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J,A REPUBLI[)-Q MINI CAL Auto Sacramental en tres actos de Da niv Gallegos. Presentado por El A1'Iequín, con Annabelle de Garrido, Gladys Catania, Gui do enz, Alfredo Catania, Lenín Garrido, xínia Villalobos, Jesús Marín y Remberto Chaves, bajo la dirección de Carlos Catania. En eJ Teatro Nacional. La litera tura costarricense no conoce obra de tan intensa con- trove rsia previa. Se llegó a de- cir, y a temer, que la represen- tación sería prohibida por la cen- sura. Se habló de que Illaltrataba los sentimientos religiosos de la comunidad, de que era sacrílega, blasfema y obscena, siendo cu- rioso que ninguno de estos car- gos vino de fuente religiosa au- torizada: Finalmente, nada ocu- rrió. '' La Colina" se estrenó el sábad o 20, y desde entonces vie- ne at ra yendo buenas cantidades de bli co. La controversia era inevita- ble, pues es obvio que Daniel Galll:!gos no ha escrito una obra para h acer la digestión. Lo que no se creyó, es que se produjera antes y no después de que el blico - la conociera. El escándalo que algunos temieron no se ha visto. La reacción de los espec· tadores ha sido generalmente fa- vorabl e, y la discusión que le- vanta es de índole más filosófi- ca que religiosa. Daniel. Gallegos es escritor in quieto ; y esta obra suya (a di- ferenc ia de la anterior, "Ese Al- go de Dávalos"). está inspirada en dos de las más actuales ten- dencias del teatro universal: el planteamiento se sitúa dentro del te a tro del absurdo y el de- sarrollo dentro del teatro de la crueldad. El absurdo del plan teamiento es evidente: las Na- ciones Unidas han decretado la muerte de Dios; no se dan las razones de ese decreto; la · hu- manid ad lo ha aceptado y no se nos dice por qué; le:. hom- bres se han convertido en rino- ceront es como en la ejemplar co media de Ionesco; todo el mun- do ha aceptado que la ONU tie ne facultades para matar a Dios; no se nos muestra la reacción de los creyentes (que es de pre- sumir los había), sino que se nos deja e ntender que aún ellos han aceptado la jurisdicción de las Naciones Unidas y la declara- ción de. que Dios ha muerto, sin preguntarse si Dios .ha acepta- do el veredicto. B astaba obser. var est os detalles para dars e cuenta de que Gallegos no esta. ha escribiendo obra literal ni realist a. Y el primer acierto de Gallegos como escritor está allí; en darnos el hecho absurdo y desnudo. en indicarnos que la humanidad lo ha ace ptado, y en lograr que los timoratos del pú- blico lo acepten también y se escandalicen, sin darse cuenta de que el a utor se ha reído de ellos al ponerlos a comulgar con tamaña rueda de molino. Admi- rable demostración del poder dra mático y persuasivo de este es- critor, y también de la eficacia de la cnica que empleó para hacer su planteamiento. La in- credulidad del público se suspen de y entonces el drama puede comenzar. Para desarrollarlo, Gallegos se mete dentro de otra tendencia contemporánea: el teatro de la crueldad; ese teatro (ustedes re- cordarán en versión cinemato- gráfica "¿ Quién le teme a Vir- ginia Woolf?") que actúa sobre el ánimo del espectador me- diante el recurso de producirle reacciones de incomodidad, de repulsión, de protesta , de asco. Si Gallegos lleva un propósito en esta obra -y es claro que lo lleva- este propósito lo consi- gue por medios que no son tan Indirectos· como podría parecer: la conmoción religiosa del hom- bre se produce ante · el milagro Y. }a caridad, e igual ante la pa- sron y la cruz; la humanidad se exalta ante el Jesú s manso y amoroso. e igual ante el Jesús azotado y lacerado. Esta que es verdad religiosa. es verdad dramática. Si en "La Co- · lina" ocurren hechos y se escu- chan confesiones repm:nantes, ni el autor ni el espectador se ref o. cilan con ellos; cada golpe, cada efecto dramático tremendista, produce en el espectador un nue vo impacto, le