lefort claude el problema de la democracia

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EL PROBLEMA DE LA DEMOCRACIA Ciaude Lefort Mi propôsito aqui es contribuir a incitar a la restauraciôn de la filosofia politica. Algunos de nosotrosestamos dando pasosen esa direcciôn. Sin duda el nirmero de quienes estân en esta disposiciônaumenta desde hace algrin tiempo. Hay que reconocer, sin embargo. que tal esfuerzo no ha encontrado airn demasiado eco. Lo que me asombra es que la mayor par- te de quienes serian mâs capaces de dedicarse a estatarea, por su temperamento intelectual que les inclina a romper con creencias deogmâticas, por su cultura filosôfica,por su preo- cupaciôn por encontrar el sentido de los acontecimientos de nuestro mundo, seacual seasu confusiôn, manifiestan sin cesar una obstinadaceguera respecto a lo politico. Esto mis- mo vale para muchos de los que uno podria esperar un es- fuerzo por desprenderse de ideologias dominantes y rivales, para descifrar las condicionesdel devenir de la libertad, o aclarar, por 1o menos, los obstâculos con los cuales se enfren- tan. La simple palabra libertad, que acabode pronunciar, pa- recea menudo expulsada del lenguaje serio, obligada a perma- necer en el terreno del lenguaje vulgar, a menos que no sirva de consigna a un pequefro grupo de intelectuales que han ele- gido su campo de batalla y a quienes parece bastar el antico- munismo. Dejemosen su propio terreno a estosûltimos, cu- ya especie no es nueva, a pesar del ruido que hace. Me impor- tan mucho mâs los intelectuales y filôsofosque reivindican su inserciônen la izquierda o la extrema izquierda.Todos ellos viven en una época en que se despliega una nueva forma de sociedad,bajo el signo del fascismo, por una parte, y por otra, el socialismo, pero no quieren pensar, percibir, este fe- nômeno formidable. Para hacerlo, deberianvolver a otorgar 73

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  • EL PROBLEMA DE LA DEMOCRACIA

    Ciaude Lefort

    Mi propsito aqui es contribuir a incitar a la restauracinde la filosofia politica. Algunos de nosotros estamos dandopasos en esa direccin. Sin duda el nirmero de quienes estnen esta disposicin aumenta desde hace algrin tiempo. Hayque reconocer, sin embargo. que tal esfuerzo no ha encontradoairn demasiado eco. Lo que me asombra es que la mayor par-te de quienes serian ms capaces de dedicarse a esta tarea, porsu temperamento intelectual que les inclina a romper concreencias deogmticas, por su cultura filosfica, por su preo-cupacin por encontrar el sentido de los acontecimientosde nuestro mundo, sea cual sea su confusin, manifiestan sincesar una obstinada ceguera respecto a lo politico. Esto mis-mo vale para muchos de los que uno podria esperar un es-fuerzo por desprenderse de ideologias dominantes y rivales,para descifrar las condiciones del devenir de la libertad, oaclarar, por 1o menos, los obstculos con los cuales se enfren-tan. La simple palabra libertad, que acabo de pronunciar, pa-rece a menudo expulsada del lenguaje serio, obligada a perma-necer en el terreno del lenguaje vulgar, a menos que no sirvade consigna a un pequefro grupo de intelectuales que han ele-gido su campo de batalla y a quienes parece bastar el antico-munismo. Dejemos en su propio terreno a estos ltimos, cu-ya especie no es nueva, a pesar del ruido que hace. Me impor-tan mucho ms los intelectuales y filsofos que reivindican suinsercin en la izquierda o la extrema izquierda. Todos ellosviven en una poca en que se despliega una nueva forma desociedad, bajo el signo del fascismo, por una parte, y porotra, el socialismo, pero no quieren pensar, percibir, este fe-nmeno formidable. Para hacerlo, deberian volver a otorgar

