la escuela moderna 6 fanzine

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Los editores se despiden…

E sta va a ser mi última confesión (como editor). Se termina La EscuELa ModErna, porque las cosas tienen que terminar antes que pierdan el sentido y la razón por la que nacieron. Si miro

atrás y releo los números pasados del fanzine, me resulta difícil re-conocerme en algunos escritos: lo que resuena en ellos es la voz de un niño, entusiasta y enfadado y deseoso de llamar la atención, pero un niño al fin y al cabo. Y es que -no hay otra forma de decir-lo- como tantos otros humanos de la parte cómoda del globo traté de perpetuar la niñez el máximo posible; alcanzando al fin de ese trámite el punto del completo ridículo personal, como parece ser tra-dición. Habiendo al fin alcanzado el periodo auténticamente adulto de mi existencia (me llegó a los 37, lo que no es moco de pavo), las consideraciones pretéritas que nacían de una visión adolescente de algunos asuntos me resultan hoy ajenas; simpáticas algunas, absur-das otras, despreciables las de más allá; pero infantiles todas.

Sin duda, mi opinión del mundo (o, cuanto menos, del modo de alterarlo para mejor) ha ido modificándose de forma gradual desde aquel #0 del 2003. Aún me siento a la izquierda de la izquierda, por descontado, pero fui perdiendo la poca paciencia que me quedaba respecto al permanente epatamiento y banalidad “incendiaria” de la izquierda utópica: jamás sentí demasiada simpatía por las travesuras pseudo-situ de los “enemigos del orden” y su parvulario mental, la verdad, y la poca tolerancia que conservaba se terminó evaporando. Lo cierto es que vivo en un mundo de cansancio con gusto, insomnios intermitentes y acumulación de facturas alimenticio-pedagógicas: el mundo real, por decirlo así. Mis ideas, por consiguiente, se tornaron inevitablemente prácticas, y hoy considero prioritario reorientar la lu-cha, nuestra lucha, a cuestiones 100% prácticas: no “acciones”, no performances, no delirantes peticiones de armageddon o abstractas combustiones flamígeras de agrio regusto post-surrealista. Al final, lo único que queda es combatir por la familia y el bienestar de la gente común, la seguridad de sus casas, la educación de su pro-genie y la salud de todos los ciudadanos, la enseñanza y la sanidad públicas. Es con este fin que hay que seguir peleando (en la calle, de forma resuelta y determinada, sin arrebatos de vandalismo estéril: solo estando y gritando y reclamando y nunca echándose atrás). Lo demás son juegos de patio de escuela dadá: sin duda entreteni-dos, pero parte de otra edad, otro comportamiento, y carentes de fin práctico alguno.

Todo esto podría resumirse de una forma muy sencilla, en todo caso: Cambié. Me volví otra persona, muy distinta a la del periodo 2003-2007. “To everything there is a season”, que decía la canción, y mi estación particular pasó, se fue, y de ella queda únicamente aquel calzado vetusto y unos cuantos cientos de chapas que no volveré a desempolvar. Y un montón sofocante de recuerdos, por suerte y desgracia. Ley de vida, y no hay más.

Así, de mis artículos pasados para La EscuELa ModErna, única-mente deseo rescatar para el futuro los que eran más sinceros y puros, los que surgían de una parte vivencial de mi conocimiento; una parte que, de modo vital, se enunciaba con sentido del humor, lenguaje elástico y pasión: el juicio a The Style Council, la guía de Jack The Ripper en dos entregas, las dos partes de Los Discos, “Los años del frescor” (aquella cándida y emotiva historia de mis años de

mod adolescente 85-90 a la que profeso un gran cariño), “Beber es fascinante” (que aún considero mi mejor artículo para el fanzine, y desde luego el más tronchante) y “El peor curro de mi vida” para este mismo. Y las entrevistas a Jim Dodge y Jordi Valls. Y la traduc-ción del Cosas con O de Kevin Pearce. Y ahora, poniéndolo todo en un montón, veo que se trata de la gran mayoría de trabajos que rea-licé para La EscuELa ModErna, y por consiguiente puedo decir que estoy orgulloso de casi toda mi producción para nuestro fanzine. Eso me ha sorprendido, debo decir; creía que había escrito más mo-rralla y memeces. En cuanto a los demás, no es que me avergüence de ellos: simplemente no reconozco la voz que los pronuncia ni la retórica de la que hace uso aquel señor (llamado igual que yo).

La última consideración que cabe efectuar ahora es sobre la uti-lidad de todo ello, de todo lo que hicimos. ¿De qué sirvió La EscuELa ModErna? Innumerables simpatizantes y lectores me han confesado que era la primera vez que se topaban con una politización patente y omnipresente en una publicación de ámbito pop, sin que se tratara de grotescos piromusicales de “radical chic” sino una articulación de ideales que venía directa del estómago y del hartazgo vital. Eso, sin duda, es importante, como lo es que muchos de los artículos fue-sen invitaciones al debate y la reflexión y la participación por parte de una gente que jamás había debatido, reflexionado o participado (más allá del berrido en bodegas), y ahora consideraba urgente ha-cerlo. Y también, no haría falta decirlo, me enorgullezco aún del altí-simo nivel de nuestros escritos, superior por muchas cabezas al de la media fanzinera; escritos que buscaban huir de la pomposidad y la retórica inerte de los fatuos intelectuales de “extrema izquierda” o los críticos musicales para hablar de forma candente y humorística de dos cuestiones extremadamente importantes: discos lindos y política fiera. A esto contribuyeron las esenciales colaboraciones de Mano-lo Martínez, Carlos Alonso, Dani Alonso, Richard Hutt, David Feck, Dale Shaw, Martí Sales, Miqui Otero, Pepet Merda y Kevin Pearce; y por supuesto del co-editor, Uri Amat. Gracias a ellos La EscuELa ModErna fue –por qué no decirlo, ahora que nos marchamos– uno de los mejores fanzines del país. Si no el mejor.

Y hasta aquí. El fanzine acaba, en suma, pero la pasión y la que-mazón continúan. Para manifestarlo quizás lo mejor sea trazar una coda, y acabar como empecé en la editorial del #0. Con una cita que volvería a citar, una y mil veces.

Seguiremos estando en el blog de La EscuELa ModErna y en Ben-dito Atraso (www.kikoamat.com).

¡Suerte para todos y que viva el 15-M!

“- It reminds me of that burning feeling I used to get.- What, are you still getting trouble with this?- Yeah, not all the time or anything.- Like it was?- Yeah. Sometimes.- Are you sure it’s not heartburn?- No, it’s definitely not heartburn. It’s just a little matter of bur-

ning, a little matter of burning nature.”dExys, “The occasional flicker”

La última confesiónKiko Amat, mayo del 2011

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Nado entre las cenizas de los puentes que queméUri Amat

D ecía Francisco Casavella que le encantaba el título de una canción llamada “Nado entre las cenizas de los puentes que quemé” porqué le recordaba a su propia vida. Decía Casave-

lla que nuestra existencia es el producto de esos puentes que hemos ido quemando, unas veces con más acierto que otras. No puedo estar más de acuerdo con él. Sin esos escombros, nuestra presencia en este planeta no tiene sentido. Hay que seguir avanzando y esos puen-tes son como un lastre que no nos deja ir hacia adelante. “Debemos incinerarlos” que decía el Coronel Kurtz. La EscuELa ModErna es el puente que nos disponemos a volar hoy aquí. Y quién sabe qué saldrá de ello.

Empezamos a hacer esta revista con muchas, muchísimas ga-nas, quizás para subsanar errores que en anteriores proyectos nos habían dejado un sabor agrio en la boca. Nos habíamos equivocado en muchas cosas y con La Escuela Moderna queríamos intentar ha-cer las cosas de otra forma (por amor al arte otra vez, vaya). Ahora mismo, cuando damos por concluida esta aventura, me resulta ex-traño leer cosas que decía yo en mi editorial del número 3, allá por el 2007: “Estoy tan contento de hacer La EscuELa ModErna que no sé ni por dónde empezar a contároslo. Es de las pocas cosas que tengo permanentemente en la cabeza y que me hacen mirar al futuro con esperanza total y que me inundan de una energía pura, pues sé que La Escuela Moderna siempre estará ahí (…) Algo muy duro tendría que pasar para que dejáramos de publicarla”.

Pues no, no ha pasado nada dramático, han pasado cosas nor-males que le pasan a la gente cada día. Uno ha tenido un hijo, el otro ya va por el segundo, ése ahora va a la universidad, el de más allá se ha cansado de escribir sobre música, éste se ha quedado en paro y el otro ya no tiene un duro… Supongo que algo sí hemos cambiado, somos tíos más mayores, un poco más tranquilos (o más cansados), más felices probablemente. Mi vida es una mezcla de Los lunes al sol, las escenas más costumbristas de Kramer contra Kramer –yo soy ese Dustin Hoffman que desayuna tránquilamente con su hijo y luego se va con él al parque a perseguir a la palomas– y Regreso a la escuela (donde yo hago el papel de Rodney Dangerfield).

Me gusta pensar que seguimos igual de cabreados (otro de los motivos por los que empezamos con La EscuELa ModErna), pero ya no hay esa pasión por hacer el fanzine que había al principio. Y cuan-do la actitud con la que has empezado a hacer algo apasionadamen-te empieza a decaer es el momento de dejarlo. Es tiempo de coger las cargas de dinamita y, como el Coyote (aunque esperemos que con más fortuna), disponerse a darle al detonador.

Nos vamos con el recuerdo de los grandes momentos y la gente estupenda que hemos conocido a través de La EscuELa ModErna, y también con la satisfacción del trabajo bien hecho. Quizás yo no sea el más adecuado para juzgarlo pero os puedo asegurar que todo lo que hemos hecho ha sido con honestidad y con ganas de hacerlo lo mejor posible. Hasta el final, pues estamos igual de orgullosos de este número como de todos los anteriores (si no más).

Aunque fue bonito mientras duró, ha llegado el momento:

…5, 4, 3, 2, 1… ¡BUM!

EdiTa: La EscuELa ModErna (Kiko Amat + Uri Amat)dissEny i MaqUETació: Uri Amat @ La Bombeta Disseny (www.uriamat.com)PORTada i cOnTRa: Leo Benavente (benaventeblog.blogspot.com) cOl·laBORadORs En aqUEsT nº: Carlos Alonso, Ramon Mas, Martí Sales i Roger Pelaez cOnTacTE: [email protected]/www.laescuelamoderna.blogspot.com

16 KAREl CAPEK:

por Carlos Alonso: “Hay que ver The Wire. Es un mandato universal. No aceptaré excusas”

L a E S c u E L a

MODERNA#6 (i últim)/octubre 2011

04 El síndromE dE ThE WirE

por Kiko Amat: “En esta segunda parte nos adentramos en los restantes acusados de los crímenes de Jack y las extravagantes teorías conspirativas que en algunos casos los acompañan. Risa con temblores asegurada para niños y adultos”.

por Kiko Amat: Un monólogo pastoril en torno al trágico pasado laboral de Kiko Amat

por Kiko Amat: Entrevistamos a Jordi Valls, primer proto-punk catalán, fundador de Vagina Dentata Organ y colaborador de Psychic TV, artista anti-arte y elegante caballero

per Martí Sales: Vida y obra de Joseph Roth, un austrohúngar a cavall de dues èpoques

por Uri Amat: El documental social (más doce documentales y diez mandamientos de regalo)

per Ramon Mas: “Llibres com “La guerra de las salamandras” de Karel Capek, són la prova de que als països eslaus la literatura fantàstica tenia una força irreverent a anys llum del que es feia als Estats units.”.

Jack El Destripador: El Desenlace08 TRIPA A LA VICTORIANA PT.2

52 l’ÚlTim AUsTrohÚnGAr

55 Mai caMinareu sols

40 COMO LA VIDA MISMA

20 EL PEOR CURRO DE MI VIDA28 EL úLtimo nihiLista cataLán

CiènCiA fiCCió i dEstRuCCió m A s s i vA

Aquest darrer número de La Escuela Moderna

está especialment dedicat a la memòria de la nostra mare Magdalena Romeu

Aubanell, sempre a la nostra memòria i al

nostre cor.

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Hay que ver The Wire. Es un mandato universal. no aceptaré excusas. son sólo 60 horas. ¿qué son 60 horas en la vida de un homínido que suele sobrevivir más de 700.000? ya os podéis poner ahora mismo y aplazar todas vuestras citas hasta el mes próximo, porque The Wire es televisivamente lo más grande que se ha parido nunca. Es una obra tan descomunal que hace que uno se sienta como aquel escritor romántico francés que se quería arrancar los ojos en Florencia frente a todos esos cuadros absurdos de diosas saliendo medio en bolas de moluscos gigantes. no exagero. incluso ha motivado una de las mejores tiras que recuerdo de Mauro Entrialgo, exactamente esta (ver página siguiente):

El SíndromE dE

por Carlos Alonso

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A Mauro le asiste una razón cósmica. Es el síndrome de The Wire. Yo lo padecí. Después de aquel décimo epi-sodio de la quinta temporada, después de decir adiós a

McNulty, sentía muy sampedrísticamente que mi cuerpo-no-era-ya-mi-cuerpo. Mis familiares podían haber autorizado mi euta-nasia allí mismo, porque tenía la convicción (y aún la conservo) de que no volvería a producirse algo así. Entiéndanme, no soy de las personas que declara cada quince días que el rock and roll ha muerto, que el movimiento obrero está enterrado y que no hay belleza posible después de la cirugía. En general, opino lo con-trario: continuamente la gente escribe unos libros deliciosos, hay señores que aporrean instrumentos y gritan de un modo formida-ble y la calle es un hervidero de regateras vertiginosas y traseros esbeltos. La vida está muy bien, de acuerdo, pero no vamos a volver a ver una serie de televisión tan buena en la puta vida, y eso he de empezar a interiorizarlo o acabaré como esos críticos que escriben “exhilarating!” y “astounding!” en la portada de cada película que estrenan. Ese es otro síndrome: el de pedro y el lobo. Pero ya hablaremos otro día de él, que ahora toca ocuparse de McNulty y compañía.

La CaLLe y Los entresijos

Ya se han escrito “ríos de tinta” (ríos, qué digo, un maldito amazonas pelikan es lo que se ha escrito) sobre lo buena que es The Wire, lo bien que nos cae a todos Richard Price y lo entra-ñable que es el chulazo de Omar… Honestamente… ¿qué más se puede escribir ahora? ¿Recordar de nuevo que Obama tam-bién la veía? ¿Compararla con el gran fraude que fue Perdidos? ¿Hacer el enésimo apunte sobre la mesa de guionistas y los bue-nos resultados que produjo hacer competir a grandes escritores? ¿Ahondar en la profusión de subtramas? ¿Que se describe el gran “caleidoscopio social que es Baltimore”? Todo eso ya ha sido escrito, se trata sólo de curiosidades y argumentos mansos.

Para ilustrar este último extremo explicaré que el otro día estuve en una gran librería de esas que hay en Barcelona, una de esas en las que los dependientes visten chaleco (¡ah, el chaleco: la prenda del contable y del librero!), y la mitad de los libros que había trataban la cuestión Nazi o alguno de sus epifenómenos tales como la economía de mercado o el arte moderno. Entre to-dos esos libros descubrí algunos que abordaban el asunto de The Wire, así que me dispuse a hojearlos. La mayoría de ellos eran compendios de material que uno puede encontrar en Internet (entrevistas a Richard Price y David Simon, principalmente) u obviar directamente, precedidos o despedidos por introducciones y apéndices de escritores expertos en radioteledifusión y asuntos del hype. Culturetas, vaya.

De modo que ahí estaba yo, mal sentado a cinco metros del suelo sobre una columna de ejemplares del primer ejemplar de una trilogía de hackers adolescentes vampiros y hojeando en equilibrio, como Horacio, con una nalga en la pila y la otra en el espacio. El caso es que algo me escamó. Aquel consenso “cul-turetológico” enorme gritaba al unísono “The Wire es lo más”. Pero yo quería conocer los porqués. Y ahí la voz de los críticos sonó de nuevo clara: porque habla “de la calle”, porque revela

“los entresijos”… Ah, la calle y los entresijos, acabáramos. Qué llanos, qué accesibles parecen los expertos hablando de esas co-sas. Son palabras que hermanan al pueblo. A todos nos gustan la calle y sus entresijos. Bien, tienen razón, pero la tienen de una forma tan parcial que casi estoy por decir que no la tienen en absoluto. Me refiero a que esa no es causa suficiente: casi toda la novela negra habla de la calle, casi toda la “nota roja” describe gentes, crímenes, narcotráfico y, en general, “entresijos”, pero ¿qué es lo que hace a The Wire diferente? Hay algo más, e inten-taré explicarlo: The Wire es el primer intento que reconozco que intenta ir más allá de todo esto y no quedarse en la descripción aséptica “de la calle”, en esa desagradable y científica costumbre hacer un detalle pormenorizado de putas, chulos, polis y yonkos sin cierre alguno, en plan saqué-usté-mismo-la-conclusión. Es el primer gran intento televisivo de explicar el colapso de la ciudad. Un intento que se hace desde abajo, humanizando a la escoria, pero sobretodo, aportando explicaciones. Y lo mejor es que da su diagnóstico sin resultar torticera ni panfletaria.

Es, en definitiva, la serie antiposmoderna perfecta.La aportación de The Wire durante cinco años es un chivata-

zo gigante, la convicción de un grupo de guionistas y directores de que se puede dejar a la política, a la prensa, a la escuela y a la policía con el culo al aire y que eso, además de justo y necesario, puede ser entretenido. Ahí es nada. ¡Discurso y diversión! ¿Qué más podríamos pedir? Durante las cinco temporadas que ha du-rado, The Wire no ha tenido reparos en mostrarse moralista. Ha enfocado las cosas desde el punto de vista de los débiles y los desposeídos (¡oh, que “retro”, qué antiguo, casi como el viejo Emile Zola!). También ha dejado claro cuales son las opciones en los suburbios y con las instituciones democráticas actuales: NIN-GUNA. Pero tampoco hay que llevarse a engaño: los personajes

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de The Wire no tienen aspiraciones elevadas tales como “cam-biar el sistema” ni hay rastros de ideología marxista en ellos. Sus mundos son mucho más pequeños. Y ello lo hace todo más creíble, porque ¿qué simpatía despierta en el común un marxis-ta cambiamundos enfurruñado? El último cerebro marxista que hubo en EEUU está encerrado y expuesto en un bote de formol en el Museo de las Ideologías de Pensacola, un pequeño edificio de ladrillo rojo situado entre un Dairy Queen y un Key-Mart.

