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1 María Lucrecia Ávila Planas Licenciada en Filología Inglesa LA LEXICOGRAFÍA EN EL SIGLO DE ORO

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María Lucrecia Ávila Planas Licenciada en Filología Inglesa

LA LEXICOGRAFÍA EN EL SIGLO DE ORO

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CONTENIDOS

1. INTRODUCCIÓN

2. CONCEPTO DE LEXICOGRAFÍA

3. EL DICCIONARIO

4. LOS DICCIONARIOS MÁS ANTIGUOS

5. LA LEXICOGRAFÍA EN EL SIGLO DE ORO

5.1. FINALES DEL SIGLO XV: ELIO ANTONIO DE NEBRIJA

5.2. LEXICOGRAFÍA DEL SIGLO XVI 5.3. LA LEXICOGRAFÍA BILINGÜE

5.4. OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO Y ETIMOLÓGICOLA LEXICOGRAFÍA

BILINGÜE

5.5. EL DICCIONARIO MONOLINGÜE: SEBASTIÁN DE COVARRUBIAS

5.6. DICCIONARIOS MULTILINGÜES

5.7. VOCABULARIOS ESPECIALES

5.8. LISTA DE REPERTORIOS LEXICOGRÁFICOS MONOLINGÜES, BILINGÜES Y MULTILINGÜES

6. LEXICOGRAFÍA POSTERIOR AL SIGLO DE ORO

6.1. LA RAE Y EL DICCIONARIO DE AUTORIDADES

7. BIBLIOGRAFÍA

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1. INTRODUCCIÓN Este trabajo tratará sobre la lexicografía teniendo en cuenta, en primer lugar, su significado actual; a continuación analizaré la evolución que ha tenido ésta a lo largo de la historia para terminar con el desarrollo de la lexicografía en el Siglo de Oro (que como ya hemos visto a lo largo de este curso, abarca desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Calderón en 1681, lo que engloba al Renacimiento del siglo XVI y al Barroco del siglo XVII)

2. CONCEPTO DE LEXICOGRAFÍA Con respecto al significado de lexicografía, según el diccionario de la RAE, es la “técnica de componer léxicos o diccionarios; parte de la lingüística que se ocupa de los principios teóricos en que se basa la composición de diccionarios”. Podemos encontrar definiciones similares en algunos autores: F. Lázaro Carreter, en su “Diccionario de términos filológicos”, la define como “técnica o arte de componer diccionarios”; mientras que J. Casares, en su “Introducción a la lexicografía moderna”, al tratar de diferenciar lexicología y lexicografía, dice que la lexicología es la disciplina que tiene por objeto “el origen, la forma y el significado de las palabras... que estudia éstas desde un punto de vista general y científico”, y la lexicografía, “cuyo cometido, principalmente utilitario, se define acertadamente en nuestro léxico como el arte de componer diccionarios”, y además agrega que el lexicógrafo es un “técnico que, sin dejar de pisar tierra, sólo pretende compilar el repertorio léxico de una lengua determinada”. De lo que concluimos que la lexicografía estudia la forma y el contenido de las palabras y su finalidad es la de organizar las palabras aportando la mayor información posible, mientras que su objetivo más utilitario es el arte ó la técnica de componer diccionarios. Como vemos, estas definiciones hacen alusión a la lexicografía como “arte o técnica”, lo cual parece un poco injusto ya que la actividad lexicográfica es muy antigua y ha tenido sus comienzos en las más diversas épocas y latitudes. Se remonta, por un lado a Grecia y Roma en los orígenes de la civilización occidental, y por el otro a las culturas más viejas del oriente próximo y lejano. Pero, a pesar de esta larga tradición, la lexicografía no ha alcanzado aún el estadio de desarrollo científico en que se hallan hoy la mayor parte de las ramas de la lingüística, como por ejemplo la gramática que en el pasado también fue considerada “arte”. Por lo tanto a la lexicografía se la considera “arte o técnica”. Podemos decir que en nuestra época, la lexicografía es una técnica científica encaminada a estudiar los principios que deben seguirse en la preparación de repertorios léxicos de todo tipo, no sólo diccionarios sino también vocabularios, inventarios, etc. Esto requiere el trabajo de hombres de ciencia que actúen de modo preferente o exclusivo, solos o en equipo y siempre profesionalmente.

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No debemos olvidar que en la elaboración de un diccionario se vierten también las ideas y métodos de investigación lingüística imperantes en una época dada. La lexicografía, entonces, no permanece ajena a las corrientes de investigación lingüística ni a los nuevos métodos de trabajo y el lexicógrafo debe estar compenetrado con los saberes de su tiempo y con las corrientes culturales y de pensamiento imperantes en su época, debe ser el portavoz del sentir de la comunidad, porque por más que se pretenda, un diccionario no es una obra intemporal ni atemporal. Para ser un buen diccionario, éste debe tener en cuenta no sólo la evolución de las palabras y de sus acepciones, sino también la evolución de la mentalidad de quienes emplean las palabras y de quienes han de consultar el diccionario.

3. EL DICCIONARIO Según la Real Academia Española (RAE), un diccionario es un libro en el que se recogen y explican de forma ordenada voces de una o más lenguas, de una ciencia o de una materia determinada; o también un catálogo numeroso de noticias importantes de un mismo género, ordenado alfabéticamente. Ramón Menéndez Pidal, tiene también un trabajo titulado “El diccionario que deseamos” de 1945, que sería el diccionario ideal. En él están tratados los principales problemas que tiene que abordar la lengua y la enseñanza de la lengua. Lo que nos dice en el prólogo al “Diccionario general ilustrado de la lengua española” de S. Gili Gaya, es que el diccionario “ha de cultivar el criterio histórico, considerando la vida de las palabras como en un flujo y reflujo; no ha de presentar las palabras como disecadas, sino vivientes y en movimiento. Ha de mostrar el valor originario de cada vocablo, su trayectoria histórica y su situación precisa en el presente, dejando entrever cómo esa trayectoria habrá de continuarse en el futuro”, porque de esta manera, según M. Pidal, el diccionario cooperará a la fijeza del idioma, orientando al hablante en el uso y en las creaciones lingüísticas. El problema de esta definición es que no cubre las necesidades de la lingüística actual, ya que éste era el diccionario deseable en los años cuarenta y la lingüística ha evolucionado mucho desde entonces. Siguiendo con los autores de este tiempo, Julio Casares en su obra “Introducción a la Lexicografía Moderna” de 1921, nos dio muestra de diversos aspectos a tener en cuenta relacionados con la elaboración de un diccionario, que no siempre son aspectos lexicográficos. Él era partidario de catalogar el Léxico de una forma ideológica (Diccionario Ideológico 1942). Esto lo propuso en 1921, en su discurso de ingreso como miembro de la Real Academia Española: “Nuevo concepto del diccionario de la lengua”. Estos trabajos se integran dentro del a “Corriente Tradicionalista” de la Lingüística. Sin embargo la aparición de nuevos métodos y la revolución que se produce en el estudio del lenguaje en la segunda mitad del siglo XX van a provocar un cambio en la concepción de lo que es la Lexicografía, ó en la evolución de los diccionarios, ya que la relación de las palabras dentro de una lengua cambia en relación al concepto de diccionario.

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Fernando Lázaro Carreter, miembro de la Real Academia Española desde 1972, la cual presidió en dos ocasiones, fue el primero en ofrecer un trabajo rigurosamente moderno especialmente en cuanto a las transformaciones de los nombres (nominales). Él introdujo palabras en el diccionario sin anular lo que se había hecho tradicionalmente. Poco después de Lázaro Carreter, se fueron haciendo trabajos sobre el Diccionario de la Lengua, incluyendo informaciones enciclopédicas y de carácter educativos y temporales. Él mismo, Lázaro Carreter, autorizó y firmó estos trabajos de colaboración. Más tarde apareció el “Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española” (DGILE) 1986, del mismo autor (Fernando Lázaro Carreter), de carácter enciclopédico. A los trabajos de Lázaro Carreter le siguieron otros investigadores como Julio Fernández Sevilla, quien planteó los problemas de la delimitación entre la Lexicología y la Lexicografía 1974. Aparte de los problemas de delimitación conceptual entre Lexicología y Lexicografía, otro problema era la utilidad de la “Cartografía Lingüística” (mapas lingüísticos) para la confección de los diccionarios. La “Geografía Lingüística” es una valiosa guía para los nuevos caminos de esta disciplina. También son de vital importancia en este campo los Dialectólogos, porque son quienes recolectan los materiales. En este aspecto son muy ilustrativos los trabajos de algunos autores, tales como:

