mapa arqueológico de mesoamérica,de forma tal vez excesivamente restrictiva, que “la cultura es...

30
235 ERI-TEXTO SOBRE INTRACONTEXTOS DE RECEPCIÓN DE GUERRA DE LOS CHICHIMECAS Pedro Tomé Martín* UNIVERSIDAD DE SALAMANCA-EL COLEGIO DE JALISCO LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO En 1968 la mundialmente conocida National Geographic Society dio a conocer un Mapa Arqueológico de Mesoamérica, comercialmente subtitula- do “La Tierra de la Serpiente Emplumada”, que pretendía, entre otras cosas, popularizar, vía simplificación, la delimitación que veinticinco años antes estableciera Paul Kirchoff. 1 Treinta años después, el mapa ha pasado por sucesivas reediciones y ha sido manejado hasta la saciedad por estudiantes de historia y arqueología de todo el mundo que han ini- ciado su conocimiento de la América prehispánica a través de ciertos tó- picos que las cadenas de televisión se han encargado de difundir a todos los confines del mundo. P La atribución de una nueva autoría al clásico texto Guerra de los chichimecas genera inmediatamente en el lector una pléyade de significaciones que no estaban presentes con anterioridad, aun sin modificaciones excesivas del texto, cuando se pensaba que el au- tor era otro. En suma, estas páginas se plantean la cuestión de si el autor es parte del texto o del contexto de cualquier escrito y en qué medida factores exógenos, como el contexto del lector, son, en última instancia parte integrante del texto (autor-autoridad, cronis- tas, chichimecas, Guillermo de Santa María, Conquista-Colonia). * [email protected] 1 Kirchoff propuso en su ensayo “Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales(1943a) este concepto para referirse al espacio delimitado por los ríos Sinaloa-Santiago-Lerma y Pánuco, por el norte, y la línea imaginaria que se inicia en el Golfo de Nicoya, en el Pacífico, y por el río Motagua llega hasta el Caribe, por el meridión.

Upload: others

Post on 14-Jan-2020

2 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

2 3 5

ERI-TEXTO SOBRE INTRACONTEXTOS DERECEPCIÓN DE GUERRA DE LOS CHICHIMECAS

Pedro Tomé Martín*UNIVERSIDAD DE SALAMANCA-EL COLEGIO DE JALISCO

LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO

En 1968 la mundialmente conocida National Geographic Society dio aconocer un Mapa Arqueológico de Mesoamérica, comercialmente subtitula-do “La Tierra de la Serpiente Emplumada”, que pretendía, entre otrascosas, popularizar, vía simplificación, la delimitación que veinticincoaños antes estableciera Paul Kirchoff.1 Treinta años después, el mapa hapasado por sucesivas reediciones y ha sido manejado hasta la saciedadpor estudiantes de historia y arqueología de todo el mundo que han ini-ciado su conocimiento de la América prehispánica a través de ciertos tó-picos que las cadenas de televisión se han encargado de difundir a todoslos confines del mundo.

P

La atribución de una nueva autoría al clásico texto Guerra de loschichimecas genera inmediatamente en el lector una pléyade designificaciones que no estaban presentes con anterioridad, aun sinmodificaciones excesivas del texto, cuando se pensaba que el au-tor era otro. En suma, estas páginas se plantean la cuestión de siel autor es parte del texto o del contexto de cualquier escrito y enqué medida factores exógenos, como el contexto del lector, son, enúltima instancia parte integrante del texto (autor-autoridad, cronis-tas, chichimecas, Guillermo de Santa María, Conquista-Colonia).

* [email protected] Kirchoff propuso en su ensayo “Mesoamérica, sus límites geográficos, composición

étnica y caracteres culturales” (1943a) este concepto para referirse al espacio delimitadopor los ríos Sinaloa-Santiago-Lerma y Pánuco, por el norte, y la línea imaginaria que seinicia en el Golfo de Nicoya, en el Pacífico, y por el río Motagua llega hasta el Caribe, porel meridión.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 3 7

implícitamente, asumían el mismo punto de partida. La conocida taxo-nomía del desarrollo cultural que elaborara Morgan puede ser aducidacomo notorio ejemplo de esta legitimación. En dicha clasificación, lasmonumentales culturas del centro y sur de México eran consideradasprototipo de un “estadio medio de “barbarie”.2 Atendiendo a los crite-rios que dicha estratificación del desarrollo sugiere, cualquier otro gru-po humano existente en el mismo territorio, por ejemplo los chichime-cas, difícilmente podría ser concebido fuera del periodo de “salvajismo”o, a lo sumo, de barbarie inferior.

Ahora bien, un cambio respecto del punto de vista desde el que es-tas culturas deben ser observadas genera ineludiblemente interpretacio-nes disímiles. La consideración de la pluralidad como elemento indiso-ciable de cualquier sociedad no nos permite identificar la “cultura” conel conjunto de producciones y valores de las elites, como hicieron losevolucionistas decimonónicos, sino con el instrumento que han utiliza-do las colectividades humanas para organizar la diversidad a través dela articulación de redes plurirreferenciales.3 Desde este punto de vista,no se puede aseverar alegremente la superioridad de la civilización az-teca sobre las vecinas, salvo que adoptemos una clasificación de las so-ciedades en la que nos asignemos la cima de la evolución cultural. O di-cho de otro modo, la clasificación de las sociedades pasadas escondeuna visión muy determinada de las sociedades presentes. Por tanto,mostrar preferencia por una tipología u otra no es un hecho neutro des-de el punto de vista de las consecuencias teóricas que de tal elección sesiguen debido a que los conceptos no sólo expresan una realidad sinoque, sobre todo, la construyen. Precisamente, por tal motivo, la edición

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 3 6

La supuesta simplificación que los autores del citado mapa llevarona cabo se ha convertido de hecho en una falsificación de las propiasideas de Kirchoff. Si el antropólogo alemán hablaba de la existencia demúltiples interconexiones entre los habitantes del espacio mesoamérica-no y los que se situaban al norte de éste (1943b), la National Geographicha convertido a estas últimas tierras en un absoluto desierto en el queni tan siquiera se insinúa la presencia humana. Con ello, el eurocentris-mo de los primeros cronistas ha sido sustituido por lo que algunos pen-sadores han llamado con acierto el “punto de vista nahua”, esto es, porla identificación de civilización prehispánica con civilización azteca.

Si los cronistas nos presentaron una pérfida visión de los habitantesallende el michoacano territorio purépecha, los actuales modeladoresde opinión han dado un paso más allá y sencillamente los han hechodesaparecer. La comparación del esplendor y opulencia de la cuencacentral mexicana, con la aparente situación paupérrima en que vivíanlos chichimecas, convirtió los campos que éstos atravesaban en un terri-torio de “no hay” (Weigand 1992a, 15).

Ciertamente las civilizaciones que habitaba en el centro y sur de Mé-xico poseen un gran poder de atracción. Las primeras crónicas hablande grandes urbes, templos magníficos, pirámides descomunales, unaagricultura desarrollada y poderosos ejércitos. Frente a tanta magnifi-cencia, los chichimecas del occidente y el norte se presentan como hara-pientos seminómadas que malviven comiendo sus propios excremen-tos, sin organización social definida y, en definitiva, carentes de riqueza.Ingenuamente podríamos pensar que esa información obedece a des-cripciones más o menos objetivas de los cronistas. Pero eso equivaldríaa obviar algo tan básico como que los propios cronistas procesan la in-formación que reciben desde parámetros interpretativos previos. Es de-cir, por mor del rigor, en cualquier investigación acerca de los sucesos ycostumbres que los cronistas narran, se hace preciso adoptar como pun-to de partida que estos escritores están muy alejados del ideal positivis-ta y su intención no es proporcionar datos brutos, sino “crear una histo-ria” (Pease 1991, 15) en función de múltiples y variados intereses.

La inevitable posición eurocéntrica de los cronistas se vio reforzadacon el correr de los siglos por decimonónicas teorías evolucionistas que,

2 “This places in the Middle Status [of barbarism], for example, the Village Indiansof New Mexico, Mexico, Central America and Peru, and such tribes in the Eastern hemi-sphere as possessed domestic animals, but were without a knowledge of iron” (Morgan1985, 11).

3 Fue la adopción de este punto de partida lo que nos llevó a afirmar en otro lugar,de forma tal vez excesivamente restrictiva, que “la cultura es la red de informaciones queconforman el mapa conceptual de las variaciones del entorno” (Tomé 1996, 528). Unaidea semejante subyace a la afirmación de B. Boehm de que las redes de relaciones “de-terminan la posición relativa de unos [grupos] con respecto a los otros”(Boehm 1997, 19).

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 3 7

implícitamente, asumían el mismo punto de partida. La conocida taxo-nomía del desarrollo cultural que elaborara Morgan puede ser aducidacomo notorio ejemplo de esta legitimación. En dicha clasificación, lasmonumentales culturas del centro y sur de México eran consideradasprototipo de un “estadio medio de “barbarie”.2 Atendiendo a los crite-rios que dicha estratificación del desarrollo sugiere, cualquier otro gru-po humano existente en el mismo territorio, por ejemplo los chichime-cas, difícilmente podría ser concebido fuera del periodo de “salvajismo”o, a lo sumo, de barbarie inferior.

Ahora bien, un cambio respecto del punto de vista desde el que es-tas culturas deben ser observadas genera ineludiblemente interpretacio-nes disímiles. La consideración de la pluralidad como elemento indiso-ciable de cualquier sociedad no nos permite identificar la “cultura” conel conjunto de producciones y valores de las elites, como hicieron losevolucionistas decimonónicos, sino con el instrumento que han utiliza-do las colectividades humanas para organizar la diversidad a través dela articulación de redes plurirreferenciales.3 Desde este punto de vista,no se puede aseverar alegremente la superioridad de la civilización az-teca sobre las vecinas, salvo que adoptemos una clasificación de las so-ciedades en la que nos asignemos la cima de la evolución cultural. O di-cho de otro modo, la clasificación de las sociedades pasadas escondeuna visión muy determinada de las sociedades presentes. Por tanto,mostrar preferencia por una tipología u otra no es un hecho neutro des-de el punto de vista de las consecuencias teóricas que de tal elección sesiguen debido a que los conceptos no sólo expresan una realidad sinoque, sobre todo, la construyen. Precisamente, por tal motivo, la edición

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 3 6

La supuesta simplificación que los autores del citado mapa llevarona cabo se ha convertido de hecho en una falsificación de las propiasideas de Kirchoff. Si el antropólogo alemán hablaba de la existencia demúltiples interconexiones entre los habitantes del espacio mesoamérica-no y los que se situaban al norte de éste (1943b), la National Geographicha convertido a estas últimas tierras en un absoluto desierto en el queni tan siquiera se insinúa la presencia humana. Con ello, el eurocentris-mo de los primeros cronistas ha sido sustituido por lo que algunos pen-sadores han llamado con acierto el “punto de vista nahua”, esto es, porla identificación de civilización prehispánica con civilización azteca.

Si los cronistas nos presentaron una pérfida visión de los habitantesallende el michoacano territorio purépecha, los actuales modeladoresde opinión han dado un paso más allá y sencillamente los han hechodesaparecer. La comparación del esplendor y opulencia de la cuencacentral mexicana, con la aparente situación paupérrima en que vivíanlos chichimecas, convirtió los campos que éstos atravesaban en un terri-torio de “no hay” (Weigand 1992a, 15).

Ciertamente las civilizaciones que habitaba en el centro y sur de Mé-xico poseen un gran poder de atracción. Las primeras crónicas hablande grandes urbes, templos magníficos, pirámides descomunales, unaagricultura desarrollada y poderosos ejércitos. Frente a tanta magnifi-cencia, los chichimecas del occidente y el norte se presentan como hara-pientos seminómadas que malviven comiendo sus propios excremen-tos, sin organización social definida y, en definitiva, carentes de riqueza.Ingenuamente podríamos pensar que esa información obedece a des-cripciones más o menos objetivas de los cronistas. Pero eso equivaldríaa obviar algo tan básico como que los propios cronistas procesan la in-formación que reciben desde parámetros interpretativos previos. Es de-cir, por mor del rigor, en cualquier investigación acerca de los sucesos ycostumbres que los cronistas narran, se hace preciso adoptar como pun-to de partida que estos escritores están muy alejados del ideal positivis-ta y su intención no es proporcionar datos brutos, sino “crear una histo-ria” (Pease 1991, 15) en función de múltiples y variados intereses.

La inevitable posición eurocéntrica de los cronistas se vio reforzadacon el correr de los siglos por decimonónicas teorías evolucionistas que,

2 “This places in the Middle Status [of barbarism], for example, the Village Indiansof New Mexico, Mexico, Central America and Peru, and such tribes in the Eastern hemi-sphere as possessed domestic animals, but were without a knowledge of iron” (Morgan1985, 11).

3 Fue la adopción de este punto de partida lo que nos llevó a afirmar en otro lugar,de forma tal vez excesivamente restrictiva, que “la cultura es la red de informaciones queconforman el mapa conceptual de las variaciones del entorno” (Tomé 1996, 528). Unaidea semejante subyace a la afirmación de B. Boehm de que las redes de relaciones “de-terminan la posición relativa de unos [grupos] con respecto a los otros”(Boehm 1997, 19).

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 3 9

de las obras de los cronistas, algunas aún ignotas y otras mal conocidas,adquiere una inusitada relevancia. Más, cuál es el caso, si la obra encuestión es el clásico por excelencia a partir del que se han generado lamayor parte de los tópicos sobre los chichimecas. Pero, ¿resulta impor-tante saber quién escribió un texto para comprenderlo?

CUESTIÓN DE AUTOR

En 1969 Michel Foucault pronuncia una conferencia en la parisina So-ciedad Francesa de Filosofía en la que plantea abiertamente la cuestiónde sí es más importante lo que se dice o quién lo dice. “Qu’est-ce qu’unauter?” (1970), tal es el título de la misma, abre definitivamente la puer-ta al debate sobre la relevancia de la autoría en las ciencias sociales.

El punto de partida de Foucault es que el nombre del autor cumpleuna función clasificatoria que va mucho más allá de informar al posiblelector sobre quien ha escrito un texto. El carácter de esta función derivadel hecho de que permite situarlo, antes de leerlo, en un contexto rela-cional que lo asocia con otros textos con los que se supone que es ho-mogéneo o con los que tiene una relación de filiación. Por tal motivo, elnombre del autor caracteriza la totalidad del texto insertándolo dentrode una “tradición”. A partir de esta afirmación será posible aseverar, amodo de corolario, que en la práctica el nombre del autor no es sólo unrótulo en la portada de una obra, sino una representación que se des-pliega por el interior del texto modificando totalmente su contenido. Esdecir, el nombre del autor no está al margen del texto sino que es textomismo.

Los problemas relacionados con la influencia del autor se acrecien-tan, como afirma Geertz (1997) siguiendo el argumento foucaultiano, alconstatar que no todos los autores “valen” lo mismo y que la validez deun texto puede encontrarse condicionada por la relevancia de su autor.La historia de la ciencia nos muestra que no es infrecuente que ciertasideas o teorías se hayan aceptado o rechazado, antes de ser debatidas osimplemente leídas, a causa de la indebida utilización del tradicionalcriterio de autoridad.

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 3 8

Traslada la cuestión al texto y época que nos ocupa, permítasenosplantear falazmente una cuestión contrafáctica: ¿hubiese pasado tandesapercibido el texto conocido como Guerra de los chichimecas si hubierasido atribuido, pongamos por caso, a Bernardino de Sahagún o BernalDíaz del Castillo? La obviedad de la respuesta nos permite afirmar quela lectura de Guerra de los chichimecas se encuentra condicionada por laatribución de autoría que proyectemos sobre ella. Por lo mismo, el ca-rácter que supongamos a su autor –la condición de militar, religioso,mercader o cualquiera otro– podrá producir lecturas diversas.

UNA VISIÓN MILITAR

Mi primer acercamiento al texto conocido con el nombre de Guerra de loschichimecas partía de la implícita premisa de que había sido escrito porGonzalo de las Casas (1944), un militar de los muchos que recorrieronel continente en los primeros años de la Conquista. Desde tal presun-ción, vi el texto como un conjunto de noticias acerca de las costumbresguerreras de pames, guachichiles, guamaraes y zacatecas y subordina-do, por tal razón, a las necesidades militares de la Corona. Clasificadoel texto por la actividad de su autor, sería de esperar una cierta homoge-neidad con otros semejantes y podría presumirse que el mismo encaja-ría, cual si de obra de teatro se tratara, en el patrón de presentación,nudo y desenlace. O en términos más ajustados: quiénes son, cuál es sugrado de barbarie y cómo y por qué es necesario aniquilarlos.

De hecho, las primeras palabras del texto parecen confirmar talapreciación al afirmarse tajantemente que la descripción de la guerraprecisa, para su adecuada comprensión, explicar quiénes son los enemi-gos y cuáles son sus características. No es extraño que la justificacióndel desenlace esperado comience en las primeras líneas con la utiliza-ción de términos descriptivos aparentemente neutros pero semántica-mente cargados de forma muy negativa: “no les dan pena el dejar sucasa, pueblo, ni simentera, pues no lo tienen, antes les es más cómodovivir solos de por sí, como animales o aves de rapiña, que no se juntanunos con otros para mejor mantenerse y hallar su comida, y ansí éstos

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 3 9

de las obras de los cronistas, algunas aún ignotas y otras mal conocidas,adquiere una inusitada relevancia. Más, cuál es el caso, si la obra encuestión es el clásico por excelencia a partir del que se han generado lamayor parte de los tópicos sobre los chichimecas. Pero, ¿resulta impor-tante saber quién escribió un texto para comprenderlo?

