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CLAUDE LEFORT LAS FORMAS DE LA HISTORIA Ensayos de antropologia pol itica

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Capítulo XII y XIII

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CLAUDE LEFORT

LAS FORMAS DE LA HISTORIA

Ensayos de antropologia pol itica

Primera edici6n en fnncCI. 1978 Primen tdici6n en espafiol. 1988

PREFACIO

Titulo oeginal: b r forms rle I'hisfoirc Fssais d'onflro~~ologir polifiqu C 1978. 6ditiw1: GsU'mard. Paris

D. 2. 8 1i)F.Y. Posuc OF. CLVIVIA E c w 6 ~ n . ~ . S. I\. rs C. V. Av. de la Universidad, 975; 03 1 W MCx izo. 1). F.

ISBN %8- 16-2929-9

Impreso en Mr'aico

A excepci6n de un estudio inCdito, consagrado a Marx, 10s emayos reunidos en este volumen ya han visto el dia en diversas publicaciones. Algunos de en- tre ellos son viejos e incluso muy viejos, puesto que renlontan a mis de veinte o veinticinco aiios. En una Gpoca en la cual la produccibn intelectual parece arrastrada por el "movimiento febril y vertiginoso", que ya Marx juzgaba caracteristico de la sociedad burguesa ( y que lo es bastante mis ) , deberiamos sentirnos intimidados ante h idea de someter ante nuevos lectores unos textos escritos para otros, que no habian alcanzado aQn las Gltimas olas de la mo- dernidad. Pero, osemos decirlo, no es Csta nuestra reserva. El hecho es que escuchamos hace poco un discuno mortifero ante el cual, nada de la Tra- dicibn, se supone, podri resistir. La filosofia, o con mayor generalidad, la teoria parece ser el subterfugio inventado por el "Amo" para irnpedir la re- vuelta o satisfacer el deseo de servidumbre. Marx y Freud son presentados con10 e~icarnaciones de este poder invisible y astuto, completamente mupa- dos, aparente~nente, en hacernos creer que hay algo mds bien que nada y en precipitarnos en las redes de la Ciencia y de la Opresi6n. La historia es de- nunciada como un engaiio. La sociedad nlisma como un artefacto al cual el Genio Llalvado, denominado Estado, asigna la funci6n de producir y de reproducir las condiciones de una dominacibn del hombre por el hombre -ello, a1 menos, cuando no es a su vez el Estado reenviado a la ficci6n, y el artclocto reducido a la combinaci6n de una multiplicidad de relacipnes de poder. . . iverdaderamente es necesario el temor de no hablar el idioma de 10s contemporBneos?

En el espacio de algunos afios, hemos visto 10s idolos tirados. Y, a veces, por nq~iellos misrnos que 10s yeneraban. Pero la agitaci6n incesante que acom- pafia a esc gran estruendo ya engendra el tedio. La condena a muerte de la I'erdad czt i cargada de un ritual tan pesado, la reivindicacibn del placer es tan enfitica, que, en forma totalmente natural, el pasado y el presente se re&- nen, el tiempo de la afirmaci6n pedante y el de la destrucci6n pedante.

Los textos que publicanios rinden testimonio: jam& hemos adondo a la divinidad "Historia", ni nos hemos arrojado a1 fantasma de la totalidad, ni concedido a Marx un saber infaiible, ni aun cornpartido las esperanzas que otros tenian en las illtimas figuras del cientificismo. Cuando cmpezamos a escribir, fue para cuestionar la idea de una Historia Universal, Csa de un devenir d r la humanidad. manejada por leges u ordenada por un destino cuyo sentido se expresnrin en la sociedad moderna; o si no, fue por poner en evi- dencia 10s limites del estructuralismo y denunciar la ilusi6n de que no seria necesario sino consignar Ias relacio~~es sociales y exponerlas en forma sistemi- tica para, finslmente, bajarIos a1 plano de la realidad fisica. Ida obra de Marx la abordamos con la convicci6n de que era necesiirio sustraerse a1 mito de ia "teoriii mnrxista", Ircusar la antitesis del objetivismo y subjetivismo, en la cual

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DE UNA VISION DE LA HISTORIA A OTRA

de su propio cuerpo, mientras que el presente no se incorpora a1 pasado. Ahora bien, el momento a precisalnente aquel en el cual se desencadenan los fantasmas, en el cual los poderes imaginarios materializados en las insti- tuciones dominan a los hombres, donde el pasado, separado del presente, como lo es el capital del trabajo viviente, adquiere, en la representacibn y en la realidad, un movimiento independiente.

Del ser tribal, imaginado en un dios o en un dkspota, Marx dice clara- mente que encarna una comunidad imaginaria, mis alli de la multiplicidad de las comunidades de base, per0 ese ser, no es nombrado fantasma. La entrada en escena de 10s fantasmas coincide con el advenimiento de una sociedad sin cuerpo, de una sociedad privada de substancia. Los fantasmas estAn entonces en la &iedad, en la historia, son por ejemplo las personifi- caciones de las condiciones econbmicas o son los heroes romanos para 10s burgueses de la Revoluci6n francesa, o los hCrws del siglo xvnr para 10s bur- gueses de 1848. La sociedad como tal, la historia como tal, se convierten ellas mismas en entidades fantasmagbricas, mientras que la naturaleza es reabsorbida en lo social y lo hist6rico.

Y c6mo no ver, finalmente, que de esta visibn de la historia no menos que de aquella del movimiento irresistible de las fuenas productivas provo- cado par el capitalismo surgi6 la imagen de este ser extraiio, el proletariado, a la vez puramente social, puramente histbrico y, de alguna manera, fuera de la sociedad y de la historia -<lase que deja de serlo, puesto que en ella se efectlia la disolucibn de todas las clases y que es la linica que puedc: actuar libre de la poesia del p d o - . Ser extraiio, que perfecciona el destino de la humanidad, pero destruye toda tradicibn: heredero sin heren- cia. i E s necesario decir que es el destructor de lo imaginario social o que es un liltimo producto de la imaginacibn de Marx?

XII. EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA Y EL HUMANISMO*

AL INTERROO,\RNOS sobm el nacimiento de la ideologia plantearnos una pregunta cuya respuesta parece ordenada por la investigaci6n histbrica. Nos

. referimos a un tiempo, a un lugar en el cud, pensamos, se esboza por vez / . primera, en 10s linrites de lo supuestamente real, fuera del mito y de la

1. religi6n, un sistema de repmsentaciones que se atiene a si mismo y convierte en condiciones universales de la experiencia las condiciones de hecho de la prictica y del discurso soriales.

2Por primera vez? Corregimos el exceso de la hip6tesis, pues para soste- nerlo nos r r i a necesario haber escmtado la historia de las grandes ciudades del mundo antiguo. Nos es suficiente buscar las seiiales del nacimiento de la ideologia a fines de la Edad Media en una sociedad que se ha separado de la feudalidad y organizado en funci6n de nuevaa opdciones de c l v r El espacio-tiemp que delimitamos es Florencia en los 6ltimo~ decenios del siglo xxv y el primer tercio del xv. El periodo considerado se extiende a 1 partir de los sucesos psteriores a una grave crisis s d a l quc ha c-o

1 ron la insurreccib de los obrem de la lana, l o Ciompi, hasta la Ilegada a1 poder de Cosme' de Medicis, acontecimiento que marca un deslizarniento

1 decisivo de la Repliblica a la tirania, o sea de 1378 a 1434. Sin duda nos 1 arriesgamos a1 fijar tan pronto estas seiiales, pues ellas pueden sugerir equi- / v ~ d a m e n t e el principio de una explicaci6n por br acontecimientm Seria H

mejor incluso, posiblemente, dejar provisionalmente en la indete1minaci6n : la fecha del principio del periodo materia de discusibn. Sin embargo, su i thrmino lo sefialamm sin equivoco, por el hecho de que con el dominio de : los Medicis desaparece de la escena p~iblica un discurn politico que habia

sido durante varios decenios el de los grandes burgueses florentinos. Ahora bien, es ese discurso el que presenta a primera vista un c a h t e r ideol6gico

, y nos hace sospechar que otros modos de expnsi6n que mantienen con 61 un parentesco manifiesto comparten, en algunos de sus aspectos por lo menos,

1 ese carhcter. Las proclamas, las cartas, las obras de Coluccio Salutati propor- cionan las primeras seiiales de una nueva representacibn de la sociedad y de las tareas hist6rio. de Florencia. Su palabra no es la de un hombre privado; ejerce las funciona de canciller de la Repliblica; se dirige a 10s florentinos en las oeasiones solemnes, redacta los mensajes del gobierno a las potencias extranjeras, frecuenta a los hombres eminentes que sustentan el poder y la riqueza; el renombn que adquiere en la Ciudad y fuera de sus fronteras es considerable. Su heredero m k notable, Leonardo Bruni,

Publicado en Te.ttures, 6-7, 1973, el tuto deberia s e ~ r de introducci6n a w obra de Ia cual habhmos diierido la dacei6n y que, td y como la conccbimos m el pmente, no se q u i e m ya.

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200 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOCfA EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOCfA 20 1

ocupa el mismo puesto durante mi& de veinte aiios y alcanza una influencia mayor. En el uno y en el otro, la burguesia reconoce sus portavoces, aunque no sean, por su origen, miembros de la Comuna. Pero, como lo veremos, muchos representantes de grandes familias se atribuyen 10s mismos prin- cipios en sus escritos, historias, cartas o narraciones. Dlgamos por anticipado que esos principios son el fundamento del pensamiento democritico mo- demo, tal y como se definid en ocasi6n de la Revoluci6n francesa. La critica de los valores aristocdticos esti asociada a la de la tiranla. LOS grandes temas de una concepci6n racionalista y universalists de la politica hacen su aparici6n: la igualdad de 10s ciudadanos ante la ley, el reparto del poder entre todos aquellos que tienen derecho, el trabajo como la Gnica fuente legitima de la distinci6n entre 10s hombres, el buen us0 de la raz6n y el conocimiento adquirido por la experiencia como Gnicas fuentes de auto- ridad, la virtud cultivada en el ejercicio de la responsabilidad pliblica, la libertad del individuo consubstancial a la de la Ciudad, el destino de Csta identificado a1 de la humanidad entera. Ademh, por vez primera se impone el modelo de la Repliblica romana.

* Si nosotros estamos inmediatamente tentados de disociar un sentido mani- fiesto y un sentido latente del discurso, es porque a1 atenernos a su contenido 6 te aparece ya contradictorio, desgamdo entre la reinvindicaci6n de verdades universales y la justificaci6n del estado de hecho; es tambiCn porque a1 consi- derar la coyuntura en la cual se forma, debemos convenir en que ella no se caracteriza por un impulso hacia la democracia, sino que a1 contrario, marca un estrechamiento espectacular de la clue dirigente en 10s limites de una oligarquia; es, finalmente, porque vemos los esfuenos de esta oligarquia, por defender y acrecentar el poder de Florencia en el mundo, realiza~e sobre el fen6meno de la repetici6n hist6rica. Esta 6ltima observaci6n esta claramente dada para recordarnos el famoso tema de M a n en El 18 Brutnario. Los flo- rentinos, a principios del siglo xv, hacen algo m h que condenar a CCsar y ~habili tar a Bruto; se identifican con 10s hCroes romanos, hablan su lenguaje, retocan el relato de la fundaci6n de Florencia para demostrarle a1 mundo que ellos son los autCnticos descendientes de 10s romanos. Ya de ellos, de ellos sobretodo. seria necesario decir "que llaman ansiosamente a los espiritus de1 pasado, copian a sus predecesores, justamente en los periodm de crisis revolu- cionaria, su nombre, su grito de guerra, su traje, para representar en este antiguo y noble disfraz y con ese lenguaje que no es de ellos, la nueva escena de la historia universal".

Partimos pues de estos indicia. Sin embargo, si podemos atenemos a esto para interrogarnos sobre el nacimiento de la ideologia, en lugar de satisfacer- - nos con kiialar el advenimiento de nuevas representaciones, es que tenemos la presunci6n de un cambio radical que afecta no s610 el pensamiento politico sino las categorias que ordenan la deteminaci6n de lo real. Incluso esta f6rmula es insuficiente, puesto que sugiere que habia antes del fin del Trecento un pensamiento politico definido y que su curso solamente se habia desplazado. Ahora bien, creemos, este pensamiento no existia con su nombre. Cuando la

reflexi6n se ejercia sobre el poder, la organizaci6n de la Ciudad, las causas de su corrupci6n, ella permanecia rigurosamente subordinada a una repre- sentaci6n teolbgica del mundo, que Gnicamente fijaba las seiiales de lo real y de lo imaginario, de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal. Nti habia para el pensamiento un espacio politico, y por consecuencia una bfisqueda de lo rea! en el lugar propio de la politica. Lo que advendria tambiCn, es la relaci6n a ese lugar, no a un discurso politico nuevo, sin0 al discurso de la politica como tal, discurso que se circunscribe buscando en si mismo su garante, que pretende la transparencia del sentido a1 hacerse reconocer por un tema ~lniversal (0, por decirlo mejor, fingiendo ser el dixurso de nadie, de np ser pronunciado en ningGn lado y ofrecerse a todos).

Nuestra pregunta sobre el nacimiento de la ideologia se formula pues en la estela de una pregunta sobre el nacimiento del discurso politico. Pero 6 t e no hace sin0 especificar, a su vez, una pregunta mis general, pues lo nuevo, en la Cpoca, es la instituci6n del discurso, sobre la historia, sobre la mturaleza, sobre la lengua como tales, sobre el espacio, sobre el hombre en general, sobre el Yo, sobre el cuerpo. Asi pues reconozcamos que si nosotros estamos en blisqueda de una ruptura que inauguraria el reino de la ideologia, la idea de la ruptura nos es sugerida por el advenimiento del humanismo. Pero reconozca~nos entonces que debemos nuestra pregunta a la obra de b s histo- riadores, a aquellos, creemos, que han renovado el estudio del humanismo, observando su formaci6n en Florencia en el period0 que consideramos, mos- trando que se le ha reducido equivocadamente a1 dominio de las lettere, el cual implica en su origen una relaci6n nueva con la experiencia social, a1 mis- mo tiempo que una nueva relacicin con el saber.

Sin embargo, si 10s historiadores nos hacen ver el acontecimiento, a1 cual fingimos de entrada referirnos libremente, si no hacemos sino seguir sus hue- llas, es un hecho que no hablan de ideologia: su anilisis nos conduce hacia el . humanismo. Ahora bien, se considera que este concepto fue introducido apa- rentemente a fines de la Edad Media para, designar un nuevo tip0 de ense- iianza. El historiador, incluso entonces, que pretende dar un sentido que sus predecesores ignoraban, no hace sino extraerlo del medio a1 cual se aplica su investigacibn. Aunque se pueda recusar la validez de su interpretaci6n, parece que la pertinencia de esta investigacibn no admite duda. MBs claro, de suponer que el concepto de humanismo sea juzgado inconsistente, como el del Renacimiento y que continuaria designando fenGmenos, que ameritarian posi- blemente una reapreciaci611, no por ello dejaria de ser tomado en cuenta por la ciencia hist6rica. Completamente diferente parece el concepto de ideo- logia, que no tiene pertinencia sino en raz6n de una construccibn del objeto social, y no s61o impone a la investigaci6n un desvio por la teoria, sino que esti forjado bajo el extrafio propbsito que el fen6meno no aparece. <No es necesario convenir, en consecuencia, que la historia del humanismo permanece muda, tanto que no hemos encontrado las categorias de una interpretaci6n, que es inGtil esperar de sus da ta una luz sobre la nariente ideologia? 20, mls bien, que es ahora cuando usama un artificio, cuando fingimos, no ser

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decir que la ideología nace en el discurso político, es considerar la tradición clásica del pensamiento político: el decálogo...
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libres de nuestro camino, sin0 de conocerlo en el examen de 10s hechos pro- ducidos por el historiador? Confiar a1 lector, como lo hacernos, que el discurso de las dirigrntes florentinos nos evoca el de la burguesia revolucionaria fran- cesa del siglo xvlir, no puede servir de justificaci6n, pues de este hltimo, se dirA, Mam no nos da una descripcibn, pues su objetivo es hacernos comprender lo que disimula y por quC lo disimula, gracias a la inteligencia adquirida de la relaki6n social, de su fundamento econ6mico y de la contradicci6n hist6rica de la clase dominante. Es verdad que hemos omitido indicar una parte del camino que conducia

a esta cuesti6n. Es la lectura de Maquiavelo la que nos hace reconocer los ca- racteres singulares de la sociedad florentina y del discurso humanista de prin- cipios del Quattrocento. Esta lectuqa marca nuestro verdadero punto de partida. Ante la prueba de las dificultades encontradas en la comprensi6n de El principe y de 10s Discorsi, nos ha parecido que la interrogaci6n de la historia y de la politica se encontraba fijada a la critica de las ideas domi- nantes del tiempo y que Cstas revelaban en su centro el pensamiento politico de los humanistas, formado un siglo antes. Nos ha parecido en particular que todo lo que dijo Maquiavelo de la divisi6n de clases, de la divisi6n del Estado y de la sociedad civil, de la diferencia de tiempos - e n los cuales la Roma antigua y la Florencia moderna eran 10s t6rminos privilegiados-, testimo- niaba el derrumbe de un discurso hist6ricamente determinado, el cual se reve- laba capaz de arreglirselas de manera de negar el hecho irreductible de la divisi6n social y de la divisi6n temporal, de prodigar la seguridad de un punto de vista apenas contemplado, y de borrar las huellas de las condiciones de su formaci6n. Si nosotros nos creemos capaces de buscar en el humanism0 politico las sefiales de un nacimiento de la ideologia, es pues porque Cste nos es develado por una vieja interpretacibn ocupada en liberar la verdad de la politica y de la historia de una representaci6n instituida, de volver sensible su elaboraci6n en unas condiciones sociales y su funcibn de disimulo. La ideologia, no podria- mos observar las seiiales, si la interpretaci6n maquiaveliana no nos pusiera en situacihn de reconocer, en el momento mismo en que ella nos suscita una

lares, localizados, fechados, de 10s cuales extrae hechos para recubrir las cues- tiones que ella pone a1 dia.

Pero es necesario convenir en que Maquiavelo no habla de ideologia. LEI

le impiden forjar conceptos adecuados, o bien debemos resistir a la tentaci6n de una historia de las ideas, que nos dispensaria el escrutar 10s caminos que abre, de una manera siempre singular, la obra del pensamiento? Como quiera

I reflexi6n sobre la politica y la historia en general, discursos colectivos singu- t.,

hecho de que no hable de ella, es la seiial de que las condiciones sociohist6ricas 1 ,

que sea, puesto que nosotros mismos usamos el tCrmino para esclarecer el designio de Maquiavelo, ~ c 6 m o negar que detentamos la significacibn, antes de buscar la prueba de su pertinencia en la historia de Florencia?

Asi, hemos sido reconducidos a hfarx. Fuena es reconocer, parece, que seriamos impotentes para interrugar el nacimiento de la ideolag'a, si no saca- mos de su teoria la definici6n del concepto. Pen, entonces, ide suponer que

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nuestra cuesti6n sea legitima, la primera tarea no seria la de fijar esta defi- nicibn? No es el nacimiento de la ideologia lo que deberia ocuparnos inme- diatamente, sino el origen del concepto. Sin embargo, bien sabemos que la teoria no consiste en una jerarquia de conceptos, de los cuales cada uno seria, tomado separadamente, pasible de una definici6n. Sabemos bien que es im- posible producir la definici6n de la ideologia como la de un niimero o la de una figura en la teoria matemitica. Sin duda, podemos extraer de las obras de Marx enunciados, compararlos e intentar reducirlos a un denominador comGn. Pero es siempre una necesidad conocer la significacibn adquirida de la articulaci6n del enunciado en un tiempo dado del discurso y ligar la com- paraci6n de 10s enunciados a la de 10s tiempos de los discursos. AdemAs, el examen de 10s enunciados no es suficiente, puesto que la distinci6n entre ideologia y realidad, o la de la ideologia y el saber, puede ponerse en juego sin mencionarse. S61o la comprensi6n del pensamiento marxista nos guia en definitiva. De tal manera que si queremos estar seguros del sentido del con- cepto, es necesario elaborar una interpretaci6n de la obra entera de Marx. Ahora bien, satisfacer esta exigencia seria embarcarse en un trabajo muy extenso, que tendria como primer efecto hacernos perder de vista nuestra cuesti6n. Pero ~podriamos esperar a1 menos estar en situaci6n a su termino para plantearla correctamente? Si tuvikramos finalmente la definicibn, no nos quedaria sino consultar la historia para verificar si tales fen6menos, en tal Cpoca, pueden ser o no subsumidos bajo el concepto. Nuestra cuesti6n que- daria muerta, pyes, es tiempo de decirlo, no puede vivir como interragante sino en la medida en la cual, a1 llegar a1 nacimiento de la ideologia, nos obliga a preguntarnos: iquC es la ideologia? Ignorarla, no es fingir ignorar a Marx en el momento en que tomamos apoyo sobre 61; es m h bien intentar acordar nuestro pensamiento con el suyo, es decir, en lugar de aceptar una verdad supuestamente establecida, buscar reabrir desde nuestro sitio, con nues- tros modestos medios, una via que 61 ha abierto con Ios suyos con una fueiza incomparable.

Es en virtud de una misma ilusi6n que nosotros esperamos todo de 10s hechos L o todo de la teoria. A decir verdad, la ilusi6n comienza cuando nos imagina- mos que hay por un lado 10s hechos y por el otro la teoria, y que n o s o m nos disimulamos la posici6n en raz6n de la cual esta divisi6n aparece. Entonces, es necesario describir claramente el movimiento del conocimiento, como si nosotros no tuviCramos parte en ello, y fijar el origen de una parte y de la otra. Por ejeinplo, se considera -y en un sentido en forma legitima- que la historia se representa antes de que el historiador haga de ella su objeto; o se Cree poder afirmar en consecuencia que los hechos se producen en el lugar y en la fecha y que son ellos 10s que esperan ser conocidos; y aun cuando se cambien 10s hechos "reales" en hechos de conocimiento cuando se relaciona con ellos un observador vuelto capaz de aprehenderlos sin proyectar sobre ellos las ~asiones que lo pueblan. Tal es la convicci6n realists: todo lo que sucede en la historia de 10s pueblos (y de 10s' individuos) es inmediatamente

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es interesante ver como el autor juega con definir qué es ideología o ocuparse de su origen, pero no es acaso su origen la que nos da una primera idea del concepto...
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fijado en la placa del Universo donde figuran ya multitud de otras cosas, que se han impreso a un ritmo infinitamente m L lento que los acontecimientos de la humanidad, y que alli han estado durante toda la eternidad. Es pues del lado del conocimiento donde es conveniente buscar la limitaci6nJ el olvido, el error y la ilusi6n. Y aun cuando su desfallecimiento enfrente de los hechos de la naturaleza estC ya manifiesto, se revela mis pesada y m h dificil de come- gir enfrente de 10s de la historia, pues su pensamiento y su sensibilidad estin ligados a un estado de costumbres y de representaciones que hacen pantalla a la realidad del pasado. El presente se les desvanece, porque 61 no tiene sino un enfoque fragmentario de lo que se imprime en la multiplicidad de 10s espa- cios sociales y no dispone ademh sin0 de signos suspensivos; y el pasado per- manece dudoso, porque a pesar de la distancia adquirida, que le permite dominar un segmento, reunir las vias parciales a las cuales es prestado, su representaci6n no puede liberarse enteramente de los intereses, de los deseos o de las creencias invertidas en una experiencia actual. Pero seria considerado inaccesible, el ideal de la restituci6n de lo que fue guia de operaci6n del cono- cimiento; b t e encuentra su modelo en la obsewaci6n exacta; esta obsewaci6n encuentra su garantia juridica en la convicci6n de que lo que fue poseia su propia identidad.

Sin duda, la reducci6n del conocimiento a la observaci6n exacta puede ser denunciada por aquellos mismos que dan testimonio de esta convicci6nJ como la idea de que el hecho real coincide con el del conocimiento. Generaciones de historiadores la han condenado y la imputan a Ias ficciones de 10s profe- sores de filosofia satisfechos de darle una estocada a la enseiianza ingenua de 10s profesores de historia. Pero la fe realcsta se acomoda a versiones mis complejas. No muere con la critica de la historia de los aconteceres. Los hechos masivos, econbmicos o demogrificos, los hechos de coyuntura y los hechos de estructura le dan aGn su apoyo; y no es suficiente evocar las decisiones que ordenan la selecci6n de 10s datos, la funci6n de las hip6tesis, el trabajo de la construcci6n para renunciar a ello, pues en tanto que no esti puesto en duda el estatuto del conocimiento y el de lo "realJJ, est5 preservada la creencia en la exterioridad del uno en relacibn con el otro y asi todas las consideraciones de apariencia critica pueden conservarse como concesiones puramente formales. El ideal de un saber completamente positivo persiste a travCs de 10s despla- zamientos de su objeto. Asombmsa es mls bien la aptitud del realismo para resistir a las objeciones que deberian ponerlo en peligro. No cede una pulga- da; no hay incluso necesidad de combatirlas, las desarma al asimilar su subs- tancia; no duda en hablar el lenguaje del artificiaiisrno, hasta la extravagancia, sin perder nada de su seguridad. Igualmente nos equivocariarnos a1 juzgar que sus fracasos engendran necesariamente un trastorno de la perspectiva. A pesar de un esquema dialkctic0 sumario, el10 no sucede asi, por la excelente razdn de que sus fracasas no quedan registrados en la experiencia. Olvidamos ade- mL, muy a menudo, lo que le da su fuena; que, lejos de corresponder a una disposici6n rim era & nuestro espiritu (esta disposici6n incansablemente atri- buida al sentido com6n por los fil6sofos), procede ya de la tentativa de superar

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una prueba insostenible, la de la exterioridad del saber en relacibn a la ope- raci6n del conocimiento. Pues, anotCmoslo de paso, 61 ha enterrado en sus origenes, la representaci6n de una ciencia soberana, locaiizada en un all&, en un antes, atributo de poderes invisibles, o simplemente bajo su guardia, en rela- cibn a cualquier cosa que aparece o adviene (pero l en esta perspectiva la distinci6n es posible, la cosa no es siempre suceso y esto en la naturaleza de las cosas?) se ve asignada al estatuto de "signo". Alli, en efecto, donde el hecho es signo, destinado a ser reconocido, m h bien que conocido, aili donde . su lugar parece estar fijado por un discurso mitico o religiose, guiado por la memoria de 10s origenes, no hay duda de que el movimiento del conocimiento no haga la prueba de la exterioridad de lo real y que 13 via de la ciencia, en el sentido modern0 del termino, de la ciencia hist6rica en particular, se encuentra detenido. Aprehendido como algo dado a saber el suceso no pide sino ser identificado. 0, para decirlo mejor, la amenaza que constituye para el pensamiento la exterioridad de lo real es conjurada por una especie de decisibn inaugural que hace refluir el acontecimiento, la apariencia, en tanto que pmferidos, a1 polo de una pximera palabra instauradora del ser, pala- bra que es nccesario que sea originaria, diferente, legislante, a la vez pues eva- siva y audible, ofrecida indefinidamente a1 trabajo de 10s mediadores.

Lo que nosotros llamamos realismo, seria err6neo sostener que procede del trastorno de esta kpresentaci6n, como el creer que se expone a si misrno necesariamente a un trastorno. Los "fracasos" del pensamiento mitico o reli- gioso no cuentan tampoco en el registro de lo real .-~uales~uiera que Sean los conflictos surgidos entre el movimiento efectivo del conocimiento de las cosas y su inscripci6n en el mundo invisible (10s conflictos especialmente entre t6c- nicos-magos y guardianes de las leyes), es necesaria sin duda en una sociedad la entrada en escena del extranjero y, bajo el efecto de las armas o de la pre- si6n de la necesidad de las alianzas, la dislocaci6n de las jerarquias estable- cidas para que se pileda entrever la contingencia del saber instituido, la discor- dancia del relato de 10s origenes, y que se abra el espacio del mundo, a t e misn~o conlo extranjero y portador de un sentido por descubrir.

Lo esencial es que en el momento en que el conocimiento se refiere a si mismo, donde se abre carrera hacia una tarea infinita, esti inmediatamente enfrentado con la representaci6n imposible de su surgimiento desde un lugar diferente a lo "real". Sitio dedicado a una exteriorizacibn sin fin, a una oposicibn de si mismo (en la cual la de la "realidad humana" y de la "realidad natural" seiiala una etapa muy notable), exactanlente bajo la exigencia de la mflexi6n del conocimiento sobre CI mismo, es decir de la negaci6n de un saber fuera de 61 mismo: este saber que en razbn de su exterioridad le hace correr el riesgo de desasirse de lo real. Es en esta perspectiva, creemos, que se esclarece a1 registro del conocirniento histbrico el estatuto del hecho -el del acon- tecimiento. en la dimensi6n de la pura exteriorizaci6n espacial y temporal, figura identificable en una serie o en la conjunci6n de varias series de fen& menos-, 0 en el del period0 o de la estructura iircunscritos en funci6n de una oposici6n completamente externa, la irnagen de la continuidad o de la dis-

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si en el conocimiento está el problema, es porque éste se encuentra limitado por las configuraciones sociales que poseemos, endocultiración.
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el autor plantea una postura epistemología entre sujeto y objeto, de un extrañamiento
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206 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGlA I continuidad hacikndose siempre el apoyo de una realidad inteligible en si, fuera del pensamiento.

Pero es tambikn en esta perspectiva donde se esclarecen 10s compromisos celebrados entre el establecimiento de ese estatuto y la denegaci6n de sus efectos, esencialmente el de la p6rdida de las seiiales del movimiento de cono- cimiento en la instituci6n ( o la restituci6n) supuesta de lo real. Hacer la parte del "punto de vista", de la "construcci6n", es sin duda devolver a1 conoci- miento la exterioridad que reinvindica, desde que 61 se hace conocimiento de lo "real" y que se pone en peligm de perderlo, pero ello equivale a devolver- selo desposeyC~~dolo innlediatamente del poder de dar raz6n de su movimiento, pues en esta exterioridad 61 es extranjero a si mismo, aunque de una manera i

nueva, puesto que choca con la contingencia de su operaci6n y no puede 1 reservarse sino mis aci del "punto de vista" o de las hip6tesis, cuya validez ! es confiada a1 resultado de las operaciones, una zona obscura de motivaciones de orden psicol6gico o cultural. 1

Sin embargo, los compromisos de 10s cuales hablnmos son portadores tam- ( biCn de la huella de un movimiento del conocimiento que parece proceder 1 de la caida del realism0 mientras que de hecho se instituye a1 mismo tiempo i que 61 y lo explota constantemente para sostener la representaci6n del conoci- , miento de lo real en tanto que conocimiento referido a si mismo.

