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Nacidos de la Pascua espiritualidad pascual en la vida diaria te falta de cosecha pastoral: “aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tie- nen fruto, aunque el olivo olvida su acei- tuna…, aunque se acaban las ovejas del redil, y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador” (Hab 3,17-18). Y el texto ter- mina diciendo: “el Señor me hace cami- nar por las alturas” (Hab 3,19). En expresión de la carta a los Hebreos, “por el camino nuevo y vivo inaugurado por Él para nosotros” (Heb 10,20). Esta celebración de la Semana Santa nos llama a los fieles de Diócesis de Sala- manca a caminar hacia el encuentro y la configuración con Cristo; a vivir sin reser- vas el hondo misterio de la Iglesia; a salir con corazón abierto y alegre a la misión, esperando al Señor que viene para hacer- lo todo nuevo. A volar alto, a caminar por las alturas; a ir a las fuentes de la fe, a las raíces de la vida cristiana; a ensanchar el horizonte pastoral y recorrer nuevas sen- das, insertándose más en la sociedad. El ritmo de esta renovación lo irá marcando la acción del Espíritu Santo. Unas veces empujará como un viento impetuoso y otras se manifestará como una suave bri- sa o susurro casi imperceptible. Este Espí- ritu no violenta, ni fuerza, sino conduce, alienta, doma con suavidad, funde el témpano de hielo despacio, gota a gota, suaviza lo rígido con amor paciente, es- pera con tiempo. Y nosotros le invoca- mos: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ayúdanos a seguir las huellas de Jesús! Nacidos del encuentro pascual Los discípulos misioneros nacemos de un encuentro pascual con el Señor y de la experiencia de la infusión del Espíritu Santo, que recibimos en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, como los primeros discípulos la recibieron el día de Pentecostés. Y renovamos la acción del Espíritu en nosotros al acercarnos a los “ríos de agua viva” (Cf. Jn 7, 37-38), a saciar la “sed de Dios, del Dios vivo” (Cf. Sal 41, 3) en las fuentes de la oración, la Palabra de Dios, los Sacramentos, espe- cialmente la Eucaristía, las grandes espi- ritualidades en torno a María y su esposo José, los Santos, los pobres. Esta experiencia renovada del Espíritu nos abre los ojos para discernir su presen- cia en el mundo, a veces oculta y como mera semilla, para sentir el gozo de ser Pueblo de Dios y estar cerca de la gente, para experimentar la “dulce y conforta- dora alegría de evangelizar” (Cf. EvGa 9- 13) y, en consecuencia, para acompañar al Pueblo de Dios en el cultivo de la rique- za de su piedad popular, que manifiesta de forma especial su vitalidad en las pro- cesiones de la Semana Santa. La expe- riencia del Espíritu nos lanza igualmente al anuncio del Evangelio y al servicio a los pobres, y nos despierta el hambre y la sed de la justicia, y la dicha en el compromiso de hacerla efectiva. Celebramos esta Semana Santa en tiem- pos de grave secularización y creciente re- lativismo e indiferencia religiosa. “La situa- ción actual no es fácil para la vida cristiana, pero es una ocasión de purificar nuestra fe y de vivirla en conciencia y con libertad res- ponsable, de descubrir nuevos aspectos de la vivencia de Dios, de seguir aportando a nuestra sociedad serenidad y paz, autenti- cidad y profundidad, sentido y dignidad para la vida humana, en definitiva los bie- nes que proceden de Dios.” (Orientacio- nes de la Asamblea, p. 44). Es tiempo de vivir una renovada espiri- tualidad pascual cristiana, manteniéndo- nos alegres en el desierto con lo esencial de la fe. “Precisamente a partir de la ex- periencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros… En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial pa- ra vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o nega- tiva. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan vi- va la esperanza” (Benedicto XVI, Homilía en la Apertura del Año de la Fe. 11 de oc- tubre de 2012). En el profeta Habacuc encontramos un texto clave que anticipa la espiritualidad pascual cristiana y da esperanza firme a quienes vivimos en esta época de aparen- D D esde el Miércoles de Ceniza, el tiempo de Cuaresma nos ha pre- parado, con la oración, la peniten- cia y la caridad, a la celebración del Miste- rio Pascual de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, que se inaugura con la entrada en Jerusalén. Así iniciamos la Semana San- ta el Domingo de Ramos acogiendo al Se- ñor que viene a salvarnos y aclamándolo llenos de alegría: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Lc 19, 38). La Semana Santa tiene su centro en el Triduo Pascual, que comienza el Jueves Santo con la misa vespertina de la Cena del Señor, continúa el Viernes Santo de la