CUESTIÓN DE AUTOR

En 1969 Michel Foucault pronuncia una conferencia en la parisina So-ciedad Francesa de Filosofía en la que plantea abiertamente la cuestiónde sí es más importante lo que se dice o quién lo dice. “Qu’est-ce qu’unauter?” (1970), tal es el título de la misma, abre definitivamente la puer-ta al debate sobre la relevancia de la autoría en las ciencias sociales.

El punto de partida de Foucault es que el nombre del autor cumpleuna función clasificatoria que va mucho más allá de informar al posiblelector sobre quien ha escrito un texto. El carácter de esta función derivadel hecho de que permite situarlo, antes de leerlo, en un contexto rela-cional que lo asocia con otros textos con los que se supone que es ho-mogéneo o con los que tiene una relación de filiación. Por tal motivo, elnombre del autor caracteriza la totalidad del texto insertándolo dentrode una “tradición”. A partir de esta afirmación será posible aseverar, amodo de corolario, que en la práctica el nombre del autor no es sólo unrótulo en la portada de una obra, sino una representación que se des-pliega por el interior del texto modificando totalmente su contenido. Esdecir, el nombre del autor no está al margen del texto sino que es textomismo.

Los problemas relacionados con la influencia del autor se acrecien-tan, como afirma Geertz (1997) siguiendo el argumento foucaultiano, alconstatar que no todos los autores “valen” lo mismo y que la validez deun texto puede encontrarse condicionada por la relevancia de su autor.La historia de la ciencia nos muestra que no es infrecuente que ciertasideas o teorías se hayan aceptado o rechazado, antes de ser debatidas osimplemente leídas, a causa de la indebida utilización del tradicionalcriterio de autoridad.

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 3 8

Traslada la cuestión al texto y época que nos ocupa, permítasenosplantear falazmente una cuestión contrafáctica: ¿hubiese pasado tandesapercibido el texto conocido como Guerra de los chichimecas si hubierasido atribuido, pongamos por caso, a Bernardino de Sahagún o BernalDíaz del Castillo? La obviedad de la respuesta nos permite afirmar quela lectura de Guerra de los chichimecas se encuentra condicionada por laatribución de autoría que proyectemos sobre ella. Por lo mismo, el ca-rácter que supongamos a su autor –la condición de militar, religioso,mercader o cualquiera otro– podrá producir lecturas diversas.

UNA VISIÓN MILITAR

Mi primer acercamiento al texto conocido con el nombre de Guerra de loschichimecas partía de la implícita premisa de que había sido escrito porGonzalo de las Casas (1944), un militar de los muchos que recorrieronel continente en los primeros años de la Conquista. Desde tal presun-ción, vi el texto como un conjunto de noticias acerca de las costumbresguerreras de pames, guachichiles, guamaraes y zacatecas y subordina-do, por tal razón, a las necesidades militares de la Corona. Clasificadoel texto por la actividad de su autor, sería de esperar una cierta homoge-neidad con otros semejantes y podría presumirse que el mismo encaja-ría, cual si de obra de teatro se tratara, en el patrón de presentación,nudo y desenlace. O en términos más ajustados: quiénes son, cuál es sugrado de barbarie y cómo y por qué es necesario aniquilarlos.

De hecho, las primeras palabras del texto parecen confirmar talapreciación al afirmarse tajantemente que la descripción de la guerraprecisa, para su adecuada comprensión, explicar quiénes son los enemi-gos y cuáles son sus características. No es extraño que la justificacióndel desenlace esperado comience en las primeras líneas con la utiliza-ción de términos descriptivos aparentemente neutros pero semántica-mente cargados de forma muy negativa: “no les dan pena el dejar sucasa, pueblo, ni simentera, pues no lo tienen, antes les es más cómodovivir solos de por sí, como animales o aves de rapiña, que no se juntanunos con otros para mejor mantenerse y hallar su comida, y ansí éstos

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 1

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 0

nunca se juntarían si la necesidad de la guerra no les compeliese a vivirjuntos”(§3).4

A pesar de la generalización, el manuscrito manifiesta expresamenteque los llamados chichimecas son un conjunto de pueblos diversos, conlenguas y costumbres muy diferentes entre sí y que se hallan unidos cir-cunstancialmente como consecuencia de la contienda contra los caste-llanos. Se incluirían bajo esta denominación al heterogéneo grupo queincluye desde guamaraes, “la nación más valiente y belicosa, traidora ydañosa de todos los chichimecas”,(§5) hasta los pami, los más cercanosa México, pues su hábitat se extendía desde Michoacán hasta el Pánuco.A su vez, los guamaraes suponían un variado conjunto de “cuatro o cin-co parcialidades” como los copuzes, algunos de los cuales no participa-ban del estado de guerra, los guaxabanes y los sanças. Todos ellos ha-blarían la misma lengua que los “cabezas coloradas” o guachichiles, elgrupo más numeroso.5 Por último, una visión panorámica de los princi-pales grupos chichimecas incluye la presencia de los zacate, principalcontingente “en la guerra de Xalisco que el visorrei Don Antonio, debuena memoria, tuvo el año de 1541”(§7).

La crueldad extrema de estos chichimecas –siempre según la narra-ción aludida– les vendría del hecho de no tener ningún tipo de religión,6

ni tan siquiera idolátrica, si bien parece ser que el diablo sutílmente les

informa en todas sus malas costumbres. En realidad, las costumbres co-tidianas de estos pueblos no se desligan de su carácter belicoso y repre-sentan para el autor del escrito un conjunto de crueldades que van des-de el corte de la cabellera de sus enemigos, que después portan en suespalda, hasta otras, si cabe, más dolorosas: “quítanles ansí mismos losnervios para con ellos atar los pedernales en sus flechas. Sácanles las ca-nillas, ansí de las piernas como de los brazos, vivos, y aun las veces lascostillas, y otras cien crueldades, hasta que el mísero entre ellas despideel alma”(§10).

Así pues, la suma de brutalidades que el manuscrito describe bajola guía de un supuesto objetivismo logra completamente el fin que sepropone: un lector europeo de la época difícilmente podría evitar sentirnauseas al leerlo, odiar a tan bárbaras gentes y pedir a sus autoridadesque las extermine. Es más, son tan “inmorales” que cuando no estánguerreando, “sus pasatiempos son juegos, bailes y borracheras”(§14).La advertencia del militar se deja oír aquí en toda su extensión, al afir-mar que a pesar de que son “por todo extremo borrachos” no debe in-ferirse de tal práctica la posibilidad de tomarlos por sorpresa, pues“nunca todos juntos se emborrachan, que siempre dejan quien vele ymire por ellos, porque no los tomen borrachos descuidados y los pren-dan o maten”(§17).

A pesar de tanta atrocidad pareciera que aún le quedase al autor delrelato algún reparo moral para llevar a cabo una guerra de exterminiocontra estos pueblos. Sin embargo, la misma estaría suficientemente jus-tificada en el combate contra la apostasía. De hecho, indica el autor,aunque habían sido bautizados y convertidos al cristianismo, una granparte de ellos renegó posteriormente de su nueva fe para volverse con-tra ella. El ejemplo de la vida y muerte de fray Bernardo, monje francis-cano que se adentró en tierra hostil, camino de Zacatecas antes que lasminas convirtieran este lugar en ciudad, es reseñado como ilustrativodel talante chichimeca. En su deambular por el “Zain”, donde “hallómucha gente”, se hizo acompañar por dos pami, llamados Bartolomé yDomingo quienes debían ayudarle en su tarea evangelizadora. Pareceser, no obstante, que el adoctrinamiento no tuvo el éxito que esperaba elfraile, habida cuenta de que aquéllos a quienes se dirigía, según narrael manuscrito, “un día en el altar diciendo misa le mataron”. Tras el

4 En adelante, salvo que se indique lo contrario, las referencias al texto están tomadasde la edición del “Texto Mayor” de Guerra de los chichimecas que edita Alberto Carrillo(1999) y que será comentada más adelante. El dígito viene referido al número de párrafo(§) de la misma.

5 Esta descripción sería suficiente para no tomar en consideración la propuesta de“confederación chimalhuacana” a la que algunos historiadores se han referido para pres-cindir de un término negativamente connotado –chichimeca–. Ciertamente, el autor delmanuscrito utiliza el término “confederaçion” [folio 2r], pero en ningún caso es derivabledel contexto del mismo una significación política al estilo de las federaciones o confede-raciones decimonónicas. Es más, dicha equiparación “gestó una idea absolutamente falsade la organización política del Occidente mexicano antes de la llegada de los españoles.Se hablaba de que se había establecido en aquél entonces ni más ni menos que toda una‘confederación’ política, a tono únicamente con la vocación federalista de los jalisciensesdel siglo XIX. Además, se le endilgó el nombre de ‘chimalhuacana’, sacado quién sabe dedónde” (Muriá, 1997.15).

6 Sobre la incorrección de esta idea puede verse Weigand (1992b)

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 1

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 0

nunca se juntarían si la necesidad de la guerra no les compeliese a vivirjuntos”(§3).4

A pesar de la generalización, el manuscrito manifiesta expresamenteque los llamados chichimecas son un conjunto de pueblos diversos, conlenguas y costumbres muy diferentes entre sí y que se hallan unidos cir-cunstancialmente como consecuencia de la contienda contra los caste-llanos. Se incluirían bajo esta denominación al heterogéneo grupo queincluye desde guamaraes, “la nación más valiente y belicosa, traidora ydañosa de todos los chichimecas”,(§5) hasta los pami, los más cercanosa México, pues su hábitat se extendía desde Michoacán hasta el Pánuco.A su vez, los guamaraes suponían un variado conjunto de “cuatro o cin-co parcialidades” como los copuzes, algunos de los cuales no participa-ban del estado de guerra, los guaxabanes y los sanças. Todos ellos ha-blarían la misma lengua que los “cabezas coloradas” o guachichiles, elgrupo más numeroso.5 Por último, una visión panorámica de los princi-pales grupos chichimecas incluye la presencia de los zacate, principalcontingente “en la guerra de Xalisco que el visorrei Don Antonio, debuena memoria, tuvo el año de 1541”(§7).

La crueldad extrema de estos chichimecas –siempre según la narra-ción aludida– les vendría del hecho de no tener ningún tipo de religión,6

ni tan siquiera idolátrica, si bien parece ser que el diablo sutílmente les

informa en todas sus malas costumbres. En realidad, las costumbres co-tidianas de estos pueblos no se desligan de su carácter belicoso y repre-sentan para el autor del escrito un conjunto de crueldades que van des-de el corte de la cabellera de sus enemigos, que después portan en suespalda, hasta otras, si cabe, más dolorosas: “quítanles ansí mismos losnervios para con ellos atar los pedernales en sus flechas. Sácanles las ca-nillas, ansí de las piernas como de los brazos, vivos, y aun las veces lascostillas, y otras cien crueldades, hasta que el mísero entre ellas despideel alma”(§10).

Así pues, la suma de brutalidades que el manuscrito describe bajola guía de un supuesto objetivismo logra completamente el fin que sepropone: un lector europeo de la época difícilmente podría evitar sentirnauseas al leerlo, odiar a tan bárbaras gentes y pedir a sus autoridadesque las extermine. Es más, son tan “inmorales” que cuando no estánguerreando, “sus pasatiempos son juegos, bailes y borracheras”(§14).La advertencia del militar se deja oír aquí en toda su extensión, al afir-mar que a pesar de que son “por todo extremo borrachos” no debe in-ferirse de tal práctica la posibilidad de tomarlos por sorpresa, pues“nunca todos juntos se emborrachan, que siempre dejan quien vele ymire por ellos, porque no los tomen borrachos descuidados y los pren-dan o maten”(§17).

A pesar de tanta atrocidad pareciera que aún le quedase al autor delrelato algún reparo moral para llevar a cabo una guerra de exterminiocontra estos pueblos. Sin embargo, la misma estaría suficientemente jus-tificada en el combate contra la apostasía. De hecho, indica el autor,aunque habían sido bautizados y convertidos al cristianismo, una granparte de ellos renegó posteriormente de su nueva fe para volverse con-tra ella. El ejemplo de la vida y muerte de fray Bernardo, monje francis-cano que se adentró en tierra hostil, camino de Zacatecas antes que lasminas convirtieran este lugar en ciudad, es reseñado como ilustrativodel talante chichimeca. En su deambular por el “Zain”, donde “hallómucha gente”, se hizo acompañar por dos pami, llamados Bartolomé yDomingo quienes debían ayudarle en su tarea evangelizadora. Pareceser, no obstante, que el adoctrinamiento no tuvo el éxito que esperaba elfraile, habida cuenta de que aquéllos a quienes se dirigía, según narrael manuscrito, “un día en el altar diciendo misa le mataron”. Tras el

4 En adelante, salvo que se indique lo contrario, las referencias al texto están tomadasde la edición del “Texto Mayor” de Guerra de los chichimecas que edita Alberto Carrillo(1999) y que será comentada más adelante. El dígito viene referido al número de párrafo(§) de la misma.

5 Esta descripción sería suficiente para no tomar en consideración la propuesta de“confederación chimalhuacana” a la que algunos historiadores se han referido para pres-cindir de un término negativamente connotado –chichimeca–. Ciertamente, el autor delmanuscrito utiliza el término “confederaçion” [folio 2r], pero en ningún caso es derivabledel contexto del mismo una significación política al estilo de las federaciones o confede-raciones decimonónicas. Es más, dicha equiparación “gestó una idea absolutamente falsade la organización política del Occidente mexicano antes de la llegada de los españoles.Se hablaba de que se había establecido en aquél entonces ni más ni menos que toda una‘confederación’ política, a tono únicamente con la vocación federalista de los jalisciensesdel siglo XIX. Además, se le endilgó el nombre de ‘chimalhuacana’, sacado quién sabe dedónde” (Muriá, 1997.15).

6 Sobre la incorrección de esta idea puede verse Weigand (1992b)

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 3

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 2

luctuoso suceso, los pami que le habían servido optaron por renunciara su actividad evangelizadora y “se hicieron capitanes entre los chichi-mecas y han hecho hartos daños”(§32). Este tipo de actos, así como losnumerosos pillajes, asesinatos y estragos que causaron en sus incursio-nes, tanto contra españoles como contra sus aliados indígenas, seríancausa justificada de la licitud de la contienda.

EL CRONISTA REAL

En 1998, durante una visita a El Colegio de Jalisco, cayó en mis manosun pequeño ejemplar cuyo título llamó inmediatamente mi atención:Guerra de los chichimecas por Gil González D’Ávila. Abulense que soy pordevoción, la intriga me asaltó porque conocedor de las relaciones entreÁvila y la América colonial, dos datos contradictorios se agolpaban enmi mente. Por una parte, recordaba que el autor de la Guerra había esta-do, según el mismo contaba, en la contienda del Mixtón. Por otra, lopoco que lograba evocar del conocido cronista Gil González lo situabaen un siglo posterior.

Una rápida ojeada al texto, para mí nuevo, a pesar de su amplia cir-culación en el mercado, no permitía albergar ninguna duda: se tratabadel mismo escrito que había leído años antes atribuyéndoselo a Gonzalode las Casas. Cuando pude cotejar el texto de De las Casas y el que aho-ra manejaba, descubrí con asombro dos cosas: aunque se trataba delmismo texto, su extensión no era la misma; y, en segunda instancia, tan-to la Noticia de la obra de J.F. Ramírez como las Conjeturas sobre quien pudoser el autor de L. González Obregón aparecían en ambos. El primer he-cho encontró una fácil explicación en el propio prólogo de Ramírez:para no aburrir a los lectores había decidido cercenar una parte del ori-ginal en la que se repetían discusiones teológicas ya desusadas.

En relación con la segunda cuestión, no pude por menos que rendir-me a la evidencia de que la “ecuación personal”, de la que hablara haceaños S.F. Nadel (1951), había dejado sentir nuevamente su efecto en for-ma de percepción selectiva: en la época en que leí el texto de De las Ca-sas mi vinculación con Ávila era aún escasa. Lo que quince años atrástomé por nota para eruditos se convertía ahora en motivo de interpela-

ción personal. Nada había cambiado, sin embargo, ni en el texto ni en laedición, pero sí en mi vida, en la del lector, para que el significado otor-gado a unas proposiciones variase en forma determinante.

En 1870 habían sido encontrados en una biblioteca parisina las pocomás de 40 páginas de que consta el manuscrito al que nos estamos refi-riendo. Su descubridor, José Fernando Ramírez, pronto se percata deque existe una clara inadecuación entre la portada del mismo y su con-tenido. O mejor dicho, percibe que el manuscrito original carece de por-tada en tanto que “la que presenta su título es de letra moderna” (Rami-rez, 1994.5).7 Ramírez detecta rápidamente otro problema: el autornunca dice en el texto su nombre pero da muestras fehacientes de habermantenido contacto directo con los chichimecas en Xochipilla y el Mix-tón. Sin embargo, nadie con el nombre Gil González D’Ávila figurabaentre las personas que acompañaron al virrey en las batallas de 1541. Lapregunta que inquietó al descubridor del texto, ¿quién fue el autor de laobra?, se transformó en mi reflexión abulense en otra dispar: ¿por quéel nombre de Gil González D’Ávila aparecía unido a la Guerra de los chi-chimecas?

