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LOS PUEBLOS EN SU QUEHACER HISTORICO Por lo Lic. Aurora ARNAlZ. Hay continentes jóvenes y viejos, como hay pueblos jóvenes y pue- blos viejos. Lo son, en cuanto a la acepciún histúrica. I'or haber tenido un quehacer, o por estar próximos a tenerlo. Europa tuvo un quehacer. Y con él, una valoración. Un significado. Los pueblos, como los indi- viduos advienen con características determinadas. Y se desarrollan con arreglo a ellas. Dentro de cada continente, los pueblos tienen una fiso- nomia propia. Fisonomia excepcional que contrarresta al común que con- forma el continente. Hay pueblos que fueron filósofos (el griego) o juri- dicos (el romano) que fueron y son pnetas (el italiano) que son profundos en sus pensamientos (el alemán) que perserveran en la exposición de sus ideas claras, bellas y agradables (el francí-S) y quiinéricos, discolos y fan- tasioso~, dedicados a enristrar la lanza contra los niolinos de viento de su rica y generosa imaginación (el español). Los continentes presentan en iiucstro siglo XX, posiblemente, e1 siguiente significado: América, o la iniciación. Europa, o la plenitud. - Africa y Oceania o el ser que nunca fué, Asia o el interrogante producido por el surgi~iiiento insospechado de un pueblo vetusto (India) y de una vicja nacióti reajustada por procedimientos extraños y ultramodernos: Japón. Se ha dicho que Europa, iiiás que un continente, es una tradición. Pero, añadimos, una tradición viva, de solera, renovada en el presente. La tradición europea, no Iia niatado a Jiuropa. Una savia eterna corre por sus venas. La savia de su cultura. Y de su manifestación más genuina, el derecho. El derccho es Europa misma por cuanto el derecho es conse- cuencia de una civilización liecha. Es decir, de una cultura. Los pueblos tienen dereclio, en tanto tienen historia. El derecho es un producto de www.derecho.unam.mx

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LOS PUEBLOS EN SU QUEHACER HISTORICO

Por lo Lic. Aurora ARNAlZ.

Hay continentes jóvenes y viejos, como hay pueblos jóvenes y pue- blos viejos. Lo son, en cuanto a la acepciún histúrica. I'or haber tenido un quehacer, o por estar próximos a tenerlo. Europa tuvo un quehacer. Y con él, una valoración. Un significado. Los pueblos, como los indi- viduos advienen con características determinadas. Y se desarrollan con arreglo a ellas. Dentro de cada continente, los pueblos tienen una fiso- nomia propia. Fisonomia excepcional que contrarresta al común que con- forma el continente. Hay pueblos que fueron filósofos (el griego) o juri- dicos (el romano) que fueron y son pnetas (el italiano) que son profundos en sus pensamientos (el alemán) que perserveran en la exposición de sus ideas claras, bellas y agradables (el francí-S) y quiinéricos, discolos y fan- tasioso~, dedicados a enristrar la lanza contra los niolinos de viento de su rica y generosa imaginación (el español).

Los continentes presentan en iiucstro siglo XX, posiblemente, e1

siguiente significado: América, o la iniciación. Europa, o la plenitud. - Africa y Oceania o el ser que nunca fué, Asia o el interrogante producido

por el surgi~iiiento insospechado de un pueblo vetusto (India) y de una vicja nacióti reajustada por procedimientos extraños y ultramodernos: Japón.

Se ha dicho que Europa, iiiás que un continente, es una tradición. Pero, añadimos, una tradición viva, de solera, renovada en el presente. La tradición europea, no Iia niatado a Jiuropa. Una savia eterna corre por sus venas. La savia de su cultura. Y de su manifestación más genuina, el derecho. El derccho es Europa misma por cuanto el derecho es conse- cuencia de una civilización liecha. E s decir, de una cultura. Los pueblos tienen dereclio, en tanto tienen historia. El derecho es un producto de

