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1 LA REVOLUCIÓN ELÉCTRICA EN AMÉRICA LATINA Xavier Tafunell Universitat Pompeu Fabra – Barcelona (España) [email protected] En el medio siglo que siguió a 1880 acaeció una verdadera revolución eléctrica que transformó profundamente la vida económica y social en el mundo occidental 1 . La electricidad, al principio encarnada en la luz que desprendían las lámparas de arco voltaico, pasó de ser una novedad tecnológica que despertaba la curiosidad y admiración de los habitantes de las grandes urbes a convertirse, medio siglo después, en una fuente de energía multifacética –luz, fuerza, calor– que se identificaba cada vez más con el progreso y la vida moderna. Por entonces había adquirido ya el carácter de bien ubicuo y crecientemente indispensable, tanto en los hogares, como en las oficinas, tiendas y fábricas, y, por supuesto, en el transporte urbano y los recintos y espacios públicos. Es verdad que hacia 1930 la universalización de la electricidad estaba lejos de haberse alcanzado incluso en los países más industrializados. Pero, aunque todavía no había rendido todos sus frutos, la electricidad era ya la tecnología por excelencia de aplicación general (general purpose technology), como no lo ha sido ninguna otra hasta el advenimiento de la informática en las décadas más recientes. No cabe ninguna duda que por aquella fecha la revolución eléctrica había hecho su curso, tal como lo hiciera un siglo atrás la revolución industrial bajo el impulso de la máquina de vapor 2 . ¿Cómo, y cuándo, se vio inmersa América Latina en la revolución eléctrica? Puede decirse que la historiografía económica hasta ahora no se ha planteado este interrogante. Para dar con una interpretación histórica, o con una visión del fenómeno en perspectiva temporal debemos remontarnos mucho tiempo atrás, tanto que por entonces era un proceso aún inconcluso. El historiador económico estadounidense James Rippy sostuvo la tesis que Latinoamérica asistió con puntualidad al nacimiento de la revolución eléctrica, pero fue incapaz de seguir el ritmo marcado por las naciones industrializadas. Avanzó con tanta lentitud que al llegar la Gran Depresión había acumulado un retraso de unos treinta años con respecto a Estados Unidos y los países 1 He tomado prestado el término «revolución eléctrica» de Hennessy (1972), en el sentido que él lo utiliza. Este autor no fue el primero que lo empleó. Mucho antes que él, incluso en la misma época en que ocurría el fenómeno, otros autores se valieron de esa expresión. 2 Como es bien sabido, la industrialización no se completó con la revolución industrial. De la misma manera, el proceso de electrificación no se agotó con la revolución eléctrica, sino que se prolongó varias décadas más.

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LA REVOLUCIÓN ELÉCTRICA EN AMÉRICA LATINA

Xavier Tafunell Universitat Pompeu Fabra – Barcelona (España) [email protected] En el medio siglo que siguió a 1880 acaeció una verdadera revolución eléctrica que transformó profundamente la vida económica y social en el mundo occidental1. La electricidad, al principio encarnada en la luz que desprendían las lámparas de arco voltaico, pasó de ser una novedad tecnológica que despertaba la curiosidad y admiración de los habitantes de las grandes urbes a convertirse, medio siglo después, en una fuente de energía multifacética –luz, fuerza, calor– que se identificaba cada vez más con el progreso y la vida moderna. Por entonces había adquirido ya el carácter de bien ubicuo y crecientemente indispensable, tanto en los hogares, como en las oficinas, tiendas y fábricas, y, por supuesto, en el transporte urbano y los recintos y espacios públicos. Es verdad que hacia 1930 la universalización de la electricidad estaba lejos de haberse alcanzado incluso en los países más industrializados. Pero, aunque todavía no había rendido todos sus frutos, la electricidad era ya la tecnología por excelencia de aplicación general (general purpose technology), como no lo ha sido ninguna otra hasta el advenimiento de la informática en las décadas más recientes. No cabe ninguna duda que por aquella fecha la revolución eléctrica había hecho su curso, tal como lo hiciera un siglo atrás la revolución industrial bajo el impulso de la máquina de vapor2.

¿Cómo, y cuándo, se vio inmersa América Latina en la revolución eléctrica? Puede decirse que la historiografía económica hasta ahora no se ha planteado este interrogante. Para dar con una interpretación histórica, o con una visión del fenómeno en perspectiva temporal debemos remontarnos mucho tiempo atrás, tanto que por entonces era un proceso aún inconcluso. El historiador económico estadounidense James Rippy sostuvo la tesis que Latinoamérica asistió con puntualidad al nacimiento de la revolución eléctrica, pero fue incapaz de seguir el ritmo marcado por las naciones industrializadas. Avanzó con tanta lentitud que al llegar la Gran Depresión había acumulado un retraso de unos treinta años con respecto a Estados Unidos y los países

1 He tomado prestado el término «revolución eléctrica» de Hennessy (1972), en el sentido que él lo utiliza. Este autor no fue el primero que lo empleó. Mucho antes que él, incluso en la misma época en que ocurría el fenómeno, otros autores se valieron de esa expresión. 2 Como es bien sabido, la industrialización no se completó con la revolución industrial. De la misma manera, el proceso de electrificación no se agotó con la revolución eléctrica, sino que se prolongó varias décadas más.

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europeos más desarrollados3. En una obra colectiva en la que se estudian los progresos industrializadores de Latinoamérica con un enfoque sectorial, James Carson sostiene igualmente que ésta comenzó a electrificarse temprano. Pero, a juicio de este autor, la introducción de la electricidad vino inducida por el interés de los inversores europeos en promover los tranvías eléctricos, con lo que se descuidó la difusión de la electricidad más allá de su uso restringido como fuente de iluminación4.

Las interpretaciones, complementarias, de Carson y Rippy siguen intactas porque, a pesar de haber transcurrido seis décadas desde que fueron formuladas ningún autor se ha interesado en someterlas a contrastación empírica o a desafiarlas construyendo un relato alternativo.

El presente trabajo afronta este reto. Está estructurado del modo siguiente. La primera sección, introductoria, glosa las principales características de la revolución eléctrica surgida y desarrollada en Europa y Estados Unidos entre alrededor de 1880 y 1930. En el segundo apartado se lleva a cabo una aproximación analítica sobre los inicios de la era de la electricidad en Latinoamérica en sus diversas vertientes y aplicaciones –iluminación, tracción, fuerza mecánica y calor industrial, electrodomésticos–, haciendo uso de fuentes primarias y secundarias. El tercer apartado contiene una contribución empírica novedosa que aspira a definir de manera precisa cómo se desenvolvió el proceso de electrificación en todos los países latinoamericanos. En la sección siguiente se exhiben dos fenómenos paradójicos referidos a las dos fuerzas que, a priori, cabría suponer que fueron determinantes del desarrollo eléctrico: la urbanización y la participación del capital extranjero en el sector. El resto del trabajo intenta aportar claves explicativas de ambas paradojas. El apartado quinto esclarece, valiéndose de evidencia empírica masiva, cuál fue la importancia de los muy pequeños productores eléctricos dentro de la estructura del sector. El sexto apartado indaga en el marco institucional, buscando en él –en el régimen de concesión del servicio público– el causante del modelo de empresa eléctrica predominante (de integración de los ciclos de generación, transmisión y distribución; de ámbito local, y, consecuentemente, por lo común, de reducida dimensión). El séptimo apartado trata la cuestión de las tarifas eléctricas, con el fin de descubrir si, por su carácter (tarifas planas) o por su nivel (precio por kWh consumido) condicionaron fuertemente la difusión de la electricidad. El último apartado se ocupa de una restricción en la oferta que pudo afectar seriamente el uso de la electricidad: el suministro en horario reducido. El artículo se cierra con unas consideraciones finales a modo de conclusión.

3 Rippy (1947, p. 208-16). 4 Carson (1946, pp. 319-24). No hay que pasar por alto que Carson era a la sazón un alto directivo de la American and Foreign Power Company, y que, consecuentemente, su relato está sesgado en aras de ensalzar la contribución de esta corporación a la electrificación de Latinoamérica.

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1. Introducción. La revolución eléctrica nació con una innovación tecnológica bastante

simple pero decisiva, la dinamo de Gramme, difundida entre 1873 y 18745. Esta máquina admitió fácilmente algunas mejoras, como la armadura de tambor, que pronto la hicieron apta como generador electrodinámico comercial. En 1877 la empresa Siemens estaba en condiciones de iniciar su producción en masa, abriendo la puerta a la generación de corriente eléctrica de manera ilimitada y suficientemente barata para que pudiera dársele usos comerciales6.

El primero de ellos fue la iluminación. Las luces de arco voltaico, en circuitos de series cortas, se instalaron en la segunda mitad de la década de 1870 en las principales ciudades del Viejo Continente y en Estados Unidos7. En 1879, en la Exposición industrial de Berlín, se exhibió la primera locomotora eléctrica8. En el mismo año, se produjeron otros dos hitos tecnológicos que bien pueden considerarse que marcan el momento fundacional de la era eléctrica: Edison inventó la lámpara de luz incandescente y en San Francisco entró en funcionamiento la primera central eléctrica del mundo9. Al año siguiente Edison creó una compañía eléctrica diseñada para proporcionar, en Nueva York, el primer sistema centralizado de generación y distribución de corriente eléctrica para el alumbrado público y privado con lámparas incandescentes10. En 1881, en la Exposición eléctrica de París, salió a escena por primera vez el tranvía eléctrico, aunque, como el tren eléctrico, la innovación no se desarrollaría en la práctica hasta al cabo de unos años –1888, en el caso del tranvía, y 1905 en el del tren eléctrico–11. Un nuevo avance fundamental tuvo lugar en la Exposición eléctrica de Frankfurt de 1891, donde se dio a conocer la transmisión a larga distancia del fluido eléctrico con corriente alterna de alta tensión12. En el mismo año, en Estados Unidos se ponía a punto el generador adecuado para este sistema de corriente, el alternador trifásico. A partir de entonces sería posible explotar de manera eficiente los recursos hidráulicos allá donde estaban localizados para producir electricidad a gran escala y transportarla hasta los grandes mercados de consumo, concentrados en los centros urbanos. La

5 Brittain (1974). 6 Weiher & Goetzeler (1984, pp. 33-4) 7 Bright (1949, pp. 29-30). 8 Machefert-Tassin, Nouvion y Woimant (1980, p. 21) ; Siemens (1957, p. 85). 9 Bright (1949, pp. 67-74) ; Passer (1953, pp. 19 y 80-8). 10 Passer (1953, pp. 89-90). 11 Machefert-Tassin, Nouvion y Woimant (1980, pp. 21-4) ; Weiher & Goetzeler (1984, pp. 39-41, 62). 12 A distancias más cortas, desde 1885 tanto Westinghouse como Thomson-Houston venían aplicando sistemas de distribución de corriente alterna mediante alternadores y transformadores de desarrollo propio, que les permitieron ofrecer alumbrado a pequeñas ciudades y poblaciones dispersas que no podían ser atendidas con la tecnología del sistema de corriente directa de baja tensión que se impuso en primer lugar. Carlson (1991, pp. 250-9), Siemens (1957, p. 122-3); Weiher & Goetzeler (1984, p. 43); y Passer (1953, pp. 135-8 y 165-6).

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primera gran aplicación práctica del sistema de generación y distribución a larga distancia de corriente alterna fue el complejo de las cataratas del Niágara –durante mucho tiempo, la mayor planta hidroeléctrica del mundo–, cuya primera fase se inauguró en 189513. En el ámbito de la termoelectricidad, la innovación tecnológica clave consistió en la turbina de vapor, diseñada por Parsons en 1884, y fabricada, en una versión mejorada tras múltiples ensayos, a partir de 1896. La turbina de vapor, comúnmente llamada turbogenerador o turboalternador, según fuese continua o alterna la corriente producida, imprimía a la dinamo una velocidad de rotación muy superior a la que se alcanzaba aplicándole directamente una máquina de vapor a pistón. Esto permitió un ahorro radical en el consumo de energía y en los costes operativos del generador, lo cual hizo posible que se levantaran plantas eléctricas de gran tamaño, sacando así provecho a las economías de escala y rebajando sustancialmente los costes unitarios de producción, de igual manera que se logró con la construcción de las grandes centrales hidroeléctricas14.

La innovación tecnológica más trascendental fue el motor eléctrico. La energía eléctrica tiene una movilidad y flexibilidad inigualables, de modo que el motor que se sirve de ella para generar fuerza mecánica es el más adecuado para la industria15. La construcción de motores eléctricos no encerró ninguna dificultad técnica una vez que se supo cómo fabricar dinamos. Pero ese motor, alimentado con corriente continua, sólo podía tener una aplicación limitada a causa del muy corto radio de transmisión de este tipo de corriente. La innovación, debida a Tesla, en 1888, consistió en el motor de inducción, alimentado con corriente alterna; y, asimismo, en el convertidor rotatorio, que era un mecanismo para convertir corriente alterna en continua y viceversa16.

Los elementos tecnológicos señalados conforman la edad de oro de la invención y la innovación en el campo de la electricidad. Duró apenas un par de décadas, pudiendo darse por concluida al llegar a su fin el siglo XX. Pero no ocurrió lo mismo, ni mucho menos, con la revolución eléctrica. Los sistemas más eficientes de generación y transmisión se desarrollaron muy gradualmente, el motor eléctrico tardó en aplicarse a muchas actividades industriales que utilizaban la máquina de vapor, el ferrocarril se electrificó de forma parsimoniosa hasta el período de entreguerras, y las industrias que empleaban procedimientos electrolíticos y electroquímicos también se demoraron. La infancia de la era de la electricidad ocupó los dos últimos decenios del siglo XIX, y solamente en los primeros del siguiente ésta cobró verdadera importancia en la vida económica y social, comenzando a contribuir, directa e

13 Passer (1953, pp. 284-94) 14 Passer (1953, pp. 311-3). La construcción de máquinas de vapor se enfrentaba a límites económicos infranqueables a partir de unos 7.500 H.P.. V. Siemens (1957, pp. 222-30) 15 Singer (1980, p. 231). 16 Passer (1953, pp. 278-9, 298-300).

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indirectamente, de manera significativa al aumento de la productividad global de las economías que adoptaron la nueva energía.

En las economías industrializadas la secuencia de la aplicación de la electricidad transitó de la iluminación, a la tracción, y en tercer lugar a la provisión de fuerza industrial. En los lugares dotados con grandes corrientes de agua se produjo un brote electrificador temprano, anterior al del aprovechamiento generalizado de la electricidad por parte de la industria, consistente en la aplicación electrolítica y electrotérmica17.

En América Latina el desarrollo eléctrico inicial parece haber seguido otros derroteros, o, para ser más exactos, la secuencia de aplicación ha sido distinta según países. Algunos, los más avanzados económicamente, no se apartaron del patrón de los países innovadores. También tendieron a ajustarse a él las ciudades más importantes de las economías no tan desarrolladas. En cambio, en los países más atrasados el alumbrado eléctrico vino de la mano de la tracción o de la fuerza mecánica instalada en establecimientos mineros o fabriles, o bien, alternativamente, durante mucho tiempo el uso de la electricidad quedó restringido casi de forma exclusiva a dar luz en calles y casas. Finalmente, en los núcleos urbanos de algunas economías escasamente desarrolladas pero dinámicas todas las aplicaciones se introdujeron a la vez. En cuanto a las electroindustrias, su presencia fue mínima, o más bien adquirió importancia en unos puntos muy concretos de unos pocos países, al no venir dictada tanto por las posibilidades de explotar grandes recursos hidráulicos como por la conveniencia de extraer el metal de masivos recursos mineros.

Naturalmente, todo cuanto acaba de decirse debería ser probado. No obstante, la base documental para hacerlo es muy débil, porque nos enfrentamos a una carencia casi absoluta de datos cuantitativos sobre la producción y el uso de la electricidad en la mayoría de naciones latinoamericanas durante esa época, e incluso hasta mediados del siglo XX18. Es más, son también escasas las informaciones de carácter cualitativo sobre la implantación y el desarrollo inicial de las empresas eléctricas establecidas en muchas partes de la región, por no hablar de los autoproductores, respecto a los cuales nuestra ignorancia es todavía mayor, pese a que en ciertos países generaban una cantidad de energía superior, o no muy inferior, a la entregada al público por las compañías eléctricas. En estas condiciones, en los párrafos siguientes haré un simple esbozo de los momentos inaugurales de la electricidad, en sus distintos usos, en las repúblicas latinoamericanas, sin ningún afán de ofrecer una visión completa sobre el tema. El conocimiento que podemos extraer de una aproximación de este tenor es limitado pero sirve para ilustrar algunas características básicas de la electrificación en América Latina durante el período pionero.

17 Bartolomé (2007, p. 14). 18 CEPAL (1956), Naciones Unidas (1962).

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2. Los orígenes de la era de la electricidad en América Latina. 2.1. La iluminación eléctrica.

En la segunda mitad de la década de 1870 en las ciudades latinoamericanas más dinámicas y receptivas a las novedades tecnológicas que iban apareciendo en Europa y Estados Unidos tuvieron lugar las primeras demostraciones públicas del funcionamiento de la luz eléctrica mediante la instalación en algún lugar céntrico de un circuito de lámparas de arco eléctrico conectado a una dinamo. Así sucedió en La Habana en 1877, en Brasil en 1879, en México en 1880, Caracas en 188319. Esas exhibiciones públicas de las cualidades de la luz eléctrica acaecieron casi al mismo tiempo que en Francia e Inglaterra20. La inauguración de los primeros sistemas de generación eléctrica de servicio público con redes de distribución más o menos extensas se produjo con un retraso algo mayor, aunque generalmente inferior a un decenio. Londres y Nueva York contaron con los primeros sistemas eléctricos públicos del mundo, en 1882, mientras que en Latinoamérica, entraron en funcionamiento por primera vez en las capitales de los diversos países, o, en ocasiones, alguna otra ciudad, en los años siguientes: Brasil en 1883; Costa Rica en 1884; Argentina y Perú en 1886; México y Uruguay en 1887; Bolivia y Venezuela en 1888; Cuba y Panamá en 1889; Colombia en 1890; Chile y Ecuador en 1897. En cuanto a los más rezagados, Paraguay no contó con servicio público eléctrico hasta 191321, y que no tenemos noticia de que Haití lo tuviera antes de 191222.

