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OTRA DIMENSIÓN DE LA COLECCIÓN GAVIOTAS DE AZOGUE CÁTEDRA IBEROAMERICANA ITINERANTE DE NARRACIÓN ORAL ESCÉNICA COMUNICACIÓN, ORALIDAD Y ARTES Número 29 / Testimonio / Madrid / México D. F. / 2014

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OOTTRRAA DDIIMMEENNSSIIÓÓNN DDEE LLAA CCOOLLEECCCCIIÓÓNN GGAAVVIIOOTTAASS DDEE AAZZOOGGUUEE

CCÁÁTTEEDDRRAA IIBBEERROOAAMMEERRIICCAANNAA IITTIINNEERRAANNTTEE DDEE NNAARRRRAACCIIÓÓNN OORRAALL EESSCCÉÉNNIICCAA

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LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS

© María Teresa Andruetto, de sus textos © Francisco Garzón Céspedes Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES),

Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE). Director General: Francisco Garzón Céspedes Asesora General: María Amada Heras Herrera

Director Ejecutivo: José Víctor Martínez Gil Directora de Relaciones Internacionales: Mayda Bustamante Fontes

Directora de Extensión Cultural: Concha de la Casa. Madrid / México D. F., 2014 / [email protected]

Derechos reservados. Se autoriza el reenvío sólo por correo electrónico como archivo adjunto PDF. No se autoriza edición o impresión alguna en papel u otros soportes sin permiso previo de la Editorial.

Se autoriza a las bibliotecas a catalogarlo para el público.

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http://loslibrosdelasgaviotas.blogspot.com http://ciinoe.blogspot.com

http://invencionart.blogspot.com

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EXTRAVÍO

Sólo enfermando al vecino,

es como uno se convence de su propia salud. Fedor Dostoievsky

Cuando yo era chica, pasaba frente a nuestra casa, en la es-

quina de Mariano Moreno y Río Negro*, todos los mediodías, un

hombre con un pequeño paquete en la mano (se decía que le lleva-

ba la comida a un hermano que trabajaba en el otro extremo del

pueblo). Martinato se llamaba (o se llama, porque acaso viva todavía).

Aunque no tenía reloj, Martinato sabía siempre la hora exacta. Se

decía que vivía contando los pasos, equivalentes a segundos. Si así

era, pienso que podía saber con exactitud acerca del tiempo porque

a eso –al tiempo– le dedicaba todo su tiempo.

Muchos años después, ya convertida en una mujer grande,

tuve por vecino en mi casa de Villa Allende, a un hombre a quien

llaman el caminante. Desde los dieciocho años, edad en la que –eso

dicen– murió su madre y él –uso estas expresiones sin conocerlas

del todo– “tuvo un brote psicótico”, el caminante camina –con una

gruesa campera, tanto en invierno como en verano– desde la ma-

ñana hasta la noche, desde su casa que está junto a mi casa, hasta

el cementerio viejo y desde ahí otra vez hasta su casa.

No sé bien por qué estos episodios vienen juntos a mi memo-

ria, acompañando a un tercero: un recuerdo antiguo, fundante para

mí, que también tiene que ver con el caminar. Cuando era muy chi-

* En Oliva, Provincia de Córdoba, Argentina, pueblo donde me crié y sede del Asilo de Aliena-dos Colonia “Dr. Emilio Vidal Abal”.

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ca y apenas si sabía decir mi nombre me mandaron con un papelito

en la mano (un papel escrito por mi madre) a hacer una compra.

Supongo que porque era tan chica (o porque por primera vez me

habían mandado a hacer una compra) yo temía perderme. Así que

caminé mirándome los zapatos, en la creencia infantil –pero no de-

masiado lejana a la verdad– de que uno está donde están sus pies.

Y de tanto mirarme los pies, me distraje de otros menesteres y me

perdí. Me encontró el cartero, un hijo del Maestro Bono, me pre-

guntó si mi mamá se llamaba Cleofé, me cargó en el canasto de las

cartas que estaba adosado a su bicicleta y me llevó de regreso a

casa.

¿Qué tienen en común un hombre extraño, un enfermo y una

niña distraída? ¿Qué los separa? No sé si el recuerdo es tan vívido

para mí porque llevaba en la mano la letra de mi madre, o porque

descubrí que era hija de una mujer que tenía un nombre extraño, o

porque quien me llevó a casa era el hijo del Maestro (había una sola

persona en mi pueblo de quien pudiéramos decir simplemente: el

maestro) o porque aquel hombre me puso en el canasto donde se

llevan los mensajes, o porque tuve conciencia por primera vez del

extravío. De hecho, “Extravío” es el nombre con que titulé un poe-

ma construido a partir de ese recuerdo, tantos años después.

Ya lo dice el lenguaje popular: hay que estar bien plantado,

hay que vivir con los pies en la tierra, por contraposición a andar

con la cabeza en las nubes. Oscilación entre el deseo de extraviar-

se y el esfuerzo por seguir pegado a la realidad. En ese oscilar que

a veces asusta, que a veces abisma, está el momento de creación.

Sé que hay límites entre la salud y la falta de ella (allí donde usted

nada, ella se ahoga, le habían dicho a Joyce –creo que se lo había

dicho Freud– en relación a su hija Lucía), pero ¿dónde están esos

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límites?, ¿hasta dónde uno puede extraviarse y regresar cuando

quiere a casa? ¿Hasta dónde alguien que transporta las palabras

puede encontrarnos (o hacer que nos encontremos) y llevarnos

consigo en su canasto hasta donde estemos a salvo?

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MENTIR

Un escritor es un hombre que miente.

