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La inadaptación juvenil FLORENCIO OLLE RIBA Licenciado en Pedagogía El fenómeno de la inadaptación juvenil, con toda su secuela de alborotos, tumultos y delin- cuencia, es problema cuyas proporciones se agranda, día a día, por todo el ámbito del mundo civilizado. Y decimos del mundo civilizado porque, en rea- lidad, tales manifestaciones parecen más bien propias de comunidades subdesarrolladas, o de aquellos países que se hallan en los albores de la civilización. Verdaderamente, la ley de la selva parece ha- berse adueñado de naciones cuya cultura debería actuar como un tamiz adecuado, para afinar los instintos y encauzarlos hacia normas de conducta más de acuerdo con el esplendor de las grandes realizaciones en que vive el mundo actual. Pero, en lugar de ello, gran parte de nuestra juventud parece empeñada en demostrar que los beneficios de tales adelantos sólo han servido para atrofiar su sentido del deber, menoscabando su responsabilidad y su sensatez. Sirve de agravante, a más, el que tal proceder no puede tener como causa la falta de resortes morales o la carencia de medios culturales o eco- nómicos, sino, más bien, yo diría, que es a con- secuencia de una saturación de recursos y de posibilidades de todo orden. Ahora bien, si tales manifestaciones que con- vierten al individuo en un ser extravagante y ri- dículo, cuando no peligroso, pueden obedecer a impulsos ancestrales, nuestra juventud es doble- mente responsable, ya que no le faltan medios para suavizar sus tendencias y adaptar su con- ducta a tono con la sociedad actual. A pesar de las llamadas al cambio, y a la evolución constante a que se ve sometida, la realidad ambiental no deja de ofrecerle oportunidades de orden positivo para un mayor control de su emotividad. No obstante, es innegable que la ansiedad en que se debate parte de la juventud tiene su ori- gen en la angustia que la sociedad moderna ha logrado imponer, de manera inconsciente, pero real, a todos los órdenes de la vida. Las ansias que el individuo ve reflejadas en su propio yo escapan con frecuencia a la censura de su pro- pia conciencia. El adolescente, aunque se halle enclavado en sectores bien definidos por su moralidad, se ve continuamente arrullado por el vaivén de en- crespadas emociones que el ambiente le induce a soslayar. Entonces, unas veces por rutina y otras por imitación, salta las barreras de las apa- riencias, y, al margen de su formación moral, a pesar del claro concepto de lo que es lícito o ilí- cito, de lo que es correcto y de lo que no lo es, echa por la borda tales consideraciones y se sumerge en el histerismo colectivo, que, cual neurosis de amplias proporciones, invade los más opuestos es- tratos sociales. Ante tal realidad, y al margen de la personali- dad individual, se nivelan las apetencias, se imi- tan los gustos, y una misma desfachatez parece ser el exponente de los desplantes que anudan las expansiones multitudinarias de la juventud, ano- malía que muchas veces les lleva al terreno de la irresponsabilidad y de lo delictivo. En resumen: nos hallamos ante un estado de cosas totalmente antisocial que se ha dado en llamar el problema de la inadaptación juvenil. Esta anormalidad social, que en la mayoría de los paises ha proliferado de manera alarmante en estos últimos arios, va poco a poco adquiriendo carta de naturaleza en nuestra patria. Con fre- cuencia la prensa nos informa de hechos, desma- nes y delitos, cuyos protagonistas no han reba- sado los dieciocho arios, lo que constituye un to- que de alerta para que nos interesemos en el estudio de este problema, a fin de intentar buscar las soluciones más idóneas para paliar sus efec- tos, si no queremos situarnos a la altura de los países que sufren más a lo vivo tal anomalía social. El problema es candente. Está ahí, al alcance de la mano. Su trascendencia es enorme y, por tanto, nuestra responsabilidad de educadores nos es- timula para analizar, aunque sea de manera su- perficial, sus más variados matices, así como aportar algunas sugerencias de carácter preven- tivo, tanto en el aspecto social y familiar como en el educativo, estadios en los que, en realidad, radica la raíz del mal. ASPECTO SOCIAL Empezar el estudio de la inadaptación juvenil desde el punto de vista social es, sin lugar a dudas, invertir los términos del problema, ya que sus manifestaciones en este particular terreno son más bien una resultante que los orígenes del mal.

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La inadaptación juvenilFLORENCIO OLLE RIBA

Licenciado en Pedagogía

El fenómeno de la inadaptación juvenil, contoda su secuela de alborotos, tumultos y delin-cuencia, es problema cuyas proporciones seagranda, día a día, por todo el ámbito del mundocivilizado.

Y decimos del mundo civilizado porque, en rea-lidad, tales manifestaciones parecen más bienpropias de comunidades subdesarrolladas, o deaquellos países que se hallan en los albores de lacivilización.

Verdaderamente, la ley de la selva parece ha-berse adueñado de naciones cuya cultura deberíaactuar como un tamiz adecuado, para afinar losinstintos y encauzarlos hacia normas de conductamás de acuerdo con el esplendor de las grandesrealizaciones en que vive el mundo actual.

Pero, en lugar de ello, gran parte de nuestrajuventud parece empeñada en demostrar que losbeneficios de tales adelantos sólo han servido paraatrofiar su sentido del deber, menoscabando suresponsabilidad y su sensatez.

Sirve de agravante, a más, el que tal procederno puede tener como causa la falta de resortesmorales o la carencia de medios culturales o eco-nómicos, sino, más bien, yo diría, que es a con-secuencia de una saturación de recursos y deposibilidades de todo orden.