Las cosas no son tan sencillas. Price, Burns, Pellecanos y toda la tropa de guionistas a las órdenes de David Simon lo han en-tendido perfectamente: no se puede arengar así como así a la audiencia norteamericana.

Los guionistas, en consecuencia, van de abajo a arriba con paciencia de orfebre. Bajo la máxima “focus on the people” nos muestran primero unos personajes sólidos y estereotipados: el dealer violento, el policía alcohólico, el burócrata rígido... Ahí hay un reconocimiento inmediato. Son personajes que ya cono-cemos. Pero, justo cuando el espectador ya se cree instalado en una serie al uso, los guionistas se las arreglan para hacer de lo malo algo bueno, y retorciendo un guión simple, se destapa poco a poco una narración inusual. Entonces fluye la empatía con el gran público y se abren nuestras entendederas: ah, no son pro-totipos narrativos sino hombres y mujeres normales, odian a su jefe, no tienen presupuesto para trabajar bien y están disgustados con la realidad. No entienden por qué todo debe cambiar tan deprisa. Víctimas de sus aspiraciones que, sobrecargados por la frustración, quieren sentirse útiles. Uno termina comprendien-do por qué este es un chupatintas amargado, por qué el otro es un bebedor follardín y por qué ese de allá se nos ha vuelto un facha arribista. Es increíble como todo va cayendo en su sitio, como todo va adquiriendo SENTIDO. ¿”Sentido”, quién ha di-

cho “sentido”? ¿¡Tramas con sentido?! ¡Qué aberración! Pues sí, literatos, al común nos gusta El Sentido y los relatos de Carver nos dan miedo porque no entendemos nada. A Quim Monzó, directamente lo colgaríamos por los cojones.

així no anem enLLoC2

Así pues, recapitulemos, tenemos hasta aquí dos grandes puntos que hay que enmarcar como conclusiones preliminares: punto uno, The Wire me gusta casi más que una tostada de es-calibada y anchoas, y punto dos, The Wire me gusta, sobretodo, porque se moja. Políticamente bucea, mozuelos. Y eso es formi-dable en esta época de asepsia cultural y cinismo generalizado. Pero vayamos a la caza de nuevos puntos para aupar a la serie, aportemos un argumento más: The Wire contiene unos impac-tantes momentos filosófico-visuales. No, no me miren así. Me re-fiero a momentos en los que uno dice: ¡coño, eso es!... tengo que escribir de esto ¿Dónde mierdas está mi libreta? La serie tensa las situaciones propiciando extraordinarios puntos de ruptura: y no sé cómo explicárselo sin espoilear a lo bestia. Tal vez la mejor es-cena que puedo recordar ahora es aquella en que el Comandante “Bunny” Colvin, paseándose en su automóvil por las calles de West Baltimore, se ve asaltado en un semáforo por un mozalbe-te que quiere venderle una capsulita de crack. El mozalbete se queda esperando una respuesta y Colvin sólo puede mirarle con una mezcla de hartazgo y extrañeza hasta que, sólo para ahu-yentarle, agarra su gorra de poli del asiento del copiloto y se la calza en la calva. Ahí, justamente ahí, en ese puto instante, Col-vin finalmente entiende, contra su propia tradición ideológica y contra el consenso policial existente, que “així no anem enlloc”, y ello propicia toda una temporada de experimentación social a la holandesa. The Wire está salpicada de estos puntos cruciales, momentos de reconocimiento intenso y “miradas totales” como la de Colvin. Yo digo hurra a todo eso. ¡Abajo la superficialidad! ¡Viva El Pensamiento!

Los desarrollos que los expertos han presentado como “len-tos” y “clásicos”, como un regreso a un estilo Hill Street, son en realidad calderas en las que se cuecen polis y malandros hasta lograr el punto de hervor necesario. Se puede torcer a la gente, sí, pero hay una contrapartida. Eso en The Wire se da por hecho, y lo normal es que todos terminen haciendo lo que no deben (o lo que menos se espera de ellos). Eso, por raro que parezca, en este mundo que está vuelto del revés, implica transformar a los dealers en empresarios e inversores y a los policías en verdaderos agentes sociales. En The Wire, y en eso la serie da doblemente en el clavo, los únicos que no se tuercen son los de arriba. Por mucho que se sacuda la ciudad, mandamases, senadores, buró-cratas de la policía y toda una larga serie de personajes estirados, pasan las sesenta horas con el palo en el culo, tiesos, protegiendo su puesto, jodiendo al mundo entero con la mirada altiva. Los guionistas se recrean retratándolos como absolutos infraseres, y sólo rivaliza con ellos en maldad “Stringer” Bell, que gestiona su negocio gracias a un posgrado en gestión de negocios en Stan-ford. Es, en definitiva, un retrato del mal en forma de Gestión Económica y Política. El Mal con Mayúsculas.

Ahora diseccionemos pormenorizadamente el párrafo ante-rior, porque escucho cerebros rechinando: ¿ha dicho usted que los policías hacen de agentes sociales? ¿Mandeee? Pues sí. Todo por culpa de la Economía y un curioso epifenómeno criminoló-gico no deseado que, según Price, se ha dado en algunas ciudades de EEUU. Organicemos las premisas para ilustrarlo: se corta el presupuesto del cuerpo de policía como parte de la lucha contra el déficit municipal; hay sobreocupación de cárceles y los juicios se programan a dos años vista, por lo que ningún policía quiere realmente detener a nadie; junto a ello, se da por hecho que no se puede “vencer a la droga” (nadie en la serie pretende realmente cortar el flujo). Ante esta situación, hay dos alternativas: una,

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una concepción del mundo tras esos sucesos. Es una metáfora total. ¡A veces nuestra vida es como un puto mueble de Ikea! Aparente, tambaleante, al borde del desensamblaje. Pero no que-rría alarmarles, tampoco es que en The Wire se salten todos los estándares. Los polis no leen a Spinoza ni recitan a Milton. No hay narración que aguante eso. Hay escenas de insubordinación policial al uso (¡le retiro del caso, deme su placa y su pistola!), y también hay escenas deportivas de ligue en barra fija. ¡¡Qué ganas de matar humanos cuando veo a un mamífero estadouni-dense ligando!! Pero lo importante, lo realmente importante, es que los guionistas de The Wire no nos toman a todos por gi-lipollas y eso, amados míos, en la era de las posproducciones traidoras, los pases de prensa cautelares y los índice de audiencia corta-temporadas-a-la-mitad es algo muy parecido a un milagro. Celebrémoslo. H

1 Esta tira pertenece a la serie “Plétora de piñatas”, aparecida originalmente en el diario Público y que se empezará a recopilar este mismo año en libros editados por Astiberri.

2 En catalán “Así no vamos bien”

hacer la competencia o ayudar a los dealers para compensar las políticas de déficit cero –esto es: corrupción-; o dos, procurar salvar de la violencia a los jovenzuelos porque, oh señor, no sa-ben lo que hacen. Por supuesto, los entrañables policías de The Wire caen en la trampa cristiana y siguen la opción B. Pero no como Michael Landon sino más bien con rudeza y jerga de tipos duros. Hey, yo, wassup, Brodie. Put yer fuckn’ hands where I can see’em. Que no da vergüenza ajena, vaya.

san mCnuLty

Y aunque The Wire, lo reconozco, calce todos los “musts” del género, lo hace con sabiduría. Sobre todo, se salta las grandes idioteces, porque reflexionemos: ¿Cuántas películas y series han visto ustedes en las que todo iba bien hasta que de pronto, y sin que hiciese ninguna falta, el director decidió intercalar entre dos escenas interesantes un cuarto de hora de persecuciones de automóviles? ¿Cuantas veces nos encontramos ante una buena historia, con buen ritmo y buenos diálogos, cuando de pronto todos deciden subir por escaleras de incendios y ponerse a saltar por los tejados? ¡Qué destrempe tan grande! … En The Wire no encontramos ni una de estas concesiones a la trepidancia idiota: no hay persecuciones con coches saltando sobre el East River, los depósitos de los automóviles no estallan al mínimo roce, los policías no atraviesan apartamentos haciendo la croqueta por el parqué sin dejar de disparar… En The Wire, la violencia es fun-cional. Cuando se pega un puñetazo, uno sólo, el golpeado cae sin estrépito. Y cuando se dispara, bang y adiós. La violencia es un relámpago. Esto significa que quienes han parido la serie han visto peleas de verdad, en las que la gente es absolutamente torpe e incapaz. Saben que el efecto de una capsulita de plomo a tres-cientos cincuenta metros por segundo es un agujero con boquete de entrada, otro de salida y un espectro que se eleva y dice adiós al cuerpo desde lo alto.

Por si fuera poco, los polis de The Wire no viven en suburbios bonitos con mujeres hermosas que cocinan pasteles de aránda-nos. Mientras la tropa hace lo que puede por salvar a Bubbles y procura que “Wee Bay” no asesine a otro centenar, su vida íntima desaparece, intentan montar muebles de Ikea borrachos, sus mujeres les dejan y la grúa se les lleva el coche. Hay toda

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Los sospechosos y las teorías (II)TJ Barnardo: En Inglaterra, acusar a Tho-mas John Barnardo de ser Jack El Destri-pador es el equivalente de denunciar al fundador de los Boy Scouts, o a una ancia-nita paralítica, o a Ghandi. Pues TJ Bar-nardo no es otro que el prohombre fundador de las Barnardo’s Homes, esas casas de acogida para niños (y charity

shops) que uno ve con frecuencia por las calles de Londres. Pero Barnardo no era trigo limpio, como verán. Según Gary Rowlands, el ripperólogo que defiende la teoría, TJ era un hombre cruel, prepotente, vengativo y dominante; un mangui, vamos. Un predicador Brethrenista (estricta secta protestante) nacido en Dublin y que se mudó al East End en 1866, que ha-bía estudiado medicina, trabajado de periodista, y que final-mente decidió encaminar su vida hacia la fundación de Casas de Caridad. Por estos detalles ya imaginan las razones que es-grime Rowlands para acusarle: Irlandés, médico (recuerden los

omnipresentes “conocimientos de cirugía”), plumilla (¿Escri-bió tal vez las cartas de “Dear Boss” y “Saucy Jack”?), odiaba a las prostitutas por contaminar las calles de su barrio de ac-ción y odiaba a los católicos con encendido fervor (Mary Kelly era las dos cosas, y eso explicaría que pillara por partida do-ble). Lo cierto es que, tras leer sobre él, es difícil sentir la me-nor simpatía por el miserable de Barnardo: era un hipócrita (simultaneó durante años el sermonear a los transeúntes sobre pudor y trajinarse a su casera por lo bajini), un mentiroso pa-tológico, un sujeto autocrático y antisocial, era codicioso, cruel y chungo (no admitía niños católicos a no ser que renun-ciaran a su fe “romanista”), y utilizaba su religión como una excusa para someter y doblegar al prójimo... Era un cura, en resumen; pero de Jack The Ripper, nada de nada. El caso que expone Rowland hace aguas por todas partes. Extrañamente, en ninguna parte de su ensayo The Mad Doctor se hace refe-rencia a la que podía haber sido la revelación estrella de su tesis, y que se menciona en muchos otros escritos sobre JTR: Barnardo visitó a Liz Stride el 26 de septiembre de 1888, dos

Hagamos memoria: en la primera entrega de este artículo –publicada en La EscuELa ModErna #5– expusimos el contexto, el caso, las víctimas, las pruebas y empezábamos a comentar los sospechosos y las teorías, uno a uno: John Montague druitt, aaron Kosminski, Michael Ostrog (el trío que formaba el llamado “Macnaghten Memoranda”), severin Klosowski (alias George chapman), William Henry Bury, doctor stanley, John Pizer alias leather apron, James Tumblety y James Maybrick (o El Diario de Jack The Ripper). En esta segunda parte nos adentramos en los restantes acusados de los crímenes de Jack y las extravagantes teorías conspirativas que en algunos casos los acompañan. Risa con temblores asegurada para niños y adultos.

por Kiko Amat

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noches antes de su asesinato, con propósitos desconocidos. Pero ni eso conseguiría convencernos, oigan.

La teoría del filántropo asesino, con todo, no se extin-gue aquí. MJ Trow aprovecha en cierto modo la tesis inicial de Rowlands para, en su The way to hell, lanzar la piedra a otro célebre predicador por la abstinencia del East End: Frederick Nicholas Charrington, cara familiar en puertas de pubs (esgrimiendo pancartas y esquemas anti-alcohol), cris-tiano “muscular” y azote de prostíbulos y abrevaderos lum-pen. Pero no. Por un lado, porque la evidencia presentada contra él es más quebradiza que un cristal de azúcar. Por el otro, porque el jocoso Trow confiesa al final de su escrito que era broma, hombre, que Charrington está limpio, y que lo ha hecho sólo para demostrar lo fácil que es lanzar nuevos sospechosos en la ripperología. Oh. Qué ingenioso. Que nos tronchamos, Trow, hijo de mil hienas.

Joseph “Joe” Barnett: Es una jodienda, pero Barnett es uno de los sospechosos con más peso de toda esta historia, en mi opinión. ¿Por qué jodienda? Pues ve-rán, sucede que -como con William Henry Bury, pero peor- el caso contra Barnett es la cosa más prosaica, desmiti-ficadora, práctica y razonable de casi

todas las expuestas. Como dice uno de sus exponentes, Paul Harrison, “la teoría es básica. Ni encubrimiento, ni conspira-ciones, ni interferencia política de ningún tipo; solo vida co-rriente en su más absoluta simplicidad”. Les expondré el caso con la misma pachorra y sencillez con la que lo hace su defen-sor: Joseph Barnett era un buen tipo, algo tartaja pero inteli-gente (había ido a la escuela, hecho inusual en Whitechapel), era corpulento y decentón, y se enamoró con locura de la maciza Mary Kelly. Hasta ahí, un yerno y marido ejemplar. Pero no le inviten a su mesa aún, que viene el puzzle de prue-bas incriminatorias: Barnett era huérfano (un 90% de los psycho-killers vienen de hogares disfuncionales, como es bien sabido), trabajaba de pescadero (habilidad con el cuchillo), había vivido toda su vida en el East End (conocimiento de la zona) y era hijo de inmigrantes irlandeses (Harrison no men-ciona esto con mala fe, pero ya que estamos... ¡Recuerden la carta “From Hell”!). En la época de los asesinatos estaba en el paro y rompiendo con la Kelly por su negativa a abando-nar la prostitución. La frustración de no poder mantenerla para que abandonara las calles debió ser un golpe doloroso para Barnett. Por lo que exponen Harrison y el otro ripperó-logo pro-Barnett, Bruce Paley, la Kelly además trataba a pa-tadas al pobre Joe, y cuando aún compartían habitación Mary Jeanette solía traerse otras prostitutas a dormir con ella (Alan Moore ilustra esto en From Hell con unas cuantas ape-titosas imágenes de lesbianismo, que nunca están de más). Todo esto huele a muerto, pero para relacionarle efectiva-mente con JTR necesitamos un motivo y un modus operandi. Y aquí los tienen: desesperado, Barnett vio que la única ma-nera de recuperar a su Kelly era asustándola de algún modo para que abandonara las calles. La muerte de Martha Tabram (recuerden: una de las asesinadas no-canónicas que precedió a Las Cinco) le dio la idea. Empezó a cargarse fulanas, a las que conocía del barrio y a las que, por ser el novio de Mary Jane, podía acercarse sin despertar la menor sospecha. Tenía que cargárselas de maneras retorcidas, eso sí, para que la cosa diera el máximo de canguelo posible; se sabe que tenía la costumbre de leerle en voz alta a la analfabeta de su novia las noticias de los crímenes de JTR que aparecían en los pe-riódicos sin ahorrarse detalle. Cuando la cosa no funcionó ni así (Kelly seguía yaciendo con medio Whitechapel y parte de Spitalfields), y para colmo la tía le echó de su habitación de-

finitivamente, a Barnett se le hincharon y decidió hacer cap-i-pota de su ex-novia. Rabia, celos, impotencia, locura transitoria... Motivos clásicos de una gran parte de los asesi-natos de la historia. Las pruebas contra él no están nada, pero que nada, mal:

Célebremente, la puerta de la habitación de Mary Jane 1. Kelly estaba cerrada por fuera cuando la policía encontró el cuerpo, y el casero, para entrar, tuvo que echar la puer-ta abajo. Barnett poseía la llave de esa puerta. Esto es un hecho demostrado.Barnett pasó una hora con Kelly la noche del 8 de no-2. viembre, fecha de su muerte, abandonando la estancia cerca de las 20:00h.Fue el primer detenido tras la muerte de Mary Jane Kelly. 3. Esto no es una prueba por sí misma (ya sabemos lo bu-rros que suelen ser los policías), pero ayuda.Su declaración en el juicio estuvo llena de contradiccio-4. nes, silencios y tartamudeos, que en la época se interpre-taron como pruebas de dolor y pena, pero podrían ser perfectamente atribuibles a la culpa, cayendo como una maza de infortunio en su cabezota.El Mayor Henry Smith siguió el rastro del menciona-5. do y celebérrimo delantal ensangrentado de Catharine Eddowes hasta un fregadero ensangrentado de una calle cercana. ¿Dónde? Muy cerca de Dorset Street, donde vi-vía Joseph Barnett. Aunque la localización exacta de ese fregadero nunca se hizo pública, se conoce la existencia de uno sólo, una bocacalle al lado de Dorset Street, en Mitre Square. ¡Donde vivían tanto Kelly-Barnett como la Eddowes!

La teoría de la autoría de Barnett también nos da una respuesta a una de las preguntas más frecuentes de la rippero-logía, y que se repite en absolutamente en todos los tratados con distintas elucubraciones: ¿Por qué JTR paró de matar, si la policía estaba tan lejos de atraparle? Como ya sabemos, las respuestas a esto son variadas: acabó en un manicomio, se suicidó, le ahorcaron, conspiración, un conjuro le convirtió en grillo, se reencarnó en el Maharishi Meher Baba, etc. Pero en el caso de Barnett, es simple: mort el gos, morta la ràbia, como se dice en catalán. Una vez finiquitó a Kelly, que era su motivo inicial para empezar a chop-chopear prostitutitas, no había razón alguna para seguir haciéndolo.