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madurez. De aqui que en América, los pueblos que más directamente ab- sorbieran savias históricas sean los que se adelanten en la integración de su peculiar derecho. Así Norteamérica en toda una gama del derecho pú- blico y México con su institución de garantías y amparo. Cuando el de- recho como cultura se transplanta a suelos extraños, sufre transforma- ciones. EL derecho traído es interpretado y aplicado con caracteres nue- vos. Así el derecho de Indias. Se crea una jurisprudencia diferente a la originaria, incluso en nomas simultáneamente aplicada. Lo legislado en y para España, en las nuevas tierras se conforma y deforma. Cual sucede con el arte. El barroco, el plateresco, de claro perfil hispánico, se diluyen en los grandes monumentos arquitectónicos de México colonial. El ras- go autóctono se esboza o se destaca. En las tétricas figurillas de la Capi- lla Abierta, Tlamanalco, el trazo hispánico se pierde entre la filigrana au- tóctona. E n la representación de personajes españoles, ricoshombres con amplios sombreros adornados con una pluma que decoran el frontispicio de la Capilla Abierta, el espectador encuentra en el alargamiento de los ojos, en lo achatado de los perfiles, y en los pómulos, un tanto salientes, el sello del artífice mexicano que no pudo adentrarse en las facciones de los nuevos originales y transplantó los rasgos de los suyos, quizá en defi- nitiva, porque eran estos rasgos, y no los dados, los pertenecientes a su raza.

por qué pretender que Europa está muerte? Esta frase, a fuerza de ser oída por doquier con demasiada frecuencia se ha transformado en una afirmación gratuita. La idea de una Europa postergada va asociada a la del auge de continentes nuevos. He aqui el error. E n el mundo de las ideas y de la investigación, no existen espacios vitales, ni cinturo- nes de defensa. Existe un vacío inmenso que se va reduciendo gracias a la labor genuina de los sabios. Las variedades descubiertas se univer- salizan. Nada más en contraposición con la investigación que el marchamo nacionalista. Platón y Aristóteles, Kepler y Newton, Rousseau y Locke, Shakespeare y Cervantes, no son conocidos por griegos, ingleses, franceses o españoles, sino por universales. Por lo universal de sus aciertos. Precisa- mente la hegemonía de Europa en el campo del saber descansa, de siempre, en que sus legisladores, sus químicos, sus filósofos, no legislaron, ni des- cubrieron, ni razonaron para el hombre griego ni para el francés, ni para el inglés. Traspasaron tan estrecho cual mezquino limite. Y porque en de- finitiva lo accidental en el hombre es su ser local, y lo esencial es el ser de la naturaleza humana, buscaron los principios eternos del derecho,

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movibles o mudables en lo formal tan sólo. Bucearon en los elementos científicos que son los mismos para el chino como para el francés. BUS- caron, por caminos diversos, el nexo del hombre con la creación y su origen, legándonos principios inmutables escritos en griego, en latín, en hindú, en hebreo. Si el legislador griego o romano al legislar no hu- biese captado la esencia universal del hombre como ente social. Si el investigador científico hubiese tratado de descubrir postulados frauce- ses, ingleses o ai~~ericaiios. Si el filbsufo de cualquier país hubiese filoso- fado exclusivamente para sus congéneres, Europa no sería hoy día una tradición, y la historia universal estaría por escribir.

El hombre es hermano del hombre. A estas alturas, toda divagación sobre las diferencias autóctonas que no sea antropológica, es chovinismo. Una Europa y su tradición son compatibles con continentes nuevos y su quehacer. Este quehacer, para ser positivo presentará el aspecto de fina- lidades comunes o universales. Lo peculiar no es sino los medios distin- tos para alcanzar los fines comunes. Los pueblos jóvenes de los conti- nentes hermanos entre si, tienen un bagaje del viejo mundo muy apro- vechable. El dilema es un tanto extremado: o se unen al acervo histórico o carecerán de significado. Porque las finalidades humanas son las mis- mas de ayer que las de hoy. Están enmarcadas en los límites de la natu- raleza. No puede el hombre inventarse tarcas extrañas a su ser. E n cada generación unas tareas viencn a ocupar los primeros planos del quehacer. Otras quedan relegadas. Pero no por siempre. El carroussel de la histo- ria eleva o desciende el ciclo de realizaciones. Sin que nunca se llegue al acierto definitivo. De alcanzarlo, la humanidad habría finalizado con su destino. La esclavitud, la servidumbre, el asalariado. 2Qué son sino dependencias económicas? La Ekklesia, la teocracia, el totem, (qué son sino medios de dominación? Lo que priva en la liistoria de las ideas po- líticas son las modalidades que a través del tiempo presentan la depen- dencia económica y la dominación política.

