nuevo diccionario de la biblia culpa, pena y perdón · testamento y en el nuevo. ... se unen dos...

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Desde la fe 29 jueves, 31 de octubre de 2013 Libros Nuevo Diccionario de la Biblia Un vademécum para leer las Sagradas Escrituras E stamos en una época poco dada a grandes proyectos de investigación, o a grandes pro- yectos editoriales. Esta obra es una excepción. Se trata de una empresa enciclopédica liderada por autores católicos de universidades austriacas, en la que han colaborado biblistas de diversas nacionalidades. El original alemán fue publicado en 2009 por la presti- giosa editorial Herder, y ahora ve la luz la traducción española. Diccionario de la Biblia, dirigido por F. Kogler – R. Egger-Wenzel – M. Ernst, y edi- tado en España por Mensajero-Sal Terrae, se presenta como un instrumento de con- sulta. Nace con la vocación de acompañar al que lee la Biblia, ya sea individualmente o dentro de una comunidad que estudia la Escritura. Por la seriedad y exhaustividad con la que está hecho, este Diccionario puede considerarse un vademécum. Igual que el médico en su consulta acude al vademécum para informarse de las propiedades de un fármaco, o para conocer qué fármaco con- tiene determinadas sustancias, el lector de la Biblia puede acudir a este Diccionario para entender cualquiera de los nombres propios de personas y lugares que aparecen en la Escritura. Nada queda fuera. En este sentido, es un buen compañero de camino. Pero esta obra es algo más que una expli- cación de nombres bíblicos. Sus entradas cubren muchos otros campos, desde una explicación de todos y cada uno de los libros bíblicos, hasta cuestiones de teología bíblica, pasando por los grandes descubrimientos arqueológicos. Así, la entrada Génesis ofrece una división o estructura del libro, que facilita su lectura y comprensión, acompañada de un breve elenco de las afirmaciones teológicas fundamentales que encontramos en sus páginas, lo que ayuda a que vaya creciendo, libro a libro, una visión sintética o teológica de toda la Biblia. Por lo que se refiere a los temas de teología bíblica, encontramos la voz Gracia, en la que se pasa revista a las principales apariciones del término (o de los términos conectados) en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Como ejemplo de descubrimiento arqueológico, podemos poner la amplia voz Qumrán, que introduce al lector en el apasionante mundo de los manuscritos allí descubiertos y en la comunidad esenia que parece esconderse detrás de ellos. El uso de diferentes colores de fondo ayuda a identificar (dentro del riguroso orden alfabético) las voces que pertenecen a las categorías especia- les, antes señaladas: libros y temas teológicos o históricos. Una de las ventajas de este Diccionario es la presencia de un abundante material gráfico que, según los autores, representa una tercera parte de la obra. La calidad del papel favorece un despliegue impresionante de imágenes que facilitan mucho la contextualización de la lectura. Al despliegue de imágenes, y redundando en las ventajas descritas, se unen dos secciones fi- nales que contienen, respectivamente, una tabla cronológica, que sigue en paralelo las fechas de la Historia universal y la cronología bíblica, y una serie de mapas a todo color que recorren Antiguo y Nuevo Testamento, desde las migraciones de los Patriarcas a los viajes de san Pablo. Hay que felicitar a las editoriales Mensajero y Sal Terrae, que han hecho un gran esfuerzo (espe- cialmente de traducción y edición) para poner a disposición de los amantes de la Biblia, en lengua castellana, una obra que recoge en un solo volumen la información básica necesaria para navegar por las páginas de la Escritura. Ignacio Carbajosa Culpa, pena y perdón U na gran mayoría de españoles se sienten defraudados por lo que consideran una interpretación injusta del cumplimiento de las penas que les fueron impuestas por tribunales españoles a un buen número de personas que cometieron actos terroristas (y otros de otro tipo) que ocasionaron la muerte a una, varias o muchas personas inocentes. Un principio ético aplicable a los tribunales de justicia debe ser la proporcionalidad entre la gravedad del delito o delitos cometidos y com- probados –con sus circunstancias agravantes o atenuante– y la pena o penas impuestas. No me corresponde a mí opinar si en este caso se ha respetado o no este principio básico. Mi in- tención, como sacerdote, es otra: hacer unas con- sideraciones morales y religiosas. En primer lugar, desgraciadamente, la aplica- ción de la justicia en este mundo puede no ser justa por causas diversas: porque los autores de los delitos no llegan a ser conocidos ni juzgados; porque, a veces, por manipulación informativa, se presentan a culpables como héroes y a las víc- timas como culpables; porque algunos juicios no llegan a una sentencia justa por falta de pruebas, o por tergiversación de los hechos, etc. Como decía Benedicto XVI, si el triunfo de la injusticia en este mundo fuera lo definitivo, el mal triunfaría sobre el bien, y eso no puede ser. Dios no puede permitir que el mal triunfe sobre el bien, y esto es una razón más para creer en el Juicio infalible que vendrá a cada uno después de la muerte, donde el Justo Juez dictará la sentencia definitiva –misericordiosa, pero sin dejar de ser justa–, y esa sentencia inapelable será conocida por todos en la vida eterna, para que también ante todos quede patente que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, como siempre ha enseñado la Iglesia. Y, como creyentes, sin menospreciar la justicia humana, nos consuela y nos da serenidad y esperanza la Justicia divina. De otra parte, los cristianos, en cuanto ciuda- danos, acompañamos moralmente a las familias de las víctimas y deseamos que los delitos sean penados justamente. Pero, como cristianos, de- bemos desear también que los culpables se arre- pientan realmente de sus crímenes (o los delitos que sean), y pidan perdón. Lo deseamos porque, de lo contrario, el mero deseo del cumplimiento de las penas impuestas se quedaría en un nivel puramente humano, que no desea la conversión del delincuente y que, por tanto, no se tendría la intención de perdonar. Y eso no sería propio de un cristiano. Lo que nos pide nuestra fe –sin renunciar a la aplicación de la justicia en la tierra– es rezar por la conversión de los culpables. Ahí está la grande- za del cristianismo y la verdadera victoria moral sobre el reo, que con la gracia de Dios podemos ser capaces de vivir, como lo han demostrado tantos y tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia antigua y reciente: por ejemplo, los 522 mártires beatificados, hace unos días, en Tarragona. Juan Moya Punto de vista