Gregorio Salvador Caja “Lexicografía y Geografía Lingüística” 1980 y «Los dialectalismos en los diccionarios» 2002-2003

Manuel Alvar López en sus atlas lingüísticos y diccionarios – por ejemplo su “Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA)” 1961-1973

En estos dos trabajos queda bien patente que en el futuro los diccionarios habrán de recurrir a la “cartografía lingüística” para corregir, actualizar, y mejorar sus materiales. Pero, la solución, aunque muy atractiva, no es tan simple porque no se dispone de atlas lingüísticos para todos los dominios parciales de la lengua. Sin embargo hay dos diccionarios que son:

“Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española” (DGILE) 1986, y el

“Diccionario Actual de la Lengua Española” (DALE) 1990 ambos editados por Vox y coordinados por Manuel Alvar López, bastantes recientes. Otro investigador, Manuel Seco, miembro de la Real Academia Española desde 1980, es uno de los investigadores que más ha publicado sobre Lexicografía. Le debemos un trabajo titulado "Problemas formales de la definición lexicográfica" de 1977, donde expone la estructura a seguir a la hora de informar sobre la acepción de una palabra. Por ejemplo: cuando uno busca una palabra, el diccionario nos manda a otra (= véase tal cosa). Según este autor el diccionario no es solamente el repertorio en el que se

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recoge un buen número de palabras de una lengua sino que también deben aparecer conceptos gramaticales. Debe haber una “interrelación entre diccionario y gramática”. El Diccionario es una obra compleja en la que hay que dar cuenta de múltiples aspectos lingüísticos, porque la Lexicografía es una disciplina donde convergen muchas de las ramas de la Lingüística. Debemos tener en cuenta que actualmente la lexicografía es una de las disciplinas que se ocupa del nivel léxico junto a otras tres: la etimología, la lexicología y la semántica. Estas dos últimas disciplinas unidas a la lexicografía tienen la finalidad de estudiar las palabras, como he mencionado anteriormente. Nos podríamos preguntar entonces: ¿Qué es una palabra? ¿Dónde está el significado? ¿Cuál es el punto de vista de la lexicografía? No hay que olvidar que tanto la lexicografía como la lexicología y la semántica son disciplinas que están englobadas en una disciplina tronco más amplia que es la Semiología, y que están muy cerca las unas de las otras. Para comprender todo esto, primero es necesario diferenciar el léxico del vocabulario. El léxico en su sentido más general designa el conjunto de palabras por medio de las cuales se comunican entre sí los miembros de una comunidad y hace referencia a la lengua. Pero en la vida cotidiana cada individuo hace uso de una parte restringida del léxico de una lengua. Esa parte es la que se denomina “vocabulario”. Por lo tanto éste es propio de un individuo, de un grupo social, de una profesión. Es un conjunto concreto delimitado y “hace referencia al habla” de cada individuo ó grupo social. Normalmente la gente suele pensar que el mejor diccionario es aquel que registra el mayor número de voces. Sin embargo, el caudal de voces no es, ni mucho menos, el factor decisivo en un diccionario, sino uno solo de tantos factores a tener en cuenta, tales como: la orientación, el alcance, las metas, los medios, el contenido, etc. Estos factores varían mucho de un tipo de diccionario a otro, e inclusive entre dos diccionarios pertenecientes al mismo tipo. Puesto que un diccionario ideal que fuese abarcador del léxico total de una lengua resultaría inaccesible — e incómodo — para el usuario medio, se impone establecer parcelaciones en el léxico y en el enfoque, con lo que se justifican los distintos tipos de diccionarios (históricos, de ciencias, de profesiones o técnicas especiales, escolares, dialectales, etc.). Cada diccionario está encaminado a un sector o tipo de público y es claro que el autor deberá plantearse cuáles son las necesidades concretas de ese público respecto a la compilación lexicográfica. También debemos tener en cuenta a los diccionarios desde la perspectiva de si son de una sola lengua o de más de una. El diccionario unilingüe, por ejemplo, está hecho para hablantes que conocen y usan a diario su propia lengua; trata de proporcionarle nuevas palabras y nuevos matices y acepciones de las ya conocidas. De este modo, el diccionario se convierte en el medio más efectivo para aumentar y mejorar la competencia léxica de los hablantes, ofreciéndoles, además, información acerca de la procedencia, grado de vitalidad, nivel de uso, categoría a que pertenece, etc., respecto a cada forma.

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Uno de los aspectos relacionado con el diccionario que preocupa a los investigadores es el de su uso. De poco vale tener un diccionario, incluso conocer más o menos profundamente su contenido si no sabemos utilizarlo. A menudo son los profesores de Lengua los que desconocen las utilidades de los diccionarios, las posibilidades de explotación didáctica que encierran, su valor como medio para la enseñanza de la lengua, y por lo tanto el hecho de que los estudiantes se acerquen a los diccionarios con más frecuencia. El uso del diccionario es una gran vía para el enriquecimiento y perfeccionamiento de la expresión idiomática, ya que el diccionario es un instrumento didáctico activo de primer orden para la enseñanza de la lengua, de su léxico, pero también de sus reglas gramaticales, de su pronunciación y de su ortografía. Un factor fundamental que lo lexicógrafos tienen en cuenta a la hora de “construir” un diccionario es el fácil acceso a cada apartado y a cada punto del mismo. El más generalizado procedimiento es el alfabético, combinado a veces con otros subsidiarios. Aunque muchos autores sostienen que el alfabético es un procedimiento absurdo, hay muchos otros que lo han defendido por su eficacia, como es el caso de Menéndez Pidal que nos dice que esta disposición es “la más cómoda y práctica, la que mejor permite dedicar a cada palabra una breve monografía en que se integran las oportunas cuestiones etimológicas, históricas, gramaticales y semánticas, etc.”

4. LOS DICCIONARIOS MÁS ANTIGUOS Aunque ya he hecho una mención acerca de algunos diccionarios de la época moderna (siglo XX), antes de tratar el tema de los diccionarios que contienen más de una lengua o de hablar de la tipología de los diccionarios en general, haré un análisis sobre la historia de la lexicografía hispánica desde sus comienzos y los diccionarios que surgieron. No es muy abundante el material disponible acerca de la historia de la lexicografía, pero algunos de los trabajos existentes son dignos de mención por su aporte significativo a dicha cuestión.

En primer lugar, el “Tesoro Lexicográfico” (1492-1726) de S. Gili Gaya, del que sólo se publicó el primer tomo (A-G). Este trabajo recoge las voces españolas contenidas en cerca de cien diccionarios unilingües o bilingües de la época clásica, con las definiciones que de ellas dieron los respectivos autores.

La segunda obra de interés es la de Romera Navarro, “Registro de lexicografía hispánica”, donde se puede encontrar un importante caudal de voces con referencia a los trabajos en que éstas fueron estudiadas.

Por último, tenemos el trabajo del Conde de la Viñaza, “Biblioteca histórica de la filología castellana” que, aunque al igual que los otros dos trabajos tampoco aporta nada a la historia propiamente dicha de la lexicografía, su valor radica en que da noticias y descripciones de muchas de las obras lexicográficas a lo largo de la historia.

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Se puede decir que la documentación sobre la historia de la lexicografía española es mucho menor que la de otras lenguas de cultura, aunque la lexicografía sea una práctica que cuente con un pasado multisecular. La lexicografía española posee una importante y dilatada tradición cuya trayectoria se remonta a los albores del humanismo. Pero debemos tener en cuenta que, aunque las más tempranas muestras de la lexicografía castellana hayan de retrotraerse a los glosarios latino-españoles que circularon manuscritos durante la Edad Media para la enseñanza del Latín, el diccionario como tal surge en el Renacimiento, entre los siglos XV y XVI, gracias a la conjunción de dos fenómenos complementarios, que propician su aparición:

la profunda renovación de los métodos que trajo consigo el movimiento humanista, para la enseñanza del latín

