meditaciones sobre temas del evangelio · 2018-06-28 · los pastores venían de una pequeña...

73
MEDITACIONES SOBRE TEMAS DEL EVANGELIO Eleuterio Fernández Guzmán

Upload: dangliem

Post on 20-Sep-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

MEDITACIONES SOBRE TEMAS

DEL EVANGELIO

Eleuterio Fernández Guzmán

Lc 2, 16-21

NACIÓ LA LUZ

“Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.

María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.” MEDITACIÓN 1.- Muchas veces nos planteamos, ante esta fecha tan simbólica, un ánimo nuevo, con ganas de comienzo, con ganas de renovar aquello que creemos debemos eliminar de nuestro comportamiento y con ganas, al fin, de crecer en cuanto personas, conocedores de que nuestro amor crece con eso. Con este día, 1 de enero, puede ser, para nosotros, o trazar, así, un camino que seguir. Y María, Madre, nos acompañará, como entonces, para darnos cobijo como lo dio a su niño Dios.

2.- Los pastores venían de una pequeña tribulación. El ángel del Señor, pensemos que con toda su majestad y luz, se les apareció. Como dice Lucas (2,9) “ellos se asustaron”. Sin embargo, tras hacerles mención de lo que había sucedido: que esa esperanza tan soñada, el Mesías, el Señor, estaba ya entre ellos muy cerca, en Belén, ellos creyeron, mostraron claros síntomas de fe (al creer en lo que no había visto) y partieron en busca del pesebre.

He aquí un arquetipo de la entrega a Dios. Los más pobres, y seguramente despreciados de su pueblo, son los que reciben esa gran noticia de que Cristo ha nacido. Y ellos, sin dudarlo siquiera, partieron, raudos, ha contar lo que les había sucedido; “fueron de prisa”, dice el texto. 3.-Y allí estaban, como el ángel les dijo. En esa pobre morada se encontraban María, José y el niño. Este último acostado, descansando de su venida al mundo.

Siempre nos imaginamos a María y a José en actitud admirativa hacia su hijo, y así los representamos en nuestros Belenes navideños; admirados de que ilustres personajes y pobres hombres, hubiesen ido hasta aquel lejano rincón del imperio, para agradecer a Dios su amor por los hombres.

Ya María, como bien dice el evangelista “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19), al igual que, luego, hiciera en la presentación del niño en el templo ante las palabras de Simeón y Ana que veían, en Jesús, al Mesías esperado.

Estaban, así, contemplando, mirando, siendo los bienaventurados que aceptaron ese cargo tan comprometido de padres del Hijo de Dios, entregados por completo a la providencia del Padre.

4.- Para que no pueda decirse que los padres de Jesús no cumplían con la Ley (diría más tarde el Salvador que no había venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento) cuando acuden al templo a circuncidar al niño han de cumplir, ahora, con la Ley y voluntad de Dios: “concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31) le había dicho Gabriel a María que, ante el temor y

arrobo de esta, le infunde confianza en su mandato. Así, aceptando lo dicho por el enviado de Dios; ponen ese nombre, Jesús, al que iba a ser siempre el Emmanuel (como, siglos antes, ya profetizara Isaías, en 7,14).

5.-Confiados de este amor de María, Madre de Dios y Madre nuestra, hemos de aceptar la voluntad de Dios como ella lo aceptó, guardando en nuestro corazón aquello que, en relación al Padre, y a su Hijo, y al Espíritu Santo, pueda acaecernos ya que es allí donde está su templo. Y vayamos, de prisa, siempre, al encuentro de Cristo, como lo hicieron los pastores, sin miedo a lo que suceda, con una fe ilimitada. PRECES Pidamos a Dios porque:

·Deseemos encontrar a Dios en nuestras vidas. ·Podamos ver, cada día, que Jesús nace en nuestro corazón. ·Guardemos en nuestro corazón los maravillosos signos de su Palabra. ·Glorifiquemos su Reino para aceptarlo en este mondo. Sepamos atenernos a las Leyes demandando comprensión cuando sean contrarias a la voluntad de Dios.

ORACIÓN Jesús, hermano nuestro, que entras en el mundo cumpliendo la Ley de Dios, ayúdanos a hacer frente, con mesura y contención, a todos aquellos que manifiesten hostilidad hacia Dios, Padre tuyo y Padre nuestro.

1 Jn, 5, 1-9

CON AGUA Y FUEGO

“Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.

Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.

Pues, ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo.

Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, pues este es el testimonio de Dios, que ha testimoniado acerca de su Hijo.”

Mc 1, 7-11

“Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.”

MEDITACIÓN 1.- Para el día de hoy, fiesta del Bautismo del señor, el Calendario Litúrgico escoge dos lecturas del Nuevo Testamento. Una del Evangelio de Marcos, la otra de las cartas de Juan (1ª carta) El caso es que no se trata de un exceso sino de un complemento que viene a darnos a conocer, mejor, este singular hecho de la vida de Jesús. El sentido de purificación de la ceremonia del agua tiene, en Juan, un origen para la vida de los hijos de Dios totalmente significativo y confirmatorio. 2.-Como resulta, casi siempre, recomendable, empezar por el principio (aludo a Juan en su Evangelio) me parece que es de destacar el hecho mismo de la presencia de Dios, mediante su Espíritu en dos hechos que se unen, así, en el pasar de los siglos y que dan a entender, con esto, dos creaciones, dos comienzos, dos “principios”. Por una parte, cuando en Gn 1 se habla de caos y confusión también se hace mención de un viento (ruah en hebreo), palabra que también se traduce como espíritu, que sobrevolaba las aguas. Por otra parte recoge Marcos (1,10) el hecho de que en cuanto salió del agua (Jesús) vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él.

Aquí vemos, ese es al menos mi pensamiento, que Dios establece, antes, y conforma, ahora, la creación antes de ‘âdam (palabra que viene de suelo ‘adâmah, de donde procede, de barro, el hombre) su espíritu (el de Elohim) aleteaba por encima de las aguas; luego, cuando Jesús emergió del Jordán, el mismo Espíritu lo sobrevoló; es más, vino a Él. Antes, cuando la tierra era imperfecta y aún no se habían formado,

por la mano de Dios, seres y elementos, sólo sobrevolaba; ahora, el Hijo ha perfeccionado al hombre y aquel, el Espíritu, lo conforma. 3.-He dicho antes que el hecho de que pueda hacerse uso de los textos del Evangelio viene a completar la visión que podemos tener de este bautismo del Señor. Hay que decir, desde ahora mismo que mientras el texto de Marcos es más descriptivo, el de Juan es, o tiene, un sentido, más teológico y profundo: el primero sirve para ver, el segundo para comprender. 4.- En el Evangelio de Marcos encontramos a Juan llevando a cabo su labor de bautista. En el Jordán, mediante la inmersión en sus aguas (esta es la imagen que mejor puedo imaginar) quedaban las almas limpias de los pecados cometidos. Y era así porque Juan era profeta y, por tanto, hablaba, por su boca, por inspiración del Espíritu Santo. Su vida, austera y sumida en la oración, era ejemplo palpable de la entrega a Dios. Con este texto evangélico apreciamos el hecho mismo del bautismo como comienzo de una vida pública bastante entregada a los demás, comienzo de su misión mesiánica, comienzo de un nuevo principio, ya superado al antiguo recuerdo de Adam. Como luego dijera Cristo (recogido en Jn 3,3) te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. Grave imposición para quien deseara contemplar las praderas eternas. 5.-La voz de Dios, interviniendo en ese pasaje, como en otros, como en la transfiguración donde, con una expresión similar, indicó su complacencia por su Hijo y exhortó a escucharlo (Mt 17,5).

De esto podemos inferir que la voluntad de Dios ese esa, y así la manifestó en este acontecimiento tan importante para la historia de la humanidad: de las aguas nacía un nuevo día, la buena noticia del reino de Dios comenzaba a tomar forma.

6.-Es en la 1ª carta de Juan (5, 1-9), el otro texto propuesto por el Calendario Litúrgico, el que, quizá, nos permite comprender mejor el hecho del bautismo y su verdadero significado para los creyentes en Cristo Jesús.

En esa voluntad de Dios, en ese este es mi hijo amado, y su aceptación por parte de los creyentes, radica (o hecha raíz) la fe más exacta el que cree que Jesús es el Cristo (1 Jn 5,1) ha de ser consecuente con ello: ha de cumplir los mandamientos de Dios, pues el Hijo los cumple, ha de vencer al mundo porque ha nacido de Dios como el Hijo que, en el Jordán, se manifestó. El hecho de la existencia, para un cristiano, ha de tener esa nacencia: del agua bautismal, de donde surgimos, incorporándonos, al cuerpo de Cristo, cuando se nos infunde el Espíritu Santo, viento suave, brisa de Dios (recordemos, aquí, a Elías en la montaña esperando la manifestación del Padre) y momento que hemos de confirmar en una continua confesión de fe, a través de una aceptación básica de la Ley de Dios y a través de un hacer su voluntad.

La boca de Juan, precursor del Mesías, no deja de manar alabanzas desde el Reino de Dios; su agua no cesa de limpiarnos de nuestros pecados, purificada por la acción del Espíritu Santo, ruah elohim que nunca cesa de inspirar nuestro ser.

PRECES Pidamos a Dios para que:

· Nos permita hacer, de nuestro bautismo, un nacer confeso a la fe. · Sepamos llevar esa agua bendita a los rincones de nuestro mundo. · Creamos que, al cumplir los mandamientos de Dios, hacemos su voluntad, y eso nos alegre y convenza de esa dulce obligación. · Nazcamos a la realidad que nos rodea con renovado afán. · Seamos agua que renueve la relación con nuestros prójimos. ORACIÓN Señor nuestro, haz que tu Espíritu convenza a nuestro corazón, de la necesidad de aceptar el ejemplo de tu Hijo que, del agua, nace a la vida nueva para sembrar, de amor, el mundo.

Jn, 1, 35-42 CORDERO DE DIOS

“Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí – que quiere decir, “Maestro” - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.

Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo.

Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, “Piedra”.”

MEDITACIÓN 1.-Tan sólo han transcurrido dos días desde que Juan bautizó a Jesús (Primer Domingo Ordinario) y ya encontramos al Mesías en busca de sus discípulos.

Una vez hecho este pequeño paréntesis en el tema de hoy, sigamos diciendo que Jesús sabe a quien tiene que buscar o, al menos, sabe a quien tiene que aceptar. Es Jesús el que llama y los demás los que podemos oír su llamada o mirar para otro lado como si no pasase cerca de nosotros. Para esto, sobre todo para esto, disponemos de la libertad, ese bien que Dios nos da.

2.-Juan, que seguramente había leído muchas veces al profeta Isaías, sabía que el decir Cordero de Dios no era expresión genuinamente suya. Isaías, al que tanto debemos desde que sabemos lo que quería decir y el que, como los buenos vinos, gana con los siglos, que no ha perdido actualidad en lo que dice porque la Palabra de Dios no pasa ni pasará nunca al olvido, ya profetizó que como un cordero al degüello era llevado (Is 53,7).

Sin embargo, si bien el sentido último de ambas expresiones puede ser el mismo, entiendo que Juan, el Bautista, se refiere a la mansedumbre de Jesús, como es la del cordero y no al aspecto sacrificial que luego supondría la vida del Maestro; mansedumbre poco comprendida por sus contemporáneos, quienes esperan, como es sabido, un Mesías victorioso y casi sanguinario y no dado a tantas “comprensiones y perdones”. Pero Juan, conocedor desde que estaba en el vientre de Isabel, su madre, de cual era su labor en la vida, ya sabía que detrás de mí viene uno que es superior a mí, porque existía antes que yo (Jn 1,30); de ahí que al confirmarse lo que le dijo el que le envió a bautizar (con agua), es decir que sobre el que veas descender y posarse el Espíritu, ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1, 33), no vaciló en señalar a Jesús como ese “Cordero” para que, quien oyese sus palabras decidiera seguirle. 3.-Es la pregunta de Cristo ¿Qué buscáis? La que establece un punto de partida importante en este texto. Jesús, seguro conocedor de lo que pensaban (como pasa muchas veces en su vida y recogen los Evangelios, por ejemplo en Mc 2,1-12 en la curación del paralítico)no se limita a decir “como vosotros pensáis esto y aquello…” sino que da la posibilidad de respuesta por parte de aquellos dos que le siguen, para que manifiesten la disposición de su corazón, qué esperan de ese Cordero de Dios.

Es curioso que Juan (el apóstol) nombre a Andrés, pero no a la otra persona que le acompaña. ¿Sería él mismo, Juan, el otro acompañante? Dejo esto para la meditación de cada cual.

Ellos reconocen, por de pronto, al Maestro, al que enseña, al que da lo que tiene de su conocimiento de Dios. Y ante las ansias de saber

más (¿dónde vives?) la respuesta esperada y deseada por parte de esos dos que quieren seguirle: venid y lo veréis.

Ante esta propuesta tan directa de Jesús (el que salva) pudieron haber optado por la desconfianza, por no hacer caso a sus palabras y por haber desviado su camino. Sin embargo, ansiosos de conocer, ávidos de profundizar en sus posibles enseñanzas, no dudan en seguirle. Es más, se quedan en resto del día con Él. Han aceptado, pues, esa primera conversión hacia el Padre (que ha visto a Cristo, y viceversa). A nosotros, también, se nos propone, muchas veces, la conversión, y cuando esta ya se ha dado, la confesión de fe (que es una conversión continua). Desde la Palabra de Dios, el ejemplo de la vida de Jesús, de sus hechos y de sus obras, se nos facilita esa aceptación de su voluntad y poder, así, contribuir a nuestra salvación (siendo coherederos de la herencia divina, como escribiera Pablo en su epístola a los Efesios (Ef 3,6) ¿Cuántas veces Jesús, desde su magisterio, nos pregunta qué buscáis?, y ante el mundo, la mundanidad que nos rodea, lo “nuestro”, no sabemos qué responder porque la respuesta supondría responsabilidad y hechos, y no sabemos hacia donde dirigir nuestra mirada escondiéndonos cual Adán ante la vergüenza del pecado? ¿Cuántas veces no queremos escuchar el grito pausado de Cristo: aquí estoy, recíbeme y recibe al Padre, escógeme porque te auxilio, fíjate en mí que te socorro?

