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Stieg Larsson Millennium 1, Los Hombres Que No Amaban A Las Mujeres Página 1 de 423 Stieg Larsson M M i i l l l l e e n n n n i i u u m m 1 1 L L o o s s H H o o m m b b r r e e s s Q Q u u e e N N o o A A m m a a b b a a n n A A L L a a s s M M u u j j e e r r e e s s © Stieg Larsson, 2005 Titulo de la edición original Män som hatar kvinnor Traducción del sueco Martin Lexell y Juan Jose Ortega Roman

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Stieg Larsson Millennium 1, Los Hombres Que No Amaban A Las Mujeres

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Stieg Larsson

MMiilllleennnniiuumm 11LLooss HHoommbbrreess QQuuee NNoo AAmmaabbaann AA

LLaass MMuujjeerreess© Stieg Larsson, 2005

Titulo de la edición original Män som hatar kvinnorTraducción del sueco Martin Lexell y Juan Jose Ortega Roman

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ÍNDICE

PRÓLOGO Viernes, 1 de Noviembre......................................................................................... 3

PRIMERA PARTE. Incitación Del 20 de diciembre al 3 de enero............................................. 7CAPÍTULO 1 Viernes, 20 de diciembre................................................................................... 8CAPÍTULO 2 Viernes, 20 de diciembre................................................................................. 25CAPÍTULO 3 Viernes, 20 de diciembre - Sábado, 21 de diciembre .............................................. 44CAPÍTULO 4 Lunes, 23 de diciembre - Jueves, 26 de diciembre.................................................. 52CAPÍTULO 5 Jueves, 26 de diciembre .................................................................................. 70CAPÍTULO 6 Jueves, 26 de diciembre .................................................................................. 80CAPÍTULO 7 Viernes, 3 de enero ........................................................................................ 89

SEGUNDA PARTE Análisis de consecuencias Del 3 de enero al 17 de marzo .................. 94CAPÍTULO 8 Viernes, 3 de enero - Domingo, 5 de enero .......................................................... 95CAPÍTULO 9 Lunes, 6 de enero - Miércoles, 8 de enero .......................................................... 113CAPÍTULO 10 Jueves, 9 de enero - Viernes, 31 de enero ........................................................ 135CAPÍTULO 11 Sábado, 1 de febrero - Martes, 18 de febrero ................................................... 148CAPÍTULO 12 Miércoles, 19 de febrero ............................................................................. 164CAPÍTULO 13 Jueves, 20 de febrero - Viernes, 7 de marzo ..................................................... 174CAPÍTULO 14 Sábado, 8 de marzo - Lunes, 17 de marzo ...................................................... 184

TERCERA PARTE Fusiones Del 16 de mayo al 14 de julio ............................................... 199CAPÍTULO 15 Viernes, 16 de mayo - Sábado, 31 de mayo..................................................... 200CAPÍTULO 16 Domingo, 1 de junio - Martes, 10 de junio..................................................... 215CAPÍTULO 17 Miércoles, 11 de junio - Sábado, 14 de junio .................................................. 226CAPÍTULO 18 Miércoles, 18 de junio ............................................................................... 238CAPÍTULO 19 Jueves, 19 de junio - Domingo, 29 de junio .................................................... 252CAPÍTULO 20 Martes, 1 de julio - Miércoles, 2 de julio ........................................................ 268CAPÍTULO 21 Jueves, 3 de julio - Jueves, l0 de julio ............................................................ 279CAPÍTULO 22 Jueves, 10 de julio .................................................................................... 291CAPÍTULO 23 Viernes, 11 de julio................................................................................... 306

CUARTA PARTE. Hostile Takeover Del 11 de julio al 30 de diciembre ............................ 323CAPÍTULO 24 Viernes, 11 de julio - Sábado, 12, de julio ..................................................... 324CAPÍTULO 25 Sábado, 12 de julio - Lunes, 14 de julio ........................................................ 335CAPÍTULO 26 Martes, 15 de julio - Jueves, 17 de julio ........................................................ 349CAPÍTULO 27 Sábado, 26 de julio - Lunes, 28 de julio ........................................................ 359CAPÍTULO 28 Martes, 29 de julio - Viernes, 24 de octubre.................................................... 377CAPÍTULO 29 Sábado, 1 de noviembre - Martes, 25 de noviembre ........................................... 397

EPÍLOGO Informe anual Jueves, 27 de noviembre - Martes, 30 de diciembre ........................... 407

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA ........................................................................................ 422

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PRÓLOGOViernes, 1 de Noviembre

Se había convertido en un acontecimiento anual. Hoy el destinatario de laflor cumplía ochenta y dos años. Al llegar el paquete, lo abrió y le quitó el papel deregalo. Acto seguido, cogió el teléfono y marcó el número de un ex comisario de lapolicía criminal que, tras jubilarse, se había ido a vivir a orillas del lago Siljan. Losdos hombres no sólo tenían la misma edad, sino que habían nacido el mismo día,lo cual, teniendo en cuenta las circunstancias, sólo podía considerarse una ironía.El comisario, que sabía que la llamada se produciría tras el reparto del correo,hacia las once de la mañana, esperaba tomándose un café. Ese año el teléfono sonóa las diez y media. Lo cogió y dijo «hola» sin más.

—Ya ha llegado.—Y este año, ¿qué es?—No sé de qué tipo de flor se trata. Haré que me la identifiquen. Es blanca.—Sin ninguna carta, supongo.—No. Nada más que la flor. El marco es igual que el del año pasado. Uno de

esos marcos baratos que puede montar uno mismo.—¿Y el sello de correos?—De Estocolmo.—¿Y la letra?—Como siempre: letras mayúsculas. Rectas y pulcras.Con esas palabras ya estaba todo dicho, así que permanecieron callados

durante algo más de un minuto. El ex comisario se reclinó en la silla, junto a lamesa de la cocina, chupeteando su pipa. Sabía perfectamente que ya nadieesperaba de él que hiciera la pregunta del millón, esa que pondría de manifiesto sugran ingenio y arrojaría nueva luz sobre el caso. Eso ya pertenecía al pasado; ahorala conversación entre los dos viejos se había convertido más bien en un ritual entorno a un misterio que nadie en el mundo tenía el más mínimo interés porresolver.

El nombre latino era Leptospermum (Myrtaceae) rubinette. Se trataba de unaplanta bastante insignificante, con pequeñas hojas parecidas a las del brezo y unaflor blanca, de dos centímetros, con cinco pétalos. En total tenía unos docecentímetros de alto.

La especie era originaria de los bosques y las zonas montañosas de Australia,

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donde crecía entre grandes matas de hierba. En Australia la llamaban Desert Snow.Más tarde, una especialista de un jardín botánico de Uppsala constataría que setrataba de una flor poco común, raramente cultivada en Suecia. En su informe, labotánica explicaba que la planta estaba emparentada con la Leptospermumflavescens y que a menudo se confundía con su prima, la Leptospermum scoparium,considerablemente más frecuente, que crecía por doquier en Nueva Zelanda. Ladiferencia, según la experta, consistía en que la Rubinette presentaba, en losextremos de los pétalos, un pequeño número de puntos microscópicos de colorrosa, que le daban un tono ligeramente rosáceo.

En general, la Rubinette era una flor asombrosamente humilde. Carecía devalor comercial. No poseía ninguna propiedad medicinal conocida ni provocabaefectos alucinógenos. No era comestible, tampoco servía como condimento yresultaba inútil para fabricar tintes vegetales. En cambio, tenía cierta importanciapara los aborígenes de Australia, quienes, por tradición, consideraban sagradas laregión de Ayers Rock y su flora. Por lo tanto, el único objeto existencial de la florparecía ser el de alegrar el paisaje con su caprichosa belleza.

En su informe, la botánica de Uppsala comentaba que si la Desert Snow erarara en Australia, en Escandinavia resultaba simplemente excepcional. No habíavisto jamás un ejemplar, pero, tras consultar a unos colegas, pudo saber que sehabían realizado intentos de introducir la planta en unos jardines de Gotemburgoy que, quizá, a título individual, fuera cultivada en pequeños invernaderos poramantes de las flores y aficionados a la botánica. Las dificultades de su cultivo enSuecia se debían a que requería un clima suave y seco; además, debía estar en elinterior durante la época invernal. El suelo calizo resultaba inapropiado y, por sifuera poco, necesitaba que el agua se le suministrara desde abajo, para que laabsorbiera la raíz directamente. En fin, exigía muchas atenciones.

En teoría, el hecho de que se tratara de una flor poco común en Sueciatendría que haberle facilitado el rastreo de su procedencia, pero en la prácticaresultaba una tarea imposible. No había registros en los que buscar ni licencias queexaminar. Nadie sabía cuántos botánicos o jardineros anónimos habrían intentadocultivar una planta tan delicada; podía tratarse de una sola persona o decentenares de aficionados que tuvieran semillas o plantas. Éstas quizá habían sidocompradas personalmente o por correo a algún floricultor o jardín botánico decualquier lugar de Europa. Incluso cabía la posibilidad de que se hubieranrecogido directamente durante algún viaje a Australia. En otras palabras,identificar a esos cultivadores entre los millones de suecos con un pequeñoinvernadero o una maceta en la ventana del salón era una misión imposible.

Aquella flor tan sólo era una más de la larga serie de misteriosas flores quesiempre llegaban en un sobre acolchado el 1 de noviembre. La especie variabatodos los años, pero siempre se trataba de flores hermosas y, en general,relativamente raras. Como de costumbre, la flor estaba prensada, puesta

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meticulosamente sobre un papel de acuarela y enmarcada con un cristal y unmarco sencillo de 29 x 16 centímetros.

El misterio de las flores nunca llegó a ser conocido por los medios decomunicación ni por el público, sino tan sólo por un reducido círculo de personas.Tres décadas antes, la llegada anual de la flor había sido objeto de análisis no sólopor parte de expertos en huellas dactilares y grafólogos del Laboratorio Nacionalde Investigación Forense e investigadores de la policía criminal, sino también porparte de un grupo de familiares y amigos del destinatario. Ya sólo quedaban trespersonajes en escena: el anciano que cumplía años, el ex comisario y,naturalmente, el desconocido que enviaba el regalo. Además, como los dosprimeros tenían una edad muy avanzada, y ya iba siendo hora de que se fueranpreparando para lo inevitable, pronto el círculo se vería aún más reducido.

El ex comisario era un perro viejo bastante curtido. Jamás se olvidaría de suprimera intervención, que consistió en arrestar a un guardagujas ferroviario,completamente borracho, antes de que provocara una desgracia. Durante sucarrera profesional había enchironado a cazadores furtivos, maltratadores demujeres, estafadores, ladrones de coches y conductores ebrios. Había tratado conladrones y atracadores, camellos, violadores y, por lo menos, con un dinamiteromedio loco. Había participado en nueve investigaciones de asesinatos uhomicidios. Cinco de ellos fueron el típico caso en el que el mismo homicida llamaa la policía y, lleno de remordimientos, confiesa que ha matado a su mujer, a suhermano o a algún otro allegado. Tres casos llegaron a ser objeto deinvestigaciones más amplias; dos se resolvieron en el plazo de dos o tres días yuno, con la ayuda de la Brigada Nacional de Homicidios, al cabo de dos años.

El noveno caso había quedado resuelto desde un punto de vista policial; esdecir, los investigadores sabían quién era el asesino pero las pruebas no erandeterminantes, de modo que el fiscal decidió no presentar cargos. Al cabo dealgún tiempo, para gran indignación del comisario, el caso prescribió. Noobstante, al volver la vista atrás el comisario podía contemplar, en su conjunto,una impresionante carrera, razón por la cual debería sentirse satisfecho con lo quehabía conseguido.

Pero se sentía cualquier cosa menos satisfecho.El comisario tenía una espina clavada con el caso de las flores prensadas, el

frustrante caso sin resolver al que, sin lugar a dudas, había dedicado más tiempo.La situación resultaba más absurda aún porque, tras haberse sumido

literalmente miles de horas en profundas cavilaciones tanto de servicio como en sutiempo libre, ni siquiera era capaz de determinar con seguridad que se hubieracometido un crimen.

Los dos hombres sabían que la persona que había enmarcado la flor habíausado guantes; por eso no se detectaban huellas dactilares ni en el marco ni en elcristal. Sabían que sería imposible dar con el remitente. Sabían que el marco podía

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comprarse en cualquier tienda de fotografía o papelería del mundo. Simplementeno había por dónde empezar. Y el sello de correos variaba; la mayoría de las vecesera de Estocolmo, pero en tres ocasiones provino de Londres, dos de París, otrasdos de Copenhague, una vez de Madrid, una de Bonn, y otra, el sello másdesconcertante de todos, de Pensacola, Estados Unidos. Mientras todas las demásciudades eran capitales conocidas, Pensacola les resultó tan desconocida que elcomisario tuvo que buscarla en un atlas.

Tras despedirse, el hombre que cumplía años se quedó sentado un largo ratocontemplando la bella flor, desprovista de significado, originaria de Australia, ycuyo nombre seguía sin conocer. Luego levantó la mirada hacia la pared situadadetrás de su mesa de trabajo. Allí colgaban cuarenta y tres flores prensadas yenmarcadas, dispuestas en cuatro filas de diez cuadros cada una, más una filainacabada, con sólo cuatro. En la fila superior faltaba una flor; el lugar númeronueve estaba vacío. La Desert Snow se convertiría en el cuadro número cuarenta ycuatro.

No obstante, por primera vez ocurrió algo que no se ajustaba a la pauta delos anteriores años. De pronto, inesperadamente, el viejo rompió a llorar. El mismose sorprendió del repentino ataque emocional que le había acometido después decasi cuarenta años.

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PRIMERA PARTE

IncitaciónDel 20 de diciembre al 3 de enero

El dieciocho por ciento de las mujeres de Sueciahan sido amenazadas en alguna ocasión por un hombre.

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CAPÍTULO 1Viernes, 20 de diciembre

El juicio, inevitablemente, ya había terminado y todo lo que se había podidodecir estaba ya dicho. Ni por un momento le cupo la duda de que lo iban adeclarar culpable. El fallo se hizo público, por escrito, el viernes a las diez de lamañana; ya sólo quedaba el análisis final de los reporteros que esperaban en elpasillo del juzgado.

Mikael Blomkvist los vio a través de la puerta abierta y se detuvo uninstante. No quería hablar de la sentencia que acababa de recoger, pero sabía,mejor que nadie, que las preguntas resultaban inevitables, y que debían ser hechasy contestadas. «Así es como se siente un delincuente al otro lado del micrófono»,pensó. Algo incómodo, irguió la cabeza y se esforzó en sonreír. Los periodistas lecorrespondieron y le saludaron amablemente con movimientos de cabeza, casiavergonzados.

—A ver... Aftonbladet, Expressen, la agencia TT, TV4... ¿Y tú de dónde eres...?¡Anda!, del Dagens Industri. Me he hecho famoso —constató Mikael Blomkvist.

—Danos una buena frase, Kalle Blomkvist —dijo el reportero de uno de losdos grandes periódicos vespertinos.

Mikael Blomkvist, cuyo nombre completo daba la casualidad de que era CarlMikael Blomkvist, se obligó, como siempre, a no hacer muecas de desaprobaciónal escuchar su apodo. En una ocasión, hacía veinte años, cuando tenía veintitrés yacababa de empezar su primer trabajo como periodista —una sustitución deverano—, Mikael Blomkvist, sin mérito alguno, y por puro azar, desenmascaró auna banda de atracadores de bancos que, durante dos años, había cometido cincoespectaculares atracos. No cabía duda de que se trataba de la misma banda entodas las ocasiones; su especialidad era entrar con un coche en pequeñaspoblaciones y robar uno o dos bancos con una precisión prácticamente militar.Llevaban máscaras de látex que representaban a personajes de Walt Disney, razónpor la que se les bautizó, en una jerga policial no del todo exenta de lógica, comola banda del Pato Donald. No obstante, los periódicos la rebautizaron como labanda de los Golfos Apandadores, que les pegaba más, teniendo en cuenta que, endos ocasiones, sin ninguna consideración y sin preocuparles aparentemente laseguridad de las personas, dispararon varios tiros al aire para amenazar a la genteque pasaba o que les parecía demasiado curiosa.

El sexto atraco se cometió en la provincia de Östergötland en pleno verano.Se dio la circunstancia de que un reportero de la radio local se hallaba en el bancoprecisamente cuando se produjo el golpe y reaccionó como correspondía a su

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oficio. En cuanto los atracadores abandonaron el banco se fue a una cabinatelefónica y llamó a la radio, dando así la noticia en directo.

Mikael Blomkvist estaba pasando unos días con una amiga en la casa decampo que los padres de ella tenían cerca de Katrineholm. Ni siquiera cuando fueinterrogado por la policía pudo explicar con exactitud por qué había relacionadolos hechos, pero en el mismo momento en que escuchó la noticia le vino a la menteun grupo de cuatro chicos instalados en una casa situada a unos doscientos metrosde la suya. Un par de días antes, cuando él y su amiga iban de camino al quioscode helados, los había visto jugando al bádminton en el jardín.

Lo único que vio fue a cuatro jóvenes rubios y atléticos en pantalón corto ycon el torso desnudo. Resultaba evidente que eran culturistas, pero había algo másen aquellos jugadores de bádminton que llamó su atención, quizá porque elpartido se estaba jugando, a pesar del sofocante calor provocado por un solabrasador, con una energía tremendamente intensa. No parecía un simplepasatiempo.

No había ninguna razón objetiva para sospechar que se tratara deatracadores de bancos, pero, aun así, Mikael dio un paseo y se sentó en una colinacon vistas a la casa, que en ese momento parecía vacía. Llegaron al cabo de unoscuarenta minutos y aparcaron un Volvo en la entrada. Parecían tener prisa y cadauno llevaba una bolsa de deporte, tal vez un indicio de que, simplemente, habíanestado nadando. Sin embargo, uno de ellos volvió al coche y recogió un objeto quecubrió rápidamente con una cazadora. Incluso desde el lugar en el que seencontraba, relativamente lejano, Mikael pudo ver que se trataba de un auténticoAK4 de los de toda la vida, justo el tipo de arma con el que acababa de estarcasado durante un año de servicio militar, de modo que llamó a la policía einformó de su descubrimiento. Así se inició el asedio de la casa, que duró tres días.La noticia fue ampliamente cubierta por los medios de comunicación con Mikaelen primera fila, lo que le permitió cobrar una generosa retribución como freelancede uno de los grandes periódicos vespertinos. La policía instaló su centro deoperaciones en una caravana situada en el jardín de la casa donde Mikael sealojaba.

La consagración que todo joven periodista necesita en su profesión le vino aMikael de la mano de la banda de los Golfos Apandadores. La cara negativa de lafama fue que el vespertino de la competencia no pudo resistirse a usar el titular«El superdetective Kalle Blomkvist resolvió, el caso». El texto, de tono ligeramenteburlón, estaba redactado por una columnista de cierta edad y contenía al menosuna docena de referencias al personaje de Kalle Blomkvist, el joven detectivecreado por la famosa escritora Astrid Lindgren. Para colmo de males, el periódicoilustraba el artículo con una foto borrosa en la que Mikael, con la boca semiabiertay el dedo índice levantado, parecía darle instrucciones a un agente uniformado. Enrealidad, no hacía más que indicarle el camino al retrete.

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Poco importaba que Mikael Blomkvist jamás hubiera usado su primernombre, Carl —mucho menos su apodo Kalle—, ni firmado ningún artículo comoCarl Blomkvist. Desde ese momento, para su propia desesperación, fue conocidoentre sus compañeros de profesión como Kalle Blomkvist; un epíteto pronunciadocon provocadora mofa, no con verdadera maldad, pero tampoco de manera muyagradable. Con todo el respeto para Astrid Lindgren, por mucho que le encantaransus libros odiaba el apodo. Fueron necesarios varios años y méritos periodísticosde bastante más relevancia para que dejaran de llamarlo así. Y todavía se sentíaincómodo cada vez que lo oía.

Así que sonrió serenamente y miró al reportero del vespertino a los ojos.—Bah, invéntate tú algo. Siempre les pones mucha imaginación a tus textos.El tono no resultaba, en absoluto, desagradable. Los peores críticos de Mikael

no habían acudido y todos los allí presentes se conocían más o menos bien. Unavez colaboró con uno de ellos y en otra ocasión, en una fiesta, hacía ya algunosaños, casi consiguió ligarse a «la de TV4».

—Te machacaron bien allí dentro —le soltó Dagens Industri, que, al parecer,había enviado a un joven suplente.

—Bueno, sí —reconoció Mikael. Difícilmente podría afirmar otra cosa.—¿Y cómo te sientes?A pesar de lo tenso de la situación, ni Mikael ni los periodistas más veteranos

pudieron evitar sonreír por la pregunta. Mikael intercambió una mirada con «la deTV4». Los periodistas serios siempre habían sostenido que esa pregunta —«¿cómote sientes?»— era la única que los periodistas deportivos bobos eran capaces dehacer al deportista jadeante al otro lado de la meta. Pero acto seguido recobró laseriedad.

—No puedo más que lamentar que el tribunal no haya llegado a otraconclusión —contestó de manera algo formal.

—Tres meses de prisión y ciento cincuenta mil coronas de indemnización pordaños y perjuicios. Una sentencia que debe de resultar dura —dijo «la de TV4».

—Sobreviviré.—¿Vas a pedirle disculpas a Wennerström? ¿A darle la mano?—No, no creo. Mi idea sobre la ética empresarial del señor Wennerström no

ha cambiado.—¿Así que sigues pensando que es un sinvergüenza? —se apresuró a

preguntar Dagens Industri.Tras aquella pregunta se escondía una cita acompañada de un devastador

titular, y Mikael podría haber mordido el anzuelo si el reportero no le hubieseadvertido del peligro al acercar su micrófono con un entusiasmo algo excesivo.Meditó la respuesta un instante.

El juez acababa de dictaminar que Mikael Blomkvist había calumniado alfinanciero Hans-Erik Wennerström, así que la condena impuesta fue pordifamación. El juicio había concluido y Mikael no tenía intención de recurrir lasentencia. Pero ¿qué pasaría si, imprudentemente, repitiese sus declaraciones en

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las mismas escaleras del juzgado? Mikael decidió que no quería averiguarlo.—Consideré que tenía buenas razones para publicar aquellos datos. El juez lo

ha visto de otro modo y, naturalmente, debo aceptar que el proceso jurídico hayaseguido su curso. Ahora vamos a comentar la sentencia detenidamente en laredacción antes de decidir qué hacer. No tengo nada más que añadir.

—Pero se te olvidó que un periodista debe probar sus afirmaciones —dijo «lade TV4» con un deje de dureza en la voz.

No podía negar lo que ella decía. Habían sido buenos amigos. Su caramostraba indiferencia, pero Mikael creyó detectar en sus ojos una sombra dedecepción y rechazo.

Mikael Blomkvist siguió contestando a los periodistas durante un par deinterminables minutos más. La pregunta tácita que flotaba en el aire y que nadie seatrevía a hacer —quizá porque resultaba vergonzosamente incomprensible— eracómo había podido redactar un texto tan desprovisto de sustancia. Los periodistasallí presentes, a excepción del suplente de Dagens Industri, eran ya veteranos conuna dilatada experiencia profesional. Para ellos la respuesta a aquella pregunta ibamás allá del límite de lo concebible.

TV4 colocó a Mikael ante la cámara situada delante de la entrada del juzgadopara poder hacerle las preguntas algo apartados de los demás. La periodistamostró más amabilidad de la que se merecía y la entrevista contó con lassuficientes declaraciones para contentar a todo el mundo. La historia —resultabainevitable— daría lugar a numerosos titulares, pero Mikael hizo un esfuerzo pararecordar que no se trataba del suceso más importante del año. Los reporteros yatenían lo que querían y volvieron a sus respectivas redacciones.

Mikael había pensado dar un paseo, pero era un día de diciembre muyventoso y, además, había cogido frío durante la entrevista. Al encontrarse solo enlas escaleras del juzgado levantó la mirada y descubrió a William Borg bajando desu coche, donde había permanecido mientras duró la entrevista. Sus miradas secruzaron; acto seguido William Borg sonrió.

—Ha merecido la pena venir hasta aquí sólo para verte con ese papel en lamano.

Mikael no contestó. Conocía a William Borg desde hacía quince años. Unavez trabajaron juntos como reporteros suplentes de economía en un diariomatutino. Tal vez se debiera a una falta de química personal, pero lo cierto es queallí se asentó la base de su eterna enemistad. A ojos de Mikael, Borg no sólo era unpésimo periodista, sino también una persona mezquina, vengativa y pesada, queincordiaba a los que le rodeaban con chistes y bromas estúpidas, y que hablabacon desprecio de los reporteros de más edad, evidentemente mucho másexperimentados. En especial le caían mal las reporteras veteranas. Tuvieron unaprimera discusión, a la que le sucedieron otros enfrentamientos, hasta que suantagonismo se convirtió en un asunto personal.

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Luego, a lo largo de los años, Mikael y William Borg se encontraron concierta regularidad, pero no fue hasta finales de los años noventa cuando sehicieron enemigos de verdad. Mikael publicó un libro sobre el periodismoeconómico, con numerosas citas de una serie de estúpidos artículos que llevabanla firma de Borg. En la versión de Mikael, Borg era caracterizado como un perfectopedante que lo entendía todo al revés y que escribía artículos-homenaje aempresas puntocom al borde de la quiebra. A Borg no le hizo ninguna gracia elanálisis de Mikael, y en un encuentro casual en un bar del barrio de Söder faltópoco para que se liaran a puñetazos. Por las mismas fechas, Borg abandonó elperiodismo para trabajar de informador —cobrando un sueldo considerablementemás alto— en una empresa que, para colmo, estaba dentro de la esfera de interesesdel industrial Hans-Erik Wennerström.

Estuvieron mirándose el uno al otro durante un buen rato; luego Mikael sedio la vuelta y se marchó, ir al juzgado sólo para reírse a carcajadas de él era muytípico de Borg.

Mientras iba andando, pasó el autobús 40 y subió, más que nada paraalejarse del lugar cuanto antes. Bajó en Fridhemsplan y se quedó en la paradaindeciso, con la sentencia aún en la mano. Finalmente, decidió cruzar la calle hastael Kafé Anna, al lado del garaje de la jefatura de policía.

Menos de medio minuto después de haber pedido un caffè latte y unsándwich empezó el boletín informativo en la radio. Su historia se comentó entercer lugar, después de la de un terrorista suicida en Jerusalén y la noticia de queel gobierno había constituido una comisión investigadora para estudiar lapresunta formación de un cártel en el sector de la construcción.

Esta misma mañana el periodista Mikael Blomkvist de la revista Millenniumha sido condenado a tres meses de cárcel por haber difamado gravemente alindustrial Hans-Erik Wennerström. En un artículo sobre el llamado «casoMinos», publicado a principios de año, Blomkvist afirmaba que Wennerströmempleó fondos públicos —destinados a inversiones industriales en Polonia—para el tráfico de armas. Mikael Blomkvist también ha sido condenado a pagarciento cincuenta mil coronas de indemnización por daños y perjuicios. En uncomunicado, Bertil Camnermarker, abogado de Wennesrström, dice que sucliente está contento con la sentencia. «Se trata de un caso de difamaciónsumamente grave», ha manifestado.

La sentencia tenía veintiséis páginas. Daba cuenta de las razones por las queMikael había sido declarado culpable de quince casos de grave difamación alempresario Hans-Erik Wennesrström. Mikael hizo sus cálculos y llegó a laconclusión de que cada uno de los cargos de la acusación por los que había sidocondenado valía diez mil coronas y seis días de cárcel, sin contar las costasjudiciales y la retribución de su abogado. Le faltaban fuerzas para calcular acuánto ascenderían los gastos, pero al mismo tiempo reconoció que podría haber

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sido peor; ya que el tribunal lo había absuelto de siete cargos.A medida que iba leyendo los términos de la sentencia le invadió una

sensación cada vez más pesada y desagradable en el estómago. Le sorprendió.Desde el mismo momento en el que se inició el juicio sabía que si no se producíaun milagro, lo iban a condenar. No le cabía la menor duda y ya se había hecho a laidea. Asistió a los dos días del juicio de manera bastante despreocupada; además,durante once días, sin sentir nada en especial, estuvo esperando a que el tribunalterminara con sus deliberaciones y redactara el documento que tenía en las manos.Y ahora, una vez concluido el proceso, un malestar empezó a apoderarse de él.

Al darle el primer mordisco al sándwich tuvo la sensación de que la miga lecrecía en la boca. Le costó tragar y lo apartó.

Era la primera vez que condenaban a Mikael Blomkvist por un delito; nuncahabía sido sospechoso de nada, ni acusado por nadie. Si la comparaba con otras, lasentencia le parecía insignificante, un delito sin importancia. Al fin y al cabo, no setrataba de un robo a mano armada, un homicidio o una violación. Sin embargo,desde el punto de vista económico, la condena impuesta le dolía. Millennium noera precisamente el buque insignia de los medios de comunicación con fondosilimitados —la revista vivía al límite—, pero la sentencia tampoco suponía unacatástrofe. El problema residía en que Mikael era uno de los socios de Millennium ala vez que, por idiota que pudiera parecer, ejercía tanto de escritor como de editorjefe de la revista. Mikael pensaba pagar la indemnización, ciento cincuenta milcoronas, de su propio bolsillo, lo cual daría al traste prácticamente con la totalidadde sus ahorros. La revista respondería de las costas judiciales. Administrando losgastos con prudencia, saldría adelante.

Meditó la posibilidad de vender su casa, cosa que le partiría el corazón. Afinales de los felices años ochenta, durante un período en el que contaba con untrabajo estable y unos ingresos relativamente decentes, se puso a buscar undomicilio fijo. Vio muchas casas y descartó la mayoría antes de dar con un ático desesenta y cinco metros cuadrados en Bellmansgatan, justo al principio de la calle.El anterior propietario había iniciado una reforma para convertirlo en unavivienda habitable, pero le salió un trabajo en una empresa puntocom delextranjero y Mikael pudo comprar aquella casa a medio reformar por un buenprecio.

Mikael rechazó los bocetos del arquitecto y terminó la obra él mismo. Apostópor el baño y la cocina, y decidió no reformar el resto. En vez de poner parqué ylevantar tabiques para hacer una habitación independiente, acuchilló las viejastablas del suelo, encaló directamente los toscos muros originales y cubrió lasimperfecciones más visibles con un par de acuarelas de Emanuel Bernstone. Elresultado fue un loft completamente abierto, con un salón-comedor junto a unapequeña cocina americana y un espacio para dormir ubicado tras una librería. Lavivienda tenía dos ventanas de buhardilla y una ventana lateral con vistas a lostejados que se extendían hasta la bahía de Riddarfjärden y Gamla Stan. También sepodía ver un poquito de agua de Slussen y el Ayuntamiento. En la actualidad no

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habría podido comprar una casa así, de modo que quería conservarla.Pero el riesgo de perderla no era nada en comparación con el tremendo golpe

profesional que acababa de sufrir, cuyos daños tardaría mucho tiempo enreparar... si es que era posible.

Se trataba de una cuestión de confianza. En el futuro, muchos editores se lopensarían más de una vez antes de publicar un texto firmado por él. Seguíateniendo suficientes amigos en la profesión que comprenderían que había sidovíctima de las circunstancias y de la mala suerte, pero a partir de ahora no podíapermitirse ni el más mínimo error.

Lo que más le dolía, no obstante, era la humillación.Tenía todas las de ganar, pero, aun así, perdió contra un gánster de medio

pelo con traje de Armani. Un maldito y canalla especulador bursátil. Un yuppie conun abogado famoso que se había pasado todo el juicio con una burlona sonrisa enlos labios.

¿Cómo diablos podían haberle salido tan mal las cosas?

El caso Wennesrström empezó, de modo muy prometedor, en la bañera deun velero Mälar-30 amarillo la noche de Midsommar, fiesta del solsticio de verano,hacía ahora un año y medio. Todo fue fruto de la casualidad: un ex colegaperiodista, actualmente informador de la Diputación provincial, quiso impresionara su nueva novia y, sin reflexionar demasiado, alquiló un Scampi para pasar unpar de días de navegación improvisada, aunque romántica, por el archipiélago.Tras oponer cierta resistencia, la novia, recién llegada de Hallstahammar paraestudiar en Estocolmo, se dejó convencer con la condición de que su hermana y elnovio de ésta también los acompañaran. Ninguno de ellos había pisado jamás unbarco de vela. Pero el verdadero problema era que el amigo informador, enrealidad, tenía bastante menos experiencia como marinero que entusiasmo por laexcursión. Tres días antes de partir llamó desesperadamente a Mikael y loconvenció para que los acompañara como quinto tripulante, el único converdaderos conocimientos de navegación.

Al principio la propuesta no le hizo mucha gracia, pero acabó aceptando antela expectativa de pasar unos días placenteros en el archipiélago y de disfrutar debuena comida y una agradable compañía, como se suele decir. No obstante, susesperanzas se frustraron y el viaje fue más desastroso de lo que hubiera imaginadojamás. Navegaron por una ruta bonita, pero poco emocionante, a una velocidad deapenas cinco metros por segundo, subiendo desde Bullando y pasando porFurusund. Aun así, la nueva novia del informador se mareó enseguida. Lahermana se puso a discutir con su novio y nadie mostró el menor interés poraprender lo más mínimo de navegación. Pronto quedó claro que esperaban queMikael se encargara del barco mientras los demás le daban consejosbienintencionados, pero en su mayoría absurdos. Después de pasar la primeranoche en una cala de Ängsö, estaba dispuesto a atracar en Furusund y volver a

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casa en autobús. Sólo las súplicas desesperadas del informador le hicieronquedarse en el barco.

A eso de las doce del día siguiente, lo suficientemente pronto para quetodavía quedaran algunos sitios libres, amarraron en el embarcadero de Arholma.Prepararon la comida y, mientras terminaban de comer, Mikael reparó en un M-30amarillo de fibra de vidrio que estaba entrando en la cala, deslizándose sólo con lavela mayor. El barco hizo un suave viraje mientras el capitán buscaba un hueco enel embarcadero. Mikael echó un vistazo a su alrededor y se dio cuenta de que elespacio entre su Scampi y un barco-H que había a estribor era, probablemente, elúnico hueco; el estrecho M-30 cabría allí, aunque algo justo. Se puso de pie en lapopa y señaló con el brazo; el capitán del M-30 levantó la mano en señal deagradecimiento y se dirigió rumbo al embarcadero. «Un navegante solitario queno tenía intención de molestarse en arrancar el motor», pensó Mikael. Escuchó elruido de la cadena del ancla y unos segundos después vio arriar la vela mayor,mientras el capitán se movía como una culebra para mantener el timón derecho yal mismo tiempo preparar la amarra de proa.

Mikael subió a la borda y le tendió una mano, dispuesto a prestarle ayuda. Elnavegante hizo un último cambio de rumbo y entró deslizándose sin ningúnproblema, casi completamente parado, hasta la popa del Scampi. Hasta que elrecién llegado no le dio la cuerda a Mikael no se reconocieron; una sonrisa desatisfacción se dibujó en sus rostros.

—¡Hombre, Robban! —exclamó Mikael—. ¿Por qué no usas el motor? Así noles rascarías la pintura a todos los barcos del puerto.

—¡Hola, Micke! Ya decía yo que me sonaba esa cara. No me importaríausarlo si arrancara. El condenado se me murió hace dos días en Rödlöga.

Se dieron la mano por encima de las bordas.En el instituto de Kungsholmen, en los años setenta —hacía ya una

eternidad—, Mikael Blomkvist y Robert Lindberg habían sido amigos, inclusoíntimos amigos. Como pasa a menudo con los viejos compañeros de estudios, laamistad acabó después del día de la graduación. Cada uno tiró por su camino ydurante los últimos veinte años apenas si se habían visto en media docena deocasiones. En aquel momento, cuando se encontraron inesperadamente en elembarcadero de Arholma, habían pasado por lo menos siete u ocho años desde laúltima vez. Se observaron el uno al otro con curiosidad. Robert estaba bronceado,tenía el pelo enmarañado y una barba de dos semanas.

De repente, Mikael se sintió de mucho mejor humor. Cuando el informador ysus bobos acompañantes subieron hacia la tienda del pueblo, al otro lado de la isla,para celebrar la noche de Midsommar bailando en la explanada alrededor delmayo, él se quedó en la bañera del M-30, charlando con su viejo amigo de institutoen torno a unos arenques y unos chupitos de aguardiente.

En algún momento de la noche, tras abandonar la lucha contra los mosquitosde Arholma, tristemente célebres, y trasladarse a la cabina, la conversación,después de un considerable número de chupitos, se convirtió en un amistoso

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duelo verbal sobre la ética y la moral en el mundo de los negocios. Los dos habíanelegido carreras profesionales que, de alguna manera, tenían que ver con laeconomía del país. Robert Lindberg pasó del instituto a la Escuela Superior deEconomía de Estocolmo y, desde allí, dio el salto al sector bancario. MikaelBlomkvist se graduó en la Escuela Superior de Periodismo y llevaba gran parte desu vida profesional dedicándose a revelar y denunciar dudosas operaciones,precisamente en el ámbito de la banca y de los negocios. La conversación empezóa girar en torno a lo moralmente defendible en ciertos contratos blindados de losaños noventa. Después de haber defendido valientemente algunos de los casosmás llamativos, Lindberg dejó el vaso y, muy a su pesar, tuvo que reconocer queen el mundo de los negocios, seguramente también habría algún que otro corruptocabrón. De pronto miró a Mikael seriamente.

—Tú que eres periodista de investigación y te ocupas de fraudes económicos,¿por qué no escribes algo sobre Hans-Erik Wennesrström?

—Ignoraba que hubiera algo que decir sobre él.—Busca. Tienes que buscar, joder. ¿Qué sabes del programa CADI?—Pues que era una especie de programa de subvenciones que en los años

noventa ayudó a la industria de los países del Este a levantarse. Se suspendió haceun par de años. No he escrito nada sobre eso.

—Las siglas significan Comité de Ayuda para el Desarrollo Industrial, unproyecto que tuvo apoyo gubernamental y fue dirigido por representantes de unadecena de grandes empresas suecas. El CADI recibió garantías estatales que lepermitieron poner en marcha una serie de proyectos acordados con los gobiernosde Polonia y de los Países Bálticos. El sindicato LO hizo su pequeña aportacióncomo avalista para reforzar también el movimiento sindical obrero en el Este,siguiendo las pautas del modelo sueco. Formalmente se trataba de un proyecto deapoyo al desarrollo basado en los principios de ayuda como forma de incentivar elprogreso, lo cual les daría a los regímenes del Este la oportunidad de sanear sueconomía. Sin embargo, en la práctica se trataba de que ciertas empresas suecasrecibieran subvenciones estatales para entrar y establecerse como socios deempresas de países del Este. Aquel maldito ministro de los democristianos era unentusiasta partidario del CADI. Se abrió una fábrica papelera en Cracovia, sereformó una industria metalúrgica en Riga, una fábrica de cemento en Tallin... Ladirección del CADI, compuesta por pesos pesados del mundo de la banca y de laindustria suecas, repartió el dinero.

—¿Te refieres al dinero de los contribuyentes?—Alrededor del cincuenta por ciento provenía de subvenciones estatales, el

resto lo pusieron los bancos y la industria. Pero no pienses que se trataba de unalabor sin ánimo de lucro. Los bancos y las empresas contaban con sacar una buenatajada. Si no, el tema no les hubiese interesado una mierda.

—¿De cuánto dinero estamos hablando?—Espera, hombre; escúchame. El CADI estaba compuesto principalmente

por compañías suecas de toda la vida que querían entrar en los mercados del Este,

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importantes sociedades como ABB, Skanska y similares. En otras palabras, nadade empresas especuladoras.

—¿Me estás diciendo que Skanska no se dedica a especular? ¿No despidieronacaso al director ejecutivo de Skanska por dejar que uno de sus chavalesespeculara y perdiera quinientos millones buscando dinero rápido? ¿Y qué teparecen sus histéricos negocios inmobiliarios en Londres y Oslo?

—Sí, bueno; en todas las empresas del mundo hay idiotas, pero ya sabes a loque me refiero. Por lo menos son empresas que producen algo concreto. Lacolumna vertebral de la industria sueca y todo ese rollo...

—¿Y qué pinta Wennesrström en esto?—Wennesrström es la gran incógnita. A ver, es un tipo que surgió de la nada,

que no tiene ningún pasado en la industria pesada y que realmente no pinta nadaen esos círculos, pero ha amasado una colosal fortuna en la bolsa y la ha invertidoen empresas ya consolidadas. Digamos que ha entrado por la puerta de atrás.

Mikael se sirvió un chupito de aguardiente Reimersholms y se acomodó en lacabina pensando en lo que sabía de Wennesrström, lo cual, en realidad, no eragran cosa. Había nacido en algún lugar de Norrland, donde fundó una empresainversora en los años setenta. Ganó su buen dinero y se trasladó a Estocolmo,donde hizo una carrera meteórica durante los felices años ochenta. Creó el GrupoWennesrström, que, al abrir oficinas en Londres y Nueva York, se rebautizó comoWennerstroem Group, de modo que la empresa empezó a aparecer en los mismosartículos de prensa que Beijer. Negociaba con acciones y opciones, y especulabacon la forma de ganar dinero rápido. No tardó en aparecer en la prensa delcorazón como uno más de esos numerosos nuevos ricos propietarios de un áticoen Strandvägen, una magnífica residencia veraniega en Varmdo y un yate deveintitrés metros de eslora que, en su caso, compró a una estrella retirada del teniscon problemas de solvencia. En realidad, no era más que un simple contable, perola de los ochenta fue la década de los contables y de los especuladoresinmobiliarios. Y Wennesrström no destacó más que otros; más bien al revés, siguiósiendo una figura relativamente anónima entre Los Grandes Chicos. Carecía de lasrimbombantes maneras de Stenbeck y no se prostituía en la prensa como Barnevik.Rechazaba los negocios inmobiliarios y, en su lugar, invertía masivamente en elantiguo bloque comunista. Cuando se desinfló la burbuja económica de losnoventa y todos los altos cargos, uno tras otro, se vieron obligados a cobrar suscontratos blindados, la empresa de Wennesrström se las arreglósorprendentemente bien. Ni el más mínimo escándalo. «A Swedish success story»,tituló el mismísimo Financial Times.

—Era 1992. De repente Wennesrström se puso en contacto con el CADI y lescomunicó que quería dinero. Presentó un plan, aparentemente bien arraigadoentre las partes interesadas de Polonia, con el fin de crear una empresa quefabricara envases para la industria alimentaria.

—O sea, una fábrica de latas de conserva.—No exactamente, pero algo por el estilo. No tengo ni idea de a quién

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conocía en el CADI, pero salió sin problemas con sesenta millones de coronas.—Esto empieza a ponerse interesante. Déjame adivinar: fue la última vez que

alguien vio ese dinero.—No —replicó Robert Lindberg, y esbozó una sonrisa antes de animarse con

un poco más de aguardiente—. Lo que sucedió después fue digno de una lecciónmagistral de contabilidad. Wennesrström fundó realmente una industria deembalajes en Polonia, en Lodz, para ser más exacto. La empresa se llamaba Minos.El CADI recibió unos alentadores informes durante el año 1993; luego... silencio.De repente, en 1994, Minos se vino abajo.

Para ilustrar el hundimiento de la empresa, Robert Lindberg dio un golpe enla mesa con la copa vacía.

—El problema del CADI era que no existía ningún tipo de procedimientosobre cómo rendir cuentas de esos proyectos. Te acuerdas del espíritu de la época,¿no? Todo ese optimismo cuando cayó el muro de Berlín: que se instauraría lademocracia, que la amenaza de guerra nuclear ya era historia y que losbolcheviques se iban a convertir en capitalistas de la noche a la mañana. Elgobierno quería afianzar la democracia en el Este. Todos los capitalistas queríansubirse al tren y ayudar a construir la nueva Europa.

—No sabía que los capitalistas estuvieran tan dispuestos a dedicarse a hacerobras de caridad.

—Créeme, estamos hablando del sueño húmedo de cualquier capitalista.Quizá Rusia y los países del Este constituyan, después de China, el mercadorestante más grande del mundo. A la industria no le importaba ayudar algobierno, especialmente porque las empresas sólo tenían que responder de unapequeña parte de los gastos. En total, el CADI se comió más de treinta milmillones de coronas de los contribuyentes. El dinero volvería en forma de futurasganancias. Formalmente el CADI era una iniciativa del gobierno, pero la influenciade la industria era tan grande que, en la práctica, la dirección del CADI trabajabade manera independiente.

—Entiendo. Pero ¿aquí hay material para un artículo o no?—Paciencia. Cuando los proyectos se pusieron en marcha no hubo

problemas para financiarlos. Suecia aún no había sido golpeada por la crisissurgida a raíz de la enorme subida de los intereses. El gobierno estaba contentoporque con el CADI se pondría de manifiesto la gran aportación sueca a favor dela democracia en el Este.

—¿Y todo esto pasó con el gobierno de derechas?—No metas a los políticos en esto. Se trata de dinero e importa una mierda si

los que designan a los ministros son socialistas o de derechas. Así que adelante, atoda pastilla. Luego llegaron los problemas de divisas y después unos chaladosllamados los nuevos demócratas (sin duda te acordarás del partido NuevaDemocracia) empezaron a quejarse de que no había transparencia en lo que hacía

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el CADI. Uno de sus payasos confundió al CADI con la Agencia Sueca deCooperación Internacional para el Desarrollo y creyó que se trataba de algúnmaldito proyecto de ayuda en plan caritativo como el de Tanzania. Durante laprimavera de 1994 se designó una comisión para investigar al CADI. A esasalturas varios proyectos ya habían sido criticados, pero uno de los primeros eninspeccionarse fue el de Minos.

—Y Wennerström no pudo dar cuenta del dinero.—Al contrario. Wennerström presentó un excelente libro de cuentas

demostrando que más de cincuenta y cuatro millones de coronas habían sidoinvertidas en Minos, pero que seguía habiendo problemas estructuralesdemasiado importantes en la rezagada Polonia para que pudiera funcionar unamoderna industria de envases, por lo que, en la práctica, la competencia de unproyecto alemán similar les había ganado la partida. Los alemanes estaban enpleno proceso de compra de todo el bendito bloque del Este.

—Dijiste que le dieron sesenta millones.—Exacto. El dinero del CADI se gestionó como un crédito sin intereses. La

idea era, por supuesto, que las empresas acabaran devolviendo parte del dinerodurante una serie de años. Pero Minos quebró y el proyecto fracasó; nadie pudoreprocharle nada a Wennerström. Aquí entraban las garantías del Estado, por loque Wennerström quedó libre de responsabilidades. Simplemente no tuvo quedevolver el dinero perdido cuando quebró Minos, y al mismo tiempo pudodemostrar que había perdido una suma equivalente de su propio dinero.

—A ver si lo he entendido bien: el gobierno ofrece el dinero de loscontribuyentes y pone a los diplomáticos al servicio de una serie de hombres denegocios para abrirles puertas. La industria coge el dinero y lo usa para invertir enjoint ventures de las que luego saca una buena tajada. En fin: la misma historia desiempre. Algunos se forran y otros pagan la cuenta, y ya sabemos muy bien quépapel interpreta cada uno…

—¡Qué cínico eres! Los créditos se iban a devolver al Estado.—Pero has dicho que estaban libres de intereses. Por tanto, significa que los

contribuyentes no recibieron ni un duro por poner la pasta. Le dieron aWennerström sesenta kilos, de los cuales invirtió cincuenta y cuatro. ¿Qué pasócon los restantes seis millones?

—En el momento en que quedó claro que el proyecto del CADI sería objetode estudio por parte de una comisión, Wennerström envió un cheque de seismillones al CADI como pago de la diferencia. Con eso, jurídicamente hablando, elcaso quedaba cerrado.

Robert Lindberg se calló y miró, desafiante, a Mikael.—Suena como si Wennerström hubiera perdido un poco del dinero del

CADI, pero en comparación con los quinientos millones que desaparecieron deSkanska o la historia del contrato blindado de aquel director de ABB que cobróuna indemnización por despido de más de mil millones, algo que realmenteindignó a la gente, esto no parece ser gran cosa para un artículo —dijo Mikael—.

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La verdad es que los lectores de hoy en día están bastante hartos de textos sobreespeculadores incompetentes, aunque sea dinero que provenga de los impuestos.¿Hay algo más en toda esta historia?

—Esto no ha hecho más que empezar.—¿Cómo es que sabes tanto sobre los negocios de Wennerström en Polonia?—En los años noventa trabajé en Handelsbanken. Adivina quién era el

encargado de hacer las investigaciones para el representante del banco en el CADI.—Vale, ahora lo entiendo. Anda, sigue.—Entonces... para resumir, el CADI recibió una explicación por parte de

Wennerström. Se firmaron los documentos pertinentes. El resto del dinero sedevolvió. Ese detalle de los seis millones devueltos fue una jugada muy astuta. Aver, si alguien llama a tu puerta para darte una bolsa de dinero, ¿cómo coño vas apensar que no es trigo limpio?

—Ve al grano.—Blomkvist, ¡por favor!; ése es el grano. Los del CADI se quedaron

satisfechos con el libro de cuentas de Wennerström. La inversión se fue al garete,pero no había nada que objetar en cuanto a la gestión. Miramos facturas,transferencias y todo tipo de papeles. Todo impoluto. Yo me lo creí. Mi jefe se locreyó. El CADI se lo creyó y el gobierno no tuvo nada que añadir.

—Entonces ¿dónde está la pega?—Ahora es cuando la historia se pone interesante —dijo Lindberg y, de

repente, pareció asombrosamente sobrio—. Ya que eres periodista, que conste queesto es off the record.

—¡Joder, no puedes estar contándome cosas para luego decirme que no medejas utilizarlas!

—Claro que sí. Lo que te he explicado hasta ahora es de conocimientopúblico. Busca el informe y échale un vistazo si te apetece. El resto de la historia, loque no te he contado todavía, publícalo si quieres, pero tienes que tratarme comouna fuente anónima.

—Vale, pero según la terminología general off the record significa que me hanrevelado confidencialmente algo sobre lo que no puedo escribir nada.

—A la mierda con la terminología. Escribe lo que quieras, pero yo soy unafuente anónima. ¿De acuerdo?

—Vale —contestó Mikael.Naturalmente, a la luz de los acontecimientos posteriores su respuesta

constituía un error.—Muy bien. Aquella historia de Minos tuvo lugar hará unos diez años, justo

después de caer el muro, cuando los bolcheviques se estaban convirtiendo encapitalistas decentes. Yo era una de las personas que investigaba a Wennerström yhabía algo que me daba mala espina.

—¿Por qué no dijiste nada entonces?—Se lo comenté a mi jefe. El caso era que no había nada en concreto. Todos

los papeles estaban en orden. No tuve más remedio que firmar el informe. Pero

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ahora, cada vez que me encuentro con el nombre de Wennerström en la prensa meviene a la mente la historia de Minos.

—Vale. ¿Y?—Unos años después, a mediados de los noventa, mi banco hizo negocios

con Wennerström, negocios bastante importantes, de hecho. Y no salieron muybien.

—¿Os timó?—No; tanto como eso, no. Los dos ganamos dinero. Lo que pasó fue más bien

que... no sé muy bien cómo explicártelo; estoy hablando de mi propia empresa yeso no me gusta. Pero el balance de todo aquello —o sea, la impresión general, pordecirlo de alguna manera— no es positivo. A Wennerström le definen en losmedios de comunicación como un impresionante oráculo de la economía. De esovive. Es su valor seguro.

—Sé lo que quieres decir.—Yo siempre tuve la sensación de que se trataba simplemente de un

fanfarrón. No mostraba ninguna habilidad para los negocios. Todo lo contrario;me pareció asombrosamente superficial e ignorante en muchos temas. Tenía unpar de jóvenes tiburones realmente muy agudos como consejeros, peropersonalmente me cayó fatal.

—¿Y?—Hace unos años fui a Polonia para un asunto completamente diferente.

Nuestro grupo cenó en Lodz con unos inversores y por casualidad acabé en lamisma mesa que el alcalde. Hablamos de lo difícil que resultaba levantar laeconomía polaca y de cuestiones similares; y, entre unas cosas y otras, mencioné elproyecto Minos. Al principio el alcalde pareció no entenderme, como si en su vidahubiera oído hablar de Minos, pero luego se acordó de que era un pequeñonegocio de mierda que nunca llegó a ser nada. Despachó el tema con unacarcajada y dijo, cito literalmente, que si eso era todo lo que eran capaces de hacerlos inversores suecos, nuestro país no tardaría en hundirse por completo. ¿Mesigues?

—El comentario da a entender que el alcalde de Lodz es un hombreinteligente. Venga, continúa.

—No pude sacarme esas palabras de la cabeza. Al día siguiente tenía unareunión por la mañana, pero por la tarde estaba libre. Por pura maldad me fui aver la fábrica abandonada de Minos, situada en un pequeño pueblo a las afuerasde Lodz, con una taberna en un granero y retretes fuera de las casas. La granfábrica de Minos era un almacén en ruinas, un viejo cobertizo de chapa que habíamontado el Ejército Rojo en los años cincuenta. Me encontré con un guardia quesabía un poco de alemán y me contó que uno de sus primos había trabajado enMinos. El primo vivía muy cerca, así que fuimos a verlo. El guardia me acompañópara hacer de intérprete. ¿Quieres saber lo que dijo?

—Me muero por saberlo.—Minos empezó sus actividades en el otoño de 1992. Llegó a tener un

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máximo de quince empleados, en su mayoría mujeres mayores. Cobraban cientocincuenta coronas al mes. Al principio no había maquinaria, de modo que losempleados se pasaban el día limpiando aquel almacén. A primeros de octubrellegaron tres máquinas para hacer cartones, compradas en Portugal. Estabanviejas, desgastadas por el uso y completamente anticuadas. Su valor comochatarra no pasaría de un par de miles de coronas. Es verdad que las máquinasfuncionaban, pero se rompían cada dos por tres. Naturalmente, no había piezas derepuesto, así que Minos se veía afectada por constantes paradas en la producción.Por regla general, un empleado siempre acababa reparando la máquina de maneraprovisional.

—Esto ya empieza a parecerse a un artículo —reconoció Mikael—. ¿Y enrealidad qué fabricaban en Minos?

—Durante 1992 y la mitad de 1993 fabricaron cartones perfectamentenormales para detergentes, hueveras y cosas por el estilo. Luego se dedicaron a lasbolsas de papel. Pero la fábrica sufría una constante escasez de materia prima ynunca llegó a tener mucha producción.

—No suena precisamente como una inversión muy importante.—He hecho mis cálculos. El gasto total del alquiler rondaría las quince mil

coronas en dos años. Los sueldos podrían haber ascendido, como mucho, y estoysiendo muy generoso, a unas ciento cincuenta mil. Compra de maquinaria ytransportes, una furgoneta que distribuía las hueveras... a ojo de buen cubero,unas doscientas cincuenta mil. Eso sin contar los costes administrativos depermisos y unos pocos billetes de avión; según parece, tan sólo una persona deSuecia visitaba el pueblo en muy contadas ocasiones. Bueno, digamos que toda laoperación salió por un total de algo menos de un millón. Un día del verano de1993, el capataz bajó a la fábrica y anunció que estaba cerrada; poco despuésapareció un camión húngaro y se llevó toda la maquinaria. Hasta la vista, Minos.

Durante el juicio, Mikael se acordó a menudo de aquella noche deMidsommar. El tono de la conversación le recordaba los años de instituto: la típicadiscusión de amigos, juvenil y desenfadada. Como adolescentes habíancompartido los problemas propios de esa edad. Como adultos eran, en realidad,perfectos desconocidos; dos personas completamente distintas, en el fondo. A lolargo de aquella noche, Mikael se estuvo preguntando por qué no podía acordarsede lo que les había convertido en buenos amigos durante el bachillerato. Elrecuerdo que guardaba de Robert era el de un chaval callado y reservado quemostraba una incomprensible timidez con las chicas. De adulto se habíaconvertido en un exitoso... llamémosle trepa, del mundo de la banca. A Mikael nole cabía la menor duda de que su compañero tenía opiniones que estabantotalmente en desacuerdo con su propia visión del mundo.

Mikael raramente se emborrachaba, pero aquel encuentro casual habíaconvertido una fracasada navegación en una de esas agradables veladas donde el

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nivel de la botella de aguardiente va acercándose lentamente al fondo. Debidoprecisamente a ese tono adolescente de la conversación, en un principio no setomó en serio la historia de Robert, si bien sus instintos periodísticos acabaronaflorando. De repente, se puso a escuchar la historia con mucha atención, yentonces se le ocurrieron algunas objeciones lógicas.

—Espera un momento —suplicó Mikael—. Wennerström se encuentra entrela élite de los especuladores bursátiles. Si no me equivoco es multimillonario...

—Un cálculo rápido situaría a Wennerstroem Group en unos doscientos milmillones. Ahora te estarás preguntando por qué un multimillonario de esacategoría se molestaría en montar una estafa así para ganar una miserablecalderilla de unos cincuenta millones, ¿verdad?

—Bueno, más bien por qué iba a arriesgarlo todo cometiendo un fraude tanobvio.

—No sé si estoy de acuerdo en llamarlo obvio precisamente; la juntadirectiva del CADI al completo, la gente de la banca, los interventores y losauditores del gobierno y del Parlamento... Todos han aceptado el rendimiento decuentas de Wennerström.

—No obstante, estamos hablando de una miseria.—Cierto, pero piensa que Wennerstroem Group es una de esas empresas

inversoras que se meten en todo tipo de negocios con los que se puede ganar undinero rápido: inmuebles, valores, opciones, divisas... you name it. Wennerström sepuso en contacto con el CADI en 1992, justo cuando el mercado estaba a punto dehundirse. ¿Te acuerdas del otoño de 1992?

—¿Cómo no me voy a acordar? Tenía un interés variable en mi hipoteca y elBanco de Suecia lo subió al quinientos por ciento en octubre. Tuve queenfrentarme a un interés del diecinueve por ciento durante un año.

—Bueno, bueno; ¡qué tiempos aquéllos! —dijo Robert sonriendo—. Yo perdíuna barbaridad de dinero ese año. Y Hans-Erik Wennerström, como los demásactores del mercado, tuvo que hacer frente al mismo problema. La empresa teníamiles de millones invertidos a plazo fijo en valores de distintos tipos, pero unacantidad asombrosamente reducida de dinero en efectivo. Ya no podían pedirprestadas más sumas astronómicas. Lo normal en una situación así es venderinmuebles y lamerse las heridas por la pérdida. Pero en 1992, de la noche a lamañana, nadie quiso comprar ni una sola casa.

—Cash-flow problem.—Exacto. Y Wennerström no fue el único con ese tipo de problemas. Todos

los empresarios...—No los llames empresarios; emplea otra palabra, porque llamándolos así

estás insultando a una categoría profesional seria.—Vale, de acuerdo: todos los especuladores bursátiles tenían, por aquel

entonces, cash-flow problems... Míralo así: Wennerström recibió sesenta millones decoronas. Devolvió seis, pero al cabo de tres años. Los gastos de Minos no podíanhaber ascendido a mucho más de un millón. Sólo los intereses de sesenta millones

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durante tres años suponen ya bastante. Dependiendo de cómo lo hubierainvertido, podría haber doblado o multiplicado por diez aquel dinero de la CADI.No es moco de pavo. Por cierto, ¡chinchín!

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CAPÍTULO 2Viernes, 20 de diciembre

Dragan Armanskij había nacido en Croacia hacía cincuenta y seis años. Supadre era un judío armenio de Bielorrusia y su madre una musulmana bosnia deascendencia griega. Fue ella la que se encargó de su educación, de modo que,cuando se hizo adulto, Dragan entró a formar parte de ese gran grupoheterogéneo que los medios de comunicación etiquetaban como musulmanes. Porraro que pueda parecer, la Dirección General de Migraciones le registró comoserbio. Su pasaporte confirmaba que era ciudadano sueco, y la foto mostraba unrostro anguloso de prominente mandíbula, una oscura sombra de barba y unassienes plateadas. A menudo le llamaban «el árabe» pese a no existir ni el másmínimo antecedente árabe en su familia. Sin embargo, tenía un cruce genético deesos que los locos de la biología racial describirían, con toda probabilidad, comoraza humana de inferior categoría.

Su aspecto recordaba vagamente al del típico jefe segundón de las películasamericanas de gánsteres. Sin embargo, en realidad no era narcotraficante ni matónde la mafia, sino un talentoso economista que había empezado a trabajar comoayudante en la empresa de seguridad Milton Security a principios de los añossetenta y que, tres décadas después, ascendió a director ejecutivo y jefe deoperaciones de la empresa.

Su interés por los temas de seguridad había ido aumentando poco a pocohasta convertirse en fascinación. Era como un juego de guerra: identificaramenazas, desarrollar estrategias defensivas e ir siempre un paso por delante delos espías industriales, los chantajistas y los ladrones. Todo empezó el día en elque descubrió la destreza con la que se había estafado a un cliente valiéndose de lacontabilidad creativa. Pudo descubrir al culpable entre un grupo de docepersonas. Treinta años después, todavía recordaba su asombro al darse cuenta deque la indebida apropiación del dinero se debió a que la empresa había pasadopor alto tapar unos pequeños agujeros en sus procedimientos de seguridad. Desimple contable pasó a ser un importante miembro de la empresa, así comoexperto en fraudes económicos. Al cabo de cinco años entró en la junta directiva ydiez años más tarde llegó a ser, no sin cierta oposición por su parte, directorejecutivo. Pero hacía ya mucho tiempo que esa resistencia suya habíadesaparecido. Durante los años que llevaba al mando, había convertido MiltonSecurity en una de las empresas de seguridad más competentes y más solicitadasde Suecia.

Milton Security tenía trescientos ochenta empleados en plantilla, además de

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unos trescientos colaboradores freelance de confianza a los que se recurría cuandoera necesario. Se trataba, por lo tanto, de una empresa pequeña en comparacióncon Falck o Svensk Bevakningstjänst. Cuando Armanskij entró en la sociedadseguía llamándose Johan Fredrik Miltons Allmäna Bevaknings AB y tenía unacartera de clientes compuesta por centros comerciales necesitados decontroladores y guardias de seguridad musculosos. Bajo su dirección la empresapasó a denominarse Milton Security, un nombre mucho más prácticointernacionalmente, y apostó por la tecnología punta. La plantilla se renovó: losvigilantes nocturnos que habían conocido mejores días, los fetichistas del uniformey los estudiantes de instituto que hacían un trabajillo extra fueron sustituidos porpersonal altamente preparado. Armanskij contrató a ex policías de cierta edadcomo jefes de operaciones, a expertos en ciencias políticas especializados enterrorismo internacional, protección de personas y espionaje industrial; y, sobretodo, a expertos en telecomunicaciones e informática. La empresa se trasladódesde el barrio de Solna al de Slussen, a un local de más prestigio en pleno centrode Estocolmo.

Al comenzar la década de los noventa, Milton Security ya estaba preparadapara ofrecer un tipo de seguridad completamente nuevo a una selecta y reducidacartera de clientes, fundamentalmente medianas empresas con un volumen defacturación extremadamente alto, y gente adinerada: estrellas de rock reciénenriquecidas, corredores de bolsa y ejecutivos de empresas puntocom. Gran partede la actividad se centraba en ofrecer la protección de guardaespaldas y diferentessistemas de seguridad para empresas suecas en el extranjero, sobre todo enOriente Medio. Esa parte de las actividades empresariales suponía actualmentecasi el setenta por ciento de lo que se facturaba. Con Armanskij al frente, elvolumen de facturación aumentó desde poco más de cuarenta millones de coronasanuales hasta casi dos mil millones. Vender seguridad era un negocioextremadamente lucrativo.

La actividad se dividía en tres áreas principales: consultas de seguridad, queconsistía en identificar peligros posibles o imaginarios; medidas preventivas, quenormalmente se traducían en instalar costosas cámaras de seguridad, alarmas derobo y de incendio, cerraduras electrónicas y equipamiento informático; y,finalmente, protección personal para particulares o empresas que se creíanvíctimas de algún tipo de amenaza, ya fuese real o ficticia. En sólo una década,este último mercado se había multiplicado por cuarenta y, durante los últimosaños, había surgido una nueva clientela constituida por mujeres relativamenteacomodadas que buscaban protección, bien contra ex novios o esposos, bien contraacosadores anónimos que se habían obsesionado con sus ceñidos jerséis o con elcarmín de sus labios al verlas por la tele. Además, Milton Security colaboraba conempresas del mismo prestigio de otros países europeos y de Estados Unidos, y seencargaba de la seguridad de numerosas personalidades internacionales quevisitaban Suecia; por ejemplo, una actriz estadounidense muy conocida que rodóuna película en Trollhättan durante dos meses, y cuyo agente consideró que su

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estatus era tan alto que necesitaba guardaespaldas cuando daba sus escasos paseosalrededor del hotel.

Una cuarta área, de tamaño considerablemente más pequeño, estabacompuesta tan sólo por unos pocos colaboradores. Se ocupaban de las llamadas IPo I-Per, esto es, investigaciones personales, conocidas en la jerga interna como«iper».

A Armanskij no le entusiasmaba del todo esa parte de la actividad. Desde elpunto de vista económico resultaba menos rentable; además, se trataba de un temadelicado que requería del colaborador no sólo conocimientos concretos entelecomunicaciones o en instalación de discretos aparatos de vigilancia, sino sobretodo sensatez y competencia. Las investigaciones personales le resultabanaceptables cuando había que comprobar simplemente la solvencia de alguien, elhistorial laboral de algún candidato a un empleo, o cuando se trataba de investigarlas sospechas de que algún empleado filtraba información de la empresa o sededicaba a actividades delictivas. En ese tipo de casos, las «iper» formaban partede la actividad operativa.

No obstante, eran demasiadas las ocasiones en que sus clientes acudían conproblemas particulares que, normalmente, ocasionaban todo tipo de líosinnecesarios: «Quiero saber quién es ese macarra que sale con mi hija...»,

«Creo que mi mujer me pone los cuernos...», «Es un buen chaval, pero sejunta con malas compañías...», «Me están chantajeando...». En general, Armanskijse negaba rotundamente: si la hija era mayor de edad, tenía derecho a salir conquien le diera la gana, y la infidelidad era un asunto que los esposos debíanaclarar entre ellos. Bajo todas esas demandas se ocultaban trampas potenciales quepodían dar lugar a escándalos y originar problemas jurídicos a Milton Security.Por eso, Dragan Armanskij vigilaba muy de cerca todos esos casos, a pesar de quesólo se trataba de calderilla en comparación con el resto de la facturación de laempresa.

Por desgracia, el tema de aquella mañana era, precisamente, unainvestigación personal. Dragan Armanskij se alisó la raya de los pantalones antesde echarse hacia atrás en su cómoda silla. Observó desconfiado a su colaboradora,Lisbeth Salander, treinta y dos años más joven que él, y constató por enésima vezque sería difícil encontrar otra persona que pareciera más fuera de lugar en esaprestigiosa empresa de seguridad. Se trataba de una desconfianza tan sensatacomo irracional. A ojos de Armanskij, Lisbeth Salander era, sin ninguna duda, lainvestigadora más competente que había conocido en sus cuarenta años deprofesión. Durante los cuatro años que ella llevaba trabajando para él no habíadescuidado jamás un trabajo ni entregado un solo informe mediocre.

Todo lo contrario: sus trabajos no tenían parangón con los del resto decolaboradores. Armanskij estaba convencido de que Lisbeth Salander poseía undon especial. Cualquier persona podía buscar información sobre la solvencia de

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alguien o realizar una petición de control en el servicio de cobro estatal, peroSalander le echaba imaginación y siempre volvía con algo completamente distintode lo esperado. Él nunca había entendido muy bien cómo lo hacía; a veces sucapacidad para encontrar información parecía pura magia. Conocía los archivosburocráticos como nadie y podía dar con las personas más difíciles de encontrar.Sobre todo, tenía la capacidad de meterse en la piel de la persona a la queinvestigaba. Si había alguna mierda oculta que desenterrar, ella iba derecha alobjetivo como si fuera un misil de crucero programado.

No cabía duda de que tenía un don.Sus informes podían suponer una verdadera catástrofe para la persona que

fuera alcanzada por su radar. Armanskij todavía se ponía a sudar cuando seacordaba de aquella ocasión en la que, con vistas a la adquisición de una empresa,le encomendó el control rutinario de un investigador del sector farmacéutico. Eltrabajo debía hacerse en el plazo de una semana, pero se fue prolongando. Tras unsilencio de cuatro semanas y numerosas advertencias, todas ellas ignoradas,Lisbeth Salander volvió con un informe que ponía de manifiesto que el tipo encuestión era un pedófilo; al menos en dos ocasiones había contratado los serviciosde -una prostituta de trece años en Tallin. Además, ciertos indicios revelaban uninterés malsano por la hija de la mujer que por aquel entonces era su pareja.

Salander tenía características muy singulares que, de vez en cuando, llevabana Armanskij al borde de la desesperación. Al descubrir que se trataba de unpedófilo no llamó por teléfono para advertir a Armanskij ni irrumpióapresuradamente en su despacho pidiendo una reunión urgente. Todo locontrario: sin indicar con una sola palabra que el informe contenía materialexplosivo de proporciones más bien nucleares, una tarde lo depositó encima de sumesa, justo cuando Armanskij iba a apagar la luz y marcharse a casa.

Se llevó el informe y no lo leyó hasta más tarde, por la noche, cuando, yarelajado en el salón de su chalé de Lidingö, compartía con su esposa una botella devino mientras veían la tele.

Como siempre, el informe estaba redactado con una meticulosidad casicientífica, con notas a pie de página, citas y fuentes exactas. Los primeros foliosdaban cuenta del historial de aquel individuo, de su formación, su carreraprofesional y su situación económica. No fue hasta la página 24, en un discretoapartado, cuando Salander —en el mismo tono objetivo que empleó para informarde que el susodicho vivía en un chalé de Sollentuna y conducía un Volvo azuloscuro— dejó caer la bomba de la verdadera finalidad de los viajes que el tiporealizaba a Tallin. Para demostrar sus afirmaciones Lisbeth remitía a ladocumentación contenida en un amplio anexo, donde había, entre otras cosas,fotografías de la niña de trece años en compañía del sujeto. La foto se había hechoen el pasillo de un hotel de Tallin y él tenía una mano bajo el jersey de la niña.Además —sabe Dios cómo—, Lisbeth consiguió localizar a la niña y logróconvencerla para que dejara grabada una detallada declaración.

El informe creó aquel caos que precisamente Armanskij quería evitar a toda

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costa. Para empezar tuvo que tomarse un par de pastillas de las que su médico lehabía recetado para la úlcera. Luego convocó al cliente a una triste reuniónrelámpago. Al final, y a pesar de la lógica reticencia del cliente, tuvo queentregarle el material a la policía. Esto último quería decir que Milton Security searriesgaba a verse involucrada en una espiral de acusaciones y contraacusaciones.Si la documentación no hubiera resultado lo suficientemente fidedigna o elhombre hubiese sido absuelto, la empresa habría corrido el riesgo potencial de serprocesada por difamación. En fin, una pesadilla.

Sin embargo, la llamativa ausencia de compromiso emocional de LisbethSalander no era lo que más le molestaba. En el mundo empresarial la imagenresultaba fundamental, y la de Milton representaba una estabilidad conservadora.Salander encajaba en esa imagen tanto como una excavadora en un salón náutico.

A Armanskij le costaba hacerse a la idea de que su investigadora estrellafuera una chica pálida de una delgadez anoréxica, pelo cortado al cepillo ypiercings en la nariz y en las cejas. En el cuello llevaba tatuada una abeja de doscentímetros de largo. También se había hecho dos brazaletes: uno en el bícepsizquierdo y otro en un tobillo. Además, al verla en camiseta de tirantes, Armanskijhabía podido apreciar que en el omoplato lucía un gran tatuaje con la figura de undragón. Lisbeth era pelirroja, pero se había teñido de negro azabache. Solía dar laimpresión de que se acababa de levantar tras haber pasado una semana de orgíacon una banda de heavy metal.

En realidad, no tenía problemas de anorexia; de eso estaba convencidoArmanskij. Al contrario: parecía consumir toda la comida-basura imaginable.Simplemente había nacido delgada, con una delicada estructura ósea que le dabaun aspecto de niña esbelta de manos finas, tobillos delgados y unos pechos queapenas se adivinaban bajo su ropa. Tenía veinticuatro años, pero aparentabacatorce.

Una boca ancha, una nariz pequeña y unos prominentes pómulos le dabancierto aire oriental. Sus movimientos eran rápidos y parecidos a los de una araña;cuando trabajaba en el ordenador, sus dedos volaban sobre el teclado. Su cuerpono era el más indicado para triunfar en los desfiles de moda, pero, bienmaquillada, un primer plano de su cara podría haberse colocado en cualquieranuncio publicitario. Con el maquillaje —a veces solía llevar, para más inri, unrepulsivo carmín negro—, los tatuajes, los piercings en la nariz y en las cejasresultaba... humm... atractiva, de una manera absolutamente incomprensible.

El hecho de que Lisbeth Salander trabajara para Armanskij era ya de por síasombroso. No se trataba del tipo de mujer con el que Armanskij acostumbraba arelacionarse, y mucho menos el que solía considerar para ofrecerle un empleo. Ellahabía sido contratada en la oficina como una especie de chica para todo cuandoHolger Palmgren, un abogado medio jubilado que se ocupaba de los negociospersonales del viejo J. F. Milton, la recomendó presentándola como «una chica lista

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pero con un carácter un poco difícil». Palmgren le pidió a Armanskij que le dierauna oportunidad a la chica, cosa que éste prometió con desgana. Palmgrenpertenecía a esa clase de hombres que sólo interpretaba un no como un motivopara doblar sus esfuerzos, así que lo más fácil era aceptar abiertamente. Armanskijsabía que Palmgren se dedicaba a ayudar a niñatos conflictivos y a otras chorradassociales, pero tenía buen criterio.

Dragan Armanskij se arrepintió en el mismo momento en que conoció aLisbeth Salander. No sólo le parecía problemática; a ojos de Armanskij ella era laviva representación del término. No había conseguido el certificado escolar, jamáshabía pisado el instituto y carecía de cualquier tipo de formación superior.

Durante los primeros meses, Lisbeth trabajó a jornada completa; bueno, casicompleta. Por lo menos aparecía de vez en cuando por su lugar de trabajo.Preparaba café, traía el correo y se encargaba de la fotocopiadora. Sin embargo, nose preocupaba en lo más mínimo del horario ni de las rutinas normales de laoficina.

En cambio, poseía un gran talento para sacar de quicio a los demásempleados. Se ganó el apodo de «la chica con dos neuronas»: una para respirar yotra para mantenerse en pie. Nunca hablaba de sí misma. Los compañeros queintentaban conversar con ella raramente recibían respuesta y enseguida desistían.Los intentos de broma nunca caían en terreno abonado: o contemplaba al bromistacon grandes ojos inexpresivos o reaccionaba con manifiesta irritación.

Además, tenía fama de cambiar de humor drásticamente si se le antojaba quealguien le estaba tomando el pelo, algo bastante habitual en aquel lugar de trabajo.Su actitud no invitaba ni a la confianza ni a la amistad, así que rápidamente seconvirtió en un bicho raro que rondaba como un gato sin dueño por los pasillos deMilton. La dejaron por imposible: allí no había nada que hacer.

Al cabo de un mes de constantes problemas, Armanskij la llamó a sudespacho con el firme propósito de despedirla. Cuando le dio cuenta de sucomportamiento, ella lo escuchó impasible, sin nada que objetar y sin ni siquieralevantar una ceja. Nada más terminar de sermonearla sobre su «actitudincorrecta», y cuando ya estaba a punto de decirle que, sin duda, sería una buenaidea que buscara trabajo en otra empresa que «pudiera aprovechar mejor suscualidades», ella lo interrumpió en medio de una frase. Por primera vez hablabaenlazando más de dos palabras seguidas.

—Oye, si necesitas un conserje puedes ir a la oficina de empleo y contratar acualquiera. Yo soy capaz de averiguar lo que sea de quien sea, y si no te sirvo másque para organizar las cartas del correo, es que eres un idiota.

Armanskij todavía se acordaba del asombro y de la rabia que se apoderaronde él mientras ella continuaba tan tranquila:

—Tienes un tío que ha tardado tres semanas en redactar un informe, que novale absolutamente nada, sobre un yuppie al que piensan reclutar como presidentede la junta directiva en esa empresa puntocom. Hice las fotocopias de esa mierdaanoche y veo que ahora lo tienes aquí delante.

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La mirada de Armanskij buscó el informe y por una vez alzó la voz.—No debes leer informes confidenciales.—Probablemente no, pero las medidas de seguridad de tu empresa dejan

mucho que desear. Según tus instrucciones, él mismo debería fotocopiar ese tipode cosas, pero anoche, antes de irse por ahí a tomar algo, me puso el informe en mimesa. Y, dicho sea de paso, su anterior informe me lo encontré en el comedor haceun par de semanas.

—¿Qué? —exclamó Armanskij, perplejo.—Tranquilo. Lo metí en su caja fuerte.—¿Te ha dado la combinación de su archivador privado? —preguntó

Armanskij, sofocado.—No, no exactamente. Lo tiene apuntado en un papel que guarda debajo de

la carpeta de su mesa, junto con el código de su ordenador. Pero lo que importaaquí es que ese payaso de investigador ha hecho una investigación personal queno vale una mierda. Se le ha pasado que el tipo tiene unas deudas de juego queson una pasada y que esnifa coca como una aspiradora; además, su novia tuvo quebuscar protección en un centro de acogida de mujeres después de que él la zurrarade lo lindo.

Ella se calló. Armanskij permaneció en silencio un par de minutos hojeandoel informe en cuestión. Estaba estructurado de un modo profesional, redactado enuna prosa comprensible y lleno de referencias a opiniones de amigos y conocidosdel sujeto en cuestión. Al final, levantó la mirada y dijo tan sólo una palabra:«Demuéstralo».

—¿Cuánto tiempo tengo?—Tres días. Si no puedes probar tus afirmaciones, el viernes por la tarde te

despediré.

Tres días más tarde, sin pronunciar palabra, Lisbeth le entregó un informeelaborado a partir de numerosas fuentes en el que ese joven yuppie, aparentementetan simpático, se revelaba como un cabrón de mucho cuidado. Armanskij leyó elinforme varias veces durante el fin de semana y se pasó parte del lunescomprobando algunas de las afirmaciones sin poner mucho empeño en ello, yaque antes de empezar sabía que la información resultaría correcta.

Armanskij estaba desconcertado y furioso consigo mismo porque,evidentemente, la había juzgado mal. La había considerado tonta, incluso tal vezretrasada. No esperaba que una chica que se había pasado los años de colegiofaltando a clase, hasta el punto de que ni siquiera le dieron el certificado escolar,redactara un informe que no sólo era lingüísticamente correcto sino que, además,contenía observaciones e informaciones que Armanskij no entendía en absolutocómo podía haber conseguido.

Estaba convencido de que en Milton Security nadie habría sido capaz deobtener un historial médico confidencial de un centro de acogida de mujeres

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maltratadas. Cuando le preguntó cómo lo había hecho, no recibió más querespuestas evasivas.

Dijo que no pensaba revelar sus fuentes. Al cabo de algún tiempo le quedóclaro que Lisbeth Salander no tenía ninguna intención de hablar de sus métodosde trabajo, ni con él ni con nadie. Eso le preocupaba, pero no lo suficiente comopara poder resistirse a la tentación de ponerla a prueba.

Reflexionó sobre el asunto un par de días.Recordó las palabras de Holger Palmgren cuando se la envió: «Todas las

personas tienen derecho a una oportunidad». Pensaba en su propia educaciónmusulmana, de la que había aprendido que su deber ante Dios era ayudar a losnecesitados. Es cierto que no creía en Dios y que no visitaba una mezquita desdesu adolescencia, pero veía a Lisbeth Salander como una persona necesitada deayuda y de un firme apoyo. Además, a decir verdad, durante las últimas décadasno había cumplido mucho con su deber.

En vez de despedirla, la convocó a una entrevista personal, durante la cualintentó comprender de qué pasta estaba hecha la problemática chica. Reforzó suconvicción de que Lisbeth Salander sufría algún tipo de trastorno grave, perotambién descubrió que tras su arisca apariencia se ocultaba una personainteligente. Por una parte, la veía frágil e irritante, pero, por otra, y para susorpresa, empezaba a caerle bien.

Durante los meses siguientes, Armanskij tuvo a Lisbeth Salander bajo suprotección. Para ser sincero consigo mismo, lo cierto es que la acogió como si setratara de un pequeño proyecto social. Le encomendaba sencillas tareas deinvestigación e intentaba darle ideas de cómo debía actuar. Ella lo escuchaba conmucha paciencia y luego llevaba a cabo la misión totalmente a su manera. Le pidióal jefe técnico de Milton que le diera a Lisbeth un curso básico de informática;Salander se pasó toda una tarde sentada en el pupitre sin rechistar, hasta que eljefe técnico, algo molesto, informó de que ya parecía poseer mejores conocimientosde informática que la mayoría de la plantilla.

Pronto Armanskij se dio cuenta de que Lisbeth Salander, a pesar de esascharlas formativas sobre el desarrollo personal, las ofertas de cursos de formacióninterna y otros modos de persuasión, no tenía intención de adaptarse a la rutinalaboral de Milton, lo cual no dejaba de ser un tema complicado para Armanskij.

Continuaba siendo un motivo de irritación para los demás trabajadores de laempresa. Armanskij era consciente de que no habría aceptado que cualquier otroempleado fuera y viniera como le diera la gana; en otras circunstancias, le habríadado un ultimátum exigiendo una rectificación. También sospechaba que si lediera a Lisbeth Salander un ultimátum o la amenazara con un despido, ella sólo seencogería de hombros, y no la volvería a ver. Así que se veía obligado adeshacerse de ella o a aceptar que no funcionaba como los demás.

Un problema aún mayor para Armanskij lo constituía el hecho de no tener

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claros sus propios sentimientos hacia la joven. Era como un picor molesto,repulsivo, pero al mismo tiempo atrayente. No se trataba de una atracción sexual;por lo menos, Armanskij no lo consideraba así. Las mujeres a las que Dragan solíamirar de reojo eran rubias con muchas curvas y con labios carnosos quedespertaban su imaginación; además, llevaba veinte años casado con unafinlandesa llamada Ritva, que todavía, a su mediana edad, cumplía de sobra conesos requisitos. Nunca había sido infiel; bueno, puede que en alguna ocasiónhubiera ocurrido algo que su mujer podía malinterpretar en el caso de enterarse,pero el matrimonio vivía feliz y tenía dos hijas de la edad de Salander. De todasmaneras, no le interesaban las chicas sin pecho que, a distancia, podríanconfundirse con chicos flacos. En fin, no era su tipo.

Aun así, había empezado a sorprenderse a sí mismo con fantasíasinapropiadas sobre Lisbeth Salander y reconocía que no se sentía del todoindiferente cerca de ella. Pero la atracción, pensaba Armanskij, radicaba en queLisbeth Salander le parecía un ser extraño. Podría haberse enamoradoperfectamente del cuadro de una ninfa griega. Salander representaba una vidairreal, que le fascinaba, pero que no podía compartir y en la que, de todos modos,ella le prohibiría participar.

En una ocasión, Armanskij estaba tomando algo en una terraza de Stortorget,en Gamla Stan, cuando Lisbeth Salander se acercó andando despreocupadamentey se sentó a una mesa de la parte opuesta del café. La acompañaban tres chicas yun chico, todos vestidos de forma muy similar. Armanskij la contempló concuriosidad. Parecía igual de reservada que en el trabajo, pero lo cierto es queesbozó una ligera sonrisa al oír lo que le contaba una chica de pelo violeta.

Armanskij se preguntaba cómo reaccionaría Salander si un día él sepresentara en el trabajo con el pelo verde, vaqueros desgastados y una chupa decuero toda pintarrajeada y llena de remaches y cremalleras. ¿Le aceptaría como unigual? A lo mejor; daba la sensación de aceptar todo lo de su entorno con la típicaactitud de not my business. Pero lo más probable es que simplemente le sonrieraburlonamente.

En la terraza del café, ella estaba sentada de espaldas a él y no se dio lavuelta ni una sola vez, así que, aparentemente, ignoraba por completo que élestuviera allí. Armanskij se sentía extrañamente molesto ante su presencia ycuando, al cabo de un rato, se levantó para desaparecer imperceptiblemente, derepente ella volvió la cabeza y lo miró de frente, como si todo el tiempo hubierasabido que estaba allí, dentro del radio de alcance de su radar. Su mirada fue tanrepentina que la interpretó como un ataque y, al abandonar la terraza con pasosapresurados, fingió no haberla visto. Ella no lo saludó, pero lo siguió con la vista yhasta que Armanskij dobló la esquina sus ojos no dejaron de abrasarle la espalda.

Lisbeth apenas se reía. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo,Armanskij pareció notar una actitud un poco más relajada por su parte. Tenía unsentido del humor seco —por no decir otra cosa— que, de vez en cuando,producía una torcida e irónica sonrisa.

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A veces Armanskij se sentía tan irritado por su falta de respuesta emocionalque le entraban ganas de agarrarla y sacudiría para traspasar su coraza y ganarsesu amistad o, por lo menos, su respeto.

En una sola ocasión, cuando Lisbeth ya llevaba nueve meses en la empresa,Armanskij intentó hablar de esos sentimientos con ella. Ocurrió una noche dediciembre, durante la fiesta de Navidad de Milton Security; por una vez, él noestaba del todo sobrio. No sucedió nada inadecuado; en realidad, sólo le quisodecir que le caía bien; sobre todo, explicarle que sentía un instinto protector haciaella y que, si alguna vez necesitaba ayuda, siempre podría dirigirse a él con todaconfianza. Incluso hizo ademán de abrazarla. Amistosamente, por supuesto.

Ella se zafó de su torpe abrazo y abandonó la fiesta. Después no apareció porla oficina ni contestó al móvil. Dragan Armanskij vivió su ausencia como unatortura, casi como un castigo personal. No tenía con quién hablar de sussentimientos y, por primera vez, con una claridad aterradora, se dio cuenta delpoder que Lisbeth Salander ejercía sobre él.

Tres semanas después, una noche de enero, ya tarde, en la que Armanskij sehabía quedado en su despacho para revisar el balance anual, Salander volvió.Entró tan imperceptiblemente como un fantasma; de repente, él advirtió que, a dospasos de la puerta, alguien le estaba observando desde la penumbra. Ignorabacuánto tiempo llevaba allí.

—¿Quieres café? —preguntó ella, ofreciéndole una taza de la máquina decafé del comedor. Lo aceptó en silencio y sintió tanto alivio como temor cuandoLisbeth, después de cerrar la puerta con la punta del pie y sentarse en la silla, lomiró directamente a los ojos. Luego le hizo la pregunta prohibida de tal maneraque le resultó imposible desviarla con una broma o evitarla—. Dragan, ¿yo tepongo?

Armanskij se quedó como paralizado mientras buscaba desesperadamenteuna respuesta. Su primer impulso fue negarlo todo con aire ofendido. Luego viosu mirada y se dio cuenta de que, por primera vez, le había hecho una preguntaíntima. Sonaba seria y si intentaba esquivarla con una broma, se lo tomaría comoun insulto personal. Quería hablar con él; Dragan se preguntó cuánto tiempollevaría armándose de valor para soltarle la pregunta. Lentamente, dejó subolígrafo en la mesa y se echó hacia atrás en la silla. Al final, acabó relajándose.

—¿Qué te hace pensar eso? —le preguntó.—Tu modo de mirarme y el de no mirarme. Y las veces que has estado a

punto de extender la mano para tocarme y te has detenido.De repente él sonrió.—Me da la sensación de que me cortarías la mano de un mordisco si te

llegara a poner un dedo encima.Ella no sonrió. Seguía esperando.—Lisbeth, yo soy tu jefe y aunque me sintiera atraído por ti nunca haría

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nada.Ella todavía seguía esperando.—Entre tú y yo: sí, ha habido momentos en los que me he sentido atraído

hacia ti. No puedo explicármelo, pero es así. Por alguna razón que no entiendo tequiero mucho. Pero no me pones.

—Bien. Porque nunca pasará nada entre tú y yo.De repente Armanskij se rió. Por primera vez, Salander le había dicho algo

personal, aunque fuese la respuesta más negativa que un hombre podía oír.Intentaba buscar las palabras adecuadas.

—Lisbeth, entiendo perfectamente que no te interese un viejo de más decincuenta años.

—No me interesa un viejo de más de cincuenta años que es mi jefe —dijo,levantando una mano—. Espera, déjame hablar. A veces eres idiota y un burócratainsoportable, aunque, al mismo tiempo, me pareces un hombre atractivo y... yotambién puedo sentirme... Pero eres mi jefe; además, conozco a tu mujer y quieroconservar este trabajo. Lo más estúpido que podría hacer sería tener un rollocontigo.

Armanskij permaneció callado sin apenas atreverse a respirar.—Soy consciente de lo que has hecho por mí y te estoy muy agradecida.

Aprecio que hayas demostrado estar por encima de tus prejuicios y que me hayasdado una oportunidad. Pero ni te quiero como amante ni eres mi viejo.

Ella se calló. Al cabo de un rato Armanskij suspiró desamparado.—¿Y qué es lo que quieres de mí?—Quiero seguir trabajando para ti. Si te parece bien, claro.Él asintió con la cabeza y luego le contestó de la manera más sincera que

pudo:—Estoy encantado de que trabajes para mí. Pero también quiero que tengas

algún tipo de amistad o de confianza conmigo.Ella asintió en silencio.—No eres alguien que incite a la amistad —le soltó Armanskij de repente. La

notó un poco apesadumbrada pero, aun así, continuó implacablemente—. Ya heentendido que no quieres que nadie se meta en tu vida e intentaré no hacerlo. Pero¿me dejas que te siga teniendo cariño?

Salander lo meditó durante un buen rato, Luego, a modo de respuesta, selevantó, bordeó la mesa y le dio un abrazo. Se quedó totalmente perplejo. Cuandoella lo soltó, cogió su mano y preguntó:

—¿Podemos ser amigos?Ella asintió con un solo movimiento de cabeza.Fue la única vez que le mostró algo de ternura, y la única vez que lo tocó. Un

momento que Armanskij recordaba con mucho cariño.Cuatro años después Salander seguía sin revelarle a Armanskij

prácticamente nada sobre su vida privada ni sobre su pasado. En una ocasiónaplicó sus propios conocimientos en el arte de las «iper» para investigarla

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personalmente. Además, mantuvo una larga conversación con el abogado HolgerPalmgren —quien no pareció sorprenderse al verlo— y lo que descubrió nocontribuyó precisamente a aumentar su confianza en Lisbeth. Nunca jamás locomentó con ella, ni le dio a entender que había estado husmeando en su vidaprivada. Más bien al contrario, ocultó su preocupación y aumentó su nivel dealerta.

Antes de que terminara aquella extraña noche, Salander y Armanskijllegaron a un acuerdo: en el futuro ella haría investigaciones como freelance y él ledaría una pequeña retribución mensual fija, tanto si le encargaba algo como si no.Los verdaderos ingresos estarían en lo que facturara por cada uno de los encargos.Podría trabajar a su manera; a cambio, se comprometía a no hacer nunca nada quelo avergonzara a él o que pudiera involucrar a Milton Security en un escándalo.

Para Armanskij se trataba de una solución práctica que le favorecía a él, a laempresa y a la propia Salander. Redujo el incómodo departamento de IP a unasola persona: un colaborador ya mayor que hacía trabajos rutinarios decentes y seencargaba de comprobar la solvencia de los individuos investigados. Todas lastareas complicadas o dudosas se las dejó a Salander y a unos cuantos freelance queen la práctica —en caso de que hubiera, realmente líos— serían autónomos, demodo que Milton Security no tendría en realidad ninguna responsabilidad sobreellos. Armanskij la contrataba a menudo, así que ella se sacaba un buen sueldo.Podría ganar mucho más, pero sólo trabajaba cuando le apetecía; y si eso no legustaba, que la despidiera.

Armanskij la aceptaba tal y como era, pero no le permitía tratarpersonalmente con los clientes. Hacía escasas excepciones a la regla, y el asuntodel día, desgraciadamente, pertenecía a esa categoría.

Aquel día Lisbeth Salander llevaba una camiseta negra con la cara de un ETcon colmillos y el texto I am also an alien. Una falda negra, rota en el dobladillo, unadesgastada chupa de cuero negra que le llegaba a la cintura, unas fuertes botas dela marca Doc Martens, y calcetines con rayas verdes y rojas hasta la rodilla. Sehabía maquillado en una escala cromática que dejaba adivinar un problema dedaltonismo. En otras palabras, iba bastante más arreglada que de costumbre.

Armanskij suspiró y dirigió la mirada a la tercera persona presente en lahabitación, un cliente con traje clásico y gafas gruesas. El abogado Dirch Frodetenía sesenta y ocho años y había insistido en conocer personalmente al autor delinforme para poder hacerle unas preguntas. Armanskij había intentado impedir elencuentro con evasivas como, por ejemplo, que Salander estaba resfriada, de viajeu ocupadísima con otra misión. Frode contestaba despreocupadamente que noimportaba, que no se trataba de un asunto urgente y que no le molestaba tener queesperar unos cuantos días. Armanskij se maldijo a sí mismo, pero al final no tuvomás remedio que reunirlos a los dos, y ahora el abogado Frode estaba observandoa Lisbeth Salander con los ojos entornados y una manifiesta fascinación. Lisbeth

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Salander le devolvió la mirada airadamente, con una cara que no dejaba entreversentimientos demasiado cálidos.

Armanskij volvió a suspirar, contemplando la carpeta que ella acababa dedepositar encima de su mesa. En la portada se leía el nombre de CARL MIKAEL

BLOMKVIST, seguido de su número de identificación personal, pulcramente escritocon letras de imprenta. Pronunció el nombre en voz alta, de modo que el abogadodespertó de su hechizo y buscó a Armanskij con la mirada.

—Bien, ¿qué es lo que me puede contar de Mikael Blomkvist? —preguntó.—Ésta es la señorita Salander, la autora del informe. —Armanskij dudó un

instante y luego continuó hablando con una sonrisa que, aunque intentaba ser decomplicidad, le salió irremediablemente exculpatoria—. No se deje engañar por sujuventud. Es, sin duda, nuestra mejor investigadora.

—Estoy convencido de que así es —contestó Frode con una voz seca queinsinuaba todo lo contrario—. Cuénteme la conclusión a la que ha llegado.

Resultaba evidente que el abogado Frode no tenía ni idea de cómo tratar aLisbeth Salander y que intentaba encontrar un terreno más familiar dirigiéndole lapregunta a Armanskij, como si ella no se encontrara en el despacho. Salanderaprovechó la ocasión e hizo un gran globo con su chicle. Antes de que Armanskijpudiera contestar, miró a su jefe como si Frode no existiese.

—Pregúntale al cliente si quiere la versión corta o la larga.Frode se dio cuenta enseguida de que había metido la pata. Se produjo un

silencio incómodo y breve; finalmente se dirigió a Lisbeth Salander y, en un tonoamablemente paternal, intentó remediar su error.

—Agradecería que la señorita me hiciera un resumen oral de susconclusiones.

Salander parecía un depredador núbil y malvado que contemplaba laposibilidad de pegarle un bocado a Frode para ver si le servía de almuerzo. Habíatanta hostilidad en su mirada que a Frode le recorrió un escalofrío por la espalda.De repente el rostro de la joven se relajó. Frode se preguntó si la expresión de esosojos habría existido sólo en su imaginación. El inicio de su presentación sonó comoel discurso de un ministro:

—Permítame que empiece por decir que este cometido no ha sidoespecialmente complicado, a excepción de la propia descripción de la tarea,ciertamente bastante imprecisa. Usted quería saber «todo lo que se pudieraaveriguar» sobre él, pero sin especificar si buscaba algo en particular. Por esarazón, el informe se ha efectuado a modo de compendio, incluyendo los hechosmás significativos de su vida. Contiene 193 páginas, pero más de 120 son, enrealidad, copias de artículos escritos por la persona en cuestión, o recortes deprensa en los que ha aparecido. Blomkvist es una persona pública con pocossecretos y no mucho que ocultar.

—Entonces ¿tiene secretos? —preguntó Frode.—Todas las personas ocultan secretos —contestó Lisbeth Salander en un tono

neutro—. Sólo es cuestión de averiguar cuáles son.

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—Soy todo oídos.—Mikael Blomkvist vino al mundo el 18 de enero de 1960; va a cumplir, por

tanto, cuarenta y cuatro años. Nació en Borlänge, pero nunca ha vivido allí. Suspadres, Kurt y Anita Blomkvist, ya fallecidos, rondaban los treinta y cinco añoscuando Mikael nació. Su padre trabajaba como instalador de máquinasindustriales, cosa que le obligaba a viajar con frecuencia. Por lo que he podidoaveriguar, su madre era ama de casa. La familia se trasladó a Estocolmo cuandoMikael empezó el colegio. Tiene una hermana tres años más joven que se llamaAnnika y es abogada. También tiene tíos y primos. ¿Piensas servir ese café?

Las últimas palabras iban dirigidas a Armanskij, quien se apresuró a abrir lacafetera termo que había pedido para la reunión. Le hizo un gesto a Salanderinvitándola a continuar.

—Así que en 1966 la familia se mudó a Estocolmo. Vivían en Lilla Essingen.Al principio, Blomkvist asistió a un colegio de Bromma y luego al instituto debachillerato de Kungsholmen. Sus notas finales no estuvieron mal: 4,9 sobre 5.Hay copias en la carpeta. Durante la época del instituto se dedicó a la música ytocó el bajo en un grupo de rock llamado Bootstrap; sacaron un sencillo que sonóen la radio durante el verano de 1979. Después del instituto trabajó un tiempo enlas taquillas del metro, ahorró algo de dinero y se fue al extranjero. Estuvo fueraun año; al parecer, viajó sobre todo por Asia —India y Tailandia— y se dio unavuelta por Australia. Empezó a estudiar periodismo en Estocolmo a la edad deveintiún años, pero interrumpió los estudios después del primer año para hacer lamili en la Escuela de Infantería de Kiruna, Laponia. Estuvo en una especie decompañía de élite, muy machos todos, de la que salió con 10-9-9, una buenacalificación. Después del servicio militar terminó la carrera de periodismo y desdeentonces ha estado trabajando. ¿Hasta qué punto quiere que entre en detalles?

—Cuente lo que le parezca importante.—De acuerdo. Da la impresión de ser un poco «don Perfecto». Hasta hoy ha

sido un periodista exitoso. Durante los años ochenta realizó numerosassustituciones, primero en la prensa de provincias y luego en Estocolmo. Adjuntouna lista. La consagración le llegó con la historia de la banda de los GolfosApandadores, aquellos atracadores a los que desenmascaró.

—El superdetective Kalle Blomkvist.—Un apodo que odia, lo cual es comprensible. Si alguien me llamara Pippi

Calzaslargas en un titular, le partiría la cara.Le lanzó una mirada asesina a Armanskij. Éste tragó saliva. En más de una

ocasión había pensado que Lisbeth Salander se parecía a Pippi Calzaslargas yagradeció a su buen juicio no haber intentado jamás hacer una broma al respecto.Con el dedo índice le hizo un gesto para que continuara.

—Una fuente afirma que hasta ese momento quería ser reportero criminal y,de hecho, hizo sustituciones como tal en un vespertino, pero lo que le ha dado aconocer ha sido su trabajo como periodista político y económico.Fundamentalmente ha trabajado como freelance; tan sólo tuvo un empleo fijo en un

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vespertino a finales de los años ochenta. Se fue en 1990, cuando participó en lafundación de la revista mensual Millennium. Ésta empezó de maneramanifiestamente independiente, sin el respaldo de una editorial sólida. La tiradaha ido aumentando y hoy en día ronda los veintiún mil ejemplares. La redacciónse encuentra en Götgatan, a sólo unas manzanas de aquí.

—Una revista de izquierdas.—Eso depende de lo que se entienda por izquierdas. Generalmente,

Millennium es considerada una revista crítica con la sociedad, pero seguro que losanarquistas piensan que es una revista pequeñoburguesa de mierda, como Arena uOrdfront, mientras que la Asociación de Estudiantes Moderados probablementecrea que la redacción está compuesta por bolcheviques. No he encontrado nadaque indique que Blomkvist haya participado activamente en política, ni siquieradurante la época más «progre», en sus años de instituto. Durante su época deestudiante en la Escuela Superior de Periodismo vivía con una chica que porentonces colaboraba con los sindicalistas, y que hoy en día es diputada del Partidode Izquierda. Parece ser que el sello izquierdista ha surgido más que nada porquese ha especializado en reveladores reportajes sobre la corrupción y los oscurostrapicheos del mundo empresarial. Ha realizado unos devastadores retratos dedirectores y políticos, bien merecidos sin duda, y ha provocado una serie dedimisiones. Además, muchos de sus textos tuvieron repercusiones legales. Elescándalo más conocido es el caso Arboga, que forzó la dimisión de un político delbloque no socialista y envió a la cárcel a un antiguo contable municipal pormalversación de fondos. Pese a todo, no creo que se pueda considerar la denunciade actividades delictivas como una manifestación de izquierdismo.

—Entiendo lo que quiere decir. ¿Qué más?—Ha escrito dos libros. Uno sobre el caso Arboga y otro sobre periodismo

económico titulado La orden del Temple, que se publicó hace tres años. No he leídoel libro, pero a juzgar por las reseñas parece que fue muy controvertido. Dio lugara numerosos debates en los medios de comunicación.

—¿Y su situación económica? —preguntó Frode.—No es rico, pero tampoco pasa hambre. Las declaraciones de la renta se

adjuntan en el informe. Tiene ahorradas unas doscientas cincuenta mil coronas enel banco, repartidas entre fondos de pensiones y fondos de inversión. Además,dispone de una cuenta de unas cien mil coronas que usa para gastos corrientes,como viajes y cosas así. Es propietario de un apartamento que ha terminado depagar —sesenta y cinco metros cuadrados, en Bellmansgatan— y no tienepréstamos ni deudas pendientes.

Salander levantó un dedo.—Hay otro bien más: un inmueble en la costa, en Sandhamn. Es una caseta

de pescadores de treinta metros cuadrados que ha transformado en vivienda y queestá junto al mar, en medio de la zona más atractiva del pueblo. Por lo visto, fueadquirida por un tío suyo en los años cuarenta, cuando ese tipo de operacionesseguían siendo posibles para los simples mortales; gracias a una herencia, la caseta

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acabó en manos de Blomkvist. Repartieron la herencia de tal modo que la hermanase quedó con el piso de los padres en Lilla Essingen, y Mikael Blomkvist con lacaseta. No sé lo que valdrá hoy en día, sin duda varios millones, pero, en cualquiercaso, no parece dispuesto a venderla porque suele ir a Sandhamn con bastantefrecuencia.

—¿Ingresos?—Como ya he comentado, es copropietario de Millennium, pero no gana más

de doce mil coronas al mes. El resto lo consigue con sus trabajos como freelance, demodo que su salario final es variable. Alcanzó su máximo hace tres años cuandofue contratado por numerosos medios y ganó cerca de cuatrocientas cincuenta mil.El año pasado sólo ingresó ciento veinte mil con sus actividades de freelance.

—Debe pagar una indemnización de ciento cincuenta mil coronas, además delos honorarios del abogado y otras cosas —puntualizó Frode—. Digamos que elcoste final será bastante elevado; eso sin mencionar que carecerá de ingresoscuando tenga que cumplir la sentencia en prisión.

—Eso significa que se va a quedar bastante tieso —sentenció Salander.—¿Se trata de una persona honesta? —preguntó Dirch Frode.—Ése es, por decirlo de alguna manera, su valor seguro. Va dando la imagen

del típico guardián de la moral, insobornable, que se enfrenta al mundoempresarial. Y como tal le invitan con bastante frecuencia a comentar distintosasuntos en la televisión.

—No creo que quede gran cosa de ese valor seguro después de la sentenciade hoy —reflexionó Dirch Frode.

—Debo reconocer que no sé exactamente lo que se exige de un periodista,pero supongo que pasará algún tiempo antes de que el superdetective Blomkvistreciba el Gran Premio de Periodismo. Ha metido la pata hasta el fondo —dijoSalander sobriamente—. Si se me permite una reflexión personal...

Armanskij abrió los ojos de par en par. Durante los años que LisbethSalander llevaba con él, jamás había hecho ni una sola reflexión personal en unainvestigación de estas características. Para ella sólo contaban los hechospuramente objetivos.

—No forma parte de mi investigación estudiar el caso Wennerström, peroseguí el juicio y tengo que admitir que me quedé bastante asombrada. Hay algoraro en el caso y está completamente... out of character. A Mikael Blomkvist no lepega nada publicar una cosa tan surrealista.

Salander se rascó el cuello. Frode se mostró paciente. Mientras, Armanskij sepreguntaba si estaba equivocado o es que Lisbeth no sabía realmente cómocontinuar. La Salander que él conocía no dudaba ni se mostraba insegura jamás.Al final ella pareció decidirse.

—Esto que no conste en acta... No me he metido mucho en el casoWennerström, pero la verdad es que creo que a Kalle Blomkvist... perdón, a MikaelBlomkvist, se la han jugado bien. Pienso que toda esta historia oculta algototalmente diferente a lo que dicta la sentencia.

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Ahora fue Dirch Frode el que se incorporó bruscamente en la silla. Elabogado examinó a Salander con ojos inquisitivos, y Armanskij advirtió que, porprimera vez desde que ella inició su presentación, el cliente mostraba una atenciónque iba más allá de la mera cortesía. Tomó nota mentalmente de que el casoWennerström parecía albergar un especial atractivo para Frode. «Rectifico —pensóArmanskij enseguida—; Frode no estaba interesado en el caso Wennerström: hareaccionado cuando Salander insinuó que a Blomkvist se la jugaron bien.»

—¿Qué quiere decir? —preguntó Frode.—No es más que una simple suposición, pero estoy prácticamente

convencida de que alguien lo ha engañado.—¿Y qué es lo que le hace pensar eso?—Toda la trayectoria profesional de Blomkvist indica que se trata de un

reportero muy prudente. Todas las controvertidas revelaciones que ha publicadoanteriormente han ido acompañadas de una sólida documentación. Un día asistí aljuicio: no argumentó nada en contra, pareció rendirse sin luchar. No casa con sucarácter. Según el tribunal, se ha inventado la historia de Wennerström sin la másmínima prueba y la ha publicado como si fuera un terrorista suicida delperiodismo. Simplemente, no es el estilo de Blomkvist.

—Y según usted, ¿qué es lo que pasó?—No tengo más que conjeturas. Blomkvist creía en su historia, pero algo

debió de suceder mientras tanto y la información resultó ser falsa. Eso significa,además, que su informante era una persona en la que confiaba o que alguien leproporcionó información falsa conscientemente, lo cual me parece demasiadoenrevesado para ser cierto. La otra alternativa es que sufriera amenazas tan seriasque tirara la toalla; prefiere que lo consideren un idiota incompetente antes queplantarles cara y luchar. Pero al fin y al cabo sólo estoy especulando.

Cuando Salander hizo ademán de continuar la presentación, Dirch Frodelevantó la mano. Permaneció callado un rato, tamborileando pensativamente conlos dedos sobre el brazo de la silla, antes de volver a dirigirse a Salander con ciertavacilación.

—Si nosotros la contratáramos para hallar la verdad del caso Wennerström...,¿qué probabilidades habría de que descubriera usted algo?

—No sé qué decir. Tal vez no haya nada.—Pero ¿estaría dispuesta a intentarlo?Ella se encogió de hombros.—No depende de mí. Trabajo para Dragan Armanskij; es él quien decide los

trabajos que debo hacer. También depende del tipo de información que quierausted que encuentre.

—Entonces, permítame que se lo explique de la siguiente manera... Supongoque esta conversación es confidencial, ¿no? —Armanskij asintió con la cabeza—.No conozco nada de este asunto, pero sé, sin lugar a dudas, que Wennerström no

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ha sido honesto en otras ocasiones. El caso Wennerström ha tenido una enormerepercusión en la vida de Mikael Blomkvist y me gustaría averiguar si hay algodetrás de todo esto.

La conversación había tomado un rumbo inesperado y Armanskij se puso enguardia inmediatamente. Lo que Dirch Frode solicitaba era que Milton Security seencargara de remover un juicio penal ya concluido, en el que posiblementeexistiera algún tipo de amenaza ilegal contra Mikael Blomkvist, y, por tanto,Milton corriera el riesgo de colisionar con el ejército de abogados de Wennerström.A Armanskij no le gustaba nada la idea de soltar a Lisbeth Salander en un enredoasí, como un misil de crucero incontrolable.

No se trataba sólo de un gesto de consideración hacia la empresa. Salanderhabía dejado muy claro que no quería que Armanskij ejerciera el papel depadrastro preocupado, y después de su acuerdo se había esforzado en no hacerlo,pero en su fuero interno nunca dejaría de preocuparse por ella. A veces sesorprendía a sí mismo comparando a Salander con sus propias hijas. Seconsideraba un buen padre que no se metía en sus vidas privadas de manerainnecesaria, pero sabía que nunca aceptaría que se comportaran como LisbethSalander, ni que llevaran ese tipo de vida.

En lo más profundo de su corazón croata —o tal vez bosnio o armenio—nunca había podido liberarse de la convicción de que la vida de Salander ibaderecha a una desgracia. Ante sus ojos, ella constituía la víctima perfecta para todoaquel que le deseara el mal y temía la mañana en la que lo despertara la noticia deque alguien le había hecho daño.

—Una investigación así puede llegar a ser muy costosa —dijo Armanskij demodo prudentemente disuasorio con el fin de sondear la seriedad de la solicitudde Frode.

—Bueno, podemos poner un tope —replicó Frode sobriamente—. No pido loimposible, pero resulta evidente que su colaboradora, tal y como me ha aseguradousted, es competente.

—¿Salander? —preguntó Armanskij con una ceja levantada.—De momento no tengo otra cosa.—Vale. Pero quiero que nos pongamos de acuerdo en los procedimientos.

Escuchemos primero el resto del informe.—No son más que detalles de su vida privada. En 1986 se casó con una mujer

llamada Monica Abrahamsson y ese mismo año tuvieron una hija. Se llamaPernilla y tiene dieciséis años. El matrimonio no duró mucho tiempo; sedivorciaron en 1991. Abrahamsson se volvió a casar, pero, por lo visto, siguensiendo amigos. La hija vive con su madre y no ve a su padre muy a menudo.

Frode pidió más café y se dirigió de nuevo a Salander.—Al principio usted dejó caer que todas las personas guardan secretos. ¿Ha

descubierto alguno?

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—Quería decir que todos tenemos cosas que consideramos privadas y que nonos gusta anunciar a bombo y platillo. Al parecer, a Blomkvist le va bastante biencon las mujeres. Ha tenido varias historias de amor y diversas relacionesesporádicas. En resumen: su vida sexual es muy intensa. Sin embargo, hay unapersona constante en su vida con la que mantiene una relación algo extraña.

—¿En qué sentido?—Erika Berger, redactora jefe de Millennium, y él son amantes. Berger es una

chica de clase alta, de madre sueca y padre belga residente en Suecia. Se conocendesde la facultad y desde entonces mantienen una relación más o menos estable,aunque intermitente.

—Quizá no sea tan raro —respondió Frode.—No, puede que no. Pero da la casualidad de que Erika Berger está casada

con el artista Greger Beckman, un tipo famosillo que ha hecho un montón de cosashorribles en locales públicos.

—Así que ella es infiel.—No. Beckman conoce la relación. Se trata de un ménage à trois que, al

parecer, es aceptado por todas las partes implicadas. A veces duerme conBlomkvist y a veces con su marido. No sé muy bien cómo funciona, pero sin dudafue un factor decisivo en la ruptura del matrimonio de Blomkvist conAbrahamsson.

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CAPÍTULO 3Viernes, 20 de diciembre - Sábado, 21 de diciembre

Erika Berger arqueó las cejas al ver a Mikael Blomkvist, ya por la tarde,entrar en la redacción completamente helado. Las oficinas de Millennium seubicaban en Götgatan, justo en lo alto de la cuesta, un piso por encima de la sedede Greenpeace. El alquiler, en realidad, resultaba demasiado caro para la revista,pero, aun así, Erika, Mikael y Christer estuvieron de acuerdo en quedarse con ellocal.

Ella miró su reloj de reojo. Eran las cinco y diez y hacía mucho que era denoche en Estocolmo. Erika lo había estado esperando para comer juntos.

—Perdón —dijo antes de que ella pronunciara una sola palabra—. Me quedésentado leyendo la sentencia y no tenía ganas de hablar. Me fui a dar un largopaseo para pensar.

—He escuchado el veredicto por la radio. «La de TV4» me ha llamado paraque se lo comente.

—¿Y qué le has dicho?—Más o menos lo que acordamos, que vamos a estudiar la sentencia

detenidamente antes de pronunciarnos. O sea, nada. Y mi opinión sigue siendo lamisma: creo que es una estrategia errónea. Ofrecemos una imagen de debilidad yestamos perdiendo el apoyo de los medios de comunicación. Lo más seguro es queesta noche digan algo en la tele.

Blomkvist asintió con cara lúgubre.—¿Cómo estás?Mikael Blomkvist se encogió de hombros y se dejó caer en su sillón favorito,

junto a la ventana del despacho de Erika. El despacho estaba decorado conausteridad; contaba con una mesa de trabajo, unas cuantas estanterías funcionalesy mobiliario barato de oficina, todo adquirido en Ikea a excepción de dos cómodosy extravagantes sillones y una pequeña mesa. «Una concesión a mi educación»,solía decir ella en broma. A veces, cuando no le apetecía estar en la mesa, sesentaba a leer en uno de ellos, con los pies sobre el asiento. Mikael dirigió lamirada a la calle, donde la gente andaba estresada de un lado para otro en laoscuridad. Las compras navideñas estaban llegando a su recta final.

—Supongo que se me pasará, pero ahora mismo me siento como si mehubiesen dado una tremenda paliza.

—Bueno, eso es más o menos lo que ha pasado. Y nos afecta a todos. HoyJanne Dahlman se ha ido pronto a casa.

—Me imagino que no le habrá entusiasmado la sentencia.

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—Ya sabes que no es precisamente una persona muy positiva.Mikael negó con la cabeza Desde haría nueve meses, Janne Dahlman era

secretario de redacción de Millennium. Entró justo cuando empezó el caso,Wennerström de modo que fue a dar con una revista en crisis. Mikael intentabahacer memoria y recordar qué argumentos esgrimieron Erika y él al contratarlo.En efecto, era competente y tenía experiencia —como sustituto— tanto en laagencia TT como en los periódicos vespertinos y en Ekot, el informativoradiofónico. Pero, obviamente, no navegaba bien con el viento en contra. A lolargo de ese año, en más de una ocasión Mikael se había arrepentido, en silencio,de haber empleado a Dahlman, dotado de una enervante capacidad para verlotodo de la manera más negativa posible.

—¿Sabes algo de Christer? —preguntó Mikael sin dejar de mirar la calle.Christer Malm era el jefe de fotografía y de maquetación de Millennium, al

tiempo que copropietario de la revista, junto con Erika y Mikael; en esosmomentos estaba de viaje en el extranjero con su novio.

—Ha llamado. Te manda recuerdos.—Tiene que ser él quien ocupe el puesto de editor jefe.—Venga, Micke, como editor jefe que eres has de contar con encajar algún

que otro golpe. Son gajes del oficio.—Sí, ya lo sé, pero el caso es que soy yo el que escribió el artículo que se

publicó en una revista de la que también soy editor jefe. Eso lo cambia todo. A esose le llama falta de criterio profesional.

Erika Berger sintió que estaba a punto de soltar la preocupación que llevabaacumulando todo el día. Durante las semanas anteriores al juicio, MikaelBlomkvist dio la impresión de estar metido en una nube gris, pero nunca lo habíavisto tan cabizbajo y resignado como ahora, en el momento de la derrota. Ellarodeó la mesa de trabajo, se sentó a horcajadas sobre él y le puso los brazosalrededor del cuello

—Mikael, escucha. Los dos sabemos muy bien qué es lo que ha pasado. Yosoy tan responsable como tú. Tenemos que capear el temporal.

—No hay temporal que capear. La sentencia es un tiro mediático en la nuca.No puedo quedarme como editor jefe de Millennium Se trata de la credibilidad dela revista, de paliar daños. Lo sabes tan bien como yo.

—Si piensas que voy a permitir que asumas la culpa tú sólito, es que durantetodos estos años no has aprendido una mierda sobre mí.

—Sé exactamente como funcionas, Ricky. Tienes una lealtad muy ingenuapara con tus colaboradores Si por ti fuese, seguirías luchando contra los abogadosde Wennerström hasta que tu credibilidad también se perdiera. Tenemos que sermás inteligentes.

—¿Y a ti te parece un plan inteligente dimitir de Millennium y hacer queparezca que yo te he despedido?

—Ya hemos hablado mil veces sobre eso. Que Millennium sobreviva dependeahora sólo de ti. Christer me parece un tío estupendo, pero es un buenazo; y, por

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mucho que sepa sobre fotos y layout, no tiene ni idea de cómo pelearse conmultimillonarios. No es lo suyo. Tengo que desaparecer de Millennium durante untiempo, como editor, reportero y miembro de la junta directiva; tú te haces cargode mi parte. Wennerström sabe perfectamente que no ignoro lo que ha hecho, ymientras yo esté metido en la revista, intentará hundirla. No podemospermitírselo.

—Pero ¿por qué no publicamos lo que ocurrió realmente, pase lo que pase?—Porque no podemos probar una mierda y porque de momento yo no tengo

ninguna credibilidad. Wennerström ha ganado este asalto Y ya está… Déjalo—De acuerdo, te despido. ¿Y qué vas a hacer?—Sólo quiero descansar. No puedo más; estoy muy quemado, como se dice

ahora. Me dedicaré a mí mismo durante un tiempo. Luego ya veremos.Erika puso la cabeza de Mikael contra su pecho y le abrazó con fuerza.

Permanecieron callados durante vanos minutos.—¿Quieres compañía esta noche? —preguntó ella.Mikael Blomkvist asintió.—Bien. Ya he llamado a Greger y le he dicho que pasaré la noche contigo.

La única luz que había en la habitación, reflejada en el vano de la ventana,provenía del alumbrado público de la calle. Hacia las dos de la madrugada Erikase durmió, pero Mikael permaneció despierto contemplando su silueta en lapenumbra. El edredón la cubría hasta la cintura y él observaba cómo sus pechossubían y bajaban lentamente. Estaba relajado y ese nudo de angustia del pechohabía desaparecido. Erika producía ese efecto sobre él. Desde siempre. Y Mikaelera consciente de que ejercía exactamente el mismo efecto sobre ella.

«Veinte años», pensó. Era lo que llevaban juntos. Si por él fuera, seguiríanacostándose, como poco, veinte años más. Nunca habían intentado ocultar lo suyo,ni siquiera cuando provocaba situaciones bastante complicadas respecto a susrelaciones con otras personas. Sabía que sus amigos hablaban de ellospreguntándose qué tipo de historia tenían en realidad; tanto él como Erika dabanrespuestas ambiguas y pasaban de los comentarios

Se conocieron en una fiesta en casa de unos amigos comunes. Estudiabansegundo de periodismo y cada uno tenía una pareja estable. Durante la veladaempezaron a insinuarse el uno al otro. Tal vez, no estaba muy seguro, el flirteoempezara como una broma, pero antes de despedirse ya se habían intercambiadolos números de teléfono. Los dos sabían que acabarían acostándose juntos y, antesde que pasara una semana, llevaron a cabo sus planes a espaldas de susrespectivas parejas.

Mikael estaba convencido de que no se trataba de amor; por lo menos, no deese amor tradicional que te lleva a compartir una vivienda, la hipoteca, el árbol deNavidad y los niños. En alguna ocasión, durante los años ochenta, cuando notenían una pareja a la que respetar, incluso hablaron de irse a vivir juntos. A él le

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habría gustado. Pero Erika siempre se echaba atrás en el último momento. Decíaque no iba a funcionar y que en el caso de enamorarse pondrían en peligro surelación.

Estaban de acuerdo en que lo suyo era puro sexo o, tal vez, incluso unaobsesión sexual. A menudo Mikael se preguntaba si habría en el mundo otramujer capaz de despertarle tanto deseo como Erika. Simplemente, estaban bienjuntos; no había que darle más vueltas. Mantenían una relación que resultaba tanadictiva como la heroína.

A veces se veían tan asiduamente que tenían la sensación de ser una parejaestable; otras veces podían transcurrir semanas, e incluso meses, entre encuentro yencuentro. Pero del mismo modo en que los alcohólicos recaen después de unperíodo de abstinencia, ellos siempre acababan volviendo a por más.

Naturalmente, a la larga, no funcionaba. Una relación así estaba condenadaal sufrimiento. Los dos habían dejado atrás, sin miramientos, promesas rotas yrelaciones traicionadas; el matrimonio de Mikael fracasó porque no podíamantenerse alejado de Erika. Nunca le ocultó su relación con Erika a su mujer,Monica, pero ésta confiaba en que la historia se acabaría al casarse y nacer su hija;además, casi por las mismas fechas Erika se casó con Greger Beckman. Mikaeltambién lo creía así, y durante los primeros años de matrimonio sólo vio a Erikapor razones puramente profesionales. Luego fundaron Millennium. En tan sólouna semana todos los firmes propósitos se vinieron abajo y una noche acabaronhaciendo el amor desenfrenadamente sobre la mesa de trabajo. Comenzó entoncesun período tormentoso para Mikael, quien se debatía entre la voluntad de vivircon su familia y ver crecer a su hija, y su irremediable atracción por Erika, como sino pudiera controlar sus actos, cosa que, como era lógico, podría haber hecho sihubiera querido. Lisbeth Salander tenía razón: fue su constante infidelidad lo queprovocó que Monica lo abandonara.

Por raro que parezca, Greger Beckman aceptaba completamente la relación.Erika siempre había sido sincera con su marido y cuando volvió a liarse conMikael se lo contó de inmediato. Quizá fuera necesario tener alma de artista paraaguantar una cosa así; una persona tan absorta en su propia obra creativa, o tal vezen su propia persona, que no sufriera cuando su esposa pasaba la noche con otrohombre. Incluso organizaban las vacaciones de modo que Erika pudiera irse unasemana o dos con su amante a la casita de Sandhamn. Greger no le caía demasiadobien a Mikael. Nunca entendió el amor que Erika sentía por su marido, pero sealegraba de que éste aceptara que ella podía amar a dos hombres a la vez.

Además, sospechaba que Greger consideraba la relación extramatrimonial desu esposa como la salsa que daba sabor a su propio matrimonio. Pero nuncahablaron del tema.

Mikael no podía conciliar el sueño y a eso de las cuatro se rindió. Fue a lacocina y, una vez más, se puso a leer la sentencia de principio a fin. Volviendo la

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vista atrás, tenía la sensación de que aquel encuentro en Arholma estaba, en ciertomodo, predestinado. Nunca le había quedado claro si Robert Lindberg sacó a laluz los trapicheos de Wennerström sólo para entretenerle con una jugosa historiaentre brindis y brindis, o porque en realidad quería que fuera de dominio público.

Sin saber muy bien por qué, sospechaba que se trataba de lo primero, perotambién podía ser que Robert, por razones personales o profesionales, quisierahacerle daño a Wennerström y simplemente hubiera aprovechado la oportunidadde tener a un periodista a bordo comiendo de su mano. Robert estaba losuficientemente sobrio como para ser capaz, en el momento clave de la historia, delanzarle una mirada fija a Mikael y hacerle pronunciar las palabras mágicas queconvertirían al amigo parlanchín en fuente anónima. Con eso ya le daba igual loque contara; Mikael nunca revelaría la identidad de la fuente.

Una cosa estaba muy clara: si aquel encuentro en Arholma hubiese sidomaquinado por un conspirador con el único objeto de captar la atención deMikael, Robert no podría haberlo hecho mejor. Pero el encuentro fue fruto de lamás pura casualidad.

Robert no era consciente de la magnitud del desprecio que sentía Mikael portipos como Hans-Erik Wennerström. Después de muchos años estudiando el tema,Mikael estaba convencido de que no existía un solo director de banco o empresariocélebre que no fuera también un sinvergüenza.

Mikael nunca había oído hablar de Lisbeth Salander y, afortunadamente paraél, desconocía por completo el informe que ella había presentado a primera horade esa misma mañana; pero si lo hubiese conocido, habría aprobado la afirmaciónde que su odio por esos impresentables empresarios no era una manifestación deradicalismo político de izquierdas. Mikael no carecía de interés por la política,pero contemplaba los «ismos» políticos con la mayor de las reservas. En las únicaselecciones parlamentarias en las que había votado, las de 1982, dio su apoyo a lossocialdemócratas sin mucha convicción, simplemente porque, en su opinión, nadapodía ser peor que otros tres años con Gösta Bohman como ministro de Economíay Thorbjörn Fälldin como primer ministro. O, tal vez, Ola Ullsten. De modo que,sin gran entusiasmo, votó por Olof Palme y, a cambio, se encontró con el asesinatode éste, el escándalo de la empresa armamentística Bofors y el caso Ebbe Carlsson.

El desprecio que Mikael sentía por los periodistas expertos en economía sedebía, a su parecer, a algo tan simple como la moral. Según él, la ecuación erasencilla: un director de banco que, por pura incompetencia, pierde cientos demillones en disparatadas especulaciones no debe conservar su puesto de trabajo.Un empresario que se dedica a negocios con empresas tapadera debe ir al trullo. Eldueño de una inmobiliaria que obliga a los jóvenes a pagar una pasta, en dineronegro, por un cuchitril con retrete en el patio debe ser denunciado y expuesto alescarnio público.

Mikael Blomkvist opinaba que el cometido del periodista económico eravigilar de cerca y desenmascarar a los tiburones financieros que provocaban crisisde intereses y que especulaban con los pequeños ahorros de la gente en

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chanchullos sin sentido de empresas puntocom. Tenía la convicción de que laverdadera misión del periodista consistía en controlar a los empresarios con elmismo empeño inmisericorde con el que los reporteros políticos vigilaban el másmínimo paso en falso de ministros y diputados. A un reportero político nunca se lepasada por la cabeza llevar a los altares al líder de un partido político, y Mikaelera incapaz de comprender por qué tantos periodistas económicos de los mediosde comunicación más importantes del país trataban a unos mediocres mocosos delas finanzas como si fuesen estrellas de rock.

Aquella actitud poco habitual entre los reporteros de economía le habíallevado una y otra vez a sonados enfrentamientos con sus colegas de profesión,entre los cuales William Borg, en particular, se volvió un enemigo irreconciliable.Mikael les plantó cara a sus colegas y los criticó por traicionar su propia misión ybailar al son que tocaban esos mocosos. Bien era cierto que el papel de críticosocial le había otorgado a Mikael cierto estatus y lo había convertido en unpolémico invitado de las tertulias televisivas —era a él a quien llamaban para quediera su opinión cuando se pillaba a algún director ejecutivo cobrando un contratoblindado de mil millones—, pero también le había proporcionado un fiel grupo deenemigos acérrimos.

Le resultó fácil imaginarse la alegría con la que algunas redacciones habríandescorchado champán a lo largo de la noche.

Erika compartía la misma actitud respecto al papel del periodista; ya en lafacultad jugaban con la idea de fundar una revista que tuviera ese perfil. Era lamejor jefa que Mikael podía imaginar: una buena administradora que sabía tratara los colaboradores con cariño y confianza, pero que al mismo tiempo no evitabala confrontación y que, si resultaba necesario, podía tener mano dura. Sobre todomostraba una extrema sensibilidad y mantenía la cabeza fría a la hora de tomardecisiones sobre el contenido de los próximos números de la revista. A menudolas opiniones de ambos diferían, lo cual ocasionaba bastantes discusiones, perotambién había una confianza inquebrantable entre los dos, y juntos formaban unequipo invencible. Él hacía el trabajo duro buscando la historia; ella laempaquetaba y la promocionaba.

Millennium era su proyecto común, pero la revista nunca hubiera sido posiblesin la capacidad que ella tenía para buscar financiación. El chico obrero y la chicade clase alta en perfecta combinación. Erika tenía dinero. Ella misma financió loscimientos de la empresa y persuadió tanto a su padre como a varios amigos paraque invirtieran considerables sumas en el proyecto.

Mikael había pensado muchas veces en los motivos por los que Erika apostópor Millennium. Era, ciertamente, socia mayoritaria y editora jefe de su propiarevista, lo cual le daba el prestigio y la libertad periodística de la que difícilmentepodría haber gozado en otro lugar de trabajo. Pero, a diferencia de Mikael, Erika,tras concluir sus estudios universitarios, se había dedicado a la televisión. Eravaliente, salía descaradamente bien en pantalla y sabía cómo hacerles frente a loscanales de la competencia. Por si fuera poco, tenía buenos contactos en la

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administración. Si hubiera seguido en esa línea, sin duda habría conseguido unpuesto de responsabilidad en alguna cadena televisiva, un trabajoconsiderablemente mejor pagado. Y, sin embargo, optó por abandonarlo todo yconsagrarse a Millennium, un proyecto de alto riesgo que nació en un pequeño ydestartalado sótano en el suburbio de Midsommarkransen, pero que tuvo elsuficiente éxito para permitirse el traslado, a principios de los noventa, al barrio deSödermalm, a unos locales más amplios y agradables sitos en Götgatan.

Erika también había convencido a Christer Malm para asociarse a la revista.Malm era un famoso gay exhibicionista que, junto con su novio, solía abrir su casaa la prensa del corazón y habitualmente aparecía en la sección de «Gente». Elinterés mediático por su persona surgió cuando se fue a vivir con ArnoldMagnusson, conocido como Arn, un actor formado en el Real Teatro Dramáticoque no alcanzó su verdadera consagración popular hasta que se metió en un realityshow para hacer de sí mismo. Desde entonces, Christer y Arn se convirtieron en unculebrón mediático.

A la edad de treinta y seis años, Christer Malm era un fotógrafo profesional yun diseñador muy solicitado que proporcionaba a Millennium un diseño gráficomoderno y atractivo. Tenía una empresa propia, cuyas oficinas estaban en lamisma planta que la redacción de Millennium, y trabajaba en la revista a tiempoparcial, una semana al mes.

Además, Millennium estaba compuesto por dos colaboradores a jornadacompleta, tres a jornada parcial y una persona en prácticas. Se trataba de una deesas revistas cuyo balance nunca cuadraba del todo, pero que tenía prestigio ycolaboradores a los que les encantaba su trabajo.

Millennium no era un negocio lucrativo, pero les daba para pagar gastos, ytanto la tirada como los ingresos por publicidad no dejaban de aumentar. Habíaadquirido fama de revista desvergonzada y fiable en busca de la verdad.

Ahora, con toda probabilidad, la situación cambiaría. Mikael leyó el brevecomunicado de prensa que Erika y él redactaron a primera hora de esa mismatarde y que inmediatamente se convirtió en un teletipo de la agencia TT, yapublicado en la página web de Aftonbladet.

REPORTERO CONDENADOABANDONA MILLENNIUM

Estocolmo (TT) El periodista Mikael Blomkvist abandona el cargo de editorjefe de la revista Millennium, según informa la editora jefe y socia mayoritariaErika Berger.

«Mikael Blomkvist dimite de Millennium por voluntad propia. Se encuentrafatigado después de los dramáticos acontecimientos de los últimos días y necesitaun descanso», ha declarado Erika Berger, quien asume el papel de editora jefe.

Mikael Blomkvist fue uno de los fundadores de la revista Millennium en1990. Erika Berger no cree que el llamado caso Wennerström vaya a afectar alfuturo de la revista «La publicación saldrá, como siempre, el próximo mes —

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manifestó Erika Berger—. Mikael Blomkvist ha sido una pieza clave en eldesarrollo de la revista, pero ya va siendo hora de pasar página.»

Erika Berger ha explicado que considera el caso Wennerström como elresultado de una serie de desafortunadas circunstancias y que lamenta lasmolestias causadas a Hans-Erik Wennerström. Hasta el momento no ha sidoposible contactar con Mikael Blomkvist.

—Me parece horrible —dijo Erika al enviar el comunicado—. La mayoría dela gente va a llegar a la conclusión de que eres un idiota incompetente y yo unahija de puta sin escrúpulos que aprovecha la ocasión para pegarte un tiro en lanuca.

—Teniendo en cuenta los rumores que ya corren sobre nosotros, por lomenos nuestros amigos tendrán algo nuevo sobre lo que cotillear —intentóbromear Mikael. Ella no le vio ninguna gracia.

—No tengo ningún plan B, pero creo que estamos cometiendo un error.—Es la única solución —replicó Mikael—. Si la revista quiebra, todo nuestro

trabajo habrá carecido de sentido. Sabes que ya hemos perdido grandes ingresos.Por cierto, ¿qué pasó con aquella empresa de informática?

Ella suspiró.—Bueno, esta mañana nos han comunicado que no quieren anunciarse en el

número de enero.—Y Wennerström tiene un considerable paquete de acciones en la empresa.

No es ninguna casualidad.—No, pero podemos buscar otros anunciantes. Quizá Wennerström sea un

pez gordo de las finanzas, pero no es el amo del mundo y nosotros tambiéntenemos nuestros contactos.

Mikael puso el brazo alrededor de Erika y la atrajo hacia sí.—Un día le daremos tan fuerte a Hans-Erik Wennerström que hasta Wall

Street temblará. Pero hoy no. Millennium tiene que dejar de ser el centro deatención. No podemos arriesgarnos a que la credibilidad de la revista se vayacompletamente a pique.

—Ya lo sé, pero voy a quedar como una verdadera cabrona y tú tendrás quehacer frente a una situación muy incómoda si fingimos que hay un conflicto entrenosotros.

—Ricky, mientras confiemos el uno en el otro tenemos una oportunidad. Hayque tocar de oído y ya va siendo hora de tocar retirada.

Erika reconoció con desgana que había una triste lógica en sus conclusiones.

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CAPÍTULO 4Lunes, 23 de diciembre - Jueves, 26 de diciembre

Erika pasó todo el fin de semana con Mikael Blomkvist. No abandonaron lacama más que para ir al baño o comer un poco, aunque no sólo hicieron el amor;también pasaron horas y horas acostados pies contra cabeza hablando del futuro,sopesando sus consecuencias, sus posibilidades y sus riesgos. El lunes por lamañana, un día antes de Nochebuena, Erika le dio un beso de despedida —untilthe next time— y volvió a casa, con su marido.

Ese día Mikael lo dedicó, primero, a lavar los platos y a limpiar elapartamento, y luego a dar un paseo hasta la redacción para recoger las cosas desu despacho. No tenía ninguna intención de dejar la revista, pero finalmenteconsiguió convencer a Erika de que, durante un tiempo, era importante manteneralejado a Mikael Blomkvist de Millennium. A partir de ahora pensaba trabajardesde su casa, en Bellmansgatan.

Se encontraba solo en la redacción. Habían cerrado por Navidad y losempleados ya se habían largado. Estaba clasificando y metiendo papeles y librosen una caja de cartón para hacer la mudanza, cuando sonó el teléfono.

—¿Me podría poner con Mikael Blomkvist? —preguntó una vozdesconocida, que sonaba esperanzada al otro lado de la línea.

—Soy yo.—Perdone que le moleste el día antes de Navidad. Mi nombre es Dirch

Frode. —Mikael apuntó, de manera automática, el nombre y la hora—. Soyabogado y represento a un cliente que tiene muchas ganas de hablar con usted.

—Bueno, pues dígale a su cliente que me llame.—Quiero decir que desea conocerle en persona.—De acuerdo, concierte una cita y luego diríjale aquí, a la oficina. Pero debe

darse prisa porque estoy recogiendo mi mesa.—A mi cliente le gustaría mucho que fuera usted quien lo visitara a él.

Reside en Hedestad, a tan sólo tres horas de tren.Mikael dejó de ordenar papeles. Los medios de comunicación tienen la

capacidad de atraer a la gente más chiflada, esa que acude con observaciones eideas de lo más disparatado. Todas las redacciones del mundo reciben llamadas deufólogos, grafólogos, cienciólogos, paranoicos y todo tipo de aficionados a teoríasconspirativas.