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  • un sentido a la idea de libertad. Pero vemos que la han aban-donado entre las vaguedades de la mera opinin, aparente-mente por el motivo de que cada uno le otorga a la libertadlos rasgos que convienen a sus deseos o a sus intereses. Ahorabien estos intelectuales se apartan asi, en sus potenciales birs-quedas de un conocimiento riguroso. no slo de la mera opi-nin sino de la filosofia politica. Porque sta no tuvo nuncacomo motor sino el deseo de liberarse de la seruidumbre delas creencias colectivas y conquistar la libertad de pensar lalibertad en la sociedad; siempre ha tenido a la vista la dife-rencia de esencia entre rgimen libre y despotismo, o tirania.Cuando somos confrontados al surgimiento de un nuevo tipode despot ismo (tan nuevo respecto a los ant iguos como lo esla democracia moderna respecto de la antigua), de un despo-tismo con vocacin mundial, justo entonces, sta se transfor-ma en indivisible. Cuando oyen la palabra totalitarismo, hayfilsofos que preguntan: pero ;de qu habla usted? lse trataacaso de un concepto? lcul es la definicin que usted pro-pone? iacaso la democracia no oculta la dominacin y la ex-plotacin de una clase por otra, la uniformizacin de la vidacolectiva, el conformismo de masa? len base a qu criteriofunda usted la distincin entre democracia y totalitarismo? ysuponiendo que la historia haya engendrado un monstruolcul es la causa de la mutacin? lse trata de causas econ-micas, tcnicas o del desarrollo de la burocracia estatal? De-cia que me asombro: es posible manejar con sutileza la dife-rencia ontolgica, rivalizar en prodigios en la explotacincombinada de Heidegger, Lacan, Jakobson y Levi-Strauss, yretornar al realismo ms presuntuoso cuando se trata de poli-tica? Ciertamente el marxismo ha dejado aqui su impronta,ha roto la relacin que sostenia la filosofia con la ingenuidad;ha ensefrado que la institucin de un sistema concentraciona-rio, el exterminio de millones de hombres, la supresin de laslibertades de asociacin y expresin, la abolicin del sufragiouniversal o su conversin en una farsa que otorga el 99oto de1os votos a la lista de un partido itnico, no nos dice nada sobrela naturaleza de la sociedad sovitica. Pero lo ms notable esque el proceso de ext incin de esta ideologia no ha l iberadoel pensamiento, no ha reabierto el camino hacia la filosofiapolitica. Una vez que se admite que no es el socialismo, o,como se dice cmicamente, el verdadero socialismo, lo que seconstruye en la URSS, en Europa del Este, en China, en Viet-nam, en Camboya o en Cuba lcuntos permanecen todavia ala expectat iva de una buena teoria que podria proporcionarlas leyes del desarrollo de las sociedades, de la que pudiesededucirse la frmula de una prctica racionl? En el mejor delos casos, se ven expresiones de simpatia hacia los disidentesperseguidos por los regimenes comunistas, o hacia las suble-vaciones populares. Pero este sentimiento no perturba de un

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  • modo durable el pensamiento. Este rcchaza descubrir la li-bertad en la democracia porque sta viene definida como bur-guesa. Rechaza tambin descubrir la servidumbre en el totali-tarismo.

    Ahora bien, para nuestro propsito, seria tambin comple-tamente errneo contentarse con la cr i t ica del marxismo.Repensar lo politico requiere una ruptura con el punto de vis-ta de la ciencia en general , y part icularmente con el punto devista dominante en las l lamadas ciencias pol i t icas y la socioiogia pol i t ica.

    Los pol i tlogos y los socilogos, por su parte, no tratande darle un lugar a la politica en el registro de una superes-tructura, cuyo fundamento estaria en el nivel supuestamentereal de las relaciones de produccin. Ellos se procuran su ob-jeto de conocimiento a part i r de la construccin o de la del i -mitacin del hecho pol i t ico considerado como hecho part icu-lar, dist into de los otros hechos sociales part iculares (econmicos, jur idicos, estt icos, c ient i f icos) o bien puramente so-cial, en el sentido en que esta palabra design los modos derelacin entre grupos o clases. Tal perspectiva supone, sin em-bargo, que uno se da, como por debajo de la mesa, la referen-cia al espacio l lamado sociedad.

    Se pretende luego describir o reconstruir la sociedad, alponer ciertos trminos. articulndose, forjando sistemas par-t iculares de relacin. incluso combinndolos en un sistemaglobal, como si la observacin y la construccin no derivarande una experiencia de la vida social, a la vez primordial ysingularmente informada por nuestra insercin en un mar-co histr ica y pol i t icamente determinado. Ahora bien, obser-vemos de inmediato una consecuencia de esta ficcin: las so-ciedades democrticas modernas se caracterizan, entre otrascosas por la delimitacin de una esfera de instituciones, derelaciones, de actividades que aparece como politica, distin-ta de otras esferas que aparecen como econmica, juridica,etc. Los pol i tlogos y los socilogos encuentran en este modode aparecer de 1o politico, la condicin de la definicin de suobjeto y de sus procedimientos cognocitivos, sin interrogar laforma de sociedad en la que se presenta y se ve legitimada es-ta separacin de diversos sectores de la realidad. Sin embargo,que algo como la politica haya llegado a circunscribirse enuna poca determinada, en la vida social , t iene precisamenteuna significacin politica, una significacin que no es particu-lar sino general. Es la constitucin del espacio social, es laforma de la sociedad, es la esencia de lo que antiguamente sellamaba ciudad, 1o que en este proceso se juega. Lo politicono se revela, asi, en lo que se llama actividad polftica, sino eneste doble movimiento de aparicin y de ocultamiento delmodo de inst i tucin de la sociedad. Aparic in, en el sent idoque emerge a la visibilidad el proceso por el cual se ordena

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  • y se unifica la sociedad, a travs de sus divisiones; oculta-miento en el sentido que el lugar de la politica se designa comoparticular (el lugar donde se ejerce la competencia de los parti-dos y donde se forma y se renueva la instancia general de po-der), mientras se disimula el principio generador de la confi-guracin del conjunto.