4.-Este corto Evangelio es extenso en futuro. En él, Jesús cambia el nombre a Simón (el cambio de nombre supone una predilección por parte de Dios en el sentido misional: Abran cambió a Abraham, aquí Simón cambia a Cefas, Pedro, Piedra; ambos tienen una gran misión que cumplir: el primero de ellos es el primer padre en la fe, el segundo, primer Papa de la Iglesia de Cristo). Es aquí donde reside, donde se encuentra el punto de partida del mantenimiento de una fe, de una doctrina que preservar; en una piedra, dura en su naturaleza, se apoyará el fruto de la semilla que Cristo plantó y extenderá, por la tierra toda, sus ramas, para que los hijos de Dios apoyen el caminar de sus pasos en las yemas dulces de sus palabras.

Es a esta figura insigne, el Santo Padre que el Mesías eligió, escogió,

determinó y perdonó sus múltiples ofensas (recordemos el gallo…) al que debemos la fidelidad que la voluntad última de Dios quiere que salga desde nosotros tras hacerse hueco en nuestro corazón.

A pesar de los errores cometidos (también, por los santos padres, porque, como personas, son seres emocionales y, a veces, se dejan dominar por las emociones) es evidente que su figura, su persona y su doctrina (la misma de Cristo, recordemos, que no pueden cambiar, sino interpretar) ha devenido en legítima heredera de aquella “piedra” de la que hablo Jesús y a ella, a su persona, debemos amar como hermano, comprender como hombre, aceptar como sucesor.

PRECES Pidamos a Dios para que:

. Sepamos aceptar su llamada sin miedo, sin miedo, sin miedo. · Podamos seguir a Cristo por su senda recta, hacia el Padre. · Sepamos que sufriremos nuestra cruz porque en ella, en su aceptación, está nuestra salvación.

· Sepamos ser corderos ante la jauría de lobos disimulados que nos podamos encontrar. · Aceptemos el nombre que Dios nos de, esa nuestra labor, la misión, esa voluntad que debemos creer.

ORACIÓN Dios nuestro, Padre nuestro, guíanos en nuestra vida para saber encontrar el camino hacia ti, para que, cuando nos mires, no cerremos los ojos ante los tuyos que nos aman sin límite, siempre esperándonos.

Mc, 1, 14-20

PESCADORES DE HOMBRES Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él. MEDITACIÓN 1.- Una vez que Juan anuncia la llegada del Cordero de Dios, señalando a Jesús, es capturado y encarcelado. De la prisión ya no saldría sino dando testimonio de su martirio, testigo cualificado del amor de Dios. Pero el Bautista ya había cumplido la voluntad del que le envió y el señalado, Cristo, comienza su labor de proclamación de la Buena Noticia: el Reino de Dios ha llegado como anticipación del que lo es definitivo; con Él se cumple el designio de Dios, ya está aquí la plenitud de los tiempos.

Jesús, como no tenía ánimo impositor y obligacionista se dedica a proponer la posibilidad de aceptar su mensaje porque ese mensaje proviene de Dios, porque eso que dice sale de la misma boca de Abbá. Y esa proposición podría haberla hecho de otra forma a como la hizo. Ante esa cercanía del Reino de Dios, Cristo podría haber ofrecido la creencia y luego la conversión.

Como sabemos, se tienen creencias cuando se acepta aquellas que provienen de personas de las que nos constan que son de fiar o que, al menos, entendemos no mienten o actúan perversamente. Decimos me creo lo que dices porque estimamos cierto eso que recibimos de parte de otro.

Por eso, ofrecer primero la creencia y luego la conversión supone dar pábulo a lo que el Mesías hubiera dicho sin, antes, haber cambiado el corazón (lugar de donde sale lo bueno y lo malo); supondría una sumisión a su persona como la que se puede tener cuando alguien ostenta un poder se sometimiento sobre otro. Y Él era manso y humilde y tal posibilidad de potestad no cabía. Sin embargo, Jesús propone, primero, convertirse y, luego, sólo luego, creer en la Buena Nueva. Esa conversión, es decir, ese venir a ser otra cosa distinta de lo que se era, resulta primordial ante lo que se propone. Él pide creer después de haber transformado el corazón de piedra (dado más a sacrificios que a misericordias) y no aceptar antes de modificar o cambiar ese que no es músculo sólo sino residencia y templo del Espíritu Santo. Y no dice, taxativamente, que el Reino de Dios ya está aquí sino que está cerca. Con esto entiendo que quiere decir que estamos en camino de ese Reino y que, cuanto hagamos ahora, con esa conversión, ha de servirnos para entender la vida del Mesías y su comportamiento entre aquellos otros nosotros de los primeros tiempos. Y si ese tiempo ya se ha cumplido, aceptar ese hecho incontrovertible, sólo puede ser causa de bienestar espiritual y de crecimiento interior, de ese interior de donde podemos ver las cosas de Dios y desde donde podemos ser capaces de vislumbrar la

naturaleza de ese hombre nuevo que ya no puede escanciar su hacer en aquel odre viejo de su estado anterior a la conversión. 2.-Y caminando, porque a Dios se llega pisando la tierra en la que vivimos y siendo conscientes de nuestra propia situación, recorre el mar de Galilea conocedor de la necesidad de hacerse con la compañía de aquellos que, voluntariamente, quisieran seguirlo; buscaba una primera comunidad; anhelaba, ya, la unión de lo que estaba separado del Padre Eterno. Jesús era conocedor que, entre los próximos, los más cercanos a él, encontraría a los que buscaba. Y allí estaban Simón y Andrés, hermanos y pescadores. Podemos preguntarnos porqué el Mesías buscó, y encontró, a los que serían sus apóstoles, entre personas sencillas y no recurrió, como pudiera parecer lógico, a aquellos que detentaban el poder religioso, sabedor como era de que estos tenían un conocimiento de la Ley mejor que estos no formados trabajadores del mar. Sin embargo, cuando bendijo al Padre “porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt.11,25) sabía que, en cuanto a corazón, a comportamiento y a comprensión, estas últimas personas tenían un campo mejor labrado; eran, por así decirlo, tierra fértil, aunque rugosa, donde plantar su semilla, pues, quizá, y precisamente por eso, no tenían un conocimiento profundo de la Ley y no habían sido corrompidos por las interpretaciones torticeras de los que se decían ellos mismos, fieles practicantes de la voluntad de Dios. Y allí estaban Simón y Andrés, pescadores. Cuando Jesús les dice que les haría pescadores de hombres no hacía más que trasponer la labor de un hombre del mar a su nueva labor: mientras que el pescador, en aquellos años, echaba la red para ver qué caía, sin uso de las técnicas de hoy en día, el pescador de hombres “siembra”, ya en tierra ya en mar, para que, eso sí, sin saber cuando, fructifique aquello que ha sembrado. Y la red es la Palabra de Dios.

Y a ellos les llama para que vayan con Él. La promesa seguro que fue extraña para aquellos rudos hombres, dados a soles y a soledades, pues la expresión misma pescador de hombres no resulta excesivamente clarificadora. Pero, sin dudarlo, se van con Jesús. Dejaron las redes, no miraron atrás y acompañaron al Mesías sin importarles el futuro. Les importó el ahora, el descubrir a alguien que les sugiere, y de qué forma no sería, que el ser otra clase de pescador será mejor para ellos. Les había, pues, salvado. 3.-Y Cristo continúa su marcha, perseverando en su intención de renovar el mundo con la sangre nueva que transforme. Y da un paso más. Pensemos que Simón y Andrés eran pescadores dependientes de si mismos, para si mismos, trabajaban, en su oficio, sin ostentar algún tipo de empresa que les pudiera dar alguna situación de superioridad social. Sin embargo, cuando se encuentra con Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, lo hace con personas que, formando parte de la familia de su padre, éste sí tiene un negocio, por decirlo así. Dice el texto que estaban en la barca “con los jornaleros”, es decir con trabajadores contratados para llevar a cabo esta labor diaria. Por lo tanto, podemos pensar que Santiago y Juan sí contaban con un mayor facilidad de vida, con un, incluso, prestigio social, dentro de su pueblo. En este sentido, abandonan más. Quizá una prueba de esa diferencia de situación, y que indica que Jesús llama a todos, sea que Simón y Andrés estaban “echando las redes”, es decir, trabajando, mientras que Santiago y Juan estaban “arreglando las redes” lo que vendría a indicar que mientras los primeros necesitaban, aún, trabajar, los segundos ya habían acabado su jornada porque, simplemente, ya no les era necesario seguir. O aún no habían empezado porque no les urgía y les era tan necesario. Quizá sea un matiz sin importancia, pero creo que es importante señalarlo. Y aquí tenemos a Santiago y a Juan, o a Juan y a Santiago, también pescadores que, dejando a su padre, le siguen. La misma mención del progenitor de ambos delata otra característica de los

que siguen a Jesús, o quieren seguirlo: el abandono ya no de si, lo que puede resultar fácil pues, como sabemos, dijo que “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24), sino el abandono de los suyos, de su familia, lo que no resulta tarea nada accesible a todo el mundo. Podemos decir que sólo aquellos que sienten la llamada de Dios, a través de su Hijo, pueden ser capaces de “renunciar” (entre comillas esta palabra para entender, correctamente, su significado) a lo que ha sido su pasado para encontrar un nuevo presente. Para más abundancia luego diría que «el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37) y esto es difícil de decir y más difícil de entender y de cumplir. Y estos discípulos ya cumplen eso, al menos en el abandono de aquellos, sin conocer a Jesús. Por fe y esperanza. Y Santiago y Juan eran tan impulsivos que Jesús, con un rasgo de ironía y de humor nada desdeñables, los llama boanerges (hijos del trueno) por su tendencia a la exacerbación de actitudes que, como rudos pescadores de piel curtida, seguramente no podrían evitar y que, como el trueno, tras un gran estruendo, pasa sin dejar más que ese estruendo. Tan sólo recordar aquí que, el contacto con Cristo y, sobre todo, con María (a la que recibe en su casa) hizo de Juan, ese discípulo amado, ejemplo de finura espiritual que nos dejó un evangelio dulce, enamorado de Cristo, cercano. Aquí sí que puede verse ese cambio de corazón, esa total mutación del interior de una persona en contacto con el Mesías. 4.-Tanto en un caso como en otro, el texto evangélico dice que los cuatro discípulos “le siguen”, van “tras él”. Me parece destacable este hecho. Es Jesús el que va primero, abriendo las puertas del Reino de Dios, facilitando (luego con su muerte) el perdón de nuestros pecados y suplicando amor para todos sus descarriados hermanos. Los demás, desde sus primeros seguidores hasta los que, dos mil años después de que llegara la plenitud de los tiempos, aún creemos en su actitud cumplidora de la voluntad de Dios, tenemos la obligación “moral” de hacer un seguimiento de sus pasos, seguros de que su amor no fue fingido, ciertos de que su predicación contenía la semilla verdadera, conocedores, por sus

hechos, de que su voluntad era la voluntad de Dios, que no sólo era su padre sino, gracias a Él, también podemos considerarlo el nuestro pues perdonó nuestras ofensas para siempre, tal fue su entrega. Cristo es el camino, por eso le seguimos y vamos tras Él, ya lo dijo él mismo. Y nosotros, tras sus huellas, seguimos sus pasos. Vamos tras Él porque sabemos que, con Él, toda verdad es cierta y la vida no se nos escapará. La verdadera vida, la eterna. A Dios doy gracias por poder transmitir esto. PRECES Pidamos a Dios para que:

• Sepamos comprender la entrega de quien lo hace por los demás.

• Queramos mudar nuestro corazón para que en él habite Dios como en su casa.

• Creamos con franqueza, creamos con voluntad, creamos con ansia.

• Vayamos tras Cristo buscando su camino si nos hemos perdido.

• Tengamos voluntad de conocer la Palabra para transmitirla a quien quiera escucharla.

ORACIÓN Padre Dios, haznos seguidores de tu Hijo Cristo para que, cuando así sea realmente, seamos ejemplo o espejo donde puedan mirarse los que nos rodean, con verdadero amor y perdón.

Mc 1, 21.28

YO VENGO CON LA VERDAD

”Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea. “

MEDITACIÓN 1.-Jesús continúa su labor. Es de suponer que iba con sus recientes discípulos, y así “llegan a Cafarnaúm” (en hebreo Kfar Nahum). Esta ciudad se encuentra en la orilla noroeste del Lago Kinéret (el Mar de Galilea), 2,5 Km. Al noreste de Tabgha y a unos 15 Km., al norte de Tiberíades, donde descansa algún o algunos días.

Como diría el Mesías que no penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas sino a dar cumplimiento (Mt 5, 17), nada mejor que acudir al lugar donde tenía expresión natural ese hacer lo que la Ley indicaba: la sinagoga, lugar de culto, reunión y difusión de la norma de Moisés y del resto de Sagradas Escrituras.

Pero el hecho de ir a la sinagoga era, para Jesús, un medio directo y práctico de hacer explícita su enseñanza; era, como dijo, el dar verdadero cumplimiento a la Ley de Dios. Porque allí no se limitaba, sobre todo, a leer los textos disposición de los asistentes. Allí enseñaba, es decir era rabbí (maestro).

Y como enseñar es explicar lo que se sabe, aprendido y aprehendido lo mejor posible, su enseñanza, derivada directamente de su naturaleza divina, no podía ser otra que la verdadera Palabra de Dios. De ahí que lo hiciera con “autoridad”, pero no sólo con autoridad, sino “como quien” la tenía. Es expresión, como quien, determina, claramente que otros no la tenían. Estos, los escribas, eran percibidos, incluso por muchos de sus oyentes, como presuntos entendidos en la Ley de Dios. Y digo “entendidos” porque parece que sólo enseñaban con potestas, es decir, con potestad, derivada de su situación social y jurídica. Vamos, con ese poder, al fin y al cabo. Sin embargo, esa superioridad legal no lo era moral para muchos ya que, casi con toda seguridad, en su vida no había total concordancia entre lo que decía y lo que hacían. Sin embargo, estas primeras apreciaciones de aquellos que oían a Jesús, este enseñar con autoridad, ya determinaba, a las claras, una conducta correcta, una actitud de vida que concordaba, aquí sí, con lo que salía de su boca, que era lo que salía de su corazón. No obstante era la boca de Dios. Vemos, pues, que Jesús, por una parte, para no ser tachado de contrario a la Ley, como no podía ser de otra forma, y como él mismo dijo, cumple con el precepto del sábado de acudir a la sinagoga. Pero, para no desmentirse a si mismo, para dejar claro quien era, da a la Palabra de Dios (entonces contenida en las Sagradas Escrituras y que hoy llamamos, más en concreto, Antiguo Testamento) sus significado no distinto, sino exacto y verdadero. De

aquí ese como quien tiene autoridad, pues bien sabían sus oyentes, con toda seguridad personas sencillas del pueblo y dotadas de ese “instinto” de autenticidad en el comportar de quien enseña (aunque, claro, también habrían escribas y fariseos) que suple al conocimiento de lo enseñado, que esa forma de transmitir les llegaba, que era así como ellos querían que fuese su enseñanza. De ahí su pasmo del que luego diré algo.

