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Palabras de un soñador

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Palabras de un soñador

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Andrés Felipe Barbosa

Me levanto, me miraría al espejo si tuviera, pero me basta con solo verme a través del reflejo

del charco de agua hecho por la inclemencia del tiempo que siempre está a mi lado o al lado

de mi “cama” porque quien llamaría cama al suelo y cobija a las ropas sucias de todos los

días. Miro alrededor como siempre pero aun así no noto nada nuevo; las cuatro esquinas

crujiendo por la humedad, las mismas velas a punto de extinguirse, la misma mesa en el

centro de la habitación cubierta de parafina y agua mohosa, el mismo techo lleno de huecos

y láminas de hojas rotas, las mismas plagas regodeándose de nuestros desperdicios, los

mismos cuatro bultos llenos de personas cerca a la mesa uno más pequeño o grande que otro

y la misma luz atenuada por las nubes que entran por cualquier orificio de nuestro hogar.

Soy la primera en despertar como siempre aunque me despierta el simple hecho de vivir como

parcinos en un lugar tan poco ameno y ajeno a nuestro bienestar, donde parece formarse el

miasma con el simple aire existente en un lugar plagado de parcas ansiando devorarnos

lentamente con el recuerdo de los amores y aprecios inexistentes, levantando fantasmas que

queremos olvidar, cosechando nuestras sombras, mostrándome en ellas oscuras intenciones

reflejadas en nuestras paredes.

Quisiera no salir, me siento sucia, después de todo parece que vivo en la inmundicia, pero

antes era mejor. Todo es culpa de Josué, si no hubiera trabajado tan duro no estaría metido

en una caja tres metros más cerca del infierno, seria ahora de más ayuda a esta mísera familia

que tristemente se mantiene con remilgos y adulaciones a personas que nos ven inexistentes,

lo que me hace sentir algo pródiga pues nunca quisiera entrar en el mundo que nuestros

donantes muestran, en fin, me toca rogarle al señor Ricardo algunas migajas de pan después

de todo ha estado muy colaborador desde que mi hermana le ayuda cerrar la tienda por las

noches y no está de más aprovechar la generosidad de personas tan molestas como él.

Hago el mismo recorrido por horas vagando por el pueblo, miro las mismas personas

mirándome con repudio y asco, las mismas casas blancas mezcladas con el rojo salpicado

por algo más que nieve, las mismas calles empedradas llenas de mugre y sangre que nadie

parece notar y los que la notan sangran mientras los que la ensucian masacran según sus putos

impulsos de ansiedad. Todo parece igual pues nunca ha sido diferente desde mi concepción

en este lúgubre lugar.

No hemos comido mucho desde hace dos días, el dinero nunca alcanza para algo más que un

pan, Natalia no ha vuelto desde un par de noches, Arsenio y Jaime hacen lo mismo después

de trabajar en aquella mina cubierta de muertos sin descanso eterno, descansar y quejarse

contra mí porque dicen que no hago lo suficiente en la casa y tienen razón, no trabajo como

ellos, no soy hombre ni tampoco soy grande o fuerte para trabajar como un asno durante doce

horas solo para después gastarme los pesos con unas putas más estúpidas que ellos mientras

la familia en la que no pueden amainar sus libidos deseos no tienen más que un pan al día.

No puedo reprocharles, son mis hermanos después de todo.

-Ariadna, ven a ayudarme con la comida.

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-¡Un momento! -Parece un cadáver sin fuerza- ya voy madre

Después unos días llegó Natalia consciente de nuestra necesidad, dando todo el dinero que

traía encima y ofreciéndonos algo más que agua de nieve. Después de comer vi a Natalia

salir contenta ayudar a Ricardo, si bien es cierto que esa poca plácida compañía nos ayuda

ocasionalmente no debería tener razones para alejarme de la única familia que me queda,

pero sigo sin entender porque llega tan sudorosa y con ese olor a pescador que tanto odio, no

puedo replicarle nada respecto a eso, a pesar de todo me da miedo ver a ese señor tan

mórbidamente horrible solo en su forma de mirar aunque Natalia lo soporta muy bien, debe

ser porque ella es mayor que yo y sus encantos cambian el temple de cualquiera en esta

sociedad banal, no dudo que algún día ella pueda salir de esta pocilga, solo espero que me

lleve con ella….Le seré útil hasta entonces.

El tiempo sigue pasando, las cosas no van bien pero no me puedo quejar, han mejorado

mucho desde el regreso de mi hermana. Arsenio y Jaime aportan más dinero a la casa, ya casi

podemos comer comida de verdad, parece que la minería va bien y que las putas próximas a

aquel lugar han dejado de cobrar tanto. El peso de mi “utilidad” me embarga porque todos

trabajan siendo yo el estorbo que nadie aprecia, pero por primera vez en años me siento algo

feliz, ya casi ni noto el olor a miseria de mi casa, ni el olor a muerto de Astora, mi pueblo.

Desde hace muchos años nuestro padre nos abandonó a nuestra suerte, no sé ni su nombre

pero menuda bendición, así no recordare el nombre de quien tengo que odiar, ni cargar con

el peso de lo que pudo darme y nunca me dejo, pues lo único que me heredó es odio. Mi

madre trabaja en la casa abasteciéndonos de todo lo necesario, a pesar de eso no sé de donde

viene el techo, tal vez alguien de buen corazón nos está ayudando en nuestro hogar. Como si

en este pueblo hubiera alguien así, no puedo parar de reír de solo pensarlo.

Josué salió en la penumbra antes del amanecer, con su cara untada de orgullo y sudor, siempre

nos mantuvo bien, lo amaba e idolatraba como a nadie e incluso más de lo que amo a Natalia.

Siempre recuerdo su propio proverbio antes de salir cada mañana: “Dios nos ha puesto en un

juego y entre menos quieras jugar con el más difíciles serán las cosas” creo que se refería a

que él es un infante, pero aún hoy en día no entiendo lo que me decía todas aquellas mañanas,

debe ser porque soy joven y según dicen los adultos “la felicidad de la juventud es la

ignorancia” de todos modos nunca sentí esa felicidad de juventud ni preste atención a

consejos populares de viejos verdes.

La verdad nada me había dolido tanto (aunque no me caracterizo por sentir mucho), pero

cuando viajó a la mina antes que todos los demás se me desgarraban los huesos y se

enterraban en mi vientre como una premonición aberrante de lo que estaba por pasar. Mi

presentimiento no fue vano, la mina se derrumbó y solo después de diez días de buscar entre

polvo y rocas de tierra encontraron la carcasa de mi hermano a duras penas respirando, pero

eso no le impidió largarse al etéreo con los otros seis trabajadores que estaban junto a él. Aún

pienso en su risa estrepitosa y exagerada, en su forma poco sutil de actuar, en su amor poco

agradecido en ese momento por nosotros, en su silueta poco ortodoxa y como todas las

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mañanas luchaba para salir por la puerta por lo alto de su ser, expresamente en una ocasión

se le enredo el cabello y sin más remedio se lo corto. Lo que más recuerdo de él es su

estupidez exagerada y el cinismo con el que se burlaba de la muerte diciendo: “la vida me

será arrebatada cuando mi felicidad este completa”. Pero en este escollo de tierra ¿Quién ha

de serlo? Yo simplemente espero que esas palabras dichas se cumplieran o si es posible que

al menos la muerte sonriera ante tan reprochable evento en mi vida. Nunca lloré por nadie

más en mi vida, jamás sentí el dolor de la misma forma pues él se llevó todo mi bienestar,

mis satisfacciones, hasta mis pensamientos y emociones.

Ya he pasado cuantas lunas llevando susurros a aquel que llaman Dios, como una necesidad

que quizá sea vana, creyendo así que mi hermano pueda llevar una vida mejor más allá de la

muerte. Como quisiera poder verlo otra vez, ver más lejos que cualquiera y observarlo en

aquella vida después de la muerte para poder creer las mentiras que me digo en suplicas por

él cada noche. Finjo ver su sombra tras de mí, simulo emociones con su nombre para calmar

mi sosiego, pero que puedo hacer, él fue mi vida, mi amor, mi hermano, mi padre, e incluso

mi alma, un alma que ahora yace en los escrutinios de la tierra. Pero aun así solo me queda

vivir con la escasa felicidad que me dejó, tratar de negar la oscura soledad con la que mi

sombra me oprime cada noche y esperar la muerte con gusto, para verla sonreír de nuevo

ante mi desgracia.

Astora es un pueblo pintoresco según los señores que aún se creen feudales, para mí este

lugar no es más que algo lúgubre y cubierto de sangre, donde la vida no existe, un sitio en el

cual la compañía no humana decayó ante los utensilios de cocina de caníbales que lo poseen

todo. A veces niego mi nacimiento en esta esquina del mundo sin almas donde nos consideran

tan poco amenos que ni aquellas personas llamadas “políticos” se atreven a poner un pie

dentro de nuestros límites, pues temen a la sangre, a los inviernos perpetuos llenos de hiel

innegable para muchos. En mi poca razón considero eso conveniente, no quisiera que me

despertaran de este mundo de ensueño que he logrado, siendo el silencio infinito algo

prodigioso para mí, para mi mente llena de instancias lejanas a este lugar y de las que pronto

despertare para asumir la realidad, pero por el momento me gustaría disfrutar las sensaciones

antes de que la vida las corrompa.

Dos días antes de lo que consideré mi adolescencia, conocí perfectamente el trabajo de

Natalia, empecé a esculcar sus cosas tratando de descifrar aquel asqueroso olor que emanaba

de su piel. Incluso la perseguí en su cotidianidad, hasta el momento en que se fue a trabajar.

Sigilosamente me acerque a la puerta de madera de la que no había pasado nunca y contuve

mi aliento para que nadie me notara, pero lo hicieron, me notaron, aquellos ojos hundidos y

mugrientos, mirándome lascivamente detrás de una sonrisa asquerosa de “placer”

diciéndome algún día serás tú. No tuve tiempo para contemplar la escena completa, solo note

a mi hermana desnuda, postrada y jadeando como una perra, mientras aquella persona al que

tanto asco tengo sudaba a su espalda y le engullía su orgullo de hombre como si fuera una de

las damas de mala vida con las que andan mis hermanos. No es justo. ¿A quién se supone

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que debo admirar, a una puta, a unos perros, o a la muerte por no regalarse como una puta

perra?

Con los últimos acontecimientos, he dejado mi hogar a un lado. Salgo antes del alba para

robar algo que comer y llego en la noche después de que mis compañeros de cuarto yacen en

el suelo. En mis gloriosas desventuras por tratar de sobrevivir, he empezado a hablar con

alguien de basto conocimiento y sin riquezas en la tumba, a duras penas tiene a su padre pero

siempre lo veo feliz. Creo que me considera su amiga. ¡Iluso!, como si la amistad fuera real,

para mí solo existen personas con intereses en común, todo lo demás es idílico basado en

necesidades sociales. El salir demasiado y conocer a Carlos me demostró lo extravagantes e

utópicas que se consideran las personas en su pensamiento. El solo hecho de verlo con su

manera de hablar tan ilusa y vana me hizo comprender que no todos son tan corrompidos por

el poder y el placer que les brinda la vida, pero que aun así son muy pocas las personas que

buscan el placer de la inocencia, placer que él parece conocer muy bien. “He sabido

comprender en el poco tiempo que tengo de vida la felicidad de la ignorancia más que de la

inocencia, puesto que el no saber es mejor que saber conocer” era una de las frases que me

conmovía escuchar de él. Comprendí el significado de esas palabras cuando las compare a

mi vida, diciéndome que si no supiera tanto del pueblo o de mi familia podría ser más feliz,

simplemente feliz con la ignorancia de los hechos que me abarcaban cotidianamente. Así que

empecé a aludir a mi sentido de la sobriedad para decirle que se embriague de estupidez y

que asimile la inocencia de los actos que me correspondía, con la única finalidad de estar

cómoda. Y así se hizo, ya no veía las manchas de sangre a la entrada del pueblo, ni las mujeres

de la vida alegre ebrias y desnudas en el atrio del pueblo. Empecé a querer, sentir, amar, a

querer sentir más que amor y a lucir ese sentimiento con las personas que abarcaba mi vida.