Cuando Europa descubrió nuevos continentes había superado, desde hacía mucliísimos años los estadios primitivos que caracterizaban al nue- vo. Habia traspasado los linderos de la tan discutida Edad hledia, y en- traba a la Moderna. Iba a llevarse a efecto la ya proclamada ruptura del Papado contra su intromisión en los asuntos temporales. Se estaban ges- tando las condiciones necesarias para que surgiesen los grandes orientado- res del incipiente Derecho Político con base inmanente. E n el lapso de un siglo, Montesquieu, Locke y Hobbes redondearían los titubeantes, aunque

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muy estimables balbuceos de Altusio, Puffendorf, Grocio y los padres españoles. Junto al naciente Estado moderno surgían incipientes los gran- des problemas económico-políticos del capitalismo contemporáneo: anta- gonismo entre el capital y el trabajo, sindicalismo, nacionalidades, pugnas por los mercados mundiales, democracia, parlamentarismo, sistemas elec- torales y sus fraudes, ampliación del derecho público en aras del privado, etc., etc. Los pueblos de Europa conocieron en el feudalismo, cruentas luchas religiosas. Poseían el cristianismo y su amplio concepto filosófico de respeto a la persona humana. Sus ideales sobre la Génesis, y aptitud del hombre frente a lo creado y a su creación quedaron enraizados a la civilización latina, por siempre. Y sus conceptos culturales, aunque en- tremezclados con la superstición, el dogma y el prejuicio fueron consi- derables. Se superó la teiiebrosa etapa de la magia y la invocación. Como paso intermedio a la actual posición inmanente de la cultura, la religión católica fué una religión humanizada, asentada sobre el vetusto lema es- tóico de la fraternidad humana. Pero la organización social de los pue- blos cristianos descansaba sobre la casta y la desigualdad. Sobre el ana- tema teórico del lucro y su protección encubierta a los judíos, mediante una despectiva complacencia.

¿Puede pedirse al topo que se satisfaga contemplando el sol, o al águila que disfrute moviéndose en las entrañas de la tierra? El hombre, como los pueblos, debe encontrar la finalidad de su destino que no es otro si no el libre desenvolvimiento de su ser natural. La vida de los hombres, como la de los pueblos, no es, en suma, sino la pretendida adaptación aristotélica del ser a su finalidad. El despertar del continente asiático fué anterior al europeo. Este se nutrió con su experiencia. No demasiado, debido, en mucho, a las dificultades de comunicación. En el presente el continente americano, formado por pueblos liberados casi de la interven- ción estatal extranjera, comienza a escribir su historia. Comienza su propio quehacer. Ha iniciado caminos. Y, como en toda iniciación, hay balbuceos y, en ocasiones, desorientación. Y no es difícil ver cómo en algunos de sus pueblos existe una Élite intelectual que trata de salvar la irreflexiva idiosincrasia de los complejos de inferioridad, con un bastardo complejo de superioridad. He aquí una de las más graves desorientaciones.

La base de la existencia nacional es el pueblo. Un pueblo existe cuan- do posee comunidad cultural. E s decir, cuando tiene tradición. Si no hay pueblo no hay solar común. Sin solar común, no hay patria. El sentir y el conocer que los hombres del solar común tienen una idiosincrasia, que

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gesta la nacionalidad y unidad coniún. Hace que el francés, el belga o el argentino lo sean, no tanto por su riaciiniento sino por la reacción tipo frente a determinadas situaciones. La idiosincrasia de los pueblos o formas predeterminadas de su ser configuran su comunidad cultural, su quehacer histórico, su tradición. En la vida de los pueblos, como en la de los in- dividuos, lo esporádico no cuenta. El hacer, como el inhibirse, la reacción frente al hecho tiene su por qué. O lo que es lo mismo: es la consecuencia de un antecedente.