José Fernando Ramírez propone que el autor ha de ser teólogo uhombre de letras, características que reunía el abulense, puesto que elobjetivo al que se subordinan las descripciones acerca del “estado socialde las tribus”(Ramírez 1994, 6) no es otro que el de “probar con la au-toridad de la Biblia, Santos Padres, teólogos y canonistas que era no solojusta, sino aun necesaria la guerra que se hacia á los Chichimecas” (Ra-mírez 1994, 6). Sea como fuere, las conjeturas a propósito de la autoríadel escrito parecen zanjarse pronto: en 1904 Luis González Obregón es-tablece que la pluma redactora del mismo era la de Gonzalo de las Ca-sas. La principal apoyatura, ciertamente débil, en que descansa tal afir-mación es la presencia del aludido como autor de una obra titulada Delas gentes de Nueva España, especialmente de las Chichimecas en algunos ca-tálogos de obras sobre Indias elaborados en el siglo XVI. La presencia del

7 Este escrito fue dado a conocer por vez primera en 1870 inserto en la colección Ex-tractos y Noticias de Manuscritos relacionados con la Historia de México, colegido por José F. Ra-mírez. En el supuesto de que sea igual, lo que no hemos podido comprobar, citamos pági-na por la edición facsimilar de 1994.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 3

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 2

luctuoso suceso, los pami que le habían servido optaron por renunciara su actividad evangelizadora y “se hicieron capitanes entre los chichi-mecas y han hecho hartos daños”(§32). Este tipo de actos, así como losnumerosos pillajes, asesinatos y estragos que causaron en sus incursio-nes, tanto contra españoles como contra sus aliados indígenas, seríancausa justificada de la licitud de la contienda.

EL CRONISTA REAL

En 1998, durante una visita a El Colegio de Jalisco, cayó en mis manosun pequeño ejemplar cuyo título llamó inmediatamente mi atención:Guerra de los chichimecas por Gil González D’Ávila. Abulense que soy pordevoción, la intriga me asaltó porque conocedor de las relaciones entreÁvila y la América colonial, dos datos contradictorios se agolpaban enmi mente. Por una parte, recordaba que el autor de la Guerra había esta-do, según el mismo contaba, en la contienda del Mixtón. Por otra, lopoco que lograba evocar del conocido cronista Gil González lo situabaen un siglo posterior.

Una rápida ojeada al texto, para mí nuevo, a pesar de su amplia cir-culación en el mercado, no permitía albergar ninguna duda: se tratabadel mismo escrito que había leído años antes atribuyéndoselo a Gonzalode las Casas. Cuando pude cotejar el texto de De las Casas y el que aho-ra manejaba, descubrí con asombro dos cosas: aunque se trataba delmismo texto, su extensión no era la misma; y, en segunda instancia, tan-to la Noticia de la obra de J.F. Ramírez como las Conjeturas sobre quien pudoser el autor de L. González Obregón aparecían en ambos. El primer he-cho encontró una fácil explicación en el propio prólogo de Ramírez:para no aburrir a los lectores había decidido cercenar una parte del ori-ginal en la que se repetían discusiones teológicas ya desusadas.

En relación con la segunda cuestión, no pude por menos que rendir-me a la evidencia de que la “ecuación personal”, de la que hablara haceaños S.F. Nadel (1951), había dejado sentir nuevamente su efecto en for-ma de percepción selectiva: en la época en que leí el texto de De las Ca-sas mi vinculación con Ávila era aún escasa. Lo que quince años atrástomé por nota para eruditos se convertía ahora en motivo de interpela-

ción personal. Nada había cambiado, sin embargo, ni en el texto ni en laedición, pero sí en mi vida, en la del lector, para que el significado otor-gado a unas proposiciones variase en forma determinante.

En 1870 habían sido encontrados en una biblioteca parisina las pocomás de 40 páginas de que consta el manuscrito al que nos estamos refi-riendo. Su descubridor, José Fernando Ramírez, pronto se percata deque existe una clara inadecuación entre la portada del mismo y su con-tenido. O mejor dicho, percibe que el manuscrito original carece de por-tada en tanto que “la que presenta su título es de letra moderna” (Rami-rez, 1994.5).7 Ramírez detecta rápidamente otro problema: el autornunca dice en el texto su nombre pero da muestras fehacientes de habermantenido contacto directo con los chichimecas en Xochipilla y el Mix-tón. Sin embargo, nadie con el nombre Gil González D’Ávila figurabaentre las personas que acompañaron al virrey en las batallas de 1541. Lapregunta que inquietó al descubridor del texto, ¿quién fue el autor de laobra?, se transformó en mi reflexión abulense en otra dispar: ¿por quéel nombre de Gil González D’Ávila aparecía unido a la Guerra de los chi-chimecas?

José Fernando Ramírez propone que el autor ha de ser teólogo uhombre de letras, características que reunía el abulense, puesto que elobjetivo al que se subordinan las descripciones acerca del “estado socialde las tribus”(Ramírez 1994, 6) no es otro que el de “probar con la au-toridad de la Biblia, Santos Padres, teólogos y canonistas que era no solojusta, sino aun necesaria la guerra que se hacia á los Chichimecas” (Ra-mírez 1994, 6). Sea como fuere, las conjeturas a propósito de la autoríadel escrito parecen zanjarse pronto: en 1904 Luis González Obregón es-tablece que la pluma redactora del mismo era la de Gonzalo de las Ca-sas. La principal apoyatura, ciertamente débil, en que descansa tal afir-mación es la presencia del aludido como autor de una obra titulada Delas gentes de Nueva España, especialmente de las Chichimecas en algunos ca-tálogos de obras sobre Indias elaborados en el siglo XVI. La presencia del

7 Este escrito fue dado a conocer por vez primera en 1870 inserto en la colección Ex-tractos y Noticias de Manuscritos relacionados con la Historia de México, colegido por José F. Ra-mírez. En el supuesto de que sea igual, lo que no hemos podido comprobar, citamos pági-na por la edición facsimilar de 1994.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 5

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 4

nombre de Gil González D’Ávila en la portada del texto es explicadapor González Obregón mediante el establecimiento de lo que juzga con-jetura razonable: probablemente el manuscrito de Gonzalo de las Casasdebió pasar a algún descendiente directo de Gil González D’Ávila habi-da cuenta la estrecha relación que entre ellos había (González Obregón1994, 7).8 Sin ser incorrecta la apreciación respecto de las buenas relacio-nes entre las familias, la afirmación de González Obregón se me antojóespecialmente problemática.

Como es notorio, Diego de Velázquez, gobernador de Cuba, y Her-nán Cortés estaban claramente enemistados desde 1519. Cuando en1524, tras diversas disputas tanto en el mar como en la corte, el extre-meño envío una expedición al mando de Cristobal de Olid para cono-cer el territorio de las Hibueras, el castellano encontró propicia ocasiónpara vengarse de pasadas afrentas. A tal efecto, el gobernador de Cubalogró que Cristóbal de Olid se rebelara contra Cortés.9 Antes de preten-der acabar la rebelión por su propia mano atravesando las selvas pete-naces, Hernán Cortés quiso aprovechar con tal fin la presencia en lasmismas de Francisco de las Casas, padre del supuesto autor de la Guerrade los chichimecas y persona de su total confianza. Por tal motivo, “acor-

do de le Enbiar contra El xpoual doli con çinco navios bien artillados ybastecidos y çient soldados...”(Díaz del Castillo 1992, II, 689).10

La realidad frustró los deseos cortesianos y la expedición de Francis-co de las Casas fue un auténtico fracaso que concluyó con el apresa-miento de éste por Olid. Fue tal tesitura la que le permitió conocer a GilGonzález D’Ávila. Éste, “governador y capitan del golfo duçe”(Díaz delCastillo 1992, II, 690), había sido igualmente apresado por los capitanesde Olid tras un enfrentamiento en el que las escuadras de Hernández deCórdoba, desde el sur, y del propio Cristóbal de Olid, por el septentrión,le hicieron una pinza. Aunque las condiciones del cautiverio conjuntono fueran extremas, Francisco de las Casas y Gil González D’Ávila tra-baron una fuerte amistad que se consolidó cuando entre los dos y consus propias manos dieron muerte a Cristóbal de Olid.11

A pesar de esta amistad y de los contactos que pudieran suponerseentre ambas parentelas, es imposible pensar que Gonzalo de las Casasentregase manuscrito alguno sobre los chichimecas a Gil GonzálezD’Ávila, pues tras estos episodios y un nuevo infortunado presidio enMéxico, el abulense decidió volver a morir a su tierra, hecho que tuvolugar veinticinco años antes de que aconteciera la guerra del Mixtónque aparece citada en el manuscrito.

8La página se refiere a la edición facsímil ya mencionada.9Acerca de esto señala Cortés que: “habrá dos días que Gonzalo de Salazar, factor de

vuestra alteza, llegó al Puerto de San Juan de esta Nueva España, del cual he sabido queen la isla de Cuba, por donde pasó, le dijeron que Diego Velázquez, teniente almirantede ella, había tenido formas con el capitán Cristóbal de Olid, que yo envié a poblar lasHibueras en nombre de vuestra majestad y que se habían concertado que se alzaría conla tierra por el dicho Diego Velázquez; aunque, por ser el caso tan feo y tan en deservi-cio de vuestra majestad, yo no lo puedo creer, aunque por otra parte lo creo, conociendolas mañas que el dicho Diego Velázquez siempre ha querido tener para dañarme y estor-bar que no sirva; porque cuando otra cosa no puede hacer, trabaja que no pase gente enestas partes y como manda aquella isla, prende a los que van de acá por allí pasan y leshace muchas opresiones y tómales mucho de lo que llevan y después hace probanzas conellos porque los dé libres y por verse libres de él hacen y dicen todo lo que quiere. Yo meinformaré de la verdad y si hallo ser así, pienso enviar por el dicho Diego Velázquez yprenderle y preso, enviarle a vuestra majestad; porque cortando la raíz de todos males,que es este hombre, todas las otras ramas se secarán y yo podré más libremente efectuarmis servicios comenzados y los que pienso comenzar” (Cortés 1986, 329).

10 Los textos de Bernal Díaz del Castillo que se citan a continuación están tomadosde la transcripción del códice autografo de 1568 (manuscrito de Guatemala) editada porel Estado de Chiapas en 1992. Dicha edición incluye un volumen facsimilar del texto se-gún el códice indicado, uno segundo comparándolo con los textos de la edición de Alon-so Remón (1632) y la paleografía de Genaro García (1904); y un tercero con estudios críti-cos a cargo de varios autores. Agradezco a Andrés Fábregas que me proporcionara estajoya bibliográfica.

11 “Y el franco de las casas y el gil gonçales de avila cada vno tenyan escondido vncochillo descrivania muy agudo como nabajas porq ningunas armas se las dexaban traery estando platicando con el xpoual de oli de las conquistas de mexico y ventura de cortesy muy descuydado El xpoual de oli de lo q le abino el franco de las casas le hecho manode las barbas y le deio por la garganta con el cuchillo q le traya hecho como vna nabajaparaql Efeto y juntamete con el gil gonçales de avila y los soldados de cortes de presto ledieron tantas heridas que no se pudo valer” [pero como quiera que Olid aún pudo huir,hubo de ser perseguido y apresado, momento en que] “entrambos capitanes dieron ledegollaron en la plaça de naco y ansi murio por se aver alçado por malos consejeros”(Díaz del Castillo 1992, II, 692).

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 5

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 4

nombre de Gil González D’Ávila en la portada del texto es explicadapor González Obregón mediante el establecimiento de lo que juzga con-jetura razonable: probablemente el manuscrito de Gonzalo de las Casasdebió pasar a algún descendiente directo de Gil González D’Ávila habi-da cuenta la estrecha relación que entre ellos había (González Obregón1994, 7).8 Sin ser incorrecta la apreciación respecto de las buenas relacio-nes entre las familias, la afirmación de González Obregón se me antojóespecialmente problemática.

Como es notorio, Diego de Velázquez, gobernador de Cuba, y Her-nán Cortés estaban claramente enemistados desde 1519. Cuando en1524, tras diversas disputas tanto en el mar como en la corte, el extre-meño envío una expedición al mando de Cristobal de Olid para cono-cer el territorio de las Hibueras, el castellano encontró propicia ocasiónpara vengarse de pasadas afrentas. A tal efecto, el gobernador de Cubalogró que Cristóbal de Olid se rebelara contra Cortés.9 Antes de preten-der acabar la rebelión por su propia mano atravesando las selvas pete-naces, Hernán Cortés quiso aprovechar con tal fin la presencia en lasmismas de Francisco de las Casas, padre del supuesto autor de la Guerrade los chichimecas y persona de su total confianza. Por tal motivo, “acor-

do de le Enbiar contra El xpoual doli con çinco navios bien artillados ybastecidos y çient soldados...”(Díaz del Castillo 1992, II, 689).10

La realidad frustró los deseos cortesianos y la expedición de Francis-co de las Casas fue un auténtico fracaso que concluyó con el apresa-miento de éste por Olid. Fue tal tesitura la que le permitió conocer a GilGonzález D’Ávila. Éste, “governador y capitan del golfo duçe”(Díaz delCastillo 1992, II, 690), había sido igualmente apresado por los capitanesde Olid tras un enfrentamiento en el que las escuadras de Hernández deCórdoba, desde el sur, y del propio Cristóbal de Olid, por el septentrión,le hicieron una pinza. Aunque las condiciones del cautiverio conjuntono fueran extremas, Francisco de las Casas y Gil González D’Ávila tra-baron una fuerte amistad que se consolidó cuando entre los dos y consus propias manos dieron muerte a Cristóbal de Olid.11

A pesar de esta amistad y de los contactos que pudieran suponerseentre ambas parentelas, es imposible pensar que Gonzalo de las Casasentregase manuscrito alguno sobre los chichimecas a Gil GonzálezD’Ávila, pues tras estos episodios y un nuevo infortunado presidio enMéxico, el abulense decidió volver a morir a su tierra, hecho que tuvolugar veinticinco años antes de que aconteciera la guerra del Mixtónque aparece citada en el manuscrito.

8La página se refiere a la edición facsímil ya mencionada.9Acerca de esto señala Cortés que: “habrá dos días que Gonzalo de Salazar, factor de

vuestra alteza, llegó al Puerto de San Juan de esta Nueva España, del cual he sabido queen la isla de Cuba, por donde pasó, le dijeron que Diego Velázquez, teniente almirantede ella, había tenido formas con el capitán Cristóbal de Olid, que yo envié a poblar lasHibueras en nombre de vuestra majestad y que se habían concertado que se alzaría conla tierra por el dicho Diego Velázquez; aunque, por ser el caso tan feo y tan en deservi-cio de vuestra majestad, yo no lo puedo creer, aunque por otra parte lo creo, conociendolas mañas que el dicho Diego Velázquez siempre ha querido tener para dañarme y estor-bar que no sirva; porque cuando otra cosa no puede hacer, trabaja que no pase gente enestas partes y como manda aquella isla, prende a los que van de acá por allí pasan y leshace muchas opresiones y tómales mucho de lo que llevan y después hace probanzas conellos porque los dé libres y por verse libres de él hacen y dicen todo lo que quiere. Yo meinformaré de la verdad y si hallo ser así, pienso enviar por el dicho Diego Velázquez yprenderle y preso, enviarle a vuestra majestad; porque cortando la raíz de todos males,que es este hombre, todas las otras ramas se secarán y yo podré más libremente efectuarmis servicios comenzados y los que pienso comenzar” (Cortés 1986, 329).

10 Los textos de Bernal Díaz del Castillo que se citan a continuación están tomadosde la transcripción del códice autografo de 1568 (manuscrito de Guatemala) editada porel Estado de Chiapas en 1992. Dicha edición incluye un volumen facsimilar del texto se-gún el códice indicado, uno segundo comparándolo con los textos de la edición de Alon-so Remón (1632) y la paleografía de Genaro García (1904); y un tercero con estudios críti-cos a cargo de varios autores. Agradezco a Andrés Fábregas que me proporcionara estajoya bibliográfica.

11 “Y el franco de las casas y el gil gonçales de avila cada vno tenyan escondido vncochillo descrivania muy agudo como nabajas porq ningunas armas se las dexaban traery estando platicando con el xpoual de oli de las conquistas de mexico y ventura de cortesy muy descuydado El xpoual de oli de lo q le abino el franco de las casas le hecho manode las barbas y le deio por la garganta con el cuchillo q le traya hecho como vna nabajaparaql Efeto y juntamete con el gil gonçales de avila y los soldados de cortes de presto ledieron tantas heridas que no se pudo valer” [pero como quiera que Olid aún pudo huir,hubo de ser perseguido y apresado, momento en que] “entrambos capitanes dieron ledegollaron en la plaça de naco y ansi murio por se aver alçado por malos consejeros”(Díaz del Castillo 1992, II, 692).

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 7

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 6

Descartado el conquistador Gil González D’Ávila como transmisorde la obra referida, para explicar que tal nombre aparezca en la portadade la misma cabría la posibilidad de vincular dicho texto a otros perso-najes homónimos que adquirieron cierta relevancia en la ciudad de Mé-xico en los inicios de la Colonia.