Es interesante reparar en que entre las ciudades pioneras figuran capitales de países muy atrasados, como por ejemplo la capital boliviana, que se enorgulleció de ser la tercera ciudad en Sudamérica en contar con servicio

19 Para Cuba, Mota (1982, pp. 8-14) y Altshuler (1998); para Brasil, A energia elétrica (1977, p. 34); para México, De la Garza (1994, p. 17) y Liehr y Leidenberger (2006, pp. 272-3); en el caso de Caracas, hubo unas primeras experiencias de iluminación de estatuas a partir de 1873, y un primer sistema transitorio de arcos eléctricos instalado en 1883. v. Frank (1999, p. 245). Para los países sudamericanos en general, v. CIER (1989). 20 Bright (1949, p. 29). 21 V. Rohrmoser (1986), para Costa Rica; Galarza (1941, pp. 16-8), para México; Altshuler y González (1997, pp. 209-23) y Altshuler (1998), para Cuba; De la Pedraja (1985, p. 100) para Panamá; Velasco (2007, p. 4), para Bolivia; Camilo (1999, p. 76) para Colombia; Frank (1999, p. 246) para Venezuela. Para los países sudamericanos en general, v. CIER (1989). Respecto a Paraguay, v. también Halsey (1918, p. 312) y Herken (1984, pp. 23, 32 y 106). 22 En este año se inauguró la Hatien Power Co., una sociedad que obtuvo concesión del Gobierno para establecer una central eléctrica destinada a la aplicación de la fuerza motriz a varias industrias. V. Boletín de la Unión Panamericana (1912), febrero, p. 207. Desconozco si tal iniciativa tuvo alguna relación con la concesión otorgada por el presidente de la República en marzo del año anterior a la sociedad anónima Société Haitienne de Force Motrice para que estableciera centrales productoras de fuerza eléctrica. V. Boletín de la Unión Panamericana (1911, mayo), p. 846.

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público eléctrico, apenas un año más tarde que Buenos Aires y uno por delante de La Habana23. Esto nos sugiere que la fecha de apertura del alumbrado público y privado con luz eléctrica no puede tomarse como un indicador del nivel de desarrollo inicial de la electricidad, en términos comparativos. Ni siquiera puede tomarse como revelador lo contrario, es decir, que el primer sistema centralizado de generación eléctrica no se pusiera en marcha hasta una fecha relativamente tardía, siempre que no vaya más allá de los últimos años del siglo, puesto que, como se observa, entre los rezagados figuran economías avanzadas en términos comparativos, como Chile. Un caso distinto es el de aquellos países en que los primeros sistemas eléctricos públicos se establecieron bien entrado el siglo XX. Al parecer, como acabo de indicar, esto es lo que ocurrió en Haití y Paraguay, lo que no resulta nada casual tratándose de las economías más subdesarrolladas de la región. En Haití la primera central eléctrica tal vez entró en funcionamiento en una fecha tan tardía como en 1912. Un año después, la capital de Paraguay pudo disponer por primera vez de electricidad gracias a la inversión realizada por una compañía ferroviaria británica24.

Sin embargo, es preciso tener en cuenta que la inexistencia de centrales eléctricas de servicio público no equivalía necesariamente a carecer por completo de luz eléctrica. No era infrecuente que empresas mineras y manufactureras produjeran electricidad para su propio consumo y que tuvieran una capacidad excedentaria, con lo que comercializaban la energía sobrante distribuyéndola por las poblaciones vecinas. Esto fue bastante común allí donde la minería tenía una gran importancia, como en Bolivia y México. En estos países, la electricidad no sólo se introdujo por primera vez de la mano de autoproductores industriales, sino que además la aportación de éstos adquirió notable relevancia antes de que arraigaran las primeras empresas de servicio público25.

El momento inaugural de la electrificación nada nos dice sobre la intensidad de su avance posterior. En la mayoría de lugares, lo hizo con suma lentitud. Pero en otros emergieron muy pronto sistemas completos (generación-transmisión-distribución) que imprimieron un ritmo acelerado de difusión de la electricidad. Esto ocurrió en algunos de los principales núcleos o conurbaciones urbanas de la región: Buenos Aires, Río de Janeiro, São Paulo, Montevideo, México. Las áreas metropolitanas de las dos grandes ciudades brasileñas y de la capital mexicana disfrutaron de un desarrollo eléctrico muy intensivo, que además acaeció al mismo tiempo que en Europa, gracias a que contaron con

23 Velasco (2007, p. 4). 24 V. The Electrician, 3-1-1913, p. 653 ; 2-1-1914, p. 548. 25 Para México, Galarza (1941, pp. 9-14) y De La Garza (1994, pp. 18-21); para Bolivia, v. CIER (1989, p. 145-6). El modelo de electrificación boliviano es distintivo al de otros países con fuerte peso de la minería, como Chile, México y Perú. Así lo indica que todavía en 1930 correspondía a la minería el 83 por ciento de la electricidad consumida.

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uno de los grupos empresariales internacionales con mayor capacidad técnica y financiera para sacar partido al potencial hidroeléctrico que atesoran zonas montañosas próximas a las mencionadas conurbaciones26. Pero vale la pena añadir que, a diferencia de Europa, el crecimiento acelerado no quedó circunscrito a aquellas áreas urbanas donde existían condiciones especialmente adecuadas para seguir el modelo hidráulico; también lo fue en ciertas urbes que recurrieron al modelo térmico (carbón), como Buenos Aires y Montevideo. 2.2. La tracción eléctrica.

El tranvía eléctrico significó la primera aplicación a gran escala de la electricidad como fuerza motriz. En 1888 en Estados Unidos se produjo la innovación –el sistema de Sprague– que marcó una ruptura tecnológica y dio paso a una asombrosa expansión del nuevo medio de transporte: la electrificación de los tranvías avanzó con tal celeridad en este país que se completó en poco más de una década27. Las naciones europeas más industrializadas avanzaron con mucho menos ímpetu. En Gran Bretaña y Francia el despegue tuvo lugar en 1895 y el proceso de electrificación todavía no pudo darse por finalizado en 1913, mientras que en Alemania avanzó a mayor ritmo, situándose en un punto intermedio entre Estados Unidos y las otras potencias europeas28. En ambos lados del Atlántico, la rápida difusión del tranvía eléctrico potenció grandemente el crecimiento de las aglomeraciones urbanas y contribuyó al auge industrial que se vivió en esa época.

En Latinoamérica se reprodujo el mismo fenómeno con un leve retraso, y seguramente con menor intensidad. En Brasil el primer tranvía eléctrico circuló en fecha tan temprana como 1892, en Rio de Janeiro, si bien el país no mantuvo su precocidad en otras ciudades29. En Argentina, la primera línea de tranvía eléctrico entró en servicio en Córdoba en 189830. Al año siguiente se inició en Chile la tracción eléctrica31. En 1900 se inauguraba la primera línea de los tranvías eléctricos en Buenos Aires, en la ciudad de México y en la bahía de La

26 La historia de las empresas canadienses Brazilian Traction, Light and Power Company y Mexican Light and Power Company, y del papel, fundamental, que desempeñaron en la electrificación de Brasil y México es bien conocida gracias a los trabajos de Armstrong y Nelles (1988) y McDowall (1988). Los activos conjuntos de ambos holdings, creados por los mismos promotores, ascendían en 1937 a 535 millones de dólares (valor en libros), sobrepasando levemente a los activos de las empresas eléctricas latinoamericanas pertenecientes a American and Foreign Power Co. Ningún otro grupo de empresas eléctricas existente en el mundo tenía unas dimensiones comparables a estos tres holdings. v. Hausman, Hertner y Wilkins (2008, p. 218). 27 McKay (1976, p. 47-51); Machefert-Tassin, Nouvion y Woimant (1980, pp. 51-8) 28 Byatt (1979, p. 28-32). 29 En São Paulo se inauguró en 1900, mientras que en las capitales de los estados norteños no lo hizo hasta la tercera década del siglo. V. A energia elétrica (1977, pp. 35 y 45). 30 Rippy (1947, p. 209). 31 CIER (1989, p. 210).

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Habana32. Durante la primera década del siglo XX el nuevo medio de transporte hizo su aparición en las restantes grandes urbes del continente, así como en muchas otras ciudades33. Pero la pregunta que surge inmediatamente es: ¿cuánto tiempo llevó la conversión al sistema de tracción eléctrico?

Puedo decir al respecto que, en el caso argentino, la electrificación de los tranvías podía darse, prácticamente por finalizada ya en 191434. Pero esto fue, con toda seguridad, algo excepcional. Incluso Montevideo, en cabeza del proceso de electrificación del subcontinente, al término de la Guerra no había conseguido arrumbar los tranvías tirados por mulas35. Por entonces, en las ciudades chilenas con sistemas tranviarios, incluyendo Santiago, todavía subsistía un considerable número de compañías y líneas a sangre36. Lo mismo ocurría en Ecuador37. En los países pequeños más atrasados, como Guatemala, sólo contaban con tranvía en la capital y todavía no habían emprendido su electrificación, o bien acababan de llevarla a cabo, como en Paraguay; o ni siquiera disponían de tranvía, como en Honduras38.

La electrificación de los ferrocarriles llevó mucho más tiempo que la de los tranvías en Europa y Estados Unidos, y no precisamente a causa de la mayor longitud de las líneas ferroviarias. La conversión al ferrocarril eléctrico se inició allí entre 1890 y 1910 en los ferrocarriles suburbanos, tanto de superficie como subterráneos, además de los urbanos elevados, debido a que en estos trayectos el tren a vapor no podía enfrentarse al alto volumen de tráfico y las exigencias de rápida aceleración y desaceleración. En las líneas de medio y largo recorrido la electrificación avanzó muy despacio, fuera de las interurbanas que soportaban grandes volúmenes de tráfico39.

En Latinoamérica, el primer ferrocarril eléctrico suburbano fue inaugurado en Argentina en 1916, si bien tres años antes entró en funcionamiento en la capital la primera sección del ferrocarril subterráneo40. La apertura de la primera línea ferroviaria interurbana tuvo lugar en 1912 en Cuba41. Las siguientes lo hicieron un decenio más tarde, por mucho que desde 32 Halsey (1918, pp. 483-4); De La Garza (1994, p. 18); Liehr y Leidenberger (2006, p. 269); Altshuler (1998). 33 Rippy (1947, p. 209). 34 Según mis cálculos, basados en los datos contenidos en Comisión Nacional (1917, T. X), en 1914 las líneas de tranvías eléctricos representaban el 99,3 por ciento del total existente en Argentina, atendiendo tanto a los pasajeros transportados como a los kilómetros recorridos. 35 Smith (1919, p. 86). 36 Smith (1918, p. 57). 37 Halsey (1918, p. 290). 38 Halsey (1918, pp. 409 y 425); The Electrician, 3-1-1913, p. 653 ; 28-11-1913, p. 346; y 6-3-1914, p. 920 39 Duffy (2003, pp. 16-27). En el caso de las líneas subterráneas, el vapor quedó descartado desde el principio –el año 1890, en Londres– por razones de salud pública. 40 The Electrician, 1-9-1916, p. 750; Halsey (1918, p. 75). 41 Dejando de lado un corto tramo de una línea minera privada en Bolivia. V. Machefert-Tassin, Nouvion y Woimant (1980, pp. 450-1).

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tiempo atrás algunos gobiernos de la región estudiaran seriamente la formulación de un programa de electrificación42. En Brasil, la primera línea electrificada entró en servicio en 1921, mientras que en Chile esto no ocurrió hasta dos años más tarde. En 1925 se sumó México, con la apertura de una sección de la línea que une la capital con el puerto de Veracruz43. A mediados de la década de 1920 ninguna de las dieciséis repúblicas restantes había logrado todavía electrificar ni siquiera un tramo de alguna línea. Y aunque se añadieron algunas líneas o secciones electrificadas más en los años finales del decenio en Argentina, Brasil, Chile, y también en algún otro país, como Costa Rica y Venezuela, en 1930, y aún en 1940, sumaban en total tan sólo unos pocos centenares de kilómetros44. En definitiva, la electrificación del transporte ferroviario quedó postergada a un período posterior. 2.3. La aplicación de la electricidad como fuerza motriz industrial

En Estados Unidos, entre 1880 y 1930 la generación de la fuerza mecánica pasó de hacerse con motores hidráulicos primarios y máquinas de vapor a motores eléctricos, logrando con ello un ahorro de energía y grandes aumentos en la productividad45. Ahora bien, en la economía líder, el despegue no se produjo verdaderamente antes del cambio de siglo. Todavía en 1899 los motores eléctricos aportaban únicamente el 5 por ciento de la fuerza mecánica industrial. Una década más tarde el porcentaje había saltado al 25 por ciento, y en la siguiente –1909-1919– adquirieron ya un peso mayoritario, reforzando su hegemonía a lo largo de los años 192046. En otros países industrializados se observa igualmente el arranque en el primer decenio del siglo y una fuerte aceleración en el segundo, de manera que, una vez terminada la Guerra Mundial, la electricidad adquiere una presencia dominante como fuerza motriz para la industria (además de fuente de luz y calor)47. Es harto difícil saber si América Latina progresó al mismo paso que las economías más avanzadas. Entiéndase bien: estoy refiriéndome al cambio de fuente energética, no a la magnitud de la fuerza mecánica empleada por la

42 El gobierno chileno en 1903 nombró una comisión encargada de preparar un plan de electrificación, pero éste no fue aprobado hasta 1918 y no comenzó a ejecutarse hasta tres años más tarde. V. U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, nº 116, 19-5-1921, pp. 1016-7. 43 Revista internacional de Dun, 1925, nº 5 (julio), pp. 43-7, y 1926, nº 6 (febrero), pp. 54-5. 44 Machefert-Tassin, Nouvion y Woimant (1980, pp. 450-1). 45 Devine (1983). 46 DuBoff (1979, p. 31-2). Hasta la primera década del siglo, la electricidad no revolucionó el sistema de organización industrial en Estados Unidos, según Devine (1983). 47 En Gran Bretaña, en 1907 la electricidad tan sólo representaba alrededor del 10 por ciento de la fuerza industrial, mientras que en 1924 había aumentado a la mitad. En Alemania, hacia la primera fecha, los motores eléctricos ya aportaban del orden del 22 por ciento de la fuerza mecánica. V. Byatt (1979, p. 73-83). En 1929-30, los porcentajes se situaban en todos los países avanzados de Europa occidental por encima del 70 por ciento, excepto en Gran Bretaña (66%) y Francia (49%). V. Segreto (1993, p. 350).

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industria. Como es bien sabido, en la época la industria latinoamericana estaba aún escasamente desarrollada. En todo caso, para poder determinar la importancia absoluta y relativa de la electricidad como fuerza motriz industrial se requiere disponer de censos industriales. Desgraciadamente, la mayoría de países latinoamericanos no llevaron a cabo hasta más tarde sus primeros censos al resultar operaciones demasiado complejas y costosas para administraciones públicas con pocos recursos48. Las naciones que sí levantaron algún censo industrial antes de 1939 fueron las siguientes: Argentina en 1914 y 1935; Brasil en 1907 y 1920; Chile en 1894, 1911, 1928 y 1937; México en 1930 y 1935; República Dominicana en 1937; Uruguay en 1908 y 1930; y Venezuela en 193649. Para colmo, algunos de esos censos (los de R. Dominicana y Venezuela) proporcionan información que no es útil para nuestros propósitos, puesto que sólo registran el valor de la energía eléctrica consumida por los establecimientos industriales. En el resto, con pocas excepciones, no se distingue entre motores primarios, generadores eléctricos y motores eléctricos, lo que no hace posible aquilatar con exactitud el peso relativo de estos últimos dentro de la fuerza mecánica empleada por la industria50. Hechas todas estas salvedades, no sorprenderá que anuncie que sólo podemos ilustrar de manera puntual y aproximada, para unos pocos países en algunos años concretos, el avance del aprovechamiento de la electricidad por parte de la industria latinoamericana.

En Argentina, en 1914 los motores eléctricos utilizados por el conjunto del sector secundario (industrias extractivas, manufactureras y «no fabriles») tenían una potencia de, aproximadamente, 84.790 H.P., lo que representaba al menos el 30 por ciento de la fuerza motriz total51. En 1935 los motores eléctricos 48 No lo hicieron hasta después de la Segunda Guerra Mundial las siguientes naciones: Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Perú. 49 Sin tomar en consideración censos parciales o extremadamente parcos en información sobre el parque de motores industriales, como el censo efectuado por Argentina en 1895 o Chile en 1894. Sobre este último país tenemos mucha más información que para el resto porque desde 1906 se publicaron en muchos años en los Anuarios Estadísticos y en las Sinopsis los datos tabulados de los registros oficiales sobre las empresas industriales y mineras. Esta información constituye verdaderamente un pseudo-censo casi continuo. 50 Los motores primarios son aquellos aparatos que transforman la energía contenida en diversas fuentes (agua, viento, vapor, etc.) en energía mecánica. Los generadores eléctricos son convertidores energéticos que, accionados por motores primarios, transforman la energía mecánica en energía eléctrica. Los motores eléctricos son máquinas que transforman la energía eléctrica en energía mecánica. Lo que debemos comparar es la potencia nominal de estos últimos en relación a la de los motores primarios, con exclusión de aquellos que se emplean para mover generadores eléctricos o están en reserva. Pero en los censos anteriores a 1939 muy raramente se proporciona información detallada sobre los motores primarios, lo que lleva a infravalorar la importancia relativa de los motores eléctricos. En I.B.G.E. (1954) se encuentra un examen detallado de las posibilidades y limitaciones de los censos industriales realizados por los países latinoamericanos entre los años finales de la década de 1930 y de la de 1940. 51 La cifra indicada incluye los motores eléctricos empleados por las empresas de servicios públicos no eléctricos, pero, sin duda alguna, el error de cálculo consiguiente (al alza) se ve más

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totalizaban 713.932 H.P., lo cual significa que su potencia creció a una tasa media anual del 10,7 en los dos decenios que median entre ambas fechas. En la última aportaban ya alrededor del 70 por ciento, o algo menos, de la fuerza mecánica industrial52.