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Page 1: Nuevo Diccionario de la Biblia Culpa, pena y perdón · Testamento y en el Nuevo. ... se unen dos secciones fi- ... pientan realmente de sus crímenes (o los delitos que sean), y

Desde la fe 29jueves, 31 de octubre de 2013

Libros

Nuevo Diccionario de la BibliaUn vademécum para leer las Sagradas Escrituras

Estamos en una época poco dada a grandes proyectos de investigación, o a grandes pro-yectos editoriales. Esta obra es una excepción. Se trata de una empresa enciclopédica liderada por autores católicos de universidades austriacas, en la que han colaborado

biblistas de diversas nacionalidades. El original alemán fue publicado en 2009 por la presti-giosa editorial Herder, y ahora ve la luz la traducción española.

Diccionario de la Biblia, dirigido por F. Kogler – R. Egger-Wenzel – M. Ernst, y edi-tado en España por Mensajero-Sal Terrae, se presenta como un instrumento de con-sulta. Nace con la vocación de acompañar al que lee la Biblia, ya sea individualmente o dentro de una comunidad que estudia la Escritura. Por la seriedad y exhaustividad con la que está hecho, este Diccionario puede considerarse un vademécum. Igual que el médico en su consulta acude al vademécum para informarse de las propiedades de un fármaco, o para conocer qué fármaco con-tiene determinadas sustancias, el lector de la Biblia puede acudir a este Diccionario para entender cualquiera de los nombres propios de personas y lugares que aparecen en la Escritura. Nada queda fuera. En este sentido, es un buen compañero de camino.

Pero esta obra es algo más que una expli-cación de nombres bíblicos. Sus entradas cubren muchos otros campos, desde una explicación de todos y cada uno de los libros bíblicos, hasta cuestiones de teología bíblica, pasando por los grandes descubrimientos arqueológicos. Así, la entrada Génesis ofrece

una división o estructura del libro, que facilita su lectura y comprensión, acompañada de un breve elenco de las afirmaciones teológicas fundamentales que encontramos en sus páginas, lo que ayuda a que vaya creciendo, libro a libro, una visión sintética o teológica de toda la Biblia. Por lo que se refiere a los temas de teología bíblica, encontramos la voz Gracia, en la que se pasa revista a las principales apariciones del término (o de los términos conectados) en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Como ejemplo de descubrimiento arqueológico, podemos poner la amplia voz Qumrán, que introduce al lector en el apasionante mundo de los manuscritos allí descubiertos y en la comunidad esenia que parece esconderse detrás de ellos.