    Esta sola observacin, incita a tetornar a la pregunta queantafro guiaba a la filosofia politica: lQu sucede con la di-ferencia de las formas de sociedad? Pensar lo politico requie-re de una ruptura con el punto de vista de la ciencia polfti-ca, porque sta nace de la supresin de esta pregunta. Nace dela voluntad de objetivacin, olvidando que no hay elementoso estructuras elementales. ni entidades (clases o segmentos declase), ni relaciones sociales, ni determinacin econmica otcnica. ni dimensiones del espacio social que puedan preexis-tir a su propia conformacin (mise en forme). Esta es, al mis-mo tiempo, como he tenido ocasin de desarrollar en otraparte, una posicin de sentido (mise en sens) y una puesta enescena (mise en scne). Posicin de sentido, porque a partirde ella, el espacio social se despliega como espacio de inteli-gibilidad, articulndose segn un modo singular de discrimi-nacin de lo real y de lo imaginario, de 1o verdadero y 1o fal-so, lo justo y lo injusto, lo licito y lo prohibido, lo normal ylo patolgico. Puesta en escena, porque este espacio contieneuna semi-representacin de si mismo en su constitucin aris-tocrtica, monrquica o desptica, democrtica o totalitaria.Como se sabe, esta voluntad de objetivacin tiene por corola-rio la posicin de un sujeto capaz de efectuar operaciones deconocimiento que no deben nada a su implicacin en la vidasocial: se trata de un sujeto neutro, ocupado de detectar rela-ciones de causalidad entre los fenmenos o leyes de organiza-cin de sistemas o sub-sistemas sociales. La ficcin de estesujeto no est solamente expuesta a la argumentacin de unasociologia critica de los marxistas, que denuncian la separa-cin entre juicios de hecho y juicios de valor y muestran queel analista procede en funcin de la perspectiva que le impo-ne la defensa de sus intereses econmicos o culturales. Untal argumento se enfrenta, por bien fundado que est, a li-mites que no examinaremos aqui. Esta ficcin nos hace sos-layar que el pensamiento que se confronta con cualquier for-ma de la vida social, tiene que ver con un material que contie-ne su propia interpretacin y cuya naturaleza est constituidaen parte por su significacin.

    Asignando el Sujeto a la neutralidad, ella lo priva de pen-sar una experiencia que se engendra y se ordena en razn deuna concepcin implicita de las relaciones de los hornbres en-tre ellos y de una concepcin de sus relaciones con el mundo.Le prohibe pensar lo que es pensado en toda sociedad y leda su estatuto de sociedad humana: la diferencia entre la

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  • legitimidad y la ilegitimidad, entre la verdad y la mentira, laautenticidad y la impostura, la birsqueda del poder o del inte-rs privado y la birsqueda del bien comirn. Leo Strauss ha de-nunciado demasiado bien lo que uno podria llamar la castra-cin del pensamiento politico bajo el efecto del desarrollo delas ciencias sociales y el marxismo, para extendernos mssobre este tema. Basta, a este respecto, la critica que abreDerecho Natural e Historia. Dir solamente que si no se quie-re saber nada de las distinciones que fundan el ejercicio delpensamiento, con el pretexto de que no podemos producirsu criterio de legitimidad, si se pretende reconducir al pensa-miento a los l imites de la ciencia objet iva, se rompe con latradicin filosfica; por evitar arriesgarse a emitir un juicio,se pierde el sentido de las diferencias entre formas de socie-dad. El ju ic io de valor renace entonces hipcr i tamentebajo la cobertura de una jerarquizacin de los condicionan-tes de lo que se supone real, o bien se afirma arbitrariamenteen el enunciado bruto de las preferencias.