refuerza la posi- ción en que se ha ido colocando, Y la obra conduoe, tanto a espec tadores como a personajes, a urr estado de exaltación que nada tiene de irreverente, menos de blasfemo y mucho menos de sa- crílego. Pero siempre hay espí- ritus pusilánimes y personas que se desmayan cuando les ponen una inyección¡ lo grave ocurre "La Colina" cuando esos espíritus Intentan imponer sus pequeñas reacciones anímicas como criterio general. Dichosamente, esto, que se te. mía que aquí ocurriera, no ocu. rrió. Con los más crueles procedi- mientos dramáticos (que han si- do atenuados un poco por el montaje estilizado y no natu. ralista de Carlos Catahia), Ga- llegos comienza a examinar la reacción de. un curioso grupo de seres humanos ante la ausencia oficializada de Dios; los reúne en una posada que vivía de peregri- nos que concurrían al milagroso monasterio de la colina cercana, y nos dice que quienes -cual· quiera fuese su situación dentro de la religión o del mundo- no tenían una fe íntima y arraiga- da sino una mera conformidad con los preceptos, aceptan la eli · minación oficial de Dios como una liberación: les ha desaparecido el Dios del miedo y ya no habrá que dar cuentas a nadie; a vivir entonces la vida de los instintos. Nos queda claro que éstos, que se consagran por decirlo ¡¡sí a un tipo tle vida nuevo y sin fre- no, son los que nunca habían ere( do realmente en Dios, pues de no ser así no iban a aceptar tran quilamente la imposición de una conferencia internacional. Quedan los otros: los que guar dan silencio, los que, en el fon- do, no aceptan o no comprenden el decreto del absurdo. Y para éstos, la eliminación de un Dios oficial no es sino la oportunidad que necesitaban para entrar en agonía y buscar dentro o fue- ra de sí mismos, un Dios au- ténti co (no el Dios antropomor- fo, anciano, barbado y de raza blanca de los cromos). Algunos le objetan a "La Co- lina" lo que tiene de más tea· tral, audaz y religioso si se quie- re, ·y es el contraste hábilmente introducido -nuevamente los procedimientos del teatro de la crueldad-: los neo-apóstatas e- ran, antes-del dec re to de la- f>NU, religiosos; quien encuentra a . Dios en el ú1timo momento, ha- bía hecho previamente profesión de ateo. Pero está, entre los dos extremos, la figura más bella de la obra: la novicia Marta, la jo- ven sinceramente religiosa que no ha aceptado el decreto y que discurre, incólume, por los tres ados, como la paloma de la es- peranza, para irse al final quién sabe si no en busca de las nue- vas catacumbas. Et conjunto lo completa un grupo humano común, telúrico, primitivo, bajo, pecador y vicio- so: el posadero alcohólico, su mu jer promiscua y su hijo anor. mal; gentes sin horizonte. Para ellos, también el suceso tiene proyecciones intimas de amor y esperanza (en la obra se habla con frecuencia de esperanza, casi mmC'a de fe). "La Colina", más que tres ac- tos, tiene tres movimientos como una sonata: la lentitud prodigio- sa Y casi cómica del primero contrasta con el horrible te ritual del segundo; y todo desemboca en un implícito ale- luva en el tercero. La construe- ción dramática es impecable. La obra está abierta a muchas posibilidades de montaje. En su texto, Gallego¡:¡ insinúa una pre. sentación realista y orgiástica. Carlos Catania ha preferido una el segundo acto, por eJemplo, parece salirse de los limites de la posada para conver- en un rito horrendo de pur- gación y de catarsis. Esta con- será, sin. duda alguna, calificada de tímida, ya que la reacción que el texto de la obra busca provocar en el público se- ría .J?