En efecto, no es sin0 en apariencia que la negacibn de la divisi6n del pen- i samiento y de lo real se perfecciona en la "Teoria". 0 digamos mis bien que se trata de una simple negacibn, sea de una operaci6n que tiene su punto de I

partida en la afirmacidn de la exterioridad de lo real (de bte en tanto que 61 1 es aquello que esti en su exterioridad) y no llega a derrumbarlo mi% que desplazando sus efectos. La Teoria se presenta corno el sitio donde el cono- cimiento retorna sobre si mismo y se sitGa en el principio de lo real. Poco importa, por lo demb, que estC o no expresamente identificado con lo inteli- gible; desde que 61 esti devuelto a als leyes de su constituci6n en la Teoria, es claro que es "del lado del" conocimiento que esti representado el comienzo. Imposible que haya de ahora en adelante algo dado corno hecho en la expe- riencia natural o en la experiencia cientifica, de lo cual el pensamiento pueda hacer su punto de partida. Cste no sabria sino apuntar aquello de lo cual ha determinado las condiciones de inteligibilidad. Sin embargo, el comienzo no se nombra si no es en el caso de que el conocimiento "sepa" su propio comienzo. El movimiento que se supone va a disipar la ilusi6n realista y referir el cono- cimiento a si mismo, se supone tambiCn que va a reconducirlo a su principio. Es bajo el efecto de una sola y Gnica exigencia que hay negaci6n de la ex- terioridad de lo real y negaci6n de la exterioridad del saber por relaci6n a si rnismo. TambiCn, incluso cuando se encuentra preservada la parte de verdad que reinvindica el discurso religiose, no esti mis que concedida desde el sitio de la Teoria, la reflexi6n sobre el origen que se opera alli permitiendo dispo- ner lo inconcebible. De una manera general, esta reflexi6n libera la posibilidad de hacer pasar, no tal aspect0 de la experiencia, sino 10 real como tal, en el elemento de lo inteligible. Si no es un conocimiento que deba dar raz6n de su i

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGlA 207

objeto enfrente de si rnismo, no hay tampoco alguno que no deba dar raz6n de 61 mismo enfrente de su objeto: el retroceso a 10s origenes es exigido desde cualquier punto del cambio te6rico. Pero debemos tambi6n observar que esta regresi6n somete a la Teoria a una doble necesidad, puesto que le es preciso a la vez hacer aparecer el vinculo del conocimiento con su origen en el interior de CI mismo, bajo pena de restablecer la exterioridad del saber en relaci6n a si, y producirla de manera que no haya a dar razbn de ello, que 61 es suficiente a si mismo, aunque no est6 fundado en su acci6n sino en su propio funda- mento. Esta doble necesidad es tambibn, para la Teoria, la de permanecer en srls limites, en el lugar particular de la edificaci6n del saber, y para volverse concebible instalarse fuera de 61, en lo inteligible per sc. La Teoria conserva asi sus pretensiones, despedazindose entre la prueba de su limite, en virtud del cual 151 se reGne en la forma de un saber determinado, y la prueba de una superaci6n de cualquier limite, a falta de lo cual este limite se reducid ante el hecho brutal de sus operaciones. Cualquiera que sea la importancia

, concedida a la idea de esa superaci6n -y aunque no fuera expresamente fonnada- la exigencia de un perfeccionamiento de la reflexi6n del conmi- miento sobre si mismo lo implica: es la idea de una coincidencia entre saber y ser, bajo la garantia de la cual el saber puede edificarse en la certidumbre de si mismo. Este descarte ofrece a la Teoria el medio de retomar lo que se le escapa en uno de sus movimientos por el movimiento de su sentido contrario. Lo que se le escapa, en tanto que se significa corno teoria y hace aparecer su fundarnento en el interior de si misma, es el ser de ese fundamento, cuya validez permanece bajo la cauci6n de la elaboraci6n te6rica, y que corre el riesgo asi de caer a1 rango de una hip6tesis. Lo que le escapa en tanto que ella se borra enfrente de lo inteligible per se, no es sino la representaci6n de la verdad del ser, es la necesidad de su construcci6n, el del saber y el de sus articulaciones. La primera amenaza esti conjurada por la conviccidn de que la presencia del fundamento se atestigua en el interior de la Teoria en el pod- que tiene el conmimiento de reflexionar sobre 61 mismo. No se trata de encon- trar una confirmaqi6n de la teoria en la fecundidad de sus operaciones segirn un modelo hipotCtico-deductive; la verdad se da corno tal, es lo que la Teoria pretende afirmar una sola y misma cosa a trav6s del despliegue de sus pro- posiciones; en tanto que ella se encuentra id6ntica a si misma, posee el indice de la coincidencia entre lo que es inteligible y lo que es. A la segunda ame- naza, responde haciendo del movimiento de exteriorizaci6n del pensamiento, en su campo, el mismo de la aparici6n del pensamiento en si por la nega- ci6n de la exterioridad de 10 real. Es entonces la construcci6n tdrica, el sistema en su rigurosa determinacibn, la figura c;el saber en su diferenciaci6n lo que trae consigo la garantia de la verdad del fundamento.

En virtud de semejante ~epresentaci6n~ a1 concept0 se ve asignada una doble funri6n. Es el apoyo privilegiado de la Teoria, pues con 61 se manifiesta el poder del pensamiento de exhibirse enfrente de si mismo, de fijarse ofre- dendose a su propia toma y de circunscribirse asi en el interior mismo del sitio de la Teoria. En ese sentido, CI permite no s610 conocer lo que en su

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estos son conceptos clave: la ilusión realista y el conocimiento de sí mismo, ojo
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este concepto, discurso, y el de teoría e ideologia son palaras clave, ojo
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otra idea principal
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existe una preocupación por que la teoría no sea especulación o hipótesis, ojo
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208 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGtA I defecto quedaria en las tinieblas de la experiencia natural, es el objeto a tomar por la Teoria, la determinaci6n de lo ininteligible a1 mismo tiempo que lo inteligible, es donde el pensamiento encuentra su puerto. Y, en ese sentido, puesto que el concepto no puede sin0 articularse a1 concepto, 61 prepara la posibilidad de un movimiento reglamentado de determinaci6n en determina- ci6n hacia la liltima determinacib~~ de la Teoria. Pero, en otro sentido, el concepto no da a1 pensamiento la seguridad de su objeto si no es aquel de la teoria, en el cual vive, y que se revela, en si mismo, conlo su fun- damento.

La dimensi6n de objetividad en la cual la Teoria se asegura por si misma, gracias a1 encadenamiento reglamentado de 10s conceptos, no p d r i a sostenerse sin que el concepto corm el riesgo de aparecer en su contingencia y, por lo mismo, la Teoria como un sistema del conocimiento entre otros posibles. Es pues simultineamente bajo otra perspectiva que el concepto debe repre- sentar la determinaci6n. Si es completarnente aprehensible, se despega como un rirgano de la inteligibilidad, porque es en 61 donde se condensa todo el saber te6rico; en ese sentido, no requiere verificaci6n, siguiendo las reglas del mCtodo objetivo, sin0 que sepresenta a la misrna Teoria, en un campo parti- cular de la experiencia al cual le promete la inteligibilidad. Pero apenas es necesario agregar que el concepto no podria rebajarse a dicha funcibn, sin exponerse a perder el rigor de su determinaci6n y asi su derecho a dar raz6n de la experiencia en su especificidad. Para representar la Teoria, es necesario que permanezca ese concepto, en sus fronteras particulares.

Que se le considere en las relaciones que sostiene con su fundamento o con sus conceptos, la Teoria se revela arreglada de tal manera que no pueda ser sorprendida en falta; o por decirlo mejor, de tal manera que eso que creemos su defecto sea la manifestacibn sobre la fase que consideramos, de alguna otra cosa, inscrita sobre la otra fase.

Imposible, decimos, qcre haya lo que sea de lo cual el pensamiento pueda hacer su punto de partida; su punto de partida estl en 61 mismo; cepto, la Teoria que instituyen las condiciones de posibilidad de la experien- cia. Imposible, es preciso agregar ahora, y por la ~nisma razbn, que pudiera- rnos evadirnos de la Teoria una v a que hemos penetrado en su circulo. Pues este circulo encierra en si mismo toda significacibn determinada, la cual hace / reconocer a1 objeto fuera de CI. Se encuentran anulados en 61 la exterioridad de lo real, y la exterioridad del saber. Pero, recordemos, la Teoria no se hace pasar por la experiencia de lo real, ni por el inteligible per se. Importa hacia ella el elemento de la exterioridad en el cual se mueve la experiencia presen- tando ai saber en su cltteriorizacibn (hace aGn m h : tonla las detenninaciones "naturaIrs" y ~ientificns de la exterioridad para hacer de ellas el apoyo de su ntuvimiento) ; y esta cxteriorizaci6n se da sirnulthnearnente como la represen- taci6n misma del saber referido a si mismo. Sin embargo, un s:iber semcjante hace siempre seiiales hacia aquello que no tiene ninguna necesidad de la 'i'eoria para ser conocido, no hacia un saber extra50 seguramente, sino hacia lo inteligible corno tal. La Teoria, aunque afirme otra cosa, se vuelve garante

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de que lo que se nombra desde su sitio, es identico a si mismo, a la vez lo real y lo inteligible.

Pero para que ella ejena esta funcibn, es necesario que la Teoria tenga la libertad de desplomar la divisibn de lo real y del saber y la divisi6n del saber en relacirin a si mismo, la libertad de fijar 10s tCrminos de la divisi6n en su rigurosa deteminacibn; es necesario que estk en su sitio antes de que se haga el movimiento en su direccib. No es el conocimiento lo que cons- tituye su punto de partida, es una representacibn en la cual el pensamiento surge como separado. Antes de que ella reinvindique el poder de determina- cibn de lo real en la reflexi6n sobre si misma, el pensamiento esti circuns- crito y fijado en la operacibn del conocimiento. Esta representacibn esti fuera del c a m p de su reflexibn. Sin embargo, es bajo su efecto como la anu- laci6n de la divisi6n del conocimiento y de lo real en su exterioridad se hace pasar por la anulaci6n de cualquier divisi6n, 0, para decirlo rnejor, como se encuentra borrada con la exterioridad de lo real la dimensi6n de un afuera del pensamiento.

Habiamos dicho con excesiva rapidez que la Teoria se instituye y se preserva , separindose entre su sitio especifico y el sitio de lo inteligible; esto es verda-

dero indudablemente, pero no se trata sino de una maniobra segunda, aunque necesaria, que supone la fantasmagoria en virtud de la cual el pensamiento estl tornado como pensamiento en su separacibn, a la vez aprehendido en su comienzo y en su termino, y dotado del poder de investir en 61 aquello que de 61 se piensa y aquello por lo que 61 es pensado.

Develar esta fantasmagoria, no es llevar la condenaci6n a1 saber filos6fico. La imagen de la Teoria acecha la filosofia, como la del realism0 acecha la ciencia y particularmente la ciencia de la historia. Pero el movimiento efectivo del peilsamiento filosbfico encuentra m k bien su fuena chocando con la re- presentaci6n de la Teoria. Este pensamiento llega hasta la Teoria, pero otra cosa es su instalaci6n en su lug* y la ocupaci6n de ese lugar en la "repre- sentaci6nY'. A1 olvidarlo, no nos dejaremos a la vez ser captados por esta representaci611, como todos aquellos que creen resumir la historia de la filoso- fia en el concepto de 'metafisica. Nos es suficiente entrever todo lo que pone en juego la distinci6n conventional del hecho y de la teoria. La ilusi6n esti en apoyane sobre 10s hechos, corno si tociramos .all; lo real en su positividad, pues nos olvidamos de que 10s hechos nos,hablan en raz6n de una elaboraci6n cuyos principios no estin dados por la experiencia natural o la experiencia cientifica. Pero la ilusi6n estk tanto en tomar apoyo sobre la Teoria, como si en sus fronteras el conocimiento pudiera dar raz6n de B mismo y el con- cepto, en su determinacibn, proporcionar la medida del pensamiento. Esta ilusi6n es simCtrica de la primera. La una y la otra sostienen la imagen de una divisi6n en la cual el pensamiento seria uno de 10s tCrminos, a1 mismo tiempo que 61 la concebiria. Regresar a estas ilusiones, no es sostener que el pensamiento no podria evadirse de la divisibn, pues esta proposicibn es incon- sistente, sostiene hip6critamente el hecho de la divisibn; tampoco no es recu- sar la divisibn despuCs de haberla planteado. Es necesario m& bien conven~

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la teoría es la que nos permite explicar un fenómeno
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2 10 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA - en que en el movimiento del conocirniento, el pensmiento se vincula a alga

haciendo en 61 mismo la prueba del afuera, que para 61 hay siempre lo ya

I que estA fuera de C1 mismo, aparte, adelante, m& acri, pem que se vincula ,

pensado aparte, adelante y m b acb. Fijar la ruptura del pensamiento y de lo que le es exterior, es inmediatamente privarse de reconocer el suceso del pen- samiento. Fijar lo real en su exterioridad, para prestarle una identidad cn si, o para abolirlo volviendo sus caracteres a1 registn, de lo inteligible, es inmedia- tarnente borrar lo externo bajo la determinaci6n de alguna cosa y circunscribir el sitio del pensamiento.

Ahora bien, deciamos, es compietamente diferente la instalaci6n del pensa- miento en su sitio y la ocupacihn de ese sitio en la representacibn. Aun cuando la representaci6n no sea accidental, que se sostenga en el movimiento que instala a1 pensamiento en su sitio, en tanto que ella se aparece a si misma en un arrebato en lo inteligible como tal, esta instalacibn se confunde con su nacimiento. Es en el nacimiento donde el pensamiento se separa de lo que piensa, y en esta separaci6n se pone en relaci6n con lo exterior; pen, es tarnbi6n en su nacimiento, por lo mismo que 6 t e no termina, donde se instituye la prueba de una secesihn continua en la relaci6n consigo mismo. Lo que estA afuera se da en el movimiento mismo del pensamiento, en la rne- dida en que esth en la bGsqueda de 61 mismo, y rehace sin cesar su apertura hacia si mismo, es decir, se refine a distancia y se desune donde est6. La misma raz6n hace en ese sentido que las cosas Sean externas para el pens: miento y que no las alcance sino descubriendo siempre su propia huella eh ellas. ~ Q u e el pensamiento tenga que ver con su propio nacimiento, c6mo negarlo? La representacibn de la Teoria disfraza Gnicamente esta ezperiencia. Ella se toma de b t e para representar el principio que d a d a1 pensamiento su seguridad; mientras que la experiencia enseiia casi lo contrario: que la instau- raci6n del pensamiento acompaiia su desinscripci6n de algo ya pensado, que para Cl "describir" su sitio es extraerse de lo que es su propio exterior.

En cuanto el pensamiento se ejerce sometikndoIo a la exigencia del conoci- miento, es de1 olvido, de la ilusi6n, del encuentro con otro pensamiento, de donde emerge. Se desea decir que 61 regresa a Cl mismo, pen, se omite pre- dsar que 61 regresa de 61 mismo y que le es necesario tener en cuenta esta extraiia privaci6n que se atestigua en el momento en que 61 st afirma en posesihn de si mismo. No w suficiente hacer notar que la reflexibn puede claramente pretender su perfeccionamiento, pen, con la condici6n de disimu- lar su p q i a operaci6n, que da testimonio de algo imflexivo por el solo hecho de que es reflexibn. Pues desde que oponemos la reflexi6n y la irrefle- xibn, cedernos ya a la itusi6n, aceptamm Ios tCrminos de la Teoria, con , pequtia diferencia de que la juzgma. inviable. Es la noci6n de imflexibn, I k de la privacibn de la cual venimos torpemente haciendo uso, las que deben recusarse, en la medida en que estirn tdladas sobre el moddo que requieren sus contraries. Nosotms estamos en la ilusiSn inmediatamente que hacemos el reparto entre la reflexZn y la irreflkbn, disimilhdonos que para esta- blecerL, es necesario haber ya pensado, es n d o haber sido conducido

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA 211

hasta ese pensamiento por unos pensarnient& que no podriama dwir que los teniarnos formados, per0 tampoco que 10s habiamos recibido, pues se les asignaria una localidad para dexubrir en ella que derivan de otra parde -pensamientos de 10s cuales es imposible hacer el descuento, pues no e s t h simplemente det& de nosotros, pues somos tambiCn precedidos por ell-. La idea de la partici6n es de afuera que nos viene, y por unas vias tales que en el momento en que la concebirnos; estamos en la necesidad de haberla concebido: necesidad que se desharia si la idea no viniera de afuera, cuando pensar seria la prueba de la imposibilidad de poseer esa idea.

La representaci6n de la Teoria no da lugar a la pregunta: zqu6 es el pensar? La Teoria se da como la manifestaci6n del pensamiento en su per- feccionamiento; sin duda, esta teoria puede ser recwda, pero la idea de la Teoria no sufn desde que en su ausencia el ronocimiento parece recam en el estado de hecho. Parece pues van0 preguntarse c6mo encontramos acceso a la teoria. Se es lector de una obra que abriga la Twrh, pem esta Wtima no tienc lector; y por la misma radn, tampon, autor. Lo quc atcstigua la presencia de hte, es la obra tambidn. A1 contrario, la manifestacibn del pensa- miento y su perfeccionamiento es indiferente a 10s accidentes que xiidan su relaci6n con el pensamiento de alguien; de rnanera general, no sigue las v h del discwso de la obra, que son vias empiricas. . . hi, aun antes de que la teoria haya sido definida, su representacidn prcpara el reino del pcnsamiento libedndolo de las oposiciones de las cuales ella vive. Poco irnporta el I~nguaje que se le har4 hablar, si sen5 idealists o materialists, si la tiltima palabra sera Dios o 10s hombres; lo que es inmediatamente abolido bajo el efecto de esta representaci611, es la dimensi6n del O h y la dimensibn temporal que son constitutivos del d i s c m de la obra. Este no se extiende s61o en la dura- cidn, c m las condiciones, se despliega a partir de lo que lo pone en upen de si mismo; es arrebatado por un movimiento del cual no qucda como el arno, puesto que estd sin cesar ocupado en dar raz6n dc lo que 4 dice por una palabra que se expone tambih, .tomando forma de acontecimiento, que hace refluir sobre ella el peso de lo ya dicho y compmmete. Completamenh diferente es ese despliegue de lo que se llama el movimiento de exterioriraci6n del concepto en la Teoria, pues en ninguna parte el exceso del discurn s o h la significacidn se deja reabsorber. Y es notable la opuaci6n que pntcnde conegir este exceso, fijar el pensamiento qn el concepto, libedndolo del dis- curso, puesto que ella no es posible sino a condici6n de disimular el discurso nuevo, el del indrprete, que se engendra en el momento mismo en el cual se borra el discurso de la obra y que debe a b k a si propio sw Gas, ham de nuevo el examen de su exceso para asegurarse de la idea. De la necaidad en que se encuentra el intkrprete de hablar para compnnder, c6mo no ex- traeriarnos una indicaci6n relativa a la prrgunta: 2quC es el pensar? No hay necesidad de decirlo, no es 610 en 10s l i i t e s de la obra donde d pensa- miento st mueve, sino que es claramente en 6 t a donde 61 vicnc capecialmentc a cuestionarse a d misrno, y es claramente a partir de U gue se f o m la rep* scntaei6n de la Teoria. ~ C 6 m o pues no escmbu la wtpwiencia que se insti-

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aquí están planteadas las dos separaciones. la primera se refiere a la separación entre pensamiento y lo exterior y la segunda refiere lo real en lo exterior
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se plantea la distinción entre pensamiento reforzado por la teoría y el de la experiencia. epistemología
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al parecer el autor reconoce que esta división epistemológica proviene de otra tradicción, pero como ya está instaurada en nuestras construcciones mentales, es imposible no hablar o tenerlas en cuenta
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concepto o definición
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se plantea la importancia del lector como interprete de un discurso siempre vigente
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212 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGlA

en la relaci6n con la obra del pensamiento? En estk experiencia se embrolla la distancia de la una con la otra a1 mismo tiempo que se rehace, pues esti siempre bajo la exigencia de abrir un camino a lo que demanda en nosotros ,r pensado, es decir, que hemos sido transportadm a1 lugar del Otro; es de alguna manera vueltos hacia nosotros mismos como hacemos la prueba del pensamiento fuera de nosotros. Imposible aqui fijar el punto de partida: ha estado siempre en lo otro; ha estado siempre en nosotros; imposible cubrir la distancia suponiendo un pensamiento que coincidiria finalmente consigo mis- mo; esta idea se presenta tambikn en la interpretari6n, da ~610 figura a la ausencia de terceros y la instituye fuera de todas las relaciones. Tal ilusi6n procede ella misma de una deteminacib~ de Is divisih, es decir, del rechazo a consentir la ignorancia de las posiciones, de la tentativa de fijar el limite del pensamiento aqui o alli, de tal manera que re le pueda anular inmediata- mente. Ahora bien, la experiencia de la cual hablamos no se acomoda a la representaci6n de los limites; ella prohibe tanto apuntar como un hecho la pluralidad de pensamientos, puesto que la divisi6n del uno y del otro se refiere a que la obra no adviene en si misma sino en ruptura con otros pen- samientos, si es referida a ellos, y que nos abre tamMCn hacia ellos y que finalmente si no podemos tampoco asignarlos a sus limites -no mas, que no somos capaces de identificar aquellos que estin en el fondo de nosotros, existe una red indefinida rnh ac i de oposiciones concebibles, una trama an6nima en la cual toda actividad del pensamiento se revela ya tomada.

Midamos pues lo que estb en juego en el argumento que nosotros nos opo- nemos en nombre de las exigencias de la Teoria. Este argumento denuncia la ilusidn de que seria precio buscar en 10s hechos el nacimiento de la ideologia. $1 nos pone en la obligaci6n de partir del concepto. Pero da a entender que la identidad del concepto estl fijada en la teoria manrista, todo mientras nos- otros podemos concebir lo mismo que Mam concibe y que Mam se atiene a lo que concibe. El concepto de ideologia supone abolida la distancia que nos separa de nuestros lectores del discurso de Mam, la distancia constitutiva del discurso como tal, finalmente ksa que se instaura de ese discurso con otros de 10s cuales se alimenta.

Protegernos contra la tentaci6n de determinar el concepto de ideologia no es apartamos de M a n , p& ir por nuestro propio impulso en b u r a de da ta que pemitan verificar o modificax sus tesis. Es, por el contrario, obedecer a su movimiento, tratar de llegar a1 lugar del otro que esti dispuesto en 61, por el hecho de que ya no habla sino de oim, de que no abre a otra cosa miis que a estar abierto a 6 mismo. 0 digamos m k bien, puesto que 61 se entendin perfectamente, la palabra estaria completamente replegada sobre si misma, excluiria a lo otro, que el discurso vive s610 de un casi escucharse, de una escucha siempre diferida, que se refiere asi a 6 mismo desde un sitio donde estb ausente lo Otro, y que en ese sitio estamos, nosotros que queremos escu- chatlo, convocados, y no podemos sino hacer la prueba en nuestro lugar de la imposibilidad de ocuparlo. Desde nuestro lugar dccimos pues c6mo negar, par otra parte, que si nosotra extraemos de M a n el pader de pensar en la ideolo-

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA 213

no somos capaces de interrogarlo sino en la medida en que sospechamos la mentira en el discuno de nuestro tiempo, un parentesco de esos diuursa a pesar de la variedad de registros en 10s cuales se inscriben, es decir de con- f l i c t ~ ~ , y que ellos se ordenan en funci6n del disimulo de lo que los hace hab1.r. C6mo negar que la exigencia de pensar lo que aqui y ahora aparece coin0 real o como verdadero y no se piensa, nos abre un acceso a1 discurso de Marx A falta de poder proporcionar nuestras rarones sobre este punto, lo que nos obligaria a tomar un camino del cual posiblemente no sabriamos salir, sefialemos por lo menos que escuchamos sin cesar hablar de ideologia, que el uso del tCrmino no esti reservado a 10s marxistas, que circula entre el pGblico, que nos sorprendemos a nosotros mismos a1 emplearlo sin discernimiento. Ahora bien, a1 percibir que 41 conserva siempre una certidumbre sobre el tema de lo real o de lo verdadero, a1 mismo tiempo que lo dispensa de cuestionar su propio discurso, le proporciona un medio sumario de circunscribir la parte de la ilusi6n en el otro -4 la del deseo en 61 o en 10s suyos- nosotra sospe- chamos tambien que el concept0 se ha convertido en una pieza insustituible de la ideologia, que con su explotacibn se destaca en nuestra ipoca como una elaboraci6n mAs wtil de la ment ia & esta sospecha la que nos induce a pre- guntarnos y a regresar a Marx. ;Es posible que nuestro punto de partida quede aqui mejor esclarecido? Pero regresar a Marx no es ponerse en la bGs- queda de la significaci6n objetiva del concepto, para oponerlo a las cuestiones falaces que ahora lo recubren. No podemos medir la conupci6n del uso comGn tomando por referencia el concepto. Eso seria olvidar que Marx, a diferencia de quienes hablan actualmente de ideologia, no disponia del sentido del tirmi- no: 61 lo instauraba. Alli donde 10s otros explotan un pretendido saber sobre la ideologia, kl piensa en la prueba de lo que no esti pensado; deshace la representaci6n de lo real; 0, puesto que la representaci6n no estl apuntada como tal, devela lo supuesto real como representacidn y da realidad a lo que no aparece. La diferencia del discurso de Mam y de 10s discursos colectivos que conducen en el presente el concepto de ideologia no se reduce a una dife- rencia de significado; pertenece a1 rCgimen del discurso --en aquello de que el uno se instituye en lo que 61 dice, pone en jucgo en las palabras la posibili- dad de hablar, mientras que 10s otros toman las seiiales disponibles para es- timular la palabra y excluir de su campo aquello que las cuestiona.

Sin embargo, es totalmente cierto que nosotros obse~amos en el discurso de Marx enunciados en 10s cuales se entrega una significaci6n deteminada de h ideologia. De tal manera que estamos tentados de apropi6moslos y de impu- tar a Marx ya una certidumbre sobre lo real y sobre lo verdadero, aquella misma de la cual nos irritamos a1 observar 10s discursos de nuestro tiempo. En un sentido, esta tentaci6n esti bien fundada. Habria mala fe de exceptuar a M a n del movimiento que induce a1 sujeto a decidir soberanamente acerca de ]as propiedades de lo real o de lo verdadero. Que se relea por ejemplo La ideologia alemana, se debed convenir que establece mis a d de todo len- p a j e el hecho bruto de la producci6n y de la reproducci6n, que define 10s presupuestos materialistas de la concepci6n de la historia, como si fuera sufi-

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dos discursos siempre estarán, en cierta medida, contra puestos por la distancia que guardan y aún más, si el primero fue el iniciador de una realidad como es el caso de Marx con el concepto de ideología, término que no es el mismo hoy en día.
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ciente "ver" para saber. Por poco que queramoa liberarnos de la pwenidn fildfica, sugiere, estaremos en medida de reconstituir las etapas del des- arm110 de h humanidad y cornprobaremor ]a desviacidn, en cada una de ellas, en, la prsctica social vinculada como est6 a ]as relaciona sociala limitads y a las representaciones universals que tienen la funci6a de disimulula. Ahora bien, La ideologia alemana no puede ser rechazada en provecho de ohms que dan testimonio de una mayor madurez del autor, pues, incluso cuando 61 pmura concebir lor "mod- de producci6nn", para descifrnr en ellos la g6nmis de l a relaciones econ6micu y aciales, no cesa de razonar en l a t6rminos de una dicotomia entre pmducci6n y representaci6n que no permite pensac el Ienguaje, o de una manem general el orden simMlico en el cual re inscribe toda prkttica social. Es significative a este respecto el esquema que proprciona de una evoluci6n de la humanidad en su prefxio a la Critica de la eronomia wlitica: no se premupa i n o de presentar un encadenamiento de determina- ciones de ]as cuales el primer eslaMn e t a constituido p r el estado de las fuerzas pmductivas y el (Iltimo por l a representaciones politic=, juridic=, religim, esthiczi, a las cuales re In niega toda eficacia histbrim.

Aunque IlcgAramm, i n embargo, a reunir todos 10s enuncidm en el rnismo sentido que acmditan sin quivoco una tais manjsta, no habriamon resuelto por 10 mismo la cuesti6n que nos t ne la inteligencia del discurro de la obra. Permanece la tama de comprender c6mo s u enunciadaa se presentan en el discurso, en rw6n de quc? necesidad Marx 11- a disociar, un orden de la pmducci6n y un orden de la representacib, c6mo esa separaci6n lo lleva a d a p l u u dichos enunciadm hasm trastorndao, c6mo tambi6n, mientras que la idealogin no hace erplicita la materia de su objetivo, su referencia ordena 10s anidisis. Onicamente esta tarea nos hace m m e r el dgimen singular del discurso de la obra, un modo de la palabra que no ignora ciertamente la determinaci6n & la cosa dicha, pno que no se reduce a ello, no hace de el10 su envite, se expone inmediatamente'que se i n s t i t u~ a la obligaci6n de Nnitir en juego cualquier deteminaci6n, para hacer de la palabra como tal, dd poder que tiene Csta de perpetuux, de enm-tenem, la medida de la verdad.