Abelardo Castillo

¿Qué puede hacer una niña tímida, que tiene nariz grande,

piernas flacas, ropa deslucida y que se sabe invisible para sus

compañeras de grado? ¿Qué puede hacer esa niña a la que su ma-

dre ha contado cuentos cuando ella era la niña de la niña que hoy

es, sino leer, leer desaforadamente todo lo que hay en su casa? ¿Y

qué hay en su casa? Una mezcla de Twain y D´Amicis, de Steven-

son y Tagore, de Dumas y Olegario Andrade, de Collodi y Kempis,

una edición bellísima de El Quijote, varios Shakespeare en las edi-

ciones populares de Tor, una Divina Comedia, un Decamerón, mu-

chos libros sobre cooperativismo, muchas biografías y relatos de

viaje, una colección de literatura política argentina que tiene desde

Alberdi a Monteagudo, desde Moreno a Mansilla, con todo Sarmien-

to y todo Echeverría y, sobre todo, mucha y buena literatura infor-

mativa, enciclopedias, diccionarios, historias universales y argenti-

nas, historias de la música, del arte, de la fotografía, de la filatelia...

porque no era la literatura sino el conocimiento lo que primaba en la

casa y había que saber cómo se hace cada cosa, cómo está com-

puesto el universo, cómo se generó la vida en la tierra... porque los

libros tenían un sentido utilitario y tal vez no hiciera falta leer una

novela, pero cómo ignorar la evolución de la pintura desde Altamira

hasta Picasso. Y yo, la niña que yo era, iba por esos libros con el

mismo desparpajo, con la misma irreverencia con que transitaba por

las fotonovelas –Nocturno, Chabela, Idiliofilm– que había en la ca-

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sa de mi amiga Rosa, o por las hojas teñidas de sangre de la revista

Así* en las que el carnicero envolvía la carne que me habían man-

dado a comprar. Todo tenía para la imaginación de mis ocho, diez

años, el mismo valor, porque yo iba por esos libros y diarios y revis-

tas, buscando historias para contar a mis compañeras de grado,

historias que, mentirosa, relataba como propias. Iba a la escuela

cada mañana y, en el recreo largo, me sentaba en un banco de ce-

mento, en el patio, y contaba algo que había leído el día anterior,

una historia que alargaba o modificaba a mi antojo, para agregar

suspenso o acabar a tiempo para regresar al aula. Ellas no sabían

que se trataba de episodios robados a los libros, y yo sentía por eso

una inmensa vergüenza, pero lo mismo contaba, como un vicio cu-

ya marcha no podemos detener, yo contaba. Lo que no había com-

prendido aún era que en aquellas historias narradas para que me

quisieran mis compañeras de grado, yo estaba ejercitándome ya en

esta pasión, en este delicado hacer, en esto que Abelardo Castillo

llama el oficio de mentir.

* Difundida revista de crímenes, en el estilo de periodismo catástrofe, que circulaba en Argenti-na en los años sesenta.

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CALEIDOSCOPIO

Nadie sabe lo que sabe

hasta la explosión de la palabra. Aldo Oliva.

Cuando tenía diez años fui a tomar unas clases de inglés con

un muchacho de mi pueblo. Amadeo se llamaba y estudiaba Letras

en la Universidad, en Córdoba, todo lo que me convertía en su ad-

miradora. El inglés, cómo decirlo, nunca fue mi fuerte. En la primera

clase, apenas comprobada mi dureza en la pronunciación, Amadeo

me dijo que tal vez podíamos leer entre los dos un pequeño libro.

¿Te gusta leer?, me preguntó. Mucho, dije, con orgullo. Leer era al-

go que ya entonces hacía con voracidad, pero a la vez sabía que

eso producía en los otros –sobre todo en los que no tenían la cos-

tumbre de hacerlo– cierta admiración, porque había escuchado a

los vecinos decirle asombrados a mi mamá: ¡cómo le gusta leer a

esta chica!

¿Y qué te gusta leer?, me preguntó Amadeo. En la habitación

donde estábamos, el comedor de su casa, había una máquina de

coser y sobre la máquina, un caleidoscopio, el primero que vi en mi

vida. El se levantó, tomó el caleidoscopio y volvió a sentarse: miró

ahí haciendo girar el fondo mientras esperaba mi respuesta. Yo su-

pe que estaba siendo examinada y entonces el silencio se prolongó

más de lo que hubiera querido. Empecé a repasar mis lecturas sin

que ninguna me pareciera digna de Amadeo. Así, en lugar de decir-

le lo que naturalmente me gustaba, descarté Corazón porque me

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pareció “para mujeres”, y Sandokan porque me pareció poco impor-

tante y El jardinero, de Tagore, porque le gustaba a mi madre, y La

imitación de Cristo porque lo había leído casi sin comprender y temí

que me hiciera alguna pregunta (¡es que yo suponía que Amadeo

conocía todos los libros!), y a Almafuerte por arrebatado y a La isla

del tesoro porque me pareció “para chicos”. Estuve a punto de decir

Olegario Andrade, que por ese tiempo ya había dejado de gustar-

me, porque conocía algunos poemas de memoria, pero lo descarté

porque pensé que me vería como una chica antigua, ya que esos

poemas también le gustaban a mi mamá. Tampoco iba a decirle

que me apasionaban las fotonovelas con los rostros jóvenes de Do-

ra Baret y José María Langlais, ni mucho menos iba a contarle que

me encantaban Nipur de Lagash y los crímenes de la revista Así...

Vi pasar por mi cabeza todas mis lecturas de entonces sin po-

der comprender si eran buenas o malas, y sin saber si estaban a la

altura de alguien como Amadeo. Porque él era exactamente lo que

yo alguna vez quería ser. ¿Y?, preguntó, ¿Te gusta o no te gusta

leer? Sin saber por qué, como algo que irrumpió en mí, dije de pron-

to muy seria: Me gusta Selecciones. ¿Selecciones?, preguntó él.

¿Qué selecciones? ¿Selecciones del Reader Digest? ¡Por ese ca-

mino no vas a llegar lejos!

Ya no sé qué pasó después, ni cómo terminó la clase, sólo

que yo tenía la garganta apretada y estaba muerta de vergüenza.

