términos m u y generales, a la influencia recíproca sobre la base del patrimonio, cultural e intelectual, c o m ú n europeo. El cisma en el continente dis-torsionó esas relaciones mutuas y su restable-cimiento dará gran impulso al de una civiliza-ción europea única.

La perestroika en la Unión Soviética cons-tituye un importante factor para ampliar la cooperación. Y a se han tomado importantes iniciativas para democratizar la sociedad so-viética y promover la glasnost. Sin embargo, subsisten muchos obstáculos. Sigue siendo ne-cesario que la Unión Soviética haga mucho más por cumplir las obligaciones que contrajo en la reunión de Viena, "desarrollar su legisla-ción, sus normas y sus políticas en el ámbito de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, y otros derechos h u m a -nos y libertades fundamentales" (principio n.° 12).

También debe considerarse un nuevo e im-portante paso, que la Unión Soviética esté dispuesta a incrementar su participación en los mecanismos de fiscalización de los dere-chos humanos, tanto en las Naciones Unidas c o m o en el marco del proceso europeo, y no menos importada reviste el reconocimiento

de la jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia, con sede en La Haya, para la inter-pretación y aplicación de acuerdos sobre dere-chos humanos.

Otro factor importante para la construc-ción de una casa común europea consiste en levantar los obstáculos que se interponen al intercambio de información. A nuestro juicio, una información verídica y objetiva, combina-da con el nuevo clima de apertura, puede aportar una contribución irreemplazable al lo-gro de una mayor confianza entre las naciones. Reviste especial importancia en este contexto renunciar a los intentos de implantar en la mente de la población "la imagen de un ene-migo", para reemplazarla por la de un socio que puede ser distinto, pero sigue en todo caso siendo un vecino fiable en la "casa c o m ú n " de las naciones europeas. En este ámbito, corres-ponde una importante función a los medios de comunicación; también es necesario renunciar a todo intento de imponer a la otra parte el sistema propio de valores mediante la "expor-tación de información".

Los procesos de democratización y glasnost en la Unión Soviética están cambiando radi-calmente la índole y la disponibilidad de infor-mación en ese país. Hablamos ahora franca-mente no sólo de nuestros logros, sino también de nuestros defectos y nuestros errores. El vo-lumen de información sobre asuntos económi-cos, derechos humanos, problemas ambienta-les y actividad militar ha aumentado cuantita-tivamente, pero además ha mejorado cualitati-vamente.

Por otra parte, en la Unión Soviética es fácil en estos momentos tener acceso a infor-mación procedente de otros países. Se están levantando las restricciones al funcionamiento de estaciones de radio que transmiten hacia la Unión Soviética. Las emisiones directas, los debates y las transmisiones conjuntas por tele-visión, con participación de personas de dis-tintos países, se han convertido en un hecho cotidiano. También han mejorado las condi-ciones de trabajo de los periodistas extranje-ros. En este ámbito, hay grandes posibilidades por aprovechar. Para comenzar, se podría exa-minar la propuesta relativa al establecimiento de un canal europeo común de televisión y un programa europeo común de radio, que puede servir para fomentar considerablemente la confianza mutua.

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Del conflicto este-oes le a la casa común europea: teoría y práctica 289

La dimensión humana en la política euro-pea estará incompleta si no se realizan esfuer-zos mancomunados en el ámbito de la educa-ción. La instrucción de los jóvenes debe estar animada por el espíritu no sólo del patriotis-m o y la conciencia nacional, sino también de los valores humanos comunes y la unidad cul-tural europea.

Para ello es necesario que se establezcan contactos directos entre los órganos competen-tes de educación pública, se intensifique la cooperación entre las escuelas superiores y los centros de investigación y se amplíen los inter-cambios de estudiantes. Los contactos podrían mantenerse en el plano bilateral y multilateral, incluido el estímulo del contacto personal di-recto c o m o , por ejemplo, vivir con familias de otros países para asimilar mejor el estilo de vida y el sistema educacional de éstos.

En los próximos años se podría centrar la atención en la formulación de programas coor-dinados para estudiar los idiomas y el patri-monio cultural de diversos países europeos. También sería conveniente considerar la posi-bilidad de consultas más amplias en la prepa-ración de textos de historia para la escuela secundaria y superior, que hayan sido depura-dos de las interpretaciones unilaterales de la historia de Europa y de estereotipos de con-frontación. El establecimiento de programas educacionales europeos especiales de radio y televisión para alumnos y maestros podría abrir posibilidades de cooperación en este campo.

Es lógico que los sistemas educacionales reflejen los rasgos distintivos nacionales del sistema social de los países. Sin embargo, con todo el respeto que nos merecen esas distincio-nes y sin tratar de llegar a una uniformidad total, es posible buscar bases comunas para formar personalidades que estén desarrolladas por completo, valiéndose para ello del rico patrimonio de la cultura y los valores h u m a -nos comunes de Europa.

La desmilitarización, la democratización y la humanización de las relaciones internacio-nales en Europa no constituye un objetivo utó-pico, es posible alcanzarlo. Para ello vale la pena gastar los recursos materiales e intelec-tuales necesarios y actuar con la voluntad polí-tica necesaria y una mayor persistencia. La materialización del concepto de una casa co-m ú n europea servirá para construir una base

realmente firme y estable para la coexistencia de todas las naciones europeas en un clima de buena vecindad.

El cambio en Europa ha tenido lugar en forma tan imprevista y rápida que ha dejado a la zaga los esquemas teóricos basados en m e -canismos y estructuras tradicionales, que en muchos casos no resultaron viables. Lo que nos interesa ahora es el aspecto práctico.

Incluso hace pocos años, ningún adivino podía haber predicho el ritmo desenfrenado de los cambios que habían de tener lugar en la República Democrática Alemana, Checoslova-quia y Rumania, ni que los Estados Unidos instarían a que la Unión Soviética estuviese representada en organizaciones económicas internacionales, y la Comunidad Económica Europea sería partidaria de que hubiera un banco u otras fuentes de financiación para transacciones entre el este y el oeste.

Estos cambios obedecen principalmente a la perestroika en la Unión Soviética y a los cambios a que ésta dio lugar en los demás Estados de Europa oriental. La Unión Soviéti-ca, tras impedir durante tanto tiempo la refor-m a en el bloque de Europa oriental, fue la primera en cambiar de actitud y abrir las c o m -puertas para sus aliados.

La política de la Unión Soviética respecto de Europa se ha basado, a partir de 1985, en el nuevo pensamiento político de las autoridades del país. El objetivo primordial consiste en preservar nuestra civilización y asegurar el progreso en el futuro.

La historia de la humanidad es motivo de reflexión. El curso de los siglos ha visto pasar pueblos y civilizaciones, guerras y revolucio-nes, todo ello en nuestro pequeño planeta.

Ahora, sin embargo, en la era nuclear ha quedado absolutamente de manifiesto la pre-gunta fundamental, ¿ha de sobrevivir la h u m a -nidad o ha de desaparecer en una conflagra-ción nuclear? Los expertos calculan que si en un acto de ira se utilizara una pequeña propor-ción, sólo un 1 % de las armas nucleares estra-tégicas, perecería toda la materia viva en nues-tro planeta.

Tras el plenário del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, ce-lebrado en abril de 1985, las autoridades del país formularon un nuevo régimen de directri-ces políticas. La pregunta a que había que responder era; ¿dónde estamos y adonde va-

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290 Guennadi Vorontsov

mos? El análisis realizado a mediados del de-cenio de los ochenta indicó claramente que nuestro m u n d o era un todo variado, dinámico e ilógico pero, sin embargo, integral.

La conclusión a que se llegó se centraba en la prioridad de los intereses humanos univer-sales respecto de los intereses de clases. En el ámbito teórico, hizo descartar el postulado de que la coexistencia pacífica constituía una for-m a concreta de la lucha de clases. Igualmente importante fue la conclusión de que no había una relación causa-efecto entre guerra y revo-lución. Se reconoció que el postulado clásico de V o n Clausewitz, que la guerra era una con-tinuación de la política por otros medios, ha-bía quedado obsoleto.

Se reorientó la política exterior de la Unión Soviética para adaptarla a la nueva visión y, así, se procedió a retirar las tropas del Afganis-tán, a resolver controversias internacionales antes insuperables y a acelerar el acercamiento entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.

El logro culminante de la nueva actitud de cooperación de la Unión Soviética respecto de otros Estados ha sido el fin de la guerra fría, especialmente palpable en Europa, donde los últimos bastiones de confrontación están desa-pareciendo con una celeridad extraordinaria. Hasta hace m u y poco tiempo, en las negocia-ciones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, la opción del "doble cero" respecto de los misiles de alcance corto y mediano parecía utópica; hoy es una clara posibilidad. La ver-dadera importancia del tratado sobre fuerzas nucleares de alcance intermedio consiste no sólo en la total eliminación de una categoría completa de armas nucleares, sino también en que abre una nueva etapa en el pensamiento político-militar. Las dos superpotências, tras abandonar la desconfianza y la recrimina-ción recíproca, pudieron avanzar hacia un nuevo tipo de política basada en una filoso-fía totalmente distinta, no en el tradicional equilibrio de poder sino en el equilibrio de intereses.

La culminación con éxito de la conferencia de Estocolmo y de la reunión de Viena, así como de las conversaciones de los 23 celebra-das en Viena, y las iniciativas unilaterales de desarme que ha tomado la Unión Soviética, sirven para corroborar que se están sentando las bases para modificar el sistema de seguri-dad europea.

La imagen del enemigo se está convirtien-do gradualmente en la de un asociado. La declaración firmada en París por la O T A N y el Pacto de Varsóvia obedece al propósito de dar un marco jurídico a la nueva relación entre los dos bandos, antes hostiles.

N o menos importante es el cambio radical que se está registrando en las relaciones entre Moscú y sus aliados. La notoria doctrina Brezhnev es cosa del pasado, c o m o demuestra en los términos más convincentes la condena oficialmente expresada por la Unión Soviética y otros miembros del Pacto de Varsóvia del despliegue de sus fuerzas en Checoslovaquia en 1968.

Y a está en marcha un nuevo sistema de relaciones entre Moscú y los países de Europa oriental, basado no en el precepto de "débiles y poderosos", con elementos de vasallaje, sino en la igualdad, el reconocimiento de la sobera-nía y la no intervención en los asuntos inter-nos.

La reunificación alemana planteó un pro-blema especial a la política exterior de la Unión Soviética. También en este contexto vemos cuan rápido y notable ha sido el cambio en la política soviética. Del rechazo a la uni-dad en la época de Honecker se pasó a la neutralidad y, luego, a diversas formas de par-ticipación alemana en los dos bloques, a la subordinación del ritmo de la unificación al del proceso de Helsinki y por último, a la aprobación de la incorporación de la Repúbli-ca Democrática Alemana en un nuevo Estado unificado. Precisamente en este aspecto de su política exterior, la Unión Soviética ha demos-trado no sólo su capacidad para adaptarse a la realidad, sino también que su prioridad con-siste en crear un sistema natural de relaciones entre Estados en el que no existan bloques.

La caída de las viejas estructuras políticas de Europa oriental y central, la reunificación de Alemania y las nuevas relaciones entre la Unión Soviética y sus "aliados y amigos m á s cercanos" nos permite extraer una conclusión de alcance realmente histórico. La " m a n c o m u -nidad socialista" (es decir, el C O M E C O N y el Pacto de Varsóvia) ha dejado de existir.

Ello redunda enormemente en la reducción de las posibilidades de la Unión Soviética de influir en los acontecimientos en Europa en el plano tradicional de confrontación entre blo-ques y sistemas políticos. Al mismo tiempo,

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Del conflicto este-oeste a la casa común europea: teoria y practica 291

sin embargo, abre nuevas oportunidades de las que aún no somos plenamente conscientes.

El período de confrontación, a pesar de todas sus consecuencias indeseables, sirvió en todo caso para asegurar en cierto grado la estabilidad en Europa. Había una clara línea divisoria y la actitud de ambos bloques era razonablemente disciplinada y previsible. La configuración anterior de Europa estaba bien definida y era de fácil comprensión. Frente a la mancomunidad socialista, encabezada por la Unión Soviética, había una alianza occiden-tal en lo político, lo económico y lo cultural. Todo ello se sustentaba en estructuras milita-res, económicas y políticas minuciosamente pensadas y que guardaban relación con el ca-rácter irreconciliable de las dos ideologías.

¿Qué tenemos en su lugar? A medida que se alzan de las cenizas de la guerra fría, vemos ahora la nueva configuración de fuerzas en Europa. El campo socialista, antes "monolíti-co y unido", ha dejado de existir y se ha trans-formado en un conglomerado de Estados de Europa oriental y central libres de las cadenas de la disciplina de bloques y que se orientan hacia Occidente. La crisis en la Unión Soviéti-ca hace que muchos quieran mantenerse apar-tados de ella. V e m o s , en comparación, una O T A N y una Comunidad Europea relativa-mente unidas y estables, a pesar de haber per-dido en parte su confianza en los elementos de la estabilidad en otros lugares. Por último, la Alemania unida, justamente calificada de su-perpotência europea, constituye el nuevo fac-tor más poderoso en la redistribución de fuer-zas.

A m i juicio, es difícil analizar esta situa-ción. Además , a costa de exponerme a críticas, m e atrevería a decir que nadie, ni en el este ni en el oeste, estaba preparado para el fin de la guerra fría. Las instituciones y estructuras existentes, incluido el proceso de la C S C E , no pueden mantenerse a la par de los cambios que se están produciendo y no pueden orien-tarlos hacia una evolución controlada.

El concepto soviético de casa común euro-pea, que en teoría puede constituir la piedra angular de la nueva Europa, carece aún de la profundidad y el detalle necesarios para que pueda realmente asumir esa función. En todo caso, es motivo de optimismo el hecho de que el concepto francés de una confederación eu-ropea, y el concepto alemán de un orden euro-

peo de paz, se asemejen bastante a él. Lo m á s probable es que la pugna teórica revista la forma de una síntesis de diversas ideas y con-ceptos, con propuestas innovadoras y realistas que procedan a la vez del Viejo y el Nuevo M u n d o .

U n a posibilidad que parece prometedora, consiste en ampliar el Consejo de Europa y darle carácter paneuropeo.

El diseño de la configuración de la nueva Europa no ha acabado aún. En su médula se encuentra la transición de las relaciones de bloque entre Estados a relaciones naturales sin anomalías ideológicas. Se trata de un proceso difícil. En la etapa actual, el aspecto funda-mental consiste en la estabilización de la situa-ción en Europa oriental, especialmente en la Unión Soviética, y en los resultados de la re-forma económica. Los obstáculos o los efectos secundarios desfavorables que se interpongan en la evolución de estos Estados podrían re-dundar en un serio perjuicio del movimiento hacia el acercamiento y la creación de una civilización europea única. Por lo demás, el proceso no es irreversible y por esa razón O c -cidente debería comprender nuestros proble-mas y mantener un consenso en apoyo de la perestroïka y las reformas en Europa oriental. Tenemos mucho en común y es mucho lo que podemos alcanzar actuando mancomunada-mente; igualmente, es mucho lo que podemos perder si la tendencia se invierte, aunque sea en un sólo ámbito.

La política exterior soviética en Europa está pasando por una etapa de grandes dificul-tades. U n a superpotência que tenía paridad nuclear con los Estados Unidos de América y una clara preponderancia militar en el ámbito europeo, tras haber tropezado con grandes di-ficultades, está reduciendo gradualmente su poder y su influencia, y con grandes angustias y dificultades se está adaptando al nuevo m e -dio. Los factores más importantes que definen esta adaptación son los siguientes:

- en primer lugar, la enorme crisis interna (po-lítica, económica, en las relaciones étnicas e ideológicas), que lleva al Estado al borde de la desintegración;

- en segundo lugar, la disolución de la manco-munidad socialista y la pérdida por la Unión Soviética de su papel c o m o líder del "bloque oriental";

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292 Guennadi Vorontsov

- en tercer lugar, la importancia cada vez m a -yor que durante el período siguiente a la confrontación revisten los indicadores no militares en el poderío y la influencia de un Estado, especialmente su bienestar económi-co y financiero. Probablemente sea éste el ámbito en que la Unión Soviética es m á s vulnerable en comparación con las potencias occidentales, ya que su poderío solía medirse primordialmente por su vasta maquinaria militar que, al entrar Europa en una era de paz, es tanto menos pertinente. La ineficien-te economía soviética no está en condiciones de recuperar lo perdido.

Al mi smo tiempo, el análisis de la situación que se ha configurado indica que la Unión Soviética tiene un futuro brillante en Europa. En el sentido político-militar y en el geoestra-tégico sigue siendo la potencia europea m á s importante, con vastos recursos y una pobla-ción de 300 millones de habitantes. Al ir desa-pareciendo la guerra fría en favor del desarro-llo en paz, seguirá incumbiendo a la Unión Soviética un papel fundamental en el alinea-miento de fuerzas y en la política internacio-nal. Lo mismo ha de ocurrir si sigue siendo un Estado único o si se produce la secesión de varias de sus repúblicas.

Occidente debe tener el mayor interés en que el período de reforma en la Unión Soviéti-ca transcurra con las menores dificultades po-sibles y en que el país se convierta en parte integrante del sistema de relaciones civilizadas en Europa y el m u n d o . Éste es el elemento m á s importante en que coinciden los intereses de la U R S S y los de sus vecinos. En todo caso, es evidente que redundará absolutamente en su beneficio que la U R S S se convierta en un aso-ciado fiable y participe en forma estable y previsible en las relaciones internacionales. La situación interna determinará la política exte-rior de la Unión Soviética y, en consecuencia, los principales parámetros del desarrollo en Europa.

La política exterior de la Unión Soviética en Europa tiene a la vista las siguientes tareas estratégicas.

En primer lugar, lograr que el medio exter-no sea lo más propicio posible para alcanzar los objetivos internos y poner en práctica la perestroïka. U n regreso a la guerra fría, cual-quiera que fuese su forma, sería inconveniente y contraproducente. En este contexto es indis-pensable que la Unión Soviética tenga un pa-pel activo en las relaciones económicas inter-nacionales y establezca una economía compe-titiva en el mercado; al mi smo tiempo, los Estados de Europa deben concederle la condi-ción de nación más favorecida.

En segundo lugar, hay que asegurarse de que los Estados de Europa tengan la mayor interacción posible c o m o un todo integrado, con la participación efectiva de la Unión So-viética. La cuestión de las estructuras y las instituciones que tendrá Europa en el futuro no está resuelta aún, si bien hay que dar prefe-rencia al proceso de la C S C E .

E n tercer lugar, hay que impedir que los acontecimientos en Europa sigan un curso que culmine en el aislamiento de la Unión Soviéti-ca de otros Estados europeos. El deseo de lo-grar ese aislamiento, que con cierta frecuencia se proclama en Occidente, denota falta de pre-visión. Les guste o no a sus opositores, la Unión Soviética seguirá siendo un factor im-portante en Europa y le seguirá incumbiendo un papel significativo, aunque no decisivo, en la determinación del futuro del continente.

Querría por último señalar que la política soviética respecto de Europa, a pesar de la prioridad que le asigna, es únicamente uno de los ejes de la política de una potencia mundial. Si los países de Europa oriental y de Europa central pueden superar sus dificultades en un contexto europeo, la Unión Soviética tendrá una participación de pleno derecho en el pro-ceso m á s general. La orientación de resultados definitivos será fijada dentro del ámbito m á s amplio de un eje Unión Soviética-Estados Unidos de América-Europa-Japón.

Traducido del inglés

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Del conflicto este-oeste a la casa común europea: teoría y práctica 293

Notas

1. Para información detallada acerca de la evolución de esta idea, véase A . O . Tchubarjan, Evropeiskaya ideya v istorii, Moscú, 1987, y R . Forster, Europea, geschickte einer politischen Idee, Munich, 1967.

2. El concepto oficial soviético de una "casa común europea" se encuentra en libros y en comentarios de autoridades soviéticas. Véase, por ejemplo, M . S . Gorbachov, Perestroika and New Thinking for our Country and the World, Londres, 1987, págs. 190 a 209. El punto de vista de Europa occidental sobre el mismo concepto está enunciado,

en su forma m á s general, en el ensayo de W . W o y k e titulado Das "Haus Europa" aus westeuropäischer Sicht; el punto de vista estadounidense se encuentra en el ensayo de P. Zinner, "Das gemeinsame 'Haus Europa' aus amerikanischer Sicht", en H . Jacobsen, H . Machowski, D . Sager (Hrsg), Perspektiven fur Sicherheit und Zusammenarbeit in Europa, Bonn, 1988, págs. 71 a 80 y 81 a 90. La posición oficial de los Estados Unidos está formulada en The United States and a new Europe, Strategy for the Future. CRS Report for Congress, Washington, 14 de mayo de 1990.

3. Véase Non-Nuclear War in Europe. Alternatives for Nuclear Defence, H . Tromp (ed.), Croningen University Press, 1986.

4. Véase Disarmament and Security Yearbook, 1989, Moscú, IMEMÒ.

5. Véase NATO Information Service, Bruselas, julio de 1990.

6. Para mayores detalles, véase Jahrbuch der Europaischer Integration, 1989/1900. Institut fur Europaische Politik, Bonn, 1990.

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El papel de las ciencias sociales en una Europa que está cambiando

Federico Mayor

El artículo que publicamos a continuación es un extracto de un discurso que Federico Mayor Zaragoza, director general de la UNESCO, pronunció en la Conferencia Europea de Ciencias Sociales, organizada entre los día 24 y 28 de junio de 1991, en Santander (España), por la Comisión Española de Cooperación con la UNESCO, en colaboración con otras comisio-nes europeas y el secretariado de la organiza-ción. Aunque el discurso estaba pensado para un público europeo, este texto trata, desde una pers-pectiva más amplia, del pa-pel de las ciencias sociales ante los desafios nacidos de las profundas transforma-ciones del mundo actual. Desde este punto de vista, tiene que interesar a todos nuestros lectores en cual-quier lugar del mundo. En el siguiente artículo, Bernd Hamm también se refiere a la cooperación europea en ciencias sociales. Y, para terminar, Wu Jisong anali-za las políticas científicas en China.

A.K.

