melisa good - un viaje de almas gemelas 01 - la es

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La esencia de una guerrera Melissa Good Renuncia estándar: Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen por completo a Universal y Renaissance y sus escritores y todas aquellas personas con derechos de propiedad. No se he pretendido infringir los derechos de autor y todo esto es pura diversión. Los demás personajes de la historia son producto de mi cerebro retorcido y no están tomados de ninguna fuente literaria ni de ningún otro tipo de fuente. Nadie tiene la culpa de su existencia salvo yo. Para esta historia no es necesario advertir nada sobre mayoría de edad, pero hay subtexto, de modo que si no podéis soportarlo, hacer clic con el ratón es barato. Muy barato. Melissa Good [Nota de Atalía: El título de esta novela en inglés es una adaptación de un verso de la obra de Shakespeare Romeo y Julieta. Es un título muy poético y evocador y cualquier lector de habla inglesa con un mínimo de cultura lo puede reconocer como lo que es y lo que sugiere. Por desgracia, traducido literalmente al español no dice nada o directamente queda mal sin completar el resto de la cita, por lo que he optado por adaptar el sentido de la cita, unido al contenido de la novela, y de ahí ha salido La esencia de una guerrera. Si a alguien se le ocurre algo mejor, más poético o lo que sea, que me lo comunique :-)] Título original: A Warrior By Any Other Name. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002 1 Lo único que conocía, ahora, era la oscuridad. Vagamente, en una parte muy pequeña de lo que quedaba de su consciencia, recordaba la luz. La luz que iba ligada a un nombre que no pronunciaría nunca, una voz que no oiría nunca y unos ojos que nunca más le devolverían la mirada. Una parte de su vida, de su alma, que se había ido para siempre... A su alrededor había miedo, odio y rabia: notaba el dolor sordo de las piedras que lo golpeaban y de los palos que pinchaban sus costados magullados, pero mantuvo los

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primera parte de la saga

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Page 1: Melisa Good - Un Viaje de Almas Gemelas 01 - La Es

La esencia de unaguerrera

Melissa Good

Renuncia estándar: Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen por completo aUniversal y Renaissance y sus escritores y todas aquellas personas con derechos depropiedad. No se he pretendido infringir los derechos de autor y todo esto es puradiversión. Los demás personajes de la historia son producto de mi cerebro retorcido y noestán tomados de ninguna fuente literaria ni de ningún otro tipo de fuente. Nadie tiene laculpa de su existencia salvo yo.Para esta historia no es necesario advertir nada sobre mayoría de edad, pero haysubtexto, de modo que si no podéis soportarlo, hacer clic con el ratón es barato. Muybarato. Melissa Good[Nota de Atalía: El título de esta novela en inglés es una adaptación de un verso de laobra de Shakespeare Romeo y Julieta. Es un título muy poético y evocador y cualquierlector de habla inglesa con un mínimo de cultura lo puede reconocer como lo que es y loque sugiere. Por desgracia, traducido literalmente al español no dice nada o directamentequeda mal sin completar el resto de la cita, por lo que he optado por adaptar el sentido dela cita, unido al contenido de la novela, y de ahí ha salido La esencia de una guerrera. Sia alguien se le ocurre algo mejor, más poético o lo que sea, que me lo comunique :-)]

Título original: A Warrior By Any Other Name. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

1

Lo único que conocía, ahora, era la oscuridad. Vagamente, en una parte muy

pequeña de lo que quedaba de su consciencia, recordaba la luz. La luz que iba ligada a

un nombre que no pronunciaría nunca, una voz que no oiría nunca y unos ojos que

nunca más le devolverían la mirada. Una parte de su vida, de su alma, que se había ido

para siempre...

A su alrededor había miedo, odio y rabia: notaba el dolor sordo de las piedras que

lo golpeaban y de los palos que pinchaban sus costados magullados, pero mantuvo los

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ojos cerrados para no ver a la muchedumbre vociferante. La verdad era que no

importaba: no podía durar mucho más. Notaba que su fuerza vital iba disminuyendo,

arrastrándolo cada vez más a la oscuridad y alejándolo del sol caliente y de la calle

polvorienta de esta pequeña aldea. Los gritos iracundos fueron desvaneciéndose en su

oído, salvo un último sonido que le era familiar: el tamborileo enérgico de los cascos

de un caballo, luego hasta eso se alejó de él.

Bajo el sol del final de la tarde, dos mujeres y un caballo avanzaban tranquilamente

por un camino de tierra.

—Xena. —Gabrielle miró a su compañera—. ¿Vamos a ir a Atenas en algún

momento? —preguntó la bardo con deliberada despreocupación, mientras examinaba el

extremo ornamentado de su vara para huir de la mirada con ceja enarcada de la que

sabía que era objeto.

La alta guerrera miró a su compañera de viajes con aire ligeramente risueño.

—Bueno, lo estaba pensando —contestó por fin—. ¿Por qué? ¿Nos hemos dejado

algo allí o...? —Se colocó delante de Gabrielle y entabló contacto visual, sorprendiendo

a la bardo—. ¿O tienes algún otro motivo?

Gabrielle abrió la boca para disimular hábilmente, pero descubrió que no podía, no

con los ojos de Xena, azules como el hielo, clavados en los suyos. Suspiró por dentro.

Mentir a Xena era casi imposible. Siempre tenía la sensación de que la alta guerrera leía

sus pensamientos con la descuidada facilidad con que hacía todo lo demás. Al quedarse

sin recursos, Gabrielle sacó la lengua, lo cual hizo sonreír a Xena, normalmente austera.

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—La he dejado sin habla —rió Xena entre dientes. Luego se dio la vuelta y siguió

caminando al lado de la paciente Argo—. Vale, es tu secreto. —Observó el paisaje,

advirtiendo los primeros indicios de lo que probablemente era una pequeña aldea no

muy lejana—. Podemos hacer una parada allí delante y cenar algo, si quieres.

Gabrielle suspiró con cierto alivio. La había pillado, pero Xena no estaba insistiendo,

lo cual quería decir que probablemente pensaba que fuera lo que fuese lo que se traía

Gabrielle entre manos, era inofensivo.

—Una cena me parece estupendo —comentó, volviéndose para mirar a su compañera

—. Hoy estás de buen humor. —Lo cual no era tan infrecuente como antes, reflexionó

Gabrielle. No sabía cuándo se había producido ese cambio... bueno, sí lo sabía, en

realidad, pero prefería no pensarlo.

Xena bebió un trago de uno de los odres de agua colgados del lomo de Argo y le pasó

el agua a Gabrielle.

—Vaya, ¿qué te parece? Creo que sí —contestó y luego alargó la mano y estrujó el

odre con fuerza justo cuando Gabrielle se lo llevaba a la cara.

—¡¡¡Aahh!!! —farfulló Gabrielle, cuando el agua salió disparada del odre y la mojó.

Girándose en redondo, lanzó el resto del agua en un chorro a su alrededor trazando un

arco lo más amplio posible y usando la mano libre para quitarse el agua de los ojos. Oyó

que el chorro de agua alcanzaba algo, pero por el resoplido sobresaltado, supo que era

Argo. Miró al caballo, que, efectivamente, lucía una banda oscura a mitad del costado

donde le había alcanzado el agua. Xena, completamente seca, estaba al otro lado de la

yegua, riéndose.

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—Me las vas a pagar —gruñó Gabrielle, apartándose el pelo mojado de los ojos—.

Eres una tramposa.

Sin dejar de reír, Xena hurgó en una alforja, se acercó donde estaba Gab goteando y

le ofreció un paño doblado.

—Toma —dijo—. No creí que fuera a salir tanta agua.

Suspirando, Gabrielle cogió el paño y se secó la cara. Estaba a punto de hacer un

comentario mordaz cuando la actitud de Xena cambió bruscamente. Se puso tensa y se

irguió, oteando el horizonte, con expresión severa.

Esta súbita transformación siempre intrigaba a Gabrielle. Esta dualidad que convertía

a su amiga en una compañera aficionada a gastar bromas y en una luchadora mortífera.

Una mujer de profundas contradicciones cuyas manos podían atender delicadamente a

Argo o arrebatar una vida con la misma habilidad, la misma elegancia. Compleja de un

modo que no tenía nada que ver con nadie que hubiera conocido Gabrielle en toda su

vida y fuente inagotable de fascinación para la bardo.

Los rasgos tensos de Xena se volvieron hacia Gabrielle e hizo un gesto señalando la

aldea cercana.

—Están dando una paliza a alguien. —Se montó en Argo y miró a la bardo—.

¿Vienes? —Le ofreció un brazo.

—Oh —exclamó Gabrielle, sorprendida—. ¿Quieres decir que no tengo que

quedarme aquí? —Esto era un cambio. Y lo agradecía.

Xena enarcó una ceja y volvió a mirar hacia la aldea.

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—Sólo si tú quieres.

A Gabrielle no le hacía falta que se le preguntaran dos veces, aunque eso supusiera

montar en Argo. Agarró el brazo de Xena y antes de poder saltar, fue izada a la altura de

la silla y colocada en la grupa de Argo. Se acomodó rápidamente, bajando la vara y

apartándola de Xena y Argo.

—A veces se me olvida —murmuró—, lo fuerte que eres. —Notó más que oyó la risa

grave de Xena como respuesta, al agarrarse con fuerza a la cintura de la guerrera con un

brazo.

El dolor estaba empezando a desaparecer ya, con gran alivio por su parte. Sabía que

no iba a durar mucho más. Los sonidos se hicieron más definidos, más claros: el ruido

enérgico de los cascos se había transformado ahora en un poderoso galope. Le

encantaban los caballos... cuánto echaba de menos a su precioso Eris... pensó

difusamente que lo último que le gustaría ver era a este animal galopante que venía

hacia él, pero el esfuerzo de abrir los ojos era tan grande... sólo una rendija y el

resplandor del sol casi lo obligó a cerrarlos de nuevo con fuerza. Pero el caballo... con

determinación, se obligó a abrir más el ojo que tenía en condiciones, luchando con

todas sus fuerzas para aclararse la vista por última vez. Lo más cercano a él eran los

que lo atormentaban. Hombres, chiquillos, mujeres de la aldea, todos ellos armados de

piedras o palos, uno con una pica. Sus caras furiosas y asustadas formaban un círculo

sólido de ruido ensordecedor delante de él. No podía levantar la cabeza para ver por

encima de ellos... no podía... ah. Ahí.

El caballo... hermoso. Más bonito incluso que su Eris, tuvo que reconocer. De un

asombroso color dorado, con una crin blanquecina que se agitaba al viento. ¿Dónde

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iba? Parecía venir directamente hacia él... oh, para esto merecía la pena abrir el ojo,

sí, para esto sí. El sol poniente se despejó, dorando innecesariamente al caballo dorado

y prendiendo fuego a la armadura de su jinete.

Los aldeanos no habían oído los cascos. ¿Cómo podían estar tan sordos?, se

preguntó. Seguían tirándole piedras, el hombre de la pica le golpeó las costillas con

fuerza suficiente para rompérselas. Él ni siquiera lo notó... En cambio, observó al

caballo, que cada vez estaba más cerca, y ahora vio la cara sonriente de su jinete. Y

supo que iba a pasar sus últimos momentos en el deleite de la sorpresa. Una mujer

guerrera... y encima tan hermosa como su caballo, pero oscura, en contraste con el

caballo dorado. Ohh... ¡cuánto lamentaba no poder conocerla!... Su última visión

vacilante fue el sol reflejado en la espada que llevaba en la mano cuando atravesaron

el círculo de aldeanos sorprendidos y aterrorizados que tenía delante. Luego... sólo

hubo oscuridad.

Gabrielle se sujetó con fuerza e intentó ver a la persona que la multitud estaba

pegando. Lo único que veía era un cadalso y las manos y los brazos grandes y

musculosos del prisionero.

Xena estaba soltando la espada en la vaina y se echó hacia delante, azuzando a Argo.

Al acercarse, desenvainó la espada y sonrió. Ah, no iba a matar a ninguno de ellos. Sólo

iba a darles tal susto que la próxima vez se lo pensarían dos veces antes de lapidar a

nadie.

—¡Agárrate! —le gritó a Gabrielle, que respondió rodeando con más fuerza con el

brazo a Xena y echándose hacia delante, siguiendo el impulso del caballo.

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Con un grito salvaje, hizo pasar a Argo a través del círculo de aldeanos súbitamente

pasmados, pegando patadas a varios de los más grandes. Gabrielle movió su vara con

mano experta y eliminó a dos mujeres armadas con ramas llenas de espinas y a un joven

fornido que tenía dos piedras.

—Muy bien —comentó Xena, al tiempo que dejaba caer la empuñadura de la espada

sobre la cabeza de alguien y usaba una de sus musculosas piernas para dar una patada a

otro que lo lanzó al otro extremo de la aldea.

—Gracias —replicó Gabrielle, golpeando a un pastor alto justo en el pecho. Los

aldeanos se dispersaron, corriendo en todas direcciones. Gabrielle lo aprovechó para

bajarse de los cuartos traseros de Argo y acercarse al cadalso, pero se paró en seco

cuando vio lo que allí había y se quedó mirando. Detrás de ella, Xena también se bajó

de Argo y terminó de desanimar a los últimos torturadores del cautivo antes de reunirse

con su amiga al borde del cadalso y mirar lo que habían salvado.

El hombre que colgaba de la plataforma de madera era enorme, por lo menos una

cabeza más alto que Xena, y con un cuerpo inmenso, cubierto de un espeso vello dorado

claro. Tenía la cabeza cubierta de pelo del mismo color que le caía por el cuello y

formaba una especie de gola. Su cara, magullada y desfigurada, con un ojo cerrado y

cubierto de sangre, era de proporciones extrañas, con una mandíbula inmensa, una línea

de dientes algo redondeada, la nariz aplastada y toda ella cubierta también de pelo. El

ojo que tenía bien estaba cerrado y por la flojedad del cuerpo y la tensión de las cuerdas

que lo sujetaban, Gabrielle supuso que estaba inconsciente. O muerto. No, al acercarse

más vio que su ancho pecho peludo se movía débilmente.

—¿Qué es? —Gabrielle se volvió hacia Xena, desconcertada—. ¿Es un hombre o...?

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Por una vez, la guerrera no tenía una respuesta inmediata.

—Tú eres la experta en historia, oh bardo mía. —Xena meneó la cabeza—. No tengo

ni idea. Pero más vale que lo saquemos de aquí o no tendrás oportunidad de

preguntárselo.

Para entonces, los aldeanos se habían percatado de que Xena no los iba a matar a

todos y se estaban acercando con cautela. Pero no mucho. El jefe de la aldea carraspeó

nervioso.

—Aah... ¿es, o sea... es... bueno, es amigo tuyo, guerrera? —Fue rodeándolas para

verlas bien. Gabrielle se acercó, ofreciéndole la mano.

—Hola. Soy Gabrielle. —El jefe se apartó de golpe, mirando su vara con

preocupación—. Ah, no te preocupes —dijo ella, alegremente—. Sólo golpeo a la gente

cuando les hacen algo malo a otras personas. —Volvió a ofrecerle la mano y esta vez el

jefe la aceptó, con cautela. Así que esto es lo que se siente cuando te tienen miedo,

pensó Gabrielle. Interesante. Mientras, se puso a hablar con el jefe para distraerlo de lo

que estaba haciendo Xena en el cadalso—. ¿Por qué lo estabais matando a golpes? —

preguntó, mirando al hombre a los ojos—. ¿Qué le ha hecho a esta aldea? —Se irguió e

hizo girar el cuerpo grácilmente, examinándolo todo—. A mí me parece que está bien

intacta. —Se volvió y le clavó la mirada verde y brumosa.

—Oh, pues... —farfulló el jefe, echando miradas nerviosas a Xena, que había soltado

al prisionero de sus ataduras y estaba depositando con cuidado su mole en el suelo—.

Pues no nos ha hecho nada, exactamente, pero... —Se volvió y señaló a la figura tendida

—. Míralo. ¿Cómo podíamos dejar que algo como él viviera cerca de nuestra aldea, de

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nuestras mujeres e hijos, que estarían indefensos contra él? Lucha como una bestia

salvaje y terrible.

—¿Sabes? —dijo Gabrielle, con tono tranquilo, arrodillándose para que su cabeza

quedara a la altura de la del jefe, que estaba en el suelo—. Deberíais confiar más en

vuestras mujeres. Las mujeres no siempre están indefensas. —Le sonrió con dulzura—.

¿Y realmente os ha amenazado, o simplemente habéis dado por supuesto que iba a

entrar en la aldea para comeros a todos?

Él tuvo la decencia de sonrojarse ante su tono sarcástico. Ella le sostuvo la mirada un

momento más y luego volvió la cabeza para mirar a Xena y al cautivo. El jefe los miró

también.

—Ohh... eeh... mm. Caramba. Ésa no es... estooo... Xena, por casualidad, ¿verdad?

—Miró a Gabrielle, que le dio unas palmaditas en la mejilla y asintió.

—Eso es.

Xena contempló al enigma que yacía delante de ella, sin saber qué podía ser. Nunca a

lo largo de sus viajes había visto nada parecido: como un cruce entre un hombre y un

gato del desierto, más que nada. ¿Podría ser en parte esfinge? Echó una mirada a

Gabrielle, que estaba entreteniendo al jefe para que ella pudiera recapacitar y evaluar la

situación. En su cara se dibujó una sonrisa breve y luego devolvió su atención al

prisionero.

Su ancho pecho subía y bajaba con dificultad y Xena pensó que probablemente se

estaba muriendo. Se agachó para examinar las heridas que había sufrido en la cabeza:

sangraban mucho, pero no eran muy profundas, salvo por la que tenía alrededor de la

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órbita ocular. Se encogió por reflejo al ver los daños que había sufrido. Bueno, a lo

mejor no moría, pero tenía que sacarlo de esta aldea. Hasta Xena, a la que normalmente

no afectaban los ambientes, captaba el miedo y el odio que la gente que rodeaba la

plataforma dirigía contra esta criatura, u hombre, o lo que fuera. Y probablemente

contra mí también, añadió, sardónicamente. Al menos tenemos eso en común.

Se irguió y se alzó con un ágil movimiento y se acercó donde estaban el jefe y la

bardo. Gabrielle se había vuelto para mirarla mientras se acercaba y sus ojos se

encontraron con un rápido intercambio de entendimiento.

—Bueno —dijo Xena, agarrando al jefe por la camisa y levantándolo por completo

del suelo para que la mirara directamente a los ojos. El hombre parecía petrificado—.

Creo que me voy a hacer responsable de nuestro peludo amigo. ¿Te importa? —Xena

irradiaba amenaza, cosa que se le daba muy bien. Gabrielle estaba convencida en

privado de que Xena practicaba durante horas interminables en charcas y espejos esa

mirada que echaba a la gente—. Creo que vas a encontrar a unos valientes que me

ayuden a cargarlo en mi caballo. Y seré buena... —Hizo una pausa para sonreír—. Y os

lo quitaré de encima.

El jefe tragó con dificultad. Miró a Gabrielle, que asintió, apoyada

despreocupadamente en su vara.

—Conviene hacer lo que dice. Odia que la gente la fastidie. —Hizo una pausa con

efecto bárdico—. Suelen acabar muertos.

—Va-va-vale —contestó él por fin y suspiró cuando Xena lo bajó y le soltó la

pechera de la camisa—. Pero lo vais a lamentar. Es un salvaje. —Miró a los ojos gélidos

de Xena—. O a lo mejor lo lamenta él.

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Salió corriendo para llamar a unos fornidos aldeanos que ayudaran a levantar a la

criatura. Xena miró a Gabrielle con una ceja enarcada.

—¿Suelen acabar muertos? —Se rió por lo bajo mientras sacudía el brazo: la tensión

de sujetar en vilo al jefe durante tanto tiempo había sido terrible—. Qué cosas dices a

veces.

La bardo le devolvió la sonrisa y se apoyó en su vara.

—Bueno, si no me aseguro de que se mantenga tu reputación, ¿quién lo va a hacer?

—Se echó hacia delante y apoyó la frente en la de Xena, mirándola directamente a los

ojos—. Y además, normalmente sí que acaban muertos. O con partes de menos. Partes

importantes.

Xena frunció el ceño y luego empujó a Gabrielle hacia Argo.

—Vamos, tenemos que preparar a la pobre Argo para que cargue con nuestro amigo.

A Argo no le hizo gracia tener que cargar con esta mole de olor extraño. No paraba de

volver el cuello para oler lo que llevaba al lomo y de resoplar. Xena la sujetaba con

firmeza por la brida, haciendo que siguiera adelante. La criatura seguía inconsciente,

respirando débilmente. Le habían vendado las heridas más graves antes de cargarlo,

pero algunas se estaban abriendo a causa de los movimientos de Argo. Xena estudió el

terreno y divisó un pequeño grupo de árboles cerca de un arroyo donde podían acampar.

Hizo un gesto a Gabrielle para que se dirigiera hacia allá y la siguió tirando de la poco

dispuesta Argo.

—Xena. —La bardo se volvió hacia ella—. ¿Por qué nos lo hemos llevado? Quiero

decir, sé que lo estaban machacando y eso... pero has dicho que probablemente se esté

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muriendo... —Frunció el ceño—. Nos podríamos haber quedado allí y obligarlos a

cuidar de él, quiero decir... —Se calló al ver la expresión de Xena—. ¿Qué pasa?

Los ojos azules tenían una expresión distante, como si estuviera viendo algo que

Gabrielle no veía. Devolvió su atención a su compañera.

—¿La verdad? —dijo, alargando la mano y apartándole el pelo a Gabrielle de los ojos

—. No lo sé. A veces, Gabrielle... a veces haces las cosas porque sientes que es lo

correcto, aunque no tenga sentido cuando lo piensas con lógica. —Avanzó y empezó a

quitar cosas de encima de Argo, para poder, de alguna manera, depositar la carga

principal en el suelo.

—Ah —susurró Gabrielle por lo bajo, reflexionando un momento sobre eso. Luego

extendió las mantas de las que se habían apoderado en la aldea y se acercó, insegura, a

Argo—. Pesa mucho —comentó—. ¿Cómo lo vamos a bajar?

Xena estaba junto al caballo, estudiando pensativa la carga de Argo. Por fin, cogió

con cuidado los brazos de la criatura y se los colocó cruzados sobre los hombros.

—Atrás, Argo. —El caballo, de mala gana, empezó a retroceder, sacudiendo la

cabeza como protesta—. ¡Atrás! —repitió Xena, apretando los dientes cuando el peso

de la figura inconsciente cayó sobre sus musculosos hombros. Se echó hacia delante

para equilibrar la carga y se apartó de Argo, dirigiéndose a las mantas. Gabrielle se quitó

de en medio y se limitó a vigilar el trayecto bajo los pies de Xena por si hubiera piedras

o ramas con las que pudiera tropezar. Cuando estuvo encima de las mantas, Xena se

agachó despacio sobre una rodilla, se soltó la carga que llevaba en los hombros y la

depositó en el suelo.

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Gabrielle se arrodilló a su lado y le colocó bien las extremidades para que estuviera

más cómodo. Miró a Xena, que estaba descansando un momento para recuperar el

aliento antes de preparar la bolsa de hierbas en la manta junto a él.

—Voy a coger agua y a hacer fuego.

Los ojos azules se alzaron un momento para encontrarse con los suyos.

—Buena idea, Gabrielle. Gracias.

La bardo se levantó y rodeó las mantas, dirigiéndose a sus pertrechos.

Hizo falta mucho tiempo para limpiar y curar todas las heridas de la criatura, porque

Xena tenía que ir cortando zonas de pelo que estaban pringadas de sangre. El pelo era

áspero, pero no tanto como el de un perro. Era más parecido a pelo humano espeso que

a otra cosa, pensó Xena. Bajó la mirada.

—Lleva ropa. —Señaló los restos de pantalones que le cubrían las extremidades

inferiores—. Y lleva joyas. —Señaló el pequeño brazalete casi oculto por el pelo de sus

brazos.

Gabrielle miraba, fascinada, como siempre que aprendía algo nuevo.

—Entonces crees que es un hombre. —Observó su inmensa figura, que incluso en su

triste estado daba muestras de una fuerza enorme —. ¿Crees que el jefe tenía razón? Si

se pone mejor, ¿intentará atacarnos a nosotras, o a ellos? —Ladeó la cabeza y miró

interrogante a Xena—. Parece que podría ser muy peligroso cuando esté recuperado.

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—Yo también lo soy —comentó Xena irónicamente—. Supongo que todo depende

del punto de vista. —Miró a la criatura, que eligió ese momento para abrir el ojo sano y

mirarlas.

Gabrielle sofocó una exclamación al verle el ojo, que era de un color dorado líquido,

con leves chispas agazapadas en sus profundidades.

—Oh... ¡qué bonito!

El ojo, sorprendido, se fijó en su cara y luego en la de Xena. Débilmente, como si le

costara un gran esfuerzo, la comisura de su boca de forma extraña se elevó. Abrió la

mandíbula, revelando unos incisivos humanos combinados con unos colmillos curvos

bien auténticos. Atentamente, el ojo dorado observó la cara de Xena para ver su

reacción, pero la guerrera mantuvo su serenidad imperturbable y siguió limpiando la

herida que tenía cerca del otro ojo.

La criatura movió la lengua y luego consiguió susurrar:

—Gracias.

Xena y Gabrielle se miraron.

—Bueno —comentó Gabrielle—. Tenías razón. Otra vez. Como siempre. —Meneó la

cabeza y fue a coger una taza de agua para su paciente. Xena sonrió mientras la miraba

alejarse y la sonrisa permaneció en su cara cuando volvió a mirar a la criatura.

—De nada. —Lo miró con firmeza—. Estás bastante malherido. —Levantó la mirada

cuando Gabrielle regresó con el agua—. Haré todo lo que pueda por tu ojo. Pero vas a

tardar unos días en recuperarte.

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Gabrielle le echó una mirada larga y circunspecta al oírlo, pero se arrodilló y ofreció

el agua al... hombre herido, según lo consideraba ahora, ya no una criatura. Xena lo

levantó para que pudiera beber y él la miró algo sorprendido. Lo volvió a tumbar y

terminó de recoger la bolsa de hierbas. Lo miró.

—¿Cómo te llamas?

El ojo estudió los suyos largo rato. Luego los labios se movieron levemente de nuevo

y consiguió volver a susurrar:

—Jessan. —Y se la quedó mirando.

—Xena —dijo ella y señaló al otro lado de él. Su ojo siguió el gesto y se posó en la

cara de Gabrielle—. Gabrielle.

Algo, entonces, un vestigio de reconocimiento asomó en su expresión. Asintió y

murmuró suavemente:

—Eso creía... —Y se quedó dormido.

Xena estaba más silenciosa que incluso de costumbre mientras adecentaban el

campamento después de cenar. Su paciente dormía apaciblemente, sin roncar, ante la

sorpresa de ambas, dada su dentición y la estructura de su mandíbula.

—¿Vas a darte un baño? —preguntó Gabrielle, sacando ropa limpia. Miró a Xena,

que contemplaba el fuego, con expresión absorta. Estaba a punto de repetir la pregunta

cuando Xena suspiró por fin y la miró.

—Sí. —Se frotó el cuello y se estiró—. A eso voy. Ha sido un día muy largo.

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Gabrielle se puso detrás de ella y le soltó las tiras y hebillas de la armadura, que Xena

se quitó, junto con los brazales, las espinilleras y las botas.

—¿Crees que estará bien si se queda solo un momento? —preguntó Gabrielle,

apoyando la barbilla en el hombro más bajo de Xena—. Creo que a mí también me

apetece darme un baño.

Xena le dirigió una mirada risueña pero indulgente.

—Ah, así que te apetece, ¿eh? —Se levantó, cogió una camisa limpia de lino y le

lanzó una a Gabrielle—. Y yo que creía que ya habrías tenido bastante agua esta tarde.

—¡Oye! —exclamó la bardo—. ¡Es cierto! Me debes una por eso... —Avanzó

amenazadora hacia Xena, que estaba de pie con los brazos cruzados, echándole esa

mirada tipo "a que no te atreves". Gabrielle entrecerró los ojos con rabia fingida y gruñó

—: Te la vas a cargar...

—Ja. Primero tendrás que cogerme —replicó Xena, que echó a correr hacia el arroyo.

Maldiciendo, Gabrielle salió disparada tras ella, sabiendo perfectamente que no

podría alcanzar a la mujer más alta ni aunque lo intentara, pero intentándolo de todas

formas. Corría a tal velocidad que no se dio cuenta de que el arroyo volvía sobre sí

mismo y se encontró en el aire encima de un tramo de agua antes de percatarse de lo que

estaba pasando, al salir corriendo de la orilla.

—Oh, Hades —murmuró y cerró los ojos, a la espera del ataque helado del arroyo.

Cuando pensaba que estaba a punto de dar en el agua, fue atrapada en medio del aire y

en cambio aterrizó en una orilla cubierta de hierba—. Uuff —jadeó y abrió los ojos para

encontrarse con la sonrisa sardónica de Xena, echada junto a ella en la hierba.

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—Gabrielle, ¿es que nunca miras por dónde vas? ¿Es que siempre te tienes que lanzar

a las cosas de cabeza? —La guerrera estaba apoyada en un codo, con una sonrisa en la

comisura de los labios que suavizaba cualquier crítica implícita.

—No —jadeó Gabrielle, sin aliento—. Siempre me lanzo a las cosas de cabeza. Y

mira dónde estoy. —Alargó la mano, tocó a Xena en la punta de la nariz y vio la sonrisa

de la guerrera.

—Dónde, ¿verdad? —rió Xena.

Jessan notó que el dolor era más agudo ahora. La insensibilidad que había tenido

parecía estar desapareciendo, lo cual podía considerarse buena señal, supuso. Había

dormido un buen rato y era vagamente consciente de lo que lo rodeaba. Notaba el

calor de una hoguera, a su derecha, y el ojo sano le indicaba que también había luz en

esa dirección.

Así que ésa era Xena, reflexionó su mente aturdida. Dado lo que él era, había oído

hablar de la Princesa Guerrera, por supuesto. El Pueblo se mantenía al tanto de los

guerreros que sobresalían por encima de lo normal, que podían suponer un peligro

para su especie. Xena había supuesto ese peligro. Su gente había desarrollado una

habilidad muy útil para evitar a la especie de ella: pensó que podía considerarse como

una conciencia de la vida. Normalmente podía percibir a los seres vivos que lo

rodeaban, la verde inmensidad del bosque, las criaturas pequeñas y huidizas, la

respiración de la tierra misma. Las personas como Xena destacaban en esa paz como

algo muerto y feo, oscuro y desagradable. Evitarlas solía ser fácil, nunca tenía que

preguntarse si uno de su especie quería hacerle el mal o el bien, sólo tenía que Mirar y

luego desaparecer en el verdor impenetrable de su bosque natal... Pero estos aldeanos,

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a quienes no había hecho el menor daño, le habían hecho algo en la cabeza y ahora no

conseguía percibir nada. Eso le daba más miedo que nada a lo que se hubiera

enfrentado en toda su vida. Tendría que tomar decisiones sobre estas dos personas

basándose únicamente en su instinto, y eso no bastaba. ¿Cómo podía confiar en ellas?

¿Confiar en Xena? Imposible. Esa mujer destruía aldeas, mataba a niños inocentes.

¿Qué iba a hacer con él? Cierto, le había limpiado las heridas. Probablemente para

poder sacarle hasta el último detalle de información antes de matarlo. No, eso no tenía

sentido. Tal vez quería exhibirlo como a un animal. Sabía de otros de su especie que

habían sufrido ese destino. Oyó unos débiles roces y llegó a la conclusión de que

probablemente estaban cerca. Más le valía echar un vistazo y empezar a planear cómo

escapar. A lo mejor... ¡qué idea! A lo mejor podría matarla... ¡qué premio para su

gente, no tener que volver a preocuparse jamás de que la Princesa Guerrera los

pudiera encontrar! Su padre estaría muy orgulloso.

Al principio las llamas bajas le hicieron parpadear y lagrimear y le impidieron ver

nada más alrededor del fuego. Esperó pacientemente y las sombras poco a poco se

fueron aclarando cada vez más. Un campamento bien organizado. Un campamento de

guerrero. Al intante se sintió mejor. Distinguió la difusa forma dorada del caballo no

muy lejos, oyó el ruido áspero que hacía al pastar la hierba. Movimiento... su ojo se

movió hacia la izquierda y se encontró con la mirada de Xena, que estaba reclinada en

una roca cercana, ocupándose de una pieza de armadura. Estaba echada, vestida con una

camisa de lino, sobre lo que parecía una gruesa alfombra de piel negra, con las piernas

desnudas estiradas y cruzadas, y su hombro servía de almohadón a la mujer rubia más

joven, que estaba profundamente dormida.

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Se miraron en silencio un momento, como lo harían dos poderosos animales del

bosque, para decidir si se trataba de un amigo o un enemigo. Xena no se engañaba con

respecto a lo que era capaz de hacer, cualquiera con ojos en la cara se podía dar cuenta

de que no era un granjero. Pero el ojo era inteligente, había pensamiento tras esa mirada,

no la furia ciega de una bestia. Xena tenía la sensación de que se podía razonar con él.

Al menos, eso esperaba. No tenía la menor gana de hacerle más daño.

Nunca habían mencionado, pensó Jessan, vagamente divertido, que además era

bella, para tratarse de una de su especie. La excelencia en el campo de batalla sí, eso sí

que lo mencionaban. La falta de misericordia, las crueldades, el desprecio a la vida.

Todo eso ya lo sabía. Y había oído, como todos, que había renunciado a su vida como

señora de la guerra y que se dedicaba a recorrer las tierras, ayudando a la gente

cuando podía. Aunque no lo habían creído, pues sin duda nadie tan sanguinario como

ella podía cambiar tan de repente. ¿Podía dejarlo sin más cuando conocía, en cuerpo y

alma, lo que su Pueblo también conocía: la euforia del combate, el fuego incomparable

que invade el corazón al matar? ¿El júbilo feroz del combate a muerte que corría por

las venas como un vino fuerte? ¡El don de Ares! Él lo conocía. Sabía que ella también:

lo llevaba escrito en los ojos, legible para alguien como él. No, no lo habían creído.

Ahora su vida dependía de que descubriera si era realmente cierto, y sólo tenía los

sentidos físicos y la capacidad de raciocinio para hacerlo. No era justo. Habría sido

tan fácil... con sólo cerrar los ojos y extender suavemente su percepción, habría visto

su Molde. Ahora, lo único que podía hacer era mirar con su vista inadecuada y ver a

una mujer morena, más joven de lo que creía, limpiando una pieza de armadura junto a

una fogata bien hecha. Arrggg. Bueno, estaba sola, salvo por la bardo. Hasta ahí, la

historia era cierta. ¿Y el resto? ¿Cómo podía esperar saberlo? La bardo se mueve, ah,

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tiene sueños oscuros. Observó cuando Xena apartó la mirada de él y se concentró en

cambio en Gabrielle, y ahora vio la emoción de su cara al rodear a la muchacha con

un brazo y ahuyentar su pesadilla, tranquilizándola. Ah. De repente, se sintió mucho

mejor. A lo mejor era cierto. Mañana intentaría descubrirlo. Por ahora, al menos,

parecía estar a salvo.

Al despertarse a la mañana siguiente, Jessan supo que probablemente viviría. Sus

cortes se estaban curando y ya no sentía el malsano calor de la fiebre a su alrededor. Los

golpes le dolían y la cabeza le martilleaba especialmente, pero estaba más alerta y sus

pensamientos eran coherentes y cuerdos. Abrió el ojo cuando unas pisadas se acercaron

a él y se fijó con cierta dificultad en la joven bardo rubia, que estaba de rodillas a su

lado con agua que le hacía mucha falta. Los ojos de Gabrielle se encontraron con el

suyo sin miedo, mientras lo ayudaba a beber.

—Buenos días —dijo, alegremente—. Por favor, bébete todo esto. Lo necesitas.

Jessan obedeció y luego observó su bonita cara con interés.

—No tienes miedo —comentó, observando que enarcaba la ceja ante la pregunta que

dejaba entrever su voz áspera.

—No —contestó Gabrielle, ofreciéndole más agua.

—Pues deberías —gruñó Jessan, alzando los labios con esfuerzo para mostrar los

colmillos—. Incluso ahora, podría matarte tan deprisa que ni siquiera Xena podría

detenerme.

—Lo dudo —susurró una voz grave y sibilante en su otro oído. Notó el frío acero en

el cuello y se quedó inmóvil. Su ojo dorado giró al otro lado para encontrarse con los

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azules de Xena a menos de doce centímetros de su cara. ¡Por Ares! ¡Cómo ha

conseguido acercarse tanto! El corazón le martilleó en el pecho, hasta que se dio cuenta

de que el acero que notaba no era más que el cuchillo pequeño que usaba para limpiar

las heridas y que estaba haciendo justamente eso alrededor de su ojo hinchado.

Gabrielle se rió suavemente.

—Tranquilo. De todas formas, no lo habrías hecho. —Le ofreció un poco de carne a

la parrilla—. Al cabo de un tiempo, tienes una... no sé... como una sensación sobre las

personas cuando tienen intención de matarte o de pegarte o ese tipo de cosas. A mí me

ha parecido que estabas bastante bien. —Le pasó otro pedazo de carne, dado que él

estaba masticando distraído el primero y haciendo todo lo posible por no pensar en

Xena arrodillada a su lado con un cuchillo contra su sien—. Y la verdad es que eso nos

pasa muy a menudo, porque mucha gente quiere matarnos o pegarnos o cosas así,

¿sabes? —Le puso una mano en el brazo y lo miró al ojo—. Siento muchísimo que esa

gente te hiciera daño.

Él dejó de masticar y se la quedó mirando. Al cabo de una vida entera de recibir el

odio de su especie, esto le resultaba casi demasiado duro de soportar. Ella le dio unas

palmaditas en el brazo y se levantó, encaminándose al fuego donde estaba cocinando.

Desconcertado, volvió la mirada hacia Xena, que estaba terminando con su herida de

la cabeza. Ella le sonrió levemente.

—Ve la bondad en todo el mundo.

Él se quedó pensando en eso. Podía ser cierto. Tal vez...

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—Es evidente que la ha visto en ti —dijo en voz alta, obteniendo una pequeña

victoria por la expresión sobresaltada de sus ojos. Ah... tenía razón. Se sintió mejor—.

No me creía que hubieras dejado de matar. —La miró a los ojos, espejos del alma

incluso en el caso de ella—. Ahora sí. —Se apoyó en un codo e incorporó el cuerpo

dolorido para poder reclinarse a medias y hablar con ella. No se iba a perder esta

oportunidad. Puso en orden sus ideas, sabiendo que tendría que dar cierta información

antes de obtenerla. Se dio cuenta, al abrir la boca para hablar, de que había decidido

confiar en ellas, al menos por ahora. Era pavoroso, como si hubiera saltado de un alto

precipicio sin garantía de sobrevivir al aterrizaje.

—Soy —declaró, echando una mirada a Gabrielle, que había vuelto y ahora estaba

sentada al lado de Xena—, un hijo de Ares.

Sin embargo, esta rimbombante declaración no obtuvo el pasmo habitual de su

público.

Gabrielle resopló.

—Caray, pues sí que mariposea.

Xena se limitó a poner los ojos en blanco.

—Cómo no —masculló—. Tendría que habérmelo imaginado.

Jessan pasó la mirada de la una a la otra muy desconcertado. Así pues, ¿podía ser

cierto?

—Habláis de Ares como si lo conociérais —dijo, alzando su voz áspera en tono de

pregunta.

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Xena suspiró.

—¿Quieres decir que tú no? —Se apoyó en un tocón que tenía detrás y estiró las

largas piernas—. Qué falta de consideración por su parte. Aunque no me sorprende. —

Lo miró—. Yo era una de sus Elegidos. —Él le sostuvo la mirada, retándola a decir el

resto—. Hasta que un día decidí romper nuestro contrato. —Involuntariamente, su

mirada se desvió hacia Gabrielle, que le sonrió como respuesta—. Pero nunca había

oído hablar de tu especie. ¿Qué eres, ya que estamos?

Jessan se quedó en silencio un momento, repasando lo que había averiguado. Había

desafiado a Ares. Así que los rumores eran ciertos.

—Ares decidió que estaba harto de los mortales y quiso crear un ejército de guerreros

inmortales que le fueran leales. —Carraspeó un poco y Gabrielle se inclinó para pasarle

el odre de agua—. Gracias —respondió roncamente—. Nos creó mezclando la sangre de

un león con la de un hombre y uniendo nuestras dos especies en una sola. —Bebió un

largo trago de agua—. Somos más fuertes que vuestra especie y fieros como leones, y

vivimos para el combate y la muerte. —Sacó la mandíbula y les echó su mejor mirada

de guerrero despiadado.

La boca de Xena esbozó una sonrisa.

—Ah, ya —comentó—. ¿Y qué pasó?

El gran guerrero suspiró.

—Afrodita.

—Ohhh... —dijeron Xena y Gabrielle a la vez, maliciosamente.

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—Se presentó ante él cuando estaba terminando. Cometió el error de dejarla un

momento a solas con nuestros antepasados. —Se quedó mirando la luz del sol de la

mañana—. Ella nos dio la mortalidad. Nos dio alma y la voluntad de conocerla. Y... —

Aquí se detuvo, cuando la pena le agarrotó la garganta y le impidió seguir hablando.

Bajó la mirada y al cabo de un momento volvió a mirar sus caras serias, pero atentas—.

Y nos dio la capacidad de amar. —Ah... Devon, lloró su corazón. Respirando hondo,

apartó sus recuerdos por la fuerza y carraspeó—. Hace seis años, no lejos de aquí, unos

de vuestra especie rodearon a tres de nosotros y mataron a mi Devon con sus flechas de

cobardes. —Con fiereza, desafiante, alzó el ojo para mirarlas a los suyos, esperando no

sabía muy bien qué—. Estaba embarazada de mi hijo. —Ahora sus palabras se tiñeron

de cólera—: No habíamos hecho nada... a vuestra especie.

Gabrielle lo miró, horrorizada. Alargó la mano y le agarró el brazo con compasión.

Xena meneaba la cabeza y suspiró profundamente.

—Lo siento. —Se quedó mirando al hombre atentamente, notando cómo apretaba y

aflojaba los grandes puños—. Afrodita fue muy cruel.

Jessan la miró.

—¿Cruel? ¿Y por qué? —preguntó, con curiosidad—. ¿Cuánto más cruel fue vuestra

especie, al matarla a sangre fría?

—Vivimos en un mundo cruel, Jessan —contestó Xena—. El mayor riesgo que se

puede correr es amar a alguien. —Hablaba sin expresión—. No puedo hacerme

responsable de todos los actos, buenos o malos, de mi gente, pero lo lamento, por ti y

por tu Devon. —Se puso bruscamente en pie y se encaminó hacia Argo.

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—¿Alguna vez has lamentado enamorarte, Jessan? —preguntó Gabrielle, en voz baja.

Observó su cara, mientras él meditaba su respuesta. En realidad no era tan espantoso de

aspecto, una vez que te acostumbrabas a él. Su rostro, aunque magullado, tenía cierta

nobleza. Eso probablemente también procede de Afrodita, pensó, seguro que Ares no

los habría hecho tan atractivos. Ahora bien, los colmillos eran puro Ares. La nariz

respingona, por otro lado, era claramente cosa de Afrodita.

—No, Gabrielle, nunca lo he lamentado, y tampoco ahora —contestó por fin, como si

la respuesta lo sorprendiera un poco—. Es decir, Xena tiene razón, ¿sabes? Vivimos por

la espada y siempre sabemos que puede pasar esto. Somos lo que somos, a fin de

cuentas. —Suspiró—. No, cada minuto valió la pena. —Esto pareció reconfortarlo, pues

la miró de nuevo con una expresión más apacible—. Gracias por recordármelo.

Ella le sonrió y se levantó.

—Discúlpame un momento.

Con un suspiro, se echó de nuevo y parpadeó. Había sido una conversación

sorprendente, pensó. Aquí hay algo más de lo que sé. Estiró las extremidades, sintiendo

el dolor que las invadía. Cerró los ojos e intentó de nuevo extender su percepción.

Nada. Como si tuviera un saco atado a la cabeza. Suspiró. ¿Estaba seguro de ellas?

No... pero en el fondo tampoco podía odiarlas, como debería odiar a la gente que mató

a su Devon. Estas dos no eran aquellos aldeanos. Eso lo sabía. ¿Debía hacer caso de

su corazón? No, demasiado peligroso, tanto para él como para su gente. Mejor que no

hubiera Princesas Guerreras por el mundo.

Xena se alejó de ellos, con la mente confusa. Lo que le había dicho al hombre era la

verdad. Gabrielle todavía tenía pesadillas sobre su muerte. ¡Lo que le había hecho pasar

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a su amiga! ¿Qué derecho tenía a hacer eso? Debería haber seguido mi propio consejo,

pensó gravemente. Demasiado tarde... Se sentó en una roca para poner en orden sus

ideas confusas y se apresuró a coger una pieza de armadura cuando oyó que se acercaba

la bardo. Miró a Gabrielle, que se sentó a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó la bardo, en voz baja, observando su cara.

—Sí —contestó ella, puliendo el trozo de armadura.

Gabrielle se acercó más y le susurró al oído:

—Mientes.

Consiguió media sonrisa.

—Sí. —Xena soltó un resoplido—. Me ha recordado que sé lo que se siente al morir.

—Oh... —dijo Gabrielle, con tono apagado.

Xena la miró.

—¿Lamentas haber preguntado?

—No —sonrió la bardo—. Me alegro de que hayas contestado. —Apoyó la cabeza en

el hombro de Xena—. Bueno, ¿qué vamos a hacer con él?

—Mmm —murmuró la alta guerrera—. Depende de lo que quiera hacer él, ¿no? Está

bastante lejos de casa. Me pregunto cómo ha llegado hasta aquí.

Gabrielle se encogió de hombros.

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—Supongo que tendremos que preguntárselo, ¿no? —Miró hacia el otro lado del

campamento—. Me gusta. Es decir, sé que da miedo mirarlo y que probablemente es

peligroso, pero también tiene algo dulce.

—Sí —contestó Xena escuetamente—. Algo.

Esa noche, su gran paciente se unió a ellas para cenar alrededor del fuego. Se curaba

asombrosamente deprisa: un legado de Ares, sospechaba Xena. Si te vas a pasar la vida

luchando, más vale que te cures rápido, ¿eh? Sonrió por dentro. A mí me ha venido

bien, de vez en cuando. Terminó el pescado y miró a Jessan, que contemplaba pensativo

el fuego.

—Bueno —dijo. Él levantó la mirada al oír su voz—. ¿Te diriges a casa?

Jessan suspiró.

—Mi casa está en la costa noroeste. —Sonrió sin humor—. No creo que lo consiga.

Hay demasiados asentamientos, con demasiada gente asustada desde aquí hasta allí. —

Se quedó mirando al suelo—. Sois una especie cruel y estúpida, ¿lo sabíais? Nuestra

gente jamás ha atacado a la vuestra, pero vivimos en las sombras, con la esperanza de

que no nos veais, porque cuando nos veis, no paráis de darnos caza hasta que matáis a

todos los que encontráis.

—El miedo da una gran motivación —respondió Xena, con tono frío—. Me imagino

que la gente que te vea, y Jessan, tienes que reconocer que tienes un aspecto de lo más

feroz, no podría imaginarse que no atacarías si pudieras. —Jugueteó distraída con una

piedrecita que tenía cerca de la bota—. De no haberte conocido, yo habría pensado eso.

Jessan lo asimiló.

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—Y me habrías atacado al instante. —Miró a Gabrielle, que guardaba silencio, pero

observaba sus rostros mientras hablaban.

Xena le dedicó una de sus sonrisas lentas y fieras.

—Bueno, en otro tiempo tal vez. Ahora, probablemente habría esperado a que tú me

atacaras primero. —Echó una mirada rápida a la bardo—. Intento no crear problemas.

—Gabrielle resopló y luego soltó una risita, provocando la risa de Jessan y Xena—.

Bueno —reconoció la mujer morena—, la mayor parte del tiempo, en cualquier caso. —

Se irguió y se estiró, captando la mirada de Gabrielle y enarcando una ceja. Gabrielle

mostró su acuerdo asintiendo, pues ya habían hablado de las posibles contingencias

antes de cenar—. Jessan, estaríamos encantadas de acompañarte hasta la frontera

noroeste, de llevarte a casa con tu gente, si no te importa viajar con nosotras. —Le

sonrió de nuevo con indolencia—. Creo que puedo mantener tu pellejo intacto hasta

entonces.

¿Podrías?, pensó Jessan. ¿Podrías, Xena? No sé yo. ¿Eres tan buena como afirma tu

reputación? Lo dudo... nadie lo es jamás. Oh, sí, estoy convencido de que fuiste una

general brillante, pero ya no tienes ejército. ¿Puedes demostrar tu habilidad sobre los

cuerpos de tus enemigos? No sé yo. Se la quedó mirando, mientras esperaban

pacientemente su respuesta. Toda músculo, eso era cierto. Lo veía en la forma en que se

movía. Las muñecas eran muñecas de espadachín, de eso tampoco cabía duda. Ésa no

era una espada de adorno y la armadura era funcional. Tal vez sí, tal vez no. Era un

riesgo que tendría que asumir. En cualquier caso, era mejor que ir solo... y... se obligó a

reconocerlo, a pesar de lo que eran, su corazón se negaba a doblegarse ante su cerebro.

Estas dos le gustaban.

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—Sería para mí un honor aceptar vuestro ofrecimiento —dijo, en voz baja.

—Me alegro —sonrió Gabrielle y le dio unas palmaditas en el brazo—. Lo

conseguiremos sin problemas.

Jessan sonrió con todos sus dientes.

—Pero me gustaría conseguir armas. Me siento... —Buscó una descripción en su

mente.

—Desnudo —afirmó Xena, tajantemente. Lo miró enarcando una ceja sardónica,

pero en sus labios bailaba una ligera sonrisa. Lo miró a los ojos con un brillo

comprensivo que... por Ares... podría haber sido una de su propia especie.

—Sí —respondió, encogiéndose de hombros con cierta timidez—. Exactamente.

—Guerreros —suspiró Gabrielle, teatralmente—. Les das una espada y carne cruda y

ya están contentos. —Los miró a los dos poniendo los ojos en blanco.

—¿Carne cruda? —dijeron los dos a la vez, sin mirarse siquiera—. Puaj.

Jessan ya estaba lo bastante fuerte como para viajar un poco al día siguiente, aunque

Xena insistió en avanzar despacio para dañar lo menos posible sus heridas en proceso de

curación. Pasaron ante dos pequeñas aldeas, pero no los vio nadie y tuvieron la suerte de

toparse con un antiguo campo de batalla ya más avanzado el día. Jessan y Xena se

pasaron un rato escarbando pacientemente entre los restos hasta que por fin Xena

encontró lo que estaba buscando.