En Brasil, la aplicación de la electricidad a la industria estaba en sus inicios en 1907: los motores eléctricos tenían una potencia conjunta de 4.687 H.P., lo cual venía a suponer el 5 por ciento de la fuerza motriz total53. Pero se produjo un espectacular avance entre aquel año y 1920. En esta fecha los motores eléctricos sumaban 167.118 H.P.. Así que a lo largo de cerca de tres lustros la dotación de motores eléctricos industriales se expandió a una tasa del ¡31,7 por ciento anual! Gracias a ello, en 1920 éstos ya habían adquirido un peso preponderante: aportaban el 53,8 por ciento de la fuerza motriz54.

Es de gran interés comparar la situación de Brasil con la de Chile y Uruguay a comienzos de siglo. Prácticamente al mismo tiempo que Brasil efectuaba su primer censo industrial también lo hacía Uruguay, en 1908, mientras que en Chile se efectuaba en 1906 un recuento estadístico que podemos asimilar a un censo industrial55. Pese a la enorme diferencia de tamaño con respecto a Brasil, la industria de Uruguay estaba dotada con más motores eléctricos –5.817 H.P.– y éstos contribuían en aproximadamente 1/5 de la fuerza mecánica industrial56. Chile, en cambio, sólo contaba con una potencia de 2.392 H.P. en motores eléctricos, y su peso relativo (8,7%) nos indica que en este momento estaba más próximo a Brasil que a Uruguay en lo que se refiere a la aplicación de la electricidad a la industria. Pero la nueva fuente de energía mecánica se difundió con gran rapidez en la segunda y tercera décadas del que compensado (a la baja) por la comparación con el número total de motores primarios. Véase la nota anterior, y Argentina. Comisión Nacional (1917, pp. 105-6). El factor de conversión entre H.P. y kW es 1 kW = 0,7457 H.P. v. United Nations (1987, p. 42). 52 Los resultados del censo industrial de 1935 no aportan información precisa sobre los motores primarios, o al menos no la recoge la publicación que he manejado, v. Argentina. Dirección General de Estadística de la Nación (1939, p. 74). Pero ésta sí proporciona los datos sobre la potencia de los motores eléctricos, clasificándolos entre aquellos que se alimentan de corriente comprada y los que lo hacen de corriente generada en los propios establecimientos, de lo que se desprende que los primeros suponían el 72,4 por ciento del total. Mi cálculo exagera un tanto la importancia relativa de los motores eléctricos al ignorar los motores primarios que aportaban directamente fuerza mecánica a las máquinas de las industrias. 53 La potencia agregada de todos los motores era 109.284 H.P.. V. Centro Industrial do Brasil (1909, p. 148). 54 Directoria Geral do Brasil (1927, pp. 72-87). El censo distingue los motores eléctricos según sean accionados o no por fuerza generada en los propios establecimientos. 55 Sinopsis estadística (1908). Las sinopsis estadísticas referentes a distintos años y los volúmenes sobre industrias y minería y metalúrgica de los Anuarios Estadísticos contienen la información censal habitual pero no contabilizan el equipamiento en maquinaria y motores de los «pequeños establecimientos y talleres». 56 La potencia de todos los motores, incluyendo los que servían para producir electricidad en el propio establecimiento, ascendía a 34.510 H.P.. V. Uruguay. Dirección General de Estadística (1911, p. 1.209).

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siglo. En 1914, la industria chilena empleaba motores eléctricos de una potencia de 11.622 H.P., lo que significaba que ésta se había acrecentado a un ritmo anual del 21,8 por ciento desde 1906, y, además, que la electricidad aportaba ya, al menos, el 28,1 por ciento de la fuerza mecánica industrial, es decir una proporción similar a la de Argentina en la misma fecha. Durante el ciclo bélico, la industria chilena siguió electrificándose, aunque no con tanto ímpetu. En 1920, la potencia de los motores eléctricos industriales ascendía a 26.653 H.P., lo que suponía una tasa de aumento anual del 14,8 por ciento desde 1914, y un avance hasta, cuando menos, el 32,7 por ciento de la fuerza motriz de la industria57.

Los datos anteriores componen una imagen de la cual fácilmente se extraen conclusiones optimistas. En los países de Sudamérica más significados por su tamaño o por su nivel de desarrollo económico, el aprovechamiento de la electricidad por parte de la industria (y la minería) arrancó apenas con una década de retraso con respecto a la economía líder, Estados Unidos. Y su difusión en la segunda y tercera décadas del siglo parece haber seguido un ritmo no mucho menos intenso que en Estados Unidos, de forma que hacia 1930 la electricidad había reemplazado a las otras fuentes de energía mecánica en la mayoría de actividades industriales. Es obvio que la universalización de la electricidad en el Cono Sur no puede desligarse de la pobre dotación de recursos energéticos alternativos, en contraste con Estados Unidos. Y es igualmente cierto que el uso industrial de la electricidad en ambos lados del hemisferio occidental no resiste ninguna comparación si, en lugar de atender a la importancia de los motores eléctricos dentro del total de motores consideramos su potencia, tanto en valores absolutos como por habitante58. Más importante aún, la valoración es optimista porque se basa en una evidencia empírica muy parcial, que no abarca las economías que tenían un sector industrial menos desarrollado y dinámico.

57 La estadística oficial da unas cifras totales para la industria manufacturera mayores porque comprende las centrales eléctricas, cuyos motores, lógicamente, yo he descontado. No habría que olvidar que los motores eléctricos empleados por la minería tenían una gran importancia, tanto por el gran peso del sector minero como porque éste hizo un uso intensivo de aquéllos. Lamentablemente, la estadística minera sólo proporciona datos detallados para el subsector del cobre, en el cual en 1915 los motores eléctricos tenían una potencia de 66.042 H.P., equivalentes al 92 por ciento del total. V. Sinopsis estadística (1908) y Oficina Central de Estadística (1916a, p. 43), (1921, p. 31), (1916b, pp. 31-2). 58 Por, poner un ejemplo, en 1919-20, mientras Estados Unidos tenía 14,8 H.P. de motores eléctricos por cada 100 habitantes, Brasil únicamente tenía 0,6 H.P., según mis cálculos. No podía ser de otro modo, siendo Estados Unidos la primera potencia industrial del mundo y los países latinoamericanos economías no industrializadas.

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2.4. Las electroindustrias En 1913 ya habían arraigado en unas pocas naciones latinoamericanas las

primeras electro-industrias, en dos ramas productivas concretas: el acero y el cobre. La primera de ellas fue la fabricación de acero mediante hornos eléctricos. Existían en esta fecha dos acerías eléctricas en México y una en Brasil59. En este último país, a raíz de la Primera Guerra Mundial se erigieron algunas más, y se hicieron varios intentos, al parecer infructuosos, para establecer industrias electro-químicas60. Por otro lado, en Chile emergió en 1913 una potente industria de producción de cobre mediante electrólisis. Su desarrollo exitoso no fue emulado por otras actividades industriales61. A buen seguro, esto último puede hacerse extensivo a las demás economías. Al término de la Segunda Guerra Mundial, ni en Argentina ni en México había surgido aún una industria química o metalúrgica que, por su consumo muy elevado de energía, hubiera instalado sus plantas en las proximidades de las grandes centrales hidroeléctricas62. 2.5. Los electrodomésticos

Los electrodomésticos surgieron después del periodo pionero de la era de la electricidad, una vez se perfeccionaron los motores eléctricos. En los primeros años del siglo XX fueron apareciendo el ventilador, la plancha, el aspirador, la cocina y el horno, la estufa, la nevera y la lavadora. Todos ellos comenzaron a comercializarse antes de 191463. Sin embargo, incluso en Estados Unidos, que tomó la delantera desde el principio, estos aparatos, salvo la plancha eléctrica, eran bienes de lujo en la primera década del siglo64. Se popularizaron en muy poco tiempo tras la Guerra Mundial65. Hasta tal punto fue así que en los años 1920 en los círculos económicos de la época imperaba la opinión que la cantidad de electrodomésticos adquiridos por la población constituía, junto con el nivel de electricidad consumida por habitante, una

59 Bartolomé (2007, cuadro 3.4., p. 61). 60 V. Revue générale de l’électricité, nº 5, 2-2-1924, p. 35 ; Smith (1919, pp. 103-4). 61 La metalurgia del cobre adquirió una enorme relevancia en el consumo de electricidad. En 1929 los generadores eléctricos que servían exclusivamente a las necesidades energéticas de las empresas del cobre (minería y metalurgia) tenían una potencia de 184.935 KW, lo que equivalía aproximadamente al 62 por ciento de la capacidad de generación eléctrica total del país. V. Dirección General de Estadística (1931, pp. 15-6). 62 Para Argentina, Sintes (1943, pp. 63 y 107), y, para México, Alanís (1954, pp. 39-40). 63 Hennessy (1972, p. 16). 64 Platt (1991, pp. 154-5). 65 En 1929, en el área de Chicago el 95 por ciento de los clientes de las compañías eléctricas poseían plancha eléctrica, el 87 por ciento tenían aspirador y el 53 por ciento un receptor de radio. Ibid., p. 251.

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medida fidedigna del estado de desarrollo eléctrico alcanzado por un determinado país.66

En América Latina los electrodomésticos tuvieron una escasa difusión hasta, por lo menos, la Gran Depresión. El principal factor limitador de su consumo era el precio de la energía eléctrica en relación al de la mano de obra doméstica. Si en Estados Unidos tales productos se popularizaron rápidamente desde los años de la Gran Guerra fue precisamente porque ahorraban trabajo, el cual tendía a encarecerse de manera acusada. En Latinoamérica, por el contrario, la situación era muy distinta, como reiteran numerosos informes publicados en la época. Valga como ejemplo, lo expresado en un informe oficial norteamericano sobre el estado del mercado chileno:

«There is a plentiful supply of household labor available, and it is, in general, considered fairly efficient. Few of the servants are accustomed to modern methods of performing their duties, however, and if supplied with electrical household appliances a considerable amount of supervision would probably be necessary (…) Consequently, labor-saving devices have not had the same appeal in Chile as in those countries where the housewife does a considerable amount of the work incident to the upkeep of the home»67. Los argumentos expuestos eran perfectamente extensibles a cualquier

otro país latinoamericano, a tenor de los juicios vertidos por los expertos coetáneos68. Aun con fuertes campañas publicitarias por parte de las empresas fabricantes no cabía esperar más que modestos avances en la ampliación de los mercados de los países latinoamericanos más desarrollados en tanto se mantuvieran tan bajos los salarios de los criados69. Pero debe advertirse que una rebaja sustancial de la tarifa eléctrica, por sí sola, podía estimular apreciablemente el uso de aparatos eléctricos domésticos incluso en las economías más pobres de la región, como Haití, donde más del 90 por ciento de la población no disponía de ningún electrodoméstico, y aún en las casas de las familias más acomodadas no había de otro género que planchas y ventiladores70.

66 U.S. Department of Commerce (1927, p. 12); U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 15-11-1926, pp. 405-6. 67 U.S. Department of Commerce (1927b, p. 10). 68 Más testimonios en la misma línea se encuentran en U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 14-12-1925, p. 646; 9-4-1928, p. 97; 30-4-1928, p. 292-4; 7-10-1929, p. 44; y U.S. Department of Commerce (1927a). 69 U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 9-4-1928, p. 97. El gigantesco holding American and Foreign Power Co. hizo grandes inversiones en marketing y campañas de publicidad con el fin de crear un mercado para los electrodomésticos. V. Wilkins (1974, p. 133). 70 U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 30-4-1928, p. 293; y 14-12-1925, p. 646.

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3. Una aproximación cuantitativa al proceso de electrificación latinoamericano Los datos y noticias expuestos en las páginas precedentes sirven para

formarse una cierta idea sobre la cronología y la intensidad de la propagación de la electricidad a lo largo y ancho de la región. Como es natural, para adquirir un conocimiento más profundo y preciso de la cuestión deberíamos contar con información sistemática sobre la producción y el consumo de electricidad (idealmente, por tipos de uso), o, en su defecto, sobre la capacidad instalada de las centrales eléctricas. Pero esa información, simplemente, no existe en casi todos los países para antes de los años 1930, e incluso en un buen número de ellos, para antes de la década de 1940, o del año 1950. En ausencia de estos datos básicos, no queda más remedio que acudir a las importaciones del equipo eléctrico. En concreto, propongo que recurramos a las exportaciones a los países latinoamericanos de esa clase de material por parte de Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos, G-3 para abreviar. En las siguientes líneas intentaré justificar mínimamente: primero, que las importaciones son un buen sucedáneo (proxy) del gasto realizado en equipo eléctrico; segundo, que las exportaciones de G-3 son una aproximación razonable a las importaciones totales, para ese tipo de bienes; y, tercero, que el gasto acumulado en equipo eléctrico guarda una clara relación con el nivel de electrificación alcanzado por los diversos países.

Respecto al primer punto, cabe decir que todos los indicios que tenemos apuntan a que la industria electrotécnica latinoamericana aún no se había gestado, o, en el mejor de los casos, se encontraba en su infancia. Así lo atestigua la experiencia de las economías más grandes y desarrolladas de la región. En Argentina, durante la Gran Guerra brotaron algunas líneas de producción de material eléctrico simple, como cables, y se creó una empresa capaz de suministrar componentes para el equipo de plantas de generación eléctrica71. Brasil, también en el curso del conflicto bélico, comenzó a fabricar algunos componentes de material y equipo eléctrico, tales como cable, aislantes y motores de baja potencia. No obstante, hasta finales de los años 1920 se producían en pequeña escala, por lo que los especialistas de la época juzgaban que esa industria estaba todavía en sus inicios72. Al final de la primera república, la economía brasileña continuaba dependiendo casi exclusivamente

71 La Compañía Industrial de Electricidad fabricó numerosos accesorios necesarios para la gran central levantada en Buenos Aires por la nueva Compañía Italo-Argentina de Electricidad. The Electrician, 1-12-1916, p. 300; v. también Smith (1919, pp. 16-7) 72 L’Électricien. Revue Internationale de l’électricité et de ses applications, 1-7-1926, p. e-320-1. Según un informe oficial norteamericano, la producción comenzó en 1926 y durante años se expandió lentamente. V. U.S. Tarif Comisión (1945), Mining and Manufacturing Industries in Brazil, Washington, GPO, p. 60. Una década antes de la fecha indicada, General Electric, agobiada por los problemas en el transporte marítimo, comenzó a fabricar bombillas en suelo brasileño. V. Wilkins (1974, p. 28). Según esta autora, los inversores norteamericanos tomaron parte en el nacimiento de la casi irrelevante industria electrotécnica latinoamericana de los años 1920. Ibid, p. 72.

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de la importación del material eléctrico que necesitaba73. En México, los establecimientos de fabricación e instalación de material eléctrico registrados en el primer censo industrial, levantado en 1929, dibujan un sector diminuto74. Chile, uno de los países que antes de la Gran Depresión hizo más progresos en la senda industrializadora, carecía de industria electrotécnica75. En Cuba tampoco existía76. Por supuesto, Centroamérica se encontraba en la misma situación77.

Vayamos con mi segundo argumento. Es sabido que la industria electrotécnica de Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos dominó las exportaciones mundiales durante la época de la revolución eléctrica. La participación de los tres países se mantuvo por encima del 80 por ciento78. En Latinoamérica resultó más aplastante que en otros mercados la hegemonía de los cuatro grupos industriales de las mencionadas potencias industriales –General Electric de Estados Unidos, y también Gran Bretaña a través de la filial de Thomson-Houston perteneciente a la primera; Westinghouse de Estados Unidos e igualmente Gran Bretaña por la filial allí establecida; AEG, de Alemania ; y Siemens de Alemania y Gran Bretaña mediante su filial–79. Los dos gigantes de la industria electrotécnica alemana (A.E.G. y Siemens) crearon una red de sociedades filiales de comercialización de sus productos, establecida en casi todos los mercados latinoamericanos80. Ciertamente, la industria electrotécnica germánica, estadounidense y británica no acaparó todo el mercado internacional. Algunas empresas de otras naciones europeas –Suiza, Francia, Italia, Suecia– tecnológicamente muy avanzadas fueron capaces de ofrecer equipos de alta calidad y fiabilidad al especializarse en determinados tipos de bienes, gracias a lo cual se adueñaron de pequeños segmentos de los

73 CIER (1989, p. 157). 74 Los 8 establecimientos de «fabricación e instalación de aparatos eléctricos en general» ocupaban 60 operarios y empleaban una fuerza motriz de 76 caballos de potencia. V. Dirección General de Estadística (1935). 75 L’Électricien. Revue Internationale de l’électricité et de ses applications, 15-4-1925, p. e-194 ; U.S. Department of Commerce (1927b, pp. 22-3). 76 U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 4-4-1932, p. 45. 77 Para Guatemala, v. L’Électricien. Revue Internationale de l’électricité et de ses applications, 1-5-1925, p e-221 ; para Costa Rica, L’Électricien. Revue Internationale de l’électricité et de ses applications, 15-5-1928, p. e-255. 78 Las cuotas de mercado de los tres variaron sustancialmente si se toman individualmente pero no si se hace de forma conjunta. Hasta 1914 Alemania detentó una posición de dominio muy destacada. Después fue desbancada por Estados Unidos porque las sociedades holding belgas y suizas que financiaban a las compañías eléctricas escaparon del control de los productores germánicos. V. Hertner (1987, p. 125), (1989, p. 153). 79 Las filiales de General Electric (British Thomson-Houston), Westinghouse y Siemens eran los principales fabricantes de equipo eléctrico de Gran Bretaña. En el decenio anterior a la Guerra Mundial la industria electroténica británica se volcó a producir para los mercados exteriores, entre los cuales Latinoamérica tuvo un peso muy destacado. V. Byatt (1979, pp. 2, 152 y 168-70). 80 Rippy (1948), Young (1995, pp. 114, 116-7).

