la isla de la libertad

53

Upload: carnalitos-mexicanos

Post on 02-Aug-2016

242 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

La isla de la Libertad es un reino lleno de amor y felicidad, pero un día es amenazado por la entrada de los hermanos reyes Gustavo y Alejandro; egoístas y malos. La princesa Samantha con su amiga Brillitos y el duende Simoncito van en busca del Amo del tiempo para recuperar su reino.

TRANSCRIPT

Page 1: La isla de la libertad
Page 2: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 2 -

La Isla de la Libertad Betel Martínez

Betel Martínez Facebook: Carnalitos Email: [email protected]

Para

Samantha

Page 3: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 3 -

Les voy a contar una historia que sucedió hace mucho,

mucho tiempo. Es de un lugar fantástico, lleno de amor y

felicidad. Algunas personas afirman que todavía existe, pero

nadie que yo conozca ha estado allí y quienes se han

aventurado en su búsqueda no han regresado, quizá porque

prefirieron quedarse allá. ¿Saben…? no siempre fue así, en

un tiempo este reino se vio amenazado por guerras y

ambición. Ésta es la historia que voy a contarles, y así

comienza…

Page 4: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 4 -

La Libertad

Erase una vez un lugar extraordinario gobernado por un

par de amados soberanos; bondadosos y sabios, el rey

Antonio y la reina Irma habían procurado que no hubiera

armas entre sus ciudadanos, y que se conocieran y

ayudaran entre sí. Alojaban con ellos a las hadas y magos

de buen corazón con lo que se respiraba felicidad, amor y

libertad que crecía cada vez más, ya que acogían a

aquellos vecinos que huían de sus déspotas gobernantes:

los hermanos Gustavo y Alejandro, malvados y

codiciosos, obligaban a trabajar a la gente sólo para

enriquecerse con el fruto de su trabajo, motivo por el cual

los pobladores exigían su libertad con guerras.

El territorio de los hermanos era como una enorme

dona, la mitad gobernada por el rey Gustavo y la otra por

el rey Alejandro; en el centro de la dona estaba el reino del

rey Antonio y la reina Irma, rodeado por un gran río que

los hermanos tenían cercado con enormes muros y vigías,

siempre al asecho de que nadie cruzara. Hacia el exterior

de la dona había un desierto inmenso, del cual se contaban

dos leyendas:

La de “El guardián de la noche”, la cual afirmaba que

si alguien se atrevía a aventurarse en el desierto y lo

sorprendía la noche, el guardián que cuidaba la luna podía

lanzarse en contra suya —enamorado de ella, pasaba la

noche como una sombra buscando almas para regalárselas

a la luna en una linda caja de plata—.

Y la de “El guerrero y el viento”, ésta cuenta sobre un

guerrero que viajaba por el mundo, y un buen día vio a su

paso una flor blanca que, solitaria, florecía en medio del

desierto; cayó seducido por ella al instante. El viento,

Page 5: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 5 -

celoso de este amor, se dirigió hacia la pequeña flor; el

guerrero quiso protegerla con sus enormes brazos, pero el

viento se lo impedía metiéndose por cualquier huequito

desprendiendo sus pétalos hasta que se desvanecieron en

la lejanía. Al ver a su pequeña Lobivia muerta, el guerrero

desenvainó su espada hacia el viento buscando derrotarlo,

y desde entonces continúa entre ambos una batalla sin fin.

Los tornados que hay alrededor del mundo son el guerrero

y el viento, que cegados por el odio destruyen todo a su

paso. Aunque se dice que en sitios lejanos sí ha habido

sobrevivientes a esta feroz pelea, nadie en estos reinos ha

conocido a alguno. A causa de estos miedos los súbditos

de los hermanos preferían enfrentarse a los vigías del río y

escapar a la isla gobernada por los reyes Antonio e Irma,

para encontrar ahí la libertad. Sabían que si lo cruzaban

serían felices, por lo que los habitantes de los dos reinos la

llamaban: La isla de la Libertad.

Los reyes Gustavo y Alejandro ocupaban su tiempo

planeando cómo entrar a la isla para gobernarla; no habían

podido hasta entonces debido a que no tenían suficientes

soldados para ir a la guerra, ni su pueblo parecía muy

interesado en derrotar a La isla de la Libertad, además, los

habitantes de ésta desprendían una energía que impedía

pasar a las personas de malos sentimientos. ¿Cómo

podrían entonces intentar siquiera la menor de las

escaramuzas, infiltrar espías o articular estrategia de

guerra alguna?

Page 6: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 6 -

Princesa Samantha y Brillitos

La reina Irma solía contemplar desde su balcón los

primeros rayos que el amanecer vertía sobre su reino, del

cual se sentía orgullosa pues estaba lleno de amor,

sentimiento contagioso incluso para cualquier recién

llegado. Observaba al panadero horneando el delicioso pan

dulce, a las hadas cosiendo los vestidos, a los duendes en

las cosechas, a los niños sentados alrededor del mago viejo

y sabio que siempre tenía una buena historia que contarles

o algún truco de magia con qué sorprenderlos. Se sentía

satisfecha por ver a su pueblo libre y feliz, a la vez que

triste al avistar los reinos vecinos en donde no podía

entrar, recordaba que allá la gente sufría pues había

hambre, enfermedad y muerte.

Una mañana vio que la gente corría hacia una de las

calles y miraba algo en el suelo; la reina buscó al rey quien

se encontraba en la mesa redonda, y juntos se dirigieron al

lugar, todos les abrían paso con una reverencia. Al llegar

encontraron a un hada de color negro que yacía en el

suelo.

—Yo la vi, estaba recogiendo la cosecha cuando llegó

volando muy débil, haciendo muchos esfuerzos por seguir,

hasta que se desvaneció y cayó —explicó uno de los

duendes.

La reina se acercó al hada y la levantó, los habitantes

asustados le decían:

—¡No la toque, su majestad!, no sabemos de dónde

viene, quizá está enferma.

—No se preocupen por mí, vayan por agua al pozo.

Page 7: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 7 -

Uno de los duendes regresó con un poco de agua del

pozo adyacente al castillo, la reina dio de beber al hada

quien inmediatamente recobró su resplandor amarillo,

voló rápidamente y, sin dejar de sonreír, repartió besos a

los que estaban alrededor.

—Son muy gentiles —decía el hada mientras daba

volteretas en el aire.

El rey Antonio se dirigió a la multitud y les pidió que

regresaran a sus actividades. Los reyes invitaron al hada a

comer. Una vez que entraron los sirvientes con los

platillos el hada dio un brinco hacia el pastel y de un sólo

bocado se lo terminó, como hizo poco después con la sopa

y el guisado. La risa de los reyes la ruborizó; al instante

cambió su color a un rojo brillante.

—Adelante pequeña hada, come lo que gustes —dijo

la reina.

—Disculpen y muchas gracias, son ustedes muy

gentiles.

La reina le acercó otro plato con más pan y le preguntó

su nombre.

—Me llamo Michelle, pero todos me dicen Brillitos

porque mi brillo cambia dependiendo de mi humor; si

estoy enojada me vuelvo café rojizo; si estoy feliz,

amarilla, pero es algo que no me gusta porque no puedo

disimular ni esconder lo que siento; cuando me gusta

alguien no puedo ni siquiera verlo ni pensar en él, porque

mi color se vuelve rojo brillante, eso es muy vergonzoso

pues todos se dan cuenta y se burlan de mí —hablaba la

pequeña hada mientras comía y comía.

—¿De dónde vienes? —quiso saber el rey.

—Vengo de un lugar muy lejano, del reino de Las

luces sin fin, allí donde sólo hay hadas; se puede ver desde

cualquier punto a kilómetros de distancia debido al brillo

de todas nosotras. Éramos muy felices hasta que un día

Page 8: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 8 -

nos sorprendió un gnomo deslumbrante; ¿los conocen?

espero que no viva aquí ninguno de ésos, les dicen así por

el brillo que desprenden después de comer muchas hadas;

yo fui la primera en verlo, tuvimos que salir volando

apresuradamente, hasta que después de mucho tiempo me

di cuenta de que ya nadie estaba a mi lado, desde entonces

estoy buscando a las hadas del reino de Las luces sin fin.

He volado por 200 soles sin encontrarlas, cuando llegué

aquí ya estaba demasiado cansada, fue por eso que me

desvanecí, desde hace días hacía un gran esfuerzo por

mantenerme en el aire, pero la vista se me nubló, dejé de

mover las alas, palideció mi brillo y caí. ¿Qué es lo que

tiene esa agua?, porque desde que la tomé me siento

requetebién —seguía hablando mientras comía y comía—.

Ahora puedo volar más alto, soy más veloz y mi brillo es

más intenso, ¿qué es lo que me dieron de tomar?

—Es el agua del pozo mágico —respondió el rey—.

Hace 5 mil años llegaron varias hadas como tú, la menor

estaba muy enferma, mi bisabuela, que en ese tiempo era

una niña, la cuidó y curó, le llevó agua de ese pozo hasta

que el hada se recuperó.

Su mamá le dijo a mi bisabuela:

—Ustedes son muy bondadosos y buenos, con su amor

han curado a mi pequeña hada; como prueba de mi

agradecimiento el agua de este pozo estará encantada,

desde hoy cualquier ser vivo que la tome se curará de

todos sus males físicos.

—Desde entonces nunca nadie ha enfermado en este

reino —continuó el rey—, a las personas enfermas que

escapan de los alrededores les damos de beber agua del

pozo para que sanen. Es por eso que la gente aquí vive

muchos años: el mago Azur es el más viejo de todos, tiene

1,200 años; la cocinera tiene 900, aunque si le preguntas te

dirá que tiene 500.