En La ideologia al#mana, M a n nos parece dispner soberanamente de definicih de lo real. Pem (nos contentamma con esta apariencia? Em seria oividar que 61 conquista el accem a lo "real.' en la critica de la filmfia ab- mana, h de Hegel y de los neohegeliinos, o, puesto que 151 apunta a travid de ella prfeccionamiento filmbfico, en la critica de la filosofia como tal. Mnn pide que el saber p r t a de lo real, p r o m k bien que partir de all;, Q nos reconduce a cllo, comenando por destmir la pasici6n de aquellm que pretenden tener asegurado su sitio, Sin duda se dirk que ese movimiento no es reflexionado en los discurns y que nosotrm no hacemor sino dentmriar SU

lmite. Pem si ese nlovirniento no es reflexicnrado, no deja de pcrterrerer a Msn+ Y m +r(amos contentarnos con afirmar que el derrunlk de In file da a ordcnado pw la existenria de h tilaofla. Pem i ello fuera verdadem (I -trm lo c r m n a en psrte), no se trntaria sino de una wrdad n medias- L. cr(tica del manisno no * r n w w en un derrumbamiento que tuviera POI

- - efecto substituir a la Idea con lo real concebido como el conjunto de lu rela- ciones rocialn limitadas estabkcidas en unas condiciona determinadm de prducci6n: ese dermmbamiento re acompak de una profunda subveni6n del estatuto del saber, puesto que Ia ilusi6n fildfica es alcanwda en el prc- c ao de instauraci6n del saber, como saber encemdo en d mismo, que dkimula las condiciones de su advenimiento segregbdme de la pr&&a d d , cole candose como principio de lo real, repraenthdos. en la f ip ra del sistema, substray6ndaw a la contradiecib, reproduciendo sin saberlo en el interior de su c a m p Jas oposiciones que atPn en sus origenes, y no hace f i n a k t e sin0 proporcionar la legitimacihn del o r d a social instituido, cuando x cme en d elemento de lo universal. Se juzgaria que M a n Rcae tambiCn en la ilvrib filos6fica denunciada, cuaado elabora una conepei6n maten- de k hir- toria (y sin duda recae manifiestamente en La ideologl. nlmana) ; q u e d u l por decir que su critica nos encarga de una cucsti6n wbm la diviri6n del aber y de la prictica, sobre la prsctica mima del saber y su funcidn de desconocimiento en el sistema filosdfim

La distinci6n de lo real y de la ideolagi'a, no podem- aprehenderla a1 mlo nivel de 10s enunciados, pues nos hace derivar hacia una distind6n del 3nbu y de la ideologia, cuya pertinencia no puede ser medida inmediatamente, p u s coincide en definitiva con aquella misma del dixurso, se empeiia en su poder de interpretacibn, en la eficacia de un develamiento de "lo que a" en la dcatrucci6n de la ilusi6n filos6fica. jDistinci6n del sa&r y de & idcolagl? Pero a t a iiltimr, como nos lo indica h ilud6n f110s6fiiy a d ~ ~ r m por osr lencia donde el saber se anuncia. La distinci6n pues, nos a sugnda, de un saber que ignora sus limites, despbma lo "red", finge e n g n b u M d e t e d -

naciones y de un saber que no dejaria de hacer la pmba de E m , r legitimaria a1 quedar abierto a 1% condiciones de su imtituci6n. Ahora bien, nos equivocariamos al creer q w la uitica de b f i l m l t no

concieme sin0 a un sector pnicular de la ideologia. Da a c m a h id-L como tal y a k dimensi6n imaginark de lo social. 6 suficiente para F a - dim de e lb escrutar d argument0 de la Cdfica de la filwofia del Estado dr Hegel, donde se dibuja por primera vez b problemdtica de Ia ide01w.a. Tda IOS rasgo que caracterizan a] sistema hcgeliano son obaervad~ en la f i v del Estado y en la de b burnuaria, que se prnenta como su pmpietaria. Parecc a la vez que Hegel derrumba loa t h i n - de la g6nerk social, que 61 deduce de la idea del Estado la de la naturalem del Estado, la de la bum=. cia, la d t las corpcnciones, de b sociedad civil, y que e r d e m h m i e n t o opera p en las cosas, que el h a d o se b c e pasar a 4 m h o por el fundador de la saicdad civil y que h bumrracia se concih td como Hegel la concik, el agrnte de lo universal, gracias a1 cual las copracionn, 6rganm del inter& privado, sc fijan como determinacimn de k totalidad. La critica de k f i l m fia se encuentra asi generalizada, hare desmbrir en in. instituciones pollticar, sociala, sonbmiea% el mecanjsmo de la representacMn. No es solament la op izar i6n , el agrupamiento, es, aprendemos en La ideolo&u ale ma^, la cla- se social misrna que r segrega en el c a m p de las rrlacione tflativamnte

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2 16 EL NACIMIENTO D E LA IDEOLOCfA I determinadas por la producci611, que se autonomiza, impone a sus miembros su ficci6n materializada, se instala en el origen de su existencia y vuelve in- visible~ las condiciones de dominacibn. Todavia es verdad que semejante es- quelna se acuerda en esta obra con la tesis de la historia como teatro perma- , nente de la lucha de clases. La ideologia, tomada en sentido restringido, parece constituir el conjunto de representaciones que forma la clase dominante para hacer creer en su legitimidad y en la necesidad de su dominaci6n y ocultarse a si misma 10s fundamentos de esta dominaci6n. La cuesti6n no ,es planteada ante el caricter especificamente ideol6gico de las instituciones bur- 1 guesas. Convengamos por otra parte en que nunca lo seri explicitamente, en unos tkrminos que obligarian a interpretar la diferencia que sostiene la socie- dad burguesa con otras formaciones sociales. No es menos llamativo que el i descubrimiento de una simulaci6n de lo real en la pra'ctica social induzca a Marx a desplazar insensiblemente el cuadro de la ideologia. Completamente diferente se revela en efecto la forma de la representaci6n en la sociedad burguesa, capitalista, arreglada de manera que se oculte la lucha de clases y en las sociedades precapitalistas, donde el dominio y la explotaci6n son visibles, legitimados en relaci6n a un orden trascendente. A1 escrutar 10s modos de producci6n capitalista, Marx llega a instalar, lo sabemos, la ilusi6n religiosa en la trama de las relaciones sociales; mejor seria decir que a pesar de la funci6n que no deja de asignar a la religibn, y mis abn a la persistencia de la metifora religiosa en su interpretaci6n, 61 llega a concebir un mecanismo de la ilusi6n que ya no hace lugar (sino accidentalmente) a la evasi6n en el otro mundo.

Asi, el anilisis de la mercancia nos hace descubiir un ocultamiento de lo I real cuyo hogar esti en las relaciones de producci611, puesto que es en raz6n de la separaci6n de 10s productores que la unidad del trabajo social se encuen- tra desconocida y que su producto adquiere enfrente de ellos una existencia independiente, a1 imponerles la fantasmagoria de un movimiento que se per- feccionaria en las cosas. Este es un carPcter totalmente diferente que el de las faritasmagorias religiosas, pues bajo su cubierta se instituye una sociedad que es referida de parte a parte a si misma, y la extensi6n del mercado tiene por consecuencia el despojar el trabajo humano de cualqhier caracteristica par- ticular y contingente, de elevarlo a1 rango de trabajo universal. La mercancia, en tanto que 1yp~sentaci6n materializada, se revela ejerciendo una doble fun- ci6n: maica la gknesis del producto social y participa simultineamente en la constituci6n de las relaciones sociales, que se liberan de 10s limites en las cuales habian estado siempre encerradas, desde que 10s individuos hacen en su propia separaci6n la expeiiencia de su solidaridad bajo el efecto de csta mediacibn, convirtikndose en agentes puros de la producci6n social:Y, puesto que Marx continba aprovechando en el anilisis de la mercancia el tema del derrumba- miento, es necesario reconocer que aquilla se impone y se destruye por la misma necesidad, pues es seguro que el intercambio de mercancias tenga que pasar por el principio de lo real, por lo mislno que esti determinado por el modo de producci6n y refleja por lo tanto fielmente el estado de la divisi6n so-

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGlA 217

cia1 del trabajo. Esta ambigiiedad puede observarse finalmente en el fun- damento mismo del mod0 de producci6n : la divisi6n del Capital y del Trabajo parece ya estar inscrita en el doble registro de lo imaginario y de lo real y designar por esta raz6n una estructura social sin equivalente en la historia. En el registro de lo imaginario, decimos, pues, siguiendo a Marx, el Capital se engendra en el disimulo del proceso efectivo del trabajo social, de tal ma- nera que la divisi6n del trabajo se presenta como un hecho de la naturaleza, y su poder domina desde afuera a aquellos mismos que estin en sus origenes.

En el registro de lo real, pues la unificaci6n de la sociedad, la asignacibn de todas las actividades a1 mlsmo campo de la experiencia, la disoluci6n pro- gresiva de todos 10s centros particulares de socializaci6n, el advenimiento del saber cientifico-t6cnico que libera posibilidades ilimitadas de progreso en el dominio de la naturaleza, finalmente, el nacimiento de una clue dedicada a moverse en lo universal y a reconocerse en la exigencia del comunismo, pasan por la constituci6n del Capital, por la materializaci6n del Poder social en un drgano distante de 10s individuos y de 10s grupos.

De la Critica de la filosofia del Estado a El capital un principio de interpre- 4

taci6n se conserva, que nos invita a observar en la estructura social el proceso de la representaci6n, circunscrita primeramente en 10s limites del discurso fi- los6fic0, politico o religiose. Y no parece exagerado decir que si Marx no se desinteresa de Hegel, es porque la identificaci6n de lo real y de lo racional de lo cual habia hecho el objeto de su critica se revela a 61 en el sistema capitalista como tal, en la formaci6n de las relaciones de producci6n, donde se exhibe la 16gica de las operaciones gracias a1 desvanecimiento de las condi- ciones de su aparici6n. Pero es tal la virtud del desplazamiento efectuado en El capital que la ideologia alli se revela no s610 enraizada, sino preformada en el modo de producci6n; que el capitalismo se hace reconocer como el dis- curso ideol6gico primero, de alguna manera -un discurso, del cual recorda- mQs, que el autor, en varias ocasiones, llama expresamente de tal manera, haciendo hablar a 10s protagonistas-. En esta perspectiva, permanece siendo seguramentc posible el develar la funcidn de las i d ea esparcidas por 10s id&- , logos, a quienes Marx llama una capa especializada en la formulaci6n de una "verdad" tal que lo particular se encuentra disimulado en lo universal, como el inter& de la clase dominante, que adquiere una figura legitima y creible para todos. Pero la genesis de esas ideas no compone sino un proceso secun- dario, cuyas condiciones son fijadas por la I6gica del sisterna de producci6n. Y no son solamente 10s ide6logos, sin0 los propios capitalistas quienes apare- cen como portavoces, con10 personificaciones de las categorias de esta 16gica. En 10s limites, el movimiento de la ideologiu se confunde con el del Capital. No hay mls que una escisi6n aparente entre el mundo de las ideas y el mundo real. La verdadera separaci6n es la que se efectha en la prictica social, entre el Capital y el Trabajo, y que hace del capital a la vez uno de 10s tirminos de la divisi6n y el que la vuelve invisible, figurando el principio de la realidad econ6mica. Ahora bien, medimos en consecuencia, lo que diferencia a la ideo- ia

logia de todas formas de representaci6n instituidas antes del nacimiento del

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218 EL NACiMlENTO DE LA IDEOLOGlA 1 I

capitalismo; pues a 61 le es esencial dispensar las seiiales de la racionalidad de lo real y engendrar unos discursos del conocimiento sobre lo real que pare- cen implicados en 61.

La distincibn de lo real y de la ideologia, Marx nos la da de nuevo a pensar, en El capital, como la de la produccibn y la representaci6n; pero lo que se encuentra entonces en oposici6n, es el movimiento en el cual el modo de pro- ducci6n se engendra, y engendra en su seno las condiciones de su destrucci6n y el proceso de cristalizaciGn de las instihlciones (entre las cuales la del len- guaje filodfico, juridico, politico, no constituyen sino variantes) en virtud del cual ese movirniento esti recubierto bajo una representaci6n y un sistema esta- blecido. Ahora bien, esta oposici6n es tal que 10s tCrminos en juego participan simultineamente de dos registraq: el de la creacibn hist6rica y el de la repe- tici6n. Para que se orderien a distancia el uno del otro, es necesario que el sistema se abisme por completo en la repetici6n, y que una fuena social, nacida en su seno, pero extraiia a su propia finalidad, se encargue de la creaci6n hist& rica y, a1 mismo tiempo, se libre del poder de la representaci6n. Pero la convic- ci6n de Marx de que una tal disociacibn se opere bajo sus ojos hace surgir nuevas cuestiones. Ella no deja olvidar quc, en la fase de desarrollo del capita- l ism~, ninghn criterio perrnite definir la prictica social real a distancia de la ideologia. Es necesario convenir en que es despues del acdntecimiento cuando la distincibn tolna sentido. La apertura a lo real es el efecto de la transforma- ci6n de la clase obrera en clase revolucionaria, transformaci6n que se opera ne- cesariamente en razbn misma del sistema capitalista, que crea a 10s productores universales y talnbien una categoria econbmica que ya no lo es m k , que no podria encontrar su identidad de clase alienindose con la imagen de un poder social deternlinado, pero que ha hecho la prueba de su unidad como clase no-clase, conductora del comunismo. El proletariado, sugiere Marx, cwnple sus tareas llevando a su terminacidn las caracteristicas que le da su condici6n en el senb del rnodo de produccibn capitalista. Es asi que es el agente de la "realizaci5n social", el agente que hace llegar a lo real lo que en la sociedad burguesa se conserva en el limbo, en el estado indeterminado en el cual el ser y la apariencia no se comparten. En ese sentido, coincide con la productividad ,, liistbrica. Pero Imr lo misrno, lo real o la historia no es para 61 un objeto 1 de representacibn. !

Nada es mls interesante a este respecto que las piginas de El 18 Brumario c.11 las cuale~ hfarx rornpara a la revolucibn proletaria con las revoluciones burguesas. Mierltras que en i\tas, recordamos, la arcibn s u p n e una resurrec- ci6n de 10s mueltos. una pue5ta rn escena del presente, gracirrs a 13 cual 10s l~on~hres ronfmnt:idos a lo deworlocido pueden ronjurar la amenaza, haciin- dow ac.to1t.s de ur. drama y11 ~ ~ w s e n t a d o , ~det~tifirindost. con 10s h6roes de la Antigtiedad. en 11 rrvoluc161~ proletaria :lo hay iniigenes historicas. Es la acciGn que se busc.a en silencio "hasta que se haya creado In situaci6n que vuelve imposible t tda nrarcha hacia atriis y yue crean las propias c~rcunstan- c~as". &lit-ntras clue antaiio "la forma superaba a1 fondo", es en el pnsente "el f ~ n d a cl yue supera a la fonna". Ninguna duda de que haya, a 10s ojos i

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA

de Marx, una creaci6n hist6rica con la revoluci6n burguesa, pues ella se hace sin que 10s protagonistas 10 =pan, los cuales se encuentran en la necesidad de invocar a la historia para ignorar su acci6n, y en la necesidad de ignorar a 6sta para realizarla. Y ninguna duda de que con la revoluci6n proletaria, la creacibn, por primera vez, no se ignora ya; per0 no aparece; el fondo s u p r a a la forma; ella actha en sus protagonistas, pues es una obra que conduce al comunismo sin representarlo. De una manera general, la insistencia de Marx -notable en sus primer03 escrito- es separar de la representacibn el movi- miento efectivo de la historia, la ~voluci6n, e] comunismo, nos vuelve notorio un extremo de su pensamiento. En tanto que elabora un discurso del conoci- miento, que va hasta abrazar el desarrollo entem de la humanidad, definiendo la sucesi6n de los modos de producci6n y las condiciones gznerales del trhnsi- to del uno a1 otro, que va hasta establecer la necesidad objetiva de la des- trucci6n del sistema capitalista y los principios de una nueva sociedad, librada de la explotaci6n de clase, Manc choca con la exigencia de volver a colocar en las fronteras de la praxis proletaria la pductividad social o la creaci6n hist6rica. El hecho de su discurso -un discurso que no estaria separado de la prictica, un discurso que no se separaria de lo que le hace hablar para disimu- .

Iarlo, un discurso que se desprenderia de la ideologia, develindola- cues- tiona la oposici6n bruta de la producci6n y de la representaci6n. Ahora bien, para decirlo mejor, el hecho de su discurso obliga a interrogarse sobre la cate- goria del discurso en general, desde que hay en 61 la posibilidad de un exceso de la forma sabre el fondo que no sea fantasmagoda.

Asi, si debieramos juzgar que la distinci6n de lo real y de la ideologia, tal y como ella opera en el cuadro del capitalismo ascendente, aparece despub de lo acontecido, bajo el efecto del movimiento efectivamente real que la lleva a iriscribirse en la praxis de la clase revolucionaria, es precis0 ahora convenir en que este sucedido suscita, a su vez, la intemgaci6n, puesto que un dexarte enigrnitico se introduce en tn praxis y saber de la praxis, realidad en act0 y pensamiento rnarxista de la realidad, y esta interrogaci6n nos vuelve a conducir a1 objeto de la primera cuestibn, pues la duda sobre la legitimidad del saber de Mam, en la distancia que adquiere enfrente de la experiencia del proleta- riado -y que le es necesaria para conferir a Cste la plena positividad de la dase universal, para investir en 61 la creacihn hist6rica como tal-, es tam- bi6n una duda sobre la legitimidad del concept0 de ideologia.

Si, en I u p de satisfacernos con estas indicaciones, profundizamas en la interpretari6n de Marx, no seria necesario acager resueltamente, paso a paso, la indeterminari6n a la cual nos somete. Esta indetenninaci6n no es la seiial de urt deferto de la teoria; es la repmentaci6n de la Teoria que esti en falta en wlaci6n con lo que adviene al pensanliento en la indetenninari6n. 1.a virtud de Cste es la de abrir trn arceso dctern~it~ado a aq~lrllo can lo cual hncemos expPriencia, de tal manela que estamos en el rnisn~o n~ovimiento, en la birs- queda d r la verdttd dc In obra -bGsqueda qtre no es ,In medio destinado a h:,cemos tonlar posesi6n de una supuesta vrrdad separnda del diwl~rso, pues se revc]a la prucba del scr err la obra y vueltos hacia las cosas mismas, juera

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220 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA

del pensamiento. La representacibn de-la Teoria nos escamotea el sitio de la obra, sitio donde el pensamiento se determina como tal ante la prueba de la in- determinaci6n del pensar; y nos escamotea lo que esti afuera, a1 circunxribir un espacio objetivo a la medida de sus conceptos; nos hace pasar, a1 volver invisible el trdnsito, de la seguridad del concept0 a la de la cosa. Asi estamos en situacibn de concebir paso a paso la diferencia de lo real y de la ideologia en la historia -una diferencia que es lo que es en si, que no debe nada en consecuencia a la intelvencibn de Marx-, y en el sistema que trae su defini- cidn y contiene a1 mismo tiempo el indice de su verdad. Por el contrario, alli donde la obra se devela, donde se toma a cargo la indeterminacibn donde la experiencia estd hecha de dexartes del discurk y de nuestra propia interroga- cibn, estamos atravesados por un movimiento que no puede asignarse a ningGn registro particular y que nos abre simultineamente a1 pensamiento y a las co- sas. Entonces la tentativa de exponer a Marx nos induce a aquello que ponia a Marx en la necesidad de pensar; pero esto es tal que alli figura este inte- rrogante. Imposible, efectivamente, no apuntar hacia el fen6meho de la ideo- logia fuera de Marx, pero ese fuera es alcanzado en raz611 misma de la prueba que hacemos con el pensamiento de hlarx como fuera de 61 mismo, mien- tras que 61 estA ocupado en reflexionar en Cl mismo.

Sin duda, es legitimo y fecund0 concentrar toda nuestra atenci6n en la obra de Marx. Por poco que consintarnos en interrogarlo verdaderamente, olvidare- mos sus fronteras, y seri lo social como tal lo que interrogaremos. Pero no menos fundada es la tentaci6n de pensar lo que Marx ha hecho surgir como objeto para el pensamiento, de reunirnos con Cl por una via que no es la suya, y por lo mismo, mientras que formulamos nuestras propias preguntas, estamos en convivencia con las suyas. c

Escrutamos el nacimiento de la ideologia. zC6mo lo hariamos, si en la lectu- ra de Marx nos hemos vuelto sensibles a la diferencia que hay entre 10s discur- sos miticos y religiosos que manejan la concepci6n de un orden universal, en las sociedades precapitalistas, y 10s discursos tipicos de la socicdad burguesa, desarrolldndose bajo el signo de un conocimiento que encuentra en si mismo 10s criterios de certidumbre? Exrutamos la articulaci6n de la ideologia y del humanismo, en su primera aparicibn, en Florencia. zC6mo lo hubiCramos he- cho si no estuviCramos alertados por las oscilaciones de una interpretaci6n que, paso a paso, rechaza y reconoce a las representaciones de la sociedad burguesa una eficacia hist6rica; si ella nos ha parecido acreditaba contradictoriarnente dos ideas de lo imaginario; si sobre todo, probablemente, la distincibn del saber y de la ideologia no nos habia aparecido en el centro de esta interpretaci6nJ aunque siempre estuviera in~plicita, recubierta por la de la realidad y la ideo- logia? Sin embargo, ya lo hemos dicho, nuestro objetivo no es someter las hip6tesis de Marx a verificaci6n, confrontdndolas con hechos hist6ricamente establecidos. No son hip6tesis lo que podemas extraer del pensamiento de Marx; nos da el poder de intermgar, porque su pensamiento no se deja reducir a respuestas aparentes, que 8 llega aqui y a116 a formular. Digamos incluso francamente que la verdad del pensamiento de Marx no est6 en duda. Im-

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA 22 1

posible medirla explicando 10s conceptos "exactos" e "inexactos" que contienen La ideologia alemana, El capital o el corpus mantista. El vinculo de la verdad de Mant se hace en el movimiento que nos abre hacia la verdad, en la es- tela de su obra. Y soiiariamos si nuestra esperanza fuera sacar de un estudio del nacimiento de la ideologia conclusiones que permitan pronunciar un juicio Gltimo sobre Marx.

Pero, 10 hemos dicho, y es conveniente ahora insistir sobre ello, 10s hechos supuestos a los cuales nos referimos llevan ellos mismos la marca de una elaboraci6n que es importante observar para no disimular la dimensibn espe- cifica de la interpretacibn. Si es necesario convenir en que la ideologia no se vuelve accesible sino una vez que ha sido recusada la representaci6n de la Teo- ria, la de una construccibn que encontraria en la l6gica de sus operaciones l a criterios de lo real, es asimismo necesario, para concebir el fen6meno del humanismo, liberarse de las irusiones realistas y medir el trabajo del pensa- miento invertido en la obra del historiador. Sin duda, seiialCmoslo, el h u m - ., . , nismo parece designarse a si mismo como el objeto de conocimiento, puesto

.pue constituye una exuela que llevaba su. nombre, y en primerisimo plano un tipo de enseiianza definido en relaci6n con la escolhtica. Sin embargo, el fen6meno no se deja determinar en funci6n de sus seiiales. Inmediatamente que pretendemos identificarlo, nos introducimos en un debate que no se limita a los historiadores de nuestro tiempo, sino que hunde sus raices en el siglo XV.

Pues es en esta Cpoca en la cual 10s humanistas fueron denunciados como pedantes, satisfechos de sus ejercicios de retbrica, obnubilados por el bello latin y cerrados a las cosas.

~ N a c e el humanismo con Petrarca, se conserva en sus puntos esenciales hasta Erasmo; se propaga en Europa desde el centro italiano, o lleg6 aqui y all5 por vias independientes; se reduce a1 fenbmeno de 10s studia humanitatis, a1 culto de la Antigiiedad, a la elaboraci6n de la retbrica, en el marco de una pequeiia tlite de letrados? 20 constituye una nueva forma de cultura, que Ile- va en germen la revolucibn filodfica y. cientifica de 10s siglos por venir, que aporta incluso 10s principios de una sociedad nueva? Estas cuestiones, como otras, no se pueden resolver, como veremos, con el simple examen de 10s he- chos. Y algunas de entre ellas han surgido en lejanas polCmicas que opusieron "antiguos y modernos", desde antes de la querella de los clhicos. Los his- tonadores que actualmente hablan de una revolucibn realizada por el huma- nismo y circunscriben a Florencia como su primer teatro, observando su adve- nimiento en 10s primeros decenios del siglo XN, heredan un problema ante el cual responden con nuevos argumentos, per0 cuyos tCrminos ya estaban esbo- zados. No van a las "cosas mismas del pasado", pues las cosas se entregan a ellos tomadas en una cadena compleja de discursos, sobre la cual pueden cla- ramente tejer una nueva trama, pero sin la cual no podrian pasarse. Su tarea parece ordenada por una exigencia de restauracibn; nos place imaginar que ellos restituien el texto primitive del humanisnio, que no era ya legible bajo la carga de 10s comentarios de generaciones sucesivas. Pero, en un sentido,

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222 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA

ese texto no ha sido jamb legible o -para decirlo mejor y sin abandonar la metifora-, lo que se escribi6 en 10s siglos XIV y xv, en Florencia, no era un texto; pues no habia distancia posible enfrente de lo escrito; el humanismo era para los propios humanistas su inscripci6n histdrica, y para quienes fueron sus detractores, una representaci6n que les era necesaria para asumir su propia situaci6n y conjurar la amenaza de lo nuevo.

Ahora bien, no es la distancia adquirida enfrente del pasado lo que puede conferir a la antigua expenencia la positividad de la cual estaba privada cuan- do estaba en el presente. Descuidemos el hecho de que la distancia no tiene, en si, ningGn poder, que es necesario que aparezca para que haya aprehensi6n del pasado. Suponemos ordinariarnente, es verdad, que el estatuto de las obras y de 10s comportamientos humanistas se encuentra radicalmente modificado cuando no ponen ya m L en juego, para el que los observa, la realidad de lo real. Cuando el historiador ha dejado de poner en la representaci6n de Roma su fe en la vedad, 61 la toma, .creemos, como una seiial susceptible de regresar a otras sefiales y de representar con ellas un estado de cultura, susceptible, posiblemente incluso, de articularse con seiialu sociales y econ6micas, y repre- sentar con Cstas una formaci6n determinada de la humanidad hist6rica. La representaci6n de Roma entonces, y el conjunto de representaciones que ca- racterizan a1 humanismo, caen bajo el registro de lo real. Bajo el efecto de la bGsqueda de seiiales, de su selecci6n, de su articulaci611, de aquella en la cual 10s niveies en los que son determinables, de su convergencia, de la diferencia ~nanifiesta que separa el espacio-tiempo asi significado de otros espacios-tiem- pm, el humanismo se vuelve legible y, como tal, colocado en la realidad. Pero no debe escaplrsenos que una vez el texto producido, el humanismo florentino en su realidad, se entrega en el texto escrito por el historiador. Lo que ordena la asignaci6n de lo histbrico a1 plano de lo legible y de lo real, es la necesidad de la cosa escrita, un uso deliberado de la lengua en vista de limitarla a ope- raciones determinables y controlables, de producir un discurso limitado en las fronteras del libro, de fijar las relaciones de significaci6n independientes de los sujetos parlantes, obligatorias para todos, y en ese sentido substraidas de la erasidn del tiempo. El escrito del historiador, no podria sin embargo estar satisfecho de pensar.que sirve de pantalla a las cosas mismas y no proporciona sino el simulacra de la historia legible. Eso seria negarse a pensar su propia formaci6n, convertir la necesidad de sus operaciones en un hecho bruto, o conducir la divisi6n del pasado, tal y como fue y lo escrito, de tal manera que si Im tkrminos se vuelven extraiios el uno del otro, la noci6n misma de su relaci6n seria ininteligible. Tornar conciencia de la elaboraci6n del texto (no evocamos la decisi6n que condiciona el movimiento de la curiosidad, ni las higtesis que lo guian; hablamas aqui de los imperatives del discurso escrito) no nos obliga sGlo a reconocer la impibilidad de confundir a1 humanismo hist6rico con el humanismo del historiador, pues la verdad es que pensamos el uno con el otro, simultheamente, sin poder evitar el ser r e g d o del uno a1 otro. El ayuntamiento del humanism0 hist6rico asociado a la prueba de lo inaccesible --de la que escapa a lo escrito- o el de alguna cosa que toma

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apariencia en su lugar y en su tiempo, y el apuntamitnto del humanismo del historiador, no nos cercan en las fronteras de un texto cuya organizaci6n crearia algo puramente legible. Por lo demls, no quisiCramos decir que el hu- manism~, en su movimiento efectivo, se encuentre privado de toda identidad, sino una cosa completamente diferente: clue su movimiento efectivo estaba poblado ya por la cuesti6n de su identidad -una cuesti6n que no es secun- daria-, no cae sobre 61 posteriormente, sino que tiene su origen, en el sentido de que el discurso social estP "abierto" para quien lo produce, y, en su propia producci6n, esti en birsqueda de su representaci6n.

La duplicidad del discurso se observa en su propio desconocimiento, que no es simple privaci6n de sentido, sino una manera de responder a1 advenimiento de su propia producci6n. Con ella se esboza entonces el movimiento que se realiza en la divisi6n de la historia efectiva y de la historia escrita. Ahora bien, la misma d n prohibe asegurarse del uno o de la otra. El humanismo del historiador no podria conquistar el estatuto del texto a1 cual pretende Ilegar, por el Gnico efecto de la articulaci6n y de la convergencia de las seiiales. El la toma a su cargo, desplazando la cuesti6n de la identidad del humanismo histdrico, la cuesti6n que la volvia sensible a su aparicibn, ponikndola en la blisqueda de su oposici6n en el pasado. Esta cuesti6n ordena, en efecto, la posi- bilidad de lo escrito, la referencia a sus comienzos, a sus limites, su organiza- ci6n interna. La convegencia de las seiiales no se revela eficaz sin0 porque se opera bajo la presunci6n de un discurso capaz de significarse, de regresar a si mismo en lo que 61 significa, en 10s encadenamientos que determina. La cuesti6n de la identidad del discurso no se aparta de la de la identidad de una historia. Y esta cuesti6n no estP colocada en el camp de lo legible; es la condici6n de su desarrollo, a1 mismo tiempo que impide controlar las seiiales. Si es verdad que el escrito del historiador tiende a presentar el humanismo reflexionado en si mismo, y determinado de parte a parte por el hecho de esta reflexi6n, no realiza su proyecto sino chocando con el limite de su propia legibilidad, sin0 exponiendo lo legible hist6rico a una lectura que, por princi- pio, hace falta a1 escrito del historiador, y no se hari sino, por otra parte, tomando eso legible a la inversa, para descubrir alli la huella de la obra del discurso.

En ese sentido, el registro o el pasado, convertido en escritura, parece subs- traerse a la erosi6n del tiempo, se revela como un nuevo modo de la tempo- ralizaci6n. Pues el discurso del historiador no fija &lo ese pasado en su deter- minaci6n; a1 encontrar en sus fronteras la cuesti6n de su identidad, la exhibe redoblindola, de tal manera que se instituye un devenir del conocimiento, la posibilidad de un retorno indefinido de la cuesti6n a trav& del desplazamiento de sus terminos, una ciencia que esti ocupada en modificar su adquisici6n para alcanlar su objeto. El discurso sobre el humanismo florentino es asi, a la vez, tomado en el movimiento efectivo de una historia en biisqueda de lo que es y en el de una inscripci6n que lleva la exigencia de su desciframiento.

Pero alin no podemos nosotros satisfacernos con esta formulaci6n puesto que ella supone acordados el hecho del movimiento efectivo y el hecho de la ins-

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al parecer el autor empieza a plantear la importancia del discurso como tal
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cripcibn, mientras que su determinacibn es6 puesta en juego en la operaci6n de la interpretaci6n del historiador.