—Ah. Esto es. —Alzó su hallazgo, una reliquia incrustada de barro y mugre, de unas

tres cuartas partes el largo de su cuerpo—. No me lo esperaba. Normalmente revisan a

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fondo los campos de batalla en busca de metal utilizable. No me puedo creer que se les

haya pasado esto. —Miró a su alrededor desde donde estaba—. Ah. Debe de haber

estado debajo de una pila de cadáveres. —Un fémur cayó rodando por la pila donde

estaba hurgando y le echó un breve vistazo. ¿Cuánto tiempo me he pasado revisando

restos de cadáveres? Suspiró por dentro. Demasiado.

—¿Qué es eso? —preguntó Gabrielle, desde un lado donde había estado echada a la

sombra, trabajando en uno de sus pergaminos. Se puso de pie y se sacudió el polvo

antes de acercarse a donde estaban Jessan y Xena, examinando seriamente lo que fuera

que tenían. Jessan cogió el hallazgo de Xena y lo golpeó con fuerza contra el árbol junto

al que estaba. Cayó una lluvia de mugre, polvo y escamas de herrumbre, revelando los

contornos generales de una gran espada de las que se manejaban con las dos manos.

Volvió a golpearla con fuerza, soltando más suciedad y herrumbre, hasta que vieron

cómo cobraba forma el firme contorno de una empuñadura.

—Ah. Esto ya me gusta más —comentó Jessan, agarrando la empuñadura con

firmeza. Xena agarró la vaina podrida y los dos tiraron en direcciones opuestas. Los

resultados los sorprendieron a todos.

—Caray —exclamó Gabrielle, con los ojos de par en par.

Xena enarcó una ceja y soltó un suave silbido.

—Ohhhhh —suspiró Jessan, girando la hoja, que, increíblemente, tenía el borde liso

y ni una sola abolladura ni arañazo. El frío metal relucía afilado y mortífero a la

polvorienta luz del sol del atardecer. Sonrió encantado—. Y además es de mi tamaño

justo. —Sopesó el arma con regocijo—. ¿Me harás el honor de combatir conmigo más

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tarde, Xena? —Descubrió los colmillos como desafío en broma—. Sería una historia

estupenda para contarla cuando vuelva a casa.

¿Lo hará? Eso me dará una oportunidad de matarla, seguro que lo sabe. ¿Confiará

en mí? ¿Confiaría yo en ella?

Xena le dedicó una sonrisa igualmente fiera.

—Ya veremos. —Pero el brillo de sus ojos le dijo que probablemente lo haría.

Envolvió con cuidado la espada en un trapo que le prestó Gabrielle, con la intención de

fabricar una vaina adecuada en cuanto tuviera ocasión.

—No vais a luchar de verdad el uno contra el otro, ¿verdad? —le preguntó Gabrielle

a Xena en voz baja, mientras seguían avanzando por un camino del bosque cubierto de

árboles. Dirigió una mirada preocupada a su compañera—. Quiero decir... ya sé...

bueno, que eres tú... o sea, él es...

Xena la agarró del hombro para reconfortarla.

—Calma, Gabrielle. Si es tan bueno como creo que es, será el combate de

entrenamiento más seguro que haya tenido en mi vida. —Se echó a reír suavemente al

ver la expresión desconcertada de Gabrielle—. No pasa nada, en serio.

La bardo se quedó callada, sin mirar a Xena a los ojos.

La alta guerrera se la quedó mirando un momento y luego pasó la mano del hombro

de Gabrielle a la barbilla de la bardo y le volvió la cara para mirarla a los ojos.

—¿Gabrielle? —habló en voz baja—. No nos vamos a hacer daño. No se trata de eso.

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Gabrielle se quedó mirando a su compañera largamente antes de responder.

—Lo sé. Lo siento. Es que me cae muy bien, y tú... Xena, puede haber un accidente.

—Suspiró—. Lo sé, es una tontería, ¿verdad?

—No —murmuró Xena—. No lo es. —Inesperadamente, rodeó a Gabrielle con un

brazo y la estrechó—. Tendremos mucho cuidado, te lo prometo.

Jessan las observaba con interés por el rabillo del ojo sano. Estaba demasiado lejos

para oír su conversación y, a decir verdad, se habría apartado más si hubiera podido

oírlas. El Pueblo era así, valoraban su intimidad y esperaban el mismo respeto por

parte de los demás. Una característica muy útil.

¿Pero qué era esto? La bardo pelirroja parecía disgustada por algo. ¿Qué, pensó,

podía ser? No era su presencia, de eso estaba seguro. Cualquiera podía fingir bien,

pero la cordialidad que notaba en la joven Gabrielle era más real y tangible que

cualquiera que hubiera notado en su vida, incluso entre su propia especie. No le tenía

miedo y no tenía miedo de Xena. Entonces, ¿qué?

Ah... ¡lo que estaba averiguando! Tiene miedo... de repente lo percibió. Ah... por fin.

Muy débil, muy desenfocado, pero ahí estaba, un pálido gris donde antes sólo había

oscuridad. Se dio cuenta de que se debía a que las emociones de ella eran tan fuertes

que estaban atravesando la barrera sofocante que habían levantado sus heridas.

¿Miedo? ¿De qué tenía...? Ah... ahora lo Veía. Tiene miedo de que luchemos. Bardo

boba. Teme el sufrimiento, de Xena y... se quedó pasmado... el mío también. Por Ares.

Pero ya, Xena se lo ha explicado. Ahora está mejor.

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No podía leer pensamientos. Lo que percibía eran oleadas de emociones fuertes, que

había aprendido con la práctica a interpretar. Las emociones de Gabrielle eran

definidas y muy fuertes: lo sorprendían por su intensidad. Xena... la guerrera, por otra

parte, reprimía las suyas con un control excelente. Apenas percibía nada de ella, salvo

un poquito aquí... Mmm. Muy interesante e inesperado.

El ojo abierto de Jessan reflejó un asombro momentáneo. Bah. Soy un vulgar cotilla,

se regañó a sí mismo, y se adelantó unos pasos. En casa le habrían dado de bofetadas

por espiar de tal manera. Supuso que podía defenderse diciendo que su vida corría

peligro, pero... sabía que no era así y que no había excusa para ello. Mamá se

avergonzaría de él.

—Ven aquí, Jessan —dijo Xena, esa noche después de cenar—. Te voy a quitar la

venda del otro ojo y veremos qué tal va.

Nervioso, Jessan se acercó a ella de mala gana y se sentó en el tronco para poner la

cabeza a su alcance. ¿Y si no veo? El miedo le revolvía el estómago. ¿Y si me ha dejado

ciego a propósito? Cuando se le pasó esta idea por la mente, la miró rápidamente y vio

su intensa mirada azul clavada en su herida, sus manos que trabajaban deprisa, pero con

delicadeza. No. Al estar así de cerca, estuvo seguro. La que estaba sentada a su lado no

era un ser oscuro y malévolo.

Xena cortó con cuidado la venda que le tapaba el otro ojo y examinó su trabajo.

—Vale, ábrelo —le indicó, protegiéndole la vista del resplandor del fuego.

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Con el corazón palpitante, abrió despacio el párpado del ojo herido y parpadeó,

suspirando de alivio cuando el mundo cobró forma. Casi le dio un abrazo de alivio al

recuperar toda su capacidad visual.

—Bien. —Xena se echó hacia atrás, con aire satisfecho—. Eso está mucho mejor.

Gabrielle sonrió, apoyada en su vara, y se acercó un poco más para ver mejor lo que

ahora era un par de ojos dorados, que reflejaban los últimos rayos del sol y el primer

resplandor de su fogata.

—Oye. —Lo empujó con la vara—. ¿Quieres venir a nadar con nosotras?

—Ehhh... —farfulló Jessan, lleno de pánico—. ¿A nadar? —Pasó la mirada recién

liberada al arroyo cercano, cascada incluida, que Xena había elegido para acampar—.

Es que, mm... pues nosotros no nadamos mucho. —Intentó mirarlas con aire hosco—.

Paso.

—Tienes miedo —afirmó Gabrielle, tajantemente—. No me lo puedo creer.

—¡No es cierto! —ladró Jessan, molesto—. Es que no me gusta... nadar. ¡Nada más!

—Seguro que nunca lo has hecho —comentó la bardo—. Seguro que no sabes. —Sus

ojos soltaron un destello travieso—. Venga, Jessan... te enseñaremos. —Se arrodilló

delante de él—. Es una habilidad de lo más últil. En serio. —Lanzó una mirada a Xena

—. A lo mejor Xena te enseña a coger peces con las manos.

Jessan frunció el ceño severamente. Lo había pillado. Sabía la verdad: no tenía ni

idea de nadar. ¿Podrían enseñarle? Intentó mantener sus defensas imaginando que se

trataba de un truco para ahogarlo, pero su corazón se rió de él con desprecio. ¿Era

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remotamente posible que estas dos hijas del mayor enemigo de su especie estuvieran

empezando a llenar la oscuridad creada por la muerte de Devon? No. Imposible.

Pero... suspiró. Maldición. Iba a tener que aprender a nadar. Un momento... ¿¿¿¿coger

peces con las manos???? Eso sí que no. Hasta ahí llegaba.

—Bueno, tal vez para... mm... nadar un poco —aceptó de mala gana.

Bajaron hasta la orilla del arroyo, él vacilante, ellas agarrándolo delicada pero

inexorablemente de los grandes brazos. El agua estaba más caliente de lo que esperaba y

gruñó sorprendido.

—Hay una fuente termal un poco más arriba —comentó Xena, interpretando

correctamente el gruñido—. No está muy caliente, pero es mejor que si estuviera gélida.

—Se había quedado sólo con la túnica de cuero para la lección y estaba varios pasos por

delante de él dentro del agua. ¿Es que estamos chifladas?, se preguntó, pensativa.

Enseñarle a nadar. ¿En qué estaba pensando Gabrielle? Le había seguido la corriente

porque... bueno, porque a veces los instintos de Gabrielle con este tipo de cosas eran

mucho más certeros que los suyos, por eso. Aunque jamás lo reconocería.

Consiguieron que se metiera hasta la cintura y luego se asustó cuando la superficie

que tenía bajo los pies se hundió más. Les echó una mirada y vio expresiones pacientes,

no asqueadas. Despacio, siguió adentrándose, hasta que el agua le llegó al cuello, pero

seguía haciendo pie en el fondo. Era agradable, la verdad. Xena y Gabrielle se

mantenían a flote justo delante de él, esperando. Las observó, parecía bastante fácil.

Xena demostró cómo dar una brazada... ah, sí, ya comprendía el mecanismo. Lo

intentó... caray... sus brazos lo impulsaron con mucha más facilidad de la que podía

esperar. Gabrielle aplaudió y lo felicitó.

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—¡Así se hace, Jessan! ¿Lo ves? No es difícil.

Él se colocó de espaldas y movió un poco los brazos. No, no era difícil, en realidad.

Y la sensación del agua, la presencia del mundo a su alrededor, eran embriagadoras. Los

breves destellos de percepción interna que estaba sintiendo se iban haciendo más

tangibles y ahora que lo rodeaba el agua, le hablaba con susurros ligeros y risueños.

Gabrielle era ahora una presencia sólida y cálida. Xena, como el mercurio, entraba y

salía vertiginosamente de su Vista. En contra de su buen juicio, notó que su corazón las

acogía y no pudo impedirlo. ¡Por Ares! ¿Qué iba a hacer? Éstas eran sus enemigas... y

las enemigas de su gente. No era justo...

Xena se sumergió, desapareciendo de su vista de repente. Jessan contempló las ondas

creadas al zambullirse y luego miró a Gabrielle a la cara, para ver si debía preocuparse.

Al parecer no. La muchacha pelirroja sonreía con aire travieso.

—¡¡¡Aahhhh!!! —gritó él, saltando casi fuera del agua, cuando algo le mordisqueó la

pierna. Se giró en redondo y Xena salió a la superficie, con una sonrisa maliciosa y

sujetando una enorme trucha con las dos manos.

—La cena —dijo riendo y lanzó el pez a lo alto de la orilla.

Jessan farfulló indignado y luego hizo lo que habría hecho con su hermana Eldwin,

sin pensar. Se lanzó contra ella, olvidándose del agua, y se hundió con un gran

chapuzón. Lo invadió el pánico, pero antes de que pudiera aspirar el agua o hacer

cualquier otra tontería, unas manos fuertes lo agarraron y le sacaron la cabeza fuera del

arroyo susurrante.

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Tosió, por reflejo, y echó una mirada iracunda de soslayo a Xena, que lo sujetaba.

Debería haberla asustado, pero tal vez el hecho de que lo estuviera acunando como a un

cachorro echó a perder el efecto. Con tanto contacto físico, casi podía percibir también

su calidez... no... un momento... sí. Sí, la percibía. Enterrada bajo esos duros escudos

había una persona capaz de sentir profundas emociones. Sentía aprecio por él. No lo

podía evitar. Él también sentía aprecio por ella. Sonrió y le devolvió la calidez, aunque

sabía que no podía percibirla.

—Gracias —dijo con voz ronca y suave, aunque no podía saber por qué le daba las

gracias. Por un momento, sintió una profunda lástima por los humanos. Viven sólo

media vida... tal vez por eso matan todo lo que encuentran... caray... qué cosa más

profunda... tal vez lo hacen porque no tienen forma de sentir el dolor que causan...

mm... no sé...

—Ay ay ay —dijo Gabrielle, colocándose a su otro lado—. No intentes atraparla en

el agua. En una causa perdida. Lo sé bien. —Apoyó un codo en su pecho—. ¿Habéis

dicho algo de la cena? Me muero de hambre.

El viaje del día siguiente trajo consigo el problema que Jessan llevaba tiempo

esperándose. Justo después de comer, se les echó encima una banda de soldados de a pie

bastante bien armados. Xena se colocó delante, interponiéndose entre Gabrielle y Jessan

y los soldados. Gabrielle sujetó bien la vara y esperó. Miró a Jessan, que observaba

tanto a la guerrera como a los soldados con mucha atención. Él la miró interrogante.

—Vamos a ver qué tiene Xena en mente —le susurró—. Sólo son ocho. —Sonrió al

ver su expresión de asombro.

—¿No deberíamos ayudarla? —preguntó él, llevándose la mano a la espada.

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Ella lo agarró del brazo para detenerlo.

—No pasa nada, creo... por lo general, si la interrumpo cuando son menos de una

docena, se irrita. —No la creyó. Gabrielle suspiró por lo bajo. Nadie la creía nunca.

Aunque no se lo echaba en cara, puesto que ella había tardado mucho en darse cuenta de

que en realidad a Xena le encantaba luchar. De verdad. Igual que a ella le encantaba

contar historias. Le había costado mucho aprenderlo y eso casi la había llevado a

plantearse renunciar a seguir viajando juntas hasta que por fin lo comprendió. Aunque

nunca conseguía descifrar a Xena del todo, por supuesto.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó el líder de la banda de soldados, mirando a Jessan de

arriba abajo. Sus hombres formaron un círculo cauteloso detrás de él, mirando a Jessan,

pero también vigilando a Xena.

—Es un amigo —comentó Xena, escuetamente—. No queremos problemas. —

Hablaba con tono conciliador, pero Gabrielle, por experiencia, advirtió la tensión de la

alta figura de Xena, vio el movimiento de la armadura sobre sus hombros que indicaba

que estaba preparada y a la espera de un predecible ataque.

—¿Un amigo? —se burló el hombre riendo—. Deberías aprender a elegir mejor a tus

amigos, señora. —Se acercó a ella muy decidido—. Aparta. Te libraremos de él y lo

llevaremos a la ciudad. —Hizo un gesto a sus hombres para que avanzaran.

—Elijo a mis amigos con mucho cuidado, gracias —respondió Xena, manteniéndose

firme y agarrando la empuñadura de la espada como advertencia—. He dicho que no

queremos problemas. No he dicho que no sea capaz de causarlos.

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—Suficiente advertencia —murmuró Gabrielle, sin hacer caso de la mirada de Jessan

—. Está mejorando.

Él avanzó, directamente hacia Xena. A Jessan se le aceleró la respiración y vio que

Gabrielle agarraba con fuerza la vara que sujetaba. El hombre se plantó justo delante de

Xena y alargó la mano para quitarla de en medio.

—No hagas que me enfade, mujer. Sólo quiero hacer mi trabajo —dijo, con cierta

exasperación. Esta mujer que jugaba a ser soldado lo estaba irritando.

—Qué idiota —susurró Gabrielle—. Está frito.

Jessan estaba a punto de moverse cuando se oyó un súbito y breve chasquido y un

golpe sólido. Vio que Xena golpeaba primero al hombre directamente en la entrepierna

y luego lo lanzaba de una patada a su círculo de seguidores.

Con un grito, los demás soldados corrieron hacia Xena, que esperaba y que entró en

un frenesí de movimiento casi demasiado rápido para seguirlo con la vista. Jessan nunca

supo en realidad qué le hizo a cada soldado después de soltar un grito salvaje de batalla,

sacar la espada de la funda que llevaba a la espalda y lanzarse al ataque.

En un momento dado, salió catapultada por el aire y dio un salto mortal por encima

de las cabezas de los desventurados soldados. Aterrizó detrás de ellos y tumbó a uno con

la parte plana de la espada, luego agarró a otros dos e hizo chocar sus cabezas. Jessan

notó que se quedaba boquiabierto. Cuando se posó el polvo, sólo había un montón de

soldados polvorientos e inconscientes y Xena, que mascullaba por lo bajo y regresó con

ellos como si hubiera salido a dar un paseo. ¡Por Ares! ¡Ni la han tocado!

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—Penoso —suspiró ella—. Vamos. —Cogió las riendas de Argo y tiró de ella y luego

notó la expresión vidriosa de Jessan—. ¿Qué? ¿Te han herido? —Miró a Gabrielle, que

sonreía burlona—. ¿¿Qué??

La bardo puso su expresión más ufana.

—Oh, nada. Acaba de ver a la Princesa Guerrera en acción. —Sofocó una risita ante

la mirada asesina de Xena y clavó un dedo en las costillas de su amiga—. Y has estado

deslumbrante, como siempre.

—Gabrielle... —gruñó Xena, con tono de advertencia, con lo cual su compañera se

rió aún más y le volvió a clavar el dedo.

—Vamos, Xena, sabes que te encanta hacer eso. —La bardo se fue animando con el

tema—. Aplastarlos como un torbellino con toda facilidad... —Se calló por fin al ver la

expresión impasible y pétrea de Xena.

Jessan salió por fin de su trance y emprendió la marcha, siguiendo a Argo. Y yo que

me preguntaba si sería capaz de hacer justicia a su reputación. Se dio una bofetada

mental. Caray, chico. Resopló suavemente.

—Gracias de nuevo, por cierto —dijo, en voz baja.

—Bueno —comentó Xena—, a fin de cuentas, tengo una reputación mortífera que

mantener. —Y consiguió mantener una expresión seria cuando los otros dos se

volvieron y se la quedaron mirando pasmados—. Y ya sabéis que la única manera de

hacerlo es dejando un reguero de sangre. —Los miró con una ceja enarcada y una

expresión totalmente seria que se le extendió incluso a los ojos. Puso lo que sabía que

era una mirada gélida y la clavó en los otros dos. Ellos se miraron nerviosos y Gabrielle

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tragó con fuerza, una vez. Xena los dejó así un poco más y luego pasó a su lado y siguió

por el camino, tirando de Argo, en silencio. La verdad es que no debería ser tan

sensible a las bromas. Suspiró por dentro. Y no debería haberle hecho eso a Gabrielle.

Jessan soltó el aliento con evidente alivio.

—Caray. —Echó un brazo por encima de Argo—. Caray, Argo... no quiero que se

enfade nunca conmigo —le susurró a la yegua, que apuntó una oreja hacia él con aire

compasivo. Él agachó la cabeza y siguió adelante.

Gabrielle estuvo en silencio largo rato después de aquello, caminando al lado de

Xena, que estaba también muy callada. Claro, que Xena no era especialmente habladora

ni en las mejores circunstancias, pensó Gabrielle, con el estómago aún encogido por esa

"mirada". Maldijo en silencio por dentro. Estúpida, pero qué estúpida, Gabrielle.

¿Cuándo vas a enterarte de que tiene poca tolerancia a las bromas? Miró a su

silenciosa compañera.

—Supongo que me lo merecía —dijo por fin, y Xena volvió la cabeza y la miró con

risueño cariño, mirada que Gabrielle no captó en absoluto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Xena, que lo sabía muy bien.

—Ya me conoces... siempre intento encontrar la gracia de una situación. A veces se

me olvida... o sea, creo que tengo derecho a... y no lo tengo y sé que estabas enfadada,

pero he seguido dale que dale y... —Qué mal se estaba expresando. Mentalmente, se

pegó un grito a sí misma por no ser capaz de enunciar la más sencilla de las frases

cuando estaba tensa y con Xena. Menuda bardo.

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—Gabrielle. —La voz grave era cálida. Xena la agarró del hombro más cercano.

Dejaron de andar y se miraron un momento—. Sí que tienes derecho. —¿Comprendes

lo que te estoy diciendo, amiga mía? La mayor parte de nuestra comunicación la

hacemos sin palabras. A mí no se me dan bien.

—¿Sí? —preguntó la bardo, con seriedad.

—Sí —afirmó Xena—. Además, ¿cuántas personas conoces que puedan clavarme un

dedo en las costillas sin que les rompa la mano? —Esperó a ver una sonrisa como

respuesta por parte de su compañera y luego siguió adelante para alcanzar a Jessan y

Argo, tirando de la bardo—. Vamos. —Caray. ¿Es posible que, por una vez, haya

sabido llevar bien el tema? Gabrielle se había relajado y seguía sonriendo. Puede que

sí.

Jessan contempló el paisaje que los rodeaba esa tarde.

—Ya no estamos lejos... creo que dentro de dos días estaremos muy cerca de mi casa.

—Se terminó el pan y la carne con gran satisfacción y dedicó a Gabrielle una leve

reverencia—. Pero voy a echar de menos tus guisos. No se lo digas a ella, pero son

mejores que los de mi madre. —Vio que la bardo se sonrojaba y sonrió. Miró a Xena,

que estaba apoyada tranquilamente en un árbol cercano y también sonreía.

—Se lo llevo diciendo desde hace meses. Creo que piensa que se lo digo sólo porque

no tengo elección —comentó la guerrera, observando a su compañera, que se sonrojó de

nuevo, esta vez hasta las raíces del pelo rubio—. Me alegro de tener una segunda

opinión. A lo mejor ahora me cree. —Luego miró a Jessan—. Bueno, ¿estás listo para

ese combate que me pediste?

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El enorme y peludo guerrero sonrió mostrando los dientes.

—Sí. —Se estiró—. Tenemos que bajar esta excelente cena de algún modo y no se

me ocurre una manera mejor. —Corrió a su zurrón y sacó la espada, casi dando brincos

de emoción. Su espeso vello relucía al sol y se movía sobre su musculoso cuerpo como

si fuera agua. Era la esencia misma de una naturaleza primitiva, y se regocijaba con la

sensación del cálido sol del atardecer en la espalda y la tierra firme bajo las potentes

piernas. Levantó la espada hacia el sol y alzó la cara, absorbiendo el calor. ¡Lo va a

hacer! ¿Confía en mí? ¿Puedo confiar en ella? ¡Oh, padre! Podría vengar tantas

muertes con este momento, ella es todo lo que tú odias de ellos. Mi nombre viviría en

nuestra aldea para siempre... pero papá, oh, papá... miro en mi corazón y no puedo, no

puedo... ya me ha derrotado. Sonrió con tristeza por dentro. Qué razón tenía ella. El

amor era el peligro más grande.

Xena se echó a reír al verlo y luego se encaminó hacia un pequeño claro cercano, se

volvió y esperó. Se habían detenido algo temprano, por lo que el sol del atardecer

todavía daba mucha luz. Jessan desenvainó la espada y al aproximarse al claro y

colocarse ante ella, la saludó con la parte plana. Ella inclinó la cabeza como respuesta y

esperó a que él hiciera la primera finta, sin desenvainar aún su propia arma. Espero

saber lo que estoy haciendo, pensó, observando mientras él se acercaba. Se lo prometí a

Gabrielle... pero de verdad que espero ser tan buena como creo que soy, si no esto

podría acabar con sangre. Se planteó la posibilidad de que él intentara aprovechar esta

oportunidad para librar a su pueblo de una enemiga peligrosa, y luego se encogió de

hombros. Como había dicho, la vida era peligrosa, y si ella lo hacía lo mejor posible,

daría igual. El corazón le empezó a latir con fuerza.

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Ah... no te confíes tanto, Xena... canturreó Jessan por dentro, sintiendo el júbilo del

combate que se alzaba en su interior. Sé que eres buena, pero yo también lo soy...

Balanceó un poco los brazos, para relajarse, y avanzó. Sus ojos dorados se clavaron en

los azules de ella, vigilando cualquier leve movimiento que pudiera indicarle sus planes,

que pudiera revelar sus maniobras. ¿Se traicionaría a sí misma? No, los ojos estaban

clavados en los suyos, la cabeza firme como una roca. Ahí no iba a haber suerte. Se

lanzó hacia delante, echando el brazo de la espada hacia atrás siguiendo el movimiento

del cuerpo, con la intención de darle un ligero golpe con la parte plana de la hoja para

enseñarla a respetar su habilidad. Al esperar el leve hormigueo del contacto, se quedó

sorprendido cuando no se produjo, sino que ella penetró su defensa con una gracilidad

ágil y fluida, le dio un cachete en la mejilla y volvió a quedar fuera de su alcance antes

de que él pudiera reaccionar siquiera. Parpadeó. Por Ares, esta mujer estaba tocada por

Hermes, con esa velocidad. Respiró hondo para calmarse y se reagrupó.

Una sonrisa pícara y entonces ella desenvainó su arma y volvió a esperarlo.

Fascinada, Gabrielle estaba sentada en un tocón justo fuera del claro y los observaba.

Una sólida estocada, entonces, por parte de Jessan, hábilmente parada por Xena y

seguida de un encuentro circular de ambas espadas, que provocó un siseo primigenio

por el claro. Otra estocada, otra parada, cada vez más deprisa, hasta que el metal se hizo

borroso ante sus ojos y los movimientos demasiado rápidos para poder verlos. Jessan

descubrió que tenía el corazón desbocado, con la esperanza de que su habilidad

estuviera a la altura de las circunstancias. Era mejor de lo que había imaginado, y si uno

de los dos cometía un error, el resultado sería doloroso. Podría resultar mortal, porque

ninguno de los dos se estaba refrenando. Pero la adrenalina lo impulsaba, el fuego

palpitante de su sangre lo mantenía en el combate y en su cara se formó una sonrisa

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fiera. Sus brazos se movían trazando los arcos precisos, definidos y disciplinados de un

magnífico espadachín, buscando los huecos en las defensas de ella, algún punto débil en

su técnica. Llevaba practicando para esto desde que tuvo edad suficiente para levantar

una espada, cuando su padre lo llevó a la parte de atrás de su cómoda casa, colocó las

pequeñas manos de su hijo alrededor de la empuñadura y asestó un mandoble...

incontables horas de combate desde entonces. Estaba considerado como uno de los

mejores entre los de su especie y, ahora, en este claro bajo el sol poniente de un largo

día, se había encontrado con alguien que era igual de bueno que él y mejor.

Xena dejó que su cuerpo actuara y reaccionara sin pensarlo conscientemente, lo cual

habría sido demasiado lento para este combate. El fornido guerrero era tan bueno como

pensaba y este enfrentamiento estaba poniendo a prueba su propia habilidad, cosa que

no ocurría con la suficiente frecuencia. Con él podía dar todo lo que tenía, sin temer por

su vida o la de ella, y en su cara apareció una sonrisa fiera equiparable a la de él. Ah,

qué divertido. Era divertido de un modo que nunca podría explicar a nadie que no

viviera por la espada, y ni siquiera a la mayoría de los que vivían de esta manera. Se

fueron moviendo en círculo, avanzando, retrocediendo, avanzando de nuevo. Era muy

bueno... posiblemente el mejor adversario al que se había enfrentado jamás, y se había

enfrentado a muchos durante los largos años desde que fue atacada su aldea. Ella tenía

cierta ventaja en materia de velocidad, él la tenía en fuerza. Pero poco a poco, empezó a

ver pequeños fallos en su técnica y se lanzó a por ellos.

Ya veo lo que quería decir, pensó Gabrielle, dándose cuenta. Los dos son tan buenos

que pueden combatir sin hacerse daño. Los observó y por primera vez vio el arte que

había en ello, más allá del miedo puro que a menudo sentía cuando Xena cruzaba su

espada con las legiones de personas a las que se enfrentaban. Siempre se había sentido

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maravillada por la habilidad de Xena para el combate, que parecía estar a varios niveles

por encima de la media, a juzgar por la facilidad con que derrotaba a la mayoría de sus

adversarios, pero esto era distinto.

Jessan era mucho más alto que ella, pero ahora, hasta Gab se daba cuenta de que

Xena estaba haciendo retroceder a su adversario más grande, que su espada empujaba a

la de él detrás de su cuerpo con cada estocada por la fuerza bruta de los golpes. Por fin,

con una finta espectacular, capturó su espada con el borde de su empuñadura y, con un

movimiento de increíble fuerza, lo desarmó y lanzó la espada por el aire. Antes de que

pudiera aterrizar y clavarse en el suelo, dio una voltereta en el aire y atrapó la espada

por la empuñadura, y luego saltó por encima de la cabeza de Jessan y le dio un azote en

el trasero con su propia espada. Luego lo saludó inclinando la cabeza de nuevo y le

entregó la espada, presentándole la empuñadura, cuando él se giró en redondo para

mirarla.

Jessan cogió la espada, sin dejar de mirarla, memorizando cada detalle. El sonido de

su respiración agitada, la de ella mucho menos. El sonrojo de la sangre que oscurecía la

piel de ambos, la chispa brillante y salvaje de sus ojos azulísimos, la admiración que él

sabía que se reflejaba en los suyos. Su sonrisa. La de él. Era glorioso.

Ella suspiró con fuerza y luego envainó la espada.

—Bueno, qué falta me hacía. —Le sonrió con indolencia—. Hacía mucho tiempo que

no tenía un adversario tan bueno como tú. —Se acercó a él y lo miró a los ojos

largamente—. Gracias... tenemos que volver a hacerlo. —Alargó la mano y le dio una

palmada en el brazo, y él se derritió con su aprecio. Ya no podía considerarla una

enemiga.

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—Xena —murmuró, por fin—. Eres hermana de mi corazón. —Tomó aliento de

nuevo y envainó la espada con cuidado—. ¿Vamos a escuchar la nueva historia de tu

bardo?

Regresaron juntos a la hoguera y Jessan fue al arroyo para beber agua. Xena se

acercó donde estaba sentada Gabrielle.

—¡Eh! —gruñó, arrodillándose al lado de la bardo—. ¿A qué viene esa cara? Te lo

prometí, ¿no? ¿Que no habría ni un arañazo?

Gabrielle meneó la cabeza rubia ligeramente y carraspeó.

—Has cumplido tu promesa... Xena, ha sido asombroso.

La guerrera se encogió de hombros con timidez.

—Ya me has visto luchar otras veces.

—Sí —dijo Gabrielle—, pero no así. Esto ha sido...

—¿Una chulería? —interrumpió Xena, en voz baja. Sardónicamente.

—No, una belleza —dijo Gabrielle, terminando su propia frase, sin hacer caso de la

interrupción—. Y nunca pensé que pudiera opinar eso de algo tan violento. —Bueno...

Se guardó ese pensamiento y sonrió por dentro. Había hecho callar a Xena, que no tenía

ni idea de cómo responder a esta sorprendente afirmación. Gabrielle se habría echado a

reír, pero sabía que eso sólo haría enfadar a Xena. Y eso no era lo que quería hacer en

estos momentos. Ahora tendría que hacer un comentario ligero, para disipar la tensión

—. Bueno, ¿qué historia te apetece escuchar? —Alzó una ceja interrogante mirando a su

amiga, que estaba ahí sentada, con cierto aire de estar pensando que le habían colado

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una, pero sin saber en realidad cómo ni por qué. Disfrutó en privado de la tan poco

frecuente sensación de haber conseguido desconcertar a Xena.

—Mm... —Xena se esforzó por pensar en un título. Todavía estaba intentando

descifrar el sentido de la última conversación—. No lo sé, pregúntale a Jessan. Ha dicho

que tenías una nueva, ¿es eso cierto? —Eso, así tenía un momento para respirar. Era

consciente del fulgor de los ojos de Gabrielle, lo cual quería decir que la bardo sabía

que la había afectado, pero que no iba a aprovecharse de su ventaja.

—Ah, sí. —Gabrielle se dejó desviar del tema—. Es ésa en la que tú...

Xena levantó la mano.

—Mmmm. Por favor, Gabrielle, esta noche nada sobre mí, ¿vale? —Sonrió—. Tienes

una nueva sobre Herc, que te la contó Iolaus, lo sé... te oí ensayarla la semana pasada.

El fulgor seguía allí.

—Bueno, tal vez podrías convencerme para no contar nada sobre ti, ¿pero qué gano

yo con ello? —Gabrielle no pudo resistir pincharla un poquito. Sabía dónde estaban los

puntos débiles de esa armadura tan sólida.

—Gabrielle... —El gruñido de advertencia de Xena, pero con una sonrisa—. Vale,

esta noche no te levantaré cuando estés dormida para tirarte al río. ¿Qué te parece?

Un último pellizquito.

—Mmm. Pues podría gustarme. —Y Gabrielle se alejó trotando por el campamento

antes de que Xena pudiera responder. Aunque no habría sabido en absoluto qué

contestar a eso, pensó para sí misma. ¿Qué mosca le ha picado? Meneó la cabeza y se

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levantó, sacudiéndose la túnica de cuero. A lo mejor se había comido unas setas raras

con el guiso que habían cenado. Daba igual. A veces creía que tenía calada a Gabrielle,

pero esa idea nunca duraba mucho. De simple aldeana, a bardo de talento, a princesa

amazona. Gabrielle nunca dejaba de asombrarla. Xena sabía que se estaba acercando el

momento en que Gabrielle tendría que sostenerse sobre sus propios pies y dejar su

huella en el mundo. Su destino no era seguir a una ex señora de la guerra medio loca y

de malos modales en la mesa. Ya, y ella misma hasta podría convencerse de que eso

sería lo mejor para ambas, si se empeñaba lo suficiente. Pero sería lo mejor para

Gabrielle, ni siquiera ella era tan ciega como para no darse cuenta de eso. Suspiró y se

encaminó a donde Jessan se estaba acomodando junto al fuego.

—Tengo una idea —dijo Gabrielle, cuando se sentaba—. Creo que esta vez Jessan

nos debe una historia. —Sonrió al sorprendido guerrero.

Xena alzó una ceja intrigada.

—Mmm. Oye, creo que tienes razón, Gab. —Se acomodó encima de la gran piel

negra de dormir y se apoyó en un tronco caído, observando la cara nerviosa de él—.

Apenas sabemos nada de tu gente. Debéis de tener historias.

Él se quedó un momento pensando, mientras las luces y sombras del fuego creaban

extraños reflejos en su curioso perfil.

—Bueno —dijo por fin—. Lo intentaré, pero yo no soy bardo. —Y saludó con la

cabeza a Gabrielle, que le sonrió dulcemente como respuesta. Se deslizó hasta donde

estaba sentada Xena y se apoyó en el mismo tronco, de modo que las dos quedaron

sentadas la una al lado de la otra, frente a él. Qué distintas eran, pensó, dedicando un

momento a poner en orden sus ideas. Como la oscuridad y la luz en persona. Cerró los

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ojos y cruzó los dedos y, como si un dios lo hubiera tocado, su percepción interna volvió

a él por completo. Casi temeroso, se extendió delicadamente y Miró. Ah... su espíritu se

tranquilizó. Había tenido razón, al fin y al cabo. Gabrielle era un familiar calor dorado,

pero la mujer que estaba a su lado, ahora que por fin sus sentidos se habían despejado,

era un fuego de plata bruñida. Vio el vínculo que había entre ellas y se preguntó si lo

sabían... no, probablemente no. Su especie no era capaz de percibirlo. Lástima. Pero...

bueno, a lo mejor... oye...—. Os voy a contar la historia de Lestan y Wennid —dijo por

fin, con una pequeña sonrisa por dentro—. Y del vínculo que se produce entre dos de

nuestra especie, cuando tenemos mucha suerte. —Y se lanzó a contar la historia, que

hablaba de dos miembros de su Pueblo, de tribus distintas, que se encontraron una

noche en un claro iluminado por la luna en las profundidades de un bosque oscuro.

Mientras hablaba de su encuentro, que empezó con un combate y terminó con un

aprecio a regañadientes, observaba sus caras. ¿Se darían cuenta de lo que estaba

intentando mostrarles? Probablemente no. Suspiró.

—Sus tribus no eran amigas. Procedían de mundos diferentes. La tribu de él era

guerrera y quería enfrentarse a vuestra especie cuando se adentraba en el bosque. Y la

de ella era de talante pacífico y se ocultaba en las sombras cuando se acercaban los

humanos. —Les habló del romance que mantuvieron de mala gana, de dos mundos que

se repelían por naturaleza y que se unieron por una fuerza demasiado poderosa para

poder resistirla. Lestan y Wennid, sin esperarlo, estaban vinculados entre sí, sus almas

se habían conectado sin hacer caso de su historia, de su mente consciente, hasta de su

buen juicio.

—Entonces, ¿se enamoraron? —preguntó Gabrielle, embelesada con la historia.

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—El vínculo es más que amor, Gabrielle —contestó Jessan suavemente, intensamente

—. Es una conexión entre dos almas que va más allá de nuestro conocimiento, más allá

de nuestra comprensión, algunos dicen que más allá de la muerte misma. —Eso provocó

una reacción en ellas para la que no estaba preparado. La disimularon rápidamente, pero

él la vio, en los ojos de ambas. ¿Qué he dicho?, pensó, desconcertado. Creo que aquí

hay algo que se me escapa. Carraspeó y continuó la historia—. Eso no ocurre a

menudo. —Les habló de la larga lucha entre los dos, para reconciliar a sus respectivas

tribus, con poco éxito—. Entonces, una noche, un gran grupo de miembros de vuestra

especie descubrió la aldea de ella, que estaba en lo más hondo de nuestro bosque, donde

creíamos que ninguno de vosotros llegaría jamás. —Le temblaban las manos, no podía

evitarlo—. Los persiguieron por el bosque, clavándoles lanzas.

Xena apretó la mandíbula con rabia y notó que Gabrielle se agitaba a su lado por la

angustia. Se miraron.

—Lestan había salido de caza y oyó a los atacantes. —Aquí, como siempre, su sangre

bulló por el orgullo—. Hizo que su Garan girara hacia la aldea de ella y cabalgó como

un dios a través del bosque. —Sabía que había captado su atención por completo—.

Wennid se había plantado contra un árbol caído, protegiendo a su madre y a tres

pequeños. No era guerrera, pero se enfrentó a ellos como pudo, con un palo. Lestan le

había estado enseñando un poco y para agradarle, se había permitido aprender algo

sobre el arte del combate. —Su voz se hizo más intensa—. Dos de ellos cabalgaron

hacia ella, con lanzas largas. Vio la muerte que se le echaba encima, pero abrió los

brazos de par en par, para proteger a los demás y aceptar ella misma los golpes. —

Ahora tenía el pelo del cuello erizado, tan vivos eran sus recuerdos—. Llegaron a ella y

justo cuando las lanzas estaban a punto de atravesarle el cuerpo, Lestan y Garan saltaron

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por encima del árbol caído y los atacaron, haciéndolos retroceder. —Vio sus expresiones

de alivio y asombro—. Y entonces, sacó la espada y, como si estuviera poseído por el

espíritu de Ares, se enfrentó a todos ellos. Pero eran muchos. —Se le encogió la

garganta—. Luchó hasta que todos estuvieron muertos o dispersados por el bosque,

hasta que su cuerpo se tiñó de rojo por su propia sangre y el suelo quedó empapado de

ella.

—¿Murió? —preguntó Gabrielle, en voz baja, con angustia, sin mirar a la mujer

morena sentada tan cerca de ella.

Jessan la miró.

—No, no murió. —Sonrió, ligeramente—. Pero pagó un gran precio y perdió el uso

de un brazo. —Respiró hondo—. Y, después de eso, las dos tribus decidieron unirse,

porque se dieron cuenta de que tanto las costumbres de una como de otra merecían la

pena. Lestan y Wennid fueron elegidos como líderes de la nueva aldea.

—¿Y fueron felices? —preguntó Xena, rompiendo su silencio por primera vez desde

que empezó la historia.

—Sí —contestó Jessan, pensando que era una pregunta bastante rara.

—Pareces muy seguro —comentó la guerrera, mirándolo con una ceja enarcada.

En su cara leonina se formó una sonrisa pícara.

—Son mis padres. —Se echó a reír al verles la cara—. De modo que sí, estoy seguro.

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¡Ja! ¡¡¡Las he pillado!!!, se regocijó por dentro, satisfecho con su historia y con sus

reacciones. A lo mejor hasta han captado lo que les estaba mostrando... no, seguro que

no. Qué ciegos eran los humanos. Se levantó y se estiró, bostezando.

—Voy a beber agua... —comentó y se encaminó al río.

—Bueno —dijo Gabrielle, suspirando—. Le he pedido una historia, ¿no? —Miró a

Xena con una sonrisa traviesa.

La mujer más alta se cruzó de brazos y contempló la cara de Gabrielle.

—Sí, se la has pedido —dijo, pensativa—. Deberías tener cuidado con lo que le pides

a la vida, Gabrielle. A veces los dioses te lo conceden. —En su boca se dibujó una

sonrisa.

La bardo la miró.

—Si pudieras pedir una sola cosa, Xena, y te fuera concedida, sin más, ¿qué pedirías?

No es justo, Gabrielle... la regañó su mente. No es justo... no deberías haberle

preguntado eso. Puede que no te guste saber la respuesta... seguro que dice algo sobre

evitar ciertas aldeas pequeñas...

Xena resopló y apoyó la cabeza en el tronco. ¿El qué, efectivamente? Su aldea, Cirra,

César, Marcus, Calisto... M'Lila, de cambiar cualquier de esas cosas, no sería la persona

que era. La mayor parte del tiempo no le gustaba ser quien era, ¿pero le habría gustado

más cualquier otro camino? En una ocasión, los dioses le habían mostrado un camino

alternativo y ella lo había rechazado. Por fin, suspiró y giró la cabeza hacia Gabrielle.

—Nada.

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La bardo se quedó sorprendida.

—¿Nada? —Frunció el ceño—. ¿Cómo que nada? —El instinto le decía que se

callara, que dejara de insistir, pero no pudo—. ¿Quieres decir que no hay nada que

quisieras cambiar? —Se volvió de lado y miró atentamente a Xena—. ¿Nada?

—No —dijo Xena, sabiendo que Gabrielle se estaba enfadando. Tenía que

tranquilizarla—. Prácticamente cualquier cosa que cambiara significaría que habría

estado en otro lugar y no en un pequeño claro a las afueras de Potedaia hace dos años.

—Disfrutó en silencio de la expresión atónita de Gabrielle—. Y no querría haberme

perdido eso. —Ah... no te esperabas esa respuesta, ¿verdad, amiga mía?—. ¿Y tú qué?

¿Qué cambiarías si pudieras? —preguntó, más por distraer a la bardo que por otra cosa.

Estaba bastante segura de que había muchas cosas que a Gabrielle le gustaría que fueran

distintas. Pérdicas, por ejemplo.

Gabrielle se mordisqueó el labio en silencio, enredada en su propia trampa.

¿Cambiaría las cosas? Bueno, sí, siempre había pequeños detalles, cosas molestas, tanto

en Xena como en ella misma, que a menudo le resultaban fastidiosas. Deseaba que Xena

hablara más, aunque había estado de lo más charlatana durante este pequeño viaje.

¿Pero cambiar cosas? Suspiró por dentro.

—Me gustaría... —Alargó la mano y agarró el brazo de su compañera con firmeza—.

Me gustaría... quitarte todo tu dolor, Xena. —No era exactamente lo que quería decir,

pero se acercaba bastante. Y la respuesta fue un largo abrazo, tan largo que se quedó

dormida en él, en toda esa paz.

Jessan, acurrucado en sus propias mantas al lado opuesto del fuego, se sonrió

mientras se quedaba dormido.

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Dos días después, estaban contemplando un ancho río y al otro lado una región

cubierta de bosque que se extendía hasta el horizonte. Xena y Gabrielle miraron

interrogantes a Jessan, que sonrió asintiendo.

—Mi casa —afirmó, con una sonrisa satisfecha—. Nunca pensé que volvería a ver

este río.

Se volvió hacia ellas.

—No hay palabras suficientes para expresaros mi agradecimiento. —Abrazó primero

a Gabrielle, levantándola del suelo y estrujándola. Ella se echó a reír, causando una

vibración en sus brazos, y le devolvió el abrazo, con toda la fuerza que pudo. La dejó en

el suelo con delicadeza y luego se volvió a Xena, que le echó una mirada fría, antes de

rendirse y sonreír. A ella la abrazó con más fuerza, porque sabía que no le iba a hacer

daño—. Voy a hacer esto, porque puedo —le susurró, y luego la levantó del suelo y dio

vueltas con ella entre sus brazos. Su risa suave resonó en su oído. Por fin la dejó en el

suelo y se sonrieron el uno al otro—. Algún día, cuando los haya acostumbrado a la

idea, vendréis a conocer a mi gente —dijo, con seriedad—. Pero las dos siempre seréis

familia para mí.

—Y tú para nosotras, Jessan —contestó Xena, estrechándole el brazo. Gabrielle se

limitó a asentir. Lo observaron mientras se daba la vuelta y corría hacia el río. Mientras

cruzaba, Xena distinguió apenas los indicios de unas figuras oscuras que salían de la

línea de árboles para recibirlo. Al llegar a las primeras, se volvió y las saludó agitando el

brazo. Ellas le devolvieron el saludo.

—Lo voy a echar de menos —comentó Gabrielle, apoyada en su vara.

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—Mm —asintió Xena, apartando a Argo de la larga extensión de árboles—. Pero por

alguna razón, tengo la sensación de que lo vamos a ver de nuevo.

2

—¿Quiénes eran, Jess? —gruñó Deggis al reunirse con su primo al otro lado del río

—. No es un buen momento para que unos desconocidos sepan dónde vivimos. —El

hombre más bajo miraba a derecha e izquierda mientras Jessan y él caminaban por el

sendero hacia la aldea.

Jessan miró a su primo con cierta irritación.

—Calma. —Suspiró—. Me ayudaron a escapar de los humanos y me han traído a

casa. ¿Eso no es suficiente? —Miró hacia atrás—. En cuanto a quiénes son, eso será

mejor que lo oiga mi padre primero. —Oh, sí, por supuesto, y por cierto, Deggis, ésa de

ahí era Xena... ¿sabes, la señora de la guerra que masacró a las mujeres y los niños del

valle vecino? Ya—. ¿Por qué, qué está pasando? —preguntó por fin, al darse cuenta de

lo que había dicho Deggis.

Su primo suspiró.

—El príncipe humano de la comarca, Hectator, nos vio a unos cuantos cazando —

contestó con gravedad—. Se están preparando para una invasión total del bosque. —

Volvió a mirar a Jessan—. ¡Eh! ¿De dónde has sacado esa espada? —Soltó un silbido—.

Es estupenda...

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—Es una historia larguísima —respondió Jessan, divisando la casa de su familia—.

Ahora que lo pienso, es una lástima que no haya invitado a mis nuevas amistades.

Seguro que nos venía bien su ayuda.

Deggis lo miró como si estuviera loco. ¿Humanos? ¿Amigos? ¿Pero qué le había

pasado ahí fuera?

—¿Qué? —Sacudió la cabeza—. ¿Qué podrían hacer los humanos por nosotros?

Jessan no le hizo caso y entró corriendo en su casa. Como esperaba, allí estaban su

padre y su madre, sentados a la gran mesa, y a su alrededor los mejores jefes guerreros

de su padre. Se volvieron para mirarlo sorprendidos cuando entró por la puerta.

—¡Jess! —exclamó Wennid, pasmada—. Nos... —Miró a Lestan algo confusa—. Nos

habían dicho que te habían capturado.

Lestan dejó que una expresión de alivio le invadiera las facciones marcadas de

cicatrices.

—Me alegro de ver que no era cierto —gruñó, echando una mirada de reojo a varios

de los guerreros de más edad, que le habían dado la noticia. Ellos le devolvieron la

mirada muy desconcertados. Sabían lo que habían visto.

—Era cierto —dijo Jessan, tan tranquilo. Ésta no es la forma en que esperaba revelar

mi historia, pero...—. Me capturaron y me ataron a un cadalso y se estaban dedicando a

matarme a golpes, la verdad. —Ajjj. No debería haberle dicho eso a madre, mira cómo

se ha encogido. Jessan, a veces eres un idiota. Se acercó a ella y encajó el cuerpo entre

sus brazos abiertos para recibir un abrazo. Qué extraña esta necesidad de contacto

físico, en un pueblo tan belicoso, pensó. Pero era real.

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—Te escapaste —dijo Lestan, hablando despacio. Frunció el ceño—. Evidentemente.

—Miró a su hijo y ahora, con la luz, vio las heridas recién curadas que tenía en la

cabeza y los hombros.

Jessan miró por encima del hombro de su madre y clavó los ojos en los de su padre.

—No. —Cerró los ojos y saboreó el momento, oyendo el trueno de los cascos de un

caballo—. No, me rescataron. —Sonrió ferozmente—. Me rescató un ser humano. —

Notó que su madre se ponía rígida entre sus brazos—. Dos, en realidad. —Miró la cara

confusa de su madre—. Y un caballo.

Se dio cuenta, al mirar a su alrededor, de que todo el mundo lo estaba mirando.

Lestan vaciló y luego hizo un gesto a las demás personas que había en la estancia.

—Marchaos. —Dejó los planes de batalla en la mesa—. Sé que tenemos poco

tiempo, pero tengo que hablar con mi hijo.

Se hizo un silencio ensordecedor cuando todos salieron. Jessan soltó a su madre y se

sentó a la mesa, apoyando la barbilla en las manos.

—Un ser humano —repitió Wennid, cogiendo una jarra y un vaso del otro lado de la

mesa. Le temblaban las manos.

—Dos —contestó Jessan, en voz baja, observando la cara de su padre por el rabillo

del ojo. Lestan tenía una expresión agria—. Y un caballo —añadió.

—No te hagas el gracioso —gruñó Lestan, sentándose en una esquina de la mesa—.

¿Cómo te rescataron? —Se echó hacia delante—. ¿Y a qué precio?

Ay. Jessan hizo una mueca.

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—Ahuyentaron a los aldeanos, me cortaron las cuerdas y me sacaron de allí. —Hizo

una pausa y se tocó la cabeza con cuidado—. Luego me curaron las heridas y me

cuidaron hasta que pude viajar. —Los miró. Esto está saliendo más o menos como

esperaba—. En cuanto al precio... —¿Mi ira? ¿Mi desesperación? ¿Mi deseo de morir

y reunirme con mi amada? Una parte de mi corazón es lo que les he dado. Bien barato

me parece—. No me pidieron nada. —Y yo les daría... cualquier cosa.

