monseñor de talavera y la educación moral en nuestros inicios republicanos

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157 MONSEÑOR DE TALAVERA Y LA EDUCACIÓN MORAL EN NUESTROS INICIOS REPUBLICANOS por Tomás Straka Centro de Estudios Religiosos/Instituto de Investigaciones Históricas, UCAB a. Introducción. El 25 de noviembre de 1824 aparece en El Observador Caraqueño un artículo titulado “Amor a la Patria”. Sería otro de los tantos que aparecieron en aquel periódico con el objetivo, según leemos en su prospecto 1 , de poner “en ejercicio la verdadera educación civil” e “Ilustrar á los pueblos en sus verdaderos derechos”, si no fuera porque un conjunto de circunstancias que lo hacen especial. Aunque, como los demás, es un artículo doctrinal, destinado a formar la moral cívica de los ciudadanos de la república recién liberada; y si bien el periódico “No tiene editores fijos ni redactores conocidos” 2 , por lo que no aparece firmado el artículo, todo indica en esto también igual que al resto de los artículos- que lo escribió Francisco Javier Yanes, su editor junto a Cristóbal Mendoza, quien en este semanario inició la propedéutica republicana que tres lustros más tarde recogería en su Manual Político del Venezolano . A pesar de todo esto, pues, una coincidencia lo hace de singular interés para el estudio del pensamiento de Mariano de Talavera y Garcés (1777-1861). Efectivamente, José Félix Blanco nos trae en el Tomo III de la gran compilación documental que reunió y editaría el Estado en 1877, a otro artículo titulado igual, que atribuye a Monseñor Mariano de Talavera, y que según señala recogió del mismo periódico 3 . Hemos revisado la colección existente en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional en Caracas, así como su edición facsimilar hecha por la Academia Nacional de la 1 No. 1, 1º de enero de 1824, p. 1 2 Idem. 3 Mariano de Talavera, “5 de julio” y “Amor a la patria”, en:José Félix Blanco y Ramón Azpurua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador , T. III, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1977, p. 182-185 (En honor a la verdad dice “Observador Caraqueño”, no “El Observador...”: pero en todo caso, tampoco se encontró un periódico de este nombre).

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    MONSEOR DE TALAVERA Y LA EDUCACIN MORAL EN NUESTROS INICIOS

    REPUBLICANOS

    por Toms Straka

    Centro de Estudios Religiosos/Instituto de

    Investigaciones Histricas, UCAB

    a. Introduccin.

    El 25 de noviembre de 1824 aparece en El Observador Caraqueo un artculo

    titulado Amor a la Patria. Sera otro de los tantos que aparecieron en aquel peridico

    con el objetivo, segn leemos en su prospecto1, de poner en ejercicio la verdadera

    educacin civil e Ilustrar los pueblos en sus verdaderos derechos, si no fuera porque

    un conjunto de circunstancias que lo hacen especial. Aunque, como los dems, es un

    artculo doctrinal, destinado a formar la moral cvica de los ciudadanos de la repblica

    recin liberada; y si bien el peridico No tiene editores fijos ni redactores conocidos2,

    por lo que no aparece firmado el artculo, todo indica en esto tambin igual que al resto de

    los artculos- que lo escribi Francisco Javier Yanes, su editor junto a Cristbal Mendoza,

    quien en este semanario inici la propedutica republicana que tres lustros ms tarde

    recogera en su Manual Poltico del Venezolano. A pesar de todo esto, pues, una

    coincidencia lo hace de singular inters para el estudio del pensamiento de Mariano de

    Talavera y Garcs (1777-1861).

    Efectivamente, Jos Flix Blanco nos trae en el Tomo III de la gran compilacin

    documental que reuni y editara el Estado en 1877, a otro artculo titulado igual, que

    atribuye a Monseor Mariano de Talavera, y que segn seala recogi del mismo

    peridico3. Hemos revisado la coleccin existente en la Hemeroteca de la Biblioteca

    Nacional en Caracas, as como su edicin facsimilar hecha por la Academia Nacional de la

    1 No. 1, 1 de enero de 1824, p. 1

    2 Idem.

    3 Mariano de Talavera, 5 de julio y Amor a la patria, en:Jos Flix Blanco y Ramn Azpurua,

    Documentos para la historia de la vida pblica del Libertador, T. III, Caracas, Ediciones de la Presidencia de

    la Repblica, 1977, p. 182-185 (En honor a la verdad dice Observador Caraqueo, no El Observador...:

    pero en todo caso, tampoco se encontr un peridico de este nombre).

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    Historia (que posee la otra gran hemeroteca histrica del pas)4, y no hemos dado ni con ese

    Amor a la Patria de Talavera, ni con el otro que Blanco publica junto a l, 5 de julio, y

    que tambin dice haber recogido de las pginas del El Observador...

    No obstante, que dos artculos se titulen igual, sobre todo cuando se trata de una

    virtud entonces muy debatida y conocida bajo ese nombre (hablar de amor a la patria era,

    en este sentido, como hablar de la templanza o de la prudencia), no encierra nada particular;

    y que en nuestras tradicionalmente incompletas colecciones de peridicos del siglo XIX

    llegare a faltar algn nmero, precisamente aqul en el que salieron los artculos de

    Talavera, tampoco debe sorprendernos. Incluso, no es descartable que hubiera habido otro

    peridico de nombre similar, bien que la Hemeroteca no lo registre en su inventario. Y por

    si fuera poco, treinta y tantos aos despus los dos escritos volvieron a aparecer juntos en

    lo que sera la gran empresa editorial del prelado, la Crnica eclesistica de Venezuela5,

    con algunas adiciones hechas a las versiones que nos trae Blanco con el evidente fin de

    actualizarlos para la efemride del cuadragsimo quinto aniversario de la declaracin de la

    Independencia.

    Lo importante, en consecuencia, est en otras cosas que se desprenden de estas

    circunstancias y que s implican aspectos ms interesantes para la historia de las ideas: la

    primera, el tema en s. Tratar una virtud republicana, y adems tratarla con el mismo

    sentido con el que se la trat en el El Observador, desde ya nos ubica a Talavera dentro del

    esfuerzo intelectual de hombres como Francisco Javier Yanes y Cristbal Mendoza,

    empeados en dotar a la ciudadana recin adquirida por los colombianos (neogranadinos y

    venezolanos) de un contenido tico-poltico que le diera sentido. Talavera, como Yanes y

    Mendoza, es un repblico de los de la primera hora, y de paso uno de sus pensadores ms

    giles; aunque para 1824 est de congresal en Bogot, el que haya mantenido relacin con

    los redactores de El Observador Caraqueo lo termina de identificar como miembro de ese

    grupo de prceres civiles que en 1810 inician la revolucin y que desplazados de su

    protagonismo cuando sta tuerce a la ms feroz de las guerras, intentan retomar el liderazgo

    en el momento en el que la tarea pas de ganar batallas a la de sentar las bases de la

    4 El Observador caraqueo. (Reproduccin facsimilar), Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1982.

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    reorganizacin republicana. Y as como Yanes y Mendoza inician la historiografa patria,

    Talavera hace lo propio como orador sagrado; y del mismo modo como los dos primeros

    cierran el peridico cuando encuentran mejores destinos en la administracin pblica,

    Talavera tambin se aparta por un tiempo de las letras cuando es nombrado vicario

    apostlico de Guayana y obispo in partibus infidelium de Trcala.

    Todo eso delimita bien el pensamiento y la obra del prelado, sin embargo no la

    encajona; al contrario, las sorpresas, los virajes, incluso las aporas que encontramos

    cuando la leemos mejor, demuestran muchas de las ms complejas y significativas

    dificultades que contempl el diseo del ideario republicano. Si aceptamos que su Amor a

    la Patria efectivamente apareci en el Observador..., tan slo con eso el problema se

    manifiesta en toda su dimensin: que un artculo que calzaba tan bien en un peridico ultra-

    liberal y ultra-republicano como este, despus haya podido calzar igualmente bien en otro,

    que si bien tuvo el mismo objetivo de colaborar en la educacin moral de los ciudadanos,

    su signo era muy distinto, un peridico catlico, expresa mucho de lo ms importante de

    los retos ideolgicos que contempl la fundacin de la repblica. De ms est decir que en

    aqul momento el catolicismo mantena a todo el corolario moderno el ilustrado, el

    liberal- en la esfera de sus anatemas, mientras ste lo tena a l (a todas la religiones, pero a

    la catlica en particular) como una antigualla de supersticin y fanatismo.

    Ser las dos cosas a la vez era, por lo tanto, un problema insalvable; como dijimos,

    una apora. Sin embargo los venezolanos lo intentamos, y la verdad que con relativo xito.

    Luis Castro Leiva ha demostrado que la base de la idea tico-poltica que desde entonces ha

    enmarcado el devenir republicano venezolano, fue la interseccin entre el bolivarianismo,

    es decir, los valores republicanos dentro de su particular configuracin venezolana, que los

    asimilaba a la figura del Libertador, y el catolicismo heredado de la tradicin colonial6. De

    ese modo los venezolanos decidimos unir la tica republicana que es laica, de raz ilustrada,

    y ubica la vida buena en la felicidad; con la catlica que es, obvio, una tica creyente, cuya

    vida buena est en la imitacin de Cristo, en la nica felicidad que da el encuentro con

    5 No. 70, 9 de julio de 1856, pp. 555-560

    6 L. Castro Leiva, Sed buenos ciudadanos, Caracas, Alfadil/IUSI, 1999, p. 58

  • 160

    Dios7. O lo que es lo mismo, que, en trminos muy amplios (advertimos lo mucho de

    generalizacin que tiene esto) para una la felicidad est, esencialmente, en este mundo,

    mientras para la otra, esencialmente, no. Estas posturas antitticas tuvieron graves

    consecuencias polticas que signaron el ms que secular conflicto Iglesia-Estado durante el

    siglo XIX: a la hora de aplicar esto a la prctica, la disyuntiva radicaba en si la felicidad

    colectiva estaba en el Reino de Dios o en la repblica secular, en el constituir buenos

    vasallos o en el ejercicio activo de la ciudadana8.

    Por su doble condicin de prelado (y no uno cualquiera, sino acaso de las mejores

    plumas no slo del clero, sino de Venezuela entera en su momento) y de dirigente patriota

    durante el proceso independentista, Mariano de Talavera estaba en una posicin

    privilegiada para resolver el problema, para hallar un punto medio. Y en efecto a eso

    dedic lo mayor y lo mejor de su vida intelectual, a trazar un rumbo tico para la repblica

    catlica y liberal. Basta, por ejemplo, una breve lectura de la ya nombrada Crnica

    eclesistica de Venezuela, un semanario se trataba de un pequeo folleto de 8 pginas-

    que dirigi entre 1855 y 1857, pero que dejara honda huella en el pas, para percatarse

    inmediatamente cmo su obra mxima y culminante, acaso la suma de todo lo anterior que

    hizo, se dedic, prcticamente en trminos exclusivos, a este trabajo.