Y ahí lo tienen: Jack The Ripper era, prosaicamente, un pescadero tartaja del barrio que se vio obligado a matar por amor. Joder, qué decepción.

Walter sickert: Nos faltaba un pintor, y aquí tenemos uno de bien flamante, y que nos ventilaremos a toda velocidad. Sickert era un artista de origen danés que practi-caba en sus pinturas una versión sórdida y sucia del impresionismo. Miembro del Ca-mden Town Group (junto a Walter Wynd-ham y Lusien Pissarro), Sickert se especializó en retratar a prostitutas, home-less, viejos retorcidos y cosas de máxima repugnancia estética. Tenía éxito entre la

burguesía y frecuentaba sus círculos, pero su fascinación por la low life le llevaba una y otra vez a las calles mugrientas del East End (donde acabó residiendo). Estaba obsesionado con Jack The Ripper y durante la década de los 90’s (1890’s, esto es) entretenía a los comensales de las cenas a las que era invi-tado con teorías y anécdotas de los crímenes. Es interesante subrayar los dos hechos que desencadenarían una de las his-torias más repetidas: la del solitario estudiante de veterinaria

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con una doble vida homicida nocturna. Sickert la había oído en boca de su casera, que aducía que había alojado a JTR en la misma habitación que él ocupaba en aquellos momentos. La anécdota sería expuesta por Sickert en una cena a la que acudió la escritora Belloc Lowdes, que a su vez la transformó en su mencionado libro -después filme de Hitchcock, con Ivor Novello de protagonista- The Lodger. Y se cuenta que Sickert se la contó también a Sir Melville Macnaghten, que la repetiría -culpando a Montague Druitt- en su mencionado e influyente memorandum. Pero todo esto inculpa a Sickert de ser un rollista social y un raconteur de puta madre, no un asesino.

Las pruebas que la autora de novela negra americana Pa-tricia Cornwell despliega para inculparle son volátiles y muy poco concluyentes: que si había nacido con el pito deforme y posiblemente era impotente (putada, pero eso no lleva direc-tamente a agarrar el hacha; además, todo el mundo en el East End le relacionaba con un porrón de amantes e hijos ilegíti-mos), que su letra concuerda con la de las primeras dos cartas (hum... Cuántas veces hemos de repetir que eran falsas, por Dios Santo), igual que el ADN (la Cornwell olvida que esas cartas han sido manoseadas por cientos de individuos con los dedos grasientos de chips), que sus cuadros siguen una narrativa clara que lanza pistas sobre los horribles ataques (aquí hay que usar la imaginación, si bien hay uno que se lla-ma “Jack The Ripper bedroom”; pero esto es tan sólo por la razón mencionada por su casera un poco más arriba). Entre-cerrando los ojos, uno también puede ver ciertas similitudes

entre su cuadro The Camden Town Murder y la escena del desmembramiento ritual de Mary Kelly. Pero vamos, que hay que dejar volar la fantasía un poco. Otro detalle (según su biógrafa, no según la Cornwell) es que Sickert solía anudarse al cuello un pañuelo rojo antes de pintar y a menudo acuchi-llaba pictóricamente sus trabajos, chillando “I am Jack The Ripper!”. Artistas temperamentales... Cómo son.

Resumiendo: Sickert era un pintor estupendo, pero nos tememos que no era JTR. Eso sí, seguirán leyendo sobre él en las líneas que siguen. Porque su participación en todo este asunto le convierte en semi-cómplice en dos de las teo-rías más descabelladas, complejas, literarias y con-siniestro-motivo-gubernamental del caso del Destripador. Por tanto, nuestras favoritas, aunque no nos creamos la mitad. Estamos hablando, por supuesto, de:

La Gran Conspiración (dos teorías, y alguna extra) Prince albert Victor y la conspiración Real: Prince Albert Vic-

tor Christian Edward, si quieren el nombre completo, Duque de Clarence y nieto de la reina Victoria (por tanto, futuro heredero de la corona), pero pueden llamarle “Eddy”, como si fuese un mundano teddy boy de Oval. El caso contra Eddy es un cúmulo de delirios e imaginación desbocada, sin decir que forma una teoría claramente clasista: de manera simi-larmente peyorativa a lo que sucedía con los “extranjeros”, en la época se suponía que ningún plebeyo cacamandurrias podía ser JTR. El Destripador, sigiloso, escurridizo y letal, tenía por fuerza que ser un noble o alguien de alta alcurnia. Y ahí lo tienen, el flácido, tímido y aparentemente apocado príncipe Eddy. ¿Jack El Destripador? ¿De qué sombrero de copa surge este conejo?

La teoría fue expuesta por primera vez por un tal Dr. Stowell a Colin Wilson en medio de un almuerzo, en el año 1970. Stowell le contó a Wilson que cuarenta años atrás le había contactado una cierta Caroline Acland, hija del médi-co personal de la Reina Victoria, William Gull (graben este fatídico nombre en sus cabezas). La Acland afirmaba que en los papeles de su padre encontró pruebas de que el duque de Clarence no murió a causa de la epidemia de gripe de 1892, sino de reblandecimiento cerebral (causado por una enferme-dad venérea, posiblemente sífilis) en un hospital psiquiátrico. En los papeles había también más de una ambigua insinua-ción sobre JTR, sugiriendo que Eddy conocía su identidad. Hummm. Caroline Acland añadió al puchero una historia que involucraba al célebre médium de la época, RJ Lees1, es-piritista solicitadísimo en círculos reales. Aparentemente, a Lees se le apareció en una de sus visiones la cara del verda-

El Príncipe albert Victor christian

Edward, duque de clarence y nieto de

la Reina Victoria

no hace falta ser especialmente conspiranoico para encontrar similitudes entre el cuadro The Camden Town Murder de Walter sickert (izda.) y las fotos de la escena del crimen de Mary Kelly (dcha.)

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dero Jack the Ripper. Poco después, el médium se topó cara a cara con aquel mismo hombre en un autobús y le siguió hasta su casa, una mansión de Park Lane. La casa resultó ser la residencia del cirujano y distinguido médico real William Gull, hecho que Lees comunicó a la policía. Aparentemente, Scotland Yard no sólo no le realizó las pruebas de alcohole-mia a Lees, sino que puso la casa en observación y mandó a unos detectives a interrogar al doctor; prueba de que las extravagantes afirmaciones de aquel (sobre un cirujano real, ni más ni menos) fueron tomadas en serio. Lo más gordo de todo esto es que, poco después, Gull fue arrestado volviendo a casa una noche, cubierto de sangre y con un cuchillo gran-dote en el maletín. Ou yea. Gull confesó ser Jack The Ripper, afirmación por la que de inmediato le internaron en un psi-quiátrico de Ascot, más demente y senil que el Franco de los Últimos Días. Pero cuidado, que las conclusiones que están a punto de sacar todos ustedes (que Gull era el matarife, sin duda) no fueron las mismas que sacó Stowell. Apoyándose en el hecho de que Gull había tenido una embolia en 1887, y que moriría a causa de otra tres años después (por tanto, era un hombre débil y enfermo, incapacitado para asesinar de la forma en que lo hacía Jack), Stowell decidió incrimi-nar directamente al Duque de Clarence, dejando a Gull como simple cómplice (varios testigos afirmaban que se le había visto paseando por Whitechapel algunas de las noches de los crímenes). Su teoría era que el Príncipe Albert Víctor sufría sífilis terciaria (estaba, por tanto, loco de atar) y que su per-versión sexual juvenil -se excitaba al ver despellejar ciervos (sic)- “había evolucionado hacia los bípedos” (Alan Moore dixit). Eddy, por consiguiente, sólo podía satisfacer sus pul-siones más profundas descuartizando prostitutas.

Stowell hizo público todo eso en la publicación The Cri-minologist, edición de diciembre de 1970. En su artículo no se mencionaba el nombre del miembro de la familia real cul-pado y le parapetaba tras una enigmática “S”. Pero la prensa, por las referencias contextuales y porque Stowell afirmaba que era “the highest in the land”, no tardó en atar cabos, y la teoría de Stowell saltó a todas las primeras planas. Incapaz de soportar la presión mediática, Stowell cascaría pocas se-manas después, el pobre anciano.

En los años siguientes, la teoría de la Conspiración Real sufriría tres curiosas mutaciones que, una a una, irían invali-dando a Eddy como sospechoso.

En 1971 un periodista de 1. The Times demostró que el Príncipe Albert Victor estaba en Balmoral (Escocia) la mañana después de uno de los crímenes. La información la consiguió mediante el prosaico y científico método de leerse todas las circulares de la corte. Por supuesto, existe la posibilidad de que Eddy hiciera el viaje más rápido de su vida tras asesinar a una fulana, o que fuese capaz de volar, pero ambas cosas parecen poco probables.En el mismo 1971, el ripperólogo Michael Harrison de-2. dujo de todo este berenjenal que JTR no podía ser otro que JK Stephen, nieto de Virginia Woolf, amigo personal del príncipe y ex-tutor del mismo en Cambridge. Harri-son exponía que Stephen y el duque de Clarence habían tenido un romance homosexual en la universidad, y que la posterior diversificación me-da-igual-carne-o-pescado del heredero de la corona había afectado gravemente a Harrison, que aún era homo old school y a muy poca honra. Sus poemas evidencian una patente misoginia (algo, por otra parte, no tan raro en un homosexual ram-pante de la época), y eso, unido a los celos patológicos que le provocaban los affaires del príncipe y la forma en la que éste lo ignoró post-public school, fueron los deto-nantes de su final parranda acuchilladora. Todo esto apa-

reció en el libro que Harrison publicó en 1972, The life of HRH The Duke of Clarence and Avondale 1862-1892 Was he Jack The Ripper? Nuestro Colin Wilson desde-ñó las deducciones que se sucedían en sus páginas de un elegante manotazo, declarando que JTR no podía ser el típico dandy urbanita que personificaban tanto Stephen como el Duque de Clarence; y que, además, casi todos los serial killers provienen de ambientes proletarios y están afectados por los traumas inherentes en ellos.Y la tercera mutación se la contamos en el siguiente sos-3. pechoso, que ésta es la gorda.

William Gull y la conspiración Real pt.ii: Como ya les hemos dicho, ésta es La Gran Conspiración. No hay quien se la trague, ojo, pero posee la hermosura, atención al detalle y fantasía propias de las mejores obras de ficción (cosa sobra-damente demostrada en From Hell, que basa su trama en esta premisa). Como ya habrán deducido, Jack The Ripper es, en ella, William Gull, “physician in ordinary” de la Reina Victoria. La narrativa sigue algunas de las pautas del alegato de Stowell, y mantiene a algunos de los principales prota-gonistas, pero ata cabos sueltos e incluye un par de jugosos elementos conspirativos. Según la Solución Gull, el Príncipe Eddy estaba manteniendo un romance con la dependienta de una tienda de golosinas del East End llamada Annie Crook. Fue el mencionado pintor feísta Walter Sickert, amigo per-sonal del Duque de Clarence, quien les presentó (ocultando, por cierto, la identidad del segundo). Annie y Eddie se ena-moraron y casaron en secreto (la Crook seguía sin tener ni idea de quién era el pichabrava de Eddy; segun Moore, estaba convencida de que se trataba del hermano de Sickert), y tu-vieron una hija a la que llamaron Alice. La Reina Victoria, cuando se enteró, no se puso en exceso contenta, como pue-den imaginar. Además de por todo lo que salta a la vista, la Crook era -aparentemente- católica. Un asunto maloliente, todo ello, que podía poner en peligro la solidez de la corona en un momento en que se estaba poniendo en duda su posi-ción y hegemonía.

Victoria, que como todo el mundo sabe no se andaba con chiquitas (sólo hace falta echar un vistazo al mapamundi de su imperio en 1888), le entregó unas cuantas órdenes explíci-

Fotograbado de sir William Gull de 1881. no me digan que no tiene cara de malote

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tas a Lord Salisbury, el primer ministro. De inmediato, Annie fue secuestrada e internada en un hospital mental (después, se sugiere, de que Gull le realizara una lobotomía silenciadora), y Eddy devuelto a patadas en el culo al hogar real. La niña se la quedó su canguro, una tal... Sí: ¡Mary Kelly! De forma en extremo imprudente, “Marie Jeanette” (que estaba ente-rada de todo el romance Eddy-Crook) se autoerigió como diana de la ira asesina de la Reina Victoria al iniciar una des-aconsejable y chapucera operación de chantaje a la corona junto a cuatro putas amigas suyas. Victoria, que sí mataba mosquitos con escopetas para elefantes, decidió eliminarlas prontamente.

El encargado de todo ello fue el cada vez más chalupa William Gull (desde la última embolia sufría alucinaciones), que además era un alto miembro de la masonería. Este de-talle hace que acabe de encajar todo: otros masones (tanto el Inspector Warren como Macnaghten lo eran; esto sí está demostrado) se ocuparían de encubrir su identidad y hacer desaparecer pruebas. Las matanzas se realizarían acorde con los rituales masones, de ahí el corte de izquierda a derecha, la recolocación de órganos internos en hombros y otras cer-dadas splatter. A Gull le asistiría un cochero llamado Netley, que sería el encargado práctico de embaucar a las infortuna-das y atraerlas al carruaje (donde las esperaba una cita con el Cirujano majareta) así como el responsable de la huida del lugar del crimen. Y todo, al terminar, quedaría limpio como una patena.

La Teoría Gull se haría pública por primera vez en 1973, en una serie de la BBC llamada simplemente Jack The Ri-pper. El consultant principal de esta particular teoría sería Joseph “Hobo” Gorman, una de las figuras más excéntricas y denostadas de la ripperología. Gorman, que a todos los efectos se hacía llamar Joseph Sickert, afirmaba ser hijo ilegí-timo de Alice Crook y Walter Sickert, quien se había ocupado de su joven madre (de más de una manera, como se ve) tras la muerte de Mary Kelly. Esta tesis incorporaba la figura de Lees (hasta entonces inédita en la investigación de JTR) y partes de la teoría de Stowell, y fue ampliada y rediseñada con aún más detalles por Stephen Knight en su JTR: The final solution. Si sólo tienen que leerse un libro sobre JTR, léanse dos: el Mammoth book y éste. Uno por los hechos y una reco-pilación seria de teorías, el otro porque, como afirma Moore, es una “obra de arte como un reloj suizo”, a pesar de que es considerado unánimemente como el menos creíble de las teorías sobre el Destripador.

Las razones por las que es inevitable des-echar a Gull son demasiadas para incluirlas aquí

en su totalidad. Sólo digamos que Knight, como afirmó Colin Wilson, no permitió al escribir el

libro que “unos cuantos hechos arruinaran una gran historia” y manipula consistentemente prue-

bas, fechas, personajes y declaraciones a su antojo. Las iglesias de Hawksmoor, Lees, los rituales masones,

la historia secreta de Londres, la biografía de Gull, la impli-cación de la Reina Victoria... Todo se modela como si fuese plastilina, y el resultado es sobrecogedor. Aunque ficticio.

Joseph Sickert se retractaría de sus palabras un año des-pués, afirmando que se lo había inventado todo, excepto lo de ser hijo ilegítimo de Alice Crook y, por tanto, su per-tenencia a la Familia real. Unos cuantos años más tarde se desdeciría de su desdecido y declararía que era todo verdad, y que por tanto le correspondían royalties atrasados de la venta de JTR: The final solution. Menudo pájaro.

Otras conspiraciones (brevemente, que ya cansa): ¿Fueron los republicanos irlandeses -que eran unos chungos y unos papistas-, los protestantes o los masones?. Varios destaca-dos anti-fenianos llegaron al poder durante los asesinatos de JTR: Sir Robert Anderson, experto en asuntos Fenianos de la Home Office, y también Macnaghten, que era miembro de la siempre despreciable y hooliganesca Orden de Orange. Por todo lo contado al inicio de este artículo, desprestigiar a la causa irlandesa era vital para derrotar a Gladstone; ergo, podría ser que los Unionistas se inventaran que los asesina-tos de JTR eran del IRA. O podría ser que el IRA decidiese poner en jaque al gobierno de un nuevo e imaginativo modo, desprestigiando así a los encargados orangistas del caso. O podría ser que el IRA urdiera el matrimonio Eddy-católica y que los Unionistas (con la aquiescencia de Victoria) pusieran cartas drásticas en el asunto. O que los masones, vinculados a los orangistas, asesinaran a todas esas pobres rameras por motivos políticos parecidos. O que fuese contra-propaganda, y que quien quiera que estuviese detrás de los horripilantes crímenes tratara de incriminar a masones y orangistas para desprestigiarles. O podría ser una águila gigante. No te jode.

Nick Warren, en su The Great Conspiracy, realiza la que, en nuestra opinión, es la más surreal de las afirmaciones re-lacionadas con JTR cuando afirma que hay un vínculo claro entre la homosexualidad del Dr. Tumblety (¿Le recuerdan? El protagonista de la “Carta de Littlechild”) y sus lazos con el terrorismo irlandés. ¿Co-morr? Sí, hombre: es bien sabido que (aduce Warren) “el terrorismo suele ir mano a mano con la humillación sexual de sus víctimas”, y que en prisiones del Ulster los unionistas sodomizan a los republicanos asesinados (esto es verdad, por desgracia), y que Mary Kelly fue sodo-mizada (esto se lo inventa, y además se ha demostrado que Mary Kelly no era católica, sino Church of England), así que está claro, ¿no lo ven? El asesino de la Kelly tenía que haber sido un terrorista irlandés. Madre mía, cuánta insensatez.

Otros sospechosos:alexander Pedachenko: ¿Recuerdan la historia de McCormick sobre Chapman /Klosowski-Michael Ostrog? ¿Los barbe-ros-rusos-locos-dobles sembrando el te-rror con sus peines y rulos por las peluquerías del East End? Pues hay un apéndice a esa historia que la hace aún más enrevesada e increíble, si pueden

creerlo. William Tufnell LeQueux, un periodista que cubrió los asesinatos de JTR para The Globe en 1888, publicó en

¿Fue Jack El destripador una conjura de los malvados nacionalistas o es más plausible que fuera una águila gigante sedienta de sangre?

