los usos del lenguaje
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. Los usos del lenguaje
Las tres funciones básicas del lenguaje
El lenguaje humano puede cumplir una multitud de funciones, pero
todas o casi todas pueden agruparse en tres grandes categorías. Esta
clasificación es una simplificación, pero es útil para el estudio del
lenguaje. Estos tres usos principales del leguaje son el informativo, el
expresivo y el directivo.
El primero es el que intenta comunicar información (verdadera o
falsa), y se expresa generalmente mediante la formulación de
proposiciones, su afirmación y su negación. El discurso informativo es el
usado para describir el mundo y razonar acerca de él. La ciencia ofrece
los mejores ejemplos de lenguaje informativo.
El segundo tiene como función la expresión y la comunicación de
sentimientos y actitudes personales del hablante. La poesía suministra
los mejores ejemplos, pero también pertenecen a esta categoría las
exclamaciones, las plegarias, etc. Al lenguaje expresivo no pueden
aplicársele los criterios de verdad y falsedad. En ocasiones, el lenguaje
expresivo tiene como única finalidad la expresión; en otras, intenta a la
vez expresar los propios sentimientos y despertar ciertas emociones en
los oyentes.
El tercer uso del leguaje tiene como fin el originar o impedir una
acción manifiesta. Tiene sus ejemplos más evidentes en las órdenes y
pedidos. Las preguntas también se incluyen en esta categoría, ya que
constituyen un pedido de respuesta. Al igual que el discurso expresivo,
el directivo no es ni verdadero ni falso; todo lo que puede decirse de una
orden es que es razonable o irrazonable, adecuada o inadecuada.
El discurso que cumple funciones múltiples
La división anterior no puede aplicarse mecánicamente, porque en
casi todos los casos el lenguaje cumple más de una función. Esto no se
debe generalmente a una confusión del hablante, sino que responde al
hecho de que una comunicación efectiva exige cierta combinación de
funciones.
El tipo de lenguaje que mayor combinación exige es el directivo,
porque salvo situaciones especiales, es difícil lograr la conducta buscada
en el otro simplemente impartiendo una orden. Se puede conseguir una
determinada acción con informaciones que muestren que tendrá buenos
resultados, o con un discurso expresivo que despierte en los oyentes el
deseo de realizar la acción, o con ambas cosas simultáneamente.
Otro uso mixto del lenguaje es lo que ha sido llamado función
ceremonial, que comprende desde los saludos convencionales hasta los
documentos de Estado y los ritos religiosos verbales. Puede ser
analizado como una combinación de funciones más que como una
función separada: por ejemplo, la charla de las reuniones sociales
sirve para manifestar la sociabilidad (expresión) y para que la otra
persona nos tenga en buen concepto (dirección). Un uso del lenguaje
relacionado con el anterior es el de la función ejecutiva, que parece
informar de una acción pero en realidad la realiza. Algunos “verbos
ejecutivos” son “prometer”, “aceptar”, “bautizar”, etc., que al ser
usados en primera persona del singular cumplen una función ejecutiva.
Las formas del discurso
Las oraciones suelen clasificarse como declarativas, imperativas,
interrogativas o exclamativas. Hay quienes identifican la forma con la
función y piensan que las oraciones declarativas son informativas, las
imperativas e interrogativas, directivas y las exclamativas, expresivas.
Pero esta identificación no es correcta y conduce a confusiones. Muchas
oraciones declarativas, especialmente las que “informan” sobre deseos,
tienen una función directiva, y es común encontrar oraciones
declarativas dentro de una obra literaria, que tiene, naturalmente, una
función expresiva. Existen oraciones exclamativas que funcionan como
pedidos, y preguntas que son más expresivas que directivas (como las
retóricas). Para apreciar adecuadamente un pasaje, y resolver si puede
ser verdadero o falso, justo o injusto, o correcto o incorrecto, debemos
determinar la función o las funciones que desempeña. Es importante
también saber discriminar entre la proposición que una frase formula y
lo que su enunciación revela sobre la persona que la dice. En general, no
existe ninguna técnica mecánica que permita distinguir el discurso
informativo y demostrativo de los otros tipos de discurso.