Asi, debemos reconocer que Cste, en la elaboracibn del texto del humanismo, ~ r u e b a su relaci6n de lo histbrico como tal. Si puede alcanzar un espacio-tiem- po, para leer alli y hacer leer una historia, es con la condici6n de unirse a ella desde su propio tiempo, de apropiarse de las sei5ales que le indican a distancia, que sustentan entre ellos, a pesar de su dispersibn, una vinculaci61-1 tal que parecen ambos proceder del mismo centro, ordenarse como efecto de repeti- ci6n, de desplazamiento o de ruptura en funcidn de un mismo acontecimiento masivo. Es la sensibilidad del historiador, ante esas seiiales, la manera en la cual 61 se proporciona una memoria histbrica, la cual organiza, haciendo como si ella estuviera en PI, lo que le abre el acceso a ese acontecimiento y ordena sus operaciones. Una lectura de la historia, esti ya a la obra en estas opera- ciones, pero no tiene el poder de sobrevolarla; no toma seiiales univocas, que pudiera convertir fhcilmente en red; si lo hiciera, un nuevo objeto de cono- cimiento se substitutiria a aquel que en 61 apunta o se superpondria; y su construccidn tendria el mismo problema. El extrae un sentido general de la historia, que desborda por mucho las significaciones disponibles. No entende- mos por esto que Cl tenga por detrh de 61 la hipbtesis de un encadenamien- to de 10s sucesos de la historia universal: ello estaria en contra de su intenci6n de descubrir en unos limites, en hechos localizados y fechados, el objeto del conocimiento y 61 lo recusa expresamente. Pero dispone de un esquema de articulaci6n de las seiiales, de tal manera que su diferenciacidn en el campo sociocultural hace aparecer el cambio histbrico, y de tal manera que la dife- renciaci6n de seiiales en 10s tiempos hace aparecer la organizacibn interna de ese campo.

Que se consideren 10s comentarios con 10s cuales Eugenio Garin acompaiia su interpretaci6n del humanismo florentino.' Sin duda, estamos tentados de entrada a considerar que el objeto se circunscribe bajo el efecto de la conver- gencia de seiiales determinadas e irrecusables. Garin hace observar que pode- mos encontrar la huella de una nueva representacibn de la Antigiiedad, de un cambio en la relaci6n con 10s textos y 10s autores, antes del fin del siglo XIV;

sin embargo, la discontinuidad histbrica se observa aparentemente, a sus ojos, con la constituci6n de un medio en el cual se difunden 10s nuevos principia del conocimiento y donde se elabora simultineamente, a la vista de la histo- ria, de la naturaleza, de la lengua, de la literatura, de la pedagogia, un sistema de pensamiento que manifiesta su novedad y su coherencia. Pero, para afirmar que la imagen que forja la humanidad de sus obras no es ilusoria, para darle sentido a la convergencia de las seiiales, es necesario invocar hechos de un gCnero diferente, quk son descuidados por otros muchos historiadores y no son ofrecidos inmediatamente a la observaci6n. Pues podemos con todo derecho discutir la amplitud de 10s cambios sobrevenidos en 10s diversos sectores con-

1 E. Garin. L'Lducation de l'hommc modcrnc, trad. franc., Fayard, 1968; Moycn Age ct Rcnaisrance, trad. franc., N.R.F., 1969; La cultu~a filoso/ica del Rinarcimento italiano, Sansoni, Florencia, 1971. I

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siderados, sefialar que se anunciaban ya en el pasado, o que han tenido plena eficacia en el porvenir, y arruinando una a pna las pruebas de lo nuevo, destruir la construcci6n por completo. Igualmente el juego de la interpreta- cibn se esboza solamente cuando el historiador sugiere que el humanism0 no se circunscriba a1 dominio manifiesto de 10s lettere; que a pesar de su impor- tancia, la fundacibn de nuevas disciplinas y de mktodos nuevos de conmimiento no constituiria sino un acontecimiento entre otros en la lenta. transformaci6n del pensamiento medieval, si no lo que no rue la seiial de un trastorno com- pleto de las relaciones del hombre con la realidad. ( Es la idea de que el mundo es el Gnico teatro de la aventura humana, que el hombre alli es autor, actor y espectador de su historia; es la idea de una nutointeligibilidad de principio del discurso humano, es la emancipaci6n de ese discurso de autoridad que pondria en lo exterior 10s criterios de legitimi- dad, que proporcionan a1 humanismo su plena significacibn y hacen recono- cerle el nacimiento de la filosofia y de la ciencia moderna. Ahora bien, es desde ahora necesario convenir en que esta concepcibn se forja en la critica de una representacibn instituida de la continuidad del proceso hist6rico y de una representacibn instituida del dominio asignado a1 humanismo como ense- iianza particular en oposici6n a la escolhtica. Y es necesario aceptar que una critica semejante supone una evidenciacibn de lo que no aparece, de lo que esti en el fundamento de las apariencias y escapa a la prueba por ese hecho. Pero, ateniCndonos a esta concepci6n, la misma no permitiria aGn definir 10s caracteres especificos del humanismo florentino, en 10s cincuenta aiios que se- paran el fracas0 de la revolucibn de 10s Ciompi del advenimiento de Cosme de MCdicis, y de identificarla como el nhcleo del humanismo europeo. No se deja descubrir, seghn Garin, sin0 a1 descubrir el cambio de orden politico que acompaiia la formacidn de una nueva relaci6n con el saber. Limitar 10s studia humanitatis a 10s limites de un acontecimiento literario y ret6ric0, no es s610 permanecer ciego ante el juego filodfico de lar nuevas bGsquedas, "es olvidar tambien que ese movimiento de la cultura se afirma antes que nada fuera de la escuela, entre hombres de acci6n, politicos, nobles, cancilleres de la repii- blica, hasta 10s condottieri y 10s comerciantes, l p artistas y 10s artesanos". Que las exigencias del saber concuerden con las del actkr, a1 punto de desacredi- tar la vida contemplativa, que la imagen del bciudadano asocie la participa- ci6n a 10s negocios phblicos y el trabajo ,a] estudio de las humanidades, que se afirme la idea de una cultura universal y de una ciudad libre, he aqui lo que caracteriza la revoluci6n sucedida en Florencia. Y en esta perspectiva, el culto a la Antigiiedad se revela tratado en funci6n de la representacibn de la Rephblica romana: civitas que es obra humana y de tal naturaleza que la creacibn de 10s individuos, intelectual y politics, es tomada como una creaci6n hist6rica que la eleva a las dimensiones de la humanitcrr.

Sin embargo, semejante interpretacidn, ahn menos podemos considerar que surge de la simple observaci6n de $es hechos. No es suficiente comprobar que 10s studia humanitetis tienen como adeptos hombres politicos, hombres de wocios, hombres de p e r m , ni incluso que el discuno politico es en ciertos,

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sobre la subjetividad propia del historiador
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Asi formulada, la alternativa (de la cual apenas es necesario seiialar que esti resuelta en favor de la segunda hip6tesis) no permite indudablemente medir el pensamiento de Garin, pues hace entrever el limite de la distinci6n que establecemos entre el humanismo histhricamente determinado y el huma- nismo histhricamente determinante. Lo que aqui es dejado en el equivoco nos aparece alli con toda claridad; es que la verdad de 10s studia humanitatis no se ha reducido jambs a1 uso de antiguos autores y a la enseiianza de lenguas modelos. En esos autores, en esas lenguas, considera Garin, se investia una experiencia completa de la realidad "concebida sub spen'e horninis". En este sentido, exactamente, el humanismo no puede distanciarse de la cultura de la cual ha determinado 10s rasgos. Pero en este sentido tambibn, su fuerza de instauraci6n no se agota en la historia de la formaci6n de la burguesia europea. Histbicamente determinante, el humanismo deja de serlo en el siglo xnr --en la relaci6n que sostiene con un fen6meno histbricamente deter- minado-, per0 61 queda, en la medida en la cual, una vez suspendidos Ids recursos de la repetici6n, "la relacibn con la humanidad y con su obra en la historia", ordena aGn la educaci6n y, con mayor amplitud, el conocimien- to, la experiencia misma de lo real. Ahora bien, este argument0 adquiere todo su alcance cuando Garin, invocando ampliamente a Gramsci, afirma las exi- gendas de una educaci6n humanista enfrente de una enseiianza fundada sobre la tCcnica, "que se va predicando como democritica, mientras que de hecho esti destinada no s610 a perpetuar las diferencias sociales, sino a cristalizarlas en formas de sociedad cada vez m6s chinas". Se revela ahora que en el origen del conocimiento hist6rico hay la voluntad de dexubrir las relaciones sociales reales que estin enmascaradas bajo la apariencia de la divisi6n "racional" del trabajo. El poder de conocer el pasado, entendimonos, no depende del progreso tCcnico del desciframiento de seiiales, puesto que en tanto agente de una tkcnica, el historiador mismo seria tomado en el movimiento de des- trucci6n del sentido. Si puede pensar el humanismo florentino, m& all5 de las separaciones convencionales de lo politico y de lo cultural, y en el orden de la cultura, de lo literario, de lo cientifico y de lo fi ldfico, y si puede cfimuns- cribir algo como el acontecimiento fundador y formarse la idea de un desa- rrollo de la sociedad burguesa en relaci6n con ese acontecimiento, es porque la tarea del conocimiento se impone a 61 en respuesta a1 desconocimiento que 1 aparece en la prictica y el discurso social aqui y ahora.

Cuando nos preguntamos sobre el nacimiento de la ideologia en un espacio- tiempo que 10s historiadores nos hacen descubrir como aquel mismo en el cual se ha formado el humanismo, no tomamos apoyo sobre una masa de hechos cuyo sentido seria fijado objetivamente; no los someternos arbitraria- mente a cuestiones importadas de la teoria. Esos hechos atestiguan ya un saber latente de lo social como tal, de lo hist6rico como tal, que llama a una interpretacibn.

De lo poco que hemos extraido del trabajo de Garin, se presumirii con todo derecho que substrae a1 humanismo del dominio de la ideologia. Pero a610 llega -no dejemos cscapar a t e movimient- expbtando la distinci6n 1

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de la verdad del humanismo y de la representacibn del humanismo e insta- lando implicitamente, en el centro de la representaci6n un principio de ocultamiento de lo real. Ahora bien, es una cuestibn de saber si la definici6n del humanismo florentino como "aprehensibn inCdita de la realidad sub specie hominisH2 --definici6n que lo arrancaria del desconocimiento del cual ha sido, del cual es siempre el objeto- a la vez da cuenta de 10s cambios que se esfuena por analizar el historiador, en un tiempo determinado, y da la fbrmula, de alguna manera intemporal, de la relaci6n del hombre con la ver- dad. Como es cuesti6n de saber si la formaci6n de un discurso sobre la historia y sobre la sociedad como tales --en lo cual Garin nos hace especial- mente reconocer un acontecimiento fundador y que nos importa tanto m h que no d l o se refiere a la ciencia de los historiadores, sino la obra misma de Man, en el cual su concepci6n de la ideologia encuentra en 61 su condici6n de posibilidad- est4 limpia de todo equivoco, o bien si no se engendra en su estela la ilusi6n de un sobrevuelo de la diferencia de tiempos y de la diferencia de clases eficaz en recubrir en cada aqui y ahora la prueba inven-. cible de la divisi6n temporal y de la divisibn social.

Pero si no podemos hacer la economia de esas cuestiones, preguntaremos probablemente, ino constituirian ellas nuestro punto de partida? ~ P o r quC contentarnos de una alusi6n a1 saber latente del historiador? Si es verdad que el conocimiento del humanismo como hist6ricamente determinado e hist& ricamente determinante se elabora en los horizontes de un pensamiento del humanismo en general, i la primera tarea no es la de sondear este pensamiento, la de traer a1 dia las certidumbres enterradas en eila que escapan a su re- flexi6n ?

~Cbmo, en semejante tarea, podriamos olvidar que Heidegger le ha fijado la direcci6n en su celebre Carta sobre el humanismo? Sin embargo, es sufi- ciente evocarla para entrever el peligro que hubiera habido en querer captar el humanismo inmediatarnente en su raiz o en ordenar a la interrogacibn reple- garse en la foma de una pregunta original. Toda esta cuestibn, recordemos, sacude todas las capas de la creencia humanista haciendo aparecer en unas formaciones hist6ricas y en unas obras diferentes, es decir, aparentemente opuestas, un solo y mismo arrebato ciego en el ser y en el estar. El humanismo, cpmprendido histhricamente (histokch verstandenen) y el humanismo en ge- neral (H. allgemein) son asi distinguidos para ser finalmente reunidos bajo la misma definicibn. "Por diversas que sean esas variedades", escribe Heidegger, "estin todas de acuerdo sobre el punto de que la humanitus del homo hu- manus esti determinada a partir de una interpretacibn ya fija de la naturaleza, de la historia, del mundo, del fundamento del mundo, es decir del dusein en su totalidad". Si hemos de creerle, el humanismo romano que compone la primera figura en la cual la humanitac estl expresamente encarada bajo este nombre, el humanism0 italiano de 10s siglos XIV y xv y el humanismo alemin del siglo XvIII, que se coordinan con Roma, se ordenan siguiendo una tradici6n alimentada de helenismo tardio; pero, fuera de esta tradicibn, el

2 E. Garin, Moycn Age st Rcnaisancc, op. cit., p. 35.

I 230 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA I

cristianismo, el marxismo y el existencialismo sartriano, a pesar de que no requieren ning6n retorno a la Antigiiedad se instituyen con la rnisma fe en el dasein reunido en su ser bajo la conquista del hombre, y en consecuencia, presuponen igualmente "la esencia mis universal del hombre como compren- sible en si misma"; en todos 10s cams se encuentra excluida la cuestibn de la diferencia del ser y del estar o la del origen del hombre, de su pertenencia a la verdad del ser. I

Ahora bien, conviene preguntarse si, en ese movimiento que le hace reco- I

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nocer el limite del humanismo (el de la metafisica) en la disposici6n de ase- gurarse del ser en el signo de la totalidad del estar o del encadenamiento arreglado de los estares, y en la disposici6n de asegurarse del hombre como inteligible en si, bajo la seiial de su apropiaci6n del ser, Heidegger llega a anudar una exacta relaci6n con el mamismo, del cual extraemos, preisa- mente, una parte de nuestras cuestiones

Imposible, sin duda, tomar a Heidegger en falta en sus consideraciones sobre "el humanismo comprendido bist6ricamente". La Carta no comporta sino alusiones a la Roma antigua y a la Italia del Renacimiento. Pero no menos impib le ignorar, pues no es un azar si, hablando del humanismo como tal, no puede hacer la economia de referencias histbricas y el rigor de sus palabras prohibe tomarlas a la ligera.

Lo que llamamos el Renacimiento de los siglos xnr y xv es una renascentia ro- manitatis. Puesto que se trata de la romanitas, es cuesti6n de la humanitas y en consecuencia la paideia griega. Pero el helenismo esti siempre considendo bajo la fonna tardla y con mayor exactitud romana. El homo romanur del Renacimiento se opone igualmente a1 homo barbarus. Pero lo que se entiende entonces por lo no humano es la pretendida barbarie de la escolhtica g6tica de la Edad Media. Ex por lo que el humanismo comprendido hist6ricamente, comprende siempre un studium humanitatu que renueva expresamente con la Antigiiedad y se da cada vez como una manera de la reviviscencia del huma- niuno.

2Ests. lineas son de tal naturaleza que nos abren un acceso a la verdad del \ humanismo? 0 para hablar el lenguaje de Heidegger, ison de tal naturaleza

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para hacer sensible, en relaci6n con el humanismo, la diferencia del ser y del estar: 0 bien 'el humanismo no cae ha ta el estatuto del estar, no nos da la 1

vidad hist6rica del humanismo en el acontecimiento romano. Ahora bien, asi se encuentran excluidos del camp0 de la cuesti6n el suceso florentino o italiano como tal, el sentido de una apertura a1 pasado, la instituci6n de una diferencia masiva en el tiempo 0 de una dimensi6n hist6rica de la expe- riencia que son sin embargo condiciones dc la renascentia romanitatk. En esta f6rmula el genitivo hace sin embargo seiiales hacia la operaci6n del renacimiento. Los textos, 10s autores antiguos, la paideia, la obra politica romana no estin en sueiio durante la Edad Media, en espera de un despertar; es en el centro florentino donde conviene situarse para medir lo que est6 puesto en juego en lo que se llama el Renacimiento. Y la primera medida por tomar es la de la distancia que se instaura, doblemente, en relaci6n a la era de las tinieblas percibida como pasado y presente -pues es aqui y ahora cuando 10s humanistas piensan salir de la barbarie-, y por relacibn a la antigua Roma. De Csta, ademb, no podemas decir sencillamente que fue el ejemplo de Florencia ni que le haya tomado la imagen de la humanitas. Seiialemos brevemente, antes de llegar a, preguntar el fen6men0, que la rela- ci6n de Roma se inscribe simultAneamente sobre varios registros. Roma se da a conocer, es alcanzada en su identidad, que esti por restablecerse, alcan- zada en su alteridad, y a1 mismo tiempo es alcanzada por vias que son consi- deradas como nuevas, conquistadas sobre el obscurantismo medieval; Roma es tambiCn garante de la autenticidad del movimiento que la hace descubrir su otra identidad; y Roma es todavia la imagen bajo el efecto de la cual Florencia se refiere a su propia identidad, se "ve" romana en su propio espacio-tiempo, a1 punto de que no es de imitaci6n de lo que es necesario hablar cuando 10s florentinos invocan en sus discursos 10s hechos y l a palabras romanos, sino de una identificaci6n -tal que suprime la diferencia de los tiempos.

Es sobre el conjunto de esas relaciones, sobre su articulacibn, sobre lo que debgmos interrogamos: el juego que se organiza de la distancia instaurada enfrente del otro t6rmin0, del eclipsamiento de Cste en beneficio de una dis- tancia que permite sobrevolar la historia, de desenvolverla en la sucesi6n de Antigiiedad-Edad Media-Modemidad, de la desaparici6n de cualquier dis- tancia en la identificaci6n con la otra y, simultAneamente, del movimiento carente de figura en el cual adviene lo nuevo. Por el contrario, es suficiente pensar que hay regreso de la romanitas y por via de consecuencia de la humanitas, para dejarse captar por una representacidn del humanisno, sin preocuparse de buscar lo que recubre; es darse con el concept0 de humanitar un principio general de explicaci6n que nos dispensa de escrutar la historia. Sin duda, la representaci6n estA elaborada por 10s propios humanistas, antes de ser trabajada por 10s historiadores, pen, es ingenuo pensar que coincida con el acontecimiento, que tenga plena consistencia, o incluso, que sea viable.

Pues tal es finalmente la extraiia consecuencia de la tesis heideggeriana: que el humanismo es ese discurso efectivamente capaz de desarrollarse en la seeridad de una esencia del hombre, de acomodarse a una posici6n fija enfrente del estar en su totalidad, y de sostenerse asi en !a ceguera de la

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seguridad de que 61 es como acontecimiento del mundo "a partir de una inter- pretaci6n ya fija.. . dc la historia"? Recojamos solamente esas dos afirmacio- nes: "Lo que se llama Renacimiento. ; . es una renascentia romanitatis. Puesto que se trata de la romanitas, es cuesti6n de la humandas ( Weil es auf die coma- nitas ankommt. . . )"; y: "el homo romanus del Renacimiento se opone igualmente a1 homo barbarus. Per0 lo que se entiende entonces, es la preten- dida barbarie escol&tica.. ." La primera deja suponer que la renarcentia romanitatk es un hecho bnfto proporcionado a1 observador; en 10s limites, sugiere que la romanitas resurgi6 tal y como era, y con ella, la human it^. La violencia de la articulaci6n: W e i l . . . incita a inscribir toda la producti- ,

232 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOC~A

diferencia del ser y del estar, en eso que es a veces llamado una obnubilaci6n bntica. No se nos debe escapar que la gran alternativa formulada por Hei- degger a favor de una reducci6n del humanismo a su representacibn, y que en suma 61 vuelve a tomar por su cuenta tal cual el juicio del historiador (a1 afectar solamente con un signo negativo lo que era un signo positivo), en 10s terminos del cual la realidad esti concebida por el humanismo sub specie hominis. Que lo real aparezca asi, ello no nos dice lo que es en rea- lidad el humanismo en la efectividad del discurso social y de la practica social. Posiblemente el humanismo se ve defectuoso necesariamente en reiaci6n a esta representacihn, si es verdad que se da algo como una anulaci6n de la diferencia de 10s tiempos en la instalaci6n de 10s florentinos en el lugar imaginario de Roma. Y puede ser que estC necesariamente en exceso, si es verdad que hay un principio de diferencia temporal en la institucibn de un saber nuevo y de una relaci6n social nueva. Para decidir sobre ello, es nece- sario renunciar, a la tentaci6n de circunscribir una vez por todas el campo de la obnubilaci6n, consentir en buscar, poniendo a prueba lo histbrico, las seiiales de descubrimiento y de recubrimiento de las cuestiones que ponen en juego la relaci6n del hombre con la verdad -y la relaci6n que sostienen estas seiiales.

De cierta manera, Heidegger mismo muestra esta exigencia. Cuando, de- nunciando la caida del pensamiento al rango de technd, o la del lenguaje pasando bajo el imperio de la publicidad, advierte: "Pero si el hombre debe un dia llegar a la proximidad del Ser, debe primem aprender a existir en lo que no tiene nombre". El sin-nombre es el elemento en el cual nosotros nos descubrimos, cuando nos esforzamos por desprendernos de 10s retos de lo ya nombrado, y sin duda este esfuerzo supone que nos liberamos de la representacidn del hurnanismo o de la metafisica. Pero jno es de nuevo ceder a la ilusi6n referirnos a1 humanismo como si Cste coincidiera con su nombre? 2La tarea no es mds bien reconocer lo que, en su indeterminaci611, llegaba bajo el nombre de humanismo? Ahora bien, a1 intentarlo, jcbmo podriamos acomodarnos, ademis, para fijar el sentido del humanismo en 10s limites de una concepcibn de la esencia del hombre? Ciertamente, lo que es designado como ,tal no se mantiene, para Heidegger, en las solas fronteras de las obras explicita o implicitamente metafisicas. En la historia de la metafisica se descifra la de la humanidad. Sin embargo, lo que es designado como tal se puede pensar en raz6n de su modo de aparici6n en el lenguaje especifico de la metafisica instituida. De la historia del Ser, Heidegger puede por lo misrno decir que "ella llega a1 lenguaje en la palabra de 10s pensadores esenciales"; de tal manera que el pensamiento de lo hist6rico tiende a retrac- tarse en el espacio del dialog0 con 10s filbsofos. A diferencia del Hegel, justamente atacado en el pasaje que evocamos, porque Cree en "una sistemi- tica que podria imponer la ley de su pensamiento como ley de la historia y por ese hecho reabsorber la historia en el sistema", Heidegger no podria escribir que "la fuena del espiritu es tan grande que su exteriorizacibn, su profundidad profundiza s610 en la medida en la cual osa desahogarse y

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGlA 233

perderse a1 desarrollarse". De hecho, ni la cuesti6n de la exteriorizaci6n del pensamiento, ni la de su pCrdida, que son cuestiones hegelianas -aun cuando se encuentren formuladas desde la certidumbre de la esencia del pensa- miento-, son tornadas en consideraci6n por Heidegger. El humanismo es aprehendido en su limite, en su obnubilaci6n bntica, como determinaci6n pensada de la esencia del hombre; se separa aquello que no se recoge en el carnpo del pensantiento humanists o metafisico, aquello en 10 cual el pensa- rniento se prueba fuera de si mismo, 10s efectos de la divisi6n social y de la divisi6n temporal y la historia que se juega en ellos bajo el doble polo del acontecimiento y del "fantasma".

De esta disposici6n dan testimonio las breves lineas consagradas a la opo- sicibn del homo humanus y del homo barbarus. Observando de entrada que en el hurnanismo antiguo "el homo humanus es el romano que eleva y enno- blece la virtus romana por la incorporaci6n de lo que 10s griegos habian emprendido bajo el nombre de paideia", y que de una tal representaci6n se acompaiia la exclusibn del hombre no-hurnano, Heidegger se contenta con afirmar que tal fen6meno se repite y se desplaza en la Cpoca del Renaci- miento, donde lo no-humano se ve asignado a la "pretendida barbarie de la escolistica de la Edad Media". Ahora bien, nos asombramos, en primer lugar, de que, aunque sensible a la operaci6n que invisti6 la humanitus en la romanitac, no se pregunte sobre el 'desdoblamiento de la representacihn inmediatamente instituida, el orden de la Ciudad haciCndose garante de la humanitas y apareciendo a si mismo desde el punto de vista de la humanitas. Es sin embargo del esfueno por hacer coincidir la representaci6n con ella misma y la imposibilidad de esta coincidencia que se instituyen un discurso y una pdctica que se abren a la cuesti6n de su propio sentido, estin en bhsqueda de su fundamento en lugar de referirse a Cste con la seguridad de lo que es en su separaci6n. Todo se pasa, deja suponer Heidegger, como si pudiese haber ocupacidn de lugar (ficticio) de la humanitus, mientras que ella se revela, por la misma neceidad, tentada y fallada, y no se hace pasar por efectiva sino a1 precio de un disimulo del hecho romano y sin poder cumplirlo totalmente, puesto que lo no-humano se determina como lo no-romano. ~Reconocer el rebajamiento politico de la humanitas seria pues recaer en una interpretacicin del estar? iProporcionar a1 hecho romano una positividad que nos asegure el principio de esta interpretaci6nT Pero el tCrmino romanitas implica tambiCn un desdoblamiento de la representaci6n, el orden de la Ciudad es aprehendido como reino de la Ley y corno obra de una clase dirigente que aparece como regente y garante de la Ley. La romanita no implica un tCrmino particular sino en su distinci6n de la humanitus, pero en ella ya se condensa la significacibn de la humanitas, pues la Ley se hace reconocer en la disoluci6n de todos 10s puntos de vista particulares, como el elemento de la libertad, y la barbarie se seiiala como la exclusi6n del rein0 de la Ley, en la condici6n servil del extranjero. En ese sentido barbarus es aprehendido como no-humano por no ser romano, y como no-romano por no ser humano. Pero, simult&nearnente, el reino de la Ley no representa la

234 EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA I I romanitas, sino articulindose a un saber sobre la Ley, cuyo sujeto esti deter- 1 minado en oposici6n a quienes no tienen o no pueden tener parte de ese

saber, la masa de 10s dominados en Roma. Es imposible, por este hecho, pensar en la divisi6n del humanus y del barbarur, sin interrogarnos sobre la , divisi6n de clases, sin escrutar la imagen del extranjem en el interior -y la del esclavo asignado a1 lugar del no-humano y la del plebeyo a la vez impli- cad0 en la definici6n de romanus y excluido de poder responder a ello, a la vez humano y birbaro.

El humanismo romano requiere ya una interrogacibn de lo politico, no como un conjunto de significaciones empiricas, localizables a cierta distancia de la llamada cultura, sino como institucibn de lo social y autodescripci6n de lo social, articulaci6n y representaci6n de las seiiales de la existencia.

iSi nos volvemos hacia la Florencia del Renacimiento, c6mo satisfacernos con ver alli la barbarie importada desde el pasado romano y simplemente desplazada a1 lugar de la escollstica medieval? Eso equivaldria a menos- preciar que, para 10s florentinos, la divisi6n de lo humano y de lo bhrbaro pasa por otros centros. Ella no se agrega s61o a un pensamiento pervertido 1 que esti excluido de la obra realizada en la Antiguedad; reina alli donde el despotismo despoja a1 hombre de una vida conforme a su esencia. De tal manera en que 10s discursos de Coluccio Salutati, uno de 10s fundadores del humanismo, no se separa la critica de la era de las tinieblas de la del imperialism0 milanCs que amenaza con destruir la libertad de Italia. Y, ademis, si sabemos buscar mis alll del sentido manifiesto del concepto, la barbarie se da a conocer en el coraz6n de la Ciudad, representada por el pequeiio proletariado cuyas tentativas de cmancipaci6n en el curso del Trecento, y sobre todo en la insurrecci6n de 10s Ciompi, que ha llevado una amenaza inaudita contra el poder de la clase dirigente. Vistos como 10s ene- migos internos, cargados con el peso de la ignorancia, de la groseria, del pecado, se hace evidente quiCnes son 10s componenkes de la inhumanidad, y es a la vista de ellos como se elabora la imagen del homo humanus.

No es dejar caer el pensamiento a1 plano de la technb sociolbgica y conde- narse a permanecer en 10s limites de una interpretacibn ya determinada del estar, el intentar ver la red de oposiciones en la cual se presenta el huma- n ism~, el intentar comprender c6mo se articula con una serie de " tecimientos" que vuelven de pronto posible una dimensidn hist6rica del

acOn- mundo, crean las condiciones de una experiencia propiamente social, de una experiencia lingiiistica, estetica y cientifica en el sentido m b general del tCr- mino, c6mo la articulaci6n de estos "acontecimientos" - e n virtud de los cuales se encuentra liberada ante la prueba del descubrimiento de una creatividad y ante la prueba de la creacidn de una verdad- va a la par con una fantas- magoria de la humanidad, de la historia, de la ciudad, de la lengua, del arte, de la ciencia, de la cual estd incluida la imagen d e una clase dominante.

En este interrogante, el encuentro con Marx es inevitable. Pero segura- mente este Mam no se parece a aquel que concibe Heidegger. "Marx", escribe, "exige en favor del 'hombre-humano' conocimiento y reconocimiento. 1

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGfA 235

Encuentra a este hombre en 'la sociedad'. El hombre social es para Cl 'el hombre natural'. En 'la sociedad', 'la naturaleza' del hombre, es decir, el con- junto de sus 'necesidades naturales' (alimento, vestido, reproduccibn, ne- cesidades econ6micas) esti aseprado armoniosamente". Esta concepci6n sociologists y naturalists de hfarx supone desterrada de su obra toda indeter- minaci6n. Ella ostenta la seiial de una reducci6n del ser de la obra a1 estar pensado. Confunde la cuesti6n de Marx con la imagen de Marx. Seiialemos incluso, de paso, que a1 hater entrar por la fuerza a1 marxismo en el cuadro del humanismo, subrayando que no necesita ningGn retorno a la Antiguedad, Heidegger nos priva de escrutar la herencia histhricamente determinada del marxismo, pues no es accidental que Cl hable de un retorno a lo antiguo, en El 18 Brumario, para calificarlo de ideol6gic0, y en un alto punto signifi- cativo denuncie la ficci6n de la "humanidad" y haga del birbaro, del extran- jero en cualquier sociedad, del proletariado sin patria y sin tradici6n el conductor de la historia.

Debemos pacientemente substraernos a la tentaci6n de dominar la obra de Marx, de dominar el acontecimiento del humanismo florentino, de dominar la cuesti6n de la metafisica, pacientemente dejar venir hacia nosotros un interrogante cuyo punto de partida no esti a nuestra disposici611, si queremos avanzar. Entonces, sin duda, reconoceremos mejor lo que hemos ya aprendido un poco, que lo! desvios a los cuales nos obliga la exigencia de pensar la ideologia no conduce a un saber sobre la ideologia, que podemos s610, contra su poder, intentar dar derecho a los desvios, a la complicaci6n, a las vias de la exteriorizaci6n y de la perdida del pensamiento, en las "afueras" del - pensamiento; intentar discernir, por el trabajo de la interpretacibn, el vacio aqui y a116, bajo la plenitud de la representaci611, y alguna cosa en su hueco.