—¿Y los dejaste con vida? —preguntó Lestan, en cuyos ojos empezaba a asomar el

horror—. Los has traído hasta aquí ¿¿¿y has dejado que vivan??? —Golpeó la mesa con

el puño sano, haciendo saltar la jarra y derramando agua en la superficie—. ¡No me lo

puedo creer! —Se levantó y se puso a ir y venir, de la puerta a la mesa y vuelta.

Jessan suspiró levemente.

—Oh, sí. —Ese último abrazo—. Ya lo creo que viven. —Sonrió por dentro. Papá...

¿cómo podrías entenderlo? ¿Quién tuvo que teñir el bosque con el rojo de su sangre?

Ni siquiera mamá, que lleva la paz en el corazón, puede soportar la idea de su

existencia. Pero... no son tan distintos de nosotros. No son tan distintos en absoluto.

Wennid observó la cara de su hijo en silencio. Era evidente que le había pasado algo,

pero no sabía qué. Jessan se había marchado de su bosque natal... atormentado... con los

ojos ensombrecidos por la muerte de Devon. No había visto una sonrisa en sus rasgos

marcados más que unas pocas veces desde que ella murió. Se había hecho introvertido y

su carácter bondadoso y alegre se había nublado, perdido. Este hombre que había vuelto

a ella era más parecido al hijo que recordaba. La sonrisa dulce le bailaba en la comisura

de los labios, reflejando la tenue sonrisa que se veía en sus ojos. Percibía una paz en él

ausente desde hacía mucho tiempo. ¿Pero cómo podían haberle dado ese regalo unos

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humanos? Además, ¿por qué habrían ayudado a Jessan? Sabía de alguno que otro que, al

contrario que la mayoría, parecía haberse librado de su estrechez de miras casi

incomprensible, pero... y sin embargo, a su hijo le había pasado algo. Preocupada, miró

a Lestan, que daba muestras de estar a punto de perder los estribos.

Lestan se acercó a la mesa y agarró a su hijo por la mandíbula, obligándolo a mirarlo

a los ojos.

—¿Quiénes son? —preguntó, con tono tajante. Como si no tuviéramos ya suficientes

problemas y ahora tengo que enviar exploradores tras esos dos. Estaba enfurecido.

¿Cómo ha podido Jessan hacerle esto a su pueblo? Conoce los riesgos. Niño idiota.

Jessan se levantó, soltándose de la mano de su padre, y se irguió del todo, superando

a Lestan por varios centímetros. Lo aprovechó, cuadrando los anchos hombros y

tomando aliento. Ésta era la parte que le daba miedo.

—Padre... —Se humedeció los labios, nervioso—. No nos van a hacer daño. No lo

entiendes, no puedes... —Se acercó a la pared y volvió—. Yo... para mí son familia. —

No hizo caso de la exclamación sofocada de su madre—. Lo siento... sé que los odiáis,

mamá, papá... pero... —Un sonoro chasquido cuando Lestan le dio una bofetada en la

cara con el brazo sano. Él ni se inmutó y tuvo la satisfacción de ver la momentánea

expresión de asombro en los ojos de Lestan.

—¿Que los odiamos? —gruñó su padre, con un tono espantosamente grave—.

¡Idiota! No tienes ni idea de lo poco apropiada que es esa palabra para lo que siento. —

Agarró a Jessan por un lado del cuello y lo empujó contra la pared—. Todos los días de

mi vida tengo que caminar en ese bosque sobre la sangre de miles de los nuestros por la

incapacidad de los humanos de vivir en paz. —Tragó con fuerza, volviendo a empujar a

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Jessan contra la pared—. ¿Cómo has podido traicionarnos así? —Acercó más la cara—.

¿¿Quiénes eran??

—No puedo. No te lo voy a decir —fue la respuesta de su hijo, tranquila, suave,

inflexible como el granito—. Se jugaron la piel por salvarme. Me cuidaron. Me

ofrecieron su amistad. Me trajeron a casa. —Agarró la mano de su padre y se la quitó

del cuello—. ¿Y quieres que revele quiénes son por tu ira? A mí sólo me han hecho el

bien, ¿es que somos tan malos como ellos? ¿Les vamos a devolver un daño cuando no

han hecho ninguno? No. —Dirigió una mirada a la cara atribulada de su madre—. No,

no lo voy a hacer. —Jessan volvió a mirar a los ojos furiosos de su padre—. No lo voy a

hacer.

Silencio en la estancia. Wennid la cruzó y se puso al lado de su hijo.

—Déjame Ver tu corazón —dijo, colocándole una mano en el pecho. Miró a los ojos

cuajados de motas doradas de Jessan, percibiendo... ah. Cerró los ojos, con un profundo

dolor. ¿Qué clase de humanos eran estos que le hacían sentir esto? Ahondó más y captó

apenas unos retazos de las imágenes que se le pasaban por la mente, cosa que sólo podía

hacer con su hijo y con su vinculado. Una puesta de sol. Agua. Una humana de pelo rojo

y ojos verdes como el mar, que se reía. Agua de nuevo, esta vez por encima de su

cabeza. Wennid sofocó una exclamación. ¿Habían intentado ahogar a su hijo? No... unas

manos fuertes, unos brazos que lo levantaban y lo sacaban del agua. Otra humana. Pelo

oscuro y penetrantes ojos azules... Percibió el cariño que se intercambiaban, vio que la

humana sonreía a su hijo, supo que era cierto.

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Supo que reconocía a la segunda humana, que la había visto con las manos

ensangrentadas en medio de una aldea saqueada del valle vecino y de nuevo al mando

de una banda de asaltantes atacando a los pastores que había hacia el este.

—Oh, Jessan —exclamó Wennid suavemente, enredando los dedos en el pelo de su

pecho—. Dime que me equivoco. —Lo miró a los ojos, desolada. Dime que lo que le vi

hacer en aquel valle, a esa gente, no era cierto. Ah... pero no puedes, ¿verdad, noble

hijo mío? Porque yo la vi. Yo misma. No puedes convencerme de que la persona que

hizo aquello es digna de tu... Oh, Jessan... No. Mamá, no... no se lo digas,

porfavorporfavorporfavor... no... aulló la mente de Jessan. Su madre era el único factor

sobre el que no tenía ningún control. La miró a los ojos claros, rogando. Ella tenía más

motivos que la mayoría para odiar a la especie de Xena, y ahora conocía el rostro de

quien lo había rescatado. No había muchas mujeres guerreras, y Wennid la había visto,

por lo menos una vez. El aspecto de Xena no se olvidaba fácilmente. Se dio cuenta de

que Wennid se debatía con su dilema y aguantó la respiración. Al final, ella suspiró y

alzó la mano para acariciar delicadamente la cara de su hijo. ¿Como disculpa?

¿Aceptación? Sólo de pensarlo, se estremeció.

—Lestan... amor mío —Volvió la cabeza y miró a su pareja a los ojos. Su vínculo

transformó incluso esa mirada fortuita en algo más íntimo, al tocarse sus almas, y ella se

sintió flotar en la mirada caoba de él—. Lo que siente es... cierto. —Frunció los labios

—. Creo... que no suponen un peligro para nosotros. —Sonrió a su hijo, quien cerró los

ojos lleno de alivio y cansancio—. Pero Jessan... debes decirle a tu padre quién era esta

persona. —Le tocó levemente la mejilla—. Tiene que saberlo. Porque si te equivocas,

suponen un peligro extremo para nuestro pueblo.

Él la miró, desconcertado. ¿Acaso no lo entendía? Pensaba que había...

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—¿Y exponerla a ella a su castigo? —preguntó suavemente—. Mamá, no puedo.

—¿¿Ella?? —interrumpió Lestan, por primera vez desde lo que parecían horas. Parte

de la ira salvaje había desaparecido de su tono, consumida por la mirada de Wennid—.

¿¿A ella?? —Frunció el ceño al mirar a su hijo—. Por Ares, hijo, ¿qué me estás

diciendo, que una humana te ha salvado? —Arrugó el entrecejo muy molesto. Matar

mujeres no era lo suyo, ni siquiera humanas, estaban tan indefensas como unos

cachorros—. Está bien, está bien... puedes contármelo. Ya sabes lo que siento al

respecto. —Frunció el ceño y apoyó la barbilla en la mano sana. Wennid se colocó

detrás de él y se inclinó sobre su cuello, estrechándolo entre sus brazos.

Jessan respiró hondo.

—Era Xena. —Luego cerró los ojos con fuerza y esperó la explosión. Cuando no se

produjo, entreabrió un párpado y miró a su padre. Lestan lo miraba con una curiosa

mezcla de pasmo, incredulidad e intriga—. Es muy agradable —añadió Jessan con

cautela—. ¿Os acordáis de que habíamos oído que había dejado de atacar? Ahora va por

ahí ayudando a la gente... es cierto. —Miró preocupado a su madre, quien frunció los

labios, con gesto grave.

—Agradable —dijo Lestan despacio—. Jessan, he oído muchos términos usados para

describir a Xena. Agradable nunca ha sido uno de ellos. —Tamborileó con los dedos en

la mesa, intrigado a su pesar—. Casi no puedo creerlo. Pero... aquí estás. —Intentó

disimular su repentina curiosidad—. Xena, ¿eh?

Jessan tuvo la súbita sospecha de que su padre no desaprobaba tanto a su nueva

amiga como había pensado. Debe de ser porque es guerrera, sonrió por dentro.

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Wennid alzó la cara hacia su hijo.

—Yo... he visto las pesadillas que ha causado esa humana. ¿Y ahora esperas que me

crea que se ha transformado en una especie de heroína? Jessan, te estás engañando. —

Apoyó la mejilla en el pelo de Lestan y continuó—: Seguro que te das cuenta de lo

imposible que es.

—Mamá... —Jessan vaciló—. Yo tampoco lo creía al principio... —Entonces se

detuvo y repasó sus recuerdos—. No. Eso no es cierto. —En su boca se dibujó una

curiosa sonrisa—. En cuanto la vi, mi corazón supo que no suponía ningún peligro para

mí. Pero mi mente tardó un tiempo en aceptarlo. No tenía la Vista para ayudarme...

cuando la conozcáis, lo veréis. —Levantó las manos ante sus miradas de sobresalto—.

Oh... no ahora mismo... pero algún día, la traeré aquí. Quiero que lo veáis vosotros

mismos... pero dejad que os cuente toda la historia...

—Bueno —quiso saber Gabrielle—. ¿Y ahora a dónde? —Miró hacia delante, donde

el camino parecía ir ensanchándose y haciéndose más definido entre la hierba.

Xena contempló pensativa el horizonte.

—Pues podríamos ir a hacerle una visita a Hectator. Tengo entendido que su nueva

capital es muy grande. —Dirigió una mirada de reojo a su amiga y le sonrió con aire de

guasa—. También tengo entendido que se pueden hacer compras muy buenas. —Ladeó

la cabeza y miró a la bardo un momento. Se le ocurrió una idea—. Sí, de hecho, vamos

a hacer eso.

Gabrielle la miró con una ceja enarcada.

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—Pues me parece genial. —¿Qué se traía ahora Xena entre manos? Tenía esa

sonrisita en la cara que se le ponía cuando estaba tramando algo. Ah, bueno, supongo

que no tardaré en descubrirlo. Cuando estaba a punto de emprender de nuevo la

marcha, Xena se montó de un salto en la silla de Argo y le alargó el brazo.

—Venga —la urgió Xena—. Me gustaría llegar a la capital antes del anochecer.

Gabrielle arrugó la frente con desconcierto, pero se encogió de hombros y se adelantó

para coger el brazo que se le ofrecía. Xena levantó a Gabrielle detrás de ella y azuzó a

Argo con un breve apretón de rodillas.

Suspirando, la bardo se puso la correa de la vara al hombro y se sujetó a la cintura de

Xena con los dos brazos. Dioses, odio montar a caballo, pero al menos si somos dos

tengo algo sólido donde agarrarme. Sonrió ligeramente. Argo emprendió un buen paso

y al cabo de un rato, sosegada por el ritmo y el sol, Gabrielle se quedó dormida apoyada

en la espalda de Xena.

—Qué novedad —murmuró Xena por lo bajo, risueña. Sujetó con un brazo los dos

con que la bardo la había rodeado, para evitar que se resbalara, y se echó a reír entre

dientes. Más tarde podré tomarle el pelo con esto.

Xena esperó hasta que se estaban acercando a la ciudad antes de poner a Argo al

paso, y volvió la cabeza para mirar por encima del hombro.

—Eh, princesa —le dijo a su compañera, y notó el sobresalto de Gabrielle al

despertarse.

—¿Qué? —Miró a su alrededor asombrada—. ¿Dónde... cuánto tiempo he estado

durmiendo? —preguntó, advirtiendo la sonrisa divertida de Xena. El sol se estaba

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poniendo sobre las torres de la ciudad. No me digas que me he quedado dormida

encima de este maldito caballo y que me he pasado horas durmiendo, Xena, por favor.

—Un par de horas —confirmó la morena alegremente, y se echó a reír suavemente al

ver la expresión mortificada de Gabrielle—. Y yo que creía que no estabas cómoda en

un caballo.

Gabrielle suspiró y apoyó la cabeza en la espalda de Xena. ¿Cómo puedo haber

hecho eso? Debe de haber sido el sol. De repente, se dio cuenta de que seguía abrazada

a la mujer más alta y que tenía los brazos bien sujetos. Pobre Xena... hasta ha tenido

que impedir que me cayera, se recriminó Gabrielle, irritada.

—Disculpa —murmuró, moviéndose y soltando los brazos—. No sé qué me ha

entrado.

Xena volvió a mirar por encima del hombro.

—No te preocupes. Parecía que te hacía falta dormir y he pasado por cosas peores. —

Dejó que Argo avanzara trotando un poco más y luego miró a Gabrielle a la cara, que

seguía seria y en silencio—. Gabrielle —dijo amablemente, volviéndose a medias en la

silla—. No pasa nada. No tiene nada de particular. Vale, te has quedado dormida encima

de Argo. ¿Y qué?

—Lo siento —masculló Gabrielle, con el ceño fruncido—. Nunca te veo a ti echarte

una siesta sin motivo alguno.

Xena resopló.

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—Bueno, no, pero con una de las dos siempre a punto de saltar es más que suficiente,

¿no crees? —Contempló las puertas de la ciudad que ya tenían cerca—. Parece que hay

mucha actividad.

La bardo atisbó alrededor del alto hombro de Xena y observó la puerta. Actividad, sí.

Hombres y caballos entraban y salían con aire decidido.

—Parece que hay...

—Problemas —terminó Xena gravemente, con un hondo suspiro—. ¿Es que nunca

podemos ir a algún sitio donde no esté ocurriendo algo? —Meneando la morena cabeza,

volvió a poner a Argo al trote largo, lo cual hizo que Gabrielle se agarrara a ella de

nuevo.

Entraron trotando por las puertas, esquivando soldados a la carrera y carros de

combate en movimiento. No cabía duda de lo que significaba toda aquella actividad: los

preparativos para la guerra eran evidentes. Había soldados por todas partes equipándose,

afilando armas, reparando armadura. Apenas se fijaban en la yegua dorada que trotaba

tan decidida y en sus insólitas jinetes. Por fin, Xena vio a alguien a quien conocía.

—Eh, Alaran. —Se bajó de Argo e hizo un gesto a Gabrielle para que siguiera

montada.

El canoso soldado levantó la mirada sorprendido.

—¡Xena! —Sofocó una risa—. Pero bueno... —Se adelantó y le estrechó el brazo—.

Cuánto tiempo. ¿Qué te trae por aquí? Aunque llegas bien a tiempo... —La sujetó

alargando los brazos—. Estás estupenda. —Sonrió—. Da gusto mirarte.

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Xena se echó a reír y le dio unas palmadas en la barriga.

—Pues tú parece que no has estado trabajando mucho. —Hizo un gesto señalando el

ajetreado patio—. ¿Qué ocurre?

—Ah —rezongó Alaran—. Hemos descubierto un nido de... no sé, unos seres,

podríamos decir. Medio humanos, medio no sé qué, y más malos que la quina. Hectator

está organizando una gran fuerza para expulsarlos. —Levantó la mirada, advirtiendo por

fin la expresión de Xena—. ¿Qué? ¿Qué pasa?

—Tengo que ver a Hectator —gruñó Xena—. Está a punto de cometer un grave error.

—Se montó de nuevo en Argo y le volvió la cabeza hacia el castillo, azuzándola—. Me

alegro de verte, Alaran —gritó por encima del hombro.

—Ni la mitad de lo que me alegro yo de verte a ti, Xena —le gritó el veterano,

meneando la cabeza. Por Zeus, qué mujer tan bella pero peligrosa. Se preguntó qué se

proponía.

Gabrielle carraspeó.

—No sabía que tenías viejos amigos que se alegraban tanto de verte —dijo,

sonriendo, antes de darse cuenta de cómo debía de sonar aquello—. Mm... quiero decir,

bueno, eso no es lo que quería decir.

Xena sofocó una risa.

—Sí que lo es. —Dio unas palmaditas a Gabrielle en la pierna—. Pero no pasa nada,

normalmente es cierto. Alaran era una excepción. Nos conocemos desde hace mucho

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tiempo. —Suspiró—. No creo que Hectator se muestre tan amistoso. —Dirigió a Argo

hacia el rastrillo del castillo—. Espero poder convencerlo de que ponga fin a esto.

Detuvo a la yegua y desmontó, alargando los brazos y atrapando a Gabrielle cuando

ésta se disponía a hacer lo mismo. La bardo estaba a punto de protestar diciendo que era

capaz de desmontar de un caballo cuando llegó al suelo, y se habría desplomado si Xena

no la hubiera tenido agarrada.

—Ay —se quejó Gabrielle—. Gracias. —Se tomó un momento para estirar las

piernas doloridas y luego le hizo a Xena un gesto de asentimiento—. Estoy bien —dijo,

y la guerrera la soltó y le dio una palmadita en la espalda.

El castillo era de tamaño medio, pero bien hecho, y la puerta estaba guardada. Xena

se detuvo delante del guardia de la puerta y esperó a que le hiciera caso. Al cabo de un

momento, el guardia levantó la vista y se echó hacia atrás sorprendido. Seguro que no

se esperaba ver a una mujer guerrera, que le saca varios centímetros de estatura,

plantada ante su puerta, pensó Xena.

—Necesito ver a Hectator —dijo con su tono de voz más grave y más imponente.

El guardia tragó.

—Está ocupado —se atrevió a decir—. Está muy ocupado.

—Más ocupado va a estar si no me dejas pasar a verlo —gruñó Xena, añadiendo una

dosis de la mirada a la exigencia y avanzando un paso más. Venga, amigo, déjame

pasar. No me obligues a molerte a golpes, ¿vale? He tenido un día muy largo , masculló

por dentro. ¿Sólo por esta vez? ¿Por favor?

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El guardia la miró de arriba abajo, alzó las manos y meneó la cabeza.

—Señora, soy lo bastante listo como para saber que no puedo detenerte, así que

adelante. Pero espero que de verdad necesites verlo. Estamos preparándonos para la

guerra.

Xena alzó los ojos al cielo y dio las gracias a quienquiera que hubiera estado

escuchando.

—No te preocupes. No le diré a nadie que me has dejado pasar. —Cruzó las puertas,

seguida de Gabrielle, que se reía en silencio. Xena intentó echarle una mirada ceñuda,

pero fracasó y convirtió el intento en una sonrisa irónica—. Me alegro de haberte

divertido —comentó.

Encontrar a Hectator fue fácil. Llamarle la atención fue un poco más difícil. Había

varios comandantes de guerra moviéndose por su sala de reuniones, arrastrando mapas y

planes de batalla. El propio Hectator, un hombre alto y bien formado de pelo y ojos

oscuros, pasaba de un grupo a otro, dando órdenes.

Tras varios intentos de interrumpir, Xena perdió por fin la paciencia y decidió tomar

medidas drásticas. Levantó un extremo de la enorme mesa de reuniones y la volcó

entera, mandando por los aires mapas, comandantes de guerra y objetos diversos.

Además del horroroso estrépito cuando la mesa cayó al suelo. A continuación se hizo el

silencio. Xena se colocó en el centro ahora despejado de la sala y se cruzó de brazos.

—Hola, Hectator —dijo despacio—. Tenemos que hablar.

Creo que disfruta con esto, pensó Gabrielle, observando la reacción. Creo que le

gusta de verdad estar ahí plantada, en medio de esta sala llena de hombres armados,

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sabiendo que ella es lo más peligroso que hay aquí y sabiendo que todos ellos lo saben

también. Sonrió por dentro. Y creo que yo disfruto viéndolo. Eso es terrible, ¿no? Pero

es cierto.

—Mm. ¿Nos disculpáis, por favor? —dijo Hectator, carraspeando—. Hola, Xena. No

te había visto entrar. —Hizo un gesto a sus hombres, que salieron a toda prisa de la sala,

dejándolos a los dos cara a cara. En los ojos de él se advertía un respeto cauteloso

mientras contemplaba a su inesperada invitada—. Supongo que te has enterado de

nuestro pequeño problema. ¿Quieres ayudarnos? —La miró enarcando una ceja con

gesto interrogante—. Nos vendría bien la ayuda, por supuesto.

Xena se acercó a él, lo agarró del brazo y lo llevó a un asiento cercano.

—Siéntate. —Ella se sentó en la mesa a su lado—. Gabrielle, ven aquí. —La bardo

cruzó la sala y se acomodó en un banco—. Escucha. Estás cometiendo un grave error.

—Lo miró a los ojos—. Esos monstruos con los que vas a combatir no son monstruos.

—Gabrielle siempre me insiste para que intente solucionar las cosas hablando

primero. Vale. Pues lo intentaré.

Hectator sofocó una risotada.

—Vamos, Xena. Los he visto. No puedes decirme que no son peligrosos. —Se cruzó

de brazos y meneó ligeramente la cabeza.

—¿Peligrosos? —Xena enarcó una ceja—. Por supuesto que son peligrosos. Tú eres

peligroso. Yo soy peligrosa. —Le clavó la fría mirada—. De hecho, yo soy mucho más

peligrosa que ellos. —Le puso una mano en la manga—. Escucha, los conozco. Están

bien si los dejas en paz. ¿Te han hecho algo? ¿Han matado a alguien?

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Hectator se levantó de golpe y se puso a pasear muy agitado.

—No sé qué es lo que te propones, Xena. No puedes esperar que deje a unos

animales peligrosos en mis fronteras, ni aunque fueran granjeros y no guerreros, cosa

que evidentemente son. Ahora, si no nos vas a ayudar, haz el favor de dejarme que

termine de hacer lo que tengo que hacer. —La miró ceñudo—. Y apártate de mi camino.

Xena suspiró y se volvió hacia Gabrielle.

—¿Sabes? Tenía muchas ganas de que esto de hablar saliera bien. Estoy cansada, ha

sido un día muy largo y pensé que a lo mejor, sólo por esta vez, lo iba a intentar. —Se

puso en pie, a tiempo de interceptar a Hectator cuando éste se acercó más a ella. Con

una mano, lo agarró del cuello de la chaqueta. Su otra mano formó un puño y golpeó su

mandíbula con un fuerte chasquido. Él se desplomó fláccidamente en sus brazos sin

emitir el más mínimo ruido—. Supongo que no era el momento.

Sacudiendo la cabeza, se agachó y lo agarró por la chaqueta y el cinturón, lo levantó

con un fuerte impulso y se lo echó sobre los hombros.

—Vamos —dijo, haciendo un gesto a Gabrielle para que fuera delante de ella—. Va a

ser una noche muy larga.

—¿Dónde lo vamos a llevar? —preguntó Gabrielle, con curiosidad.

—A la aldea de Jessan —contestó Xena, colocando a Hectator en una postura más

cómoda para llevarlo a cuestas—. A lo mejor consigo que Lestan y él solucionen las

cosas hablando. Aunque sólo sea, a lo mejor consigo que Hectator se dé cuenta de que

lo que tiene en sus fronteras no son unos animales estúpidos.

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—Mmm —comentó Gabrielle—. ¿Y si deciden librar al mundo de tres humanos

más? —Su tono era ligero, pero no pudo evitar cierto grado de preocupación en la

pregunta.

Xena la miró, con una ligera sonrisa en la comisura de los labios.

—¿Estás preocupada?

—Sí —contestó la bardo, con sinceridad—. A Jessan le preocupaba mucho que

estuviéramos cerca del territorio de su pueblo.

—Bueno, Gabrielle —murmuró Xena, mientras bajaban por la escalera,

manteniéndose en las oscuras sombras que ya habían caído sobre el castillo—. Hectator

no me preocupa. Pero... —Se detuvo y sonrió—. Para llegar a ti, tendrán que pasar a

través de mí.

Gabrielle sintió que se le cortaba la respiración por un instante.

—Vale. Ya me siento mejor —dijo, con la voz algo ronca—. Seguro que todo va bien.

—Miró de reojo a Xena, que estaba observando su reacción con una ligera sonrisa. Qué

extraña mezcla de reacciones. Quiero decir... es cierto. Lo sé. Y me pregunto si se da

cuenta de lo mucho que eso me asusta. O del por qué.

La bardo siguió a Xena y su carga hasta el patio, contenta ahora de haber tenido

ocasión de dormir anteriormente. Aunque más bien era una excusa de cuatro horas para

un abrazo. Se rió de sí misma, como reacción. Pobre Xena. El contacto físico había sido

una parte muy importante de la vida familiar de Gabrielle: en casa nunca hacían falta

excusas para que todos ellos se dieran abrazos. Para ella era algo tan natural como

respirar. Por desgracia, Xena tenía una actitud muy distinta al respecto: le gustaba

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mantener las distancias y no le gustaba nada que la gente invadiera su espacio personal

y mucho menos que la tocaran. Se ponía muy nerviosa, y las personas con reflejos

instantáneos y un montón de armas afiladas no son gente que convenga poner nerviosa.

Gabrielle lo respetaba, pero le resultaba imposible recordarlo todo el tiempo,

especialmente después de llevar un tiempo viajando con Xena y estar más cómoda con

la guerrera y lo que la rodeaba. Y al menos hacía ya tiempo que Xena había dejado de

encogerse o ponerse tensa cuando se le olvidaba y la tocaba para hacer hincapié en algo

o como gesto fortuito. Arrugó el entrecejo, súbitamente pensativa. En realidad, se dio

cuenta sobresaltada, últimamente Xena había bajado un poco la guardia y se permitía

tocarla a su vez, una palmadita en la espalda, o un apretón en el hombro, o un abrazo

cariñoso cuando Gabrielle más lo necesitaba. Aunque nunca osaría mencionarlo, por

supuesto. Ah, no. Su boca esbozó una sonrisa.

Esquivaron a los guardias que se movían por el patio del castillo, mientras la

oscuridad ocultaba lo que Xena llevaba al hombro. Argo relinchó al verlas y se acercó

trotando al oír el suave silbido. Xena colocó a Hectator sin muchos miramientos sobre

el lomo de la yegua, tapándolo con un pliegue de una manta, y salieron por la puerta y

emprendieron el largo camino de regreso al bosque antes de que a nadie se le ocurriera

detenerlas. O se dieran cuenta de lo que transportaba la yegua.

Hectator iba atado de pies y manos y cuando recuperó el conocimiento, no se mostró

muy agradable. Se pasó varios minutos soltando improperios.

—Xena, no te vas a salir con la tuya. ¿Qué crees que estás haciendo? Mis hombres

nos encontrarán por la mañana, ¡y haré que te encadenen! —Se retorció furioso en sus

ataduras, echando miradas asesinas al perfil que veía a medias en la oscuridad.

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Xena bostezó.

—Pues ponte a la cola. Hay por lo menos un dios y muchísimos hombres más

peligrosos que tú que ya me han amenazado con eso. —Se rió cansada—. En cuanto a lo

que estoy haciendo, estoy intentando hacerte entrar en razón y evitar que se pierdan

vidas inocentes, así que dame un respiro, ¿quieres? —Lo miró con aire risueño—. No te

harán daño. Sólo quiero que hables con ellos.

Hectator se quedó callado un momento.

—De verdad crees que me van a dejar salir con vida de esa guarida... —Su tono

chorreaba sarcasmo—. Se te han ablandado los sesos, Xena.

Xena le hizo una mueca.

—Más te vale preguntarte si se me ha ablandado alguna otra cosa. —Lo miró,

divertida—. Hectator, no dejaré que te hagan nada, te lo prometo.

—Qué segura estás de tener razón, ¿verdad? —comentó él, volviendo la cabeza sobre

el cuello de Argo para mirarla.

—No, Hectator. Acabo de raptarte y te estoy llevando por la fuerza a la base de

quienes consideras tus enemigos porque esta noche no tenía nada mejor que hacer —le

soltó ella—. Créeme, preferiría estar sentada en una de tus posadas, contribuyendo a tu

economía local.

Gabrielle la alcanzó y le pasó un odre de agua que Xena no se había dado cuenta de

que necesitaba hasta ese mismo instante. Miró la forma en sombras de su compañera y

sonrió.

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—Gracias —susurró—. ¿Sueno tan cansada como me siento? —La luz de la luna

bastó apenas para permitirle ver la sonrisa con que le respondió Gabrielle—. Eso me

parecía.

—¿Quieres que nos paremos un rato? —le susurró la bardo a su vez.

—No —suspiró Xena—. No hay tiempo, por desgracia. —Se volvió para mirar el

camino por el que acababan de bajar—. Sus guardias empezarán a perseguirnos... en

cuanto se den cuenta de que nos lo hemos llevado. —Miró a Hectator con aire de guasa

—. Y se recuperen de la vergüenza.

Gabrielle asintió y luego le ofreció un poco de pan y queso.

—Pues más vale que cenemos.

Xena la miró con una sonrisa irónica y maliciosa.

—¿Qué más podría pedir? —Aceptó los alimentos y se puso a comer. Gabrielle

caminaba en silencio a su lado, masticando su propia porción. Hectator también

guardaba silencio, intentando encontrar una postura cómoda en el lomo de Argo. Xena

se apiadó de él y cortó las cuerdas que le ataban las manos, advirtiéndole de que si

intentaba escapar, haría el resto del viaje debajo de Argo, en lugar de encima.

—Así que me dejaron cerca del río y siguieron su camino —terminó Jessan, que

sentía la boca como si un ratón hubiera estado correteando por ella. El agua no le había

servido de nada: le dolía la lengua de hablar. Wennid y Lestan habían escuchado más

bien en silencio, con algunas preguntas pertinentes, hasta el final. Ahora se miraron

pensativos. Jessan suspiró. Podían comunicarse más cosas con una mirada que la

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mayoría de su pueblo con una conversación entera. En momentos como éste, su vínculo

era casi tangible. Los envidiaba... había querido a Devon, por supuesto, pero no había

sido un vínculo vital.

—Bueno —suspiró Lestan por fin—. Menuda historia. —Se apartó de la mesa y

bebió un largo trago de hidromiel—. No puedo decir que yo habría hecho lo mismo que

tú, Jessan... —Lo miró ceñudo—. Pero ya está hecho... no puedo cambiarlo. —Miró a

su vinculada, que estaba sentada con las fuertes manos unidas ante la cara, sumida en

sus pensamientos. Dioses, qué bella es, pensó Lestan, mirándola con cariño, a la espera

de que se pronunciara sobre el relato de su hijo.

—Me alegro de que hayas conseguido volver a casa —dijo por fin Wennid,

mostrando toda la aceptación que estaba dispuesta a mostrar por ahora. Alzó

bruscamente la cabeza, al igual que ellos, al oír unos pasos que se acercaban a la

carrera. Sonidos de tierra y luego un golpe cuando el que corría subió de un salto a su

porche.

—¡Lestan! —jadeó Deggis, que apareció en la puerta—. Humanos. Vienen hacia

aquí.

Lestan soltó una maldición.

—¿Cuántos? —Su mente ya estaba preparando maniobras de defensa. ¡Qué pronto!

¿Pero cómo?

—Mm... tres —contestó Deggis—. Y un caballo.

Todos se lo quedaron mirando.

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—¿Tres? —preguntó Lestan, extrañado. Entonces no se trataba de una partida de

guerra.

—Descríbelos —pidió Jessan se repente, volviéndose hacia su primo—. ¿Qué

aspecto tienen?

Deggis se volvió hacia él.

—Hay un hombre atado al caballo y dos mujeres caminando a su lado. Una es alta, de

pelo oscuro y con una espada. La otra es más baja, de pelo claro y con una vara. —Miró

a Lestan y Wennid, que estaban petrificados—. ¿Por qué?

Jessan miró a sus padres y asintió, confirmándolo.

—Son ellas. —Se volvió hacia Deggis—. ¿Hay alguien atado al lomo del caballo? —

Su primo asintió—. Me pregunto qué será todo esto. —Entonces se le ocurrió una idea,

que no expresó. ¿Y si Xena y Gabrielle se habían enterado del ataque que planeaba

Hectator? ¿Y si estaban haciendo algo al respecto? Sería muy propio de ellas. Se echó

hacia delante—. Deja que vengan —le instó a su padre.

Lestan sonrió.

—Ah, eso pretendo. —Miró a su hijo con frialdad—. Eso pretendo. —Se levantó y

alcanzó sus armas—. De hecho, voy a recibirlas yo mismo.

Ooohhh... no... chilló la mente de Jessan. Mala idea. ¿Pero cómo hacérselo entender

a su orgullosísimo padre? Para él no eran más que un par de humanas, fáciles de

eliminar.

—Deja que vaya contigo —rogó—. Por favor...

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Lestan nunca había podido resistirse a un desafío, incluso con un solo brazo era uno

de sus mejores campeones vivos... y Xena era un desafío demasiado importante para

pasarlo por alto. Pero había un pequeño problema... una cosita que sólo su padre y él

sabían: que de los dos, Jessan era el que mejor luchaba. Lo habían descubierto hacía

poco, en un claro del bosque no muy lejos de aquí en una mañana de primavera.

En muchos sentidos, había sido como si llegara a la mayoría de edad, y lo recordaba

con gran orgullo y cierta tristeza. Lestan podía soportar la idea de ser derrotado por su

hijo. No podría, no debía soportar la idea de ser derrotado por un humano. Por una

mujer humana. Eso acabaría con él. Y Jessan sabía, con la misma certeza con que sabía

que el sol subía por el cielo cada mañana, que sería derrotado, a menos que los dioses le

dieran suerte o Xena se apiadara de él.

—No —gruñó Lestan—. Tú te quedas aquí. Tienes la mente nublada con este tema.

—Se puso una ligera cota de combate sobre los hombros y luego estrechó a Wennid en

un rápido abrazo—. Sólo son tres. No tardaré.

Por Ares, gimió Jessan por dentro. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?

—Padre —exclamó, llamando la atención a todos—. Es... peligrosa. Por favor... no te

dediques... a jugar con ella. —Se le aceleró la respiración.

Lestan sofocó una risotada.

—Voy a poner al descubierto las fanfarronadas de esta humana, hijo mío. Pero

intentaré no hacerle mucho daño, ya que nos ha hecho un gran favor al ayudarte. —

Dirigió una mirada exasperada y cariñosa a su hijo, que había heredado, lo sabía, el

corazón de su madre, así como la especial intuición de ésta.

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Jessan suspiró por dentro. A veces... Se levantó y bloqueó el camino de su padre hacia

la puerta, sin hacer caso de la ira que se veía en los ojos de Lestan.

—Padre, por favor... no lo entiendes.

—Entiendo que estás en mi camino, hijo, y que más te vale apartarte —gruñó Lestan,

ahora en serio—. Creo que puedo ocuparme de una guerrera humana sin tu ayuda.

Quiere venir a hacernos una visita... pues veremos si se lo permito.

—Padre, no la retes. —Ganará ella, gritó su mente, y eso no puedo decírselo a la

cara—. Es... —Ah, ya sé. Vergonzoso, pero era una forma de salir del paso y una forma

de advertir a su padre sin que éste quedara en ridículo—. He luchado con ella. —Soltó

una carcajada breve—. Varias veces. Lo hice con todas mis fuerzas, dándole todo lo que

tenía. Intenté... de todo. —Ahora Lestan le estaba prestando atención. Bien—. No pude

ni tocarla. —Incredulidad en los ojos de todos—. Me quitó la espada y me dio un azote

en el trasero con ella. —Incredulidad total—. No fanfarronea —terminó en voz baja—.

No le hace falta. —Miró a Lestan a los ojos. Ah... se da cuenta. Espero.

—Lo tendré presente —rezongó el alto líder—. Quédate aquí. —Y salió, seguido de

Deggis, que estaba confuso. Wennid se quedó mirando la puerta largo rato y luego

volvió la penetrante mirada hacia su hijo. Le hizo un gesto de asentimiento y le dirigió

una sonrisa conspiradora.

—Eso ha sido muy amable por tu parte, Jessan.

—No te lo crees —suspiró Jessan. Claro que no. Sólo son humanas, ¿no?

—Todo lo contrario —contestó su madre. Se acercó a él y le cogió la cara entre las

suaves manos—. Eres hijo mío, además de suyo. —Le dio un beso en la cabeza—. Sólo

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espero que estés en lo cierto con respecto a ellas. —Lo miró pensativa—. ¿Quieres a

esta humana, a este... monstruo?

Jessan cerró los ojos, agachó la cabeza y no contestó. No necesitaba hacerlo.

Era cerca del amanecer cuando llegaron al río que marcaba la frontera del territorio

de los habitantes del bosque. Xena se detuvo cuando llegaron a la orilla, bebió un largo

trago de agua y volvió a colocarse bien la armadura y las armas. Esperaba poder hablar

con los habitantes del bosque antes de que se iniciara ninguna lucha, pero nunca se

sabía. Jessan podía haberse ido o estar durmiendo o lo que fuera. Y sabía que tendría

muy pocas posibilidades de dar explicaciones una vez cruzado el río. Se volvió para

mirar a Gabrielle, que estaba charlando con Hectator, al tiempo que observaba la línea

de árboles. Debería enviarla de vuelta. Lo mismo de siempre, ¿no? Pero ahora ya no

hay tiempo y se pondría como una furia si lo intentara. Xena suspiró. Espero que este

pequeño plan funcione.

—Bueno —dijo con frialdad—. Vamos. —Agarró la brida de Argo y entró en el río.

El agua estaba fría y la despertó de golpe, como había esperado. Gabrielle avanzaba a su

lado, tanteando el camino con la vara. La bardo se resbaló ligeramente en las piedras

redondeadas y se habría caído de no haber sido por el rápido brazo de Xena sujetándola

por el hombro—. Cuidado —le advirtió, dejando el brazo en esa posición como medida

de seguridad hasta que llegaron al otro lado.

Cuando llegaron a la orilla opuesta, el agudísimo oído de Xena empezó a captar

movimientos muy leves y sutiles a su alrededor.

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—Están aquí —dijo en voz baja. Detuvo a Argo y se colocó delante del caballo, con

las manos bien lejos de sus armas. Estaba empezando a salir el sol, tiñendo el cielo de

un primer tono de delicado rosa. El viento del amanecer era fuerte y le echaba el pelo

hacia atrás mientras esperaba, percibiendo que se iban acercando cada vez más. Clavó

los ojos en el punto donde sabía que estaba el más próximo y por fin habló—. Puedes

salir.

Una forma oscura se alzó inmediatamente de la alta hierba de la orilla, sobresaltando

a Hectator, pero no a Xena ni a Gabrielle, tras haber viajado con Jessan. Su pelaje era

más oscuro que el de su amigo y era tal vez un poco más bajo y un poco más

corpulento. Iba totalmente armado y sujetaba una larga espada competentemente con

una mano inmensa. Sus ojos, de un tono dorado más oscuro que los de Jessan, se

clavaron en los de ella, intensamente. Xena lo observó con la misma atención y se dio

cuenta de que le pasaba algo en el brazo derecho. Sonrió ligeramente.

—¿Lestan?

En los ojos de él se advirtió la sorpresa.

—Sí —contestó por fin—. Y tú debes de ser Xena. —La saludó con la cabeza y luego

la inclinó hacia la mujer rubia que estaba detrás de ella—. Y Gabrielle. —Volvió la

mirada fría hacia la carga de Argo—. ¿Y éste quién es?

Xena bajó los brazos y se acercó a él, tirando de las riendas de Argo.

—Éste es Hectator. Creo que los dos tenéis que hablar. —Se detuvo a una distancia

de ataque de él y se limitó a esperar. Gabrielle se quedó a unos pasos detrás de ella,

apoyada en la vara, pasando la mirada de la cara de él a la de ella.

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Lestan se la quedó mirando desconcertado.

—¿Traes al gran enemigo de mi pueblo a mi territorio y me dices que tengo que

hablar con él? ¿Qué te hace pensar que no le voy a cortar la cabeza? —Trazó un arco

con la espada desnuda, acercándola a ella y observando sus ojos, sin ver en ellos nada

de lo que estaba buscando.

—Dos cosas —afirmó Xena, mirándolo con total confianza—. La primera, que

conozco a tu hijo. —Soltó las riendas de Argo y se plantó ante él, sin hacer caso de la

espada desenvainada y de su inmenso tamaño—. La segunda, que le he dado mi palabra

de que lo mantendría a salvo aquí. —Se calló y esperó.

—¿Y a mí qué me importa tu palabra, humana? —dijo Lestan, con tono frío. ¡Cómo

se atrevía!—. ¿Crees que podrías detenerme?

Xena sonrió y se quedó muy quieta.

—¿Que si lo creo? —preguntó suavemente, y luego hizo un gesto negativo con la

cabeza—. Lo sé. —Y notó que todos sus sentidos se aguzaban y la sensación intensa y

exquisita de sus reflejos preparándose para reaccionar en cuanto él hiciera el más

mínimo movimiento. Están tan equivocados sobre nosotros como nosotros sobre ellos,

pensó, distraída. Interesante.

Esta mujer está loca, pensó Lestan sin dar crédito. ¿De verdad se cree lo que ha

dicho? Observó esos ojos azules como el hielo. Vio un convencimiento absoluto. Por

Ares, ¿en qué está pensando? Él era mucho más alto que ella y se había pasado la vida

entera combatiendo. Sabía que su propia habilidad, incluso con un solo brazo, era

absolutamente formidable. Sin duda, ella lo sabe y sin embargo...

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¿De verdad derrotó a Jessan? ¿Cómo ha podido hacerlo? No es más que un ser

humano y además mujer... seguro que... pero Jessan no mentiría. La expresión de los

ojos de su hijo había destilado verdad, y reconocer la derrota delante de sus padres y su

primo... no, había dicho la verdad. ¿¿Pero cómo?? Arrugó el entrecejo y volvió a

mirarla, esta vez viéndola como guerrera, como miraría a uno de su propia especie.

Ah... humana, sí, pero en ella había una gran fuerza y mucho valor en esos ojos claros

y el inconfundible sello de Ares en esa postura. Estaba preparada para reaccionar ante su

más mínimo movimiento, y le entró la incómoda sensación de que no podía predecir en

absoluto lo que pasaría si efectivamente se moviera. ¿Quería arriesgarse? ¿Jugársela con

ella? Ni un parpadeo, ni un solo movimiento de la mirada que tenía clavada en él.

Lestan no habría vivido tanto tiempo de haber sido un estúpido. Saboreó, con cauteloso

interés, el conocimiento de que en este momento de silencio estaba más cerca de la

muerte de lo que nunca lo había estado, enfrentado a esta humana que era más de lo que

parecía y menos de lo que indicaban sus numerosas leyendas.

Bueno. Ésta es Xena, la que no fanfarronea. A quien mi hijo aprecia tanto que la

considera familia. Que ha pasado de incendiar y saquear a ayudar a los indefensos.

Increíble. Lestan inclinó ligeramente la cabeza y luego envainó despacio la espada.

—Mi hijo me ha hablado mucho de ti. —La miró a los ojos—. Pero ya veo que no me

lo ha dicho todo. —Hizo un gesto hacia el bosque—. Venid. Hablaremos.

Gabrielle soltó en silencio el aliento que había estado conteniendo.

—Por poco —se dijo en un susurro, echando un vistazo a Xena, que ahora caminaba

tranquilamente junto a Lestan, escuchándolo. Se alegraba mucho de que Lestan hubiera

decidido dejarlos pasar: no tenía el menor deseo de ver herido al padre de Jessan, y si

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había interpretado correctamente las reacciones de Xena, así habría sido, y

probablemente Xena también habría resultado herida. Gabrielle no era muy aficionada a

apostar, pero... en sus labios se dibujó una sonrisa desganada. Reconócelo... te lo pasas

tan bien viéndola hacer esas cosas como ella haciéndolas. La bardo soltó una ligera risa

sofocada. Sí, mucha montaña de músculos y colmillos, pero ella habría apostado por

Xena.

Delante de ellos, la oscura línea de árboles los esperaba.

¿Por qué tardan tanto? Jessan estaba frenético y daba vueltas en pequeños círculos.

Se irguió y entrecerró los ojos. Espera... ¿son ellos? Se temió...

Ah... un destello de flancos dorados. Argo, sin duda. Ahora veía a su padre, que

caminaba solemnemente junto a la figura oscura y ágil de Xena, con la cabeza inclinada,

hablando y haciendo gestos con las manos. Lo inundó una oleada de alivio. Ahora

también vio a Gabrielle, que caminaba al otro lado de Xena, escuchando. A lomos de

Argo iba... Hectator. Increíble. Bueno. Una vez más, había justificado su fe en ella.

Suspiró lleno de felicidad y recreó la vista en ellas con una sonrisa.

Deggis le clavó un dedo en las costillas.

—¿Así que... ésas son tus nuevas... amigas? —le susurró a Jessan, apartándose

cuando el guerrero de mayor tamaño se volvió enfadado—. Espera a que todos se

enteren de que una de ellas te derrotó... —Sonrió con aspereza—. Y no tienen mal

aspecto, para ser humanas. —Ladeó el corto cuello y observó con interés—. Ése es...

no... no puede ser... es... ¡es Hectator! —Echó la cabeza hacia atrás y soltó una breve

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carcajada—. Eso nos ahorra la incomodidad de tener que salir a buscarlo. Qué amigas

tan amables tienes, Jess.

Jessan se limitó a cerrar los ojos y sacudir la peluda cabeza dorada. No tardarían en

verlo por sí mismos, ¿verdad?

Xena escuchaba la voz grave de Lestan mientras caminaban hacia el bosque. La

distancia hasta los árboles era bastante corta y por el camino se les había sumado una

escolta. Unas formas oscuras se movían de árbol en árbol y varios de los inmensos

habitantes del bosque formaron un grupo a su alrededor. Todos tenían cierto parecido

superficial con Jessan, pero cada uno tenía diferencias individuales, en el color del pelo,

la estatura, los gestos. Cuando llegaron al borde de la aldea misma, una de las figuras

que aguardaban inmóviles soltó un rugido atronador y echó a correr hacia ellos. Xena

oyó la exclamación de Hectator y sonrió por dentro, al tiempo que Jessan lanzaba su

inmenso cuerpo hacia ellos y estrechaba a las dos mujeres entre sus brazos.

—Jessan, Jessan —rió Xena—. Tranquilízate, ¿quieres? —Su afición a los abrazos le

hacía sospechar que Gabrielle y él tenían un antepasado común—. Seguro que no

pensabas que nos ibas a volver a ver tan pronto. —Dirigió una mirada a la multitud

pasmada y desaprobadora de habitantes del bosque que los rodeaba.

—Xena —gorjeó él—. Os dije que me dejarais que los fuera haciendo a la idea. Esto

no es lo que tenía pensado. —Se echó a reír y rodeó los hombros de ambas con los

brazos mientras continuaban hacia el centro de la aldea—. Y encima nos traéis un

invitado. —Las miró meneando la cabeza—. Yo que me había pasado tanto tiempo

pensando en cómo les iba a decir a mis padres no sólo que os conocía, sino que además

os consideraba familia... y zas, os metéis en el bosque, dando un susto tremendo a todo

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el mundo. —Se volvió para mirar a Argo, que los seguía pacientemente—. Y venís con

Hectator.

Xena se volvió entonces hacia Hectator, a quien le había cortado las cuerdas de las

piernas antes de cruzar el río, con una advertencia amenazadora de que no huyera, ni

causara problemas, ni atacara a nadie ni nada.

—Hectator, éste es nuestro amigo Jessan.

Hectator miró al habitante del bosque con receloso interés. No era un hombre

estúpido, sólo de visión limitada, y se había tranquilizado bastante por el hecho de que

estos habitantes del bosque no le habían hecho el menor daño. Todavía. Aunque

reconocía que la escena entre Lestan y Xena lo había intrigado y le había dado

esperanzas de que Xena pudiera realmente cumplir su promesa de protección.

Ciertamente, había detenido a Lestan, que era mucho más grande que ella. Interesante.

Así que a lo mejor tenía razón y no eran animales. Sonrió entristecido por dentro.

Normalmente, uno pensaba en Xena, cuando lo hacía, a la luz de su habilidad al luchar.

Se le había olvidado, como les ocurría a tantos otros con frecuencia, que también era lo

bastante lista como para haber dirigido uno de los ejércitos más grandes que esta parte

de Grecia había visto jamás. Había una inteligencia bien despierta en esa cabeza morena

y algo más que un ligero toque de genialidad táctica. Eso había sido un error. Intentaba

no cometer el mismo dos veces, y si Xena consideraba amigo suyo a este ser del bosque,

bueno... Ademas, se frotó con cuidado la mandíbula, daba un puñetazo que podía

tumbar a un caballo y no tenía el menor deseo de volver a padecerlo.

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—Hola —dijo por fin y al cabo de un largo momento, le ofreció la mano a Jessan. El

guerrero de pelaje dorado ladeó la cabeza algo sorprendido, pero aceptó la mano de

Hectator y se la estrechó.

Argo se detuvo ante la casa de Jessan, donde Wennid estaba esperando, y los ojos de

Xena pasaron rápidamente por encima de ella, absorbiendo información sin ofender por

mirar abiertamente.

La madre de Jessan era un ejemplar de los habitantes del bosque más pequeño y de

color amarillo más pálido, pero no por ello dejaba de ser grande, y tenía la fuerza

imponente de todos ellos. Tenía un rostro dulce y sus ojos eran del mismo color que los

de su hijo. Ahora mismo, esos ojos observaban a sus invitados con una desconcertante

expresión calculadora.

Xena esperó a que Hectator desmontara de Argo y luego envió a la yegua hacia un

arroyo cercano. Se volvió y observó a Lestan y Hectator, que se miraban, y luego sonrió

por dentro cuando los dos asintieron ligera y casi imperceptiblemente.

—Creo —gruñó Lestan—, que tú y yo podemos conversar. ¿Quieres entrar, compartir

mi hospitalidad y hablar de nuestras diferencias conmigo?

Hectator tomó aliento.

—Sí. —Dirigió una mirada a Xena y Gabrielle—. Sí quiero. —Esperó a que Lestan

ascendiera los pequeños escalones y lo siguió al interior de la cabaña.

Wennid observaba a las dos mujeres mientras tenía lugar esta conversación. Así que

ésta es Xena. No parece tan terrorífica como la recuerdo. A lo mejor es la sonrisa... No

había sonreído cuando arrasó la aldea del valle vecino, ni la otra ocasión en que Wennid

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la había visto. Esta mujer había matado niños, mujeres indefensas y ancianos en sus

ataques legendarios. Y aquí está, a la puerta de mi casa, como si no tuviera nada de

especial presentarse en un territorio desconocido con un príncipe de la comarca atado

al lomo de su caballo. ¿Qué ve Jessan en esta mujer, en este monstruo del pasado?