Desearía exponer en este artículo algunas ideas sobre la función de las ciencias sociales, en unos momentos en que el m u n d o experi-menta transformaciones de vasto alcance a un ritmo sin precedentes. Transformaciones con-ceptuales e institucionales de tal alcance que obligarán a la adopción de nuevos enfoques y estrategias, y de m á s refinados sistemas de evaluación y decisión. Toda experiencia debe-

Federico Mayor Zaragoza es desde 1987 director general de la U N E S C O , de la que fue director general adjunto entre los años 1978 y 1981. H a sido director del Instituto de Ciencias del Hombre, en Madrid, y rector de la Universidad de Granada, así como mi-nistro de educación y ciencia de Espa-ña (1981-1982). Bioquímico de forma-ción, ha sido profesor de bioquímica en la Universidad de Granada y en la Universidad Autónoma de Madrid. Su trabajo más reciente publicado es Ma-ñana siempre es tarde (1987).

rá ser aprovechada para, con los modernos medios de integración, disponer de descripcio-nes apropiadas, sucintas y globales a la vez, que permitan proyectar perfiles m á s humanos -es decir, más complicados e impredictibles-en los diseños de futuro. Es indudable que existen responsabilidades históricas específi-cas. Pero lo más importante es que existe una responsabilidad conjunta para el futuro co-m ú n . Tan común que muchas fronteras no

conservan otra vigencia que la de demarcación te-rrestre y se impone, como en toda casa acristalada, el derecho a la ingerencia, cuando graves y aparentes acontecimientos la recla-m a n . Nos hallamos, súbi-tamente, ante un nuevo panorama multidimensio-nal en el que la economía -protagonista hasta ahora indiscutido- debe compar-tir laureles con la cultura, con la ecología, con la so-ciología, con la antropo-

logía, con la etnología... En las cuatro últimas décadas, la U N E S C O

ha desempeñado un activo papel en el ámbito internacional de las ciencias sociales, ha ad-quirido una considerable experiencia y ha rea-lizado una labor útil de fomento de la ense-ñanza, la formación, la investigación, el desa-rrollo institucional y la cooperación en los planos regional y mundial. C o m o todas las demás organizaciones de las Naciones Unidas, la U N E S C O es a la vez usuario y productor de ciencias sociales c o m o base de conocimiento

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296 Federico Mayor

para sus acciones, mediante la investigación y el análisis, los datos estadísticos, la observa-ción y la vigilancia en campos tales c o m o la enseñanza básica y superior, las dimensiones culturales del desarrollo, el medio ambiente, la población, las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, y la comunicación. N o obstante, la Organización tiene otro m a n -dato, único entre todos los organismos espe-cializados: el de contribuir al desarrollo de las ciencias sociales como disciplina científica, for-taleciendo sus bases institucionales y profesio-nales, y al fomento de la investigación, la ense-ñanza y la capacitación, así c o m o de los servicios de información y documentación.

Este mandato, magistralmente formulado por los padres fundadores de la U N E S C O hace 45 años, conserva hoy toda su actualidad. Al redactar el primer programa de la Organiza-ción en Londres en 1945-1946, los fundadores de la Organización recomendaron que la U N E S C O "tratase de fomentar una perspecti-va mundial de las ciencias sociales'." Si bien reconocían que "...las ciencias sociales están íntimamente relacionadas con los modelos culturales...", su posición se basaba en la con-vicción de que "el campo de la experiencia humana , que las ciencias sociales analizan di-versamente, es un campo indivisible, que se ha descrito acertadamente c o m o el 'tejido incon-sútil de la experiencia humana ' 2 . " Según ellos, las ciencias sociales eran disciplinas positivo-empíricas y críticas a la vez, que operan funda-mentalmente sobre cuestiones de conocimien-to y sobre hechos. Sin evitar del todo las cuestiones de valor y de juicio, los métodos y técnicas de estas disciplinas permiten distin-guir entre los hechos y los valores. Por esta razón se recomendó, desde un principio que "una de las principales funciones generales de la U N E S C O fuera la de contribuir a mejorar la metodología de las ciencias sociales"3.

Los dinámicos acontecimientos que están transformando completamente la faz de Euro-pa desafían todo análisis y predicción. Ningún autor de política ficción se hubiese atrevido a imaginar un escenario de cambios de tal mag-nitud en tan breve espacio de tiempo. Presen-ciamos hoy la aparición de un espacio europeo unificado, que se extiende desde el Atlántico a los Urales y desde el Océano Ártico al Medite-rráneo y al M a r Negro, en el que pueblos de diferentes culturas, lenguas y trayectorias his-

tóricas hacen suyos los mismos valores h u m a -nísticos que constituyen esencialmente la identidad europea. N o puede decirse, en ver-dad, que el rasgo característico de Europa sea una configuración geográfica particular ni unos grupos étnicos, lingüísticos o religiosos, sino ciertos valores básicos, c o m o la primacía de los derechos humanos individuales, la de-mocracia y el equilibrio entre la libertad y la solidaridad, entre la eficacia y la equidad, así c o m o la apertura al m u n d o . Lo que ocurra en Europa tendrá repercusiones importantes en otras partes de la Tierra. Hace 30 años, el historiador suizo Denis de Rougemont captó brillantemente la esencia de la vocación de Europa: "...Europa ejerció desde su nacimien-to una función no sólo universal, sino, de he-cho universalizadora."4.

Esta vocación universal, por la cual Europa ha aportado su ingente contribución a la civili-zación universal, tuvo también su aspecto ne-gativo encarnado en el nacionalismo, la domi-nación y el colonialismo, así c o m o en el constante enfrentamiento entre naciones euro-peas que culminó en las dos guerras mundia-les. Afortunadamente, se puede decir con cier-to grado de confianza que todo ello pertenece al pasado, y que el lado más positivo de la función universalizadora de Europa puede ahora desplegarse en beneficio del m u n d o en-tero. El establecimiento de un área m á s amplia de democracia, paz, seguridad y cooperación hará que Europa - a condición de que su vo-luntad no flaquee un instante- pueda desem-peñar la función única de mediadora entre el Norte y el Sur, para establecer una asociación económica, política y cultural más equilibrada entre los países industrializados y los países en desarrollo.

Por venturosos que sean, los cambios en Europa y en otras partes del m u n d o - c o m o los progresos de la democratización y el afianza-miento de la seguridad y la cooperación- no deben ocultar varias situaciones que suscitan preocupación. En muchas regiones, las gue-rras, los conflictos, la pobreza y el hambre siguen siendo endémicos. En los países indus-trializados, se registra un aumento de la vio-lencia, el consumo de drogas, el desempleo, la marginación, la pobreza y la intensificación de varias formas de fanatismo, como son el na-cionalismo exacerbado, la exclusión social, la intolerancia y el racismo. C o m o señaló recien-

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El papel de las ciencias sociales en una Europa que está cambiando 297

temente el Papa en la encíclica Centesimus Annus, las sociedades prósperas, dominadas por un afán puramente adquisitivo, parecen perder el rumbo, a medida que personas ambi-ciosas y despreocupadas ocupan el lugar de los ciudadanos diligentes y solícitos. Aunque la economía de mercado se considere universal-mente el sistema m á s eficaz, en su forma de-senfrenada genera desigualdades y desempleo. Estos cambios son perjudiciales para la d e m o -cracia y los derechos humanos y, a la larga, para la paz y la seguridad.

Estas transformaciones son de vasto alcan-ce, urgentes y rápidas. Los problemas que en-trañan -tales c o m o las condiciones de una transición satisfactoria de las economías plani-ficadas a economías de mercado en Europa Oriental, o el papel y condición cambiantes de las naciones-estado en Europa Occidental-son de extrema importancia. Es preciso obser-varlos, analizarlos y seguirlos de cerca. N o obstante, los problemas inmediatos, no ya sólo en Europa sino en todo el m u n d o , c o m o el desarrollo, el medio ambiente, la población y la seguridad y el gobierno mundiales, suelen rebasar las capacidades de observación y de análisis de los especialistas en ciencias socia-les, que no pueden responder adecuadamente a las expectativas de los que deciden las políti-cas. Entramos aquí en un círculo vicioso: los especialistas en ciencias sociales necesitan más recursos e investigaciones en mayor escala para proporcionar las indicaciones que de ellos esperan los que deciden las políticas; és-tos estarían probablemente dispuestos a au-mentar de manera considerable los fondos destinados a las ciencias sociales, si estuviesen convencidos de la utilidad y la mayor impor-tancia de las actividades de aquéllos, quienes, a su vez, no pueden proporcionar esos resulta-dos si no obtienen nuevos recursos, etc, etc.

Este círculo vicioso existe desde hace m u -cho tiempo, y yo creo que los especialistas en ciencias sociales podrían, con su acción, con-vertirlo en un círculo virtuoso.

Veamos lo que está en juego exactamente. El m u n d o de hoy necesita m á s que nunca ideas innovadoras, así como políticas eficaces y criterios adecuados de evaluación. Toda in-novación, toda hipótesis implica un cierto gra-do de heterodoxia. N o hay progreso en el dog-matismo ni transiciones desde la arrogancia. N o hay sociedad ni ciudadanía sin democra-

cia, sin libertades públicas. U n a vez más , sólo desde la libertad todo se vivifica y hace posi-ble. "Libertas perfundit omnia luce". Es la libertad la que lo ilumina todo, incluyendo las ciencias sociales m u y en primer término. Las nuevas ideas y las políticas y criterios de eva-luación deben basarse en datos de alta calidad y en conocimientos derivados de la investiga-ción, el análisis y el seguimiento de las ciencias sociales. Si se m e permite, en m i condición de biólogo tomaré una metáfora de la teoría de la evolución: las ciencias sociales han de ser el "eslabón perdido" entre la reflexión y la ac-ción. Este eslabón perdido explica, por lo m e -nos en parte, el fracaso de muchas políticas, por ejemplo en relación con el desarrollo eco-nómico y la transferencia de tecnologías, o bien con el medio ambiente.

Los fundadores de la U N E S C O , a quienes m e referí anteriormente, se habían percatado claramente del problema en 1946 y recomen-daron que "las ciencias sociales ocupen una posición central en los programas de la U N E S -C O . . . [y] garanticen la unidad esencial de la misión de la U N E S C O " 5 . M e temo que ni la Organización, ni la comunidad de especialis-tas en ciencias sociales en general, hayan de-sempeñado hasta ahora con m u c h o éxito este papel de eslabón perdido. N o obstante, pienso que las ciencias sociales han alcanzado un gra-do suficiente de madurez para cumplir esa misión, la cual exigirá que se haga especial hincapié en determinadas orientaciones de la investigación.

En primer lugar, deben fomentarse con de-cisión y de manera amplia los enfoques tanto interdisciplinarios c o m o comparados. Y a la inversa, las fragmentaciones y debates unidis-ciplinarios, paradigmáticos, epistemológicos y ontológicos, por importantes que sean, deben desalentarse. En último término, m á s allá de todos estos debates, no hay más que dos tipos de ciencia social: la buena y la mala, la basada en el rigor, y la que resulta del oportunismo o del apresuramiento. La finalidad es hacer que las ciencias sociales sean más operativas y más pertinentes desde el punto de vista de los da-tos y las pruebas, y que constituyan una base de conocimientos para la formulación de polí-ticas. Ello no significa que las ciencias sociales tengan que sacrificar su autonomía. La inves-tigación autónoma y fundamental es necesaria en todas las ramas científicas y hay que apo-

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298 Federico Mayor

yarla vigorosamente, no sólo porque la bús-queda del conocimiento es un fin en sí mismo, sino también porque los resultados que pro-porciona mejoran decisivamente las capacida-des operativas de las ciencias.

En segundo lugar, la investigación interdis-ciplinaria y comparada debe basarse en datos estadísticos de buena calidad. Esto es absolu-tamente fundamental para que las ciencias so-ciales puedan progresar. Otras ciencias, como las naturales y las biológicas, crean sus propias bases de datos. Para las ciencias sociales, sobre todo la economía y la demografía, y en menor medida, la sociología y las ciencias políticas, los datos provienen en gran parte de las series estadísticas oficiales. Incluso cuando estos da-tos son de buena calidad, los gobiernos los recogen con fines administrativos y de políti-ca, en esquemas, formas y niveles de agrega-ción que pueden o no ser apropiados para los fines de la investigación científica. Muchas áreas importantes se omiten y los nuevos pro-cesos no se definen ni se siguen. D e esto últi-m o sólo podremos ocuparnos con una investi-gación sociológica independiente que identifi-que y conceptualice nuevas variables y proce-sos, y acopie, almacene y analice datos estadís-ticos comparándolos en el tiempo y en el espacio. Este tipo de investigación es, tanto conceptual como metodológicamente, difícil y también costosa, pero es el único medio de mejorar las capacidades de observación y de seguimiento necesarias para que las ciencias sociales puedan aplicarse a la formulación y a la evaluación de políticas, o recurriendo de nuevo a la metáfora de antes, para que consti-tuyan el eslabón perdido entre el pensamiento y la acción. En apoyo de este planteamiento desearía citar, si m e lo permiten, a Herbert Simon, Premio Nobel de Economía, en su in-tervención de septiembre de 1989 ante el Sub-comité para la Ciencia, la Tecnología y el Es-pacio, del Senado de los Estados Unidos de América: "La insuficiencia de datos básicos es hoy el obstáculo m á s grave a la investigación de las ciencias sociales en la mayoría de los campos... La economía, la sociología y las ciencias políticas necesitan recoger, de manera m á s o menos continua, un mayor número de datos concretos sobre el funcionamiento de nuestra sociedad y sobre el comportamiento de sus actores humanos. La psicología necesita m á s oportunidades para estudiar el comporta-

miento en el laboratorio, y la teoría de la organización y la economía comercial necesi-tan una observación m á s amplia y detallada del funcionamiento cotidiano de los mecanis-m o s de toma de decisiones de las empresas comerciales y las organizaciones gubernamen-tales".

Puedo m u y bien prever las objecciones epistemológicas a lo que precede. Seamos cla-ros: no se trata 'de fomentar cierto tipo de ingeniería social, de sugerir fórmulas que pre-tendan provocar cambios sociales al por m a -yor. Lo que se desea más bien es generar cono-cimientos, y organizar el seguimiento, de pe-ríodos suficientemente largos, series delimita-das de variables y sus relaciones mutuas, que posibiliten la articulación de teorías válidas y apoyen la formulación de políticas. C o m o to-dos sabemos, una teoría científica sólida es una guía para la acción. El psicólogo social francés Abraham Moles llama a las ciencias sociales "las ciencias de lo impreciso"6, en el sentido de que los ámbitos del ser h u m a n o y la sociedad se caracterizan por una amplia inde-terminación, pero no absoluta, que haría que las ciencias humanas y sociales fuesen prácti-camente imposibles. Los elementos indetermi-nados se relacionan entre sí con regularidades aproximadas, pero nunca son completamente aleatorios. Parte de ellos por lo menos pueden someterse a la investigación científica y a la medición rigurosa, y permiten ciertas predic-ciones vagas, pero útiles. Moles sostiene con razón que estas dificultades no justifican el abandono de las actividades de ciencias socia-les y que una ciencia, por imprecisa que sea, es mejor que la ausencia total de ciencia.

En tercer y último lugar, este tipo de cien-cias sociales requiere dispositivos instituciona-les y de organización apropiados. M á s allá del grupo de investigación tradicional, individua-lista o m u y restringido, hacen falta equipos m á s numerosos que trabajen en colaboración, instituciones bien equipadas y dotadas, archi-vos de datos abundantes y de alto rendimiento e investigadores capacitados tanto en la teoría c o m o en los métodos y técnicas empíricos m o -dernos. Interdisciplinariedad, solidez estadís-tica, organización institucional adecuada.

¿ C ó m o obtener, para este tipo de investiga-ción en ciencias sociales, el nivel de financia-ción pública y privada que hasta ahora tan pocas veces, o nunca, se ha concedido a las

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El papel de las ciencias sociales en una Europa que está cambiando 299

ciencias sociales? Para empezar, los especialis-tas en ciencias sociales y sus organizaciones deben ponerse de acuerdo sobre la prioridad que conviene dar a este tipo de investigación sociológica ambiciosa, para persuadir a los go-biernos y a las empresas y crear una mayor conciencia pública de que la asignación de mayores recursos es en interés de todos, y que la sociedad en general saldrá beneficiada, por la mejora de las políticas y de la gestión de la cosa pública. Los especialistas en ciencias so-ciales deben también encontrar los medios de salvar la brecha que separa a las llamadas "dos culturas", o sea la universidad y el m u n d o de los gerentes y los que deciden las políticas. La investigación universitaria debe entablar una relación mucho m á s estrecha con el sector pri-vado, c o m o hicieran las ciencias naturales y biológicas con la industria y el sector empresa-rial en general (no olvidemos la creciente im-portancia del sector servicios).

Las consideraciones que preceden no ago-tan por supuesto el debate ni abarcan la totali-dad del inmenso, casi infinito, campo de las ciencias sociales y humanas, que adopta tam-bién otras formas igualmente válidas, en parti-cular las interpretativas. N o obstante, c o m o señalé antes, lo que está en juego hoy es la capacidad de las ciencias sociales de mejorar su capacidad de análisis, observación y vigi-lancia para responder adecuadamente a los desafíos con que se enfrentan hoy Europa y el m u n d o . Estas consideraciones son el fruto de cuatro décadas de acción y experiencia de la U N E S C O en el terreno de las ciencias sociales a nivel internacional, y de las lecciones que hemos aprendido sobre el papel que dichas ciencias deben desempeñar frente a la socie-dad en general. Ningún otro campo del saber puede contribuir tan decisivamente a estable-cer un puente entre la reflexión y el pensa-miento sobre los asuntos humanos, por una parte, y por la otra las políticas y la acción destinadas a mejorar la vida de los seres hu-manos.

Los programas actuales y futuros de la U N E S C O en el campo de las ciencias sociales y humanas están orientados hacia esta meta. La dimensión cultural del desarrollo y la di-mensión humana del cambio global constitu-yen dos de los grandes temas interinstituciona-les actuales. M á s concretamente, en los países en desarrollo nos proponemos fortalecer la ca-pacidad de los institutos de investigación para el acopio de datos y el análisis y seguimiento del cambio social, la mejora de la enseñanza universitaria, el perfeccionamiento de la for-mación de los jóvenes investigadores y la crea-ción de sistemas de apoyo a la investigación, c o m o servicios de información y documenta-ción y archivos de datos. U n programa impor-tante que se encuentra todavía en una fase preliminar se refiere al establecimiento de una red internacional de estaciones de investiga-ción para la observación, análisis y vigilancia del cambio social, mediante la cooperación entre los países del Norte y del Sur.

Habida cuenta de la magnitud de los pro-blemas que es preciso afrontar, debemos ser ambiciosos para las ciencias sociales y proce-der a establecer un importante programa inter-nacional de ciencias sociales* en la U N E S C O administrado por un comité intergubernamen-tal, a semejanza de otros programas ya exis-tentes c o m o "El H o m b r e y la Biosfera", o los relativos a la oceanografía. Esta posibilidad, estudiada en esta Conferencia m e parece una fórmula m u y prometedora para proporcionar a las ciencias sociales el vigor y el relieve que merecen.

Otra acción de la U N E S C O en favor del desarrollo institucional, que viene a sumarse al apoyo prestado a las organizaciones no gu-bernamentales, internacionales y regionales, es el establecimiento de redes interuniversitarias Norte-Sur y Sur-Sur, mediante el hermana-miento de facultades o departamentos de cien-cias sociales y la creación de Cátedras U N E S -C O de enseñanza e investigación, que consti-tuyen poderosos instrumentos de transferencia de conocimientos.

*Nota del Redactor-Jefe: Posteriormente a la elaboración de este artículo, la Conferencia General de la U N E S C O , en su X X V I Sesión de octubre-noviembre de 1991, encomendó a la Secretaría iniciar un estudio de factibilidad sobre tal programa internacional.

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300 Federico Mayor

Notas

1. Documento de la U N E S C O , Comisión Preparatoria sobre Ciencias Sociales, C o m . 2, 4 de junio de 1946, pág. 3.

2. Documento U N E S C O . Comisión Preparatoria sobre Ciencias Sociales, Com. 2, 4 de junio de 1964, pág. 2.

3. Informe del Programa de la U N E S C O , U N E S C O C/2, 15 de septiembre de 1946, págs. 105-106.

4. Denis de Rougemont, Vingt-huit siècles d'Europe. La conscience européenne à travers les lextes

d'Hésiode à nos jours, Paris, Payot, 1961.

5. Informe sobre el Programa de la U N E S C O , op. cit., pág. 106.

6. Abraham Moles, Les sciences de /imprécis, Paris, Seuil, 1990.

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Hacia una infraestructura institucional para las ciencias sociales en Europa*

Bernd Hamm

Introducción

La naciente sociedad europea constituye una prueba de primer orden para las ciencias so-ciales. Tal vez sea cierto que la continua inte-gración en la Comunidad Europea en 1993 y los años sucesivos, constituye primordialmen-te un objetivo para las grandes empresas, que son las que más se benefician de un mercado abierto y ampliamente normalizado. Sin e m -bargo, esto en sí mi smo constituye un acicate para las ciencias sociales, cuyos profesionales tienen que recalcar que ello no basta para construir una socie-dad justa, democrática, pa-cífica y estable. Tal socie-dad sigue siendo un pro-yecto. Sin embargo, el pro-ceso europeo nos hace co-brar conciencia de que ne-cesitamos proyectos de este tipo para hacer pre-guntas que vengan al caso. El método positivista tra-dicional y su estrategia de formular y acumu-lar permanentemente teorías de mediano al-cance, derivadas de la investigación empírica retrospectiva, resultan insuficientes a la vista de las tareas que nos asignan los europeos. La sociedad europea constituye una empresa iné-dita en su escala y ámbito, y con enormes consecuencias sobre la sociedad planetaria y sobre las comunidades nacionales. Las cien-cias sociales deberían contribuir al impulso de este proceso y hacer valer en él los conoci-mientos que han acumulado en los doscientos

Bernd H a m m es profesor de sociología y director del Centro de Estudios Euro-peos de la Universidad de Trier, B .P . 3825, Trier, Alemania 5500. Presiden-te del Comité de Ciencias Sociales de la Comisión Alemana de Cooperación con la U N E S C O , especialista en socio-logía de la planificación, de la sociedad europea y de cuestiones urbanas, es au-tor de The Social Nature of Space (1990) y Progress in Social Ecology (1991).

