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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Robin LEFERE. «La fiesta del chivo», ¿mentira verdadera? - La fiesta del chivo, ¿mentira verdadera? Robin Lefere UNIVERSIDAD LIBRE DE BRUSELAS SE HA PRESENTADO LA Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa (Madrid: Alfaguara, 2000) como un acontecimiento literario de primera magnitud, hablando incluso de obra maestra. Aunque la novela demuestra una pericia extraordinaria y a todas luces admirable, en otra ocasión intenté criticar semejante calificación, basándome en consideraciones variadas 1 . Quisiera centrarme ahora en una cuestión distinta pero afin: la de la «verdad» de la novela. En efecto, si nos fijamos en la recepción, dejando aparte la de los trujillistas (que aún los hay), llama la atención que se haya celebrado muchas veces, por encima de todo, esa supuesta verdad. En la página de opinión de El País, Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita, llegó incluso a afirmar: «Hay bibliotecas enteras dedicadas al ascenso y caída del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina ( ... )pero quien se aventure en la última novela de Mario Vargas Llosa( ... ) podría pasarlas por alto porque este libro es la destilación prodigiosa de todo ese conocimiento.» 2 . Si bien se puede sospechar en este caso cierta complacencia o autocomplacencia (cierto corporativismo, un alegato pro domo), el mismo Felipe González declaró, por cierto en presencia de Vargas Llosa, que La Fiesta del Chivo «descubre la esencia de la dictadura. La novela es más verdad que la verdad. Un relato documentado sobre la dictadura de Trujillo nunca nos daría una visión tan clara» 3 . He aquí otra declaración contundente, y algo atrevida, pero la comparte Femando Rodríguez Lafuente, director del Instituto Cervantes, que ensalza la «verdad de la mentira» (novelesca) 4 , refiriéndose implícitamente a ensayos del mismo Vargas Llosa 5 . En semejante contexto, creo que como científicos-y por respeto hacia los muchos historiadores que dedicaron a la dictadura de Trujillo años de estudio, que desembocaron en tesis o libros que apenas se comentaron y vendieron-, debemos examinar el asunto sin complacencia, y volver a plantear la cuestión siempre apasionante de la verdad novelesca. 1 Véase «Lectura crítica de La Fiesta del Chivo», en las Actas (en prensa) del IV Congreso de laf:sociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos. 3 El País, 15 de abril de 2000, p. 15. Extracto de una charla con Vargas Llosa en la Casa de América de Madrid, reproducido en El Pajs, 31 de marzo de 2001, p. 25. 5 Revista de Libros, mayo 2000, nº41, pp. 47-48. cf La verdad de las mentiras, Barcelona, 1990. 331 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Robin LEFERE. «La fiesta del chivo», ¿mentira verdadera?-

La fiesta del chivo, ¿mentira verdadera? Robin Lefere

UNIVERSIDAD LIBRE DE BRUSELAS

SE HA PRESENTADO LA Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa (Madrid: Alfaguara, 2000) como un acontecimiento literario de primera magnitud, hablando incluso de obra maestra. Aunque la novela demuestra una pericia extraordinaria y a todas luces admirable, en otra ocasión intenté criticar semejante calificación, basándome en consideraciones variadas1

. Quisiera centrarme ahora en una cuestión distinta pero afin: la de la «verdad» de la novela.

En efecto, si nos fijamos en la recepción, dejando aparte la de los trujillistas (que aún los hay), llama la atención que se haya celebrado muchas veces, por encima de todo, esa supuesta verdad. En la página de opinión de El País, Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita, llegó incluso a afirmar: «Hay bibliotecas enteras dedicadas al ascenso y caída del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina ( ... )pero quien se aventure en la última novela de Mario Vargas Llosa( ... ) podría pasarlas por alto porque este libro es la destilación prodigiosa de todo ese conocimiento.»2

. Si bien se puede sospechar en este caso cierta complacencia o autocomplacencia (cierto corporativismo, un alegato pro domo), el mismo Felipe González declaró, por cierto en presencia de Vargas Llosa, que La Fiesta del Chivo «descubre la esencia de la dictadura. La novela es más verdad que la verdad. Un relato documentado sobre la dictadura de Trujillo nunca nos daría una visión tan clara»3. He aquí otra declaración contundente, y algo atrevida, pero la comparte Femando Rodríguez Lafuente, director del Instituto Cervantes, que ensalza la «verdad de la mentira» (novelesca)4

, refiriéndose implícitamente a ensayos del mismo Vargas Llosa5. En semejante contexto, creo que como científicos-y por respeto hacia los muchos historiadores que dedicaron a la dictadura de Trujillo años de estudio, que desembocaron en tesis o libros que apenas se comentaron y vendieron-, debemos examinar el asunto sin complacencia, y volver a plantear la cuestión siempre apasionante de la verdad novelesca.