la invención de la imprenta Ambos hechos son los componentes —filológico, el primero; tecnológico, el segundo— desde los que surgirá el diccionario como instrumento didáctico. La función más antigua de la lexicografía, o mejor dicho de los glosarios latino-españoles que circularon manuscritos durante la Edad Media, fue la recopilación y explicación de palabras que, debido a la evolución lingüística y cultural, habían dejado de utilizarse por los hablantes, se habían hecho raras y, en consecuencia, incomprensibles para la mayoría. Con el paso del tiempo, los límites marcados por las diferentes lenguas comienzan a hacerse menos rígidos, lo cual crea nuevas necesidades de comunicación, sobre todo cuando el latín deja de ser la lengua universal a través de la cual, durante siglos, se habían entendido los hombres medianamente cultos. De ahí que aparecen los primeros diccionarios bilingües, trilingües, etc., generalmente con base y referencia al latín. En esta línea se sitúan el Universal vocabulario (1490) de A. de Palencia y el Vocabulario latino-español (1495?) de A. de Nebrija. Las primeras obras lexicográficas de las que se tiene noticia tienen motivaciones didácticas. Como se ha hablado en clase, el estudio del latín era una actividad muy importante en las escuelas, estudios y universidades de la península Ibérica y de muchos otros lugares, durante muchos siglos. Para interpretar los textos clásicos era necesario el conocimiento de las estructuras gramaticales — proporcionado por las artes o gramáticas - y el conocimiento del léxico para lo cual, desde muy temprana fecha, se elaboraron repertorios o vocabularios. Estos textos o glosarios pretendían también facilitar la redacción de documentos e inclusive la conversación. Hay tres los glosarios medievales de gran relevancia que fueron estudiados por Américo Castro Quesada (Brasil 1885 – España 1972. Filólogo, cervantista e historiador cultural):

uno proviene de la Catedral de Toledo

otro de la Biblioteca de Palacio

el tercero, de El Escorial

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Los tres parecen ser de procedencia aragonesa y muestran un latín muy similar al de las obras francesas de este mismo tipo. Tanto las obras españolas como las francesas y europeas en general, cuentan con vocabularios latinos medievales que tienen relación con la tradición grecolatina. En estas obras también encontramos una gran cantidad de errores debidos, fundamentalmente, a dos razones:

1. En la época en que se escribieron, el latín resultaba ya una lengua perfectamente incomprensible, por lo que era preciso valerse del romance para explicar los vocablos. El latín era ya una lengua naturalmente muerta pero artificiosamente mantenida como idioma de las escuelas. Se trataba de un latín adulterado y lleno de barbarismos.

2. Los copistas y los glosadores A pesar de ser obras de valor por contener abundante léxico, tanto latino como románico, pronto se sacaron de circulación por tener un latín muy corrompido y se decidió volver al latín clásico. La venida del Renacimiento traerá consigo, inevitablemente, la aparición de los primeros diccionarios extensos con nuestra lengua antes de que finalice el siglo XV. El primero de ellos se debe a una las personas que más hizo por la introducción del humanismo en España y su obra de 1490, el “Universal vocabulario en latín y en romance collegido por el cronista Alfonso de Palencia”, primera obra lexicográfica en romance impresa en España, y encargada por la reina Isabel, se propone “interpretar los vocablos de la lengua latina según la declaración del vulgar castellano (que se dice romance)”. La obra se halla todavía dentro de la tradición medieval, por sus fuentes, por la manera de presentar los materiales y por la tensión de sus explicaciones, frecuentemente de carácter enciclopédico, recordando a los compiladores de los glosarios medio latinos. Tanto el diccionario de sinónimos como el Universal vocabulario de este autor tienen raíces medievales, que en el caso del último son incuestionables, pues es un deudor directo del Comprehensorium de Papias impreso en Valencia en 1475 Esta obra no es otra cosa que un diccionario latino explicado en romance, pues va destinado a personas de mediana cultura humanística no versadas en la lengua latina. Por eso decide el autor interpretar los vocablos latinos "según la lengua materna". A tal fin, el texto fue impreso a dos columnas, la primera en latín y la segunda - traducción de la otra — en castellano. Ocupa el texto más de 500 folios en letra gótica. A pesar de que es un diccionario, no es aún un diccionario moderno, no al menos en el sentido en que lo serán los dos bilingües de Nebrija, pero puede ser considerado como el primer exponente de la lexicografía bilingüe latino-española. Desde la aparición de esta obra, el diccionario no ha dejado de formar parte de nuestra cultura: primero, "circunscrito a la enseñanza de las lenguas clásicas, sobre todo del latín; poco después, como instrumento para el aprendizaje de diversas lenguas extranjeras; y más tarde, por encima de su función estrictamente utilitaria, constituyéndose en exponente —quizás el más representativo y emblemático— de la riqueza, variedad y elegancia de la lengua castellana.

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5. LA LEXICOGRAFÍA EN EL SIGLO DE ORO La lexicografía moderna europea nace a finales del siglo XV y comienzos del XVI, pues hasta entonces sólo existían los vocabularios y glosarios que prolongaban la tradición latinizante medieval. Hasta que se logre un primer modelo satisfactorio, la lexicografía española tendrá que pasar por un accidentado y largo camino, lleno de discontinuidades y altibajos, que tiene finalmente como punto de destino el “Diccionario de Autoridades” de la RAE (1726-1739), el primer gran repertorio general monolingüe del español. En el camino hacia esa futura consolidación, el “Tesoro de la lengua castellana o española” (1611) de Sebastián de Covarrubias ocupa un destacadísimo lugar: no sólo porque se trata del único precedente hispánico con que cuenta la Academia para desarrollar su labor, sino porque el Tesoro, en sí mismo, constituye a su vez la culminación de toda una corriente de estudios anteriores centrada en los orígenes del léxico castellano y en el trabajo de Nebrija. 5.1 FINALES DEL SIGLO XV: ELIO ANTONIO DE NEBRIJA Con la aparición de los diccionarios, aparecerá también el término para designarlos. En ese cambio ocupa un lugar prominente en toda Europa la figura y la obra de Elio Antonio de Nebrija, ya que es él el primero en darnos un diccionario moderno. Su “Lexicon hoc est Dictionarium ex sermone latino in hispaniensem” o “Diccionario latino-español” marca una renovación en lexicografía y la pauta que habrán de seguir en Occidente los autores de repertorios lexicográficos posteriores. Inmediatamente después de este diccionario, apareció el “Dictionarium ex hispaniensi in latinum sermonem” o “Vocabulario español-latín”, del mismo autor, que no es una simple transposición de las palabras del primero como afirmaron algunas críticas, sino que es el fruto de un trabajo aparte que le debe al “Diccionario latino-español” el parecido de ser obra del mismo autor. Ambas obras son complementarias pues la pretensión de Nebrija era la de redactar un repertorio bidireccional, latín-español y español-latín, que no pudo publicarse conjuntamente debido a las dificultades económicas que tenía en ese momento. La obra lexicográfica de Nebrija fue un paradigma de la ideología renacentista cuyo principal logro, aunque no el único, sería la superación del enciclopedismo medieval. El humanista sevillano conocía la tradición medieval latina. Por eso sus diccionarios son nuevos y originales, a pesar de que se puedan rastrear en ellos antecedentes medievales.

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Algunos de sus rasgos característicos son:

Nebrija les quitó a los diccionarios cuanto pudieran tener de adorno inútil o de explicaciones prolijas.

Pervivieron informaciones de carácter enciclopédico pero no por herencia de la acumulación de saberes propia del Medioevo, sino porque la separación en los diccionarios de lo enciclopédico y lo estrictamente léxico es más moderna, tanto que todavía hoy no se ha producido completamente. Posiblemente sean inseparables.

Consiguió que la estructura de las entradas fuera uniforme, como la de las abreviaturas y de la ortografía, uniformidad que también se manifiesta en la información gramatical y en lo escueto de las equivalencias

Su modernidad se hace aún más patente si se le compara con el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias (1611).

La simplicidad del contenido de sus artículos, sin citas ni referencias a otros autores. Nebrija no debía acudir a otros autores siendo él la autoridad en la lengua latina. Ésta es una de las mayores novedades que presentan los diccionarios de Nebrija, novedad que no fue bien entendida en su época, y que los diferencia de los repertorios coetáneos.

A pesar de que pueden rastrearse en los diccionarios nebrisenses elementos que pueden estar en uno o en otro de sus precursores, eso no quiere decir que su obra no sea original y nueva. Todavía pasará casi medio siglo para que el idioma francés figure como lengua de entrada en un diccionario, el “francés-latín” de Robert Estienne. Antes de terminar el siglo XV, apareció otro diccionario más, el “Vocabularium ecclesiasticum” (Sevilla, 1499) de Rodrigo Fernández de Santaella, destinado inicialmente a que los clérigos conocieran bien el latín. Debido a que su contenido se adecuaba bien a las necesidades de la enseñanza (y a que en su interior se aducían citas de autoridades) tuvo un notable éxito, siendo aumentado por Diego Jiménez Arias en 1566, de modo que siguió imprimiéndose hasta el siglo XVIII, igualando en número de ediciones a la obra de Nebrija.