últimos años. Sin embargo, su contribución a la sociedad parece relativamente escasa y de-cepcionante, no sólo porque en realidad a las autoridades no les interesan mucho los libros, sino también porque no hay consenso entre quienes las profesan acerca de qué es pertinen-te y necesario, qué reviste menor importancia para la sociedad y si esto constituye un proble-m a importante para ellos. M i opinión personal de la actuación que han tenido las ciencias

sociales desde el punto de vista de la pertinencia so-cial es bastante pesimista. Las ciencias sociales, si han de hacerse más perti-nentes para la sociedad eu-ropea, deben cambiar su ámbito, su escala y su m e -todología, sus métodos de cooperación y sus criterios. Las ciencias sociales en Europa tienen necesaria-mente que ser distintas de las que hemos conocido hasta ahora. La tarea de construir una ciencia so-

cial realmente europea es ardua y difícil y deberá incorporar nuevas ideas, nuevos crite-rios y nuevos procedimientos.

En el presente trabajo, se formulan algunas ideas y propuestas acerca de cómo cabría esti-mular la configuración de una ciencia social europea y qué tipo de modificaciones infraes-tructurales podrían ser útiles para ello.

La presentación comprende cuatro etapas: 1) un bosquejo de las tareas que deberán reali-zar las ciencias sociales europeas; 2) una carac-terización de la situación actual; 3) propuestas

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302 Bernd Hamm

para una infraestructura institucional "ideal", y 4) conclusiones acerca de c ó m o llegar a esa infraestructura ideal, teniendo en cuenta las deliberaciones de la Primera Conferencia Eu-ropea de Ciencias Sociales, celebrada en San-tander, España, del 24 al 28 de junio de 1991.

Europa, una prueba para las ciencias sociales

Cabe preguntarse en primer lugar qué tiene de nuevo y especial la sociedad europea y, en segundo lugar, qué consecuencias dimanan de ello para las ciencias sociales europeas.

Las preguntas que hay que formularse pos-teriormente consisten en si existe ya una socie-dad europea, cuáles son los criterios precisos que definen c o m o sociedad a una determinada agrupación de seres humanos y qué es Europa. Europa es, naturalmente, la Comunidad Euro-pea, cuyo motor es la economía. Doce Esta-dos-nación, algunos de los cuales habían sido irreconciliables enemigos entre sí durante si-glos, decidieron construir los Estados Unidos de Europa. Europa es también la Asociación Europea de Libre Comercio, siete naciones no pertenecientes a la Comunidad (aunque su economía es también capitalista y su sistema político es democrático) y que, junto con la Comunidad Europea, habrían de configurar para principios de 1993 el mercado único eu-ropeo. Hay que mencionar también el ex Con-sejo de Asistencia Mutua Económica, que se fue desintegrando gradualmente con la peres-troika y el "nuevo pensamiento" de forma clara después de las revoluciones de 1989, has-ta desaparecer hace relativamente poco tiem-po. Están también el Consejo de Europa, la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa, el concepto de "casa común eu-ropea" que iría del Atlántico a los Urales, la Unión Europea Occidental y la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa. Así pues, hay muchas ideas distintas de Europa, cada una de las cuales tiene su propia definición, sus propios componentes y sus propias institu-ciones. Europa es un continente en proceso de reorganización y la investigación social y e m -pírica no constituye aún el medio de describir el resultado de ese proceso.

Las empresas transnacionales y los Esta-

dos-nación constituyen los principales compo-nentes de Europa y los principales agentes del proceso de integración europea. Los Estados-nación transfieren parte de su soberanía a un nuevo centro europeo de poder. La transferen-cia cobra día a día mayor importancia y c o m -prende gradualmente la política económica en todos sus aspectos, la política exterior, la de-fensa, el desarrollo, etc. El Estado-nación, so-cavado en razón de ese proceso, se ve someti-do también a presiones desde abajo, por parte de municipalidades y regiones que reclaman más derechos y más recursos por razones de identidad cultural, desplazamiento social y es-cala. Muchas funciones que aún quedan a los Estados-nación de nuestros días, especialmen-te el suministro de servicios públicos e infraes-tructuras, pueden ser desempeñadas tanto m e -jor en el ámbito municipal o regional que en el nacional. Por lo tanto, el concepto mismo de Estado-nación está en proceso de cambio y hay que preguntarse cuál será el Estado-nación del mañana, o su sustituto. ¿ C ó m o sería una Europa compuesta de regiones? ¿ C ó m o es po-sible enlazar a esas regiones con el nuevo cen-tro europeo de poder? ¿Qué semblante tendría el gobierno democrático en esas regiones?

El proceso europeo está sirviendo de puen-te entre dos bloques antes hostiles y que se basan en dos sistemas ideológicos fundamen-talmente distintos. La unificación de Alema-nia constituye un caso que hay que estudiar cuidadosamente en este contexto. Do s tipos de sociedad con instituciones diferentes, procedi-mientos de adopción de decisiones diferentes, distintas formas de captar y recompensar a élites y distintos conceptos del hombre, la so-ciedad, la justicia y la igualdad, están tratando de crear un nuevo conglomerado, uno de cu-yos componentes es mucho má s poderoso y atractivo que el otro. El ejemplo europeo nos puede indicar no sólo qué cambios son neces-rios y qué obstáculos hay que superar, sino también la existencia de un proceso más pare-cido a una absorción o a la colonización que a una asociación voluntaria. En cierto m o d o , el proceso de unificación alemana puede ser con-siderado un modelo en pequeña escala de la integración europea. Sería importante saber si es posible evitar en el ámbito europeo las con-secuencias no voluntarias de este proceso y, en caso afirmativo, en qué medida.

Para la transición a un sistema federal cabe

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estudiar el caso de la Unión Soviética (España, Francia e Italia constituyen otros ejemplos, menos espectaculares), y las fuerzas centrífu-gas que ponen en peligro un sistema federalis-ta encuentran un ejemplo ilustrativo, pero ho-rrible, en Yugoslavia. El federalismo parece funcionar m u y bien únicamente en Suiza (donde tiene una larga tradición), en Alemania (donde fue impuesto después de la segunda guerra mundial) y en Austria. Europa se con-vertirá en un sistema federal, pero hay que preguntarse cuáles serán sus componentes y cuáles serán los mecanismos que lo manten-drán en pie.

Detrás de todo esto se encuentra el proble-m a de carácter más general, saber que es lo que integra a las sociedades multiculturales, si es preciso mantenerlas unidas y por qué, y cuáles son los efectos que surten los distintos mecanismos utilizados para alcanzar ese obje-tivo. El multiculturalismo constituye inevita-blemente el futuro de la sociedad europea, no sólo en razón de la forma en que está c o m -puesta en la actualidad, sino también de la inmigración transfronteriza. La experiencia del Canadá, descrita en el informe de la C o m i -sión Real sobre Bilingüismo y Biculturalismo, parece especialmente importante para que po-damos apreciar el delicado equilibrio que exis-te entre la integración, por una parte y la pre-servación de los patrimonios culturales de los grupos minoritarios, por la otra.

La inmigración hacia Europa desde el este y desde el sur no constituye un fenómeno nue-vo. Sin embargo, parece estar cobrando reno-vadas dimensiones y plantear problemas m u -cho mayores que los que se hayan registrado hasta ahora en Europa. Los pobres del m u n d o golpean nuestras puertas y piden una parte de nuestra riqueza. U n a elevada proporción de la población europea va a exigir una Europa for-taleza, por más que ello vaya contra toda la tradición humanista. Los países europeos ya están haciendo más estricta la legislación rela-tiva a los inmigrantes extranjeros. Necesaria-mente habrá que aplicar después algún tipo de política en materia de inmigración, junto con algún tipo de política de desarrollo mucho m á s eficaz. Cabe entonces preguntarse cómo se ha de concebir esa política.

¿Qué lugar ocupará Europa en la futura sociedad mundial? ¿Se utilizará su enorme po-derío económico para seguir explotando al ter-

cer m u n d o ? ¿Contarán las instituciones políti-cas europeas con un medio legítimo para controlar de alguna manera el proceso por el cual el capital está cada vez más concentrado y es cada vez más anónimo y amoral? ¿Harán valer su poderío, junto con América del norte y el Japón, para utilizar al sistema de las N a -ciones Unidas y a las instituciones de Bretton W o o d s en pro de sus propios intereses a corto plazo? ¿Qué opciones existen en realidad? ¿Qué tipo de decisiones hay que tomar, quien debe tomarlas y cuándo?

H e aquí unos pocos ejemplos de la plétora de preguntas que necesitan respuesta, normati-va y analítica, de los profesionales de las cien-cias sociales. La índole y la complejidad del proceso europeo hacen evidente que la investi-gación tradicional, retrospectiva y positivista, no constituye el método m á s prometedor para tratar de dar esa respuesta. Necesitamos un método holístico, de orientación práctica, in-terdisciplinario y prospectivo, a fin de poder hacer un bosquejo de la investigación europea en materia de ciencias sociales que pueda lle-narse después con diversos proyectos que apli-quen una metodología diferente. Sólo así cabe esperar que aportemos una contribución im-portante al diseño del proceso europeo que incluya información pertinente a los efectos de la adopción de decisiones. Queda algo m á s aún, las ciencias sociales europeas no sólo de-ben hacerse interdisciplinarias y orientadas hacia la solución de problemas, sino que, ade-más, deben hacerse realmente internacionales y aprovechar toda la diversidad de escuelas de pensamiento y de culturas.

Todo esto significa que tenemos que hacer frente a un gran número de problemas nuevos e importantes y que tenemos que recurrir a nuevas modalidades de investigación y colabo-ración que nos son desconocidas, costosas y engorrosas, y difieren de los principios norma-les de financiación o de los trámites de rigor. El ideal sería algún tipo de organización inte-grada por grupos de trabajo que fueran a la vez interdisciplinarios e internacionales y tuviesen la posibilidad de desarrollar supuestos crite-rios, idiomas y metodologías comunes para hacerlos realmente productivos. Esos grupos de trabajo no deberían actuar en forma aislada sino, más bien, servir de estímulo el uno para el otro y tener la posibilidad de intercambiar opiniones y experiencias; así, el concepto de-

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304 Bernd Hamm

bería ser el de una red. El resultado de la investigación de estos grupos debería pasar directamente a formar parte de la enseñanza universitaria, en la cual hay que encontrar nuevos métodos de formación que sirvan para que las próximas generaciones de profesiona-les expertos tengan una perspectiva amplia de la responsabilidad mundial y la sociedad euro-pea y un auténtico compromiso con ambos.

La cooperación europea en el ámbito de las ciencias sociales

N o es m i intención dar una visión general de la cooperación actual en el ámbito de las cien-cias sociales en Europa. Q u e yo sepa, no existe una guía o un registro que m e permitiera ha-cerlo y una mera enumeración de poco serviría en el contexto actual. M á s bien, haré una rela-ción de m i propia experiencia en la investiga-ción social europea e internacional, en el su-puesto de que, por más que sea personal, servirá para revelar algunas de las principales deficiencias de la situación actual. N o es nec-sario que entre en demasiado detalle y m e limitaré a algunos aspectos del problema; a saber, el idioma, el tiempo, el dinero y las ins-tituciones.

El conocimiento insuficiente de idiomas sigue siendo, sin lugar a dudas, uno de los principales obstáculos que se oponen a la coo-peración internacional e interdisciplinaria. En cuanto al internacionalismo, la cosa parece relativamente fácil. Todos necesitamos un idioma para la comunicación internacional y necesitamos una instrucción apropiada en él. Nos guste o no, ese idioma parece ser una versión empobrecida y americanizada del in-glés. C o n esto no queremos decir únicamente que aceptamos tácitamente la bases culturales de esta versión del inglés, sino también que aceptamos la superioridad relativa de una per-sona elocuente cuya lengua materna sea el in-glés. Por más que comprenda la resistencia que ello suscita, especialmente en Francia, no es incorrecto decir que los colegas franceses se encuentran cada vez más aislados en la c o m u -nidad científica internacional. Para ser euro-peos, todos necesitamos una enseñanza real-mente bilingüe.

Las cosas se complican mucho más cuando se trata del aspecto interdisciplinario. La espe-

cialización y la fragmentación dentro del a m -plio espectro de las ciencias sociales se reflejan en distintos idiomas profesionales en tal medi-da que, por ejemplo, los sociólogos médicos y los sociólogos urbanos tienen dificultades con-siderables para entenderse el uno al otro, para no hablar de los problemas de comunicación entre economistas, historiadores, psicólogos, geógrafos, profesionales de las ciencias socia-les y sociólogos o entre partidarios del estruc-turalismo, del funcionalismo, de la dialéctica, de la teoría del conflicto, de la interacción, de la teoría neoclásica, etc. Las probabilidades de entenderse mal o de no entenderse para nada son m u c h o mayores que las de entenderse bien. La única manera de superar los dos tipos de dificultad consiste en el contacto y el aprendizaje, lo que requiere esfuerzo, tiempo y dinero.

El tiempo como segundo factor limitativo, o mejor dicho nuestra idea del tiempo, queda determinado por criterios de rendimiento aca-démico, en la planificación de la carrera, por ejemplo. En la mayoría de los países de Euro-pa, la investigación y la enseñanza en el ex-tranjero y las publicaciones en el idioma ex-tranjero son algo exótico y no representan logros determinantes para el progreso en la carrera. Así, es absolutamente comprensible, aunque contraproducente, que la mayor parte de los profesionales de las ciencias sociales se dediquen en la etapa inicial de su carrera a problemas rigurosamente definidos de su pro-pia sociedad y no a problemas internacionales. Esto no es sorprendente en una situación en que, por lo general, el cuerpo docente no es multilingue ni tiene experiencia multinacio-nal, no se acepta que las monografías, las tesis o las disertaciones estén escritas en un idioma extranjero y no se reconocen los cursos segui-dos en otro país. El provincialismo se hereda de generación académica en generación acadé-mica y quienes tratan de cambiar esta situa-ción suelen verse envueltos en la envidia y los celos. A los académicos jóvenes más les vale no perder mucho tiempo en el extranjero sino quedarse en su propio país para darse a cono-cer por las personas y las instituciones impor-tantes para su carrera. En Alemania, los estu-diantes tienen muchas m á s oportunidades para ir al extranjero de las que efectivamente aprovechan. Hace sólo poco tiempo que pro-gramas tales c o m o E R A S M U S o T E M P U S

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Hacia una infraestructura institucional para las ciencias sociales en Europa 305

han logrado en cierta medida superar esas li-mitaciones.

Naturalmente, el problema básico es el di-nero. Las instituciones de financiación, inclui-das las comisiones que otorgan subsidios uni-versitarios, suelen ser m u y renuentes a finan-ciar proyectos en que hay un componente de cooperación internacional y de viajes al ex-tranjero y los restringen en toda la medida de lo posible. Parece más fácil obtener fondos para algún proyecto de investigación relativa-mente poco importante y útil en la sociedad propia que para financiar una prolongada es-tancia en el extranjero a fin de estudiar la tradición extranjera en la investigación en m a -teria de ciencias sociales sin tener claramente delimitado de antemano un proyecto de inves-tigación. Es m u y poco probable que la situa-ción haya de cambiar mientras mantegan su influencia comités de evaluación integrados por miembros que. a su vez, han tenido escaso contacto con la cooperación internacional.

Pasemos por último a referirnos al elemen-to institucional. La institución más antigua y prominente para la cooperación en materia de ciencias sociales en Europa tal vez sea el Cen-tro Europeo de Coordinación y Documenta-ción para la Investigación en Ciencias Sociales (Centro de Viena), nacido del Consejo Inter-nacional de Ciencias Sociales y, por lo tanto, indirectamente de la U N E S C O . El Centro de Viena, concebido expresamente durante la guerra fría para desarrollar y promover la coo-peración entre el este y el oeste en el ámbito de las ciencias sociales, fue durante muchos años sumamente importante c o m o lugar de encuen-tro. Sin embargo, la forma en que sus fundado-res, y luego su directorio, lo organizaron hizo que sirviera casi exclusivamente para ese fin concreto. En un m u n d o que cambia, c o m o el de hoy, no está claro que el Centro de Viena pueda seguir cumpliendo su cometido. C o m o mínimo son indispensables ciertas adaptacio-nes de estructura. A pesar de que el Centro de Viena es pequeño, su estructura poco opera-cional y su dotación de recursos relativamente escasa, su productividad desde que comenzó a funcionar en 1963 es sorprendente. También es sorprendente, sin embargo, ver cuan pocos profesionales occidentales de las ciencias so-ciales (en contraposición a sus colegas de E u -ropa oriental) saben algo acerca del Centro de Viena y de la forma en que funciona o han

aprovechado ya sus servicios (lo mismo cabe decir, por lo demás, de la Fundación Europea para las Ciencias y su Comité Permanente de Ciencias Sociales). La amplia experiencia de este Centro es indispensable a los efectos de las ciencias sociales europeas, si bien literal-mente serían necesarios docenas de ellos para lograr lo que se necesita en la nueva situación y, en realidad, ya se han organizado algunos hace m u y poco tiempo o están en proceso de organizarse.

Existen otras instituciones europeas de in-vestigación y formación en ciencias sociales. Pero lo que m e interesa destacar aquí es que sigue faltando una orientación clara, resuelta y profesional hacia la sociedad europea. Por lo tanto, si hay acuerdo en que Europa constituye un problema de primer orden para las ciencias sociales y hay acuerdo además en que éstas no están bien preparadas para hacer frente a ese problema, hemos dejado en claro que se nece-sita una solución. Entonces debemos pensar en cuáles son las opciones posibles para afianzar las ciencias sociales europeas y hacerlas perti-nentes a la realidad.

Infraestructura institucional

Las dificultades con que han tropezado las ciencias sociales europeas para despegar no dejan de tener sus razones. Tal vez una de las medidas m á s eficientes que habría que adop-tar para corregir esta situación sea el estableci-miento de una infraestructura institucional adecuada, que debería servir de nexo entre los círculos de las ciencias sociales, las autorida-des, las instituciones financieras y el público en general. El mecanismo de conexión equiva-le, en gran medida, a la traducción de un idioma a otro sólo que, en este caso, consiste en la transformación de un problema, tal como lo ven los órganos normativos, en un problema de ciencias sociales, en la transfor-mación de este problema en un proyecto de investigación que pueda obtener fondos, la transformación de la investigación en ciencias sociales en el idioma de los medios de difusión y viceversa. La infraestructura institucional, para ser eficiente, tiene que ser transparente, estar desburocratizada y encontrarse lo m á s cerca posible de los problemas de las ciencias sociales.

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Organizaciones profesionales y comités de investigación

El esqueleto de una infraestructura institucio-nal de esa índole puede ser armado por organi-zaciones profesionales en el plano europeo, proceso que ya está en curso. Existen asocia-ciones europeas de profesionales de las cien-cias sociales, la economía, la psicología social y la investigación para la paz; está en curso la iniciativa de establecer una asociación socioló-gica europea y acaba de fracasar, aunque sólo temporalmente, el establecimiento de una aso-ciación europea de estudios sobre el futuro. Teniendo presentes los principios prácticos de las organizaciones profesionales en los planos nacional e internacional, es sumamente proba-ble que también las asociaciones europeas es-tablezcan comités de investigación para fines concretos y, habida cuenta de la experiencia de las asociaciones que ya existen, no es difícil predecir qué índole tendrán esos comités de investigación. Lo que sí parece poco probable es que esos comités hayan de entablar contacto y cooperar m á s allá de los límites de sus res-pectivas disciplinas. Su objetivo se limitará exclusivamente a sus disciplinas. N o quere-m o s decir que ello no sea legítimo, pero no es lo que parece necesario para atender las nece-sidades concretas de la naciente sociedad eu-ropea, es decir, redes interdisciplinarias y de orientación prospectiva integradas por grupos de trabajo sobre ciencias sociales.

Las ideas que formulamos en el presente trabajo no son, por cierto, m á s que tales. Si recogemos la metodología propuesta por R o -bert Jungk para sus "seminarios en el futuro", es decir, 1) definir el problema, 2) criticar la situación imperante, 3) formular una visión utópica acerca de la forma de resolver el pro-blema en el futuro y 4) formular las medidas concretas que sirvan para llegar a esa solución, m e encuentro con que todavía estoy en la eta-pa tercera.

Consejo Europeo de Ciencias Sociales

Podría establecerse un Consejo Europeo de Ciencias Sociales; así c o m o en 1952 se fundó el Consejo Internacional de Ciencias Sociales, "a fin de incluir en la red de asociaciones

disciplinarias internacionales (establecida con los auspicios de la U N E S C O entre 1945 y 1950) un nuevo órgano interdisciplinario para que facilite la comunicación de las distintas ramas del conocimiento y acelere la reanuda-ción de la comunicación intelectual entre las naciones del m u n d o " (ISSC, 1987-1989, pág. 1 ), cabría pensar en una organización interdis-ciplinaria europea, cuyas principales funciones podrían ser las siguientes:

1. Establecer los vínculos necesarios entre los órganos normativos, los círculos de las ciencias sociales y las instituciones financieras (la Fundación Europea para las Ciencias, véa-se m á s adelante);

2. Estimular y promover el establecimien-to de grupos de trabajo interdisciplinario y de orientación práctica, prestar asistencia en el establecimiento de esos grupos y organizar la investigación mediante contratos;

3. Establecer redes entre esos grupos e ins-tituciones de investigación de manera que su ámbito abarque todo el continente europeo y proporcionar a esas redes apoyo de organiza-ción, coordinación y comunicación (la Asocia-ción Europea de Ciencias Sociales);

4 . Organizar conferencias europeas de ciencias sociales;

5. Formular y actualizar periódicamente, en consulta amplia y abierta con los círculos de ciencias sociales y en contacto con los órga-nos normativos y las instituciones financieras, un programa europeo de investigación en cien-cias sociales; y

6. Estimular y promover el establecimien-to de asociaciones europeas de cada una de las ramas de las ciencias sociales, prestar asisten-cia en su establecimiento y lograr la transfe-rencia de su subvención a esas asociaciones.

Por lo demás, esto no está tan alejado de lo que hace el Consejo Internacional de Ciencias Sociales con recursos y dotación de personal reducidos, lo que demuestra que no es necesa-rio ni conveniente establecer una gran buro-cracia nueva. Por lo demás, el Programa Euro-peo de Investigación en Ciencias Sociales no obedecería al propósito de imponer ciertas prioridades a los círculos interesados en las ciencias sociales, con la exclusión de otras, ni de monopolizar los recursos y la adopción de decisiones en un órgano anónimo, sino m á s bien en establecer un proceso abierto y servir de acicate para que estos círculos se dediquen

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a un debate crítico y constructivo de los aspec-tos pertinentes del proceso europeo. Al igual que en otros ámbitos, por algún lado hay que empezar de manera que, en lugar de un debate prolongado y estéril acerca de a quién cabría autorizar para preparar un programa de tal índole, preferiría hacerlo en la forma m á s abierta posible y comenzar a trabajar.