    Y el nuestro, en las siguientes pginas, se dedicar entonces a rastear en l las claves

    de sus ideas morales y de la fundamentacin del ese ideario catlico y liberal que la

    repblica adquiri en su primera hora.

    7 Sobre estas categoras de las ticas laicas, creyente, ciudadana y vasallaje moral, vase: Adela Cortina,

    tica de la sociedad civil, Madrid, Anaya, 2000. 8 Sobre este tema, vase, entre otros, la Nueva Historia de la Iglesia. Tomo V, Madrid, Ediciones Cristiandad.

    1984, de varios autores; y el ineludible manual de Evangelista Vilanova: Historia de la Teologa Cristiana.

    Barcelona, Editorial Harder, 1992. Para el caso venezolano: Elas Pino Iturrieta, Sentido y fundamento de la

    mentalidad tradicional, que es el estudio preliminar al tomo IV de la Gaceta de Caracas, edicin facsimilar.

    Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1984; el trabajo de Elena Plaza El Miedo a la Ilustracin en la

    Provincia de Caracas (1790-1810), Politeia N 14, Instituto de Estudios Polticos, UCV, 1990; y nuestro

    trabajo: Toms Straka: La voz de los vencidos. Ideas del Partido Realista de Caracas, 1810-1821. Caracas:

    Universidad Central de Venezuela, 2000.

  • 161

    b. El sacerdote y sus ideas.

    Lo primero que vemos en las pginas de la Crnica es cmo, en momentos en los

    que la Iglesia catlica como institucin mantena en Roma anatematizaba todo lo que oliera

    a ilustracin, este cura patriota, sostendr un conjunto de tesis perfectamente ilustradas, sin

    por ello renunciar al catolicismo (se trataba, recurdese siempre, de un obispo emrito). De

    todas ellas, la nodal es la siguiente: la idea de la libertad de la patria (lo que implicaba en

    trminos polticos un sistema de libertades) como la garanta de la felicidad de los

    individuos; al tiempo de que, en congruencia con su condicin sacerdotal, intentar darle a

    esa libertad un contenido moral cristiano-catlico. Un liberalismo catlico? Un

    catolicismo liberal? Ya se ha hablado para el caso de estos primeros pensadores

    venezolanos de una teologa de los liberales9, de una teologa liberal creada al respecto.

    Hay que tener, sin embargo, cuidado con ambas categoras. No es tan seguro que Talavera

    haya tenido esto tan claro, y lo nico que podemos afirmar en firme es que fue, como

    agudamente escribi en 1865 su primer bigrafo, Francisco Javier Mrmol, el sacerdote

    ilustrado que encontraba en la religin la inspiracin de la libertad.10

    Ser ilustrado, ser

    liberal y a la vez ser religioso, esa es la frmula de Talavera.

    Por eso, aunque siempre hay que cuidarse de los lugares comunes, como aquel de

    definirlo de adelantado a su tiempo, en este solo caso parece pertinente, no tanto si lo

    comparamos con sus interlocutores de entonces, como si lo ubicamos desde la historia de la

    teologa catlica. Talavera, por ejemplo, ya defina en la dcada de 1850 al catolicismo

    como una doctrina eminentemente social; cuando abordaba otros aspectos, siempre

    alineados en su labor moralizadora, l sostuvo tesis que la ciencia no vendra a aceptar

    hasta un siglo despus. As, en la multitud de temas que van apareciendo en las entregas de

    la Crnica..., encontramos cosas tan variadas y novedosas como la necesidad del desarrollo

    de la educacin especial para que las personas con retardo mental se incorporen al aparato

    productivo, de la lactancia materna o la idea de que el alcoholismo es una enfermedad y no

    9 Vid: Equipo de Reflexin Teolgica: Pensamiento Teolgico en Venezuela III: F. Toro y Los Liberales,

    Curso de Cristianismo Hoy 13, Caracas, Centro Gumilla, p. 10 10

    Francisco Javier Mrmol, Apuntes biogrficos a la memoria del Ilustrsimo Seor Doctor Mariano de

    Talavera y Garcs, Obispo de Trcala y gobernador del obispado de Guayana (1865), en: Mariano de

    Talavera, Apuntes de historia eclesistica de Venezuela, Caracas, Tipografa Americana, 1929, p. 13

  • 162

    slo un problema moral, bien que para su cura prescriba la vieja psicomaquia de las

    terapias fsicas de los loqueros (vase la nota 39).

    Y eso es slo una parte de lo que all hace. En el da de hoy la Crnica... es

    recordada, fundamentalmente, porque en ella fue publicada por entregas la primera historia

    de la Iglesia venezolana (que hubieron de esperar hasta 1929 para ser recogidas en un

    volumen11

    ). Ello en s es comprensible. En primera instancia, es acaso su mayor aporte a la

    cultura nacional: gracias a esta historia es que vinieron a salir a luz por vez primera datos

    dispersos que existan de la institucin eclesistica desde los das de la conquista y que

    estaban prctica, cuando no completamente olvidados. En conjunto se trata del relato sobre

    la ereccin de las primeras sillas episcopales en el pas. Talavera confiesa que en lo

    referente a la colonia sigui un manuscrito del siglo XVII elaborado por el chantre de la

    catedral de Caracas, Pedro Tamarora, que tras pasar por varias manos unas, las de su

    abuelo- fue a parar a las suyas12

    .

    Por mucho que hoy puedan parecernos escuetos sus textos, hay que reconocer que

    en buena medida todo lo que se escribira despus sobre el tema es tributario de este camino

    que por su iniciativa se ech a andar. De su labor de historiador se hablar al final, pero es

    bueno resaltar de una vez que se trat de un captulo ms de su esfuerzo por darle sentido y

    contenido a la nacionalidad venezolana. A aquella repblica liberal que reclamaba una

    Historia Patria que le diera significado, deba drsele el correlato de la de su Iglesia: ese es

    el objetivo que se traza el prelado.

    Naci Mariano de Talavera en Coro en el seno de una familia de la elite local. Con

    gran talento para las letras desde nio, es enviado a Caracas y en su Real y Pontificia

    Universidad obtiene la licenciatura (1797) y luego el doctorado en teologa (1800), con

    honores. Rpidamente se le identifica como uno de sus alumnos ms aventajados, como el

    mejor en retrica y la gran promesa (luego, sobradamente cumplida) de la oratoria

    11

    Vid: Talavera y Garcs, Op. Cit., el compilador y editor fue Monseor Nicols E. Navarro. 12

    Ereccin de la primera silla episcopal de Venezuela en la ciudad de Coro, su traslacin Carcas,

    creacin de Arzobispado, con varias noticias importantes &c. &c. Crnica Eclesistica de Venezuela, N

    109, Caracas, 8/04/1857, p. 867

  • 163

    venezolana. Su Coro natal, Barinas y Mrida gozarn en lo sucesivo de sus servicios

    sacerdotales. Recin ordenado vuelve a Coro, pero all lo consigue el obispo de Mrida

    Santiago Hernndez Milans, y sorprendido por el talento del joven sacerdote lo llam

    como secretario de la dicesis, destinndolo despus al curato de Barinas. Hasta ese

    momento es el trnsito de un sacerdote brillante y afortunado. Pero en 1810 estalla la

    revolucin y todo cambia para l, como para todos los venezolanos. La revolucin lo

    encuentra en Mrida, donde es secretario del obispo, profesor de Colegio de San

    Buenaventura (actual Universidad de los Andes) y acaso su ms reputado orador.

    Nombrado representante del clero en el cabildo del 16 de septiembre de aquel ao

    en el que discute los ltimos sucesos de Caracas y de Espaa, resulta electo vocal en la

    Junta Patritica de Gobierno que se crea al efecto. Llega as a la poltica; y lo primero que

    hace en ella ya apunta hacia la educacin: es uno de los fundadores de la Universidad de

    Mrida y, de hecho, es quien firma el decreto por el que la Junta eleva a tal el colegio de

    San Buenaventura. Por si fuera poco, redacta la hoy clebre Constitucin provincial de

    Mrida, segn Jos Gil Fortoul obra digna de recordacin por su fondo y forma13

    . Lo

    siguiente ser la vida azarosa del resto de los patriotas: cada la Primera Repblica emigra a

    Nueva Granada; es apresado, lo mandan a las Bvedas de La Guaira, acaso de los peores

    presidios de los que se tengan recuerdos en Venezuela; Morillo lo indulta en 1815, gracias a

    la intercesin del muy realista padre Manuel Vicente Maya, cuando ya se tena planeado su

    envo a un presidio en Espaa, y por un parntesis fugaz parece coquetear como le pas a

    tantos otros venezolanos ante el cmulo de fracasos acumulados por los patriotas hasta el

    momento- con el poder espaol: vuelve a sus lides de orador y el Pacificador le encarga un

    sermn a favor de la poltica de amnista, conocido como El sermn del Indulto14

    , que es

    publicado por el gobierno de la ocupacin militar.

    As, apartado eventualmente de la poltica, puede volver a vivir en Coro por lo que

    resta de la guerra, dedicado a sus labores sacerdotales, pero en 1821, cuando al fin se

    13

    Jos Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, Vol. II, Caracas, Ministerio de Educacin, 1956, p.

    167. (En rigor, Gil Fortoul glosa a Mrmol, vid supra, Nota 8). 14

    Jos Gil Fortoul, no obstante, aclara que Predica Talavera sin salirse de generalidades religiosas. Morillo

    lo invita a un banquete y le dice hidalgamente: Yo no persigo hombres como usted: queda revocada la orden

    de ir a Espaa. Gil Fortoul, Idem.

  • 164

    enciende la revolucin en el occidente del pas y Maracaibo se alza, Talavera vuelve a sus

    viejos pasos, se marcha a aquella ciudad y all inicia su primer proyecto editorial: El

    Correo Nacional. A este peridico le sigui la Concordia del Zulia. Pronto, no

    obstante, su destino lo volvi a poner en la primera lnea de los acontecimientos: la iglesia

    destruida por la guerra, carente de sacerdotes (casi todos se haban ido por ser realistas o

    por ser espaoles), sobre todo de sacerdotes talentosos y patriotas, lo reclam. El

    vicepresidente Francisco de Paula Santander lo propone para la canonja de la catedral de

    Bogot; y en la capital se desempea, al mismo tiempo, como diputado por Coro y hasta

    lleg a presidir la cmara baja. Finalmente el papa Len XII en 1828 lo nombra in

    partibus Obispo de Trcala y vicario apostlico de Guayana. Hasta 1841 detentar la silla

    de aquella regin. No fue fcil su trabajo; la iglesia careca de toda clase de recursos,

    Guayana todava sufra la destruccin de las misiones y el Estado venezolano, una vez

    separado de Colombia, se inaugura con graves conflictos con el clero. Al negarse, por

    ejemplo, junto con el arzobispo Ramn Ignacio Mndez a jurar la constitucin de 1830, por

    sus imprecisiones sobre el catolicismo como religin de Estado, corre su misma suerte y es

    enviado al exilio hasta 1832. De regreso a Caracas, su sermn por el da de San Pedro se

    convierte en una pieza fundamental de la oratoria sagrada venezolana. Pronto, sin

    embargo, se aleja de las diatribas y retorna a Angostura donde despliega una obra

    importantsima de reconstruccin. Sus ltimos aos los pasa en Caracas. An le quedaban

    fuerzas para ejercer de consejero de Estado y gozar de alguna figuracin pblica en el

    gobierno de los Monagas. Pero lo mejor de aquellos aos es que vuelve en pleno a sus

    labores intelectuales y redactar una obra perdurable con su Crnica eclesistica de

    Venezuela15

    , entre 1855 y 1857.