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mercados latinoamericanos81. Sin embargo, las exportaciones de G-3 tuvieron tanto peso dentro de las compras al exterior de material eléctrico realizadas por Latinoamérica que podemos estar razonablemente seguros que aquéllas dan una fiel imagen de éstas, al igual que ocurre con el equipo de transporte y la maquinaria82.

Antes de examinar las series de equipo eléctrico importado todavía tenemos que resolver una incógnita: ¿hasta qué punto el valor de ese material refleja de manera fidedigna el nivel de desarrollo eléctrico logrado? He indicado que desconocemos las magnitudes de la producción y el consumo de electricidad. Tampoco sabemos cómo evolucionó la capacidad instalada de las plantas, ni siquiera sabemos cuál era su número. Con todo, estamos en condiciones de estimar de forma aproximada, con un tolerable margen de error, a cuánto ascendía dicha capacidad a nivel nacional en el año 1930 (v. cuadro 1). Pues bien, al cruzar los datos de ambas variables –el acumulado de las importaciones de bienes eléctricos entre 1891 y 1930, y la capacidad instalada en esta última fecha– se descubre que están estrechamente asociadas (gráfico 1). A la vista del gráfico, creo que se desvanecen las dudas que pudieran abrigarse sobre la virtud de las exportaciones de material eléctrico de G-3 como indicador del grado de electrificación alcanzado por los países latinoamericanos. Ambas variables muestran estar muy correlacionadas en una función exponencial. La correlación es suficientemente buena como para detectar que ciertos pares de valores que se apartan del nivel pronosticado son seguramente fruto de errores de estimación. En el caso de Bolivia y Paraguay, no cabe duda alguna que mis agregados de bienes eléctricos infravaloran notablemente los volúmenes importados. El desvío de Venezuela, y acaso el de Ecuador, serían imputables, en cambio, a una subestimación de la capacidad instalada. No tengo explicación para la desviación de Costa Rica, la única que, junto con las anteriores, resulta significativa.

< cuadro 1 >

< gráfico 1 >

Como acabo de señalar, propongo una aproximación a las importaciones totales de material y equipo eléctrico realizadas por los países latinoamericanos basada en las exportaciones de sus tres principales proveedores. Es el mismo método que he seguido en trabajos anteriores para estimar las inversiones en bienes de equipo. La elaboración no está exenta de limitaciones y dificultades,

81 Broder (1987, pp. 184-5), Hertner (1987, p. 125), y U.S. Department of Commerce, Commerce Reports 25-5-1925, pp. 462-3. 82 Hacia 1928, los productos electrotécnicos alemanes, británicos, y, muy destacadamente, estadounidenses se repartían virtualmente todo el mercado americano, Segreto (1993, p. 380). Para el equipo de transporte y la maquinaria, v. Tafunell (2009a) y (2009b).

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como he descrito detalladamente en esos trabajos83. Una de las limitaciones estriba en que las fuentes no permiten que nos remontemos más atrás del año 1891; incluso es muy dudoso que durante los primeros años posteriores a esta fecha registren la totalidad del equipo eléctrico exportado84. En todo caso, estos posibles déficit iniciales desaparecen al cabo de unos años, de forma que las series largas contenidas en el cuadro 2 dan, según todos los indicios, una imagen razonablemente próxima a la realidad. El cuadro 3 traduce las series del cuadro precedente a tasas de crecimiento en los diversos subperíodos históricos, con lo que tenemos la posibilidad de descubrir los diferentes ritmos del proceso de electrificación tanto a lo largo del tiempo como entre países. Vayamos con lo primero. El gasto en equipo eléctrico se expandió a una tasa de casi el 8 por ciento anual durante las cuatro décadas que podemos identificar como la era de la revolución eléctrica. Es una tasa propia de una actividad emergente dotada de un enorme potencial de crecimiento y que está protagonizando un cambio económico de gran calado. Pero el ascenso no fue constante: Latinoamérica progresó más rápidamente antes de la Primera Guerra Mundial, sobre todo entre 1901 y 1913. En esta década larga prodigiosa las incorporaciones de equipamiento eléctrico crecieron a una tasa anual del 21,8 por ciento, es decir, se decuplicaron. A continuación, sufrieron una aguda contracción, como consecuencia de los problemas de abastecimiento ocasionados por el conflicto bélico. La recuperación, iniciada en 1920, no pudo darse por completada hasta 1924, cuando se superó el nivel máximo de preguerra. En el decenio de posguerra (1921-29) la electricidad en América Latina se desarrolló a gran velocidad, aunque no tanta como en el cuarto de siglo anterior a la guerra.

< cuadro 3 > Las diferencias nacionales son mucho más acusadas que las registradas entre unas y otras etapas por el conjunto de la región. La diversidad es demasiado grande para condensarla en unas pocas líneas, por lo que ceñiré mis comentarios al simple enunciado de las trayectorias nacionales que más se apartan del patrón general85. Los casos de mayor éxito son Argentina y Chile,

83 Ibid. En Tafunell (2009b) se exponen los problemas metodológicos que plantean las estadísticas de G-3 para cuantificar las exportaciones de equipo eléctrico, así como las opciones que tomé para resolverlos. 84 La estadística de comercio exterior de Estados Unidos no informa sobre el material eléctrico hasta 1891, sin especificar su carácter ni hacer ninguna distinción hasta 1909. A principios de la década de 1890 las estadísticas alemana y británica no registran por separado más que el material de telegrafía y telefonía. 85 Haciendo abstracción de Bolivia y Paraguay, además de Panamá (ni siquiera presente en el cuadro), puesto su evolución está distorsionada, al menos en las dos primeras décadas, por una muy notable infravaloración de sus importaciones por parte de G-3 (sobrevaloración extrema, en el caso de Panamá).

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que muestran un dinamismo claramente superior al resto, salvo en el período bélico. República Dominicana es un caso de éxito un tanto dudoso, emparejado con Cuba en su singular evolución durante los tres primeros decenios del siglo XX. Colombia, como Venezuela –en menor medida– y Ecuador –aún en menor medida– sobresalió gracias al empuje logrado desde los años previos a la contienda. En el polo opuesto hallamos Haití, algunos países centroamericanos (El Salvador y Guatemala) y Brasil, lo cual no puede dejar de sorprendernos. No resulta evidente la razón del atraso eléctrico de los dos primeros con respecto a Honduras y Nicaragua, aunque sí es fácilmente comprensible que por delante de todos ellos se situara Costa Rica, dado su nivel de prosperidad económica relativa en la región centroamericana. En el caso del gigante sudamericano, el lento avance de la última década del siglo XIX y el retroceso durante la Gran Guerra, aguaron tal vez en exceso el balance global86. Si fijamos la atención en el período de mayor esplendor, y más prometedor (1901-1913), en las posiciones más destacadas figuraron Chile, Brasil, Uruguay y Argentina. En el segundo gran brote electrificador (1921-1929), se aupó a la cabecera de los más veloces un puñado de países atrasados, como Venezuela, Ecuador, Haití, Guatemala, El Salvador y Nicaragua, además de algunos de los países de mayor desarrollo eléctrico: Costa Rica, Argentina y Uruguay. Seguramente resultaría extraño terminar esta apresurada lectura del cuadro 3 sin hacer alusión a dos grandes repúblicas, México y Perú. Si no han sido mencionadas hasta ahora es porque pasan desapercibidas. La evolución de la primera es de bajo perfil, lo cual no encaja bien con lo que se desprende de la historiografía, sin duda porque ésta ha contemplado, y enfatizado, la electrificación de México fuera de su contexto regional. Perú también participó discretamente en las dos fases de mayor aceleración en la carrera electrificadora. Una exploración del tema, por superficial que sea, no puede dejar de lado la comparación de los niveles nacionales de inversión en bienes eléctricos. La comparación tiene verdadero sentido económico si se normaliza por la población, dado el muy distinto tamaño de las naciones latinoamericanas en términos geográficos, económicos y demográficos. El cuadro 4 recoge los resultados para dos cortes temporales del inicio y el final de la época estudiada, así como para la totalidad de la misma.

< cuadro 4 > Los países están jerarquizados según su posición relativa en la totalidad del período (media de los años 1891-1930). Sobresalen muy por encima del resto, e igualados, Argentina y Cuba, con un gasto en equipo eléctrico que casi

86 La expansión relativamente débil de la década de 1890 tiene que ver con las inversiones inusitadamente cuantiosas en redes telegráficas o telefónicas realizadas al comienzo de la misma.

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triplica al de América Latina. Chile aparece en tercer lugar, y Uruguay en cuarto, ambos en niveles que doblan los del promedio regional. Costa Rica es el único otro país que adquirió más bienes eléctricos por habitante que el conjunto latinoamericano. México, el sexto, estuvo en la cota 74, y Brasil, el séptimo, en 67. El siguiente, Venezuela, se situó por debajo del 60 por ciento del nivel regional, mientras que Perú y República Dominicana rondaron el 50 por ciento. Los restantes estuvieron muy por debajo de la mitad del promedio regional. Las posiciones en la década inaugural de la electricidad fueron bastante semejantes en la mayoría de casos. Pero una minoría se situó mucho más arriba. Así ocurrió con Costa Rica y Brasil, que muestran ser naciones de precoz desarrollo eléctrico. Con matices esto podría hacerse extensivo a Guatemala, pese a emplazarse por debajo de la media latinoamericana. Las posiciones relativas en los últimos años (1928-30) permiten hacer balance del grado de desarrollo logrado por cada nación en perspectiva regional. Chile, Uruguay y Venezuela han ascendido con fuerza, mientras que Colombia ha avanzado posiciones sin conseguir desprenderse de su status de atrasado. Otros han marchado en sentido opuesto. Los casos más espectaculares de pérdida de dinamismo son los de Cuba, Costa Rica y Brasil, aunque debe puntualizarse que, a la vista de sus registros para el conjunto del período 1891-1930 se infiere que Cuba y, en menor grado, Brasil sólo avanzaron más lentamente que el resto hacia el final de dicho período. Distinta era la situación de Bolivia, Ecuador, Paraguay y Haití, que componían el grupo de naciones con tan escaso grado de desarrollo eléctrico que marchaban muy por detrás, claramente descolgadas, de las demás naciones latinoamericanas. 4. Dos falsas pistas de desarrollo eléctrico: la tasa de urbanización y la participación de la inversión extranjera. Los resultados presentados en el apartado anterior han puesto de manifiesto, por un lado, la gran diversidad existente en el seno de Latinoamérica y, por otro, la fuerte expansión del equipamiento eléctrico de la mayoría de países acaecida entre finales del siglo XIX y 1930. No es posible, empero, enjuiciar esto último de forma ponderada sin comparar los niveles alcanzados en América Latina con los registrados por otras naciones. El contraste debe hacerse en términos de la producción de electricidad por habitante, que además de constituir la medida básica del grado de desarrollo eléctrico es la única variable sobre la cual existe información suficientemente abundante referida a los años en torno a 193087. El gráfico 2 muestra los

87 Como he señalado, no es así en el caso de América Latina. En los numerosos casos en que se desconoce la producción, la he estimado a partir de la capacidad instalada en 1930 (v. cuadro 1), aplicando un factor de carga del 25 por ciento. Este factor (2.190 horas anuales) parece razonable porque es la media de los casos nacionales conocidos y es aproximadamente coincidente con otros indicios, aunque, por supuesto, los márgenes de error no son reducidos.

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resultados de la comparación con un amplio grupo de países, tanto desarrollados como subdesarrollados.

< gráfico 2 > Los logros de América Latina se revelan modestos, vistos a la luz de la

posición ocupada por la mayoría de las naciones occidentales. La producción eléctrica latinoamericana (65 kWh por habitante88) representaba en esa fecha tan sólo el 11 por ciento de la producción de 17 estados de Occidente. Todos los países de la comunidad latinoamericana estaban muy lejos de alcanzar ese nivel. Bien es verdad que los más avanzados (Cuba, Chile, Argentina) se situaban por encima de las economías europeas de industrialización tardía, como España, Portugal, Grecia, Hungría o Rumania. E incluso los más retrasados de aquella comunidad, con excepción de Haití y Paraguay, tenían un nivel de desarrollo eléctrico superior al de las naciones de Asia (Japón aparte), y también, con toda seguridad, de África (no recogidas en el gráfico por las incertidumbres sobre la magnitud de su población). Con todo, de estos datos no se extrae una conclusión optimista sobre el proceso de electrificación de América Latina. El punto al que ésta llegó en 1930, Estados Unidos ya había llegado en 1901, Suecia en 1908, Alemania en 1909, Reino Unido en 1914, Italia en 1915 y Francia en 1917. En otras palabras, Rippy (1947) no estaba en lo cierto pero no iba completamente desencaminado. La brecha con los países pioneros era mayor al final de la revolución eléctrica que en su inicio.

La pregunta que surge inevitablemente es: ¿cuáles fueron las causas de tal atraso? La respuesta es, obviamente, muy compleja, pero puede darse por descontado que las causas deben hallarse en la situación de atraso económico relativo. No es, desde luego, casual que las posiciones nacionales relativas en importaciones de equipo eléctrico sean muy similares a las que determiné en la inversión en maquinaria y en medios de transporte89. La demanda de electricidad es muy dependiente del nivel de desarrollo económico general. Eso está fuera de toda duda, por mucho que no esté bien establecido que haya una estrecha correlación entre los niveles de renta y de consumo eléctrico90.

88 CEPAL (1956, p. 27) calcula un consumo por habitante de 72 kWh en el año 1929. Creo que su estimación es más azarosa que la mía para algunos países con muy escasa información. De todos modos, aunque aceptáramos como válida la cifra propuesta por CEPAL, la comparación con los países más avanzados conduce a las mismas conclusiones. 89 V. Tafunell (2009a) y (2009b). 90 En Naciones Unidas (1962, pp. 75-6) se sostiene que sí existe un alto grado de correlación, basándose en una amplia muestra de países en los años en torno a 1950, si bien se matiza que no existe una relación funcional simple entre ambas variables. La dispersión se atribuye a las distintas elasticidades de consumo eléctrico frente al PIB, originadas por las diferencias en la estructura productiva. V. también CEPAL (1955, pp. 14-5). Guyol (1969, pp. 39-42) halló una correlación “menos que perfecta” para una muestra aún más amplia de países con datos del año 1964. Con datos recientes (2001) he obtenido resultados análogos a los de este autor.

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Si exploramos los factores de demanda y de oferta que podemos presuponer, a priori, que más condicionaron el proceso de electrificación descubrimos algunos hechos sorprendentes, cuya interpretación puede darnos algunas claves explicativas fundamentales de tal proceso. Dos son las paradojas con que topamos al hacer un reconocimiento empírico preliminar de ese terreno. La primera de ellas tiene que ver con la demanda eléctrica urbana. Puede sostenerse que la demanda de electricidad tiende a concentrarse en las zonas urbanas91. En la era de la revolución eléctrica, la demanda de los centros urbanos tenía un peso sobresaliente, puesto que además de concentrar el transporte de pasajeros y la industria ligera reunía a la población con mayores niveles de ingresos. A su vez, de manera creciente, el progreso urbano, al igual que el desarrollo industrial, pasó a depender de la oferta de electricidad92. Siendo así, cabe sentar la hipótesis que debe existir una clara asociación entre el grado de urbanización y el consumo de electricidad. Pues bien, en el caso de América Latina los datos desmienten tal hipótesis (v. gráfico 3)93.