Hernán Cortés había entregado la feraz y rica encomienda de Cuau-titlán a uno de sus hombres de confianza: Alonso de Ávila. Cuando éstese vio en la necesidad de abandonar México en 1522, en una hábil ma-niobra de Cortés para eliminar posibles competidores en ulteriores re-partos de tierras, el de Ávila dejó sus posesiones al cargo de su hermanoGil González de Ávila. Éste, había contraído matrimonio en Xochimilcocon Leonor de Alvarado, sobrina de Pedro de Alvarado, convirtiéndoseasí en un poderoso representante de una aristocracia que se consolidóen el poder merced, entre otros factores, a la utilización de prácticas en-dógamas que generaron una oligarquía difícilmente desplazable. Aun-que anduvo en la temprana expedición de Garay hacia el Pánuco en1519, parece poco probable que tuviese contacto suficiente con los chi-chimecas como para poder hablar de ellos con la extensión y profundi-dad del referido manuscrito. Dos razones avalan, además, la negativade considerarlo autor del mismo. Por una parte, a pesar de ser conoci-do como Gil González de Ávila se puede constatar su costumbre de fir-mar como Gil González Benavides. Por otra, no todos los hechos narra-dos en la obra referida habían sucedido en la fecha de su muerte acae-cida en 1544 en la ciudad de México.

Si bien la cronología pareciera otorgar más posibilidades a su hijohomónimo, las noticias que sobre él tenemos no parecen aconsejar talatribución. A la muerte del reseñado, la fértil encomienda fue heredadapor su hijo Alonso de Ávila Alvarado con quien vivía su hermano me-nor indistintamente llamado Gil González Dávila o Gil González Bena-vides. El destino de estos dos oligarcas, denunciados en múltiples oca-siones ante el corregidor de Tepozotlan por los malos tratos que infli-gían a los indios, se va a ligar al de la familia Cortés por otra vía: fueronprotagonistas directos de la famosa “conspiración de los encomende-ros” que protagonizara Martín Cortés, el primogénito de Hernán. Ungran despliegue de fuerzas adversas hizo que la misma concluyera rápi-damente. Las consecuencias no se hicieron esperar: “el hijo y heredero

de Cortés fue exiliado y otros encomenderos del valle fueron arrestados.Los hermanos Alonso de Ávila y Gil González Benavides fueron ejecu-tados, y la encomienda Cuauthitlan y sus afiliados, la posesión más ricaque quedaba en el valle, fue inmediatamente tomada por la corona”.(Gerhard 1986, 68). Vistos los antecedentes, no parece probable conside-rarlo como hombre capaz de escribir una obra que incluye profundasreflexiones teológicas y filosóficas, junto a consideraciones morales,acerca del trato que han de recibir los indígenas.

Descartados los aludidos, la conexión entre Gil González D’Ávila yel tratado Guerra de los chichimecas debe hallarse en otra dirección. En miopinión, el nombre que aparece en la portada del manuscrito tantas ve-ces referido es el del Maestro Gil Gonçález Dávila, “por la clemencia delos inmortales Reyes don Felipe Tercero, y Quarto, Coronifta Mayor delNuevo Mundo, y de los Reynos de las dos Caftillas”(González Dávila1981, 202).12

Este abulense, que nunca pisó suelo americano, había nacido en1578 y siendo niño entró a servir a Pedro de Deza quien, andando eltiempo, se convertiría en cardenal de la Iglesia. Con él se fue a Roma dedonde volvió “con una ración de la Yglesia de Salamanca”(Tello 1788,658). En Salamanca escribió parte de sus obras acerca de la historia de laIglesia española, pasando posteriormente al servicio del propio rey enMadrid. A los 88 años “y aviéndole faltado desde algunos meses el vi-gor de la caveza, por causa de su larga edad, y tanto que sus domésticosle havían llevado de Madrid a Avila para que estubiese algo más cómo-damente entre los suyos”(Tello 1788, 660-661), murió en loor de santidaden la ciudad que le vio nacer.

Si más arriba señalábamos la importancia que en la lectura del textotiene la asignación de la autoría, comprobamos ahora sus efectos en

12 La obra “Teatro Eclesiastico de la S. Iglesia Apostolica de Avila y vidas de sus hombresilustres”, de donde se toma la cita, publicada en 1981 en edición facsimilar por la Caja Ge-neral de Ahorros y Monte de Piedad de Ávila, es, en realidad, una selección (páginas 189-319) de la que González Dávila publicara en 1647 con el título de Teatro eclesiastico de lasiglesias metropolitanas, y catedrales de los Reynos de las dos Castillas: vidas de sus arzobispos, yobispos, y cosas memorables de sus sedes. Tomo segundo que contiene las iglesias de Sevilla, Pa-lencia, Avila, Zamora, Coria, Calahorra, y Plasencia.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 7

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 6

Descartado el conquistador Gil González D’Ávila como transmisorde la obra referida, para explicar que tal nombre aparezca en la portadade la misma cabría la posibilidad de vincular dicho texto a otros perso-najes homónimos que adquirieron cierta relevancia en la ciudad de Mé-xico en los inicios de la Colonia.

Hernán Cortés había entregado la feraz y rica encomienda de Cuau-titlán a uno de sus hombres de confianza: Alonso de Ávila. Cuando éstese vio en la necesidad de abandonar México en 1522, en una hábil ma-niobra de Cortés para eliminar posibles competidores en ulteriores re-partos de tierras, el de Ávila dejó sus posesiones al cargo de su hermanoGil González de Ávila. Éste, había contraído matrimonio en Xochimilcocon Leonor de Alvarado, sobrina de Pedro de Alvarado, convirtiéndoseasí en un poderoso representante de una aristocracia que se consolidóen el poder merced, entre otros factores, a la utilización de prácticas en-dógamas que generaron una oligarquía difícilmente desplazable. Aun-que anduvo en la temprana expedición de Garay hacia el Pánuco en1519, parece poco probable que tuviese contacto suficiente con los chi-chimecas como para poder hablar de ellos con la extensión y profundi-dad del referido manuscrito. Dos razones avalan, además, la negativade considerarlo autor del mismo. Por una parte, a pesar de ser conoci-do como Gil González de Ávila se puede constatar su costumbre de fir-mar como Gil González Benavides. Por otra, no todos los hechos narra-dos en la obra referida habían sucedido en la fecha de su muerte acae-cida en 1544 en la ciudad de México.

Si bien la cronología pareciera otorgar más posibilidades a su hijohomónimo, las noticias que sobre él tenemos no parecen aconsejar talatribución. A la muerte del reseñado, la fértil encomienda fue heredadapor su hijo Alonso de Ávila Alvarado con quien vivía su hermano me-nor indistintamente llamado Gil González Dávila o Gil González Bena-vides. El destino de estos dos oligarcas, denunciados en múltiples oca-siones ante el corregidor de Tepozotlan por los malos tratos que infli-gían a los indios, se va a ligar al de la familia Cortés por otra vía: fueronprotagonistas directos de la famosa “conspiración de los encomende-ros” que protagonizara Martín Cortés, el primogénito de Hernán. Ungran despliegue de fuerzas adversas hizo que la misma concluyera rápi-damente. Las consecuencias no se hicieron esperar: “el hijo y heredero

de Cortés fue exiliado y otros encomenderos del valle fueron arrestados.Los hermanos Alonso de Ávila y Gil González Benavides fueron ejecu-tados, y la encomienda Cuauthitlan y sus afiliados, la posesión más ricaque quedaba en el valle, fue inmediatamente tomada por la corona”.(Gerhard 1986, 68). Vistos los antecedentes, no parece probable conside-rarlo como hombre capaz de escribir una obra que incluye profundasreflexiones teológicas y filosóficas, junto a consideraciones morales,acerca del trato que han de recibir los indígenas.

Descartados los aludidos, la conexión entre Gil González D’Ávila yel tratado Guerra de los chichimecas debe hallarse en otra dirección. En miopinión, el nombre que aparece en la portada del manuscrito tantas ve-ces referido es el del Maestro Gil Gonçález Dávila, “por la clemencia delos inmortales Reyes don Felipe Tercero, y Quarto, Coronifta Mayor delNuevo Mundo, y de los Reynos de las dos Caftillas”(González Dávila1981, 202).12

Este abulense, que nunca pisó suelo americano, había nacido en1578 y siendo niño entró a servir a Pedro de Deza quien, andando eltiempo, se convertiría en cardenal de la Iglesia. Con él se fue a Roma dedonde volvió “con una ración de la Yglesia de Salamanca”(Tello 1788,658). En Salamanca escribió parte de sus obras acerca de la historia de laIglesia española, pasando posteriormente al servicio del propio rey enMadrid. A los 88 años “y aviéndole faltado desde algunos meses el vi-gor de la caveza, por causa de su larga edad, y tanto que sus domésticosle havían llevado de Madrid a Avila para que estubiese algo más cómo-damente entre los suyos”(Tello 1788, 660-661), murió en loor de santidaden la ciudad que le vio nacer.

Si más arriba señalábamos la importancia que en la lectura del textotiene la asignación de la autoría, comprobamos ahora sus efectos en

12 La obra “Teatro Eclesiastico de la S. Iglesia Apostolica de Avila y vidas de sus hombresilustres”, de donde se toma la cita, publicada en 1981 en edición facsimilar por la Caja Ge-neral de Ahorros y Monte de Piedad de Ávila, es, en realidad, una selección (páginas 189-319) de la que González Dávila publicara en 1647 con el título de Teatro eclesiastico de lasiglesias metropolitanas, y catedrales de los Reynos de las dos Castillas: vidas de sus arzobispos, yobispos, y cosas memorables de sus sedes. Tomo segundo que contiene las iglesias de Sevilla, Pa-lencia, Avila, Zamora, Coria, Calahorra, y Plasencia.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 9

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 8

toda su extensión. El autor del manuscrito narra en primera persona, noen estilo indirecto cuál es característico de los cronistas, su participaciónen el Mixtón: “[…] son del Nuevo Reino de Galicia, y de allí no piensotratar, pues no he puesto las manos en ello, ni aun he estado allá des-pués de la dicha guerra que hizo el dicho señor visorrey, que me halléen ella […]”(§7). Sin embargo, mal pudiera estar presente en sucesosacaecidos en 1541 quien nació casi cuarenta años después.

En nuestra opinión, el error se origina porque el nombre que apareceen la portada se equipara al del autor sin considerar otras posibilidades.Cabe reseñar, al respecto, que en la tradición medieval de los copistas seacostumbraba a añadir a continuación del nombre del autor el de quienhabía efectuado la copia sin mayor aclaración. De hecho, no es infre-cuente hallar libros producidos en la Edad Media en cuya portada apa-recen nombres sucesivos sin que por ello exista posibilidad de equívo-co entre autor, copistas e impresores que también aparecen.

En el caso concreto del manuscrito que reseñamos, hay que hacernotar que, en calidad de cronista del Nuevo Mundo, Gil GonzálezD’Ávila recibía todo tipo de libros y referencias acerca de lo que aconte-cía en estas tierras con el fin de que posteriormente pudiera informar alrey. Esta razón justifica sobradamente que llegara a sus manos el origi-nal antedicho. En este sentido, creo que se puede descartar el intento deusurpación intelectual: tras recibir el de Ávila el manuscrito de la Guerrade los chichimecas sin portada ni datos precisos acerca del autor, mandóhacer una copia añadiendo su propio nombre en calidad de copista. Nosiendo conocido el primero, no resulta inconcebible imaginar que GilGonzález D’Ávila pusiera sólo el suyo en la portada de la obra referida.Esta hipótesis plantea, no obstante, una doble interrogante. Si el manus-crito de Gil González D’Ávila es una copia: ¿quién es el autor del origi-nal?, ¿dónde se encuentra éste?

Tras dedicarme a indagar acerca del cronista, Guerra de los chichime-cas había sido desplazada de mi horizonte temático a un segundo térmi-no y el problema al que ahora me enfrentaba era de índole diferente: ¿esposible considerar a Gil González D’Ávila como un cronista de Indiasen sentido estricto?

La respuesta a esta cuestión, más allá del otorgamiento regio de taltítulo, puede hallar en la existencia de una Hiftoria Eclefiaftica de las

Indias redactada por su propia mano un atisbo de luz. El Teatro eclesiás-tico de la primitiva Iglesia de la Nueva España en las Indias Occidentales seabre con una dedicatoria al rey en la que se asegura que la obra:

CONTIENE las hazañas de la FE CATÓLICA, la memoria inmortal de sus verda-deros Triunfos, y lo glorioso de sus Vitorias divinas, y ganadas con el pode-rosos braço del SEÑOR DE LOS EXERCITOS, en el Nuevo Mundo de las INDIAS:donde la ignorancia de la Idolatria era absoluta señora de sus Coronas y Re-yes: fingiendo inmortalidad en dioses vanos: ofreciendoles (como si pudie-ran algo) en vez de animales brutos, coraçones humanos; en tanto numero,que causa horror, y admiración el oirlo (González Dávila 1959, VII).

La importancia de esta obra de Gil González, al margen del objetivoque su autor perseguía de contribuir a consolidar la Contrarreforma, es-triba en el hecho de ser un auténtico catálogo de los nombres e historiasde los eclesiásticos que tuvieron algún tipo de relevancia en los prime-ros años de la Colonia.13 Pero no es sólo solo cuestión de nombres. Algu-nos de los procesos regionales que se han ido configurando en los últi-mos siglos en Iberoamérica no pueden entenderse sin las divisionesadministrativas de la primera Iglesia americana. En este sentido, laobra, en la que se incluyen diversos mapas, nos muestra desde dentrode la Iglesia como se organizó ésta para llevar la fe al mayor número po-sible de personas: “un Patriarcato, seis Arçobispados, treinta y dos obis-pados, trecientas y quarenta y seis Prebendas, dos Abadias, cinco Cape-llanias Reales, [así como] ochocientos y quarenta Conventos; [...] tresInquisiciones, cinco Universidades, muchos Colegios y Estudios, infini-tos Hospitales, y algunos Conventos de Monjas”(González Dávila 1959,IX). Esta infraestructura, dice González Dávila, permitió conseguir enpoco más de cien años un objetivo más grande del esperado: “más de

13 Como fácilmente puede colegirse de su título completo: Teatro eclesiástico de la pri-mitiua iglesia de las Indias Occidentales: Vidas de sus Arzobispos, obispos y cosas memorables desus sede. José Porrúa, en la edición que publicó en Madrid en 1959 eliminó la segundaparte del título. Por cierto habría que indicar que esta edición de Porrúa pasó desaperci-bida debido a lo limitado de su tirada: 225 ejemplares. En 1981 apareció en México D.F.una edición facsimilar de la impresión de 1649 publicada por Condumex.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 4 9

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 4 8

toda su extensión. El autor del manuscrito narra en primera persona, noen estilo indirecto cuál es característico de los cronistas, su participaciónen el Mixtón: “[…] son del Nuevo Reino de Galicia, y de allí no piensotratar, pues no he puesto las manos en ello, ni aun he estado allá des-pués de la dicha guerra que hizo el dicho señor visorrey, que me halléen ella […]”(§7). Sin embargo, mal pudiera estar presente en sucesosacaecidos en 1541 quien nació casi cuarenta años después.

En nuestra opinión, el error se origina porque el nombre que apareceen la portada se equipara al del autor sin considerar otras posibilidades.Cabe reseñar, al respecto, que en la tradición medieval de los copistas seacostumbraba a añadir a continuación del nombre del autor el de quienhabía efectuado la copia sin mayor aclaración. De hecho, no es infre-cuente hallar libros producidos en la Edad Media en cuya portada apa-recen nombres sucesivos sin que por ello exista posibilidad de equívo-co entre autor, copistas e impresores que también aparecen.

En el caso concreto del manuscrito que reseñamos, hay que hacernotar que, en calidad de cronista del Nuevo Mundo, Gil GonzálezD’Ávila recibía todo tipo de libros y referencias acerca de lo que aconte-cía en estas tierras con el fin de que posteriormente pudiera informar alrey. Esta razón justifica sobradamente que llegara a sus manos el origi-nal antedicho. En este sentido, creo que se puede descartar el intento deusurpación intelectual: tras recibir el de Ávila el manuscrito de la Guerrade los chichimecas sin portada ni datos precisos acerca del autor, mandóhacer una copia añadiendo su propio nombre en calidad de copista. Nosiendo conocido el primero, no resulta inconcebible imaginar que GilGonzález D’Ávila pusiera sólo el suyo en la portada de la obra referida.Esta hipótesis plantea, no obstante, una doble interrogante. Si el manus-crito de Gil González D’Ávila es una copia: ¿quién es el autor del origi-nal?, ¿dónde se encuentra éste?

Tras dedicarme a indagar acerca del cronista, Guerra de los chichime-cas había sido desplazada de mi horizonte temático a un segundo térmi-no y el problema al que ahora me enfrentaba era de índole diferente: ¿esposible considerar a Gil González D’Ávila como un cronista de Indiasen sentido estricto?

La respuesta a esta cuestión, más allá del otorgamiento regio de taltítulo, puede hallar en la existencia de una Hiftoria Eclefiaftica de las

Indias redactada por su propia mano un atisbo de luz. El Teatro eclesiás-tico de la primitiva Iglesia de la Nueva España en las Indias Occidentales seabre con una dedicatoria al rey en la que se asegura que la obra:

CONTIENE las hazañas de la FE CATÓLICA, la memoria inmortal de sus verda-deros Triunfos, y lo glorioso de sus Vitorias divinas, y ganadas con el pode-rosos braço del SEÑOR DE LOS EXERCITOS, en el Nuevo Mundo de las INDIAS:donde la ignorancia de la Idolatria era absoluta señora de sus Coronas y Re-yes: fingiendo inmortalidad en dioses vanos: ofreciendoles (como si pudie-ran algo) en vez de animales brutos, coraçones humanos; en tanto numero,que causa horror, y admiración el oirlo (González Dávila 1959, VII).