En una ocasión Mikael había asistido en la sede de la Asociación CulturalObrera a una conferencia del escritor Karl Alvar Nilsson con motivo delaniversario del asesinato del primer ministro Olof Palme. La conferencia era

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completamente seria y entre el público se encontraban el ex ministro LennartBodstrom y otros viejos amigos de Palme. Pero también se había presentado unnúmero asombrosamente elevado de investigadores aficionados. Entre ellos, unamujer de unos cuarenta años que, durante la obligada sesión de preguntas, cogióel micrófono y luego bajó la voz hasta convertirla en un susurro apenas audible.Eso, ya de por sí, prometía una intervención interesante, de modo que nadie sesorprendió cuando la mujer empezó diciendo: «Sé quién asesinó a Olof Palme».Desde el estrado, los participantes propusieron de forma levemente irónica que sila mujer poseía una información vital, debía proporcionársela cuanto antes a lacomisión investigadora pertinente. La mujer replicó rápidamente con otro susurrocasi inaudible:

—No puedo; ¡resulta demasiado peligroso!Mikael se preguntaba si Dirch Frode no sería uno más de esos iluminados

poseedores de la verdad que tal vez pensaban revelar el recóndito hospitalpsiquiátrico en el que la Säpo, la policía sueca de seguridad, llevaba a caboexperimentos de control mental.

—No realizo visitas a domicilio —contestó lacónicamente.—En ese caso espero convencerle para que haga una excepción. Mi cliente

tiene más de ochenta años y le resultaría muy fatigoso viajar a Estocolmo. Si ustedinsiste, sin duda podríamos pensar en otra cosa, pero la verdad es que seríapreferible que tuviera la amabilidad de...

—¿Quién es su cliente?—Una persona de la que seguramente habrá oído hablar en su trabajo: el

señor Henrik Vanger.Asombrado, Mikael se reclinó en la silla. Henrik Vanger, ¡claro que había

oído hablar de él! Industrial y ex director ejecutivo del Grupo Vanger, otrorasinónimo de serrerías, bosques, minas, acero, industria metalúrgica y textil,producción y exportación... Henrik Vanger fue en su día uno de losverdaderamente grandes; gozaba de la reputación de esos honrados patriarcas dela vieja estirpe que se mantenían firmes contra viento y marea. Junto a personascomo Matts Carlgren, de MoDo, y Hans Werthén, de Electrolux, él era uno de losbastiones de la industria sueca, uno de los peces gordos de la vieja escuela. Lacolumna vertebral de la industria de la sociedad del bienestar de Suecia y todoeso.

Sin embargo, durante los últimos veinticinco años el Grupo Vanger, todavíauna empresa familiar, había sufrido los estragos de los ajustes estructurales, lascrisis bursátiles, la crisis de los tipos de interés, la competencia asiática, ladisminución de la exportación y otras desgracias que, en conjunto, habíanrelegado el nombre de Vanger al pelotón de cola. Hoy en día, la empresa estabadirigida por Martin Vanger, nombre que Mikael asociaba al de un hombre gorditode abundante cabellera que, en alguna ocasión, había salido fugazmente por latele, pero al que no conocía demasiado bien. Henrik Vanger llevaría seguramenteunos veinte años fuera de la escena pública, y Mikael ni siquiera sabía que seguía

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vivo.—¿Por qué quiere verme Henrik Vanger? —fue la pregunta lógica que hizo a

continuación.—Lo siento. Soy el abogado de Henrik Vanger desde hace muchos años, pero

debe ser él mismo quien se lo explique. Sí puedo adelantarle, no obstante, quedesea hablarle de un posible trabajo.

—¿Un trabajo? No tengo la menor intención de ponerme al servicio delGrupo Vanger. ¿Necesitan un secretario de prensa?

—No se trata de ese tipo de empleo. Lo único que puedo decirle es queHenrik Vanger está sumamente ansioso por verle y tratar con usted un asuntoprivado.

—No es usted muy preciso que digamos.—Le pido disculpas. Pero ¿existe alguna posibilidad de convencerle para que

acuda a Hedestad? Naturalmente, correremos con todos los gastos y lerecompensaremos razonablemente.

—Me pilla en mal momento. Estoy muy ocupado... y supongo que habráleído los periódicos estos últimos días.

—¿El asunto Wennerström? —De repente oyó cómo Dirch Frode se reíaahogadamente al otro lado del teléfono—. Pues sí, una historia no del todo exentade cierta gracia. Pero, a decir verdad, ha sido precisamente la atención que hadespertado el juicio lo que ha hecho que Henrik Vanger se fije en usted.

—¿Ah sí? ¿Y cuándo querría verme Henrik Vanger? —preguntó Mikael.—Lo antes posible. Mañana es Nochebuena; supongo que no querrá usted

trabajar. ¿Qué le parece el día después de Navidad? O cualquier otro día entreNavidad y Nochevieja...

—Ya veo que le corre prisa. Lo siento, pero si no me da más pistas sobre lafinalidad de la visita no...

—Puede estar tranquilo; le aseguro que la invitación es completamente seria.Henrik Vanger desea hablar con usted y con nadie más. Quiere ofrecerle, si leinteresa, un trabajo como freelance. Yo sólo soy el mensajero. Los detalles se lostiene que dar él mismo.

—Ésta es una de las llamadas más absurdas que he recibido en muchotiempo. Déjeme que lo piense. ¿Cómo puedo localizarle?

Tras colgar el teléfono, Mikael se quedó sentado contemplando el desordende su mesa. No tenía ni idea de por qué Henrik Vanger quería verle. En realidad, aMikael no le entusiasmaba en absoluto viajar a Hedestad, pero el abogado Frodehabía conseguido despertar su curiosidad.

Encendió el ordenador, entró en Google y buscó las empresas Vanger.Aparecieron cientos de páginas. El Grupo Vanger se hallaba en decadencia, peroseguía saliendo prácticamente a diario en los medios de comunicación. Guardóuna docena de artículos que hacían diferentes análisis de la empresa y luego

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buscó, por este orden, a Dirch Frode, Henrik Vanger y Martin Vanger.Martin Vanger figuraba en numerosas páginas en calidad de actual director

ejecutivo de las empresas Vanger. Los resultados de la búsqueda del abogadoDirch Frode eran escasos y discretos; figuraba como miembro de la junta directivadel club de golf de Hedestad y se le vinculaba al Rotary. Henrik Vanger aparecía,con una sola excepción, en textos que ofrecían un panorama histórico de lasempresas del Grupo Vanger. La excepción la conformaba el breve reportaje que, amodo de felicitación, el periódico local Hedestads-Kuriren le hizo al viejo magnateen su ochenta cumpleaños. Mikael imprimió los textos que le parecieron mássustanciosos y elaboró un dossier de unas cincuenta páginas. Luego terminó derecoger su mesa, cerró las cajas de cartón y, sin saber a ciencia cierta cuándoregresaría —ni siquiera si iba a regresar—, se fue a casa.

Lisbeth Salander pasó la Nochebuena en la residencia Äppelviken deUpplands-Väsby. Como regalos llevaba eau de toilette de Dior y una tarta inglesade Åhléns. Estaba tomando café mientras observaba a una mujer de cuarenta yseis años que, torpemente, intentaba deshacer el nudo del lazo del regalo. Salanderalbergaba una ternura especial en la mirada, pero nunca dejaba de sorprenderleque la extraña mujer que tenía enfrente fuera su madre. Por mucho que lointentara no podía detectar un mínimo parecido ni en el físico ni en lapersonalidad.

Finalmente la madre desistió de su esfuerzo y se quedó mirando el paquetecon aire algo desamparado. No era uno de sus mejores días. Lisbeth Salander leacercó las tijeras que habían estado sobre la mesa, completamente visibles, todo eltiempo, y de repente a la madre se le iluminó la cara como si se despertara en esemismo momento.

—Pensarás que soy tonta.—No, mamá. No eres tonta. Pero la vida es injusta.—¿Has visto a tu hermana?—Hace mucho que no la veo.—Nunca me visita.—Ya lo sé, mamá. A mí tampoco.—¿Trabajas?—Sí, mamá. Me las arreglo muy bien.—¿Dónde vives? Ni siquiera sé dónde vives.—Vivo en tu vieja casa de Lundagatan. Llevo allí años. Me traspasaron el

contrato de alquiler.—A lo mejor este verano quizá pueda hacerte una visita.—Claro que sí. Este verano.Al final, la madre consiguió abrir el regalo y olió encantada el perfume.—Gracias, Camilla —dijo la madre.—Lisbeth. Soy Lisbeth. Camilla es mi hermana.

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La madre se avergonzó. Lisbeth Salander le propuso ir a la sala del televisor.

Mikael Blomkvist aprovechó la hora del programa televisivo navideño delPato Donald para visitar a su hija Pernilla en casa de su ex, Monica, y su nuevomarido, que vivían en un chalé de Sollentuna. Le llevaba unos regalos a Pernilla;Monica y él habían acordado comprarle a la niña un iPod, un mp3 no mucho másgrande que una caja de cerillas donde cabía toda la extensísima colección de discosde Pernilla. Un regalo un poco caro.

El padre y la hija pasaron una hora juntos en la habitación de ella, en laplanta de arriba. La madre de Pernilla y Mikael se divorciaron cuando la niña sólotenía cinco años, de modo que tuvo un nuevo padre a la edad de siete. Mikaelsiguió manteniendo el contacto; Pernilla lo visitaba una vez al mes y veraneabaalgunas semanas en la casita de Sandhamn. No es que Monica hubiera intentadoimpedir el contacto, o que Pernilla no se encontrara a gusto en compañía de supadre; muy al contrario, el tiempo que pasaban juntos era para ambos muyplacentero. Simplemente Mikael había dejado que su hija decidiera la frecuenciacon la que deseaba verle, sobre todo desde que Monica se había vuelto a casar.Durante una época, al inicio de la adolescencia de la niña, el contacto cesó casi porcompleto, pero desde hacía dos años Pernilla quería a ver a su padre más amenudo.

La hija había seguido el juicio con la firme convicción de que su padre teníarazón; era inocente, pero no lo podía probar. Ella le habló de un noviete que teníaen el instituto, en otra clase del mismo curso, y sorprendió a su padre al confesarleque se había hecho miembro de una iglesia local y que se consideraba creyente.Mikael se abstuvo de hacer comentario alguno al respecto.

Lo invitaron a quedarse a cenar, pero se disculpó porque ya había aceptadola invitación de su hermana para pasar la noche con ella y su familia en laurbanización yuppie de Stäket. Por la mañana también había sido invitado acelebrar la Navidad con Erika y su marido en Saltsjöbaden. Declinó la invitacióncon la certeza de que la comprensiva actitud de Greger Beckman hacia lostriángulos amorosos tenía un límite, y no albergaba ningún deseo de averiguardónde se encontraba ese límite. Erika objetó que, en realidad, era su marido el quehabía propuesto invitarle, y se metió con él por no atreverse a participar en un trío.Mikael se rió; Erika sabía que él era un heterosexual de lo más simplón y que laoferta no iba en serio, pero la decisión de no pasar la Nochebuena en compañía delmarido de su amante era inamovible.

Así que llamó a la puerta de la casa de su hermana Annika Blomkvist —ahora Annika Giannini—, donde su marido, de origen italiano, dos niños y medioejército de familiares del marido estaban a punto de cortar el típico jamón asadonavideño. Durante la cena contestó a diferentes preguntas sobre el juicio y recibióuna serie de consejos bienintencionados, pero completamente inútiles.

Sólo la hermana de Mikael se abstuvo de comentar la sentencia, a pesar de

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ser la única de todos los presentes que sabía de leyes. Annika se había sacado lacarrera de derecho con la gorra. Hizo sus prácticas en el tribunal de primerainstancia y luego trabajó como ayudante del fiscal durante algunos años hasta que,junto con un par de amigos, abrió su propio bufete en Kungsholmen. Seespecializó en derecho familiar y, sin que Mikael se diera realmente cuenta decómo ocurrió, su hermana pequeña empezó a aparecer en periódicos y tertulias detelevisión, en calidad de célebre feminista y defensora de los derechos de la mujer.A menudo representaba a mujeres amenazadas o perseguidas por maridos yantiguos novios.

Cuando Mikael estaba ayudando a su hermana a preparar café, ella le pusouna mano sobre el brazo y quiso saber cómo se encontraba. Le confesó que estabahecho mierda.

—La próxima vez, contrata a un abogado de verdad.—Este caso no lo habría ganado ni el mejor abogado del mundo.—¿Qué pasó en realidad?—Ahora no, hermanita; otro día.Antes de volver al salón con la tarta y el café, Annika lo abrazó y le dio un

beso en la mejilla.Sobre las siete de la tarde, Mikael se disculpó y preguntó si podía usar el

teléfono de la cocina. Llamó a Dirch Frode; al otro lado de la línea percibió unmurmullo de voces.

—Feliz Navidad —le dijo Frode—. ¿Se ha decidido?—No tengo nada mejor que hacer y ha conseguido despertar mi curiosidad.

Iré allí pasado mañana, si le parece bien.—Estupendo. Si supiera la satisfacción que me da escuchar su respuesta...

Perdóneme, pero tengo a mis hijos y nietos en casa y apenas consigo oír nada. ¿Lepuedo llamar mañana para acordar la hora?

Antes de que terminara la noche Mikael Blomkvist ya se había arrepentidode su decisión, pero le parecía demasiado complicado volver a llamar paraexcusarse, así que la mañana del 26 de diciembre cogió un tren en dirección alnorte. Tenía carné de conducir, pero nunca le había atraído la idea de comprarseun coche.

Frode estaba en lo cierto: no se trataba de un viaje muy largo. Una vezpasada Uppsala empezó ese rosario de perlas de pequeñas ciudades industrialesque se extiende a lo largo de la costa de Norrland. Hedestad era una de las máspequeñas, a poco más de una hora al norte de Gävle.

La noche anterior había nevado copiosamente. Al apearse del tren el cieloestaba despejado y el aire era gélido. Mikael advirtió enseguida que no llevaba laropa adecuada para protegerse de los rigores del invierno de Norrland. DirchFrode, que ya conocía su aspecto, fue a buscarlo amablemente al andén y seapresuró a conducirlo al cálido interior de un Mercedes. En Hedestad las

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máquinas quitanieves funcionaban a pleno rendimiento, y Frode avanzaba concuidado entre los montones de nieve acumulados en los márgenes de las calles. Lanieve suponía un contraste exótico con Estocolmo, casi como si estuviera en otromundo, y eso que sólo se hallaba a poco más de tres horas de la plaza de Sergel.Mikael miró de reojo al abogado: una cara de facciones angulosas, con escaso peloblanco cortado a cepillo y gruesas gafas sobre una nariz prominente.

—¿Es su primera visita a Hedestad? —preguntó Frode.Mikael asintió.—Es una vieja ciudad industrial con puerto. No es muy grande, sólo tiene

veinticuatro mil habitantes, pero la gente está a gusto aquí. Henrik vive enHedeby, justo en la entrada sur de la ciudad.

—¿Y usted también vive aquí?—Pues sí. Nací en Escania, pero empecé a trabajar para Vanger nada más

licenciarme, en 1962. Soy abogado de empresa, y con los años Henrik y yo noshicimos amigos. En realidad, estoy retirado; Henrik es mi único cliente. Tambiénse ha jubilado, claro, de modo que apenas requiere ya mis servicios.

—Sólo cuando se trata de engatusar a periodistas de maltrecha reputación.—No se subestime. No es usted el único que ha perdido un asalto contra

Hans-Erik Wennerström.Mikael miró de reojo a Frode, sin saber muy bien cómo interpretar lo que

éste acababa de decir.—Esta invitación ¿tiene algo que ver con Wennerström? —preguntó.—No —contestó Frode—. Henrik Vanger no es precisamente muy amigo de

Wennerström, por decirlo de alguna manera, y ha seguido el juicio con muchointerés, pero desea verle a usted a causa de un asunto completamente diferente.

—Que no me quiere comentar.—Que a mí no me incumbe comentar. Lo hemos preparado todo para que

usted pase la noche en casa de Henrik Vanger. Si no le apetece quedarse allí,podemos reservar una habitación en el Stora Hotellet, en la ciudad.

—Bueno, quizá vuelva a Estocolmo esta misma noche.A la entrada de Hedeby todavía no habían pasado las máquinas quitanieves,

razón por la cual Frode avanzaba con mucha dificultad, siguiendo las huellas queotros coches habían dejado en la carretera. Hedeby estaba constituido por unnúcleo de viejas construcciones de madera, al estilo de los antiguos pobladosindustriales del golfo de Botnia. En las inmediaciones, había chalés más modernosy grandes. El viejo pueblo empezaba en el continente y continuaba, una vezpasado un puente, en una isla de accidentado relieve. En la parte continental, allado del puente, se alzaba una pequeña iglesia blanca de piedra; justo enfrente unrótulo luminoso de los de antes rezaba

«Café de Susanne. Panadería y pastelería». Frode siguió todo recto unos cienmetros y luego giró a la izquierda para ir a parar a un patio, limpio de nieve,delante de un edificio de piedra. La casa era demasiado pequeña para llamarlamansión, pero considerablemente más grande que las edificaciones de alrededor.

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No había ninguna duda de que aquello era el dominio del patriarca.—Esta es la Casa Vanger —dijo Dirch Frode—. Solía haber mucha vida y

movimiento aquí, pero hoy en día sólo está habitada por Henrik y un ama dellaves, así que hay cuartos de invitados de sobra.

Bajaron del coche.—La tradición dicta que el que dirija las empresas del Grupo Vanger viva

aquí, pero Martin Vanger quería algo más moderno. Por eso se construyó un chaléen aquella punta de la isla —dijo Frode, señalando hacia el norte.

Mikael recorrió los alrededores con la mirada y se preguntó qué loco impulsole habría llevado a aceptar la invitación del abogado Frode. Estaba decidido avolver a Estocolmo esa misma noche si era posible. Una escalera de piedraconducía a la entrada, cuya puerta se abrió justo cuando Mikael alcanzó el últimopeldaño; en seguida reconoció a Henrik Vanger.

En las fotos de Internet salía más joven, pero se le veía sorprendentementevigoroso para tener ochenta y dos años, un cuerpo fibroso, cara de pocos amigos,la piel curtida, y un voluminoso pelo gris peinado hacia atrás que insinuaba unosgenes nada propensos a la calvicie. Vestía pantalones oscuros bien planchados,camisa blanca y una desgastada chaqueta de punto marrón. Lucía un fino bigote yunas gafas de elegante montura metálica.

—Soy Henrik Vanger —saludó—. Gracias por aceptar mi invitación.—Buenas tardes. Una invitación que me ha sorprendido.—Entra; hace frío. He mandado que te preparen una habitación ¿Quieres

asearte un poco? Cenaremos dentro de un rato. Te presento a Anna Nygren, lamujer que se ocupa de mí.

Mikael estrechó la mano de una mujer de baja estatura y de unos sesentaaños. Ella le cogió el abrigo, se lo colgó en un armario y le ofreció unas zapatillaspara protegerse de las corrientes de aire del suelo.

Mikael le dio las gracias y luego se dirigió a Henrik Vanger:—No sé si me quedaré a cenar. Dependerá de qué vaya este juego.Henrik Vanger intercambió una mirada con Dirch Frode. Existía entre los dos

hombres una complicidad que Mikael no supo interpretar.—Creo que aprovecharé la ocasión para despedirme —dijo Dirch Frode—.

Debo regresar y amansar a mis nietos antes de que me tiren toda la casa abajo.Acto seguido le comentó a Mikael:—Vivo nada más pasar el puente a la derecha; el tercer chalé que hay a

orillas del mar después de la pastelería. Son cinco minutos a pie. Si me necesita, notiene más que llamarme.

Mikael metió la mano en el bolsillo y encendió una grabadora. «¿Paranoico,yo?» No tenía ni idea de lo que deseaba Henrik Vanger, pero después de todo esejaleo con Wennerström quería una documentación exacta de cada una de las cosasraras que le pasaran, y esa repentina invitación a Hedestad pertenecía, sin duda, aesa categoría.

El viejo industrial se despidió de Dirch Frode dándole unas palmadas en el

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hombro, cerró la puerta y centró su interés en Mikael.—En ese caso, quizá deba ir al grano. No se trata de ningún juego. Quiero

hablar contigo, pero la conversación requiere su tiempo. Te ruego que me escucheshasta el final y que no tomes ninguna decisión hasta que haya acabado. Eresperiodista y deseo contratarte para un trabajo de freelance. Anna ha servido el caféarriba, en mi despacho.

Henrik Vanger empezó a subir las escaleras y Mikael lo siguió. Entraron enun despacho alargado, de unos cuarenta metros cuadrados aproximadamente,situado en una de las partes laterales de la casa. Una de las paredes longitudinalesestaba presidida, de arriba abajo, por una librería de unos diez metros de largo,con una magnífica mezcla de literatura de ficción, biografías, libros de historia, decomercio e industria, y numerosas carpetas de tamaño DIN-A4. Los libros estabancolocados sin ningún tipo de orden aparente. Daba la impresión de ser una libreríaque se utilizaba, y Mikael sacó la conclusión de que Henrik Vanger era un granlector. En la pared de enfrente había una mesa de roble de color oscuro, dispuestade modo que el que se sentara allí podía contemplar toda la habitación. La paredde detrás de la mesa albergaba una numerosa colección de cuadros con floresprensadas dispuestos en meticulosas filas.

Desde la fachada lateral, Henrik Vanger tenía vistas al puente y a la iglesia.Junto a la ventana había un tresillo con una mesita, donde Anna había puesto elservicio de café, un termo, pastas y bollos.

Henrik Vanger hizo un gesto a modo de invitación que Mikael fingió noentender; en su lugar se paseó por la sala con curiosidad y examinó primero lalibrería y luego la pared con los cuadros. La mesa de trabajo, sobre la que habíauna pila de papeles, estaba perfectamente limpia y ordenada. En uno de losextremos, la fotografía enmarcada de una chica joven y morena, guapa pero demirada traviesa. «Una joven señorita a punto de volverse peligrosa», pensóMikael. Parecía una foto de primera comunión; casi había perdido el color y dabala impresión de llevar allí muchos años. De repente, Mikael advirtió que HenrikVanger le estaba observando.

—¿Te acuerdas de ella, Mikael?—¿Yo? —preguntó Mikael, levantando las cejas.—Sí, tú la conoces. De hecho, ya has estado antes en esta habitación.Mikael miró a su alrededor y negó con la cabeza.—No, ¿cómo te vas a acordar? Sin embargo, yo conocí a tu padre. Contraté a

Kurt Blomkvist varias veces como instalador y técnico de máquinas durante losaños cincuenta y sesenta. Un hombre inteligente. Intenté convencerlo para quecontinuara sus estudios e hiciera ingeniería. Te pasaste todo el verano de 1963 enesta misma casa, cuando cambiamos toda la maquinaria de la fábrica de papel deHedestad. Resultaba difícil encontrar una vivienda para tu familia, pero losolucionamos dejándoos la casita de madera que está al otro lado del camino.Puedes verla desde aquí.

Henrik Vanger se acercó a la mesa y cogió el retrato.

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—Es Harriet Vanger, la nieta de mi hermano Richard. Ella te cuidó muchasveces durante aquel verano. Tú tenías dos años, a punto de cumplir tres. O quizáya los tuvieras; no me acuerdo. Ella tenía doce.

—Perdóname, pero no guardo ni el más mínimo recuerdo de lo que me estáscontando.

Mikael ni siquiera estaba convencido de que lo que decía Henrik Vangerfuera cierto.

—Lo entiendo. Pero yo sí me acuerdo de ti. Estabas siempre correteando deaquí para allá mientras Harriet te perseguía. Yo podía oír tus gritos cada vez quetropezabas y te caías en algún sitio. Recuerdo que, en una ocasión, te di unjuguete, un tractor amarillo de hojalata con el que yo mismo había jugado de niño,y que te encantaba. Creo que por el color.

De repente, Mikael se quedó helado. Efectivamente, había un tractoramarillo. Cuando se hizo mayor, pasó a decorar una de las estanterías de suhabitación.

—¿Te acuerdas del juguete?—Sí. Puede que te interese saber que aquel tractor todavía existe, está en

Estocolmo, en el museo del juguete de Manatorget. Lo doné hace diez años,cuando estuvieron pidiendo viejos juguetes originales.

—¿De verdad? —Henrik Vanger soltó una carcajada de satisfacción—.Déjame que te enseñe...

Se acercó a la librería y sacó un álbum de fotos de uno de los estantesinferiores. Mikael advirtió que al viejo le costaba agacharse, por lo que tuvo queapoyarse en la librería cuando se volvió a incorporar. Mientras hojeaba el álbum,Henrik Vanger le hizo un gesto a Mikael para que se sentara. Sabía muy bien loque estaba buscando, de modo que en un santiamén puso el álbum encima de lamesita. Señaló con el dedo una fotografía en blanco y negro en la que se veía lasombra del fotógrafo en la parte inferior. En primer plano, un niño rubio conpantalones cortos miraba a la cámara fijamente, algo aturdido y con ciertapreocupación.

—Éste eres tú ese mismo verano. Tus padres están al fondo, sentados en lossillones del jardín. Tu madre tapa parcialmente a Harriet y el chico que seencuentra a la izquierda de tu padre es el hermano de Harriet, Martin Vanger, hoyen día director del Grupo Vanger.

No tuvo ninguna dificultad en reconocer a sus padres. Su hermana estaba encamino, así que el embarazo de su madre resultaba evidente. Contempló lafotografía con sentimientos encontrados mientras Henrik Vanger servía café y leacercaba un plato con bollos.

—Ya sé que tu padre falleció. ¿Tu madre vive aún?—No —contestó Mikael—. Murió hace tres años.—Una mujer simpática. La recuerdo perfectamente.—Sí, pero estoy convencido de que no me has hecho venir hasta aquí para

hablarme de viejos recuerdos familiares.

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—Tienes razón. Llevo varios días preparando lo que voy a decirte, peroahora que, por fin, te tengo delante, no sé muy bien por dónde empezar. Supongoque has leído algo sobre mí antes de aceptar la invitación. Si es así, ya sabrás, sinduda, que en su día ejercí una gran influencia sobre la industria y el mercado detrabajo del país. Hoy no soy más que un viejo que va a morir dentro de poco; mira,la muerte tal vez sea un excelente punto de partida para esta conversación.

Mikael le dio un sorbo al café —¡de puchero!— mientras se preguntabadónde desembocaría la historia.

—Me duelen las caderas y me cuesta dar largos paseos. Algún día tú mismotambién comprobarás cómo los viejos se van quedando sin fuerzas. Yo no tengodemencia senil ni estoy obsesionado con la muerte, pero me encuentro ya en esaedad en la que debo aceptar que mi tiempo se está acabando. Llega una hora en laque uno quiere hacer balance de su vida y concluir las cosas que están a medioterminar. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

Mikael asintió. La voz de Henrik Vanger era firme y clara; a Mikael ya lehabía quedado claro que el anciano hablaba con cordura y no estaba senil.

—Lo que no acabo de entender es qué pinto yo en todo esto —insistió.—Te he pedido que vengas porque quiero que me ayudes con ese balance

final. Me quedan algunas cosas por aclarar.—¿Por qué yo? Quiero decir... ¿qué te hace pensar que yo puedo ayudarte?—Porque cuando empecé a pensar en contratar a alguien, tu nombre salió en

el caso Wennerström. Sabía quién eras. Y quizá también porque te tuve en misrodillas siendo tú un chavalín. —Hizo un gesto de rechazo con la mano—. No, nome malinterpretes. No cuento con que me ayudes por razones sentimentales. Sólote estoy explicando por qué tuve el impulso de contactar precisamente contigo.

Mikael se rió amablemente.—Bueno, me temo que son unas rodillas de las que no me acuerdo muy bien.

Pero ¿cómo sabías que era yo? Eso fue a principios de los años sesenta...—Perdona, no lo has entendido. Os mudasteis a Estocolmo cuando tu padre

consiguió un trabajo como jefe de taller de Zarinders Mekaniska, una de lasmuchas empresas que formaban parte del Grupo Vanger. Fui yo quien lerecomendó para el puesto. No tenía formación, pero yo sabía que valía mucho. Meencontré con él varias veces a lo largo de los años, cuando yo iba a Zarinders poralgún asunto. Tal vez no fuéramos íntimos amigos, pero siempre hablábamos. Laúltima vez que le vi fue un año antes de morir; entonces me contó que te habíanaceptado en la Escuela Superior de Periodismo. Estaba muy orgulloso. Luego,poco después, te hiciste famoso con lo de aquella banda de atracadores y el apodoKalle Blomkvist. Durante todos estos años he seguido tu trayectoria profesional yhe leído muchos de tus artículos. La verdad es que leo Millennium bastante amenudo.

—Vale, de acuerdo. Pero ¿qué es exactamente lo que quieres que yo haga?

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Henrik Vanger bajó la mirada durante un breve momento; luego tomó unsorbo de café, como si necesitara un descanso antes de abordar el verdaderoasunto.

—Mikael, ante todo me gustaría hacer un trato contigo. Quiero que hagasdos cosas. Una es el pretexto y la otra es el verdadero motivo.

—¿Qué tipo de trato?—Te voy a contar una historia en dos partes. La primera parte versa sobre la

familia Vanger. Es el pretexto. Es una historia larga y oscura, pero intentaréatenerme a la verdad sin maquillarla. La segunda parte aborda el asunto en sí.Creo que en ciertos momentos mis palabras te parecerán... una locura. Lo que tepido es que me prestes atención hasta el final, que escuches lo que quiero quehagas y lo que te ofrezco a cambio antes de decidir si aceptas el encargo o no.

Mikael suspiró. Resultaba obvio que Henrik Vanger no tenía ningunaintención de presentar el tema de manera breve y concisa, y permitirle, así, cogerel tren de la tarde. Mikael tuvo el presentimiento de que si llamaba a Dirch Frodepara pedirle que lo llevara a la estación, seguramente le diría que el coche noarrancaba a causa del frío.

Sin duda, el viejo habría dedicado muchas horas a tramar un plan para quemordiera el anzuelo. A Mikael le dio la impresión de que todo lo que habíaocurrido desde que entró en la habitación seguía un guión elaborado deantemano: la sorpresa inicial de que había conocido a Henrik Vanger de niño, lafoto de sus padres en el álbum y la insistencia en el hecho de que Henrik Vanger yel padre de Mikael habían sido amigos, la coba que le estaba dando con eso de quesabía quién era y que llevaba muchos años siguiendo a distancia su carreraperiodística... probablemente todo eso tuviera una parte de verdad, pero, al mismotiempo, se trataba de psicología de lo más elemental. En otras palabras, HenrikVanger era un hábil manipulador; contaba con una dilatada experiencia tratandocon gente bastante más dura de pelar, sobre todo en reuniones con directivoscelebradas a puerta cerrada. No se había convertido en uno de los magnates máspoderosos de Suecia por pura casualidad.

Mikael llegó a la conclusión de que Henrik Vanger quería encargarle algoque probablemente no tuviera ningún interés en hacer. Lo único que quedaba eraaveriguar de qué se trataba y luego declinar la oferta. Y a lo mejor le daría tiempoa coger el tren de la tarde.

—Sorry, no deal —contestó Mikael tras mirar el reloj—. Llevo aquí veinteminutos. Te doy exactamente treinta para que me cuentes lo que quieres. Luegollamaré a un taxi y me iré a casa.

Por un instante, Henrik Vanger abandonó su papel de patriarca bondadoso,y Mikael pudo imaginarse a un industrial sin escrúpulos en sus mejores días,afectado por algún contratiempo u obligado a tratar con algún directivo joven yrebelde. Su boca se torció dibujando una agria sonrisa.

—Vale, de acuerdo.—Es muy sencillo; no hace falta dar tantos rodeos. Explícame qué es lo que

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quieres y déjame decidir si deseo hacerlo o no.—¿Me estás diciendo que si no consigo convencerte en treinta minutos,

tampoco seré capaz de hacerlo en treinta días?—Más o menos.—Ya, pero es que mi historia es larga y complicada.—Abrevia y simplifica. Es lo que hacemos en periodismo. Veintinueve

minutos.Henrik Vanger levantó una mano.—Basta ya. He captado la idea, aunque exagerar nunca es una buena táctica

psicológica. Necesito una persona que pueda investigar y pensar de maneracrítica, pero que también tenga integridad. Creo que tú la tienes... ¡y no te estoyhaciendo la pelota! Un buen periodista debe poseer esas características; leí congran interés tu libro La orden del Temple. Es completamente cierto que te elegíporque conocía a tu padre y porque sé quién eres. Si lo he entendido bien, te handespedido de la revista después del caso Wennerström, o quizá la hayas dejadovoluntariamente. En cualquier caso, eso significa que, de momento, no tienestrabajo, y no hace falta ser muy inteligente para comprender que probablemente teencuentres en una situación económica algo complicada.

—Y has pensado que podrías aprovecharte de mi precaria situación,¿verdad?

—Tal vez sea así. Pero Mikael, ¿puedo seguir llamándote Mikael?, no piensomentirte o inventarme excusas; ya no tengo edad para eso. Si no te gusta lo que tevoy a contar, me puedes mandar a freír espárragos. En ese caso me veré obligado abuscar a otra persona.

—De acuerdo. ¿En qué consiste el trabajo?—¿Cuánto sabes de la familia Vanger?Mikael hizo un gesto con los brazos sin saber muy bien qué contestar.—Bueno, más o menos lo que he podido leer en Internet desde que me llamó

Frode el lunes. En su época, el Grupo Vanger era uno de los grupos industriales demás peso de todo el país, pero hoy en día la empresa se ha vistoconsiderablemente reducida. Martin Vanger es el director ejecutivo. De acuerdo,sé dos o tres cosas más, pero ¿adónde quieres ir a parar?

—Martin es... es una buena persona, pero, en el fondo, es un marinero deagua dulce. Como director ejecutivo de una empresa en crisis no da la talla.Apuesta por la modernización y la especialización, cosa que me parece bien, perole cuesta llevar a buen puerto sus ideas y, lo que es peor, encontrar financiación.Hace veinticinco años el Grupo Vanger era un serio competidor de las empresasWallenberg. Llegamos a tener cuarenta mil empleados en Suecia; generamosempleo e ingresos para todo el país. En la actualidad la mayoría de esos puestosde trabajo está en Corea o Brasil. Hoy contamos con unos diez mil empleados ydentro de uno o dos años, a no ser que Martin levante el vuelo, tal vez bajemos acinco mil, distribuidos, fundamentalmente, en pequeñas fábricas. En otraspalabras: las empresas Vanger están a punto de ser enviadas al vertedero de la

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historia.Mikael asintió con la cabeza; se correspondía más o menos con las

conclusiones que había sacado al leer los textos de Internet.—Las empresas Vanger siguen siendo una de las pocas empresas

estrictamente familiares del país, con una treintena de miembros de la familiacomo socios minoritarios en distinta medida. Algo que siempre ha sido nuestrofuerte, pero también nuestra mayor debilidad.

Henrik Vanger hizo una breve pausa retórica. Luego continuó hablando conuna marcada intensidad en la voz.

—Mikael, luego podrás hacerme las preguntas que quieras, pero ahoracréeme si te digo que odio a la mayoría de los miembros de la familia Vanger. Mifamilia está compuesta en su mayoría por piratas, avaros, tiranos e incompetentes.Dirigí la empresa durante treinta y cinco años, y me vi constantemente envueltoen irreconciliables disputas con los demás miembros de la familia. Ellos eran mismayores enemigos, no el Estado ni las empresas competidoras.

Hizo otra pausa.—Te he dicho que me gustaría encargarte dos cosas. Quiero que escribas una

historia o una biografía de la familia Vanger. Para simplificar la llamaremos «miautobiografía». No será una lectura muy edificante, sino una historia de odio, depeleas familiares y una avaricia desmesurada. Pondré a tu disposición todos misdiarios y archivos. Tendrás acceso libre a mis pensamientos más íntimos y podráspublicar absolutamente toda la mierda que encuentres, sin restricciones. Creo queesta historia hará que Shakespeare parezca un simple cuento para niños.

—¿Por qué?—¿Por qué quiero publicar una escandalosa historia sobre la familia Vanger,

o por qué quiero pedirte a ti que la escribas?—Las dos cosas, supongo.—Sinceramente, no me importa si el libro se publica o no. Pero la verdad es

que sí considero que la historia debe escribirse, aunque sólo entregaras un únicoejemplar a la Biblioteca Real. Quiero que las futuras generaciones tengan acceso ami historia cuando yo muera. Mi motivo es el más simple de todos: la venganza.

—¿De quién quieres vengarte?—No hace falta que me creas, pero he intentado ser honrado, aun siendo

capitalista y líder industrial. Estoy orgulloso del hecho de que mi nombre seasinónimo de un hombre que ha mantenido su palabra y cumplido sus promesas.Nunca me he metido en juegos políticos. Nunca he tenido problemas en negociarcon los sindicatos. Hasta el mismísimo primer ministro Tage Erlander merespetaba en su época. Para mí se trataba de ética; yo era el responsable delsustento de miles de personas y me preocupaban mis empleados. Por raro queparezca, Martin tiene la misma actitud, aunque su personalidad es completamentedistinta. También ha intentado hacer lo correcto. Quizá no lo hayamos conseguidosiempre, pero en general hay pocas cosas de las que me avergüence.

»Desgraciadamente, me temo que Martin y yo constituimos raras

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excepciones en nuestra familia —prosiguió Henrik Vanger—. Las empresasVanger se hallan actualmente en declive por muchas razones, pero una de las másimportantes es la avaricia y el deseo de ganar dinero a muy corto plazo de muchosde mis parientes. Si asumes el encargo, te explicaré exactamente cómo ha actuadomi familia para hundir al Grupo Vanger.

Mikael reflexionó un instante.—Vale. Yo tampoco te voy a mentir. Escribir un libro así me llevaría meses.

No tengo ni ganas ni energía para hacerlo.—Creo que podré convencerte.—Lo dudo. Pero has dicho que se trataba de dos cosas. Éste era el pretexto.

¿Cuál es el verdadero motivo?

Henrik Vanger se levantó, también esta vez con mucho esfuerzo, y cogió lafotografía de Harriet Vanger de la mesa de trabajo. La colocó ante Mikael.

—La razón de ser de la biografía sobre la familia Vanger es que elabores, conojos de periodista, un minucioso retrato de cada uno de sus miembros. Así tendrásla excusa perfecta para hurgar en la historia de la familia. Lo que realmente deseoque hagas es resolver un enigma. Ésa es tu misión.

—¿Un enigma?—Harriet era la meta de mi hermano Richard. Éramos cinco hermanos.

Richard, el mayor, nació en 1907. Yo, el más joven, nací en 1920. No entiendo cómopudo Dios crear a unos hermanos que...

Durante algunos segundos Henrik Vanger perdió el hilo y parecióensimismarse en sus propios pensamientos. Luego se dirigió a Mikael con unanueva determinación en la voz.

—Déjame que te hable de mi hermano Richard Vanger. Será una muestra dela crónica familiar que quiero que redactes.

Se sirvió café y le ofreció más a Mikael.—En 1924, a la edad de diecisiete años, Richard era un fanático nacionalista

que odiaba a los judíos y que se unió a la Asociación Nacionalsocialista Sueca parala Libertad, uno de los primeros grupos nazis del país. ¿No resulta fascinante quelos nazis siempre consigan introducir la palabra «libertad» en su propaganda?

Henrik Vanger sacó otro álbum de fotos y lo hojeó hasta encontrar la páginaque buscaba.

—Aquí está Richard en compañía del veterinario Birger Furugård, que notardó en convertirse en líder del llamado Movimiento Furugård, el granmovimiento nazi de principios de los años treinta. Pero Richard no se quedó conél. Sólo un año después se unió a la OLFS, la Organización de Lucha Fascista deSuecia. Allí conoció a Per Engdahl y a otros individuos que con los años seconvertirían en la vergüenza política del país.

Pasó la página del álbum: Richard Vanger en uniforme.—En 1927 se alistó en el ejército, en contra de la voluntad de nuestro padre, y

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durante los años treinta fue de grupo en grupo por los movimientos nazis del país.Si existía una organización de conspiración enfermiza, puedes estar seguro de quesu nombre se encontraba en la lista de miembros. En 1933 se fundó el movimientoLindholm, o sea, el Partido Obrero Nacionalsocialista. ¿Hasta qué punto estásfamiliarizado con la historia del nazismo sueco?

—No soy historiador, pero he leído algún libro sobre el tema.—En 1939 comenzó la segunda guerra mundial y en 1940 la guerra de

Invierno de Finlandia. Un gran número de activistas del movimiento Lindholm sealistaron como voluntarios. Richard era uno de ellos; a la sazón, capitán delejército sueco. Cayó en el campo de batalla en febrero de 1940, poco antes deltratado de paz con la Unión Soviética. Se convirtió en mártir del movimiento naziy se creó un grupo de lucha que llevaba su nombre. Hoy en día todavía secongregan unos cuantos chalados en un cementerio de Estocolmo en la fecha delaniversario de la muerte de Richard Vanger, para rendirle homenaje.

—Entiendo.—En 1926, a la edad de diecinueve años, salió con una mujer llamada

Margareta, hija de un profesor de Falun. Se conocieron en los círculos políticos ytuvieron una relación de la que nació un hijo, Gottfried, en 1927. Richard se casócon Margareta cuando el niño vino al mundo. Durante la primera mitad de losaños treinta, mi hermano dejó a su esposa y a mi sobrino aquí, en Hedestad,mientras él estaba destinado en el regimiento de Gävle. En su tiempo libre viajabapromocionando el nazismo. En 1936 tuvo un fuerte enfrentamiento con mi padre,quien, como consecuencia de ello, le negó todo tipo de ayuda económica. Despuéstuvo que arreglárselas él sólito. Se trasladó con su familia a Estocolmo, dondevivía con bastante austeridad.

—¿No tenía dinero propio?—La herencia estaba bloqueada en las empresas. No podía vender fuera de la

familia. A eso hay que añadir que Richard, en casa, era un violento tirano conpocos rasgos reconciliadores. Pegaba a su mujer y maltrataba a su hijo. Gottfriedcreció como un chico humillado y sometido a sus órdenes. Tenía trece añoscuando Richard cayó en el campo de batalla; creo que fue el día más feliz de suvida hasta entonces. Mi padre se compadeció de la viuda y el niño y los trajo aquí,a Hedestad; los alojó en un piso y se aseguró de que Margareta tuviera una vidadigna.

»Si Richard representa el lado oscuro y fanático de la familia, Gottfriedencarna al perezoso. Cuando el joven tenía dieciocho años, yo me hice cargo de élporque al fin y al cabo se trataba del hijo de mi hermano muerto, pero debesrecordar que la diferencia de edad entre nosotros no era muy grande. Sólo lesacaba siete años. Ya en aquella época yo formaba parte de la dirección del GrupoVanger y había quedado claro que sucedería a mi padre, mientras que a Gottfriedse le consideraba más bien un extraño en la familia.

Henrik Vanger reflexionó un instante.—Mi padre no sabía muy bien cómo debía comportarse con su nieto y fui yo

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quien insistió en que había que hacer algo. Le di trabajo dentro del Grupo. Eso fuedespués de la guerra. Intentó hacer bien su trabajo, de eso no me cabe duda, perole costaba concentrarse. Era un «viva la Virgen», un donjuán y un juerguista;gustaba a las mujeres y había períodos en los que bebía demasiado. Me resultadifícil describir mis sentimientos hacia él... No era un inútil, pero resultabacualquier cosa menos fiable, y a menudo me decepcionaba profundamente. Conlos años se convirtió en un alcohólico, y en 1965 falleció ahogado en un accidentejusto al otro lado de la isla de Hedeby, donde tenía una cabaña que él mismomandó construir y donde solía acudir para beber.

—Entonces, ¿se trata del padre de Harriet y Martin? —preguntó Mikael,señalando con el dedo el retrato de la mesa. Muy a su pesar tuvo que reconocerque la historia del viejo le empezaba a interesar.

—Correcto. A finales de los años cuarenta, Gottfried conoció a una mujerllamada Isabella Koenig, una niña alemana que vino a parar a Suecia después de laguerra. Isabella era realmente guapa; quiero decir que tenía una bellezadeslumbrante, como la de Greta Garbo o Ingrid Bergman. Sin duda los genes queHarriet ha heredado son más bien de Isabella y no de Gottfried; como puedes veren la fotografía, ya era muy guapa con sólo catorce años.

Los dos contemplaron el retrato.—Permíteme continuar. Isabella nació en 1928 y sigue viva. Cuando tenía

once años estalló la guerra; ya te puedes figurar cómo sería la vida de unaadolescente en Berlín mientras los aviones dejaban caer sus bombas. Me imaginoque al desembarcar en Suecia se sintió como si hubiese llegado al paraíso en laTierra. Desgraciadamente compartía demasiados de los vicios de Gottfried;derrochaba el dinero y estaba de juerga constantemente. A veces, ella y Gottfriedparecían más compañeros de borrachera que esposos. Además, viajaba sin pararpor Suecia y el extranjero y, en general, carecía por completo del sentido de laresponsabilidad. Como es lógico, los niños pagaron las consecuencias. Martinnació en 1948 y Harriet en 1950. Su infancia fue dramática, con una madre que lesabandonaba con frecuencia y un padre que se estaba convirtiendo en unalcohólico.

»En 1958 intervine. Por aquel entonces Gottfried e Isabella vivían enHedestad; les obligué a trasladarse aquí, a Hedeby. Ya estaba harto y decidíintentar romper el círculo vicioso. Martin y Harriet estaban más o menosabandonados a su suerte.

Henrik Vanger miró el reloj.—Mis treinta minutos se acaban, pero ya me voy acercando al final de la

historia. ¿Me concedes una prórroga?Mikael asintió con la cabeza.—Sigue.—En resumen: yo no tenía hijos, un llamativo contraste con los demás

hermanos y miembros de la familia, que parecían obsesionados con la estúpidanecesidad de procrear y perpetuar la saga. Gottfried e Isabella se mudaron aquí,

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pero el matrimonio estaba ya en las últimas. Al cabo de un año, Gottfried setrasladó a su cabaña. Pasaba allí largas temporadas completamente solo y cuandohacía demasiado frío se iba a vivir con Isabella. Yo me encargué de Martin yHarriet; de modo que se convirtieron, en muchos sentidos, en los hijos que nuncatuve.

»Martin era... A decir verdad hubo una época en su juventud durante la cualtemí que siguiera los pasos de su padre. Era débil, introvertido y meditabundo,pero también podía ser encantador y entusiasta. Tuvo una adolescencia difícil,pero se enderezó al empezar la universidad. Es... bueno, a pesar de todo es eldirector ejecutivo de lo que queda del Grupo Vanger, así que tampoco le ha idotan mal.

—¿Y Harriet? —preguntó Mikael.—Harriet se convirtió en la niña de mis ojos. Intenté darle seguridad y que

aumentara la confianza en sí misma, y nos llevábamos muy bien. La veía como mipropia hija y llegamos a tener una relación más estrecha que la que mantenía consus propios padres. ¿Sabes?, Harriet era muy especial; introvertida, como suhermano, y fascinada por la religión durante su adolescencia, a diferencia de todoslos demás miembros de la familia. Poseía un gran talento y era muy inteligente.No sólo tenía moral, sino también firmeza de carácter. Al cumplir catorce o quinceaños, yo ya estaba completamente convencido de que ella, en comparación con suhermano y todos los mediocres primos y sobrinos de mi familia, era la personadestinada a dirigir las empresas Vanger o, por lo menos, a desempeñar en ellas unimportante papel.

—¿Y qué pasó?—Ya hemos llegado a la verdadera razón por la que te quiero contratar.

Quiero que averigües qué miembro de mi familia asesinó a Harriet Vanger y,desde entonces, se ha dedicado durante casi cuarenta años a intentar volvermeloco.

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CAPÍTULO 5Jueves, 26 de diciembre

Por primera vez desde que Henrik Vanger iniciara su monólogo, el viejoconsiguió sorprenderle. Mikael tuvo que pedirle que repitiera lo que acababa dedecir para asegurarse de que lo había entendido bien. En los recortes de prensaque había leído nada parecía insinuar que se hubiese cometido un asesinato en elseno de la familia Vanger.

—Fue el 22 de septiembre de 1966. Harriet tenía dieciséis años y acababa deempezar su segundo año en el instituto. Era sábado y se convirtió en el peor día demi vida. He repasado los acontecimientos de aquella jornada tantas veces que creoque podría dar cuenta minuto a minuto de lo sucedido; de todo menos de lo másimportante.

Con la mano extendida, realizó un amplio gesto, como si barriera el aire.—La mayoría de la familia se encontraba reunida en esta casa. Se trataba de

una de esas detestables cenas anuales en las que los socios del Grupo Vanger sejuntaban para hablar de los negocios familiares. Una tradición que introdujo miabuelo en su día y que, por regla general, originaba aborrecibles reuniones. Latradición se abandonó en los años ochenta, cuando Martin decidió, sin más, quetodos los temas relacionados con la empresa se resolvieran en las reunionesperiódicas de la junta directiva y en la junta general de accionistas. Fue la mejordecisión de su vida. Hace ya veinte años que la familia no se ve para ese tipo deencuentros.

—Has dicho que a Harriet la asesinaron...—Espera. Déjame contarte lo que pasó. Era sábado. Además, se celebraba la

fiesta del Día del Niño y la asociación deportiva de Hedestad había organizado undesfile. Harriet se quedó todo el día en la ciudad para poder verlo con unasamigas del instituto. Regresó a casa poco después de las dos de la tarde; la cenadebía empezar a las cinco y, en principio, ella también iba a participar, al igual quelos demás jóvenes de la familia.

Henrik Vanger se levantó y se acercó a la ventana. Le hizo un gesto a Mikaelpara que se acercara, y señaló con el dedo.

—A las 14.45, unos minutos después de que Harriet volviera a casa, undramático accidente tuvo lugar en el puente. Un hombre llamado GustavAronsson, hermano de un granjero de Östergård (una granja que hay aquí, en laisla), colisionó de frente con un camión cisterna que transportaba fuel-oil. Sucediócuando giraba con su coche para pasar por el puente. Cómo se produjoexactamente el accidente es algo que nunca hemos llegado a entender. Hay buena

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visibilidad en las dos direcciones, pero los dos conducían demasiado deprisa, y loque debería haber sido un simple golpe entre dos vehículos se convirtió en unaverdadera catástrofe. El conductor del camión intentó evitar la colisión yprobablemente giró el volante de manera instintiva. Chocó contra la barandilla yvolcó; el camión se quedó atravesado en diagonal, con la parte trasera colgandofuera del puente... Uno de los barrotes de la barandilla atravesó la cisterna comouna jabalina, y el combustible empezó a salir a chorros. Gustav Aronsson,aprisionado en su coche, no paraba de gritar a causa del profundo dolor. Elconductor del camión también estaba herido, pero consiguió salir por su propiopie.

El viejo hizo una pausa y se volvió a sentar.—En realidad, el accidente no tiene nada que ver con Harriet, aunque, en

cierto sentido, desempeñó un papel significativo. Cuando la gente acudió paraintentar prestar ayuda, se originó un tremendo caos. El peligro de incendio erainminente, de modo que se dio la alarma general. Enseguida llegaron la policía, laambulancia, los bomberos, los medios de comunicación y los curiosos Como esnatural, todos se congregaron al otro lado del puente, en la parte continental; aquí,en la isla, hicimos lo imposible para sacar a Aronsson del vehículo, tarea queresultó endiabladamente difícil. Estaba bien atrapado y gravemente herido.

»Intentamos sacarlo de allí con nuestras propias manos, pero no loconseguimos. Había que cortar o serrar el coche. El problema era que no podíamoshacer nada que provocara una chispa; estábamos en medio de un mar de fuel-oiljunto a un camión cisterna volcado. Si hubiese explotado, nos habría matado atodos. Además, transcurrió mucho tiempo antes de que llegara la ayuda desde elotro lado; el camión bloqueaba completamente el puente, y subir trepando por lascisternas habría sido como pasar por encima de una bomba.

Mikael seguía teniendo la sensación de que el viejo le estaba contando unahistoria cuidadosamente medida y ensayada, con la intención de captar su interés.Pero también admitió que Henrik Vanger era un excelente narrador, con una grancapacidad para mantener en vilo a su auditorio. Sin embargo, no tenía ni idea delrumbo que iba a tomar el relato.

—Lo más significativo del accidente es que el puente estuvo cerrado durantelas siguientes veinticuatro horas. Hasta bien entrada la noche del domingo noconsiguieron quitar todo el combustible, llevarse el camión y volver a abrir elpuente. Durante esas más de veinticuatro horas, la isla de Hedeby estuvoprácticamente aislada del resto del mundo. La única manera de pasar era con labarca de los bomberos, que fue puesta a nuestra disposición para trasladar a lagente desde el puerto deportivo, en esta parte, hasta el viejo puerto pesquero, alotro lado, más allá de la iglesia. Durante muchas horas, la barca sólo la usó elpersonal de rescate, y hasta bien avanzada la noche del sábado no empezaron atrasladar a otras personas. ¿Entiendes lo que eso significa?

Mikael asintió.—Supongo que pasó algo con Harriet aquí en la isla y que el número de

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sospechosos se reduce a las pocas personas que se encontraban aquí. Algo asícomo el misterio de la habitación cerrada en versión isla.

Henrik Vanger sonrió irónicamente.—Mikael, no sabes cuánta razón tienes. Yo también he leído a mi querida

Dorothy Sayers. Los hechos son los siguientes: Harriet llegó aquí más o menos alas dos y diez. Incluyendo a los niños y a los acompañantes que no pertenecían a lafamilia, a lo largo del día llegaron en total cerca de cuarenta invitados. Si a eso lesumamos el personal de servicio y los residentes permanentes, el número asciendea sesenta y cuatro personas. Algunos, los que iban a quedarse a dormir, estabaninstalándose en las casas de alrededor o en las habitaciones de invitados.

»Harriet había vivido con sus padres en una casa al otro lado del camino,pero, como ya te he comentado, ni su padre Gottfried ni su madre Isabella leofrecían estabilidad. Fui testigo de su sufrimiento y de las dificultades que tuvopara concentrarse en los estudios, así que, en 1964, cuando ella tenía catorce años,la dejé mudarse a mi casa. Creo que para Isabella supuso un gran alivio librarse dela responsabilidad de la niña. Le di a Harriet una habitación aquí arriba y pasó enesta casa sus dos últimos años. Por eso vino aquel día. Sabemos que se encontró enel patio con Harald Vanger, uno de mis hermanos mayores, y que intercambiaronunas palabras. Luego subió la escalera y se presentó aquí, en esta habitación, parasaludarme. Me dijo que quería hablar conmigo sobre algo. En ese momento estabacon un par de familiares y no tenía tiempo para ella. Pero parecía tan ansiosa quele prometí que enseguida iría a su habitación. Ella asintió y salió por esa puerta.Fue la última vez que la vi. Unos minutos después se produjo el accidente delpuente y el caos que originó dio al traste con todos los planes del día.

—¿Y cómo murió?—Espera; es más complicado de lo que parece y tengo que contarte toda la

historia en orden cronológico. Al producirse la colisión, la gente dejó lo que estabahaciendo y acudió corriendo al lugar del accidente. Yo... bueno, digamos que yo lodirigí todo y estuve completamente ocupado durante las siguientes horas.Sabemos que Harriet también bajó al puente justo después del choque porquevarias personas la vieron, pero el riesgo de una explosión me obligó a ordenar quese alejaran todos los que no iban a participar en el intento de sacar a Aronsson delcoche. Nos quedamos cinco personas en el lugar del accidente: mi hermanoHarald y yo; un hombre llamado Magnus Nilsson, que trabajaba de braceroconmigo; un obrero de la serrería que se llamaba Sixten Nordlander y que teníauna casa cerca del puerto pesquero; y Jerker Aronsson, un chico de tan sólodieciséis años. En realidad, iba a decirle que se fuera, pero era sobrino delAronsson del coche y pasó en bicicleta de camino a la ciudad apenas unos minutosdespués del accidente.

»Sobre las 14.40 Harriet estuvo aquí, en la cocina. Se tomó un vaso de leche eintercambió unas palabras con la cocinera, una mujer llamada Astrid. Desde laventana vieron todo el alboroto que había en el puente. A las 14.45 Harriet cruzó elpatio. Entre otras personas, fue vista por su madre, Isabella, pero no hablaron.

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Unos minutos después se encontró con Otto Falk, el párroco de la iglesia deHedeby. Por aquel entonces la casa rectoral estaba donde Martin Vanger tiene hoysu chalé, así que el pastor vivía en esta parte del puente. Cuando ocurrió elaccidente, Falk, que había pillado un resfriado, estaba durmiendo; acababan deavisarlo y en ese momento se dirigía hacia el puente. Harriet lo detuvo en elcamino y quiso hablar con él, pero él la despachó pronto y siguióapresuradamente. Otto Falk es la última persona que la vio con vida.

—Pero ¿cómo murió? —insistió Mikael.—No lo sé —contestó Henrik Vanger con gesto atormentado—. Hasta las

cinco de la tarde no conseguimos sacar a Aronsson del coche (sobrevivió, porcierto, a pesar de los daños sufridos), y a eso de las seis se consideró que el riesgode incendio ya había pasado. La isla seguía aislada, pero las cosas empezaban atranquilizarse. Hasta que no nos sentamos a la mesa para cenar, más tarde de loprevisto, sobre las ocho, no descubrimos que faltaba Harriet. Envié a una de susprimas a buscarla a su habitación, pero volvió sin haberla encontrado. No le dimucha importancia; pensé que estaría dando un paseo o que nadie la habríaavisado de que íbamos a empezar a cenar. Durante la noche no tuve más remedioque dedicarme a discutir con la familia. Hasta la mañana siguiente, cuandoIsabella se puso a buscarla, no nos dimos cuenta de que nadie sabía dónde estaba,ni la había visto la tarde anterior.

Hizo un gesto de resignación con los brazos.—Desde ese día, Harriet Vanger continúa desaparecida sin haber dejado el

menor rastro.—¿Desaparecida? —repitió Mikael.—Durante todos estos años no hemos podido encontrar ni un fragmento

microscópico de ella.—Pero si desapareció, ¿cómo puedes saber que alguien la mató?—Entiendo la objeción; pienso igual que tú. Cuando una persona desaparece

sin dejar rastro, puede haber pasado una de estas cuatro cosas: que hayadesaparecido voluntariamente y se mantenga escondida, que haya tenido unaccidente y haya fallecido, que se haya suicidado, o que haya sido víctima de uncrimen. He considerado todas esas posibilidades.

—Pero tú crees que alguien la mató. ¿Por qué?—Porque es la única conclusión plausible —sentenció Henrik Vanger,

alzando un dedo—. Al principio albergué la esperanza de que hubiera huido. Perosegún pasaban los días, todos comprendimos que no era el caso. Quiero decir,¿cómo podría una chica de dieciséis años, procedente de un ambiente bastanteprotegido, arreglárselas sola y permanecer oculta sin ser descubierta, por muy listaque fuera? ¿De dónde sacaría el dinero? Y aunque hubiera conseguido un trabajoen algún sitio, tendría que haberse dado de alta en Hacienda con un domiciliofiscal.

Levantó dos dedos.—Mi siguiente idea fue, naturalmente, que le pasó algo, que sufrió algún

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accidente. ¿Me puedes hacer un favor? Acércate a la mesa y abre el cajón superior.Allí hay un mapa.

Mikael hizo lo que Henrik le pidió y desplegó el mapa encima de la mesa. Laisla de Hedeby era una irregular extensión de tierra de unos tres kilómetros delargo y poco más de kilómetro y medio de ancho en sus extremos más distantes.Una gran parte de la superficie estaba poblada de bosque. Todas las edificacionesse hallaban en las inmediaciones del puente y alrededor del pequeño puertodeportivo; en el otro extremo de la isla había una granja, Östergården, de la quesalió el pobre Aronsson con su coche.

—Recuerda que resultaba imposible abandonar la isla —subrayó HenrikVanger—. Aquí, como en cualquier sitio, uno puede fallecer a causa de unaccidente o ser alcanzado por un rayo, pero ese día no había tormenta. Se puedemorir por la coz de un caballo o, incluso, cayéndose en un pozo o por las grietasde las rocas. Aquí habrá cientos de maneras fortuitas de morir y he pensado en lamayoría de ellas.

Levantó un tercer dedo.—Hay una pega que también vale para la tercera posibilidad: que la chica,

contra toda expectativa, se hubiese suicidado. Pero en alguna parte de estalimitada extensión de tierra tendría que estar el cuerpo. —Henrik Vanger dio ungolpe con la mano en medio del mapa—. Los días que siguieron a su desapariciónorganizamos partidas de búsqueda de cabo a rabo de la isla. Rastreamos cadazanja, cada campo de cultivo, las grietas de cada roca, los hoyos abiertos de cadaárbol caído. Inspeccionamos todos los edificios, las chimeneas, los pozos, losgraneros y los áticos.

El viejo desvió la mirada de Mikael y la dirigió a la oscuridad exterior. Suvoz adquirió un tono más bajo e íntimo.

—La seguí buscando durante el otoño, después de que las batidas seabandonaran y la gente se rindiera. Cuando mi trabajo me lo permitía, dabapaseos de un lado a otro de la isla. Luego, el invierno nos sorprendió sin quehubiéramos hallado el menor rastro de ella. Continué durante la primavera hastaque me di cuenta de lo absurdo de mi búsqueda. Al llegar el verano contraté a treshombres que conocían muy bien el bosque y que volvieron a acometer el rastreocon perros entrenados para descubrir cadáveres. Peinaron sistemáticamente cadametro cuadrado de la isla. A esas alturas ya había empezado a pensar que alguienla habría matado, de modo que los hombres se pusieron a buscar por los sitiosdonde podía estar enterrada. Trabajaron durante tres meses. No encontraron elmás mínimo rastro de Harriet. Como si se la hubiera tragado la tierra.

—Se me ocurren algunas posibilidades más —objetó Mikael.—A ver.—Podría haberse tirado al agua o haberse ahogado por accidente. Esto es una

isla; el mar lo oculta todo.—Es verdad. Pero la probabilidad no es muy grande. Ten en cuenta lo

siguiente: si Harriet sufrió un accidente y se ahogó, lógicamente, debió de haber

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ocurrido en las inmediaciones del pueblo. Recuerda que el incidente del puenteera lo más dramático que vivía Hedeby desde hacía mucho tiempo; no es muyprobable que una chica con la curiosidad propia de su edad se decidiera a dar unpaseo hasta el otro extremo de la isla justo en ese momento.

»Pero hay algo todavía más importante —prosiguió—, y es que las corrientesde agua no son muy fuertes por aquí y que los vientos, en esa época del año,venían del norte o del noreste. Si algo va a parar al mar, acaba saliendo a flote enalgún sitio de la orilla continental, y allí hay casas prácticamente por doquier. Nocreas que no pensamos en esa posibilidad; naturalmente, rastreamos todos lossitios por donde podía haberse metido en el agua. También contraté a unosjóvenes de un club de buceo de Hedestad. Dedicaron aquel verano a peinar losfondos del estrecho y las orillas de punta a punta... Ni rastro. Estoy convencido deque no está en el mar; de ser así la habríamos encontrado.

—¿Y no podría haber sufrido un accidente en otra parte? Es cierto que elpuente estaba cortado, pero no hay mucha distancia hasta el otro lado. Podríahaber pasado nadando o en una barca de remos.

—Esto sucedió a finales de septiembre y el agua estaba tan fría que no creoque Harriet se pusiera a nadar en medio de todo aquel jaleo. Pero si se le hubieseocurrido, no habría pasado desapercibida y habría causado un gran revuelo.Éramos decenas de ojos en el puente, y en la parte continental se agolpaban entredoscientas y trescientas personas a lo largo de la orilla mirando todo aquello.

—¿Y en una barca?—No. Aquel día había exactamente trece barcos en la isla de Hedeby. La

mayoría de los barcos de recreo ya estaba fuera del agua. Abajo, en el puertopequeño, dos barcos Pettersson se encontraban en el mar. Además, había sietebarcas, de las cuales cinco se hallaban ya en tierra. Algo más abajo de la casarectoral, había una barca más en tierra y otra en el agua; y en Ostergården, unalancha motora y una barca. Todos estos barcos están inventariados y permanecíanen su sitio. Si hubiese pasado remando para luego marcharse, lógicamente tendríaque haber dejado la barca en el otro lado.

Henrik Vanger levantó un cuarto dedo.—Así que sólo queda una posibilidad razonable: que Harriet desapareciera

en contra de su voluntad. Alguien la mató y se deshizo del cuerpo.

Lisbeth Salander paso la mañana de Navidad leyendo el controvertido librode Mikael Blomkvist sobre el periodismo económico. La obra, de doscientas diezpáginas, se titulaba La orden del Temple y llevaba el subtítulo Deberes para periodistasde economía que no han aprendido bien su lección. La cubierta, diseñada por ChristerMalm, era muy moderna y mostraba una foto del viejo edificio de la bolsa deEstocolmo, manipulada con Photoshop; contemplándola detenidamente uno sepercataba de que el edificio estaba flotando en el aire. No tenía cimientos.Resultaba difícil imaginarse una portada que indicara los derroteros del libro de

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manera más explícita.Salander constató que Blomkvist poseía un excelente estilo. El libro estaba

redactado de manera directa e interesante; incluso aquellas personas quedesconocieran los entresijos del periodismo económico podrían leerlo con granprovecho. El tono era mordaz y sarcástico, pero, sobre todo, convincente.

El primer capítulo consistía en una especie de declaración de guerra dondeBlomkvist no se mordía la lengua.

Durante los últimos veinte años, los periodistas de economía suecos sehabían convertido en un grupo de incompetentes lacayos que, henchidos por supropia vanidad, carecían del menor atisbo de capacidad crítica. A esta últimaconclusión había llegado a raíz de la gran cantidad de periodistas de economíaque, una y otra vez, sin el más mínimo reparo, se contentaban con reproducir lasdeclaraciones realizadas por los empresarios y los especuladores bursátiles,incluso cuando los datos eran manifiestamente engañosos y erróneos. Enconsecuencia, se trataba de periodistas o tan ingenuos y fáciles de engañar que yadeberían haber sido despedidos de sus puestos, o —lo que sería peor— queconscientemente traicionaban la regla de oro de su propia profesión: la de realizaranálisis críticos para proporcionar al público una información veraz. Blomkvistreconocía que a menudo sentía vergüenza al ser llamado reportero económico, yaque, entonces, corría el riesgo de ser metido en el mismo saco que las personas alas que ni siquiera consideraba periodistas.

Blomkvist comparaba el trabajo de los analistas económicos con el de losperiodistas de sucesos o los corresponsales enviados al extranjero. Se imaginaba elescándalo que se ocasionaría si el periodista de un importante diario que estuvieracubriendo, por ejemplo, el juicio de un asesinato reprodujera las afirmaciones delfiscal sin ponerlas en duda, dándolas automáticamente por verdaderas, sinconsultar a la defensa ni entrevistar a la familia de la víctima, cosa que deberíahaber hecho para formarse su propia idea del asunto. Blomkvist sostenía que lasmismas reglas tenían que aplicarse a los periodistas económicos.

El resto del libro estaba constituido por una serie de pruebas quedemostraban con pelos y señales las acusaciones iniciales. Un largo capítuloexaminaba la información presentada sobre una conocida empresa puntocom enseis de los diarios más importantes, así como en el Finanstidningen y el DagensIndustri, y en el programa televisivo A-ekonomi. Citaba y resumía lo que losreporteros habían dicho y escrito y luego lo contrastaba con la situación real. Aldescribir la evolución de esa empresa, aludía, una y otra vez, a esas sencillaspreguntas que «un periodista serio» habría formulado, pero que la totalidad de losperiodistas económicos había omitido. Una buena estrategia.

Otro de los capítulos trataba sobre la privatización de Telia y su consecuentelanzamiento de acciones. Era la parte más burlesca e irónica de todo el libro, y enella se despellejaba, con nombres y apellidos, a unos cuantos periodistas, entre loscuales un tal William Borg parecía irritar especialmente a Mikael. Otro capítulo, yacasi al final del libro, comparaba la competencia de los reporteros de economía

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suecos con la de los extranjeros. Blomkvist describía cómo los «periodistas serios»del Financial Times, de The Economist y de algunas revistas alemanas de economíahabían informado sobre temas similares en sus respectivos países. La comparaciónno resultaba muy ventajosa para los suecos. El último capítulo contenía unborrador sobre cómo podría remediarse esa penosa situación. Las palabras finalesenlazaban con las del principio.

Si un reportero parlamentario ejerciera su oficio de idéntica manera,rompiendo una lanza a favor de cualquier decisión por absurda que ésta fuese, osi un periodista político se mostrase tan falto de criterio profesional, seríadespedido de inmediato, por lo menos, reasignado a un departamento donde él,o ella, no pudiera ocasionar tanto daño. En el mundo del periodismo económico,sin embargo, la regla de oro de la profesión —hacer un análisis crítico e informarobjetivamente del resultado a sus lectores— no parece tener validez. En su lugar,aquí se le rinde homenaje al sinvergüenza de más éxito. Así se crea también laSuecia del futuro y se mina la última confianza que la gente ha depositado en elgremio periodístico.

Palabras duras, sin pelos en la lengua, y con un tono mordaz. Salanderentendía muy bien el indignado debate que se desencadenó tanto en la revistaJournalisten, de ámbito profesional, como en revistas económicas y en las páginasde opinión y economía de los diarios. Aunque en el libro sólo se mencionaba connombre y apellidos a unos pocos periodistas, Lisbeth Salander suponía que esemundillo era lo suficientemente pequeño para que todos supieran exactamente aquién se refería Mikael cuando citaba a los distintos medios. Blomkvist se granjeóla acérrima enemistad de muchos de sus compañeros de profesión, algo quetambién se reflejó en la docena de comentarios con los que se regocijaron trasconocer la sentencia del caso Wennerström.

Cerró el libro y contempló la foto de la contracubierta: Mikael Blomkvistretratado de perfil. El flequillo rubio le caía de manera algo descuidada sobre lafrente, como si una ráfaga de viento acabara de pasar justo antes de que elfotógrafo disparara, o como si (lo cual resultaba más plausible) Christer Malm, eljefe de fotografía, le hubiese hecho el estilismo. Miraba a la cámara con una sonrisairónica y unos ojos que probablemente pretendieran tener encanto y resultarjuveniles. «Un hombre bastante guapo, rumbo a tres meses de cárcel.»

—Hola, Kalle Blomkvist —dijo en voz alta—. Eres un poco chulo, ¿no?

A la hora de comer, Lisbeth Salander encendió su iBook y abrió el programaEudora de correo electrónico. Escribió el mensaje con una sola y concisa línea:

¿Tienes tiempo?

Firmó como Wasp y envió el correo a la dirección

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<[email protected]>. Por si acaso, pasó la sencilla frase por el programade criptografía PGP.

Luego se puso unos vaqueros negros, unos buenos zapatos de invierno, unjersey grueso de cuello vuelto, una cazadora oscura y unos guantes amarillos delana, que hacían juego con el gorro y la bufanda. Se quitó los piercings de las cejas yde la nariz y se puso un carmín ligeramente rosado. Luego se examinó ante elespejo del cuarto de baño; parecía una viandante cualquiera en un domingocualquiera. Consideró su indumentaria un camuflaje de combate losuficientemente decente como para realizar una incursión más allá de las líneasenemigas. Cogió el metro desde Zinkensdamm hasta Östermalmstorg y echó aandar hacia Strandvägen. Paseaba por la parte central de la alameda mientras ibaleyendo los números de los edificios. Casi a la altura del puente de Djurgården sedetuvo y contempló el portal que estaba buscando. Cruzó la calle y esperó a unosmetros de la puerta.

Constató que la mayoría de la gente que había salido a pasear, desafiando elfrío del 26 de diciembre, andaba por el muelle; sólo unos pocos iban por la acera.

Tuvo que aguardar pacientemente casi media hora antes de que una viejacon bastón, que venía desde el puente, se acercara. La mujer paró y le lanzó unadesconfiada mirada a Salander, quien sonrió con amabilidad y saludó con uncortés movimiento de cabeza. La señora del bastón devolvió el saludo y parecióhacer un esfuerzo mental para identificar a la joven muchacha. Salander dio mediavuelta y se alejó unos pasos de la puerta, andando de un lado para otro, como siestuviera esperando con impaciencia a alguien. Cuando Lisbeth se volvió, la viejaya había alcanzado el portal y estaba marcando meticulosamente el código de lacerradura electrónica. A Salander no le costó nada hacerse con él: 1260. Aguardócinco minutos antes de acercarse al portal. Marcó el número y la cerradura se abriócon un clic. Empujó la puerta y echó un vistazo a la escalera. A unos metros de laentrada había una cámara de vigilancia que ella miró e ignoró; se trataba de unmodelo comercializado por Milton Security que no se activaba hasta que saltara laalarma del inmueble, en caso de robo o atraco. Más adentro, a la izquierda de unascensor muy antiguo, había otra puerta con cerradura de código; probó con el1260 y constató que la combinación válida para el portal también servía para lapuerta que llevaba al sótano y al cuarto de la basura. «¡Qué torpes!» Dedicó tresminutos exactos a estudiar la planta del sótano, donde localizó la lavanderíacomún, con la llave sin echar, y el cuarto para los cubos de la basura. Luego sacóun juego de ganzúas, que había «tomado prestado» del experto en cerraduras deMilton Security, para abrir una puerta cerrada con llave que conducía a lo queparecía ser la sala de reuniones de la comunidad de vecinos. Más hacia el fondodel sótano había una sala de usos múltiples. Al final encontró lo que buscaba: uncuartito que hacía las veces de central eléctrica en el inmueble. Examinó loscontadores, los fusibles y las cajas de derivación; acto seguido, sacó una cámaradigital Canon, del tamaño de un paquete de tabaco. Hizo tres fotos de lo que leinteresaba.

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Al salir echó un rápido vistazo al panel situado junto al ascensor, dondefiguraba el nombre del dueño del piso de la planta superior: Wennerström.

Abandonó el edificio y se fue andando apresuradamente al Museo Nacional,en cuya cafetería entró para calentarse y tomar un café. Al cabo de media horavolvió al barrio de Söder y subió a su casa.

Había recibido un correo de <[email protected]>. Tras descifrar elmensaje con el programa PGP descubrió que la respuesta consistía en un sólonúmero, el 20.

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CAPÍTULO 6Jueves, 26 de diciembre

Hacía ya un buen rato que los treinta minutos fijados por Mikael Blomkvistse habían acabado. Eran las cuatro y media; ya se podía olvidar del tren de latarde. No obstante, todavía le quedaba tiempo para coger el de las nueve y media.Estaba de pie delante de la ventana masajeándose el cuello mientras contemplabala fachada iluminada de la iglesia al otro lado del puente. Henrik Vanger le habíaenseñado un álbum con recortes de periódicos, artículos sobre el suceso tanto de laprensa local como de la nacional. Aquello suscitó un considerable interésmediático durante algún tiempo: chica de conocida familia industrial desaparecesin dejar rastro. Pero el interés se fue desvaneciendo poco a poco ya que noencontraron el cuerpo ni se produjeron avances en las pesquisas. Al cabo de másde treinta y seis años, a pesar de tratarse de una destacada familia industrial, elcaso Harriet Vanger estaba ya más que olvidado. La teoría más aceptada en losartículos de finales de los años sesenta era la que sostenía que se ahogó y fuearrastrada mar adentro por la corriente; una tragedia, pero, al fin y al cabo, algoque podía pasarle a cualquier familia.

Muy a su pesar, Mikael se había quedado fascinado con la historia del viejo,pero cuando Henrik Vanger se disculpó para ir al baño el escepticismo volvió aapoderarse de él. El viejo, sin embargo, aún no había llegado hasta el final, yMikael había prometido escuchar la historia entera.

—Y tú ¿qué crees que le ocurrió? —preguntó a Henrik Vanger cuando ésteregresó a la habitación.

—Normalmente, unas veinticinco personas tenían aquí su residencia fija,pero con motivo de la reunión familiar aquel día se encontraban en la islaalrededor de sesenta. De éstas se pueden eliminar, más o menos, entre veinte yveinticinco. Creo que alguno de los restantes, y muy probablemente miembro dela familia, mató a Harriet y escondió el cuerpo.

—Tengo unas cuantas objeciones.—A ver.—Bueno, una es, por supuesto, que incluso en el caso de que el cuerpo fuera

escondido, y si la búsqueda se llevó a cabo tan minuciosamente como dices,alguien debería haber hallado el cadáver.

—A decir verdad, la investigación fue aún más amplia de lo que te hecontado. Hasta que no contemplé la posibilidad del asesinato no se me ocurriópensar que el cuerpo de Harriet podría haber desaparecido de diferente manera.Lo que te voy a decir ahora no lo puedo demostrar, pero se encuentra, en todo

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caso, dentro de los límites de lo probable.—Bueno, cuéntamelo.—Harriet desapareció sobre las 15.00 horas. A las 14.45 fue vista Por Otto

Falk, el párroco, que se dirigía corriendo al lugar del accidente. Más o menos almismo tiempo se presentó aquí un fotógrafo del periódico local, quien a lo largode la siguiente hora hizo un gran número de fotos del drama. Nosotros —lapolicía, quiero decir— estudiamos los carretes y comprobamos que Harriet noaparecía en ninguna de esas fotografías; en cambio, se veía a todas las demáspersonas que se encontraban en la isla, a excepción de los niños muy pequeños, enuna foto como mínimo.

Henrik Vanger buscó otro álbum de fotos y lo depositó en la mesa, delantede Mikael.

—Éstas son las fotografías de aquel día. La primera se hizo en Hedestaddurante el desfile del Día del Niño. La sacó el mismo fotógrafo aproximadamentea las 13.15, y en ésa sí que se ve a Harriet.

La foto estaba hecha desde la segunda planta del interior de una casa ymostraba una calle por donde el desfile —carrozas con payasos y chicas enbañador— acababa de pasar. En la acera se apretujaban los espectadores. HenrikVanger señaló a una persona de entre la multitud.

—Ésa es Harriet. Faltan aproximadamente dos horas para que desaparezca yestá en la ciudad con unas compañeras de clase. Es la última imagen que tenemosde ella. Pero también hay otra foto interesante.

Henrik Vanger siguió pasando páginas. El resto del álbum contenía más deciento ochenta fotos —seis carretes— del accidente del puente. Después de haberoído la historia, resultaba raro, casi incómodo, verlo todo en forma de nítidasfotografías en blanco y negro. El fotógrafo era un buen profesional que habíaconseguido captar el caos del suceso. Un gran número de fotos se centraba en lasactividades realizadas en torno al camión volcado. Mikael identificó sin problemaa un Henrik Vanger de cuarenta y seis años de edad, empapado de fuel-oil,gesticulando.

—Ése es mi hermano Harald —dijo el viejo, señalando a un hombre conamericana que se inclinaba hacia delante apuntando con el dedo al interior delcoche donde Aronsson estaba atrapado—. Mi hermano Harald es una personadesagradable, pero creo que le podemos descartar de la lista de sospechosos. Aexcepción de un breve instante, cuando tuvo que volver corriendo hasta aquí paracambiarse de zapatos, permaneció en el puente en todo momento.

Henrik Vanger seguía pasando páginas. Las fotos se sucedían: camióncisterna, espectadores en la orilla, restos del coche de Aronsson, fotospanorámicas, fotos indiscretas hechas con teleobjetivo...

—Ésta es la foto de la que te hablaba —dijo Henrik Vanger—. Por lo quehemos podido determinar, se hizo sobre las 15.40 o 15.45; o sea, poco más decuarenta y cinco minutos después de que Harriet se encontrara con el reverendoFalk. Si te fijas en nuestra casa, la ventana central de la segunda planta

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corresponde al cuarto de Harriet. En la foto anterior, la ventana está cerrada. Aquíaparece abierta.

—Eso significa que alguien estuvo en su habitación.—He preguntado a todo el mundo y nadie reconoce haber abierto esa

ventana.—Lo cual quiere decir que lo hizo Harriet en persona, y que a esa hora seguía

viva. O que alguien miente. Pero ¿por qué entraría un asesino en su cuarto paraabrir la ventana? ¿Y por qué iba alguien a mentir sobre eso?

Henrik Vanger negaba con la cabeza. No hallaba ninguna respuesta.—Harriet desapareció en torno a las tres; quizá un poco más tarde. Las fotos

dan una idea de dónde se encontraba la gente a esa hora. Gracias a eso he podidotachar a algunos de la lista de sospechosos. Por la misma razón, una serie depersonas que no salen en las fotos de esa hora deben incluirse en la lista.

—No me has contestado a la pregunta de cómo crees que desapareció elcuerpo. Se me acaba de ocurrir que existe una respuesta obvia; el viejo truco deilusionista de toda la vida.

—De hecho, hay varios modos perfectamente posibles de llevarlo a cabo. Elasesino actuó sobre las tres. Tal vez él, o ella, no usara ningún arma; en tal casoquizá hubiéramos encontrado rastros de sangre. Pienso que Harriet fueestrangulada y que ocurrió aquí, detrás del muro del patio; un lugar que estabafuera del campo de visión del fotógrafo y situado en un ángulo muerto mirandodesde la casa. Si se quiere volver a la Casa Vanger por el camino más corto desdela casa rectoral, donde ella fue vista por última vez, uno tiene que pasarnecesariamente por allí. Hoy hay césped y un pequeño jardín, pero en los añossesenta era un patio de grava que servía de aparcamiento para coches. Lo únicoque tenía que hacer el asesino era abrir el maletero y meter a Harriet dentro.Cuando empezamos la batida al día siguiente, nadie pensó en que se podía habercometido un crimen; nos centramos en la orilla, los edificios y la parte del bosquemás cercana al pueblo.

—O sea, que nadie registró los maleteros de los coches.—Y al día siguiente por la tarde el asesino tuvo vía libre para coger su coche,

cruzar el puente y ocultar el cuerpo en cualquier otro lado.Mikael asintió.—En las mismas narices de todos los que participaron en la batida. Si fue así,

estamos hablando de un cabrón con mucha sangre fría.Henrik Vanger se rió amargamente.—Acabas de hacer una descripción muy acertada de no pocos miembros de

la familia Vanger.

Durante la cena, a las seis, continuaron hablando. Anna les trajo conejo asadocon confitura de grosellas y patatas, todo regado con un vino tinto con muchocuerpo que sirvió Henrik Vanger. A Mikael todavía le quedaba mucho tiempo

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para coger el último tren. «Ya es hora de ir concluyendo», pensó.—Reconozco que me has contado una historia fascinante. Pero sigo sin

entender muy bien por qué.—La verdad es que ya te lo he dicho. Quiero descubrir a la mala bestia que

asesinó a la nieta de mi hermano. Y por eso te quiero contratar.—¿Cómo?Henrik Vanger dejó los cubiertos en el plato.—Mikael: llevo casi treinta y siete años al borde de la locura, dándole vueltas

a lo que le ocurrió a Harriet. A lo largo de los años, he ido dedicando cada vez mástiempo libre a dar con ella. —Se calló, se quitó las gafas y se puso a buscar en laslentes algún rastro invisible de suciedad. Luego levantó la vista y observó aMikael—. Si he de serte completamente sincero, la desaparición de Harriet fue larazón por la que, al cabo de unos años, abandoné el timón de la empresa. Perdí lailusión. Sabía que había un asesino en mi entorno, y todas esas cavilaciones enbusca de la verdad se transformaron en una carga a la hora de realizar mi trabajo.Lo peor es que, con el tiempo, ese peso no se hizo más ligero; todo lo contrario.Alrededor de 1970 pasé por una etapa en la que sólo quería que la gente me dejaraen paz. Por aquel entonces Martin ya había entrado en la junta directiva y dejé queél se ocupara, cada vez más, de mi trabajo. En 1976 me retiré y Martin asumió elcargo de director ejecutivo. Sigo teniendo un puesto en la junta, pero desde quecumplí los cincuenta apenas he dado un palo al agua. Durante los últimos treinta yseis años no ha pasado ni un solo día en el que no haya pensado en la desapariciónde Harriet. Creerás que estoy obsesionado con este tema; eso es, al menos, lo quele parece a la mayoría de mis parientes. Y probablemente sea así.

—Fue algo terrible.—No sólo eso; me ha destrozado la vida. Es un hecho del que estoy cada vez

más convencido a medida que el tiempo va pasando. ¿Te conoces bien a ti mismo?—Bueno, naturalmente, creo que sí.—Yo también. No puedo olvidar lo que pasó. Pero, con los años, mis motivos

han ido cambiando. Al principio tal vez fuera por pura pena. Quería encontrarla y,por lo menos, enterrarla. Necesitaba reparar de algún modo el daño que lepudieran haber hecho a Harriet.

—¿De qué manera han cambiado tus motivos?—Ahora se trata más bien de encontrar a ese maldito monstruo. Pero lo

curioso es que, a medida que me he ido haciendo mayor, se ha convertido en unhobby que lo ha absorbido todo.

—¿Hobby?—Sí, la verdad es que me parece la palabra más apropiada. Cuando la

investigación policial se quedó en agua de borrajas, yo seguí por mi cuenta.Intenté actuar de manera sistemática y científica. Reuní toda la información quepude encontrar: las fotografías, la investigación policial... Apunté todo lo que laspersonas entrevistadas me contaron sobre aquel día. Como puedes ver, hededicado casi la mitad de mi vida a reunir información sobre un solo día.

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—¿Eres consciente de que, después de treinta y seis años, el asesino puedeestar muerto y enterrado?

—No creo.Mikael arqueó las cejas ante esa afirmación tan rotunda.—Terminemos de cenar y volvamos arriba. Falta un detalle para completar

mi historia. El más desconcertante.

Lisbeth Salander aparcó el Corolla automático en la estación de cercanías enSundbyberg. Había tomado prestado el Toyota de Milton Security. No es que lohubiera pedido exactamente, aunque, por otra parte, Armanskij nunca le habíaprohibido expresamente que usara los coches de la empresa. «Tarde o temprano—pensó— tengo que comprarme un coche.» En cambio, poseía una moto: unaKawasaki de 125 centímetros cúbicos, de segunda mano, que usaba en verano.Durante el invierno la guardaba bajo llave en el trastero de su edificio.

Se fue andando a Hogkhntavagen y, a las seis en punto, llamó al telefonillo.Al cabo de unos segundos, la cerradura se abrió con un clic; subió por la escalerahasta el segundo piso y llamó al timbre de la puerta en la que estaba escrito elmodesto apellido Svensson. No tenía ni idea de quién era ese tal Svensson; nisiquiera sabía si existía.

—Hola, Plague —saludó.—¡Wasp! Sólo vienes a verme cuando necesitas algo.El hombre, tres años mayor que Lisbeth Salander, medía 1,89 y pesaba 152

kilos. Ella medía 1,54 y pesaba 42, de modo que siempre se había sentido comouna enana al lado de Plague. Como ya era habitual, el piso estaba a oscuras; la luzde una sola lámpara se colaba hasta el vestíbulo desde el dormitorio que usabapara trabajar. Olía a cerrado y a aire viciado.

—Plague, es porque nunca te duchas y porque aquí dentro huele a tigre. Sisales alguna vez, te recomiendo que compres jabón. Lo venden en el Konsum.

Él sonrió tímidamente pero no contestó y le hizo señas para que loacompañara a la cocina. Una vez dentro, sin encender ninguna luz, se sentó juntoa la mesa. La iluminación procedía fundamentalmente de las farolas de la calle.

—Y no es que yo sea un portento en limpieza, pero sí los cartones vacíos deleche huelen a muerto, los cojo y los tiro y ya está.

—Cobro una pensión por incapacidad mental —replicó él—. Soy unincompetente social.

—Por eso el Estado te dio una vivienda y se olvidó de ti. ¿Nunca tienesmiedo de que los vecinos se quejen y los servicios sociales te hagan unainspección? Podrían llevarte a un manicomio.

—¿Tienes algo para mí?Lisbeth Salander abrió la cremallera del bolsillo de la cazadora y sacó cinco

mil coronas.—Es todo lo que tengo. Es mi propio dinero y, además, como comprenderás,

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no me desgrava como gastos.—¿Qué es lo que quieres?—El manguito del que me hablaste hace un par de meses. ¿Lo has terminado

ya?Él sonrió y le puso un objeto sobre la mesa.—Dime cómo funciona.Durante la hora siguiente, ella escuchó atentamente. Luego probó el

manguito. Puede que Plague fuera un incompetente social. Pero sin duda era ungenio.

Henrik Vanger se detuvo junto a su mesa de trabajo y esperó a que Mikael leprestara de nuevo toda su atención. Éste consultó su reloj.

—Me estabas hablando de un desconcertante detalle.Henrik Vanger asintió.—Nací el 1 de noviembre. Cuando Harriet tenía ocho años me regaló un

cuadro para mi cumpleaños: una flor prensada, con un sencillo marco.Henrik Vanger pasó alrededor de la mesa y señaló la primera flor.

Campanula. Enmarcada de forma poco profesional.—Fue el primer cuadro. Me lo regaló en 1958.Apuntó al siguiente.—1959: Ranúnculo, 1960: Margarita. Se convirtió en una tradición. Harriet

hacía el cuadro durante el verano y luego lo guardaba hasta mi cumpleaños. Losempecé a colgar aquí, en esta pared. En 1966 ella desapareció y entonces latradición se rompió.

Henrik Vanger se calló y señaló un hueco que había en la fila de cuadros. Derepente, Mikael sintió cómo se le ponía el vello de punta. Toda la pared estaballena de flores prensadas.

—En 1967, un año después de que ella desapareciera, recibí esta flor para micumpleaños. Es una violeta.

—¿Cómo la recibiste? —preguntó Mikael en voz baja.—Envuelta en papel de regalo y enviada por correo en un sobre acolchado.

Desde Estocolmo. Sin remitente. Sin mensaje.—¿Quieres decir que...? —Mikael hizo un gesto con la mano señalando los

cuadros.—Eso es. Por mi cumpleaños, todos los malditos años. ¿Entiendes cómo me

siento? Van dirigidos a mí, como si el asesino quisiera torturarme. Me he vueltoloco pensando que Harriet quizá fuese asesinada porque alguien quería llegarhasta mí. No era ningún secreto que Harriet y yo teníamos una relación especial, yque para mí era como una hija.

—¿Qué es lo que quieres que haga? —preguntó Mikael con voz tajante.

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Lisbeth Salander dejó el Corolla en el garaje del edificio de Milton Security yaprovechó para ir al baño de arriba, donde estaban las oficinas. Usó su tarjeta paraentrar y subió directamente a la tercera planta con el fin de no tener que pasar porla entrada principal del segundo piso, donde trabajaban los que estaban deguardia. Se dirigió al baño y luego fue a por un café, a la máquina; una inversiónque hizo Dragan Armanskij al darse cuenta, por fin, de que Lisbeth Salander jamásprepararía café simplemente porque eso era lo que esperaban de ella. Luego entróen su despacho y colgó la cazadora de cuero en una silla.

El despacho era un cubículo de dos por tres metros situado tras una pared decristal. Tenía una mesa con un viejo ordenador Dell, una silla, una papelera, unteléfono y una estantería con unas cuantas guías telefónicas y tres cuadernosvacíos. Los dos cajones de la mesa contenían unos bolígrafos ya secos, clips y uncuaderno. En la ventana había una planta muerta, con las hojas marrones, yamarchitas. Lisbeth Salander observó pensativa la flor, como si fuese la primera vezque la veía. Acto seguido, la tiró a la papelera con decisión.

Raramente pasaba por su despacho; tal vez media docena de veces al año,principalmente cuando necesitaba estar sola para darle los últimos retoques aalgún informe antes de entregarlo. Dragan Armanskij había insistido en que ellatuviera su propio espacio. Lo justificó diciendo que, de este modo, Lisbeth, aunquetrabajara como freelance, se sentiría parte de la empresa. Lo que ella sospechaba eraque así Dragan Armanskij podía vigilarla y meterse en sus asuntos personales. Alprincipio la instalaron un poco más allá, aunque en el mismo pasillo, en undespacho más grande que debía compartir con un colega; pero como ella nuncaestaba allí, Dragan optó, finalmente, por trasladarla a ese cuchitril que nadieusaba.

Lisbeth Salander sacó el manguito que le había dado Plague. Lo dejó en lamesa, frente a ella, y lo contempló absorta mientras se mordía el labio inferior.

Eran más de las once de la noche y se hallaba sola en la planta. De repente lainvadió un gran aburrimiento.

Al cabo de un rato se levantó y se fue hasta el final del pasillo, donde intentóabrir la puerta del despacho de Dragan Armanskij. Cerrada con llave. Miró a sualrededor. La probabilidad de que alguien apareciera por allí cerca de medianocheel día 26 de diciembre era prácticamente inexistente. Abrió la puerta con una copiapirata de la llave maestra de la empresa que ella misma se había molestado enhacer unos años atrás.

El despacho de Armanskij era espacioso; tenía una mesa de trabajo, unascuantas sillas y, en un rincón, una pequeña mesa de reuniones con capacidad paraocho personas. Todo impolutamente limpio. Hacía mucho tiempo que ella nofisgoneaba en su despacho, y ya que estaba allí... Se pasó una hora entera en lamesa poniéndose al día en diferentes asuntos: la búsqueda de un posible espíaindustrial, los colegas infiltrados under cover en una empresa donde actuaba unabanda organizada de ladrones, así como las medidas adoptadas, con el mayor delos secretos, para proteger a una clienta que temía que sus hijos fueran raptados

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por el padre.Al final colocó todos los papeles exactamente como los había encontrado,

cerró con llave la puerta del despacho de Armanskij y se fue andando hasta sucasa, en Lundagatan. Se sentía satisfecha de su día.

Mikael Blomkvist volvió a negar con la cabeza. Henrik Vanger se habíasentado tras su mesa de trabajo y contemplaba a Mikael con una mirada tranquila,como si ya estuviera preparado para todas sus objeciones.

—No sé si algún día nos enteraremos de la verdad, pero no quiero morir sinrealizar un último intento —dijo el viejo—. Simplemente, quiero contratarte paraque revises todo el material una vez más.

—Eso es una locura —exclamó Mikael.—¿Una locura? ¿Por qué?—Ya he oído bastante. Henrik, entiendo tu dolor, pero también te voy a ser

sincero: lo que me pides es un derroche de tiempo y de dinero. Me pides queencuentre, como por arte de magia, la solución a un misterio en el que llevanfracasando, durante años y años, detectives de la policía criminal y otrosinvestigadores profesionales que han contado con los mejores recursosdisponibles. Me pides que resuelva un crimen que se cometió hace casi cuarentaaños. ¿Cómo podría hacer una cosa así?

—No hemos hablado de tu remuneración —replicó Henrik Vanger.—No es necesario.—Si dices que no, no te puedo obligar. Pero escucha lo que te ofrezco. Dirch

Frode ya ha redactado un contrato. Podemos negociar los detalles, pero lascláusulas son sencillas y lo único que falta es tu firma.

—Henrik, nada de esto tiene sentido. No puedo resolver el enigma de ladesaparición de Harriet.

—Según el contrato, no hará falta. Lo único que te pido es que hagas todo loque esté en tus manos. Si fracasas, será la voluntad de Dios o, si no eres creyente,del destino.

Mikael suspiró. Había empezado a sentirse cada vez más incómodo y queríaterminar la visita a Hedeby, pero aun así claudicó.

—Vale. Te escucho.—Quiero que te quedes en Hedeby un año; que vivas y trabajes aquí. Quiero

que repases toda la documentación que hay sobre la desaparición de Harriet, foliopor folio. Quiero que unos nuevos ojos lo examinen todo. Quiero que pongas enduda todas las viejas conclusiones, al igual que haría un periodista deinvestigación. Quiero que busques cosas que quizá a la policía, a mí y a otrosdetectives se nos hayan pasado por alto.

—Me pides que abandone toda mi vida y mi carrera para dedicarme un añoentero a algo que es una total pérdida de tiempo.

De repente Henrik Vanger sonrió.

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—Por lo que respecta a tu carrera profesional, tienes que admitir que está enun momento bastante flojo.

Mikael no supo qué replicar.—Quiero comprar un año de tu vida. Un trabajo. El sueldo es la mejor oferta

que te harán jamás. Te pago doscientas mil coronas al mes, o sea, dos milcuatrocientas coronas si aceptas y te quedas todo el año.

Mikael se quedó de piedra.—No me hago ilusiones. Sé que la probabilidad de que tengas éxito es

mínima, pero si, contra todo pronóstico, resolvieras el enigma, te ofrezco unabonificación: el doble, o sea, cuatro mil ochocientas coronas. Seamos generosos yredondeemos; lo dejamos en cinco millones. —Henrik Vanger se acomodó en lasilla y ladeó la cabeza—. Puedo ingresarte el dinero en la cuenta que quieras decualquier parte del mundo. También te lo puedo dar en un maletín, así que serácosa tuya si quieres declarar los ingresos a Hacienda.

—Esto es... absurdo —tartamudeó Mikael.—¿Por qué? —preguntó Henrik Vanger con una gran tranquilidad—. Tengo

más de ochenta años y sigo en plena posesión de mis facultades. Tengo unafortuna personal muy grande de la que dispongo como quiero. No tengo hijos niganas de dar el dinero a unos familiares a los que odio. Ya he redactado mitestamento; la mayoría del dinero lo donaré a WWF. Unas pocas personascercanas a mí recibirán una buena suma, por ejemplo Anna, mi ama de llaves.

Mikael negaba con la cabeza.—Procura entenderme. Soy viejo y dentro de poco estaré muerto. No hay

nada que desee más en el mundo que responder a la pregunta que me llevatorturando durante casi cuarenta años. No creo que lo logre nunca, pero tengo lossuficientes medios como para intentarlo por última vez. ¿Por qué iba a ser absurdoque empleara una parte de mi fortuna para tal fin? Se lo debo a Harriet. Y me lodebo a mí mismo.

—Me vas a pagar millones de coronas para nada. Todo lo que tengo quehacer es firmar el contrato y luego estar un año tocándome las narices.

—No lo harás. Todo lo contrario: trabajarás más de lo que has trabajado entoda tu vida.

—¿Cómo estás tan seguro?—Porque te voy a ofrecer algo que el dinero no es capaz de comprar, pero

que tú deseas más que nada en el mundo.—¿Y qué es?Los ojos de Henrik Vanger se entornaron.—Te puedo dar a Hans-Erik Wennerström. Demostraré que se trata de un

estafador. Da la casualidad de que empezó su carrera profesional conmigo hacetreinta y cinco años, y puedo servirte su cabeza en bandeja de plata. Resuelve elcaso y convertirás tu derrota en los juzgados en el reportaje del año.

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CAPÍTULO 7Viernes, 3 de enero

Erika dejó la taza de café sobre la mesa y le dio la espalda a Mikael. Se acercóa la ventana y se puso a contemplar las vistas sobre Gamla Stan. Estaban a 3 deenero y eran las nueve de la mañana. La nieve había desaparecido ya a causa delas lluvias caídas en Nochevieja y Año Nuevo.

—Siempre me han gustado estas vistas —dijo ella—. Sólo una casa como éstapodría hacerme abandonar Saltsjöbaden.

—Tienes las llaves. Abandona la reserva de ricos en la que vives y ventecuando quieras —replicó Mikael.

Cerró la maleta y la dejó en la entrada. Erika se dio la vuelta y se quedómirándolo algo incrédula.

—Esto es increíble. Estamos en medio de una tremenda crisis y a ti no se teocurre más que hacer las maletas y largarte a vivir al culo del mundo.

—Hedestad. A unas horas de tren. Y no es para siempre.—Para mí es como si fuera Ulan Bator. ¿No te das cuenta de que va a parecer

que huyes como un perro con el rabo entre las piernas?—Bueno, en el fondo es lo que estoy haciendo. Además, este año también

tengo que cumplir la sentencia.Christer Malm estaba sentado en el sofá. Se sentía algo incómodo; desde que

fundaron Millennium era la primera vez que veía a Erika y Mikael en tanirreconciliable desacuerdo. Siempre habían sido inseparables. Es cierto que podíanenzarzarse en acaloradas discusiones, pero siempre a causa de temas muyconcretos; y cuando las cosas se aclaraban, terminaban abrazándose y yéndose porahí de juerga. O directos a la cama. Ese último otoño no había sido precisamentealegre y ahora un abismo parecía abrirse entre ellos. Christer Malm se preguntó siestaba asistiendo al principio del fin de Millennium.

—No tengo elección —dijo Mikael—. No tenemos elección.Se sirvió café y se sentó a la mesa de la cocina. Erika, incrédula, movió la

cabeza de un lado para otro y se sentó enfrente.—¿Tú qué piensas, Christer? —preguntó ella.Christer hizo un gesto con las manos sin saber qué responder. Esperaba la

pregunta y temía el momento en el que se viera obligado a tomar partido. Era eltercer socio, pero todo el mundo sabía que Millennium estaba constituido porMikael y Erika. Sólo le pedían su opinión cuando no se ponían de acuerdo.

—Sinceramente —contestó Christer—, los dos sabéis muy bien que miopinión no cuenta.

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Se calló. A él lo que realmente le gustaba era el diseño gráfico; le encantabatrabajar con las imágenes. Nunca se había considerado artista, pero sabía quecomo diseñador tenía un don divino. En cambio, se le daban fatal las intrigas y lasdecisiones sobre la política de la empresa.

Erika y Mikael se miraron. Ella, enfadada y con bastante frialdad. Él,pensativo.

«Esto no es ninguna pelea —pensó Christer Malm—. Es un divorcio.» Mikaelrompió el silencio:

—Vale, déjame repasar los argumentos por última vez —dijo, mirandofijamente a Erika—. Esto no significa que yo abandone Millennium; hemostrabajado demasiado duro y no haré semejante cosa.

—Pero a partir de ahora no estarás en la redacción; Christer y yo vamos atener que cargar con todo. ¿No lo entiendes? El que se exilia eres tú.

—Ése es el segundo punto. Necesito un descanso, Erika. Ya no puedo más.Estoy hecho polvo. Tal vez unas vacaciones pagadas en Hedeby sean justo lo quenecesito.

—Toda esa historia es absurda, Mikael. Ya puestos podrías irte a trabajar aMarte. Total...

—Ya, pero me van a pagar dos mil cuatrocientas coronas por pasarme allí unaño con el culo pegado a una silla; y no voy a estar de brazos cruzados. Ese es eltercer punto. El primer asalto contra Wennerström ha finalizado y me ha dejadoKO. El segundo asalto ya ha empezado; intentará hundir a Millennium parasiempre porque sabe que mientras exista la revista habrá una redacción al tanto dela clase de persona que es.

—Ya lo sé. Lo he visto en los balances mensuales de los ingresos porpublicidad del último semestre.

—Exacto. Por eso tengo que alejarme de la redacción. Soy una moscacojonera para él. Le vuelvo paranoico. Mientras yo no me vaya, seguirá adelantecon la campaña. Ahora hay que prepararse para el tercer asalto. Si vamos a tenerla más mínima oportunidad de darle fuerte a Wennerström, debemos retirarnos ydiseñar una estrategia completamente nueva. Sólo es cuestión de encontrar elarma. Ése será mi trabajo durante este año

—Todo eso lo entiendo perfectamente —replicó Erika—. Cógete unasvacaciones. Viaja al extranjero, túmbate en una playa un mes entero. Estudia lavida amorosa de las mujeres españolas. Descansa. Vete a tu casita de Sandhamn yponte a contemplar el mar.

—Y cuando vuelva no habrá cambiado nada. Wennerström acabará conMillennium. Tú lo sabes. Lo único que podría detenerlo es que encontráramos algosobre él y que lo usáramos en su contra.

—Y crees que lo vas a encontrar en Hedestad.—He leído los recortes de prensa. Wennerström trabajó para el Grupo

Vanger desde 1969 hasta 1972. Estuvo en las oficinas centrales del Grupo comoresponsable de las inversiones estratégicas. Lo dejó de manera muy repentina. No

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podemos descartar la posibilidad de que Henrik Vanger realmente tenga algosobre él.

—Pero si hizo algo hace treinta años, será imposible demostrarlo ahora.—Henrik Vanger ha prometido dar la cara en una entrevista y contar todo lo

que sabe. Está obsesionado con la historia de la familiar desaparecida. Al parecer,es lo único que le interesa, y si eso conlleva hundir a Wennerström, creo que esmuy posible que lo haga. De todos modos, no podemos desaprovechar laoportunidad; es el primero que ha dicho que está dispuesto a hablar on the recordsobre la mierda de Wennerström.

—Aunque volvieras con las pruebas de que fue Wennerström quienestranguló a la chica, no podríamos usarlas. No después de tanto tiempo. Nosfulminaría en el juicio.

—Ya he pensado en eso, pero sorry. Estudió en la Escuela Superior deEconomía y no tenía ninguna relación con las empresas Vanger cuando elladesapareció.

Mikael hizo una pausa.—Erika, no voy a dejar Millennium, pero es importante que parezca que sí. Tú

y Christer tenéis que seguir adelante. Si podéis... si surge la oportunidad de hacerlas paces con Wennerström, debéis hacerlo. Y eso sería imposible conmigo en laredacción.

—De acuerdo, nuestra situación es horrible; pero creo que, yéndote aHedestad, te estás agarrando a un clavo ardiendo.

—¿Y se te ocurre una idea mejor?Erika se encogió de hombros.—Deberíamos empezar a buscar fuentes. Reconstruir la historia desde el

principio. Y hacerlo bien esta vez.—Ricky: la historia está muerta y bien muerta.Erika, resignada, apoyó la cabeza entre las manos. Siguió hablando y, al

principio, no quiso mirarle a los ojos.—Joder, tío, me sacas de quicio. No porque la historia que escribiste fuera

falsa: yo también me la creí. Y tampoco porque abandones el cargo de editor jefe;es una inteligente decisión ante una situación así. Acepto hacerlo de manera quedé la impresión de que se trata de un conflicto o de una lucha de poder entre tú yyo; entiendo la lógica si es cuestión de hacerle creer a Wennerström que yo soy latípica rubia tonta e inofensiva y que tú representas su verdadera amenaza. —Hizouna pausa y lo miró a los ojos con determinación—. Pero creo que te equivocas.Wennerström no se va a dejar engañar. Seguirá intentando hundirnos. Ladiferencia es que, a partir de ahora, tendré que enfrentarme a él completamentesola; sabes que te necesitamos más que nunca en la redacción. Vale, no me importaestar en pie de guerra con Wennerström; lo que me cabrea de verdad es queabandones el barco así, sin más. Nos traicionas en el peor de los momentos.

Mikael alargó la mano y le acarició el pelo.—No estás sola. Tienes a Christer y al resto de la redacción apoyándote.

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—Menos Janne Dahlman. Por cierto, creo que fue un error contratarle. Escompetente, pero hace más daño que otra cosa. No me fío de él. Lleva todo elotoño encantado con lo que nos está pasando. No sé si espera asumir tu papel o sisimplemente no funciona la química entre él y el resto de la redacción.

—Me temo que tienes razón —contestó Mikael.—¿Y qué hago? ¿Lo despido?—Erika tú eres la redactora jefe y la principal dueña de Millennium. Si tienes

que echarlo adelante.—Nunca hemos despedido a nadie, Micke. Y ahora incluso esa decisión me

la dejas a mí. Ya no me hace ilusión ir a la redacción cada mañana.De pronto, Christer Malm se puso de pie.—Si quieres coger ese tren, hay que ir saliendo ya.Erika empezó a protestar, pero Christer levantó una mano.—Espera, Erika; me has preguntado mi opinión. Creo que la situación es una

mierda. Pero si es como dice Mikael, si se siente quemado, entonces la verdad esque, por su propio bien, tiene que irse. Se lo debemos.

Tanto Mikael como Erika observaron con estupor a Christer, quien,avergonzado, miraba de reojo a Mikael.

—Los dos sabéis que Millennium sois vosotros. Yo soy socio y siempre oshabéis portado muy bien conmigo. Me encanta la revista y todo eso, pero podríaissustituirme, sin más, por cualquier otro diseñador artístico. Queríais mi opinión,¿no? Ya la tenéis. En cuanto a Janne Dahlman, estoy de acuerdo. Y si necesitasdespedirlo, Erika, yo lo haré. Basta con tener una razón legítima. —Hizo unapausa antes de continuar—. Estoy de acuerdo contigo; no es el mejor momentopara que Mikael se vaya, pero no creo que tengamos elección —sentenció, y actoseguido se dirigió a Mikael—. Te llevo a la estación. Erika y yo defenderemosnuestras posiciones hasta que vuelvas.

Mikael asintió lentamente con la cabeza.—Lo que temo es que no vuelva —dijo Erika Berger en voz baja.

La llamada de Dragan Armanskij despertó a Lisbeth Salander a la una ymedia del mediodía.

—¿Eeepasa? —preguntó medio dormida. La boca le sabía a alquitrán.—Mikael Blomkvist. Acabo de hablar con nuestro cliente, el abogado Frode.—Ha llamado y ha dicho que abandonemos la investigación sobre

Wennerström.—¿Abandonarla? Pero si ya he empezado...—Bueno, pero Frode ya no tiene interés.—¿Así, sin más?—Es él quien decide. Si no quiere continuar, es que no quiere.—Habíamos hablado de una remuneración.—¿Cuánto tiempo le has dedicado al tema?

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Lisbeth Salander se quedó pensando.—Más de tres días enteros.—Acordamos un máximo de cuarenta mil coronas. Le enviaré una factura de

diez mil y te daré la mitad, lo cual me parece aceptable por habernos hecho perderel tiempo durante tres días. Que las pague por haberlo encargado.

—¿Y qué hago con el material que he sacado?—¿Tienes algún bombazo?Lo meditó un instante.—No.—Frode no ha pedido ningún informe. Guárdalo durante algún tiempo, por

si nos lo pide. Si no, tíralo. Tengo otro trabajo para ti, para la semana que viene.Tras colgar Armanskij, Lisbeth Salander se quedó un rato con el teléfono en

la mano. Luego se acercó al salón, a su rincón de trabajo, y echó un vistazo a lasnotas puestas en la pared y a la pila de folios de la mesa. La información que habíapodido reunir estaba compuesta, fundamentalmente, por recortes de prensa ytextos bajados de Internet. Cogió los folios y los metió en un cajón.

Arqueó las cejas. El raro comportamiento de Mikael Blomkvist en la sala deljuzgado le había parecido un interesante desafío; y a Lisbeth Salander no legustaba dejar a medias nada que ya hubiera empezado. «Todo el mundo tienesecretos. Sólo es cuestión de averiguar cuáles.»

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SEGUNDA PARTE

Análisis de consecuenciasDel 3 de enero al 17 de marzo

En Suecia el cuarenta y seis por ciento de las mujereshan sufrido violencia por parte de algún hombre.

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CAPÍTULO 8Viernes, 3 de enero - Domingo, 5 de enero

Cuando Mikael Blomkvist se apeó del tren en Hedestad por segunda vez, elcielo tenía un tono azul pastel y el aire era gélido. El termómetro de la fachadaprincipal de la estación marcaba 18 grados bajo cero. Al igual que en la últimaocasión, calzaba unos zapatos de suela fina, muy poco apropiados. Sin embargo, adiferencia de lo que había ocurrido entonces, no había ningún abogado Frodeesperándolo con un coche de cálido interior. Mikael había anunciado su llegada,pero no dijo en qué tren exactamente. Suponía que habría algún autobús paraHedeby, pero no tenía ganas de cargar con dos pesadas maletas y una bandoleramientras lo buscaba. En su lugar, cruzó la plaza hasta la parada de taxis.

Entre Navidad y Año Nuevo había estado nevando copiosamente a lo largode toda la costa de Norrland y, a juzgar por los bordes de las calles y los montonesde nieve acumulada, las máquinas quitanieves ya llevaban algún tiempotrabajando sin cesar. El taxista que, según la licencia del parabrisas, se llamabaHussein, movió la cabeza de un lado a otro cuando Mikael le preguntó si el tiempohabía sido muy malo. Con un acento de Norrland muy pronunciado, le contó quehabían sufrido la peor tormenta de nieve de las últimas décadas, y que se,arrepentía amargamente de no haber cogido vacaciones para pasar la Navidad enGrecia.

Mikael le indicó al taxista el camino hasta el patio de la casa de HenrikVanger, del que acababan de quitar la nieve. Dejó sus maletas junto al porche y viocómo el coche desaparecía de regreso a Hedestad. De repente se sintió solo yconfuso. Quizá Erika tuviera razón al insistir en que toda esa historia era unalocura.

Oyó la puerta abrirse a sus espaldas y se dio media vuelta. Henrik Vangeriba bien abrigado con un grueso abrigo de cuero, unas buenas botas y una gorracon orejeras. Mikael llevaba vaqueros y una fina cazadora de piel.

—Si vas a vivir aquí, tendrás que aprender a vestirte mejor durante estaépoca del año.

Se estrecharon las manos.—¿Seguro que no quieres alojarte en la casa principal? ¿No? Bueno, entonces

empezaremos por instalarte en tu nueva vivienda.Mikael asintió. Una de sus exigencias había sido disponer de una vivienda

donde él mismo pudiera encargarse de las tareas domésticas y entrar y salircuando quisiera. Henrik Vanger llevó a Mikael camino abajo en dirección alpuente. Luego cruzaron una verja y entraron en el patio delantero de una pequeña

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casa de madera situada casi al pie del puente. Acababan de quitar la nieve. La casano estaba cerrada con llave y el viejo le abrió la puerta a Mikael. Entraron en unpequeño recibidor donde Mikael, suspirando de alivio, dejó las maletas.

—Esto es lo que nosotros llamamos la casita de invitados; aquí solemos alojara la gente que se queda más tiempo. Fue aquí donde vivisteis tú y tus padres en1963. De hecho, se trata de una de las casas más antiguas del pueblo, aunque estámodernizada. Esta misma mañana le pedí a Gunnar Nilsson, que me ayuda conlos trabajos de la finca, que pusiera la calefacción.

La casa se componía de una gran cocina y dos pequeñas habitaciones; entotal, unos cincuenta metros cuadrados. La cocina ocupaba la mitad de lasuperficie y tenía una encimera eléctrica, una pequeña nevera y agua corriente.Junto a la pared del recibidor también había una vieja cocina de hierro con unbuen fuego que llevaba ardiendo todo el día.

—No hace falta que la enciendas si no hace mucho frío. El cajón de leña estáen el recibidor, pero encontrarás más en el cobertizo que hay detrás de la casa.Aquí no ha vivido nadie desde el otoño; la hemos encendido esta misma mañanapara calentar la casa. Con los radiadores eléctricos tendrás bastante durante el día.Pero ten cuidado: no los cubras con ropa; podrías provocar un incendio.

Mikael asintió y miró a su alrededor. Había ventanas en tres de las paredes;desde la mesa tenía vistas al puente, situado a unos treinta metros. El mobiliarioconsistía en unos grandes armarios, unas sillas, un viejo arquibanco de cocina yuna estantería con una pila de revistas. En lo alto del montón se veía un númerode Se que databa de 1967. En un rincón había otra mesa más pequeña que podríausar para trabajar.

La puerta de entrada a la cocina estaba a un lado de la cocina de hierro. En elotro lado, había dos puertas estrechas que daban a las dos habitaciones. La de laderecha, más cercana a la pared exterior, era más bien un pequeño trasterohabilitado y amueblado con una pequeña mesa de trabajo, una silla y unaestantería que cubría la pared más larga. Servía como estudio. La otra estancia,entre ese cuarto de trabajo y el recibidor, era un dormitorio bastante pequeño. Elmobiliario lo componían una estrecha cama de matrimonio, una mesilla y unarmario. En las paredes colgaban unos cuadros con motivos paisajísticos. Losmuebles y el papel de las paredes eran viejos y habían perdido su color, pero todoolía bien, a limpio. Alguien le había dado un repaso al suelo con una buena dosisde jabón. En el dormitorio también había una puerta lateral que daba al recibidor,donde otro viejo trastero había sido convertido en cuarto de baño con unapequeña ducha.

—Tal vez tengas problemas con el agua —dijo Henrik Vanger—. Esta mismamañana hemos comprobado que las tuberías van bien, pero como están casi a rasde suelo es posible que se congelen si sigue haciendo tanto frío durante muchomás tiempo. Hay un cubo en la entrada; si te hace falta, puedes subir a mi casa apor agua.

—Necesitaré un teléfono —dijo Mikael.

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—Ya lo he pedido. Vendrán a instalártelo pasado mañana. Bueno, ¿qué teparece? Si cambias de opinión, puedes trasladarte a la casa grande en el momentoque quieras.

—Todo es estupendo —contestó Mikael, lejos de convencerse, no obstante,de que la situación en la que se había metido fuera muy sensata.

—Me alegro. Nos queda más o menos una hora de luz antes de queanochezca. ¿Damos una vuelta para que te vayas familiarizando con el pueblo? Terecomiendo que te pongas unas botas y unos calcetines gordos. Los encontrarás enel armario del recibidor.

Mikael hizo lo que Henrik le acababa de decir y decidió que mañana mismoiría a comprarse unos calzoncillos largos y unas buenas botas de invierno.

El viejo empezó el paseo explicando que el vecino del otro lado del caminoera Gunnar Nilsson, el ayudante que Henrik Vanger insistía en llamar bracero,pero Mikael no tardó en comprender que se trataba más bien de la persona que seocupaba del mantenimiento de todas las casas de la isla de Hedeby y que, además,era el administrador de varios inmuebles de la ciudad de Hedestad.

—Es hijo de Magnus Nilsson, que fue mi bracero en los años sesenta y unode los hombres que ayudó el día del accidente del puente. Magnus vive todavía,pero ya se ha jubilado y ahora reside en Hedestad. Gunnar vive en esta casa con sumujer, Helen. Los niños ya se han ido. —Henrik Vanger hizo una pausa y meditóun rato antes de volver a tomar la palabra—. Mikael, la versión oficial es que túestás aquí porque me vas a ayudar a redactar mi autobiografía. Eso te dará unpretexto para husmear por todos los rincones y para hacerle preguntas a la gente.La verdadera naturaleza de tu misión es algo que queda entre tú, yo y DirchFrode. Somos los únicos que la conocemos

—De acuerdo. Aunque, insisto, es una pérdida de tiempo. No voy a ser capazde resolver el misterio.

—Todo lo que te pido es que lo intentes. Pero debemos tener cuidado con loque decimos cuando no estemos solos.

—Vale.—Gunnar cuenta ahora con cincuenta y seis años y, por lo tanto, tenía

diecinueve cuando desapareció Harriet. Hay una cosa que nunca me ha quedadoclara. Harriet y Gunnar eran buenos amigos y creo que hubo una especie deromance juvenil entre los dos, él, por lo menos, se interesaba mucho por ella. Sinembargo, el día en el que Harriet desapareció estaba en Hedestad y fue uno de losque se quedaron aislados en la parte continental cuando se bloqueó el puente.Debido a su relación, naturalmente, Gunnar fue investigado con especialmeticulosidad. Le resultó bastante desagradable, pero la policía investigó sucoartada y ésta pudo comprobarse. Pasó todo el día con unos amigos y no volvióaquí hasta muy tarde

—Supongo que tienes una lista detallada de los que se encontraban en la isla

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aquel día y de sus actividades.—Por supuesto. ¿Seguimos?Se detuvieron en el cruce de caminos de la colina, delante de la Casa Vanger;

Henrik señaló con el dedo el viejo puerto pesquero.—Toda la isla pertenece a la familia Vanger; bueno, para ser más exactos, a

mí. La excepción la componen la granja de Östergården y unas pocas casas quehay aquí en el pueblo. Las viejas casetas de los pescadores del antiguo puertopesquero ya se han vendido, pero se usan como residencias veraniegas y, por logeneral, están deshabitadas en invierno; excepto la del final. ¿Ves aquella casa dela que sale humo por la chimenea?

Mikael asintió. El frío ya le había calado hasta los huesos.—Una casucha con unas terribles corrientes de aire; allí vive Eugen Norman

todo el año. Tiene setenta y siete años y dice que es pintor. A mí me parece másbien arte de mercadillo, aunque se le conoce bastante como paisajista. Viene a serel típico bohemio que hay en cualquier pueblo.

Henrik Vanger condujo a Mikael por el camino que iba hasta la punta de laisla, señalándole casa tras casa. El pueblo lo conformaban seis casas en el ladooeste del camino y cuatro en el este. La primera, la más cercana a la casa de Mikaely a la Casa Vanger, pertenecía a Harald, el hermano de Henrik. Se trataba de unaconstrucción cuadrada de piedra, de dos plantas. A primera vista parecíaabandonada; las cortinas estaban corridas y el camino hasta la puerta seencontraba cubierto por medio metro de nieve. Al echar una segunda ojeada, unashuellas revelaron que alguien se había abierto camino entre la nieve.

—Harald es un solitario. Nunca nos hemos llevado bien. Aparte de las peleassobre la empresa, de la que él también es socio, apenas hemos hablado en más desesenta años. Es mayor que yo; tiene noventa y dos años y es el único de mis cincohermanos que sigue vivo. Estudió medicina y trabajó principalmente en Uppsala;luego te contaré los detalles... Regresó cuando cumplió setenta años.

—Sí, ya sé que no os caéis bien. Y, aun así, sois vecinos.—Me resulta repugnante y habría preferido que se quedara en Uppsala, pero

es el propietario de la casa. Te pareceré malvado, ¿verdad?—Me pareces alguien a quien no le gusta su hermano.—Dediqué los primeros veinticinco o treinta años de mi vida a disculpar y

perdonar a gente como Harald porque éramos familia. Luego descubrí que elparentesco no es una garantía de amor y que me faltaban razones para defender aHarald.

La siguiente casa pertenecía a Isabella, la madre de Harriet Vanger.—Cumplirá setenta y cinco este año y sigue igual de elegante y vanidosa que

siempre. Además, es la única del pueblo que habla con Harald y que, de vez encuando, le hace una visita. Pero no tienen mucho en común.

—¿Cómo era la relación con su hija?—Bien pensado. Incluso las mujeres deben formar parte del círculo de

sospechosos. Ya te he contado que muchas veces abandonaba a sus hijos a su

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suerte. No lo sé; creo que tenía buenas intenciones pero que, simplemente, no eracapaz de asumir responsabilidades. No estaban muy unidas, aunque tampocoeran enemigas. Isabella puede resultar algo dura, pero a veces parece no hallarsedel todo en sus cabales. Ya entenderás lo que te quiero decir cuando la conozcas.

La vecina de Isabella era una tal Cecilia Vanger, hija de Harald.—Antes estaba casada y vivía en Hedestad, pero se separó hace más de

veinte años. Soy el propietario de la casa y la invité a instalarse ahí. Cecilia esprofesora y en muchos sentidos es justamente lo opuesto a su padre. Debo añadirque tampoco ellos se hablan más de lo necesario.

—¿Y qué edad tiene?—Nació en 1946, así que tenía veinte años cuando Harriet desapareció. Y sí,

formaba parte de los invitados de la isla aquel día. —Henrik Vanger reflexionó uninstante—. Cecilia puede dar la impresión de ser bastante voluble, pero, enrealidad, es aguda como pocos. No la subestimes. Si hay alguien que puede darsecuenta de tu verdadera misión, es ella. Uno de los familiares que más aprecio.

—Entonces ¿no sospechas de ella?—No he dicho eso. Quiero que lo cuestiones todo sin ningún tipo de

prejuicios, independientemente de lo que yo pueda pensar o creer.La casa aledaña a la de Cecilia pertenecía a Henrik Vanger, pero se la había

alquilado a una pareja mayor que en su día trabajó en la dirección del GrupoVanger. Se mudaron a la isla de Hedeby en los años ochenta; por lo tanto, notenían nada que ver con la desaparición de Harriet. La siguiente casa erapropiedad de Birger Vanger, hermano de Cecilia Vanger. Hacía varios años quepermanecía vacía, desde que Birger Vanger se instalara en un moderno chalé de laciudad de Hedestad.

Casi todas las construcciones situadas a lo largo del camino eran sólidascasas de piedra de principios del siglo pasado. La última casa se diferenciaba delas demás por su diseño arquitectónico: un moderno chalé de ladrillo blanco yoscuros marcos en las ventanas. Se hallaba en un sitio privilegiado; Mikaelsuponía que las vistas desde la planta de arriba debían de ser espectaculares: dabaal mar por el este y a Hedestad por el norte.

—Aquí vive Martin Vanger, el hermano de Harriet y director ejecutivo delGrupo Vanger. En este solar se ubicaba antes la casa rectoral, pero fueparcialmente destruida por un incendio en los años setenta; Martin hizo construirel chalé en 1978, cuando asumió el cargo de director.

Al fondo, en la parte este del camino, vivían Gerda Vanger —la viuda deGreger, otro hermano de Henrik— y su hijo, Alexander Vanger.

—Gerda está enferma: sufre de reumatismo. Alexander es socio minoritariodel Grupo Vanger, pero dirige sus propios negocios, entre los que se cuentanalgunos restaurantes. Suele pasar varios meses al año en Barbados, en las AntillasHolandesas, donde ha invertido dinero en el sector del Turismo.

Entre la casa de Gerda y la de Henrik Vanger había un solar con dospequeños edificios que estaban vacíos y que se usaban como casas de invitados

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para alojar a los distintos miembros de la familia cuando venían de visita. Al otrolado de la Casa Vanger había otra casa, vendida a un empleado retirado. Vivía allícon su mujer, pero ahora no había nadie porque la pareja pasaba todo el inviernoen España.

Volvieron a salir al cruce, lo cual ponía fin al paseo. Ya estaba anocheciendo.Mikael tomó la iniciativa y dijo:

—Henrik, no puedo más que repetir que todo esto no dará resultado, peroharé el trabajo para el que me has contratado: voy a escribir tu autobiografía yaccederé a tus deseos leyendo todo el material sobre Harriet Vanger tan crítica ymeticulosamente como sea capaz. Sólo quiero que quede claro que no soy undetective privado, para que no albergues falsas esperanzas.

—No espero nada. Sólo quiero realizar un último intento de encontrar laverdad.

—Bien.—Soy un ave nocturna —dijo Henrik Vanger—. Estaré a tu disposición desde

la hora de comer en adelante. Voy a preparar un estudio aquí arriba que podrásutilizar cada vez que lo desees.

—No, gracias. Ya tengo un cuarto para trabajar en mi casita.—Como quieras.—Cuando necesite hablar contigo, nos veremos en tu estudio, pero no voy a

empezar esta misma noche a avasallarte con preguntas.—De acuerdo.El viejo le resultó sospechosamente discreto.—Me llevará un par de semanas estudiar todo el material. Trabajaremos en

dos frentes. Nos veremos un par de horas al día para conversar y reunir materialsobre tu biografía. Cuando tenga que hacerte preguntas sobre Harriet, te avisaré.

—Me parece muy sensato.—Voy a trabajar muy libremente, sin horario fijo.—Organízate como más te convenga.—No te olvides de que tengo que ir a la cárcel un par de meses. No sé

cuándo, pero no voy a recurrir la sentencia. Lo más seguro es que sea este año.Henrik Vanger arqueó las cejas.—Eso es una contrariedad. Pero ya lo resolveremos cuando llegue el

momento. Puedes pedir una prórroga.—Si las cosas van bien y tengo suficiente material, podré trabajar en el libro

sobre tu familia desde la cárcel; ya hablaremos de ello si se diera el caso. Una cosamás: sigo siendo copropietario de Millennium, una revista en crisis, de momento.Si ocurre algo que requiera mi presencia en Estocolmo, no tendré más remedio quedejar todo esto e ir hasta allí.

—No te he contratado para que seas mi esclavo. Quiero que seas consecuentey constante con el trabajo que te he dado, pero, por supuesto, ponte tú mismo loshorarios y organízate como más te convenga. Si necesitas coger unos días libres,hazlo; pero si descubro que pasas del trabajo, daré por hecho que has incumplido

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el contrato.Mikael asintió. Henrik Vanger miró hacia el puente. El viejo estaba flaco y de

repente a Mikael le pareció un pobre espantapájaros.—En cuanto a Millennium, deberíamos reunimos para tratar la naturaleza de

esa crisis; si yo pudiera ayudar de alguna manera...—La mejor ayuda sería servirme hoy mismo la cabeza de Wennerström en

una bandeja.—No, no. Eso no lo voy a hacer. —El viejo le lanzó una incisiva mirada a

Mikael—. La única razón por la que has aceptado este trabajo es porque yo te heprometido desenmascarar a Wennerström. Si lo hiciera ahora, podrías abandonartu trabajo en cuanto te diera la gana. Esa información te la proporcionaré dentrode un año.

—Henrik, perdóname por lo que te voy a decir, pero ni siquiera puedo estarseguro de que sigas vivo dentro de un año.

Henrik Vanger suspiró mirando pensativo hacia el puerto pesquero.—Tienes razón. Se lo comentaré a Dirch Frode, a ver si se nos ocurre algo.

Pero en cuanto a Millennium, quizá yo pueda ayudar de otra manera. Si lo heentendido bien, son los anunciantes los que se retiran.

Mikael asintió lentamente con la cabeza.—Los anunciantes constituyen el problema más inmediato, pero la crisis es

más profunda. Una cuestión de credibilidad. No importa cuántos anuncianteshaya si nadie quiere comprar la revista.

—Lo entiendo. Pero, aunque no participe activamente, sigo siendo miembrode la junta directiva de un grupo empresarial bastante importante. Nosotrostambién tenemos que anunciarnos en algún sitio. Ya hablaremos del asunto.¿Quieres quedarte a cenar...?

—No. Quiero organizarme un poco, ir al supermercado y dar una vuelta porahí. Mañana iré a Hedestad a comprar ropa de invierno.

—Buena idea.—Me gustaría que trasladaras el archivo de Harriet a mi casa.—Debe ser manejado...—Con gran cuidado; ya lo sé.

Mikael regresó a su casa y, nada más entrar en ésta, comenzaron acastañetearle los dientes. Miró el termómetro exterior de la ventana. Marcaba 15grados bajo cero; no recordaba haber tenido nunca tanto frío metido en el cuerpocomo después del paseo que acababa de dar, de apenas veinte minutos.

Dedicó la siguiente hora a instalarse en la que iba a ser su nueva casa duranteese año. Sacó la ropa de la maleta y la puso en el ropero del dormitorio. Colocó losútiles de aseo en el armario del cuarto de baño. La otra maleta era muy grande ytenía ruedas. De ella sacó libros, cedes, un reproductor de discos compactos,cuadernos, un pequeña grabadora Sanyo, un escáner Microtek, una impresora

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portátil de inyección de tinta, una cámara digital Minolta y otros objetos queconsideraba imprescindibles para su año de exilio.

Colocó los libros y los cedes en la librería del estudio, al lado de dos carpetasque contenían documentos de su investigación sobre Hans-Erik Wennerström. Elmaterial carecía de valor, pero no podía deshacerse de él. Aquellas dos carpetastenían que convertirse de alguna manera en la base sobre la que edificar su nuevacarrera profesional.

Por último, abrió la bandolera y colocó su iBook en la mesa del cuarto detrabajo. Luego se detuvo y miró a su alrededor con cara de tonto. The benefits ofliving in the countryside. De repente, se dio cuenta de que no tenía dónde conectarel cable de banda ancha. Ni siquiera había una toma telefónica para un viejomódem.

Mikael volvió a la cocina y, desde su móvil, llamó a Telia, la compañíatelefónica. Tras no pocos inconvenientes consiguió que alguien buscara la solicitudque había hecho Henrik Vanger. Preguntó si la línea tenía capacidad para ADSL yle contestaron que sería posible a través de un relé instalado en Hedeby, pero queles llevaría unos días.

Eran más de las cuatro de la tarde cuando Mikael terminó de ordenarlo todo.Volvió a ponerse los calcetines de lana y las botas, y se abrigó con un jersey más.Ya en la puerta se detuvo; no le habían dado las llaves de la casa, y sus instintosurbanos se rebelaban contra el principio de dejar la puerta sin cerrar. Volvió a lacocina y abrió los cajones. Al final encontró la llave colgando de un clavo de ladespensa.

El termómetro había bajado a 17 grados bajo cero. Mikael cruzó el puenteapresuradamente y subió la cuesta, pasando por delante de la iglesia. Tenía elsupermercado Konsum muy a mano, apenas a unos trescientos metros. Llenó dosbolsas hasta arriba de productos básicos, que cargó hasta la casa antes de cruzar elpuente de nuevo. Esta vez entró en el Café de Susanne. Tras el mostrador habíauna mujer de unos cincuenta años. Le preguntó si era Susanne y se presentódiciendo que seguramente se convertiría en un cliente habitual. En ese momentono había nadie más, y Susanne lo invitó a café cuando pidió un sándwich ycompró pan y unos bollos para llevar. Cogió del revistero el periódico local —Hedestads-Kuriren— y se sentó a una mesa con vistas al puente y a la iglesia, cuyafachada estaba iluminada. En medio de esa oscuridad parecía una postal deNavidad. Tardó alrededor de cuatro minutos en leer el periódico. La única noticiade interés era un breve texto sobre un político municipal llamado Birger Vanger(de los liberales) que quería apostar por el IT TechCent, un centro de altatecnología de Hedestad. Se quedó media hora en el café hasta que Susanne cerró, alas seis.

A las siete y media de la tarde, Mikael llamó a Erika, pero el abonado noestaba disponible. Se sentó en el arquibanco de la cocina e intentó leer una novela

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que, según el texto de la contracubierta, constituía el sensacional debut de unafeminista adolescente. La novela trataba de los intentos de la autora por ponerorden en su vida sexual durante un viaje a París, y Mikael se preguntaba si a él lollamarían feminista en el caso de que escribiera una novela sobre su vida sexual enestilo estudiantil. Probablemente no. Había comprado el libro sobre todo porque laeditorial alababa a la escritora y la bautizaba como «la nueva Carina Rydberg».Tardó poco en constatar que no era cierto, ni estilísticamente ni en cuanto alcontenido. Al cabo de un rato dejó la novela y, en su lugar, se puso a leer un relatodel vaquero Hopalong Cassidy publicado en la revista Rekordmagasinet de los añoscincuenta.

Cada media hora se oía el tañido breve y apagado del campanario de laiglesia. Las ventanas de la casa de Gunnar Nilsson, al otro lado del camino,estaban iluminadas pero no se veía a nadie. En la casa de Harald Vanger reinaba laoscuridad. Sobre las nueve, un coche cruzó el puente y desapareció con dirección ala punta de la isla. A medianoche la iluminación de la fachada de la iglesia seapagó. Ésa era, al parecer, toda la vida nocturna existente en Hedeby un viernespor la noche del mes de enero. Un silencio sepulcral.

Intentó llamar de nuevo a Erika y saltó el contestador, que le pidió que dejaraun mensaje. Lo hizo. Acto seguido, apagó las luces y se acostó. Antes de conciliarel sueño, pensó que el riesgo que corría en Hedeby de volverse completamenteloco era alto e inminente.

Le produjo una extraña sensación despertarse en completo silencio. En sólouna fracción de segundo, Mikael pasó de un profundo sueño a estarcompletamente despierto; luego se quedó un rato quieto escuchando. Hacía frío enel dormitorio. Giró la cabeza y miró el reloj que había dejado en un taburete allado de la cama. Eran las siete y ocho minutos de la mañana; nunca había sidomuy madrugador y normalmente le costaba despertarse sin, por lo menos, dosdespertadores. Ahora lo había hecho sin ninguna ayuda y, además, se sentíadescansado.

Puso a hervir agua para preparar el café antes de meterse bajo la ducha,donde de repente experimentó la placentera sensación de contemplarse a símismo: Kalle Blomkvist, explorador de tierras vírgenes.

Al menor roce con el grifo de la ducha el agua pasó de arder a estar helada.Ya en la cocina, echó en falta el periódico del desayuno. La mantequilla estabacongelada. No había ningún cortaquesos en el cajón. Fuera, seguía tan oscurocomo la boca del lobo y el termómetro marcaba 21 grados bajo cero. Era sábado.

La parada del autobús para Hedestad estaba enfrente del supermercadoKonsum y Mikael inició su particular exilio cumpliendo su plan de ir de compras.Se bajó del autobús delante de la estación de ferrocarril y dio una vuelta por el

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centro. Compró unas robustas botas de invierno, dos pares de calzoncillos largos,unas gruesas camisas de franela, un buen tres cuartos de invierno, un gorro y unosguantes forrados por dentro. En Teknikmagasinet encontró un pequeño televisorportátil con antena de cuernos. El vendedor le aseguró que en Hedeby iba a podersintonizar, por lo menos, la televisión nacional; Mikael prometió regresar para quele devolvieran el dinero si no lo conseguía.

Pasó por la biblioteca, se hizo el carné de socio y sacó dos novelas de misteriode Elizabeth George. En una papelería adquirió bolígrafos y cuadernos. Tambiénse hizo con una bolsa de deporte para meter sus nuevas adquisiciones.

Por último, se compró un paquete de tabaco; había dejado de fumar hacíadiez años, pero de vez en cuando tenía recaídas y experimentaba un repentinodeseo de nicotina. Sin abrirla, se metió la cajetilla en el bolsillo de la cazadora. Laúltima visita fue a una óptica, donde encargó unas lentillas nuevas y adquirió unasolución limpiadora.

A eso de las dos ya había vuelto a Hedeby; estaba quitándole las etiquetasdel precio a la ropa cuando se abrió la puerta. Una mujer rubia de unos cincuentaaños llamó al marco de la puerta de la cocina al mismo tiempo que cruzaba elumbral. Traía un bizcocho en un plato.

—Hola, sólo quería darte la bienvenida. Me llamo Helen Nilsson y vivo justoenfrente, así que somos vecinos.