Palabras emotivas
Para que una oración formule una proposición, sus palabras deben
tener un significado literal o cognoscitivo referido a objetos o
acontecimientos y a sus propiedades o relaciones.. Sin embargo, cuando
expresa una actitud o un sentimiento, algunas de sus palabras pueden
tener también una sugestión o impacto emotivo. Una misma palabra o
frase puede tener simultáneamente una significación literal y un
impacto emotivo, que son totalmente independientes. Por ejemplo,
las expresiones “burócrata”, “empleado del gobierno” y “servidor
público” tienen idéntica significación literal, pero el significado emotivo
de la primera es negativo, el de la segunda neutra, y el de la tercera
positivo. La propaganda se vale a menudo de los significados emotivos
de las palabras; la poesía debe muchas veces su efecto a los
significados emotivos de lo que dice y no a los literales.
Tipos de acuerdo y de desacuerdo
En la medida en que una misma situación puede ser descripta con
varias frases distintas, que expresen actitudes muy distintas, se plantea
el problema de los distintos tipos de acuerdo y de desacuerdo que
pueden existir ante una situación. Dos personas pueden diferir acerca de
si un suceso determinado ha ocurrido o no, en cuyo caso tendrían
un desacuerdo acerca de las creencias. Pero también pueden estar de
acuerdo sobre la realidad del suceso, pero valorarlo de maneras
distintas. La persona que lo aprueba lo describirá con términos que
expresen aprobación, mientras que la otra elegirá palabras que
expresen desaprobación. En este caso nos encontramos con
un desacuerdo en las actitudes. Respecto de cualquier cuestión, dos
personas pueden estar de acuerdo o en desacuerdo tanto en las
creencias como en las actitudes, produciéndose así cuatro posibilidades
distintas: acuerdo o desacuerdo total, acuerdo sólo en creencias o sólo
en actitudes.
Para resolver ambos tipos de desacuerdos deben utilizarse métodos
distintos. Un desacuerdo de creencias se puede resolver buscando
información, interrogando testigos, etc. Un desacuerdo que únicamente
de actitudes no puede resolverse de esta manera, sino examinando las
consecuencias de las acciones, los motivos de éstas, y otros factores
morales, o mediante el uso de la persuasión retórica.
El lenguaje emotivamente neutro
Si bien existen casos como la poesía en los cuales el reemplazo de
lenguaje con efectos emotivos por otro emotivamente neutro
desvaloriza el texto, hay también otros en los cuales el lenguaje
desprovisto de significado emotivo es altamente preferible al que lo
tiene. Esto ocurre especialmente cuando nuestra intención es conocer la
verdad acerca de algo, puesto que la existencia de fuertes emociones
sobre un tema dificulta su estudio objetivo. Es por esto que la
ciencia usa un lenguaje neutro y evita el lenguaje emotivo, que no es
malo en sí mismo, pero que distrae a la mente del objetivo de conseguir
información. El uso descuidado del lenguaje lleva fácilmente a falacias.
Lenguaje y ciencia
1.1. El lenguaje
1.1.1. Concepto y clases de lenguaje
Se llama signos a los fenómenos relacionables con otros fenómenos
de modo que su presencia nos trae a la mente los otros (por ejemplo, las
nubes con la lluvia). Estos fenómenos pueden tener una relación natural
de causa-efecto o una vinculación puramente arbitraria; en este último
caso, son llamados símbolos. Los símbolos siempre son dependientes de
una convención tácita entre los miembros de un mismo grupo.
El lenguaje es un conjunto de signos estructurados de manera que
sirvan a la comunicación. Que ésta se logre depende de diversos
factores: un emisor, un receptor, un mensaje, un canal o vía por la cual
el mensaje es transmitido, y un código en el cual se transmite el
mensaje, que debe ser común al emisor y el receptor. Las interferencias
en la comunicación se conocen genéricamente con el nombre de ruido.
Existen diversos tipos de lenguaje. El lenguaje natural es el que se
formó gradualmente a través del tiempo por una sociedad humana, de
forma no deliberada. Está caracterizado, como se verá más adelante,
por la vaguedad y la ambigüedad. Pero también existen lenguajes
artificiales, que pueden ser técnicos o formales; los primeros utilizan las
palabras del lenguaje natural, pero redefiniendo sus términos en forma
más precisa, en tanto que los segundos surgen cuando existe una gran
exigencia de precisión que debe subsanarse con la creación de un
lenguaje enteramente nuevo en el que todos los vocablos tengan
definiciones exactas (p.ej.: el álgebra).