ás yiolenta con una presen· tac1or. literal y realista. P ero aún quienes t!!l · sostengan, ha- brán de convenrr en que Catania ha dirigido con espléndido senti- do plástico, subrayando los me. jores valores dramáticos recu- rriendo constantemente al movl miento y la expresión corporal como apoyos cuando no como su. cedáneos de la palabra. Ha bus cado composiciones plásticas ri- tuales, agrupaciones simbólicas de. l?s personajes; ha jugado ex- qms1tamente con la irrealidad de las luces, y ha logrado un for· midable trabajo de equipo por parte de un elenco abundante en primeras figuras. Noche a noche, como es natu- ral, cambia, sube y baja la in- terpretación individual. Sin em- bargo, dentro margen que · ello permite, hay que señalar el trabajo sostenido iluminado e im pecable de Annabelle de Garrí· do como la novicia Marta; y hay que señalarlo, porque desde ha- ce tiempo Annabelle de Garri- do es una de nuestras más no. tables actrices, sin estruendo, sin señalarse a sl misma, dentro de una absoluta sobriedad; el pri- merísimo papel que hace aqu( requiere un total control y una matización constante, y la actriz no lo traiciona ni un segundo. Igual poder de caracterización tiene Alfredo Catania, que en ningún momento deja de ser .el modesto y humilde curita, cons truido hasta en el más pequeño detalle de vestuario o de ade- manes; quien quiera observar una lección de actuación. obser- ve el uso que Catania hace de los anteojos del cura. Gladys Ca- tania es una Madre Superiora desparpajada, pero dentro de ciertos límites psicológicos mAs cerrados que los indicados por el texto; su actuación. es nida, creciente y espectacular; a- demás, lu cual es importantísimo, perfectamente verosímil. Guido S.áenz consigue uno de Jos me- jores trabajos de su ya larga carrera en el papel de Tomás el ateo, dificilísimo por ser el per- sonaje menos dibujado, menos claro, menos preciso de la obra, y es inexplicable que siendo tan principal, Gallegos no lo haya tratado con el mismo esmero y la penetración profunda que a los otros; en el clímax del se·· gundo acto (cuando proclama que habrá desaparecido· Dios pe- ro no el infierno}, y en los últi- mos _minutos de la obra, Sáenz alcanza considerable altura. El posadero Gregario es la mejor interpretación que hasta la fecha haya dado Lenín Garrido; el per- sonaje es relativamente menor, pero en manos de este actor ad- quiere tm singular poder, una tre menda dimensión, y está perfec- tamente comprendido y realiza· do. Xinia Villalobos sigue sien- do una interesantísima posibili- dad de _actriz y una presencia e!:cénica de increíble fmensirfad, pero su posesión del papei la arra stra a veces clemasif!do, y hay momentos en que la posa- dera es casi ininteligible, como si la actriz se reconcentrara en si misma y se olvidara de que hay espectadores en la sala. El reparto lo completan dos fi guras menores: Remberto Cha- ves es un discreto sirviPnte de la posada, y Jesús l\forín hace un debut teatral impresionarite en el breve pero importante Ma· nuelito, el hi jo anormal de los posaderos; es raro que dentro de un repar to de esta categoría, un debutante en papel breve im presione como impresiona el jo- ven Marin, cuyas rle actor están ah í, claras y fü·mcs, para que sean desarrol 1 aflas co- mo indiscutibleme nte merecen serlo. Sólo un detalle negativo apun taríamos a esta r epresent:cición de "La Colina" ; Ja escenografía, esquemática y moderna, pero qne no cumple ni con la función de sugerir, ni con la de ambienta r. "La Colina" es un triunfo de su autor, de su director y de sus intérpretes ; una sacuclida emo- cional y espiritual, una ca tar- sis para el público y una obra de alto valor t eatral y literario (aunque algunas cbieciones esti- lísticas que se le h1rn hecho al texto son justas ). Se ha cl!cho que en el aspecto teológico es superficial. Pu ede que sí. Pero no es obra para especia listas: si las conclusiones a que J]ega son obvias para los versados, no po.:: día ser de otro modo, pues lo que Gallegos quiso decir tenía que decirlo con claridad, que se lo entendieran. Y se lo han ent endido, pese al miedo de quienes. no e nten- diendo, temieron que el prójimo tampoco. · O.M.