2.-Jesús no tenía, únicamente, un frente en el que luchar: el de la Palabra, el de la difusión de la Verdad, el del convencimiento oratorio, sustentado en parábolas y en el dominio de las Sagradas Escrituras. Jesús era, también, obra, Jesús también había de convencer con los hechos, y no sólo de comportamiento, de, llamemos, unidad de vida (entre lo que se dice y lo que se hace: si dice que es manso, lo ha de ser, si dice que es humilde, lo ha de demostrar, etc).

Un tema muy cercano a todos nosotros, que lleva inscrito la humanidad en su propia naturaleza, es la lucha del bien contra el mal. Esto es algo tan obvio que no es necesario que alargue más el tema: ahí tenemos a Caín y a Abel, desde entonces; es más, desde sus propios padres, tentados por el incumplimiento de la voluntad de Dios, no nos ha abandonado esta dualidad tan real para el hombre pero de la que a veces hemos sacado buenas lecciones para el futuro. Y digo esto porque es la sinagoga, también aquí, donde se da uno de estos casos con los que el Mesías tuvo que enfrentarse: el maligno poseyendo almas de personas, abocándolas al desastre espiritual y, muchas veces, físico, queriendo destruir lo que toca.

Sin embargo, el mal, constituido por ese espíritu inmundo que posee ese hombre reconoce el poder que ostenta Jesús. No pregunta quién es porque lo sabe: el santo de Dios; pregunta qué ha ido a hacer allí. Lo que hemos de entender es que esa pregunta viene determinada a que Jesús haga efectiva la misión para la que se ha encarnado. Al fin y al cabo lo que podemos ver es que Cristo, dotado de un poder, el poder de Dios, es consciente de su naturaleza, también divina, y ha de manifestarla, cumplir la voluntad del Padre, hacer patente su

dominio, también, en ese lado del hombre. Sobre todo en ese que es el que separa al hijo –hombre- del Padre –Dios-.

Jesús, así, cuando ordena, severamente, al espíritu, salir de su posesión no hace más que reivindicar la propiedad de la persona: es de Dios, y por lo tanto, ese estado transitorio de enajenación espiritual (es enajenación en el sentido de que es a otro a quien se le entrega el alma) ha de cesar con su presencia. O, lo que es lo mismo, la Palabra puede delimitar una existencia alejada de esa malicia y de esa oscuridad en la que podemos encontrarnos bien por abandono de Dios o, sencillamente, por no querer acercarnos, conscientemente, al Padre.

La respuesta de Jesús es: sí, he venido a destruiros, pues vuestro poder no ha de prevalecer sobre el mundo; yo, que soy el Santo de Dios, como dices, y por eso yo, que hago el bien y, tú, que eres el mal, no has de prevalecer, porque está escrito. No, no tenéis nada conmigo y sí contra mí. Permítanme utilizar un símil que bien puede acercarnos, de modo didáctico, a la comprensión de este texto de Marcos. A modo de estructura transmisora de una realidad (como puede ser una narración novelada o una obra de teatro) estos 28 versículos del capítulo 1 de este evangelista presentan lo siguiente: una presentación en la que se llega a Cafarnaúm y se produce un primer asombro por lo que dice Jesús; un nudo en el que tiene lugar la desposesión del espíritu maligno del cuerpo del hombre y un desenlace, en el que se afirma lo dicho en la presentación y, una vez descubierta la doctrina del Mesías se deja caer que su fama abarcó toda Galilea.

Ahora vayamos a lo del pasmo.

3.-¿Qué sería lo que causaba tanto asombro, pasmo, a los oyentes de Jesús en la sinagoga? Muchos eran los que, seguramente, hacían mención de textos sagrados en aquel mismo lugar, muchos eran los que, llevados de la inspiración del Espíritu Santo, clamaban por el bien del hombre dando explicación de la Ley de Dios. Sin embargo, algo había en la persona de Jesús, algo que llenó los

corazones de los presentes. Y no se manifestaron a si mismos, interiorizando un ánimo alterado. No. Se preguntaban unos a otros. No fueron meros receptores de la Palabra. No. Surgió, entre ellos, el diálogo. Fue más allá de sus personas su pensamiento. Y así, como primera conclusión, podemos apreciar el benéfico impulso de Cristo: su Verbo transmite, cuando se recibe adecuadamente y con corazón abierto, la necesidad de comunicación (recordemos a la samaritana en el pozo de Sicar, recogido en Jn 4, 1-43, que, rauda, y dejando el cántaro, corrió, presa del entusiasmo de haber encontrado al Mesías, a contárselo a sus vecinos). Su Verbo, es Palabra que irradia, extendiéndose a todos los que quieren encontrar luz en el camino de su vida. Pero queda, aún, la confirmación (en ese desenlace del que hablaba antes) de lo que para los escuchantes suponía aquello que Jesús decía. Esto, la doctrina del Maestro, era considerada como nueva. Pero esa novedad no podía serlo en el sentido de ruptura con la Ley de Dios (pues si así lo hubiera sido los mismos oyentes lo habrían intuido y, seguro, denunciado). Esa novedad sólo lo era en cuanto a que, en sus palabras, encontraban otra “forma” de decir lo que habían oído tantas veces, o lo que lo mismo, idéntico contenido de las sagradas palabras les parecía verdad, real, no simulado. Y esa simulación, o pretender hacer ver que otros han de aceptar lo que se dice por la autoridad social que se ostente, no era lo que apreciaban en el Mesías. Porque, como he dicho antes, lo que dice lo refrenda con los hechos. No sólo enseña, teóricamente hablado, una doctrina que, para ellos, es nueva, sino que manda a los espíritus inmundos. Esta facultad de poder manifestar determinada voluntad a quien todos consideran especies que no son de este mundo, perjudiciales para ellos en su sentido más práctico y que estos le obedezcan (no porque Jesús sea el Príncipe de las tinieblas, como dijeran para acusarlo sus enemigos, sino por todo lo contrario) es lo que, al fin y al cabo, más asombra a las personas que oyen sus palabras. De una doctrina nueva, de una autoridad expuesta con franqueza sólo puede derivar el control sobre lo que es contrario a esa autoridad y a esa doctrina.

El pasmo es, pues, justificado, pues no sólo ordena a la inmundicia sino que, ésta, le obedece. Esa obediencia causaría tal estupor, o asombro, que no es de extrañar que el resultado fuera la difusión de sus actos a toda la zona circundante. Galilea recibía su fama y lo que decía ésta era, por una parte, terrible para los detentadores del poder espiritual (porque se trataba de una verdadera interpretación de la Ley de Dios; era, por otra parte, la única real y posible) y, era, por otra, esperanzadora para todos aquellos que deseaban, anhelaban más bien, el advenimiento del esperado, de quien tantos profetas, cuyos textos muchos sabrían de memoria, habían dado noticia. Y eso, para los sencillos que lo descubrieron, era algo nuevo, pero tan antiguo, como su misma fe. PRECES Pidamos a Dios para que: · Sepamos comprender la doctrina de Jesús y comportarnos el acuerdo con la misma. · No nos dejemos arrebatar el alma por todos los espíritus malignos que nos puedan rodear. · Cumplamos con los preceptos de Dios como el Mesías hizo con la Ley. · Seamos capaces de extender la fama de Cristo llevando a cabo nuestra labor diaria. · No huyamos ante las obligaciones que, como cristianos, tenemos. ORACIÓN Padre Dios, ayúdanos a superar todas las acechanzas que, en diversas formas, nos acaecen para que, con esa virtud heredada de ti que, como hijos tuyos, tenemos y podemos hacer uso si queremos, seamos fieles, fieles, fieles, a ti.

Mc 1, 29 – 39

QUE TODOS LO SEPAN

“Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.

Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.

Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»

El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»

Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios. “

MEDITACIÓN 1.-Una vez, cuando uno que quería ser discípulo de Jesús le planteó seguirle, éste le dijo que tuviera en cuenta que el Hijo del hombre no tenía donde recostar su cabeza (Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la

cabeza, Lc 9, 58 es la cita concreta) Esto lo dijo para que esa persona, pienso yo, supiese, de antemano, donde se iba a meter, que entendiera que el camino hacia Dios no era, sólo, un camino de rosas, sino que comprendiera que esas rosas también tenían espinas. ¡Y qué espinas¡

Así, Cristo, acudía allí donde se le invitaba, donde era acogido. Una buena lección esta la que nos dio el Mesías: acudir donde os acojan, pero no sólo ahí, sino donde quieran conoceros mejor.

Y Jesús va a casa de Simón y Andrés, lugar donde le esperaba una buena obra que hacer. Va y se encuentra, aunque posiblemente sabiendo lo que se iba a encontrar, sabiendo su inmediato destino. No podemos pensar otra cosa. Sabe cual es su misión y, predispuesto a llevarla a cabo, no deja de cumplirla a pesar de las acechanzas de sus enemigos, más preocupados por su bienestar que por el significado de lo que decía, aunque esto atentara, directamente, contra su forma de vida.

2.-Es conocido que el evangelio de Marcos pone su acento, en su texto, en todos aquellos hechos que podemos llamar milagrosos o extraordinarios que el Mesías llevó a cabo. En este breve texto vemos varios casos: en concreto, el de la suegra de Simón; y otros genéricos, los que curó que le traían de todo el pueblo. “La ciudad entera estaba agolpada a las puertas”. Agolpada a las puertas del Reino de Dios quizá sin saberlo, podemos decir. Y lo hacía porque muchos querían ser curados de sus males físicos. Sin embargo, esta curación no lo era en ese único sentido.

Conocedores del significado simbólico de los textos sagrados, junto a esa primera visión del acto que cura subsigue (o lleva implícito, mejor dicho) otro tipo de curación: que va más allá del mero, aunque importante, aspecto físico.

Ejemplos tenemos muchos que (aunque no corresponda a esta parte del evangelio de Marcos) pueden alumbrarnos en nuestra comprensión. El más paradigmático, quizá, sea el de la curación de Bartimeo (hijo de Timeo) el ciego, que, al paso de Jesús, en Jericó, clama: ut videam! , que vea!, que vea Señor le ruega cuando le pregunta el que tanto urge con su súplica (Mc 10, 46-52). Pero esto,

que vea, necesidad misma del ciego, implica una voluntad de sentir el mensaje de Cristo, lleva incorporada una petición: que te comprenda, que te entienda, que te conozca.

Y junto a estos hechos en los que Jesús manifiesta ese poder de Dios, esa comunicación entre el Padre y el Hijo, encontramos, como no puede ser de otra forma, la respuesta de aquellos que se han beneficiado de su benéfico hacer: seguirle, servirle, anunciar lo que les ha sucedido, llevar hasta los demás el anuncio de que quien estaban esperando ya había llegado (recordemos a la samaritana de Sicar).

Vemos, por ejemplo, que la suegra de Simón, después de ser curada se puso a servirles, no se quedó falta de agradecimiento descansando, sino que, conocedora del bien que había recibido (esa curación de la fiebre que en aquella época podría haberle costado la vida), muestra, con ese servicio, una continuidad en su relación con Jesús: corresponde a ese amor con amor: soy, así, transmisora de tu bondad, podía haber dicho.

Hay, sin embargo, otras opciones a seguir cuando sentimos, o somos, tocados, por la bondad de Dios: aprovechar lo obtenido olvidando de quien viene lo recibido. Recordemos a los leprosos de los cuales, sólo uno volvió, miró hacia atrás para manifestar su agradecimiento al sanador.

Vemos, pues, que, dotados de la libertad, bien supremo donado por Dios, podemos vincular nuestra vida a esa ocasión en la que, de una u otra forma, recibimos el bien, a una continuidad en la relación con la Trinidad o, de otra forma olvidarlo todo como producido por un azar, una pura causalidad pero sin ver la verdadera causa de todo eso.

Ese aspecto espiritual que deviene de la curación física lo vemos, también, en concreto, cuando dice que curó de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Esto, que puede parecer, a primera vista, simples ejemplos de cosas distintas, entiendo que se refiere, por una parte, a dolencias de carácter físico (pensemos en el caso del ciego de antes o en la mujer que sufría flujos de sangre recogido, también, en Marcos 5, 25, 34) pero sobre todo, sobre todo, ya no al beneficio espiritual que puede derivar de esa curación sino a la dominación del hombre por demonios. Eso creo yo que viene a indicarnos que,

independientemente de los males que puedan sucedernos y que son constatables materialmente, existen otros, de otra índole más profunda y que recaen, o pueden recaer, en el alma: esa querencia del corazón por lo que no nos corresponde, ese alejamiento de Dios por nuestra mundanidad, esa falta de amor, esa desvirtuación de la realidad traída por nuestros deseos ávidos de cualquier tipo de poder, esa… en fin, todo aquello que denota que el espíritu está enfermo, que no comulga con la bondad o con esa Ley de Dios que todos tenemos inscrita en nuestros corazones…eso también lo cura Cristo. No sólo materia, no sólo a lo perceptible y tocable llega Jesús. Más aún, cuando sólo atribuimos realidades sentibles al actuar de Dios sólo, y nada más y nada menos, estamos haciendo uso del Padre a nuestro antojo, sin comprender que, para él, llegamos a su Reino a través del espíritu y al hacer unas obras que correspondan con su voluntad y que son expresión, al fin y al cabo, de ese espíritu. De aquí que Cristo se viera obligado a expulsar demonios, a echar “fuera” de la persona, en concreto para más entenderlo en general, a todo aquello que nos anula la correcta percepción de nuestro hermano Jesús.