< gráfico 3 >

Está claro que un mayor grado de urbanización no trajo aparejado un mayor grado de consumo eléctrico, ni viceversa. Algunos países, como Argentina y Chile, o, en sentido opuesto, Haití, se ajustaron a la pauta prevista. Pero la mayoría se apartaron de ella. Paraguay y Haití consumían la misma cantidad –ínfima– de bienes eléctricos, pese a tener tasas de urbanización muy distintas. Lo mismo les sucedía a Guatemala y República Dominicana. En fin, con grados de urbanización bajos y relativamente similares –entre el 12 y el 23 por ciento– se situaba un nutrido grupo de naciones que tenían niveles de consumo eléctrico bastante distintos. A la vista de ello puede deducirse que solamente en cuatro repúblicas –Argentina, Cuba, Chile y Uruguay– hubo una correspondencia efectiva entre elevadas tasas de urbanización y un alto nivel de desarrollo eléctrico, bien fuera por el tamaño de sus ciudades o por su dinamismo94. En el resto no se observa ninguna relación entre ambas variables

Lamentablemente, no es posible realizar el mismo ejercicio para el período que aquí se estudia, puesto que carecemos de mediciones fiables del PIB per cápita de numerosos países de la región. 91 En niveles de desarrollo intermedio como se encontraban las economías latinoamericanas en las décadas de 1940 y 1950, el consumo eléctrico por habitante urbano era varias veces superior al del habitante de zonas rurales. V. CEPAL (1955, p. 16) y Naciones Unidas (1962, p. 79). 92 CEPAL (1956, p. 27). 93 Naturalmente, siempre que aceptemos que las importaciones de material eléctrico son un buen indicador del consumo de electricidad, algo que he intentado probar (v. gráfico 1). 94 En Argentina, a mediados de los años 1930, el consumo eléctrico por habitante en la capital era más de 40 veces superior al de las provincias de San Luís, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja. V. Dirección General de Estadística de la Nación (1939, p. 44). En parte, tan abismal

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debido, posiblemente, a que los principales núcleos de población tenían, generalmente, el carácter de «agrociudades». La actividad económica que se desarrollaba en su seno era aún dependiente de la agricultura, y sus habitantes no tenían un nivel de ingresos significativamente superior al de los que residían en el campo. Naturalmente, esto es una mera hipótesis. Pero, algunas características de la electrificación en estas áreas la hacen verosímil, como veremos más adelante. Vayamos con la segunda paradoja, que aparece por el lado de la oferta. Concretamente, tiene que ver con el papel desempeñado por la inversión extranjera. En Latinoamérica, el desarrollo del sector eléctrico hasta la década de 1930 dependió críticamente de la inversión exterior. Esto es algo ampliamente aceptado por los especialistas95. Los grandes países inversores fueron, hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Alemania. En el caso del primero, la inversión estuvo bastante diseminada96, mientras que el segundo tendió a concentrarla en una empresa colosal, la Compañía Alemana Trasatlántica de Electricidad (CATE)97. En la década posterior a la guerra, y hasta los primeros años 1930, Estados Unidos dedicó ingentes recursos a la creación de nuevas centrales eléctricas en Latinoamérica, y, sobre todo, a la adquisición y renovación de centrales ya existentes, propiedad de capitalistas extranjeros o locales98. Los capitales belgas, canadienses, franceses, italianos y suizos también diferencia se debía a que una elevada proporción de la población rural todavía carecía de suministro eléctrico. 95 CEPAL (1956, p. 79). 96 Gran Bretaña había organizado 14 empresas eléctricas en la región en 1900, y en torno a 80 en 1913. V. la lista de las empresas que operaban en los años 1900 y 1926, en Rippy (1959, pp. 242-5). Habría que tener en cuenta que, si bien alguna de ella pudo estar participada por inversores de otros países, por contra, las gigantescas empresas promovidas por los canadienses para operar en Brasil y México se financiaron básicamente en el mercado de Londres. V. Armstrong y Nelles (1988, p. 106-7). 97 Establecida en Buenos Aires, y con filiales en Chile (Santiago y Valparaíso) y Uruguay (Montevideo), la CATE era en 1913, sin duda, la mayor empresa eléctrica de Latinoamérica y representaba la inversión directa industrial más importante de Alemania en el exterior. Hausman, Hertner y Wilkins (2008, p. 100). El tamaño de esta corporación no debería deslumbrarnos hasta el punto de olvidar que bajo iniciativa alemana se levantaron plantas de modestas dimensiones en diversos países de la región. Según Rippy (1948), en 1918 había entre 12 y 15 empresas de servicios públicos –la mayoría eléctricas– controladas por el capital alemán, aparte de la docena larga de empresas suministradoras de material eléctrico filiales de los grupos Allgemeine Elektricitäts Gesellschaft (A.E.G.) y Siemens. V. Young (1995, pp. 116-7). 98 La inversión directa de EEUU en el sector eléctrico creció mucho más que la de cualquier otro sector y representó una fracción sustancial de la inversión directa en el exterior durante los años 1919-29, según Hausman y Neufeld (1998, p. 363). Hasta la Gran Guerra, las inversiones estadounidenses en el negocio eléctrico al sur del río Grande fueron mínimas, pese a los intentos precoces emprendidos por la compañía de Edison al comienzo de la década de 1880, v. Wilkins (1970, p. 57, 122 y 190). Con el conflicto, la situación cambió radicalmente, pues una filial de la General Electric, el holding Electric Bond and Share Company (EBASCO), adquirió, por razones geoestratégicas, empresas eléctricas en Panamá, Guatemala y Cuba, sobre cuya base fundó en 1923 la sociedad holding American Foreign and Power Company (AMFORP). La AMFORP

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contribuyeron a financiar la inversión en generación, transmisión y distribución de electricidad llevada a cabo en la región durante la época99. Todo ello conduce a suponer que la mayor o menor presencia de capital foráneo en el sector eléctrico de las diversas repúblicas tuvo que influir de manera clara en su dispar nivel de desarrollo eléctrico. Estamos ahora en condiciones de poner a prueba la hipótesis, gracias a la elaboración de Hausman, Hertner y Wilkins sobre el grado de control propietario de la inversión extranjera100.

< gráfico 4 >

De la lectura del gráfico 4 se desprende nítidamente una conclusión: el nivel de desarrollo eléctrico no vino determinado por la posición de mayor o menor dominio del capital extranjero. La nube de puntos del gráfico tiene una grandísima dispersión. Así que esta hipótesis, como la anterior, se ve desmentida.

¿Cómo cabe interpretar la ausencia de relación entre las dos variables representadas gráficamente? A mi entender, sólo puede significar que en el contexto de la primera globalización, el capital extranjero estuvo interesado por todos los mercados eléctricos, con independencia de cuál fuera su tamaño. No despreció la entrada en los más pequeños, pues aun no ofreciendo posibilidades de negocio comparables a los mercados más grandes y dinámicos, no dejaban de representar una fuente de pedidos de equipo electrotécnico. No hay que olvidar que la industria eléctrica de Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña dominaba la producción y las exportaciones mundiales, y que las empresas eléctricas controladas por capital extranjero casi invariablemente demandaban el equipo a los fabricantes que pertenecían al mismo grupo101. En realidad, la variable residual en la estimación anterior –el capital autóctono– tiene gran importancia para comprender el retraso con que se difundió la electricidad en muchas áreas y países. Y es que abundaron las iniciativas locales: por doquier, numerosos empresarios autóctonos

desplegó una estrategia de adquisición de empresas eléctricas de tal envergadura que hacia 1930 había invertido alrededor de 500 millones de dólares en el sector eléctrico en 11 países latinoamericanos, v. O’Brien (1996, p. 35-6), Wilkins (1974, p. 55, 130-3). La AMFORP siguió comprando empresas y renovando su equipo productivo y sus redes de transmisión y distribución hasta bien entrada la década de 1930, pero sus planes de creación de sistemas integrados se vieron obstaculizados y finalmente desbaratados por el giro nacionalista e intervencionista de los gobiernos latinoamericanos. 99 Una parte sustancial de esa inversión se materializó a través de SOFINA (Société Financière de Transports et d’Entreprises Industrielles), un holding financiero radicado en Bélgica. 100 Hausman, Hertner y Wilkings (2008, pp. 30-4). 101 Las empresas eléctricas y de tranvías promovidas por los dos gigantes de la industria electrotécnica alemana, AEG y Siemens, estaban obligadas estatuariamente a comprar a éstos el equipo. Gracias a ello, Alemania suministró la mitad del material eléctrico importado por Argentina y por otros países latinoamericanos. Hertner (1987, p. 128).

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emprendieron la construcción de centrales eléctricas, no ya para atender las necesidades energéticas de sus propios establecimientos industriales sino para suministrar luz y fuerza al público. Con pocas excepciones, las plantas de generación promovidas y financiadas con capital doméstico fueron de baja capacidad, y las redes de distribución abarcaron un ámbito muy reducido. Por lo general, esas empresas no dispusieron de suficientes recursos financieros para acometer la ampliación de sus redes y la renovación de su equipo, con lo cual, con el paso del tiempo, operaron con una tecnología obsoleta e ineficiente. La cuestión tiene tanta trascendencia que merece ser examinada con más atención. A ello se dedica el siguiente apartado. 5. Una estructura industrial dominada por el minifundismo.

Transcurridas cuatro décadas desde que se introdujera la electricidad comercial, en la mayor parte de las naciones de la región, si no en todas, predominaban las centrales eléctricas que tenían una capacidad instalada extremadamente limitada. Intentaré fundamentar empíricamente esta afirmación, aun no contando con una base estadística suficientemente sólida.

Carecemos de un censo de las plantas eléctricas existentes en Latinoamérica. Lo que más se asemeja a eso es la compilación estadística elaborada en 1927 por el Departamento de Comercio de EEUU102. Dista de ser un registro completo, pero, con todo y con eso, ofrece mucho más que cualquier fuente alternativa. Nos facilita un panorama cuantitativo sobre el parque de instalaciones generadoras en funcionamiento en la región hacia el final del período estudiado. Su cobertura territorial es muy notable: quince países (v. cuadro 5). Menos satisfactoria es su cobertura del parque de centrales: en todos los casos no comprende más que una proporción del total, variable según países. Esto supone un grave inconveniente para el propósito que aquí se persigue, pues cabe presumir que las omisiones son más numerosas en las centrales de menor tamaño103. Por tanto, podemos dar por descontado que las cifras del cuadro subestiman el peso relativo de esas centrales.

< cuadro 5 >

102 U.S. Department of Commerce (1927a). 103 La publicación reseña un cierto número de centrales sobre las que no da información de su capacidad, pero sí acerca de las restantes variables: población en la que está ubicada, tipo de corriente (alterna o continua), tensión para luz y para fuerza. En algunos casos, las centrales con potencia desconocida deben corresponder a plantas de gran tamaño porque abastecen ciudades importantes. Es lógico suponer que las centrales grandes siempre son registradas, aunque sea con información incompleta. Evidentemente, no puede decirse lo mismo de las centrales de mediano y pequeño tamaño. Aparte de ello, presumiblemente, la publicación sólo recoge las centrales de servicio público.

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El cuadro fija la atención exclusivamente en las plantas diminutas, aquellas que tenían una capacidad instalada nominal de 100 KW o menos. Con tal capacidad sólo podían producir una cantidad de electricidad tan exigua que su uso quedaba limitado, prácticamente, a la iluminación. Pues bien, como puede verse, cerca de la mitad (43,6 por ciento) de las centrales existentes en América Latina tenían esa minúscula dimensión. Su contribución a la oferta global era ínfima (1,2 por ciento), porque coexistían con plantas de grandes dimensiones. Es interesante observar que en algunos de los países con mayor desarrollo eléctrico, como Argentina y Cuba, imperaba el minifundismo productivo. Aunque, a la vista de los resultados, no puede decirse que la mayor o menor presencia de las microcentrales dependiera del grado de electrificación alcanzado: al lado de los países mencionados se hallaban otros atrasados, como Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala y Venezuela, mientras que entre las naciones en que, aparentemente, los pequeños productores eléctricos tenían menos relevancia figuraban tanto algunas desarrolladas (Costa Rica, Chile, Uruguay) como rezagadas (Bolivia, Honduras). Pero, seguramente nos equivocaríamos si concediéramos una gran fiabilidad a las cifras del cuadro 5104.

Para salir de dudas, he efectuado el mismo cálculo para tres países relevantes, sobre los cuales se dispone de un censo oficial completo y con información detallada de las plantas establecidas en la primera mitad de los años 1930105. Como se advierte, las cifras del cuadro 6 matizan de forma muy sustancial las del cuadro precedente. El predominio de las microcentrales resulta manifiesto y es mucho más contundente que en el cuadro precedente. Eran ampliamente mayoritarias en Brasil y México, en proporciones análogas, y abrumadoramente mayoritarias en Colombia, lo que se explicaría tanto por el débil grado de desarrollo eléctrico de este último cuanto por su extraordinaria dotación de recursos hidráulicos106. La preponderancia de los pequeños

104 Cuando menos en los casos de Brasil, Colombia, Chile y México las plantas eléctricas censadas constituyen una fracción muy reducida del total, lo que, sin duda, conduce a infravalorar el peso de los pequeños productores. 105 En el caso de Brasil, no he consultado los datos relativos a cada central. He tomado las cifras totales (número de centrales y la potencia de sus generadores) de la clasificación de las centrales según su capacidad que aparece en la estadística consultada. Al venir expresada la capacidad en caballos de vapor no he podido ajustar exactamente el cálculo a las centrales de 100 KW (v. cuadro). En el caso de Colombia y México, he tabulado los datos individuales de todas las centrales, que, como en Brasil, no son exclusivamente de servicio público, sino que comprenden los autoproductores. 106 Colombia, junto con El Salvador, es el país de América Latina con mayor potencial económico en recursos hídricos, según Naciones Unidas (1962, p. 40). Resulta aparentemente contradictorio que predominase el minifundismo de forma más acentuada habiéndose decantado por la opción hidroeléctrica, pues, es sabido que el capital de primer establecimiento de una central hidroeléctrica suele ser muy superior al de una central térmica. Pero esto es así cuando la primera requiere la construcción de una presa de acumulación o regulación, y los consiguientes túneles para canalizar el agua a presión hacia las turbinas. En un territorio

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productores es aún más remarcable si se tiene presente que la American and Foreign Power Company (AMFORP) estaba llevando a cabo en los tres países una operación a gran escala de integración y concentración, tras haber adquirido numerosísimas centrales107. En todo caso, un aspecto que no puede pasarse por alto en el cuadro 6 es que, en el extremo opuesto, las escasas centrales grandes (más de 5.000 KW) reunían cerca de 2/3 de la capacidad total de generación en Brasil y México, y algo menos de la mitad en Colombia108.

En resumidas cuentas, la mayoría de las centrales eléctricas establecidas en América Latina atendían un mercado estrictamente local –de ámbito municipal–. Unas pocas de ellas, aquellas que estaban ubicadas en las principales ciudades, generaban una elevadísima proporción de la energía eléctrica vendida en el conjunto nacional. Las restantes plantas se caracterizaban por su reducida capacidad instalada, lo que acarreaba que sus costos de producción fueran muy elevados y no pudieran explotar en absoluto las economías de escala. Hemos de tener presente que ya en la década de 1920 el desarrollo tecnológico tanto en la generación térmica como hidráulica permitía una enorme economía de costes a las centrales de grandes dimensiones109.

Otro aspecto revelador de la escasa eficiencia de buena parte de las plantas eléctricas se encuentra en el tipo de combustible utilizado por éstas. Un

surcado por doquier por ríos no muy caudalosos que forman saltos de agua, o permiten crearlos fácilmente, pudieron establecerse con pocos medios pequeñas centrales. Téngase en cuenta que su peso relativo en Brasil se equipararía, o superaría, al que tenían en México, si las de primero se refirieran a los equipos de hasta 100 KW, en lugar de 74,6 KW (100 C.V.). 107 V. Nota…. 108 En realidad, en esa época una potencia de 5.000 KW ya no podía considerarse que era propia de una gran central en las economías más desarrolladas. Las supercentrales térmicas e hidroeléctricas levantadas en la década de 1920 tenían una capacidad que era un múltiplo de dicha cifra. En 1935, el tamaño medio de las centrales eléctricas era en Estados Unidos de 11.500 KW, v. DuBoff (1979, p. 43). En la misma fecha, en Brasil se situaba en 728 KW, mientras que en Colombia sólo ascendía a 173 KW. En México, en 1930, era 813 KW. Los tres países latinoamericanos representados en el cuadro tenían plantas con equipos generadores de más de 5.000 KW, e incluso contaban con alguna supercentral, al igual que Argentina, Cuba, Chile, Perú y Uruguay. Pero, hacia 1930, en la mayoría de países de América Latina ninguna central alcanzaba a tener una potencia de 5.000 KW. En concreto, no había ninguna con esta capacidad en: Bolivia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay, y, muy posiblemente, en Panamá y República Dominicana. 109 En las térmicas de Estados Unidos el consumo de carbón por KWh en una planta con un turbogenerador de gran tamaño era de 2,5 libras, mientras que en las plantas de los autoproductores medianos o pequeños el consumo ascendía al menos a 8-9 libras. V. Platt (1991, p. 212). En el caso de la hidroelectricidad, entre una turbina de un generador de 200 H.P., montada en eje horizontal, y una turbina de un generador de 20.000 H.P., montada en eje vertical, el consumo de agua requerido para producir un KWh podía ser tan dispar como: 14,4 m3 y 2,5 m3, respectivamente, según una muestra de centrales hidroeléctricas mexicanas de la época. V. De La Garza (1994, p. 54).

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gran número de las plantas térmicas de pequeña capacidad quemaban madera. Así sucedía en la relativamente avanzada Cuba110, y, con mayor razón, ocurría en zonas más atrasadas, como Panamá, que carecían de recursos hidráulicos y donde el carbón era más caro que la leña111. Es más, en algunos lugares se empleaban como combustible productos menos abundantes o de inferior contenido energético112. En Bolivia, en los primeros años se utilizó como combustible un recurso tan tradicional como la taquia, el excremento seco de la llama113; en Argentina, superado el periodo pionero, seguía empleándose serrín y salvado de trigo, además de madera.114 El uso de combustibles de bajo contenido calórico conllevaba un funcionamiento ineficiente de las plantas generadoras, que solía redundar en una mala calidad del servicio: inestabilidad en la tensión e interrupciones del suministro.

En cuanto a las plantas hidroeléctricas, muchas de ellas encajarían dentro de la categoría de minicentrales o microcentrales, pues aprovechaban saltos de no gran altura de ríos de mediano caudal, o incluso se emplazaban a su orilla y movían las turbinas gracias a la construcción de pequeñas represas y canales de derivación.

Podría argumentarse, a modo de hipótesis, que el establecimiento de minicentrales para abastecer la demanda de un único municipio tenía una lógica económica desde la perspectiva de los costes operativos totales (generación-transmisión-distribución), con independencia de que fuera la opción más natural por razones de tipo institucional (marco de concesión del servicio). Es muy caro producir electricidad cuando se usa exclusivamente como fuente de iluminación. Dado que la luz artificial sólo se necesita durante un corto número de horas al día y la electricidad no puede almacenarse, una empresa que sólo consiga venderla para este uso, está condenada a tener un factor de carga muy bajo, y, por consiguiente, unos costes de producción muy elevados. Si los mercados eléctricos vecinos eran de la misma naturaleza, cabe

110 Smith (1917, p. 9). 111 De La Pedraja (1985, p. 101). 112 El consumo de combustible por kWh generado, calculado en unidades de petróleo equivalente, fácilmente era tres veces mayor en una térmica alimentada con leña que en una a vapor, incluso en plantas de tamaños muy grandes para los estándares de la época que aquí estudiamos. V. Naciones Unidas (1962, p. 88). 113 Velasco (2007, p. 7). 114 Sobre Argentina, v. Smith (1919, p. 27). Un caso especial es el de las plantas eléctricas situadas en los centrales azucareros, que eran alimentadas por el desperdicio de la caña, el llamado bagazo. La utilización del subproducto era económicamente racional pues además de proporcionar energía gratuita lo hacía en suficiente cantidad como para atender, durante la temporada de la zafra, la enorme demanda de fuerza requerida para la producción mecanizada del azúcar. Baste saber que hacia 1925 la capacidad conjunta de los generadores instalados en los centrales azucareros de Cuba ascendía a 162 MW, mientras que la dedicada al servicio público nacional totalizaba 108 MW. Altshuler (1998, p. 9). Con todo, unos años más tarde se estimaba que aún el 60 por ciento de los centrales azucareros no estaban electrificados. U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 4-4-1932, p. 45.