Esto es nuevo, realmente me siento bien, me siento feliz.

En alusión al nuevo sentimiento mi entorno respondió de manera inmediata, primero en

forma retórica y asombrada, y luego cambiando a euforia y alegría. Por primera vez noto algo

de pulcritud en la vida de familiar, no existen las peleas, ni los rencores ortodoxos que

siempre existían en nuestra estancia. Mi madre Mariana parece asimilar mi ánima de forma

aún más grata. Salí del refugio inservible de aire y escombros para notar la nueva realidad

mi madre ya no grita, ni mis hermanos, no siento tanto dolor, palpo una total metamorfosis.

Pensar que unas palabras pueden alterar el curso de esta inútil vida.

Hace 3 meses que salgo con Carlos para disuadirme de antiguas ideas, entre otras cosas estoy

considerando un nuevo significado para la palabra “amigos”. Mi enojo y miedo se está

reenfocando y ya no siento rencor hacia los feudales por la muerte de mi hermano. Ansío

conocer más sobre la ignorancia que me ha hecho tan feliz. Mi anárquica familia ha

comenzado a hablar más conmigo, me di cuenta de lo poco que sabía acerca de ellos. Arsenio

tiene una novia en aquel bar de vagabundas llamado “Los Perdigones”, pero a pesar de que

trabaja allí no es una mujer de la vida alegre. Jaime me confesó su empatía acerca de la

muerte de Josué y me conto que se arrodillaba todos los días cuando el sol acaece, al frente

del montón de tierra en el que está oculto su cuerpo, solo para pedir por el alma de mi amado

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hermano como yo olvidaba hacerlo. Incluso mi madre me conto todo lo que se preocupa por

mí y además de una necedad compartida por salir de Astora. Entre los pocos desdenes de

palabras que cruzamos con mi nueva familia, empecé a notar que Natalia no me ha hablado

en estas semanas, ni siquiera me mira fijamente. Tal vez se enteró por medio de aquel

mórbido ser, que la observe y vi su tan frustrante trabajo en la tienda. Aun así he considerado

no tomar tan a pecho su fascinación por el placer corporal y no confrontare tema alguno de

conversación referente a eso. No quiero causar disgustos, ni generar riñas innecesarias donde

todo ha estado tan tranquilo últimamente.

Nunca habíamos pasado tantas necesidades, desde la muerte de Josué. Yo asumiré la

responsabilidad por perder los estribos ante tan abrupta respuesta de mi familia. Hace una

semana fuimos invitados como una de las familias exclusivas, a una reunión de aquellos seres

que se creen superiores. ¿No entiendo cómo fue que nos llegó la invitación? A mi parecer

nosotros somos los menos arraigados a la riqueza debido a que nunca la tuvimos. En aquella

ocasión vi a mi madre como una mujer excepcional de encantos inauditos, quizá como una

revelación de que una vez fue muy hermosa incluso más que Natalia. Mis hermanos no se

quedaron atrás, su altura y su traje los cambio de campesinos a seres de ensoñación. Por un

instante algunas personas de reprochable vivir “según mi costumbre de llamar a los feudales

así” los terminaron confundiendo en más de una ocasión, por nobles según decían. Natalia

como ama de una de las más grandes bellezas en el pueblo se precio de no ir y agobio tanto

a mi madre con insultos acerca de aceptar irrelevantes obsequios de aquellas personas que

tanto odiamos hasta el término de desahuciar en lágrimas en su cuarto hasta el fin de la velada.

En aquel encuentro conocimos una vida de lujos y placeres tan aberrantes a la vida promiscua

que conocemos, que simplemente nos dejamos vislumbrar por la vanidad abarcada por

nuestra vista, nos sentimos distintos, y al comparar nuestra realidad nos vimos forzados a

retraernos de cualquier tentación que tuviera relación con aquellos seres. Las esquinas de

maderas torneadas, las chapas de oro, las alfombras color rubí y la fuente de agua a la mitad

de la sala no eran las extravagancias más notables que existían en ese lugar, lo más curioso

para nosotros fue observar como una mesa de comida se deshacía y rehacía constantemente

frente a nuestros ojos, haciendo de la magia un oficio de pordiosero. Fue tanta la satisfacción

con la que aprovechamos aquella extraña hospitalidad que empezamos a tolerar a aquellas

personas que tanto odiamos como si los lujos y desdenes quisieran ocupar nuestros

pensamientos. Tantas caras observamos, tantas risas surgieron, tantos gestos recibimos, que

tornamos en un cambio extraño, acoplándonos a aquella situación. Fue tan grande su

convicción con nuestra impresión que la idolatría se volvió ambivalente, los elogios hacia

nosotros emergieron inesperadamente, hasta convencernos de que ellos eran los invitados en

nuestra casa.

Durante la grandiosa cena, después del bufete nuestras características de clase baja no se

hicieron notar, eran tan naturales que todos quedaron estupefactos incluyéndome, con el

espectáculo y ejemplo de etiqueta que brindábamos, y no era para más, mis hermanos y madre

ensayaron esta cena docenas de veces desde hace un tiempo atrás, no fue mi caso.Yo aprendí

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este tipo de modales viendo a través de ventanas de los más bienaventurados de Astora,

aprendí palabras con Carlos, además de términos de discusión peleando entre los empedrados

de sus casas magnificentes. Convencidos de aquel espectáculo surgió la confianza y con ella

alguna que otra indecencia de las cuales nos apartamos con la finalidad de no ser parte

simbiótica de este ritual que ellos celebraban tan seguido.

La velada casi acaba, con nuestros oídos llenos de buenos augurios nos preparábamos

apaciguadamente para ir a nuestra morada no tan lujosa. Todo concluía exitosamente hasta

cierto comentario surgido de imprevisto por parte de uno de los más mundanos de aquellos

oligarcas.

- No sabía que los parias como ustedes podrían concebir tanta decencia y elegancia en

una reunión así. -dijo en voz alta un hombre rubio y gordo con cara de gula

insaciable.- De suponer que podrían con este tipo de situaciones los invitaríamos más

seguido.

Decidí omitir aquel comentario, pero mi madre tuvo algo mejor que decir.

- Es para que tengáis encuentra la realidad. - Comento Mariana en voz alta, mientras

sus ojos viperinos lo miraban fijamente. - Ya los cerdos no viven en las pocilgas.

Ante tal comentario, todos los invitados rieron estrepitosamente mientras aquel charlatán

permanecía de pie con los ojos ardiendo en cólera. Aquel hombre no tuvo más que decir

durante unos instantes, pero sus amigos se arraigaron a la indecencia de su compañero

iniciando una guerra verbal contra nuestra integridad. “la plebe como ustedes no deberían

abrir la boca”, “viéndolos bien no son más que escoria” y “son incluso menos que la porquería

que expulsa nuestros cuerpos”. Fueron algunos de los menos ofensivos de los comentarios.

Apunto de estallar una feroz trifulca entre ellos y nosotros, se vio obligado a intervenir lleno

de risa por la estúpida discusión un hombre cuya bondad solo se veía por fuera.

-Vamos Amaranto, no te enojes por comentarios absurdos que tu iniciaste- dijo aquel hombre

lleno de júbilo.- No queremos que nuestros invitados rechacen una futura invitación.

Aquel hombre lleno a mi familia con la esperanza de una nueva vida que no queríamos vivir

o así lo note. Varias noches después, fuimos nuevamente invitados a uno de los banquetes.

Aunque esta vez parecía más exhibicionista, era al aire libre y parecía mostrar todo tipo de

placeres según el gusto de los invitados. No fue nuestro caso, nosotros en si nos desvelábamos

por la tan humillante cena en comparación a nuestra comida habitual. Pero esos pensamientos

no cambiaron nuestra actitud hacia ellos, al contrario mi intención verdadera era dañarlos

tanto como pudiera antes de morir. Aquella velada transcurrió con la altivez de la anterior,

pero sin discusiones de ningún tipo, aunque en esta ocasión nos miraban perpetuamente como

si fuéramos una función de circo a punto de empezar, solo supuse que se querían burlar de

nosotros como en ocasiones pasadas, pero su serenidad habitual contradecían mis

pensamientos.

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Justo como en la ocasión pasada, un comentario surgió y paso por todos las mesas pero esta

vez no fue aquel cerdo o alguno de sus compañeros pues él no había asistido. Fue aquella

persona de gesto amable que nos defendió de su invitado.

- Arsenio, como te va con aquella mujer de las minas. - Dijo en tono ofensivo, dando como

referencia a aquella mujer que mi hermano amaba- Es cierto que el calor de los mineros le

moja las bragas.

- No sabría responderle. - Respondió muy pasivamente, evitando confrontaciones con nuestro

anfitrión.

-Señora Mariana, cuando abrirá el burdel de su hija. - Volvió arremeter más profundamente.-

Ya quiero llevarle muchos clientes.

Ante aquella insinuación, mi paciencia y calma no daba abasto, pero una mano toco mi

espalda para tranquilizarme. – Tranquila cariño. - Me dijo mi madre con su voz más dulce y

tierna. -¡Espero que los clientes tengan mucho dinero señor! -Le respondió mi madre con

aquellos ojos viperinos regodeados de aquel color rubí que uso para esta ocasión, pero que la

hacían parecer más amenazante y peligrosa. - Natalia no fía, ni es barata, en cuanto se refiere

a los placeres que brinda.

-Por el dinero no debería preocuparse, pero espero que el semoviente no se dañe tan fácil,

porque la usare un largo tiempo.

-Tal vez fuera un problema, aunque creo que los miembros pequeños no le hacen mucho

daño.

Todo el público estallo en risa, incluso nuestro anfitrión, aunque su indignación se notaba

demasiado bien. Mientras mis hermanos apresaban a mi madre para irse de tan soez lugar.

- Quizá debería probarlo en usted primero, para que sepa lo que es disfrutar de la virtud de

un hombre de más estatus. – respondió el maldito con lascivia.

- Ah sí, ¿quién?

- Desde luego mi persona, aunque no sé cuál es su tarifa.

- Pensé que era alguien con algún estatus real, pero ya que es su “magnificencia”,- dijo

Mariana con cinismo- la tarifa es más alta que la de Natalia y no creo que alguien como usted

pueda pagarla.

- Le repito, no hay nada en este mundo que yo no pueda pagar. Bueno tal vez no puedo pagar

las insolencias de tu amada hija, a pesar de que está muy calmada para esta situación.

- ¿A qué se refiere?

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- Ella parece mantenerse al margen de las ideas que surgen en este momento, a pesar de que

es conocida por lo opuesto- Prosiguió el verdugo, con la única finalidad de hacernos sucumbir

ante la ira y se regocijaba mientras lo lograba.

- Tal vez no debería hablar así de las hijas de otros.- Intervino Jaime. - Al menos ella no se

acuesta con un cualquiera desconocido como lo hizo su hija, que al parecer es incluso menor

que Ariadna.