Mikael le estrechó la mano y se presentó.—Ya sé quién eres; te he visto en la tele. Me alegro de ver luces encendidas

en esta casita por las noches.Mikael se puso a preparar café para los dos; ella intentó excusarse, pero, aun

así, se sentó a la mesa de la cocina. Miró por la ventana de reojo.—Aquí viene Henrik con mi marido. Por lo visto te hacían falta unas cajas.Henrik Vanger y Gunnar Nilsson se detuvieron fuera con un carrito; Mikael

se apresuró a salir para saludar y ayudarles con las cuatro cajas de cartón. Lasdejaron en el suelo, junto a la cocina de hierro. Mikael puso las tazas de café sobrela mesa y cortó el bizcocho de Helen.

Gunnar y Helen le resultaron simpáticos. No daban la impresión de tenermucha curiosidad por saber por qué Mikael se encontraba en Hedestad; el hechode que trabajara para Henrik Vanger parecía ser suficiente explicación. Mikaelobservaba la relación entre los Nilsson y Henrik Vanger y constató que no eranada afectada y que estaba exenta de la clásica subordinación entre el señor y elpersonal de servicio. Charlaron sobre el pueblo y sobre quién había construido lacasita en la que se alojaba Mikael. El matrimonio Nilsson corregía a Vangercuando la memoria le fallaba; y éste, por su parte, contó una divertida anécdota.Una noche Gunnar Nilsson descubrió al tonto del pueblo del otro lado del puenteintentando entrar por la ventana de la casita. Nilsson se había acercado parapreguntarle al torpe ladrón por qué no entraba por la puerta, que no estabacerrada con llave.

Gunnar Nilsson examinó con cierto escepticismo el pequeño televisor, e

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invitó a Mikael a ir a su casa por las noches si quería ver algún programa de latele. Tenían antena parabólica

Henrik Vanger permaneció un rato más en la casa después de que elmatrimonio Nilsson se marchara. El viejo comentó que le parecía mejor que elpropio Mikael ordenara el archivo y que subiera a verle si le surgía alguna duda.Mikael le dio las gracias y aseguró que no habría ningún problema.

Cuando Mikael se quedó solo, llevó las cajas al estudio y se puso a revisar elcontenido.

La investigación privada de Henrik Vanger sobre la desaparición de la nietade su hermano se había prolongado durante treinta y seis años. A Mikael lecostaba decidir si ese interés se debía a una obsesión enfermiza o bien si a lo largode los años se había convertido en un juego intelectual. Resultaba completamenteobvio, sin embargo, que el viejo patriarca había acometido el trabajo con lamentalidad sistemática de un arqueólogo aficionado: el material ocupaba casi sietemetros de librería.

El grueso lo componían las veintiséis carpetas que conformaban lainvestigación policial sobre la desaparición de Harriet Vanger. A Mikael le parecíadifícil que cualquier otra desaparición más «normal» diese un material tanabundante. Claro que, por otra parte, sin duda Henrik Vanger había ejercido lainfluencia necesaria para que la policía de Hedestad no dejara de seguir todas laspistas, tanto las buenas como las menos prometedoras.

Además de la investigación de la policía, había cuadernos con recortes,álbumes de fotos, planos, recuerdos, artículos periodísticos sobre Hedestad ysobre las empresas Vanger, el diario de Harriet Vanger (que, sin embargo, nocontenía muchas páginas), libros de texto del colegio, certificados médicos y otrascosas. Allí también había no menos de dieciséis volúmenes encuadernados, decien páginas cada uno, que podían considerarse el cuaderno de bitácora de lasinvestigaciones de Henrik Vanger. En esos cuadernos el patriarca había escrito,con letra pulcra, sus propias reflexiones, ideas, pistas falsas y otras observaciones.Mikael los hojeó un poco aleatoriamente. Tenían cierto estilo literario y a Mikael ledio la impresión de que los volúmenes contenían textos pasados a limpio desdedecenas de cuadernos más antiguos. Para terminar, encontró diez o doce carpetascon material sobre distintas personas de la familia Vanger; las páginas estabanmecanografiadas y, al parecer, habían sido escritas durante un largo período detiempo.

Henrik Vanger había investigado a su propia familia.

Hacia las siete, Mikael escuchó un claro maullido y abrió la puerta. Una gataparda rojiza entró como un rayo al calor del hogar.

—Te entiendo perfectamente —dijo Mikael.

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La gata dio una rápida vuelta olisqueando toda la casa. Mikael cogió unplato y le puso un poco de leche, que la invitada se tomó a lengüetazos. Luego, elfelino se subió de un salto al arquibanco de la cocina y se enroscó. No parecíatener intención de moverse de allí.

Eran más de las diez de la noche cuando, finalmente, Mikael pudo hacerseuna idea general de todo el material y lo colocó sobre los estantes en un ordenlógico. Fue a la cocina y se preparó café y dos sándwiches. A la gata le ofreció unpoco de embutido y de paté. A pesar de no haber comido bien en todo el día, sesentía extrañamente inapetente. Cuando se terminó el café y los sándwiches, sacóla cajetilla de tabaco del bolsillo de la cazadora y la abrió.

Escuchó los mensajes de su móvil; Erika no había dado señales de vida, asíque intentó llamarla. Lo único que consiguió, de nuevo, fue escuchar elcontestador.

Una de las primeras medidas que Mikael tomó en su investigación privadafue escanear el mapa de la isla de Hedeby que le dejó Henrik Vanger. Todavíatenía frescos en la memoria todos los nombres que Henrik le había idomencionando durante el paseo, así que apuntó quién vivía en cada casa. La galeríade personajes del clan Vanger era tan amplia que le llevaría algún tiempoaprenderse quién era cada uno.

Poco antes de medianoche, Mikael se abrigó bien, se puso las botas queacababa de comprar y dio un paseo cruzando el puente. Giró y tomó el caminoque discurría paralelamente a la costa, por debajo de la iglesia. En el estrecho y elviejo puerto se había formado una capa de hielo, pero algo más allá divisó unafranja de agua algo más oscura. Mientras permanecía allí, la iluminación de lafachada de la iglesia se apagó y la oscuridad le envolvió. Hacía frío y la nocheestaba estrellada.

De repente, le invadió un profundo desánimo. Por mucho que lo intentara,no entendía por qué había dejado que Henrik Vanger lo persuadiera para aceptaresa absurda misión. Erika tenía toda la razón del mundo; era una absoluta pérdidade tiempo. Debería estar en Estocolmo —por ejemplo, en la cama, con Erika—preparando la guerra contra Hans-Erik Wennerström. Pero también respecto a esose sentía apático; ni siquiera tenía la más mínima idea de cómo empezar apreparar una estrategia de contraataque.

Si en ese momento hubiese sido de día, habría ido a hablar con HenrikVanger para romper el contrato y marcharse a su casa. Pero, desde la colina de laiglesia, pudo constatar que la Casa Vanger estaba ya a oscuras y en silencio. Desdeallí se veían todas las edificaciones de la parte insular del pueblo. La casa deHarald Vanger también permanecía a oscuras, pero había luz en la de CeciliaVanger y en la que estaba alquilada, al igual que en el chalé de Martin Vanger, ya

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hacia el final de la punta. En el puerto deportivo había luz en casa de EugenNorman, el pintor de la casucha con corrientes de aire cuya chimenea tambiénlanzaba su buen penacho de chispas y humo. La planta superior del café tambiénestaba iluminada y Mikael se preguntó si Susanne viviría allí y, en ese caso, si seencontraría sola.

Mikael durmió hasta bien entrada la mañana del domingo y se despertó,presa del pánico, cuando un enorme estruendo invadió toda la casa. Le llevó unsegundo orientarse y darse cuenta de que no eran más que las campanas de laiglesia llamando a misa y que, por tanto, faltaba poco para las once. Se sentíadesanimado y se quedó un rato más en la cama. Al escuchar los exigentesmaullidos de la gata, se levantó y le abrió la puerta para dejarla salir.

A las doce ya estaba duchado y había desayunado. Decidido, entró en elestudio y cogió la primera carpeta de la investigación policial. Luego dudó. Desdela ventana lateral vio el letrero del Café de Susanne; metió la carpeta en subandolera y se abrigó bien. Al llegar al café descubrió que estaba hasta arriba declientes; por fin encontró la respuesta a la pregunta que él llevaba tiempohaciéndose: ¿cómo podía sobrevivir un café en un pueblucho como Hedeby?Susanne se había especializado en los feligreses de la iglesia y en servir café parafunerales y otros actos.

Así que cambió de idea y salió a dar un paseo. Konsum cerraba ese día, demodo que continuó un poco más por el camino que iba hacia Hedestad y compróperiódicos en una gasolinera que sí abría los domingos. Dedicó una hora a pasearpor Hedeby y a familiarizarse con el entorno de la parte continental. Las antiguasedificaciones en torno a la iglesia y el supermercado Konsum constituían el núcleodel pueblo: casas de piedra de dos plantas, seguramente construidas a lo largo delas dos primeras décadas del siglo XX, que conformaban una pequeña calle. Alnorte de la carretera se levantaban unos bloques de pisos, muy bien cuidados, parafamilias con niños. Junto a la orilla y al sur de la iglesia, predominaban los chalés.Hedeby era, sin duda, una buena zona, destinada a ejecutivos y altos cargosadministrativos de Hedestad.

Cuando volvió al puente, la avalancha del Café de Susanne había pasado,pero la dueña seguía ocupada recogiendo las mesas.

—¿La invasión dominical? —dijo a modo de saludo.Ella asintió llevándose una mecha de pelo detrás de la oreja.—Hola, Mikael.—Así que te acuerdas de mi nombre...—Es difícil no acordarse —contestó ella—. Te vi por la tele antes de Navidad,

en el juicio.De repente, Mikael se sintió avergonzado.—Tienen que llenar las noticias con algo —murmuró, y se fue a la mesa del

rincón desde la que se veía el puente.

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Cuando su mirada se encontró con la de Susanne, ella sonrió.

A las tres de la tarde, Susanne le anunció que iba a cerrar el café. Después dela hora punta, tras finalizar la misa, sólo habían entrado unos pocos clientes.Mikael pudo leer poco más de una quinta parte de la primera carpeta de lainvestigación policial sobre la desaparición de Harriet Vanger. La cerró, metió sucuaderno en la bandolera y se marchó. Atravesó el puente a paso ligero y luego sedirigió a casa.

La gata le esperaba en la entrada y Mikael echó un vistazo por losalrededores preguntándose de quién podría ser el animal. De todos modos la dejóentrar; al fin y al cabo, le hacía compañía.

Intentó, de nuevo, llamar a Erika, pero no consiguió escuchar más que la vozdel contestador. Al parecer, estaba furiosa con él. Podría haberla llamado a laredacción o a su casa, pero, por pura cabezonería, decidió no hacerlo; ya le habíadejado suficientes mensajes. En su lugar, se preparó café, se sentó en elarquibanco, no sin antes echar a un lado a la gata, y abrió la carpeta sobre la mesade la cocina.

Se puso a leer con suma concentración para que no se le escapara ningúndetalle. Al cerrar la carpeta, ya bien entrada la noche, había llenado con apuntesvarias páginas de su cuaderno, tanto con palabras clave que resumían el contenidocomo con preguntas a las que esperaba dar respuesta en las próximas carpetas. Elmaterial estaba dispuesto cronológicamente; no sabía a ciencia cierta si lo habíaorganizado Henrik Vanger o si se trataba del sistema adoptado por la policía enlos años sesenta.

La primera hoja era la fotocopia de un formulario, escrito a mano, delservicio telefónico de urgencias de la policía de Hedestad. El agente que se puso alteléfono firmó como «Of. g. Ryttinger», lo cual Mikael interpretó como oficial deguardia. En calidad de denunciante figuraba Henrik Vanger, cuya dirección ynúmero de teléfono habían sido apuntados. El informe estaba fechado el domingo23 de septiembre de 1966 a las 11.14 horas de la mañana. El texto, seco y conciso,decía:

Llamada Sr. Hrk Vanger inf que sobrina (?) Harriet Ulrika VANGER,nacida 15 ene 1950 (16 años), desapareció de su casa en isla Hedeby sábado tarde.Denuncte expresa gran preocupación

A las 11.20 había un apunte que determinaba que a P-014 (¿coche patrulla?,¿patrulla?, ¿lancha patrulla?) se le ordenó acudir al lugar.

A las 11.35 otra Persona, cuya letra resultaba más difícil de interpretar que lade Ryttinger, había escrito que el «Ag. Magnusson inf. puente isla Hedeby todav.cortado. Transp. c. barca». En el margen, una firma ilegible.

A las 12.14 de nuevo Ryttinger: «Teléfono ag. Magnusson de H-by inf. que

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Harriet Vanger 16 años ausente desde primera hora sábado tarde. Fam. expresagran preocup. No ha pasado noche en casa. No puede haber abandonado isla p.accidente del puente. Ning. de familiares interr. sabe dónde se encntra HV».

12.19: «G. M. inf. por tel. sobre asunto».El último apunte había sido registrado a las 13.42: «Llegada de G. M. a H-by;

se encarga del caso».

En la hoja siguiente ya se revelaba que la misteriosa firma G. M. hacíareferencia a un tal inspector Gustaf Morell, que llegó por mar a la isla, asumió elmando del caso y redactó una denuncia formal sobre la desaparición de HarrietVanger. A diferencia de los apuntes iniciales, con sus arbitrarias abreviaturas, losinformes de Morell estaban redactados a máquina y en una prosa legible. En laspáginas que seguían se daba cumplida cuenta de las medidas tomadas, con unaobjetividad y una riqueza de detalles que sorprendieron a Mikael.

Morell había abordado la investigación de modo sistemático. Al principioentrevistó a Henrik Vanger estando presente Isabella Vanger, la madre de Harriet.Luego, por este orden, habló con una tal Ulrika Vanger, Harald Vanger, GregerVanger y Martin Vanger (el hermano de Harriet), así como con una tal AnitaVanger. Mikael sacó la conclusión de que estas personas habían sido entrevistadaspor un decreciente orden jerárquico.

Ulrika Vanger era la madre de Henrik Vanger y, al parecer, gozaba de unaserie de privilegios más bien propios de una reina madre. Vivía en la Casa Vangery no tenía ninguna información que aportar. Se había acostado pronto la nocheanterior y llevaba días sin ver a Harriet. Por lo visto, había insistido en ver alinspector Morell únicamente para expresar su opinión: que la policía tenía queactuar inmediatamente.

Harald Vanger, clasificado con el número dos en el orden jerárquico de losmiembros de la influyente familia, era el hermano de Henrik. Explicó que habíavisto a Harriet apenas unos segundos al cruzarse con ella cuando la niña volvía delas fiestas de Hedestad, pero que «no la veía desde el accidente en el puente y notenía noticia de su actual paradero».

Greger Vanger, hermano de Henrik y Harald, informó de que había visto a ladesaparecida cuando ésta, de vuelta de Hedestad, iba al despacho de HenrikVanger para hablar con él. Greger Vanger dijo que no habló personalmente con lajoven, sino que sólo la saludó. No sabía dónde podía estar, pero pensaba, sinduda, que habría ido a ver a alguna amiga sin avisar, y seguro que volveríapronto. Al preguntarle sobre cómo podría haber abandonado la isla, no supo quécontestar.

Martin Vanger fue entrevistado muy brevemente. Estudiaba el último año debachillerato en Uppsala, de modo que estaba alojado en casa de Harald Vanger.No había sitio en el coche de Harald, así que se fue en tren a Hedeby y llegó tantarde que se quedó atrapado al otro lado del puente. Consiguió pasar por mar,

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pero mucho más tarde, por la noche. Fue interrogado con la esperanza de que, talvez, su hermana hubiese confiado en él y le diera a entender que tenía intenciónde huir. Aquella idea originó una serie de protestas por parte de la madre deHarriet, pero el inspector Morell consideró que, en ese momento, la posibilidad deque se hubiera escapado debía entenderse como algo esperanzador. Sin embargo,Martin no había hablado con su hermana desde las vacaciones de verano; porconsiguiente, no pudo aportar nada valioso.

Anita Vanger era hija de Harald Vanger, pero aparecía erróneamenteidentificada como «prima» de Harriet; en realidad, Harriet era la hija de su primo.Anita estudiaba su primer curso en la universidad de Estocolmo y había pasado elverano en Hedeby. Tenía casi la misma edad que Harriet y se habían hechoíntimas amigas. Declaró que había llegado a la isla el sábado, con su padre, y quetenía muchas ganas de ver a Harriet, pero que no le había dado tiempo. AnitaVanger comentó que se sentía preocupada porque no era propio de Harriet irse aningún sitio sin avisar a la familia. Tanto Henrik como Isabella Vangerconfirmaron esta conclusión.

Mientras el inspector Morell entrevistaba a los miembros de la familia,ordenó a los agentes Magnusson y Bergman —la patrulla 014— que organizaranuna primera batida aprovechando que había luz. Como el puente seguía cortado,resultaba difícil pedir refuerzos desde el otro lado; la primera partida estuvocompuesta por una treintena de voluntarios de diferente sexo y edad. Esa tardepasaron por la zona de las casas deshabitadas del viejo puerto pesquero, las orillasde la punta de la isla y del estrecho, la parte del bosque situada más cerca delpueblo e, incluso, por Söderberget, la montaña que se levantaba por encima delpuerto pesquero. Este último lugar fue peinado desde el mismo momento en quealguien lanzó la teoría de que Harriet podía haber subido hasta allí paracontemplar mejor el accidente del puente. También enviaron patrullas a la granjade Ostergården, así como a la cabaña de Gottfried, en la otra punta de la isla,adonde Harriet solía acudir algunas veces.

Sin embargo, la búsqueda de Harriet Vanger resultó infructuosa, aunque nose interrumpió hasta mucho después de que anocheciera, a eso de las diez. Por lanoche la temperatura descendió a cero grados.

Durante la tarde, el inspector Morell estableció su cuartel general en una salaque Henrik Vanger puso a su disposición en la planta baja de la Casa Vanger.Enseguida tomó una serie de medidas.

En compañía de Isabella Vanger, inspeccionó el cuarto de Harriet intentandoaveriguar si faltaba alguna cosa: ropa, una bolsa o algo parecido, que pudieraindicar que Harriet se había marchado de casa. Isabella Vanger no dio demasiadasmuestras de querer colaborar y tampoco parecía tener mucha idea de lo que suhija guardaba en el armario. «A menudo se vestía con vaqueros, pero a mí todosme parecen iguales.» El bolso de Harriet se encontraba encima de la mesa, con sucarné de identidad, una cartera con nueve coronas y cincuenta céntimos, un peine,un pequeño espejo y un pañuelo en su interior. Tras la inspección, la habitación de

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Harriet quedó precintada.Morell llamó a varias personas, tanto a miembros de la familia como a

empleados, para tomarles declaración. Todas las entrevistas se registraronmeticulosamente.

A medida que los participantes de la primera batida fueron volviendo consus decepcionantes resultados, el inspector decidió que había que llevar a cabouna búsqueda más sistemática. Durante la tarde y la noche solicitó refuerzos; entreotras personas, Morell se puso en contacto con el presidente del Club deOrientación de Hedestad y le pidió que llamara a los miembros del club —quesabían perfectamente cómo orientarse en el bosque— para organizar otra partidade búsqueda. A medianoche, recibió la respuesta de que cincuenta y tresdeportistas, sobre todo de la sección juvenil, se presentarían en la Casa Vanger alas siete de la mañana. Henrik Vanger contribuyó, sin pensárselo dos veces,convocando a una parte del turno de mañana —cincuenta hombres— de la fábricade papel que el Grupo Vanger tenía en Hedestad. Henrik Vanger también seencargó de la comida y la bebida.

Mikael Blomkvist pudo imaginarse perfectamente las escenas que debían dehaberse desarrollado en la Casa Vanger durante aquellos días tan dramáticos.Quedaba claro que el accidente del puente contribuyó al desconcierto de lasprimeras horas; en parte, porque dificultó la posibilidad de recibir refuerzosefectivos; en parte, porque todos pensaron que dos sucesos tan dramáticos, en elmismo lugar y la misma hora, tenían que estar relacionados de alguna manera.Cuando se apartó el camión, el inspector Morell bajó hasta el puente paraasegurarse de que Harriet Vanger —Dios sabe cómo— no había ido a parar debajodel vehículo. Esa era la única acción ilógica que Mikael descubrió en la actuacióndel inspector, ya que la desaparecida fue vista en la isla —eso había quedadodemostrado— después de que el accidente tuviera lugar. Aun así, al jefe de lainvestigación, sin poder dar una explicación razonable del porqué, le costabadeshacerse de la idea de que, en cierto modo, un suceso provocó el otro.

Durante las primeras y confusas veinticuatro horas, las esperanzas de que elasunto tuviera un desenlace rápido y feliz fueron disminuyendo para sersustituidas, poco a poco, por dos hipótesis. A pesar de las dificultades obvias queHarriet habría tenido para abandonar la isla sin ser descubierta, Morell no quisoignorar la posibilidad de una fuga. Decidió dictar una orden de búsqueda deHarriet Vanger y ordenó a los agentes que patrullaban en Hedestad quemantuvieran los ojos abiertos por si veían a la chica. También le encargó a uncolega de la brigada criminal que entrevistara a los conductores de autobuses y alpersonal de la estación de tren por si alguien la había visto.

A medida que fueron llegando las respuestas negativas, la probabilidad deque Harriet Vanger hubiese sufrido un accidente aumentó. Durante los díassucesivos, ésa se convirtió en la teoría predominante de la investigación.

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La amplia batida realizada dos días después de la desaparición se llevó acabo —según pudo determinar Mikael— de manera sumamente competente.Policías y bomberos con experiencia en asuntos parecidos organizaron labúsqueda. Pese a que la isla de Hedeby presenta algunas zonas de difícil acceso, lasuperficie es limitada, de modo que se pudo peinar toda la isla en un solo día. Unabarca policía y dos barcos Pettersson voluntarios sondearon lo mejor que pudieronlas aguas que rodean la isla.

Al día siguiente la búsqueda continuó con un equipo algo más reducido. Estavez se enviaron patrullas a repetir la batida por determinadas zonas de terrenoespecialmente abrupto, así como por un lugar llamado La Fortificación, una seriede búnqueres abandonados, construidos durante la segunda guerra mundial paradefender la costa. Ese día también se rastrearon pequeños escondites, pozos,sótanos excavados en la tierra, cobertizos y áticos de todo el pueblo.

Al tercer día de la desaparición, se suspendió la búsqueda. La frustración deMorell podía intuirse en sus notas. Naturalmente, Gustaf Morell aún no eraconsciente de eso, pero la investigación jamás avanzaría más allá del punto dondese encontraba en aquel momento. Estaba desconcertado y no sabía qué paso dar acontinuación o qué lugares deberían seguir rastreando. Todo parecía indicar que aHarriet Vanger se la había tragado la tierra; la tortura de Henrik Vanger, de casicuarenta años de duración, no había hecho más que empezar.

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CAPÍTULO 9Lunes, 6 de enero - Miércoles, 8 de enero

Mikael continuó leyendo hasta bien entrada la noche, de modo que el día deReyes se levantó tarde. Al llegar a casa de Henrik Vanger, vio un Volvo azulmarino último modelo aparcado justo delante de la puerta. En el mismo momentoen que Mikael puso la mano en el picaporte de la puerta, ésta se abrió y un señorde unos cincuenta años salió apresuradamente. Casi chocaron.

—¿Sí? ¿Le puedo ayudar en algo?—Voy a ver a Henrik Vanger —contestó Mikael.Al hombre se le suavizó la mirada. Sonrió y le tendió la mano.—Ah, tú debes de ser Mikael Blomkvist, el que va a ayudar a Henrik con la

crónica familiar.Mikael asintió y le estrechó la mano. Al parecer, Henrik Vanger había

empezado a difundir la cover story de Mikael, la que explicaba por qué seencontraba en Hedestad. El hombre tenía sobrepeso —resultado, sin duda, demuchos años de arduas negociaciones sentado en oficinas y salas de reuniones—,pero Mikael vio enseguida que sus facciones recordaban a las de Harriet Vanger.

—Soy Martin Vanger —le confirmó—. Bienvenido a Hedestad.—Gracias.—Te vi en la tele hace unos días.—Parece que todo el mundo me ha visto en la tele.—Es que Wennerström... no es una persona muy popular en esta casa.—Ya me lo ha dicho Henrik. Aunque sigo esperando el final de la historia.—El otro día me comentó que te había contratado —de repente Martin

Vanger se rió—. Dijo que seguramente aceptaste el trabajo por Wennerström.Mikael dudó un instante antes de decidirse a sincerarse.—Sí, bueno, ésa ha sido una razón de peso, pero la verdad es que,

francamente, necesitaba salir de Estocolmo, y Hedestad apareció en el momentooportuno. Bueno, eso creo. No voy a hacer como si el juicio nunca se hubieracelebrado. Lo cierto es que iré a la cárcel.

Martin Vanger, repentinamente serio, asintió con la cabeza.—¿Puedes recurrir la sentencia?—En este caso no serviría de nada.Martin Vanger consultó su reloj.—Debo estar en Estocolmo esta misma tarde, así que me voy ya. Volveré

dentro de unos días. Ven a cenar conmigo alguna noche. Me gustaría saber quéocurrió realmente en aquel juicio.

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Volvieron a estrecharse la mano; Martin Vanger bajó las escaleras y abrió lapuerta del Volvo. Se dio media vuelta y le gritó a Mikael:

—Henrik está en la planta de arriba. Entra.Henrik Vanger estaba sentado en el sofá de su despacho; encima de la mesa

tenía el Hedestads-Kuriren, el Dagens Industri, el Svenska Dagbladet y los dos diariosvespertinos.

—Acabo de conocer a Martin en la puerta.—Se ha ido corriendo a salvar el imperio —contestó Henrik Vanger mientras

cogía el termo—. ¿Café?—Sí, por favor —dijo Mikael. Se sentó y se preguntó por qué Henrik Vanger

estaba tan risueño.—Hablan de ti en el periódico.

Henrik Vanger le acercó uno de los vespertinos, abierto por una página quetenía un artículo titulado «Cortocircuito periodístico». Lo firmaba uno de esoscolumnistas con chaqueta a rayas —antiguo empleado de FinansmagasinetMonopol— que se dio a conocer como experto en criticar y burlarse de todapersona que se comprometiera con un tema o que diera la cara por algo. Lasfeministas, los antirracistas y los activistas ecologistas se encontraban entreaquellos a los que solía salpicar con la tinta de su sarcástica pluma. En cambio, elcolumnista jamás manifestaba ni una sola opinión controvertida propia. Alparecer, en la actualidad se dedicaba a meterse con los medios de comunicación;ahora, unas cuantas semanas después del juicio del caso Wennersrtöm, le tocaba elturno a Mikael Blomkvist, quien —mencionado con nombre y apellido— eradescrito como un completo idiota. A Erika Berger la presentaba como una rubiatonta e incompetente.

Corre el rumor de que Millennium —a pesar de que la redactora jefe sea unafeminista con minifalda que saca morritos en televisión— está a punto de irse apique. Durante vanos años, la revista ha sobrevivido gracias a la imagen que laredacción ha conseguido promocionar jóvenes periodistas dedicados alperiodismo de investigación. que desenmascaran a los malos de la película delmundo empresarial. Ese truco de marketing quizá funcione entre los jóvenesanarquistas deseosos de oír precisamente ese mensaje, pero no tiene ningún éxitoen los juzgados. Kalle Blomkvist acaba de experimentarlo en sus propias carnes

Mikael encendió el móvil para ver si Erika lo había llamado. No teníamensajes Henrik Vanger aguardó sin hacer comentarios; Mikael se dio cuenta deque el viejo pensaba dejarle romper el silencio a él.

—¡Menudo idiota! —exclamó Mikael.Henrik Vanger se rió, pero comentó sin sentimentalismos:—Puede. Pero no es él quien ha sido condenado en los juzgados.

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—Cierto. Y nunca lo será. Nunca dice nada original ni propio, pero siemprese sube al tren y se apunta a tirar la última piedra en los términos más humillantesposibles.

—He conocido a muchos como él en mi vida. Un buen consejo, si me lopermites, es ignorarlo cuando hace ruido, no olvidar nada y pagarle con la mismamoneda en cuanto tengas ocasión. Pero ahora no, porque te lleva ventaja.

Mikael no supo qué decir.—A lo largo de todos estos años he tenido muchos enemigos y hay una cosa

que he aprendido: nunca entres en la batalla cuando tienes todas las de perder. Sinembargo, jamás dejes que una persona que te ha insultado se salga con la suya.Espera tu momento y, cuando estés en una posición fuerte, devuelve el golpe,aunque ya no sea necesario hacerlo.

—Gracias por la clase de filosofía. Pero ahora quiero que me hables de tufamilia.

Mikael puso la grabadora entre los dos y empezó a grabar.—¿Qué quieres saber?—He leído la primera carpeta: la de la desaparición de Harriet y la búsqueda

de los primeros días. Pero hay tantos Vanger en el texto que apenas puedodistinguir a unos de otros.

Antes de tocar el timbre, Lisbeth Salander permaneció inmóvil durante casidiez minutos en el solitario rellano de la escalera, mirando fijamente la placametálica en la que se podía leer «Abogado N. E. Bjurman». La cerradura hizo clic.

Era martes. La segunda reunión. Estaba llena de malos presentimientos.No es que le tuviera miedo al abogado Bjurman; Lisbeth Salander raramente

le tenía miedo a las personas o a las cosas. Sin embargo, el nuevo administrador desus bienes le provocaba un intenso malestar. El predecesor de Bjurman, elabogado Holger Palmgren, estaba hecho de una madera completamente distinta:era correcto, educado y amable. Esa relación cesó hacía ya tres meses, cuandoPalmgren sufrió una apoplejía y, de acuerdo con alguna burocrática jerarquía queella desconocía, le correspondió a Nils Erik Bjurman hacerse cargo de la joven.

Durante los doce años que Lisbeth Salander había sido objeto de atencionespor parte de los servicios sociales y psiquiátricos, de los cuales pasó dos en unaclínica infantil, nunca jamás, ni en una sola ocasión, había contestado ni siquiera ala sencilla pregunta de «¿cómo estás hoy?».

Al cumplir los trece años, de acuerdo con la ley de tutela de los menores deedad, el juez ordenó que la internaran en la clínica de psiquiatría infantil de SanktStefan, en Uppsala. La decisión se apoyaba fundamentalmente en informes que laconsideraban psíquicamente perturbada y peligrosa para sus compañeros de clasey, tal vez, incluso para sí misma.

Esta última suposición se basaba más bien en juicios empíricos y no en unanálisis serio y meticuloso. Cualquier intento por parte de algún médico, u otra

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persona con autoridad en la materia, de entablar una conversación sobre sussentimientos, su vida espiritual o su estado de salud era contestado, para suenorme frustración, con un profundo y malhumorado silencio, acompañado deintensas miradas al suelo, al techo y a las paredes. Coherente con sus actos, solíacruzarse de brazos y negarse, sistemáticamente, a participar en tests psicológicos.Su completa oposición a todo intento de medir, pesar, estudiar, analizar o educarlase aplicaba también al ámbito escolar; las autoridades podían trasladarla a un aulay encadenarla al pupitre, pero no podían impedir que ella cerrara los oídos y senegara a levantar el lápiz en los exámenes. Abandonó el colegio sin sacarse nisiquiera el certificado escolar.

Por consiguiente, el simple hecho de diagnosticar sus «taras» mentalesconllevaba grandes dificultades. En resumen, Lisbeth Salander era cualquier cosamenos fácil de manejar.

Cuando cumplió trece años, se designó a un tutor que administrara susbienes y defendiera sus intereses hasta que alcanzara la mayoría de edad. Ese tutorfue el abogado Holger Palmgren, quien, a pesar de no haber empezado con muybien pie, lo cierto es que al final tuvo éxito allí donde los psiquiatras y los médicoshabían fracasado. No sólo fue ganándose paulatinamente la confianza de Lisbeth,sino que también consiguió una tímida muestra de afecto por parte de lacomplicada joven.

Al cumplir quince años, los médicos estuvieron más o menos de acuerdo enque, en cualquier caso, ya no era peligrosa para los demás ni para sí misma.Debido a que su familia había sido definida como disfuncional y a que no teníaparientes que pudieran garantizar su bienestar, se decidió que Lisbeth Salandersaliera de la clínica de psiquiatría infantil de Uppsala y se fuera adaptandogradualmente a la sociedad por medio de una familia de acogida.

El camino no fue fácil. Huyó de la primera familia al cabo de tan sólo dossemanas. Pasó por la segunda y tercera a la velocidad de un rayo. Luego, HolgerPalmgren mantuvo una seria conversación con ella en la que le explicó, sin rodeos,que si seguía por ese camino, sin duda volverían a ingresarla en una institución.La amenaza surtió efecto y aceptó a la familia número cuatro: una pareja mayorque residía en el suburbio de Midsommarkransen.

Eso no significaba que la niña se portara bien. A la edad de diecisiete años,Lisbeth Salander ya había sido detenida por la policía en cuatro ocasiones: dos deellas en un estado de embriaguez tan grave que requirió asistencia médicaurgente, y otra vez bajo la manifiesta influencia de narcóticos. En una de estasocasiones, la encontraron borracha perdida y completamente desaliñada, con laropa a medio poner, en el asiento trasero de un coche aparcado en la orilla deSöder Mälarstrand. Estaba acompañada de un hombre igual de ebrio yconsiderablemente mayor que ella.

La cuarta y última intervención policial tuvo lugar tres semanas antes de

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cumplir los dieciocho años, cuando, esta vez sobria, le dio una patada en la cabezaa un pasajero en la estación de metro de Gamla Stan. El incidente acabó en arrestopor delito de lesiones. Salander justificó su actuación alegando que el hombre lehabía metido mano y que, como su aspecto era más bien el de una niña de doceaños y no de dieciocho, ella consideró que el pervertido tenía inclinacionespedófilas. Eso fue todo lo que consiguieron sacarle. Sin embargo, la declaraciónfue apoyada por testigos, lo cual significó que el fiscal archivó el caso.

Aun así, en conjunto, su historial era de tal calibre que el juez ordenó unreconocimiento psiquiátrico. Como ella, fiel a su costumbre, se negó a contestar alas preguntas y a participar en los tests, los médicos consultados por la SeguridadSocial emitieron al final un juicio basado en sus «observaciones sobre el paciente».Tratándose, en este caso, de una joven callada que, sentada en una silla, se cruzabade brazos y se ponía de morros, no quedaba muy claro qué era exactamente lo queestos expertos habían podido observar. Se llegó simplemente a la conclusión deque sufría una perturbación mental cuya naturaleza no aconsejaba quepermaneciera desatendida. El dictamen del forense abogaba por que se larecluyera en algún centro psiquiátrico; al mismo tiempo, el jefe adjunto de lacomisión social municipal elaboró un informe apoyando las conclusiones de losexpertos.

Por lo que respecta a su curriculum, el dictamen constató que existía «ungran riesgo de abuso de alcohol o drogas», y que, evidentemente, «carecía deautoconciencia». A esas alturas, su historial cargaba con el lastre de vocablos como«introvertida, inhibida socialmente, ausencia de empatía, fijación por el propioego, comportamiento psicópata y asocial, dificultades de cooperación eincapacidad para sacar provecho de la enseñanza». Cualquiera que lo leyerapodría engañarse fácilmente y llegar a la conclusión de que se trataba de unapersona gravemente retrasada. Tampoco decía mucho a su favor el hecho de queuna unidad asistencial de los servicios sociales la hubiera visto más de una vez encompañía de varios hombres por los alrededores de Mariatorget; en una ocasión,además, la policía la cacheó en el parque de Tantolunden al encontrarla, de nuevo,en compañía de un hombre considerablemente mayor. Se temía que LisbethSalander se dedicara a la prostitución, o que corriera el riesgo de verse metida enella de una u otra manera.

Cuando el Juzgado de Primera Instancia —la institución que iba apronunciarse sobre su futuro— se reunió para tomar una decisión sobre el asunto,el resultado ya parecía estar claro de antemano. Se trataba de una jovenmanifiestamente problemática y resultaba poco creíble que el tribunal dictaminaraalgo distinto a lo recomendado en el informe social y forense.

La mañana de la vista oral fueron a buscar a Lisbeth Salander a la clínicapsiquiátrica infantil, donde se hallaba recluida desde el día del incidente en elmetro. Se sentía como un preso en un campo de concentración, sin esperanzas dellegar al final de la jornada. La primera persona a la que vio en la sala del juicio fueHolger Palmgren, y le llevó un rato comprender que no estaba allí en calidad de

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tutor, sino que actuaba como su abogado y representante jurídico. Lisbethdescubrió en él una faceta completamente desconocida.

Para su sorpresa, Palmgren se situó en su rincón del cuadrilátero y formulócon claridad una serie de alegaciones oponiéndose enérgicamente a que lainternaran. Ella no dio a entender, ni con un simple arqueo de cejas, que se sentíasorprendida, pero escuchó con atención cada una de sus palabras. Palmgrenestuvo brillante cuando, durante dos horas, acribilló a preguntas a aquel médico,un tal doctor Jesper Löderman, que había firmado la recomendación de queSalander fuera recluida en un centro psiquiátrico. Palmgren analizó todos losdetalles del informe y le pidió al médico que explicara la base científica de cadauna de sus afirmaciones. En muy poco tiempo quedó claro, debido a que lapaciente se había negado a realizar un solo test, que las conclusiones de losmédicos se basaban en meras suposiciones.

Como conclusión de la vista oral, Palmgren insinuó que la reclusión forzosamuy probablemente no sólo iba en contra de lo establecido por el Parlamento eneste tipo de asuntos, sino que incluso podría ser objeto de represalias políticas ymediáticas. Por lo tanto, a todos les interesaba encontrar una solución alternativa.Ese tipo de discurso no era nada habitual en juicios de esa índole, de modo que losmiembros del tribunal se revolvieron, inquietos, en sus sillas.

La solución adoptada fue una fórmula de compromiso. El Tribunal dePrimera Instancia concluyó que Lisbeth Salander estaba psíquicamente enferma,pero que su locura no exigía necesariamente un internamiento. En cambio,tomaron en consideración la recomendación del jefe de los servicios sociales deasignarle un administrador. El presidente del tribunal, con una sonrisa venenosa,se dirigió a Holger Palmgren, que hasta ese momento había ejercido de tutor, y lepreguntó si estaba dispuesto a aceptar el cometido. Resultaba evidente que elpresidente creía que Holger Palmgren iba a declinar la responsabilidad y queintentaría pasarle la responsabilidad a otro; sin embargo, éste explicó, con unasonrisa bondadosa, que estaría encantado de ser el administrador de la señoritaSalander, aunque ponía, para ello, una condición.

—Eso será, naturalmente, en el caso de que la señorita Salander deposite suconfianza en mí y me acepte como su administrador.

Se dirigió directamente a ella. Lisbeth Salander se encontraba algo confusapor el intercambio de palabras que había tenido lugar por encima de su cabezadurante todo el día. Hasta ese momento, nadie le había pedido su opinión. Miródurante un largo rato a Holger Palmgren y, luego asintió con un simplemovimiento de cabeza.

Palmgren era una peculiar mezcla de abogado y trabajador social de la viejaescuela. En sus comienzos fue miembro, designado políticamente, de la comisiónsocial municipal, y había dedicado casi toda su vida a tratar con críos conflictivos.Un respeto reacio que casi rayaba en la amistad surgió entre el abogado y la

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protegida más conflictiva que jamás había tenido.Su relación duró once años, desde que ella cumplió trece hasta el año pasado,

cuando, unas pocas semanas antes de Navidad, Lisbeth fue a casa de Palmgrentras no acudir éste a una de sus habituales reuniones mensuales. Como no abrió lapuerta a pesar de que ella podía oír ruidos en el interior del piso, Lisbeth trepó porun canalón hasta el balcón de la tercera planta y entró. Lo encontró en el suelo dela entrada, consciente pero incapaz de hablar y moverse después de haber sufridouna repentina apoplejía. Sólo tenía sesenta y cuatro años. Llamó a una ambulanciay lo acompañó al hospital, a Södersjukhuset, con una creciente sensación depánico en el estómago. Durante tres días apenas abandonó el pasillo de la UVI.Como un fiel perro guardián vigilaba cada paso que daban los médicos yenfermeras al salir o entrar por la puerta. Deambulaba como un alma en pena deun lado a otro del pasillo y le clavaba una mirada intensa a cada médico que seacercaba. Al final, un doctor cuyo nombre nunca llegó a conocer la llevó a unahabitación y le explicó la gravedad de la situación. El estado de Holger Palmgrenera crítico; acababa de sufrir una grave hemorragia cerebral. No esperaban que sedespertara. Ella ni lloró ni se inmutó. Se levantó y abandonó el hospital para novolver.

Cinco semanas más tarde, la Comisión de Tutela del Menor convocó aLisbeth Salander a una reunión con su nuevo administrador. Su primer impulsofue hacer caso omiso de la convocatoria, pero Holger Palmgren le había inculcadometiculosamente que todos los actos tienen sus consecuencias. Había aprendido aanalizarlas antes de actuar, así que, pensándolo bien, llegó a la conclusión de quelo más fácil para salir de la situación era satisfacer a la comisión, actuando como sirealmente le importara lo que sus miembros tuvieran que decir.

Por consiguiente, en diciembre —haciendo una breve pausa en lainvestigación sobre Mikael Blomkvist— se presentó en el despacho de Bjurman, enSankt Eriks-plan, donde una mujer mayor que representaba a la comisión leentregó el extenso informe sobre Salander al abogado Bjurman. La señora lepreguntó amablemente cómo se encontraba y pareció contenta con el profundosilencio que recibió como respuesta. Al cabo de una media hora la dejó al cuidadodel abogado Bjurman.

Apenas cinco segundos después de darle la mano al abogado Bjurman ya lehabía cogido antipatía.

Mientras Bjurman leía el informe, Lisbeth lo observó de reojo. Edad:cincuenta y pico. Cuerpo atlético; tenis los martes y los viernes. Rubio. Pelo ralo.Hoyuelo en la barbilla. Perfume de Boss. Traje azul. Corbata roja con pasador deoro y ostentosos gemelos con las iniciales NEB. Gafas de montura metálica. Ojosgrises. A juzgar por las revistas que había en una mesita, le interesaban la caza y eltiro.

Durante la década que estuvo con Palmgren, él solía invitarla a tomar cafépara charlar un rato. Ni siquiera sus peores huidas de las casas de acogida ni elsistemático absentismo escolar le hacían perder los estribos. La única vez que

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Palmgren se mostró realmente indignado fue cuando la detuvieron por maltratar aaquel asqueroso tipo que la tocó en Gamla Stan. «¿Entiendes lo que has hecho? Lehas hecho daño a otra persona, Lisbeth.» Sonó como la bronca de un viejoprofesor, pero ella la aguantó estoicamente, ignorando cada palabra

Bjurman, sin embargo, no era muy amigo de charlar. Él constatóinmediatamente que, según el reglamento del administrador, había unadiscrepancia entre los deberes de Holger Palmgren y el hecho de que, al parecer,hubiera dejado a Lisbeth Salander al mando de su propia economía. La sometió auna especie de interrogatorio. «¿Cuánto ganas? Quiero una copia de tus gastos eingresos. ¿Con quién te relacionas? ¿Pagas el alquiler dentro del plazo? ¿Tomasalcohol? ¿Ha aprobado Palmgren esos piercings que tienes en la cara? ¿Sabesmantener tu higiene personal?».

«Fuck you!»Palmgren se había convertido en su tutor poco después de que ocurriera

Todo Lo Malo. Había insistido en verla al menos una vez al mes —o incluso conmayor frecuencia— en reuniones fijadas de antemano. Además, desde que ellavolvió a Lundagatan casi eran vecinos; él vivía en Hornsgatan, a sólo un par demanzanas, y, de vez en cuando, se encontraban en la calle por pura casualidad yse iban a tomar café a Giffy o a alguna otra cafetería de la zona. Palmgren nunca lamolestaba, pero en alguna que otra ocasión fue a verla para darle un pequeñoregalo por su cumpleaños. Lisbeth podía ir a visitarlo siempre que quisiera, unprivilegio que raramente aprovechaba, pero desde que se mudó al barrio de Söderempezó a celebrar la Navidad en su casa, después de visitar a su madre. Comían eltípico jamón asado navideño y jugaban al ajedrez. Ella no tenía ningún interés porel juego, pero desde que aprendió las reglas nunca perdía una partida. Palmgrenera viudo y Lisbeth Salander veía como un deber compadecerse de él durante esassolitarias fiestas.

Se lo debía; y ella siempre pagaba sus deudas.Fue Palmgren el que puso en alquiler el apartamento de la madre de Lisbeth

en Lundagatan, hasta que la joven necesitó una vivienda. El piso, de cuarenta ynueve metros cuadrados, estaba sin reformar y era algo cutre; pero al menosLisbeth tenía un techo bajo el que dormir.

Ahora Palmgren era historia y otro vínculo más con la sociedad «normal» sehabía roto. Nils Bjurman pertenecía a otra clase de personas. Lisbeth tenía claroque no pasaría la Nochebuena en su casa. La primera medida que él tomó fueintroducir nuevas reglas referentes a cómo administrar el dinero de la cuentacorriente de Handelsbanken. Palmgren, despreocupadamente, había interpretadola ley a su manera y dejó que ella misma se hiciera cargo de su propia economía.Ella pagaba sus facturas y disponía del dinero a su antojo.

Lisbeth había preparado el encuentro con Bjurman una semana antes deNavidad, y cuando lo tuvo delante intentó explicarle que su predecesor confiabaen ella y nunca tuvo razón para no hacerlo; que Palmgren la dejaba llevar supropia vida sin meterse en sus asuntos privados.

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—Ése es uno de los problemas —contestó Bjurman, golpeando el expedientecon el dedo.

Le soltó un largo discurso sobre las reglas y los decretos estatales vigentesreferentes a la tutela y luego le comunicó que las cosas tenían que cambiar.

—Te dejó a tu aire, ¿a que sí? Me pregunto cómo se lo permitieron.«Porque era un loco socialdemócrata que llevaba casi cuarenta años

ocupándose de niños conflictivos.»—Ya no soy una niña —dijo Lisbeth Salander como si eso fuese suficiente

explicación.—No, no eres una niña. Pero a mí me han nombrado tu administrador y,

mientras lo sea, tendré responsabilidad jurídica y económica sobre ti.Empezó por abrir una nueva cuenta corriente, a nombre de Lisbeth, pero

controlada por él. A partir de ahora, y una vez comunicado el número aldepartamento de personal de Milton Security, ésa sería la cuenta que ella debíausar. Salander comprendió que la buena vida se había acabado; en lo sucesivo, elabogado Bjurman pagaría sus facturas y le daría cada mes una paga fija para susgastos. Ella tendría que presentar facturas de todo. Decidió asignarle milcuatrocientas coronas por semana «para comida, ropa, cine y esas cosas».

Dependiendo de cuánto trabajara, Lisbeth Salander ganaba alrededor deciento sesenta mil coronas al año. Podría doblar fácilmente esa suma trabajando ajornada completa y aceptando todos los trabajos que Dragan Armanskij leofreciera. Pero tenía pocos gastos y no necesitaba mucho dinero. El coste del pisorondaba las dos mil coronas al mes y, a pesar de sus modestos ingresos, teníanoventa mil en su cuenta de ahorro, una cantidad de la que ya no podía disponer.

—Es que ahora soy yo el responsable de tu dinero —le explicó Bjurman—.Tienes que ahorrar para el futuro. Pero no te preocupes; yo me encargaré de todo.

«¡Me las he arreglado sola desde que tenía diez años, maldito hijo de puta!»—Socialmente funcionas lo bastante bien como para que no sea necesario

internarte, pero la sociedad tiene una responsabilidad para contigo.Le hizo un meticuloso interrogatorio sobre su trabajo en Milton Security. Ella

mintió instintivamente y le dio una descripción de sus primeras semanas en laempresa. El abogado Bjurman, por tanto, tuvo la impresión de que preparaba elcafé y distribuía el correo, unas actividades apropiadas para alguien con tan pocasluces. Pareció satisfecho con las respuestas.

Lisbeth no sabía por qué había mentido, pero estaba convencida de que setrataba de una decisión inteligente. Si el abogado Bjurman hubiera figurado enuna lista de insectos en peligro de extinción, ella, sin dudarlo ni un momento, lohabría pisado con el tacón de su zapato.

Mikael Blomkvist pasó cinco horas en compañía de Henrik Vanger y luegodedicó gran parte de la noche, y todo el martes, a pasar a limpio sus apuntes ycompletar el rompecabezas genealógico de la familia Vanger. La historia familiar

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que salía a flote en las conversaciones con Henrik Vanger era una versióndramáticamente diferente a la oficial. Mikael era consciente de que todas lasfamilias tenían trapos sucios que lavar, pero la familia Vanger necesitaba unalavandería entera para ella sola.

Ante esta situación, Mikael se vio obligado a recordarse a sí mismo que suverdadera misión no consistía en redactar una autobiografía de la familia Vanger,sino en averiguar qué le pasó a Harriet Vanger. Había aceptado el encargoconsciente de que, en la práctica, iba a perder un año de su vida con el culopegado a una silla, y de que el trabajo encomendado, en realidad, sólo sería decara a la galería. Al cabo de un año, cobraría su disparatado sueldo; el contratoredactado por Dirch Frode ya estaba firmado. La verdadera recompensa, esperaba,sería la información sobre Hans-Erik Wennerström que Henrik Vanger afirmabaposeer.

Sin embargo, después de escuchar a Henrik Vanger se dio cuenta de queaquel año no tenía por qué ser un año perdido. Un libro sobre la familia Vangertendría valor por sí mismo; en el fondo, se trataba de una buena historia.

Ni por un segundo se le pasó por la cabeza poder dar con el asesino deHarriet Vanger, si es que realmente la habían asesinado y no había fallecido enalgún absurdo accidente o desaparecido Dios sabe cómo. Mikael estaba deacuerdo con Henrik en que la probabilidad de que una chica de dieciséis años sehubiera ido voluntariamente y hubiera conseguido burlar todos los sistemas decontrol burocrático durante treinta y seis años era inexistente. En cambio, Mikaelno quería descartar que Harriet Vanger hubiera huido; tal vez llegara a Estocolmoo quizá le ocurriera algo en el camino: drogas, prostitución, un atraco o,simplemente, un accidente.

Por su parte, Henrik Vanger estaba convencido de que Harriet había sidoasesinada y de que algún miembro de la familia, tal vez en colaboración con otrapersona, era el responsable. Su razonamiento se basaba en el hecho de que elladesapareciera durante aquellas dramáticas horas en las que la isla estuvo cortada ytodas las miradas se centraron en el accidente.

Erika tenía razón en que, si se trataba de resolver el misterio de un crimen, lamisión era un auténtico disparate. En cambio, Mikael Blomkvist empezaba acomprender que el destino de Harriet Vanger había ejercido una influenciadeterminante en la familia, sobre todo en Henrik Vanger. Llevara razón o no, laacusación de Henrik Vanger tenía una gran importancia en la historia de esafamilia: a lo largo de más de treinta años, desde que la formulara abiertamente,había marcado las reuniones del clan y creado profundos conflictos quecontribuyeron a desestabilizar a todo el Grupo Vanger. Un estudio sobre ladesaparición de Harriet Vanger, por lo tanto, cumpliría su función como capítulopropio, incluso como hilo conductor de la historia de la familia; y material habíade sobra... Un razonable punto de partida, tanto si Harriet Vanger era su principalmisión como si simplemente se contentaba con escribir una crónica familiar, loconstituía el estudio de la galería de personajes. Sobre eso versó la conversación

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que mantuvo con Henrik Vanger aquel día.La familia Vanger estaba compuesta —incluyendo a los hijos de los primos y

a los primos segundos— por un centenar de personas. La familia era tan ampliaque Mikael tuvo que crear una base de datos en su iBook. Usó el programaNotePad (www.ibrium.se), uno de esos geniales productos diseñado por doschavales de la universidad KTH de Estocolmo que lo distribuían por dos duros enInternet como shareware. Al parecer de Mikael, pocos programas resultaban tanimprescindibles para un periodista de investigación. Así, cada miembro de lafamilia pudo contar con su propio archivo en la base de datos.

El árbol genealógico podía ser reconstruido, con toda fiabilidad, hastacomienzos del siglo XVI, cuando el apellido familiar era Vangeersad. Es posibleque el nombre, según Henrik Vanger, procediera del holandés Van Geerstat; en talcaso, el origen de la familia podría remontarse incluso hasta el siglo XII.

En lo que concernía a la época moderna, la familia llegó a Suecia desde elnorte de Francia a principios del siglo XIX con Jean-Baptiste Bernadotte.Alexandre Vangeersad era militar; no conocía personalmente al rey pero habíadestacado como jefe de guarnición. En 1818 se le regaló la finca de Hedeby enseñal de agradecimiento por la fidelidad y los servicios prestados. AlexandreVangeersad poseía, además, una fortuna propia que usó para comprar unosextensos terrenos en los bosques de la provincia de Norrland. El hijo, Adrian,nació en Francia, pero, a petición de su padre, se mudó a Hedeby, ese perdidorincón del norte lejos de los salones de París, para encargarse de la administraciónde la finca. Se dedicó a la agricultura y la silvicultura con nuevos métodosimportados del continente, y fundó la fábrica de papel en torno a la cual se fuecreando Hedestad.

El mayor de los nietos de Alexandre se llamaba Henrik, y fue él quien acortóel apellido hasta dejarlo en Vanger. Desarrolló las relaciones mercantiles con Rusiay, a mediados del siglo XIX, creó una pequeña flota comercial de goletas quehacían la ruta de los países bálticos, Alemania y la Inglaterra de la industria delacero. Diversificó la actividad empresarial de la familia: comenzó con una modestaexplotación minera y fundó algunas de las primeras industrias metalúrgicas deNorrland. Dejó dos hijos, Birger y Gottfried, y fueron ellos los que asentaron lasbases de las actividades financieras de la familia Vanger.

—¿Conoces las viejas normas hereditarias? —le había preguntado HenrikVanger a Mikael.

—No, no es precisamente un tema en el que me haya especializado.—Te entiendo. Yo tampoco lo tengo muy claro. Según la leyenda familiar,

Birger y Gottfried siempre andaban como el perro y el gato, peleándose por elpoder y la influencia en la empresa familiar. En muchos sentidos, esa lucha seconvirtió en un lastre que amenazaba potencialmente la supervivencia de laempresa. Por esa razón, poco antes de morir, su padre decidió crear un sistemamediante el cual todos los miembros de la familia heredarán una parte de laempresa. Bien pensado, sin duda, en su momento, pero condujo a una situación en

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la que, en vez de buscar a gente competente y posibles socios de fuera, acabamoscon un consejo de administración compuesto por miembros de la familia cuyovoto correspondía tan sólo al uno o al dos por ciento.

—¿Esa norma sigue vigente en la actualidad?—Así es. Si algún miembro de la familia quiere vender su parte, ha de

hacerlo dentro del ámbito familiar. La junta general de accionistas anual reúne hoyen día a unos cincuenta miembros de la familia. Martin posee poco más de un diezpor ciento de las acciones; yo tengo el cinco por ciento, ya que las he idovendiendo, entre otros, al propio Martin. Mi hermano Harald tiene el siete porciento, pero la mayoría de los que se presentan a la junta general sólo poseen ununo por ciento o un cero coma cinco por ciento.

—No tenía ni idea de eso. Suena un poco medieval.—Es un auténtico disparate. Implica que para que Martin pueda llevar a cabo

una determinada estrategia empresarial, tiene que dedicarse a ganar adeptos paraasegurarse así el apoyo de, al menos, un veinte o un veinticinco por ciento de lossocios. Es todo un mosaico de alianzas, escisiones e intrigas. —Henrik Vangerprosiguió—: Gottfried Vanger murió en 1901, sin hijos. Bueno, perdona, era padrede cuatro hijas, pero en aquella época las mujeres no contaban. Tenían su parte,pero los verdaderos dueños eran los varones de la familia. Hasta que se introdujoel derecho a voto, bien entrado el siglo XX, las mujeres ni siquiera podían asistir ala junta general.

—Muy liberal.—No te pongas irónico. Eran otros tiempos. De todos modos, el hermano de

Gottfried, Birger Vanger, tuvo tres hijos: Johan, Fredrik y Gideon, todos nacidos afinales del siglo XIX. Podemos olvidarnos de Gideon Vanger; vendió su parte yemigró a América, donde todavía existe una rama de la familia. Pero Johan yFredrik convirtieron la compañía en el moderno Grupo Vanger.

Henrik Vanger sacó un álbum y empezó a enseñarle fotos. En algunosretratos de principios del siglo pasado se veía a dos hombres con barbillasprominentes y el pelo engominado que miraban fijamente a la cámara sin el másmínimo amago de sonrisa.

—Johan Vanger era el genio de la familia; estudió para ingeniero y desarrollóla industria mecánica con varios inventos patentados. El acero y el hierroconstituían la base del Grupo, pero se amplió a otros sectores como el textil. JohanVanger murió en 1956; por aquel entonces tenía tres hijas: Sofia, Märit e Ingrid, lasprimeras mujeres que automáticamente tuvieron acceso a la junta general delGrupo.

»El otro hermano, Fredrik Vanger, era mi padre; un hombre de negocios y ellíder industrial que transformó los inventos de Johan en ingresos. No murió hasta1964. Participó activamente en la dirección de la empresa hasta su muerte, aunqueen los años cincuenta me dejó a mí al mando del día a día. Pasaba lo mismo que enla generación anterior, aunque al revés: Johan Vanger sólo tuvo hijas.

Hennk Vanger mostró las fotografías de unas mujeres con generosos pechos

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que llevaban sombreros de ala ancha y parasoles.—Y Fredrik, mi padre, sólo tuvo hijos. En total llegamos a ser cinco

hermanos: Richard, Harald, Greger, Gustav y yo.

Para hacerse una idea clara de todos y cada uno de los miembros de lafamilia, Mikael dibujó un árbol genealógico en unos folios pegados con celo.Resaltó los nombres de los familiares presentes en la isla de Hedeby en la reuniónfamiliar de 1966 que, al menos teóricamente, podían tener algo que ver con ladesaparición de Harriet Vanger.

Mikael renunció a incluir a los niños menores de doce años; le pasara lo quele pasase a Harriet Vanger, tenía que poner un límite lógico. Tras una brevereflexión también tachó a Henrik Vanger; si el patriarca hubiera tenido algo quever con la desaparición de la nieta de su hermano, sus actividades de los últimostreinta y seis años pertenecerían al campo de la psicopatología. La madre deHenrik Vanger, que en 1966 tenía la respetable edad de ochenta y un años,también podía ser descartada razonablemente. Quedaban veintitrés miembros dela familia que, según Henrik Vanger, debían incluirse en el grupo de«sospechosos». Siete de ellos habían fallecido y algunos ya se hallaban en unaedad muy avanzada.

Sin embargo, Mikael no estaba dispuesto a aceptar sin más la certeza deHenrik Vanger de que un miembro de la familia fuera responsable de ladesaparición de Harriet. Había que añadir otras personas a la lista de sospechosos.

Y dejando de lado a los miembros de la familia, ¿quién más trabajaba enHedeby cuando Harriet Vanger desapareció? Dirch Frode empezó a trabajar comoabogado de Henrik Vanger en la primavera de 1962. El actual bracero GunnarNilsson, con coartada o sin ella, tenía diecinueve años; su padre, Magnus Nilsson,sí estaba en la isla de Hedeby al igual que el artista Eugen Norman y el reverendoOtto Falk. ¿Estaba casado Falk? Martin Aronsson, el granjero de Östergården, asícomo su hijo, Jerker Aronsson, también se encontraban en la isla; además,formaron parte del entorno de Harriet Vanger durante su infancia. ¿Qué relaciónhabía entre ellos? ¿Estaba casado Martin Aronsson? ¿Había más gente en lagranja?

FREDRIK VANGER(1886-1964)casado con Ulrika (1885-1969)

–&– JOHAN VANGER (1884-1963)casado con Gerda (1888-1960)

Richard (1907-1941)casado con Margareta (1906-1959)

Sofia (1909-1977)casada con Åke Sjogren (1906-1967)

Gottfried (1927-1965)casado con Isabella (1928-)

Magnus Sjogren (1929-1994)Sara Sjogren (1931-)

Martin (1948-) Erik Sjogren (1951-)Harriet (1950-¿?) Håkan Sjogren (1955-)

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Harald (1911-)casado con Ingrid (1925-1992)

Marit (1911-1988)casada con Algot Gunther (1904-1987)

Burger (1939-) Ossian Günther (1930-)casado con Agnes (1933-)Cecilia (1946-)

Anita (1948-) Jakob Günther (1952-)

Greger (1912-1974)casado con Gerda (1922-)

Ingrid (1916-1990)casada con Harry Karlman (1912-1984)

Alexander (1946-) Gunnar Karlman (1942-)Maria Karlman (1944-)

Gustav (1918-1955)soltero, sin hijos

Henrik (1920-)casado con Edith (1921-1958)sin hijos

Cuando Mikael empezó a apuntar todos los nombres, el grupo se amplió aunas cuarenta personas. Algo frustrado, tiró el rotulador sobre la mesa. Eran ya lastres y media de la mañana y el termómetro seguía marcando 21 grados bajo cero.Parecía que la ola de frío iba a durar. Echaba de menos su cama de Bellmansgatan.

A las nueve de la mañana del miércoles unos golpes en la puerta despertarona Mikael: Telia venía a instalarle el teléfono y un modem ADSL. A las once yatenía conexión; ahora no se sentía tan discapacitado profesionalmente. Sinembargo, su móvil seguía en silencio. Erika llevaba una semana sin contestar a susllamadas. Debía estar muy cabreada. Él también empezó a portarse como uncabezota y se negó a telefonear a la oficina; si la llamaba al móvil, ella podía verque se trataba de una llamada suya y, por tanto, decidir si cogerlo o no. Y, a lavista de los resultados, era obvio que no quería.

De todos modos, abrió su correo electrónico y repasó los más de trescientoscincuenta correos que había recibido durante la última semana. Guardó unadocena de ellos; el resto eran spam o envíos de listas de mailing en las que estabaapuntado. El primer correo que abrió fue de <[email protected]> y contenía eltexto «ESPERO QUE CHUPES MUCHAS POLLAS EN EL TRULLO,COMUNISTA DE MIERDA». Mikael guardó el correo en el archivo «Críticainteligente».

Escribió un breve texto a <[email protected]>:

Hola, Ricky. Imagino que, dado que no me devuelves las llamadas, estástan enfadada conmigo que querrías matarme. Sólo quería avisarte de que tengo

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conexión a la red y de que me encontrarás en mi dirección de correo cuandoquieras perdonarme. Por cierto, Hedeby es un sitio bastante pintoresco quemerece la pena visitar. M.

A la hora de comer, metió su iBook en la bolsa y subió al Café de Susanne,donde se instaló en su mesa habitual del rincón. Cuando Susanne le sirvió el café ylos sándwiches, miró el ordenador llena de curiosidad y le preguntó en qué estabatrabajando. Mikael usó por primera vez su cover story y le explicó que había sidocontratado por Henrik Vanger para redactar su biografía. Se intercambiaroncumplidos. Susanne lo instó a recurrir a ella para las historias verdaderamentesuculentas.

—Llevo treinta y cinco años atendiendo a la familia Vanger y conozco lamayoría de los cotilleos que hay sobre ellos —dijo, y se volvió contoneándose.

El árbol que había dibujado Mikael mostraba que la familia Vanger noparaba de engendrar proles de niños. Contando a los hijos, los nietos y losbisnietos —le dio pereza incluirlos en la genealogía—, los hermanos Fredrik yJohan Vanger tenían unos cincuenta descendientes. Mikael también reparó en quelos miembros de la familia presentaban una tendencia general a la longevidad.Fredrik Vanger llegó a cumplir setenta y ocho años, y su hermano Johan ochenta.Ulrika Vanger murió a la edad de ochenta y cuatro. De los dos hermanos con vida,Harald Vanger tenía noventa y dos, y Henrik Vanger ochenta y dos.

La única excepción era el hermano de Henrik Vanger, Gustav, que falleciócomo consecuencia de una enfermedad pulmonar a la edad de treinta y siete años.Henrik Vanger le explicó a Mikael que Gustav siempre había sido enfermizo y unpoco suyo, y que prefirió mantenerse al margen del resto de la familia. No se casóy tampoco tuvo hijos.

Los que murieron jóvenes lo hicieron por causas distintas a la enfermedad.Richard Vanger falleció en el campo de batalla cuando participaba comovoluntario en la guerra de Invierno de Finlandia, con sólo treinta y cuatro años.Gottfried Vanger, el padre de Harriet, murió ahogado un año antes de que elladesapareciera. Harriet sólo tenía dieciséis años. Mikael reparó en la extrañasimetría existente en esa rama de la familia: abuelo, padre e hija habían sidovíctimas de una curiosa serie de desgracias. Por la parte de Richard sólo quedabaMartin Vanger, quien, a la edad de cincuenta y cinco años, seguía sin casarse y sintener descendencia. No obstante, Henrik Vanger informó a Mikael de que susobrino mantenía una relación estable con una mujer que vivía en Hedestad.

Martín Vanger tenía dieciocho años cuando su hermana desapareció.Pertenecía a ese reducido grupo de familiares que podían ser descartados, conbastante seguridad, de la lista de personas potencialmente relacionadas con ladesaparición. Aquel otoño lo pasó en Uppsala, donde estudiaba el último año deinstituto. Iba a participar en la reunión familiar, pero llegó algo más tarde y, por lotanto, se encontraba entre los espectadores, al otro lado del puente, durante latrágica hora en la que su hermana desapareció.

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Mikael se fijó en otras dos curiosidades del árbol genealógico. La primera,que los matrimonios parecían ser para toda la vida; ningún miembro de la familiaVanger se había divorciado ni se había vuelto a casar, ni siquiera si el cónyugehabía muerto joven. Mikael se preguntó con qué frecuencia estadística ocurriríaeso. Cecilia Vanger se había separado de su marido hacía ya muchos años pero,por lo visto, seguía casada.

La otra curiosidad era que la familia parecía dividida geográficamente entreel lado «masculino» y el lado «femenino». Los herederos de Fredrik Vanger, a loscuales pertenecía Henrik Vanger, desempeñaban, tradicionalmente, importantespapeles en la empresa y se instalaban en Hedestad o en sus alrededores. Losmiembros de la rama familiar de Johan Vanger, que sólo daba mujeres herederas,se casaron y se dispersaron por otras partes del país; vivían principalmente enEstocolmo, Malmö y Gotemburgo —o en el extranjero—, y sólo iban a Hedestadde vacaciones o para las reuniones importantes del Grupo. Había una solaexcepción: Ingrid Vanger, cuyo hijo, Gunnar Karlman, vivía en Hedestad. Era elredactor jefe del periódico local, Hedestads-Kuriren.

En su faceta de investigador privado, Henrik pensaba que «el verdaderomóvil del asesinato de Harriet» quizá debiera buscarse en la estructura de laempresa, en el hecho de que él, ya desde muy pronto, diera a entender que Harrietera especial; que posiblemente el motivo fuera hacer daño al propio Henrik, o queHarriet hubiera encontrado algún tipo de información delicada respecto al Grupo,convirtiéndose así en una amenaza para alguien. Todo eso no eran más queespeculaciones sin fundamento; aun así, Mikael conformó un grupo «de especialinterés» compuesto por trece personas.

La conversación del día anterior con Henrik Vanger también fue instructivaen otro aspecto. Desde el primer momento, el viejo habló de su familia en unostérminos tan despectivos y peyorativos que a Mikael le resultaron extraños.Mikael llegó incluso a preguntarse si las sospechas contra su propia familia por ladesaparición de Harriet no habrían hecho que al viejo patriarca perdiera un pocoel juicio. Pero ahora empezaba a darse cuenta de que la apreciación de HenrikVanger, en realidad, era asombrosamente sensata.

La imagen que se iba configurando revelaba una familia que era social yeconómicamente exitosa, pero claramente disfuncional en todos los ámbitoscotidianos.

El padre de Henrik Vanger fue una persona fría e insensible que engendrabaa sus hijos para luego dejar que su esposa se encargara de su educación ybienestar. Hasta que los niños alcanzaron aproximadamente los dieciséis años,apenas vieron a su padre, con la excepción de esas celebraciones familiaresespeciales en las que se esperaba que estuvieran presentes, pero que tambiénfueran invisibles. Henrik Vanger no podía recordar que su padre le hubieraexpresado, ni tan siquiera una vez, alguna muestra de afecto; todo lo contrario: a

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menudo le dejaba claro que era un incompetente, y lo convertía en objeto de sudestructiva crítica. Raramente había castigos corporales; no hacía falta. No llegó aganarse el respeto de su padre hasta más tarde, con sus logros profesionales en elGrupo Vanger.

Su hermano mayor, Richard, se había rebelado. Tras una discusión, cuyacausa nunca se comentó en la familia, Richard se marchó a Uppsala para estudiar.Allí inició la carrera nazi, ya referida por Henrik Vanger, que algún tiempodespués lo llevaría a las trincheras en la guerra de Invierno de Finlandia.

Sin embargo, el viejo no le había contado que otros dos hermanos hicieroncarreras similares

En 1930, tanto Harald como Greger Vanger siguieron las huellas del hermanomayor en Uppsala. Harald y Greger estuvieron muy unidos, pero Henrik Vangerno sabía hasta que punto se relacionaron también con Richard. Lo que quedabacompletamente claro era que los hermanos se unieron al movimiento fascista. LaNueva Suecia, de Per Engdahl. Luego, Harald Vanger permaneció leal a PerEngdahl a lo largo de los años, al principio en la Asociación Nacional de Suecia,luego en Oposición Sueca y, finalmente, en el Movimiento de la Nueva Suecia,fundado una vez acabada la guerra. Siguió afiliado hasta la muerte de PerEngdahl, en los años noventa, y durante un tiempo fue uno de los contribuyenteseconómicos más importantes de los restos del hibernado movimiento fascistasueco.

Harald Vanger estudió medicina en Uppsala y casi inmediatamente entró encontacto con grupos que tenían verdadera obsesión por la biología racial y lahigiene de razas. Durante un tiempo trabajó en el Instituto Sueco de Biología deRazas, y se convirtió, en calidad de médico, en un destacado activista de lacampaña a favor de la esterilización de individuos no deseados

Cita, Henrik Vanger, cinta 2, 02950

Harald fue aún más alla. En 1937 fue coautor, afortunadamente bajoseudónimo, de un libro titulado La nueva Europa de los pueblos. De eso no meenteré hasta los años setenta. Tengo un ejemplar, si quieres leerlo. Se trataprobablemente de uno de los libros mas repulsivos jamás publicados en lenguasueca. Harald no sólo argumentó a favor de la esterilización, sino también de laeutanasia, ayudar a morir a las personas que ofendían sus gustos estéticos y queno encajaban en su imagen del pueblo sueco perfecto. O sea, abogaba por elgenocidio en un texto redactado con una intachable prosa académica quecontenía todos los argumentos médicos necesarios. Eliminar a los discapacitados.No dejar que la población sami se expandiera porque tenia genes mongoles. Losenfermos mentales experimentarían la muerte como una liberación, ¿no? Mujereslascivas, quinquis, gitanos y judíos, ya te puedes imaginar. En la fantasía de mihermano, Auschwitz podría haber estado situado en Dalecarha.

Después de la guerra, Greger Vanger se hizo profesor y, al cabo de algún

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tiempo, director del instituto de bachillerato de Hedestad. Henrik creía que, alacabar la guerra, Greger ya no pertenecía a ningún partido, que había abandonadoel nazismo. Murió en 1974 y hasta que Henrik no repasó sus cosas no se enteró, através de la correspondencia, de que su hermano había entrado, en los añoscincuenta, en una secta políticamente insignificante pero completamente absurdallamada PNN Partido Nacional Nórdico. Fue miembro hasta su muerte.

Cita, Henrik Vanger, cinta 2, 04167

De modo que tres de mis hermanos fueron, desde un punto de vistapolítico, enfermos mentales ¿Como de enfermos estarían en otros aspectos?

El único hermano que consiguió un poco de clemencia a ojos de HenrikVanger fue el enfermizo Gustav, el que falleció de una enfermedad pulmonar en1955. Gustav nunca tuvo interés por la política y más bien daba la sensación de serun bohemio con alma de artista, totalmente apartado del mundo, sin el menorinterés por los negocios ni por trabajar en el Grupo Vanger. Mikael le preguntó aHenrik Vanger:

—Ahora sólo quedáis tú y Harald. ¿Por qué volvió él a Hedeby?—Regresó en 1979, poco antes de cumplir setenta años. Es el propietario de la

casa.—Debe de ser raro vivir tan cerca de un hermano al que uno odia tanto.

Henrik Vanger se quedó mirando a Mikael asombrado.—No me has entendido bien. No odio a mi hermano. Más bien siento

compasión por él. Es un completo idiota, pero es él el que me odia a mí.—¿Él te odia?—Pues sí. Creo que fue por eso por lo que volvió. Para poder pasar sus

últimos años odiándome de cerca.—¿Y por qué te odia?—Porque me casé.—Me parece que eso me lo vas a tener que explicar.Henrik Vanger perdió pronto el contacto con sus hermanos mayores. Era el

único que mostraba algún talento para los negocios: la última esperanza de supadre. No le interesaba la política y no quiso ir a Uppsala; en su lugar, optó porestudiar economía en Estocolmo. Desde que cumplió dieciocho años pasaba todassus vacaciones haciendo prácticas en alguna de las muchas oficinas del GrupoVanger, o participando en las juntas directivas. Llegó a conocer todos los entresijosde la empresa familiar.

El 10 de junio de 1941, en plena segunda guerra mundial, Henrik fue enviadoseis semanas a Hamburgo, Alemania, a la oficina comercial del Grupo Vanger.Sólo tenía veintiún años. Su protector y mentor era el agente alemán de las

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empresas Vanger, un veterano de la empresa llamado Hermann Lobach.—No te voy a cansar con todos los detalles, pero, cuando yo estuve allí,

Hitler y Stalin seguían siendo buenos amigos y aún no existía el frente oriental.Todo el mundo estaba convencido de que Hitler era invencible. Había unsentimiento de... optimismo y desesperación; creo que ésas serían las palabrasadecuadas. Más de medio siglo después todavía me cuesta describir el ambiente.No me malinterpretes, nunca fui nazi y Hitler me parecía un ridículo personaje deopereta, pero resultaba difícil no dejarse contagiar por el optimismo y la confianzaen el futuro que reinaba entre la gente de a pie de Hamburgo. A pesar de que laguerra se iba acercando cada vez más, y de que varias escuadrillas aéreasbombardearon la ciudad durante el tiempo que pasé allí, la gente parecía pensarque aquello era algo pasajero; que pronto llegaría la paz y que Hitler instauraría suNeuropa, la nueva Europa. La gente quería creer que Hitler era Dios. En esoconsistía el mensaje que difundía la propaganda.

Henrik Vanger abrió uno de sus muchos álbumes de fotografías.—Éste es Hermann Lobach. Desapareció en 1944; probablemente murió

durante alguna incursión aérea y fue enterrado. Nunca supimos lo que le ocurrió.Durante las semanas que pasé en Hamburgo llegué a estar muy unido a él. Mealojaba en casa de su familia en un piso elegante, en el barrio acomodado de laciudad. Nos veíamos a diario. Era tan poco nazi como yo, pero estaba afiliado alpartido por comodidad. El carné de miembro le abrió muchas puertas y aumentósus posibilidades de hacer negocios para el Grupo Vanger; y negocios fueprecisamente lo que hicimos. Construíamos vagones de carga para sus trenes;siempre me he preguntado si alguno de los vagones tendría Polonia como destino.Les vendíamos tela para los uniformes y tubos para las radios, aunqueoficialmente no sabíamos qué uso le daban a la mercancía. Y Hermann Lobachsabía cómo hacer llegar a buen puerto un contrato; era ameno y campechano. Elperfecto nazi. Al cabo de algún tiempo empecé a darme cuenta de que también eraun hombre que intentaba desesperadamente ocultar un secreto.

»La noche del 22 de junio de 1941, Hermann Lobach llamó de repente a lapuerta de mi dormitorio y me despertó. Mi habitación era contigua a la de sumujer y me hizo señas para que estuviera callado, me vistiera y lo acompañara.Bajamos a la planta baja y nos sentamos en la sala de fumadores. Resultaba obvioque Lobach llevaba toda la noche despierto. Tenía la radio puesta y me di cuentade que había pasado algo dramático; se había puesto en marcha la OperaciónBarbarroja. Alemania había atacado a la Unión Soviética durante el fin de semanade Midsommar. —Henrik Vanger hizo un gesto resignado con la mano—. HermannLobach puso dos copas sobre la mesa y sirvió unos buenos chupitos deaguardiente. Estaba visiblemente afectado. Al preguntarle qué significaba todoaquello, contestó, con clarividencia, que era el fin de Alemania y del nazismo. Lecreí sólo a medias porque Hitler parecía invencible, pero Lobach me propuso unbrindis por la caída de Alemania. Luego habló de los asuntos prácticos.

Mikael asintió dando a entender que seguía escuchando la historia.

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—Para empezar, él no tenía ninguna posibilidad de contactar con mi padrepara recibir instrucciones, pero, por iniciativa propia, decidió interrumpir miestancia en Alemania y mandarme a casa tan pronto como fuera posible. Ensegundo lugar, quería que yo hiciera algo por él.

Henrik Vanger señaló un retrato amarillento y desportillado de una mujermorena de perfil.

—Hermann Lobach estaba casado desde hacía cuarenta años, pero en 1919conoció a una mujer mucho más joven que él, de una belleza deslumbrante, de laque se enamoró perdidamente. Ella era una pobre y sencilla costurera. Lobach lacortejó y, al igual que tantos otros hombres adinerados, se pudo permitir instalarlaen un piso a poca distancia de su oficina. Ella se convirtió en su amante. En 1921dio a luz a una hija que fue bautizada como Edith.

—Hombre rico mayor, joven mujer pobre y una hija como fruto del amor;supongo que eso no fue un gran escándalo, ni siquiera en los años cuarenta —comentó Mikael.

—Correcto. Si no hubiera sido por un detalle: la mujer era judía y, por lotanto, Lobach era padre de una hija judía en plena Alemania nazi. En la práctica,era un «traidor de la raza».

—Ah, eso, indudablemente, cambia las cosas. ¿Y qué pasó?—La madre de Edith fue detenida en 1939. Desapareció y sólo nos queda

imaginar su destino. Era bien conocido que tenía una hija que todavía no habíasido registrada en ninguna lista de deportados, pero a la cual buscaba ahora unasección de la Gestapo, cuya misión era perseguir a los judíos fugitivos. En elverano de 1941, la misma semana que yo llegué a Hamburgo, se vinculó a lamadre de Edith con Hermann Lobach, y él fue convocado a un interrogatorio.Confesó la relación y la paternidad, pero declaró que no tenía ni idea de dónde seencontraba su hija y que llevaba diez años sin saber de ella.

—¿Y dónde estaba la hija?—Yo la veía todos los días en casa de los Lobach. Era una chica de veinte

años guapa y callada que limpiaba mi habitación y ayudaba a servir la cena. En1937 la persecución de los judíos llevaba ya varios años y la madre de Edith lesuplicó a Lobach su ayuda. Y él la ayudó; Lobach quería tanto a su hija ilegítimacomo a sus otros hijos. La ocultó en el sitio más inimaginable, ante las mismasnarices de todos. Le consiguió papeles falsos y la contrató como asistenta.

—¿Sabía su esposa quién era?—No, ella no tenía ni idea de la situación.—¿Y qué pasó?—Eso había funcionado durante cuatro años, pero ahora Lobach se sentía

con la soga al cuello. Era sólo una cuestión de tiempo que la Gestapo llamara a supuerta. Todo esto me lo contó sólo unas semanas antes de que yo volviera aSuecia. Luego buscó a su hija y nos presentó. Era muy tímida y ni siquiera seatrevió a mirarme a los ojos. Lobach me suplicó que salvara su vida.

—¿Cómo?

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—Lo tenía todo organizado. Según los planes, yo me quedaría allí otras tressemanas más y luego cogería el tren nocturno a Copenhague para cruzar elestrecho en barco; un viaje relativamente seguro, incluso en tiempos de guerra.Dos días después de nuestra conversación, un carguero, propiedad del GrupoVanger, iba a zarpar del puerto de Hamburgo con destino a Suecia. EntoncesLobach quiso sacarme de Alemania, sin más demora, en ese buque. Los cambiosde planes tenían que ser aprobados por los servicios de seguridad. Unos simplestrámites burocráticos; no habría problemas. Pero Lobach insistía en que yo mefuera ya.

—Junto con Edith, supongo.—A Edith la subieron a bordo clandestinamente, escondida en una de las

trescientas cajas que contenían maquinaria. Mi misión era protegerla en el caso deque fuese descubierta en aguas alemanas, e impedir que el capitán del barcohiciera una estupidez. Pero si todo iba bien, debía esperar hasta que nosalejáramos un buen trecho de Alemania antes de dejarla salir.

—Vale.—Parecía fácil, pero el viaje se convirtió en una pesadilla. El capitán del

barco se llamaba Oskar Granath; y no le gustó nada la idea de tener bajo suresponsabilidad al engreído heredero de su jefe. Zarpamos de Hamburgo hacia lasnueve de la noche, a finales de junio. Estábamos a punto de salir del puertointerior cuando la alarma empezó a sonar. Un ataque aéreo inglés, el peor que hevisto en mi vida; y el puerto constituía, por supuesto, una zona prioritaria. Noexagero si te digo que por poco me meo en los pantalones cuando vi que lasbombas empezaban a caer cerca de nosotros. Pero de alguna manerasobrevivimos; y después de una avería en el motor y de una nochemiserablemente tormentosa navegando por aguas minadas, llegamos a Karlskronaal día siguiente por la tarde. Y ahora me vas a preguntar qué pasó con la chica.

—Creo que ya lo sé.—Mi padre, naturalmente, se puso furioso. Me había jugado la vida con

aquella estúpida acción. Y la chica podría ser deportada en cualquier momento;recuerda que estábamos en 1941. Pero a esas alturas yo ya estaba tanperdidamente enamorado de ella como Lobach lo estuvo de su madre. Pedí sumano y le di un ultimátum a mi padre: o aceptaba el matrimonio o se buscaba otrosucesor para la empresa familiar. Y claudicó.

—Pero ¿ella murió?—Sí, demasiado joven. En 1958. Pasamos poco más de dieciséis años juntos.

Tenía una anomalía congénita en el corazón. Y resultó que yo era estéril, así queno tuvimos hijos. Por eso mi hermano me odia.

—¿Porque te casaste con ella?—Porque, para usar su terminología, me casé con una sucia puta judía. Eso

representaba para él una traición contra la raza, el pueblo, la moral yabsolutamente todo lo que él encarnaba.

—Está loco de remate.

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—Yo no podría haberlo definido mejor.

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CAPÍTULO 10Jueves, 9 de enero - Viernes, 31 de enero

El primer mes de Mikael en ese perdido rincón del mundo estaba siendo,según el Hedestads-Kuriren, el más frío que se recordaba; o, por lo menos (si lehacía caso a Henrik Vanger), desde el invierno de la guerra de 1942. Mikael estabadispuesto a aceptar el dato como verdadero. Apenas llevaba una semana enHedeby y ya lo sabía todo sobre los calzoncillos largos y los calcetines de lana, altiempo que había aprendido la importancia de ponerse dos camisetas interiores.

A mediados de enero, cuando el frío alcanzó los increíbles 37 grados bajocero, pasó unos días terribles. Nunca había experimentado nada similar, nisiquiera durante aquel año que pasó en Kiruna haciendo el servicio militar. Unamañana, la tubería del agua se congeló. Gunnar Nilsson le proporcionó dosgrandes bidones de plástico para que pudiera cocinar y lavarse, pero el fríoresultaba paralizador. En las ventanas, por la parte interior, se formaron cristalesde nieve, y, por mucho que calentara la cocina de hierro, Mikael se sentíapermanentemente congelado. Todos los días pasaba un buen rato cortando leña enel cobertizo de detrás de la casa.

Había momentos en los que estaba a punto de llorar; incluso barajó laposibilidad de coger un taxi hasta Hedestad y subirse al primer tren que fuerahacia el sur. En vez de eso, se puso un jersey más, se abrigó con una manta y sesentó a tomar café a la mesa de la cocina, mientras leía viejos informes policiales

Unos días más tarde el tiempo cambió y la temperatura subió hasta unosagradables 10 bajo cero.

Mikael empezó a conocer a la gente de Hedeby. Martin Vanger cumplió supromesa y lo invitó a cenar; una cena preparada por él mismo: solomillo de alcecon vino tinto italiano. El industrial no estaba casado, pero mantenía una relacióncon una tal Eva Hassel, que les acompañó durante la cena. Eva Hassel era unamujer cariñosa, abierta y amena, Mikael la encontró extraordinariamente atractiva.Era dentista y vivía en Hedestad, pero pasaba los fines de semana con MartínVanger. Poco a poco Mikael fue sabiendo que se habían conocido hacía muchosaños, pero que no empezaron a relacionarse hasta una edad ya avanzada, y noveían ninguna razón para casarse.

—La verdad es que es mi dentista —dijo Martín Vanger, riéndose.—Y entrar en esta familia de locos no es una cosa que me entusiasme —dijo

Eva Hassel, dándole a Martín Vanger unas cariñosas palmaditas en la rodilla.

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El chalé de Martin Vanger era el sueño de todo soltero. De arquitecturamoderna y decorado con muebles en negro, blanco y cromado, su carísimomobiliario de diseño habría fascinado al mismísimo Christer Malm, con surefinado gusto. La cocina estaba equipada con todo lo que un cocinero profesionalpodría necesitar. En el salón había un tocadiscos estéreo de la más alta gama y unaformidable colección de discos de jazz de vinilo que iba desde Tommy Dorseyhasta John Coltrane. Martin Vanger tenía dinero y su hogar era lujoso y funcional,pero también un poco impersonal. Mikael advirtió que los cuadros de la parederan simples reproducciones y láminas que se podían encontrar en Ikea: bonitaspero no muy sofisticadas. Las estanterías, al menos en la parte de la casa queMikael pudo ver, no estaban muy llenas: la Enciclopedia nacional y unos cuantoslibros de esos que la gente suele regalar por Navidad a falta de mejores ideas. Enresumidas cuentas, Mikael sólo pudo apreciar dos aficiones personales en la vidade Martin Vanger, la música y la cocina. La primera afición se traducía en,aproximadamente, unos tres mil discos LP. La segunda se reflejaba en el barrigónque sobresalía por encima de su cinturón.

Como persona, Martin Vanger daba muestras de una curiosa mezcla deestupidez, agudeza y amabilidad. No hacía falta tener muy desarrollada lacapacidad analítica para sacar la conclusión de que se trataba de una persona conproblemas. Mientras escuchaban Night in Tunma, la conversación desembocó en elGrupo Vanger, y Martin Vanger no intentó ocultar que estaba luchando por lasupervivencia de su empresa. La elección del tema confundió a Mikael; MartinVanger era consciente de que tenía como invitado a un periodista al que apenasconocía, pero aun así hablaba de los problemas internos de la empresa con tantafranqueza que resultaba imprudente. Por lo visto, consideraba a Mikael como unomás de la familia, ya que trabajaba para Henrik Vanger. Coincidía con el anteriordirector en que los familiares sólo podían culparse a sí mismos de la situación enla que se encontraban. Por el contrario, carecía de la amargura propia del viejo yde su implacable desprecio por sus parientes; aquella incurable locura familiarparecía más bien entretenerle. Eva Hassel asentía con la cabeza, pero no realizó niun solo comentario. Al parecer, ya habían tratado ese tema antes.

Martin Vanger estaba al tanto de que Mikael había sido contratado paraescribir la crónica familiar, y le preguntó cómo avanzaba el trabajo. Mikaelcontestó sonriendo que le estaba costando mucho aprenderse todos los nombres, yluego preguntó si podía volver para hacerle una entrevista cuando le viniera bien.En varias ocasiones contempló la idea de conducir la conversación hacia laobsesión que el viejo tenía por la desaparición de Harriet Vanger. Sin duda,Henrik Vanger habría torturado más de una vez al hermano de Harriet con susteorías; además, Martin debería entender que, si Mikael iba a escribir una crónicafamiliar, difícilmente podría pasar por alto que un miembro de la familia habíadesaparecido sin dejar rastro. Pero Martin no dio muestras de querer sacar aqueltema y Mikael lo dejó estar. Ya tendrían ocasión de hablar de Harriet másadelante.

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Después de varios vodkas, se despidieron sobre las dos de la mañana. Mikaelestaba bastante borracho cuando, tambaleándose, recorrió los trescientos metrosque había hasta su casa. En general, fue una velada agradable.

Una tarde, durante la segunda semana de Mikael en Hedeby, alguien llamó ala puerta de su casa. Mikael dejó la carpeta de la investigación policial que acababade abrir —la sexta— y cerró el estudio antes de abrir la puerta a una mujer rubiade unos cincuenta años bien abrigada.

—Hola. Sólo quería presentarme. Me llamo Cecilia Vanger.Se dieron la mano y Mikael sacó unas tazas de café. Cecilia Vanger, hija del

nazi Harald Vanger, le pareció una mujer abierta y, en muchos aspectos, atractiva.Mikael recordó que Henrik Vanger se había expresado con mucho afecto al hablarde ella; había mencionado que no se relacionaba con su padre, pero que eranvecinos. Charlaron un rato antes de que ella sacara el tema que la había llevadohasta allí.

—Tengo entendido que vas a escribir un libro sobre la familia. No estoysegura de que me guste la idea —dijo—. Pero aun así tenía curiosidad por verte.

—Bueno, es Henrik Vanger el que me ha contratado. Es su historia, pordecirlo de alguna manera.

—Y el bueno de Henrik no resulta del todo objetivo cuando se trata de lafamilia.

Mikael la observó; en realidad, no entendía lo que ella había querido decir.—¿Te opones a que se escriba un libro sobre la familia Vanger?—Yo no he dicho eso. Y no creo que mi opinión importe mucho. Pero seguro

que ya has entendido que no siempre ha sido fácil ser miembro de esta familia.Mikael no tenía ni idea de lo que habría dicho Henrik, ni hasta qué punto

Cecilia conocería la verdadera misión. Hizo un gesto con las manos, comoqueriéndose excusar.

—Henrik Vanger me ha contratado para escribir una crónica familiar. Tieneopiniones bastante llamativas sobre varios miembros de la familia, pero piensoatenerme a lo que se pueda comprobar.

Cecilia Vanger esbozó una sonrisa triste.—Lo que quiero saber es si voy a tener que exiliarme cuando el libro

aparezca.—No creo —contestó Mikael—. La gente sabe ver la diferencia entre una

persona y otra.—Como mi padre, por ejemplo.—¿Tu padre, el nazi? —preguntó Mikael.Sorprendida, Cecilia Vanger elevó la mirada al cielo.—Mi padre está loco. Sólo lo veo un par de veces al año, a pesar de que

vivimos pared con pared.—¿Por qué no lo quieres ver?

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—Espera un momento antes de empezar a soltarme una sarta de preguntas.¿Vas a publicar lo que te diga? ¿O puedo tener una conversación normal contigosin temer que me presentes como una idiota?

Mikael dudó un instante, sin saber muy bien cómo expresarse.—Tengo el encargo de escribir un libro que empiece cuando Alexandre

Vangeersad desembarcó con Bernadotte y que llegue hasta hoy en día. Tratarásobre el imperio industrial ostentado durante muchas décadas, pero,naturalmente, también versará sobre las razones por las que éste se estáderrumbando y sobre los conflictos que hay en la familia. En este tipo de historiasresulta imposible evitar que la mierda salga a flote. Pero eso no quiere decir quevaya a pintarlo todo de color negro, ni que vaya a hacer una caricatura sarcásticade la familia. Por ejemplo, acabo de conocer a Martin Vanger, que me parece unapersona simpática, y así lo voy a describir.

Cecilia Vanger no contestó.—De ti sé que eres profesora...—Peor aún: soy directora del instituto de Hedestad.—Perdona. Sé que le caes bien a Henrik Vanger, que estás casada, pero

separada... y eso es todo, más o menos. Y sí, puedes hablar conmigo sin miedo aser citada ni exponerte a nada. No obstante, seguramente algún día llamaré a tupuerta para pedirte que me ayudes a aclarar algún hecho concreto. Entonces síserá una entrevista y podrás decidir si quieres contestar o no. Pero te lo dejaréclaro cuando sea el caso.

—Así que puedo hablar contigo... off the record, como soléis decir losperiodistas.

—Por supuesto.—¿Y esto es off the record?—Eres una vecina que me ha hecho una visita para tomar café, nada más.—Vale. Entonces ¿te puedo preguntar una cosa?—Adelante.—¿Qué parte del libro trató sobre Harriet Vanger?Mikael se mordió el labio y dudó. Luego, como quitándole importancia al

asunto, contestó:—Si te soy sincero, no tengo ni idea. Está claro que podría constituir,

perfectamente, un capítulo; no cabe duda de que se trata de un suceso dramáticoque ha influido, al menos, en Henrik Vanger.

—Pero ¿no estás aquí para investigar su desaparición?—¿Qué te hace pensar eso?—Bueno, el hecho de que Gunnar Nilsson arrastrara hasta aquí cuatro cajas.

Seguro que son las investigaciones privadas que Henrik ha realizado a lo largo detodos estos años. Y, además, cuando eché un vistazo a la antigua habitación deHarriet, donde Henrik suele guardar su colección de documentos, no estaban allí.

Cecilia Vanger no tenía ni un pelo de tonta.—Eso lo tendrás que hablar con Henrik Vanger y no conmigo —contestó

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Mikael—. Pero es verdad, Henrik ha hablado bastante de la desaparición deHarriet y me parece interesante leer el material.

Cecilia Vanger volvió a sonreír con tristeza.—A veces me pregunto quién está más loco: si mi padre o mi tío. Debo de

haber hablado con él sobre la desaparición de Harriet miles de veces.—¿Qué crees que ocurrió?—¿Es una pregunta de entrevista?—No —contestó Mikael, riéndose—. Pregunto por curiosidad.—Lo que me despierta la curiosidad es saber si tú también estás chiflado. Si

te has creído el razonamiento de Henrik, o si eres tú el que anima a Henrik aseguir.

—¿Quieres decir que Henrik es un chiflado?—No me malinterpretes. Henrik es una de las personas más afectuosas y

consideradas que conozco. Le quiero mucho. Pero está obsesionado con ese tema.—Pero la obsesión tiene una base real. De hecho, Harriet desapareció.—Es que estoy hasta el moño de toda esa historia. Ha envenenado nuestras

vidas durante muchos años y no parece tener fin. —Apenas pronunciadas estaspalabras, se levantó y se puso el abrigo—. Tengo que irme. Pareces simpático.Martin piensa lo mismo, pero sus opiniones no siempre son acertadas. Pásate pormi casa a tomar café cuando quieras. Por las noches estoy casi siempre.

—Gracias —contestó Mikael, y mientras ella se dirigía hacia la puerta,añadió—: No has contestado a la pregunta que no era pregunta de entrevista.

Cecilia se detuvo y, sin mirarlo, le dijo:—No tengo ni idea de lo que le ocurrió a Harriet. Pero creo que fue un

accidente con una explicación tan sencilla y trivial que si alguna vez nosenteramos de cómo sucedió, nos dejará asombrados.

Se dio media vuelta y, por primera vez, le sonrió con simpatía. Luego sedespidió con la mano y desapareció. Mikael permaneció sentado a la mesa de lacocina reflexionando: Cecilia Vanger era una de las personas marcadas en la listade miembros de la familia que se encontraban en la isla cuando Harriet Vangerdesapareció.

Si Cecilia Vanger le había parecido, en general, una persona agradable, nopodía decir lo mismo de Isabella Vanger. La madre de Harriet tenía setenta y cincoaños y, tal y como le había advertido Henrik Vanger, se trataba de una mujer deuna extrema elegancia que recordaba vagamente a una Lauren Bacall entrada enaños. Una mañana, de camino al Café de Susanne, Mikael se encontró con ella;vestía un abrigo de astracán negro con una gorra a juego y se apoyaba en unbastón también negro. Parecía una vampiresa envejecida, todavía bella, perovenenosa como una serpiente. Al parecer, Isabella volvía a casa después de haberdado un paseo; lo llamó desde el cruce.

—Oiga, joven. Venga aquí.

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Resultaba difícil desoír ese tono autoritario. Mikael miró a su alrededor yllegó a la conclusión de que se refería a él. Se acercó.

—Soy Isabella Vanger —proclamó la mujer.—Hola, yo me llamo Mikael Blomkvist —respondió, extendiéndole una

mano que ella ignoró por completo.—¿Es usted el tipo que anda husmeando en nuestros asuntos familiares?—Bueno, yo soy el tipo que Henrik Vanger ha contratado para que le ayude

con su libro sobre la familia Vanger.—Pues eso no es asunto suyo.—¿El qué? ¿Que Henrik Vanger me haya contratado o que yo haya

aceptado? En el primer caso creo que es asunto de Henrik; en el segundo, esasunto mío.

—Sabe muy bien a lo que me refiero. No me gusta que la gente meta susnarices en mi vida.

—De acuerdo, no lo haré. El resto lo tendrá que tratar usted con HenrikVanger.

De repente, Isabella Vanger levantó su bastón y puso la empuñadura contrael pecho de Mikael. No lo hizo con mucha fuerza, pero él, perplejo, dio un pasohacia atrás.

—Aléjese de mí.Isabella Vanger dio media vuelta y echó a andar hacia su casa. Mikael se

quedó quieto, con la expresión de quien acaba de conocer en persona a unpersonaje de tebeo. Al alzar la vista vio a Henrik Vanger en su despacho. Teníauna taza de café en la mano, que levantó a modo de irónico brindis. Mikael hizoun gesto resignado con las manos, sacudió la cabeza y se marchó al Café deSusanne.

El único viaje que Mikael realizó durante el primer mes fue una excursión deun día a una cala del lago Siljan. Tomó prestado el Mercedes de Dirch Frode ycondujo por un paisaje nevado para pasar una tarde con el inspector GustafMorell. Mikael había intentado hacerse una idea sobre Morell basándose en laimagen que se desprendía de la investigación policial; encontró a un viejo enjuto ynervudo que se movía lentamente y que hablaba con más parsimonia aún.

Mikael llevaba un cuaderno con unas diez preguntas, principalmente cosasque se le habían ocurrido mientras leía el informe policial. Morell contestópedagógicamente a todas las preguntas. Al final Mikael dejó de lado susanotaciones y le explicó a Morell que las preguntas sólo habían sido una excusapara poder conocer al retirado inspector. Lo que realmente quería era conversarun rato y formularle la única pregunta importante: ¿había algo en la investigaciónpolicial que no hubiera recogido en los informes?; ¿hizo alguna reflexión o teníaalgún presentimiento que quisiera comunicarle?

Ya que Morell, al igual que Henrik Vanger, llevaba treinta y seis años

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dándole vueltas al misterio de la desaparición de Harriet, Mikael esperaba ciertaresistencia. Al fin y al cabo, él era el chico nuevo que se había metido en elberenjenal en el que Morell se perdió. Pero no había el menor indicio dehostilidad. Antes de contestar, Morell cargó meticulosamente su pipa y encendióuna cerilla.

—Sí, claro que he reflexionado. Pero mis ideas son tan vagas y escurridizasque no sé muy bien cómo formularlas.

—¿Qué cree que le ocurrió a Harriet?—Creo que la asesinaron. En eso estoy de acuerdo con Henrik. Es la única

explicación posible. Pero nunca hemos sabido el porqué. Lo que creo es que lohicieron por alguna razón concreta; no fue por un ataque de locura, ni paraviolarla, ni nada por el estilo. Si conociéramos el motivo, sabríamos quién laasesinó.

Morell meditó un rato—El asesinato pudo haberse cometido de manera espontánea. Quiero decir

que alguien se aprovechó del absoluto caos que se generó después del accidente.El asesino ocultó el cuerpo y lo trasladó más tarde, mientras nosotros hacíamosbatidas por la isla.

—En tal caso estamos hablando de alguien con mucha sangre fría.—Hay un detalle relevante. Harriet se presentó en el despacho de Henrik e

intentó hablar con él. Ahora, en retrospectiva, me parece un comportamiento raro;ella sabía muy bien que él estaba ocupado con todos los familiares que andabanpor allí. Creo que Harriet constituía una amenaza para alguien, que queríacontarle algo a Henrik y que el asesino se dio cuenta de que ella iba a... bueno, achivarse.

—Henrik estaba ocupado con algunos miembros de la familia...—Aparte de Henrik, había cuatro personas en la habitación: su hermano

Greger, un cuñado que se llama Magnus Sjögren, y los dos hijos de HaraldVanger, Birger y Cecilia. Pero eso no significa nada. Pongamos que Harriet,hipotéticamente hablando, hubiera descubierto que alguien malversaba fondos dela empresa. Podría haberlo sabido desde hacía meses e, incluso, haberlocomentado con la persona en cuestión. Podría haber intentado chantajearle, opuede que le diera pena y que ella no supiera si delatarlo o no. Quizá se decidierade repente y tal vez se lo contara al asesino, quien, acto seguido, en un ataque depura desesperación, la mató.

—¿Por qué habla en masculino?—Estadísticamente, la mayoría de los asesinos son hombres. Pero es cierto:

en la familia Vanger hay algunas mujeres que son unas auténticas arpías.—Ya he conocido a Isabella.—Es una de ellas. Pero hay más. Cecilia Vanger puede ser bastante mordaz.

¿Has conocido ya a Sara Sjögren?Mikael negó con la cabeza.—Es la hija de Sofia Vanger, una de las primas de Henrik. Ahí tienes a una

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mujer realmente antipática y exenta de escrúpulos. Pero vivía en Malmö y, por loque he podido averiguar, no tenía ningún motivo para matar a Harriet.

—Vale.—El problema sigue siendo que, con todas las vueltas que le hemos dado al

asunto, todavía no hemos averiguado la causa. Eso es lo más importante. Si damoscon el motivo, sabremos qué ocurrió y quién es el culpable.

—Se ha empleado a fondo en este caso. ¿Hay alguna pista que no hayainvestigado?

Gustaf Morell se rió entre dientes.—Pues no, Mikael. Le he dedicado al caso un tiempo infinito y no se me

ocurre nada que no haya llevado hasta donde era posible. Incluso después de queme ascendieran y me fuera de Hedestad.

—¿Se fue?—Sí, yo no soy originario de Hedestad. Estuve destinado allí entre 1963 y

1968. Luego, al nombrarme comisario, me trasladé a la policía de Gävle hasta elfinal de mi carrera profesional. Pero incluso en Gävle seguí con mis pesquisassobre la desaparición de Harriet.

—Henrik Vanger no le dejaba en paz, supongo.—No, claro que no. Pero no fue por eso. El misterio de Harriet me sigue

fascinando aún hoy en día. Quiero decir... hay que verlo de la siguiente manera:todos los policías tienen un misterio sin resolver. De mis días en Hedestadrecuerdo que, cuando tomábamos café, los compañeros de más edad hablabansobre el caso Rebecka, en particular un policía que se llamaba Torstensson, muertohace mucho, que año tras año retomaba el caso. En su tiempo libre y en susvacaciones. Cuando los delincuentes locales no daban mucha guerra, solía sacarlas carpetas y ponerse a cavilar.

—¿También se trataba de una chica desaparecida?Por un momento, el comisario Morell pareció asombrado. Luego, al darse

cuenta de que Mikael buscaba alguna conexión, sonrió.—No, no lo he mencionado por eso. Estoy hablando del «alma» del policía.

El caso Rebecka ocurrió incluso antes de que Harriet Vanger naciera y hace muchotiempo que prescribió. En los años cuarenta una mujer de Hedestad fue atacada,violada y asesinada. No es nada raro. Durante su carrera profesional todo policíatiene que investigar alguna vez esa clase de crímenes. Lo que quiero decir es quehay casos que se te pegan al cuerpo y se meten por debajo de la piel. Aquella chicafue asesinada de la manera más brutal. El asesino la ató y le metió la cabeza entrelas brasas encendidas de una chimenea. No sé cuánto tiempo tardaría la pobre enmorir ni las torturas que sufriría.

—¡Joder, qué horror!—Pues sí. Extremadamente cruel. El pobre Torstensson fue el primer

investigador que se presentó en el lugar del crimen y el asesinato permaneció sinresolverse, a pesar de que se recurriera a la ayuda de expertos de Estocolmo.Nunca jamás pudo dejar el caso.

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—Lo entiendo.—De modo que mi Rebecka se llama Harriet. En su caso ni siquiera sabemos

cómo murió. Técnicamente, ni siquiera podemos probar que se cometiera unasesinato. Pero nunca he sido capaz de abandonar el tema. —Meditó durante uninstante—. Investigar un asesinato puede ser el trabajo más solitario del mundo.Los amigos de la víctima están indignados y desesperados, pero tarde o temprano,al cabo de algunas semanas o de unos meses, la vida vuelve a la normalidad. Losmás allegados necesitan más tiempo, pero ellos también superan el dolor y ladesesperación. La vida sigue. Pero los asesinatos sin resolver te corroen pordentro. Al final, sólo queda una persona que piensa en la víctima e intenta que sehaga justicia: el policía que se hace cargo de la investigación.

Tres personas más de la familia Vanger vivían en la isla de Hedeby.Alexander Vanger —nacido en 1946 e hijo de Greger, el tercer hermano— habitabaen una casa de madera, reformada, de principios del siglo XX. Mikael sabía, porHenrik, que Alexander Vanger se encontraba actualmente en las Antillas, donde sededicaba a su ocupación favorita: navegar y dejar pasar el tiempo sin dar un paloal agua. Henrik hablaba de su sobrino en términos tan descalificatorios que Mikaelllegó a la conclusión de que Alexander Vanger habría sido objeto de ciertascontroversias. Sin embargo, se contentó con saber que Alexander tenía veinte añoscuando Harriet Vanger desapareció, y que formaba parte del círculo de familiarespresentes en la isla.

Alexander vivía con su madre Gerda, de ochenta años, viuda de GregerVanger. Mikael nunca la había visto; tenía una salud delicada y se pasaba la mayorparte del tiempo en la cama.

El tercer miembro de la familia era, por supuesto, Harald Vanger. Durante elprimer mes, Mikael no consiguió ver ni la sombra del viejo biólogo de razas. Lacasa de Harald Vanger —la que Mikael tenía más cerca— presentaba un aspectosombrío; unas oscuras cortinas en todas las ventanas ocultaban el interior. Dabamal agüero. En varias ocasiones, al pasar Mikael por la casa, le había parecidopercibir un ligero movimiento de cortinas; y una noche, ya tarde, cuando estaba apunto de acostarse, descubrió de repente, por el resquicio de una de ellas, el reflejode una luz en la planta superior. Fascinado, permaneció en la oscuridad durantemás de veinte minutos, junto a la ventana de la cocina, contemplando aquella luzantes de olvidarse del tema e irse a la cama tiritando de frío. A la mañanasiguiente la cortina volvía a estar en su sitio.

Harald Vanger parecía ser un espíritu invisible, pero constantementepresente, que, con su aparente ausencia, marcaba la vida del pueblo. En laimaginación de Mikael, Harald Vanger iba adoptando cada vez más la forma deun malvado Gollum que espiaba su entorno tras las cortinas y que se dedicaba amisteriosas actividades en su blindada cueva.

Una vez al día Harald Vanger recibía la visita de la asistenta social, una

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mujer mayor que vivía al otro lado del puente y que, cargada con las bolsas de lacompra, atravesaba con mucho esfuerzo la nieve que había hasta la puerta, ya queHarald Vanger se negaba a que le limpiaran el camino de entrada. GunnarNilsson, el bracero, movió la cabeza, resignado, cuando Mikael sacó el tema. Leexplicó que se había ofrecido a quitarle la nieve, pero que, al parecer, HaraldVanger no quería que nadie pisara su territorio. Una sola vez, el primer inviernotras volver Harald Vanger a la isla, Gunnar Nilsson, espontáneamente, subió conel tractor para quitar la nieve del patio de su casa, al igual que lo hacía en todas lasdemás. La iniciativa tuvo como resultado que Harald Vanger saliera corriendo desu casa dando voces y armando un gran escándalo hasta que Nilsson se alejó deallí.

Desgraciadamente, Nilsson no podía quitar la nieve de la entrada de la casade Mikael, ya que la verja era demasiado estrecha para que pasara el tractor. Allítodavía había que recurrir a la pala y la fuerza de las manos.

A mediados de enero, Mikael Blomkvist encargó a su abogado queaveriguara cuándo le tocaba cumplir sus tres meses de condena. Estaba ansiosopor quitárselos de encima cuanto antes. Entrar en prisión resultó ser mucho másfácil de lo que se imaginaba. Tras unas semanas de deliberación, se decidió queMikael se presentara el 17 de marzo en la cárcel de Rullåker, cerca de Östersund,un centro penitenciario con régimen abierto, destinado a gente con pocosantecedentes penales. El abogado de Mikael también pudo comunicarle que eltiempo de condena, con gran probabilidad, podría acortarse un poco.

—Bien —dijo Mikael sin mucho entusiasmo.Estaba sentado a la mesa de la cocina, acariciando a la gata parda, que tenía

por costumbre aparecer de vez en cuando y pasar la noche con Mikael. Por HelenNilsson, la vecina de enfrente, se enteró de que la gata se llamaba Tjorven y de queno pertenecía a nadie en particular, sino que solía merodear por las casas.

Mikael se reunía con Henrik Vanger casi todas las tardes. Unas veces teníanuna breve charla, otras se quedaban horas y horas hablando de la desaparición deHarriet Vanger y de todo tipo de detalles de la investigación privada de HenrikVanger

En muchas ocasiones, las conversaciones consistían en que Mikaelpresentaba una teoría que luego Henrik echaba por tierra. Mikael intentabamantener la distancia con respecto a su misión, pero había momentos en los que sequedaba irremediablemente fascinado por el misterioso rompecabezas queconstituía la desaparición de Harriet Vanger

Mikael le había asegurado a Erika que también diseñaría una estrategia parapoder emprender la batalla con Hans-Erik Wennersrtöm, pero en todo el mes quellevaba en Hedestad ni siquiera había abierto las viejas carpetas cuyo contenido lehabían conducido ante el juez. Al contrario, evitaba el problema. Cada vez que seponía a pensar en Wennersrtöm y su propia situación, las fuerzas le flaqueaban y

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caía en el más profundo desánimo. En los momentos de lucidez se preguntaba siiba camino de volverse igual de chalado que el viejo. Su carrera profesional sehabía derrumbado como un castillo de naipes y su reacción no había sido otra queesconderse en un pequeño pueblo en el campo para cazar fantasmas. Además,echaba de menos a Erika.

Henrik Vanger contemplaba a su colaborador con una discreta preocupación.Sospechaba que Mikael Blomkvist no siempre se encontraba en perfecto equilibrio.A finales de enero, el viejo tomó una decisión que incluso a él mismo lesorprendió. Cogió el teléfono y llamó a Estocolmo. La conversación duró veinteminutos y versó mayoritariamente sobre Mikael Blomkvist.

Hizo falta casi un mes para que a Erika se le pasara el enfado. Llamó a lasnueve y media de una de las últimas noches de enero.

—¿Piensas realmente quedarte ahí arriba? —fue su saludo inicial. La llamadapilló a Mikael tan desprevenido que al principio no supo qué replicar. Luegosonrió y se arrebujó aún más en la manta.

—Hola, Ricky. Deberías probarlo tú también.—¿Por qué? ¿Vivir en el culo del mundo tiene algún encanto especial?—Acabo de lavarme los dientes con agua helada. Me duelen hasta los

empastes.—Pues ¡allá tú! La verdad es que aquí en Estocolmo también hace un frío que

pela.—Cuéntame.—Hemos perdido dos tercios de nuestros anunciantes. Nadie quiere decirlo

claramente, pero...—Ya lo sé. Haz una lista de los que abandonan. Algún día hablaremos de

ellos en el reportaje que se merecen.—Micke..., he hecho mis cálculos y si no tenemos nuevos anunciantes para

este otoño, nos hundimos. Así de claro.—Las cosas cambiarán.Erika se rió sin ganas al otro lado del teléfono.—Mira, no puedes decir eso y quedarte tan ancho ahí arriba escondido entre

los malditos lapones.—Oye, hay por lo menos cincuenta kilómetros hasta el pueblo sami más

cercano.Erika se calló.—Erika: yo...—Ya lo sé. A man's gotta do what a man's gotta do and all that crap. No hace falta

que digas nada. Perdóname por haber sido tan cabrona y no haber contestado atus llamadas. ¿Podemos volver a empezar? ¿Quieres que suba a verte?

—Cuando quieras.—¿Tengo que llevar escopeta para defenderme de los lobos?

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—No te preocupes. Contrataremos a unos lapones con trineos y perros.¿Cuándo vienes?

—El viernes por la noche, ¿de acuerdo?De repente, la vida le pareció infinitamente más llena de color.

A excepción del estrecho sendero que conducía hasta la puerta, el jardín deMikael tenía casi un metro de nieve. Durante un largo minuto, Mikael miró conpereza la pala, luego cruzó el camino hasta la casa de Gunnar Nilsson y preguntósi Erika podía dejar allí su BMW cuando viniera. No había problema. Les sobrabasitio en el doble garaje y además podían ofrecerle un calentador de motores.

Erika subió en coche y llegó sobre las seis de la tarde. Durante unossegundos se observaron el uno al otro, en actitud expectante, y luego se fundieronen un abrazo considerablemente más largo.

Aparte de la iglesia iluminada no había mucho que ver en la oscuridad de lanoche; tanto Konsum como el Café de Susanne estaban a punto de cerrar. Así quese fueron apresuradamente. Mikael preparó la cena mientras Erika dio una vueltainspeccionando la casa, hizo comentarios sobre los Rekordmagasinet conservadosdesde los años cincuenta y fisgoneó en las carpetas del estudio. Cenaron chuletasde cordero y patatas con una consistente salsa de nata —demasiadas calorías—,todo regado con vino tinto. Mikael intentó sacar el tema, pero Erika no estaba dehumor para hablar de Millennium. Así que conversaron durante dos horas sobre loque hacía Mikael allí arriba y sobre cómo estaban. Luego se fueron a comprobar sila cama era lo suficientemente ancha para los dos.

El tercer encuentro con el abogado Nils Bjurman se había cancelado yconvocado de nuevo para finalmente ser fijado a las cinco de la tarde del mismoviernes. En anteriores reuniones, Lisbeth Salander había sido recibida por lasecretaria del despacho, una mujer de unos cincuenta y cinco años que desprendíaun aroma a almizcle. Esta vez la secretaria se había ido ya y el abogado Bjurmanolía ligeramente a alcohol. Le hizo señas a Salander para que se sentara y,distraído, siguió hojeando unos papeles hasta que de repente pareció serconsciente de la presencia de la joven.

La reunión se convirtió en otro interrogatorio. Esta vez la interrogó sobre suvida sexual, un tema que, definitivamente, ella consideraba parte de su vidaprivada y que no tenía intención de tratar con nadie.

Después del encuentro Lisbeth se dio cuenta de que no había sabido manejarla situación. Al principio permaneció callada, evitando contestar a sus preguntas,pero Bjurman lo interpretó como timidez, retraso mental o como que tenía algoque ocultar, y se puso a presionarla para que contestara. Salander comprendió queél no iba a rendirse y empezó a darle respuestas parcas e inofensivas que suponíaque encajaban bien con su perfil psicológico. Mencionó a Magnus, que, según su

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descripción, era un informático de su misma edad, algo retraído, que se portabacomo un caballero con ella, la llevaba al cine y, de vez en cuando, se metía en sucama. Magnus era pura ficción que iba tomando forma al tiempo que ella hablaba,pero Bjurman aprovechó la información para dedicar la hora siguiente a analizardetenidamente su vida sexual. «¿Con qué frecuencia mantienes relacionessexuales?» «De vez en cuando.» «¿Quién toma la iniciativa: tú o él?» «Yo.» «¿Usáiscondón?» «Por supuesto: sabía lo que era el VIH.» «¿Cuál es tu postura favorita?»«Pues, normalmente boca arriba.» «¿Te gusta el sexo oral?» «Oye, para el carro...»«¿Alguna vez has practicado el sexo anal?» «No, no me hace mucha gracia que mela metan por el culo, pero ¿a ti qué coño te importa?»

Fue la única vez que perdió la calma ante Bjurman. Consciente de cómopodría interpretarse su modo de mirar, bajó los ojos para que no revelaran susverdaderos sentimientos. Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, el abogadomostraba una sonrisa burlona. En ese momento, Lisbeth Salander supo que suvida iba a tomar un nuevo y dramático rumbo. Dejó el despacho de Bjurman conuna sensación de asco. La había cogido desprevenida. A Palmgren jamás se lehabía ocurrido hacer preguntas así; en cambio, siempre estaba disponible cuandoLisbeth quería hablar de cualquier tema, algo que ella raramente habíaaprovechado.

Bjurman era un serious pain in the ass y estaba a punto de subir a la categoríade major problem.

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CAPÍTULO 11Sábado, 1 de febrero - Martes, 18 de febrero

El sábado, aprovechando las pocas horas de luz, Mikael y Erika dieron unpaseo con dirección a Östergården pasando por el puerto deportivo. A pesar deque Mikael llevaba un mes en la isla de Hedeby, nunca había visitado su interior;el frío y las tormentas de nieve le habían disuadido, con gran eficacia, desemejantes aventuras. Pero ese sábado el tiempo era soleado y agradable, como siErika hubiese traído consigo la esperanza de una tímida primavera. Estaban a 5grados bajo cero. El camino estaba flanqueado por los montones de nieve, de unmetro de alto, que había formado la máquina quitanieves. En cuanto abandonaronlos alrededores del puerto se adentraron en un denso bosque de abetos, y Mikaelse sorprendió al ver que Söderberget era considerablemente más alta y másinaccesible de lo que parecía desde el pueblo. Durante una fracción de segundopensó en las veces que Harriet Vanger habría jugado de niña en esa montaña, peroluego apartó esa imagen de sus pensamientos. Al cabo de unos cuantos kilómetrosel bosque terminaba abruptamente junto a un cercado en el que empezaba lagranja de Östergården. Pudieron ver un edificio blanco de madera y un granestablo rojo. Renunciaron a subir hasta la casa y regresaron por el mismo camino.

Cuando pasaron por delante de la Casa Vanger, Henrik Vanger dio unossonoros golpes en la ventana de la planta superior y les hizo señas con la manopara que subieran. Mikael y Erika se miraron.

—¿Quieres conocer a toda una leyenda industrial?—¿Muerde?—Los sábados no.Henrik Vanger los recibió en la puerta de su despacho y les estrechó la mano.—La reconozco. Usted debe de ser la señorita Berger —saludó—. Mikael no

me había dicho que pensara visitar Hedeby.

Uno de los rasgos más destacados de Erika era su capacidad para entablaramistad de inmediato con todo tipo de individuos. Mikael había visto a Erikadesplegar todos sus encantos con niños de cinco años, los cuales, en apenas diezminutos, estaban completamente dispuestos a abandonar a sus madres. Los viejosde más de ochenta no parecían constituir una excepción. Los hoyuelos que se leformaban al reírse eran tan sólo un aperitivo. Al cabo de dos minutos, Erika yHenrik Vanger ignoraron por completo a Mikael, charlando como si se conocierandesde pequeños; bueno, teniendo en cuenta la diferencia de edad, por lo menos

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desde que Erika era una niña.Erika empezó a reprocharle cariñosamente a Henrik Vanger que se hubiera

llevado a su editor jefe a ese perdido rincón del mundo. El viejo se defendiódiciendo que, según tenía entendido por los numerosos comunicados de prensa,ella ya le había despedido, y que si no lo había hecho todavía, tal vez fuera unbuen momento para soltar lastre. Erika, haciendo una pausa retórica, sopesó laidea contemplando a Mikael con una mirada crítica. En cualquier caso, constatóHenrik Vanger, llevar una vida rústica durante un tiempo sin duda le vendría bienal señorito Blomkvist. Erika estaba de acuerdo.

Durante cinco minutos le tomaron el pelo hablando de sus defectos. Mikaelse hundió en el sillón fingiendo estar ofendido, pero frunció el ceño cuando Erikahizo unos ambiguos comentarios que bien podrían referirse tanto a sus carenciasperiodísticas, como a su falta de habilidad sexual. Henrik Vanger echó la cabezahacia atrás y se rió a carcajadas.

Mikael estaba perplejo; los comentarios eran sólo una broma, pero nuncahabía visto a Henrik Vanger tan distendido y relajado. De repente, se imaginó a unHenrik Vanger cincuenta años más joven —bueno, treinta años más joven—; debióde haber sido un atractivo y encantador donjuán. No se había vuelto a casar.Seguramente se habrían cruzado en su camino muchas mujeres, pero durante casimedio siglo permaneció soltero.

Mikael le dio un sorbo al café y volvió a aguzar el oído al advertir que laconversación se había vuelto seria de pronto y versaba sobre Millennium.

—Tengo entendido que hay problemas con la revista.Erika miró de reojo a Mikael.—No, Mikael no me ha hablado de los asuntos internos de la redacción, pero

uno tendría que ser ciego y sordo para no darse cuenta de que la revista, igual quelas empresas Vanger, está en declive.

—Ya nos las arreglaremos —contestó Erika con cierta prudencia.—Lo dudo —replicó Henrik Vanger.—¿Por qué?—A ver, ¿cuántos empleados tenéis? ¿Seis? Una tirada de veintiún mil

ejemplares que sale una vez al mes, impresión y distribución, locales... Necesitáisfacturar, digamos, unos diez millones. Alrededor de la mitad de esa suma tieneque provenir de los anunciantes.

—¿Y?—Hans-Erik Wennerström es un rencoroso y mezquino cabrón que no se va

a olvidar de vosotros durante mucho tiempo. ¿Cuántos anunciantes habéisperdido durante los últimos meses?

Erika permanecía expectante observando a Henrik Vanger. Mikael sesorprendió a sí mismo conteniendo la respiración. Las ocasiones en las que el viejoy él habían tocado el tema de Millennium, o bien Henrik le pinchaba, o bien optabapor relacionar la situación de la revista con la capacidad de Mikael para llevar acabo su trabajo en Hedestad. Mikael y Erika eran socios y cofundadores de la

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revista, pero ahora resultaba evidente que Henrik Vanger sólo se dirigía a Erika,como un jefe a otro. Se enviaban señales entre ellos que Mikael no podía entenderni sabía interpretar, algo que posiblemente tenía que ver con el hecho de que él, enel fondo, era un chico pobre de la clase obrera de Norrland y ella una niña biencon un árbol genealógico tan internacional como de rancio abolengo.

—¿Me podrías poner un poco más de café? —preguntó ErikaHennk Vanger se lo sirvió inmediatamente—Vale, controlas el tema. Nos han hecho daño ¿Y qué?—¿De cuánto tiempo disponemos?—Tenemos medio año para darle la vuelta a todo esto. Ocho o nueve meses

como mucho. Pero, sencillamente, no contamos con suficiente capital parasobrevivir más tiempo.

El viejo, con un rostro impenetrable, miró por la ventana con gesto absorto.La iglesia seguía allí

—¿Sabíais que una vez estuve metido en el negocio periodístico?Mikael y Erika negaron con la cabeza De repente, Hennk Vanger se rió.—Durante los años cincuenta y sesenta tuvimos seis periódicos en Norrland.

Fue idea de mi padre; pensaba que podría ser políticamente provechoso tener a losmedios de comunicación apoyándonos. De hecho, la familia sigue siendo uno delos propietarios del Hedestads-Kuriren; Birger Vanger es presidente de la juntadirectiva del grupo de propietarios. Es el hijo de Harald —añadió, dirigiéndose aMikael.

—Y además, consejero municipal —apuntó Mikael.—Martin también está en la junta. Mantiene a raya a Birger.—¿Por qué dejasteis los periódicos? —preguntó Mikael.—La reestructuración de los años sesenta. La actividad periodística era, en

cierto sentido, más un hobby que, otra cosa. En los setenta, cuando tuvimos queajustar el presupuesto, unos de los primeros bienes que vendimos fueron losperiódicos. Pero sé lo que significa llevar un periódico... ¿Puedo hacerte unapregunta personal?

Iba dirigida a Erika, que arqueó una ceja y le hizo un gesto a Vanger para quecontinuara.

—Que conste que no le he preguntado nada a Mikael, y si no queréiscontestar, no hace falta que lo hagáis, pero me gustaría saber por qué os metisteisen este lío. ¿Teníais realmente una historia?

Mikael y Erika intercambiaron miradas. Ahora le tocaba a Mikael mostrar unrostro impenetrable. Erika dudó un instante antes de hablar.

—La había. Pero en realidad nos salió otra.Henrik Vanger asintió con la cabeza, como si hubiera entendido exactamente

lo que quería decir Erika. Mikael, por su parte, no entendió nada.—No quiero hablar de eso —dijo Mikael, cortándola—. Hice mis

investigaciones y redacté el texto. Tenía todas las fuentes que me hacían falta.Luego se fue todo a la mierda. Y punto.

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—Pero ¿tenías fuentes de todo lo que escribiste?Mikael asintió. De repente, el tono de voz de Henrik Vanger se hizo más

duro.—No voy a fingir que comprendo cómo diablos habéis podido caer en

semejante trampa. No recuerdo ninguna otra historia parecida, a excepción, talvez, del caso Lundahl en Expressen en los años sesenta; no sé si os sonará, soisjóvenes. Por cierto, ¿vuestra fuente también era un mitómano? —Henrik movió lacabeza incrédulo y se dirigió a Erika en voz más baja—: He sido editor antes ypuedo volver a serlo. ¿Qué os parecería tener otro socio?

La pregunta surgió como un relámpago en medio de un cielo claro, peroErika no pareció en absoluto sorprenderse.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio?Henrik Vanger evitó la pregunta formulando otra:—¿Hasta cuándo te quedas en Hedestad?—Me voy mañana.—¿Podrías considerar, bueno, tú y Mikael, por supuesto, contentar a un

pobre viejo cenando esta noche en mi casa? ¿A las siete?—Estupendo. Con mucho gusto. Pero estás esquivando mi pregunta. ¿Por

qué querrías tú ser socio de Millennium?—No la estoy esquivando. Más bien tenía en mente que lo podríamos hablar

acompañados de un poco de comida. Necesito hablar con mi abogado, DirchFrode, antes de poder ofreceros algo más concreto. Pero, modestamente, digamosque tengo algún dinero disponible. Si la revista sobrevive y vuelve a ser rentable,habré hecho un buen negocio. Si no...; bueno, he sufrido peores pérdidas en mivida.

Mikael estaba a punto de abrir la boca justo cuando Erika le puso la mano enuna rodilla.

—Mikael y yo hemos luchado muy duramente para ser totalmenteindependientes.

—Tonterías. Nadie es completamente independiente. Pero yo no tengointención de hacerme con el control de la revista y me importa un pepino elcontenido. Ese cabrón de Stenbeck se apuntó un tanto publicando Moderna Tider;así que yo puedo apoyar a Millennium, ¿no? Además, es una buena revista.

—¿Esto tiene algo que ver con Wennerström? —preguntó Mikael.Henrik Vanger sonrió.—Mikael, tengo más de ochenta años. Me arrepiento de no haber hecho

algunas cosas, y de no haberme metido más con ciertas personas. Pero, ya que lopreguntas —se volvió a dirigir a Erika—, una inversión así conlleva, como poco,una condición.

—A ver —dijo Erika Berger.—Mikael Blomkvist debe recuperar el cargo de editor jefe.—No —dijo Mikael enseguida.—Sí —replicó Henrik Vanger igual de tajante—. A Wennersrtöm le va a dar

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algo si emitimos un comunicado de prensa declarando que las empresas Vangerapoyan a Millennium y que, al mismo tiempo, tú recuperas tu puesto de editor jefe.Es la señal más absolutamente clara que le podemos mandar; todo el mundoentenderá que no se trata de hacerse con el poder y que la política de la redacciónse mantendrá firme. Y eso, en sí mismo, les dará a los anunciantes que piensanretirarse una razón para reconsiderar su postura. Y Wennerström no estodopoderoso. También tiene enemigos, y habrá empresas dispuestas aanunciarse.

—¿Qué coño está pasando aquí? —exclamó Mikael en el mismo momento enque Erika cerró la puerta.

—Creo que se llama sondeo preliminar de cara a un acuerdo comercial —contestó—. ¡Qué cielo de persona es! ¡Y tú sin decirme nada!

Mikael se puso delante de ella.—Ricky, sabías perfectamente lo que se iba a tratar en esta conversación.—Oye, muñeco: son sólo las tres y quiero que me atiendas bien antes de la

cena.Mikael Blomkvist estaba furioso. Pero nunca había conseguido estar

enfadado mucho tiempo con Erika.

Erika llevaba un vestido negro, una chaqueta que le llegaba a la cintura yunos zapatos de tacón alto que, por casualidad, había metido en su pequeñamaleta. Insistió en que Mikael llevara corbata y americana, así que se puso unospantalones negros, una camisa gris, una corbata oscura y se enfundó en unaamericana gris. Cuando llamaron a la puerta de la casa de Henrik Vanger a lassiete en punto se dieron cuenta de que Dirch Frode y Martin Vanger tambiénhabían sido invitados. Todos llevaban corbata y americana menos Henrik, quelucía pajarita y una chaqueta marrón de punto.

—La ventaja de tener más de ochenta años es que nadie te critica por cómovas vestido —dijo.

Durante toda la cena Erika hizo gala de un espléndido humor.Después se trasladaron a un salón con chimenea y se sirvieron unas copas de

coñac; fue entonces cuando empezaron a tratar seriamente el asunto. Hablarondurante casi dos horas antes de tener el borrador de un acuerdo sobre la mesa.

Dirch Frode fundaría una empresa cuyo único propietario sería HenrikVanger y cuya junta directiva estaría compuesta por él mismo, Frode y MartinVanger. La empresa, durante un período de cuatro años, invertiría una suma dedinero que cubriría la diferencia existente entre los ingresos y los gastos deMillennium. El dinero provendría de la fortuna personal de Henrik Vanger. Acambio, éste ocuparía un destacado puesto en la junta directiva de la revista. Elacuerdo tendría vigencia durante cuatro años, aunque podría rescindirse por parte

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de Millennium al cabo de dos. Pero una ruptura prematura saldría muy costosa, yaque la única manera de comprar la parte de Hennk sería retribuyéndole latotalidad del dinero invertido.

En el caso de que Henrik Vanger falleciera, Martin Vanger le sustituiría en lajunta durante el período restante. En ese supuesto, la decisión de prolongar sucompromiso con la revista sólo le correspondería a él. A Martin Vanger parecíadivertirle la posibilidad de pagarle con la misma moneda a Hans-ErikWennersrtöm, mientras Mikael, por su parte, se preguntaba cuál sería laverdadera causa del conflicto existente entre ellos dos.

Tras terminar de redactar el borrador, Martin Vanger llenó las copas decoñac. Henrik Vanger aprovechó la ocasión, se inclinó hacia delante y le explicó aMikael en voz baja que este acuerdo de ninguna manera afectaría al que ya habíaentre ellos.

También se decidió que esta reorganización, con el fin de conseguir lamáxima difusión entre los medios de comunicación, sería presentada el mismo díaen el que Mikael Blomkvist ingresara en prisión, a mediados de marzo. Hacercoincidir un acontecimiento tan negativo con una nueva organización resultabatan descabellado desde el punto de vista del marketing que no podría más quedesconcertar a los detractores de Mikael y darle la máxima difusión a lareincorporación de Mikael a la revista. Pero también tenía su lógica: era la señal deque la bandera de peste que ondeaba sobre la redacción de Millennium estaba apunto de arriarse, y de que la revista tenía protectores dispuestos a jugar duro.Puede que el Grupo Vanger se encontrara en crisis, pero seguía siendo un grupoindustrial de mucho peso que era capaz, si hiciera falta, de practicar un juegoofensivo.

Toda la conversación no fue más que un intercambio de palabras entre Erika,por una parte, y Henrik y Martin por otra. A Mikael nadie le preguntó su opinión.

Ya por la noche, en casa, Mikael estaba acostado en la cama con la cabezaapoyada en el pecho de Erika y mirándola a los ojos.

—¿Cuánto tiempo lleváis hablando de este acuerdo Henrik Vanger y tú? —preguntó.

—Una semana, más o menos —contestó ella, sonriendo.—¿Christer está de acuerdo?—Por supuesto.—¿Por qué no me dijiste nada?—¿Y por qué diablos iba a hablarlo contigo? Has dimitido del puesto de

editor jefe, has abandonado tanto la redacción como la dirección y te has ido avivir al quinto pino.

Mikael meditó la cuestión durante un rato.—¿Quieres decir que merezco ser tratado como un idiota?—Oh, sí; claro que sí —le espetó con gran énfasis.—Has estado muy enfadada conmigo, ¿verdad?—Mikael, jamás me he sentido tan cabreada, abandonada y traicionada como

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cuando te marchaste de la redacción. Nunca me había sentido tan furiosa contigo.Lo cogió por el pelo y empujó su cabeza hacia abajo.

Cuando Erika se fue de Hedeby el domingo, Mikael estaba tan molesto conHenrik Vanger que no quería arriesgarse a toparse con él ni con ningún otromiembro del clan. Así que se fue a Hedestad y pasó la tarde paseando por laciudad, visitando la biblioteca y tomando café en una pastelería. Por la noche fueal cine y vio El señor de los anillos, que todavía no había visto pese a haberseestrenado hacía ya un año. De repente, le pareció que los orcos, a diferencia de loshumanos, eran seres sencillos y nada complicados.

Remató la noche en el McDonald's de Hedestad y volvió a Hedeby con elúltimo autobús, alrededor de medianoche. Preparó café, se sentó a la mesa de lacocina y sacó una carpeta. Se quedó leyendo hasta las cuatro de la mañana.

Había una serie de interrogantes en la investigación sobre Harriet Vangerque le parecían cada vez más peculiares a medida que iba profundizando en ladocumentación. No se trataba de descubrimientos revolucionarios que sólo élhubiera hecho, sino de problemas que habían tenido ocupado al inspector Morelldurante largos períodos, sobre todo en su tiempo libre.

Durante el último año de su vida, Harriet Vanger había cambiado. En ciertamedida, el cambio podía explicarse con aquella metamorfosis por la que todos, losadolescentes pasan, de una u otra manera, a cierta edad. Harriet se estabaconvirtiendo en adulta, pero, en su caso, tanto los compañeros de clase como susprofesores y varios miembros de la familia daban testimonio de que se habíavuelto reservada e introvertida.

La chica que dos años antes era una alegre adolescente completamentenormal se había distanciado de su entorno. Resultaba obvio; en el instituto seguíarelacionándose con sus compañeros, pero ahora lo hacía de una forma que una desus amigas describió como «impersonal». La palabra usada por la amiga fue losuficientemente inusual para que Morell la apuntara y continuara indagando. Laexplicación que le dio la amiga era que Harriet había dejado de hablar de símisma, de contar cotilleos o de hacer confidencias.

Durante su infancia, Harriet Vanger fue todo lo cristiana que una niña puedeserlo a esa edad: iba a catequesis, rezaba sus oraciones por la noche e hizo laprimera comunión. En el último año también parecía haberse vuelto muy devota.Leía la Biblia y acudía regularmente a misa. Sin embargo, no había confiado en elpastor de la isla de Hedeby, Otto Falk, amigo de la familia Vanger; en su lugaracudió, durante la primavera, a una congregación pentecostal en Hedestad. Sucompromiso con la iglesia pentecostal, sin embargo, no duró mucho. Al cabo detan sólo dos meses abandonó la congregación y, en su lugar, empezó a leer librossobre la fe católica.

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¿Exaltación religiosa propia de la adolescencia? Tal vez, pero nadie más en lafamilia Vanger había sido particularmente religioso y resultaba difícil saber quéimpulsos gobernaron sus pensamientos. Naturalmente, una posible explicación desu interés por Dios podría haber sido el fallecimiento de su padre, que habíamuerto ahogado por accidente un año antes. Gustaf Morell llegó a la conclusión deque había ocurrido algo en la vida de Harriet que la preocupaba o la influyó, perole resultó difícil determinar de qué se trataba. Morell, al igual que Henrik Vanger,había dedicado mucho tiempo a hablar con sus amigas para intentar encontrar aalguien en quien Harriet hubiera confiado.

Depositaron ciertas esperanzas en Anita Vanger, hija de Harald Vanger y dosaños mayor que ella, que pasó el verano de 1966 en la isla de Hedeby y que eraconsiderada íntima amiga de Harriet. Pero tampoco Anita Vanger pudo darexplicaciones. Aquel verano pasaron mucho tiempo juntas: se bañaban, paseaban,hablaban de cine, de los grupos de pop y de libros. A menudo, Harrietacompañaba a Anita a sus clases de conducir. En una ocasión se medioemborracharon tras beber una botella de vino que robaron de la cocina. Además,durante semanas vivieron completamente solas en la cabaña que Gottfried tenía alfinal de la punta de la isla: una pequeña casa rústica que el padre de Harrietconstruyó a principios de los años cincuenta.