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pensar que no tenía ventaja alguna concentrar la producción. Sí resultaría ventajoso hacerlo en caso de que existiera un centro urbano con una demanda de usos diversificada, en la que la punta de carga (diurna) de la fuerza mecánica y de tracción pueda compensarse con la punta de carga (nocturna) del alumbrado. Para equilibrar ambas puede resultar conveniente incorporar los consumidores de los pueblos que sólo demandan luz eléctrica. Ahora bien, cuando tales poblaciones estaban distantes o dispersas, los costes (inversión, mantenimiento, pérdidas) de transmisión y distribución de la corriente acaso resultaran excesivos, fácilmente podrían ser superiores, con la tecnología de la época, al diferencial de costes de generación entre una planta muy pequeña y otra de mediano tamaño. Esto es una simple hipótesis, con visos de ser plausible. Pero lo cierto es que se ve desmentida por la propia acción inversora de la AMFORP en distintas repúblicas. Así, por ejemplo, en Cuba este grupo empresarial se lanzó a una estrategia tan decidida de compra de compañías eléctricas que en menos de dos años, entre 1922 y 1923, pasaron a sus manos la mayoría de ellas115. Si pudo hacerse con tanta facilidad con el control de las centrales eléctricas cubanas es porque éstas eran pequeñas, estaban descapitalizadas y tenían un equipo obsoleto116. Lo que nos importa ahora no eso, sino el hecho de que si el holding norteamericano emprendió tal estrategia es porque estaba persuadido de que podía reducir el coste de la electricidad a través de centralizar la generación en plantas más eficientes e invertir en redes de transmisión y distribución. La AMFORP parece haber seguido la misma política en Colombia, Brasil y México117.

Por tanto, la estructura minifundista de la generación y distribución de la electricidad imperante en la mayor parte de los países latinoamericanos no venía impuesta por un factor tecnológico. A mi juicio, vino dictada por factores institucionales, y asimismo por condicionantes por el lado de la oferta que tienen que ver con el déficit o ausencia de capacidades empresariales y, muy especialmente, de recursos financieros, tanto propios como en préstamo. Debemos tener presente que, después del período pionero, para alcanzar la dimensión óptima en la generación y transmisión se requerían establecimientos e instalaciones muy costosas. Además, si para lograrlo había que absorber plantas y sistemas preexistentes, los costes de la unificación podían exasperarse por la no compatibilidad entre los sistemas118. En realidad, solamente los 115 Altshuler y González (1997, pp. 260-3). En 1926 logró el virtual monopolio del suministro eléctrico público en toda la isla. 116 O’Brien (1996, pp. 223-4). 117 En Brasil, la AMFORP pasó a controlar en torno al 20 por ciento de la capacidad total de generación nacional, correspondiéndole el 50 por ciento al grupo canadiense Light and Power. V. Szmrecsányi (2001, p. 210). En México se convirtió en el gran grupo eléctrico fuera del área de la capital de México, v. Wionczek (1965, p. 536). 118 Bartolomé (2007, p. 13). La senda de dependencia tecnológica impuesta por cierto componente del sistema de generación y transmisión, junto con el cambio tecnológico acelerado, llevaron a que conviviesen en un mismo territorio sistemas no compatibles.

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grandes holdings financieros internacionales tuvieron suficiente capacidad financiera y tecnológica para acometer el proceso de integración de empresas y formación de sistemas regionales119. En mi opinión, hay que prestar especial atención al primero de los dos condicionantes antedichos, puesto que dio lugar a un modelo empresarial eléctrico –la compañía de ámbito municipal y de capital privado local– que le privó del acceso a financiación a gran escala. 6. El condicionante institucional: el régimen de concesión del suministro público de electricidad.

Durante la era de la revolución eléctrica, en América Latina el suministro no estuvo regulado. No existió un marco legal e institucional del que emanara una reglamentación de las condiciones en que debía prestarse ese servicio público. Hubo, en ciertos casos, una normativa referente a los derechos de uso de las aguas para aprovechamiento hidroeléctrico, pero casi siempre el régimen de concesión del abastecimiento público de energía eléctrica no se rigió por ninguna disposición legal. Quedó en manos de las autoridades municipales el otorgamiento de la concesión para la explotación y prestación del servicio público de electricidad120. Este modelo comenzó a ser revisado y sustituido por un modelo regulacionista en la década de 1930121. Esta es precisamente una de las razones de peso que aconsejan no llevar el presente estudio más allá de dicha fecha.

En ausencia de un marco legislativo regulador de la provisión comercial de electricidad, las compañías generadoras y distribuidoras –muy raramente estaban disociadas ambas funciones– negociaron con las autoridades locales (por lo general, municipales; en ocasiones, departamentales, o bien el gobierno cuando se trataba de proveer de electricidad a la capital de la nación) la concesión del servicio público. Mediante el contrato de concesión, las compañías eléctricas procuraban asegurarse el monopolio (exclusividad del 119 En este sentido, es muy esclarecedor el trabajo de Lanciotti (2008) para Argentina. La integración y la renovación tecnológica del sistema de generación y transmisión resultaron retos demasiado exigentes para las empresas eléctricas de primera generación creadas por los propios inversores británicos. 120 Naciones Unidas (1962, pp. 537-76). Únicamente Uruguay se apartó de este modelo al establecer en 1912 que la generación y venta de energía eléctrica correspondía en exclusiva al Estado. 121 Costa Rica fue el precursor del giro que dio la región hacia la intervención pública y la estatización del sector eléctrico. En el caso costarricense, como reacción a la agresiva estrategia llevada a cabo por la AMFORP en 1927-28, el parlamento aprobó la ley que nacionalizaba la energía y establecía el Sistema Nacional de Electricidad, v. Acuña (1993, p. 227). En Brasil, el ascenso al poder de Vargas en 1930 propició el viraje hacia la regulación, que se materializó en la ley de 1934. v. CIER (1989, pp. 157-8). En México el cambio de modelo se inició con la ola de radicalismo y nacionalismo económico que encumbró Cárdenas a la presidencia, en 1934. v. Wionczek (1965, pp. 538-40) y De La Garza (1994). Véase en CIER (1989) los detalles del viraje hacia la regulación y la intervención públicas en el sector en los diversos países sudamericanos.

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servicio) por un plazo determinado. En contrapartida a este privilegio y algunos otros adicionales que eventualmente otorgaban las autoridades –típicamente, la exención de derechos aduaneros sobre el equipo importado y la exención del pago de otros impuestos–, las compañías eléctricas aceptaban que el contrato de concesión regulase las condiciones básicas de la provisión del servicio: su horario, en caso de no ser ininterrumpido, las tarifas máximas, el precio del alumbrado público, y los derechos del concesionario sobre las instalaciones eléctricas de los abonados, y sobre el propio equipo de la central eléctrica al término de la concesión.

Como cabe suponer, hubo una amplia variedad de contratos, de manera que éstos difirieron en aspectos importantes122. Aparentemente, el punto clave estribaba en el otorgamiento o no del monopolio, lo cual dependió del poder negociador, o corruptor, de las partes contratantes. La evidencia hasta ahora conocida lleva a pensar que en las zonas atrasadas y en los núcleos de mediano o pequeño tamaño las compañías eléctricas casi siempre disfrutaron de un status legal de monopolio, y, además, por un período de tiempo muy prolongado123. Sin embargo, no hay que perder de vista que al constituir el sector eléctrico en sus ciclos de transmisión y distribución un monopolio natural las experiencias de competencia quedaron circunscritas a unas pocas grandes ciudades, y generalmente no fueron duraderas124. De manera que, a fin de cuentas, la cuestión concerniente a la regulación del servicio público que tuvo más trascendencia en el proceso de electrificación de Latinoamérica fue la fijación de las tarifas, lo que no sólo se refería a la estipulación de los precios máximos sino también a las condiciones en que éstos podían o debían ser modificados, bien fuera al alza o a la baja. En los casos, al parecer mayoritarios, en que no se contemplaba tal posibilidad, la revisión de las tarifas únicamente

122 Una amplia muestra de contratos de concesión, o más bien de una descripción de sus principales cláusulas, sobre Centroamérica en el período comprendido entre la Guerra Mundial y la Gran Depresión se encuentra en Revista Económica. The leading especialised review of Central America, una revista fundada en 1910 en Tegucigalpa y luego trasladada a San Salvador. 123 Los plazos oscilaron entre 10 y 50 años, situándose la mayoría en torno a 20 ó 25 años. La publicación citada en la nota anterior mantuvo una actitud muy beligerante en contra de los abusos por posición de monopolio, por lo que su reseña de los contratos que fueron firmándose estuvo muy atenta a denunciar la dejación de los intereses públicos por parte de las autoridades centroamericanas. 124 En la capital mexicana las autoridades alentaron la competencia entre 1889 y 1905, pero acabó con ella la todopoderosa compañía Mexican Light and Power. V. Galarza (1941, pp. 119-21) y Armstrong y Nelles (1988, p. 88-91); en Buenos Aires la cronología fue exactamente la misma, correspondiendo el protagonismo a la CATE. La reaparición de un competidor, en 1913, con la creación de la poderosa Compañía Italo-Argentina de Electricidad, no revivió en realidad una situación de competencia, pues ambas empresas se repartieron el mercado. En Bogotá la competencia entre la empresa establecida y una recién llegada duró menos de tres años, entre 1924 y 1927, resolviéndose, como en tantas otras ocasiones, con la fusión. V. De La Pedraja (1985, p. 85). En La Habana, el monopolio se rompió en 1902, para restablecerse en 1913, v. Alshuler y González (1997, pp. 233-53)

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pudo producirse mediante una renegociación del contrato una vez hubiese expirado el plazo de la concesión, a no ser que las partes se avinieran a hacerlo antes de que llegara ese momento. Esto último no solió ocurrir, tanto porque las empresas eléctricas se resistieron a comprometerse a una rebaja de las tarifas aun cuando la consintiera una reducción de los costes unitarios de generación como porque las autoridades hicieron oídos sordos a las peticiones de las compañías que reclamaban un alza de las tarifas cuando el tipo de cambio de la moneda nacional sufría una sensible caída125. Posiblemente, la única coyuntura en que hubo, de manera bastante generalizada, tensiones entre las compañías y las munícipes a cuenta de las alzas tarifarias fue en los años finales de la Primera Guerra Mundial, debido a las fuertes alzas de precios registradas por los bienes en general, y el carbón en particular126.

Por tanto, la fijación de las tarifas en los contratos de concesión raramente fue, en esta época, una seria amenaza para las compañías eléctricas, a diferencia de lo que ocurrió a partir de la década de 1930, cuando los gobiernos se inclinaron crecientemente por imponer tarifas que rebajaban sensiblemente el precio real de la electricidad. Durante la revolución eléctrica lo que desestabilizó financieramente a las empresas de generación y distribución de ámbito local fue el impago o gran dilación en el pago de la factura eléctrica por parte de la administración municipal en la que esas empresas desarrollaban, de forma exclusiva, su actividad. Ahí se enfrentaron a un obstáculo financiero, que cercenó sus posibilidades de expansión del negocio y puso en riesgo su viabilidad económica127. No perdamos de vista que, durante las primeras

125 En las concesiones adjudicadas a compañías eléctricas promovidas por inversores extranjeros, las tarifas solían fijarse en la paridad oro de la moneda nacional, o bien incluían una cláusula de ajuste de tarifas ante una depreciación de la misma. Pero, en algunas ocasiones, los capitalistas foráneos no fueron tan precavidos, lo que dio lugar a que solicitaran insistentemente la revisión de tarifas cuando se desvalorizó la moneda nacional. Adviértase que los inversores locales se vieron igualmente afectados si se endeudaron con el exterior para financiar su inversión, o si tuvieron que hacer una importación masiva de equipo para renovar o ampliar las instalaciones. 126 El incremento explosivo de los precios del carbón encareció notablemente los costes de generación de las centrales térmicas en todo el orbe. V. The Electrician, 23-7-1920, p. 621. Numerosas compañías sometieron a las autoridades a una presión tenaz para vencer su resistencia a la revisión de las tarifas. En algún caso límite la presión llegó al extremo de amenazar con el cierre de la planta. Así ocurrió en el caso de la central establecida en Puerto Plata, que daba servicio eléctrico a esta ciudad y a la de Santiago, en República Dominicana. A comienzos de 1921, la compañía norteamericana propietaria de la planta anunció su cierre si no se aumentaban las tarifas. Las negociaciones concluyeron con la adquisición de la empresa por parte de ambos municipios. V. U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, nº 52 y 116, de 5-3-1921 y 19-5-1921, pp. 1.270 y 1.021. Pero no tengo constancia de casos análogos al referido. 127 Era un mal endémico en muchas partes. En Colombia, por ejemplo, casi todos los municipios urbanos pagaban el alumbrado público con gran atraso, v. De La Pedraja (1985, p. 101). Lo mismo ocurría en México, v. Galarza (1941, p. 127). En la próspera ciudad de La Habana la morosidad en el pago de la factura eléctrica municipal fue también un problema crónico, v. Altshuler y González (1997, p. 244).

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décadas, el alumbrado público representó, para muchas de ellas, la principal fuente de ingresos. Las iniciativas de creación de un gran número de compañías eléctricas en los países más atrasados nacieron precisamente para atender el servicio de iluminación de la vía pública y los edificios oficiales. En consecuencia, el hecho de que el cliente preferente y más importante dejara de abonar la electricidad consumida, o acumulara grandes retrasos en el pago, no podía sino causar enormes perjuicios económicos a las empresas eléctricas. Abundan los ejemplos de ello. Así, en Paraguay la compañía británica que abastecía de electricidad la capital, agobiada por las cargas financieras acumuladas por el impago del Ayuntamiento, traspasó la concesión a una empresa argentina128.

Si las tarifas no agobiaron a los proveedores de electricidad, en cambio sí resultaron, en muchas ocasiones, una gravosa carga para los consumidores. El alto precio de la electricidad, resultante del nulo aprovechamiento de las economías de escala y la ineficiencia de las instalaciones de generación y transmisión de electricidad, supuso un pesado lastre para la difusión de la misma. 7. Las tarifas, un freno al desarrollo eléctrico. En los mercados eléctricos la formación de precios se produjo según dos esquemas distintos. En el primero, cronológicamente hablando –aun cuando perduró en muchos lugares durante todo el período– las tarifas se establecían con independencia del consumo, eran tarifas planas. En el segundo, las compañías distribuidoras fijaban un precio único o variable por kilovatio consumido. En la época era muy común que los abonados pagaran a la compañía eléctrica una suma fija al mes, en función del número y potencia de las lámparas y, eventualmente, de algún aparato. Esta tarifa plana limitaba la demanda máxima sin tomar en cuenta la energía efectivamente consumida. Para evitar el fraude de los abonados consistente en la conexión de un número de lámparas mayor al contratado las compañías instalaron dispositivos limitadores de corriente.

Las tarifas planas predominaban en los países con bajo nivel de desarrollo eléctrico, y en todos aquellos lugares en que el servicio eléctrico estaba restringido a un limitado arco horario, acostumbrando a darse a la vez ambas circunstancias. Incluso en Costa Rica, la nación más avanzada de la región centroamericana, los contadores eléctricos eran prácticamente desconocidos.129 También lo eran en Cuba, fuera de las principales ciudades, al

128 V. The Electrician, 10-11-1916, p. 201; y 8-8-1919, p. 159. Debió también influir las dificultades de refinanciación acarreadas por la Guerra, así como la caída del tipo de cambio de la moneda paraguaya. 129 En 1925 existían únicamente alrededor de un centenar de contadores en uso, según un informe técnico documentado, v. U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 26-1-1925,

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menos hasta la Primera Guerra Mundial130. Solamente en la segunda mitad de la década de 1920 fueron popularizándose en algunas pequeñas economías atrasadas, como Guatemala, pero no en otras, como Honduras, o Venezuela131. En distinta situación se hallaban los mercados eléctricos abastecidos por grandes productores, donde la mayor parte de la electricidad vendida por las compañías eléctricas se facturaba mediante contadores, aunque su universalización aún estaba lejos de haberse producido. Es el caso de Argentina y de Chile, pese que en este último subsistían en muchas partes viviendas que no estaban provistas de ellos.132 Las tarifas planas también habían sido desterradas en las áreas de Brasil atendidas por las compañías importantes133.

Las tarifas planas solían ir unidas a carestía de fluido eléctrico y conllevaban que el uso de la electricidad por parte de los hogares quedara restringido a la iluminación. Las tarifas planas, en la práctica, impedían la difusión de los electrodomésticos134. Las empresas eléctricas no solían contemplar la posibilidad de que los abonados conectaran aparatos a la corriente para evitar tener que sustituir unos generadores cuya capacidad era tan exigua que sólo soportaban un uso muy moderado de luz eléctrica. Es verdad que, a menudo, también suministraban fuerza para motores de escasa potencia en horario diurno, con el fin de aumentar el factor de utilización de las plantas. Donde existían tarifas planas para el consumo de luz igualmente se aplicaban para el consumo de fuerza. Habitualmente no se fijaba un precio único por caballo de vapor sino precios diferenciados según la potencia de los motores. En este caso, el esquema de precios solía ser discriminatorio para los motores de menor potencia, lo cual no favorecía la electrificación de las labores industriales que se realizaban artesanalmente en talleres; máxime cuando las tarifas planas diferenciales solían ir unidas a una limitación de horario de uso135.