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5.2 LEXICOGRAFÍA DEL SIGLO XVI Tras la llegada de los primeros repertorios con la explicación del latín en romance a finales del siglo XV, la lexicografía de los inicios del siglo XVI en Europa se ve marcada por la aparición - de diccionarios de carácter multilingüe, reimpresos una y otra vez, en muchas ocasiones con el español como uno de los idiomas a los que se traducen las palabras. Durante largos periodos de tiempo las únicas fuentes lexicográficas fueron esos diccionarios plurilingües, consecuencia, en muchos casos, de una actividad lexicográfica bilingüe precedente, surgiendo como resultado de la fusión de varios de esos repertorios bilingües, o del añadido de una o más lenguas a los bilingües (el caso contrario, la reducción de las lenguas de uno plurilingüe para llegar a uno bilingüe, es mucho menos frecuente). En cambio les tomará más tiempo a los diccionarios monolingües de las lenguas modernas tomar el modelo consagrado para las lenguas clásicas porque a sus autores les resultará difícil separar lo que es equivalencia en otra lengua de lo que es definición de la palabra de la entrada, y eso sucederá recién bien entrado el siglo XVII. En este siglo aparecen los primeros repertorios monolingües españoles de cierta extensión, pero hasta el Diccionario de Autoridades, o incluso más tarde, no se romperá de una forma definitiva con los vínculos de la tradición de la lexicografía bilingüe con el latín, lo que permitirá, por un lado, el desarrollo de la lexicografía monolingüe, y, por otro, de la bilingüe con lenguas modernas. Eso también se debe a que el interés por aprender otras lenguas que no fuesen el latín (y por enseñarlas) durante los siglos XVI y XVII respondía a necesidades más bien de tipo comerciales, políticas, etc., pero no culturales, con lo cual esta actividad tenía una finalidad utilitaria que condicionará la aparición de determinados textos plurilingües y multilingües. Y por ello mismo, el latín fue durante mucho tiempo la lengua vehicular presente en multitud de repertorios, como una de las lenguas consignadas, o como la lengua en la que poner algunos equivalentes, pues en ella se entendían todas las personas cultas. El español consta en los diccionarios plurilingües europeos no sólo por el interés de la lengua o la importancia de sus antecedentes lexicográficos, sino también porque en Bruselas se forma una corte con hispanohablantes y hay un verdadero interés por aprender nuestra lengua, junto al francés y al flamenco. De este modo podrán aparecer en los Países Bajos repertorios bilingües y plurilingües, como algunas de las ediciones de los diccionarios español-francés de Palet o de Oudin, o los multilingües de Hornkens y el anónimo de Amberes de 1639, o los bilingües español-flamenco de De la Tombe o de De la Porte. En todo ese contexto, la ciudad de Amberes adquirió una importancia notable durante varios siglos, tanto como centro de enseñanza de lenguas, como de impresión de libros para llevarla a cabo. Allí se instalaron los primeros profesores de lenguas modernas, y allí se imprimieron los primeros manuales para enseñarlas.

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5.3 LA LEXICOGRAFÍA BILINGÜE Con Nebrija se inicia una tendencia de la lexicografía encaminada a servir de instrumento en el estudio las lenguas clásicas o extranjeras, es decir, la lexicografía bilingüe. Entre los autores que aprovecharon la obra y las enseñanzas de Nebrija para componer sus diccionarios figuran:

1. Pedro de Alcalá, quien, en 1505 publicó en Granada su “Vocabulista arauigo en letra castellana”, ó “Vocabulario arábigo en letra castellana”. Esta obra sigue el orden del Diccionario de Nebrija traduciéndolo al árabe con muy pocas adiciones o supresiones. El autor circunscribe el alcance de la obra al Reino de Granada y así declara haber tomado en cuenta solamente las palabras árabes allí utilizadas en el habla común. De aquí la importancia de esta obra para la filología no sólo semítica sino también hispánica. El Vocabulario va precedido de unas elementales nociones gramaticales.

2. Baltasar Henríquez, autor del “Thesaurus utriusque linguae hispanae et latinae,

omnium correctissimus”, Madrid, 1679. Más que por lo que añade, la obra es notable por el cuidado y acierto con que fueron revisadas las, definiciones.

3. Valeriano Requejo, también jesuita y autor del “Thesaurus hispano-latinus

utriusque linguize, verbis et phrasibus abundans”, Madrid, 1717. Esta obra y la anterior estaban destinadas a la enseñanza del latín en seminarios y noviciados.

4. Cristóbal de las Casas, autor del “Vocabulario de las dos lenguas toscana y

castellana”, Sevilla, 1570. Su punto de partida es también el Vocabulario de Nebrija, pero no se limita como Fr. P. de Alcalá a traducirlo, sino que le agrega un importante caudal de voces, reelaborándolo en buena parte. Se editó en varias oportunidades tanto en España como en Italia.

5. Lorenzo Franciosini publicó en Roma en 1620 su “Vocabolario español e italiano”,

en el que Franciosini utilizó el Vocabulario ítalo-español de C. de las Casas para la realización de esta obra, de la que se hicieron numerosas ediciones. Contiene frases hechas y proverbios de uso corriente en ambas lenguas, así como elementos de gramática y de pronunciación.

6. Richard Percivale, publicó en Londres en 1599, “A dictionary in Spanish and

English”, el primero de los diccionarios hispano-ingleses y uno de los diccionarios bilingües más importantes y más conocidos, abundantemente reeditado.

7. Jacques de Liaño, autor del “Vocabulario de los vocablos que más comúnmente se

suelen vsar” (Alcalá, 1565). Éste es el primer diccionario hispano-francés, donde el autor se limita a dar la traducción de un corto número de palabras francesas, con el fin de facilitar a los españoles el aprendizaje del francés. Contiene asimismo rudimentos de pronunciación y de gramática.

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8. Juan Palet, autor del “Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa” (1604). Es una obra importante en la que el autor avisa en el prólogo que no da “por perfecta aquesta obra, siendo muy difícil la primera vez subirla tan alta”, y se conforma con “mostrar el camino a los que prosiguieran para llevarla a su perfección”.

9. César Oudin es el pedagogo autor de su famoso “Tesoro de las dos lenguas

francesa y española” editado en París en 1607. Oudin se apoyó en el diccionario de Palet para realizar éste. El “Tesoro” es una obra en gran parte original y contiene, junto a materiales tomados del habla viva, otros muchos procedentes de textos literarios. Este diccionario marcó un hito en la lexicografía europea, hasta el punto de que todos los diccionarios bilingües posteriores le deben algo, y muchos también lo copiaron. Es una obra inusual por el gran número de palabras soeces y pornográficas que contiene, que antes no habían sido recogidas por ningún otro diccionario.

Con respecto al bilingüismo dentro de España, expongo aquí a modo de información un mapa de expansión del castellano dentro de la península

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5.4 OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO Y ETIMOLÓGICO El interés por el origen de la lengua y por el origen de las palabras, es muy antiguo. Sin embargo, a excepción del capítulo que Nebrija le dedicó a la “etimología” en su Gramática castellana (aunque aquí se entiende por “etimología” lo que llamamos morfología léxica, y no el origen y la evolución de las palabras), en España no comenzó a manifestarse en obras lexicográficas hasta mediados del siglo XVI. Algunas obras bilingües mencionadas anteriormente hacen alusión a la etimología, pero no son obras estrictamente etimológicas. La actividad etimologista de la Edad de Oro se halla estrechamente vinculada a las disquisiciones en torno al origen de la lengua española. Mientras que unos autores, como Nebrija y A. de Venegas, la creían procedente del latín corrompido por las invasiones de los bárbaros, otros la crían derivada del hebreo o del caldeo, que es el caso de Martín de Viciana y del licenciado Bartolomé Valverde, entre otros. Esta creencia también encontraba apoyo en la Iglesia y en la Biblia, y había sido defendida por el humanista L. M. Sículo, de quien la tomaron muchos estudiosos de la época. Se presentan aquí algunos autores y sus obras en orden cronológico:

Alexo de Venegas, autor de la obra “De una particular declaración de algunos vocablos: que en el presente libro del tránsito: por diuersos capitulos estan esparzidos”, es la primera incursión en el terreno de las etimologías españolas. Venegas dedica el capítulo octavo de su obra “Agonía del tránsito de la muerte” a explicar, por orden alfabético, el origen del significado de algunos cientos de vocablos que se hallaban esparcidos a lo largo de la mencionada obra (“Declaración de algunos vocablos”): “entre los quales ay algunos que, aunque parece al vulgo ser claros, hallarán que tienen más en lo interior que en lo que muestran de fuera”. Es, por tanto, una suerte de glosario etimológico de las palabras que el autor juzga más oscuras o dificultosas para el lector y cuyo origen y significado intenta esclarecer. Antes de ofrecer el listado de palabras que componen el glosario, el maestro Venegas reivindica la utilidad de su quehacer al tiempo que hace notar la necesidad de que las lenguas vulgares dispongan de este tipo de obras. Aunque no precisa ningún modelo, de sus reflexiones se infiere que está abogando por un léxico o diccionario de la lengua. El problema del origen preocupaba especialmente a este autor porque estaba convencido de que el castellano no era otra cosa que el producto de la corrupción del latín, debida a las invasiones de gentes bárbaras. Entre las etimologías que establece hay algunas razonables y otras — la mayor parte — peregrinas y descabelladas.