Lo humano está dentro de lo humano. Los hombres como los pueblos tienen rasgos comunes. Lo peculiar contribuye a separarlos. Lo común, o esencial, a unirlos. Existen las denominadas razones políticas o defensas de los Estados que propician las uniones. Pero no son alianzas firmes. Se desmoronan en cuanto pasa la oportunidad. La unidad de los pueblos con vistas a una concordia deberá realizarse en los rasgos comunes, y no en circunstanciales cuán esporádicas razones. Así lo demuestra la historia. Las uniones y desuniones de las naciones europeas fortnrindo bloques o alianzas frente a determinadas circunstancias se han desmoronado al desa- parecer dichas circunstancias. Sin embargo, el sueño de la unidad universal entre los pueblos es un ideal antiquisinio. Su deseo necesitó, de siempre, condensarse en una finalidad. Roma pretendió un dominio universal a tra- vés de la extensión de su Imperio. Se trataba de una manifestación de mando combinada con la hábil táctica política de respetar, inicialmente, las culturas de los pueblos subyugados. La superioridad de la civilización ro- mana aseguraba el triunfo de su dominación ya que el refinamiento de los hábitos, los medios sociales ava~izados, y la preeminencia en el saber v el conocer, fijaban la infiltración.

E l cristianismo, su sucesor en el imperio, poseía, además de las ya mencionadas poderosas razones de humanización, otras más contundentes : el equitativo principio del jus romano de "tio hagas mal a nadie" iba acompañado del "porque si lo haces serás castigado en la otra vida". Cuando se desmorona la intervención de la Iglesia en los asuntos del Es- tado, cuando el canon religioso abre paso a la secularización de la ley del Estado moderno, los pueblos carecen de una base de unión cultural y universal. No digamos que desde entonces (aproximadamente el siglo xvr) a nuestros días las luchas bélicas aumentaron. Seria una inexac- titud. Pero, si afirmamos que adquirieron una mayor envergadura. E l largo periodo histórico de la influencia del cristianismo se caracteriza por el predominio de la acción bélica. La gran idea de la fraternidad universal.

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se esfumó, en la práctica, ante el cisma entre las Iglesias de Oriente y Occidente, así como por sus rivalidades por mantener las hegemonias en los asuntos del Estado. Cuando en el siglo XVIII surgen las nuevas teorías con base inmanente de fraternidad y unión entre los hombres, se interponen, seguidamente, las nuevas, aunque justas inquietudes de eman- cipación de las clases menesterosas. El axioma de fraternidad humana es substituido con el marxismo y sus escuelas, por la peligrosa consigna de hermandad entre los iguales de clase. A la discriminación racial subs- tituye el antagonismo de clase y su odio inexpugnable. ¿Qué ha sido Europa, en lo que va de siglo sino un hervidero de estos odios? Hay dos clases, y dos patrias: la del dinero y la de su carencia. El proletariado tiene, según dichas escuelas, nexos materiales y morales al margen de la nacionalidad y de la religión. El capitalista de un país nada tiene de común con sus conciudadanos inferiores. Su fraternidad es para con los de su casta de aquende y allende los mares. Los antagonismos racial y religioso ceden su paso al antagonismo entre el capital y el trabajo. Surge una nueva superestructura en el seno del Estado: la lucha de clases. Desde la aparición del Manifiesto Comunista hasta nuestros días la lucha de clases se manifiesta vigorosa o latente dentro de cada Estado, con diversas facetas, pretensiones o modalidades. La crisis del parlamentarismo, la ter- giversacibn de los puros recursos deinocráticos, y la mercantilización de- senfrenada del mundo contemporáneo, así como el afán inmoderado de lucro en los negocios, contribuyen al mal. La liberación económica en- zarza la lucha. Las dos grandes guerras de nuestra mitad de siglo han sido, en lo exterior, guerras por mercados. En lo interior, revulsivos de la lucha de clases. El descontento habría de manifestarse de alguna forma: la guerra, no importa tanto el por qué ni el para qué. Estas guerras hi- cieron a sus generaciones más prácticas, más materializadas, menos idea- listas y quiinéricas. Pero, la quimera, es la savia de la vida. Sin quimera el hombre se agota. Nada más triste que la fria indiferencia ante la vida y los hechos cotidianos que caracteriza a los supervivientes de las pots- guerras. Avocados los civiles a desenvolverse dentro de una imperceptible l í e a de sombra que separa los ámbitos de lo moral y de lo inmoral, Ile- gada la paz, no es posible restablecer la normalidad bruscamente. El ins- tinto de defensa crea la mencionada indiferencia como tregua al regreso. Este es precisamente el momento que vivimos. Carecemos de ideales. No tenemos fe. Nos falta la quimera. El mal de nuestro tiempo, como conse- cuencia del pasado inmediato, es este: el de vivir sin quimcra, acuciados