El Consejo Europeo de Ciencias Sociales podría estar integrado por cuatro categorías de miembros: 1) asociaciones de disciplinas de las ciencias sociales (esto es, el equivalente europeo de los miembros ordinarios del C o n -sejo Internacional); 2) miembros instituciona-les, c o m o los centros de investigación sobre ciencias sociales; 3) miembros institucionales que tengan interés en convertir en práctica y política la investigación europea sobre cien-cias sociales y 4) miembros individuales; las cuatro categorías deben tener un ámbito euro-peo y estar representadas en el comité ejecuti-vo. Sus propósitos, sus órganos y su financia-ción podrían ser m u y semejantes a los previs-tos en la constitución del Consejo Internacio-nal. El Consejo Europeo de Ciencias Sociales necesitará, para cumplir sus propósitos y de-sempeñar su función, una secretaría perma-nente y con una dotación de personal suficien-te. Posiblemente esa función podría quedar a cargo del Centro de Viena.

La función del Centro de Viena

En este momen to , y a pesar de todos sus méri-tos, el Centro de Viena es una institución rela-tivamente débil y frágil. N o tiene un presu-puesto a largo plazo (su presupuesto se fija cada año según las contribuciones de los Esta-dos miembros), ni tiene una plantilla de perso-nal científico (los secretarios científicos, en su mayor parte académicos jóvenes con especiali-zación en distintas ramas de las ciencias socia-les, tienen un contrato de tres años de dura-ción que puede prorrogarse por otros tres años). Los secretarios científicos son contrata-dos por las instituciones de su propio país, que los adscriben y a las cuales están subordina-dos. Así, desde el punto de vista de la estructu-ra, la situación del director es vulnerable. E n su mayor parte, son los secretarios científicos quienes toman la iniciativa de proyectos y tra-tan de obtener financiación. El Consejo, en

todo caso, tiene que aprobarlos. Si el director procedía del este (como ocurría generalmente), se suponía que el presidente del Consejo ven-dría de un país del oeste; m u y a menudo, los países de Europa Oriental, por falta de divisas, no podían enviar secretarios científicos. E n pocas palabras, la estructura del Centro de Viena refleja en cierta medida la situación del proceso de guerra fría durante el cual fue esta-blecido; cualquier Estado miembro que, por cualquier razón (política), no estuviese satisfe-cho con la labor del Centro podía sin ningún problema retirar su secretario científico y sus-pender su contribución. Esta solución tal vez haya sido útil para muchos en la época de tirantez entre el este y el oeste y, en realidad, resultó una solución práctica. Sin embargo, en las nuevas condiciones imperantes y con las nuevas tareas que esperan a la comunidad de las ciencias sociales, esta estructura parece de-masiado frágil para servir de secretaría de las ciencias sociales europeas.

Si el Centro de Viena estuviese dispuesto a servir de secretaría del Consejo Europeo de Ciencias Sociales, necesitaría personal perma-nente que pudiese desempeñar sus funciones. Estas funciones son nuevas, importantes y de carácter precursor, por lo que sus funcionarios deben ser permanentes, de alta calidad y con gran devoción por su causa. Además , deben ser contratados por el Comité Ejecutivo del Consejo Europeo de Ciencias Sociales y de-pender del director de éste. Por mi parte, suge-riría además mantener el viejo concepto de secretarios científicos con el fin de capacitar a los profesionales m á s jóvenes de las ciencias sociales en la concepción y gestión de las cien-cias sociales europeas en algún régimen de expertos asociados por un período no superior a tres años. Tiene que haber también un presu-puesto a m á s largo plazo. El mandato sustanti-vo del Centro consistiría en el Programa Euro-peo de Investigación en Ciencias Sociales; el Centro utilizaría este programa c o m o princi-pio rector para la formulación de proyectos y el establecimiento de grupos de trabajo y, tras las consultas del caso, presentaría propuestas al Consejo Europeo acerca de la forma de actualizar el programa de investigación. Pare-cería, pues, que el Consejo Europeo que pro-ponemos tendría funciones similares a las que desempeña hoy el Directorio del Centro de Viena o el Comité Permanente de Ciencias

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Sociales de la Fundación Europea para las Ciencias. En esas circunstancias, tal vez tenga sentido pensar en qué forma se pueden combi-nar sus actividades y evitar la duplicación de tareas. Lo mismo ocurriría si una institución distinta del Centro de Viena aceptara servir de secretaría del Consejo Europeo de Ciencias Sociales.

Asociación Europea de Ciencias Sociales

La labor de investigación realizada en el mar-co de un programa europeo de investigación en ciencias sociales debería estar a cargo de grupos de trabajo para cuya integración, en teoría, se seguirían tres criterios, distintas dis-ciplinas de las ciencias sociales, distintos paí-ses de origen y distintas escuelas de pensa-miento. E n realidad, no estoy seguro de que sea posible formar un grupo de trabajo de esta índole. Cualquiera que sea la forma que revis-ta una versión reducida, un grupo de trabajo encargado de un problema de investigación sustantiva necesitaría tiempo suficiente para llegar a una base c o m ú n de entendimiento, dinero suficiente para viajar a fin de trabajar juntos y apoyo técnico suficiente para comuni-caciones. Los grupos de trabajo podrían pre-sentar informes provisionales que sirvieran de base para la concesión de má s fondos. U n funcionario de la secretaría, junto con un ex-perto asociado, podrían encargarse de cada grupo de trabajo y realizar toda la labor admi-nistrativa y de organización, con inclusión de la publicación de un boletín y del intercambio de información con otros grupos de trabajo.

D e los grupos de trabajo del Consejo Euro-peo de Ciencias Sociales, las instituciones de investigación para Europa, los centros de estu-dios europeos y las personas interesadas saldrá un grupo cada vez numeroso de profesionales que aplicarán a su labor relativa al proceso europeo un criterio interdisciplinario y orien-tado hacia la solución de problemas. Habida cuenta de que ello puede suscitar necesidades concretas en materia de intercambio y c o m u -nicación, tal vez convenga establecer una a m -plia red denominada Asociación Europea de Ciencias Sociales. La Asociación, una vez que haya cobrado cierta magnitud y sea razonable-mente representativa entre los círculos euro-

peos de profesionales de las ciencias sociales, podrá hacerse representar en el Consejo Euro-peo por miembros de la categoría 2.

Red Europea de Universidades Asociadas

Europa necesita no sólo una investigación en ciencias sociales basada en un nuevo método; necesita también gente con un amplio hori-zonte intelectual, que esté acostumbrado a la idea de un pensamiento mundial y una Europa orientada hacia el futuro y que esté formada en la cooperación internacional. En general, la educación universitaria va a la zaga de esas orientaciones. El especialista tipo, bien forma-do en una universidad tradicional, no está pre-parado por las razones que antes se han indi-cado para trabajar en la administración, los negocios, la diplomacia, los sindicatos, las aso-ciaciones, las escuelas o las redes europeas. Además de estudios de la disciplina del caso, el estudiante europeo necesita un Studium ge-nerale con una orientación europea, lo que ha de proporcionar al generalista los conocimien-tos indispensables para adoptar decisiones de manera informada y éticamente responsable. El intercambio de estudiantes y profesores debe constituir un componente importante de este tipo de educación, pues sirve para el con-tacto con un idioma extranjero, otro ambiente de trabajo y otra tradición intelectual, entre otras cosas; también sería necesario un cierto grado de coordinación de los programas de estudio. Así, con el tiempo podría surgir una red europea de universidades asociadas (la Conferencia General de la U N E S C O aprobó en su 25a. reunión una propuesta relativa a un estudio de viabilidad sobre un proyecto inter-nacional de universidades asociadas que c o m -plementara a las escuela asociadas).

Fundación Europea para las Ciencias Sociales

Gran parte de lo que se ha dicho guarda estre-cha relación con la experiencia de la Funda-ción Europea para las Ciencias y su labor en el ámbito de las ciencias sociales. El Comité Per-manente de Ciencias Sociales de esa Funda-ción parece desempeñar funciones relativa-

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mente similares a las que corresponderían al Consejo Europeo de Ciencias Sociales que se ha propuesto en el presente trabajo, y también similares a las que tiene el Directorio del Cen-tro de Viena; ha iniciado programas científi-cos con una orientación interdisciplinaria y establecido redes científicas que guardan gran similitud con los grupos de trabajo que se han propuesto antes.

Parece útil, pues, combinar actividades que compartan la misma filosofía y los mismos ob-jetivos.

Para m u y pocas personalidades e institu-ciones existen hasta ahora las ciencias sociales europeas. Para superar los obstáculos mencio-nados y para que las ciencias sociales prospe-ren se necesitarán apoyo y estímulos genero-sos. A mi juicio, la estructura ideal sería una fundación europea para las ciencias sociales (que podría formar parte de la Fundación E u -ropea para las Ciencias) en que se combinaran recursos donados por los organismos naciona-les de financiación con el propósito específico de lograr que las ciencias sociales europeas cobrasen impulso.

El procedimiento de solicitud y concesión de fondos podría ser el siguiente: el Consejo Europeo de Ciencias Sociales, tras haber sido encargado por la Conferencia Europea de Ciencias Sociales de llevar a la práctica un programa europeo de investigación en ciencias sociales, 1 ) establece diversos grupos de traba-jo para los distintos temas de investigación, 2) examina las propuestas de investigación para esos grupos de trabajo, 3) negocia con la Fun-dación Europea para las Ciencias Sociales el monto y la duración de la financiación, 4) recibe y aprueba informes provisionales, y 5) asesora a la Fundación Europea para las Cien-cias Sociales acerca de la continuación o sus-pensión de un proyecto o de un grupo de trabajo, así c o m o de la actualización del pro-grama de investigación.

Se crearía así un procedimiento no buro-crático que daría cierto margen de maniobra a los grupos de trabajo sin desmedro de su res-ponsabilidad. La estructura podría ensayarse en una etapa experimental de varios años y ser evaluada, modificada y aplicada con una pers-pectiva a m á s largo plazo.

Conclusiones

El presente artículo es resultado de mi propia experiencia en la investigación y otros profe-sionales de las ciencias sociales podrán tener una opinión distinta. Tengo que insistir, sin embargo, en que los principales obstáculos que se interponen para que las ciencias sociales europeas sean productivas podrán superarse únicamente si logramos establecer una infraes-tructura institucional adecuada y sistemas de financiación, generosos y no burocráticos, que tengan en cuenta las dificultades con que nece-sariamente tropezarán los investigadores por la sencilla razón de que su labor de investiga-ción tiene alcance europeo.

D e haber acuerdo en cuanto al objetivo de desarrollar unas ciencias sociales que tengan aplicación práctica, estén orientadas hacia la solución de los problemas, sean interdiscipli-narias, miren hacia el futuro y contribuyan a la comprensión y configuración de una socie-dad europea, también debería haberlo en la necesidad de tomar las primeras medidas en ese sentido.

La Conferencia Europea de Ciencias Socia-les, antes de terminar su trabajos, aprobó por unanimidad la propuesta siguiente:

"La Conferencia invita al presidente de la Comisión de Cooperación con la U N E S C O del país huésped, profesor Luis Ramallo, a que establezca un grupo de trabajo europeo inte-grado por profesionales de las ciencias sociales de distintos países, disciplinas y escuelas de pensamiento a fin de preparar una segunda Conferencia Europea de Ciencias Sociales, que se celebrará en 1993. Las funciones del grupo de trabajo podrán incluir las siguientes:

" 1 . La preparación de un programa provi-sional acerca de la contribución de las ciencias sociales al análisis de la naciente sociedad eu-ropea.

" 2 . La formulación de propuestas a fin de promover la cooperación en materia de cien-cias sociales para Europa, especialmente entre los profesionales de las ciencias sociales e ins-tituciones y organizaciones competentes de ciencias sociales tanto de Europa oriental c o m o occidental. Ello no debería redundar en detrimento de la cooperación entre Europa y el resto del m u n d o .

" 3 . Evaluar la situación de las ciencias so-

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310 Bernd Hamm

cíales en la U N E S C O , teniendo en cuenta el proyecto D R 27 C/5 y pensando en las cien-cias sociales en el marco del cuarto Plan a Plazo Medio"1.

Y a se ha propuesto que la Segunda Confe-rencia Europea de Ciencias Sociales se celebre en Praga en junio de 1993, es decir, con ante-lación suficiente para que tenga alguna in-fluencia en la 27a. reunión de la Conferencia

General de la U N E S C O . Habida cuenta de que el Centro de Viena no estaba en condicio-nes de hacerse cargo de las funciones de una secretaría y de participar en la organización de la Conferencia, el Centro de Estudios Euro-peos de la Universidad Trier se ofreció para hacerse cargo de ambas cosas.

Traducido del inglés

1. Nota del editor: El proyecto 27 C/5 corresponde al Programa y Presupuesto de la U N E S C O para el bienio 1994-1995. El cuarto Plan a Plazo Medio de la U N E S C O abarcará el período 1996-2001. El primer documento será aprobado en la 27a. reunión de la Conferencia General (1993) y el segundo en la 28a. reunión de la Conferencia General (1995).

Notas

•Las opiniones expresadas en el presente trabajo son las del autor y no coinciden necesariamente con las de la Comisión Alemana de Cooperación con la U N E S C O , su Comité de Ciencias Sociales o

cualquier otra organización. Una versión anterior se presentó en la Conferencia Europea de Ciencias Sociales celebrada en Santander. España, del 24 al 28 de junio de 1991. En esta versión

se recogen algunos de los argumentos formulados en el curso del debate, por los cuales expresamos nuestro reconocimiento.

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Función de las ciencias naturales, de la tecnología y de las ciencias sociales en la elaboración de políticas en China

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W u Jisong

Desde que la humanidad existe se han precisa-do opciones políticas para actividades de todo tipo. Nuestros m á s remotos antepasados de-bían decidir en qué dirección trasladarse para encontrar m á s alimentos y evitar las zonas plagadas de insectos peligrosos para la salud y determinar qué método adoptar para c o m -partir los alimentos de manera relativa-mente equitativa, con el fin de evitar conflic-tos potenciales. T o d o ello dependía de lo que hoy se denomina polí-tica.

C o n los comienzos de la civilización, la política cobró un nuevo significa-do. E n un primer m o m e n -to, consistía esencialmente en decisiones importantes adoptadas en los niveles superiores de la jerarquía social (emperador, reyes, príncipes y duques).

Posteriormente, esos dirigentes comenzaron a fundarse en la mayor m e -dida posible en los cono-cimientos ya adquiridos por la h u m a -nidad.

D a d a la importancia de lo que estaba en juego así c o m o la función que desempeñaba el saber, dado que para el jefe de la tribu se hacía difícil decidir solo, comenzó a rodearse de todo tipo de asistentes y asesores. Esas decisio-nes tomadas en grupo prefiguraban los méto-dos modernos de gobierno.

E n el presente artículo se examinan esos procesos colectivos de decisión fundados en un saber.

W u Jisong es profesor de Ciencias de Gestión en la Universidad china de Ciencia y Tecnología, y actualmente es miembro de la delegación permanente de China ante la U N E S C O . 1 rue Mio-llis, París 75015, Francia. Autor de nu-merosos trabajos sobre ciencia y ges-tión, ha publicado, entre otros. Le monde vu par un chinois (en chinés. 1987).

La elaboración de políticas en China: antecedentes históricos

La Antigüedad

E n los planos económico y político, la China antigua era una de las naciones m á s evolucio-nadas del m u n d o . Y a en el siglo X V I antes de la era cristiana, los soberanos de la dinastía Shang consultaban a sus asistentes y delibera-

ban con sus ministros an-tes de adoptar una deci-sión; ya entonces ese pro-ceso era, en forma embrio-naria, el que conocemos actualmente.

Ese sistema de gobier-no llegó a una perfección relativa en la época de los Cho u orientales y los Esta-dos combatientes, a partir del siglo VII antes de nues-tra era, y se mantuvo hasta la dinastía Qing, 2.500 años m á s tarde.

Se distinguía del siste-m a primitivo por las siguientes caracteríticas:

a) Y a no era una sola persona la que, tras larga reflexión o movida por una inspira-ción súbita adoptaba las decisiones, sino un consejo presidido por el soberano, en el cual ministros, generales, asesores y digna-tarios m a n c o m u n a b a n su saber para llegar a la mejor solución.

b) Las decisiones ya no estaban fundadas en la invocación de los espíritus y las artes adivi-natorias sino, esencialmente, en los conoci-

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mientos de las personas que participaban en su elaboración,

c) Las decisiones eran ante todo expresión de la voluntad exclusiva del soberano. Quienes lo rodeaban no ocupaban más que posicio-nes subalternas y su influencia no radicaba tanto en sus conocimientos o su juicio sino en su propio grado de instrucción y su sen-satez. Este sistema de definición de las políticas

representaba evidentemente un considerable adelanto con respecto a las prácticas de los grupos primitivos que escuchaban al oráculo o rogaban a los dioses y en los que el que resol-vía era uno sólo. Aunque el número de aseso-res que se consultaba fuera m u y reducido, en-tre ellos había, sin embargo, una elevada proporción de personas m u y conocedoras de los problemas y sus ideas se consideraban en común . A u n cuando la decisión final depen-diera exclusivamente de los soberanos, la m a -yoría de quienes salían vencedores de esa lu-cha encarnizada entre dinastías rivales, po-seían, en suma, una cultura y un juicio relati-vamente asentados. Por estas razones, en una época en que el nivel de conocimientos que había adquirido el ser humano era bastante bajo y en que la producción económica aún era exigua, ese sistema permitía llegar a deci-siones mucho más sensatas que el sistema pri-mitivo; fue en parte así c o m o la China antigua pudo alcanzar un nivel de desarrollo político, económico y cultural bastante elevado.

La época moderna

La forma en que se definían las políticas vi-gentes en la China antigua ya constituía, en consecuencia, un modelo evolucionado, aun-que insuficiente en muchos sentidos; entre otras cosas, reposaba en una base de conoci-mientos demasiado estrecha, no era en absolu-to democrático y dejaba demasiado espacio a la arbitrariedad. Con el desarrollo económico, científico y técnico de la época moderna, esos problemas se fueron haciendo cada vez m á s patentes y también aumentaron sus repercu-siones negativas en la pertinencia de las políti-cas.

La primera mitad del siglo XX

Tras el derrocamiento de la última dinastía -la dinastía Qing- China dejó de estar gober-

nada por un emperador y desapareció en prin-cipio el sistema que confería a una sola perso-na un poder discrecional absoluto para ser sustituido por el sistema moderno. Sin embar-go, en realidad nada cambió en lo fundamen-tal. C o m o si ello fuera poco, hasta su libera-ción China nunca estuvo realmente unificada; de ahí que nunca haya habido una política nacional global. En esta etapa, las políticas se definían haciendo caso omiso de los conoci-mientos adquiridos en materia de ciencias na-turales y sociales y de tecnologías modernas. En particular, no se medían las considerables consecuencias de los rápidos progresos de la ciencia y la tecnología para las políticas nacio-nales. N o se consultaba prácticamente nunca a científicos ni técnicos; algunos especialistas en ciencias sociales que habían cursado estudios en Occidente comenzaban a verse asociados al proceso de toma de decisiones, pero de m a n e -ra sumamente limitada.

Después de la liberación

A partir de 1949, año de la liberación, se introdujeron cambios radicales en la defini-ción de las políticas; se estableció el sistema moderno y se fue perfeccionando progresiva-mente, aunque no sin dificultades. El proceso de democratización comenzó a escala nacional en el decenio de 1950. Los dirigentes empeza-ron a prestar atención a todos los sectores y las capas de la población, teniendo en cuenta en cierta medida los adelantos de las ciencias exactas y naturales, la tecnología y las ciencias sociales. Consultaban a menudo a los científi-cos y técnicos, con quienes trataban en pie de igualdad. D e esta manera, pudieron adoptar decisiones relativamente correctas y el país conoció un verdadero auge político y econó-mico. N o obstante, la pertinencia de las deci-siones sufrió en cierta medida las consecuen-cias de la tendencia a desinteresarse de algunas ramas de las ciencias sociales c o m o la psicolo-gía, la sociología o el estudio de las leyes que rigen la economía de mercado.

Durante los decenios de 1960 y 1970, ese sistema científico y democrático de elabora-ción de políticas que apenas comenzaba a im-ponerse se vio comprometido por razones bien conocidas y diversas decisiones erróneas se saldaron con una catástrofe para el pueblo chino.

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Función de las ciencias naturales, de la tecnología y de las ciencias sociales en la elaboración de politicas en China 313

A finales del decenio de 1970, a partir del momen to en que comenzó a aplicarse una po-lítica de reforma y apertura, la definición de las políticas al m á s alto nivel volvió a ser m á s científica y democrática. Actualmente, en to-dos los niveles, los dirigentes chinos desean que se estudien los medios para progresar aún m á s por esta vía y por la de la sistematización y el método.

Los progresos de la ciencia y la tecnología modernas y la elaboración de políticas económicas y sociales

Los progresos alcanzados hasta la fecha por la ciencia y la tecnología influyen considerable-mente en todas las decisiones relativas a la política, la defensa, la sociedad, la economía, etc. Tan decisiva es esa influencia que se pue-de afirmar que es imposible tomar decisiones correctas en esferas importantes si no se tiene presente el capital de conocimientos científi-cos y tecnológicos acumulado.

D e todos los graves problemas a que aún se enfrenta el m u n d o actualmente -desarrollo económico desigual, energía, educación, m e -dio ambiente y demografía- no hay ninguno cuya solución no esté estrechamente vinculada con esos conocimientos.

Entre los factores que influyen en el desa-rrollo de la economía y de la producción en el m u n d o , el clima, los recursos naturales y el entorno geográfico pasan al segundo plano, mientras que el nivel científico y técnico y la calidad de los recursos humanos cumplen una función cada vez más prominente. Ahora bien, ya sea en cuanto a los contenidos, los métodos o los medios financieros, la educación para todos, que condiciona el desarrollo científico y técnico y la calidad de los recursos humanos, está estrechamente vinculada con los progre-sos de la ciencia y de la tecnología.