Pasión del Señor, llega a su culmen en la Vigilia Pascual, y termina con las Vísperas del Domingo de Resurrección. El Triduo Pascual es el centro y culmen de todo el año litúrgico, porque Jesucristo ha reali- zado la obra de la redención de los hom- bres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su Misterio Pascual, por el cual, muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida. Las celebraciones de la Semana Santa no son una mera evocación cultural y es- tética de hechos del pasado, sino memo- ria sacramental y litúrgica que hace pre- sentes los misterios de la muerte y resu- rrección de Jesucristo, con toda su efica- cia salvadora para quienes los participa- mos en ellos con fe viva. Las celebracio- nes litúrgicas son encuentros del Señor muerto y resucitado con quienes, por la fe, el bautismo y el don del Espíritu, he- mos sido incorporados a su Cuerpo, a su Iglesia, y nos reunimos en su nombre pa- ra tomar parte en su muerte y resurrec- ción, para morir con él al pecado y resu- citar con él a la vida de Dios. Así somos santificados y damos culto a Dios. La Semana Santa es, por ello, una llama- da a todos los fieles de la Iglesia en Sala- manca a volver a las huellas de Jesús. Jesús mismo nos muestra las huellas de su amor al Padre, en obediencia filial a su voluntad hasta la muerte; y de su amor a los hermanos como él es amado por el Padre. Y nos da el mandamiento nuevo de amarnos como él nos ha amado. Nos lleva con él a Jerusalén para participar en su cruz, en la cual llegó al extremo su amor a nosotros (Jn 13,1) y el despojo de su condición divina (Cf. Fil 2,6-11). Nos propone que le acompañemos en su ora- ción en la última Cena (Cf. Jn 17); en Get- semaní, rostro a tierra y con sudor de san- gre (Cf. Mc 14, 32-36); y en la Cruz (Cf. Lc 23, 34), para que aprendamos con él a perdonar y amar a los enemigos, y a ser siempre misericordiosos. El Jueves Santo nos encarga seguir las huellas de su entrega por nosotros en la Eucaristía, celebrándola como memo- rial de su muerte y resurrección (Lc 22,19). Y se nos da como el “Pan de Vi- da” (Jn 6, 35); “el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Y nos da a beber la sangre de su vida divina y eterna (Cf. Jn 6, 53-55). Son el sacramento de su comunión total de vida con nosotros: “El que come mi carne y bebe mi sangre ha- bita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Y el sa- cramento de la unión de los miembros del único cuerpo de Cristo: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos co- memos del mismo pan” (1 Cor 10, 17). El Viernes Santo nos dice que le mire- mos traspasado en sus manos pies y cos- tado; y que reconozcamos sus heridas co- mo fuente de nuestra curación. Nos con- fiesa que tiene sed de nuestro amor, y nos ofrece el suyo con el agua y la sangre naci- das de su costado como manantial de vida eterna. Y espera que adoremos en su Cruz el amor del Padre, que nos entrega a su Hijo único para nuestra salvación (Cf. Jn 3,16), y su propio amor de “Buen Pastor” que “da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). En la Vigilia Pascual y la Eucaristía de Pascua nos regala la fuerza del Espíritu Santo, con la que el Padre levantó a su Hijo del sepulcro, “resucitándolo de entre los muertos” (Ef 1,20); el Espíritu que Je- sús Resucitado sopla sobre nosotros, co- mo lo hizo sobre los primeros discípulos, para el perdón de los pecados y el envío a la misión (Cf. Jn 20, 21-23). En esta Semana Santa de la Iglesia en Salamanca, estamos llamados a tener “fi- jos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del go- zo inmediato, soportó la cruz, despre- ciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12,2). Y hemos de seguir las huellas (Cf. 1 Pe 2, 21) de quien padeció por noso- tros, dejándonos un ejemplo: “Él no de- volvía el insulto cuando lo insultaban; si- no que se entregaba al que juzga recta- mente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues anda- bais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas” (1 Pe 2, 23-25). Con estos dones pascuales nos hace po- sible la Iglesia diocesana hacer realidad su llamada a “enamorarnos de nuevo” y a volver al “amor primero” (Ap 2, 4); y nos conduce a la alegría de vivir un renovado encuentro pascual con Jesús, en quien el Padre “nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Cf. Ef 1, 3). De este encuentro salvador con Je- sucristo estamos llamados los discípulos a dar testimonio en medio del mundo. Pa- ra esta misión nos envía de forma perma- nente el Señor Resucitado con la fuerza de su Espíritu (Cf. Mt 28, 18-21). «La Semana Santa es una llamada a todos los fieles de la Iglesia en Salamanca a volver a las huellas de Jesús» La Palabra del Obispo MONS. CARLOS LÓPEZ HERNÁNDEZ Foto: ÓSCAR GARCÍA