    Lo que este semanario represent para la cultura venezolana an no se ha estudiado

    con el detenimiento debido. No slo se trata de la primera gran publicacin eclesistica del

    pas, iniciadora del largo camino de periodismo catlico que llega hasta el da de hoy, sino

    tambin de uno de los testimonios ms vvidos, incluso doloroso, de la Venezuela de aquel

    15

    Sobre el obispo de Trcala, vase: Francisco Caizales Verde, Mariano Talavera y Garcs: una vida

    paradigmtica, Caracas, ANH, 1990. Y sobre la Iglesia venezolana en su momento: Gustavo Ocando

    Yamarte: Historia poltico-eclesistica de Venezuela (1830-1847), Caracas, ANH, 1975, dos tomos.

  • 165

    tiempo. Ya para entonces los lderes de 1810 estaban casi todos retirados o muertos, y en

    general los hroes de la independencia se encontraban en trance de salir de la escena

    poltica, sustituidos por una nueva generacin de caudillos y polticos. En medio de este

    panorama se agigantaba, obviamente, la estatura moral el obispo de Trcala, con su

    intachable hoja de servicios republicanos y su aura de Padre de la Patria; con su reconocida

    solvencia moral e intelectual; su condicin de obispo emrito tras un episcopado que todos

    coincidan en definir de brillante; y con sus casi ochenta aos de edad.

    Muy malos aos atravesaba Venezuela para cuando aparece la Crnica... Haba

    crisis econmica, pero mucho peor era la poltica y la moral. Aquellos eran los ltimos

    das, aciagos, del monagato. La disolucin que se avizoraba era tremenda y ya algunas

    voces esclarecidas daban la seal de alerta. Aunque nadie se poda imaginar la anarqua

    que estaba a la vuelta de la esquina y dominara la prxima dcada, ni los doscientos mil

    muertos que traera con la guerra federal, muchos ya hacan las ms graves advertencias.

    Sobre todo los hombres como Talavera, que parecan haberlo vivido todo, y que por sentir

    tan adentro al pas perciban de forma particularmente dolorosa cada una de sus

    pulsaciones.

    La historia pareci darles la razn. Talavera no llega a ver toda aquella tormenta,

    aunque la vida le alcanza hasta los primeros fogonazos de la guerra. Es as que en el borde

    del abismo clama, desde las pginas de su Crnica eclesistica de Venezuela, por una

    repblica mejor que con virtudes cvicas y cristianas pudiera salvarse de la gran hora de su

    destruccin.

    c. Catolicismo social.

    Enseanza de los idiotas es un artculo aparecido en La razn catlica que se

    reproduce en el nmero 117 de la Crnica eclesistica de Venezuela (Caracas, 3 de junio de

    1857). Se trata de un escrito muy importante para la historia de la educacin en Venezuela,

    ya que es el primero que se publica en el pas, hasta donde alcanzan nuestras noticias, sobre

    lo que hoy llamaramos educacin especial. Citmoslo in extenso:

  • 166

    La Europa y la Amrica poseen ya varios establecimientos donde se ha

    introducido la enseanza de los idiotas; pero el recientemente construido en el estado de

    Nueva York en una eminencia que domina la ciudad de Siracusa, parece que excede

    todos. Ha costado 50 mil libras esterlinas, sea cinco millones de reales, y contiene ya 90

    idiotas, los cuales bajo la direccin de dos mdicos son vigilados, cuidados, instruidos,

    divertidos y ocupados incesantemente por un cuerpo numeroso de nodrizas, de guardas, de

    maestros, de msicos, de gimnsticos y de jardineros. All presentan un aspecto

    enteramente nuevo. Sacndolos de su aislamiento, se les ve tomar parte poco poco en los

    juegos y en los intereses del mundo: se asocian los acontecimientos, los gustos los

    trabajos de los hombres en la medida proporcional su edad y sus fuerzas. Se hacen

    activos afectuosos, y son reintegrados en la gran familia humana, de la cual se hallaban

    excluidos. Ricos y pobres, todos perciben los mismos cuidados y la misma instruccin. De

    paso diremos, que esta caritativa fundacin es debida al Dr. Wilbur y su esposa, que

    hallaron en jvenes institutrices, llenas de instruccin, de gracia y sobre todo de caridad

    ardiente, los auxiliares amables que cuidan y educan cantando estos desgraciados que

    ntes desechaba la sociedad.- La enseanza de los idiotas, que ya habamos visto practicar

    en Pars hace algunos aos, es ciertamente uno de los triunfos ms admirables de la

    Religin y de la ciencia.16

    Este prrafo es revelador. Aunque hay que tener mucho cuidado en no caer en

    presentismos, si nos atrevemos a verter lo que dice en trminos actuales, nos encontramos

    con el problema de fondo que acusa y que, en los trminos de Talavera, justifica el orden

    republicano para atajarlo: el de la exclusin. Veamos: si es un triunfo (lo que quiere decir

    que es tambin un objetivo) de la ciencia y la religin que la educacin le abra

    oportunidades hasta a los idiotas (los que sufren de retardo mental), podemos figurarnos

    la misin que puede tenerle deparada, bajo los mismos trminos, para quienes no lo son.

    Si la educacin de los idiotas trataba por igual a ricos y pobres, incorporaba a los

    intereses del mundo a quienes se hallaban excluidos; y les permite, adems, esa

    incorporacin en directriz los gustos los trabajos del resto de los hombres; todo eso,

    16

    Crnica eclesistica de Venezuela, N 117, Caracas, 3 de junio de 1857, p. 935

  • 167

    de paso, divertidos y ocupados, tenemos, tan temprano como en 1857, el sumario de la

    escuela nueva, de la educacin moderna, incluso en trminos ms configurados de los que

    ya haba planteado un poco antes el de por s siempre adelantado Simn Rodrguez.

    Es decir, este artculo, ms bien colateral para los que fueron los temas ms

    recurrentes en la Crnica..., nos demuestra, incluso precisamente por esta razn (si de esto

    habla el colateral, qu esperar de los centrales), algunos de los aspectos que ms le

    preocuparon a Monseor de Talavera en su lucha por la educacin moral y cvica de los

    venezolanos, y que delinean muy bien la naturaleza de las preocupaciones de aquella elite

    en transe de fundar (o ya, para 1857, de salvar) a la repblica: qu clase de pas se quiere17

    .

    Porque ese es el problema educativo: qu ciudadanos formar, ya que se haba aceptado,

    desde cuarenta y tantos aos atrs, que debemos formar ciudadanos y no vasallos. El

    problema educativo, pues, como palanca para el avance moral y fsico de la sociedad18

    ; y,

    tras l, el problema de lo que deba ser tal sociedad regida por un sistema de libertades;

    ambas cosas, por ltimo, bajo la gida de la Religin y de la ciencia, al menos en el

    entender de la vertiente ms marcadamente catlica de tal intelectualidad.

    As, una semana antes, en el nmero del 27 de mayo, bajo el ttulo de Seccin

    cientfica. Progreso19

    , en otro artculo originalmente aparecido en La razn catlica, se

    explica mejor todo esto, ahora enfocado en una ciencia que apenas daba sus primeros pasos,

    la criminologa, lo que una vez ms habla bien de la actualizacin y amplitud de intereses

    de esta publicacin:

    En el ao de 1853 se contaban en Francia 70,000 hijos naturales en un total de

    965,080 nacidos. En 1856, solo en Pars, se cuentan 10,517 hijos naturales en 34,987

    nacidos.

    17

    Sobre este problema, siempre es bueno volver al clsico de Elas Pino Iturrieta: Las ideas de los primeros

    venezolanos, Caracas, Monte vila Editores, 1993. 18

    El elenco de los pensadores e ideas desarrolladas al respecto en el pas ha sido muy estudiado, pero resalta

    el estudio de Rafael Fernndez Heres, La educacin venezolana bajo el signo de la Ilustracin. 1770-1870,

    Caracas, ANH, 1995. 19

    Crnica..., N 116, p. 925-926.

  • 168

    El guarismo de los jvenes detenidos arrestados en las crceles va progresando en

    proporcin considerable. Se contaban 1,334 en 1837; 2,120 en 1840; 3,167 en 1845; 4,276

    en 1847; 5,280 en 1850; 6,443 en 1852; 7,715 en 1853; 9,364 en 1854; 9,818 en 1855...

    El nmero de adultos en las crceles centrales han aumentado en 4,229 individuos

    desde 1851 1855. En los estados de los presos en dichas crceles, desde 1852 1855,

    vemos que los instruidos en elementos de enseanza ascendan al nmero medio anual de

    9,708 y que 10,930 se hallaban en una completa ignorancia; y que entre los no del todo

    ignorantes, los que saben leer y escribir son cerca del triple de los que saben leer

    solamente...20

    Esto llev al autor a una conclusin que sostendrn el resto de los pensadores

    catlicos venezolanos Guillermo Iribarren, Amenodoro Urdaneta, Ramn Ramrez, etc.- a

    lo largo de todo el siglo XIX: la necesidad de fortalecer la ciudadana como base para

    cualquier tipo de desarrollo material. El problema del aumento de la delincuencia en

    Europa se deba a que No se descuid medio alguno de adelanto para los hijos

    privilegiados de la inteligencia; al paso que se dejaba abandonada s misma la enseanza

    primaria y en absoluto olvido la educacin moral del pueblo. (el subrayado es del autor).21

    En consecuencia educar, pero sobre todo educar la moral de las capas ms bajas de

    la poblacin (incluso, como ya vimos, a los idiotas) es indispensable para que el progreso

    sea efectivo ya que, como muchas veces hemos dicho que este es patente incontestable

    en el orden material, aunque ms de una vez y por falta de subordinacin las condiciones

    del orden moral le perjudique y contrare.22

    Como vemos, en el discurso de Talavera y

    en el de aquellos que apoyaba- este llamado a la moralidad, que se ver a todo lo largo de la

    existencia de la Crnica eclesistica..., publicacin que en buena medida se traz como

    objetivo sostenerla, tena entonces una funcin ms terrenal que la que comnmente solan

    darle las publicaciones catlicas de entonces; no era slo alcanzar el cielo (aunque tambin,

    obviamente, de esto habr), sino tambin abrir la senda del progreso material, gran

    20

    Idem, p. 925 21

    Ibd., p. 926 22

    Ibd., p. 925

  • 169

    aspiracin del momento. O sea, una manera particularmente moderna de asumir el reto

    pastoral de moralizar a la sociedad.