Ahora bien, si tales manifestaciones que con-vierten al individuo en un ser extravagante y ri-dículo, cuando no peligroso, pueden obedecer aimpulsos ancestrales, nuestra juventud es doble-mente responsable, ya que no le faltan mediospara suavizar sus tendencias y adaptar su con-ducta a tono con la sociedad actual. A pesar delas llamadas al cambio, y a la evolución constantea que se ve sometida, la realidad ambiental nodeja de ofrecerle oportunidades de orden positivopara un mayor control de su emotividad.

No obstante, es innegable que la ansiedad enque se debate parte de la juventud tiene su ori-gen en la angustia que la sociedad moderna halogrado imponer, de manera inconsciente, peroreal, a todos los órdenes de la vida. Las ansiasque el individuo ve reflejadas en su propio yoescapan con frecuencia a la censura de su pro-pia conciencia.

El adolescente, aunque se halle enclavado ensectores bien definidos por su moralidad, se vecontinuamente arrullado por el vaivén de en-crespadas emociones que el ambiente le induce

a soslayar. Entonces, unas veces por rutina yotras por imitación, salta las barreras de las apa-riencias, y, al margen de su formación moral, apesar del claro concepto de lo que es lícito o ilí-cito, de lo que es correcto y de lo que no lo es, echapor la borda tales consideraciones y se sumergeen el histerismo colectivo, que, cual neurosis deamplias proporciones, invade los más opuestos es-tratos sociales.

Ante tal realidad, y al margen de la personali-dad individual, se nivelan las apetencias, se imi-tan los gustos, y una misma desfachatez pareceser el exponente de los desplantes que anudan lasexpansiones multitudinarias de la juventud, ano-malía que muchas veces les lleva al terreno dela irresponsabilidad y de lo delictivo. En resumen:nos hallamos ante un estado de cosas totalmenteantisocial que se ha dado en llamar el problemade la inadaptación juvenil.

Esta anormalidad social, que en la mayoría delos paises ha proliferado de manera alarmante enestos últimos arios, va poco a poco adquiriendocarta de naturaleza en nuestra patria. Con fre-cuencia la prensa nos informa de hechos, desma-nes y delitos, cuyos protagonistas no han reba-sado los dieciocho arios, lo que constituye un to-que de alerta para que nos interesemos en elestudio de este problema, a fin de intentar buscarlas soluciones más idóneas para paliar sus efec-tos, si no queremos situarnos a la altura de lospaíses que sufren más a lo vivo tal anomalíasocial.

El problema es candente. Está ahí, al alcance dela mano. Su trascendencia es enorme y, por tanto,nuestra responsabilidad de educadores nos es-timula para analizar, aunque sea de manera su-perficial, sus más variados matices, así comoaportar algunas sugerencias de carácter preven-tivo, tanto en el aspecto social y familiar comoen el educativo, estadios en los que, en realidad,radica la raíz del mal.

ASPECTO SOCIAL

Empezar el estudio de la inadaptación juvenildesde el punto de vista social es, sin lugar a dudas,invertir los términos del problema, ya que susmanifestaciones en este particular terreno sonmás bien una resultante que los orígenes del mal.

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Pero creo en la oportunidad de esta inversiónde valores a fin de percatamos, de una maneramás inmediata, de las consecuencias a que con-duce la relajación familiar, en el problema quelos hijos plantean, así como poner de manifiestoel gran vacío que existe en el plano educativo,cuando se trata de encauzar a la adolescencia.

Por regla general, al leer una noticia, comentarun hecho o presenciar un incidente, en los que sepone de relieve lo improcedente de la conductajuvenil, nuestra reacción se concreta en el inevi-table comentario de «ja dónde iremos a parar!»,o en algo parecido. Luego, sin concesiones de nin-guna especie, nuestro particular concepto del de-ber nos induce a suponer que la gran mayoría delos adolescentes comprendidos entre los catorcey los dieciocho arios se hallan sumergidos en unlodazal de enormes proporciones.

En parte, tal reacción y tal suposición respon-den a una innegable realidad. Pero al margen deeste natural comentario a nadie se le ocurre sen-tirse responsable de tal estado de cosas, ni com-partir la responsabilidad que a todos nos alcanza,cuando por egoísmo, por cobardía o por temor(a veces justificado), procuramos soslayar losacontecimientos, sin detenernos a pensar en lascausas que originan tan extemporáneas manifes-taciones.

En primer lugar, debemos consignar que es unerror partir de la base de que el adolescente es unser irresponsable. Se abusa más de la cuenta delconcepto de que el joven, por múltiples razones,se halla inmerso en un estado de regresión que,en parte, justifica su irreponsable proceder. Eladolescente, se afirma, se ha creado por tal causaun falso mundo que le desorienta y le exaspera,predisponiéndole a un sinfín de reacciones nega-tivas, cuya_ primera manifestación es un estadode rebeldía, y de aquí a la delincuencia va unsolo paso, paso que, desgraciadamente, se da conreiterada frecuencia.

Esta teoría demasiado acomodadiza parece te-ner muchos defensores en el momento actual. Al-gunos pedagogos, psicólogos, sociólogos, psiquia-tras, escritores, etc., tal vez para ponerse a tonocon las modernas corrientes de origen freudiano,afirman con demasiada superficialidad que hoyen día, en realidad, nadie tiene la culpa de lo quehace. (Si lo hace mal.)

La anormalidad en el común vivir, según ellos,es la causa que favorece los desequilibrios emo-tivos. Por tanto, según este concepto, indulgenteen demasía, la sociedad en general y el ambien-te en particular se encargan de prender la mechaque conduce a la explosión juvenil.

Ante tales argumentos es lógico considerar quetales razonamientos sólo son válidos en parte y nosignifican, ni mucho menos, que debemos cruzar-nos de brazos y aceptar como inevitable un caossemej ante.

No, no es ésta la mejor postura. Hay que su-gerir iniciativas y coordinar todos los medios deacción para demostrar que los complejos por los

que atraviesa la juventud son fácilmente vulne-rables y, portanto, posibles de superar.