Y que así, muerta de vergüenza, acomodé mis carpetas para re-

gresar a casa. Tal vez él se dio cuenta de que había sido muy du-

ro, porque me tocó la cabeza en un gesto que pareció una caricia,

me animó a mirar por el caleidoscopio y lo hizo girar. Y mientras

giraban esas estrellas de colores, dijo: Lo que se ve por acá no

vuelve a repetirse.

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No recuerdo otras clases de inglés, aunque sí algunos en-

cuentros con Amadeo muchos años más tarde, incluso uno poco

antes de su muerte. Pero conservo todavía el recuerdo de aquella

sensación vergonzante y en la cabeza esa palabra: Selecciones.

Una palabra clave en torno al oficio de leer. Ese día descubrí que

hay caminos entre los libros, y que entre los caminos, hay siempre

uno personal para transitar el bosque. Y que ese camino personal

se abre de libro en libro, en una sucesión de selecciones. También

que no todo lo que está impreso es bueno, que hay impresos que

son –como decía Amadeo– un horror, y que un buen libro es como

un caleidoscopio: lo que se ve por ahí, según nos parece, ya no vol-

verá a repetirse.

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RESPONDE A FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES

MARÍA TERESA ANDRUETTO (ARGENTINA, 1954)

“HACEN FALTA MUCHOS RELATOS

PARA CONSTRUIR UN RELATO”

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–¿Cuál es su personal definición de la narrativa como arte, como li-

teratura? Su definición en general y/o en específico del cuento y/o de la

novela. Por favor explique por qué elige hablar de la narrativa en general

o, por ejemplo, sólo elige referirse al cuento o sólo a la novela. Si ha re-

flexionado respecto al escribir narrativa para la niñez, ¿añadiría algo en

específico a su respuesta, a su definición o definiciones?

Considero que la narrativa –el arte de contar– está presente en (casi) to-

das las expresiones artísticas, desde ya que lo está en la novela y en el cuento,

donde constituye su columna, esencia y razón de ser, pero también lo está –en

diversas combinaciones y grados– en el cine, en el teatro, en el videoclip, en la his-

torieta, en los espectáculo de danza, de mimo, de títeres, de circo, en la ópera,

en las artes plásticas, en prácticamente toda la historia de la pintura, en mu-

chas composiciones musicales. En lo que respecta más específicamente a las

artes de la palabra, la narración no sólo está presente en la novela y en el

cuento, en los textos teatrales y en los guiones cinematográficos, como es por

demás visible, sino también en la poesía. Por muy experimental que sea un

poema, y aunque se trate de poesía concreta, conceptual o de casi pura explo-

ración sonora, siempre encuentro un núcleo narrativo, aunque algunas veces

ese núcleo esté muy soterrado. Creo que todo el arte de este mundo proviene

de la necesidad de contar/de dar cuenta de lo que nos sucede, necesidad de

trasmitir hechos de los que hemos sido protagonistas, imagineros fabulosos,

partícipes secundarios o testigos; la historia del arte es también la historia de la

subjetividad humana, la expresión –a lo largo de siglos y a través de distintas

culturas– de nuestra necesidad de compartir experiencias, dolores, alegrías o

asombros con otros contemporáneos o futuros. Pequeños relatos que nuestras

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bocas depositan en oídos ajenos, intentando agregar algunas palabras al gran

relato del mundo.

“¿Mi definición en general y/o en específico del cuento y/o de la novela?”

De entre todas las artes del narrar, el cuento y la novela tienen la particularidad

de necesitar –como condición indispensable para ser– de la figura del narrador.

Como lectores, olvidamos muchas veces –aunque un buen escritor lo tiene

siempre presente– que un cuento o una novela no muestran una historia, unos

sucesos ni unos hechos sino que construyen una voz que nos habla acerca de

unos sucesos, unas historias, unos personajes, unos hechos. Así, como lecto-

res, nada vemos sino que oímos esa voz del texto –la voz del narrador– y de

ese modo –por ese camino– imaginamos. Lo que leemos está entonces teñido

de la subjetividad de la voz que narra –ésa que el escritor construye como un

castillo de naipes–, de sus intenciones, adhesiones o engaños, tal como suce-

de en la vida misma, cuando cada quien nos cuenta lo que le sucede. La inten-

sidad de un escritor se mide por la calidad de narrador que es capaz de cons-

truir en su cuento o en su novela, el refinamiento del punto de vista que elija

(hecho siempre de selección y renuncia) para narrar esa historia, y el modo en

que esa construcción alcanza una credibilidad, coherencia y verosimilitud ca-

paces de deslizarnos sin reparos hacia el pacto de ficción. De ese modo, al

leer, leemos al mismo tiempo que ciertos sucesos, las intenciones e impresio-

nes de una subjetividad que los trasmite. Ésa es para mí una de las razones

más fascinantes de escribir: ser otro, mirar el mundo desde ojos ajenos, intento

de adentrarnos en otras condiciones de vida para comprender un poco más de

la condición humana.

En cuanto a la narrativa para la niñez: He escrito varios libros para niños

(aunque pocos para lectores de edad muy pequeña) y no encuentro –sobre

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este punto– mayores diferencias entre narrar para niños y narrar para adultos,

salvo –en el primero de los casos– la necesidad de mayor sencillez y definición

en la estructura, y la necesidad de mayor condensación, selección, depuración

de artificios en el lenguaje.

–¿Por qué escribe narrativa?

Siempre hay múltiples razones –y también muchas cuestiones que no se

pueden explicar por la razón– que nos llevan a hacer lo que hacemos. Pero

una de ellas es, sin duda, el deseo de comprender a los demás y también el

deseo de comprenderme a mí misma (el propio yo como un campo de explora-

ción, una muestra gratis de “la condición humana”), la escritura como un cami-

no de conocimiento. Otra es el haber sido alimentada a relatos, criada por una

madre que deseaba escribir y a la que le gustaba inventar historias, y por un

padre inmigrante que había dejado atrás todo lo que era suyo y –como necesi-

taba mantenerlo vivo– reconstruía al infinito su historia familiar, el largo viaje a

Argentina, el encuentro con mi madre.