3.- Jesús conocía que su relación con el Padre era esencial para que su labor fuera fructífera. Y sabía que era en la oración donde tenía un instrumento eficaz para que esa relación surtiera efecto. Muchas veces, a lo largo de los evangelios, vemos como Cristo se retira, se aleja de los demás para, en silencio, en solitario, comunicarse con Dios en calidad de Hijo, pero también en calidad de hombre, pues era ambas cosas. Y es aquí donde los cristianos, puestos a serlo con todas sus consecuencias, tenemos que, como se dice, echar un cuarto a espadas. Hemos de ser conscientes que nuestra vida, sometida a las presiones de la tierra que pisamos y que nos atrae con fuerza hacia sí para alejarnos de lo espiritual, ha de verse regida, aunque cueste un notable esfuerzo, por ese sutil enlace que une nuestro corazón con el corazón de Dios a través de la oración. Es cierto que los afanes de la vida diaria, las múltiples “ocupaciones” que nos traen y nos llevan por el mundo, pueden no hacer posible ese mínimo rato que podemos dedicar a rezar o a orar; rezo y oración

que colmarán, como dice el Apocalipsis, las copas de los santos que rebosan de oraciones (cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos, es la cita concreta, y está en Ap 5, 8) Sin embargo, conscientes como hemos de ser de que todo se lo debemos a Dios, pero todo, todo, no puede caber duda de que el Santo Espíritu del Padre bien merece nuestra atención. No voy a hacer aquí, pues no creo que sea el lugar adecuado, relación extensa de las formas de orar o de rezar que hay porque creo que con ponernos delante de Dios y de Cristo (aunque no haya imagen de este último, recordemos que lo tenemos en nuestro corazón), implorando esa oración ya es suficiente para ser escuchados por aquel que siempre nos escucha. Es el ansia de orar o rezar lo que nos tiende un puente con Dios, y por ese puente, frágil o amplio espacio según nuestras posibilidades espirituales, hemos de pasar sostenidos por la fuerza que, como hijos, tenemos. Porque ese ansia, esas ganas de agradecer o de pedir, es lo que ha de conducir nuestra petición. Orar o rezar, pues ambas cosas no son lo mismo. Didácticamente digo que el rezo está relacionado con decir aquellos textos aprendidos y fijados por el magisterio de Cristo y de la Santa Madre Iglesia (o sea, el Padrenuestro, Avemaría, Credo, etc), mientras que la oración ha de brotar de la espontaneidad de cada cual, llevada del momento espiritual que nos proporcione esa intimidad necesaria para establecer relación con Dios, que nos espera, siempre, y que, siempre, agradece esa voluntad de manifestar la situación en la que se encuentra nuestro espíritu y en la que en nuestra alma, lugar privilegiado donde sentimos su fuerza, está. Digo, entonces, que Jesús oraba, oró, en solitario, que en solitario pedía por aquellos primeros nosotros; pero que, también, cabe la oración en comunidad (porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, Mt 18, 20) como todos sabemos (ejemplo de ello es el santo rosario rezado en parroquias o en determinados actos públicos o el rezado en familia) de la que no podemos huir porque en ella también encuentra Dios acomodo y delicia. En esta oración comunitaria Dios ha de recibir, multiplicada,

las ansias de amor que, aunque pueda parecer repetitivo, no cesa de llenar nuestros corazones de voluntades amplias de dicha. Por eso sus discípulos buscan a Jesús. Todos te buscan, dicen, porque todos querían tener contacto con esa persona que, a la fuerza, debía de tener, con Dios, una relación privilegiada. Pero Cristo sabe que no basta con eso, que ha de transmitir, hasta donde pueda, su mensaje, su ejemplo de orante, su vivencia cumplidora de la voluntad de su Padre. Para eso he salido, dice, llevado de un convencimiento extremo. No estaba allí, en ese momento, para recrearse en la hierba de la aclamación del pueblo; debía de poder seguir hacia delante, entregando su mensaje a quienes lo quisieran recibir. Y así, con esas ansias de predicación, con ese sentido primero de hacedor de bien, recorrió toda Galilea, su tierra próxima, para dar a conocer esa posibilidad tan sencilla, pero tan difícil a veces, de decirle a Dios, con nuestras palabras o con nuestro silencio agradecido, que también esperamos su respuesta, que, a nuestro modo, también somos apóstoles suyos. PRECES Pidamos a Dios para que:

• Sepamos reconocer las enfermedades espirituales de nuestros semejantes.

• Sepamos acercarnos a aquellos que nos necesiten. • Curemos, con nuestro perdón y amor, las heridas que

tengamos. • No nos dejemos dominar por nuestros propios demonios. • Hagamos de la oración una mediación perfecta con Dios.

ORACIÓN

Padre Dios, danos el espíritu para reconocer que, mediante la oración, podemos pedirte y agradecerte todo aquello que tú nos das sin pedirlo, muchas veces, nosotros. Mc 1, 40-45

CUMPLIR LAS VIRTUDES “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.» Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.» Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.” MEDITACIÓN 1.-Es conocida la existencia, para aquellos que tienen un conocimiento del contenido del cristianismo, de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Mientras que, mediante la primera de ellas sabemos que la existencia, por ejemplo, de Dios, es real aunque no podamos probarla con medios humanos (recordemos lo que le dijo Cristo a Tomás cuando se apareció a los discípulos y sabía lo que el incrédulo había dicho; y le dijo: Porque me has visto

has creído. Dichosos los que no han visto y han creído, Jn 20, 29); en virtud de la esperanza esperamos nuestro bien y, extendiendo ese pensamiento, el bien de todos aquellos que nos rodean; incluso, llevando al primer extremo (y no al último ya que esto ha de ser lo primero) lo que ha de ser la creencia cristiana; también deseamos el bien de todos, en general; y, por último, sabido es que la caridad es la Ley del Reino de Dios, y que, sin ella, nada de lo otro se entiende. Particularmente creo que en este texto de Marcos las tres virtudes citadas se dan la mano ayudándose unas a otras. 2.-La fe y la esperanza Seguramente el leproso tenía conocimiento, o sabía quien era, la persona que se acercaba, o se alejaba, de él. Jesús, cuya fama ya había comenzado a extenderse, como ya vimos en Mc 1, 21-28, era a quien tenía que dirigirse si quería que ese terrible mal que le aquejaba desapareciera. Vemos, aquí, una esperanza que podríamos denominar antecedente de la fe, mediante la cual poner el sentido de una vida en manos de otro se asiente en la voluntad de cambio. El leproso, al decir si quieres…expresa, por una parte, el hecho de que el Mesías tenía el poder de curarlo. Era, así, expresión, de conocimiento natural del Hijo de Dios. Confiado, con la esperanza netamente intacta, pues de tal gravedad era su enfermedad que no otra cosa podía hacer, se acerca, es decir, va hacia Jesús en busca de algo más que consuelo. Puedo decir que tiene puesta su esperanza en una fama que precede al Enviado y, por eso, una fe primera que acentúa su existir. Busca porque cree que ha encontrado solución a su situación. Ve en aquella persona, rodeada de otras, una luz que, posiblemente, podía iluminar su ser. Como reconocimiento a esa divinidad que ve en Jesús, se pone de rodillas, signo de sometimiento al Señor; pero de un someterse suplicante, demandante de ayuda, esperanzado, implorante. Y de rodillas espera la acción del que cura, salva, sana…perdona. Y la curación que espera no es sólo física. Conocida es la relación que, para el pueblo judío, existía entre enfermedad y pecado, la una era según pensaban, resultado del segundo –bien fuera de derivación

familiar o propiamente personal del enfermo-. Pues bien, la esperanza de este leproso, aquejado por ese mal que lo apartaba de forma radical de la sociedad, era, aunque de forma indirecta, seguramente pensaba, que el pecado que la había ocasionado tal mal (aunque realmente no fuera así) podía ser borrado por aquel que era capaz de echar demonios del cuerpo de otros. Por eso, la confianza en Jesús debía de correr pareja a todo aquello que lo aquejaba: muy grande, pues grande era esa necesidad. Y como el magisterio de Jesús limpia el corazón de las acechanzas del maligno, lo libera de las inmundicias del mundo en que vivimos, se compadeció de él, hizo uso de esa virtud fundamental: la caridad. 3.- La caridad y el poder de Dios Quizá lo más importante para Dios y necesario para el hombre sea el ejercicio de la misericordia. Creo que es lo más importante para Dios porque en ella se apoya todo su comportamiento para con sus hijos, desde que creó el universo y la vida en la tierra y la puso a su disposición (sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra, dijo, como sabemos, Gn 1,28) hasta que acompañó a su pueblo elegido Israel a lo largo de los siglos perdonando sus continuas ofensas y sabiendo que, como hombres que eran, el pecado no era fácil de apartar de sus vidas. Y lo más necesario para el hombre creo que es porque necesaria es la correspondencia ante lo que recibe de parte del Padre y lo que se da a los hermanos. Y la compasión y el amor son la caridad. Y Jesús, haciendo uso de esa misericordia de la que tanto habló, no debió de dudar ni un instante y, de inmediato, curó al leproso. Su sentido de la correspondencia con el amor de Dios fue instantáneo. Vio una necesidad tan grave ante sus ojos que no dudó: extendió sus manos, le tocó. Y manifestando el poder de Dios, pues sólo Él es capaz de hacer eso, limpió de la lepra al demandante de ayuda. Y este hombre, separado socialmente como un apestado, siente como su persona se incorpora a ese pueblo, a esos vecinos, a esas personas que le rechazan.

Pero Jesús, como sabía que hechos como este sólo podrían acarrearle problemas, intenta que el curado acuda al Templo y, allí, ofrezca por su curación lo que estableció por ella Moisés. Y esto, ¿porqué?; si había salido de las manos del Mesías ese prodigio tenía que existir una razón muy poderosa para que el sanador no quisiese que eso se supiese. Ya dije antes la relación que había, para el judío, entre enfermedad y pecado. Pues bien, para este pueblo sólo Dios podría perdonar pecados y, por lo tanto, solo de él podía venir la curación de esas dolencias que atribuía a este tipo de relación (pecado-enfermedad) que se alimentaba mutuamente. Lo mejor era, para Cristo, que los sacerdotes, conocedores de la Ley, fuera testigos de aquel hecho y que, por así decirlo, certificaran esa curación con la entrega de la citada ofrenda. Otra vez más cumple, o hace cumplir, la Ley. Así no quedaría a la vista lo que, para ellos, era una ofensa a Dios y una blasfemia: dar a entender, Jesús, con ese acto, que era el Padre mismo. Si aceptaban que el hijo del carpintero, sin la gloria esperada y ansiada por ellos, podía perdonar pecados, pues curaba, no habrían tenido más remedio que aceptar la consiguiente divinidad, Dios mismo, de su persona. Sin embargo, como es humano entender, no consigue su propósito. El leproso, ante su nueva situación, no puede ser comedido en sus actos, ni puede dejar de proclamar, contento, no sólo su curación, la cual era evidente, sino las manos que han llevado a cabo ese milagro, ese acto extraordinario. Pregonó, la noticia, es decir, repitió por donde pudo lo sucedido, extendiendo no sólo eso mismo sino lo que eso suponía en relación con Dios. Es así como se confirma la esperanza antecedente del leproso y esa fe que lo lleva a buscar su sanación. En este sentido bien puedo decir que es este un buen ejemplo, didáctico, para aquellos que, conociendo algo a Jesús, ahora mismo, en el siglo, desean profundizar en el saber de su persona. Sólo así podrán confirmar lo que se dice de él y podrán dar noticia de sus hechos y de sus palabras. Supone, esto, creo, una llamada de parte del Mesías hacia los alejados, hacia los que lo desconocen.

Y esto apunta a otro aspecto importante, vital: la sanación espiritual buscada por el leproso (pues él estaría de acuerdo, aunque no lo entendiese, que existía una relación antedicha entre enfermedad y pecado) ha de ser un anhelo para cada uno de nosotros1. Por eso acudían a él de todas partes y, por eso, también nosotros, cual si fuéramos leprosos, o con una enfermedad del alma pegada a nuestro cuerpo, hemos de ver en la persona de Jesús a un hermano que, con su ejemplo y con su Palabra, puede producir en nosotros efectos tan beneficiosos como los que produjo en este enfermo incurable. Muchos de nuestros pecados también pueden parecer incurables pero, con la demanda de perdón a quien puede perdonar, no debemos de tener duda alguna (no debemos de perder esa esperanza antecedente del leproso, ni esa fe cierta y franca) de que la sanación procede de Cristo pues Él es verdadero Dios. PRECES Pidamos a Dios para que:

• Tengamos la fe suficiente como para acercarnos a Dios sin miedos.

• Tengamos la perseverancia y la confianza suficientes para no dejar de buscar a Dios.

• Seamos capaces de proclamar nuestra sanación a quien busque a Dios.

• Sepamos cumplir con las normas aunque no sean de nuestro gusto.

• Acudamos a Jesús porque nos espera. ORACIÓN Señor, tú que conoces nuestros pecados y tú que sabes de todos nuestros hechos y circunstancias, sana nuestro corazón para que podamos proclamar, ante todos y sobretodo, tu bondad y tu misericordia. 1 El Santo Padre, Benedicto XVI, en su Carta Encíclica Deus Caritas Est, en el apartado 28, dice que el amor suscitado por el Espíritu de Cristo, no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma.