Respirando hondo para calmarse, cerró los ojos con decisión y, temiéndose lo peor,

alargó los sentidos. Un momento después, abrió los ojos de golpe, sintiendo una oleada

de pasmo que la calaba como lluvia fina. Vaya. Ha cambiado algo más que la sonrisa.

Inesperado. Muy inesperado. Y Jessan lo ha visto, es más... ha entregado su corazón a

esta... humana.

Xena contempló a Lestan y a Hectator entrando en la casa con no poca satisfacción.

Se le había ocurrido el plan, como solía pasar, sobre la marcha cuando Gabrielle y ella

estaban entrando en el castillo. El hecho de que hubiera funcionado como estaba

funcionando le producía una cálida sensación de triunfo, cosa rara, cuando la mayor

parte de sus victorias suponían algún tipo de violencia. Notó la sonrisa de Gabrielle

incluso antes de volverse para mirarla y la bardo le guiñó el ojo cuando se cruzaron sus

miradas.

—Jessan —dijo Xena—, creo que podemos dejarlos a solas por ahora. —Soltó un

profundo suspiro—. Pero yo tendría cuidado con sus guardias... estoy segura de que nos

han seguido.

Jessan posó en ella su mirada dorada y asintió.

—Estaremos alerta. —Volvió a rodearlas con los brazos, sonriendo a su madre—.

Madre, me gustaría presentarte a mis amigas Xena y Gabrielle. —Sonrió—. Chicas, ésta

es mi madre, Wennid. —Miró a su madre con los ojos chispeantes, recordando la sonora

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bronca que le habían echado esa noche. Ahora que se había demostrado que tenía razón,

no estaba dispuesto a dejar que lo olvidara tampoco. Había visto a su madre cerrando

los ojos y había sentido que extendía la Vista para ver por sí misma lo que él mismo

sabía sin lugar a dudas. La expresión de Wennid le dijo todo lo que necesitaba saber.

Había Visto.

Wennid, tras una vida entera de convivencia con Lestan, era una mujer muy terca. Sin

embargo, también era incurablemente justa y tenía la capacidad admirable de reconocer

cuándo se equivocaba.

—Bienvenidas las dos —dijo con tono suave y sereno—. Mi hijo me ha contado todo

lo que habéis hecho por él. Por favor, compartamos la mesa y contadme... —dirigió una

mirada guasona a su hijo—, la verdadera historia.

Gabrielle soltó una carcajada y hasta Xena se rió entre dientes. Subieron los

escalones y entraron en la vivienda familiar que era el hogar de Jessan. Xena era bien

consciente de que la madre de Jessan, a pesar de su cordialidad, no confiaba en ninguna

de las dos. No la culpo. La mujer de más edad las llevó a una zona de estar grande y

cómoda y les señaló los asientos. Entró en la siguiente estancia y apareció de nuevo

minutos después con una bandeja cargada de comida y bebida.

—Aquí tenéis. —Wennid colocó la bandeja en la mesa y se sentó en una butaca

grande y bien rellena—. Creo que aquí somos todos carnívoros, ¿verdad? —preguntó

cortésmente—. Y Lestan está muy orgulloso de su hidromiel. Por favor, servíos.

Xena se rió por lo bajo.

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—Se me ha acusado de muchas cosas, pero de ser vegetariana no es una de ellas. —

Cogió alegremente un trozo de carne de la bandeja y mordió un buen pedazo,

manteniendo el contacto visual con Wennid. La carne estaba hecha a la parrilla, sabía

ligeramente a hierbas y era probablemente venado. Eligió un vaso de hidromiel y se

acomodó en su asiento, con una expresión risueña en la cara. Pruebas. Siempre tienen

que ponernos a prueba. ¿Seré civilizada? ¿Aceptaremos su hospitalidad? Uno de estos

días, le voy a decir a alguien que sólo bebo sangre y que necesito dos cubos enteros al

día. Y que sea humana. Intercambió una mirada con Jessan, quien, a juzgar por la

mueca que tenía en la cara, se estaba esforzando por no echarse a reír. ¿Crees que eso

tiene gracia? Tú espera a que empiece Gabrielle. ¿Ves esa chispa que tiene en los ojos?

Tú espera.

—Qué bueno está —comentó Gabrielle, masticando con entusiasmo—. Y tienes una

casa preciosa —añadió, mirando a su alrededor con aprecio—. Me gustan esos cuernos

de ciervo. —Dirigió su vivaz mirada hacia Wennid—. ¿Los cazaste tú misma? —Habría

percibido el pequeño desafío de Wennid incluso sin haber visto la chispa de los ojos

azules de Xena, pero el intercambio de miradas risueñas entre la guerrera y la bardo le

había confirmado que también Xena se había dado cuenta y estaba devolviéndole la

pelota a Wennid.

Wennid tuvo que reconocer que se había quedado descolocada. Los humanos eran

muy difíciles de juzgar. Había tenido la esperanza de demostrarle a su hijo cómo se

burlarían de lo que consideraban el hogar y las costumbres de un animal, ¡y aquí estaban

estas dos! Comiendo carne alegremente con las manos y haciendo preguntas sobre la

caza de ciervos. ¡Aaajj! Y aún más, Xena sabía perfectamente lo que pretendía, lo

percibía en su sonrisa indolente y en las miradas que habían intercambiado ella y la

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humana más joven de pelo claro. Había algo familiar en ese cruce de miradas... Wennid

estrechó los ojos y dirigió una mirada desconfiada a su hijo. No. Imposible.

Jessan se encontró con la mirada de su madre, adivinando con notable precisión lo

que estaba pensando. Sí... es posible, madre mía... Mira y Ve por ti misma. Nos

compadecemos de ellos por su carencia... ahora Mira y ve lo que es para ellas estar

bendecidas, igual que lo estáis padre y tú... y apénate por ellas, mamá... porque ni

siquiera saben qué es lo que sienten. Las distrajo un momento, al ver que los ojos de su

madre se cerraban apenas un instante y luego se abrían con una expresión inescrutable.

Bueno.

Wennid se obligó a salir de su trance.

—Pues sí, la verdad es que los cacé yo misma —dijo, contestando a la pregunta de

Gabrielle—. Eres muy amable por fijarte. —Qué ojos tan penetrantes tenía esa joven,

pensó Wennid. Ve más de lo que sabe. Pero no lo suficiente... pobres humanos ciegos.

¿Cómo pueden tener un vínculo tan fuerte y no notarlo?

Lanzó una mirada a su hijo, que sonreía muy ufano, de una forma disimulada que

sólo ella reconocía. ¡¡Mocoso!! Ah, en fin, suspiró por fin. El muy cabroncete tenía

razón. Más me vale reconocerlo y dejarme de jueguecitos estúpidos.

—Bueno. Ahora contadme toda la historia. ¡No os saltéis nada!

Ante su sorpresa, fue Gabrielle la que carraspeó y empezó a hablar. ¿Qué? Ah... ¡una

bardo! Dirigió una mirada aviesa a Jessan. Eso no lo había mencionado. Al menos,

aunque sólo fuera, sacaría un nuevo puñado de historias de todo esto.

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Cuando la curiosidad de su madre quedó satisfecha del todo, Jessan las llevó a una

pequeña habitación situada al fondo de la vivienda.

—Seguro que os vendría bien dormir un poco —comentó, señalando la cama con la

mano—. Lo más probable es que papá se pase el resto del día hablando con Hectator. Ya

sabéis, tienen que ponerse a prueba, hacer tratos... lo de siempre. —Se calló y puso la

mano en el hombro de Xena—. Por cierto, todavía no lo hemos dicho, pero gracias. —

Jessan la miró a los ojos—. Si esto sale bien, será la primera vez y un hito en la historia

de mi pueblo. —Sonrió con timidez—. Y en la del vuestro, creo.

Xena le sonrió de medio lado y se encogió de hombros ligeramente.

—Después de todos los problemas que hemos tenido para traerte a casa, no nos

parecía buena idea ver cómo atacaban tu aldea. —Se detuvo, y luego—: Pero de nada. Y

sí, dormir un poco sería estupendo. Algunas no nos echamos una siesta de camino a la

ciudad. —Con una mirada burlona hacia Gabrielle.

—Venga —intervino Gabrielle, pasando al otro lado de Xena—. Armadura. —Soltó

una hebilla mientras Xena le echaba una mirada risueña.

Jessan se rió por lo bajo.

—Parece que te cuidan muy bien. —Sus ojos dorados soltaron un destello de luz

oculta por un momento y luego las dejó sin decir nada más.

—No me mires así —la reprendió Gabrielle, soltando otra correa—. Hasta la gran

Xena la Pacificadora tiene que dormir en ocasiones. —Desabrochó la última hebilla y

clavó un dedo en el brazo de Xena—. Así que a dormir, oh grandiosa.

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Xena se echó a reír y se arrodilló para quitarse las últimas armas. Puso juntas las

armas y la armadura, colocándolo todo hasta quedar satisfecha.

—Creo que todo este asunto podría salir bien. —Levantó la vista hacia su amiga, que

estaba dando golpecitos con el pie con aire de irritación fingida—. Será mejor que dejes

de hacer eso o te...

Gabrielle estrechó los ojos hasta convertirlos en ranuras.

—O me... ¿¿¿qué??? —Avanzó amenazadora—. ¿Mmm?

—Esto —respondió Xena y se abalanzó de repente, pillando a Gabrielle por sorpresa,

agarrándola por la cintura y tirándola en la cama—. Ya te tengo. —Aumentó el ultraje

haciéndole cosquillas, hasta que la bardo se puso morada por el esfuerzo de aguantar la

risa—. Amenazas a mí, ¿eh? —gruñó Xena, haciéndole más cosquillas, hasta que

Gabrielle estalló en carcajadas y agitó los brazos indicando su rendición. Xena sonrió y

se tumbó en el otro lado de la cama, sujetándose la cabeza con una mano y mirando a su

amiga, que seguía riendo.

—Ohh. —La bardo por fin recuperó suficiente aliento para hablar—. Vale... vale... tú

ganas... —Se volvió de lado para mirar a Xena, quitándose el pelo de los ojos—. Algún

día aprenderé a no hacer eso. —Entonces sus ojos soltaron un destello—. O averiguaré

dónde tienes cosquillas.

Xena enarcó una ceja y estuvo a punto de hacer un comentario, pero se lo pensó

mejor.

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—Yo no tengo cosquillas —afirmó, pero sus labios se curvaron con una ligera

sonrisa. Se estiró y luego se colocó de lado para dormir, con la cabeza apoyada en un

brazo.

Gabrielle se la quedó mirando un momento y luego se acomodó para dormir ella

misma, todavía riendo un poco. Hacía ya algún tiempo que se había dado cuenta de que

esta faceta traviesa y amable de su amiga era una que sólo ella llegaba a ver. Oh, a veces

alguien más conseguía entreverla, como Jessan cuando le había mordisqueado el pez,

pero en general no... lo que el resto del mundo veía era a la guerrera fría y sobre todo

severa. Eso le hacía entender lo lejos que habían llegado desde que se conocieron,

cuando se pasaba la mitad del tiempo muerta de miedo de ir a hacer un movimiento

equivocado y perder el brazo por ello.

Jessan las despertó cuando terminó la conferencia, aunque Xena ya estaba despierta

cuando entró. Estaba sentada, con la espalda apoyada en el cabecero mullido de la

cama, reparando una correa de la armadura al tiempo que observaba a su amiga

dormida. Lo miró con una ceja enarcada cuando entró.

—Victoria —fue su único comentario. Le sonrió de oreja a oreja.

Xena asintió.

—Me lo imaginaba —comentó, alargando la mano para sacudir el hombro cercano de

Gabrielle—. Gabrielle... —La bardo la miró parpadeando adormilada y luego se

despertó por completo y se dio la vuelta para mirar a Jessan.

—¿Ha funcionado? Sí... lo sé por tu cara. ¡Genial! —soltó Gabrielle de carrerilla—.

Caray... qué historia más buena va a ser... —Se le puso una expresión introspectiva,

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mientras empezaba a planear cómo organizar verbalmente la aventura, y luego salió de

su trance con una sonrisa—. Me muero de ganas de contársela a Iolaus. Es muchísimo

mejor que la última que me contó él.

—Se ha organizado un pequeño banquete —les informó Jessan—. Hectator ha

mandado un mensaje a su guardia para que depongan las armas. —Sonrió al ver la

expresión de Xena—. Tranquila, no es un banquete formal, no hemos tenido tiempo de

organizar una cosa así. —Miró por encima del hombro con miedo fingido—. Puedes dar

gracias.

El banquete se celebró en el exterior, alrededor de una gran hoguera al otro extremo

de la aldea. Había bancos bajos y anchos colocados alrededor para sentarse y empezaron

a circular carnes asadas e incluso algunos tubérculos y verduras. El narrador de la aldea

se levantó y se puso a contar lo que, a juzgar por la respuesta, eran las historias

preferidas de la tribu.

Gabrielle lo absorbía todo como una esponja, mientras sus ojos registraban con

avidez no sólo las palabras, sino también el ambiente y los movimientos físicos del

narrador, que tenía mucho talento. No se dio cuenta de que ella misma estaba siendo

observada hasta que Lestan habló con su voz grave y profunda.

—Ah... tengo entendido que una de nuestras invitadas, que ha estado disfrutando de

nuestras historias, es también bardo. ¿Es eso cierto? —La miró con una chispa en los

profundos ojos ambarinos.

—Pues... —vaciló Gabrielle—. O sea, bueno, más o menos...

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—Es cierto —intervino Xena con tono resuelto, dándole un empujoncito—. Venga,

Gabrielle. Te acaban de encargar una actuación. —Ignoró alegremente la mirada

indignada de Gabrielle y le dio a su amiga un segundo empujón más fuerte—. No me

obligues a llevarte en brazos hasta ahí. —Sonrió para quitarle hierro a la advertencia.

Xena observó a Gabrielle ocupando el centro del escenario y luego se acomodó para

mirar al público mientras éste miraba a la talentosa bardo. Y Gabrielle se superó a sí

misma. Los mantuvo hechizados con tres buenas historias y un poema épico. Hasta

Xena, que se sabía el final de las tres historias y había oído ese poema más veces que

árboles había en el bosque, se quedó enganchada en la narración. Los habitantes del

bosque le sonrieron de verdad cuando terminó y se dejó caer en el banco bajo junto a

Xena.

—Buen trabajo —le susurró Xena al oído—. Muy bien hecho.

Gabrielle se sonrojó, pero con expresión contenta.

—Gracias. Creo que ha salido muy bien —contestó, susurrando a su vez—. Les ha

gustado el poema.

—Claro que sí. A mí también me gusta —replicó Xena y cuando estaba a punto decir

algo más, unos murmullos bajos le llamaron la atención. Volvió la cabeza ligeramente

para captar mejor las palabras de unos cuantos habitantes del bosque, que estaban de pie

detrás de la hoguera. Vio a Jessan entre los que parecían ser algunos de los hombres más

jóvenes. Las pocas palabras que había oído le hicieron sospechar que el tema de la

conversación era ella misma y que Jessan estaba siendo objeto de unas bromas bastante

crueles.

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Gabrielle se había percatado del cambio de humor y miró hacia el grupo.

—¿Qué ocurre? —Escudriñó a través del humo del fuego—. ¿Están discutiendo? —

Miró a Xena a la cara, que había adoptado una expresión severa.

—Quédate aquí —masculló Xena—. Está visto que yo también voy a tener que hacer

una actuación por encargo. —Se levantó y se estiró y luego se dirigió hacia el grupo,

que había aumentado y ahora había levantado la voz.

Jessan estaba acorralado contra un árbol y tenía una expresión de rabia en la cara.

Tenía las manos alzadas, como si intentara calmar a la gente, y entonces vio a Xena

apoyada en un poste cercano, observando. Bueno. Lo había oído. Dejó que sus labios

esbozaran una ligera sonrisa agria. La Xena tranquila y relajada que toda su aldea había

visto durante la cena había desaparecido, sustituida por esta guerrera tensa, concentrada

y peligrosa.

Se había corrido la voz, gracias a Deggis, de que ella lo había derrotado... sabía que

sucedería. Ahora todos sus compañeros se lo estaban pasando en grande con sus bromas

pesadas y sus comentarios estúpidos.

—Siempre he sabido que no tienes lo que hay que tener —reía Ectran con regocijo.

Era el más grande de este grupo, casi tan grande como el propio Jessan, no tan alto, pero

con un pelaje mucho más oscuro y un cuerpo más pesado—. ¿Cómo puedes levantarte

siquiera y pisar el suelo de esta aldea, pedazo de rumiante? —Escupió al suelo con

desprecio—. ¡Una humana! ¡Encima una mujer! Seguro que yo podría...

—Seguro que no puedes —Apareció simplemente... ahí. Jessan se estremeció. Ahí e

irradiando tal grado de amenaza que el pelo del cuello se le erizó por pura reacción. Con

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esa voz grave y sedosa que se oía claramente en todo el grupo, ahora silencioso,

mientras Xena se enfrentaba a Ectran—. ¿Pero qué tal si lo averiguamos? —continuó,

con una sonrisa, sin apartar los ojos de los de él ni por un instante. Vio que tragaba, con

fuerza—. ¿Qué pasa, es que no tienes lo que hay que tener?

La respiración de Ectran cambió, se aceleró. Alcanzó la espada que llevaba a la

espalda y ella retrocedió un paso, haciéndole sitio para desenvainar. Cuando su espada

salió de la vaina y se lanzó hacia ella, lo esquivó ágilmente y lo dejó pasar. Él se volvió,

ultrajado, y se lanzó de nuevo contra ella, moviendo la espada en una compleja serie de

estocadas. Xena esperó a tenerlo casi encima y entonces desenvainó su propia espada y

paró las estocadas, desviando su mayor peso y penetrando su guardia con unas

estocadas rápidas y hábiles que le afeitaron el pelo del pecho. Se separaron y se

movieron en círculo y entonces él avanzó y se lanzó contra ella con más determinación,

golpeando con auténtica fuerza. Xena se mantuvo en su sitio, contrarrestando cada

estocada con una sólida parada, y de repente pasó al ataque, encontrando los huecos de

su defensa, obligándolo a retroceder, echando entonces el peso hacia delante y, al final

de la serie, lo desarmó con un poderoso y sólido revés que atrapó la espada de él a mitad

de la empuñadura y la lanzó por los aires por encima de las cabezas de los demás.

Lo único que se oyó por encima del chisporroteo del fuego fue el golpe de la espada

al caer en tierra. Ectran se sujetaba la muñeca con la otra mano, con una mueca de dolor.

Se quedó mirando a Xena, quien se puso la espada al hombro y se relajó,

contemplándolos.

—¿Queréis más? —preguntó Xena, con frialdad—. Por mí, encantada. —Se volvió

en círculo despacio y observó al grupo silencioso y pasmado—. ¿Alguien quiere? —

Siguió reinando el silencio—. ¿No? Pues parece que no. —La espada volvió despacio a

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su vaina y sus manos se apoyaron en su cinturón—. Las suposiciones son peligrosas —

dijo Xena suavemente, recorriéndolos con la mirada—. Pero yo también —terminó,

echando una mirada a Jessan junto con un ligerísimo guiño, y salió entonces del círculo

de habitantes del bosque para regresar hacia el fuego. Se apresuraron a abrirle paso.

—Os lo dije —suspiró Jessan—. Ectran, vamos a ocuparnos de tu muñeca. —Miró

enfurecido al guerrero más joven—. Has tenido suerte. No tienes ni idea de la suerte que

has tenido.

Ectran lo miró, con los ojos como platos.

—Caray —balbuceó por fin—. Lo siento muchísimo, Jessan... Es que... una humana,

y encima mujer, y chico... caray. Nunca me han golpeado la espada con tal fuerza, ni

siquiera tu padre. —Se frotó la muñeca, con un gesto de dolor, y luego sonrió a Jessan

con aire taimado—. Me encantaría verla en acción. —Miró al grupo ahora sonriente—.

Siempre y cuando no fuera yo contra quien estuviera luchando, claro. —Soltó un silbido

bajo y prolongado y luego miró a Jessan con una ceja enarcada—. Oye... espera un

momento. ¿¿¿Tú aguantaste más de una ronda con ella???

Jessan percibió el nuevo respeto del que estaba siendo objeto. Ya van tres, Xena. Voy

a tener que pensar en algo bien espectacular para darte las gracias. Se rió por lo bajo y

dirigió a Ectran hacia el sanador de la aldea.

—Sí y, chico, qué miedo pasé todo el rato, rezando para no resbalarme. —Sonrió de

mala gana—. Habría perdido una pierna o algo. —Se estremeció al recordarlo—. Es tan

rápida... —Chasqueó los dedos como un látigo—. Es como... es como... —Se encogió

de hombros, algo cohibido—. Es precioso. —Levantó los ojos y se encontró con sus

miradas, que ahora eran de admiración y cierta envidia.

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Gabrielle estaba sentada con las piernas cruzadas en la plataforma baja, mirando a

Xena mientras ésta regresaba hacia ella tras su pequeña demostración. La bardo observó

con interés las miradas que seguían a su amiga por el centro de la aldea. Cuando Xena

llegó de nuevo a su altura, dio unas palmadas en el banco y apoyó la barbilla en una

mano que a su vez tenía apoyada en la rodilla.

Xena se dejó caer en el banco, suspirando. Se echó hacia atrás y miró a Gabrielle.

—Bueno, pues ya está. En realidad, ha sido más fácil de lo que esperaba. —Se rodeó

una rodilla con los brazos y se quedó contemplando el fuego, con aire de haber

encontrado algo de interés en su ardiente centro. En sus ojos todavía había un brillo

acerado y sus hombros se estremecían de tensión.

La bardo esperó en silencio hasta que Xena cerró los ojos un momento, tomó aliento

con fuerza y se relajó al soltarlo despacio. Entonces advirtió la mirada de Gabrielle y

ladeó la cabeza para mirarla a su vez.

—¿Un dinar por tus pensamientos? —preguntó, con tono ligero.

—¿En serio quieres oírlos? —respondió Gabrielle, con un tono igual de ligero—.

Mira que un dinar es un precio muy alto. —Eso, Gab... ¿y si dice que sí? ¿Se lo vas a

decir? Más vale que se te ocurra algo rápidamente.

—Sí —dijo Xena, arrastrando la palabra—. Quiero. Tenías una expresión muy

interesante en la cara.

Oh-oh.

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—Mmm... ha sido muy bonito lo que has hecho para proteger a Jessan. —La bardo

carraspeó—. Creo que has impresionado a sus amigos. —Sonrió—. Mucho. —Gabrielle

echó un vistazo a la cara de Xena, donde había una ligera sonrisa indulgente y una ceja

enarcada devolviéndole la mirada. Vale, no se lo traga. Pero no va a insistir. Será

mejor... que empiece a trabajar en esta historia, antes de que se me desboque la

imaginación.

—Ya —comentó Xena con humor—. Lo que tú digas. —Observó el rubor que subía

despacio por el cuello de Gabrielle mientras la miraba y entonces se echó a reír

ligeramente. A veces... podría jurar que sabía exactamente lo que estaba pensando

Gabrielle. Era... una idea muy extraña. Su mente lógica le dio una respuesta:

probablemente captaba el lenguaje corporal subliminal de la bardo, lo cual sería normal,

dado todo el tiempo que pasaban juntas. Dio vueltas a esa idea en la cabeza durante un

rato y luego la abandonó y se quedó mirando el fuego, sin ver.

Desayunaron con Lestan y Wennid a la mañana siguiente, mientras se preparaban

para regresar a la ciudad de Hectator. Sus guardias habían sido bien tratados, pero

Hectator estaba deseoso de volver a casa y desmovilizar a las tropas que probablemente

seguían preparándose.

—Bueno, han sido dos días inesperados pero estupendos —dijo Hectator con tono de

guasa, mirando a Xena, que entraba en ese momento seguida de Jessan.

Xena se encogió de hombros, pero sonrió.

—Primero te ofrecí una explicación —comentó, sentándose al otro extremo de la

mesa—. No es culpa mía que decidieras no escuchar.

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Hectator se frotó la mandíbula, que seguía dolorida.

—Una lección para mí. —Pero le sonrió—. Se me había olvidado lo fuerte que pegas.

—Obtuvo una ceja enarcada como respuesta—. Intentaré recordarlo para la próxima.

Lestan los miraba algo desconcertado. Humanos. Bromeando. En su casa. Imposible.

Se sacudió y ofreció caballos a sus invitados para el regreso. Se reunieron fuera para

despedirse: la guardia de Hectator, que seguía acampada en el río, se estaba poniendo

nerviosa. Hectator se montó en un hermoso semental ruano de mirada dulce y le dio una

palmadas en el cuello con aprecio. Xena se montó en Argo y luego, al ver la dolorida

expresión de Gabrielle mientras contemplaba el caballo que le habían ofrecido, una

bonita yegua pía, se echó a reír y alargó un brazo.

—Vamos. —La bardo la miró mortificada, pero con alivio—. Odia cabalgar —le

comentó a Hectator, que las miraba risueño, e izó a Gabrielle, colocándola detrás de ella

sobre la paciente Argo—. Argo está acostumbrada a llevar doble carga.

Jessan les agarró las rodillas como gesto de despedida, pues ya las había abrazado en

el suelo.

—Cuidaos —les aconsejó—. Volved por aquí cuando tengáis ocasión.

Lestan se acercó a ella por el otro lado y colocó una gran mano sobre el cuello de

Argo.

—Como dice mi hijo, volved por aquí. Tengo la sensación de que tenemos muchas

historias que contarnos. —La miró a los ojos—. Además, —ahora sonrió y se pareció

mucho a su hijo—, todos mis guerreros me están exigiendo que te pida lecciones. —Sus

ojos y los de Xena se encontraron e intercambiaron una mirada risueña de

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entendimiento—. Por favor, venid, cuando podáis —terminó Lestan, alzando la mano

para estrechar la de ella.

Xena asintió.

—Lo haremos. —Volvió la cabeza de Argo y la azuzó para que se dirigiera hacia la

puerta de la aldea.

Gabrielle intercambió un guiño con Jessan y saludó a Wennid agitando la mano. Una

larga visita, con la oportunidad de absorber las historias de una cultura totalmente

nueva... sonrió alegremente.

—Eso sí que va a ser divertido —murmuró al oído de Xena y la guerrera le respondió

con una risa baja.

—Sí —asintió Xena, guiando a Argo con movimientos expertos—. Tengo la

sensación de que lo va a ser, y además no va a pasar mucho tiempo hasta entonces.

3

—La cosecha ha sido buena —le comentaba Hectator a Xena mientras cabalgaban

deprisa hacia la ciudad, rodeados de sus desconcertados guardias—. Y hemos empezado

a construir un pabellón dentro de los muros de la ciudad. Ya lo verás. —Dirigió una

mirada a la mujer que cabalgaba a su lado—. Os quedaréis unos días, ¿verdad? Te debo

por lo menos un banquete.

Xena se echó a reír.

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—Claro. —Miró por encima del hombro a Gabrielle, que por el momento estaba

callada. Probablemente trabajando en otra historia—. Veníamos hacia aquí antes de

desviarnos. —Se estiró en la silla de Argo y volvió a acomodarse—. Lo decía en serio:

habría preferido contribuir a tu economía local.

Hectator se rió por lo bajo como respuesta.

—Pues ha salido bien. —Miró hacia delante, donde se veía una pequeña nube de

polvo—. Ah. Un comité de bienvenida. —Se quedaron mirando la nube de polvo, que

se iba haciendo más grande, y entonces Xena se puso tensa. Su vista más aguda había

distinguido algo que Hectator no: los rostros llenos de pánico y los flancos sudorosos de

los jinetes y los caballos que se dirigían hacia ellos.

—Parece que hay problemas, Hectator. —Puso a Argo a medio galope, seguida

rápidamente por el príncipe y sus guardias. Se reunieron con los jinetes que se

acercaban en medio de un remolino de patas en movimiento y animales resollantes. El

jefe de los jinetes desmontó a toda prisa de su animal y se acercó al estribo de Hectator,

con el pecho jadeante.

—Mi señor... un ejército... viene hacia la ciudad. —Tosió—. Mi señor, son miles. —

Se quedó mirando a Hectator, con los ojos desorbitados.

—Por Hades —musitó el príncipe—. Debe de ser Ansteles. —Se volvió hacia Xena

—. Sal de aquí, Xena... lo digo en serio. Ésta no es tu lucha y yo sólo puedo movilizar a

cuatrocientos hombres. —Luchó con las riendas de su caballo, ahora inquieto al percibir

las emociones de Hectator—. Al menos tenemos la posibilidad de evacuar a los no

combatientes.

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Xena se quedó sentada en Argo en silencio por un momento, observándolo. Era

absolutamente consciente de la presencia de Gabrielle, que esperaba aguantando la

respiración justo detrás de ella. Por fin, suspiró.

—Lo siento, Hectator. —Una ligera sonrisa, una repentina tensión en los brazos de

Gabrielle—. Vas a tener que aguantarme un tiempo. —Un apretón por parte de la bardo.

Respondió con una leve risa por lo bajo que sabía que Gabrielle podía notar—. Vamos.

Tenemos que hacer planes. —Se le ocurrió una cosa y volvió la cabeza para hablar con

Gabrielle.

—Ah, no —soltó la bardo, echándole a Xena una mirada de advertencia—. Ni lo

pienses siquiera.

—Gabrielle... —empezó Xena, haciendo un gesto tranquilizador con una mano.

—He dicho que no. Y ya está —contestó Gabrielle, con una mirada furiosa. Abrió la

boca para añadir algo más, pero Xena se adelantó a ella, tapándosela con la mano.

—Sshh. No te voy a enviar lejos del peligro. —Apartó la mano con cautela y obtuvo

un silencio relativo.

—¿No? —preguntó Gabrielle, extrañada.

—No —respondió Xena—. Pero me gustaría que cogieras el caballo de Hectator y

que avisaras a Lestan. Si Ansteles toma la ciudad, su aldea será la próxima. —Vio las

nubes de tormenta que se acumulaban en los ojos de su amiga—. Luego vuelve aquí lo

antes posible. —Sus ojos enviaron un ruego a Gabrielle—. Se merecen un aviso.

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Por fin, la bardo asintió despacio. Pasó una pierna por encima de los cuartos traseros

de Argo y se deslizó hasta el suelo. Ante su sorpresa, Xena hizo lo mismo, de modo que

las dos quedaron ocultas a los guardias que esperaban. Gabrielle vaciló, mirando a Xena

a los ojos en busca de una explicación.

—¿Qué? —preguntó, al ver que la guerrera no hablaba.

—Escucha —contestó Xena, buscando las palabras con evidente esfuerzo—. Si

dependiera de mí, te quedarías en la aldea de Lestan. Esto no va a ser bonito, Gabrielle.

—Alzó una mano para atajar las protestas que ya se estaban formando en los labios de

su amiga—. Pero sé que no depende de mí y que no te quedarás. Así que, por favor, date

prisa y ten cuidado.

Gabrielle respiró hondo y asintió.

—Vale. Me daré prisa. —Espero. Aceptó de mala gana las riendas del ruano de

Lestan de manos de Hectator, que se ofreció para ayudarla a subir al caballo. Le sonrió

con ironía—. No hace falta, gracias. No me gusta, pero sé hacerlo. —Se montó en el

caballo y le dio unas palmaditas en el cuello—. Venga, caballo. Vamos a volver a casa.

Xena la vio marchar con una mezcla de orgullo triste y auténtica preocupación.

Bueno, ha salido mejor de lo que esperaba siquiera, pensó, resoplando en silencio. Mi

técnica debe de estar mejorando. Se volvió hacia Hectator, que se estaba montando de

nuevo en uno de los caballos de su guardia.

—Vámonos —dijo—. Ese ejército no va a esperar.

Hectator la miró.

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—Xena... —Su atractivo rostro se puso muy serio—. No tengo fuerzas suficientes

para detener a Ansteles, si es que se trata de él. Y los dos nos odiamos desde hace

muchísimo tiempo. No habrá posibilidad alguna de negociar. —Acercó su montura a

Argo y bajó la voz—. Por favor... no quiero verme en el Tártaro con tu muerte sobre mis

hombros también.

Xena lo miró con una ceja enarcada.

—Primero, si piensas que vas a morir, morirás. —Se le desenfocó la mirada un

momento y luego volvió a centrarse—. Segundo, siempre hay posibilidades. —Permitió

que una sonrisa acudiera a sus labios—. Tercero, si me veo en el Tártaro contigo por

culpa de esto, te garantizo que lo lamentarás. —Le dio un leve puñetazo en el hombro

—. Veamos qué opciones tenemos antes de dedicarnos a planear nuestra vida en el más

allá.

Hectator vaciló, pero se dio cuenta de que sus guardias a la escucha miraban a Xena

con algo parecido al alivio. La miró y luego suspiró.

—Bueno, tenía que intentarlo —masculló cohibido—. Y seguiré intentándolo. —

Volvió la cabeza de su montura e hizo un gesto a sus guardias para que emprendieran la

marcha—. Vamos allá.

Gabrielle no vaciló al llegar al río que marcaba la frontera, sino que se lanzó de lleno

a él. Los cascos del caballo levantaron una ligera espuma, que la caló de agua helada.

Brr. Pero sólo duró un segundo y de nuevo se encontró entre la hierba.

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Cuando estaba a medio camino de la línea de árboles, una gran figura se alzó delante

de su montura y levantó la mano para detenerla.

—Tengo que hablar con Lestan —le dijo al guardia—. Es importante.

El alto habitante del bosque la miró solemnemente y luego le hizo un gesto para que

siguiera adelante.

—Puedes pasar —dijo con voz grave.

—Gracias —asintió ella. Volvió con decisión la cabeza de su montura y se dirigió

hacia los árboles. Ahora se sentía presa de la urgencia e hizo algo que nunca había

hecho: puso al galope al caballo, que estaba bien dispuesto a ello. Era terrorífico... y

emocionante, se reconoció a sí misma con franqueza. Ya no controlaba al inmenso

animal: éste había olido su hogar y tenía ganas de correr. Aunque la verdad es que

parece mucho más fácil cuando lo hace Xena. Xena parece tan a gusto a caballo...

dioses, ojalá yo pudiera hacer lo que hace ella... debe de estar muy bien eso de poder

hacer sin más todas esas cosas.

Gabrielle notó que el caballo echaba a correr a galope tendido, haciendo que el pelo

se le echara hacia atrás dolorosamente. Se agarró a su cuello con todas sus fuerzas y él

no bajó el ritmo hasta que llegaron a las puertas de la aldea misma, y así y todo no frenó

gran cosa. Entraron al galope y Gabrielle apenas consiguió dirigirlo a la casa de Jessan.

A su alrededor se oían pisadas de carreras, como reacción a su violenta llegada.

Gabrielle detuvo con dificultad al sudoroso caballo y se dejó caer de su lomo,

agarrándose a la espesa crin para sujetarse. Miró a su alrededor y vio a Jessan, que venía

hacia ella, tras haber saltado del porche con una expresión de pasmo al reconocerla.

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—¡Gabrielle! —exclamó Jessan, extrañado por su repentina aparición—. ¿Qué haces

aquí? ¿Ha ocurrido algo cuando volvíais? —La agarró de los hombros con delicadeza,

mirándola a los ojos con expresión preocupada.

—No, bueno, sí, pero no es lo que estás pensando —consiguió decir Gabrielle entre

jadeos—. Es un ejército.

Jessan se puso pálido bajo el pelaje.

—Espera. —Se volvió a su primo más cercano—. Llama a Lestan.

—Estoy aquí. —La voz grave sonó por encima de su otro hombro. Lestan miraba por

encima del hombro de su hijo con preocupación—. ¿Un ejército? —Observó a Gabrielle

—. ¿De quién? ¿Dónde? ¿Cuándo?

La bardo se lo explicó rápidamente, ahora que había recuperado el aliento.

—Así que Xena quiso que os avisara... porque cree que si toman la ciudad, pues... —

terminó.

Lestan la miró con desconfianza.

—¿Y qué quiere que hagamos? —Aliados o no... ésta no es nuestra lucha, pequeña

bardo.

Gabrielle se quedó parada y lo miró fijamente.

—No me dijo que os pidiera que hicierais nada —contestó, extrañada—. Sólo me

dijo que os merecíais un aviso. —Observó a los habitantes del bosque que la rodeaban,

advirtiendo el interés en sus rostros—. ¿Hay algún problema con eso?

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—Ah —fue lo único que contestó Lestan—. Nos tomamos el aviso muy en serio.

Gracias. —Hizo un gesto a varias personas para que lo precedieran a su sala de

reuniones y cerró la puerta, sin hacer caso de los crecientes murmullos de interés.

Jessan la miró preocupado.

—¿Y Xena cree que tomará la ciudad? —preguntó, en voz baja. Todavía la rodeaba

con los brazos para sostenerla y ella no protestó.

Gabrielle se quedó pensando un buen rato en las palabras de despedida de Xena y en

la expresión de su cara.

—Pues no lo ha dicho, pero sí... creo que eso es lo que piensa. —Se mordisqueó el

labio—. Hectator sólo puede movilizar a cuatrocientos hombres. —Volvió a levantar la

vista para mirarlo—. Me tengo que ir. Le prometí a Xena que me daría prisa.

Jessan echó hacia atrás la cabeza dorada y se quedó contemplando las estrellas

pensativo.

—Espera un momento —le dijo suavemente a la bardo. Esto es, lo noto. A esto es a

lo que estoy destinado. Los dioses han conspirado para reunirnos a todos justo para

esta ocasión. Percibo la astuta mano de Ares... lo sé y me dirijo a ello con los ojos

abiertos y la espada en alto—. Te llevaré de vuelta —dijo por fin, apoyando la barbilla

en el pecho y mirándola—. Deja que coja mis cosas. —La llevó al interior de su casa y

abrió una puerta de la zona del fondo. Su cuarto, al parecer.

Gabrielle miró a su alrededor, con curiosidad. La habitación era bastante pequeña y

no tan atestada como esperaba. Había una gran cama redonda en una esquina, parecida a

la que habían usado Xena y ella, cubierta con unas gruesas colchas en tonos azules y

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verdes. De las paredes colgaban esteras de caña, pintadas con representaciones bien

hechas del bosque que los rodeaba.

—Qué bonito —comentó.

—Gracias. Las he pintado yo —contestó Jessan, distraído, mientras sacaba varios

objetos de un baúl situado al pie de la cama—. Espada, cota de combate, armadura para

las piernas... creo que eso es todo. —Se levantó con los brazos cargados y sonrió por la

sorpresa que se veía en la cara de la bardo—. ¿Qué... creías que sólo sabíamos hacer

flechas o algo así? —Sus ojos dorados chispeaban risueños—. Y yo que pensaba que

tenías una mente abierta.

Gabrielle se sonrojó.

—Me lo merezco —reconoció con una sonrisa cohibida—. Ya debería saberlo,

después de llevar tanto tiempo viajando con Xena.

—Oh —dijo Jessan, con una sonrisa maliciosa—. ¿Ella también pinta? —En sus ojos

bailaba la risa—. No tenía ni idea.

—¿Que si pinta? No —se rió Gabrielle—. Pero sabe hacer muchas cosas. —Otra

risita al ver su fingida expresión de inocencia y sus cejas arqueadas.

—Bueno, eso... —dijo Jessan despacio con una amplia sonrisa—. Eso sí que me lo

creo. —Levantó de nuevo la armadura y se volvió hacia la puerta justo cuando se

estrellaba hacia dentro por la fuerza de la mano de Lestan.

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—Jessan... —Se detuvo en seco, al ver lo que llevaba su hijo en los brazos—. ¿Qué

es esto? ¿Dónde te crees que vas? —Entró en la habitación, echando una mirada algo

desconfiada a Gabrielle.

—Voy a luchar con nuestros nuevos aliados, padre —contestó Jessan, dejando su

carga en el suelo y, en cambio, empezando a armarse—. Les vendría bien un poco de

ayuda. —Esquivó los ojos de su padre.

—¡¡¿¿Qué??!! —El rugido de Lestan sacudió la casa como un terremoto. Sus ojos

ambarinos atravesaron a su único hijo como una llamarada, mientras Jessan se armaba

muy tranquilo—. ¡Esto no es asunto tuyo! —Se acercó a su hijo—. ¿Es que estás loco?

¡Tienes tantas posibilidades de morir a manos de nuestros nuevos aliados como a manos

de sus enemigos! —Golpeó el baúl con el puño—. No, Jessan... te prohíbo que lo hagas.

Jessan se detuvo y luego levantó la vista para mirar a Lestan.

—No puedes —dijo con calma—. Elijo este camino sabiendo dónde termina, padre.

—Se puso la cota de combate y se colocó las placas en capas sobre los anchos hombros.

Se volvió y miró a Lestan a los ojos—. Además, ¿qué símbolo más tangible de nuestra

nueva alianza podrías desear tener que tu hijo luchando en defensa de su ciudad? —

Descubrió los colmillos—. Padre... esto me está llamando. Tengo que ir. —Se puso la

correa de la espada y se colocó con firmeza a la espalda la larga espada de una batalla

del pasado. Luego se volvió y, clavando los ojos en la cara atribulada de su padre, se

arrodilló ante él. Oyó la exclamación sofocada de su padre—. Bendíceme —rogó

Jessan, suavemente. El ruego tradicional cuando un hijo del bosque partía hacia el

campo de batalla por primera vez—. Eres mi padre y el río que ha engendrado el arroyo

que soy yo. —Tragó y siguió adelante—. Envíame al combate con tu bendición.

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Respeta mi decisión. —Por un momento, pensó que Lestan no lo iba a hacer, y luego

vio las lágrimas que llenaban los ojos de su padre.

—Eres mi hijo —consiguió decir Lestan—. Eres la antorcha encendida con el fuego

de mi corazón y te envío a tu futuro con mi bendición. —Colocó las dos manos sobre la

cabeza dorada de Jessan—. Mi corazón se estremece al enviarte por este camino, Jessan,

pero... por Ares... tu decisión y la mía habrían caminado juntas por el bosque. —Agarró

la cara de Jessan y se quedó mirando a su hijo a los ojos largo rato—. Respeto tu

decisión —añadió por fin, con voz áspera. Luego se fue y la habitación quedó en

silencio. Jessan se alzó, algo estremecido, y se volvió para mirar a la silenciosa

Gabrielle.

—Es hora de irse —susurró.

—¿Estás seguro, Jessan? —susurró Gabrielle a su vez—. Ésta realmente no es tu

lucha.

—Ah... Gabrielle —sonrió su alto amigo—, qué equivocada estás. Es precisamente

mi lucha. —Señaló hacia la puerta y luego vaciló—. Pero... tú podrías quedarte aquí,

¿sabes? Eres muy experta con la vara, pero eso no sirve de mucho contra espadachines a

caballo. —Supo su respuesta antes de que ella se la diera. Por supuesto. Qué estupidez

por su parte mencionarlo siquiera. Para ella era tan imposible mantenerse al margen

como para él.

—No —suspiró la bardo—. No, tengo que ir. —Se dirigió hacia la puerta por delante

de él—. No sé explicarlo bien...

Jessan se rió suavemente.

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—No, no sabes, ¿verdad? —murmuró por lo bajo, pero ella lo oyó y lo miró

sorprendida—. Aahh... quiero decir... Bueno, vámonos. —Le hizo un gesto para que lo

precediera y en ese momento los detuvo su madre, que lo miraba con dolorosa tristeza.

Sus ojos se encontraron y ella lo estrechó entre sus brazos sin decir palabra y lo acunó

como a un niño. Luego se echó hacia atrás y le dio un beso en la cabeza. Sólo cuando él

le devolvió el beso, se volvió hacia Gabrielle.

—Niña, tráelo de vuelta de una sola pieza y yo te lo explicaré. Creo que lo

comprendo mejor que mi hijo. —Wennid le sonrió con tristeza. ¡Ni siquiera se da

cuenta! Qué ciegos son los humanos.

Gabrielle esperó a estar fuera y, de hecho, hasta que Jessan estuvo montado en Eris

antes de soltar:

—¿¿Pero de qué estaba hablando?? —Agarró el brazo que le ofrecía Jessan, que la

subió a los anchos cuartos traseros de Eris.

Aaiijj. Ahora Jessan estaba atrapado. ¿Debía explicárselo? Caray... era un tema en el

que no creía que debía entrar con ella... ahora no, no en la víspera de una batalla. No...

sin hablar también con Xena.

—No me lo preguntes ahora, por favor, Gabrielle. —Volvió la cabeza de Eris hacia la

puerta y emprendió el largo camino a la ciudad—. Pregúntamelo cuando haya acabado

todo esto.

Gabrielle le clavó puñales visuales en la espalda. Secretos, otra vez. Los odiaba. ¿De

qué hablaban Jessan y su madre? Sabía que tenía que ver con ella, de una forma difusa.

¿Explicarme el qué? ¿Que comprende mejor el qué? ¿Qué tiene Wennid que pueda

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llevarla a explicar algo que comp... Oh. Un momento. La bardo se quedó quieta, atónita

ante una súbita idea. Qué va. Qué tontería. Se encogió de hombros y se acomodó para

esta cuarta ronda de lo que se estaba convirtiendo en un trayecto muy desagradable.

Tenía tiempo más que suficiente para pensar en lo tonta que era su idea.

Xena y Hectator estaban en la muralla, observando una nube lejana que se acercaba y

escuchando los chasquidos mientras el viento hacía trizas sus estandartes. Los dos

estaban de un humor sombrío, pues sólo tenían trescientos noventa y dos hombres para

proteger el castillo, y se enfrentaban a un ejército cada vez más cercano que sumaba

cerca de mil doscientos y contaba con buenas armas y buenos caballos. Xena se había

puesto la armadura extra que rara vez se ponía ya, y se había guardado en varios sitios

unos cuantos puñales más con sus correspondientes fundas. Estaba sentada con calma

en la parte superior de la muralla y sus ojos contemplaban las tropas que se avecinaban.

Hectator la miró, impresionado a su pesar. Ella sabía que se trataba de una causa

perdida. No habría amnistía ni tratados: con Ansteles no. Su rencor hacia Hectator era

antiguo y bien alimentado. Sólo le cabía la esperanza de plantar cara con valor y

evacuar a todos los no combatientes a los alrededores. Mañana moriría en este campo,

lo mismo que sus tropas y, muy probablemente, esta hermosa mujer que estaba sentada

con engañosa tranquilidad en su muralla.

Una vez más.

—Xena. —Con osadía, la agarró del hombro y ella se volvió para mirarlo a los ojos.

Él se estremeció—. No hagas esto. Aquí no tienes nada que demostrar. Márchate...

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llévate a Gabrielle. —Le tocó su punto débil con delicadeza. Lo sabía y ella también—.

No la obligues a ver esto.

Despacio, ella le sonrió.

—Hectator, agradezco tu preocupación. En serio. —Volvió a mirar al horizonte—.

Gabrielle conoce el peligro. No es como si no hiciéramos esto todo el tiempo. —Me ha

visto morir dos veces. Nada nuevo—. Digamos que me estoy jugando la vida contra mi

propio buen juicio. —Se levantó, cruzó el estrecho muro y se quedó mirando hacia la

puerta del castillo. De la oscuridad del bosque, diminuto en la distancia, surgió un

animal negro al galope cuyo primer jinete atrapaba los últimos rayos del sol, que hacían

arder su pelaje dorado. Bajando la vista, Xena se sonrió en silencio.

—Ahí está el castillo —comentó Jessan, volviéndose hacia Gabrielle, que guardaba

silencio. No había dicho gran cosa durante el trayecto, lo cual era inusual—. ¿Estás

bien?

Gabrielle asintió.

—Bastante. —Contempló las torres del castillo, donde apenas distinguía una figura

alta que destacaba contra el cielo teñido de ocaso. A esta distancia no le veía la cara,

pero la forma y una sensación interna que Gabrielle hacía poco que había empezado a

percibir le dijeron quién estaba allí, observando. En su cara se dibujó una leve sonrisa

—. Vamos dentro.

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El guardia de la puerta se sobresaltó al ver a Jessan, de eso no cupo duda. Gabrielle

se apresuró a tranquilizarlo, mientras el alto habitante del bosque observaba en silencio.

El hombre asintió cuando ella se lo explicó.

—Sí, conocemos el tratado. Es que no nos esperábamos... —Levantó los ojos hacia

Jessan—. No es que no nos venga bien tu ayuda.

Está asustado, pensó Jessan, sorprendido. Ah... a los humanos no les gusta el

combate en realidad, salvo a unos pocos. Se me había olvidado.

—¿Podemos entrar? —preguntó, apaciblemente, mirando al guardia con una ceja

enarcada.

—Claro... claro —El guardia, avergonzado, se quitó de en medio—. Mm... —Se

volvió hacia Gabrielle—. Xena me dijo que estuviera atento a tu llegada... Hectator y

ella están...

—En lo alto de la muralla. Gracias —contestó Gabrielle, distraída. Cruzó la puerta y

se dirigió a la gran entrada, que estaban preparando para el asedio.

Jessan corrió detrás de ella, la agarró del brazo y frenó su avance.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó, ladeando la gran cabeza con una expresión cómica

—. Dónde estaban, me refiero. —A esta distancia, él desde luego que no podía percibir

a Xena, de modo que...

Gabrielle se encogió de hombros.

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—Porque la he visto ahí arriba, claro. —Lo miró con curiosidad—. ¿Cómo creías que

lo sabía? —Frunció el ceño—. No te me irás a poner todo místico, ¿verdad? O sea, es

una explicación perfectamente razonable.

—Aaiijj —farfulló Jessan—. Sí. O sea, no. O sea... oh, por Hades. —Le puso una

mano en el hombro y la guió hacia las escaleras—. Olvida la pregunta. —Pero sabía que

ella no lo iba a hacer. Sabía que iba a tener que darle alguna explicación estúpida. Por

Ares, qué imbécil era en ocasiones—. No, es decir, no olvides la pregunta.

Gabrielle se limitó a mirarlo y a esperar, mientras continuaba el largo ascenso.

—Uuf... vale... —suspiró él por fin—. Pensé que tal vez podíais... es decir, nosotros

podemos... así como... percibir... a la gente. —Jessan la miró a la cara un momento—.

Así que... pensé que a lo mejor... aunque por lo general los humanos no pueden... pero

vosotras sois únicas, así que tal vez... mm... vosotras también podíais.

—Ah. —Gabrielle reflexionó sobre ello un momento—. Pues sí. Es decir, Xena lo

hace todo el tiempo —comentó—. Y supongo que yo también puedo, al menos con ella,

un poco. —Lo miró, aliviada—. ¿Eso es todo? Pues podrías haber preguntado. Dado

como te habías puesto, pensé que era algo... no sé qué pensé que era.

—Xena lo hace todo el tiempo —repitió Jessan, sin comprender—. ¿Todo el tiempo?

—Siguió subiendo en silencio durante un buen rato—. Increíble.

—Pues sí. —Gabrielle se rió ligeramente, agarrándose al pasamanos para ayudarse a

subir—. Yo creía que era una de esas... ya sabes, esas cosas de los guerreros. Como lo

que os enseñan en la escuela para guerreros o donde sea que aprendéis todas esas cosas.