La importancia de esta obra de Gil González, al margen del objetivoque su autor perseguía de contribuir a consolidar la Contrarreforma, es-triba en el hecho de ser un auténtico catálogo de los nombres e historiasde los eclesiásticos que tuvieron algún tipo de relevancia en los prime-ros años de la Colonia.13 Pero no es sólo solo cuestión de nombres. Algu-nos de los procesos regionales que se han ido configurando en los últi-mos siglos en Iberoamérica no pueden entenderse sin las divisionesadministrativas de la primera Iglesia americana. En este sentido, laobra, en la que se incluyen diversos mapas, nos muestra desde dentrode la Iglesia como se organizó ésta para llevar la fe al mayor número po-sible de personas: “un Patriarcato, seis Arçobispados, treinta y dos obis-pados, trecientas y quarenta y seis Prebendas, dos Abadias, cinco Cape-llanias Reales, [así como] ochocientos y quarenta Conventos; [...] tresInquisiciones, cinco Universidades, muchos Colegios y Estudios, infini-tos Hospitales, y algunos Conventos de Monjas”(González Dávila 1959,IX). Esta infraestructura, dice González Dávila, permitió conseguir enpoco más de cien años un objetivo más grande del esperado: “más de

13 Como fácilmente puede colegirse de su título completo: Teatro eclesiástico de la pri-mitiua iglesia de las Indias Occidentales: Vidas de sus Arzobispos, obispos y cosas memorables desus sede. José Porrúa, en la edición que publicó en Madrid en 1959 eliminó la segundaparte del título. Por cierto habría que indicar que esta edición de Porrúa pasó desaperci-bida debido a lo limitado de su tirada: 225 ejemplares. En 1981 apareció en México D.F.una edición facsimilar de la impresión de 1649 publicada por Condumex.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 1

mo momento, hice el firme propósito de volver a ella en cuanto obliga-ciones más perentorias me lo permitieran.

Como quiera que “el hombre propone y Dios dispone”, el tiempoiba transcurriendo sin recibir nuevos asaltos de la “guerra”. En julio delaño 2000 mi alma mater me concedió la posibilidad de regresar a mi se-gunda casa académica, El Colegio de Jalisco, para proseguir la investi-gación que Andrés Fábregas y quien esto escribe están desarrollando ycuyos primeros frutos fueron dados a estampa en 1999, e impartir uncurso de doctorado durante un semestre. En el seno de uno de los va-rios seminarios que en dicha institución se están celebrando sobre elnorte de Jalisco conocí al doctor Alberto Carrillo, de El Colegio de Mi-choacán, quien se había desplazado hasta Zapopan para comentar laedición que había preparado sobre Guerra de los chichimecas. A medidaque Carrillo iba desgranando sus ideas acerca de la autoría del texto,que atribuye a un fraile agustino, rememoraba fragmentos que ahoraadquirían una nueva significación.

El intento de convertir a las mujeres en aliadas frente a unos varonesrecelosos de los ministros de la Iglesia a los que sus consortes cuentansus más inconfesables secretos en, valga la paradoja, confesión y la con-secuente preferencia que los predicadores han tenido por las mujeres,como han mostrado Brandes (1991) y Delgado (1993), se revelaba ahoraen toda su amplitud. Así, frente a la barbarie destacada de las accionesguerreras, redescubría ahora una inusitada “compasión” hacia las chi-chimecas. La imagen de unos varones que encuentran sumo placer endeshollar al niño que mama y a la madre que amamanta se contraponíaa la de unas mujeres “piadosas” a las que se ha visto “acariciar los pre-sos, darles de comer y llorar con ellos, lo que no se ha visto a ningúnhombre”(§13). La diferencia de apreciación del carácter de unos y otrasencuentra en las palabras del fraile oportuna explicación: sobre ellasrecae absolutamente todo el trabajo, pues el varón sólo ha ocuparse desu arco y sus flechas. Las dificultades por las que pasan las mujeres chi-chimecas se incrementan aún más debido a su carácter seminómada:son ellas quienes, “cuando se mudan”, cargan y trasladan todas las per-tenencias del grupo familiar, incluyendo a los hijos. Por cierto que, si enuno de estos traslados, una mujer ha de dar a luz, el grupo no la espera,

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 0

diez millones de almas” bautizadas en contacto con la nueva fe, “abo-rrecieron la comida de la carne humana; cessó el andar desnudos, y pin-tarse; y otros muchos vicios dignos de olvido, y tinieblas”(González Dá-vila 1959, VIII).

CAMBIO DE PERSPECTIVA

En el mes de noviembre de 1998, en unas jornadas sobre cronistas de In-dias presenté una ponencia sobre Gil González D’Ávila. El núcleo de lamisma pretendía exponer la relevancia que Hiftoria Eclefiaftica de las In-dias podía tener para los estudiosos del tema. Como ya han mostrado al-gunos especialistas en la cuestión –Ricard (1947), Layafe (1995) u O’Gor-man (1991)–, esta obra puede considerarse como fuente imprescindiblepara el conocimiento de algunos de los mecanismos inherentes a ciertosprocesos colonizadores que tienen que ver tanto con la formación de fe-nómenos sincréticos como con procesos de ruptura. Por tal motivo, in-sistía, aunque la relación de sus escritos, enumerados al final a modo deapéndice, nos conducen a considerarlo más como un historiador de laIglesia que como un cronista de Indias, la aludida obra se ha convertidoen un instrumento necesario para cualquier investigación acerca de la“conquista espiritual del Nuevo Mundo”.

Como de pasada, en mi discurso, salió a colación la indebida atribu-ción a Gil González del texto conocido como Guerra de los chichimecas. Apartir de tal momento, de forma poco sorprendente también es verdad,el público presente en la sala, mayoritariamente estudiantil, decidióignorar al cronista y centrar su interés en unos pueblos para ellos igno-tos. De poco sirvieron mis esfuerzos para centrar la cuestión en el abu-lense. Vime pues, en la necesidad de rememorar forzadamente el textode De las Casas y complementarlo con las clásicas referencias a Powell,Antonio Tello y otras que había ido adquiriendo en sucesivas y frag-mentadas lecturas cada vez que llegaba hasta El Colegio de Jalisco.Mientras respondía a una y otra interrogación sobre el tema, eludiendotodo tipo de controversias, pensaba en la facilidad con que Guerra de loschichimecas había aparecido y desaparecido en mi biografía. En ese mis-

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 1

mo momento, hice el firme propósito de volver a ella en cuanto obliga-ciones más perentorias me lo permitieran.

Como quiera que “el hombre propone y Dios dispone”, el tiempoiba transcurriendo sin recibir nuevos asaltos de la “guerra”. En julio delaño 2000 mi alma mater me concedió la posibilidad de regresar a mi se-gunda casa académica, El Colegio de Jalisco, para proseguir la investi-gación que Andrés Fábregas y quien esto escribe están desarrollando ycuyos primeros frutos fueron dados a estampa en 1999, e impartir uncurso de doctorado durante un semestre. En el seno de uno de los va-rios seminarios que en dicha institución se están celebrando sobre elnorte de Jalisco conocí al doctor Alberto Carrillo, de El Colegio de Mi-choacán, quien se había desplazado hasta Zapopan para comentar laedición que había preparado sobre Guerra de los chichimecas. A medidaque Carrillo iba desgranando sus ideas acerca de la autoría del texto,que atribuye a un fraile agustino, rememoraba fragmentos que ahoraadquirían una nueva significación.

El intento de convertir a las mujeres en aliadas frente a unos varonesrecelosos de los ministros de la Iglesia a los que sus consortes cuentansus más inconfesables secretos en, valga la paradoja, confesión y la con-secuente preferencia que los predicadores han tenido por las mujeres,como han mostrado Brandes (1991) y Delgado (1993), se revelaba ahoraen toda su amplitud. Así, frente a la barbarie destacada de las accionesguerreras, redescubría ahora una inusitada “compasión” hacia las chi-chimecas. La imagen de unos varones que encuentran sumo placer endeshollar al niño que mama y a la madre que amamanta se contraponíaa la de unas mujeres “piadosas” a las que se ha visto “acariciar los pre-sos, darles de comer y llorar con ellos, lo que no se ha visto a ningúnhombre”(§13). La diferencia de apreciación del carácter de unos y otrasencuentra en las palabras del fraile oportuna explicación: sobre ellasrecae absolutamente todo el trabajo, pues el varón sólo ha ocuparse desu arco y sus flechas. Las dificultades por las que pasan las mujeres chi-chimecas se incrementan aún más debido a su carácter seminómada:son ellas quienes, “cuando se mudan”, cargan y trasladan todas las per-tenencias del grupo familiar, incluyendo a los hijos. Por cierto que, si enuno de estos traslados, una mujer ha de dar a luz, el grupo no la espera,

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 0

diez millones de almas” bautizadas en contacto con la nueva fe, “abo-rrecieron la comida de la carne humana; cessó el andar desnudos, y pin-tarse; y otros muchos vicios dignos de olvido, y tinieblas”(González Dá-vila 1959, VIII).

CAMBIO DE PERSPECTIVA

En el mes de noviembre de 1998, en unas jornadas sobre cronistas de In-dias presenté una ponencia sobre Gil González D’Ávila. El núcleo de lamisma pretendía exponer la relevancia que Hiftoria Eclefiaftica de las In-dias podía tener para los estudiosos del tema. Como ya han mostrado al-gunos especialistas en la cuestión –Ricard (1947), Layafe (1995) u O’Gor-man (1991)–, esta obra puede considerarse como fuente imprescindiblepara el conocimiento de algunos de los mecanismos inherentes a ciertosprocesos colonizadores que tienen que ver tanto con la formación de fe-nómenos sincréticos como con procesos de ruptura. Por tal motivo, in-sistía, aunque la relación de sus escritos, enumerados al final a modo deapéndice, nos conducen a considerarlo más como un historiador de laIglesia que como un cronista de Indias, la aludida obra se ha convertidoen un instrumento necesario para cualquier investigación acerca de la“conquista espiritual del Nuevo Mundo”.

Como de pasada, en mi discurso, salió a colación la indebida atribu-ción a Gil González del texto conocido como Guerra de los chichimecas. Apartir de tal momento, de forma poco sorprendente también es verdad,el público presente en la sala, mayoritariamente estudiantil, decidióignorar al cronista y centrar su interés en unos pueblos para ellos igno-tos. De poco sirvieron mis esfuerzos para centrar la cuestión en el abu-lense. Vime pues, en la necesidad de rememorar forzadamente el textode De las Casas y complementarlo con las clásicas referencias a Powell,Antonio Tello y otras que había ido adquiriendo en sucesivas y frag-mentadas lecturas cada vez que llegaba hasta El Colegio de Jalisco.Mientras respondía a una y otra interrogación sobre el tema, eludiendotodo tipo de controversias, pensaba en la facilidad con que Guerra de loschichimecas había aparecido y desaparecido en mi biografía. En ese mis-

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 3

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 2

absolutamente todo, de raíces silvestres y de los frutos del mezquite. Sudieta se complementa con liebres, ratones, aves y cualquier animal quese mueva por el campo. A este respecto cabe indicar que la caza es unaactividad parcialmente masculina, contrariamente a la tópica imagenque nos trasmitieron los evolucionistas decimonónicos según la cual losvarones se dedicaban exclusivamente a la caza mientras las mujeres ha-cían lo propio con la recolección: aunque ellos arrojan sus flechas, sonlas mujeres quienes se dedican a trasladar hasta los campamentos a losanimales cazados.

FRAY GUILLERMO DE SANTA MARÍA

Si, como sabemos, Gonzalo de las Casas había llegado hasta tierra hos-til con el firme propósito de reprimir una sublevación, esta nueva con-textualización de las naciones o parcialidades chichimecas ya no pareceacomodarse tan fácilmente a tal fin. Por tal motivo resulta más atracti-va la propuesta que hace Alberto Carrillo en la introducción y crítica auna nueva edición de la Guerra de los chichimecas.

En esta versión del texto que publican El Colegio de Michoacán y laUniversidad de Guanajuato, Carrillo proporciona pruebas fehacientesde que el autor del manuscrito tantas veces referido es un fraile agusti-no llamado Guillermo de Santa María. La vida de este fraile, natural deTalavera de la Reina, razón por la que a veces se le nombra como Gui-llermo de Talavera, más parece de aventurero si tomamos en cuenta losdatos que de la misma se dan en el capítulo tercero de la edición, que dereligioso. Tras tomar el hábito en el convento agustino de Arenas de SanPedro (Ávila) con el nombre de Fray Francisco Asaldo, huyó del mismoy vino a parar clandestinamente a Nueva España. En 1541 lo encontra-mos profesando, por segunda vez, entre los seguidores de San Agustín,ahora ya como Guillermo de Santa María. Poco tiempo después se aña-dió a la comitiva del virrey que se dirigía a territorio chichimeca. Trasun regresó a España, al parecer tan clandestinamente como había llega-do, se embarca, ahora legalmente, hacia tierras americanas donde pasa-rá la mayor parte de su vida dedicándose a la evangelización de los chi-chimecas.

razón por la cual “muchas veces les acontece parir caminando, y auncon las pares colgando y corriendo sangre caminan, como si fuesen al-guna oveja o vaca. Lavan luego a sus hijos, y si no tienen agua los lim-pian con unas yerbas”(§15).

La habilidad que las mujeres mostraban para esconder las armas encuanto los varones se dedicaban a beber y emborracharse a fin de evitarmales mayores que, en una primera lectura, me había sonado a merodesdén, revestía nuevas lecturas, a la par que mantenían la anterior, alservir de justificación para probar la superioridad de los chichimecassobre aztecas y otros pueblos mexicanos: “tienen sus brevajes que be-ben, porque hasta hoy no se ha hallado nación que se contente con elbeber sola agua. Los mexicanos tiene sólo el que sacan del maguey. Es-tos tienen el mismo, y otro que hacen de las tunas y otro del mezquite,por manera que tienen tres clases de vinos”(§17).

Llegados a este punto, las acciones guerreras, que siguen estando pre-sentes en el manuscrito, fueron recategorizadas en función de un contextomás amplio destinado a mostrar la sociedad chichimeca en su conjunto.Tal parece que Guillermo de Santa María intentara exponer una comple-ta visión de la vida cotidiana de estas naciones y de sus principales cos-tumbres en lo relativo a la religiosidad, el parentesco, la alimentación, elocio u otros aspectos relevantes de la vida de los seres humanos.

Sabemos así que, a pesar de tanta barbarie, “conocen mujer propia”(§15), por lo que celebran matrimonios localmente exógamos de resi-dencia matrilocal –“cuando casan en otra parcialidad, sigue el varón eldomicilio de la mujer”– (§15) que son contratados por parientes siguien-do un principio de fortalecimiento de alianzas, pues “muchas veces losque son enemigos, se hacen amigos a causa de los casamientos”(§15).También en relación con el parentesco nos informa Fray Guillermo deque los matrimonios pueden no ser perpetuos y que la decisión de laruptura del mismo suele recaer en la esposa: “tienen repudios, aunquepor la mayor parte ellas los repudian y no por el contrario” (§15).

Como hemos indicado, los sufrimientos que padecen las mujeresparecerían suficientes para justificar esta elección. Así además de lostrabajos ya reseñados, se encargan de guisar, pelar las tunas a los varo-nes, y alimentarlos con éstas frutas y otras que pueden recolectar. Sue-len los chichimecas nutrirse, además, del maguey, del que aprovechan

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 3

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 2

absolutamente todo, de raíces silvestres y de los frutos del mezquite. Sudieta se complementa con liebres, ratones, aves y cualquier animal quese mueva por el campo. A este respecto cabe indicar que la caza es unaactividad parcialmente masculina, contrariamente a la tópica imagenque nos trasmitieron los evolucionistas decimonónicos según la cual losvarones se dedicaban exclusivamente a la caza mientras las mujeres ha-cían lo propio con la recolección: aunque ellos arrojan sus flechas, sonlas mujeres quienes se dedican a trasladar hasta los campamentos a losanimales cazados.

FRAY GUILLERMO DE SANTA MARÍA

Si, como sabemos, Gonzalo de las Casas había llegado hasta tierra hos-til con el firme propósito de reprimir una sublevación, esta nueva con-textualización de las naciones o parcialidades chichimecas ya no pareceacomodarse tan fácilmente a tal fin. Por tal motivo resulta más atracti-va la propuesta que hace Alberto Carrillo en la introducción y crítica auna nueva edición de la Guerra de los chichimecas.

En esta versión del texto que publican El Colegio de Michoacán y laUniversidad de Guanajuato, Carrillo proporciona pruebas fehacientesde que el autor del manuscrito tantas veces referido es un fraile agusti-no llamado Guillermo de Santa María. La vida de este fraile, natural deTalavera de la Reina, razón por la que a veces se le nombra como Gui-llermo de Talavera, más parece de aventurero si tomamos en cuenta losdatos que de la misma se dan en el capítulo tercero de la edición, que dereligioso. Tras tomar el hábito en el convento agustino de Arenas de SanPedro (Ávila) con el nombre de Fray Francisco Asaldo, huyó del mismoy vino a parar clandestinamente a Nueva España. En 1541 lo encontra-mos profesando, por segunda vez, entre los seguidores de San Agustín,ahora ya como Guillermo de Santa María. Poco tiempo después se aña-dió a la comitiva del virrey que se dirigía a territorio chichimeca. Trasun regresó a España, al parecer tan clandestinamente como había llega-do, se embarca, ahora legalmente, hacia tierras americanas donde pasa-rá la mayor parte de su vida dedicándose a la evangelización de los chi-chimecas.

razón por la cual “muchas veces les acontece parir caminando, y auncon las pares colgando y corriendo sangre caminan, como si fuesen al-guna oveja o vaca. Lavan luego a sus hijos, y si no tienen agua los lim-pian con unas yerbas”(§15).