    Desearia ahora atraer la atencin sobre lo que significa re-pensar lo politico en nuestro tiempo. El desarrollo del tota-litarismo, tanto en la variante fascista, desaparecida hoy, perode la que nada nos permite decir que no volver a aparecer enel futuro, como en la variante recubierta con el nombre desocial ismo y cuyo xi to cont ina creciendo, nos obl iga a vol-ver a interrogar a la democracia. Contrariamente a una opi-nin extendida, el total i tar ismo no se produce a part i r deuna transformacin del modo de produccin. Esto ni siquieravale la pena demostrarlo en el caso del fascismo italiano oalemn, cuya existencia se acomod perfectamente con unaestructura capitalista, sean cuales sean los cambios que en ellahaya introducido el acrecentamiento de la intervencin delEstado en la economia. Pero sf vale la pena insist i r en que elrgimen sovitico habia adquirido sus rasgos distintivos antesde la poca de la socializacin de los medios de producciny la colectivizaciln. El-totalitarismo moderno surge a partirde una mutacin pol i t ica, de una mutacin simbl ica, de laque el mejor test igo es el cambio de estatuto del poder. Enel hecho, se levanta un part ido que se presenta como perte-neciendo a otra naturaleza que la de los partidos tradicio-nales, como portador de las aspiraciones del pueblo entero,detentador de una legitimidad que lo pone por encima de laley; se apodera del poder destruyendo toda oposicin; elnuevo poder no tiene que rendir cuentas ante nadie, se sus-trae a todo control legal. Pero poco importa, el curso de losacontecimientos; para nuestro propsito; lo que interesason los rasgos de la nueva forma de sociedad. Se produce unacondensacin de la esfera del poder, la esfera de la ley y laesfera del saber. El conocimiento de los fines riltimos de lasociedad, de las normas que rigen las prcticas sociales, de-

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  • vienen la propiedad del poder, en tanto que ste i r l t imo se re-vela como el rgano de un discurso que enuncia lo real comotal . El poder incorporado en un grupo, y en su ms al to gra-do, en un hombre, se combina con un saber igualmente incor-porado, de modo que nada de ahora en adelante va a poderfragmentarlo. La teoria -o, si no la teoria, el espiritu del mo-vimiento, como en el nacismo y aunque est siendo erosio-nada por todos lados, segn las circunstancias, est a salvo decualquier desmentido de la experiencia. El Estado y la socie-dad civi l son vistas como confundidas; esta empresa se l leva ala prct ica por los buenos of ic ios del Part ido, omnipresente,que di funde por todas partes la ideologia dominante y las con-signas del poder segn las circunstancias, y por la formacinde mir l t ip les microcuerpos (organizaciones de todas clases enlas que se reproduce la socializacin artificial y las relacio-nes de poder conformes con el modelo general) . Se da cursoa una lgica de la identificacin, dirigida por la representa-cin de un poder que se encarna. El proletariado se hace unocon el pueblo, el Part ido con el proletar iado, la Comisin Po-litica y el egcrata, por fin, con el partido. Mientras se desa-rrolla la representacin de una sociedad homognea y trans-parente a si misma y la de un pueblo -uno, se niega la di-visin social en todas sus formas, al mismo tiempo que serecusan todos los signos de una di ferencia de creencia, deopinin, de costumbres. Si se pudiera usar el trmino despo-t ismo, para cual i f icar a este rgimen, lo ser ia bajo la condi-cin de precisar que se trata c1e una especie moderna, dife-rente de todas las formas que 1o han precedido. Porque el po-der no se refiere a un ms all de lo social: se trata de un poderque reina como si no hubiese nada fuera de 1, como si notuviera l imites ( l imites como los que pone la idea de unaley o la de una verdad que vale por si misma) en su relacincon una sociedad que se concibe al mismo tiempo como sino hubiera nada fuera de ella y como realizndose en tantoque sociedad producida por los hombres que la habitan. Lamodernidad del totalitarismo se muestra en la combinacinde un ideal radicalmente artificialista con un ideal radical-mente organicista. La imagen del cuerpo se conjuga con lade la mquina. La sociedad se presenta como una comunidadcuyos miembros son rigurosamente solidarios, al mismotiempo que se la supone en construccin dia tras dia; tam-bin se la ve como en tensin hacia un fin -la creacin delhombre nuevo- y en un estado de movilizacin permanente.

    Dejemos sin mencionar por ahora otros rasgos, que hemossubrayado en otros lugares, el fenmeno de la produccin-eliminacin del enemigo (definindose al enemigo internocomo agente del enemigo del exterior, como parsito delcuerpo, o como perturbador del funcionamiento de la mqui-na). No busquemos tampoco poner en evidencia aqui las con-

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  • diciones a las que se enfrenta el totalitarismo. Este esquema,apenas esbozado, permite ya reexaminar la democracia. So-bre el fondo del totalitarismo, ella adquiere un nuevo relieveque hace imposible reducirla a un sistema de institucin. Apa-rece, a su vez, como una forma de sociedad; y se impone latarea de comprender lo que hace su singular idad y alavezloque en ella se presta a su trastrocamiento, al advenimiento dela soc iedad to ta l i ta r ia .