Por estas razones, numerosas decisiones en materia de política o economía guardan ac-tualmente una relación próxima o lejana con el problema de la energía: en efecto, ésta deter-mina el ritmo del desarrollo económico, el nivel de vida de la población e incluso la gue-rra o la paz. El progreso de las investigaciones que se llevan a cabo hoy en día sobre la utiliza-ción de las energías nuevas y renovables

- c o m o la energía solar, geotérmica, maremo-triz y eólica- o las que apuntan a aumentar el rendimiento de las fuentes de energía tradicio-nales -petróleo y carbón- influye, directa o indirectamente, en las decisiones. Tanto más es lo que sucede con las investigaciones, ya m u y adelantadas, acerca de la fusión nuclear, procedimiento que consiste en provocar una fusión de los núcleos de los átomos de ciertos isótopos del hidrógeno. La reacción de un kilo-gramo de mezcla de deuterio y tritio produce la misma cantidad de energía que la reacción o la combustión de 4,27 kg de uranio, 6,6 tone-ladas de petróleo o 10,6 toneladas de carbón, todo ello sin causar contaminación alguna. C o m o la fuente primordial de deuterio y de tritio es el agua de mar, hay quien dice que "el agua de mar se convierte en petróleo". Se la puede considerar c o m o un recurso inagotable, que se puede aprovechar indefinidamente, para que la fusión nuclear proporcione a la humanidad la posibilidad de resolver de m a -nera más o menos definitiva el problema de la energía. Las dificultades teóricas que plantea-ba la fusión nuclear se han superado en lo esencial y si de aquí a fines de siglo se logra resolver determinado número de problemas técnicos, en el siglo venidero todos los países podrán considerar el problema de la energía desde otra óptica a la hora de definir sus polí-ticas.

Del mi smo m o d o , en la esfera de las cien-cias biológicas, la investigación influye en las grandes decisiones políticas pero los proble-mas éticos que plantea han provocado n u m e -rosas controversias, en el marco de parlamen-tos y gobiernos nacionales, con las consiguien-tes repercusiones en las disposiciones jurídicas y en las políticas. Esas investigaciones podrían desembocar en una nueva resolución verde. Sin duda, si se pusieran a punto cultivos de rendimiento elevado, se podría resolver en gran medida el difícil problema de la alimen-tación al que la humanidad siempre se ha visto confrontada y los dirigentes de los países en desarrollo y de numerosos países relativamen-te adelantados lograrían librarse así de una pesada carga. La capacidad de fomentar, en función de las necesidades, numerosos culti-vos rentables c o m o el algodón, la cosecha de frutos ricos en vitaminas, etc., también modi-ficará las estructuras de producción y los m e -canismos del mercado, lo cual tendrá repercu-

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siones fundamentales en las políticas económi-cas. Los posibles efectos de esas investigacio-nes en la esfera ambiental y demográfica son aún m á s evidentes, tanto que no será menester extendernos más sobre el tema.

El auge de las ciencias de la información ya ejerce considerable influencia en las decisio-nes, y ello irá en aumento. Todo el m u n d o tiene conciencia de esas repercusiones, que se hacen sentir en todos los ámbitos (tanto en la política c o m o en la economía, en la cultura c o m o en la defensa) y, en todos los planos: en los métodos y en los programas y sistemas. Los ordenadores han aumentado sensiblemente la capacidad del ser h u m a n o para llevar a cabo las operaciones -acopio y procesamiento de datos- en los cuales se basa todo proceso de toma de decisiones, permitiéndole de esa m a -nera elaborar políticas en la escala de amplios sistemas. El desarrollo de las técnicas moder-nas de comunicación ha acelerado sensible-mente el acopio de datos y la aplicación de políticas, de forma tal que las cuestiones im-portantes pueden zanjarse con una celeridad desconocida hasta la fecha.

Gracias al rápido progreso de las nuevas ramas de la ciencia y la tecnología, la defini-ción de las políticas actualmente tienen lugar de manera más sistemática, metódica, rápida y precisa.

Fundamentos de una definición sistemática y metódica de las politicas

Las modalidades de definición sistemática y metódica de políticas formuladas en función de los conocimientos científicos y tecnológicos exigen, en particular, sistemas informáticos y medios de comunicación evolucionados pero también precisan de nuevos principios rec-tores.

Lazos entre la disociación y la integración de las diversas disciplinas científicas y la elaboración de politicas

D a d o que el saber es el fundamento de todo proceso de decisión sistemática y metódica, hay que tratar de aprovechar los conocimien-tos ya adquiridos por la humanidad y las in-formaciones más recientes que han podido reunirse.

Cuando la ciencia moderna estaba en sus albores, las ciencias naturales, las técnicas, las ciencias sociales y las artes estaban estrecha-mente vinculadas. En Europa el gran artista del Renacimiento, Leonardo da Vinci (1452-1519), también era el ingeniero y arquitecto que diseñó todo tipo de edificios e inventó gran cantidad de máquinas útiles para la pro-ducción. El gran sabio chino X u Guangqi (1562-1633), de finales de la dinastía Ming, que aportó importantes contribuciones a la astronomía y las matemáticas, era además un escritor de talento.

Hasta el siglo XVIII, las capacidades y los materiales para copiar y tratar la documenta-ción y los datos, y los medios de análisis y síntesis de los resultados de las investigacio-nes, seguían siendo limitados pese al desarro-llo de la investigación científica moderna. Por esta razón, las ciencias tendieron a disociarse y formaron dos grandes categorías: la de las ciencias naturales (o exactas) y las de las cien-cias sociales (o humanas). Los métodos de a m -bos grupos de disciplinas se fueron diferen-ciando paulatinamente hasta llegar a formar dos sistemas de pensamiento diferentes.

Esta distinción no es en absoluto satisfacto-ria. En primer lugar, todas las disciplinas -ya se trate de ciencias de la naturaleza o de cien-cias sociales- deben apuntar a la exactitud. E n segundo lugar, ningún campo de investigación, incluida la teología, puede hacer abstracción del ser humano y su entorno natural. D e ahí que la distinción entre ciencias de la naturale-za y ciencias sociales sea fruto de circunstan-cias históricas particulares.

Los progresos actuales de las ciencias exac-tas obran en favor de una reunificación de ambas familias de disciplinas. Actualmente los ordenadores nos permiten situar los proble-mas en la escala de los grandes sistemas y analizar fenómenos sociales complejos m e -diante los métodos de las ciencias exactas. El desarrollo de las ciencias biológicas nos da un conocimiento más concreto del propio ser hu-m a n o e incluso de sus actividades mentales. Inversamente, las investigaciones sobre el ori-gen de los cuerpos celestes -cuyo campo se ha visto ampliado por los progresos de la astro-náutica, el desarrollo de la inteligencia artifi-cial posibilitado por la informática y las apli-caciones del genio genético en biología- hacen que, en ciertos aspectos, los estudios que se

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Función de las ciencias naturales, de la tecnologia y de las ciencias sociales en la elaboración de politicas en China 315

llevan a cabo en todas estas esferas nos con-duzcan nuevamente a disciplinas que forman parte de las ciencias sociales, c o m o la filosofía o la ética, a las que el intelecto se dedica desde tiempos inmemoriales. Al m i s m o tiempo los demógrafos, sociólogos, economistas, etc., uti-lizan modelos matemáticos para sus análisis, recurren al tratamiento automático de datos y se valen en gran medida de los medios de las ciencias exactas.

La U N E S C O inició hace 20 años un pro-grama titulado "El hombre y la biosfera", que constituye un modelo eficaz de investigaciones pluridisciplinarias en el que las ciencias natu-rales y sociales están asociadas. C o m o muchas otras organizaciones internacionales, la U N E S C O debe recurrir a gran número de tra-ductores e intérpretes. Para resolver ese pro-blema, actualmente se procura fomentar la tra-ducción automática, lo cual proporciona un excelente ejemplo de mancomunidad de los conocimientos de la física, la informática y la lingüística. Las investigaciones llevadas a cabo en materia de física -disciplina científica tra-dicional- sobre la teoría del campo unificado y las relativas a la teoría de los conjuntos difusos en matemáticas -otra disciplina tradi-cional- comienzan a sumarse a las preocupa-ciones de la filosofía.

Puesto que el saber es el fundamento de toda definición sistemática y metódica de las políticas y que las investigaciones en materia de ciencias exactas y naturales y de ciencias sociales, gracias a las cuales se constituye ese saber, apuntan nuevamente a la convergencia, en general se tiende a realizar estudios pluri-disciplinarios de síntesis para formular pro-yectos en materia de política.

Función de las nuevas "ciencias blandas" en la elaboración de politicas

Desde hace algún tiempo, del acercamiento entre las ciencias exactas naturales y las cien-cias sociales han nacido nuevas disciplinas. D a d o que su objeto no es el m u n d o de la naturaleza y que, a su vez, se distinguen de las ciencias sociales clásicas, se ha llegado a lla-marlas "ciencias blandas".

La aparición de estas nuevas disciplinas coincidió con la era atómica, que señala una nueva evolución con respecto a la era del va-por y la de la electricidad. En 1945, el biólogo

estadounidense L . von Bertalanffy creaba la teoría de los sistemas; en 1948, un compatrio-ta suyo, C E . Shannon, formulaba la teoría de la información, mientras que otro estadouni-dense, N . Wiener, iniciaba la cibernética. M á s adelante, a comienzos del decenio de 1960, otro estadounidense, H . Simon, creaba la cien-cia de los procesos de toma de decisiones (de-cision-making science). Todas estas teorías constituyen actualmente las bases de la elabo-ración de políticas.

Los métodos de toma de decisiones que se utilizaban antaño no permitían aprovechar plenamente los conocimientos adquiridos por la humanidad, pero, además, presentaban un gran inconveniente y es que cuando se analiza-ba un problema y se tomaba una decisión para resolverlo no se formulaba en términos de un sistema del cual se hubieran determinado los elementos y definido los límites. Por ejemplo, las investigaciones realizadas en China con miras a resolver el problema de la alimenta-ción versaban sobre factores tales c o m o el m e -joramiento de las especies, la construcción de obras de riego, el aumento de las inversiones, la mecanización o los medios para economizar alimentos; además de ser m u y fragmentarias, hacían caso omiso de la interdependencia de esos diferentes elementos o de las relaciones entre el sistema que constituían y el medio ex-terior.

En realidad, toda solución al problema de la alimentación también pasa por un enfoque sistémico, cuyos principales elementos son los siguientes:

Para resolver el problema de la alimenta-ción, hay que reflexionar sobre cada uno de esos elementos, volviendo a situarlos en una perspectiva global y manteniendo entre ellos un justo equilibrio, para no atribuir a uno o varios de esos factores un lugar demasiado prominente.

Precisamente por haber analizado los dife-rentes aspectos del problema de la alimenta-ción -situándolos en una óptica bastante glo-bal- y por haber adoptado las correspondien-tes medidas, la producción de cultivos de plantas comestibles de China ha aumentado regularmente desde que comenzó a aplicarse la política de reforma y apertura: en 1991, se cifraba en 435 millones de toneladas, lo cual sitúa a China en el primer lugar entre los productores mundiales, al igual que para la

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mecanización de la agricultura

mejoramiento de las especies

construcción de obras de

utilización de abonos

modificación de las prácticas culturales

racionalización de los ciclos biológicos

problemas de alimentación

economías de alimentos

elevación del nivel cultural de los campesinos

modificación de los hábitos alimentarios

control del crecimiento demográfico

cambios del clima mundial

protección del medio ambiente

producción de arroz y de trigo. C o n un 7 % de tierras arables, China alimenta al 22,5 % de la población mundial.

N o obstante, los dirigentes chinos sólo po-drán garantizar un crecimiento sostenido de la producción agrícola para poder hacer frente a un aumento constante de la presión demográ-fica si logran controlar la información, a medi-da que se va disponiendo de ella y ajustar permanentemente el vasto sistema agrícola na-cional, sin dejar de realizar constantemente estudios sobre las repercusiones del efecto de invernadero y de la creciente contaminación del medio ambiente planetario.

Función de la investigación científica y técnica y de la investigación en ciencias sociales en la elaboración de políticas de la China moderna

China se esfuerza actualmente por avanzar por la vía de una definición de políticas que sea m á s científica, democrática, sistemática y m e -tódica. Todos esos esfuerzos están estrecha-mente vinculados con la investigación científi-ca y técnica y con la investigación en ciencias sociales.

Políticas definidas de manera m á s científica

Si bien ha sucedido que en el pasado no haya-m o s tomado bastante en cuenta algunos cono-cimientos de las ciencias sociales a la hora de tomar decisiones, actualmente reconocemos que revisten la mi sm a importancia que los de las ciencias exactas y naturales y procuramos promover la investigación fundamental y la investigación aplicada en todas esas discipli-nas, fomentando la libertad de expresión y las investigaciones pluridisciplinarias que inte-gran las ciencias sociales y las ciencias exactas y naturales. Para poder alcanzar objetivos es-tratégicos, en materia de desarrollo de la eco-nomía nacional y la sociedad, hay que recurrir a todos los medios posibles para que las cien-cias sociales progresen en el plano teórico, desarrollándose de manera sistemática y cien-tífica y para que sometan sus conclusiones a la prueba de los hechos.

H o y en día los dirigentes chinos otorgan considerable prioridad a los resultados de la investigación científica y técnica, c o m o de-muestra de manera elocuente el hecho de que, de las seis personas que ocupan las funciones de Primer Ministro y los cinco puestos de Viceprimer Ministro, la mitad hayan sido an-tes especialistas en tecnología.

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Función de las ciencias naturales, de la tecnología y de las ciencias sociales en la elaboración de politicas en China 317

Políticas definidas de manera m á s democrática

Esa voluntad de democracia debe traducirse por un respeto absoluto del saber y de quienes lo poseen. Asociar en el marco de un equipo a los responsables, los técnicos y los administra-dores es un medio eficaz para velar por ese respeto. Por ejemplo, se ha iniciado un amplio debate que requiere todo tipo de conocimien-tos especializados para que gran número de representantes de cada disciplina puedan aportar, en todos los niveles, una contribución a la decisión sobre la oportunidad de construir una gran represa en el mayor río del país, el Yangtsé o Changjiang a la altura de las Tres Gargantas.

Politicas definidas de manera m á s sistemática

A lo largo de la historia. China ha adoptado políticas a corto plazo sin preocuparse bastan-te por la planificación sistemática a largo pla-zo. En su cuarta reunión que finalizó en abril de 1991, la VII Asamblea Popular Nacional aprobó un "Plan decenal para 1991-2000" que comprende una programación global, sistemá-tica y a largo plazo con el fin de garantizar el desarrollo del país en las esferas política, eco-nómica, social, científica, técnica, cultural y educativa.

Politicas definidas de manera m á s metódica

También se procura que la definición de polí-ticas sea más metódica, es decir, que todas las

Identificación de las cuestiones que requieren una decisión

Acopio y procesamiento de la información pertinente

Evaluación de la oportunidad de la decisión

Previsiones o Estudios de viabilidad

Elaboración de un proyecto

Consultas, demostración y evaluación previa

Establecimiento de una política

Aplicación y control

Retroinformación

Revisión del proyecto

Fase preparatoria

Planificación

Fase de elección

Fase de control y de revisión

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318 Valentin Lipatli

decisiones relativas a las cuestiones m á s diver-sas se tomen al término de análisis científicos, cuyas conclusiones se hayan sometido a la prueba de los hechos, inscribiéndos en un pro-ceso global, que podría representarse esque-máticamente c o m o sigue:

Evidentemente, además de aumentar el ri-gor científico y el carácter sistemático de la definición de políticas, un método con estas características es una garantía de democracia.

E n nuestra época, cuando las ciencias exac-tas y naturales, la tecnología, las ciencias so-ciales y las síntesis interdisciplinarias progre-

san rápidamente, las investigaciones realiza-das en todas estas esferas desempeñan una función cada vez m á s importante en la elabo-ración de las políticas, tanto en China c o m o en los demás países del m u n d o , no sólo porque influyen en los contenidos y resultados de esas políticas, sino también porque modifican su concepción y sus métodos, hasta tal punto que cabe afirmar que ya es imposible adoptar deci-siones correctas sobre cualquier cuestión im-portante sin tomar en cuenta los conocimien-tos científicos adquiridos.

Traducido del chino

Notas

1. Zhongguo da baikequanshu, Tianwenxue juan (Gran Enciclopedia China, volumen "Astronomía'"), Zhongguo da baikequanshu chubanshe, 1980.

2. Kexue jishu shi (Historia de las ciencias y las técnicas), Quinghua daxue chubanshe, 1984,

3. Wu Jisong. Tong Xiang Zhihui ¿i lu - Zhuan Kexue zhong de shenguo yishy (El camino de la sabiduría - El arte de vivir en las ciencias blandas), Zhongguo gongren chubanshe. 1991.

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La CSCE y las innovaciones en la práctica de las negociaciones diplomáticas multilaterales

Valentin Lipatti

Desde comienzos de los años setenta, han apa-recido diversas innovaciones en los principios y la práctica de las negociaciones diplomáticas multilaterales, a medida que la mejora de las relaciones internacionales se imponía c o m o una necesidad de nuestro tiempo. Los nuevos procedimientos que la Conferencia sobre Se-guridad y Cooperación en Europa (CSCE) (1972-1975) imaginó y puso en práctica son de gran importancia a este respecto, y dichos pro-cedimientos, así como su alcance, serán objeto de las consideraciones del pre-sente trabajo.

Ante todo, conviene se-ñalar que los prolegóme-nos de la Conferencia de Helsinki fueron complejos y difíciles. N o se ajustaron a la pauta tradicional, se-gún la cual el país o la or-ganización internacional interesados en la celebra-ción de una conferencia proceden a convocarla, después de consultas más o menos sumarias. En cambio, la convocatoria de la Conferencia sobre Seguridad y Coopera-ción en Europa necesitó una larga gestación, de 1966 a 1972. Desde la Declaración de B u -carest adoptada por los países miembros del Tratado de Varsóvia (julio de 1966), en la que se mencionaba la conferencia, hicieron falta numerosas consultas e intercambios de opinio-nes entre estos países, los de la O T A N y los Estados europeos neutrales y no alineados para llegar a concretar el proyecto, a medida que la normalización de las relaciones bilate-

Valentin Lipatti, universitario, escritor y diplomático rumano, fue delegado permanente (1965-1971) y después miembro y vicepresidente del Consejo Ejecutivo de la U N E S C O (1976-1980). Fue uno de los principales negociado-res, en representación de Rumania, de la Conferencia de Helsinki sobre la Se-guridad y la Cooperación en Europa (1972-1975).

rales en Europa se convertía en realidad y que diversos acuerdos internacionales establecían la distensión en la vida política del continente.

Después de amplias consultas bilaterales, el Gobierno finlandés obtuvo el acuerdo de los países participantes para que, a finales de 1972, se entablasen consultas multilaterales preparatorias entre los embajadores acredita-dos en Helsinki. Estas consultas tuvieron lugar del 22 de noviembre de 1972 al 8 de junio de

1973 en Dipoli, cerca de Helsinki, y en ellas se pu-sieron a punto las innova-ciones que caracterizaron el proceso de la C S C E .

Desde el comienzo mis-m o era preciso definir las "reglas del juego", esto es, establecer las disposiciones de procedimiento que de-bían regular el desenvolvi-miento de los trabajos de las consultas, así como los de la conferencia propia-mente dicha. La innova-ción fundamental de estas

disposiciones de procedimiento, aptas para orientar el conjunto del proceso de la C S C E , estriba en la afirmación y aplicación del prin-cipio de la igualdad de derechos de los Estados participantes. Es cierto que cualquier arreglo de procedimiento se basa en un principio ins-pirado por la igualdad soberana de los Esta-dos, según el cual todo Estado participante tiene un voto de valor igual a los demás (no procede referirnos aquí a la práctica del voto ponderado). N o obstante, los negociadores de Dipoli no se contentaron con la norma de "un

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320 Valentin Lipatli

Estado = un voto", sino que consideraron que era necesario desde el punto de vista político precisar que "todos los Estados que participan en la Conferencia lo hacen en calidad de Esta-dos soberanos e independientes y en condicio-nes de plena igualdad". Pero la Conferencia de Helsinki fue aún m á s lejos, al situar sus traba-jos y los de las consultas preparatorias "fuera de las alianzas militares" y del planteamiento de los bloques. Esta opción permitió que los países pequeños y medianos hicieran valer sus intereses nacionales más allá de las exigencias y las presiones impuestas por las alianzas mili-tares. Hasta la Conferencia de Helsinki no se habían tomado nunca, que yo sepa, disposicio-nes de este tipo en el reglamento de una confe-rencia internacional.

Otra innovación importante de procedi-miento de la C S C E consistió en la norma del consenso para la adopción de todas las decisio-nes de fondo o de procedimiento. La práctica de las negociaciones multilaterales prevé en la mayoría de casos el procedimiento de vota-ción, y toda proposición debe aprobarse según las disposiciones del reglamento, por mayoría simple o calificada de votos. Si bien este pro-cedimiento tiene el mérito de ser relativamen-te rápido y claro, adolece también de muchos inconvenientes. Los Estados participantes que voten en contra, se abstengan o no tomen par-te en la votación tienen razones sobradas para no sentirse vinculados por los textos votados; sus explicaciones de voto testimonian frecuen-temente este extremo, y si un texto ha sido aprobado por una escasa mayoría reúne todas las posibilidades de quedar en letra muerta. La Conferencia de Helsinki optó desde un princi-pio por el consenso, definido en las propuestas rumanas de procedimento de las consultas multilaterales preparatorias como "la ausencia de objeción expresada por un representante en cuanto a la adopción de la decisión de que se trate". En su redacción final, la norma del consenso, tal y c o m o se incluyó en las disposi-ciones de procedimiento de las consultas y de la Conferencia, se definía así: "Ausencia de toda objeción expresada por un representante, presentada por él c o mo un obstáculo a la adopción de la decisión de que se trate". Esta fórmula más matizada permitió que cada par-ticipante en las negociaciones distinguiese, por una parte, entre el obstáculo expresado c o m o tal que bloqueaba el consenso, y por otra, las

reservas o las declaraciones de interpretación hechas constar a petición propia y distribuidas a los participantes sin que ello impidiera llegar a un consenso. Por consiguiente, la Conferen-cia de Helsinki dio la definición más exacta de consenso que existe en la práctica multilateral actual. La aplicación de la norma del consenso en la C S C E fue, desde un principio, exhausti-va, aplicándose tanto a las cuestiones de fondo c o m o a las de procedimiento.