La habilidad que las mujeres mostraban para esconder las armas encuanto los varones se dedicaban a beber y emborracharse a fin de evitarmales mayores que, en una primera lectura, me había sonado a merodesdén, revestía nuevas lecturas, a la par que mantenían la anterior, alservir de justificación para probar la superioridad de los chichimecassobre aztecas y otros pueblos mexicanos: “tienen sus brevajes que be-ben, porque hasta hoy no se ha hallado nación que se contente con elbeber sola agua. Los mexicanos tiene sólo el que sacan del maguey. Es-tos tienen el mismo, y otro que hacen de las tunas y otro del mezquite,por manera que tienen tres clases de vinos”(§17).

Llegados a este punto, las acciones guerreras, que siguen estando pre-sentes en el manuscrito, fueron recategorizadas en función de un contextomás amplio destinado a mostrar la sociedad chichimeca en su conjunto.Tal parece que Guillermo de Santa María intentara exponer una comple-ta visión de la vida cotidiana de estas naciones y de sus principales cos-tumbres en lo relativo a la religiosidad, el parentesco, la alimentación, elocio u otros aspectos relevantes de la vida de los seres humanos.

Sabemos así que, a pesar de tanta barbarie, “conocen mujer propia”(§15), por lo que celebran matrimonios localmente exógamos de resi-dencia matrilocal –“cuando casan en otra parcialidad, sigue el varón eldomicilio de la mujer”– (§15) que son contratados por parientes siguien-do un principio de fortalecimiento de alianzas, pues “muchas veces losque son enemigos, se hacen amigos a causa de los casamientos”(§15).También en relación con el parentesco nos informa Fray Guillermo deque los matrimonios pueden no ser perpetuos y que la decisión de laruptura del mismo suele recaer en la esposa: “tienen repudios, aunquepor la mayor parte ellas los repudian y no por el contrario” (§15).

Como hemos indicado, los sufrimientos que padecen las mujeresparecerían suficientes para justificar esta elección. Así además de lostrabajos ya reseñados, se encargan de guisar, pelar las tunas a los varo-nes, y alimentarlos con éstas frutas y otras que pueden recolectar. Sue-len los chichimecas nutrirse, además, del maguey, del que aprovechan

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 4

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 5

Según Carrillo (1999, 72), quien narra la vida de este personaje conprofusión de datos biográficos, fray Guillermo de Santa María habríaescrito Guerra de los chichimecas entre 1575 y 1580, época que se inicia consu presencia como conventual en San Felipe y que concluye como priordel convento de Zirosto una vez que los agustinos abandonan el primerlugar, si bien con anterioridad a esta fecha podría haber redactado va-rios borradores. Precisamente uno de éstos, denominado Genealogía delos chichimecas y origen de las gentes desta Nueva España, puede hallarse enel origen sobre la disputa nominal de la autoría:

la expedición de Las Casas fue probablemente en 1571, cuando fray Guiller-mo se hallaba doctrinando en la villa de San Felipe. De este tiempo vendríala relación del fraile con este capitán, y de ahí la posibilidad de que el agus-tino confiara a Gonzalo de las Casas los escritos que tenía redactados, conla esperanza de que los tomaran en cuenta las autoridades que dirigían laguerra (Carrillo 1999, 75).

Con el mismo afán envió fray Guillermo en 1580 una carta autógra-fa de su puño y letra al prior de Yuririapúndaro. Ésta, por razones deconveniencia, será añadida a la “relación geográfica” de Tiripitío porPedro Montes de Oca, corregidor del lugar. La importancia de esta cartaestriba en el hecho de que una crítica textual de la misma comparadacon los dos ejemplares que existen de Guerra de los chichimecas, uno enParís y el otro en El Escorial, arroja coincidencias sorprendentes tanto enlo tocante a descripciones etnográficas como a recursos estilísticos y ci-tas bibliográficas. Tal es la semejanza que Carrillo no duda en afirmar que

se trata de dos versiones de la misma obra: una contenida en el que hemosllamado Texto menor, y otra la que forma el Texto mayor. Ahora bien, si elTexto menor consta ser obra autógrafa de fray Guillermo de Santa María,quien firma el documento, y sustancialmente es idéntico a éste el Texto ma-yor, entonces en buena lógica se sigue que el Texto mayor es también obrasuya”(Carrillo 1999, 61).14

Ahora bien, el conjunto de similitudes descubiertas y aún la cohe-rencia intertextual no puede ser tomada como prueba incontrovertible,pues si uno de los textos es dependiente del otro, la evidencia aludidaquedaría en entredicho. Por tal motivo, Carrillo acude al análisis de lascoincidencias erróneas con el objeto de contrastar errores tan significa-tivos “que dos amanuenses por separado no puedan cometerlos a lavez” (Carrillo 1999, 63). Tras una comprobación de los principales ye-rros y omisiones de los manuscritos llega a una conclusión que conside-ra incuestionable: “Estos errores separativos nos permiten trazar unstema o genealogía en que se muestre que el de París P no depende delde El Escorial E, sino que uno y otro dependen de un modelo X perdi-do. Con este modelo, obviamente tiene una dependencia total el Textomenor T o manuscrito de Texas” (Carrillo 1999, 63).

Tan rotunda afirmación no cierra la puerta a la investigación sobreGuerra de los chichimecas, simplemente la entorna. Antes de clausurarlauna última pesquisa requiere fidedigna respuesta: ¿qué vicisitudes hapasado el original del que dependen?, ¿dónde se halla?

DE LA TEOLOGÍA AL INDIGENISMO

¿Sería editorialmente aceptable que el estudio crítico que se presenta enesta edición figurara tras el texto y no antes? La respuesta a esta cues-tión aparentemente técnica tiene que ver con interrogantes planteadasen páginas precedentes. Aunque el contenido del texto de Gonzalo delas Casas y el de Guillermo de Santa María es prácticamente el mismo,15

su significación resulta diferente tanto por la personalidad del autorcomo por el background con el que el lector se enfrenta ahora a él. Así, elestudio del editor contribuye, de forma no deliberada, a convertir al mi-litar en teólogo, al conquistador en misionero y el inamovible dogma entitubeante duda.

Visto el texto como resultado de una reflexión teológica, la invarian-te estructura del mismo cae ahora bajo categorías diferentes. La inicial

14 Cursivas del autor. El Texto menor es el inserto en la relación de Tiripitío hallado re-cientemente en Texas. El Texto mayor hace referencia a los manuscritos europeos.

15 Existen algunas diferencias que en algunos casos pueden devenir sustanciales de-bido a la diferente interpretación de las abreviaturas del texto original.

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 4

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 5

Según Carrillo (1999, 72), quien narra la vida de este personaje conprofusión de datos biográficos, fray Guillermo de Santa María habríaescrito Guerra de los chichimecas entre 1575 y 1580, época que se inicia consu presencia como conventual en San Felipe y que concluye como priordel convento de Zirosto una vez que los agustinos abandonan el primerlugar, si bien con anterioridad a esta fecha podría haber redactado va-rios borradores. Precisamente uno de éstos, denominado Genealogía delos chichimecas y origen de las gentes desta Nueva España, puede hallarse enel origen sobre la disputa nominal de la autoría:

la expedición de Las Casas fue probablemente en 1571, cuando fray Guiller-mo se hallaba doctrinando en la villa de San Felipe. De este tiempo vendríala relación del fraile con este capitán, y de ahí la posibilidad de que el agus-tino confiara a Gonzalo de las Casas los escritos que tenía redactados, conla esperanza de que los tomaran en cuenta las autoridades que dirigían laguerra (Carrillo 1999, 75).

Con el mismo afán envió fray Guillermo en 1580 una carta autógra-fa de su puño y letra al prior de Yuririapúndaro. Ésta, por razones deconveniencia, será añadida a la “relación geográfica” de Tiripitío porPedro Montes de Oca, corregidor del lugar. La importancia de esta cartaestriba en el hecho de que una crítica textual de la misma comparadacon los dos ejemplares que existen de Guerra de los chichimecas, uno enParís y el otro en El Escorial, arroja coincidencias sorprendentes tanto enlo tocante a descripciones etnográficas como a recursos estilísticos y ci-tas bibliográficas. Tal es la semejanza que Carrillo no duda en afirmar que

se trata de dos versiones de la misma obra: una contenida en el que hemosllamado Texto menor, y otra la que forma el Texto mayor. Ahora bien, si elTexto menor consta ser obra autógrafa de fray Guillermo de Santa María,quien firma el documento, y sustancialmente es idéntico a éste el Texto ma-yor, entonces en buena lógica se sigue que el Texto mayor es también obrasuya”(Carrillo 1999, 61).14

Ahora bien, el conjunto de similitudes descubiertas y aún la cohe-rencia intertextual no puede ser tomada como prueba incontrovertible,pues si uno de los textos es dependiente del otro, la evidencia aludidaquedaría en entredicho. Por tal motivo, Carrillo acude al análisis de lascoincidencias erróneas con el objeto de contrastar errores tan significa-tivos “que dos amanuenses por separado no puedan cometerlos a lavez” (Carrillo 1999, 63). Tras una comprobación de los principales ye-rros y omisiones de los manuscritos llega a una conclusión que conside-ra incuestionable: “Estos errores separativos nos permiten trazar unstema o genealogía en que se muestre que el de París P no depende delde El Escorial E, sino que uno y otro dependen de un modelo X perdi-do. Con este modelo, obviamente tiene una dependencia total el Textomenor T o manuscrito de Texas” (Carrillo 1999, 63).

Tan rotunda afirmación no cierra la puerta a la investigación sobreGuerra de los chichimecas, simplemente la entorna. Antes de clausurarlauna última pesquisa requiere fidedigna respuesta: ¿qué vicisitudes hapasado el original del que dependen?, ¿dónde se halla?

DE LA TEOLOGÍA AL INDIGENISMO

¿Sería editorialmente aceptable que el estudio crítico que se presenta enesta edición figurara tras el texto y no antes? La respuesta a esta cues-tión aparentemente técnica tiene que ver con interrogantes planteadasen páginas precedentes. Aunque el contenido del texto de Gonzalo delas Casas y el de Guillermo de Santa María es prácticamente el mismo,15

su significación resulta diferente tanto por la personalidad del autorcomo por el background con el que el lector se enfrenta ahora a él. Así, elestudio del editor contribuye, de forma no deliberada, a convertir al mi-litar en teólogo, al conquistador en misionero y el inamovible dogma entitubeante duda.

Visto el texto como resultado de una reflexión teológica, la invarian-te estructura del mismo cae ahora bajo categorías diferentes. La inicial

14 Cursivas del autor. El Texto menor es el inserto en la relación de Tiripitío hallado re-cientemente en Texas. El Texto mayor hace referencia a los manuscritos europeos.

15 Existen algunas diferencias que en algunos casos pueden devenir sustanciales de-bido a la diferente interpretación de las abreviaturas del texto original.

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 6

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 7

tríada propuesta se convierte ahora en una radicalmente divergente: in-troducción etnográfica, discurso jurídico-teológico y conclusiones deri-vadas de la aplicación de éste sobre aquélla. La determinación de con-formación estructural no obedece a un proceso azaroso ni a la elecciónde un estilo literario, sino a la consecución de un doble objetivo: cumpliruna encomendada función de peritaje y analizar la guerra de conquistadesde el prisma de la relación entre actos humanos y mandamientosdivinos.

En lo que al primer aspecto se refiere, habría que indicar que el textoha de ser tenido por un “parecer”. Como es suficientemente conocido,la monarquía imperial española intentó hacer gala de prudencia –pocasveces llevada a efecto por quien debía ejecutarla– en la toma de decisio-nes relativas a los asuntos americanos. Por tal motivo, era costumbreque antes de adoptar aquellas que pudieran ser especialmente polémi-cas se escucharan distintos “pareceres” de especialistas en la cuestión.Si bien órdenes y noticias no circulaban con la rapidez que la situaciónrequería, cabe recordar que las batallas del Mixtón y Jochipila coincidenen el tiempo con fuertes discusiones habidas en España sobre la licitudde las contiendas y, especialmente, el trato que están recibiendo los indí-genas. De hecho, aunque al margen de lo acontecido en las relacionesentre castellanos y chichimecas, sólo un año después de la citada bata-lla son aprobadas en Barcelona las conocidas Leyes Nuevas tendentes areducir drásticamente los abusos.

La inagotable sucesión de “pareceres” escritos en la época se vincu-la a la existencia de múltiples “foros” generadores de disposiciones. Así,el de fray Guillermo de Santa María se comprende en el contexto de lasucesión de “Juntas teológicas” convocadas por el virrey Martín Enrí-quez entre 1569 y 1575 para decidir sobre la licitud ética de la guerra.Los pareceres emitidos por los presentes en las mismas abarcaron todoel espectro ideológico imaginable: desde atribuir la culpabilidad de lasituación a los desmanes de la soldadesca, con el corolario de la ilicitudde la contienda, a pedir a gritos la guerra contra el “infiel” a sangre yfuego.

En este contexto, cobran particular sentido las múltiples referenciasque aparecen en Guerra de los chichimecas y que entrecruzan textos bíbli-cos o de San Agustín, San Ambrosio y Santo Tomás de Aquino, con otros

procedentes de la tradición jurídica que inauguran pocos años antes enSalamanca Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, entre otros. Es más,aunque no hay referencia expresa a ello, pareciera que el autor del ma-nuscrito hubiera estado presente personalmente en parte de las contro-versias salmantinas. Resultan por ello de indudable valor las numerosasnotas a pie de página que aparecen en esta nueva edición desarrollandototalmente los escritos a los que el autor se refiere y que aparecen mera-mente indicados en el corpus del texto. No se trata, sin embargo, de unaaportación para eruditos, sino la demostración de la existencia de unacoherencia interna en el texto que, de otra forma, pasaría desapercibida.

No debe entenderse el contexto de formación del texto descritocomo un elemento externo al mismo que nos facilita su comprensión,sino como parte indisociable del contenido. Ni tan siquiera deben consi-derarse analíticamente como separados. Al igual que el nombre del au-tor, el contexto se encuentra en el texto y no al margen del mismo. Sóloasí se entiende el “parecer” que acuerda emitir fray Guillermo de Santa:siempre es lícita la defensa para “obviar sus daños, quemas, muertes yrobos” (§41), pero han de darse ciertas condiciones para considerar delmismo modo la guerra ofensiva. En concreto, la ofensiva contra los chi-chimecas estaría justificada si fuera dirigida a lograr alguno de estospropósitos: castigarlos como apóstatas rebeldes, sacrílegos, incendia-rios, salteadores de caminos y abigeos robadores de ganado (§43-47).Por lo mismo, la licitud de la contienda no puede extenderse a accionesque se llevan a cabo contra aquéllos que no se han rebelado ni enfrenta-do a la Corona.

Esta afirmación cobra importancia en un contexto de continuosapresamientos de indios por parte de la soldadesca sin importar distin-ción alguna respecto de la actitud del indígena. En opinión de fray Gui-llermo, tal actitud, junto a los continuos engaños que sufrían los chichi-mecas, es generadora de todo tipo de inconvenientes tanto en lo moralcomo en lo militar y causa suficiente de veto a la contienda por la indig-nidad de los procedimientos. De hecho, el de Talavera alude a razonesde tres tipos para oponerse a tales prácticas: teológicas, jurídicas y mo-rales.

Con relación a las primeras, fray Guillermo recuerda la afirmaciónagustiniana de que “militar en la guerra no es delito, pero militar por sa-

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 6

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 7

tríada propuesta se convierte ahora en una radicalmente divergente: in-troducción etnográfica, discurso jurídico-teológico y conclusiones deri-vadas de la aplicación de éste sobre aquélla. La determinación de con-formación estructural no obedece a un proceso azaroso ni a la elecciónde un estilo literario, sino a la consecución de un doble objetivo: cumpliruna encomendada función de peritaje y analizar la guerra de conquistadesde el prisma de la relación entre actos humanos y mandamientosdivinos.

En lo que al primer aspecto se refiere, habría que indicar que el textoha de ser tenido por un “parecer”. Como es suficientemente conocido,la monarquía imperial española intentó hacer gala de prudencia –pocasveces llevada a efecto por quien debía ejecutarla– en la toma de decisio-nes relativas a los asuntos americanos. Por tal motivo, era costumbreque antes de adoptar aquellas que pudieran ser especialmente polémi-cas se escucharan distintos “pareceres” de especialistas en la cuestión.Si bien órdenes y noticias no circulaban con la rapidez que la situaciónrequería, cabe recordar que las batallas del Mixtón y Jochipila coincidenen el tiempo con fuertes discusiones habidas en España sobre la licitudde las contiendas y, especialmente, el trato que están recibiendo los indí-genas. De hecho, aunque al margen de lo acontecido en las relacionesentre castellanos y chichimecas, sólo un año después de la citada bata-lla son aprobadas en Barcelona las conocidas Leyes Nuevas tendentes areducir drásticamente los abusos.