Francisco Sánchez de las Brozas (El Brocense) es autor de un “manuscrito” de 1580

que contiene unas 1.200 palabras, de las que se ofrecen breves explicaciones etimológicas.

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Bartolomé Valverde, autor del “Tratado de Etimología de voces castellanas en estas lenguas Latina, Hebrea, Griega, Arabe” de 1600, una de las obras más curiosas del Siglo de Oro español. Valverde propone aquí acudir a la lengua hebrea, madre de todas las lenguas, cuando no se halle la etimología de un vocablo en la griega o en la latina. Tiene un concepto platónico de la etimología: cree de capital importancia hallar la forma originaria, verdadera y no corrompida de las palabras, acogiéndose al método platónico. Sabido es que para establecer etimologías, Platón actúa con una gran libertad y no tiene escrúpulos en suprimir, trasformar o alterar sonidos o sílabas hasta llegar a la base deseada, según convenga. En esa autoridad y en la de Varrón se ampara Valverde para “quitar o añadir letras y sílabas, mudar unas en otras, etc.”. Persuadido de que el origen de las palabras está en la lengua hebrea, y conociendo la estructura consonántica de las palabras de esta lengua, afirma que para la búsqueda de correspondencias sólo deben tomarse en cuenta las consonantes y no las vocales. Como puede apreciarse, con tales procedimientos no será difícil adjudicar a cualquier palabra una determinada base etimológica en la lengua hebrea o en cualquiera otra. Con no poca razón habría de decir Quevedo, refiriéndose a estas etimologías: “Y dicen que averiguan cuanto inventan”.

Francisco del Rosal, médico cordobés autor de “Origen y etimología de la lengua

castellana” (1601), también trata de buscar el origen de las palabras en la "lengua castellana antigua", en el griego, en el latín, en el árabe, el hebreo, en las lenguas vulgares de Europa e inclusive en las de América. Las autoridades en que se apoya - de las cuales presenta una amplia lista, en el prólogo — son principalmente los clásicos grecolatinos y los autores italianos y españoles anteriores y contemporáneos.

Bernardo José de Aldrete, autor de “Del origen y principio de la lengua castellana

o romance que oi se usa en España” (1606). Es una obra seria cuyos capítulos I, II, III, IV, XIV y XV del libro tercero están dedicados a cuestiones históricas relativas al léxico. No se trata de una obra estrictamente lexicográfica, pero no hay que olvidar que se trata, sin duda, de la obra más importante del Siglo de Oro español en relación con el origen de nuestra lengua. La obra de Aldrete es la más importante del siglo XVII en relación con el tema del origen del castellano. Su principal objetivo, y su novedad, es la síntesis de los fundamentos de la teoría de la corrupción que lleva a cabo, ordenándolos perfectamente y enmarcándolos en un período de la historia de la lengua suficientemente amplio para su detenido análisis. Hay que añadir que Aldrete escribe su obra con la intención de dar réplica a las tesis que negaban la filiación latina del romance y lo consideraban únicamente como un eslabón más de la cadena que arrancaba de Babel. Frente a ellas, considera que el surgimiento del romance castellano, así como el de las demás lenguas románicas, viene dado por la corrupción de la lengua latina, que tiene su último estadio en las invasiones germánicas (teoría de la “corruptio linguae”) A este autor no le interesa la cuestión de cuál fue la primera lengua de la Península, ya que está plenamente convencido de que su lengua materna deriva del latín.

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Aldrete hace una relación entre los factores lingüísticos y los factores políticos y culturales. Cuando un pueblo es vencido, sometido y ocupado, los vencidos acaban adoptando la lengua de los vencedores. La fuerza política es, en opinión de Aldrete, la que determina qué lengua debe predominar. Por eso, la lengua que se vieron obligados a adoptar los hablantes de la Península no pudo ser otra que el latín. Aldrete estudia los sonidos latinos y su evolución y de esta manera, logra averiguar, el origen de muchas palabras castellanas y sienta las bases para descubrir la procedencia de otras muchas. Así encontró que el castellano tiene palabras de origen no latino, pero lejos de parecerle un demérito, era para Aldrete una virtud, pues ellas suponen un notable enriquecimiento, y, por otra parte, tiene conciencia de que el número de estas palabras es reducido y no afecta a la estructura de la lengua. En el léxico ve Aldrete el principal factor de diferenciación de las lenguas románicas, aunque está convencido de que entre ellas existe un parentesco fundamental puesto que todas se remontan al latín. Con respecto a la etimología, Aldrete se deja llevar por principios históricos y construye fantásticas etimologías, ya que se vio envuelto en los descubrimientos y hallazgos del Sacromonte granadino, que él creía auténticos y en los descubrimientos de Arjona, Jaén (él pensaba que los griegos, a raíz de su colonización, habían dejado numerosos restos lingüísticos en la Península Ibérica). En resumen, la obra de Aldrete, a pesar de no tener carácter lexicográfico, ofrece un indudable interés para la lexicografía española y para la historia del léxico.

5.5 EL DICCIONARIO MONOLINGÜE: SEBASTIÁN DE COVARRUBIAS El camino abierto por Nebrija con sus dos diccionarios — que tanta influencia tuvo en el desarrollo de la lexicografía plurilingüe en toda Europa— no es el que ha de conducirnos a la creación del Tesoro de Covarrubias (con el que culminará, más de un siglo después, la labor iniciada por Nebrija en el estudio y codificación del romance castellano tras la publicación de su Gramática en 1492 y de sus Reglas de ortografía en 1517) sino, más bien, esa otra vertiente que arranca de la Gramática nebrisense y que tiene como fin el conocimiento del castellano en sí mismo y no como medio de acceder a otras lenguas. A partir de aquí se abría una nueva etapa en la historia de la lexicografía española. La necesidad de un diccionario monolingüe no se originó a través de los estudiantes y gentes de ciencia, que trabajaban con el latín; ni de los demás hablantes nativos que conocían su propia lengua, sino que fue a partir de las personas cultas, porque fueron quienes comenzaron a sentir interés por saber y demostrar el origen del español. Este interés por las lenguas vernáculas, no solo en la península, sino en toda Europa, reflejaba un claro objetivo de afirmación nacional por parte de las monarquías y estados de la época, que ven en la lengua un instrumento esencial para el poder. La aparición de las primeras gramáticas respondía a un programa político y a un movimiento de dignificación de las mismas cuyo objetivo era elevar esas lenguas vernáculas a la altura de las lenguas clásicas y por ello, entre 1492 y 1586, se publicaron las gramáticas de once lenguas vulgares de Europa, además de la de Nebrija:

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1492: Elio Antonio de Nebrija, La gramática que nuevamente hizo el Maestro Antonio de Librixa sobre la lengua castellana, Salamanca [español].

1) 1516: Giovanni Francesco Fortunio, Regule grammaticali della volgar lingua, Ancona [italiano].

2) 1530: Jehan Pelsgrave, L'esclarcissenent de la langue françoyse, Londres [francés].

3) 1533: Benes Optat (et Coll.), Ceská grammatika sedmerau stráku w sobe obsahz jlcí [checo].

4) 1536: Femao de Oliveira, Grammatica da lingoagem portuguesa, Lisboa

[portugués].

5) 1539: János Sylvester, Grammatica hungaro-latina, Neanesi [húngaro].

6) 1567: G. Robert, Gramadeg cymaraeg, Milán [galés].

7) 1568: Petrus Stator, Polonicae grammatices institutio, Cracovia [polaco].

8) 1573: Lorenz Albrecht, Teutsch Grammatick oder Sprach-kunst, Ausburgo [alemán].

9) 1573: Albert Olinger, Underricht der Hoch Teutschen Spraach, Estrasburgo [alemán].

10) 1584: Hendrick Laurenszoon Spieghel, Twe-spraack van de Nederduytsche

letterkunst, Leiden [neerlandés].

