llamados a ser discípulos y misioneros

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R. U. Madre Riquelme - Granada

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R. U. Madre Riquelme - Granada

- ¿Cuál es la misión universal de la Iglesia?

- ¿Qué es evangelizar?

- ¿A qué estamos llamados cada uno?

AQUÍ Y AHORA

SIEMPRECON TODA NUESTRA VIDA

Cuando el amor al Señor, arde en el corazón, necesita expandirse y comunicarse. Éste por su propio dinamismo

lleva a la acción comprometida en favor de los demás, en el amoroso cumplimiento de los designios del Padre.

Este Amor que eleva al ser humano, y que es un Don derramado en nuestros corazones desde lo Alto (Rm 5,5), es

dinámico y eminentemente difusivo, no puede contenerse ni puede permanecer encerrado egoístamente en uno

mismo. De por sí busca manifestarse y transmitirse de modos concretos, pues, —como advierte el apóstol San

Juan— es falso un amor que lo es tan sólo de palabra (1Jn 3, 18; 4, 20-21).

Existe una íntima relación entre lo que hay en el interior del hombre y lo que se exterioriza y comunica (Lc 6, 44-

45), “de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Mt 12, 34). Conforme a este principio enunciado por el Señor

Jesús, entendemos que la auténtica misión no puede ser sino una sobreabundancia de amor, que brota del

encuentro con Cristo, pues, ¿Puede acaso alguien predicar a Cristo con convicción si no lo ama intensamente? (Flp

1, 21)

La misión es expresión de nuestro propio amor al Señor, de nuestro encuentro con Él, que se sustenta en una rica

vida interior, o no es más que un címbalo que resuena vacuamente (1Cor 13, 1).

“Sin una vida interior sólida, sin una auténtica unión con Jesucristo, sin una piedad verdadera, no se puede ser

misionero. Para restaurar todas las cosas en Cristo por medio de la misión es menester la gracia divina, y el

misionero no la recibe si no está unido a Cristo” San Pio X, Carta, 11-06-1909

Para quien quiere vivir cada vez más intensamente en Cristo, y darlo a conocer a los demás, resulta

fundamental la formación personal integral y permanente.

Solo contribuimos al cambio si nos esforzamos en cambiar nosotros primero.

Debemos hacer misión con toda nuestra vida, esforzándonos para que como San Pablo podamos repetir: “Mi

vida es Cristo” (Flp 1, 21), “¡Soy yo, más no yo, sino Él quien vive en mí!” (Gál 2, 20). Esa presencia es la que

estamos llamados a transmitir e irradiar con nuestras palabras y gestos, con todo nuestro ser y con nuestras

obras nutridas de caridad. Los santos son los mejores misioneros. Si queremos ser buenos misioneros

recordemos que tenemos que formarnos en la fe para así hacerla vida en nosotros y dar razón de ella a los

demás, anunciando al Señor Jesús en primera persona.

Además, la eficacia de la misión depende de nuestra permanencia y adhesión al Señor, de la acción de su gracia

en nosotros y de nuestra libre colaboración con ella, pues, como Él mismo nos dice:

“Separados de mí no podéis hacer nada; el que permanece en mí y yo en él ese da mucho fruto” (Jn 15, 5)

¿Crees que algo hay en ti que es

necesario mejorar para vivir de forma

más coherente este compromiso como

discípulo y misionero aquí y ahora?

https://www.youtube.com/watch?v=Ry61mpRIWUw&list=RDRy61mpRIWUw&index=1