Page 9: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 9 -

Brillitos soltó una carcajada y después dio un gran

bostezo.

—Pobrecita, estás muy cansada —dijo la reina; se

puso de pie, la tomó entre sus manos y la llevó al cuarto de

huéspedes.

Al abrir la puerta el hada voló rápidamente hacia la

cama.

—¡Una cama!, ¡una cama!... Hace muchísimo tiempo

que no dormía en una cama, creo que hoy es el día más

feliz de mi vida, ¡podré dormir en una cama!

Brillitos voló hacia la reina, le dio un beso en la mejilla

y le dijo:

—Muchas gracias, ustedes son unas personas muy

gentiles; como prueba de mi agradecimiento les daré un

regalo.

—No te molestes, nosotros somos muy felices, no nos

hace falta nada, guarda tu obsequio para dárselo a alguien

que lo necesite; en la vida te puedes encontrar a gente

buena que en verdad lo aproveche.

—Esto se los quiero dar de corazón, no había conocido

gente como ustedes que se preocupara tanto por los demás.

Dentro de nueve meses se darán cuenta de mi obsequio,

les aseguro que estarán más felices que ahora, es lo único

que puedo darles que les haga falta.

Y así fue, en nueve meses nació una bella niña a la que

nombraron Samantha, los reyes estaban jubilosos y los

habitantes del reino compartían su dicha.

Como muestra de su agradecimiento alojaron a

Michelle en una casita en la habitación de Samantha, y la

nombraron el hada oficial de la princesa.

La princesa Samantha creció con la inquietud que

muestra cualquier niño: todo el tiempo corría, trepaba

árboles, jugaba en las canoas del río y hacía travesuras.

Page 10: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 10 -

Los reyes sonreían cuando se enteraban que la tela de las

hadas estaba pintada, o escuchaban los gritos del panadero

porque sus pasteles estaban salados, o que el carpintero no

encontraba el hacha por ningún lado. Todos en el reino

sabían que la princesa Samantha era la autora, pero nadie se

molestaba, sólo reían; buscaban una tela limpia, hacían más

pasteles, hallaban por fin el hacha y seguían trabajando de

buena gana. Todo el reino la amaba, llenándola de

bendiciones, regalos y buenos deseos.

Brillitos estaba siempre con ella; en lugar de ser su

nana era su cómplice. Cuando la princesa quería hacer

alguna travesura se escondía, no le gustaba que Brillitos se

enterara porque cuando tenía algo que ocultar su brillo

cambiaba a color violeta.

Cada mañana, cuando la reina se encontraba en su

balcón, la princesa se acercaba, observaba al igual que su

madre que más allá del río había guerras, hambre,

enfermedades y muerte. Samantha soñaba despierta en ir a

hablar con los reyes Gustavo y Alejandro para decirles que

podían hacer de su reino uno lleno de amor y felicidad, no

creía a nadie tan malo como para provocar eso; pensaba

que sólo era cuestión de hacerles ver lo que estaban

haciendo, y que ella podía cambiar la suerte de los

pobladores vecinos y liberarlos.

Page 11: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 11 -

Entrada al reino

El día que la princesa Samantha cumplió 10 años

estrenó un hermoso vestido amarillo para la fiesta; al verse

al espejo pensó que ya era mayor para tomar sus propias

decisiones e ir a hablar con los reyes Gustavo y Alejandro.

En la fiesta había música y mucha comida; el pueblo

cantaba y bailaba. La princesa se dirigió al río cuando vio

que todos estaban distraídos; se detuvo a mitad del camino

y volteó un instante hacia atrás: «Sólo me ausentaré un

momento… ni cuenta se darán de que no estoy», pensó.

Tomó la canoa del pescador y cruzó el río hacia el reino de

los hermanos. Al llegar al otro lado, un muro con alambres

de púas en lo alto la detuvo, lanzó una cuerda por encima

de él, amarró una punta a su cintura y se fue jalando con la

otra mitad para escalar por la enorme pared. Del otro lado

estaban los vigías del muro.

—¡Niña!, ¿qué haces aquí?, ¿vienes de la Libertad?

—Sí… soy la princesa Samantha, vine a hablar con sus

reyes.

Los guardias voltearon a verse con risa maliciosa.

—Discúlpenos su majestad, nosotros no sabíamos que

era la princesa de la Libertad, la llevaremos con ellos.

En el trayecto la princesa Samantha miraba con horror

lo que sucedía: había gente con las ropas rotas durmiendo

en la calle; las casas negras por los incendios que los

guardias provocaban para hacerse obedecer; la gente,

enferma, sucia, muy delgada; se escuchaban ruidos y

gritos por doquier. La niña cada vez tenía más miedo, pero

trataba de contenerse; tenía un propósito: hablar con los

reyes y tratar de liberar a sus habitantes, hacerles ver que

podían gobernar para el bien, que su reino podía ser feliz.

Recorrieron varias calles hasta el castillo. Éste era enorme,

Page 12: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 12 -

abarcaba desde el muro que acababa de saltar hasta el

desierto, llegaron a una muralla con un portón, en la

entrada un puñado de vigías resguardaba el castillo;

asombrada, la niña observaba a esos hombres tratando de

no asustarse y salir corriendo. Al pasar uno de ellos jaló

una palanca que dejó caer con lentitud un puente que

permitía atravesar un río de lava; cuando por fin llegaron a

la puerta del castillo uno de los guardias tocó, se escuchó

un cerrojo y alguien se asomó por una pequeña ventana.

—¿Qué se les ofrece caballeros?

—Se encuentra aquí la princesa Samantha de la isla de

la Libertad, quiere hablar con los reyes.

La persona del otro lado se asomó y miró a la princesa

de arriba abajo mientras una sonrisa malévola se comenzó

a dibujar en su rostro.

—Bienvenida a este castillo —dijo al abrir la puerta y

hacer una reverencia.

Caminaron entre arcos con grandes columnas doradas

que sostenían en el techo bóvedas pintadas con oro; al

final de aquel pasillo se encontraba el trono del rey

Gustavo.

La princesa pensó que no se veía tan malo.

—Su majestad, disculpe por molestarlo, en la pared

que da a la Libertad encontramos a esta niña, es la

princesa Samantha, pretende hablar con usted —dijo uno

de los guardias.

—¡Qué grata sorpresa! —contestó el rey Gustavo

levantándose de su trono—. Llámenle al rey Alejandro,

que venga rápido.

Los guardias montaron sus caballos y salieron a galope,

el soberano observó a la princesa por varios minutos.

—¿A qué debemos su visita pequeña princesita?

Page 13: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 13 -

—Disculpe, vengo rápido porque me están esperando,

hoy cumplo diez años y quisiera hablar con ustedes

respecto a su reino.

—¿Nuestro reino?, ¿qué es lo que tiene nuestro reino?

—No sé si se ha dado cuenta, la gente sufre mucho

aquí, ustedes pueden reinar bien y lograr que la gente esté

feliz, pueden crear un reino en donde todos se amen y

ayuden.

—¿Tú crees eso pequeña princesa?

—Claro que sí.

—¿Tú nos ayudarías a hacerlo?

—Sí… si ustedes lo permiten.

—Está aquí el rey Alejandro —anunció un sirviente.

—¿Qué es lo que pasa hermano?, ¿por qué tanta prisa?

—¡Mira a quien tenemos aquí!, la princesa de la

Libertad vino a hablar con nosotros.

El rey Alejandro la miró asombrado y le preguntó:

—¿Tus padres saben que estás aquí?

—No, ellos están en la fiesta, si les hubiera dicho no

me hubieran permitido venir.

—Pues tienen razón —dijo el rey Gustavo—,

¡captúrenla!

Dos guardias la tomaron de los brazos; la niña los

miraba asustada, gritaba y se sacudía tratando de zafarse;

el rey Gustavo se acercó a ella, le agarró la barbilla y le

dijo sonriendo:

—Por el momento nos sirves viva para entrar a la

Libertad, pero cuando sea de nosotros ¡te mataremos!

—¡Llévenla al pozo! —ordenó el rey Alejandro,

señalando con la mano.

—Hoy es nuestra noche —decían los hermanos

mientras reían satisfechos.

La llevaron a un pozo seco, donde la aventaron;

empezó a gritar, pero nadie la escuchaba, intentó subir la

Page 14: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 14 -

pared de ladrillos, pero era inútil, se resbalaba

lastimándose las manos.

Los hermanos pidieron que todos los guardias se

presentaran en el castillo para anunciar:

—Tenemos capturada a la princesa Samantha, la hija

de los reyes Antonio e Irma, hoy es nuestra noche, la

Libertad es nuestra. Prepárense todos para la batalla: ¡hoy

es el día!

Los hermanos y los guardias se enfilaron a orillas del

reino, cruzaron el río y rodearon la isla de la Libertad.

—¡Rey Antonio!, ¡reina Irma! —gritaron los

hermanos.

La música dejó de sonar, todos dejaron de bailar y

orientados por las voces se dirigieron al río para darse

cuenta que los hermanos y sus guardias los rodeaban.

—¿Qué es esto?, ¿qué es lo que están haciendo aquí?

—preguntó el rey Antonio.

—Sólo estamos entrando a la Libertad porque hoy será

de nosotros —contestó el rey Gustavo.

—¿Qué es lo que estás diciendo?

Los habitantes cerraban los ojos; concentrándose,

intentaban llenarse de la energía que había impedido antes

que los hermanos y sus guardias entraran.

—Dile a todos que dejen de hacer eso, tenemos

capturada a la princesa Samantha —ordenó el rey

Alejandro.

—¡Samantha! —gritó la reina con horror.