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Nacidos de la Pascua

espiritualidad pascual en la vida diaria

te falta de cosecha pastoral: “aunque lahiguera no echa yemas y las viñas no tie-nen fruto, aunque el olivo olvida su acei-tuna…, aunque se acaban las ovejas delredil, y no quedan vacas en el establo, yoexultaré con el Señor, me gloriaré en Diosmi salvador” (Hab 3,17-18). Y el texto ter-mina diciendo: “el Señor me hace cami-nar por las alturas” (Hab 3,19).En expresión de la carta a los Hebreos,

“por el camino nuevo y vivo inauguradopor Él para nosotros” (Heb 10,20). Esta celebración de la Semana Santanos llama a los fieles de Diócesis de Sala-manca a caminar hacia el encuentro y laconfiguración con Cristo; a vivir sin reser-vas el hondo misterio de la Iglesia; a salircon corazón abierto y alegre a la misión,esperando al Señor que viene para hacer-lo todo nuevo. A volar alto, a caminar porlas alturas; a ir a las fuentes de la fe, a lasraíces de la vida cristiana; a ensanchar elhorizonte pastoral y recorrer nuevas sen-das, insertándose más en la sociedad. Elritmo de esta renovación lo irá marcandola acción del Espíritu Santo. Unas vecesempujará como un viento impetuoso yotras se manifestará como una suave bri-sa o susurro casi imperceptible. Este Espí-ritu no violenta, ni fuerza, sino conduce,alienta, doma con suavidad, funde eltémpano de hielo despacio, gota a gota,suaviza lo rígido con amor paciente, es-pera con tiempo. Y nosotros le invoca-mos: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ayúdanos aseguir las huellas de Jesús!

Nacidos del encuentropascual

Los discípulos misioneros nacemos de unencuentro pascual con el Señor y de laexperiencia de la infusión del EspírituSanto, que recibimos en el Bautismo, laConfirmación y la Eucaristía, como losprimeros discípulos la recibieron el día dePentecostés. Y renovamos la acción delEspíritu en nosotros al acercarnos a los“ríos de agua viva” (Cf. Jn 7, 37-38), asaciar la “sed de Dios, del Dios vivo” (Cf.Sal 41, 3) en las fuentes de la oración, laPalabra de Dios, los Sacramentos, espe-cialmente la Eucaristía, las grandes espi-ritualidades en torno a María y su esposoJosé, los Santos, los pobres.Esta experiencia renovada del Espíritunos abre los ojos para discernir su presen-cia en el mundo, a veces oculta y comomera semilla, para sentir el gozo de serPueblo de Dios y estar cerca de la gente,para experimentar la “dulce y conforta-dora alegría de evangelizar” (Cf. EvGa 9-13) y, en consecuencia, para acompañaral Pueblo de Dios en el cultivo de la rique-za de su piedad popular, que manifiestade forma especial su vitalidad en las pro-cesiones de la Semana Santa. La expe-riencia del Espíritu nos lanza igualmenteal anuncio del Evangelio y al servicio a lospobres, y nos despierta el hambre y la sedde la justicia, y la dicha en el compromisode hacerla efectiva.Celebramos esta Semana Santa en tiem-