La cuestión sobre los sentimientos y pensamientos íntimos de Harriet quedósin responder. Sin embargo, Mikael advirtió una discrepancia en la descripción:los datos que hablaban de su carácter reservado venían en gran parte de loscompañeros del instituto y, en cierta medida, de los miembros de la familia,mientras que Anita Vanger en absoluto la había percibido como reservada. Tomónota de ello para comentarlo con Henrik Vanger cuando tuviera ocasión.

Un interrogante más concreto, en el que Morell había puesto bastante másinterés, era una misteriosa página de la agenda de Harriet Vanger, un bonitocuaderno de tapas duras que le regalaron la Navidad anterior a su desaparición.La primera mitad contenía un dietario donde Harriet apuntaba reuniones, fechasde exámenes del instituto, deberes y otras cosas por el estilo. La agenda teníamucho espacio para notas personales, pero Harriet llevaba un diario sóloesporádicamente. Lo empezó en enero, llena de ambición, escribiendo unos brevesapuntes sobre las personas con las que estuvo durante las vacaciones de Navidad,y unos comentarios sobre películas que había visto. Después, no anotó nadapersonal hasta su último día de clase, cuando, posiblemente —dependiendo decómo se interpretaran los apuntes—, se interesó, desde la distancia, por un chicocuyo nombre no figuraba en la agenda.

La segunda parte era una agenda telefónica. Pulcramente apuntados enorden alfabético, incluía a familiares, compañeros de clase, ciertos profesores, unosmiembros de la congregación pentecostal y otras personas de su entornofácilmente identificables. El verdadero misterio lo constituía, no obstante, una

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última página parcialmente en blanco y ya fuera de la lista alfabética. Conteníacinco nombres y cinco números de teléfono: tres nombres femeninos y dosiniciales.

Magda - 32016Sara - 32109RJ - 30112RL - 32027Mari - 32018

Los números de cinco dígitos que empezaban por 32 eran números deHedestad de los años sesenta. El número divergente correspondía a Norrbyn,cerca de Hedestad. El único problema, una vez que el inspector Morell hubocontactado sistemáticamente con todo el círculo de conocidos de Harriet, fue quenadie tenía ni idea de a quién pertenecían aquellos números de teléfono.

El primer número, el de Magda, parecía prometedor. Correspondía a unamercería ubicada en el número 12 de Parkgatan. El teléfono estaba a nombre deuna tal Margot Lundmark, cuya madre, efectivamente, se llamaba Magda y solíatrabajar ocasionalmente en la tienda. Sin embargo, Magda tenía sesenta y nueveaños e ignoraba quién era Harriet Vanger. Tampoco se podía demostrar queHarriet hubiera visitado la tienda ni que hubiera hecho alguna compra allí. Lacostura no formaba parte de sus aficiones.

El segundo número, el de Sara, le condujo a una familia con niños pequeños,llamada Toresson, que vivía en Vaststan, al otro lado de la vía del tren. La familiaestaba compuesta por Anders y Monica, así como por los niños Jonas y Peter, queen aquella época se encontraban en edad preescolar. No existía ninguna Sara en lacasa ni tampoco conocían a Harriet Vanger, aparte de lo que habían leído en losperiódicos sobre su desaparición. El único vínculo, aunque débil, entre Harriet y lafamilia Toresson era que Anders, de profesión techador, estuvo trabajando un añoantes, durante algunas semanas, cambiando el tejado del colegio donde Harrietcursaba su noveno curso. En teoría existía, por lo tanto, una posibilidad de que sehubieran conocido, aunque debía considerarse como altamente improbable.

Los tres números restantes llevaban a otros callejones sin salida parecidos. Enel domicilio de RL, el del número 32027, efectivamente, vivió una tal RosmarieLarsson. Por desgracia, había fallecido hacía ya varios años.

El inspector Morell centró gran parte de su investigación, durante el inviernode 1966 a 1967, en intentar explicar por qué Harriet había apuntado aquellosnombres y números.

Una primera suposición, como cabía esperar, consistía en la idea de que losnúmeros de teléfono constituyeran una especie de código personal; por eso Morellhizo un intento de imaginarse cómo podría haber razonado una chica adolescente.Ya que la serie 32 evidentemente se refería a Hedestad, probó con cambiar elorden de los restantes tres números. Ni el 32601 ni el 32160 conducían a nadie

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llamado Magda. A medida que Morell continuaba con sus cábalas numéricasdescubrió, claro está, que si cambiaba suficientes números de sitio, tarde otemprano encontraría algún vínculo con Harriet. Si, por ejemplo, le sumaba 1 acada una de las tres últimas cifras del 32016, obtenía como resultado el número32127, que era el número del despacho del abogado Dirch Frode en Hedestad.Pero ese vínculo no significaba absolutamente nada. Además, nunca halló uncódigo común para los cinco números.

Morell amplió su razonamiento. ¿Podrían significar otra cosa? Las matrículasde los coches de los años sesenta contenían una letra para la provincia y cincocifras; otro callejón sin salida.

Luego, el inspector dejó de lado los números y se concentró en los nombres.Llegó a tal extremo que se hizo con una lista de todas las personas de Hedestadllamadas Mari, Magda y Sara, o que tuvieran las iniciales RL y RJ. De ese modoobtuvo una lista de trescientas siete personas en total. Entre ellas había,efectivamente, no menos de veintinueve personas vinculadas de algún modo conHarriet; por ejemplo, un compañero del colegio de noveno curso que se llamabaRoland Jacobsson, RJ. Pero apenas se conocían y no habían estado en contactodesde que Harriet empezó el instituto. Además, no existía ninguna relación con elnúmero de teléfono.

El misterio de los números de teléfono de la agenda permaneció sin resolver.

El cuarto encuentro con el abogado Bjurman no fue una reunión fijada deantemano. Fue ella quien se vio obligada a ponerse en contacto con él.

La segunda semana de febrero, el ordenador portátil de Lisbeth Salanderpasó a mejor vida en un accidente tan tonto que le entraron ganas de matar aalguien. Sucedió un día en el que acudió a una reunión de Milton Security enbicicleta, y la dejó apoyada en una columna del garaje. Cuando depositó lamochila en el suelo para cerrar el candado, un Saab rojo oscuro salió dandomarcha atrás. Ella estaba de espaldas y oyó el crujido de la mochila. El conductorno advirtió nada y desapareció despreocupadamente hacia la salida del garaje.

La mochila contenía su Apple iBook 600 blanco, con 25 Gb de disco duro y420 Mb RAM, fabricado en enero de 2002 y provisto de una pantalla de 14pulgadas. En el momento de la compra constituía el state of the art de Apple. Lasprestaciones de los ordenadores de Lisbeth Salander estaban puestas al día con lasúltimas y más caras configuraciones: el equipamiento informático era, con pocasexcepciones, el único gasto extravagante de su cuenta corriente.

Tras abrir la mochila pudo constatar que la tapa del portátil estaba rotaEnchufó el cable en la red e intentó iniciar el ordenador, pero ni siquiera emitió unúltimo estertor de agonía. Llevó los restos a Macjesus Shop de Timmy enBrannkyrkagatan, con la esperanza de que se pudiera salvar al menos algo deldisco duro. Tras un breve momento hurgando en el interior del aparato, Timmynegó con la cabeza.

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—Sorry. No hay esperanza —dijo—. Tendrás que organizar un bonitoentierro.

La pérdida del ordenador no suponía ninguna catástrofe, pero le resultódeprimente. Durante los años que estuvo en su posesión, Lisbeth Salander sehabía llevado estupendamente con él. Poseía copias de seguridad de todos losdocumentos y tenía un viejo Mac G3 de sobremesa en casa, así como un portátilToshiba PC de cinco años que podría utilizar. Pero —maldita sea— necesitaba unaparato rápido y moderno.

Como era de esperar, se fijó en la mejor opción imaginable: el recién lanzadoApple PowerBook G4/1.0 GHz, CPU de aluminio, provisto de un procesadorPowerPC 7451 con AltiVec Velocity Engine, 960 Mb RAM y un disco duro de 60Gb. Disponía de BlueTooth y de un grabador de cedes y deuvedés incorporado

Lo mejor de todo era que tenía la primera pantalla de 17 pulgadas del mundode los portátiles, además de una tarjeta gráfica NVIDIA y una resolución de 1440 x900 píxeles que dejaba atónitos a los defensores de los PC, y que desbancaba atodo lo existente en el mercado hasta ese momento.

Por lo que respectaba al hardware se trataba del Rolls Royce de los portátiles;pero lo que realmente provocó su deseo de hacerse con él fue un exquisito detalle:el teclado estaba provisto de iluminación de fondo, de manera que las letras sepodían ver aunque se hallara en la más absoluta oscuridad. ¡Un detalle de lo mássimple! ¿Por qué nadie había pensado antes en eso?

Fue un amor a primera vista.Costaba treinta y ocho mil coronas más IVA.Lo cual suponía un problema.De todos modos, realizó un pedido en MacJesus, donde solía comprar todas

sus cosas de informática, y donde le aplicaban un razonable descuento. Unos díasdespués, Lisbeth Salander hizo cuentas. El seguro de su siniestrado ordenadorcubriría una buena parte de la compra, pero teniendo en cuenta la franquicia y elelevado precio de la nueva adquisición, le faltaban aún dieciocho mil coronas. Enun bote de café de casa guardaba diez mil coronas con el objetivo de tener siempredisponible un poco de dinero en efectivo, pero eso no cubría la totalidad delimporte. Por muy mal que le cayera el abogado Bjurman, se vio obligada atragarse su orgullo. Así que llamó a su administrador y le explicó que necesitabadinero para un gasto imprevisto. Bjurman contestó que no tenía tiempo pararecibirla ese día. Salander replicó que le llevaría veinte segundos firmar uncheque, de diez mil coronas. Dijo que no podía concederle dinero tan a la ligera,pero luego accedió y, tras meditarlo un momento, la citó para una reunióndespués del trabajo, a las siete y media de la tarde.

Mikael admitió que carecía de la competencia necesaria para juzgar lainvestigación de un crimen, pero aun así sacó la conclusión de que el inspectorMorell había sido excepcionalmente meticuloso y de que, en sus pesquisas, había

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ido mucho más allá de lo exigido por su trabajo. Cuando Mikael dejó de leer lainvestigación policial formal, Morell siguió apareciendo en los apuntes de HenrikVanger; se había creado entre ellos un lazo de amistad. Mikael se preguntaba siMorell no se habría obsesionado con el caso tanto como el industrial. Sin embargo,concluyó que era difícil que algo se le hubiera pasado por alto a Morell. Larespuesta al misterio de Harriet Vanger no se hallaría en una investigación policialprácticamente perfecta. Ya se habían hecho todas las preguntas imaginables y sehabían seguido todas las pistas, incluso las más absurdas.

Aún no había leído toda la investigación, pero a medida que avanzaba en sulectura percibió que los indicios y las pistas que Morell había investigado cada vezse volvían más oscuros. No esperaba encontrar nada que se le hubiera escapado asu predecesor y no sabía cómo iba a abordar el tema. Al final, una convicción fuemadurando en su interior: la única vía razonable pasaba por intentar averiguar losmotivos psicológicos de las personas implicadas

El interrogante más obvio afectaba a la propia Harriet. ¿Quién era realmente?Desde la ventana de su casa Mikael vio que la luz de la planta superior de la

casa de Cecilia Vanger se encendió sobre las cinco de la tarde. Llamó a su puerta alas siete y media, justo cuando empezaba el telediario. Ella abrió enfundada en unalbornoz y con el pelo mojado bajo una toalla amarilla. Mikael enseguida le pidiódisculpas por haberla molestado, ya se disponía a dar la vuelta cuando ella le hizouna seña para que entrara en el salón. Encendió la cafetera eléctrica y desapareciópor la escalera. Cuando volvió a bajar, unos minutos mas tarde, llevaba vaqueros yuna camisa de franela a cuadros

—Empezaba a creer que no te atreverías a hacerme una visita.—Debería haberte llamado primero, pero he visto que tenías la luz encendida

y se me ocurrió de repente.—Y yo he visto que en tu casa la luz está encendida toda la noche. Y que a

menudo sales a pasear después de medianoche. ¿Ave nocturna?Mikael se encogió de hombros.—Me ha dado por eso.Miró unos libros de texto apilados en la mesa de la cocina.—¿Sigues dando clase, directora?—No, al ser directora no tengo tiempo. Pero he sido profesora de historia,

religión y sociales. Y me quedan unos años todavía.—¿Te quedan?Ella sonrió.—Tengo cincuenta y seis años. Pronto me jubilaré.—No los aparentas, yo te echaba unos cuarenta y algo.—Me halagas. ¿Tú cuántos tienes?—Cuarenta y pico —sonrió Mikael.—Y hace poco tenías veinte. Qué rápido pasa el tiempo. Bueno... y la vida.Cecilia Vanger sirvió café y le preguntó a Mikael si tenía hambre. Él dijo que

ya había cenado, lo cual era una verdad relativa. Descuidaba la comida y se

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alimentaba de sándwiches. Pero no tenía hambre.—Bueno, entonces ¿a qué has venido? ¿Ha llegado la hora de hacerme todas

esas preguntas?—Sinceramente... no he venido para preguntarte nada. Creo que

simplemente quería hacerte una visita.Cecilia Vanger sonrió.—Te condenan a prisión, te trasladas a Hedeby, te tragas todo el material del

hobby de Henrik, no duermes por la noche, das largos paseos nocturnos cuandohace un frío que pela... ¿Se me ha olvidado algo?

—Mi vida está a punto de irse a la mierda.Mikael le devolvió la sonrisa.—¿Quién era la mujer que te visitó el fin de semana?—Erika... es redactora jefe de Millennium.—¿Tu novia?—No exactamente. Está casada. Soy más bien un amigo y un occasional lover.Cecilia Vanger se rió a carcajadas.—¿Qué es lo que te hace tanta gracia?—La manera en que lo has dicho. Occasional lover: me gusta la expresión.Mikael se rió. Cecilia Vanger le cayó bien.—A mí también me vendría bien un occasional lover —dijo.Ella se quitó las zapatillas y le puso un pie en la rodilla. Automáticamente,

Mikael puso su mano sobre el pie, acariciando su piel. Dudó un instante; tenía lasensación de estar navegando en aguas completamente inesperadas ydesconocidas. Pero le empezó a masajear cuidadosamente la planta del pie con eldedo pulgar.

—Yo también estoy casada —dijo Cecilia Vanger.—Ya lo sé. Los miembros del clan Vanger no se divorcian.—Llevo casi veinte años sin ver a mi marido.—¿Qué pasó?—Eso no es asunto tuyo. No he mantenido relaciones sexuales en... humm,

ya hará unos tres años.—Me sorprende.—¿Por qué? Es una cuestión de oferta y demanda. No quiero en absoluto ni

un novio, ni un marido, ni una pareja estable. Estoy bastante a gusto conmigomisma. ¿Con quién haría yo el amor? ¿Con algún profesor del instituto? No creo¿Con alguno de los alumnos? ¡Menudo bocado más jugoso para las cotillas!Controlan bastante bien a los que se apellidan Vanger. Y aquí en la isla de Hedebysólo viven mis familiares y gente ya casada.

Ella se inclinó hacia delante y le besó el cuello.—¿Te escandalizo?—No. Pero no sé si esto es una buena idea. Trabajo para tu tío.—Y yo seré, sin duda, la última en chivarme. Pero, sinceramente, no creo que

a Henrik le importe.

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Se sentó a horcajadas sobre el y lo besó en la boca. Su pelo seguía mojado yolía a champú. Mikael se lió torpemente con los botones de su camisa y la deslizópor sus hombros. Ella no se había molestado en ponerse un sujetador. Se apretócontra él cuando le besó los pechos.

El abogado Bjurman bordeó la mesa de trabajo y le mostró el estado de sucuenta, de la que Lisbeth ya conocía hasta el último céntimo, aunque ya no podíadisponer de ella libremente. Estaba detrás de ella. De repente le masajeó el cuello yle deslizó una mano sobre el hombro izquierdo para, acto seguido, alcanzar lossenos. Le puso la mano sobre el pecho derecho y la mantuvo allí. Como ella noparecía protestar le apretó el pecho. Lisbeth Salander permaneció completamenteinmóvil. Sentía su aliento en el cuello mientras contemplaba el abrecartas situadosobre la mesa; lo podría alcanzar fácilmente con la mano que tenía libre.

Pero no hizo nada. Si algo había aprendido de Holger Palmgren en eltranscurso de los años era que las acciones impulsivas ocasionaban problemas, yque éstos podían acarrear desagradables consecuencias. Nunca hacía nada sinsopesarlas previamente.

El abuso sexual inicial —que, en términos jurídicos, se definía como agresiónsexual y aprovechamiento de una persona en situación de dependencia, y que,teóricamente, podría costarle a Bjurman dos años de cárcel— sólo duró unosbreves segundos. Pero fue suficiente para que se sobrepasara irremediablementeun límite. Lisbeth Salander lo consideraba una demostración de fuerza militar porparte de una tropa enemiga, una manera de manifestar que más allá de su relaciónjurídica, meticulosamente definida, ella se encontraba expuesta a su arbitrariavoluntad y sin armas. Al cruzarse sus miradas unos instantes después, Bjurmantenía la boca semiabierta y Lisbeth pudo leer el deseo en su cara. El rostro deSalander no reflejaba sentimiento alguno. Bjurman volvió al otro lado de la mesa yse sentó en su cómodo sillón de cuero.

—No puedo asignarte dinero así como así —dijo de repente—. ¿Por quénecesitas un ordenador tan caro? Hay aparatos considerablemente más baratosque puedes usar para tus juegos de ordenador.

—Quiero poder disponer de mi propio dinero como antes.El abogado Bjurman la miró con lástima.—Ya veremos. Primero debes aprender a ser sociable y a relacionarte con la

gente.Posiblemente la sonrisa del abogado Bjurman se habría esfumado si hubiera

podido leer los pensamientos que Lisbeth Salander ocultaba tras sus inexpresivosojos.

—Creo que tú y yo vamos a ser buenos amigos —dijo Bjurman—. Tenemosque confiar el uno en el otro.

Como ella no contestaba, puntualizó:—Ya eres toda una mujer, Lisbeth.

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Ella asintió con la cabeza.—Ven aquí —dijo, tendiéndole la mano.Durante unos segundos Lisbeth Salander fijó la mirada en el abrecartas antes

de levantarse y acercarse a él. Consecuencias. Bjurman cogió su mano y la apretócontra su entrepierna. Ella pudo sentir su sexo a través de los oscuros pantalonesde tergal.

—Si tú eres buena conmigo, yo seré bueno contigo —dijo.Lisbeth estaba tiesa como un palo cuando el abogado le puso la otra mano

alrededor de la nuca y la forzó a arrodillarse con la cara delante de su entrepierna.—No es la primera vez que haces esto, ¿a que no? —dijo al abrir la bragueta.

Olía como si acabara de lavarse con agua y jabón.Lisbeth Salander apartó su cara e intentó levantarse pero él la tenía bien

agarrada. En cuestión de fuerza no tenía nada que hacer; pesaba poco más decuarenta kilos, y él noventa y cinco. Bjurman le agarró la cabeza con las dos manosy le levantó la cara; sus miradas se cruzaron.

—Si tú eres buena conmigo, yo seré bueno contigo —repitió—. Si te mepones brava, puedo meterte en un manicomio para el resto de tu vida ¿Te gustaríaeso?

Ella no contestó,—¿Te gustaría? —insistió.Lisbeth negó con la cabeza.Esperó hasta que ella bajó la mirada, cosa que interpretó como sumisión.

Luego se aproximó más. Lisbeth Salander abrió los labios y se lo introdujo en laboca. Bjurman la mantuvo todo el tiempo cogida por la nuca apretándolaviolentamente contra él. Durante los diez minutos que estuvo moviéndose,entrando y saliendo, ella no paró de sufrir arcadas, cuando por fin se corrió, latenía tan fuertemente agarrada que apenas podía respirar

Le dejó usar un pequeño lavabo que tenía en su despacho. A LisbethSalander le temblaba todo el cuerpo mientras se lavaba la cara e intentaba quitarsela mancha del jersey. Tragó un poco de pasta de dientes para intentar eliminar elmal sabor. Cuando volvió a salir a su despacho, él estaba sentado impasible tras sumesa hojeando sus papeles.

—Siéntate, Lisbeth —le ordenó sin mirarlaElla se sentó Finalmente Bjurman alzó la mirada y le sonrió.—Ya eres adulta, Lisbeth, ¿verdad?Ella asintió.—Entonces, debes aprender los juegos de los adultos —dijo.Empleó un tono de voz como si le estuviera hablando a un niño. Ella no

contestó. Una pequeña arruga apareció en su frente.—No creo que sea una buena idea que le cuentes nuestros juegos a nadie.

Piensa ¿quién te creería? En tu informe se hace constar que no estás en pleno usode tus facultades.

Al no contestar ella, prosiguió:

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—Sería tu palabra contra la mía. ¿Cuál crees tú que tendría más valor?Como ella seguía sin contestar, suspiró. De repente le irritó que no hiciera

más que callar y contemplarle, pero se controló.—Tú y yo vamos a ser buenos amigos —dijo—. Creo que has hecho bien en

acudir hoy a mí. Puedes venir a verme siempre que quieras.—Necesito diez mil coronas para mi ordenador —le soltó ella en voz baja,

como si retomara la conversación que estaban manteniendo antes de lainterrupción.

El abogado Bjurman arqueó las cejas. «Dura de pelar la tía. Joder, parecetotalmente retrasada.» Le extendió el cheque que había firmado cuando ella estabaen el baño. «Es mejor que una puta; a ésta la pago con su propio dinero.» Unasonrisa de superioridad se dibujó en sus labios. Lisbeth Salander cogió el cheque yse marchó.

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CAPÍTULO 12Miércoles, 19 de febrero

Si Lisbeth Salander hubiera sido una ciudadana normal, sin duda habríallamado a la policía para denunciar la violación en el mismo momento en queabandonó el despacho del abogado Bjurman. Los moratones en el cuello y la nuca,al igual que la firma de ADN que acababa de dejar con las manchas de espermasobre su cuerpo y su ropa, habrían constituido una prueba de mucho peso. Inclusosi Bjurman hubiera intentado escurrir el bulto diciendo cosas como «ella estuvo deacuerdo», «ella me sedujo» o «fue ella la que quiso chupármela» y otrasdeclaraciones por el estilo que los violadores suelen alegar sistemáticamente, elabogado habría sido culpable de tantas infracciones a la ley de tutela de menoresque, inmediatamente, le habrían quitado la custodia administrativa que teníasobre ella. Bastaría una simple denuncia para que a Lisbeth Salander se le asignaraun abogado de verdad, con buenos conocimientos sobre las agresiones contra lasmujeres; esto, a su vez, llevaría tal vez a una discusión sobre la verdaderanaturaleza del problema, es decir, la declaración de incapacidad de LisbethSalander.

Desde 1989 ya no existe el concepto de «incapacidad legal» para las personasadultas.

Hay dos maneras de ejercer el tutelaje: con un tutor y con un administrador.Un tutor actúa de forma voluntaria prestando ayuda a personas que, por

diferentes motivos, tienen problemas para apañárselas en su vida diaria, pagar lasfacturas o cuidar de su higiene personal. Por lo general, se designa como tutor aun familiar o un conocido. Si tal persona no existiera, son las autoridades socialeslas encargadas de designarlo. El tutor ejerce una forma leve de tutelaje en la cual elprincipal afectado —la persona declarada incapacitada— sigue controlando susbienes, y en la que las decisiones se toman de mutuo acuerdo.

El administrador ejerce una forma de control bastante más estricta, donde elsujeto en cuestión es privado de su derecho a disponer de su dinero y a tomardecisiones en diferentes asuntos. La formulación exacta significa que eladministrador asume todas las competencias jurídicas del interesado. En Suecia,hay más de cuatro mil personas con administradores. Las razones más frecuentessuelen ser una enfermedad psíquica manifiesta o una enfermedad psíquicacombinada con graves abusos de alcohol o narcóticos. Una pequeña parte estáconfigurada por individuos que padecen demencia senil. Un númerosorprendentemente alto de los que se encuentran bajo la custodia deadministradores está constituida por personas relativamente jóvenes: treinta y

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cinco años o incluso menos. Una de ellas era Lisbeth Salander.Privar a una persona del control de su propia vida —de su cuenta corriente—

es una de las medidas más humillantes a las que puede recurrir una democracia,sobre todo cuando se trata de jóvenes. Aunque el objetivo pueda considerarsebueno y socialmente razonable, resulta ofensivo. Por eso, las cuestiones de tutelaadministrativa son temas políticos potencialmente delicados, rodeados de unarigurosa normativa y controlados por una comisión de tutelaje. Esta comisióndepende del gobierno civil y es controlada, a su vez, por el Defensor del Pueblo.

En general, la comisión de tutelaje lleva a cabo su actividad bajo condicionesmuy difíciles. Pero teniendo en cuenta las delicadas cuestiones que maneja estaautoridad, el número de quejas o escándalos que han saltado a los medios decomunicación resulta asombrosamente reducido.

En muy contadas ocasiones han aparecido noticias acerca de cargospresentados contra algún administrador o tutor dedicado a malversar fondos o avender, sin permiso, el piso de su cliente, para luego meterse el dinero en elbolsillo. Pero son casos relativamente raros, lo cual, a su vez, puede deberse a unode los siguientes motivos: que la autoridad competente haya realizado su trabajode manera extraordinariamente satisfactoria, o que los afectados no hayan tenidooportunidad de denunciar el hecho ni de expresar su opinión a periodistas yautoridades de modo convincente.

La comisión está conminada a comprobar anualmente si existen motivospara cancelar un tutelaje. Ya que Lisbeth Salander insistía en su rígida negativa asometerse a exámenes psiquiátricos —ni siquiera intercambiaba un educado«buenos días» con sus médicos—, las autoridades nunca hallaron motivo algunopara modificar la decisión. Por consiguiente, se adoptó una relación de statu quo,de modo que permaneció, año tras año, sometida al tutelaje administrativo.

No obstante, la ley establece que la necesidad de tutelaje debe «adaptarse acada caso concreto». Holger Palmgren había interpretado eso como que LisbethSalander podía hacerse responsable de su propio dinero y de su vida. Palmgrencumplió a rajatabla con las exigencias de las autoridades: cada mes entregaba uninforme y anualmente revisaba las cuentas de Lisbeth, pero, por lo demás, latrataba como a cualquier joven normal, y no se entrometía ni en su forma de vidani en sus relaciones personales. Decía que no era asunto suyo ni de la sociedaddecidir si la damisela quería un piercing en la nariz o un tatuaje en el cuello. Estaactitud un tanto suya con respecto a la decisión del juzgado era una de las razonespor las que se habían llevado tan bien.

Mientras Holger Palmgren fue su administrador, Lisbeth Salander noreflexionó mucho sobre su situación jurídica. Sin embargo, el abogado NilsBjurman interpretaba la ley del tutelaje de un modo bien distinto.

Al fin y al cabo, Lisbeth Salander no era como las demás personas. Poseíaunos conocimientos bastante rudimentarios sobre derecho —un campo en el que

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nunca había tenido ocasión de profundizar— y su confianza en las fuerzas delorden era, en suma, inexistente. Para ella, la policía constituía una fuerza enemigavagamente definida, cuyas intervenciones concretas a lo largo de su vida habíanconsistido en retenerla o humillarla. La última vez que tuvo algo que ver con lapolicía fue una tarde del mes de mayo del año anterior, cuando pasaba porGötgatan camino a Milton Security y, de buenas a primeras, se encontró de frentecon un policía de los antidisturbios provisto de casco con visera, quien, sin lamenor provocación por parte de Lisbeth, le propinó un porrazo en el hombro. Suimpulso espontáneo fue contraatacar violentamente con la botella de Coca-Colaque, por casualidad, llevaba en la mano. Por suerte, el policía dio media vuelta yse alejó corriendo antes de que a ella le diera tiempo de actuar. Hasta algo despuésno se enteró de que el movimiento Reclaim the Street había celebrado unamanifestación en esa misma calle, un poco más arriba.

La idea de visitar el cuartel general de esos brutos enmascarados paradenunciar a Nils Bjurman por agresión sexual no se le pasó por la cabeza. Y aunasí, ¿qué iba a denunciar?, ¿que Bjurman le había tocado los pechos? Cualquierpolicía le miraría los dos botoncitos que tenía por pechos y constataría que aquelloera inverosímil; y si eso hubiera ocurrido, más bien debería sentirse orgullosa deque «alguien» se tomara esa molestia. Por otra parte, lo de la mamada era supalabra contra la de él; y normalmente la palabra de otros solía tener más peso quela suya propia. «La policía no es una alternativa.»

En su lugar, tras abandonar el despacho de Bjurman volvió a casa, se duchó,se comió dos sándwiches con queso y pepinillos en vinagre, y se sentó areflexionar en el raído y desgastado sofá del salón.

Una persona normal habría considerado, tal vez, que su falta de reacciónjugaría en su contra: otra prueba más de que era tan rara que ni siquiera unaviolación podía provocar una respuesta emocional satisfactoria.

Su círculo de amistades, ciertamente, no era grande, y tampoco se componíade representantes de una protegida clase media instalada en las urbanizaciones dechalés de las afueras, pero a la edad de dieciocho años Lisbeth Salander no habíaconocido a una sola chica que no se hubiera visto obligada a realizar algún actosexual en contra de su voluntad en, al menos, una ocasión. La mayoría de talesagresiones involucraban a novios algo mayores de edad que, con cierta dosis defuerza, se habían salido con la suya. Por lo que Lisbeth Salander sabía, ese tipo deincidentes ocasionaban lágrimas y ataques de rabia, pero nunca una denunciapolicial.

En el mundo de Lisbeth Salander, éste era el estado natural de las cosas.Como chica, constituía una presa legítima; sobre todo si vestía una chupa de cueronegro desgastada y tenía piercings en las cejas, tatuajes y un estatus social nulo.

Pero echarse a llorar no servía de nada.En cambio, tenía muy claro que el abogado Bjurman no la iba a obligar a

chupársela para luego quedar impune. Lisbeth Salander jamás olvidaba unagravio y, por naturaleza, estaba dispuesta a todo menos a perdonar.

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Sin embargo, su situación jurídica constituía un problema. Hasta donde eracapaz de recordar, siempre había sido considerada como conflictiva einjustificadamente violenta. Los primeros datos de su historial provenían de lacarpeta de la enfermera del colegio de primaria. La mandaron a casa por golpear yempujar contra un perchero a uno de sus compañeros de clase, con el consiguientederramamiento de sangre. Recordaba todavía a su víctima con irritación; un chicoobeso llamado David Gustavsson que solía meterse con ella y tirarle cosas y que,con el tiempo, se convertiría en un verdadero acosador. En aquella época nisiquiera sabía lo que significaba la palabra «acoso», pero cuando volvió al colegioal día siguiente, David la amenazó y prometió vengarse. Ella lo tumbó con unbuen derechazo propinado con una pelota de golf en el interior del puño, lo cualllevó a más derramamiento de sangre y a engrosar su historial de agresiones.

Las normas de convivencia escolar siempre la habían desconcertado. Ella ibaa lo suyo y no se metía en la vida de nadie. Aun así, siempre había alguien que nola dejaba en paz.

En segundo ciclo de primaria, fue enviada a casa en numerosas ocasiones porhaberse visto involucrada en violentas peleas con compañeros de curso. Algunoschicos de su clase, considerablemente más fuertes, pronto aprendieron que buscarbronca con aquella chica raquítica podría acarrear problemas: a diferencia deotras, ella nunca se retiraba, y no dudaba ni un segundo en recurrir a los puños o aotras armas que tuviera a mano para defenderse. Su actitud dejaba bien claro queantes que aceptar cualquier mierda prefería que la maltrataran hasta la muerte.

Además, era de las que se vengaban.Cuando Lisbeth Salander estaba en sexto llegó a pelearse con un chico

bastante más grande y fuerte que ella. Físicamente hablando, ella no constituíaningún problema para él. Empezó tumbándola a empujones un par de veces yluego la abofeteó cuando ella contraatacó. Sin embargo, hiciera lo que hiciese, ypor muy superior que él fuese, la muy estúpida no paraba de atacarle y, algúntiempo después, incluso los compañeros de clase pensaron que la situación estabayendo demasiado lejos. Ella se mostraba tan manifiestamente indefensa queresultaba vergonzoso. Al final, el chico le propinó un buen puñetazo que lerompió el labio y le hizo ver las estrellas. La abandonaron en el suelo, detrás delgimnasio. Se quedó en casa dos días. Al tercer día, por la mañana, esperó a sutorturador con un bate de béisbol y le asestó un golpe en plena oreja. Este acto levalió una visita al despacho del director, quien decidió denunciarla a la policía, locual acabó en una investigación especial de los servicios sociales.

Sus compañeros de clase pensaban que era una chiflada y la trataban comotal. Tampoco despertaba gran simpatía entre los profesores, que en ocasiones laveían como un suplicio. Nunca había sido muy parlanchina, y se ganó la fama deser la típica alumna que nunca levantaba la mano y que, por lo general, nocontestaba a las preguntas del profesor. Sin embargo, nadie sabía si se debía a queno sabía la respuesta o a alguna otra cosa, lo cual se reflejaba en sus notas. Quetenía problemas resultaba evidente, pero de alguna extraña manera nadie quería

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asumir realmente la responsabilidad sobre aquella chica conflictiva, a pesar de sermotivo de numerosas reuniones por parte del profesorado. Lisbeth se encontraba,por consiguiente, en una situación en la que también los profesores pasaban deella, de modo que la dejaron con su malhumorado silencio.

En una ocasión, un sustituto que no conocía su particular comportamiento lapresionó para que contestara a una pregunta de matemáticas; a ella le dio unataque de histeria y se lió a golpes y patadas con el profesor. Terminó el segundociclo de primaria y se trasladó a otro centro sin tener ni un solo compañero dequien despedirse. Una chica a la que nadie quería, con un comportamientoextraño.

Luego, justo cuando estaba en el umbral de la adolescencia, ocurrió Todo LoMalo, en lo que no quería ni pensar. Fue la última crisis que completó el cuadro yprovocó que se volviera a sacar su historial de primaria. A partir de entonces,había sido considerada como... bueno, como una chalada desde la perspectivajurídica. Una freak. Lisbeth Salander nunca necesitó papeles para saber que eradiferente a los demás. Por otra parte, no era algo que le preocupara mientrasestuviera bajo la tutela de Holger Palmgren, una persona a la que, si hiciera falta,podía manejar a su antojo.

Con la llegada de Bjurman, la declaración de incapacidad amenazaba conconvertirse en una terrible carga en su vida. Se dirigiera a quien se dirigiese, sepodía meter en la boca del lobo. ¿Y qué ocurriría si perdía la batalla? ¿Lainternarían en algún centro? ¿Encerrada en un manicomio? Tampoco era unaalternativa.

Más tarde, esa misma noche, cuando Cecilia Vanger y Mikael Blomkvistestaban tumbados tranquilamente con las piernas entrelazadas, el pecho de Ceciliadescansando en el costado de Mikael, ella alzó la vista y lo miró.

—Gracias. Hacía mucho tiempo. No te defiendes nada mal en la cama.Mikael sonrió. Los halagos sexuales siempre le producían una satisfacción

infantil.—Me lo he pasado bien —dijo Mikael—. Ha sido inesperado, pero divertido.—No me importaría repetir —contestó Cecilia Vanger—. Si te apetece...Mikael se la quedó mirando.—¿Me estás diciendo que quieres tener un amante?—Un occasional lover —replicó Cecilia Vanger—. Pero quiero que te vayas a

tu casa antes de que te quedes dormido. No quiero despertarme mañana por lamañana y tenerte aquí antes de encajar todos mis huesos y ofrecer una carapresentable. Y otra cosa: te agradecería mucho que no le contaras a todo el puebloque nos hemos liado.

—No entraba dentro de mis planes —dijo Mikael.—Sobre todo no quiero que lo sepa Isabella. Es una bruja.—Y tu vecina más cercana... Ya la he conocido.

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—Sí, pero por suerte no puede ver mi puerta desde su casa. Mikael, sédiscreto, por favor.

—Seré discreto.—Gracias. ¿Bebes?—En contadas ocasiones.—Me apetece algo afrutado con ginebra. ¿Quieres?—Con mucho gusto.Ella se envolvió en una sábana y fue a la planta baja. Mikael aprovechó el

momento para ir al baño y echarse agua en la cara. Cuando Cecilia volvió, con unajarra de agua con hielo y dos ginebras con lima, él estaba desnudo contemplandosu librería. Brindaron.

—¿A qué has venido? —preguntó ella.—A nada en particular. Sólo quería...—Estabas en casa leyendo la investigación de Henrik y de buenas a primeras

se te ocurre venir a verme; no hay que ser ningún genio para entender qué es loque te ronda por la cabeza.

—¿La has leído?—A trozos. He convivido toda mi vida adulta con ella. Es imposible

relacionarte con Henrik sin verte involucrado en el misterio de Harriet.—De hecho, es un misterio fascinante. Quiero decir que es el clásico misterio

de la habitación cerrada, pero en una isla entera. Y no hay nada en la investigaciónque parezca seguir una lógica. Todas las preguntas permanecen sin respuesta,todas las pistas llevan a un callejón sin salida.

—Mmm, ésas son las cosas que obsesionan a la gente.—Tú estabas en la isla aquel día.—Sí. Estaba aquí y presencié todo aquel jaleo. En realidad, vivía en

Estocolmo, donde estudiaba. Ojalá me hubiera quedado en casa ese fin de semana.—¿Cómo era Harriet realmente? La gente parece tener opiniones

completamente distintas sobre ella.—¿Esto es off the record o...?—Es off the record.—No tengo ni idea de lo que pasaba en la cabeza de Harriet. Supongo que te

refieres al último año. Un día era una chiflada y fanática religiosa. Otro día semaquillaba como una puta y se iba al colegio con el jersey más ceñido que tuviera.No hace falta ser psicólogo para entender que era profundamente infeliz. Pero,como ya te he dicho, yo no vivía aquí y sólo sé los chismes que me contaron.

—¿Qué fue lo que desencadenó todos esos problemas?—Gottfried e Isabella, naturalmente. Su matrimonio era una auténtica locura.

O estaban de juerga o se peleaban. No físicamente, Gottfried no era de ésos.Además, creo que más bien le tenía miedo a Isabella, porque a ella le daban unosprontos terribles. Un día, a principios de los años sesenta, él se trasladó de formamás o menos permanente a su cabaña, al final de la punta de la isla, donde Isabellajamás puso los pies. Había épocas en las que aparecía por el pueblo con aspecto de

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vagabundo. Luego estuvo un tiempo sin beber y volvió a vestirse bien y a cumplircon su trabajo.

—¿No había nadie que quisiera ayudar a Harriet?—Henrik, por supuesto. Al final ella se fue a vivir con él, pero no olvides que

estaba ocupado interpretando su papel de gran industrial. Casi siempre seencontraba de viaje y no le quedaba mucho tiempo para Harriet y Martin. Yo meperdí gran parte de todo eso porque viví primero en Uppsala y luego enEstocolmo, y mi infancia, con un padre como Harald, tampoco fue muy fácil quedigamos; te lo aseguro. Pero con los años me he dado cuenta de que el problemaes que Harriet nunca confió en nadie. Al contrario, intentaba guardar lasapariencias fingiendo que la suya era una familia feliz.

—Negar la evidencia.—Exacto. Pero cambió cuando su padre murió ahogado. Entonces ya no

pudo fingir que las cosas iban bien. Hasta ese momento había sido... no sé cómoexplicártelo, superdotada y precoz, pero, al fin y al cabo, una adolescente bastantenormal. Durante el último año siguió siendo brillante, matrícula de honor en losexámenes y todo eso, pero era como si no tuviera un alma propia.

—¿Cómo se ahogó su padre?—¿Gottfried? De la manera más tonta que te puedas imaginar. Se cayó de

una barca, justo al lado de su cabaña. Llevaba la bragueta abierta y un índice dealcohol en la sangre extremadamente alto, así que puedes hacerte una idea decómo sucedió. Fue Martin quien lo encontró.

—No lo sabía.—Es curioso. Martin ha cambiado, se ha convertido en una persona

realmente buena. Si me hubieses preguntado hace treinta y cinco años, te habríadicho que si alguien de la familia necesitaba un psicólogo, ése era él.

—¿Por qué?—Harriet no fue la única que sufrió. Durante muchos años, Martin se mostró

tan callado e introvertido que más bien lo definiría como huraño. Los doshermanos lo pasaron mal. Bueno, lo pasamos mal todos. Yo tenía problemas conmi padre; supongo que ya sabrás que está loco de atar. Y mi hermana Anita teníalos mismos problemas, igual que Alexander, mi primo. No era fácil ser joven en lafamilia Vanger.

—¿Qué pasó con tu hermana?—Anita vive en Londres. Se marchó allí en los años setenta para trabajar en

una agencia de viajes sueca, y se quedó. Se casó con un hombre que ella nuncapresentó a la familia, del que luego se separó. Hoy en día es una de las jefas deBritish Airways. Nos llevamos bien, pero somos un desastre para mantener elcontacto; sólo nos vemos una vez cada dos años, más o menos. Nunca viene aHedestad.

—¿Por qué?—Nuestro padre está loco. ¿Te parece suficiente como explicación?—Pero tú te has quedado aquí.

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—Yo y Birger, mi hermano.—El político.—¿Político? Lo dices en broma, ¿no? Birger es mayor que Anita y yo. Nunca

nos hemos llevado muy bien. Él piensa que es un político de una importanciaextraordinaria, con un futuro en el parlamento, y quizá un puesto de ministro si elbloque no socialista ganara las elecciones. En realidad, no es más que un consejeromunicipal de modesta inteligencia en un pueblo perdido de provincias; sin duda,el punto culminante, a la vez que final, de su carrera política.

—Una cosa que me fascina de la familia Vanger es que todo el mundo pareceodiarse.

—No es del todo cierto. Yo adoro a Martin y a Henrik. Y siempre me hellevado bien con mi hermana, aunque nos vemos demasiado poco. Detesto aIsabella; Alexander no me despierta mucha simpatía. Y no me hablo con mi padre.Así que supongo que más o menos es mitad y mitad de la familia. Birger es...mmm... un engreído y un payaso ridículo, antes que una mala persona. Peroentiendo lo que quieres decir. Míralo así: si eres miembro de la familia Vanger,aprendes muy pronto a no tener pelos en la lengua. Decimos lo que pensamos.

—Pues sí, me he dado cuenta de que sois bastante directos. —Mikael estiró lamano y le tocó el pecho—. Tan sólo llevaba aquí un cuarto de hora cuando teabalanzaste sobre mí ahí abajo.

—Si te soy sincera, desde el primer momento en que te vi he estadopensando en cómo serías en la cama. Tenía que intentarlo.

Por primera vez en su vida, Lisbeth Salander sentía una imperiosa necesidadde pedirle consejo a alguien. El único problema era que para hacerlo tendría queconfiar en alguna persona, lo cual, a su vez, significaba que tendría que desnudarsu alma y revelar sus secretos. ¿A quién se los contaría? En realidad, el contactocon otras personas no era su fuerte.

Repasando mentalmente su agenda, Lisbeth Salander hizo cálculos y contóhasta diez personas que, de una manera u otra, consideraba parte de su círculo deconocidos. Una estimación generosa, como ella misma constató.

Podría hablar con Plague, un punto más o menos fijo en su existencia. Pero,definitivamente, no se trataba de un amigo; y era, sin duda, el último que podríacontribuir a solucionar su problema. No era una opción.

La vida sexual de Lisbeth Salander distaba de ser tan recatada como le habíadado a entender al abogado Bjurman. En cambio, en sus relaciones sexualessiempre (o por lo menos bastante a menudo) tomaba la iniciativa y ponía lascondiciones. Contando bien, habría tenido, desde los quince años, unas cincuentaparejas. Eso salía aproximadamente a cinco por año, lo cual no estaba mal parauna chica soltera que, con los años, había llegado a considerar el sexo como unplacentero pasatiempo.

No obstante, casi todas sus parejas ocasionales las tuvo en un período de

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unos dos años y pico, durante la tumultuosa etapa final de su adolescencia en laque debería haber sido declarada legalmente mayor de edad. Lisbeth Salander seencontraba entonces en una encrucijada de caminos, sin verdadero control sobresu vida; su futuro podría haberse traducido en unas cuantas anotaciones más ensu historial de drogas, alcohol y retenciones en distintas instituciones Desde quecumplió veinte años y empezó a trabajar en Milton Security se había tranquilizadoconsiderablemente y, según ella misma, había recuperado el control de su vida.

Ya no sentía la necesidad de complacer a alguien que la invitara a unascervezas en el bar, ni se sentía realizada llevando a casa a un borracho cuyonombre apenas sabía. Durante el último año sólo había mantenido relacionessexuales con una única persona; difícilmente podía ser tachada de promiscua, tal ycomo querían insinuar las últimas anotaciones de su historial.

Para Lisbeth, el sexo había estado vinculado a menudo a una persona de eseabierto círculo de amistades, del que ella realmente no formaba parte, pero dondela aceptaban porque era amiga de Cilla Norén. La conoció al final de suadolescencia, cuando, a causa de la insistente petición de Holger Palmgren, sematriculó en la escuela para adultos para recuperar las asignaturas que no aprobóen la enseñanza primaria. Cilla llevaba el pelo de color rojo ciruela con mechasnegras, pantalones de cuero negro, un piercing en la nariz y el mismo número detachuelas que Lisbeth en el cinturón. Se pasaron la primera clase mirándosedesconfiadamente.

Por alguna razón que Lisbeth no acababa de entender muy bien, empezarona tratarse. No resultaba fácil entablar amistad con Lisbeth, especialmente duranteesos años, pero Cilla ignoraba sus silencios y la arrastraba a los bares. A través deCilla, Lisbeth entró en los Evil Fingers, en sus orígenes una banda de música de unbarrio del extrarradio compuesto por cuatro chicas adolescentes de Enskedeaficionadas al heavy metal. Ahora, diez años después, se había convertido en ungrupo más amplio de amigos que se veían en el bar Kvarnen los martes por lanoche para hablar mal de los chicos, discutir sobre feminismo, ciencias ocultas,música y política, y para tomar grandes cantidades de cerveza. Le hacían honor alnombre.

Salander no se consideraba un miembro fijo de la banda. Raramenteparticipaba en las discusiones, pero la aceptaban tal y como era; podía ir y venircomo quisiera e incluso permanecer toda la tarde con su cerveza en la mano sindecir nada. También la invitaban a los cumpleaños y a las celebraciones deNavidad o fiestas similares, pero ella no acudía casi nunca.

Durante los cinco años que llevaba con los Evil Fingers, las chicas habían idocambiando. El color de sus cabellos se fue volviendo más normal y empezaron acomprar cada vez más ropa en H&M en lugar de hacerlo en la tienda de segundamano del Ejército de Salvación. Estudiaban o trabajaban; una de ellas, incluso,había sido mamá. Lisbeth Salander se sentía como si fuera la única que no habíacambiado lo más mínimo, lo cual también podría interpretarse como que noevolucionaba.

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Pero siempre que se veían se divertían. Si alguna vez se había sentido parteintegrante de algo, había sido con los Evil Fingers y, por extensión, con los chicosdel círculo de amigos de la pandilla de chicas

Los Evil Fingers la escucharían. También darían la cara por ella. Pero notenían ni idea de que existiera una sentencia judicial en la que se declaraba aLisbeth Salander jurídicamente irresponsable. No quería que empezaran a mirarlamal. No era una opción.

Por lo demás, en su agenda no figuraba ni un solo compañero de colegio delpasado. Carecía de todo tipo de redes de influencia, de apoyo o contactospolíticos. Así que ¿a quién se dirigiría para hablar de sus problemas con elabogado Nils Bjurman?

Tal vez sí hubiera alguien. Reflexionó largamente sobre la posibilidad deconfiar en Dragan Armanskij, sobre si debía llamar a su puerta y explicarle susituación. Le había dicho que si necesitaba cualquier tipo de ayuda, no dudara enacudir a él. Estaba convencida de que lo decía en serio.

Armanskij también la tocó una vez, pero fue un acercamiento amable, sinmalas intenciones y ninguna demostración de poder. Pero pedirle ayuda lecausaba ciertos reparos. Era su jefe y ella estaría en deuda con él. Lisbeth Salanderse imaginaba cómo sería su vida si Armanskij, en vez de Bjurman, fuera suadministrador. De repente sonrió. La idea no le desagradaba, pero,probablemente, Armanskij se tomaría tan en serio su misión que la asfixiaría consus atenciones. Era... mmm, posiblemente una opción.

A pesar de estar perfectamente al tanto de la función de los centros deacogida de mujeres, no se le ocurrió contactar con ninguno de ellos. Esos centros, asu entender, eran para «víctimas», y ella nunca se había considerado como tal. Laalternativa que le quedaba consistía en hacer lo que siempre había hecho: tomarella misma cartas en el asunto y resolver el tema. Esa era, definitivamente, laopción.

Algo que no le auguraba nada bueno al abogado Bjurman.

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CAPÍTULO 13Jueves, 20 de febrero - Viernes, 7 de marzo

La última semana de febrero Lisbeth Salander se atribuyó a sí misma unamisión con el abogado Nils Bjurman, nacido en 1950, como un encargo especial dealta prioridad. Trabajó aproximadamente dieciséis horas al día y realizó lainvestigación personal más minuciosa de su vida. Se sirvió de todos los archivos ydocumentos públicos a los que tuvo acceso. Investigó su círculo más íntimo defamiliares y amigos. Estudió su situación económica y analizó en detalle su carreraprofesional y los cometidos realizados.

El resultado fue decepcionante.Bjurman era jurista, miembro de la Asociación de Abogados y autor de una

tesis, respetablemente extensa pero extraordinariamente aburrida, sobre derechocomercial. Su reputación era intachable. Nadie pudo jamás reprobarle nada,excepto aquella única vez en la que fue denunciado a la Asociación de Abogados:se le tachó de intermediario en un negocio inmobiliario con dinero negro —de esohacía ya más de diez años—, pero pudo demostrar su inocencia y el caso fuearchivado. Sus finanzas estaban en orden; el abogado Bjurman era rico, con almenos diez millones de coronas en bienes. Pagaba más impuestos de losnecesarios, era miembro de Greenpeace y Amnistía Internacional y donaba dineroa la fundación para el Corazón y el Pulmón. Raramente aparecía en los medios decomunicación, pero en algunas ocasiones había firmado peticiones de apoyo apresos políticos en el Tercer Mundo. Vivía en un piso de cuatro dormitorios enUpplandsgatan, cerca de Odenplan, y era secretario de su comunidad de vecinos.Estaba divorciado y no tenía hijos.

Su matrimonio duró catorce años, y el divorcio se hizo amistosamente.Lisbeth Salander se centró en su ex esposa, que se llamaba Elena y procedía dePolonia, pero que había vivido en Suecia toda su vida. Ella trabajaba en un centrode rehabilitación médica y, según parece, se volvió a casar, felizmente, con uncolega de Bjurman. Por ahí no había nada que buscar.

El abogado Bjurman actuaba regularmente como supervisor de jóvenes quese habían metido en líos con la justicia. Antes de ser el administrador de LisbethSalander, fue el tutor de cuatro chicos. Se trataba de menores de edad, de modoque su cometido finalizó con el simple fallo del juez en cuanto alcanzaron lamayoría de edad. Uno de esos clientes seguía recurriendo a Bjurman comoabogado, así que tampoco allí parecía haber ningún conflicto. Si Bjurman se habíaaprovechado sistemáticamente de sus protegidos, lo cierto era que allí no salíaabsolutamente nada a flote; por mucho que Lisbeth buceó en esas profundas aguas

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no pudo encontrar ningún indicio de que existiera algo raro. Los cuatro teníanunas vidas perfectamente normales, sus respectivos novios y novias, empleo,vivienda y tarjetas de cliente de la cadena Coop.

Lisbeth telefoneó a cada uno de los cuatro chicos, presentándose como unafuncionaria de los servicios sociales encargada de realizar un estudio para sabercómo iban las vidas de las personas que de niños se hallaron bajo tutela. «Porsupuesto, todos los entrevistados van a permanecer en el anonimato.» Habíaredactado una encuesta con diez preguntas. Varias de las cuestiones estabanformuladas con el objetivo de averiguar sus opiniones sobre el funcionamiento dela tutela. Lisbeth estaba convencida de que, si al menos uno de los entrevistadostuviese algo que decir sobre Bjurman, el tema saldría a la luz. Pero no escuchó niun comentario negativo sobre él.

Una vez terminada la investigación personal, Lisbeth Salander metió todoslos documentos en una bolsa de papel del supermercado y la depositó al lado delas otras veinte bolsas de la entrada. Al parecer, la conducta del abogado Bjurmanera irreprochable. No había ningún hilo suelto en su pasado del que LisbethSalander pudiera tirar. Ella sabía, fuera de toda duda, que era un cabrón y uncerdo asqueroso, pero no encontraba nada para probarlo.

Ya era hora de considerar otras opciones. Terminados todos los análisis,quedaba una posibilidad que le parecía cada vez más atractiva o, por lo menos,una opción completamente realizable. Lo mejor sería que Bjurman desaparecierade su vida sin más. Un infarto repentino. End of problem. La única pega era que nisiquiera los cerdos asquerosos de cincuenta y cinco años sufrían infartos porencargo.

Pero eso se podía arreglar.

Mikael Blomkvist llevaba su aventura con la directora Cecilia Vanger con lamayor discreción. Ella le impuso tres reglas: que viniera solamente cuando ella lollamara y estuviera de humor, que no se quedara a pasar la noche y que nadiesupiera que se veían.

Su pasión asombraba y desconcertaba a Mikael por igual. Cuando seencontraba con ella en el Café de Susanne, se mostraba amable pero fría y distante.En cambio, en su dormitorio era salvajemente apasionada.

Mikael realmente no quería husmear en su vida privada, pero la verdad eraque había sido contratado, literalmente, para meter sus narices en la vida privadade toda la familia Vanger. Se sentía dividido y, a la vez, lleno de curiosidad. Undía le preguntó a Henrik Vanger con quién había estado casada Cecilia, y qué fuelo que pasó. Le formuló la pregunta mientras charlaban del pasado de Alexander,de Birger y de otros miembros de la familia presentes en la isla de Hedeby cuandoHarriet desapareció.

—¿Cecilia? No creo que haya tenido nada que ver con Harriet.—Háblame de su pasado.

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—Volvió aquí al acabar sus estudios y empezó a trabajar de profesora.Conoció a un hombre llamado Jerry Karlsson que, desafortunadamente, trabajabaen el Grupo Vanger. Se casaron. Yo creía que el matrimonio era feliz, por lo menosal principio. Pero al cabo de un par de años, empecé a darme cuenta de que lascosas no iban muy bien. La maltrataba. La historia de siempre: él la golpeaba y ellalo defendía a toda costa. Al final, un día se le fue la mano. Ella sufrió heridasgraves e ingresó en el hospital. Hablé con ella y le ofrecí mi ayuda. Se trasladóaquí, a la isla de Hedeby, y desde entonces se ha negado a ver a su marido. Meencargué de que lo despidieran.

—Pero sigue casada con él.—Bueno, creo que se trata más bien de una cuestión de términos. La verdad

es que no sé por qué no se ha divorciado. Como nunca ha querido casarse denuevo, supongo que simplemente no se ha molestado en solicitarlo.

—Ese tal Jerry Karlsson, tenía algo que ver con...—¿... con Harriet? No, no vivía en Hedestad en 1966; ni siquiera había

empezado a trabajar para el grupo.—De acuerdo.—Mikael, adoro a Cecilia. Quizá sea algo complicada, pero es una de las

buenas personas de mi familia.

Lisbeth Salander dedicó una semana entera a planear, con la mentalidad deun perfecto burócrata, el fallecimiento del abogado Nils Bjurman. Sopesó —yrechazó— distintas posibilidades, hasta que tuvo toda una serie de tramasverosímiles entre las que elegir. Nada de acciones impulsivas.

Su primera idea fue intentar organizar un accidente, pero pronto llegó a laconclusión de que, en realidad, no importaba si resultaba obvio que se trataba deun asesinato.

Había que cumplir una sola condición- el abogado Bjurman tenía que morirde tal manera que ella nunca pudiera ser relacionada con su muerte. Figurar enuna futura investigación policial le parecía inevitable; tarde o temprano, sunombre aparecería en cuanto se examinaran las actividades profesionales deBjurman. Pero ella no era sino una clienta más en un universo de actuales yanteriores clientes, lo había visto en muy contadas ocasiones y, mientras Bjurmanno hubiese apuntado en su agenda que la forzó a hacerle una mamada —algo queconsideraba poco probable—, Lisbeth no tenía ningún motivo para matarle.Ningún indicio vincularía su muerte a los clientes de su bufete; había ex novias,familiares, conocidos ocasionales, compañeros de trabajo y otros individuos.Incluso existía aquello que se solía definir como random violence, cuando el autordel crimen y la víctima no se conocen.

Si surgiese su nombre, ella sería una chica indefensa e incapacitada, condocumentos que daban fe de su retraso mental. Por lo tanto, sería muy positivoque la muerte de Bjurman ocurriese de un modo tan enrevesado que una chica con

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retraso mental no pudiera ser considerada la posible autora del crimen.Descartó enseguida la alternativa de la pistola; hacerse con una no le

supondría el más mínimo problema, pero la policía estaba especializada en elrastreo de armas.

Pensó, entonces, en un arma blanca; podía adquirirse en cualquier ferretería,pero rechazó también esta opción. Aunque ella apareciese de improviso y leclavara una navaja en la espalda, nada le garantizaba que eso lo matara niinmediata ni silenciosamente; bueno, ni siquiera de que muriera. Además, esoprovocaría un gran jaleo y llamaría la atención; la sangre podría manchar su ropay constituir una prueba de su culpabilidad.

También pensó en algún tipo de bomba, pero resultaba demasiadocomplicado. No obstante, hacerla no sería un problema: en Internet abundaban losmanuales para fabricar los objetos más mortíferos. Sin embargo, se le antojabadifícil encontrar la manera de colocar la bomba sin que los transeúntes inocentessufrieran daños. A eso se añadía que tampoco con una bomba había ningunagarantía de que realmente muriera.

Sonó el teléfono.—Hola Lisbeth, soy Dragan. Tengo un trabajo para ti.—No tengo tiempo.—Es importante.—Estoy ocupada.Ella colgó.Al final, se decidió por una alternativa no contemplada hasta ese momento:

el veneno. La elección la sorprendió incluso a ella misma, pero, bien pensado, eraperfecta.

Lisbeth Salander dedicó un par de días a bucear por Internet en busca de unveneno apropiado. Había muchas opciones, entre ellas uno de los venenos másmortales descubiertos por la ciencia: el ácido cianhídrico, más conocido comoácido prúsico.

El ácido cianhídrico se utiliza en la industria química, por ejemplo, en laproducción de pintura. Unos pocos miligramos son suficientes para matar a unapersona; un solo litro en el depósito de agua de una ciudad de tamaño mediopodría aniquilarla por entero. Por razones obvias, una sustancia tan letal estabarodeada de rigurosos controles de seguridad. Sin embargo, aunque un fanáticoterrorista no podía entrar en la farmacia más cercana y pedir diez mililitros decianhídrico, el veneno se podía fabricar en cantidades prácticamente ilimitadas encualquier cocina Todo lo que se necesitaba era un modesto equipo de laboratorio—un juego de química para niños, a la venta por unas doscientas coronas servíaperfectamente—, más ciertos ingredientes extraíbles de productos de limpiezanormales y corrientes. El manual de fabricación se encontraba en Internet.

Otra alternativa era la nicotina. Bastaba con un solo cartón de cigarrillos paraextraer los miligramos necesarios; una vez hervidos, se convertían en un líquidoviscoso. Una sustancia aún mejor, aunque algo más difícil de fabricar, era el

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sulfato de nicotina, que posee la propiedad de ser absorbida por la piel; bastaríacon ponerse unos guantes de goma, llenar una pistola de agua con el sulfato ylanzar un chorro en la cara del abogado Bjurman. Al cabo de veinte segundosestaría inconsciente, y un par de minutos más tarde, muerto

Hasta entonces, Lisbeth Salander no había tenido ni idea de que tantosproductos del hogar perfectamente comunes, disponibles en la droguería delbarrio, pudieran convertirse en armas mortales. Después de estudiar el temadurante unos días, estaba convencida de que no había impedimento técnicoalguno para acabar con el administrador.

Sólo quedaban dos problemas por resolver: la muerte de Bjurman no le daríael control sobre su propia vida, y no existían garantías de que el sucesor deBjurman no fuese mucho peor. Análisis de consecuencias.

Lo que necesitaba era una manera de «controlar» a su administrador y, porconsiguiente, su propia situación. Se quedó sentada una noche entera, en eldesgastado sofá del salón, repasando de nuevo las circunstancias. Al acabar lanoche, ya había descartado el envenenamiento y elaborado un plan alternativoque no le atraía mucho porque debía dejar que Bjurman la acosara una vez más.Pero si lo llevaba a cabo, ganaría.

Eso era, al menos, lo que ella creía.

A finales de febrero, la estancia de Mikael en Hedeby ya se había convertidoen rutina. Todas las mañanas se levantaba a las nueve, desayunaba, y trabajabahasta las doce. Durante esas horas se zambullía en las páginas de un nuevoinforme. Luego, independientemente del tiempo que hiciera, daba un paseo deuna hora de duración. Por las tardes seguía trabajando, en casa o en el Cafe deSusanne, revisando de nuevo lo que había leído por la mañana, o redactandopárrafos de lo que sería la autobiografía de Henrik. Entre las tres y las seisdescansaba. Entonces hacía la compra, lavaba, iba a Hedestad y realizaba otrastareas cotidianas. Sobre las siete pasaba por casa de Henrik Vanger para aclarar lasdudas surgidas a lo largo del día. Alrededor de las diez, volvía a casa y leía hastala una o las dos de la madrugada. Repasaba metódicamente todos los documentosde Henrik.

Para su sorpresa, descubrió que el trabajo de redactar la autobiografía deHenrik iba sobre ruedas. Ya había acabado el primer borrador de la crónicafamiliar, de unas ciento veinte páginas, comprendía el período que iba desde eldesembarco de Jean-Baptiste Bernadotte en Suecia hasta, aproximadamente, losaños veinte. Después de esa época, tendría que avanzar más despacio y empezar aelegir mejor las palabras

A través de la biblioteca de Hedestad, pedía libros que trataban sobre elnazismo en aquella época, entre otros, la tesis de Helene Loow, La cruz gamada y lagavilla de Wasa. Había escrito un borrador de unas cuarenta páginas más sobreHenrik y sus hermanos, donde se centraba exclusivamente en Henrik como hilo

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conductor de la historia. Confeccionó una larga lista de averiguaciones que lequedaban por hacer y que estaban relacionadas con la estructura y elfuncionamiento de las empresas de la época; descubrió que la familia Vangerhabía estado intensamente involucrada en el imperio de Ivar Kreuger: otra historiaparalela que debía refrescar. En total, calculó que le faltaban por escribir unastrescientas páginas. Había hecho un plan que consistía en tener una primeraversión terminada para el 1 de septiembre con el fin de que Henrik Vanger lapudiera ver, de modo que luego dispondría de todo el otoño para revisar el texto.

En cambio, Mikael no avanzaba ni un milímetro en el caso de HarrietVanger. Por mucho que leyera y reflexionara sobre los detalles de la abundantedocumentación, no se le ocurrió ni una sola idea que, de alguna manera, le dieraun giro a la investigación.

Una noche de sábado, a finales de febrero, mantuvo una larga conversacióncon Henrik Vanger en la que le dio cuenta de sus nulos avances. El viejo escuchabapacientemente a Mikael repasando uno a uno los callejones sin salida que habíavisitado.

—En resumen, Henrik, no encuentro nada en toda la documentación que nose haya investigado a fondo ya.

—Entiendo lo que quieres decir. Yo mismo me he devanado los sesos hastavolverme loco. Y, al mismo tiempo, estoy seguro de que se nos ha escapado algo.No hay crimen perfecto.

—Lo que pasa es que ni siquiera somos capaces de determinar que se hayacometido un crimen.

Henrik Vanger suspiró e hizo un gesto de resignación con las manos.—Sigue —le pidió—; termina el trabajo.—No tiene sentido.—Puede. Pero no te rindas.Mikael suspiró.—Los números de teléfono —dijo finalmente.—Sí—Tienen que significar algo.—Sí.—Están apuntados con una intención.—Sí.—Pero no hemos sabido interpretarlos.—No.—O los hemos interpretado mal.—Exacto.—No son números de teléfono. Significan otra cosa.—Tal vez.Mikael volvió a suspirar y se fue a casa para seguir leyendo.

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El abogado Nils Bjurman suspiró de alivio cuando Lisbeth Salander lo volvióa llamar explicándole que necesitaba más dinero. Con la excusa de que tenía quetrabajar, Salander se había escaqueado de la última reunión fijada, y una levepreocupación empezó a roer el interior de Bjurman: ¿se estaba convirtiendo en unaniña problemática imposible de manejar? No obstante, al faltar a la reunión, ellano había recibido el dinero para sus gastos, así que tarde o temprano se veríaobligada a acudir a él. También le preocupaba la posibilidad de que Lisbeth lehubiera contado a alguien lo sucedido.

Por eso, su breve llamada diciéndole que necesitaba dinero constituía unaconfirmación satisfactoria de que la situación estaba bajo control. Pero era precisodomarla, decidió Nils Bjurman. Había que dejarle claro quién mandaba allí; sóloasí podrían consolidar su relación. Por eso le dio instrucciones para que esta vez sevieran en su vivienda de Odenplan, no en el despacho. Ante esta exigencia,Lisbeth Salander, al otro lado de la línea telefónica, permaneció callada un buenrato —«qué lenta es la puta»— hasta que, finalmente, aceptó.

El plan de Lisbeth Salander era reunirse con él en su despacho, como la otravez. Ahora resultaba que tenía que verlo en territorio desconocido. La reunión sefijó para la noche del viernes. Bjurman le había dado el código numérico delportal. Lisbeth llamó a su puerta a las ocho y media, treinta minutos más tarde delo acordado; justo el tiempo que necesitó, en la oscuridad de la escalera, pararepasar el plan una última vez, considerar las alternativas, hacer de tripas corazóny armarse de todo el coraje necesario.

Hacia las ocho de la tarde, Mikael apagó el ordenador y se puso el abrigo.Dejó encendidas las luces de su cuarto de trabajo. La noche estaba estrellada y latemperatura rondaba los cero grados. Subió la cuesta a paso ligero y, camino deOstergården, alcanzó la casa de Henrik Vanger. Nada más pasarla, torció a laizquierda y tomó la senda que bordeaba la orilla. Los faros guiñaban y sereflejaban en el agua; el hermoso brillo de las luces de Hedestad iluminaba laoscuridad. Mikael necesitaba aire fresco, pero, sobre todo, quería evitar losescudriñadores ojos de Isabella Vanger. A la altura de la casa de Martin Vanger,salió al camino y llegó a casa de Cecilia Vanger poco después de las ocho y media.Fueron directamente al dormitorio.

Se veían una o dos veces por semana. Cecilia Vanger no sólo se habíaconvertido en su amante en ese perdido rincón del mundo, sino también enalguien en quien había empezado a confiar. Le aportaba mucho más hablar deHarriet Vanger con ella que con Henrik.

El plan salió mal casi desde el primer momento.Al abrir la puerta de su piso, el abogado Nils Bjurman llevaba una bata. Ya

estaba irritado por el retraso y le hizo señas para que entrara. Ella vestía vaqueros

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negros, camiseta negra y la consabida chupa de cuero. Además, llevaba botasnegras y una pequeña mochila con una correa cruzada sobre el pecho.

—Ni siquiera te enseñaron las horas en el colegio —le espetó Bjurman.Salander no dijo nada. Miró a su alrededor. El piso tenía más o menos el

aspecto que había imaginado al estudiar los planos en el archivo municipal deurbanismo. Estaba decorado con muebles claros de haya y abedul.

—Ven —dijo Bjurman en un tono más amable.Le puso el brazo alrededor de los hombros y la llevó por un pasillo hasta el

interior del piso. Nada de charlas; al grano. Abrió la puerta del dormitorio. Nocabía duda del tipo de servicios que esperaba de Lisbeth Salander.

Ella recorrió rápidamente el cuarto con la mirada. Decoración de soltero. Unacama de matrimonio con cabecero alto de acero inoxidable. Una cómoda quetambién hacía de mesilla. Lamparitas de luz suave. A lo largo de una de lasparedes se extendía un armario con puertas de espejo. En el rincón de al lado de lapuerta, una silla de rejilla y una pequeña mesa. La cogió de la mano y la condujohasta la cama.

—Cuéntame para qué necesitas el dinero esta vez. ¿Más trastos para elordenador?

—Comida —contestó ella.—Claro. Qué tonto soy; faltaste a nuestra última reunión.Cogió la barbilla de Lisbeth con una mano y levantó su cara hasta que sus

miradas se cruzaron.—¿Cómo estás?Ella se encogió de hombros.—¿Has pensado en lo que te dije la última vez?—¿El qué?—Lisbeth, no finjas ser más tonta de lo que ya eres. Quiero que tú y yo

seamos buenos amigos y que nos ayudemos mutuamenteElla no contestó. El abogado Bjurman resistió el impulso de darle una

bofetada para espabilarla.—¿Te gustó nuestro juego de adultos de la otra vez?—No.Él arqueó las cejas.—Lisbeth, no seas tonta.—Necesito dinero para comprar comida.—Pues de eso precisamente hablamos la vez anterior: si tú eres buena

conmigo, yo seré bueno contigo. Pero si no haces más que darme problemas…Le cogió el mentón con más fuerza y ella se soltó girando la cabeza—Quiero mi dinero. ¿Qué quieres que haga?—Tú sabes muy bien lo que a mí me gusta.La cogió del hombro y tiró de ella en dirección a la cama.—Espera —dijo Lisbeth Salander rápidamente.Ella le devolvió una mirada resignada y luego asintió. Se quitó la mochila y

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la cazadora de cuero con tachuelas y miró a su alrededor. Puso la chupa de cuerosobre la silla de rejilla, colocó la mochila encima de la mesa y dio unos tímidospasos hacia la cama. Luego se paró, como si se lo estuviera pensando. Bjurman seacercó.

—Espera —dijo ella de nuevo, esta vez como intentando convencerlo yhacerle entrar en razón—. No quiero chupártela cada vez que necesite dinero.

A Bjurman le cambió la cara. De pronto, le dio una bofetada con la palma dela mano. Salander abrió los ojos de par en par, pero antes de que le diera tiempo areaccionar, la cogió del hombro y la echó de bruces sobre la cama. La repentinaviolencia la cogió desprevenida. Cuando intentó darse la vuelta, la aprisionócontra la cama y se sentó a horcajadas sobre ella.

Igual que la vez anterior, físicamente hablando, ella era pan comido para él.Sus posibilidades de resistencia consistían en hacerle daño en los ojos con las uñaso con algún arma. Pero la trama que había planeado ya se había ido al trastetotalmente. «Mierda», pensó Lisbeth Salander cuando él le arrancó la camiseta.Con una aterradora clarividencia, se dio cuenta de que se había metido en camisade once varas.

Oyó cómo abría el cajón de la cómoda de al lado de la cama y percibió elchirrido de metal. Al principio no sabía qué estaba pasando; luego vio unasesposas cerrándose alrededor de su muñeca. Él le levantó los brazos, pasó lasesposas por uno de los barrotes del cabecero de la cama y le esposó la otra mano.En un santiamén le quitó las botas y los vaqueros. Por último le quitó las bragas ylas sostuvo en la mano.

—Tienes que aprender a confiar en mí, Lisbeth. Yo te voy a enseñar cómo sejuega a este juego de adultos. Cuando te pongas borde conmigo, te castigaré. Perosi eres buena conmigo, seremos amigos.

Volvió a sentarse a horcajadas sobre ella.—Así que no te gusta el sexo anal, ¿eh?Lisbeth Salander abrió la boca para gritar. La cogió del pelo y le metió las

bragas en la boca. Luego le colocó algo en los tobillos, le separó las piernas y se lasató dejándola completamente indefensa. Le oyó moverse por el dormitorio peroera incapaz de verlo a causa de la camiseta que tapaba su cara. Pasaron variosminutos. Apenas podía respirar. Luego experimentó un terrible dolor cuando leintrodujo, violentamente, un objeto en el ano.

La norma de Cecilia Vanger seguía siendo que Mikael no podía pasar lanoche con ella. A las dos y pico de la madrugada se vistió, mientras ella, tendidadesnuda sobre la cama, le sonreía.

—Me gustas, Mikael. Me gusta estar contigo.—Tú también me gustas.Ella lo tiró sobre la cama otra vez y consiguió quitarle la camisa que acababa

de ponerse. Mikael se quedó una hora más.

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Luego, al pasar por la casa de Harald Vanger, tuvo la convicción de habervisto moverse una de las cortinas de la planta de arriba. Pero no lo podía afirmar aciencia cierta porque había demasiada oscuridad.

Hasta las cuatro de la madrugada del sábado, el abogado Bjurman no la dejóvestirse. Lisbeth cogió su chupa de cuero y la mochila, y se dirigió, cojeando, haciala salida, donde él la estaba esperando recién duchado y pulcramente vestido. Ledio un cheque de dos mil quinientas coronas.

—Te llevaré a casa —dijo, y abrió la puerta.Ella salió del piso y se volvió hacia él. Su cuerpo parecía frágil y su cara

estaba hinchada a causa de las lágrimas. Al cruzar las miradas él casi dio un pasoatrás; en su vida había percibido un odio tan ferviente y visceral. Lisbeth Salanderdaba la impresión de ser exactamente tan demente como insinuaba su historial.

—No —dijo en voz tan baja que apenas la oyó—. Puedo volver a casa sola.Le puso una mano sobre el hombro.—¿Seguro?Ella asintió. Bjurman agarró su hombro con más fuerza.—No te olvides de lo que hemos acordado: vuelve el sábado que viene.Lisbeth volvió a asentir. Sumisa. Él la soltó.

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CAPÍTULO 14Sábado, 8 de marzo - Lunes, 17 de marzo

Lisbeth Salander pasó toda la semana en cama con dolores en el bajo vientrey hemorragias anales, así como con otras heridas menos visibles que tardaríanmucho más tiempo en curarse. Esta vez había sido una experiencia totalmentedistinta a la primera violación que sufrió en el despacho; ya no se trataba decoacción y humillación, sino de una brutalidad sistemática.

Se dio cuenta tarde, demasiado tarde, de que se había equivocado porcompleto al juzgar a Bjurman.

Lo había visto como un hombre al que le gustaba ejercer el poder y dominara los demás, no como un sádico consumado. La había tenido esposada toda lanoche. En varias ocasiones, pensó que la iba a matar; de hecho, hubo un momentoen el que le hundió una almohada en la cara hasta que ella sintió cómo se ledormía todo el cuerpo. Estuvo a punto de perder el conocimiento.

No lloró.Aparte de las lágrimas causadas por el dolor puramente físico de la

violación, no derramó ni una sola lágrima más. Tras abandonar el piso deBjurman, fue cojeando hasta la parada de taxis de Odenplan, llegó a casa y subiólas escaleras con mucho esfuerzo. Se duchó y se limpió la sangre. Luego bebiómedio litro de agua y se tomó dos somníferos de la marca Rohypnol; acto seguido,se fue a la cama dando algunos traspiés y se tapó la cabeza con el edredón.

Se despertó dieciséis horas más tarde, el domingo a la hora de comer, con lamente en blanco e insistentes dolores de cabeza, músculos y bajo vientre. Selevantó, bebió dos vasos de yogur líquido y se comió una manzana. Luego se tomódos somníferos más y regresó a la cama.

Hasta el martes no tuvo fuerzas para levantarse. Salió y compró un paquetegrande de Billys Pan Pizza, metió dos pizzas en el microondas y llenó un termo decafé. Luego se pasó toda la noche en Internet leyendo artículos y tratados sobre lapsicopatología del sadismo.

Se fijó en un artículo publicado por un grupo feminista de Estados Unidos enel que la autora sostenía que el sádico elegía sus «relaciones» con una precisióncasi intuitiva; la mejor víctima era la que pensaba que no tenía elección e iba a suencuentro voluntariamente El sádico se especializaba en individuos inseguros ensituación de dependencia, y tenía una espeluznante capacidad para identificar alas víctimas más adecuadas

El abogado Bjurman la había elegido a ella.Eso la hizo reflexionar.

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Le daba una idea de cómo la veía la gente.

El viernes, una semana después de la segunda violación, Lisbeth Salanderfue andando desde su casa hasta un estudio de tatuajes, en Hornstull, donde teníahora reservada. No había más clientes en el local. El dueño la saludó con la cabezaal reconocerla.

Eligió un tatuaje pequeño y sencillo en forma de brazalete y le pidió que se lohiciera en el tobillo. Le señaló el sitio con el dedo.

—Ahí la piel es muy fina. Duele mucho —advirtió el tatuador.—No importa —respondió Lisbeth Salander, quitándose los pantalones y

tendiéndole la pierna.—De acuerdo, un brazalete. Ya tienes muchos tatuajes. ¿Estás segura de

querer otro?—Es para no olvidar —contestó.

El sábado Mikael Blomkvist abandonó el Café de Susanne a las dos, cuandocerró. Se había pasado toda la mañana metiendo datos en su iBook. Antes devolver a casa se acercó hasta Konsum para comprar comida y cigarrillos. Habíadescubierto la pölsa salteada con patatas y remolacha, un plato que no le habíagustado nunca, pero que, por alguna razón, resultaba perfecto para la vida delcampo.

A las siete de la tarde se quedó pensativo delante de la ventana. CeciliaVanger no lo había llamado. Sus caminos se cruzaron brevemente al mediodíacuando ella se dirigía a la panadería de Susanne a comprar el pan, pero andabademasiado absorta en sus pensamientos. Parecía que ese sábado no lo iba a llamar.Miró de reojo su pequeño televisor, que casi nunca encendía. Tampoco esta vez.En su lugar, se sentó en el sofá de la cocina y abrió una novela policíaca de SueGrafton.

El sábado por la noche, a la hora acordada, Lisbeth Salander volvió al piso deNils Bjurman, en Odenplan. La dejó entrar con una educada y acogedora sonrisa.

—¿Cómo estás hoy, querida Lisbeth? —preguntó a modo de saludo.Ella no contestó. Él le puso un brazo alrededor del hombro.—Tal vez me pasara el otro día —dijo—. Te vi bastante hecha polvo.Lisbeth le obsequió con una sonrisa agria y al abogado le invadió una

repentina sensación de inseguridad. «Esta tía está chiflada. Que no se me olvide.»Se preguntaba si ella terminaría acostumbrándose y aceptando la situación.

—¿Vamos al dormitorio? —preguntó Lisbeth Salander.«Claro, que a lo mejor le va la marcha...» La condujo a la habitación

pasándole un brazo por encima del hombro, tal y como hizo la vez anterior. «Hoy

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la trataré con más cuidado. Así me ganaré su confianza.» Ya había sacado lasesposas; estaban sobre la cómoda. Hasta que llegaron a la cama el abogadoBjurman no advirtió que pasaba algo raro.

Era ella la que lo llevaba a él a la cama, y no al revés. Se quedó parado,mirándola desconcertado, cuando Lisbeth sacó algo del bolsillo de su cazadora. Alprincipio le pareció un teléfono móvil. Luego vio sus ojos.

—Di buenas noches —dijo ella.Subió la pistola eléctrica hasta su axila izquierda y le disparó 75.000 voltios.

Cuando sus piernas empezaron a flaquear, ella apoyó el hombro contra su cuerpoy empleó todas sus fuerzas para tumbarle sobre la cama.

Cecilia Vanger se sentía algo achispada. Había decidido no llamar a MikaelBlomkvist. La relación se había convertido en una ridícula comedia de alcoba en laque Mikael tenía que andar sigilosamente dando rodeos para poder ir a verla a sucasa sin ser descubierto. Ella se comportaba como una colegiala enamoradaincapaz de reprimir su deseo. Durante las últimas semanas su actitud había sidoabsurda.

«El problema es que me gusta demasiado —pensó—. Me va a hacer daño.»Permaneció un buen rato deseando que Mikael Blomkvist nunca se hubierainstalado en Hedeby.

Había abierto una botella de vino y se había tomado dos copas en la máscompleta soledad. Puso las noticias de la tele e intentó enterarse de cómo iba lapolítica mundial, pero se cansó enseguida de los supuestamente sensatoscomentarios que explicaban por qué era necesario que el presidente Bushdestruyera Irak con sus bombas. En su lugar, se sentó en el sofá del salón y cogióEl horrible láser, un libro de Gellert Tamas sobre el asesino racista de Estocolmo.Sólo fue capaz de leer un par de páginas antes de dejar el libro. El tema le habíarecordado inmediatamente a su padre. Se preguntaba en qué estaría pensando élahora.

La última vez que se vieron de verdad fue en 1984, cuando lo acompañó a ély a su hermano Birger a cazar liebres al norte de Hedestad. Birger iba a probar unnuevo perro de caza, un Foxhound Hamilton que acababa de adquirir. HaraldVanger tenía setenta y tres años, y ella se esforzaba al máximo para aceptar sulocura, que había convertido su infancia en una pesadilla y marcado toda su vidaadulta.

Cecilia nunca fue tan frágil como en aquel momento de su vida. Hacía tresmeses que su matrimonio se había ido al traste. Violencia doméstica… ¡quéexpresión tan banal! Para ella adquirió la forma de un maltrato leve peroconstante. Bofetadas, violentos empujones, repentinos cambios de humor ysoportar que la tirara sobre el suelo de la cocina. Sus arrebatos resultaban siempreinexplicables y los abusos raramente eran lo suficientemente graves como paradejarle secuelas físicas. Evitaba golpearla con el puño. Cecilia ya se había hecho a

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ello.Hasta el día en el que, sin pensárselo dos veces, le devolvió el golpe y él

perdió el control por completo. La pelea acabó cuando el marido, fuera de sí, letiró unas tijeras que se le clavaron en el omoplato.

Se arrepintió y, presa del pánico, la llevó al hospital, donde se inventó unahistoria sobre un extraño accidente cuya falsedad le quedó perfectamente clara atodo el personal de urgencias desde el mismo momento en que empezó a hablar.Ella estaba avergonzada. Le dieron doce puntos y estuvo ingresada dos días.Luego Henrik Vanger fue a buscarla y se la llevó a su casa. Desde entonces nohabía vuelto a hablar con su marido.

Aquel soleado día de otoño, tres meses después de la ruptura delmatrimonio, Harald Vanger estaba de buen humor, incluso amable. Pero depronto, en medio del bosque, empezó a atacar a su hija con humillantes insultos ycomentarios vulgares sobre su vida y sus hábitos sexuales, y le soltó que no leextrañaba que una puta como ella fuera incapaz de retener a un hombre a su lado.

Su hermano ni siquiera advirtió que las palabras de su progenitorimpactaron en ella como latigazos En su lugar, Birger Vanger se rió y puso unbrazo alrededor del hombro de su padre para, a su manera, quitarle hierro a lasituación con comentarios del tipo «ya se sabe cómo son las mujeres» Le hizo unguiño tranquilizador a Cecilia e instó a Harald Vanger a que se fuera a unapequeña colina y se quedara un rato allí al acecho de alguna presa.

Hubo un momento en el que el tiempo pareció detenerse para CeciliaVanger. Contempló a su padre y a su hermano y, de pronto, se percató de que laescopeta de caza que llevaba en la mano estaba cargada. Cerró los ojos. Fue laúnica alternativa que tuvo en ese momento para no levantar el arma y disparar losdos cartuchos. Quiso matarlos a los dos. Pero dejó caer la escopeta ante sus pies, sedio media vuelta y regresó andando al sitio donde habían aparcado el coche.Regresó a casa sola, abandonándolos allí a su suerte. Desde ese día sólo hablabacon su padre en muy contadas ocasiones, cuando se veía obligada por la situación.Se negó a dejarle entrar en su casa y jamás volvió a pisar el domicilio paterno.«Mehas destrozado la vida —pensó Cecilia Vanger—. Me la destrozaste siendo yo unaniña.»

A las ocho y media de la noche, Cecilia Vanger cogió el teléfono y llamó aMikael Blomkvist para pedirle que fuera.

El abogado Nils Bjurman se retorcía de dolor. Sus músculos estabaninutilizados. Su cuerpo parecía paralizado. No estaba seguro de haber perdido laconsciencia, pero se hallaba desorientado y no recordaba muy bien qué le habíapasado. Cuando, poco a poco, fue recuperando el control de su cuerpo, seencontró desnudo, tumbado de espaldas sobre su cama, con las muñecasesposadas y dolorosamente despatarrado. Tenía quemaduras que le escocían enlas zonas donde los electrodos habían entrado en contacto con su cuerpo.

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Lisbeth Salander estaba tranquilamente sentada en una silla de rejilla quehabía acercado a la cama, donde, con las botas puestas, descansaba los piesmientras se fumaba un cigarrillo. Cuando Bjurman intentó hablar se dio cuenta deque su boca estaba tapada con cinta aislante. Giró la cabeza. Ella había sacado loscajones y vaciado su contenido.

—He encontrado tus juguetitos —dijo Salander.Sostenía en la mano una fusta mientras rebuscaba en la colección de

consoladores, bridas y máscaras de látex que había echado al suelo.—¿Para qué sirve esto? —dijo ella, mostrándole un enorme tapón anal—. No,

no intentes hablar; digas lo que digas no te voy a entender. ¿Es esto lo que usasteconmigo la semana pasada? Basta con que asientas con la cabeza.

Se inclinó hacia él, expectante.Nils Bjurman sintió repentinamente cómo un terror frío le recorría el pecho y

perdió el control. Tiró de las esposas. Ella había tomado las riendas. Imposible. Nopudo hacer nada cuando Lisbeth Salander se inclinó sobre él y le colocó el tapónentre las nalgas.

—Así que te va el sado —le dijo—. Te gusta meterle cositas a la gente,¿verdad?

Ella lo clavó con la mirada; su cara era una inexpresiva máscara.—Sin lubricante, ¿no?Bjurman emitió un alarido a través de la cinta aislante cuando Lisbeth

Salander, brutalmente, separó sus nalgas y le metió el tapón en su sitio.—Deja de quejarte —dijo Salander, imitando su voz—. Si te pones bravo, voy

a tener que castigarte.Se levantó y bordeó la cama. Él, indefenso, la siguió con la mirada... «¿Qué

coño va a hacer ahora?» Desde el salón, Lisbeth Salander llevó al dormitorio untelevisor de 32 pulgadas sobre ruedas. En el suelo estaba el reproductor dedeuvedés. Todavía con la fusta en la mano, lo miró.

—¿Me estás prestando toda tu atención? —preguntó—. No intentes hablar:basta con que muevas la cabeza. ¿Me oyes?

Él asintió.—Muy bien. —Se inclinó y cogió la mochila—. ¿La reconoces?Él movió la cabeza.—Es la mochila que llevaba cuando te visité la semana pasada. Es de lo más

práctico. La he tomado prestada de Milton Security.Abrió una cremallera que había en la parte inferior.—Esto es una cámara digital. ¿Sueles ver Insider, en TV3? Es como las

mochilas que usan esos terribles reporteros cuando graban algo con cámara oculta.—Cerró la cremallera—. ¿El objetivo? ¿Te estás preguntando dónde se esconde? Esel detalle más exquisito. Gran angular con fibra óptica. El ojo parece un botón y seoculta en el cierre del asa. Quizá recuerdes que coloqué la mochila aquí en la mesaantes de que empezaras a meterme mano. Me aseguré bien de que el objetivoapuntara hacia la cama.

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Le mostró un disco y lo insertó en el aparato reproductor. Luego giró la sillasituándola de manera que pudiera ver la pantalla del televisor y se sentó.Encendió otro cigarrillo y pulsó el botón de encendido. El abogado Bjurman se vioa sí mismo abrirle la puerta a Lisbeth Salander. «¿Ni siquiera te enseñaron lashoras en el colegio? », saludó, irritado.

Le puso toda la película. Terminó al cabo de noventa minutos, en medio deuna escena en la que el abogado Bjurman, desnudo, estaba sentado apoyadocontra el cabecero de la cama, tomándose una copa de vino mientras contemplabaa Lisbeth Salander acurrucada en la cama con las manos esposadas en la espalda.

Apagó la tele y permaneció callada en la silla durante más de diez minutossin mirarle. Bjurman ni siquiera se atrevió a moverse. Luego Lisbeth Salander selevantó y se dirigió al cuarto de baño. Cuando volvió, se sentó en la silla. Su vozresultaba tan áspera como el papel de lija.

—Cometí un error la semana pasada —dijo—. Creí que iba a tener quechupártela otra vez, lo cual, tratándose de ti, es de lo más asqueroso, pero no tantocomo para no ser capaz de hacerlo. Creí que conseguiría fácilmente material con lasuficiente calidad para demostrar que eres un asqueroso y baboso viejo. Te juzguémal. No había entendido lo jodidamente enfermo que estás.

»Te voy a hablar claramente —prosiguió—. Esta película muestra cómoviolas a una retrasada mental de veinticuatro años de la que has sido nombradoadministrador. Y no tienes ni idea de lo retrasada que puedo llegar a ser si hacefalta. Cualquiera que vea esto descubrirá que no sólo eres un mierda sino tambiénun loco sádico. Ésta es la segunda y la última vez, espero, que veo esta película.Bastante instructiva, ¿a que sí? Yo creo que va a ser a ti a quien van a encerrar, noa mí. ¿Estás de acuerdo?

Lisbeth esperaba. Él no reaccionaba, pero ella pudo ver que estabatemblando. Agarró la fusta y le dio un latigazo en medio de sus órganos sexuales.

—¿Estás de acuerdo? —repitió con una voz considerablemente más alta. Élasintió con la cabeza—. Muy bien. Entonces, eso ha quedado claro.

Acercó la silla y se sentó de modo que pudiera mirarle a los ojos.—Bueno, ¿qué crees que debemos hacer para arreglar este asunto?Él no pudo contestar.—¿Se te ocurre alguna buena idea?Como él no reaccionaba, ella alargó la mano, lo cogió por los testículos y

estiró hasta que la cara de Bjurman se retorció de dolor.—¿Se te ocurre alguna buena idea? —repitió.Él negó con la cabeza.—Bien. Porque espero que, en el futuro, no se te ocurra jamás ninguna idea;

si no, me vas a cabrear la hostia. —Se reclinó en la silla y encendió otro cigarrillo—. Yo te diré lo que va a pasar: la semana que viene, en cuanto hayas podido cagarese pedazo de tapón de goma del culo, le darás instrucciones al banco para que yo,única y exclusivamente yo, tenga acceso a mi cuenta. ¿Entiendes lo que te estoydiciendo?

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El abogado Bjurman asintió con la cabeza.—Muy bien. Nunca jamás volverás a ponerte en contacto conmigo. En el

futuro sólo nos reuniremos si a mí me da la gana. En otras palabras: acabas derecibir una orden en la que se te prohíben las visitas.

Él movió la cabeza afirmativamente varias veces para, acto seguido, suspirar.«No piensa matarme», pensó.

—Si vuelves a contactar conmigo, las copias de este disco llegarán a todas ycada una de las redacciones periodísticas de Estocolmo. ¿Entiendes?

Asintió repetidas veces. «Tengo que hacerme con la película.»—Una vez al año, entregarás un informe positivo sobre mí a la comisión de

tutelaje. Les comunicarás que llevo una vida perfectamente normal, que tengo untrabajo fijo, que mi comportamiento es impecable y que consideras que no existeabsolutamente nada anormal en mi forma de actuar. ¿De acuerdo?

Él movió la cabeza afirmativamente.—Cada mes redactarás un falso informe sobre tus supuestas reuniones

conmigo. Darás cuenta, con gran detalle, de mi actitud positiva y de lo bien queme van las cosas. Me enviarás una copia por correo. ¿Está claro?

Él volvió a asentir. Lisbeth Salander reparó, con la mirada ausente, en lasgotas de sudor que poblaban la frente de Bjurman.

—Dentro de unos años, vamos a decir dos, solicitarás una vista oral en eljuzgado para obtener la revocación de mi declaración de incapacidad. Utilizaráslos informes que habrás redactado acerca de nuestras falsas reuniones mensuales.Te ocuparás de buscar un loquero que jure que soy perfectamente normal. Tendrásque poner mucho de tu parte. Deberás hacer todo lo que esté en tu mano para queyo sea declarada mayor de edad.

Él asintió.—¿Sabes por qué tienes que esforzarte al máximo? Por una jodida razón:

porque si fracasas, haré público el contenido de esta película.Bjurman escuchó cada una de las sílabas que pronunció Lisbeth Salander. Un

repentino estallido de odio apareció en sus ojos. Decidió que ella cometía un errordejándole con vida. «Esto lo pagarás caro, puta de mierda. Tarde o temprano. Tevoy a destrozar.» Pero seguía asintiendo con fingido entusiasmo al responder acada pregunta.

—Y lo mismo sucederá si intentas contactar conmigo —le dijo, pasándose undedo de un lado a otro del cuello—. Dile adiós a este piso, a tu bonito título y a losmillones de esa cuenta bancaria que tienes en el extranjero.

Los ojos se le pusieron como platos al oírla mencionar el dinero. «Cómo coñose habrá enterado...» Ella sonrió y se tragó el humo del tabaco. Luego tiró elcigarrillo sobre la moqueta y lo apagó pisándolo con el tacón.

—Quiero una copia de las llaves del piso y del despacho.Él arqueó las cejas. Ella se inclinó hacia delante y le mostró una radiante

sonrisa.—De ahora en adelante yo controlaré tu vida. Cuando menos te lo esperes,

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quizá cuando estés durmiendo, apareceré por tu dormitorio con esto en la mano.Le mostró la pistola eléctrica.—Te voy a vigilar. Si vuelvo a pillarte con una chica, no importa si ha venido

voluntariamente o no, si alguna vez te encuentro con una mujer, sea quien sea... —Lisbeth Salander se pasó nuevamente los dedos por el cuello—. Si yo muriera, sisufriera un accidente, si me atropellara un coche, o si me ocurriera algo..., losperiódicos recibirían copias de la película. Además de una historia detallada en laque cuento qué significa tenerte a ti como administrador.

»Y otra cosa. —Se inclinó, acercando su cara a unos pocos centímetros de ladel abogado—. Si me vuelves a tocar alguna vez, te mataré. Créeme.

El abogado Bjurman la creyó sin vacilar. En sus ojos pudo ver que no seestaba marcando un farol.

—Recuerda que estoy loca.Él asintió.Ella lo contempló pensativa.—No creo que tú y yo vayamos a ser amigos —dijo Lisbeth Salander con voz

seria—. Ahora mismo estás ahí tumbado congratulándote de que sea tan estúpidacomo para dejarte vivir. A pesar de ser mi prisionero, sientes que controlas lasituación; piensas que lo único que haré, si no te mato, es soltarte. Así que albergasla esperanza de recuperar muy pronto tu poder sobre mí. ¿A que sí?

Preso, de repente, de malos presentimientos, él negó con la cabeza.—Te voy a regalar una cosa para que te acuerdes siempre de nuestro pacto.Le mostró una malévola sonrisa, se subió a la cama y se sentó de rodillas

entre sus piernas. El abogado Bjurman no sabía lo que ella quería decir, pero sintiómiedo. Acto seguido, descubrió una aguja en la mano de Lisbeth.

Movió bruscamente la cabeza de un lado a otro e intentó girar el cuerpohasta que ella apoyó una rodilla contra su entrepierna y, a modo de advertencia, leapretó con fuerza

—Estate quieto. Es la primera vez que uso estos instrumentos.Trabajó concentradamente durante dos horas. Al terminar, él ya había dejado

de quejarse. Más bien parecía hallarse en un estado de apatía. Lisbeth se bajó de lacama, ladeó la cabeza y contempló su obra con mirada crítica. Su talento artísticodejaba mucho que desear. Las letras estaban torcidas, lo que les daba un toqueimpresionista. Le había tatuado un texto de cinco líneas, con letras mayúsculasazules y rojas que le cubrían todo el estómago y le bajaban desde los pezones hastacasi alcanzar el sexo: «SOY UN SÁDICO CERDO, UN HIJO DE PUTA Y UN VIOLADOR».

Recogió las agujas y metió los cartuchos de tinta en su mochila. Luego fue alcuarto de baño y se lavó las manos. Al volver al dormitorio se dio cuenta de que sesentía considerablemente mejor.

—Buenas noches —dijo.Antes de marcharse, abrió una de las esposas y le dejó la llave encima de su

estómago. Se llevó la película y el juego de llaves del piso.

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Mientras compartían un cigarrillo, poco después de la medianoche, Mikael lecontó que no iban a poder verse durante un tiempo. Cecilia se volvió y lo miróasombrada.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.Él pareció avergonzarse.—El lunes ingreso en la cárcel; tres meses.Sobraba cualquier otra aclaración. Cecilia permaneció en silencio un buen

rato. De repente le entraron ganas de llorar.

Dragan Armanskij había empezado a perder la esperanza cuando,inesperadamente, Lisbeth Salander llamó a su puerta el lunes por la tarde. No lehabía visto el pelo desde que canceló la investigación sobre el caso Wennerström,a principios de enero, y cada vez que intentaba hablar con ella, o no contestaba lallamada o colgaba el teléfono con la excusa de que estaba ocupada.

—¿Algún trabajo para mí? —preguntó ella, ahorrándose los innecesariossaludos.

—Hola. Me alegro de verte. Creí que te habías muerto o algo así.—Tenía que resolver un asunto.—Te pasa bastante a menudo.—Esto era urgente. Ya he vuelto. ¿Hay algo?Armanskij negó con la cabeza.—Sorry. Ahora mismo no.Lisbeth Salander lo miró tranquilamente. Al cabo de un rato, Armanskij

retomó el hilo y prosiguió:—Lisbeth, ya sabes que te quiero mucho y que te hago encargos con gran

placer. Pero llevas dos meses fuera y he estado hasta arriba de trabajo.Simplemente, no puedo fiarme de ti. Me he visto obligado a encomendarles lastareas a otros y ahora no tengo nada.

—¿Puedes subir el volumen?—¿Qué?—La radio.

... la revista Millennium. El comunicado de que el veterano industrialHenrik Vanger pasa a ser copropietario y a ocupar un puesto en la junta directivade la revista Millennium llega el mismo día en el que el anterior editor jefe, MikaelBlomkvist, empieza a cumplir su condena de tres meses en la cárcel por haberdifamado al empresario Hans-Erik Wennerström. La redactora jefe deMillennium, Erika Berger, anunció en rueda de prensa que Mikael Blomkvistrecuperará su puesto cuando haya cumplido la pena.

—¡Hostia! —dijo Lisbeth Salander en voz tan baja que lo único que

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Armanskij advirtió fue que había movido los labios. Ella se levantó a toda prisa yse dirigió a la puerta.

—Espera. ¿Adónde vas?—A casa. Voy a mirar unas cosas. Llámame cuando tengas algo.

La noticia de que Millennium contaría con la ayuda de Henrik Vanger era unacontecimiento considerablemente más importante de lo que Lisbeth Salanderesperaba en principio. La edición digital de Aftonbladet ya publicaba un largocomunicado de la agencia de noticias TT, que resumía la carrera profesional deHenrik Vanger y constataba que era la primera vez en más de veinte años que elviejo magnate industrial hacía una aparición pública. La entrada comocopropietario de Millennium se consideraba tan inverosímil como si de repente sedijera que los conservadores Peter Wallenberg o Erik Penser iban a figurar comosocios de la revista ETC o como patrocinadores de Ordfiont Magasin

El acontecimiento era de tal envergadura que Rapport, en su edición de lassiete y media de la tarde, lo sacó en tercer lugar y le dedicó tres minutos.Entrevistaron a Erika Berger en una mesa de reuniones de la redacción deMillennium. De buenas a primeras, el caso Wennerström volvía a ser noticia.

—El año pasado cometimos un grave error que acabó en condena pordifamación. Naturalmente, es algo que lamentamos pero ya tendremos ocasión deretomar la historia en su momento.

—¿Qué quiere decir con «retomar la historia»? —preguntó el periodista.—Que, cuando llegue la hora, contaremos nuestra versión de lo sucedido,

algo que, de facto, aún no hemos hecho.—¿Y por qué no lo hicieron en el juicio?—Optamos por no contarlo. Pero, por supuesto, vamos a continuar con

nuestra línea de periodismo de investigación.—¿Eso significa que siguen defendiendo la historia por la que les

condenaron?—De momento no tengo más comentarios al respecto.—Pero tras la sentencia despidieron a Mikael Blomkvist.—En absoluto, se equivoca. Lea nuestro comunicado de prensa. Mikael

necesitaba un merecido descanso. Volverá como editor jefe más tarde, este mismoaño

La cámara ofreció una visión panorámica de la redacción, mientras elpresentador resumía el agitado pasado de Millennium, una singular y rebelderevista. Mikael Blomkvist no se encontraba en disposición de hacer comentarios.Acababa de ser encerrado en el centro penitenciario de Rullåker, situado junto aun pequeño lago en medio del bosque, a unos diez kilómetros de Östersund, en laprovincia de Jämtland.

A un lado de la imagen televisiva, Lisbeth Salander vio, de repente, a DirchFrode apareciendo por una puerta de la redacción. Pensativa, arqueó las cejas y se

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mordió el labio inferior.

Había sido un lunes pobre en sucesos, así que en la edición de las nueve lededicaron cuatro minutos enteros a Henrik Vanger. La entrevista tuvo lugar en unestudio de la televisión local de Hedestad. El periodista empezó diciendo que«después de dos décadas de silencio, el legendario industrial Henrik Vangervuelve a estar en el candelero». El reportaje se inició presentando la vida deHenrik Vanger con unas imágenes televisivas en blanco y negro, donde se le veíacon el primer ministro Tage Erlander inaugurando fábricas en los años sesenta.Luego, la cámara enfocó el sofá del estudio donde Henrik Vanger estabaconfortable y tranquilamente sentado, con las piernas cruzadas. Llevaba unacamisa amarilla, una estrecha corbata verde y una cómoda americana marrónoscuro. A nadie se le pasó por alto que era como un viejo y demacradoespantapájaros, pero hablaba con una voz firme y clara. Y sin pelos en la lengua.El reportero comenzó por preguntar qué le había llevado a ser socio deMillennium.

—Millennium es una revista muy buena que llevo siguiendo desde hacevarios años. Hoy en día se encuentra asediada. Tiene poderosos enemigos que lohan organizado todo para que los anunciantes la boicoteen y se hunda porcompleto.

Evidentemente, el periodista no estaba preparado para una respuesta así,pero enseguida se olió que la historia, ya de por sí bastante particular, cobraba uncarácter totalmente inesperado.

—¿Y quién está detrás de ese boicot?—Es una de las cosas que Millennium, va a estudiar minuciosamente. Pero

permítame aprovechar esta oportunidad para comunicar que Millennium no se vaa dejar hundir tan fácilmente.

—¿Es ésa la razón por la que usted ha entrado en la revista como socio?—Sería muy triste para la libertad de expresión que los intereses particulares

tuvieran el poder de acallar las voces de los medios de comunicación que lesparecen molestas.

Henrik Vanger hablaba como si su punto de vista cultural fuese de lo másradical y llevara toda la vida luchando por la libertad de expresión. En la sala detelevisión del centro penitenciario de Rullåker que estrenaba esa noche, MikaelBlomkvist soltó una inesperada carcajada. Los otros reclusos lo miraron de reojocon cierta inquietud.

Más tarde —echado sobre la cama de su celda, que le recordaba a unapequeña habitación de motel, amueblada con una mesita, una silla y unaestantería fija en la pared— admitió que Henrik y Erika habían tenido razón encuanto a cómo se debía lanzar la noticia. Sin comentar el tema con nadie, ya sabíaque algo había cambiado con respecto a la opinión que la gente tenía deMillennium.

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La aparición de Henrik Vanger no era más que una directa declaración deguerra contra Hans-Erik Wennerström. El mensaje era claro como el agua: ya no teestás enfrentando a una revista con seis empleados cuyo presupuesto anualequivale al de una simple comida de negocios del Wennerstroem Group. Ahoratambién te enfrentas a las empresas Vanger, que, bien es cierto, no son más queuna sombra de la grandeza de antaño, pero que, aun así, constituyen un desafíobastante mayor. Wennerström podía elegir: o retirarse del conflicto o intentaraniquilar también a las empresas Vanger.

Lo que Henrik Vanger acababa de decir por televisión significaba que estabadispuesto a luchar. Puede que no tuviera nada que hacer contra Wennerström,pero la guerra iba a salirle muy cara.

Erika había medido sus palabras con mucho esmero. En realidad, no dijonada, pero la afirmación de que la revista todavía «no había dado cuenta de suversión» sugería que, efectivamente, había algo que contar. A pesar de que Mikaelhabía sido acusado y condenado e, incluso, encarcelado, Erika sostuvo —sindecirlo— que era realmente inocente y existía otra verdad.

Al no haber usado abiertamente la palabra «inocente», su inocencia parecíamás obvia. El hecho de que se le pensara restituir como responsable de la revistasubrayaba que Millennium no tenía nada de que avergonzarse. A ojos del público,la credibilidad no era un problema: a todo el mundo le gustan las teoríasconspirativas y, a la hora de elegir entre un empresario forrado y una redactorajefe rebelde y guapa, no resultaba difícil adivinar hacia dónde se inclinarían lassimpatías. Aunque los medios de comunicación no iban a tragarse la historia tanfácilmente, tal vez Erika hubiera desarmado ya a unos cuantos críticos que no seatreverían a plantarles cara.

En realidad, ninguno de los acontecimientos del día provocó un cambio en lasituación, pero les permitió ganar tiempo y modificar levemente el equilibrio defuerzas. Mikael se imaginó que esa noche Wennerström lo estaría pasando mal.Wennerström desconocía si ellos sabían mucho o poco, de modo que tendría queaveriguarlo antes de efectuar su próxima jugada.

Tras haber visto su propia aparición televisiva, seguida de la de HenrikVanger, Erika, con gesto adusto, apagó la televisión y el vídeo. Miró el reloj: lastres menos cuarto de la madrugada; se resistió al impulso de llamar a Mikael.Estaba preso y resultaba improbable que tuviera el móvil en la celda. Ella habíallegado tan tarde al chalé de Saltsjöbaden que su marido ya dormía. Se levantó, sedirigió al mueble bar, se sirvió una considerable cantidad de Aberlour —casinunca tomaba alcohol, como mucho una vez al año—, y se sentó junto a la ventanamirando al mar y al faro del estrecho de Skuru.

Aquella vez, cuando se quedaron solos tras cerrar el acuerdo con HenrikVanger, Mikael y Erika intercambiaron unas palabras bastante fuertes. A lo largode los años habían discutido en más de una ocasión sobre cómo enfocar un texto,

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cómo maquetar, cómo evaluar la credibilidad de las fuentes y miles de cosasrelacionadas con la edición de una revista. Pero la discusión en la casa deinvitados de Henrik Vanger tocó una serie de principios que le hicieronaventurarse por terreno resbaladizo.

—Ahora no sé qué hacer —le había dicho Mikael—. Henrik Vanger me hacontratado para redactar su autobiografía. Hasta hoy yo podía levantarme e irmeen cuanto intentara hacerme escribir alguna mentira, o tan pronto como quisieraconvencerme de que debía cambiar el enfoque de la historia. Ahora es uno de lospropietarios de nuestra revista, más aún, es el único que tiene suficientes medioseconómicos para salvarla. De repente, me encuentro jugando a dos bandas, cosaque a la comisión de ética profesional, sin duda, no le gustaría lo más mínimo.

—¿Tienes alguna idea mejor? —replicó Erika—. Éste es el momento desoltarla, antes de pasar a limpio el acuerdo y firmarlo.

—Ricky, Vanger nos está utilizando para llevar a cabo su venganza personalcontra Hans-Erik Wennerström.

—So what? Si alguien busca la venganza personal contra Wennerström,somos nosotros.

Mikael le volvió la espalda e, irritado, encendió un cigarrillo. La discusióncontinuó un buen rato, hasta que Erika se fue al dormitorio, se desnudó y seacostó. Fingía dormir cuando, dos horas más tarde, Mikael se metió en la cama asu lado.

Esa misma noche, un periodista del Dagens Nyheter le había hecho unapregunta idéntica:

—¿Cómo va a poder Millennium defender su independencia concredibilidad?

—¿Qué quieres decir?El periodista arqueó las cejas. Le pareció que la pregunta había sido lo

suficientemente clara, pero, aun así, se explicó.—El cometido de Millennium consiste, entre otras cosas, en vigilar de cerca a

las empresas. Pero ahora, ¿cómo podría defender, de manera creíble, que hace lomismo con las empresas Vanger?

Erika lo miró perpleja, como si la pregunta la hubiese cogido completamentepor sorpresa.

—¿Quieres decir que la credibilidad de Millennium va a disminuirsimplemente porque un conocido inversor con recursos haya entrado en escena?

—Pues sí, creo que resulta bastante obvio que a partir de ahora la revista nopodrá examinar a las empresas Vanger con credibilidad.

—¿Y esa regla sólo se aplica a Millennium?—¿Perdón?—Quiero decir: tú sí que trabajas para un periódico que está en manos de

importantes intereses económicos. ¿Significa eso que ninguno de los periódicospublicados por el Grupo Bonnier tiene credibilidad? La propietaria de Aftonbladetes una gran empresa noruega que, a su vez, desempeña un importante papel

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dentro del mundo de la informática y la comunicación. ¿Quiere decir que lacobertura que Aftonbladet lleva a cabo sobre la industria electrónica no resultacreíble? El dueño de Metro es el Grupo Stenbeck. ¿Estás afirmando, acaso, queningún periódico sueco que esté en manos de importantes intereses económicostiene credibilidad?

—No, claro que no.—Entonces, ¿por qué insinúas que la credibilidad de Millennium va a

reducirse por el simple hecho de que nosotros también tengamos patrocinadores?El periodista levantó las manos.—Vale, retiro la pregunta.—No. No lo hagas. Quiero que escribas exactamente lo que te acabo de decir.

Y puedes añadir que si el Dagens Nyheter se compromete a observar másdetenidamente a las empresas Vanger, nosotros haremos lo mismo con el GrupoBonnier.

Pero sí que era un dilema ético.Mikael trabajaba para Henrik Vanger, quien, a su vez, se encontraba en

posición de hundir a Millennium de un solo plumazo. Si Mikael y Henrik Vangerse enemistaran por algún motivo, ¿qué ocurriría?

Y, sobre todo, ¿qué precio ponía ella a su propia credibilidad, y en quémomento pasaría de ser una redactora independiente a una corrupta? No legustaban ni las preguntas ni las respuestas.

Lisbeth Salander se desconectó de la red y apagó su PowerBook. No teníatrabajo pero sí hambre. Lo primero no la preocupaba, especialmente desde quehabía recuperado el control de su cuenta corriente, y el abobado Bjurman se habíaconvertido en una simple molestia pasajera del pasado. Lo del hambre losolucionó yendo a la cocina y poniendo la cafetera. Se preparó tres grandesrebanadas de pan con queso, paté de pescado y un huevo duro muy cocido: era loprimero que tomaba en muchas horas. Mientras repasaba la información quehabía bajado de Internet, se lo comió todo en el sofá del salón.

Un tal Dirch Frode, de Hedestad, la había contratado para hacer unainvestigación personal sobre Mikael Blomkvist, condenado a prisión por difamaral empresario Hans-Erik Wennerström. Unos meses después, Henrik Vanger,también de Hedestad, entraba en la junta directiva de Millennium y declaraba queexistía una conspiración para hundir a la revista, todo ello el mismo día en el queMikael Blomkvist ingresaba en la cárcel. Y lo más fascinante: un artículo publicadohacía dos años sobre el pasado de Hans-Erik Wennerström, «Con las manosvacías», que había encontrado en la edición digital de la revista FinansmagasinetMonopol. Allí estaba escrito que inició su despegue económico precisamente en lasempresas Vanger, a finales de los años sesenta.

No hacía falta ser un superdotado para llegar a la conclusión de que losacontecimientos, de alguna forma, debían de estar relacionados. En algún sitio

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había gato encerrado y a Lisbeth Salander le encantaba soltar a los gatosencerrados. Además, no tenía nada mejor que hacer.

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TERCERA PARTE

FusionesDel 16 de mayo al 14 de julio

En Suecia el trece por ciento de las mujeres han sido víctimasde una violencia sexual extrema fuera del ámbito de sus relaciones sexuales.

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CAPÍTULO 15Viernes, 16 de mayo - Sábado, 31 de mayo

Mikael Blomkvist abandonó el centro penitenciario de Rullåker el viernes 16de mayo, dos meses después de haber sido encarcelado. El mismo día en el queingresó había presentado, sin muchas esperanzas, una petición de reducción decondena. Nunca le quedaron claras las causas técnicas por las que lo soltaron, perosospechaba que tal vez tuviera que ver con el hecho de no haber utilizado ningunode sus permisos de fin de semana, y con que la ocupación del centro fuera decuarenta y dos personas, cuando el número de plazas se calculaba en treinta y una.Fuera como fuese, el director, un exiliado polaco de unos cuarenta años llamadoPeter Sarowsky, con quien Mikael se entendía muy bien, dio el visto bueno paraacortarle el tiempo de condena.

Los días que pasó en Rullåker resultaron tranquilos y agradables. El centroestaba destinado —en palabras de Sarowsky— a gente que se había metido en líosy a conductores ebrios, no a verdaderos criminales. Las rutinas diarias recordabana las de un albergue. Sus cuarenta y un compañeros de prisión, la mitad de loscuales estaba compuesta por inmigrantes de segunda generación, consideraban aMikael como una especie de rara avis dentro del grupo, lo cual —¿qué dudacabía?— resultaba cierto. Era el único prisionero que salía en la tele, lo que leotorgaba cierto estatus; ninguno de ellos lo consideraba un delincuente de verdad.

El director tampoco lo hacía. Ya el primer día mantuvo una entrevista conMikael en la que le ofreció no sólo ayuda psicológica y orientación profesional,sino también la posibilidad de asistir a los cursos de Komvux o de realizar otrotipo de estudios. Mikael replicó que no tenía necesidad alguna de reinsertarsesocialmente; hacía ya varias décadas que había terminado sus estudios, y yacontaba con un trabajo. En cambio, pidió que le dejaran usar su iBook en la celdapara continuar escribiendo el libro que le habían encargado. Su solicitud fueconcedida sin problema; Sarowsky le proporcionó, incluso, un armario con llave afin de poder dejar el ordenador en la celda sin que se lo robaran ni se lodestrozaran. De todos modos, no era muy probable que eso ocurriera; todo elmundo adoptó más bien una actitud protectora hacia Mikael.

Así que pasó dos meses relativamente agradables trabajando unas seis horasdiarias en la crónica de la familia Vanger. El trabajo sólo era interrumpido por unpar de horas de tareas de limpieza o actividades recreativas. Mikael y doscompañeros, uno de Skövde y otro de origen chileno, se encargaban de limpiar elgimnasio del centro todos los días. Las actividades recreativas consistían en ver latelevisión, jugar a las cartas o ir al gimnasio. Mikael descubrió que el póquer no se

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le daba del todo mal, pero aun así perdió unas cuantas monedas de cincuentacéntimos cada día. Las normas del centro permitían el juego siempre y cuando lasapuestas no pasaran de cinco coronas.

Recibió el aviso de su liberación anticipada el día anterior, cuando Sarowskylo llevó a su despacho y lo invitó a un chupito de aguardiente. Por la noche Mikaelcogió su ropa y sus cuadernos e hizo las maletas.

Una vez en libertad, Mikael volvió directamente a la casita de Hedeby. Nadamás poner los pies en el porche oyó un maullido; la gata de color pardo rojizo ledaba la bienvenida frotándose contra sus piernas.

—Vale, entra —dijo—. Pero no me ha dado tiempo a comprar leche.Deshizo las maletas. Tenía la impresión de haber vuelto de unas vacaciones

y, de hecho, descubrió que echaba de menos a Sarowsky y a sus compañeros deprisión. Por absurdo que pareciera, se lo había pasado bien en Rullåker. Laliberación llegó de manera tan imprevista que no le dio tiempo de avisar a nadie.

Eran más de las seis de la tarde. Subió apresuradamente hasta el Konsumpara comprar unos artículos de primera necesidad antes de que cerraran. Alvolver encendió su móvil y llamó a Erika, cuyo contestador le informó de que enese momento estaba apagado o fuera de cobertura. Le dejó un mensaje: yahablarían al día siguiente.

Después, subió a visitar a su jefe, a quien encontró en la planta baja. Al ver aMikael arqueó las cejas, asombrado.

—¿Te has escapado? —fue lo primero que dijo.—Liberación legal anticipada.—¡Vaya sorpresa!—Para mí también lo ha sido. Me lo dijeron anoche.Se miraron unos segundos. Luego el viejo sorprendió a Mikael rodeándole

con sus brazos y dándole un fuerte abrazo.—Estaba a punto de cenar. Acompáñame.Anna sirvió un pastel al horno a base de panceta con salsa de arándanos

rojos. Estuvieron conversando en el comedor casi dos horas.Mikael le dio cumplida cuenta de hasta dónde había llegado con la crónica,

así como de los puntos en los que había encontrado grietas y fisuras. No hablaronde Harriet Vanger, pero abordaron el tema de Millennium en profundidad.

—La junta directiva se ha reunido en tres ocasiones. La señorita Berger yChrister Malm tuvieron la deferencia de celebrar aquí arriba dos de losencuentros; el tercero fue en Estocolmo, donde Dirch me representó. Ojalá tuvieraunos cuantos años menos y no me resultara tan cansado viajar. Intentaré bajar esteverano.

—No creo que suponga ningún problema celebrar las reuniones aquí arriba—dijo Mikael—. Bueno, ¿y qué tal llevas lo de ser socio de la revista?

Henrik mostró una media sonrisa.—La verdad es que es lo más divertido que he hecho en muchos años. He

echado un vistazo a las cuentas y no tienen mala pinta. Voy a tener que invertir

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menos dinero del que pensaba: el abismo entre ingresos y gastos se va reduciendo.—He hablado con Erika una o dos veces por semana. Tengo entendido que el

tema de los ingresos por publicidad se ha consolidado.Henrik Vanger asintió con la cabeza.—Va por buen camino, aunque llevará su tiempo. Al principio, unas

empresas del Grupo Vanger entraron y compraron unas páginas en señal deapoyo. Pero lo verdaderamente importante es que ya hemos recuperado a dosantiguos anunciantes: una compañía de telefonía móvil y una agencia de viajes —dijo, mostrando una sonrisa de oreja a oreja—. Además, hemos hecho unacampaña más personal entre los viejos enemigos de Wennerström. Y créeme, loshay de sobra.

—¿Sabes algo de Wennerström?—No, no directamente. Pero hemos filtrado la noticia de que Wennerström

anda detrás del boicot realizado a Millennium, así que ha ofrecido una imagenbastante mezquina. Parece ser que un periodista del Dagens Nyheter le preguntósobre el tema y Wennerström le salió con una impertinencia.

—Estás disfrutando con todo esto, ¿eh?—«Disfrutar» no es la palabra. Debería haberme metido en esto hace años.—¿Qué es realmente lo que hay entre tú y Wennerström?—Ni lo intentes... Ya te lo contaré a finales de año.

Se respiraba una agradable sensación de primavera en el aire. CuandoMikael se despidió de Henrik, hacia las nueve, ya se había hecho de noche. Dudóun instante antes de llamar a la puerta de la casa de Cecilia Vanger.

No estaba seguro de lo que se iba a encontrar. Cecilia Vanger lo miróasombrada y, acto seguido, pareció sentirse incómoda, pero lo dejó entrar hasta elvestíbulo. Se quedaron de pie, sin saber qué hacer ni qué decir. Ella también lepreguntó si se había escapado y él le explicó lo sucedido.

—Sólo quería saludarte. ¿Te pillo en mal momento?Ella evitó su mirada. Mikael advirtió de inmediato que no estaba muy

contenta de verlo.—No... no; entra. ¿Quieres un café?—Con mucho gusto.La acompañó hasta la cocina. Cecilia le dio la espalda mientras llenaba la

cafetera de agua. Mikael se acercó y le puso una mano sobre el hombro. Ella sequedó de piedra.

—Cecilia, me da la sensación de que no tienes muchas ganas de invitarme atomar un café.

—No te esperaba hasta dentro de un mes. Me has cogido desprevenida.Mikael percibió su malestar y le dio la vuelta para poder ver su cara.

Permanecieron callados un instante. Ella seguía sin querer mirarlo a los ojos.—Cecilia, deja el café. ¿Hay algún problema?

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Ella negó con la cabeza e inspiró profundamente.—Mikael, quiero que te vayas. No me preguntes nada. Simplemente

márchate.Mikael se fue camino a casa. Al llegar, indeciso, se quedó parado junto a la

verja. Acto seguido, bajó hasta la orilla, junto al puente, y se sentó encima de unapiedra. Encendió un cigarrillo mientras ponía en orden sus pensamientos,preguntándose qué podía haber cambiado la actitud de Cecilia Vanger de unmodo tan drástico.

De repente escuchó el ruido de un motor y vio un gran barco blancoentrando en el estrecho por debajo del puente. Al pasar ante él, Mikael descubrió aMartin Vanger al timón, con la mirada concentrada en el agua a fin de sortear losposibles escollos. La embarcación era un yate de recreo de doce metros de eslora.Una máquina de un poderío impresionante. Se levantó y caminó por la orillasiguiéndolo. Descubrió, entonces, que ya había más barcos en el agua —lanchasmotoras, veleros y numerosos Pettersson— amarrados en distintos embarcaderos.En uno de ellos vio un IF cabalgando sobre las olas que el yate generaba al pasar.También había barcos más grandes y caros, entre los que divisó un Hallberg-Rassy. Era ya casi verano, así que pudo advertir la división social que habíatambién en la vida marinera de Hedeby. Martin Vanger poseía, sin duda, el barcomás grande y costoso de aquel lugar.

Se detuvo bajo la casa de Cecilia Vanger y miró de reojo hacia las ventanasiluminadas de la planta superior. Luego volvió a casa y puso la cafetera. Mientrasesperaba que el café estuviera listo, entró un momento en su cuarto de trabajo.

Antes de ingresar en la cárcel, había devuelto a Henrik Vanger la mayoría dela documentación relativa a Harriet. No le pareció muy apropiado dejar todo esematerial en una casa solitaria durante tanto tiempo. Ahora los estantes estabanvacíos. Todo lo que le quedaba de la investigación eran cinco de los cuadernospersonales de Henrik Vanger, que se había llevado a Rullåker y que, a estasalturas, ya conocía de memoria. Y además, advirtió, un álbum de fotos que habíaolvidado en lo alto de la librería.

Lo cogió y se lo llevó a la cocina. Se sirvió el café y se sentó a hojear el álbum.Se trataba de las fotos hechas el día en el que Harriet desapareció. Al principio, laúltima instantánea de Harriet en el desfile del Día del Niño, en Hedestad. Luegoseguían ciento ochenta fotografías, extremadamente nítidas, del accidente delcamión cisterna en el puente. Ya había estudiado varias veces el álbum; foto a fotoy con la ayuda de una lupa. Ahora lo repasaba distraídamente; sabía que noencontraría nada que le aportara algo nuevo. De repente, se sintió harto delmisterio de Harriet Vanger y cerró el álbum de un golpe.

Inquieto, se acercó a la ventana y dirigió su mirada a la oscuridad.Luego volvió a mirar el álbum de fotos. Fue incapaz de explicar muy bien

por qué, pero, de pronto, un fugaz pensamiento le vino a la mente, como sihubiese reaccionado ante algo que acababa de ver, como si un espíritu invisible lehubiese soplado suavemente en el oído. Se le puso el vello de punta.

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Se sentó y volvió a abrir el álbum. Lo repasó página a página, examinandocada una de las fotos del puente. Contempló la versión joven de Henrik Vanger,empapado de fuel-oil, y la de Harald Vanger, un hombre al que todavía no le habíavisto el pelo. La barandilla destrozada del puente, los edificios, las ventanas y losvehículos que se veían en las imágenes... No le resultó nada difícil identificar aCecilia Vanger, de veinte años de edad, en medio de la muchedumbre deespectadores. Llevaba un vestido claro y una chaqueta oscura y se la veía en unaveintena de fotos.

Sintió una repentina emoción. Con los años, Mikael había aprendido a fiarsede sus instintos. Había algo en el álbum que llamaba su atención, pero no sabíadefinir lo que era exactamente.

A las once de la noche seguía sentado a la mesa de la cocina, observandofijamente las fotos, cuando oyó abrirse la puerta.

—¿Puedo entrar? —preguntó Cecilia Vanger.Sin esperar una respuesta se sentó frente a él, al otro lado de la mesa. Mikael

tuvo una extraña sensación de déjà vu. Ella llevaba un vestido claro, amplio y fino,y una chaqueta de color gris azulado, una ropa casi idéntica a la que vestía en lasfotos de 1966.

—Tú eres el problema —dijo ella.Mikael arqueó las cejas.—Perdóname, pero antes me cogiste completamente desprevenida. Ahora

me siento fatal, no puedo dormir.—¿Por qué te sientes mal?—¿No lo entiendes?Mikael negó con la cabeza.—¿Te lo puedo contar sin que te rías de mí?—Prometo no reírme.—Cuando te seduje este invierno no se trataba más que de un acto impulsivo

de locura. Quería divertirme. Nada más. Aquella primera noche sólo tenía ganasde marcha, y ninguna intención de iniciar una relación más duradera contigo.Luego se convirtió en otra cosa. Quiero que sepas que las semanas en las quefuiste mi occasional lover fueron algunas de las mejores de mi vida.

—Yo también me lo pasé muy bien.—Mikael, durante todo este tiempo te he mentido y me he estado mintiendo

a mí misma. En el terreno sexual nunca he sido demasiado desinhibida. He tenidocinco o seis parejas a lo largo de mi vida. La primera vez tenía veintiún años.Luego, con veinticinco años, conocí a mi marido, que resultó ser un hijo de puta. Ydespués, en unas cuantas ocasiones, estuve con tres hombres distintos, a los cualesconocí con un par de años de intervalo. Pero tú me has sacado algo que yo llevabadentro. Y siempre quería más. Será porque contigo todo resultaba muy fácil y nohabía exigencias ni compromisos de ningún tipo.

—Cecilia, no hace falta que...—Shh, no me interrumpas. Si lo haces, nunca seré capaz de contártelo.

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Mikael se calló.—El día que ingresaste en prisión lo pasé muy mal. De repente ya no estabas,

como si nunca hubieses existido. La casa de invitados a oscuras; mi cama, fría yvacía. De pronto volví a ser tan sólo una vieja de cincuenta y seis años. —Permaneció un momento en silencio, mirándolo a los ojos—. Me enamoré de tieste invierno. Sin querer, pero pasó. Y en un abrir y cerrar de ojos me di cuenta deque tú estás aquí de paso y de que un día te habrás ido para siempre, mientras queyo me quedaré para el resto de mis días. Me dolió tanto que decidí no dejarteentrar en mi casa cuando salieras de la cárcel.

—Lo siento.—No es culpa tuya.Permanecieron un rato callados.—Cuando te fuiste esta noche, rompí a llorar. Ojalá tuviera otra oportunidad

para volver a vivir mi vida. Luego tomé una decisión.—¿Cuál?Ella bajó la mirada.—Que debo estar absolutamente loca si dejo de verte tan sólo porque un día

no estarás. Mikael, ¿podemos volver a empezar? ¿Puedes olvidar lo que ha pasadoesta noche?

—Está olvidado —dijo Mikael—. Pero gracias por contármelo.Ella seguía con la mirada baja.—Si quieres hacerme tuya, yo estaré encantada.En ese mismo momento Cecilia volvió a mirarle a los ojos. Luego se levantó y

se acercó a la puerta del dormitorio. Mientras iba caminando dejó caer la chaquetaal suelo y se sacó el vestido por la cabeza.

El ruido de la puerta y unos pasos en la cocina despertaron, a la vez, a Mikaely Cecilia. Oyeron cómo alguien soltaba una maleta en el suelo junto a la cocina dehierro. Cuando se quisieron dar cuenta, Erika estaba ya en la puerta deldormitorio con una sonrisa que se transformó en espanto.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó, dando un paso atrás.—Hola, Erika —dijo Mikael.—Hola. Perdóname. Te pido mil veces disculpas por haber irrumpido así en

tu casa. Debería haber llamado antes.—Nosotros deberíamos haber cerrado la puerta con llave. Erika: ésta es

Cecilia Vanger. Cecilia: Erika Berger es la redactora jefe de Millennium.—Hola —dijo Cecilia.—Hola —contestó Erika.Dio la impresión de no saber muy bien si acercarse para darle la mano

educadamente, o simplemente alejarse de allí.—Eh, yo... me voy a dar un paseo...—Mejor te quedas y pones la cafetera. ¿Qué te parece?Mikael echó un vistazo al despertador de la mesilla. Más de las doce.Erika asintió con la cabeza y cerró la puerta. Mikael y Cecilia se miraron.

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Cecilia parecía incómoda. Habían hecho el amor y luego se quedaron hablandohasta las cuatro de la madrugada. Después Cecilia dijo que pensaba pasar la nochecon él y que a partir de ese momento le importaba una mierda que alguien seenterara de que Mikael se la follaba. Había dormido dándole la espalda y con elbrazo de él alrededor de su pecho.

—Oye, no pasa nada, ¿vale? —dijo Mikael—. Erika está casada y no es minovia. Nos vemos de vez en cuando, pero a ella no le importa lo más mínimo si túy yo tenemos una aventura. Aunque creo que en este momento se sentirá, sinduda, muy incómoda.

Cuando entraron en la cocina, poco después, Erika ya había preparado eldesayuno y puesto sobre la mesa café, zumo, mermelada de naranja, queso y pantostado. Olía muy bien. Cecilia se dirigió directamente a Erika y le tendió la mano.

—Ha sido todo muy rápido ahí dentro. Hola.—Cecilia, por favor, perdóname por entrar así, como un torbellino —dijo

Erika verdaderamente afligida.—Olvídalo, por Dios. Venga, vamos a tomar café.—Hola —dijo Mikael, abrazando a Erika antes de sentarse—. ¿Cómo has

llegado?—Subí en coche esta mañana. ¿Cómo si no? Recibí tu mensaje a las dos de la

madrugada; te he llamado varias veces.—Tenía el móvil apagado —dijo Mikael mientras le dedicaba una sonrisa a

Cecilia Vanger.

Después del desayuno, Erika se disculpó y dejó solos a Mikael y Cecilia conel pretexto de que debía saludar a Henrik Vanger. Cecilia quitó la mesa dándole laespalda a Mikael. Él se acercó a ella y la rodeó con los brazos.

—¿Y ahora qué? —dijo Cecilia.—Nada. Todo sigue igual; Erika es mi mejor amiga. Llevamos veinte años

juntos, con interrupciones esporádicas, y espero continuar veinte años más. Peronunca hemos sido una pareja y nunca nos entrometemos en las aventuras del otro.

—¿Es eso lo que hay entre tú y yo? ¿Una aventura?—No sé cómo definir lo que hay entre nosotros dos, pero lo cierto es que

estamos bien juntos.—¿Dónde va a dormir esta noche?—Ya le encontraremos una habitación en algún sitio. En casa de Henrik, por

ejemplo. No va a pasar la noche en mi cama.Cecilia reflexionó un instante.—No sé si podré con todo esto. Quizá tú y ella seáis así, pero no sé… yo

nunca… —dijo, negando con la cabeza—. Voy a mi casa. Necesito pensar un pocoen todo esto.

—Cecilia, me lo preguntaste una vez, y te conté la relación que había entreErika y yo. Su existencia no debería representar una sorpresa para ti.

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—Es verdad. Pero mientras estuviera a una prudente distancia, allí abajo, enEstocolmo, podía ignorarla. —Cecilia se puso la chaqueta—. Tiene gracia lasituación —sentenció sonriendo—. Ven a cenar esta noche. Tráete a Erika. Creoque me va a caer bien.

Erika ya había solucionado el tema del alojamiento. En las anterioresocasiones en las que subió a ver a Henrik Vanger se alojó en uno de los cuartos deinvitados, así que simplemente le pidió que le volviera a dejar la habitación.Henrik apenas pudo disimular su satisfacción y le dijo, de todo corazón, quesiempre sería bienvenida.

Una vez arregladas todas estas formalidades, Mikael y Erika dieron unpaseo. Cruzaron el puente y acabaron en la terraza del Café de Susanne, pocoantes de que cerrara.

—Estoy profundamente decepcionada —empezó diciendo Erika—. Subohasta aquí para darte la bienvenida a la libertad y te pillo en la cama con la femmefatale del pueblo.

—Lo siento.—Bueno, ¿y cuánto tiempo hace que tú y miss Big Tits...?Erika hizo un gesto moviendo el dedo índice, como esperando que él

terminara la frase.—Más o menos desde que Henrik entró como socio.—Ajá.—Ajá, ¿qué?—Nada, simple curiosidad.—Cecilia es una buena persona. La quiero mucho.—No te estoy criticando. Sólo estoy algo decepcionada. Me pones la miel en

los labios y luego vas y me la quitas. ¿Qué tal en la cárcel?—Como unas vacaciones de trabajo. ¿Y la revista?—Mejor. Seguimos pisando la raya y estamos a punto de salirnos de la pista,

pero, por primera vez en un año, la cantidad de anuncios está aumentando.Todavía nos encontramos muy por debajo del nivel de hace un año, pero por lomenos vamos remontando. Es gracias a Henrik. Lo extraño es que el número desuscriptores haya empezado a crecer.

—Suele variar bastante.—Doscientos o trescientos arriba o abajo, sí. Pero es que en los últimos tres

meses nos hemos hecho con tres mil nuevos suscriptores. El incremento ha sidobastante constante, algo más de doscientos cincuenta por semana. Al principiopensé que se trataba de una simple coincidencia, pero siguen llegando solicitudes.Es la mayor subida de tirada que hemos tenido jamás. Significa más beneficios quelos que dan los anuncios. Por si fuera poco, parece que nuestros antiguosabonados, de manera más o menos general, están renovando sus suscripciones.

—¿Por qué? —preguntó Mikael algo desconcertado.

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—No lo sé. Lo cierto es que nadie lo entiende; no hemos hecho ningunacampaña. Christer se ha pasado una semana encuestando aleatoriamente a losrecién abonados para averiguar cuál es su perfil. Para empezar, se trata desuscriptores completamente nuevos. En segundo lugar, el setenta por ciento sonmujeres. Normalmente, se suele tener un setenta por ciento de hombres. En tercerlugar, los podríamos definir como gente de ingresos medios, residentes en lasafueras y con trabajos cualificados: profesores, directivos, funcionarios.

—¿La rebelión de la clase media contra el gran capital?—No lo sé. Pero si sigue así, vamos a ver un cambio profundo en el perfil de

nuestros suscriptores. Hace dos semanas celebramos una reunión en la redacción ydecidimos introducir algunas novedades; quiero más artículos sobre temassindicales relacionados con la TCO, la Confederación General de Funcionarios yEmpleados y textos similares, pero también más reportajes de investigación sobreasuntos feministas, por ejemplo.

—Ten cuidado con no cambiar demasiado —respondió Mikael—. Si estamosganando nuevos suscriptores, será, sin duda, porque les gusta la revista tal y comoes.

Cecilia Vanger había invitado también a Henrik Vanger a la cena,posiblemente para reducir el riesgo de entrar en desagradables temas deconversación. Había preparado un guiso de carne de caza que acompañó con vinotinto. Erika y Henrik dedicaron gran parte de la conversación a hablar sobre eldesarrollo de Millennium y los nuevos suscriptores, pero la conversación se fueyendo, paulatinamente, por otros derroteros. De buenas a primeras, Erika sedirigió a Mikael y le preguntó cómo avanzaba su trabajo.

—Espero tener listo un borrador de la crónica familiar dentro de más omenos un mes para que Henrik pueda echarle un vistazo.

—Una crónica al estilo de la familia Adams —sonrió Cecilia.—Tiene ciertos aspectos históricos —admitió Mikael.Cecilia miró de reojo a Henrik Vanger.—Mikael, en realidad a Henrik no le interesa la crónica familiar. Quiere que

resuelvas el misterio de la desaparición de Harriet.Mikael no dijo nada. Desde que había iniciado su relación con Cecilia,

hablaba con ella de manera bastante abierta sobre Harriet.Cecilia ya había deducido que ésa era su verdadera misión, aunque él nunca

se lo hubiera confirmado formalmente. Sin embargo, no le había contado a Henrikque Cecilia y él habían tratado el tema. Henrik arqueó ligeramente sus pobladascejas. Erika permaneció callada.