Conviene también distinguir entre el con-senso y el derecho de veto de que disponen, por ejemplo, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Uni-das. Si bien para ellos, la "norma de la unani-midad" funciona sobre las mismas bases que el consenso, no obstante sigue siendo el privi-legio de las grandes potencias frente a los miembros no permanentes del Consejo, que no pueden ejercer el derecho de veto. La apli-cación de la norma del consenso en la C S C E eliminó todo planteamiento discriminatorio, ya que cada Estado participante, grande o pe-queño, dispuso exactamente de los mismos de-rechos.

Quienes siguieron de cerca los trabajos de la Conferencia de Helsinki y las reuniones multilaterales a que dio lugar pudieron obser-var que el consenso imprimió un espíritu nue-vo al conjunto de nuevas acciones. El consen-so hizo valer la igualdad de derechos de los Estados participantes; fue un medio esencial para la defensa de sus intereses legítimos; constituyó un método de negociación que con-firió a las decisiones adoptadas una calidad m u y superior a las sometidas a votación; y, por último, permitió, en un ambiente de respe-to mutuo, la búsqueda, de buena fe, de solu-ciones de avenencia generalmente aceptables.

Cierto es que el consenso no estuvo exento de peligros ni de dificultades a lo largo de todo el proceso de la C S C E . En la Conferencia, y m á s tarde en las actividades de seguimiento, la tentación de llegar a un consenso de 34 m i e m -bros, castigando así al trigesimoquinto partici-pante recalcitrante, desde luego no faltó. Otras veces, algunos Estados participantes quisieron servirse del consenso c o m o de un derecho de veto, al no tener muchas propuestas que nego-ciar y pudiendo así bloquear fácilmente las de los demás (Reunión de Belgrado, 1977-1978). Asimismo, varios Estados participantes trata-ron, con un criterio partidista, imponer su

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La CSCE y las innovaciones en la práctica de las negociaciones diplomáticas multilaterales 321

punto de vista, negándose prácticamente a ne-gociar y transformando así el consenso en rela-ción mayoría-minoría (Reunión de Viena, 1986-1989). Ahora bien, el consenso no puede ser un derecho de veto ni un voto encubierto; debe mantenerse c o m o un método de procedi-miento que desemboque en la negociación y la solución de avenencia más equilibrada, si se quiere verdaderamente aprovecharlo al máxi-m o . Señalemos por último otro mal uso del consenso, concebido como un entendimiento, no entre los Estados participantes sino entre grupos de Estados, alianzas y bloques. Los procedimientos de las difuntas negociaciones M B F R (1973-1989) o de la Comisión Econó-mica para Europa de las Naciones Unidas son testimonio de ello, como también lo es, des-graciadamente, la negociación realizada con frecuencia en forma de "troika" (este, oeste y países neutrales y no alineados) que prevaleció en la Reunión de Madrid (1980-1983), en la Conferencia de Estocolmo sobre Medidas de Seguridad y Desarme en Europa (1984-1986) y la Reunión de Viena (1986-1989). Es evidente que un planteamiento de esta clase puede des-virtuar la esencia y el significado del consenso, y también su eficacia, que se pusieron de m a -nifiesto en la Conferencia de Helsinki.

Pese a estos avatares, es alentador consta-tar que el procedimiento de consenso ha sido cada vez más utilizado en las negociaciones multilaterales, sobre todo después de la Confe-rencia de Helsinki. La aprobación de docu-mentos por unanimidad, sin someterlos a vo-tación o por aclamación, es cada vez m á s frecuente. Así pues, el consenso se ha realiza-do en la práctica, aunque el reglamento de la reunión de que se trate prevea otras disposi-ciones de procedimiento, trátese de organis-m o s especializados como de diversas organiza-ciones del sistema de las Naciones Unidas o del Movimiento de los Países N o Alineados. Quizás no sea inútil recordar que, aunque dis-ponen de una mayoría confortable de votos para hacer prevalecer sus intereses y opciones, los países en desarrollo prefieren a menudo el procedimiento del consenso, precisamente para dar más peso a los textos adoptados y favorecer su ejecución por los países desarro-llados que se hayan opuesto o hayan indicado graves reservas al respecto.

Otra novedad, y no de las menores, que la C S C E introdujo en la práctica de las conferen-

cias internacionales es la participación en con-diciones de plena igualdad de todos los Esta-dos participantes en todas las formas y moda-lidades de negociación. C o m o se sabe, la mayoría de las reuniones internacionales cuen-tan con órganos de trabajo limitados, consti-tuidos con arreglo a criterios geopolíticos equi-tativos, y también con competencias. U n co-mité encargado de redactar los documentos en una conferencia internacional clásica no coin-cide nunca numéricamente con la totalidad de los participantes. D e esta manera se crea una discriminación entre los países que forman parte del comité y los demás. La Conferencia de Helsinki rechazó esta práctica tradicional -aún utilizada ampliamente- y dispuso que todos sus órganos de trabajo estuvieran abier-tos a todos los Estados participantes. Este cri-terio se aplicó no solamente a los órganos de trabajo oficiales de la Conferencia, sino tam-bién a los grupos informales, oficiosos, de re-dacción y de negociación.

Por razones análogas y contrariamente a lo que ocurre en la mayoría de las conferencias internacionales, la C S C E no dispuso de relato-res. Los relatores se eligen en función de su experiencia y de sus competencias profesiona-les, pero también según criterios geopolíticos. Sean cuales sean sus calificaciones, sus méritos y su espíritu de objetividad, un relator no puede prescindir de los "parámetros" políticos e ideológicos. Si añadimos a ello las influen-cias y presiones políticas que pueden ejercerse sobre un relator, debemos convenir forzosa-mente en que sus méritos pueden ir acompa-ñados de inconvenientes bastante graves para los intereses de la mayoría de los países parti-cipantes. La Conferencia de Helsinki se negó a seguir esta vía, aunque sus disposiciones de procedimiento previeron la función de relator. La C S C E , con sus numerosos órganos subsi-diarios en los que todos podían participar, se convirtió en un relator colectivo que negoció, redactó y acordó por consenso el Acta Final. Así se descartó desde el comienzo de los traba-jos toda práctica que pudiera tener algo, por poco que fuera, de discriminatorio (comités limitados y relatores), en nombre del principio de la igualdad de derechos de los Estados par-ticipantes.

Otra innovación que confirió a la Confe-rencia de Helsinki un carácter original fue la aplicación del principio de rotación de la pre-

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322 Valentin Lipatti

sidencia de todos sus órganos de trabajo, así c o m o de los lugares donde debían desarrollar-se las diferentes fases y, a continuación, las reuniones complementarias de la C S C E .

El principio no era desde luego nuevo en la práctica de las organizaciones y las reuniones internacionales. Podemos recordar a este res-pecto, por ejemplo, que los períodos de sesio-nes de la Asamblea General de las Naciones Unidas o de los organismos especializados del sistema de las Naciones Unidas son presididos por turnos por los representantes de los países pertenecientes a diferentes regiones geográfi-cas, o que la presidencia del Consejo de Segu-ridad de las Naciones Unidas es desempeñada mensualmente por uno de sus miembros, por orden alfabético inglés.

E n la inmensa mayoría de las conferencias internacionales de carácter no permanente se suele elegir al representante del país convocan-te c o m o presidente de los trabajos durante toda la duración de la Conferencia. Para el desempeño de sus funciones, el presidente cuenta con la asistencia de una mesa (vicepre-sidentes, relatores, presidentes de órganos sub-sidiarios, etc.) cuyo número varía en función de las dimensiones de la conferencia de que se trate. ¿Qué significado habría tenido esta prác-tica en las condiciones políticas particulares de la C S C E ? U n a mesa de este tipo se habría compuesto inevitablemente con arreglo a los criterios de los bloques. Además, la mesa de la Conferencia habría adquirido con el tiempo un predominio sobre el resto de los participan-tes, por el hecho m i s m o de sus atribuciones en materia de adopción de decisiones y de coor-dinación de los trabajos. Así se habría creado, queriendo o sin quererlo, una condición dis-criminatoria entre los Estados representados en la mesa y los demás. Para evitar esta situa-ción, la presidencia de los órganos de trabajo de la C S C E fue ocupada diariamente por un representante de un país participante distinto, según el orden alfabético francés a partir de una letra sacada por sorteo. Las sesiones de inauguración y de clausura de los órganos de trabajo fueron presididos por el representante del país invitante. Por último, conviene recor-dar que en la primera fase de la C S C E (a nivel de ministros de relaciones exteriores) y en su tercera fase (a nivel de jefes de Estado y de gobierno), en cada sesión ocupó la presidencia un representante distinto, por turnos. Des-

pués, todas las reuniones multilaterales de se-guimiento de la Conferencia aplicaron este sis-tema de rotación de la presidencia, que se incorporó a la tradición política de los partici-pantes.

La aplicación de este mismo principio de rotación a los lugares donde debían celebrarse las diversas fases de la C S C E y las reuniones multilaterales complementarias tampoco se impuso de por sí. La idea no era nueva, desde luego, pero tropezó con la resistencia de los que, por diferentes razones, deseaban que la Conferencia se celebrase siempre en un m i s m o lugar. Fueron necesarios muchos esfuerzos para suscitar una corriente de opinión mayori-taria en favor de este procedimiento. Final-mente, la C S C E se celebró en Helsinki (prime-ra fase), Ginebra (segunda fase) y de nuevo Helsinki (tercera fase). Las reuniones multila-terales previstas en el marco del seguimiento de la C S C E abarcaron un número cada vez mayor de países, de manera que entre 1972 y 1992 veinte de los treinta y cinco Estados participantes en la Conferencia intervinieron en la aplicación de este gran proyecto político paneuropeo (Finlandia, Yugoslavia, Suiza, Malta, República Federal de Alemania, Espa-ña, Grecia, Italia, Canadá, Hungría, Suécia, Austria, Reino Unido, Francia, Bulgaria, Di-namarca, Polonia, Noruega, Unión Soviética y Checoslovaquia).

Este mismo planteamiento inspiró el pro-cedimiento de preparación por sorteo de la lista de oradores en las fases políticas de la Conferencia y las reuniones principales si-guientes (Belgrado, Madrid, Estocolmo, Vie-na, etc.), lo que evidentemente impidió todo predominio o discriminación en estos debates generales.

Hablemos ahora brevemente de la secreta-ría técnica de la C S C E . C o m o en el caso de la mayoría de las conferencias internacionales, la secretaría técnica corrió a cargo del país anfi-trión y fue financiada por las contribuciones de los Estados participantes, con arreglo a un baremo de distribución de gastos convenidos en las consultas multilaterales preparatorias de la Conferencia. Las disposiciones de procedi-miento prevén que el secretario ejecutivo para las cuestiones técnicas de cada una de las fases de la C S C E sea nacional del país anfitrión de que se trate y, en consecuencia, designado por éste con el acuerdo de los Estados participan-

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La CSCE v las innovaciones en la práctica de las negociaciones diplomáticas multilaterales 323

tes. Por otra parte, es preciso que los secreta-rios ejecutivos trabajen bajo la autoridad de la Conferencia y rindan cuentas de sus activida-des al órgano competente de cada fase de la misma, en particular en lo que respecta a las cuestiones financieras. Gracias a estas disposi-ciones de procedimiento, que se aplicaron también al seguimiento de la C S C E , el papel de la secretaría fue puramente técnico, siem-pre bajo la autoridad política de la Conferen-cia. Además , los secretarios ejecutivos se atu-vieron a sus atribuciones y los casos en que trataron de rebasarlas fueron aislados y sin consecuencias. Sin duda alguna, existe aquí una diferencia de planteamiento entre las fun-ciones de la secretaría de la C S C E , concebida en plan puramente técnico, y las de las confe-rencias convocadas por organizaciones inter-nacionales, en las que la secretaría desempeña un papel considerable desde el punto de vista intelectual, político y técnico.

Otra novedad fue el orden del día de la C S C E . El orden del día fue objeto de negocia-ciones complicadas y prolongadas durante las consultas multilaterales preparatorias. Contra-riamente a la práctica corriente de que el pro-grama de una reunión internacional combine en una misma página los puntos de procedi-miento (elección de los órganos rectores, apro-bación del reglamento y del documento final, etc.) y las cuestiones de fondo, los negociado-res de Dipoli no se contentaron con un simple enunciado de los puntos del orden del día de la C S C E (1. Cuestiones relativas a la seguridad; 2. Cooperación en materia de economía, cien-cia y tecnología y del medio ambiente; 3. C o o -peración en las esferas humanitarias y de otro tipo; 4. Seguimiento de la Conferencia), ni siquiera con un orden del día anotado, sino que prefirieron insertar instrucciones m u y de-talladas que definieron las bases sobre las que la Conferencia debía elaborar su acta final. Este planteamiento, que prefiguraba con bas-tante precisión, pero también con flexibilidad, las coordenadas políticas de la Conferencia, permitió evitar numerosas controversias en cuanto a la interpretación de las cuestiones ya examinadas en Dipoli. Por lo demás, este pro-cedimiento fue adoptado también en las prin-cipales reuniones de seguimiento de la C S C E , cuando se reveló la necesidad de disponer de instrucciones m u y precisas, de fondo y de pro-cedimiento.

La organización de la Conferencia en tres fases (ministros de relaciones exteriores; ex-pertos; cumbre política) no planteó grandes dificultades conceptuales y en el fondo aprove-chó los precedentes de las conferencias inter-nacionales encargadas de elaborar y acordar documentos de alcance excepcional. El n ú m e -ro de participantes tampoco planteó ningún problema ya que antes del inicio de las consul-tas multilaterales preparatorias se había llega-do a un acuerdo en cuanto a la participación en la C S C E de todos los Estados europeos, los Estados Unidos de América y el Canadá. C o m o se sabe, en su día Albania declinó la invitación de tomar parte en las consultas multilaterales preparatorias y en la Conferen-cia. H o y día, participa en calidad de observa-dor. A propuesta de Francia, la lista de partici-pantes se aumentó con el Principado de M o -naco, pero en cambio el Principado autónomo de Andorra, que Francia representa en las rela-ciones exteriores, no figuró en la Conferencia.

Si bien la lista de Estados participantes fue fácil de preparar, la participación de los países del sur del Mediterráneo con arreglo a unas condiciones que debían definirse con preci-sión dio origen a debates y negociaciones pro-longadas y tensas. Por último, en las consultas multilaterales preparatorias se convino en no conceder a estos países la calidad de observa-dores durante toda la Conferencia, pero darles en cambio la posibilidad de presentar, en con-diciones de procedimiento que se decidirían más adelante, sus posiciones en relación con los diferentes puntos del orden del día de la C S C E . Las contribuciones orales o escritas de estos países mediterráneos no participantes (Argelia, Egipto, Israel, Marruecos, Siria y T ú -nez), que se presentaron en la segunda fase de la C S C E , en Ginebra, indujeron a ciertos Esta-dos participantes a insertar en el Acta Final de la Conferencia un capítulo dedicado exclusiva-mente a la seguridad y a la cooperación en el Mediterráneo, así c o m o a las relaciones de buena vecindad y cooperación mutuamente beneficiosa entre los Estados participantes y esos países.

En este mismo contexto, la invitación, en diversos momentos de la Conferencia, al Se-cretario General de las Naciones Unidas, el Director General de la U N E S C O y el Secreta-rio Ejecutivo de la Comisión Económica para europa de las Naciones Unidas, se efectuó de

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324 Valentin Lipatti

conformidad con el procedimiento habitual. E n lo que respecta a sus documentos de

trabajo, la Conferencia de Helsinki procedió con cierta moderación. Además de las pro-puestas escritas presentadas oficialmente por las delegaciones de los Estados participantes, las necesidades de negociaciones a veces m u y difíciles exigieron, sobre todo en los grupos informales, la preparación de textos de síntesis y de avenencia (los "non papers"), que con frecuencia facilitaron el acercamiento de pun-tos de vista discrepantes y el acuerdo sobre los temas de negociación. La Secretaría de la C S C E preparó además un diario de la Confe-rencia, en el que se consignó, según el caso, las decisiones adoptadas por consenso, las reser-vas y las declaraciones interpretativas, etc. En la primera y la tercera fases, se hicieron actas literales. Los comunicados de la C S C E , poco numerosos, fueron objeto también de consen-so entre los participantes, que se pronunciaron sobre su oportunidad y precisaron el conteni-do, antes de que el Secretario Ejecutivo les diera difusión.

La Conferencia de Helsinki ¿fue una confe-rencia cerrada o una conferencia abierta a la información de la opinión pública? A nuestro m o d o de ver, se situó a medio camino entre las dos opciones, ya que los trabajos de su primera y su tercera fases se publicaron, mien-tras que su segunda fase, dedicada a la nego-ciación del Acta Final, se hizo a puerta cerra-da. Pero este régimen de puerta cerrada no tenía nada de absoluto ya que en las consultas multilaterales preparatorias de Dipoli, y des-pués en Ginebra, cada delegación pudo mante-ner amplios contactos con representantes de los medios de comunicación, parlamentarios, observadores diplomáticos, investigadores, etc., cada vez que lo estimaba oportuno. Por otra parte, la prensa de los diferentes países participantes informó regularmente de la si-tuación de los trabajos de la C S C E , de los atascos y de los progresos. Sería interesante sin duda efectuar un día un estudio sobre el m o d o , a veces exacto y otras veces erróneo, en que la prensa y las publicaciones especializa-das de la época presentaron e interpretaron la Conferencia y sus objetivos.

La condición jurídica del Acta Final de la C S C E puede figurar también, en buena medi-da, entre las innovaciones de la Conferencia. En ausencia de las condiciones políticas que le

permitieran ser un tratado internacional, el Acta Final no es una simple recomendación, sino un documento político firmado por los altos representantes de los Estados participan-tes. Por lo demás, se distribuyó c o m o docu-mento oficial de las Naciones Unidas, sin que por ello se registrase como acuerdo internacio-nal con arreglo al Artículo 102 de la Carta.

C o m o todas las conferencias internaciona-les intergubernamentales, la Conferencia de Helsinki estuvo limitada en el tiempo, ya que su preparación y sus trabajos se desarrollaron entre el 22 de noviembre de 1972 y el 1 de agosto de 1975. Así pues, la Conferencia tuvo una existencia propia, que finalizó oficialmen-te en el momento de la firma del Acta Final. Pero, a diferencia de numerosas conferencias internacionales análogas, la C S C E no fue una manifestación sin futuro, limitada a sí misma y autosuficiente. La Conferencia puso en mar-cha un proceso multilateral, una continuidad organizada, que el Acta Final definió c o m o "seguimiento de la C S C E " y que desde 1977 ha dado lugar a numerosas reuniones dedica-das a cuestiones relativas a la seguridad y la cooperación en Europa, reguladas por los mis-m o s procedimientos de negociación definidos en Dipoli. Sin constituir una conferencia per-manente, la C S C E dio lugar a una periodici-dad de reuniones multilaterales, con arreglo a una fórmula lo bastante flexible que permite llevar adelante el proceso iniciado. La C S C E se sitúa por consiguiente entre las conferencias internacionales finalizadas y de las de carácter permanente. El establecimiento de un meca-nismo de "seguimiento" no dejó de plantear dificultades, teniendo en cuenta las fuertes re-servas que muchos países participantes tenían a este respecto. H o y día, el "seguimiento de la C S C E " ha entrado en la conciencia política de los europeos c o m o una necesidad de primer orden en la vida del continente.

La reciente cumbre de París, en la que se reunieron del 19 al 21 de noviembre de 1990 los Jefes de Estado o de Gobierno de los Esta-dos participantes en la Conferencia de Helsin-ki, es una prueba deslumbrante de ello. En efecto, la "Carta de París para una Nueva Europa" consagró las profundas transforma-ciones políticas y socioeconómicas acaecidas en los países de Europa Oriental y esbozó el perfil de una Europa liberada de los antagonis-m o s políticos e ideológicos del pasado y de la

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La CSCE y las innovaciones en la práctica de las negociaciones diplomáticas multilaterales 325

confrontación bipolar que los había dividido: un compromiso indefectible en favor de la democracia basado en los derechos humanos y en las libertades fundamentales; la prosperi-dad por la libertad económica y por la justicia social; una seguridad igual para todos los paí-ses participantes; la plena ejecución de todos los compromisos asumidos en la C S C E , y el establecimiento de relaciones basadas en ade-lante en el respeto y la cooperación, son las condiciones previas para una era nueva de democracia, paz y unidad en Europa.

Pero la Cumbre de París no se limitó a opciones de alcance general, sino que además señaló una evolución positiva en lo que res-pecta a las vías y medios de la aplicación de esta política. En el plano institucional, el pro-ceso de la C S C E registró progresos evidentes ya que, además de las reuniones periódicas dedicadas a cuestiones concretas derivadas del Acta Final o de otros documentos del "segui-miento de la C S C E " , la Cumbre de París deci-dió celebrar cada dos años reuniones de Jefes de Estado o de Gobierno, constituir el Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, con una reunión anual c o m o mínimo, crear un Comité de Altos Funcionarios encargados de preparar las reuniones del Consejo y ejecutar sus decisiones, establecer una Secretaría per-manente de la C S C E en Praga, un centro de prevención de conflictos en Viena, una oficina de elecciones libres en Varsóvia, etc.

¿ C ó m o hemos de contemplar el proceso de la C S C E en el futuro? ¿Habrá que reconside-rarlo a fondo o solamente adaptarlo a las nue-vas condiciones políticas de la Europa de los años noventa? Es evidente que este proceso, liberado de la carga ideológica del pasado y de la confrontación que lo caracterizó hasta el presente, ha de convertirse con el tiempo en el elemento dinámico de un sistema de seguridad y cooperación en Europa, concebido c o m o única alternativa racional a la existencia de un sistema internacional de relaciones basadas en la fuerza, la política de las esferas de influencia y la lógica de los bloques. Por consiguiente, seguir perfeccionando las estructuras y las m o -dalidades de acción del "seguimiento de la C S C E " constituye a nuestro m o d o de ver una tarea política fundamental para todos los Esta-dos participantes que deseen mejorar verdade-ramente las relaciones internacionales.