pos de grave secularización y creciente re-lativismo e indiferencia religiosa. “La situa-ción actual no es fácil para la vida cristiana,pero es una ocasión de purificar nuestra fey de vivirla en conciencia y con libertad res-ponsable, de descubrir nuevos aspectos dela vivencia de Dios, de seguir aportando anuestra sociedad serenidad y paz, autenti-cidad y profundidad, sentido y dignidadpara la vida humana, en definitiva los bie-nes que proceden de Dios.” (Orientacio-nes de la Asamblea, p. 44). Es tiempo de vivir una renovada espiri-tualidad pascual cristiana, manteniéndo-nos alegres en el desierto con lo esencialde la fe. “Precisamente a partir de la ex-periencia de este desierto, de este vacío,es como podemos descubrir nuevamentela alegría de creer, su importancia vitalpara nosotros… En el desierto se vuelve adescubrir el valor de lo que es esencial pa-ra vivir; así, en el mundo contemporáneo,son muchos los signos de la sed de Dios,del sentido último de la vida, a menudomanifestados de forma implícita o nega-tiva. Y en el desierto se necesitan sobretodo personas de fe que, con su propiavida, indiquen el camino hacia la tierraprometida y de esta forma mantengan vi-va la esperanza” (Benedicto XVI, Homilíaen la Apertura del Año de la Fe. 11 de oc-tubre de 2012).En el profeta Habacuc encontramos untexto clave que anticipa la espiritualidadpascual cristiana y da esperanza firme aquienes vivimos en esta época de aparen-

DDesde el Miércoles de Ceniza, eltiempo de Cuaresma nos ha pre-parado, con la oración, la peniten-

cia y la caridad, a la celebración del Miste-rio Pascual de la Pasión y Resurrección deJesucristo, que se inaugura con la entradaen Jerusalén. Así iniciamos la Semana San-ta el Domingo de Ramos acogiendo al Se-ñor que viene a salvarnos y aclamándolollenos de alegría: ¡Bendito el que viene ennombre del Señor!” (Lc 19, 38).La Semana Santa tiene su centro en elTriduo Pascual, que comienza el JuevesSanto con la misa vespertina de la Cenadel Señor, continúa el Viernes Santo de laPasión del Señor, llega a su culmen en laVigilia Pascual, y termina con las Vísperasdel Domingo de Resurrección. El TriduoPascual es el centro y culmen de todo elaño litúrgico, porque Jesucristo ha reali-zado la obra de la redención de los hom-bres y de la glorificación perfecta de Diosprincipalmente por su Misterio Pascual,por el cual, muriendo destruyó la muertey resucitando restauró la vida. Las celebraciones de la Semana Santano son una mera evocación cultural y es-tética de hechos del pasado, sino memo-ria sacramental y litúrgica que hace pre-sentes los misterios de la muerte y resu-rrección de Jesucristo, con toda su efica-cia salvadora para quienes los participa-mos en ellos con fe viva. Las celebracio-nes litúrgicas son encuentros del Señormuerto y resucitado con quienes, por lafe, el bautismo y el don del Espíritu, he-mos sido incorporados a su Cuerpo, a suIglesia, y nos reunimos en su nombre pa-ra tomar parte en su muerte y resurrec-ción, para morir con él al pecado y resu-citar con él a la vida de Dios. Así somossantificados y damos culto a Dios.La Semana Santa es, por ello, una llama-da a todos los fieles de la Iglesia en Sala-manca a volver a las huellas de Jesús.Jesús mismo nos muestra las huellas desu amor al Padre, en obediencia filial a suvoluntad hasta la muerte; y de su amor a

los hermanos como él es amado por elPadre. Y nos da el mandamiento nuevode amarnos como él nos ha amado. Noslleva con él a Jerusalén para participar ensu cruz, en la cual llegó al extremo suamor a nosotros (Jn 13,1) y el despojo desu condición divina (Cf. Fil 2,6-11). Nospropone que le acompañemos en su ora-ción en la última Cena (Cf. Jn 17); en Get-semaní, rostro a tierra y con sudor de san-gre (Cf. Mc 14, 32-36); y en la Cruz (Cf.Lc 23, 34), para que aprendamos con él aperdonar y amar a los enemigos, y a sersiempre misericordiosos.