–¿Cuándo escuchó un cuento por primera vez?¿O cuál es el primer

cuento que recuerda haber escuchado? ¿Dónde? ¿Se lo contaron oral-

mente o se lo leyeron? ¿Quién? ¿Tuvo una relevancia especial para us-

ted? ¿En su infancia le contaban otras formas de narrativa? ¿Cuál fue o

cuáles fueron las primeras?

Me crié en una casa donde había mucha palabra, mucho relato, una

casa en la que se contaba de mil maneras, con muchos detalles, el pasado de

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los que habían estado antes, episodios de vida de padres, tíos, abuelos, bisabue-

los, antiguos vecinos, muchos de ellos personas que no conocí pero quedaron

en mí como personajes de la novela familiar. Todo lo que les había sucedido

encontraba forma en las palabras, tanto que a veces el presente perdía im-

portancia ante la persistente revisita del pasado. Desde que recuerdo y segu-

ramente también desde antes, escuché contar esos episodios, historias de

personas que habían vivido en pueblos lejanos o habían venido hacía muchos

años a América, personas que habían llegado sin nada, o habían perdido o

ganado o arriesgado todo. Se trataba de personas comunes, cuyos modestos

episodios adquirían relevancia en el relato, en el interés narrativo que (me)

suscitaban. Lo cierto es que desde siempre me apasionaron las historias de

las personas comunes y corrientes, lo extraordinario que habita en la vida de

cada uno de nosotros, lo extraordinario de la vida en sí misma, siempre tuve

mucho interés por escuchar acerca de esas vidas, se trata de un vicio, una

costumbre que todavía persiste, guardo en la memoria relatos que me contó

alguna vez un taxista, o alguien que viajaba junto a mí en un ómnibus, o un

alumno de hace años, o un paciente en la antesala de un dentista. A su vez,

mi mamá solía decir poemas que sabía de memoria y que yo escuchaba co-

mo historias, la del árbol que no da frutos, la de la mujer que no puede ser

madre, la del jardinero enamorado de la reina…, tengo también recuerdos

muy antiguos de mi madre cantando canciones populares, relatos musicaliza-

dos, como “Una linda mañana/ en el mes de abril/ yo encontré a mamita/ re-

gando el jardín …” O Papá Baltasar, la esplendorosa milonga de Homero

Manzi y Sebastián Piana que ella adoraba: “Dormite mi niño Pedro/que está

por llegar,/envuelto de nube y cielo,/Papá Baltasar./Llenita su alforja blan-

ca/con cien matracas,/con un tambor/y un trompo de cuerda larga/y un tren de

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carga y un carretón./Dormite mi niño Pedro/que está por llegar,/al tranco de

su camello/Papá Baltasar…”

Y estaban también las canciones que mi papá cantaba acompañado del

mandolín, letras y música manuscritas a lo largo de años en una libreta de tapa

negra que sacaba a relucir los domingos, habaneras, polcas pero sobre todo

canciones populares italianas de amor y desarraigo, todas ellas relatos perfec-

tos de gran intensidad: el hombre que regresa a su casa de Trastevere, la can-

ción de la biondina in gondoletta, o la del napolitano que va a trabajar a Milán y

extraña su tierra… en fin, que desde temprano entendí –lo estoy advirtiendo

ahora, mientras contesto estas preguntas– que el mundo estaba hecho de pa-

labras, no tanto de cosas, circunstancias y personas, sino de relatos sobre

esos hechos y esas personas, y tuve pronto también yo la necesidad y el deseo

de darle sentido a lo que veía y vivía a través de las palabras.

–¿Cuál es el cuento o la novela cuya lectura más le ha impresiona-

do? ¿Por qué? ¿Cuándo leyó narrativa por primera vez y que recuerda al

respecto?

Muchos cuentos, muchas novelas me han impresionado fuertemente, li-

bros que me han impactado por ellos mismos y/o también por el momento en

que los encontré, porque hay lecturas que son más afortunadas en un momen-

to de la vida que en otro. En ese camino que lleva más de cincuenta años, al-

gunos hitos son Ficciones, Bestiario, Final de juego, leídos por primera vez

hacia los trece años; La bastarda, de Violete Leduc caído a mis manos por

ignorancia o azar hacia los quince; las memorias de Simone de Beauvoir leídas

hacia los diecisiete; el descubrimiento desaforado de Pavese, Böll, Canetti, los

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neorrealistas italianos; los latinoamericanos (Rulfo sobre todo), Arlt, Onetti, Di

Benedetto, a mi llegada a Córdoba a estudiar literatura en la Universidad, entre

mis diecisiete y mis veintiún años; la relectura al infinito de la obra de Borges

durante el año 76, plena dictadura en Argentina, en una suerte de escondite en

el que habitaba. Más tarde, el descubrimiento y revalorización de los narrado-

res argentinos de la generación post Borges que entraron en escena hacia los

años sesenta, narradores de las provincias argentinas que trabajaron el realis-

mo alejándolo de lo pintoresco y que –me parece– me han influido mucho; y en

estas últimas décadas, la obra de Duras y Lispector; el descubrimiento de Che-

jov, de Katherine Mansfield, de las narradoras del sur norteamericano, espe-

cialmente Flannery O´Connors y Carson Mc Cullers, de quien había leído en la

primera adolescencia El corazón es un cazador solitario; la lectura de Car-

ver, la de Sebald; y muy especialmente la búsqueda y valorización de esplen-

dorosas narradoras de mi país, muchas de ellas todavía desconocidas para el

gran público, cuyos textos y circunstancias biográficas voy subiendo a mi blog

sobre Narradoras Argentinas:

http://narradorasargentinas.blogspot.com

En lo que respecta a qué libro habrá sido el primero, me es difícil preci-

sarlo porque en mi casa –una familia de modestos recursos, en un pueblo de la

llanura argentina, pero con mucha apetencia de saber, de lecturas– siempre

hubo libros. No se trataba de libros para niños, esa categoría de “lo infantil” me

parece que no estaba presente, compartíamos más bien o tomábamos lo que

había a mano, sin demasiadas restricciones ni muchos miramientos. Escuchá-

bamos en la radio un programa que se llamaba “El cuento leído para usted”,

también los radioteatros que le gustaban a mi abuela, leía revistas de críme-

nes, fotonovelas, diccionarios, enciclopedias y también cuentos y novelas del

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circuito literario “alto”. Dentro de esa familiaridad con los relatos y los libros