Porque para nadie es un secreto que en laactualidad los medios de difusión se pasan dela raya con demasiada facilidad, ante la pasividado tolerancia de los órganos responsables. El cine,la radio, la televisión, el teatro, la prensa, la lite-ratura argumental, etc., no siempre proceden conla sensatez y la objetividad que exige su respon-sabilidad.

Es frecuente constatar cómo una serie de imá-genes, de relatos, de argumentos y de actuaciones,son presentados al público sin el sentido de laética que requiere el interés común. Con el pre-texto de despertar el interés sobre hechos y si-tuaciones, los saturan más de la cuenta de unpeligroso suspense, exagerando la emotividad, enun proceso que en nada puede favorecer la men-talidad juvenil, rica en fantasía y excesivamentesugestionable, que sabe captar la trama, pero queno siempre se identifica con las consecuencias.

El adolescente, por un exceso de narcisismo, secree dotado de suficientes recursos para superarciertas situaciones, al propio tiempo que perfilasus iniciativas a la vista de los fallos que hacreído descubrir en los protagonistas que, ocasio-nalmente, le han servido de modelo. Muchos atra-cos y demás violencias juveniles han tenido superíodo de gestación al socaire de tal realidad.

Ahora bien, considerar tales hechos desde estepunto de vista es sólo tener en cuenta una delas vertientes del problema. Es cierto que esteambiente tan irrealmente creado, este desequili-brio psicológico que con tanta irresponsabilidadse ha logrado cultivar, sería un factor decisivo sino existieran otros medios totalmente positivospara contrarrestar sus perniciosos efectos. Talesson la familia y la educación.

Lo que pasa es que al romperse los eslabonesde la cadena que viene representada por la f ami-ha, la educación y la sociedad, predisponen aladolescente a un cúmulo de desatinos, por las fa-cilidades que halla a cada paso, al fallar las di-rectrices que deberían imponer iniciativas. Eladolescente se halla predispuesto a dejarse arras-trar por los acontecimientos y seguir el caminomás fácil para satisfacer sus caprichos y deseos.

Algunos pseudomoralistas han llegado inclusoa afirmar, en el colmo de su acomodaticia postu-ra, que las palabras «bien) y «mal» han caído endesuso en la actualidad, y que los conceptos queencierran han perdido toda su esencia.

No estos conceptos, afortunadamente para to-dos, siguen con todo esplendor. Si así no fuera, elcaos más espantoso reinaría por doquier.

Aparte de una minoría que se halla inmersao al borde de este caos, podemos afirmar que lagran mayoría de nuestra juventud continúa dan-do pruebas de moderación, de disciplina y deresponsabilidad, con rasgos bien definidos de éticay moralidad.

Lo que ocurre es que, separadamente, indivi-dualmente considerados, tales conceptos tienen

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su verdadero significado, pero su contenido, al serpuesto en amalgama de mentalidades, da comoresultado que al ser estimulado por los más au-daces se traduzca en esporádicas extravaganciaso en peligrosas violencias.

Así, por ejemplo, las letras del alfabeto tienen,separadamente, un intrascendente significado alrepresentar el signo que les es propio en su in-dividualidad idiomática. Pero mezclad estas le-tras, colocadlas de manera apropiada para querepresenten una idea definida, y según sea lamano que las enzarce podrán expresar conceptossublimes o insulsas expresiones.

Pues bien, a nuestra juventud le falta la manoque sepa aprovechar su valor potencial para en-cauzarlo hacia hechos y situaciones que tengancategoría de realidad positiva.

La inadaptación juvenil no puede ser tratadaa la ligera, así como tampoco a base de dispo-siciones coartivas, que en lugar de paliar susefectos los exaspera todavía más. El calificativode «fenómeno de nuestro tiempo» con que común-mente quiere justificarse debería ser arrincona-do para dar paso a una serena pero eficaz colabo-ración ciudadana, en todos los órdenes del comúnvivir.

Porque lo que más sorprende, al estudiar afondo este problema, es la chocante paradoja dever cómo su mayor virulencia se acusa en lospaíses que por su desarrollo se desenvuelven den-tro de un nivel de vida superior. Por tanto, sulocalización radica en particular en países comolos Estados Unidos, desde donde se va extendiendoa todas partes. Es esto tan real que, según uninforme del FBI, en 1957, en la ciudad de NuevaYork, se localizaron 110 bandas de jovenzueloscuyas edades oscilaban entre los catorce y losdiecisiete arios. Estas bandas, que contaban en suhaber numerosos crímenes y hechos delictivos detoda clase, han ido paulatinamente en aumentoa pesar de su represión. Incluso, en estos últimostiempos se han modernizado, pues, según las no-ticias de que disponemos, se ha comprobado queahora actúan en grupos reducidos, visten mejory se trasladan de uno a otro barrio para despistarla acción policial.

Este gangsterismo juvenil, que muchas veces ennada se diferencia del verdadero gangsterismo alestilo de Al Capone, por imitación se va exten-diendo por todas partes, siendo una constantepreocupación por el peligro que representa estalacra social.

Asimismo, Inglaterra, país superdesarrollado yde manifiesto elevado nivel social y cultural, seha visto perturbada en fechas muy recientes porlos tumultos devastadores provocados por sus des-graciadamente famosos Rockers y Mods. Las vio-lentas escenas llevadas a cabo por estas bandas,en las que no faltan muchachas, primero enClacton-on-sea y posteriormente en Margate,Brigton y Sout Mend, dieron la pauta de a lo quepuede llegar esta plaga juvenil, incluso en países

donde la flema y la pasividad parecen ser el signodistintivo de su temperamento nacional.