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—Miró irritada el final de las escaleras allá en lo alto—. En lo más alto de la torre, ¿eh,

Xena? Te vas a enterar.

Jessan siguió subiendo, profundamente pensativo. Por fin:

—Gabrielle.

—¿Sí? —contestó la bardo, mirándolo—. ¿Qué?

—¿Te puedo hacer una pregunta sin que te enfades conmigo? —Jessan la miró, con

cierta preocupación. Xena es mucho más fácil de calibrar que ésta. Ésta tiene unas

honduras que yo no comprendo.

Gabrielle se paró en seco y se puso en jarras.

—¿Qué? ¿Qué podrías preguntarme para que me enfadara, Jessan?

El alto habitante del bosque se detuvo también y la miró, con expresión seria en sus

ojos dorados.

—¿Recuerdas cuando os conté la historia de mis padres? —Vio que arrugaba la

frente.

—Sí —contestó Gabrielle, despacio. ¿A dónde quiere ir a parar con esto? ¿De

verdad quiero saberlo? Probablemente no.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste si se habían enamorado? Y yo dije que un

vínculo vital es más que amor, es un vínculo que va más allá... —Se detuvo al ver la

expresión de su cara. Un espejo de lo que había visto al contarlo la primera vez—. ¿Por

qué eso quiere decir algo para ti? —Jessan esperó, incómodo, sin saber si ella iba a

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contestar. Se maldijo por entrometerse, por abrir la boca para empezar. Esto no era

asunto suyo. Además, no se lo iba a decir, lo veía en sus ojos.

Gabrielle se volvió y siguió subiendo las escaleras. Al cabo de un momento, Jessan se

reunió con ella.

—Perdona —dijo, con cautela—. No pretendía...

—No, no pasa nada, Jessan —murmuró Gabrielle—. Es lo de más allá de la muerte.

Nosotras hemos pasado por eso. —Miró su cara pasmada—. Supongo que me ha

afectado.

—Oh —contestó Jessan, con un tono muy apagado—. Eso expli... caray. Lo siento,

Gabrielle. —Bueno. Lección número uno. No des nada por supuesto con respecto a los

humanos. Especialmente éstas.

—No pasa nada, Jessan —replicó Gabrielle—. Ahora ya puedo con ello bastante

bien. —Le sonrió—. Cosas que pasan, ¿no?

—Sí —contestó Jessan, con el mismo tono exacto que empleaba la propia Xena

cuando quería decir precisamente todo lo contrario. Llegaron a lo alto de las escaleras y

Jessan alargó una mano enorme para abrir la puerta.

Pisadas en las escaleras superiores. Los dos se volvieron para mirar cuando se abrió

la puerta de la parte superior de la muralla y salió Gabrielle, seguida de la mole y el

color inconfundibles de Jessan. Xena se fijó en la bardo al acercarse a ellos y notó la

expresión algo tensa de Gabrielle.

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—¿Estás bien? —preguntó en voz baja cuando estuvieron más cerca.

—Sí —contestó Gabrielle escuetamente—. Sólo un poco cansada. —Sonrió a Xena

fugazmente—. Demasiados caballos para un solo día. —Xena asintió y luego prestó

atención al habitante del bosque.

—Jessan. —Xena pronunció su nombre como si lo saboreara—. No tienes ninguna

obligación de estar aquí. —Levantó los ojos para mirarlo—. Esto no va a ser una

práctica de combate. —Sus ojos azules capturaron los dorados de él.

—Lo sé —contestó Jessan, con una carcajada grave resonando en su pecho—. Como

le he dicho a mi padre, entro en esto con los ojos abiertos. —Sonrió, lo cual revistió su

rostro feroz de una expresión increíblemente dulce—. Me ha bendecido, me ha enviado

a la batalla y ya lo estoy pasando en grande. —Se le iluminó la cara—. Estoy deseando

luchar a tu lado.

Xena frunció los labios pensativa y luego su mirada se hizo más cálida con la

comprensión que hay entre personas afines.

—Ya me siento mejor —comentó, viendo cómo se le iluminaba la cara de placer por

el cumplido. Al contrario que Hectator, al contrario que la inmensa mayoría de los

soldados que se preparaban abajo, Jessan era el único que sentía la intensa punzada de

emoción que ella también sentía. Él lo vio en sus ojos y los suyos lo recibieron con un

destello solemne.

Ella se levantó y señaló hacia la puerta.

—Deberíamos descansar un poco mientras podamos. —Dirigió una mirada al

horizonte—. Estarán aquí hacia el amanecer. —Miró a Gabrielle, que estaba apoyada en

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el muro cercano, con aire exhausto—. Tú también. ¿Cuánto has montado a caballo hoy?

—añadió la guerrera, en broma—. ¿Crees que ya te va gustando?

Gabrielle consiguió sonreír, aunque no veía nada que mereciera una sonrisa. Al ver la

armadura extra que rodeaba a su amiga, había sentido un escalofrío por la espalda como

reflejo. También percibía la fiebre reprimida de Xena que iba en aumento y sabía que

ésta era una faceta de la guerrera que no entendía, que no le era posible comprender, del

mismo modo que Xena no podía concebir cómo ella reunía los detalles deslavazados

para crear un impresionante relato. Bueno, ahora no podía pensar en eso.

—Sé que mañana lo lamentaré. —Se apartó del muro y se acercó a ellos—. ¿He oído

a alguien mencionar la cena?

Xena se rió por lo bajo y la llevó hacia la escalera con una mano en el hombro de

Gabrielle.

—Tú siempre igual. —Hizo un gesto a Hectator y Jessan para que las precedieran y

los observó mientras desaparecían en la oscuridad de la escalera. Entonces se volvió

hacia Gabrielle y el humor desapareció de su cara—. ¿Seguro que estás bien? —Xena

examinó la cara de la bardo—. Pareces un poco tensa.

Gabrielle le sonrió brevemente.

—Sí, estoy bien. Sólo cansada, de verdad. Pero gracias por preguntar. —Empezó a

bajar las escaleras—. Y me muero de hambre —añadió, con una sonrisa guasona en

dirección a Xena.

Xena resopló.

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—¿Y cuándo no? —dijo, sofocando una risa.

Bajaron a un patio inmerso en una sombría actividad. Ahora que había oscurecido,

hasta los ruidos parecían apagados, mientras los soldados y los ciudadanos de la ciudad

de Hectator se preparaban para el ataque que tan rápidamente se avecinaba. El patio

mismo estaba inundado de pilas de armas y armadura y del ruido de las antorchas

agitadas por el viento constante.

Jessan era consciente de las miradas subrepticias que recibía, sorprendido de que no

hubiera más hostilidad de la que percibía, y entonces cayó en la cuenta de que estas

personas estaban mucho más preocupadas por la idea de la pérdida y la muerte que por

unos extraños seres del bosque caminando entre ellas. Lo veía en sus caras, en sus

movimientos constantes y precisos, en sus miradas ceñudas. Tan fuerte era la sensación

que pesaba sobre este lugar como un sudario, nublándole la Vista más que la visión.

Echó una mirada a Hectator, que caminaba a su lado, sumido en sus propios

pensamientos lúgubres, y se acercó un poco más a él.

—Hectator —murmuró, suavemente. El príncipe levantó la mirada, algo sobresaltado

—. Sé que no te será de mucho consuelo, pero me alegro mucho de estar aquí para

ayudar —continuó el habitante del bosque, en voz baja—. Tal vez las cosas vayan mejor

mañana de lo que esperas.

Hectator suspiró.

—Jessan, no sé por qué estas aquí siquiera. No es que no lo agradezca. —Miró al

hombre más alto con desesperación en los ojos—. ¿Por qué? ¿Por qué te juegas la vida

en esto, cuando hace dos días me estaba preparando para atacar tu aldea? ¿Por qué nos

ayudas? No lo entiendo. No te entiendo a ti y no la entiendo a ella. —Echó una rápida

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mirada por encima del hombro a las mujeres apenas visibles que los seguían—. Yo que

tú, saldría al galope de aquí todo lo deprisa que pudiera llevarme mi caballo.

—¿Eso harías? —preguntó Jessan, apaciblemente—. Lo dudo. —Le echó su sonrisa

cálida y dulce—. La vida es una lucha, Hectator. Todos lo sabemos. Supongo que

cuando puedes elegir el sitio donde hacer frente a algo, lo haces. —Bajó la mirada al

suelo y la subió de nuevo—. Al menos yo lo hago. —Un vistazo hacia atrás—. Y no

puedo hablar por Xena, claro está, pero creo que ella también lo hace.

—¿La conoces desde hace mucho? —preguntó Hectator, olvidando por un momento

su melancolía gracias a una vaga curiosidad.

Jessan se echó a reír.

—Quince días. —Sus ojos destellearon—. Y me parecen toda una vida. —Se

encontró con la mirada asombrada de Hectator—. Me rescató de una aldea al otro lado

de esta región. —Adivinó fácilmente la pregunta tácita en el rostro del príncipe—. Y sí.

Esto lo hago más por ella que por ti. ¿Contento?

Hectator se quedó callado un momento, asimilando esta información. Luego asintió y

sonrió a Jessan tensamente.

—Puedo... comprender... tus motivos —reconoció—. Pero creo que estarías aquí de

todas formas. —Miró con una ceja enarcada a Jessan, que le sonrió mostrando los

dientes como respuesta.

—Los humanos no estáis tan mal después de todo —comentó alegremente—. Al

menos algunos de vosotros. —El habitante del bosque levantó una mano para abrir de

un empujón la puerta de la cámara interna, donde los trabajadores del castillo habían

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reunido alimentos para los habitantes de la ciudad—. Mmm... qué bien huele —comentó

con aprobación.

Hectator los llevó a la mesa principal, levantando la mano para saludar a medida que

sus capitanes advertían su presencia. Alrededor de las mesas de caballetes esparcidas

por la sala había pequeños grupos de hombres y mujeres y algunas de las mujeres tenían

niños pequeños en brazos, evidentemente familiares que estaban pasando el rato con sus

padres y maridos soldados. Hectator hizo una mueca. Él no tenía dama, todavía, aunque

había varias posibilidades en perspectiva. Echaré de menos la posibilidad de haber

conocido eso, pensó para sí mismo. No se hacía ilusiones de sobrevivir: Ansteles se

encargaría de ello, aunque permitiera a parte de sus fuerzas rendirse y dispersarse.

Suspirando, apartó una silla de la mesa principal y se sentó, y sus tres acompañantes

hicieron lo mismo. Un criado del castillo se acercó a ellos, con una jarra y una bandeja

de pan.

—Gracias —musitó Hectator, distraído, pasándole el pan a Jessan. Una mano le tocó

el brazó y lo sobresaltó. Miró a la izquierda y quedó capturado por los claros ojos azules

de Xena. Alzó una ceja interrogante.

—Hectator —dijo Xena, en voz baja—. Tienes que controlarte. Así no puedes dirigir

a tus tropas.

—¿Así cómo? —contestó Hectator, apaciblemente, apoyando la barbilla en una mano

—. Lo siento, Xena, no puedo fingir entusiasmo ni optimismo cuando no los siento en

absoluto. —Hizo un gesto señalando la sala—. ¿Sería justo para ellos? Lo saben, Xena.

Mira sus caras. Míralos a los ojos. Mañana no tenemos la más mínima posibilidad. Y

algunos de ellos puede que consigan escapar al bosque. —Bajó la voz y le devolvió la

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intensa mirada—. Así que, por última vez, ¡quieres hacer el favor de irte de aquí! Y

llévate a Jessan contigo.

—Escucha —dijo Xena, agarrándolo por las solapas y sorprendiéndolo con su

repentina violencia—. He vivido ya lo mío, lo suficiente como para saber que en la

guerra puede pasar cualquier cosa, Hectator. Cualquier cosa. Pero si entras derrotado,

sales derrotado. Si quieres creer que vas a morir ahí fuera, muy bien. Pero a todos los

demás les tienes que dar una oportunidad. Eso incluye a Jessan. Eso me incluye a mí.

No voy a salir mañana ahí fuera pensando que no voy a volver. No puedo. —Su voz se

apagó hasta convertirse en un susurro sibilante—. No puedo. —Miró rápidamente hacia

la derecha, donde Jessan hablaba en voz baja con Gabrielle. La mirada no le pasó

desapercibida a Hectator—. Así que más vale que decidas si puedes hacer una buena

actuación delante de tu gente o voy a tener que hacer algo al respecto. ¿Me oyes?

Hectator la contempló en silencio, comprendiendo mínimamente y por primera vez a

esta extraordinaria mujer.

—Está bien —contestó, lanzando su vida, sus creencias, su honor al río revuelto del

destino. No creía en su futuro, pero, ineludiblemente, creía en ella. Eso tendría que

bastar, al menos por ahora—. Te oigo. —Tomó aliento con fuerza y luego lo soltó.

Cuando alzó los ojos, en ellos ya no se veía la derrota. Recorrió la sala con la vista,

intercambiando miradas con sus capitanes, dedicando a esos rostros marcados de

cicatrices una ligera inclinación de cabeza, una leve sonrisa. Inexplicablemente, la

pesadumbre que había en la sala disminuyó, las voces adoptaron un tono más normal.

Hectator sintió un leve estremecimiento de emoción que le bajó por la espalda. Eso lo

he hecho yo. Miró a Xena, vio la leve sonrisa que le bailaba en los labios y la

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correspondió—. Siempre me olvido de que ya has pasado por esto —reconoció,

abochornado.

Xena sofocó una risa.

—Sí. Una o dos veces. —Se reclinó y mordió pensativa un trozo de carne mientras

escuchaba a Gabrielle relatar una historia a Jessan, que estaba fascinado. De repente las

palabras le llamaron la atención y sonrió. Cómo no, le está contando esa historia. Un

momento. Esta mujer es bardo...—. Gabrielle —interrumpió Xena, echándose hacia

delante para llamarle la atención.

—¿Mmm? —contestó Gabrielle, inclinando la cabeza hacia su amiga—. ¿Qué pasa?

—¿Te apetece contar una historia a toda esta gente? —Xena señaló la sala con la

cabeza—. Creo que les vendría bien un poco de ánimo. —Observó a Gabrielle mientras

ésta estudiaba la sala y luego asentía, comprendiendo.

—Ya veo a qué te refieres —comentó, tomando aliento—. Vale. Creo que me he

recuperado un poco. A ver qué se me ocurre. —Se quedó en silencio un momento y

luego se le iluminó la cara con una sonrisa—. Creo que ya lo tengo.

Xena observó a la bardo mientras ésta cruzaba grácilmente hasta la parte delantera de

la sala y se sentaba sobre una mesa baja, atrayendo las miradas de los ciudadanos sobre

ella. Cuando empezó a contar la historia y la atención de la multitud se centró en ella,

Xena reconoció el relato. Oh, Gabrielle... buena elección. Se rió encantada por dentro.

Otra historia de una pequeña fuerza contra obstáculos imposibles, en la que las víctimas,

superadas en número y habilidad, superaban los obstáculos, la oposición y su propia

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naturaleza para hacerse con la victoria. Era una de sus preferidas, y la bardo lo sabía. Se

acomodó para disfrutar, mirando de reojo la cara ahora embelesada de Hectator.

Gabrielle estaba sentada en la habitación donde las habían llevado después de cenar y

observaba a Xena mientras ésta hacía unos arreglos de última hora en su armadura y sus

armas.

—Un trabajo estupendo con esa historia, por cierto —comentó Xena, mirándola por

encima del hombro—. Ha sido perfecto.

—Gracias —contestó Gabrielle, distraída—. Sé que a ti también te gusta ésa. —

Empezó a decir algo más, pero se calló. Al cabo de un momento, volvió a empezar, para

cerrar la boca, insegura—. Xena —por fin consiguió preguntar—, no hay forma de que

mañana ganemos, ¿verdad?

Xena levantó la vista para mirar a su amiga, advirtiendo la expresión de su cara.

Terminó rápidamente lo que estaba haciendo y fue hasta la bardo, sentándose en la cama

frente a ella. Con delicadeza, Xena... no la mates del susto.

—Nada es imposible, Gabrielle. —Se miró el brazal de la armadura y luego levantó

la vista para mirar a los ojos verdes de la bardo con franqueza—. Pero no. No tiene

buena pinta.

—Ah —murmuró Gabrielle—. Tendrás cuidado, ¿verdad? —Qué tontería acabas de

decir, Gabrielle—. Recuerda, me lo prometiste —añadió, con una débil sonrisa.

Xena suspiró suavemente.

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—Sí, te lo prometí, ¿verdad? —Volvió a examinarse el brazal—. No me gustaría que

se me considerara como una persona que no cumple sus promesas. —Levantó la vista y

se encontró mirando directamente a los ojos de Gabrielle a corta distancia. Bueno,

ahora o nunca. Odio hacer esto, pero no sé si tengo elección. No si espero cumplir esa

promesa—. ¿Quieres hacer algo por mí?

—¿Por ti? —exclamó Gabrielle, desconcertada—. Lo que sea, claro... ¿qué...? —

¿Qué podía pedirle?

—Pase lo que pase... Gabrielle, mañana no salgas al campo de batalla. —Un tono

seco, preciso, absolutamente serio.

—Espera un momento —espetó Gabrielle—. No me vas a hacer esto. —Apretó los

puños—. Ni hablar. No me vas a dejar aquí atrás como a una cesta. Ya lo hemos hablado

una y mil veces, Xena. Ni hablar.

El tono de Xena se hizo más duro.

—Gabrielle... —empezó, con una grave advertencia en el tono.

La bardo lanzó las manos al aire, molesta e irritada.

—¡Escucha! ¡Estoy más que harta de que se me trate como a una niña pequeña!

¡Puedo cuidar de mí misma, Xena!

Vale. Táctica equivocada. Probemos con el plan B.

—Por favor. —Xena le cogió las manos y se echó hacia delante, suavizando el tono y

la mirada—. Gabrielle, yo nunca te he pedido nada. ¿Verdad?

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Gabrielle quedó atrapada por la pregunta.

—No —susurró por fin—. No me pidas esto. No me pidas que me quede a un lado

mientras tú sales ahí fuera, por los dioses, Xena, por favor...

—Te lo pido. —Los ojos azules de Xena soltaron chispas al tiempo que daba rienda

suelta a su poderosa personalidad por un momento—. Prométemelo. —Su voz bajó de

tono—. Prométemelo.

—Vale... vale... —contestó la bardo, rechinando los dientes—. Lo prometo. —Tenía

la mirada tempestuosa—. Pero... Xena, ¿por qué? Quiero decir, sé que es peligroso, pero

todo el mundo, incluidos los granjeros con sus horcas, van a estar ahí fuera... —Se le

apagó la voz al ver la expresión de la cara repentinamente impasible de Xena. Oh-oh.

Me parece que esto no tiene nada que ver con mi habilidad con la vara, ¿verdad?

Xena bajó los ojos durante un buen rato y luego soltó el aliento que había estado

conteniendo. El plan B requiere una explicación, Xena... por eso tenías la esperanza de

que el plan A saliera bien, ¿cierto? Cierto.

—Mira, mañana las cosas se van a poner... muy crudas ahí fuera. Voy a necesitar toda

la concentración que tengo sólo para... bueno, eso —dijo por fin Xena, observando la

cara de Gabrielle mientras apretaba con suavidad las manos de la bardo, que todavía

tenía entre las suyas—. Y si tú estás ahí fuera, Gabrielle, mi mente estará donde tú estés,

no con el tipo de la espada que tenga delante. —Levantó los ojos y se encontró con la

mirada sorprendida de Gabrielle. Eso nunca lo habías pensado, ¿verdad? Sonrió

levemente—. Y me gustaría tener una posibilidad de cumplir esa promesa.

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Las palabras resonaron en los oídos de Gabrielle, en medio de un silencio repentino y

quieto. Siempre me he preguntado por qué siempre me obliga a mantenerme al margen.

Y me lo dice ahora.

—Oh —suspiró—. No me había dado cuenta... —En su mente apareció la imagen

repentina de incontables momentos de peligro en los que Xena simplemente parecía

encontrarse en el lugar adecuado en el momento adecuado para parar una flecha, un

cuchillo, una espada... —. Supongo que tendría que haberme dado cuenta. —¿Se puede

ser más dura de mollera? ¿Más ciega? Dioses.

En medio de un silencio tan profundo que Xena habría jurado que oía cómo se

encajaban las piedras del edificio, se quedaron sentadas mirándose la una a la otra. Por

fin, Xena bajó la mirada hacia sus manos, que seguían unidas, y suspiró. Apretó una vez

y luego soltó a la bardo.

—Tenemos que descansar un poco antes de mañana.

—Sí —respondió Gabrielle—. Supongo que sí. —La voz le sonaba ahogada.

Xena se quitó la armadura y luego se acomodó contra el cabecero de la cama, medio

tumbada. Cruzó las manos sobre el estómago y volvió la cabeza ligeramente para mirar

a Gabrielle, que se estaba acurrucando a su lado, demasiado despacio, con una

expresión dolida en la cara. Vale, vale... ¿y ahora qué? He agotado todas mis

ingeniosidades en esta ronda... y no es que tenga muchas... Ladeó la cabeza morena y se

encontró con la mirada atribulada de Gabrielle.

—Eh —dijo suavemente, levantando un brazo y rodeando a la bardo con él—. Ven

aquí —continuó, estrechando a Gabrielle. Con un ruidito ahogado, su amiga obedeció.

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Eso me ha dado más miedo que la batalla de mañana, pensó Xena. Dioses, qué mal

preparada estoy para luchar en este campo de batalla, es patético. Contempló la

coronilla de Gabrielle, mientras la bardo se relajaba. Al menos he conseguido que se

sienta mejor. Sé que le gustan los abrazos. Sus labios esbozaron una sonrisa irónica.

Nunca pensé que me acostumbraría a eso.

Se acomodó, recordando distraída sus primeros viajes con Gabrielle. Le había

explicado a la terca muchacha, una y otra vez, hasta ponerse casi morada, que tocar o

especialmente agarrar a Xena era una mala idea, por no decir mortal. Mi cuerpo no sabe

que eres una amiga, Gabrielle. Da por supuesto que todo el mundo es un enemigo y no

se para a preguntarle a mi cerebro qué tiene que hacer. Podrías resultar herida. Si lo

haces mal, podrías acabar muerta. Y Gabrielle había sido muy buena desde entonces,

asegurándose siempre de que se acercaba a Xena por delante, sin sorpresas... y cuando

de vez en cuando se le olvidaba y alargaba la mano para agarrarle un brazo, al menos

Xena lo veía venir y conseguía evitar molerla a palos.

De modo que un día, cuando ya llevaban viajando un tiempo, se encontraron con

unos bandidos que estaban saqueando una aldea. ¿Cuál? A saber. Detuvieron el saqueo y

ahuyentaron a los rufianes, pero fue una lucha dura y difícil. Poco después, Xena estaba

sentada junto al fuego, cansada, dolorida y deprimida, y Gabrielle, pensando no se sabe

qué, llegó por detrás de ella, le agarró la nuca con las dos manos y se puso a darle un

masaje.

Xena se rió ahora por lo bajo, al pensar en ello. Justo después de un combate difícil, y

yo estaba de pésimo humor. Tendría que haberle roto la mitad de las costillas. Pero no

lo hizo, y las manos de la bardo relajaron la tensión de sus hombros con sólo tocarla. Ni

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una muestra de sus reflejos a flor de piel. Ni una muestra de sus cacareados instintos

defensivos. Nada.

Debería haberlo sabido entonces, pensó Xena, mirándo a su amiga con cariño.

Menuda sorpresa me llevé. Y ella también. ¿Qué comentario sarcástico hice? Ah, sí.

"Creo que estaba más cansada de lo que pensaba. Has tenido suerte". Xena puso los ojos

en blanco mentalmente. Y ahora míranos. Meneó la cabeza sin dar crédito. Y podría

hasta mentirme a mí misma y decir que sólo lo hago por ella. Ya. ¿Y cuánta gente hay

en mi vida que confíe ciegamente en mí, de esta manera?

¿Cómo lo sabe?, se preguntó Gabrielle, arrimándose de buen grado, echando un

brazo alrededor de la cintura de Xena y apoyando la cabeza en el hombro de Xena,

donde su oído detectaba los constantes latidos. Siempre sabe cuándo necesito esto. Ni

palabras, ni explicaciones, sólo... esto. Vaya si no me paso la mayor parte del tiempo

atisbando por la ventana y entonces va ella y abre la puerta y me invita a pasar. Y aquí

hay tanto calor y seguridad que no quiero volver a salir nunca.

—Gracias —susurró, levantando la vista—. Sé que por lo general no te gustan estas

cosas.

Xena la miró con una expresión inescrutable.

—Por lo general, no —dijo despacio, con frialdad. Entonces sonrió y la sonrisa llegó

hasta sus ojos—. Pero tú eres una excepción a la regla, Gabrielle.

—¿Lo soy? —musitó la bardo, contenta de que Xena no pudiera ver la cara de tonta

que estaba segura de que se le había puesto.

—Mmmm —confirmó Xena.

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Gabrielle se quedó callada un momento, absorbiéndolo. Luego preguntó, pensativa:

—Xena, ¿alguna vez tienes miedo? Quiero decir, cuando sabes que vas a tener que...

—No —replicó Xena, pensativa—. Cuando lucho, no. —Titubeó—. La verdad es que

no hay tiempo de tener miedo.

Gabrielle la miró parpadeando.

—¿Y en otro momento? —preguntó, con curiosidad. Al tener una oreja pegada al

pecho de Xena, oyó que a ésta se le aceleraba un poco el corazón.

Una pregunta sencillísima, con respuestas complicadísimas.

—A veces me asusto cuando pienso en las consecuencias —contestó por fin la

guerrera, con tono mesurado—. Si mis planes van a funcionar, cuánta gente va a acabar

muerta por su causa, qué va a ser de los supervivientes... ese tipo de cosas.

—Ah. —La bardo se quedó pensando un momento—. Bueno, tus planes suelen

funcionar... pero ¿alguna vez... o sea, alguna vez tienes...? —Gabrielle se detuvo. Tenía

un público cautivado e iba a hacer esta pregunta.

Xena la miró con una sorprendente dosis de compasión.

—¿Que si tengo miedo de morir?

Gabrielle se quedó callada. Se alegraba mucho de que Xena no pudiera oír su corazón

ahora mismo, porque le latía con tal fuerza que le sorprendía que no resultara audible.

—Sí. Algo así —farfulló, y notó que el pecho de Xena se movía al tomar aliento con

fuerza y soltarlo.

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—Antes no —reconoció Xena por fin, mientras en su cara se empezaba a dibujar una

sonrisa, que la bardo no veía—. De hecho, en cierta época lo habría agradecido. —Notó

que Gabrielle se quedaba rígida bajo su brazo protector—. No tenía gran cosa que me

preocupara dejar. Ahora... —Se rió ligeramente—. Digamos que es algo que me

preocupa seriamente.

—Por favor, ten cuidado —dijo Gabrielle en voz baja—. Te echaría muchísimo de

menos.

—Lo tendré —replicó Xena, igualmente en voz baja—. Yo también te echaría

muchísimo de menos. —Alargó el brazo libre y apagó la vela que había junto a la cama

—. Descansa un poco —añadió Xena, y miró pensativa a la bardo, que no daba señales

de querer moverse ni un centímetro. La guerrera sonrió con resignación y luego cerró

los ojos con firmeza.

Seguía oscuro fuera cuando Gabrielle se despertó al notar un golpecito suave en la

espalda. Parpadeó adormilada y luego levantó la mirada y distinguió apenas el brillo de

los ojos claros de Xena a la débil luz de la vela.

—Oh... lo siento —murmuró, al darse cuenta de que se había quedado dormida

encima del hombro de su amiga—. No deberías haberme dejado hacer eso, Xena. No

tiene que haber sido cómodo. —Miró hacia la ventana—. ¿Cuánto tiempo he...?

Xena se rió por lo bajo.

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—Está casi amaneciendo. —Miró risueña la expresión consternada de la bardo y se

encogió de hombros—. He dormido muy bien. No te preocupes. —Bostezó ligeramente

—. Me voy a lavar antes de ponerme toda esa armadura.

Gabrielle la vio entrar en silencio en el baño antes de incorporarse y estirarse. Mmm.

No tan dolorida como esperaba, dado todo lo que había cabalgado el día anterior. A lo

mejor se estaba acostumbrando. De hecho, se sentía asombrosamente bien, teniendo

todo en cuenta... increíble lo que una noche de dormir bien... sus pensamientos se

detuvieron. Una noche de dormir bien y sin pesadillas, se dio cuenta sobresaltada.

Vaya, hacía tiempo que no me pasaba. Aunque no me sorprende, pensó burlándose de sí

misma. Cuesta tener tu peor pesadilla cuando te quedas dormida con el corazón bien

vivo de la protagonista palpitándote al oído, ¿eh? Qué lástima que no pueda hacerlo

siempre. Sofocó un suspiro mientras se ponía las botas, seleccionó una fruta para comer

y salió al balcón para contemplar la oscuridad.

—¿Ves algo? —La voz de Xena flotó hasta ella y se volvió para ver a la guerrera

entrar en la habitación con la túnica de cuero en la mano y escurriéndose el agua del

pelo oscuro. Gabrielle sonrió al verlo.

—No —comentó, mordiendo la fresca fruta—. Qué prisa te has dado —añadió,

volviendo a entrar en la habitación.

—El agua estaba muy fría —dijo Xena, con sorna, mientras se ponía la túnica de

cuero y se sujetaba los tirantes de los hombros—. Ahora sí que estoy despierta —

comentó, acercándose a donde había dejado la armadura cuidadosamente colocada y

metiéndose por la cabeza el peto y la protección de la espalda.

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—Espera, déjame. —Gabrielle dejó la fruta y agarró una correa. Apretó bien la

hebilla, mirando la cara de Xena para que le indicara si estaba bien puesta. Xena asintió,

ocupada con el brazal derecho, que siempre era un incordio. Gabrielle terminó con la

correa del otro hombro y luego se encargó de atar el terco brazal, con una leve sonrisa

—. A veces, esto es peor que un rompecabezas ateniense.

—A veces —sonrió Xena, y esperó pacientemente a que la bardo terminara de atarlo.

Luego se puso la armadura extra de protección de muslos y brazos y se colocó las

hombreras con la facilidad que da la experiencia. Los puñales, el chakram y por fin la

espada, bien sujeta a la espalda. Saltó de puntillas unas cuantas veces, para asentar todas

las piezas—. Vale. —Respiró hondo—. Vamos allá. —Se pasó los dedos por el pelo

oscuro, sacándoselo de debajo de la armadura, y luego se dirigió hacia la puerta, justo

cuando se oyó un leve golpe desde el otro lado.

Jessan abrió la puerta de la habitación de Xena, al oír la voz de la guerrera diciéndole

que pasara. La escasa luz de la vela que había en la habitación se reflejaba en la

armadura que llevaba al acercarse a él. Salió otra vez al pasillo para dejarla pasar y

saludó con una sonrisa a Gabrielle, que iba detrás.

—Todavía están a dos horas de distancia —le comentó a Xena, que asintió—. Parece

que van a intentar un ataque frontal pleno... no vamos a poder defender las murallas.

Tenemos que encontrarnos con ellos delante, si queremos tener una oportunidad.

El tranquilo análisis de Jessan coincidía con el de Xena, de modo que una vez más

ésta se limitó a asentir. Las tropas de Hectator, al menos, iban todas a caballo y eran

soldados bastante experimentados. Podría tener peor material con el que trabajar, y lo

había tenido en otras ocasiones. Simplemente, no eran suficientes. Caminó a grandes

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zancadas junto a Jessan por el pasillo hacia el patio, donde empezaba a distinguir la

actividad organizada de los preparativos para la batalla. Hectator los vio y dejó a sus

hombres inmediatamente, cruzando hacia ellos con paso rápido.

—Amigos míos —dijo Hectator, al llegar a su lado—. Aliados míos. —Inclinó la

cabeza tímidamente hacia Jessan—. Ha llegado la hora de combatir. —Sus ojos se

clavaron en los de ellos—. No siento ningún placer de teneros aquí, dispuestos a alzar

las armas en una lucha que en justicia no es vuestra.

—Hectator —dijo Xena, con tono firme—. Deja de decirme en qué luchas debo o no

debo participar. —Lo miró a los ojos—. Mírame y dime que no quieres que luche a tu

lado.

La boca de Hectator esbozó una sonrisa. Esa mirada azul veía perfectamente a través

de él.

—No. —Sonrió—. No te lo voy a decir. —Bajó la mirada y luego la volvió a

levantar, esta vez como un ruego—. En realidad, ¿puedo pedirte un gran favor?

Jessan, risueño, miró al humano con una ceja enarcada. Creía saber lo que Hectator

estaba a punto de pedir, y se preguntó si Xena estaría de acuerdo. Él desde luego que lo

estaba. La creciente tensión que lo rodeaba ya le estaba erizando el pelo. En los brazos

sentía hormigueos de emoción, y olisqueó el fuerte viento del amanecer con ansia y

ganas.

Xena lo miró con recelo.

—Claro. Tú pide.

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—Ya que no puedo convencerte para que te marches, ¿nos harías un gran honor? —

Hectator se detuvo, esperando. Iba a ser un día muy duro y quería tener por lo menos un

momento de alegría con el que iniciarlo.

—No sé —dijo Xena, enarcando las cejas—. ¡No me has dicho qué es lo que quieres!

—Dirígenos —pidió el príncipe, simplemente.

Xena se quedó pasmada. Contempló su cara en silencio, mientras todos aguardaban

su respuesta. Por fin, miró hacia el horizonte y luego volvió a mirarlo a él.

—Está bien. —Vio el alivio en los ojos de Hectator y el regocijo en los de Jessan.

Una sonrisa tensa por parte de Gabrielle, pero acompañada de un ligero gesto de

asentimiento—. Pues pongámonos en marcha. No van a esperar todo el día. —En

silencio, alzó la mirada hacia las estrellas. Ares, espero que estés mirando. Esto va por

haber cumplido tu palabra y haberme devuelto mi cuerpo. Habría podido jurar que oyó

una risa satisfecha como respuesta.

—No vamos a poder contenerlos en caso de asedio —dijo Xena, mientras se dirigían

hacia los soldados reunidos—. Tenemos que situarnos en esa pequeña ladera que hay

entre esos dos montículos. —Señaló hacia la parte de delante del castillo—. Si

conseguimos que pasen por entre esas dos escarpas, podremos hacer que avancen más

despacio. —Se detuvo junto a Argo, que la saludó resoplando. La yegua dorada llevaba

una cota tejida con relleno debajo de la silla, junto con protectores de patas y pecho.

Xena le acarició ligeramente el cuello y se dispuso a montar, sabiendo que Hectator y

Jessan se dirigían a sus propios caballos. Gabrielle se acercó en silencio y agarró la

brida de Argo para que no se moviera.

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Xena se detuvo y apoyó una mano en el lomo de Argo, mientras miraba a su amiga.

Gabrielle la miró a su vez, por una vez sin palabras.

La bardo carraspeó por fin.

—Cuídate —dijo, con la voz algo ronca, y soltó la brida de Argo, quitándose de en

medio.

—Lo haré —contestó Xena, apartándose de Argo y abriendo los brazos—. No me

estrujes —advirtió—. Te vas a pinchar. —Estrechó suavemente a la bardo contra su

cuerpo por un momento y notó que los brazos de Gabrielle se apretaban

convulsivamente a su alrededor, sin hacer caso de la armadura. Cerró los ojos y apoyó la

mejilla en la cabeza de la bardo hasta que notó que Gabrielle aflojaba los brazos, y sólo

entonces la soltó a su vez. Las dos retrocedieron un paso, mirándose, sujetas todavía de

los brazos.

Algo pasó entre ellas. No con palabras, tal vez ni siquiera con el pensamiento. Xena

sonrió levemente y luego se echó hacia delante y le dio un beso a la bardo en la frente.

—Sé buena —le advirtió.

Gabrielle asintió ligeramente.

—Ten cuidado.

—Hasta luego —dijo Xena con humor, y se montó en Argo con un ágil movimiento

—. Lo prometo. —Sonrió y dirigió al caballo hacia la puerta.

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—Lo prometes —repitió Gabrielle, en voz baja—. Lo recordaré. —Tomó aliento y

luego se volvió y regresó al interior del castillo, donde el mayordomo estaba frenético

intentando preparar las cosas para lo peor. Gabrielle se hizo cargo de todo amablemente.

Lestan se apartó de su más viejo amigo, con los anchos hombros hundidos de

desesperación.

—Mika, no puedo hacerlo. Tú sabes que no puedo. —Se volvió y alargó el brazo

sano, con un gesto de súplica—. Sí, la mujer me ha caído bien. Sí, mi hijo está

implicado. Sí, Hectator es ahora un aliado. Sí, sí, sí... pero arriesgar una sola gota de

sangre de nuestra aldea, no. —Se sentó—. ¿Cómo podría considerarme líder, si os dirijo

donde me lleva el corazón, sin tener en cuenta lo que le conviene a nuestro pueblo?

Mika se sentó, acariciándose el suave pelaje tostado de la barbilla.

—Y tu corazón te lleva con él, ¿verdad? —Sonrió con profunda comprensión—.

Igual que el mío. —Se levantó inquieto y se puso a dar vueltas—. Igual que el mío. —

Por fin se giró en redondo y se arrodilló ante Lestan—. Por favor. —En sus ojos

clarísimos había un ruego—. Quiero a tu hijo como si fuera el mío. No puedo... Lestan,

no puedo dejarlo ir solo.

—Mika —gimió Lestan—, no puedo hacerlo. No puedo dar esta orden. Simplemente

no puedo. Yo... —Sus ojos soltaron un destello—. Puedo... ir yo. —Miró a Mika,

arrodillado ante él—. No puedo ordenarle a nadie más que vaya. —Se volvió y se quedó

mirando el cielo del amanecer—. Y de todas formas, probablemente ya es demasiado

tarde.

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—Pregúntaselo a ellos —respondió Mika, con los ojos brillantes—. Pregúntaselo,

Lestan... pregúntales a los guerreros del pueblo qué es lo que quieren hacer. Es lo justo.

—Levantó la mirada cuando entró Wennid, que había oído la última parte de la

conversación. Se acercó a la silla de Lestan y le rodeó el cuello con los brazos,

apoyando la barbilla en su hombro. Flotaron apaciblemente en su vínculo por un

momento y luego ella habló.

—Te quiero. —Su voz grave se oía hasta en el último rincón de la habitación—. Más

que a la vida misma. —Cerró los ojos y juntó su mejilla con la de él—. Iría hasta el fin

del mundo para evitar que sufrieras daño alguno. Lo sabes. —Hizo una pausa—. Pero

esto te va a partir el corazón, amor mío, si no lo haces —le susurró al oído—. Lo

percibo en ti. Somos lo que somos. Mika tiene razón. Pregúntaselo a ellos.

Lestan se quedó inmóvil durante lo que pareció una eternidad. Por fin, tomó aliento

con fuerza y lo soltó de nuevo.

—Lo único que voy a hacer es preguntárselo —gruñó—. Y aceptaré su respuesta

como la mía. —Se volvió y clavó los ojos en los de su vinculada—. Y yo también te

quiero. —La besó, se volvió y se dirigió hacia la puerta, sin ver la mirada que se cruzó

entre Wennid y Mika. Observaron su cara cuando abrió la puerta y les dijo—: Pedidle al

pueblo que se reúna en el patio.

—No es necesario —murmuró Mika, cuando Lestan volvió la cabeza y miró fuera de

la puerta.

La luz de las antorchas creaba sombras caprichosas por el gran espacio y el único

sonido era el de la brisa que agitaba las cotas de combate de trescientos guerreros

montados, armados y en silencio. Un caballo resopló. Apareció Deggis, que llevaba a

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Garan hacia él, y se detuvo a diez pasos de distancia, esperando. Con los ojos

relucientes.

Lestan sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y detuvo el discurso que se le

estaba formando en la garganta, al tiempo que apartaba el brazo del cuerpo para dejar

que Mika le metiera la cota de combate por la cabeza. Su pueblo. Empezó a notar

escalofríos por la espalda y notó que le subía la fiebre del combate. Mika le sujetó la

espada y tiró por última vez de las correas. Se volvió y lo miró.

—Lo sabías.

—Sí —contestó Mika, con los ojos brillantes—. Claro que lo sabía. —Se ciñó las

correas de su propio equipo y soltó un silbido para llamar a su fiel Esten.

Así se quedó solo en el porche con Wennid, que lo rodeó con los brazos.

—Trae de vuelta a ese hijo nuestro —le dijo ella con tono de guasa, estrechándolo

con fuerza—. Tengo unas cuantas cosas que decirle.

Se besaron y se separaron, mirándose profundamente a los ojos. Lestan sintió que su

vínculo prendía, llenándolo de una profunda calidez, que devolvió plenamente.

—Volveré —juró. Romper el vínculo era... impensable.

—Más te vale —le advirtió ella, acariciándole la mejilla con un dedo—. O tendré que

ir a buscarte. —Más allá de la comprensión, más allá del buen juicio, más alla de la

muerte misma. En su mente resonó el viejo dicho. Más cierto de lo que habían pensado

nunca.

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—Adelante —gritó Lestan, que se volvió hacia Garan y montó en él de un salto,

levantando un brazo ante su pueblo a la espera. Le contestó un grito compuesto de

muchas voces y emprendieron la marcha—. Si es que llegamos a tiempo.

El amanecer cubrió una llanura inmóvil y silenciosa. Xena había situado a sus tropas

donde las quería y ahora estaba montada en Argo en el extremo de las dos escarpas con

Jessan y Hectator a su lado, esperando. El ejército que se acercaba iba creciendo en el

horizonte, y era evidente que no se iban a detener para negociar.

Xena se levantó en la silla de Argo e hizo un gesto a las tropas a la espera, que le

respondieron con un grito. Llevó a Argo a galope corto hasta el centro de la línea

montada y le dio la vuelta, colocándose de cara a las tropas y alzando las manos para

pedir silencio. Todos los ojos estaban posados en ella.

—No se trata de territorio —gritó, y su voz se proyectó por la llanura hasta llegar casi

de vuelta al castillo—. No se trata de comercio, ni de botín, ni de cosechas. —Xena dio

más fuerza a su tono—. Se trata de vuestros hogares y de vuestras familias, que os serán

arrebatados si no los defendéis. —Todos tenían los ojos clavados en ella, absorbiendo lo

que decía—. Vuestras familias os quieren y dependen de vosotros, y nada... nada en este

mundo es más importante que eso. —Hizo una pausa—. ¿Me oís?

Un alarido como respuesta.

—Este enemigo no tiene nada para luchar contra eso... ¡convertidlo en vuestra fuerza

y no podrán venceros! —Xena sintió el escalofrío que empezó a subirle por la espalda al

oír el gruñido grave con que le respondieron los soldados, un gruñido que fue creciendo

y creciendo y creciendo hasta convertirse en un muro de sonido que la cubrió como una

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ola del mar. Dio la vuelta a Argo, al tiempo que Hectator y Jessan se acercaban para

unirse a ella al frente de la primera línea.

—Pase lo que pase, Xena... para mí ha sido un honor conocerte —dijo Hectator, en

voz baja. Alargó la mano sobre la silla, ofreciéndosela. Xena se la estrechó sin decir

palabra.

Jessan tragó con fuerza, conteniendo la emoción. Ahora ya veía claramente a las

tropas que venían hacia ellos y el trueno de los cascos de los caballos le estremecía los

huesos. Miró a Xena, que estaba colocándose bien los brazales y comprobando las

cinchas de Argo. Ella volvió la cabeza y lo miró a su vez y luego sonrió. Él le devolvió

la sonrisa, con perfecto entendimiento.

Se alzó sobre el lomo de Argo, dispuesta a dar la señal para avanzar, cuando su aguda

vista captó un movimiento detrás de ellos. Al ver lo que era, en su cara se formó una

amplia sonrisa y se echó a reír. Hectator se volvió, sorprendido, y vio lo que estaba

mirando ella.

—Pero bueno...

Jessan también se volvió y se quedó mirando, maravillado e incrédulo. Su pueblo,

cientos de ellos, armados y montados, se iban sumando a las tropas que tenían detrás.

Lestan llevó a Garan hacia delante para unirse con ellos al frente de las tropas,

saludando a su hijo con una leve inclinación de cabeza y algo que se parecía

sospechosamente a un guiño.

—Lestan —dijo Xena, con una leve carcajada.

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—He hecho caso de tu aviso, Xena —comentó el líder del bosque, desenvainando la

espada—. Y ahora, creo que tenemos compañía.

Xena se volvió de nuevo y alzó el brazo para avanzar. Hizo un gesto y la ansiosa

Argo emprendió la marcha, al frente ahora de casi setecientos guerreros a caballo,

avanzando hacia las tropas enemigas.

Jessan mantuvo la cabeza de Eris a la altura de la cola de Argo, observando mientras

Xena apretaba las rodillas con firmeza contra la silla y sacaba la espada. Había divisado

al que parecía ser el líder del ejército enemigo e iba derecha hacia él. Jessan desenvainó

su propia espada y sonrió con un placer intenso y salvaje. Echó la cabeza hacia atrás y

soltó un rugido, que fue repetido inmediatamente por los habitantes del bosque que los

seguían y luego, como en tándem, se oyó el alarido más agudo como respuesta de los

soldados humanos. Ah... iba a ser glorioso.

Xena avanzó poderosamente hacia los guardias enemigos, captando las reveladoras

señales de un jefe de guerra estúpido. Estaba rodeado de guardias fuertemente armados

y todos llevaban estandartes. Se encontró con el primero de los soldados de primera

línea y arrasó, blandiendo la espada en arcos cerrados. De su pecho se escapó un grito

explosivo, al sentirse arrebatada por la fiebre del combate, y se dejó ir. A su derecha,

Jessan partía a los soldados en dos con su gran espada y Hectator acababa de cortarle la

cabeza a un desafortunado jinete de un solo golpe.

Los guardias eran demasiado lentos y no podían competir con su velocidad y mucho

menos su habilidad. Detrás de ella, era consciente de que las tropas de Hectator estaban

abriendo un gran agujero en el ejército enemigo, luchando con una furia que

compensaba su menor número.

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Desmontó a uno de los guardias de Ansteles con una patada bien plantada y luego

cayó otro bajo su espada. A su alrededor tejió una red que no conseguían penetrar y

cuando lo intentaban, allí estaba Jessan, tirándolos de sus monturas sólo con su enorme

fuerza.

Un guardia era bueno: saltó desde su silla y la golpeó en el pecho, tratando de tirarla

de Argo. Ella lo lanzó por encima de los hombros sudorosos de Argo, tirándolo al otro

lado, y luego desmontó para enfrentarse a él, en el momento en que él se giraba y

atacaba. Su espada paró la estocada y luego ella se agachó y atacó de nuevo, hiriéndolo

esta vez en la muñeca. Él maldijo y estampó su empuñadura contra su peto, intentando

doblegarla.

Xena sonrió y empujó a su vez, sorprendiéndolo. Se apartó perdiendo el equilibrio y

ella lo golpeó en la barbilla con la empuñadura de la espada. Él volvió a caer y esta vez

no se levantó. Ella levantó la vista en el momento en que Ansteles estaba a punto de

decapitar a Hectator, que estaba atontado y demasiado cerca para que su chakram

resultara eficaz. En cambio, se lanzó contra él y paró a Anteles en el momento en que

bajaba la espada, a meros centímetros del cuello desprotegido de Hectator. No había

tenido tiempo de hacer algo elegante, sólo un bloqueo corporal básico, pero funcionó.

Echaron a rodar y se separaron y Xena se levantó de un salto y de un golpe le quitó la

espada de las manos, que intentaban recuperarse.

Ansteles se quedó mirándola, sin dar crédito, y luego le quitó una lanza a uno de sus

pasmados guardias y se levantó ciego de rabia. Jessan gritó una advertencia, pero la

lanza dio en el aire, pues Xena pegó un salto y una voltereta cerrada, por encima de la

cabeza de Ansteles, y aterrizó detrás de él. Aprovechó para darle una patada en el

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trasero, tan fuerte que se estampó de cabeza contra el tocón de un árbol y se desplomó

en el barro.

Entonces una ola de guerreros se abatió sobre ellos y Xena tuvo que hacer un gran

esfuerzo para conservar intacto el pellejo, al estar rodeados de cien soldados enemigos

en grupo. Se encontró luchando espalda contra espalda con Jessan, blandiendo la espada

en contrapunto con él como si llevaran años luchando juntos. Despejaron un círculo a su

alrededor y luego avanzaron contra los soldados enemigos en retirada. Se pusieron

hombro con hombro, obligando a los soldados a retroceder, al tiempo que el rugido

atronador de Jessan y el alarido salvaje de ella asustaban de tal modo a los hombres que

empezaron a huir corriendo.

Jessan se detuvo cuando los soldados enemigos pusieron pies en polvorosa y

aprovechó para recuperar el aliento. A su lado, Xena también se detuvo y aprovechó el

momento para ajustarse un brazal que se le estaba soltando.

—No está tan mal como pensaba —comentó Xena y luego se puso tensa, al ver a un

grupo de soldados enemigos que rodeaba a alguien que parecía, según consiguió

distinguir apenas, uno de los habitantes del bosque. Maldiciendo, montó en Argo de un

salto y salió disparada hacia ellos.

Los soldados de Ansteles no la oyeron llegar. Estaban totalmente concentrados en su

blanco, la figura alta e inconfundible de Lestan. Éste los mantenía a raya, aunque

apenas, con poderosas estocadas con un solo brazo, arrinconado contra una gran peña.

Pero dos soldados lo atacaron a la vez y empezaba a perder la capacidad de mantener

sus espadas lejos de su cuerpo. Wennid... clamó su mente, amada mía...

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El soldado grande consiguió por fin arrebatar la espada de Lestan de sus agotados

dedos y le dio un golpe en la cabeza desprotegida. Lestan se desplomó y el soldado

sonrió con crueldad, alzando su arma para la estocada final. La hoja bajó... y se estrelló

en la roca cuando el soldado cayó al suelo sin sentido a causa de un cuerpo vociferante

y vestido de cuero, casi tan grande como el suyo, que se abalanzó contra él. Xena rodó y

se levantó blandiendo la espada, y le cortó la cabeza al segundo soldado de una estocada

limpia. El sorprendido círculo de soldados se detuvo un momento y luego hizo acopio

de valor y cayó sobre ella como una manada de lobos.

Esto podría haber sido un error, pensó Xena con gravedad, mientras se esforzaba por

mantenerse en pie ante la oleada de cuerpos y armas en movimiento. Se colocó sobre la

figura inconsciente de Lestan y a base únicamente de fuerza de voluntad mantuvo a raya

al gentío, soltando estocadas y mandobles con la espada hasta que los chorros de sangre

estuvieron a punto de cegarla. Ahondó en su interior, buscando unas reservas de fuerza a

las que rara vez tenía que acudir, reservas que respondieron más deprisa de lo que había

creído. Ninguna banda de soldaditos cochambrosos de tres al cuarto va a poder

conmigo... hoy no, se juró a sí misma con total seriedad. Hoy no. Y seguían llegando y

ella, tercamente, seguía rechazándolos, depositando una alfombra de cuerpos a su

alrededor, negándose a ceder terreno, negándose a dejarles penetrar sus defensas, hasta

que por fin, por fin, se acabó. Los soldados estaban muertos, o agonizantes, o

dispersándose ante la llegada de refuerzos de las tropas de Hectator.