1 Véase «Lectura crítica de La Fiesta del Chivo», en las Actas (en prensa) del IV Congreso de laf:sociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos.

3 El País, 15 de abril de 2000, p. 15. Extracto de una charla con Vargas Llosa en la Casa de América de Madrid, reproducido en

El Pajs, 31 de marzo de 2001, p. 25. 5 Revista de Libros, mayo 2000, nº41, pp. 47-48.

cf La verdad de las mentiras, Barcelona, 1990.

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Antes que nada, conviene destacar que La Fiesta del Chivo se presenta como una novela cuya naturaleza ficticia no matiza ningún paratexto (prólogo, epílogo, advertencia o nota del autor, bibliografia, agradecimientos ... ). De esta forma, es erróneo-no procedente, contrario al «pacto» ficticio que se nos propone-inferir del texto datos y conocimientos relativos a un referente extratextual determinado, como la dictadura de Trujillo; los personajes de Trujillo y Balaguer, homónimos de los conocidos políticos, son criaturas tan ficticias como Urania, cuyo mundo comparten. Esto es: en rigor, sólo podemos y debemos leer la novela como una fábula, que nos habla de la dictadura y del poder, pero de forma metafórica y universalista; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Desde este punto de vista, la citada declaración de Tomás Eloy Martínez resulta absurda, y engañosa puesto que incita a una lectura equivocada. Ahora bien, es cierto que la misma novela favorece la confusión, con el texto de la cubierta posterior (aunque no firmado por el autor)6 y sobre todo con sus numerosas y sistemáticas referencias históricas; más allá de los personajes con nombre y apellido, piénsese en los acontecimientos fechados (como el atentado contra Galíndez) o en circunstancias precisas (como el conflicto con la Iglesia a raíz de la Carta Pastoral). Es decir, el pacto se vuelve ambiguo. No cabe duda de que semejante ambigüedad sea inherente a la novela en general, y especialmente a la novela histórica (ya la denunciaba Manzoni en los albores del género\ pero aquí la tensión es máxima, por ser tan evidente la ambición histórico-realista como el pacto ficticio. Debo decir que esa ambigüedad, que perpetúa la expresión que al autor le gusta esgrimir en las entrevistas-<<mentir con conocimiento de causa»-, me parece algo incómoda para el lector, y sobre todo demasiado cómoda para el autor. En efecto, observamos que cuando surgen reparos con respecto a la exactitud histórica de la novela, los mismos críticos que ensalzaban aquélla, y el autor que los escuchaba complacido, no vacilan en acogerse al hecho de que se trata de una obra de ficción, exenta por lo tanto de obligaciones referenciales. De manera general, creo que una novela que se centra explícitamente en personajes históricos debería dejar claras sus opciones en el tratamiento de la materia histórica; de hecho, muchas veces los autores sienten la necesidad de hacerlo. Sin embargo, de haberse hecho en el caso de La Fiesta del Chivo, el tratamiento elegido seguiría siendo contestable, por lo menos si «mentir con conocimiento de causa» quiere decir que puedo inventar lo que me dé la gana con tal de que no vaya en contra de la verosimilitud (es así como Vargas Llosa suele comentar la expresiónf Esta opción me parece insatisfactoria desde el punto de vista intelectual, e

6 «( ... )relata el fin de una era dando voz, entre otros personajes históricos, al impecable e implacable general Trujillo ( ... )»; «( ... )muestra que la política puede consistir en abrirse camino entrefadáveres ( ... ).Un libro para no perder las raíces.» ...

cf Alessandro Manzoni, «Del romanzo storico e, in genere, de' componenti misti di storia e d'i~venzione», en Opere, Milano: Riccardo Ricciardi Editore, 1953.