11) 1586: William Bullokar, Brefgrammar for English, Londres [inglés]. Todo esto es importante porque el diccionario monolingüe será una herramienta de gran valor a la hora de poner en práctica el programa de centralización lingüística que los estados renacentistas se empeñaron en promover, tratando de buscar las raíces históricas de las lenguas vulgares en el pasado autóctono de cada región. La idea de la lengua que se formó en el siglo XVI es la que dio lugar a la aparición del diccionario monolingüe en el siglo XVII, de donde las características que éste tuvo desde un principio no corresponden a lo que un planteamiento descriptivo ingenuo podría suponer: no aparecieron los diccionarios monolingües como resultados “naturales” del interés por la información sobre las lenguas maternas, ni como efectos de una necesidad sentida por la comunidad lingüística en su conjunto. Por el contrario, aparecieron como elaboraciones de un interés por las lenguas fundado en sus valores simbólicos —especialmente políticos, heroicos y literarios— y, como creaciones simbólicas, a partir de argumentaciones eruditas y filosóficas correspondientes, en última instancia, a los intereses de los Estados nacionales.

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Entre los diccionarios que hubo a partir del de Nebrija, debemos considerar al “Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias” de 1611, que fue donde se inició la Lexicografía Monolingüe (o sea la de una sola lengua), ya que fue el primer gran repertorio unilingüe, no sólo de palabras sino también de dichos y refranes de nuestra lengua. El “Tesoro de Covarrubias” es una obra de carácter lexicográfico y de valor incalculable y es, sin duda, la de mayor mérito y alcance que conoció la lexicografía española con anterioridad al Diccionario de Autoridades, cuyos redactores, por cierto, la tuvieron muy presente y la incorporaron en buena medida. El objetivo de Covarrubias con esta obra era el de poner la lengua española a la altura de otras lenguas europeas que ya contaban con amplias compilaciones lexicográficas y así lo manifiesta en la dedicatoria al rey Felipe III. En él todavía está presente el tópico de la inferioridad de las lenguas vulgares respecto a las clásicas, y por ello trata de sacarla de esa situación de inferioridad. Covarrubias, al igual que algunos otros autores, cree que el hebreo es la lengua madre a la que deben remitirse las demás. Sin embargo, ello no le lleva a las exageraciones y dislates de Valverde en el establecimiento de etimologías, sobre todo porque no ignora que muchos vocablos castellanos están provienen “corrompidos” de la Lengua Latina”. Covarrubias se muestra partidario de la ortografía fonética aunque no lleve hasta sus últimas consecuencias este principio. La mentalidad de Covarrubias es eminentemente práctica: huye de teorías y lucubraciones. En pocas palabras: el “Tesoro” es una obra de carácter enciclopédico, en ella su autor dio cabida no sólo al léxico sino también a frases hechas, proverbios, refranes, nombres propios, topónimos y antropónimos y a los saberes y cultura de su tiempo. Sus definiciones y explicaciones son casi siempre adecuadas y exactas, pero no por ello dejan de resultar amenas, pues Covarrubias tiene un gran sentido del humor. Encontramos algunos defectos en esta obra, sobre todo en la parte etimológica, ya que muchas de sus etimologías son caprichosas y hasta absurdas. Pero, a pesar de todo, sigue siendo hoy obra insustituible para los estudios léxicos del Siglo de Oro. Por otro lado, no deja de ser sorprendente la cantidad de información que el autor logró reunir. Además, el Tesoro de Covarrubias fue una de las primeras — junto con la de Aldrete — en estudiar el español en sí y por sí mismo y no ya en función del latín. Constituye, por eso, uno de los precedentes más importante de la lexicografía académica que aprovechó sus materiales y la tomó como modelo en más de un aspecto. Después de la publicación del Tesoro se abre un largo paréntesis en la lexicografía española. Durante más de un siglo nada de interés sale a la luz hasta que en 1726 aparece el primer tomo del Diccionario de Autoridades, que a la vez es etimológico, y que dedica el segundo de sus Discursos proemiales a hablar de etimologías. Tampoco en otras vertientes de la lexicografía salen obras de interés, salvo las ya reseñadas, con anterioridad a la aparición del Diccionario académico.

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5.6 DICCIONARIOS MULTILINGÜES Uno de los posibles criterios de clasificación de las obras lexicográficas es el número de lenguas que se tienen en cuenta. Según este criterio, se establece una primera división entre diccionarios monolingües y plurilingües, y estos últimos se subdividen a su vez en bilingües (de dos. lenguas) y multilingües (de más de dos lenguas), como ya hemos visto. Los diccionarios multilingües son, por tanto, diccionarios plurilingües que registran equivalentes de unidades léxicas en más de dos lenguas, por lo que pueden ser trilingües, tetralingües, pentalingües, etc. Existen incluso diccionarios en veinte y más lenguas. Los diccionarios multilingües se denominan también políglotas o polilingües. Si bien es cierto que existen menos estudios metalexicográficos sobre diccionarios bilingües que sobre diccionarios monolingües, el panorama es mucho más pobre en el caso de los estudios sobre diccionarios multilingües; igualmente haré un breve recorrido por la historia de la lexicografía multilingüe del español. Antes del siglo XVI se publicaron pequeños repertorios plurilingües que contenían listas de palabras de diferentes lenguas, pero no se puede hablar todavía de diccionarios multilingües propiamente dichos. Pero en los siglos XVI y XVII aparecen un par de lenguas de partida en combinación con otras lenguas en un diccionario multilingüe antes de que aparezca el bilingüe. Por ejemplo, en 1505 aparecen el español y el alemán con otras lenguas en el “Dictionarium sex linguarum” que después se publica como diccionario bilingüe. Sin embargo, en esta época la mayor parte de las veces la lengua de partida sigue siendo el latín. A continuación presento algunos autores de diccionarios multilingües y sus obras en orden cronológico:

1. Ambrosio Calepino es autor del popular “Dictionarium”, obra editada en 1559. Se trata del primer auténtico diccionario plurilingüe que incluye el español entre las lenguas consignadas y se publicó por vez primera en 1502, incluyendo en aquella edición sólo un pequeño número de vocablos latinos y equivalentes griegos, para ir incorporando vocablos de otras lenguas (italiano, hebreo, francés) en sucesivas ediciones. La de 1559 es la primera que incluye voces españolas y, como tantas otras obras lexicográficas de su época, se basa en la obra de Nebrija, aunque incorpora la novedad de introducir explicaciones junto a la traducción literal de los términos recogidos, las cuales contribuyen a facilitar la comprensión de su significado. La obra continuó siendo objeto de sucesivas ediciones hasta entrado el siglo XVIII y en ellas se seguirían incorporando otras lenguas. Así, por ejemplo, la de 1568 es una edición «octolingüe» según las palabras del propio autor en la «Summa Privilegii Regis Christianisimi» que precede al cuerpo de la obra.

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2. Henricus Hornkens, autor del “Recueil de dictionaires françoys, espaignolz et latins”, publicado en Bruselas en 1599. Es una obra unidireccional y de sólo 554 páginas.

3. Girolamo Vittori, es autor del “Tesoro de las tres lenguas francesa, italiana y

española”, de 1609, famoso plagio del Tesoro de las dos lenguas francesa y española de César Oudin de 1607.

4. John Minsheu elaboró un diccionario en once lenguas, “Ductor in linguas”, en el

que se sigue el orden alfabético inglés, con las definiciones en inglés y con la traducción a los otros idiomas, y a veces con la definición en latín. La obra se completa con un “Vocabularium Hispanicolatinum et Anglicum copiosissimum” en el que las entradas van en español, también alfabéticamente con los equivalentes en inglés, latín, italiano y francés.

5. James Howell es autor de un repertorio plurilingüe, el “Lexicon tetraglotton, an

English-French-Italian-Spanish Dictionary”. Las entradas de esta obra están en inglés, a veces con una sucinta definición, y en las otras lenguas aparecen la traducción de la entrada y de la definición, y alguna vez también varios sinónimos de equivalencia.

6. Benedicto Pereyra, es el autor de la obra multilingüe “Prosodi vocabularium trilingue Latinum, Lusitanicum et Hispanicum digesta”, de 1634, que ofrece las correspondencias latina y portuguesa de las entradas españolas.

7. Antonio Lacavalleria, es el autor del “Diccionario castellano. Dictionaire français. Dictionari catalá” de 1641, que facilita las correspondencias francesa y españolas de las catalanas.