La inagotable sucesión de “pareceres” escritos en la época se vincu-la a la existencia de múltiples “foros” generadores de disposiciones. Así,el de fray Guillermo de Santa María se comprende en el contexto de lasucesión de “Juntas teológicas” convocadas por el virrey Martín Enrí-quez entre 1569 y 1575 para decidir sobre la licitud ética de la guerra.Los pareceres emitidos por los presentes en las mismas abarcaron todoel espectro ideológico imaginable: desde atribuir la culpabilidad de lasituación a los desmanes de la soldadesca, con el corolario de la ilicitudde la contienda, a pedir a gritos la guerra contra el “infiel” a sangre yfuego.

En este contexto, cobran particular sentido las múltiples referenciasque aparecen en Guerra de los chichimecas y que entrecruzan textos bíbli-cos o de San Agustín, San Ambrosio y Santo Tomás de Aquino, con otros

procedentes de la tradición jurídica que inauguran pocos años antes enSalamanca Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, entre otros. Es más,aunque no hay referencia expresa a ello, pareciera que el autor del ma-nuscrito hubiera estado presente personalmente en parte de las contro-versias salmantinas. Resultan por ello de indudable valor las numerosasnotas a pie de página que aparecen en esta nueva edición desarrollandototalmente los escritos a los que el autor se refiere y que aparecen mera-mente indicados en el corpus del texto. No se trata, sin embargo, de unaaportación para eruditos, sino la demostración de la existencia de unacoherencia interna en el texto que, de otra forma, pasaría desapercibida.

No debe entenderse el contexto de formación del texto descritocomo un elemento externo al mismo que nos facilita su comprensión,sino como parte indisociable del contenido. Ni tan siquiera deben consi-derarse analíticamente como separados. Al igual que el nombre del au-tor, el contexto se encuentra en el texto y no al margen del mismo. Sóloasí se entiende el “parecer” que acuerda emitir fray Guillermo de Santa:siempre es lícita la defensa para “obviar sus daños, quemas, muertes yrobos” (§41), pero han de darse ciertas condiciones para considerar delmismo modo la guerra ofensiva. En concreto, la ofensiva contra los chi-chimecas estaría justificada si fuera dirigida a lograr alguno de estospropósitos: castigarlos como apóstatas rebeldes, sacrílegos, incendia-rios, salteadores de caminos y abigeos robadores de ganado (§43-47).Por lo mismo, la licitud de la contienda no puede extenderse a accionesque se llevan a cabo contra aquéllos que no se han rebelado ni enfrenta-do a la Corona.

Esta afirmación cobra importancia en un contexto de continuosapresamientos de indios por parte de la soldadesca sin importar distin-ción alguna respecto de la actitud del indígena. En opinión de fray Gui-llermo, tal actitud, junto a los continuos engaños que sufrían los chichi-mecas, es generadora de todo tipo de inconvenientes tanto en lo moralcomo en lo militar y causa suficiente de veto a la contienda por la indig-nidad de los procedimientos. De hecho, el de Talavera alude a razonesde tres tipos para oponerse a tales prácticas: teológicas, jurídicas y mo-rales.

Con relación a las primeras, fray Guillermo recuerda la afirmaciónagustiniana de que “militar en la guerra no es delito, pero militar por sa-

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 9

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 8

quear es pecado” (§51). A partir de tal afirmación, el agustino acude auna pléyade de citas y autoridades para mostrar que el tipo de guerraque se está llevando a cabo contradice los mandatos de la ley de Dios taly como han sido explicados por numerosas autoridades teológicas.

Las razones jurídicas no hacen referencia tanto a la necesidad de es-tablecer leyes diferentes con base en los fundamentos teológicos ex-puestos, sino al hecho de que determinadas acciones desarrolladas porlos conquistadores se encuentran fuera del marco jurídico vigente y son,por tanto, ilegales. A tal efecto, Guillermo de Santa María recuerda queno existe resquicio alguno en la ley para autorizar la toma de indioscomo esclavos. Es más, aunque algún juez pudiera autorizarlo en fun-ción de ciertas circunstancias especiales, “yo no veo cómo lo pueda ha-cer, porque en las Nuevas Leyes que el emperador rey nuestro señorhizo para la buena gobernación de las Indias” (§60) queda explícitamen-te prohibido. Su nítida toma de postura contra cualquier forma de es-clavitud se hace aún más contundente al recordar que algunos de loscapturados habían sido previamente bautizados. Caso de esclavizarse,se estaría reduciendo a tal condición a hijos de Dios, lo que provocaríaingentes contradicciones filosóficas y teológicas con relación al corpusdoctrinario defendido por la Iglesia.

Las razones morales a las que fray Guillermo acude, en tercer lugar,tienen que ver con la intencionalidad que persiguen las acciones queacometen los soldados. El autor de Guerra de los chichimecas recuerdaque “según Santo Tomás y todos los doctores, para que sea justa y conbuena conciencia hecha, requiere en sí tres partes o calidades que, son:causa justa, autoridad de príncipe e intención recta y cualquier cosa deestas tres que falte, puesto que tenga las otras dos, no será justa y se harácon pecado” (§19). La necesidad de que se den simultáneamente las trescondiciones es lo que deviene problemático porque, afirma fray Guiller-mo, las acciones de los militares españoles parecen contradecir conti-nuamente la recta intención y, por ende, convertirían de facto a la con-tienda en injusta.

Sentadas las bases teológico-jurídicas del parecer emite su autor lasconclusiones pertinentes. Es en este final donde la verdadera importan-cia del texto se pone de manifiesto. Fray Guillermo de Santa María con-sidera que si se quiere lograr la paz verdadera no es suficiente con jus-

tificar la guerra de acuerdo a las proposiciones del aquinate. En su opi-nión, es preciso ir más allá. Tras numerosas disquisiciones en las que lasdescripciones se preñan de valoraciones morales y se entremezcla la es-trategia militar, la política y la religión, el autor del manuscrito opta poruna posición claramente integracionista:

sería necesario poner entre ellos quien les muestre a cultivar la tierra y aotros oficios mecánicos como olleros, carpinteros, albañiles, y quien mues-tre a sus mujeres a hacer pan o tortillas y hilar y tejer porque ni ellos ni ellasningunas cosas de éstas hacen ni saben hacer. Compelerlos a que hagan ca-sas y que vivan y duerman en ellas, y desusarlos de sus comidas silvestres,porque sin duda estas cosas son las que los aferran y hacen tan brutos. En-señarles a mantener justicia y castigar delitos, y que ellos entre sí mismos lohagan. Que, cierto ejercitándose en estas cosas no hay duda, sino que dejende robar y asienten en mejor modo de vivir, que el que se les da(§78).

Si inicialmente había observado Guerra de los chichimecas como untexto meramente histórico, como una crónica de eventos acontecidoshace más de cuatrocientos años, sus finales conclusiones lo reconducenhacia actuales polémicas sobre el indigenismo y las formas que éste hade adoptar.16 Así, la postura del agustino se sitúa como antecedente di-recto de la teoría de la “aculturación inducida” que defendiera AguirreBeltrán y que fue practicada durante un lapso considerable de tiempopor las autoridades mexicanas. De hecho, la precedente afirmación delagustino no está muy lejos de las que hiciera el veracruzano mediadoslos años cincuenta del presente siglo:

la acción indigenista tiene por propósito intervenir en esas formas de vida<indígena>, suministrándole a las comunidades subdesarrolladas los me-dios que les posibiliten para superar sus condiciones actuales y concurrirasí a la integración regional y nacional [...] La utilización de dirigentes <in-dígenas> no implica necesariamente el fortalecimiento de la estructura po-

16 Agradezco a Andrés Fábregas la sugerencia de esta nueva lectura de Guerra de loschichimecas que vendría a mostrar la dependencia de las lecturas y los factores que deter-minan la “ecuación personal”. No la desarrollo justamente por dichos factores.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 5 9

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 5 8

quear es pecado” (§51). A partir de tal afirmación, el agustino acude auna pléyade de citas y autoridades para mostrar que el tipo de guerraque se está llevando a cabo contradice los mandatos de la ley de Dios taly como han sido explicados por numerosas autoridades teológicas.

Las razones jurídicas no hacen referencia tanto a la necesidad de es-tablecer leyes diferentes con base en los fundamentos teológicos ex-puestos, sino al hecho de que determinadas acciones desarrolladas porlos conquistadores se encuentran fuera del marco jurídico vigente y son,por tanto, ilegales. A tal efecto, Guillermo de Santa María recuerda queno existe resquicio alguno en la ley para autorizar la toma de indioscomo esclavos. Es más, aunque algún juez pudiera autorizarlo en fun-ción de ciertas circunstancias especiales, “yo no veo cómo lo pueda ha-cer, porque en las Nuevas Leyes que el emperador rey nuestro señorhizo para la buena gobernación de las Indias” (§60) queda explícitamen-te prohibido. Su nítida toma de postura contra cualquier forma de es-clavitud se hace aún más contundente al recordar que algunos de loscapturados habían sido previamente bautizados. Caso de esclavizarse,se estaría reduciendo a tal condición a hijos de Dios, lo que provocaríaingentes contradicciones filosóficas y teológicas con relación al corpusdoctrinario defendido por la Iglesia.

Las razones morales a las que fray Guillermo acude, en tercer lugar,tienen que ver con la intencionalidad que persiguen las acciones queacometen los soldados. El autor de Guerra de los chichimecas recuerdaque “según Santo Tomás y todos los doctores, para que sea justa y conbuena conciencia hecha, requiere en sí tres partes o calidades que, son:causa justa, autoridad de príncipe e intención recta y cualquier cosa deestas tres que falte, puesto que tenga las otras dos, no será justa y se harácon pecado” (§19). La necesidad de que se den simultáneamente las trescondiciones es lo que deviene problemático porque, afirma fray Guiller-mo, las acciones de los militares españoles parecen contradecir conti-nuamente la recta intención y, por ende, convertirían de facto a la con-tienda en injusta.

Sentadas las bases teológico-jurídicas del parecer emite su autor lasconclusiones pertinentes. Es en este final donde la verdadera importan-cia del texto se pone de manifiesto. Fray Guillermo de Santa María con-sidera que si se quiere lograr la paz verdadera no es suficiente con jus-

tificar la guerra de acuerdo a las proposiciones del aquinate. En su opi-nión, es preciso ir más allá. Tras numerosas disquisiciones en las que lasdescripciones se preñan de valoraciones morales y se entremezcla la es-trategia militar, la política y la religión, el autor del manuscrito opta poruna posición claramente integracionista:

sería necesario poner entre ellos quien les muestre a cultivar la tierra y aotros oficios mecánicos como olleros, carpinteros, albañiles, y quien mues-tre a sus mujeres a hacer pan o tortillas y hilar y tejer porque ni ellos ni ellasningunas cosas de éstas hacen ni saben hacer. Compelerlos a que hagan ca-sas y que vivan y duerman en ellas, y desusarlos de sus comidas silvestres,porque sin duda estas cosas son las que los aferran y hacen tan brutos. En-señarles a mantener justicia y castigar delitos, y que ellos entre sí mismos lohagan. Que, cierto ejercitándose en estas cosas no hay duda, sino que dejende robar y asienten en mejor modo de vivir, que el que se les da(§78).

Si inicialmente había observado Guerra de los chichimecas como untexto meramente histórico, como una crónica de eventos acontecidoshace más de cuatrocientos años, sus finales conclusiones lo reconducenhacia actuales polémicas sobre el indigenismo y las formas que éste hade adoptar.16 Así, la postura del agustino se sitúa como antecedente di-recto de la teoría de la “aculturación inducida” que defendiera AguirreBeltrán y que fue practicada durante un lapso considerable de tiempopor las autoridades mexicanas. De hecho, la precedente afirmación delagustino no está muy lejos de las que hiciera el veracruzano mediadoslos años cincuenta del presente siglo:

la acción indigenista tiene por propósito intervenir en esas formas de vida<indígena>, suministrándole a las comunidades subdesarrolladas los me-dios que les posibiliten para superar sus condiciones actuales y concurrirasí a la integración regional y nacional [...] La utilización de dirigentes <in-dígenas> no implica necesariamente el fortalecimiento de la estructura po-

16 Agradezco a Andrés Fábregas la sugerencia de esta nueva lectura de Guerra de loschichimecas que vendría a mostrar la dependencia de las lecturas y los factores que deter-minan la “ecuación personal”. No la desarrollo justamente por dichos factores.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 6 1

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 6 0

lítico-social propia de los grupos étnicos subdesarrollados, sino el uso deelementos clave de la comunidad para adiestrarlos en las formas de orga-nización nacional y, por ese medio, inducir primero y consolidar después,las innovaciones culturales (Aguirre Beltrán 1992, 182-183).17

Parece que Fray Guillermo era consciente de que su propuesta habíasido rechazada por la realidad en determinadas ocasiones. Por dicha ra-zón, quiso defenderse de las críticas posibles tanto mediante la prácticacomo acudiendo a argumentos teóricos. Así, convencido de la idonei-dad del método para lograr una conquista pacífica pretendió llevarlo acabo mediante el establecimiento de una población con los guamaraesen Pénjamo hacia 1555 (Carrillo 1999, 68). Por otra parte, denuncia unfalso integracionismo que pretende salvar la apariencia sin entrar en laprofundidad requerida por el problema. Por tal motivo, el talaveranopretende dejar claro que su proposición sólo tendría éxito si es acometi-da con buena fe y

dándoles todos los medios posibles para que consigan este fin, que algunosde ellos son: proveerlos de las cosas necesarias al sustento de la vida huma-na, que es de comer y vestir, y esto hasta que lo sepan adquirir; y bastaríapor solo un año. Porque obligar a un bárbaro que viva en un páramo llano,que en sí ninguna cosa tiene de qué sustentarle es obligarle a lo imposible(§78).

Sea como fuere, esta nueva edición de Guerra de los chichimecas, queno indica en portada quien es el autor, resulta de gran importancia y nosólo para la historiografía contemporánea. Como certeramente señala elpaleografiador y autor de la crítica textual en la “Introducción”, nos en-contramos ante “uno de los pocos tratados producidos en las Indiasacerca de la legitimidad o mejor dicho acerca de la justificación de la

guerra contra los naturales de las tierras bajo dominio español en el XVI”(Carrillo 1999, 17) Es posible que no llegue a alcanzar la profundidadteórica de un Francisco de Vitoria u otros afamados autores. Sin embar-go, esto no desmerece ni un ápice su importancia debido a que más alláde discusiones abstractas y necesarias sobre principios generales, eltexto aborda un caso particular y concreto desde la perspectiva de quiense involucra en el mismo a partir de datos de primera mano. Con todo,su relevancia es tal que permite que las reflexiones concretas a partir delo generado por la experiencia pretendan valor universal.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS CITADAS

AGUIRRE BELTRÁN, G., El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México,en Aguirre Beltrán, G., Obra antropológica VI, México, Universidad Veracru-zana-I.N.I.- Gobierno del Edo. de Veracruz y F.C.E., 1992.

BOEHM, B. y Ph.C. WEIGAND, Origen y desarrollo en el occidente de México, Zamora,El Colegio de Michoacán, 1992.

BOEHM, B., Formación del Estado en el México prehispano, Zamora, El Colegio deMichoacán, 2ª ed., 1997.

BRANDES, S., Metáforas de la masculinidad: sexo y status en el folklore andaluz, Ma-drid, Taurus, 1991.

CARRILLO CAZARES, Alberto, edición crítica, estudio introductorio, paleografía ynotas en: Fray Guillermo de Santa María, O.S.A., Guerra de los chichimecas(México 1575-Zirosto 1580), Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999.

CORTÉS, H., Cartas de relación, Barcelona, Océano, 1986.DE CÓRDOBA, M., Utilidades de que todos los indios y ladinos se vistan y calcen a la

española, y medios de conseguirlo sin violencia, Guatemala, Sociedad Econó-mica de Amigos del País, 1797.

DE LAS CASAS, G., La guerra de los chichimecas, México, Vargas Rea, 1944.DE SANTA MARÍA, Fray Guillermo O.S.A., Guerra de los chichimecas (México 1575-

Zirosto 1580), Edición crítica, estudio introductorio, paleografía y notas porAlberto Carrillo Cázares, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999.

DELGADO, M., Las palabras de otro hombre, Barcelona, Muchnik eds., 1993.DÍAZ DEL CASTILLO, B., Historia verdadera de la conquista de la Nueva España escrita

por.... Tuxtla Gutiérrez, Gobierno del Estado de Chiapas, 1992.

17 Un puente para unir las afirmaciones de Guillermo de Santa María y de AguirreBeltrán podría encontrarse en la obra “Utilidades de que todos los indios y ladinos se vistan ycalcen a la española, y medios de conseguirlo sin violencia” de la que fue autor en 1797 FrayMatías de Córdoba, “quizá el primer intelectual mexicano en expresar con claridad elplanteamiento integracionista” (Fabregas 1997, 153n).