Como ilustración de ese tipo de comentario, pero también de la ambigüedad del autor, cabe citar esta declaración donde Vargas Llosa se refiere a su investigación previa a la escritura de La Fiesta del Chivo: «en mi caso, no es para encontrar una verdad histórica y trasponerla en la ficción, ni mucho menos. Esa documentación es para familiarizarme con un ambiente, con un medio geográfico, social, cultural, y mentir con conocimiento de causa; es decir, fantasear, inventar, imaginar, a partir de una realidad que me es familiar, en la que me siento más o menos instalado, con desenvoltura; esa es la razón de ser de la investigación. De todas maneras, en esta novela he tratado de ser verdadero en lo esencial; ningún hecho esencial de la dictadura ha sido soslayado en

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irresponsable en la medida en que, para la inmensa mayoría de los lectores, debido al talento y a la autoridad de Vargas Llosa, La Fiesta del Chivo acabará fijando la imagen de una época. Si en cambio la fórmula significa que la invención se fundamenta en documentos (escritos u orales) cuyos límites trasciende, se trata de una opción tan legítima y fecunda como la histórico-simbólica. En fin de cuentas, pienso que la ambigüedad de la novela resulta de cierta oscilación entre el principio de una mentira regida por la voluntad de verdad, y el de una mentira más libre y novelesca, sólo controlada por la verosimilitud.

Volviendo a nuestro planteamiento inicial, y si decidimos admitir que La Fiesta del Chivo propone una evocación-interpretación de la dictadura de Trujillo, llegamos a la cuestión central: ¿en qué consistiría exactamente el aporte específico de la novela, su hipotética verdad, tenida en cuenta la importante bibliografia sobre el tema?

En realidad, basta consultar cualquier estudio historiográfico para darse cuenta de que este tipo de discurso no tiene casi nada que ver con La Fiesta del Chivo, y que por lo tanto todo juicio comparativo global, en especial sobre cuál sería más «verdadero», es erróneo. En cambio, sí es pertinente e importante destacar y ponderar las diferencias, para poder luego sacar conclusiones sobre las potencialidades y los alcances respectivos. Ateniéndonos a la cuestión de la verdad, conviene distinguir de entrada los planos de la información y de la interpretación.

Desde el punto de vista estrictamente informativo, es dificil que la novela aporte algo. Al contrario, de entre la abundancia de datos el autor debió seleccionar unos pocos, que ha privado de su prueba documental y que utiliza en función de un criterio interpretativo (valor representativo y significativo) y estético (valor novelesco), por lo cual tampoco se comunican de forma ordenada y didáctica. Además, incluso si consideramos la posibilidad de que el autor haya integrado en su novela los resultados de una investigación personal9, dichos resultados no pueden comunicarse como tales, y quedan puestos en entredicho por eso mismo de aparecer en el marco de una obra de ficción. Por todo ello, a quien pueda dedicar un día a informarse sobre la «era de Trujillo», le recomiendo sin vacilar el estudio reciente de Lauro Capdevila10

, o incluso el libro antiguo ya pero inteligente y ameno de Jesús de Galíndez11

, y no La Fiesta del Chivo. No obstante, sabemos que la novela histórica puede incluir hechos comprobados que no suelen encontrarse en los estudios, si bien la «nueva historia» amplió considera-

el libro, y las libertades que me he tomado--que son muchas---de anécdotas, situaciones, diálogos, si no ocurrieron así, totalmente, hubieran sido posibles, perfectamente, dentro de lo que fue la era de Trujillo. En ningún caso he ido más allá de lo que parece verosímil, pero, desde luego, con esa única limitación, he trabajado con una libertad total.» (Entrevista radiofónica con Diego Bamabé, «El Espectador», Uruguay, 1 de mayo de 2000, transcrita y editada en intemet por Mariana Vera Che11f>)·L dº ' 1 . . 1 h ºd . ' 1 ' . ( ) d b « e ma que os testimomos rea es an s1 o qmzas os mas importantes ... pu e reca ar muchísimos testimonios, tanto de opositores, como de indiferentes, así como también de partidarios de Trttjillo.» (!bid.)

La dictature de Trujillo. République dominicaine 1930-1961, París: L'Harmattan («HoI~ons Amériques Latines»), 1998.

Tuve que manejar la edición francesa: L 'ere de Trujillo. Anatomie d'une dictature latino-américaine, París, Gallimard, 1962.