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por el logro material. Los pucblos en la actualidad carecen de altos ideales por una razón elemental: porque están faltos de fe. ¿Con qué hemos substituido el ideal universal de hermandad humana del cristianismo sino con los estrechos límites de la fraternidad de clases, de profesiones, de clubes internacionales, de afinidades? El vacio continúa. ;Por qué no he- nios dc proclamar, en los recintos universitarios que este vacio daña a la humanidad? La labor del profesor uriiversitario es de seria responsabilidad. E n las cátcdras de América lo que importa hoy día es mostrar cómo, acortadas las distancias, los acontecimientos sociales de unos pueblos re- percuten en los otros. Así hoy, América vive el momento político de Eu- ropa y Asia. Y sus consecuencias también. Lo interno se va transformando, en sus repercusiones, de tal forma en externo, que hasta a los de siempre inconmovibles problemas de soberanía, alcanza. Toda discriminación de raza, de religión, de clase, pertenecc al pasado. Solamente el honibre, hermaiio del hombre, tiene futuro. Este deberá ser el pcnto de partida contra toda clase de explotaciones e injusticias.

El standard de vida de los pueblos de Europa y América es elevado rn lo material. Disponemos de facilidades y comodidades insospechadas eri el corto transcurso de un siglo. Pero el hombre de estos pueblos carece de un ideal universal que lo aproxime entre si. El hueco dejado por el cristianisino continúa alii. La ficción del deporte se va aduenando de las mentes jóvenes. El deporte es bueno. Lo malo es su mito, cuando se trans- iorma en la casi finalidad de la vida. Los héroes de las generaciones pa- sadas fueron los sabios, poetas, guerreros, estadistas, filósofos. ;Cuáles son los héroes de las juvintudes actuales? ¿Los grandes deportistas y los honibres más destacados en el mundo de las finanzas o de las altas industrias? Su irremediable secuela es la banalidad. Cada siglo ha dado grandes hombres. ¿Cuáles son los hombres representativos del nuestro? ¿ U n I:ord? ¿Un Joe Luis? ¿ U n Sartre? ¿Los que fueron dirigentes de los Estados totalitarios? La superficialidad nos invade. De la calle llega a la Universidad. Y no es por casualidad. Lo que se enseña en las cátedras universitarias de cualquier país, es, con harta frecuencia, y honrosas excepciones, ideas del pasado. Las clases de fundamentos filosóficos y juridicos, suelen ser clases de historia. ;Dónde hallar el pensamiento vivo del presente? ¿Dónde la idea elaborada en nuestro tiempo y para nuestro tiempo? ¿Qué ideal renovador, con base universal, con pretensiones de proyección hacia el futuro puede manejarse en las cátcdras de funda- nientaciories filosóficas y jurídicas? La juventud necesita de finalidades