    Porque, y este es el aporte especfico de este pensamiento, no se trataba de cualquier

    moral, sino de la cristiana (que a juicio de Talavera, sacerdote de su tiempo al fin, se

    asimilaba solamente a la catlica: no pocos textos publica contra el protestantismo en sus

    pginas23

    ). El cristianismo, leemos en otro artculo, tambin dedicado a la educacin

    moral, en particular a la exaltacin de una virtud teologal, La esperanza24

    , y firmado por

    un tal F.L., es entendido como una religin eminentemente social25

    , con grandes cosas

    que hacer y decir para el progreso del mundo. Quin no ha sentido conmover su corazn

    leyendo el sermn que predic en el monte? Quin no ha odo alguna vez repetir aquellas

    palabras de consuelo: Bienaventurados los pobres... Bienaventurados los que lloran,

    porque ellos sern consolados?... Pues bien, contina F.L., La doctrina de Jess es una

    rica promesa, una promesa eterna hecha los pobres, los que tienen hambre y sed, a los

    que sufren persecuciones, los mansos y humildes de corazn, los que luchan firmes

    contra la adversidad en esta tierra de infortunio y dolor. Por ello es que La religin que

    ordena la esperanza, es una religin eminentemente social; y el hombre que dijo los

    dems hombres: llamad y se os abrir; pedid y se os dar; el que trajo una misericordia

    ilimitada para el socorro de una miseria infinita; el que santific, en fin, la esperanza,

    perceptundola sus discpulos y con cediendo cuanto pedan los que confiaban en l, es

    ms que un mortal, es Dios, es el redentor de los mortales.26

    Pero lo que llama la atencin de todo el texto es que ms all de los viejos llamados

    a la conformidad y a un futuro mejor de la mano divina, tpicos de cierta homiltica de

    entonces, es que se le d un tinte social a la esperanza, porque ella, a su juicio, lejos de

    empujar a la mansedumbre acrtica, al quietismo (que, en realidad, ya era considerado

    hereja entonces), tena una connotacin activa. Es decir, la esperanza no estaba y, si

    vemos bien, la vida de Talavera es expresin de ello- para sentarse a esperar a que las cosas

    23

    Vase El protestantismo es destructor del cristianismo, publicado por entregas entre los nmeros 83

    (8/10/1856) y 85 (22/10/1856) de la Crnica eclesistica.... 24

    Crnica eclesistica..., N 101, 11/02/1857, pp. 803-806; y N 102, 18/02/1857, pp. 811-814. 25

    Ibd., p. 804 26

    Ibd., 804

  • 170

    sean dadas, sino en tener confianza para actuar. Leamos los rudimentos de teologa moral

    que a la sazn nos da el autor; sobre todo el giro que hace para traer al aqu y al ahora los

    efectos de tal virtud:

    Segn el dogma catlico, la esperanza sigue la fe y precede a la caridad. Son

    tres virtudes estas que, aunque diversas en sus fines, se entreayudan en sus medios. La fe se

    inspira; su objeto habita fuera de nosotros. La esperanza nace, y nace en nuestro pecho

    mismo. La fe sostiene la esperanza; la caridad la fortalece: aquella mostrando al

    Omnipotente, esta al Redentor.(...) Examinando Santo Toms el precio y quilate de cada

    una de las virtudes que se llaman teologales, establece la diferencia siguiente, concediendo

    a la esperanza un lugar muy distinguido. La esperanza, dice, es mayor que la fe, no en la

    sustancia sino en el propsito; y es mayor tambin que la caridad no en el orden de la

    perfeccin, sino en el poder de la generacin. Ella sola parece que comprende hasta cierto

    punto las otras virtudes, pues que la esperanza presupone el conocimiento de la cosa

    esperada y el amor de los medios para conseguirla.27

    Y esto, como se deca, conduce a un actuar creativo. En rigor, una virtud slo es tal

    en tanto que direcciona una forma de actuar determinada, a nuestro juicio el quid de todo

    ese esfuerzo moralizador. Esta suerte de ataque a la contemplacin queda claramente

    manifestada en el siguiente prrafo:

    Consideremos ahora la esperanza, no como una virtud cristiana sino como una

    percepcin, como una facultad de nuestra alma, como un sentimiento innato de la razn

    humana.(...) Si fuera posible hacer por un momento abstraccin de la esperanza, veramos

    presentarse luego por todas partes el tedio mortal, el desmembramiento, la nada. Por lleno

    y fructuoso que nos parezca el presente, no es ms, si bien se ve, que una porcin de otras

    cosas mejores y ms duraderas que esperamos obtener. El hombre no vive sino de

    esperanzas; y el que insensato llegara a violar esa gran ley universal, luchara contra su

    razn y socavara l mismo su existencia. Desperavi, nequaquam ultra vivam, deca Job.

    Perd ya la esperanza; he aqu que mi vida ha terminado. Si el labrador cultiva el campo y

    27

    Ibd., pp. 804-805

  • 171

    confa el grano la tierra que el arado abri; si el navegante arrostra peligros y con frgil

    barquilla atraviesa osado el insondable mar, es porque esperan. S; la esperanza es la que

    hace intrpido al viajero, activo al industrial, perseverante al sabio. Ella es tambin la que

    inspira la paciencia al enfermo y la resignacin al infeliz que gime bajo peso de la justicia

    la venganza de la sociedad.(...) ...Si Csar no hubiera esperado vencer y hacerse dueo del

    mundo con sus victorias, no hubiera entrado en cincuenta y dos batallas campales, ni

    hubiera alcanzado el triunfo con menor nmero de soldados. Si Scrates (para presentar un

    ejemplo de otra especie) no hubiera esperado en el premio inmortal de su justicia, no habra

    tenido en sus manos treinta das el decreto de su muerte, sin haber experimentado la ms

    leve alteracin en su alma. La fuga que le aconsejan sus discpulos, la retraccin, la splica

    pudieron librarlo; pero si consinti en morir, fue porque esper recibir en otra mejor vida la

    corona de gloria debida sus virtudes.

    -Al partir Alejandro para la conquista del Asia, distribuy sus tesoros entre los

    soldados. Maravillado Perdicas, uno de sus generales, le pregunt y qu os reservis,

    seor? La esperanza, contest el joven monarca.

    Digna respuesta de la grandeza de Alejandro!28

    Una esperanza que prepara el nimo para la accin, para la conquista del mundo,

    para el desarrollo de industrias, para atravesar los mares; esa es la esperanza que estos

    telogos sostienen. Una esperanza, si vemos bien, revolucionaria por su encaminamiento a

    modificar las cosas; una esperanza para la lucha y el cambio social. Ahora bien; puesto

    que la esperanza es un noble instinto: puesto que ella es el consuelo de la humanidad, la

    compaera fiel del hombre, el sentimiento que Jess mismo consagr; guardmonos de

    depravarlo y desnaturalizarlo. O sea, Cuando la esperanza no est fundada en base

    slida, es entonces una vana presuncin y hace el mismo efecto de los espejos mgicos que

    seducen con falsas imgenes y deslumbran con ilusiones y perspectivas engaadoras.29

    Por lo cual, y con esto se cierra el artculo:

    28

    Ibd. p. 811, 812 y 813

  • 172

    Evitemos este exceso y trabajemos en nuestro bienestar con el socorro y de la

    verdadera sabidura. Hagamos esfuerzos incesantes, dice Platn, con cuya hermosa frase

    queremos poner trmino a nuestro artculo; hagamos esfuerzos por adquirir en esta vida la

    virtud, pues que ella sola es digna de retribucin, y la esperanza que inspira es noble,

    infinita y levantada sobre base cierta.30

    Vase slo los beneficios que una de las virtudes teologales son capaces de hacer en

    la sociedad: qu sera si se aplicaran todas al unsono. Pues bien, Talavera no renuncia a

    predicar esa posibilidad. En otro artculo, La Felicidad31

    , se ahonda un poco ms en esto

    de las virtudes. El artculo, cuyo autor no lo firma (por lo que puede suponerse compuesto

    por el redactor, segn la usanza de entonces), arranca con el problema bsico de toda

    reflexin tica: Qu cosa es la felicidad? Obviamente, la clsica respuesta aristotlica es

    la primera que acude a sus argumentos: la vivencia de la virtud. Los antiguos se

    preguntaban, lo mismo que nosotros, dnde est la felicidad. Los unos la colocaban en los

    bienes del cuerpo, como los deleites sensibles; los otros en los placeres del alma, como la

    ciencia y la gloria; los ms heroicos, por no decir los ms profundos, la ponan en la

    virtud.32

    De todos ellos, contina el autor, los estoicos haban visto muy bien, que ni los

    placeres sensibles, ni los goces del espritu del amor podan ser el fin de la vida ni el sitio

    de la verdadera felicidad.33

    Ahora bien, pero los estoicos estaban an ms ac de la luz del Jess. El estoicismo

    tena esta incontestable mrito, que fue la causa de su grandeza, de salvar la moral uniendo

    la idea de la felicidad la de la virtud, y hacer al mismo tiempo accesible todos el ltimo

    fin del hombre; pero El estoicismo era por lo tanto una doctrina moral y popular, y tal vez

    se le hubiera credo divino, si el Evangelio no se hubiese asomado a las puertas del

    mundo... 34

    Y es que Segn el estoicismo, la vida es un movimiento que tiene la libertad

    por principio, y la virtud por rbita y por trmino. Y por lo mismo vemos en ello una

    29

    Ibd., p. 814 30

    Idem. 31

    Aparecido en los nmeros 103 y 104 de la Crnica... (25/02 y 04/03 de 1857). 32

    Ibd., N 103, p. 819 y 820 33

    Ibd., p. 822 34

    Ibd., N 104, p. 827

  • 173

    idolatra del hombre bajo una magnnima ilusin. El hombre, haga lo que quiera, no es ni

    el principio, ni la rbita ni el trmino de su vida. El viene de un origen que no es de l, y

    busca un punto ms elevado que l, el fin supremo de su ser, la manera que un ro salido

    de la profundidad de la tierra se dirige en su curso a los abismos del Ocano.35

    Pues bien:

    La felicidad est en Dios: la razn nos lo prueba, el Evangelio nos lo dice, y as

    queda desvanecido el escndalo que nos haba causado esta definicin de la vida: La vida

    es un movimiento natural y legtimo hacia la felicidad; porque en adelante debe traducirse

    as: La vida es un movimiento que tiene a Dios por principio, por centro y por trmino.36

    La vida es movimiento lo que es otro argumento a favor de la accin- que tiene a la

    felicidad (Dios) en todos sus momentos, y al que se llega por la virtud. Hay, ac una vez

    ms, una relacin entre el pensamiento catlico, el tomismo, con el moderno: en el fondo

    no se trata slo de una tica creyente sino tambin de una tica de la felicidad. Combinar

    estas dos cosas entonces, o al menos combinarlas de la forma en que se hizo, ya es la

    primera prueba de lo que en trminos polticos propondr.