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blemente sus campos de interés, hasta incluirlo casi todo; en La Fiesta del Chivo, sigue siendo llamativa por ejemplo la insistencia en la vida privada y sexual de Trujillo, aspecto sobre el cual volveremos.

Así pues, es sin duda en el plano interpretativo (lato sensu) donde el género novelesco adquiere un valor especial, debido a la gran libertad de que goza. En lo que sigue, enfocaré la cuestión de la verdad como la ponderación de la verdad que encierran las formas de la representación, es decir, de la verdad intrínseca de la fórmula histórico-realista que se nos ofrece. Esta aproximación permite evitar los problemas teóricos y prácticos que plantea la noción de «conformidad», y no privilegiar a priori la historiogra-fia.

Entre los rasgos que caracterizan la interpretación que constituye La Fiesta del Chivo, conviene destacar los tres, fundamentales e interdependientes, que son la narrativización completa del discurso histórico (no se distingue entre documentos y narración), la composición de una intriga a la vez densa (selección y combinación de personas, sucesos y circunstancias significativos) y perfecta (redonda, coherente, teleológica), la mediatización de lo narrado por los puntos de vista de los distintos protagonistas (el narrador diegético es muy discreto y se borra ante los personajes). Es decir que Vargas Llosa explota a fondo las estructuras y potencialidades del discurso novelesco tradicional, y parece reivindicar el ficcionalismo puro contra las fórmulas deliberadamente problemáticas de la «nueva novela histórica» 12

• Está claro que semejante narración resulta más convincente que la de cualquier estudio historiográfico, por tener un poder de representación y de presentificación del pasado muy superior; pero esto no implica que acabe siendo más verdadera.

En primer lugar, se podría esgrimir que la misma perfección de la narración es falaz, en cuanto da la impresión de una Historia inteligible y decible (mientras la escritura historiográfica no consigue disimular-u ostenta-su carácter hipotético y errático). No importa aquí que Vargas Llosa sea perfectamente consciente de esa virtud específica de la narración novelesca, y que la potencie de manera deliberada; pero sí que esta práctica corresponde a la convicción de que la función de la novela no es gnoseológica sino psicológico-existencial. En efecto, en un artículo muy interesante publicado hace unos diez años, Vargas Llosa definió la novela como «un artefacto que ordena y racionaliza la vida, la Historia, incluso sugiere un Orden, con el fin de defender a los hombres contra

12 Entre los rasgos que identifican dicha fórmula, Seymour Menton destaca «la subordinación, en distintos grados, de la reproducción mimética de cierto período histórico a la presentación de algunas ideas filosóficas» y «la imposibilidad de conocer la verdad histórica o la realidad( ... ) la metaficción o los comentarios del narrador sobre el proceso de creación» (La nueva novela histórica de la América latina, 1979-1992, México: Fondo de Cultura económica, 1993, pp. 42-3).

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la angustia del desorden y del azarn13.

En segundo lugar, el lector puede desconfiar de una intriga cuyos ingredientes y cuya composición demuestran, contra la aparente reserva del narrador heterodiegético, un compromiso rotundo y la intención de producir un impacto afectivo. Lo que en todo caso se puede lamentar es que dicho compromiso haya llevado a limitar el perspectivismo, cuando sabemos que la multiplicación de las perspectivas, asociada con la aptitud del novelista para sondear personas convertidas en personajes, bien podría constituir uno de los aspectos más interesantes de la aproximación novelística a la historia. En La Fiesta del Chivo, acompañamos los puntos de vista de varios personajes, pero todos convergen hacia la condena tajante de Trujillo y su régimen, incluidas las mismas palabras puestas en boca del dictador; por lo menos, éste es el diseño básico, que algo se va matizando.

En tercer lugar, quien esté familiarizado con los planteamientos de la «nueva historia» no puede sino recelar de la sobreponderación de los personajes con respecto a las coyunturas, si bien se justifica más en el caso de un poder dictatorial caracterizado por el culto de la personalidad. Está claro que la novela en sí está predispuesta a tratar personajes y peripecias, y tiene que hacerlo si pretende ser atractiva, pero semejantes condicionantes, que orientan la interpretación, son ajenos a la preocupación por la verdad. Ahora bien, Vargas Llosa sabe esto también. Ha tenido en cuenta los contextos en toda la medida de lo posible (resulta admirable su evocación-interpretación de la transición), y se centra lúcidamente en lo que sería en principio más asequible al novelista: las personalidades y las relaciones interpersonales en el marco específico de una dictadura.