—Sí, como lo escucharon tenemos capturada a su

princesita, si no hacen lo que les decimos no volverán a

verla jamás.

Todos sorprendidos y asustados abrieron los ojos.

—Su pequeña se encuentra oculta en nuestro castillo,

si no nos entregan la Libertad la mataremos.

Page 15: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 15 -

Brillitos se asustó mucho y cambió su brillo a color

negro; voló al castillo del rey Gustavo tratando de que

nadie la viera, le resultó fácil ya que por su color se perdía

en la oscuridad de la noche. Al llegar escuchó los gritos de

la princesa Samantha:

—¡Ayúdenme! ¡Sáquenme de aquí!

Dos guardias la vigilaban, el hada pasó cerca de ellos

sin que la descubrieran, se acercó al tablón que habían

puesto para cubrir el pozo, trató de quitarlo, pero era

demasiado pesado para ella, vio un orificio y entró por ahí,

encontró a Samantha asustada y gritando. Brillitos se

acercó a ella y la abrazó.

De repente se escuchó un ruido y empezaron a ver el

resplandor de la luna, asustadas dieron unos pasos hacia

atrás abrazándose, alguien les arrojó una cuerda.

—¡Salgan ya!

La princesa tomó la cuerda y subió poco a poco.

Cuando salieron, los guardias estaban inconscientes en el

piso y frente a ellas varias personas que nunca habían

visto.

—¿Quiénes son ustedes? —quiso saber la princesa.

—Habitantes de este reino —respondió uno de ellos—

No somos malos, sabemos que eres la princesa de la isla

de la Libertad, ustedes reciben a las personas que huyen de

aquí, por lo tanto, todos los queremos aunque no los

conozcamos, cuando supimos de tu captura venimos a

ayudarte.

—¿Qué es lo que están haciendo ustedes aquí?

—interrumpió un guardia, tras de él venían varios más.

—¡Corre niña, huye de aquí!, los malvados hermanos

ya entraron a la Libertad, si te capturan te matarán

—gritaban las personas que la sacaron del pozo.

La princesa escapó junto a Brillitos, quien volaba a

baja altura pendiente de la princesa; espada en mano, un

Page 16: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 16 -

guardia las persiguió durante varias calles; la princesa

corría sin parar con el guardia detrás hasta que llegaron al

desierto, el guardia detuvo su persecución y las dejó ir

creyendo que no sobrevivirían. El cansancio las detuvo,

voltearon hacia atrás y sólo vieron oscuridad.

—¿En dónde estamos? —preguntaba Samantha

mientras miraba a su alrededor.

—En el desierto —contestó Brillitos asustada.

—¿Qué hacemos? Corrimos mucho, hay que regresar

y rescatar a mis padres, no pueden capturarlos.

Caminaron de regreso, apenas habían dado unos pasos

cuando vieron pasar una gran sombra.

—¿Qué fue eso Brillitos?, ¿lo viste?

—Sí, claro que lo vi, tenemos que irnos de aquí.

Brillitos acababa de completar la frase cuando salió una

gran sombra de casi tres metros.

—¿Quién se atreve a despertarme? —preguntó la

sombra desvaneciéndose.

—Disculpe por molestarlo, vamos de regreso a nuestro

reino, no se enoje, no lo estorbaremos más —respondió

Samantha mientras daba unos pasos hacia atrás.

—¿Molestarme? Creo que ya me han molestado,

interrumpieron mi sueño y nadie debe hacer eso.

La sombra seguía hablando; conforme se les acercaba

se hacía más grande, y ellas retrocedían.

—Hoy mi bella luna tendrá dos lindos regalos.

—¡Es el guardián de la noche! —exclamó Samantha.

—¡Corre! —gritó Brillitos.

La princesa corrió lo más que pudo, Brillitos volaba a

su lado mientras que la sombra las perseguía a lo largo del

desierto.

—No van a escapar de mí, hace mucho que no le doy

un regalo a mi preciosa luna.

Page 17: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 17 -

La princesa corrió y corrió hasta que comenzó a volar

dando giros sin control alguno, seguida muy de cerca por

Brillitos.

—¡Mira eso! —señaló la princesa dando vueltas y

vueltas—. En la tierra un guerrero con su espada peleaba

solo.

—Estoy muy mareada —dijo Brillitos.

—Yo también.

Page 18: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 18 -

En busca del Amo del tiempo

—¡Niña despierta! ¡Despierta!

Samantha abrió los ojos en un bosque: frente a ella se

encontraba un duendecillo de ojos azules que miraban en

diferente dirección; tenía grandes alas e iba vestido con un

gran sombrero y pantalones azules terminados en picos,

los cuales le llegaban abajo de las rodillas.

—Hola niña, ¿estás bien?, soy Simón —dijo el

duende.

—No lo sé, me duele la cabeza, no sé donde estoy.

¡Brillitos! ¡Brillitos! ¿Dónde estás? —gritaba la princesa

confundida.

—Creo que ella es Brillitos —decía Simón mientras

señalaba al hada que se encontraba en el suelo.

—¡Brillitos!, ¡Brillitos!, ¡despierta!, ¿estás bien?

—preguntó Samantha moviéndola con cuidado.

El hada abrió lentamente los ojos.

—Estoy bien... ¿Dónde estamos? —preguntó mientras

se levantó del suelo lentamente intentando aletear.

Las dos observaron a su alrededor, había grandes

árboles por doquier, no era su reino, tampoco el de los

hermanos Gustavo y Alejandro.

—Están en el reino del Amo del tiempo —respondió el

duende.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Brillitos.

—Soy Simón, puedes llamarme Simoncito, yo vivo

aquí, ésa era mi casa —contestó señalando una pequeña

flor que se encontraba en el suelo—. Ustedes cayeron de

repente como una bala de cañón y la aplastaron.

Page 19: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 19 -

—Perdónanos, lo sentimos mucho, no fue nuestra

intención —decía la princesa y ambas miraban

preocupadas la casita del duende.

—No hay problema, puedo vivir en otro lugar.

Brillitos se acordó del reino de Las luces sin fin, tenía

mucho tiempo que dejó de buscarlo y pensó que a lo mejor

podría estar cerca de allí.

—¿No has visto por aquí a algunas hadas como yo?

¿Conoces el reino de Las luces sin fin? —preguntó

Brillitos emocionada y con tono amarrillo brillante.

—No, he vivido aquí toda mi vida y no había visto a

alguien como tú, pero eres muy bonita.

Brillitos sonrió y cambió su color a rojo.

—¿Y el del rey Antonio y la reina Irma? algunos lo

llaman la isla de la Libertad —preguntó la princesa.

—No, no conozco ninguno de esos reinos, nunca he

oído hablar de ellos.

—¿Qué haremos Brillitos?, ¿cómo regresaremos si ni

siquiera sabemos en dónde estamos?, ¿qué les habrá

pasado a mis papás y al reino?

—No lo sé princesa —decía Brillitos mientras se

sentaba en una hoja.

—¿Eres una princesa?, entonces sí puedo ayudarlas en

lo que sea, estoy a sus órdenes —dijo el duende.

—No creo que puedas ayudarnos, muchas gracias

—respondió Samantha.

—Cuéntenme lo que les pasa y a lo mejor se me

ocurrirá algo.

La princesa se sentó al lado de Brillitos, quien le contó

al duende Simoncito lo que les pasó a ellas y a su reino.

—No lo sé, ¿cómo podré ayudarlas?... Tengo que

pensar, pensar, pensar —decía el duende; de pronto se

comenzó a levantar la punta de su sombrero—. ¡Ya sé!, les

dije que éste es el reino del Amo del tiempo, pasando esas

Page 20: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 20 -

montañas que se ven a lo lejos está él; puede ver el pasado

y el futuro, retroceder el tiempo y cambiar la historia,

muchas personas recurren a él, no es nada fácil

convencerlo, pero dicen que ha cambiado cosas para bien;

cuando le cuenten su historia estoy seguro que les ayudará.

La princesa Samantha y Brillitos se miraron sonrientes,

se levantaron rápidamente y se pusieron en marcha.

—¡Esperen! quiero ir con ustedes.

—¿Estás seguro? —dijo la princesa.

—¿No quieres quedarte con tu familia? —preguntó

Brillitos.

—No tengo a nadie, he estado aquí desde que tengo

memoria y siempre he estado solo.

—Si quieres acompañarnos está bien, serás bienvenido

—dijo Samantha.

Los tres emprendieron el viaje, caminaron el resto del

día y la noche entera, sólo se sentaban en el pasto para

descansar y dormir un poco, comían fruta de los diferentes

árboles que había por doquier.

Page 21: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 21 -

La lámpara

En el camino escucharon voces y unos ruidos cuyo

origen no alcanzaban a distinguir, fueron hacia ellos,

detrás de unos arbustos vieron a unas personas con rasgos

de jabalí: todo el cuerpo lleno de vello, ojos chiquitos, una

pequeña trompa y las patas un poco curvadas, ellas salían

de unas minas cargando cubetas y picos de metal.

—¿Qué hacen aquí?

Voltearon con rapidez hacia donde escucharon la

tronante voz y se percataron que había una de esas

criaturas detrás de ellos; al verlo, retrocedieron asustados.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? —insistía

aquel ser.

Los tres se quedaron inmóviles, sin decir palabra

alguna.

—¿Qué es lo que buscan? ¿Están perdidos?

—Va-a-a-mos hacia donde e-e-e-stá el Amo del

tiempo, e-e-escuchamos voces y venimos aquí pa-a-a-ara

saber lo que era ese ruido —dijo la niña con miedo.

—¿Qué pasa aquí? —se escuchó otra voz.