Xena se apoyó en la peña y respiró hondo, intentando calmar el corazón desbocado.

Cerró los ojos y esperó a que su cuerpo dejara de temblar, aferrando la espada con

fuerza para que no se le cayera. Bajó la vista para mirar a Lestan, que había recuperado

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el conocimiento y estaba atontado, mirándola con los ojos brillantes. Se acuclilló a su

lado y examinó un largo corte que tenía en el hombro malo.

—Te pondrás bien —le aseguró, dándole una palmada en el otro brazo.

Lestan estudió su cara, memorizando cada detalle. Había abierto los ojos para verla

de pie sobre él, sólida como una roca de granito contra la que se estrellaban los soldados

enemigos como las olas del mar. Como él mismo había defendido a Wennid en una

ocasión. Ni siquiera le importaba que fuera humana, era algo tan, tan glorioso.

—Xena —dijo, con la voz ronca, asintiendo—, en el nombre de Ares, cómo me

alegro de no haberte desafiado en el paso del río. —Le sonrió, con los ojos llenos de

deleite—. Parece que mi familia está todavía más en deuda contigo. —La miró a los

ojos—. Mi vinculada también te da las gracias. Otra vez.

Xena le sonrió de medio lado.

—De nada, Lestan. —Miró a su alrededor y luego a él de nuevo—. Al fin y al cabo,

no podía permitir que se rompiera ese vínculo, ¿verdad?

Se miraron el uno al otro largamente. Entonces Lestan sonrió y ella también.

—Lo comprendes —suspiró él—. Por fin. Alguien de tu pueblo que ve lo que vemos

nosotros. —Se esforzó por ponerse de rodillas y luego de pie mientras Xena tiraba de su

brazo sano—. A lo mejor hay esperanza para nosotros, después de todo.

La batalla duró el día entero, durante la mayor parte del cual las tropas de Hectator se

dedicaron a perseguir y eliminar pequeños focos de resistencia. Los supervivientes del

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ejército de Ansteles desertaron del campo de batalla una vez se puso el sol bajo el

horizonte y sólo quedaron unos pocos detalles por terminar.

—Bueno —le dijo Xena al cansado Jessan mientras caminaban despacio por el

sangriento campo de batalla—. ¿Te ha gustado? —Estaba cubierta de mugre, sangre y

sudor, y parte de esa sangre era suya, pero no mucha. Él tenía varios cortes, algunos

profundos, y también estaba bien cubierto de barro y mugre.

—Me ha encantado —contestó Jessan, de corazón—. Tienes que enseñarme esa

estocada en diagonal y hacia atrás que haces. Es mortal. —Le sonrió—. Eres pura

poesía, ¿sabes? —Sus ojos relucían intensamente—. Me quedé atrapado con un grupo

de ellos cuando fuiste a salvar a mi padre y debo decirte que estaba tan distraído viendo

cómo masacrabas a esa masa que casi me cortan la pierna. —Se estremeció de emoción

—. Jamás, jamás en la vida he visto nada tan... —Vaciló, buscando la palabra adecuada

—. Hermoso —terminó Jessan, suspirando.

Xena estalló en carcajadas.

—Jessan, estoy segura de que sólo tú me describirías así. —Sacudió la cabeza—.

Pero me alegro de que te hayas divertido. —Le dio unas palmaditas en la espalda—. Tu

pueblo nos ha dado la victoria, ¿sabes?

—No —fue la sorprendente respuesta de Jessan—. Habríamos ganado de todas

formas. —La miró y en sus ojos brilló algo que no era humano—. Tú nos has dado la

victoria.

—Venga ya, Jessan —se burló Xena, poniendo los ojos en blanco—. Yo sólo soy una.

¿Recuerdas? —Agitó el brazo izquierdo para indicar el campo de batalla—. Hemos

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ganado porque tu pueblo ha equilibrado la balanza a nuestro favor. Yo sólo... he

ayudado. —Titubeó—. Y... tenía una promesa que cumplir.

—Ya —respondió Jessan—. Vale, pues cree lo que quieras, Xena... pero cuando

erijan una estatua tuya en la ciudad de Hectator y en mi aldea, a lo mejor entiendes mi

punto de vista. —No hizo caso de la expresión escandalizada de Xena—. Sí, y ya verás

a todas las niñas con tu nombre...

—Jessan —gruñó Xena.

—E imagínate la historia que va a montar Gabrielle con esto... —continuó Jessan,

divirtiéndose probablemente más de lo que le convenía—. Sí, ya estoy oyéndola... —Se

detuvo cuando Xena se volvió despacio hacia él, con los brazos cruzados y una

expresión amenazadoramente gélida en la cara—. Ahh... perdona. Ya me callo —dijo,

soltando un gallo, y retrocedió bajo esa mirada gélida.

Xena mantuvo la mirada un momento más y luego alzó una ceja.

—Me alegro de ver que todavía funciona —comentó con humor.

Siguieron adelante en agradable silencio y él aprovechó para entrecerrar los ojos y

usar su Vista para Verla. Mercurio, como la había visto por primera vez, con corrientes

ocultas y cambiantes. De repente, mientras Miraba, adoptó una tonalidad más suave y

dorada ante su Vista. Intrigado, abrió los ojos y la miró, preguntándose qué podía haber

causado ese cambio y la correspondiente sonrisa que había en su cara. Como era un

cachorro sin tacto, las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.

—Xena, ¿en qué estás pensando? —Se podría haber tapado la boca con la mano, pero

ya era demasiado tarde. Ella se volvió para mirarlo, extrañada.

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—¿Por qué? —inquirió Xena, preguntándose por qué le hacía esa pregunta en ese

momento. Justo en ese momento.

—Oh —se recuperó Jessan—. Por curiosidad. —Evitó su mirada—. Es que estabas

sonriendo, nada más. —Bueno, eso era cierto—. Parecías estar pensando en algo que te

hacía muy feliz.

Xena lo miró, pensativa, y luego sonrió despacio.

—Eso es muy cierto —admitió, y luego—: ¿Puedes leer la mente, Jessan?

—No —se apresuró a responder el habitante del bosque—. No, bueno, mi madre

puede, un poco. Bueno, puede leer la mía. —Hizo una mueca—. Pero los demás, no. —

Tragó—. Podemos... percibir... la fuerza vital de lo que nos rodea... si una persona es

buena o mala y, si está cerca, podemos percibir sus emociones, a veces. —La miró,

intentando descifrar su expresión.

—¿Por eso decidiste confiar en nosotras, cuando te rescatamos de la aldea? —

preguntó Xena inesperadamente, sintiendo ahora auténtica curiosidad.

Jessan le sonrió levemente.

—No. La herida de la cabeza me quitó la percepción del mundo, durante la mayor

parte del tiempo que estuvimos viajando juntos. La recuperé la noche en que os conté la

historia de mis padres. —La miró y advirtió su expresión de interés. Ay ay—. No, eso

tuve que decidirlo de la manera tradicional.

—¿Cómo? —insistió Xena, fascinada—. ¿Qué te hizo decidirlo? Sabías quién era yo.

—Lo miró con una ceja enarcada, esperando su respuesta.

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¿Se lo digo? Me pregunto si se da cuenta de lo que muestran sus ojos, por lo menos

a mí. Probablemente no. Los humanos son... tan inconscientes, reflexionó Jessan

pensativo, antes de alzar los ojos para encontrarse con los de ella.

—La primera noche. —Le hizo gracia su expresión de sorpresa—. Cuando Gabrielle

tuvo pesadillas y tú se las ahuyentaste. —Ahora sus ojos azules tenían una expresión de

pasmo receloso—. La expresión de tu cara. Supe que... alguien... que tenía tanto amor

en su interior... no me iba a hacer daño.

Le había hecho mella y vio cómo reaccionaba ante sus palabras. Tal vez demasiado.

Era el momento de retroceder.

—Lo siento. —Le puso la mano en el brazo con gesto conciliador—. ¿Te has

enfadado?

Xena siguió avanzando en silencio varios pasos más y luego soltó una carcajada

grave.

—No. —Lo miró de reojo—. No estoy enfadada. —Unos pasos más—. Eres muy

perspicaz. —En sus labios se iba dibujando una sonrisa desganada.

—Es un don de mi pueblo —contestó él, mirándose las botas manchadas de sangre.

Xena resopló.

—Tu pueblo tiene muchos dones interesantes. —Lo miró por el rabillo del ojo.

Jessan se mordisqueó el labio un momento.

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—Sí, así es. —Se calló y tomó aliento con decisión—. ¿Sabes, Xena? Hay algo que...

veo... entre Gabrielle y tú.

—Lo sé —contestó Xena, volviendo la cabeza del todo y mirándolo con una sonrisa

tensa.

—Oh —respondió Jessan—. ¿Lo sabes? —¿Por qué me sorprendo ante esta mujer?

¿Esta humana?

—Sí —suspiró Xena, con expresión resignada pero apacible—. Pero no es lo que más

le conviene a ella, así que intento no pensarlo.

Jessan dio un respingo.

—¿Cómo? Espera... Xena... no lo entiendes.

La guerrera lo miró.

—Sí que lo entiendo. —Se quedó contemplando el horizonte—. Pero nosotros no

somos como tu pueblo. Podemos elegir. —Se volvió para mirarlo a la cara y en sus ojos

se advertía el peso de todos sus años y todo lo que le había pasado en la vida—. Y yo

elijo no permitirle entrar en un futuro que sólo ofrece oscuridad y peligro y... —Alzó el

brazo e hizo un gesto, indicando lo que los rodeaba—. Esto.

—Ella podría cambiarlo —dijo Jessan, armándose de valor.

Xena negó con la cabeza.

—No. —Le sonrió de medio lado—. Puedo fingir que no es así, pero esto es lo que

soy. —Le dio unas palmaditas en el brazo—. Además, es una gran bardo. Tengo que

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llevarla a algún sitio donde pueda dedicarse a dejar crecer ese don. No a vagabundear

por el campo.

Ah, Xena, pensó Jessan en silencio. Crees que controlas esto. Mis padres también lo

creyeron. Durante un tiempo.

—Lo que tú digas, Xena —respondió, con tono ligero.

Ella se quedó callada y contempló las grandes puertas de la fortaleza de Hectator.

Varios soldados la vieron y su nombre empezó a resonar a gritos por el patio abierto.

Ella lanzó una mirada fulminante a Jessan, que se limitó a encogerse de hombros con

gesto cohibido.

Dos pajes se acercaron corriendo, ofreciéndose a ocuparse de sus caballos. Xena se

arrodilló para ponerse a la altura de los ojos de uno de ellos.

—¿Sabes cómo atender las heridas de combate de un caballo? —preguntó

solemnemente. Él la miró con los ojos como platos y luego le mostró su bolsa, que

contenía vendas y desinfectante—. Bien —dijo ella y le entregó las riendas de Argo—.

Cuídala bien. —Le revolvió el pelo y a cambio recibió una mirada de adoración. Su

compañero y él se llevaron a los dos cansados animales, dejando que sus jinetes

cruzaran el patio delantero del castillo y subieran las escaleras hasta la puerta principal.

El patio estaba lleno de restos de la batalla y heridos ambulantes, así como sus

compañeros sanos. Xena notaba sus miradas posadas en ella mientras cruzaba las losas

y se esforzó por mirar a los ojos a todos los que pudo antes de empezar el largo ascenso

hasta la puerta. Bueno. Así que esto es lo que debe de sentir Hércules todo el tiempo, se

dijo burlonamente. Si hubiera estado al frente del ejército de Ansteles, no creo que

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estuvieran tan encantados. Podría haber tomado esta ciudad, con habitantes del

bosque o sin ellos. Me pregunto si son conscientes de ello. Me pregunto si les importa.

¿Es que no se dan cuenta de que tienen que adorar a héroes que den la vida, no a un

caballo de guerra maldito por los dioses y sumido en la oscuridad como yo, cuya

mayor habilidad es matar a la gente?

Una figura oscura se interpuso en su camino.

—Alaran —dijo Xena, deteniéndose para mirarlo a la cara. Había sufrido algunas

heridas leves, pero estaba de una pieza—. Me alegro de que hayas conseguido salir de

ahí. —Le sonrió con cansancio.

—Xena —murmuró el canoso soldado—. ¿Sabes? Se me había olvidado lo que era

luchar bajo tu mando. —Alargó una mano y le tocó la maltrecha armadura—. Has

vuelto a conseguir que me olvidara de las probabilidades, Xena. Dijiste que éramos

imparables y así ha sido. Se me había olvidado que eras capaz de hacer eso. —Se rió

ligeramente—. No han tenido nada que hacer. No has perdido ni un ápice, ¿lo sabes? De

hecho, creo que eres aún mejor. ¿Cómo lo has conseguido?

Xena suspiró resignada. Luego se le puso expresión traviesa y susurró algo al oído de

Alaran que le provocó a éste un ataque de risa.

—Pero no vayas diciéndolo por ahí —le advirtió y le dio un breve abrazo. Se rió un

poco entre dientes mientras Jessan y ella seguían subiendo por las anchas escaleras

hacia la puerta iluminada que había en lo alto.

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Gabrielle había empezado observando la batalla desde la torre más alta, pero lo dejó

al ver a Xena saltando de Argo y emprendiendo el combate cuerpo a cuerpo. Se alegraba

de ver a los habitantes del bosque, pero era consciente de que las fuerzas de Hectator

seguían superadas en número. Empleó el tiempo en organizar a los sanadores y a las

personas encargadas de los suministros e intentó no prestar atención a los ruidos que

venían de fuera.

Cuando empezaron a llegar los heridos y los moribundos, no tuvo tiempo de pensar

en gran cosa salvo para intentar salvar a todos los soldados que fuera posible, y dedicó

su exceso de energía a asegurarse de que el reabastecimiento de suministros funcionara

como estaba previsto. Los jefes de guerra habían sido los primeros en salir y serían los

últimos en volver, eso lo sabía y, además, así era como hacía las cosas Xena. Sabía que

Xena estaba viva: ése era el rumor que había llegado del campo de batalla, que todos los

jefes de guerra habían sobrevivido, aunque Lestan estaba aquí para que le vendaran el

hombro y se decía que Hectator había sufrido un golpe muy fuerte en la cabeza. Pero

saberlo no le deshacía el enorme nudo que tenía en el estómago. Quería ver la prueba

con sus propios ojos.

Habían ganado, casi todo el ejército de Ansteles estaba dispersado o destruido y ellos

mismos habían sufrido pérdidas relativamente bajas, de modo que Gabrielle suponía que

había sido un éxito, para tratarse de lo que se trataba. Mientras atendía a los heridos,

empezó a oír historias sobre los habitantes del bosque, sobre Hectator, sobre Jessan,

pero especialmente sobre Xena y lo que todos habían hecho en una lucha a la que

ninguno de estos hombres había esperado sobrevivir. Había hecho buenas migas con

este grupo de soldados y estaban contando unas historias de lo más increíble. Con

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curiosidad, Gabrielle fue en busca de Lestan y por fin lo encontró rodeado sobre todo de

habitantes del bosque, junto con dos cirujanos de guerra humanos.

—¡Gabrielle! —gritó Lestan, al verla—. Chica, menudas historias vas a contar sobre

esta batalla. —Se rió, sin hacer caso del intento de los cirujanos de coserle el hombro

herido—. Y yo soy testigo ocular de una de las mejores.

—Eso he oído —sonrió Gabrielle, sentándose en la banqueta que había junto al

camastro donde estaba echado—. Pero cada vez que lo oigo, el número de soldados

enemigos no para de aumentar. —Miró a algunos de los habitantes del bosque que los

rodeaban—. Iba por... mm... los doscientos o así la última vez que lo oí. Así que... ¿cuál

es la historia de verdad?

Lestan se acomodó con expresión satisfecha.

—No lo sé con exactitud —reconoció—. Me enfrentaba a un círculo de soldados

enemigos y me tiraron la espada de la mano y luego me dieron un golpe de lado en la

cabeza. Me desmayé tal cual. —Chasqueó los dedos—. Pensé que todo había terminado.

—Tomó un sorbo de agua que uno de los otros cirujanos le ofrecía con insistencia—.

Gracias. El caso es que cuando me quiero dar cuenta, lo único que oigo son gritos y el

choque de las espadas, pero ninguna me alcanza. Levanto la mirada y ahí está Xena,

manteniendo a raya a... ah... me parecieron... no sé. Cientos de ellos, durante horas.

Nunca, —meneó la cabeza—, nunca he visto nada semejante. —En sus ojos se veía el

asombro—. Había tantos y, por los dioses, cómo lo intentaban, pero ella no les permitía

ni acercarse. Fue increíble.

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—Fue una idiotez —le corrigió una voz grave, con tono divertido y cansado. Los ojos

de todos se volvieron hacia la puerta, donde estaba apoyada Xena, cruzada de brazos,

mirándolos.

Gabrielle sintió que la opresión que había tenido en el pecho desde por la mañana se

evaporaba, dejándola casi mareada por el alivio. Cubierta de sangre y suciedad, pero

entera, con esos ojos azules que sonreían a los suyos verdes.

—Lo prometido es deuda —comentó Xena, con una chispa en los ojos—. Aunque

creo que me he traído la mitad del campo de batalla de vuelta. —Hizo una mueca de

fastidio, mirando el barro y la mugre, y luego miró a Gabrielle y se encogió de hombros.

La bardo se echó a reír.

—Me daría igual que volvieras cubierta de fango negro de la laguna Estigia —dijo,

acercándose, y le dio un abrazo a Xena, con armadura, mugre, sangre y todo—. Pero

probablemente te estropearía la armadura. —Tiró de la armadura en cuestión—. Venga.

Vamos a quitarte todo esto antes de que te oxides en el sitio.

Xena la siguió apaciblemente a una pequeña estancia, donde se sentó en una caja y

empezó a soltarse las correas de la armadura. Levantó la mirada cuando Gabrielle

regresó de un almacén situado fuera de la estancia, con las manos llenas de trapos. Xena

se quitó la hombrera y oyó la súbita exclamación sofocada de Gabrielle.

—Caray —murmuró la bardo, mirando más de cerca el corte que tenía la guerrera en

un lado del cuello—. Eso ha estado muy cerca.

—Sí —dijo Xena, con una mueca de dolor al flexionar el brazo de ese lado—. No me

quedó más remedio... Ansteles estaba a punto de cortarle la cabeza a Hectator. Lo único

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que había cerca para detenerlo era yo. —Se ocupó de quitarse los brazales—. La

estocada iba dirigida contra su nuca... a mí me rozó cuando me estampé contra él.

—Voy a buscar desinfectante —contestó Gabrielle, con voz apagada. Salió de la

estancia y Xena empezó a quitarse la armadura de las piernas. Con cuidado, soltó la de

la izquierda, revelando la magulladura que se esperaba por haber desviado al guardia

que había intentado tirarla de Argo. No estaba demasiado mal, la verdad. Levantó la

mirada cuando regresó Gabrielle, con varias vendas y un desinfectante de hierbas.

Xena se quedó sentada en silencio, con los ojos cerrados, mientras la bardo le

limpiaba el largo corte y le daba unos puntos para mantenerlo cerrado.

—Gracias —suspiró cuando Gabrielle terminó—. Ya lo tengo mejor. —Sonrió a su

amiga—. Tienes buenas manos.

Gabrielle se ruborizó ligeramente y miró al suelo y luego subió la vista de nuevo para

encontrarse con los ojos de Xena.

—Manos cansadas —reconoció, carraspeando un poco—. Tantos... —Su mirada se

dirigió hacia la gran sala abierta y meneó la cabeza—. Hemos perdido a muchos... las

heridas eran demasiado graves... yo... —Se detuvo y se llevó una mano temblorosa a la

sien, luego suspiró y tomó aliento—. Algunos se nos fueron mientras yo estaba...

Bueno... me alegré de... de no conocer a ninguno de ellos. —Levantó la cabeza y miró

la cara tranquila y quieta de Xena. Sin su permiso consciente, su mano se movió y

colocó la palma sobre la mejilla manchada de sangre de Xena.

Xena se dijo después que estaba demasiado cansada para moverse cuando Gabrielle

alargó la mano hacia ella, demasiado cansada para apartarse de esa tierna caricia,

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demasiado cansada para evitar que sus ojos miraran a los brumosos ojos verdes de la

bardo durante lo que pareció un momento demasiado largo, viendo demasiadas cosas

que le eran correspondidas. Por fin, parpadeó y Gabrielle bajó la mano hacia el largo

corte que acababa de curar, toqueteando un poco el vendaje.

—¿Alguno más? —preguntó la bardo suavemente.

Xena ladeó la cabeza pensando.

—No... —Hizo una ligera mueca de dolor—. Sobre todo golpes por todas partes.

Unos cuantos arañazos, lo de siempre. —Su tono era ligero—. Menos de lo que

esperaba, a decir verdad. —Sonrió—. Hacía mucho tiempo que no tenía que hacer algo

así. Creía que a lo mejor me estaba poniendo un poco blanda.

Gabrielle se rió suavemente.

—¿Tú? —Clavó un dedo en uno de los musculosos hombros de Xena—. Sí, ya. —Se

le había relajado la cara, al pasar a sus bromas de costumbre—. Pero más vale que te

quites el cuero, antes de que se ponga tieso.

—Mmmm. —Xena contempló su cuerpo cubierto de sangre y mugre con una risa

grave—. Voy a subir a lavarme todo esto. —Miró a Gabrielle, que estaba apoyada en el

mostrador cercano—. Tú... —Miró bien a la bardo, estrechando los ojos—. Vas a

conseguir algo de comer y te vas a sentar un rato. Estás blanca como una sábana. —La

bardo hizo una mueca—. No me obligues a cogerte en brazos y depositarte en una silla

—añadió, con una falsa mirada fulminante.

Gabrielle reprimió una sonrisa.

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—Vale... vale... —Señaló las escaleras que llevaban arriba—. Te propongo un trato.

Consigo algo de comer y lo llevo arriba para que podamos comer las dos. —Le devolvió

a Xena la falsa mirada fulminante—. Venga, dime que no lo necesitas.

Xena se limitó a sonreír con aire burlón y salió en silencio. Gabrielle se quedó en el

sitio un momento, contemplándose pensativa las botas de cordones, y luego se encogió

de hombros y los sacudió mientras recogía una bandeja de camino a la puerta. Jo, tengo

que estar cansadísima para haber hecho eso, pensó. Y lo único que he hecho es ayudar

aquí. Imagínate cómo se debe de sentir Xena. Lleva luchando desde el amanecer y ya

se ha puesto el sol. Blanda, ¿eh? Gabrielle se rió por dentro. Vio que los ojos de casi

todos los soldados, humanos y habitantes del bosque por igual, seguían a Xena hasta la

puerta, reconoció la adoración pura que se veía en sus caras. Encandila a la gente con

tan poco esfuerzo, pensó, pasando ante los cirujanos que seguían trabajando. Yo lo sé

bien, reconoció privadamente. Y no tiene ni idea de que lo hace. Estos hombres la

seguirían ahora hasta el Tártaro... ni siquiera les importa que sea una mujer.

Simplemente se enamoran de ella. Cierto. A más niveles de los que estaba dispuesta a

plantearse.

Agua, pensó Xena, mientras se mojaba de la cabeza a los pies para quitarse del

cuerpo toda la sangre y la suciedad. Hectator no tenía un mal apaño aquí. Había grandes

conductos de piedra que recorrían la parte central del edificio y canalizaban el agua que

se podía calentar para bañarse o se podía beber cuando se tenía sed. Xena se ahorró el

aburrimiento de calentarla y se lavó con el agua gélida. No era que no le gustaran los

baños calientes, se rió por dentro. Pero quería estar limpia, y si para lograrlo hacía falta

agua helada, pues bueno.

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Terminó de quitarse toda la sangre reseca a base de frotar y se aclaró por última vez

antes de sacudirse para secarse en parte, y usó un trozo de lino suave para terminar el

trabajo. El aire relativamente cálido de la habitación le producía una sensación

agradable en la piel helada y se detuvo un momento para contemplar su reflejo en el

espejo de la habitación. El resultado fue un bufido burlón. Vale. Gabrielle tiene razón,

pensó, burlándose de su reflejo. Aquí no hay mucha blandura. No me extraña que

asustes a la gente cuando entras en una habitación. Xena sacudió la cabeza con una risa

irónica y se metió por la cabeza una suave camisa de lino cuyo borde le llegaba hasta las

rodillas. Luego se sentó cruzada de piernas en una pequeña alfombra cerca de la

chimenea de la habitación y emprendió el complicado proceso de limpieza de su

armadura. Se daba cuenta de que la mayoría de la gente lo habría dejado para la mañana

siguiente. Supongo que por eso no soy como la mayoría de la gente.

—¿Qué haces? —dijo Gabrielle, con un tono que destilaba sarcasmo al abrir la puerta

poco después y entrar en la habitación—. No me puedo creer que estés limpiando la

armadura... no, borra eso. Me lo puedo creer. Lo que no me puedo creer es que me

sorprenda de no poder creérmelo. —Se detuvo y repasó su última frase—. Creo que ahí

he metido demasiadas negaciones —terminó, y cruzó la habitación hasta donde estaba

sentada Xena, que ahora tenía la barbilla apoyada en una mano y observaba a su amiga

con una sonrisa demasiado guasona.

—Hola a ti también, Gabrielle —dijo la guerrera despacio—. Ahora te toca a ti

quitarte la sangre. —Hizo un gesto con la cabeza señalando la ropa manchada de rojo de

la bardo—. Espero que te guste el agua fría —añadió, con un brillo taimado en los ojos.

Gabrielle gimió.

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—Tienes suerte de que esté demasiado cansada para que me importe. —Suspiró y

depositó la bandeja cargada de comida al lado de Xena—. Toma, empieza con esto

mientras me lavo. —Se dirigió a la zona de baños, reprimiendo un bostezo.

Xena cogió otra pieza de la armadura con una mano y un trozo de queso con la otra.

Se colocó la pieza en la rodilla mientras masticaba, usando el trapo de lino para limpiar

los últimos restos de suciedad del metal que brillaba apagadamente. Había terminado

tanto con el queso como con la pieza de armadura cuando regresó Gabrielle.

—Brr —dijo la bardo, castañeando los dientes y arrebujándose en su camisa limpia

—. ¿Cómo lo aguantas? —preguntó, con tono quejumbroso, cruzando la habitación y

desplomándose en la alfombra al lado de Xena.

—Toma —contestó Xena, pasándole una taza—. Esto te ayudará. —Observó

mientras Gabrielle olisqueaba el contenido y luego sonreía y empezaba a beber,

calentándose las manos con la parte externa de la taza—. ¿Mejor?

Gabrielle dedicó un momento a aspirar el cálido vapor que subía de la infusión de

hierbas.

—Sí. Gracias. —Se apoyó en la chimenea—. Bueno. —Miró a Xena—. Háblame de

esos doscientos soldados enemigos a los que derrotaste —le pidió, con una sonrisa, al

tiempo que se comía un gran pedazo de pan.

—Oh, no empieces tú —gimió Xena, poniendo los ojos en blanco—. Por favor. Ya he

tenido que aguantar a Jessan con esa historia durante todo el camino de vuelta a la

fortaleza. —Dejó la última pieza de armadura y cogió otro trozo de queso—. ¿Qué iba a

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hacer, dejar que hicieran pedazos a Lestan? —Apoyó la cabeza en la chimenea y miró a

Gabrielle—. No intentaba darte material para tus historias. En serio.

Gabrielle se echó a reír.

—Lamento no haberlo visto en persona. —Soltó una uva y se la metió en la boca—.

Aunque bien pensado, si realmente eran doscientos, creo que me alegro de no haberlo

visto. Me habría muerto de miedo.

Xena la miró, con una sonrisa muy cansada en los labios. Empezaba a notar el final

de un día muy largo.

—Ya —masculló y luego cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza en la chimenea

—. Vale, Gabrielle. Si quieres que fueran doscientos, fueron doscientos. —Echó la

cabeza a un lado y abrió de mala gana un ojo para calibrar la respuesta—. Ahora mismo,

me siento como si hubieran sido doscientos. Como poco —reconoció.

—Vamos —replicó la bardo, dejando el tono de broma y poniendo una mano en el

brazo de Xena—. Es hora de acostarse. —Empezó a levantarse—. Si es que consigo

levantarme.

Xena le sonrió con indolencia, luego hizo acopio de la poca energía que le quedaba y

se puso de pie ágilmente, levantando con ella a la bardo, que seguía agarrada a su brazo.

—No hay problema —dijo con sorna, ganándose una mirada de asco por parte de

Gabrielle—. Has dicho que querías levantarte. —La guerrera bostezó y se dirigió a la

cama, con una ligera mueca de dolor al notar las contusiones que se le estaban

enfriando. Se tumbó con cuidado, evitando golpearse el cuello, y observó distraída

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mientras Gabrielle se ocupaba del fuego y luego se reunía con ella, acurrucándose de

lado y de cara a Xena.

Se quedaron mirándose un momento y luego Xena ladeó la cabeza para mirar a la

bardo directamente a los ojos.

—¿Estás bien? —preguntó, suavemente, observando las minúsculas reacciones de la

cara que tan bien conocía y tenía a su lado.

Gabrielle asintió en silencio. Claro que estoy bien, ahora. Ahora que mi peor

pesadilla ha terminado y puedo volver a despertarme y ver que no es real. Pero no

puedo decirlo, ¿verdad? ¿Cómo puedo decirte lo que es verte morir en mis sueños

todas las noches, sin que te eches esa culpa también sobre los hombros?

—Sí, estoy bien —susurró por fin—. Ahora. —La última palabra se le escapó sin

querer y fue demasiado lejos, lo sabía, decía demasiado. Una mano se acercó a ella y le

apartó el pelo de los ojos, con una caricia que casi, casi acabó con su decisión de

hacerse la fuerte. Gabrielle mantuvo los ojos cerrados, sabiendo que si los abría,

establecería contacto visual, se vendría abajo y se echaría a llorar como una niña de

puro alivio. Y eso, juró apretando los dientes, era algo que no iba a hacer, no iba a dar

más cargas a Xena después de un día como éste.

Xena desterró la fatiga por el momento mientras estudiaba la cara de la bardo,

advirtiendo la tensión, la emoción escritas en ella, por mucho que la mujer intentara

tranquilizarse. Se le da muy bien eso de conseguir que me abra, sí... y a mí se me da tan

mal conseguirlo de ella. Vale... probemos con el plan A.

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—Gabrielle. —La voz de Xena sonaba grave e irresistible. La bardo sintió que le

bajaba retumbando por los oídos, tocando algo dentro de ella que ninguna otra voz

tocaba. Maldición. Y ahora notó una mano en la barbilla y esos ojos azules clavados en

ella, incluso a través de los párpados cerrados. Maldición. A regañadientes, abrió los

ojos y se encontró con la mirada firme de Xena y notó que se le empezaban a acumular

las lágrimas.

—Lo siento, es que estoy muy cansada —farfulló Gabrielle, pasándose la mano por

los ojos—. Ha sido un día muy largo. —Tomó aliento con fuerza y lo soltó y no notó el

menor alivio de la presión sofocante que tenía en el pecho. Maldición. A ver si creces,

Gabrielle. Acaba de matar a no sé cuántas personas, está herida, está cansada y no

necesita ocuparse de tu histeria—. Estoy bien. En serio.

—¿Gabrielle? —dijo Xena, con infinita suavidad...—. Mírame un momento. —

Vale... vale... plan B, entonces.

La bardo suspiró y levantó la mirada, parpadeando un poco.

—¿Sí? —consiguió susurrar, con la esperanza de poder aguantar unos minutos más.

—Gracias por preocuparte —dijo Xena, con sencillez—. Eso es muy importante para

mí.

Atrapada entre un suspiro y un latido, Gabrielle se quedó paralizada un momento,

luego cerró los ojos y notó que le resbalaban las lágrimas por la cara. Unos dedos le

enjugaron las lágrimas y de algún modo se encontró estrechada en un abrazo al que no

sabía cómo había llegado, pero del que sabía, con una repentina y cegadora claridad,

que no quería escapar jamás.

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No debería hacer esto, le riñó su mente. Debería serenarme y hacer que se duerma

después del día que hemos tenido. Debería... pero por los dioses... es tan maravilloso

soltarlo todo... y no puedo evitarlo... lo necesito... Al cabo de un largo rato, cuando las

lágrimas por fin cesaron y Xena la soltó, acomodándola de nuevo en la cama pero

manteniendo un brazo protector alrededor de sus hombros, volvió a abrir los ojos, de

mala gana.

—Xena, lo siento —suspiró Gabrielle, secándose los ojos con rápida irritación—. No

quería hacer eso. No sé qué me ha pasado. —Se frotó las sienes con una mano, tratando

de aliviarse el dolor del llanto—. Lo que te faltaba, tener que ocuparte de eso. —La

bardo meneó la cabeza, disgustada.

Xena permaneció en silencio, pero llevó una mano al cuello de la bardo y se puso a

eliminar la tensión que encontró allí. Al cabo de unos minutos, notó que los músculos de

Gabrielle se relajaban y la bardo dejó caer la cabeza hacia delante sobre la cama.

—¿Mejor? —comentó la guerrera, con tono ligero.

—Sí —contestó Gabrielle, con tono apagado—. Gracias.

—De nada —dijo Xena, arrastrando las palabras—. Los ex señores de la guerra

tenemos que servir para algo, ¿no? —Obtuvo la esperada risa sofocada por parte de la

bardo y sonrió como respuesta cuando Gabrielle la miró por debajo de las pestañas

húmedas—. No me uses a mí como patrón para juzgarte a ti misma, Gabrielle —dijo

Xena, suavemente—. Después de un día como el de hoy, ésa es la reacción normal de

cualquier persona cuerda.

La bardo reflexionó sobre eso.

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—Mm. Supongo —reconoció por fin, acomodando la cabeza sobre un brazo—. Es

que me siento tan... inútil... a veces. —Se encogió ligeramente de hombros.

—Gabrielle... —Es demasiado tarde y estoy demasiado cansada para esto... Sé que

voy a decir algo raro...—. No eres inútil... para mí no. —Titubeó, luego se doblegó ante

una mente excesivamente cansada y continuó—. Eres una parte muy importante de mi

vida. No sé qué haría sin ti. —¿¿¿Acabo de decir eso??? Debo... sonaba como mi voz...

la pregunta es... ¿lo he dicho en serio? Maldición... creo que sí.

—¿En serio? —Un tenue susurro de Gabrielle, una súbita inmovilidad de su cuerpo

que Xena notó bajo el brazo con que la rodeaba como sin darle importancia.

—En serio —fue la respuesta.

—Bien —suspiró la bardo—. Porque para mí tú eres lo más importante del mundo y

me muero de miedo con la mera idea de volver a perderte. —Ya estaba. Lo soltó todo de

una vez, casi como si lo hubiera ensayado, varios miles de veces.

Gabrielle alzó la mano, la puso sobre el brazo de Xena y continuó, antes de poder

pensar en detenerse.

—¿Sabes que anoche fue la primera noche desde hace meses que no he tenido ese

mismo sueño? Creo que tenía el cerebro tan sobrecargado por lo que iba a pasar por la

mañana que se me quedó en blanco.

Xena luchó con varias emociones contradictorias. Una calidez inesperada ante la

confesión de la bardo, rabia contra sí misma por provocarla, pena por causar el terror

nocturno de la mujer.

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—Lo siento, Gabrielle —suspiró.

Gabrielle respiró hondo.

—Yo no —fue la sorprendente respuesta. Contestó a la mirada desconcertada de

Xena con una dulce sonrisa—. Algunas personas pasan por la vida sin sentir nada en

absoluto, Xena. —Distraída, acarició con el pulgar los pelillos finos del brazo de Xena

—. Nunca experimentan el tipo de rabia, miedo, desesperación, alegría o amor que yo

he experimentado. —Sus ojos se encontraron por fin con los de Xena—. Eso es muy útil

para alguien que cuenta historias, ¿no crees? —Vio una sonrisa como respuesta en

aquellos ojos azules—. Lo hace todo real... y eso es necesario para poder hacer que otra

gente se lo crea.

Xena se rió entre dientes.

—Nunca dejas de asombrarme, oh bardo mía. —Revolvió el pelo de Gabrielle y

recibió una sonrisa cansada como respuesta—. Es hora de descansar un poco. —Alargó

la mano y apagó la vela, dejando únicamente la luz de la chimenea en la enorme

habitación, y luego sus ojos se cerraron. Como siempre, sus demás sentidos se

intensificaron para compensar la falta de vista. Oyó los pequeños sonidos que llegaban

desde el patio, leves golpes y crujidos dentro de la fortaleza, los ruidos de los caballos

en el lejano establo y el desagradable sonido de los carroñeros en el campo de batalla. A

su lado, Gabrielle se movió y Xena notó el ligero escalofrío que estremeció a la bardo a

causa de la brisa fresca que se movía por la habitación—. ¿Tienes frío? —preguntó.

Una pausa demasiado larga.

—No —respondió Gabrielle por fin—. Estoy bien.

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Xena miró hacia el techo invisible y sonrió y luego meneó la morena cabeza. Se

acercó al oído de la bardo.

—Mientes —susurró, intentando evitar que su voz se inundara de risa.

—Sí —suspiró Gabrielle—. Pero estoy demasiado cansada para levantarme a coger

una manta. Sobreviviré. —Bostezó y se hizo un ovillo más apretado—. No parece que

tenga una especie de fuente mística de calor interno como ciertas Princesas Guerreras.

—Muy sutil, Gabrielle —comentó Xena con humor. Dobló el brazo que ya rodeaba

los hombros de la bardo y la acercó tirando con una impresionante demostración de

fuerza, dadas las circunstancias—. Me han llamado muchas cosas, pero ésta es la

primera vez que soy una bolsa de agua caliente. —Dirigió una mirada invisible aunque

no por ello menos afectuosa a la bardo.

—Mmm —farfulló Gabrielle, relajándose y durmiéndose por fin, acurrucada en el

calor de Xena. Creo que estoy perdiendo el control de algo... se dijo riendo suavemente

por dentro, pero me parece que no me importa.

4

Jessan parpadeó despacio, perezosamente, cuando los rayos del sol entraron en la

habitación donde estaba y le inundaron el pecho de calor. Sus ojos recorrieron las

paredes, tan distintas de las que estaba acostumbrado, y se estiró cuan largo era en la

gran cama mullida. Dolorido, pero no demasiado, pensó, vagamente satisfecho. Miró

hacia la ventana guiñando los ojos. He dormido hasta tarde. Bostezó, mostrando los

inmensos colmillos, y se preguntó si el resto de la fortaleza habría hecho lo mismo.

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Aguzó el oído y oyó sobre todo silencio. Una sonrisa. Seguro que sí. Cerró los ojos y

dejó flotar la Vista... sí. Dormidos, en su mayoría, incluso... sondeó hacia la izquierda,

algo sorprendido. Incluso Xena seguía dormida. No es que no se lo merezca, pensó.

Pero... oh... pero qué interesante... De repente, en su cara se dibujó una amplia sonrisa y

abrió los ojos despacio. A ver en qué lío puedo meterme...

Jessan pasó un rato breve pero entretenido en la zona del baño, chapoteando en el

agua con deleite y disfrutando de la sensación del suave lino al secarse, con cuidado de

no rozarse los cortes y arañazos que cubrían su gran cuerpo. Se puso una túnica y unos

pantalones y abrió la puerta con cuidado, atisbando por el pasillo con una sonrisa

traviesa. Soy demasiado grande para caminar de puntillas, pero... Jessan se deslizó por

el pasillo y se detuvo ante la siguiente puerta y con mucho, mucho sigilo, la abrió,

poquito a poco, hasta que pudo asomar la cabeza dorada y mirar al otro lado del marco.

El sol de la mañana iluminaba la cama delicadamente, destacando los brillos de fuego

del pelo de Gabrielle, que estaba echada de lado, con un brazo doblado debajo de la

cabeza y el otro rodeando con firmeza a Xena. Ambas mujeres seguían profundamente

dormidas, cosa rara en el caso de la guerrera, como Jessan sabía a ciencia cierta. Las

observó un poco más, notando el aire más apacible que de costumbre que tenían, y

luego cerró despacio los ojos y extendió la Vista... ah. Arrugó la nariz respingona al

reaccionar con una sonrisa de felicidad. Cerró la puerta sin hacer ruido y siguió adelante

por el pasillo, reprimiendo las ganas de ponerse a silbar. ¿Que tienes elección, Xena?

Ohhh... no. No me parece que tengas la menor elección... ese vínculo es de los más

fuertes que he visto jamás... y empiezo a pensar que tú también lo sientes. ¿Tengo

razón? ¿La tengo? Tal vez sí... mmmm...

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A desayunar, creo, decidió, sofocando un bostezo. Y a ver a padre. Lestan había

pasado la noche en la enfermería, después de que le cosieran el corte del hombro. Bajó

por las escaleras, algo sorprendido de que tanto él como todos los demás se hubieran

adaptado tan deprisa a este estrecho contacto con los humanos. ¿Demasiado deprisa?

Mmm. Posiblemente. Ya había dejado de pensar en algunos de ellos como humanos y

había empezado a considerarlos miembros de aspecto raro de su propia especie... y eso

era muy peligroso.

—Buenos días —dijo la joven hija del mayordomo de Hectator, al verlo en las

escaleras, dirigiéndole una sonrisa nerviosa, pero bastante cortés—. Mm. Hay desayuno

ahí dentro, si quieres, o sea, si quieres comer.

Jessan la miró con cierto interés. Rubia clara, muy delgada, ojos bonitos.

—Gracias. —Su voz grave la sobresaltó un poco—. ¿Tienes una... una bandeja o algo

así que pueda llevarme? —Ella retrocedió cuando él se acercó. Suspirando, se detuvo—.

Tengo unas amigas a las que me gustaría llevarles el desayuno. Tranquila... no te voy a

hacer daño. —Humanos. Hizo una mueca mental.

—Pues... —titubeó ella—. Me llamo Sharra. Y sí, te puedo conseguir una bandeja. —

Sharra lo miró con timidez—. Tú eres el que llaman Jessan, ¿verdad? —Lo observó,

retorciéndose las manos distraída.

—Sí —dijo Jessan, mirándola con una ceja enarcada—. Soy yo. —Siguió avanzando,

pero más despacio—. Gracias por ofrecerte a ayudarme, Sharra. —Probó a sonreírle y

se sintió aliviado cuando ella le respondió con una breve sonrisa a su vez—. ¿Has dicho

que había desayuno? —preguntó, con una mirada deseosa.

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—Ahí dentro —señaló la rubia, manteniéndose bien apartada de él. Otra sonrisa

nerviosa—. ¿Necesitas... algo... crudo? ¿O lo que sea?

Jessan se detuvo en seco y la miró fijamente, haciendo su mejor imitación de la

"mirada" de Xena, ceja enarcada incluida.

—¿Crudo? —contestó, con cierta brusquedad—. Lo último que comí crudo fue miel

y lo pagué a base de picaduras. —Se puso los puños en las caderas y la miró ladeando la

cabeza melenuda—. Y también esas nueces crudas que encontró Gabrielle el otro día,

pero eso no cuenta. —Soltó un resoplido—. ¿Qué te hace pensar que quiero algo...

puaj... crudo?

—Mm... pues... —farfulló Sharra, confusa.

—¿Es por esto? —preguntó Jessan, descubriendo los colmillos—. A lo mejor te como

a ti para desayunar...

Sharra chilló y se volvió para echar a correr.

—Eh... eh... eh... —exclamó Jessan, a toda prisa. Agitó las manos para que se callara

—. ¡Calma! ¡Calma! ¡Sólo era una broma! —Sus ojos dorados se clavaron en los de ella

—. En serio... tranquila... por favor... siempre desayuno gachas de avena. De verdad.

Sharra se detuvo, mirándolo con enfado. Luego se acercó un poco y sorbió.

—Eso no ha estado bien.

Jessan resopló.

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—Tampoco ha estado bien que hayas dado por supuesto que quiero desayunar carne

cruda.

La rubia lo miró un momento.

—Tienes razón. —Se encogió de hombros—. Te pido disculpas.

Jessan la miró con su expresión más abochornada.

—Y yo a ti. Mamá siempre me está diciendo que no asuste a las chicas.

Ella soltó una risita.

—Eres gracioso —declaró Sharra, y se volvió para llevarlo al comedor—. Vamos. Te

enseñaré dónde está el desayuno. —Esperó a que la alcanzara y luego caminó en

silencio un ratito antes de volverse hacia él con curiosidad—. Tú eres amigo de la

Princesa Guerrera, ¿verdad? —Lo miró de reojo, ya más relajada con su extraño

protegido.

—¿Te refieres a Xena? —contestó Jessan, preguntándose dónde quería ir a parar con

este interrogatorio. ¿Amigo? Sin pretenderlo, de forma inesperada, pero sin la menor

duda—. Sí. Lo soy. ¿Por qué?

—Da miedo —dijo Sharra, bajando la voz y mirando a su alrededor—. Le da miedo

incluso a mi hermano. —Miró fugazmente al habitante del bosque—. Pero seguro que a

ti no te da miedo, ¿a que no? —Lo miró alzando una ceja, estudiando su tamaño y sus

esbeltos músculos.

—Mm —farfulló Jessan, dudando entre la sinceridad y el ego. Ganó la sinceridad—.

Pues a decir verdad, sí que me da miedo. —Hizo una pausa—. A veces —se apresuró a

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añadir. La miró encogiendo los grandes hombros—. Pero también puede ser muy

amable y muy agradable la mayor parte del tiempo. —Una mirada de incredulidad total

por parte de Sharra—. Si no la fastidias —se corrigió Jessan, con una sonrisa. Señaló la

mesa cargada de comida—. De hecho, la bandeja es para ella.

Sharra lo miró atentamente, ladeando la cabeza rubia.

—¿En serio? —Se sentía intrigada. No conseguía imaginarse a Xena haciendo algo

tan corriente como comer—. He oído que sólo bebe sangre o algo así.

Jessan enarcó ambas cejas a la vez y se detuvo.

—¿Qué? —exclamó—. ¿De dónde te has sacado esa idea? ¿Sangre? Puaj. Qué asco.

—Sacó la lengua con una expresión cómica—. ¡No! Eso no es cierto para nada. Come

lo que comemos tú y yo y supongo que todo el mundo. Pan, queso, carne, fruta...

¿sabías que atrapa peces con las manos? —Vio que se quedaba boquiabierta—. ¡Es

cierto! Yo la he visto. Y le gustan las infusiones de hierbas. —La miró ladeando la

cabeza—. ¿De dónde te sacas esas ideas tan raras? Quiero decir, es una persona. Como

tú. Como yo. —Como nadie más en el mundo. Como nadie a quien yo haya conocido o

vaya a conocer. ¿Pero qué sabes tú de eso, niña humana? ¿Ya estás atrapada en tu

estrechez de miras? A lo mejor podemos ampliarte un poco el horizonte. ¿Mmmm?

¿Igual que se ha ampliado el mío?

—Llevo media vida oyendo historias sobre ella —contestó Sharra, con tono flemático

—. Y mi tío luchó en su ejército. —Levantó la vista para mirarlo—. Son historias muy

sangrientas.

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—Las historias no lo cuentan todo —respondió Jessan, con tono más amable—. Y la

gente cambia y sigue cambiando a lo largo de su vida. —Le sonrió—. Dale una

oportunidad. Yo no lo he lamentado.

Sharra se acercó más a él, intrigada a su pesar.

—¿Tú?

Jessan asintió, despacio.

—Yo. La conocía por las historias y me la imaginaba más o menos como te la

imaginas tú. Entonces nos conocimos y descubrí todo lo que no contaban esas historias.

—Apoyó la barbilla en una mano y la miró—. Ha salvado a esta ciudad, ¿sabes?

Sharra asintió pensativa.

—Eso he oído. —Lo miró con aire meditabundo—. Tengo que pensar en lo que has

dicho.

—Bien —contestó Jessan, con tono tranquilo—. Hazme saber lo que decides.

Sharra sonrió, pasándole una fuente y una rebanada de pan caliente.

—Toma, cómete esto. —Sus ojos examinaron su cara mientras masticaba—. Eres

muy agradable. —Se rió por lo bajo al ver cómo se sonrojaba—. Te ayudaré con tu

bandeja cuando acabes, si me prometes que seguiré de una sola pieza.

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La llegada del amanecer la despertó, como de costumbre. Xena se quedó tumbada en

silencio, contemplando los primeros vestigios de gris que tocaban el cielo por el este, y

se puso a pensar, como siempre hacía a esta hora apacible antes de que fuera de día.

Con cuidado, para no molestar a la bardo profundamente dormida que seguía pegada

a su lado derecho, flexionó los maltratados músculos, para comprobar los daños del día

anterior, y se llevó una grata sorpresa. No está nada mal, salvo por el dolor palpitante en

el cuello, que era de esperar, y una irritación continua en las costillas a causa de varios

lanzazos bloqueados. En total, no tenía mucho de que quejarse.

Y tampoco Hectator, reflexionó, y luego hizo una mueca. Iba a darle a esto mucha

importancia, ¿verdad? Xena se preguntó si podría eludir los homenajes y marcharse,

sigilosamente... entonces miró a Gabrielle. No. Me mataría. La guerrera sonrió

contemplando el techo. Me mataría sin la menor duda. No me dejaría en paz en la vida.

Así que aquí me quedo unos cuantos días.

Lo cual, reconoció, no estaría tan mal. Hacía tiempo que no se tomaba un descanso,

si no se tenía en cuenta estar muerta una semana, y éste no era un lugar tan horrible para

descansar unos días. Hectator tenía un buen mercado y podría conseguir una nueva

túnica de cuero y dejar suelta a Gabrielle entre los comerciantes. A lo mejor hasta podría

hacer unas compras...

Xena miró hacia la ventana, donde el gris se iba transformando despacio en un

profundo rosa. Sabía que debería levantarse e ir a ver a Argo, terminar con la armadura,

hacer un montón de cosas que había que hacer... pero al pensarlo, descubrió que su

cuerpo se plantaba con una atípica rebelión, deseando con todas sus ganas quedarse

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donde estaba, acurrucado en esta cama absurdamente mullida. Eso es mala señal, se

advirtió a sí misma. Tengo que cortarlo de raíz ahora mismo y ponerme en marcha.

Pero Gabrielle escogió ese momento para arrimarse más a ella, rodeando a Xena con

un brazo y dejándola firmemente atrapada en el sitio. La guerrera enarcó las cejas,

observando a su amiga, y notó que el brazo se ponía tenso y luego se relajaba cuando la

bardo se hundió más en el sueño con un suspiro satisfecho. Por otra parte... En la cara

de la guerrera se dibujó una sonrisa cómica mientras Xena luchaba con su vena

perezosa, rara vez tolerada y siempre bien oculta, y decidía que dormir hasta tarde una

mañana no iba a hacerle mucho daño, a fin de cuentas. Volvió a rodear a su amiga con el

brazo y se quedó dormida de nuevo.