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valorativas como guías de su pensamiento y actividad. Si carece de ellas recurre a valores secundarios. Malo es que la juventud se apasione sin límites por los grandes problemas del momento político de los Estados. Peor es aún que le resulte indiferente. La historia muestra que la juventud desempeña en las revoluciones papel predominante. Los ideales de reno- vación y las altas utopías prenden con facilidad en las almas generosas. Un filósofo mexicano ha escrito que nunca los mismos hombres inter- vienen en dos revoluciones. Quizás ello se deba no tanto a a desilusión de la realidad como a la madurez precipitada que la desbocada sucesión de los acontecimientos revolucionarios produce en los seres ahitos de idealidad. La experiencia dice que allí donde existen situaciones decadentes se des- borda una pretendida intervemción de inexpertos en los asuntos del Estado. Derecho y Estado son sinónimos de madurez. La legislación y la teorética del Estado, la práctica jurídica y la acción política requieren de humanidad. Requieren conociniiento de lo humano. El humanismo en su amplia acep- ción tanto en lo individual como en lo colectivo es una decantación pro- ducida por la vivencia en el tiempo.

Nuestro siglo x x es hijo, hijuela, más bien del x ~ x . Se ha dicho que el maravilloso siglo x v ~ n produjo el estúpido siglo XIX. La frase es in- justa. Quizás el menosprecio se deba al descrédito del positivismo. Men- cionar esta escuela es tanto como querer decir pensamiento "afilosófico" intrascendente, sin profundidad. Posiblemente con el positivismo sucedió lo que con tantas otras escuelas del saber y del conocer. Al rodar de acá para allá, al caer en manos, no siempre expertas, se adulteran y deforman. Se le llega a considerar algo asi como la panacea capaz de resolver por sí misma todas las inquietudes sociales. Y es que el individuo, en lo individual como en lo social, está ahito de panaceas. Así consideró el cristianismo. Así vió la revolución francesa. Así ve los grandes descubrimientos cien- tíficos. Así entrevió el positivismo. E n la ignorancia en que nos desen- volvemos, esperamos y ansiamos lo sobrenatural. Algo que nos descubra el porqué de los porqués. Caracterizan a los días pasados los ideales de secta, de clase, de raza. Desde los derechos universales del hombre ¿de qué otros derechos dispone la humanidad?: los sociales de la mujer, del niño, del ciudadano. Trozos parciales. Parece como si la historia del pen- samiento con base universal, hubiese fenecido en el XVIII. De aquí que los contemporáneos buceen en el pasado y se lea a los clásicos con devoción. Y se busque en la solución que dieron a casos semejantes, orientaciones para el presente. Mucho en la historia se repite. Así, las siguientes pa-

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labras, escritas por Platón en su Epístola Séptima parece como si hubiesen sido dictadas por un contemporáneo: ". . . y las leyes, y las costumbres, cuanto más las examino, y más avaiizo en edad, mis dificil me parece gobernar correctamente . . . Además las leyes escritas y las costumbres, se habian corrompido en una proporción asombrosa. El resultado fué que yo, que habia estado en un principio lleno de ansiedad por hacer carrera política, conforme miraba el torbellino de la vida pública y veía cl torbe- llino incesante de corrientes contrarias me sentí, finalmente, mareado y- aunque no dejé de considerar los medios de mejorar la situación y de reformar completamente la constitución- por lo que se refiere a la acción me quedé esperando un momento favorable y, finalmente, vi con claridad que, en todos los Estados hoy existentes, el sistema de gobierno es, sin cxcepción, malo."

Afortunadamente Platón no entró en la acción politica. Sus contem- poráneos perdieron, probablemente, un líder. La posteridad ganó en él un teórico politico excepcional, maestro de un pensador grandioso que iluminó, pese a las tergiversaciones de las interpretaciones amañadas de los escolásticos, el oscuro y maltrecho sendero de la tan discutida Edad Media.

La característica de nuestro siglo xx es la crisis del pensamiento po- litico y el predominio de la actividad económica, como nexo de acerca- riiicnto cntre los pueblos y los continentes. No es este un fenómeno que se presenta por primera vez. Precisamente en la antigüedad, cuando se derrumba el sueño de Alejandro de conseguir un Imperio Universal que abarcase a todo el mundo entonces conocido, y surge el esplendoroso pe- riodo helenistico, los pequeños pueblos que se desenvolvian bajo la élite de la influencia macedónica, dan a su estructura social una preponderancia económica.' Los Estados cosmopolitas de Oriente y Occidente que el puente helenistico estableció en sustitución de la clásica polis, tuvieron en sus manos el monopolio de los productos básicos. Realizaban co~icesiones a losparticulares para su explotación mediante elevado precio. Por último se llegó al arrendamiento de impuestos. Ni el monopolio ni el predominio de lo económico son características privativas del régimen capitalista. E n 61 han alcanzado grandes cimas porque todo en esta era es enorme y des- proporcionado en relación con las autarquias, los cantonalismos y las di-