Hay que convenir, no obstante, en que, a pesarde obedecer tales manifestaciones a un mismofondo de inadaptación, los hechos ponen de re-lieve que hay ciertos matices de apreciación quediferencian la actuación de estas bandas en unoy otro lado del Atlántico. En Estados Unidos, porejemplo, tienen una tendencia más marcada ha-cia el delito en todas sus especialidades, mientrasque en Europa su actividad se centra principal-mente en el tumulto, la argarabia desbordantey el histerismo colectivo, con salpicaduras delic-tivas no menos peligrosas, pero que en el fondotienen como causa la extemporánea irresponsabi-lidad de tales adolescentes.

Hechos así están ocurriendo continuamente enFrancia, Holanda, Alemania, Italia, España, etc.,e incluso en muchos países situados tras el telónde acero, como Rusia, por ejemplo. Ello pone demanifiesto que, al margen del nivel social o delrégimen político imperante, el mal va proliferan-do sin cesar.

Los psicológos y los sociólogos tienen aquí temasobrado de estudio, dado que en general, por lomenos en Europa, los componentes más activosde tales bandas es frecuente pertenezcan a fami-lias respetables e incluso influyentes en sus res-pectivas esferas sociales.

El caso registrado recientemente en España, endonde dos jóvenes estudiantes de diecisiete ydicieocho arios, pertenecientes a acomodadas f a-milias, perpetraron un atraco a mano armada enla Sucursal número 1 del Banco de Bilbao, essignificativo a tal respecto.

Como casos análogos se dan de manera reite-rada en diferentes lugares, cabe descartar, por lomenos, el resentimiento de los menos favorecidoscomo móvil de tales acciones, y sí suponer queestos adolescentes echan mano de su audaciapara procurarse una vida sin sentido, llena defalsas apariencias a causa del clima de abandonoen que viven en su medio familiar.

Y es que la vida actual, producto de una indus-trialización acelerada, ha alterado totalmente elconcepto tradicional de la organización familiar.Organizaciones de prestigio se han visto desbor-dadas en esta coyuntura histórica, en la que mu-chas familias son arrastradas a nuevas situacio-nes que han alterado su sentido de la realidad.

En el transcurso de pocos arios, el número detrabajadores manuales ha disminuido, lo que sig-nifica que el número de obreros cualificados haido en aumento. Por tal motivo, el nivel de vida,que en muchas familias se desarrollaba precaria-mente, ha sido superado, hasta el punto que mu-chas de ellas tienen ahora infinidad de comodi-dades y caprichos, en los que antes ni soñaban.Ante tal situación, la organización familiar se havisto afectada por una superficialidad de tal na-turaleza que ha repercutido, de manera muydirecta, en la educación y en la orientación delos hijos.

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A causa de ello el niño, en no pocos casos, senalla abandonado o semiabandonado en el senodel hogar, y al pretender adaptar su vida deacuerdo con el ambiente superficial que le en-vuelve se va convirtiendo en un ser inadaptadoque poco a poco se va hundiendo en la incivili-dad. Mientras los mayores, inconscientemente, sedesentienden de esta situación, y, al pretendervivir su vida, no se percatan del mal que causana sus hijos al dejarles debatirse en sus propiosmedios.

No es lógico pretender, ni menos exigir, a unadolescente una formación y una ponderación ensu conducta si no ha sido preparado de ante-mano para ello. Las características de la juventudson el optimismo, la alegre bullanguería y la faltade preocupaciones, que les impide profundizar losconceptos elevados.

Cada generación tiene sus problemas propios,problemas que, en esencia, vienen a ser siemprelos mismos, aunaue encuadrados en un marcodiferente por la evolución social que determinacada época.

Así, por ejemplo, hoy en día, muchos son losque se escandalizan por un twist o un rock n-roll,más o menos espectacular, al igual que en losaños veinte era una osadía bailar con más o me-nos garbo un inofensivo charlestón. De la mismamanera, en la época de nuestros abuelos, los bai-les señoriales, como el lancero o el rigodón, sevieron desplazados por la movilidad del vals, quecausó furor y que llegó a provocar acerbadas crí-ticas.

No, no es éste el problema. Cada generacióntiene sus gustos, su estilo y sus inquietudes E/contraste está en que el ambiente de antaño, conotras normas de vida, se desenvolvía de maneramás plácida y sin las tremolinas a que se veabocada la juventud de hoy. Pero todo ello no esmotivo para asustar a nadie.

Ahora bien, esto no justifica los desplantes, asícomo tampoco la incivilidad a que muchos ado-lescentes se entregan. No es lícito justificar laanarquía y la violencia so pretexto de que la ju-ventud actual vive en un estado de completoescepticismo. Si antaño los medios coactivos, prin-cipalmente los de orden moral, eran valladar su-ficiente para imponer una rectitud en las relacio-nes sociales, la sociedad actual debería haber ha-bilitado los recursos suficientes para encauzar lasinquietudes de la juventud de hoy.

En muchos aspectos debería haberse empeza-do por orientar a gran número de adultos, pueslos hay que tampoco se hallan del todo adaptadosa muchas estructuras sociales que van apare-ciendo sin cesar.

En este particular aspecto es muy significativala definición que con cierta ironía hace unarevista humorística norteamericana, referente alas muchachas que allá es costumbre contratarpor horas para atender a los niños, mientras lospadres deben ausentarse por algún motivo. Dichadefinición, que se presta a la reflexión, dice así:

«Niñera =»- Muchacha adolescente que tiene quecomportarse como persona mayor, mientras losmayores han salido a conducirse como adoles-centes.»

No vamos a pretender que éste sea el estilo devida predominante en nuestra sociedad, pero sique podemos afirmar que son muchas las familiascuyos padres no se preocupan como deberían delas actividades de sus hijos adolescentes. Son le-gión los que ignoran cuáles son los amigos de sushijos, así como también cuáles son los lugaresque frecuentan en sus ratos de ocio fuera delhogar.