Las tarifas planas acarreaban normalmente un elevado precio de la electricidad para iluminación privada, lo que desalentaba su uso por parte de

p. 207. No obstante, al ser las tarifas costarricenses notablemente inferiores a las imperantes en los países vecinos, el uso de electrodomésticos estaba mucho más extendido que en éstos. V. Revista Económica. The leading especialised review of Central America, 1925, nº 6 (abril), p. 446. 130 Smith (1917, p. 14). 131 U.S. Department of Commerce (1927, pp. 24 y 53). 132 U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 1-10-1928, p. 28-9. Pero, en un estudio más detallado promovido por el propio organismo en el año anterior se afirma: «electric current is sold by meter in Chile». V. U.S. Department of Commerce (1927, p. 9). Argentina parecía ir más adelantada, pues casi una década antes en un informe del mismo carácter se señala: «Fixed rates are unpopular among central-station managers and there is therefore a very general demand for house meters». Smith (1919, p. 64). 133 Smith (1919, p. 129). 134 Para Colombia y Venezuela, v. U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 22-6-1925, pp. 699-700; 135 Invariablemente, el horario era diurno y no coincidente con el establecido para el alumbrado público. Respecto a los tarifas diferenciales de la fuerza eléctrica y sus repercusiones, v., por ejemplo, el caso mexicano en Galarza (1941, p. 193).

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unos consumidores que, ya de por sí, tenían un bajo o muy bajo nivel de renta136.

En oposición a la tarifa plana está el esquema de discriminación de precio, según el tipo de consumidor y las características del consumo (potencia máxima, distribución de la carga a lo largo del día). En Chile, en los años 1920, las compañías de servicio público aplicaban tarifas distintas a la fuerza eléctrica según la hora en que se usara137. En Buenos Aires, las compañías aplicaban tarifas distintas a los consumidores según su nivel máximo de demanda y curva de la carga138. En México ocurría lo mismo seguramente de manera más acusada139. Pero, incluso cuando la concesión estipulaba un precio decreciente según la escala del consumo no era raro que la autoridad impidiera que la compañía pudiera establecer una estructura de precios que discriminara según clientes140. En todo caso, los niveles de las tarifas eléctricas fueron muy diversos dentro de la región. Lamentablemente, por ahora no dispongo de suficiente información para trazar un cuadro completo. Sin embargo, con los datos manejados podemos hacernos una idea aproximada del alcance de esas diferencias, siempre que no perdamos de vista que los consumidores domésticos e industriales de muchas zonas estaban sujetos al sistema de tarifas planas. En la banda alta se hallaba México, donde los precios del alumbrado se mantuvieron estables en las tres primeras décadas del siglo XX, variando entre 30 y 35 centavos de dólar por kWh141. Bolivia estaba más o menos emparejado con México142. En Cuba se situaron en un nivel sensiblemente inferior, alrededor de 20 centavos, siendo, al parecer, los umbrales inferior y superior 15 y 25 centavos, respectivamente143. En Centroamérica estaban fijados entre 16 y 30 centavos144, si bien una de las dos mayores compañías de Costa Rica cobraba tan

136 V., para El Salvador, U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 7-10-1929, p. 44; para… 137 U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 1-10-1928, p. 28-9. 138 Smith (1919, p. 34). 139 Las diferencias de precios entre los grandes consumidores industriales y mineros y los pequeños consumidores domésticos, comerciales e industriales llegaban a situarse en rangos tan amplios como 1:15, e incluso 1:25. v. Wionczek (1965, p. 530). 140 Sirva como ejemplo el contrato «moderno» de la empresa costarricense controlada por la A.E.G. para suministro de energía en San José. Revista Económica. The leading especialised review of Central America, 1926, nº 12, pp. 896-7. En contraste, en Estados Unidos se popularizó el esquema de discriminación de precios introducido en Chicago, que aplicaba una escala tarifaria decreciente para estimular el consumo. V. Platt (1991, pp. 85-95). 141 Galarza (1941, pp. 93-5). 142 El precio era de 32 centavos para los primeros 25 kilovatios, y descendía hasta 26 centavos para un consumo superior a 100 kilovatios. V. las tarifas de distintas compañías en Smith (1918, p. 15). 143 Smith (1917, p. 20). El umbral inferior correspondía a La Habana. 144 Revista Económica. The leading especialised review of Central America, 1925, nº 6, p. 446.

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sólo 10 centavos145, mientras que las empresas de algunas repúblicas vecinas, especialmente las de El Salvador y Honduras, aplicaban tarifas planas tan elevadas que para los consumidores significaban pagar más de 30 centavos por kilovatio hora146. Buenos Aires y Montevideo tenían las tarifas más bajas, perfectamente equiparables a las de las grandes ciudades de Estados Unidos: alrededor de 5 centavos147. En resumidas cuentas, los mercados eléctricos latinoamericanos se caracterizaban por una gran diversidad en lo que atañe al nivel de las tarifas. El espectro era amplísimo: la proporción entre los precios máximos y mínimos rondaba la razón 6:1. A la vista de ello, no es de extrañar que la aplicación de la electricidad, y su consumo, fuera tan dispar dentro de la región.

Como no podía ser de otra manera, la fijación de tarifas elevadas por parte de las empresas eléctricas proveedoras del servicio público fue, generalmente, un lastre muy pesado para el desarrollo del proceso de electrificación. Precios muy altos conllevan una baja demanda. Esto se vio exacerbado en algunas ocasiones por la estrategia de las empresas eléctricas, que, ante un aumento de la demanda que amenazaba con sobrepasar su capacidad productiva, en lugar de proceder a su ampliación optaron por elevar las tarifas para contener el consumo148. Una variante de esta política consistió en limitar la demanda de forma directa restringiendo las altas de abonados, con la consiguiente formación de listas de espera149. En muchos países, ante el nivel de las tarifas, los consumidores optaron por utilizar la electricidad únicamente como fuente de iluminación150. En algunos lugares, los altos precios establecidos por las compañías eléctricas alentaron la compra de equipo autogenerador por parte de particulares deseosos de contar con corriente eléctrica para poder iluminar sus viviendas y hacer funcionar algunos electrodomésticos y pequeños aparatos básicos para labores domésticas o agrícolas, como bombas de agua y máquinas de coser. Éste fue el caso, por ejemplo, de Colombia151. Puede conjeturarse que estas acciones tenían un beneficio social neto si eran tomadas por individuos que residían en áreas rurales con población diseminada, en las cuales la distribución de la energía eléctrica resultaba muy costosa152. Pero la opción de proveerse de electricidad por sí mismo tenía, obviamente, un alto

145 Revista Económica. The leading especialised review of Central America, 1925, nº 12, p. 879. 146 Así ocurría, en la práctica, cuando se fijaban precios de 1,25 dólares al mes por cada lámpara de 25 vatios, lo que no era infrecuente en los países mencionados. 147 Smith (1919, p. 34 y 81). 148 Así ocurrió en Bogotá en 1902 y 1920, v. De La Pedraja (1985, pp. 73 y 81). 149 La compañía eléctrica de Medellín, de propiedad municipal, siguió esta política durante años. Ibid, p. 92; en Bogotá ocurrió otro tanto en diversas ocasiones. V. Camilo (1999, p. 136-7; 150 Para Bolivia, v. Halsey (1918, p. 110); …. 151 L’Électricien. Revue Internationale de l’électricité et de ses applications, 1-7-1925, p. e-326. 152 En las economías latinoamericanas más ricas y dinámicas, como la argentina, la demanda de equipos autogeneradores diseñados para granjas era muy pujante. V. Revue générale de l’électricité, nº 20, 20-5-1922, p. 154-B.

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coste social si quienes la tomaban eran individuos que habitaban en el radio de acción de las centrales eléctricas, como así fue en los casos mencionados153. 8. Una limitación añadida: el servicio de horario restringido

Las pequeñas centrales eléctricas que abastecían los centros urbanos de las zonas rurales, e incluso, en los países más atrasados, las que abastecían las principales ciudades, sólo daban servicio en horario nocturno, puesto que inicialmente, en muchos lugares, la corriente eléctrica no cumplía otra función que la del alumbrado público y privado154. Este modelo se ajusta al existente en los países más desarrollados en el período inaugural de la electricidad, esto es, en la década de 1880 y primeros años de la siguiente155. Que todavía se mantuviera vigente en muchos puntos de América Latina en la segunda y la tercera décadas del siglo XX delata más que cualquier otra cosa, a falta de datos sobre consumo, una situación de gran retraso eléctrico.

Por consiguiente, en la extensión del servicio eléctrico al horario diurno, deviniendo prestación ininterrumpida del servicio, hallamos un signo claro de progreso en el proceso de electrificación. La disponibilidad del fluido eléctrico en cualquier momento del día es condición inexcusable para que éste pueda emplearse para la tracción de los medios de transporte y como fuerza mecánica en la industria y otras actividades productivas, además de ser un requisito para la adopción de la iluminación eléctrica en toda clase de establecimientos y el uso de los electrodomésticos. La cronología del tránsito del servicio restringido al ininterrumpido desvela cuándo se produjo el tránsito hacia un estadio de creciente aplicación y difusión de la electricidad. Por ahora, el cuadro que puede trazarse es muy incompleto. Con todo, es harto revelador.

En Buenos Aires, ya en 1893 el servicio eléctrico se extendió a las 24 horas del día156. En Montevideo no se dio este paso hasta 1906, mientras que en Bogotá se produjo en 1921, y en Santo Domingo en 1925157. En la opulenta isla de Cuba, a la altura de la Primera Guerra Mundial, solamente el 5 por ciento de las centrales de servicio público ofrecían el fluido de forma ininterrumpida. En las centrales más pequeñas el servicio quedaba reducido a seis horas por la noche, ampliándose hasta doce cuando estaba contratado el alumbrado

153 El caso opuesto sería el de la industria argentina. Según un técnico buen conocedor del sector eléctrico en dicho país, «la mayoría de los industriales argentinos parecen haber preferido servirse de las centrales antes que de la autoproducción siempre que la ubicación de sus establecimientos ha permitido una alimentación directa desde las redes de distribución». V. Sintes (1943, p. 30). 154 Sirva como ejemplo Bolivia. Ni siquiera algunas ciudades de más de 20.000 habitantes tenían servicio ininterrumpido. Solamente tres ciudades disponían de él: La Paz, Cochabamba y Potosí. Smith (1918, p. 12). 155 Para el área metropolitana de Chicago, v. Platt (1991, p. 165). 156 CIER (1989, p. 111). 157 CIER (1989, p. 283), Camilo (1999, pp. 324 y 340) y U.S. Department of Commerce (1927, p. 17).

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público158. En Ecuador y Colombia el servicio eléctrico ininterrumpido seguía únicamente confinado, a finales de los años 1920, a las principales ciudades costeras.159 En Venezuela, el suministro continuo estaba más extendido, pues comprendía Caracas, las capitales de estado y alguna otra ciudad160. Ahora bien, la industria de la propia capital no escapaba a la restricción horaria: los motores eléctricos sólo podían funcionar doce horas al día. En las pequeñas ciudades del interior de Argentina las compañías eléctricas restringían el horario de uso de la fuerza motriz, e incluso, en las poblaciones de menor tamaño, el fluido eléctrico se interrumpía en el horario diurno, haciendo imposible el uso de electrodomésticos. En las zonas más despobladas y remotas de Chile y Uruguay ocurría otro tanto161. Consideraciones finales América Latina asistió puntualmente al nacimiento de la era de la electricidad; al menos así lo hicieron las naciones más avanzadas de la región, y también otras que no lo eran. En los años 1880 se introdujo el alumbrado eléctrico en las principales ciudades, generalmente a iniciativa de empresarios locales. Allá donde existía minería no tardaron en aparecer motores eléctricos aplicados al bombeo de agua, al acarreo y trituración de los minerales y a otras labores. Las propias empresas mineras a menudo abastecieron de fluido eléctrico a las poblaciones vecinas. Unos años más tarde, en el cambio de siglo, comenzaron a circular tranvías eléctricos por las urbes más dinámicas, al mismo tiempo que lo hacían en Europa. Con el nuevo siglo, las industrias fueron dotándose de electricidad no ya para iluminar las instalaciones sino para mover la maquinaria. La industria fabril de las economías más desarrolladas (Argentina, Chile, Uruguay), o de aquellas que tenían potentes distritos industriales (Brasil), siguió la estela trazada por sus homólogas de Estados Unidos y Europa en la transición de la tecnología de la máquina de vapor a la del motor eléctrico. Algunas áreas –en Brasil, México y Chile– que contaban con una abundante dotación de minerales metálicos básicos (hierro y cobre) potenciaron una industria metalúrgica sostenida sobre el proceso por electrólisis. Sin embargo, el consumo de electricidad por habitante seguía siendo bajo transcurrido medio siglo desde los inicios de la electrificación, cuando puede decirse que la revolución eléctrica ya había hecho su curso. Solamente Cuba, Chile, Argentina, Costa Rica, México y Uruguay, por este orden, habían alcanzado unos niveles de consumo análogos a los de las economías europeas

158 Smith (1917, p. 13). 159 U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 30-4-1928, 294. 160 CIER (1989, p. 318). 161 U.S. Department of Commerce (1927, pp. 12 y 21); U.S. Department of Commerce, Commerce Reports, 18-2-1929, p. 411-3.

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de industrialización tardía. Los restantes, salvo Brasil y Perú, hacían un uso de la electricidad extremadamente limitado, apenas mayor al de los países asiáticos (Japón aparte). El subdesarrollo eléctrico estaba muy estrechamente emparentado con el subdesarrollo económico. La causa fundamental del bajo consumo de electricidad era la debilidad de la demanda. Incluso en la próspera Cuba, que encabezaba el ránking latinoamericano en consumo eléctrico y que disponía en la capital de una infraestructura eléctrica equiparable a la de las ciudades norteamericanas, en muchas poblaciones del interior había numerosas viviendas cuya dotación de aparatos eléctricos se reducía a una única lámpara, que servía para iluminar todo el espacio interior162. Como cabe imaginar, en los países más pobres, como Bolivia, semejante estado de miseria eléctrica estaba muy extendido163. Una demanda tan reducida condicionó severamente la respuesta productiva. Fuera de las grandes ciudades, la oferta se configuró de tal modo que resultó muy ineficiente. Esto, a su vez, se convirtió en un poderoso obstáculo para un mayor uso de la electricidad. En una palabra, Latinoamérica padeció el típico círculo vicioso, que condena a no poder escapar del atraso, entre una demanda débil que impide la aparición de oferentes capaces de lograr una elevada productividad, y unos productores que al ofrecer un servicio limitado, caro y de baja calidad inhiben la demanda. En los núcleos urbanos más grandes y dinámicos de todas las repúblicas latinoamericanas las centrales eléctricas fueron, generalmente, promovidas y financiadas por el capital extranjero. Pero en las poblaciones de menor rango se crearon a iniciativa de empresarios locales, que, ante un consumo previsto muy escaso, y teniendo a su alcance pocos recursos financieros, establecieron plantas de generación diminutas y redes de transmisión y distribución de cortos vuelos. En algunos lugares, las propias entidades municipales tuvieron que promover directamente los sistemas eléctricos porque el capital privado no se animaba a hacerlo al juzgar que no darían suficiente rendimiento económico. El mismo marco institucional condujo a que se conformase un mercado eléctrico totalmente fragmentado, de ámbito puramente municipal, pues en ausencia de un modelo de regulación pública estatal la concesión del servicio quedó en manos de los ayuntamientos. Y éstos tendieron a otorgar la concesión en exclusiva sin exigir mucho a cambio. Casi siempre se conformaron con tasar los precios máximos del alumbrado público y privado, conviniendo que los referentes a este último se fijasen en un nivel tan elevado que desincentivó el consumo. No se trata necesariamente de que el interés social o colectivo cediera ante el interés privado. Simplemente, el insuficiente tamaño del mercado impuso un modelo de sistema eléctrico ineficiente. Los precios de la electricidad tendían a ser muy

162 Smith (1917, pp. 19 y 22). 163 Smith (1918, p. 12)

41

altos debido a que también lo eran los costes de producción del kilovatio. Las economías de escala brillaban por su ausencia, y el uso de combustibles de bajo poder energético –o de corrientes de agua con poca fuerza– impedía rebajar las tarifas. El abastecimiento eléctrico solía estar restringido al horario nocturno, con lo que, inevitablemente, los factores de utilización de las plantas se mantenían en cotas sumamente bajas, de alrededor del 15 al 20 por ciento. Igualmente, en muchos lugares, el factor de diversificación no podía dejar atrás el umbral mínimo, al no darse a la electricidad otro uso que el de la iluminación. Las carencias económicas y las dificultades de acceso a financiación exterior que soportaban la mayoría de los sistemas eléctricos locales imposibilitaron no sólo la ampliación de la capacidad productiva sino también la renovación de la tecnología, que mejoró enormemente durante las primeras décadas del siglo XX. Los condicionantes aquí expuestos, que han sido examinados de forma preliminar en este trabajo, únicamente podían ser superados mediante una acción de integración de gran envergadura. El capital privado estadounidense –el grupo AMFORP– lo intentó a través de una estrategia de inversión extremadamente ambiciosa. Pero, si hemos de juzgarla por los resultados obtenidos hasta 1930, no tuvo demasiado éxito. Es posible que finalmente no lo tuviera debido a que se viese frustrada por el viraje hacia una política económica nacionalista e intervencionista por parte de los gobiernos latinoamericanos a partir de la Gran Depresión. La nueva política pretendió superar de una vez por todas las limitaciones del modelo forjado en tiempos de la revolución eléctrica. Pero esa es otra historia, que, sin duda, merece otra investigación.

42

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económica comparada, México D.F., El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, pp. 96-124.