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J,A REPUBLI[)-Q MINI CAL Auto Sacramental en tres actos de Daniv Gallegos. Presentado por El A1'Iequín, con Annabelle de Garrido, Gladys Catania, Gui do Sáenz, Alfredo Catania, Lenín Garrido, xínia Villalobos, Jesús Marín y Remberto Chaves, bajo la dirección de Carlos Catania. En eJ Teatro Nacional.

La literatura costarricense no conoce obra de tan intensa con­troversia previa. Se llegó a de­cir, y a temer, que la represen­tación sería prohibida por la cen­sura. Se habló de que Illaltrataba los sentimientos religiosos de la comunidad, de que era sacrílega, blasfema y obscena, siendo cu­rioso que ninguno de estos car­gos vino de fuente religiosa au­torizada: Finalmente, nada ocu­rrió. ''La Colina" se estrenó el sábado 20, y desde entonces vie­ne atrayendo buenas cantidades de público.

La controversia era inevita­ble, pues es obvio que Daniel Galll:!gos no ha escrito una obra para hacer la digestión. Lo que no se creyó, es que se produjera antes y no después de que el pú blico - la conociera. El escándalo que algunos temieron no se ha visto. La reacción de los espec· tadores ha sido generalmente fa­vorable, y la discusión que le­vanta es de índole más filosófi­ca que religiosa.

Daniel. Gallegos es escritor in quieto; y esta obra suya (a di­ferencia de la anterior, "Ese Al­go de Dávalos"). está inspirada en dos de las más actuales ten­dencias del teatro universal: el planteamiento se sitúa dentro del teatro del absurdo y el de­sarrollo dentro del teatro de la crueldad. El absurdo del plan teamiento es evidente: las Na­ciones Unidas han decretado la muerte de Dios; no se dan las razones de ese decreto; la · hu­manidad lo ha aceptado y no se nos dice por qué; le:. hom­bres se han convertido en rino­cerontes como en la ejemplar co media de Ionesco; todo el mun­do ha aceptado que la ONU tie ne facultades para matar a Dios; no se nos muestra la reacción de los creyentes (que es de pre­sumir los había), sino que se nos deja entender que aún ellos han aceptado la jurisdicción de las Naciones Unidas y la declara­ción de. que Dios ha muerto, sin preguntarse si Dios .ha acepta­do el veredicto. Bastaba obser. var estos detalles para darse cuenta de que Gallegos no esta. ha escribiendo obra literal ni realista. Y el primer acierto de Gallegos como escritor está allí; en darnos el hecho absurdo y desnudo. en indicarnos que la humanidad lo ha aceptado, y en lograr que los timoratos del pú­blico lo acepten también y se escandalicen, sin darse cuenta de que el autor se ha reído de ellos al ponerlos a comulgar con tamaña rueda de molino. Admi­rable demostración del poder dra mático y persuasivo de este es­critor, y también de la eficacia de la técnica que empleó para hacer su planteamiento. La in­credulidad del público se suspen de y entonces el drama puede comenzar.

Para desarrollarlo, Gallegos se mete dentro de otra tendencia contemporánea: el teatro de la crueldad; ese teatro (ustedes re­cordarán en versión cinemato­gráfica "¿ Quién le teme a Vir­ginia Woolf?") que actúa sobre el ánimo del espectador me­diante el recurso de producirle reacciones de incomodidad, de repulsión, de protesta, de asco. Si Gallegos lleva un propósito en esta obra -y es claro que lo lleva- este propósito lo consi­gue por medios que no son tan Indirectos· como podría parecer: la conmoción religiosa del hom­bre se produce ante · el milagro Y. }a caridad, e igual ante la pa­sron y la cruz; la humanidad se exalta ante el Jesús manso y amoroso. e igual ante el Jesús azotado y lacerado. Esta que es verdad religiosa. es ta~bién verdad dramática. Si en "La Co- · lina" ocurren hechos y se escu­chan confesiones repm:nantes, ni el autor ni el espectador se ref o. cilan con ellos; cada golpe, cada efecto dramático tremendista, produce en el espectador un nue vo impacto, le refuerza la posi­ción en que se ha ido colocando, Y la obra conduoe, tanto a espec tadores como a personajes, a urr estado de exaltación que nada tiene de irreverente, menos de blasfemo y mucho menos de sa­crílego. Pero siempre hay espí­ritus pusilánimes y personas que se desmayan cuando les ponen una inyección¡ lo grave ocurre

"La Colina"

cuando esos espíritus Intentan imponer sus pequeñas reacciones anímicas como criterio general. Dichosamente, esto, que se te. mía que aquí ocurriera, no ocu. rrió.