Por otro lado, también es natural que la ju-ventud tenga sus gustos y que éstos, con frecuen-cia, no coincidan con el gusto de los adultos. Loque ya no es tan natural es que por tal motivose les deje a su libre albedrío al organizar susaventuras. Que la música chillona atraiga a lamasa juvenil es, hasta cierto punto, aceptable. Loque ya no es tan normal es que tal realidad pro-voctue estas frenéticas manifestaciones que arra-san cuanto hallan a su paso.

No hay ninguna razón para consentir que loschicos y chicas, a partir de los catorce arios (y aveces antes), se salgan, por regla general, delcontrol y de la disciplina de sus padres, dando piea que, con ello, se entreguen a ciertos excesos acausa de su menguada visión de la seriedad de lavida.

El resultado inmediato de este abandono pa-ternal se traduce casi siempre en estudios de-fectuosos, falta de preparación profesional, ansiasde obtener, con el mínimo esfuerzo, los mejoreslugares cualificados, apatía social, extravaganciasde todo orden, etc. En resumen: buena parte denuestra juventud sólo siente un verdadero interéspor los ritmos trepidantes, la velocidad, la promis-cuidad de sexos, la vida fácil y superficial, siendosus mejores aulas los Nights Clubs y los Snacks-

Bars, y toda clase de lugares parecidos.Por tanto, a la familia le corresponde una parte

destacadísima en el encauzamiento de las inicia-tivas juveniles, no para coartar y reprimir, sinopara dirigir y precisar toda clase de actividades.Debemos ofrecer a los jóvenes fines concretos aconseguir, a base de una disciplina que, impuestaen la más tierna infancia, tenga su continuidaden épocas posteriores, cuando el adolescente seenfrente con una vida que le ofrecerá a cada pasotoda clase de oportunidades para enzarzarse enuna degeneración moral que corroerá las mejoresesencias de que es portador.

ASPECTO FAMILIAR

Uno de los factores negativos que influye demanera más directa en el fenómeno de la inadap-tación juvenil es el fallo que se observa en lainstitución familiar. Por poco que examinemoscómo se desenvuelve esta organización ' en lospaíses más directamente afectados por esta plaga

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social, veremos cómo la relación entre padres ehijos es totalmente deficiente.

Es una amarga realidad el que a un mayor nivelde vida corresponde también un mayor porcen-taje de los extravíos juveniles. Así, por ejemplo,en los Estados Unidos, país en donde la delin-cuencia juvenil alcanza más trágicos valores,vemos cómo también en él la sociedad familiarha ido poco a poco perdiendo sus esencias máspeculiares. El desbarajuste familiar, con toda susecuela de divorcios, desavenencias conyugales,frivolidad insana por parte del padre o de la ma-dre, o de ambos a la vez, etc., afecta directamentea la educación de los hijos, al verse obligados avivir una vida irregular, con una total ausenciadel consejo y del ejemplo paternal.

Cuando los componentes de la familia se venobligados, por capricho o por necesidad, a unaregular y prolongada ausencia del hogar, el ritmofamiliar pierde la consistencia y la continuidadque precisa para el encauzamiento de los hijos.

La formación de la personalidad del niño y deladolescente, tanto en el orden moral como inte-lectual, no puede ser eficaz en un clima de talnaturaleza. Los «hogares posada», tal como se hadado en calificar a tales estilos de vida, son elpeor disolvente de la responsabilidad juvenil, yaque le empujan a dar rienda suelta a sus instintos,en una época que necesita de todas las previsio-nes para evitar caer en posturas y situacionesnocivas.

Otras veces es el mimo excesivo la causa de talsituación. La tolerancia que muchos padres em-plean para con sus hijos es la causa de muchosfracasos juveniles. El muchacho o la muchachaque en el seno del hogar vive una vida de tole-rancia excesiva se vuelve egoísta, exigente y ca-prichoso.

Esta actitud de cariño mal entendido es el mo-tivo de muchos complejos que, luego, al chocarcon la realidad de la vida, avivan las insatisfac-ciones, provocando estados de rencor y de rebel-dia contra todo y contra todos. De aquí nace estereto que el adolescente lanza a todo cuanto seopone a sus caprichos.

La personalidad veleidosa, formada en talescondiciones, es el origen de no pocas violenciaspor el desequilibrio emocional a que se ve so-metido el adolescente.

Por tal causa, no es raro hallar en los antece-dentes familiares de muchos jóvenes delincuentesdatos que ponen de manifiesto este fallo en laeducación familiar. El estado de insatisfacción enque se desarrolla la vida del adolescente es elpunto de partida para provocar una regresiónque le induce a buscar quien comparta sus des-ahogos. En tales casos, el joven acostumbra bus-car la compañía de otros elementos de igualescaracterísticas, por ser lo más fácil y lo máspróximo a su realidad, creándose una situacióndifícil de resolver por el apoyo que halla en talesinmersiones. Entonces, en su irresponsabilidad, da

rienda suelta a sus instintos, que no es raro tien-dan a desembocar en la violencia y en el desorden.

La familia es, por tanto, en uno y otro caso, lomismo por defecto que por exceso, la responsabledel precario desenvolvimiento emocional de loshijos y de la falta de madurez social que ellosupone.

Es indudable que el ritmo en que se desenvuel-ve la sociedad actual obliga a las familias aadaptarse a una situación más compleja cadadía. No es raro hallar familias en las que cadauno de los miembros, la madre inclusive, se venprecisados a permanecer largas horas ausentesdel hogar. Por tal causa, los hijos se ven en eltrance de adaptarse a una modalidad de vida queen nada favorece su desarrollo y evolución.