—Por favor, Henrik —dijo Cecilia—. No soy tonta. No sé exactamente quéacuerdo tenéis entre los dos, pero él esta aquí por Harriet. ¿A que sí?

Henrik asintió con la cabeza y miró de reojo a Mikael.—Ya te dije que es muy lista.

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Luego se dirigió a Erika:—Supongo que Mikael te ha explicado qué es lo que hace en Hedeby.Ella asintió.—Y supongo que piensas que es algo descabellado. No, no es preciso que

contestes. En efecto, es una misión absurda y descabellada. Pero necesito saber laverdad.

—No tengo nada que objetar al respecto —dijo Erika diplomáticamente.—Seguro que sí —contestó Henrik.Acto seguido, se dirigió a Mikael:—Dentro de poco habrán pasado seis meses. Cuéntanos, ¿has encontrado

algo que no hayamos investigado ya?Mikael evitó la mirada de Henrik. Enseguida recordó la extraña sensación

que le invadió la noche anterior al estar hojeando el álbum de fotos. Aquellasensación llevaba acompañándole durante todo el día, pero no había tenidotiempo de sentarse y volver a abrir el álbum. No estaba seguro de si lo habíasoñado o no, pero sabía que se le había pasado por la mente algún pensamientoque estuvo a punto de tomar forma y convertirse en una idea decisiva eimportante. Acabó por alzar la vista y mirar a Henrik Vanger negando con lacabeza.

—No he encontrado absolutamente nada.El viejo lo observó con una atenta expresión en su rostro. Renunció a

comentar la respuesta de Mikael y finalmente asintió.—No sé qué pensáis vosotros, jóvenes, pero ya va siendo hora de que me

retire. Gracias por la cena, Cecilia. Buenas noches, Erika. Pásate a verme mañanaantes de irte.

En cuanto Henrik Vanger cerró la puerta, reinó el silencio. Fue Cecilia quienlo rompió.

—Mikael, ¿qué es lo que le ha pasado?—Que Henrik Vanger es igual de sensible a las reacciones de la gente que un

sismógrafo. Anoche, cuando pasaste a verme, estaba hojeando un álbum de fotos.—Vi algo. No sé qué, no consigo precisar qué es. Fue algo que casi se

convierte en idea, pero se me escapó.—Pero ¿en qué estabas pensando?—Simplemente no lo sé. Luego llegaste tú, y yo... mmm... tuve cosas más

agradables en las que pensar.Cecilia se ruborizó. Evitó la mirada de Erika y salió disparada a la cocina

para preparar café.

Era un cálido y soleado día de mayo. La naturaleza había eclosionado,mostrando su mejor verdor, y Mikael se sorprendió a sí mismo canturreando la

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vieja canción tradicional Llega la época de las flores.Erika pasó la noche en el cuarto de invitados de Henrik. Tras la cena, Mikael

le había preguntado a Cecilia si quería compañía; ella le contestó que debíapreparar las juntas de evaluación y que, además, se encontraba cansada y deseabadescansar. El lunes a primera hora de la mañana Erika se despidió de Mikael conun beso en la mejilla y abandonó la isla de Hedeby.

Cuando Mikael entró en la cárcel a mediados de marzo, la nieve todavíacubría el paisaje con su pesado manto. Ahora los abedules estaban echando susprimeras hojas y el césped de alrededor de su casa se mostraba abundante yrebosante de salud. Por primera vez tuvo la oportunidad de dar una vuelta portoda la isla. Hacia las ocho se fue a casa de Anna y pidió prestado un termo. Hablóbrevemente con Henrik, que se acababa de levantar, y éste le dejó su mapa de laisla. Quería echarle un vistazo a la cabaña de Gottfried, que, indirectamente,aparecía varias veces en la investigación policial, ya que Harriet había pasadoalgún tiempo allí. Henrik explicó que la cabaña pertenecía a Martin Vanger, peroque generalmente permanecía deshabitada desde hacía ya algunos años. Sólo encontadas ocasiones algún familiar se alojaba allí.

Mikael logró pillar a Martin Vanger justo de camino a su trabajo enHedestad. Le explicó sus planes y pidió prestada la llave. Martin le observó conuna divertida sonrisa.

—Supongo que la crónica familiar ha llegado al capítulo de Harriet.—Sólo quería echar un vistazo...Martin Vanger le rogó que esperara un momento y, en un abrir y cerrar de

ojos, volvió con la llave.—Entonces, ¿no te importa?—Por mí, puedes instalarte allí si quieres. La verdad es que se trata de una

casa mucho más agradable que la que tienes. La única pega es que está situada enla otra punta de la isla.

Mikael preparó café y unos sándwiches. Antes de salir, llenó una botella deagua y lo metió todo en una mochila que se colgó del hombro. Siguió un caminoestrecho y medio cubierto de vegetación, que se extendía a lo largo de la bahía dela parte norte de la isla. La cabaña de Gottfried se encontraba al final de la punta, aunos dos kilómetros del pueblo, pero Mikael tardó sólo media hora en recorrer eltrayecto a paso lento.

Martin Vanger tenía razón. Al salir de una curva del estrecho camino, unfrondoso paraje apareció junto al agua. La vista era maravillosa. Enfrente quedabala desembocadura del río; a la izquierda, el puerto de Hedestad, y a la derecha, elpuerto industrial.

Le sorprendió que nadie hubiese ocupado la cabaña de Gottfried. Se tratabade una construcción rústica de madera, con troncos transversales de mordienteoscuro, el tejado de teja, los marcos de las ventanas pintados de verde, y un porchepequeño y soleado delante de la puerta de la entrada. Sin embargo, resultabaevidente que el mantenimiento de la cabaña y el jardín había sido desatendido

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durante bastante tiempo; la pintura de las puertas y de las ventanas se habíadesconchado, y lo que debería haber sido césped eran ahora unos arbustos de unmetro de alto. Haría falta una buena jornada de trabajo, provisto de guadaña ysierra, para arreglar ese jardín.

Mikael abrió la puerta con la llave y, desde dentro, desatornilló lascontraventanas. La estructura básica parecía ser un viejo granero de unos treinta ycinco metros cuadrados. El interior estaba revestido con unas tablas de madera yconsistía en un solo espacio con amplias ventanas, a ambos lados de la puerta,cuyas vistas daban al mar. Al fondo, una escalera conducía a un loft abierto queabarcaba la mitad de la superficie de la cabaña. Debajo de la escalera había unpequeño hueco con una cocina de camping gas, un fregadero y un armario. Elmobiliario era sencillo; a la izquierda de la puerta, un banco fijado a la pared, unadesvencijada mesa de trabajo y una estantería con baldas de teca. Más abajo, en elmismo lado, había tres roperos. A la derecha de la puerta, una mesa redonda paracomer con cinco sillas de madera y, en medio de la pared más corta, unachimenea.

La cabaña carecía de electricidad; en su lugar, había varias lámparas dequeroseno. En una ventana había un viejo transistor de la marca Grundig con laantena rota. Mikael pulsó un botón para encenderlo, pero las pilas estabangastadas.

Mikael subió por la estrecha escalera y paseó la mirada por todo el loft: unacama de matrimonio, un colchón sin ropa de cama, una mesilla de noche y unacómoda.

Mikael dedicó un rato a registrar la cabaña. Aparte de unas toallas y ropablanca con un débil olor a moho, no vio nada más en el interior de la cómoda. Enlos armarios había unas viejas prendas de ropa de trabajo, un mono, un par debotas de agua, un par de desgastadas zapatillas de deporte y una estufa dequeroseno. Los cajones del escritorio contenían folios, lápices, un cuaderno vacío,una baraja de cartas y unos puntos de libro. El armario de la cocina conteníaplatos, tazas de café, vasos, velas, unos paquetes de sal, bolsitas de té y cosas porel estilo. En un cajón de la mesa que servía para comer descubrió unos cubiertos.

Los únicos vestigios de naturaleza intelectual los encontró en la estantería deencima del escritorio. Mikael cogió una silla y se subió encima para echar unvistazo a los estantes. En el inferior, vio unos números atrasados de las revistas Se,Rekordmagasinet, Tidsfördriv y Lektyr, de finales de los años cincuenta y principiosde los sesenta. También Bildjournalen de 1965 y 1966, Mitt Livs Novell y unoscuantos tebeos: 91:an, Fantomen y Romans. Mikael abrió un ejemplar de Lektyr de1964 y constató que la mujer del póster central tenía un aspecto bastante inocente.

Allí habría unos cincuenta libros. Aproximadamente la mitad eran novelasnegras, edición de bolsillo, pertenecientes a la serie Manhattan de la editorialWahlström. Mickey Spillane aparecía en títulos como No esperes ninguna clemencia,con la clásica portada de Bertil Hegland. También encontró media docena delibros Kitty, algunos ejemplares de Los cinco de Enid Blyton y un volumen de Los

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detectives gemelos de Sivar Ahlrud: El misterio del metro. Mikael sonrió con nostalgia.Tres libros de Astrid Lindgren: Los niños de Bullerbyn, El superdetective KalleBlomkvist y Rasmus, y Pippi Calzaslargas. El estante superior tenía un libro quehablaba sobre la radio de onda corta, dos libros de astronomía, uno sobre pájaros,otro titulado El imperio del mal, que trataba de la Unión Soviética, uno más sobre laguerra de Invierno de Finlandia, el catecismo de Lutero, un libro de salmos y laBiblia.

Mikael abrió la Biblia y en la parte interior de la cubierta pudo leer: «HarrietVanger, 12/5/1963». La Biblia de la confirmación de Harriet. Algo desalentado,dejó el volumen en su sitio.

Justo detrás de la cabaña había un cobertizo para guardar leña yherramientas, con una guadaña, un rastrillo, un martillo y una caja con un montónde clavos desordenados, cepillos de carpintero, sierras y otras herramientas. Elretrete estaba situado al este, adentrándose unos veinte metros en el bosque.Mikael dio una vuelta para husmear un rato y luego volvió a la cabaña. Sacó unasilla, se sentó en el porche y se sirvió café del termo. Encendió un cigarrillo y sepuso a mirar, a través de una cortina de espesa vegetación, la bahía de Hedestad.

La cabaña de Gottfried era considerablemente más modesta de lo queesperaba. Éste era el lugar al que se había retirado el padre de Harriet y Martincuando su matrimonio con Isabella empezó a hacer aguas, a finales de los añoscincuenta. Éste era el lugar donde vivía y se emborrachaba. Y allí abajo, junto alembarcadero, se ahogó con una alta concentración de alcohol en la sangre. Sinduda, la vida en la cabaña sería agradable en verano, pero cuando lastemperaturas se acercaban a los cero grados tenía que haber sido fría y miserable.Según Henrik, Gottfried continuó cumpliendo con su trabajo en el Grupo Vanger,con alguna que otra interrupción durante sus períodos de desenfrenadasborracheras, hasta 1964. El hecho de que viviera en la cabaña, de manera más omenos permanente y que, aun así, consiguiera presentarse en el trabajo reciénafeitado, limpio y vestido con chaqueta y corbata, dejaba entrever, a pesar de todo,cierta disciplina personal.

A esa cabaña, asimismo, había ido Harriet con bastante frecuencia. No envano, fue uno de los primeros lugares a los que, tras su desaparición, habíanacudido con la esperanza de encontrarla. Henrik contó que a lo largo de su últimoaño de vida Harriet acudía frecuentemente a la cabaña, según parece, para que ladejaran en paz durante los fines de semana y las vacaciones. Aquel último veranovivió allí tres meses, aunque se acercaba al pueblo todos los días. También AnitaVanger, la hermana de Cecilia, se alojó en la cabaña durante seis semanas.

¿Qué habría estado haciendo allí tan sola? Las revistas, Mitt Livs Novell yRomans, al igual que los libros de Kitty, eran elocuentes. Quizá el cuadernoperteneciera a ella. Pero también estaba su Biblia.

¿Quería sentirse cerca de su padre ahogado? ¿Un período de luto por el quedebía pasar? ¿Era tan sencilla la explicación? ¿O tenía que ver con susmeditaciones religiosas? La cabaña era sobria y monacal: ¿acaso quería vivir como

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en un convento?Mikael continuó andando por la orilla en dirección sureste, pero el terreno

estaba tan lleno de grietas y matojos de enebro que resultaba prácticamenteintransitable. Regresó a la cabaña y volvió un trecho por el camino de Hedeby.Según el mapa, había un sendero en el bosque que conducía a un lugar quellamaban La Fortificación; le llevó veinte minutos encontrar la bifurcación delsendero, completamente cubierto por la vegetación. La Fortificación era lo quequedaba de la defensa de la costa que se hizo durante la segunda guerra mundial,búnqueres de hormigón con trincheras de combate distribuidas en torno al edificiodel puesto de mando. Todo invadido de matorrales.

Mikael continuó caminando por el sendero y bajó hasta una caseta de barcossituada en un claro de bosque junto al mar. Al lado de la construcción encontró losrestos del naufragio de un barco Pettersson. Regresó a La Fortificación y continuópor un sendero hasta un cercado: había llegado a la granja de Ostergården por laparte de atrás.

Siguió por el serpenteante sendero a través del bosque, que en algunostramos discurría paralelamente a los sembrados de Ostergården. El caminoresultaba de difícil tránsito: se vio obligado a vadear algunos humedales. Al final,llegó a un terreno pantanoso sobre el que había un granero. Según pudo ver, elsendero acababa allí, pero se encontraba a sólo cien metros del camino deOstergården.

Al otro lado del camino se elevaba Söderberget. Mikael subió una empinadapendiente y, en el último trecho, tuvo que trepar. Söderberget terminaba en unacantilado prácticamente vertical sobre el mar. Mikael volvió a Hedeby siguiendola loma de la montaña. Se detuvo por encima de las casetas dispuestas en torno alviejo puerto pesquero y disfrutó de la vista sobre éste, la iglesia y su propia casa.Se sentó en una roca y se sirvió una última taza de café, ya tibio.

No tenía ni idea de lo que hacía en Hedeby, pero le gustaba la vista.

Cecilia Vanger guardaba las distancias y Mikael no quería resultar pesado.Aun así, al cabo de una semana, fue a su casa y llamó a la puerta. Ella le dejóentrar y puso la cafetera.

—Pensarás que soy muy tonta: una respetable profesora de cincuenta y seisaños de edad comportándose como una quinceañera.

—Cecilia, eres una persona adulta y tienes derecho a comportarte como te déla gana.

—Ya lo sé. Por eso he decidido no verte más. No puedo...—No tienes que darme ninguna explicación. Espero que sigamos siendo

amigos.—Quiero que sigamos siendo amigos. Pero no puedo tener una relación

contigo, me supera. Las relaciones nunca han sido mi fuerte. Creo que necesitoestar sola durante un tiempo.

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CAPÍTULO 16Domingo, 1 de junio - Martes, 10 de junio

Tras seis meses de infructuosas elucubraciones, una brecha se abrió en el casoHarriet Vanger cuando Mikael, un día de la primera semana de junio, encontrótres nuevas piezas del rompecabezas, dos de ellas gracias a su propio esfuerzo y,la tercera, con un poco de ayuda.

En cuanto Erika se marchó, Mikael cogió el álbum y se puso a mirar las fotos,una tras otra, durante muchas horas, intentando dar con lo que le había producidoaquella zozobra. Al final, dejó el álbum y empezó a trabajar en la crónica familiar.

Uno de esos días de principios de junio, Mikael fue a Hedestad. Iba absortoen pensamientos completamente distintos cuando el autobús en el que viajabaenfiló Järnvägsgatan y, de repente, descubrió qué era lo que había estadomadurando durante tanto tiempo en su cabeza. Surgió como un relámpago enmedio de un cielo claro. Se quedó tan perplejo que continuó, sin darse cuenta,hasta la última parada, junto a la estación de tren. Luego regresó inmediatamentea Hedeby para confirmar que su memoria no le traicionaba.

Se trataba de la primera fotografía del álbum.La última instantánea que existía de Harriet Vanger se había sacado aquel

fatídico día en Järnvägsgatan, precisamente en esa misma calle de Hedestad,mientras presenciaba el desfile del Día del Niño.

Esa imagen desentonaba con el resto del álbum. Había ido a parar allí porquepertenecía al mismo día, pero era la única de las más de ciento ochenta fotos queno se centraba en el accidente del puente. Siempre que Mikael y, suponía, todoslos demás miraban el álbum, eran las personas y los detalles del puente lo quecaptaban su atención. Una foto de la muchedumbre de Hedestad observando eldesfile del Día del Niño, varias horas antes de los decisivos acontecimientos, notenía nada de particular.

Sin duda, Henrik Vanger habría mirado la instantánea miles de veces,dándose cuenta con nostalgia de que nunca más volvería a ver a Harriet. Tal vez leirritara que la foto estuviera hecha a tanta distancia que Harriet Vanger no fueramás que una persona entre un mar de gente.

Pero no fue eso lo que hizo reaccionar a Mikael.La foto se había sacado desde el otro lado de la calle, probablemente desde

una ventana de la segunda planta. El objetivo gran angular capturó la parte frontalde uno de los camiones del desfile. Sobre la plataforma del vehículo unas mujerescon brillantes trajes de baño y pantalones bombachos repartían golosinas. Algunasparecían bailar. Por delante del camión saltaban tres payasos.

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Harriet estaba en la primera fila de público, dispuesto a lo largo de la acera.A su lado aparecían tres de sus compañeras de clase y, en torno a ellas, por lomenos unos cien ciudadanos más.

Fue eso lo que Mikael guardó en su subconsciente y lo que salióinesperadamente a la superficie cuando el autobús pasó por el mismo lugar dondese hizo la foto.

La gente se comportaba como se suele comportar en este tipo de actos. Losojos de los espectadores siempre siguen a la pelota en un partido de tenis, o aldisco en un encuentro de hockey sobre hielo. Los que estaban en el extremoizquierdo de la foto miraban a los payasos que tenían justo delante. Los que seencontraban más cerca del camión se concentraban en la plataforma de las chicasligeras de ropa. La expresión de sus rostros revelaba que se lo estaban pasandobien. Los niños señalaban con el dedo. Alguna que otra persona se reía. Todosparecían contentos.

Todos menos una.Harriet Vanger miraba a un lado. Sus tres compañeras y toda la gente de

alrededor observaban a los payasos. La cara de Harriet estaba dirigida a unostreinta o treinta y cinco grados más arriba a la derecha. Como si tuviera la miradaclavada en algo que había al otro lado de la calle, pero fuera del extremo inferiorizquierdo de la imagen.

Mikael sacó la lupa e intentó discernir los detalles. La foto había sido hechadesde demasiada distancia como para estar del todo seguro, pero, a diferencia detodos los demás, el rostro de Harriet parecía no tener vida. Su boca dibujaba unadelgada línea. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Las manos le colgabanflácidas a lo largo del cuerpo.

Daba la sensación de estar asustada. Asustada o enfadada.Mikael sacó la foto del álbum, la metió en una funda de plástico y cogió el

siguiente autobús a Hedestad. Se bajó en Järnvägsgatan y se colocó exactamenteen el mismo lugar desde donde se debía de haber hecho la foto. Se hallaba justo enel límite de lo que se consideraba el centro de Hedestad. Se trataba de un edificiode madera, de dos plantas, que albergaba una tienda de vídeos y otra de ropa decaballero, Sundströms Herrmode, fundada en 1932, según rezaba en la placa de lapuerta. Entró en la tienda y advirtió enseguida que ocupaba las dos plantas; unaescalera de caracol conducía al piso superior.

Al final de la escalera, había dos ventanas que daban a la calle. Allí estuvo elfotógrafo.

—¿En qué puedo servirle? —le preguntó un vendedor de cierta edad cuandoMikael sacó la funda de plástico con la fotografía. Había poca gente en la tienda.

—Bueno, la verdad es que sólo quería ver desde dónde fue hecha estafotografía. ¿Le importa si abro un momento la ventana?

Le dio permiso para hacerlo y Mikael levantó la fotografía ante él. Podía verexactamente el sitio donde permaneció Harriet Vanger. Uno de los dos edificios demadera que se encontraban detrás de ella ya no existía; en su lugar se alzaba una

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construcción de ladrillo. El otro, que había sobrevivido y que en 1966 era unapapelería, albergaba ahora un herbolario y un solarium. Mikael cerró la ventana,dio las gracias y pidió disculpas por la molestia.

Ya en la calle, se situó justo en el lugar donde estuvo Harriet. Tenía un buenpunto de referencia entre la ventana de la planta superior de la tienda de moda yla puerta del solarium. Giró la cabeza y apuntó con la mirada a lo largo de la líneade visión de Harriet. Por lo que pudo estimar Mikael, Harriet miraba en direccióna la esquina del edificio de Sundströms Herrmode. Una esquina normal ycorriente que, al doblarla, conducía a otra calle. «¿Qué fue lo que viste allí,Harriet?»

Mikael metió la foto en su bandolera y se dio un paseo hasta el parque de laestación de tren, donde se sentó en una terraza y pidió un caffé latte. De repente sesintió ligeramente conmovido.

En inglés lo llaman new evidence, lo cual suena muy diferente a «nuevaspruebas». En una investigación que llevaba estancada treinta y siete años, élacababa de descubrir algo completamente nuevo, en lo que nadie más habíareparado.

El único problema era que no estaba seguro del valor de su hallazgo, si esque lo tenía. Aun así, le parecía importante.

Aquel sábado de septiembre en el que Harriet desapareció fue, en muchosaspectos, dramático. Era un día de fiesta en Hedestad, con, sin duda, varios milesde personas en la calle, tanto jóvenes como mayores. Y era el día de la reuniónfamiliar anual en la isla de Hedeby. Esos dos acontecimientos, ya de por sí,desviaron de la rutina diaria la atención general de los habitantes de la ciudad. Y,como guinda del pastel, tuvo lugar el accidente del puente que eclipsó todo lodemás.

El inspector Morell, Henrik Vanger y los que habían investigado ladesaparición de Harriet se concentraron en los acontecimientos de la isla. Morellescribió incluso que no era capaz de abandonar la sospecha de que el accidente yla desaparición de Harriet tuvieran alguna relación. De pronto, Mikael seconvenció de que se habían equivocado.

La cadena de acontecimientos no había empezado en la isla de Hedeby, sinoen Hedestad, algunas horas antes. Harriet Vanger vio algo —o a alguien— que laasustó y la hizo regresar a casa e ir inmediatamente a ver a Henrik Vanger, quien,por desgracia, no tuvo tiempo de hablar con ella. Luego ocurrió el accidente delpuente. Acto seguido, entró en escena el asesino.

Mikael hizo una pausa. Era la primera vez que, conscientemente, formulabala suposición de que Harriet podía haber sido asesinada. Dudó, pero pronto se diocuenta de que comulgaba con la idea de Henrik Vanger. Harriet estaba muerta y

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ahora él perseguía a un asesino.Volvió a la investigación. Entre las miles de páginas sólo una mínima parte

versaba sobre las horas que pasó Harriet en Hedestad. Estuvo con tres compañerasde clase; a cada una de ellas les tomaron declaración, en su momento, de lasobservaciones de aquella jornada. Habían quedado en el parque de la estación alas nueve de la mañana. Una de las chicas quería comprarse unos vaqueros y susamigas la acompañaron. Tomaron café en el restaurante de los grandes almacenesEPA; más tarde subieron al polideportivo, luego dieron una vuelta por los puestosy las casetas de la feria, y se encontraron además con otros compañeros delcolegio. Después de las doce volvieron a acercarse al centro para ver el desfile delDía del Niño. Poco antes de las dos de la tarde, Harriet dijo, de improviso, quetenía que irse a casa. Se despidieron en una parada de autobús cerca deJärnvägsgatan.

Ninguna de las amigas advirtió nada raro. Una de ellas, Inger Stenberg,describió el cambio de Harriet Vanger en el transcurso del último año diciendoque se había vuelto «impersonal». Añadió que aquel sábado Harriet se mostrótaciturna, como siempre, y que lo único que hizo fue seguir a las demás.

El inspector Morell había entrevistado a todas las personas que vieron aHarriet durante esa jornada, aunque sólo se hubieran saludado en la feria. Encuanto se anunció su desaparición, su foto fue publicada en los periódicos locales.Varios ciudadanos de Hedestad se pusieron en contacto con la policía afirmandoque creían haberla visto, pero nadie había reparado en nada extraño.

Mikael se pasó toda la noche dándole vueltas a cómo seguir tirando del hiloque acababa de descubrir. Ya por la mañana subió a ver a Henrik Vanger, queestaba desayunando en la mesa de la cocina.

—Has dicho que la familia todavía tiene intereses en el Hedestads-Kuriren.—Así es.—Necesitaría acceder al archivo de fotografías del periódico. Desde 1966.Henrik Vanger dejó el vaso de leche en la mesa y se limpió el labio superior.—Mikael, ¿qué has encontrado?Miró al anciano directamente a los ojos.—Nada concreto. Pero creo que podemos haber hecho una interpretación

errónea del curso de los acontecimientos.Le enseñó la foto y le contó sus conclusiones. Henrik Vanger permaneció

callado un buen rato.—Si estoy en lo cierto, debemos concentrarnos en lo que pasó en Hedestad

aquel día, no sólo en los acontecimientos de la isla de Hedeby —dijo Mikael—. Nosé qué hacer después de tanto tiempo, pero seguro que en la celebración del Díadel Niño se hicieron muchas fotos que nunca se llegaron a publicar. Quiero verlas.

Henrik Vanger cogió el teléfono de la pared de la cocina. Llamó a MartinVanger, le explicó lo que buscaba y le preguntó quién estaba a cargo del

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departamento de fotografía del periódico en ese momento. Al cabo de diezminutos, localizaron a la persona y consiguieron el permiso.

La persona responsable se llamaba Madeleine Blomberg, aunque todos laconocían como Maja, y rondaba los sesenta años. Se trataba de la primera mujer enese puesto que Mikael conocía en la profesión, donde la fotografía todavía seconsideraba un arte exclusivamente reservado a los hombres.

Era sábado y la redacción estaba vacía, pero resultó que Maja Blomberg vivíaa tan sólo cinco minutos a píe. Recibió a Mikael en la entrada. Llevaba trabajandoen el Hedestads-Kurir en la mayor parte de su vida. Empezó como correctora depruebas en 1964; luego trabajó unos cuantos años en el cuarto de revelado a la vezque la enviaban como fotógrafa extra cuando la plantilla era insuficiente. Al cabode algún tiempo consiguió el puesto de redactora y cuando el viejo jefe defotografía se jubiló —de eso hacía ya una década—, se convirtió en jefa deldepartamento. El cargo no significaba que estuviera al mando de un imperio;hacía ya diez años que el departamento se había fusionado con el de publicidad.Eran, en total, sólo seis personas que se turnaban haciendo todo el trabajo.

Mikael preguntó cómo estaba organizado el archivo.—Me temo que se encuentra bastante desordenado. Desde que tenemos

ordenadores y fotos digitales, todo se archiva en soporte digital. Hemos tenido unbecario que ha estado escaneando viejas fotos importantes, pero tan sólo se haregistrado el uno o dos por ciento del total del archivo. Las fotos antiguas estánclasificadas por fechas en sus correspondientes carpetas de negativos. Seencuentran o aquí abajo, en la redacción, o arriba en el desván.

—Me interesan las fotos del desfile del Día del Niño de 1966, pero también,en general, todas las realizadas aquella semana.

Maja Blomberg observó inquisitivamente a Mikael.—O sea, la semana en la que desapareció Harriet Vanger.—¿Conoce la historia?—Es imposible haber trabajado toda la vida en el Hedestads-Kuriren y no

conocerla; además, que te llame Martin Vanger tan temprano en tu día libre daque pensar. Corregí las pruebas de los textos que se escribieron sobre el caso en losaños sesenta. ¿Por qué estás hurgando en esa historia? ¿Ha surgido algo nuevo?

Maja Blomberg también parecía tener olfato periodístico. Mikael negó con lacabeza sonriendo y le contó su cover story.

—No, y dudo que alguna vez demos respuesta a lo que le pasó. Esto quequede entre usted y yo: estoy escribiendo la biografía de Henrik Vanger.Simplemente eso. La historia sobre la desaparición de Harriet es un tema quequeda un poco al margen, pero también es un capítulo que no se puede pasar poralto. Estoy buscando fotografías que puedan ilustrar aquel día, tanto de Harrietcomo de sus compañeras.

Maja Blomberg no se mostró muy convencida, pero la explicación resultaba

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razonable y no tenía por qué poner en duda sus palabras.El fotógrafo de un periódico acaba con una media de dos a diez rollos de

película por día. Cubriendo grandes eventos, fácilmente puede llegar al doble.Cada película contiene treinta y seis negativos; así que es normal que un periódicoacumule más de trescientas fotografías por día, de las cuales sólo se publican unaspocas. Una redacción bien organizada corta las películas y mete los negativos, deseis en seis, en unas fundas. Un rollo se convierte más o menos en una página deuna carpeta de negativos. Una carpeta contiene más de ciento diez películas. Eso,al año, da un total de entre veinte y treinta carpetas. Si vamos sumando años, nosencontramos con una enorme cantidad de carpetas, fundamentalmente sin valorcomercial y sin sitio en las estanterías de la redacción. En cambio, todos losfotógrafos y todas las redacciones están convencidos de que las fotos representan«una documentación histórica de inestimable valor», así que nunca tiran nada.

El Hedestads-Kuriren se fundó en 1922; el departamento de fotografía existíadesde 1937. El desván contenía más de mil doscientas carpetas, organizadas porfechas. Las fotos de septiembre de 1966 comprendían cuatro de esas baratascarpetas de cartón.

—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Mikael—. Necesitaría un negatoscopio y laposibilidad de copiar lo que pueda ser de interés.

—Ya no tenemos cuarto de revelado. Lo escaneamos todo. ¿Sabes usar unescáner de negativos?

—Sí, he trabajado con fotos y la verdad es que en casa tengo uno, marcaAgfa. Trabajo con Photoshop.

—Entonces empleas el mismo equipo que nosotros.Maja Blomberg llevó a Mikael a hacer una rápida visita por la pequeña

redacción, lo instaló delante de un negatoscope y le encendió un ordenador y unescáner. También le enseñó dónde estaba la máquina del café del comedor.Acordaron que Mikael se quedaría a trabajar solo, pero que la llamaría cuandoquisiera irse para que ella pasara a cerrar con llave y conectar la alarma. Luego ledejó con un alegre «pásatelo bien».

Mikael tardó horas en repasar las carpetas. En aquella época el Hedestads-Kuriren tenía dos fotógrafos. El del día en cuestión era Kurt Nylund, al que Mikaelya conocía de tiempo atrás. En 1966 Kurt Nylund tendría unos veinte años. Luegose trasladó a Estocolmo y se convirtió en un reconocido profesional, trabajandotanto de freelance como en la plantilla de la agencia Pressens Bild, en Marieberg.Los caminos de Mikael y Kurt Nylund se cruzaron más de una vez durante losaños noventa, cuando Millennium le compraba fotografías a Pressens Bild. Mikaello recordaba como un hombre delgado y con poco pelo. Kurt Nylund había usadouna película con poca sensibilidad y no demasiado granulada, al igual quemuchos fotógrafos de prensa.

Mikael sacó las hojas con las fotos del joven Nylund y, una a una, las colocó

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encima del negatoscopio, donde examinó con una lupa todas las imágenes. Sinembargo, examinar negativos es un arte que requiere cierto hábito, algo de lo queMikael carecía. Se dio cuenta de que para determinar si las fotos contenían algunainformación de valor tendría que escanearlas todas y estudiarlas en la pantalla delordenador, cosa que le llevaría no pocas horas. Por eso, primero intentó hacerseuna idea general de las fotos que podrían interesarle.

Empezó a marcar todas las del accidente del camión cisterna. Mikael pudoconstatar que la carpeta con las ciento ochenta fotos reunidas por Henrik Vangerno estaba completa; la persona que había copiado la colección —posiblemente elpropio Nylund— había desechado unas treinta instantáneas que resultaban tanborrosas o de tan mala calidad que no se consideraron aptas para su publicación.

Mikael desconectó el ordenador del Hedestads-Kuriren y enchufó el escánerAgfa en su propio iBook. Le llevó dos horas escanear el resto.

Una de las fotos captó inmediatamente su interés. Entre las 15.10 y las 15.15,justo cuando Harriet desapareció, alguien había abierto la ventana de suhabitación; Henrik Vanger había intentado, en vano, averiguar de quién se trataba.De pronto, Mikael tenía una imagen en su pantalla que debía de haber sidotomada justo en el momento en el que la ventana fue abierta. Pudo apreciar unasilueta y una cara, aunque algo desenfocadas y borrosas. Decidió que el análisis delas imágenes podía esperar hasta que hubiese terminado de meter todas las fotosen el ordenador.

Durante las siguientes horas, Mikael analizó las fotos del Día del Niño. KurtNylund había empleado seis rollos, lo que suponía un total de más de doscientasimágenes. Se veía un constante desfile de niños con globos, adultos, vendedoresambulantes de perritos calientes entre hervideros de gente, el propio desfile, unartista local en el escenario y la entrega de algún tipo de premio.

Al final, Mikael decidió escanearlo todo. Al cabo de seis horas completó unacarpeta con noventa fotos. Tendría que volver otro día a la redacción delHedestads-Kuriren.

Alrededor de las nueve de la noche, llamó a Maja Blomberg, le agradeció suayuda y regresó a la isla de Hedeby.

El domingo a las nueve de la mañana ya estaba otra vez en la redacción, queseguía vacía cuando Maja Blomberg le dejó entrar. Había olvidado que era la fiestade Pentecostés y que el periódico no saldría hasta el martes. Podía utilizar lamisma mesa que el día anterior, así que dedicó toda la jornada a escanear fotos. Alas seis de la tarde todavía le quedaban unas cuarenta fotos del Día del Niño.Mikael examinó los negativos y decidió que los primeros planos de caras monasde niños o las fotos de un artista sobre el escenario carecían, simplemente, deinterés. Lo que escaneó fue el ajetreo de la calle y la muchedumbre.

Mikael pasó el lunes de Pentecostés examinando el nuevo materialfotográfico. Hizo dos descubrimientos: el primero le llenó de consternación; el

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segundo le aceleró el pulso.El primer descubrimiento fue esa cara en la ventana de la habitación de

Harriet Vanger. La foto estaba algo borrosa debido al movimiento; por eso debíade haber sido descartada de la colección original. El fotógrafo se hallaba delantede la iglesia enfocando el puente. Los edificios quedaban por detrás. Mikaelencuadró la imagen centrándose sólo en la ventana; luego estuvo ajustando elcontraste y aumentando la nitidez hasta que consiguió, a su parecer, la mejorcalidad posible.

El resultado fue una imagen granulada, con un mínimo contraste cromáticoentre los grises, que mostraba una ventana rectangular, una cortina, un trozo debrazo y, algo más adentrado, un difuminado rostro en forma de media luna. Lacara no pertenecía a Harriet Vanger, que tenía el pelo negro como el azabache,sino a una persona con un color de cabello considerablemente más claro.

También constató que se podían discernir unas zonas más oscuras en la partede los ojos, la nariz y la boca, pero resultaba imposible observar nítidamente susfacciones. No obstante, estaba convencido de que se trataba de una mujer; la partemás clara de la cara seguía hasta la altura de los hombros y dejaba adivinar uncabello femenino. Pudo ver que llevaba ropa clara.

Calculó la altura de la persona valiéndose de las medidas de la ventana; erauna mujer que medía aproximadamente un metro y setenta centímetros.

A medida que fue pasando más fotos del accidente del puente en la pantalladel ordenador llegó a la conclusión de que había alguien que encajabaperfectamente con esa descripción: Cecilia Vanger a los veinte años.

Kurt Nylund había hecho en total dieciocho fotografías desde la ventana dela segunda planta de Sundströms Herrmode. En diecisiete de ellas, se veía aHarriet Vanger.

Harriet y sus compañeras de clase llegaron a Järnvägsgatan justo en elmismo instante en que Kurt Nylund empezó a hacer fotografías. Mikael estimóque las fotos se hicieron en un lapso de unos cinco minutos. En la primera, Harriety sus compañeras estaban bajando la calle en dirección al fotógrafo. En las fotosque iban de la dos a la siete se las veía de pie mirando el desfile. En otra, ya sehabían desplazado unos seis metros más abajo. En la última, posiblemente sacadaun poco más tarde, el grupo ya había desaparecido.

Mikael agrupó una serie de instantáneas en las que cortó a Harriet por lacintura y las manipuló hasta conseguir el mejor contraste posible. Las guardó enun archivo aparte, abrió el programa Graphic Converter y activó la funcióndiaporama. El resultado fue similar a una película muda entrecortada, con saltosde fotogramas, donde cada imagen se mostraba durante dos segundos.

Harriet llega, imagen de perfil. Harriet se detiene y mira calle abajo. Harrietvuelve la vista hacia la calle. Harriet abre la boca para decirle algo a su amiga.Harriet se ríe. Harriet se toca la oreja con la mano izquierda. Harriet sonríe. De

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repente, Harriet, con la cara en un ángulo de unos veinte grados a la izquierda dela cámara, parece asombrada. Harriet abre los ojos de par en par y ha dejado desonreír. La boca de Harriet se convierte en una fina línea. Harriet fija la mirada. Ensu cara se puede leer... ¿qué? ¿Tristeza, conmoción, enfado? Harriet baja la mirada.Harriet ya no está.

Mikael volvió a pasar la secuencia una y otra vez.Confirmaba, con toda claridad, la hipótesis que había formulado. Algo

sucedió en Järnvägsgatan. La lógica resultaba evidente.«Ella ve algo —a alguien— al otro lado de la calle. Sufre un shock. Luego se

pone en contacto con Henrik Vanger para hablar con él en privado, cosa quenunca llega a ocurrir. Más tarde desaparece sin dejar rastro.»

Algo pasó aquel día. Pero las fotos no explicaban el qué.

A las dos de la mañana del martes, Mikael se preparó café y unossándwiches, que se tomó sentado en el arquibanco de la cocina. Le embargaba unamezcla de emoción y desánimo. En contra de todas sus expectativas, había halladonuevas pruebas. El único problema era que aunque éstas arrojaban más luz sobrela cadena de acontecimientos, no lo acercaban ni un milímetro a la resolución delmisterio.

Reflexionó intensamente sobre el papel que podía haber desempeñadoCecilia Vanger en el drama. Henrik Vanger, sin ningún tipo de consideraciónhacia nadie, había elaborado una lista con las actividades de todas las personasimplicadas aquel día, y Cecilia Vanger no constituía ninguna excepción. En 1966ella vivía en Uppsala, pero llegó a Hedestad dos días antes de aquel desdichadosábado. Se alojó en una habitación de invitados en casa de Isabella Vanger. Dijoque posiblemente viera a Harriet Vanger por la mañana, temprano, pero que nollegó a hablar con ella. Fue a Hedestad por unos asuntos. No vio a Harriet y volvióa la isla de Hedeby alrededor de la una, más o menos mientras Kurt Nylund hacíatoda la serie de fotos de Järnvägsgatan. Se cambió y, alrededor de las dos, ayudó aponer la mesa para la cena de aquella noche.

Como coartada, resultaba débil. Las horas eran aproximadas, especialmentepor lo que respecta a su vuelta a la isla de Hedeby, pero Henrik Vanger tampocohabía encontrado nada que indicara que mentía. Cecilia Vanger era una de laspersonas de la familia a las que Henrik más quería. Además, había sido la amantede Mikael. Así que le costaba ser objetivo, y mucho más todavía imaginárselacomo asesina.

Y ahora una de aquellas viejas y descartadas fotografías insinuaba que ellahabía mentido al afirmar que nunca entró en la habitación de Harriet. Mikael sedevanaba los sesos pensando en el significado de todo eso.

«Y si has mentido sobre esto, ¿en qué más lo habrás hecho?»Mikael recapituló lo que sabía de Cecilia. En el fondo la veía como una

persona reservada, aparentemente marcada por su pasado, lo que se traducía en

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una vida solitaria, sin sexo y con dificultades para intimar con otras personas.Guardaba las distancias con la gente, y cuando, por una vez, se dejó llevar y seechó en los brazos de alguien, eligió a Mikael, un forastero de visita temporal.Cecilia había dicho que rompía su relación porque no soportaba la idea de que élfuera a desaparecer de su vida tan de repente como apareció. Pero sin duda,pensaba Mikael, fue precisamente ésa la razón por la que se atrevió a dar el paso einiciar la relación. Ya que Mikael no iba a estar mucho tiempo, no tenía por quétemer que su vida fuera a cambiar de forma radical. Suspiró y dejó de lado susanálisis psicológicos.

El otro descubrimiento lo hizo bien entrada la noche. La clave del misterio,de eso estaba convencido, era lo que había visto Harriet en Järnvägsgatan, enHedestad. Mikael no lo sabría jamás, a no ser que fuera capaz de inventar unamáquina para viajar en el tiempo, ponerse detrás de Harriet y mirar por encima desu hombro.

En el mismo momento en que se le ocurrió la idea, se dio un golpe en lafrente con la palma de la mano y se abalanzó sobre su iBook. Cliqueando, sacó lasfotos no encuadradas de la serie de Järnvägsgatan y miró... ¡allí!

Detrás de Harriet Vanger y aproximadamente a un metro, a su derecha,había una joven pareja; el hombre llevaba un jersey a rayas y la mujer unacazadora clara y una cámara en la mano. Al aumentar la imagen vio que parecíaser una Kodak instamatic con flash incorporado: una de esas cámaras baratas que lagente con muy pocos conocimientos de fotografía utiliza en vacaciones.

La mujer sostenía la cámara a la altura de la barbilla. Luego la levantaba yfotografiaba a los payasos, justo en el momento en que la expresión de la cara deHarriet cambió.

Mikael comparó la posición de la cámara con la línea de visión de Harriet. Lamujer había fotografiado casi exactamente lo que estaba viendo Harriet.

Mikael advirtió que su corazón latía aceleradamente. Se inclinó hacia atrás ybuscó el paquete de tabaco en el bolsillo de su camisa. Alguien había hecho unafoto. Pero ¿cómo podría identificar a la mujer? ¿Cómo hacerse con esa foto?¿Habría sido revelado ese carrete? Y, en ese caso, ¿se hallaría la fotografía en algúnlugar?

Mikael abrió el archivo de las fotos con el trasiego de gente durante la fiesta.Durante una hora se dedicó a aumentarlas todas y las examinó centímetro acentímetro. Hasta que no llegó a la última no volvió a descubrir a la pareja. KurtNylund había sacado una fotografía de otro payaso que posaba delante de sucámara con globos en la mano y la típica sonrisa dibujada en la boca. La imagen sehabía tomado en el aparcamiento aledaño a la entrada del estadio deportivo,donde se había instalado la feria. Debió de ser después de las dos; luego Nylundfue advertido del accidente del camión y dejó de cubrir los acontecimientos delDía del Niño.

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La mujer estaba oculta casi por completo, pero se veía claramente de perfil alhombre del jersey a rayas. Llevaba unas llaves en la mano y se inclinaba haciadelante para abrir la puerta de un coche. El payaso, en primer plano, estabaenfocado, y el coche se veía algo borroso. La matrícula se encontraba parcialmentetapada, pero empezaba con AC3.

Las matrículas de los coches de los años sesenta comenzaban con una letra dela provincia, y de niño Mikael había aprendido a identificar la procedencia de loscoches. AC era el código de la provincia de Västerbotten.

Luego, Mikael descubrió otra cosa. En el cristal trasero había una pegatina.Hizo un zoom, pero el texto se convirtió en una borrosa mancha. Seleccionó,entonces, la pegatina y empezó a trabajar con el contraste y la nitidez. Le llevó unbuen rato. Seguía sin poder leer el texto pero, guiado por las borrosas formas,intentaba deducir de qué letras podría tratarse. Muchas se parecían tanto queresultaba fácil confundirlas. Una D se podía confundir con una O, igual que la Ncon la H y muchas otras. Después de intentar ensamblar las piezas delrompecabezas con lápiz y papel, eliminando letras, consiguió un textoincomprensible:

ARP NT R A D R J Ö

Fijó la mirada hasta que se le saltaron las lágrimas. De repente el textocompleto apareció claramente ante sus ojos: CARPINTERÍA DE NORSJÖ, seguidopor signos más pequeños, imposibles de leer, pero que tal vez correspondieran aun número de teléfono.

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CAPÍTULO 17Miércoles, 11 de junio - Sábado, 14 de junio

La tercera pieza del rompecabezas la obtuvo gracias a una inesperada ayuda.Tras haber trabajado con las fotos toda la noche, se quedó profundamente

dormido hasta las primeras horas de la tarde. Se despertó con cierto dolor decabeza, se duchó y subió al Café de Susanne para desayunar. Le costaba ordenarsus ideas. Debería acercarse a casa de Henrik Vanger e informarle del hallazgo.Pero, en su lugar, pasó por casa de Cecilia Vanger y llamó a la puerta. Queríapreguntarle qué estuvo haciendo en la habitación de Harriet y por qué habíamentido sobre su presencia allí. Nadie abrió.

Ya se disponía a marcharse cuando escuchó una voz:—Tu puta no está.Gollum había salido de su cueva. Era alto, medía casi dos metros, pero estaba

tan encorvado por la edad que sus ojos se encontraban al nivel de los de Mikael.Tenía toda la piel manchada de oscuros lunares. Vestía pijama y bata marrón y seapoyaba en un bastón. Parecía uno de esos típicos viejos malvados de las películasde Hollywood.

—¿Qué has dicho?—He dicho que tu puta no está en casa.Mikael se acercó tanto que casi le rozó con la nariz.—Estás hablando de tu propia hija, cabrón de mierda.—No soy yo el que viene rondando por aquí por las noches —respondió

Harald Vanger con una sonrisa desdentada.Olía mal. Mikael lo esquivó y siguió su camino sin darse la vuelta. Subió a

ver a Henrik Vanger y lo encontró en su despacho.—Acabo de conocer a tu hermano —dijo Mikael con un enfado mal

disimulado.—¿Harald? Anda, así que se ha atrevido a salir. Lo suele hacer alguna vez al

año.—Estaba llamando a la puerta de Cecilia cuando apareció. Dijo, y cito

literalmente, «Tu puta no está en casa».—Sí, eso suena a frase de Harald —contestó Henrik tranquilamente.—Ha llamado puta a su propia hija.—Lleva mucho tiempo haciéndolo. Por eso no se hablan.—¿Por qué?—Cecilia perdió su virginidad cuando tenía veintiún años. Ocurrió aquí en

Hedestad; fue un amor de verano, el siguiente a la desaparición de Harriet.

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—¿Y?—El hombre del que se había enamorado se llamaba Peter Samuelsson y

trabajaba de asistente en el departamento de economía de las empresas Vanger.Un chico espabilado. Hoy en día trabaja para ABB. Si ella hubiese sido mi hija, yome habría sentido muy orgulloso de tenerlo como yerno. Sin embargo, tenía undefecto.

—No me digas que es lo que me temo.—Seguro que Harald le midió la cabeza o investigó su árbol genealógico, o

qué sé yo. El caso es que descubrió que tenía una cuarta parte de judío.—Dios mío.—Desde ese momento empezó a llamarla puta.—¿Él sabe que Cecilia y yo...?—Posiblemente lo sepa todo el pueblo, a excepción, tal vez, de Isabella; nadie

en su sano juicio le contaría nada. Además, ella, gracias a Dios, tiene el detalle deirse a dormir hacia las ocho de la noche. Harald ha seguido, sin duda, cada uno delos pasos que has dado.

Mikael se sentó con cara de tonto.—¿Quieres decir que todo el mundo sabe...?—Claro que sí.—¿Y tú no lo desapruebas?—Pero, por favor, Mikael; eso no es asunto mío.—¿Dónde está Cecilia?—Ya ha terminado el curso escolar. El sábado pasado cogió un vuelo a

Londres para visitar a su hermana; luego se irá de vacaciones a... mmm, creo que aFlorida. Volverá dentro de un mes o algo así.

Mikael se sintió aún más tonto.—Es que, por decirlo de alguna manera, hemos dejado aparcada, de

momento, nuestra relación.—Entiendo, pero sigue siendo un asunto que no me incumbe. ¿Qué tal va el

trabajo?Mikael se sirvió café del termo de Henrik y miró al viejo.—He encontrado nuevo material y creo que voy a necesitar un coche.

Mikael tardó un buen rato en dar cuenta a Henrik de sus conclusiones. Sacósu iBook de la bolsa y puso en marcha la serie de fotos que mostraban la reacciónde Harriet en Järnvägsgatan. También le enseñó cómo había dado con la pareja dela cámara de fotos, y con la pegatina de la carpintería de Norsjö. Terminada suexplicación, Henrik Vanger le pidió ver, una vez más, la película de fotografías enserie que había hecho Mikael.

Cuando Henrik Vanger levantó la vista de la pantalla, estaba pálido. Derepente, Mikael se asustó y le puso una mano sobre el hombro. Henrik Vangerhizo un gesto, como quitándole importancia. Permaneció callado un rato.

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—Maldita sea, has hecho lo que yo consideraba imposible. Has descubiertoalgo completamente nuevo. ¿Cómo vas a seguir?

—Tengo que encontrar esa foto, si es que existe.No mencionó nada acerca de la cara de la ventana ni que sospechaba de

Cecilia Vanger, demostrando de este modo que distaba mucho de ser un detectiveprivado objetivo.

Cuando Mikael salió, Harald Vanger ya no estaba; seguramente se habíavuelto a meter en su cueva. Al doblar la esquina, descubrió que había alguiensentado en la entrada de su casa, leyendo el periódico y dándole la espalda. Poruna fracción de segundo tuvo la impresión de que se trataba de Cecilia Vanger,pero enseguida se dio cuenta de que no era así. En el porche vio a una chicamorena a la que reconoció inmediatamente al acercarse un poco más.

—Hola, papá —dijo Pernilla Abrahamsson.Mikael le dio un abrazo muy fuerte.—¿De dónde diablos sales tú?—De casa, ¿de dónde si no? Voy de camino a Skellefteå. Me quedo aquí a

pasar la noche.—¿Y cómo has dado con esto?—Mamá sabía dónde estabas. Y pregunté en el café de allí arriba dónde

vivías. La mujer me enseñó el camino. ¿Soy bienvenida?—Claro. Ven, entra. Tenías que haberme avisado y habría comprado alguna

comida especial o habría preparado algo.—Me dejé llevar por un impulso. Quería felicitarte por la salida de la cárcel y

como no me has llamado...—Lo siento.—No pasa nada. Mamá me ha contado que siempre andas absorto en tus

pensamientos.—¿Eso es lo que dice de mí?—Más o menos. Pero da igual. Te quiero de todas maneras.—Yo también te quiero, pero ya sabes...—Lo sé. Ya soy mayorcita.

Mikael preparó té y sacó bollos y pastas. Se dio cuenta de que, en efecto, loque decía su hija era verdad. Ya no era una niña, tenía casi diecisiete años y prontosería una mujer adulta. Tenía que aprender a dejar de tratarla como a una cría.

—Bueno, ¿y cómo ha sido?—¿El qué?—La cárcel.Mikael se rió.—¿Me creerías si te dijera que ha sido como unas vacaciones pagadas en las

que he podido dedicarme a pensar y escribir?—Totalmente. No creo que haya mucha diferencia entre una cárcel y un

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monasterio; y la gente siempre se mete en monasterios para meditar ydesarrollarse como personas.

—Pues sí, es una manera de verlo. Espero que no hayas tenido problemaspor tener un padre en la cárcel.

—En absoluto. Estoy orgullosa de ti y aprovecho cualquier oportunidad paraalardear de que te metieron en la cárcel por tus convicciones.

—¿Convicciones?—Vi a Erika Berger en la tele.Mikael se puso pálido. Se había olvidado por completo de su hija cuando

Erika diseñó la estrategia; según parecía, ella pensaba que su padre era taninocente y puro como la nieve recién caída.

—Pernilla, yo no era inocente. Siento no poder hablar de lo que pasó, pero nome condenaron injustamente. El tribunal dictó sentencia basándose en los datosque tenía.

—Pero nunca les contaste tu versión.—No, porque no puedo probarla. Metí la pata hasta el fondo y por eso tuve

que ingresar en prisión.—Vale. Entonces, contéstame a esta pregunta: ¿es un canalla Wennerström o

no?—Es uno de los cabrones más malvados que he conocido en toda mi vida.—Vale. Ya está. Con eso me vale. Tengo un regalo para ti.Sacó un paquete de su bolsa. Mikael lo abrió y encontró un cede con lo mejor

de Eurythmics. Ella sabía que era uno de sus grupos favoritos. Él le dio un abrazo,metió inmediatamente el disco en su iBook y escucharon juntos Sweet Dreams.

—¿Qué vas a hacer en Skellefteå? —preguntó Mikael.—Estudios bíblicos en el campamento de una congregación que se llama La

Luz de la Vida —dijo Pernilla como si fuese la cosa más natural del mundo.A Mikael se le puso el vello de punta.Se percató del gran parecido que había entre su hija y Harriet Vanger.

Pernilla tenía dieciséis años, los mismos que Harriet cuando desapareció. Las doscontaban con un padre en cierto sentido ausente. Ambas se sentían atraídas por elentusiasmo religioso de sectas algo raras; Harriet por la congregación pentecostaldel lugar y Pernilla por la filial de un grupo igual de chalado como La Palabra dela Vida.

Mikael no supo muy bien cómo abordar ese recién despertado interés de suhija por la religión. Temía entrometerse en su vida, inmiscuirse en su derecho adecidir por ella misma qué camino seguir. Al mismo tiempo, La Luz de la Vida eraprecisamente el tipo de congregación que Erika y él —sin duda alguna y de muybuena gana— no vacilarían en denunciar en un sarcástico reportaje de Millennium.Decidió tratar el tema con la madre de Pernilla en cuanto tuviera ocasión.

Esa noche Pernilla durmió en la cama de Mikael; él, por su parte, se instaló

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en el arquibanco de la cocina. Se despertó con tortícolis y los músculos doloridos.Pernilla estaba ansiosa por seguir su viaje, de modo que Mikael preparó eldesayuno y luego la acompañó a la estación. Les quedaba un rato antes de quesaliera el tren, así que compraron café en Pressbyrån y se sentaron en un banco alfinal del andén para charlar un rato. Unos minutos antes de llegar el tren, Pernillacambió de tema.

—No te gusta que me vaya a Skellefteå —le soltó de golpe.Mikael no supo qué contestar.—No tienes por qué preocuparte. Tú no eres creyente, ¿verdad?—No, supongo que no; por lo menos no lo que se entiende por un buen

creyente.—¿No crees en Dios?—No, no creo en Dios, pero respeto que tú lo hagas. Todos necesitamos creer

en algo.Cuando el tren entró en la vía, se abrazaron durante mucho tiempo, hasta

que Pernilla tuvo que subir al vagón. Al alcanzar la puerta se dio media vuelta.—Papá, no pretendo evangelizarte. Por mí, eres libre de creer en lo que

quieras; yo siempre te querré. Pero pienso que harías bien en continuar con tusestudios bíblicos.

—¿Qué quieres decir?—He visto las citas que tenías puestas en la pared —dijo—. ¿Por qué son tan

sombrías y neuróticas? Venga, un beso. Hasta pronto.Lo saludó con la mano y desapareció. Mikael se quedó perplejo en el andén

viendo salir el tren con dirección norte. Hasta que éste no desapareció en la curvano asimiló el significado del comentario de despedida; una sensación gélidainvadió su pecho.

Mikael salió corriendo de la estación mirando su reloj. Faltaban cuarentaminutos para la salida del autobús a Hedeby. Sus nervios no soportarían unaespera tan larga. Cruzó a toda prisa la plaza hasta la parada de taxis, dondeencontró a Hussein con su dialecto de Norrland. Diez minutos más tarde, Mikaelpagó el taxi y entró inmediatamente en su estudio. El papel estaba pegado con celosobre su mesa.

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Recorrió el cuarto con la mirada y cayó en la cuenta de dónde podíaencontrar una Biblia. Se llevó el papel, buscó las llaves que había dejado en un

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cuenco de la ventana y se fue corriendo por todo el camino hasta la cabaña deGottfried. Cuando bajó la Biblia de Harriet de la estantería, las manos casi letemblaban.

Harriet no había apuntado números de teléfono. Las cifras se referían acapítulos y versos del Levítico, el tercer libro del Pentateuco. La legislación decastigos.

(Magda) Levítico, capítulo 20, versículo 16:Si una mujer se acerca a una bestia para unirse con ella, matarán a la mujer

y a la bestia: ambas serán castigadas con la muerte y su sangre caerá sobre ellas.

(Sara) Levítico, capítulo 21, versículo 9:Si la hija de un sacerdote se envilece a sí misma prostituyéndose, envilece a

su propio padre, y por eso será quemada.

(RJ) Levítico, capítulo 1, versículo 12:Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la

cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar.

(RL) Levítico, capítulo 20, versículo 27:El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros espíritus, serán

castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerá sobre ellos.

(Mari) Levítico, capítulo 20, versículo 18:Si un hombre se acuesta con una mujer en su período menstrual y tiene

relaciones con ella, los dos serán extirpados de su pueblo, porque él ha puesto aldesnudo la fuente del flujo de la mujer y ella la ha descubierto.

Mikael salió y se sentó en el porche de la cabaña. Ya no cabía duda de queHarriet se refería a esas citas cuando escribió aquellos números en su agenda.Cada una de ellas estaba meticulosamente subrayada en la Biblia de Harriet.Mientras escuchaba los trinos de los pájaros que cantaban en la cercanía encendióun cigarrillo.

Tenía los números. Pero no los nombres. Magda, Sara, Mari, RJ y RL. Derepente, el cerebro de Mikael dio un salto intuitivo y un abismo apareció ante él.Se acordó del holocausto de Hedestad del que le habló el inspector Gustaf Morell.El caso Rebecka, a finales de los años cuarenta, la chica que fue violada yasesinada poniéndole la cabeza encima de ardientes brasas: «Luego, lodespedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo,encima de la leña colocada sobre el fuego del altar». Rebecka. RJ. ¿Cómo sellamaba de apellido?

En el nombre de Dios, ¿en qué había estado metida Harriet?

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Henrik Vanger se sentía mal y ya estaba en la cama cuando Mikael llamó asu puerta por la tarde. Aun así, Anna le dejó entrar y pudo visitar al viejo duranteun par de minutos.

—Un catarro veraniego —explicó Henrik sorbiéndose los mocos—. ¿Quéquieres?

—Tengo una pregunta.—¿Sí?—¿Te suena un asesinato que se cometió aquí en Hedestad en los años

cuarenta? Una chica llamada Rebecka no sé qué; la mataron metiendo su cabeza enuna chimenea.

—Rebecka Jacobsson —dijo Henrik Vanger sin dudarlo ni un instante—. Esun nombre que no voy a olvidar nunca, pero hace mucho tiempo que nadie hablade ella.

—Pero ¿conoces la historia?—Claro que sí. Rebecka Jacobsson tenía veintitrés o veinticuatro años cuando

la asesinaron. Eso sucedería en... sí, en 1949. Se realizó una extensísimainvestigación en la cual yo desempeñé un pequeño papel.

—¿Tú? —exclamó Mikael, asombrado.—Pues sí. Rebecka Jacobsson trabajaba en las oficinas del Grupo Vanger. Era

una chica muy popular y muy guapa. Pero ¿a qué vienen esas preguntas ahora?Mikael no supo muy bien qué decir. Se levantó y se acercó a la ventana.—No lo sé, Henrik; tal vez haya encontrado algo, pero tengo que sentarme

un momento a reflexionar sobre todo eso.—¿Estás insinuando que existe una relación entre lo de Harriet y lo de

Rebecka? Hay... más de diecisiete años entre los dos sucesos.—Déjame que lo piense. Pasaré a verte mañana, si te encuentras mejor.

Al día siguiente Mikael no pudo ver a Henrik Vanger. Poco antes de la unade la noche permanecía sentado en la mesa de la cocina leyendo la Biblia deHarriet cuando escuchó el ruido de un coche que cruzó el puente a gran velocidad.Miró por la ventana y percibió la luz azul de la sirena de una ambulancia.

Invadido por malos presentimientos, salió corriendo y siguió a laambulancia. Estaba aparcada delante de la casa de Henrik Vanger.

Había luz en la planta baja y Mikael comprendió que había pasado algo.Subió las escaleras del porche en dos zancadas y se encontró con Anna Nygren enel recibidor, visiblemente afectada.

—El corazón —dijo—. Me despertó hace un momento quejándose de doloresen el pecho. Luego se desplomó.

Mikael abrazó a la leal ama de llaves y se quedó con ella hasta que elpersonal sanitario salió con un Henrik Vanger aparentemente sin vida en lacamilla. Martin Vanger, muy nervioso, iba detrás. Se había acostado ya cuandoAnna lo llamó; todavía llevaba zapatillas y tenía la bragueta abierta. Saludó

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brevemente a Mikael y se dirigió a Anna.—Lo acompaño al hospital. Llama a Birger y Cecilia —dijo, dando

instrucciones—. Y avisa a Dirch Frode.—Yo puedo ir a su casa —se ofreció Mikael.Anna asintió, agradecida.«Llamar a una puerta después de la medianoche suele ser sinónimo de malas

noticias», pensó Mikael al poner el dedo en el timbre de la casa del abogado.Transcurrieron varios minutos antes de que éste se presentara en la puerta mediodormido.

—Tengo malas noticias. Acaban de llevar a Henrik Vanger al hospital. Pareceun infarto. Martin me ha pedido que te avise.

—¡Dios mío! —soltó Dirch Frode, mirando su reloj—. Es viernes 13 —añadiócon una incomprensible lógica y un desconcertado rostro.

Al volver a casa ya eran las dos y media de la madrugada. Mikael dudó uninstante, pero decidió aplazar la llamada a Erika. Hasta las diez de la mañanasiguiente, tras hablar brevemente con Dirch Frode por el móvil y asegurarse deque Henrik Vanger seguía con vida, no llamó a Erika para informarla de que elnuevo socio de Millennium había ingresado en el hospital tras sufrir un infarto.Como era de esperar, ella recibió la noticia con gran tristeza y preocupación.

A última hora de la tarde, Dirch Frode pasó a ver a Mikael con detalladasnovedades sobre el estado de Henrik Vanger.

—Vive, pero no está bien. Ha sufrido un infarto grave; además, tiene unainfección.

—¿Has podido verlo?—No. Está en la UVI. Martin y Birger se quedarán esta noche con él.—¿Y el pronóstico?Dirch Frode hizo un gesto con la mano como queriendo decir «no muy bien».—Ha sobrevivido al infarto, y eso es siempre una señal positiva. La verdad es

que sus condiciones físicas son bastante buenas. Pero ya es mayor. Tenemos queesperar a ver qué pasa.

Permanecieron callados un rato meditando sobre la fragilidad de la vida.Mikael sirvió café. Dirch Frode parecía abatido.

—No tengo más remedio que preguntarte qué es lo que va a pasar ahora —dijo Mikael.

Frode levantó la mirada, que se cruzó con la suya.—Tus condiciones de trabajo no van a cambiar. Están estipuladas en un

contrato que no vence hasta final de año, viva o muera Henrik Vanger. No tienesde qué preocuparte.

—No estoy preocupado; no me refería a eso. Lo que quería saber es a quién

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debo rendirle cuentas ahora.Dirch Frode suspiró.—Mikael, tú sabes tan bien como yo que toda esta historia sobre Harriet

Vanger es un pasatiempo para Henrik.—Yo no diría eso.—¿Qué quieres decir?—He encontrado nuevas pruebas —dijo Mikael—. Ayer mismo informé a

Henrik sobre algunas de ellas. Me temo que pueden haber contribuido al infarto.Dirch Frode observó a Mikael con una extraña mirada.—¿Estás de broma?Mikael negó con la cabeza.—Dirch, en sólo estos últimos días he sacado a la luz más material sobre la

desaparición de Harriet que la investigación oficial en treinta y cinco años. Miproblema ahora mismo es que no hemos acordado a quién debo informar de todosi Henrik no está.

—Puedes contármelo a mí.—De acuerdo. Tengo que seguir adelante con todo esto. ¿Tienes un rato?Mikael le presentó sus hallazgos de la manera más pedagógica que pudo. Le

enseñó la serie de fotografías de Järnvägsgatan y le expuso su teoría. Luego leexplicó cómo su propia hija le había ayudado a resolver, aunque indirectamente, elmisterio de la agenda de teléfonos. Finalmente le puso al corriente del brutalasesinato de Rebecka Jacobsson en 1949.

La única información que seguía guardando para sí mismo era la cara deCecilia Vanger en la ventana del cuarto de Harriet. Quería hablar con ella antes deponerla en una situación que la pudiera convertir en sospechosa.

Dirch Frode frunció el ceño, preocupado.—¿Quieres decir que el asesinato de Rebecka está relacionado con la

desaparición de Harriet?—No lo sé. No parece probable. Pero al mismo tiempo no podemos obviar el

hecho de que, en su agenda, Harriet apuntó las siglas RJ junto a la referencia de laley del holocausto. Rebecka Jacobsson murió quemada. La relación con la familiaVanger resulta evidente: trabajaba en el Grupo Vanger.

—¿Y cómo explicas todo eso?—Todavía no lo sé. Pero quiero averiguarlo. Te considero el representante de

Henrik. Tendrás que tomar decisiones en su nombre.—Quizá debamos informar a la policía.—No. Por lo menos no sin el permiso de Henrik. El asesinato de Rebecka

prescribió hace muchos años y la investigación policial fue abandonada. No van aponerse ahora a indagar sobre un asesinato ocurrido hace cincuenta y cuatro años.

—Entiendo. ¿Qué quieres hacer?Mikael se levantó y dio una vuelta por la cocina.—Primero, seguirle el rastro a la fotografía. Si logramos saber lo que vio

Harriet... creo que puede ser vital para todo el desarrollo de los acontecimientos.

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Segundo, necesito un coche para desplazarme a Norsjö e ir tras esa pista hastadonde me lleve. Tercero, quiero comprobar las citas bíblicas. Hemos relacionadouna cita con un asesinato realmente bestial. Nos quedan cuatro. Para hacerlo... laverdad es que no estaría mal contar con apoyo.

—¿De qué tipo?—Me vendría bien un colaborador que me ayudara a investigar escarbando

en los antiguos archivos de la prensa y buscando a Magda, a Sara y a los otrosnombres. Si es como yo creo, Rebecka no es la única víctima.

—¿Quieres decir que hagamos partícipe del secreto a otra persona más...?—Se nos ha echado encima, de sopetón, un enorme trabajo de búsqueda. Si

yo fuera el policía encargado de una investigación así, habría podido repartir eltiempo y los recursos y hacer que la gente me ayudara rastreando en los archivos.Necesito un profesional que conozca el tema y que, además, sea de fiar.

—Entiendo... la verdad es que conozco a una persona verdaderamentecompetente. Fue ella la que hizo la investigación personal sobre ti —se le escapó aFrode antes de que pudiera morderse la lengua.

—¿Que hizo qué? —preguntó Mikael Blomkvist con tono severo.Dirch Frode se dio cuenta de que acababa de decir algo que tal vez hubiese

sido mejor callar. «Me estoy haciendo viejo», pensó.—Estaba pensando en voz alta. No me hagas caso —dijo, intentando

tranquilizar a Mikael.—¿Encargaste una investigación personal sobre mí?—No es para montar un drama, Mikael. Queríamos contratarte y

comprobamos qué tipo de persona eras.—Así que ésa es la razón por la que Henrik Vanger siempre parece saber

exactamente cómo voy a reaccionar. ¿Y se trataba de una investigación a fondo?—Bastante.—¿Tocó los problemas de Millennium?Dirch Frode se encogió de hombros.—Era un tema de actualidad.Mikael encendió un cigarrillo. El quinto de ese día.Advirtió que se estaba convirtiendo en una mala costumbre.—¿Un informe? ¿Por escrito?—Mikael, no le des tanta importancia.—Quiero leerlo.—Por favor, no tiene nada de raro. Simplemente queríamos saber más de ti

antes de contratarte.—Quiero leer ese informe —insistió Mikael.—Sólo Henrik puede aprobar eso.—¿Ah, sí? Vale, te lo diré de otra forma: quiero el informe dentro de una

hora. Si no me lo das, me despido y cojo el tren para Estocolmo esta misma noche.¿Dónde está?

Durante unos segundos Dirch Frode y Mikael Blomkvist se midieron las

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miradas. Luego Dirch Frode suspiró y bajó la vista.—En el despacho de mi casa.

El caso Harriet Vanger constituía, sin duda, la historia más rara en la queMikael Blomkvist se había involucrado jamás. En general, el último año, desde elmomento en el que publicó el reportaje sobre Hans-Erik Wennerström, no habíasido más que un largo viaje en montaña rusa, sobre todo la parte de caída libre. Y,al parecer, aún no había terminado.

Dirch Frode siguió poniendo trabas, de modo que hasta las seis de la tardeMikael no tuvo el informe de Lisbeth Salander en sus manos. Estaba compuestopor unas ochenta páginas de investigación propiamente dicha y cien páginas másentre copias de artículos, certificados de notas, diplomas y otros documentossignificativos de la vida de Mikael.

Resultaba extraño leer sobre uno mismo algo que más bien debía verse comola combinación de una autobiografía y un informe de los servicios de inteligencia.Mikael sintió cómo su asombro iba en aumento a medida que advertía laminuciosidad con la que estaba hecho el informe. Lisbeth Salander se había fijadoen detalles que él creía enterrados para siempre en el vertedero de la historia.Había desenterrado la relación que tuvo con una mujer, en aquel entonces unafanática sindicalista y ahora política a tiempo completo. ¿Con quién diablos habríahablado? Había dado con los Bootstrap, su banda de rock, de la que a duras penasse acordaba ya nadie en la actualidad. Había analizado su situación económicahasta en el más mínimo detalle. Maldita sea, ¿cómo diablos lo habría hecho?

Como periodista, Mikael llevaba ya bastantes años dedicándose a recabarinformación sobre determinadas personas, así que pudo hacer una estimaciónestrictamente profesional del trabajo realizado. Para él, no cabía ninguna duda:Lisbeth Salander era un hacha investigando. Ni él mismo habría sido capaz deelaborar un informe semejante sobre una persona completamente desconocida.

Mikael también comprendió que nunca hubo razón alguna para que él yErika mantuvieran una educada distancia en presencia de Henrik Vanger; el viejoya estaba al tanto de su larga relación y del triángulo que formaban con GregerBeckman. Además, Lisbeth Salander había evaluado con una espeluznanteprecisión la situación de Millennium; Henrik Vanger conocía el mal momento porel que pasaba la revista cuando se puso en contacto con Erika y se ofreció comosocio. ¿A qué estaba jugando, realmente, Henrik Vanger?

El caso Wennerström sólo era tratado superficialmente, pero al parecerLisbeth Salander estuvo algún día entre el público del juicio. También se hacíapreguntas sobre el extraño comportamiento de Mikael al negarse a hacerdeclaraciones durante la vista. Una tía lista, quien quiera que fuera.

Acto seguido, Mikael se incorporó sin dar crédito a lo que veían sus ojos.Lisbeth Salander había escrito un breve pasaje anticipando el desarrollo de losacontecimientos después del juicio. Había reproducido, casi palabra por palabra,

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el comunicado de prensa que Erika y él emitieron cuando abandonó el puesto deeditor jefe de la revista.

¡Pero es que Lisbeth Salander había usado el borrador original! Volvió amirar la portada del informe. Databa de tres días antes de que Mikael Blomkvisttuviera la sentencia en sus manos. No era posible.

Aquel día, el comunicado de prensa sólo existía en un único sitio en todo elmundo: en el ordenador de Mikael. En su iBook, no en el ordenador con el quetrabajaba en la redacción. El texto no había sido impreso. Ni siquiera Erika Bergertenía una copia, aunque hubiesen hablado del tema de modo general.

Mikael Blomkvist dejó lentamente sobre la mesa la investigación personal deLisbeth Salander. Decidió no volver a encender ningún cigarrillo. En su lugar, sepuso la cazadora y salió a pasear en la luminosa noche, una semana antes deMidsommar. Mientras meditaba, caminó tranquilamente por la orilla, a lo largo delestrecho, y pasó por delante de la casa de Cecilia Vanger y del ostentoso yateatracado delante del chalé de Martin Vanger. Finalmente, se sentó en una roca yobservó los faros que centelleaban en la bahía de Hedestad. Sólo se podía extraeruna conclusión.

—Has estado en mi ordenador, señorita Salander —se dijo en voz alta a símismo—. Eres una maldita hacker.

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CAPÍTULO 18Miércoles, 18 de junio

Lisbeth Salander se despertó con un sobresalto. No había soñado nada. Sesentía levemente mareada. No le hizo falta girar la cabeza para saber que Mimmiya se había ido a trabajar, aunque su olor permaneciera todavía flotando en elviciado aire del dormitorio. La noche anterior Lisbeth había tomado demasiadascervezas en la reunión que los Evil Fingers celebraban cada martes en el Kvarnen.Poco antes de que el bar cerrara, apareció Mimmi y la acompañó a casa y a lacama.

A diferencia de Mimmi, Lisbeth Salander nunca se había consideradoseriamente lesbiana. Nunca le dedicó tiempo a reflexionar si era hetero, homo o,incluso, bisexual. En general, hacía caso omiso de las etiquetas; además pensabaque con quién pasara la noche era asunto suyo y de nadie más. Si se viera obligadaa manifestar sus preferencias sexuales, preferiría a los chicos; o eso era, al menos,lo que se desprendía de su estadística personal. El único problema residía enencontrar un chico que no fuera tonto y que, además, valiera en la cama; Mimmirepresentaba una dulce alternativa; y, encima, la ponía caliente. La conoció en labarra de una carpa de cerveza durante el día del orgullo gay del año anterior, y erala única persona que Lisbeth les había presentado a los Evil Fingers. En eltranscurso del último año su relación había sido intermitente; en el fondo, no eramás que un pasatiempo para ambas. Mimmi poseía un cálido y suave cuerpo alque arrimarse; además se trataba de alguien a cuyo lado Lisbeth podía despertarsee incluso desayunar.

El despertador de la mesilla marcaba las nueve y media de la mañana;Lisbeth se estaba preguntando qué era lo que la había despertado cuando volvió asonar el timbre de la puerta. Se incorporó desconcertada. Nadie llamaba jamás aesas horas de la mañana. La verdad es que tampoco solía recibir visitas a ningunaotra hora del día. Medio dormida, se envolvió en una sábana y, dando tumbos, seacercó a la entrada y abrió. Se encontró cara a cara con Mikael Blomkvist, sintiócómo el pánico le recorría el cuerpo e, involuntariamente, dio un paso hacia atrás.

—Buenos días, señorita Salander —saludó de muy buen humor—. Ya veoque anoche se lo pasó usted muy bien. ¿Puedo entrar?

Sin esperar la invitación, Mikael cruzó el umbral y cerró la puerta.Contempló con curiosidad el montón de ropa que había en el suelo del vestíbulo yla montaña de bolsas llenas de periódicos; luego, de reojo, le echó un vistazo aldormitorio mientras el mundo de Lisbeth Salander giraba al revés: «¿cómo?,¿qué?, ¿quien?». Mikael Blomkvist observaba, divertido, su boca abierta.

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—Me imaginaba que no habías desayunado todavía, así que te he traídobagels, uno de roastbeef, uno de pavo con mostaza de Dijon y otro vegetal conaguacate. No sé lo que te gusta. ¿Roastbeef?

Fue a la cocina y, nada más entrar, vio la cafetera.—¿Dónde guardas el café? —gritó.Salander permaneció paralizada en el vestíbulo, hasta que oyó correr el agua

del grifo de la cocina. Se acercó en tres zancadas rápidas.—¡Para!Se dio cuenta de que estaba chillando y bajó la voz.—No puedes entrar aquí así como así, como si estuvieras en tu casa, joder. Ni

siquiera nos conocemos.Mikael Blomkvist, que estaba a punto de echar el agua en la cafetera, se

detuvo, giró la cabeza y miró a Lisbeth. Le contestó con voz seria:—Te equivocas. Tú me conoces mejor que la mayoría. ¿A que sí? —Le dio la

espalda y siguió llenando de agua la cafetera; acto seguido, se puso a abrir unosbotes en el fregadero—. Por cierto, sé cómo lo haces. Conozco tus secretos.

Lisbeth Salander cerró los ojos deseando que el suelo dejara de moverse bajosus pies. Se encontraba en un estado de parálisis intelectual. Tenía resaca. Lasituación le resultaba irreal y su cerebro se negaba a funcionar. Nunca se habíaencontrado cara a cara con ninguno de los sujetos investigados. «¡Sabe dóndevivo!» Estaba en la cocina de su casa. Imposible. No podía ser. «¡Sabe quién soy!»

De repente, se dio cuenta de que la sábana se le caía; se envolvió mejor enella, pegándosela más al cuerpo. Él dijo algo que Lisbeth, al principio, no percibió.

—Tenemos que hablar —le repitió—. Pero creo que antes debes meterte en laducha.

Ella intentaba hablar con sensatez.—Oye, si piensas armarla, te confundes de persona. Yo sólo hice un trabajo.

Habla con mi jefe.Se plantó delante de ella y levantó las manos con las palmas hacia fuera. «No

voy armado.» Una señal universal de paz.—Ya he hablado con Dragan Armanskij. Por cierto, quiere que lo llames;

anoche no le cogiste el móvil.Se acercó a ella. No se sentía amenazada, pero aun así retrocedió algún

centímetro cuando le rozó el brazo al señalarle la puerta del baño. No le gustabaque nadie la tocara sin permiso, aunque la intención fuera amistosa.

—No voy a armar nada —dijo con voz sosegada—. Pero estoy muy ansiosopor hablar contigo. Eso será después de que te despiertes, claro. El café ya estarálisto cuando te hayas vestido. Anda, métete en la ducha.

Le obedeció, apática. «Lisbeth Salander nunca se muestra apática», pensó.

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Ya en el cuarto de baño, se apoyó contra la puerta e intentó ordenar suspensamientos. Estaba más impresionada de lo que creía posible. Luego se fuedando cuenta, poco a poco, de que tenía la vejiga a punto de explotar y de que,tras la gran juerga de la noche anterior, meterse en la ducha no sólo era un buenconsejo, sino una necesidad. Una vez duchada, se metió en el dormitorio y se pusounas bragas, unos vaqueros y una camiseta con el texto Armageddon was yesterday;today we have a serious problem.

Tras un segundo de reflexión, buscó la chupa de cuero, que estaba tiradaencima de una silla. Sacó la pistola eléctrica, comprobó la carga y se la metió en elbolsillo trasero de los vaqueros. El aroma a café se fue extendiendo por el piso.Inspiró profundamente y volvió a la cocina.

—¿No limpias nunca? —preguntó Mikael a modo de saludo.Había llenado la pila de vasos y platos sucios. Había vaciado los ceniceros,

tirado un viejo cartón de leche y quitado de la mesa una capa de periódicos decinco semanas. Había lavado y puesto encima de la mesa las tazas, además de losbagels, lo cual no había sido una broma. Presentaban un aspecto apetecible y laverdad era que, tras la noche con Mimmi, tenía hambre. «De acuerdo, vamos a veradonde nos llevará todo esto.» Se sentó frente a él con actitud expectante.

—No has contestado a mi pregunta: ¿roastbeef? pavo o vegetal?—Roastbeef.—Entonces yo cojo el de pavo.Desayunaron en silencio observándose mutuamente. Al terminar su bagel se

zampó también la mitad del vegetal. Luego cogió un paquete arrugado de tabacodel alféizar de la ventana y hurgó en él hasta encontrar un cigarrillo.

—Vale, ya lo tengo claro —dijo él, rompiendo el silencio—. Puede que no seatan bueno como tú para las investigaciones personales, pero ahora por lo menoshe deducido que no eres ni vegetariana ni, a diferencia de lo que pensaba DirchFrode, anoréxica. Introduciré los datos en mi informe sobre ti.

Salander se lo quedó mirando fijamente, pero al ver su cara se dio cuenta deque le estaba tomando el pelo. Mikael daba la impresión de divertirse tanto queLisbeth no pudo resistirse a responderle de la misma manera. Ella lo obsequió conuna sonrisa torcida. La situación le parecía absolutamente absurda. Apartó elplato. Sus ojos le resultaban amables. Fuera como fuese, seguramente no se tratabade una persona malvada, concluyó Lisbeth. Tampoco había nada en lainvestigación que indicara que era un tipo siniestro que maltrataba a sus novias oalgo por el estilo. Recordó que era ella la que lo sabía todo de él, no al revés. «Lainformación es poder.»

—¿A qué viene esa sonrisa burlona? —preguntó ella.—Perdóname. La verdad es que no tenía prevista una entrada así. No

pretendía asustarte, algo que, al parecer, he hecho. Pero deberías haberte visto lacara cuando abriste la puerta. Eso no tiene precio. No he podido resistir latentación de tomarte un poco el pelo.

Silencio. Para su sorpresa, Lisbeth Salander encontró su forzosa compañía

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bastante aceptable o, cuando menos, no desagradable.—Considéralo como mi venganza personal por haber hurgado en mi vida

privada —añadió con regocijo—. ¿Me tienes miedo?—No —contestó Salander.—Bien. Porque no estoy aquí para castigarte ni para pelearme contigo.—Si intentas algo conmigo, te haré daño. Mucho daño.Mikael la examinó detenidamente. Medía poco más de un metro y medio; no

daba la impresión de ser capaz de oponer mucha resistencia si él hubiese sido unmalhechor y hubiese forzado la puerta de su casa. Pero sus ojos eran inexpresivosy tranquilos.

—No va a ser necesario —dijo al final—. No vengo con malas intenciones.Necesito hablar contigo. Si quieres que me vaya, no tienes más que decírmelo. —Mikael reflexionó un instante antes de seguir—: Por raro que pueda parecer me dala impresión de que... bah —interrumpió la frase.

—¿Qué?—No sé si esto suena sensato, pero hace cuatro días ni siquiera sabía de tu

existencia. Luego pude leer el informe que hiciste sobre mí —rebuscó en la bolsa ylo sacó—, y no me hizo mucha gracia. —Se calló y miró un instante por laventana—. ¿Me das un cigarrillo?

Ella le acercó el paquete.—Has dicho antes que no nos conocemos y te he contestado que no es

verdad —dijo, señalando el informe—. Todavía no me he puesto a tu altura: sólohe hecho un pequeño control rutinario para enterarme de tu dirección, tu fecha ylugar de nacimiento y datos de ese tipo, pero tú, sin lugar a dudas, sabesinfinitamente más de mí. La mayoría son cosas muy personales que sólo misamigos más íntimos conocen. Y ahora estoy en tu cocina desayunando bagelscontigo. Tan sólo hace media hora que nos hemos visto las caras y de repente meha dado la sensación de que llevamos años siendo amigos. ¿Entiendes lo que tequiero decir?

Ella asintió con la cabeza.—Tienes unos ojos muy bonitos —dijo Mikael.—Tú tienes unos ojos muy dulces —contestó Lisbeth.Mikael no supo apreciar si lo había dicho con ironía o no.Silencio.—¿Por qué estás aquí? —le soltó ella de buenas a primeras.Kalle Blomkvist —a Lisbeth le vino a la mente el apodo, pero reprimió el

impulso de pronunciarlo— puso de pronto un rostro serio. Sus ojos reflejabancansancio. La seguridad de la que había hecho gala al entrar había desaparecido yLisbeth llegó a la conclusión de que las bromas se habían terminado o de que, almenos, se dejaban de lado momentáneamente. Por primera vez, tuvo la sensaciónde que la estaba examinando a fondo, con una reflexiva seriedad. No fue capaz dedeterminar lo que pasaba por su cabeza, pero sintió inmediatamente que unasombra se cernía en el ambiente.

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Lisbeth Salander sabía que su calma no era más que superficial, que nocontrolaba del todo sus nervios. La visita de Blomkvist, completamenteinesperada, la estaba afectando como nunca antes había experimentado enrelación con su trabajo. Se ganaba la vida espiando a la gente. Lo cierto es quejamás había definido lo que hacía para Dragan Armanskij como un «verdaderotrabajo», sino más bien como un complicado pasatiempo, casi un hobby.

La verdad era —hacía ya tiempo que lo había descubierto— que le gustabahurgar en la vida de los otros y revelar los secretos que intentaban ocultar. Lollevaba haciendo, de una u otra forma, desde que le alcanzaba la memoria. Y hoyen día seguía con ello, no sólo cuando Armanskij le daba encargos, sino a vecessólo por puro placer. Le producía un subidón de satisfacción, como un complejojuego de ordenador, pero con la diferencia de que se trataba de personas de carney hueso. Y ahora, de repente, su hobby estaba sentado en la cocina de su casainvitándola a bagels. La situación le resultaba totalmente absurda.

—Tengo un asunto fascinante entre manos —respondió Mikael—. Dime,cuando llevaste a cabo la investigación sobre mí para Dirch Frode..., ¿tenías algunaidea del uso que se le iba a dar?

—No.—El objetivo era obtener información sobre mí porque Frode, o más bien su

cliente, quería contratarme para un trabajo de freelance.—Vale.Mikael le dirigió una leve sonrisa.

—Ya hablaremos tú y yo un día sobre si es ético o no hurgar en la vidaprivada de otra persona. Pero, de momento, tengo otros problemas... El trabajoque me encargaron y que acepté por algún incomprensible motivo es, sin punto decomparación, el más extraño que he tenido jamás. ¿Puedo confiar en ti, Lisbeth?

—¿Por qué?—Dragan Armanskij dice que eres completamente fiable. Pero te lo pregunto

de todas maneras: ¿puedo confiarte secretos sin que se los cuentes a nadie?—Espera. Has hablado con Dragan; ¿te ha enviado él?«Te voy a matar, maldito armenio de mierda.»—No, no exactamente. No eres la única capaz de encontrar la dirección de

alguien; eso lo he hecho yo sólito. Te busqué en el registro civil. Hay tres personasllamadas Lisbeth Salander; a las otras dos las descarté inmediatamente. Pero ayerme puse en contacto con Armanskij y mantuvimos una larga conversación. Alprincipio, él también pensaba que yo quería guerra porque habías metido lasnarices en mi vida privada, pero al final conseguí convencerle de que las razonesde mi visita eran perfectamente legítimas.

—¿Y cuáles son?—Como ya he dicho, el cliente de Dirch Frode me contrató para un trabajo.

He llegado a un punto en el que necesito la ayuda de un investigador competente,

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y lo necesito ya, con urgencia. Frode me habló de ti y dijo que eras competente. Sele escapó sin querer; así fue como me enteré de tu investigación sobre mí. Ayer selo comenté a Armanskij y le expliqué lo que quería. Dio su visto bueno e intentóllamarte, pero no le cogiste el teléfono, de modo que... aquí estoy. Si quieres,puedes llamar a Armanskij y confirmarlo.

Lisbeth Salander tardó varios minutos en encontrar su móvil bajo el montónde ropa que le había quitado Mimmi. Mikael Blomkvist contemplaba suembarazosa búsqueda con gran interés mientras daba una vuelta por la casa.Todos los muebles, sin excepción, parecían haber sido recogidos de contenedoresde basura. Encima de una pequeña mesa de trabajo del salón, había unimpresionante PowerBook, state of the art. En una estantería, un reproductor decedes. La colección de compactos, sin embargo, era cualquier cosa menosimpresionante: estaba compuesta por una miserable decena de discos de gruposdesconocidos para Mikael, cuyos integrantes se le antojaron vampiros de otragalaxia. Constató que la música no era su fuerte.

Salander vio que Armanskij la había llamado no menos de siete veces lanoche anterior y dos por la mañana. Marcó el número mientras Mikael, apoyadocontra el marco de la puerta, escuchaba la conversación.

—Soy yo... Lo siento, estaba apagado... Sé que me quiere contratar...; no, estáaquí en mi casa. Dragan, tengo resaca y me duele la cabeza, así que corta el rollo...—le soltó, elevando la voz—. ¿Le has dado el visto bueno al trabajo o no...?Gracias.

Clic.Lisbeth Salander miraba de reojo a través de la puerta del salón. Mikael

fisgoneaba entre sus discos y sacaba libros de la librería. Acababa de encontrar unfrasco marrón de medicamentos, sin etiqueta, que alzó y miró al trasluz concuriosidad. Cuando estaba a punto de desenroscar el tapón, ella alargó la mano yle quitó el frasco; acto seguido volvió a la cocina, se sentó en una silla y se puso amasajearse las sienes hasta que Mikael se volvió a sentar.

—Las reglas son sencillas —dijo ella—. Lo que hables conmigo o con DraganArmanskij no trascenderá a nadie más. Firmaremos un contrato en el que MiltonSecurity se compromete a guardar silencio. Quiero saber en qué consiste el trabajoantes de decidir si aceptarlo o no. Significa que no diré ni una sola palabra de todolo que me cuentes, acepte el encargo o no; con la condición, eso sí, de que no tedediques a actividades delictivas de envergadura. En tal caso, informaré a Dragan,quien, a su vez, dará parte a la policía.

—Bien.Mikael dudó.—Puede que Armanskij no esté del todo al tanto de la naturaleza de la

misión...—Me dijo que querías que yo te ayudara con una investigación histórica.—Sí, es correcto. Pero lo que quiero que hagas es que me ayudes a identificar

a un asesino.

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A Mikael le llevó más de una hora contarle todos los intrincados detalles delcaso Harriet Vanger. No omitió nada. Tenía el permiso de Frode para contratarla,pero para hacerlo era necesario que confiara plenamente en ella.

También le habló de su relación con Cecilia Vanger y de cómo habíadescubierto su cara en la ventana de la habitación de Harriet. Le proporcionó aLisbeth una descripción todo lo detallada que pudo acerca de la personalidad deCecilia; en su fuero interno Mikael empezaba a admitir que ella había ascendidomuchos peldaños en la lista de sospechosos. Pero todavía estaba muy lejos deentender cómo podría haber estado vinculada a un asesino en activo cuando noera más que una niña.

Finalmente le dio a Lisbeth Salander una copia de la lista de la agenda deteléfonos.

Magda - 32016Sara - 32109RJ - 30112RL - 32027Mari - 32018

—¿Qué quieres que haga?—He identificado a RJ, Rebecka Jacobsson, y la he relacionado con una cita

bíblica que trata sobre la ley del holocausto. La asesinaron introduciendo sucabeza en brasas ardiendo, una muerte parecida al sacrificio descrito en el pasajebíblico. Si todo esto es como yo pienso, me temo que nos encontraremos con otrascuatro víctimas más: Magda, Sara, Mari y RL.

—¿Crees que están muertas? ¿Asesinadas?—Un asesino que actuó en los años cincuenta y, tal vez, en los sesenta. Y que,

de una manera u otra, tiene que ver con Harriet Vanger. He estado hojeandonúmeros atrasados del Hedestads-Kuriren. El asesinato de Rebecka es el únicocrimen monstruoso vinculado a Hedestad que he encontrado. Quiero que sigasinvestigando en el resto de Suecia.

Lisbeth Salander se sumió en sus propios pensamientos con un silencio taninexpresivo y tan largo que Mikael empezó a rebullir impacientemente en su silla.Se estaba preguntando si no se habría equivocado de persona cuando ella,finalmente, levantó la vista.

—De acuerdo. Acepto el trabajo. Pero tienes que firmar el contrato conArmanskij.

Dragan Armanskij imprimió el contrato que Mikael Blomkvist debía llevar aHedestad para que lo firmara Dirch Frode. Al volver al despacho de Lisbeth

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Salander vio, a través del cristal, cómo la joven y Mikael Blomkvist permanecíaninclinados sobre el PowerBook de Lisbeth. Mikael puso una mano en un hombrode ella —«la estaba tocando»— y señaló algo con el dedo. Armanskij se detuvo.

Mikael dijo algo que pareció sorprender a Lisbeth. Acto seguido ella soltóuna sonora carcajada.

Armanskij no la había oído nunca reírse, a pesar de llevar años intentandoganarse su confianza. Hacía tan sólo cinco minutos que Lisbeth conocía a MikaelBlomkvist y ya se estaba riendo con él.

En ese momento odió a Mikael con tanta intensidad que hasta él mismo seasombró. Se aclaró la voz al entrar por la puerta y le entregó una carpeta deplástico con el contrato.

Por la tarde, Mikael tuvo tiempo de hacer una rápida visita a la redacción deMillennium. Era la primera vez desde que recogiera su mesa de trabajo antes deNavidad, y, de repente, le resultó extraño subir por esas escaleras que, por otraparte, le eran tan familiares. El código de acceso seguía siendo el mismo, de modoque pudo entrar por la puerta sin llamar la atención y quedarse un rato en laredacción mirando a su alrededor.

La redacción de Millennium se hallaba en un local con forma de L. La entradaera un gran vestíbulo que ocupaba mucha superficie y que realmente no servíapara nada más. Lo habían amueblado con un tresillo para recibir a las visitas.Detrás de éste había un comedor con una cocinita, unos servicios y dos cuartosllenos de librerías y archivos. Y también una mesa de trabajo para el consabidobecario. A la derecha de la entrada, un gran cristal daba al estudio de ChristerMalm; tenía su propia empresa en unos ochenta metros cuadrados, con accesodirecto desde la escalera. A la izquierda se situaba la redacción propiamente dicha,de unos ciento cincuenta metros cuadrados, con una fachada acristalada que dabaa Götgatan.

La distribución había sido cosa de Erika, quien mandó poner unas cristalerascreando, de este modo, tres despachos individuales y un espacio abierto para losotros tres colaboradores. Ella se quedó con el despacho más grande, al fondo de laredacción, y mandó a Mikael al otro extremo del local, en el único sitio que sepodía ver desde la entrada. Advirtió que nadie se había instalado allí.

El tercer despacho, un poco apartado, lo ocupaba Sonny Magnusson, desesenta años, exitoso vendedor de espacios publicitarios de Millennium desdehacía varios años. Erika encontró a Sonny al quedarse éste en el paro por losrecortes de plantilla que hubo en la empresa donde llevaba trabajando casi toda suvida. Por aquel entonces, Sonny se encontraba en una edad en la que no esperabaque le ofrecieran otro empleo fijo. Erika le eligió a dedo; le ofreció una pequeñaretribución fija mensual, más una comisión por los ingresos de los anuncios.Sonny mordió el anzuelo y, hasta la fecha, ninguno de los dos se habíaarrepentido. Sin embargo, durante el último año poco importaban sus habilidades

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como vendedor; los ingresos habían caído en picado, al igual que el salario deSonny. Pero, en lugar de buscarse otra cosa, se apretó el cinturón y permaneció fiela su puesto. «A diferencia de mí, que he provocado la caída», pensó Mikael.

Al final, Mikael hizo de tripas corazón y entró en la redacción, que estabamedio vacía. Pudo ver a Erika en su despacho con el teléfono pegado a la oreja.Tan sólo dos de los colaboradores se encontraban en la redacción. Monika Nilsson,de treinta y siete años, era una hábil reportera especializada en temas políticos yprobablemente la cínica más consumada que Mikael había conocido en su vida.Llevaba nueve años en Millennium, donde se sentía muy a gusto. El colaboradormás joven de la redacción se llamaba Henry Cortez y tenía veinticuatro años.Había entrado directamente desde la Escuela Superior de Periodismo, dos añosantes, para hacer las prácticas, declarando que era en Millennium —y en ningúnotro sitio— donde quería trabajar. El presupuesto de Erika no daba paracontratarle, pero le ofrecieron una mesa en un rincón y le integraron en el equipocomo freelance fijo.

Encantados, los dos irrumpieron en gritos al ver a Mikael, y lo recibieron conbesos y unas palmadas en la espalda. Enseguida le preguntaron si pensaba volver,pero suspiraron decepcionados cuando les explicó que le quedaban todavía seismeses en Norrland y que sólo había pasado por allí para saludarlos y hablar conErika.

Erika también se alegró de verle; sirvió café y cerró la puerta de su despacho.Se interesó inmediatamente por la salud de Henrik Vanger. Mikael le explicó quesólo sabía lo que le había dicho Dirch Frode: su estado era grave, pero el viejotodavía seguía con vida.

—¿Qué haces en la ciudad?Mikael no supo qué decir. Milton Security estaba a sólo unas pocas

manzanas de distancia; su visita respondía más bien a un impulso espontáneo. Leparecía complicado explicarle a Erika que acababa de contratar a una asesorapersonal de una empresa de seguridad, la misma persona que había pirateado suordenador. Se encogió de hombros y dijo que se había visto obligado a bajar aEstocolmo por un asunto relacionado con Vanger y que regresaba de inmediato alnorte. Preguntó cómo les iba en la redacción.

—Aparte de las agradables noticias, tanto el número de anuncios como desuscriptores continúa subiendo, hay un nubarrón que se avecina por el horizonte.

—¿Ah, sí?—Janne Dahlman.—Claro.—En abril, poco después de que hiciéramos público que Henrik Vanger

entraba como socio, tuve que hablar seriamente con él. No sé si es así de negativopor naturaleza o si hay algo más. Tal vez esté jugando.

—¿Qué ocurrió?—Ya no me fío de él. Tras firmar el acuerdo con Henrik Vanger, Christer y yo

podíamos optar por informar inmediatamente a toda la redacción de que ya no

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corríamos el riesgo de tener que cerrar en otoño, o...—O avisar a unos cuantos colaboradores de manera selectiva.—Exacto. Quizá me haya vuelto paranoica, pero no quería arriesgarme a que

Dahlman filtrara la historia. Así que decidimos informar a toda la redacción elmismo día que se hizo pública la noticia. Por lo tanto, estuvimos callados durantemás de un mes.

—Bueno, eran las primeras noticias buenas que la redacción recibía enmuchos años. Todo el mundo lanzó gritos de júbilo, menos Dahlman. Bueno, yasabes que no somos precisamente la redacción más grande del mundo; o sea, trespersonas saltan de alegría, más el becario, y una persona se cabrea porque no lohan puesto al corriente del acuerdo con anterioridad...

—También tenía su parte de razón...—Ya lo sé. Lo que pasa es que seguía dando la lata sobre el tema un día sí y

otro también, y el ambiente de la redacción cayó en picado. Tras dos semanassoportando esa mierda lo llamé al despacho y le expliqué que la razón por la queno había informado a la redacción era porque no tenía confianza en él y no estabasegura de que supiera guardar silencio.

—¿Y cómo se lo tomó?—Evidentemente, se mostró muy herido e indignado. Yo no me eché atrás y

le di un ultimátum: o se espabilaba o ya podía ponerse a buscar otro trabajo.—¿Y?—Ha mejorado. Pero sólo va a lo suyo y hay mucha tensión entre él y el resto

de la redacción. Christer no le soporta y se lo demuestra muy claramente siempreque tiene ocasión.

—¿Qué es lo que sospechas de Dahlman?Erika suspiró.—No lo sé. Le contratamos hace un año, cuando ya habíamos empezado la

batalla con Wennerström. No puedo probar absolutamente nada, pero me da lasensación de que no trabaja para nosotros.

Mikael asintió con la cabeza.—Confía en tu instinto.—A lo mejor es sólo un cabrón que sigue sin encontrar su sitio y que va

creando mal rollo a su alrededor.—Es posible. Pero estoy de acuerdo contigo en que fue un error contratarle.Veinte minutos más tarde, Mikael pasaba por Slussen de camino al norte en

el coche que le había prestado la mujer de Dirch Frode, un Volvo de diez años queella no usaba nunca. Le había prometido dejárselo las veces que quisiera.

Se trataba de pequeños y sutiles detalles que Mikael habría pasado por alto sino hubiera estado más atento. Una pila de papeles algo menos ordenada de lo querecordaba. Un archivador no del todo colocado en su sitio en la estantería. Y elcajón de la mesa se hallaba completamente cerrado; Mikael recordabaperfectamente que se había quedado algo entreabierto cuando el día anteriorabandonó la isla de Hedeby para ir a Estocolmo.

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Se quedó un rato inmóvil, asaltado por la duda. Luego una total certidumbrese fue imponiendo en su interior: alguien había estado en su casa.

Salió al porche y miró a su alrededor. Había cerrado la puerta con llave, peroera una vieja cerradura normal y corriente; sin duda, se abría con un simpledestornillador. Por otra parte, sabe Dios cuántas copias de llaves circularían porallí. Volvió a entrar y examinó sistemáticamente su cuarto de trabajo por si habíadesaparecido algo. Al cabo de un rato llegó a la conclusión de que no faltaba nada.

No obstante, era un hecho más que evidente que alguien había entrado en lacasa para fisgonear en sus papeles y carpetas. El ordenador lo llevaba en el coche,así que eso no lo habían podido tocar. Dos preguntas le vinieron a la mente:¿quién?, y ¿cuánto habría sacado en claro aquel misterioso visitante?

Las carpetas formaban parte del material de Henrik Vanger que Mikael habíavuelto a llevar a la casa después de salir de la cárcel. No había nada nuevo. Loscuadernos de la mesa resultarían indescifrables para alguien no iniciado, pero lapersona que había estado revolviendo sus cajones ¿era alguien no iniciado?

Lo más grave era una pequeña funda de plástico donde había metido la listade los supuestos números de teléfono y una copia pasada a limpio de las citasbíblicas a las que hacían referencia. Quien estuviera husmeando en su estudiosabía ahora que Mikael había descifrado el código de la Biblia.

«¿Quién?»Henrik Vanger estaba en el hospital. De Anna, el ama de llaves, no

sospechaba. ¿Dirch Frode? Ya conocía todos los detalles... Cecilia Vanger habíacancelado su viaje a Florida y acababa de volver de Londres acompañada de suhermana. No se habían encontrado todavía, pero la vio a lo lejos el día anteriorcuando pasó el puente en un coche. Martin Vanger. Harald Vanger. Birger Vanger,que apareció un día después del infarto de Henrik, cuando lo convocaron a unconsejo familiar al que Mikael no había sido invitado. Alexander Vanger. IsabellaVanger: una mujer cualquier cosa menos simpática.

¿Con quién había hablado Frode? ¿Qué se le habría escapado? ¿Cuántos delos más allegados estaban al tanto de que Mikael, efectivamente, había abierto unabrecha en sus pesquisas?

Eran más de las ocho de la noche. Llamó a Låsjouren, en Hedestad, para quefueran a cambiarle la cerradura de la puerta. El cerrajero le dijo que podría ir al díasiguiente. Mikael prometió pagarle el doble si acudía inmediatamente. Acordaronque pasara sobre las diez y media de la noche para instalar una nueva cerradurade seguridad.

Sobre las ocho y media de la noche, mientras esperaba al cerrajero, Mikael seacercó a casa de Dirch Frode y llamó a la puerta. La mujer de Frode lo acompañóal jardín de detrás y le ofreció una cerveza fresca que Mikael aceptó con muchogusto. Quería saber cómo se encontraba Henrik Vanger.

Dirch Frode negaba con la cabeza.

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—Le han operado. Tiene una arteriosclerosis coronaria. El médico dice que elmero hecho de que esté vivo es esperanzador, pero los próximos días van a sercríticos.

Meditaron un rato acerca de esas palabras mientras se tomaban la cerveza.—¿Has hablado con él?—No. No estaba en condiciones. ¿Qué tal en Estocolmo?—Lisbeth Salander ha aceptado. Aquí está el contrato de Dragan Armanskij.

Lo tienes que firmar y luego enviárselo.Frode hojeó los papeles.—Nos va a salir cara —constató.—Henrik se lo puede permitir.Frode asintió, sacó un bolígrafo del bolsillo de su camisa y firmó con un

garabato.—Es mejor que lo firme mientras Henrik esté vivo. ¿Puedes pasar por el

buzón que hay al lado de Konsum?

A medianoche Mikael ya estaba acostado, pero le resultaba difícil conciliar elsueño. Hasta ese momento su estancia en la isla de Hedeby había tenido elcarácter de una investigación de curiosidades históricas. Pero si a alguien leinteresaban sus actividades lo suficiente como para entrar en su estudio, tal vez lahistoria tuviera más relación con el presente de lo que creía.

De repente se le ocurrió que había otras personas que también podríaninteresarse por lo que hacía. La súbita aparición de Henrik Vanger en la juntadirectiva de Millennium difícilmente habría pasado desapercibida para Hans-ErikWennerström. ¿O acaso este tipo de ideas indicaba que se estaba volviendoparanoico?

Mikael se levantó de la cama. Desnudo, se acercó a la ventana de la cocina yse quedó pensativo observando la iglesia. Encendió un cigarrillo.

No llegaba a entender a Lisbeth Salander. Tenía un comportamiento raro,con largas pausas en medio de la conversación. El desorden de su casa rayaba elcaos: una montaña de bolsas de periódicos en la entrada y una cocina que llevabaaños sin limpiar. Su ropa se esparcía por todo el suelo; obviamente, se habíapasado toda la noche de juerga. Los chupetones de su cuello evidenciaban quehabía disfrutado de compañía en la cama. Llevaba numerosos tatuajes por todo elcuerpo y un par de piercings en la cara. Y quién sabe en qué otros sitios. Enresumen, se trataba de una chica un tanto peculiar.

Pero, por otra parte, Armanskij le había asegurado que era la mejorinvestigadora de la empresa; y el detallado y minucioso informe sobre Mikaeldemostraba que, indudablemente, era muy meticulosa. «Una chica rara.»

Lisbeth Salander se hallaba delante de su PowerBook reflexionando sobre su

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reacción a la visita de Mikael Blomkvist. En su vida adulta, nunca había dejadoque nadie no invitado expresamente con anterioridad entrara en su casa; y esereducido grupo de personas se podía contar con los dedos de una mano. Mikaelhabía irrumpido en su vida desvergonzadamente y ella no fue capaz de reaccionarmás que con unas sosas protestas.

Y no sólo eso; le tomó el pelo. Se rió de ella.Normalmente, un comportamiento así la habría puesto en alerta para apretar

mentalmente el gatillo. Pero no sintió ni la más mínima amenaza ni enemistad porsu parte. Él tenía razones para echarle una buena bronca, incluso, tras descubrirque había pirateado su ordenador, para denunciarla a la policía. Pero también sehabía reído de eso.

Fue la parte más delicada de su conversación. Le dio la sensación de queMikael, conscientemente, evitaba sacar el tema, y al final ella no pudo resistirse ahacerle la pregunta.

—Has dicho que sabías lo que yo había hecho.—Eres una hacker. Has entrado en mi ordenador.—¿Cómo te has enterado?Lisbeth estaba perfectamente segura de no haber dejado rastro alguno y de

que su infracción no podría descubrirse a menos que un experto en seguridadinformática de alto nivel estuviese escaneando el disco duro en el preciso instanteen que ella entraba.

—Cometiste un error.Le explicó cómo ella había citado la versión de un texto que sólo existía en su

ordenador y en ningún otro sitio más.Lisbeth Salander permaneció callada un buen rato. Al final, lo miró con ojos

inexpresivos.—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Mikael.—Es un secreto. ¿Qué piensas hacer?Mikael se encogió de hombros.—¿Qué opciones tengo? Tal vez debería hablar contigo de la ética y de la

moral, y del peligro de hurgar en la vida privada de la gente.—Es lo mismo que haces tú como periodista.Mikael asintió con la cabeza.—Pues sí. Precisamente por eso los periodistas tenemos una comisión ética

que controla los aspectos morales. Cuando escribo un texto sobre un hijo de putadel mundo de la banca, no incluyo, por ejemplo, su vida sexual. No menciono queuna estafadora de cheques es lesbiana o que le pone hacerlo con su perro o cosasasí, aunque sea verdad. Incluso los cabrones tienen derecho a la intimidad, yresulta muy fácil herir a la gente atacando su forma de vida. ¿Entiendes lo quequiero decir?

—Sí.—En pocas palabras, has violado mi integridad personal. Mi jefe no necesita

saber con quién me acuesto. Eso es cosa mía.

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En la cara de Lisbeth Salander se dibujó una sonrisa torcida.—Crees que no debería haberlo mencionado.—En mi caso no tiene la mayor importancia. La mitad de Estocolmo conoce

mi relación con Erika. Es sólo una cuestión de principios.—Siendo así, quizá te gustaría saber que yo también tengo un principio; y mi

propia comisión ética. Yo lo llamo «El principio de Salander». Según él, un cabrónes siempre un cabrón; y si puedo hacerle daño descubriendo sus mierdas, es queentonces lo tiene bien merecido. Sólo le pago con la misma moneda.

—Vale —contestó Mikael Blomkvist, sonriendo—. Mis ideas tampoco distantanto de las tuyas, pero...

—Cuando investigo a alguien también tengo en cuenta mi opinión sobre él.No soy objetiva. Si parece una buena persona, puedo suavizar el informe.

—¿De verdad?—Fue lo que hice en tu caso. Podría haber escrito un libro sobre tu vida

sexual. Podría haberle contado a Frode que Erika Berger tiene un pasado en elClub Extreme y que en los años ochenta tonteó con el BDSM, lo cual, teniendo encuenta la naturaleza de vuestra vida sexual, habría creado, sin duda, ciertas einevitables asociaciones de ideas.

Las miradas de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander se cruzaron. Actoseguido él miró por la ventana y soltó una carcajada.

—Eres realmente meticulosa. ¿Por qué no lo has introducido en el informe?—Erika Berger y tú sois personas adultas y está claro que os queréis mucho.

Lo que hacéis en la cama no es asunto de nadie, y lo único que habría conseguidorevelando esos datos habría sido haceros daño o proporcionarle información aalguien para que os chantajeara. ¿Quién sabe? No conozco a Dirch Frode y elmaterial podría haber acabado en manos de Wennerström.

—¿Y no quieres proporcionarle información a Wennerström?—Si en un combate entre vosotros dos tuviera que elegir entre un rincón y

otro del cuadrilátero, creo que acabaría en el tuyo.—Erika y yo tenemos... nuestra relación es...—Me importa una mierda la relación que tengáis. Pero no has contestado a

mi pregunta: ¿qué piensas hacer ahora que sabes que he entrado en tu ordenador?El silencio que guardó Mikael fue casi tan largo como el de Lisbeth.—Lisbeth, no he venido a joderte. No pienso chantajearte. Estoy aquí para

pedirte que me ayudes con una investigación. Puedes contestar sí o no. Si me dicesque no, me largaré, buscaré a otra persona y nunca más sabrás nada de mí.

Reflexionó un instante; luego añadió sonriendo:—Eso si no te vuelvo a encontrar fisgando en mi ordenador.—Y entonces, ¿qué pasaría...?—Sabes mucho de mí. Algunas cosas son privadas y personales, pero el daño

ya está hecho. Sólo espero que no utilices contra mí o Erika Berger todo lo quesabes.

Ella lo observó con una mirada ausente.

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CAPÍTULO 19Jueves, 19 de junio - Domingo, 29 de junio

Mikael pasó dos días repasando todo su material, mientras aguardaba que leinformaran de si Henrik Vanger iba a sobrevivir o no. Se mantenía en permanentecontacto con Dirch Frode, quien, el jueves por la noche, pasó a verle paracomunicarle que, de momento, parecía que Henrik se hallaba fuera de peligro.

—Se encuentra débil, pero hoy he podido hablar un rato con él. Quiere vertecuanto antes.

El viernes, el día de Midsommar, a la una del mediodía, Mikael fue al hospitalde Hedestad y buscó la planta donde estaba ingresado Henrik Vanger. Se topó conun irritado Birger Vanger, que, cerrándole el paso, le manifestó de maneraautoritaria que Henrik Vanger no podía recibir visitas bajo ningún concepto.Mikael guardó la calma y miró fijamente al consejero municipal.

—¡Qué raro! Henrik Vanger me ha hecho llegar un mensaje en el que decíaexpresamente que quería verme hoy mismo.

—No eres de la familia; tú aquí no pintas nada.—Tienes razón, no pertenezco a la familia. Pero me rijo por mandato directo

de Henrik Vanger y sólo recibo órdenes de él.El encuentro podría haber derivado en una acalorada discusión si no hubiese

dado la casualidad de que, en ese preciso instante, Dirch Frode salió de lahabitación de Henrik.

—Ah, estás aquí. Henrik acaba de preguntar por ti.Frode abrió la puerta. Mikael pasó por delante de Birger Vanger y entró en la

habitación.Henrik Vanger parecía haber envejecido diez años en una semana. Tenía los

párpados entornados y un tubo de oxígeno metido por la nariz; su cabello estabamás alborotado que nunca. Una enfermera detuvo a Mikael poniéndole una manosobre el brazo.

—Dos minutos. No más. Y que no se emocione.Mikael asintió con la cabeza y se sentó en una silla para poder verle bien la

cara. Le invadió una ternura que le dejó perplejo, alargó la mano y la apretósuavemente contra la del viejo, flácida. Henrik Vanger empezó a hablar con unavoz débil y entrecortada.

—¿Novedades?Mikael asintió.—Te informaré en cuanto estés un poco mejor. No he resuelto el misterio

todavía, pero he encontrado nuevo material y estoy tirando de algunos hilos.

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Dentro de una semana o dos te diré si me han conducido a algún sitio.Henrik Vanger intentó mover la cabeza, pero no consiguió más que

parpadear, dando a entender que lo había comprendido.—Estaré fuera unos días.Henrik Vanger frunció el ceño.—No, no abandono el barco. Tengo que irme para investigar. Le he dicho a

Dirch Frode que le mantendré informado. ¿Te parece bien?—Dirch es... mi representante... en todos los sentidos.Mikael asintió con la cabeza.—Mikael... si no... salgo de ésta... quiero que, de todos modos, termines... el

trabajo.—Te lo prometo.—Le he firmado a Dirch... todos los poderes.—Henrik, quiero que te recuperes. Si te mueres ahora que he avanzado tanto

en el trabajo, me cabrearías muchísimo.—Dos minutos —dijo la enfermera.—Debo irme. La próxima vez que venga hablaremos largo y tendido.

Al salir al pasillo, Birger Vanger lo estaba esperando y lo detuvo poniéndoleuna mano sobre el hombro.

—No quiero que vuelvas a molestar a Henrik. Se encuentra gravementeenfermo y no debe, bajo ningún concepto, ponerse nervioso o emocionarse.

—Entiendo tu preocupación y tienes toda mi simpatía. No lo molestaré.—Todo el mundo sabe que Henrik te ha contratado para hurgar en su

pequeño hobby... Harriet. Dirch Frode dijo que Henrik se alteró mucho tras laconversación que mantuvisteis antes del infarto. Incluso me comentó que túpensabas que había sido por tu culpa.

—Ya no lo creo. Henrik Vanger tenía una arteriosclerosis coronaria aguda. Elsimple hecho de ir al baño le podría haber provocado un ataque. Supongo que, aestas alturas, ya lo sabrás.

—Exijo un control total sobre esa absurda historia. Estás metiendo las naricesen la vida de mi familia.

—En fin, como ya he dicho... trabajo para Henrik. No para la familia.Al parecer, Birger Vanger no estaba acostumbrado a que nadie le plantara

cara. Durante un breve instante, sin duda con el objetivo de infundirle respeto,clavó los ojos en Mikael, pero más que otra cosa le hizo parecer un alce henchidode arrogancia. Acto seguido, Birger Vanger se dio media vuelta y entró en lahabitación de Henrik.

Mikael refrenó el impulso de reírse. No le pareció oportuno hacerlo en elpasillo, delante de un Henrik enfermo postrado en una cama que podríaconvertirse en su lecho de muerte. Pero de pronto acudió a su mente una estrofadel abecedario rimado de Lennart Hyland, cuya publicación formó parte de una

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campaña de colecta de Radiohjälpen en los años sesenta y que, por algunaincomprensible razón, él había memorizado cuando aprendió a leer y escribir. Laletra A decía así: «Al alce solitario miro; en el bosque suena un tiro».

Mikael se topó con Cecilia Vanger en la entrada del hospital. Desde que ellaregresara de su interrumpido viaje, había intentado telefonearla al móvil unadocena de veces, pero Cecilia no le había contestado. Tampoco se encontraba encasa, en Hedeby, cuando pasaba y llamaba a su puerta.

—Hola, Cecilia —dijo—; siento mucho lo de Henrik.—Gracias —contestó ella, asintiendo con la cabeza.Mikael intentó adivinar sus sentimientos, pero no percibió en su rostro ni frío

ni calor.—Tenemos que hablar —dijo él.—Siento haberte ignorado de esta manera. Entiendo que estés enfadado, pero

ahora mismo no puedo ni con mi alma.Mikael tardó unos segundos en comprender lo que ella quería decir. Se

apresuró a ponerle una mano sobre el brazo y le sonrió.—Espera, me has entendido mal, Cecilia. No estoy enfadado en absoluto.

Confío en que podamos seguir siendo amigos, pero si no quieres verme... si ésa estu decisión, la respetaré.

—Las relaciones no son mi fuerte —dijo.—Tampoco el mío. ¿Tomamos un café?Señaló con la cabeza hacia la cafetería del hospital.Cecilia Vanger dudó.—No, hoy no. Quiero ver a Henrik ahora.—Vale, pero necesito hablar contigo de todos modos. Es un tema de trabajo.—¿Qué quieres decir?Cecilia se puso inmediatamente en guardia.—¿Te acuerdas de cuando nos conocimos, en enero, el día que viniste a

verme a mi casa? Te dije que nuestra conversación era off the record, y que si algunavez tuviera que hacerte preguntas de verdad, te lo comunicaría. Es referente aHarriet.

De repente, la cara de Cecilia Vanger se encendió de rabia.—¡Qué hijo de puta eres!—Cecilia, he encontrado cosas que, simplemente, necesito comentar contigo.Ella dio un paso hacia atrás.—¿No ves que toda esta jodida búsqueda de la condenada Harriet no es más

que una terapia para Henrik, algo con lo que entretenerse? ¿No te das cuenta deque quizá esté muriéndose allí arriba y de que lo que menos necesita ahora esemocionarse y albergar falsas esperanzas?

Se calló.—Tal vez sea un hobby para Henrik, pero da la casualidad de que he hallado

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nuevo material: el que nadie en treinta y cinco años ha sabido encontrar. Haypreguntas sin respuesta en la investigación; y yo trabajo por encargo de Henrik.

—Si Henrik se muere, esa maldita investigación se cerrará muy de prisa. Y teecharemos a patadas —le espetó Cecilia Vanger, pasando por delante de él.

Todo estaba cerrado. Hedestad estaba prácticamente desierto; la poblaciónentera parecía haberse ido a celebrar la fiesta de Midsommar al campo. Al final,Mikael encontró abierta la terraza del Stadshotellet; allí podría pedir café y unsándwich, y sentarse a leer los periódicos vespertinos. No había sucedido nadaimportante en el mundo.

Dejó los periódicos de lado y se puso a pensar en Cecilia Vanger. Ni a Henrikni a Dirch Frode les había contado nada sobre sus sospechas de que fue ella la queabrió la ventana de la habitación de Harriet. Temía que si lo hacía, la convertiría ensospechosa, y lo último que quería era hacerle daño. Pero tarde o tempranotendría que formularle la pregunta.

Se quedó en la terraza una hora, antes de decidirse a aparcarlo todomomentáneamente y dedicar la noche a otra cosa que no fuera la familia Vanger.Su móvil permanecía en silencio. Erika estaba de viaje divirtiéndose con su maridoen alguna parte, así que Mikael no tenía con quién hablar.

Regresó a la isla de Hedeby hacia las cuatro de la tarde y tomó otra decisión:dejar de fumar. Desde que estuvo en la mili había hecho ejercicio con regularidad,bien yendo al gimnasio o bien corriendo a lo largo de Söder Mälarstrand, peroperdió la costumbre por completo cuando empezaron los problemas con Hans-Erik Wennerström. Hasta que ingresó en la cárcel de Rullåker no volvió a levantarpesas, más que nada como terapia, pero desde que salió de allí se había movidomás bien poco. Ya era hora de volver a empezar. Decidido, se puso un chándal yempezó a correr a un ritmo bastante perezoso por el camino que iba a la cabaña deGottfried. Giró hacia La Fortificación y, saliéndose del camino, aceleró el pasocorriendo a campo través. No hacía orientación desde que estuvo en la mili, perosiempre le había gustado más correr por el bosque que en pistas. De vuelta haciael pueblo, siguió en paralelo a la valla que cercaba el terreno de la granja deOstergården. Se sentía completamente machacado cuando, jadeando, dio losúltimos pasos hasta su casa.

Sobre las seis de la tarde ya se había duchado. Mientras hervía unas patatas,puso en el jardín una mesa un poco coja con arenques a la mostaza acompañadosde cebolleta y huevo cocido. Se sirvió un chupito de aguardiente y se lo tomó a susalud. Luego abrió una novela policíaca titulada The Mermaids Singing, de ValMcDermid.

Alrededor de las siete, Dirch Frode pasó a verle y, algo apesadumbrado, sesentó en la silla de enfrente. Mikael le sirvió un chupito de Skåne.

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—Hoy has despertado bastantes resentimientos —le dijo Frode.—Ya me lo figuraba.—Birger Vanger es un payaso.—Ya lo sé.—Pero Cecilia Vanger no lo es y está furiosa contigo.Mikael asintió.—Me ha pedido que me encargue de que no continúes hurgando en los

asuntos privados de la familia.—Entiendo. ¿Y tu respuesta?Dirch Frode observó el chupito de Skåne y, acto seguido, se lo bebió de un

trago.—Mi respuesta es que Henrik me ha dado instrucciones muy claras sobre tu

cometido. Mientras no cambie de opinión, sigues contratado según el acuerdo quefirmamos. Lo que espero de ti es que hagas lo imposible para cumplir tu parte delcontrato.

Mikael asintió. Levantó la mirada a un cielo que amenazaba lluvia.—Se avecina una tormenta —dijo Frode—. Si el viento sopla con mucha

fuerza, yo te sujetaré; no te preocupes.—Gracias.Guardaron silencio durante un rato.—¿Me das otro trago? —preguntó Dirch Frode.Tan sólo unos minutos después de que Dirch Frode se fuera a su casa, Martin

Vanger frenó delante de la casita de invitados y aparcó su coche en el borde delcamino. Se acercó a saludar. Mikael le deseó una buena noche de Midsommar y leofreció un chupito de aguardiente.

—No, mejor no. Sólo voy a casa a cambiarme; luego tengo que coger el cochehasta la ciudad para pasar la noche con Eva.

Mikael aguardaba.—He hablado con Cecilia. Anda un poco nerviosa estos días; tiene una

relación muy estrecha con Henrik. Espero que la perdones si dice algo...desagradable.

—Yo quiero mucho a Cecilia —contestó Mikael.—Eso tengo entendido. Pero puede resultar complicada. Sólo quiero que

sepas que ella está totalmente en contra de que investigues en el pasado de lafamilia.

Mikael suspiró. Todo el mundo parecía comprender por qué Henrik lo habíacontratado.

—¿Y tú qué piensas?Martin Vanger hizo un gesto con la mano.—Henrik lleva décadas obsesionado con lo de Harriet. No lo sé... Era mi

hermana, pero, en cierto modo, ya me parece algo muy lejano. Dirch Frode dijoque tienes un contrato blindado que sólo Henrik en persona puede rescindir; y metemo que eso, en su estado actual, le haría más daño que otra cosa.

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—¿Así que quieres que continúe?—¿Has avanzado algo?—Lo siento, Martin, pero rompería mi contrato si te contara algo sin el

permiso de Henrik.—Entiendo —dijo, sonriendo—; Henrik es muy aficionado a las teorías

conspirativas. Pero no me gustaría que le infundieras falsas esperanzas.—Te lo prometo. Sólo hechos demostrables.—Bien... Por cierto, cambiando de tema: también hemos de pensar en otro

contrato. Con la enfermedad de Henrik y su incapacidad para cumplir con susdeberes en la junta directiva de Millennium, yo tengo la obligación de sustituirle.

Mikael aguardaba la continuación.—Creo que debemos convocar una reunión y analizar la situación.—Es una buena idea. Pero, si no he entendido mal, se ha decidido que la

próxima reunión no se celebre hasta agosto.—Ya lo sé, aunque a lo mejor habría que adelantarla.Mikael sonrió educadamente.—Es posible, pero no te estás dirigiendo a la persona apropiada. De

momento no formo parte de la junta de Millennium. Abandoné la revista endiciembre y no ejerzo ninguna influencia sobre la junta. Sugiero que te pongas encontacto con Erika Berger.

Martin Vanger no se esperaba esa respuesta. Reflexionó un instante y, actoseguido, se levantó.

—Tienes razón. Voy a hablar con ella.Se despidió de Mikael dándole unas palmaditas en el hombro y se fue hasta

el coche.Mikael se quedó mirándolo pensativo. Aunque Martin Vanger no se había

mostrado explícito, la amenaza flotaba claramente en el aire: la estabilidad deMillennium pendía de un hilo. Al cabo de un rato, Mikael se sirvió otro chupito yretomó la novela de Val McDermid.

Hacia las nueve, la gata parda apareció frotándose contra sus piernas. Lalevantó y la rascó por detrás de las orejas.

—Ya somos dos aburriéndonos esta noche —dijo.Apenas empezó a llover, entró y se acostó. La gata quiso quedarse fuera.

Ese mismo viernes de Midsommar, Lisbeth Salander sacó su Kawasaki ydedicó la mañana a darle un buen repaso. Una moto de 125 centímetros cúbicos talvez no fuera la máquina más chula del mundo, pero era suya y sabía manejarla. Lahabía puesto a punto ella misma y había trucado el motor para poder correr más.

A mediodía se puso el casco y el mono de cuero y se fue a la residencia deÄppelviken, donde pasó la tarde en el parque con su madre. Lisbeth sentía unapunzada de inquietud y mala conciencia. Durante las tres horas que estuvieronjuntas, sólo intercambiaron unas pocas palabras sueltas. Su madre parecía más

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ausente que nunca y ni siquiera dio la impresión de saber con quién estabahablando.

Mikael perdió varios días intentando identificar el coche con la matrícula AC.Tras numerosos quebraderos de cabeza y gracias, finalmente, a la ayuda de unmecánico jubilado de Hedestad al que consultó, pudo saber que se trataba de unFord Anglia; al parecer, un modelo normal y corriente del que Mikael no habíaoído hablar en su vida. Luego contactó con un funcionario de Tráfico para ver quéposibilidades había de conseguir un listado de todos los Ford Anglia que en 1966tuvieran una matrícula que empezara por AC3. Tras unas cuantas averiguacionesmás, le comunicaron que ese tipo de excavaciones arqueológicas tal vez sepudieran realizar en el registro de Tráfico, pero que les llevaría mucho tiempo y sealejaba un poco de lo que se consideraba el derecho del ciudadano a lainformación pública.

Hasta varios días después de la fiesta de Midsommar Mikael no se puso alvolante del Volvo para enfilar la autopista E4 en dirección norte. Nunca le habíagustado correr con el coche, así que condujo sin prisas. Justo antes del puente deHärnösand, paró y se tomó café en la pastelería de Vesterlund.

La siguiente parada fue Umeå, donde entró en un bar de carretera paracomer. Compró una guía de carreteras y continuó hasta Skellefteå, donde tomó eldesvío de la izquierda hacia Norsjö. Llegó a las seis de la tarde y se alojó en elhotel Norsjö.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, empezó su búsqueda. Lacarpintería de Norsjö no figuraba en el listín telefónico. La recepcionista de esehotel polar, una chica de unos veinte años, no había oído hablar jamás de laempresa.

—¿A quién se lo podría preguntar?Por un momento pareció desconcertada, hasta que se le iluminó la cara y dijo

que iba a llamar a su padre. Dos minutos después regresó y le comunicó que lacarpintería se había cerrado a principios de los años ochenta. No obstante, siMikael necesitaba hablar con alguien que supiera más de la empresa, debíadirigirse a un tal Burman, quien trabajó allí como encargado y ahora vivía en unacalle llamada Solvändan.

Norsjö era un pequeño pueblo que contaba con una calle principal, muyacertadamente bautizada como Storgatan [“la calle mayor”], la cual se extendíapor todo el pueblo, flanqueada por tiendas y calles perpendiculares con bloquesde apartamentos. En la entrada este había una pequeña zona industrial y unosestablos; en la salida oeste se alzaba una iglesia de madera de una insólita belleza.Mikael advirtió que la población también contaba con una iglesia de losMisioneros y otra pentecostal. En el tablón de anuncios de delante de la estación

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de autobuses un cartel promocionaba un museo de caza y otro de esquiadores defondo. Por su parte, un viejo póster anunciaba que Veronika había cantado allí enla fiesta de Midsommar. Mikael recorrió el pueblo andando, de punta a punta, enpoco más de veinte minutos.

La calle de Solvändan, situada a unos cinco minutos del hotel, estabaflanqueada en su totalidad por chalés. Cuando llamó al timbre, no abrió nadie.Eran las nueve y media de la mañana y Mikael supuso que el tal Burman seencontraría en el trabajo o que, si era pensionista, habría salido a realizar algunagestión.

La siguiente parada fue la ferretería de Storgatan. Si vives en Norsjö, tarde otemprano acabas visitando la ferretería, razonó Mikael. En la tienda había dosdependientes; Mikael eligió al que le parecía mayor, de unos cincuenta años.

—Hola, estoy buscando a una pareja que probablemente viviera aquí, enNorsjö, en los años sesenta. Es posible que el hombre trabajara en la carpintería deNorsjö. No sé cómo se llaman, pero tengo dos fotografías hechas en 1966.

El dependiente pasó un buen rato estudiando las fotos, pero al final negó conla cabeza lamentando no reconocer ni al hombre ni a la mujer.

A la hora de comer, Mikael se tomó un perrito caliente en el quiosco decomida rápida, junto a la estación de autobuses. Había dejado atrás las tiendas ypasado por las oficinas del Ayuntamiento, por la biblioteca y por la farmacia. En lacomisaría de policía no había nadie; ya en la calle, Mikael empezó a preguntar alazar a la gente mayor. Sobre las dos de la tarde dos mujeres jóvenes que,lógicamente, no reconocieron a la pareja de la foto, le dieron, sin embargo, unabuena idea.

—Si la foto está hecha en 1966, esas personas tendrán, en la actualidad, unossesenta años por lo menos. ¿Por qué no te acercas a la residencia de Solbacka ypreguntas allí?

En la recepción de la residencia, Mikael se presentó a una mujer de unostreinta años y le explicó el tema. Ella le lanzó una mirada llena de desconfianza,pero al final se dejó convencer. Acompañó a Mikael al cuarto de estar, donde,durante una media hora, mostró las fotos a una gran cantidad de ancianos dediversa edad, pero todos mayores de setenta años. Fueron muy amables, aunqueninguno de ellos pudo identificar a las personas fotografiadas en Hedestad en1966.

Hacia las cinco volvió de nuevo a Solvändan y llamó a la puerta de Burman.Esta vez corrió mejor suerte. Los Burman, tanto el señor como la señora, eranpensionistas y habían pasado el día fuera. Lo invitaron a entrar en la cocina, dondela mujer se puso de inmediato a preparar café, mientras Mikael explicaba elmotivo de su visita. Igual que en los anteriores intentos de ese día, no hubo suerte.Burman se rascó la cabeza, encendió una pipa y al cabo de un rato constató que noconocía a las personas de la foto. La pareja hablaba un dialecto de Norsjö tancerrado que, a ratos, le costaba mucho entenderlos. Ella empleaba palabras comoknövelhära para referirse al pelo rizado.

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—Pero tienes razón, se trata de una pegatina de la carpintería —comentó elmarido—. Has sido muy astuto al reconocerla. El problema es que las repartíamosa diestro y siniestro. A transportistas, a gente que compraba o entregaba madera, areparadores, a maquinistas y a muchos otros.

—Encontrar a esta pareja está resultando más complicado de lo que mefiguraba.

—¿Por qué los buscas?Mikael había decidido decir la verdad si alguien le preguntaba. Cualquier

intento de inventar una historia alrededor de la pareja de la foto sólo sonaría ainverosímil y crearía confusión.

—Es una larga historia. Investigo un crimen que tuvo lugar en Hedestad en1966 y creo que hay una posibilidad, aunque sea minúscula, de que las personasde la foto puedan haber visto lo que ocurrió. No son en absoluto sospechosos, niconscientes, seguramente, de que tal vez posean la información que puederesolver este caso.

—¿Un crimen? ¿Qué tipo de crimen?—Lo siento, pero no puedo revelar más datos. Comprendo lo misterioso que

resulta que alguien aparezca, después de casi cuarenta años, buscando a estaspersonas, pero el crimen sigue sin resolverse. Y estas nuevas pistas han salido a laluz hace muy poco.

—Entiendo. Bueno, la verdad es que tienes entre manos un asunto bastanteextraño.

—¿Cuánta gente trabajaba en la carpintería?—Normalmente, la plantilla estaba formada por cuarenta personas. Yo

trabajé allí desde que tenía diecisiete años, a mediados de la década de loscincuenta, hasta que se cerró la carpintería. Luego me hice transportista.

Burman reflexionó un rato.—Lo que sí te puedo decir es que el chaval de la fotografía nunca trabajó en

la carpintería. Quizá fuera transportista, pero creo que en tal caso le reconocería.Claro que también existe otra posibilidad: puede que su padre o algún otrofamiliar trabajara en la carpintería y que el coche no fuera suyo.

Mikael asintió.—Es verdad que hay muchas posibilidades. ¿Se te ocurre con quién podría

hablar?—Sí —dijo Burman, asintiendo—. Pásate mañana por la mañana: daremos

una vuelta y charlaremos con algunos compañeros.

Lisbeth Salander se encontraba ante un problema metodológico de ciertaimportancia. Era experta en sacar información sobre quien fuera, pero su punto departida siempre había sido un nombre y el número de identificación personal dealguien vivo. Si el individuo en cuestión aparecía en algún registro informático —donde necesariamente figuraba todo el mundo—, la presa caería de inmediato en

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su telaraña. Si tenía un ordenador conectado a Internet, una dirección de correoelectrónico o, incluso, quizá, una página web propia —como casi todas laspersonas que eran objeto de las investigaciones especiales de Lisbeth Salander—,podía revelar sus secretos más íntimos.

El trabajo que le había encargado Mikael Blomkvist era completamentediferente. Ahora la tarea consistía, sencillamente, en intentar averiguar cuatronúmeros de identificación personal partiendo de unos datos extremadamentepobres. Además, esas mujeres vivieron hacía varias décadas; lo más probable esque no constaran en ningún registro informático.

La tesis de Mikael, basada en el caso Rebecka Jacobsson, consistía en quetodas ellas habían sido víctimas de un asesino. Aparecerían, por tanto, en diversasinvestigaciones policiales no resueltas. No había ninguna indicación sobre cuándoni dónde tuvieron lugar esos supuestos homicidios; tan sólo que debían haberseproducido antes de 1966. Se hallaba, pues, ante una situación completamentenueva.

«Bueno, ¿cómo lo haré?»Encendió el ordenador, entró en la página de Google y escribió «Magda +

asesinato», la forma más sencilla de búsqueda. Para su gran asombro, encontró unresultado de inmediato. La primera página que apareció fue la programación deTV Värmland, la televisión regional de Karlstad, anunciando un episodio de laserie Los crímenes de Värmland que se emitió en 1999. Luego encontró una brevepresentación en el Värmlands Folkblad:

Dentro de la serie Los crímenes de Värmland le ha llegado el turno al caso deMagda Lovisa Sjöberg, de Ranmoträsk, un misterioso y desagradable homicidioque tuvo ocupada a la policía de Karlstad hace varias décadas. En abril de 1960 seencontró a la granjera Lovisa Sjöberg, de cuarenta y seis años, brutalmenteasesinada en el establo de la granja familiar. El reportero Claes Gunnars describelas últimas horas de su vida y la infructuosa búsqueda del asesino. En su día, elcrimen causó un gran revuelo, al tiempo que se presentaron numerosas teoríassobre la identidad del culpable. En el programa participa un joven pariente de lavíctima, que cuenta cómo las acusaciones hechas contra él le arruinaron la vida.20.00 h.

Lisbeth encontró más información de utilidad en un artículo titulado «El casoLovisa conmocionó a un pueblo entero», publicado en Värmlandskultur, cuyostextos se colgaron íntegramente en la red algún tiempo después de su publicaciónen la revista. Con evidente deleite, y en un tono coloquial que incitaba a lacuriosidad, se explicaba cómo el marido de Lovisa Sjöberg, el leñador HolgerSjöberg, encontró muerta a su esposa al volver del trabajo, a eso de las cinco de latarde. Había sido víctima de una extrema violencia sexual; luego la apuñalaron yfinalmente la asesinaron clavándole una horquilla de campesino. El crimen secometió en el establo, pero lo que más llamó la atención del caso fue que el

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asesino, tras consumar el acto, la obligó a arrodillarse en uno de loscompartimentos destinados a los caballos y la amarró.

Posteriormente se descubrió que uno de los animales de la granja, una vaca,mostraba en el cuello una herida provocada por un navajazo.