Todos parecieron mirar a la pequeña hija menor de nuestro anfitrión, quien muerta de

vergüenza no tuvo más opción que irse de la repartición de palabras.

- Aunque ella sea algo indecente....-dijo el agraviado que fue interrumpido inmediatamente

por Arsenio.

- Indecente, yo diría una dama muy promiscua, al menos las putas de mi familia cobran por

sus servicios.

- Sera lo que digan sus lenguas insinuosas, pero ella puede realmente vivir y morir con

dignidad, que es algo que no puedo decir de ustedes ¿o sí?

Ante tal despilfarro de palabras me sentí obligada a dar mi humilde opinión.

- En mi conciencia sé, que al menos nuestra miseria nos hace feliz. - Tome aire para dar mi

sencilla declaración y proseguí.- Porque la muerte nos coge a todos, pero a ustedes les tomara

la pequeña solvencia y dignidad que creen tener y se las meterá por el por donde más les

duele con todo y brazo. Aunque eso no es un problema para ustedes ¿o sí?, después de todo

por como habla, parece que está dedicado a usar su orto en exceso.

Con el discurso que otorgue, mis contiguos no hicieron más que quedarse con la boca entre

abierta, mientras que nuestro anfitrión, se reía como una hiena herida y diciendo entre dientes

que nos sacaran de aquel lugar al que no íbamos a regresar jamás.

Supuse después de un tiempo que fue mi culpa, que fue culpa mía el estar libres, libres del

bienestar de un hogar, libres del tiempo, del trabajo, prácticamente libres de la vida, me siento

patética, debí haberle hecho caso a mi conciencia y borrar todas esas palabras ofensivas de

mi mente para seguir sin mirar atrás como muchos antes que de mi me aconsejaron.

Poco tiempo después supe que esas invitaciones eran un ritual de muerte, se deleitaban al ver

a personas como nosotros y luego atormentarlos hasta que ellos acuden a la liberación del

alma. Tal vez fuimos la excepción pues quemaron nuestros cimientos de vida y los quemaron

ansiando vernos arder, pero nunca estuvimos ahí. Por temor a no volver a salir de aquellas

tablas que cubrieron tan trágicamente mi cuerpo hasta el final.

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Como es de diferente la vida alejada de las personas que nunca me dieron la espalda, es

amarga, más lúgubre de lo que fue en mi niñez, quizá este es el mundo que ve Ariadna, mi

amada e inoportuna sangre. La negrura de mi conciencia duele cada vez más, a pesar de que

el alcohol ayuda mi mente se dispersa en ella, en su porvenir, porque no hay nadie que me

haga sentir tanta lastima como ellas que en su ignorancia decidieron no temer a la muerte.

¿Qué sentido tendría morir? Tal vez a aquellas figuras en las sombras no les importe, pero

sus sombras llegan hasta mí, mi vida es de ellas y la ilusión de dolor que padecen es un reflejo

de lo que su ausencia me da a sentir.

Quemé sus vidas para que las pensaran muertas, mate sus memorias otorgándoles el placer

de vivir, cambie paradigmas en mi vida que Ricardo tuvo que aceptar, me sentí débil, más

humana de lo que nunca fui, escape de mis demonios pasados y enterré entre amores de licor

los restantes, dándome una oportunidad para seguir viva sin que la culpa de abandonarlas me

haga agonizar, escapando de varios días de infierno en los que mi espíritu perece fuera del

lupanar.

Dí mi cuerpo a cambio de su bienestar e incluso el cuerpo de otras que aún lo visitan en la

penumbra, llegue a acuerdos de placer otorgado tal y como Mariana lo hacía por mantenernos

bajo techo. Me hice conocida en más de mil formas por debajo del mundo que ellas conocen,

hasta el punto trágico de brindar beneplácito con mi piel abrumada de asco, a un mundo lleno

de descarados pródigos de la lujuria que determinaron la existencia de mi familia sin consulta

previa.

Sabiendo acerca de la extravagancia de la vida que escogí, sinceramente nunca me arrepentí,

no temí usar mi cuerpo como una relevante escogencia para una vida mejor, pero después de

tanto desperdicio de vidas en mi familia he dudado acerca de la nueva realidad que me espera,

aun así no he renunciado al sueño de una nueva vida, en el que este pasado se quede pegado

a este suelo lleno de excrementos y parcinos donde no pedí nacer.

Siempre con Josué hablábamos de un lugar lejos de Astora, de un mundo donde el sol llegue

a nuestros rostros y la sangre solo corra por nuestras venas. Añoramos desde nuestros

cimientos una vida que no fuera un desperdicio, deseamos con tanta ansia atravesar el abismo

que nos divide del resto del mundo que olvidamos disfrutar nuestro tiempo con nuestra

verdadera hija Ariadna, que olvidamos abrazarla, quererla, apreciarla como siempre

quisimos, pero en lugar de eso, morimos por las ansias de salir, nos ahogamos con nuestros

propios pretextos, encerrándonos sin temor a perecer en nuestra miseria pues siendo de ella

nuestra vida de pocos logros nos obligamos a cegarle de muchas verdades, siendo culpa

nuestra su plebe nacimiento en esta esquina del infierno donde Dios no alcanza la vista. Pero

porque temer a la muerte, porque no temer a la vida, porque no atesorar la muerte como el

fin del sufrimiento y temer a la vida como el comienzo de nuestras extravagancias. Supongo

que lo único por lo que nos aferramos a esta vida es por triste y simple amor, por el amor que

dimos, damos o daremos, esperando que sea devuelto en algún momento y aferrándonos a

esa duda hasta el fin de la cordura.

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Vacío es mi negro corazón, al igual que negra es mi locura, azul tristeza ya no es el color de

mis ojos y dorado se volvió mi tez, oscuridad, sombras y siluetas me rodean todas las noches,

todas ansiando neciamente placer que yo me enorgullezco de explotar. Mi agua cambia de

colores constantemente, mi sed ya no es de lujos, sobresalto de éxtasis a personas que vienen

a mí por curiosidad y termino siendo adicción, la mina de oro es mi cuerpo y las mañanas mi

consolación. Se desvaneció ante mi toda forma de realismo pero mi meta es la misma, el

dinero es abundante pero la tortura de mi angustia por ella es más, mi amor por conveniencia

con el primero de mis clientes es más que satisfactorio, sus metas, su porvenir me ayudan a

sobrellevar la culpa y no es que en estos momentos mi conciencia exista pero el odio que

cargo por mi necedad de abandonarlas me consume tercamente.

Arrinconada como siempre en las horas del amanecer, al calor de los brazos del recuerdo del

amor vulgar e inexistente que siempre yace a mi lado, añoro dulcemente sus toscos brazos

rodeándome sin deseo ni lujuria condescendiente porque solo me tocan, me aman, tristemente

soy feliz cuando siento que su piel me habla desde más allá de la eternidad, me sonrojo al

creer que es loable que me ama como siempre lo hizo incluso después de que mi ser habite

en el infierno.

Hay clientes habitando mi estancia, algunos aún desean mi cuerpo otros un pedazo de pan,

en las mañanas siempre niego la el primer pedido encomiándome a la vida racional de una

mujer, donde los vinos no se beben de mi cuerpo, un lugar donde no me siento en las piernas

de personas desconocidas ni sonrió falazmente ante asquerosos comentarios, simplemente

ofrezco una visión perturbada de mí mientras ofrezco víveres para la completa subsistencia

de mis clientes diurnos, añorando siempre que la noche nunca llegue.

Hace un par de días vi en su alma las secuelas de mis metas, aun siendo suyas no la he visto

sonreír, tampoco llorar, parece simplemente estar en un lugar del que no se mueve, siempre

recordando lo inexistente de la vida, doblegada por la ansiedad hacia la muerte y tan abstracta

a lo que en un momento fue. Pero me gustan las noches de mitad de semana, es cuando visito

al posadero de mi hija, es el único momento en el que puedo verla dormir, el simple instante

donde su serenidad no me entrelaza emociones poco racionales referentes a nuestro futuro,

es simplemente ella, feliz en sus sueños como lo era cuando estábamos cuerdas, ansiosa de

contar historias y pelear imaginariamente con monstruos poco menos siniestros a los

oligarcas, siendo de estos últimos nuestras vidas y muertes según sus convicciones. Aun así

hemos estado al margen de sus manos pues la verdad nos han asesinado y no como lo hacen

comúnmente, nos destrozaron lentamente fuimos arrojados en pedazos a los cerdos,

equiparando nuestras vidas a algo menos que las heces de barro en las que nuestros

comensales se revuelcan.

Varios días en mi infierno he vivido, pero las cuerdas que me atan a este mundo no me dejan,

¿Qué tanta miseria y orgullo debo tragar para poder morir plácidamente? ¿Cuándo podre

encontrar el alma que tanto quiero abrazar en este mundo? Porque es tan triste entregar el

cuerpo a espíritus insaciables que se envanecen por lujuria y lujos, que al final no son más

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que recuerdos como la vida; porque la vida no son más que recuerdos inescrutables de

momentos poco concisos y razones lógicas de dudosa procedencia, momentos en los que la

mente juega y distorsiona según conviene nuestra voluntad egoísta, pero mi realidad es

diferente, es vívida, lúgubre y repetitiva, mostrándome inescrupulosamente mi futuro,

presente y pasado en una misma noche, en un mismo cuarto, en un mismo momento, tan

confuso y certero como los anteriores y los próximos.

Me he encontrado con Luisa, demacrada por las lágrimas y la agonía indispuesta muy

diferente a como ella solía ser, pero sedada por el dolor que sus mismos ojos expresaban,

me mostraba con silencios la tristeza de mi familia con palabras aumenta mis angustias,

dándome a entender las retahílas de mi abandono y la negra marca de mi familia

enseñándome un futuro muy diferente al deseado, Arsenio y Jaime perecerán encerrados.

Mis rodillas peladas por las suplicas hicieron sucumbir a los cautores, pero no palidecieron

por mis encantos como otros lo hacían, perdí terreno con la tristeza de las circunstancias

mientras las miradas de lascivia se tornaron de lastima y empatía por la cruda verdad que mi

historia mostraba, ansiaban con desespero ofuscar la emoción encontrada pero a pesar de eso

tornaron su crueldad en sentimientos reales simplemente traducidos por la lucidez de sus

ojos. Sencillamente su entendimiento no era suficiente y su miedo era más profundo que su

compasión hacia mí, pero aprovechándome de ese poco de lastima simpática ofrecida por mi

causa pude verlos, pude notar las cadenas en sus tobillos, las marcas de maltrato constante

en su piel, las ropas rotas por el tiempo pues hace poco más de seis meses que su mente vuela

libre mientras su cuerpo padece encerrado en cuatro paredes de piedra y barro. Sus rostros

llenos de miseria advirtieron mi presencia pero al mismo tiempo denotaban mi ausencia por

no ser parte de la familia a la que pude socorrer, sus lágrimas fueron de angustia, quizá las

mismas lágrimas que emanan de mí ser todos los días al amanecer. Me contaron sus

inclemencias desde mi abandono y anonadados por la visita no evitaron mostrar una leve fe

en mí, pero no era mi destino sacarlos pues antes de hacerlo nació entre barro y sangre una

nueva parte de mi alma.