Consideremos al personaje de Trujillo. A pesar de la increpación notable desde el mismo título, se desprende finalmente un retrato bastante matizado, que va mucho más allá de la breve caracterización de Galíndez («un tirano megalómano y cupido»), y por cierto la contradice en parte. No debe sorprendernos, ya que es dificil que la imaginación de un novelista no acabe simpatizando algo con sus peores personajes. En pocas palabras, Trujillo aparece como un tirano sanguinario y megalómano, sí, pero también como un hombre que está convencido de su misión y de la buena labor que hizo «a favorn de sus compatriotas, un hombre que no desea la riqueza por ella misma sino como instrumento de dicha «misión». Por ese sentido político, y la voluntad de seguir hasta el final, dando la cara y arriesgando la vida, el personaje alcanza cierta grandeza que contrasta con la ruindad de su familia. Además, se le atribuyen sentimientos que lo humanizan, como cierta generosidad o incluso ternura, dudas o remordimientos fugaces 14

. Al mismo tiempo, la novela intenta explicar el misterioso ascendente del dictador sobre los demás. Las razones esbozadas son muchas, de tipo personal---como una inteligencia tan aguda

13 En «Historia y novela» (El País, 1 de abril de 1990, pp. 11-12), donde por cierto se manifiesta también que el autor tiende a pensar lo mismo de la historiografia: «La historia la organizan los historiadores: ellos la hacen coherente e inteligible mediante puntos de vista o interpretaciones que son siempre parciales, provisionales y, en última instancia, tan subetivos como las construcciones artísticas.( ... ) La concepción de la historia escrita que tiene Popper se parece como dos gotas de agua a lo que siempre he creído que es la novela: una organización arbitraria de la realidad humana que defiende a los hombres contra la angustia que les produce intuir el mun~q, la vida, como un vasto desorden».

cf las páginas 159, 231, 285, 297 ...

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como limitada (exclusivamente política y práctica, falta de toda inquietud intelectual o espiritual), una fuerza fisica y moral extraordinaria, la ausencia de escrúpulos--o táctico--como el «Divide y vencerás», un terrorismo material y psicológico ... -, pero destacan tres: cierto «magnetismo» de ese hombre con ojos de hipnotizador (impresión subjetiva y quizás espejismo de quien se acerca al poderoso); luego, la explotación y potenciación, muy intuitivas, de un fondo de masoquismo presente en sus colaboradores y probablemente en cualquier hombre15

; por fin, un comportamiento y una propaganda dirigidos a imponerle como figura del Padre, incluso de Dios, Padre y Dios tan severo como benevolente y protector. Esas tres razones explicarían no sólo el ascendente de Trujillo sino el sentimiento de sacrilegio, de orfandad y de desesperación que despertó su asesinato, así como la parálisis del conjurado José René Pomán. Completa la evocación-interpretación de Trujillo un rasgo que constituiría el distintivo del tirano caribeño o latinoamericano: el machismo. Trujillo es el producto y el representante de una cultura machista, que por una parte favorece las relaciones de fuerza y el autoritaris-mo (ya que la humanidad se divide entre quienes «tienen huevos» y los que no), y por otra determina un peculiar concepto y ejercicio del poder, ya que asocia íntimamente poder político y poder sexual. Así pues, en la entrega de Urania a Trujillo se cifra el homenaje a un poder inseparablemente político y sexual, al mismo tiempo que el sacrificio al Padre divino.

Vemos que la historia política-la dictadura-se explica principalmente a partir de los hombres, en especial a partir de la figura del dictador, pero también acudiendo a claves psicológicas y culturales. ¿Se puede decir por lo tanto, con Felipe González, que La Fiesta del Chivo «descubre la esencia de la dictadura», que «es más verdad que la verdad», que «un relato documentado sobre la dictadura de Trujillo nunca nos daría una visión tan clara»?