(había sobre todo libros “para saber”, más que ficción, la idea enciclopédica de

que había que saber un poco de todo para poder habitar en el mundo), recuer-

do el momento de (auto) alfabetizarme, en la cocina de casa, mi mamá a la

máquina de coser y yo en el suelo –bastante antes de ir a la escuela, a los cua-

tro años o quizás menos, porque a los cinco, cuando ingresé a la escuela, ya

sabía leer– descubriendo, en un libro muy popular de la época, que se llamaba

Upa, que esos dibujos llamados letras podían unirse y formar palabras, y que

esas palabras ahí escritas eran los nombres de las cosas. También tengo re-

cuerdos imborrables de las noches de los lunes, cuando mi padre tenía reunión

en la cooperativa eléctrica donde trabajaba, y con mi hermana, cada una bajo

cada brazo de nuestra madre, las tres en la cama grande, la escuchábamos

leer hasta quedar dormidas. A veces las lecturas eran episodios de Las aven-

turas de Tom Sawyer, La caballa del tío Tom, La isla del tesoro, Corazón,

Heidi, pero muchas otras eran fragmentos de novelas para grandes, o poemas

o biografías que mi madre estaba leyendo. Mi hermana y yo éramos todavía

muy pequeñas para esos libros, de modo que pienso que tal vez era un modo

de poder leer ella lo que le gustaba y al mismo tiempo estar con nosotras, lo

cierto es que se trataba de un momento especial, donde la fascinación estaba

sobre todo en la voz de quien nos leía. Sin embargo, toda esa abundancia de

relatos, no era todavía para mí literatura, era la vida misma que –suponía yo–

se presentaba de ese modo para todos, en todas las casas y en todas las fami-

lias. Recién más tarde, hacia la adolescencia, empecé a leer de otro modo,

consciente de que estaba leyendo literatura, y eso me produjo una nueva fasci-

nación. Esa conciencia se inició con mi ingreso al colegio secundario, cuando

tenía doce años y descubrí en la biblioteca escolar la literatura contemporánea

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argentina: Borges, Cortázar, Sábato, Denevi, Mallea, Quiroga, desde ese mo-

mento las lecturas, los libros, los autores, las editoriales, comenzaron a orde-

narse en mi cabeza en un sistema –el sistema literario–, ya después, todo lo

que he ido leyendo a lo largo de la vida se ha insertado en esa matriz.

–¿Cuál es la representación en específico escénica de una obra

originalmente narrativa, una no teatral, que más le ha fascinado? ¿Por

qué? ¿O cuál la película sobre una historia que en su origen es un cuento

o una novela?

Trato de ver las películas u obras de teatro como autónomas, más allá

de que estén o no basadas en textos preexistentes. Entiendo que se trata de

otra cosa, de otro arte y por lo tanto necesita independizarse para alcanzar

plenitud. En el cine las adaptaciones demasiado fieles, suelen decepcionar-

me, porque creo que no se trata de hacer una copia sino de hacer otra cosa.

En cambio si el director se toma todas las libertades, puede ocurrir algo ex-

cepcional. En materia de películas, no puedo olvidar La fiesta de Babette,

basada en un cuento de Isak Dinesen, que dirigió Gabriel Axel en los años

ochenta.

–Si tuviera que indicar siete puntos indispensables a los que debe

responder como arte literario una obra narrativa, ¿cuáles señalaría? ¿Se-

ñalaría unos para el cuento y otros para la novela?

Escribir un relato (cuento o novela) implica, de entrada, tomar una deci-

sión sobre el punto de vista, inventar un sujeto narrador y adoptar un ángulo

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de observación de los hechos. Para poder acceder a lo que se nos cuenta, es

indispensable esa figura literaria, pero un narrador es, mucho más que la per-

sona verbal a través de la cual se ejerce el acto de contar, es –por sobre todo–

una conciencia a través de la cual pasan los hechos contados: la conciencia del

relato. Así, en el cuento y en la novela, el narrador cuenta/da cuenta de su par-

ticular modo de ver esos hechos, ya que las cosas nunca son lo que son de un

modo absoluto sino, como dice el refrán, “según el cristal con que se miran”. Un

narrador es entonces la ideología (ideas, sentimientos, experiencias) por la que

pasan los hechos narrados. Esta necesidad de un narrador interno al relato, es

algo que el cuento y la novela comparten. Luego hay generalidades que tam-

bién comparten, como que en ambos casos importa mucho la información (la

cantidad y el modo en que está suministrada) que el narrador le da al lector,

porque si se informa de más, el lector no trabaja, y si se informa de menos, el

lector queda fuera del texto. Otro punto que a mi juicio comparten ambos géne-

ros es la necesidad de dotar de gran visibilidad al texto (Todo lo que decimos

debe poder verse, dice Chejov).

Lo demás es –me parece–, particularidad y diferencia. La novela admite

todo o casi todo, desde las formas más clásicas hasta la más pura experimen-

tación y puede incluir muchas variantes (de estructura, temas, recursos, len-

guaje, varios narradores), es como una casa, que tanto lo es si tiene dos am-

bientes como si se trata de un palacete lleno de alcobas y salones.