1 "" ESBOZO DE UNA GRNESIS DE LA IDEOLOGfA 237

1 mente), en la convicci6n de que 10s imperativos de la sociedad industrial

XIII. ESBOZO DE UNA GBNESIS DE LA IDEOLOGfA EN LAS SOCIEDADES MODERNAS* I

ESBOZAR un anilisis, en la ocurrencia, es ahorrarse el trabajo que requeriria una verdadera critica de las formaciones ideolbgicas, tal como ellas se pre- sentan en condiciones hist6ricas determinadas. Ahora bien, no es seguro que si ese trabajo fuera terminado, el esbozo se sostenga todavia cerca del marco, o tenga el valor de un primer aproximamiento. Por lo demis, sus lhites no son sino demasiado visibles. Dar un perfil de la "ideologia burguesa", sin referencia a fechas y lugares, es descuidar claramente rasgos que deberian tomarse en consideraci611, por ejemplo la relaci6n que sostienen, aqui y alll, 10s discursos dominantes con el curso del conflict0 de clases, el rggimen poli- tico, la tradici6n nacional, la herencia de una cultura. A1 trazar estas articulaciones, posiblemente pudieran surgir varias figum alli donde distin- guiamos una sola, y la perspectiva adoptada no quedaaa intacta. No es menos grave la sospecha que pesa sobre el anilisis del totalitarismo. No disocia el stalipismo del nazismo y del fascismo, aunque hace imposible confundirlos. Ademis, no se ha dicho nada de las transfonnaciones ideol6gicas presentes desde hace veinte afios en la URSS y en Europa oriental, ni de esa variable tan especial del totalitarismo que es China. En cuanto a' la ideologia, que faltos de un mejor tkrmino llamamos "invisible" (no porque lo sea de hecho, sino porque nos parece arreglada de manera a diluir las oposiciones caracte- risticas de la ideologia anterior), la que reina en el presente en las demo- cracias occidentales --esti indicada mis bien que descrita, y no hay duda de que serian necesarias pacientes investigaciones para poner en evidencia 10s encadenarnientos del discurso aqui sugeridos, desde el centro de la organi- zacibn a1 de la enseiianza, del centro de 10s medios de comunicaci6n a1 de la psicosociologia par ejemplo, o de la expresi6n literaria, fi ldfica y artis- tica-. Esta liltima debilidad es tanto m b sensible que creemos poder des- cubrir sobre la tercera figura las propieciades generales de la ideologia y el principio de su transformaci6n. Sin embargo, ella se explica, si no se justifica, como el cargcter del esbozo, por el cuidado de lanzar apresuradamente una critica, cuyos fundamentos estin en el presente enterrados bajo 10s escombros del mantismo. I , iC6mo no tomar en cuenta, en efecto, la degradaci6n del concepto de

i .. ideologia, en el uso que se ha hecho del mismo por soci6logos o historiadores, , . que se colocan bajo la autoridad de la ciencia, como por militantes revolucio-

narios? Hernos escuchado a algunos proclarnar "el fin de las ideologias" (una , f6rmula que hizo fortuna a principios de 10s aiios sesenta y tom6 vigor nueva-

' * La mayor parte de este esbao fue publicada en la Encyclopedia Universalis (vol. XVII; Organum). Agradecemos a la Encyclopedia y a su director, M. C. Gdgory, el habernos autoruado su reproducci6n. La presente venibn es la de Textures, 8-9, 1974. j

coaccionaron poco a poco a la adaptaci6n a lo real, y de que las grandes doctrinas no movilizan ya a las grandes masas. Otros se contentan con denun- ciar la descomposici6n de la ideologia burguesa, invocando la impotencia de 10s dominadores para defender el sistema de valores que, desde la empresa a la familia, dominaba antaiio para provecho propio el funcionamiento de las instituciones. Otros mb, en una perspectiva diferente, inscriben todo pen- samiento en el registro de la ideologia no dudando incluso, por una parte, en atribuirse una ideologia del proletariado, frente a sus adversarios, como si cada inter& de clase, en si determinado, encontrara expresi6n directa y cohe- rente en el lenguaje.

En el primer caso, la ideologia es reducida a la manifestan'dn de un pro- yecto global de transformaci6n de la sociedad, es decir, de hecho, a1 discurso explicit0 de un partido, comunista o fascista (o de una de sus varisntes) ; .. en tanto que la pregunta se borra de saber c6mo ha surgido la criis de la ; ideologia burguesa y por quk Csta puede hacer la economia de una tesis general sobre la organizaci6n de la sociedad. En el segundo caso, la ideologia es la ideologia dominante en el presente, identificada con la ideologia bur- guesa, definida por las caracteristicas que le asignaba antaiio el movimiento marxista, de tal manera que en la descomposici6n de esta Gltima no podriamos, en principio, leer las sefiales de una transformaci6n, y que cedemos, sea a la ficcidn de una revolucibn en curso, a punto de estallar, sea a la de un dominio y explotaci6n "salvajes", incapaces desde ahora de reconocer y de hacer reco- nocer su legitimidad. En el tercer caso, finalmente, el concepto no tiene huellas de la primera acepcibn, de la cual recibia su fuena critica: la ideo- logia es devuelta a las ideas que se "defienden" para asegurar el triunfo de una clase, a la buena o a la mala "causa", la cual se sabe, podriamos conocer la naturaleza, de la cual se sabe, se puede saber, el agente. h

De una manera o de otra, la separaci6n de un orden de la representaci6n, esa separaci6n que la obra de Marx nos ponia en la necesidad de cuestionar, es ignorada; o seria mejor decir: disimulada, para subrayar que no se trata de la alteraci6n de un concepto, sino que, en el desconocimiento del problema de la ideologia, se seiiala exactamente una ceguera ideol6gica -a1 igual que en el desconocimiento del problema del inconsciente, no se trata de un error en la lectura de Freud, sino que se afirma una nuwa resistencia a1 des- cubrimiento que pone en peligro la certidumbre del sujeto.

Asi, por una astucia notable, la ideologia ha llegado a designar casi 10 contrario de lo que ella designaba. L6gica de las ideas dominantes, substrai- das a1 conocimiento de 10s actores sociales, y no revelhndose sino a la inter- pretaci6n, en la critica de 10s enunciados y de 10s encadenarnientos manifies- tos, ella se ve actualmerlte regresada a1 cuerpo de las tesis, a1 aparato dc ,-reencias que proporciona la armadura visible de una prktica colectiva, identificada con el discurso democritico-liberal, para 10s unos, leninistas o -3 stalinistas, para 10s otros (ver maoista o trostkkta) p aun discurn05 fascistas tal como ellos se presentan. - I

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238 ESBOZO DE UNA GENESIS DE LA IDEOLOGfA

Reabrir la via a una critica de la ideologia, a1 examen del presente, no es, por lo mismo, regresar a la teoria de Mam en su primera pureza. Seme- jante retorno seria dobleniente ilusorio y porque no hay, para hablar con propiedad, una teoria de las ideologias en M a n , que sus anhlisis son ambi- guos, que no puede aprovecharse su obra sin interpretarla, y porque el pre- sente no se deja descifrar sino con la condici6n de buscar en 61 el recurso de

I volver a interrogarse sabre los principios que ordenan su inteligibilidad. Igual- mente, reanudar con la empresa de Mam no puede significar sino imitar a distancia su empresa e incluir en la interrogaci6n de la ideologia, el interro- gante del pensamiento sobre la ideologia. La distancia se revela de pronto considerable, por el hecho de que M a n no podia concebir la ideologia sino en relaci6n a la "ideologia burguesa", y porque estamos puestos en un lugar que nos permite reconocerla bajo nuevas formas y, ademk, comprender el principio de su transfonnaci6n. AGn nos queda por decir que Mam -insis- timos en ello- no hacia de la ideologia burguesa un product0 de la bur- guesia, pues Cl nos induce a relacionarla con la divisi6n social y a ligar su , origen con el de una formaci6n hist6rica --denominada por 61 "modo de producci6n capita1ista"- que consideraba diferente de todos 10s modos ante- riores reunidos por 61 bajo la categoria de "precapitalismo".

Nuestro esbozo tiene su punto de partida en esta concepci6n: circunscribe la ideologia a un tipo de sociedad, recusa pues formalmente la aplicaci6n del tCrmino a una estructura feudal, desp6tica, o sin Estado, en la cual el dis- cuno dominante saca siempre su legitimidad de una referencia a un orden trascendente, y no da lugar a la noci6n de una realidad social en si inteli- gible, ni a1 mismo tiempo a la de una historia o de una naturaleza inteligible en sI. Por el contrario, rompernos manifiestamente con la concepcibn de Marx, desde el momento en que no tratamos a la ideologia como un reflejo, bus- 1 camos develar su obra, pensamos conjuntamente fohaci6n y transfo&aci6n, es decir, le prestamos un poder de articularse y rearticularse no s610 en respuesta a un supuesto "real", sino a prueba de 10s efectos de su propia disimulacibn de lo real. Ahora bien, esta ruptura, es necesario subrayarlo, no concierne s610 a la concepci6n de la ideologia, pues igualmente concierne a1 modo de producci6n, o sea la definici6n mamista del sitio de lo real.

La sociedad de la cual Mam concibe la especificidad, en vista de las for- maciones anteriores, sobreviene con la escisi6n del capital y del trabajo; las oposiciones de clase esdn alli condensadas en el antagonism0 de la burguesia y del proletariado; la separaci6n del Estado y de la-sociedad civil responde a la necesidad de un poder que representa la ley a los ojos de todos y detenta 10s medios de la coacci6n generalizada d r g a n o separado de la clase domi- 1 nante, susceptible de hacer valer sus intereses generales contra 10s intereses particulares de tal o tal de sus fracciones y de sostener en la obediencia a 10s dominados; simulthneamente, la fragmentaci6n de sectores de actividades, 1 tendiente a arreglarse cada una segGn la imagen de su autonomia, se engendra como consecuencia de la divisi6n creciente del trabajo y de la exigencia de I encargar a especialistas las necesidades sociales de la dominaci6n-burguesa

1

ESBOZO DE UNA GENESIS DE LA IDEOLOGfA 239

(la politica se escinde de la economia a1 mismo tiempo que se delimitan los sectores juridico, cientifico, pedagbgico, estktico, etc.). En esta sociedad, esthn ya a la vista las condiciones de la unidad del proceso de socializaci6n; el capital encarna ya, en relaci6n con 10s hombres, el poder social materializado; mientras que con la abstracci6n creciente del trabajo surge una clase cada vez mhs homogknea, que tiende a absorber a todas las capas explotadas. Sin embargo, esta unidad latente, no puede convertirse en efectiva sino por la negaci6n de la divisibn, negaci6n cuyo motor reside en la clase revolucionaria, en una praxis en la cual se articulan su fuena productiva y su lucha contra la explotaci6n. Las contradicciones que se derivan de la acumulaci6n de capital y de la separaci6n de 10s diversos sectores de actividad en el sen0 de la estructura global, su desfasamiento, su desigualdad en el desarrollo, las luchas sociales -1uchas de clases en primer tCrmino, luchas tambiCn entre agrupamientos !igados a unos intereses y prhticas especificos- hacen de la sociedad capitalists una sociedad esencialmente histdrica, es decir, condenada a un continuo trastorno de sus instituciones, condenada a parir lo nuevo y a hacer la experiencia explicita de lo real como historia.

En 10s tCrminos de semejante descripci6n, la ideologia se determina como un dominio separado --cornpone un mundo de ideas, en el cual se encuentra figurada una esencia de lo social, las oposiciones de cualquier orden se obser- van cambiadas en determinaciones de lo universal, la dominaci6n convertida en expresi6n de la ley-. Entre lo politico y lo ideol68ic0, la afinidad es evidente: a1 igual que el poder se escinde de una sociedad desgarrada de parte a parte, para encarnar la generalidad de la ley y ejercer la coacci6n fisica -y que transpone y disfraza a la vez la dominaci6n de una clase-, el discurso ideol6gico se escinde de todas las formas de la prhctica social, para encarnar la generalidad del saber y ejercer la coacci6n de la persuasi6n- 61 transpone y disfraza a la vez en idea el hecho del dominio. Y lo politico y lo ideol6gico no son, en definitiva, inteligibles sino a1 reconocer a la vez lo inacabado del proceso de socializaci6n y la posibilidad inscrita en lo real de este perfeccionamiento, al cual el comunismo darh su expresi6n efectiva. Pero mientras que la politica se determina a6n dentro de 10s limites del pro- ceso de socializaci6n, la ideologia realiza imaginariamente la unidad que d l o el movimiento real, la negatividad del trabajo y de la praxis proletaria harhn advenir.

Ahora bien, por muy fecund0 que sea, este anhlisis (en el cual no se resume por cierto todo el pensamiento de Marx) desconoce la dimensi6n simb61ica del c a m p social. Imposible, afirmarnos en forma opuesta, deducir las rela- ciones de producci6n del orden de la ley, de] poder, del saber; imposible reducir a 10s efectos de la divisi6n capital-trabajo el lenguaje en el cual se articula la prhctica social. Estas relaciones no se arreglan, sus efectos no se desarrollan sino en funci6n de condiciones que no podriamos poner en el registn, de lo real; por el contrario, lo que es llamado tal se abre a 10s hombres, se ordena, se vuelve legible, una vez colocadas las seiiales de una nueva experiencia de la ley, del poder y del saber, una vez inaugurado un

240 ESBOZO DE UNA GENESIS DE LA IDEOLOGfA

modo de discurso en el cual ciertas oposiciones, ciertas pricticas de hecho se revelan, es decir se envian las unas a las otras, pues contienen virtual- mente un sentido universal que permite un iqercambio reglamentado entre el actuar y el pensar.

En el origen del capitalismo, se-observaba, segGn Marx, el progreso de 10s intercambios, la institucibn progresiva de un mercado; ' per0 la prhtica co- mercial se ha tropezado, a pesar de su extensibn considerable y la madurez de sus tCcnicas, en otras formaciones sociales (por ejemplo en China), con limites que le impiden generalizarse. Y esos obstAculos surgian' del sistema simbblico, de una configuracibn de 10s significantes de la ley, del poder y del saber, que no permitian la dislocacibn de las relaciones sociales de depen- dencia personal. En el origen de la acumulaci6n del capital se observaba igualmente la violencia desnuda de 10s dominantes, que arrancaban de manos de 10s campesinos sus medios de producci6n y 10s reducian a1 valor de una pura fuena de trabajo. Pero lo que Marx denomina el pecado original del capitalismo designa tambiCn el de su teoria, pues la violencia que "paria" del nuevo mod0 de produccibn no era muda, era mantenida por una repre- sentacibn de la causa y del efecto, cuya articulacibn estaba privada de sentido en otras condiciones sociales, se inscribia en un discurso que podia encon- trar, en el interior de sus limites, el criterio de su coherencia, y hacerse el pivote de una articulaci6n de la ley y de lo real.

Ninguna descripcibn de 10s cambios llegados en la produccibn, el inter- cambio, la propiedad, puede hacernos comprender lo que se encuentra en juego con la formaci6n del Estado moderno. Alli dondk el poder politico se circunscribe a1 interior de la sociedad, como el brgano que le confiere su uni- dad, alli donde se supone que extrae su origen del lugar igualmente, su- puesto de engendrarse bajo su acci6n, es la escena de lo social lo que aparece, es su instituci6n lo que se represents sobre este escenario, son 10s sucesos que alli se representan, en las relaciones que se anudan entre 10s individuos y 10s grupos donde se observa la trama de lo "real".

Que el poder se encuentre devuelto a1 interior de las fronteras del espacio- tiempo donde se articulan las relaciones sociales y desplazado de esta manera en relaci6n con la ley, de la cual se hace representante, ello no significa que

* -se convierta en poder de hecho. Si apareciera como tal, serian abolidas las *&ales de la identidad social. Per0 es cierto que esti expuesto a esta amenaza desde que su figura esti implicada en la institucibn de lo social; y no s610 en tanto aparece como engendrado en la sociedad, sino en tanto que aparece como fundador puesto que, de ahora en adelante, esti privado de 10s signos de su propia fundacibn, separado del orden del mundo del cual extraia la seguridad de su funci6n. Asi, no se establece bajo el signo de la ley sin0 con la condicibn de siempre restablecerse, es decir, por el desarrollo de un dkcurso --en el cual la diferencia del uno y del otro, y la diferencia del decir y de la cosa dicha se hacen principio de identidad del sujeto social-; ese discurs~ es ambiguo en si mismo y no puede fijarse como el product0 del poder sin derrumbarlo a su vez a1 rango de hecho, no ~udiendo tampoco referirse a

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una garantia trascendental sin perder sus propiedades, ocupado pues en producir en su ejercicio su "verdad", ocupado pues en af imar su poder de discurso, de manera que se encuentre negada su determinaci6n de discurso del poder. Ahora bien, tal es esta ambigiiedad que, simultineamente, el poder se revela por vez primera ilocalizable y localizado. Ilocalizable en tanto que surgiendo en el cruce de dos movimientos que se reenvian el uno y el otro, engendrhdose de la sociedad que 61 engendra; per0 localizado necesa- riamente, en tanto que proyectado en el campo social.

La desintrincaci6n del orden social y del orden del mundo va a la par con la desintrincaci6n de lo politico y de lo miticorreligioso; pero, por la misma necesidad, con la de lo politico y con la de no-politico en el orden social. La diferenciaci6n de las pricticas econ6micas, juridicas, pedag6igicas, cienti- ficas, estkticas, etc. ---que se conjuntan no como pdcticas de hecho (en los poros de la sociedad, siguiendo la metifora marxista), sin0 como pdcticas en las cuales se pone en juego la realidad de lo social como tal- no se esclarece sino en esas condiciones. Y simultineamente, esta diferenciaci6n es la de los discursos sociales, discursos "particulares", pen, ocupados en rei- vindicar una verdad universal. La oscilaci6n seiialada entre el discurso del po- der y el poder del discurso contiene la posibilidad de una separaci6n entre poder y discurso. En otros tCrminos, cada discurso particular hace la prueba de su poder, no s610 a distancia del poder politico institucionalizado; sin0 en contradicci6n con la determinaci6n del poder figurado en si mismo, en tanto se articula a una prictica singular o se inscribe en la divisidn social. Asl, cada discuno tiende a desarrollarse en busca de su propio fundamento; en su mismo ejercicio se anuda una relaci6n del saber cuyo limite no es de hecho fijado, en el sentido de que falta un saber general sobre el orden del mundo y el orden social en conjunci6n con el Estado. Que 10s diversos discursos se regresen 10s unos a 10s otros no significa de ninguna manera que se puedan condensar en uno solo, pues la verdad no es 9610 lo que ellos instituyen contemporineamente, en funci6n de una misma experiencia; ellos participan de la instituci6n de lo social y la descifran bajo el efecto de la desarticulaci6n del poder y de la ley y de su propia diferenciaci611, refiriendose cada uno a si mismo a1 elaborar su diferencia.

De semejante proceso, no se trata de imputar la causa a1 hecho del Estado modenlo. Si lo hiciCramos, seriamos victimas de la ilusi6n que denunciamos en Marx, pues transfeririamos tan sblo a otro nivel el determinism0 que 61 ha intentado observar en el de las relaciones de produccibn. Igualmente podriamos decir que las relaciones del Estado modemo no se fijan sino en un sistema en el cual el saber hace la prueba de su diferenciaci6n, donde el discurso hace en si mismo la de la alteridad (en lugar de que la palabra se ordene desde lo exterior de lo Otro) -acontecimientos cuyas primicias han side puestas por el humanism0 de la Cpoca del Renacimiento-. Si llamamos sin embargo politics la "forma" en la cual se descubre la dimensi6n simb6lica de lo social, no es para privilegiar las relaciones de poder, entre otras, sin0 para hater comprender que el poder no es "alguna cosa", empiricamente determi-

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nada, sino algo indisociable de su representacibn, y que la pmeba que hacemos, simuldnearnente prueba del saber, modo de articulaci6n del discurso social, I es constitutiva de la identidad social. I

En esta pempectiva, la ruptura con Marx nos va a conducir hasta 10 qw es para 61 la Wtima cuesti6n: la de la unidad futura del pmeso de socia- lizaci6n en lo real. La cuesti6n de la unidad oblitera la de la identidad social que no podria colocarse en lo real, pues implica su defecci6n y seiiala la inserci6n de la pdctica en el orden del lenguaje.

Ahora bien, la ideolokia exige una nueva interpretaci6n, inmediatamente que rehusamos defiirla con vista a un supuesto real. No podemos circuns- cribirla sino a1 reconocer la tentativa, que es propiedad de la sociedad moderna, de recubrir el enigma de su forma politics, de anular los efectos de la divisibn social y de la divisi6n temporal que alli se engendran, de restaurar lo "realy'. En este sentido, no es como un "reflejo" ni es desde la pr6ctica que la reflejaria, como la aprehendemos. Es su labor lo que la devela, labor en respuesta a la "institu~i6n'~~ cuya finalidad es devolver la indeterminaci6n de-lo social a su determinaci6n.

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Su transformaci6n nos hace leer mejor su formaci6n, porque alli se revela la contradicci6n que en ella existe: no puede cumplirse sin perder su funci6n, llegar a1 extremo de la afirmaci6n de lo real, sin ser amenazada con aparecer en su exterioridad a la pdctica y a1 discum instituyente, de la cud surgi6 para desmontar el escindalo. A1 intentar presentar la 16gica de la transfor: maci6n de la ideologia, la esboza, es verdad, y sufre esta vez su carikter dk esquema, m h bien que de salida; no tanto por su falta de precisi6nJ sin0 por la rigida de su construcci6n. El papel que hacemos jugar a la contra- dicci6n nos expone a ser acusados de hegelianos. Que nos sea sin embargo permitido obsentar que ella no se refiere a la historia, a1 devenir del Espiritu, pues no hace sino poner en evidencia la ghnesis de las figuras sociales del disimulo. Ahora bien, de &te, 10s principios pueden descifrarse, pues no es en funci6n de una misma tarea, bajo el signo de la repetici6n, como se hacen, en la prueba de lo hist6ric0, los desplazamientos del discurso.

La empresa de M a n era completamente diferente a la de 10s marxistas con- I temporheos. No tenia detr5.s de si el sentido de la distinci6n de lo ideol6gico y de lo real, lo elaboraba. Se podria olvidar que la critica de la filosofia ale- mana, y de entrada la de Hegel, ordena sus primeras interpretaciones de la estructura social y que, en El capital mismo, la critica de las ilusiones de la economia burguesa, y despuks la de la fantasmagoria del mercado, fundan el descubrimiento de la unidad del trabajo social y del proceso de formaci6n del valor. No podriamos tarnpoco, por habe.rse vuelto familiar su mCtodo, subestimar la audacia de una tentativa que apuntaba a seiialar en todos 10s modos de representaci6n dominantes, y especialmente en 10s discursos filos6-

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ficos en los cuales se hallaba reivindicada una critica radical de las ideas establecidas, los simbolos de una 16gica de la simulaci6n. NO podriamos finalmente dejar de observar que la distinci6n de lo real y de la ideologia se articula inmediatamente en su obra con la otra implicita del saber y de la ideologia -y que esta Gltima distinci6n prohibe fijar los t6rminos de la primera en el plano del conocimiento objetivo-. Es, en efecto. cuando des- monta, en su Critica de la filosofia del Estado de Hegel, 10s mecanisma del sistema filos6fic0, de su "locura", cuando Marx adquiere por vez primera la comprensi6n del fen6meno ideol6gico. Ahora bien, lo que 6l descubre no es s610 la tentativa de substituir una gknesis ideal del Estado con su gknesis real -un proceso de inversih de la realidad-, la transposici6n en el espacio de la teoria de detenninaciones sociohist6ricas contingentes, y la solucibn irnaginaria de las contradicciones de hecho -un proceso de idealizaci6n-, es el movimiento del perfeccionamiento del saber que se envuelve sobre sl mismo, simulando la conquista de la totalidad, y se disimula el hecho de su nacimiento, se borra la distinci6n del pensamiento y del ser. En la ideo- logia, debemos reconocer (y poco imports-que el concepto no haya sido aiin fijado, si el esquema de su constituci6n est4 descubierto), se efectiia una triple denegaci6n: la de la divisi6n de clase, articulada con la de la divisi6n del trabajo social, la de la divisi6n temporal, la destruccibn-producci6n de las formas de la relaci6n social, finalmente la del saber y la pdctica que este Gltimo reflexiona y a partir del cual se instituye como tal. Igualmente, cuando Marx analiza el Estado y la burocracia, y ya no la repnsentaci6n hegeliana del Estado y de la burocracia, y cuando, m b tarde, olvidando la "locura" del sistema filodfico, no se preocupa ya de comprender la del sistema capitalists, es para poner en evidencia el mismo proceso. El discuno inscrito en la instituci6n sostiene la ilusidn de una esenha de la d a d , conjura la doble amenaza que hacen pesar sobre el orden establecido el hecho de que estC dividido y el hecho de que es hist6ric0, y se impone como un discurso racional en si, discuno cerrado que, ocultando las condiciones de su propio nacimiento, pretende revelar el de la realidad social empirica.

Nuestro prop6sito no es el de analizar el pensamiento de Marx. Quisikramos o no, seria inmediatarnente necesario accptar que su distinci6n de saber y de ideologia alcanza s610 en principio la vitiEa de cualquier discurso que pretendiera inclinarse sobre lo real en el desconocimiento de las condiciones que le aseguran su posici6n de exterioridad; seria necesario aceptar igual- mente esa posicibn, invirtiendo en las ciencias positivas la certidumb& de la cual habia desposeido a la filosofia. Pero irnporta reformular brevemente el problema de Marx, separarlo de los comentarios dogmiticos que. lo han recubierto, para medir la exigencia tebrica que 61 nos ha impuesto y tambikn el limite que conviene franquear si queremos reanudar con su interpreta- ci6n el examen de las sociedades contemmheas.

Este problema estA puesto en unos tkrminos que impiden reducir la ideo- logia a1 discurso de la burguesia y asi pues de no conservar sin0 su funci6n de mistificaci6n, de justificaci6n y de conservaci6n al servicio de un inteds de

clase. Esta funcibn, ciertamente, Marx la ha ampliado y subrayado espe- cialmente en La ideologia alemana, pero no es inteligible sino a1 vincular a la ideologia con su n6cleo: la divisi6n social. Una sociedad no puede refe- rime a si misma, da CI a comprender, existir como sociedad humana, sino a condici6n de forjarse la representaci6n de su unidad -unidad que, en la realidad, a la vez se atestigua en la relaci6n de dependencia reciproca de 10s agentes sociales y se disimula en la reparaci6n de sus actividades-. Aun cuando la divisibn social no estC fijada en la divisi6n universal de clases (la de la burguesia y la del proletariado), la existencia de "relaciones sociales limitadas" implica la proyecci6n de una comunidad imaginaria, bajo el cu- bierto de la cual las distinciones "reales" se determinan como "naturales", lo particular esth disfrazado bajo las caracteristicas de lo universal, lo histbrico borrado bajo la intemporalidad de la esencia. La representaci6n bajo la cual se sella la relaci6n social marca en si misma el sitio de un poder, puesto que la misma comunidad imaginaria reina sobre los individuos o 10s grupos sepa- rados y les impone las normas de su conducta; es en ese sentido como lo universal que se proyecta sobre los hombres inscribe a1 dominado en su con- dici6n y proporciona a1 dominante la seguridad de la suya. Falta decir que el punto de vista del dominio de clase y el punto de vista de la "represen- taci6nn, por muy ligadw que estCn, no coinciden. Analizando el despotism0 asitltico, Marx observa que el principe encarna la comunidad imaginaria por encima de las comunidades rurales dispersas. El poder "real" --que se observa, en la priictica, en 10s simbolos del mando (control de un aparafo burocrhtico), el de la coacci6n (reclutamiento de la mano de obra campesina para la guerra o para objetivos del Estado) y de la explotaci6n (deducci6n de la plusvalia sobre la producci6n agrico1a)- ese poder determinable empi- ricamente es tomado en una representaci6n que es a la vez reflejo de la divisi6n social (la distancia absoluta del amo y del pueblo esclavo transpone simb6licamente la separaci6n bruta de las comunidades rurales) y la recubre. Aunque es verdad que se trata de un caso extremo, puesto que la burocracia no existe, como clase, sino por intermedio del dCspota y, por otra parte, el discuno de Cste (dios, semidib o representante de la divinidad) tiende a confundirse con el discurso de lo universal. Ahora bien, mis sugestivas son las indicaciones que nos entrega Marx en La ideologia alemana sobre la for- maci6n de Las clases. Hace aparecer una divisi6n entre los individuos, tal y como son determinados en una relaci6n colectiva, en funci6n de sus inte- reses comunes enfrente de un tercero, y esos mismos individuos definidos como miembros de una clase, recibiendo su identidad como "individuos medios", encontriindose reiacionados con una "comunidad" que esd separada del movirniento efectivo de la divisi6n del trabajo, que flota encima de los hombres y representa, a1 borrar a1 tercero, una esencia de lo social. La clase misma -a diferencia de la categoria econ6mica en la cual estA incrustada- se revela, en esta perspectiva, considerada por el proceso ideol6gico. El an& his de El 18 Brumario devela, por otra parte, que su formacidn como clase politica dominante implica una negaci6n de la d~ferencia temporal, el desco-

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nocimiento del presente, su disfraz bajo 10s rasgos del pasado romano que se revela como una condici6n necesaria para la acci6n revolucionaria de la burguesia.