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1923 un libro llamado Things I know about kings, celebrities and crooks (gran título) en el que se ofrecía por primera vez una explicación conspirativa a los asesinatos de Whitechapel. Según LeQueux, Alexander Pedachenko era un obstetricista psicópata de Tver (Rusia) que oficiaba también de agente para la Ochrana, o servicio secreto zarista. Fue enviado a Glasgow y luego a Walworth, para acabar recalando en el East End con una misión: asesinar a unas cuantas mujeres para dejar mal a la policía inglesa, que -en opinión de la Ochrana- estaba siendo excesivamente blanda con las inun-daciones de desertores, disidentes de izquierda y anarquistas rusos que se instalaban regularmente en sus ciudades. Peda-chenko fue devuelto a Rusia tras haber cumplido su misión, pero por desgracia ya le había cogido el tranquillo a lo de fi-niquitar señoras y no podía parar. Así que, como era costum-bre en la época, a la Ochrana no le quedó más remedio que meterlo en un... ¡Hospital Psiquiátrico, por supuesto!

Esta historia no sería suficientemente extraña si no fue-se por las fuentes que esgrime LeQueux. Según él, el Affaire Pedachenko se menciona en unos papeles de Grigori Effimo-vich Rasputin (sí, él) que le llegaron de mano de la Duma2 de Alexander Kerensky. En los documentos, escritos en francés, se menciona todo el sórdido asunto con pelos y señales. Des-graciadamente, Rasputin no sabía francés, no se ha podido demostrar que tuviese el menor conocimiento de los tejema-nejes de la Ochrana y, como es bien sabido, era un tipo poco fiable con tendencia a la manipulación y la demonización. O sea, que: tiro al agua.

En todo caso, la historia de LeQueux fue recogida por McCormick en su alucinado y mencionado The identity of Jack The Ripper (1954). En él confiesa que Pedachenko era en realidad un tal Vassily Konovalov, “lunático homicida y travestido ocasional” (Alan Moore dixit) que había sido de-tenido una vez en San Petersburgo vestido de mujer. De ahí a que Konovalov utilizaba el alias de Michael Ostrog (ver la “Macnaghten memoranda”), y a que Ostrog-Klosowski/Chapman eran dobles idénticos. Y, quizás, por qué no, a que estaba en el montículo de hierba cuando dispararon a JFK en Dallas.

Madame Blavatsky: La fundadora de la Teosofía3. Esto sólo es algo que afirmó por pura inquina Alesteir Crowley, otro renombrado majarón, sin aportar la me-nor prueba.

Robert (“Roslyn”) d’Onston stephen-son: Podríamos escribir un libro entero sobre D’Onston. Realmente, algo huele mal en su reino, aunque posiblemen-te no sean los corazones putrefactos de unas cuantas mujeres de mala fama sino algo mucho más inocente. Roslyn era un químico y mago negro -practicante de mesmerismo-, drogadicto y borrachín,

ex-voluntario de la legión extranjera de Garibaldi y ex-fun-cionario de Aduanas, un tipo de estampa altamente sinies-tra (según su ex-amante, la novelista Mabel Collins, “nunca comía”), a quien un ataque de neurastenia le obligó a ser ingresado en el London Hospital de Whitechapel en la misma época de los crímenes. Las andanzas de D’Onston previas a esto son múltiples y peripatéticas, pero parece demostrado que antes de casarse con una tal Anne Deary (desaparecida en 1886) tuvo un tórrido romance con una fulana llama Ada y -quizás- contrajo alguna ETS de ella. Cuando D’Onston se autoingresó en el hospital firmó como “soltero” (un momen-to: ¿Dónde narices estaba su esposa?) y parece demostrado

que se obsesionó con los crímenes, llegando a escribir una célebre carta al Inspector Warren. En la misiva, fechada 16 de octubre de 1888, Roslyn intenta convencer al taruguísimo pies planos que el autor del grafiti “The juwes are the men who won’t be blamed for nothing” era un francés anti-judío, y explica el origen de la incorrección “juwes” como “juives” (“judíos” en francés). Todo se complica si analizamos el he-cho de que todas las T y W de la carta de D’Onston están en mayúscula, un detalle que se repetía en el grafito de Goulston Street. En The mammoth book... se esgrimen varias teorías que explican todo ello: 1) D’Onston era el asesino. 2) No era el asesino, pero escribió el grafiti. 3) Era un bocazas que quería llamar la atención hacia sí mismo pretendiendo ser el asesino 4) No era nada, pero vió en las T y W alguna cabala esotérica que le apeteció repetir por motivos ocultistas.

Esta historia tiene una parte especialmente hilarante, pues D’Onston fue la primera persona que pasó directamente de ripperólogo a sospechoso. Según él mismo, durante su estan-cia en el London Hospital un tal Dr. Davies le escenificó con todo lujo de detalles su teoría sobre la manera en que las prostitutas habían sido degolladas. Fue tan convincente en su mimo que D’Onston salió de allí convencido de que había visto en acción al mismí-simo Jack. Todo esto se vuelve cómico cuando nos enteramos de que al escenificar los gestos del Dr.Davies para la policía, Stephenson fue energéticamente meticu-loso hasta el punto que su colaborador y detec-tive aficionado George Marsh quedó a su vez convencido de que Ste-phenson era JTR. Un lío.

Todo este barrizal mágico nos llega por via de la baronesa Victoria Cremers, amiga “ínti-ma” de Mabel Collins (teosofista y autora de la novela The blossom and the fruit, entre 45 otras)

detalle de From Hell de alan Moore

¿O quizás fue lewis carroll, presunto pedófilo y autor de Alicia en el país de las maravillas?

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y asociada-adoptada temporal de Alesteir Crowley y su mu-jer escarlata de entonces, Leila Waddell. La Cremers confesó años después en sus memorias que se había introducido con un falso pretexto en la habitación de Roslyn (para recuperar unas cartas incriminatorias de Mabel Collins) y había des-cubierto debajo de su cama siete pañuelos de mujer ensan-grentados.

D’Onston, por todo ello (especialmente por lo de sus estancia en el hospital de Whitechapel), no es tan mal sos-pechoso. Si no fuera porque era un redomado mentiroso y automitógrafo (igualito que Crowley), y la Cremers otra co-torra ocultista con alucinaciones espirituales, y porque es bien sabido que cualquier cosa que venga de la boca de satanistas contiene una remarcable parte de falsedad (o visión lisérgica, como quieran). En Casebook, la website más completa de ri-pperología de la web, hay una sección llamada How popular is this subject? (con votos de los navegantes), y Roslyn está en la posición 13 de 22 sospechosos; lo que no está tan mal. Y tanto en el libro de Melvin Harris Jack the Ripper the bloody truth (1987) como en The ripper file (1989) de Ivor Edwards se le señala como principal sospechoso.

Ah, por poco se me olvida: tras perder interés en las artes negras y publicar un libro de conversión al cristianismo lla-mado The patristic gospels en 1904, D’Onston desapareció de la superficie de la tierra, y no se le conoce certificado de defunción alguno. Glups.

lewis carroll: El autor de Alicia en el país de las maravillas tiene el dudoso honor de ser el sospechoso con menos posibi-lidades de ser JTR. Ningún ripperólogo vagamente creible ha tenido las narices de acusarle seriamente, y en la mencionada casebook.org Carroll arrasa como farolillo rojo con 3290 vo-tos (que le situan en el firme número 22 de los 22 sospecho-sos). El único y gallardo defensor de la teoría Carroll es un

terapeuta infantil americano llamado Richard Wallace, y la expuso en su libro Jack the Ripper: “Light-hearted friend” (el origen de su sospecha había sido la investigación que realizó para su libro previo, The agony of Lewis Carroll). Colin Wil-son es tan fan del libro ripperiano de Wallace (“a fascinating piece of work”) que incluso acabó escribiendo el prólogo. Lo que no quiere decir que se la crea; de hecho insiste en que Ha-rrison estableció la que es “(hasta el momento) la teoría más descabelladamente improbable sobre la identidad del Destri-pador”. No hace falta extenderse mucho, pues, en las teorías de Wallace; sólo apuntar que la base de su acusación, la clave de su teorema, es el hecho de que algunas frases de sus libros, si uno reordena las letras, son anagramas para confesiones de Jack. Así, la primera frase de Nursery Alice:

“So she wondered away, through the wood, carrying the ugly little thing with her. And a great job it was to keep hold of it, it wriggled about so. But at last she found out that the pro-per way was to keep tight hold of itself foot and its right ear.”

Se trasforma en manos de Wallace en:“She wriggled about so! But at last Dodgson and Bayne

found a way to keep hold of the fat little whore. I got a tight hold of her and slit her throat, left ear to right. It was tough, wet, disgusting, too. So weary of it, they threw up - jack the Ripper.”

Buenísimo. Pero ahora en serio: como teoría seria, apesta.

James Kelly: Otro mega-loco sifilítico ultra-religioso que había asesinado a su mujer y aparentemente deambulaba por el East End durante los crímenes. El caso se expone con todo lujo de detalles en Was James Kelly Jack The Ripper? de James Tully en The Mammoth book... Contra Kelly pesan una serie de hechos: Era paranoico esquizofrénico; usuario habitual de los prostíbulos de Spitalfields

y Whitechapel; las razones que dió por haber asesinado a su mujer eran que era prostituta (en realidad, era una mujer vir-tuosa y educada puritanamente) y que ella le había infectado; escapó del psiquiátrico de Broadsmoor en enero de 1888; y, finalmente, la policía efectuó un registro en su casa el 10 de noviembre (el día siguiente del asesinato de Mary Kelly). Se conserva una nota en los archivos de la Metropolitan Police en que se sugiere que Kelly podría ser el asesino de Whitecha-pel; la nota está fechada 12 de noviembre de 1888 y firmada con las iniciales C.E.T. La verdad es que la teoría no es tan increible, pero es difíil leer afirmaciones como “Kelly era el único asesino loco de mujeres suelto en el East End durante los crímenes” sin soltar una carcajada. Como ya hemos ido viendo, el cupo de locos asesinos de mujeres en la zona hacia 1888 era altísimo, y seguramente quedaban todos los sába-dos por la tarde en Commercial Street para jugar a fútbol sala (rusos judíos contra irlandeses, quizás). Además, no se puede demostrar que escapara realmente del manicomio (la única prueba es una confesión suya de 1927) y, en cuanto a pareci-do modus operandi, la única víctima que sufrió heridas seme-jantes a las de su desdichada mujer fue Martha Tabram. Que, como saben todos ustedes ahora que les he convertido en ri-pperólogos aficionados, no es víctima canónica.

dr. Thomas neill cream: No aparece en ningún estudio serio, y su nombre sólo se menciona por curiosidad en la mitología ripperana. El doctor abortista Cream era un asesino convicto de mujeres (cuatro, al

christ church, del arquitecto nicholas Hawksmoor, en spitalfields. algunos autores han especulado que Jack el destripador podría

haber usado los edificios de Hawksmoor como parte de una magia ritual, con sus víctimas como sacrificios humanos.

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menos, aunque sólo se le pudo condenar por una) y notorio charlatán que sería ahorcado en 1892. Célebremente, sus úl-timas palabras cuando la portezuela del cadalso se abrió y la soga estrujó su cuello fueron: “I am jackkkkjghg...”. Genial, ¿no creen? Alan Moore le tilda por ello de “irritating bas-tard”, y con razón. Pero Cream, al igual que Klosowski, era un envenenador. Y los crímenes se sucedieron en otro lugar, en una época distinta. ¿Posición en casebook? 17 de 22. Lo cual pone en tela de juicio toda la maldita porra ripperiana. Ah: por si se lo están preguntando en este mismo instante, el ganador de la peculiar apuesta de la website es James May-brick (el del diario, ya recuerdan).

los marineros locos: Carl Feigenbaum y un tal Fogelma, el primero alemán, el se-gundo escandinavo. Así como el caso de éste se basa exclusivamente en el hecho de que en el manicomio de New Jersey donde terminó mascullaba a diario cosas sobre JTR (sin mencionar que no se ha podido probar su existencia), la tesis de Fei-genbaum es más extensa, aunque igual-mente débil. Feigenbaum fue electrocutado en Sing-Sing en 1886, condenado por el

asesinato de una mujer, Juliana Hoffman. El fiscal que lo con-denó sospechaba que era Jack The Ripper, y es posible que el barco alemán en que trabajaba Feigenbaum estuviese atraca-do en las Docklands durante alguno de los asesinatos. Eso es lo máximo que tenemos en su contra, y la investigación de Tervor Marriott en Jack The Ripper; The 21st Century inves-tigation es una chapuza tan increible como tediosa.

copycat murders: La teoría que Peter Turnbull lanzó al mundo en su The killer who never was (ergo, que los asesinatos no estaban conectados, y eran más bien una serie de crímenes copycat realizados por sujetos distintos, con motivos parti-culares a cada uno de ellos) es la jorobadora del mito por excelencia. Peor aún que la de Joseph Barrett, pues en el caso del novio de Mary Kelly por lo menos aún se trata de un asesino en série, con la anormalidad y excepcionalidad que esto implica. Turnbull, sólo en su miserable guerra aguafies-tas, está convencido que la única manera de establecer co-nexiones entre los asesinatos es buscándolas con gran fervor y deseo. Y que hay que ignorar por igual declaraciones de periódicos, testigos y responsables del caso (salta a la vista que eran todos extremadamente incompetentes), y poner en marcha nuestro sentido común. Realmente, visto así, ejem-plos como los detalles de la muerte de Long Liz cobran una nueva relevancia y significado. Quizás no hubo doble ase-sinato, ni JTR tuvo que huir del lugar de los hechos a toda prisa dejando la faena sin acabar; quizás lo único que sucedió es que a Liz Stride la mató otro tipo. Y que las otras tenían el cuello degollao porque había salido en todos los periódicos (ya se sabe lo rápido que se contagian de los métodos ajenos los asesinos). Cosa que aclararía a su vez las circunstancias particularmente repugnantes del tema Mary Kelly. Piensen en ello, no es tan disparatado como parece a primera vista. Pero, eso sí, que pedazo de chasco.

El águila gigante: Ave de presa del orden de las Accipitiformes o Falconiformes, que bajó de las montañas para alimentarse de las entrañas de prostitutas en avanzado estado de putre-facción interior en el East End. Esta teoría sólo puede encon-trarse en una mención en The mammoth book… a las cartas lunáticas recibidas por Scotland Yard en la época de los crí-menes. En los lugares de los hechos no se encontraron plumas ni defecaciones de pájaro. Ornitólogos no fueron consultados

por Scotland Yard, lo que nos lleva a deducir que esta teoría no fue tomada en serio por las autoridades. Una pena, por-que en cuanto a conspiranoia alimentada por los alcaloides victorianos y los delirios sifilíticos no tiene par.

la teoría de la Escuela Moderna: No tenemos una, si quieren que les seamos sinceros, aunque sí -tras haberles enumerado todos los pasados sospechosos- un jaquecazo de proporcio-nes titánicas. Nos encantaría tirarnos el espléndido moco de conocer quién era realmente Jack The Ripper, pero -a pesar de nuestra mencionada inclinación estético-narrativa hacia la Conspiración Real- va a ser que no, qué quieren que les digamos. Para paliar esta decepción, sólo puedo ofrecerles en cuanto a desagravio la promesa de un futuro artículo sobre otra teoría conspirativa que sí tenga culpables claros (aunque no condenados). Como JFK, por ejemplo. De este modo uste-des se instruirán y yo podré dejar de berreárselo en bodegas a completos desconocidos. Prometido, pues. H

Fin

BiBliograFía y otras Fuentes consultadas:The Mammoth book of Jack The Ripper — , edición a cargo de Maxim Jakubowski y Nathan Braund (Robinson, 1999)JTR: The final solution — , Stephen Knight (Harper Collins, 1976)Casebook: Jack The Ripper — , www.casebook.orgFrom Hell — , Alan Moore y Eddie Campbell (Knockabout, 1999)The Jack The Ripper A-Z — , Paul Begg, Martin Fido y Keith Skinner (Trafalgar Square, 1994)

1 Momentos de humor: Si quieren troncharse de lo lindo, no dejen de ver el telefilme Murder by decree (Bob Clark, 1979). La película (pese a seguir la línea de la cons-piración real del polémico documental de 1973 Jack the Ripper) es infame, se lo garantizo. Pero vale la pena echarle un vistazo aunque sea sólo para ver a Donald Sutherland haciendo de Lees, luciendo un extravagente jewfro muy poco victoria-no, con los ojos pintados y comportándose como una solterona piripi. Sutherland sólo conseguiría proporcionarnos una imagen fílmica aún más desagradable cuando mostró nonchalantemente sus nalgas (que amanecieron como un doble sol bajo un inmenso jersey trenzado) en una escalofriante imagen de Animal house que algunos no hemos podido olvidar jamás.

2 Asamblea representativa rusa3 Doctrina esotérica de raigambre semi-cristiana. La Sociedad Teosófica fue fundada

en 1875.

colin Wilson, de angry young man a ripperologo de pro

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per Ramon Mas

ciència ficció i destrucció massiva

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S egons la historia oficial de la ciència ficció, John W. Cam-pbell Jr., editor de la revista Astounding Science-fiction (entre d’altres), a mitjans dels anys trenta va revolucionar el gènere exigint als seus escriptors que fessin equilibris-

mes sobre la línia que separa el rigor de la imaginació. Era el primer cop en la historia del pulp que es donava la mateixa im-portància a l’especulació científica que a l’entreteniment, origi-nant una nova literatura que esdevindria erudita sense deixar de ser popular. D’entre aquella legió d’escriptors a sou només uns quants van aconseguir crear quelcom perdurable; la gran majo-ria van desaparèixer juntament amb les revistes on publicaven. Alguns dels noms més emblemàtics que encara avui s’associen a l’era Campbell, són els de Theodore Sturgeon, Clifford D. Si-mak, Isaac Asimov, A. E. Van Vogt, o el del políticament dubtós Robert Heinlein.

En qualsevol cas, quan Campbell assentà les bases de la seva revolució, feia més d’una dècada que algunes de les plomes més roents, esbojarrades i brillants de l’Europa de l’est, empraven la ciència ficció com a mitjà per criticar i ridicu-litzar la societat. Llibres com Cor de gos de Bulgakov, Nosotros de Zamia-tin o La guerra de las salamandras de Karel Capek, són la prova de que als països eslaus la literatura fantàstica tenia una força irreverent a anys llum del que es feia als estats units. Al vell continent, aprofitant la destrucció dels cànons duta a terme per algunes avantguardes, els autors combinaven l’especulació entorn del progrés, les aventures de tota la vida i una bona dosi de deliri. Amb tot, el gruix de crítics esquenadrets, no podent negar la vàlua d’aquestes obres, encara avui opten per ometre que es tracta de lite-ratura de ciència ficció.