En cuanto al cuento, lo primero que habría que decir es que hay muchos

tipos de cuento, algunos de forma y estructura más lineal y sencilla, como los

cuentos populares, los relatos maravillosos, las parábolas, por dar algunos

ejemplos, pero si hablamos del cuento contemporáneo, diría que exige un re-

corte temporal y espacial estrecho, acotado, en una situación condensadora de

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lo dramático de un modo similar a lo que sucede con las escenas de teatro.

Como mirar lo que sucede tras un marco de cuadro vacío y ver sólo lo que en-

tra en el marco, y dejar afuera el resto. La mirilla por donde vemos pasar una

historia. Es un género más austero, más sujeto a reglas, de algún modo más

exigente que la novela, y demanda fuerte unidad en todos sus aspectos. Aun-

que puede seguir derroteros muy diversos, siempre muestra una escena que

funciona como cuello de botella. Por mi parte, adhiero a la idea de Hemingway

de que un cuento relata al mismo tiempo dos historias, una en la superficie y

otra escondida, más secreta, que el lector lee entre líneas, a través de indicios

que cada tanto “van cayendo al relato”. La habilidad de un escritor, está en sa-

ber esconder con astucia una historia en los intersticios de otra. Se podría decir

que el cuento es un género metafórico, que da “la parte por el todo”: nos ofrece

una escena para que leamos en esa escena una vida.

–¿Cómo describiría los pasos más presentes en su proceso crea-

dor de una obra narrativa? ¿Serían diferentes para un cuento que para

una novela? ¿Método de creación?

Todo lo que escribo comienza de un modo no buscado, casual: una

imagen que veo, un recuerdo que aparece de pronto, una frase que escu-

cho… En líneas generales, cuando aparece, aparece ya presintiendo el géne-

ro (qué buena escena para un cuento, qué frase para un poema, etc.). Aun-

que cada vez es distinto, si la intuición dice que se trata de un novela, el

procedimiento tiene más que ver con extender, extenderse, acumular mate-

rial, textos, ideas, comienzos de relatos, en un archivo depósito que voy al-

macenando mientras escribo o hago otras cosas, hasta que en algún momen-

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to empiezo a revisar, limpiar, desarrollar ciertos fragmentos, imprimir, limpiar,

reescribir, siempre de un modo muy desordenado, a veces por años, hasta

que voy descubriendo en esa masa informe una estructura. Si la intuición dice

que se trata de un cuento, guardo en mi cabeza o anoto brevemente la ima-

gen que vi (un viejo que renguea en un semáforo; una mujer que se topa con

un muerto en una ruta, una escena entre dos mujeres en una peluquería, un

pianista que vuelve al piano después de años) y ella sola se va alimentando a

su modo y a su tiempo, hasta que reclama ser escrita. Lo archivo como

“Cuento del pianista”, “Cuento del viejo que renguea” y así…, en algún mo-

mento tal vez decida hacer con eso un cuento y entonces comienzo a traba-

jar, en sucesivas idas y vueltas recorto/elijo la escena, decido el narrador, el

tono, el lenguaje…soy bastante consciente del oficio, racionalizo muchas co-

sas, estoy muy acostumbrada a corregir, revisar, repensar lo hecho, pero tan-

to en el caso del cuento como en el de la novela, jamás parto de algo que

pensé sino de algo que me conmovió genuinamente y –tal como decía– de un

modo inesperado, azaroso, casual.

–En cuanto a su trabajo narrativo: ¿Privilegia la categoría dramática

o la humorística? Y de los géneros: ¿Cuál prefiere? En los dos casos:

¿Por qué? ¿Cree que su obra se enmarca en un estilo o en varios estilos

determinados?

Me gustaría haber escrito más relatos humorísticos, pero la verdad es

que tiendo más al drama. Aunque la ironía, que es una cierta forma del humor,

me visita –ella sí– más a menudo. Transito diversos géneros, me gusta el de-

safío de probar/probarme con los géneros, con las posibilidades y los obstácu-

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los que presentan las formas. De todos modos, mi vinculación con ellos es dife-

rente en cada caso: el ensayo está ligado a la idea de trabajo, a lo profesional;

el teatro es algo que he escrito casi siempre en relación con otros, en grupo o

por demanda de un grupo; la poesía está ligada a las emociones y se va escri-

biendo sola (y muy poco) a lo largo de los años, de la vida. Mis proyectos de

escritura, mis planes y mis pasiones, tienen siempre más que ver con la narra-

tiva, ya se trate de cuentos o de novelas.

–¿Cuál es, o sería, su postura frente a un director que plantea diri-

gir una de sus obras narrativas en el teatro o en el cine? ¿Espera que ar-

gumentalmente el texto de principio a fin, sus características esenciales y

sus intenciones más expresas sean respetados en su totalidad?

Si yo no participo en la adaptación, deseo que el director se tome todas

las libertades posibles, considero que se trata de otra creación, que no me

compete a mí controlar, aunque por supuesto que los resultados pueden gus-

tarme más o menos. Tengo algunas experiencias sobre eso, se han hecho cor-

tos sobre algunos cuentos míos, muchos espectáculos de narración, puestas

teatrales de mis obras y adaptaciones teatrales de cuentos y novelas y siempre

los he vivido de ese modo, me halaga que los tomen, que haya personas inte-

resadas en esas obras mías y me dispongo, como espectadora, abierta a ver

qué ha sucedido con ellos, qué han provocado en esos lectores. Incluso tengo

también experiencia de haber adaptado, en equipo, para teatro mi novela La

mujer en cuestión y me asombró comprobar cómo yo misma me independiza-

ba de mi novela, llevada por las necesidades internas de la obra que estába-

mos escribiendo. Es que la escritura se va construyendo a partir de las condi-

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ciones que proponen los géneros y las formas. Si cambia el género, es inevita-

ble que el contenido se modifique y es a la vez deseable que la pesada materia

heredada tome vuelo por sí misma.