El uso de diferentes colores de fondo ayuda a identificar (dentro del riguroso orden alfabético) las voces que pertenecen a las categorías especia-les, antes señaladas: libros y temas teológicos o históricos.

Una de las ventajas de este Diccionario es la presencia de un abundante material gráfico que, según los autores, representa una tercera parte de la obra. La calidad del papel favorece un despliegue impresionante de imágenes que facilitan mucho la contextualización de la lectura.

Al despliegue de imágenes, y redundando en las ventajas descritas, se unen dos secciones fi-nales que contienen, respectivamente, una tabla cronológica, que sigue en paralelo las fechas de la Historia universal y la cronología bíblica, y una serie de mapas a todo color que recorren Antiguo y Nuevo Testamento, desde las migraciones de los Patriarcas a los viajes de san Pablo.

Hay que felicitar a las editoriales Mensajero y Sal Terrae, que han hecho un gran esfuerzo (espe-cialmente de traducción y edición) para poner a disposición de los amantes de la Biblia, en lengua castellana, una obra que recoge en un solo volumen la información básica necesaria para navegar por las páginas de la Escritura.

Ignacio Carbajosa

Culpa, pena y perdón

Una gran mayoría de españoles se sienten defraudados por lo que consideran una

interpretación injusta del cumplimiento de las penas que les fueron impuestas por tribunales españoles a un buen número de personas que cometieron actos terroristas (y otros de otro tipo) que ocasionaron la muerte a una, varias o muchas personas inocentes.

Un principio ético aplicable a los tribunales de justicia debe ser la proporcionalidad entre la gravedad del delito o delitos cometidos y com-probados –con sus circunstancias agravantes o atenuante– y la pena o penas impuestas.

No me corresponde a mí opinar si en este caso se ha respetado o no este principio básico. Mi in-tención, como sacerdote, es otra: hacer unas con-sideraciones morales y religiosas.

En primer lugar, desgraciadamente, la aplica-ción de la justicia en este mundo puede no ser justa por causas diversas: porque los autores de los delitos no llegan a ser conocidos ni juzgados; porque, a veces, por manipulación informativa, se presentan a culpables como héroes y a las víc-timas como culpables; porque algunos juicios no llegan a una sentencia justa por falta de pruebas, o por tergiversación de los hechos, etc.

Como decía Benedicto XVI, si el triunfo de la injusticia en este mundo fuera lo definitivo, el mal triunfaría sobre el bien, y eso no puede ser. Dios no puede permitir que el mal triunfe sobre el bien, y esto es una razón más para creer en el Juicio infalible que vendrá a cada uno después de la muerte, donde el Justo Juez dictará la sentencia definitiva –misericordiosa, pero sin dejar de ser justa–, y esa sentencia inapelable será conocida por todos en la vida eterna, para que también ante todos quede patente que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, como siempre ha enseñado la Iglesia. Y, como creyentes, sin menospreciar la justicia humana, nos consuela y nos da serenidad y esperanza la Justicia divina.

De otra parte, los cristianos, en cuanto ciuda-danos, acompañamos moralmente a las familias de las víctimas y deseamos que los delitos sean penados justamente. Pero, como cristianos, de-bemos desear también que los culpables se arre-pientan realmente de sus crímenes (o los delitos que sean), y pidan perdón. Lo deseamos porque, de lo contrario, el mero deseo del cumplimiento de las penas impuestas se quedaría en un nivel puramente humano, que no desea la conversión del delincuente y que, por tanto, no se tendría la intención de perdonar. Y eso no sería propio de un cristiano.

Lo que nos pide nuestra fe –sin renunciar a la aplicación de la justicia en la tierra– es rezar por la conversión de los culpables. Ahí está la grande-za del cristianismo y la verdadera victoria moral sobre el reo, que con la gracia de Dios podemos ser capaces de vivir, como lo han demostrado tantos y tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia antigua y reciente: por ejemplo, los 522 mártires beatificados, hace unos días, en Tarragona.

Juan Moya

Punto de vista