    Un ao atrs leemos en el nmero 45, en una seccin que bajo el ttulo de Moral37

    apareci en varios nmeros, que La moral nos seala las sagradas obligaciones que

    debemos cumplir para con Dios, para con nosotros mismos, y para con los dems hombres.

    Est tan ntimamente enlazado su cumplimiento con nuestro inters individual, que de l

    depende nuestra felicidad. Debe el hombre Dios la alabanza, la adoracin y el

    reconocimiento eterno porque l nos ama, y porque de su mano nos viene todos los bienes

    que disfrutamos.38

    Acto seguido, el autor describe nuestros deberes para con nosotros mismos: ser

    justos (vivir de acuerdo a las leyes), ser buenos lo que no explica muy bien qu es- ser

    modesto (no caer en el orgullo), ser sobrios, porque la intemperancia destruye la salud y

    35

    Idem. 36

    Ibd., p. 829 37

    Crnica..., N 45, 16/01/1856, pp. 355-356 38

    Ibd., p. 355

  • 174

    causa desprecio39

    , ser reconocidos, porque el reconocimiento fomenta el aprecio;

    abstenerse de hacer en secreto lo que se avergonzara de ejecutar en pblico; ser veraces,

    ser parco al hablar y procurar hacer bien a los nos que rodean (ms adelante veremos que

    por all lograr conectar el catolicismo con el patriotismo). Luego pasa a los deberes para

    con los otros hombres: ser complacientes, benficos e indulgentes. Adems:

    Los padres deben sus hijos el alimento, la educacin, y la correccin.

    Los hijos a sus padres el amor, el respeto, el obsequio, y la obediencia.

    El maestro debe sus discpulos un comportamiento dulce y carioso: y estos deben

    retribuirle amor, respeto y docilidad acompaada de una no interrumpida aplicacin.

    El amo debe al criado buen trato. El criado debe ser fiel, profundamente respetuoso

    su amo, prestndole todos los servicios a que con l est obligado.40

    Acaso este ltimo aspecto, para nosotros algo conservador, no iba, sin embargo, en

    contra del espritu general del pensamiento de Talavera. En su momento no entraba en

    39

    Idem. Este aspecto ser muy recurrido en los discursos morales, religiosos o no, del siglo XIX. Por

    ejemplo, en el N 26 (05/09/1855), aparece la misma seccin Moral el Remedio para el vicio de la

    embriaguez (p. 208). Ya que Son lamentables las escenas que se ven en los pueblos especialmente los das

    festivos. Una porcin de lo que gana el jornalero en la semana, se invierte en licor espirituoso que le hace

    perder el juicio. De aqu las rias, las heridas, y hasta el homicidio. Cuando esto no sucede, la esposa y los

    hijos sufren los golpes del marido ebrio, y quedan privados de alimento que esperan del salario semanal del

    padre. Aun en esta ciudad no es raro ver hombres tendidos en las calles con buen sol... El autor

    (seguramente el mismo Talavera) llega a otra conclusin muy adelantada a su tiempo: Refleccionado (sic)

    sobre esto nos hemos convencido que la propensin a la embriaguez es una enfermedad fsica, una aberracin

    del apetito, y como tal, buscarle remedio. Aunque los ms clebres autores que han escrito sobre las

    enfermedades mentales diferentes especies de locuras destierran de su plan curativo todos los mtodos

    violentos, la naturaleza de la que vamos hablando ecsige (sic) nuestro modo de ver que se siga en su

    curacin un mtodo contrario y que se le aplique el encierro, baos frecuentes con agua fra, alimento parco

    y trabajo moderado de manos. Si se resisten por estar acostados, se le aplica una pena de dolor, como

    palmetas, que despiertan la flojera y desidia. Aqu no hay temor de equivocacin; el mal es conocido y el

    remedio aunque nuevo, fcil de aplicarse, y aun cuando no aproveche tampoco puede hacer dao.

    Ya antes, en el N 21 (1//08/1855), haba publicado otro artculo sobre el tema Triunfo de la Templanza, en

    el cual resaltaba una campaa contra la embriaguez entre los irlandeses llevada adelante por un franciscano

    para borrar esa mancha que afeaba la vida moral de una nacin llena por otra parte de herosmo y de

    virtudes (p. 162), a travs de la creacin de sociedades de templanza donde haciendo este voto sus

    adscritos renunciaban a la bebida: segn parece los resultados fueron tan buenos (el impuesto sobre bebidas

    baj a la tercera parte en 1842), que se extendieron a Inglaterra y Escocia. 40

    Ibd. pp. 355-356

  • 175

    contradiccin con las tesis liberales ms avanzadas, que si bien sostenan la libertad y la

    igualdad jurdica, no se oponan a las jerarquas naturalmente establecidas. En otra

    entrega de esa misma seccin Moral., aparecida en el nmero siguiente: Moral.

    Obligaciones de los hijos hacia sus padres., se ahonda todava ms en la racionalidad de

    estos deberes. Pinsese que se est hablando de una tica de la felicidad matrimoniada con

    el cristianismo, de manera que todas las obligaciones deban tener una justificacin ms o

    menos bien argumentada. En el artculo, por ejemplo, se seala que si bien El respeto y la

    obediencia son las primeras obligaciones de los hijos hacia sus padres, y que ese respeto

    filial y de magestad paternal41

    por haberlos trado al mundo y educado,

    ... la autoridad paternal por respetable que sea, jams adquiere un derecho para ser

    injusta, tampoco ha de obedecrseles cuando ecsigen (sic) cosas contrarias la virtud: por

    ejemplo, citamos al padre de Ajeslas rey de Esparta, que solicitando de su hijo que juzgase

    contra las leyes, le contest este: O padre mo: siendo jven (sic) me enseasteis que

    obedeciese las leyes; y por lo mismo quiero ahora obedecerlas con no juzgar contra

    ellas...42

    Releamos la ltima lnea y llegaremos al quid del asunto. Como hemos venido

    viendo el punto de Talavera radicaba en la necesidad de una educacin moral para que

    fuera efectiva la libertad y el progreso del pas; cmo una sola virtud, la esperanza, poda

    redundar en tantos beneficios sociales; cmo la suma de la virtudes cristianas conducen a la

    felicidad; cmo la moral es el ejercicio de las virtudes; por eso, y as volvemos al principio,

    lo moral es que los padres eduquen a sus hijos en la virtud. He all la base para que todo lo

    dems sea posible. Recurdese que en tiempos en los que las tesis del Estado Docente an

    no imperaban, es a lo padres (y, claro, a la Iglesia) a quienes les corresponda la labor de

    educar. Unos meses antes, en el N 34 (31 de octubre de 1855), en otro artculo, titulado

    Religin y Moral, recogido de un peridico merideo, La instruccin religiosa,

    41

    Crnica..., N 46, 23/01/1856, pp. 363 y 364 42

    Ibd., p. 365.

  • 176

    encontramos la idea expresada con meridiana claridad. El texto es una encendida

    condenatoria a los padres que abandonan a sus hijos43

    , y al final seala:

    Esos nios vctimas de la locura y de la flaqueza humana, condenados por delito

    ageno la miseria la horfandad, podran con una buena educacin llegar a ser la gloria y

    el esplendor de la patria, un Rmulo tal vez, un Edipo. Pero privados de educacin,

    nutridos con escasa sustancia, y habiendo recibido por herencia el deshonor y por prenda

    paternal la indigencia y la desventura, sern crueles como sus padres, perversos por origen

    y lanzados en la escala del vicio bajarn hasta sus ltimas gradas, privando a la sociedad de

    las esperanzas que en ellos pudiera fundar...44

    O lo que es lo mismo: as como la educacin puede incorporar a la sociedad a unos

    excluidos, los idiotas; puede hacer de otros, los hijos naturales, el esplendor de la

    patria. Lo moral, entonces, es educarlos...Y educarlos como a Ajeslas en la obediencia de

    las leyes, en la virtud. All estar la felicidad de la sociedad.

    d. La moral de los ciudadanos.

    El inventario de las quejas que el clero ha elevado sobre la moral de los

    venezolanos es largo y viene de muy lejana data. Prcticamente todos los prelados,

    misioneros y otros hombres de Dios que dejaron testimonio de su paso por el pas durante

    la colonia, manifestaron graves preocupaciones por la rebelda de sus habitantes frente a

    los preceptos de la moral cristiana45

    . Esto, obviamente, no cambia con la independencia,

    sino que se afianza en el visor de los sacerdotes: la ruptura de la catolicidad y su sustitucin

    43

    Vale la pena leer esta parte del texto: Un error de grave trascendencia cunde en nuestra sociedad,

    principalmente entre aquellas personas que mientras ms accesibles son los placeres sensuales, mnos

    capaces se muestran de efectos nobles, llegando muchas veces perderse en sus corazones marchitos para la

    virtud, todo sentimiento de beneficencia, de humanidad y de justicia. Hablamos del error en que viven

    algunos hombres desnaturalizados que, creyendo que no estn obligados educar los hijos nacidos de una

    ilegtima unin, los abandonan sin acordarse mas de su suerte, sin cuidar de su educacion, sin cubrir su

    desnudez y apaciguar su hambre..., Op. Cit., p. 267 44

    Ibd., p. 268 45

    Vid: Elas Pino Iturrieta, Contra lujuria, castidad, Caracas, Alfadil Editores, 1992; y Jos ngel Rodrguez,

    Babilonia de pecados...Norma y transgresin en Venezuela, siglo XVIII, Caracas, Alfadil Editores, 1998.

    Ambos textos estudian los conflictos del clero por mantener a los venezolanos dentro del redil de la moral

    cristiana durante el perodo colonial.

  • 177

    por un orden republicano de raigambre liberal slo habra multiplicar los peligros para el

    descarro de la grey. Y el Obispo de Trcala no poda ser de otro sentir. Comoquiera que a

    su juicio la moral que deba animar a la repblica deba ser la cristiana; y que Talavera, por

    ms patriota y adelantado a su poca que fuera, era tambin un sacerdote de su tiempo, es

    comprensible que su lucha por la educacin moral de los venezolanos comenzara

    precisamente all donde sus predecesores coloniales haban terminado: en los usos y

    costumbres francamente pecaminosos de los venezolanos, sobre todo en lo concerniente al

    bello sexo, piedra angular, segn las tesis de entonces, de toda la moralidad.