C o n ello, el proceso de la C S C E no debe

aislarse en un regionalismo estrecho, ni per-derse en un mundialismo ineficaz; sobre todo, debe conservar sus opciones fundamentales y evitar todo lo que pueda perjudicarlas. Su fi-delidad a estas opciones no excluye desde lue-go las contribuciones innovadoras que puedan elaborarse y convenirse sobre la base de un consenso auténtico. Pero es esencial que el proceso de la C S C E conserve su perfil original, capaz de garantizar a cada Estado participante el pleno ejercicio de sus prerrogativas sobera-nas. H o y día Europa ya no está dividida, los antiguos antagonismos han desaparecido, la guerra fría ha terminado. Pero los comporta-mientos y los reflejos de bloque subsisten, como subsisten también la desigualdad de he-cho entre los países grandes, los países media-nos y los países pequeños, y las numerosas desproporciones que los separan. En tales cir-cunstancias, que distan m u c h o de ser pasaje-ras, la eficacia del proceso de la C S C E no dependerá de su alteración, sino por el contra-rio de la conservación de su identidad. Si no quiere sucumbir con el tiempo, o pasar a en-grosar las filas de las reuniones internacionales habituales, el proceso de la C S C E deberá pues en todo momento conservar sus características genéticas, esto es, permanecer fiel a sus nor-mas de procedimiento de trabajo, que son otros tantos principios políticos capaces de garantizar a cada participante la defensa de sus intereses legítimos. El "seguimiento de la C S C E " debe perfeccionarse, evidentemente, y recibir un impulso dinámico nuevo: la C u m -bre de París ha consagrado la oportunidad y legitimidad de esta opción. Sin embargo, cual-quier innovación en la materia no debe con-tradecir estas normas fundamentales, si no se quiere que el proceso de la C S C E pierda su razón de ser y el "concierto europeo" corra el peligro de convertirse en un conjunto de Estados que ocupen, según el caso, palcos, si-llones de platea o, en pocos casos, sillas de gallinero...

La Europa unida, libre y democrática de este fin de milenio no debe ser una remake de la Europa de los años treinta, si se quiere de verdad establecer un diálogo y una coopera-ción auténticos entre copartícipes de iguales derechos.

Esta descripción de los nuevos plantea-mientos que la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa imaginó y saneio-

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326 Servicios profesionales y documentales

nó en la práctica requiere algunas observacio-nes a m o d o de conclusión.

Ante todo, hay que señalar que los procedi-mientos establecidos, lejos de ser cláusulas ru-tinarias, son los receptáculos de una nueva sustancia política y que, por consiguiente, este nuevo modelo de negociación constituye un capital esencial del proceso de la C S C E , que conviene preservar y hacer fructificar.

En segundo lugar, esta obra de codificación de normas y procedimientos nuevos, basada en el principio de la igualdad soberana de los Estados, se debe en particular a las iniciativas de los países pequeños y medianos. Rumania desempeñó un papel importante ya que, c o m o se sabe, de sus propuestas se derivaron las disposiciones de procedimiento adoptadas para las consultas multilaterales preparatorias, así c o m o para la Conferencia de Helsinki y su seguimiento.

Por último, las innovaciones y procedi-mientos convenidos para la C S C E , y más en particular la toma de decisiones por consenso, se han multiplicado en otras instancias inter-

nacionales. La no discriminación entre los participantes ha dado el tono y la práctica de numerosas negociaciones multilaterales.

Cierto es que este nuevo modelo concebido y aplicado por la Conferencia de Helsinki pue-de parecer aún complicado e incómodo. El procedimiento del consenso es una práctica difícil, aunque apasionante, y se parece a m e -nudo a una partida de ajedrez de movimientos largamente ponderados y calculados. T a m -bién, a veces, a un ejercicio sinuoso y todavía frágil. Pero es lo mejor que ha podido imagi-narse para las negociaciones diplomáticas multilaterales, por cuanto concede una mayor libertad de cada Estado participante. Estas ventajas compensan las dificultades inherentes a una empresa política de envergadura, y no-sotros creemos que en la actualidad un n ú m e -ro creciente de países, sino el conjunto de la comunidad mundial, es cada vez más cons-ciente de ello.

Traducido del francés

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Calendario de reuniones internacionales La redacción de la Revista no puede ofrecer ninguna información complementaria sobre estas reuniones.

1992

Junio

1-12 junio

San José (Costa Rica)

Rio de Janeiro (Brasil)

Asociación Internacional de Ciencias Económicas: Conferencia (Tema: Democracia y desarrollo). AISE, Secretariado: 23 rue Campagne Première, 75014 Paris (Francia).

Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: Conferencia sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. PNUE, Tour Mirabeau, 39-43 gai André Citroen, 75739 Pans Cedex 15 (Francia).

13-17 julio

13-17 julio

19-24 julio

27-31 julio

Montreal (Canadá)

Viena

Bruselas

Kyoto (Japón)

Association internationale d'échange scientifiques sur la violence et la coexistence humaine: II Congreso Mundial. Université de Montréal, CP 6128, Suce. A., Montréal, Québec, H3C 3J7 (Canada).

Instituto Internacional de Ciencias Administrativas: 22 Congreso Inter-nacional. USA. 1 rue Defacqz, Ble 11, B-1050 Bruxelles (Bélgica).

Unión Internacional de Psicología Científica; Sociedad Belga de Psico-logía: 25 Congreso internacional. Pau Eelen, Secret. Comité programme scientifique. 25e Congrès internt. de psychologie, Tiensestraat. 102, B3000 Louvain (Bélgica).

Asociación Internacional por la Paz: 14 Conferencia General (Tema: Desafíos de los cambios del orden mundial). Conf. Secretariat, Faculty of Int. Relations, Ritsumeikan University, Kita-machi, Toji-in, Kita-ku, Kyoto 603 (Japón).

4-7 agosto

9-14 agosto

Los Angeles (Estados Unidos)

Washington, D C

Unión Geográfica Internacional: Comisión de Geografía H u m a n a : C o -loquio sobre los nuevos sistemas migratorios y el cambio étnico de población en las grandes ciudades. Prof. C. Roseman, Dept.. of Geography, University of Southern Califor-nia, Los Angeles, CA 90089 (USA).

Unión Geográfica Internacional: 27 Congreso Internacional. Dr. AR. de Souza, Secr.-gén., 27th IGU Congress, 1145-17th Street N.IV., Washington. DC 20036 (USA).

RICS 132/Junio 1992

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328 Servicios profesionales y documentales

22-28 agosto

24-28 agosto

Trier (Alemania)

Moscú

Centro de Estudios Europeos: II Seminario Internacional de Verano sobre "El desarrollo permanente y el futuro de las ciudades". Prof. Hamm, Centre d'étude européenes, Université de Trier, FB IV, BP 3925, D-5500 Trier (Alemania).

Asociación Internacional de Ciencias Económicas: 10 Congreso m u n -dial. Ms J. Jennings, STICERD, LSE. Houghton Street, London WC2A 2AE (Reino Unido).

26-29 agosto Viena

30 agosto-4 sept. Lovaina (Bélgica)

Centro Interdisciplinario de Investigación Comparativa en Ciencias Sociales: I Conferencia Europea de Sociología. ICCR, Hamburgstrasse 14/20, A-I050 Viena (Austria).

Universidad de Lovaina: Facultad de Letras: 2e Conférence internatio-nal sur le maintien et la perte des langues minoritaires. Steunpunt Nederlands als Tweede Taal, Faculté des lettres. Université de Louvain. Blijde Inkomstraat, 7, 3000 Louvain (Bélgica).

Septiembre París

16-20 sept. Heidelberg (Alemania)

Association française de science politique: Congreso. AFPS, 224 Bid. Saint-Germain, 75007 Paris (Francia).

Universidad de Heidelberg: I Conferencia Internacional de Estudios Eu-ropeos. Prof. A. JR. Groop, Rutheford College, University of Kent, Canterbury CT2 7NX (Reino Unido). '

14-16 octubre París European Business Ethics Network; Centre d'éthique de l'enterprise; Assoc, professionnelle des sociologues: Coloquio Internacional (Tema: La responsabilidad de los agentes económicos en el desarrollo de las ciu-dades). Colloque EBEN, Fondez Conseil, 116 Av. Gabriel Péri, 93400 Saint-Ouen (Francia).

15-20 noviembre Nueva York (Estados Unidos)

Association for Advancement of Policy, Research and Development in the Third World: Conferencia 1992 sobre el nuevo orden mundial. U n desafío para la gobernabilidad internacional. Mekki Mtewa, Association for the Advancement of Policy, Research and Development in the Third World, P.O. Box 70257, Washington, DC 20024-0257 (USA).

1993

Trier (Alemania)

Centro de Estudios Europeos: Il Conferencia Europea de Ciencias So-ciales. Centre d'Études Européenes, Prof. Bernd Hamm, Universidad de Trier, BP. 3825, D-500 Trier (Alemania).

Abril Aberdeen Aberdeen University African Studies Group: Coloquio sobre los mapas (Reino Unido) y Africa.

J. Stone, Director, Aberdeen University, African Studies Group, G10 Old Brewery, King's College, Aberdeen AB9 2UF (Reino Unido).

27 junio-3 julio Okinawa (Japón)

Asociación Científica del Pacífico: 7 Congreso (Tema: El Pacífico: encrucijada de cultura y naturaleza). PSA, P.O. Box 17801. Honolulu, HI 96817-0801 (USA).

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Servicios profesionales y documentales 329

23-27 agosto Chiba Federación Mundial para la Salud Mental: Congreso Mundial (Tema: (Japón) La salud mental en el siglo X X I : tecnología, cultura y calidad de

vida). WFMII'93 Japan, c/o ínter Group Corp., Akasaka Yamakatsu Bldg, 8-5-32, Akasaka, Minato-ku, Tokyo 107 (Japón).

1994

Cuba Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecárias y de Biblio-tecas: Conferencia general. ¡FLA, P.O. Box 95312, 2509 CU La Haya (Países Bajos).

22-26 agosto Praga Unión Geográfica Internacional: Conferencia Regional sobre Medio (Checoslovaquia) Ambiente y Calidad de Vida en Europa Central.

Dr. T. Kucera, Seer, of the Organizing Committee, IGC, Albertov 6, 128 43 Praga 2 (Checoslovaquia).

Page 173: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

Libros recibidos

Filosofía, teoría del conocimiento Ben-David, Joseph. Scientific Growth: Essays on the Social Orga-nization and Ethos of Science. Ber-keley; Los Angeles; Oxford, Univer-sity of California Press, 1991. 591 p. bibl. index. (California Studies in the History of Science, v.8)

Ring, Jennifer. Modern Political Theory and Contemporary Femi-nism: A Dialectical Analysis. Al-bany, State University of N e w York Press, 1991. 229 p. index. ( S U N Y Sries in Feminist Political Theory).

Van C a m p , Hélène. Soit dit en pas-sant. Grenoble, Presses universitai-res, 1991. 160 p. 98 F.

Religión

Ramos, Gerardo Pastor. Tributo al César: Sociología de la religión. Sa-lamanca, Universidad Pontificia, 1992, 334 p. tabl. bibl.

Ciencias sociales

Gonçalves, José. Les sciences socia-les en Angola. Cap-Vert. Guinée-Bissau, Mozambique et Sao Tome et Principe. Dakar, C O D E S R I A , 1991, 46 p.

Gareau, Frederick H . The Political Economy of the Social Sciences. N e w York; London, Garland Pu-blishing, Inc., 1991. 351 p. index.

Sociología Cernea, Michel M . (ed.). Putting People First: Sociological Variables in Rural Development. 2nd ed. O x -ford, Oxford University Press for the World Bank, 1991. 575 p. fig-index.

Essed, Philomena. Understanding Everyday Racism: An Interdiscipli-

nary Theory. Newbury Park; Lon-don; N e w Delhi, Sage Publications, 1991. 312 p. tabl. bibl. index. (Sage Series on Race and Ethnic Rela-tions, V.2).

Hinde, Robert A . , Groebel, Jo (eds.). Cooperation and Prosocial Behaviour. Cambridge; N e w York; Melbourne; Sydney, Cambridge University Press, 1991. 365 p. tabl. index. Hardback £42.50; $74.95; Paperback £15.95; $29.95.

Mack, Arien (ed.). In Time of Pla-gue: The History and Social Conse-quences of Lethal Epidemic Disea-se. N e w York; London, N e w York University Press, 1991. 206 p. $35.

Estadísticas, demografía, población Fonds des Nations Unies pour la population. Répertoire mondial des projets démographiques exécutés dans les pays en développement. 1988-1989. N e w York, F N U A P , 1991, 891 p. tabl.

International Labour Office. Year-book of Labour Statistics /Annuaire des statistiques du travail / Anuario de estadísticas del trabajo. 1991. 1132 p. Geneva, ILO, 1991. 1132 p. 90 Sw.Fr.

Jemai, Hedi. Population et dévelop-pement en Afrique. Dakar, C O D E S -RIA, 1987. 389 p. tabl. bibl.

United Nations. Department of In-ternational Economic and Social Af-fairs. Ageing and Urbanization. N e w York, United Nations, 1991. 461 p. carta fig. tabl.

- . - . Child Mortality in Developing Countries: Socio-Economic Diffe-rentials, Trends and Implications. N e w York, United Nations, 1991. 129 p. fig. tabl.

Ciencia política Cox, David; Boulden, Jane. The Guide to Canadian Policies on Arms Control. Disarmament, De-fence and Conflict Resolution. Otta-w a , Canadian Institute for Interna-tional Peace and Security, 1991, 331 p.

Hansen, Emmanuel; Ninsin, K w a m e A . (eds.). The State, Development and Politics in Ghana. London, C O D E S R I A Books Series, 1991. 280 p. tabl. index.

Ciencias económicas Mandaza, Ibbo (sous la dir. de). Zimbabwe: économie politique de la transition, 1980-1986. Dakar. C O -D E S R I A , 1991 (Diffusion: Kartha-la, Paris), 516 p., carte, tabl. bibl.

- . - . Zimbabwe: The Political Eco-nomy of Transition: 1980-1986. Dakar, C O D E S R I A . 1986, 430 p. m a p . bibl, index.

Mishel, Lawrence; Voos, Paula B . (eds.). Unions and Economic com-petitiveness. A rmonk , N e w York; London, M . E . Sharpe, Inc., 1992, 356 p. index, bibl. tabl.

Mkandawire, Thandika; Bourenane, Naceur (eds.). The State and Agri-culture in Africa. Dakar, C O D E S -RIA, 1987. 385 p. tabl. index.

Organisation for Economic Co-ope-ration and Development. 1991 Re-port: Development Co-operation. Paris, O E C D , 1991. 258 p. tabl. 150F.

Palmer, Ingrid. Gender and Popula-tion in the Adjustment of African Economies: Planning for Change. Geneva, International Labour Offi-ce, 1991. 178 p. bibl. ( W o m e n , W o r k and Development, 19). 27 Sw.Fr.

Page 174: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

332 Libros recibidos

Programme des Nations Unies pour le Développement. Coopération au développement-Mar oc: rapport 1990. N e w York, P N U D , 1990, v. p. tabl.

United Kingdom. Employment D e -partment Group. Employers' La-bour Use Strategies - Case Studies, by L . C . Hunter and J. Macinnes, 1991. 60 p., tabl. bibl. (Research paper, 87).

Derecho Kwasniewski, Jerzy; Watson, M a r -garet (eds.). Social Control and the Law in Poland. N e w York; Oxford. Berg, 1991, 181 p., bibl. £27.50.

-.-.Pérou: La terreur au quotidien. Paris, Les Editions francophones d'Amnesty International, 1991, ill. 30F.

Salas, Denis. Du procès pénal. Pa-ris, Presses universitaires de Fran-ce, 1991. 262 p. (Les voies du droit) 198F.

Shivji, Issa G . The Concept of Hu-man Rights in Africa. London, C O -D E S R I A Books Series, 1989, 126 p. index.

Administración pública

Organisation mondiale de la santé. Bureau régional de l'Europe. La ges-tion des problèmes liés à l'alcool, par Peter Anderson. Copenhague, Organisation mondiale de la santé, 1991. 182 p., fig. tabl. bibl. ( O M S , Publications régionales, série euro-péenne, 32). 26 Fr.s.

Previsión y acción social

Albrecht, Günter; Otto, H a n s - U w e (eds.). Social Prevention and the So-cial Sciences: Theoretical Contro-versies. Research Problems, and Evaluation Strategies, Berlin; N e w York, Walter de Gruyter, 1991.638 p. fig. tabl. index.

Barraclough, Solon L . An End to Hunger9 The Social Origins of Food Strategies. London; N e w Jersey, Zed Books Ltd. on behalf of U N -RISD and The South Centre, Gene-va, 1991. 284 p. index, hardback £32.95; $55.00; Paperback £12.95; $19.95.

World Health Organization. Regio-nal Office for Europe. Forty Years of WHO in Europe: The Develop-ment of a Common Health Policy. by Leo A . Kaprio. Copenhagen, W H O , 1991. 135 p., ill. tabl. 24 Sw.Fr.

Educación

Boeren, A d . J.J.; Epskamp, Kees P. (eds.). Education, Culture and Pro-ductive Life. The Hague, Centre for the Study of Education in Develo-ping Countries, 1991. 496 p. fig. tabl. ( C E S O paperback, 13). 30 Dfl.; $15.

Freire, Paulo. L'éducation dans la ville. Paris, Editions Paideia, 1991. 170 F.

Plett, Peter C ; Lester, Brenda T . Training for Older People: A Hand-book. Geneva, International La-bour Office, 1991. 217 p., tabl. bibl. 25 Sw.Fr.

Antropología social y cultural

Antolini, Paula. Au-delà de la riviè-re - Les cagots: histoire d'une exclu-sion. Paris, Editions Nathan, 1989. 156 p. carta, bibl. (Essais et Recher-ches).

Lenguaje

Perinbanayagam, R . S . Discursive Acts. N e w York, Aldine de Gruyter, 1991. 221 p. (Communication and Social Order). Hardback 94 D M ; Paperback 58 D M .

Robins, Robert H . ; Uhlenback, Eu-genius M . (eds.). Endangered Lan-

guages. Oxford; N e w York, Berg, 1991. 273 p. fig. mapas, tabl.

Ciencias aplicadas, salud Fadahunsi, A . ; Igwe, B . U . N . (eds.). Capital Goods, Technological Change and Accumulation in Nige-ria. London, C O D E S R I A Books Series, 1989. 204 p., tabl. index.

Generalität de Catalunya. Centre d'Investigació de la Comunicado. La informado electrónica a Cata-lunya: Anàlisi comparativa. Barce-lona, Generalität de Catalunya, 1991. 130 p. tabl. bibl. (Col.lecció Informes, 6).

Organisation mondiale de la santé. Bureau régional de l'Europe. La pro-tection contre les rayonnements non ionisants. 2e éd. Copenhague, Or-ganisation mondiale de la santé, 1991. 410 p. index. ( O M S Publica-tions régionales, Série européenne, 25). 43 Fr.s.

United Nations Centre on Transna-tional Corporations. Transnational Business Information: A Manual of Needs and Sources. N e w York, Uni-ted Nations, 1991. 216 p.

Biografía, historia Balling, M a d s Ole. Von Reval bis Bukarest: Statistisch-Biographisches Handbuch der Parlamentarier der deutschen Minderheinlen in Oslmit-tel- und Südosteuropa 1919-1945, 2 vols. Kobenhagen, Dokumentation Verlag, 1991 / for / Gemeinnützi-gen Hermann-Niermann-Stiftung, Düsseldorf, 1991, 987 p, mapa .

Doumou, Abdelali (ed.). The Moroc-can State in Historial Perspective, 1830-1985. Dakar, C O D E S R I A , 1990. 174 p. ( C O D E S R I A Books Series).

Page 175: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

Publicaciones recientes de la U N E S C O (incluidas las auspiciadas por la U N E S C O )

Anuario estadístico de la UNESCO 1991. París, U N E S C O , 1991. 1092 p. 375 F.

Bibliographie internationale des sciences sociales: anthropologie / In-ternational Bibliography of the So-cial Sciences; Anthropology, vol. 33, 1987. London; N e w York,' Routled-ge / for / The Internat. Committee for Social Science Inform, and Doc, 1991.315p. (Diffusion: Offilib, Pa-ris). 1120 F.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Science politique / International Bibliography of the Social Sciences: Political Science, \i. 36, 1987. London; N e w York, R o u -tledge / for / The Internat. Commi t -tee for Social Science Inform, and D o c , 1989. 316 p. (Diffusion: Offi-lib, Paris). 1120 F.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Sociologie / Inter-national Bibliography of the Social Sciences; Sociology, vol. 137, 1987. London; N e w York, Routledge /for/ The Internat. Committee for Social Science Inform, and D o c , 1991, 335 p. (Diffusion: Offlib, Paris). 1120 F.

Directory of Social Science Informa-tion Courses, 1st ed. / Répertoire des cours d'information dans les sciences sociales / Repertorio de cur-sos en información en ciencias so-ciales. Paris, U N E S C O ; Oxford, Berg Publishers Ltd, 1988. 167 p. (World Social Science Information Directories / Répertoires mondiaux d'information en sciences sociales / Repertorios mundiales de informa-ción sobre las ciencias sociales). En-cuadernado 100 F.

Educación y desarrollo: Estrategias v decisiones en America Central,

por Sylvain Lourié. Paris. U N E S -C O ; Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1991. 247 p. fig. cuadros. 120 F.

La enseñanza, la reflexión y la in-vestigación filosófica en América Latina v el Caribe. Paris, U N E S -C O , Madrid, Tecnos, 1991. 247 p. 110 F.

Estudios en el extranjero / Study Abroad / Etudes à l'étranger, vol. 27. Paris, U N E S C O , 1991. 1278 p. 92 F.

Index translationum, vol. 37, 1984. Paris, U N E S C O . 1990. 1099 p. 350 F.

Informe de la comunicación en el mundo. Paris, U N E S C O , 1990. 54 p. bibl. indices. 348 F.

La integración de la ciencia y la tecnología en la planificación del desarrollo en Uruguay, c o m p . Eduardo Martínez y Aldo Beri. Montevideo; U N E S C O . 1988, 235 p.

Politicas sociales integradas: Ele-mentos para un marco conceptual interagencial. Caracas, Unidad Re-gional de Ciencias Humanas y So-ciales para América Latina y el Ca-ribe. 1991, 37 p. (Serie estudios y documentos U R S H S L A C , 10).

¿Qué empleo para los jóvenes? Ha-cia estrategias innovadoras, por A . Touraine, J. Hartman, F. Hakiki-Talabite, Lê Than-Khôi, B . Ly y C . Braslavsky. Paris, U N E S C O ; M a -drid, Tecnos, 1991. 218 p. cuadros. 100 F.

Repertorio internacional de organis-mos de juventud, 1990 /Répertoire international des organismes de jeu-

nesse / International Directory of Youth Bodies. Paris, U N E S C O , 1990, 477 p., index. 140 F.