    Esta investigacin puede sacar un gran partido de los tra-bajos de Tocqueville-. Lo que lo distingue de la mayoria desus contemporneos, es que apuntaba ya hacia la democra-cia como una forma de sociedad, y sto porque ella comenza-ba a configurarse a partir de un fondo constituido por la so-ciedad aristocrtica (trmino que no es oporuno discutir aho-ra). Tocqueville nos ayuda a descifrar la aventura de la demo-cracia moderna, incitndonos a tomar contacto con sus ori-genes, mientras escrutamos lo que se produce o amenazaproducirse ms adelante. Su investigacin nos importa enmuchos sent idos. Tocquevi l le t iene la idea de una gran muta-cin histrica, aunque sus premisas hayan sido establecidastiempo ha; tiene tambin la idea de una dinmica irreversi-ble. Aunque busca el principio generador de la democraciaen el estado social - la igualdad de condiciones- explora elcambio en todas las direcciones, se interesa por los lazos so-ciales, por las inst i tuciones pol i t icas, por el individuo, por losmecanismos de la opinin, por las formas de sensibilidad y elconocimiento, por la religin, el derecho, el lenguaje, 1a lite-ratura, la histor ia, etc. Esta exploracin 1o induce a detectarlas ambigedades de la Revolucin democrt ica en todos losdominios, lo lleva a hurgar en la carne misma de lo social. Encada momento de su anl is is, es conducido a desdoblar suobservacin, a pasar desde el anverso al reverso del fen-meno, a develar la contrapart ida de 1o posit ivo lo que semuestra como nuevo signo de libertad-, o de 1o negativo -loque se muestra como signo de servidumbre.

    Transformado en pensador de moda, desde hace poco, sedefine a Tocqueville como el terico pionero del liberalismopol i t ico moderno. Pero mucho ms importante nos parecesu intuicin de una sociedad que enfrenta la contradiccingeneral, liberada por la desaparicin de un fundamento delorden social. Tocqueville sigue los pasos de esta contradic-cin a travs del examen del individuo, sustraido en adelantea los ant iguos lazos de dependencia personal, interpeladopor la libertad de juzgar y de actuar segun sus propias nor-mas y, por otra parte, ais lado, desguarnecido, caut ivado porla imagen de sus semejantes y encontrando en su aglutinacincon ellos un medio de escapar a la amenaza de la disolucinde su identidad. Lo hace tambin al examinar la opinin, queconquista su derecho a la expresin y a la comunicacin y si-

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  • multneamente deviene una fuerza en si' que se separa delos sujetos que piensan y hablan, para elevarse por encima deellos como un poder annimo. La misma brisqueda presidesu examen de la ley, reconducida al polo de la voluntad co-lectiva y acogiendo las nuevas exigencias que nacen del cam-bio de ias prcticas y de las mentalidades, sto es' de la igual-dad de las condiciones, interpelada cada vez ms por unaempresa de uniformizaciln de las norrnas de comportamien-to. Ella est presente an en el examen del poder, liberado delo arbitrario de un gobierno personal, pero que por otraparte, en la misma medida que destruye todos los centrosparticulares de autoridad y aparece como un poder de nadie,salvo abstractamente, como poder del pueblo, amenaza de-venir sin limites, omnipotente, asumiendo la vocacin de to-mar a cargo cada detalle de la vida social. Yo no digo queTocqueville haga un anlisis irrefutable de esta contradiccininterna de la demo ctacra, pero l abre una vfa de anlisis delas ms fecundas, y que ha sido posteriormente abandonada.Sin evocar las dificultades en que se ha enredado -de las quehe dado una idea en un articulo de la revista Libre me limitoaquf a observar que su exploracin se detiene muy a menudoen 1o que yo denominaba la contrapartida de cada fenmenoconsiderado caracteristico de la nueva sociedad, en lugar deperseverar en la brisqueda de la ontrapartida. Es verdad queha transcurrido un siglo y medio desde la publicacin de laDemocracia en Amrica. Asi tambin nosotros nos beneficia-mos con una experiencia que nos capacita para decifrar loque su autor apenas podia avizorar. Pero el limite de suinterpretacin no se debe solamente a esa falta de experien-cia, es tambin, yo creo, una resistencia intelectual (ligada aun prejuicio politico) ante 1o desconocido de la democracia.A falta de poder desarrollar aquf mi propia crftica, dirsolamente que Tocqueville, debido a su preocupacin pordejar en evidencia la ambigedad de los efectos de la igualdacde condiciones, se aplica preferentemente a descubrir una in-versin del sentido: la nueva afirmacin de lo singular seeclipsa en el imperio del anonimato; la reafirmacin de la di-ferencia (de creencias, de opiniones, de costumbres) bajo elimperio de la uniformidad; el espfritu de innovacin se este-riliza en el goce de los bienes materiales, aqui y ahora, y en lapulverizacin del tiempo histrico; el reconocimiento del se-mejante se malogra ante el surgimiento de la sociedad comoentidad abstracta, etc. Nosotros estamos, en cambio, en con-diciones de observar lo que l descuida, sto es el trabajo quese hace y se rehace desde el segundo polo, en que la vida so-cial se petrifica, es lo que revela, por ejemplo, el avenimientode maneras de pensar, modos de expresin que se reconquis-tan contra el anonimato, contra el lenguaje estereotipado dela opinin; es el florecimiento de las reivindicaciones, de las lu-