1 J. P. Mayer : "Trayectoria del pensnniiento ~>olitico". Fondo de Cultura Ecanbrnica. México, 1941, p. 59.

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ficultades de expansión de la antigüedad. El monopolio aparece con el auge de industrialización de los pueblos. Se incrementa en tanto el Estado se debilita.

Cuando Kant, en un pequeño ensayo de excepcional fácil lectura pro- clama la necesidad de que los pueblos se unan universalmente en una gran sociedad de naciones para dirimir las contiendas, y, mejor aún, para evitarlas, no está estableciendo ninguna innovación. La diferencia estriba en que el Imperio del griego Alejandro, como la del romano Oc- tavioZ tienen por objeto el mantenimiento de ambos poderios mediante la sumisión de los pueblos conquistados y la defensa de rutas de nave- gación entre Europa y Asia. Siempre los pueblos fuertes encubren sus

Los espacios vitales y los cinturones de defensa territorial son acicates de intervenciones, encubiertas tras las declaraciones de introducir una civilización y cultura superiores así como la de elevar el standard de industrialización o de estrechar los lazos de buena vecindad. La nece- sidad de coordinar y aunar la defensa ante dificultades comunes unió a los hombres de pluralidades errantes. De ellas surgieron posteriormente las comunidades sedentarias. El moderno temor a las alianzas estatales en- frentadas en dos bloques, constituye uno de los fundamentos de la aso- ciación internacional. No se trata ni del sueño alejandrino del manteni- miento imperial ni del buen deseo kantiano. La alianza presente, como la de sus antecesores, la de la Sociedad de Naciones, está basada en extensas razones políticas, auspiciadas por lo irreconciliable de los dos bloques.

Las uniones entre los pueblos, entre las naciones y entre los indivi- duos para ser efectivas han de basarse en ese algo, tampoco nuevo, porque fué propugnado por los estoicos y los epicúreos: en las vitales y eternas razones éticas del ser humano que están en todos los hombres sin dis- tinción de razas y que se mantienen fuera de la noción del tiempo. Por supuesto que en la elaboración de teorias postclásicas (entendiendo por clásico el pensamiento griego y romano) es fácil encontrar el antecedente en alguno de los grandes pensadores griegos y romanos. Así sucede con dos de los puntales más fundamentales del Estado: el de la desigualdad natural entre los hombres y el de la teoría contractual como origen del Estado y justificación del Poder. Sabido es que Aristóteles se refirió a dicha desigualdad natural. Sus concepciones politicas así como el examen critico de las constituciones políticas de su tiempo implican tal concepto.

2 Según M. Weber la extensión del Imperio Romano mediante la conquista tuvo como meta primordial la aprehensión de esclavos.

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Los humanos estoicos tuvieron otra visión. Su defeusa de la igualdad huiiiana supone una doble intención. Y un gran acierto ya que los hombres son desiguales en lo accidental pero poseen un común dcnotninador en las esencias del ser. El hombre es desigual por naturaleza debido a que difiere el grado constitutivo de su ser natural. Esta diferencia de grado es lo accidental. A pesar del carácter occidental de la historia sus postu- lados de fraternidad universal se entroncan con el pensamiento más reprcscntativo de oriente (budisnio). El respeto a la dignidad humana y el concepto de persona niás que creación del cristianismo, es difusión. 1Ti.I cristianismo difunde a través de S. Agustin los mencionados conceptos cstoicos los cuales, y no por casualidad, adquieren su plenitud tras la de- cadencia del lSstado Romano. Naturaleza y razón son para los estoicos tí-rininos rorrelativos. E1 vivir coriforine a la naturaleza es vivir conforme a la razón. Esta implica la base estimativa de lo justo como finalidad. E1 estoicisnio se refiere al hombre intcmporal, eterno. La eudcmonía del liombre universal reside, para los estoicos, como para Platón, en el logro <le la armonía intima corno bien supremo o felicidad.