—Van a ver al Amo del tiempo, su majestad Esmeralda

—respondió la criatura.

Frente a ellos tenían a una mujer muy hermosa, alta,

con la piel blanca, nariz respingada, con grandes ojos

verdes, el cabello largo oscuro con reflejos verdes; su

vestido era muy elegante: las orillas del escote y las

mangas estaban bordadas con piedras verdes como las que

lucía en el cuello y en cada uno de los dedos.

Page 22: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 22 -

—Así que quieren ir a buscar al Amo del tiempo, es un

camino largo, acompáñenme a mi castillo para que coman

algo.

La siguieron. Durante el camino vieron hileras de

criaturas que entraban y salían de una mina.

El castillo se ubicaba al pie de una montaña, la puerta

tenía columnas a los lados; al entrar, se quedaron

asombrados: decoradas con piedras verdes, las columnas

continuaban de la entrada hasta el trono de la reina, pero la

alfombra las tenía en las orillas, las que estaban en el techo

simulaban las estrellas del manto estelar; también las había

incrustadas en el gran trono, la mesa, las sillas, los platos

del comedor, no había ningún objeto en el castillo que no

tuviera alguna… ya estaba dispuesto un banquete. Los tres

se entusiasmaron, sólo habían comido fruta, Brillitos

cambio su color de negro a amarillo brillante y se abalanzó

hacia la comida.

—¿Cambiaste de color? —preguntó la reina Esmeralda

asombrada.

—Sí, cambio de color dependiendo de mi estado de

ánimo, cambio a muchos colores.

—¿Puedes cambiar también a verde?

—Claro, a todos los colores que se pueda imaginar.

—Te verás más bonita en una lámpara —murmuró la

reina Esmeralda.

—¿Qué fue lo que dijo? no la escuché —preguntó

Brillitos mientras comía y comía.

—No, nada, sólo pensaba. ¡Qué grosera! no me

presenté, soy la reina Esmeralda y, como verán, me gustan

mucho las joyas, claro, las esmeraldas son mis favoritas,

los jabals trabajan para darme estas piedras que tanto amo

—decía mientras levantaba su copa envuelta con grandes

esmeraldas.

Page 23: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 23 -

—¿Para qué quieren ver al Amo del tiempo? Es un

camino muy largo para tres pequeños como ustedes.

—Vamos porque él es el único que puede ayudarme a

rescatar el reino de mis padres.

—Tienes razón pequeña, el Amo del tiempo lo puede

todo.

—¿Usted lo conoce? —preguntó Simoncito.

—No, nunca lo he visto, pero todos sabemos lo que

puede hacer, lo controla todo y estoy segura de que te

sacará del problema. Está anocheciendo, pueden quedarse

aquí y continuar mañana su viaje.

—Gracias reina Esmeralda, descansaremos un poco y

seguiremos nuestro camino —dijo la princesa.

—Como ustedes digan, les mostraré sus habitaciones.

Cada uno fue alojado en diferente recámara; la

princesita estaba asombrada: las habitaciones ostentaban

esmeraldas con diseños muy elegantes. Se durmieron tan

pronto como tocaron la cama, estaban tan cansados que

despertaron hasta el medio día, la princesa Samantha y

Simoncito esperaron en la entrada por varios minutos a

Brillitos; impacientes, fueron a su habitación, pero una vez

adentro se dieron cuenta de que estaba vacía. Buscaron por

todo el cuarto, pero no la encontraron en ningún lado.

—¿Buscan al hada? —preguntó la reina Esmeralda

mientras entraba en la habitación—. Se fue en la mañana,

quería ser la primera en encontrar al Amo del tiempo e

impresionarlos a ustedes, así que dense prisa, si se apuran

podrán alcanzarla —dijo dándoles dos costales llenos de

pan a cada uno—. Corran, tienen que alcanzarla, corran

niños ¡apresúrense! —exclamó mientras los empujaba

hasta la salida del castillo, cerró la puerta detrás de ellos.

—Esto está muy mal, no creo que Brillitos se fuera sin

nosotros —dijo la princesa.

—Yo tampoco lo creo.

Page 24: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 24 -

Se escondieron tras unos arbustos a unos metros del

castillo, la puerta todavía permanecía cerrada.

—¿Ahora qué hacemos? —preguntó la princesa

sentándose en el pasto.

—No lo sé, hay que pensar, pensar, pensar —decía

Simoncito dando pasos de aquí para allá, su sombrero se

levantó hacia al cielo—. ¡Ya sé!, esperamos a que la reina

Esmeralda salga, seguramente todo el tiempo está afuera

supervisando que no le roben ninguna piedra; cuando abra

la puerta entramos corriendo.

Así sucedió. Sólo había dos sirvientes, pues los demás

estaban trabajando en las minas. Con pequeños pasos se

escondieron tras las columnas, hasta que llegaron a las

escaleras, buscaron a Brillitos en diez de las veinte

habitaciones, al entrar a la recámara de la reina vieron a su

amiga encerrada en una esfera de cristal; al verlos, ella

saltó cambiando su color de verde a amarrillo; agarraron la

esfera, cuando iban hacia la puerta la reina Esmeralda se

mostró de pie frente a ellos.

—¿A dónde creen que van pequeñuelos? ¡Atrápenlos!

Entraron tres jabals, uno de ellos agarró del brazo a la

princesa.

—¡Esto es mío! —dijo la reina Esmeralda

arrebatándole la esfera de cristal.

Otro jabal correteaba al duende por toda la habitación:

Simoncito volaba rápidamente, pero el tercero ya había

abierto un costal y cuando el pequeño duende se dio

cuenta ya movía sus alas en la oscuridad de su rústica

prisión.

—¡Qué malos modales!, ¿no les enseñaron a no entrar

a las casas ajenas cuando no los invitan? Yo quería ser

buena con ustedes, los hospedé en mi castillo, les di de

comer y así me pagan, robándome, metiéndose en mi

morada en mi ausencia y sin permiso. Ahora verán mi otra

Page 25: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 25 -

cara y les aseguro que no les agradará. ¡Llévenselos con

Jalo!, le parecerán exquisitos.

Los jabals salieron con la princesa Samantha y

Simoncito en el costal.

La reina Esmeralda colocó la esfera en el buró al lado

de su cama.

—Tú te quedarás aquí conmigo para que me alumbres

al anochecer con tu hermosa luz verde, tus amigos tendrán

un gran banquete —dijo la reina mirando fijamente a

Brillitos, después empezó a reír a carcajadas, de repente

cerró sus labios y se acercó al hada—. Tendrán un gran

banquete y ellos serán la cena —añadió, y volvió a reír,

todos los jabals que se encontraban afuera voltearon por

un momento al castillo al escuchar su estruendosa

carcajada.

Brillitos asustada la veía a través del cristal.

Los jabals le habían puesto un saco en la cabeza a la

princesa Samantha; caminaron por un rato, y cuando

comenzaron a escuchar ruidos y gemidos disminuyeron su

paso sigilosos, de pronto se detuvieron.

—Ya llegamos —dijo uno de los custodios jabal

quitándole a la niña el saco de la cabeza.

Estaban a la orilla de un gran agujero con una horrible

criatura en el fondo; al verlo, Samantha dio un grito, sintió

un empujón y cayó, los custodios se fueron cuando el

costal con Simoncito dentro terminó de dar tumbos en el

fondo del agujero. La princesa se levantó: estaba frente a

un monstruoso jabal diez veces más grande que el

promedio, la niña se quedó inmóvil, el monstruo la

observaba y dio un gruñido tan fuerte y feroz que ella

creyó que se había oído hasta el otro lado del mundo.

—¿Qué es lo que pasa? —gritó Simoncito desde

adentro del costal.

Page 26: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 26 -

La criatura se dio la vuelta, vio el costal en el suelo y

alzó su gran pata para aplastarlo; al darse cuenta de lo que

éste iba a hacer, Samantha dio un brinco y se pescó de las

orejas del jabal, quien movió su pata hacia atrás y sacudió

la cabeza de un lado a otro con rapidez; Samantha se

sujetaba para no caerse y de vez en vez daba uno que otro

grito.

—¿Qué es lo que pasa? —chillaba Simoncito desde el

costal.

—Hay un jabal, estoy agarrada de su cabeza, pero creo

que ya no podré sujetarme.

—No te preocupes, yo te salvaré.

Simoncito intentaba volar con todas sus fuerzas, pero el

costal era tan pesado que apenas se levantaba del suelo, la

princesa seguía zarandeándose en la nuca del jabal que

trataba de tirarla y alzaba sus brazos intentando alcanzarla.

—¡Simoncito ayúdame!... ¡ya no puedo más!

—Ahí voy princesa, aguanta, aguanta. ¿Qué haré?

Tengo que pensar, pensar, pensar —dijo sentándose dentro

del costal, de repente la punta de su sombrero se alzó—.

¡Ya sé! —exclamó, se quitó el cinturón y con la hebilla

comenzó a frotar el costal en el mismo lugar—. Ya voy mi

pequeña princesa —decía desesperado, intentando rasgarlo

con los dientes; de pronto, un rayito de luz entró, lo que

motivó a Simoncito a jalar con más fuerza el costal, hasta

que por fin salió volando hacia la criatura y comenzó a

jalarle las orejas y picarle los ojos, el jabal movía sus

manos de un lado a otro como queriendo matar a una

mosca.

—Déjala en paz, no te atrevas a hacerle daño a la

princesa Samantha —ordenó Simoncito mientras lo

golpeaba en la cabeza con sus manitas.