1.1.2. La semiótica y los niveles del lenguaje
La semiótica es la disciplina que estudia los elementos del proceso
de comunicación. Saussure dividió el concepto de lenguaje en dos
partes: la lengua, que es el sistema de signos y de reglas que los
relacionan que utiliza una comunidad, y el habla, que es el acto
individual en el que se manifiesta la lengua. La lengua se
puede estudiar de dos maneras distintas. El enfoque sincrónico la
estudia en un momento particular (es el que sirve para confeccionar un
diccionario, por ejemplo). El enfoque diacrónico, por el contrario, se
ocupa de los cambios que sufre una lengua a través del tiempo (cambios
en el significado de las palabras, adición de nuevas palabras, cambio de
reglas ortográficas, etc.).
Cuando se realiza una investigación acerca de un lenguaje, se llama
a éste el leguaje objeto y al lenguaje en el cual se expresan los
resultados de la investigación se lo denomina metalenguaje. El
metalenguaje se considera ubicado en un nivel superior de lenguaje que
el lenguaje objeto, pero una oración que hable de este metalenguaje
estará a su vez en un tercer nivel, y así sucesivamente. La jerarquía de
lenguajes no tiene fin.
1.1.3. Sintaxis
La semiótica puede dividirse en tres partes diferentes: la sintaxis, la
semántica y la pragmática. La sintaxis estudia los signos mismos con
independencia de su significado. La gramática de un lenguaje, por
ejemplo, se cae dentro del campo de estudio de la sintaxis, porque trata
de la forma “correcta” de combinar sus símbolos. Cualquier lenguaje
está formado por tres tipos de elementos: un conjunto de signos
primitivos, que son aquellos que no se definen explícitamente mediante
otros signos del mismo lenguaje (las palabras); un grupo de reglas de
formación, que determinan la manera de construir mensajes con
significado a partir de los signos primitivos (el orden correcto de las
palabras dentro de una frase, por ejemplo), y un grupo de reglas de
derivación, que permiten transformar algunas expresiones en otras de
igual sentido (ejemplo: el pasaje de voz activa a voz pasiva)
1.1.4. Semántica
La semántica es el estudio de los signos en relación a los objetos
designados, es decir, es el estudio del significado. La fuente del
significado aparece en nuestra niñez, cuando aprendemos los nombres
de las distintas cosas en el idioma del lugar donde nacemos. Luego
aprendemos a usar el diccionario para encontrar el “verdadero”
significado de las palabras. Pero advertimos que la relación entre una
palabra y el objeto que designa no es de ningún modo necesaria, ya que
una misma cosa se puede designar de varias maneras distintas en los
distintos idiomas, o incluso dentro de un mismo idioma (los sinónimos).
Por lo tanto, no hay nombres verdaderos, sólo nombres comúnmente
aceptados. Pero tampoco los objetos a los que damos distintos nombres
corresponden a una división auténtica de la realidad, sino que al dar
nombres a las cosas parcelamos a la realidad cortándola en “trozos”
lingüísticos según el interés que sintamos por distintas partes del
mundo. Esto se advierte por las distintas clasificaciones que hay en los
distintos idiomas.
En una clasificación se agrupan los objetos individuales en conjuntos
o clases, estableciéndose que un objeto pertenecerá a una clase
determinada si reúne ciertas características. Debe recordarse que no
hay clasificaciones “reales” o “verdaderas”, sino que todas son hechos
culturales que se aceptan en función de su utilidad.
Todos los signos poseen designado, que es el criterio para su uso.
Pero no todos ellos tienen lo que se llama denotado; para tenerlo, el
designado debe ser una parte de la realidad. El signo “hombre” tiene
designado y denotado; el signo “unicornio” tiene designado (un animal
semejante a un caballo con un único cuerno) pero carece de denotado,
ya que este animal no existe. La denotación de los conceptos abstractos
es un problema más complicado, pero puede decirse que la “blancura”
(por ejemplo) denota mediatamente la clase de los objetos blancos.
Los requisitos elegidos para llamar a un objeto con cierto nombre
(palabra de clase) son determinadas características eventualmente
presentes en el objeto. Estas partes de la descripción de un objeto que a
su vez forman parte del criterio del uso del vocablo que le corresponde
se llaman características definitorias. En cambio, las características cuya
ausencia o presencia resulta irrelevante para asignar determinado
nombre al objeto se llaman características accidentales o
concomitantes. Hay que tener en cuenta que ninguna característica es
definitoria o accidental por sí misma, sino sólo en relación con un
nombre particular. La característica de ser un hombre que escribe
poesía es definitoria para el término “poeta” y accidental para el término
“verdulero”.