¿Qué clase de crítica desearía recibir respecto a su creación narra-

tiva? ¿Considera que es la que usted en lo fundamental ejerce, en público

o con usted a solas, al valorar la obra de otro? ¿Qué le gustaría expresar

del público lector? ¿Y a los lectores de narrativa, algo en especial?

Toda crítica, positiva o negativa, si está fundamentada, me interesa, me

ayuda a construir la obra. Si se valora positivamente lo que he escrito, me halaga

por supuesto, pero no me interesa el halago vacío sino el que está fundamen-

tado. Respeto mucho la actividad del crítico, no soy de los que consideran

que el crítico antes que hablar mal de una obra, mejor vaya a escribir él. Creo

que cada uno tiene su lugar en el campo y que todos esos lugares son nece-

sarios para la literatura de un país, de una lengua, porque la literatura de un

país es mucho más que sus escritores, es una construcción social que hacen

muchos protagonistas. De cualquier modo debo decir que me siento muy afor-

tunada por la respuesta que mis libros tienen en críticos, investigadores, do-

centes y lectores a secas. Con respecto a qué me gustaría expresar a los lec-

tores, me gustaría tocar el corazón del que lee y también hacerlo pensar,

ponerlo en cuestión.

–Si tuviera que formular un reclamo para argumentar la necesidad

de la narrativa en la vida humana, de la literatura que asume como género

el cuento o la novela, ¿qué sería lo esencial que expresaría?

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Cada uno de nosotros construye (para sí, para otros) a lo largo de la

vida una historia que constituye nuestra identidad: una narración singular, que

nos vuelve únicos. Necesitamos de esa narración para mantener la unidad de

nuestro yo, para amalgamarlo y sostenerlo a lo largo de la vida. Si no tene-

mos eso, si no logramos construirlo, no nos tenemos a nosotros mismos. Y a

su vez ese relato que somos se alimenta de innumerables relatos que vamos

recibiendo –heredando, escuchando, leyendo– de tantos otros a lo largo de la

vida, porque hacen falta muchos relatos para construir un relato.

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Andruetto, María Teresa (Arroyo Cabral, Argentina, 1954). Escritora. Premio Iberoamericano a la

Trayectoria en Literatura Infantil y Juvenil SM. Se crió en Oliva, un pueblo de la llanura cerealera, en las proximidades de un asilo de enfermos mentales que en tiempos de su infancia era considerado el más grande de Sudamérica. Estudió Letras en los años setenta, en la Universidad Nacional de Córdoba, Ar-gentina. Luego de años de exilio interno, terminada la dictadura en Argentina, fundó con un grupo de colegas CEDILIJ, un centro especializado en literatura para niños. Trabajó en la docencia, en la formación de mediadores de lectura y en talleres de escritura para adultos, niños y jóvenes, y realiza habitualmente colaboraciones en diarios y revistas de su país y el extranjero. Ha publicado novelas, libros de cuentos, poemarios, ensayos y obras de teatro para adultos, niños y jóvenes. En narrativa: Las novelas Lengua Madre (Mondadori, 2010), La mujer en cuestión (DeBolsillo, 2009), Stefano (Sudamericana, 1997/Gran Angular, SM, 2011), traducida al alemán como Stefanos weite Raise, Atlantis, Basel, 2003, y al gallego Stefano, Galaxia, Vigo, 2009, Veladuras (Norma, 2004/SM México 2009), traducida al italiano como Velature, ETS, Pisa, 2010, y Tama (Alción, 2003). En literatura para niños y jóvenes, entre otros muchos títulos: El anillo encantado (Sudamericana, 1993), Huellas en la arena (Sudamericana, 1998), La mujer vampiro (Sudamericana, 2000), Solgo (Edelvives, 2011), Trenes (Alfaguara, 2007), La durmiente (Alfa-guara,2010), El país de Juan (Anaya, 2003), Campeón (Calibroscopio,2009), El árbol de lilas (Comuni-carte, 2006), Agua cero (Comunicarte, 2007), El incendio (El Eclipse, 2008). En poesía: Palabras al rescoldo (Argos, 1993), Pavese y otros poemas (Argos, 1998), Kodak (Argos, 2001), Beatriz (Argos, 2005), Pavese/Kodak (Del dock, 2008), Sueño Americano (Caballo negro, 2009) y Tendedero (CILC, 2010). Ha reunido su experiencia en talleres de escritura en dos libros realizados en colaboración, La escritura en el taller (La Sombra de la Palabra, Anaya, 2008) y La escritura creativa en la escuela (Comunicarte, 2011) y sus reflexiones sobre literatura en Hacia una literatura sin adjetivos (Comunicar-te, 2009). Ha escrito obras de teatro y sus cuentos, poemas y conferencias circulan en numerosas anto-logías, revistas y sitios virtuales. Obtuvo entre otras distinciones –además del reciente premio iberoameri-cano de SM por vida y obra–: Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes (Argentina), Lista de Honor de IBBY, Becas de la Internationale Jugendbibliotek (Munich, Alemania), Secretaría de Cultura de la Na-ción Argentina y Fondo Nacional de las Artes, Finalista de los premios Clarín, Sent Sovi/Ediciones Desti-no, International Young Publisher of the Year Award, Edición Santillana/Universidad de Salamanca, Mejor libro Bulletin Jugendliteratur & Medien, y en varias ocasiones White Ravens de la Internationale Jugend-bibliotek, Destacados de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina) y Mejores Libros del Banco del Libro de Caracas. En numerosas ocasiones, su obra ha servido de base para la creación de otros artistas, para sus elaboraciones de libros objeto, cortometrajes, espectáculos poético-musicales, coreografías, espectáculos de narración oral escénica, adaptaciones teatrales y otros muchos. Narran sus cuentos numerosos narradores orales artísticos de España, Latinoamérica y el mundo. Modera el blog http://www.narradorasargentinas.blogspot.com/ Más información en su web http://www.teresaandruetto.com.ar/