49

Gráfico 1. Importaciones de equipo eléctrico y capa cidad de generación eléctrica

y = 230,92x0,8538

R2 = 0,9404

100.000

1.000.000

10.000.000

100.000.000

1.000 10.000 100.000 1.000.000

Capacidad instalada en 1930 (KW)

Impo

rtac

ione

s ac

umul

adas

189

0-19

30 (

en £

de

1913

)

Par

Bo

l

CR

Gu

a

Cu

b

Mex

Bra

Arg

Chi

PerCol

Uru

Ven

SalEcu

Hon

Nic

Fuentes: Cuadros 1 y 2

Gráfico 2. Producción de electricidad por habitant e en 1930 (KWh)

0 200 400 600 800 1.000 1.200 1.400 1.600 1.800 2.000

ChinaIndonesia

HaitíParaguay

FilipinasR. Dominic.El SalvadorNicaraguaHonduras

VenezuelaColombiaEcuador

GuatemalaBoliviaGrecia

PeruPortugalRumania

BrasilURSS

América LatinaUruguayHungríaMéxico

Costa RicaEspaña

ArgentinaChileCuba

JapónItalia

Paises BajosAustralia

Reino UnidoFrancia

AlemaniaNueva Zelanda

Bélgica17 países Occidente

SueciaEEUUSuiza

CanadáNoruega //

Fuentes: Mitchell (2003a)(2003b) y (2007), y, para América Latina cuadro 1…

50

Gráfico 3. Importaciones per cápita acumuladas de e quipo eléctrico y tasa de urbanización

0

50

100

150

200

250

300

0,0 0,1 0,2 0,3 0,4 0,5

Tasa de urbanización en 1913

Impo

rtac

ione

s ac

umul

adas

189

0-19

30

por

100

habi

tant

es (

en £

de

1913

)

Fuente: elaboración basada en el cuadro 2 y, para la población, las fuentes indicadas en el cuadro 4, y OXLAD

(2004)

Gráfico 4. Importaciones per cápita acumuladas de e quipo eléctrico y participación financiera extranjera, c. 1930

0

50

100

150

200

250

300

0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100

Propiedad extranjera sobre el total (%)

Impo

rtaci

ones

acu

mul

adas

189

0-19

30

por

100

habi

tant

es (

en £

de

1913

)

Fuente: v. gráfico 3 y Hausman, Hertner y Wilkins (2008, pp. 31-3).

51

Cuadro 1. Capacidad eléctrica instalada en 1930, en kW*

Argentina1 820.241 Bolivia2 25.200 Brasil3 694.872 Colombia4 59.564 Costa Rica5 23.424 Cuba6 357.147 Chile7 302.000 Ecuador8 5.491 El Salvador9 7.174 Guatemala 18.500 Haití n.d. Honduras 4.791 México10 500.000 Nicaragua 3.261 Panamá (incluida Zona del Canal) 6.931 Paraguay11 2.850 Perú12 61.097 R. Dominicana Uruguay 50.721 Venezuela13 20.888 América Latina 2.964.151

*A menos que se indique lo contrario, los datos proceden de Bradley (1931). (1)He dado por válida la cifra que ofrece Bradley para 1926. La cifra correspondiente a 1930 ha sido estimada proyectando la tasa de crecimiento del período 1916-27, la cual es sólo ligeramente superior a la de 1927-35. (2) CIER (1989, p. 148). (3) Ministerio da Agricultura (1935, p. 343). (4) He seguido el mismo procedimiento que para Argentina. (5)He considerado que la cifra que ofrece Bradley como capacidad hidroeléctrica (31.400 H.P.) corresponde en realidad a la capacidad total, pues según otras fuentes la primera ascendía a 18.000 kW. (6) He estimado la potencia de las centrales públicas en 179 MW, partiendo de que, según el Anuario Estadístico de Cuba (1952, p. 127), la capacidad de las plantas censadas (170 MW) cubría más del 90% del total (he supuesto 95%). Los 162 MW corresponden a la capacidad de los centrales azucareros de 1927, según Altshuler (1998). He supuesto que no aumentaron capacidad hasta 1930. He añadido arbitrariamente un 10% para el resto de autoproductores. (7) CIER (1989, p. 223) (8) Según Brandley, la capacidad hidroeléctrica era 6.400 H.P. a fin de 1930. He añadido un 15% más, siguiendo su juicio de que sólo una pequeña proporción de la energía eléctrica era de origen térmico (p. 104). (9) El dato resulta de aceptar para el año 1927 los datos de U.S. Deparment of Commerce (1927), y extrapolar la tasa de crecimiento del período 1916-27 (Bradley (1931, p. 72)). (10) Comisión Nacional de Irrigación (1931, pp. 23-4). (11) Brandley consigna 2.700 kW de potencia térmica (a madera), a los cuales he sumado la pequeña central hidroeléctrica que, según este autor existía, y cuya capacidad he supuesto que era de 200 H.P.. (12) He extrapolado a 1930 la tasa de crecimiento de la capacidad instalada entre 1934 y 1940. Estos dos datos proceden de CEPAL (1956). El resultado es coherente con la cifra de potencia hidroeléctrica instalada en 1930, según Branley (55.000 H.P.), si suponemos que en aquella fecha había la misma proporción entre hidro y termo que en 1940, según el Anuario Estadístico de Perú de 1945. (13) Se refiere al año 1929.

52

CUADRO 2. IMPORTACIONES DE BIENES DE EQUIPO ELÉCTRICO DE G-3, EN LIBRAS ESTERLINAS DE 1913

años

Arg

entin

a

Bol

ivia

Bra

sil

Col

ombi

a

Cos

ta R

ica

Cub

a

Chi

le

Ecu

ador

El S

alva

dor

Gua

tem

ala

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dura

s

Méx

ico

Nic

arag

ua

Par

agua

y

Per

ú

Rep

úblic

a D

omin

ican

a

Uru

guay

Ven

ezue

la

TO

TA

L 20

1891 14.719 2 293.030 11.848 2.836 32.624 20.636 2.091 7.701 12.043 2.717 1.396 60.241 2.260 688 15.421 345 10.392 11.069 502.057 1892 44.297 0 144.569 10.157 2.737 40.435 26.803 1.562 6.314 8.181 2.002 667 40.775 4.709 0 7.059 593 3.691 11.289 355.840 1893 20.582 0 44.484 9.226 2.244 36.240 46.184 1.527 3.479 6.360 1.449 401 30.946 826 0 4.726 1.184 3.760 11.330 224.948 1894 28.119 0 63.429 7.509 2.835 33.576 20.925 1.286 3.301 7.346 1.277 1.032 46.930 1.693 8 3.412 3.210 4.498 13.035 243.419 1895 44.252 0 343.096 7.798 4.453 25.021 19.108 1.545 4.369 12.733 1.429 1.626 67.943 3.923 100 7.272 3.766 5.625 16.861 570.920 1896 60.909 0 112.936 13.471 4.445 14.077 19.933 2.267 5.872 15.128 2.011 1.257 76.179 2.281 32 11.207 2.702 7.449 17.473 369.628 1897 80.098 0 123.186 14.480 3.551 8.386 15.609 2.225 5.446 14.363 872 1.870 120.327 2.739 23 9.446 1.971 5.618 18.564 428.775 1898 291.087 32 66.611 11.628 7.060 15.496 21.385 3.065 3.297 6.425 452 1.594 99.193 2.382 163 5.042 1.431 11.179 10.457 557.979 1899 198.941 131 95.152 8.764 8.682 38.459 76.393 5.634 2.792 4.399 524 1.045 111.812 2.174 859 13.375 2.582 12.718 5.208 589.644 1900 151.023 307 476.601 6.732 8.569 52.425 32.075 7.143 3.966 4.760 1.641 1.133 116.229 2.689 110 39.069 4.022 10.519 4.778 923.791 1901 131.066 2.332 81.566 5.943 5.425 43.598 19.681 3.876 2.988 4.332 1.452 1.071 83.763 1.529 828 14.192 2.776 9.708 6.131 422.257 1902 93.157 211 128.608 6.063 5.180 33.452 18.730 3.222 1.999 3.358 764 551 156.103 2.866 80 20.566 1.144 7.890 5.980 489.925 1903 119.171 621 109.736 7.607 12.049 33.362 36.810 4.807 2.519 2.721 1.298 930 146.581 3.048 160 37.493 939 4.265 10.240 534.357 1904 141.678 699 166.242 7.050 11.477 94.758 43.797 5.109 2.992 3.772 837 1.779 147.181 1.614 762 32.733 1.539 6.930 18.743 693.688 1905 279.722 1.269 205.451 13.274 5.698 126.334 241.588 5.660 4.895 5.377 1.103 2.101 244.340 2.580 253 43.325 2.796 17.054 21.617 1.234.727 1906 694.142 5.426 368.583 8.027 10.104 133.813 173.199 6.602 5.203 5.721 609 2.337 309.181 2.831 2.379 69.596 3.007 87.927 30.204 1.939.063 1907 796.253 9.645 452.683 15.571 12.631 157.754 205.123 8.366 6.478 9.907 590 1.639 334.181 2.151 782 94.708 2.577 260.308 37.643 2.438.264 1908 704.662 3.321 420.479 11.115 10.657 131.575 370.699 6.612 4.981 5.777 408 1.088 251.164 1.322 442 38.820 2.331 113.525 20.929 2.140.674 1909 828.465 9.220 638.462 20.253 18.300 142.800 164.823 7.446 7.458 8.020 1.909 2.479 453.516 2.498 42 47.906 3.755 82.497 20.544 2.532.774 1910 1.312.463 9.531 1.141.568 32.850 20.736 247.152 257.972 8.045 11.588 8.642 7.974 5.400 744.494 4.850 2.741 50.128 5.776 208.467 28.268 4.194.347 1911 1.076.044 9.764 1.088.696 29.610 15.832 224.650 254.517 7.331 10.097 7.964 6.883 8.205 542.715 6.346 633 42.634 7.637 117.769 29.221 3.540.953 1912 1.264.658 16.053 1.225.086 39.462 22.325 274.749 382.087 10.754 12.236 13.552 3.177 7.816 503.511 4.715 19.751 65.641 23.746 153.286 26.612 4.244.366 1913 1.444.324 23.813 1.153.563 58.672 26.616 293.945 417.299 13.655 13.739 16.936 4.192 6.804 439.035 7.114 19.273 96.020 28.142 122.109 38.081 4.504.234 1914 897.661 12.871 564.947 61.856 24.963 260.460 224.407 21.532 10.780 10.811 2.555 11.379 234.520 6.959 662 61.950 14.015 67.613 34.395 2.743.944 1915 301.968 8.599 258.182 47.169 16.953 291.596 107.222 18.736 10.909 6.338 1.487 11.703 128.198 4.520 228 50.064 7.415 55.698 38.378 1.512.071 1916 287.102 6.019 363.899 49.864 12.205 413.126 225.775 14.978 13.076 8.781 4.066 10.173 164.139 5.031 459 57.616 10.525 39.771 43.358 1.852.897 1917 391.744 6.088 438.301 49.362 8.481 473.701 306.679 16.765 11.783 9.179 13.889 8.239 212.701 5.602 2.208 96.906 19.992 55.209 38.892 2.300.562 1918 320.859 11.941 322.237 31.460 3.720 352.060 337.703 10.179 6.390 5.515 13.002 4.074 206.674 4.758 2.999 77.217 19.239 45.435 24.337 1.905.213 1919 409.480 25.140 577.311 52.642 6.546 359.195 242.059 15.106 12.374 12.983 5.432 6.947 268.186 7.635 992 142.640 15.604 102.629 29.114 2.337.288 1920 770.924 17.999 851.546 109.226 16.660 899.228 256.656 24.759 20.895 19.281 10.209 13.764 490.284 18.811 3.689 290.184 39.036 104.537 54.998 4.107.005 1921 999.414 38.504 752.790 203.453 17.791 704.454 413.848 12.010 16.340 27.945 6.703 20.495 773.502 11.205 1.311 188.689 44.086 87.106 66.747 4.476.654 1922 814.222 12.028 396.619 58.512 10.097 248.420 462.235 20.108 9.805 15.460 4.014 17.586 419.727 5.628 548 70.649 24.260 80.062 44.947 2.735.146 1923 1.359.663 28.877 590.272 93.182 20.643 434.037 739.673 25.285 18.547 37.592 10.160 34.108 469.737 11.586 675 137.297 23.202 127.524 54.628 4.259.385 1924 1.133.903 26.512 810.949 114.658 32.275 668.883 492.375 24.200 26.773 72.965 9.468 20.741 913.882 20.672 2.220 156.455 27.231 90.660 80.111 4.787.166 1925 1.441.064 23.220 910.637 134.160 27.778 722.756 452.587 27.588 37.123 46.299 10.396 19.555 723.027 18.575 2.796 153.913 27.539 139.972 111.581 5.143.559 1926 2.116.949 28.892 1.007.028 216.567 26.236 521.975 1.057.521 42.279 41.920 86.745 18.993 24.937 775.973 16.949 2.415 138.017 25.247 145.606 199.879 6.582.963 1927 2.386.554 27.041 1.147.507 329.093 28.778 546.082 606.436 34.198 40.064 79.902 16.947 30.673 881.460 15.973 4.125 186.170 50.479 183.634 217.439 6.906.678 1928 3.041.710 44.745 1.335.760 437.658 61.436 486.837 674.193 36.895 40.416 92.432 15.977 29.006 894.733 27.700 18.689 140.311 60.096 188.472 236.498 7.977.386 1929 2.963.621 58.250 1.681.089 423.760 62.207 588.479 810.677 38.733 46.080 84.638 21.218 25.889 996.050 29.105 9.225 204.984 39.494 239.791 266.558 8.714.470 1930 3.272.706 66.291 1.198.184 306.531 35.572 562.654 1.146.426 39.026 34.710 50.745 20.019 37.894 1.343.882 28.413 12.756 163.728 50.414 458.057 403.632 9.453.167 Fuentes:

53

CUADRO 3. TASAS DE CRECIMIENTO ANUAL DE LAS IMPORTACIONES DE EQUIPO ELÉCTRICO

años

Arg

entin

a

Bol

ivia

Bra

sil

Col

ombi

a

Cos

ta R

ica

Cub

a

Chi

le

Ecu

ador

El S

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Gua

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Per

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omin

ican

a

Uru

guay

Ven

ezue

la

TO

TA

L 20

1891-1929 15,0 30,4 4,7 9,9 8,5 7,9 10,1 8,0 4,8 5,3 5,6 8,0 7,7 7,0 7,1 7,0 13,3 8,6 8,7 7,8

1891-1913 23,2 51,9 6,4 7,5 10,7 10,5 14,6 8,9 2,7 1,6 2,0 7,5 9,4 5,4 16,4 8,7 22,2 11,9 5,8 10,5

1913-1929 4,6 5,8 2,4 13,2 5,4 4,4 4,2 6,7 7,9 10,6 10,7 8,7 5,3 9,2 -4,5 4,9 2,1 4,3 12,9 4,2

1891-1900 29,5 71,5 5,6 -6,1 13,1 5,4 5,0 14,6 -7,1 -9,8 -5,4 -2,3 7,6 1,9 -18,4 10,9 31,4 0,1 -8,9 7,0

1901-1913 22,1 21,4 24,7 21,0 14,2 17,2 29,0 11,1 13,6 12,0 9,2 16,7 14,8 13,7 30,0 17,3 21,3 23,5 16,4 21,8

1913-1920 -8,6 -3,9 -4,2 9,3 -6,5 17,3 -6,7 8,9 6,2 1,9 13,6 10,6 1,6 14,9 -21,0 17,1 4,8 -2,2 5,4 -1,3

1921-1929 14,6 5,3 10,6 9,6 16,9 -2,2 8,8 15,8 13,8 14,9 15,5 3,0 3,2 12,7 27,6 1,0 -1,4 13,5 18,9 8,7

Fuente: v. cuadro 2.

54

55

Cuadro 4 Niveles de importaciones de equipo eléctrico por habitante, en relación a la media latinoamericana ( Latinoamérica = 100 en cada período). Países / años 1891-1899 1928-1930 1891-1930 Argentina 269 312 285 Cuba 218 170 285 Chile 139 244 233 Uruguay 118 205 201 Costa Rica 213 127 120 México 75 75 74 Brasil 120 50 67 Venezuela 71 108 59 Perú 34 37 51 República Dominicana 56 48 50 Guatemala 97 51 40 Nicaragua 79 49 38 Honduras 37 39 38 El Salvador 80 34 35 Colombia 36 59 35 Ecuador 23 23 23 Bolivia 0 28 19 Paraguay 7 19 13 Haití 13 9 8

Fuentes: Cuadro 2 y las series de población proceden de Angus Maddison, <http:www.ggdc.net/maddison, Statistics on World Population, GDP and Per Capita GDP, 1-2006 AD >. En los casos en que Maddison no ofrece datos anuales para 1891-1899, el dato de población de 1890 procede de Bulmer-Thomas (2003, p. 412), habiendo estimado los valores de los restantes años mediante interpolación exponencial.

56

Cuadro 5 Importancia relativa de las plantas de generación de muy pequeño tamaño, en porcentaje sobre el total*. Año 1927

País número potencia

Argentina 49,0 1,5

Bolivia 0 0

Brasil 43,5 0,8

Colombia 55,6 2,0

Costa Rica 21,4 1,5

Cuba 59,1 1,2

Chile 30,2 0,6

Ecuador 80,8 22,5

El Salvador 61,1 9,0

Guatemala 78,9 19,8

Honduras 30,0 3,2

México 22,2 0,3

Perú 26,9 0,5

Uruguay 19,0 0,8

Venezuela 54,8 4,3

Latinoamérica (15 países) 43,6 1,2 *Centrales con una capacidad instalada igual o inferior a 100 KW

Fuente: elaboración propia a partir de U.S. Department of Commerce (1927a).

Cuadro 6 Estructura de las centrales eléctricas según la capacidad de generación instalada. 1934-5, en porcentaje.

100 KW o menos 101-750 KW 751-5.000 KW Más de 5.000 KW País

Nº Potencia Nº Potencia Nº Potencia Nº Potencia

Brasil 59,91 2,51 28,12 10,12 9,83 24,43 2,24 63,04

Colombia 84,4 10,7 11,7 17,7 3,2 28,4 0,7 43,2

México5 62,7 1,8 22,7 9,0 11,5 23,9 3,1 65,4

Notas: (1) 100 H.P. o menos (2) 101 a 1.000 H.P. (3) 1.000 a 7.000 H.P. (4) Más de 7.000 H.P. (5) El registro estadístico se hizo en 1930

Fuentes: elaboración propia basada en Brasil. Ministerio da Agricultura (1935, p. 346); Colombia. Departamento de Contraloría (1936, p. 144-52); y México. Comisión Nacional de Irrigación (1931, pp. 27-77).