Mis visitas constantes no fueron gratuitas, los cuerpos necesitados de los captores exigían

cuotas de sudor libido que mi exhausto cuerpo a duras penas podía pagar, tanta era la deuda

que permanecí más tiempo que mis hermanos en aquellas celdas, pero aquellas razones

justificaron los medios y el miedo a perderlos aumento mi voluntad, siendo esta la que me

permitió sacarlos de su encierro.

En mi clara lucidez a mis últimos días, me di el lujo de confiar por miedo a las tribulaciones

que mi inconciencia causaba, Alejandro fue el nombre de la persona más allegada a mi

hermosa hija, inocente de lo que estaba por ocurrir asumí que esa sería mi mejor opción. Él

me permitía verla todas las madrugadas mientras dormía, me dejaba abrazarla cuando sus

pesadillas la alentaban a alejarse de este infierno, recogía parte una pequeña parte del dinero

trabajado esa noche para hacerla feliz a causa de que la otra parte Luisa se la daba

directamente a Mariana para evitar que tuvieran dudas acerca del bienestar de sus hijos,

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Palabras de un soñador

13

Alejandro confiaba en mi certeza y prudencia pues siendo él asesino de verdugos temblaba

ante la posibilidad de que alguien lastimara a mi pequeña hija. Pero yo era hábil para

ocultarme de los nuevos cazadores de almas a los que nunca tuve el tiempo de conocer y que

nunca conocería tan certeramente pues sus sotanas untadas de sangre daban una impresión

que no quería imaginar.

La nieve cae, como todos los días desde que me mude a este triste pueblo pero esta vez es

cálida, casi como cenizas prominentes de un volcán imaginario que me ayudaban evadir

silentemente las miradas de libertinos y párrocos anonadados por el no tan raro y nuevo

amanecer. Nadie advirtió mi presencia esa mañana mientras caminaba hacia el encierro de

mi familia pues hace más cuatro años hago este recorrido hacia los calabozos, los captores

salvaguardaron sus palabras y pensamientos mientras permitían que mis hermanos surgieran

de entre los cadáveres que yacían encadenados, discretamente soborné con placeres hasta el

último hombre que se opusiera a la liberación de mi preciada familia y de ese mismo modo

obtuve llaves, bienes y conocimientos para nuestra huida. Arsenio, Jaime y Luisa se

separaron como una treta para poder escapar sin limitaciones, Rodrigo y yo empleamos un

poco más de tiempo otorgando pequeñas distracciones para que los primeros pudieran salir,

a pesar de todo nuestro encuentro fue más pronto de lo esperado. Tratando de alejarnos

recordaba como aquel joven de negros pulmones y mente vivaz poseía todos mis bienes, mis

esperanzas y la vida que más amo, pero sin mirar atrás nos alejamos sin prisas hacia una vida

lejos de Astora. .

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Andrés Felipe Barbosa

He pasado días enteros con Carlos pues su bondad y la de su familia hace llevadera nuestra

vida en la absoluta miseria. Natalia al parecer no fue afectada por la conmoción de nuestro

estatus actual, su vida siguió tal cual la había dejado, la única diferencia es que ya no vivirá

con nosotros y hará su vida lejos del pedazo de familia que una vez tuvo, con la que al menos

una vez compartió algo que Josué solía llamar felicidad. Mis hermanos también salieron de

nuestras vidas en sus cartas de despedida relataban como Arsenio cruzo el puente hacia el

oeste con Luisa y Jaime la primera noche en la que empezó nuestra desesperación, ya solo

Mariana y lo poco que queda de mí habitamos como familia en esta pálida región que el resto

del mundo halla inexistente. La realidad realmente se alteró sin la presencia de lo que fue

nuestra vida, ya no tenemos nada en el mundo y la angustia que les causamos a nuestros

proveedores es grande o eso nos dan a entender.

Volví a mirar la sangre en las calles y muertos en los potreros como lo hacía antes, la amistad

de Carlos se volvió despreciable y la vida solitaria algo insaciable, necesite mucho tiempo

para pensar en mis actos tratando de analizar como corregir mis errores pero nada cambia,

nada cambiara, son las únicas palabras que retumban en mi cabeza. De verdad extraño a

Josué, el me sacaría una sonrisa en este oscuro atardecer, pero de que vale pensar en los

muertos si sus almas no acompañan a los vivos cuando más los necesitan, viviré con mi culpa

hasta que ese Dios al que tanto veneran crea necesario recompensarme por esta vana labor,

solo quisiera que la recompensa llegara pronto.

Mariana sigue sin trabajar, es como si aquel anfitrión fuera nuestra mala suerte, si tanto le

molesto mi comentario porque no simplemente nos saca de esta miseria exterminándonos,

como lo ha hecho antes, porque nos deja vivos con una opción de vida parasita. ¿Acaso se

deleita con nuestro dolor? o ¿Quizá quiere que le pidamos perdón de rodillas? Pero yo nunca

me doblegue ante nadie y no me atreveré hacerlo porque sería justificar su malicia y seguirá

jugando con nosotros como se le dé la gana, pero aun así estamos como perros atados,

atenidos y obligatoriamente apegados a la vida de nuestros “amigos” que se asfixian con el

olor a muerte que recorre nuestra sangre.

Ha empezado a nevar, como hace un año cuando nuestra pésima vida se volvió miserable, en

realidad no hace frio aquí nunca hace frio aun en invierno, pero las personas se abrigan por

el frio que causa la opresión en sus corazones y por la culpa que recae en sus mentes, aunque

a decir verdad no conozco a alguno que tenga conciencia pues el ultimo con algo parecido a

eso murió ahorcado por sus propias palabras, quizá hasta él tiene una mejor vida que nosotros.

La vida con nuestros allegados se ha hecho en parte placentera para ambos lados, Mariana y

yo nos encargamos totalmente de la casa desde la cocina hasta el aseo, mientras que el padre

de Carlos trabaja como docente de una escuela sin alumnos, admiro a aquel alma caritativa

por salvaguardarnos, pero ajeno a ese sentimiento de gratitud me molesta la falta de

escrúpulos al traer mujeres de generosos atributos a complacer sus mundanas necesidades

aun con nosotras adentro, nunca he visto la cara de alguna de las mujeres libertinas, aunque

cada tres noches desde que nuestra vida nos condenó a este encierro, se escuchan gemidos

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Palabras de un soñador

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que rozan las paredes de aquella habitación y cada tres noches es un gemido diferente, nunca

se repiten, no sabía que había tantas putas en Astora, pero es un negocio prospero pues desde

mi uso de razón noté que nunca he visto a alguna de esas langarutas muerta de hambre o

padeciendo necesidades como quizá lo hago ahora.

Hace demasiado tiempo que no veo a Natalia y aunque nos abandonara por una vida mejor

con Rodrigo, siempre pienso en ella por el hecho de ser mi hermana. ¿Tal vez paso tanto

tiempo sola que puedo pensar en cada uno de los seres que pasaron por mi vida? No puedo

decir que es bueno o malo pensar en ella, solo sé que la extraño, que extraño ver su sonrisa

fingida ante todas mis estupideces, que extraño su compañía y que más que nada extraño su

forma de hacerme pensar en que podíamos escapar de este lugar, aunque las personas que se

van parecen nunca volver, tal vez encuentran algo mejor que este rincón de mundo, o quizá

mueren, de todos modos morirán aquí, así que no noto diferencias.

La minería de Astora es grandiosa en todos los aspectos posibles. Las personas que trabajan

en ella ganan más que cualquier persona, exceptuando a los oligarcas, pero eso no los exime

de una vida de lujos modestos y placeres facilitados, aunque su promedio de vida sigue siendo

de unos pocos días. Veintiséis es el número de muertos que dejo esta vez la mina de carbón

y muchos heridos que a la larga serán cadáveres. Como es costumbre he corrido a auxiliar a

los heridos, con la esperanza de ver a alguno de los infelices que nos dejaron en la miseria

estén cerca y tenga el placer de verlos morir lentamente, pero solo veo cadáveres conocidos,

gente de familia sin casa y sin vida como nosotras. Todos los cuerpos casi expirados de este

mundo se han alejado con sus familias y los pocos que quedan son irreconocibles o no

respiran aunque aún estén vivos, aun siento la muerte rondando por aquel mundo de

escombros y humo, como si esperara a que algo más pase, esperando a que alguien más

finalice su vida o quizá se burla de mí con su presencia como siempre lo ha hecho la muy

infeliz. Finalizando aquel pensamiento note que alguien se acercaba al tumulto de dolientes,

su figura era perfectamente amorfa y con aire de grandeza autoproclamada, traía trece

personas detrás de él pero su simple sombra lo identifico ante mí, era nuestro anfitrión

velando por sus intereses, mostrando su tan afamada lastima y consuelo por las demás

personas.

- Os pido de la manera más atenta que se retiren de mis tierras. - Proclamó de la manera más

molesta y mirando por encima de todos.

- Por favor señor Julio, permítanos buscar a nuestros amigos y familiares – Dijo una señora

con gesto humilde, de rodillas en frente a él. - Necesitamos buscarlos saber en qué estado

están y si están vivos.

- Yo también tengo necesidades, ¡yo necesito que se larguen de mis tierras! - Dijo en aire

imponente el malnacido. – En cuando a sus “familiares y amigos” – dijo en tono burlón-

dentro ya están muertos, no vale la pena gastar la vida por un cadáver.

- Per....

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Andrés Felipe Barbosa

La pobre dama no acabo la palabra a causa del plomo ardiente que atravesó su frente en el

momento en que la pronunciaba. El anfitrión con su revolver en mano, aun con humo

saliéndole del cañón apunto hacia el tumulto y los amenazo a todos.

- ¡Su miserable vida no me importa, si quieren que me importe trabajen miserables hijos de

puta!

El tumulto se dispersó en silencio pero mientras me alejaba sentí su fría mirada

observándome como si yo fuera un fantasma, un espectro él que no deseaba ver. Me escondí

lo más cerca que pude de la mina yaciendo inmóvil e intocable, mientras observaba como

sus trabajadores colocaban aquel polvo negro que destruía hasta la más dura piedra. Fueron

explosiones inmensas en donde las piedras y cuerpos volaban alrededor del pueblo,

manchando aún más la ya roja nieve, y eso no era lo más triste. Las personas que sin alguna

extremidad o con muchas heridas trataban de evitar la muerte saliendo de la mina eran

masacradas al salir y las que salían a duras penas completas se les entregaba un lingote de

plata y una bala de plomo en la nuca. Solo dos personas no fueron asesinadas por aquel

monstruo, la primera una persona grande con brazos fuertes sin ningún rasguño, el juicio

oscuro del anfitrión hallaron en el motivos para dejarlo vivo, haciéndolo su atracción

principal durante muchas fiestas y entierros. El segundo minero no salió tan vivo. Cubierto

de sangre, polvo y ceniza, arrastrándose con manos envueltas en gazas y moviéndose

inconscientemente hacia un bosque de nieve negra y roja, siguiendo quizá las siluetas de los

muertos que lo guiaban hacia un mejor destino.

El hombre que sobrevivió se llamaba Alejandro o eso escuche entre sus quejidos. Llegó hacia

mí después de lograr escapar y por piedad me vi en la obligación de ayudarlo, nunca lo vi

antes, nunca antes nadie supo de él, ni nadie sabría nada de su vida hasta el momento en que

su muerte ocurrió. Obviamente Carlos y su padre tomaron como acto un agravio mi cuidado

hacia él, pues nuestra condición actual no nos daba lugar a exigir ni traer más pesadumbre a

esta casa pero terminaron aceptando al pobre ser casi muerto, pues esperaban que su vida

expirara muy pronto. Estando ya acogido Mariana y yo nos encargábamos de su cuidado, y

aunque nos aterrorizábamos al ver sus heridas, éramos muy meticulosas en cuanto a su

atención. La mayoría de su piel estaba quemada hasta tal punto que en algunos lugares se

observaba claramente los huesos, sus costillas casi atravesaban su propio vientre, su carne

estaba empezando a emanar un olor a podredumbre, él casi no podía respirar mucho menos

dormir vomitando sangre negra a cada instante con un dolor desgarrador del cual podría

decirse era mutuo.