Si es tal la via que abre Marx, no hay duda sin embargo de que Cl no se haya dedicado a madurarla. No podia, en efecto, seguirla consecuentemente desde que, a1 mismo tiempo, pretendia fijar por la via de las ciencias posi- tivas la naturaleza de lo social, cediendo a la ficcidn de un desamllo en si proporcionado a1 observador, y que razonaba en funci6n de la grosera opo- sicibn de la produccidn y de la representacidn. Debemos ciertamente mo- nocer que el concepto de producci6n tiene en la obra de Marx una extensibn considerable; 10s hombres, observa, no producen solamente 10s instnunentos necesarios a sus necesidades, y Cstas satisfechas, no producen s610 nuevas nece- sidades; producen tambiCn sus relaciones sociales. EI lenguaje, podemos consi- derarlo con todo derecho, forma parte tambiCn de la produccidn, puesto que Marx acepta que aparece con l a necesidad del come~cio entre I& hombres, y que, en suma, imagina el demrrollo del mismo refiriCndolo a1 modelo de Lna comunicaci6n de-individuo a individuo o de grupo a grupo, que es un aspect0 de la relaci6n social. Sin embargo, el uso del concepto -por muy extendido que estk- no cesa de proporc~onarle la garantia de una &oluci6n natural de la humanidad. El hombre, es verdad, produce a la vez 10s instru- mentos de su producci6n y su relaci6n social, lo que da origen a su vez a una fuerza productiva, de tal manera que 61 es producido por lo mismo que produce; per0 la idea de que la producci6n sea autoproducci6n no libera el mecanismo. El estado social se revela, en Gltimo analisis, como una combi- nacidn de tkrminos cuya identidad, tritese de una necesidad, del instrumento, del signo lingiiistico, del trabajo, de su agente individual o colectivo, no podria cuestionarse. En semejante perspectiva, el concepto de divisi6n del trabajo nos regresa 61 mismo a un hecho bruto, un hecho de evoluci6n, cierta- mente, a los ojos de Marx, pero que se inscribe en un campo ya preparado bajo mano, de manera tal que proporcione la ilusi6n de que 10s elementos est&n naturalmente determinados. Nada es mis sihnificativo a este respecto

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que el esfueno de Marx en La ideologia afemana para remontarse a 10s origenes de la divisibn del trabajo, y su afirmaci6n de que no era otra C O S ~ ,

primitivamente, que la divisi6n del trabajo en el act0 sexual. Aqui se devela sin equivoco el positivismo de Mam. La tesis supone lo que precisamente escapa a la explicacibn: un reparto de 10s sexos tal, que 10s participantes se identifican naturalmente como diferentes, y por lo mismo elevarian a la reflexi6n naturalmente esta diferencia y se representarian como hombre y mujer. Que no se trata dk un simple descarrio en la interpretaci6n: no PO- . demos dudarlo a1 observar que, en el mismo fragment0 de L+a idrologfo zi &mana, cuando Ma= en-era ]as tres condiciones fundamentales de la '-: historia de la humanidad, la procmci6n esta representada coma el act0 de . g:

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producci6n de la familia, como la doble mlaci6n hombre-mujer y padies-hijos. A1 igual que la c6pula se supone que proporciona el modelo primitivo de la cooperaci6n y de la divisi6n social, la procreaci6n supuestamente proporciona el origen hist6rico de la humanidad. En los dos casos, lo que se encuentra negado es la articulaci6n de la divisi6n -la de los sexos o la de las genera-

1 ciones- con el "pen~arniento'~ de la divisibn, un "pensamiento" que no podria deducime de Csta, puesto que ella esti implicada en la definici6n de los t&- minos. Lo que se encuentra negado es el orden de lo simMlico, la idea de un sistema de oposiciones en virtud del cual las figuras sociales son identi- ficables y articulables las unas en relaci6n con las otras, es la relaci6n que sostiene la divisi6n de los agentes sociales con la representaci6n; o digamos incluso que Marx rehiha el reconocer que la divisi6n social es tambiCn ongi- nariamente la del proceso de socializacibn y del discurso que la nombra.

Hacer la critica de Marx no conduce de ninguna manera a afirmar el primado de la representaci6n y a recaer en la ilusi6n, que denunciaba, de una 16gica independiente de las ideas; ni aparta de la tarea de descubrir los mecanismos que tienden a asegurar la representacih de una esencia imagi-. I

naria de la comunidad. Buxamos por el contrario concebirlas, pero sin ceder a h ficci6n naturalista. Ahora bien, la tentativa supone que dejamos de confundir la divisih social con el reparto empirico de 10s hombres en la operaci6n de la produccibn. No podemos determinarla, a1 igual que la divisi6n de s u m en un espacio objetivo en el cual ella preexistiria; no podemos refe- rirla en dnninos positives, en tanto que &to5 surgen como tales en su propio movimiento. Es el espacio social que se instituye, debemos pensar, con la divisi6n, y no se instituye sino en la medida en que se apilrece a si mismo. Su difemncia a t r a 6 de las relaciones de parentesco o las relaciones de clase, a travCs de la nlaci6n del Estado y de la sociedad civil, es indisociable del desarrollo de un discurso a distancia de lo supuestamente real, discurso enunciador del orden del mundo. Imposible pues el ocupar una posici6n que permitiria abarcar la totalidad de las relaciones sociales y el juego de sus articulaciones; e imposible, por lo demh, abarcar la totalidad del desarrollo hist6ric0, fijar a la divisi6n social un origen y un fin, puesto que ocultariamos entonces nuatra propia inxripci6n en el registro del discurso que estA puesto en juego en la divisih y que esta ignorancia nos conduciria a tomar por real en si nuatra representaci6n.

Lo que nos parece en el presente que mama el limite del pensamiento de Marq es que trata el proceso de la representaci6n como si se engendrara 1 en l a aventuras de la cooperaci6n y de la divisi6n, como si esta realidad se determinara a1 nivel natural del trabajo. Asi, no podia sino exponerse a wnfundir el orden de lo ideol6gico con el de lo simMlico, a reducir a la proyecci6n de conflictos "males" en lo imaginano el discurso mitolbgico, nligioso, politico, juridico, etc., y finalmente a hacer descender 10s s imbol~~ de la k y y del poder a1 plano emp'hico, a convertirlos en "productos" sociales.

Pero a6n debemos llevar m h lejos la critica. Decir que la institucibn de lo social es simulthneamente la aparici6n a si mismo de lo social se pmta a confusiones. Pues estamos de nuevo tentados a imaginar el surgimiento del discurso sobre lo social desde el del espacio social, y reconstituir asi una versi6n, d lo que m h compleja, del sociologismo. Para decir la verdad, el equivoco comienza desde que hablamos del "dixurso sobre lo socialyy, como si fuera posible procurarlo como tal, incluir en 61 el discurso enunciador del orden del mundo y tambiCn el dixurso enunciador del orden del cuerpo, como si la cuesti6n de la divisi6n social -incluso libkrada del empirismo- comprendiera en ella Ia de la divisi6n del hombre y del mundo y tambiQ la de la divisi6n de sexos y de generaciones; como si fuera posible, aw- mente, reducir a la cuesti6n del origen tal y como est4 inscrita en la sociedad a travCs del mito o de la religih, la de la proveniencia del hombn y tambib la del nacimiento. Es una cuesti6n metasociol6gica y metapsicol6gica que*- dirige en cada Cpoca el discurso de los hombres. La desconocemos al quemrla encerrar en ciertos b i t e s ; pen> todavia con mayor gradad, cuando olvi- damos como consecuencia que el discurso sobre lo social no coincide consigo misrno en el espacio sock1 en el cual se desarrolla y en el cual, simulhea- mente, se instituye; cuando nos olvidamos de que lo que 61 articula supone el hecho de su propia articulaci6n, o si se prefiere, que el trabajo de la divisi6n y de la institucib a "m6s viejoFY que el de la divisi6n y la instituci6n socialea. El extremo de Marx se muestra entonces con mayor profundidad en la tenta- tiva de pensar lo social en las fronteras de lo social, la historia en las fronteras de la historia, el hombre a partir y en vista del hombre y de eludiu ad, no las relaciones del hombre con la "naturaleza" (pues no ha cesado de hablar para asegurarse de una determinacibn objetiva del hombre en una 6ptica naturalista), sino la relaci6n del hombre, de lo social, de la historia, a 10 que por principio esth fuera de sus alcances, a partir de lo cual se efect6ai su nacimiento y que permanece implicado en 61.

Ahora bien, es a1 tomar conciencia de este limite cuando soma incitadar a reformular las condiciones de un anAlisis de la ideologia. Nosotros no PO- driamos, lo hemos dicho, circunscribir esta Gltima en vista de lo real, cuyas caracteristicas serian dadas a1 conocimiento positive, sin perder la noci6n de la operaci6n de la constituci6n de lo real e instalarnos en la p ic i6n ilwria de sobrevolar el Ser. Por el contrario, podemos intentar comprender c6mo el discurso dominante, en una Cpoca determinada, se arregla de manera a disimular el proceso de la divisi6n social, o lo que en el presente llamariamos el proceso de engendramiento del espacio social -o aun lo histdrico, para dar a entender que divisi6n social y temporalidad son dos aspectos de la misma instituci6n-. Sin duda, es necesario admitir que sernejante discurso, en tanto que esd inscrito en la divisibn, en su movimiento de dexripci6n del espacio social, no puede Jer sin0 opaco por si mismo. Pero es una cosa totalmente diferente decir que lleva un saber cuyo principio le es o ~ ~ l t a d o

y que se ordena bajo la exigencia del diGmulo de las huellas de la divisi6h social, es decir, bajo la exigencia de la figuraci6n de un orden que le asegu- raria la determinaci6n natural de su articulaci611, y con ella, la articulaci6n de las relaciones sociales aqui y ahora. En tanto que instituyente, el discurso se priva de corlocer la instituci6n; per0 en tanto que 'esti ocupado en con- jurar la amenaza que hacen pesar sobre 8 10s efectos en retorno de esta prueba, la manifestaci6n de una separaci6n entre el ser y el discurso, se hace activamente negador de la instituci6n social; es el discurso del ocultamiento, en el cual las seiiales simbdicas son transformadas en determinaciones natu- rales en las cuales el enunciado de la ley social, el enunciado de la ley del mundo, el enrrnciado de la ley del cuerpo sirven para ocultar el lam impen- sable de la ley y de la enunciaci6n, la dependencia de la ley enfrente de quien la establece y la dependencia de la palabra enfrente de la ley.

Sin embargo, debemos inmediatamente tomar conciencia de las condiciones en las cuales es posible aprehender esta distincibn. Ella supone en efecto que la instituci6n del espacio social se haya vuelto sensible ante si misma, de tal manera que el discurso instituyente no pueda borrar sus huellas bajo la ope- raci6n de lo imaginario; o, en otros tCrminos, supone que la divisi6n social y la historicidad hayan llegado a cuestionarla en tal forma que la obra de ocultamiento se mantenga sometida a sus efectos, que deje aparecer en sus fracases, en la tenta'tiva continua de corregirlos, a trav6s de sus discordancias, lo que en el presente tenemos derecho a llamar lo real, para seiialar que se trata de aquello mismo que denuncia la imposibilidad del encubrimiento. En ese sentido, la interrogaci6n de la ideologia nos confronta con la determina- ci6n de un t i p de sociedad en el, cual se observa un regimen especifico de lo imaginario.

Aunque Marx, como acabamos de observarlo, haya sido tentado por la posibilidad de convertir la divisi6n social en divisi6n empirica de las clases y cedido a la ilusi6n de un determinism0 que dirigiria el encadenamiento de 10s modos de producci6n, es a Cl tambiCn a quien debemos la idea de esta modificaci6n del rCgimen de lo imaginario. Lo que Cl entrev6, en efecto, a1 oponer el modo de producci6n capitalists a todos 10s modos de producci6n anteriores, es la singularidad de un modo de institucibn de lo social en el cual 10s efectos de la divisi6n y de la historicidad no pueden ser ya neutralizados bajo el signo de la representacidn. Buscando definir el despotismo asiitico, a1 cual ya hicimos alusibn, sacude en efecto su construcci6n, puesto que afir- ma que esta forrnaci6n social tiende a reproducirse tal cual, independiente- mente de todos 10s acontecimientos, guerras, migraciones, cambios de dinas- tia; que la organizaci6n econ6mica y social estA como petrificada por el hecho de la separaci6n absoluta de la comunidad imaginaria y de las comunidades n~rales. A1 hacerlo, nos conduce primeramente a volver a cuestionar las fun- ciones respectivas de la producci6n y de la representacihn, dando a suponer que la rim era esti subordinada a la segunda. Aunque se obstine en pre- sentar a1 despotismo como una formaci6n imaginaria que viene a prenderse sobre la realidad de la divisibn del trabajo, no puede evitar reconocerle si-

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lnultAneamente una eficacia simb6lica (de la cual da testimonio la misma den0minaci6~ del modo de producci6n en tCrminos no econ6micos) ; pero, sobre todo, esclarece sobre un caso extremo un rasgo distintivo de todas las formaciones precapitalistas. La afirmaci6n de que su modo de producci6n -a pesar de todas las diferencias hist6ric- pern~anece esencialmente con- servadora, que la divisibn del trabajo y las relaciones sociales tienden siempre a cristalizarse en ella y que a1 resistir a 10s factores del cambio no es, de he- cho, inteligible sino al reconocer la plena eficacia del dispositivo simb6lico que, aprovechando la separaci6n en dos lugares --el de la ley, del discurso social, del poder conductor y garante de este discurso y el de las relaciones sociales efectivas-, hace posible la inscripci6n del orden establecido entre 10s grupos y 10s agentes sociales en el orden del mundo y desactiva asi los efectos de la divisi6n social. Dispositivo cuya naturaleza singular esti en ase- gurar las condiciones de ocultamiento sin que pueda surgir la cuesti6n de una oposici6n entre lo imaginario y lo real. Lo real, en efecto, no se revela ahora determinable sino en tanto que esti ya supuestamente determinado, en virtud de una palabra, que, mitica o religiosa, da testirnonio de un saber cuyo movimiento efectivo del conocimiento, la invenci6n tCcnica, la inter- pretaci6n de lo visible, no pueden poner en juego el fundmento. El discuno es bastante instituyente, ordena la posibilidad de una articulaci6n de lo so- cial; per0 Cl fija como "naturales" las oposiciones, y por lo mismo el estatuto del dominante y del dominado en las relaciones de parentesco y en las re- laciones de clase, en razbn misma del disimulo de la divisi6n social bajo la representacibn de una divisi6n masivamente afirmada, de otro mundo, de un invisible materializado. Operaci6n de la cual no podemos aprehender el alcance si no comprendemos que en un sentido perfecciona una posibilidad escrita en la instituci6n de lo social, en hacer aparecer que esta instituci6n no es en si misma un hecho social, que la cuesti6n del espacio social es de entrada cuesti6n de sus limites o de su "alteridad" (como la del cuerpo es cuesti6n de su origen y de su muerte), que el discurso no es s610 el product0 de 10s hombres, sin0 que Cstos han hablado en el. De seguro, transgredi- mos de nuevo las fronteras del marxismo, a1 rechazar la idea de que 10s rnitos y religiones son simples ficciones humanas, pero para intentar imaginar en su estela un modelo en el cual el dispositivo simb6lico es tal que la disimulaci6n de la divisibn social coincide con el poder efectivo de frenar sus efectos, y el disimulo de lo hist6rico con el poder efectivo de detener la via del cambio o de contener su impulso.

Si nos arriesgawos a concebir la g6nesis de 10s diferentes tipos de forma- ciGn social, deberiamos aportar amplias correcciones a estas proposiciones. Son tan considerables las diferencias entre las estructuras de una sociedad "salvaje", el despotismo asiitico, la ciudad-Estado del mundo antiguo y el feudalism0 europeo, que puede parecer arbitrario tratarlas conlo variantes de un solo modelo. En la perspectiva en que nos colocamos, estamos espe- cialmente obligados a descuidar una articulaci6n esencial: la del poder y la del discurso sobre lo social, articulaci611 que es la Gnica sin embargo que

250 ESBOZO DE UNA GENESIS DE LA IDEOLOGfA i puede volver legible el movimiento en el cual se disocia del polo de la ley el de la enunciaci6n y donde se corn el riesgo de ver aparecer las contin- gencias del enunciado y su funci6n de ocultamiento. Pero aunque deba re- conocme que alli donde el lugar del poder estd "vacio" y donde las rela- ciones se ordenan en funci6n de su neutralizaci6n --en algunas sociedades salvajes-, no hay ningGn criterio que pueda seiialar la distinci6n de lo ima- ginario y de lo real, mientras que alli donde el poder esti referido a la ac-

I d6n de los hombres y desfasado en relaci6n a la ley, la posibilidad de esta distinci6n se encuentra ya abierta, se revela que en todos 10s casos el origen del discurso sobre el orden del mundo, el orden social, es concebido desde un lugar-otro.

Ese modelo, Marx mismo no llega a pensarlo (cualquiera que sea su pre- tensi6n de hacer una teoria de la evoluci6n de la humanidad) sino a partir de su an5lisis del modo de producci6n capitalists. Es descubrir en efecto que bte es esencialmente "revolucionario", es decir, que no estA expuesto a accidentes, sino que es generador, 61 misrno, de acontecimientos que modi- fican sin cesar las relaciones establecidas, que se encuentra conducido a hacer una oposici6n general entre dos t i p s de formaci6n social.

Recordemos brevemente que a 10s ojos de Marx dos rasgos caracterizan a la sociedad moderna; por una parte, la unificaci6n del campo social bajo el efecto de la generalizaci6n del intercambio y de la reducci6n de todos los trabajos concretos a1 trabajo abstracto, y por otra parte, la escisi6n del ca- pital y del trabajo, la concentraci6n de 10s medios de producci6n y la forma- ci6n de una masa siempre creciente de agentes sociales reducidos a la sola disposici6n de su fuena de trabajo. Ninguna duda de que esas dos carac- teristicas estkn indisolublemente ligadas: la sociedad tiende a referirse a si misrna en todas sus partes 0, en el lenguaje de los escritos de juventud, la "dependencia recipmca" de todos 10s agentes sociales tiende a realizarse en la medida en la cual se opera por primera ve?, una separaci6n entre dos polos antagonistas cuya relaci6n pone en juego la identidad del todo. El es- pacio social tiende asi a aparecerse en sus propios limites -y no con refe- rencia a un lugar ajeno desde el cual seria visible--, desde que todas las divisiones se subordinan a una divisi6n general, que 10s lams por la sangre y por el territorio y con mayor generalidad 10s lazos de dependencia personal estin disueltos, y que cada uno de los dos t6rminos de la divisi6n, por la negacicin de su contrario, regresa a la unidad de lo social. Operaciones, cier- tamente, que no son simetricas, pues si la masa de los trabajadores realiza la negaci6n a1 dar forma a1 fiwluctor colectivo --el cual no se reconoce sino en la abolici6n de la divisi6n-, el capital, por su parte, encarnaci6n del poder social, no .se realiza sino profundizando la divisi6n y dando forma a

i una clase destinada a1 fantasma de ser clase universal como claw particular. En ese proceso se inscribe el origen de la ideologia, como tentativa de repre- sentaci6n de lo universal desde el punto de vista particular de la clase do- minante. La singularidad de esta tentativa es que se enraiza en la divisibn social, de la cual, de alguna manera, estd directamente surgida: no es, lo !

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hemos ya dicho, en los tCminos de la psicologia colectiva como ella se puede interpretar; sin0 como seiial de una 16gica inscrita en la instituci6n de lo social, desde que la divisi6n no encuentra m& su expresi6n en la del mundo de la producci6n y del mundo de la repmntaci6n, sino que se represents en el interior del propio mundo de la producci6n, es decir, se enmascara bajo la imagen de una racionalidad inmanente de lo real. En este sentido, la singularidad de la tentativa, consiste tambiPn en que acuerda con el movi- miento que libera el capital de todos 10s limites que imponen las relaciones sociales limitadas y que invierten en a, como sistema socializado de explo- tacibn, un poder sin limites de objetivizaci6n y de racionalizaci6n de la pro- ducci6n. El proceso ideol6gico no es d l 0 diferente del proceso religiose, porque tiende a desarrollarse en 10s limites del espacio social, sino porque, a1 hacerlo, ha surgido vinculado con el conocimiento "cientifico", un conoci- miento que pretende el autodesciframiento de lo real. Pero, por otra parte, se distingue en esto, de manera no menos radical, el hecho de que esti some- tido a 10s efectos del trastorno social incesante que engendra el capitalismo, en el cual las instituciones, las mentalidades, 10s comportamientos colectivos se modifican, los centros de poder se desplazan, las capas burguesas, que extraen su ingreso y su poder de fuentes diferentes, entran en oposici6n; el hecho pues que debe perfeccionar su obra de ocultamiento de la divisibn, modificando sus propios enunciados o apelando a1 recurso simultineo de una multiplicidad de representaciones que venga a calmar las brechas que obra el carnbio en la "racionalidad de lo real". En esto se devela la relacidn sin- gular que sostiene la ideologia con la "sociedad hist6rican. Lo imaginario ya no se inscribe en el dispositivo simMlico que tiende a fijar la instituci6n de lo social, en llevar el detalle de la organizacihn social a un discmo que se encuentra escindido; es, en la medida misma en que surge la cuesti6n del nacimiento de lo social desde su propio lugar - e l dominio de este origen, 10s medios de negarlo y de contenerlo evadi6ndose- como adviene un nuevo tip0 de discurso, ocupado en desarmar a la oposici6n y a las rupturas en el doble registro del espacio y del tiempo. En otros thrminos, la ideologia es encadenamiento de las representaciones que tienen por funci6n restablecer la dimensi6n de la sociedad "sin historia", en el propio sen0 de la sociedad hist6rica. Una vez mis todavia, aprovechenlos el lenguaje de Marx: la idea de la "conservaci6n" ejerce una funci6n estratbgica en su interpretacibn; en todas las formaciones precapitalistas es el modo de producci6n lo que es con- servador; en el capitalismo, es la ideologia la que es conservadora y tiene a su cargo la funci6n de descubrir la revoluci6n que esti presente en el modo de producci6n. No hay duda de que haya tenido la intuici6n de que lo irnaginario en este Gltimo caso se segrega en la instituciitn de lo social, en razGn de la misma prueba que acaba de ser herha de la descomposici6n de todo el sistema simMlico sr~sceptihle de dominar esta institucicin. Marx puede, como Feuerbach, continuar haciendo de la rcligi6n una expresiitn tipica de la ideologia; p r o , a1 rnostrar que la religi6n se ha transformado en relaci6n social, entrevh 10 que hay de especifico en la ideologia: el recotlocimiento

ticito de la historicidad y de la divisi6n e incluso de la implicaci6n de la representaci6n en aquello que representa. Entrevd que el proceso de lo irna- ginario va a la par en las sociedades modernas con una experiencia sin precedente de lo "real" como tal. Es a1 apuntar a esta distinci6n llegada de lo real y de lo imaginario, cuando adquiere la posibilidad de referirla a unas formaciones sociales en el interior de las cuales seria ilegible. Pero ese poder se alimenta de la ilusi6n, que est6 en el corazbn de la sociedad moderna, en la cual la instituci6n de lo social puede dar razbn de si misma. Marx toma el principio de la ideologia como mod0 especifico de lo imaginario, pero no deja de suponer que se reduce a la disimulacibn de alguna cosa: la divisibn de clase, la divisi6n del capital y del trabajo, la del Estado y la so-

ciedad civil, la del presente hist6rico y sus tareas --sin llegar nunca a pensar - que si ella asegura efectivamente la disimulacibn, esti ordenada y sostenida por un principio de ocultamiento, que ha substituido a aquel que dirige el dispositivo simb6lico de todas las formaciones precapitalist?s--, la imposibi- lidad de un discurso sobre lo social que se engendra desde su propio lugar no siendo menos radical que un discurso que se engendra en un lugar aparte. Esta imposibilidad que, a1 pensar con mayor generalidad, es la que afronta cualquier discurso en las sociedades modernas, en el sentido de que estin a la b6squeda de su propio fundamento, no podemos confundirla con la ideo- logia. Igualmente tampoco decimos en el presente que el pensamiento de Marx se inscribe en la ideologia, como tampoco lo diriamos de cualquier obra a la cual reconozcamos un poder de instauracib en 10s tiempos mo- dernos. Airn mis, el discurso social y no &lo el que se inscribe en las obras del pensamiento, no puede ser tenido por ideol6gic0, por el solo hecho de desa- rrollarse ante el ensayo de semejante imposibilidad. Igualmente, consideramos como una ficcibn la tesis que desacredita 10s principios del discurso demo- crAtico a1 reducirlo a 10s enunciados de la democracia burguesa, aunque en Csta observamos la tentativa imposible de fijar lo instituido en lo instituyente. Es bajo tales confusiones como se desarrolla actualmente la critica de una fracci6n de la intelligentria, que ve por todas partes 10s signos de la ideologia, multiplica sus consideraciones contra el discurso politico como tal, el dixurso econ6mic0, juridic0 o filodfico o pedagbgico, sin ser capaz de medir lo que ha sido aqui y allA puesto en juego y que lo es todavia, cada vez que se da o es rehecho, desde el saber instituido hasta la tentativa de poner el pensa- miento en contact0 con el instituyente. Semejante tentativa, en raz6n misma de la incapacidad en que est6 de ambar, hace del discurso el lugar de un trabajo cuyo efecto es mantener abierto, a pesar de todas las tesis afirmadas, el interrogante que esti en el principio. Y, en ese sentido -la paradoja es s610 aparente-, ese modo de discurso da testimonio tambiCn, en el movi- miento mismo que lo condena a una ceguera, de lo que estA fuera de las conquistas del actuar y del saber, de una referencia a1 enigma de la institucibn. Si tuvikramos por ideologia el discurso que afronta la imposibilidad de su autoengendramiento, ello significaria que convertiriamos a esta imposibilidad en un hecho positive, que creeriamos en la posibilidad de dominarla, que

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nos instalariama de nuevo en un punto ficticio del sobrevuelo de cualquier discurso para "ver la divisi6n de la cual surge, a pesar de que el discurso no puede probarse sino en si mismo. Decimos, lo que es muy diferente, que la ideologia se ordena en raz6n de un principio de ocultamiento que no depende de su trabajo; marca un repliegue del discurso social sobre si mismo, a favor del cual se encuentran eludidos todos 10s signos que son susceptibles de desmantelar la certidumbre del ser de lo social --signos de la creatividad histbrim, de lo que no tiene nombre, de lo que se evade a la acci6n de un poder, de lo que se separa a travds de las aventuras dispersas de la sociali- zaci6n-, signos de lo que da ufia sociedad, o la humanidad como tal, extraiia para ella misma.

Tal es el caricter del discurso ideol6gic0, entrevisto ya por Marx, pero referido ilusoriamente a una realidad oculta (el estado de divisi6n del trabajo fijado p r el de las fuerzas productivas) ; es un discurso segundo que sigue las lined del discurso instituyente, el cual no se conoce, y, bajo su efecto, intenta simular un saber general sobre lo real como tal. Discurso pues que se desarrolla sobre el modo de la afirmaci6n, de la determinaci6n, de la generalizaci6~1, de la reducci6n de las diferencias, de la exterioridad enfrente de su objeto -y en tanto que tal implicando siempre un punto de vista de poder-, que es portador de la garantia de un orden actual o virtual y tiende a1 anonimato para dar testimonio de una verdad impresa en las cosas. Ese discurso segundo no extrae nada de su propio fondo; y es lo que justifica la obsetyicidn de Marx de que la ideologia no tiene historia. Pero juzga- riamos equivocadamente, en consecuencia, que esti vinculado a un conjunto determinado de enunciados. Observernos desde ahora que su dependencia enfrente del discurso instituyente tiene varios efectos. En primer lugar, tiende a apoderarse de 10s signos de lo nuevo para inscribirlos en su trabajo de disimulo de la historia; de tal manera que la representacibn de lo "moder- no" -volveremos sobre ato- es altamente eficaz para enmascarar la dife- rencia temporal. En segundo lugar, tiende a realizar su proyecto de homoge- neizaci6n del campo, tomando a cargo, para desarmarlas, las cuestiones que surgiesen en funci6n de la diferenciacibn del espacio social y de 10s conflictos de clase y de grupo. Es asi como la delimitaci6n de una pr6ctica de la poli- tics, de la cual no tenemos ninghn derecho de decir que es, como tal, ideo- 16gica, suscita un discurso particular que elabora activamente la imagen de una esencia de la politica (poco importa que eso sea para afirmar en 61 la racionalidad o la irracionalidad Gltima). Operaci6n que se repite a partir de la delimitacibn de una prktica juridica, estktica, pedagkica, y cuya efi- cacia se observa en que 10s mismos esquemas gobiernan en cada discurso, que cada uno apunta en direccibn a los otros y constitu~e un eslab6n dei discurso general de lo social. Pero es asi igualmente como unas capas diferentes acaban por hablar, cada una en funcibn de las condiciones en las cuales esti colo- cada y de sus aspiraciones particulares, un lenguaje a1 servicio de la "racio- nalidad" y de lo "real", de la disimulaci6n de cualquier fractura del tiernpo y del espacio, cuyo efecto es asegurar la complementariedad de las represen-

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taciones de una Cpoca. En tercer lugar, la tentativa de llenar las lagunas del discurso general, siempre sometido a la prueba del impib le dominio de lo instituyente, impone el recumr en forma sucesiva a esquemas de expiicaci6n disparatados, I6gicamente no complementaria, cuando incluso, evidentemente, un modelo predomina. No es solamente que agentes sociales diferentes se repartan la tarea del discurso ideol6gico; 6 t e esti destinado a desplazar sus referencias para alimentar su justificaci6n -referencia por ejemplo del pasado y del porvenir, de la Ctica y de la racionalidad tkcnica, del individuo y de la comunidad-. Esti condenado, en este sentido, a hacer fuego de todo el bosque, a acomodarse a versiones hetertklitas para conservar la eficacia de su mpuesta general.

Sin embazo, estas observaciones no son suficientes. Incluso asi corregida, la proposici6n de que la ideologia no tiene historia corre el riesgo de inducir a1 error, pues ella enmascara la contradiccibn con la cual Csta choca y que ordena sus transformaciones. Y corn el riesgo de quitarnos la 16gic.a de lo imaginario social en la sociedad hist6rica. El motor de 10s cambios ideol6gicos no podemos encontrarlo d o en una historia "real", como lo pensaba Marx; es el fracaso del proceso de disimulo de la instituci6n de lo social lo que detennina, por una parte, la necesidad de su reorganizaci6n. Es porque la ideologia no puede realizarse sin descubrirse, es decir, sin exponerse como un discurso, sin dejar de aparecer separada de bte enfrente de lo que habla, que ella implica un devenir en el cual se reflexiona la imposibilidad de borrar sus huellas.

La ideologia burguesa que 10s marxistas se obstinan en confundit con la ideoiogia como tal -prisioneros como e s th de un esquema empirista, que la refiere a un estado determinado de la divisi6n de clases- no constituye sino un momento. Y es a1 escrutar las seiiales de su fracaso que se esclarece la g6nesis de la ideologia totalitaria. Como estin tambi6n por descubrirse 10s limites de Csta, podemos adquirir alguna idea de los mecanismos que dirigen lo imaginario social en las sociedades occidentales contempodneas, algo cuya eficacia supone a la vez la explotaci6n y la neutralizaci6n de la tentativa totalitaria.