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  • chas por aquellos derechos que hacen fracasar al punto devista formal de la ley; en la irrupcin de un nuevo sentido dela historia y el despliegue de mirltiples perspectivas del cono-cimiento histrico, y en consecuencia, la disolucin de laduracin casi orgnica, aprehendida antafro a travs de cos-tumbres y tradiciones; es la heterogeneidad creciente de lavida social que acompafi.a a la dominacin de la sociedad ydel Estado sobre los individuos. Con toda seguridad nos equi-vocariamos, por nuestra parte, si pretendiramos detenernuestra exploracin en la contrapartida de la contrapartida.Ms bien debemos reconocer que mientras contina la aven-tura democrtica y los trminos de la contradiccin se des-plazan, el sentido de lo que sobreviene perrnanece en suspen-so. La democracia se revela asi la sociedad histrica por exce-lencia, sociedad que en su forma acoge y preserva a la inde-terminacin, en notable contraste con el totalitarismo. Este,que se edifica bajo el signo de la creacin del hombre nuevo,se define en realidad contra aquella indeterminacin, preten-de poseer la ley de su organizaciln y de su desarrollo, y seperfila secretamente en el mundo moderno como una socie-dad sin historia.

    No obstante, perrnaneceriamos solamente en los limitesde la descripcin si nos contentramos con prolongar los an-lisis de Tocqueville, justamente cuando estos invitan a exami-nar los rasgos que apuntan en la direccin de la formacin deun nuevo despotismo. La indeterminacin de que habl-bamos no pertenece al dominio de los hechos empiricos, deaquellos hechos que darfan lugar a otros hechos, de carctereconmico o social, como la igualdad progresiva de las condi-ciones. Al igual que el nacimiento del totalitarismo desafiatoda explicacin que rebaje el acontecimiento al nivel de lahistoria empirica, el nacimiento de la democracia seflala unamutacin de orden .simblico, cuyo mejor testimonio es lanueva posicin del poder.

    En diversas ocasiones me he esforzado por atraer la aten-cin sobre esta mutacin. Basta en esta oportunidad con po-ner en evidencia algunos de sus aspectos. La singularidad de lademocracia se hace plenamente sensible solamente cuando serecuerda lo que fue la monarquia bajo el Antiguo Rgimen.En verdad no se trata de reparar un olvido, sino de volver aponer en el centro de la reflexin lo que fuera desconocido,en razn de una prdida del sentido de 1o politico. En efecto,fu en el cuadro de la monarquia, de una monarquia de untipo particular, que en sus origenes se desarroll en una ma-triz teolgico-politica, otorgando al principe el poder sobera-no en los limites de un territorio y haciendo de l al mismotiempo una instancia secular y un representante de Dios, fue,entonces, en ese marco que se fueron bosquejando los rasgosdel Estado y de la Nacin, y una primera separacin entre la

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  • sociedad civil y el Estado. Lejos de reducirse a una institucinsuperestructural, cuya funcin se derivaria de la naturalezadel modo de produccin, la monarquia, por su obra de nivela-cin y de unilicacin del campo social, y simultneamentepor su propia inscripcin en ese campo, hizo posible el desa-rrollo de las relaciones mercantiles y un modo de racionali-zaci1n de las actividades que condicionaron al progreso delcapitalismo.

    Durante la monarquia el poder estaba incorporado en lapersona del principe. Ello no queria decir que l detentaraun poder sin limites. El rgimen no era desptico. El prin-cipe era un mediador entre los hombres y los Dioses, o bien,bajo el efecto de la secularizaciny lalaicizacin de la activi-dad politica, era un mediador entre los hombres y sus instan-cias trascendentes, cuyas figuras eran la soberana Justicia y lasoberana Razn. Sometido a las leyes y por encima de ellas,condensaba en su cuerpo, a la vez mortal e inmortal, el prin-cipio de la generacin y del orden del reino. Su poder sefla-laba hacia un polo incondicionado, extramundano, al mismotiempo que se hacia en su persona el garante y representantede la unidad del reino. Este mismo adquiria la figura de uncuerpo, como unidad substancial, de tal manera que la jerar-quia de sus miembros, la dist incin de rangos y rdenes, pare-cia descansar sobre un fundamento incondicionado.