La estadía de Alejandro remilgó mi retiro, mi ser ocupaba más tiempo en la casa, mi mente

volvía a escuchar voces y consejos de Carlos de quien se puede decir recibió un poco más

que una insalubre amistad por aquel leve tiempo. Me compadecí aún más de Mariana por el

agravio que tenía su corazón, establecimos de nuevo vínculos familiares improvisados, sin

dejar de entrañar versos de oraciones por quienes nos abandonaron pues no solo aludíamos

en esta ocasión por nuestros familiares si no por los cadáveres aun tibios yacientes en la mina,

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Palabras de un soñador

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porque a veces las almas errantes merecen también una oración. Este fue el tiempo, en cual

el pueblo más acallo, la vida ya no parecía estar en este lugar, solo se escuchaban sollozos,

sollozos silentes en cuartos oscuros y deshabitados ansiando un poco de compasión, pero eso

no quería decir que abandonaran sus labores poco remuneradas, al contrario, fue uno de los

momentos de más ocupación, debido a que nadie quería pensar en la tristeza de no ver a sus

seres amados, se enfocaron en oficios rutinarios como distracción. Es como si la alta urbe

previera los hechos y sus consecuencias.

En la semana de estos sucesos, nuestro inquilino se escapó, no logro entender como se pudo

caminar en ese estado, pero la simple hazaña de moverse es increíble, no intentare ir en contra

de su voluntad pero su ausencia se hizo notable durante los días de su huida. Me volví a

entregar a la soledad durante algún tiempo, como siempre que algo drástico sucede en mi

vida, y aunque de vez en cuando Carlos me trataba de animar, lo único que me alegra de ese

acto es la fútil consistencia con la que lo hace, pero es como él dijo, “la ignorancia es la

felicidad del que no conoce”, pero como puede ser feliz el que conoce sin querer, o el que

aprende sin buscar, antes de enseñarme la felicidad de la ignorancia debió mostrarme la

felicidad del sabio o al menos como olvidar.

Un tumulto se creó al ver un cadáver, es normal en este pueblo notar eso, pero esta vez el

finado tenía un aspecto diferente, tenía un aspecto humano. Era uno de los más grandes

hacendados del pueblo, fácilmente reconocible por los lujos que aun poseía encima. No

quedaba duda que era un acto de venganza, no nos asustamos por su muerte, nadie de nosotros

lo extrañara en ningún momento pero nos preocupaban los sucesos futuros que podrían

sobresaltar el pueblo. Estábamos llenos de orgullo y odio por aquel hombre que se atrevió a

ponerle la mano a uno de nuestros opresores y que en cuyo lecho lo único que se podrá

encontrar serán sus fútiles memorias, memorias de un alma condenada a la exaltación de un

pueblo, memorias de un ser valeroso para nosotros, porque aunque no lo conocíamos fue un

héroe invisible ante nuestros ojos. Como era de esperarse después de aquellos sucesos, las

personas se encontraban amenazadas, los verdugos de alta clase se encontraban ofuscados y

aterrorizados por aquel suceso, pero lo disimulaban muy bien con sus constantes maltratos y

su frecuente ansiedad de torturar. Fue por ese tiempo que Carlos nos abandonó por injurias

de su padre, sentencia que quizá fue causa nuestra, siendo la última vez que vi a aquel niño

sabio de cabello castaño y ojos claros. Se fue la persona que quería, la conciencia que

necesitaba, la única razón por la que quería estar cuerda, pero al final no lo extrañe tanto

como deseaba ni lo pensé tanto como quería, solo fue una memoria que me gustaba conservar.

Como era costumbre una vez al mes algún mensajero impetuoso y distinto a los demás tocaba

la puerta, pero esta vez fue diferente su frecuente visita. Armando el padre de Carlos nos

exaltaba de manera excesiva la prohibición de abrir la puerta, pero por coincidencia de la

buena fortuna esa noche estaba ocupado con una mujer cuyos gritos nublaba el sonido de la

puerta. Sin otra razón más obvia que la curiosidad abrí la rechinante puerta de madera con el

anhelo de un buen presagio. Encontré frente a mi asombrado mirar, los más grandes y tiernos

ojos de una mujer, con una figura quizá poco atractiva pero con una cara tan bella y expresiva

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Andrés Felipe Barbosa

que podría adivinar el futuro con su sonrisa si ella quisiera. Era alguien que nos conocía

bastante bien, pero aun así nunca la había visto, decía llamarse Luisa, un nombre que me

quito dudas y revelo más que una sonrisa en mi interior, pues sabía todo acerca de ese

nombre, conocía exactamente quién era pero desconocía su cálida tez. Sin dudar y sin

palabras me escape con ella por momentos que quisiera haberlos hecho más largos, corrí

descalza cortándome los pies entre las rocas y la seguí hasta los confines conocidos de nuestro

antiguo hogar. La luna estaba en su cenit y en aquel escape nocturno me entere de la

ofuscación en la que nos encontrábamos, no éramos tan miserables como creíamos, solo

éramos desafortunadas por propia complacencia. En ese momento entendí a la perfección por

qué Armando no se quejaba más por nuestra estancia, además de la insistente negación de

las visitas, el mismo nos había privado totalmente de la escasa benevolencia que el mundo

nos había brindado y nos engañó con nuestro propio velo de seguridad.

Ha pasado algún tiempo desde aquella primera vez que vi a Luisa y aunque sé que nuestro

carcelero sospecha, prefiero no disimular nuestros hechos y obtener en monedas la nueva

vida dada por mis hermanos lejos de aquí, aunque siguen temiendo por sus vidas siguen

siendo la única familia, los únicos seres en este mundo preocupados por nuestra ya menos

leve desgracia.

Las temporadas de invierno son constantes, el tiempo pasa como si nada, la solicitud de mi

ser por un alma compasiva se ha conformado con menos que nada, nuestra vida sigue siendo

igual, tal vez un poco menos miserable, pero estamos acostumbradas, acostumbradas de

nuevo a los maltratos, a la soledad, a la esclavitud tan reciproca dada por alguien que

pensábamos nos ayudaría, pero es una costumbre que algún día extrañaré. Otro finado, otro

nuevo verdugo ha caído, van más de siete en este lapso de tiempo y a mis trece años ya no

siento tanto agrado como antes por una hazaña así, pues temo por la vida de personas sin

almas como nosotros, temo por algo peor que la muerte, temo por ser más esclavos de lo que

ya somos, temo por el salvajismo de aquellos lúgubres seres y la negligencia con la que

expresan su piedad. Que puedo hacer aparte de tener miedo por aquellos asesinos de sueños,

vividores del dolor y el egoísmo, que puedo hacer yo, que puedo entender y aprender de esta

vida de miseria otorgada por nosotros mismos debido a nuestro orgullo.

Alejandro ha vuelto después de tantas estaciones, su regreso en mi piel siempre fue esperado,

aunque es algo diferente a como lo hubiera imaginado, sus heridas sanaron, su piel es más

tersa y blanca que antes, aunque aún conserva algunas cicatrices en su rostro, su cuerpo es

más amplio, es casi como si fuera un adulto, pero sigue igual en su pensamiento, como si el

tiempo en su mente no pasara, su dolor interno no cesa, su mirada de rencor sigue igual que

antes, su frustración por vivir se sigue notando aun en sus silencios, el sigue enfermo por la

cólera como yo lo estuve hace mucho tiempo.

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Palabras de un soñador

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En mi necedad por la ira denoté que Ariadna se ha vuelto pobre mentalmente, pero nuestra

vida es mejor que antes a mi parecer. Ya no vivimos en el barro, ni suspiramos por comida,

estamos más cerca de tener una vida, en lugar de la muerte que nos dábamos en aquella casa

de podredumbre donde me tenía que acostar con cualquiera para poder comer. Tal vez extraña

a su familia, tal como yo lo hago, pues nos sentimos más felices con las visitas de luisa, y

nos aferramos más al hecho de volver a vivir juntos como antes. La necedad de ella estar sola

se vio extrañamente disipada desde la llegada de Alejandro, pues emiten los mismos

conceptos sobre su vida y su renuente miseria, es triste notar que los jóvenes en este pueblo

piensan en la muerte desde tan temprana edad y no se dan cuenta de la felicidad que pueden

llegar a tener, sin tanta preocupación, ni desesperación por estar en este mundo de adultos

que juegan como niños a ser dioses, en una tierra donde la parca es la dueña de todo.

Alejandro vive aislado en las ruinas quemadas de nuestra antigua casa, pues los malnacidos

la quemaron con la finalidad de extinguir nuestra poca existencia. Su mirada se nota distante

y su falta de estudios se revela cuando habla con cualquier humano, contempla a las personas

iracundamente y sus manos tiemblan cada vez que ve pasar a un feudal, se nota la falsedad

con la que disimula los últimos hechos y sonríe como si no viviera escondiéndose del pasado.

Hace días, temiendo yo a sus intenciones lo encerré en la casa y le permití vivir aquí, porque

temiendo yo a su mano temblorosa y sus errores pasados asumí que la mejor forma de

convivir con un monstruo es encerrarlo en el armario. Con el tiempo estancado en esta casa

se vio obligado a contarme acerca del insomnio que lo acecha y el temor de vivir acompañado

me confeso con la mayor sinceridad con la que puede hablar un hombre lo que le sucede

cuando esta con Ariadna, piensa diferente lo noto diferente junto a ella, lo miro cambia sus

miedos por emociones reciprocas, acaecen sus mentiras ante sus ojos y su hiriente forma de

pensar ante su mirar, sus labios dejaron de susurrar palabras inciertas mientras su corazón

empezó a palpitar, es como si su mente divagara hacia un mundo perfecto en el que puede

hacerla feliz.

La vida ha sido molesta últimamente con el asesino rondando, no le tenemos miedo a él sino

a la reprimenda de los fantasmas, porque el dinero que poseen es tanto que podrían sobornar

al demonio, dejando él que los malditos escaparan del infierno para llegar a este otro averno

en el que habitan seres al borde del abismo. Mi miedo se confabula con mi mente y el temor

de volver a estar sola, de volver a perder a mis hijos, de no sentir más que tremor donde ha

existido el alivio, en donde la oscuridad teme que nos vuelvan a encontrar los verdugos y nos

lastimen con llagas que no queremos volver a sentir.

Sin darme cuenta, mi pánico se hacía presente en mis acciones, no dejaba mucho tiempo sola

a Ariadna, a pesar del afecto que sentía por el muchacho, no permití que se vieran, pero aun

así lo hacían, no permití que se hablaran, pero aun así lo hacían, no deje que se escucharan

pero aun así lo hacían. A pesar de apartarlos ellos se unían, como si sus almas se fueran de

sus cuerpos y se encontraran cada noche sin falta en algún rincón del mundo y entre más los

separaba más juntos estaban, más se querían, más se necesitaban, como un impulso leve de

fuerzas misteriosas a la cual yo solía llamar amor. Pero mi mente se preocupa cada vez más

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Andrés Felipe Barbosa

por aquellos seres que considero puros, porque son tontos, porque su soledad le gana a cariño,

aunque sus diferencias son tan pocas que parecen el mismo ser, tal vez lo que de verdad más

me aterra es que se pierda la luz de mis ojos en otra luz similar a ella.