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ÍNDICE

LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS ALGUIEN QUE TRANSPORTA LAS PALABRAS EXTRAVÍO MENTIR CALEIDOSCOPIO “HACEN FALTA MUCHOS RELATOS PARA CONSTRUIR UN RELATO” Responde María Teresa Andruetto a Francisco Garzón Céspedes DATOS DE MARÍA TERESA ANDRUETTO

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TTÍÍTTUULLOOSS EEDDIITTAADDOOSS EENN LLAA CCOOLLEECCCCIIÓÓNN

LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS

1. Garzón Céspedes, Francisco / De la soledad al amor vuelan gaviotas Poemas / Poemas visuales

2. Martínez Gil, José Víctor / La línea entre el agua y el aire Cuentos hiperbreves y breves

3. Garzón Céspedes, Francisco / Normales los sobrevivientes / Cuentos para dos mordiscos / Cuentos breves e hiperbreves

4. Martínez Gil, José Víctor / La solidez de lo invisible Cuentos hiperbreves y breves

5. Vieira, Maruja / Todo el amor buscando mi corazón / Poemas

6. Martí, José / La edad de oro / Libro/revista para niñas y niños

7. Quiroga, Horacio / Cuentos de la Selva / Cuentos

8. Leis R., Raúl / Cinco cuentos de la calle / Cuentos

9. Garzón Céspedes, Francisco / Historias de nunca acabar hiperbreves contemporáneas / Cuentos de nunca acabar

10. Marín, Thelvia / En la luna del espejo / Poemas

11. Garzón Céspedes, Francisco / Monólogos de amor por donde cruzan gaviotas / Teatro poético

12. Aristóteles / Poética / Teoría

13. Martínez Gil, José Víctor / Mírame con los ojos cerrados Cuentos hiperbreves y breves

14. Garzón Céspedes, Francisco / Los 100 cuentos del loco / Hiperbrevedades, fugacidades

15. Varios, anónimos / Tradiciones de la palabra: Mitos, cuentos y poemas del mundo / Selección F. G. C.

16. Dorr, Nicolás / Desde el sótano / Monólogo teatral

17. Garzón Céspedes, Francisco / Si es amor que sea de cine / Testimonio / Crónica cinematográfica

18. Escobar, Froilán / Tocar en el hombro de lo real con la palabra / Narrativa

19. Guadalupe Ingelmo, Salomé / La imperfección del círculo / Cuentos

20. Vieira, Maruja / La sencilla verdad de que te amo / Poemas

21. Bueno, Antonia / Bel La Bella / Monólogo

22. Sequera, Armando José / La comedia urbana / Novela

23. Pfeiffer, Mar / La luna y el pozo / Monólogo

24. Martínez Cortijo, Fátima / Cuentos que envuelven días / Cuentos

25. Guadalupe Ingelmo, Salomé / Alicia se mira en el espejo / Monólogo

26. Marín, Thelvia / Con las alas abiertas y en picada / Poemas

27. Fuentelsaz, Jorge / La leve vanidad de lo cotidiano / Cuentos

28. Garzón Céspedes, Francisco / Redoblante y Cundeamor / Teatro para la niñez / Integración de las Artes / Dramaturgia para el juglar / Juglaría 29. Andruetto, María Teresa / Alguien que transporta las palabras / Testimonios

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Números extraordinarios

I. Concurso Internacional de Microficción “Garzón Céspedes” 2007 Polen para fecundar manantiales / Cuentos, poemas, monólogos hiperbreves

II. Concurso Internacional de Microtextos “Garzón Céspedes” 2008 La tinta veloz del ciempiés. Cuentos de nunca acabar, dichos y pensamientos.

III. Dossier: La fórmula infinita del cuento de nunca acabar Garzón Céspedes, Francisco / Textos teóricos, técnicos, literarios y visuales del autor, recopilación de nunca acabar de las tradiciones más ficción actual: · Manifiesto y Decálogo del cuento de nunca acabar (F. G. C.) · Antología esencial del cuento de nunca acabar de las tradiciones (F. G. C.) · Cuentos y cuentos visuales de nunca acabar / Cuentos hasta el infinito (F. G. C.) · Fuerzas / Hiperbrevedades de nunca acabar (J. V. M. G.) · Premios y Menciones: Concurso Internacional de Microtextos / Del Cuento de nunca acabar “Garzón Céspedes” 2008 / 69 autores de diez países

IV. Colección Gaviotas de Azogue / Primera Temporada Números 1 – 25 / Julio – Diciembre 2007 / Edición 2009 Textos de ficción de Francisco Garzón Céspedes, de escritores de otras épocas y de contemporáneos, junto a algunos textos

testimoniales, tradiciones... El humor o el drama de los textos…

V. Colección Gaviotas de Azogue / Segunda Temporada Números 26 – 50 / Enero – Junio 2008 / Edición 2009 Textos de ficción de Francisco Garzón Céspedes, de escritores de otras épocas y contemporáneos, tradiciones…

VI. Garzón Céspedes, Francisco / Entrevistado La oralidad es la suma de la vida / Testimonio / Periodismo / Documentos

VII. Concurso Internacional de Microficción para Niñas y Niños “Garzón Céspedes” 2009 / Brevísimos pasos de gigantes Cuentos, poemas, monólogos teatrales hiperbreves para niñas y niños

VIII. Garzón Céspedes, Francisco / Oralidad es comunicación Teoría y técnica de la oralidad escénica

IX. Ardila, Jhon / Oralidad, oralidad narradora artística y transformación social / Investigación sobre oralidad

X. Martínez Gil, José Víctor / Antología de cuentos iberoamericanos en vuelo / 30 autores de 13 países

XI. Cuatro cuentistas latinoamericanos del Siglo XIX / Selección realizada por F. G. C. / Cuentos.

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