En la citada frase se puede observar un desliz significativo de la verdad a la claridad; debe de ser la impresión de la segunda la que lleva a afirmar la primera. Pero la claridad no es la verdad sino, a lo mejor, la ilusión de ésta, que proviene principalmente de la redondez del relato novelesco, de su poder de representación y de convicción, el cual, como apuntamos ya, puede conseguirse a despecho de la verdad. Desde el punto de vista hermenéutico, conviene puntualizar que la «claridad» de la interpretación es relativa, puesto que si bien se ofrecen escenas significativas, detalles sugerentes16

, si a veces se esbozan explicaciones, no se desarrolla ninguna reflexión explícita, como es legítimo y quizás deseable en una novela (es su fuerza y su debilidad). Claro está que Felipe González pudo dar vida y sustancia a dichas escenas como muy pocos. Si nos fijamos ahora en las claves, resultan sin duda muy sugerentes las de la sacralización y del machismo como la del masoquismo, pero no me parece que se potencien todo lo deseable. La que más se esgrime es la del machismo, pero al ser la menos original resulta sospechosamente vistosa. Quisiera citar aquí esta observación de Galíndez:

:~ cf las reflexiones de Urania (pp. 75-76). Tomás Eloy Martínez destacaba con razón «esa obsesión flaubertiana por el detalle que

recrea el pasado como si estuviera sucediendo otra veZ» (art. cit.).

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Je m'en voudrais de m'abaisser a citer certains détails plus scabreux bien connus du cercle de ses intimes. Son biographe officiel Nanita en dit long lorsqu'il écrit: «Les femmes l'enchantent. 11 les traite toujours avec douceur, délicatesse et galanterie, leur entretien et leur com¡agnie lui plaisent. Une jolie femme est pour lui la meilleure carte de visite.» 1

Es cierto que Vargas Llosa no se limita a recoger anécdotas picantes, pero a pesar de ello el apunte de Galíndez hace tomar conciencia de cierta complacencia anecdótica y morbosa, una sobreponderación demasiado novelesca (o comercial). Además, llama la atención el que Vargas Llosa haga caso omiso de un dato singular y muy interesante, que él mismo destacó en una entrevista:

Sí, para muchos padres, sobre todo gentes humildes, era la manera de manifestar la adhesión al amo del país: entregarle a sus hijas. Esto parece algo producto de la ciencia ficción, o del realismo mágico de la literatura latinoamericana; pero no, esto ocurría, y ocurría no de manera excepcional. A mí me lo dijo el secretario de Trujillo, me dijo «era un problema para nosotros, porque en las giras, sobre todo, muchísimos Radres traían a sus hijas y no había manera de aceptar a todas estas muchachas»

Callar esto no es sólo faltar a la verdad, quizás por una preocupación de verosimilitud, o para cargar las tintas negras del retrato de Trujillo, sino renunciar a una perspectiva antropológica que daba más profundidad a la entrega de Urania, y permitía una rica articulación y potenciación de las claves religiosa, psicológica y cultural.

Es tiempo de concluir. A título provisional (puesto que estas consideraciones deberían ser profundizadas), y en respuesta a la cuestión inicial, diría que La Fiesta del Chivo constituye un aporte específico al conocimiento de la dictadura de Trujillo, pero es absurdo pregonar su verdad (en un sentido referencial), y más aún una supuesta superioridad con respecto a la historiografia. En efecto, hemos visto que las característi-cas del discurso novelesco en general, y las que definen la fórmula particular de La Fiesta del Chivo, impiden reconocer en ésta una fuente informativa fiable, e imponen la máxima circunspección por lo que se refiere a la evocación y a la interpretación. El aporte indiscutible consiste en la calidad de la fábula que se nos ofrece (independientemente de las reservas que se puedan expresar). Es decir, en primer lugar, en la fuerza evocativa de la representación, rica en escenas significativas e impactantes, pero sobre todo mediatizadas por los personajes y artificialmente interiorizadas; en segundo lugar, en la fuerza de convicción propia de una intriga cuya coherencia resulta explicativa y da la impresión de comprender, pero que en realidad falsea tanto como explica. En cuanto a las claves interpretativas, son sugerentes pero discutibles, y principalmenta alusivas. Así pues, la función gnoseológica resulta dudosa, a no ser que se enfoque La Fiesta del Chivo

:~ Op. cit., p. 295. Entrevista radiofónica con Diego Bamabé, «El Espectador», Uruguay, 1 de mayo de 2000,

transcrita y editada en intemet por Mariana Vera Cherro.

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como documento sintomático, susceptible de estudios estéticos, psicológicos, sociológicos etc ... Nuestros colegas historiadores pueden trabajar, o descansar, en paz.

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