Mc 2, 1-12

FE Y OBRAS “Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.» Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda?” Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice al paralítico -: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida.» MEDITACIÓN

1.- Jesús vuelve donde, en la sinagoga, había expulsado un demonio y asombrado a cuantos fueron testigos de tal hecho. Su presencia, cuya fama corrió por toda la comarca rápidamente, atrae tanto a aquellos que buscan el prodigio como a los que esperan, pacientes, la llegada del Mesías, aunque fuera un Mesías distinto o como ellos no esperaban. Jesús vuelve a casa, a cada uno de nuestros corazones, para habitar en ellos (recordad aquello que dijo: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, vendremos a él y viviremos en él, Jn 14, 23). Y ante su puerta, ante la propuesta de aceptar su mensaje podemos apostarnos por si aceptamos lo que este supone; a la espera, si no tenemos suficiente fe, de algo que, de sus manos, pueda asegurarnos quien es. Muchas veces esperamos extraordinarios actos de la Palabra de Dios, que conforme nuestra vida de forma espontánea, imprevista. Si bien esto puede ser así, ¿no es más lógico que, de nuestra parte, pongamos ese esfuerzo y ese ruego para que la acogida a Cristo sea fundante de un nuevo existir? Dios se da… pero espera, como Padre, la solicitud amorosa de la hija, de cada uno de nosotros. Jesús vuelve siempre para anunciar la Palabra, y en ella nos da el acercamiento que tanto buscamos, o hemos de buscar, a Dios. En la escucha de aquella podemos encontrar esa bondad, ese amor que tanto expresa, inasequible al desaliento de su predicación. 2.- Muy buena es la perseverancia cuando ella tiene puesto su objetivo en actos beneficiosos para los demás, y para uno mismo (porque no decirlo), cuando, tras la insistencia, incluso la cabezonería bien entendida, se consigue el objetivo buscado, anhelado afán de aquellos que esperan, con amor alguna gracia, una dicha para su alma por haberse dado por otro, cuando así sea. Tal fue el intento de los amigos del paralítico que recoge este texto de Marcos. Es de suponer que una parálisis, en aquella época, como muchas enfermedades incapacitantes, hacía muy dificultosa la vida de una persona, postrándola, para siempre, en esas escasas tablillas que conformaban una camilla. Y recurrir a Jesús, conocido por sus obras portentosas, era, quizá, el único remedio a que podían acogerse, la única esperanza que podría verse cumplida.

Era de esperar que no se limitaran a acudir a la casa donde estaba acogido Jesús. Hubiera sido, esa, una actitud poco amorosa, demasiado resignada. Tal sería, y era, el gentío que acudió allí, que se vieron obligados, además, a subir al techo de la habitación donde predicaba el Mesías y, desde allí, romperlo y descolgar al amigo en busca de la reparación de sus males. Abrieron, con eso, yo pienso, el corazón de Jesús y, así, hicieron posible la que sería curación total (de cuerpo y espíritu) del enfermo. Y Jesús, que ve la fe de ellos, se dirigió al citado de la única manera que sabía, que podía, hacerlo. Y le perdona sus pecados. Pero le llama Hijo. Este llamarlo de esa forma no era, creo yo, porque pensara que Él, Jesús, era Padre en sentido estricto, sino porque sabía que se dirigía al enfermo en nombre del Padre y que, gracias a eso y por eso, iba a ser sanado. A través de Él Dios hablaba de esa forma. 3.-Y ahí estaba la acechanza preparada. Cerca de Él había escribas, conocedores, muchos ellos, de la Ley y otros al servicio del Templo. Y ellos piensan, para sí, en su interior, en sus corazones, dice el texto, varias cosas, pero sobre todo esto: dos preguntas y una afirmación. Y las preguntas que se hacen muestran una secuencia realmente curiosa. En primer lugar no deja de ser importante la forma de referirse a Jesús. Le llaman éste. Y esto viene a indicarnos que era, para ellos, desconocido, pues si otra cosa hubiera sido se habrían dirigido a Él, aunque fuera en su interior, por su nombre. De aquí su extrañeza ante la forma de hablar de Jesús. Sin embargo, estos escribas, dotados, según ellos, de un conocimiento de la Ley de Dios que les hacía distinguir una conducta como contraria a ella o cuándo estaba acorde con su letra, afirman, taxativamente, sin duda alguna: está blasfemando. Esto, que puede parecer una apreciación personal que, quizá, no fuera más allá, la anteponen, y aquí está lo destacable, a su segunda pregunta: ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo? De aquí que pueda decirse que los escribas, en su seguridad e, incluso, soberbia, primero califican de blasfemia lo dicho por Jesús y, luego, sólo luego, confirman esa afirmación con la pregunta que deberían haber hecho antes.

Yo creo que los escribas, sostenidos en unas normas que daban seguridad a sus vidas espirituales y, por eso, y también, corporales o físicas, de vivencia diaria, no fueron más allá del significado de lo dicho por Jesús, sólo vieron lo inmediato, no captaron, seguramente porque no podían, la Verdad en las palabras del Maestro. Eran esclavos de su propia existencia, ciegos que no querían ver. Lo que vino después les habría de demostrar que, si la relación entre enfermedad y pecado era lo que ellos pensaban y Jesús curaba la enfermedad, pues… una cosa derivaría de la otra. 4.-Jesús, que todo lo conocía, no podía dejar de pasar aquella oportunidad para tratar de convencer, sino con palabras, sí con hechos, pues parecía este el único lenguaje que entendían estos defensores de la Ley. Cuando el Mesías les dice eso de sus corazones, donde tenían aquellos pensamientos, les estaba conminando a decir lo que pensaban, cosa que no harían, seguramente, por miedo a la gente; les estaba orientando hacia donde debía de ir su actuación: abrirse a los demás, no tener temor de ser rebatidos, no esconderse dentro de si mismos. Valga eso mismo para nuestra propia vida, tantas veces abocada a la soledad de la incomprensión real o imaginada. Y Jesús les plantea una alternativa que iría en beneficio de la clarificación de su pensamiento: ¿curar o perdonar? Y como sabía que no obtendría respuesta porque hubiera sido una forma clara de identificarse con quien pensaban que eran un blasfemo, el Mesías pasa a la acción: las dos cosas son posibles. Primero ordena al paralítico que se levante, o sea, lo cura, y, luego, que ande, que camine hacia el futuro de su vida. Con esto rompe con todo lo que, entre otros, creían los escribas. Si Dios es el único que puede perdonar pecados y Jesús se los perdona (más que nada para acabar con esa relación antes dicha entre enfermedad y pecado) ya que, como es evidente para todos los presentes, el enfermo se levanta de la camilla y anda, es que ese éste

como dicen sus silenciosos detractores, no era otro que Dios mismo. Podrían, o no, aceptarlo, pero el caso es que de su mismo lenguaje se deduce tal verdad. Por esto mismo todos estaban asombrados y glorificaban a Dios. Es más, no sólo dicen esto, sino que rematan su pensamiento con el jamás vimos cosa parecida, signo inequívoco de que algo nuevo esta sucediendo. El Evangelio había tomado forma, su Mesías ya había llegado. Había llegado, ya, el Hijo del hombre. Muchas veces me he preguntado el significado de esta expresión “Hijo del hombre”. Como el lenguaje bíblico suele tener, las más de las veces, un significado distinto al que, comúnmente, podemos darle (eso sabiendo que está escrito en una época determinada y que, a ella, se debe) no hay que decir que eso de Hijo del hombre es de difícil entendimiento. Sin embargo, y sin buscarlo, como suele suceder, me llegó a mis manos y a mis ojos un texto del actual Santo Padre, Benedicto XVI, titulado “El origen de la Iglesia”. Entre otras cosas, referido a esto, el texto dice lo que sigue:

“Se ha hecho notar que en la autodesignación de Jesús como “Hijo del hombre” vibra siempre el factor fundacional, porque, desde su origen en Dan 7, es palabra simbólica para designar al pueblo de Dios de los últimos tiempos. Al aplicársela Jesús a sí mismo, se designa implícitamente como creador y señor de este nuevo pueblo, con lo que toda su existencia aparece referida a la Iglesia”

Y Jesús, como sabemos, y como se ha dicho muchas veces, fue, Él mismo, la plenitud de los tiempos, el fin de los viejos tiempos, la nueva creación… Por eso Él mismo se denomina así, el Hijo del hombre. Yo, por lo menos, creo eso. PRECES Pidamos a Dios para que:

• Queramos acercarnos a Jesús para encontrar, en Él. • Sepamos esperar, con perseverancia, ante la puerta de Dios. • Aceptemos la Palabra de Dios como Verdad eterna. • No conduzcamos nuestro corazón por caminos inadecuados. • Sepamos andar e ir hacia el fututo cuando Cristo nos diga.

ORACIÓN Dios, Padre nuestro, haznos partícipes de tu Palabra para que, con ella, seamos capaces de entender el mensaje de Cristo y, con ese mensaje, vayamos, curados, a anunciarlo.

Mc 2, 18-22

VINO NUEVO

“Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?»

Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día. Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos.” MEDITACIÓN 1.- Dadas como somos, las personas, a interpretar la realidad como nos toca vivirla, un tanto así hay que decir de lo que se refiere a Dios; y no sólo a Él, sino, también, y sobre todo, por tangible, a su Ley.

La interpretación de los preceptos divinos, en tiempos de Jesús, era, quizá, uno de los puntos que causaban división: fariseos, escribas, saduceos, esenios, zelotes, miembros del sanhedrín, etc…; y esto, se quiera o no, sólo podría ser causa de separación cuando no de enfrentamiento. Este texto de Marcos deja bien a las claras establecido un discipulado vario: los discípulos de Juan, los de los fariseos, los de Jesús.

En este momento, y aunque no sea cuestión relacionada con este texto, ni siquiera en este momento temporal, sí me gustaría recordar lo que Jesús, ante la diversidad de visiones que, en su época, apreciaba dijera sobre este tema, dirigiéndose a su Padre: yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno (Jn 17, 22.23).

Una vez hecho este pequeño paréntesis y en lo referido al ayuno, como este era una práctica entendida como piadosa por el pueblo judío, llevarla a cabo era expresión de cumplimiento y, por lo tanto, de consideración social. Ayunar era, por así decirlo, señal de respeto hacia Dios, pues, en unos casos, suponía una actitud de humildad delante de Dios (Lev 16, 29-31: Será éste para vosotros un decreto perpetuo: En el mes séptimo, el día décimo del mes, ayunaréis, y no haréis trabajo alguno, ni el nativo ni el forastero que reside en medio de vosotros. Porque en ese día se hará expiación por vosotros para purificaros. De todos vuestros pecados quedaréis limpios delante de Yahveh. Será para vosotros día de descanso completo, en el que habéis de ayunar: decreto perpetuo). Sin embargo, alguien que no pertenece al discipulado de Juan ni al de los fariseos (pues el texto sitúa, al preguntante, fuera de estos grupos al no identificarlo con ninguno de ellos) inquiere sobre el porqué de la falta de ayuno de los discípulos de Jesús. Preocupaba, por el aparente comportamiento contrario a la Ley, a ese sentido de sometimiento y humildad ante Dios, el hecho de que Jesús y los suyos, no dejaran de comer como señal de sacrificio voluntario. ¿No necesitaba purificación el profeta Jesús? Nosotros sabemos que no la necesitaba, de aquí su comportamiento.

Sin embargo, y como tantas veces pasa y dice el Mesías, el entendimiento y la comprensión que tenía de la Ley de Dios era el acertado y correcto: acertado porque sólo podría estar en lo cierto quien era Dios, y correcto porque no podía hacer otra cosa quien había establecido esa misma Ley. Tal es así que el ayuno, llevado, ex lege (desde la ley estricta) a la vida diaria, podía llegar a desvirtuar la significación que debía dársele. Aún no había llegado el momento en que esta práctica tuviera su verdadero significado. Otra vez, otra más, los interpretadores de la Ley no habían pasado de ser meros ejecutantes de un formalismo. Para abundar más en esta consideración, recordar, tan sólo, el mensaje de Jesús que, ante estas muestras de sacrificio dijera aquello de que “cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6, 16-18). Ya sabía lo que decía, también, en este aspecto. No hay que, por lo tanto, alardear de esa práctica pues, así, no se le da el sentido verdadero que ha de tener. 2.- Y Jesús, ante la pregunta que, o bien trata de encontrar una explicación a tal actuación, sin otro ánimo, o bien trataba de ponerle en una mala situación, no se esconde; y contesta, para ser entendido, con ejemplos (o analogías) para que sus oyentes pudiesen comprender a qué se refería. De su explicación podemos entender, sobre todo, dos cosas:

- Que Jesús conocía y daba a entender su papel y su misión. - Que Jesús profetizaba, porque conocía, su futuro casi

inmediato. En cuanto a lo primero, el pueblo de Israel, como pueblo elegido por Dios, llevaba muchos siglos esperando al Mesías. El novio de la vida, el novio del amor aún no había llegado. Pero con Jesús cambian las cosas. Él nos invita a su boda, nos tiende la mano para que entremos

al convite de su ser y compartamos, con alegría, al banquete de la Palabra de Dios. Y si somos invitados, ¿podemos rechazar esa invitación? Tristemente puedo decir que, dotados de la libertad que Dios nos da, que es toda en relación a esa aceptación, sí podemos mostrar nuestra contrariedad ante esa mano tendida que nos ofrece Cristo; sí podemos decir no, con un no un tanto miedoso ante la responsabilidad de hacer frente a los manjares de ese banquete porque eso supondría tener que agradecer, con hechos y no sólo de palabra, esa gracia ofrecida y aceptada. En este sentido, Jesús, y Dios, está con nosotros hasta que queramos que esté. Si estamos invitados ha de serlo, pienso yo, pero siempre, siempre, siempre (como diría Sta. Teresa) y no para salir del convite cuando nos sintamos hartos de probar lo que el Mesías nos ofrece, amor incondicional que, podemos pensar, puede llegar a cansarnos porque, a veces, no soportamos tanta luz que nos deslumbra con su presencia. También conoce Jesús cómo será excluido, Él mismo, de su propia boda. Será arrebatado, dice Marcos en su texto. Si por esta acción, arrebatar, podemos entender la sustracción violenta, contra voluntad, de algún sitio, cuando el Enviado dice que entonces, cuando llegue ese momento que bien conoce, entonces, podrán llevar a la práctica el ayuno, ya que entonces sí tendrá sentido. También manifestará humildad ante Dios si, tras el arrebato, dejan de ingerir alimentos porque entonces les será arrebatado. A ellos, porque ese tiempo verbal indica posesión del novio por parte de los invitados a la boda: les será arrebatado a ellos, que ya lo tienen; por eso son ellos los que han de ayunar, y con ellos también nosotros, por haber sido llamados y haber aceptado esa llamada, por haber querido entrar en el Reino de Dios. Pero también dice, Jesús, que ayunarán en aquel día. Creo yo que lo que quiere decir es que ese día, ese mismo día y, en recuerdo de ese día, cuando corresponda, hay que guardar ayuno, en esa memoria, como para hacer presente ese pasado que siempre estará con ellos y con nosotros.