La falta de precisión en el significado (la designación) de una palabra
se llama vaguedad. Una palabra es vaga cuando hay casos en los cuales
su aplicabilidad es dudosa. Por ejemplo, la palabra “ciudad” es vaga en
tanto no sepamos cuántos habitantes debe tener un “pueblo” para
convertirse en una ciudad. Para cada palabra existe un conjunto central
de casos en los que el nombre resulta claramente aplicable, y otro
conjunto infinito de casos externos a los cuales en ningún caso
aplicaríamos la palabra; pero entre ambos existe un “cono de vaguedad”
en el cual nuestros criterios resultan insuficientes y se requiere una
decisión adicional para decidir la aplicabilidad del concepto. Otro
problema de las palabras es que además de vaguedad pueden poseer
ambigüedad o polisemia, esto es, el mismo símbolo tiene más de un
significado (ejemplos: vela, partido, navegar). En la mayor parte de los
casos la ambigüedad no causa mayores problemas porque el contexto
determina por sí solo el significado correcto de la palabra; en cuanto a la
vaguedad, debe señalarse que es hasta cierto punto necesaria, porque
una precisión excesiva complicaría indebidamente la comunicación.
Sin embargo, en ocasiones el lenguaje científico requiere un nivel
menor de vaguedad y ambigüedad que el cotidiano, y es por esto que se
inventan el lenguaje técnico y el formal. En algunos casos se inventan
términos absolutamente nuevos, en otros se redefinen en forma más
precisa los ya existentes.
Esto nos lleva al problema de las definiciones, que son los actos por
los cuales se indica el significado de las palabras. A veces se distingue
entre las definiciones nominales (que definen una palabra) y las
definiciones reales, que supuestamente definen una cosa. Como las
definiciones reales plantean problemas metafísicos, no las
consideraremos aquí. Existen distintas maneras de clasificar las
definiciones nominales:
a) Definiciones verbales y ostensivas. Las primeras comunican
el significado de una palabra usando otras palabras (como las
definiciones de diccionario), mientras que las segundas señalan uno o
varios ejemplos de objetos incluidos en la designación de la palabra. La
primera es por lo general mejor, ya que reduce la posibilidad de error,
pero las definiciones ostensivas son imprescindibles para empezar el
estudio de un lenguaje y para definir conceptos sensoriales como “rojo”
y “dulce”.
b) Definiciones intencionales y extensionales. Las
primeras definen por designación, es decir, indicando el significado del
concepto en cuestión. Las segundas definen por denotación,
enumerando todos los objetos existentes en esa categoría. La definición
intencional es por lo general preferible, puesto que no hace falta
cambiarla cada vez que se encuentra un objeto nuevo que pertenezca a
la misma categoría que los otros.
c) Definiciones informativas y estipúlatelas. Las
primeras hablan sobre un hecho objetivo (una costumbre lingüística),
porque tienen la forma: “En el idioma A, la palabra X significa Y”
(explícita o implícitamente). Nótese que pueden ser verdaderas o falsas.
Las segundas simplemente establecen el significado particular que dará
el emisor a la palabra en cuestión en su discurso. El no distinguir entre
ambos tipos de definiciones puede llevar a confusiones o a caer en
falacias.
Para terminar el tema de la semántica, diremos que las oraciones
son secuencias significativas de palabras; que las oraciones descriptivas
se refieren a estados de cosas, y que una proposición es el significado
de una oración descriptiva una vez abstraído de las palabras concretas
que lo indican. Dos oraciones de igual significado pronunciadas en
distintos idiomas son ejemplos de la misma proposición.
1.1.5. Pragmática
La pragmática es la disciplina que estudia el discurso como un acto
humano dirigido a la producción de ciertos efectos. Puede definírsela
más ampliamente como la parte de la semiótica que trata del origen de
los signos, de sus usos y de los efectos que ellos producen en la
conducta dentro de la cual aparecen.