Al principio se sospechó del marido, pero éste pudo presentar una coartadaperfecta: desde las seis de la mañana estuvo talando árboles, a unos cuarentakilómetros de la casa, con sus compañeros de trabajo. Quedó demostrado queLovisa Sjöberg seguía con vida a las diez de la mañana, cuando recibió la visita deuna vecina. Nadie había oído ni visto nada; la granja se hallaba a casicuatrocientos metros del vecino más cercano.

Después de descartar al marido como principal sospechoso, la investigaciónpolicial se centró en un sobrino de la víctima, de veintitrés años de edad. Éstehabía tenido problemas con la ley en repetidas ocasiones y había sufridodificultades económicas; de hecho, su tía le tuvo que prestar varias veces pequeñassumas de dinero. La coartada del sobrino era considerablemente más débil. Estuvodetenido un tiempo, pero al final lo soltaron por falta de pruebas. A pesar de eso,mucha gente del pueblo consideraba muy probable que fuera culpable.

La policía también siguió otras numerosas pistas. Gran parte de lainvestigación giró en torno a la búsqueda de un misterioso vendedor ambulanteque había sido visto por la zona. Tampoco ignoraron un rumor sobre un grupo de«gitanos ladrones» que, supuestamente, estuvieron rondando por aquellas tierras.Pero ¿qué motivo les iba a llevar a cometer un brutal asesinato de carácter sexualsin robar nada? Eso nunca les quedó muy claro.

Durante un tiempo, el interés se centró en un vecino del pueblo, un solteroque en su juventud había sido sospechoso de un delito homosexual —esto ocurrióen una época en la que la homosexualidad era ilegal— y que, según variostestimonios, tenía fama de «raro». Pero tampoco quedaba claro el motivo por elque un homosexual cometería un crimen sexual contra una mujer. Ni éstas ni otraspistas condujeron jamás a una detención o a una sentencia judicial.

Lisbeth Salander concluyó que la vinculación con la lista de la agendatelefónica de Harriet Vanger resultaba evidente. La cita bíblica del tercer libro delPentateuco (20:16) rezaba: «Si una mujer se acerca a una bestia para unirse conella, matarán a la mujer y a la bestia: ambas serán castigadas con la muerte y susangre caerá sobre ellas». No podía ser casual que una granjera llamada Magdahubiera sido encontrada muerta en un establo, con el cuerpo atado eintencionadamente colocado en un compartimento destinado a caballos.

La pregunta era por qué Harriet Vanger apuntó el nombre de Magda en vezdel de Lovisa, como se conocía a la víctima. Si no hubiese aparecido el nombrecompleto en el anuncio del programa televisivo, Lisbeth lo habría pasado por alto.

Y, por supuesto, la cuestión más importante: ¿había un vínculo entre elasesinato de Rebecka en 1949, el de Magda Lovisa en 1960 y la desaparición deHarriet Vanger en 1966? Y en tal caso, ¿cómo diablos se habría enterado HarrietVanger?

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El sábado Burman se llevó a Mikael a dar un infructuoso paseo por Norsjö. Alo largo de la mañana visitaron a cinco de los antiguos empleados de lacarpintería, que vivían cerca: tres en el centro de Norsjö y dos en Sörbyn, a lasafueras. Todos les invitaron a tomar café. Y todos negaron con la cabeza trascontemplar las fotos.

Después de una sencilla comida en casa de los Burman, cogieron el cochepara dar otra vuelta. Visitaron cuatro pueblos en los alrededores de Norsjö, dondealgunos ex trabajadores de la carpintería tenían fijada su residencia. En cadaparada, Burman fue recibido con simpatía, pero nadie pudo ayudarles con laidentificación. Mikael empezó a desesperarse y a preguntarse si el viaje a Norsjöno habría sido más que un callejón sin salida.

Hacia las cuatro de la tarde, Burman aparcó delante de una típica granjapintada de rojo de la comarca de Västerbotten, en Norsjövallen, al norte de Norsjö,donde Mikael fue presentado a Henning Forsman, maestro carpintero jubilado.

—Pero ¡si es el chaval de Assar Brännlund! —exclamó Henning Forsman enel mismo momento en que Mikael le enseñó la foto.

«Bingo.»—Anda, ¿así que ése es el chico de Assar? —dijo Burman, y añadió

dirigiéndose a Mikael—: Era comprador.—¿Dónde podría localizarle?—¿Al chaval? Bueno, tendrías que remover mucha tierra. Se llamaba Gunnar

y trabajaba en una de las minas de Boliden. Murió en una explosión que hubo amediados de los setenta.

«Maldita sea.»—Pero su mujer está viva. Es la de la foto. Se llama Mildred y vive en

Bjursele.—¿Bjursele?—Está a unos diez kilómetros de aquí, cogiendo la carretera que va a

Bastuträsk. La encontrarás en la casa roja alargada que hay a mano derecha nadamás entrar en el pueblo. Es la tercera casa. Conozco muy bien a la familia.

—Hola, me llamo Lisbeth Salander y estoy trabajando en una tesis decriminología sobre la violencia sufrida por las mujeres durante el siglo XX. Megustaría visitar el distrito policial de Landskrona para leer los informes de un casode 1957. Se trata del asesinato de una mujer llamada Rakel Lunde, de cuarenta ycinco años de edad. ¿Tiene alguna idea de dónde se podrían encontrar esosdocumentos actualmente?

Bjursele parecía un póster turístico que promocionaba la vida rural de la

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comarca de Västerbotten. El pueblo estaba compuesto por una veintena de casas,más o menos apiñadas en semicírculo y a lo largo de la orilla de un lago. En mediodel pueblo había un cruce de caminos con una flecha apuntando haciaHemmingen, a once kilómetros, y otra señalando hacia Bastuträsk, a diecisietekilómetros. Junto al cruce había un pequeño puente con un riachuelo; Mikaelsupuso que era el de Bjur. En pleno verano resultaba muy bonito, como unapostal.

Mikael aparcó en la explanada de un supermercado Konsum abandonado, alotro lado de la carretera y casi enfrente de la tercera casa a mano derecha. Llamó ala puerta, pero no había nadie.

Durante una hora estuvo paseando por el camino de Hemmingen. Pasó porun sitio donde el riachuelo se convertía en una corriente rápida. Se cruzó con dosgatos y divisó un ciervo a lo lejos, pero no vio ni a una sola persona antes de dar lavuelta. La puerta de Mildred Brännlund permanecía cerrada.

De un poste que se levantaba junto al puente colgaba un viejo y descoloridocartel que invitaba a participar en el BTCC 2002, algo que debería leerse como«Bjursele Tukting Car Championship 2002». Al parecer, se trataba de unentretenimiento invernal que consistía en hacer carreras de coches, sobre el hielodel lago, hasta destrozarlos. Mikael contempló pensativo el póster.

Esperó hasta las diez de la noche antes de rendirse y volver a Norsjö, dondecenó y se acostó para leer el desenlace de la novela de Val McDermid.

Fue espeluznante.

Sobre las diez de la noche, Lisbeth Salander adjuntó otro nombre a la lista deHarriet Vanger. Lo hizo con grandes dudas y tras haber meditado el tema durantehoras y horas.

Había descubierto un atajo. A intervalos relativamente regulares sepublicaban textos sobre casos de crímenes no resueltos, y en un suplementodominical de un periódico vespertino encontró un artículo de 1999 titulado«Varios asesinos de mujeres andan todavía sueltos». El artículo era recopilatorio,de modo que allí figuraban los nombres y las fotografías de unas cuantas víctimasde llamativos crímenes: el caso Solveig de Norrtälje, el asesinato de Anita enNorrköping, el de Margareta en Helsingborg, y otros similares.

El más antiguo de los casos recogidos era uno de los años sesenta; ningunoencajaba con los de la lista que Mikael le había dado a Lisbeth. Sin embargo, uno lellamó la atención.

En el mes de junio de 1962, una prostituta de Gotemburgo de treinta y dosaños de edad, llamada Lea Persson, viajó a Uddevalla para visitar a su hijo denueve años, que vivía con su abuela. Un par de días después, un domingo por lanoche, Lea abrazó a su madre, se despidió y se marchó para coger el tren deregreso a Gotemburgo. La encontraron dos días más tarde, detrás de uncontenedor abandonado en el solar de un polígono industrial. La habían violado y

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su cuerpo había sido sometido a una violencia extremadamente salvaje.El asesinato de Lea dio lugar a una serie de artículos por entregas publicados

por el periódico durante aquel verano, que despertaron gran interés. Pero nuncase llegó a identificar al culpable. En la lista de Harriet no había ni una sola Lea. Yel crimen tampoco encajaba con ninguna de las citas bíblicas.

Sin embargo, existía una circunstancia tan peculiar que el radar de LisbethSalander se activó inmediatamente. A unos diez metros del lugar donde seencontró el cadáver había una maceta con una paloma. Alguien había colocadouna cuerda alrededor del cuello del ave y la había pasado por el agujero de la basede la maceta. Luego, el tiesto fue colocado encima de un pequeño fuego encendidoentre dos ladrillos. No hallaron pruebas que vincularan la tortura del animal conel asesinato de Lea; podría tratarse de algún cruel juego de niños, pero en losmedios de comunicación el caso fue conocido como «el asesinato de la paloma».

Lisbeth Salander no había leído nunca la Biblia —ni siquiera poseía unejemplar—, pero por la tarde subió a la iglesia de Högalid y, tras no poco esfuerzo,consiguió que le prestaran una. Se sentó en un banco del parque delante de laiglesia y se puso a leer el Levítico. Al llegar al capítulo 12, versículo 8, arqueó lascejas. El capítulo 12 trataba de la purificación de la parturienta:

Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dospichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y elsacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.

Lea podría haber figurado perfectamente en la agenda de Harriet como Lea:31208.

Lisbeth Salander se dio cuenta de que ninguna investigación de las que habíallevado a cabo con anterioridad poseía ni una mínima parte de las dimensionesque presentaba esta misión.

Mildred Brännlund, casada por segunda vez y cuyo actual apellido eraBerggren, abrió cuando Mikael Blomkvist llamó a la puerta de su casa hacia lasdiez de la mañana del domingo. La mujer era casi cuarenta años más vieja y teníaaproximadamente el mismo número de kilos de más, pero Mikael la reconocióinmediatamente por la fotografía.

—Hola, me llamo Mikael Blomkvist. Usted debe de ser Mildred Berggren.—Sí, efectivamente.—Le pido disculpas por presentarme así, sin avisar, pero llevo un tiempo

intentando localizarla para un asunto que me resulta bastante complicado explicar—dijo Mikael, sonriendo—. ¿Podría entrar y pedirle que me dedicara un momentode su tiempo?

Tanto el marido como el hijo, este último de treinta y cinco años, estaban encasa, así que Mildred no tuvo ningún reparo en dejar pasar a Mikael y lo condujo

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hasta la cocina. Les dio la mano a todos. Durante los últimos días Mikael habíatomado más café que en toda su vida, pero a estas alturas había aprendido que enNorrland resultaba descortés rechazar una invitación. Cuando las tazas de caféestuvieron en la mesa, Mildred se sentó y preguntó con curiosidad en qué podíaservirle. A Mikael le costó entender su dialecto y ella cambió al sueco estándar.

Mikael inspiró profundamente.—Se trata de una extraña y larga historia. En el mes de septiembre de 1966,

usted se encontraba en Hedestad en compañía del que era entonces su marido,Gunnar Brännlund.

Ella pareció asombrarse. Mikael esperó a que la mujer asintiera con la cabezapara ponerle la fotografía de Järnvägsgatan sobre la mesa.

—Fue entonces cuando se hizo esta foto. ¿Se acuerda usted?—¡Oh, Dios mío! —exclamó Mildred Berggren—. De eso hace ya una

eternidad...Su actual marido y su hijo se acercaron y miraron la foto.—Era nuestra luna de miel. Habíamos ido en coche a Estocolmo y Sigtuna, y

ya estábamos de regreso; recuerdo que nos paramos en algún sitio. ¿Ha dichoHedestad?

—Sí, Hedestad. Esta fotografía se hizo aproximadamente a la una delmediodía. Llevo mucho tiempo intentando identificarla; no ha sido fácil.

—Encuentra una vieja foto mía y me busca. No entiendo cómo lo haconseguido.

Le enseñó la foto del aparcamiento.—He podido localizarla gracias a ésta, que se sacó un poco más tarde ese

mismo día.Mikael le explicó cómo había dado con Burman, a través de la carpintería de

Norsjö, lo que, a su vez, lo llevó hasta Norsjövallen y Henning Forsman.—Supongo que tiene una buena razón para su extraña búsqueda.—La tengo. Esta chica que está delante de usted en esta foto se llamaba

Harriet. Desapareció aquel día y la opinión general es que fue víctima de unasesinato. Déjeme que le enseñe lo que pasó.

Mikael sacó su iBook y puso a Mildred Berggren en antecedentes mientras elordenador arrancaba. Luego mostró la serie de imágenes que revelaban cómo lacara de Harriet iba cambiando de expresión.

—Fue al repasar estas viejas fotos cuando la descubrí a usted. Con la cámaraen la mano, detrás de Harriet. Parece ser que está haciendo una foto justamente delo que ella está viendo, de lo que desencadenó su reacción. Sé que se trata de unaapuesta muy arriesgada, pero la razón de mi visita es preguntarle si todavíaconserva las fotos de aquel día.

Mikael estaba preparado para oír que habían desaparecido, que la películanunca llegó a revelarse o que la habían tirado. Sin embargo, Mildred Berggrenmiró a Mikael con unos ojos azul claro y dijo, con la mayor naturalidad delmundo, que, por supuesto, conservaba todas las viejas fotos de sus vacaciones.

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Se dirigió a otra habitación y al cabo de un par de minutos volvió con unacaja donde guardaba una gran cantidad de fotos, metidas en distintos álbumes. Lellevó un rato encontrar las de aquel viaje. Había hecho tres en Hedestad. Una,borrosa, mostraba la calle principal. En otra salía su ex marido. La tercera era delos payasos del desfile del Día del Niño.

Mikael se inclinó hacia delante ansiosamente. Vio una figura al otro lado dela calle. Pero no le decía absolutamente nada.

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CAPÍTULO 20Martes, 1 de julio - Miércoles, 2 de julio

Al volver a Hedestad, lo primero que hizo Mikael por la mañana fue pasar aver a Dirch Frode para interesarse por la salud de Henrik Vanger. Se enteró de queel viejo había mejorado mucho a lo largo de la semana anterior. Seguía estandodébil y delicado, pero al menos podía incorporarse en la cama. Su estado ya no seconsideraba crítico.

—Gracias a Dios —dijo Mikael—. Me he dado cuenta de que le tengo muchocariño.

Dirch Frode asintió con la cabeza.—Ya lo sé. Henrik también te aprecia. ¿Qué tal el viaje por el norte?—Exitoso e insatisfactorio. Ya te lo contaré, pero primero necesito

preguntarte algo.—Adelante.—¿Qué pasará con Millennium si se muere Henrik?—Nada. Martin entrará en la junta.—¿Existe algún riesgo, hipotéticamente hablando, de que Martin pueda

crearnos problemas en Millennium si no abandono la investigación sobre ladesaparición de Harriet?

Dirch Frode le clavó la mirada.—¿Qué ha pasado?—En realidad, nada.Mikael le refirió la conversación mantenida con Martin Vanger el día de

Midsommar.—Cuando volvía de Norsjö, Erika me llamó y me contó que Martin había

hablado con ella pidiéndole que insistiera en que me necesitaban en la redacción.—Entiendo. Habrá sido cosa de Cecilia. Pero no creo que Martin te vaya a

chantajear. Es demasiado honrado para hacer una cosa así. Y recuerda que yotambién estoy en la junta de esa pequeña filial que creamos al entrar enMillennium.

—Y si las cosas llegaran a complicarse, ¿cuál sería, entonces, tu postura?—Los contratos están para cumplirlos. Yo trabajo para Henrik. Nuestra

amistad dura ya cuarenta y cinco años, y somos bastante parecidos cuando se tratade ese tipo de cosas. Si Henrik muriera, la verdad es que sería yo, no Martin, quienheredaría la parte que Henrik posee en la empresa. Tenemos un contratocompletamente blindado donde nos comprometemos a apoyar a Millenniumdurante tres años. Si Martin quisiera hacernos una jugarreta, cosa que no creo,

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como mucho podría disuadir a unos cuantos anunciantes.—Que son la base de la existencia de Millennium.—Vale, pero míralo de esta manera: dedicarse a ese tipo de mezquindades

requiere mucho tiempo. En la actualidad Martin está luchando por lasupervivencia industrial del Grupo y trabaja catorce horas diarias. No tienedemasiado tiempo para nada más.

Mikael se quedó pensativo un rato.—¿Puedo preguntarte algo? Sé que no es asunto mío, pero ¿cuál es la

situación general del Grupo?El semblante de Dirch Frode se tornó serio.—Tenemos problemas.—Sí, bueno; hasta ahí llega incluso un periodista económico normal y

corriente como yo. Pero ¿hasta qué punto son serios esos problemas?—¿Entre nosotros?—Sólo entre nosotros.—Durante las últimas semanas hemos perdido dos importantes encargos en

la industria electrónica, y, además, están a punto de echarnos del mercado ruso.En septiembre nos veremos obligados a despedir a mil seiscientos empleados enÖrebro y Trollhättan. ¡Menudo regalo para la gente que lleva trabajando tantosaños en el Grupo! Cada vez que cerramos una fábrica, la confianza en el Grupo sereduce un poco más.

—Martin Vanger se encuentra bajo mucha presión.—Está llevando la carga de un buey andando sobre huevos.

Mikael volvió a casa y llamó a Erika, que no se encontraba en la redacción.En su lugar habló con Christer Malm.

—La situación es ésta: ayer, cuando regresaba de Norsjö en coche, me llamóErika. Martin Vanger había contactado con ella y, por decirlo de alguna forma, laanimaba a proponer que yo asumiera una mayor responsabilidad en la redacción.

—Completamente de acuerdo —dijo Christer.—Muy bien. Pero el caso es que tengo un contrato con Henrik Vanger que no

puedo romper, y Martin actúa por encargo de una persona que quiere que yo dejede husmear y desaparezca del pueblo. O sea, su propuesta no es más que unintento de echarme de aquí.

—Entiendo.—Dile a Erika que volveré a Estocolmo cuando haya terminado lo de aquí.

No antes.—Vale. Estás loco de remate, pero se lo diré.—Christer, aquí pasa algo y no estoy dispuesto a abandonar el barco.Christer suspiró profundamente.Mikael se acercó hasta la casa de Martin Vanger. Eva Hassel abrió la puerta y

lo saludó amablemente.

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—Hola. ¿Está Martin?Como respuesta a la pregunta, Martin Vanger salió con un maletín en la

mano. Le dio un beso a Eva Hassel en la mejilla y saludó a Mikael.—Me iba ya a la oficina. ¿Querías hablar conmigo?—Puedo esperar si tienes prisa.—Dime.—No voy a regresar a Estocolmo ni empezar a trabajar en la redacción de

Millennium hasta que haya terminado el encargo de Henrik. Te informo de estoahora para que no cuentes conmigo en la junta antes de fin de año.

Martin Vanger se quedó pensativo.—Ya veo. Crees que deseo quitarte de en medio. —Martin hizo una pausa—.

Mikael, ya hablaremos de esto en otra ocasión. No tengo tiempo para dedicarme ahobbies como la junta de Millennium; ojalá no hubiera accedido a la propuesta deHenrik. Pero créeme, haré lo que esté en mi mano para que Millennium sobreviva.

—Nunca he dudado de eso —contestó Mikael educadamente.—Si nos reunimos la semana que viene, repasaremos las cuentas y te diré lo

que pienso de la situación. Pero mi postura no ha cambiado; creo sinceramenteque Millennium no puede permitirse que uno de sus personajes clave esté aquí enHedeby de brazos cruzados. Me gusta la revista y opino que juntos lafortaleceremos, pero para llevarlo a cabo te necesitamos a ti. Eso me ha provocadoun conflicto de intereses: o complacer los deseos de Henrik o ser consecuente conmi trabajo en la junta de Millennium.

Mikael se puso un chándal y salió a correr a campo través, pasando por LaFortificación, hasta la cabaña de Gottfried. Luego dio la vuelta y regresó a unritmo más moderado a largo de la costa. Dirch Frode lo esperaba sentado junto ala mesa del jardín. Aguardó pacientemente mientras Mikael bebía agua de unabotella y se secaba el sudor de la cara.

—Eso no parece muy sano en medio de este calor.—Grrr —contestó Mikael.—Estaba equivocado. No es Cecilia la que más presiona a Martin; es Isabella.

Está movilizando al clan Vanger para untarte de brea y plumas y, posiblemente,también quemarte en la hoguera. Birger la apoya.

—¿Isabella?—Es una mujer malvada y mezquina cuyos deseos hacia el prójimo no suelen

ser precisamente buenos. Ahora mismo parece odiarte a ti en particular. Estáhaciendo correr la voz de que eres un estafador porque has engañado a Henrikpara que te contrate, y lo has alterado de tal manera que le has provocado uninfarto.

—¿Y alguien se lo cree?—Siempre hay gente dispuesta a creer en las malas lenguas.—Estoy intentando averiguar lo que le pasó a su hija y me odia por ello. Si se

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hubiera tratado de la mía, creo que yo habría reaccionado de otra manera.

Hacia las dos de la tarde, sonó el móvil de Mikael.—Hola, me llamo Conny Torsson y trabajo en el Hedestads-Kuriren. ¿Tienes

tiempo para contestar a unas preguntas? Alguien nos ha informado de que vivesaquí, en Hedeby.

—Pues tus informadores son un poco lentos; llevo aquí desde Año Nuevo.—No lo sabía. ¿Y qué haces en Hedestad?—Escribo. Tengo una especie de año sabático.—¿En qué andas trabajando?—Sorry. Eso lo verás cuando se publique.—Acabas de salir de la cárcel...—¿Sí?—¿Qué piensas de los periodistas que falsifican material?—Que son idiotas.—¿Así que quieres decir que tú eres un idiota?—¿Por qué iba a pensar eso? Yo nunca he falsificado nada.—Pero fuiste condenado por difamación.El periodista Conny Torsson dudó durante tanto tiempo que Mikael se vio

obligado a ayudarle un poco.—Fui condenado por difamación, no por falsificación.—Pero publicaste ese material.—Si llamas para hablar de la sentencia, no tengo ningún comentario al

respecto.—Me gustaría verte para hacerte una entrevista.—Lo siento, pero no tengo nada que decir relacionado con ese tema.—¿Así que no quieres hablar del juicio?—Eso es —contestó Mikael, dando por zanjada la conversación.Se quedó pensativo un largo rato antes de volver al ordenador.

Lisbeth Salander siguió las instrucciones que le habían dado y cruzó elpuente con su Kawasaki hasta la isla de Hedeby. Se detuvo junto a la primera casaa mano izquierda. Se encontraba en un pueblo perdido, pero mientras elarrendatario de sus servicios le pagara, no le importaba tener que ir al Polo Norte.Además, le encantaba conducir a toda pastilla por la autopista E4. Aparcó la motoy quitó la correa que sujetaba la bolsa de viaje.

Mikael Blomkvist abrió la puerta y la saludó con la mano. Salió y examinó lamoto con verdadero asombro.

—¡Anda! Tienes una moto.Lisbeth Salander no dijo nada, pero lo observó atentamente cuando tocó el

manillar y probó el acelerador. No le gustaba que nadie toqueteara sus

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pertenencias. Luego se fijó en la cara de niño que puso Mikael, lo cual le parecióun rasgo reconciliador. La mayoría de los aficionados a las motos solíanmenospreciar su moto ligera con un bufido.

—Yo tuve una moto cuando tenía diecinueve años —comentó—. Gracias porvenir. Entra e instálate.

Mikael había cogido prestada una cama plegable de los Nilsson, sus vecinosde enfrente, y la había colocado en el estudio. Lisbeth Salander dio una vuelta porla casa con cierta desconfianza, pero pareció relajarse al no descubrir indiciosinmediatos de ninguna trampa insidiosa. Mikael le enseñó el baño.

—Si quieres, puedes darte una ducha y refrescarte un poco.—Tengo que cambiarme. No voy a llevar el mono de cuero por aquí...—Vale. Entretanto haré la cena.Mikael preparó unas chuletas de cordero con salsa de vino tinto. Mientras

Lisbeth se duchaba y se cambiaba, él puso la mesa fuera, al sol de la tarde. Ellasalió descalza, con una camiseta de tirantes negra y una falda vaquera, corta ydesgastada. La comida olía bien y Lisbeth se zampó dos buenos platos. Mikael,fascinado, miraba de reojo el tatuaje que llevaba ella en la espalda.

—Cinco más tres —dijo Lisbeth Salander—. Cinco casos de la lista de Harriety tres casos más que creo que deberían haber estado allí.

—Cuéntamelo.—Sólo llevo once días con esto y, simplemente, no me ha dado tiempo a

investigarlo todo. En algunos casos, las investigaciones policiales acabaron en elarchivo provincial, y en otros se siguen conservando en el distrito policialcorrespondiente. He ido a tres de ellos, pero aún no me ha dado tiempo a ver losdemás. Sin embargo, las cinco están identificadas.

Lisbeth Salander depositó una considerable pila de papeles encima de lamesa de la cocina, más de quinientas páginas de tamaño folio. Rápidamentedistribuyó el material en distintos montones.

—Vayamos por orden cronológico.Le dio una lista a Mikael.

1949 - Rebecka Jacobsson, Hedestad (30112)1954 - Mari Holmberg, Kalmar (32018)1957 - Rakel Lunde, Landskrona (32027)1960 — (Magda) Lovisa Sjöberg, Karlstad (32016)1960 - Liv Gustavsson, Estocolmo (32016)1962 - Lea Persson, Uddevalla (31208)1964 - Sara Witt, Ronneby (32109)1966 - Lena Andersson, Uppsala (30112)

—El primer caso de esta serie parece ser el de Rebecka Jacobsson, de 1949,

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cuyos detalles ya conoces. El siguiente que he encontrado es el de Mari Holmberg,una prostituta de treinta y dos años de Kalmar que fue asesinada en su domicilioen octubre de 1954. No se pudo determinar la hora exacta del crimen porque yallevaba un tiempo muerta cuando la descubrieron, probablemente unos nueve odiez días.

—¿Y por qué la has relacionado con la lista de Harriet?—Estaba atada y había sido salvajemente maltratada, pero murió por asfixia.

El asesino le introdujo en la boca una de sus propias compresas usadas.Mikael se quedó callado un rato antes de buscar el correspondiente pasaje de

la Biblia: capítulo 20, versículo 18 del Levítico: «Si un hombre se acuesta con unamujer en su período menstrual y tiene relaciones con ella, los dos serán extirpadosde su pueblo, porque él ha puesto al desnudo la fuente del flujo de la mujer y ellala ha descubierto».

Lisbeth asintió.—Harriet Vanger también hizo esa misma conexión. Vale. La siguiente.—Mayo de 1957, Rakel Lunde, cuarenta y cinco años. Esta mujer trabajaba

como señora de la limpieza y era algo así como el bicho raro del pueblo. Erapitonisa y se dedicaba a echar las cartas, leer las manos y cosas por el estilo. Rakelvivía en las afueras de Landskrona en una casa bastante aislada, donde laasesinaron a primera hora de la mañana. La encontraron fuera, detrás de la casa,desnuda y atada al poste de un tendedero y con la boca tapada con celo. La muertele sobrevino porque alguien lanzó, una y otra vez, una pesada piedra contra ella.Sufrió innumerables heridas y fracturas.

—Joder, Lisbeth, esto es tremendamente desagradable.—No ha hecho más que empezar. Las iniciales RL encajan; ¿encuentras la cita

bíblica?—Está clarísima: «El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros

espíritus serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerásobre ellos».

—Luego tenemos a Lovisa Sjöberg en Ranmo, cerca de Karlstad. Es la queHarriet apuntó como Magda. Su nombre completo era Magda Lovisa, pero lallamaban Lovisa.

Mikael escuchaba atentamente mientras Lisbeth relataba los extraños detallesdel asesinato de Karlstad. Al encender ella un cigarrillo, él señaló inquisitivamenteel paquete de tabaco. Ella se lo acercó.

—O sea, ¿el asesino también atacó al animal?—El pasaje bíblico dice que si una mujer mantiene relaciones sexuales con un

animal, morirán los dos.—La probabilidad de que aquella mujer tuviera relaciones con una vaca debe

de ser prácticamente inexistente.—La cita bíblica puede interpretarse al pie de la letra. Es suficiente con que se

una al animal, lo cual es algo que una granjera tiene que hacer todos los días.—De acuerdo. Sigue.

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—El siguiente caso según la lista de Harriet es el de Sara. La he identificadocomo Sara Witt, de treinta y siete años, residente en Ronneby. La asesinaron enenero de 1964 y apareció atada en su cama. Había sido objeto de una salvajeviolencia sexual, pero murió por asfixia. La estrangularon. Además, el asesinoprovocó un incendio. Sin duda, tenía la intención de quemar la casa hasta loscimientos, pero, por una parte, el fuego se apagó por sí solo y, por otra, losbomberos se presentaron de inmediato en el lugar.

—¿Y cuál es la conexión?—Listen to this. Sara Witt no sólo era hija de un pastor luterano sino que

también estaba casada con uno. Su marido estaba de viaje precisamente ese fin desemana.

—«Si la hija de un sacerdote se envilece a sí misma prostituyéndose, envilecea su propio padre, y por eso será quemada.» Vale; entra en la lista. Pero has dichoque hay más casos.

—He encontrado a otras tres mujeres asesinadas en circunstancias tan rarasque deberían figurar en la lista de Harriet. El primer caso habla de una mujerjoven llamada Liv Gustavsson. Tenía veintidós años y vivía en Farsta. Leencantaban los caballos; competía en carreras y era toda una promesa. Tambiénllevaba una pequeña tienda de animales junto a su hermana.

—¿Y?—La hallaron en la tienda. Estaba sola porque se había quedado a hacer

cuentas. Seguramente dejó entrar al asesino voluntariamente. Fue violada yestrangulada.

—No suena muy en la línea de la lista de Harriet.—No mucho, si no fuera por un detalle. El asesino terminó metiendo un

periquito en su vagina y luego soltó a todos los animales de la tienda: gatos,tortugas, ratones blancos, conejos, pájaros... Incluso a los peces del acuario. Asíque fue un cuadro bastante desagradable el que se encontró la hermana por lamañana.

Mikael asintió con la cabeza.—Fue asesinada en agosto de 1960, cuatro meses después del asesinato de la

granjera Magda Lovisa, de Karlstad. En los dos casos se trataba de mujeres quetrabajaban con animales y en ambos se sacrificó a animales. Es cierto que la vacade Karlstad sobrevivió, pero me imagino que resulta bastante complicado matar auna vaca con un arma blanca. Un periquito no opone tanta resistencia. Además,aparece otro sacrificio de animales.

—¿Cuál?Lisbeth le comentó el peculiar «asesinato de la paloma» de Lea Persson en

Uddevalla. Mikael permaneció callado durante tanto rato que incluso Lisbeth seimpacientó.

—De acuerdo —dijo finalmente—. Acepto tu teoría. Queda un caso.—Uno que haya encontrado. Pero no sé cuántos se me habrán pasado.—Cuéntame.

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—Febrero de 1966, Uppsala; la víctima más joven: una estudiante de institutode diecisiete años llamada Lena Andersson. Desapareció después de una fiesta conlos de su clase y fue encontrada tres días más tarde en una zanja de la llanura deUppsala, a una buena distancia de la ciudad. La asesinaron en otro lugar y luegola trasladaron allí.

Mikael asintió.—Los medios de comunicación le prestaron mucha atención a ese asesinato,

pero nunca se informó sobre las circunstancias exactas de la muerte. La chicasufrió una tortura atroz. He leído el informe del forense. La torturaron con fuego.Sus manos y pechos presentaban graves quemaduras, pero la quemaron por todoel cuerpo repetidas veces. Encontraron rastros de estearina que demostraban quehabían usado una vela, pero sus manos estaban tan carbonizadas que seguramentefueron sometidas a un fuego más intenso. Finalmente, el asesino le cortó la cabezacon una sierra y la lanzó junto al cuerpo.

Mikael se puso pálido.—Dios mío —dijo.—No he encontrado ningún pasaje bíblico que se corresponda con este caso,

pero hay varios que hablan de holocaustos y sacrificios; y en algunos sitios se diceque el animal sacrificado —por regla general, un buey— debe ser cortado demanera que «se separe la cabeza del sebo». La utilización del fuego tambiénrecuerda al primer asesinato, el de Rebecka, aquí, en Hedestad.

Cuando, ya por la noche, los mosquitos empezaron a atacar, recogieron lamesa del jardín y se sentaron en la cocina para continuar hablando.

—El que no hayas podido encontrar una cita bíblica exacta no significa nada.No se trata de citas. Esto es una grotesca parodia del contenido de la Biblia; sonmás bien asociaciones establecidas con pasajes sueltos, sacados de contexto.

—Ya lo sé. Y ni siquiera son exactas. Por ejemplo, el pasaje que dice que losdos deben morir si alguien mantiene una relación con una mujer que tenga lamenstruación. Si eso se interpreta literalmente, el asesino tendría que habersesuicidado.

—Bueno, ¿adonde nos conduce todo esto? —se preguntó Mikael.—Tu Harriet, o tenía un hobby bastante peculiar que consistía en recopilar

citas bíblicas y asociarlas a víctimas de asesinatos de los que había oído hablar... osabía que existía un vínculo entre los casos.

—Entre 1949 y 1966; es posible que incluso antes y también después. O sea,un asesino en serie, un sádico loco de atar, estuvo merodeando por allí con unaBiblia bajo el brazo matando mujeres durante diecisiete años sin que nadierelacionara los crímenes. Suena completamente increíble.

Lisbeth Salander corrió la silla hacia atrás y fue a ponerse otro café de lacafetera que estaba sobre la hornilla. Encendió un cigarrillo y echó el humo.Mikael se maldijo por dentro, pero cogió otro cigarrillo más.

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—No, tampoco me parece tan increíble —replicó ella, levantando un dedo—.En Suecia, tan sólo en el siglo XX, han quedado sin resolver decenas de asesinatosde mujeres. Aquel catedrático de criminología, Persson, explicó una vez en la tele,en el programa Se busca, que los asesinos en serie no son muy habituales ennuestro país, pero que seguramente hemos tenido algunos que no han sidodescubiertos.

Mikael asintió. Lisbeth levantó otro dedo.—Estos asesinatos se cometieron durante un largo período y en sitios muy

distantes entre sí. Dos de los crímenes tuvieron lugar muy seguidos el uno delotro, en 1960, pero las circunstancias diferían bastante: una granjera de Karlstad yuna joven de Estocolmo, de veintidós años, aficionada a los caballos.

El tercer dedo.—No siguen una lógica aparente. Los asesinatos se cometieron de distintos

modos y, en realidad, no tienen ninguna firma. Sin embargo, hay varias cosas quese repiten en los diversos casos: animales, fuego, violencia sexual extrema... Y,como acabas de señalar, una parodia de los textos bíblicos. Pero, evidentemente,ningún investigador policial ha interpretado estos asesinatos partiendo de laBiblia.

Mikael asintió. La miró de reojo. Con su delgado cuerpo, la camiseta detirantes negra, los tatuajes y los piercings en la cara, Lisbeth Salander desentonabaen esa casa de invitados de Hedeby. Durante la cena, cuando Mikael intentó seramable, ella apenas si le había contestado con monosílabos. Sin embargo, cuandose ponía a trabajar lo hacía como una verdadera profesional. Su piso de Estocolmoera un caos, pero Mikael concluyó que se trataba de una chica dotada de unamente extremadamente ordenada. «¡Qué curioso!»

—Es difícil ver la relación existente entre una prostituta de Uddevallaasesinada detrás de un contenedor situado en medio de un polígono industrial yla mujer de un pastor luterano de Ronneby a la que estrangulan para luegoprenderle fuego. A no ser que uno tenga la clave que nos ha dado Harriet, claro.

—Lo cual nos lleva a la siguiente pregunta —comentó Lisbeth.—¿Cómo diablos se metería Harriet en todo esto? Una chica de dieciséis años

que vivía en un ambiente tan protegido...—Sólo existe una explicación —puntualizó Lisbeth.Mikael volvió a asentir con la cabeza.—Tiene que haber un vínculo con la familia Vanger.

A las once de la noche llevaban ya tanto tiempo devanándose los sesos conaquella serie de asesinatos, analizando posibles conexiones y extraños detalles,que a Mikael le empezó a dar vueltas la cabeza. Se frotó los ojos y se estiró; actoseguido le preguntó a Lisbeth si quería dar un paseo. Ella puso una cara extraña,como si considerara que ese tipo de actividades eran una pérdida de tiempo, pero,tras un breve momento de reflexión, asintió. Mikael le sugirió que se pusiera unos

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pantalones largos para protegerse de los mosquitos.Caminaron por el puerto deportivo; luego pasearon por debajo del puente

enfilando el camino que conducía hasta la punta, donde vivía Martin Vanger.Mikael iba señalando las casas contando cosas sobre los que vivían en ellas. Alpasar por delante de la de Cecilia Vanger le costó expresarse. Lisbeth lo miró dereojo.

Dejaron atrás el ostentoso yate de Martin Vanger y llegaron hasta el final dela punta, donde se sentaron sobre una roca a fumarse un cigarrillo a medias.

—Hay otra conexión entre las víctimas —soltó Mikael de buenas aprimeras—. A lo mejor ya has pensado en ello.

—¿Cuál?—Los nombres.Lisbeth Salander reflexionó un instante. Luego negó con la cabeza, dando a

entender que no lo entendía.—Todos los nombres son bíblicos —le aclaró él.—No es verdad —se apresuró a decir Lisbeth—; ni Liv ni Lena están en la

Biblia.Mikael negó con la cabeza.—Te equivocas. Liv significa “vida”, que es el significado bíblico de Eva. Y

ahora estrújate el cerebro, Sally: ¿de qué es abreviatura Lena?Lisbeth Salander cerró los ojos indignada y se maldijo por dentro. Mikael

había sido más rápido que ella. Y eso no le gustó nada.—Magdalena —pronunció.—La prostituta, la primera mujer, la virgen María... están todas. Todo esto

resulta tan descabellado que a un psicólogo se le haría la boca agua. Pero laverdad es que estaba pensando en otra cosa relativa a los nombres.

Lisbeth esperaba pacientemente.—También son nombres tradicionales judíos. La familia Vanger ha dado al

mundo un grupo más que considerable de fanáticos antisemitas, de nazis y deteóricos de la conspiración. Harald Vanger tiene ahora más de noventa años, peroen los años sesenta estaba en su mejor momento, la única vez que me encontré conél, me espetó que su propia hija era una puta. Al parecer, tiene problemas con lasmujeres.

De nuevo en casa, se prepararon unos sandwiches y calentaron el café.Mikael echó un vistazo de reojo a las cerca de quinientas páginas que lainvestigadora favorita de Dragan Armanskij le había preparado.

—Has hecho un fantástico trabajo en un tiempo récord. Gracias. Y graciastambién por tener la amabilidad de subir hasta aquí para informarmepersonalmente.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lisbeth.—Mañana hablaré con Dirch Frode para gestionar el pago.

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—No me refería a eso.Mikael la miró.—Bueno..., la investigación que te encargué ya está hecha —dijo con cierta

prudencia.—Pero yo no he terminado todavía con esto.Mikael se reclinó en el arquibanco de la cocina y cruzó su mirada con la de

Lisbeth. No pudo leer nada en sus ojos. Llevaba seis meses trabajando solo en elcaso de la desaparición de Harriet y de pronto había otra persona presente, unaexperimentada investigadora, que entendía la envergadura del caso. Tomó ladecisión siguiendo un impulso.

—Ya lo sé. A mí también me ha calado hondo toda esta historia. Hablaré conDirch Frode mañana. Te contrataremos una semana más, o dos, como... mmm,ayudante de la investigación. No sé si te querrá pagar la misma tarifa que le pagaa Armanskij, pero seguro que podemos sacarle una buena suma.

Lisbeth Salander le obsequió con una repentina sonrisa. No quería enabsoluto quedarse fuera del caso y no le habría importado hacer el trabajo gratis.

—Me está entrando sueño —dijo ella, y sin pronunciar una palabra más semarchó a su cuarto y cerró la puerta.

Al cabo de dos minutos, la volvió a abrir y asomó la cabeza.—Creo que te equivocas. No se trata de un loco asesino en serie que haya

enloquecido de tanto leer la Biblia. Simplemente es uno más de esos cabrones quesiempre han odiado a las mujeres.

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CAPÍTULO 21Jueves, 3 de julio - Jueves, l0 de julio

Lisbeth Salander se despertó alrededor de las seis de la mañana, antes queMikael. Puso agua a hervir para preparar café y se metió en la ducha. CuandoMikael se levantó, a las siete y media, ella estaba en la cocina leyendo el resumendel caso Harriet Vanger en el iBook de Mikael. Entró en la cocina con una sábanaalrededor de la cintura frotándose los ojos para quitarse el sueño.

—Hay café —dijo ella.Mikael la miró de reojo por encima del hombro.—Ese documento estaba protegido con una contraseña.Ella giró la cabeza y levantó la mirada.—Se tarda treinta segundos en bajar de la red un programa que rompe la

protección criptográfica de Word —le respondió.—Tenemos que hablar acerca de lo que es tuyo y lo que es mío —dijo Mikael

para, acto seguido, meterse en la ducha.Al volver, Lisbeth ya había cerrado el ordenador y lo había puesto en su sitio,

en el cuarto de trabajo. Tenía encendido su propio PowerBook. Mikael estabaconvencido de que Lisbeth ya habría copiado el contenido en su portátil.

Lisbeth Salander era una adicta a la información con ideas sumamente laxassobre la moral y la ética.

Mikael acababa de sentarse a desayunar cuando llamaron a la puerta. Selevantó y fue a abrir. Martin Vanger tenía un gesto tan contenido que, por unsegundo, Mikael creyó que venía a comunicarle la muerte de Henrik Vanger.

—No, Henrik está igual que ayer. Vengo por otro asunto completamentedistinto. ¿Puedo pasar un momento?

Mikael lo dejó entrar y le presentó a la «colaboradora de la investigación»,Lisbeth Salander, quien le echó un rápido vistazo acompañado de un brevemovimiento de cabeza antes de volver a su ordenador. Martin Vanger saludó porpuro reflejo, pero dio la impresión de estar tan ausente que apenas pareció repararen su presencia. Mikael le sirvió una taza de café y le invitó a sentarse.

—¿De qué se trata?—¿No eres suscriptor del Hedestads-Kuriren?—No. Lo leo a veces en el Café de Susanne.—¿Así que no lo has leído esta mañana?—Me da la sensación de que debería haberlo hecho.

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Martin Vanger depositó el Hedestads-Kuriren encima de la mesa. Le habíandedicado dos columnas en la portada y una continuación en la página cuatro.Examinó el titular:

AQUÍ SE ESCONDE EL PERIODISTACONDENADO POR DIFAMACIÓN

El texto estaba ilustrado con una fotografía hecha con teleobjetivo desde laiglesia; en ella se veía a Mikael justo cuando salía por la puerta de su casa.

El reportero Conny Torsson había efectuado, con gran habilidad, unmalintencionado retrato de Mikael. Retomaba el caso Wennerström y subrayabaque Mikael había abandonado Millennium por vergüenza y que acababa decumplir su condena penitenciaria. El reportaje finalizaba con la habitualafirmación de que Mikael había rechazado hacer declaraciones para el Hedestads-Kuriren. El tono era tal que difícilmente se le podría pasar por alto a ningúnhabitante de Hedestad que un chulo de Estocolmo tremendamente sospechosorondaba por esos lares. Ninguna de las afirmaciones del texto se podría llevar a lostribunales, pero todo estaba enfocado de un modo que dejaba a Mikael muy malparado; la composición de las fotografías y la tipografía seguían el mismo patrónque se utilizaba al presentar a terroristas políticos. Millennium era descrita comouna «revista agitadora» de poca credibilidad, y el libro de Mikael sobre elperiodismo económico se despachaba como una colección de «controvertidasafirmaciones» sobre respetados periodistas.

—Mikael..., me faltan palabras para expresar lo que siento leyendo esteartículo. Es asqueroso.

—Es un encargo —contestó Mikael con tranquilidad.Miró inquisitivamente a Martín Vanger.—Espero que entiendas que no tengo nada que ver con esto. Se me atragantó

el café del desayuno al verlo.—¿Quién?—He hecho unas llamadas esta mañana. Conny Torsson es un sustituto de

verano. Pero lo hizo por mandato de Birger.—¿Birger influyendo en la redacción? Pero si es político y, además,

presidente del consejo municipal...—Formalmente no tiene influencia. Pero el editor jefe es Gunnar Karlman,

hijo de Ingrid Vanger, de la rama familiar de Johan Vanger. Birger y Gunnar soníntimos amigos desde hace muchos años.

—Ahora lo entiendo.—Torsson será despedido de inmediato.—¿Cuántos años tiene?—Sinceramente, no lo sé. No lo conozco.—No lo despidas. Cuando me llamó me dio la impresión de que se trataba de

un reportero bastante joven e inexperto.

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—Ya, pero esto no puede quedar así.—Si quieres mi opinión, me parece un poco absurdo que el redactor jefe de

un periódico perteneciente a la familia Vanger ataque a una revista de la queHenrik Vanger es socio y en cuya junta figuras tú. Por lo tanto, el redactorKarlman os está atacando a ti y a Henrik.

Martin Vanger sopesó las palabras de Mikael, pero negó lentamente con lacabeza.

—Entiendo lo que quieres decir. Debo pedir responsabilidades a quiencorresponda. Karlman es copropietario del Grupo y siempre que ha tenido ocasiónha emprendido una guerra sucia contra mí, pero esto más bien parece ser lavenganza de Birger sobre ti por haberle dejado con la palabra en la boca en elpasillo del hospital. Tú eres una persona non grata para él.

—Ya lo sé. Por eso creo que Torsson, a pesar de todo, es más trigo limpio quelos otros. Es muy difícil que un joven sustituto se niegue a escribir lo que su jefe leordena.

—Puedo exigir que mañana te pidan disculpas públicamente en un sitiodestacado.

—No, no lo hagas. Sólo conseguiríamos prolongar la pelea y empeorar lasituación.

—¿Así que no quieres que haga nada?—No merece la pena. Karlman traerá problemas y en el peor de los casos te

describirá como un canalla que, al ser dueño del periódico, intenta de manerailegítima ejercer influencia sobre la libre creación de opinión.

—Perdóname, Mikael, pero no estoy de acuerdo. La verdad es que yotambién tengo derecho a crear opinión: la mía es que ese reportaje apesta, y lopienso dejar muy claro. Al fin y al cabo, soy el sustituto de Henrik en la junta deMillennium y, como tal, no puedo dejar impunes este tipo de insinuaciones.

—Vale.—Voy a exigir el derecho a réplica. En ella tacharé a Karlman de idiota. La

culpa es suya.—Está bien, tienes que actuar de acuerdo con tus propias convicciones.—También es importante para mí que sepas que no tengo nada que ver con

este infame ataque.—Te creo —contestó Mikael.—Es más: realmente no quería sacar el tema ahora, pero esto pone de

actualidad el asunto sobre el que ya hemos intercambiado nuestras opiniones.Resulta fundamental que te reincorpores a la redacción de Millennium para quepodamos mostrar un frente unido. Mientras te mantengas al margen seguirán lashabladurías. Creo en Millennium y estoy convencido de que, juntos, ganaremosesta batalla.

—Entiendo tu postura, pero ahora me toca a mí estar en desacuerdo contigo.No puedo romper el contrato con Henrik, y la verdad es que tampoco deseohacerlo. ¿Sabes?, le tengo mucho aprecio, la verdad. Y esto de Harriet...

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—¿Sí?—Entiendo que te resulte difícil y sé que ha sido la obsesión de Henrik

durante muchos años.—Entre nosotros, Henrik es mi mentor y lo quiero mucho. Pero su obsesión

por el caso de Harriet es tal que ha estado a punto de perder el juicio.—Cuando empecé este trabajo, pensé que sería una pérdida de tiempo. Pero

lo cierto es que, contra todo pronóstico, hemos encontrado nuevo material. Creoque hemos avanzado algo y que quizá sea posible darle una respuesta a losucedido.

—¿No me quieres contar lo que habéis encontrado?—Según el contrato, no puedo hablar con nadie sobre el tema sin el expreso

consentimiento de Henrik.Martin Vanger apoyó la barbilla en la mano. Mikael vio una sombra de duda

en sus ojos. Al final, Martin tomó una decisión.—Vale. En ese caso, lo mejor es esclarecer el misterio de Harriet lo más

rápidamente posible. Te lo diré de la siguiente manera: te apoyaré por completopara que puedas terminar cuanto antes el trabajo de manera satisfactoria y luegoreincorporarte a Millennium.

—Muy bien. No querría verme obligado a luchar también contra ti.—No será necesario. Tienes todo mi apoyo. Puedes acudir a mí cuando

quieras si te topas con algún problema. Voy a darle su merecido a Birger para queno obstaculice tu camino ni lo más mínimo. E intentaré hablar con Cecilia para quese calme.

—Gracias. Necesito hacerle algunas preguntas y lleva ya un mes ignorandomis intentos de hablar con ella.

De repente Martin Vanger sonrió.—Tal vez también tengáis otras cosas que aclarar. Pero eso no es asunto mío.Se dieron la mano.

Lisbeth Salander escuchó el intercambio de palabras entre Mikael y MartinVanger en silencio. Cuando Martin se fue, cogió el Hedestads-Kuriren y le echó unvistazo al reportaje. Acto seguido, dejó de lado el periódico sin realizar ningúncomentario.

Mikael permanecía en silencio, reflexionando. Gunnar Karlman había nacidoen 1948 y, por consiguiente, tenía dieciocho años en 1966. También se encontrabaen la isla el día de la desaparición de Harriet.

Después del desayuno, Mikael puso a su colaboradora a estudiar lainvestigación policial. Seleccionó las carpetas que se centraban en la desapariciónde Harriet y le pasó todas las fotos del accidente del puente, así como el largoresumen de las pesquisas personales de Henrik.

Luego, Mikael se fue a ver a Dirch Frode y le hizo redactar un contrato en elque se hacía constar que Lisbeth sería su colaboradora durante el próximo mes.

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Cuando Mikael regresó a la casa de invitados, encontró a Lisbeth en la mesadel jardín, completamente enfrascada en la investigación policial. Mikael entró ycalentó el café. La contemplaba a través de la ventana de la cocina. Le dio laimpresión de que sólo hojeaba la investigación, pues empleaba un máximo de diezo quince segundos por página. Pasaba las hojas mecánicamente y Mikael sesorprendió al ver que, de esa manera, descuidaba la lectura; le resultabacontradictorio, ya que su propia investigación era muy profesional. Sacó dos tazasde café y se sentó con ella.

—Lo que has escrito sobre la desaparición de Harriet lo hiciste antes dedescubrir que buscamos a un asesino en serie.

—Correcto. Apunté lo que me parecía importante, preguntas que queríahacerle a Henrik Vanger, entre otras cosas. Como seguramente habrás advertido,está bastante desestructurado. En realidad, hasta ahora no he hecho más queavanzar a tientas en la penumbra, intentando escribir una historia, un capítulo dela biografía de Henrik Vanger.

—¿Y ahora?—Antes toda la investigación se centraba en la isla de Hedeby. Ahora estoy

convencido de que la historia comienza en Hedestad ese mismo día, aunque unpoquito antes. Eso cambia la perspectiva.

Lisbeth asintió y se quedó reflexionando un instante.—Estuviste genial con lo de las fotografías —dijo acto seguido.Mikael arqueó las cejas. Lisbeth Salander no daba la impresión de ser una

persona pródiga en cumplidos, de modo que se sintió extrañamente halagado. Porotra parte, desde un punto de vista puramente periodístico, se trataba, de hecho,de una hazaña poco habitual.

—Ahora tienes que darme los detalles. ¿Qué pasó con aquella foto quebuscabas por el norte, en Norsjö?

—¿Quieres decir que no has mirado las fotos de mi ordenador?—No me ha dado tiempo. Prefería leer tus ideas y conclusiones.Mikael suspiró, encendió su iBook y abrió la carpeta de fotos.—Es fascinante. La visita a Norsjö resultó, a la vez, un éxito y una decepción

total. Encontré la foto, pero no aporta gran cosa. Aquella mujer, Mildred Berggren,guardaba absolutamente todas las fotografías de sus vacaciones escrupulosamentepegadas en un álbum. Allí estaba la foto. Fue hecha con una película barata encolor. Al cabo de treinta y siete años, la copia presentaba un aspecto amarillento ycasi había perdido los colores, pero la señora conservaba los negativos en una cajade zapatos. Me dejó todos los que tenía de Hedestad y los he escaneado. Esto es loque vio Harriet.

Mikael hizo clic y abrió una foto de un archivo que se llamaba HARRIET/bd-t9.eps.

Lisbeth comprendió su decepción. Vio una imagen ligeramente borrosahecha con un gran angular donde se apreciaba a los payasos del desfile del Día delNiño. Al fondo, la esquina de la tienda de confección Sundströms Herrmode. En la

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acera, entre los payasos y la parte frontal del siguiente camión, había una decenade personas.

—Creo que éste es el individuo al que descubrió. En parte porque heintentado triangular lo que miraba guiándome por la orientación de su cara (hedibujado con exactitud el cruce de calles), y en parte porque es la única personaque parece dirigir la mirada directamente a la cámara. O sea, a Harriet.

Lo que vio Lisbeth fue una figura borrosa situada algo detrás de losespectadores y un poco metida en la calle perpendicular. Llevaba una cazadoraoscura con una franja roja en los hombros y pantalones también oscuros,posiblemente vaqueros. Mikael hizo un zoom, de manera que la figura, de cinturapara arriba, cubrió toda la pantalla. Al instante la foto se volvió aún más borrosa.

—Es un hombre de complexión normal. Mide aproximadamente un metro yochenta centímetros. Tiene el pelo castaño, ni corto ni largo, y está afeitado. Peroresulta imposible apreciar sus rasgos faciales y, mucho menos, estimar su edad.Podría tratarse tanto de un adolescente como de un señor de mediana edad.

—Se puede manipular la imagen...—Ya lo he hecho. Incluso mandé una copia a Millennium, a Christer Malm,

que es un hacha en el tratamiento de fotografías.Mikael hizo clic y abrió otra foto.—Esta es la máxima calidad que he podido obtener: la cámara es mala y la

distancia, demasiado grande.—¿Se la has enseñado a alguien? Tal vez la gente reconozca la postura...—Se la he mostrado a Dirch Frode. No tiene ni idea de quién puede ser.—No creo que Dirch Frode sea la persona más espabilada de Hedestad.—No, pero trabajo para él y para Henrik Vanger. Quiero enseñarle la foto a

Henrik antes de empezar a difundirla.—Tal vez sólo sea un espectador más.—Es posible. Pero, en cualquier caso, fue capaz de desencadenar una

reacción muy extraña en Harriet.

Durante la semana siguiente, Mikael y Lisbeth consagraron todo su tiempo alcaso Harriet, desde la primera hora de la mañana hasta la última de la noche.Lisbeth seguía leyendo los informes de la investigación y lanzaba una preguntatras otra; Mikael intentaba contestarlas. Sólo existía una verdad y cualquierrespuesta vaga o ambigua los conducía a una discusión más profunda. Dedicaronun día entero a examinar los horarios de todos los implicados mientras tuvo lugarel accidente del puente.

A medida que pasaba el tiempo, Mikael iba encontrando cada vez máscontradictoria a Lisbeth Salander. A pesar de que sólo hojeaba los textos de lainvestigación, siempre parecía fijarse en los detalles más oscuros y ambiguos.

Por las tardes, cuando el calor hacía insoportable la estancia en el jardín, setomaban algún que otro descanso. Algunas veces bajaban al canal a bañarse; otras,

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subían andando a la terraza del Café de Susanne, quien, de buenas a primeras,empezó a tratar a Mikael con una cierta y manifiesta frialdad. Él se dio cuenta deque Lisbeth tenía el aspecto de una niña apenas mayor de edad, que, además,vivía en su casa, lo cual, a ojos de Susanne, lo convertía en un viejo verde. Era unasensación desagradable.

Mikael seguía saliendo a correr cada noche. Lisbeth no comentaba nada alrespecto cuando volvía jadeando a la casa. Correr atravesando el bosque distababastante, al parecer, de su idea de diversión veraniega.

—He pasado de los cuarenta —le dijo Mikael—. Tengo que hacer ejercicio; sino, echaré una barriga tremenda.

—Muy bien.—¿Tú no practicas nada?—A veces boxeo.—¿Boxeo?—Sí, ya sabes, con guantes.Mikael se metió en la ducha intentando imaginarse a Lisbeth en el

cuadrilátero. Igual le estaba tomando el pelo. Bastaba con hacerle una pregunta:—¿Y en qué categoría de peso boxeas?—En ninguna. De vez en cuando hago de sparring para unos chicos en un

club de Söder.«¿Por qué no me sorprende?», pensó Mikael. Pero constató que, por lo

menos, le había contado algo sobre sí misma. Seguía sin saber prácticamente nadade ella, cómo había empezado a trabajar para Armanskij, qué formación tenía o aqué se dedicaban sus padres. En cuanto intentaba averiguar datos de su vidaprivada, se cerraba como una ostra y le contestaba con monosílabos o lo ignorabapor completo.

Una tarde, Lisbeth Salander dejó súbitamente de lado una de las carpetas ymiró a Mikael, frunciendo el ceño.

—¿Qué sabes de Otto Falk, el párroco?—Poco. Conocí a la nueva reverenda en la iglesia a principios de año; me

contó que Falk todavía vive, pero que está en una residencia geriátrica deHedestad. Alzheimer.

—¿De dónde era?—De aquí, de Hedestad. Estudió en Uppsala y regresó a su tierra natal

cuando tenía unos treinta años.—Era soltero. Y Harriet se relacionaba con él.—¿Por qué lo preguntas?—Me he dado cuenta de que el madero ese, Morell, no le presionaba mucho

en los interrogatorios.—En los años sesenta, los párrocos seguían disfrutando de una posición

social completamente distinta a la de ahora. Que él viviera aquí, en la isla, o sea,

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cerca del poder, era natural.—Me pregunto si la policía realmente registraría la casa rectoral con

meticulosidad. En las fotos se ve que era una casa de madera muy grande; sinduda, habría muchos sitios para esconder un cadáver durante algún tiempo.

—Es verdad. Pero no hay nada en el material que indique que el pastorestuviera vinculado a los asesinatos en serie ni a la desaparición de Harriet.

—Sí que lo hay —dijo Lisbeth Salander, mirando con una sonrisa torcida aMikael—. Primero, era pastor; y si alguien tiene una relación especial con la Biblia,son ellos. Segundo, fue el último que vio a Harriet y habló con ella.

—Pero bajó inmediatamente al lugar del accidente y se quedó allí durantehoras. Se le ve en muchísimas fotos, especialmente durante los momentos en losque Harriet desapareció.

—Bah, yo puedo echar por tierra su coartada. Pero la verdad es que estabapensando en otra cosa. Esta historia es la de un sádico asesino de mujeres.

—¿Sí?—Yo estuve...; la pasada primavera tuve unos días libres y estudié el tema de

los sádicos, en un contexto completamente distinto. Uno de los textos que leípertenecía a un manual estadounidense del FBI. En él se afirmaba que unallamativa mayoría de los asesinos en serie detenidos proceden de familiasdisfuncionales, y que muchos de ellos se dedicaban en su infancia a torturaranimales. Además, gran parte de los asesinos en serie estadounidenses tambiénhabían sido arrestados por provocar incendios intencionadamente.

—Sacrificios de animales y holocaustos, ¿es eso lo que quieres decir?—Sí. Tanto los animales torturados como el fuego aparecen en varios de los

casos de Harriet. Pero, en realidad, estaba pensando en el hecho de que la casarectoral se quemara a finales de los años setenta.

Mikael reflexionó un rato.—Demasiado vago —dijo finalmente.Lisbeth Salander asintió.—Estoy de acuerdo. Pero merece la pena tenerlo en cuenta. No encuentro

nada en la investigación que hable de la causa del fuego, y sería interesante sabersi hubo otros misteriosos incendios en los años sesenta. Además, deberíamosaveriguar si en aquella época hubo casos de torturas o mutilaciones de animalespor estas tierras.

Cuando Lisbeth se fue a la cama la séptima noche de su estancia en Hedeby,se sentía ligeramente irritada por culpa de Mikael. Durante una semana habíapasado con él prácticamente cada minuto del día; en circunstancias normales, sieteminutos en compañía de otra persona solían ser más que suficientes para darledolor de cabeza.

Hacía mucho que había constatado que las relaciones sociales no eran sufuerte, y ya se había acostumbrado a ello en su solitaria vida. Se encontraba

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perfectamente resignada a ello, a condición de que la gente la dejara en paz y no semetiera en sus asuntos. Desgraciadamente, su entorno no se mostraba niinteligente ni comprensivo; tenía que defenderse de los servicios sociales, losservicios de atención a menores, las comisiones de tutelaje, hacienda, los policías,los educadores, los psicólogos, los psiquiatras, los profesores y los porteros que —exceptuando a los del Kvarnen, que ya la conocían— nunca querían dejarla entraren los bares a pesar de haber cumplido ya veinticinco años. Había todo un ejércitode gente que parecía no tener nada mejor que hacer que pretender gobernar suvida y, si se les diese la oportunidad, corregir la manera que había elegido devivirla.

Pronto aprendió que no merecía la pena llorar. También aprendió quesiempre que intentaba que alguien se interesara por un aspecto de su vida, lasituación no hacía más que empeorar. Por consiguiente, resolver los problemas eraalgo que debía hacer por sí misma, con los métodos que considerara necesarios,cosa que el abogado Nils Bjurman ya había sufrido en sus propias carnes.

Mikael Blomkvist poseía la misma irritante costumbre que todos los demásde husmear en su vida privada y formularle preguntas que a ella no le apetecíacontestar. En cambio, no reaccionaba en absoluto como la mayoría de los hombresque había conocido.

Cuando Lisbeth ignoraba sus preguntas, él sólo se encogía de hombros,abandonaba el tema y la dejaba en paz. «Asombroso.»

Lo primero que hizo cuando echó mano de su iBook aquella primera mañanaen la casita fue, por supuesto, transferir toda la información a su propioordenador. De esa manera, no le importaría tanto que Mikael pudiera dejarla almargen del caso, pues tendría acceso al material de todos modos.

Luego lo había provocado intencionadamente leyendo los documentos de suiBook cuando él se despertó. Esperaba un ataque de rabia. En su lugar pareció másbien resignado, murmuró algo irónico, se metió en la ducha y luego se puso ahablar sobre lo que ella había leído. Un tío raro. Lisbeth casi estaba tentada decreer que Mikael confiaba en ella.

Pero el hecho de que conociera sus destrezas como hacker era grave. LisbethSalander sabía muy bien que el término jurídico para designar sus actividades,tanto en su vida profesional como en la privada, era intrusión informática ilícita,de modo que podía ser sancionada con dos años de cárcel. Se trataba de un temadelicado: no quería ser encarcelada; además, una condena, con gran probabilidad,también significaría que le quitarían sus ordenadores y con ello la privarían de loúnico que hacía realmente bien. Ni siquiera se le había pasado por la cabezacontarle a Dragan Armanskij, ni a nadie, de dónde sacaba la información por laque le pagaban.

A excepción de Plague y unas pocas personas en la red que, al igual que ella,se dedicaban al hacking profesionalmente —y la mayoría de ellos sólo la conocíancomo Wasp, no sabían quién era realmente ni dónde vivía—, sólo Kalle Blomkvisthabía tropezado con su secreto. La descubrió porque cometió un error que ni

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siquiera los principiantes de doce años cometen, lo cual constituía una señal másque evidente de que su cerebro ya estaba siendo devorado por los gusanos y deque merecía ser castigada con una buena tunda de latigazos. Sin embargo, él ni seenfureció ni puso el grito en el cielo; en su lugar la contrató.

Así que se sentía ligeramente irritada con él.Cuando se estaban tomando un sándwich, poco antes de que ella se fuera a

acostar, él le había preguntado, sin venir a cuento, si era una buena hacker. Para supropio asombro, Lisbeth contestó espontáneamente a la pregunta:

—Probablemente la mejor de Suecia. Puede que haya dos o tres personas deun nivel similar al mío.

Lisbeth no dudaba de la veracidad de su respuesta. En su día Plague fuemejor, pero hacía ya mucho tiempo que ella le había superado.

Sin embargo, le resultaba raro pronunciar esas palabras. No lo había hechonunca. Ni siquiera había tenido a nadie con quien entablar ese tipo deconversación, y de repente encontró placentero el hecho de que él pareciera estarimpresionado por sus conocimientos. Luego Mikael rompió la magia preguntandocómo había aprendido a piratear.

No supo qué contestar. «Siempre lo he sabido hacer.» En su lugar, se fue a lacama sin darle las buenas noches.

Pero para su irritación, el haberse retirado a la habitación de aquella manerano pareció provocar reacción alguna en él. Permaneció tumbada escuchando cómoMikael se movía por la cocina, quitaba la mesa y fregaba. Él siempre se quedabadespierto hasta más tarde que ella, pero hoy, al parecer, ya se iba a acostar. Lo oyóen el cuarto de baño y al entrar en su dormitorio y cerrar la puerta. Al cabo de unrato oyó el chirrido que produjo la cama cuando se acostó, a medio metro de ella,pero al otro lado de la pared.

Durante la semana que llevaba en su casa, no había intentado ligar con ella.Trabajaban juntos, le preguntaba su opinión, la recriminaba cuando se equivocabay le daba la razón cuando ella lo reprendía. Maldita sea, la verdad es que MikaelBlomkvist la había tratado como a una persona.

De repente, se dio cuenta de que le gustaba su compañía, tal vez, incluso, deque confiaba en él. Nunca había confiado en nadie, a excepción, probablemente,de Holger Palmgren, aunque por razones completamente diferentes. Palmgrenhabía sido un do gooder previsible.

Se levantó, se acercó a la ventana e, inquieta, se puso a contemplar laoscuridad. Para Lisbeth, lo más difícil de todo era mostrarse desnuda ante otrapersona por primera vez. Estaba convencida de que su delgaducho cuerporesultaba repulsivo. Sus pechos eran patéticos. Prácticamente no tenía caderas. Asu juicio, no podía ofrecer gran cosa. Pero aparte de eso, era una mujer normal,con exactamente el mismo deseo e instinto sexual que todas las demás.Permaneció de pie junto a la ventana casi veinte minutos antes de decidirse.

Mikael estaba en la cama leyendo una novela de Sara Paretsky cuandoescuchó el picaporte de la puerta y, al levantar la mirada, vio a Lisbeth Salander.

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Una sábana le envolvía el cuerpo. Se quedó un rato callada en la entrada; daba laimpresión de estar pensando en algo.

—¿Te pasa algo? —preguntó Mikael.Negó con la cabeza.—¿Qué quieres?Se acercó a él, le cogió el libro y lo dejó sobre la mesilla de noche. Luego se

inclinó y le besó en la boca. Sus intenciones no podían estar más claras. Se subiórápidamente a la cama y se quedó sentada mirándole con ojos inquisitivos. Pusouna mano sobre la sábana que cubría su estómago. Como no protestó, ella seinclinó y le mordió un pezón. Mikael Blomkvist estaba completamente perplejo.Al cabo de unos segundos la cogió de los hombros y la apartó para poder ver sucara. Él no parecía indiferente.

—Lisbeth..., no sé si esto es una buena idea. Trabajamos juntos.—Quiero acostarme contigo. Y eso no será ningún problema para trabajar

juntos, pero si ahora me echas de aquí, voy a tener un problema gordo contigo.—Pero apenas nos conocemos.De repente se rió, secamente, como tosiendo.—Cuando hice mi investigación sobre ti, advertí que eso nunca te ha echado

para atrás. Todo lo contrario: perteneces a esa clase de hombres que son incapacesde mantenerse alejados de las mujeres. ¿Qué pasa? ¿No soy lo suficientemente sexypara ti?

Mikael negó con la cabeza intentando pensar en algo inteligente que decir. Alno contestar, ella le quitó la sábana y se puso a horcajadas encima de él.

—No tengo condones —dijo Mikael.—A la mierda los condones.Cuando Mikael se despertó, Lisbeth ya se había levantado. La oyó en la

cocina haciendo ruido con la cafetera. Eran las siete menos algo. Sólo habíadormido dos horas y se quedó en la cama con los ojos cerrados.

No alcanzaba a comprender a Lisbeth Salander. Ni en una sola ocasión lehabía dado a entender, ni siquiera con una mirada, que tenía el más mínimointerés por él.

—Buenos días —dijo Lisbeth desde la puerta, incluso con un asomo desonrisa.

—Hola —contestó Mikael.—Se nos ha acabado la leche. Subo a la gasolinera. Abren a las siete.Se dio la vuelta tan rápidamente que Mikael no tuvo tiempo de contestar. La

oyó ponerse los zapatos, coger el bolso y el casco y salir por la puerta principal.Mikael cerró los ojos. Acto seguido escuchó cómo la puerta se volvía a abrir, y uninstante después estaba de nuevo en la puerta del dormitorio. Esta vez no sonreía.

—Es mejor que vengas a ver esto —dijo con una voz rara.Mikael se levantó enseguida y se puso los vaqueros. Durante la noche,

alguien se había acercado a la casa con un indeseado regalo. En el porche yacía elcadáver medio carbonizado de un gato descuartizado. Le habían cortado la cabeza

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y las piernas; luego fue despellejado y le extrajeron las tripas y el estómago; losrestos estaban tirados junto al cadáver, que parecía haber sido asado sobre fuego.La cabeza estaba intacta y colocada encima del sillín de la moto de LisbethSalander. Mikael reconoció el pelaje pardo rojizo.

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CAPÍTULO 22Jueves, 10 de julio

Desayunaron en el jardín en silencio y sin leche para el café. Antes de que élfuera a buscar una bolsa de basura para quitar a la gata de allí, Lisbeth sacó unapequeña cámara digital Canon para hacer unas fotos del macabro espectáculo. Sinsaber muy bien qué hacer con el cadáver, Mikael lo metió en el maletero del coche.Debería poner una denuncia a la policía por maltrato de animales y posiblementetambién por amenazas, pero no sabía muy bien cómo explicar el motivo de esasamenazas.

A las ocho y media, Isabella Vanger pasó caminando en dirección al puente.No los vio, o fingió no verlos.

—¿Cómo estás? —le preguntó finalmente Mikael a Lisbeth.—Bien.Ella le observaba desconcertada. «De acuerdo. Quiere que esté indignada.»—Cuando encuentre al cabrón que tortura y mata a una gata inocente sólo

para hacernos una advertencia, cogeré un bate de béisbol y...—¿Crees que se trata de una advertencia?—¿Se te ocurre algo mejor? Esto significa algo.Mikael asintió con la cabeza.—Sea cual sea la explicación, hemos conseguido inquietar a alguien lo

suficiente como para que cometa una verdadera locura. Pero también hay otroproblema.

—Ya lo sé. Esto es un sacrificio animal al estilo de los de 1954 y 1960. Pero noparece probable que un asesino de hace ya cincuenta años venga ahoramerodeando por aquí para dejar cadáveres de animales torturados delante de lapuerta de tu casa.

Mikael asintió.—En tal caso, los únicos sospechosos serían Harald Vanger e Isabella Vanger.

Hay otros parientes mayores, también de la rama familiar de Johan Vanger, peroninguno vive por aquí.

Mikael suspiró.—Isabella es una cabrona muy malvada, y seguro que sería capaz de matar a

una gata, pero dudo que en los años cincuenta se dedicara a asesinar en serie amujeres. En cuanto a Harald Vanger... no sé, parece tan decrépito que apenaspuede andar; me cuesta creer que haya salido a escondidas por la noche parabuscar a la gata y hacer todo eso.

—A no ser que se trate de dos personas. Una mayor y otra joven.

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Mikael oyó pasar un coche. Levantó la mirada y vio a Cecilia Vangerdesaparecer por el puente. «Harald y Cecilia», pensó. Pero había algo que noencajaba muy bien: el padre y la hija no se veían y apenas se dirigían la palabra. Apesar de la promesa de Martin Vanger de hablar con ella, Cecilia seguía sindevolverle las llamadas.

—Tiene que ser alguien que sepa que estamos investigando y que hemoshecho avances —dijo Lisbeth Salander.

Acto seguido, se levantó y entró en la casa. Cuando salió ya llevaba puesto sumono de cuero.

—Me voy a Estocolmo. Volveré esta noche.—¿Qué vas a hacer?—Ir a por unos trastos. Si alguien está tan loco como para matar a una gata

de esa manera, la próxima vez puede que venga a por nosotros. O que provoqueun incendio mientras estamos durmiendo. Quiero que hoy mismo vayas aHedestad y compres dos extintores y dos detectores de humos. Uno de losextintores debe ser de halón.

Sin despedirse, se puso el casco, arrancó la moto de una patada y desapareciópor el puente.

Mikael tiró el cadáver en el cubo de basura de la gasolinera antes decontinuar hacia Hedestad, donde compró los extintores y los detectores de humo.Los metió en el maletero del coche y se fue al hospital. Había quedado con DirchFrode en la cafetería.

Le contó lo sucedido. Dirch Frode se puso pálido.—Mikael, no había contado con que esta historia pudiera ser peligrosa.—¿Por qué no? Al fin y al cabo, la tarea consistía en desenmascarar a un

asesino.—Pero quién iba a... Esto es una locura. Si tu vida y la de la señorita Salander

corren peligro, debemos parar esto ya. Yo puedo hablar con Henrik.—No. En absoluto. No quiero que sufra otro infarto.—No deja de preguntar por ti.—Dile que sigo intentando desenredar el ovillo.—¿Y ahora qué hacemos?—Tengo algunas preguntas. El primer incidente ocurrió poco después del

infarto de Henrik; ese día me encontraba en Estocolmo. Alguien registró miestudio. Yo ya había descifrado el código bíblico y descubierto las fotos deJärnvägsgatan. Os lo conté a ti y a Henrik. Martin también estaba al tanto e hizo lagestión que me permitió entrar en la redacción del Hedestads-Kuriren. ¿Cuántaspersonas más lo sabían?

—Bueno, ignoro con quién hablaría Martin exactamente. Pero tanto Birgercomo Cecilia estaban al corriente; han comentado tu búsqueda de fotos. Alexandertambién lo sabía. Y, por cierto, Gunnar y Helena Nilsson, habían subido a ver a

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Henrik y se vieron metidos en la conversación. Y Anita Vanger.—¿Anita? ¿La de Londres?—La hermana de Cecilia. Acompañó a Cecilia en el vuelo de vuelta cuando

Henrik sufrió el infarto, pero se alojó en un hotel y, que yo sepa, no ha pisado laisla. Al igual que Cecilia, no quiere ver a su padre. Pero regresó a Londres haceuna semana, cuando Henrik salió de la UVI.

—¿Y dónde está Cecilia? La vi esta mañana cuando cruzó el puente, pero sucasa permanece cerrada y a oscuras.

—¿Sospechas de ella?—No, sólo me preguntaba dónde se alojaba.—En casa de su hermano Birger, a un paso de la casa de Henrik.—¿Y sabes dónde se encuentra ahora?—No. De todos modos, con Henrik no está.—Gracias —dijo Mikael, y se levantó.

Los miembros de la familia Vanger iban y venían por el hospital deHedestad. En el vestíbulo principal, Birger Vanger se dirigía hacia los ascensores.Mikael no tenía ganas de cruzarse con él, así que esperó hasta que desapareció desu vista. En su lugar, se topó con Martin Vanger justo en la puerta del hospital,casi exactamente en el mismo sitio en el que se había encontrado con CeciliaVanger en la anterior visita. Se saludaron y se dieron la mano.

—¿Has visto a Henrik?—No, sólo he pasado a ver a Dirch Frode un momento.Martin Vanger estaba ojeroso y parecía cansado. De repente, Mikael se fijó en

lo mucho que había envejecido Martin desde que se conocieron, hacía ya seismeses. La lucha por salvar al imperio Vanger era costosa y la enfermedad deHenrik no le había animado mucho.

—¿Cómo te va? —preguntó Martin Vanger.Mikael dejó claro enseguida que no tenía ninguna intención de abandonar y

volver a Estocolmo,—Bien, gracias. A medida que pasan los días esto se va poniendo cada vez

más interesante. Cuando Henrik mejore, espero poder satisfacer su curiosidad.

Birger Vanger vivía en un chalé adosado de ladrillo blanco al otro lado delcamino, a sólo cinco minutos andando desde el hospital. Tenía vistas al mar y alpuerto de Hedestad. Cuando Mikael llamó al timbre, no abrió nadie. Telefoneó almóvil de Cecilia, pero no obtuvo respuesta. Permaneció un rato en el cochetamborileando en el volante con los dedos. Birger Vanger era una página enblanco en su colección; nació en 1939 y por lo tanto sólo tenía diez años cuando secometió el asesinato de Rebecka Jacobsson. En cambio, tenía veintisiete cuandodesapareció Harriet.

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Según Henrik Vanger, Birger y Harriet apenas tuvieron relación. Birger secrió con su familia en Uppsala y se mudó a Hedestad para trabajar en el GrupoVanger, pero al cabo de un par de años lo abandonó para dedicarse a la política.Sin embargo, se encontraba en Uppsala cuando se cometió el asesinato de LenaAndersson.

Mikael no sabía por dónde coger toda esa historia, pero el incidente de lagata le había provocado un sentimiento de amenaza inminente y la sensación deque empezaba a faltarle tiempo.

Otto Falk, el viejo pastor de Hedeby, tenía treinta y seis años cuando Harrietdesapareció. Ahora tenía setenta y dos; era más joven que Henrik Vanger, pero seencontraba en unas condiciones mentales considerablemente peores. Mikael fue averlo a la residencia Svalan, un edificio de ladrillo amarillo al otro lado de laciudad, a orillas del canal de Hede. Mikael se presentó en la recepción y solicitóhablar con Falk. Explicó que sabía perfectamente que el reverendo sufría deAlzheimer y quiso saber si estaba lo suficientemente lúcido como para manteneruna conversación. Una enfermera jefe le contestó que hacía tres años que lediagnosticaron la enfermedad y que su evolución había sido bastante agresiva. Sepodía hablar con él, pero su memoria a corto plazo era pésima; no reconocía aalgunos familiares y, en general, estaba a punto de adentrarse en una espesaniebla. También le advirtió de que el viejo podía sufrir ataques de angustia si se lepresionaba con preguntas a las que no supiera responder.

El viejo pastor estaba sentado en un banco del jardín junto con otros trespacientes y un enfermero. Mikael pasó una hora intentando conversar con Falk.

Falk recordaba muy bien a Harriet Vanger. Se le iluminó la cara y la describiócomo una chica encantadora. Sin embargo, Mikael no tardó en darse cuenta de queel pastor había olvidado que llevaba casi treinta y siete años desaparecida.Hablaba de ella como si la acabara de ver; le pidió a Mikael que le diera recuerdosde su parte y que le dijera que subiera a visitarlo. Mikael se comprometió ahacerlo.

Cuando Mikael habló de lo que había sucedido el día en el que Harrietdesapareció, Otto Falk se quedó desconcertado. Al parecer, no recordaba elaccidente del puente. Fue al final de la conversación cuando el pastor mencionóalgo que hizo que Mikael aguzara el oído.

Mikael había conducido la charla hacia el interés de Harriet por la religión;de repente, el pastor Falk pareció pensativo, como si una nube ensombreciera surostro. Empezó a mecerse hacia delante y atrás durante un rato.

Luego levantó la vista y, mirando a Mikael, le preguntó quién era. Mikaelvolvió a presentarse y el viejo se quedó meditando otro rato más. Finalmentemovió negativamente la cabeza con un gesto irritado.

—Todavía está buscando la verdad. Ha de tener cuidado y tú debesadvertirla.

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—¿De qué?El pastor Falk se alteró. Sacudió la cabeza con el ceño fruncido.—Debe leer sola scriptura y entender sufficientia scripturae. Sólo de esa manera

podrá mantener la sola fide. José los excluyó definitivamente. Nunca estuvieronrecogidos en el canon.

Mikael no entendió nada, pero lo apuntó todo aplicadamente. Luego elpastor Falk se inclinó hacia Mikael y le susurró en tono confidencial:

—Creo que es católica. Siente fascinación por la magia y sigue sin encontrar asu Dios. Hay que guiarla.

Al parecer, la palabra «católica» encerraba un matiz negativo para elreverendo.

—Yo creía que estaba interesada por el movimiento pentecostal.—No, no; los pentecostales no. Ella busca la verdad prohibida. No es una

buena cristiana.Acto seguido, el pastor pareció olvidarse tanto de Mikael como del tema y se

puso a hablar con uno de los demás pacientes.

Pasadas las dos de la tarde, Mikael ya estaba de vuelta en la isla de Hedeby.Se acercó hasta la casa de Cecilia Vanger y llamó a la puerta sin éxito alguno.Intentó localizarla mediante el móvil, pero no obtuvo respuesta.

Instaló un detector de humos en la cocina y otro en el recibidor. Colocó unextintor junto a la cocina de hierro, al lado de la puerta del dormitorio, y el otrocerca del baño.

Después se preparó el almuerzo —café y sándwiches—, se sentó en el jardíne introdujo en su iBook las notas de la conversación mantenida con el pastor Falk.Meditó un buen rato y luego levantó la vista hacia la iglesia.

La nueva casa rectoral de Hedeby era un chalé moderno normal y corriente,situado a un tiro de piedra de la iglesia. A eso de las cuatro, Mikael llamó a lapuerta de la casa de la pastora Margareta Strandh y le explicó que venía a pedirleconsejo sobre un asunto teológico. Margareta Strandh, una mujer morena de sumisma edad, le abrió en vaqueros y camisa de franela. Iba descalza y llevaba lasuñas de los pies pintadas. Había coincidido con ella en el Café de Susanne un parde veces en las que hablaron del pastor Falk. Recibió a Mikael amablemente y leinvitó a sentarse en el jardín.

Mikael le contó que acababa de ver a Otto Falk y le comentó lo que éste lehabía dicho, cuyo significado no entendía. Margareta Strandh escuchó y luego lepidió que repitiera con exactitud las palabras pronunciadas por Falk. Ella se quedópensativa un instante.

—Llegué a Hedeby hace sólo tres años y la verdad es que no conozcopersonalmente al pastor Falk. Se jubiló varios años antes, pero tengo entendidoque se trataba, en el amplio sentido de la palabra, de un hombre bastanteortodoxo. Lo que te ha dicho significa, más o menos, que hay que atenerse a las

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Escrituras y nada más (sola scriptura) y que la Biblia es sufficientia scripturae. Estoúltimo es una expresión que establece la suficiencia de las Escrituras entre loscreyentes muy ortodoxos. Sola fide significa «la fe única» o «la fe pura».

—Entiendo.—Son, por decirlo de alguna manera, dogmas fundamentales. Constituyen la

base de la Iglesia, y lo cierto es que no tiene nada de raro. Las palabras de Falk setraducirían simplemente como «Lee la Biblia: te da suficientes conocimientos y tegarantiza la fe pura».

Mikael se sintió un poco avergonzado.—Pero ahora debes contarme en qué contexto se ha producido esa

conversación.—Le he preguntado sobre una persona que él conoció hace muchos años y

sobre la que yo escribo.—¿Alguien que está buscando respuestas religiosas?—Algo así.—De acuerdo; creo que lo entiendo. Falk ha dicho dos cosas más: que «José

los excluyó categóricamente» y que «nunca estuvieron recogidos en el canon». ¿Esposible que lo oyeras mal y que dijera Josefus en vez de José? En realidad, se tratadel mismo nombre.

—Es posible —dijo Mikael—. He grabado la entrevista; si quieresescucharla...

—No, no creo que sea necesario. Estas dos frases determinan de manerabastante clara a qué se refería. Josefus era un historiador judío y la frase «nuncaestuvieron recogidas en el canon» debe referirse a que nunca estuvieron incluidasen el canon hebreo.

—¿Y eso qué quiere decir?Ella se rió.—El pastor Falk te ha dicho que esta persona sentía fascinación por las

fuentes esotéricas, en concreto por los apócrifos. La palabra apokryphos significa“oculto” y los apócrifos son, por lo tanto, los libros ocultos que unos tachan demuy controvertidos y que otros consideran que deben formar parte del AntiguoTestamento. Son los libros de Tobías, Judit, Ester, Baruc, la Sirácida, los Macabeosy algunos más.

—Perdona mi ignorancia. He oído hablar de los apócrifos, pero nunca los heleído. ¿Qué tienen de especial?

—En realidad, nada; tan sólo el hecho de que fueron escritos un poco mástarde que el resto del Antiguo Testamento. Por eso los apócrifos se han eliminadode la Biblia hebrea; no porque los escribas judíos desconfiaran de su contenido,sino simplemente porque se escribieron después de que las revelaciones de Dioshubieran concluido. En cambio, los apócrifos se incluyen en la vieja traduccióngriega de la Biblia. Para la Iglesia católica, por ejemplo, no son polémicos.

—Entiendo.—Sin embargo, para la Iglesia protestante son sumamente controvertidos.

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Durante la Reforma, los teólogos volvieron a la antigua Biblia hebrea. Lutero sacólos apócrifos de la Biblia de la Reforma y más tarde Calvino declaró que losapócrifos no podían constituir, en absoluto, la base de la fe. O sea, contienen textosque contradicen o que, de alguna manera, no aceptan lo dicho en la ClaritasScripturae, la claridad de las Escrituras.

—En otras palabras: libros censurados.—Exacto. Los apócrifos sostienen, por ejemplo, que se puede practicar la

magia, que la mentira puede ser permitida en ciertos casos y afirmaciones por elestilo, cosa que, naturalmente, crispa a los exégetas dogmáticos de las Escrituras.

—Entiendo. Así que si alguien se entusiasma por la religión, no resulta deltodo impensable que los apócrifos aparezcan en su lista de libros de lectura, paragran indignación de alguien como el pastor Falk.

—Exactamente. Resulta casi imposible no toparse con los apócrifos si teinteresa la Biblia o la fe católica; y es igual de probable que alguien interesado entemas esotéricos los lea.

—¿No tendrás por casualidad algún ejemplar de los apócrifos?Se volvió a reír. Una risa clara, amable.—Naturalmente. De hecho, los apócrifos fueron publicados como un informe

oficial estatal, realizado por la Comisión Bíblica en los años ochenta.

Cuando Lisbeth Salander le pidió una entrevista en privado, DraganArmanskij se preguntó qué estaba pasando. Cerró la puerta y la invitó a sentarse.Lisbeth le comunicó que ya había acabado el trabajo que Mikael Blomkvist leencomendó y que Dirch Frode le pagaría antes de fin de mes, pero que ella habíadecidido seguir con la investigación. Mikael le había ofrecido un salarioconsiderablemente más bajo.

—Trabajo como autónoma —dijo Lisbeth Salander—. Hasta ahora,respetando nuestro acuerdo, nunca había aceptado ningún encargo que no mehubieras hecho tú. Pero lo que quiero saber ahora es qué pasaría con nuestrarelación profesional si cogiera un trabajo por mi cuenta.

Dragan Armanskij hizo un gesto levantando las manos.—Eres autónoma, puedes hacer los trabajos que quieras y cobrar por ellos lo

que te plazca. Me parece estupendo que ganes más dinero. En cambio, seríadesleal por tu parte que nos robaras clientes que nosotros te hemos dado.

—No tengo ninguna intención de hacerlo. He llevado a cabo el trabajo segúnel contrato que redactamos con Blomkvist. Está terminado. Lo que ocurre es queyo quiero seguir con el caso. Lo haría gratis.

—Nunca hagas nada gratis.—Ya sabes a lo que me refiero. Quiero averiguar adonde nos lleva toda esta

historia. He persuadido a Mikael Blomkvist para que le pida a Dirch Frode uncontrato complementario como ayudante de la investigación.

Le entregó el contrato a Armanskij. Éste le echó un vistazo.

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—Por ese sueldo podrías hacerlo gratis; total... Lisbeth, tú tienes talento. Notienes por qué trabajar por cuatro duros. Ya sabes que ganarías mucho másconmigo a jornada completa.

—No me interesa la jornada completa. Pero mi lealtad está contigo, Dragan.Siempre me has tratado muy bien. Quiero saber si le das tu visto bueno a uncontrato como éste; no quiero que haya mal rollo entre nosotros.

—Entiendo —dijo Dragan, y meditó su respuesta—. Está bien. Gracias porpreguntar. Si surgen situaciones de este tipo en el futuro, quiero que me consultespara que no haya malentendidos.

Lisbeth Salander permaneció callada unos minutos mientras pensaba sifaltaba añadir algo. Miró fijamente a Dragan Armanskij sin pronunciar palabra.Acto seguido, asintió con la cabeza, se levantó y se marchó; no hubo frases dedespedida, como ya era habitual. Al obtener la respuesta que quería, perdió porcompleto el interés por Armanskij. Él sonrió sosegadamente. El hecho de que ellale hubiese consultado marcaba un nuevo hito en el proceso de socialización deLisbeth.

Dragan abrió una carpeta que contenía un informe sobre la seguridad de unmuseo donde en breve se inauguraría una gran exposición sobre impresionistasfranceses. Luego la cerró y dirigió la mirada hacia la puerta por la que LisbethSalander acababa de salir. Se quedó pensando en el día en el que la vio reírse conMikael Blomkvist en su despacho; Dragan se preguntó si eso se debía a que ellaestaba madurando o a que Blomkvist la atraía. También sintió una repentinainquietud. Nunca se había podido librar de la sensación de que Lisbeth Salanderconstituía una víctima perfecta. Y ahora ella estaba persiguiendo a un loco en unpueblucho perdido.

De camino al norte, Lisbeth Salander, guiada por un impulso, se desvió ypasó por la residencia de Äppelviken para ver a su madre. Exceptuando la visitaque le hizo a principios de verano, no la veía desde Navidad y teníaremordimientos de conciencia por dedicarle tan poco tiempo. Una nueva visita enel transcurso de un par de semanas constituía todo un récord.

La encontró sentada en la sala de estar. Lisbeth se quedó poco más de unahora y la llevó a pasear hasta el estanque del parque que había junto al hospital. Sumadre seguía confundiendo a Lisbeth con su hermana. Como de costumbre,estaba algo ausente, pero, aun así, la visita pareció inquietarla.

Cuando Lisbeth se despidió, su madre no quiso soltarle la mano. Lisbethprometió volver pronto, pero la madre le lanzó una mirada llena de preocupacióny tristeza.

Era como si hubiese tenido el presentimiento de que se avecinaba unadesgracia.

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Mikael pasó dos horas en el jardín trasero de su casa hojeando los apócrifos,sin llegar a otra conclusión que la de estar perdiendo el tiempo.

No obstante, se le ocurrió una idea. Se preguntó si Harriet Vanger habríasido realmente tan religiosa. Su interés por los estudios bíblicos había surgidodurante el año anterior a su desaparición. Vinculó una serie de asesinatos con citasbíblicas y luego no sólo leyó la Biblia detenidamente, sino también los apócrifos; y,además, se sintió atraída por el catolicismo.

En realidad, ¿habría llevado a cabo la misma investigación a la que MikaelBlomkvist y Lisbeth Salander se dedicaban ahora, treinta y siete años después?¿Era más bien la persecución de un asesino lo que motivó su interés, y no lareligiosidad? El pastor Falk había dado a entender que, desde su punto de vista, setrataba más bien de una persona en busca de algo, y no de una buena cristiana.

Una llamada de Erika al móvil interrumpió sus reflexiones.—Sólo quería decirte que Greger y yo nos vamos de vacaciones la próxima

semana. Estaremos fuera cuatro semanas.—¿Adonde vais?—A Nueva York. Greger tiene una exposición y luego queríamos ir al Caribe.

Un amigo de Greger nos ha dejado una casa en Antigua; nos quedaremos allí dossemanas.

—Suena de maravilla. Que lo paséis bien. Y recuerdos a Greger.—Llevo tres años sin unas verdaderas vacaciones. El nuevo número ya está,

y también casi todo el siguiente. Ojalá pudieras hacerte cargo tú de la edición, peroChrister me ha prometido que él se ocupará de todo.

—Que me llame si necesita ayuda. ¿Qué tal con Janne Dahlman?Ella dudó un instante.—También se va de vacaciones la semana que viene. He puesto a Henry

como secretario de redacción en funciones. Christer y él llevarán el timón.—De acuerdo.—No me fío de Dahlman. Pero de momento se porta bien. Volveré el 7 de

agosto.

A eso de las siete, Mikael ya había intentado hablar por teléfono con CeciliaVanger en cinco ocasiones. Además, le había enviado un mensaje pidiéndole quelo llamara, pero no obtuvo respuesta.

Decidido, dejó los apócrifos, se puso el chándal y cerró la puerta con llaveantes de salir a correr.

Cogió el estrecho sendero que discurría en paralelo a la orilla para luegogirar y adentrarse en el bosque. Se abrió camino entre la maleza tan deprisa comopudo. Saltó por encima de árboles caídos arrancados de cuajo y llegó agotadohasta La Fortificación, con el pulso demasiado acelerado. Se detuvo junto a una delas viejas trincheras para hacer estiramientos durante un par de minutos.

De repente, oyó un fuerte disparo y una bala impactó en el muro de

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hormigón, a pocos centímetros de su cabeza. Luego sintió un dolor en el cuerocabelludo, donde algunos fragmentos del muro le hicieron un profundo corte.

Durante lo que parecía una eternidad, Mikael permaneció paralizado,incapaz de comprender lo que había ocurrido. Acto seguido se arrojó de cabeza ala trinchera, dándose un tremendo golpe al aterrizar sobre el hombro. El segundotiro llegó en el mismo instante en el que se lanzaba. La bala alcanzó los cimientosdel muro de hormigón, justo donde acababa de estar.

Mikael se puso de pie y miró a su alrededor. Se hallaba más o menos en elcentro de La Fortificación. A derecha e izquierda se extendían unos estrechospasadizos, de un metro de profundidad, comidos por la vegetación, queconducían a unas trincheras distribuidas a lo largo de algo más de doscientoscincuenta metros. Agachado, echó a correr en dirección sur a través de aquellaberinto.

De pronto, en su interior resonó el eco de la inimitable voz del capitánAdolfsson en una maniobra invernal en la Escuela de Infantería de Kiruna: «Joder,Blomkvist, baja la cabeza si no quieres que una bala te vuele la tapa de los sesos».Veinte años después, todavía se acordaba de los ejercicios especiales que el capitánAdolfsson les solía mandar.

Con el corazón palpitando, se detuvo sesenta metros más allá para recobrarel aliento. Sólo pudo oír su propia respiración. «El ojo humano percibe losmovimientos mucho antes que las formas y las siluetas. Muévete despacio cuandoestés reconociendo el terreno.» Lentamente levantó la mirada un par decentímetros por encima del borde de la trinchera. El sol le daba de frente y leresultaba imposible apreciar los detalles, pero no percibió ningún movimiento.

Mikael volvió a bajar la cabeza y continuó hasta la última trinchera. «Pormuy buenas armas que tenga el enemigo, si no te ve, no te podrá dar. A cubierto, acubierto, a cubierto. Asegúrate de no ponerte nunca a tiro.»

Ahora Mikael se encontraba a aproximadamente trescientos metros de lagranja de Östergården. A cuarenta metros había un bosque de malezaprácticamente impenetrable, lleno de arbustos y broza por doquier. Pero parallegar hasta allí tenía que salir de la trinchera y bajar por una pendiente en la queestaría completamente expuesto. Era la única salida. El mar quedaba a susespaldas.

Mikael se agachó y reflexionó. De repente reparó en que le dolía la sien ydescubrió que sangraba abundantemente y que su camiseta estaba empapada desangre. Fragmentos de la bala o de los cimientos del muro de hormigón le habíanproducido un profundo corte en el nacimiento del pelo. «Las heridas del cuerocabelludo no dejan de sangrar nunca», pensó antes de volver a concentrarse en susituación. Le podrían haber disparado una vez por accidente, pero dos significabaque alguien intentaba matarle. No sabía si el tirador seguía allí fuera con el armacargada esperando a que él se dejara ver.

Intentó calmarse y pensar racionalmente. La elección consistía en esperar osalir de allí de alguna manera. Si el tirador permanecía todavía en su lugar, la

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segunda alternativa era decididamente desaconsejable. Pero si se quedabaesperando en el mismo sitio, el tirador podría acercarse tranquilamente a LaFortificación, buscarle y pegarle un tiro de cerca.

«Él (¿o ella?) no puede saber si me he desplazado a la derecha o a laizquierda.» Tal vez se trate de una escopeta para cazar alces, probablemente conmira telescópica. Eso quería decir que, si estaba acechando a Mikael a través delobjetivo, el tirador tenía un campo de visión limitado.

«Si estás en un aprieto, toma la iniciativa. Es mejor que esperar.» Aguardóaguzando el oído durante dos minutos; luego se encaramó a la trinchera, la saltó ybajó la pendiente tan de prisa como pudo.

Cuando estaba a medio camino en dirección al bosque de maleza se produjoun tercer disparo, pero impacto lejos de él. Acto seguido, se tiró de cabeza cuanlargo era a través de la cortina de vegetación, y rodó por un mar de ortigas. Selevantó de inmediato y, medio agachado, empezó a correr alejándose del tirador.Cincuenta metros más allá se detuvo a escuchar. De repente oyó el crujido de unaramita que se rompía en algún sitio entre él y La Fortificación. Se dejó caer bocaabajo con sumo cuidado.

«Arrastraos con los codos», había sido otra de las máximas favoritas delcapitán Adolfsson. Mikael recorrió los siguientes ciento cincuenta metros pegadoal suelo. Avanzaba sin hacer ruido, muy atento a ramas y ramitas. En dosocasiones oyó repentinos crujidos dentro del bosque. El primero parecía procederde su cercanía más inmediata, tal vez a unos veinte metros del lugar donde seencontraba. Se quedó petrificado, completamente quieto. Al cabo de un rato,levantó la cabeza con mucho cuidado y oteó el terreno sin descubrir a nadie.Durante un tiempo que se le antojó una eternidad permaneció inmóvil y enmáxima alerta, preparado para emprender la huida o, tal vez, para realizar undesesperado contraataque en el caso de que «el enemigo» fuera derecho hacia él.El segundo crujido venía de más lejos. Luego silencio.

«Sabe que estoy aquí. Pero ¿se ha colocado en algún sitio y está esperando aque yo me mueva, o ya se ha retirado?»

Continuó arrastrándose a través de la vegetación hasta que llegó al cercadode los pastos de Östergården.

Aquí comenzaba el siguiente momento crítico. Una senda se extendíaparalelamente al cercado por la parte exterior. Seguía tumbado boca abajo en elsuelo. Recorrió el terreno con la mirada y, justo enfrente, a unos cuatrocientosmetros al final de una ligera pendiente, divisó unas casas. A la derecha vio unascuantas vacas pastando. «¿Por qué nadie ha oído los disparos y se ha acercadopara averiguar qué pasaba? Es verano. Puede que no haya nadie en casa ahoramismo.»

Salir a los pastos no constituía una opción —allí estaría completamenteexpuesto—, pero, por otra parte, la senda paralela al cercado era el lugar donde élse habría colocado para tener el campo libre y disparar. Arrastrándose, se adentróen la maleza hasta que ésta terminó y un ralo bosque de pinos tomó el relevo.

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De regreso a casa, Mikael tomó el camino más largo, rodeando los terrenosde Östergården y atravesando Söderberget. Al dejar atrás Östergården se percatóde que el coche no estaba. Se detuvo en la cima de Söderberget y contemplóHedeby. En las viejas casetas de pescadores del puerto había varios veraneantes.Algunas mujeres en bañador hablaban sentadas en el embarcadero; a su lado,unos niños chapoteaban en el agua. Percibió el olor a barbacoa.

Mikael consultó su reloj: las ocho pasadas. Habían transcurrido cincuentaminutos desde los disparos. Gunnar Nilsson, en pantalones cortos y con el torsodesnudo, estaba regando el césped de su casa. «¿Cuánto tiempo llevas ahí?» En lacasa de Henrik Vanger no había nadie, a excepción de Anna Nygren, el ama dellaves. La casa de Harald Vanger, como siempre, daba la impresión de hallarseabandonada. De pronto descubrió a Isabella Vanger en el jardín trasero de su casa.Estaba sentada hablando con alguien. Mikael tardó un segundo en darse cuenta deque se trataba de la enfermiza Gerda Vanger, nacida en 1922, que vivía con su hijoAlexander Vanger en una de las casas situadas más allá de la de Henrik. Nohabían sido presentados, pero en varias ocasiones la había visto en ese mismojardín. La casa de Cecilia Vanger parecía desierta; de repente, Mikael vio una luzencenderse en la cocina. «Está en casa. ¿El tirador había sido una mujer?» No lecabía la menor duda de que Cecilia Vanger sabía manejar una escopeta. Más allápudo apreciar el coche de Martin Vanger en el patio de su chalé. «¿Cuánto tiempollevas ahí?»

¿O se trataba de otra persona? ¿Alguien en el que ni siquiera había pensadotodavía? ¿Frode? ¿Alexander? Demasiadas posibilidades.

Bajó de Söderberget, siguió el camino hasta el pueblo y se fueinmediatamente a su casa sin encontrarse con nadie. Lo primero que vio fue que lapuerta estaba entreabierta. Se agachó casi de manera instintiva. Luego sintió elolor a café y vislumbró a Lisbeth Salander a través de la ventana de la cocina.

Lisbeth oyó a Mikael entrar en el recibidor y salió a su encuentro. Se quedóde piedra. Su rostro, manchado de sangre que había empezado a coagularse,presentaba un aspecto horrible. La parte izquierda de su camiseta blanca estabaempapada de sangre. Presionaba un trapo contra la cabeza.

—Es una herida en el cuero cabelludo que sangra que no veas, pero no pasanada —dijo Mikael antes de que a ella le diera tiempo a abrir la boca.

Lisbeth se volvió y fue a buscar el botiquín a la despensa. Sólo contenía doscajas de tiritas, una barrita para las picaduras de mosquito y un pequeño rollo decinta adhesiva quirúrgica. Mikael se quitó la ropa y la dejó caer en el suelo; luegoentró en el baño y se miró en el espejo.

La herida de la sien era un corte de unos tres centímetros de longitud tanprofundo que Mikael pudo levantar un buen trozo de carne. Seguía sangrando y

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necesitaba unos puntos de sutura, pero pensó que probablemente se curaría con lacinta quirúrgica. Humedeció una toalla y se limpió la cara.

Apretó la toalla contra la sien mientras se metía bajo la ducha con los ojoscerrados. Luego golpeó con el puño los azulejos del baño con tanta fuerza que sedesolló los nudillos. «Fuck you —pensó—. Te voy a coger.»

Cuando Lisbeth tocó su brazo él se retorció como si hubiera recibido unadescarga eléctrica y le lanzó una mirada con tanta rabia que ella, instintivamente,dio un paso atrás. Lisbeth le entregó una pastilla de jabón y volvió a la cocina sinpronunciar palabra.

Después de ducharse, Mikael se puso tres capas de cinta quirúrgica. Entró enel dormitorio, se vistió con una camiseta y unos vaqueros limpios, y cogió lacarpeta con las fotos impresas. Estaba tan enfadado que casi temblaba.

—Quédate aquí —le gritó a Lisbeth Salander.Se dirigió a casa de Cecilia Vanger. Puso la mano en el timbre y la mantuvo

durante minuto y medio hasta que ella abrió.—No quiero verte —dijo.Luego se fijó en su cara, en la sangre que ya empezaba a empaparle la cinta.—¿Qué te has hecho?—Déjame pasar. Tenemos que hablar.Ella dudó.—No tenemos nada de que hablar.—Ahora sí tenernos de que hablar y lo podemos hacer aquí, en la escalera o

en la cocina.La voz de Mikael sonó con tanto aplomo que Cecilia Vanger se apartó y lo

dejó entrar. Con pasos decididos se dirigió a la cocina.—¿Qué te has hecho? —volvió a preguntar.—Andas diciendo que mi búsqueda de la verdad sobre la desaparición de

Harriet Vanger es una especie de absurdo pasatiempo terapéutico de Henrik. Esposible. Pero hace una hora alguien ha intentado volarme la cabeza de un tiro, yanoche alguien dejó una gata descuartizada encima de mi porche.

Cecilia Vanger abrió la boca, pero Mikael la interrumpió.—Cecilia, me importan una mierda tus historias, tus traumas y por qué, de

buenas a primeras, no me puedes ni ver. Jamás volveré a acercarme a ti y no tienespor qué temer que vaya a molestarte o perseguirte. Ahora mismo desearía nohaber oído nunca hablar de ti ni de nadie más de la familia Vanger. Pero quieroque respondas a mis preguntas. Cuanto antes contestes, antes te librarás de mí.

—¿Qué quieres saber?—Uno: ¿dónde estabas hace una hora?El rostro de Cecilia se ensombreció.—En Hedestad. Volví hace media hora.—¿Hay alguien que pueda corroborarlo?—No, que yo sepa. Pero tampoco tengo por qué justificarme ante ti.—Dos: ¿por qué abriste la ventana del cuarto de Harriet Vanger el día de su

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desaparición?—¿Qué?—Ya has oído la pregunta. Durante todos estos años Henrik ha intentado

averiguar quién abrió esa ventana justo durante los minutos críticos en los que elladesapareció. Todo el mundo niega haberlo hecho. Alguien miente.

—¿Y qué coño te hace creer que fui yo?—Esto —le espetó Mikael, tirándole la borrosa foto sobre la mesa de la

cocina.Cecilia Vanger se acercó a la mesa y contempló la foto. Mikael creyó leer una

mezcla de miedo y asombro en su rostro. Ella levantó la vista y lo miró. De repenteMikael sintió cómo un pequeño reguero de sangre corría por su mejilla y legoteaba sobre la camiseta.

—Aquel día había en la isla unas sesenta personas —dijo él—. Veintiochoeran mujeres. Cinco o seis tenían el pelo rubio y largo. Sólo una llevaba un vestidoclaro.

Ella miró fijamente la fotografía.—¿Y tú crees que esa persona soy yo?—Si no eres tú, estoy muy ansioso por saber quién crees que es. Hasta ahora

nadie conocía la existencia de esta foto. La tengo en mi poder desde hace semanas,intentando comentarla contigo. Probablemente soy un idiota, pero no se la heenseñado a Henrik ni a nadie porque me aterraba convertirte en sospechosa ohacerte daño. Pero necesito una respuesta.

—Y la tendrás.Sostuvo la foto en alto y, acto seguido, se la devolvió.—Aquel día no entré en el cuarto de Harriet. No soy yo. No tuve

absolutamente nada que ver con su desaparición. —Se acercó a la puerta—. Yatienes tu respuesta. Ahora quiero que te vayas. Creo que debes ir a un médico paraque te mire la herida.

Lisbeth Salander lo llevó al hospital de Hedestad. Bastaron dos puntos desutura y una buena tirita para cerrar la herida. Le recetaron una crema concortisona para las erupciones que las ortigas le habían provocado en el cuello y lasmanos.

Tras abandonar el hospital, Mikael estuvo un largo rato dándole vueltas a sidebía ir a la policía o no. De pronto se imaginó los titulares: «El periodistacondenado por difamación, tiroteado». Sacudió la cabeza.

—Vamos a casa —le dijo a Lisbeth.Cuando volvieron, en la isla de Hedeby ya reinaba la oscuridad, cosa que a

Lisbeth Salander le venía muy bien. Puso una bolsa de deporte encima de la mesa.—He cogido prestado un equipo de Milton Security y ya va siendo hora de

usarlo. Prepara café mientras tanto.Colocó cuatro detectores de movimiento alrededor de la casa y le explicó que

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si alguien se acercara a una distancia inferior a siete metros, una señal de radioactivaría una pequeña alarma instalada en el dormitorio de Mikael. Al mismotiempo, dos cámaras de vídeo fotosensibles, colocadas en unos árboles de delantey de detrás de la casa, empezarían a emitir señales a un ordenador portátil quehabía metido en el armario del recibidor. Camufló las cámaras con una tela oscura,de manera que sólo pudiera verse el objetivo.

Sobre la puerta de entrada instaló una tercera cámara en una casita parapájaros. Para introducir el cable taladró la pared. El objetivo miraba hacia la calle yal camino que iba desde la verja hasta la puerta. Cada segundo hacía una foto debaja resolución que se almacenaba en el disco duro de otro portátil, tambiéninstalado en el armario.

Luego colocó en el vestíbulo un felpudo sensible a la presión. Si alguienconsiguiera sortear los detectores de movimiento y se introdujera en la casa, sepondría en marcha una sirena de 115 decibelios. Lisbeth le enseñó a Mikael cómodesconectar los detectores con una llave que había que introducir en una cajitacolocada en el armario. También había cogido prestados unos prismáticosnocturnos que depositó encima de la mesa del cuarto de trabajo.

—No dejas nada al azar —dijo Mikael al servirle café.—Otra cosa. Nada de salir a correr hasta que hayamos resuelto todo esto.—Créeme: he perdido el interés por el ejercicio.—No es una broma. Esto empezó siendo un misterio histórico, pero esta

mañana había una gata muerta en la escalera del porche y esta noche hanintentado volarte la cabeza de un tiro. Estamos pisándole los talones a alguien.

Cenaron fiambre y ensalada de patatas. De repente, Mikael se sintió hechopolvo y comenzó a notar un tremendo dolor de cabeza. No tenía fuerzas parahablar y se fue a la cama.

Lisbeth Salander se quedó despierta y continuó estudiando la investigaciónhasta las dos de la madrugada. La misión de Hedeby había tomado el cariz de algocomplicado a la vez que amenazador.

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CAPÍTULO 23Viernes, 11 de julio

Mikael se despertó a las seis de la mañana a causa del sol que se colaba através de una rendija de las cortinas y le daba de lleno en la cara. Le dolía un pocola cabeza y sintió una punzada de dolor al tocar la cinta quirúrgica. A su lado,Lisbeth Salander dormía boca abajo con su brazo sobre él. Mikael contempló eldragón que se extendía diagonalmente por su espalda, desde el omoplato derechohasta la nalga izquierda.

Le contó los tatuajes. Aparte del dragón y de una avispa en el cuello, teníatatuado un brazalete alrededor de uno de los tobillos, otro alrededor del bíceps delbrazo izquierdo, un signo chino en la cadera y una rosa en la pantorrilla. Exceptoel dragón, se trataba de tatuajes pequeños y discretos.

Mikael salió con cuidado de la cama y corrió las cortinas. Fue al baño y luegovolvió sigilosamente a la cama, intentando meterse bajo las sábanas sindespertarla.

Un par de horas más tarde desayunaron en el jardín. Lisbeth Salander miró aMikael.

—Tenemos un misterio que resolver. ¿Cómo lo vamos a hacer?—Reuniendo los datos que poseemos e intentando obtener más.—Uno de los datos es que alguien cercano a nosotros va a por ti.—La cuestión es ¿por qué? ¿Porque estamos a punto de resolver el misterio

de Harriet o porque nos hemos topado con un asesino en serie que no ha sidotodavía descubierto?

—Las dos cosas tienen que estar relacionadas.Mikael asintió con la cabeza.—Si Harriet consiguió averiguar que existía un asesino en serie, es que éste

era alguien de su entorno. Si estudiamos la galería de personajes de los añossesenta, hay, por lo menos, una veintena de candidatos posibles. En la actualidadapenas si contamos con Harald Vanger, y me cuesta mucho creer que sea él, concasi noventa y cinco años de edad, quien vaya corriendo por el bosque con unrifle. No tendría fuerzas ni para levantar una escopeta de las de cazar alces. Todaslas personas son o demasiado viejas para ser consideradas peligrosas hoy en día, odemasiado jóvenes para haber participado en los años cincuenta. Así que eso nosdevuelve a la casilla de salida.

—A no ser que se trate de dos personas que trabajan juntas. Una mayor yotra más joven.

—Harald y Cecilia. No creo. Estoy convencido de que me dijo la verdad

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cuando me aseguró que no era ella la de la foto de la ventana.—Entonces, ¿quién era?Abrieron el iBook de Mikael y dedicaron la siguiente hora a examinar en

detalle, una vez más, a todas las personas que se veían en las imágenes delaccidente del puente.

—Me imagino que todos los del pueblo bajaron a ver la catástrofe. Eraseptiembre. La mayoría lleva cazadoras o jerséis. Sólo hay una persona con pelorubio largo y un vestido claro.

—Se ve a Cecilia Vanger en muchas fotos. Parece andar de un lado para otro,entre las casas y la gente que mira el accidente. Aquí está hablando con Isabella.Aquí, al lado del pastor Falk. En esta otra con Greger Vanger, el hermanomediano.

—Espera —exclamó Mikael de pronto—. ¿Qué sostiene Greger en la mano?—Algo cuadrado. Parece algún tipo de caja.—Pero ¡si es una cámara Hasselblad! Él también tenía cámara.Repasaron las fotos una vez más. Se veía a Greger en varias, pero a menudo

estaba oculto. En una de ellas quedaba claro que llevaba una cajita cuadrada en lamano.

—Creo que tienes razón. Es una cámara.—Lo que quiere decir que tenemos que salir a la caza de más fotos.—Vale, pero ignorémoslas de momento —dijo Lisbeth Salander—. Déjame

formular una hipótesis.—Adelante.—¿Cómo te suena la idea de que alguien de la nueva generación sabe que

una persona de la vieja era un asesino en serie y no quiere que eso salga a la luz?El honor de la familia y todo ese rollo. Significaría que hay dos personasimplicadas, pero que no trabajan juntas. El asesino puede llevar muchos añosmuerto, mientras que nuestro atormentador sólo pretende que lo dejemos todo ynos vayamos a casa.

—Ya he pensado en eso —contestó Mikael—. Pero en tal caso, ¿por quéponer una gata descuartizada en la escalera de nuestra casa? Es una referenciadirecta a los anteriores asesinatos.

Mikael golpeteó la Biblia de Harriet.—Otra parodia del rito del holocausto.Lisbeth Salander se echó hacia atrás y, con aire pensativo, levantó la mirada

hacia la iglesia mientras citaba la Biblia. Sonaba como si se hablara a sí misma:—«Inmolará al novillo ante Yahveh; los hijos de Aarón, los sacerdotes,

ofrecerán la sangre y la derramarán alrededor del altar situado a la entrada de laTienda del Encuentro. Desollará después a la víctima y la descuartizará.»

Se calló y, de repente, advirtió que Mikael la estaba observando con un gestotenso. Él buscó el inicio del Levítico.

—¿Te sabes también el versículo 12?Lisbeth permaneció callada.

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—Luego, lo despedazará... —empezó diciendo Mikael mientras le hacía ungesto con la cabeza.

—«Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con lacabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar.»

La voz de Lisbeth sonó completamente gélida.—¿Y el versículo siguiente?Ella se levantó.—¡Lisbeth, tienes memoria fotográfica! —exclamó Mikael, perplejo—. Por eso

lees las páginas de los informes en diez segundos.Su reacción fue casi explosiva. Le lanzó una mirada tan cargada de rabia que

Mikael se quedó boquiabierto. Luego sus ojos se llenaron de desesperación;repentinamente, se dio la vuelta y se fue corriendo hacia la verja.

—¡Lisbeth! —gritó Mikael, asombrado.Ella desapareció camino arriba.

Mikael metió el ordenador de Lisbeth en la casa, conectó la alarma y cerrócon llave la puerta de la calle antes de salir a buscarla. Veinte minutos más tarde,la encontró en un muelle del puerto, sentada con los pies metidos en el agua yfumando un cigarrillo. Ella lo oyó aproximarse y Mikael advirtió cómo loshombros de Lisbeth se tensaron. Se detuvo a dos metros de ella.

—No sé qué he hecho mal, pero no ha sido mi intención alterarte.Ella no contestó.Se acercó y se sentó a su lado, poniéndole cuidadosamente la mano sobre el

hombro.—Por favor, Lisbeth, dime algo.Giró la cabeza y lo miró.—No hay nada de qué hablar —dijo—. No soy más que una freak.—Si yo tuviera la mitad de tu memoria, sería feliz.Ella tiró la colilla al agua.Mikael permaneció callado un largo rato. «¿Qué le puedo decir? Eres una

chica completamente normal. ¿Qué más da si eres un poco diferente? ¿Qué imagentienes de ti misma en realidad?»

—La primera vez que te vi ya me pareciste diferente —dijo él—. ¿Y sabes unacosa? Hacía mucho tiempo que nadie me caía tan bien desde el primer momento.

Unos niños salieron de una cabaña al otro lado del puerto y se tiraron alagua. Eugen Norman, el pintor al que Mikael seguía sin conocer, estaba sentadoen una silla delante de su casa chupando una pipa y contemplando a Mikael yLisbeth.

—Deseo ser tu amigo, si tú me dejas —dijo Mikael—. Pero eso lo tienes quedecidir tú. Me voy a casa a preparar más café. Ven cuando te apetezca.

Se levantó y la dejó en paz. Sólo había subido la mitad de la cuesta cuandooyó los pasos de ella detrás. Regresaron juntos sin pronunciar palabra.

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Al llegar a la casa, ella le detuvo.—Estaba formulando una hipótesis... Comentábamos que todo parecía ser

una parodia de la Biblia. Es cierto que se ha descuartizado a una gata, supongoque no resultaba fácil conseguir un buey, pero la esencia de la historia se siguerespetando. Me pregunto... —Levantó la vista hacia la iglesia—. «... ofrecerán lasangre y la derramarán alrededor del altar situado a la entrada de la Tienda delEncuentro...»

Cruzaron el puente y subieron a la iglesia para echar un vistazo. Mikaelintentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Dieron una vuelta por allímirando las lápidas funerarias del cementerio y llegaron a la capilla situada másabajo, cerca del mar. De pronto, Mikael abrió los ojos de par en par. No se tratabade una capilla, sino de una cripta funeraria. Por encima de la puerta podía leerse elnombre Vanger inscrito en la piedra, más una cita en latín que no sabía quésignificaba.

—Descansar hasta el fin de los tiempos —dijo Lisbeth Salander.Mikael la miró. Ella se encogió de hombros.—Es que he visto esa frase en algún sitio —dijo.De pronto Mikael se echó a reír a carcajadas. Ella se puso tensa y al principio

pareció enfadarse, pero luego se dio cuenta de que no se reía de ella, sino de locómico de la situación, y se relajó.

Mikael intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Meditó un rato y ledijo a Lisbeth que se sentara a esperarle. Mikael se acercó a la casa de HenrikVanger para hablar con Anna Nygren y llamó a la puerta. Le explicó que queríaechar un vistazo a la capilla funeraria de la familia Vanger y le preguntó dóndeguardaba Henrik la llave. Anna dudó, pero accedió cuando Mikael le recordó queél trabajaba directamente para Henrik. Ella fue a buscar la llave a la mesa detrabajo de Henrik.

En cuanto abrieron supieron que llevaban razón. El hedor a cadáverquemado y a restos carbonizados flotaba pesadamente en el aire. Pero eltorturador de gatas no había encendido ningún fuego; en un rincón había unsoplete de esos que los esquiadores de fondo utilizan para encerar sus esquíes.Lisbeth sacó su cámara digital de un bolsillo de la falda vaquera e hizo unas fotos.Se llevó el soplete consigo.

—Podría ser una prueba. Quizá haya dejado huellas dactilares —dijo.—Claro, podemos pedir a todos los miembros de la familia Vanger que nos

dejen tomar sus huellas —respondió Mikael con sarcasmo—. Me encantaría verteintentando conseguir las de Isabella.

—Existen modos de hacerlo —contestó Lisbeth.En el suelo había abundante sangre y una cizalla, usada supuestamente para

degollar a la gata.Mikael recorrió la estancia con la mirada. La tumba principal, situada en la

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parte superior, pertenecía a Alexandre Vangeersad, mientras que las cuatro delsuelo contenían los restos de los primeros miembros de la familia. Al parecer,después los Vanger se pasaron a la cremación. En una treintena de nichos de lapared se leían los nombres de diversos miembros del clan. Mikael siguió lahistoria familiar por orden cronológico y se preguntó dónde enterrarían a losparientes que no cabían en la capilla, los que tal vez no fueran considerados losuficientemente importantes.

—Entonces, ya lo sabemos —dijo Mikael al cruzar el puente—. Estamospersiguiendo a una persona completamente loca.

—¿Qué quieres decir?Mikael detuvo sus pasos en medio del puente y se apoyó contra la

barandilla.—Si se hubiese tratado de un chalado más, que simplemente nos quería

asustar, se habría llevado la gata al garaje o incluso al bosque. Pero fue a la capillafuneraria de la familia. Actúa de manera compulsiva. Imagínate el riesgo quecorrió. Es verano y la gente sale a pasear por la noche. El camino por el cementerioes un atajo entre el norte y el sur de Hedeby. Aunque el tipo cerrara la puerta, lagata debió de darle mucha guerra y aquí debió de oler a quemado.

—¿El tipo?—No me imagino a Cecilia Vanger rondando a escondidas por ahí, en mitad

de la noche, con un soplete.Lisbeth se encogió de hombros.—No me fío de ninguna de esta gente, incluyendo a Frode y a tu Henrik. Es

una familia perfectamente dispuesta a jugártela si se presenta la oportunidad.Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

Permanecieron callados un rato. Luego Mikael tuvo que preguntar:—He averiguado bastantes cosas sobre ti. ¿Cuántas personas saben que eres

una hacker?—Nadie.—Nadie excepto yo, querrás decir.—¿Adonde quieres ir a parar?—Quiero saber si hay confianza. Si te fías de mí.Ella lo contempló durante un buen rato. Al final se volvió a encoger de

hombros.—No puedo hacer nada al respecto.—¿Te fías de mí? —insistió Mikael.—De momento sí —contestó Lisbeth.—Bien. Venga, vamos a hacerle una visita a Dirch Frode.

La mujer de Dirch Frode veía a Lisbeth Salander por primera vez. La observó

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con grandes ojos mientras le sonreía educadamente y les indicaba el camino aljardín trasero. A Frode se le iluminó la cara al ver a Lisbeth. Enseguida se levantóy les saludó con cortesía.

—Me alegro de verte —dijo—. Tengo remordimientos de conciencia por nohaberte expresado suficientemente mi gratitud por los excelentes servicios que noshas prestado. Tanto el invierno pasado como ahora.

Lisbeth lo miró airada y sospechosamente.—Bueno, ya me habéis pagado.—No se trata de eso. Te juzgué mal cuando te conocí. Te pido disculpas.Mikael se sorprendió. Dirch Frode era capaz de pedir disculpas a una chica

de veinticinco años llena de piercings y tatuajes cuando, en realidad, no habíamotivo alguno para hacerlo. De pronto, el abogado escaló un par de posiciones enla consideración de Mikael. Lisbeth Salander le ignoró.

Frode se dirigió a Mikael.—¿Qué te has hecho en la frente?Se sentaron. Mikael resumió el desarrollo de los acontecimientos de las

últimas veinticuatro horas. Al contarle cómo alguien le había disparado tres tirosen los alrededores de La Fortificación, Frode se levantó de un salto. Su indignaciónparecía sincera.

—Esto es una auténtica locura —soltó, haciendo una pausa y mirandofijamente a Mikael—. Lo siento mucho, pero esto tiene que acabar. No puedoponer en riesgo vuestras vidas. Voy a hablar con Henrik para rescindir el contrato.

—Siéntate —dijo Mikael.—No lo comprendes...—Lo único que comprendo es que Lisbeth y yo nos hemos acercado tanto a

la verdad que la persona que está detrás de todo esto actúa de manera irracional,presa del pánico. Queríamos hacerte algunas preguntas. Primero: ¿quién tienellave de la capilla funeraria de la familia y cuántas copias hay?

Frode meditó la respuesta.—La verdad es que no lo sé. Me imagino que varios miembros de la familia

tienen acceso a la capilla. Sé que Henrik tiene una llave y que Isabella suele ir allí aveces, pero no sé si ella tiene su propia lläve o si se la presta Henrik.

—Vale. Sigues formando parte de la junta directiva del Grupo Vanger.¿Existe algún archivo de la empresa? ¿Una biblioteca o algo parecido, dondearchiven los recortes de prensa e información de la empresa a lo largo de lahistoria?

—Sí, lo hay. En las oficinas principales de Hedestad.—Necesitamos acceder a él. ¿También hay viejas revistas de ámbito interno y

ese tipo de publicaciones?—Me temo que me veo obligado a repetir que no lo sé. Llevo por lo menos

treinta años sin ir al archivo. Debes hablar con una mujer que se llama BodilLindgren, que es la responsable de la conservación de todos los papeles del Grupo.

—¿Podrías llamarla y pedirle que reciba a Lisbeth en el archivo esta misma

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tarde? Quiere leer todos los viejos recortes de prensa acerca del Grupo Vanger. Esextraordinariamente importante que tenga acceso a todo lo que pueda ser deinterés.

—No creo que eso suponga un problema. ¿Algo más?—Sí. Greger Vanger llevaba una cámara Hasselblad en la mano el día que

ocurrió el accidente. Significa que también él podría haber hecho fotos. ¿Dóndepodrían haber acabado esas fotos después de su muerte?

—Es difícil de decir, pero supongo que estarán en manos de su viuda o de suhijo.

—¿Podrías...?—Llamaré a Alexander y se lo preguntaré.

—¿Qué quieres que busque? —preguntó Lisbeth Salander mientras cruzabanel puente de regreso a la isla, tras despedirse de Frode.

—Recortes de prensa, revistas y boletines informativos para los empleadosde la empresa. Quiero que repases todo lo que puedas encontrar en relación conlas fechas en las que se cometieron los crímenes en los años cincuenta y sesenta.Apunta todo lo que te llame la atención o te parezca mínimamente curioso. Creoque es mejor que tú te dediques a eso; es que tu memoria...

Ella le dio un puñetazo en un costado. Cinco minutos más tarde, volvió acruzar el puente en su moto ligera.

Mikael estrechó la mano de Alexander Vanger. Durante la mayor parte deltiempo que Mikael llevaba en Hedeby, Alexander había estado fuera y Mikael sólose había cruzado con él muy rápidamente. «Tenía veinte años cuando Harrietdesapareció.»

—Dirch Frode me dijo que querías ver viejas fotos.—Tu padre tenía una cámara Hasselblad.—Sí, es cierto. Todavía la conservamos, pero nadie la usa.—¿Sabes que estoy investigando lo que le ocurrió a Harriet por encargo de

Henrik?—Tengo entendido que así es. Y hay muchas personas que no están

precisamente contentas con ese tema.—Es posible. Naturalmente, no estás obligado a enseñarme nada.—Bah... ¿Qué es lo que quieres ver?—Si tu padre hizo algunas fotos el día en que Harriet desapareció.Subieron al desván. Alexander tardó unos minuto: en conseguir localizar una

caja de cartón con una gran cantidad de fotografías sin ordenar.—Llévatela —dijo—. Si hay algo, estará ahí.

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Mikael dedicó una hora a ordenar las fotos de Greger Vanger. Comoilustraciones para la crónica de la familia, la caja contenía verdaderas joyas, entreellas numerosas imágenes de Greger Vanger en compañía de gran líder nazi suecode los años cuarenta Sven Olo Lindholm. Mikael las dejó a un lado.

Encontró varios sobres con fotos que, evidentemente, fueron hechas por elpropio Greger Vanger. Instantáneas de diferentes personas y encuentrosfamiliares, así como típicas fotos de vacaciones: unas pescando en la montaña yotras durante un viaje a Italia con la familia, donde visitaron, entre otros lugares,la torre inclinada de Pisa.

Unos segundos después encontró cuatro fotos del accidente del puente. Apesar de poseer una cámara sumamente profesional, Greger era un fotógrafopésimo. Las imágenes o se centraban en el camión cisterna propiamente dicho, orepresentaban a personas vistas desde atrás. Encontró una sola foto donde se veía,casi de perfil, a Cecilia Vanger.

Mikael las escaneó, aunque sabía de antemano que no iban a aportar nadanuevo. Volvió a meterlas en la caja y se comió un sándwich mientras reflexionaba.A eso de las tres, subió a ver a Anna Nygren.

—Me pregunto si Henrik tiene más álbumes de fotos que los que formanparte de su investigación sobre Harriet.

—Bueno, Henrik siempre ha demostrado mucho interés por la fotografía,desde joven, según he oído. Guarda muchos álbumes arriba, en su despacho.

—¿Me los podría enseñar?Anna Nygren dudó. Una cosa era dejarle la llave de la capilla funeraria —al

fin y al cabo, allí mandaba Dios— y otra completamente diferente era permitirleentrar en el despacho de Henrik Vanger. Porque allí mandaba alguien que estabapor encima de Dios. Mikael le propuso que llamara a Dirch Frode. Al final, no sincierta desgana, accedió. En el estante inferior, aproximadamente un metro de labiblioteca estaba ocupado por carpetas llenas de fotografías. Mikael se sentó a lamesa de trabajo de Henrik y abrió el primer álbum.

Henrik Vanger había guardado todo tipo de fotos familiares. Evidentemente,muchas databan de una épocan anterior a él. Algunas de las más antiguas eran dela década de 1870 y representaban a hombres de semblante serio y mujeresencorsetadas. Había fotos de los padres de Henrik y de otros parientes. En una seveía cómo el padre de Henrik celebraba en Sandhamn la fiesta de Midsommar conunos buenos amigos en 1906. Otra foto del mismo pueblo representaba a FredrikVanger y a su mujer Ulrika junto a Anders Zorn y Albert Engström, sentados auna mesa con botellas abiertas. Encontró a un Henrik Vanger adolescente ytrajeado montando en bici. Otras fotos mostraban a empleados en fábricas ydespachos. Vio al capitán Oskar Granath, el que llevó a Henrik y a su amada EdithLobach hasta Karlskrona y los puso a salvo en plena guerra mundial.

Anna le subió una taza de café. Él le dio las gracias. Llegó a la épocamoderna y pasó unas páginas con fotos de Henrik Vanger en la flor de la vida,inaugurando fábricas o estrechando la mano al primer ministro Tage Erlander.

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Una foto de principios de los años sesenta mostraba a Henrik en compañía deMarcus Wallenberg. Los dos capitalistas se miraban con gesto adusto; resultabaobvio que no había mucha cordialidad entre ellos.

Siguió pasando las páginas del álbum; de pronto, se detuvo en una hojadonde Henrik, a lápiz, había escrito «Consejo de familia de 1966». Dos fotos encolor mostraban a unos señores hablando y fumando puros. Mikael reconoció aHenrik, Harald, Greger y varios hombres casados con mujeres de la rama familiarde Johan Vanger. Otras dos fotografías correspondían a la cena: unas cuarentapersonas, hombres y mujeres, miraban a la cámara sentadas a la mesa. Mikaeladvirtió que fueron hechas después de la catástrofe del puente, pero antes de quealguien se percatara de que Harriet había desaparecido. Estudió las caras. Esta erala cena en la que ella debería haber participado. ¿Alguien sabía ya que Harriet noestaba? Las fotos no ofrecían respuesta alguna.

De repente, a Mikael se le atragantó el café. Tosió y se incorporó en la sillabruscamente.

Al fondo, en uno de los extremos laterales de la mesa, descubrió a CeciliaVanger, con su vestido claro, sonriendo a la cámara. A su lado, otra mujer rubia depelo largo y un vestido idéntico. Se parecían tanto que podrían haber sidogemelas. Y automáticamente la pieza del rompecabezas encajó. No fue CeciliaVanger la que estuvo en la ventana de Harriet, sino su hermana Anita, dos añosmenor, la que ahora vivía en Londres.

¿Qué era lo que había dicho Lisbeth? «Se ve a Cecilia Vanger en muchasfotos. Parece andar de un lado para otro entre diferentes grupos de gente.» Enabsoluto. Eran dos personas distintas y, por pura casualidad, nunca habíancoincidido en la misma foto. En todas aquellas fotos en blanco y negro hechas adistancia, parecían idénticas. Probablemente, Henrik siempre diferenció a lashermanas, pero Mikael y Lisbeth dieron por hecho que se trataba de la mismapersona. Nadie les aclaró el malentendido, ya que nunca se les ocurrió preguntarnada al respecto.

Mikael pasó la hoja y sintió cómo se le ponía el vello de punta, como si unsoplo de aire frío hubiese pasado por la habitación.

Eran fotos del día siguiente, cuando se inició la búsqueda de Harriet. Unjoven inspector Gustaf Morell daba instrucciones a una pareja de uniformadosagentes y a una decena de hombres con botas, dispuestos a iniciar la búsqueda.Henrik Vanger llevaba un impermeable que le llegaba hasta las rodillas y unsombrero inglés de ala corta.

En el extremo izquierdo de la foto se hallaba un hombre joven, algoregordete y con una media melena rubia. Llevaba una cazadora con una franja rojaa la altura de los hombros. La foto era nítida. Mikael lo reconoció enseguida, pero,por si acaso, extrajo la foto y bajó a preguntarle a Anna Nygren si lo reconocía.

—Sí, claro; ése es Martin. Ahí tendría unos dieciocho años.

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Lisbeth Salander repasó año tras año los recortes de prensa sobre el GrupoVanger. Empezó en 1949 y continuó en orden cronológico. El problema era que setrataba de un archivo gigantesco. Durante el período en cuestión, el Grupoaparecía en los medios prácticamente a diario, no sólo en la prensa nacional, sino,sobre todo, en la local. Se hablaba de análisis económicos, sindicatos,negociaciones y amenazas de huelga, inauguraciones y cierres de fábricas,balances anuales, sustituciones de directores, introducción de nuevos productos...una avalancha de noticias. Clic. Clic. Clic. El cerebro de Lisbeth trabajaba a plenorendimiento, concentrado en esos viejos y amarillentos recortes, asimilando todala información.

Al cabo de un par de horas tuvo una idea. Se dirigió a Bodil Lindgren, la jefadel archivo, y le preguntó si existía alguna lista de los lugares en los que el GrupoVanger tenía fábricas o empresas durante los años cincuenta y sesenta.

Bodil Lindgren observó a Lisbeth Salander con desconfianza y unamanifiesta frialdad. No le gustaba nada que una completa desconocida tuvieraacceso a lo más sagrado de los archivos del Grupo para mirar los papeles que lediera la gana. Y para más inri, una chávala que parecía una loca anarquista dequince años. Pero Dirch Frode le había dado instrucciones que no se prestaban ainterpretaciones erróneas. Lisbeth Salander podía mirar todos los documentos quequisiera. Y era urgente. Bodil Lindgren tuvo que ir a buscar los informes anualesde los años solicitados por Lisbeth; cada informe contenía un mapa de Sueciamarcado con los lugares en los que el Grupo estuvo presente.

Lisbeth echó un vistazo a los mapas y constató que el Grupo contaba conmuchas fábricas, oficinas y puntos de venta. Advirtió que en todos los sitios dondese había cometido un asesinato también aparecía un punto rojo, a veces varios,indicando la presencia del Grupo Vanger.

El primer vínculo databa de 1957. Rakel Lunde, de Landskrona, fueencontrada muerta el día después de que la empresa Construcciones V&C llevaraa buen puerto un gran encargo de muchos millones de coronas para construir unnuevo centro comercial en la ciudad. V&C eran las iniciales de Vanger y Carien,una de las empresas del Grupo. El periódico local había entrevistado a GottfriedVanger, quien acudió a la ciudad para firmar el contrato.

Lisbeth se acordó de algo que leyó en la vieja investigación policial delarchivo provincial de Landskrona. Rakel Lunde, pitonisa en su tiempo libre,trabajaba como señora de la limpieza. En Construcciones V&C.

A las siete de la tarde Mikael ya había llamado a Lisbeth una docena deveces, constatando, otras tantas, que tenía el móvil apagado. No quería que lainterrumpieran mientras indagaba en el archivo.

Andaba inquieto, de un lado para otro de la casa. Había sacado los apuntesde Henrik sobre lo que hacía Martin Vanger cuando Harriet desapareció.

En 1966 Martin Vanger cursaba su último año de instituto en Uppsala.

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«Uppsala. Lena Andersson, diecisiete años, estudiante en el instituto. La cabezaseparada del sebo.»

Henrik lo había mencionado en alguna ocasión, pero Mikael tuvo queconsultar sus apuntes para encontrar el pasaje. Martin había sido un chicointrovertido. Estuvieron preocupados por él. Tras morir ahogado su padre,Isabella decidió enviarlo a Uppsala para que cambiara de ambiente; allí se instalóen casa de Harald Vanger. «¿Harald y Martin?» No pegaban.

Martin Vanger no cabía en el coche de Harald para ir a la reunión familiar deHedestad. Encima, perdió el tren y no apareció hasta bien entrada la tarde. Porconsiguiente, pertenecía al grupo de los que se quedaron aislados al otro lado delpuente. No llegó a la isla hasta las seis de la tarde, en barco, y fue recibido por elpropio Henrik Vanger, entre otros. Por esa razón, Henrik había colocado a Martinmuy abajo en la lista de personas presuntamente implicadas en la desaparición deHarriet.