    Que las mujeres, por lo tanto, estuvieran cayendo en las amoralidades del

    siglo, era uno de los problemas que ms consternaban a nuestro prelado. En el No. 30, del 3

    de octubre de 1855, reproduce un artculo firmado por el Abate Chassady, Cannigo

    honorario de Bayeux, profesor de filosofa en el Seminario Diocesano, miembro de la

    Academia de la Religin catlica, &c. &c., titulado Deberes de las mugeres en la

    familia46

    . Se trata de extractos de un libro recientemente aparecido en que consiste en

    una coleccin de consejos dirijidos las mugeres cristianas. Justamente preocupado de la

    influencia que ejerce la familia sobre la vida religiosa y civil , el autor coloca la muger en

    el crculo de los deberes modestos y variados que impone la vida domstica.47

    De ese

    modo, en lo que an denomina como los griegos economa domstica, leemos algunos de

    estos consejos:

    Los deberes de las mugeres en la familia son, segn el juicio de Mr. Chassay, uno

    de los asuntos de mayor importancia que se ha tratado hasta ahora. Ciertamente, todo tiene

    su importancia desde que se trata de la mejora espiritual y moral de cualquiera; pero la

    importancia crece medida que se estiende la accin. La muger, pues, est generalmente

    investida en una especie de apostolado; es raro que ella no tenga cura de almas. La

    influencia de la familia sobre la sociedad y de la muger sobre la familia es un tema bastante

    discutido. Sin embargo es necesario repetir sin cesar y en voz bastante alta para que todos

    puedan oirlo, que es la familia la que puede dar la Iglesia cristianos dignos de la

    46

    Crnica..., N 30, 3/10/1855, pp. 235-238 47

    Ibd., p. 237

  • 178

    sublimidad de su creencia, el Estado ciudadanos capaces de los mas grandes sacrificios,

    de la mas heroica consagracin, y que todo esto depende de la muger.48

    La mujer cura de almas! Vaya reconocimiento por parte de un sacerdote en una

    Iglesia en la que an no estaba en discusin el sacerdocio femenino. Cuando la joven sale

    de la sociedad de su madre para entrar en otra familia que en adelante ser suya, debe

    adoptar sincera y cordialmente la familia en cuyo seno son llamadas a vivir, y, verdaderos

    ngeles de paz, calmar por su influencia inteligente y generosa los interiores mas

    turbulentos y mas tempestuosos, debe ella ser la felicidad grave y dulce de ser la

    providencia visible de todos los que le han sido confiados por el cielo.49

    Por eso, su

    abnegacin debe ser absoluta:

    Una muger cristiana por otra parte no pasa sus das pensando en su vida, ni en

    observar todas las arrugas que los vientos caprichosos de la ecsistencia pueden producir en

    la superficie de su alma: ella conoce la multitud y las estencin de sus obligaciones, y trata

    de hacer frente todos sus deberes (...) Se engaan, pues, esas madres de familia para las

    que el ideal de la vida es una especie de adormecimiento, un medio letargo, , segn la

    espresin de un filsofo de la India, la vida de una lmpara que se siente arder al abrigo del

    viento! Es necesario obrar, obrar activamente largo tiempo, siempre! como habla la

    escritura.50

    As las cosas, unas mujeres como las muchachas venezolanas de entonces daban

    muy pocas esperanzas de estar algn da a la altura de su misin. Coquetas al punto, como

    veremos, de preocuparse para escndalo del prelado- por la firmeza de sus pechos;

    noveleras, chismosas, pasaban sus das en una multitud de distracciones que no auguraban

    la templanza de nimo que exige esa cura de almas de almas que es la maternidad. Por

    ejemplo, una de esas distracciones ms recurrentes y, por lo tanto temibles, era la de bailar,

    y por eso hacia all apuntaran sus primeros ataques.

    48

    Ibd., p. 235 49

    Ibd., p. 236 50

    Ibd., p. 237

  • 179

    En el nmero 74 (6 de agosto de 1856), un extenso artculo, El Baile se dedica a

    esto. De antettulo leemos: Moral importante para ambos sexos, donde se aclara: Por si

    acaso hubiere alguna bailarina que lea nuestro peridico, alguna madre de familia que

    guste recordar los das de su juventud y gozar de ellos al ver bailar sus hijas, copiamos,

    vertido nuestro idioma de un libro contemporneo, el siguiente interesante artculo que

    desearamos hiciese alguna sensasion (sic) a nuestras lectoras.51

    Se trata de un dilogo,

    an entonces gnero comn para la enseanza, entre una joven y su to sacerdote: -To, es

    permitido bailar? Esta era la pregunta que diriga en otro tiempo un venerable sacerdote

    una joven de diez y ocho aos. A lo que el hombre responde con una verdadera

    disertacin: -Me preguntas, le respondi, mi opinin sobre el baile y voy satisfacerte.

    Desde luego es necesario que no hablemos de los bailes religiosos de que encontraremos

    algunos ejemplos en la Escritura. Nada hay de comn entre el santo entusiasmo de Mara,

    hermana de Moiss, del Profeta real, y los bailes mundanos; entre el vivo transporte del

    reconocimiento, y de los placeres del siglo... Se impacienta la joven: -Pero to, no deseo

    saber la historia del baile; sino el parecer de U. respecto de esta pregunta: es permitido

    bailar? El sacerdotes trae entonces a colacin que Cicern deca que slo los locos y los

    ebrios bailan, que Demstenes para desprestigiar a Filipo deca que haba bailado, que

    Ovidio llama al baile naufragio para el pudor, en fin: No quiero citar las palabras de

    Aristteles, de Platn, de Sneca, de Scipion...

    Y hace U. bien, to, no es el parecer de Cicern lo que yo pregunto; sino el de U.

    Es permitido bailar?52

    Incisiva la muchacha. Pero el to sigue en lo suyo y el listado de quienes

    abominaron del baile que tare a colacin es tal que desarmara al ms empedernido bailarn:

    el Eclesiasts, San Efrn, San Basilio, San Crisstomo, San Amrosio, San Agustn, San

    Carlos Borromeo, San Francisco de Sales, el Concilio de Constantinopla, los de Laodicea y

    Lrida, profanos como Petrarca y muchos ms, todos dicen que el baile es malo (Carlos

    Borromeo, por ejemplo, lo define como un crculo cuyo centro es demonio y sus esclavos

    la circunferencia). El baile, pues, concurre a conmover los sentidos, a afeminar el

    51

    Crnica..., N 74, Caracas, 6 de agosto de 1856, p. 587

  • 180

    corazn, inflamar la imaginacin, all se encuentra un crculo brillante que ostenta

    porfa los atractivos ms insidiosos de la moda, la mezcla de los sexos, la confusin de las

    personas que la edad debera sobre todo separar; los movimientos acompasados de una

    danza afeminada, los acordes de una armona seductora; y, peor an, durante el baile, es

    decir en la mayor parte de la noche, los criados de ambos sexos permanecen sin una seria

    vigilancia, y estn expuestos permitirse entre s lo que una educacin ms esmerada

    prohibe a los amos53

    . De hecho, en el baile la inocencia del mayor nmero han

    perecido. En fin, no se debe bailar y, de paso, la resolucin que acabamos de dar respecto

    del baile puede aplicarse los espectculos, especialmente los dramticos54

    .

    Pero no slo son malos los bailes y los espectculos, tambin lo son las novelas.

    Por esas fechas ya es costumbre general en las muchachas leer folletines: desde 1839 hay

    una revista para mujeres en Caracas, La guirnalda, y desde el principio los ayes del amor se

    dejaron or en sus pginas. As, entre los nmeros 17 y 18 (4 y 11 de julio de 1855) aparece

    un artculo, tampoco firmado, destinado especficamente a combatirlos: Peligros de la

    lectura de las novelas. Ensaya un elocuente argumento en contra de las novelas y los

    males que les generan a las jvenes, pero, paradojas de la vida, para hacerlo echa el cuento

    de las desventuras de una muchacha que lea novelas y que, en s mismo, es un ejemplo

    maravilloso del espritu dramtico, incluso melodramtico de su tiempo; del sentido cruda y

    primariamente romntico, de los folletines que pretenda combatir. El cuento de tal forma

    encierra su zeitgeist, que bien hubiera podido convertirse en el tema de una de aquellas

    novelas que anatematizaba o de aquellas lacrimosas habaneras cuyo baile proscriba.

    Veamos:

    Cuando se recomienda a los jvenes que consagren sus horas de recreo la lectura

    de obras inocentes instructivas, y se procura precaverlos de los peligros que acarrea

    siempre la lectura de las novelas; la inesperiencia de su edad, el atractivo de las invenciones

    y la inquieta curiosidad que los devora, les hace cerrar el odo estos prudentes consejos, y

    52

    Ibd., p. 588 53

    Ibd., p. 591 54

    Ibd., p. 592

  • 181

    sin atender ellos en lo ms mnimo, se abrevan hasta las heces del veneno que se quiere

    apartar de sus labios...55

    Pero aveces hasta los padres mismos son los que ponen en contacto a sus hijos con

    tan temible tsigo literario: Algunos hay que dan pbulo, con estpida impaciencia al

    foco volcnico, cuya esplosin debe destruir para siempre el reposo de la vida y la felicidad

    de sus cansados aos. Ellos saben que esa lectura obceca el entendimiento estraviando

    el corazn; saben que las novelas sostituyen (sic) la vida real y positiva una vida ideal y

    fantstica, y que no pueden producir otro efecto que el prestigio y la seduccin. Pues bien!

    pesar de todas las lecciones de la esperiencia y de la razn, pondrn en manos de sus hijos

    aquellas mismas novelas que han hecho naufragar tantas virtudes juveniles. Insensatos!56

    Particular atencin hay que tener al respecto en la adolescencia momento en que deban

    ser ms constantes y asiduos que nunca los cuidados y la vigilancia del padre; porque no

    basta haber57

    dado una esmerada educacin en la niez para evitar que en la adolescencia

    el joven se rebele y se pierda. Entonces es cuando trae a colacin la historia de Eugenia.

    Hija ejemplar de un viudo, que viva en un pueblo del interior. El padre se engrea de las

    prendas de su hija, crea ver en ella la esposa que haba perdido, y su dolor iba

    mitigndose poco poco hallndola cada da ms perfecta.58

    Todo iba maravillosamente hasta que un da, hallndola mas triste y pensativa de

    lo acostumbrado, quiso probar distraerla, y no hall para ello medio mejor que el de hacerle

    leer una novela.59

    Craso error! Lo que tal lectura gener en la muchacha ech atrs tantos

    aos de buena educacin y de esperanzador porvenir. Desgraciado padre! Crees que se

    aprende en las novelas conocer el mundo y los hombres? En ellas todo es falso, los

    hombres como las cosas; la naturaleza no se muestra mas que al trasluz de un prisma

    engaador; y cuando un joven se halla transportado de repente ljos de aquella belleza ideal

    y de aquella brillante fantasmagora al mundo real y en medio de la sociedad positiva, la

    55

    Crnica..., N 17, 4/07/1855, p. 134 56

    Idem. 57

    Ibd., p. 135 58

    Idem. 59

    Idem.

  • 182

    estraa desproporcin que observa, le inspira en breve una invencible aversin sus

    relaciones y sus deberes.60

    Tal fue el caso de Eugenia y el drama que la envolvi.