Todo lo que hemos dicho de las propiedades generales de la ideologia se aplica a la ideologia burguesa. Observamos, en su apogeo, en el siglo XIX, un discurso social en exterioridad sobre lo social, un discuw dirigido por la ilusi6n de una lectura de lo real desde lo real, y que tiende a darse como un discurso an6nim0, en el cual el universo habla de si mismo. Ese discurso, cualquiera que sea el apoyo que encuentre, en ciertas Cpocas y por ciertas capas de la clase dominante, en la religibn, esti sometido a1 ideal del cono- cimiento positivo y vive de recusar expresa o implicitamente la referencia a un lugar ajeno donde se recogeria el saber del orden social y del orden del

' mundo. Pero lo que no se nos debe escapar, es la singularidad del dispositivo

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gracias a1 cual el curso ideol6gico intenta cumplir su funci6n. Este se ordena, en efecto, a la sombra de una ruptura entre las i dea y lo supuestamente real. La exterioridad del lugar ajeno, ligado a1 saber religiose o mitico, est6 borrada, pero el discurso no se refiere a 61 mismo sino por el sesgo de la trascendencia de las ideas. Que se trate de la Humanidad, del Progreso, de la Naturaleza, de la Vida 4 de 10s principios clave de la democracia bur- guesa inscritos en el frontbn de la Repbbiica- o de la Ciencia y del Arte --per0 igualmente de la Propiedad, de la Familia, del Orden, de la Sociedad, de la Patria-, que se trate de la versibn conse~vadora o progresista del dis- curso burguCs o de la versi6n socialists o anarquista del discurso antiburgub, el texto de la ideologia se escribe en mayhculas. Lleva la seiiales constantes de una verdad que consolida el origen de 10s hechos, 10s enciema en una repre- sentaciim y dirige la argumentacihn. Bajo el efecto de la trascendencia de la idea, se encuentra afirmada o presumida la determinaci6n de un orden de las apariencias; o, de una manera general, la posibilidad esti ofrecida de, una objetivizaci6n de lo social, cualquiera que sea el punto de vista adoptado.

Pero no podriarnos insistir demasiado sobre el doble carhcter de la idea que es representacih y norrna; sobre el doble cardcter de la argumentaci6n que da testimonio de una verdad inscrita en lo real y unas condiciones de un actuar conforme a la naturaleza de !as cosas. AdemL, una articulacibn esencial del discurso ideol6gico se sefiala en la funcibn expresamente recono- cida de la regla. Todavia de nuevo, es del comrvadurismo a1 anarquismo que se conserva el mismo modelo: un cuerpo de prescripciones es erigido y su aplicaci6n es condicibn del saber o del actuar. Y es desde el discurso poli- tico o econ6mico hasta el discurso pedagcjgico, en donde se verifica el poder de la regla que, por todas part- y de cualquier manera que sea interpretada, proporciona la seguridad de lo real y de lo inteligible. El discurso sobre lo social, en ese sentido, no puede sostener su posicih de exterioridad enfrente de su objeto sino dando foma a1 garante de la regla que da testimonio?. con su existencia, de la encarnaci6n de la idea en la referencia social. La pos1ci6n del garante es en si misma explicita. Se inscribe en la representacidn; es toda una imagineria la que se desamlla, donde aparecen 10s rasgos del burgub, del patdn, del ministro, del padre de familia, del pedagogo, del mi- litante, etc. Sin duda en un extremo del discurso ideoI6gic0, la autoridad tiende a ser recubierta bajo el poder de la id-, pero es verdad, entonces, que ese poder se vuelve exorbitante, que la ciencia es reivindicada bajo su signo con un vigor decuplicado, y que son a veces envueltos en ella las deter- minaciones particulares de los agentes sociales, la forma del hombre como hombre universal que llega a sostener eficmente, en el socialismo y el anar- quismo, la verdad de la regla.

Ahora bien, seiialCmoslo, la representaci6n de la idea, la del encadena- miento inteligible de 10s hechos, la de la regla, la del amo que posee el principio de la acci6n y del saber, supone un tipo singular de discurn, con- sagrado a e x h i b k como tal. El discurso sobre lo social se afirma como dis- curso; esti significativamente modelado sobre la pedagogia. Y esta caracte-

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ristica esclarece la distancia que, ella tambiCn, estC representada entre quien hable, cualquiera que sea el lugar donde se coloque, y el otro. No queremos decir que el discurso emane de un agente o de una serie de agentes que no sedan sino representantes de la clase dominante. En tanto que se da como un dixurso sobre lo social, extrayCndose de lo social, el discurso ideolbgico se desamlla bajo el signo de lo impersonal, transporta un saber que se supone que surge del orden de las cosas. Pero le es esencial volver visible la dis- tincibn, en todos 10s niveles, del sujeto que se erige por su articulaci6n con la regla, que se enuncia a si mismo a1 enunciarla, y del otro, que no tiene dignidad de sujeto, por no tener acceso a la regla. La representacidn de la regla va a la par con la de la naturaleza; y esta oposicibn saca partido de urn serie de tCrminos manifiestos; por ejemplo, "el obrero" es representado enfrente del burguCs, el inculto enfrente del hombre cultivado, el salvaje en- frente del civilizado, el loco enfrente del hombre normal, el niiio enfrente del adulto; es, a travk de todas las substituciones, un ser natural cuya imagen sostiene la afirmaci6n de la sociedad como la de un mundo por encima de la natural-. Tal es el artificio por el cual la divisi6n social es disimula- da: la posici6n de seiiales que permiten fijar la diferencia de lo social y de lo subsocial, del orden y del desorden, del "mundo" y de los bajos fondos (dife- rencia que no tiene estatuto en el "precapitalismo", pues es desde otro lugar, desde un orden que lo excede, que es concebido lo social) de tal manera que se encuentra identificado y dominado lo que la realidad evade del discurso. Asi, Qte puede recubrir la cuesti6n de su origen, o lo que es lo mismo, la de la instituci6n de lo social, disponiendo las fronteras de lo que es extraiio a cualquier origen, mC adentro de la institucibn, haciendo la parte de una vegetaci6n turbada por hechos irracionales, de 10s cuales es precis0 detener el crecimiento. Ciertamente, es necesario de nuevo decirlo, esta representacibn es rechazada en el discurso antiburgut%, pen, Cste comparte e incluso profun- diza el alcance pedag6gico; tiende a encerrarse en un contradiscurso, que fija la imagen de la irracionalidad del presente y reduce lo otro a la figura malCfica del dominante -no menos obsesionado, como esti, por la ficci6n de una transpsrenkia de derecho de la sociedad para si misma.

Lo que hace la fuem de la ideologia en el modelo que esbozamos a grandes rasgos, es, ya lo habiamos sugerido, a1 evocar 10s anilisis de Mam, aquel cuyos discursos, de 10s cuales seiialamos la homologia, permanecen desunidos. La ideologia, repitimoslo, sigue las lineas de la instituci6n de lo social; si proporciona una "mpuesta" general, Csta no se recoge en un solo lugar. Se multiplica, en funci6n de una diferenciaci6n a la cual Marx vanamente ha imputado el principio de la divisi6n del trabajo -mientras que esta hltima no podria ser considerada en si como motor de cambio- y que podria m b bien referim a la separaci6n del poder politico y de la ley y, detris de ellas, a1 movirniento de segre.gaci6n de las instituciones y de 10s discursos sociales que las dan por sobreentendidas. Es asi sobre el acontecimiento que constituye la delimitaci6n del Estado, la de la empresa, la de la escuela, la del asilo, la de las instituciones modernas en general, sobre la huella de

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espacias determinados en 10s cuales se ordenan rtlaciones mensurables en- agentes definidos, como se proyecta un discuno ideol6gico. Es a parti1 de una articulaci6n hist6ricamente dada que le da forma, aqui y all&, a una necesidad de esencia. Sin duda, cada tentativa no es posible sino porque ella toma prestado de todas las otras. Hay un constante intercambio entrc 10s procedimientos de legitimaci6n y de disimulaci6n actualizados aqui y all&. Pero resta decir que el "saber" no se concentra en un solo polo y que, en ese sentido, una separaci6n es siempre y en todas partes presewada entre el poder y el discurso. La tarea de homogeneizaci6n y de unificacibn de lo social queda implicita. Y por esta misrna d n , siempre estA abierta la posi- bilidad de un desplazamiento e incluso de un cambio de los enunciadk 0,

si se prefiere, de veniones contradictorias que aseguran, a pesar del conflicto, una identidad de referencia para los agentes sociales.

Sin embargo, las condiciones que dan la seguridad a la idmlogia burguesa de su eficacia, contienen tambiCn la posibilidad de su fracaso. Seguramente, para dar cuenta de su descomposici6nJ tseria necesario salir de sus Ilmites, interrogar a la historia, pen, nosotm no nos proponema sino poner en evidencia las contradicciones internas de la ideologia, que la obligan a modi- ficarse para continuar ejerciendo su funci6n en 18 sociedad hist6rica.

La descomposici6n, si creyCramos en un argument0 manrista esparcido co- mhnmente, resultaria de la wntradicci6n fundamental del discurso ideol6gico y de la prActica real, que se volveria cada vez m8s sensible a 10s o j a de 10s dominadas. La tesis es demasiado conocida para tener necesidad de ser resu- mida, y se sabe que ha encontrado un punto de apoyo privilegiado en la critica leninista de la "democracia formal", de la cual las masas dexubririan poco a poco la mistificaci6n, con el ensayo de la opresi6n. Aunque debemos reconocerle cierta verdad, estarnos en derecho de preguntarnos c6mo llega a aparecer la realidad, si es suficiente referirse a la experiencia vivida por una clase para concebir la formaci6n de un discuno social que minaria poco a poco el dominio de la ideologia. Cuesti6n tanto mh urgente, si considerama que en las sociedades en las cuales la democracia formal se ha derrumbado, Csta cede su lugar, como debemos aceptarlo, no a una democracia real, sino a1 totalitarismo.

M b fecunda nos parece la interpretaci6n marxista cuando pone el acento sobre las contradicciones internas del dncurso ideol6gico. La necesidad en que se encuentra de enunciar proposiciones de valor universal y a la vez de proporcionar una representaci6n del orden establecido que justifique la domi- naci6n de clase, tendria por efecto destruir su aparente racionalidad, le impediria llevar a tCrmino su afirmaci6n, de manera que suscitaria la crftica en su propio ejercicio sobre cada uno de sus registros, tendria un contradis- curso. Man, recordernos, sugikre en El 18 Brumrio que el dixuno burgu6s obedece, a su manera, a la divisibn del trabajo. La intelligentzh sc apecia1iz.a en el culto de verdades abstractas, sostiene la ficci6n de una esencia de la humanidad que no tolera la irnagen de intereses particulares, h b l a la lengua de la poesia, mientras que Ios representantes politicos de la b m e s i a

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hablan en prosa. A creer esto, desde que el orden esth arnenazado, estos Gltimoa son los Gnicos que ocupan la esceria. Aunque 61 ve en ellos los porta- voces realistas de la clase dominante. no es exceder los limites de su an6lisis inscribii su discuno en la ideologia. A1 tomar medidas que expresan sin n ingh equivoco la defensa de 10s intereses de clase, emplean todavia un lenguaje que pretende dar raz6n de los hechos, enunciar la ley de lo real y la reaiidad de la ley. El concepto de propiedad. o el del Estado o el del trabajo, o el de la familia, no es menos ideol6gico que el de la intelligentzia humanists. Y por lo dunk, si tal o cual concepto de la intelligentria - m m o el de la igualdad- se encuentra relegado en cierta coyuntura, porque susci-

. . ta el riesgo de ser conquistado por las reivindicaciones revolucionarias, la prosa no podria romper del todo con la poesia; es siempre el discurso de la libertad el que viene a apuntalar el discurso sobre la propiedad, como es siempre el discurso sobre la justicia el que apuntala el del orden. De la misma manera podriamos, sin vincularnos a 10s conflictos que desgarran los agentes del dis- curso ideolbgico, tratar a b te en su generalidad para analizar sus oposiciones y demostrar que no hay una sola idea que pueda ser fonnulada, un solo argumento desarrollado a su servicio, cuya afirmaci6n no exija una idea, un argumento que lo contradiga. El discurso recubre representaciones que no pueden unirse, vive de una "mezcla homble" de la imagen de un individuo incondicionado vinculado a una sociedad, incondicionada, de la aiianza dr un pensamiento artificim y mecanicista y de un pensamiento substancialista y organicista; y como a 61 le es esencial explicitarse como discurso de lo social, como no deja de nombrar a las cosas, 61 crea sin saberlo, por el efecto de sus discordancias internas, la separaci6n de lo social y del discurso.

Pero precisamente, si queremos tomar toda la medida de la contradicci6n, sin olvidar que 6ta se enraiza en el proyecto imposible de un discurso que pretende representar la transparencia de lo social, y ser, en tanto que discurso social, discurso sobre lo social, lo que es necesario escrutar es esta propiedad singular de la ideologia burguesa de realizarse por procedimientos tales que hacen que la enunciaci6n sea casi sensible para ella misma, el enunciado casi consolidado, la figura de un enunciador casi visible, mientras que, simuld- neamente, todo esth supuestamente borrado en la casi aparici6n de lo social en si. Pues en ella misma, la contradicci6n interna no arruina el discurso; como lo hemos seiialado, ella tiene tambiCn su fuerza, prepara una articulaci6n entre tCrminos opuestos, asegura la posibilidad de decir todo, o, para usar el vocabulario contemporheo, de "recuperar" todo, hasta lo mC subversivo. Por el contrario, la ideologia esd minada por su exigencia de producir ideas, las cuales se exhiben v & presentan como trascendentes en klaci6n con la . . realidad, desde el momento mismo en el cual ellas son las que la determinan, o no parecen sino expresarla. Nada m h interesante que esta operaci6n: la idea de la propiedad, o de la familia, se relaja ante el hecho de la propiedad o de ia familia. No es que la idea estC muerta; no hay una instituci6n que no se ordene en una actividad del lenguaje. Pero tenemos enfrente un len- guaje a la segunda potencia, que establece distancia en relacidn a1 primer0

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e intenta conjurar el riesgo que est6 en 61, por el hecho de que en bte, la palabra circula, diferencia y a1 mismo tiempo se refiere a unos u otros agentes, y no se calla sin0 en virtud de un movimiento en el cual se encuentran puestas en juego la posibilidad y los limites del intercambio -una aventura cuyas condiciones y efectos evaden la instituci6n-. La idea de la familia encierra el hecho de la instituci6n e implica la creencia de que, desde su centro, sus condiciones de posibilidad y sus Ihites son concebibles. Ahora bien, bajo el efecto de la representaci6n, surgi6 la cuesti6n de la familia. No surgi6 del simple hecho de que existe una red de parentesco determinada; b ta supone, como lo observa correctamente LCviStrauss, palabra, conocimiento, a veces una reflexi6n muy elaborada sobre sus principios de organizacibn, p r o no ulna uizta sobre la institucihn que la circunscribe como tal, en el interior del campo social, a distancia de las otras. La diferenciacibn de las funciones, de 10s papeles, la jerarquia de 10s derechos, no suponen de ninguna manera que haya una vista sobre el padre, la madre, el niiio, o como lo sugeriamos, una duplicaci6n de la representacib, gracias a la cual surge una esencia; o lo que viene a ser lo mismo, en la ocurrencia, una imaginaria relaci6n social.

Seria sin duda un lugar comirn decir que la idea de la familia se forma en el ensayo de la contingencia, que se ha vuelto casi sensible, de la insti- tuci6n; sin embargo, es ya menos banal seiialar que esta contingencia no esd abolida, sino desplazada bajo el efecto de la idea, que bta, que tiene por funci6n la de recubrir, estA aqui inmediatamente marcada; y que, finalmente, lo que se encuentra en continuo sacudimiento es un movimiento sin limitu precisos de un encadenamiento de ideas, para borrar el efecto de la contin- gencia del enunciado. Trabajo de la argumentaci6n, de la justificaci6n del cual hemos ya observado que es en si mismo representado en la ideologia, que ofrece la imagen de una racionalidad extraida de lo real (poco irnporta, es necesario precisarlo, si se ejerce para concluir en la irracionalidad de la naturaleza humana) ; trabajo que no conoce otro objetivo que su repentina abolici6n en el retorno a1 enunciado bruto de la idea, es decir, a la afirmaci6n de que la instituci6n es sagrada: la familia, la cClula social, el fundamento de la sociedad. La idea se perfecciona entonces como pura trascendencia; y sabemos que este perfeccionamiento responde a una virtualidad del discur&i ideol6gic0, en todas partes en las cuales se ejerce. este tiende a retirarse hacia un punto de certidumbre, en el cual se anula la necesidad de hablar. Es hechizado por la tautologia. El vocablo "familia", el vocablo "propiedad", y el vocablo "sociedad", pero tambiCn el wxablo "libertad", el vocablo 'igualdad", el vocablo "progreso" o el vocablo "ciencia" resumen un saber que no requiere justificaci6n. Pero el punto de certidumbre es insostenible; la trascendencia de la idea, vana. PU& lo que se busca, pero no puede ser alcanzado, es un m k all5 de lo social, es una certidumbre de lo social como tal, es un punto de referencia en euya pCrdida esd precisamente el origen de la ideologia. Referencia pues que no se acomoda a1 enunciado de ideas, en funci6n del cual no podria desarrollarse un discurso sobre lo social, apun- tad0 como un espacio determinado. La idea pues no podria replegarse sobre

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si rnisma sin que reapamma la exigencia de producir su fundamento tomando las seiiala que la atestiguan del supuesto real. Y esta operaci6n implica, anot6mosl0, el reconocimiento de la diferencia de lo que es y de lo que se d ia ; en este sentido pues, el discurso se sabe corno discurso y se complace en representame como tal. Pues, al hacerlo, mtiene la ficci6n de un dominio de su origen y de su pmpio espacio. Es, parad6jicamente, la ostentaci6n del verbo lo que permite diimular el enigma de su nacimiento, o lo que hemos llamado la cuesti6n de la divisiQ social. Pero no menos llamativa es la consecuencia de ese fedmeno: si a la ostentaci6n responde la fascinacibn, tambiCn es verdad que el discurso que expone se encuentra bajo la amenaza de ser percibido como discurso de hecho.

Ahora bien, observamos una contradicci6n anAoga en el estatuto conferido a la regla, de la cual se supone que esd apoyada por la autoridad. El uni- verso social, es necesario recordarlo, es un universo de reglas; y. po hay reglas que no impliquen, en ausencia incluso de aparatos de coeruon destinados a hacerlas respetar, un saber de lo pmhibido o de lo prescrito. Pero en. la ideologia, la representaci6n de la regla se escinde de la operaci6n efectiva de la regla. Seguramente, esta escisi6n se acompaiia con profundas modifi- caciones en las relaciones que sostienen efectivamente 10s agentes sociales. Pero dejemos de lado ese dificil pmblema para no considerar sino el fen& meno de la representacibn. Posiblemente se pueda observar mejor, como ya lo hunos sugerido, en el cuadro de la pedagogia y muy especialmente en el del aprendizaje del lenguaje. Tal es, en efecto, la ficci6n dominante, que Cste puede ser dominado al ser conducido a los principios de su construcci6n, definidos por la gramiitica. La regla es asi extraida de una experiencia del lenguaje, circunscrita, vuelta plenamente visible y bajo el supuesto de que puede ordenar las condiciones de posibiidad de esta experiencia. La que hace el enigma de la lengua, ya sea que estC en el interior y en el exterior del sujeto parlante, que haya una articulaci6n de t5l con 10s otros que seiiala su advenimiento en si, y del cual no dispone, he aquf lo que esd recubierto por la figura de una "alteridad" de la lengua, en la cual 6 t a se engen- draria. Sabcmos que en su primer estadio la ficci6n es llevada a su colmo, cuando la enseiianza jesuita impone la prohibici6n del uso de la lengua maternal en la escuela, y fija e impone un latin artificial para montar un dis- poaitivo susceptible de persuadir de que el hablar se engendra desde la regla. Aun cuando esta ficcibn no pueda resistir las exigencias de la socializaci6n del niiio en la sociedad hist6rica, esclarece la 16gica entera de una repre- sentaci6n de la pedagogia que pretended dominar la diferencia indomable de la instituci6n de conocimientos y del saber de la instituci6n. Ahora bien, de nuevo descubrimos la ambigiiedad de la reprcsentaci6n, desde la ocasi6n en que la regla es enunciada. Pues su pmpia exhibici6n mina el poder que se arroga de introducirse a la prhtica. Ese poder exorbitante, es en efecto necesario que sea mcxtrado y simultheamenie que no deba nada al movi- miento que lo hace aparecer. Para ser fiel a su imagen, la regla debe sub- traerse de toda cuesti6n que t r a m sobre su origen; ad, es ella ucesiva en

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relaci6n a las operaciones que dirige. Su virtud ud en conferir a1 sujeto un derecho a hablar, a saber, a retener el dominio de su actuaci6n; rnientras que en su defecto, no 5610 esti privado de medios de expresi6n o de conoci- miento, sino literalmente destituido, es decir arrojado afuera del circuit0 de la instituci6n. Pero para ser fiel a su imagen la regla debe tambign probarse en su validez en el uso, esti constantemente sometida a la demostraci61-1 de su eficacia, y asi, contradictoriamente figurada como convenci6n. S610 la auto- ridad del maestro permite recubrir su contradiccibn, pen, 61 mismo es objeto de representacibn; imaginado como detentador del saber de la regla, permite ver sobre 61 mismo la contradicci6n. Por una parte, encamando una autoridad que no tiene que dar raz6n de si rnisma, o como se dice, de derecho divino y, por la otra, prodigando las seiiales de su competencia.

Ahora bien, la configuraci6n que vuelve particularmente sensible a la ense- iianza podremos observarla en todos los sectores del camp social. No es sola- mente la representacibn de la enseiianza, son las de la literatura, la pintura o la filosofia las que implican el mismo juego de contradicciones. Repitamos, de paso, para q w no se preste a1 equivoco tan divulgado en nuestros dias (el cud se inscribe en una nueva figura de la ideologia) : la historicidad de la enseiianza, de la filosofia, de la literatura, de la pintura, no podriama tomarla desde una vista que nos librara de las cuestiones puestas en juego en su instituci6n; no hablamos de la representaci6n que se aplica cada v a sobre b t a para intentar anular sus efectos y simular un dominio del proceso de socializaci6n, a favor de la instancia de la regla y de la instancia del maes- tro. Pen, no dudamos, por ello, de extender este anaisis; no es sin0 hasta el cuadro de la empresa de producci6n donde es necesario observar la diso- ciaci6n de la instituci6n y de la representaci6n, del discurso social implicado en la prictica y del discuno sobre lo social que pretende fijar los principios a1 exhibir la figura del dirigente, detentador, por una parte, de una autoridad de derecho divino y, por la otra, de la competencia, y a1 exhibir la figura de las reglas, de un cuerpo de prescripcidn en el cual se enuncian un saber sin condiciones de la organizacibn industrial, y las condiciones triviales de la productividad del trabajo humano.

El discurso ideol6gico que examinamos no tiene seguro: lo que lo vuelve vulnerable, es su tentativa de volver visible el lugar desde el cud seria cone- bible -a la vez pensable y engendrabl- la referencia social, es la impotmcia que tiene de fijarla sin dejar de representar su contingencia, sin condenam a resbalar de una posici6n a otra, sin volver por ello sensible la inestabilidad de un orden que esti hecho para elevarse a la dignidad de esencia. A1 bbser- varlo, posiblemente estarernos en mejor postura de cornprender por quC ese discurso, en su proyecto de extraerse de lo social y de afirmarse como d-, no puede quedar esparcido y por quC su tarea de generalizaci6n implicita del saber y de homogeneizaci6n implicita de la experiencia corre el riesgo de deshacerse enfrente del insoportable examen de una ruina de la certidumbn, de una vacilaci6n de las figuras del dkurso y, en consecueneia, de una fragmentaci6n del sujeto. Reivindicando su poder de discurso, no coincide

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jam& con el discurso del poder; manifiesta en si mismo la posici6n de poder; sin embargo 6te, ya sea poder del gobierno actual o virtual o uno de sus innumerables substitutos, lo representa, lo expone a la vista del otro, pero sin ordenarse, sin unificarse bajo el principio que condensaria en la misma afirmaci6n, y que se referiria a1 mismo garante, la, multiplicidad de unos enunciados. Acabarnos de observar que el discurso ideol6gico no tiene seguro, por lo que se encuentra arreglado de tal manera que esti marcado por la ausencia de un garante del origen. La respuesta a la cuesti6n del origen ordena su desarrollo, per0 ella saca partido, se desplaza en sus limites, y es a ese precio como el poder opera en la eficacia de la referencia social.

EL TOTALITARISM0 Y LA CRISIS DE LA WEOLOO~A BURGUESA

Es el fen6meno del totalitarismo lo que nos permite descifrar los rasps espe- cificos de la ideologia burguesa. Pues en 61 se refleja su contradicci6n. Aun- que pueda parecer, a algunos, escandaloso tramrlos como variant- de un mismo modelo, el fascism0 y el nazismo, por una parte, y lo que, por otra parte, lleva el nombre de comunismo y no constituye en los hechos sino el d icuso de una sociedad burocritica, hablamos de totalitarismo sin tomar en consideraci6n las diferencias de los regimenes en otras instancias altamente significativas, porque nuestra iinica preocupaci6n es la de esclarecer un aspect0 general de la &nesis de la ideologia.

En el totalitarismo busca perfeccionarse el proceso de ocultamiento de la instituci6n de lo social. En el nazismo no se trata esencialmente de la resu- rrecci6n de un sistema de valores recusado por la sociedad burguesa y que proviene del precapitalismo, aunque evidentemente hay una tentativa de re- novar con la representaci6n de un orden comunitario, fundado en referencia a la tierra, loslazos de sangre y la dependencia personal -y aunque esta representaci6n no haya dejado de sobrevivir en 10s m6rgenes de la ideologia burguesa en todas las formas del conservadurism*; con el comunismo, no se trata esencialmente de un esfueno para inscribir en lo real los valores univer- salistas de la sociedad burguesa, destruyendo la figura del inter& particular en todos 10s registm de la actividad social, aunque con toda evidencia ese proyecto forme parte efectivamente de su empresa y se enraice en la historia de las luchas revolucionarias del proletariado en el interior del mundo capi- talista. La formacidn del totalitarismo no es ininteligible sino a1 reconocer la "respuesta" aportada a1 problema de la divisi6n del discurso ideol6gico y del proceso de socializacibn de la sociedad, o lo que llamariamos voluntariamente la historicidad de lo social. La ficcibn nace de un discurso social que for- -'a, implicado como esti en la prictica, un saber general -1 saber siempre sostenido por la ideologia burguesa en una dimensi6n de exterioridad- y eliminaria por todas partes en las cuales se ejerce 10s signos de su unidad y por lo mismo de la homogeneidad del carnpo objetivo. Asi se borran 10s limites de 10s sectores antes expresamente reconocidos, econ6mic0, politico,

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juridico, pedag6gic0, estCtico e induso cientifico. La afirmacibn de la iden- tidad de lo real en su aparici6n busca regresar sobre si misma desde cualquier enunciado particular; ella alimenta la pasi6n de la tautologia y, simuldnea- mente, es la bbqueda de una totalizaci6n en lo explicit0 que se substituye a1 trabajo de ocultamiento del discurso burgues, cuya propiedad singular era dejar la generalizaci6n en estado latente. Mientras que este iiltimo, observ4- bamos, tiende a volver sensible la esencia de su discurso y, en tanto que tal, queda desfasado en relaci6n a1 poder, mientras que el discurso totalitario se desarrolla con la convicci6n de estar impreso en la realidad y de encarnar la virtualidad de un dominio continuo y general de sus articuiaciones. Por ello es de extremo a extremo discurso politico, per0 rechazando a1 hecho par- ticular de lo politico, intentando consumar la disoluci6n de lo politico en el elemento de la generalidad pura de lo social.

Lo que rechaza, con mayor precisi6n, son todas las oposiciones que la ideo- logia burguesa tomaba en cuenta en una representaci6n hecha a la vez para desmontar sus efectos y que hacia pesar una amenaza sobre 10s fundamentos de cada t6rmino exponihdolo a la exigencia de dar raz6n de si mismo. Antes que cualquier otra cosa, el discurso totalitario borra la oposici6n del Estado y de la sociedad civil; se inclina a convertir en manifiesta la presencia del Estado en toda la extensi6n del espacio social, es decir, a conducir a t ra6 de una serie de representantes el principio de poder que informa la diver- sidad de las actividades y las contiene en el modelo de una alianza comiin. Pero esta operaci6n, de la cud no podemos perder de vista que 61 la realiza, no en los limites de un comentario que aprovecharia su distancia en relaci6n con lo real para nombrarlo en su verdad, sino que difundihdose en 10s circuitos de la socialiici6n, elaborando sistemas de seiiales, cuya funci6n representatiua no es ya m k observable, tomando a los actores para inscribirlos en ems sistemas, de tal manera que el discurso habla (casi) a trav6 de ellos y suprime (casi) el espacio, ciertamente indeterminado, , p r o siempre preser- vado en la ideologia burguesa, entre la enunciaci6n y lo enunciado. El partido de masa es el 6rgano por excelencia del totalitarismo, gracias a1 cud se mani- fiesta la consubstancialidad del Estado y de la sociedad civil; encarna en todas partes el principio de poder; propaga la norma general que proporciona la seguridad de una especie de reflexi6n de la sociedad sobre si misma, y simultineamente con su polarizaci6n hacia un objetivo, la liberan de la sorda amenaza de la inercia de lo institutido, volviendo posible su identidad bajo el imperio del activismo. Pero no podemos distinguir la pdctica y la estruc- tura del Partido, del discurso donde se pronunci6 (si no para mostrar a tad- 10s niveles las contradicciones en las cuales se ejercita y que disimula). Ese representante --coma, por lo demh, todos aquellos que ejercen sobre un registro m h particular la misma funcibn, sindicatos, asociaciones de j6venes, de mujeres, de intelectuales, etc.- se ordena exactamente en la pdctica en funci6n de la exigencia de la representaci6n; aparece en las relaciones que se establecen en su seno la unidad de la cual se hace garante enfrente de la . sociedad; es en si mismo un sistema de seiiales que permite informar una

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jerarquia, producir una ruptura entre el aparato y la base, 10s dirigentes y los ejecutantes, separar 10s sectores de actividad, en la simulacibn de una transparencia en si de la instituci6n, de una reciprocidad de decisiones, de una homogeneidad del cuerpo politico.

El discurso ideol6gic0, en ese sentido, tiende a convertirse en discurso del Partido --el discurso del Partido no es sin0 una segregacih de Cste, aunque le sea absolutamente necesario y marque a la empresa un li i i te sobre el cual regresarem-. Nada que esclarezca mejor este fendmeno como la formaci6n de un nuevo t i p de agente social, el militante, figura sobre la cual se observa la inscripci6n del sujeto en el discurso que 61 debe supuestamente hablar. El militante no estA en el partido, como en un medio determinado con las fron- teras visible; 61 es en si mismo un representante; extrae de su fuente la posibilidad de franquearse de los conflictos a los cuales lo expone su parti- cipaci6n en instituciones diferentes dirigidas por imperativos de socializaci6n . especificq la posibilidad de encarnar en su persona la generalidad de lo social. '

En tanio que conductor de la representaci6n, el militante realiza su funci6n reflejando constantemente lo que se ordena independientemente de 61 en el supuesto sistema de lo social. A la vez, se erige como detentador del poder y del saber; controla a1 obrero, a1 campesino, a1 ingeniero, a1 pedagogo, a1 escritor, enuncia la norma, concentra las virtudes del actiuismo y encuentra impresos en 61 el vocabulario y la sintaxi de su d i iuno de tal manera que se constituye 61 mismo eri laCoperaci6n de la ideologia.