Entre tanta muerte empezó la confusión, y en la confusión se generó aquello que llaman

miasma, parecía un castigo maldito, porque aquel que llaman diablo se molestó a causa de

que le mandaron competencia al infierno. Fue la historia ridícula que inventaron en este

pueblo de idiotas, la verdad es que entre tantas muertes de verdugos y feudales, se generó la

correspondencia que tanto temía. Los caudillos arremetían contra cualquier persona

ligeramente sospechosa y la masacraban en público, el último sospechoso visto fue visto

desnudo en la mitad de la plaza con los dedos cortados uno por uno, sin nariz, sin boca,

desangrado por las pequeñas incisiones aplicadas con minuciosa tortura, y ese fue el más

sutil de los caídos. Se encontraron más de treinta y dos culpables en dos días y la

podredumbre generada redondeo el número a cuarenta, pero las muertes indeseadas no

cesaron. En este pueblo en el cual todos se conocen las caras no había más que tristeza y

deseos de venganza, lo cual parecía natural. La diferencia entre esta tristeza y las anteriores

se dio a lugar cuando una voz nos agraciaba con algo de felicidad en palabras parsimonias,

una persona que nunca habíamos visto llegó con dos tablillas de maderas unidas en una mano,

y un libro en la otra, pronunciando palabras que nunca habíamos escuchado, estaba cubierto

con una pulcritud nunca vista en ningún tiempo antes de Astora, motivando a la curiosidad

de la población y mostrando una nueva verdad que nunca habíamos escuchado acerca de un

Dios, al cual conocíamos de diferente forma, y nos incitaba a dar dinero por nuestra

salvación. -Venid, hermanos míos- incitaba de forma alegre tan motivadora como la

parlamentaria brindada por las perdigoneras. –Venid hermanos míos, y oremos por las almas

de nuestros seres queridos y demos ofrendas para que no les falte nada en el cielo-. Él decía

aquellas cosas con tanta naturalidad y con tal poder de convencimiento, que en una semana

se construyó una iglesia tan grande como una mansión, y un cementerio para los pobres que

para el final de mis días ocupaba más de la mitad del pueblo.

El auge del párroco pues así se hacía llamar, era tal, que las personas vendían sus pocas

pertenencias, con la fines pueriles de ganarse su espacio mejor que esta tierra de miedos. Su

vehemencia era tan grande, que si tuviera algún vestigio de algo que no fuera pobreza, se lo

hubiera dado a aquel impetuoso ser. Pero la mayor razón de la euforia exhibida por nosotros

fue el saber que los feudales lo odiaban, el egoísmo al que se atenían era tal, que se negaban

rotundamente a siquiera asistir a alguna de las denominadas ceremonias, pues el párroco tenía

como objetivo primario el recaudar la cuota de salvación. Para los quince años de Ariadna

ya existían cinco párrocos y tres iglesias.

En este rincón antes olvidado por Dios se divisan nuevos horizontes, quizá algunos que nunca

hubiera querido ver. Las personas se congregaban más, las familias eran más unidas, la virtud

y la moralidad tenían un lugar propio en la casa, era como si el todopoderoso comiera en

todas las casas a la misma hora y durmiera con todo el pueblo en el mismo momento, fue

nostálgico ver más sinceridad en las pupilas de las personas y sentir como el pueblo cambiara

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Palabras de un soñador

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poco a poco, pero con la llegada del párroco, llegaron los fanáticos, aquellos fariseos peores

que los feudales, pues criticaban la existencia de las personas, exhortaban a cualquier libre

pecador como si ellos fueran la justicia divina en la tierra, hacían cruzadas nimias diciendo

erradicar la maldad ya arraigada en el pueblo. Amanecían crucificados cientos de personas

en un pueblo de decenas, muchos conocidos y familiares de personas cuya existencia apenas

se notaba, ya no teníamos un único torero en esta lidia.

Ya nadie se excluía de la muerte, los verdugos decayeron en número a causa de aquellos

fanáticos de iglesia, aquel poder que nunca pensamos necesitar nos dejó de proteger, un

pueblo de miles se redujo a cientos, y esos cientos a decenas, hasta finalmente quedar solo

puñados de hojas secas temerosas a punto de quebrarse ante aquella conmoción que nadie

notaba, o tal vez lo hacían, pero preferían callar sus ímpetus en lugar de reducirse a la nada.

En menor medida, tenían razón aquellos sacristanes de la muerte, pues todo se redujo a la

nada, nadie robaba, nadie mataba, nadie cometía un pecado. Las perdigoneras se morían de

hambre por miedo a morir de una forma más inhumana, los feudales se encerraban por

semanas en sus mansiones de roca y oro, y los pueblerinos se concentraban tanto en sus

labores poco remuneradas para conseguir comida, porque la comida aún no era de ellos, era

de ese dios misericordioso que algún día nos dará salvación.

En mi juventud nunca tuve tanto terror de la vida como lo estoy ahora, el dolor del miedo y

la angustia generada por los hechos recientes me han esclarecido que nuestro verdadero

destino como hijos de esta desmerecida vida es no haber nacido, que el pecado siempre

existirá, que la mente más retorcida viene de aquellos que creen pensar con claridad. Me he

explicado este mismo pensamiento durante años pero solo lo entendí ahora, en el momento

que vi desde la terraza de esta casa prestada a los actuales párrocos, subiendo con sus

caballeros de cruzadas hacia las haciendas de los verdugos con un furor y aire de héroes

menguados, por un momento sonreí cuando observe la pálida tez de aquel infeliz que nos

condenó a esta vida de empeño, pero me percaté de que no moría, que no se asustaba, que

parecía no sentir más que júbilo ante la presencia de homicidas como él y entendí que algo

peor estaba por venir, comprendí que no eran mentiras cuando el alguien del pueblo veía

párrocos con perdigoneras y monaguillos ebrios, nos condenamos creyendo en un mundo con

dios.

Nuestra existencia cesó cuando entendimos quienes eran aquellos estafadores, pero a pesar

de eso las iglesias llenaban sus asientos los domingos, los párrocos no paraban de beber con

putas mientras las putas seguían sin comer, pues los sacrílegos seres no pagaban sus

servicios, al contrario, cobraban por brindarles algo de pureza a seres no tan pueriles.

Nuestras esperanzas de tranquilidad decayeron cuando otro verdugo murió, en consecuencia

las cruzadas se reiniciaron, ansiosamente las familias se dividían, pero nunca extinguían

totalmente la prole, con fines absurdos de seguir cobrando sus impuestos y limosnas.

Han llegado tormentas de seres extraños de pueblos ajenos que observan nuestra vida como

algo grande. Llegaron de la nada, de lugares nunca vistos, donde la muerte es tan común

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Andrés Felipe Barbosa

como comer y la vida no se comparte con nadie, llegaron en hordas pestilentes que amainaban

hasta los oscuros deseos de los cobradores. El deseo de dinero y poder se volvió insaciable,

los pastores tenían nuevos rebaños y los carniceros variedad de animales que sacrificar, pues

las muertes nunca cesaron ni la vida dejo de ser tan miserable para nosotros en este lúgubre

mundo de nieve, plagado por almas sedadas de muerte.

Mi miedo no cesa, las tribulaciones formadas todos los días por algún muerto aumenta más

mi incertidumbre, es como si la sombra se acercara más a nosotros, como si la muerte nos

estuviera buscando. ¿Con qué fin? Ya estamos aislados de casi todo lo que me unía a este

escollo de tierra, no encuentro razón ni motivo para separarnos de la poca felicidad que me

queda. Ariadna mi única hija valorada, mi único amor sin perdida, pues ella es lo único que

me aferra a esta vida, a pesar de todo, la veo tan distante y fugaz como si en algún momento

pudiera perderla. Pero no quiero, quiero que estemos juntas, no quiero sentir de nuevo esta

soledad tan trágica que ha llegado desde que probamos la vida que no queríamos merecer,

pues esa vida de lujos y placeres nos llevó a la esquina del mundo de la que no podemos

escapar.

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Palabras de un soñador

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La miro efímera, distante, tan solitaria, a pesar de mis intentos por hacerla feliz he

entendido que necesita lo que no puedo dar. No puedo brindarle un cielo estrellado a aquel

sol, ni uno nublado a esta luna que me quita el sueño porque sencillamente, dejaríamos de

vernos, no puedo expresar en palabras todo lo que siento y todo lo que tengo que acallar

con su dolor, con el dolor de su vida, con el dolor de su existencia, que palabra mágica

puedo decir para ocultar esa visión abstracta que le brindan sus lágrimas, que mentira

puedo decir para quitarle esos sollozos a su voz, que silencio tengo que mostrarle para que

ella no escuche aquellas palabras que le partieron de nuevo el alma, “Natalia murió”.

El fin de una temporada de sol frio, un tiempo más lejano donde no hay follaje, las nubes se

tornan negras, yo la vi, vi aquella silueta cubierta de nieve tratando de trazar la misma ruta,

simulando hacer rutina, escapando de la más tenue luz, pasando entre las sombras. Fue un

día donde los curas rezan por dinero, un lugar lejano a la congregación del pueblo, y un

tiempo aislado donde los relojes no corrían. Estaba solo en aquel tejado pues yo no existía

para que me extrañaran, y las personas que me extrañan se obligaron a asistir por miedo a

represalias infligidas que nunca logre ver. El mayor temor de aquella persona era ser vista,

pero la habían visto, estaba siendo vigilada, ella no daba un paso en falso, pero la nieve no

guardaba su secreto. Fue poco antes del mediodía, cuando aquella hermosa dama que yo

conocía muy bien, fue encontrada ultrajada y desmembrada junto con otro ser en medio del

atrio por el pecado de tratar de escapar. Todo sucedió tan confusamente rápido que cuando

retome conciencia de mí mismo, estaba escuchando la voz inconfundible de una mujer que

gritaba ¡Natalia!

La niebla oscura dibujo el paisaje, la presencia de moiras tristes se notaba y ellas suspiraban

con el dolor de Mariana, pues nadie siente más dolor que una madre al perder una hija, se

escuchaban frases silentes de consuelo y mentiras acerca de que todo iba a estar mejor, nadie

pensó que aquello seria cierto, nunca lo fue. Su martirio fue el más trágico que jamás vi,

nunca imagine que se podría sentir tanto amor por alguien, jamás pensé que tantas lagrimas

pudieran salir de sus ojos, siempre fue tan alegre y optimista, el notarla así durante tantos

meses me hizo sentir inútil, aislado a todo lo que ellas vivían, como si estorbara en este punto

de sus vidas, pero sencillamente no podría dejarlas, no quería que su dolor aumentara, quería

protegerlas. A pesar de todos mis intentos por mantener esa promesa lo único que pude hacer

fue velar por su bienestar, aunque fuera por corto tiempo. Mariana murió a los cuarenta y

ocho años de edad con aquella presión de soledad en su corazón y con la promesa de velar

por Ariadna desde el etéreo tal como yo lo haré desde esta averno mientras viva.