    Incorporado en el pr incipe, el poder daba cuerpo a lasociedad. Y de al l i emanaba un saber latente pero ef icaz delo que eran el uno para el otro en toda la extensin de lo so-cial. Es respecto a este modelo que se designa el rasgo revolu-cionario y sin precedentes de la democracia. El lugar del po-der llega a ser un lugar vacio. Inriti l insistir sobre el detalle deldispositivo institucional. Lo esencial es que prohibe a los go-bernantes apropiarse o incorporarse el poder. Su ejercicio essometido al procedimiento de reposicin peridica. Esta sehace en trminos de una competicin reglamentada, cuyascondiciones son preservadas de manera permanente. Estefenmeno implica una institucionalizacin del conflicto.Vacio, inocupable -ningrln individuo ni grupo le puede lle-gar a ser consubstancial- el lugar del poder no permite lafiguracin. Solamente son visibles los mecanismos de su ejer-cicio, o bien los hombres, simples mortales, que detentan laautoridad politica. Seria un error el pensar que la autoridadpolftica se ubica erz la sociedad, simplemente por emanar delsufragio popular. El poder sigue siendo la instancia en cuyavirtud la sociedad se aprehende en su unidad, se relacionaconsigo misma en el espacio y en el tiempo. Pero esta instan-cia ya no est referida a un polo incondicionado; en este sen-tido ella es como la marca de una separacin entre el adentroy el afuera de lo social, y que instituye su contacto; ella sehace reconocer tcitamente como puramente simblica.

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  • Una transformacin como esa implica una serie de otrasque no se pueden considerar como simples consecuencias,porque las relaciones de causa a efecto pierden su pertinen-cia en el orden simblico. El fenmeno de desincorpora-cin mencionado se acompafla de una desimbricacin de lasesferas del poder, de la ley y del conocimiento. Desde que elpoder deja de manifestar el principio de generacin y organi-zacin de un cuerpo social, desde que deja de condensar en llas virtudes derivadas de una razn y una justicia trascenden-tes, el derecho y el saber se afianzan frente a l en unaexterioridad y una irreductibilidad nuevas. Y al igual que lafigura del poder en su materialidad, en su sustancialidad, seeclipsa, igual que su ejercicio se muestra preso en la tempora-lidad de su reproduccin y subordinado al conflicto de vo-luntades colectivas, igualmente la autonomfa del derecho seencuentra ligada a la imposibilidad de fijar su esencia; vemosdesplegarse plenamente la dimensin de un devenir del dere-cho, siempre en la dependencia de un debate sobre su funda-mento y sobre la legitimidad de lo establecido y del deberser; igualmente, la autonomia reconocida al saber va empare-jada con una modificacin continua del proceso de cono-cimiento y una interrogacin sobre los fundamentos de laverdad. Con la desimbricacin del poder, del derecho y delconocimiento, se instaura una nueva relacin con lo real; o,mejor dicho, esta relacin se encuentra garantizada en loslfmites de redes de socializacin y en los dominios de acti-vidades especfficas: los hechos econmicos, o los hechostcnicos, c ient i f icos, pedaggicos, mdicos, por ejemplo,tienden a afianzarse, a definirse segin normas particulares,bajo el s igno del conocimiento. En toda la extensin de losocial una dialctica de exteriorizacin de cada esfera deactividad entra en accin, exteriorizacin que el joven Marxhabia percibido muy bien, pero que l llev abusivamente ahacia una dialctica de alienacin. El que ella se ejerza enel espesor de las relaciones de clases que son relaciones dedominacin y explotacin, no puede hacer olvidar que ellapertenece a una nueva constitucin simblica de lo social.No menos notable se revela la relacin que se establece entrela concurrencia dinamizada por el ejercicio del poder y elconflicto en la sociedad. El acondicionamiento de una escenapolitica, donde se produce esta concurrencia, hace aparecerde manera general a la divisin como constitutiva de la uni-dad misma de la sociedad. En otras palabras, la legitimacindel conflicto puramente politico contiene el principio de unalegitimidad del conflicto social en todas sus formas. Si rete-nemos en la memoria el modelo monrquico del AntiguoRgimen, el sentido de estas transformaciones se resume en losiguiente: la sociedad democrtica se instituye como una so-ciedad sin cuerpo, como una sociedad que hace fracasar la

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  • representacin de una totalidad orgnica. No pensemos sinembargo que ella no tiene unidad, que no tiene identidaddefinida; todo lo contrario: la desaparicin de la determina-cin natural, antaflo asignada a la persona del principe y a laexistencia de la nobleza, hace emerger a la sociedad comopuramente social, de tal manera, que el pueblo, la nacin, elEstado, se erigen como entidades universarles a las que todoindividuo y todo grupo se encuentran igualmente relaciona-dos. Pero, ni el Estado, ni el Pueblo, ni la Nacin, pueden fi-gurar como realidades substanciales. La representacin depen-de de un discurso politico y de una elaboracin sociolgica ehistrica, siempre ligada al debate ideolgico.

    Por otra parte, nada hace ms sensible la paradoja de lademocracia que el sufragio universal. Es asf que, precisamen-te en el momento en que la soberania popular se manifiestay el pueblo se actualiza expresando su voluntad, las solida-ridades sociales son deshechas, el ciudadano se ve extraido detodas las redes en que se desarrolla la vida social, para ser con-vertido en unidad contable. El nmero sustituye a la subs-tancia. A propsito es significativo que esta institucin hayaenfrentado durante largo tiempo en el siglo XIX una resis-tencia, no solamente de los conservadores, sino de los burgue-ses liberales y de los socialistas, resistencia que no se puedeatribuir tan solo a la defensa de intereses de clase, sino quea la idea de una sociedad consagrada a acoger de ahora enadelante lo irrepresentable.