El sol entraba a raudales en la habitación cuando abrió los ojos de nuevo y parpadeó

sorprendida y luego bajó la mirada para encontrarse con los ojos de Gabrielle, que

soltaban destellos maliciosos. La bardo seguía tumbada perezosamente a su lado y no

hizo ademán de levantarse.

—No puedo creer que me haya despertado antes que tú. —La bardo sonrió burlona

—. Tengo que levantarme y escribirlo. —En realidad, sólo llevaba despierta unos

minutos, pero ahora no iba a reconocerlo, no... no ahora que tenía la insólita

oportunidad de burlarse como nunca. Se había quedado de piedra al despertarse y

encontrarse a Xena todavía profundamente dormida. De hecho, su primera reacción fue

de alarma, hasta que consiguió despejarse los ojos borrosos por el sueño y se tranquilizó

al ver la respiración regular y el color normal de la guerrera.

Gabrielle se había quedado tumbada y muy quieta durante unos minutos, ya que Xena

todavía le rodeaba los hombros con un brazo, y la bardo sabía que si se movía mucho,

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despertaría a su amiga. Y tenía tan pocas ocasiones de observar a la guerrera así de cerca

sin que se diera cuenta. Lo aprovechó al máximo, advirtiendo que ni siquiera dormida

Xena se relajaba por completo: el brazo que rodeaba los hombros de la bardo

conservaba una tensión a flor de piel y Gabrielle veía los leves respingos de su cara, por

lo demás inmóvil, que eran sus agudos sentidos siguiendo la marcha del mundo que la

rodeaba mientras dormía.

La he visto pasar de un sueño profundo a un ataque pleno en menos tiempo del que

tardaría yo en contarlo. ¿Cuántas veces nos ha salvado eso el pellejo? Y creo que yo

soy la única que podría despertarla sin salir disparada de un golpe. La única. Qué

raro... es peligrosísima e incluso... incluso cuando está enfadada conmigo, siempre me

siento... a salvo. Incluso cuando entrenamos. Incluso cuando jugamos y hacemos lucha

libre. Sé que me puede partir en dos. Pero sé que no lo va a hacer y a veces me siento

como un cachorro de león transportado en las mandíbulas de su madre.

Caray... esto es demasiado profundo antes de desayunar. Tengo que parar ahora

mismo. Pero ahí hay una historia...

Se alegraba de haberse despertado a tiempo de aflojar el brazo con que sujetaba a la

pobre mujer. Gabrielle se imaginó, sin mucho esfuerzo, la mirada con ceja enarcada que

le habría dirigido por eso. Últimamente está más tolerante conmigo que de costumbre,

pero...

De modo que ahora se limitó a mirar a Xena, sonriendo burlona.

—Otra primera ocasión... debe de ser mi semana.

Xena le respondió con una sonrisa indolente.

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—Bueno... —dijo despacio, colocándose de lado y apoyando la cabeza en una mano

—. Me habría levantado al amanecer, pero alguien me tenía de rehén y me dio pena

despertarla. —Observó el rubor que ascendía por la cara de Gabrielle y se rió

suavemente—. Eres una mala influencia, Gabrielle.

—¡Ja! —bufó la bardo, recuperándose rápidamente. Me ha pillado. Pero no parece...

enfadada... ¿molesta? ¿Qué estoy buscando? Da igual—. Que yo soy una mala

influencia. —Se puso boca abajo y agitó un dedo delante de Xena—. Y esto lo dice el

Terror de las Llanuras en persona, la poderosa Princesa Guerrera. ¡¡¡Yo soy una mala

influencia!!! —Muy animada, se dio la vuelta y se dirigió al techo—. Por favor.

Xena la observó con risueña tolerancia hasta que se puso boca arriba. Entonces vio la

oportunidad y aprovechó la falta de atención de la bardo para alargar la mano y hacerle

cosquillas, lo suficiente como para que su amiga chillara sobresaltada y, al seguir, para

que le diera un ataque de risa.

—Eso no es justo —jadeó Gabrielle, cuando por fin recuperó el aliento y dejó de

reírse.

—No —asintió Xena, riéndose ahora a su vez—. Pero ha sido muy divertido.

—¿Ah, sí? —preguntó la bardo, frunciendo el ceño en broma.

—Sí —contestó Xena, todavía riendo.

—Te lo advierto, Xena... un día de estos... —Gabrielle se dio la vuelta y se colocó a

escasos centímetros de la cara de su amiga—. Descubriré dónde tienes cosquillas.

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—¿No me digas? —contestó Xena, con los ojos risueños—. Pues será interesante ver

cómo lo intentas. —Sonrió al ver el nuevo sonrojo de la bardo—. Pero hazme un favor...

el truco está en la sorpresa... y si quieres sorprenderme... —Se acercó al oído de

Gabrielle y susurró—: Acuérdate de agacharte.

—Lo haré —prometió Gabrielle, sonriendo—. Bueno —continuó, apoyando la

cabeza en una mano, en la misma postura que su amiga—. ¿En cuántos desfiles tienes

que participar por esto? —Venganza sutil—. Una estatua, ¿o van a hacer una serie? —

Después de tanto tiempo, sabía muy bien cómo picar a Xena, y se regodeó en el ceño

ofendido que obtuvo como respuesta y que quería decir que había dado justo en el

blanco.

—En realidad —comentó Xena con sorna—, estaba pensando en darte un golpe en la

cabeza y marcharnos esta mañana temprano, antes del amanecer.

—Oh —murmuró la bardo—. Y... ¿qué ha pasado? —Se preguntó si Xena lo decía en

serio. A veces, hasta a ella le costaba saberlo, especialmente cuando se trataba de cosas

así. Xena odiaba las ceremonias. Y esto prometía mucha ceremonia y festejo, con ella

como atracción principal.

—Que lo he superado. —La guerrera se encogió de hombros—. Sobreviviré, creo.

Además, te prometí que podrías ir de compras, ¿no? —dijo con tono de guasa,

clavándole un dedo a Gabrielle en el hombro—. Y yo misma quiero comprar algunas

cosas.

Gabrielle resopló.

—¿Tú? —Se le escapó una carcajada—. Sí... ya. Esto tengo que verlo.

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Xena salió rodando de la cama y fue donde había dejado las alforjas de Argo,

consciente de la intensa atención de Gabrielle. Metió la mano en la de la derecha y sacó

dos bolsas de lino, sonriendo para sí misma antes de borrar la sonrisa de su cara y darse

la vuelta para volver con la bardo.

—Toma —dijo, lanzándole a su amiga una de las bolsas—. Con una condición. Lo

tienes que gastar todo.

Gabrielle atrapó la bolsa, sorprendida por el peso y el leve sonido metálico. Miró un

momento dentro y luego a Xena, que estaba apoyada en el poste de la cama, aguardando

su reacción.

—¿Pero esto no es...? —Se detuvo y Xena asintió—. Xena, esto es tuyo. No puedo...

—Sí, es mío —afirmó Xena—. Y eso quiere decir que puedo hacer con ello lo que

me dé la gana. —Lanzó su propia bolsa al aire y la volvió a atrapar—. Y lo que quiero

hacer con ello es dártelo a ti. Somos compañeras, ¿no? —Sus ojos se pusieron serios un

momento y Gabrielle notó el cambio—. Así que, por favor, vas a hacer lo que te pido,

sólo por esta vez, sin discutir, ¿vale?

Gabrielle se lo pensó un momento.

—Vale. —Miró a Xena y sonrió. Compañeras. Creo que me gusta cómo suena—.

Gracias. Va a ser divertido. —Salió de la cama y dejó la bolsa junto a su vara—.

¿Desayunamos?

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—Ah. Bueno, no creo que vaya a ser un problema —le aseguró Jessan, terminándose

el pan—. Delicioso, por cierto. Estoy seguro de que no corres ningún peligro por parte

de Xena.

—Sí. —Se oyó una risa grave a meros centímetros detrás de él—. Sólo sacrifico

bebés una vez al mes —dijo Xena, más divertida que otra cosa. Dirigió una mirada

tranquila a la petrificada Sharra y rodeó a Jessan, eligiendo una rebanada de pan de la

cesta que había en la mesa. Vestida con una sencilla túnica de lino con cinturón, no

resultaba en absoluto tan amenazadora como cuando iba de cuero y armadura, pero

Sharra se apartó nerviosa—. Tranquila. Lo único que quiero es desayunar —dijo Xena,

dando un bocado al pan y masticando con placer.

—Vaya —dijo Jessan despacio, lanzándole una mirada cargada de malicia—. Ya era

hora de que te despertaras. —No hizo el menor caso de la mirada severa que obtuvo

como respuesta—. Y yo que creía que iba a tener que servirte el desayuno en la cama.

—Sus ojos dorados soltaron destellos y le sacó la punta de la lengua sonrosada.

Xena no pudo evitar una risa irónica.

—Un día de estos, Jessan —le advirtió, con una sonrisa burlona y una expresión

traviesa en los ojos—, cuando menos te lo esperes...

El habitante del bosque cruzó los brazos sobre el musculoso pecho y la miró sacando

la mandíbula, muy risueño.

—Ah... amenazas sin peso. —Miró a Sharra con aire de superioridad—. Qué miedo

me da. —Le volvió a sacar la lengua, lo cual hizo que la muchacha apenas pudiera

contener una risita, lo cual a su vez no hizo sino darle más alas. Miró a Xena meneando

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las cejas, retándola para que lo intentara—. Creo que te estás tirando un farol —terminó,

sin ver el repentino destello malicioso de esos ojos claros, olvidando lo difícil que era

predecir sus acciones, olvidando la velocidad de sus reacciones.

Y claro que reaccionó, moviéndose tan deprisa que no tuvo oportunidad alguna de

pararla, ni la menor esperanza de detener su ataque repentino, ni la idea siquiera de

resistirse cuando ella le atrapó la cara y le plantó un sólido beso en la boca. El

sobresalto y la subida de sangre a la cabeza le hicieron perder momentáneamente el

control de las extremidades inferiores y se cayó del banco al suelo. Sabía que estaba

como un tomate del cuello hasta la coronilla y se quedó allí sentado, mirándola

parpadeando. Su cerebro aturdido no era capaz de producir lenguaje coherente y las

risotadas de Sharra y la recién llegada Gabrielle no contribuían a mejorar las cosas.

—Ahhh... —farfulló, tapándose los ojos con una manaza.

—Ooo... Xena —exclamó Gabrielle desde el otro lado de la mesa—. Qué astuta. —

Alargó la mano y le dio a Jessan unas palmaditas en la cabeza—. Ya te dije que sabe

hacer muchas cosas. —Se sentó al lado de Sharra—. Hola, soy Gabrielle. —Le ofreció

la mano, que Sharra le estrechó con cierta vacilación—. Tú trabajas aquí en la fortaleza,

¿verdad?

—Yo nunca me tiro faroles —comentó Xena, sonriendo, y luego cedió y alargó la

mano hacia Jessan. Éste la agarró del brazo y ella lo levantó del suelo. Él se sacudió la

ropa, rehuyendo la mirada, con la cara todavía sonrojada. Por fin, la miró de reojo y le

sonrió de mala gana.

—Venganza, ¿eh? —Le chispeaban los ojos—. Eres peligrosa, Xena.

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—Eso me han dicho —respondió Xena con seco humor. Lo llevó de nuevo a la mesa

y se sentó a su lado, frente a Gabrielle y Sharra, que estaban charlando como viejas

amigas mientras Gabrielle le sacaba información sobre los comerciantes de la ciudad.

Comió en silencio, escuchando hasta que Gabrielle hizo una pausa para respirar—. ¿Por

qué no te llevas a Sharra para que te lo enseñe todo, Gabrielle? —propuso como de

pasada—. Yo tengo que ir a ver a los marroquineros y los armeros. Sé que a ti eso no te

gusta nada.

Gabrielle la miró, pero en la expresión de Xena no vio nada salvo un moderado

interés.

—Mmm. Vale. Es una buena idea. —Enarcó una ceja al mirar a Sharra, que asintió

con entusiasmo—. Os vemos más tarde, entonces —continuó la bardo, y la trabajadora

del castillo y ella se apartaron de la mesa y se dirigieron hacia la puerta.

Xena las siguió con los ojos hasta que salieron de la estancia, luego miró hacia la

izquierda y vio que Jessan la miraba con expresión maliciosa.

—¿Qué? —gruñó.

Jessan se limitó a sonreír y volvió a bajar la mirada hacia su plato, que estaba casi

vacío.

Xena sofocó una risa y se levantó de la mesa.

—Bueno, tengo que ocuparme de unas cosas. Hasta luego, Jessan.

Pasó por el rastrillo y se dirigió a las plazas del mercado. Primero el armero, pensó, y

se volvió hacia el sitio donde oía el típico ruido rítmico de un yunque bajo el martillo.

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Se quedó observando cómo trabajaba un rato, mientras una espada corta iba cobrando

forma bajo sus habilidosas manos. Él era consciente de que estaba allí, pero ella no lo

distrajo hasta que la espada quedó bien enfriada en un barreño de agua cercano.

Entonces él se acercó, secándose en el delantal las manos ennegrecidas tras décadas de

trabajo en la forja.

—Bonita pieza —comentó Xena, señalando el barreño de agua con la cabeza.

—Gracias. —El herrero sonrió de medio lado—. ¿Qué es lo que deseas? Una espada

no, seguro. —Sus profundos ojos marrones soltaron un destello—. Ayer vi la tuya. Muy

buena.

Xena se rió por lo bajo.

—No, hoy no. Dos dagas para las botas. Lo demás conseguí conservarlo. —Recorrió

el taller con mirada distraída mientras él se acercaba a un baúl y sacaba varias dagas.

Sus ojos se posaron en un juego de cuchillos de cocina que estaban en un estante justo a

la altura de su mirada. De un solo filo, espiga pequeña, mangos bien forrados, pensó, y

luego sonrió—. Y esos también. —Señaló el juego con la barbilla.

El herrero la miró sorprendido.

—Esos son cuchillos de cocina, mi señora. Para cortar carne y esas cosas.

Xena lo miró ladeando la cabeza.

—Ya lo sé. —Se inclinó hacia él—. Y no soy una señora. —A eso le siguió una

sonrisa fiera y el herrero retrocedió un paso. Ella salió un poco después, con un paquete

debajo del brazo, y se dirigió al marroquinero, cuyos talleres, situados contra el viento,

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estaban llenos de soldados solicitando arreglos de su armadura básica tras la batalla del

día anterior.

El maestro artesano, un hombre mayor de pelo rojizo canoso y dulces ojos grises, se

distrajo de su discusión con un soldado magullado cuando entró ella y terminó el debate

a toda prisa, acercándose a ella con una sonrisa.

—Ah. Nuestra heroína. —Sonrió aún más cuando ella hizo una mueca—. Hola,

Xena. Cuánto tiempo —añadió el marroquinero con aprecio, ofreciéndole el brazo como

saludo.

—Hola, Teldan —contestó Xena, con el mismo aprecio—. Se me ha ocurrido

pasarme por aquí y darte trabajo, por los viejos tiempos. —Sus ojos chispearon—.

Además, trabajas bien. —Le estrechó el brazo que le ofrecía y le sonrió, recordando la

última vez que se habían visto—. La última túnica ha resistido bien hasta ahora.

—Viniendo de ti, eso es un buen cumplido, muchacha —contestó el marroquinero,

ahora todo negocios—. Vamos ahí atrás. Tengo unos cueros muy bien curados... elige el

que quieras. —La llevó a la zona separada por una cortina donde colgaban los cueros

curándose. Xena fue pasando de uno a otro, acariciándolos con los sensibles dedos hasta

que encontró uno cuya textura y peso le gustaron.

—Traje completo —dijo, escuetamente—. Éste está bien. —Lo miró de reojo—. El

mismo modelo que la última vez.

El artesano le sonrió de oreja a oreja.

—Ése es un encargo que me encanta. Venga... vamos a ver si te han cambiado las

medidas antes de que empiece a cortar. —La cogió del codo con gentileza y la llevó a

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una estancia trasera—. Y después de todos esos soldados peludos, menudo placer va a

ser esto, permíteme que te diga.

Xena suspiró y puso los ojos en blanco, mientras se quitaba la túnica, y se quedó

plantada con aire despreocupado mientras él reunía la información que necesitaba.

—Parece que has estado trabajando duro —comentó Teldan, garabateando notas en

un trozo de papel. Sus dedos rozaron ligeramente los moratones que tenía en las

costillas—. ¿Eso es de ayer?

—Mmmm —contestó la guerrera—. Ya sabes cómo es esto.

—Sí —gruñó Teldan—. Lo sé. —Se colocó detrás de ella y le midió los hombros,

alzando una ceja ligeramente y tomando nota—. ¿Has estado moviendo rocas o algo

así? —Asomó la cabeza por su costado y captó su mirada desconcertada—. Tienes los

hombros cinco centímetros más anchos que la última vez.

Xena alzó las manos, encogiéndose de hombros.

—He estado luchando mucho, supongo —contestó—. La verdad es que no me fijo.

—¿Cinco centímetros? ¿Pero qué he estado haciendo?

Teldan soltó un gruñido humorístico y siguió tomando notas.

—Supongo que no. ¿Esos golpes y este corte es todo lo que te has llevado del campo

de batalla? —Observó los músculos que se movían por toda la espalda cuando ella se

dio la vuelta para mirarlo.

—He tenido suerte —dijo Xena, encogiéndose de hombros.

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Teldan la rodeó para mirarla de frente y sus ojos recorrieron despacio su figura.

Contuvo una carcajada y meneó la cabeza.

—¿Suerte? Vamos, Xena. Tú no tienes suerte. Es que eres buenísima. No te quites

mérito, ¿vale? —La miró con cariño—. Veo todo tipo de gente, muchacha, y ojalá viera

más como tú. —Le pasó su túnica—. Vuelve a ponerte eso antes de que me obligues a

hacer algo por lo que seguro que acabo con un brazo roto. —Se rió entre dientes y se

apoyó en un baúl cercano, para terminar sus notas—. Serán dos o tres días. —Levantó la

mirada—. Te vas a quedar para las celebraciones, ¿no?

—Sí —asintió Xena, acercándose y apoyándose en el mismo baúl—. Ningún

problema. —Le sonrió—. Gracias, Teldan.

—Por ti, lo que sea, muchacha —le sonrió Teldan a su vez—. Cuídate, ¿eh? Me

gustaría seguir haciéndote túnicas durante mucho tiempo.

Xena meneó la cabeza.

—Nada de promesas, Teldan. —Pero le guiñó el ojo antes de recoger su paquete y

salir del taller del marroquinero. Las necesidades inmediatas ya están... ahora... Xena

se detuvo un momento, intentando decidir qué hacer a continuación. Por fin, se encogió

ligeramente de hombros y dirigió sus pasos hacia el grupo de comerciantes cercanos, sin

un objetivo definido en mente.

Gabrielle y Sharra estaban muy entretenidas, entregadas a las compras. Gabrielle ya

se había detenido donde los tejedores y había comprado no sólo tela nueva, sino además

una túnica nueva de color verde claro de tela suave y reluciente para el banquete de esa

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noche, junto con una falda corta de color crema para acompañarla. A Sharra le gustó

mucho el conjunto y le propuso un pasador para el pelo que hacía juego perfectamente.

La bardo llevaba ambas cosas firmemente sujetas bajo el brazo mientras se

encaminaban a la tienda del cacharrero.

—Necesito una sartén —había dicho Gabrielle, sin explicar la sonrisa sardónica que

se le dibujó en la cara.

También tenía un dilema, pues estaba deseando comprarle algo a Xena, pero... ¿el

qué? No puedo comprarle cualquier cosa sin más... reflexionó la bardo. Armas, fuera.

Cosas con adornos, fuera. Joyas que cuelguen, fuera. ¿Otro par de brazales con

armadura? Gabrielle suspiró. No.

—¿Qué te pasa? —preguntó Sharra, al verle la cara—. ¿Por qué sacudes la cabeza?

—Había decidido que la joven bardo le caía bien, a pesar de su compañera de viajes.

—Por ningún motivo, la verdad —contestó Gabrielle, con un suspiro—. Es que estoy

intentando decidir una cosa. —Miró al otro lado de la calle y vio una platería—. Eh...

vamos a echar un vistazo ahí. —Entraron—. ¡Guau! —sonrió Gabrielle—. Aquí sí que

podría meterme en un buen lío. —Sus ojos recorrieron las joyas con interés. Dio varias

vueltas por el interior, bajo la mirada risueña del platero, hasta que sus ojos se posaron

en un par de brazaletes de plata forjada a juego, grabados con un bello diseño de nudos.

Gabrielle se quedó sin respiración—. Oh. —El familiar diseño le hacía cosquillas en la

memoria con insistencia—. Son preciosos.

Sharra estiró el cuello para mirar por encima del hombro de Gabrielle.

—Mmm... —Silbó por lo bajo.

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—¿Cuánto cuestan? —preguntó la bardo, mirando al platero, que se acercó y la miró

ladeando la cabeza, observando su cara de repente con mucha atención.

—¿Quieres venir un momento a la luz, mi señora? —le pidió el platero, con voz

grave y profunda. Llevó a Gabrielle hacia la ventana y la miró intensamente a los ojos.

Luego, sin motivo aparente, le sonrió con dulzura—. Me harías un gran honor si

aceptaras esos brazaletes como regalo.

Gabrielle se quedó boquiabierta. Toda la escena le resultaba incomprensible.

—¿Qué? ¿Por qué? O sea... no lo entiendo.

El platero se la quedó mirando con una expresión imposible de interpretar.

—Digamos que me gustaría regalártelos. Por favor. No digas que no. —La miró con

ojos risueños, sacó los brazaletes de la caja, los envolvió en un paño suave y se los

colocó en las manos, que no ofrecieron resistencia.

—Va... vale... —musitó Gabrielle, meneando confusa la cabeza—. Gracias. —Sharra

y ella salieron y se quedaron paradas, mirándose la una a la otra—. ¿Pero y eso? —se

preguntó Gabrielle—. No lo entiendo. —Desenvolvió el paño y dejó que el sol se

reflejara en el metal.

Sharra sacudió la cabeza y los miró.

—Pero son demasiado grandes para ti, Gabrielle. —Midió las muñecas de la bardo—.

Qué lástima —dijo encogiéndose de hombros.

Gabrielle se quedó en silencio un momento y luego replicó, casi distraída:

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—Ah. No son para mí. —Sus labios esbozaron una sonrisa. Rodeó uno con la mano

delicadamente y cerró los ojos pensando—. Le quedarán perfectos. —Abrió los ojos y

miró parpadeando a Sharra, que la miraba con cara rara.

Pero Sharra se quedó callada y al cabo de un momento, siguieron caminando por la

calle.

—Bueno —dijo Sharra por fin—. Tú viajas con Xena. ¿Qué tal es eso? —Miró a la

bardo con curiosidad. Se dio cuenta de que eran más o menos de la misma edad,

Gabrielle tal vez un poco mayor, pero en el rostro de la muchacha pelirroja había

arrugas de experiencia de las que el suyo carecía por completo.

—Qué tal es eso —repitió Gabrielle, pensándolo—. Bueno, pues somos amigas

íntimas. —Bajó la mirada y sonrió para sí misma—. Nos metemos en un montón de

problemas. Como aquí.

—Qué raro. Yo no me imagino siendo amiga de alguien así —replicó Sharra,

echándole una rápida mirada—. ¿No tienes miedo?

—¿De qué? —dijo Gabrielle riendo—. ¿¿De Xena?? Qué tontería. —Se detuvo un

momento—. Bueno, no es una tontería... es decir... sí, puede dar mucho miedo a las

personas que no le caen bien. —Sonrió a Sharra—. Pero supongo que yo no soy una de

esas personas, así que veo una faceta distinta de ella. —Siguieron caminando un trecho

en silencio—. ¿Tienes hambre?

—Un poco —reconoció Sharra—. ¿Los brazaletes son para ella? —Supo la respuesta

antes de que la bardo asintiera, y tomó nota de la información—. Seguro que le gustan.

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—Sonrió a Gabrielle levemente—. Vamos a comprar unos pasteles. Eften los hace

buenísimos, rellenos de nueces y miel. —Y dirigió la marcha hacia la tienda.

Xena sonreía mientras regresaba a la fortaleza. No está mal, no está nada mal, pensó

con satisfacción. Túnica de cuero, dagas, algo para ponerme esta noche, botas y unas

cuantas... cosas más. Todo un éxito, y ni siquiera he tardado mucho. Entró en el patio y

se encontró con Hectator, que iba en dirección contraria.

—¿Qué tal la cabeza? —preguntó, aflojando el paso para hablar con él.

—Me duele como el propio Tártaro —contestó Hectator alegremente—. Me he

enterado de que has salido a apoyar mi economía local. —La cogió del brazo y regresó

con ella hacia el rastrillo—. Iba a salir para buscarte. —Hizo una pausa—. Todavía no te

he dado las gracias como es debido. Ese murmullo medio consciente de anoche no

cuenta.

Xena se encogió de hombros afablemente.

—Un trabajo como otro cualquiera, Hectator.

—No —resopló el príncipe—. ¿Puedo convencerte para que te quedes unos días?

Tenemos un gran banquete planeado para esta noche y unas fiestas para los próximos

dos días. Creo que te gustaría... vamos a tener concursos de guerra. —Sus ojos grises

oscuros observaron los azules de ella—. Y también voy a invitar a Lestan y su gente.

Xena se rió por lo bajo.

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—Sí, muy bien. ¿Por qué no? —Lo miró—. De todas formas, tenía pensado

descansar unos días.

—Bien —contestó Hectator, muy satisfecho—. ¿Crees que podría conseguir que

Gabrielle preste servicio como bardo esta noche durante un ratito? Les gustó mucho el

otro día y seguro que conoce historias estupendas.

—Eso tendrás que preguntárselo a Gabrielle —replicó Xena, pero con una sonrisa—.

Pero creo que probablemente le gustaría hacerlo.

—Estupendo —suspiró Hectator muy contento—. ¿Quieres que te lleve algunas de

esas cosas? —Hizo un gesto señalando los paquetes de Xena. Ésta volvió la cabeza y le

lanzó una larga mirada con ceja enarcada—. Vale... vale... es la costumbre... disculpa.

—Se echó a reír—. Permíteme que me vaya de aquí antes de que decidas subirme a mí

por las escaleras. —Salió disparado por un pasillo, dejando que Xena subiera las

escaleras hasta su habitación, cosa que hizo de dos en dos.

Estoy de buen humor, reflexionó la guerrera pensativa. Y creo que me gusta esa

sensación. Tendré que volver a probarla en algún otro momento. Por supuesto, estaba

de vuelta antes que la bardo. Xena depositó sus paquetes en el baúl que había cerca de

las alforjas de Argo y los organizó, dejando a un lado el paquete de cuchillos y varios

otros más pequeños. Sin embargo, su sensible oído captó unos pasos conocidos que

subían por las escaleras y se apresuró a meter la mayor parte de los paquetes en las

alforjas, dejando fuera los cuchillos y otro paquete pequeño. Sopesó en la mano otro

más y luego lo guardó con el resto.

—Ése... ése me va a meter en un lío —murmuró Xena, levantando la mirada cuando

se abrió la puerta y entró Gabrielle tambaleándose, con los brazos cargados de paquetes.

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Soltando un taco, Xena se acercó a toda velocidad para agarrar unos cuantos antes de

que la bardo perdiera el equilibrio por completo y saliera volando. Acabó agarrando los

paquetes y a la bardo y consiguió depositarlos a todos sin que se le cayeran.

—¡Gabrielle! —exclamó, riendo—. ¿Es que has comprado el mercado entero?

Gabrielle sonrió, sin aliento.

—Fiuu. Pues casi. —Se apartó el pelo de los ojos—. Necesitábamos muchas cosas.

—Dirigió a Xena una mirada taimada—. Y he comprado una sartén. —Recibió una

mirada—. Les dije que me la hicieran con un pincho en el extremo, por si acaso —

añadió, con una sonrisa maliciosa.

—¿En serio? —rió Xena sorprendida.

—Sí —contestó la bardo alegremente—. También he comprado pieles de dormir

nuevas. Dijiste que lo tenía que gastar todo, ¿recuerdas? —Se levantó y empezó a

organizar los paquetes—. He comprado algo para ponerme esta noche.

—Sí, yo también —comentó Xena, ante lo cual Gabrielle se detuvo sorprendida—.

No me mires así. Me están haciendo una túnica de cuero nueva, porque la otra acabó

hecha trizas ayer.

—¡Eh! —Gabrielle alzó las manos con un gesto de rendición en broma—. ¡Que yo

no digo nada! —Volvió a sus paquetes—. He conseguido provisiones y jabones y más

pergaminos y tinta y... —Se debatió rápidamente consigo misma—. Y esto. —Se volvió

con el paquete de paño en las manos y lo depositó en las manos soprendidas de Xena—.

Para ti.

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Es curioso cómo nuestras mentes parecen seguir los mismos derroteros, pensó Xena,

mientras desenvolvía el paquete.

—No tenías por qué, Gabrielle —reprendió a su amiga, luego miró el contenido y se

quedó maravillada, con los ojos como platos—. Oh, Gabrielle... —Levantó los ojos y

atrapó la mirada de la bardo con la suya y luego trazó los diseños con un dedo—. Son

preciosos.

Gabrielle sonrió.

—Parece que te gustan, ¿eh? Eso pensé. —Se anotó un punto mental.

—Mucho —contestó Xena, sonriéndole. Entonces cogió algo que tenía detrás y le

lanzó un paquete a Gabrielle—. Mi turno.

—Pero... —Gabrielle se detuvo y se echó a reír, luego cogió el paquete y atisbó por

debajo del envoltorio—. ¡Guau! —exclamó encantada—. ¿Dónde los has encontrado?

¡He recorrido todas las tiendas buscando unos como estos y no he conseguido encontrar

nada! —Levantó los cuchillos de cocina y volvió el filo pulido hacia la luz.

—Me alegro de que te gusten —replicó Xena—. Mira... he comprado este broche

para Jessan. ¿Qué te parece? —Le enseñó a la bardo el broche del león risueño que

había encontrado en una pequeña tienda justo fuera de las murallas del castillo.

Gabrielle se echó a reír.

—Oh... es perfecto. —Tocó el broche con un dedo—. Hasta se parece a su

expresión... ya sabes cuál.

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—Mmmm —asintió Xena—. Creo que será mejor que empecemos a prepararnos para

el banquete. —Miró hacia fuera, donde se estaba poniendo el sol—. Me voy a lavar. —

Se apartó del poste de la cama y cuando dio dos pasos hacia la habitación del baño

Gabrielle la interceptó con un abrazo—. Eh... eh... —Se rió suavemente por la ferocidad

del abrazo de la bardo—. Tranquila. Voy a acabar yendo al banquete con las costillas

rotas.

Oscuridad total. Xena recorrió la habitación encendiendo velas para aumentar el

resplandor del fuego. Las puertas abiertas del balcón dejaban pasar una brisa fresca y

dulce que agitaba la llama de las velas, pero sin fuerza suficiente para apagarlas. Xena,

que ya estaba vestida, se acercó a las alforjas y sacó dos paquetes más, muy pequeños.

Uno lo dejó en el baúl, el otro lo desenvolvió con cuidado y se lo puso en la palma de la

mano antes de acercarse a Gabrielle, que acababa de salir de la habitación del baño y

estaba acicalándose ante el espejo de la habitación.

—Muy bonito —comentó la guerrera, al ver el atuendo nuevo de la bardo—. Te

sienta muy bien.

—Gracias —murmuró Gabrielle, mirando a Xena, y entonces se dio la vuelta del

todo para mirarla fijamente—. Caray. —Contempló el atuendo de Xena, de seda

carmesí con bordados, parpadeando un poco. Mangas abiertas forradas de blanco puro,

a juego con las ajustadas polainas blancas, todo ello terminado con blandas botas negras

de interior—. Estás estupenda —sonrió la bardo.

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—Me alegro de obtener tu aprobación —contestó Xena con seco humor, pero

sonriéndole—. Tú también estás muy guapa. —Alargó una mano y tocó la suave tela de

color verde.

Gabrielle sonrió y se volvió de nuevo hacia el espejo.

—Me gustó —reconoció, colocándose bien una manga—. No hacemos esto muy a

menudo. —Sonrió burlona a su propio reflejo—. Y te aseguro que yo no lo hacía en

casa. —Se volvió y recorrió de nuevo a Xena con los ojos—. ¿El puñal es necesario?

Creía que esto era una celebración... entre amigos. ¿Es que me he perdido parte de los

planes o algo?

Xena se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos.

—Pues verás —explicó—. Es una fiesta. Una gran fiesta. Donde se van a mezclar los

ánimos con otro tipo de animaciones.

—¿¿¿Y...??? —preguntó Gabrielle, alzando las manos con un leve encogimiento de

hombros.

—Y que cuando los guerreros contentos se emborrachan, lo primero que hacen es

buscar pelea con la persona más dura de la taberna —dijo Xena con tono de guasa,

extendiendo los brazos y señalándose a sí misma—. Y ésa soy yo. —Su tono sonaba

resignado, pero con moderado buen humor—. La espada la voy a dejar aquí, pero no

voy a aparecer totalmente desarmada.

Gabrielle soltó una risita.

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—Xena, tendrían que ser unos suicidas —dijo—. Incluso totalmente desnuda y medio

dormida, podrías con la mayoría de ellos, y lo saben. —Sonrió a su amiga con malicia

—. Sólo tienes que echarles una de esas miradas. —Esquivó el capón en broma de Xena

y siguió arreglándose la manga que le estaba dando problemas—. Trata de no pasarte

mucho con ellos, ¿vale?

—Lo intentaré —fue la respuesta ligeramente sarcástica de Xena—. Y por favor, tú

ten cuidado con el hidromiel de Hectator. Es muy potente y no estás acostumbrada a

beber.

—Tendré cuidado —dijo la bardo riendo por lo bajo—. Pero tú me vigilarás,

¿verdad? —Miró a su amiga de reojo—. Como si tuviera que preguntarlo.

—Mmm —asintió Xena, luego echó la cabeza a un lado y observó a Gabrielle

atentamente—. Esa túnica es muy bonita —murmuró—. Me gusta el color. —En sus

labios se dibujó una sonrisa—. Pero creo que le falta algo.

—¿El qué? —preguntó Gabrielle, mirándose en el espejo, perpleja.

—Oh... no sé. Esto tal vez —respondió Xena, como quien no quiere la cosa, al

tiempo que rodeaba el cuello de Gabrielle y le abrochaba un colgante, luego apartó las

manos y retrocedió.

Gabrielle se quedó inmóvil, contemplando su reflejo y el engaste de filigrana

delicadamente forjada que rodeaba una piedra de un color verde grisáceo y cambiante.

Sintió que el corazón le daba un vuelco, tras haberse parado un buen rato, e intentó

buscar una respuesta, pero no encontró ninguna. De modo que se dio la vuelta y se

quedó mirando a Xena y no dijo nada en absoluto.

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—Hace juego con tus ojos —comentó Xena, con una ligera sonrisa.

—¿Sí? —soltó Gabrielle, recuperando por fin el habla.

Xena se acercó más y estudió la piedra, luego alzó la penetrante mirada para mirar a

los ojos en cuestión.

—Mmmm. —Dio una palmada a la bardo en el hombro—. Vamos. Será mejor que

bajemos antes de que empiecen a buscarnos.

Qué cosas... Gabrielle se miró al espejo una vez más, alzando una mano para tocar el

colgante. Despacio, lo levantó y lo miró y luego se miró a los ojos en el espejo. Tiene

razón... son del mismo color... ¿lo ha elegido por eso o por... qué? Sintió un hormigueo

nada desagradable que le recorría la espalda. Riéndose levemente y sacudiendo la

cabeza, se miró por última vez en el espejo y se dirigió a la puerta.

Xena estaba en el pasillo, hablando con Jessan, y los dos se volvieron cuando se

acercó a ellos. Jessan llevaba una túnica de cuello alto con cinturón, de color azul

brillante, con pantalones oscuros y los pies descalzos como siempre. Le sonrió.

—Gabrielle. Estás guapísima —gorjeó alegremente, agarrándola del brazo para

empezar a bajar las escaleras y agarrando hábilmente también el brazo de Xena, sin

hacer el menor caso de su falso ceño.

—Tú también estás muy bien, Jessan —comentó Gabrielle, hincándole ligeramente

un dedo en las costillas. Él le sonrió y luego bajó el cuello para mirar más de cerca.

—Caray —sonrió Jessan—. Es precioso. —Levantó la mirada y advirtió su ligero

sonrojo, adivinando con acierto de dónde había sacado la joya. Puso su expresión más

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maliciosa y suficiente antes de volver la cabeza para mirar a Xena, que consiguió

devolverle la mirada con controlado y frío interés. Es buena. Tengo que reconocérselo.

Ni se ha inmutado. Le guiñó un ojo y ella le respondió con una levísima insinuación de

sonrisa en la cara. Ahhh... rió su espíritu romántico. ¿Aún no notáis este vínculo? Yo sí...

al estar aquí entre las dos, siento cómo fluye a mi alrededor como el agua... y aunque

las dos sois humanas y no pertenecéis a mi pueblo... tenéis que sentir algo. Seguro que

sí... o por todas las señales del sol, yo también soy ciego.

—No sé, Gabrielle. Parece un poco... —dijo Xena con tono burlón, mirando a la

bardo y parando a Jessan, para estudiarlo.

—Soso —terminó Gabrielle, en el momento oportuno—. Muy soso.

Xena asintió y luego, manteniendo los ojos clavados en los desconcertados ojos de

Jessan, le colocó el broche del león en la túnica.

—Así. Mucho mejor. —Se volvió hacia la bardo—. ¿No crees?

—Absolutamente —asintió Gabrielle con decisión. Se quitó una mota de polvo

imaginaria de la manga—. ¿Listos?

A Jessan se le pusieron los ojos como platos al mirarse, y luego miró a Xena.

—No has...

—Pues sí —contestó Xena, secamente—. ¿Algún problema? —Lo miró con una ceja

enarcada—. ¿Y bien?

—Gracias —contestó el habitante del bosque suavemente, con una mirada

sentidísima, e incapaz de contenerse, la rodeó con los brazos y la levantó del suelo.

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Gabrielle se echó a reír cuando la soltó y se dispusieron a bajar las escaleras.

—Te das cuenta de que eres la única persona aparte de tal vez Hércules a quien le

permitiría hacerle una cosa así, ¿verdad? —le dijo la bardo con una sonrisa.

—Sí —canturreó Jessan—. Lo sé. —Sonrió a Xena alegremente y luego flexionó los

músculos de los brazos—. Eh, que tienen que servir para algo, ¿no? Es una cosa de

hombres.

Xena y Gabrielle pusieron los ojos en blanco a la vez.

—Oye, qué bien lo habéis hecho. ¿Es que ensayáis o algo así? —preguntó Jessan,

tomándoles el pelo.

—Vamos —bufó Xena, dirigiéndose hacia las escaleras—. Antes de que nos manden

a un guardia armado.

En los ojos dorados de Jessan asomó un brillo travieso cuando llegaron al pie de las

escaleras y se dio cuenta de que cientos de ojos se volvían hacia ellos. Qué cuadro

debemos de hacer...

Hectator estaba hablando en voz baja con uno de sus lugartenientes cuando Lestan se

inclinó hacia él y le dio un codazo en las costillas. El príncipe miró a su nuevo aliado,

sobresaltado. Lestan se limitó a sonreír y señaló hacia la puerta con la peluda barbilla.

—¿Mmm? —replicó Hectator, mirando hacia allí, y entonces se echó a reír

suavemente—. Pero qué ven mis ojos —comentó, guiñándole el ojo a Lestan cuando el

hijo de éste entró en la sala, escoltando a Xena y a Gabrielle con gran elegancia—. No

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me puedo creer que ella le esté permitiendo una cosa así —comentó Hectator,

advirtiendo la expresión divertida de la mujer morena.

Lestan se rió por lo bajo.

—Yo tampoco. —Intercambió una mirada con el príncipe, descubriendo cada vez

más cosas que le gustaban de este aliado humano. Se volvió hacia Wennid, sentada a su

izquierda, levantó la mano que sujetaba en la suya y la besó ligeramente en los dedos—.

Nuestro hijo está muy guapo, ¿no estás de acuerdo, amor mío?

Wennid, desconcertada, miró hacia Jessan y ladeó la cabeza, pensativa.

—Muy propio de Jessan —sonrió burlona. Observó mientras su hijo le hacía una

limpia reverencia a Xena indicándole su asiento en la mesa principal antes de seguir

avanzando por la sala con Gabrielle, que inclinaba la cabeza hacia él, evidentemente

contándole algo que le hacía reír.

Xena se dirigió a la mesa del príncipe, donde había un asiento reservado entre Lestan

y el que estaba obligada a ocupar. Preferiría estar en la sala con Jessan y Gab, suspiró

mentalmente. Oh, bueno... que empiece el espectáculo, supongo. La mesa se extendía

por la sala y ella se estaba acercando por delante en lugar de por detrás y tenía la mesa

entre las sillas y ella. Bueno, siempre he sido una señora de la guerra sin modales y que

me ahorquen si voy a rodear toda la mesa, con toda la sala mirándome. Con los ojos

chispeantes, esperó a estar a dos zancadas de la mesa y saltó hacia arriba y hacia

delante, dando una voltereta por encima de la mesa y girando en medio del aire para

aterrizar limpiamente delante de su silla. La expresión de Hectator estuvo a punto de

hacerla estallar en carcajadas, pero en cambio se quitó una mota de polvo imaginaria de

la manga y se sentó.

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—Buenas noches, Hectator. —Y logró no echarse a reír.

Lestan se desternilló. Hasta Wennid reprimió una sonrisa. Hectator colocó un codo

con cuidado encima de la mesa y apoyó la barbilla en la mano, meneando la atractiva

cabeza mientras la miraba.

—Buenas noches, Xena —dijo por fin, con tono burlón—. Muy amable por... mm...

dejarte caer por aquí. —Esto le provocó a Lestan otro ataque de risa, mientras los

criados del banquete empezaban a servir la comida y los primeros encargados del

entretenimiento hacían sus reverencias.

La sala del banquete estaba iluminada por las antorchas y muy ruidosa, y el jaleo de

voces y la mezcla de pisadas y ruido de cacharros dificultaba incluso la conversación

más cercana. Xena, sentada entre Hectator y Lestan, consiguió evitar un ataque de

violencia sólo al recordarse a sí misma que en algún momento acabaría fuera de la sala

y en un lugar tranquilo. Detestaba las multitudes. Detestaba el ruido. Detestaba las salas

de banquetes ruidosas y atestadas de gente.

El entretenimiento estuvo bien y Gabrielle se llevó a la sala de calle con unas

historias estupendas, contando las dos primeras y luego dirigiendo una mirada a Xena

antes de empezar la tercera, para avisarla de que ésta probablemente le iba a resultar

conocida a la guerrera de una forma más personal. Efectivamente, la guerra entre

centauros y amazonas. Captó la mirada de Gab y le dirigió una sonrisa auténtica, para

que la bardo supiera que no estaba enfadada. Dos copas del hidromiel de Hectator

habían quitado algo de fuerza a su fastidio, aunque no habían bastado ni por asomo para

quitar la menor agudeza a sus reflejos. Sin embargo, la atestada sala no se había

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moderado como ella y ahora que la velada se iba prolongando, ya veía ojos vidriosos y

pasos tambaleantes por la gran sala.

Gabrielle bebió otro trago de hidromiel, disfrutando de su fuego dulce y potente.

Miró hacia la mesa principal y sofocó una risita. Interpretar las expresiones de Xena se

había ido haciendo más fácil con el tiempo, y la bardo sabía que esa cara aparentemente

tranquila y desinteresada quería decir que Xena se estaba poniendo cada vez más

nerviosa con el ruido, la gente... y que la postura relajada que tenía en la silla ocultaba

una tensión muy grande traicionada por la flexión rítmica de los largos dedos...

Gabrielle suspiró y miró su copa. Creo que sé de alguien que se puede beber esto mejor

que yo. Se disculpó y salió de detrás de la mesa, dirigiéndose hacia la parte frontal de la

sala.

A medio camino, alguien la agarró del brazo.

—Hola, preciosa. —Un guerrero, con la ropa algo desordenada, que no soltaba a su

presa—. Me han gustado esas historias. Quiero oír más. En privado. —Le sonrió con

impudicia y buen humor.

—Gracias —suspiró Gabrielle—. Pero no querrás que me marche de la fiesta,

¿verdad? —¿Salgo de ésta a base de labia o con amenazas? Mmm.

—Claro que sí —rió el hombre, agarrándola del brazo con más fuerza—. No se ve

muy a menudo a una cosita bonita como tú. Vamos. Tengo una buena habitación en el

cuartel... podemos ponernos cómodos. —Echó a andar, sin esperar resistencia, pero se

paró en seco cuando el objeto de sus atenciones se negó a cooperar—. Oye, no te me

pongas difícil, moza. Ayer tuve un día muy duro.

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—Sí, bueno, yo también —contestó Gabrielle—. Y tengo otras cosas que hacer, así

que... ¿qué tal si me dejas en paz?

—Dame una sola razón convincente para que no te coja en brazos y te saque de aquí.

Sé lo que quiero. —El hombre se estaba enfadando y la agarró del otro hombro con la

mano libre.

—Una razón convincente —dijo Gabrielle, asintiendo para sí misma. Una razón

convincente. Vale, hemos intentado hablar. Pasemos al plan B, como diría Xena—.

Mira por encima de mi hombro derecho.

Ya, y yo soy la que siempre le está diciendo que me deje librar mis propias batallas.

Ya. Claro, Gabrielle, ¿me dices otra vez lo mucho que te molesta eso, mmmm?

—¿Qué? —El hombre volvió la cabeza y Gabrielle vio cómo se quedaba paralizado y

una expresión de lenta comprensión cruzaba sus rasgos algo feos. Apartó las manos de

ella como si estuviera al rojo vivo y empezó a retroceder, con los brazos apartados de

cualquier posible arma. La bardo sonrió y ella misma volvió la cabeza para mirar hacia

atrás, encontrándose con una gélida mirada azul que se suavizó cuando sus ojos se

encontraron. Xena estaba de pie detrás de la mesa, con los brazos cruzados, irradiando

una amenaza nerviosa que poco a poco fue cediendo a medida que Gabrielle se iba

acercando a la mesa.

—¿Estás bien? —preguntó Xena, mirándola de arriba abajo.

—Por supuesto —rió Gabrielle—. Lo único que necesitaba era una mirada tuya. —

Sonrió burlona—. Deberías descubrir la forma de embotellar eso y venderlo.

Xena hizo una mueca.

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—¿No quieres eso? —Indicó la copa con la cabeza—. ¿No te gusta?

Gabrielle frunció los labios pensativa.

—En realidad me gusta demasiado —reconoció, bebiendo otro trago—. No quiero

que ésta sea la primera vez que me desplomo borracha. —Se calló un momento—. Ésta

es mi cuarta copa. —Una mirada contrita a Xena, que se echó a reír—. He pensado que

a lo mejor te venía bien... pareces un poco tensa.

—Mmm —asintió Xena—. Las grandes fiestas no son lo mío. —Observó la cara de

la bardo y sonrió—. Entonces has bebido más que yo —advirtió la guerrera, pasando la

mano ante los ojos de Gabrielle y notando la lentitud de la reacción—. Será mejor que

pares. —Recorrió la sala con la mirada—. De todas formas, esto ya se está acabando.

Creo que podemos escabullirnos sin ofender a nadie.

—No tienes por qué... —protestó la bardo—. Puedes quedarte y divertirte... —Se

calló ante la mirada con ceja enarcada de Xena—. Tal vez no —terminó, riendo.

—Vamos —contestó Xena, y saltó otra vez por encima de la mesa y se despidió con

un gesto de Hectator, Lestan y Wennid, que estaban apiñados en torno a un pequeño

mapa, derramando hidromiel encima de dicho mapa y de ellos mismos—. Ah, sí —

murmuró la guerrera—. Fíjate, me voy a perder esto. —Colocó una mano en el hombro

de Gabrielle y la guió hacia la puerta.

A mitad de las escaleras, Gabrielle se paró de repente y se agarró a la barandilla muy

confusa.

—Uuuf —farfulló en voz baja, llamando la atención de Xena—. No tiene gracia.

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Xena se acercó a ella y la cogió del brazo con delicadeza.

—¿El qué? —Observó preocupada cuando la bardo cerró los ojos y se apoyó en la

pared.

—Vueltas —contestó Gabrielle, vagamente, abriendo los ojos y parpadeando—. Ay.

Xena la agarró de la muñeca y se puso su brazo alrededor de los hombros.

—Venga. Con calma... apóyate en mí y vamos a subir.

Gabrielle intentó seguir las instrucciones, pero las piernas no obedecían a su voluntad

y con la otra mano se agarró la cabeza, que le había empezado a doler de repente.

—No puedo. Espera un momento... deja que me siente.

Xena se mordisqueó el labio un momento.

—No, aquí no. Aguanta. —Rodeó los hombros de la bardo con un brazo y con el otro

la cogió por detrás de las rodillas, levantándola y acunándola como a una niña—.

Agárrate a mi cuello. No estamos lejos.

—Vale —murmuró Gabrielle, obedeciendo. Debería oponerme, objetó su cabeza

difusamente. No debería dejar que me suba en brazos por las escaleras... debería...

debería... Gabrielle, deberías apoyar la cabeza en su hombro y callarte. Cosa que hizo,

dejando que su mente atontada se hundiera en una cálida neblina dorada.

Xena subió los últimos escalones hasta el rellano superior y usó el codo para abrir la

puerta de su habitación, que cerró de una patada al pasar, y cruzó hasta el sofá bajo que

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había al otro lado de la chimenea. Una vez allí, se dejó caer sobre una rodilla y acomodó

a Gabrielle en los almohadones.

—Vale... tranquila. Voy a buscar agua fría.

La bardo la miró parpadeando y alzó la mano para frotarse la cabeza.

—¿Agua? No tengo sed, gracias —farfulló.

—Sí que tienes —suspiró Xena—. Sólo que no lo sabes. —Se levantó y fue a la

habitación del baño, sacando una copa de entre sus cosas por el camino. Un momento

para llenarla de agua fría y luego regresó donde Gabrielle estaba ahora sentada,

frotándose las sienes—. Toma. —La guerrera se sentó en el sofá a su lado.

Gabrielle levantó la mirada, con una mueca de dolor.

—Vale, dentro de un momento. En cuanto la cabeza deje de darme vueltas. —Miró a

Xena bizqueando—. Guau... ahora eres dos. Qué suerte tengo.

Xena le echó una mirada tolerante y riseuña.

—Creo que lo has dejado justo a tiempo —comentó con una ligera sonrisa y le

ofreció el agua—. Bébete esto. Te sentirás mejor, te lo prometo.

La bardo cogió la copa, rodeándola con las manos y colocándose el metal frío en la

frente.

—Tienes razón. Me siento mucho mejor. —Sonrió a Xena débilmente—. Vale...

vale... —Suspiró y bebió un trago del líquido y luego varios más—. Oye. Sí que me

siento mejor. —Miró a Xena, que puso los ojos en blanco, pero se reclinó en el sofá.