Tratando de quitárselos la criatura se sacudió tan fuerte

que la princesa Samantha y Simoncito salieron volando y

Page 27: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 27 -

al chocar contra el suelo se dieron un gran golpe, no

obstante, afortunadamente habían quedado lejos del

alcance del gigante; se levantaron y comenzaron a caminar

con rumbo al castillo de la reina Esmeralda. Ya era de

noche, no había nadie, trataron de abrir la puerta, pero

estaba cerrada con llave.

Buscaron un lugar en el bosque para dormir lo

suficientemente lejos para que nadie los viera.

La noche era realmente hermosa, con una gran luna, el

cielo estaba lleno de estrellas, Samantha lo veía y pensaba

en sus padres, en lo tonta que fue al enfrentar a los reyes

Gustavo y Alejando, en lo que había provocado a su reino;

miraba las estrellas convencida de que en ese momento

sus papás también las observaban; así, a pesar de la

distancia estaban con ella, los extrañaba, una lágrima rodó

por su mejilla, se volteó para que Simoncito no la viera.

Ya habían pasado tres días desde que salió de su reino,

recapacitó. Pensaba una y otra vez que habría pasado sino

hubiera ido con los hermanos reyes, hasta que el sueño

llegó y la abrigó en sus brazos.

A las pocas horas los despertó con sobresalto el sonido

de los jabals trabajando; se levantaron rápidamente. Sin

hacer ruido, se les fueron acercando poco a poco. Se

escondieron tras unos arbustos para vigilarlos, buscando

algún modo para poder entrar al castillo, llegaron a donde

se enfilaban los carros grises que usaban para sacar las

piedras de las minas, esperaron hasta que no hubiera jabals

ahí, y corrieron hacia uno de los carritos, se taparon con el

forro del vestido de la princesa, que también era gris,

adentro sólo escuchaban el ruido que producían los picos

clavándose en la piedra, sintieron varios golpes y el carrito

comenzó a moverse. Después de unos segundos se detuvo,

escucharon el ruido de una cerradura, unas pisadas

alejándose y sólo el silencio…

Page 28: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 28 -

—Creo que estamos solos —dijo Simoncito.

Esperaron un rato y salieron; se vieron en un salón

enorme entre montañas verdes de piedras preciosas.

—Tenemos que salir de aquí, estamos dentro del

castillo —dijo la princesa.

Se acercaron a la puerta y dieron vuelta al cerrojo, para

su sorpresa no tenía seguro, subieron lentamente por las

escaleras hasta el cuarto de la reina Esmeralda, entraron de

puntitas, se escuchaba la voz de la reina cantando —estaba

tomando un baño—, se acercaron al buró y tomaron la

lámpara en donde se encontraba Brillitos; al reconocerlos,

comenzó a aletear cambiando de verde a amarillo, la

princesa abrazó la lámpara y se dirigieron hacia la salida.

Una vez lejos del castillo, se sentaron en el bosque para

tratar de abrir la cerradura de la esfera de cristal.

—No se puede, ¡es imposible! —exclamó la princesa.

—Tenemos que romperla, quédate en el otro extremo

—le ordenó Simoncito a Brillitos y de una gran patada

hizo rodar la esfera—: auch, que gran golpe me di.

La lámpara ni siquiera estaba rayada, luego la pateó la

princesa, la aventó contra el suelo y ésta seguía intacta.

—¿Qué hacemos? ¿La llevamos así todo el camino?

—preguntó Samantha.

—Tengo que pensar, pensar, pensar. ¡Ya sé!

—exclamó Simoncito mientras que su sombrero daba un

giro hacia el cielo; dio un gran salto hacia la lámpara, se

quitó el cinturón, metió la hebilla en la cerradura y

empezó a moverla de un lado a otro.

La princesa Samantha y Brillitos estaban atentas a lo

que hacía Simoncito, después de una hora cantaron, luego

de otra el sueño llegó y las arrulló un rato, despertaron,

comieron, jugaron de nuevo, hasta que se escuchó un clic.

—¡Ya está! —gritó Simoncito.

Page 29: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 29 -

Por fin Brillitos salió revoloteando; ya era de noche y

buscaron un sitio para dormir. Los tres observaban el

paisaje, aquellas noches en el reino del Amo del tiempo

eran las más hermosas que podía haber en el mundo,

siempre con una gran luna y el desfile de estrellas fugaces

reflejándose en los ríos, se quedaron disfrutándola sin

decir nada hasta que el sueño los atrapó. Apenas

alcanzaron a escuchar el grito que dio la reina Esmeralda

al descubrir que su preciosa lámpara de luz verde había

desaparecido: abrieron los ojos lentamente por unos

segundos y volvieron a dormir.

Page 30: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 30 -

Mujer de agua

Caminaron dos días más. A lo largo del camino

improvisaron juegos; Brillitos y Simoncito hacían

competencias para ver quién volaba más rápido o más alto.

Se detuvieron a orillas de un río. La princesa se quitó el

vestido y quedó en un hermoso fondo de seda, comenzó a

nadar. Brillitos y Simoncito volaban sobre ella con las

manos hacia arriba cargando el vestido, estaban

empezando a atravesarlo cuando una gran ola salió y los

regresó a tierra.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Quién se atreve a cruzar mi

río?

La ola se transformó en la figura de una mujer de agua,

Simoncito se acercó a su cara.

—Disculpe usted, nosotros sól… —No acabó de decir

la frase cuando la mujer de agua volteó hacia él y lo

salpicó con las enormes gotas de sus cabellos para

derrumbarlo contra el suelo.

—Voy a preguntar una última vez: ¿quiénes son

ustedes?, ¿por qué quieren cruzar mi río?

—Disculpe, no fue nuestra intención molestarla, yo

soy la princesa Samantha, vamos en busca del Amo del

tiempo que es el único que puede salvar mi Reino.

—¿Tu reino?

—Es el reino de los reyes Antonio e Irma, ellos son

mis padres, algunos lo conocen como la isla de la

Libertad.

La mujer la observó pensativa.

—Así que tú eres la princesa que huyó, todos creen

que estás muerta.

Page 31: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 31 -

Samantha se sorprendió al escuchar eso.

—¿Todos?, ¿a qué se refiere?, ¿conoce mi reino?

—Sí, lo conozco, estoy al tanto de lo que sucede en los

alrededores que hay en mis ríos, sé lo que ha pasado; las

personas que gobiernan ahora están dejando secar mi río

de la Libertad: yo soy Acecec, cuido todos los ríos que

están en las cercanías, conozco a tus padres, son buenas

personas —dijo la mujer de agua, hizo después una pausa

y prosiguió—. ¿Por qué no te reconocí? eres igual a tu

madre; esperen, los cruzaré del otro lado.

Cerró los ojos y empezó a entonar una melodía sin

letra; su voz era tan dulce que llegaba al corazón del ser

más cruel y malo, por un instante el viento se detuvo y los

árboles dejaron de moverse, como también la corriente del

río, cualquier criatura viva, aún la más diminuta, quedaba

inmóvil escuchándola.

—¡Acecec! ¿Me llamabas? —interrumpió una canoa

acercándose.

La canoa era muy bella: diferentes tonos de azul

recorrían su superficie; de la proa salía la figura del torso

de un hombre.

—Gracias por venir, lleva a la princesa Samantha del

otro lado del río.

—Lo que tú ordenes.

Los tres subieron a la canoa.

—Ten cuidado princesa, si necesitas ayuda sólo

acércate a algún río, mucha suerte. Ustedes tres son muy

valientes —afirmó Acecec mientras los veía alejándose.

—Muchas gracias —gritó la princesa a lo lejos.

Simoncito volaba frente a la canoa observándola, la

canoa empezó a reír.

—¿Qué es lo que sucede?

—Perdón, lo que pasa es que nunca había visto algo

como… usted.

Page 32: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 32 -

—Ni nosotras tampoco —decían la princesa Samantha

y Brillitos al mismo tiempo.

—Es una obra muy bonita —repetía Simoncito.

Brillitos y Simoncito volaban alrededor, admirándola.

—Es una creación muy bonita, pero no tanto como tú

—le dijo Simoncito a Brillitos.

Brillitos automáticamente cambió su color a rojo

brillante; la princesa y la canoa se sonrieron. Al llegar a la

otra orilla agradecieron a la canoa y continuaron el viaje.

Caminaron varias horas hasta que se encontraron en la

falda de una montaña, la miraron dando un gran suspiro y

comenzaron a subir; a ratos escalaban a ratos caminaban.

Mientras ascendían, Brillitos y Simoncito volaban de

espaldas a la princesa, temían que fuera a caer, su vestido

no le ayudaba, se tardaba el doble porque siempre se le

enredaba, después de muchos esfuerzos llegaron a la cima.

Page 33: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 33 -

Ciudad de arena

Caminaron y volaron durante varios días, Brillitos y

Simoncito apenas podían mover sus alas, volaban casi a

ras de suelo; la princesa arrastraba los pies para caminar,

de pronto intentó dar un paso, pero sintió que pisaba arena.

Cuando los tres subieron la vista los sorprendió una ciudad

de arena, siguieron el camino, asombrados. Un hombre

sentado, una mujer con su hijo tomados de las manos, el

niño en horizontal suspendido en el aire; eran estatuas de

arena, había muchas. Parecía un pueblo abandonado, las

casas estaban sucias, algunas tenían las ventanas rotas y

las puertas tiradas o a punto de caerse; entraron en una de

ellas y encontraron a una familia, el niño agarraba con las

dos manos su plato para beber la sopa, la madre tomaba

agua, el padre partía la carne, salieron de la casa. Por toda

la ciudad se encontraron figuras de arena detenidas en el

tiempo.

—Esto es muy tenebroso. Siento que todas me

observan —dijo Brillitos. Pasaban entre las estatuas

mientras éstas los seguían con los ojos.