Las funciones del lenguaje son los distintos usos que puede tener
según la influencia que se intenta causar en el receptor. Las principales
son:
a) La función descriptiva, que se usa para llevar a la mente del
receptor determinada proposición. Se usa para discutir y razonar acerca
del mundo, y procede normalmente relacionando propiedades con
sujetos. Sus proposiciones pueden ser verdaderas o falsas.
b) La función directiva, que es la cumplida por expresiones que se
emplean para provocar en otra persona ciertos comportamientos. No
guarda relación con los valores de verdad.
c) Función expresiva. La cumplen las combinaciones lingüísticas
que sirven para manifestar sentimientos o emociones. Al igual que el
caso anterior, una expresión que cumple esta función no es verdadera ni
falsa.
d) Función operativa. En ella el lenguaje no describe, ordena o
expresa nada, sino que realiza por sí mismo un cambio en la realidad. El
saludar, el absolver, el despedir son ejemplos. Una vez más, estas
expresiones no son ni verdaderas ni falsas.
No debe olvidarse que en la mayoría de los casos las funciones del
lenguaje se encuentran entremezcladas, de modo que siempre hay que
tener en cuenta el contexto de una expresión para decidir su función en
ese caso particular.
Los efectos emotivos del lenguaje son las asociaciones que algunas
palabras tienen con determinadas reacciones emotivas. Pueden derivar
de condicionamientos individuales del receptor o ser fenómenos
sociales. La capacidad de una palabra de causar ciertas reacciones en
las personas se conoce como significado emotivo, que debe distinguirse
del significado descriptivo. El hecho de que palabras que significan lo
mismo puedan tener asociaciones emotivas tan distintas como las
palabras “médico” y “matasanos” es usado a menudo en la propaganda,
la literatura y el humor.
Por último, debemos considerar las definiciones retóricas o
persuasivas, que no son otra cosa que cambios en la definición
estipulativa de una palabra para apoderarse de su significado emotivo.
Por ejemplo, un gobierno represivo que defina la “democracia” de forma
que pueda presentarse verazmente como democrático, por la fuerte
connotación positiva de esta palabra.
Sección 1.2. El saber y la ciencia
1.2.1. Conocimiento y creencia
Las palabras “saber” y “conocer” tienen diversos significados, pero
se utilizarán aquí en el sentido de que “conocer” significa una relación
entre el sujeto que conoce y la verdad de una proposición, siendo así las
proposiciones verdaderas el objeto del conocimiento. Pero el
conocimiento tiene también un elemento subjetivo, que es la creencia.
Esta es un estado de conciencia en el cual nos sentimos poseedores de
saber. Entendemos la creencia como equivalente a la creencia en que
determinada proposición es verdadera. No se puede conocer lo falso,
pero tampoco conocer lo que no se cree. Para decir que conocemos la
verdad de una preposición necesitamos dos condiciones: que esta sea
efectivamente verdadera y que creamos que lo es.
Se plantea entonces el problema ¿cómo saber que una proposición
creída es verdadera? ¿Cómo diferenciar la creencia del conocimiento?
Mediante la prueba o justificación suficiente de una creencia, que son las
circunstancias que nos hacen elevar una creencia al rango de
conocimiento.
Pero esto trae nuevos problemas. La prueba de un hecho siempre es
otro hecho distinto de éste, del cual puede exigirse a su vez otra prueba,
y así hasta el infinito. La única manera de eludir este resultado es en
apariencia suponiendo la existencia de enunciados incorregibles, que no
necesitan prueba. Pero aún nuestras creencias más firmes (como las de
los hechos de la experiencia) pueden estar equivocadas. Una solución
mejor es, por el contrario, el dar a la palabra “conocimiento” un
significado más débil. En este sentido, quien afirme saber algo
considerará su creencia como pasible de refutación y no como
incontrovertiblemente cierta; para llamar a su creencia “conocimiento”
se conformará con ciertos elementos de juicio considerados suficientes.