8. Manuel Larramendi, es el sacerdote autor del “Diccionario trilingüe del castellano, bascuence y latín”, de 1745.

Lamentablemente, la lexicografía multilingüe que no tiene la misma evolución y desarrollo que la experimentada por la lexicografía monolingüe y bilingüe de los siglos posteriores, debido, sobre todo, a dos factores:

las dificultades que conlleva la elaboración de diccionarios de estas características

el menor interés y utilidad que con todo rigor se les puede reconocer a esta clase de diccionarios

Según el tipo de unidades léxicas que registran, al igual que ocurre entre diccionarios bilingües, existen dos tipos principales de diccionarios multilingües:

diccionarios generales multilingües, que recogen unidades de la lengua general

diccionarios terminológicos multilingües (también llamados diccionarios especializados o técnico-científicos), que recogen el léxico de una especialidad

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Pero mientras el tipo más conocido de diccionario bilingüe es el diccionario general bilingüe, existen relativamente pocos diccionarios generales multilingües. Si atendemos al modo de presentación del material, son dos los tipos fundamentales de diccionarios multilingües:

los diccionarios que presentan el vocabulario en columnas separadas (una columna por cada lengua)

los diccionarios ideográficos, (también llamados diccionarios por la imagen, pictóricos, pictográficos o visuales)

En general, los diccionarios ideográficos presentan grandes ventajas, sobre todo si registran grupos de unidades léxicas muy seleccionadas para las que un dibujo resulta mucho más clarificador que una definición verbal (por ejemplo, un dibujo es el método más eficaz para distinguir los diferentes tipos de tornillos, tuercas y pernos). 5.7 VOCABULARIOS ESPECIALES Por vocabularios especiales entendemos aquellos pertenecientes a la “lexicografía menor”, o sea a aquellos repertorios léxicos, glosarios, etc., que no son en sentido estricto diccionarios pero que constituyen un capítulo importante en la historia de la lexicografía española. Son bastantes los vocabularios especializados que se publican a lo largo de los siglos XVI y XVII. Se trata de repertorios que recogen parte del léxico específico de determinadas técnicas o artes. A continuación mencionaré algunos autores de vocabularios especiales y sus obras:

1. Antonio de Nebrija, es autor de dos léxicos técnicos en latín sobre lengua jurídica y un léxico bilingüe. El primero fue el “Iuris Civilis Lexicón” de 1506 englobado en un proyecto enciclopédico que comprendía, además, la Historia Natural o Medicina, el Léxico de las Sagradas Escrituras y la Historia de España. Sus 600 voces fueron traducidos al castellano y editados de forma bilingüe con el título de “Latina vocabula ex iure ciuile in uoces hispanienses interprétala”. El segundo léxico carece de nombre, de fecha y de autor pero su adscripción a Nebrija es incuestionable. Un título con el que aparece mencionado es “Novae Iuris ciuilis Dictiones” o “Novum iuris Ciuilis Lexicón”, posiblemente de una fecha posterior a 1508. Además, Nebrija también es autor de unas “Observationes in libros iuris ciuilis”, una o dos ediciones de textos de Pomponio Laeto y, casi con seguridad, unos “Ciceronis tópica ad ius ciuile acommodata”.

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2. Alonso de Chaves es en realidad el autor del más antiguo vocabulario específico de que se tiene noticia, el “Espeio de navegantes”, compuesto entre 1520 y 1538, aunque publicado en 1894. Contiene tecnicismos marineros y de embarcaciones.

3. Juan de Moya, compuso en 1564 el “Arte de marear”, que trata el mismo tema

4. Diego García Palacios es el autor del léxico náutico “Vocabulario de los nombres que usa la gente de mar en todo lo que pertenece a su arte”, publicado en México, en 1587.

5. Eugenio de Salazar, es autor del “Vocabulario de náutica” de 1600

6. Tomé Cano, compuso en 1611 “Declaración de los vocablos que se usan en la Fabrica de baxeles”, que fue publicado en Sevilla

7. Juan de Avello, es el autor del “Diccionario marítimo” o “Prontuario náutico” de 1673.

8. Andrés Laguna compone en 1570 su “Declaración por el orden del A.B.C. de algunos vocablos oscuros y no muy recebidos en nuestra lengua vulgar”, vocabulario breve de tecnicismos médicos, incluido en su obra “Pedacio Dioscorides Anarzabeo”.

9. Juan Alonso es el autor de un diccionario médico mucho más amplio e importante, “Diez priuilegios para mugeres preñadas”, publicado en Alcalá en 1606. Esta obra tiene por objetivo facilitar el camino a los estudiantes que se inician en la medicina.

10. Juan Lorenzo Palmireno compuso el más interesante “Vocabulario” de los publicados en el Siglo de Oro, publicado en Valencia en 1569. Es una obrita enciclopédica repartida en nueve abecedarios, que tratan de aves, peces, cuadrúpedos, hierbas, metales, monedas, piedras preciosas, gomas, drogas, olores. Aunque en la mayoría de los casos lo que hace su autor es explicar vocablos latinos o griegos, incluye una gran cantidad de tecnicismos y de palabras vulgares. Aun cuando la obra no deja de tener cierto carácter técnico, es, más que nada, un diccionario ideológico, ya que las palabras aparecen agrupadas por materias. A pesar de estar destinado al entendimiento e interpretación de los autores clásicos, no es un diccionario bilingüe por más que da cabida a palabras españolas y a veces italianas, francesas, catalanas, etc., como equivalencias de las clásicas. El

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Vocabulario de Palmireno tuvo varias ediciones y fue ampliamente utilizado por los lexicógrafos posteriores.

11. Robert Wyer es el autor de “The boke of Englysche and Spanysche”, publicado en Londres, en 1554. Es un pequeño repertorio temático de 28 páginas y 600 voces, en las que las dichas voces se presentan en dos columnas pero no contrapuestas y la forma inglesa precede a la española.

12. Antonio Acisclo Palomino de Castro y Velasco, compuso un “Indice de los términos privativos del arte de la pintura, y sus definiciones según el orden alphabetico” en 1715. Aunque fue publicado a comienzos del siglo XVIII, es importante porque es el primer repertorio de tecnicismos pictóricos.

5.8 LISTA DE REPERTORIOS LEXICOGRÁFICOS MONOLINGÜES, BILINGÜES Y

MULTILINGÜES Aunque han sido mencionados con anterioridad en los apartados anteriores, recojo aquí los diccionarios más conocidos del Siglo de Oro, incluidos algunos del siglo XVIII, en una lista en orden cronológico:

NEBRIJA, Antonio de. Diccionario latino-español. Salamanca (1492)

NEBRIJA, ANTONIO DE. Vocabulario español-latino. Salamanca (1495?)

ALCALÁ, FRAY PEDRO DE, Vocabulista arávigo en letra castellana. En Arte para ligeramente saber la lengua aráviga. Granada: Juan Varela, 1505.

NEBRIJA, ANTONIO DE, Vocabulario de romance en latín hecho por el doctíssimo

maestro Antonio de Nebrissa nuevamente corregido y augmentado más de diez mill vocablos de los que antes solía tener. Sevilla: Juan Varela de Salamanca, 1516.

PALMIRENO, Juan Lorenzo. De vera & facili imitatione Ciceronis... Lexicon puerile

(interesante antecedente del Vocabulario del humanista). Zaragoza: Pedro Bernúz, 1560.

PALMIRENO, Juan Lorenzo. Sylva de vocablos y phrases de moneda, medidas,

comprar y vender para niños de Gramática. Valencia: Joan Mey, 1566.

PALMIRENO, Juan Lorenzo. Vocabulario del humanista. Valencia: Pedro Huete, 1569

PALMIRENO, Juan Lorenzo. Segunda parte del vocabulario del humanista. Valencia: Pedro Huete, 1569.

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CASAS, CRISTÓBAL DE LAS, Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana.

Sevilla: Francisco de Aguilar y Alonso Escribano, 1570.

LÓPEZ TAMARID, FRANCISCO. Compendio de algunos vocablos arábigos introduzidos en lengua castellana en alguna manera corruptos, de que comúnmente usamos (1585). Apéndice a Antonio de Nebrija, Diccionario de romance en latín. Granada: Antonio de Nebrija, 1585.

PERCIVAL, RICHARD, Bibliothecae Hispanicae pars altera.Containing a Dictionarie in

Spanish, English and Latine. Londres: John Jackson y Richard Watkins, 1591.

PALET, JUAN, Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa [...]. Dictionaire tres ample de la langue espagnole et françoise. París, Matthieu Guillemot, 1604

OUDIN, CÉSAR, Tesoro de las dos lenguas francesa y española. Thresor des deux

langues françoise et espagnolle. París, Marc Orry, 1607.

VITTORI, GIROLAMO. Tesoro de las tres lenguas francesa, italiana y española. Thresor des trois langues françoise, italienne et espagnolle. Ginebra, Philippe Albert & Alexandre Pernet, 1609.