Lo que prescribe Jesús, como médico sanador del alma, no es, precisamente, una fijación excesiva en este tema. El ayuno es positivo en cuanto sirve de recuerdo, si este recuerdo asienta, hacia los demás, el amor que nos trae al presente, pero deja de tener sentido si se pone el acento en ese acto de privación. En aquel día, dice, pero no por mortificación, sino por alegría, porque es lo que él quiso. Aquí, Jesús, también cambia el sentido de esto. 3.- Ya sabemos que Jesús, para hacerse entender por sus oyentes y por los que en la distancia, pudiesen tener conocimiento de lo que decir, se expresaba por medio de ejemplos, o de parábolas. Seguramente sería el lenguaje apropiado para la época en la que vivió pero, así, por ese sentido que tiene el pensamiento clásico, ha devenido un lenguaje válido, ya, para siempre. Y los ejemplos del paño y del vino son, entre todos, los más significativos, por clarificadores. La vida de Jesús, inmersa en los quehaceres de su familia, estaría llena de situaciones de las que sacar modelos. ¿Cuántas veces no vería el Mesías a su madre, María, zurcir un vestido o arreglar algún descosido en la ropa y, seguramente, la que lo llevó en el vientre le explicaría eso del paño viejo y el nuevo? Por lo tanto, Jesús querría darle, aquí, un significado nuevo. ¿Cuántas veces no vería Jesús, a lo largo de su vida, que llamamos oculta, o incluso Él mismo iría a comprar vino y le darían ese consejo del odre nuevo? Con seguridad que serían muchas las veces que esto sucedió. Por lo tanto, le da, había de darle, un sentido nuevo a eso que era tan conocido por todos. En ambos casos resuenan palabras comunes. Nuevo y viejo. Estos vocablos, aplicados al sentido religioso del pueblo judío tenían, o daban, un sentido, novedoso a lo que decía Jesús. Si, ante la aplicación de la Ley de Dios, tan sólo especificamos extensiones de la misma y no llegamos, en realidad, a comprender el sentido que esta tiene; si, por eso mismo, sólo ponemos un remiendo nuevo a lo que es antiguo, tan sólo incurriremos en algo peor que en su no aplicación: estropear lo establecido por Dios, ya que esto es tergiversar su voluntad, que siempre ha de considerarse el último instrumento que han de utilizar los que se llaman hijos de Dios o

pueblo elegido por Él. Esto es lo que el Mesías quería decir, a mi entender, cuando puso el ejemplo del paño nuevo que, sin preparar para ser añadido, cosido a un paño viejo, tira de él y acaba, sin remedio, desgarrando al más antiguo. Lo novedoso, no arraigado bien en la tradición, si es con ánimo de añadido sin más, no puede redundar en la mejor comprensión de la Ley sobre la que se supone se sustenta. Y qué decir del vino viejo. Esa bebida, que representó, para el pueblo de Israel, el signo de la tierra nueva, al llegar a la tierra prometida, se convierte en instrumento de felicidad que supone el cumplimiento de la voluntad de Dios. Dios estaba, también, en esta bebida que alegraba el espíritu de su pueblo y en ella, también, escondido, está el sentido de su Ley: adecuarse a la alianza que Abbá realizó con, antes, Abraham y, luego, toda su descendencia, era mantener el vino-norma en el cauce adecuado, y no pretender echarlo a perder por querer darle cabida donde no podía tener cabida, pues una Ley justa por venir de quien venía, contenida en el odre de la fe, no podía pretenderse que fuera olvidada con el pretexto de que la nueva ley, ya de hombres, iba a ser contenida por la estructura de la que lo era divina. De aquí que esa artimaña sólo podía traer una clara consecuencia: el divino ser para el comportar humano se vería acallada por la nueva, el odre antaño válido, y ya para siempre como debería haber sido, acabará sus días, así como de iniquidad se cubrirían tanto quienes hiciesen las nuevas leyes como quienes las cumplían ya que se alejaban, con eso, de la verdadera voluntad de Dios. Sólo me queda por decir que el sentido de las palabras de Jesús no deja de sorprender, tantos siglos después de haber sido pronunciadas. PRECES Pidamos a Dios para que:

• Sepamos cumplir con la voluntad de Dios siempre.

• Seamos capaces de entender el sentido de la Palabra de Dios. • Entendamos, correctamente, el verdadero sentido de la vida de

Cristo. • Sepamos contener, en nuestros corazones, como odres viejos

las viejas leyes de Dios pero válidas para siempre. • No dudemos a la hora de justificar nuestra fe, a dar razón de

nuestra esperanza. ORACIÓN Padre nuestro, déjanos ser odres nuevos que sean capaces, sin romperse al menor embate, de contener tu Palabra y todo lo que ella significa para nuestras vidas; que sepamos caminar siendo ejemplo de aquellos que, aún, son felices con la presencia de tu vida en las suyas.

Mc 1, 12-15

HA LLEGADO EL REINO

“A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios:

«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»”

MEDITACIÓN 1.- Cuando Jesús es bautizado por Juan, en el Jordán, y, después de haber sobrevolado sobre Él el Espíritu Santo (al igual que en el Génesis, mientras Dios creaba, el mismo Espíritu, su Espíritu, sobrevolaba las aguas) se deja llevar por aquella persona que constituye la Santísima Trinidad y marcha camino del desierto, donde sólo se oye su corazón y a Dios buscando su seno porque necesita esa íntima comunicación. Quizá buscaba lo que dijera Isaías (32, 10) “en el desierto morará el derecho, y la justicia habitará en el vergel”, es decir, que trataba de hallar la plenitud de la voluntad de Dios; quizá quiera pasar una prueba puesta por su padre (Dt 8,2), al igual que pasara, con el paso del desierto, el pueblo de Israel: acuérdate del camino que el Señor te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de

humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos. El respeto buscado por Dios de su Hijo por sus normas, quizá fuera lo que buscaba Jesús. Y todo esto sabiendo lo que dijera, también, como tantas otras veces, Isaías, (58, 11): Te guiará Dios de continuo. El caso es que Jesús, atareado en ese intento de descubrirse, no encuentra mejor sitio donde ir que a ese inhóspito espacio reseco. La permanencia de Jesús en el desierto durante 40 días, como ya he dicho de su pueblo, también podemos atribuirle un significado simbólico. Fácil es entender que el desierto es un lugar en el cual podemos escuchar nuestra voz con una claridad diáfana, sin esos sonidos de otras voces que impiden descubrir nuestros acentos, lo que queremos decir para que nos entiendan, es un lugar adecuado para sentir mejor nuestro corazón, alejados del mundo que nos impide ordenar y separar lo importante de lo que es accesorio y que tanto nos perturba en nuestro camino por la vida. Es, en fin, un criterio de discernimiento lo que “empuja” a Jesús a ese exilio de su derredor, de forma inmediata a cuando fue instituida una segunda creación, con su bautizo, una nueva oportunidad para el hombre. 2.- Y Jesús, al igual que nos puede suceder a todos nosotros, se siente tentado, por Satanás, dice el texto. Y las tentaciones lo son en el sentido que más pueden atraer el ansia de un hombre: el mero y simple hecho del sustento, el intento de salvación recurriendo a Dios como solucionador de problemas y el mismo poder, el hecho mismo de tenerlo. Pero Jesús, al igual que debemos hacer nosotros, contesta a todas estas tentaciones, con una referencia clara a Dios, al que acude para buscar la palabra que sale de su boca (Mt 4, 4) y no limitarse a la mera sustancia física (el hombre, recordemos, es cuerpo y espíritu), queriendo dar a entender que ese pan de cada día que tanto reclamamos al rezar esa oración que Él enseñaría más tarde es esa Palabra que Dios nos regala; al que no quiere tentar para que lo salve de esa situación que le plantea al Maligno (Mt 4,7) porque sabe que a Dios no se le puede utilizar para satisfacer nuestras necesidades como si fuera alguien de quien echamos mano como tabla de salvación propia y, por último, al que da culto porque está seguro de

que lo merece como creador y Padre (Mt 4,10) y que ansiar las riquezas del mundo supone encerrarse en la cotidianidad de la avaricia y el egoísmo. Es aquí cuando Jesús dice márchate, Satanás porque sabe que sólo hay que adorar a Dios (recordemos aquí lo que dice el primer mandamiento de la Ley de Dios que recogiera Moisés para darnos testimonio de lo que es más importante para nosotros y, así, lo que debemos rechazar por ser, por eso, secundario) y no a los bienes del mundo ni tampoco a la luz falsa que nos puede marcar nuestro paso, cegándonos ante al verdadera luz que emana de Dios. El texto de Marcos dice que unos ángeles le servían. Es interesante traer a colación, ahora, el texto de Mateo. Este evangelista indica que, después de despedir a Satanás, le servían los ángeles. Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt 4, 11), dice con, exactitud, aquel. Creo que esto es un matiz a destacar ya que vendría a indicarnos que tras evitar las tentaciones y anteponer a Dios siempre, pero siempre, a las vicisitudes de su vida, es el momento en que esos hermanos celestiales se ponen a su servicio. Es decir, que después de la tribulación, de la penuria, de la atracción del mundo, del posible egoísmo, nos llega el estado de gracia de encontrarse con Dios que, como no puede ser de otra forma, agradece esa entrega de la mejor forma que puede: amándonos y entregándose a nuestro corazón. En ese entretanto Juan fue apresado (cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea, Mt 4, 12, lo que quiere decir, que habría de ser después de haber pasado esos días en el desierto, pues no lo pudo oír antes, lógicamente y durante su estancia allí, cuando fue apresado), el último gran profeta que bautizara a Jesús en cumplimiento de la voluntad de Dios había cumplido con su labor anunciando la llegada del cordero de Dios. 3.- Una vez que Juan fue puesto en prisión, Jesús supo que había llegado la hora de comenzar la predicación y la labor para, como Él mismo dijo, había salido: El les dice: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (Mc 1, 38). Desaparecido de la vida pública el último profeta de la Antigua Alianza, el que había de ser anunciación de la Nueva

Alianza daba esos primeros pasos para que sus semejantes conociesen que el Reino de Dios estaba cerca, que la cercanía del mismo podía sentirse ya. Y como siempre, el Mesías no impone una doctrina, sino que pone, ante los oídos y ojos de aquellos que le escuchan, una realidad espiritual para que decidan si se acogen a ella o pasan de largo, la olvidan tan rápido como la oyeron y continúan con su vida como si tal cosa. Como muchas veces pasa. Lo que Jesús viene a decir es que trae una Buena Nueva. Con esto hemos de entender dos cosas: 1º) Que había algo antiguo que debía dejarse atrás. 2º) Que existía la posibilidad de conocer algo que, no sólo era nuevo, sino que, además, era bueno. En cuanto a lo que el Enviado entendía que había que olvidar, no era la Ley de Dios, la cual había venido a hacer cumplir en su totalidad No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento, recoge Mateo, en el versículo 17 del capítulo 5 de su Evangelio, sino a una serie de comportamientos ajenos a la voluntad de Dios que contradecían el mismo espíritu de esa misma Ley. Él no era, pues, un legislador ni un revolucionario que actuara contra nadie sino que había venido para clarificar lo que su Padre había pretendido hacer ver al hombre, creación suya, y que éste se había negado, hay que decir que persistentemente, a entender. Muchas veces, Jesús pone ejemplos de lo que, hasta entonces, se había dicho y lo que él, Hijo de Dios, decía que debía ser lo correcto. Muchas veces dijo la expresión habéis oído que se dijo (Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás” y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego, Mt 5, 21-22, o, también habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón, Mt 5, 27-28, o también esto otro: Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y

diente por diente” Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos, Mt 5, 38-41. Otros ejemplos podrían traerse a colación pero el caso es que deja bien a las claras lo que era y lo que debía ser. Sin embargo, sí me gustaría destacar uno en concreto. Otras veces ataca, por así decirlo, un tema fundamental para la concepción de Dios sobre el hombre: el tema del matrimonio y el divorcio. También se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio”. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio, en Mt 5, 31-32, tema muy actual en el presente y sobre el que se debería meditar un poco más, o al menos algo, antes de tomar algunas decisiones al respecto. Había, por lo tanto, algo que preterir, algo sobre la cual sólo debía de permanecer la memoria de que así se había hecho. Sin embargo, lo importante, creo yo, que, no era, aunque sí fuera destacable y a destacar, aquello sobre lo que Jesús hacía notar una gran equidistancia entre la teoría y la práctica; lo importante, digo, era lo que anunciaba, ese Reino de Dios que estaba cerca, esa necesidad de conversión y de creencia. Para Jesús, el tiempo de la plenitud ya había llegado. Era Él, Hijo del hombre, el que cumplía esa condición de Mesías, de Ungido, de Enviado, y en Él Dios puso su esperanza, que no defraudó. Y como el tiempo se ha cumplido no le queda otra opción que la proclamación de una Buena Noticia, una Buena Nueva, un Reino que se acerca y al que podemos acudir para incorporarnos a él. Sin embargo, el ser “aceptado” en el Reino de Dios requiere algo; no es posible pensar que el ofrecimiento del Padre, de su Padre y del nuestro, carece de alguna contrapartida por nuestra parte. Es necesario que hagamos algo y que, luego, confirmemos esa voluntad.

Esto es lo que Jesús quiere decir cuando propone la conversión, primero y la creencia, después. Convertirse, es decir, venir a ser otra persona distinta de lo que se era, es la propuesta esencial de Jesús para que, a sí, dejando atrás al hombre viejo, pegado a la tierra que tira de él, podamos acogernos a esa Ley del Reino de Dios que fundamenta su constitución, constitución del alma, y habitar, junto a Él mismo y a su Padre, en las praderas de la realidad que quiere darnos. Y luego, luego, Jesús nos ofrece creer en la Buena Nueva. Es una creencia, asentada en la anterior conversión, corazón de piedra mutado en uno de carne, que nos hará habitantes, deseados por Dios, de ese Reino que constituyó antes de la creación del mundo. Jesús, como hermano nuestro e Hijo de Dios, tanto una cosa como la otra, conoce y sabe que esa sucesión de hechos, la conversión y la creencia, son imprescindibles para acoger, correctamente, ese ofrecimiento. Tras recorrer nuestro propio desierto, soledad iluminada por la Palabra de Dios, sostén de nuestros pasos, hemos de ver como surge, en nosotros, una inquebrantable voluntad de extender ese Reino a todas aquellas personas que no encuentran el camino para llegar a Él, sabedores, entonces, y conocedores, ahora, de la plenitud del ser que podemos encontrar así. PRECES Pidamos a Dios para que: -Sepamos seguir la llamada del Espíritu Santo. -No nos dejemos tentar por el Maligno que nos acecha. -Seamos capaces de comprender la ayuda de nuestro ángel custodio, y de aceptarla. -Aceptemos la Buena Nueva que Jesús nos propone siempre. -Queramos convertirnos cada día, en una continua confesión de fe. ORACIÓN

Padre Nuestro, tú que nos ayudas en las tentaciones y que no nos abandonas ante nuestras tribulaciones, ayúdanos a percibir, en el desierto de nuestra vida, tu Palabra, tu Palabra, tu Palabra. Mc 9, 2-10

ES NECESARIO ESCUCHAR “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.»