1.2.2. Formas de conocimiento
Cuándo se pregunta cuáles son los elementos de juicio que nos
permiten decir que “sabemos” algo, existen tres respuestas que son las
principales:
a) La experiencia. Es la fuente básica de conocimiento. Sabemos
algo por experiencia cuando el estado de cosas descripto por la
proposición ha caído bajo la acción de nuestros sentidos.
b) La razón. Podemos no tener experiencia directa del hecho en
cuestión, pero razonar, basándonos en otros hechos, que debe ser
verdadero. El razonamiento es el proceso por el cual se pasa del
conocimiento de algunas verdades al conocimiento de otras, y las reglas
que lo rigen se llaman método. En algunos casos el razonamiento se
basa en la experiencia, en conocimientos empíricos; en otros, es
independiente de ella (por ejemplo: las matemáticas) y se llama
razonamiento formal.
c) La autoridad. Se apela al argumento de autoridad cuando el
conocimiento se ha recibido de otra persona, en vez de ser elaborado
por uno mismo. Siendo una fuente derivada de conocimiento (que
depende tanto de las razones o experiencias del otro como de su
sinceridad y de mi buena recepción de su mensaje) no goza de mucha
confianza. Sin embargo, resulta imprescindible, ya que son muy pocas
aquellas proposiciones que podemos verificar directamente, ya sea por
experiencia o por razonamiento. Aparte de confirmar lo que escuchamos
o leemos, lo único que podemos hacer para no ser engañados por las
“falsas autoridades” es, por un lado, confiar en aquellas que son
prestigiosas y objetivas, y, lo que es más importante, exigir a nuestras
autoridades cuál es su fuente de conocimiento, y si esta es también la
autoridad pedir la de ésta, y así hasta llegar a un fundamento racional o
empírico. Esto es, recordar que la autoridad es sólo fuente de
conocimiento derivada, no originaria.
Existen otros casos en los cuales para justificar un conocimiento no
se recurre a ninguna de estas razones, sino a la intuición, esto es, la
certidumbre emocional de la verdad de una proposición. Sin embargo,
esto puede criticarse sobre la base de que el mero estado mental en
ningún caso basta para asegurar que se posee conocimiento, sino que
debe apelarse a elementos de juicio externos a la propia creencia. A
pesar de que las discusiones sobre si la intuición puede ser fuente de
conocimiento metafísico (no empírico) no alcanzan la unanimidad
absoluta, parece claro que la ciencia debe basarse en la verificación de
las creencias, y por lo tanto no puede aceptar la intuición como fuente
de conocimiento.
También suele apelarse a la fe, especialmente para justificar las
creencias religiosas. Sin embargo, la fe es también un estado mental
(una creencia muy fuerte) y por lo tanto no sirve como justificación de
que esta creencia es verdadera. Esto no significa que las creencias
religiosas no sean verdaderas, sino simplemente que no constituyen
conocimiento, en el sentido en que usamos la palabra.
1.2.3. Conocimiento necesario y conocimiento empírico
Algunas proposiciones no planten mayores problemas para
determinar su verdad o falsedad. El caso extremo lo constituyen las
proposiciones necesariamente verdaderas (cuya falsedad es imposible)
y las proposiciones necesariamente falsas (cuya verdad es imposible).
La mayor parte de las proposiciones pertenecen a estas categorías; no
son ni necesarias ni imposibles, y se llaman proposiciones contingentes.
La necesidad y la imposibilidad se dan en distintos planos: el técnico
(algo que es posible en teoría pero irrealizable en la práctica es
técnicamente imposible), el empírico (algo es obligado o imposibilitado
por las leyes de la naturaleza) y el lógico, que es el más importante. Una
proposición lógicamente imposible es aquella que contiene una
descripción auto contradictoria; una proposición lógicamente posible es
aquella que contiene una descripción no contradictoria, aunque puede
ser falsa de hecho, y una proposición lógicamente necesaria es aquella
cuya negación es auto contradictoria. Ejemplos son: “Los porteños no
son porteños”, “Los precios bajan constantemente” y “Todas las mesas
son mesas”, respectivamente. Las proposiciones lógicamente necesarias
se llaman a veces verdades de razón, y las lógicamente posibles se
llaman verdades de hecho. Como las primeras se pueden conocer
independientemente de la experiencia (dependen solamente de las
definiciones de las palabras) se dice también que son cognoscibles a
priori, en tanto que las verdades contingentes serían cognoscibles
únicamente a posteriori, esto es, después de determinadas
experiencias. El conocimiento a posteriori se llama también
conocimiento empírico.