Hasta alrededor de los diez arios este problemapermanece en estado latente, por faltarle al niñouna clara visión de cuáles son sus aspiraciones.El colegio resuelve sus necesidades más inmedia-tas y, luego, es posible encuentre en el hogar aalguien que, más o menos directamente, puedacontrolar sus iniciativas y atender sus preocupa-ciones. Sus juegos, sus periódicos infantiles, suscolecciones de cromos, sellos, etc., la televisión yotros entretenimientos llenan, en parte, sus horasde vacío, mientras se acumula en su subcons-ciente unä serie de frustraciones que saldrán aflote, de manera desordenada, cuando estos in-trascendentes quehaceres ya no llenen ningún es-tímulo de su evolución.

Por otro lado, la vida del niño en pequeñasaglomeraciones (pueblos y aldeas) tiene otros ali-cientes. Conociéndose todos los vecinos, y particu-larmente los niños entre sí, hallan en sus juegoscallejeros su natural expansión. Sus extralimita-ciones se ven indirectamente controladas porcualquier vecino cuando sus desmanes se pasande lo prudencial.

Pero en las ciudades este sucedáneo de la fa-milia, más o menos eficaz, es apenas existente. Losniños, por regla general, deben permanecer en elhogar vacío o semivacío, sin amigos y sin losjuegos callejeros, de nulo valor educativo, peroeficaces para el logro de su expansión.

Afortunadamente, en muchas ciudades esteproblema va poco a poco resolviéndose con lacreación de estos excelentes espacios verdes, consus parques de juegos infantiles, muy oportunospara que la energía del niño halle cauce para susiniciativas. Raramente, en tales lugares, el niño,aun sin la presencia de algún familiar, o lejos dela mirada del guardia de turno, se entrega adesafueros, a no ser las naturales desavenenciaspropias de sus juegos o de sus caprichos momen-táneos.

Es a partir de los diez o doce arios cuando estamagnífica proliferación de los parques infantilesdeja de cumplir su finalidad. El niño o la niña deesta edad no se ven atraídos hacia tales lugares,y es entonces cuando el problema se plantea contoda su crudeza. El muchacho o la muchacha dejasu clase, al Igual que otros de la misma edad se

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ven libres de sus ocupaciones en oficinas, comer-cios, fábricas, talleres, etc., donde prestan susservicios en sus horas laborales.

En tal caso ni los deberes excesivos de los unos,ni los entretenimientos que pueden improvisar ensus hogares los demás, llenan ningún objetivo,y sólo servirán para fomentar una sorda pro-testa que dará origen al germen de la indisciplinay de la rebeldía, cuyos efectos se pondrán de ma-nifiesto tan pronto se hallen en grupos, más omenos numerosos, fuera del hogar.

La idea de los espacios verdes, que ha resuelto,en parte, el problema de la inadaptación del niño,debería ser ampliada con la creación de una seriede lugares apropiados para el adolescente. No esrecomendable que éste se encierre, por sistema,en la quietud y austeridad de una biblioteca. Sunatural idiosincrasia no le induce a ello. Lo idealsería habilitar una serie de dependencias públicas,cuantas más mejor, que a manera de club juvenil,y bajo la dirección y supervisión de personas res-ponsables y preparadas, el adolescente encontraratodo lo que sus inquietudes reclaman: libros es-cogidos, juegos: como el ajedrez, el pin-pon, et-cétera; tocadiscos, radio, televisión, patinaje, et-cétera, y también, ¿por qué no?, lugares tranquilosdonde poderse reunir aquellos que, en ciertos mo-mentos, quieran agruparse para conientar susaventuras, intercambiar ideas, o simplementepara resolver sus deberes escolares.

Si el adolescente pudiera disponer de tales lu-gares, bien organizados y a base de cierta tole-rancia y de cierta libertad hábilmente controlada,el problema familiar se vería aliviado, y los bene-ficios formativos que reportaría serian indudable-mente de gran alcance. Por ende, con tal organi-zación el problema de la inadaptación juvenilsufriría un impacto de tal naturaleza que muypronto se reduciría a los casos puramente pato-lógicos, difíciles de encauzar por necesitar unaterapéutica apropiada.

A mi entender, esto podría ser mucho máseficaz que ciertos procedimientos puestos en prác-tica por algunas ciudades norteamericanas, comoson el emplear los llamados «Asistentes sociales»,retribuidos por la Oficina de la Juventud, y cuyamisión se concreta en tomar contacto y mezclarsecon los muchachos desocupados que invaden lascalles, con el fin de servir de amortiguadores delos excesos juveniles y al propio tiempo controlar,de manera indirecta, las actividades de las pan-dillas y de los egangs» en los diferentes barrios.

El problema requiere soluciones adaptadas a larealidad del fondo de que se derivan, y ésta po-dría ser una de ellas.

No vamos a suponer que, dado el estado actuala que ha llegado la inadaptación juvenil, la situa-ción sea fácil de resolver, a pesar de poner enjuego estos o parecidos recursos, pero sí que po-drían ser eficaces si se pudieran enlazar con unabien coordinada acción educativa. El educadorejerce gran influencia sobre el niño y el adoles-cente, pero en la actualidad, muy a su pesar, ve

esfumarse gran parte de tal ascendente, al tenerque ceñir su actuación de acuerdo con unas es-tructuras educativas no del todo adaptadas a lasnecesidades de la sociedad actual.

Cuando el muchacho se aleja de sus aulas sehalla huérfano de orientación y de protección porno disponer de recursos ni de lugares apropiadosdonde poder exteriorizar adecuadamente sus ape-tencias y sus estímulos.

ASPECTO EDUCATIVO

Es frecuente que al tratar del problema de lainadaptación juvenil se señale a la educacióncomo la más genuina responsable. Se le acusade no saber impartir unos principios más sólidosde acuerdo con lo que el adolescente necesitapara su normal y completo desarrollo.