Seria injust no mencionar que, després de la bomba atòmica, la cièn-cia ficció ianqui va patir una evolució fascinant. Tot i així no malgastaré més temps en la comparació entre CF europea i americana, co-nec maneres inconfessablement més plaents de perdre el temps. A més, tan si omplien l’artilleria amb metralla com si ho feien amb cartutxos de sal, les armes d’uns i altres van ser forjades pel mateix home: un tal H.G.Wells.

***

Capek no era un escriptor de ciència ficció. Entre les seves obres hi trobem des d’articles periodístics a contes infantils, as-saigs filosòfics, llibres de viatges o un manual de jardineria. A més, si calgués assenyalar un segell, una marca de la casa que aparegués en totes les seves obres, sens dubte seria la ironia. Un humor fi, elegant i barroer a parts iguals, que deixa un regust agredolç. I és que, tal com passa amb el seu deixeble Kurt Von-negut, el sentit de l’humor de Capek és una capa de vernís que fa relluir l’estupidesa humana.

De totes maneres, sempre que Capek va voler explicar una gran història, una que impliqués el destí de la humanitat, i, per tant, un cataclisme, va fer servir la ciència ficció. En aquest sen-tit, la influència de H.G. Wells es fa evident. No només en els temes i plantejaments del gènere, sinó en la funció política que ambdós li donaven. Però, a diferència de Wells, Capek en va tenir prou amb una guerra mundial per adonar-se que el progrés tècnic no ens guiaria cap al món ideal que desitjava, sinó cap a un procés de deshumanització i destrucció imparable. Capek va ser prou llest per baixar del burro a temps, i, enlloc d’acabar escrivint soporífers tractats destinats a l’elit intel·lectual –com és el cas de Wells,- va intentar fer arribar les seves idees al màxim de gent possible a través d’unes sàtires delicioses, i, val a dir-ho, força èpiques.

La veritat és que en això de la sàtira els txecs hi tenen una bona tradició; dignament representada per llibres com Cuentos de Mala Strana de Jan Neruda o Les aventures del bon soldat

Svejk de Jaroslav Hasek. Tot i així, en el cas de Capek, la sàtira pren un caire alhora fantàstic i filosòfic, que remet directament a alguns dels grans mes-tres universals com Jonathan Swift, Voltaire o Cyrano de Bergerac. Ca-pek sabia perfectament que si vols fer reflexionar la gent sobre temes espinosos, el millor és arrencar-los un somriure. Ell mateix afirmava que la societat necessitava “una fantasia excepcional, en una paraula: un en-canteri d’una poètica immensa capaç d’encendre la captivant espurna d’allò inesperat en la vida quotidiana”. Sona situacionista? Doncs no ho és.

Després de la primera guerra mundial les utopies científiques van anar caient pel seu propi pes. Els projectes socialistes s’havien con-vertit en estats totalitaris, i el desen-gany s’estenia fent brotar les primeres distopies: novel·les on el somni d’una societat ideal havia esdevingut un

malson. Llibres com Nosotros de Zamiatin o Un món feliç de Huxley en són exemples indispensables. Capek, en certa manera, va voler jugar al mateix joc, però ho va fer amb les seves pròpies regles. Ell no es va dedicar a descriure aquestes societats i els seus sistemes de control, sinó que va mostrar el curt trajecte que separa el nostre món d’una distopia; conreant un subgènere que en algun lloc han anomenat pre-distopia.

Les seves obres de ciència ficció es situen en un present convuls que ben bé podria tractar-se de l’Europa d’entreguerres. Tan a La Krakatita, com a La guerra de les salamandres o a La fábrica del absoluto, la història arrenca amb el germen del canvi: un petit descobriment que ho capgirarà tot a escala mundial. A partir d’aquest detonant els seus llibres esdevenen recorreguts trepidants, metamorfosis graduals on el lector té la seguretat de que, quan arribi al final, tot serà completament diferent.

El món avança –això és innegable- encara que sigui cap a la destrucció. El que no es mou ni un micró és l’ànima dels ho-

diu la llegenda que els dos editors de la revista dedicada a la literatura fantàstica les Males Herbes (Ramon Mas i Pere Grament) es van coneixer en una de les desmadrades festes organitzades per La EscuELa ModErna a l’Espai Jove de l’Eixample, on, entre cervesa i cervesa, es van adonar que l’amor i l’obssessió que compartien cap aquest génere literari s’havia de materialitzar per alguna banda. als editors de La EscuELa ModErna també ens agrada la ciencia-ficció. Tant ens fa que, com deia en Kurt Vonnegut, sigui un génere literari que “alguns crítics confonen amb una latrina” i ens sembla que darrera de molts d’aquests llibres “fantàstics” d’Orwell, de Zamyatin, de Bradbury, de Vonnegut… s’hi amaguen més veritats que en molts dels llibres que documenten la història oficial. dit això, ens sembla just i quasi poètic tenir com a articulista convidat en l’últim número de la Escuela Moderna a l’editor d’una publicació que hem contribuït a crear (encara que només sigui per have’ls-hi posat a l’abast un lloc on anar a emborratxar-se plegats) i més escribint sobre un autor tan especial com en Karel capek.

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mes, la seva moral, incapaç d’estar a l’altura dels avenços tècnics i científics.

Però els científics de Capek no estan bojos, ni tan sols tenen mala fe, són simples descobridors; homes neutres, erudits boni-facis o excèntrics inofensius. De fet, si les seves descobertes van més enllà del laboratori, és sempre per l’obstinació d’empresaris avariciosos i polítics dèspotes. A la majoria de llibres de Capek, els personatges són simples passavolants, peces intercanviables al servei d’una història que no és la d’unes persones concretes, sinó la de la humanitat.

El txec dibuixa com ningú la turbulenta història d’amor/odi que la humanitat ha tingut amb la tècnica al llarg el segle XX. Per una banda el terror que inspiren unes cotes de destruc-ció mai vistes; per l’altra una mena de fervor religiós cap a totes les comoditats que aquella màgia inexplicable pot proporcionar-nos. Per això els científics de Capek encara eren uns exploradors, uns descobridors que es movien en zones incertes, i que, com tot descobridor, tan podien tornar a casa amb un bagul ple d’or com amb una tribu de caníbals al rebost. Avui en dia, en canvi, com ja anticipava el mateix Capek, els avenços tècnics i cientí-fics estan determinats pel mercat, i els investigadors són simples treballadors a sou amb una meta imposada per la multinacional de torn.

Llavors rellegeixo R.U.R. (Robots Universals Rossum), gai-rebé cent anys després d’haver estat escrita, i no puc evitar sentir un calfred. I si és veritat que finalment van vèncer les màquines? Es fa difícil saber qui treballa per qui...

*** Karel Capek, amb tota la seva lucidesa visionària, mai no

va ser un maleït, ni un bevedor, ni tan sols un autor incomprès. Al contrari, era l’intel·lectual més respectat en el món cultural Txec dels anys vint i trenta; tant que fins i tot hi havia segells amb la seva cara estampada. Filòsof de formació i dramaturg per con-vicció, les dimensions històriques de la seva obra són colossals, sobretot si tenim en compte la influència política que tenia en el seu país.Tot i això, una part important d’aquesta resta inèdita al nostre país. Recentment l’editorial El Olivo Azul s’ha atrevit a publicar per primer cop la trilogía Noètica, formada per les novel·les Hordubal, El Meteorito i Una vida ordinaria, i conside-rada per molts la seva obra cabdal; però llibres memorables com Painful Tales, Wayside Crosses o les converses amb el filòsof i polític T.G. Masaryk –l’home que va arrencar txecoslovàquia de l’imperi austrohúngar- segueixen sense traducció.

El reconeixement internacional li va arribar a través del teatre, quan, amb només trenta anys, va escriure i estrenar RUR (probablement la primera obra dramàtica de ciència ficció). RUR descrivia la revolta d’uns treballadors mecànics que decidien prendre la fàbrica on havien estat creats, i exigir la submissió dels seus creadors, a qui consideraven inferiors. A més, l’obra feia servir per primera vegada la paraula “robot”, un terme que pro-venia del txec robota (treball). RUR es va estrenar a tot el món amb un èxit devastador. A partir d’aquest moment Capek es va prendre l’ofici de dramaturg com una mena d’activisme polític, i, a través d’obres com El cas Makropoulos o La Mare, combinava reflexions entorn de la condició humana amb advertències sobre el nazisme, el progrés i l’imminent segona guerra mundial.

Podríem dir que l’absurditat de la guerra és l’advertència central que s’amaga darrera de tots els llibres de Capek. Un bon exemple el tenim a la seva obra mestra secreta La peste Blanca, una peça teatral on posa a polítics i militars contra les cordes, fent-los triar entre morir de pesta o evitar la guerra: evidentment tots prefereixen morir de pesta. El mateix Capek en va regalar els drets d’edició al bàndol republicà, que la va publicar en plena guerra civil. Com a dada significativa, afegir que l’octubre de

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l’any 1937 aquesta obra va rebre el Premio Nacional de las Le-tras, fet completament desconegut, ja que els que li van atorgar aquest honor van perdre la guerra.

D’entre tot el material de Capek que podem trobar a les nostres llibreries –ja sigui de primera o segona mà- hi ha tres novel·les que mereixen una atenció especial, i que formen una mena de trilogia. Són les pre-distopies La guerra de les salaman-dres, La Krakatita i La fábrica del Absoluto. A jutjar per la si-nopsi de la contraportada alguns d’aquests llibres poden semblar el mateix, però en realitat es complementen a la perfecció.

La Guerra de les salamandres és, de tros, la seva novel·la més coneguda. El llibre comença com una narració d’aventures, en la qual un capità descobreix una nova raça de salamandres als mars del sud. Les bestioles en qüestió tenen una habilitat es-pecial per fer tota mena de feines aquàtiques. A poc a poc Ca-pek va obrint l’objectiu per explicar-nos com aquest fet marcarà l’evolució de la indústria, de la societat, i finalment, el destí de la humanitat. Es tracta d’una sàtira brutal en la que Capek no s’oblida de cap de les seves habituals dianes: parodia el capitalis-me, el comunisme, el nazisme, l’ambició humana, el progrés, el periodisme i fins i tot Hollywood. També és l’obra on la veu de l’autor es fa més present, intervenint i opinant sobre els fets que narra i la inevitabilitat d’aquests, i formant part activa d’un dels finals de llibre més extraordinaris que he llegit mai.

La Krakatita, editada recentment en castellà, n’és la novel·la més esbojarrada, i també la més visionària –científicament par-lant. En aquest cas el protagonista absolut és el científic Prokop, descobridor d’una substància explosiva capaç d’alliberar l’energia dels àtoms i treure’n una potència destructiva incomparable. Aquest Prokop, però, és un desequilibrat, excèntric i enamora-dís, que corre pel món entre deliris, i que practica la química amb la passió d’un poeta. Quan les grans potències s’assabenten del seu descobriment fan tot el possible per comprar-li el secret, però ell s’hi nega. Llavors, governs i corporacions, obsessionats per guanyar una guerra imminent, fan mans i mànigues per robar-li el secret. Es tracta d’una faula humanista amb un argument recargolat i trepidant, que s’acaba convertint en el més simbòlic i surreal dels seus llibres.

El cas de La fábrica del absoluto és un xic diferent. La va començar a publicar com a novel·la folletinesca en un diari, però per motius desconeguts la va deixar a mitges. Uns anys després, davant la insistència dels lectors, va decidir escriure’n l’altra mei-tat i publicar-ho tot junt en un volum. Així doncs, és força nor-mal que entre la sublim primera part i el fluix desenllaç hi hagi un abisme. En aquesta ocasió el llibre comença amb el descobriment d’un nou tipus de motor, capaç de consumir la matèria absolu-tament –sense deixar cap residu: ni fum ni cendra- i de produir molta més energia. Però aquest motor té un efecte secundari, i és que al consumir absolutament la matèria n’allibera l’essència, allò absolut que està en totes les coses i que els entesos anomena-rien déu. El resultat és que quan la gent s’acosta a aquesta nova

classe de motors entren en èxtasi religiós, i poden arribar, fins i tot, a fer miracles. Obviant això, un empresari cobdiciós distri-bueix aquest nou motor a tot el món. Ja us podeu imaginar la mena de despropòsits que això desencadenarà i com, una vegada més, la societat que coneixem canviarà de dalt a baix.

Amb un esperit crític tan ben fonamentat, i amb l’alerta d’un perill imminent impregnant tots els seus llibres, no és d’estranyar que la Gestapo el tatxés de perillós. De fet, si no hagués mort el dia de nadal de l’any 1938, segurament hauria estat executat pels nazis com bona part dels intel·lectuals Txecs de l’època. I encara que morís jove –tenia 47 anys,- va ser una sort que no hagués de veure com l’any després de la seva mort, tots els perills que ell havia pressentit esdevenien reals. H

Altres llibres recomAnAbles del mestre cApek:ApócrifosEn la tradició de les Vidas Imaginarias de Marcel Schwob, Capek va escriure una sèrie de relats costumistes protago-nitzats per grans personatges de la història i la literatura. Des de Napoleó en un monòleg post-coital a Don Juan confes-sant la seva virginitat. Enginy erudit.

Nueve cuentos y uno de propina de Josef CapekFàbules infantils, imaginatives i tendres, sobre oficis i ani-mals. La innocència dels relats és només una aparença. Els animals no han semblat mai tan absurds com quan tenen comportaments humans. Deliciós. Derrumbre en la minaNovel·lot a la russa, realista i psicològic. Un estudiant arruï-nat no té més remei que entrar a treballar en una mina. Allà, en una situació extrema, haurà de conviure amb rudes i her-mètics miners que tenen les emocions tan endurides com els cossos. Brutalitat minimalista.

Viaje a españaDivertides postals sobre temes tan interessants com els ulls de les andaluses o la pinta dels guàrdia civils. Com observar el comportament humà des dels ulls d’un humorista extrate-rrestre.

El año del jardineroLa botànica com a devoció. Anècdotes, reflexions i consells sobre agricultura urbanita. Està tan ben escrit que fa venir ganes de posar-se un parterre al balcó, i els dibuixos del mateix Capek tenen un aire que recorda al TBO.

Contes d’una butxacaEn aparença es tracta de breus relats de temàtica policíaca, més absurds que intrigants. Tot i així, les reflexions sobre els mecanismes de la curiositat i la necessitat de donar explica-ció als misteris més insignificants, omple de màgia la vida quotidiana.

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Un monólogo pastoril en torno al trágico pasado laboral de KiKo AmAT (escrito por él mismo)

dE mi

ElpEor

cUrro

vidA

A lgunos de ustedes quizás responderán, indignados, a la vez que dejan caer el pesado azadón y se secan el sudor de su frente con el antebrazo: ¡Pero eso no es trabajar! Y

tendrán parte de razón; porque, en verdad os digo, este mi traba-jo actual no se parece en nada a los que tuve antes, de más joven. De hecho, se parecen tan poco que un extraterrestre jamás los relacionaría con el mismo verbo. Vistos desde fuera parecen ac-ciones distintas, es cierto. Lo que no implica que éste, mi empleo actual (el arañado glutear con ocasional mecanografiado que de-nominamos “escribir”) carezca de desventajas. Luego veremos algunas; porque haberlas, haylas.

Sin embargo, no teman: nada más lejos de mi intención que insultar su inteligencia poniendo mi presente ocupación a la al-tura de los Peores Curros de la Historia. Hacer tal cosa sería una obscenidad, porque lo cierto es que (sinceramente) lo de escribir en gayumbos no está pero que nada mal. De hecho, es la bom-ba. Nunca lo había pasado mejor, coño. Es tal la euforia que me inunda en estos momentos -al recordar que esto es lo que realmente hago para comer- que estoy literalmente ondeando los calzoncillos por encima de mi cabeza mientras prorrumpo en go-zosos ¡OEEE, OE-OE-OEE! Y no es que se lo quiera restregar por la cara, querido lector, pero es que alegrarme en público de mi fortuna me cuesta bien poco. Porque me lo merezco, franca-mente. Si no por mis méritos estrictamente literarios -que uste-des son libres de poner en duda, so cenizos- al menos sí por la sucesión interminable de curros espantosos y degradantes que he tenido que sufrir para poder llegar aquí, al feliz estadio de ondea-dor gayumbil doméstico con Licencia para Escribir.

Y ahora sí voy a presentarles sin más dilación a los peores curros de mi vida (un espléndido Top 5, que luego pondré en orden de Más a Menos Espantoso), aliñados con 2 extras que tenían todo el potencial para serlo, pero que por razones X o Z terminaron no siéndolo, y como colofón les obsequiaré con Mi Top 3 de Mejores Curros de Mi Vida, para que no crean que todo fue sudor, sufrimiento y hepatitis.

Un Top 5 dE los pEorEs cUrros dE mi vidA

1) ExpAfrUiT: Imaginen sufrir la peor resaca de su existencia sumergidos dentro de un frasco de mermelada de frambue-sa; el asco y náusea constante que debe provocar todo ese omnipresente aroma dulzón cuando uno tiene el estómago removío. Expafruit era una fábrica de concentrado de fruta para conservas y yogures, situada en las afueras de mi pueblo natal, en Sant Boi, y en la que trabajé un verano, a mis 19 años. Un verano, encima, en el que mis padres estaban au-sentes. La metodología estival orbitaba entorno a coger por la noche las más exultantes trufas, dormirlas de la forma más breve posible y luego encaminar aquella frágil puberprobeta de alcohol, legañas y pedos a la fábrica de estrujado de cítri-cos más cercana, a ver qué pasaba. Lo que acostumbraba a pasar era carne de tragicomedia: un tío narigudo con delan-tal, botas de agua y gorrito de rejilla durmiéndose de pie en una de las múltiples cadenas de deshuesado de manzana o melocotón. En otras ocasiones había que descargar camio-nes, convenientemente reescalfados bajo el sol de agosto, en

lo que posiblemente haya sido el único momento Uvas de la Ira/Great Depression de mi vida: descamisado, con guantes, y bajando cajas de peras a lo largo de ocho interminables horas. Y en otras había que poner en palés latas recién eti-quetadas y ardiendo (en agosto, ¿recuerdan?) y plastificarlas cuando aún estaban llameantes. O sea: El Curro de Mierda por definición; 7 de 10 de mierdez, digamos. Sólo lo atenuan la edad (a los 19 años te da igual todo y todo lo aguantas; eres como el caballo simplón de Rebelión en la granja) y la historia: verano de 1992, todos mis amigos esperando a la puerta de la fábrica con nuevos y perjudiciales planes para la noche venidera; sin padres, y con la novia de vacaciones en un país vecino. Factores externos, sin duda, pero aún así importantes a la hora de situar Expafruit en contexto.