—¡Miren esto! —dijo Simoncito señalando una espiral

dibujada en la arena. La princesa Samantha la desvaneció

con el pie hasta que la deshizo, después apareció un punto

y a partir del centro la espiral se formó nuevamente.

—Está muy raro todo esto —dijo la princesa

Samantha.

—¡Fíjense!, hay muchas espirales —señaló Brillitos

con su mano.

Siguieron las espirales hasta que se toparon con una

gran estatua, era un hermoso caballo con grandes alas y un

cuerno en la frente, al lado de él una de un hombre joven.

Page 34: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 34 -

Asombrados observaban al caballo detenidamente,

Brillitos se acercó a su cara mirando cada detalle, la nariz,

las cejas, el cuerno; cuando llegó a los ojos, éstos se

abrieron de pronto, Brillitos dio un enorme grito y voló

rápidamente, la princesa Samantha corrió y Simoncito

volaba tras ella.

—¿Qué es este escándalo? —se escuchó una voz.

A lo lejos salió un viejo regordete de una casa.

—¿Qué son estos gritos? —volvió a preguntar.

Brillitos se detuvo frente a él seguida de la princesa

Samantha y Simoncito.

—¡El… caballo, abrió… los ojos! yo… lo vi —decía

Brillitos jadeando.

—¿Y por eso tanto escándalo?

—Abrió los ojos, yo lo vi, es en serio lo que digo, en

verdad vi que los abrió.

—Tú también los tienes abiertos y yo no estoy

haciendo un escándalo por eso.

—Pero él es de arena y yo no.

—¡Bah! tonterías —dijo el viejo, les dio la espalda

para entrar a su casa, azotó la puerta detrás de él.

Se quedaron parados afuera mirando la puerta, al dar la

vuelta todas las estatuas de arena estaban a su alrededor

mirándolos, los tres dieron un salto y un enorme grito,

después de un parpadeo se habían dispersado regresado a

su pose original.

—Esto está muy feo —decían acercándose uno al otro.

Empezaba a oscurecer.

—¿Qué haremos? —peguntó Brillitos.

—No lo sé, esto asusta —contestó la princesa

Samantha.

Tocaron la puerta del viejo desesperados.

—¿Qué es lo que quieren? —preguntó enojado

mientras abría la puerta.

Page 35: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 35 -

—Perdone, ¿podría hospedarnos en su casa esta

noche? —pidió la princesa.

—Aquí no se cuidan niños.

—Está oscureciendo, esas estatuas se mueven y parece

como si estuvieran vivas, nos da mucho miedo —decía

Brillitos mientras volaba alrededor del viejo.

—¿A usted no? —preguntó Simoncito

El viejo dio un gran suspiro y dijo:

—Está bien, podrán quedarse, pero sólo por esta

noche.

Pasaron a la casa, chiquita, muy acogedora, con todo en

su sitio, extrañamente adentro no había polvo en ningún

lado a pesar de la arena del exterior.

—¿Quieren una taza de té? —preguntó el viejo.

—Sí, claro —respondieron los tres.

El viejo puso una olla de agua en la chimenea y se

sentó en el sillón; la princesa a un lado, Brillitos y

Simoncito en sus piernas; observaban el fuego sin hablar,

cuando el silencio fue abruptamente interrumpido con el

tronar de cascos de caballos y voces provenientes de fuera.

—¿Escucharon? —preguntó Brillitos escondiéndose

atrás de la princesa.

—Voy a ver lo que sucede —dijo Simoncito rumbo a

la puerta con las piernas temblorosas.

—¡No! ¡No abran, quédense aquí!, ¡no salgas ni abras

esa puerta! —ordenó el viejo exaltado, interponiéndose.

—¿Por qué?, ¿qué es lo que pasa? —preguntó la

princesa.

El viejo se paró al lado de la ventana y echó un vistazo

tras la cortina, con la voz cascada les dijo:

—Ellos quieren asustarme.

—¿Ellos?, ¿de qué habla? —preguntaban uno a uno.

—Ellos, todos ellos me vigilan, me asustan, quieren

hacerme daño.

Page 36: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 36 -

El viejo se sentó en el sillón llevándose las manos a la

cara; empezó a llorar, los tres se le acercaron.

—No llore. ¿Qué es lo que le pasa?, ¿por qué dice que

quieren lastimarlo?

El viejo se levantó, sacó una figura del pequeño cofre

que estaba sobre la chimenea y comenzó a hablar:

—Yo tenía un hermano gemelo, mi madre murió al

darnos a luz, nunca supimos de mi padre, así que sólo nos

teníamos el uno al otro, pero hace cuarenta inviernos

decidió salir al bosque sin mí, al regresar llegó con varios

caballos alados con un cuerno en la frente, nunca supe de

dónde vinieron, todas las personas fueron hacia él

admirándolos; había uno en especial que era realmente

hermoso, tenía un símbolo debajo del cuello. Mi hermano

dejó de pasar tiempo conmigo por estar con él, no se

separaban, los seguí por varios días. Una tarde, mientras

mi hermano se vestía después de nadar en el río, el caballo

fue a tomar agua, como estaba solo lo empujé con todas

mis fuerzas, el caballo comenzó a relinchar tratando de

salir, pero no podía, se sumergía y salía a flote; no supe

qué hacer, quise sacarlo desde la orilla, varias veces toqué

sus patas pero era muy pesado, yo intentaba sostenerlo,

pero él se movía mucho, no podía meterme al río porque

me hundía con él, trataba de sujetarlo, pero no lo

aguantaba, en una de las muchas veces lo agarré del

símbolo que tenía en el pecho y me quedé con el círculo

en las manos, escuché la voz de mi hermano que le

gritaba, salí huyendo de allí. Llegué a la casa y me encerré

el resto del día; mi hermano no regresó, pensé que él sabía

lo que yo había hecho. A la mañana siguiente, cuando salí,

todo estaba lleno de arena, las personas eran estatuas, la de

mi hermano y el caballo estaban a la entrada del pueblo; a

los demás caballos no los volví a ver, siempre he pensado

que fueron a traer a alguien para que viera lo que le hice al

Page 37: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 37 -

caballo y me hiciera daño, pero ninguno de ellos regresó.

Desde ese día todas las estatuas de arena me vigilan, lo

siento cuando paso entre ellas, en las noches escucho que

rodean mi casa, poco a poco dejé de salir —continuó

hablando mientras se limpiaba las lágrimas con las

mangas—. Ya basta de lloriqueos, no les pregunté cuando

llegaron quiénes son ustedes y cómo fue que llegaron aquí.

La princesa le contó su historia. El viejo la escuchaba

muy atento, en tanto se olvidaban de los ruidos exteriores,

al final dijo:

—No se preocupen, ya están por llegar, mañana

cuando se quite la neblina, desde aquí podrán ver el

castillo del Amo del tiempo.

La princesa Samantha, Brillitos y Simoncito

intercambiaron sonrisas.

Al día siguiente se levantaron cuando amanecía; la

princesa, el hada y el duende agradecieron al viejo

haberlos hospedado. Los acompañó hasta la división de la

arena con el pasto donde las figuras de su hermano y el

caballo se postraron enfrente de él.

—Ustedes sigan, es a mí a quien no dejan salir, tengan

cuidado y, por favor, si pueden hablar con el Amo del

tiempo pregúntenle si puede ayudarme —gritaba el viejo

detrás de las estatuas.

Page 38: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 38 -

Amo del Tiempo

Prosiguieron su trayecto. Estaban muy felices:

cantaban, corrían y jugaban. Llegaron a un paseo que

conducía al castillo; de un lado, el sol iluminaba cualquier

diminuto lugar coloreándolo de anaranjado; del otro, la

luna como una gran pelota de diferentes tonos azules. Las

dos luces dividían con una raya el camino. Los tres

observaban felices el gran castillo que sería su salvación.

Brillitos con su brillo amarillo, la princesa Samantha y

Simoncito con una gran sonrisa se dirigieron a la entrada,

al llegar se abrió la puerta y vieron imágenes de su vida

proyectándose en el aire, los tres pasaron siguiéndolas.

—¿A qué han venido a mi castillo? —se escuchó una

voz que tronó como si fuera un eco.

En medio de tantas imágenes ninguno de los tres podía

distinguir de dónde provenía la voz; se encontraron juntos

uno al lado del otro.

—Perdone señor, venimos a pedir su ayuda —dijo la

princesa.

—¿Por qué creen que necesitan mi ayuda? —preguntó

la voz.

Simoncito voló al frente y le respondió:

—Señor, creo que usted es el único que puede…

—Ayudarnos —continúo la princesa Samantha,

interrumpiéndolo—, es el Amo del tiempo, usted lo puede

retroceder para que no capturen a mis padres y mi reino

esté a salvo, por mi culpa está en peligro y usted es el

único que puede ayudarme. —gimió y unas pequeñas

lágrimas brotaron hacia las mejillas de la niña.

Page 39: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 39 -

—Lo siento pequeña, yo no puedo hacer eso. Sólo

ustedes pueden rescatar tu reino, han recorrido un gran

camino hasta aquí, y este esfuerzo no ha sido en vano

porque han enfrentado situaciones y conocido personajes

que nunca se imaginaron. ¿Ven todas esas imágenes?

forman parte de sus años de vida, miren aquellas: los

últimos días que han vivido; las ven, las recuerdan, pueden

sentirlas, pero no pueden volver hacia ellas, ni yo ni nadie

puede hacerlo. Están allí para recordar cómo hemos

vivido, para aprender de ellas. —Los tres observaban las

imágenes que habían ensamblado sus vidas.