Ante la exigencia de m g e r en si, m k all& de toda divisibn, el discurso social, de soldar las imiigenes esparcidas del hombre en la sociedad burguesa, de apoderarse de una llave que abre todas las puertas del edificio social y hace circular la mirada sobre todas las formas de la actividad econ6mica, polltica, esdtica, de entrar en posesi6n de un saber general, de vincular todas esas experiencias hacia un mismo polo de verdad, se agrega la de borrarse enfrente del anonimato de la idea, de la argumentaci6n, de la regla, de la autoridad suprema que estiin como soldados el uno con el otro. Ahora bien, el tipo de militante no hace sino llevar a su expresib perfecta la tentativa de borrar la diferencia del individuo y de la sociedad, la de lo particular y la de lo general, la de lo privado y la de lo pGblico. La imagen princeps es la del hombre sin determinaci6n, que encuentra su definici6n como hombre fascista o como hombre comunista: un puro agente social, cuya pertenencia a una claw no proporciona sino una modalidad accidental de su inserci6n en la sociedad total, donde se ve incluso expresamente recusado, en el puro rechazo de una escisi6n interna de esta sociedad. Nadie duda de que el tota- litarismo "comunista" tenga ixito, a este respecto, en explotar con la mayor eficacia l a mecanismos de la ideologia; pues no es suficiente rechazar la determinaci6n de clase, llega hasta a dar forma a las relaciones sociales en ias cuales se vuelven cada vez menos comprensibles los rasgos de la clase dominante, hasta disolverse en la imagen de una jerarquia puramente fun- cional, en la cual cada miembro estaria cada v a m h pr6ximamente vincu- hdo a1 punto central de la socializacibn, las lineas de separaci6n entn domi-

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nante y dominado. Pero que se trate del fascism0 o del comunismo, vemos en la obra una 16gica de la identificaci6n, c u p impulso es la anulaci6n de conflictos que se engendran en funcibn de las oposiciones propias de la so- ciedad burguesa. Mientras que en &ta, el poder de la representacih se mantiene en un desplazamiento continuo de la "soluci6n", de una referencia a la contradicci6n, en favor de un desfase de las instancias del discurso, en el totalitarismo encontrarnos una afinnaci6n brutal de la identidad de la representacibn y de lo real, condensaci6n de 10s tCrminos de la contradicci6n en figuras que se reflejan las unas con las otras. Mientras que en la primera el discurso se ordena en funci6n de compromises constantes entre 10s prin- cipios antagonistas, el segundo busca su eficacia en una respuesta general que excluiria las huellas de la cuesti6n. Pero el Cxito de 6 t e seria ininteli- gible si no fuera capaz de volver manifiestas en el detalle de la vida social las seiiales de la totalidad. El mecanismo de identificacibn juega, en efecto, en una sociedad moderna que ha hecho, en cada uno de sus registros de actividad, el examen de la diferenciacib, de la oposici6n a si misma, del cambio; es necesario que sean tornados en cuenta no d lo 10s efectos de la divisibn del trabajo, sino los de la segmgaci6n de los espacias socioculturales. Incluso la tentativa de borrar la oposici6n del Estado y de la sociedad civil y de volver sensible la indivisi6n de lo politico y de lo no-poKtico supone que aparece en la forma de las relaciones sociales, aqui y ahora, la lbgica de la norma, es decir, que se desenvuelve un sistema de articulaciones en virtud del cual el poder puede denultiplicarse sin correr el riesgo de dividirse.

Ahora bien, es a1 someter a1 imperativo de la organizaci6n todas las esferas de la sociedad como el discurso ideolbgico, fascista o comunista, se asegura el dominio de las oposiciones que se engendran de una parte y de otra y en cada una de ellas, y como puede reducir su separaci6n enfrente de su objeto. En efecto, la representaci6n de la organizaci6n permite recubrir la diferencia del sujeto y de la ley, diferencia abierta en el propio movimiento de la insti- tuci6n, que implica la imposibilidad de relacionar Cste, sea con una acci6n humana --se coloque el punto central en el individuo o en el g r u p sea con un principio trascendental. La organizaci6n, en un sentido, born las huellas del sujeto social, cualquiera que sea la modalidad de su aparici6n; no borra la positividad de un sujeto empiricamente determinado, ya sea la clase dominante, la clase dominada o el individuo productor --pen, oculta la cuesti6n del sujeto como tal, cuesti6n en la cual se encuentra siempre puesta en juego una relaci6n con la ley-. Vuelve asi invisible el antagonism0 general dominante-dominado, que ha llegado a1 sen0 de la sociedad burgue~a en el cuadro de la producci6n, representando un sistema de opraciones que asignaria su definici6n a 10s agentes y a sus relaciones. Pero, simulthea- mente, ese sistema aparece como pura construcci6n, como operaci6n global, sosteniCndose por si misma, y en ese sentido, como pura manifestaci6n del logos humano, como pura manifestacibn de la socializaci6n que se desen- welve, de una instituci6n en acto, no teniendo relaci6n sino consigo misma, polarizada hacia la totalidad. La representacibn de la organizaci6n tiende a

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la contingencia de cualquier determinacihn particular en relacibn a la ley que profiere el arno --el amo absolutb del Estado, pero tambien sus repre- sentantes en todos l v niveles de la jeraquia y en todos los sectores de la actividad-. Sin embargo, con el desliz de una p i c i6n del poder a otra se

'introduce un principio de inestabiiidad que corn el riesgo de hacer visible el mecanismo de dominio. Si en la ideolog'a burguesa el peIigro esti en que el poder se exponga al ridiculo, en la ideologia totalitaria corre el peligm aGn m& grande de excitar el horror. A medida que se desarrollan los efectos de la contradiccibn, unos medim de defensa, es verdad, son puestos en su lugar para intentar refomr la cohesibn del discurso ideol6gico; es asi como despues de la muerte de Stalin se explot6 su ejemplo para representar y denunciar el exceso del poder sobre la racionalidad -mientras que a1 mismo tiempo se explota el ejemplo del pequeiio burkrata para mostrar y denunciar el exceso de la irresponsabilidad sobre la jwta impersonalidad de las deci- siones. Pero la defensa da testimonio de la crisis latente del sistema de repre- sentaciones burocr6ticas. No es menos instructivo obsexvar su vulnerabilidad a1 exarninar 10s sucesos de cualquier naturaleza, en el orden econbmico como en el de la cultura, que escapan a la previsi6n de 10s dirigentes y son suscep- tible~ de expresar un fracaso de la nonna general, aqui y ahora, un "fracaso" en el funcionamiento de la organizacibn. En un sentido, los recursos del disc- son inagotables enfmte del acontecimiento. Tal es en efecto la articu- laci6n del discurso en el poder y de la ley que lo "real" no puede cuestionar, pues su acceso es rigurosarnente dirigido por, la representaci6n. Pero esta representaci6n requiere las seiiales de los exitos de la organizaci6n. El poder no se refleja en las p i h i d e s sino en 10s edificios donde debe atestiguarse una accih y un objetivo sociales, donde, a mayor profundidad, Ios hombres deben descubrir su existencia comGn en la pura dimensi6n de la acci6n social orientada hacia un objetivo social. Es asi, por ejemplo, como 10s indices de producci6nJ febrilmente anotados, son considerados como la prueba continua de la validez en lo real del-discurso dominante. En swna, la doble necesidad se impone de incluir absolutamente y de excluir absolutamente el aconteci- miento, de imprimirlo en la 16gica de la organizaci6n y de negarlo absoluta- mente como posibilidad de desordm. No mediriamos la arnplitud de la con- tradiccidn si o l v i d h o s que la ideologia totalitaria se engendra en una "sociedad hiit6ricaY', es decir, repitim~~lo, en una sociiedad que no puede aferrarse en una representad611 de sus S i t e s , que estA por principio abierta a la cuesti6n de su advenimiento, consagrada a la desmesura, a la dwnancia, que hace la experiencia en cada uno de sus sitios, de los efectos del cambio en otros, cuya diferenciacibn interna, Ios desfases entre Ias pdcticas y represen- taciones van a la par con su hiitoria. El fantasma burocrhtico consiste en abolir lo histbrico en la Historia; restaurar la 16gica de la "sociedad sin his- toria"; igualar lo instituyente y lo instituido; negar lo imprevisible, lo incog- noscible, la pCrdida completa del pasado bajo la ficci6n de una acci6n social transparente para ella misma, que controlaria sw efectos por adelantado y se mantendria en continuidad con m origen.

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Por muy fuerte que sea la ficci6n, se expone a ser desmentida. Sin duda, el desmentido es a su vez recubierto; 10s fracas05 de la planificaci6n, por ejemplo, son imputados a1 burocratismo, a la inercia residual del cuerpo social, a la enfermedad de la reglamentaci6n. Y es necesario de nuevo per- suadirse de que la representaci6n del burocratismo no es menos ideo16gica que la de la acci6n social; es una pieza esencial del sistema, cuya funci6n es la de subrayar la virtud de la regla en su coincidencia con la instancia de poder y de achacar su perversi6n a la presencia de agentes parasitarios. Pero, ademiis de que la regla aparece exorbitante, alli donde la racionalidad supuestamente debe exhibirse por si misma, es la 16gica entera de la orga- nizaci6n la que "puede" aparecer como 16gica de lo absurdo. Es verdad que la ideologia dispone de un medio de defensa, eficaz de otra manera, adex& de la denuncia del bmratismo, para resistir 10s choques en retorno a las decisiones del poder 0, mAs generalmente, a 10s efectos de lo real. La tcnta- tiva de asegurarse un dominio del espacio socia1 se sostiene con la represen- taci6n de un enemigo: un enemigo que no podria presentam como oponente, pero cuya existencia atenta a la integridad del cuerpo social. El enemigo, por lo demiis, hace bastante m& que personificar la adversidad, 0, como se observa a menudo, servir de chive expiatorio. En m a sociedad que no tolera la imagen de una divisi6n social intema, que reivindica su homogeneidad m& alIL de todas Ias diierencias de hecho, es el otro como tal quien adquiere lm r a s p fanthticos del destructor --el otro, de cualquier manera que sea definido, cualquiera que sea el grupo al cual es asignado, es el representante de lo externa-. Mientras que en la ideologia burguesa la esencia del hombre es a f i a d a a la vista de una subhumanidad, siendo b t a relegada a 10s bajoa fond- y sin estar nunca tan hundida en la "naturaleza" como para no provocar el problema de encargarse de ella, pues es percibida en la sociedad, la ideologia totalitaria se refiere a la exclusibn de un agenk malCfico, de un representante de lo antisocial. Ahora bien, la eficacia de la repre~entaci6n no podria hacer olvidar que no dispone soberanamente de sus efectos. Tiende a circunscribir el lugar del otro; pem no lo consigue sino en virtud de un rechazo generalizado -lo hemos ampliarnente subrayado- de la diferencia del sujeto y del d'iurso social. Cualquier signo de esta diferencia es s m p - tible de dtnunciar a1 sujeto como enemigo. La alteridad no puede cercane, la imagen del c a m p de concentraci6n no es suficiente para desarmarla. Es el individuo, por todas ks partes en las cualzr es requerido de i n sc r ib i en el discurn del poder, el que hace la prueba de la posibilidad de su exclusibin; es, en tanto que se revela capaz de habIar, quien se descubre como culpable ptencial. En estc sentido, el mundo burocAtico no deja de ser espantado por la inseguridad, aun cuando est6 totalmente arreglado para representar la ciudadela de la seguridad, para petrificar a una comunidad en la segu- ridad de su cohesibn. La afirmaci6n de lo social total no libera del fantasma del autodevoramiento; el discurx, totalitario borra la exterioridad de la idea, el disc- sobrc lo social tiende a reahsorbem en el discurso social, borra la exterioridad del poder, el Estado tiende a opetar su fusi6n con la sociedad

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civil, borra la exterioridad de la regla, la organizaci6n tiende a ser suficiente para transportar la racionalidad, borra la exterioridad del otro, la divisi6n social es disimulada; pen> la exterioridad regresa, el discurso esth amenazado de aparecer como una mentira generalizada, como discurso a1 servicio del poder, simple m h r a de la opresi6n.

La ideologia totalitaria reina en gran parte del mundo; asi, un anilisis rigu- roso deberia tomar en consideraci6n los rasgos especificos que reviste en algunos paises y particularmente en China. Deben'a tarnbiin tomar en cuenta las modificaciones sobrevenidas en la URSS y en Europa del Este, desde hace una quincena de aiios. A nuestros ojos, las diferencias que pueden obser- varse en el espacio y en el tiempo no ponen en duda la coherencia del sistema. La inteligencia de este sistema, sefialibarnos, nos permite descifrar tarde lo que hacia la especificidad de la ideologia burguesa; ahora bien, es necesario agregar en el presente que esclarece igualmente la formaci6n del nuevo dis- curso ideol6gico en las democracias occidentales de nuestra Cpoca.

Nuestra convicci6n es que ese discurso explota todavia el sistema de repre- sentaciones, que ha conocido su plena eficacia en la segunda mitad del siglo XIX, per0 que este Gltimo no ocupa el punto central de lo imaginario social. Esta hip6tesis no pretende ser original; una sociologia critica ya amylia -a la cual se vinculan 10s nombres de Marcuse, de Whyte, de Roszak, de Bau- drillard- ha puesto en evidencia la funci6n que llenan en el presente los temas de la organizaci611, de la comunicaci6n social, de la pertenencia a1 grupo, del consurno, etc. Esas ideas son sin duda familiares a1 lector y haremos la economia de una dexripcibn; lo que, por el contrario, amerita ser subra- yado, es la relaci6n que sostiene el discurso contempodneo a la vez con el totalitarismo y con la ideologia burguesa, la manera en la cual se inscribe en la gCnesis general de la ideologia. Aunque se haya correctamente subra- yado a veces la finalidad totalitaria de este discuno, no nos hemos percatado casi de que su formaci6n da testimonio de una "reflexi6n" de las contradic- ciones que obsesionan a1 totalitarismo --de una tentativa para desmontar la amenaza que hace pesar sobre el ser de lo social, el proyecto de llevar a lo explicit0 la representaci6n de una homogeneizaci6n y de una unificacibn de lo social-. El proyecto, subrayamos, se acercaba a su contrario: el de anular la distancia del discurso sobre lo social y del discurso social, de poner el primem en el segundo. Ahora bien, es claramente esta empresa la que es repetida en la nueva ideologia, pero disociada de la afirmaci6n de la totalidad, reducida a lo latente y en ese sentido rearticulada al principio del sistema de la ideologia burguesa, en la cual el desplazamiento de las formaciones imaginarias era requerido, su conflict0 tolerado, y los compromises constante- mente atenuados. Recubrir la distancia de la representaci6n y de lo real, que pone en peligro la ideologia burguesa, renunciar a1 perfeccionamiento de la

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representaci6n bajo la forma de la totalizaci6n de lo real, que pone en peligro la ideologia totalitaria, tal es a nuestros ojos el doble principio que ordena una nueva 16gica del disimulo.

Si la afirmaci6n de la totalidad, en el comunismo especialmente, se opera bajo la exigencia de soldar a1 Estado con la sociedad civil, de separar la imagen de un desmigajamiento del poder y de su disminuci6n a1 orden del hecho, ello implica, obsedbamos, que el discurso de la ideologia se convierta en el del poder; ello lo expone peligrosamente haciendo aparecer no d lo en la cima del Estado, sino a travis de sus mliltiples "representantes", la instancia separada de decisi6n y de coerci6n con las caracteristicas del amo. Una nueva estrategia se elabora para representar una sociedad a1 abriggde ese peligro. Ciertamente, el uso del tirrnino estrategia evoca la acci6n de un sujeto que g d a de la libertad de definir 10s mejores medios de disimulo. Pero hemos dicho excesivamente que la ideologia antigua no era la de la burguesia, para que no se nos achaque la ilusi6n de que se habria convertido en la de una nueva clase -por ejemplo, de la tecnocracia- como se placen en repetir. .- La estrategia de la cual hablamos designa las tretas de lo imaginario, un proceso que para ser inconsciente y "sin historia" en el sentido en el cual lo entendia Man, no tiene menos en cuenta 10s efectos del saber y de la historia y 10s inscribe en unas nuevas configuraciones a1 servicio de una tarea que permanece efectivamente siendo siempre la misma. Asi, vemos a1 grupo, erigido en entidad positiva, apuntado a la vez como expresi6n y como fin de la comunicaci6n social, venir a hacer pantalla a la separaci6n del aparato de dominio y de la masa de 10s sin poder. La representaci6n de la estructu- ra de un grupo, indiferente a las condiciones que prescriben a sus miembros su estatuto, tiende a excluir de su campo la cuesti6n del origen, de la legitimidad, de la racionalidad de las oposiciones y de las jerarquias instituidas en cada sector. En ella se entrega una nueva fe: la de un "dominio" de lo social en la experiencia misma de la socializaci6n aquf y ahora, es decir, en las fron- teras visible de cada institucibn, en cada situaci6n en la cual el hombre se descubra inscrito en virtud de la necesidad "natural" de la producci6n o mis generalmente de la actividad econ6mica, pero tambiCn de la pedagogia o del descanso, de la pActica politics, sindical o religiosa. Bastantes anilisis han sido consagrados al fen6meno de las relaciones humanas en la industria, a la expansi6n de las ticnicas de grupo en las organizaciones mb diversas, a la prhctica de seminaries, de conferencias de informaci6n, a la difusi6n de la psicosociologia en las empresas, las escuelas, 10s hospitales, pata que sea Gtil invertir tiempo en la ideologia de la comunicaci6n social. Pem no menos instructiva es la funci6n que juegan a este respecto 10s grandes 6rganos a su servicio, la radio y la televisi6n. Sin ellos, el nuevo sistema de representacibn seria inviable seguramente; pues su funci6n consiste en propagarse no s610 de un medio particular a otro, sino de un centro cada vez aparentemente circunscrito a un centm aparentemente indeterminado, y es bajo el efecto de su dplica indefinidamente multiplicada del fiolo privado de la instituci6n a1 polo pGblico de la informaci6n como el discuso ideol6gico gana la genera-

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lidad necesaria a su obra de homogeneizaci6n del c a m p social en lo impli- cito.

Con el m g l o incesante de debates, proporcionados como espectiiculos, abarcando todos los aspectos de la vida econ6mica, politica y cultural, arras- trando los temas del gCnero m h trivial hasta el gknero m h noble, la imagen de la miprocidad r impone como la misma de la relaci6n social. Esta imagen es doblemente eficaz, pues simultanearnente se exalta la comunicaci6n, independientemente de sus agentes y de su contenido y la presencia de las personas se encuentra simulada: un jefe de Estado confiando sus dificultades a un interlocutor hecho para escucharlo, o este hombre, salido de la masa, pero debidamente nombrado, llevando la contradicci6n a un ministro o inte- rrogando a un experto hecho para responderle.. . La puesta en escena llega asi hasta a volver sensible la identidad de los actores. Tenemas aqui sin duda una instancia de las mis notables de lo imaginario: absorber en el discurso impersonal que representa la esencia de la relaci6n social, el elemento per- sonal, en el. cual se acredita la ficci6n de una palabra viviente, de una palabra del tema, cuando en realidad bte esth disuelto en la ceremonia de la comu- nicaci6n. Ficcibn, pues los limites del debate e s t h determinados fuera de su c a m p visible, la neutralidad del conductor disimula el principio de su ordenanza, y finalmente, los detentadores del poder son presentados en el mismo plano que el de aquellos de 10s cuales se decide de esta manera, en 1os corsdores. -

Incluso no mediriamos todo el alcance del fen6meno si nos dejhramos obnubilar por los aspectos manifiestamente politicos de la comunicaci6n social. La eficacia del discurso tal y como lo transportan la radio y la televisi6n se sostiene por el hecho de que no se explicita sino parcialmente como discurso politico -y es exactamente por ello que adquiere una significaci6n politica general-. Son las cosas de lo cotidiano, las cuestiona de ciencia, las de la cultura que sostienen la representacibn de una democracia realizada, en la cual la' palabra circularia sin obsthculo. Las seiiales de esta circulaci6n son producidas con ostentaci6n, mientras que los estatutos se conservan cristali- zados en funci6n de las oposiciones de poder. En ninguna Cpoca se ha hablado tanto: el discurso sobre lo social, servido por los medios de difusi6n mo- demos, se embala; es tornado por un vertiginoso amor de sl mismo: nada, del conflict0 de las generaciones a la circulaci6n del autom6vi1, de la sexualidad a la mGsica concreta, de la exploraci6n del espacio a la educaci6n escapa a 10s coloquios, a las entrevistas, a los debates televisados. Ahora bien, ese narcisismo no es el del discurso de la ideologia burguesa, pues el nuevo dis- cuno no habla desde las alturas; ha hecho la economia de las mayhmlas; finge propagar la informaci6n, finge incluso la interrogaci6n; no se abate sobre otro a distancia, pues incluye en si mismo a su "representante", se presenta como dialog0 incesante, se apodera asi de la separacibn de lo uno y de lo otro para hacerle un lugar en d mismo. Es por a t e procedimiento

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que el sujeto se encuentra (casi) alojado en el sistema de representacibn, de una manera completamente difemnte que en la ideologia totalitaria,

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convidado como estl en el presence a incorporar los tkrminos de cualquier oposici6n. Y a1 mismo tiempo, estl alojado en el grupo -un grupo imagi- nario en el sentido de que el poder de concebir el movimiento efectivo d t la institucibn, a1 tomar parte en ello, es retirado a 10s hombres, a1 afrontar el ensayo de su relacibn en la diferenciaci6n.

En este sentido se esclarece la seiial 'que haciamos sobre la implicaci6n de lo personal en lo impersonal. Este acontecimiento serSala tambiCn la distancia tomada en relaci6n a1 discurso totalitario. Erte tiende a d i l v e r el elemento personal, porque no resiste la imagen de una dispeni6n de centms de socia- lizacibn y el riesgo de una experiencia del sujeto en un sitio particular que escapa a la norma general. Pero esta dispenibn no logra un mayor atentado a la integridad de la comunicaci6n de lo social, desde que el sujeto se en- cuentra por todas partes captado por su propia imagen en el circuito de socializacibn. La pantalla de la televisibn no hace mls q w materializar un pantalla impalpable sobre la cual se proyecta una relaci6n social que es sufi- ciente en si misma, en tanto que condensa la doble representacibn de una relaci6n en si y de una relaci6n de las personas. Que se mida, por ejemplo, la eficacia de un dispositivo que, desde las emiiones publicitarias a las emi- siones de la politica o de la cultura, proporciona la ilusi6n repetida de un cntre nosotros.

La palabra del informador uti.colocada bajo el polo del anonimato y de la neutralidad; es con esta condici6n que se difunde un conocimiento objetivo --cualquiera que sea su naturaleza-, pen, simuldneamente se hace singular, imita la palabra viviente, se adorna con los atributos de la persona para asegurar su conjunci6n con unos destinatarios que a pesar de su masa, de su separaci6n y de su ignorancia respecto a los otros, se encontra6 cada uno tocado en su came y sordamente reunidos por la gracia de una misma pmxi- midad con aquel que habla. En ese sentido, la m h banal emisibn es una evocacibn de la familiaridad, instala en la sociedad de masas los limites del "lnundo exclusivo" donde todo sucede como si cada uno se hubiera, por ade- lantado, vuelto hacia el otro; provoca la alucinaci6n de lo prdximo en lo cual se suprimen el sentido de lo lejano, de lo extraiio, de lo inalcanzable, las xiiales de lo ajeno, las de la advenidad, las de la alteridad. Anotemos de paw, nos asombramos de ver a veces unas personas deambular por la calle, o tomar un baiio de sol en una playa, el transistor pegado a la oreja, o bien de ver hogares en los cuales la televisi6n o la radio no dejan de funcionar, incluso durante la ausencia de aquellos que los han puesto en marcha; ningbn feo6men0, sin embargo, exlarece mejor la dimensibn imaginaria de la comu- nicaci6n. Pues 6 t a proporciona la seguridad de un vinculo social, a distancia de In prueba de su realidad; ~roporciona un fondo, un acompaiiamiento --corn0 la mtisica asi bien llamada, pero quc no a sino una variante de la co111unicaci6n generalizada- y ese fondo es el fundamento, este acompaiia- miento es el form tejido sin cesar del hecho intolerable de la divisi6n social. La ccrtidumbre de la comunicaci6n puede ser suficiente en el extremo, p u a aun ausentindose de hecho. el sujeto no deja de estar en su circuito. POCO

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comerciales, en las administraciones piblicas y privadas, en la Univenidad, en el hospital.

El discurso de la organizaci6n no se perfecciona en el fantasma totalitario. Hemos ya ~iiarcado su Kmite. Pero importa seiialar el sostCn que le aporta la difusi6n de la representaci6n de la ciencia fuera del cuadro que acabamos de mencionar. Esta representaci6n no se puede localizar. En ella se invierte una creencia generalizada en la autointeligibilidad de lo real y en la auto- inteligibilidad del hombre. 0, por decirlo mejor, en el registro de la objetl- vidad tienden a borrarse las distinciones esenciales de la ideologia burguesa de la naturaleza, del alma y de la sociedad. Imposible especialmente apreciar el alcance del discurso de la organizaci6n y la manera como se preserva en lo implicit0 sin obselvar el trabajo que efectlian las ciencias humanas. Corno lo ha seiialado justamente Marcuse, son el artificialismo, el operacionalismo el formalismo, 10s que ordenan 'el discurso oficial de la psicologia y de la socio- logia. El a h a , la sociedad, la cultura, son dcfinidas corrientemente como unos sistemas; se imponen el modelo general de una organizaci6n, de un funcionamiento de la personalidad, 10s conceptos de integraci6n social, de comunicaci6n, de tensibn, de regulaci6n --en las mis siniplistas versiones o en las m6s complejas.

a A decir verdad, si quisiiramos desarrollar el anilisis de las diversas formas de ideologia, convendria examinar la contribuci6n singular que le aportan (incluso los que m& a menudo se presentan como critica antiideolbgica) la litentura y la teoria de la literatura, la filosofia o la esthtica. La bGsqueda de un lenguaje que vuelva sensible la cuesti6n de su origen, que no se acomode ya a la seguridad del relato, de la novela, de la figura, de la teoria, a la seguridad de una distancia natural entre un supuesto sujeto y un supuesto objeto, que haga su umbnl en las seiiales establecidas de la lecthra y de la escritura, de lo vistoso y de lo visible, del autor y del otro, que acoja la fuga del sentido, el estallido del origen -siguiendo la befla expresi6n de X4erleau- Ponty-, que se aplique al deuriframiento de las estructuras inconscientes en las cuales el deseo, el pensar. e s t h en la obra antes que cualquier pensa- miento, cualquier deseo que se llame --en suma, todo lo que da vigor al discurso instituyente se encuentra recubierto bajo la nueva ficci6n de una tramoya del texto, del pensar, del desear, de un juego en si de la difrrencia, de la supresi6n "real" del sujeto, del sentido, del origen. de la historia-. Firci6n que acredite nuevas seiiales, se sostenga de eludir la prueba de la divisi6n indomable del uno y de la otra, del sentido y del no-sentido. del espcio dc la obra y el del mundo, de lo que se inscribe para dentro y de lo que aparece para fuera -y desemboca en todos los modos de la escritura en una ticnica de lo ilegible que, muy significativamente, tiende a desarmar el peli,p de la interprebci611, proporcionando su justa rcpiica a1 proceso dc ocultarniento que dirige el discurso de la organi7aci6n.

Pero, piiesto que es necesario contentarse con arrojar algunas luces, subm- yanlos m.is bien el papel de la psicologia; pues no es en la periferia, sin0

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en el centro de la nueva ideologia donde se ejerce. C6mo no ver, en efecto, que es ella la que provee a la organizaci6n con la representacibn de un saber sobre el sujeto, que alimenta el fantasma de una evaluaci6n del agente, no s61o de su aptitud, sino de su personalidad, inscribe ese fantaslna en la materialidad de una bateria de tests, de cuestionarios, de guias de charlas, de un aparato pretendidamente cientifico, cuya triple funci6n es fijar la imagen del "hombre de la organizaci6n9', de hacerlo aparecer ante si mismo bajo el saber del otro, y de disimular, engendrando la ilusi6n de una norma im- personal, la figura de 10s detentadores del poder.

Sin duda, observamos con todo derecho que el sistema de enseiianza ente- ramente, y no s610 la psicologia, se ordena bajo el signo de una mensura- bilidad de 10s conocimientos e impone una imagen de si como individuo evaluado. ~ E s necesario anotar de paso que uno de los temas dominantes de la pedagogia moderna, el de la autoevaluaci6n, es de los m k eficaces para obliterar la presencia del maestro e imprimir en lo invisible el dixurso del poder? En todo caso, el culto del diploma -independientemente inclu- so de 10s esfuerzos que hace el sistema de enseiianza para procurar al mundo de la organizaci6n 10s agentes "socialmente necesariosW- engendra en toda la extensibn de la sociedad la identificacibn del individuo con el agente de conocimiento.

Pero, por ser m6s particular, la acci6n de la psicologia no es menos deci- siva, pues es bajo su efecto como surge lo imaginario de la "personalidad": un sistema que es legible para el otro -4, puesto que .el otro se atrinchera detds de la ciencia, que seria ofrecida a la comprensi6n de la organizaci6n-. Finalmente, no se podria prestar mucha atenci6n a1 lugar del psic6logo en el sistema de enseiianza. Es ya sobre niiios muy pequeiios donde se abate el test; son ya ellos a quienes perfora el saber del psic6logo en el sistema de enseiianza, para imprimir la marca de la ineptitud o de la desviaci6n. Lenta- mente, Cste sustituye a1 amo para desplazar la referencia a la ley, para des-. cartar el golpe visible de la autoridad y unir la sanci6n a1 decreto de un poder neutro y an6nimo.

Inipsible todavia no escrutar la gran puesta en escena del cientificismo que elaboran la radio, la televisi6n y la prensa escrita. El encantamiento de la comunicacibn social se dobla con un-encanto de la informacibn. C6- ,

menospreciar la conquista del saber por 10s expertos, o 10s pequeiios manda- deros de la vulgarizaci6n cientifica, que distribuyen dia tras dia la verdad sobre la educaci6n de 10s niiios, por ejemplo, sobre la pareja, sobre la sexua- lidad, sobre 10s secretos del organism0 o sobre 10s del espacio. No es solamente la magia del entre nosotros que hace posible decirlo todo; es la de la objeti- vidad. Ahora bien, hay un caricter del sistema que no debe escaphnos, que seiiala de nuevo la distancia tomada enfrente de la ideologia totalitaria. La clausura del saber no esti representada, y no es necesario que 10 estt. Si todo puede decirse, lo indefinido de decir debe ser seiialado y de ello su perpetua novedad. Alli donde el totalitarismo se asegura contra el riesgo de la fractura del tiempo por la afimaci6n brutal de una verdad de