    La lectura de novelas (se hizo adicta a su lectura la muchacha) le afectaron el

    entendimiento. Aquella nia, ntes tan tmida y modesta, gustaba tener largas

    conversaciones misteriosas con otras loquillas de su edad: observbase en sus ademanes y

    en su voz un no s qu de afectado; desatenda sus ordinarias ocupaciones; estaba siempre

    seria y melanclica; en una palabra, todo su prurito era hacer el papel de una herona.61

    Al

    igual que el baile en el otro dilogo, las novelas haban alterado el candor de una alma

    tan bella: ahora engaaba a su padre, de noche, cuando deca dormir, lea novelas; aunque

    se lo prohibi, por sus amigas las consegua; lleg, incluso, a hacerse rebelde a sus

    consejos, ella ntes tan respetuosa y tan tierna. Eugenia entraba entonces los diez y

    ocho aos, y todo se puso peor.

    Por momentos, sin embargo, las tribulaciones de su padre parecieron ver una luz:

    Un rayo de esperanza brill los ojos del desgraciado padre. Un joven nacido en el

    mismo pueblo, de una familia de comerciantes, honrado y laborioso pidi la mano de

    Eugenia; y el pobre padre crey que estableciendo su hija, los cuidados de la casa, los

    tiernos desvelos de la maternidad imprimiran otra direccin sus ideas.62

    Nada ms

    lejos: el prisma engaador que enajena a los lectores de novela haba hecho mella. Aquel

    joven Bernardo era su nombre- resultaba muy poca cosa para una muchacha como ella;

    asegur que no la comprendera; que ella tena una sensibilidad demasiado esquisita y un

    alma demasiado elevada, que slo le ofreca una vida prosaica y vulgar. As, Toda

    ilusin, toda esperanza quedaban para siempre cerradas aquel tierno padre. Tanto, que

    Una negra tristeza se apoder de l, y su salud declin rpidamente. Enferm, pues, de

    pesadumbre. Vale la pena leer lo que vino despus:

    En estas crueles circunstancias, un oficialito, pariente lejano de la familia fue

    pasar algunos das de licencia en casa del padre de Eugenia. Su fastuoso intrpido

    60

    Idem. 61

    Ibdem, pp. 135-136 62

    Peligros de la lectura de novelas (conclusin), Crnica..., N 18, 11/07/1856, p. 140

  • 183

    continente, su tono bravo y decisivo, su rara arrogancia hicieron una viva impresin sobre

    la novelesca doncella. Las relaciones de sus campaas, de los peligros verdaderos

    supuestos que haba corrido, inflamaron su imaginacin juvenil; y luego, cuando contaba

    las magnificencias de la capital, las pompas de los teatros, de los bailes, de los paseos,

    escuchbale ella pendiente de sus labios, palpitndole el pecho. Oh, que diferencia tan

    inmensa estableca su imaginacin entre el brillante oficial y el honrado Bernardo que haba

    osado a aspirar su mano! Crea ya en fin tener delante de s uno de aquellos seres

    maravillosos, uno de aquellos hroes de dulce lenguaje, cuyo modelo le haban pintado las

    novelas; crease la mujer ms feliz del mundo. El oficialito, acostumbrado a aquella clase

    de victorias, conoci en breve la flaqueza de Eugenia, adul sus gustos, ecsalt (sic) su

    imaginacin, habl a su alma, prodig los rendimientos y las promesas, y Eugenia fue

    vctima de la seduccin. Ocho das despus el seductor volvi su regimiento.63

    Pues bien, el final de esta novela anti-novelas no poda ser ms trgico, ms

    propio del romanticismo criollo; suficiente como para que cualquier padre responsable

    corriese a arrebatarle las novelas de las manos de sus hijas.

    Llegu yo una noche al pequeo pueblo de ***; una fnebre comitiva se diriga al

    cimenterio (sic) de la parroquia: ms de quinientas personas seguan el atahud (sic).

    Pregunt una anciana, sentada delante de la puerta, y quien los aos impedan agregarse

    al squito, la causa de la afluencia estraordinaria.- Vis, me dijo, aquella sepultura que se

    abre junto la gran cruz? Va recibir la madre y al hijo de un da. Pobre Eugenia! Hace

    algunos meses, la proponamos por modelo nuestras hijas, pero se dice que las novelas la

    han perdido: cometi una falta que la deshonr, y el arrepentimiento, la vergenza y el

    dolor la han conducido al sepulcro. Cul no ser, esclam (sic), la desesperacin de su

    madre!- Por fortuna, me respondi, su madre muri hace mucho tiempo.- -Y su

    padre?- Su padre se ha vuelto loco.64

    Nadie escapa a la esttica de su tiempo, ni an al combatirla. Pero este no es el

    punto. El sentido general de todo esto era el de dotar a los padres de criterios para la

    63

    Ibd., p. 141

  • 184

    educacin moral de sus hijas, aspecto que si bien llama la atencin por lo pintoresco (a

    nuestro criterio actual) de sus preceptos, no puede desligarse del todo mayor que conmova

    al Obispo de Trcala: el de la ciudadana de los venezolanos. Esta moral cristiana no era

    slo un camino para la salvacin del alma, sino para la recta praxis cotidiana de los

    venezolanos, como ciudadanos de una repblica moderna y como miembros de la Iglesia.

    No slo, por ejemplo, se preocupa Talavera del problema de la formacin de los jvenes en

    la siempre peligrosa adolescencia, tambin se detiene en la infancia. Muy interesante es el

    artculo La lactancia, firmado escuetamente por Un amigo de los nios, que aparece en

    el nmero 39 (12/12/1855) y en el que critica a aqullas madres que por la vanidad

    orgullo, la delicadeza molicie le entregan sus nios a nodrizas y le niegan la leche de

    sus pechos a sus hijos, privndolos de uno de los ms sagrados derechos que le ha dado el

    autor del universo.65

    Relase la ltima frase y nos encontramos cmo para Talavera todo conduca hacia

    el problema moral. Aunque acaso lo sospecha, el alegato no se fundamenta en las

    propiedades nutritivas de la leche materna, cosa que tal vez no estaba entonces tan definida

    como ahora, sino en el derecho natural del nio a recibirla: Toda madre que pudiendo, no

    cra sus hijos, se hace culpable por quebrantar una ley natural de que nada la dispensa

    (...) Formado el hombre para la sociedad encuentra en su destino la causa, la medida y regla

    de sus derechos y obligaciones. Su derecho es el poder natural que se le confi de usar de

    todas las criaturas, segn su fin y el de ellas (...) Estos destinos naturales son un tiempo la

    base de toda la moral y el principio de todas las propiedades. Por ejemplo, la leche de

    vuestros pechos pertenece vuestros hijos por un ttulo mucho ms respetable que aquel

    porque debis algn da transmitirles vuestra herencia. No en vano dispuso Dios que este

    lquido precioso saliese de vuestra propia sustancia sin trabajo alguno de vuestra parte. 66

    Respetar los bienes agenos es un precepto inmutable, que en ningn tiempo se

    puede violar sin crimen: apoderarse de ellos es una injusticia ms o mnos chocante segn

    la variedad de sus caracteres y afectos. Cuanto ms necesaria es una propiedad, tanto ms

    64

    Ibd., pp. 141-142 65

    La lactancia, Crnica..., N 39, 12/12/1855, p. 315 66

    Ibd., pp. 315-316

  • 185

    sagrado es el ttulo que la asegura su dueo y por consiguiente tanto ms enorme es la

    injusticia del que la ocupa: pasa ser una especie de barbarie y crueldad, si aquel es dbil y

    sin accin para defenderse; es una inhumanidad aun ms odiosa, si el propietario es un ser

    quien les es imposible resistir; pero qu nombre se le podr dar si al ttulo de autoridad

    rene el de custodio y depositario de aquella propiedad, y ha recibido adems de Dios el

    orden de conservrsela y drsela? El de un crimen ms atroz y horroroso.67

    En fin, He aqu, madres amorosas, el derecho natural que tienen vuestros hijos

    sobre la leche de vuestros pechos.68

    Por todo lo cual, Venerables Prrocos y celosos

    Pastores de los pueblos, no dejis de inculcar en la ctedra del Espritu Santo los derechos

    que tienen los nios la crianza por sus propias madres.69

    La ctedra para ensear los

    derechos. Y claro, no slo la del Espritu Santo, sino tambin las ms profanas de los

    maestros.

    Este aspecto es muy interesante. Prcticamente todos cuantos pensaron durante el

    siglo XIX venezolano insistieron una y otra vez sobre la importancia de la escuela y con

    ella, naturalmente de los buenos maestros- para alcanzar los sueos de progreso que se

    haban trazado, sin contar con que muchos de ellos fueron tambin educadores, como

    Fermn Toro, Juan Vicente Gonzlez y Cecilio Acosta, incluso el mismo Talavera. De tal

    manera que esto de la educacin moral para generar una autntica ciudadana, no es un

    aspecto restringido a las reflexiones del obispo. Pero pocos como l se acercaron tanto a lo

    especficamente pedaggico, al cmo de tal educacin en lo referente a la moral. Por

    ejemplo, al igual que en el artculo de la educacin de los idiotas, donde se acerc de una

    forma inusitadamente tcnica para su poca segn lo que normalmente se discurra en el

    pas- al problema didctico, en otro, una resea reproducida de El catolicismo (segn se

    desprende, un peridico neogranadino) sobre un libro entonces recientemente editado en

    Francia, Un maestro cristiano, de M.J. Monnier, en la Crnica eclesistica del 30 de julio de

    1856 vemos resumida la esencia de lo que debe ser la educacin moral y del papel del

    docente en la misma, incluso desde la perspectiva contempornea:

    67

    Ibd., p. 316 68

    Ibd., p. 317 69

    Ibd., p. 318

  • 186

    Ciertamente que no somos de aquellos que ponen en duda la influencia de los

    libros y la necesidad de hacer una buena eleccin entre tantos como hay; pero, cmo

    suplir la fuerza del ejemplo? Cmo resistir esa accin incesante que ejercen sobre el

    nio la palabra, el acento, la mirada, la actitud, la vida entera de un hombre que est

    constantemente su vista? Consultad la experiencia, tended una mirada en derredor de

    vosotros y quedaris aterrados de la influencia y de la responsabilidad de los maestros: su

    formidable poder os har temblar por vosotros y por vuestros hijos.

    Y cuando aqu hablamos de buenos maestros, no tratamos de hombres hbiles para

    ensear las ciencias y las letras y para dispensar una slida instruccin. No nos faltan

    instructores; lo que nos falta es educadores: el objeto, la misin del educador es elevar los

    sentimientos y las ideas, formar el alma, el carcter, los hbitos del hombre y del cristiano.