Selective Inventory of Social Science Information and Documentation Services, 1988, 3rd ed. I Inventaire sélectif des services d'information et de documentation en sciences socia-les / Inventario de servicios de infor-mación y documentación en cien-cias sociales. Paris, U N E S C O ; O x -ford, Berg, 1988. 680 p. (World Social Science Information Direc-tories / Répertoires mondiaux d'in-formation en sciences sociales / Re-pertorios mundiales de informa-ción sobre las ciencias sociales). Encuadernado 150 F.

UNESCO Yearbook on Peace and Conflict Studies, 1988. París, U N E S C O ; N e w York, Greenwood Press, 1990. 241 p. index. 300 F.

World Directory of Human Rights Teaching and Research Institutions, 1st ed. /Répertoire mondial des ins-titutions de recherche et de forma-tion sur les droits de l'homme / Re-pertorio mundial de instituciones de investigación y de formación en ma-teria de derechos humanos. París, U N E S C O ; Oxford, Berg Publishers Ltd, 1988. 216 p. (World Social Science Information Directories / Répertoires mondiaux d'informa-tion en sciences sociales / Reperto-rios mundiales de información so-bre las ciencias sociales). Encuader-nado 125 F.

World Directory of Peace Research and Training Institutions, 7th ed. / Répertoire mondial des institutions de recherche et de formation sur la paix / Repertorio mundial de insti-tuciones de investigación y de for-mación sobre la paz. París. U N E S -C O , 1991. 354 p. World Social

Cómo obtener estas publicaciones: a) Las publicaciones de la U N E S C O que lleven precio pueden obtenerse en la Editorial de la U N E S C O , Servicio de Ventas, 7 Place de Fontenoy, 75700 Paris o en los distribuidores nacionales; b) las co-publicaciones de la U N E S C O puede obtenerse en todas aquellas librerías de alguna importada o en la Editorial de la U N E S C O .

Page 176: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

334 Publicaciones recientes de la UNESCO

Science Information Directories / Répertoires mondiaux d'informa-tion en sciences sociales /Reperto-rios mundiales de información so-bre las ciencias sociales). 120 F.

World Directory of Social Science Institutions, 1990, 5th éd. / Réper-toire mondial des institutions de sciences sociales / Repertorio mun-dial de instituciones de ciencias so-ciales. Paris, U N E S C O , 1990. 1211 p. (World Social Science Informa-tion Directories / Répertoires m o n -diaux d'information en sciences so-ciales / Repertorios mundiales de

información sobre las ciencias so-ciales). 225 F.

World Directory of Teaching and Research Institutions in Internatio-nal Law, 2nd ed., 1990 / Répertoire mondial des institutions de forma-tion et de recherche en droit interna-tional / Repertorio mundial de insti-tuciones de formación y de investi-gación en derecho internacional. París, U N E S C O , 1990. 387 p. (World Social Science Information Directories / Répertoires mondiaux d'information en sciences sociales / Repertorios mundiales de informa-

ción sobre las ciencias sociales). 90 F.

World List of Social Science Perio-dicals, 1991, 8th éd. / Liste mondia-le des périodiques spécialisés dans les sciences sociales / Lista mundial de revistas especializadas en cien-cias sociales. París, U N E S C O , 1991. 1264 p. index. (World Social Science Information Services / Ser-vices mondiaux d'information en sciences sociales / Servicios m u n -diales de información sobre las ciencias sociales). 150 F.

Page 177: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

Números aparecidos

Desde 1949 hasta 1958, esta Revista se publicó con el título de International Social Science Bulletin/Bulletin international des sciences sociales. Desde 1978 hasta 1984, la RICS se ha publicado regularmente en español y, en 1987, ha reiniciado su edición española con el número 114. Todos los números de la Revista están publicados en francés y en inglés. Los ejemplares anteriores pueden comprarse en la U N E S C O . División de publicaciones periódicas, 7, Place de Fontenoy, 75700 París (Francia). Los microfilms y microfichas pueden adquirirse a través de la University Microfilms Inc., 300 N Zeeb Road, Ann Arbor, Ml 48106 (USA), y las reimpresiones en Kraus Reprint Corporation, 16 East 46th Street, Nueva York, N Y 10017 (USA). Las microfichas también están disponibles en la U N E S C O , División de publicaciones periódicas.

Vol. XI. 1959

N u m . 1 Social aspects of mental health* N u m . 2 Teaching of the social sciences in the U S S R * N u m . 3 The study and practice of planning* N u m . 4 N o m a d s and nomadism in the arid zone*

Vol. XII, I960

N u m . 1 Citizen participation in political life* N u m . 2 The social sciences and peaceful

co-operation* N u m . 3 Technical change and political decision* N u m . 4 Sociological aspects of leisure*

Vol. XIII, 1961

N u m . I Post-war democratization in Japan* N u m . 2 Recent research on racial relations* N u m . 3 The Yugoslav c o m m u n e * N u m . 4 The parliamentary profession*

Vol. XIV, 1962

N u m . 1 Images of w o m e n in society* N u m . 2 Communication and information* N u m . 3 Changes in the family* N u m . 4 Economics of education*

Vol. XV 1963

N u m . 1 Opinion surveys in developing countries* N u m . 2 Compromise and conflict resolution* N u m . 3 Old age* N u m . 4 Sociology of development in Latin America*

Vol. XVI, 1964

N u m . 1 Data in comparative research* N u m . 2 Leadership and economic growth* N u m . 3 Social aspects of African resource

development* N u m . 4 Problems of surveying the social science

and humanities*

Vol. XVII, 1965

N u m . 1 M a x Weber today/Biological aspects of race* N u m . 2 Population studies* N u m . 3 Peace research* N u m . 4 History and social science*

Vol. XVIII, 1966

N u m . 1 H u m a n rights in perspective* N u m . 2 Modern methods in criminology* N u m . 3 Science and technology as development

factors* N u m . 4 Social science in physical planning*

Vol. XIX, 1967

N u m . 1 Linguistics and communication* N u m . 2 The social science press* N u m . 3 Social functions of education* N u m . 4 Sociology of literary creativity

Vol. XX, 1968

N u m .

N u m . N u m . N u m .

1 Theory, training and practice in management*

2 Multi-disciplinary problem-focused research* 3 Motivational patterns for modernization* 4 The arts in society*

Vol. XXI, 1969

N u m . 1 Innovation in public administration N u m . 2 Approaches to rural problems* N u m . 3 Social science in the Third World* N u m . 4 Futurology*

Vol. XXII, 1970

N u m . 1 Sociology of science* N u m . 2 Towards a policy for social research* N u m . 3 Trends in legal learning* N u m . 4 Controlling the h u m a n environment*

Vol. XXIII, 1971

Num. Num.

Num. Num.

Understanding aggression Computers and documentation in the social sciences* Regional variations in nation-building* Dimensions of the racial situation*

Vol. XXIV, 1972

N u m . 1 Development studies* N u m . 2 Youth: a social force?* N u m . 3 The protection of privacy* N u m . 4 Ethics and institutionalization in social

science*

Page 178: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

336 Números aparecidos

Vol. XXV, 1973

N ú m . 1/2 Autobiographical portraits* N u m . 3 The social assessment of technology* N u m . 4 Psychology and psychiatry at the crossroads

Vol. XXVI, 1974

N u m . 1 Challenged paradigms in international relations*

N u m . 2 Contributions to population policy* N u m . 3 Communicating and diffusing social science* N u m . 4 The sciences of life and of society*

Vol. XXVII, 1975

N u m . 1 Socio-economic indicators: theories and applications*

N u m . 2 The uses of geography N u m . 3 Quantified analyses of social phenomena N u m . 4 Professionalism in flux

Vol. XXVIII, 1976

N u m . 1 Science in policy and policy for science* N u m . 2 The infernal cycle of armament* N u m . 3 Economics of information and information

for economists* N u m . 4 Towards a new international economic

and social order*

Vol. XXIX, 1977

N u m . 1 Approaches to the study of international organizations

N u m . 2 Social dimensions of religion N u m . 3 The health of nations N u m . 4 Facets of interdisciplinarity

Vol. XXX, 1978

N u m . 1 La territorialidad: parámetro político N u m . 2 Percepciones de la interdependencia mundial N u m . 3 Viviendas humanas: de la tradición

al modernismo N u m . 4 La violencia

Vol. XXXI, 1979

N ú m . 1 La pedagogía de las ciencias sociales: algunas experiencias

N ú m . 2 Articulaciones entre zonas urbanas y rurales N ú m . 3 Modos de socialización del niño N ú m . 4 En busca de una organización racional

Vol. XXXII, 1980

N ú m . 1 Anatomía del turismo N ú m . 2 Dilemas de la comunicación: ¿tecnología

contra comunidades? N ú m . 3 El trabajo N ú m . 4 Acerca del Estado

Vol. XXXIII, 1981 N ú m . 1 La información socioeconómica: sistemas,

usos y necesidades N ú m . 2 En las fronteras de la sociología N ú m . 3 La tecnología y los valores culturales N ú m . 4 La historiografía moderna

Vol. XXXIV, 1982

N ú m . 91 Imágenes de la sociedad mundial N ú m . 92 El deporte N ú m . 93 El hombre en los ecosistemas N ú m . 94 Los componentes de la música

Vol. XXXV, 1983

N ú m . 95 El peso de la militarización N ú m . 96 Dimensiones políticas de la psicología N ú m . 97 La economía mundial: teoría y realidad N ú m . 98 La mujer y las esferas de poder

Vol. XXXVI, 1984

N ú m . 99 La interacción por medio del lenguaje N ú m . 100 La democracia en el trabajo N ú m . 101 Las migraciones N ú m . 102 Epistemología de las ciencias sociales

Vol. XXXVII, 1985

N ú m . 103 International comparisons N ú m . 104 Social sciences of education N ú m . 105 Food systems N ú m . 106 Youth

Vol. XXXVIII, 1986

N ú m . 107 Time and society N u m . 108 The study of public policy N u m . 109 Environmental awareness N u m . 110 Collective violence and security

Vol. XXXIX, 1987

Num. 111 Ethnic phenomena Num. 112 Regional science Num. 113 Economic analysis and interdisciplinary Num. 114 Los procesos de transición

Vol. XL, 1988

N ú m . 115 Las ciencias cognoscitivas Núm. 116 Tendencias de la antropología Núm. 117 Las relaciones locales-mundiales Núm. 118 Modernidad e identidad: un simposio

Vol. XLI, ¡989

N ú m . 119 El impacto mundial de la Revolución francesa

N ú m . 120 Políticas de crecimiento económico N ú m . 121 Reconciliar la biosfera y la sociosfera N ú m . 122 El conocimiento y el Estado

Vol. XLII, 1990

N ú m . 123 Actores de las políticas públicas N ú m . 124 El campesinado N ú m . 125 Historias de ciudades N ú m . 126 Evoluciones de la familia

Vol. XLII1, 1991

N ú m . 127 Estudio de los conflictos internacionales N ú m . 128 La hora de la democracia N ú m . 129 Repensar la democracia N ú m . 130 Cambios en el medio ambiente planetario

Vol. XL1V 1992

•Números agotados N ú m . 131 La integración europea

Page 179: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

ACABA DE PUBLICARSE

Lista mundial de revistas especializadas

en ciencias sociales

Octava edición. ISBN 92-3-002734

Este repertorio ha sido directamente producido a partir del Banco de datos D A R E en la U N E S C O y contiene información detallada sobre más de 4 400 revistas publicadas en los países desarrollados, así c o m o en los países en desarrollo, incluyendo las revistas bibliográficas y de resúmenes analíticos.

Para adquirir este repertorio se ruega escribir a Editorial de la U N E S C O 7. place de Fontenoy 75700 Paris, Francia Fax: (1)42.73.30.07

Page 180: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

Reis CIS Centro de Investigaciones Sociológicas

Revista Española de Investigaciones Sociológicas

55 Jul io-Septiembre 1 9 9 1

Director Joaquín Arengo Secretarla Mercedes Contreras Porta Consejo de Redacción Manuel Castedls, Ramón Cotareto, Juan Diez Nicolás, Jesús M. de Miguel, Angeles Valero, Ludolfo Paramio, Alfonso Pérez-Agote, José F. Tezanos Redacción y suscripciones Centro de Investigaciones Sociológicas Montalbán, a 28014 Madrid (Espana) Tels. 580 70 00 / 580 76 07 Distribución Siglo XXI de Esparta Editores, S. A Plaza, 5. 28043 Madrid Apdo. postal 48023 Tels. 759 48 09 / 759 45 57 Precios de suscripción Anual (4 números): 4.000 ptas. (45 $ USA) Número suelto del último arto: 1.200 ptas. (12 $ USA)

Estrella López Keller Distopía Otro final de la utopia

Rancisco J. Noya Miranda Por un situacionismo sistérnico. La teoría de sistemas sociales y el análisis institucional en el estudio de los nuevos movimientos sociales

Benjamin Tejerina Montaña Las teorías sociológicas del conflicto social. Algunas dimensiones analíticas a partir de K. Marx y G . Simmel

David Rener y Enriqueta C a m p s Las economías familiares dentro de un contexto histórico comparado

Teresa Rojo La sociología ante el medio ambiente

Graciela Co lombo y Alicia Palermo El encuentro creativo de las madres en su vínculo con la escuela

Ignacio Sánchez de la Yncera Interdependencia y comunioación. Notas para leer a G . H . Mead

George H . M e a d La génesis del self y el control social

Critica de libros

Datos de opinión

Page 181: PLATT- Pensar la Violencia.pdf

HOMINES Desde Puerto Rico "Homines" publica artículos sobre

el país y otras partes de América Latina. Con una visión amplia de las ciencias sociales, esta

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Directora Revista H O M I N E S Universidad Interamericana

Decanato de Ciencias Sociales Apartado de Ciencias Sociales

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REVISTA HOMINES Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales

(Directora: Aline Frambes-Buxeda)

Muestra de artículos:

Roberto Cassá: Sociedad e historia en el pensamiento de Hostos

Agustín Cuevas: "Democracia Nostra"

Idsa E. Alegría: Noticias políticas en el diario "El Vocero" de Puerto Rico

Aline Frambes-Buxeda: Venezuela y la integración latinoamericana

Paolo Emilio Taviani: Descubrimiento o Encuentro

Margarita Fernández Zavala: Las artes puertorriqueñas como expresión sociocultural

Jorge Schvarzer: El comportamiento de los empresarios argentinos en la década del noventa

Margarita Segarra: La obra de Margot Arce en Puerto Rico

Nancy Mo rejón: Poesía

TARIFA D E SUSCRIPCIÓN A N U A L

(DOS EDICIONES)

Puerto Rico: $15.00 Europa, Sudamérica, África y Asia: $25.00

Estados Unidos, Caribe y Centroamérica: $22.00

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Directora-Revista Homines Universidad Interamericana

Apartado 1293, Hato Rey 00919 Puerto Rico

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EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O COMITÉ DICTAMINADOR: Carlos Bazdresch P., Jorge Cambiaso, Carlos Márquez, José Romero, Lucia Segovia, Rodolfo de la Torre, Martin Werner. CONSEJO EDITORIAL: Edmar L. Bacila. José Blanco. Gerardo Bueno, Enrique Cárdenas, Héctor L. Diéguez, Arturo Fernández, Ricardo Flrench-Davis. Enrique Florescano, Roberto Frenkel, Ricardo Hausmann, Albert 0. Hirschman, David Ibarra, Francisco Lopes, Guillermo Maldonado, José A. Ocampo. Luis Ángel Rojo Duque, Gert Rosenthal, Francisco Sag asti. Jaime José Serra, Jesús Silva Herzog Flores, Osvaldo Sunkel, Carlos Tello, Ernesto Zedillo.

Director. Carlos Bazdresch P. Subdirector: Rodolfo de la Torre

Secretario de Redacción: Guillermo Escalante A .

Vol.LVIII(4) México, Octubre-Diciembre de 1991 N ú m . 232

A R T Í C U L O S :

Nathaniel H. Lett y Sato Kasuo

Pablo Coller

Inder Ruprah

Jaime Gatica, Alejandra Mizala y Pilar Romaguera

Paulette Castel, Álvaro Forteza y Marcel Vaillant

Santiago Levy y Sweder van Wijnbergen

SUMARIO

Condiciones psicoculturales y desarrollo económico. Comporta-miento del ahorro y la inversión en el Asia Oriental y la América Latina

Los electos ambiguos de la tasa de interés en un contexto de regulación

¿Declinación o histérisis? El caso mexicano

Estructura salarial y diferencias de salario en la industria brasileña

Relaciones entre el nivel de actividad y el comercio exterior: Un modelo de desequilibrio de la economía uruguaya

El malz y el Acuerdo de Libre Comercio entre México y los Estados Unidos

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS: Jorge N. Valero Gil: Mary S. Morgan. The History ol Econometric Ideas, Cambridge University Press, 1990.

Precio de suscripción por un año, 1992 La suscripción en México cuesta $75.000.00

Personal. Universidades, bibliotecas e instituciones

España, Centro y Sudaménca

(dólares) $25.00

$35.00

Resto del mundo (dólares) $35.00

$100.00

Fondo de Cultura Económica. Av. de la Universidad 975 Apartado Postal 44975, México, D . F.

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oo estudios sociales

N°71 /trimestre 1 / 1 9 9 2

PRESENTACIÓN Pág. 5

ARTÍCULOS NOTAS HISTÓRICAS SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA Y LOS ORÍ-GENES DE LA SOCIEDAD SO-VIÉTICA. Mauricio Rojas. Pág. 9 ¿MAS ALLA DE LA CIENCIA? Ediion Otero. Pág. 41 EL ROL DE LAS UNIVERSIDA-DES EN EL D E S A R R O L L O RE-GIONAL. Carlos A. Amtmann. Pág. 49 PARTICIPACIÓN DE LAS MUJE-RES EN DIRECTORIOS DE JUN-TAS DE VECINOS EN LA C O M U -NA DE VALDIVIA. María Pía Poblete, Liliana Larrañaga. Pág. 79 ACTITUDES DE LOS ESTUDIAN-TES DE DOS UNIVERSIDADES CHILENAS HACIA LA MEDICI-NA Y LA PRACTICA PROFESIO-NAL. Gabriela Venturini, Gloria Valdês, Jeanette Vega, Ana Re-petto, Ornar Romo, Alberto Vargas. Pág. 93

LA ACTITUD TEÓRICA EN LAS CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN. ANALISIS Y PROPUESTAS. Juan Ruz R. Pág. 133 EL PESO DEL NIVEL SOCIO-ECONÓMICO EN LAS ESTRA-TEGIAS DE APRENDIZAJE DE LOS ESTUDIANTES CHILENOS. Fernando Pérez F., Paulina Pérez N,, Irene Trufello C. Pág. 153

R E S E Ñ A S B I B L I O G R Á F I C AS "LOS MENSAJES DEL CUERPO" (Rogelio Rodríguez) Juan Rivano. Pág. 165

D O C U M E N T O S ORIENTACIONES PARA EL PER-FECCIONAMIENTO DOCENTE EN SERVICIO. Marilú Rioseco, Sonia Cuevas, Osvaldo Araneda. Pág. 169 SALUD: PRODUCTIVIDAD Y SECTOR PUBLICO. Dr. Juan Giaconi, Antonio Kovacevic, T. Palomari. Pág. 179

corporación de promoción universitaria

Los artículos publicados en esta revista expresan los puntos de vista de sus autores y no necesariamente representan la posición de la Corporación

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Revista de la

CEPAL

Santiago de Chile Abril de 1992 Número 46

SUMARIO

En memoria de Fernando Fajnzylber.

Gert Rosenthal, Secretario Ejecutivo de la CEPAL. 7

América Latina y la internacionalización de la economía mundial. Mikio Kuwayama. 9

Privatización y retracción del Estado en America Latina. David Félix. 33

Reforma de las empresas públicas latinoamericanas. Antonio Martín del Campo y

Donald R. Winkler. 53

El empresario centroamericano como actor económico y social. Andrés Pérez. 77

¿Por qué los hombres son tan irresponsables? Rubén Kaztman. 87

Tesis erradas sobre la juventud de los años noventa. John Durston. 97

Las relaciones entre descentralización y equidad. Sergio Boisier. 113

Reorientación de la integración centroamericana. Rómulo Caballeros. 133

El M E R C O S U R y las nuevas circunstancias para su integración. Mónica Hirst. 147

Vinculación industrial internacional y desarrollo exportador: el caso de Chile.

Alejandra M ízala. 159

El pensamiento de Prebisch. Ronald Sprout. 187

Orientaciones para los colaboradores de la Revista de la CEPAL. 204

Publicaciones recientes de la C E P A L 205

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La Revista internacional de ciencias sociales se publica en marzo, junio, septiembre y diciembre.

Precio y condiciones de subscripción en 1992 Países industrializados: 5.000 ptas. o 45 $. Países en desarrollo: 3.000 ptas. o 27 $. Precio del número: 1.500 ptas. o 15 $.

Se ruega dirigir los pedidos de subscripción, compra de un número, así como los pagos y reclamaciones al Centre U N E S C O de Catalunya: Mallorca, 285. 08037 Barcelona

Toda la correspondencia relativa al contenido debe dirigirse al Redactor jefe de la Revue internationale des sciences sociales U N E S C O , 7 place de Fontenoy, 75700 Paris.

Los autores son responsables de la elección y presentación de los hechos que figuran en esta revista, del mismo m o d o las opiniones que expresan no son necesariamente las de la U N E S C O y no comprometen a la Organización.

Edición inglesa: International Social Science Journal (ISSN 0020-8701) Basil Blackwell Ltd. 108 Cowley Road, Oxford O X 4 1JF (R.U. )

Edición francesa: Revue internationale des sciences sociales (ISSN 0304-3037) Editions Eres 19, rue Gustave-Courbet 31400 Toulouse (Francia)

Edición china: Guoji shehui ke.xue zazhi Gulouxidajie Jia 158, Beijing (China)

Edición árabe: Al-Majal la Addawlya lil Ulum al Ijtimaiya U N E S C O Publications Centre 1, Talaat Harb Street, El Cairo (Egipto)

Fotocomposición: Fotoletra, S.A. Aragó, 208-210 08011 Barcelona Imprenta Orriols Ctra. de Manresa. 23 08660 Balsareny Depósito legal, B . 37.323-1987 Printed in Catalonia ISSN 0379-0762 © Unesco 1991