2) cArTEro: Y ustedes me dirán: ¿Cartero, chungo? ¿Sin duda recordando a aquel señor amable con gorrita simpática que les hacía firmar a todos ustedes los paquetitos con fanzines cuando eran jóvenes? ¿Aquel amable funcionario que se le-vantaba a horas decentes y ordenaba a lo Zen la correspon-dencia del día para luego ir a pasear bajo el fresco sol de mayo y entregar en mano todas las cartas pertenecientes a una area física mesurada? ¿No sería ese uno de los mejores empleos soñados por un hombre? ¿No es esa, sin ir más le-jos, la cobejable ocupación de Vic Godard (de Subway Sect) y Miguel Lozano (un colega mío)? Bueno, sin duda ser cartero es eso; menos plausible es que se pueda llamar así a lo que yo hice.

En mi empresa, de cuyo nombre no puedo acordarme, y a la que llamaremos MierdiPost, la jornada laboral comenzaba a las 6 de la mañana, en Hospitalet: eso quiere decir que, viviendo en Barcelona, tenía que ponerme en pie a las 5:00 am, una hora nada cristiana. E ir en moto, sufriendo una in-clemente rasca filo-polar que agrietaba mis escuterizadas bo-las. Al llegar a MierdiPost me entregaban los seis millones de cajas llenas de correspondencia para mi area, que abarcaba el equivalente del perímetro de los dos territorios lingüísticos canadienses (contando British Columbia). No, en serio: un día cayó en nuestras indignadas manos la zona que cubría un cartero de Correos, y a un MierdiPoster se le asignaba

Hubo una época en que yo no era quien soy. En aquel tiempo era otro, y tenía un empleo. O quizás no es que fuese otro, sino simplemente que tenía un empleo, y eso me hacía en extremo distinto del tío que soy hoy: el notas en pijama que mira embobado una esquina del techo, escuchando el Music for Zen meditation mientras piensa en frases, frasecitas y citas que incrustar en artículos, novelas y memorias. Ese individuo embobado que parece que no trabaja, pero sí está trabajando, porque su empleo es precisamente ese: estar rastrillándose las nalgas mientras imagina cosas, y luego poner esas cosas en orden y de forma divertida en una pantalla de ordenador, para luego entregárselas a algún interesado con la intención de que -tras una breve transacción comercial- se publiquen en medios de comunicación masivos.

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el volumen sumado de 4 carteros corrientes. Con los que te cruzabas cual penitente cuatro veces, claro, a lo largo de tu jornada laboral: tú arrastrando aquel pesado carro de ver-güenza, como un esclavo egipcio a las órdenes de un faraón chiflado, ellos danzando en tutú con seis certificaditos en la bolsita de fantasía. La empatía no manaba de mis poros, pue-do asegurárselo.

Para consolarse uno de este triste hecho, encima, no exis-tía ni el paupérrimo autoconvencimiento de estar haciendo El Bien, como un superhéroe con dudas existenciales: lo que a duras penas arrastrábamos en aquel carromato ignominioso era correspondencia de la no-útil, y generalmente irritante, no-pedida, y en algún caso directamente insultante (multas; catálogos de Caprabo). Este hecho, asqueroso sin duda, tra-jo consigo lo que podemos bautizar como Único Atenuante de Mierdez de aquel empleo: lo Oh-tan-fácil de las opciones de escaqueo vil. Sí, mi querida jefa de MierdiPost: aquel pa-quebote de catálogos del Caprabo terminó en el container demasiadas veces para contarlas aquí. Sí, mi jornada terminó siempre una hora antes de lo estipulado, que empleé para beber quintos, comer pipas y leer libros gordotes en una bo-dega del centro. Yo le grito en la cara a usted, mi ex-jefa: ¡JA, JA, JA! (victoria más pírrica, imposible). El otro posible ate-nuante es el Factor Aire Libre, que siempre le provoca a uno menos ganas de saltarse la tapa de los sesos que el interior de un complejo industrial. Así que le colocaremos un 8.5 de Factor Mierdez, y acabáramos.

3) s.E.A.T.: Cadena de montaje, por supuesto. Búsquenme, si se atreven, algo más Radical Working Class y más espantosa-mente deshumanizante que un empleo en cadena de montaje. Es, de veras, lo peor. Y por ello precisamente les sorprenderá el bajísimo Factor de Mierdez que voy a endiñarle: un mi-sérrimo 6.5, amigos. Si se acercan, les desvelo el misterio: SEAT, cadena de montaje del Ibiza (sector asientos, por si quieren que les indique exactamente qué aparato va a hacer-les temer eternamente por sus vidas en la carretera), era El. Coño. De. La. Bernarda. De acuerdo, teníamos que estar 8 eternas horas en una fábrica de Martorell tan penurienta y triste que ni Masereel le hubiese hecho justicia con un gra-bado. De acuerdo, teníamos que levantarnos cada mañana a las 4:45 am. y subir a un autobús (mil imágenes Despedida Hacia Treblinka se sucedían en mi mente). De acuerdo, la mayoría de empleados mayores de 50 se había establecido en un permanente estupor de resignación bovina que iba a arrancarme de cuajo toda fantasía comunista por el resto de mi vida. De acuerdo, los turnos rotaban mensualmente (por tanto, se hacía un mes de vampírica jornada nocturna). De acuerdo... Era horrible, no lo niego. Lo que sucedía era que en SEAT cada día era como una mini-fiesta y todo el mundo iba borracho. Se lo repito: borracho. Ebrio. Mamado como una mona. El alcohol estaba prohibido en teoría dentro del recinto, pero llegan a prohibirlo de facto y hay un motín; y digo esto completamente en serio. A aquellos vejetes ove-junos con vértebras pinzadas y agujetas perpetuas que casi habían perdido la facultad de la expresión oral no les que-daba más que El Alpiste, y el management lo sabía. El mam era intocable, beibi. SEAT era como un abrevadero ilegal de la época de la prohibición: en todas las taquillas había una botella de Magno logísticamente emplazada. Todos los cafés estaban duchados con Soberano. Nadie jamás desayunó con agua, pues las neveras de personal estaban a petar de litro-nas. Y cada viernes noche de turno nocturno, los más ague-rridos jóvenes (algunos de ellos padres de familia) añadían éxtasis y speed al peligroso cóctel laboral. Sí, lector: drogas. Drogas fluyendo libremente por las arterias de los operarios de volantes del Ibiza, por si quieren otro detalle estremece-dor. Sólo eso, aquel despiporre constante, ya haría descender tres puntos el Indicador de Mierdez; pero es que, además, mis compañeros eran buena gente. Lamento no haberme des-pedido mejor de ellos el día que emprendí mi “huida” de la factoría (de acuerdo: me despidieron).

Y una cosa más: aunque podría parecer que este tipo de empleo imposibilita el imaginar que estás haciendo cualquier otra cosa (como dicen en All about Eve1) lo cierto es que aquel tipo de empleo te dejaba un montón de tiempos muer-tos. Algunos los emplearon para deslizar estupefacientes cue-llo abajo, yo leí mucho y soñé cantidad en las posibilidades infinitas que paradójicamente ofrecía el futuro (y, vale, tam-bién me uní a deslizar un montón de estupefacientes cuello abajo, leches). En todo caso, no fue nada horrible, y eso que estuve allí año y medio. Para que vean lo que hace el contex-to: sus amigos más cercanos pueden marcar la frontera entre vida o muerte, mismamente.

4) fonc: O el polar opuesto del ejemplo anterior. FONC, ese zugullo francés de venta al por mayor de cachivaches de ocio (le he cambiado el nombre por razones legales), es un lugar que muchos de ustedes (especialmente los jovenzuelos más atolondrados) puntuarían favorablemente como Empleo Psé. Es un shit job, sin duda, pero los jefes son cool, suena “músi-ca joven”, y puedes llevar chapitas imbéciles en esas odiosas chaquetillas corporativas verde-gualda, y a veces entra alguna celebrity y los compañeros son guachis y topis y patupis (me

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se postran ante mi y me traen mirra, anchoas y farlopa). Se lo digo pero ya: El Choriceo. Dios, cómo robé, y espero sin-ceramente que algún día lean esto mis ex-jefes. ¿Cada vez que me metieron el broncazo por estar ahí, escondido entre estantes y rehuyendo el contacto público y sacándome buri-llas, recuerdan cada ocasión en que me di la vuelta y no les arreé un merecido high kick de Ta Kwon Do en el esternum, perros empresariales? Era porque, como Michael Corleone, me la estaba guardando para devolvérsela de una forma más productiva. Era como en Yo, Claudio: Yo, haciéndome el zo-quete para luego llamar a mis secuaces y que vaciaran la sec-ción Indie. No es broma, y tomo un día real al azar: un jefe de cuyo nombre no puedo acordarme vino a amonestarme

he quedado desfasado en la jerga joven de hoy, así que esto es lo que imagino se dicen los unos a los otros en L’Ovella ne-gra mientras ingieren chupimetros). La verdad auténtica, que ahorita voy a desmenuzar para sus papadas, es que FONC cuenta con el management más cruel, arribista, maleducado e idiota con el que me he topado nunca; que la música apesta en un 95% de las ocasiones, y cuando no lo hace te rompe el corazón escucharla en aquel contexto infernal; que, sí, pue-des llevar chapitas, pero sólo las aprobadas previamente por tu manager (Hello Kitty sí, Colguemos a Todos los Perros Capitalistas Gabachos no); que la única celebrity que vi fue a Isabel Coixet (esto sí es una decepción), tan ocupada en si alguien la reconocía que de poco se despeña en las escaleras mecánicas; que los compañeros de trabajo eran la peor cua-drilla pro-corporación de ratas babosas y cursis que he visto a lo largo y ancho de mi currículo, y además tontos del bote y lameculos y estudiantes.

Por si esto fuese poco, además estaba El Estigma: no es lo mismo haber publicado una novela en Anagrama y luego toparte con algún conocido mientras tú reparas el tendido telefónico en una pared o emerges apestando de una alcanta-rilla (hay una cierta dignidad de clase implícita en esto) que, de nuevo, publicar en la editorial más importante de España y que luego la gente te vea así: con aquel chalequillo, y siendo El Gilipollas Más Viejo de La Plantilla. Uno casi podía ver el bocadillo de pensamiento que emergía de las cocorotas de los amigotes: “Esto sí es caer bajo”. Y, para colmo, todo el día entraban escritores (en su habitual variante 0% punk-roc-ker), a mirar cómo estaban colocados sus malditos libracos o a comprarse caca allí. Era una tortura, se lo juro.

Así, FONC, la gran mierda pura de FONC, ese lugar asqueroso lleno de jefes malnacidos, va a recibir ante todos ustedes un 9.5 de Factor Mierdez. ¿Y a qué se debe ese risible 0.5 de Atenuante que misteriosamente nos colocas aquí, Oh Luz de nuestros Destinos? (me preguntarán ustedes mientras

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estar en McDonald’s o Alcatraz. Era Londres, yo llevaba más de veinte años sobre la tierra y esa noche tocaban Thee Hea-dcoats en el St.John’s Tavern, ¿entienden lo que quiero decir? Por tanto, su 10 sobre 10 de Curromierda y Factor Mierdez se precipita como un fardo por el Mierdómetro hasta atas-carse en un chocante 7 de 10. Por Londres, por la edad, y porque tres mañanas a la semana estaba encargado del de-livery: es decir, en la calle. O en la planta baja, enguantado y engorrado dentro del congelador. Pero en todo caso sin el sombrerete con visera y sin estar detrás del mostrador, con lo que aumentaban las posibilidades de imaginar que estabas en el Yukon, o dándole al martillo en una chain gang negra de 1890, en el Oeste americano.

Entiendan que no trato de minimizar la curromierdez de McDonald’s; mi hermano tuvo el infortunio de trabajar en uno (en Barcelona) y duró tres días. Es, sin duda, el Stalin de los Trabajos Horribles. Sólo lo más bajo intelectualmente del púber sin recursos ni posibilidades acepta emplearse allí, y con razón. Pero estando en la Mejor Ciudad del Universo, cuando fluye aún sangre fresca por el proceloso caudal de esa aorta... McDonald’s era un Mal Menor, con franqueza. Y una cosa más: McDonald’s podría ser el único empleo del mundo donde el management de base (de tienda) está exactamente tan humillado como el último peón; por consiguiente, no hay management abusivo (o yo no lo vi jamás, en un año entero allí). Lo que refuerza la posibilidad socialista original de que, en la mierda, todos somos iguales y se saca lo mejor de cada uno: cortesía, empatía, esfuerzo común y odio al ricachón. No es que me lo crea del todo, pero aquel McDonald’s pare-cía probarlo.

El Top 5 de Peor Curro de Mi Vida, por todo lo visto, sería el siguiente:

1. fonc (9’5/10)2. miErdiposT (8’5/10)3. ExpAfrUiT (7/10)4. mcdonAld’s (7/10, empate con el anterior)5. sEAT (6,5/10)

2 cUrros qUE podíAn hAbEr sido EspAnTosos (pEro finAlmEnTE no lo fUEron)

1) silvEr sErvicE: No es una empresa de mensajería ni el pri-mo militar de Silver Surfer. En inglés se denomina así a esa modalidad de servicio en mesa -generalmente utilizada en ban-

por haber mandado a la mierda a una cotorra chivata que se ocupaba de otra sección cercana a la mía. Aquel día, tras asentirle cabizbajo a aquel infrahombre, llamé a una amiga y nos levantamos unos 850 euros en mercancía (DVDs, mayor-mente), pues yo tenía acceso a la maquinucha desalarmante. Esto fue en una ocasión, pero el pillaje era diario. Y aún así, no sacié mi ansia de venganza: aún sueño con toparme con aquel jefe en calles desiertas, y crearle inmenso dolor en el bazo y la epiglotis.

5) mcdonAld’s: Aquí repetimos la situación topsy turvy de inversión de terminos personales que acaecía en SEAT. McDonald’s es, claro está, el más shit job de todos los shit jobs terrestres, la Corona Basurera del Top 10 de Empleos Degradantes y Sin Salida Alguna del mercado laboral. El Cu-rromierda por antonomasia. Y, encima, sin sindicar. Y, para más inri, atentando contra tu salud a diario (lo que vendes es también lo que comes en la staff room, claro). Pero, qué quieren que les diga, era 1996 y yo estaba en el McDonald’s de Warren St (Londres, Inglaterra), livin la vida loca y recién abandonadito por una de tantas novias abandonantes. Esta-ba semi-histérico de euforia, si bien de la manera más dañina y potencialmente fatal que es posible estarlo, y me daba igual

Something, somewhere went terribly wrong

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quetes multitudinarios- donde el camaruta sirve con tenedor y cuchara desde una bandeja (sostenida precariamente en el otro brazo) al plato vacío y ardiente del comensal. Por sus adornos y coreografía, el banqueting, o Silver Service (SS), es más una representación teatral que un empleo corriente en hostelería. Para empezar, al cliente (o a quien paga) le importa un rába-no el contenido de su main course. Uno no va a un salón de banqueting a degustar los platos más delicados, mucho menos en Inglaterra, donde es más fácil comer bien en un hostel para los sin-casa o en un acuartelamiento de la armada que en un restaurante. Porque esta epopeya sucedió en un Hotel-Restau-rante inglés llamado One Whitehall Place, en pleno Whitehall W1 (Londres) y con espléndidas vistas al Thames. Pero, como decía, al cliente le importa poco el papeo: lo que quiere es pompa, boato y adulación servil, e imaginar por unos breves instantes que es el Shah de Persia o Lawrence de Arabia en la tienda del Jefe Tuareg. Para conseguir este fin, los restaurantes de SS tienen a un escuadrón de malpagados camareros (una plantilla 95% foránea, con el ocasional estudiante loser inglés) adiestrados especialmente para dar esa impresión de baile de fin de año del Presidente Fulgencio Batista: emergiendo con paso marcial de entre el cortinaje, armados de sus humeantes bandejas de bazofia y depositando aquel zorongo-con-salsa en el plato del comensal-espectador entre uuuhs y aaahhs (y algún AAARGH DIOS SANTO LLAMEN A LA AMBULANCIA cuando algo de esa salsa al rojo vivo se derrama por el cuello de la confiada víctima). Esto, de por sí, ya suena divertido; y lo era, se lo juro. No se parecía en nada a las ataduras de laca-yo que padecen los camareros convencionales, haciendo más horas que un reloj y perpetuamente al servicio de cualquier cliente quejumbroso (“¿Me calientas el biberón?”, “Te lo he pedido descafeinado”, etc.). A los camareros de SS, en cambio, no puede pedírseles nada: no están allí para complacerle a us-ted, bastardo burgués, y en cualquier caso la mitad de ellos no habla ningún idioma europeo. Ellos trabajan en functions (un sustantivo que suena más a arte dramático que a restauración) tres veces al día, y entremedio preparan mesas y cubiertos con gran detalle -a lo Gosford Park- y de vez en cuando pulen vasos y tenedores. Y punto. Da igual que un anciano Lord esté diñando atragantado con un hueso de faisán en una de las mesas que tienes adjudicadas; es indiferente si el igneo pudding navideño se ha precipitado sobre los pantalones de un Duque, que ahora trota despavorido con las piernas en llamas hacia la ventana: el camarero SS observará toda la escena marcial-mente, cual dogo que no ha escuchado aún el grito de “¡Ataca, Bobby!”. Y sólo pondrá en marcha sus extremidades cuando toque vaciar el main course y traer el postre (delicioso, gene-ralmente, pues la repostería es la única modalidad de comida inglesa que uno puede comer sin miedo a la muerte).