El Jueves Santo nos encarga seguir lashuellas de su entrega por nosotros enla Eucaristía, celebrándola como memo-rial de su muerte y resurrección (Lc22,19). Y se nos da como el “Pan de Vi-da” (Jn 6, 35); “el que coma de este panvivirá para siempre” (Jn 6, 51). Y nos da abeber la sangre de su vida divina y eterna(Cf. Jn 6, 53-55). Son el sacramento de sucomunión total de vida con nosotros: “Elque come mi carne y bebe mi sangre ha-bita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Y el sa-cramento de la unión de los miembrosdel único cuerpo de Cristo: “Porque elpan es uno, nosotros, siendo muchos,formamos un solo cuerpo, pues todos co-memos del mismo pan” (1 Cor 10, 17).El Viernes Santo nos dice que le mire-mos traspasado en sus manos pies y cos-tado; y que reconozcamos sus heridas co-mo fuente de nuestra curación. Nos con-fiesa que tiene sed de nuestro amor, y nosofrece el suyo con el agua y la sangre naci-

das de su costado como manantial de vidaeterna. Y espera que adoremos en su Cruzel amor del Padre, que nos entrega a suHijo único para nuestra salvación (Cf. Jn3,16), y su propio amor de “Buen Pastor”que “da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). En la Vigilia Pascual y la Eucaristía dePascua nos regala la fuerza del EspírituSanto, con la que el Padre levantó a suHijo del sepulcro, “resucitándolo de entrelos muertos” (Ef 1,20); el Espíritu que Je-sús Resucitado sopla sobre nosotros, co-mo lo hizo sobre los primeros discípulos,para el perdón de los pecados y el envíoa la misión (Cf. Jn 20, 21-23). En esta Semana Santa de la Iglesia enSalamanca, estamos llamados a tener “fi-jos los ojos en el que inició y completanuestra fe, Jesús, quien, en lugar del go-zo inmediato, soportó la cruz, despre-ciando la ignominia, y ahora está sentadoa la derecha del trono de Dios” (Heb12,2). Y hemos de seguir las huellas (Cf.1 Pe 2, 21) de quien padeció por noso-tros, dejándonos un ejemplo: “Él no de-volvía el insulto cuando lo insultaban; si-no que se entregaba al que juzga recta-mente. Él llevó nuestros pecados en sucuerpo hasta el leño, para que muertos alos pecados, vivamos para la justicia. Consus heridas fuisteis curados. Pues anda-bais errantes como ovejas, pero ahora oshabéis convertido al pastor y guardián devuestras almas” (1 Pe 2, 23-25). Con estos dones pascuales nos hace po-sible la Iglesia diocesana hacer realidad sullamada a “enamorarnos de nuevo” y avolver al “amor primero” (Ap 2, 4); y nosconduce a la alegría de vivir un renovadoencuentro pascual con Jesús, en quien elPadre “nos ha bendecido con toda clasede bienes espirituales y celestiales” (Cf. Ef1, 3). De este encuentro salvador con Je-sucristo estamos llamados los discípulos adar testimonio en medio del mundo. Pa-ra esta misión nos envía de forma perma-nente el Señor Resucitado con la fuerzade su Espíritu (Cf. Mt 28, 18-21).

«La Semana Santa es unallamada a todos los fieles dela Iglesia en Salamanca avolver a las huellas de Jesús»

La Palabra del ObispoMONS. CARLOS LÓPEZ HERNÁNDEZ

Foto: ÓSCARGARCÍA