Martin Vanger sostenía que aquel día no vio a Harriet. Mentía. Había llegadoa Hedestad por la mañana y se había encontrado cara a cara con su hermana, enJärnvägsgatan. Mikael podía demostrar la mentira con fotografías que habíanpermanecido enterradas durante casi cuarenta años.

Harriet Vanger descubrió a su hermano y fue un shock para ella. Regresó a laisla de Hedeby para intentar hablar con Henrik Vanger, pero desapareció antes deque esa conversación tuviera lugar. «¿Qué pensabas contar? ¿Lo de Uppsala? PeroLena Andersson, de Uppsala, no estaba en tu lista. No lo sabías.»

Las otras piezas del rompecabezas seguían sin encajar. Harriet desaparecióhacia las tres. Estaba demostrado que a esa hora Martin se encontraba al otro ladodel puente. Se le veía en las fotografías de la colina de la iglesia. Resultabaimposible que llegara hasta la isla para hacer daño a Harriet Vanger. Todavíafaltaba otra pieza del rompecabezas. «¿Un cómplice? ¿Anita Vanger?»

Gracias a los archivos, Lisbeth pudo constatar que la posición de GottfriedVanger dentro del Grupo había cambiado a lo largo de los años. Nació en 1927. Ala edad de veinte años, conoció a Isabella Vanger y pronto la dejó embarazada.Martin Vanger nació en 1948; ya no cabía duda de que los jóvenes se tenían quecasar.

A los veintidós años, Henrik Vanger le ofreció un puesto en la oficinaprincipal del Grupo Vanger. Resultaba obvio que Gottfried era inteligente; quizálo viera como el futuro delfín. Con veinticinco ya se había asegurado un puesto enla junta directiva, como jefe adjunto del departamento de desarrollo. Una estrellaen ascenso.

En un momento dado, a mediados de los años cincuenta, su carrera seestancó. «Bebía. El matrimonio con Isabella estaba en las últimas. Los niños,Harriet y Martin, lo pasaron mal.» Hasta que Henrik dijo basta. La carreraprofesional de Gottfried había llegado a su punto culminante. En 1956 se creó otro

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puesto como jefe adjunto del departamento de desarrollo. Dos jefes adjuntos: unoque hacía el trabajo mientras el otro, Gottfried, empinaba el codo y se ausentabadurante largos períodos de tiempo.

Pero Gottfried seguía siendo un Vanger; además, era encantador y tenía donde palabra. A partir de 1957, su misión parecía haber consistido en viajar por todoel país para inaugurar fábricas, resolver conflictos locales y difundir la imagen deque la dirección del Grupo se preocupaba realmente por los suyos. «Enviamos auno de nuestros hijos para escuchar sus problemas. Les tomamos en serio.»

El segundo vínculo lo encontró a las seis y media de la tarde. GottfriedVanger había participado en una negociación en Karlstad, donde el Grupo Vangerhabía comprado una empresa local de madera. Al día siguiente, la granjera MagdaLovisa Sjöberg fue encontrada muerta.

El tercer vínculo lo halló tan sólo quince minutos después. Uddevalla, 1962.El mismo día en que desapareció Lea Persson, el periódico local había entrevistadoa Gottfried Vanger sobre una posible ampliación del puerto.

A las siete, cuando Bodil Lindgren quiso cerrar e irse a casa, Lisbeth Salanderle espetó que todavía no había terminado. Que se fuera ella; no le importaba.Bastaba con que le dejara una llave para poder cerrar. A esas alturas, a la jefa delarchivo le molestaba tanto que la joven le diera órdenes de esa manera que llamó aDirch Frode para pedirle instrucciones. Frode decidió en el acto que Lisbeth podíaquedarse toda la noche si quería. ¿Podría la señora Lindgren tener la amabilidadde comunicárselo al vigilante de la oficina para que la dejaran salir cuandoquisiera irse?

Tres horas más tarde, Lisbeth Salander pudo constatar que Gottfried Vangerestuvo presente en el escenario de, al menos, cinco de los ocho asesinatos los díasinmediatamente anteriores o posteriores a los crímenes. No tenía, sin embargo,ninguna información sobre los de 1949 y 1954. Estudió una foto de Gottfried de unrecorte de prensa. Un hombre delgado y guapo con el pelo castaño, parecido aClark Gable en Lo que el viento se llevó.

«En 1949, Gottfried tenía veintidós años. El primer asesinato ocurrió en sutierra. En Hedestad. Rebecka Jacobsson, oficinista del Grupo Vanger. ¿Dónde laconociste? ¿Qué le prometiste?»

Lisbeth Salander se mordió el labio inferior. Obviamente, el problema eraque Gottfried Vanger se había ahogado, borracho, en 1965, mientras que el últimoasesinato se cometió en Uppsala en febrero de 1966. Se preguntaba si no se habríaequivocado al introducir el nombre de Lena Andersson, la estudiante de diecisieteaños, en la lista. «No. No se trataba exactamente del mismo modus operandi, pero síde la misma parodia de la Biblia. Tiene que estar relacionado.»

A las nueve ya había empezado a oscurecer. Hacía más frío y lloviznaba.Mikael estaba sentado junto a la mesa de la cocina tamborileando con los dedoscuando el Volvo de Martin Vanger pasó por el puente y desapareció en dirección a

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la punta de la isla. Fue eso, en cierta medida, lo que condujo el asunto hasta susúltimas consecuencias.

Mikael no sabía qué hacer. Todo su cuerpo ardía en deseos de hacerlepreguntas, de enfrentarse a él. No se trataba de una actitud muy inteligente sisospechaba que Martin Vanger era un asesino loco, autor del crimen de suhermana y de una chica de Uppsala, y que, además, había intentado matarle atiros. Pero Martin Vanger le atraía como un imán. E ignoraba lo que Mikael sabía,así que podía acercarse a verle con el pretexto de... bueno, por ejemplo, ¿paradevolverle la llave de la casita de Gottfried? Mikael cerró la puerta con llave y sefue paseando lentamente hacia la punta.

Como ya era habitual, la casa de Harald Vanger estaba a oscuras. La deHenrik Vanger tenía todas las luces apagadas, excepto la de una habitación quedaba al patio. Anna ya se había acostado. En la casa de Isabella también reinaba laoscuridad. Cecilia no estaba. Había luz en la planta superior de la casa deAlexander Vanger, pero no en las dos casas habitadas por personas que nopertenecían a la familia Vanger. No se veía ni un alma.

Indeciso, se detuvo ante la casa de Martin Vanger, sacó el móvil y marcó elnúmero de Lisbeth Salander. Seguía sin contestar. Apagó el teléfono para que nosonara.

Había luz en la planta baja. Mikael cruzó el césped y se paró a unos pocosmetros de la ventana de la cocina, pero no percibió ningún movimiento. Continuórodeando la casa deteniéndose en cada ventana sin ver a Martin Vanger. Encambio, descubrió que la puerta lateral del garaje estaba entreabierta. «No seasidiota.» Pero no pudo resistir la tentación de echar un rápido vistazo.

Lo primero que apreció, encima de un banco de carpintería, fue una cajitaabierta con munición de escopeta para cazar alces. Luego, justo debajo, vio dosbidones de gasolina. «¿Preparándote para hacer otra visita nocturna, Martin?»

—Entra, Mikael. Te he visto en el camino.El corazón de Mikael se paró. Volvió la cabeza lentamente y vio a Martin

Vanger en la penumbra, junto a la puerta que llevaba al interior de la casa.—No puedes evitar meter tus narices donde no te llaman, ¿a que no?La voz resultó tranquila, casi amable.—Hola, Martin —contestó Mikael.—Entra —repitió Martin Vanger—. Por aquí.Dio un paso hacia delante y otro a un lado, y le hizo un gesto con la mano

izquierda invitándole a entrar. Levantó la mano derecha y Mikael descubrió elapagado reflejo de un metal.

—Llevo una Glock en la mano. No hagas ninguna tontería. A esta distanciano fallaría.

Mikael se acercó despacio. Al llegar donde estaba Martin Vanger se detuvo yle miró a los ojos.

—Tenía que venir. Hay muchas preguntas.—Lo entiendo. Por esta puerta.

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Mikael entró lentamente en la casa. El pasadizo conducía a la cocina, pero,antes de llegar, Martin Vanger le detuvo poniéndole ligeramente una mano en elhombro.

—No, hasta la cocina no. A la derecha, allí. Abre la puerta lateral.El sótano. Cuando Mikael había bajado ya la mitad de la escalera, Martin

Vanger accionó un interruptor y se encendieron varias luces. A la derecha estabael cuarto de la caldera. Desde enfrente le vino un olor a detergente. Martin Vangerlo guió por la izquierda, hasta un trastero con muebles viejos y cajas. Al fondo,otra puerta. Una puerta blindada de acero con cerradura de seguridad.

—Es aquí —dijo Martin Vanger mientras le lanzaba un juego de llaves—.Abre.

Mikael abrió la puerta.—Hay un interruptor a la izquierda.Mikael acababa de abrir la puerta del infierno.

A eso de las nueve, Lisbeth se fue a por un café y un sándwich de la máquinadel pasillo. Seguía hojeando viejos papeles buscando algún rastro de GottfriedVanger en Kalmar en 1954. Sin éxito.

Pensó en llamar a Mikael, pero decidió repasar también los boletinesinformativos antes de retirarse.

La habitación medía aproximadamente cinco por diez metros. Mikael supusoque, geográficamente, se extendía bajo el lado norte del chalé.

Martin Vanger había decorado su cámara de tortura privada con esmero. Ala izquierda, cadenas, argollas metálicas en el techo y el suelo, una mesa concuerdas de cuero para atar a sus víctimas. Y un equipo de vídeo. Un estudio derodaje. Al fondo había una jaula de acero en la que podía encerrar a sus invitadosdurante mucho tiempo. A la derecha de la puerta, una cama y un rincón para verla televisión. Sobre una estantería, Mikael pudo ver numerosas películas de vídeo.

En cuanto entraron en la habitación, Martin Vanger apuntó con la pistola aMikael y le ordenó que se tumbara boca abajo en el suelo. Mikael se negó.

—Vale —dijo Martin Vanger—. Entonces, te pegaré un tiro en la rodilla.Apuntó. Mikael cedió. No tenía elección.Había esperado a que Martin bajara la guardia durante una décima de

segundo; sabía que ganaría una pelea contra él. Se le presentó una pequeñaoportunidad en el pasadizo de arriba, cuando Martin le puso una mano en elhombro, pero en ese preciso momento dudó. Luego Martin no se había vuelto aacercar. Sin rodilla estaría perdido. Se tumbó en el suelo.

Martin se aproximó por detrás y le dijo que pusiera las manos en la espalda.Se las esposó. Luego le pegó una patada en la entrepierna, seguida de una buenatunda de violentos puñetazos.

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Lo que ocurrió después parecía una pesadilla. Martin Vanger oscilaba entrela racionalidad y la enfermedad mental. Por momentos, en apariencia, estabatranquilo. Acto seguido caminaba de un lado para otro del sótano como una fieraenjaulada. Pateó a Mikael repetidas veces. Mikael no pudo hacer otra cosa queintentar protegerse la cabeza y encajar los golpes en las partes blandas del cuerpo.Al cabo de unos minutos, el cuerpo de Mikael presentaba un buen número dedolorosas heridas.

Durante la primera media hora, Martin no pronunció ni una palabra yresultó imposible comunicarse con él. Luego pareció tranquilizarse. Fue a por unacadena, se la puso a Mikael alrededor del cuello y la cerró con llave en torno a unaargolla del suelo. Le dejó solo durante aproximadamente un cuarto de hora. Alvolver, traía una botella de agua mineral de un litro. Se sentó en una sillaobservando a Mikael mientras bebía.

—¿Me das un poco de agua? —preguntó Mikael.Martin Vanger se inclinó hacia delante y le dejó beber generosamente de la

botella. Mikael tragó con avidez.—Gracias.—Siempre tan educado, Kalle Blomkvist.—¿A qué han venido esas patadas? —preguntó Mikael.—Es que me cabreas mucho. Mereces ser castigado. ¿Por qué no volviste a

casa? Te necesitaban en Millennium. Yo lo decía en serio: la habríamos convertidoen una gran revista. Podríamos haber colaborado durante muchos años.

Mikael hizo una mueca mientras intentaba poner el cuerpo en una posiciónmás cómoda. Estaba indefenso. Lo único que le quedaba era su voz.

—Supongo que quieres decir que ya he perdido esa oportunidad —dijoMikael.

Martin Vanger se rió.—Lo siento, Mikael. Pero creo que sabes perfectamente que vas a morir aquí

abajo.Mikael asintió con la cabeza.—¿Cómo diablos me habéis descubierto, tú y esa fantasma anoréxica a la que

has metido en todo esto?—Mentiste sobre lo que hiciste el día en que desapareció Harriet. Puedo

probar que estabas en Hedestad en el desfile del Día del Niño. Te sacaron una fotoallí, mirando a Harriet.

—¿Fue eso lo que te llevó a Norsjö?—Sí, para buscar la foto. La hizo una pareja que se encontraba en Hedestad

por pura casualidad. Sólo realizaron una parada en el camino.Martin Vanger negaba con la cabeza.—No me lo puedo creer —dijo.Mikael pensó frenéticamente en qué decir para intentar, por lo menos,

aplazar su ejecución.—¿Dónde está la foto ahora?

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—¿El negativo? En mi caja de seguridad en Handelsbanken, aquí enHedestad... ¿No sabías que tenía una caja de seguridad en el banco? —dijo Mikael,mintiendo desenfadadamente—. Las copias están un poco por todas partes. Tantoen mi ordenador y en el de Lisbeth, como en el servidor de fotos de Millennium yel de Milton Security, donde trabaja Lisbeth.

Martin Vanger lo escuchaba intentando adivinar si Mikael se estabamarcando un farol o no.

—¿Cuánto sabe Salander de todo esto?Mikael dudó. De momento, Lisbeth Salander constituía su única esperanza

de salvación. ¿Qué haría ella cuando llegara a casa y descubriera que habíadesaparecido? Sobre la mesa de la cocina Mikael había dejado la foto de MartinVanger vestido con el abrigo de plumas de la franja roja. ¿Establecería Lisbeth laconexión? ¿Daría la alarma? «Ella no pertenece a ese tipo de personas que acudena la policía.» La pesadilla sería que le diera por acercarse a casa de Martin Vanger,llamar a la puerta y exigir que le dijera dónde estaba Mikael.

—Contesta —insistió Martin Vanger con voz gélida.—Estoy pensando. Lisbeth sabe más o menos lo mismo que yo, quizá,

incluso, un poco más. Yo diría que sabe más. Es lista. Fue ella quien te relacionócon Lena Andersson.

—¿Lena Andersson? —Martin Vanger se quedó perplejo.—La chica de diecisiete años de Uppsala a la que torturaste hasta la muerte,

en febrero de 1966. No me digas que se te ha olvidado.La mirada de Martin Vanger se aclaró. Por primera vez pareció un poco

alterado. No sabía que nadie hubiese hecho esa conexión: Lena Andersson nofiguraba en la agenda de Harriet.

—Martin —dijo Mikael con la voz más firme que fue capaz de sacar—.Martin, se acabó. Puede que me mates, pero se acabó. Hay demasiada gente que losabe y esta vez te van a coger.

Martin Vanger se puso de pie rápidamente y empezó a deambular de nuevopor la habitación. De repente golpeó la pared con el puño. «Tengo que recordarque es irracional. La gata. Podría haberla bajado hasta aquí, pero la llevó a lacapilla funeraria. No actúa de manera racional.» Martin Vanger se detuvo.

—Creo que mientes. Sólo tú y Lisbeth Salander sabéis algo. No habéishablado con nadie si no, la policía ya estaría aquí. Un buen incendio en la casita deinvitados y las pruebas desaparecerán.

—¿Y si te equivocas?De repente Martin sonrió.—Si me equivoco, realmente todo habrá acabado. Pero no creo. Apuesto a

que te estás marcando un farol. ¿Qué puedo hacer? —dijo, y se quedó calladoreflexionando—. Esa maldita puta es el eslabón débil. Tengo que encontrarla.

—Se fue a Estocolmo a la hora de comer.Martin Vanger se rió.—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué ha pasado toda la tarde en el archivo del

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Grupo Vanger?El corazón de Mikael dio un vuelco. «Lo sabía. Lo ha sabido todo el tiempo.»—Cierto. Iba a pasar por el archivo antes de salir para Estocolmo —contestó

Mikael con todo el sosiego que fue capaz de reunir—. No sabía que se fuera aquedar tanto tiempo.

—Déjalo ya. La jefa del archivo me comunicó que Dirch Frode le había dadoorden de dejarla todo el tiempo que quisiera. Eso significa que volverá esta noche.El vigilante me va a llamar en cuanto abandone el archivo.

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CUARTA PARTE.

Hostile TakeoverDel 11 de julio al 30 de diciembre

En Suecia el noventa y dos por ciento de las mujeres que han sufridoabusos sexuales en la última agresión no lo han denunciado a la policía.

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CAPÍTULO 24Viernes, 11 de julio - Sábado, 12, de julio

Martin Vanger se agachó y cacheó los bolsillos de Mikael. Encontró la llave.—Ha sido muy inteligente por vuestra parte cambiar las cerraduras —

comentó—. Me ocuparé de tu novia cuando llegue a casa.Mikael no contestó. Tenía presente que Martin Vanger contaba con una

dilatada experiencia como negociador en numerosas batallas industriales y quesabía reconocer cuándo alguien se tiraba un farol.

—¿Por qué?—¿Por qué qué?—¿Por qué todo esto? —Mikael señaló la habitación con la cabeza.Martin Vanger se inclinó, cogió con una mano la barbilla de Mikael y le

levantó la cabeza hasta que sus miradas se encontraron.—Porque resulta muy fácil. Las mujeres desaparecen siempre. Nadie las echa

de menos. Inmigrantes. Putas de Rusia. Miles de personas pasan por Suecia todoslos años.

Le soltó la cabeza y se levantó, como orgulloso de todo aquello.Encajó las palabras de Martin Vanger como puñetazos.«Dios mío. Esto no es un misterio histórico. Martin Vanger asesina a mujeres

hoy en día. Y yo me he metido en medio como un idiota...»—Ahora mismo no tengo ninguna invitada. Pero quizá te interese saber que

mientras tú y Henrik os pasasteis todo el invierno y toda la primavera perdiendoel tiempo con vuestras absurdas historias, había una chica aquí abajo. Se llamabaIrina y era de Bielorrusia. La noche en la que cenamos juntos estuvo encerrada enesta jaula. Fue una agradable velada, ¿verdad?

De un salto, Martin Vanger se subió a la mesa y se sentó con las piernascolgando. Mikael cerró los ojos. Sintió un reflujo ácido en la garganta e hizo unesfuerzo por tragárselo.

—¿Qué haces con los cuerpos?—Tengo el barco en el muelle, justo aquí abajo. Los llevo mar adentro. A

diferencia de mi padre, no dejo huellas. Pero él también era listo. Repartió a susvíctimas por toda Suecia.

A Mikael le empezaron a encajar las piezas del rompecabezas.«Gottfried Vanger. De 1949 a 1965. Luego, en 1966, Martin Vanger tomó el

relevo en Uppsala.»—Admiras a tu padre.—Fue él quien me enseñó. Me inició cuando yo tenía catorce años.

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—Uddevalla. Lea Persson.—Exacto. Yo estuve allí. Sólo miraba, pero estuve.—1964. Sara Witt, en Ronneby.—Tenía dieciséis años. Fue la primera vez que poseí a una mujer. Gottfried

me enseñó. Fui yo quien la estranguló.«Está alardeando. ¡Joder, qué puta familia de enfermos!»—¿Te das cuenta de que todo esto es patológico?Martin Vanger se encogió ligeramente de hombros.—No creo que puedas entender lo divino que resulta tener el control

absoluto de la vida y de la muerte de una persona.—Disfrutas torturando y matando a mujeres, Martin.El jefe del Grupo Vanger reflexionó un instante, con la mirada puesta en un

punto fijo de la pared que había detrás de Mikael. Luego mostró su deslumbrantey encantadora sonrisa.

—No, la verdad es que no creo que sea eso. Si tuviera que hacer un análisisintelectual de mi condición, diría que soy más bien un violador en serie que unasesino en serie. En realidad, soy un secuestrador en serie. El matar llega, pordecirlo de alguna manera, como una consecuencia natural de la necesidad deocultar mi delito. ¿Entiendes?

Mikael no supo qué contestar y sólo asintió con la cabeza.—Naturalmente, mis actos no son aceptados por la sociedad, pero mi crimen

es ante todo un crimen contra las convenciones de la sociedad. La muerte tienelugar cuando la visita de mis invitadas llega a su fin, una vez me he cansado deellas. Siempre resulta fascinante ver su decepción.

—¿Decepción? —preguntó Mikael, asombrado.—Exacto: decepción. Creen que si me complacen, sobrevivirán. Se adaptan a

mis reglas. Empiezan a confiar en mí, desarrollan una complicidad conmigo y,hasta el último momento, esperan que esa complicidad signifique algo. Ladecepción surge cuando de repente descubren que han sido engañadas.

Martin Vanger rodeó la mesa y se apoyó en la jaula de acero.—Tú, con tus convenciones de pequeño burgués, no lo entenderías nunca,

pero la excitación reside en la planificación del secuestro. No pueden ser actosimpulsivos: los secuestradores así siempre acaban siendo arrestados. Es cienciapura, con miles de detalles a los que hay que prestar atención. Tengo queidentificar a una presa y estudiar minuciosamente su vida. ¿Quién es? ¿De dóndeviene? ¿Cómo puedo llegar hasta ella? ¿Qué debo hacer para quedarme solo conmi presa, sin que mi nombre se vea involucrado ni aparezca jamás en una futurainvestigación policial?

«Para», pensó Mikael. Martin Vanger hablaba de los secuestros y asesinatosen un tono casi académico, como si defendiera una opinión divergente en algunacuestión de teología esotérica.

—¿Realmente te interesa esto, Mikael?Se inclinó y le acarició la mejilla. Su tacto fue delicado, casi tierno.

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—Te das cuenta de que esto sólo puede terminar de una manera, ¿no? ¿Temolesta si fumo?

Mikael negó con la cabeza.—¿Me invitarías a uno?Martin Vanger accedió a su deseo. Encendió dos cigarrillos y,

cuidadosamente, colocó uno entre los labios de Mikael. Le dejó dar una calada y selo sostuvo.

—Gracias —dijo Mikael automáticamente.Martin Vanger volvió a reírse.—¿Ves? Ya has empezado a adaptarte al principio de la sumisión. Tengo tu

vida en mis manos, Mikael. Sabes que te puedo matar en cualquier momento.Apelas a mi bondad para mejorar tu calidad de vida, y lo haces empleando unargumento racional y dándome un poco de coba. Y has recibido una recompensa.

Mikael asintió. Su corazón palpitaba a un ritmo casi insoportable.

A las once y cuarto, Lisbeth Salander bebió agua de su botella mientrasseguía pasando páginas. A diferencia de Mikael —ese mismo día, pero un pocoantes—, no se le atragantó la bebida. En cambio, abrió los ojos de par en par alestablecer la conexión.

¡Clic!Llevaba dos horas repasando los boletines informativos de la empresa desde

todos los frentes del Grupo Vanger. El boletín principal se llamaba simplementeInformación de la empresa y llevaba el logo del Grupo Vanger: un banderín suecoondeando al viento con la punta formando una flecha. Al parecer, la publicacióncorría a cargo del departamento de marketing del cuartel general del Grupo ycontenía una propaganda que contribuiría a que los empleados se sintieran comomiembros de una gran familia.

Con motivo de las vacaciones de la semana blanca de febrero de 1967, HenrikVanger, en un gesto de generosidad, invitó a cincuenta empleados de la oficinacentral, con sus respectivas familias, a pasar esos días esquiando en Härjedalen. Lainvitación se debió a que el Grupo, el año anterior, había alcanzado un resultadorécord; se trataba, por tanto, de una muestra de agradecimiento por las muchashoras de trabajo. El departamento de relaciones públicas les acompañó y realizóun reportaje fotográfico en la estación de esquí, alquilada para la ocasión.

Muchas de las fotos ofrecían divertidos comentarios y habían sido hechas enlas pistas. Algunas se sacaron en el bar y mostraban a empleados con las carasateridas de frío, riéndose y levantando alguna que otra jarra de cerveza. Dos fotosrepresentaban una pequeña ceremonia matutina en la que Henrik Vanger eligió ala secretaria Ulla-Britt Mogren, de cuarenta y un años, como la empleada del año.Se le concedió una prima de quinientas coronas y se le regaló una fuente de cristal.

La entrega del premio había tenido lugar en la terraza del hotel, justo antes,al parecer, de que la gente pensara lanzarse de nuevo a las pistas. En una de las

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fotos se veía a una veintena de personas.En el extremo derecho, exactamente detrás de Henrik Vanger, había un

hombre con el pelo claro y largo. Llevaba una cazadora oscura con una franja másclara a la altura de los hombros. Como la foto era en blanco y negro no seapreciaba el color, pero Lisbeth Salander estaba dispuesta a jugarse la cabeza a queesa franja era roja.

Al pie de la foto había un pequeño texto: «En el extremo derecho, MartinVanger, de diecinueve años, que estudia en Uppsala. Ya se habla de él como unafutura promesa en la dirección de la empresa».

—Got you —dijo Lisbeth Salander en voz baja.Apagó la lámpara de la mesa y dejó las revistas sobre la mesa, todas

revueltas. «Así esa cerda de Bodil Lindgren tendrá algo que hacer mañana.»Salió al aparcamiento a través de una puerta lateral. A medio camino hacia la

moto se acordó de que había prometido avisar al vigilante cuando se fuera. Sedetuvo y entornó los ojos mirando el aparcamiento. El vigilante estaba justo en elotro lado; tendría que dar la vuelta y rodear todo el edificio. «Fuck that», sentenció.

Al llegar a la moto, encendió el móvil y telefoneó a Mikael. Saltó una vozinformando de que en ese momento el abonado no estaba disponible. Descubrió,sin embargo, que Mikael había intentado llamarla no menos de trece veces entrelas tres y media y las nueve. Sin embargo, durante las dos últimas horas no lohabía hecho.

Lisbeth marcó el número del teléfono fijo de la casita de invitados, pero noobtuvo respuesta. Frunció el ceño, enganchó el maletín de su ordenador a la moto,se puso el casco y arrancó de una patada. Tardó diez minutos en recorrer eltrayecto desde las oficinas, situadas cerca de la entrada de la zona industrial deHedestad, hasta la isla de Hedeby. Había luz en la cocina, pero la casa estabavacía.

Lisbeth Salander salió para echar un vistazo por los alrededores. Lo primeroque se le ocurrió fue que Mikael había ido a ver a Dirch Frode, pero, ya desde elpuente, advirtió que las luces del chalé de Frode, en la otra orilla, estabanapagadas. Miró su reloj: faltaban veinte minutos para la medianoche.

Regresó a casa, abrió el armario y sacó los dos ordenadores que almacenabanlas imágenes de las cámaras de vigilancia que había instalado. Le llevó un ratoseguir los acontecimientos.

Mikael había llegado a las 15.32.A las 16.03 salió al jardín a tomarse un café y se puso a estudiar una carpeta.

Durante la hora que permaneció sentado allí realizó tres breves llamadas. Las tresse correspondían, minuto a minuto, con las llamadas que ella tenía en su móvil.

A las 17.21, Mikael dio un paseo. Volvió menos de un cuarto de horadespués.

A las 18.02 salió a la verja y miró hacia el puente.A las 21.03 salió. No había vuelto.Lisbeth echó un rápido vistazo a las imágenes del otro ordenador, que

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almacenaba las fotos de la verja y del camino de entrada. Pudo ver a las personasque pasaron por allí durante el día.

A las 19.12, Gunnar Nilsson regresó a casa.A las 19.42 un Saab que pertenecía a la granja de Ostergården pasó en

dirección a Hedestad.A las 20.02 el coche volvió: ¿una visita a la gasolinera?Luego no sucedió nada hasta las 21.00 horas en punto, cuando pasó el coche

de Martin Vanger. Tres minutos después, Mikael abandonaba la casa.Apenas una hora más tarde, a las 21.50, Martin Vanger entró repentinamente

en el campo de visión de la cámara. Permaneció al lado de la verja durante más deun minuto contemplando la casa, y posteriormente echó un vistazo por la ventanade la cocina. Subió al porche, intentó abrir la puerta y sacó una llave. Luego debióde descubrir que había una nueva cerradura; se quedó quieto un momento para,acto seguido, darse la vuelta e irse de allí.

De repente, Lisbeth Salander sintió cómo un frío polar invadía su estómago.

Martin Vanger dejó otra vez solo a Mikael durante un buen rato. Permanecíainmóvil en su incómoda posición, con las manos esposadas por detrás y el cuellosujeto con una fina cadena a la argolla del suelo. Toqueteaba las esposas, perosabía que no conseguiría abrirlas. Le apretaban tanto que perdió la sensibilidad enlas manos.

No podía hacer nada. Cerró los ojos.Ignoraba cuánto tiempo había transcurrido cuando oyó de nuevo los pasos

de Martin Vanger. El empresario entró en su campo de visión. Parecíapreocupado.

—¿Incómodo? —preguntó.—Sí —contestó Mikael.—Es culpa tuya. Deberías haberte vuelto a casa.—¿Por qué matas?—Es una elección propia. Podría pasarme toda la noche debatiendo contigo

los aspectos morales e intelectuales de mis actos, pero eso no cambiaría los hechos.Intenta verlo de la siguiente manera: un ser humano es una envoltura de piel quemantiene en su sitio a las células, la sangre y las sustancias químicas. Unos pocosindividuos terminan en los libros de historia. Pero la gran mayoría sucumbe ydesaparece sin dejar rastro.

—Matas a mujeres.—Los que matamos por placer, porque yo no soy el único que tiene este

pasatiempo, vivimos una vida completa.—Pero ¿por qué Harriet, tu propia hermana?De repente la cara de Martin Vanger se desencajó. De una sola zancada se

acercó a Mikael y lo agarró del pelo.—¿Qué pasó con ella?

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—¿Qué quieres decir? —jadeó Mikael.Intentó girar la cabeza para reducir el dolor del cuero cabelludo. La cadena se

tensó enseguida alrededor del cuello.—Tú y Salander. ¿Qué habéis encontrado?—Suéltame. ¿No estábamos hablando?Martin Vanger le soltó el pelo y se sentó con las piernas cruzadas delante de

Mikael. Sostenía un cuchillo en la mano. Le puso la punta contra la piel, justodebajo del ojo. Mikael se obligó a desafiar la mirada de Martin Vanger.

—¿Qué coño pasó con ella?—No te entiendo. Creía que la habías matado tú.Martin Vanger miró fijamente a Mikael durante un buen rato. Luego se

relajó. Se levantó y se puso a deambular por la habitación reflexionando. Dejó caerel cuchillo al suelo, se rió y se volvió hacia Mikael.

—Harriet, Harriet; siempre esa Harriet. Intentamos... hablar con ella.Gottfried procuró educarla. Pensamos que era una de los nuestros, que aceptaríasu deber, pero no era más que una simple... puta. Creía que la tenía bajo control,pero se lo pensaba contar todo a Henrik y comprendí que no me podía fiar de ella.Tarde o temprano se chivaría.

—La mataste.—Quería matarla. Tuve la intención de hacerlo, pero llegué tarde. No pude

cruzar hasta la isla.El cerebro de Mikael intentaba asimilar la información, pero era como si

apareciera un letrero con el texto information overload. Martin Vanger no sabía loque había pasado con su hermana.

De repente, Martin Vanger se sacó el teléfono móvil de la americana,examinó la pantalla y lo colocó encima de la silla, junto a la pistola.

—Ya va siendo hora de que terminemos con todo esto. Necesito tiempo paraencargarme también de tu urraca anoréxica esta misma noche.

Abrió un armario, sacó una estrecha correa de cuero y se la puso a Mikaelalrededor del cuello, a modo de soga, con un nudo corredizo. Soltó la cadena quemantenía a Mikael encadenado al suelo, lo levantó y lo empujó contra la pared.Introdujo la correa de cuero en una argolla del techo, sobre la cabeza de Mikael, yla tensó de tal modo que éste se vio obligado a ponerse de puntillas.

—¿Te aprieta demasiado? ¿No puedes respirar?La aflojó unos centímetros y enganchó el extremo de la correa en la pared, un

poco más abajo.—No quiero que te ahogues tan pronto.La soga le apretaba el cuello con tanta fuerza que no era capaz de pronunciar

ni una palabra. Martin Vanger lo contempló con atención.De repente le desabotonó los pantalones y se los bajó junto con los

calzoncillos. Cuando se los sacó, Mikael perdió el contacto con el suelo y duranteunos segundos estuvo colgando de la soga antes de que los dedos de sus piesvolvieran a tocar tierra. Martin Vanger se acercó a un armario y buscó unas tijeras.

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Hizo jirones la camiseta de Mikael y la tiró al suelo. Luego se alejó un poco y sepuso a contemplar a su víctima.

—Es la primera vez que tengo a un chico aquí —dijo Martin Vanger con vozseria—. Nunca he tocado a otro hombre... aparte de mi padre. Era mi deber.

Las sienes de Mikael palpitaban. No podía dejar caer su peso corporal sobrelos pies sin estrangularse. Palpando con los dedos la pared de hormigón intentóagarrarse a algo, pero allí no había nada a lo que asirse.

—Es la hora —dijo Martin Vanger.Puso la mano en la correa y tiró hacia abajo. Mikael sintió de inmediato cómo

la soga cortaba su cuello todavía más.—Siempre me he preguntado qué sabor tendrá un hombre.Aumentó la presión de la soga y, acto seguido, se inclinó hacia delante y besó

a Mikael en la boca. En ese mismo instante se oyó una gélida voz retumbar en lahabitación.

—Oye, tú, jodido cerdo asqueroso; en este puto pueblo sólo yo tengo derechoa eso.

Mikael oyó la voz de Lisbeth a través de una roja niebla. Consiguió enfocar lamirada y la vio al lado de la puerta. Observaba a Martin Vanger con unos ojosinexpresivos.

—No... ¡Corre! —graznó Mikael.

Mikael no vio la expresión de Martin Vanger, pero pudo sentir su shock aldarse éste la vuelta. Por un segundo el tiempo se detuvo. Luego Martin Vangeralargó la mano hasta la pistola que había dejado sobre la silla.

Lisbeth Salander dio tres rápidos pasos hacia delante y levantó un palo degolf que llevaba escondido en la espalda. El hierro dibujó en el aire un amplio arcoy le dio a Martin Vanger en toda la clavícula. Fue un golpe brutal y Mikael pudooír cómo algo se rompía. Martin Vanger aulló.

—¿Te gusta el dolor? —preguntó Lisbeth Salander.Su voz sonaba áspera como el papel de lija. Mikael no olvidaría en la vida la

cara de Lisbeth cuando se lanzó al ataque. Enseñaba los dientes como una fiera.Los ojos le brillaban con un intenso negro azabache. Se movía como una araña,rápida como un rayo, y parecía totalmente centrada en su presa cuando volvió alevantar el palo de golf y le dio a Martin Vanger en las costillas.

Martin Vanger tropezó con la silla y se cayó. La pistola fue a parar al suelo,ante los pies de Lisbeth, quien la apartó de una patada, lejos de él.

Luego le asestó un tercer golpe, justo cuando Martin Vanger intentóincorporarse. Con un chasquido seco le alcanzó la cadera. De la garganta deMartin Vanger surgió un espeluznante grito. El cuarto golpe, dado desde atrás, lealcanzó el omoplato.

—Lis... errth... —graznó Mikael.Estaba a punto de perder la conciencia; el dolor de las sienes le resultaba casi

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insoportable.Lisbeth se volvió hacia él y vio que su cara estaba roja como un tomate; tenía

los ojos desorbitados y la lengua a punto de salírsele de la boca.Miró rápidamente a su alrededor y descubrió el cuchillo en el suelo. Luego le

echó una mirada a Martin Vanger, quien había conseguido ponerse de rodillas eintentaba alejarse arrastrándose con un flácido brazo colgando. No iba a causarleel menor problema durante los próximos segundos. Lisbeth dejó caer el palo degolf y recogió el cuchillo. Tenía una buena punta, pero no estaba muy afilado. Sepuso de puntillas y empezó a cortar frenéticamente para desgastar la correa decuero. Transcurrieron varios segundos hasta que Mikael, por fin, se desplomósobre el suelo. Pero la soga se había cerrado alrededor de su cuello.

Lisbeth Salander miró de nuevo a Martin Vanger. Se había puesto de pie,pero estaba encorvado. Lo ignoró e intentó meter los dedos por dentro de la soga.Al principio no se atrevió a usar el cuchillo, pero después metió la punta y, alintentar ensanchar la cuerda, hirió levemente el cuello de Mikael. Finalmente lasoga cedió, y Mikael pudo tomar aire con unas ruidosas y roncas inspiraciones.

Por un instante, Mikael experimentó una increíble sensación, como si sucuerpo y su alma se unieran. Veía con total nitidez y pudo discernir hasta la másmínima mota de polvo de la habitación. Oía perfectamente; percibía cadarespiración o cada roce de ropa, como si el sonido procediera de unos auricularespuestos en sus orejas. Sintió el olor a sudor de Lisbeth Salander y el del cuero desu cazadora. Luego la sensación desapareció cuando la sangre empezó a fluirnuevamente hasta su cabeza, y su cara recuperó su color habitual.

Lisbeth Salander giró la cabeza en el mismo momento en que Martin Vangerdesaparecía por la puerta. Se levantó rápidamente y buscó la pistola; examinó elcargador y le quitó el seguro. Mikael advirtió que no debía de ser la primera vezque manejaba armas de fuego. Miró a su alrededor y descubrió las llaves de lasesposas sobre la mesa.

—Le cogeré —dijo, y se fue corriendo hacia la puerta.Cogió las llaves a la carrera y, con un revés, las tiró al suelo, donde estaba

Mikael.Mikael intentó gritarle que esperara, pero no le salió más que un áspero

sonido apagado cuando ella ya había desaparecido por la puerta.

A Lisbeth no se le había olvidado que Martin Vanger tenía una escopeta enalgún sitio, y, al llegar al pasadizo que conducía del garaje a la cocina, se detuvocon la pistola en la mano, lista para disparar. Aguzó el oído, pero no pudo apreciarni el más mínimo ruido que revelara dónde se hallaba su presa. Por puro instintose fue acercando a la cocina; casi había llegado cuando oyó un coche arrancar en elpatio.

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Salió corriendo por la puerta lateral del garaje. Desde el camino vio cómo unpar de luces traseras pasaban la casa de Henrik Vanger y giraban hacia el puente;echó a correr todo lo que le permitieron sus piernas. Se metió la pistola en elbolsillo de la cazadora y no se preocupó del casco al montarse en la moto. Unospocos segundos más tarde ya estaba cruzando el puente.

Tal vez él le llevara una ventaja de unos noventa segundos cuando ella llegóa la rotonda del acceso a la E4. No lo pudo ver. Paró, apagó el motor y se quedóescuchando.

El cielo estaba lleno de pesadas nubes. En el horizonte se adivinaba elamanecer. Luego percibió el sonido de un motor y divisó el destello del coche deMartin Vanger en la E4 en dirección sur. Lisbeth volvió a arrancar la moto, metióuna marcha y pasó por debajo del viaducto. Al salir de la curva de la cuesta queaccedía a la autopista iba ya a 80 kilómetros por hora. Por delante tenía una recta.No había tráfico: le dio gas a tope y salió volando. Cuando la carretera empezó aencorvarse a lo largo de una larga loma, Lisbeth iba a 170, más o menos la máximavelocidad que su moto ligera, trucada por ella misma, era capaz de alcanzar cuestaabajo. Al cabo de dos minutos descubrió el coche de Martin Vanger a unoscuatrocientos metros por delante.

«Análisis de consecuencias. ¿Qué hago ahora?»Redujo a unos razonables 120 kilómetros por hora y se mantuvo a la misma

velocidad que él. Al pasar por unas curvas muy cerradas lo perdió de vistadurante algunos segundos. Luego salieron a una larga recta. Ella se hallaba a unosdoscientos metros del coche.

Él debió de ver el faro de su moto porque aumentó la velocidad en un largotramo en curva. Ella le dio más gas, pero Martin ganó terreno en las curvas.

A lo lejos, Lisbeth divisó los faros de un camión que venía de frente. MartinVanger también los vio. De repente, él aumentó aún más la velocidad y pasó alcarril contrario apenas unos ciento cincuenta metros antes del encuentro. Lisbethvio cómo el camión frenaba y hacía señas desesperadamente con los faros, perorecorrió la distancia en pocos segundos y la colisión resultó inevitable. MartinVanger se estampó frontalmente contra el camión produciendo un horribleestruendo.

Lisbeth Salander frenó de manera instintiva. Luego vio cómo el remolque delcamión empezaba a invadir su carril cerrándole el paso. Con la velocidad quellevaba le quedaban unos dos segundos para recorrer el tramo que la separaba dellugar del accidente. Aceleró y se metió por el arcén, pasando a tan sólo un metrodel remolque. Por el rabillo del ojo vio salir las llamas por debajo de la cabina delcamión.

Avanzó otros ciento cincuenta metros antes de parar y darse la vuelta. Viocómo el camionero saltaba por el lado del copiloto. Entonces volvió a acelerar. EnÅkerby, dos kilómetros más al sur, se desvió a la izquierda y regresó hacia el nortepor la vieja carretera paralela a la autopista E4. Pasó el lugar del accidente por unaelevación del terreno y observó que dos vehículos se habían parado. Los restos del

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coche ardían en llamas, completamente empotrados bajo el camión. Un hombreintentaba apagar el fuego con un pequeño extintor.

Ella aceleró y pronto estuvo de vuelta en Hedeby, donde cruzó el puente conel motor a pocas revoluciones. Aparcó delante de la casita de invitados y volvióandando a casa de Martin Vanger.

Mikael seguía luchando con las esposas. Sus manos estaban tan dormidasque no podía agarrar la llave. Lisbeth le abrió las esposas y le abrazó mientras lasangre volvía a circular por las venas de sus manos.

—¿Y Martin? —preguntó Mikael con voz ronca.—Muerto. Se estampó de frente contra un camión, a unos cuantos kilómetros

hacia el sur, cuando iba por la E4 a ciento cincuenta por hora.Mikael la miró fijamente. Sólo llevaba un par de minutos fuera.—Tenemos que... llamar a la policía —graznó Mikael. De repente le invadió

un intenso ataque de tos.—¿Por qué? —preguntó Lisbeth Salander.Durante diez minutos, Mikael fue incapaz de levantarse. Desnudo,

permaneció en el suelo apoyado contra la pared. Se masajeó el cuello y, con dedostorpes, levantó la botella de agua. Lisbeth esperó pacientemente hasta que Mikaelempezó a recuperar la sensibilidad. Ella aprovechó para reflexionar.

—Vístete.Usó la camiseta, hecha jirones, para borrar las huellas dactilares de las

esposas, el cuchillo y el palo de golf. Se llevó la botella de agua.—¿Qué haces?—Vístete. Está amaneciendo. Date prisa.Mikael se puso de pie sobre sus temblorosas piernas y consiguió ponerse los

calzoncillos y los vaqueros. Introdujo los pies en sus zapatillas de deporte. Lisbethse metió los calcetines en el bolsillo y lo detuvo.

—Exactamente, ¿qué es lo que has tocado aquí?Mikael miró a su alrededor. Intentó recordar. Al final dijo que no había

tocado nada más que la puerta y las llaves. Lisbeth encontró las llaves en laamericana de Martin Vanger, colgada en la silla. Limpió meticulosamente elpicaporte y el interruptor y apagó la luz. Condujo a Mikael por la escalera delsótano y le pidió que esperara en el pasillo mientras ella devolvía el palo de golf asu sitio. Al volver traía una camiseta oscura que perteneció a Martin Vanger.

—Póntela. No quiero que nadie te vea esta noche andando con el torsodesnudo.

Mikael se dio cuenta de que se hallaba en estado de shock. Lisbeth habíaasumido el mando y él obedecía sus órdenes totalmente falto de voluntad. Lollevó fuera de la casa de Martin Vanger. Siempre abrazada a él. En cuantocruzaron la puerta de la casa de invitados lo detuvo.

—Si resulta que alguien nos ha visto y nos pregunta qué es lo que hacíamos

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fuera a estas horas de la noche, estuvimos en la otra punta de la isla dando unpaseo nocturno y haciendo el amor.

—Lisbeth, no puedo...—Métete en la ducha. Ahora.Le ayudó a desnudarse y lo mandó al cuarto de baño. Luego puso la cafetera

y rápidamente preparó media docena de gruesas rebanadas de pan con queso,paté y pepinillos en vinagre. Estaba sentada junto a la mesa de la cocina sumida enuna intensa reflexión cuando Mikael volvió cojeando de la ducha. Ella examinó lasheridas y las magulladuras de su cuerpo. La soga le había producido una rozaduratan fuerte que tenía una marca de color rojo oscuro alrededor de todo el cuello, yel cuchillo le había causado un sangrante corte en la parte izquierda.

—Ven —dijo ella—. Túmbate en la cama.Buscó tiritas y le taponó la herida con una compresa. Luego sirvió café y le

alcanzó una rebanada.—No tengo hambre —dijo Mikael.—Come —ordenó Lisbeth, dándole un buen mordisco a una rebanada de

pan con queso.Mikael cerró los ojos un momento. Acto seguido se incorporó y tomó un

bocado. El cuello le dolía tanto que a duras penas conseguía tragar.Lisbeth se quitó la cazadora de cuero y fue a buscar un botecito de bálsamo

de tigre a su neceser.—Deja que el café se enfríe un rato. Túmbate boca abajo.Dedicó cinco minutos a masajearle la espalda con el bálsamo. Luego le dio la

vuelta e hizo lo mismo en la parte delantera del cuerpo—Vas a tener unos buenos moratones durante bastante tiempo.—Lisbeth, tenemos que llamar a la policía.—No —contestó Lisbeth con tanta fuerza en la voz que Mikael abrió los ojos

asombrado—. Si llamas a la policía, yo me largo. No quiero tener nada que ver conellos. Martin Vanger está muerto. Murió en un accidente de tráfico. Iba solo en elcoche. Hay testigos. Deja que la policía o cualquier otra persona descubra esamaldita cámara de tortura. Tú y yo ignoramos su existencia tanto como los demáshabitantes del pueblo.

—¿Por qué?No le hizo caso y siguió masajeando sus doloridos muslos.—Lisbeth, no podemos...—Si me sigues dando la lata, te arrastro a la cueva de Martin y te vuelvo a

encadenar.Mientras ella hablaba, Mikael se durmió tan súbitamente como si se hubiese

desmayado.

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CAPÍTULO 25Sábado, 12 de julio - Lunes, 14 de julio

Hacia las cinco de la mañana, Mikael se despertó de un sobresalto llevándoselas manos al cuello para quitarse la soga. Lisbeth se acercó, le cogió las manos ypermaneció a su lado hasta que se tranquilizó. Mikael abrió los ojos y la contemplócon la mirada desenfocada.

—No sabía que jugaras al golf —murmuró para, acto seguido, volver a cerrarlos ojos.

Ella se quedó junto a la cama un par de minutos hasta que estuvo segura deque había vuelto a conciliar el sueño. Mientras Mikael dormía, Lisbeth habíavuelto al sótano de Martin Vanger para examinar el lugar del crimen. Aparte delos instrumentos de tortura, encontró una gran colección de revistas de pornoviolento y numerosas fotos polaroid en un álbum.

No había ningún diario. En cambio, descubrió dos carpetas con fotografíasde tamaño carné y unas notas manuscritas sobre distintas mujeres. Se lo llevó todoen una bolsa de nailon, junto con el portátil Dell de Martin Vanger que halló en lamesa del vestíbulo de la planta superior. En cuanto Mikael se quedó dormido,Lisbeth continuó repasando el contenido del portátil y de las carpetas de MartinVanger. Eran más de las seis de la mañana cuando apagó el ordenador. Encendióun cigarrillo y, pensativa, se mordió el labio inferior.

Junto con Mikael Blomkvist había emprendido la caza de alguien quepresuntamente era un asesino en serie del pasado. Y se toparon con algocompletamente diferente. Le costó imaginarse los horrores que habrían tenidolugar en el sótano de Martin Vanger, en medio de ese idílico pueblo. Intentócomprender todo aquello.

Martin Vanger llevaba asesinando a mujeres desde la década de los sesenta;durante los últimos tres lustros lo había hecho con una periodicidad deaproximadamente una o dos víctimas por año. Los crímenes habían sido tan bienplaneados y se realizaron tan discretamente que nadie en absoluto advirtió queexistía un asesino en serie en activo. ¿Cómo era posible?

Las carpetas le ofrecían parte de la respuesta.Sus víctimas eran mujeres anónimas, a menudo chicas inmigrantes recién

llegadas que carecían de amigos y contactos en Suecia. También había prostitutasy marginadas sociales con serios problemas de fondo, como el abuso de drogas yde alcohol.

De sus estudios de psicología sobre el sadismo sexual, Lisbeth Salander habíaaprendido que ese tipo de criminales suele presentar una tendencia a coleccionar

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souvenirs de sus víctimas. El asesino usaba esos recuerdos para recrear parte delplacer experimentado. Martin Vanger había llevado esa peculiaridad mucho másallá, anotando todas las muertes en una especie de cuaderno de bitácora. Habíacatalogado y evaluado a sus víctimas meticulosamente, comentando ydescribiendo con detalle sus sufrimientos. Además, documentó su actividadasesina con películas de vídeo y fotografías.

La violencia y el asesinato constituían el fin último, pero Lisbeth sacó laconclusión de que, en realidad, la caza era el mayor interés de Martin Vanger. Ensu portátil había creado una base de datos con cientos de mujeres. Allí habíaempleadas del Grupo Vanger, camareras de restaurantes adonde solía acudir,recepcionistas de hoteles, personal de la Seguridad Social, secretarias de hombresde negocios que él conocía, y otras muchas mujeres. Parecía registrar y catalogar aprácticamente todas las mujeres con las que entraba en contacto.

Martin Vanger sólo había asesinado a una pequeña parte de ellas, pero todaslas mujeres de su entorno eran víctimas potenciales. La documentación tenía elcarácter de un apasionado pasatiempo, al cual dedicaría, sin duda, innumerableshoras.

«¿Está casada o soltera? ¿Tiene niños y familia? ¿Dónde trabaja? ¿Dóndevive? ¿Qué coche conduce? ¿Qué educación ha tenido? ¿Color de pelo? ¿Color dela piel? ¿Forma del cuerpo?»

Lisbeth sacó la conclusión de que la recopilación de datos personales sobrelas potenciales víctimas debía de haber representado una parte significativa de susfantasías sexuales. Ante todo, era un cazador; en segundo lugar, un asesino.

Cuando Lisbeth terminó de leer, descubrió un pequeño sobre en una de lascarpetas. Con la punta de los dedos sacó dos manoseadas y amarillentasfotografías polaroid. La primera retrataba a una chica morena sentada junto a unamesa. La chica llevaba pantalones oscuros y estaba desnuda de cintura para arriba,mostrando unos pechos pequeños y puntiagudos. Tenía la cara vuelta y estaba apunto de alzar un brazo para protegerse, como si el fotógrafo la hubiesesorprendido al levantar la cámara. En la otra foto aparecía completamentedesnuda, tumbada boca abajo en una cama con una colcha azul. Seguía con la caravuelta.

Lisbeth se metió el sobre con las fotos en el bolsillo de la cazadora. Luegollevó las carpetas hasta la cocina de hierro y encendió una cerilla. Al terminar dequemarlo todo removió las cenizas. Continuaba lloviendo a cántaros cuando salióa dar un corto paseo y, desde el puente, tiró discretamente el portátil de MartinVanger al agua.

Cuando Dirch Frode abrió de un tirón la puerta, a las siete y media de lamañana, Lisbeth se encontraba sentada a la mesa de la cocina fumando uncigarrillo y tomándose un café. La cara de Frode estaba lívida; parecía habertenido un terrible despertar.

—¿Y Mikael? —preguntó.—Sigue durmiendo.

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Dirch Frode se sentó en una silla de la cocina. Lisbeth le sirvió café y le acercóla taza.

—Martin... Acabo de enterarme de que Martin se mató anoche en unaccidente de tráfico.

—Es una pena —dijo Lisbeth Salander tomando, acto seguido, un sorbo decafé.

Dirch Frode levantó la mirada. Al principio la observó fijamente sincomprender nada. Luego sus ojos se abrieron y se le pusieron como platos.

—¿Qué...?—Tuvo un accidente. Qué infortunio.—¿Sabes lo que pasó?—Empotró su coche frontalmente contra un camión. Un suicidio. La presión,

el estrés y un imperio financiero que se tambaleaba... Demasiado para él. Eso, almenos, es lo que sospecho que van a poner en los titulares.

Dirch Frode parecía estar a punto de sufrir un derrame cerebral. Se levantórápidamente, se acercó al dormitorio y abrió la puerta.

—Déjale dormir —soltó Lisbeth tajantemente.Frode contempló el cuerpo dormido de Mikael. Le vio los moratones de la

cara y las heridas del torso. Luego descubrió la parte del cuello, en carne viva,donde había tenido la soga.

Lisbeth le tocó el brazo y cerró la puerta. Frode retrocedió y se dejó caerlentamente en el arquibanco de la cocina.

Lisbeth Salander le contó brevemente lo ocurrido durante la noche. Le hizouna detallada descripción de la cámara de tortura de Martin Vanger y de cómohalló a Mikael colgando de una soga, con el director ejecutivo del Grupo Vanger,de pie, delante de él. Le contó lo que había encontrado en el archivo del Grupodurante el día anterior y cómo vinculó al padre de Martin con, al menos, sieteasesinatos de mujeres. Dirch Frode no la interrumpió ni una sola vez. Cuando elladejó de hablar, permaneció mudo durante varios minutos; luego soltó unprofundo suspiro y movió despacio la cabeza de un lado para otro.

—¿Qué vamos a hacer?—No es mi problema —contestó Lisbeth con una inexpresiva voz.—Pero...—Por lo que a mí respecta, yo nunca he puesto mis pies en Hedestad.—No entiendo.—Bajo ninguna circunstancia quiero figurar en un informe policial. Yo no

existo. Si se relaciona mi nombre con toda esta historia, negaré haber estado aquí yno contestaré ni una sola pregunta.

Dirch Frode la observó inquisitivamente.—No lo entiendo.—No hace falta que entiendas nada.—Entonces, ¿qué quieres que haga?—Eso lo decides tú, con tal de que nos dejes a mí y a Mikael fuera.

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Dirch Frode estaba lívido.—Míralo así: lo único que sabes es que Martin Vanger ha fallecido en un

accidente de tráfico. Ignoras que se trataba de un loco asesino y no sabes nada dela cámara de tortura que hay en su sótano.

Ella puso la llave encima de la mesa.—Tienes tiempo antes de que alguien limpie el sótano de Martin y la

descubra. Puede tardar lo suyo.—Debemos ir a la policía.—Nosotros no. Tú puedes ir si quieres. Es decisión tuya.—Esta historia no se puede silenciar.—No estoy diciendo que se silencie, sino que nos dejes fuera a mí y a Mikael.

Cuando descubras la habitación, podrás sacar tus propias conclusiones y decidir aquién contárselo.

—Si lo que dices es verdad, significa que Martin ha secuestrado yasesinado...; debe de haber familias enteras desesperadas por saber dónde seencuentran sus hijas. No podemos...

—Correcto. Pero hay un problema. Los cuerpos ya no están. Tal vezencuentres pasaportes o carnés en algún cajón. Posiblemente se pueda identificar aalgunas de las víctimas por las películas de vídeo. Pero no hace falta que tomesninguna decisión hoy. Piénsatelo bien.

Dirch Frode parecía presa del pánico.—Oh, Dios mío. Esto va ser el golpe de gracia definitivo para el Grupo

Vanger. Cuántas familias se van a quedar en el paro si sale a la luz que Martin...Frode se mecía adelante y atrás, acorralado por ese dilema moral.—Es un modo de verlo. Supongo que Isabella Vanger heredará de su hijo. No

me parece muy apropiado que ella sea la primera a la que se le informe delpasatiempo de Martin.

—Tengo que ir a ver...—Creo que hoy debes mantenerte alejado de esa habitación —dijo Lisbeth

severamente—. Antes te quedan muchas cosas por hacer. Has de ir a informar aHenrik, convocar a la junta directiva para una reunión extraordinaria y hacer lomismo que habrías hecho si el director ejecutivo hubiera fallecido encircunstancias normales.

Dirch Frode meditó esas palabras. Su corazón palpitaba. De él, el viejoabogado que siempre resolvía los problemas, siempre se esperaba que tuviera unplan preparado para todas las eventualidades, pero ahora se sentía paralizado. Sedio cuenta de que estaba recibiendo instrucciones de una niña. De alguna maneraella había asumido el control de la situación y proponía unas líneas de actuaciónque él no era capaz de formular.

—¿Y Harriet...?—Mikael y yo no hemos terminado todavía. Pero puedes decirle a Henrik

Vanger que vamos a resolver el misterio.

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El inesperado fallecimiento de Martin Vanger abrió las noticias radiofónicasde las nueve, justo mientras Mikael se despertaba. Lo único que se mencionabasobre los acontecimientos de la noche anterior era que el industrial conducía a unagran velocidad y que, por razones desconocidas, invadió el carril contrario.

Iba solo en el coche. La radio local realizó una crónica más amplia, marcadapor la inquietud ante el futuro del Grupo Vanger y por las posibles consecuenciaseconómicas que el suceso tendría para la empresa.

Un teletipo de mediodía de la agencia TT, apresuradamente redactado,llevaba el titular «Una región en estado de shock» y resumía los agudos problemasdel Grupo Vanger. A nadie se le escapaba que, tan sólo en Hedestad, más de tresmil de los veintiún mil habitantes de la ciudad trabajaban en el Grupo odependían indirectamente de la prosperidad de la empresa. El director ejecutivodel Grupo acababa de fallecer y el anterior estaba ingresado tras sufrir un graveinfarto. Hacía falta un heredero natural. Todo esto en una época considerada comola más crítica en la historia de la empresa.

Mikael Blomvkist había tenido la oportunidad de ir a la comisaría deHedestad y explicar lo sucedido durante la noche anterior, pero Lisbeth Salanderya había puesto en marcha un proceso. Al no haber llamado a la policíainmediatamente, resultaba cada vez más difícil hacerlo a medida que las horasiban transcurriendo. Pasó la mañana en un triste silencio tirado en el arquibancode la cocina, desde donde contempló la lluvia y las oscuras nubes del cielo. A esode las diez hubo otra intensa tormenta, pero a mediodía dejó de llover y el vientocesó de soplar. Mikael salió, secó los muebles del jardín y se sentó con un tazón decafé. Llevaba una camisa con el cuello levantado.

Naturalmente, la muerte de Martin ensombreció la vida diaria de Hedeby.Los coches paraban delante de la casa de Isabella Vanger según iban llegando losmiembros del clan. Todo el mundo presentó sus condolencias. Lisbeth observabala procesión fríamente. Mikael estaba sumergido en un profundo silencio.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Lisbeth finalmente.Mikael meditó la respuesta durante un rato.—Creo que sigo en estado de shock —contestó—. Me hallaba indefenso.

Durante horas estuve convencido de que iba a morir. Sentía la angustia de lamuerte y no podía hacer absolutamente nada. —Extendió una mano y se la puso aella en la rodilla—. Gracias —dijo—. Si tú no hubieses aparecido, me habríamatado.

Lisbeth le devolvió una sonrisa torcida.—Aunque... no me entra en la cabeza cómo diablos fuiste tan idiota de

enfrentarte tú sólita a él. Yo estaba tumbado en el suelo rezando para que vieras lafoto, sumaras dos más dos y llamaras a la policía.

—Si hubiera esperado a la policía, no habrías sobrevivido. No podía dejarque ese cabrón te matara.

—¿Por qué no quieres hablar con la policía? —preguntó Mikael.

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—No hablo con las autoridades.—¿Por qué no?—Cosas mías. Pero, en tu caso, no creo que sea muy positivo para tu carrera

profesional aparecer en los titulares como el periodista que fue desnudado porMartin Vanger, el célebre asesino en serie. Si ya no te gusta superdetective KalleBlomkvist, imagínate los nuevos apodos que te pondrían.

Mikael la observó detenidamente y dejó el tema.—Tenemos un problema —dijo Lisbeth.Mikael asintió.—¿Qué pasó con Harriet?Lisbeth depositó las dos fotos polaroid en la mesa. Le explicó dónde las había

encontrado. Mikael las estudió minuciosamente antes de levantar la vista.—Puede ser ella —dijo finalmente—. No lo puedo jurar, pero su constitución

y su pelo coinciden con todas las fotos que he visto de ella.

Mikael y Lisbeth estuvieron sentados en el jardín durante una horaintentando encajar las piezas del rompecabezas. Se percataron de que los dos, cadauno por su lado, habían identificado a Martin Vanger como la que les faltaba.

Ella nunca descubrió la foto que Mikael había dejado sobre la mesa de lacocina. Tras estudiar las imágenes de las cámaras de vigilancia, llegó a laconclusión de que Mikael había hecho alguna tontería. Así que Lisbeth tomó elcamino de la orilla del estrecho hasta la casa de Martin Vanger, donde miró portodas las ventanas sin ver ni una sola alma. Comprobó cuidadosamente todas laspuertas y ventanas de la planta baja. Al final subió trepando al piso superior yentró por un balcón abierto. Se movió con sumo cuidado al registrar la casahabitación por habitación, lo cual le llevó mucho tiempo. Al cabo de un ratoencontró la puerta que bajaba al sótano. Martin había cometido una negligencia:había dejado entreabierta la puerta de la cámara del terror, con lo cual Lisbeth sedio perfectamente cuenta de la situación.

Mikael le preguntó qué había oído de lo que dijo Martin.—No mucho. Llegué cuando te estaba haciendo preguntas sobre lo que le

ocurrió a Harriet, justo antes de que te colgara en la soga. Os dejé durante algunosminutos mientras subí a buscar un arma. Encontré los palos de golf en un armario.

—Martin Vanger no tenía ni idea de lo que ocurrió con Harriet —dijo Mikael.—¿Le crees?—Sí —afirmó Mikael sin el menor atisbo de duda—. Martin Vanger estaba

más loco que un turón rabioso..., ¿de dónde diablos sacaré yo todas estasmetáforas...?, pero confesó todos los crímenes que había cometido. Sin tapujos. Laverdad es que creo que quería impresionarme. Pero cuando hablamos de Harrietse mostró tan ansioso como Henrik Vanger por averiguar lo sucedido.

—Así que... ¿adonde nos lleva eso?—Sabemos que Gottfried Vanger fue el autor de la primera serie de

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asesinatos, entre 1949 y 1965.—Vale. E instruyó a Martin Vanger.—¡Vaya familia más disfuncional! —dijo Mikael—. En realidad, Martin

nunca tuvo una oportunidad.Lisbeth Salander le echó una extraña mirada.—Lo que me contó Martin, aunque de manera fragmentada, fue que su padre

lo inició cuando entró en la pubertad. En 1962 presenció el asesinato de Lea, la deUddevalla. Por aquel entonces tenía catorce años. Estuvo también en el asesinatode Sara en 1964. En aquella ocasión participó activamente. Ahí ya tenía dieciséis.

—¿Y?—Dijo que no era homosexual y que, a excepción de su padre, nunca había

tocado a un hombre. Eso me hace pensar que... bueno, lo único que podemosconcluir es que su padre lo violaba. Seguramente los abusos se prolongaríandurante mucho tiempo. Fue, por decirlo de alguna manera, educado por su padre.

—¡Y una mierda! ¡Eso son gilipolleces! —dijo Lisbeth Salander.De repente su voz sonó extremadamente dura. Mikael la contempló perplejo.

La mirada de Lisbeth era firme. Allí no había ni una pizca de compasión.—Martin tuvo exactamente las mismas oportunidades que cualquiera para

rebelarse. Fue su propia decisión. Asesinaba y violaba porque le gustaba.—Vale, de acuerdo. No digo que no. Pero Martin era un chico sometido a la

autoridad de su padre, quien lo marcó de por vida, al igual que Gottfried fuesubyugado por el suyo, el nazi.

—¿Ah, sí? Entonces estás partiendo del principio de que Martin no teníavoluntad propia y de que la gente se convierte en aquello para lo que ha sidoeducada.

Mikael sonrió prudentemente:—¿He tocado un punto sensible?De repente, los ojos de Lisbeth se encendieron con una rabia contenida.

Mikael se apresuró a continuar.—No quiero decir que las personas se vean marcadas únicamente por su

educación, pero creo que ésta desempeña un papel fundamental. Gottfried sufriólas constantes palizas de su viejo durante muchos años. Eso deja huella.

—Gilipolleces —insistió Lisbeth—. Gottfried no es el único niño que ha sidomaltratado. Y eso no le da carta blanca para ir matando mujeres. Esa elección lahizo él mismo. Y Martin también.

Mikael levantó una mano.—No discutamos por eso. No te enfades conmigo.—No me enfado contigo. Es sólo que me parece patético que los cabrones

siempre echen la culpa a los demás.—Vale. Tienen una responsabilidad personal. Luego lo hablaremos. A lo que

iba era que Martin tenía diecisiete años cuando Gottfried murió, de modo quenadie pudo guiar sus pasos e intentó seguir los de su padre. En febrero de 1966, enUppsala... —Mikael alargó la mano para coger uno de los cigarrillos de Lisbeth—.

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No pienso ponerme a especular sobre los instintos que Gottfried procurabasatisfacer ni sobre cómo él mismo interpretaba sus propios actos. Tal vez unpsiquiatra podría interpretar esa especie de empanada mental bíblica que, encualquier caso, trata sobre el castigo y la purificación. Y me importa una mierda decuál de las dos se trate. Era un asesino en serie.

Meditó un segundo antes de continuar.—Gottfried quería matar a mujeres y disfrazaba sus actos con algún tipo de

razonamiento seudorreligioso. Pero Martin ni siquiera fingía tener una excusa.Estaba organizado y asesinaba sistemáticamente. Además, poseía dinero de sobrapara invertir en su pasatiempo. Y era más listo que su padre. Cada vez queGottfried dejaba un cadáver tras de sí, significaba que una investigación policial seabría y existía un riesgo de que alguien lo descubriera o, por lo menos, relacionaralos distintos asesinatos.

—Martin Vanger construyó su chalé en los años setenta —dijo Lisbeth,pensativa.

—Creo que Henrik mencionó el año 1978. Probablemente encargó unacámara de seguridad para archivos importantes o cosas similares. Le construyeronuna habitación sin ventanas, insonorizada, con una puerta blindada.

—Ha tenido la habitación durante veinticinco años.Permanecieron callados un rato mientras Mikael pensó en los horrores que

seguramente habrían tenido lugar en la idílica isla de Hedeby durante el últimocuarto de siglo. Lisbeth no necesitó imaginarse nada de eso: había visto lacolección de películas de vídeo. Advirtió que Mikael se estaba tocando el cuelloinconscientemente.

—Gottfried odiaba a las mujeres y enseñó a su hijo a odiarlas también, almismo tiempo que lo violaba. Pero eso escondía algo más... Creo que Gottfriedfantaseaba con la idea de que sus hijos compartieran su pervertida, por no deciralgo peor, visión del mundo. Al preguntarle sobre Harriet, su propia hermana,Martin dijo: «Intentamos hablar con ella. Pero no era más que una simple puta;pensaba contárselo a Henrik».

Lisbeth asintió con la cabeza.—Ya lo oí. Fue más o menos entonces cuando llegué al sótano. Eso significa

que ya sabemos de qué iba a tratar su misteriosa conversación con Henrik.Mikael frunció el ceño.—No del todo. —Reflexionó un rato y prosiguió—: Piensa en la cronología.

Ignoramos cuándo violó Gottfried a su hijo por primera vez, pero se lo llevócuando asesinó a Lea Persson en Uddevalla, en 1962. Se ahogó en 1965. Antes, él yMartin intentaron «hablar» con Harriet. ¿Qué se deduce de ello?

—Que Gottfried no sólo abusó de Martin. También de Harriet.Mikael asintió.—Gottfried era el profesor. Martin el alumno. Harriet era su... ¿qué?... ¿su

juguete?—Gottfried le enseñó a Martin a follarse a su hermana —dijo Lisbeth,

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señalando las fotos polaroid—. Resulta difícil determinar su actitud partiendo deestas fotos, ya que no se le puede ver la cara, pero está claro que intenta ocultarse.

—Digamos que empezó cuando tenía catorce años, en 1964. Ella se opuso,«no podía aceptarlo», dicho con la expresión de Martin. Fue eso lo que amenazabacon contar. Martin, sin duda, no tendría mucho que decir; se sometería a lavoluntad de su padre, pero ambos habían creado algún tipo de... pacto en el queintentaron iniciar a Harriet.

Lisbeth asintió con la cabeza.—En tus notas has escrito que Henrik Vanger dejó que Harriet se instalara en

su casa durante el invierno de 1964.—Henrik se dio cuenta de que algo no iba bien en su familia. Creía que se

debía a las peleas y al desgaste de la relación entre Gottfried e Isabella, de modoque se la llevó consigo para que tuviera paz y tranquilidad y se concentrara en susestudios.

—Un fastidio para Gottfried y Martin. Ya no les resultaba tan fácil dar conella y controlar su vida. Pero de vez en cuando sí... y ¿dónde se produjeron losabusos?

—Tuvo que ser en la cabaña de Gottfried. Estoy casi seguro de que las fotosse hicieron allí; será fácil comprobarlo. Además, la ubicación de la cabaña esperfecta: aislada y muy apartada del pueblo. Luego, Gottfried se emborrachó porúltima vez y se ahogó de la manera más estúpida.

Lisbeth, pensativa, asentía con la cabeza.—El padre de Harriet mantenía o intentaba mantener relaciones sexuales con

ella, pero no creo que la iniciara en los asesinatos.Mikael reconoció que eso constituía un punto débil en su razonamiento.

Harriet apuntó los nombres de las víctimas de Gottfried y los relacionó con citasbíblicas, pero su interés por la Biblia no surgió hasta el último año, cuandoGottfried ya estaba muerto. Reflexionó un instante intentando hallar unaexplicación lógica.

—En algún momento, Harriet descubrió que Gottfried no sólo cometíaincesto, sino que también era un loco asesino en serie —dijo.

—No sabemos cuándo descubrió los asesinatos. Quizá fuera justo antes demorir Gottfried. Incluso puede que fuera después, si es que él llevaba un diario oguardaba recortes de prensa sobre los crímenes. Algo la debió poner sobre la pista.

—Pero no fue eso lo que amenazó con contar a Henrik —puntualizó Mikael.—Fue por Martin —dijo Lisbeth—. Su padre estaba muerto, pero Martin

seguía acosándola.—Exacto —asintió Mikael.—Pero tardó un año en decidirse.—¿Qué harías tú si de repente descubrieras que tu padre es un asesino en

serie que se folla a tu hermano?—Matar a ese hijo de puta —dijo Lisbeth con una voz tan serena que dejó

bien claro que no estaba bromeando.

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Automáticamente, Mikael vio ante sí la cara de Lisbeth atacando a MartinVanger. Una triste sonrisa se dibujó en su rostro.

—De acuerdo, pero Harriet no era como tú. Gottfried murió en 1965, antes deque a ella le diera tiempo a hacer algo. También resulta lógico. Al morir Gottfried,Isabella envió a Martin a Uppsala. Puede que volviese a casa por Navidad y otrasvacaciones, pero durante el año siguiente no vio a Harriet con mucha frecuencia.Ella pudo distanciarse un poco de él.

—Y empezó a estudiar la Biblia.—Y a la luz de lo que sabemos ahora, no tiene por qué haber sido por

razones religiosas. Tal vez quisiera, simplemente, comprender lo que había hechosu padre. Le estuvo dando vueltas hasta el Día del Niño de 1966. Es entoncescuando, de repente, ve a su hermano en Järnvägsgatan y sabe que ha vuelto.Ignoramos si hablaron, o si él le dijo algo. Pasara lo que pasase, Harriet tuvo elimpulso de ir directamente a casa para hablar con Henrik.

—Y luego desapareció.Tras repasar la cadena de acontecimientos no resultaba muy difícil

comprender cómo iban a encajar el resto de las piezas del rompecabezas. Mikael yLisbeth hicieron las maletas. Antes de marcharse, Mikael llamó a Dirch Frode y leexplicó que tenían que ausentarse durante un tiempo, pero que le gustaría ver aHenrik antes de irse.

Mikael quería saber qué era lo que Frode le había contado a Henrik. La vozdel abogado sonó tan tensa que Mikael empezó a preocuparse. Al cabo de un ratoFrode reconoció que sólo le había dicho que Martin había muerto en un accidentede coche.

Cuando Mikael aparcó delante del hospital de Hedestad, el cielo estaba denuevo cubierto por oscuras y pesadas nubes y se volvió a escuchar un trueno.Cruzó apresuradamente el aparcamiento en el mismo instante en que se ponía alloviznar.

Henrik Vanger iba vestido con una bata y estaba sentado junto a la mesa quehabía delante de la ventana de su habitación. No cabía duda de que la enfermedadle había dejado huella, pero el viejo había recuperado el color de la cara y, por lomenos, parecía estar recuperándose. Se dieron la mano. Mikael le pidió a laenfermera que los dejara solos un par de minutos.

—Hace mucho que no vienes a verme —dijo Henrik Vanger.Mikael asintió con la cabeza.—Intencionadamente. Tu familia no quiere que aparezca por aquí, pero hoy

están todos en casa de Isabella.—Pobre Martin —dijo Henrik.—Henrik, me encargaste la misión de averiguar la verdad de lo ocurrido con

Harriet. ¿Esperabas que esa verdad estuviera exenta de dolor?El viejo lo observó. Luego se le pusieron los ojos como platos.—¿Martin?—Es parte de la historia.

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Henrik Vanger cerró los ojos.—Ahora tengo una pregunta que hacerte.—¿Cuál?—¿Todavía quieres saber lo que sucedió? ¿Aunque duela y aunque la verdad

sea peor de lo que te podías imaginar?Henrik Vanger observó a Mikael durante un largo instante. Luego asintió con

la cabeza.—Quiero saberlo. Ése era el objetivo de tu trabajo.—De acuerdo. Creo que sé lo que pasó con Harriet. Pero me falta encajar una

última pieza para terminar el rompecabezas.—Cuéntame.—No. Hoy no. Lo que quiero que hagas ahora es descansar. El doctor dice

que la crisis ha pasado y que te estás recuperando.—No me trates como a un niño.—Todavía no he llegado a puerto. De momento no tengo más que conjeturas.

Voy a salir e intentar encontrar la última pieza del rompecabezas. La próxima vezque venga a verte, te contaré toda la historia. Puede que tarde algún tiempo. Peroquiero que sepas que volveré y que vas a saber la verdad.

Lisbeth cubrió la moto con una lona, la dejó al lado de la casita de invitados,en un lugar donde daba la sombra, y subió con Mikael al coche que le habíanprestado. La tormenta había vuelto con renovadas fuerzas; al sur de Gävle lessorprendió una lluvia tan torrencial que Mikael apenas pudo distinguir lacarretera. Mikael no quiso arriesgarse y paró en una gasolinera. Tomaron cafémientras esperaban a que escampara. No llegaron a Estocolmo hasta las siete de latarde. Mikael le dio a Lisbeth el código del portal de su edificio y la dejó en laestación de metro T-centralen. Cuando él entró por la puerta, su propioapartamento le resultó extraño.

Pasó la aspiradora y limpió mientras Lisbeth se encontraba con Plague enSundbyberg. Hasta la medianoche no apareció por casa de Mikael. Nada másentrar, se pasó diez minutos escudriñando meticulosamente cada rincón delapartamento. Luego permaneció un largo rato ante la ventana contemplando lasvistas sobre Slussen.

Una serie de armarios y estanterías de Ikea separaban la cama del resto delapartamento. Se desnudaron y durmieron unas horas.

A eso de las doce del día siguiente aterrizaron en Gatwick, Londres. Lesrecibió la lluvia. Mikael había reservado una habitación en el hotel James, cerca deHyde Park; un excelente hotel en comparación con todos esos hoteluchos enruinas de Bayswater adonde siempre había ido a parar en todas sus anterioresvisitas a la ciudad. La cuenta corría a cargo de Dirch Frode.

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Eran las cinco de la tarde y se encontraban en el bar cuando un hombre deunos treinta años se les acercó. Estaba casi calvo, tenía una barba rubia y vestíaunos vaqueros y una americana demasiado grande. Calzaba náuticos.

—¿Wasp? —preguntó él.—¿Trinity? —replicó Lisbeth.Se saludaron con un movimiento de cabeza. No le preguntó el nombre a

Mikael.El compañero de Trinity fue presentado como Bob the Dog. Les esperaba en

una vieja furgoneta Volkswagen, a la vuelta de la esquina. Abrieron las puertascorrederas, entraron y se sentaron en unas sillas plegables sujetas a la pared.Mientras Bob sorteaba el tráfico londinense, Wasp y Trinity estuvieron hablando.

—Plague dijo que se trataba de un crash -bang job.—Escucha telefónica y control del correo electrónico de un ordenador. Puede

ser muy rápido o llevarnos unos días, dependiendo de la presión que meta éste. —Lisbeth señaló con el pulgar a Mikael—. ¿Podéis hacerlo?

—¿Tienen pulgas los perros? —contestó Trinity.

Anita Vanger vivía en un pequeño chalé adosado en el señorial barrioresidencial de Saint Albans, al norte de Londres, a poco más de una hora en coche.Desde la furgoneta pudieron verla llegar a casa y entrar a eso de las siete de latarde. Esperaron a que se duchara, se preparara algo de cenar y se sentara delantede la tele. Luego Mikael llamó al timbre.

Una réplica casi idéntica de Cecilia Vanger abrió la puerta con un educadogesto inquisitivo en el rostro.

—Hola, Anita. Me llamo Mikael Blomkvist. Henrik Vanger me ha pedido quete haga una visita. Supongo que ya sabes lo de Martin.

Su cara pasó de manifestar sorpresa a ponerse en guardia. Nada másescuchar su nombre supo perfectamente de quién se trataba. Había estado encontacto con Cecilia Vanger, quien, sin duda, le habría comentado el enfado quetenía con Mikael. Pero el hecho de que lo hubiera enviado Henrik Vangerimplicaba que se veía obligada a abrirle la puerta. Lo invitó a sentarse en el salón.Mikael miró a su alrededor. La casa de Anita Vanger estaba amueblada conmucho gusto y se notaba que era una persona con dinero y un buen trabajo, peroque llevaba una vida de lo más discreta. Por encima de una chimenea reconvertidaen radiador de gas, Mikael advirtió un grabado firmado por Anders Zorn.

—Discúlpame por molestarte de manera tan imprevista; he intentadollamarte durante todo el día. Como estaba en Londres...

—Entiendo. ¿De qué se trata?Su voz había tomado un tono defensivo.—¿Piensas ir al entierro?—No, Martin y yo no estábamos muy unidos y no puedo permitirme

abandonar el trabajo.

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Mikael asintió. Anita Vanger llevaba treinta años manteniéndose, en lamedida de lo posible, alejada de Hedestad. Desde que su padre regresó a la isla deHedeby ella apenas había vuelto a poner el pie por allí.

—Quiero saber qué pasó con Harriet Vanger. Ha llegado la hora de laverdad.

—¿Harriet? No entiendo lo que quieres decir.Mikael se rió de su fingida ingenuidad.—De toda la familia eras la que tenía una relación más íntima con Harriet.

Fue a ti a quien se dirigió con su terrible historia.—Estás loco —dijo Anita Vanger.—En eso probablemente tengas razón —admitió Mikael

despreocupadamente—. Anita: aquel sábado estuviste en la habitación de Harriet.Hay fotografías que lo prueban. Dentro de unos días informaré a Henrik de todoesto; luego, que él saque sus propias conclusiones. ¿Por qué no me cuentas lo quepasó?

Anita Vanger se levantó.—Márchate de mi casa inmediatamente.Mikael se levantó.—Vale, pero tarde o temprano deberás hablar conmigo.—No tengo nada que decirte.—Martin está muerto —dijo Mikael con énfasis—. Nunca te cayó bien. Creo

que te trasladaste a Londres no sólo para no ver a tu padre, sino también para nover a Martin. Significa que estabas al tanto de todo, y la única que podría habértelocontado es Harriet. La cuestión es qué hiciste con esa información.

Anita Vanger le dio con la puerta en las narices.Satisfecha, Lisbeth Salander sonrió a Mikael mientras lo liberaba del

micrófono que llevaba debajo de la camisa.—Tras cerrarte la puerta no ha tardado ni treinta segundos en descolgar el

teléfono —dijo Lisbeth.—El prefijo del país es Australia —informó Trinity, dejando caer los

auriculares en la pequeña mesa de la furgoneta—. Tengo que comprobar el areacode —dijo, tecleando en su portátil—. Muy bien; ha llamado a un número quepertenece a un teléfono de un pueblo que se llama Tennant Creek, al norte deAlice Springs, en el Territorio del Norte. ¿Quieres escuchar la conversación?

Mikael asintió.—¿Qué hora es en Australia ahora?—Aproximadamente las cinco de la mañana.Trinity activó el lector digital y conectó un altavoz. Mikael pudo oír ocho

tonos de llamada antes de que alguien descolgara el teléfono. La conversación semantuvo en inglés.

—Hola. Soy yo.—Mmm, es cierto que soy madrugadora, pero...—Pensaba llamarte ayer... Martin está muerto. Se mató anteayer en un

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accidente de tráfico.Silencio. Luego, algo que sonó como un carraspeo, pero que podía

interpretarse como «Bien».—Pero tenemos un problema. Un detestable periodista que Henrik ha

contratado acaba de llamar a mi puerta. Está haciendo preguntas sobre lo queocurrió en 1966. Sabe algo.

Silencio de nuevo. Luego, una voz autoritaria.—Anita: cuelga ahora mismo. No podemos tener contacto durante algún

tiempo.—Pero...—Escríbeme una carta. Cuéntame lo que ha pasado.La llamada se cortó.—Una tía lista —dijo Lisbeth Salander con admiración.Regresaron al hotel poco antes de las once de la noche. En la recepción les

ayudaron a conseguir billetes en el primer avión que hubiera para Australia. Unmomento después tenían reservas en un vuelo que no saldría hasta las 19.05 deldía siguiente, con destino Canberra, Nueva Gales del Sur.

Solucionados todos los detalles, se desnudaron y cayeron rendidos en lacama.

Era la primera vez que Lisbeth Salander visitaba Londres, de modo queestuvieron toda la mañana paseando por Tottenham Court Road y por el Soho.Pararon a tomar un caffé latte en Old Compton Street. A eso de las tres volvieron alhotel para recoger las maletas. Mientras Mikael pagaba la factura, Lisbethencendió su móvil y descubrió que tenía un mensaje.

—Dragan Armanskij quiere hablar conmigo.Usó un teléfono de la recepción para llamar a su jefe. Mikael estaba un poco

alejado y de repente vio cómo Lisbeth se volvía hacia él con el rostro petrificado.Se acercó inmediatamente.

—¿Qué?—Mi madre ha muerto. Tengo que volver a casa.Lisbeth parecía tan desamparada que Mikael la abrazó. Ella lo rechazó.Tomaron un café en el bar del hotel. Cuando Mikael dijo que iba a cancelar

los billetes para Australia y acompañarla a Estocolmo, ella negó con la cabeza.—No —dijo secamente—. No podemos mandar el trabajo a la mierda ahora.

Pero tendrás que viajar solo.Se despidieron delante del hotel y cada uno cogió un autobús hasta su

respectivo aeropuerto.

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CAPÍTULO 26Martes, 15 de julio - Jueves, 17 de julio

Mikael llegó a Canberra por la tarde y la única alternativa que tuvo fue cogerun vuelo nacional hasta Alice Springs. Luego podía elegir entre fletar un avión oalquilar un coche para recorrer los restantes cuatrocientos kilómetros hacia elnorte. Optó por esto último.

Cuando aterrizó en Canberra, una persona desconocida que firmaba con elbíblico nombre de Joshua y pertenecía a la misteriosa red internacional de Plague,o tal vez de Trinity, le había dejado un sobre en el mostrador de información delaeropuerto.

El número de teléfono que Anita había marcado pertenecía a un sitio llamadoCochran Farm. Un breve informe le ofrecía más información: se trataba de unagranja de ovejas.

Un resumen sacado de Internet daba detalles acerca de la industria ovina delpaís:

Australia tiene 18 millones de habitantes, de los cuales 53.000 son granjerosde ovejas que crían, aproximadamente, 120 millones de cabezas. Sólo con laexportación de lana se facturan al año más de 3.500 millones de dólares. A esto sele suma la exportación de 700 millones de toneladas de carne de cordero, asícomo pieles para la industria textil. La producción de carne y lana constituye unade las industrias más importantes del país.

Cochran Farm, fundada en 1891 por un tal Jeremy Cochran, era la quintaempresa agrícola de Australia, con alrededor de sesenta mil ovejas merinas, cuyalana se consideraba especialmente valiosa. Aparte de las ovejas, la empresatambién se dedicaba a la cría de vacas, cerdos y gallinas.

Mikael constató que Cochran Farm constituía una importante empresa conun impresionante volumen de ventas basado en la exportación, entre otroslugares, a Estados Unidos, Japón, China y Europa.

Las biografías personales que se adjuntaban le resultaron aún másfascinantes.

En 1972 una persona llamada Raymond Cochran le dejó en herencia CochranFarm a un tal Spencer Cochran, educado en Oxford, Inglaterra. Spencer falleció en1994 y desde entonces su viuda llevaba la granja. Ella aparecía en una foto borrosade baja definición descargada desde la página web de Cochran Farm. Mostraba auna mujer rubia de pelo corto que estaba de pie, con la cara medio tapada,

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acariciando a una oveja. Según Joshua, la pareja se casó en Italia en 1971.Su nombre era Anita Cochran.

Mikael pasó la noche en un pueblo de mala muerte que llevaba elesperanzador nombre de Wannado. En el único bar existente en aquel árido rincóndel mundo comió asado de cordero y se tomó tres pintas de cerveza con unasglorias locales que le llamaban mate y que hablaban inglés con un curioso acento.Se sentía como si hubiese entrado en el rodaje de Cocodrilo Dundee.

Por la noche, antes de acostarse, telefoneó a Erika Berger a Nueva York.—Lo siento, Ricky, he estado tan ocupado que no he tenido tiempo de

llamarte.—¿Qué diablos ocurre en Hedestad? —explotó ella—. Christer me ha

telefoneado para contarme que Martin ha muerto en un accidente de coche.—Es una historia muy larga.—¿Y por qué no coges el móvil? Llevo días llamándote como una loca.—Aquí no hay cobertura.—¿Dónde estás?—Ahora mismo a unos doscientos kilómetros al norte de Alice Springs. O

sea, en Australia.Mikael raras veces conseguía sorprender a Erika. Esta vez ella permaneció

callada durante más de diez segundos.—¿Y qué haces en Australia? Si se puede saber, claro...—Estoy terminando el trabajo. Volveré a Suecia dentro de unos días. Sólo

quería contarte que me falta poco para cumplir la misión que me encargó HenrikVanger.

—¿Quieres decir que has averiguado lo que pasó con Harriet?—Creo que sí.

Llegó a Cochran Farm alrededor de las doce del día siguiente, y lo único quepudo averiguar fue que Anita Cochran se encontraba en una zona de producciónsituada en un lugar llamado Makawaka, a unos ciento veinte kilómetros al oeste.

Eran ya las cuatro de la tarde cuando Mikael, finalmente, consiguió llegartras haberse abierto camino por innumerables carreteras secundarias. Detuvo elcoche junto a una verja, donde un grupo de granjeros descansaban tomando caféen torno al capó de un jeep. Mikael se bajó del coche, se presentó y les dijo queandaba buscando a Anita Cochran. Ellos miraron de reojo a un musculoso hombrede unos treinta años que, al parecer, era el que mandaba. Mostraba un torsodesnudo muy bronceado excepto allí donde la camiseta le había protegido del sol.En la cabeza llevaba un sombrero de vaquero.

—Well, mate, la jefa está a unos diez kilómetros en esa dirección —dijo,señalando con el dedo pulgar.

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Le echó una mirada escéptica al coche de Mikael y añadió que,probablemente, no sería muy buena idea continuar el camino en un coche japonésde juguete. Al final, el bronceado y atlético hombre dijo que como él iba hacia allá,podría llevar a Mikael en su jeep, el medio de transporte más adecuado para eseaccidentado terreno. Mikael le dio las gracias y se llevó consigo su ordenadorportátil.

El hombre se presentó como Jeff y contó que era Studs Manager at the Station.Mikael pidió que se lo tradujera. Jeff observó de reojo a Mikael y concluyó que nodebía ser de por allí. Le explicó que Studs Manager equivaldría más o menos al jefede la caja de un banco, aunque él gestionaba ovejas, y que Station era la palabraaustraliana para rancho.

Siguieron hablando mientras Jeff, de muy buen humor, conducía el jeep aveinte kilómetros por hora bajando por un barranco que tenía una inclinaciónlateral de veinte grados. Mikael le dio las gracias a su estrella de la suerte por nohaber intentado llevar su coche alquilado. Le preguntó qué había abajo del todo yse enteró de que eran unos pastos para setecientas ovejas.

—Tengo entendido que Cochran Farm es una de las granjas más grandes quehay por aquí.

—Somos una de las más grandes de Australia —contestó Jeff no sin ciertoorgullo en la voz—. Aquí, en el distrito de Makawaka, contamos con unas nuevemil ovejas más o menos, pero tenemos Stations tanto en Nueva Gales del Sur comoen Australia Occidental. En total poseemos más de sesenta y tres mil cabezas.

Salieron del barranco para entrar en un paisaje montañoso, aunque algomenos accidentado. De repente, Mikael oyó unos disparos. Vio cadáveres deovejas, grandes hogueras y una docena de trabajadores. Todos parecían llevarescopetas en la mano. Evidentemente, se dedicaban a la matanza de ovejas.

Sin querer, le vinieron a la mente los corderos del sacrificio bíblico.Luego vio a una mujer en vaqueros, con camisa a cuadros rojos y blancos, y

el pelo rubio y corto. Jeff aparcó a unos pocos metros de ella.—Hi boss. We got a tourist —dijo.Mikael bajó del jeep y la miró. Ella le devolvió la mirada con ojos inquisitivos.—Hola, Harriet. Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos la última

vez —dijo Mikael en sueco.Ninguno de los hombres que trabajaban para Anita Cochran entendieron las

palabras de Mikael, pero a nadie se le escapó la reacción de la mujer. Ella dio unpaso hacia atrás con cara aterrorizada. Los hombres de Anita Cochran mostraronuna actitud protectora hacia ella. Al advertir la reacción de su jefa, borraron lasonrisa de sus rostros y se pusieron en guardia, prestos a intervenir contra elextraño forastero, quien, obviamente, le había causado cierta incomodidad a sujefa. De pronto, Jeff borró la amabilidad de su rostro y se acercó un paso más aMikael.

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Mikael era consciente de que se hallaba en un barranco inaccesible en la otrapunta del mundo, rodeado por una cuadrilla de sudorosos criadores de ovejas conescopetas en las manos. Una palabra de Anita Cochran y lo coserían a balazos.

El momento de tensión se disipó. Harriet Vanger les hizo una señaapaciguadora y los hombres retrocedieron. Se acercó a Mikael y, con la cara suciay empapada de sudor, le miró a los ojos. Mikael advirtió que su pelo rubioescondía unas raíces más oscuras. Había envejecido y tenía la cara más delgada,pero se había convertido en la bella mujer que prometía la foto de su primeracomunión.

—¿Nos conocemos? —preguntó Harriet Vanger.—Sí. Me llamo Mikael Blomkvist. Fuiste mi canguro durante un verano,

cuando yo tenía tres años. Tú tendrías doce o trece.Transcurrieron unos segundos hasta que su mirada se aclaró y Mikael vio

que se acordaba de él. Parecía asombrada.—¿Qué quieres?—Harriet, no soy tu enemigo. No estoy aquí para hacerte daño. Pero tenemos

que hablar.Ella se volvió hacia Jeff, le dijo que se quedara al mando y le hizo señas a

Mikael para que la acompañara. Caminaron unos doscientos metros hasta ungrupo de blancas tiendas de lona instaladas en una pequeña arboleda. Señaló unasilla plegable que había junto a una desvencijada mesa, echó agua en unapalangana y se lavó la cara antes de entrar para cambiarse de camisa. Fue a buscardos cervezas a una nevera portátil y se sentó frente a Mikael.

—Tú dirás...—¿Por qué estáis matando a las ovejas?—Tenemos una epidemia contagiosa. Tal vez la mayoría de ellas esté sana,

pero no podemos arriesgarnos a que se propague la epidemia. Vamos a tener quesacrificar a más de seiscientas durante la próxima semana. Así que no estoy demuy buen humor.

Mikael asintió con la cabeza.—Tu hermano se mató en un accidente de coche hace unos días.—Ya me he enterado.—Gracias a la llamada de Anita Vanger.Le observó inquisitivamente durante un buen rato. Luego asintió con la

cabeza. Comprendió que no tenía sentido negar la evidencia.—¿Cómo me has encontrado?—Pinchamos el teléfono de Anita. —Mikael tampoco le encontró sentido a no

decir la verdad—. Estuve con tu hermano unos minutos antes de que muriera.Harriet Vanger frunció el ceño. Sus miradas se cruzaron. Luego él se quitó

aquel ridículo pañuelo que llevaba, se bajó el cuello de la camisa y le enseñó lamarca dejada por la soga. Estaba roja e inflamada y probablemente le dejaría depor vida una cicatriz como recuerdo de Martin Vanger.

—Tu hermano me había colgado de una soga cuando mi compañera apareció

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y le dio una buena paliza.Un destello apareció en los ojos de Harriet.—Creo que es mejor que me cuentes la historia desde el principio.

Le llevó más de una hora. Mikael empezó contando quién era y a qué sededicaba. Describió cómo Henrik Vanger le había encargado el trabajo y por quéle convenía pasar una temporada en Hedeby. Resumió los motivos delestancamiento de la investigación policial y habló de cómo Henrik, durante todosesos años, había realizado otra por su cuenta, convencido de que alguien de lafamilia mató a Harriet. Encendió su ordenador y le explicó cómo encontró las fotosde Järnvägsgatan, y cómo él y Lisbeth empezaron a seguir el rastro de un asesinoen serie que resultaron ser dos personas.

Anocheció mientras hablaba. Los hombres se prepararon para la noche;encendieron unos cuantos fuegos y pusieron ollas a hervir. Mikael advirtió queJeff permanecía cerca de su jefa en todo momento, mirando desconfiadamente aMikael. El cocinero les sirvió la comida. Abrieron otra cerveza. Cuando Mikaelacabó de contar su historia, Harriet se quedó un rato en silencio.

—Dios mío —dijo de pronto.—Pasaste por alto el asesinato de Uppsala.—Ni siquiera lo descubrí. Estaba tan contenta por la muerte de mi padre y

porque la violencia se había acabado que... Nunca se me ocurrió que Martin... —Secalló—. Me alegro de que esté muerto.

—Te entiendo.—Pero tu historia no explica cómo comprendisteis que yo seguía viva.—Una vez dedujimos lo que ocurrió, no resultó muy difícil sacar la

conclusión del resto. Para poder desaparecer necesitabas ayuda. Anita Vanger eratu confidente y realmente la única opción lógica. Os habíais hecho amigas y ellapasó el verano contigo. Os alojasteis en la cabaña de Gottfried. Si confiabas enalguien, tenía que ser en ella; además, ella acababa de sacarse el carné de conducir.

Harriet Vanger lo observó sin inmutarse.—Y ahora que sabes que estoy viva, ¿qué vas a hacer?—Se lo contaré a Henrik. Merece saberlo.—¿Y luego? Eres periodista.—Harriet, no voy a descubrirte. Ya he cometido tantas negligencias

profesionales en todo este lío que, sin duda, la Asociación de Periodistas meecharía de sus filas si se enterara. Una falta más o menos no importa, y no quieroenfadar a mi vieja canguro —dijo, intentando bromear.

Ella no le encontró la gracia.—¿Quiénes saben la verdad?—¿De que estás viva? Ahora mismo sólo tú, yo, Anita y mi compañera

Lisbeth. Dirch Frode estará enterado de unos dos tercios de la historia, perotodavía cree que moriste en los años sesenta.

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Harriet Vanger pareció reflexionar sobre algo. Dirigió la mirada a laoscuridad. De nuevo Mikael tuvo la desagradable sensación de encontrarse en unasituación de peligro, y se acordó de que Harriet Vanger tenía una escopeta, amedio metro de ella, apoyada contra la lona de la tienda. Luego sacudió la cabezay dejó de imaginarse cosas. Cambió de tema.

—Pero ¿cómo has acabado como criadora de ovejas en Australia? Imaginoque Anita Vanger te sacó de la isla de Hedeby cuando abrieron el puente un díadespués del accidente; quizá te escondieras en el maletero de su coche.

—La verdad es que sólo estuve tumbada en el suelo del asiento trasero conuna manta encima. Pero nadie miró allí. En cuanto Anita llegó a la isla fui a verla yle conté que tenía que huir. Has acertado en eso de que yo confiaba en ella. Meayudó. Y se ha mantenido como una leal amiga durante todos estos años.

—¿Cómo viniste a parar a Australia?—Al principio, antes de abandonar Suecia, me alojé un par de semanas en la

habitación de la residencia de estudiantes de Anita, en Estocolmo. Ella teníadinero y me lo prestó generosamente. También me dejó su pasaporte. Nosparecíamos mucho y lo único que yo debía hacer era teñirme el pelo de rubio.Durante cuatro años viví en un monasterio de Italia. No es que me metiera amonja; existen monasterios donde uno puede alquilar habitaciones baratassimplemente para estar en paz y pensar. Luego conocí a Spencer Cochran porcasualidad. Era unos cuantos años mayor que yo, acababa de terminar susestudios en Inglaterra y estaba viajando por Europa. Me enamoré. Él también. Fueasí de simple. Anita Vanger se casó con él en 1971. Nunca me he arrepentido. Eraun hombre maravilloso. Desgraciadamente, murió hace ocho años y de repente meconvertí en la dueña de la granja.

—Pero ¿y el pasaporte? ¿Nadie descubrió que había dos Anitas Vanger?—No, ¿por qué? Una sueca que se llama Anita Vanger y está casada con

Spencer Cochran... Poco importa si vive en Londres o Australia. En Londres es laesposa separada de Spencer Cochran. En Australia es la auténtica esposa, la querealmente se casó con él. Nadie compara los registros informáticos de Canberracon los de Londres. Además, pronto tuve un pasaporte australiano con el apellidoCochran. El engaño funcionó perfectamente. La historia sólo se habría estropeadosi Anita se hubiera querido casar. Mi matrimonio consta en el registro civil sueco.

—Algo que ella nunca ha hecho.—Dice que no ha conocido a nadie. Pero yo sé que ha renunciado por mí. Es

una amiga de verdad.—¿Qué hacía en tu habitación?—Aquel día yo no actué de manera muy racional. Tenía miedo de Martin,

pero mientras él estuviera en Uppsala el problema quedaba aparcado. Luegoapareció allí, en esa calle de Hedestad, y me di cuenta de que nunca jamás viviríasegura. Dudé entre contárselo a Henrik y huir. Como Henrik no tenía tiempo paraescucharme me puse a dar vueltas por todo el pueblo sin saber qué hacer.Entiendo, naturalmente, que aquel accidente acaparara la atención de todo el

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mundo, pero no la mía. Tenía mis propios problemas y apenas me enteré de latragedia. Todo me resultaba irreal. Y me crucé con Anita, que vivía en la pequeñacasa de invitados del jardín de Gerda y Alexander. Fue entonces cuando me decidíy le pedí que me ayudara. Me quedé en su casa todo el tiempo sin atreverme asalir. Pero había una cosa que debía llevarme: el diario en el que tenía apuntado loocurrido hasta ese momento; además, necesitaba un poco de ropa. Anita fue abuscármelo todo.

—Supongo que no podría resistir la tentación de abrir la ventana para mirarel lugar del accidente. —Mikael reflexionó un instante—. Lo que no entiendo espor qué no acudiste a Henrik, tal y como tenías pensado.

—¿Tú qué crees?—La verdad es que no lo sé. Estoy convencido de que Henrik te habría

ayudado; se habría encargado en el acto de que Martin no le hiciera daño a nadiemás y, claro está, no te habría puesto en evidencia. Lo habría llevado tododiscretamente con algún tipo de terapia o tratamiento.

—No has entendido lo que ocurrió.Hasta ese momento, Mikael sólo se había referido a los abusos sexuales que

Gottfried cometió con Martin, dejando en el aire lo sucedido con Harriet.—Gottfried abusó de Martin —dijo Mikael cuidadosamente—. Sospecho que

también abusó de ti.

Harriet Vanger no movió ni un solo músculo. Luego inspiró profundamentey se ocultó el rostro con las manos. Jeff no tardó ni tres segundos en acercarse parapreguntarle si todo estaba all right. Harriet Vanger lo miró y le mostró una tímidasonrisa. Luego Mikael se sorprendió cuando ella se levantó y le dio a su StudsManager un abrazo y un beso en la mejilla. Harriet se volvió hacia Mikaelrodeando con el brazo el hombro de Jeff.

—Jeff, éste es Mikael, un viejo... amigo del pasado. Ha venido a traerproblemas y malas noticias, pero no vamos a matar al mensajero. Mikael, éste esJeff Cochran. Mi hijo mayor. Tengo otro hijo y una hija.

Mikael lo saludó con un movimiento de cabeza. Jeff tendría unos treintaaños; Harriet Vanger debía de haberse quedado embarazada muy poco tiempodespués de casarse con Spencer Cochran. Mikael se levantó, le tendió la mano y sedisculpó por haber alterado a su madre, algo que, desgraciadamente, habíaresultado inevitable. Harriet intercambió unas palabras con Jeff y luego le dijo quese fuera. Volvió a sentarse junto a Mikael con aspecto de haber tomado unadecisión.

—No más mentiras. Supongo que ya ha terminado todo. En cierto sentidollevo esperando este día desde 1966. Durante muchos años mi gran terror ha sidoque alguien como tú se acercara y me llamara por mi verdadero nombre. Y,¿sabes?, de repente me trae sin cuidado. Mi crimen ha prescrito. Y me importa unamierda lo que la gente piense de mí.

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—¿Crimen? —preguntó Mikael.Ella lo miró fijamente a los ojos, pero, aun así, él no pareció entender de qué

estaba hablando.—Tenía dieciséis años. Tenía miedo. Estaba avergonzada. Desesperada.

Estaba sola. Los únicos que conocían la verdad eran Anita y Martin. A Anita lehabía contado lo de los abusos sexuales, pero no fui capaz de decirle que, además,mi padre era un loco asesino de mujeres. Eso Anita no lo sabe. En cambio, leconfesé el crimen que yo misma cometí; un crimen tan terrible que, a la hora de laverdad, no me atreví a contárselo a Henrik. Recé a Dios para que me perdonara. Yme refugié en aquel monasterio durante años.

—Harriet, tu padre era un violador y un asesino. Tú no tenías ninguna culpa.—Ya lo sé. Mi padre abusó de mí durante un año. Hice todo lo que estuvo en

mis manos para evitar que... pero era mi padre y no podía negarme de repente atener nada que ver con él sin explicar por qué. Así que mostré mi mejor sonrisa,interpreté mi papel e intenté dar la sensación de que todo estaba bien; pero measeguraba de que siempre hubiera más gente cerca cada vez que lo veía. Mi madresabía lo que él hacía, claro, pero a ella no le importaba.

—¿Isabella lo sabía? —exclamó Mikael con estupefacción.La voz de Harriet Vanger adquirió un tono severo.—Claro que lo sabía. Nada de lo que pasaba en nuestra familia era ignorado

por Isabella. Pero no se daba por enterada si se trataba de alguna cosadesagradable o que ofreciera una mala imagen de su persona. Mi padre podríahaberme violado en medio del salón ante sus propios ojos sin que ella loreconociera. Era incapaz de admitir que algo no iba bien en mi vida o en la suya.

—La he conocido. Es una bruja.—Y lo ha sido toda su vida. A menudo he reflexionado sobre la relación

entre ella y mi padre. He llegado a la conclusión de que, después de minacimiento, nunca, o muy raramente, mantuvieron relaciones sexuales. Mi padretenía otras mujeres, pero, por alguna extraña razón, Isabella le daba miedo. Sedistanció de ella, pero fue incapaz de divorciarse.

—En la familia Vanger nadie se divorcia.Ella se rió por primera vez.—Sí, es verdad. Pero el tema es que yo era incapaz de contar todo aquello.

Todo el mundo se enteraría. Mis compañeros de clase, toda la familia...Mikael puso una mano sobre la de ella.—Harriet, lo siento de verdad.—Yo tenía catorce años cuando me violó por primera vez. Y durante el año

siguiente me llevó a su cabaña. En varias ocasiones Martin estuvo presente. Mipadre nos forzaba a mí y a Martin a hacer cosas con él. Y me sujetaba los brazospara que Martin pudiera... satisfacerse encima de mí. Cuando mi padre murió,Martin ya estaba preparado para tomar el relevo. Esperaba que yo me convirtieraen su amante, y consideraba natural que yo me sometiera a él. Y a esas alturas yoya no tenía elección. Estaba obligada a obedecerle. Me había deshecho de un

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verdugo sólo para acabar en las garras de otro, y todo lo que podía hacer eraasegurarme de que nunca surgiese una ocasión en la que me encontrara a solascon él.

—Henrik habría...—Sigues sin entenderlo.Ella elevó la voz. Mikael vio que algunos de los hombres de las tiendas

contiguas lo miraron de reojo. Volvió a bajar la voz y se inclinó hacia él.—Todas las cartas están sobre la mesa. Tienes que deducir el resto.Se levantó y fue a por otras dos cervezas. Al volver, Mikael le dijo una sola

palabra.—¿Gottfried?Ella asintió con la cabeza.—El 7 de agosto de 1965 mi padre me obligó a ir a su cabaña. Henrik se había

ido de viaje. Mi padre estaba borracho, al borde del coma etílico. Intentó forzarme,pero ni siquiera se le levantó. Siempre se mostraba... grosero y violento hacia mícuando nos encontrábamos a solas, pero esta vez se pasó de la raya. Se me orinóencima. Luego me dijo lo que quería hacer conmigo. Durante la noche me habló delas mujeres que había asesinado. Empezó a alardear de ello. Citó la Biblia. Siguiódurante horas. No entendía ni la mitad de lo que decía pero me di cuenta de queestaba completamente enfermo. —Ella tomó un trago de cerveza—. En unmomento dado, a eso de la medianoche, le dio un arrebato. Se volviócompletamente loco. Nos hallábamos arriba, en el loft. Me puso una camisetaalrededor del cuello y apretó todo lo que pudo. Se me nubló la vista. No me cabela menor duda de que realmente me quería matar y aquella noche, por primeravez, consiguió consumar la violación.

Harriet Vanger miró a Mikael con ojos suplicantes.—Pero su borrachera era tal que, no sé cómo, conseguí escapar. Salté del loft

al suelo y huí presa del pánico. Estaba desnuda y, sin pensármelo dos veces, echéa correr y acabé en el embarcadero. Él venía detrás, haciendo eses,persiguiéndome.

De repente, Mikael deseó que ella no le contara nada más.—Fui lo suficientemente fuerte como para empujar a un viejo borracho al

agua. Usé un remo para mantenerlo bajo la superficie hasta que dejó de moverse.Sólo fue cuestión de unos pocos segundos. —Harriet hizo una pausa y el silencioresultó ensordecedor—. Cuando levanté la vista, allí estaba Martin. Parecíaaterrorizado, pero a la vez sonreía burlonamente. No sé cuánto tiempo llevaba allí,fuera de la cabaña, espiándonos. Desde aquel momento me encontré a merced desu voluntad. Se acercó a mí, me cogió del pelo y me llevó de nuevo a la cabaña y ala cama de Gottfried. Me ató y me violó mientras nuestro padre seguía flotando enel agua, junto al embarcadero. Ni siquiera tuve fuerzas parar oponer resistencia.

Mikael cerró los ojos. De pronto sintió vergüenza y deseó haber dejado aHarriet Vanger en paz. Pero la voz de ella recobró la energía.

—Desde aquel día yo estuve bajo su poder. Obedecía a todas sus órdenes.

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Como paralizada. Lo que me salvó de la locura fue que a Isabella se le ocurrieraque Martin necesitaba un cambio de aires después del trágico fallecimiento de supadre. Y lo mandó a Uppsala, evidentemente porque sabía lo que Martin hacíaconmigo. Fue su manera de resolver el problema. Imagínate la decepción deMartin.

Mikael asintió.—Durante el siguiente año Martin sólo vino a casa por Navidad, de modo

que conseguí apartarme bastante de él. Entre Navidad y Año Nuevo acompañéunos días a Henrik en un viaje a Copenhague. Y cuando llegaron las vacaciones deverano, recurrí a Anita. Confié en ella; se quedó conmigo todo el tiempo y seaseguró de que Martin no se acercara a mí.

—Le descubriste en Järnvägsgatan.Ella asintió con la cabeza.—Me habían dicho que no iba a acudir a la reunión familiar, sino que se

quedaría en Uppsala. Pero, al parecer, cambió de opinión y, de repente, allí estaba,al otro lado de la calle, mirándome fijamente. Con una sonrisa en los labios. Fuecomo una pesadilla. Yo había matado a mi padre y me di cuenta de que nunca melibraría de mi hermano. Hasta ese mismo momento había pensado en quitarme lavida. Finalmente opté por huir.

Harriet observó a Mikael con cierta felicidad en la mirada.—La verdad es que me ha sentado bien contar la verdad. Ahora ya lo sabes

todo. ¿Qué piensas hacer con esa información?

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CAPÍTULO 27Sábado, 26 de julio - Lunes, 28 de julio

A las diez de la mañana, Mikael recogió a Lisbeth Salander en la puerta de sucasa, en Lundagatan, y la llevó al crematorio del cementerio norte. La acompañódurante el funeral. Lisbeth y Mikael eran, junto con la oficiante, los únicos allípresentes hasta que, al comenzar la ceremonia, Dragan Armanskij entró repentinay sigilosamente por la puerta. Saludó a Mikael con un movimiento de cabeza y sesituó detrás de Lisbeth poniéndole cuidadosamente una mano sobre el hombro.Ella inclinó la cabeza sin mirarle, como si supiera quién se hallaba a sus espaldas.Luego los ignoró a los dos.

Lisbeth no había contado nada sobre su madre, pero, al parecer, la reverendahabía hablado con alguien de la residencia donde falleció; Mikael comprendió quela causa de la muerte había sido un derrame cerebral. Lisbeth no pronunciópalabra durante todo el acto. La reverenda perdió el hilo dos veces al dirigirse aLisbeth, quien la miró fijamente a los ojos sin contestar. Al terminar el funeral,Lisbeth se dio la vuelta y se marchó sin dar las gracias ni despedirse de nadie.Mikael y Dragan tomaron aire profundamente y se miraron de reojo. No tenían niidea de lo que estaba pasando por la cabeza de Lisbeth.

—Se encuentra muy mal —dijo Dragan.—Ya me he dado cuenta —contestó Mikael—. Qué bien que hayas venido.—No estoy tan seguro. —Armanskij clavó la mirada en Mikael—. ¿Os vais

otra vez para el norte? Échale un ojo.Mikael se lo prometió. Se despidieron delante de la puerta de la iglesia.

Lisbeth ya esperaba en el coche.Ella tenía que ir a Hedestad para buscar su moto y el equipo que tomó

prestado de Milton Security. No rompió el silencio hasta que pasaron Uppsala,cuando le preguntó por el viaje a Australia. Mikael había aterrizado en Arlanda lanoche anterior, muy tarde, y sólo había dormido un par de horas. Durante eltrayecto le relató la historia de Harriet Vanger. Lisbeth Salander permaneciócallada durante media hora antes de abrir la boca.

—Bitch —soltó.—¿Quién?—La Harriet Vanger de los cojones. Si hubiese hecho algo en 1966, Martin

Vanger no habría seguido asesinando y violando a mujeres durante treinta y sieteaños.

—Harriet conocía los asesinatos de su padre, pero no tenía ni idea de queMartin estuviera involucrado. Huyó de un hermano que la violaba, y que

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amenazaba con revelar que ella había ahogado a su padre si no hacía lo que él ledecía.

—Bullshit.No hablaron más hasta que entraron en Hedestad. Lisbeth estaba de un

humor particularmente sombrío. Mikael llegaba tarde a la reunión acordada, asíque la dejó en el cruce del camino que llevaba a la isla de Hedeby y le preguntó sitodavía se hallaría en casa cuando él volviera.

—¿Piensas pasar la noche aquí? —preguntó ella.—Supongo que sí.—¿Quieres que yo esté cuando regreses?Él se bajó, bordeó el coche y la abrazó. Lisbeth le apartó de un empujón, casi

violentamente. Mikael se echó hacia atrás.—Lisbeth, somos amigos, ¿no?Ella lo contempló con inexpresivos ojos.—¿Quieres que me quede para tener con quien follar esta noche?Mikael le devolvió una larga mirada. Luego se dio la vuelta, subió al coche y

arrancó el motor. Bajó la ventanilla. La hostilidad de Lisbeth era palpable.—Quiero ser tu amigo —dijo él—. Si no me crees, no hace falta que estés

cuando vuelva esta noche.

Henrik Vanger estaba levantado y vestido cuando Dirch Frode hizo pasar aMikael a la habitación del hospital. Nada más entrar le preguntó al viejo por susalud.

—Mañana van a dejarme salir para el entierro de Martin.—¿Qué es lo que te ha contado Dirch?Henrik Vanger bajó la mirada.—Me ha contado lo que hicieron Martin y Gottfried. Ahora sé que esto es

mucho peor de lo que me había imaginado.—Sé lo que ocurrió con Harriet.—¿Cómo murió?—Harriet no está muerta. Sigue viva. Tiene muchas ganas de verte, si tú

quieres.Tanto Henrik Vanger como Dirch Frode miraron perplejos a Mikael, como sí

el mundo se hubiera puesto patas arriba.—Me llevó un rato convencerla para que hiciera el viaje, pero vive, se

encuentra bien y ha venido a Hedestad. Llegó esta mañana y estará aquí en menosde una hora. Si es que quieres verla, claro.

Mikael tuvo que contar otra vez la historia de principio a fin. Henrik Vangerlo escuchó con suma atención, como si se tratara del sermón de la colina deJesucristo en versión moderna. En momentos muy concretos, le hacía una

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pregunta a Mikael o le pedía que repitiera algo. Dirch Frode no pronunció ni unasola palabra.

Cuando Mikael concluyó su relato, el viejo se quedó en silencio. Por muchoque los médicos le hubiesen asegurado que Henrik Vanger estaba recuperado desu infarto, Mikael había temido ese momento; tenía miedo de que la historia fuesedemasiado para el anciano. Pero, al margen de que su voz tal vez sonara algopastosa, Henrik no dio muestra alguna de emoción cuando rompió su silencio.

—Pobre Harriet. Ojalá hubiera acudido a mí.Mikael miró el reloj. Eran las cuatro menos cinco.—¿Quieres verla? Ahora que sabes lo que ha hecho, ella teme que la rechaces.—¿Y las flores? —inquirió Henrik.—Se lo pregunté en el avión. Había una sola persona en la familia a la que

ella quería: tú. Naturalmente, quien enviaba las flores era ella. Esperaba queentendieras que seguía viva y que se encontraba bien sin que fuera precisoaparecer. Pero como su único canal de información era Anita, que salió del país encuanto terminó sus estudios y jamás visitaba Hedestad, sus conocimientos sobre loque aquí ocurría han sido muy limitados. Nunca supo de tu terrible sufrimiento,ni que creías que su asesino se burlaba de ti enviando las flores.

—Supongo que era Anita quien echaba los sobres al correo.—Trabajaba en una compañía aérea y volaba por todo el mundo. Los enviaba

desde donde se encontrara en ese momento.—Pero ¿cómo supiste que fue precisamente Anita la que la ayudó?—Por la fotografía; era ella la que se veía en la ventana del cuarto de Harriet.—Pero podría haber estado implicada, ella podría haber cometido el crimen.

¿Cómo te diste cuenta de que Harriet estaba viva?Mikael miró a Henrik durante un largo rato. Luego sonrió por primera vez

desde que volvió a Hedestad.—Anita estaba involucrada en la desaparición de Harriet, pero no podía

haberla matado.—¿Cómo podías estar tan seguro?—Porque esto no es ninguna de esas malditas novelas de detectives donde

todas las piezas tienen que encajar. Si Anita hubiese asesinado a Harriet, hace yamucho tiempo que habrías encontrado el cuerpo. Por lo tanto, lo único lógico eraque ella la ayudara a huir y a mantenerse escondida. ¿Quieres verla?

—Claro que quiero ver a Harriet.

Mikael fue a buscar a Harriet hasta los ascensores de la entrada. Al principio,no la reconoció; desde que se despidieron en Arlanda el día anterior, habíarecuperado su original y oscuro color de pelo. Llevaba pantalones negros, unablusa blanca y una elegante chaqueta gris. Estaba deslumbrante. Mikael se inclinóhacia delante y le dio un beso de ánimo en la mejilla.

Cuando Mikael le abrió la puerta a Harriet, Henrik se levantó de su silla. Ella

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inspiró profundamente.—Hola, Henrik —dijo.El viejo la examinó de pies a cabeza. Luego Harriet se le acercó y le dio un

beso en la mejilla. Mikael le hizo un movimiento de cabeza a Dirch Frode y cerróla puerta para dejarlos solos.

Lisbeth Salander no estaba en la casita cuando Mikael volvió a la isla deHedeby. Tampoco el equipo de videovigilancia, la moto ni la bolsa con su ropa.Sus artículos de aseo personal habían desaparecido del cuarto de baño. Sintió ungran vacío.

Mikael recorrió la casa con cierta tristeza. De repente, le resultó extraña eirreal. Echó una mirada a los montones de papeles del estudio, que iba a meter encajas para devolvérselos a Henrik Vanger, pero fue incapaz de ponerse arecogerlos. Subió a Konsum y compró pan, leche, queso y algo para cenar. Alvolver preparó café y se sentó en el jardín a leer los periódicos vespertinos, sinpensar absolutamente en nada.

Hacia las cinco y media, un taxi atravesó el puente. Volvió a pasar, de vuelta,tres minutos después. Mikael descubrió a Isabella en el asiento de atrás.

Se quedó dormido en la silla del jardín. Alrededor de las siete Dirch Frodellegó y lo despertó.

—¿Qué tal Henrik y Harriet? —preguntó Mikael.—La verdad es que esta triste historia tiene su punto —contestó Dirch Frode

con una sonrisa contenida—. Isabella ha irrumpido inesperadamente en lahabitación de Henrik. Se había enterado de tu vuelta y estaba completamentefuera de sí. Ha empezado a gritar que ya va siendo hora de que acaben todas esasestupideces de Harriet, y que tú, metiéndote donde no te llamaban, has provocadola muerte de su hijo.

—Bueno, sí; supongo que tiene razón.—Le ha ordenado a Henrik que te despida y que se asegure de que

desaparecerás; y que deje, de una vez por todas, de buscar fantasmas.—Uy, Dios.—Ni siquiera ha mirado a la mujer que estaba sentada en la habitación

hablando con Henrik. Pensaría, sin duda, que era alguien del hospital. En la vidase me olvidará el momento en el que Harriet se ha levantado, ha mirado a Isabellay le ha dicho: «Hola, mamá».

—¿Y qué ha pasado?—Hemos tenido que llamar a un médico para reanimar a Isabella. Ahora

niega que realmente sea Harriet; dice que se trata de una impostora que tú hascontratado.

Dirch Frode estaba sólo de paso; se dirigía a casa de Cecilia y de Alexanderpara darles la noticia de que Harriet había resucitado de entre los muertos.Apresurado, continuó su camino y volvió a dejar solo a Mikael.

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Lisbeth Salander llenó el depósito en una gasolinera al norte de Uppsala.Había ido conduciendo algo tensa y ensimismada, con la mirada fija en lacarretera. Pagó con prisas y se volvió a montar en la moto. Arrancó y se acercó a lasalida, donde, indecisa, volvió a parar.

Seguía sintiéndose mal. Se enfureció al abandonar Hedeby, pero su rabiahabía ido disminuyendo a lo largo del viaje. No sabía muy bien por qué estaba tanfuriosa con Mikael Blomkvist, ni siquiera si su enfado era con él.

Pensó en Martin Vanger, en la Harriet Vanger de los cojones, en el DirchFrode de los cojones y en toda la maldita familia Vanger, que se hallaba enHedestad gobernando su pequeño imperio y conspirando unos contra otros. Sehabían visto obligados a recurrir a su ayuda, pero lo cierto es que en circunstanciasnormales ni siquiera se habrían dignado a saludarla y, mucho menos aún, aconfiarle sus secretos.

¡Maldita chusma de mierda!Inspiró profundamente pensando en su madre, a quien acababan de

incinerar esa misma mañana. Ya nada tenía remedio; la muerte de su madresignificaba que la herida no se curaría en la vida, porque Lisbeth jamás tendríarespuestas a las preguntas que le habría querido hacer.

Pensó en Dragan Armanskij, que permaneció tras ella durante el funeral.Debería haberle dicho algo. Al menos haberle confirmado que sabía que él seencontraba allí. Pero si lo hubiera hecho, Dragan habría tenido una excusa paraempezar a organizarle la vida. Si le diera un dedo, él le cogería el brazo entero. YArmanskij nunca entendería nada.

Pensó en el abogado Nils Bjurman de los cojones, que era su administrador yque, al menos de momento, estaba controlado y hacía lo que se le decía.

La invadió un odio implacable y apretó los dientes.Pensó en Mikael Blomkvist y se preguntó qué diría cuando se enterara de

que ella tenía un administrador y de que toda su vida apestaba como un puto nidode ratas.

Se dio cuenta de que realmente no estaba enfadada con él. Simplemente fuela persona en la que descargó su rabia cuando, más que otra cosa, le entraron unasganas terribles de matar a alguien. Cabrearse con él no tenía sentido.

Se sentía extrañamente ambivalente ante Mikael.Porque metía sus narices en todo y husmeaba en su vida privada... Pero

también había estado a gusto trabajando a su lado. Eso en sí mismo ya le resultabararo: trabajar con alguien. No estaba acostumbrada, pero la verdad es que, para susorpresa, no había sido demasiado doloroso. Él no se ponía pesado. No intentabadecirle cómo debía vivir su vida.

Fue ella quien lo sedujo a él, no al revés.Además, había sido satisfactorio.Entonces, ¿por qué se sentía con ganas de darle una patada en la cara?

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Lisbeth suspiró e, infeliz, levantó la mirada para contemplar un trailer quepasaba haciendo ruido por la E4.

A las ocho de la tarde, Mikael continuaba sentado en el jardín cuando oyó elmotor de una moto y vio a Lisbeth Salander atravesar el puente. Ella aparcó y sequitó el casco. Se acercó a la mesa del jardín y tocó la cafetera, que estaba fría yvacía. Mikael la observó asombrado. Ella se fue a la cocina con la cafetera. Al salirya no llevaba el mono de cuero, sino unos vaqueros y una camiseta con el texto: Ican be a regular bitch. Just try me.

—Pensé que te habías largado —dijo Mikael.—Me di la vuelta en Uppsala.—Menudo paseíto.—Me duele el culo.—¿Por qué has vuelto?Ella no contestó. Mikael no insistió; simplemente, esperó y al cabo de diez

minutos Lisbeth rompió el silencio.—Me gusta estar contigo —reconoció con desgana.Era la primera vez que esas palabras salían de su boca.—Ha sido... interesante trabajar contigo en este caso —añadió.—A mí también me ha gustado llevar a cabo esta tarea contigo —dijo Mikael.—Mmm.—La verdad es que nunca he colaborado con una investigadora tan

condenadamente buena. Vale, sé que eres una maldita hacker y que te mueves encírculos sospechosos, donde, al parecer, uno puede coger el teléfono y, en tan sóloveinticuatro horas, organizar una escucha telefónica ilegal en Londres. Pero laverdad es que al final obtienes resultados.

Ella le miró por primera vez desde que se sentó a la mesa. Él conocía muchossecretos suyos. ¿Cómo era posible?

—Es así, sencillamente. Entiendo de ordenadores. Y nunca he tenidoproblemas para leer un texto y comprender exactamente qué es lo que dice.

—Tu memoria fotográfica —dijo él tranquilamente.—Supongo. Simplemente sé cómo funciona. No sólo se trata de ordenadores

y redes telefónicas, sino del motor de mi moto, de televisores y aspiradoras, y deprocesos químicos y fórmulas astrofísicas. Soy una chalada. Una freak.

Mikael frunció el ceño. Permaneció callado un buen rato.«El síndrome de Asperger —pensó—. O algo así. Un talento para ver

estructuras y entender razonamientos abstractos allí donde los demás sólo ven elcaos más absoluto.»

Lisbeth tenía la mirada bajada, fija en la mesa.—La mayoría de la gente daría cualquier cosa por tener un don así.—No quiero hablar de eso.—Vale, lo dejamos. ¿Por qué has vuelto?

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—No lo sé. Tal vez haya sido un error.Él la miró inquisitivamente.—Lisbeth, ¿puedes definir la palabra amistad?—Es cuando quieres a alguien.—Vale, pero ¿qué es lo que te hace querer a alguien?Ella se encogió de hombros.—La amistad, o al menos mi definición de ella, se basa en dos cosas: respeto

y confianza —continuó él—. Y deben ser mutuas. Además, se tienen que dar losdos factores; puedes respetar a alguien, pero si no hay confianza, la amistad sedesmorona.

Ella seguía callada.—Ya sé que no quieres hablar de ti, aunque alguna vez habrás de decidir si

confiar en mí o no. Quiero que seamos amigos, pero esto es cosa de dos.—Me gusta acostarme contigo.—El sexo no tiene nada que ver con la amistad. Claro que los amigos pueden

acostarse, pero, Lisbeth, si me veo obligado a elegir entre el sexo y la amistad en loque se refiere a ti, sé perfectamente lo que elegiría.

—No lo entiendo. ¿Quieres acostarte conmigo o no?Mikael se mordió el labio. Al final suspiró.—Uno no debe mantener relaciones sexuales con la gente con la que trabaja

—murmuró—. Sólo acarrea problemas.—Me he perdido algo. ¿Acaso no folláis Erika Berger y tú cada vez que se

presenta la ocasión? Además, ella está casada.Durante un momento Mikael permaneció en silencio.—Erika y yo... tenemos una historia que iniciamos mucho antes de que

empezáramos a trabajar juntos. Que ella esté casada no es asunto tuyo.—Vaya; así que de repente eres tú el que no desea hablar de sí mismo... ¿No

era la amistad una cuestión de confianza?—Sí, pero lo que quiero decir es que no hablo de un amigo a sus espaldas.

Porque entonces traicionaría su confianza. Tampoco hablaría de ti con Erika.Lisbeth Salander meditó acerca de esas palabras. Se había convertido en una

conversación complicada. Y a ella no le gustaban las conversaciones complicadas.—Me gusta acostarme contigo —repitió ella.—Y a mí contigo..., pero ya tengo una edad, la suficiente como para ser tu

padre.—A la mierda tu edad.—No puedes mandar a la mierda nuestra diferencia de edad. No es un buen

punto de partida para una relación duradera.—¿Y quién ha dicho que deba ser duradera? —replicó Lisbeth—. Acabamos

de resolver un caso donde unos hombres con una sexualidad jodidamenteretorcida han desempeñado el papel protagonista. Si yo pudiera decidir, ese tipode hombres serían exterminados uno a uno.

—Una cosa está clara: no te gustan las medias tintas.

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—Pues no —dijo ella, mostrando esa sonrisa torcida que más bien parecíaotra cosa—. Pero no te preocupes: tú no eres uno de ellos.

Ella se levantó.—Me voy a la ducha y luego pienso meterme desnuda en tu cama. Si te

consideras demasiado viejo, vete a dormir a la cama plegable.Mikael la siguió con la mirada. Fueran cuales fuesen los complejos que

Lisbeth tuviera en la cabeza, estaba claro que la timidez no era uno de ellos.Mikael siempre acababa perdiendo todas las discusiones con ella. Al cabo de unrato recogió las tazas de café y se fue al dormitorio.

Se levantaron hacia las diez, se ducharon juntos y desayunaron en el jardín.A las once Dirch Frode llamó a Mikael. Le informó de que el entierro tendría lugara las dos de la tarde y le preguntó si pensaban asistir.

—No creo —respondió.Dirch Frode quiso saber si podría pasarse por la tarde, a las seis, para hablar

con ellos. Mikael contestó que no había ningún problema.Tardó unas cuantas horas en meter todos los papeles en las cajas y llevarlas

al estudio de Henrik. Al final sólo quedaban sus propios cuadernos y las doscarpetas sobre el caso Wennerström, que llevaba seis meses sin abrir. Suspiró y lometió todo en su bandolera.

Dirch Frode se retrasó; no llegó hasta las ocho. Todavía llevaba el traje delfuneral y parecía estar destrozado cuando se sentó en el arquibanco de la cocina,aceptando con gratitud la taza de café que Lisbeth le sirvió. Ella se sentó a la otramesa con su ordenador mientras Mikael se interesaba por cómo había recibido lafamilia la resurrección de Harriet.

—Se puede decir que ha eclipsado el fallecimiento de Martin. Y ahoratambién se han enterado los medios de comunicación.

—¿Y cómo habéis explicado la situación?—Harriet ha hablado con un periodista del Kuriren. Su historia es que se

escapó de casa porque no se llevaba bien con su familia, pero que evidentementele ha ido muy bien en la vida, ya que dirige una empresa con el mismo volumende negocios que el Grupo Vanger.

Mikael silbó.—Ya sabía que las ovejas australianas daban dinero, pero no tenía ni idea de

que llegara a tanto.—El rancho va viento en popa, pero no es la única fuente de ingresos. Las

empresas Cochran se dedican a la explotación de minas, ópalos, la industriamanufacturera, transportes, electrónica y un montón de cosas más.

—¡Vaya! ¿Y qué va a pasar ahora?—Si te soy sincero, no lo sé. Ha ido apareciendo gente a lo largo de todo el

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día; la familia se está reuniendo por primera vez en muchos años, tanto por laparte de Fredrik Vanger como por la de Johan Vanger. Y han venido muchos de lageneración más joven: los que tienen en torno a veinte años. Ahora mismo habráunos cuarenta miembros de la familia Vanger en Hedestad; la mitad está en elhospital fatigando a Henrik y la otra mitad en el Stora Hotellet hablando conHarriet.

—Harriet es la gran sensación. ¿Cuánta gente sabe lo de Martin?—De momento, sólo Henrik, Harriet y yo. Hemos mantenido una larga

conversación en privado. Lo de Martin y... sus perversiones es, en estosmomentos, nuestra mayor preocupación. Su muerte ha ocasionado una colosalcrisis en todo el Grupo.

—Lo entiendo.—No hay un heredero natural, pero Harriet se va a quedar un tiempo en

Hedestad. Entre otras cosas, hemos de resolver el tema de quién tiene derecho aqué, cómo repartir la herencia y cosas por el estilo. Porque, de hecho, a Harriet lecorresponde una parte que, si hubiera vivido siempre aquí, sería bastantesustanciosa. Esto es una verdadera pesadilla.

Mikael se rió. Dirch Frode no.—Isabella ha sufrido un colapso, está ingresada en el hospital. Harriet se

niega a visitarla.—La entiendo.—Anita va a venir de Londres. Hemos convocado un consejo de familia para

la semana que viene. Será la primera vez en veinticinco años que Anita participe.—¿Quién será el nuevo director ejecutivo?—Birger anda detrás del puesto, pero no será tenido en cuenta. Lo que va a

ocurrir es que Henrik, desde el hospital, tomará las riendas y entrará comodirector provisional hasta que contratemos a alguien ajeno a la familia, o hasta quealguno de sus miembros...

No terminó la frase. De repente, Mikael arqueó las cejas.—¿Harriet? No lo dices en serio...—¿Por qué no? Estamos hablando de una empresaria sumamente

competente y respetada.—Pero ya está al mando de una empresa en Australia.—Cierto. Pero su hijo, Jeff Cochran, lleva el timón en su ausencia.—Es Studs Manager de una granja de ovejas. Si no me equivoco, se encarga de

que las ovejas más apropiadas se apareen.—También tiene un título en económicas por la universidad de Oxford y otro

de derecho por la de Melbourne.Mikael pensó en el sudoroso y musculoso hombre con el torso desnudo que

le había llevado barranco abajo, e intentó imaginárselo con un traje. ¿Por qué no?—Esto no se va a resolver en un abrir y cerrar de ojos —siguió Dirch Frode—.

Pero Harriet sería una directora perfecta. Con el apoyo apropiado podría darle ungiro completamente nuevo al Grupo.

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—Le faltan conocimientos.—Es verdad. Está claro que Harriet no puede aparecer así como así después

de varias décadas y ponerse a dirigir de inmediato hasta el más mínimo detalle.Pero el Grupo Vanger es internacional y podríamos traer un director americanoque no supiera ni una palabra de sueco... El mundo de los negocios es así.

—Tarde o temprano, tendréis que ocuparos de lo que hay en el sótano deMartin.

—Ya lo sé. Pero si hablamos, habrá consecuencias para Harriet... Me alegrode no ser yo el que tome la decisión respecto a ese tema.

—Maldita sea, Dirch; no podéis ocultar que Martin era un asesino en serie.Dirch Frode se calló y se rebulló, incómodo, en la silla. De repente, a Mikael

le entró un mal sabor de boca.—Mikael, me encuentro en una situación... muy incómoda.—Cuenta.—Tengo un mensaje de Henrik. Es muy simple. Te da las gracias por el

trabajo que has hecho y dice que considera cumplido el contrato. Significa que telibra de las demás obligaciones, que ya no estás obligado a vivir y a trabajar enHedestad, etcétera, etcétera. O sea, que puedes volver a Estocolmoinmediatamente y dedicarte a tus cosas.

—¿Quiere que desaparezca de la escena?—En absoluto. Quiere que le hagas una visita para hablar del futuro. Dice

que espera que su compromiso con la junta directiva de Millennium puedacontinuar sin restricciones. Pero... —Dirch Frode parecía, si cabía, aún másincómodo—. Pero ya no desea una crónica sobre la familia Vanger.

Dirch Frode asintió con la cabeza. Sacó un cuaderno, lo abrió y se lo acercó aMikael.

—Te ha escrito esta carta.

Querido Mikael,Tengo el más profundo respeto por tu persona y no pienso insultarte

intentando decirte qué es lo que debes escribir. Puedes escribir y publicarexactamente lo que quieras y no tengo intención de ejercer ningún tipo de presiónsobre ti.

Nuestro contrato sigue vigente si quieres acogerte a él. Tienes suficientematerial para terminar la crónica sobre la familia Vanger. Mikael, jamás le hesuplicado nada a nadie en toda mi vida. Siempre he considerado que una personadebe actuar según su moral y sus convicciones. Sin embargo, en este momento notengo elección.

Te pido, como amigo y como copropietario de Millennium, que renuncies arevelar la verdad sobre Gottfried y Martin. Sé que está mal, pero no veo otra forma desalir de esta oscuridad. Debo elegir entre dos males y en esta historia no hay más queperdedores.

Te pido que no escribas nada que pueda perjudicar a Harriet. Tú mismo has

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experimentado lo que significa ser objeto de una campaña mediática. La que se llevó acabo contra ti fue de proporciones bastante modestas; sin duda, puedes imaginarte loque representaría para Harriet que se conociera la verdad. Ella ya ha sufrido lo suyodurante cuarenta años y no tiene por qué sufrir también por los actos cometidos porsu hermano y su padre. Te pido, igualmente, que reflexiones sobre las posiblesconsecuencias que esta historia podría tener para miles de empleados del Grupo.Destrozaría a Harriet y nos aniquilaría a nosotros.

HENRIK

—Henrik también dice que si exiges compensación por los daños económicosque se derivarían de renunciar a publicar la historia, está abierto a negociarlo.Puedes poner las condiciones económicas que quieras.

—Henrik Vanger intentando sobornarme... Dile que habría deseado que nome hubiera hecho esa oferta.

—Esta situación le resulta tan dolorosa a Henrik como a ti. Él te quieremucho y te considera su amigo.