En fin, ya intuyen el percal. Un empleo que no exige nin-gún tipo de esfuerzo mental ni atlético, sito en uno de los sitios más bonitos del extremo más civilizado del planeta (si ustedes no han visto amanecer desde un balcón del One Whitehall Place2 no han visto nada, la verdad), acompañado de la soulmate de uno y rodeado del batallón de sátrapas internacionales más granado a este lado del Canal de la Man-cha: brasileños, jamaicanos, italianos (a montones), rusos y polacos, chinos (estos se llevaban la peor parte, es cierto: la recogida de mierda en el lavaplatos), algún gabachuá, algún alemán (o italiano del norte: son casi teutones) y cientos de millares de españoles -una auténtica turba incontenible- con dominio mínimo del idioma anglosajón y absoluto desprecio por la nación que les daba cobijo.

Y un último detalle: en innumerables ocasiones no había nada que pulir entre servicios, así que los jefes (para que las hordas de incomprensible mascullar no estorbaran por los pasillos) mandaban a todo el staff al pub más cercano3. Sí,

al pub, a empapuzarnos de espumosa cerveza emborrachan-te en pleno horario laboral. ¡Oh, la vida!

Después de todo lo mencionado, ¿les escandalizaría si los Factores Atenuantes de Mierdez fuesen tantos que invalida-ran por completo la calidad original de shit job del Silver Service? Quizás aquel empleo de banqueting londinense fue-se, tomado en su concepto más literal, un Curromierda; pero yo no lo sentí como tal. Por tanto, le doy de comer aparte y conservo mis recuerdos de él en una caja con algodones.

2) EncUEsTAdor A domicilio: En esencia, se trata del mis-mo escenario que el caso anterior, sólo que seleccionando individuos para unas encuestas sobre Educación y Vivienda que pagaban los Boroughs de londres (o el GLC, ahora no recuerdo). Sí, tenía que ir puerta por puerta en barrios londi-nenses de mala reputación (a veces Hackney Alto y Bajo, an-tigua Central de la Puñalada y Hogar de la Pipa de Crack). Sí, de vez en cuando emergía de aquellas puertas enbarrotadas y con cuadruple candado una cara que las denostadas ciencias de la frenología o fisiognomía (y el determinismo genético) no hubiesen dudado en calificar de Protohomicida Enculador Caníbal Caribeño. Sí, ocasionalmente era peor cuando acce-dían a dejarte entrar que cuando te daban con la puerta en los morros, pues entonces no te quedaba otro remedio que adentrarte en la espesa atmosfera pedil de la típica casa de pensionista donde el menú diario consiste en col con cebolla. Sí, cuando entró el cruento General Invierno del 2000, ir por las calles bajo cero con el ordenador portátil a cuestas se an-tojaba una tarea ingrata y victoriana, como si uno fuera ceri-llero, o tocara el acordeón en la puerta de los pubs. Sí, todo nos hubiese parecido una mierda de no ser por: a) Londres, ese bello lugar donde los mercados car boot4 y las charity shops se extienden de uno a otro confín, proporcionándole asuento y solaz al encuestador/vendedor a domicilio en for-

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ma de gangas, gangazas y gangorras discográfico-estéticas5, y b) Que los ingleses son tontos. Ingenuos, quiero decir: mu-chos de ellos (especialmente su variante middle class) creen aún en toda aquella entrañable basura del fair play, jugar limpio y partir de la base de que la gente, en general, no roba, tima ni miente. Su idea de cómo funciona el mundo parece sacada de Winnie The Pooh. Lo sé, lo sé: si usted, lector, es español o italiano, esto que acabo de contar le parecerá cien-cia ficción eduardiana a lo H.G. Wells y está ahora mismo partiéndose de risa en el suelo. A usted, que se llevaría de un bar hasta las mesas (si el dueño no las hubiera claveteado al suelo), la idea de un empleo donde se tiene que buscar a gen-te para rellenar un cuestionario cuya autoría nadie pone en tela de juicio le debe parecer cosa de Oz. Y en verdad lo era, y mis jefes una deliciosa cuadrilla de cándidos y apocados bibliotecarios con alma de cántaro6. Cuando descubrí ese ligero fallo del sistema no volví a llamar a un sólo timbre de Hackney: yo me convertí en Augustus P. O’Flaherty, John Sebastian Jernigan, P. Weller, R. Daltrey y un montón de en-tretenidos pseudónimos diseñados para encubrir a ese genio del mal: que no era otro que yo, en pijama, en nuestro pisito de Fairbridge Road, rellenando cuestionarios -se pagaban por unidades- como si no hubiese un mañana. Y no, no me arrepiento; volvería a hacello.

mi brEvE Top 3 dE cUrros dEcEnTEs (AhorA no Es El momEnTo)

1) rEcEpcionisTA dE cAmpinG: A los 17. Nacido en el mediterráneo. En un lugar repleto de nibelungas semidesnu-das de los países bajos (que ni me miraban, pero ese es otro asunto) y tíos que solo querían beber, reír y yacer con dichas mujeres perdidas. En una atmosfera de Nunca Pagues Nada que no volvería a repetirse jamás. En régimen de Dormitorio-Internado a lo St. Claire’s/Hogwarts, sólo que con un montón de borrachos y patológicos absentistas laborales y racon-teurs. Entrando por la puerta, a medio verano, una legión de mods berlineses en una furgoneta VW (si bien semi-jipizados por las infrahumanas condiciones sanitarias de dicho vehícu-lo). Y realizando un trabajo que consistía, esencialmente, en apuntar matrículas de los coches recién llegados y acompa-ñarles, en bicicleta, a su parcela asignada. No quiero aburrir-les, pero es que eso no era un empleo, caramba.

2) rEcKlEss rEcords: Si realmente necesitan que les de-talle por qué alguien como yo considera Mejor Empleo de su Vida el ser vendedor/comprador en una tienda de discos de segunda mano del Soho londinense, es que no hemos sido presentados debidamente. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Discos gratis? ¿Millones de Ellos? ¿Rodeados de tipos a quien Sólo Interesaba Hablar de Esos Discos Magníficos? ¿En el Soho? Les diría las palabras Universidad de la Vida, si no resultaran tan espantosamente cursis.

3) EscriTor: Ya les comenté lo de los calzoncillos y el estar solo en una habitación escribiendo libros que luego se pu-blican. Parece un plan descabellado, pero funciona. Sus dos únicos handicaps son:

a) La soledad: Un tipo único de aislamiento que sólo cono-cen fareros, exploradores de Groenlandia y vigilantes noctur-nos. Cada día acompañado de uno mismo, sin el narcótico de las conversaciones divertidas (e imbéciles), el masaje del con-tacto humano o el desenfadado andar silbando hacia el lugar de trabajo. De la cama a la pantalla y al revés, reponiendo fuerzas de vez en cuando con 5000 litros de café recalentado y una prosaica llamada telefónica de 2 segundos con algún redactor-editor. Es terrible, todo ese pijamil retiro, y por eso

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ThAT’s AllfolKs!

precisamente tantos escritores se cuelgan con sus propios cin-turones en un día jodido en que no manan los adjetivos o el vecino está haciendo obras en la cocina adyacente.

En ese brutal y autoinducido abandono, todo se magnifi-ca y todo es dramático, y ni siquiera estoy teniendo en cuenta los momentos de petite mort en que uno se desliza -casi sin darse cuenta- hacia www.hungarianhoneys.com. Ustedes no imaginan el auto-odio y la insostenible inutilidad que uno siente en los días en que, además de estar soportando esa atroz e inmoral exclusión del mundo normal, uno no escribe una línea que valga la pena. Y luego emerge uno a la luz del sol y resulta que en el tiempo en que estuvimos dentro ha cambiado el sistema político, no queda un sólo miembro vivo de nuestra familia y los koalas se han extinguido. Pero, eso sí, es el trabajo que hemos escogido (como dicen los gángsters) y no lo cambiaríamos por otro. Y además, soy mi propio jefe. Uno particularmente desaseado e imbécil, me atrevería a añadir.

b) El tener que desempeñar, de vez en cuando, tareas como las que se detallan en el apéndice siguiente.

ApéndicE finAl: 1 cUrro dE EscriTor qUE podíA hAbEr sido más o mEnos boniTo (pEro Al finAl no)

1) AqUEl pEriódico GrAndE (y sU pUTo sUplEmEn-To JUvEnil): Insisto de nuevo en que jamás quisiera insultar su dignidad e inteligencia equiparando este empleo con el de minero, teleoperador o mamporrero castrense. Sin duda, no es tan malo. Pero en su contexto, considerando las partes nega-tivas y desaires y desengaños que puede uno llevarse desarro-llando esto de escribir-para-comer, mi breve colaboración con Aquel Periódico Grande y Su Puto Suplemento Juvenil (APG y SPSJ, para abreviar) fue lo peor. Una rúa macabra de redac-tores-jefe medio analfabetos, ex-coolhunters, tontos del haba y pijísimos (no he vuelto a escuchar acentos como aquellos: en APG debían estar todos los delfines de la Avenida Pearson), y si les diese detalles no me creerían. Y digo lo de rúa, además, por-que en APG (y muy concretamente en SPSJ) a los encargados y jefezuelos se les descabezaba mensualmente: era como vivir en medio de una purga estalinista (“Hoy se han llevado al vecino del sexto, de madrugada”), pero en el marco del suplemento juvenil más bobo del país, y con una rota de Mandos Pijos Al Aparato secuenciada en 6/1: 6 pijazos distintos por mes. Huxleyanamente, cada vez que llamaba a SPSJ para comentar detalles de un artículo se ponía otro tipo al auricular; alguien inconfundiblemente nuevo pero con parecido nombre dinásti-co-imperial (Borja Jesús de los Ríos y Waffenberg), similar deje gangoso en la voz, y parejo deleite en cambiar las normas en medio de la carrera. Aquello era Regreso a BUP, la humillante vuelta al cole que tenemos en repetitivas pesadillas (en las que siempre aparecemos con una toalla atada a la cintura, desnu-dos) y donde mis nuevos profesores eran maleducadísimos y cínicos y posmodernos y duchos-en-nada, y muertos de ganas de demostrarle al mundo y a Jefe Sustituible #56 que aquellos dos años de Periodismo Acelerado para Dummies que Papá pagó en el American Institute of Barbados no fueron en balde. Había algo particularmente rebajante e indigno en esas llama-das telefónicas semi-anónimas (nunca conocías al flamante imbécil del día) en las que un botarate que no sabía hacer la O con un canuto, ni había leído un libro en la vida, te amo-nestaba por haber escrito un artículo sin “encabezamiento”. En una ocasión tuve que reescribir un artículo 5 veces para 3 señores distintos, pues a los que no botaban insistían en irse de vacaciones en pleno mayo. Fue una experiencia repugnante, y preferiría escuchar el sincronizado estertor de la muerte de mis dos hijos varones antes que volver a escribir para Aquel Perió-

dico Grande madrileño, que no les nombro pero que todos ustedes conocen y odian. Como una actriz porno 80’s que ha enderezado su camino, me avergüenzo de haberlo hecho en el pasado y sólo puedo murmurar las famosas palabras: “Era joven, necesitaba el dinero”. Espero que encuentren en su co-razón la piedad necesaria para perdonarme algún día. H

1 O, si quieren la cita original: “When you’re a secretary in a brewery, it’s pretty hard to make-believe you’re anything else. Everything is beer”.

2 Construido en 1882-1887 como sede original del National Liberal Club, el One Whitehall Place es una especie de acojonante mamut neo-gótico victoriano con salones gigantescos (como la librería Gladstone), y unas vistas al río y las Houses of Parlament que son de caerse de culo.

3 El gran The Sherlock Holmes, en Northumberland Street, fundado en 1957 y reple-tito de vetusta memorabilia Sherlockiana aportada por la mismísima familia Conan Doyle.

4 Mercados semi-improvisados sitos en parkings al aire libre donde la gente vende sus propiedades usadas directamente del maletero (de ahí su nombre).

5 Por ejemplo: En un car boot sale de Nag’s Head, Holloway Road, encontré el “Win or lose” de Long Tall Shorty por 50 céntimos (su precio de mercado, por si les interesan estas cosas, era 90 libras de entonces). En otra ocasión me compré un traje entero por 4 libras (vino directo del tanatorio, no lo dudo). Recuerdo también con gran cariño toparme con el “Paris blues” de Tony Middleton -que me chifla- en reedición de Grapevine por 20 céntimos. Etcétera, etcétera.

6 Batallita Intrascendente Pero Bizarra #1: Uno de mis jefes era un pakistaní adorable de mediana edad llamado Manny. Cuando me enseñaba a trabajar sobre el terreno hablaba ocasionalmente de una canción favorita suya llamada “Atlante”. Cuando subí a su coche y me la puso resultó ser un tema de mákina española en la que gritaban “¡Adelanteeeeeee!”.

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¿Cuándo oí hablar de Jordi Valls por primera vez? Las men-ciones secretas de su nombre se iban sucediendo a mi al-rededor a lo largo de las décadas, como pronunciadas en

corso por individuos cripto-patibularios. Al principio no tuvo ni denominación: el hermano mayor1 de un amigo de adoles-cencia, mod como yo, me comentó a mis quince años que en el libro Punk (Star Books, 1977) de Salvador Costa había fotos de punks catalanes mezcladas con las instantáneas de punks londin-enses del ‘76. Mientras fotocopiaba con furia las fotos de Jam y Generation X del libro para empapelar mi habitación debí tratar de averiguar una y otra vez quién rayos era el punk catalán del libro, sin éxito. Sólo veinte años más tarde aprendí que el célebre punk nostrat estaba ciertamente en Londres durante los conci-ertos captados en el libro, si bien su fotografía –la penúltima del libro- fue tomada en Barcelona, durante unas vacaciones. Valls es el individuo con pinta de Marky Ramone, imperdible desmesurado hincado en una mejilla, gafas Gestapo y cazadora de cuero con calavera en la solapa que aparece en solitario, cerca del final.

¿Pero quién era Valls, y cuál era su historia? ¿Qué hacía aquel catalán universal bailando pogo en el Roxy en 1976, qué le llevó allí y qué extrajo de todo ello? Una de las consecuencias de su espontánea y dedicada conexión con el punk rock (pese a que le pilló ya con treinta años, a lo Claude Bessy2) fue su inmediato contrato emocional –de por vida- con la escena Industrial ingle-sa, de la que Valls formaría parte en sus años cruciales, convirtié-ndose en colaborador esporádico de Throbbing Gristle y Psychic TV, así como confidente y aliado de Whitehouse y Current 93. El apasionado Valls decidió asimismo fundar su propio proyecto, Vagina Dentata Organ, que –al margen de sus múltiples resul-tados prácticos- volvería a cruzarse en mi camino en forma de

disco carísimo, en la tienda de discos del Soho londinense en la que trabajé durante un par de años. Allí, colgado de la pared y valorado en una suma extravagante, volvía a aparecérseme un fruto de Valls, aunque yo no lo supiera aún3.

Finalmente, Valls volvió a Barcelona –hace un año- para tra-bajar en una exposición en el centro de arte Santa Mònica, The London Punk Tapes, audiciones de sus cintas originales de con-ciertos de punk londinense de 1976 y 1977 en un entorno evo-cador del milieu punk (con algo de imaginería VDO Valliana). Para entonces ya conocía parte de su historia4, pero quería saber más (y de paso saludar a mi recalcitrante héroe Vic Godard, tam-bién invitado a presentar la exposición). Cuál sería mi sorpresa al descubrir –ya conversando con Valls en un bar de Las Ram-blas- que su historia era aún más fascinante de lo esperado. Mo-mento anunciación: Valls, comentando como el que no quiere la cosa que de hecho su primer viaje a Londres fue en 1963, y que vivió en el Soho, y me acuerdo mucho de los pequeños mods que había en cada esquina, con sus sombreros bluebeat, bla-bla... Y nosotros así, escuchándole hablar con la mandíbula rozando el suelo. Allí supimos que había que entrevistar a fondo a Jordi Valls para lograr desentrañar su azarosa y privilegiada vida, y de este modo aprender una vez más de uno de nuestros pioneros, de otro fundador de nuestra tradición juvenil.

Lo que sigue, en once nutritivas páginas, es el resultado de aquella intención. No coincidimos con él en todos sus postulados –nuestra postura respecto al arte conceptual, sin ir más lejos, es exactamente la opuesta de Valls, y tampoco es que seamos ex-actamente fans del movimiento industrial5- pero su experiencia, trayectoria y pasión ilimitada nos dejaron apabullados. Sin cor-tes ni retoques, ahora sí con todos ustedes: Jordi Valls.

Entrevistamos a Jordi Valls, primer proto-punk catalán, participante en el germen punk londinense de 1976, testigo de cargo de la microexplosión mod en el soho de 1963, fundador de Vagina dentata Organ, colaborador de Genesis P. Orridge, protagonista de “catalan” de Psychic TV, thanatiano y daliniano de pro, artista anti-arte y elegante caballero.por Kiko Amat

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suficientemente conocido es tu éxodo londinense post-1969, pero poco se sabe de los años previos que pasaste en cata-lunya. cuéntanos brevemente tu bagaje familiar, tu infancia, y cuándo decidiste ir por primera vez a inglaterra. y por qué. ¿Fue hacia 1963, no es cierto?

Digamos que mi familia está por encima del bien y del mal. A mis 17 años me dejaron escapar a Londres. Fue en junio de 1963, y allí pasé unos 12 meses hasta finales de julio de 1964. En Barce-lona me ahogaba. Vivíamos en un estado policial. Lo tenía todo muy negro y casi no me interesaba nada; llegué a considerar el suicidio como una salida inteligente. Abandoné la escuela muy joven, y trabajé en una agencia de viajes. También estudié idio-mas. En Barcelona visitaba las galerías de arte, especialmente las salas Gaspar y René Metras. Fui un fanático de Dalí, Miró, Picas-so y Joan Ponç. Desde que tuve uso de razón mis ídolos eran los maquis guerrilleros antifranquistas Josep Lluís Facerías y Quico Sabaté, y sentí mucho sus muertes violentas en 1957 y 1960. De la música que descubría en las fiestas de bailoteo con los amigos solo me gustaban Little Richard, Bo Diddley, Elvis Presley, Fats Domino, Gene Vincent (con su clásico “Be-Bop-A-Lula”, Booker T & The MG’s (con su grandioso “Green onions”) y también los franceses Johnny Halliday y Les Chaussettes Noires (gracias al nombre de este conjunto mis calcetines siempre son negros). Al final, buscando mi libertad, escogí Londres, pues encontraba la lengua y la cultura anglosajona más exóticas e interesantes que las del resto de Europa. Al cabo de unos meses de llegar al Reino Unido tuve que ir a registrarme como extranjero a la policía, y una larga cola se alineaba bajo un cartel donde se podía leer en grandes letras: ALIENS. Entonces esta era la denominación ofi-cial para todos los ciudadanos no británicos.

nos encantaría que nos contaras esa parte tan poco comen-tada de tu juventud: tus meses de adolescente en el soho londinense del 63-64, tu vida en medio del ambiente de los

coffee bars, el modern jazz, los primeros mods, los inmigran-tes de Jamaica y Barbados, el bluebeat... ¿qué recuerdas de estos avistamientos?