Con los más crueles procedi­mientos dramáticos (que han si­do atenuados un poco por el montaje estilizado y no natu. ralista de Carlos Catahia), Ga­llegos comienza a examinar la reacción de. un curioso grupo de seres humanos ante la ausencia oficializada de Dios; los reúne en una posada que vivía de peregri­nos que concurrían al milagroso monasterio de la colina cercana, y nos dice que quienes -cual· quiera fuese su situación dentro de la religión o del mundo- no tenían una fe íntima y arraiga­da sino una mera conformidad con los preceptos, aceptan la eli · minación oficial de Dios como una liberación: les ha desaparecido el Dios del miedo y ya no habrá que dar cuentas a nadie; a vivir entonces la vida de los instintos. Nos queda claro que éstos, que se consagran por decirlo ¡¡sí a un tipo tle vida nuevo y sin fre­no, son los que nunca habían ere( do realmente en Dios, pues de no ser así no iban a aceptar tran quilamente la imposición de una conferencia internacional.

Quedan los otros: los que guar dan silencio, los que, en el fon­do, no aceptan o no comprenden el decreto del absurdo. Y para éstos, la eliminación de un Dios oficial no es sino la oportunidad que necesitaban para entrar en agonía y buscar dentro o fue­ra de sí mismos, un Dios au­téntico (no el Dios antropomor­fo, anciano, barbado y de raza blanca de los cromos).

Algunos le objetan a "La Co­lina" lo que tiene de más tea· tral, audaz y religioso si se quie­re, ·y es el contraste hábilmente introducido -nuevamente los procedimientos del teatro de la crueldad-: los neo-apóstatas e­ran, antes-del decreto de la- f>NU, religiosos; quien encuentra a .

Dios en el ú1timo momento, ha­bía hecho previamente profesión de ateo. Pero está, entre los dos extremos, la figura más bella de la obra: la novicia Marta, la jo­ven sinceramente religiosa que no ha aceptado el decreto y que discurre, incólume, por los tres ados, como la paloma de la es­peranza, para irse al final quién sabe si no en busca de las nue­vas catacumbas.

Et conjunto lo completa un grupo humano común, telúrico, primitivo, bajo, pecador y vicio­so: el posadero alcohólico, su mu jer promiscua y su hijo anor. mal; gentes sin horizonte. Para ellos, también el suceso tiene proyecciones intimas de amor y esperanza (en la obra se habla con frecuencia de esperanza, casi mmC'a de fe).

"La Colina", más que tres ac­tos, tiene tres movimientos como una sonata: la lentitud prodigio­sa Y casi cómica del primero contrasta con el horrible andan~ te ritual del segundo; y todo desemboca en un implícito ale­luva en el tercero. La construe­ción dramática es impecable.

La obra está abierta a muchas posibilidades de montaje. En su texto, Gallego¡:¡ insinúa una pre. sentación realista y orgiástica. Carlos Catania ha preferido una e~tilización: el segundo acto, por eJemplo, parece salirse de los limites de la posada para conver­tirs~ en un rito horrendo de pur­gación y de catarsis. Esta con­ce~c!ón será, sin. duda alguna, calificada de tímida, ya que la reacción que el texto de la obra busca provocar en el público se­ría .J?ás yiolenta con una presen· tac1or. literal y realista. Pero aún quienes t!!l · sostengan, ha­brán de convenrr en que Catania ha dirigido con espléndido senti­do plástico, subrayando los me. jores valores dramáticos recu­rriendo constantemente al movl miento y la expresión corporal como apoyos cuando no como su. cedáneos de la palabra. Ha bus cado composiciones plásticas ri­tuales, agrupaciones simbólicas de. l?s personajes; ha jugado ex­qms1tamente con la irrealidad de las luces, y ha logrado un for·

midable trabajo de equipo por parte de un elenco abundante en primeras figuras.