En realidad, esta acusación no puede ser admi-tida, a pesar de reconocer cierta responsabilidaden el planteo de este estado de cosas. Porque, talcomo hemos apuntado, la verdadera raíz del malradica en la familia, por lo que la educación, muya pesar suyo, se ve impotente para atajar el malen la medida que podría y debería, por faltarle losmedios y la colaboración necesarios para dar a lajuventud otro estilo más de acuerdo con el sentidode la responsabilidad que exige la sociedad actual.

La educación se halla, en este caso, en falso,pero no por negligencia, sino por haber sidodesbordada por las circunstancias del momentoactual. Se le puede acusar de no haber sabidotomar las medidas oportunas para mitigar el mal,pero hay que tener en cuenta que en su delega-ción, tanto por parte de los padres, que en ellaconfían, como por la sociedad que le exige, selevantan un sinfín de barreras imposibles desalvar de manera unilateral.

No obstante, hay que convenir que, en materiaeducativa, muy poco se ha hecho para ponerseal nivel de las actuales circunstancias.

En los últimos cincuenta arios el mundo hasufrido una revolución total en todos los aspectos,que, transformando las estructuras sociales, hacambiado la faz del mundo. De hecho, esta evo-lución acelerada ha tenido la virtud de propor-cionar un mayor bienestar social, al mismo tiem-po que, paradójicamente ,ha suscitado un sinfínde inquietudes al crear nuevos problemas en elorden moral y espiritual.

De esta evolución ha estado, en parte, en granparte, ausente la educación, factor que deberíahaber sido cuidado con más esmero, por la bene-ficiosa influencia que de manera directa e indirec-ta proyecta sobre todos los estadios de la sociedad.

En consecuencia, el armazón educativo que rigeel desarrollo cultural, pocos cambios ha sufrido.Sus realizaciones y sus innovaciones han sido másde forma que de fondo, y de ahí que las nuevasgeneraciones, que deberian ser dirigidas hacia de-rroteros totalmente contrapuestos con los estilosde otra hora, son educadas a base de unas direc-

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LA INADAPTACION JUVENIL

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trices que, si bien tienen en cuenta el progresomaterial, descuidan la parte afectiva y moral que,en definitiva, es la que prevalece por constituir elfondo de reserva de que debe disponer el individuopara sobreponerse a lo material.

Es evidente que en todos los órdenes de la en-señanza de cualquier país objeto de esta espec-tacular evolución, los planes de estudio se sucedenuno tras otro, acreditando no la puesta al día delos mismos, sino el falso enfoque de que adolecenen su concepto inicial. Y así vemos cómo los pro-gramas se ven recargados de temas y más temasque pretenden orientar la mentalidad del estu-diante de acuerdo con las nuevas corriente cien-tíficas, sin preocuparse de la parte verdaderamen-te formativa. -

Se necesitan técnicos y profesionales cualifica-dos, y, en verdad, de manera deshumanizada, porla aceleración a que han sido sometidos, se logranespecialistas que imparten; sin proponérselo, unestado latente de desorden moral, por el excesode formación materialista a que han sido some-tidos, sacrificando, más de la cuenta, los valoresmorales, que no pueden estar reñidos con ningunatécnica por especializada que ésta sea.

Por otro lado, convendría que el niño, desde susprimeros arios, estuviera sometido a un procesoformativo menos formalista, menos memorístico.pero más profundo y eficaz, para el natural y es-pontáneo desarrollo de su vida afectiva. No bastapara ello imponer una asignatura con unas lec-ciones desarrolladas de manera más rutinaria quereal, y sobre unos temas que, de manera muyprecaria, pretenden asumir tan importante papel.

De aquí esta falta de estímulo y de interés quecomúnmente se observa en el adolescente edu-cado a base de tales métodos y sistemas. Princi-palmente entre los catorce y los quince arios,época en la que, por tener nociones claras deldeber y de la responsabilidad, es cuando se ponemás de manifiesto esta anomalía. Es típica lapasividad y la desgana de que hacen gala muchosestudiantes y que difícilmente puede ser vencidapor las instigaciones de los profesores, o por laspresiones de los padres, cuando, por excepción, seencuentra una familia sumamente interesada enseguir el proceso educativo de sus hijos.

Sobre este particular es muy interesante la en-cuesta realizada en varios centros educativosfranceses entre chicas y chicos comprendidos en-tre los catorce y quince arios, y cuyas conclusio-nes (1), en parte, transcribimos por coincidir demanera muy aproximada con las característicasdominantes en muchos de los estudiantes quepueblan nuestras aulas.

Respecto a las chicas = Mucha negligencia enla actitud en clase, manera de sentarse, etc. Al-gunas chicas denotan muy mala educación, sobretodo al estar reunidas en grupo, ya sea en clase,o en los pasillos, o en la calle, al salir del instituto.

Son, con frecuencia, coquetas y les gustan las

(1) G. GAMBOA : Una clase de bachillerato francés,REVISTA DE EDUCACIÓN número 164.

cosas chillonas o llamativas, tales como zapatosde tacón alto, tejidos originales, joyas raras, et-cétera. Incluso algunas ya piensan en «enveje-cerse», y a veces se presentan en clase con lasuñas pintadas y maquillaje. Claro que todo estoles interesa tanto o más que la clase.

La conversación y las interrogaciones oralesdemuestran dos debilidades de importancia: lainsuficiencia de vocabulario y la torpeza y des-maña en la sintaxis correcta de las frases y elsentido general del desarrollo de las respuestasque conviene dar.

Aunque de aspecto pueril en lo espiritual, no loson en lo exterior (o sea física y corporalmente).Juegan poco. Casi nunca en actividad. No les in-teresa el recreo, y les agradaría quedarse en clasepara charlar entre ellas. Pero les gusta la músicamoderna, la de canciones a la moda, y los aullidosde un jazz muy comercializado. Por eso hablanmucho de discos y de artistas.