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—¿Te has divertido? —preguntó la guerrera distraída—. Has tenido mucho éxito con

esas historias. —Volvió la cabeza y miró a Gabrielle con una sonrisa—. Hasta me ha

gustado la guerra de los centauros.

Los ojos de Gabrielle se pasearon por su cara.

—Sí... me he divertido —contestó—. Me alegro de que no estés enfadada conmigo.

—Levantó la mano y se tocó el cuello—. A todo el mundo le ha gustado el colgante. —

Sonrió—. ¿Pero cómo conseguiste el color exacto?

—Venga, Gabrielle —rezongó Xena—. Después de tanto tiempo, espero saber de qué

color son tus ojos. —Abrió los suyos un poco más—. Al fin y al cabo, tú sí que sabes de

color son los míos, ¿no?

—Oh... sí —fue la respuesta, en un tono que Xena no se esperaba—. Ya lo creo que

lo sé. —En la cara de Gabrielle se formó una sonrisa y luego contempló las

profundidades de su copa—. Ya lo creo que lo sé —repitió en un susurro. Otro sorbo de

agua y luego se reclinó en el sofá y cerró los ojos.

Xena se sonrió y volvió la mirada hacia el fuego, que ardía con llama baja, apoyó las

botas en el banco forrado que había delante del sofá y se cruzó de brazos.

—¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó la bardo.

—¿Mmm? —Xena le echó una mirada y luego volvió a mirar el fuego—. Nada.

—¿Te estás riendo de mí? —Las cejas de Gabrielle se fruncieron en un ceño—. Eso

no es justo. Estoy borracha.

La guerrera volvió la cabeza y se quedó mirando a su amiga.

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—No, no me estoy riendo de ti. Así que tranquila. —Volvió a mirar el fuego—.

Además, no creo que estés borracha. No creo que puedas emborracharte sólo con tres...

vale, cuatro copas de hidromiel.

Gabrielle reflexionó.

—Creo que sí que lo estoy. —Soltó una risita, luego se movió ligeramente y apoyó la

cabeza en el oportuno hombro de Xena y también ella dirigió la mirada hacia el fuego.

Otra risita—. Sé que lo estoy.

Xena volvió de nuevo la cabeza para observarla, aunque se estaba haciendo apuestas

mentales sobre lo que iba a pasar a continuación. En sus labios se formó una sonrisa

traviesa.

—Y ahora, ¿qué es lo que te hace a ti tanta gracia? —Esto va a ser interesante.

—Oh... nada —respondió la bardo, con tono inocente, dirigiendo a Xena una mirada

curiosa—. Bueno... en realidad nada... o sea... sólo estaba... olvídalo.

Xena se volvió de modo que se quedó apoyada en un hombro y de cara a Gabrielle.

—Desembucha —dijo con tono guasón—. Y no me obligues a hacerte cosquillas para

que desembuches.

Gabrielle captó el tono alegre.

—Ah, pues... estaba... intentando decidir... si realmente... —Se calló un momento y

luego continuó, con una expresión medio de curiosidad, medio de otra cosa—: ¿Fuiste

tú o fue Autólicus?

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Xena sabía exactamente a qué se refería. Echó la cabeza hacia atrás ligeramente y

dirigió a la bardo una sonrisa lenta y peligrosa.

—Juzga tú misma —dijo riendo por lo bajo y luego cogió la cara de Gabrielle con

una mano y la besó, con la intención de que fuera un simple gesto y sin esperarse en

absoluto la explosión de sus sentidos o la inconfundible respuesta de Gabrielle. Duró

mucho más de lo que había planeado. Luego se separaron y Xena sintió la conmoción,

entre otras cosas, que le subía y bajaba por la espalda, mirando a Gabrielle mientras ésta

abría despacio los ojos cerrados. Ohhh... no debería haber hecho eso para nada.

—Caray —suspiró la bardo—. Creo que eso responde a la pregunta. —Su cara se

iluminó con una gran sonrisa—. ¿Podemos hacerlo otra vez?

Xena se rió un poco, con la respiración entrecortada.

—No mientras estés borracha. —Notó que el corazón se le calmaba y volvía a su

ritmo normal—. Ése no es mi estilo.

Gabrielle la miró con ojos serios.

—Estar sobria no va a cambiar lo que siento.

—Tal vez —sonrió Xena, y la rodeó con un brazo para estrecharla un momento—.

Pero no voy a correr riesgos. Contigo no.

Gabrielle sonrió.

—Creo que eso es lo más bonito que me has dicho jamás. —Cogió la copa olvidada y

bebió un largo trago y luego le ofreció el agua a Xena, que la cogió sin decir nada y se

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la terminó. La bardo bostezó y se acurrucó de nuevo en el hombro de Xena con un

suspiro satisfecho—. Me alegro.

—¿De qué te alegras? —preguntó Xena, dejando la copa en el suelo y acomodándose

de nuevo en el sofá.

—De que fueras tú y no Autólicus —fue la respuesta, acompañada de una ligera risa.

—¿Ah, sí? —respondió Xena, sonriendo relajada.

—Sí. Tú eres mucho más mona que él —comentó Gabrielle, pensativa.

—¿Eso crees? —rió la guerrera.

—Sí —contestó la bardo.

—No se lo digas a él —advirtió Xena.

—No —afirmó Gabrielle afablemente y volvió su propia mirada, pensativa, hacia el

fuego, echando la cabeza hacia atrás para apoyarla en el pecho de Xena. Sentía el apoyo

reconfortantemente fuerte del brazo que tenía alrededor de los hombros y dejó que el

firme latido que notaba en el cuello fuera adormeciendo sus sentidos.

Xena observó a su amiga hasta que el cambio de su respiración anunció la llegada del

sueño. Luego volvió la cabeza y se quedó contemplando pensativa el agradable fuego.

Al cabo de un momento, en su cara se formó una sonrisa resignada e hizo un ligero

gesto por el aire con la mano que no tenía ocupada, como si estuviera lanzando algo al

viento. Luego, con aire protector, rodeó también con ese brazo a la bardo dormida y

dejó flotar la mente, contemplando las llamas, sin darse cuenta siquiera del momento en

que ella también se quedó dormida.

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Unos gritos salvajes interrumpieron la quietud de la fortaleza, muchas horas antes del

amanecer, y tras ellos se oyó el sonido sibilante del acero al ser desenvainado. El

vestíbulo estaba lleno de cuerpos en movimiento cubiertos de cuero y acero, y por el

alto techo abovedado resonaban gritos de sobresalto y dolor. Hectator salió

tambaleándose de sus aposentos y se metió en la refriega, todavía tan atontado por el

hidromiel que apenas conseguía apartar su espada de sus propias piernas. Al verlo, unas

voces broncas empezaron a gritar y unas manos bruscas lo agarraron y lo tiraron,

dándole una patada en los pies y apretándole la cabeza contra el suelo.

—Aaajjj —gruñó, cuando una bota descuidada le dio una patada en los riñones. El

corazón le martilleaba en el pecho y amenazó con pararse por completo cuando lo

levantaron y lo aplastaron contra la pared, con una antorcha ardiente cerca de la cabeza.

—Es él —gruñó una voz grave—. Avisad al capitán. —Se rió—. Te creías que te ibas

a quedar tan contento después de acabar con nuestro ejército, ¿verdad? ¿Con esos seres

malditos? —Le pegó un puñetazo a Hectator en las costillas, haciendo que las piernas

de éste se doblaran bajo su peso—. Puede que hayas ganado la batalla, Hectator... pero

vas a perder esta guerra. —Se inclinó, acercándose, y susurró al oído del príncipe—: Y

esta vez no vas a tener a tu preciosa Xena para que te salve.

El asesino envuelto en sombras se deslizó escaleras arriba, deteniéndose para

escuchar cada pocos pasos. El silencio continuaba... y no percibía el menor movimiento

en las corrientes de aire, ni el susurro de unas pisadas. Tras la seda negra, sonrió.

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Subió los escalones hábilmente en total silencio y se detuvo ante la puerta de la

habitación de su presa. Esto, esto redondearía su reputación. Una carcajada silenciosa.

Se había apresurado a aceptar la oportunidad. Con infinito cuidado, colocó las puntas de

los dedos callosos sobre la madera de la puerta, enviando sus sentidos hacia el interior.

Silencio. Quietud.

Con precisa lentitud, empujó la pesada madera que tenía bajo las manos y cuando la

madera salió de la jamba, se detuvo y aspiró los olores de la habitación. Velas, sí, y el

denso aroma especiado del fuego. El característico olor de dos seres humanos, dos

mujeres. Sonrió de nuevo. Y empujó más la puerta. Silencio aún, salvo por el

movimiento casi inaudible de dos personas al respirar. Cuando me vaya, ya no...

La puerta se separó del marco, dejando apenas espacio suficiente para que pasara un

perro pequeño, pero él pasó y cerró la puerta de madera tras él, dejando que la oscuridad

de la habitación lo envolviera, lo absorbiera. Sus ojos se acostumbraron a la escasa luz

del fuego con facilidad, descubriendo claros detalles ocultos para casi todo el mundo

salvo para los que eran como él. Miró hacia la cama y luego miró con más atención.

Vacía. Inesperado. Luego distinguió las dos figuras dormidas en el sofá. Una sonrisa

oculta en la oscuridad.

Silencioso como una sombra, avanzó hasta colocarse detrás de ellas y atisbar por

encima del respaldo del sofá. La respiración acompasada demostraba que seguían

durmiendo, en silencio, sin saber que iban a pasar de entre los vivos a los muertos por

su mano.

Se fijó en su objetivo, la guerrera primero, una zona de bordado justo encima del

corazón, desprotegida. La delgada hoja acanalada que llevaba en la mano izquierda se

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estremeció, deseosa de atacar. Se preparó para el golpe, repasó la fuerza necesaria para

empujar la afiladísima hoja a través de los músculos y los huesos y se movió, a una

velocidad vertiginosa que nunca había fallado el blanco. Jamás.

Y no vio que su blanco se movía. Ni vio la mano que agarró la suya, el golpe que le

rompió el brazo por dos sitios. Ni vio el codo que se estampó contra su barbilla con una

fuerza tan devastadora que le destrozó la mandíbula, y ahora sólo era consciente de la

mano de hierro que le aferraba la garganta, impidiéndole respirar y hablar, y del brillo

repentino de un par de trozos de hielo que se clavaron en sus ojos. Sintió una oleada de

terror y dolor bajo aquella mirada feroz.

Entonces dos dedos se clavaron en su cuello y sintió que el resto del cuerpo se le

quedaba insensible y una presión súbita y exquisita que empezaba a crecer dentro de su

cabeza, palpitando.

—Tienes veinte segundos para decirme quién te ha enviado. —La voz era grave y

cargada de amenaza mortal—. Después, morirás.

—Ansteles —jadeó él, asustado—. Está atacando el castillo. Quiere matar a Hectator.

—No tenía sentido no contárselo todo. Tenía un contrato y, en cualquier caso, no había

conseguido cumplir con el encargo.

Otra punzada y el dolor regresó con toda su fuerza, llenándole la vista de puntos

negros por su intensidad. Afortunadamente, recibió un golpe en un lado de la cabeza que

trajo consigo una oscuridad total y una agradable quietud.

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—Quédate aquí. —Xena se volvió para mirar la cara grave de Gabrielle—. No,

pensándolo mejor, ve al pasillo y despierta a Jessan, intentad reunir a toda la gente que

podáis.

—¿Y tú? —contestó la bardo—. No, olvídalo. Qué pregunta tan tonta. Xena, por

favor... —Agarró el brazo de la mujer morena para subrayar lo que decía—. No llevas

armadura. Recuérdalo, ¿vale? ¿Tendrás cuidado?

Xena asintió.

—Lo tendré. Tú también ten cuidado. —Fue a la puerta, sacando su espada de la

vaina por el camino, y salió con el mismo sigilo que había empleado el asesino para

entrar. Por poco. El corazón todavía le martilleaba ante la idea. Por muy poco. No lo he

oído hasta que ha entrado. Maldición, estoy perdiendo facultades. Asqueada, se detuvo

al llegar a la escalera y se volvió para ver a Gabrielle que salía por la puerta: se había

quitado la falda y ahora iba vestida únicamente con la larga túnica y botas y se dirigió a

la habitación de Jessan, armada con su vara. Xena sacudió la cabeza y bajó por las

escaleras, deteniéndose de nuevo al oír roce de pisadas y el ruido de las espadas debajo

de ella. Se le aceleró el pulso y en sus labios se dibujó una sonrisa tensa.

Gabrielle se deslizó pegada a la pared y llegó a la puerta de Jessan sin incidentes.

Abrió la puerta de madera y entró a toda velocidad, parpadeando en la repentina

oscuridad.

—¡Jessan! —dijo en voz baja, adentrándose más en la habitación y acercándose a la

cama. Oyó un roce de tela y luego la luz de la luna quedó tapada por la alta figura de su

amigo delineada contra las puertas abiertas del balcón.

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—Gabrielle —dijo quedamente, acercándose a ella con una agilidad extraña en un

hombre tan grande—. ¿Qué...? —Bajó la mirada y vio su vara—. ¿Problemas?

—Sí —dijo la bardo con voz ronca—. Un... un soldado. —Se detuvo—. No, un

asesino acaba de aparecer en nuestra habitación. El castillo está siendo atacado por unos

mercenarios contratados por Ansteles.

—¿¡Un asesino!? —exclamó Jessan, dirigiéndose a la puerta y agarrando sus armas

sobre la marcha—. ¿Dónde?

Gabrielle lo alcanzó y lo agarró del brazo.

—No te preocupes por eso. Tenemos que despertar a todo el mundo. —Se lamió los

labios llena de tensión nerviosa—. Xena se ha ocupado del tipo ése. —Hizo un gesto

con la vara—. Ya sabes.

Jessan soltó una risa seca.

—Vaya si lo sé.

Avanzaron por el pasillo, despertando rápidamente a la gente de Jessan y a los

residentes humanos. Al poco, tenían un numeroso grupo de hombres y mujeres armados

avanzando por el vestíbulo hacia el torreón principal. Jessan entró en la habitación de

Gabrielle al pasar, tirando de la manga de uno de los suyos para que lo siguiera. Dentro

de la habitación, se arrodillaron al lado del pretendido asesino, que seguía inconsciente,

y Jessan le quitó la máscara de seda que le tapaba la cara.

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—¡Por Ares! —gruñó el habitante del bosque, sobresaltando a Gabrielle, que había

entrado con ellos—. Es Stevanos. —Intercambió una mirada con su compañero guerrero

—. ¿Tío Warrin?

El otro habitante del bosque gruñó.

—Así es. —Volvió los ojos oscuros hacia Gabrielle—. Ansteles va en serio. Stevanos

es uno de los mejores de la especie... si se le puede llamar así. Ha matado a más de

trescientos objetivos. —Se quedó mirando a Gabrielle largamente y luego volvió los

ojos hacia su sobrino—. Ansteles es demasiado peligroso.

Jessan asintió mostrando su acuerdo.

—Lo sé.

Warrin bajó la mirada hacia Stevanos, volviéndole la cara y examinando los huesos

rotos y el destrozo del brazo. Sonrió para sí mismo con gravedad, luego se sacó un

pequeño puñal del cinto y lo sostuvo entre Jessan y él. Los dos hombres se miraron a los

ojos y luego Warrin se hizo un corte con cuidado en la palma de la mano y luego en la

de Jessan y los dos se estrecharon la mano.

—Sangre de mi sangre, hijo de mi hermana —dijo Warrin con tono grave.

—Sangre de mi sangre, hermano de mi madre —contestó Jessan.

Warrin volvió a asentir, le soltó la mano y se alzó, envainando el puñal. Se detuvo al

lado de Gabrielle y la miró, con los ojos entrecerrados por un momento, luego le sonrió

con tristeza y salió por la puerta.

Gabrielle lo observó mientras se marchaba y luego se volvió y miró a Jessan.

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—¿Qué ha sido eso?

Jessan se sacudió las manos y se quedó en silencio, mientras ataba al asesino con un

trozo de cuerda de las cosas de Xena. Por fin, se levantó e hizo un gesto a Gabrielle para

que saliera por la puerta delante de él.

—Ése era mi tío Warrin. —En su voz había tristeza—. Es nuestro... bueno, nuestro

mejor rastreador —contestó, de manera evasiva.

—Jessan —respondió Gabrielle, al tiempo que salía al pasillo y se ponía en guardia

—. Está tan triste. —Levantó los ojos para mirar al hombretón—. ¿Por qué?

Los ojos dorados de Jessan se nublaron y se llenaron de sombras.

—Tiene... el vínculo vital roto, Gabrielle. —La miró, mientras bajaban por las

escaleras, hacia donde se oían ruidos de combate—. Es el hermano de mi madre... su

vinculada murió durante una cacería. Un accidente... pero desde entonces camina en la

oscuridad. —Alzó la espada cuando el ruido aumentó de volumen—. Es nuestro...

asesino.

Gabrielle abrió mucho los ojos.

—Eso es terrible... lo de su vinculada, me refiero. —Se calló y sintió un escalofrío

por la espalda—. Va tras Ansteles, ¿verdad? —No era una pregunta. Agarró la vara con

más firmeza y se apartó un poco, para dar espacio a Jessan para mover la espada. Una

lección que había aprendido pronto luchando con Xena. Había que mantenerse bien

lejos del radio de acción de su espada o sufrir las consecuencias.

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—Sí —contestó Jessan, abalanzándose cuando apareció el primer mercenario por la

esquina del pasillo. Su espada parpadeó a velocidad vertiginosa al atacar al hombre, a

quien desarmó fácilmente, y empleó entonces un gran puño para dejarlo inconsciente.

Gabrielle pilló al siguiente mercenario por sorpresa, pues no se esperaba que una

mujer a medio vestir y con un palo tuviera la precisión de golpearlo en los pies y la

cabeza con una hábil maniobra doble. Sonrió con gravedad y pasó al siguiente soldado,

captó un punto débil en sus defensas y lo dejó fuera de combate con un golpe rápido en

la cara. Está claro que esto cada vez se me da mejor. Incluso con un dolor de cabeza

capaz de tumbar a Argo.

—No es tan fácil de matar —jadeó Hectator, manteniendo un ojo ensangrentado

clavado en su torturador—. Aunque por vuestro bien, más os vale hacerlo.

El hombre se echó a reír.

—Tenemos un experto encargándose de eso, cerdo asqueroso. —Volvió la cabeza,

cuando un hombre vestido de cuero oscuro y cota de malla se abrió paso a través de la

gente—. Ah... ahí estás, capitán. Mira lo que tenemos aquí.

El capitán asintió, contemplando a Hectator con unos ojos casi incoloros, a juego con

su pelo de color paja. Era de corta estatura, más bajo que Hectator y, de hecho, más que

la mayoría de sus tropas. Pero el hombre emanaba un propósito mortífero, y el príncipe

sintió un escalofrío por la espalda.

El capitán sacó una daga corta de la vaina que llevaba en el brazo izquierdo y la

examinó un momento. A Hectator se le heló la sangre. La daga de un asesino. El capitán

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rodeó con sus dedos largos la empuñadura forrada de cuero y se acercó a Hectator,

preparando el brazo para la cuchillada y descargándola luego con la velocidad de una

serpiente.

Atravesó el cuerpo de Hectator con la hoja, clavándolo a la puerta. El príncipe se

mordió la lengua de lado a lado para evitar chillar y dar una satisfacción a este animal.

Sabía que la daga estaba en un punto que lo haría morir despacio. No atravesaba ningún

órgano vital. Levantó la mirada, la clavó en aquellos ojos incoloros y escupió sangre

con perfecta precisión a la cara del capitán.

—Capitán Ilean... —gruñó el teniente—, deja que...

—No —dijo el capitán con voz ronca, secándose la cara—. Va a morir muy bien. —

Se volvió e hizo un gesto a los mercenarios a la espera—. Vamos a terminar lo que

hemos venido a hacer. —Se dio la vuelta y dobló el primer tramo de escaleras,

atisbando las sombras de arriba, iluminadas por las antorchas. Una sombra

especialmente grande se acercó a él, pero estaba concentrado en el rellano superior y

volvió la cabeza demasiado tarde, sin llegar a ver la patada que lo lanzó escaleras abajo

a los brazos sorprendidos de sus soldados.

—Hola, Ilean —murmuró Xena, que se dejó caer en el rellano y limpió su espada, ya

ensangrentada, en un mercenario atónito, abriéndose paso hasta donde colgaba Hectator

—. No me esperaba que fueras así de traicionero. Deben de correr tiempos difíciles. —

Se volvió y se enfrentó a los soldados y a Ilean, que estaba petrificado—. Lo voy a

descolgar de esta puerta. Eso quiere decir que tengo que dejar esta espada y daros la

espalda. Al primero que se mueva, lo parto en dos. ¿Entendido?

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—Creo que eres tú la que no lo entiende, Xena —gruñó Ilean, sacudiéndose la túnica

de cuero—. Estos no son soldados corrientes. Te van a hacer pedazos. —Sonrió—. ¿Ni

siquiera llevas armadura? Había oído que te estabas ablandando.

Xena se volvió, apoyando la espada en un hombro cubierto de seda, y le sonrió.

—Podría ser —dijo despacio—. ¿Quieres averiguarlo? ¿Quién es el primero? —

Recorrió con la mirada a los soldados vestidos de cuero, alzando una ceja interrogante

—. ¿Tú, Ilean? ¿Por los viejos tiempos? —El hombre rubio la miró furioso—. Vamos...

vamos... es la mejor oportunidad que vas a tener nunca. —Ojos furibundos,

respiraciones agitadas... pero ni un movimiento en su dirección—. Hacerme pedazos,

¿eh? —bufó Xena—. Más quisieras. —Hizo un gesto con la cabeza señalando las

escaleras—. Ya se están encargando del resto de tu chusma. —Se volvió de nuevo hacia

Hectator, pero dijo por encima del hombro—: Y recoge a tu patético asesino de mi

habitación al salir. —Se acercó a la cara pálida y sudorosa de Hectator—. Aguanta,

Hectator. Te voy a sacar de esto.

—Te matarán —jadeó él, mirando lleno de pánico por encima del hombro de ella—.

¡No les des la espalda! ¡No lo merezco, por el amor de Hades, Xena!

—Qué va —dijo Xena, guiñando un ojo—. Para algo me tiene que servir mi

reputación, ¿no? —Notó un movimiento detrás de ella y concentró los sentidos. Ilean.

Cómo no. Esperó a que estuviera a distancia de ataque, entonces se dejó caer sobre una

rodilla y permitió que su espada se incrustara en la madera de la puerta, pasándole por

encima del hombro derecho tan cerca que oyó el silbido de la hoja al pasar junto a su

oreja.

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Dejó que su rabia se acumulara durante un momento, luego se volvió y se alzó y,

poniendo esa rabia en su brazo, lo golpeó en la cara, sintiendo que los huesos se

rompían por la fuerza, y el choque tremendo del impacto lo lanzó hacia atrás como a un

muñeco de trapo.

—Nunca has sido capaz de aprender una lección, ¿verdad? —murmuró, levantando la

espada y avanzando hacia los mercenarios que quedaban, sabiendo lo que debía de

mostrar su expresión por las miradas espantadas y los movimientos inquietos de los

hombres armados—. ¿Quién es el siguiente? —ladró, furiosa y asqueada y sin

molestarse en ocultarlo—. Avanzad o largaos. ¡Ahora! —Se inclinó y agarró la

sobrevesta enguatada de Ilean, lo levantó y lo tiró por las escaleras, donde se desplomó

hecho un guiñapo.

Xena se giró de golpe, dejó caer la espada y agarró la empuñadura de la daga que

mantenía sujeto a Hectator.

—Maldita sea —rabió, apretando los brazos con fuerza contra su cuerpo para

levantarlo de la daga—. Agárrate a mis hombros, Hectator. —Vio que el príncipe apenas

era capaz de hacer lo que le decía. Con todo el peso de su cuerpo, lo levantó apretándolo

contra la puerta y al mismo tiempo tiró con fuerza de la daga, y notó que se soltaba de la

puerta y salía del cuerpo del príncipe con un roce de metal contra hueso. La sangre

caliente se derramó bajo sus manos y lo depositó con cuidado en el suelo.

Xena suspiró y abrió la túnica de Hectator.

—Aaijj. —Hizo una mueca—. Tengo que llevarlo a la enfermería, necesito vendas y

desinfectante. —Notó una presencia conocida a la espalda justo antes de que una mano

delicada le tocara el hombro—. Hola, Gabrielle.

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—Hola —murmuró la bardo, mirando por encima del hombro de Xena—. Ay. —Miró

a Hectator—. ¿Qué le ha pasado?

—Un mercenario lo clavó a la puerta con un cuchillo —contestó Xena, con tono

práctico, trabajando rápidamente con un trozo de tela arrancado de la camisa del

príncipe, presionando la fea herida que tenía en el abdomen—. Dame ese otro trozo de

tela. Tengo que mantener la presión hasta que consiga controlar la hemorragia o no

durará ni un minuto.

Gabrielle obedeció, observando con total atención lo que hacía Xena.

Xena oyó la ballesta antes incluso de que estuviera medio amartillada, y miró de

golpe hacia la derecha, manteniendo las manos firmemente apretadas contra el cuerpo

del príncipe. Ilean. Debería haberlo matado. Maldita sea. Tenía razón. Me estoy

ablandando.

—Qué lástima, Xena —dijo el hombre de ojos pálidos con voz ronca—. Tú... tú eras

la clase de adversario que aparece una sola vez en la vida. —Ilean hizo una mueca, que

era lo más parecido a una sonrisa que podía conseguir con las costillas rotas—. Pero le

vas a venir de perlas a mi reputación.

El tiempo se ralentizó, mientras la atención de Xena se concentraba en la punta de la

flecha de una ballesta y en los ojos gélidos que había detrás. No puedo mover las manos

para atrapar esa flecha y no puedo apartarme porque Gabrielle está detrás de mí.

Maldición. De modo que así acaba todo. Los señores de la guerra no deben arriesgarse

por sus tropas, ¿es que no aprendí esa lección hace mucho tiempo? Qué manera de

descubrir que he cambiado de verdad. Asintió mínimamente y se volvió ligeramente

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para mirar a Ilean, irguiendo los hombros para presentar el blanco más grande posible.

Sus ojos se encontraron con los de él sin miedo y en su cara se formó una sonrisa.

El mercenario interpretó su sonrisa y asintió a su vez, al tiempo que en su mirada

incolora se percibía un respeto concedido de mala gana. Levantó la ballesta y apuntó

con cuidado. Con ella, tendría una sola oportunidad. Pero la ballesta era su arma y su

dedo se tensó sobre el gatillo con tranquila confianza.

Y cuando la presión descendía sobre el gatillo, su mundo estalló con un rugido tan

bestial que los fundamentos de su comprensión se tambalearon. No tuvo tiempo de

mirar, ni tiempo de vivir cuando un cuerpo dorado se estampó contra el suyo, unas

manos con garras le desgarraron el tórax incluso a través de la armadura y unos

colmillos ardientes lo agarraron de la garganta, acabando su vida con un torrente de

sangre y burbujas de aire y chorros de saliva. El impacto derribó al suelo al mercenario

y al atacante y, sacudiendo la cabeza, Jessan liberó los colmillos y la sangre goteó

libremente de su boca a las losas del suelo.

Los demás mercenarios huyeron cuando el habitante del bosque se levantó de un

salto con un espantoso rugido de rabia.

En el pasillo se hizo el silencio. Jessan parpadeó, luego un escalofrío recorrió su

cuerpo y miró a Xena con los ojos inyectados en sangre. Ella se encontró con su mirada

y se la sostuvo, sin juzgar, sin encogerse.

—Gracias —dijo, con un tono normal, y volvió a mirar el cuerpo inerte de Hectator,

mirando un momento a la izquierda cuando notó que Gabrielle estaba temblando—.

¿Estás bien? —Pregunta estúpida.

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La bardo cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Luego parpadeó y miró

directamente a Jessan. Si puedo aceptar a Calisto, puedo aceptar esto. No soy una niña.

Su mente repitió esta idea en su consciencia sin parar.

—Gracias, Jessan —dijo, sonriéndole levemente, y él le respondió con una expresión

de alivio casi patético en sus ojos dorados.

Jessan arrugó entonces la cara, sacando la lengua.

—Puaajjj —soltó medio ahogado, buscando un recipiente, y encontró un odre de vino

abandonado. Quitó el tapón y echó un buen trago, hizo unas gárgaras y luego lo escupió

todo sobre las losas del pasillo—. Detesto ese sabor. —Se acercó a ellas, todavía con

una mueca de asco, con las manos ensangrentadas apartadas del cuerpo, y se acuclilló al

otro lado del príncipe—. Yo no... o sea... es que... él iba a...

—Lo sé —dijo Xena, con tono amable—. Ya tengo controlada la hemorragia. —

Levantó una mano y le tocó los dedos ensangrentados y con garras—. ¿Lo puedes llevar

a la enfermería?

Sus ojos se posaron en los de ella, todavía atormentados.

—Ha sido la primera vez en mi vida que he...

Xena suspiró.

—Lo siento, Jessan. —Alzó la mano y le dio una palmadita en la mejilla—. Supongo

que ahora estamos en paz. Me has salvado la vida.

El habitante del bosque se la quedó mirando.

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—Yo no lo siento... todos tenemos que tener una primera sangre... y me alegro, por

Ares, cómo me alegro de que ésa haya sido la mía. —Esbozó su dulce sonrisa y,

osadamente, le tocó la cara, viendo cómo los labios de ella se curvaban con una sonrisa

triste.

Gabrielle se mantuvo muy quieta y se limitó a observar, viendo un repentino parecido

entre los dos guerreros que estaban a su lado. De mala gana, ahondó en su interior y

buscó la sensación que había tenido en ese terrorífico instante en que se dio cuenta de

que Ilean estaba a punto de matar a Xena y la sensación que había tenido cuando Jessan

lo hizo pedazos. Y reconoció un parecido también en ella misma. Esa furia, ese rugido...

descubrió ecos de ello en su mente. No tenía duda... la menor duda... y le dolía... de que

de contar con esa velocidad, de contar con esa fuerza, ella misma le habría arrancado el

corazón a Ilean. Xena habría renunciado a la vida. La bardo habría renunciado a algo

más que eso. Bueno. Por fin tenía una ventana que le permitía ver esa oscuridad. Asintió

en silencio por dentro y soltó el aliento que había estado aguantando.

—Sí —estaba diciendo Jessan—. Lo llevaré. Cuidado. —Con infinita delicadeza

metió los brazos bajo el cuerpo de Hectator, lo levantó y se dirigió hacia la enfermería.

Xena esperó un momento, limpiándose las manos en un trozo de tela que quedaba,

antes de volver la cabeza y mirar a Gabrielle.

—¿Estás bien? —preguntó de nuevo, suavemente.

—Ibas a dejar que te disparara. —No era una pregunta. No era el momento de

andarse con rodeos.

Xena asintió, despacio.

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—Sí. No podía soltar a Hectator. —Sonrió tensamente—. Y tú estabas detrás de mí.

—Un ligero encogimiento de hombros—. Yo tolero las flechas mucho mejor que tú.

Gabrielle asintió despacio a su vez.

—¿Con esto? —Alargó la mano y tocó la túnica de seda, con una expresión severa en

los ojos.

Xena se quedó callada un buen rato.

—Incluso con esto. —Intentó aligerar la conversación—. Habría intentado que me

diera en algún punto que no fuera vital. Como la cabeza.

La bardo sonrió levemente y sin apartar los ojos de Xena, alargó la mano y rodeó con

los dedos la mano de Xena, que estaba entre las dos.

—Eso no tiene gracia. —Suspiró—. No tengo la menor gana de arrancarte flechas,

me da igual dónde estén.

Xena le devolvió el apretón.

—Lo sé. Pero no tenía mucho tiempo para tomar una decisión y ésa era la única

posibilidad que tenía.

Gabrielle suspiró.

—La próxima vez, a ver si lo planeamos mejor —contestó, y la guerrera soltó una

ligera risa entre dientes. Observó mientras Xena se enderezaba y le alargaba la mano—.

Gracias —añadió, agarrando la mano que se le ofrecía y que la puso en pie.

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—Parece que el combate ha terminado —comentó Xena, y empezó a bajar las

escaleras para seguir a Jessan. En la puerta principal, se detuvo y miró a la oscuridad,

moviendo con ritmo la espada que sujetaba en la mano.

Gabrielle se detuvo a su lado y estudió la cara de su amiga.

—¿En qué estás pensando? —preguntó, suavemente, al ver la frialdad insondable de

esos ojos familiares. En nada que quiera saber, probablemente.

—En Ansteles —murmuró la guerrera, cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo

consciente por eliminar esa "mirada" antes de volver los ojos hacia Gabrielle—. No me

gusta recibir visitas de asesinos en mis habitaciones. —Supo que lo había conseguido

relativamente por la forma en que la bardo se encogió. Volvió a mirar al exterior—. Está

ahí fuera. —Y hasta el último hueso de mi cuerpo quiere salir ahí fuera a buscarlo.

Maldita sea, eso nunca muere, ¿verdad? El viejo lobo sigue ahí dentro. Sonrió

tensamente para sí misma. El frío aire nocturno la llamaba, una cabalgada en la

oscuridad, un rastreo en las sombras y luego... notó que se le aceleraba el corazón, supo

que en sus ojos surgía el brillo fiero. Supo que seguramente estaba asustando

muchísimo a Gabrielle, que se empeñaba en creer que esta faceta suya estaba mucho

más enterrada de lo que estaba de verdad.

—No lo ha conseguido —respondió en voz baja de la bardo, con un tono cargado de

tensión—. Xena... —Alargó la mano y rodeó la muñeca de Xena, notando la tensión que

vibraba en ella. Se armó de valor para hacer frente a la mirada gélida que sabía que iba a

recibir, al movimiento repentino que le apartaría la mano con el mismo esfuerzo que si

fuera una mosca.

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Pero la mirada que recibió no era lo que se temía y la mano que se había arriesgado a

alargar sintió la calidez inesperada de un apretón como respuesta.

—Lo sé —replicó Xena, devolviendo al lobo a su guarida oscura y apartándose del

aire nocturno—. Pero sigue sin gustarme —refunfuñó—. Ha faltado demasiado poco.

—Miró a la bardo ladeando la cabeza—. ¿Pero tú cómo te encuentras?

—Ah —contestó Gabrielle, aliviada—. Pues, ay, en realidad. Me duele la cabeza. —

Lanzó una mirada irritada a Xena, pero sintió una alegría desesperada por el cambio de

tema—. Recuerdo que me tuviste que llevar en brazos por las escaleras y luego poca

cosa más. —Arrugó el entrecejo—. ¿Hice el tonto?

Xena la miró, incapaz de contener la sonrisa que le inundó hasta los ojos.

—No. —Rodeó con un brazo los hombros de la bardo y la volvió hacia la enfermería

—. Fuimos arriba, hablamos un poco y luego te quedaste dormida en el sofá.

—Ah. ¿En serio? —La bardo frunció el ceño—. No me acuerdo. ¿De qué hablamos?

¿Me puse tonta o algo?

Xena dudó durante un instante muy largo.

—No. No te pusiste... tonta. —Bajó la mirada hacia su amiga, esbozando apenas una

sonrisa—. Hablamos de... Autólicus.

Gabrielle se quedó pasmada.

—¿De Autólicus? ¿Pero por qué...? —De repente se le quedó la cara en blanco y dejó

de caminar y cerró con fuerza los ojos brumosos verdes—. Oh, dioses, no.

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La guerrera suspiró.

—Gabrielle —dijo con tono cariñoso, estrechando los hombros de la bardo—. Está

bien. Tranquila. —Miró las puertas de la enfermería—. Vamos. Tengo que ponerme

hierbas en esta mano, me escuece un montón. —Vio que Gabrielle abría los ojos

despacio y de mala gana, mirando a todas partes, pero negándose a posarse en los suyos.

Esto no puede ser. Xena alargó la mano y atrapó la barbilla de la bardo, levantándole

delicadamente la cara para obligarla a mirarla a los ojos—. Está bien —repitió,

suavizando conscientemente el tono—. Lo digo en serio.

La mortificación y la vergüenza fueron desapareciendo poco a poco de la cara de la

bardo, sustituidas por una tímida alegría. Sus ojos se fijaron en la mano que tenía en la

barbilla y luego carraspeó.

—Tienes razón. Te tienes que curar eso, se está empezando a hinchar. —Subió la

mano y examinó el daño con los dedos y luego alzó los ojos para encontrarse de nuevo

con los de Xena, sonriendo un poco.

—Eso está mejor —dijo la guerrera, en voz baja—. Vamos.

Reemprendieron la marcha y se encontraron con Jessan nada más entrar. A Xena le

entró más que una sospecha de que el habitante del bosque había estado atisbando por la

puerta, sospecha justificada inmediatamente por la larga mirada sonriente y llena de

placer con que él las observó en cuanto cruzaron la entrada. Xena suspiró, luego decidió

que en el fondo tenía cierta gracia y le devolvió la mirada con una expresión divertida

pero exasperada.

—¿Quieres dejarlo ya? —le gruñó.

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—¿Qué? —preguntó Gabrielle, mirándolos a los dos con desconcierto.

—Luego te lo digo —le prometió Xena, clavándole un dedo con fuerza a Jessan en

las costillas. El habitante del bosque respondió rodeándola con un brazo y

estrechándola.

—Hectator se va a poner bien —fue lo que comentó, sin embargo—. Sus cirujanos de

campaña lo están curando ahora, pero quiere hablar contigo. —Ah... Xena... mi amiga

guerrera. He Visto... y lo que he Visto era tan familiar que para mí era como mi hogar.

Me alegro, más de lo que podrías imaginarte.

El príncipe alzó la vista atontado cuando se acercaron. Xena se dejó caer sobre una

rodilla junto a su camastro y examinó el trabajo de los cirujanos de campaña.

—No está mal —murmuró, mirando la cara blanca y tensa de Hectator—. Parece que

saldrás adelante —añadió, dándole unas palmaditas en la rodilla.

Hectator suspiró.

—Por si te interesa, Xena... —Haciendo una mueca de dolor, se movió ligeramente

—. Ansteles no se va a detener. Puedo soportar... que vaya detrás de mí. —Sus ojos

grises la miraron a la cara y luego se posaron en la mano que tenía apoyada en el

camastro a su lado—. ¿He entendido bien que había un asesino en vuestra habitación?

Xena se encogió de hombros.

—Así es. Pero eso no es culpa tuya, Hectator. No es la primera vez que me persiguen

asesinos. —Lanzó una mirada rápida a Gabrielle, que estaba de pie en silencio a su lado.

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—Era Stevanos, Xena —interrumpió Jessan, que se acercó con una copa de agua y se

la pasó a Hectator—. Supongo que no lo reconociste en la oscuridad.

Xena enarcó las cejas.

—¿En serio? —En su cara se formó una expresión intrigada—. Creo que me siento

halagada. —Se echó hacia atrás y apoyó un brazo en la rodilla—. Y no lo reconocí

porque no lo había visto nunca. Se ha mantenido bien lejos de mí. —Se rió un poco por

lo bajo. De modo que éste era el asesino a sueldo más mortífero de Grecia.

Hectator se la quedó mirando.

—Te comportas como si no fuera nada. —Se pasó una mano temblorosa por la frente.

Jessan se arrodilló al otro lado de Xena.

—Es esa cosa de los guerreros —comentó con sorna—. Y... uno de los míos ya se

está ocupando de ver qué puede hacer con Ansteles —añadió—. Ahora creo que

Hectator necesita descansar un poco y estoy seguro de que a todos nos vendrá bien

hacer lo mismo.

El cirujano de campaña miró agradecido a Jessan y los apartó de su regio paciente,

corriendo una cortina improvisada a su alrededor.

Los tres regresaron tranquilamente por el vestíbulo, si decir nada. Por fin, Xena

habló.

—¿A qué te referías al decir que alguien se estaba ocupando de Ansteles, Jessan? —

Volvió la fría mirada hacia él, con curiosidad.

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—Mi tío —contestó el habitante del bosque, despacio—. Es lo más parecido que

tenemos a nuestro propio asesino. —Siguió caminando, sin mirar a ninguna de las dos

—. Ha ido en busca de Ansteles. Hemos decidido... bueno, él ha decidido que se está

empezando a hacer demasiado peligroso. —Miró por fin a Xena, que miraba al frente

con expresión inescrutable—. Ahora a nosotros también nos va mucho en esto.

—Mm —comentó la guerrera morena—. Eso es cierto. —Dobló la mano y se la miró

con irritación—. Maldito Ilean. Tendría que haber recordado lo dura que tenía la

mollera. —Suspiró cuando llegaron al pasillo tantas veces recorrido y manchado con

restos del combate—. Que descanses, Jessan —dijo, dándole una palmada en la espalda

al habitante del bosque.

—Vosotras también —respondió Jessan, abrazándola con delicadeza y luego a

Gabrielle. Pasó ante ellas rumbo a su propia puerta y se deslizó dentro.

—Con tanto abrazo, ¿estás segura de que no sois parientes? —preguntó Xena, con

tono de guasa, observando el sonrojo de la bardo como respuesta. Abrió la puerta e

indicó a Gabrielle que pasara—. Espero que se hayan acordado de recoger a su asesino a

sueldo.

Lo habían hecho. La habitación estaba vacía y prácticamente a oscuras, salvo por el

débil resplandor de la chimenea. Xena dejó la espada con un suspiro, luego fue al sofá y

se sentó, dejando en el reposapiés la bolsa de hierbas que le habían dado los cirujanos.

Se examinó la mano hinchada con cierto desagrado y luego se puso a preparar una

mezcla.

Gabrielle la observó un momento, luego se acercó al sofá y se sentó, quitándole la

mezcla a su amiga.

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—Deja que lo haga yo. —Sonrió—. Seguro que es más fácil con dos manos.

—Seguro —respondió Xena, esperando pacientemente mientras la bardo aplicaba las

hierbas y le vendaba la mano con una tela suave—. Gracias. —Se reclinó y contempló

el fuego—. ¿Qué tal el dolor de cabeza? —preguntó, mirando a Gabrielle.

La bardo se encogió de hombros.

—Los he tenido peores —replicó, ásperamente.

Xena la miró.

—Así de mal, ¿eh? —Sonrió—. Creo que tengo algo que te puede aliviar. —Se

levantó y se puso a hurgar en sus alforjas, de donde sacó varios pergaminos doblados—.

No sabe muy bien, pero funciona.

Gabrielle se levantó y se acercó al baúl.

—Estoy bien, en serio... no te molestes. —Consiguió sonreír tensamente—. Con

tanto luchar, se me ha quitado todo el hidromiel de encima.

—Mmmm —asintió Xena, sin dejar de preparar la mezcla—. Toma —añadió,

pasándole a Gabrielle la copa, sin hacer caso de la mirada exasperada de la bardo.

Gabrielle suspiró y olisqueó el líquido con desconfianza.

—Puajj —comentó, haciéndole una mueca a Xena. Y obtuvo una ceja enarcada como

respuesta—. Oh, está bien —masculló y, cerrando los ojos y aguantando la respiración,

se tragó el líquido con tres grandes sorbos—. Aaaujjj —farfulló, estremeciéndose—.

Pero qué horrible. —La bardo lanzó una mirada aviesa a Xena—. ¿Qué es lo que

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llevaba...? No... olvídalo. No me lo digas... acabaría echándolo. —Sacó la lengua de

nuevo y se encaminó a la palangana, llenó la copa de agua y se la bebió a toda prisa.

Xena la observó risueña, luego fue a la cama y se dejó caer boca arriba con una falta

de elegancia impropia de ella.

—Un final asqueroso para una velada bastante agradable. —Suspiró, levantando la

mano que no tenía lesionada y pasándose los dedos por el pelo. Miró a Gabrielle y notó

la inmovilidad de su amiga, un levísimo brillo de sus ojos a la luz danzarina del fuego

—. ¿Estás bien? Sé que esa mezcla era bastante mala, pero...

—Estoy bien —respondió la bardo en voz baja, dejando la copa y cruzando la

habitación—. Está... funcionando. Realmente. Tengo la cabeza mucho mejor. —Se sentó

en el borde de la cama y sonrió a Xena—. Gracias —añadió, tumbándose de lado y

apoyando la cabeza en una mano.

—De nada —dijo la guerrera, volviendo la cabeza y mirando a su amiga con afecto

—. Tienes mejor aspecto.

—¿Sí? —contestó Gabrielle, mirando a los claros ojos azules bien de cerca.

Xena también se puso de lado y observó su cara atentamente.

—Mmmm —afirmó, con una sonrisa amable.

Me podría ahogar ahí, reflexionó Gabrielle, pensativa, con facilidad. Leyendo la cara

que estaba tan cerca de la suya, viendo belleza donde otros veían furia, delicadeza

donde otros veían violencia, luz donde el mundo mismo sólo veía oscuridad. Y siempre

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lo he hecho, desde el primer momento en que la vi. Debo de tener un problema raro en

la vista. ¿Verdad?

—¿Qué tal la mano?

Los ojos de Xena soltaron un destello risueño. Probó a doblar la mano.

—No está mal —comentó—. Un poco molesta.

—Una cosa sin importancia para la Princesa Guerrera —contestó la bardo, con una

risita. Entonces se le ocurrió una idea malvada y antes de poder pararse a pensar en las

consecuencias, alargó la mano y, sabiendo que Xena no la iba a detener, le hizo

cosquillas a la guerrera en la oreja que tenía al descubierto.

—¡Eh! —exclamó Xena, sobresaltada. Luego enseñó los dientes con una sonrisa fiera

y abandonó su postura relajada a una velocidad descorazonadora.

—Eh... eh... —chilló Gabrielle, echándose hacia atrás, pero sin la velocidad

suficiente para escapar de la mano que la agarró de la muñeca y la tumbó en la cama.

Decidiendo que un buen ataque era su única defensa, se armó de valor y saltó sobre

Xena, esforzándose frenéticamente por mantener a raya esos largos dedos que le hacían

cosquillas.

Ah... he tenido suerte. Gabrielle había conseguido que Xena quedara colocada boca

arriba y con las dos manos y todo el peso de su cuerpo la tenía sujeta a la cama por los

dos hombros. Por un momento, se miraron la una a la otra.

—¿Te rindes? —preguntó la bardo, esperanzada. Ah, sí. Como si no pudiera

mandarme volando al otro lado de la habitación con sólo encogerse de hombros.

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¿Debería?, pensó Xena.

—Sí, me rindo —contestó, abriendo los brazos para indicar su rendición.

Gabrielle parpadeó sorprendida. ¿¿¿Eh??? Entonces Xena dobló los brazos y clavó

rápidamente los dedos en los brazos de la bardo, haciéndole aflojar los codos y

desplomarse con un graznido sobre el pecho de la guerrera.

—Ajj. Ya sabía yo que era demasiado fácil —masculló, notando que Xena se reía en

silencio—. Muy graciosa, Xena.

Xena sonrió con fiereza y se rió entre dientes, luego rodeó a la bardo con los brazos y

la estrechó largo rato... y sintió que Gabrielle se relajaba por completo encima de ella,

sin ofrecer resistencia.

—Mmm —murmuró Gabrielle en la seda roja de su túnica—. Qué a gusto estoy.

¿Puedo quedarme aquí? —Vuelvo a estar dentro de la puerta. Y... dioses... creo que lo

que acabo de oír es cómo se cerraba la puerta con llave... desde dentro...

—Sí —susurró Xena, sin soltarla, notando que las manos de Gabrielle se deslizaban

hacia arriba y le rodeaban los hombros, devolviéndole el abrazo—. Sí. Puedes quedarte

aquí.

Dos días después, tenían todo recogido y estaban preparadas para despedirse de

Hectator y su ciudad. Xena recorrió la ciudad con la vista y sonrió sin ningún motivo

concreto. Luego se volvió hacia Hectator, que estaba sentado en una silla en las

escaleras para despedirse.

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—Bueno —les sonrió Hectator—. ¿Dónde vais ahora? —Se movió para aliviar la

presión de las vendas—. Os vamos a echar de menos.

Xena lo miró con una ceja enarcada, pero sonrió.

—Sí, seguro —respondió—. Vamos a subir por la costa, hacia Atenas —añadió la

guerrera, volviéndose para ajustar la cincha de la silla de Argo. Se volvió de nuevo y le

ofreció la mano a Hectator—. Ha sido agradable, Hectator.

El príncipe la miró con la cabeza ladeada.

—Bueno, por así decir. —Hizo un gesto de dolor, pero le estrechó cálidamente el

brazo que le ofrecía—. No hay nada que pueda ofrecerte que pueda empezar a pagar lo

que has hecho aquí. Así que no lo voy a intentar. —Atrapó su mirada—. Pero te digo lo

siguiente: ahora mi ciudad es y lo será para siempre un hogar para ti... para las dos, si es

que decidís dejar de vagabundear salvando a todo el mundo.

Unos ojos verdes grisáceos y otros azules claros lo miraron con un brillo solemne.

—Hectator —dijo Xena, con la voz estremecida por una risa—. Créeme... tu ciudad

siempre ocupará un lugar muy especial en nuestro corazón. Lo mismo que tú. —Miró a

Gabrielle, que estaba asintiendo—. Y creo que podemos asegurar que volveremos. Al

menos para hacer visitas.

—Ya lo creo —añadió Gabrielle, acercándose y abrazándolo con cuidado—. Cuídate.

—Sonrió y luego retrocedió hasta donde estaba esperando Jessan, con las grandes

manos apoyadas en el lomo de su negro corcel. El gran habitante del bosque las

acompañaría de camino a su aldea, dado que tenían intención de seguir la costa después

de eso.

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Xena apoyó las manos en el lomo de Argo y montó de un salto, pasando una pierna

por encima del lomo de la yegua y colocando los pies en los estribos. Luego miró a

Gabrielle y le ofreció el brazo izquierdo. La bardo lo agarró sin la menor protesta y se

dejó izar y acomodar en la cruz de la alta yegua.

—¿Ya te gusta más montar a caballo? —preguntó Hectator, con curiosidad cortés.

Gabrielle sonrió y se agarró a Xena, quien, cosa atípica en ella, también sonrió.

—Oh... podríamos decir que sí —replicó la bardo, con aire pícaro—. Creo que va a

acabar gustándome.

—¿En serio? —preguntó Xena, echándole una mirada por encima del hombro.

—Sí —respondió Gabrielle, apretando más los brazos y apoyando la cabeza en la

espalda de Xena—. En serio.

—Me alegro de oírlo —comentó la guerrera con humor, sin hacer caso de la mirada

descarada que le dirigía Jessan—. Vamos. —Apretó las rodillas para que Argo se

encaminara a las puertas de la ciudad y emprendió la marcha, con Jessan avanzando a su

lado—. Jessan, quítate esa sonrisita de la cara.

—¿Quién, yo? —preguntó el habitante del bosque, inocentemente—. ¿Por qué iba yo

a tener que sonreír? Me parece que son imaginaciones tuyas, Xena. Deberías descansar

un poco. —La miró agitando las pestañas—. ¿Tal vez unos días en la playa?

—Jessan... —Un gruñido grave.

La única respuesta fue un silbido que entonaba una alegre melodía.

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FIN