MEDITACIÓN 1.- Jesús era conocedor de la especial dificultad que existía en el hecho de que sus discípulos comprendiesen su ministerio y que fuesen capaces de entender aquello que les decía pues, como es

sabido, no eran letrados ni personas formadas intelectualmente, o, al menos, con una gran formación. Por eso, además de las parábolas como forma de explicarse, forma que hacía más fácil la comprensión a base de ejemplos tomados de la vida ordinaria, tan dada a la analogía, se veía obligado a recurrir a ciertos momentos en los que lo que sucedía impelía a una rápida fijación en el corazón de aquello que acontecía. Por esto les hablo en parábolas, porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni entienden (Mt 13,13) respondió a la pregunta de sus discípulos de porqué les hablas en parábolas (Mt 13,10). Como pasará más tarde con los mismos, en Gethsemaní, el Mesías encamina a tres discípulos suyos, a saber, Santiago y Juan, los Zebedeos o “hijos del trueno” (nombre con los que los bautizó, con un innegable sentido del humor) y Pedro (la piedra sobre la que edificaría su Iglesia) y los lleva a un monte. Porque la montaña, o aquel, a lo largo de las Sagradas Escrituras, tuvo y tiene una importancia propia y característica. En Ex 3,1, por hablar del Antiguo Testamento, se habla del monte de Dios, el Horeb, o cuando Dios indica a Moisés donde ha de adorar a Dios, es decir adoraréis a Dios sobre este monte (Ex 3, 12), así como todas las veces que se nombra ese monte de Dios en esta parte del Pentateuco; o, como indica el Salmo 125,2 Jerusalén está rodeada de montes; así rodea el Señor a su pueblo desde ahora y por siempre, de donde podemos deducir una capacidad de defensa frente a las afrentas de los enemigos, y equiparar nuestra vida a la Jerusalén terrestre que, al verse atacada por las acechanzas del maligno, se siente protegida de esa forma. De aquí que entiendo que este accidente del terreno es algo más que una mera elevación del mismo. Que ese espacio, donde Abraham se encontró con Dios, donde Moisés recibió de Dios la Ley que nos transmitiría por generaciones sin término para que fuera cumplida su voluntad…que contenía esas tablas tan conocidas y nombradas; que ese espacio, digo, ha de ser muy especial para Dios. Y en el monte, también, se transfiguró.

Este episodio, característico de la divinidad de Jesús, y que refleja su conexión con el Antiguo Testamento, determina una imagen ejemplo de pureza y amor de Dios, porque, ¿qué es esa blancura que salió de sus vestidos y, por lo tanto, de su cuerpo, pues desde dentro emergía? El texto dice que sus vestidos se volvieron resplandecientes. Y aquí, Marcos, también hace uso de un lenguaje que es similar al de Cristo: utiliza un hecho de lo cotidiano para que, el oyente, entienda qué nivel de luz despedía Jesús; es decir, al igual que este, con sus parábolas, facilita la comprensión (como he dicho antes), el evangelista, al decir lo del batanero, da a entender que nadie podía igualarse, en luz que sólo podía venir de Dios, en ese instante, ni nunca, a lo que los ojos de los tres discípulos, estaban viendo. Pero como esto podía no ser suficiente, pues bien podían haber pensado aquellos tres que miraban, que podía tratarse de algún reflejo de la luz del sol, entran en escena estos dos personajes del Antiguo Testamento que, al igual que Jesús, pero menos, como hombres que sólo eran, también eran profetas. Pero no dos profetas cualesquiera. Eran Moisés y Elías. De estos personajes tan importantes para la historia del hombre en la tierra no cabe que diga yo nada, pues ya se ha escrito, y se escribirá mucho y mucho mejor de lo que yo pueda decir. Sin embargo sí recordar, sólo, que el primero de ellos condujo a su pueblo por el desierto, como Jesús se había conducido tras su bautismo y que, el segundo era, creo yo, el que según Jesús mismo, ya había vuelto pero sus contemporáneos no habían querido ver. ¿Era, para el Mesías, el espíritu de Elías el que representaba Juan, el Bautista? Así ha de ser, pues de lo contrario no habría dicho Jesús que si queréis admitirlo, él es Elías, el que había de venir (Mt 11,14). Pero no sólo se aparecieron junto a Jesús. Además conversaban con Jesús. Y esta conversación bien podría referirse al inmediato futuro de Cristo: su pasión y muerte. Seguramente, porque sabedores de lo que iba a suceder, querían, ¡y necesitaban!, darle ánimo, reconfortarlo, en cierta forma. El caso es que el Enviado, el Jristós griego, se hace ayudar por aquellos que le esperaban para que aquellos que estaban presentes con Él, fuesen capaces de entender que iba a ser perseguido, maltratado, lacerado y humillado más tarde.

2.-Entre aquellos tres discípulos Pedro es la piedra, y la piedra está muy pegada al suelo, al camino que vamos pisando en nuestro deambular por la vida. Y por esto, la sugerencia que le hace al Maestro, que disfrutaba de aquella conversación y que, con ella, daba fundamento a su existir, no deja de ser otra cosa que expresión de una mundanidad, de un apego a la tierra, de un estar entre hombres. Porque Pedro quería quedarse allí, no quería volver al duro esfuerzo de transmitir que el Reino de Dios ya había llegado, se negaba a ser, otra vez, ser que comunica la Verdad. Esto, como en tantas otras ocasiones, tendría que suponer, para nosotros, un aviso ante la opción que tomamos en nuestra vida: ¿ante la posibilidad de difundir la Palabra de Dios, permanecemos, solitarios en nuestra mismidad, disfrutando de su delicia o, por el contrario, hacemos uso de nuestros talentos para que los demás conozcan nuestro conocimiento, que hemos encontrado a Dios en una sílaba o en un texto? Bien podemos hacer como Pedro que, ante aquella visión de la maravilla de Dios, opta por el gozo que esto suponía, atendiendo las necesidades de los que conversaban (Elías, Moisés y Jesús) pero sin pretender bajar contar lo sucedido siendo, así, difusores de un hecho que confirmaría lo dicho por el Mesías. Porque, además, así lo recomendaría Jesús instantes después. Sin embargo, Pedro, independientemente de lo que dijese el Mesías no quería irse de allí. Era esa su voluntad expresa. Y ¿qué podemos pensar ante esta actitud de Cefas? – me refiero a la actitud de quedarse a admirar lo sucedido y no a lo de no decir nada a nadie de lo que vio - Cabe, de principio, la disculpa, hombre como era y que, como nosotros, soñaba con ese mundo en el que la cruz, aún no conocida, sólo fuera una posibilidad a tener en cuenta pero no palpable. El evangelio de Lucas, y traigo aquí a colación lo que Giovanni Papini dice en su libro sobre la vida de Cristo, trata de poner coto a la opinión de quienes, inmisericordes, pudieran atacar a Pedro. Dice Lucas que, como para disculpar a Pedro, no sabía lo que se decía, sin saber lo que decía, dice, exactamente, este evangelista en 9, 33 que viene a ser algo parecido a lo que dice Marcos (pues no

sabía qué responder) que centra su atención en el temor que tenían los discípulos que contemplan tal hecho. Por otra parte, y abundando en esto, también cabe elegir entre el mundo y Dios. Jesús, como siempre, también nos da respuesta a esta grave inquisición. El evangelista más joven, Juan, a quien Jesús amaba, en el capítulo 17 versículo 15 de su evangelio, al decir que no te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno nos indica que estamos en este mundo, como es obvio y evidente, pero que la preservación del pecado, su evitación, es más importante que el hecho de sentirse aislado del lugar donde vivimos ya que no debemos evitar aquello que Dios nos ha dado. Esto sería como rechazar su liberalidad y su misericordia. 3.- Al igual que Gabriel dijera a María sobre que el Espíritu Santo la cubriría con su sombra, este texto evangélico de Marcos también recoge esta expresión: una nube que los cubrió con su sombra. Y lo mismo que, en el caso de Miriam (María) Dios iluminó su vida con su semilla de amor y la más alta gracia, en este momento donde conversan los profetas deja dicha su Palabra. Y es una palabra muy similar, si no igual, a la que pronunciara en el bautismo de Jesús: que Él era su Hijo amado, que teníamos que escucharle. Es decir, primero dice quien es, para certificar la importancia de su persona y, después, sólo después, hace una recomendación destacable: hay que escuchar la voz de Jesús. Consecuentes, como hemos de ser, a nuestro amor a Dios, no podemos dejar de hacer otra cosa. Quien me ha visto a mi ha visto al Padre (Jn 14,9) dice el Mesías en un momento de su vida, ante la insistencia de Felipe de que les mostrara al Padre. Y “visto” incluye el “oído”, oír, escuchar, estar atento a su Palabra porque, al fin y al cabo, no deja de ser la Palabra de Dios, como lo es. Y con esto finaliza esta percepción que Santiago, Juan y Pedro tienen en compañía de Jesús, o llevados por Jesús. Este propiciar el encuentro es otra instantánea de la vida del Mesías a destacar. En su misión provocó que, mediando Él mismo, la relación con lo sobrenatural estuviera al alcance de sus

contemporáneos y, desde entonces, de todos nosotros. Lo que podemos entender o comprender de ese encuentro quizá, o sin quizá, es cosa nuestra, dejado a nuestra libre elección: mejor comprensión de lo divino y aplicación a lo humano, a nuestra existencia diaria, o, por otra parte, olvido por miedo a la responsabilidad que de su puesta en práctica derivaría para nosotros. Pero como esto pudiera no parecer suficiente para los discípulos, y como ellos irían hablando, monte abajo, sin duda, de lo que había sucedido, Jesús se vio obligado a hacerles una advertencia: no hablar, a nadie, de este hecho, hasta que él, Hijo del hombre, resucitara de entre los muertos. Bien podemos suponer que si la transfiguración había producido el lógico estupor en los que la vieron, el que Jesús hablara de la resurrección de entre los muertos ya sería el colmo de lo enigmático. Aún no podían entender esta expresión ni ser capaces, tampoco, de transmitir a nadie lo visto. De aquí aquello de prohibición de comunicar eso tan sobrenatural como era que dos profetas se aparecieran para hablar con Jesús y que, por si esto ya fuera poco, el mismo Dios les dirigiera la palabra, su Palabra. Si no estaban preparados para comprender esto, mucho menos para dar testimonio fiel y adecuado del significado que tenía. Por eso yo creo que Jesús no les permitió, cosa que hicieron, hablar de ello hasta cuando, tras comprobar que, efectivamente, había vuelto del mundo de los difuntos, ese misterioso acto que habían contemplado, tuviera total sentido para ellos y para todos. PRECES Pidamos a Dios para que:

- Podamos comprender la necesidad de contemplar su luz en nuestra vida.

- Escuchemos a los antiguos profetas porque es su voluntad que los tengamos en cuenta.

- No pretendamos permanecer atados al mundo sin elevar, nuestro espíritu, hacia Él.

- Sepamos escuchar a Jesús como hermano nuestro que, siendo Dios mismo hecho hombre, nos habla.

- Entendamos lo importante que es, para nosotros, comprender qué es la resurrección de los muertos.

ORACIÓN Padre Dios, que con esta transfiguración podamos ser, para ti, como almas limpias del pecado y oprobio; que sepamos permanecer en este mundo sin dejarnos robar el alma con sus promesas falsas.

Jn 2, 13-25

LA VERDADERA LEY “Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu Casa me devorará.” Los judíos entonces le replicaron diciéndole: « ¿Qué señal nos muestras para obrar así?» Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.» Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús. Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, creyeron muchos en su nombre al ver las señales que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre.”

MEDITACIÓN 1.-Cumpliendo con la Ley, como siempre hiciera, Jesús acude a Jerusalem para celebrar la Pascua, fiesta fundamental de la religión judía y en lo que se llevaban a cabo todas las ceremonias correspondientes en recuerdo de hechos históricos y en la que la presencia de Dios se pretendía esencial. Sin embargo, y como también dijera Él mismo, su relación con la Ley era de algo más que mero cumplimiento, había venido para darle que la norma de Dios se ejerciera de forma efectiva, es decir, como Abbá creía que debía ser y para lo que la había establecido. El Templo era lugar de culto, y como tal, tenía delimitadas zonas para diversos tipos de personas, fueran judíos o fueran gentiles. Y era en el patio de estos últimos donde se habían establecido los negociantes que, con sus puestos, llenaba sus bolsillos con las economías de los que acudía a ese lugar sagrado. Sin embargo, el hecho de que el Mesías la emprendiera a golpes, cosa tan poco usual en Él, con algo, era debido, por una parte, a la circunstancia del lugar donde se llevaba a cabo aquella labor y por otra, y sobre todo por otra, ya que el acento lo ponía en el porqué de aquel negocio, es en lo que habían convertido al Templo. En cuanto a lugar, está claro que la ocupación del lugar destinado a los gentiles privaba, a estos, de la posibilidad de acudir a ese espacio e, incluso, de acercarse a la Ley de Dios. El caso es que el mismo hecho de no permitir aquello era lo que a Jesús le sacaba de su tranquilo juicio. Él, que había encontrado, muchas veces, en los gentiles mayor fe que en los propios israelitas (Mt 8, 10-13, que es el caso del centurión que pidió curación para un criado suyo, a cuya petición, y en la forma como la hizo respondió Jesús que as aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande) no podía permitir que se dispusiese, de esa forma, de ese lugar en la casa de Dios.