—No se preocupen, son unas personitas muy valientes,

únicamente ustedes sabrán lo que tienen que hacer; el

pasado es algo que nunca puede volver y no lo podemos

componer ni cambiar, pero el presente sí y, por

consiguiente, el futuro; pueden enmendar errores, vivir

cosas nuevas y conseguir lo que quieran, ustedes saben lo

que deben de hacer, sólo ustedes podrán rescatar su reino,

nadie puede enmendar tus errores pequeña, sólo tú puedes

hacerlo, han llegado hasta aquí ustedes solos, eso es

muestra de valentía. Recuérdenlo, si realmente quieren

salvar su reino, ustedes encontrarán la manera de hacerlo,

tienen la fuerza y el corazón…

Al terminar de escuchar esa frase se vieron de pronto

en medio del bosque: el castillo había desaparecido.

Regresaron a la ciudad de arena cabizbajos, sin decir una

palabra.

—Al parecer no les fue bien —dijo el viejo—. Pasen y

descansen un poco.

—Él no nos puede ayudar —habló Brillitos con la

mirada y las alas hacia abajo.

—Venimos hasta aquí para que nos salga con que no

nos puede ayudar —continuó diciendo Simoncito

cruzando los brazos.

Page 40: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 40 -

—Ya, descansen un poco y mañana me platican lo que

pasó.

Los arropó en su cama, después se sentó en el sillón y

quedó profundamente dormido.

Cuando los tres despertaron al día siguiente, el

desayuno ya estaba servido sobre la mesa.

—Me alegra tenerlos de compañía, no había hablado

con nadie en mucho tiempo, sé que regresarán a su reino,

pero les agradezco que estén aquí.

—Al contrario, nosotros le damos las gracias por

recibirnos en su casa y darnos de comer —agradeció

Samantha.

—Es un placer tenerlos aquí, salgan un rato mientras

limpio la casa.

Page 41: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 41 -

El símbolo

Afuera, Simoncito volaba de aquí para allá observando

todas las estatuas de arena, la princesa Samantha y

Brillitos, sentadas en la entrada de la casa, observaban a lo

lejos el castillo del Amo del tiempo.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Brillitos.

—No lo sé —suspiró la princesa Samantha.

—¡Vengan! ¡Miren esto! —gritó Simoncito.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó la princesa.

—Vean el símbolo.

El caballo del que les había contado el viejo, tenía en el

pecho un símbolo en forma de espiral, la princesa alzó sus

brazos para tocarlo.

—Está sumido, a lo mejor marcaban a los caballos así

para distinguirlos entre sí.

Simoncito lo miraba detenidamente, cuando su

sombrero se movió apuntando al cielo.

—¡Ya sé lo que es! —gritaba volando hacia la casa.

—Espera Simoncito, no vayas tan rápido —decían la

princesa y Brillitos detrás de él.

Simoncito entró azotando la puerta, abrió rápidamente

el cofre de arriba de la chimenea y sacó una figura

circular; al escuchar ruido el viejo salió de la cocina, vio el

cofre, la puerta abierta y salió corriendo tras el duende.

—¿Qué haces? ¡Deja eso y vuelve aquí

inmediatamente! —le gritaba el viejo mientras lo

perseguía.

Simoncito con esfuerzos la sujetaba y volaba lo más

rápido que podía.

—¡Deja eso!, no ves que puede ser peligroso, con eso

no se juega —continuaba gritando el viejo.

Page 42: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 42 -

Simoncito se detuvo en la estatua del hombre y el

caballo, sujetaba fuertemente la figura tratando de meterla

en el pecho del caballo.

—¡Deja eso! ¡No sabes lo que haces! ¡Puede ser

peligroso! —seguía el viejo gritándole mientras corría.

La princesa y Brillitos llegaron a donde estaba el

caballo, Simoncito volteó a ver a la princesa.

—¡Ayúdame a meterlo!

Samantha intentó embonar la figura, hasta que se

escuchó un clic. Dieron unos pasos hacia atrás al oír un

silbido a lo lejos, que cada vez era más fuerte, un

ventarrón entró agresivo al pueblo, a su paso se llevaba la

arena de las estatuas dejándolos como los humanos que

eran antes, las espirales que estaban dibujadas en la arena

empezaron primero a tomar cuerpo saliendo cuernos de la

tierra y posteriormente; hermosos caballos a galope. El

viejo se quedó inmóvil en medio del pueblo observando

que el aire seguía levantando la arena de todo el pueblo,

los caballos volaban, las personas sonreían abrazándose,

generando un ambiente de amor y armonía, la arena que

antes cubría el pueblo se fue empujada por el vendaval

descubriendo un bosque hermoso con ríos y flores por

doquier.

El caballo del símbolo en el pecho voló hacia el viejo

que intentaba huir.

Personas y caballos rodearon a la niña, al hada y al

duende, que se abrazaban temblando de miedo.

—Muchas gracias por hacer esto —dijo un hombre

parecido al viejo, pero más joven—, ya no somos estatuas

gracias a ustedes, durante mucho tiempo estuvimos debajo

de la arena que nos envolvía, hoy podemos ser como

antes; no tenemos nada que obsequiarles, todas nuestras

pertenencias desaparecieron hace mucho tiempo, como

Page 43: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 43 -

agradecimiento, por mi nombre que es Pablo y por el de

cada uno de nosotros, les serviremos siempre.

—No hace falta —dijo la princesa.

El caballo del símbolo con su cuerno empujó al viejo a

donde se encontraban los demás, el hombre que

anteriormente habló le dijo al viejo:

—Tú, mi hermano has traído la desgracia a este

pueblo, por tus absurdos celos.

—Perdóname, no sabía lo que hacía, perdónenme,

estoy muy arrepentido, todos estos años he estado sólo con

el remordimiento de lo que hice, estoy muy contento de

que estén bien —suplicó el viejo llorando, cayendo al

suelo de rodillas con las manos en la cara.

Pablo se acerco al viejo tendiéndole la mano.

—No te aflijas. He visto que has sufrido al igual que

nosotros, pero ahora estamos aquí para recuperar el tiempo

perdido.

—Estoy muy arrepentido —dijo nuevamente el viejo

dándole un fuerte abrazo.

Pablo sonrío en los brazos de su hermano, después se

dirigió a todos diciéndoles:

—Creo que después de tantos años necesitamos comer

un poco.

—Yo los invito —dijo el viejo con gran alegría rumbo

a su casa.

El viejo estaba muy contento cantaba y reía mientras

cocinaba, Samantha, Brillitos y Simoncito le ayudaron

recolectando fruta de los árboles. Afuera de la casa

sentados en el pasto todos comían, platicaban y reían.

Dentro, la princesa, Brillitos, Simoncito, el viejo y Pablo

también estaban comiendo, Pablo los miro y les dijo:

—Nuevamente les agradezco el habernos quitado este

hechizo.

—No hay problema —intervino Brillitos mientras comía.

Page 44: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 44 -

—¿De dónde son ustedes? —preguntó Pablo.

—Del reino de los reyes Antonio e Irma —contestó

Brillitos mientras seguía comiendo—. Ella es su hija la

princesa Samantha. —Entre bocado y bocado le contó

todo lo que les había sucedido.

Pablo escuchaba atento la historia de los tres personajes

que los habían vuelto a la vida, Brillitos terminó, Pablo se

quedó pensativo por unos momentos.

—Nosotros les prometimos que les serviríamos

siempre y así será, les ayudaremos a recuperar su reino;

nosotros sabemos lo que es carecer de libertad y gracias a

ustedes la tenemos.

—No, muchas gracias, no hace falta —contestó

Samantha.

Brillitos y Simoncito voltearon asombrados.

—Pero princesa, claro que nos hace falta —decía

Simoncito poniéndose enfrente de ella.

—Por favor princesa acepte nuestros servicios —dijo

Pablo.

Samantha volteo a ver a Brillitos y a Simoncito que le

decían que aceptara moviendo sus cabecitas de arriba

hacia abajo.

—Está bien, tienen razón —aceptó la princesa con una

gran sonrisa.

—No se diga más —dijo Pablo rumbo a la puerta.

Se dirigió a los que estaban sentados en el pasto:

—Hoy marcharemos al reino de los reyes Antonio e

Irma, las personas que nos salvaron necesitan de nuestra

ayuda, su reino fue capturado por dos hermanos que tienen

el corazón lleno de ambición y de odio. Ellas nos liberaron

de seguir siendo estatuas de arena, ahora nos corresponde

ayudarlas, así que prepárense para partir.

Todos montaron los caballos y emprendieron el vuelo.

Page 45: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 45 -

De regreso al reino

Estaban felices, del viento que pegaba en sus rostros

respiraban esperanza, desde las nubes se veía el río de

Acecec, la balsa humana los saludaba, ellos a su vez desde

lo alto sacudían las manos. Pasaron sobre las minas de la

reina Esmeralda, los jabals gruñían y brincaban queriendo

alcanzarlos. La reina Esmeralda dio un gran grito al ver y

recordar a su hada que daba luz verde. Brillitos dio un

salto y se escondió atrás de Samantha, la princesa y

Simoncito se reían desde lo alto. La gran caravana de

caballos voladores, hacían un paisaje hermoso.

La princesa Samantha se sentía feliz y por primera vez

se sintió capaz de salvar a su reino, aunque temía que ya

fuera muy tarde, que sus papás ya no estuvieran vivos; ese

amargo pensamiento lo escondía atrás de la alegría de

encontrar personas que ayudaban a que la isla volviera a

ser un pueblo libre.

—¡Miren, allí está el desierto! —señaló Simoncito.

Desde lejos se alcanzaba a ver la división del pasto

verde y de la tierra seca que cubría el desierto.