La presión de vivir sin familia ha recortado la mente de Ariadna, con solo un par de años

menos padeció la peor fantasía psicológica que la vida le puede ofrecer. Yo nunca conocí a

mis padres es por eso mi apatía, jamás entendí el significado de familia ni la sensación de

una, pero ella sí, ella amo ocultamente a las personas en su cercanía y disimuló el sentimiento

producido por el temor, pero estaba sola, yo no podría llenar el vacío, ni prometerle una vida

mejor, podría llenarle la vida de momentos mágicos pero no borraría la oscuridad en su

corazón, todo lo hecho por mí fue estar a su lado simulando ser su sombra, su familia, su

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Andrés Felipe Barbosa

amigo, pues siendo ella la persona que más amo en el mundo la cuidaría hasta que mis días

se vuelvan noches y mi ojos cieguen su luz por siempre.

La condena de sus ojos reflejándose en los míos se hizo evidente, sus palabras se volvieron

ecos, no veo más que paginas huecas de un hermoso libro en blanco cuando la siento llorar

todas las noches, no siento más que soledad al verla muda ante los hechos, días enteros sin

comer se volvieron su rutina por culpa de múltiples tragedias, como si un aquelarre se

formara a su alrededor esperando su fin, no quiero, no quiero verla infeliz, no quiero verla

muerta por dentro mientras su cuerpo se pudre por fuera, la extraño por el simple hecho de

su presencia, porque aunque este a mi lado no la siento, parece infinita, disipada, intangible,

aún en su propio mundo. Siento que todo es mi culpa, pero ¿Cómo podría yo salvar a aquella

mujer?

Muchos inviernos en Astora son ligeros, cálidos y sin prisa, este no fue la excepción. Sus

caminos trémulos y las pendientes áridas de este pueblo me han hecho dificultosa la tarea de

escapar una y otra vez. Al igual que la primera vez la distancia hacia otras estancias es eterna,

pero cualquier lugar fuera de aquel calabozo de almas estancadas está bien, las demás

ciudades, aunque lejanas, suelen ser más hermosas, más románticas, menos lujuriosas y más

vividas, sin tomar en cuenta que las personas se tornan más amables y sutiles, siendo su

amabilidad la prolongación de la existencia de Ariadna y mía.

Crepúsculo es la hora de mi salida y llegada, la distancia es larga y los temores del hambre

abundan, yo nunca viví en Astora siempre fui nómada, buscando buena vida me adentré sin

saber en un lugar plagado de tumbas. Mi medio hermano un gigante sin razón, estimo nuestro

futuro como independientes del mundo, sabíamos de todo y todo lo que se podía hacer sin

conocimiento alguno, vivíamos de vividores y dormíamos con soñadoras, en ningún

momento durante mi estadía pensé que aquel miserable derrumbaría la mina y nos dispararía

indiscriminadamente. El hecho de mi casi muerte fue algo que quizá repetiría con gusto,

siempre y cuando volviera a encontrar aquellos lindos ojos grises al despertar, aquella mirada

triste y sumisa ante la adversidad, desee desde mis adentros poder vivir eternamente para

volver a ver aquella sonrisa, pues era algo que jamás imagine que alguien me mostraría de

una forma tan sincera. La estadía agonizante en aquella casa se volvía placentera a su lado,

su simple presencia me alegraba aun en mi lamentable estado, siendo ella el placebo ante mis

circunstancias y el temor anhelado que protegen mis extravagancias.

Tiempo después de mis incurables heridas, vi a un advenedizo al lado de un verdugo, era mi

hermano sumido en el yugo de un bastardo animal, no pude ocultar mi desdén por aquel

beneplácito de Dios, aun así, el verlo amarrado con cadenas invisibles convirtió mi júbilo en

desdicha, pero me conforme con su otorgada vida, porque media vida es mejor que ninguna.

En mi estado de media muerte pude llegar hacia donde me necesitaban, fue la única y última

vez que logré hablar con él, al menos en un estado consciente, porque en mis sueños y

pesadillas siempre habita. Su alma y conciencia no pertenecían más al cuerpo que reposaba

frente a mí, su sonrisa se convirtió en algo trágico, las mentiras y muertes hechas por sus

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manos en nombre de otros acallo todo lo que su ser conformaba, solo veía y hablaba con una

coraza vacía, un alma en pena que solo esperaba la muerte.

Fueron fútiles las advertencias a su aislado corazón, todos los consejos ofrecidos fueron

burlados por su terco razonamiento, con la esperanza perdida en palabras necias hacia él,

partí de nuevo a donde mi nueva vida me llamaba, pero la conciencia no soporto el dolor del

cuerpo y la voluntad de mi ser se dispersó en un solo golpe hacia el suelo. Lenta fue la

sensación de levantarme, pero ya no quería hacerlo, los encantos de aquella mujer me

sostuvieron en la infinita solvencia de no volverme a levantar, su piel color oro me inquietó

y aunque no era la única desnuda en la habitación mi mente no divagó en dibujarla mientras

ella suspiraba en una cama foránea. Habité con la mujer de vida alegre por un corto tiempo,

siempre viéndola a desnuda a oscuras en la habitación con muchos hombres distintos

indispuestos a llenar su soledad, buscando neciamente su poco piadoso cuerpo, yo conozco

ese cuerpo mejor que ellos porque yo consolaba sus silencios, arrullaba sus lágrimas,

limpiaba su ser de soeces placeres y le brinde amor, quizá el único tipo de amor que ella en

ese entonces logró recibir. Antes de partir hacia la calidez de Ariadna, recibí con beneplácito

las historias de la hermosa mujer que me acogió, me conto acerca de su vida, de sus hermanos,

de su antiguo amor, de su hija, de sus martirios, de sus grandes placeres y por ultimo me dijo

su nombre, siendo su nombre el motivo de mis arrepentimientos, quizá por eso me convertí

en la constante ayuda de Natalia.

“En esta tristeza y soledad entre nuestros mundos, siento el pesar de haber abandonado lo

que tanto amé, siento el dolor de su muerte, siento la soledad de amar. Aun escucho su voz

en mis sueños y anhelo seguirlo haciendo hasta el fin de mis días pues ella fue lo único que

amamos y nos mantuvo unidos a pesar de la distancia, le debemos desde nuestra vida hasta

el fin de la misma, pues ella y solo ella sería capaz de arrebatárnosla de esta forma tan cruel.

Que su descanso sea felizmente eterno.”

Atentamente: Arsenio Almeida Gonzales y Jaime Almeida Gonzales

Aquella carta estimuló más sonrisas que lágrimas, le alegraba sentir la empatía por la pérdida

de su madre, porque no había nadie más que compartiera la agonía inmensa que le dejó

Mariana. Vivió más tranquila por un tiempo, sabía que podía ser feliz que nadie le arrebataría

ese dulce recuerdo de tener familia, de amar sin temer al rechazo, de llorar de felicidad por

el más triste de los dolores. Pero aunque fue grande la felicidad causada por sus hermanos,

fue corta aquella ilusión de reunirse junto con ellos. Tres días duro aquel júbilo, dos días más

de dolor, tres vidas menos que contar. Las sombras de la desgracia de Ariadna se ennegrecían

mientras sus ojos absortos de lo ocurrido no podían entender como lo que le quedaba de

familia yacía crucificada en el centro del pueblo, su dolor no podía ser más inhumano, su

mundo se desmoronaba constantemente, con cada pequeña alegría sus desgracias crecen

mientras lo único que yo puedo hacer es estar a su lado y decirle que pronto todo estará mejor.

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Andrés Felipe Barbosa

Yo suelo llorar en mis viajes de nostalgia pero no lo hago por los hechos, lo hago por ella,

por su tristeza, por su melancolía, porque me será difícil volver a ver esa sonrisa, esa

espantosa y rara sonrisa que me devuelve a la vida, para mí es simplemente necesaria.

Mis noches se volvieron impasibles, no entendía él porque la mala suerte la perseguía, porque

la vida se vuelve ajena a ella, es injusto e injustificable el dolor que siente aquella pobre

creatura por algo que nunca hizo, por algo que la vida le dio sin ella pedir nada, si Dios existe

en algún lado porque no justifica la existencia de esta pobre alma que vive agobiada de dolor

y de paso compadécete de mi Señor que sufro por la soledad que su constantes tragedias me

otorgan.

Pasan los días y sigo sin notar su presencia, yace a mi lado muerta en vida, no siente, no

come, no duerme, no vive, pero aun respira, solloza, a pesar de todo siente, alguien o algo la

detiene antes de que su espíritu se rinda, quizá es ella misma queriendo huir de aquí, quizá

es mi fe porque no la quiero lejos de mí, sería el fin de mi leve existencia cuando aquel

momento ocurriese, no tendría otro motivo más decente que la muerte para volver a verla

pues ella es mi felicidad, ella es mi amor, ella es mi vida misma.

Como muchas noches después de la vida de Mariana, volví demasiado tarde, pues a mis

diecisiete años me hice totalmente a cargo de la mujer de mis ojos, aduras penas tengo tiempo

para verla dormir y despertar a causa de que son cortas las dos o tres horas que tengo de

sueño, para mi ella vale todo mi tiempo y esfuerzo ella vale todo lo que mi miserable vida

puede ofrecerle. Lejos de aquí tengo trabajo y una vida que estoy dispuesto a darle a Ariadna,

sé que está prohibido salir pero le temo más a vivir entre asesinos y parcas, nadie me disuadirá

de mi idea, pues son los deseos de Natalia los que más me motivan a alejarla de esta tierra de

inviernos eternos. Solo faltan un par de noches para huir de aquí, he decidido no decirle nada

pues las sorpresas son mejores que los planes, le he comprado un par de libros nuevos solo

para verla sonreír, para distraerla de la desventurada vida que ella posee, ella tiene un par de

ojeras de tanto llorar pero me gusta besarlas por la noche, cuando puedo dormir junto a ella,

hay veces que me dice que me quiere y otras tantas en que calla toda la noche, es triste pensar

que ella no me pueda amar como yo lo hago, no la culpo, tampoco necesito saberlo, solo

necesito amarla y cuidarla hasta que pueda sentirse feliz, porque su felicidad es lo único que

busco.

La noche de nuestra fuga parecía rutinaria, pero también era rutinaria la huida de Natalia, en

mi afán por verla y acallar algunas inquietudes aceleré mis pasos y abrí la puerta

silenciosamente para poder sorprenderla despierta. La escena que contemplé fue algo que

nunca quise volver a ver en mi corta vida; Ariadna estaba en su cama con sus ropas rotas, su

voz fue sedada por la tela de una de sus prendas, mientras sus extremidades luchaban por

huir de sus recientes ataduras, una persona que ella conocía muy bien profanaba su dulce

cuerpo, los pliegues de grasa de ese impío ser rozaban toscamente la piel de la mujer que

amo, su ebriedad de poder no le permitía notar mi presencia pero sentía que se burlaba de

mí. ¿Cuantas veces no habrá hecho lo mismo? ¿A cuántas noches más habré llegado tarde?,

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no entiendo él porque la razón de mi vida es tomada de esa forma con la razón de mi casi

muerte. ¿Qué es este sabor en mi boca? ¿Es sangre? La cólera de ver aquella escena hizo que

me mordiera mi propia lengua hasta sangrar, la decisión de venganza era inevitable mientras

mi ira era incontenible. Aunque solo pasaron pocos segundos desde que note aquella deforme

visión, fue menor el tiempo concebido por mí para decorar el cuarto con la sangre de aquel

bastardo. En mi impulso de ira y con mis propias manos le arranque la garganta para que no

pudiera gritar y lo miré desangrarse hasta el fin de su existencia. Esa misma noche empaque

las pocas pertenencias de Ariadna, vestí su humillado y aun temeroso cuerpo mientras le

pedía que huyéramos, que viviéramos libres de tantas heridas y necedades que no son

nuestras.