1.2.4. El conocimiento científico
Algunos de nuestros conocimientos se denominan
conocimientos científicos. Las características que debe tener un
conocimiento para caer dentro de esta categoría son básicamente tres:
debe ser general, social y legal. La generalidad significa que el
conocimiento científico se interesa por los enunciados referidos a una
multitud de casos, nunca a hechos particulares. Estos últimos cuentan
sólo como ejemplos o casos de una clase de hechos, que es la que
interesa al científico. El elemento social se relaciona con que el
conocimiento científico debe ser comunicable en proposiciones
descriptivas y no inefable, y además debe ser verificable, esto es, debe
haber experiencias repetibles por distintas personas que lo comprueben
o lo refuten. El elemento legal de la ciencia aparece en la forma en que
se expresan sus conocimientos; las proposiciones científicas no son
meramente generales (refiriéndose a muchos hechos pasados) sino que
también pretenden predecir los hechos futuros del mismo tipo. Las leyes
describen el comportamiento de la realidad, pero debe tenerse en
cuenta que existe en toda ciencia una jerarquía de leyes, cada una de
las cuales explica los hechos y leyes de niveles inferiores.
1.2.5. Concepto y características de la ciencia
El conocimiento científico, entonces, se presenta en conglomerados
de hipótesis, de leyes o de conjuntos de leyes que buscan comprender
ciertos sectores del universo. Pero debe tenerse en cuenta que la
separación entre las distintas ciencias particulares es hasta cierto punto
arbitraria, hecha por los seres humanos para un estudio más adecuado
de la realidad. Una ciencia puede definirse como una agrupación de
conocimientos científicos ordenados sistemáticamente. Dos conceptos
que resumen las pautas de las que se vale la ciencia para cumplir su
objetivo son la precisión y el método.
La precisión científica se logra mediante la introducción de términos
definidos estipulativamente, con lo cual maneja un lenguaje técnico, o
mediante la creación de lenguajes nuevos compuestos de símbolos
arbitrarios (lenguaje formal). La precisión no llega nunca a un nivel
absoluto, pero la eliminación de la ambigüedad y la vaguedad se realiza
en la medida en que es necesaria para la investigación. Otra
consecuencia del afán de precisión es la paulatina matematización de la
ciencia, su deseo de medir con la mayor exactitud posible todos los
fenómenos.
La ciencia es también una actividad metódica, en el sentido de que
existen ciertos procedimientos reconocidos que le permiten obtener los
resultados deseados. Uno de los más importantes es el que permite
partir de ciertos datos o premisas para extraer las conclusiones
pertinentes.
1.2.6. Ciencia formal y ciencia empírica
Existen muchas clasificaciones posibles de los distintos tipos de
ciencias existentes, pero una de ellas ha sido reconocida como la más
útil. Se trata de la distinción entre ciencias formales y ciencias empíricas
o fácticas.
El objeto de estudio de las ciencias fácticas es una determinada porción
de la realidad, es decir, son siempre los hechos. Parten de la
experiencia, y su objetividad, si bien discutida, se basa en la descripción
de objetos externos. Por el contrario, el objeto de las ciencias formales
no forma parte de la realidad sensible, sino que son los conceptos
abstractos, elaborados directamente por la mente del hombre. Esta
diferencia de objeto provoca una diferencia en la fuente de sus
conocimientos respectivos: las primeras tienen su base en la experiencia
(combinada con el razonamiento) y las segundas en el razonamiento
puro. La utilidad de una ciencia formal (p.ej.: la matemática) está en que
permite manejar mejor y con más orden nuestros conceptos sobre la
realidad. En cuanto a la forma que tienen las ciencias de demostrar sus
conocimientos, las primeras apelan a la verificación empírica (que
siempre es falible y provisional) y las segundas a la deducción a partir
de las premisas de un sistema lógico. El siguiente cuadro resume las
diferencias:
Aspecto Ciencia empírica Ciencia formal
objeto realidad sensible abstracción
fuente experiencia razonamiento
demostración confirmación, refutación verificación lógica
utilidad directa indirecta
Vaguedad, prestigio y evolución
Debe señalarse que el concepto de “ciencia”, como todos, tiene algo de
vaguedad. Existen muchas actividades que se autocalifican como
científicas sin llenar todos los requisitos del punto 1.2.4. En general, una
ciencia atraviesa seis etapas sucesivas en su progreso. Estas son: la fase
descriptiva, la taxonómica (clasificatoria), la legal (descubrimiento de
leyes), la cuantificación, la formalización (matemática) y la
axiomatización (construcción de un sistema formal). Pero debe tenerse
en cuenta que algunas ciencias no han pasado por todos estos períodos;
quizás la única que lo ha hecho es la física.