Pero, quizá, lo que más enervó a Jesús de lo que vio en el Templo, fue el hecho de que la concepción de la fe que habían llegado a formarse sus contemporáneos, no estuviese de acuerdo con lo que debería ser correcta interpretación de la misma. El caso es que el panorama que pudo contemplar: cambistas que posibilitaban, a extranjeros, el uso de la moneda válida allí (seguramente con usura en ese cambio), vendedores de animales para sacrificios (seguramente con precios abusivos aprovechando la casi obligatoriedad de compra de esos animales en ese lugar sagrado) y para las ofrendas a Dios, etc, le debió de producir una sensación tan extraña a su amor al Padre y lo que Éste quería que no pudo evitar esa reacción. Si dijera id, pues, a aprender qué significa aquello de “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9, 13) refiriéndose al texto de Oseas (6,1-6) que decía porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos, era porque sabía que la voluntad de Dios era muy otra a la que hacía que sus semejantes actuasen como lo hacían: unos con claros intereses económicos, beneficiándose de todo lo que rodeaba al Templo, otros atrapados por la Ley que, tras su interpretación, había tergiversado su sentido verdadero y que avocaba a ese comportamiento. Es por esto que cuando sus discípulos recordaron aquel texto del Antiguo Testamento sobre el celo de tu casa (Salmo 69, 10) no hicieron más que confirmar, otra vez, que en aquellas Sagradas Escrituras, su figura, la figura del Mesías, ya estaba contemplada y que, ahora, sólo se hacía real lo que allí estaba latente. 2.- Y los judíos, sus hermanos en la fe, siempre preocupados por lo material y lo tocable, demandan un signo, una señal, algo que les haga ver, o mejor dicho, entender, que lo que hacía y decía tenía sentido, un sentido que estuviera de acuerdo a las convicciones que se habían formado de la Ley de Dios. Y Jesús, conocedor del futuro inmediato, les contesta con una frase enigmática para ellos, como no podía ser de otra forma, ya que su interpretación de la Ley, ciega y con la univocidad de lo constatable en sus entrañas, no les hace posible entender mejor.

La extrañeza de aquellos que oían sus palabras hemos de pensar que debió de ser grande. Que Jesús afirmara que volvería a levantar el Santuario en tres días sin especificar a qué se refería debió de hacer pensar a muchos que no estaba en sus cabales. Sin embargo, como el mensaje del Mesías era, o estaba, muchas veces, impregnado de misterio, que aquello se produjera era, si lo pensamos, lo más lógico. El caso es que Marcos, a modo explicativo, clarifica el sentido de las palabras del Jristós (enviado, en griego): el hablaba del Santuario de su cuerpo. Claro está que el evangelista, escribiendo después de acaecido todo, ya era conocedor de la verdad y que su apoyo en los hechos sucedidos en su última Pascua, entre nosotros, sirven de ratificación de lo dicho por Jesús. Y aquí, como tantas otras veces, tenemos materia para el comentario. Como para confirmar esto de que el cuerpo de Jesús era Santuario, Pablo dice aquello de que ¿o no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1 Cor 6, 19) con lo que viene a apoyarse en aquello que dijo el Maestro en aquella ocasión y nos posibilita una consideración que uniría la concepción del hombre compuesto de cuerpo y espíritu como más cercano al espíritu. Esto lo digo porque si el espíritu es eso y el cuerpo es su templo, es cierto que la destrucción voluntaria del cuerpo traerá consigo la del espíritu ya que, destruido el espacio donde mora como templo, su final, en la persona, está asegurado. Esto debe ser una llamada al buen trato, o no maltrato, que hemos de darle al aspecto físico de nuestra vida conociendo, tras lo dicho y sabido, que nuestro dulce huésped no merece ser alejado en fosa de miseria y herrumbre. 3.- Que tuviera que producirse la resurrección de Cristo, acontecimiento tremendo si lo pensamos detenidamente, para que los que habían oído lo que dijo sobre su muerte y los efectos de la misma (como, por ejemplo, el levantamiento, en tres días, de ese Santuario) no era más que la confirmación de la naturaleza propia de aquel pueblo: constatación, con hechos, equivalía a demostración de lo dicho (recordemos, aquí, a Tomás el gemelo y a su mano, metida en el costado del resucitado…) Tan sólo así se produjeron dos hechos: los discípulos, primero, se acordaron de lo que dijo y, luego, y como

consecuencia de la resurrección de entre los muertos, creyeron en las Escrituras y en las palabras de Jesús. Es decir, que, sólo en ese caso, y sucediendo lo que sucedió, permitió aceptar dos cosas: que las Sagradas Escrituras, hoy llamadas Antiguo Testamento, presentaban al Mesías como ellos lo habían visto y que, por otra parte, y en segundo lugar, las palabras del Mesías eran ciertas, confirmándolo todo. Esto, y por muchas otras cosas más a las que el texto de hoy hace referencia aunque sin mencionar ejemplos (las señales que realizada…) permitió, o facilitó, a sus semejantes, creer que era el Emmanuel, Dios entre nosotros, pues creyeron en su nombre. Ante esto, Jesús, dotado de gracia divina y de un conocimiento que iba, y va, más allá de todo lo conocido, pues era Dios, y sabedor de la naturaleza y comportamiento de sus contemporáneos y hermanos, no las tenía todas consigo. Por eso profetizó su futuro y mostró, ante los oídos incrédulos de sus oyentes, que todo lo que iba a suceder ya estaba escrito y, por eso, debía de cumplirse la voluntad de Dios, a lo que parece, con la ayuda inestimable de todos. PRECES Pidamos a Dios para que:

- Sepamos cumplir, con amor, lo que la fe nos indica. - Tengamos voluntad de conocer el Antiguo Testamento como

alentador de lo porvenir. - Que no queramos ninguna señal para creer en Cristo, sino sólo

creer con fe. - Que sepamos aceptar, en tiempo de cuaresma, las privaciones

de todo tipo que son recomendadas por el Magisterio de la Santa Iglesia.

- Queramos conocer el verdadero sentido de acudir a la Casa del Señor.

ORACIÓN Padre Dios, ayúdanos a comprender tu voluntad en cuanto a la asistencia a tu Casa, donde podemos encontrarte y encontrarnos con nuestra comunidad que es la tuya, tu Iglesia en la tierra. Jn 3, 14-21

OBRAR LA VERDAD “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.» MEDITACIÓN 1.- El texto de hoy corresponde a una conversación que Jesús mantiene con Nicodemo y en la que se plantean cosas que este insigne judío no llega a entender: salvación, agua, Espíritu, nacer de nuevo…

En este nacer de nuevo se encuentra la clave de toda la predicación del Mesías. Para alcanzar el Reino de dios, que ha había llegado a ellos, era preciso acabar con el hombre viejo, dejar atrás esas prácticas que hasta entonces habían llevado a cabo y ser, así, una raíz nueva que arraigase en la tierra que Dios dio a su pueblo. Pero esto no era entendido por Nicodemo. Y la verdad, es que no es de extrañar. ¿Cómo puede uno nacer siendo viejo? (Jn 3, 4), pregunta el importante miembro de la comunidad. Otra vez, como tantas otras veces, se impone la humana visión sobre las cosas. Claro está que el Enviado no se refería, en sentido estricto, a volver al seno materno sino a ser otro hombre, a tener otra naturaleza, otra actitud ante las cosas de la vida. Al fin y al cabo, lo que pretendía Jesús era hacer comprender a Nicodemo era que el discurso escatológico, es decir que lo era referido al más allá, se podía aplicar al ahora, a su ahora, a su ya, a su misma persona. Y es en este contexto cuando Jesús explica como cabe la salvación, como se puede ver la luz y, siguiéndola, conocer el Reino de Dios. En el capítulo 21 de Números, concretamente entre sus versículos 8 al 9, se narra el hecho que es causa de que Jesús explique a Nicodemo. Dios encomendó a Moisés la labor de hacer una serpiente para que, el levantarla, fuera mirada por los que podían resultar afectados por enfermedad y, así, ser curados y, en cierto modo, salvados. Y dijo Yahveh a Moisés hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá.» Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida, pues, según dice este texto del Antiguo Testamento, Dios, viendo la falta de fe que tenía su pueblo, le envió serpientes para someterles a una prueba. Cabe pensar que el Mesías se refiere, con su levantamiento, por una parte, a la parte física de su Pasión, levantado en la cruz, pero, sobre todo, entiendo, a la parte espiritual: Jesús asciende a los cielos. Así, con esto, el que cree, aunque se con aquella terrible prueba y con este gozoso hecho (la ascensión) y necesitado, como siempre, de pruebas de esa divinidad, podrá salvarse, alcanzará la vida eterna. Pero era necesario éste, y así se lo indica a Nicodemo para que entienda.

Con relación a este texto recuerdo, ahora, una expresión que se utiliza de una forma no del todo adecuada. Se suele decir que en el justo medio está la virtud. Sin embargo, la frase completa es que ahí está la virtud, en el justo medio, si los extremos son malos. Y Dios amó tanto al hombre, hasta el extremo, que entregó a su único hijo, como dice Juan en esta parte de su Evangelio. Es decir, que en este caso, el extremo era mejor que el justo medio, que hubiera una entrega sometida a la pura conveniencia. Y es que para Dios todo es posible, hasta esto. Y ese para que no perezca del texto facilita una gran pista con relación a nuestra conducta. Conocer a Jesús, seguirlo, hacer lo que Él dice, etc, con recomendaciones de Dios que se encuentran implícitas en eso que dice Juan. Para tener vida eterna se hace necesario, imprescindible, recurrir al ejemplo del Mesías, a su quehacer, a su diario vivir. Contemplándolo y siguiéndolo es como podremos alcanzar esa soñada, anhelada y deseada eternidad. Y ahí está la salvación, la redención, el perdón. 2.- En dos ocasiones, en este texto de Juan, se da a entender que el Reino de Dios ha llegado ya pues si su Ley se aplica es que, sin duda, ya está presente, y lo hace con referencia al juicio que recae sobre aquel que quiera, o no, formar parte de esa divina propuesta de pertenencia al mismo. Por una parte se indica qué hay que hacer para no ser juzgado, entendiendo, de lo que sigue, que quien es juzgado es porque necesita ser juzgado. Por lo tanto, CREER, es, y resulta, indispensable para no verse sometido al juicio de Dios. Cuando se ama porque se cree, se acepta porque se cree, se tiene compasión por los demás porque se cree, se permanece fiel a la Palabra de Dios porque se cree, entonces, y sólo entonces, se puede evitar esa forma de manifestación de la voluntad de Dios. Así, cree el que ha aceptado que Jesús es el Emmanuel, Dios entre nosotros y, así, ha aceptado y creído en el Nombre del único hijo de Dios. Esa persona que ha permitido que esa realidad anide en su corazón y ha, por eso, cambiado su proceder adaptándolo a lo

predicado por el Mesías; esa persona, digo, sin duda será salvada, entrará en la vida eterna, después, y, ahora, podrá disfrutar de las delicias que el Padre entrega, como primicias de su gloria, al sentir salvado su corazón y encontrarse en ese estado de gracia que permite descubrir, en cada cosa, la mano amorosa de Dios. Por el contrario, quien no acepta el Nombre del único hijo de Dios, esa persona que prefiere, en la cotidianidad de su existencia, negar u obviar esa realidad, ya está juzgado. Y esta expresión, ya está juzgado, dice mucho de la intervención de Dios en el mundo nuestro. Como el Creador y Sumo Hacedor tiene conocimiento de todo espacio temporal, acredita ese omnipresente poder juzgando, en su tiempo, en su ya, lo que para nosotros ha sido pasado, o presente. Así, juzga desde siempre, la increencia, cuando se ha tenido la posibilidad de conocer a su único hijo ya que cuando no se ha tenido esa posibilidad no se puede ser encausado en este particular juicio dirigido a nuestro interior, a nuestro corazón. La otra ocasión de lo que, en este texto, se deriva la presencia del Reino de Dios entre nosotros, la encontramos cuando indica, Jesús a Nicodemo, que la causa del juicio está en que, al venir la luz al mundo, y ser propuesta a sus habitantes, estos prefirieron, y prefieren hoy mismo, la oscuridad, las tinieblas, el otro lado de la vida. Aquí, cuando se propone lo bueno y se acepta lo malo porque es más apropiado para nuestra vida de hombres o porque creemos que para nuestra realidad es bueno lo que, en realidad, es malo porque resulta contrario a la Ley de Dios y esto, se quiera o no apreciar o descubrir, está inserto en nuestros corazones, como ya dijera Pablo en su Carta a los Romanos. Y por eso, aunque entendamos que no lo es para nuestro entendimiento ralo y alicorto, es cuando caemos, inevitablemente, en la falsedad y, así, somos reos de culpabilidad, acusados en el juicio de Dios. Y así no podemos ir a la luz, porque allí, serían censuradas nuestras obras y, lo que es peor porque esto sí es constatable, no podemos sentir esa luz ahora, en este ahora nuestro. Por el contrario, para que en el Reino, en la luz, aquello que hacemos sea contemplado con amor y sea entendido como ejemplo de proceder correcto, hemos de obrar la verdad. Obrar la verdad es

actuar, voluntariamente, o tácitamente sin esa voluntad pero con idéntico resultado, adecuando nuestro comportamiento a la única y verdadera Ley de Dios que Jesús completa y da verdadero cumplimiento. Así, y sólo en ese caso, podremos alcanzar, sin dudas, el Reino de Dios, llegar a su luz, habitar en sus praderas viendo, siempre, el rostro del Padre, careciendo, entonces, de importancia, virtudes como la fe y la esperanza ya que, al ser así no necesitaremos tener la primera al ver a Dios y, tampoco, la segunda, ya que ¿qué esperaremos, mejor, entonces? Y esto, eso, está en nuestras manos, y no podemos dejarlo escapar. PRECES Pidamos a Dios para que:

- Queramos acercarnos a Dios a través de su único Hijo. - Veamos, en nuestra vida, como podemos alcanzar la vida

eterna. - Sepamos aborrecer el mal y buscar el bien. - Veamos, en la vida de Cristo, un ejemplo para conocer, mejor,

a Dios. - No tomemos en cuenta las tinieblas que nos rodean cada día de

nuestra vida. ORACIÓN Padre Dios, te rogamos que, en nuestro caminar, en esta vida que nos has regalado, seamos capaces de ver la luz y evitar, con nuestras propias limitaciones, las tentaciones que quieren llevarnos a la noche y la tiniebla. A Dios doy gracias por poder transmitir esto

A mayor gloria de Dios