Noche a noche, como es natu­ral, cambia, sube y baja la in­terpretación individual. Sin em­bargo, dentro ~del margen que · ello permite, hay que señalar el trabajo sostenido iluminado e im pecable de Annabelle de Garrí· do como la novicia Marta; y hay que señalarlo, porque desde ha­ce tiempo Annabelle de Garri­do es una de nuestras más no. tables actrices, sin estruendo, sin señalarse a sl misma, dentro de una absoluta sobriedad; el pri­merísimo papel que hace aqu( requiere un total control y una matización constante, y la actriz no lo traiciona ni un segundo. Igual poder de caracterización tiene Alfredo Catania, que en ningún momento deja de ser .el modesto y humilde curita, cons truido hasta en el más pequeño detalle de vestuario o de ade­manes; quien quiera observar una lección de actuación. obser­ve el uso que Catania hace de los anteojos del cura. Gladys Ca­tania es una Madre Superiora desparpajada, pero dentro de

ciertos límites psicológicos mAs cerrados que los indicados por el texto; su actuación . es soste~ nida, creciente y espectacular; a­demás, lu cual es importantísimo, perfectamente verosímil. Guido S.áenz consigue uno de Jos me­jores trabajos de su ya larga carrera en el papel de Tomás el ateo, dificilísimo por ser el per­sonaje menos dibujado, menos claro, menos preciso de la obra, y es inexplicable que siendo tan principal, Gallegos no lo haya tratado con el mismo esmero y la penetración profunda que a los otros; en el clímax del se·· gundo acto (cuando proclama que habrá desaparecido · Dios pe­ro no el infierno}, y en los últi­mos _minutos de la obra, Sáenz alcanza considerable altura. El posadero Gregario es la mejor interpretación que hasta la fecha haya dado Lenín Garrido; el per­sonaje es relativamente menor, pero en manos de este actor ad­quiere tm singular poder, una tre menda dimensión, y está perfec­tamente comprendido y realiza· do. Xinia Villalobos sigue sien­do una interesantísima posibili­dad de _actriz y una presencia

e!:cénica de increíble fmensirfad, pero su posesión del papei la arrastra a veces clemasif!do, y hay momentos en que la posa­dera es casi ininteligible, como si la actriz se reconcentrara en si misma y se olvidara de que hay espectadores en la sala.

El reparto lo completan dos fi guras menores: Remberto Cha­ves es un discreto sirviPnte de la posada, y Jesús l\forín hace un debut teatral impresionarite en el breve pero importante Ma· nuelito, el hi jo anormal de los posaderos; es raro que dentro de un reparto de esta categoría, un debutante en papel breve im presione como impresiona el jo­ven Marin, cuyas conrh'io""e~ rle actor están ahí, claras y fü·mcs, para que sean desarrol1aflas co­mo indiscutiblemente merecen serlo.

Sólo un detalle negativo apun taríamos a esta represent:cición de "La Colina" ; Ja escenografía, esquemática y moderna, pero qne no cumple ni con la función de sugerir, ni con la de ambienta r.

"La Colina" es un triunfo de su autor, de su director y de sus intérpretes ; una sacuclida emo­cional y espiritual, una catar­sis para el público y una obra de alto valor teatral y literario (aunque algunas cbieciones esti­lísticas que se le h1rn hecho al texto son justas). Se ha cl!cho que en el aspecto teológico es superficial. Puede que sí. Pero no es obra para especia listas: si las conclusiones a que J]ega son obvias para los versados, no po.:: día ser de otro modo, pues lo que Gallegos quiso decir tenía que decirlo con claridad, que se lo entendieran.

Y se lo han entendido, pese al miedo de quienes. no enten­diendo, temieron que el prójimo tampoco.

· O.M.