ROSAL, FRANCISCO DEL. Origen y etymología de todos los vocablos originales de la

Lengua Castellana. Obra inédita de el Dr. Francisco del Rosal, médico natural de Córdova, copiada y puesta en claro puntualmente del mismo manuscrito original, que está casi ilegible, e ilustrada con alguna[s] notas y varias adiciones por el P. Fr. Miguel Zorita de Jesús María, religioso augustino recoleto. (1601-1611).

COVARRUBIAS, SEBASTIÁN DE. Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid,

Luis Sánchez, 1611

COVARRUBIAS, SEBASTIÁN DE. Suplemento al Thesoro de la lengua castellana, de D. Sebastián de Covarrubias, compuesto por él mismo (p1611).

MINSHEU, JOHN. Vocabularium Hispanicum Latinum et Anglicum copiossisimum,

cum nonnullis vocum millibus locupletatum, ac cum Linguae Hispanica Etymologijs [...]. Londres, Joanum Browne, 1617.

FRANCIOSINI FLORENTÍN, LORENZO. Vocabolario español-italiano, ahora

nuevamente sacado a luz [...]. Segunda parte. Roma, Iuan Pablo Profilio, a costa de Iuan Ángel Rufineli y Ángel Manni, 1620.

MEZ DE BRAIDENBACH, NICOLÁS. Diccionario muy copioso de la lengua española y

alemana hasta agora nunca visto, sacado de diferentes autores [...]. Viena, Juan Diego Kürner, 1670

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NOYDENS, Benito Remigio. Parte primera del Tesoro de la lengua castellana o española, compuesto por D. Sebastián de Covarrubias Orozco. Añadido por el Padre Benito Remigio Noydens. Madrid: Melchor Sánchez, 1673.

NOYDENS, Benito Remigio. Parte segunda del Tesoro de la lengua castellana o

española. Madrid: Melchor Sánchez, 1674.

HENRÍQUEZ, BALTASAR. Thesaurus utriusque linguae hispanae et latinae. Matriti, Ioannis Garcia Infançon, 1679.

AYALA MANRIQUE, JUAN FRANCISCO. Tesoro de la Lengua Castellana. En que se

añaden muchos vocablos, etimologías y advertencias sobre el que escrivió el doctíssimo Sebastián de Cobarruvias. Empeçóse esta obra a 8 de mayo, día de la aparición de S. Miguel, del año de 1693. (1693-1729)

SOBRINO, FRANCISCO. Diccionario nuevo de las lenguas española y francesa.

Bruselas, Francisco Foppens, 1705.

STEVENS, JOHN. A new Spanish and English Dictionary. Collected from the Best Spanish Authors Both Ancient and Modern [...]. To which is added a Copious English and Spanish Dictionary [...]. Londres, George Sawbridge, 1706.

BLUTEAU, RAPHAEL, Diccionario castellano y portuguez para facilitar a los curiosos

la noticia de la lengua latina, con el uso del vocabulario portuguez y latino [...] (1716-21). Lisboa, Pascoal da Sylva, 1721.

TERREROS Y PANDO, ESTEBAN DE. Diccionario castellano con las voces de ciencias y

artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana (3 tomos). Madrid: Viuda de Ibarra; 1786-1788 [ES-FR-IT-LA].

6. LEXICOGRAFÍA POSTERIOR AL SIGLO DE ORO 6.1 LA RAE Y EL DICCIONARIO DE AUTORIDADES Para terminar haré una breve mención a estos dos temas por ser de suma importancia dentro de la lexicografía española. Desde su fundación, y durante mucho tiempo, la Real Academia española monopolizó la actividad lexicográfica en España. Precisamente la Academia se fundó con la intención expresa de elaborar un diccionario, siguiendo el ejemplo de las de Francia e Italia, que son naciones que ya cuentan con amplios repertorios del léxico de sus lenguas respectivas, convenientemente autorizados con textos de los buenos escritores. A diferencia de ellos, aún no se había hecho nada en España en este sentido.

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Por otro lado, era muy importante aprovechar este momento para fijar la lengua, ya que ésta estaba en su punto más alto y corría el riesgo de decaer. Esta idea da lugar a la elaboración del “Diccionario de Autoridades”, cuyo título original es “Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o motivos de hablar, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes del uso de la lengua”, al poco tiempo de la fundación de la Real Academia Española en 1713. Se llama “Diccionario de Autoridades” porque las diferentes acepciones de cada palabra van ejemplificadas con textos de los mejores escritores. Este diccionario, que marca una cumbre en la lexicografía Española, se inició en 1713, cuando los primeros académicos, que aún no gozaban de estatus oficial, comienzan a preparar el Diccionario. Recién al año siguiente Felipe V firmó el documento de creación de la Academia, encargándole expresamente la formación de un diccionario español, en el que ya se venía trabajando. La Academia española tuvo en cuenta los diccionarios de Nebrija y Covarrubias, pero también quiso seguir muy de cerca las técnicas establecidas en Francia e Italia tomando como ejemplo, pero no como modelo, el diccionario de la Academia de la Crusca, el de la Academia francesa, el de Richelet, el de Furetiére, el bilingüe de Danet y el de los jesuitas de Trévoux, según se especifica en el Prólogo del Diccionario. Como resultado el diccionario académico, además de resultar notablemente original, se coloca por encima de las obras mencionadas. Los autores de este primer diccionario tenían como cometido lograr la adecuada definición y explicación de las voces, autorizándolas con breves textos tomados de los buenos escritores. El Diccionario de Autoridades dio cabida también a las etimologías. En este aspecto sus autores adoptaron una actitud de cauta prudencia, tomando muchas de las etimologías propuestas por Covarrubias y los lexicógrafos anteriores, rechazando otras y proponiendo algunas por cuenta propia después de discutirlas y aprobarlas en votación secreta. También incorporó voces extra castellanas procedentes de Aragón, Andalucía, Asturias y Murcia, pero la recogida de esas voces fue anárquica y resultó muy desigual. De todas formas lo que se puede resaltar es el criterio pan-hispánico sustentado por los académicos españoles, frente al criterio cerrado de las Academias francesa y de la Crusca. De la misma manera, incorporó voces de procedencia extranjera, con la condición de que se encontrasen difundidas y contasen con autoridades escritas. Pero fue intransigente con las voces “inventadas sin prudente elección”, abogando por “restituír las antiguas con su propiedad, hermosura y sentido, mejor que las subrogadas”. Asimismo, dio cabida a muchos términos técnicos con la sola condición de que se hallasen generalizados por el uso. Este diccionario consta de 6 tomos, que fueron publicados en sucesivas etapas entre los años 1726 y 1739, cuando salieron el primero y el sexto respectivamente. El proyecto inicial de 1713 se fue modificando conforme avanzaba el trabajo. Surgieron problemas pero los académicos se mantuvieron abiertos para introducir las rectificaciones

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que fueran precisas a lo largo de los cinco lustros que duró la elaboración del Diccionario, tanto en la recogida del léxico como en la ortografía o la disposición interna de los artículos. Esta obra abarca más de 4.000 páginas. Entre sus defectos podemos decir que uno de ellos es la ausencia, por olvido, de no pocas palabras. Para suplirla se pensó en la preparación de un suplemento que no llegó a realizarse. Muchos académicos juzgaron que era preferible hacer una segunda edición de la obra en la cual, además, se eliminarían ciertas incongruencias. Tampoco este proyecto llegó a ser realizado sino parcialmente: en 1770 saldría el primer tomo con 2.200 voces más que el de 1726. Al cabo de un tiempo este primer volumen se había agotado entonces la Academia decidió publicarlo en un solo volumen (1780), prescindiendo de las autoridades. Y así se originó el diccionario tenido como oficial y que pasó a llamarse “de la lengua española”, no ya de la “castellana”. A partir de ese momento los diccionarios que se componen toman como base el de la Academia, a veces reduciéndolo para hacerlo más asequible y otras completándolo con tecnicismos de las distintas ciencias, artes y técnicas, con voces regionales, populares o vulgares, y de esta forma llegamos al “castellano actual”

7. BIBLIOGRAFÍA FERNÁNDEZ-SEVILLA, Julio. Problemas de lexicografía actual. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. Series Minor XIX , 1974 AHUMADA, Ignacio. Cinco siglos de lexicografía del español: IV Seminario de Lexicografía Hispánica (Jaén, 17 a 19 de noviembre de 1999). Jaén: Universidad de Jaén, 2002. ALVAR EZQUERRA, Manuel. De antiguos y nuevos diccionarios del español. Madrid: Arco/Libros, 2002. ÁLVAREZ DE MIRANDA, Pedro. Lexicografía Española Peninsular. Diccionarios Clásicos (I y II). Introducción y selección de ___. 2 CD-Rom. Colección Clásicos Tavera. Serie VIII, vol. 8. Madrid, 1998.