Habían volado un día y una noche desde que salieron

del pueblo de estatuas, a lo lejos distinguieron el castillo

circular de la Libertad; a la princesa Samantha la

envolvían diferentes emociones: los nervios, la esperanza,

la alegría de regresar a casa, el miedo de lo que

encontraría, pero estaba decidida ante todo que salvaría a

su reino hasta que ése se volvió su único pensamiento,

Page 46: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 46 -

respiraba hondo y observaba como esa gran torre en donde

pasó su corta vida se acercaba.

La entrada fue espectacular jinetes y caballos

descendían desde el cielo, los habitantes del pueblo

gritaban y aplaudían, con el resplandor del sol parecían

ángeles. Los reyes Gustavo y Alejandro salieron del

castillo circular al escuchar aquella algarabía, se

detuvieron incrédulos hasta que el rey Alejandro gritó:

—¡Traigan mi espada!

Los hermanos reyes caminaron decididos a perder la

vida, con la idea de que por lo menos alguno de los dos

permaneciera en posesión de la isla de la Libertad.

Empezaba la batalla, los caballos caían sobre los

guardias aplastándolos con sus patas, mientras los

habitantes les quitaban sus espadas. Pablo estaba peleando

con uno cuando vio a los reyes que se acercaban y se

dirigió hacia ellos, pasó cerca del viejo que al observar lo

que sucedía fue tras su hermano, Pablo se detuvo enfrente

de ellos.

—Ustedes son los reyes egoístas que tienen así a este

grandiosos pueblo —dijo Pablo agarrando su espada con

las dos manos poniéndoselas enfrente—. Ahora peleen

conmigo cobardes.

El rey Alejandro sacó su espada iniciando el combate,

el rey Gustavo lo siguió dirigiéndose a Pablo, pero el viejo

se interpuso peleando con él, era un gran combate, todos

los habitantes del pueblo peleaban contra los guardias,

Simoncito volaba de un lado a otro quitándoles sus cascos

y les jalaba los bigotes.

La princesa Samantha con Brillitos recorría el reino

buscando a sus padres, preguntaba a toda persona que se

cruzaba en su camino, le contestaban que no los habían

visto desde que los hermanos entraron al reino.

Page 47: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 47 -

—¡Mamá, papá, ya estoy aquí! —anunciaba la

princesa

—¡Rey Antonio! ¡Reina Irma! ¿En dónde están?

—voceaba Brillitos.

Los buscaban entre la batalla, entraron al castillo

circular, pero no había rastro de ellos.

—Brillitos. ¿En dónde están? Tienen que estar por

aquí —decía la princesa Samantha llorando y aventando

todo a su paso.

Afuera seguía la batalla, cada guardia y habitante

luchaba con su espada y todo el corazón.

El duelo más feroz era el del rey Alejandro con Pablo,

peleaban con una rabia que no se podía saber cuál de ellos

era el más fuerte ni quién sería el vencedor; en cambio el

del rey Gustavo y el viejo era predecible, por más que el

viejo trataba de mover su espada no conseguía tocarlo,

Gustavo era más fuerte y había estado en muchas más

batallas que él, el viejo tenía movimientos lentos, varias

veces creyó que la espada de su oponente lo atravesaría,

luchaba con el alma para no ser derrotado en esa batalla,

en la que él pensaba que dejaría su vida.

Page 48: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 48 -

La misteriosa voz

La princesa Samantha seguía en el castillo buscando a

sus padres, cada habitación que recorría y no los

encontraba se perdía una chispa de esperanza en su

corazón, evitaba pensar e imaginar que ya no estaban,

cada vez se entristecía más, creía que había llegado muy

tarde para salvarlos; Brillitos en cambio no perdía la

esperanza, buscaban quitando todo lo que estuviera a su

paso hasta que la princesa Samantha se detuvo.

—¿Escuchas eso Brillitos?

—¿Qué princesa?

—Ese canto, esa voz, ¿la escuchas?

—No princesa, no oigo nada.

—Es por el ruido de afuera, hay mucho, pero aun así

logro escucharla.

Samantha se dirigió a las escaleras y salió del castillo.

—¿Qué sucede? ¿Qué pasa? —preguntó Brillitos

siguiéndola.

La princesa caminaba sin voltear a ver a nadie, pasaba

entre las espadas, entre los guardias, ella mantenía la vista

al frente.

—¡Presta atención Brillitos! me está llamando —dijo

Samantha siguiendo aquella voz.

—¿Qué pasa princesa? ¿Qué tienes? —preguntó

Brillitos poniéndose enfrente de ella.

La princesa seguía su camino, ni siquiera la miraba.

—Esa voz, Brillitos, me está llamando.

Caminó al río que alguna vez fue la esperanza de todos

los hombres que vivían del otro lado, inmóvil observaba el

agua que corría. Brillitos la miraba preocupada, no sabía

lo que le sucedía, creyó que la princesa se rehusaba a

Page 49: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 49 -

aceptar que no estaban sus padres. La princesa seguía sin

moverse con la cabeza hacia abajo. Brillitos la miraba

fijamente, cuando Samantha volteó hacía ella.

—¡Hay que irnos de aquí! Tenemos que recolectar

muchas flores de algodón, busca a Simoncito y a todas las

hadas del reino para que nos ayuden.

Brillitos voló rápidamente, Simoncito estaba jalándole

los bigotes a un guardia que peleaba con un habitante.

—¡Simoncito! tenemos que ir con la princesa

Samantha.

Los dos recorrieron el reino buscando a las hadas entre

la multitud, cuando las encontraron fueron con la princesa

que ya estaba arrancando flores de algodón y las ponía en

su vestido.

—Tengan estas flores, pónganselas a todos en los

oídos y díganles que vayan al castillo de mis padres.

—Claro que sí princesa.

Las hadas, Brillitos y Simoncito volaban entre los

combatientes diciéndoles al oído que se dirigieran al

castillo y les ponían algodones en los oídos, regresaron por

la princesa, ella misma les colocó las flores y corrieron

hacia el castillo. Los habitantes al ver a la princesa

Samantha corriendo la siguieron. En el camino subían a

los heridos a los caballos, los guardias corrían con sus

espadas tras ellos, de pronto, una hermosa voz que venía

del río los detuvo; mientras, los habitantes con los oídos

tapados llegaron al castillo, cerraron las puertas y

ventanas; el río se alzó con una gran ola formando muchas

mujeres de agua, todas entonando una preciosa melodía.

Los reyes Alejandro y Gustavo las oían, dejaron caer sus

espadas y caminaron con pasos lentos y la mirada al cielo,

veían aquellas enormes figuras cuando de repente dejaron

de cantar, los guardias regresaron del trance, observaron a

su alrededor tratando de entender lo que estaba pasando;

Page 50: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 50 -

de pronto las mujeres crecieron, cubrieron con su sombra

todo el reino y cayeron sobre él, los guardias asustados

miraban las figuras que se convertían en enormes manos

que se dirigían hacia ellos, todos corrieron intentando

escapar, pero los alcanzaron, trataban de soltarse, pero fue

inútil y las manos los arrastraron hacía el río. El agua poco

a poco regresó a su cauce llevándoselos y volvió a ser el

río de corriente tranquila que antes era.

Page 51: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 51 -

Reyes Antonio e Irma

En el castillo, durante un rato sólo se escuchaba el

vaivén de las olas y los gritos de los guardias, después

nada; entonces, la gente se asomó por las ventanas, al ver

todo en calma salió.

La princesa, Simoncito y Brillitos observaron a su

alrededor.

—¡Tenía razón el Amo del tiempo! —decían

sorprendidos.

—Traigan agua del pozo encantado y denla a los

heridos —gritó la princesa Samantha—. Los demás

ayúdenme a buscar a mis padres.

—¡Yo sé en donde están! —se escuchó una voz a lo

lejos.

—¿Quién dijo eso? —gritó la princesa Samantha.

Se acercó un hombre.

—Yo trabajaba para los reyes Gustavo y Alejandro, les

hacía las armaduras. El día que entraron a la Libertad llegó

a mi casa un guardia pidiéndome unas espadas, llevaba al

rey y a la reina, enseguida entró otro guardia diciéndole

que el rey Gustavo lo llamaba, volteó a verme, agarró las

espadas, me puso una en la mano y me dijo: —Tú mataras

a los reyes, sino lo haces te mataré a ti y a tu familia—,

agarre con fuerza la espada, pero no pude hacerlo, los

escondí en el castillo del rey Alejandro, que está

abandonado.

Todos corrieron hacia allá.

—¡Están abajo! —gritó el hombre.

La princesa fue al calabozo; en las tinieblas entró a una

celda, al acercarse casi se cae a un pozo, donde había dos

Page 52: La isla de la libertad

Betel Martínez

- 52 -

hombres asomándose, salió una mano de ahí, la princesa

se acercó, pero no era su padre. Se entristeció. Iba hacia

fuera cuando escuchó la voz de su madre, al voltear la

reina Irma estaba saliendo del pozo, Samantha corrió hacia

ella, después salió el rey Antonio, la princesa los abrazó y

los besó, los reyes la cargaron y lloraron.

—Perdónenme —dijo la princesa llorando.

—No te preocupes, estamos bien y estamos juntos de

nuevo —decían sus padres.

Page 53: La isla de la libertad

La Isla de la Libertad

- 53 -

Los habitantes reconstruyeron sus casas y edificaron

nuevas para los recién llegados; también cerca del río, un

lugar para los caballos lleno de flores y árboles, los

castillos de los hermanos y los muros fueron derribados,

con las piedras tendieron puentes que unieran los reinos y

la isla volvió a ser La isla de la Libertad.

Finn