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 6 1

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 6 0

lítico-social propia de los grupos étnicos subdesarrollados, sino el uso deelementos clave de la comunidad para adiestrarlos en las formas de orga-nización nacional y, por ese medio, inducir primero y consolidar después,las innovaciones culturales (Aguirre Beltrán 1992, 182-183).17

Parece que Fray Guillermo era consciente de que su propuesta habíasido rechazada por la realidad en determinadas ocasiones. Por dicha ra-zón, quiso defenderse de las críticas posibles tanto mediante la prácticacomo acudiendo a argumentos teóricos. Así, convencido de la idonei-dad del método para lograr una conquista pacífica pretendió llevarlo acabo mediante el establecimiento de una población con los guamaraesen Pénjamo hacia 1555 (Carrillo 1999, 68). Por otra parte, denuncia unfalso integracionismo que pretende salvar la apariencia sin entrar en laprofundidad requerida por el problema. Por tal motivo, el talaveranopretende dejar claro que su proposición sólo tendría éxito si es acometi-da con buena fe y

dándoles todos los medios posibles para que consigan este fin, que algunosde ellos son: proveerlos de las cosas necesarias al sustento de la vida huma-na, que es de comer y vestir, y esto hasta que lo sepan adquirir; y bastaríapor solo un año. Porque obligar a un bárbaro que viva en un páramo llano,que en sí ninguna cosa tiene de qué sustentarle es obligarle a lo imposible(§78).

Sea como fuere, esta nueva edición de Guerra de los chichimecas, queno indica en portada quien es el autor, resulta de gran importancia y nosólo para la historiografía contemporánea. Como certeramente señala elpaleografiador y autor de la crítica textual en la “Introducción”, nos en-contramos ante “uno de los pocos tratados producidos en las Indiasacerca de la legitimidad o mejor dicho acerca de la justificación de la

guerra contra los naturales de las tierras bajo dominio español en el XVI”(Carrillo 1999, 17) Es posible que no llegue a alcanzar la profundidadteórica de un Francisco de Vitoria u otros afamados autores. Sin embar-go, esto no desmerece ni un ápice su importancia debido a que más alláde discusiones abstractas y necesarias sobre principios generales, eltexto aborda un caso particular y concreto desde la perspectiva de quiense involucra en el mismo a partir de datos de primera mano. Con todo,su relevancia es tal que permite que las reflexiones concretas a partir delo generado por la experiencia pretendan valor universal.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS CITADAS

AGUIRRE BELTRÁN, G., El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México,en Aguirre Beltrán, G., Obra antropológica VI, México, Universidad Veracru-zana-I.N.I.- Gobierno del Edo. de Veracruz y F.C.E., 1992.

BOEHM, B. y Ph.C. WEIGAND, Origen y desarrollo en el occidente de México, Zamora,El Colegio de Michoacán, 1992.

BOEHM, B., Formación del Estado en el México prehispano, Zamora, El Colegio deMichoacán, 2ª ed., 1997.

BRANDES, S., Metáforas de la masculinidad: sexo y status en el folklore andaluz, Ma-drid, Taurus, 1991.

CARRILLO CAZARES, Alberto, edición crítica, estudio introductorio, paleografía ynotas en: Fray Guillermo de Santa María, O.S.A., Guerra de los chichimecas(México 1575-Zirosto 1580), Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999.

CORTÉS, H., Cartas de relación, Barcelona, Océano, 1986.DE CÓRDOBA, M., Utilidades de que todos los indios y ladinos se vistan y calcen a la

española, y medios de conseguirlo sin violencia, Guatemala, Sociedad Econó-mica de Amigos del País, 1797.

DE LAS CASAS, G., La guerra de los chichimecas, México, Vargas Rea, 1944.DE SANTA MARÍA, Fray Guillermo O.S.A., Guerra de los chichimecas (México 1575-

Zirosto 1580), Edición crítica, estudio introductorio, paleografía y notas porAlberto Carrillo Cázares, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999.

DELGADO, M., Las palabras de otro hombre, Barcelona, Muchnik eds., 1993.DÍAZ DEL CASTILLO, B., Historia verdadera de la conquista de la Nueva España escrita

por.... Tuxtla Gutiérrez, Gobierno del Estado de Chiapas, 1992.

17 Un puente para unir las afirmaciones de Guillermo de Santa María y de AguirreBeltrán podría encontrarse en la obra “Utilidades de que todos los indios y ladinos se vistan ycalcen a la española, y medios de conseguirlo sin violencia” de la que fue autor en 1797 FrayMatías de Córdoba, “quizá el primer intelectual mexicano en expresar con claridad elplanteamiento integracionista” (Fabregas 1997, 153n).

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 6 3

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 6 2

FÁBREGAS, A.,“La antropología en México”, en Fábregas, A., Ensayos antropológi-cos 1990-1997, Tuxtla Gutiérrez, Gobierno del Estado de Chiapas-Universi-dad Ciencias y Artes de Chiapas, 1997, pp. 149-174.

FOUCAULT, M., “Qu’est-ce qu’un auteur?”, en Bulletin de la Société française dephilosophie, t. XIV, 1970, pp. 73-104.

GEERTZ, C., El antropólogo como autor, Barcelona, Paidós, 1ª Reimp, 1997.GEHRARD, P., Geografía histórica de la Nueva España, México, UNAM, 1986.GIL FLÓREZ, J., Guerra de los chichimecas por Gil González d`Ávila, Guadalajara, Ins-

tituto Jalisciense de Antropología e Historia-Gobierno del Estado de Jalisco-Universidad de Guadalajara, 1994.

GONZÁLEZ D’ÁVILA, G., “Teatro eclesiastico de la primitiva iglesia de la Nueva Españaen las Indias Occidentales”, Madrid, Porrúa, 1959.

––––, Teatro ecclesiastico de la S. Iglesia Apostólica de Avila y vidas de sus hombre ilus-tres, Ávila, Obra Cultural de la Caja General de Ahorros y Monte de Piedadde Ávila, 1981.

KIRCHOFF, P., “Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y ca-racteres culturales”, en Acta American, vol I, 1943a, pp. 92-107.

_______,“Relaciones entre el área de las recolectores-cazadores del norte de Mé-xico y las áreas circunvecinas”, en Boletín de la Sociedad Méxicana de Antropo-logía-Norte de México y Sur de los E.E.U.U., 1943b, pp. 255-257.

LAFAYE, J., Quetzalcóatl y Guadalupe, México, F.C.E., 4ª Reimp., 1995.MORGAN, L.H., Ancient Society, Tucson, University of Arizona Press, 1985.NADEL, S.F., The Foundatinos of Social Anthropology, Glencoe, Frees Press, 1951.MURIÁ J.M., Los límites de Jalisco, Guadalajara, El Colegio de Jalisco-CONACYT-

Congreso del Estado de Jalisco, 1997.O’GORMAN, E., Destierro de sombras, México, UNAM, 2ª ed., 1991.PEASE, G.Y., F., Los últimos incas del Cuzco, Madrid, Alianza Editorial-Sociead V

Centenario, 1991.RAMÍREZ, J.F., (1870) “Guerra de los Chichimecas por Gil González d`Ávila: noti-

cia de la obra”. en Gil flórez, J., 1994, pp. 5-6.RICARD, R., La conquista espiritual de México (1523-1572), México, F.C.E., 1947.WEIGAND, Ph. C. “Introducción”, en B. Boehm y Ph. C. Weigand, 1992a, pp. 13-26.––––, “Ehecatl: ¿Primer Dios Supremo del Occidente?”, en B. Boehm y Ph. C.

Weigand 1992b, pp. 205-238.TELLO, J., Cathalogo de la iglesia de Avila, manuscrito inédito (Archivo Parroquial

de S. Vicente. Ávila. Ms. nº 37.141/1/4), 1788.

TOMÉ, P., Antropología ecológica, Ávila, Instituto Gran Duque de Alba, 1996.

APÉNDICE: OBRAS DEL CRONISTA GIL GONZÁLEZ D’ÁVILA

1596: Declaración de la antigüedad de toro de piedra de la puente de Salamanca y deotros que se hallan en otras ciudades y lugares de Castilla, Salamanca, ImprentaJuan y Andrés Renault.

1606: Historia de las Antiguedades de la ciudad de Salamanca: vidas de sus obispos ycosas sucedidas en su tiempo, Salamanca, Imprenta Artus Taberniel.

1608: Vida de San Pedro del Varco, cuyo cuerpo duerme e bendición par particular mi-lagro en la iglesia de San Vicente de Ávila, Inédito.

1611: Vida y Hechos del maestro don Alonso Tostado de Madrigal, obispo de Avila, Sa-lamanca Imprenta de Franciso Cea.

1618: Teatro eclesiástico de las ciudades e iglesias catedrales de España: vidas de susobispos y cosas memorables de sus obispados. Tomo I que contiene las iglesias deAuila Salamanca Vadajoz Astorga Osma Ciudadrodrigo, Salamanca ImprentaAntonia Ramírez.

1618: Teatro eclesiástico de la iglesia y ciudad de Salamanca: vidas de sus obispos y co-sas memorables de su obispado, Salamanca, Imprenta Antonia Ramírez..

1623: Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid: corte de los Reyes Católicos de Es-paña, Madrid, Imprenta Thomas Iunti.

1630: Compendio Histórico de las vidas de los gloriosos San Juan de Mata i S. Felix deValois, patriarcas y fundadores de la Orden de la Santissima Trinidad, Madrid,Imprenta Francisco Martínez.

1635: Teatro eclesiástico de la Santa Iglesia de Oviedo: vidas de sus obispos y cosas me-morables de su obispado, Madrid, Imprenta Francisco Martínez.

1638: Historia de la vida y hechos del Rey Don Henrique Tercero de Castilla, Madrid,Imprenta Francisco Martínez.

1638: Carta del maestro Gil Gonzáles Dauila en que afirma haverse aparezido San Ille-fonsso a Pedro Domínguez, ciego, natural de Lugo, en este santo templo de SanViçente de Ávila, Inédito.

1645: Teatro eclesiástico de las ciudades e iglesias metropolitanas y catedrales de losReynos de las dos Castillas : vidas de sus Arzobispos y Obispos yn cosas memora-bles de sus sedes. Tomo Primero que contiene las Iglesias de Santiago, Siguença,Jaen, Murcia, Leon, Cuenca, Segovia y Valladolid, Madrid, Imprenta Francis-co Martínez.

P E R I - T E X TO SOBRE INT RACONTEX TOS DE R ECEPC IÓN

2 6 3

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 6 2

FÁBREGAS, A.,“La antropología en México”, en Fábregas, A., Ensayos antropológi-cos 1990-1997, Tuxtla Gutiérrez, Gobierno del Estado de Chiapas-Universi-dad Ciencias y Artes de Chiapas, 1997, pp. 149-174.

FOUCAULT, M., “Qu’est-ce qu’un auteur?”, en Bulletin de la Société française dephilosophie, t. XIV, 1970, pp. 73-104.

GEERTZ, C., El antropólogo como autor, Barcelona, Paidós, 1ª Reimp, 1997.GEHRARD, P., Geografía histórica de la Nueva España, México, UNAM, 1986.GIL FLÓREZ, J., Guerra de los chichimecas por Gil González d`Ávila, Guadalajara, Ins-

tituto Jalisciense de Antropología e Historia-Gobierno del Estado de Jalisco-Universidad de Guadalajara, 1994.

GONZÁLEZ D’ÁVILA, G., “Teatro eclesiastico de la primitiva iglesia de la Nueva Españaen las Indias Occidentales”, Madrid, Porrúa, 1959.

––––, Teatro ecclesiastico de la S. Iglesia Apostólica de Avila y vidas de sus hombre ilus-tres, Ávila, Obra Cultural de la Caja General de Ahorros y Monte de Piedadde Ávila, 1981.

KIRCHOFF, P., “Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y ca-racteres culturales”, en Acta American, vol I, 1943a, pp. 92-107.

_______,“Relaciones entre el área de las recolectores-cazadores del norte de Mé-xico y las áreas circunvecinas”, en Boletín de la Sociedad Méxicana de Antropo-logía-Norte de México y Sur de los E.E.U.U., 1943b, pp. 255-257.

LAFAYE, J., Quetzalcóatl y Guadalupe, México, F.C.E., 4ª Reimp., 1995.MORGAN, L.H., Ancient Society, Tucson, University of Arizona Press, 1985.NADEL, S.F., The Foundatinos of Social Anthropology, Glencoe, Frees Press, 1951.MURIÁ J.M., Los límites de Jalisco, Guadalajara, El Colegio de Jalisco-CONACYT-

Congreso del Estado de Jalisco, 1997.O’GORMAN, E., Destierro de sombras, México, UNAM, 2ª ed., 1991.PEASE, G.Y., F., Los últimos incas del Cuzco, Madrid, Alianza Editorial-Sociead V

Centenario, 1991.RAMÍREZ, J.F., (1870) “Guerra de los Chichimecas por Gil González d`Ávila: noti-

cia de la obra”. en Gil flórez, J., 1994, pp. 5-6.RICARD, R., La conquista espiritual de México (1523-1572), México, F.C.E., 1947.WEIGAND, Ph. C. “Introducción”, en B. Boehm y Ph. C. Weigand, 1992a, pp. 13-26.––––, “Ehecatl: ¿Primer Dios Supremo del Occidente?”, en B. Boehm y Ph. C.

Weigand 1992b, pp. 205-238.TELLO, J., Cathalogo de la iglesia de Avila, manuscrito inédito (Archivo Parroquial

de S. Vicente. Ávila. Ms. nº 37.141/1/4), 1788.

TOMÉ, P., Antropología ecológica, Ávila, Instituto Gran Duque de Alba, 1996.

APÉNDICE: OBRAS DEL CRONISTA GIL GONZÁLEZ D’ÁVILA

1596: Declaración de la antigüedad de toro de piedra de la puente de Salamanca y deotros que se hallan en otras ciudades y lugares de Castilla, Salamanca, ImprentaJuan y Andrés Renault.

1606: Historia de las Antiguedades de la ciudad de Salamanca: vidas de sus obispos ycosas sucedidas en su tiempo, Salamanca, Imprenta Artus Taberniel.

1608: Vida de San Pedro del Varco, cuyo cuerpo duerme e bendición par particular mi-lagro en la iglesia de San Vicente de Ávila, Inédito.

1611: Vida y Hechos del maestro don Alonso Tostado de Madrigal, obispo de Avila, Sa-lamanca Imprenta de Franciso Cea.

1618: Teatro eclesiástico de las ciudades e iglesias catedrales de España: vidas de susobispos y cosas memorables de sus obispados. Tomo I que contiene las iglesias deAuila Salamanca Vadajoz Astorga Osma Ciudadrodrigo, Salamanca ImprentaAntonia Ramírez.

1618: Teatro eclesiástico de la iglesia y ciudad de Salamanca: vidas de sus obispos y co-sas memorables de su obispado, Salamanca, Imprenta Antonia Ramírez..

1623: Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid: corte de los Reyes Católicos de Es-paña, Madrid, Imprenta Thomas Iunti.

1630: Compendio Histórico de las vidas de los gloriosos San Juan de Mata i S. Felix deValois, patriarcas y fundadores de la Orden de la Santissima Trinidad, Madrid,Imprenta Francisco Martínez.

1635: Teatro eclesiástico de la Santa Iglesia de Oviedo: vidas de sus obispos y cosas me-morables de su obispado, Madrid, Imprenta Francisco Martínez.

1638: Historia de la vida y hechos del Rey Don Henrique Tercero de Castilla, Madrid,Imprenta Francisco Martínez.

1638: Carta del maestro Gil Gonzáles Dauila en que afirma haverse aparezido San Ille-fonsso a Pedro Domínguez, ciego, natural de Lugo, en este santo templo de SanViçente de Ávila, Inédito.

1645: Teatro eclesiástico de las ciudades e iglesias metropolitanas y catedrales de losReynos de las dos Castillas : vidas de sus Arzobispos y Obispos yn cosas memora-bles de sus sedes. Tomo Primero que contiene las Iglesias de Santiago, Siguença,Jaen, Murcia, Leon, Cuenca, Segovia y Valladolid, Madrid, Imprenta Francis-co Martínez.

P EDRO TOMÉ MART ÍN

2 6 4

1647: Teatro eclesiástico de las ciudades e iglesias metropolitanas y catedrales de losReynos de las dos Castillas : vidas de sus arzobispos y obispos, y cosas memora-bles de sus sedes. Tomo segundo que contiene las iglesias de Sevilla, Palencia,Avila, Zamora, Coria, Calahorra y Plasencia, Madrid, Imprenta de Pedro deHorna y Villanveva.

1649: Teatro eclesiástico de la primitiua iglesia de las Indias Occidentales: Vidas de susArzobispos, obispos y cosas memorables de sus sedes. Tomo Primero, Madrid,Imprenta de Diego Díaz de Carrera.

1650: Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los Reynos de lasdos Castillas : vidas de sus Arzobispos y Obispos y cosas memorables de sus se-des. Tomo tercero, Madrid, Imprenta de Diego Díaz de Carrera.

1653: Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y Cathedrales de los reynos de lasdos Castillas: vidas de sus obispos y arzobispos y cosas memorables de sus sedes.Tomo quarto que contiene las iglesias de Astorga, Ciudad Rodrigo, Badajoz, Osu-na (sin nombre de editor).

1655: Teatro eclesiástico de la primitiua iglesia de las Indias Occidentales: Vidas de susArzobispos, obispos y cosas memorables de sus sedes. Tomo Segundo, Madrid,Imprenta de Diego Díaz de Carrera.

Aunque no tenemos constancia de su edición, el mismo Gil González Dávi-la (1981, 202) declaraba tener escritos cinco tomos y no cuatro (que son los edi-tados) del Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y Cathedrales de los reynosde las dos Castillas: vidas de sus obispos y arzobispos y cosas memorables de sus sede,Igualmente –dice– que “por mandado de de la Mageftad del Señor Rey don Fe-lipe Quarto tengo efcrita la Hiftoria del feñor Rey Felipe Tercero, amado, y fan-to, que fe dará a la eftampa quando la grandeza de fu Mageftad mandare”.

◆ ◆ ◆