Respecto a los chicos = Los datos que se indi-can son más vagos, porque son más generales. Noson complicados y sufren influencias de ordenmoral y fisiológico (igual ocurre en el caso de laschicas). Pero no hay duda de que interviene lafunción de la metamorfosis y de hondos metabo-lismos con honda repercusión en lo mental y enla resistencia de trabajo, en la capacidad deatención.

Tienen hasta dinero para comprar cigarrillos ymarcharse al cine; van a bailar algunos. No esun grupo de 40 alumnos así, naturalmente. Perohay algunos ejemplos, y es alarmante en esaedad clave de los quince arios. Les atraen los de-portes, el cine y las cancioncillas de moda. Perono saben nada de política, ni de actualidad cien-tífica (aparte, claro está, el punto de los cohetesvolantes). La televisión es su gran instrumento decultura (y en las chicas observase idéntica rea-lidad).

Respecto a los valores tradicionales de cortesíay gentileza, parecen brillar por su ausencia.»

Con una juventud formada a base de una edu-cación incapaz de despertar las ansias de supera-ción, con una tan marcada ausencia de valoresespirituales, el panorama se presta a tristes re-flexiones.

Esta desgana y pasividad ante los problemasde la vida que se abre ante los ojos del adolescen-te es otro de los motivos que les empuja a estainestabilidad emocional y que, con el lastre de suvida familiar, se traduce en una peligrosa ina-daptación social por la atrofia de las más purasesencias morales. Por esto, nada tiene de particu-lar que, a la menor oportunidad, por el motivo másanodino, ante cualquier estímulo que halague sussentidos, se lance, cual estampida multitudinaria,a una serie de violencias y desmanes que arrasancuanto hallan a su paso.

Por tanto, no pueden sorprendernos noticiascomo la publicada recientemente por los periódi-cos sobre un hecho ocurrido en la ciudad de Nue-va York, ante una de las actuaciones del conjunto

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REVISTA DE EDUCACION - ESTUDIOS LVIII . 163

musical de «Los Beatles>. Según de ella se des-prende, en pleno Manhattam, se reunieron, anteel hotel donde se hospedaban estos ídolos de lacanción moderna, nada menos que unos quincemil adolescentes de ambos sexos, en medio deuna tumultuosa algarabía, rayana al histerismo.El barrio tuvo que ser acordonado por la policíay proceder a la dispersión de tamaña asamblea.con un balance de varios muertos y numerososheridos. El mencionado conjunto, ante la impo-sibilidad de salir a la calle, tuvo que ser trasla-dado desde el hotel al Estadio del Club de tenis,lugar previsto para su actuación, en helicóptero.Ni que decir tiene que los desmanes se repitieronal final de tal sesión musical.

Hechos parecidos se repiten en las más dife-rentes ciudades de todos los países y en los queel escándalo y la excentricidad es la nota domi-nante de tales manifestaciones.

Y menos mal cuando el tumulto halla su des-ahogo en el clásico pataleo o el alboroto vocife-rante. Lo verdaderamente peligroso es cuando, alsocaire de estos excesos incontrolados, actúan lasbandas y las pandillas de carácter delictivo o re-vanchista, que siembran el pánico y el terroral estilo de los «Teddy Boys», los «Rockers», los«Mods», los «Bloussons noirs», etc., o en verda-deras luchas de gladiadores, tal como nos mues-tran los «Jets> y los «Tiburones» en la películaWest stde story.

Ante tal estado de cosas, y con el fin de inten-tar encuadrar a la juventud dentro del marco deuna mayor responsabilidad, está tomando granauge en muchas naciones la organización de lasllamadas «Outward Bound Schools», o escuelas devida rigurosa. Tales instituciones están destina-das a concentrar a los adolescentes para moldearsu carácter, haciéndoles partícipes de una rudadisciplina, con iniciativas bien organizadas, en-caminadas a despertar el sentido del deber y dela responsabilidad.

Estas escuelas, que a manera de campamentosfuncionan durante el período de vacaciones, tu-

vieron su inicio en Inglaterra, y poco a poco sehan ido implantando en muchas naciones, talescomo Estados Unidos, Alemania, Holanda, Italia,etcétera, e incluso en algunas partes de Asia yAfrica, en donde este problema empieza a pre-ocupar seriamente.

Instructores especializados dirigen las activi-dades en tales campamentos, y, al parecer, losresultados son bastante satisfactorios.

En España tenemos algo parecido con los «cam-pamentos juveniles» que anualmente organiza elFrente de Juventudes para muchachos de diez aquince arios durante los meses de julio y agosto.

Pero, con ser ello de gran valor, los resultadosno pueden ser totalmente esperanzadores, dadolo limitado del tiempo que en ellos permanecenlos adolescentes (un mes para las «escuelas devida rigurosa» y veinte días para los «campa-mentos juveniles»), así como también por la in-mensa mayoría de los que quedan al margen detales actividades.

Lo más acertado sería no mantener tales cam-pamentos abiertos todo el ario, tal como se pro-yecta en los Estados Unidos, sino en plantear elproblema de la orientación juvenil dentro de unasdirectrices y de unos ideales parecidos y total-mente al margen de la labor propiamente esco-lar, que, en definitiva, también cuenta.

Lo primordial sería hallar una solución con elmayor número de atractivos y de posibilidadespara todos. Otro valor, no menos positivo, seríaorientar las tareas educativas e instructivas, par-tiendo de una visión más amplia y, por tanto,más en consonancia con el ambiente en que seve obligada a desenvolverse la juventud actual.

La solución del fenómeno de la inadaptaciónjuvenil, con todas sus modalidades, es problemaque requiere tacto, iniciativa y entrega, factoresque el educador es seguro no regateará en lamedida de sus posibilidades cuando la organiza-ción estatal y familiar se le unan para formar elfrente común, tan necesario para combatir estalacra que parece endémica de la sociedad actual.