    En este breve examen de la democracia, me veo obligado apasar por alto toda una parte del desarrollo de sociedades quese han ordenado segn esos principios, desarrollo que ha jus-tificado las critica de inspiracin socialista. No olvido que lasinstituciones democrticas han sido constantemente utili-zadas para limitar a una minoria el acceso al poder, al cono-cimiento y al goce de los derechos. No olvido tampoco -yeste punto mereceria un detenido anl is is- que la expansindel poder estatal, como lo previa Tocqueville, y ms en gene-ral la expansin de la burocracia, fueron favorecidos por laposicin de un poder annimo. Pero yo tom la decisin deponer en evidencia un conjunto de fenmenos que me pare-cen muy a menudo desconocidos. En mi opinin, lo esenciales que la democracia se instituye y se mantiene en la diso-lucin de los referentes de la certidumbre. Ella inaugura unahistoria en que los hombres hacen la prueba de una indeter-minacin riltima, en cuanto al fundamento del Poder, de laLey y del Saber, y en cuanto al fundamento de la relacindel uno con el otro, en todos los registros de la vida social(por todas partes donde antafro se enunciaba la divisin, es-pecialmente entre quienes detentaban la autoridad y quienesestaban sometidos, en funcin de creencias en una naturalezade las cosas o de un principio sobrenatural). Es lo que me in-

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  • cita a pensar que en la prctica social se despliega una inte-rrogacin, ignorada por los mismos actores, frente a la quenadie tiene la respuesta y aIa cual el trabajo de la ideologia,aunque est consagrado como siempre a restablecer la certi-dumbre, no puede tampoco poner un trmino. Y aqui denuevo encuentro Io que me conduce, no a una explicacin,pero si a detectar las condiciones de la formacin del tota-litarismo. En una sociedad en que los fundamentos del ordensocial se ocultan, donde la experiencia adquirida no llevajams el sel lo de la plena legi t imidad, donde la di ferencia destatus deja de ser irrecusable, donde el derecho se muestrasuspendido del discurso que lo enuncia, donde el poder seejerce en la dependencia del conflicto, la posibilidad de undesarreglo de la lgica democrtica permanece abierta. Cuan-do la inseguridad de los individuos se acrecienta a consecuen-cia de una crisis econmica. o de los estragos de una guerra,cuando el conflicto entre los grupos y las clases se exasperay no encuentra su resolucin simblica en la esfera politica,cuando el poder parece decaer en el plano de lo real y termi-na por aparecer como cierta cosa particular al servicio de inte-reses y apetitos de vulgares ambiciosos, en suma cuando semuestra en la sociedad y sta misma se deja ver despedazada,entonces se desarrolla el fantasma del pueblo-uno, la brisque-da de identidad substancial, de un cuerpo social soldado asu cabeza, de un poder encarnador, de un Estado l iberado dela divisin.

    La democracia, lno deja lugar a instituciones, modos deorganizacin y de representacin totalitaiios? Seguramente.Pero no es menos verdad que hace falta un cambio en la eco-nomia del poder para que surja la forma de sociedad totalita-ria.

    A modo de conclusin, vuelvo a mis consideraciones ini-ciales. Me parece extraflo que la mayor parte de nuestros con-temporneos no sientan lo que debe la filosofia a la experien-cia democrtica, que no hagan de eso un tema de reflexiny no reconozcan alli a la matriz de su propia interrogacin,que no exploren esa matriz. Si se observa el atractivo que hanejercido sobre grandes filsofos, el nazismo, por lo menos ensus comienzos, y el stalinismo, cunto ms larga y durable-mente, uno llega a preguntarse si la capacidad de romper conlas ilusiones, tanto de la teologia como del racionalismo delos siglos XVIII y XIX, no conlleva a menudo en su reverso,en la filosofia moderna, una f casi religiosa, un apego a laimagen de una sociedad de acuerdo consigo misma. Maestrade su historia, a la imagen de una comunidad orgnica. Peroipodemos nosotros mismos detenernos en la idea de unaseparacin entre el pensamiento filosfico y la creencia poli-tica? lPermanecen indemnes la una en contacto con la otra?Me parece que vale la pena plantear la pregunta y que ella

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  • se aclararia siguiendo el camino de la reflexin de MerleauPonty . La misma necesidad lo hace pasar de un pensamientodel cuerpo a un pensamiento de la carne y lo libera a la vezde una atraccin por el modelo comunista, hacindole redes-cubrir la indeterminacin de la historia y del ser social.

    Traduccin: Rodrigo Alvayay

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