    Es necesario que desarrolle las facultades del nio que se le confa, que purifique sus

    costumbres, que comprima sus pasiones nacientes, y finalmente, que perfecciones y

    embellezca la obra del Criador. El educador, asociado al noble privilejio (sic) de la

    paternidad, da al nio la vida intelectual y moral...70

    Elevar los sentimientos y las ideas, formar el alma, el carcter, los hbitos del

    hombre y del cristiano: mejor no pudo haber delimitado la funcin de la educacin, sobre

    todo en clave de educacin moral. Es bueno resaltar una vez ms que segn apunta el autor

    esto no se logra por la simple instruccin en disciplinas, sino en la vivencia, en el modelaje.

    Tal elevacin, adems, de los sentimientos para crear a la vez un ciudadano (hbitos del

    hombre, lo que en trminos clsicos se asocia a la ciudad, escenario de toda tica) y un

    cristiano (que a la postre es tambin ciudad71

    ), como los dos ejes del hombre moralmente

    educado, del venezolano que se necesita para la prosperidad del pas, tiene su contraparte

    en lo que efectivamente estaba pasando, donde tanto la ciudadana como la fe (ya hemos

    visto lo segundo con lo de los bailes y las novelas) corran ms bien grandes peligros.

    70

    Un maestro cristiano, Crnica eclesistica de Venezuela, N 73, 30/07/1856, pp. 584-585 71

    Ustedes son luz para el mundo. Una ciudad edificada sobre una montaa no se puede esconder. Mateo 5,

    14. La implicacin de ser una ciudad visible conllevaba un desenvolver determinado en la vida social.

  • 187

    Muy llamativo es al respecto la nota que bajo el ttulo de Costumbres inciviles

    apareci en el ejemplar del 5 de diciembre de 1855, N 39: all se critica a los caraqueos

    por inciviles lo que, halando un poco las cosas pudiera decirse anti-ciudadanos- en los

    templos, volviendo a interconectar lo religioso y lo cvico, y se clama porque, vase bien, la

    escuela moderna, que parece estar haciendo lo contrario, remedie esto:

    Cuando la civilizacin avanza y se remonta por todas partes, una sorpresa nos

    causa la costumbre incivil, que por una fatalidad inconcebible, se ha establecido en Caracas,

    la capital de Venezuela. Con pena vamos censurar esa costumbre, que pugna con la

    civilidad de un pueblo, y le degrada hasta un punto muy inferior. Diremos lo que todo el

    mundo presencia? Ah! Vergenza da decirlo; pero preciso es referir aquello que atrasa la

    marcha progresiva de los pueblos cultos. Atienda el lector.

    La escuela moderna, que debera mejorar las costumbres y maneras de nuestra

    sociedad, parece que tiende enrudecer aquellas que la urbanidad civil, y el respeto a los

    actos y lugares religiosos han establecido para el orden y la decencia del culto y sus

    templos.

    Sabido es que atrio o prtico de un templo, goza de inviolabilidad; y que todo

    cristiano, que conozca sus deberes como tal, debe reverenciar mucho ese lugar que inspira

    por su naturaleza respeto sagrado al hombre moral y bien educado aunque no sea catlico.

    Pues pesar de todo, y para escndalo del mundo cristiano y culto, algunos jvenes y ms

    que jvenes de Caracas han relajado esos principios tan venerados, y convertido aquel lugar

    en alameda o teatro, para escitar la justa crtica del pueblo moral, y del extranjero

    disidente y observador...72

    Aquellos muchachos esperaban el final de las misas las de 8, 9 y 10 los das de

    precepto- para formar dos filas por entre las cuales deban pasar las seoras y seoritas

    que salan del oficio: Figrese, pues, el lector con cuanto rubor y molestia tendr el bello

    secso [sic] por esta calle de nueva especie Y qu objeto poda tener esto? Qu otro poda

    72

    Costumbres inciviles, Crnica..., N 39, 5/12//1855, p. 313

  • 188

    tener? Ya se trasluce con facilidad, que no puede ser otro que el de facilitar el roce, las

    miradas poco decentes; y poner en tormento el pudor de una muger, que no trafica por el

    camino de la disolucin...73

    Ms all del escndalo que el encuentro entre los sexos y de la evidencia con la que

    Caracas urga de alamedas y paseos necesarios para que los jvenes se reunieran y, porqu

    no, vieran a las muchachas habra que esperar unos quince aos, a Guzmn Blanco, para

    que esto se diese- lo que indigna a Talavera es ms profundo: Mucho sentimos que la

    juventud de Caracas haya cambiado sus antiguas ideas de moderacin de una manera tan

    reprensible (...) esperamos que convencida de nuestras observaciones, rectifique sus

    costumbres sociales y religiosas...74

    El problema, como se ve, es el de la educacin de

    tales jvenes; el hecho de que no hagan lo que los hombres morales y bien educados

    debieran hacer slo se puede deber pedimos disculpas por la perogrullada- al hecho de

    que no lo son, pese a la escuela moderna. No por irremediablemente amorales lo hacen,

    sino que por mal educados no pueden llegar a la moral: fjese cmo la escuela moderna en

    vez de adecentarlos los ha vuelto inciviles e irreligiosos (categoras incluyentes para el

    buen prelado). Pero hay algo peor: sin moral ni ellos, ni la patria, seran felices.

    e. La felicidad de la patria.

    De Aristteles en adelante casi todas las ticas parten de la premisa de que el fin

    ltimo al que aspira el hombre es la felicidad. La suya propia, inicialmente; pero como

    todo hombre vive en comunidad (es ciudad, recurdese), la felicidad de sta ha de ser,

    subsecuentemente, el fin de la suya. Para un moralista del siglo XIX, pero en particular

    para uno que haba sido lder preponderante del movimiento que llev a la creacin de la

    repblica, como lo fue el Obispo de Trcala, este principio mantena vigencia, pero la escala

    de la comunidad adquira una dimensin nueva: la felicidad no era ya la de la ciudad o la

    del reino el de ac o su modelo, el de Dios- como en el pasado, sino la de una nueva

    instancia de lo poltico: el Estado moderno, de contenido nacional, que en Amrica

    asimilamos latamente a la nocin de patria.

    73

    Ibd., p. 314

  • 189

    La idea de patria, como elemento vinculante fundamental de un colectivo que, por

    ser su pueblo, pasaba a ser el soberano en tal territorio, le ahorr a los latinoamericanos el

    problema, no resuelto realmente a lo largo del siglo, de no tener una, digamos, solidaridad

    orgnica tan afianzada en vnculos tnicos (raza, religin, idioma) capaces de

    diferenciarlos de los otros pueblos y de determinar hasta dnde llegaba una soberana

    determinada, como implic la idea de nacin en Europa. Como no es tan fcil diferenciar a

    un venezolano de un colombiano, o a stos incluso de un espaol, como se diferencia a un

    ruso de un alemn, entonces se recurri a una variable ms tangible: el lugar de

    nacimiento. Pero hay ms, a la idea de patria tambin se asoci al sistema que la hizo

    posible, es decir, el liberalismo, frente al orden monrquico, identificado con Espaa.

    Pues bien, esa felicidad de la patria como la felicidad del colectivo, es el fin ltimo

    de toda la reflexin moral del Obispo de Trcala, que resume con ms o con menos la del

    resto de sus contemporneos, pasaba por dos cosas. Es ac donde vienen a unirse las partes

    de su sistema tico-poltico. Hemos venido viendo varias aspectos del mismo, por ejemplo

    su frmula de educar moralmente a la poblacin y de que esa moral sea la cristiana. Hasta

    ac todo bien y dentro de los parmetros del pensamiento catlico de todos los tiempos,

    pero ahora viene el giro: todo eso es para darle efectividad a la repblica, no tan slo a la

    res pubilca christiana de los escolsticos (aunque no es descartable algn tributo a las ideas

    suarecianas, cuya influencia en el pensamiento de nuestros libertadores ya ha sido ms que

    comprobada75

    ), sino en algo ms: en ese matrimonio del pensamiento catlico (bien que de

    raz suareciana: qu mejor que ella para el caso) con el liberalismo que ya hemos venido

    sealando. La institucin de un rgimen republicano, y la consolidacin de un espritu

    catlico como contenido de tal rgimen y fuente energtica de sus virtudes, he all el punto

    de su propuesta. La educacin moral, entonces, era slo un medio, un aspecto ms del

    esfuerzo colectivo por alcanzar este estado. Hay un artculo, publicado en el N 43 de la

    Crnica... (2 de enero de 1856), que es todo un texto doctrinal al respecto y que, por lo

    marcadamente liberal, casi sorprende que haya venido de la pluma de un sacerdote de

    74

    Idem. 75

    Vase: Jos Mara Echeverra: Las Ideas Escolsticas y el Inicio de la Revolucin Hispanoamericana. En:

    Montalbn. N 5. Caracas: Universidad Catlica Andrs Bello. 1976. pp.279-338

  • 190

    entonces. Poltica Moral es su ttulo76

    y tal vez debera contrsele entre los mejores

    textos del pensamiento tico-poltico venezolano. Resummoslo brevemente.

    No hay en la tierra especie alguna de gobierno que se pueda comparar con el que

    deposita en las leyes un poder inviolable, hacindole superior todas las sugestiones de los

    hombres. En l la seguridad del gefe est afianzada de una manera indestructible, al paso

    que crece la prosperidad del pueblo. Slo los que estn persuadidos de esta verdad, harto

    demostrada en el da por las fatales esperiencias de los tiempos, apreciarn debidamente los

    esfuerzos del gobierno, por el restablecimiento del imperio de las leyes. Sabia, ms no

    poder, fue la respuesta de Teopompo, rey de Lacedemonia, su muger: echndole esta en

    rostro que iba dejar mnos absoluto el cetro a sus hijos por la creacin de los Eforos,

    contest: verdad es, se lo dejar mas limitado; pero mas segura duracion. Esta ida tiene

    una exactitud palpable, porque no hay poder seguro como no sea moderado.77

    La moderacin del poder redunda entonces en tantas ventajas para los hombres (la

    aducida de la prosperidad es tan slo una) que cuando el gobierno es desptico, el pueblo

    no puede temer que ningn cambio venga sumergirle en condicin ms desgraciada; de

    aqu nace que los particulares empiecen a desear que se forme alguna revolucin en

    cualquier parte del Estado, y que acaben ms tarde ms temprano por lanzarse todos los

    horrores de una guerra civil, esponindose mayores males, con la sola esperanza de

    libertarse de los que les agravian.78

    Acaso, una vez ms, la herencia suareciana del

    derecho al tiranicidio? Tal vez, muy al fondo; pero lo que sigue es una defensa tan

    encendida del sistema de libertades que bien explica esta legitimidad a la rebelin que nos

    expone el Obispo de Trcala, al fin y al cabo un rebelde buena parte de su vida:

    El pueblo paga con gusto las contribuciones, por grandes que sean, cuando ve que

    han sido determinadas por una verdadera sancin legislativa; siempre supone en este caso

    que la ley ha sido dictada por la razn y las necesidades; pero los impuestos mas ligeros le