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Andrés Felipe Barbosa

Tomar su mano aun sangrando fue la decisión más fácil que quizá jamás haya tomado, la

decisión de huir fue algo que siempre soñé hacer con él, en sigilo atravesamos casi todo el

pueblo, nuestro silencio nunca fue escuchado, pero fue vano creer que saldríamos ilesos de

este mundo maldito, nos esperaban tan silentes como nosotros, eran verdugos y monaguillos

queriendo llevarse nuestros cadáveres, huimos con presura hacia los callejones más oscuros,

y buscamos la salida más cercana, temimos ver más allá de nuestros ojos pues ellos estaban

a nuestro acecho, nos escurrimos como viles ladrones entre las sombras e hicimos lo menos

ortodoxo para poder ser libres, todo fue inútil. Era una barrera de más de veinte hombres,

todos entusiasmados con llevarse nuestra carne, sin temor a represalias atravesamos aquel

grupo de monstruos que aun después de herirnos nos perseguían, no tuvimos razón para mirar

atrás, nosotros solo huimos sin descansar, esperando levemente milagro voraz que nos

permitiera de esta tierra escapar. Fue ardua la jornada, después de media noche logramos

dejar a nuestros perseguidores pero nuestros cuerpos estaban sangrando, no sentíamos dolor,

no teníamos cansancio, simplemente me sentía feliz. ¡Ya no era más esclava de Astora! ¡Ya

podía morir sin temor a que mi alma se quedara atrapada en aquel lugar de pesadilla!

Perdí la conciencia en algún lugar después de huir, soñé con mi madre, mis hermanos, me

soñé libre, perdida entre placeres que siempre quise tener, soñé con vivir sin temor, sin tener

que esconderme de los demonios cuando el sol brilla, y soñé con una vida con la persona que

me cuido cuando esos sueños se desvanecieron, añore tanto esa vida junto a él que pensaba

seriamente en amarlo cuando desperté estábamos en un pequeño pueblo hermoso a su modo,

lleno de colores distintos al rojo, negro y blanco que siempre veía, era como un pequeño

espacio de cielo en la tierra, pero no importaba el pueblo ni cómo se viera, no importaba

nada, estaba lejos ¡Lejos de Astora!, felizmente lejos de aquel pedazo de infierno que me

retuvo durante un tiempo en el cual mi vida no se pudo llamar vida. Era tanta mi felicidad

que no había notado la gran sutura en mi pierna derecha, ni las pequeñas cicatrices en mis

brazos, no pensaba en nadie más que en mí. Fue tanta la alegría que no escuchaba nada más

que mis pensamientos, tarde más de un momento en comprender que no era la única persona

en ese lugar, que me observaban fijamente a la vez que me preguntaban hechos que no quería

responder.

- ¿De dónde es?

- De un lugar aislado de todo el mundo llamado Astora.

- Debe ser un pueblo lejano- me pregunto con cinismo.

- ¿dónde estoy? – fue mi evasiva antes sus palabras agraciadas, quizá quería ella

entablar una conversación, pero yo no tenía ganas de seguir despierta.

- Está en Paradis - me miraba sonriendo agraciadamente - un joven la trajo

inconsciente.

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- ¿Dónde está él? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? ¿esta con vida? – ella me

miraba pacientemente, esperando a que dejara de preguntar cosas que ella estaba

dispuesta a decirme, deje de preguntar estúpidamente y recordé que no importaba,

mientras no fuera lejos del lugar de donde provenía.

- Lleva dos semanas de inconciencia, sus heridas son algo tratables pero vivirá. – Por

primera vez después de despertar vi claramente su rostro, su piel era tersa, trigueña,

cabello negro y lacio, con una sonrisa tierna como quizá como la de Mariana o

Natalia en sus momentos de alegría, ella tenía ojos negros y un hermoso rostro que

me inspiraba confianza. – En cuanto al muchacho, salió a buscar algo de comer.

Quizás el saber que estaba vivo era lo único que necesitaba escuchar, porque después de ver

la última silaba en sus labios me desplome del cansancio.

Un giro magnifico a mi vida dio lugar después de tanta ignominia padecida a través de mis

años, por fin puedo empezar con mi vida a causa de que todo cuanto viví antes no lo era. Las

heridas y cicatrices dejadas no importaban en lo más mínimo, la mirada expresiva del ser que

me salvo de aquella miasma por fin estaba a mi lado, fue tanto mi agradecimiento que le

permití quererme, me permití tener una vida con él, empecé a quererlo sinceramente y no por

lastima como lo hice en un principio. Amé los largos ratos vividos con él apreciando todo lo

que su vida me brindó, despertábamos entre poemas de sus labios, nos abrazábamos hasta

que el alba nos alcanzara y suspiramos mientras él pudo. Fueron grandes años de felicidad lo

que tuve junto a él y siempre le estaré agradecida por darme la vida que nadie más pudo

darme, pero su vida acaeció de la forma en la que mueren los dioses, desintegrándose por

dentro lentamente hasta que su enfermedad llega al exterior. Su existencia acabo antes de que

comenzáramos a vivir realmente, no extrañare tanto su perdida como extrañe otras vidas

pocamente cercanas a mí, fue su decisión inconsciente el dejarme vivir y su efímera fuerza

la que me permitió vislumbrar este nuevo mundo. No significa que no lo aprecie o que no lo

quiera, todo lo contrario, su vida fue tan preciada para mí desde el momento en que lo vi que

considere jamás amar otra persona de la misma forma en la que lo hice con él, lastimosamente

no tuve tiempo suficiente para expresarle cuanto lo amaba, cuanto añoraba que me tocara

mientras amainaba nuestro tiempo juntos, nunca preferí compañía más placentera que la

suya, pero el no amarlo debidamente fue una de las decisiones que aun buscan

arrepentimiento.

El tiempo pasa volando, cuando el temor no abunda en la mente, en mis ratos libres escucho

historias fascinantes de la persona que me salvo, me cuenta de su vida, de amores y desamores

lejanos, relata historias de viajes sin fin y amigos fugaces, sus historias parecen libros y su

dedicación y pasión a lo extraordinario no parece tener fin. Siempre me visita después de

llegar de sus viajes, cada vez me cuenta cosas nuevas que jamás volveré a escuchar,

relatándome aventuras desventuradas de personas con vidas inasibles o así pretendía yo

entenderlo. Era una de esas personas que se expresaban sin miedo ni escondrijos y que a

pesar de todo, el hablar con ella siempre me obligaba a sonreír.

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Andrés Felipe Barbosa

Prontamente mi vida fue cambiando, mis sonrisas acrecentaron rápidamente, anduve por

lares que no conocía y desconocí partes de mí que aún se aferraban al tétrico lugar de donde

vengo. Me entretuve trabajando como enfermera en lugares de interés social, mantuve la vida

que quizá Mariana habría deseado para mí, viaje y volví, cientos de veces los mismos lugares

pues seguía sin creer toda la felicidad a la que estaba dispuesta a ceder. Solo pocas veces

encontré a la mujer que me salvo la vida y que me enseñó como vivirla, siempre era diferente,

trastornada por los viajes, enriquecida por las experiencias nuevas que la vida y algunos

hombres le dan, ella era diferente como ninguna, simple y sencilla a su modo, pero mi visión

dejo de enfocarse en ella y decidí ser libre de ataduras y recuerdos que me aferraran a las

tristezas que marcaron mi vida.

Mi cuerpo y mente ascendieron a lugares extraños como si el mundo no tuviera lugar

suficiente en mi subsistencia, viaje por lugares inasibles para muchos, tuve amoríos de una

noche a los que nunca les entregue mi cuerpo y libidos no sexuales a los que me entregaba

completamente. La lectura ocupaba la mayor parte de mis travesías, el conocer personas

diferentes me sacaban de la monotonía, mi vida se llenó de placeres abstractos, extraños,

incipientes y cada vez más insatisfactorios, pero aun sabiendo eso yo continúe. Lo único que

realmente me empezaba a reconfortar y al mismo tiempo aterrar fue el hecho de visitar

nuevamente a mis fantasmas, al amor que nunca di oportunidad, a la madre que nunca

aprecie, a los hermanos que nunca pude valorar totalmente, a los amigos que deseaban para

mí la felicidad. No entiendo porque el amor que no aprecie me hace falta, ellos siempre

desearon esto para mí, una vida apacible y sin temor alguno, pero inconscientemente yo

quería estar con todos ellos, vivir como antes de empezarse a desintegrar mi familia, vivir

con el amor que tanto desprecie de manera tan voluntaria.

He vuelto después de muchos años tratando de buscar un último lazo con aquello que tanto

extraño, mi juventud aún no se desvanece pero el silencio en este pueblo es de temer, es como

si todos se hubieran ido hace mucho tiempo, como si estuviera sola. ¿Dónde están los

párrocos colados en las misas? no veo ya ningún verdugo ni escucho algo que no sea la caída

vertiginosa de la nieve caliente que nunca se desvanece. He corrido durante toda la tarde

golpeando de puerta en puerta, esperando a algún conocido o desconocido que me relate con

su presencia que no está solo el pueblo de mi maldita infancia. Ya no están ni los cadáveres

en los ríos, ni la sangre en las calles de piedra, el olor a azufre desapareció junto con el hedor

de alcohol y semen que siempre existió al lado de las minas. Sigo sola, tal vez todos se fueron,

para no dejar recuerdos de la miseria de este triste mundo, recorría las mismas calles de la

infancia, hasta llegar a mi antigua casa, mi antiguo hogar. Donde todos fuimos felices sin

darnos cuenta, donde quisieron quemar hasta el último recuerdo de vida que existió en mi

familia.

- ¿Tal vez no ha pasado tanto tiempo como pensabas o quizá mis recuerdos no se

demoraron en traerte de nuevo hacia dónde perteneces? – una voz irrumpió mis

pensamientos.

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- ¿Quién me habla? – Pero no veo a nadie.

- Si quieres verme debes ver dónde estabas antes de irte de mi lado – escuche

nuevamente, es una voz familiar, osada, triste, fría y temerosa.

- ¿Quién eres? – Al no encontrar más respuestas opte por alejarme de la macabra

fantasía que mi mente me brindaba, anhele irme pero mis pensamientos me

detuvieron, recordé poco a poco mi pasado y me rendí en el suelo esperando hallar

un consuelo en la cálida nieve. Después de recordar tan pesado dolor antes de

marcharme, volví a las ruinas de mi antiguo hogar, vi la cara de una niña en el suelo,

tenía los ojos negros como el carbón, la cara sucia, el cabello negro y largo como el

de un espectro y la figura lánguida y esfumada de alguien que no ha existido en mucho

tiempo, ¡era yo!

He volteado la cabeza como si alguien me estuviera persiguiendo, empezó a notar que las

personas estaban en todos lados, que nada había cambiado, empezó a emerger el ruido donde

no había escuchado nada, los párrocos pregonando las misas falsas para recaudar limosnas y

gastarse la plata en lugares donde siempre abunda el pecado, las siluetas de las casas

cambiaron de color transformándose en aquel lugar ominoso que recordaba, en aquella

mísera experiencia de vida que siempre viví. Empiezo a llorar acostada entre la fría nieve y

no es por la nostalgia ni por tristeza o soledad, es por los recuerdos, por cólera, porque recordé

que nunca debí haber vuelto, al lugar del cual nunca salí.

FIN