En la stoa el individuo lo es todo y el Estado tiene una conside- ración secundaria. En la adecuada forma de Estado, en el derecho y en la política, el hombre encontrará su acomodo. El acierto en la elección de! medio dependerá del previo conociminito del eterno ser humano.

Adniitamos lo permanente en el cambio. Lo que por ser consubs- taricial en la naturaleza humana se mantiene al margen de las fluctuaciones. Lo accesorio es lo que cambia. I,o bello scrá ayer como hoy el equilibrio cn1t.c: la expresií ,~ y el i~tiiiero. Lo variante es lo manifestado por el sujeto que crea. Asi, en los elementos de la Sociología -derecho, economía, politica- habrá que buscar, a través de los datos del momento los valores eternos. Entendernos por tales valores aquellos que por consubstanciales son innatos al hoiubre y a la comunidad. Al margen del accidente de la ioriiia, se repite lo estable. El bien coniún, por ejemplo, es una base esti- nintiva, válitla para la asociación politica, tanto en el interior como en el cxtcrior dc los Estados. Lo fundamental de un l'.stado no es tanto su !arma, como la garantía de una jerarquía de valores que mire al bien ~>úblico. Sin embargo, cualquiera de las tres formas puras aristotélicas so11 preferibles a su adulteración, pues tan arbitrarias son las tiranías coino las deinngogias. Tan nefasto es el iiiterrencionismo de Estado a ultranza como la degciieración de la deinocracia en el litlerismo y segui- disnio oficial.

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La alteración del curso ordinario de uno cualquiera de los elementos o factores sociales repercute en los otros. En este sentido puede decirse que dichos elementos son cofactores de lo social. La historia, a cuya fuente es preciso recurrir para investigar los fenómenos sociales a través de la repetición de los hechos ante circunstancias dadas, muestra la influencia recíproca entre lo político, lo económico y lo religioso. La modificación de uno de estos datos claves altera la estructura social. E n el siglo XVI, cuando surge la separación de la Iglesia y del Estado y aparece el Estado moderno, se rompe la preponderancia de la economía familiar para dar paso a la de las grandes asociaciones. El lucro desenfrenado que con reciente anterioridad había acabado por ser tolerado por la igle- sia, viene a constituir los pilares de las extensas sociedades mer- cantiles. Surge, el proteccionismo aduanal. La piratería de los mares es el medio complaciente de las coronas inglesas y francesas para participar en los mal adquiridos tesoros de la nobleza y aristocracia españolas. Sobre los grandes errores de la política interna de Francia, dividida por las lu- chas entre hugonotes (calvinistas) y católicos, y en la decadencia de España entregada a los validos y a la influencia superviviente del alto clero infiltrado en los asuntos del Estado (España j. Portugal continúan en nuestros días con dicha supervivencia), asentaron su poderío las en- tonces incipientes potencias de Inglaterra y Holanda. Existe, por consi- guiente, una correlación entre los hechos sociales, en ocasiones inexplicable. Pero ¿qué es lo inexplicable sino lo ignorado? En este sentido se expresó Tocqueville al afirmar que lo incomprensible de la historia se debe a hechos olvidados.

El pensamiento político de una época y la forma de sus instituciones estatales no se ~roducen por casualidad. Obedecen a un proceso que alcanza un desarrollo no siempre explicable por ignorarse sus causas. Así el descrédito que acompaña a las formas democráticas de nuestro tiempo es hijo de la tergiversación de los procedimientos e impureza de los medios. Y sin embargo, es en la democracia, y en sus recursos, donde ha de encontrar el hombre los medios más adecuados para su desen- volvimiento dentro de la comunidad. Sin democracia ¿qué nos queda? Sin las grandes garantías político-sociales del Estado moderno ¿ a dónde retrocederíamos ? 2 Qué hay más allá de sus recursos y posibilidades?