—Henrik Vanger es un cabrón muy listo —espetó Mikael, repentinamentefurioso—. Quiere acallar toda la historia. Juega con mis sentimientos, sabe que yotambién le tengo mucho aprecio. Y lo que dice significa, en la práctica, que tengolas manos libres para publicar, pero que, si lo hago, se verá obligado areconsiderar su postura por lo que respecta a Millennium.

—Todo ha cambiado desde que Harriet ha entrado en escena.—Y ahora Henrik tantea cuál es mi precio. No pienso poner en evidencia a

Harriet, pero alguien tiene que decir algo sobre aquellas mujeres que fueron aparar al sótano de Martin. Dirch, no sabemos ni siquiera a cuántas mató. ¿Quiénpiensa hablar en nombre de ellas?

De repente, Lisbeth Salander levantó la vista de su ordenador. Su voz sonócon una espeluznante suavidad al dirigirse a Dirch Frode.

—¿No hay nadie en el Grupo Vanger que me quiera sobornar a mí?Frode se quedó perplejo. Una vez más, él había conseguido ignorar su

existencia.—Si Martin Vanger estuviera vivo en este momento, yo lo habría sacado todo

a la luz —prosiguió Lisbeth—. Fuera cual fuese el acuerdo que Mikael tuviera convosotros, yo habría enviado todos los detalles sobre él al periódico más cercano. Ysi hubiera podido, le habría arrastrado hasta su propia madriguera de tortura, lehabría atado a la mesa y le habría clavado agujas en los cojones. Pero está muerto.—Se dirigió a Mikael—. Yo estoy satisfecha con el acuerdo. Nada de lo quehagamos puede reparar el daño que Martin Vanger causó a sus víctimas. Encambio, nos hallamos ante una situación interesante. Te encuentras en unaposición desde la que puedes seguir infligiendo daño a mujeres inocentes, sobretodo a esa Harriet a la que defendías con tanto ardor en el coche cuando subíamos.Así que la pregunta que te hago es: ¿qué es peor, que Martin Vanger la violara enla cabaña o que tú lo hagas en los titulares? Ahí tienes un interesante dilema. A lo

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mejor la comisión ética de la Asociación de Periodistas te puede orientar. —Hizouna pausa. En ese momento Mikael no fue capaz de mirarla a los ojos y mirófijamente a la mesa—. Pero, claro, yo no soy periodista —concluyó Lisbeth.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Dirch Frode.—Martin grabó en vídeo a sus víctimas. Quiero que intentéis identificar a las

que podáis y que os encarguéis de que las familias reciban una compensaciónapropiada. Y luego quiero que el Grupo Vanger haga una donación de dosmillones de coronas anuales, y para siempre, a la Organización Nacional deCentros de Acogida para Mujeres y Chicas de Suecia.

Dirch Frode sopesó la suma durante uno o dos minutos. Luego asintió con lacabeza.

—¿Podrás vivir con eso, Mikael? —preguntó Lisbeth.De repente, Mikael se sintió desesperado. Durante toda su vida profesional

se había dedicado a sacar a la luz lo que otras personas intentaban ocultar; sumoral le prohibía participar en la ocultación de los atroces crímenes cometidos enel sótano de Martin Vanger. La razón de ser de su labor profesional consistíaprecisamente en revelar lo que sabía. Siempre criticaba a sus colegas por no decirla verdad. Aun así, aquí estaba, discutiendo el cover up más macabro del que jamáshabía oído hablar.

Permaneció callado un buen rato. Luego también asintió con la cabeza.—Vale —dijo Dirch Frode, y dirigiéndose a Mikael, prosiguió—: En cuanto a

la compensación económica que Henrik ha ofrecido...—Que se la meta por el culo —contestó Mikael—. Dirch, quiero que te vayas

ahora. Entiendo tu situación, pero en estos momentos estoy tan cabreado contigo,con Henrik y con Harriet que si te quedas más tiempo, vamos a convertirnos enenemigos.

Dirch Frode permaneció sentado junto a la mesa de la cocina sin intención delevantarse.

—Aún no me puedo marchar —respondió Dirch Frode—. No he terminadotodavía. Tengo que comunicarte otra cosa que tampoco te va a gustar. Henrikinsiste en que te lo cuente esta noche. Mañana podrás ir al hospital y despellejarlosi quieres.

Mikael levantó lentamente la mirada y lo miró a los ojos.—Esto es sin duda lo más difícil que he hecho en toda mi vida —dijo Dirch

Frode—. Pero creo que lo único capaz de salvar la situación ahora mismo es ir conla verdad por delante y poner todas las cartas sobre la mesa.

—¿Y de qué se trata?—Cuando en las Navidades pasadas Henrik te convenció para que aceptaras

el trabajo, tanto él como yo pensábamos que no te conduciría a nada. Eraexactamente lo que él decía: un último intento. Había analizado minuciosamentetu situación basándose, sobre todo, en el informe redactado por la señorita

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Salander. Jugó con ese aislamiento en el que te encontrabas, te ofreció una buenarecompensa económica y utilizó el cebo apropiado.

—Wennerström —dijo Mikael.Frode asintió con la cabeza.—¿Os marcasteis un farol?—No.Lisbeth Salander levantó una ceja mostrando interés.—Henrik va a cumplir con todo lo prometido —le comunicó Dirch Frode—.

Se prestará a una entrevista en la que lanzará un ataque frontal contraWennerström. Luego, si quieres, te daré todos los detalles, pero en líneas generaleslo que pasó fue que cuando Hans-Erik Wennerström estuvo vinculado aldepartamento financiero del Grupo Vanger, usó varios millones para especularcon divisas. Eso fue mucho antes de que ese tipo de especulaciones se convirtieraen un fenómeno habitual. Lo hizo sin ninguna autorización y sin contar con elconsentimiento de la dirección de la empresa. Esos negocios le salieron mal y, dela noche a la mañana, se encontró con unas pérdidas de siete millones de coronasque intentó ocultar, por una parte, maquillando las cuentas y, por otra, conespeculaciones mucho más atrevidas. Le pillaron y fue despedido.

—¿Se quedó con algo?—Sí, se metió en el bolsillo alrededor de medio millón de coronas, un dinero

que, irónicamente, utilizó para fundar Wennerstroem Group. Tenemosdocumentos que dan fe de ello. Puedes usar la información como quieras; Henriklo confirmará públicamente. Pero...

—Pero la información carece de todo valor —dijo Mikael, golpeando la mesacon la palma de la mano.

Dirch Frode asintió con la cabeza.—Eso sucedió hace treinta años y es un capítulo cerrado —añadió Mikael.—Tienes pruebas que atestiguan que Wennerström es un sinvergüenza.—Si eso sale a la luz, Wennerström se molestará, pero no le hará más daño

que si le dispararan un grano de arroz con un canuto. Se encogerá de hombros, loliará todo enviando un comunicado de prensa en el que dirá que Henrik Vangerno es más que un pobre viejo que intenta quitarle algún negocio, y luego afirmaráque en realidad actuó por orden de Henrik. Aunque sea incapaz de probar suinocencia, lanzará suficientes cortinas de humo para que la historia seadespachada con un simple encogimiento de hombros.

Dirch Frode parecía apesadumbrado.—Me la habéis jugado —concluyó Mikael.—Mikael..., no era nuestra intención.—Es culpa mía. Me agarré a un clavo ardiendo y debería haberme dado

cuenta de que se trataba de algo así. —De repente soltó una carcajada seca—.Henrik es un viejo tiburón. Me vendió el producto diciéndome justamente lo queyo quería oír.

Mikael se levantó y se acercó al fregadero. Se volvió hacia Dirch Frode y

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resumió sus sentimientos con una sola palabra:—Esfúmate.—Mikael... Lamento que...—Dirch. Vete.

Lisbeth Salander no sabía si acercarse a Mikael o dejarlo en paz. Él solucionóel dilema cogiendo repentinamente su cazadora, sin pronunciar palabra, ycerrando la puerta tras de sí con un portazo.

Durante más de una hora, Lisbeth deambuló de un lado para otro de lacocina. Se sentía tan mal que se puso a recoger los platos y a fregar, una tarea que,por lo general, solía dejarle a él. De vez en cuando se acercaba a la ventana por silo veía. Al final se preocupó tanto que se puso la cazadora de cuero y salió abuscarlo.

En primer lugar bajó hasta el puerto deportivo, donde las casetas todavíatenían las luces encendidas, pero no divisó a Mikael. Luego continuó por elsendero paralelo a la orilla, por donde acostumbraban a dar sus paseos nocturnos.La casa de Martin Vanger se hallaba a oscuras y ya daba la sensación de estarcompletamente deshabitada. Llegó hasta las rocas de la punta donde Mikael y ellase solían sentar, y luego volvió a casa. El aún no había regresado.

Lisbeth subió a la iglesia. Ni rastro de Mikael. Permaneció allí un rato,indecisa, preguntándose qué hacer. Luego se acercó hasta su moto, buscó unalinterna debajo del sillín y echó a andar de nuevo en paralelo a la orilla. Le llevóun rato avanzar serpenteando por el camino, medio invadido por la vegetación, ytardó aún más tiempo en encontrar la senda que llevaba a la cabaña de Gottfried;surgió de pronto de entre la oscuridad, cuando ya casi había llegado, justo detrásde unos árboles. No se veía a Mikael en el porche y la puerta estaba cerrada conllave. Ya había dado la vuelta para regresar hacia el pueblo cuando se detuvo yregresó andando hasta el final de la punta. De repente descubrió la silueta deMikael en la penumbra del embarcadero donde Harriet Vanger ahogó a su padre.Lisbeth suspiró aliviada.

La oyó acercarse por el embarcadero y se volvió. Ella se sentó a su lado sindecir nada. Al final él rompió el silencio:

—Perdóname. Es que necesitaba estar solo un momento.—Ya lo sé.Lisbeth encendió dos cigarrillos y le dio uno. Mikael la observó: era la

persona menos sociable que había conocido en su vida. Solía ignorar cualquierintento que él hiciera por hablar de algo personal y jamás había aceptado ni unasola muestra de simpatía. Ella le había salvado la vida y ahora había salido enplena noche a buscarlo en medio de la nada. Él le pasó un brazo por la espalda.

—Ahora ya sé el precio que tengo. Hemos abandonado a esas mujeres —dijoMikael—. Van a silenciar toda la historia. Todo lo que hay en el sótano de Martindesaparecerá.

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Lisbeth no contestó.—Erika tenía razón —continuó—. Habría sido mejor irme a ligar a España un

mes entero y luego volver y ocuparme de Wennerström. He perdido un montónde meses para nada.

—Si te hubieras ido a España, Martin Vanger todavía estaría en plena acciónen su sótano.

Silencio. Durante un buen rato permanecieron sentados uno junto al otrohasta que él se levantó y propuso regresar a casa.

Mikael se durmió antes que Lisbeth. Ella permaneció despierta escuchandosu respiración. Un instante después entró en la cocina, preparó café y, a oscuras, sesentó en el arquibanco y se puso a fumar un cigarrillo tras otro mientras meditabaseriamente. Daba por hecho que Vanger y Frode se la habían querido jugar aMikael. Lo llevaban en la sangre. Pero eso era problema de Mikael y no de ella.¿Verdad?

Al final tomó una decisión. Apagó el cigarrillo, entró en el dormitorio,encendió la lamparita de la mesilla y zarandeó a Mikael hasta que lo despertó.Eran las dos y media de la madrugada.

—¿Qué pasa?—Tengo una pregunta. Incorpórate.Mikael se incorporó mirándola medio dormido.—Cuando fuiste procesado, ¿por qué no te defendiste?Mikael movió negativamente la cabeza y su mirada se cruzó con la de

Lisbeth. De reojo, consultó su reloj.—Es una larga historia, Lisbeth.—Cuéntamela. Tengo tiempo.Permaneció callado un buen rato sopesando lo que debería decir. Finalmente

se decidió por la verdad.—No podía defenderme. El contenido del artículo era erróneo.—Cuando me metí en tu ordenador y leí tu correspondencia con Erika Berger

había bastantes referencias al caso Wennerström, pero siempre hablabais de losdetalles prácticos del juicio y nunca de lo que sucedió en realidad. Explícame quéfue lo que salió mal.

—Lisbeth, no puedo revelar la verdadera historia. Me la jugaron bien. Erika yyo estamos totalmente de acuerdo en que dañaría aún más nuestra credibilidad siintentáramos contar lo que verdaderamente pasó.

—Oye, Kalle Blomkvist, ayer por la tarde estuviste predicando sobre laamistad, la confianza y sobre no sé qué más. No pienso colgar tu historia enInternet.

Mikael protestó. Le recordó a Lisbeth que eran las tantas de la noche y leaseguró que no tenía fuerzas para pensar en eso. Ella se quedó sentada a su ladoobstinadamente hasta que cedió. Mikael fue al baño, se echó agua en la cara y

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puso otra cafetera. Luego volvió a la cama y le contó cómo, dos años antes, suviejo compañero de colegio Robert Lindberg consiguió despertar su curiosidad enun Mälar-30 amarillo en el puerto deportivo de Arholma.

—¿Quieres decir que tu compañero mintió?—No, en absoluto. Me contó exactamente lo que sabía y pude verificar cada

palabra suya con documentos de la auditoria del CADI. Incluso viajé a Polonia y lehice fotos al cobertizo de chapa donde estuvo instalada la gran empresa Minos. Yentrevisté a varias personas que trabajaban en la empresa. Todos decían lo mismo.

—No entiendo.Mikael suspiró. Tardó un poco en retomar la palabra.—Tenía una historia cojonuda. Aún no me había enfrentado a Wennerström,

pero el material no tenía fisuras; si lo hubiera publicado en aquel momento, lehabría asestado un buen golpe. Probablemente no habría sido procesado porestafa porque el negocio ya había sido aprobado por la auditoria, pero habríadañado su reputación.

—¿Y qué es lo que salió mal?—En algún momento alguien se enteró de que estaba hurgando en algo y

Wennerström supo de mi existencia. De la noche a la mañana empezaron asuceder muchas cosas extrañas. Primero recibí amenazas. Llamadas anónimasdesde cabinas telefónicas, imposibles de rastrear. Erika también fue amenazada. Setrataba de las gilipolleces de siempre, del tipo «abandona o clavaremos tus tetas enla puerta de un establo» y cosas similares. Ella, por supuesto, estaba muy jodida.—Le cogió un cigarrillo a Lisbeth—. Luego ocurrió una cosa muy desagradable.Una noche, ya tarde, cuando salía de la redacción, dos hombres vinieron directoshacia mí, me atacaron y me propinaron una buena paliza. Me pillaron totalmentedesprevenido; me partieron el labio y me caí en medio de la calle. No pudeidentificarlos, pero uno de ellos tenía pinta de viejo motero.

—Vale.—Todas estas muestras de simpatía tuvieron como consecuencia que Erika

cogiera un cabreo de mil demonios y yo me obstinara aún más. Reforzamos lasmedidas de seguridad en Millennium. El problema era que las fechorías noguardaban proporción con el contenido de la historia. No entendíamos por quéocurría todo aquello.

—Pero la historia que publicaste fue totalmente distinta.—Exacto. De repente abrimos una brecha. Conseguimos una fuente, una

Garganta Profunda en el círculo de Wennerström. Ese contacto estaba literalmenteaterrorizado y sólo nos permitió verle a escondidas en habitaciones anónimas dehotel. Nos contó que el dinero del caso Minos se había utilizado para traficar conarmas en la guerra de Yugoslavia. Wennerström había hecho negocios con laUstasja. Y no sólo eso; también podía darnos copias de esos documentos comoprueba.

—¿Le creísteis?—Era muy hábil. Nos ofreció la suficiente información como para llevarnos

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hasta otra fuente que confirmaba la historia. Incluso nos dio una foto quemostraba a uno de los colaboradores más cercanos de Wennerström estrechandola mano del comprador. Aquello era un material explosivo y parecía que todo sepodía confirmar. Y lo publicamos.

—Y todo resultó ser falso.—De principio a fin—confirmó Mikael—. Los documentos eran hábiles

falsificaciones. El abogado de Wennerström pudo demostrar que la foto delsubalterno de Wennerström y del líder de la Ustasja no era más que un simplemontaje: la unión de dos imágenes diferentes retocadas con Photoshop.

—Fascinante —dijo Lisbeth Salander serenamente, asintiendo para ellamisma.

—¿A que sí? A toro pasado fue muy fácil ver cómo nos habían manipulado.La historia de la que partíamos en un principio habría dañado a Wennerström,pero ahora se había ahogado en un mar de falsedades; caí en una trampa, la peorde mi vida. Publicamos una historia que Wennerström podía desmontar puntopor punto para demostrar su inocencia. Con una maestría diabólica.

—No podíais batiros en retirada y contar la verdad. Ni probar queWennerström estaba detrás de todo.

—Peor aún. Si hubiéramos intentado contar la verdad, señalando aWennerström como el autor del montaje, nadie nos habría creído. Habría parecidoun desesperado intento de echarle la culpa a un inocente empresario. Nos habríantomado por unos chiflados, completamente obsesionados con alguna conspiracióndescabellada.

—Entiendo.—Wennerström estaba doblemente protegido. Si la verdadera maniobra

hubiera salido a la luz, él podría haber afirmado que todo había sido montado poralgún enemigo suyo para mancillar su honor con un escándalo. Y nosotros, enMillennium, al dejarnos engañar por algo que resultó ser falso, habríamos perdidode nuevo toda credibilidad.

—Así que elegiste no defenderte y asumir una pena de cárcel.—Me merecía la condena —dijo Mikael con amargura en la voz—. Fui

culpable de difamación. Ya lo sabes. ¿Puedo dormir ahora?Mikael apagó la luz y cerró los ojos. Lisbeth se acostó a su lado. Permaneció

un rato en silencio.—Wennerström es un gánster.—Ya lo sé.—No; quiero decir que sé que es un gánster. Trabaja con todos, desde la

mafia rusa hasta los cárteles colombianos de la droga.—¿Qué quieres decir?—Cuando le entregué mi informe a Dirch Frode, me encargó otra tarea. Me

pidió que intentara averiguar lo que realmente pasó en el juicio. Acababa deempezar cuando Frode llamó a Armanskij y canceló el encargo.

—¿Ah, sí?

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—Supongo que pasaron de la investigación en cuanto tú aceptaste el trabajode Henrik. Ya no tenía interés.

—Bueno, no me gusta dejar las cosas a medias. La pasada primavera tuveunas semanas... libres, cuando Armanskij no tenía trabajo para mí, así que empecéa indagar en la persona de Wennerström para entretenerme.

Mikael se incorporó en la cama, encendió la luz y miró a Lisbeth Salander. Sumirada se topó con los grandes ojos de ella. En efecto, tenía cara de culpable.

—¿Sacaste algo?—Tengo todo su disco duro en mi ordenador. Puedo darte todas las pruebas

que quieras de que se trata de un verdadero gánster.

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CAPÍTULO 28Martes, 29 de julio - Viernes, 24 de octubre

Durante tres días, Mikael estuvo inmerso en los documentos impresos delordenador de Lisbeth: cajas repletas de papeles. El problema era que los detallesiban cambiando constantemente. Un negocio de opciones en Londres. Otro dedivisas en París, hecho con la ayuda de intermediarios. Una sociedad buzón enGibraltar. El saldo de una cuenta en el Chase Manhattan Bank de Nueva York queinesperadamente se multiplicaba por dos.

Y luego estaban los signos de interrogación más desconcertantes: unasociedad con doscientas mil coronas en una cuenta sin movimientos, abierta cincoaños antes en Santiago de Chile —una más de las casi treinta sociedades similaresdistribuidas en doce países— y ni un solo dato sobre las actividades a las que sededicaban. ¿Sociedades durmientes? ¿En espera de qué? ¿Empresas tapadera queocultaban otros asuntos? El ordenador no ofrecía ninguna información sobre lascosas que Wennerström podía tener en su cabeza, las cuales, tal vez, le resultaríantan obvias que nunca habrían sido formuladas en un documento electrónico.

Salander estaba convencida de que la mayoría de esas preguntas nuncaobtendría respuesta. Podían ver el mensaje, pero sin una clave no serían capacesde interpretar el significado. El imperio de Wennerström era como una cebollacompuesta de múltiples capas, un laberinto de empresas donde unas eranpropietarias de otras. Sociedades, cuentas, fondos, valores. Constataron que nadie,ni siquiera el propio Wennerström, podía tener una visión global de todo. Elimperio tenía vida propia.

Existía una estructura o, al menos, un indicio de ello. Un laberinto deempresas interdependientes. El imperio de Wennerström estaba valorado en unaabsurda horquilla de entre cien mil y cuatrocientos mil millones de coronas.Dependía de a quién se consultara y de cómo se calculara.

Pero si unas empresas eran dueñas de los bienes de las otras, ¿cuál sería,entonces, el valor conjunto de todas ellas?

Cuando Lisbeth se lo preguntó, Mikael Blomkvist la miró con unaatormentada expresión en el rostro.

—Eso es pura cábala —contestó, y siguió clasificando las cuentas bancarias.

Habían salido de la isla de Hedeby por la mañana, muy temprano y a todaprisa, después de que Lisbeth Salander dejaba caer esa bomba informativa queahora ocupaba todo el tiempo de Mikael Blomkvist. Fueron derechos a casa de

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Lisbeth y pasaron cuarenta y ocho horas delante del ordenador mientras ella leguiaba por el universo de Wennerström. Él tenía muchas preguntas. Una de ellasse debía a la simple curiosidad:

—Lisbeth, ¿cómo es posible que puedas controlar, prácticamente, suordenador?

—Es un pequeño invento de mi amigo Plague. Wennerström tiene un portátilIBM en el que trabaja tanto en casa como en su oficina. Eso quiere decir que toda lainformación está en un único disco duro. En su casa tiene banda ancha. Plague hainventado una especie de manguito que se sujeta alrededor del propio cable de labanda ancha y que yo estoy probando para él; todo lo que ve Wennerström esregistrado por el manguito, que envía la información a un servidor instalado enalgún lugar.

—¿No tiene cortafuegos?Lisbeth sonrió.—Sí, tiene uno. Pero la idea es que el manguito también funciona como una

especie de cortafuegos. Por eso piratear el ordenador lleva su tiempo. Pongamosque Wennerström recibe un mensaje de correo electrónico; primero va a parar almanguito de Plague y puede ser leído por nosotros antes de que ni siquiera hayapasado por su cortafuegos. Pero lo ingenioso es que el correo se reescribe y recibeunos bytes de un código fuente. Esto se repite cada vez que él se baja algo a suordenador. Funciona aún mejor con las fotos. Wennerström navega muchísimopor Internet. Cada vez que descarga una imagen porno o abre una nueva páginaweb, le añadimos unas líneas al código. Al cabo de un tiempo, unas horas o unosdías, dependiendo de lo que use el ordenador, se ha descargado un programaentero de unos tres megabytes en el que cada nuevo fragmento se va añadiendo alanterior.

—¿Y?—Cuando las últimas piezas están en su sitio, el programa se integra en su

navegador de internet. A él le da la impresión de que su ordenador se quedacolgado y debe reiniciarlo. Durante el reinicio se instala un programacompletamente nuevo. Usa Microsoft Explorer. La siguiente vez que el Explorer sepone en marcha lo que en realidad está arrancando es otro programa, invisible ensu escritorio; se parece al Explorer y funciona como él, pero también hace muchasotras cosas. Primero asume el control de su cortafuegos y se asegura de que todoparezca funcionar perfectamente. Luego empieza a escanear el ordenadorenviando fragmentos de información cada vez que navega y hace clic con el ratón.Al cabo de un tiempo —depende de lo que navegue por Internet—, nos hemoshecho con un espejo completo del contenido de su disco duro en un servidor quese encuentra en algún sitio. Así llega la hora del HT.

—¿HT?—Sorry. Plague lo llama HT: Hostile Takeover.—De acuerdo.—Lo realmente ingenioso es lo que ocurre a continuación. Cuando la

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estructura está lista, Wennerström tiene dos discos duros completos: uno en suportátil y otro en nuestro servidor. En cuanto inicia su equipo, en realidad lo queestá arrancando es el otro, el espejo. Ya no está trabajando en su ordenador, sinoen nuestro servidor. Su PC se vuelve un poco más lento, pero apenas resultaperceptible. Y cuando yo estoy conectada al servidor puedo pinchar su portátil atiempo real. Cada vez que Wennerström pulsa una tecla yo lo veo en mi equipo.

—Supongo que tu amigo también es un hacker.—Fue él quien organizó la escucha telefónica de Londres. Es un pelín

incompetente socialmente y nunca ve a nadie, pero en la red es toda una leyenda.—De acuerdo —dijo Mikael, mostrándole una resignada sonrisa—. Segunda

pregunta: ¿por qué no me has contado todo esto antes?—Nunca me lo has preguntado.—Y si nunca te hubiera formulado la pregunta, pongamos que nunca te

hubiese conocido, ¿te habrías guardado la información de que Wennerström eraun gánster mientras Millennium se iba a la quiebra?

—Nadie me ha pedido que descubra a Wennerström —replicó Lisbeth conuna sensatez no exenta de chulería.

—¿Y si te lo hubiesen pedido?—Bueno; ya te lo he contado, ¿no? —contestó Lisbeth, poniéndose a la

defensiva.Mikael dejó el tema.

Mikael estaba completamente absorto en el contenido del ordenador deWennerström. Lisbeth había copiado el contenido del disco duro, más de cincogigabytes, en una decena de cedes. Ella ya tenía la sensación de haberse instalado,más o menos, en el apartamento de Mikael; esperaba pacientemente y contestaba atodas las preguntas que él le hacía sin cesar.

—No entiendo cómo puede haber sido tan tremendamente estúpido comopara reunir todo el material sobre sus sucios trapícheos en un disco duro —dijoMikael—. Si esto llega a caer en manos de la policía...

—La gente no actúa de manera racional. Yo diría que simplemente no leentra en la cabeza que la policía pueda confiscar su ordenador.

—Pensará que está por encima de cualquier sospecha. Es cierto que se tratade un arrogante cabrón, pero debe de estar rodeado de consultores de seguridadque le aconsejan en temas informáticos. Hay archivos que incluso datan de 1993.

—El ordenador es bastante nuevo. Fue fabricado hace un año, pero, en vezde almacenar en cedes toda la correspondencia antigua y cosas por el estilo,Wennerström parece haberlo transferido todo al nuevo disco duro. Por lo menos síusa un programa de encriptación.

—Lo cual no sirve para absolutamente nada si ya estás dentro del ordenadory puedes leer las contraseñas cada vez que las teclea.

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Una noche, a las tres, cuando ya llevaban cuatro días en Estocolmo, ChristerMalm llamó al móvil de Mikael y lo despertó.

—Henry Cortez ha salido con una amiga esta noche.—¿Ah, sí? —contestó Mikael, adormilado.—De camino a casa han parado en el bar de la Estación Central.—Menudo garito para seducir a una mujer.—Escúchame. Janne Dahlman está de vacaciones. Henry lo ha pillado

sentado en una mesa en compañía de otro hombre.—¿Y?—Henry reconoció al hombre gracias a su byline: Krister Söder.—Me suena el nombre, pero...—Trabaja en Finansmagasinet Monopol, propiedad del Grupo Wennerström —

continuó Malm.Mikael se incorporó.—¿Sigues ahí?—Sigo aquí. No tiene por qué significar nada. Söder es un periodista normal

y corriente; puede que sea un viejo amigo de Dahlman.—De acuerdo. Me he vuelto paranoico. Hace tres meses Millennium compró

el reportaje de un freelance. La semana antes de publicarlo, Söder escribió uno casiidéntico. Se trataba de la misma historia: un fabricante de telefonía móvil ocultabaun informe que revelaba que el empleo de un componente erróneo podría causarun cortocircuito.

—Ya, pero eso son cosas que pasan. ¿Has hablado con Erika?—No, sigue fuera; no vuelve hasta la semana que viene.—No hagas nada. Te vuelvo a llamar —dijo Mikael, y apagó el móvil.—¿Problemas? —preguntó Lisbeth Salander.—Millennium —respondió Mikael—. Tengo que darme una vuelta por allí.

¿Te apetece acompañarme?A las cuatro de la mañana la redacción estaba desierta. Lisbeth tardó unos

tres minutos en dar con la contraseña para entrar en el ordenador de JanneDahlman, y dos más para transferir su contenido al iBook de Mikael.

Sin embargo, la mayoría de los correos electrónicos de Dahlman estaba en suportátil, al que no tenían acceso. Pero a través del ordenador de sobremesa deMillennium Lisbeth pudo averiguar que Dahlman, aparte de la dirección demillennium.se, tenía una cuenta privada de Hotmail. Le llevó seis minutosdescifrar el código de acceso a la cuenta y descargar la correspondencia del últimoaño. Cinco minutos más tarde, Mikael tenía pruebas de que Janne Dahlman nosólo filtraba información sobre la situación de Millennium, sino que tambiénmantenía informado al redactor de Finansmagasinet Monopol acerca de losreportajes que Erika Berger tenía previstos para los sucesivos números de larevista. El espionaje se remontaba, por lo menos, al otoño anterior.

Apagaron los ordenadores y volvieron al apartamento de Mikael para

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dormir unas horas. A las diez de la mañana llamó a Christer Malm.—Tengo pruebas de que Dahlman trabaja para Wennerströrn.—Ya lo sabía. De acuerdo, voy a despedir a ese cerdo ahora mismo.—No lo hagas. No hagas absolutamente nada.—¿Nada?—Christer: confía en mí. ¿Dahlman sigue de vacaciones?—Sí, se reincorpora el lunes.—¿Cuánta gente hay en la redacción hoy?—Pues... está medio vacía.—Convoca una reunión para las dos. No les digas de qué va. Voy para allá.En la mesa de reuniones había seis personas sentadas frente a Mikael.

Christer Malm parecía cansado. Henry Cortez mostraba esa cara de reciénenamorado que sólo un chico de veinticuatro años puede tener. Monika Nilssondaba la impresión de mantenerse a la expectativa; Christer Malm no había dichonada sobre el contenido de la reunión, pero ella llevaba el suficiente tiempo en laredacción como para darse cuenta de que se estaba tramando algo fuera de lohabitual, y se sentía irritada por haber sido mantenida al margen del informationloop. La única que mostraba el mismo aspecto de siempre era Ingela Oskarsson,que trabajaba dos días a la semana como administrativa, ocupándose de lassuscripciones y cosas por el estilo, y que, desde que se convirtió en madre, hacíaya dos años, no parecía demasiado relajada. La otra integrante de la redacción atiempo parcial era la periodista freelance Lotta Karim, que tenía un contrato similaral de Henry Cortez y que acababa de reincorporarse tras las vacaciones. Christertambién había conseguido convocar a Sonny Magnusson, que se encontraba devacaciones.

Mikael empezó saludándolos a todos y pidiendo disculpas por haber estadoausente durante ese año.

—Ni Christer ni yo hemos tenido tiempo de comunicarle a Erika lo que aquíse va a tratar, pero os puedo asegurar que en este caso hablo también en sunombre. Hoy decidiremos el futuro de Millennium.

Hizo una pausa retórica para que asimilaran sus palabras. Nadie hizopreguntas.

—Este último año ha sido duro. Me sorprende que ninguno de vosotros hayaido a buscar trabajo a otra parte. Saco la conclusión de que o estáis locos de atar osois excepcionalmente leales y da la casualidad de que os gusta trabajarprecisamente en esta revista. Por eso voy a poner las cartas sobre la mesa y pedirosuna última contribución.

—¿Una última contribución? —preguntó Monika Nilsson—. Eso suena a quepiensas cerrar la revista.

—Exacto —contestó Mikael—. Después de las vacaciones, Erika convocará ala redacción a una reunión de lo más triste en la que se os comunicará queMillennium se cerrará para Navidad y que todos seréis despedidos.

En ese mismo instante cierta preocupación se apoderó de los allí presentes.

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Incluso Christer Malm creyó por un momento que Mikael hablaba en serio. Luegotodos advirtieron en él una sonrisa de satisfacción.

—Durante este otoño tendréis que representar un doble papel. Resulta quenuestro querido secretario de redacción, Janne Dahlman, hace un trabajillo extracomo informante de Hans-Erik Wennerström. Por lo tanto, el enemigo estácontinuamente informado de lo que ocurre en la redacción, lo cual explica granparte de los contratiempos que hemos sufrido en el último año. Sobre todo tú,Sonny, cuando todos esos anunciantes tan predispuestos se echaron atrás de lanoche a la mañana.

—Maldita sea; lo sabía —dijo Monika Nilsson.Janne Dahlman nunca había sido muy popular en la redacción y, al parecer,

la revelación no supuso un shock para nadie. Mikael silenció el murmulloemergente.

—Si os cuento esto, es porque confío plenamente en vosotros. Llevamosvarios años trabajando juntos y sé que tenéis la cabeza en su sitio. Por eso tambiénsé que os vais a prestar al juego de este otoño. Es de vital importancia que lehagamos creer a Wennerström que Millennium está a punto de cerrar. Ese serávuestro cometido.

—¿Cuál es nuestra verdadera situación? —preguntó Henry Cortez.—Sé que ha sido duro para todos y aún no hemos llegado a buen puerto.

Cualquiera con un poco de sentido común diría que Millennium ya tiene un pie enla tumba. Os doy mi palabra de que eso no va a pasar. Hoy en día Millennium esmás fuerte que hace un año. Después de esta reunión volveré a desaparecerdurante más de dos meses. Regresaré a finales de octubre. Entonces le cortaremoslas alas a Hans-Erik Wennerström.

—¿Cómo? —preguntó Cortez.—Sorry. No os lo pienso decir. Voy a escribir otro reportaje sobre

Wennerström. Esta vez se hará bien. Luego prepararemos una fiesta de Navidaden la revista. Había pensado en Wennerström asado de primero y unos cuantoscríticos de postre.

El ambiente se distendió. Mikael se preguntó qué habría sentido él si hubieseestado sentado escuchándose a sí mismo: ¿desconfianza? Sí, sin duda. Pero, alparecer, seguía gozando de mucha confianza entre su reducido grupo deempleados. Levantó la mano.

—Para que esto tenga éxito es importante que Wennerström piense queMillennium se está yendo a pique. No podemos arriesgarnos a que ponga enmarcha ningún plan de ataque o que elimine pruebas en el último instante. Por esovamos a redactar un guión que deberéis seguir al pie de la letra durante esteotoño. Primero: es de crucial importancia que nada de lo que estamos abordandohoy aquí sea puesto por escrito, se envíe por correo electrónico o se comente conalguien de fuera. No sabemos hasta qué punto husmea Dahlman en nuestrosordenadores, y ahora sé que, por lo visto, resulta bastante sencillo leer el correoelectrónico privado de los colaboradores. O sea, lo trataremos todo verbalmente. Si

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tenéis necesidad de hablar sobre el tema durante las próximas semanas, dirigios aChrister, pero en su casa. Con la máxima discreción.

Mikael escribió «nada de correos electrónicos» en la pizarra.—Segundo: debéis cabrearos unos con otros. Quiero que empecéis a hablar

mal de mí cada vez que Janne Dahlman esté cerca. No lo exageréis. Sólo escuestión de dar rienda suelta a vuestra natural mala leche. Christer: quiero que túy Erika tengáis un serio conflicto. Usad la imaginación y sed misteriosos con elmotivo, pero haced que parezca que la revista está a punto de derrumbarse y quetodos estáis cabreados con todos.

Escribió «mala leche» en la pizarra.—Tercero: cuando vuelva Erika, tú, Christer, la pondrás al corriente de lo

que se está tramando. Su trabajo será asegurarse de que Janne Dahlman crea quenuestro acuerdo con el Grupo Vanger, lo que nos mantiene a flote de momento, seha ido al traste debido a que Henrik Vanger está gravemente enfermo y a queMartin Vanger se ha matado en un accidente de tráfico.

Escribió la palabra «desinformación».—Pero ¿el acuerdo sigue siendo vigente? —preguntó Monika Nilsson.—Creedme —dijo Mikael con severidad—. El Grupo Vanger irá muy lejos

para asegurarse la supervivencia de Millennium. Dentro de unas semanas,digamos a finales de agosto, Erika convocará una reunión y dará el preaviso de losdespidos. Es imprescindible que todos comprendáis que es falso y que el únicoque va a desaparecer de aquí es Janne Dahlman. Pero continuad con el juego.Poneos a hablar de los nuevos trabajos que habéis solicitado y quejaos de lapésima referencia que representa Millennium en vuestro curriculum.

—¿Y tú crees que este juego salvará a Millennium? —preguntó SonnyMagnusson.

—Sé que lo hará. Sonny, quiero que redactes un informe mensual falsodonde se haga constar que el mercado de anunciantes ha bajado durante losúltimos meses, así como el número de suscriptores.

—Suena divertido —dijo Monika—. ¿Lo guardamos en la redacción o lofiltramos también a otros medios?

—Que no salga de la redacción. Si la historia aparece en algún lugar, yasabremos quién lo ha filtrado. Si alguien nos pregunta dentro de unos meses, lecontestaremos: «Pero ¿qué dices?, has oído rumores sin fundamento; nunca haestado en nuestras mentes cerrar Millennium». Lo mejor que nos puede pasar esque Dahlman filtre la historia a otros medios. Entonces quedará como un idiota. Sise os presenta la ocasión de darle un soplo a Dahlman sobre algún chismetotalmente descabellado pero creíble, adelante.

Dedicaron dos horas a tramar un guión y repartirse los papeles.

Después de la reunión, Mikael se fue con Christer Malm al Java de la cuestade Hornsgatan para tomar un café.

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—Christer, es muy importante que vayas a buscar a Erika al aeropuerto deArlanda para ponerla al corriente de la situación. Tienes que convencerla de queparticipe en este juego. La conozco bien: sé que deseará ocuparse de Dahlmaninmediatamente y eso no es posible. No quiero que Wennerström tenga ni la másmínima idea de lo que ocurre para que no haga desaparecer ninguna prueba.

—De acuerdo.—Y asegúrate de que Erika no use el correo electrónico hasta que instale el

programa de encriptación PGP y aprenda a usarlo. Tal vez Wennerström puedaleer toda nuestra correspondencia electrónica gracias a Dahlman. Quiero que tú yel resto de la redacción también tengáis el PGP. Hazlo de forma natural. Te voy adar el nombre de un asesor informático con el que debes contactar para que revisela red y los ordenadores de toda la redacción. Deja que sea él quien instale elprograma como si se tratara de un servicio más.

—Haré lo que pueda. Pero Mikael, ¿a qué viene todo esto?—Wennerström. Pienso clavarlo en la puerta de un establo.—¿Cómo?—Sorry. De momento es mi secreto. Lo que sí te puedo decir es que tengo un

material que hará que nuestra anterior revelación parezca un juego de niños.Christer Malm dio la impresión de incomodarse.—Siempre he confiado en ti, Mikael. ¿Eso significa que no confías en mí?Mikael se rió.—No, hombre. Lo que pasa es que ahora me dedico a actividades seriamente

delictivas que me pueden ocasionar hasta dos años de cárcel. Son losprocedimientos que utilizo en mi investigación, por decirlo de alguna manera, losque son un poco dudosos... Juego con métodos más o menos tan legales como losde Wennerström. No quiero que tú o Erika, o alguien de la redacción, os veáisinvolucrados.

—Tienes un modo de preocuparme...—Tranquilo. Y puedes decirle a Erika que esta historia va a ser algo gordo.

Muy gordo.—Erika querrá saber lo que te traes entre manos...Mikael meditó un instante. Luego sonrió.—Dile que me dejó muy claro esta primavera, al firmar el contrato con

Henrik Vanger a mis espaldas, que actualmente yo soy un simple freelance sinningún puesto en la junta directiva y sin influencia en la política de Millennium.Así que supongo que tampoco tengo la obligación de informarla. Pero si se portabien, prometo ofrecerle el reportaje a ella antes que a nadie.

Christer Malm se echó a reír.—Se pondrá furiosa —dijo con regocijo.

Mikael sabía muy bien que no había sido del todo sincero con Christer Malm.Evitaba a Erika conscientemente. Lo más lógico habría sido telefonearla de

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inmediato y ponerla al corriente. Sin embargo, no quería hablar con ella. Endecenas de ocasiones tuvo el móvil en la mano y buscó su número. Sólo le faltabaapretar la tecla de llamada, pero en el último instante siempre se arrepentía.

Sabía cuál era el problema. No la podía mirar a los ojos.El cover up al que él se había prestado en Hedestad era imperdonable desde

un punto de vista periodístico. No tenía ni idea de cómo explicárselo sin mentir, ysi había algo que no pensaba hacer nunca, era mentirle a Erika Berger.

Sobre todo, no tenía fuerzas para enfrentarse a ello al mismo tiempo que ibaa ocuparse de Wennerström.

Por lo tanto, pospuso el encuentro, apagó el móvil y renunció a hablar conella. Sabía que sólo se trataba de un aplazamiento temporal.

Inmediatamente después de que tuviera lugar el encuentro de la redacción,Mikael se trasladó a su casita de Sandhamn, donde hacía más de un año que noponía los pies. Llevaba consigo dos cajas de documentos impresos y los cedes queLisbeth Salander le había proporcionado. Se abasteció bien de comida, se encerró,abrió el iBook y empezó a escribir. Cada día daba un corto paseo para ir a buscarlos periódicos y hacer la compra. El puerto deportivo seguía lleno de veleros, y losjóvenes que habían cogido el barco de papá estaban, como siempre, en elDykarbaren emborrachándose hasta más no poder.

Mikael apenas prestaba atención a su entorno. Se sentaba delante de suordenador prácticamente desde que abría los ojos por la mañana hasta que caíarendido por la noche.

Correo electrónico encriptado de la redactora jefe <[email protected]>al editor jefe en excedencia <[email protected]>:

Mikael: necesito saber qué está pasando. Dios mío, vuelvo de vacaciones yme encuentro con un caos absoluto, con la noticia sobre Janne Dahlman y estedoble juego que te has inventado. Martin Vanger muerto. Harriet Vanger vive.¿Qué está pasando en Hedeby? ¿Dónde te has metido? ¿Hay alguna historia quepublicar? ¿Por qué no coges el móvil? E.

P.S. He cogido la indirecta que Christer me comunicó con sumo placer. Estome lo pagarás. ¿Estás enfadado conmigo de verdad?

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Hola, Ricky. No, por Dios, no estoy enfadado. Perdona que no haya tenidotiempo para mantenerte informada, pero durante los últimos meses mi vida hasido una montaña rusa. Te lo contaré todo cuando nos veamos, pero no por

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correo. Ahora mismo me encuentro en Sandhamn. Hay material para publicar,pero la historia no va de Harriet Vanger. Voy a estar pegado a esta silla durantealgún tiempo. Luego, todo habrá terminado. Confía en mí. Besos. M.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

¿Sandhamn? Iré a verte enseguida.

De <[email protected]> a <erika.berger©millennium.se>:

Ahora no. Espera un par de semanas; por lo menos hasta que tenga untexto en condiciones. Además, espero otra visita.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

De acuerdo, entonces me mantendré alejada. Pero necesito saber qué estápasando. Henrik Vanger ha vuelto como director ejecutivo y no me coge elteléfono. Si el acuerdo con Vanger se ha roto, me lo tienes que decir. Ahora no séqué hacer. Necesito saber si la revista va a sobrevivir o no. Ricky.

P.S. ¿Quién es ella?

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Primero: puedes estar perfectamente tranquila; Henrik Vanger no va a darmarcha atrás. Pero ha sufrido un grave infarto y sólo trabaja un poco cada día;supongo que el caos generado tras la muerte de Martin y la resurrección deHarriet absorbe todas sus energías.

Segundo: Millennium sobrevivirá. Estoy trabajando en el reportaje másimportante de nuestras vidas; cuando lo publiquemos, hundiremos aWennerström para siempre.

Tercero: ahora mismo mi vida está patas arriba, pero nada ha cambiadoentre tú, yo y Millennium. Confía en mí. Besos. Mikael.

P.S. Os presentaré en cuanto haya ocasión. Te va a dejar con la boca abierta.

Cuando Lisbeth Salander llegó a Sandhamn se encontró con un MikaelBlomkvist sin afeitar y con ojeras que le dio un breve abrazo y le dijo quepreparara café y lo esperara mientras él terminaba lo que estaba escribiendo.

Lisbeth paseó la mirada por la casita y casi enseguida constató que allí se

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encontraba a gusto. La vivienda se asentaba directamente sobre un embarcadero ytenía el agua a dos metros de la puerta. Sólo medía seis por cinco metros, pero eltecho era tan alto que, sobre una plataforma, se había habilitado un loft dormitorioal final de una escalera de caracol. En él Lisbeth podía estar de pie, pero Mikaeltenía que agacharse unos centímetros. Le echó un vistazo a la cama y concluyó queera lo suficientemente ancha para los dos.

La casita tenía una ventana grande que daba al mar, justo al lado de lapuerta. La mesa de la cocina de Mikael hacía las veces de lugar de trabajo. En lapared junto a la mesa había una estantería con un reproductor de cedes, una grancolección de discos de Elvis Presley y unos cuantos de rock duro que no seencontraban precisamente entre las preferencias musicales de Lisbeth.

En un rincón se levantaba una chimenea de esteatita con puerta de cristal.Por lo demás, el mobiliario consistía en un gran armario empotrado para la ropapersonal y la de cama, y un fregadero situado tras una cortina de ducha, quetambién servía como pila de lavar. Junto al fregadero había una pequeña ventanay, debajo de la escalera de caracol, un espacio donde Mikael había construido unretrete. Aquello parecía el camarote de un barco, con prácticos compartimentospor todas partes.

En su investigación personal sobre Mikael Blomkvist, Lisbeth llegó a laconclusión de que él mismo había renovado la caseta de pescadores y habíadecidido toda la decoración; una conclusión extraída a partir de comentarios de unconocido que, tras haberlo visitado, le envió un correo electrónico, impresionadode que Mikael fuera tan manitas. Todo estaba limpio y resultaba modesto ysencillo, casi espartano. Lisbeth entendió perfectamente por qué a Mikael leencantaba esa casita.

Al cabo de dos horas consiguió distraer tanto la atención de Mikael que él,frustrado, apagó el ordenador, se afeitó y se la llevó de visita guiada porSandhamn. Llovía y hacía mucho viento, de modo que pronto acabaron en lafonda. Mikael le contó lo que había escrito y Lisbeth le dio un cede con las últimasnovedades del ordenador de Wennerström.

Luego ella lo arrastró de vuelta a la casita, consiguió quitarle la ropa y lodistrajo aún más. Lisbeth se despertó por la noche, ya tarde, sola en la cama; desdeallí miró hacia abajo y descubrió a Mikael inclinado sobre el teclado. Se quedócontemplándole mucho tiempo, con la cabeza entre las manos. Parecía feliz, y ellamisma, de repente, se sintió extrañamente en paz con la vida.

Lisbeth permaneció sólo cinco días en Sandhamn antes de volver aEstocolmo. Tenía que ocuparse de un trabajo para el que Dragan Armanskij lahabía buscado desesperadamente por teléfono. Le dedicó once días a aquelencargo, entregó el informe y volvió a Sandhamn. La pila de páginas impresasjunto al iBook de Mikael había crecido.

Esta vez se quedó cuatro semanas. Establecieron una rutina. Se levantaban a

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las ocho, desayunaban y estaban juntos más o menos una hora. Luego Mikaeltrabajaba intensamente hasta la tarde, momento en el que daban un paseo yhablaban. Lisbeth se pasaba la mayor parte del día en la cama, donde o leíanovelas o navegaba por Internet con el modem ADSL de Mikael. Evitabamolestarle a lo largo de la jornada. Cenaban bastante tarde y luego Lisbeth tomabala iniciativa y le obligaba a subir al dormitorio, donde se aseguraba de que él lededicara toda la atención imaginable.

Lisbeth estaba viviendo aquello como si fueran las primeras vacaciones de suvida.

Correo electrónico encriptado de la redactora jefe <[email protected]>a <[email protected]>:

Hola, M. Ya es oficial: Janne Dahlman ha dimitido y empieza enFinansmagasinet Monopol dentro de tres semanas. He hecho lo que querías; no hedicho nada y todo el mundo está haciendo el payaso. E.

P.S. Sea como fuere, parecen pasárselo bien. Hace un par de días Henry yLotta se enfrascaron en una discusión y terminaron por tirarse los trastos a lacabeza. Se están riendo tanto de Dahlman que no entiendo cómo no se da cuentade que todo es una farsa.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Deséale buena suerte y deja que se vaya. Pero mete la cubertería de plata enun armario y échale la llave. Besos. M.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Me encuentro sin secretario de redacción a dos semanas de imprimir. Miperiodista de investigación está en Sandhamn y se niega a hablar conmigo.Micke, no puedo más. ¿Vienes a ayudarme? Erika.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Aguanta un par de semanas más. Para entonces habremos llegado a buenpuerto y podremos empezar a pensar en el número de diciembre, que va a serdiferente de todo lo que hemos hecho hasta ahora. Mi texto ocupará unascuarenta páginas de la revista. M.

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De <[email protected]> a <[email protected]>:

¡40 PÁGINAS! Pero ¿tú estás mal de la cabeza?

De <[email protected] > a <[email protected]>:

Va a ser un número temático. Necesito tres semanas más. Me podrías hacerlo siguiente: 1: registra una empresa con el nombre de Millennium; 2: consigue unISBN; 3: pídele a Christer que diseñe un logo bonito para nuestra nueva editorial;y 4: busca una buena imprenta capaz de hacer libros de bolsillo de un modorápido y barato. Y, por cierto, vamos a necesitar dinero para imprimir nuestroprimer libro. Besos. Mikael.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Número temático. Editorial. Dinero. Yes, master. ¿Quieres que haga algomás? ¿Bailar desnuda en la plaza de Slussen? E.

P.S. Supongo que sabes dónde te metes. Pero ¿qué hago con Dahlman?

De <[email protected]> a <[email protected]>:

No hagas nada con Dahlman. Deja que se vaya. A Finansmagasinet Monopolno le queda mucho tiempo. Introduce más material freelance en este número. Ybúscate otro secretario de redacción, por Dios. M.

P.S. Me gustaría mucho verte desnuda en la plaza de Slussen.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

¿La plaza de Slussen? In your dreams. Pero Mikael, siempre hemoscontratado juntos a la gente nueva. Ricky.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Y siempre hemos estado de acuerdo en a quién contratar. Así será tambiénesta vez, elijas a quien elijas. Vamos a darle un buen golpe a Wennerström. Y yaestá, eso es todo. Déjame que termine mi trabajo tranquilamente. M.

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A principios de octubre, Lisbeth Salander leyó una noticia publicada en laedición electrónica del Hedestads-Kuriren. Se la comentó a Mikael. Isabella Vangerhabía fallecido después de una breve enfermedad. Harriet Vanger, su reciénresucitada hija, lamentaba lo sucedido.

Correo electrónico encriptadode <[email protected]> a <[email protected]>:

Hola, Mikael.Hoy Harriet Vanger ha venido a visitarme a la redacción. Me ha llamado

cinco minutos antes de subir y me ha cogido completamente desprevenida. Unamujer guapa con ropa elegante y una mirada fría.

Ha venido a comunicarme que sustituía a Martin Vanger como larepresentante de Henrik en la junta directiva. Se ha mostrado educada y amabley me ha asegurado que el Grupo Vanger no tiene intención de dar marcha atrásal acuerdo, sino todo lo contrario: que la familia apoya completamente elcompromiso que Henrik tiene para con la revista. Me ha pedido que le enseñe laredacción y se ha interesado por saber cómo estaba viviendo yo la situación.

Le he dicho la verdad: que me siento como si no estuviera pisando suelofirme, que me has prohibido ir a visitarte a Sandhamn y que ignoro en qué estástrabajando; que lo único que sé es que piensas asestarle un buen golpe aWennerström. (Supongo que podía contárselo; al fin y al cabo, está en nuestrajunta directiva.) Arqueó una ceja, sonrió y me preguntó si dudaba de que fuerascapaz de hacerlo. ¿Qué contestas a una cosa así? Le dije que estaría infinitamentemás tranquila si supiera lo que se está tramando. Bueno, claro que me fío de ti.Pero es que me sacas de quicio.

Le he preguntado si ella sabía lo que te traes entre manos. Me hacontestado que no, pero me ha dicho que le has dado la impresión de ser unapersona de notables recursos, altamente perspicaz e imaginativa. (Ésas fueronliteralmente sus palabras.)

También le he dicho que tenía entendido que algo muy dramático habíaocurrido en Hedestad y que me estaba volviendo loca de curiosidad con toda lahistoria de Harriet Vanger. En resumen, que me sentía como una idiota. Ella meha contestado con otra pregunta: si tú realmente no me habías comentado nada.Me ha soltado que sabe que tú y yo tenemos una relación especial y que, sinduda, me lo contarás en cuanto puedas. Luego me ha preguntado si podía confiaren mí. ¿Qué podía responderle? Ella está en la junta directiva de Millennium y túme has abandonado sin dejarme nada con lo que negociar.

Luego dijo algo raro. Me pidió que yo no os juzgara ni a ti ni a ella condemasiada acritud. Dijo que tenía una deuda de gratitud contigo y que legustaría mucho que nosotras también pudiéramos ser amigas. Después prometiócontarme la historia en cuanto se presentara la oportunidad, si tú no eras capaz.Se ha despedido de mí hace apenas media hora y me ha dejado bastanteaturdida. Me ha caído bien, pero no sé si puedo fiarme de ella. Erika.

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P.S. Te echo de menos. Me da la sensación de que algo terrible ocurrió enHedestad. Christer dice que tienes una marca rara —¿de estrangulamiento?— enel cuello.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Hola, Ricky. La historia de Harriet es tan desgraciada y tan triste que no tela puedes ni imaginar. Me parece estupendo que te la cuente ella misma. Apenassoy capaz de pensar en ello.

En espera de eso, te garantizo que puedes confiar en Harriet Vanger. Elladecía la verdad cuando hablaba de su deuda conmigo; y créeme: nunca haránada para dañar a Millennium. Hazte su amiga si te cae bien. Y si no, no lo hagas.Sea como fuere, se merece un respeto. Se trata de una mujer que lleva una pesadacarga a sus espaldas y siento una gran simpatía por ella. M.

Al día siguiente Mikael recibió otro correo.De <[email protected]> a <[email protected]>:

Hola, Mikael. Llevo varias semanas intentando encontrar un momento paraponerme en contacto contigo, pero las horas no me cunden. Desapareciste tanapresuradamente de Hedeby que no tuve ocasión de despedirme.

Todo este tiempo que llevo en Suecia, lleno de duro trabajo, he estadobastante aturdida. En las empresas Vanger reina el caos más absoluto y tantoHenrik como yo hemos trabajado con gran empeño intentando poner orden enlos negocios. Ayer visité Millennium; entro como la representante de Henrik en lajunta. Henrik me ha puesto al día de tu situación y la de la revista.

Espero que aceptes que entre de esa manera. Si no me quieres a mí (ni anadie más de la familia) en la junta directiva, te entenderé, pero te aseguro quéharé todo lo posible para ayudar a Millennium. Tengo una gran deuda contigo yte garantizo que mis intenciones al respecto siempre serán las mejores.

He conocido a tu amiga Erika Berger. No sé muy bien qué impresión lehabré causado y me ha sorprendido que no le hayas contado lo que ocurrió. Megustaría mucho ser tu amiga, si es que aguantas a alguien de la familia Vanger deahora en adelante. Saludos cordiales. Harriet.

P.S. Me he enterado por Erika de que piensas atacar a Wennerströrn denuevo. Dirch Frode me ha contado cómo te engañó Henrik. No sé qué decir. Losiento. Si hay algo que yo pueda hacer, dímelo, por favor.

De <[email protected]> a <[email protected]>:

Hola, Harriet. Es cierto que desaparecí muy precipitadamente de Hedeby.Ahora estoy trabajando en aquello a lo que realmente debería haberme dedicado

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este año. Tendrás información con la suficiente antelación antes de que el textovaya a imprenta, pero me atrevo a decir que el problema de este último añopronto se habrá acabado.

Espero que tú y Erika seáis amigas, y claro que no tengo inconveniente enque formes parte de la junta de Millennium. Le contaré a Erika lo que pasó. Peroahora mismo no tengo ni fuerzas ni tiempo; antes de hacerlo quiero dejar reposarel tema un poco más.

Estaremos en contacto. Saludos. Mikael.

Lisbeth no le prestó mucha atención a lo que Mikael estaba escribiendo.Levantó la mirada del libro cuando él dijo algo que, al principio, ella nocomprendió.

—Perdón. Estoy pensando en voz alta. He dicho que esto es muy fuerte.—¿Qué es lo que es fuerte?—Wennerströrn mantuvo una relación con una camarera de veintidós años a

la que dejó embarazada. ¿No has leído su correspondencia con el abogado?—Por favor, Mikael. Tienes diez años de correspondencia, de correos

electrónicos, de acuerdos, de documentos de viajes y de Dios sabe qué en ese discoduro. No estoy tan fascinada por Wennerström como para leerme sus gigabytes dechorradas. He leído una pequeña parte, más que nada para satisfacer micuriosidad; lo suficiente para constatar que se trata de un gánster.

—Vale. Bueno, la dejó embarazada en 1997. Cuando ella le pidió unacompensación, el abogado contrató a alguien para convencerla de que abortara.Supongo que la intención era ofrecerle una suma de dinero, pero la chica no estabainteresada. Entonces la persuasión se hizo de la siguiente manera: el matón lemetió la cabeza en una bañera llena de agua hasta que ella accedió a dejar en paz aWennerström. Y todo esto se lo escribe a Wennerström el idiota del abogado en uncorreo electrónico; encriptado, es cierto, pero de todos modos... Bueno, no es queel nivel de inteligencia de esta gentuza me sorprenda demasiado.

—¿Qué pasó con la chica?—Abortó. Para satisfacción de Wennerström.Lisbeth Salander no dijo nada en diez minutos. De repente sus ojos se

ennegrecieron.—Otro hombre que odia a las mujeres —murmuró finalmente. Mikael no la

oyó.Ella cogió los cedes y dedicó los siguientes días a leer detenidamente el

correo electrónico de Wennerström, así como otros documentos. Mientras Mikaelseguía trabajando, Lisbeth estaba sentada en la cama con su Power-Book en lasrodillas, reflexionando sobre el extraño imperio de Wennerström.

Se le había ocurrido una peculiar idea que no conseguía quitarse de lacabeza; más que nada se preguntaba por qué no había pensado en ello antes.

Una mañana, a finales de octubre, Mikael imprimió una página y luego

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apagó el ordenador ya a las once de la mañana. Sin pronunciar palabra, subió aldormitorio y le entregó a Lisbeth un buen tocho de papeles. Acto seguido, sedurmió. Ella le despertó por la tarde para darle sus opiniones sobre el texto.

Poco después de las dos de la madrugada, Mikael hizo una última copia deseguridad de su reportaje.

Al día siguiente, cerró los postigos de la casita y le echó la llave a la puerta.Las vacaciones de Lisbeth se habían acabado. Se fueron juntos a Estocolmo.

Antes de llegar a Estocolmo, Mikael tenía que tratar con Lisbeth un temabastante delicado. Lo sacó en el ferry de Waxholm, cuando estaban tomando caféen vasos de papel.

—Tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que le voy a contar a Erika. Sino puedo explicarle cómo he conseguido el material, se negará a publicarlo.

Erika Berger. La amante de toda la vida y la redactora jefe de Mikael. Lisbethno la conocía y tampoco estaba segura de quererlo hacer; le parecía unainterferencia poco definida, aunque molesta, en su vida.

—¿Qué sabe ella de mí?—Nada —suspiró Mikael—; llevo todo el verano evitándola. No soy capaz

de contarle lo que pasó en Hedestad porque me da una tremenda vergüenza. Sesiente enormemente frustrada por la parquedad de mis informaciones. Sabe, porsupuesto, que he estado en Sandhamn escribiendo este texto, pero ignora sucontenido.

—Mmm.—Se lo daré dentro de un par de horas. Entonces, me hará un interrogatorio

en tercer grado. No sé qué decirle.—¿Qué quieres decirle?—Quiero contarle la verdad.Una arruga apareció en el entrecejo de Lisbeth.—Lisbeth, Erika y yo discutimos casi siempre. En cierto modo forma parte de

nuestra manera de entendernos. Pero nos tenemos una confianza absoluta. Estotalmente fiable. Tú eres una fuente y ella moriría antes de descubrirte.

—¿A cuántos más tendrás que contárselo?—A nadie más. Esto me lo llevaré a la tumba; y Erika hará lo mismo. Pero si

me dices que no, no le revelaré tu secreto. Lo que no pienso hacer es mentirle einventarme una fuente que no existe.

Lisbeth reflexionó durante todo el trayecto hasta que atracaron en el muelledelante del Grand Hotel. «Análisis de consecuencias.» Al final, a regañadientes,aceptó ser presentada a Erika. Mikael encendió el móvil y llamó.

Erika Berger recibió la llamada en plena comida de negocios con MalinEriksson, candidata al puesto de secretaria de redacción. Malin tenía veintinueve

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años y llevaba cinco haciendo sustituciones y suplencias. Nunca había tenido unempleo fijo y estaba empezando a dudar si lo tendría alguna vez. La oferta detrabajo no había sido publicada; un viejo conocido de Erika había recomendado aMalin. Erika la llamó el mismo día en que terminó su última suplencia para sabersi estaba interesada en solicitar un puesto en Millennium.

—Se trata de una suplencia de tres meses —dijo Erika—, pero si funcionabien, puede llegar a ser algo fijo.

—Se rumorea que Millennium va a cerrar dentro de poco.Erika Berger sonrió.—No deberías hacer caso a los rumores.—Ese Dahlman al que voy a sustituir... —Malin Eriksson dudó— va a una

revista que es propiedad de Hans-Erik Wennerström...Erika asintió con la cabeza.—A nadie del gremio se le habrá escapado que estamos en conflicto con

Wennerström. No les tiene mucha simpatía a los empleados de Millennium.—Así que si acepto el puesto, yo también perteneceré a ese grupo.—Es bastante probable, sí.—Pero Dahlman ha conseguido un puesto en Finansmagasinet Monopol.—Podríamos decir que es la manera que Wennerström tiene de compensar

ciertos servicios que Dahlman le ha prestado. ¿Sigues interesada?Malin Eriksson meditó la respuesta un instante. Luego asintió con la cabeza.—¿Cuándo quieres que empiece?Fue en ese preciso momento cuando Mikael Blomkvist llamó e interrumpió

la entrevista.

Erika usó sus propias llaves para abrir la puerta del apartamento de Mikael.Era la primera vez que se veían cara a cara desde aquella breve visita a laredacción a finales de junio. Ella entró en el salón y encontró en el sofá a una chicade una delgadez anoréxica, vestida con una desgastada chupa de cuero y con lospies encima de la mesa. Al principio pensó que la joven tendría unos quince años,pero eso fue antes de ver sus ojos. Seguía observando aquella aparición cuandoMikael irrumpió con una cafetera y unas pastas.

Mikael y Erika se examinaron.—Perdóname por haber pasado de ti de esta manera —dijo Mikael.Erika inclinó la cabeza a un lado. Algo había cambiado en Mikael. Lo veía

demacrado, más delgado de lo que recordaba. Sus ojos se mostrabanavergonzados y por un breve instante él evitó su mirada. Erika le observó elcuello. Tenía marcada una línea roja leve, aunque claramente perceptible.

—Te he estado esquivando. Es una historia muy larga y no me siento muyorgulloso de mi papel. Pero luego lo hablamos... Ahora te quiero presentar a estajoven. Erika, Lisbeth Salander. Lisbeth, ésta es Erika Berger, la redactora jefe deMillennium y mi mejor amiga.

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Lisbeth examinó la ropa elegante y el aplomo con el que Erika Bergeractuaba, y decidió, cuando todavía no habían pasado ni unos diez segundos, queno resultaría probable que Erika se convirtiera en su mejor amiga.

La reunión duró cinco horas. Erika hizo dos llamadas para cancelar otrascitas. Dedicó una hora a leer partes del manuscrito que Mikael puso en sus manos.Tenía mil preguntas y se dio cuenta de que le llevaría semanas dar respuesta atodas ellas. Lo importante era aquel texto que finalmente dejó de lado. Si tan sólouna pequeña parte de esas afirmaciones fuese verdadera, la situación habríacambiado por completo.

Erika miró a Mikael. Nunca había dudado de que se trataba de una personasincera, pero durante un breve segundo sintió vértigo y se preguntó si el casoWennerström no le habría trastornado, si el reportaje no habría sido más que unproducto de su imaginación. En ese instante, Mikael se presentó con dos cajas dedocumentos impresos. Erika palideció. Quería saber, naturalmente, cómo habíaconseguido todo aquel material.

Hizo falta un buen rato para convencerla de que aquella curiosa chica queseguía sin pronunciar una sola palabra tenía acceso libre al ordenador de Hans-Erik Wennerström. Y no sólo a ése, también había entrado en varios de losordenadores de sus abogados y colaboradores más cercanos.

La reacción espontánea de Erika fue decir que no podian usar el material porhaberlo conseguido a través de una intrusión informática ilegal. Pero claro quepodían. Mikael señaló que no estaban obligados a dar cuenta de cómo se habíanhecho con el material. Podrían haber contado perfectamente con una fuente quehubiera accedido al ordenador de Wennerström y que hubiera copiado su discoduro a unos cuantos cedes.

Al final, Erika fue consciente del arma que tenían en las manos. Se sentíaagotada y le quedaban muchas preguntas, pero no sabía por dónde empezar.Acabó por dejarse caer contra el respaldo del sofá e hizo un resignado gesto conlos brazos.

—Mikael, ¿qué pasó en Hedestad?Lisbeth Salander levantó la mirada de inmediato. Mikael permaneció callado

durante mucho tiempo. Contestó con otra pregunta.—¿Qué tal te llevas con Harriet Vanger?—Bien. Creo. La he visto dos veces. La semana pasada Christer y yo subimos

a Hedestad para una reunión. Nos emborrachamos con vino.—¿Y cómo salió la reunión?—Ella mantiene su palabra.—Ricky, sé que te sientes frustrada porque te he estado evitando y porque

me he inventado excusas para no explicarte nada. Tú y yo nunca hemos tenidosecretos el uno para el otro y de repente hay seis meses de mi vida que yo... no soycapaz de contarte.

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Erika cruzó su mirada con la de Mikael. Lo conocía como nadie, pero lo queleía en sus ojos era algo que no había visto jamás. Parecía implorarle. Le suplicabaque no le preguntara. Ella abrió la boca y lo contempló desamparada. LisbethSalander observaba su silenciosa conversación con una mirada neutra. No semetió.

—¿Tan terrible ha sido?—Peor aún. Le temía a esta conversación. Prometo contarte lo ocurrido, pero

es que he dedicado meses a reprimir mis sentimientos mientras Wennerströmacaparaba todo mi interés... y todavía no estoy completamente preparado.Preferiría que Harriet te lo contara en mi lugar.

—¿Qué es esa marca que llevas alrededor del cuello?—Lisbeth me salvó la vida allí arriba. Si ella no hubiese aparecido, yo estaría

muerto.Los ojos de Erika se abrieron de par en par. Miró a la chica de la chupa de

cuero.—Y ahora tienes que redactar un acuerdo con ella; es nuestra fuente.Erika Berger permaneció callada un buen rato mientras lo meditaba. Luego

hizo algo que dejó perplejo a Mikael, que fue un shock para Lisbeth y que incluso aella misma le asombró. Durante todo el tiempo que llevaba sentada en el sofá deMikael había sentido la mirada de Lisbeth. Una taciturna chica con vibracioneshostiles.

Erika se levantó, bordeó la mesa y abrazó a Lisbeth Salander. Lisbeth sedefendió como una lombriz a la que estaban a punto de clavar en el anzuelo.

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CAPÍTULO 29Sábado, 1 de noviembre - Martes, 25 de noviembre

Lisbeth Salander navegaba por el ciberimperio de Hans-Erik Wennerström.Llevaba más de once horas pegada a la pantalla del ordenador. Aquella incipienteidea que tuvo en Sandhamn y que se había materializado en algún recónditorincón de su cerebro durante la última semana se había convertido en unaobsesión. Durante cuatro semanas se aisló en su apartamento haciendo caso omisoa todas las llamadas de Dragan Armanskrj. Se pasaba doce o quince horas al díadelante de su portátil, y el resto del tiempo meditaba sobre ese mismo problema.

Durante el último mes había mantenido un esporádico contacto con MikaelBlomkvist, que estaba igualmente ocupado y obsesionado con su trabajo en laredacción de Millennium. Hablaban por teléfono un par de veces por semana y ellale mantenía al día de la correspondencia de Wennerström y los demás asuntos.

Por enésima vez repasó todos los detalles. No es que temiera haberseperdido alguno, pero no estaba segura de haber comprendido la relación entretodas esas intrincadas conexiones.

El célebre imperio de Wennerström era como un organismo deforme quelatía con vida propia y cambiaba constantemente de forma. Estaba compuesto deopciones, obligaciones, acciones, participaciones en sociedades, intereses porpréstamos, intereses por ingresos, depósitos, cuentas, transferencias y miles decosas más. Una parte extraordinariamente grande del capital se había invertido enempresas buzón donde unas eran dueñas de otras.

Los análisis más optimistas del Wennerstroem Group, realizados poreconomistas de poca monta, calculaban que su valor ascendía a más denovecientos mil millones de coronas. Una simple mentira o, por lo menos, unacifra tremendamente exagerada. Pero Wennerström no era un muerto de hambre.Lisbeth Salander estimó que en realidad la cifra se situaba en torno a unos noventao cien mil millones, lo cual no era moco de pavo. Hacer una inspección seria detodo el grupo llevaría años. En total, Salander había identificado cerca de tres milcuentas diferentes y activos bancarios distribuidos por todo el mundo.Wennerström se dedicaba al fraude con tal magnitud que sus actividades no seconsideraban ya delictivas, sino simplemente negocios.

En alguna parte de ese deforme organismo también había sustancia. Tresrecursos aparecían constantemente en la jerarquía. Los bienes suecos fijos,inatacables y auténticos, se encontraban expuestos a la inspección pública, aconsultas de balances anuales y auditorias. Las actividades americanas eransólidas, y un banco de Nueva York conformaba la base de operaciones de todos

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los movimientos de dinero. Lo interesante de la historia residía en las actividadesque las empresas buzón realizaban en lugares como Gibraltar, Chipre y Macao.Wennerström era como un supermercado de tráfico ilegal de armas, blanqueo dedinero de sospechosas empresas de Colombia y negocios muy poco ortodoxos enRusia.

Un punto y aparte lo constituía una cuenta anónima abierta en las islasCaimán; la controlaba Wennerström personalmente, pero se mantenía al margende todos los negocios. Un continuo chorreo de dinero —en torno al diez por mil decada negocio que Wennerström realizaba— entraba sin cesar en las islas Caimán através de las empresas buzón.

Salander trabajaba sumida en un estado hipnótico. Cuentas: clic; correoelectrónico: clic; balances: clic. Se enteró de las últimas transferencias. Le siguió elrastro a una pequeña transacción hecha de Japón a Singapur que luego continuóhasta las islas Caimán vía Luxemburgo. Comprendió cómo funcionaba. Era comosi en ella confluyeran los impulsos del ciberespacio. Pequeños cambios. El últimocorreo electrónico. Un único y pobre mensaje electrónico de muy limitado interésenviado a las diez de la noche. El programa de encriptación PGP, trrrr, trrrr; unaridiculez para alguien que ya estaba dentro de su ordenador y podía leerclaramente el mensaje:

Berger ha dejado de dar guerra sobre el tema de los anuncios. ¿Se harendido o está tramando algo? Tu fuente asegura que se encuentran al borde dela ruina, pero parece ser que han contratado a una nueva persona. Averigua quéestá pasando. Durante las últimas semanas Blomkvist se ha encerrado en su casade Sandhamn para escribir como un loco, pero nadie sabe en qué andatrabajando. En los últimos días lo han visto por la redacción. ¿Puedes conseguirlas pruebas del próximo número?

HEW.

Nada de lo que preocuparse. Déjale que se coma el coco. «Ya estás vendido,tío.»

A las cinco y media de la mañana se desconectó, apagó el ordenador y sepuso a buscar otro paquete de tabaco. Esa noche ya había bebido cuatro —no,cinco— Coca-Colas; fue a por la sexta y se sentó en el sofá. Sólo llevaba unasbragas y una camiseta promocional de Soldier of Fortune Magazine, con estampadode camuflaje, desgastada de tanto lavarla, y con el texto Kill them all and let God sortthem out. Se dio cuenta de que tenía frío y cogió una manta para abrigarse.

Le dio un subidón, como si se hubiese tomado alguna sustancia inapropiaday, probablemente, ilegal. Concentró la mirada en una farola de la calle ypermaneció inmóvil mientras su cerebro trabajaba a pleno rendimiento. Mamá,clic; Mimmi, clic. Holger Palmgren. Evil Fingers. Y Armanskij. El trabajo. HarrietVanger. Clic. Martin Vanger. Clic. El palo de golf. Clic. El abogado Nils Bjurman.Clic. Por mucho que lo intentara no podía olvidar ninguna de esas malditas

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imágenes.Se preguntó si Bjurman volvería a desnudarse alguna vez delante de una

mujer y, en tal caso, cómo le explicaría el tatuaje de la barriga. ¿Y cómo evitaríaquitarse la ropa la próxima vez que acudiera al médico?

Y Mikael Blomkvist. Clic.Lo consideraba una buena persona, pero posiblemente pecara de un

exacerbado complejo de don Perfecto. Y, por desgracia, era insoportablementeingenuo en lo referente a ciertos temas elementales de moral. Tenía un caráctertolerante y comprensivo, y siempre le buscaba explicaciones y excusaspsicológicas al comportamiento humano. Por lo tanto, Mikael nunca entenderíaque los animales depredadores del mundo sólo hablaran un único lenguaje. Leinvadía un incómodo instinto de protección cuando pensaba en él.

No recordaba cuándo se durmió, pero se despertó al día siguiente, a lasnueve de la mañana, con tortícolis y con la cabeza mal apoyada contra la pared dedetrás del sofá. Se fue dando tumbos hasta la habitación y se volvió a dormir.

Sin duda, se trataba del reportaje más importante de su vida. Por primeravez en año y medio, Erika Berger era feliz como sólo lo sería un redactor con unscoop espectacular haciéndose en el horno. Estaba puliendo el texto con Mikael porúltima vez cuando Lisbeth Salander llamó al móvil.

—Se me ha olvidado decirte que Wennerström empieza a preocuparse por loque has estado escribiendo últimamente; ya ha pedido las pruebas del últimonúmero.

—¿Cómo te has enter...? Bah, olvídalo. ¿Sabes cómo lo va a hacer?—No. Sólo tengo una suposición lógica.Mikael reflexionó unos segundos.—La imprenta —exclamó.Erika arqueó las cejas.—Si no hay filtraciones desde la redacción, no le quedan muchas más

alternativas. A no ser que piense mandar a uno de sus matones a haceros unavisita nocturna.

Mikael se dirigió a Erika.—Reserva otra imprenta para este número. Ahora. Y llama a Dragan

Armanskij: quiero que esta semana haya aquí vigilantes por las noches.Volvió a Lisbeth:—Gracias, Sally.—¿Cuánto vale?—¿Qué quieres decir?—¿Cuánto vale la información?—¿Qué quieres?—Te lo diré tomando un café. Ahora mismo.

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Se vieron en Kaffebar, en Hornsgatan. Cuando Mikael se sentó a su lado,Salander tenía una cara tan seria que sintió una punzada de inquietud. Ella, comoera habitual, fue directamente al grano.

—Necesito que me prestes dinero.Mikael mostró una de sus sonrisas más ingenuas buscando la cartera.—Claro. ¿Cuánto?—Ciento veinte mil coronas.—Ufff —dijo Mikael, guardando de nuevo la cartera—. No llevo tanto dinero

encima.—No estoy bromeando. Necesito que me dejes ciento veinte mil coronas

durante... digamos seis semanas. Se me ha presentado la oportunidad de haceruna inversión y no tengo a nadie más a quien acudir. Ahora mismo tienes unasciento cuarenta mil en tu cuenta. Te las devolveré.

Mikael ni siquiera comentó el hecho de que Lisbeth Salander hubiera violadola confidencialidad bancaria para averiguar el saldo de su cuenta. Él utilizaba unbanco por Internet, así que la respuesta resultaba obvia.

—No hace falta que me lo pidas prestado —contestó él—. No hemos habladode tu parte todavía, pero cubre de sobra la suma que quieres.

—¿Mi parte?—Sally, voy a cobrar de Henrik Vanger una remuneración de descabelladas

dimensiones; haremos cuentas a finales de año. Sin ti, yo estaría muerto yMillennium se habría ido a pique. Pienso compartir el dinero contigo. Fifty-fifty.

Lisbeth Salander le observó inquisitivamente. Una arruga apareció en sufrente. Mikael ya estaba acostumbrado a sus silencios. Finalmente, negó con lacabeza.

—No quiero tu dinero.—Pero...—No quiero ni una sola corona tuya —dijo, mostrando su sonrisa torcida—.

A menos que llegue en forma de regalo por mi cumpleaños.—Nunca me has dicho cuándo es tu cumpleaños.—Tú eres el periodista. Averígualo.—Sinceramente, Salander: lo de compartir el dinero lo digo en serio.—Yo también hablo en serio. No quiero tu dinero. Quiero que me prestes

ciento veinte mil coronas. Y las necesito mañana.Mikael Blomkvist permaneció callado. «Ni siquiera me ha preguntado cuánto

dinero le correspondería.»—Sally, no me importa ir contigo al banco hoy mismo para dejarte lo que

quieras. Pero a finales de año hablaremos en serio acerca de tu parte —respondió,levantando la mano—. Bueno, ¿cuándo cumples años?

—En Walpurgis —contestó ella—. Muy apropiado, ¿a que sí? Es entoncescuando salgo por ahí con una escoba entre las piernas.

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Lisbeth aterrizó en Zurich a las siete y media de la tarde y cogió un taxi hastael turístico hotel Matterhorn. Había reservado una habitación a nombre de IreneNesser, con el cual se identificó gracias a un pasaporte noruego. Irene Nesser teníael pelo rubio y largo. Había comprado la peluca en Estocolmo y utilizó diez milcoronas del préstamo de Mikael Blomkvist para adquirir dos pasaportes a travésde los oscuros contactos de la red internacional de Plague.

Se fue inmediatamente a su habitación, cerró la puerta con llave y sedesnudó. Se tumbó en la cama y se puso a mirar el techo de la estancia, quecostaba mil seiscientas coronas por noche. Se sentía vacía. Ya se había gastado lamitad del dinero que Mikael Blomkvist le había dejado; a pesar de haberleañadido hasta la última corona de sus propios ahorros, su presupuesto era escaso.Dejó de pensar y se durmió casi enseguida.

Se despertó a las cinco y pico de la mañana. Lo primero que hizo fueducharse y dedicar un buen rato a ocultar el tatuaje del cuello con una espesa capade base de maquillaje y unos polvos en los bordes. El segundo punto de su listaera reservar hora para las seis y media de la mañana en el salón de belleza de unhotel considerablemente más caro. Se compró otra peluca rubia, ésta con un cortea lo paje; luego le hicieron la manicura y le pusieron unas uñas postizas rojasencima de sus mordidos muñones, así como pestañas postizas, más polvos,colorete y finalmente carmín y otros potingues. Total: más de ocho mil coronas.

Pagó con una tarjeta de crédito a nombre de Monica Sholes y presentó unpasaporte inglés para identificarse.

La próxima parada era el Camille's House of Fashion, a ciento cincuentametros más abajo en la misma calle. Salió al cabo de una hora llevando botas ymedias negras, una falda de color arena con una blusa a juego, una chaqueta cortay una boina. Todo de marca. Se lo había dejado elegir al vendedor. También sellevó un exclusivo maletín de cuero y una pequeña maleta Samsonite. Paracoronar la obra, unos discretos pendientes y una sencilla cadena de oro alrededordel cuello. Le hicieron un cargo de cuarenta y cuatro mil coronas en la tarjeta decrédito.

Además, por primera vez en su vida, Lisbeth Salander lucía un pecho que, alcontemplarse en el espejo de la puerta, la dejó sin aliento. Aquel pecho era igualde falso que la identidad de Monica Sholes. Estaba hecho de látex y lo habíaadquirido en una tienda de Copenhague donde hacían sus compras los travestís.

Ya estaba preparada para entrar en combate.Poco después de las nueve, caminó dos manzanas hasta el prestigioso hotel

Zimmertal, donde tenía una habitación reservada a nombre de Monica Sholes. Ledio el equivalente a cien coronas de propina al chico que le subió la nueva maleta,la cual contenía su bolsa de viaje. La suite era pequeña y sólo costaba veintidós milcoronas por día. Había reservado una noche. Tras quedarse sola, echó un vistazo asu alrededor. Desde la ventana disfrutaba de una fantástica vista sobre Zurich See,cosa que no le interesaba lo más mínimo. En cambio, pasó cinco minutos delante

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de un espejo contemplándose a sí misma con unos ojos como platos. Estaba viendoa una persona completamente extraña. La rubia Monica Sholes, de generoso pechoy melena de paje, llevaba más maquillaje del que usaba Lisbeth en un mes. Teníaun aspecto... diferente.

A las nueve y media pudo, por fin, desayunar en el bar del hotel: dos tazasde café y un bagel con mermelada. Coste: doscientas diez coronas. Are these peoplenuts?

Poco antes de las diez, Monica Sholes dejó la taza de café, abrió su móvil ymarcó un número que la conectó con un módem ubicado en Hawai. A los trestonos, sonó la señal de conexión. El módem se inició. Monica Sholes contestóintroduciendo un código de seis cifras en su móvil y envió un mensaje que daba laorden de poner en marcha un programa que Lisbeth Salander había diseñadoespecialmente para ese fin.

El programa dio señales de vida en Honolulú, en una página web anónima deun servidor que pertenecía formalmente a la universidad. Era sencillo. Su únicafunción consistía en enviar instrucciones para activar otro programa en otroservidor; en este caso, una página web normal y corriente que ofrecía servicios deInternet en Holanda. El objetivo era buscar el espejo del disco duro de Hans-ErikWennerström, y asumir el comando sobre el programa que informaba delcontenido de sus más de tres mil cuentas bancarias en todo el mundo.

Sólo le interesaba una en concreto. Lisbeth Salander había notado queWennerström la consultaba un par de veces por semana. Si él encendiera suordenador y entrara precisamente en ese archivo, todo tendría un aspectoperfectamente normal. El programa presentaría pequeños cambios esperables,calculados según los movimientos habituales producidos en la cuenta durante losúltimos seis meses. Si durante las próximas cuarenta y ocho horas Wennerströmdiera una orden de pago o transferencia, el programa le informaría de que supetición se había realizado. En realidad, el movimiento sólo se habría hecho en elespejo del disco duro que estaba en Holanda.

Monica Sholes apagó el móvil en el momento en que escuchó cuatro brevestonos confirmando que el programa estaba en marcha.

Abandonó el Zimmertal y se dirigió al Bank Hauser General, justo enfrente,donde había concertado una cita con un tal Wagner, el director, a las diez de lamañana. Llegó tres minutos antes, tiempo que dedicó a posar delante de la cámarade vigilancia, que le sacó una foto al pasar a la zona de despachos para consultasmás privadas y discretas.

—Necesito ayuda con una serie de transacciones —dijo Monica Sholes en unimpecable inglés de Oxford. Al abrir su maletín dejó caer, como por casualidad, unbolígrafo publicitario que revelaba que se alojaba en el hotel Zimmertal y que el

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director Wagner recogió educadamente. Ella le dedicó una picara sonrisa yescribió el número de la cuenta en el cuaderno de la mesa que tenía enfrente.

El director Wagner le echó una mirada y le colocó la etiqueta de «hijaconsentida de quién sabe quién».

—Se trata de una serie de cuentas en el Bank of Kroenenfeld de las islasCaimán. Transferencia automática contra códigos de clearing en secuencia.

—Fräulein Sholes: imagino que ha traído todos los códigos de clearing —dijoél.

—Aber natürlich —contestó ella con un acento tan fuerte que resultó evidenteque tenía un pésimo alemán de colegio.

Empezó a recitar series de números de dieciséis cifras sin servirse, ni una solavez, de ningún papel. El director Wagner se dio cuenta de que iba a ser unamañana laboriosa, pero por el cuatro por ciento de comisión en las transferenciasestaba dispuesto a saltarse la comida.

Tardaron más de lo que ella había calculado. Hasta poco después de las doce,con algo de retraso según el horario previsto, Monica Sholes no dejó el BankHauser General. Volvió al hotel Zimmertal andando. Se dejó ver por la recepciónantes de subir a su habitación para quitarse la ropa que acababa de comprar.Continuó con el pecho de látex puesto, pero sustituyó la peluca de paje por ellargo pelo rubio de Irene Nesser. Se vistió con ropa más cómoda: botas con taconesmuy altos, pantalones negros, un sencillo jersey y una clásica cazadora de cueronegro comprada en el Malungsboden de Estocolmo. Se examinó detenidamenteante el espejo. No presentaba, en absoluto, un aspecto desaliñado, pero tampocoera ya una rica heredera. Antes de que Irene Nesser abandonara la habitación,seleccionó unas cuantas obligaciones y las guardó en una fina carpeta.

A la una y cinco, con unos pocos minutos de retraso, entró en el BankDorffmann, situado a unos setenta metros del Bank Hauser General. Irene Nessertenía concertada una reunión con un tal Hasselmann, que era el director. Ella pidiódisculpas por su retraso. Hablaba un impecable alemán, aunque con acentonoruego.

—No se preocupe, Fräulein —contestó el director Hasselmann—. ¿En quépuedo serle útil?

—Quiero abrir una cuenta. Tengo unas obligaciones que me gustaríaconvertir.

Irene Nesser colocó la carpeta sobre la mesa.El director Hasselmann hojeó el contenido, primero con rapidez. luego más

despacio. Arqueó una ceja y sonrió cortésmente.Abrió cinco cuentas que podría manejar a través de Internet y que tenían

como titular a una empresa buzón anónima de Gibraltar que un agente local lehabía montado por cincuenta mil de las coronas que Mikael Blomkvist le prestó.Convirtió cincuenta obligaciones en dinero que ingresó en esas cuentas. Cadaobligación valía un millón de coronas.

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Su gestión en el Bank Dorffmann se prolongó tanto que se retrasó aún más enel horario. Le resultó imposible terminar sus últimas transacciones antes de quelos bancos cerraran. Por eso, Irene Nesser regresó al hotel Matterhorn, donde sedejó ver durante una hora para que advirtieran su presencia. Sin embargo, le dolíala cabeza y se retiró pronto. Compró aspirinas en la recepción, pidió que ladespertaran a las ocho de la mañana y subió a la habitación.

Eran casi las cinco y todos los bancos europeos habían cerrado. En cambio,los del continente americano estaban abiertos. Encendió su PowerBook y seconectó a la red a través de su móvil. Tardó una hora en vaciar las cuentas queacababa de abrir en el Bank Dorffmann.

Dividió el dinero en pequeñas cantidades y lo usó para pagar supuestasfacturas de un gran número de empresas ficticias distribuidas por todo el mundo.Por curioso que pueda parecer, al final todo ese capital acabó siendo transferido alBank of Kroenenfeld de las islas Caimán, pero esta vez a una cuentacompletamente distinta a aquellas de las que había salido esa misma mañana.

Irene Nesser consideró esta primera parte del dinero asegurada yprácticamente imposible de rastrear. Efectuó un solo pago de la cuenta; transfiriópoco más de un millón de coronas a una cuenta conectada a una tarjeta de créditoque llevaba en su cartera. El titular: una sociedad anónima llamada WaspEnterprises, registrada en Gibraltar.

Unos minutos más tarde una chica rubia con melena a lo paje abandonóMatterhorn a través de una de las puertas laterales del bar. Monica Sholes se fueandando hasta el hotel Zimmertal, saludó cortésmente al recepcionista con unmovimiento de cabeza y subió en ascensor a su habitación.

Luego se tomó su tiempo para ponerse el uniforme de batalla de MonicaSholes, retocarse y cubrir el tatuaje con una capa extra de base de maquillaje antesde bajar al restaurante para cenar un plato de pescado absolutamenteextraordinario. Pidió una botella de un vino añejo del que no había oído hablar ensu vida, pero que costaba mil doscientas coronas. Apenas se tomó una copa; dejóel resto con manifiesto descuido antes de dirigirse al bar. Entregó más dequinientas coronas de propina, lo cual hizo que el personal se fijara en ella.

Pasó tres horas dejándose conquistar por un joven italiano borracho con unapellido aristócrata que no se molestó en recordar. Compartieron dos botellas dechampán, de las cuales ella consumió aproximadamente una copa.

A eso de las once, su ebrio admirador se inclinó hacia delante y le tocó elpecho descaradamente. Ella, satisfecha, le puso la mano en la mesa: no parecíahaber notado que estaba manoseando látex blando. De vez en cuando eran losuficientemente ruidosos como para provocar cierta irritación entre los demásclientes. Cuando Monica Sholes, poco antes de la medianoche, advirtió que unvigilante empezaba a lanzarles serias miradas, ayudó a su amigo italiano a subir a

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su habitación.Mientras él visitaba el baño, ella le sirvió una última copa de tinto. Sacó un

papelito, lo desdobló y le echó en el vino una pastilla machacada de Rohypnol.Tan sólo un minuto después de haber brindado, él se desplomó como unmiserable saco encima de la cama. Ella le aflojó el nudo de la corbata, le quitó loszapatos y lo tapó con el edredón. Antes de abandonar la habitación lavó las copasen el baño y las secó.

A la mañana siguiente, a las seis, Monica Sholes desayunó en su habitación.Dejó una generosa propina y se fue del Zimmertal antes de las siete. Previamentededicó cinco minutos a limpiar las huellas dactilares de las manivelas de laspuertas, de los armarios, del váter, del auricular del teléfono y de otros objetos dela habitación que había tocado.

Irene Nesser se fue del Matterhorn a las ocho y media, poco después de quela recepción la despertara. Cogió un taxi y dejó las maletas en una consigna de laestación de tren. Luego dedicó unas horas a visitar nueve bancos privados dondeingresó una parte de las obligaciones de las islas Caimán. A las tres de la tarde yahabía convertido un diez por ciento en dinero que ingresó en una treintena decuentas numeradas. Reunió el resto de las obligaciones y las depositó en la cajafuerte de un banco.

Irene Nesser tendría que hacer algunas visitas más a Zurich, pero eso no leurgía.

A las cuatro y media de la tarde, Irene Nesser cogió un taxi hasta elaeropuerto. Una vez allí se metió en los servicios, cortó en pedazos el pasaporte yla tarjeta de crédito de Monica Sholes y los echó por el retrete. Las tijeras las tiró enuna papelera. Después del 11 de septiembre de 2001 no resultaba muy apropiadoir llamando la atención con objetos puntiagudos en el equipaje.

Irene Nesser cogió el vuelo GD 890 de Lufthansa hasta Oslo y luego elautobús a la estación central de la capital, en cuyos lavabos entró para ordenar laropa. Colocó todos los efectos personales de Monica Sholes —la peluca de corte alo paje y la ropa de marca— en tres bolsas de plástico que depositó en distintoscubos de basura y en papeleras de la estación de tren. La maleta Samsonite, vacía,la dejó en la taquilla de una consigna que no cerró. La cadena de oro y lospendientes, objetos de diseño que podrían ser rastreados, desaparecieron por unsumidero.

Tras un momento de angustiosa duda, Irene Nesser decidió conservar elpecho postizo de látex.

Luego, viendo que iba muy mal de tiempo, entró en MacDonald's y se zampóa toda prisa una hamburguesa a modo de cena. Mientras comía, transfirió elcontenido del exclusivo maletín de cuero a su bolsa de viaje. Al marcharse dejó elmaletín vacío debajo de la mesa. Pidió un caffe latte para llevar en un quiosco y sefue corriendo a coger el tren nocturno para Estocolmo. Llegó justo antes de quecerraran las puertas. Tenía reservado un compartimento de coche-camaindividual.

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Tras echarle el cerrojo a la puerta, sintió cómo, por primera vez en cuarenta yocho horas, el nivel de adrenalina descendía a su nivel normal. Abrió la ventana ydesafió la prohibición de fumar encendiendo un cigarrillo; mientras el tren salía deOslo, permaneció junto a la ventana fumando y tomándose el café a pequeñossorbos.

Repasó mentalmente su lista para asegurarse de que no había descuidadoningún detalle. Luego frunció el ceño y rebuscó en los bolsillos de la chaqueta.Sacó el bolígrafo del hotel Zimmertal, lo examinó un momento y, acto seguido, lotiró por la ventana.

Quince minutos más tarde se metió bajo las sábanas y se durmió casi en elacto.

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EPÍLOGO

Informe anualJueves, 27 de noviembre - Martes, 30 de diciembre

El número temático de Millennium sobre Hans-Erik Wennerströmcomprendía no menos de cuarenta y seis páginas y estalló como una auténticabomba de relojería la última semana de noviembre. El texto principal lo firmaban,conjuntamente, Mikael Blomkvist y Erika Berger. Durante las primeras horas, losmedios de comunicación no supieron cómo manejar el scoop; el año anterior, untexto similar provocó que Mikael Blomkvist fuera condenado a prisión pordifamación y que, aparentemente, se le despidiera de la revista Millennium. Por lotanto, su credibilidad se consideraba relativamente baja. Ahora, Millennium volvíacon una historia que, escrita por el mismo periodista, contenía afirmacionesmucho más graves que el texto por el que había sido condenado. Parte delcontenido resultaba tan absurdo que desafiaba al sentido común. Los medios decomunicación suecos aguardaban desconfiados.

Pero, por la tarde, «la de TV4» abrió las noticias con un resumen de onceminutos sobre los principales puntos de la acusación de Blomkvist. Un par de díasantes, Erika Berger había almorzado con ella y le había adelantado en exclusiva lainformación.

El contundente enfoque realizado por TV4 eclipsó las noticias de los canalespúblicos, que no se subieron al tren hasta la emisión del telediario de las nueve.Entonces, también la agencia TT emitió un primer comunicado con un prudentetitular: «Periodista condenado acusa de serios delitos a financiero». El texto era unbreve refrito del reportaje televisivo, pero el mero hecho de que la agencia TTsacara el tema desencadenó una febril actividad en el conservador periódicomatutino y en una docena de grandes periódicos provinciales, al cambiarapresuradamente la primera página antes de que la imprenta se pusiera enmarcha. Hasta ese momento, los periódicos habían decidido ignorar, aunque amedias, las afirmaciones de Millennium. Anteriormente, esa misma tarde, elperiódico matutino liberal había comentado el scoop de Millennium en un editorial,escrito por el redactor jefe en persona. Luego, cuando el telediario de TV4comenzó, éste ya se había marchado a una cena durante la cual despachó lasinsistentes llamadas de su secretario de redacción —que opinaba que «podríahaber algo» en las afirmaciones de Blomkvist— con unas palabras que más tardese convertirían en clásicas: «Chorradas; nuestros reporteros de economía lo

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habrían descubierto hace mucho tiempo». Por consiguiente, el editorial del liberalredactor jefe constituía la única voz mediática del país que destrozabacompletamente el reportaje de Millennium. El redactor jefe empleó expresionescomo «persecución personal» y «periodismo basura delictivo», al tiempo queexigía «medidas legales para esas personas que lanzaban acusaciones contrahonrados ciudadanos». El redactor jefe no haría ninguna aportación más al debateque se generó a continuación.

Esa noche la redacción de Millennium estaba al completo. Según los planes,sólo iban a quedarse Erika Berger y la recién incorporada secretaria de redacción,Malin Eriksson, para atender posibles llamadas. Sin embargo, a las diez de lanoche todos los colaboradores permanecían en sus puestos; además, lesacompañaban no menos de cuatro antiguos colaboradores, así como media docenade periodistas freelance habituales. A medianoche, Christer Malm descorchó unabotella de champán, pues un viejo conocido le había enviado un ejemplaranticipado de uno de los periódicos vespertinos, que dedicaba dieciséis páginas alcaso Wennerström bajo el título de «La mafia de las finanzas». Al día siguiente,cuando salieron todos los diarios, se puso en marcha una persecución mediáticade unas proporciones raramente vistas con anterioridad.

Malin Eriksson, la nueva secretaria de redacción, llegó a la conclusión de quese iba a encontrar a gusto en Millennium.

Durante la semana siguiente, la Suecia bursátil tembló cuando eldepartamento de delitos económicos de la policía empezó a investigar y losfiscales tomaron cartas en el asunto, lo cual provocó un pánico general, que setradujo en una venta masiva de acciones. Dos días después de las revelaciones, elcaso Wennerström se convirtió en un caso gubernamental, que obligó almismísimo ministro de Industria a comparecer públicamente.

La persecución mediática no significaba que los medios de comunicación setragaran las afirmaciones de Millennium sin efectuar preguntas críticas; lasalegaciones eran simplemente demasiado graves para que eso ocurriera. Pero, adiferencia del primer caso Wennerström, esta vez Millennium era capaz depresentar pruebas muy convincentes: el mismísimo correo electrónico deWennerström y copias del contenido de su ordenador, así como balances defondos ocultos en bancos de las islas Caimán y en una veintena de países,acuerdos secretos y otras tonterías que un gánster algo más cauteloso no habríadejado jamás de los jamases en un disco duro. Pronto quedó claro que si lasafirmaciones de Millennium se sostuviesen hasta llegar al Tribunal de SegundaInstancia —y todo el mundo estaba de acuerdo en que el asunto, tarde otemprano, iría a parar allí—, se trataría, sin comparación, de la burbuja másgrande que estallaría en el mundo financiero sueco desde el crack de Kreuger de1932. El caso Wennerström dejaba a la altura del betún todo aquel enmarañado líodel Banco de Gota y las estafas del escándalo Trustor. Se trataba de un fraude de

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tal magnitud que nadie se atrevía a especular ni siquiera con el número de vecesque se habría violado la ley.

Por primera vez en el periodismo económico sueco se empleaban palabrascomo «actividad delictiva sistemática», «mafia» y «reino de gánsteres».Wennerström y su más allegado círculo de jóvenes corredores de bolsa, de socios yde abogados enfundados en trajes de Armani fueron retratados como cualquierbanda de atracadores de bancos o traficantes de droga.

Durante los primeros días de la persecución mediática, Mikael Blomkvistestuvo desaparecido. No contestaba al correo electrónico y no se pudo contactarcon él por teléfono. Todas las declaraciones fueron hechas por Erika Berger, quienronroneaba como una gata al ser entrevistada por los medios de comunicaciónnacionales y los más importantes periódicos provinciales, así como, algún tiempodespués, por un número cada vez mayor de periodistas extranjeros. Siempre quele preguntaban sobre cómo Millennium se había hecho con toda esadocumentación interna sumamente privada, contestaba con una misteriosa sonrisaque no tardó en convertirse en una cortina de humo:

—Evidentemente, no podemos revelar nuestras fuentes.Al preguntarle por qué las revelaciones del año anterior habían sido un

fiasco tan rotundo, Erika se volvió aún más misteriosa. Nunca mentía, aunque talvez no siempre dijera toda la verdad. Off the record, cuando no tenía un micrófonodelante, se le escapaban palabras enigmáticas, las cuales, al ser ensambladas comolas piezas de un rompecabezas, conducían a unas precipitadas conclusiones. Nacióasí un rumor, que pronto adquirió proporciones legendarias, según el cual seafirmaba que Mikael Blomkvist no había presentado ninguna defensa en el juicio yhabía aceptado voluntariamente que lo condenaran a prisión y a pagar unasustanciosa multa porque, de lo contrario, la documentación que debería haberpresentado habría conducido irremediablemente a la identificación de su fuente.Se lo empezó a comparar con esos periodistas americanos que prefieren ir a lacárcel antes que revelar una fuente; y le pusieron la etiqueta de héroe con unaspalabras tan halagüeñas que le producían sonrojo. Pero no era el momento dedesmentir el malentendido.

Todo el mundo estaba de acuerdo en una cosa: la persona que habíaentregado los documentos tenía que ser alguien del círculo más íntimo y de másconfianza de Wennerström. Así se inició un largo debate paralelo sobre laidentidad de Garganta Profunda; como posibles candidatos se especulaba con algúncolaborador descontento, uno de los abogados o, incluso, la hija cocainómana deWennerström o algún otro miembro de su familia. Ni Mikael Blomkvist ni ErikaBerger dijeron nada. Nunca comentaron el tema.

Erika sonrió contenta, a sabiendas de que habían ganado, cuando uno de losperiódicos vespertinos, el tercer día de la persecución mediática, publicó unartículo titulado «La venganza de Millennium». El texto realizaba un adulador

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retrato de la revista y de sus colaboradores, ilustrado, además, con una fotoextremadamente favorecedora de Erika Berger. Empezó a ser conocida como lareina del periodismo de investigación. Ese tipo de cosas daba puntos en el rankingde la sección de Gente, y ya se hablaba del Gran Premio de Periodismo.

Cinco días después de que Millennium disparara la primera salva, el libro deMikael Blomkvist El banquero de la mafia fue distribuido en las librerías. Lo escribióen Sandhamn, entre septiembre y octubre, durante aquellos días de febrilactividad, y fue impreso apresuradamente y con gran secretismo por HallvigsReklam, en Morgongåva. Se trataba del primer libro publicado en la nuevaeditorial con el logo de Millennium. Llevaba una dedicatoria un tanto misteriosa:«A Sally, que me enseñó los efectos benéficos del golf».

Se trataba de un tocho de seiscientas quince páginas en edición de bolsillo. Lapequeña tirada inicial de no más de dos mil ejemplares prácticamente garantizabaque no iba a ser un negocio rentable, pero resultó que todos los libros se agotaronen tan sólo un par de días. Erika encargó inmediatamente unos diez milejemplares más.

Los críticos constataron que en esta ocasión Mikael Blomkvist no teníaintención de guardarse ni una bala en la recámara en lo referente a las fuentes desu información. Una observación muy acertada. Dos tercios del libro consistían enanexos que eran copias directas de la documentación del ordenador deWennerström. Al mismo tiempo que se publicaba el libro, Millennium colgó en supágina web los textos de aquel material del disco duro de Wennerström enarchivos descargables en formato PDF. Cualquiera que tuviera un mínimo interéspor el caso podría estudiar la documentación con sus propios ojos.

La extraña desaparición de Mikael Blomkvist formaba parte de la estrategiamediática diseñada por Erika y él. Todos los periódicos del país lo estabanbuscando. Mikael no hizo acto de presencia hasta el lanzamiento del libro, cuandoparticipó en una entrevista exclusiva realizada por «la de TV4», quien, así, fulminóa la televisión pública una vez más. Sin embargo, no se trataba de ninguna reuniónde amigos: las preguntas eran cualquier cosa menos complacientes.

Al ver la grabación del programa en vídeo, Mikael estuvo particularmentesatisfecho con uno de los intercambios de palabras. La entrevista se hizo en directoen un momento en el que la bolsa de Estocolmo se encontraba en caída libre y másde uno de esos mocosos corredores amenazaba con tirarse por la ventana. Mikaelfue preguntado por la responsabilidad que tenía Millennium en el estado de laeconomía de Suecia, a la sazón a punto de irse a pique.

—Decir que la economía de Suecia está a punto de naufragar es una auténticatontería —replicó Mikael rápido como un rayo.

«La de TV4» se quedó perpleja. La respuesta no seguía el patrón que ellaesperaba, de modo que se vio obligada a improvisar. Acto seguido le formuló lapregunta que él había estado esperando:

—Ahora mismo estamos pasando por la peor caída bursátil de la historia deSuecia... ¿Quieres decir que eso es una tontería?

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—Hay que distinguir entre dos cosas: la economía sueca y el mercado de labolsa sueca. La economía sueca está constituida por la suma de todos los serviciosy mercancías que se producen en el país día tras día. Son los teléfonos de Ericsson,los coches de Volvo, los pollos de Sean y todos los transportes del país, desdeKiruna hasta Skövde. Eso es la economía sueca. Y hoy se encuentra igual de fuerteque hace una semana. —Hizo una pausa retórica y bebió un trago de agua—. Labolsa es algo completamente diferente. Ahí no hay economía que valga, niproducción de mercancías, ni de servicios. Simples fantasías; de una hora a otra sedecide si esta empresa o la de más allá vale no sé cuántos miles de millones más omenos. No tiene absolutamente nada que ver con la realidad ni con la economíasueca.

—¿Así que quieres decir que no importa nada que la bolsa esté cayendo enpicado?

—No, no importa absolutamente nada —contestó Mikael con una voz tancansada y resignada que sonó como un oráculo. (Esas palabras suyas iban a sercitadas no pocas veces durante el año.) Mikael continuó—: Sólo significa que unmontón de especuladores están trasladando sus carteras bursátiles de las empresassuecas a las alemanas. Verdaderas ratas financieras a las que un reportero algomás valiente debería poner en evidencia e identificar como los traidores del país.Son ellos los que sistemática y, tal vez, incluso conscientemente dañan la economíasueca para satisfacer los ánimos de lucro de sus clientes.

Luego «la de TV4» cometió el error de formular exactamente la pregunta queMikael quería oír.

—¿Quieres decir, entonces, que los medios de comunicación no tienenninguna responsabilidad?

—Todo lo contrario, tienen una responsabilidad muy grande. Durante másde veinte años un gran número de reporteros de economía han renunciado acontrolar a Hans-Erik Wennerström. Más bien al contrario: han contribuido aconsolidar su prestigio mediante absurdos retratos en los que lo idolatraban. Sihubiesen hecho su trabajo durante todos aquellos años, hoy en día no noshallaríamos en esta situación.

Su aparición televisiva marcó un antes y un después. A posteriori, ErikaBerger estaba convencida de que hasta aquel momento —cuando Mikael defendiótranquilamente sus afirmaciones en la televisión— la Suecia de los medios decomunicación, a pesar de que Millennium llevaba una semana acaparando lostitulares, no se había dado cuenta de que la historia realmente se sostenía y de quetodas las fantasiosas alegaciones de la revista eran, de hecho, verdaderas. Laactitud de Mikael dio un cambio de rumbo a la historia.

Tras la entrevista, el caso Wennerström, de la noche a la mañana, saltó de lasmanos de los periodistas de economía a la sección de sucesos. Marcó una nuevamanera de pensar en las redacciones. Antes, los reporteros de sucesos raramente, o

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nunca, habían escrito sobre actividades económicas delictivas, a no ser que setratara de la mafia rusa o de contrabandistas de tabaco yugoslavos. No se esperabade este tipo de reporteros que investigaran los intrincados líos de la bolsa. Unperiódico vespertino siguió al pie de la letra lo que había dicho por Mikael y llenócuatro páginas con retratos de algunos de los corredores de bolsa de lasprincipales casas financieras, inmersas en plena actividad de compra de valoresalemanes. El titular rezaba: «Venden su país». A todos los corredores se lesinvitaba a realizar las pertinentes aclaraciones. Todos declinaron la oferta. Peroaquel día el comercio de acciones disminuyó considerablemente y algunoscorredores, deseosos de ofrecer una imagen de patriotas progresistas, empezaron air contra corriente. Mikael Blomkvist se tronchaba de risa.

La presión resultó ser tan grande que algunos de esos hombres seriosvestidos con trajes oscuros fruncieron el ceño preocupados y rompieron la reglamás importante de aquella exclusiva sociedad constituida por el círculo másselecto de la Suecia de las finanzas: no pronunciarse sobre un colega. De pronto,jefes retirados de Volvo, líderes industriales y directores de banco aparecieron enla tele contestando a una serie de preguntas para paliar los daños. Todos se dieroncuenta de lo grave de la situación; se trataba de distanciarse rápidamente deWennerstroem Group y de deshacerse cuanto antes de posibles acciones. Al fin yal cabo, Wennerström, constataron casi al unísono, nunca fue un industrial ynunca había sido aceptado de verdad en «el club». Alguien recordó que, en elfondo, no era más que un simple chaval de una familia obrera de Norrland, cuyoséxitos tal vez se le hubiesen subido a la cabeza. Otro describió su actividad como«una tragedia personal». Y unos cuantos descubrieron que llevaban años dudandode Wennerström; era demasiado fanfarrón y pecaba de otros muchos vicios.

Durante las semanas siguientes, a medida que se examinaba con lupa ladocumentación de Millennium y las piezas del rompecabezas iban encajando, elimperio de Wennerström, con sus oscuras empresas, fue vinculado al corazón dela mafia internacional, que lo abarcaba todo, desde el tráfico ilegal de armas y ellavado de dinero procedente del narcotráfico latinoamericano hasta la prostituciónde Nueva York e, incluso, aunque indirectamente, hasta el mercado sexual deniños en México. Una empresa de Wennerström, registrada en Chipre, provocó ungran escándalo al descubrirse que había intentado comprar uranio enriquecido enel mercado negro de Ucrania. Por todas partes, una u otra de las innumerablesempresas buzón de Wennerström aparecían metidas en los asuntos más turbios.

Erika Berger constató que el libro sobre Wennerström era lo mejor queMikael había escrito jamás. El contenido pecaba de cierta desigualdad desde unpunto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo —nohabía tenido tiempo para cuidar el estilo—, pero Mikael había disfrutado de lolindo con su venganza; todo el libro estaba impregnado de una rabia que no lepasaba desapercibida a ningún lector.

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Por casualidad, Mikael se topó con su viejo antagonista, el antiguo reporterode economía William Borg. Se cruzaron en la puerta del Kvarnen, cuando Mikael,Erika Berger y Christer Malm, en compañía del resto del personal de la revista,salieron la noche de Santa Lucía para agarrar una cogorza de muerte a costa de laempresa. Borg iba acompañado de una chica, borracha como una cuba, de lamisma edad que Lisbeth Salander.

Mikael se paró en seco. William Borg siempre había conseguido sacar su ladomás negativo, de modo que Mikael tuvo que controlarse para no decir o hacernada inapropiado. Él y Borg permanecieron callados, uno frente a otro,midiéndose con las miradas.

El odio de Mikael hacia Borg resultaba físicamente palpable. Erikainterrumpió aquel juego de machos cogiendo a Mikael por el brazo y llevándoseloa la barra.

Mikael decidió pedir a Lisbeth Salander, cuando se presentara laoportunidad, que hiciera una de sus investigaciones personales sobre Borg. Sólopor incordiar.

Durante la tormenta mediática, el protagonista del drama, el financieroHans-Erik Wennerström, permaneció prácticamente invisible. El día en que sepublicó el artículo de Millennium, el financiero comentó el texto en una rueda deprensa anunciada con anterioridad y relacionada con otro asunto completamentedistinto. Wennerström declaró que las acusaciones carecían de fundamento y quela documentación a la que se hacía referencia era falsa. Recordó que el mismoperiodista, un año antes, había sido condenado por difamación.

Luego, sólo los abogados de Wennerström contestaron a las preguntas de losmedios de comunicación. Dos días después de que se distribuyera el libro deMikael Blomkvist, un insistente rumor afirmaba que Wennerström habíaabandonado Suecia. Los periódicos vespertinos emplearon en sus titulares lapalabra «huida». Durante la segunda semana, cuando la policía de delitoseconómicos intentó contactar con Wennerström de manera oficial, se constató que,en efecto, éste no se hallaba en el país. A mediados de diciembre, la policíaconfirmó que estaba buscando a Wennerström, y un día antes de Nochevieja unaorden formal de búsqueda y captura se difundió a través de las redes policialesinternacionales. Ese mismo día detuvieron en Arlanda a uno de los consejeros máscercanos de Wennerström justo cuando intentaba subir a bordo de un avión conrumbo a Londres.

Varias semanas más tarde, un turista sueco informó de que había visto aHans-Erik Wennerström subir a un coche en las Antillas, concretamente enBridgetown, la capital de Barbados. Como prueba, el turista adjuntó unafotografía, hecha a bastante distancia, que mostraba a un hombre blanco con gafasde sol, camisa blanca con el cuello abierto y pantalones claros. El hombre no podíaser identificado a ciencia cierta, pero los periódicos vespertinos enviaron a unos

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reporteros que, en vano, intentaron dar con Wennerström en las islas caribeñas.Fue el primero de una larga serie de avistamientos del fugitivo millonario.

Al cabo de seis meses la persecución policial se interrumpió. Entonces, Hans-Erik Wennerström fue hallado muerto en un piso de Marbella, España, donderesidía bajo la identidad de Victor Fleming. Le habían disparado tres tiros abocajarro en la cabeza. La policía española trabajaba con la teoría de que habíapillado in fraganti a un ladrón.

La muerte de Wennerström no supuso ninguna sorpresa para LisbethSalander. Ella tenía sus buenas razones para sospechar que el fallecimiento estabarelacionado con el hecho de que él ya no tuviera acceso al dinero de cierto bancode las islas Caimán, dinero que habría necesitado para pagar algunas deudascolombianas.

Si alguien se hubiese molestado en pedirle ayuda a Lisbeth Salander para darcon Wennerström, ella podría haber informado, casi a diario, del lugar exacto en elque se encontraba. Gracias a Internet había seguido su desesperada huida a travésde una docena de países y había advertido un creciente pánico en su correoelectrónico cuando conectaba su portátil en alguna parte del mundo. Pero nisiquiera Mikael Blomkvist pensaba que el fugitivo ex archimillonario iba a ser tanestúpido como para servirse del ordenador pirateado de manera tan exhaustiva.

Al cabo de seis meses, Lisbeth se cansó de seguirle los pasos a Wennerström.La cuestión que quedaba por resolver era hasta dónde llegaba su propiocompromiso. Aunque Wennerström fuera un cabrón de enormes proporciones, noera su enemigo personal y no tenía ningún interés particular en intervenir contraél. Podría decírselo a Mikael Blomkvist, pero éste seguramente no haría más quepublicar otro artículo. También podría darle el soplo a la policía, pero laprobabilidad de que alguien avisara a Wennerström y volviera a desaparecer erabastante alta. Además, por principios, ella no hablaba con la policía.

Pero había otras deudas por saldar. Pensaba en la camarera embarazada deveintidós años a la que le habían sumergido la cabeza bajo el agua de la bañera.

Cuatro días antes de que encontraran a Wennerström muerto, Lisbeth sedecidió. Abrió su teléfono móvil y llamó a un abogado de Miami, Florida, quienparecía ser una de las personas de las que Wennerström más se escondía. Hablócon una secretaria y le pidió que transmitiera un misterioso mensaje. El nombreWennerström y una dirección en Marbella. Eso fue todo.

Apagó las noticias de la tele a mitad del dramático relato sobre elfallecimiento de Wennerström. Se preparó café y una rebanada de pan con paté yunas rodajas de pepino.

Erika Berger y Christer Malm se dedicaron a los preparativos anuales deNavidad mientras Mikael, sentado en el sillón de Erika, bebía glögg y los

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observaba. Todos los colaboradores y algunos de los freelance fijos recibieron unregalo: ese año tocaba una bandolera con el logo de Millennium. Después deenvolver los regalos, se sentaron a escribir y franquear más de doscientas postalesnavideñas para la imprenta, los fotógrafos y los colegas de profesión.

Durante el mayor tiempo posible Mikael intentó resistir la tentación, pero alfinal no pudo más. Cogió la última tarjeta y escribió: «Feliz Navidad y prósperoaño nuevo. Gracias por tu espléndida colaboración durante todo este año». Firmócon su nombre y lo dirigió a la redacción de Finansmagasinet Monopol, a la atenciónde Janne Dahlman.

Cuando Mikael llegó a casa por la noche el aviso de un paquete le estabaesperando. A la mañana siguiente, recogió el regalo y lo abrió una vez llegó a laredacción. El paquete contenía una barrita antimosquitos y una botella deaguardiente Reimersholm. Mikael abrió la tarjeta y leyó el texto: «Si no tienes otrosplanes, yo atracaré en Arholma el día de Midsommar». Lo firmaba su antiguocompañero de estudios Robert Lindberg.

Tradicionalmente, Millennium solía cerrar sus oficinas la semana antes deNavidad hasta después de Año Nuevo. Ese año no resultaba tan fácil; en lapequeña redacción la presión había sido colosal, y seguían llamando periodistas, adiario, desde todos los rincones del mundo. La víspera de Nochebuena, casi porcasualidad, Mikael leyó un artículo en el Financial Times que resumía la situaciónactual de la comisión bancaria internacional, designada apresuradamente parainvestigar el imperio de Wennerström. El artículo decía que la comisión barajabala hipótesis de que tal vez en el último momento alguien pusiera sobre aviso aWennerström de la inminente revelación.

Sus cuentas en el Bank of Kroenenfeld de las islas Caimán, con doscientossesenta millones de dólares estadounidenses —aproximadamente dos milmillones y medio de coronas suecas— fueron vaciadas la víspera de la publicaciónde la revista Millennium.

Hasta ese momento el dinero había estado en una serie de cuentas a las quesólo Wennerström tenía acceso. Ni siquiera hacía falta que se presentara en elbanco; era suficiente con que indicara una serie de códigos de clearing paratransferir la cantidad que quisiera a cualquier otro banco del mundo. El dinerohabía sido transferido a Suiza, donde una colaboradora lo convirtió en anónimasobligaciones privadas. Todos los códigos de clearing estaban en orden.

Europol había emitido una orden de búsqueda de aquella desconocida mujerque usó un pasaporte inglés, robado, con el nombre de Monica Sholes, y de la quese decía que había llevado una vida por todo lo alto en uno de los hoteles máslujosos de Zurich. Una foto relativamente nítida para ser de una cámara devigilancia retrató a una mujer de baja estatura con una melena al estilo paje, bocaancha, pecho prominente, ropa exclusiva de marca y joyas de oro.

Mikael Blomkvist estudió la foto, al principio de una ojeada y luego con

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creciente incredulidad. Al cabo de unos segundos buscó una lupa en el cajón de sumesa e intentó distinguir los detalles de las facciones entre los puntos de laimagen.

Al final, dejó el periódico y se quedó mudo durante varios minutos. Luego seechó a reír de manera tan histérica que Christer Malm asomó la cabezapreguntando qué pasaba. Mikael hizo un gesto con la mano dándole a entenderque no tenía importancia.

La mañana de Nochebuena Mikael se fue a Årsta para visitar a su ex mujer ya su hija Pernilla, y para intercambiarse los regalos. Mikael y Monica le habíancomprado a Pernilla el ordenador que tanto deseaba. Monica le regaló a Mikaeluna corbata y la niña le dio una novela policíaca de Åke Edwardsson. A diferenciade las pasadas Navidades, todos estaban excitados por aquel drama mediático quehabía tenido lugar en torno a Millennium.

Comieron juntos. Mikael miró de reojo a Pernilla. No veía a su hija desde queella lo visitó en Hedestad. Se dio cuenta de que no había comentado con su madreel entusiasmo por aquella secta bíblica de Skellefteå. Y tampoco podía contarle quefue el conocimiento bíblico de la niña lo que finalmente lo puso sobre la pistacorrecta en el tema de la desaparición de Harriet. No había hablado con su hijadesde entonces y sintió una punzada de mala conciencia.

No era un buen padre.Después de la comida se despidió de Pernilla con un beso y luego se

encontró con Lisbeth Salander en Slussen para irse juntos a Sandhamn. Apenas sehabían visto desde que estalló la bomba de Millennium. Llegaron tarde, la mismaNochebuena, y se quedaron durante los días de fiesta.

Como siempre, Mikael resultaba una compañía agradable y entretenida, peroLisbeth Salander tuvo la desagradable sensación de ser analizada con una miradaparticularmente rara cuando le devolvió el préstamo con un cheque de cientoveinte mil coronas. Pero él no dijo nada.

Dieron un paseo hasta Trovill —lo cual a Lisbeth le pareció una pérdida detiempo—, cenaron en la fonda y luego se retiraron a la casita de Mikael, dondeencendieron la estufa de esteatita, pusieron un disco de Elvis y se entregaron alsexo sin mayores pretensiones. En los momentos en los que Lisbeth bajaba de sunube intentaba comprender sus propios sentimientos.

No tenía problemas con Mikael como amante. Se lo pasaban bien en la cama.Se trataba de una relación palpablemente física. Y él nunca intentaba adiestrarla.

Su problema era que no sabía interpretar lo que sentía por Mikael. Desdeantes de la pubertad, no había bajado la guardia para dejar que otra persona seacercara a ella tanto como lo había hecho Mikael Blomkvist. Él tenía unacapacidad sinceramente fastidiosa para penetrar en sus mecanismos de defensa yengañarla para que hablara, una y otra vez, de asuntos privados y sentimientospersonales. Aunque todavía conservaba la suficiente cordura como para ignorar la

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mayoría de sus preguntas, le contaba cosas de sí misma que no habría explicado aotra persona, ni siquiera bajo amenaza de muerte. Aquello la asustaba y hacía quese sintiera desnuda y abandonada a la voluntad de Mikael.

Al mismo tiempo, mientras miraba su cuerpo dormido y escuchaba susronquidos, sentía que jamás había confiado de manera tan incondicional en nadie.Estaba absolutamente segura de que Mikael Blomkvist nunca usaría lo que sabíasobre su persona para hacerle daño. No formaba parte de su naturaleza.

Lo único de lo que no hablaban nunca era de su relación. Ella no se atrevía yMikael no sacó el tema ni una sola vez.

El día después de Navidad, en algún momento de la mañana, llegó a unaaterradora conclusión. No entendía cómo podía haber ocurrido, ni tampoco cómoiba a manejar la situación. Por primera vez en su vida estaba enamorada.

Que él tuviera casi el doble de edad no le preocupaba. Tampoco que en esemomento se tratara de una de las personas más famosas de Suecia, que inclusohabía aparecido en la portada de Newsweek. Todo eso no era más que un culebrónmediático. Sin embargo, Mikael Blomkvist no representaba ni una fantasía eróticani un sueño inalcanzable. Aquello tenía que acabar, no podía funcionar. ¿Qué leaportaba ella a él? Posiblemente no fuera más que un pasatiempo, mientras Mikaelesperaba a alguien cuya vida no fuera un puto nido de ratas.

Repentinamente comprendió que el amor era ese momento en el que elcorazón quiere salirse del pecho.

Al despertarse Mikael, bien entrada la mañana, ella había preparado café ypuesto la mesa con el pan del desayuno. La acompañó y pronto advirtió que algoen su actitud había cambiado: Lisbeth se mostraba un poco más reservada.Cuando le preguntó si le pasaba algo, Lisbeth puso cara de no saber de qué iba lacosa.

Al día siguiente, Mikael Blomkvist cogió el tren a Hedestad. Esta vez iba bienabrigado y llevaba unos buenos zapatos de invierno. Dirch Frode fue a buscarlo ala estación y lo felicitó en voz baja por su éxito mediático. Mikael no visitabaHedestad desde agosto; ya había pasado prácticamente un año desde la primeravez. Se estrecharon la mano y conversaron educadamente. Pero Mikael se sentíaincómodo: quedaban bastantes cosas por resolver.

Todo estaba preparado; la transacción en casa de Dirch Frode no les llevómás de un par de minutos. Frode se había ofrecido a ingresar el dinero en unacuenta extranjera que no le daría problemas, pero Mikael insistió en que se lepagara como si fuesen unos honorarios normales que se le hacían a su empresa.

—No me puedo permitir otra forma de pago —contestó con un tono secocuando Frode le preguntó.

La visita no sólo era de naturaleza económica. En la casita de invitadosMikael todavía tenía ropa, libros y algunas otras pertenencias personales que sequedaron allí cuando él y Lisbeth abandonaron Hedeby apresuradamente.

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Después de su infarto, Henrik Vanger seguía estando delicado, pero ya habíasalido del hospital y se encontraba en casa. Una enfermera particular —que senegaba a dejarle dar largos paseos, subir escaleras y hablar de temas que pudieranalterarlo— cuidaba constantemente de él. Para más inri, Henrik acababa de cogerun leve catarro, por lo que la enfermera le había ordenado que guardara cama.

—Encima es cara —se quejó Henrik Vanger.Los honorarios de la mujer indignaron más bien poco a Mikael Blomkvist,

quien opinó que el viejo debería poder afrontar el gasto sin problemaconsiderando todo el dinero que había defraudado a Hacienda a lo largo de suvida. Henrik Vanger le contempló malhumorado antes de echarse a reír.

—Maldita sea. Tú sí que valías cada corona; lo sabía.—Sinceramente, nunca pensé que sería capaz de resolver el misterio.—No pienso darte las gracias —dijo Henrik Vanger.—No las esperaba —contestó Mikael.—Has recibido una buena recompensa.—No me quejo.—Hiciste un trabajo y el sueldo debe ser suficiente agradecimiento.—Sólo estoy aquí para decirte que lo considero terminado.Henrik Vanger torció la boca.—No lo has acabado.—Ya lo sé.—No has escrito lo que acordamos: la crónica sobre la familia Vanger.—Ya lo sé. Y no voy a escribirla.Permanecieron en silencio un rato meditando sobre el incumplimiento de esa

parte del contrato. Luego Mikael prosiguió:—No puedo escribir la historia. No puedo hablar de la familia Vanger y

omitir conscientemente los acontecimientos más importantes de las últimasdécadas: sobre Harriet, su padre, su hermano y los asesinatos. ¿Cómo podríaredactar un capítulo sobre la época de Martin como director ejecutivo fingiendoque no sé lo que había en su sótano? Tampoco puedo escribir la historia sin volvera destrozar la vida de Harriet.

—Entiendo tu dilema y te estoy muy agradecido por la decisión que hastomado.

—Así que dejo la historia.Henrik Vanger asintió.—Felicidades. Has conseguido corromperme. Voy a destruir todas las notas

que escribí y todas las grabaciones que te hice.—La verdad es que a mí no me parece que te hayas dejado corromper —dijo

Henrik Vanger.—Es lo que siento. De modo que es muy probable que sea así.—Tenías que elegir entre tu trabajo como periodista y tu trabajo como

persona. Estoy convencido de que si Harriet hubiese estado implicada o si meconsideraras un cabrón, no habría sido posible comprar tu silencio. Seguro que

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entonces habrías elegido el papel de periodista y nos habrías puesto en la picota.Mikael no dijo nada. Henrik se quedó mirándolo.—Ya se lo hemos contado todo a Cecilia. Dirch Frode y yo pronto habremos

desaparecido y Harriet necesitará el apoyo de algún familiar. Cecilia va aparticipar activamente en la junta directiva. Serán ella y Harriet las que dirijan elgrupo de ahora en adelante.

—¿Y cómo se lo tomó?—Fue todo un shock para ella, claro. Se fue al extranjero una temporada.

Durante algún tiempo pensé que no iba a volver.—Pero ha vuelto.—Martin era una de las pocas personas de la familia con las que Cecilia

siempre se había llevarlo bien. Fue muy duro descubrir la verdad sobre él. Ahoratambién sabe lo que has hecho tú por la familia.

Mikael se encogió de hombros.—Gracias, Mikael —dijo Henrik Vanger.Mikael volvió a encogerse de hombros.—¿Sabes? La verdad es que no tendría fuerzas para escribir la historia —

dijo—. Estoy de la familia Vanger hasta la coronilla.Se quedaron un momento pensando en ello antes de que Mikael cambiara de

tema.—¿Cómo llevas lo de volver a ser director ejecutivo después de veinticinco

años?—Es una solución sumamente provisional, pero... ojalá fuera más joven.

Ahora sólo trabajo tres horas al día. Todas las reuniones se hacen en estahabitación y Dirch Frode se ha vuelto a incorporar como mi matón por si alguiennos causa problemas.

—Que tiemblen los jóvenes. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de queDirch Frode no sólo era un discreto consejero económico, sino también unapersona que te soluciona los problemas.

—Exacto. Pero todas las decisiones se toman de común acuerdo con Harriet;es ella la que está al pie del cañón en la oficina.

—¿Qué tal le va? —preguntó Mikael.—Ha heredado las partes tanto de su hermano como de su madre. Juntos

controlamos más del treinta y tres por ciento del grupo.—¿Es suficiente?—No lo sé. Birger no se rinde e intenta ponerle la zancadilla. De pronto,

Alexander se ha dado cuenta de que puede llegar a ser alguien importante y se haaliado con Birger. Mi hermano Harald tiene cáncer y no vivirá mucho tiempo. Elúnico paquete de acciones importante que queda, un siete por ciento, lo tiene élpero lo heredarán sus hijas. Cecilia y Anita se aliarán con Harriet.

—Entonces, controlaréis más del cuarenta por ciento.—No ha existido nunca en la familia semejante cártel de voces. Ya habrá

suficientes accionistas con un uno o un dos por ciento que voten igual que

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nosotros. En febrero Harriet me sucederá como directora ejecutiva.—No la hará muy feliz.—No, pero es necesario. Necesitamos nuevos socios y sangre fresca. Además,

tenemos la posibilidad de colaborar con su propio grupo en Australia. Hayposibilidades.

—¿Dónde está Harriet hoy?—Mala suerte. Está en Londres. Pero tiene muchas ganas de verte.—Si ella te sustituye, la veré en enero en la junta directiva.—Ya lo sé.—Dile que nunca hablaré con nadie, excepto con Erika Berger, de lo que

ocurrió en los años sesenta.—Lo sé y Harriet también lo sabe. Eres una persona de ley.—Pero dile también que todo lo que ella haga a partir de ahora podría ir a

parar a la revista si no tiene cuidado. El grupo Vanger no estará exento devigilancia periodística.

—Se lo advertiré.Mikael dejó a Henrik Vanger cuando el viejo, al cabo de cierto tiempo,

empezó a adormilarse.Mikael metió sus pertenencias en dos maletas. Al cerrar por última vez la

puerta de la casita de invitados dudó un instante, pero luego se acercó a casa deCecilia Vanger y llamó. No había nadie. Sacó su agenda, arrancó una hoja y leescribió unas palabras: «Perdóname. Te deseo todo lo mejor». Dejó la hoja, juntocon su tarjeta de visita, en el buzón. El chalé de Martin Vanger estaba vacío. Uncandelabro eléctrico iluminaba la ventana de la cocina.

Cogió el tren de la tarde de vuelta a Estocolmo.

Desde el día de Navidad hasta el de Nochevieja, Lisbeth Salander estuvodesconectada del mundo. No cogió el teléfono y no encendió el ordenador. Dedicódos días a lavar ropa, fregar el suelo y arreglar un poco la casa. Amontonó cajas depizza y pilas de periódicos de hacía más de un año y los tiró. En total, seis grandesbolsas negras de basura y una veintena de bolsas de papel llenas de periódicos yrevistas. Era como si se hubiese decidido a empezar una nueva vida. Pensabacomprarse una nueva casa —cuando encontrara algo que le gustara—, pero hastaese momento la que tenía estaría más limpia y reluciente que nunca.

Luego se quedó paralizada, pensando. Nunca antes en su vida había sentidouna añoranza así. Quería que Mikael Blomkvist llamara a su puerta y... ¿qué?¿Que la cogiera en sus brazos? ¿Que la llevara apasionadamente al dormitorio y learrancara la ropa? No, en realidad, sólo quería su compañía. Quería oírle decir quela quería por ser quien era, que era especial en su mundo, en su vida. Quería quele diera una prueba de amor, no sólo de amistad y compañerismo. «Me estoyvolviendo loca», pensó.

Dudaba de sí misma. Mikael Blomkvist vivía en un mundo poblado de gente

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con profesiones respetables y vidas ordenadas; todo muy maduro y adulto. Susamigos hacían cosas, aparecían por la tele y salían en los titulares. «¿Para qué teserviría yo?» El terror más grande de Lisbeth Salander, tan grande y tan negro quehabía adquirido dimensiones fóbicas, era que la gente se riera de sus sentimientos.Y de repente le pareció que tenía toda su autoestima, la que tanto trabajo le habíacostado levantar, por los suelos.

Fue entonces cuando tomó una decisión. Le llevó horas reunir todo el corajenecesario, pero tenía que verlo y contarle cómo se sentía.

Cualquier otra cosa resultaba insoportable.Necesitaba una excusa para llamar a su puerta. Todavía no le había regalado

nada por Navidad, pero sabía lo que le iba a comprar. En una tienda de cosasantiguas había visto una serie de carteles publicitarios de hojalata de los añoscincuenta, con figuras en relieve. Uno representaba a Elvis Presley con unaguitarra en la cadera. Le salía un bocadillo, como los de los cómics, que contenía lafrase Heartbreak Hotel. Lisbeth no tenía el más mínimo gusto para la decoración deinteriores, pero incluso ella se dio cuenta de que el cartel quedaríaestupendamente en la casita de Sandhamn. Costaba setecientas ochenta coronas,pero ella, por principios, regateó el precio, que se quedó en setecientas. Se loenvolvieron para regalo, lo cogió bajo el brazo y se fue paseando hacia su casa deBellmansgatan.

En Hornsgatan, por casualidad, le echó un vistazo al Kaffebar y, de repente,descubrió a Mikael saliendo en compañía de Erika Berger. Él le decía algo a Erikay ella se reía poniéndole un brazo alrededor de la cintura y dándole un beso en lamejilla. Desaparecieron por Brännkyrkagatan en dirección a Bellmansgatan. Susgestos no dejaban lugar a malentendidos: resultaba obvio lo que tenían en mente.

El dolor fue tan inmediato y detestable que Lisbeth se detuvo en seco,incapaz de moverse. Una parte de ella quiso correr tras ellos. Quería coger el cartelde hojalata y usar el afilado borde para cortar en dos la cabeza de Erika Berger. Sinembargo, no hizo nada. Los pensamientos se arremolinaban en su mente.«Análisis de consecuencias.» Al final, se tranquilizó.

«Salander, eres una idiota deplorable», se dijo en voz alta.Dio la vuelta y se fue a casa, a su recién limpiado apartamento. Cuando

pasaba por Zinkensdamm se puso a nevar. Tiró a Elvis en un contenedor debasura.

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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

STIEG LARSSON

Nació el 15 de agosto de 1954, en Skelleftehamn, Suecia, con elnombre de Kart Stig-Erland .Larsson. Creció en un medio rural, en lapequeña comunidad de Norsjö, unos 100 km al norte de Umeå. Vivió consus abuelos hasta la muerte de su abuelo en 1962. Entre 1977 y 1999trabajó como diseñador gráfico para la agencia de noticias TidningarnasTelegrambyrå (TT). Militó en la Kommunistiska Arbetareförbundet(Liga Comunista de Trabajadores). Profundamente comprometido en lalucha contra el racismo y la ultraderecha antidemocrática, participó amediados de los 80 en la fundación del proyecto antiviolencia Stop theRacism, y en 1995 de la Fundación Expo, de cuya revista, Expo, fuedirector desde 1999. Escribió varios libros de investigación periodística acerca de losgrupos nazis de su país y de las oscuras conexiones entre la extrema derecha y el poderpolítico y financiero.

Gran lector y entusiasta del género negro y de la ciencia ficción, escribía sus novelaspor las noches, prácticamente en secreto. Cuando finalizó el segundo volumen (Flickansom lekte med elden) de la serie y con el diseño de la trama del tercero cerrado, pasó sumanuscrito a un amigo editor, y así empezó todo.

Inesperada y trágicamente, Stieg Larsson falleció el 9 de noviembre de 2004 enEstocolmo, víctima de un ataque cardíaco, días después de entregar a su editor el tercervolumen (Luftslottet som sprängdes) y poco antes de ver publicado el primero (Män somhatar kvinnor). No pudo ver la obra que le llevó a la fama publicada, y su trágica muertetruncó el plan de unas siete novelas de la serie, que algunos de sus allegados aseguran quetenía en mente.

Los hombres que no amaban a las mujeres, el primero de estos tres libros, recibió en2006 el prestigioso premio Llave de cristal, otorgado a la mejor novela de misterio de autornórdico.

LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES

Harriet Vanger desapareció hace treinta y seis años en una isla sueca propiedad de supoderosa familia. A pesar del despliegue policial, no se encontró ni rastro de la muchacha.¿Se escapó? ¿Fue secuestrada? ¿Asesinada? El caso está cerrado y los detalles olvidados.Pero su tío Henrik Vanger, un empresario retirado, vive obsesionado con resolver elmisterio antes de morir. En las paredes de su estudio cuelgan cuarenta y tres flores secas yenmarcadas. Las primeras siete fueron regalos de su sobrina; las otras llegaronpuntualmente para su cumpleaños, de forma anónima, desde que Harriet desapareció.Mikael Blomkvist acepta el extraño encargo de Vanger de retomar la búsqueda de susobrina.

Periodista de investigación y alma de la revista Millennium, dedicada a sacar a la luzlos trapos sucios de la política y las finanzas, Blomkvist está vigilado y encausado por una

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querella por difamación y calumnia presentada por un gran grupo industrial que amenazacon arruinar su carrera y su reputación.

Contará con el regalo inesperado de Lisbeth Salander, una peculiar investigadoraprivada, socialmente inadaptada, tatuada y llena de piercings, pero con extraordinarias einsólitas cualidades.

TRILOGÍA MILLENNIUM

1. Män som hatar kvinnor (2005)Los hombres que no amaban a las mujeres (2008)

2. Flickan som lekte med elden (2006)La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (2008)

3. Luftslottet som sprängdes (2007)La reina en el palacio de las corrientes de aire

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