Para ponernos en contexto yo estaba en Londres cuando asesina-ron a John F. Kennedy. Allí coincidí con la irrupción subversiva de los Rolling Stones y el nacimiento del pop británico. Fui testi-go directo del fin de toda la literatura de la Beat Generation y de los beatniks, y temporalmente también de la muerte del jazz. Yo vivía en Old Compton Street, en pleno Soho, realquilado en un ático, en una habitación estrecha, de unos 5 metros de largo por 2 de ancho, y sin agua. Tenía un hornillo de gas que solo usaba para hacerme café y huevos duros. Para calentarme en invierno disponía de una estufilla eléctrica de dos palmos de ancho. En el rellano de la escalera había un grifo de agua fría y, aparte, un re-trete. Mi ventana daba directo a la calle y al club de striptease de enfrente. Las girls me saludaban sonrientes moviendo sus brazos en alto, pues durante el día ensayaban desnudas a la altura de mi ventana. Para comer frecuentaba los fish & chips y los pubs. Por las noches y los fines de semana me colaba en el YMCA de Tot-tenham Court Road. Tenían un self-service con comida caliente, y barata. Allí mismo descubrí la BBC TV, todavía en blanco y negro, unos programas de crítica política y de humor sarcástico de gran calidad, como That WasThe Week That Was con David Frost. O los geniales The Goons, con Peter Sellers y Spike Mi-lligan. También veia Ready, Steady Go! y Top of the Pops, los programas pop del momento. El Soho de entonces estaba con-trolado por los Kray brothers, unos gángsters muy notorios del East End que llegó a fotografiar David Bailey. Los Krays contro-laban la prostitución, los restaurantes, los clubs de striptease, el juego y también los antros de bebida ilegales (llamados drinking holes). Por otra parte, recuerdo muy bien los viernes y sábados por la noche, el ambiente dentro y fuera de los pubs, coffee bars, y clubs de música. En las esquinas de Wardour Street era donde se encontraban los mods formando pequeños corros. Ellos unos dandies con sus trajes de corte italiano, zapatos hush puppies, cortalluvias de nylon azul marino Piuma d’Oro, y sombrero casi sin ala. Ellas estupendas, en pantalones claros, o con el pelo tan corto como sus mini-jupes. Olían a chicle de frambuesa y a pur-ple hearts. Está clarísimo que Mary Quant al cabo de poco tiem-po copió de la calle su famosa mini-skirt. La música preferida de estos mods era todo el sonido Motown, el R&B, el ska, el blue-beat, con mención especial a Prince Buster. Luego más adelante ya aparecieron The High Numbers y The Detours transformados en The Who, The Yardbirds, The Kinks, The Small Faces, The Zombies, Spencer Davies Group... Algún fin de semana también me iba a patinar sobre hielo al Silver Blades de Streatham, donde había un DJ pinchando música a todo volumen, y también oca-sionalmente actuaban conjuntos pop del momento. Londres era una fiesta continua.

Háblanos, por favor, de los clubes que frecuentabas (dis-cothèque, Flamingo, ¿el 2 i’s quizás?) y los discos que es-cuchabas (el otro día mencionaste el “My boy lollipop” de Millie) ¿Entablaste conversación con alguno de aquellos in-cipientes modernistas?

Me hice socio de La Discothèque, un club mod de música al lado de mi casa en Wardour Street. Situado en un primer piso muy oscuro. Bailábamos como locos, separados, y en un gran círculo. Todos éramos teenagers. Ellas dejaban sus bolsos en el centro, sobre el suelo. En lugar de sillas, y mesas habían camastros uno al lado del otro para tumbarte con tu pareja. La anfetamina era la droga reina, mezclada siempre con alcohol. La música enlata-da salía directamente de un techo muy bajo por unos altavoces redondos inmensos, a máxima potencia, el sonido del rhythm & blues, bluebeat y ska te aplastaban contra el suelo. El 2 I’s, y el

Un imberbe Jordi Valls en Trafalgar square, 1963

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Heaven and Hell, coffee bars, estaban juntos, uno al lado del otro en mi misma calle. Cada día pasaba por delante, y siempre había mucha marcha y gente guapa. Para mí todo Londres era nuevo y fantástico. Luego supe que el 2 I’s, seguramente fue el primer club de rock n’ roll de Europa. Iba a menudo también a Les Enfants Terribles, un coffee-bar en el mismo Soho, con mucho ambiente y música, muy célebre en su momento. En el Marquee vi a los Yardbirds con Eric Clapton. Para bailar con muy buena música también frecuentaba The Last Chance club, en Oxford Street. Con gente del curro una noche fui al Flamingo, situado en un sótano en Wardour Street, actuaba Georgie Fame & The Blue Flames. Yo ya conocía su bluebeat y voz melosa. Escucharlo in person en el tugurio mas in del momento a tope de gente, un ambiente terriblemente hot, era sensacional. Algún fin de semana también iba al gran dance-hall de Leytonstone Baths, al este de la ciudad. Allí actuaban varios grupos a la vez. El publico en estas ocasiones estaba compuesto por teddy-girls, teddy-boys, rockers y mods. Era un espacio grandioso. En el suelo, en medio de la gran pista, había pintada una gran línea blanca para separar los teddies y rockers de los mods. Los mods ocupaban la parte tra-sera del hall. Nunca vi peleas y la línea blanca la cruzaban unos y otros sin problemas. Todos bailando a gogó…Las veces que fui por allí actuaba gente como Screaming Lord Sutch, Dave Clark Five, The Hollies, Freddy and The Dreamers, The Swinging Blue Jeans, y algún otro que no recuerdo. Sí que vi las peleas de mods y rockers de Margate y Brighton por televisión. También iba al Studio 51, en el Ken Colyer’s Jazz Club, donde actuaban The Downliners Sect, un grupo de rhythm & blues. Otras noches, por falta de dinero, me iba ya tarde andando al 100 Club de Oxford Street’, para escuchar desde la calle (a través de una claraboya en el suelo de la acera) a grupos de R&B, que ni sabia quienes eran. Allí mismo ya había visto actuar a los Groundhogs y The Art Wood Combo. Una vez fui al Odeon Hammersmith, donde vi a Ella Fitzgerald con el Oscar Peterson Trio. También al maestro Duke Ellington, en el Royal Festival Hall. Incluso un día fui a ver al nureyev del flamenco español, el gran bailarín Antonio, que actuó junto a la superstar Rosario, en el Theatre Royal, en Drury Lane. Su performance fue apoteósica. Al final el publico les aplaudió mas de diez minutos en pie, y desde platea les lan-zaron rosas rojas. En Londres me compraba algún disco de mis conjuntos prefe-ridos para llevarme luego a Barcelona, pues en el Soho no te-nia tocadiscos, aunque de todas maneras en el trabajo y en casa siempre oía la música del momento por la radio. Estaba bien in-formado. También soy un devorador de periódicos. Una mañana en Charing Cross Road delante de la librería Foyles me encontré con Mick Jagger: le pregunté cuándo saldría su primer LP y me dijo que estaba a punto de salir a la calle. Así fue como llegue a Barcelona en julio de 1964, con el fantástico primer álbum

de los Rolling Stones bajo el brazo. Mis conversaciones con los mods principalmente eran sobre música. Ellos rompieron con el pasado de los teddies. Como sabemos, los mods con sus parkas y Lambrettas fueron los primeros modernos de la larga post-guerra británica. Recuerdo una discusión que tuve con un mod, que insistía en que los Stones eran mods porque vestían bien. Le arranqué esa estúpida idea de la cabeza. Los Rolling Stones no necesitan encasillarse en nada. Son músicos y punto.

si no entendí mal, en nuestro primer encuentro me comen-taste que uno de tus sonidos predilectos es el primerizo R&B negro de los 60’s. nadie lo diría, considerando tu obra en Va-gina dentata Organ. lo que quiero decir es que esos discos no parecen filtrarse en lo que creas.

Es que, para empezar, yo no soy músico. Mis discos son concep-tos sónicos hiperrealistas. Por otro lado, en Londres, fueron los Rolling Stones los que me introdujeron seriamente al R&B. Ellos fueron de los primeros en traer a Europa a los grandes blues-men americanos y al principio interpretaron sus canciones. Así, con el tiempo conocí la música original de Muddy Waters, Wi-llie Dixon, Rufus Thomas, Champion Jack Dupree, Slim Harpo, Robert Johnson, John Lee Hooker, Otis Redding, Howlin’ Wolf, Leadbelly, Elmore James, Chuck Berry, Little Walter… En aquel momento los Stones eran grandes provocadores. Causaron estu-por entre el establishment del UK. Esto para mí era importantí-simo; tan importante, o más, que la música misma. Por primera vez en la historia rompimos en seco con todas las generaciones anteriores. Por fin hacíamos lo que nos daba la puta gana. Hasta entonces, el sueño de todo hijo o hija era emular en lo posible a sus padres. O sea, mantener el statu quo tradicional y conserva-dor de la especie. Endogamia total.

¿de qué vivías, por cierto? (cuéntanos la anécdota del cha-pero, te lo ruego).

Trabaje en una compañía importadora de vinos en Whitechapel. Recibíamos los vinos de Alemania y Francia en grandes camiones cuba y lo embotellábamos y etiquetábamos, todo mecanizado. Tenían unas cavas subterráneas debajo de la ciudad, inmensas, anchas, interminables, crepusculares, húmedas, con goteras, de antes de la época Victoriana; olían a Jack The Ripper. También preparaba los pedidos diarios para los restaurantes, que luego repartíamos en una furgoneta por todo Londres. Por radio, allí escuche por primera vez en mi vida a los Stones, fue su primer single: “I wanna be your man” (de Lennon & McCartney). Casi me caigo al suelo. Tuve la experiencia de una descarga eléctrica. Enseguida pregunté quiénes eran. A la hora del lunch me fui co-rriendo a una casa de discos. Los Rolling Stones me cambiaron

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la vida. Por fin me vi identificado en un grupo de musica rock y encontré la libertad. Todo era nuevo para mí. También tuve algún contratiempo sin importancia. En la noche de cohetes y juegos artificiales de Guy Fawkes, el 5 de noviembre, es típico que la gente joven por la noche se lance al agua en las fuentes de Trafalgar Square (sin pedir permiso para hacerlo). Eso hice yo junto un grupo de estudiantes, y gracias a esto pasé una noche en un calabozo de Scotland Yard, en Bow Street. Al día siguiente salí fotografiado en la portada del Evening News, subido en la cúspide de uno de los surtidores de la plaza. Otro día, era un domingo por la mañana, al salir temprano de casa me paró un policía; creo que me tomo por un rent boy, o chapero. Me pre-guntó qué hacía yo allí solo en medio del Soho. Tuve que llamar a los vecinos para confirmar mi residencia. Entonces el Soho era el mercado de la carne fresca, y yo tenía cara de crio. Alguna vez por la calle me siguieron de cerca pederastas de una cierta edad, pero a mi no me gana nadie andando deprisa. Además tenía una técnica aplicada que era saltar y subirme en marcha por la puerta de atrás de los autobuses de dos pisos. En fin, nunca tuve proble-mas serios con nadie.

Viste en directo a los stones con Brian Jones, ¿En el Eel Pie island de Twickenham, tal vez? ¿a qué otras bandas en directo llegaste a ver (aparte de de las que ya has mencio-nado)?

Con la gran novedad de mis primeros meses de vivir en Londres estaba como encantado y despistado al mismo tiempo. Me perdí los verdaderos comienzos de los Rolling Stones en el Crawdaddy Club de Richmond, en el Eel Pie y en el Marquee. Donde los vi por primera vez fue en el Alexandra Palace, al norte de Londres. Toda una noche de fiesta, de 9.30 de la noche hasta las 6 de la madrugada, con muchos teloneros. Entre ellos el gran John Lee Hooker, que actuaba por primera vez en Europa. En un break salió a pasearse entre el público, y me fui directo a hablar con él. Entre otras cosas dijo que los Stones eran unos “Great guys!” También actuaron John Mayall and The Blues Breakers, Alexis Korner, The Downliners Sect, Millie and The Five Embers, ella dándole al bluebeat con fuerza, y tantos otros. El Alexandra es un espacio magnifico, sin butacas, con mucha historia. Aquella

noche no estaba lleno del todo; los Stones to-davía no se conocían demasiado fuera del

UK. Por fin, sobre las 4.30 de la ma-drugada aparecieron enfrente de mí los Rolling Stones, con Brian Jones, claro. Entonces Jagger no se movía demasiado. Fijo como un clavo de-lante el micro, solo leves estertores

de caderas, algún salto, tocando las maracas y también la pande-reta... Brian, moviendo su melena rubia de izquierda a derecha, justo antes de escupir los blues por su armónica. Fue impactante, ver por primera vez aquellos teenagers interpretando clásicos de músicos americanos; incluso mejorándolos.

Regresaste a Barcelona algún tiempo después, para regresar (y exiliarte) definitivamente a londres en 1969. Una decisión, sin duda, motivada por el franquismo.

Después de conocer Londres era difícil para mi quedarme a vivir en Barcelona por más tiempo. No quería vivir en una dictadura y tampoco en una ciudad sin futuro para mí. En aquella época íbamos a bailar con Irene -ella con quince años- al Jazz Colón en las Ramblas. Era un antro de música soul y R&B. Un lugar fantástico, lleno de marinos americanos, camellos y putas. Allí nos encontrábamos muchas noches con Jaume Sisa, bailando tan locamente como nosotros hasta la madrugada.

¿qué diferencias observaste entre el londres del 63 y el londres del ’69, la ciudad ya completamente inmersa en el rollo freak de los deviants, IT, el post-swinging london, el incipiente hippismo...? ¿Estuviste metido en este tipo de am-bientes de algún modo?Esta vez fui a Inglaterra con Irene. Ella con dieciocho años recién cumplidos, y yo veintitrés. Nos conocimos en Barcelona unos años antes. Aterrizamos en Heathrow en agosto de 1969. Fue el mismo día en que Sharon Tate fue asesinada por miembros de la familia Manson, en Los Ángeles. Unas semanas antes Brian Jones moría también, ahogado en la piscina de su casa. Y en diciem-bre de aquel mismo año tuvo lugar el notorio concierto de los Stones en el festival de Altamont, con el resultado de un especta-dor muerto de una puñalada por un Hell’s Angels6. En Londres tenían éxito las revistas underground, mayormente sobre temas de droga, porno, y siempre contra el Estado. Las revistas más importantes eran OZ Magazine e International Times (IT). En la calle todo eran squaters, LSD, psicodelia. Todos tripeaban sin cuartel. Luego enseguida llego el smack, que pego muy fuerte igual que en todas partes. En Londres quedaban pocos hippies, pues la mayoría se fueron a vivir formando comunas en el cam-po, o se hacían la ruta hippie a Afganistán, o a las playas de Goa en India. Antes que lo prohibieran, un verano fui con dos ami-gos al festival hippie de Stonehenge. Recuerdo que los microdots que la gente compro localmente debían ser de muy mala calidad, pues aquello parecía el Infierno de Dante, o más bien un desfile de zombies gritando como poseídos; experimentaron un bum-mer trip colectivo. Bien entrada la noche estábamos descansando dentro nuestra pequeña tienda de campaña, cuando un grupo de gente nos atacó a golpes con cadenas de hierro desde fuera de la tienda. La chica y yo nos quedamos inmóviles, estirados en el suelo; no nos ocurrió nada, pero el otro tío se incorporó por el ruido y casi le destrozan la cabeza. En la enfermería había una cola interminable de victimas, pues atacaron a otras tiendas de camping en el festival. Sin embargo, la música seguía desde el es-cenario sin parar, igual que en el Titanic. El herido tenía toda su cabeza y cara ensangrentadas. Me lo llevé en coche a urgencias a un hospital de Londres. Corría el rumor que los agresores ultras eran soldados de un cuartel cercano vestidos de paisano.

“Never trust a hippie”, ¿verdad?

Nunca tuve problemas con los hippies. Ellos tienen su filosofía. De todas formas, desde mi intermedio en Barcelona me interesé mucho mas por el movimiento provo holandés. Los provos, a mitades de los 60, hacían happenings, acciones esporádicas calle-jeras contra la policía. Fue un movimiento no muy conocido pero interesante que duro muy poco tiempo, desgraciadamente.

Jordi Valls en 1965, después de un concierto de Ray charles

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¿qué banda sonora te acompañó en este periodo: muerte de los sixties, inicio de los 70’s? Entonces, igual que ahora, sentía un desprecio total por el 95% de toda música. Mi gusto musical es muy corto; no tiene especial importancia. Aparte de los blues americanos y los Rolling Sto-nes, mi discografía consistía en: The Animals, Them, The Pretty Things, Manfred Mann, T-Rex, The Kinks, The Yardbirds, Jimi Hendrix, Dylan (eléctrico), Janis Joplin, Ray Charles, The Velvet Underground, Geno Washington & The Ram Jam Band, Geor-gie Fame, TheWho –excepto Tommy, no lo trago- el primer al-bum de Pink Floyd con Syd Barrett. Alguna cosa más. Nunca me compre nada de los Beatles. Me caían mal, muy formalitos ellos. Tampoco de Bowie. Es un gran artista pero impecablemente pre-tencioso, el tío. También siento una alergia atroz por la salsa y la bossa nova. Estoy convencido que la canción mas espantosa, cursi y repelente que existe es “La chica de Ipanema”. Eso es insoportable.

El Jordi Valls periodo 1969-1975 es para nosotros un comple-to misterio. cuéntanos tus andanzas -no temas extenderte- en esta época, y que hiciste hasta que amaneció punk un día.

Durante estos años junto a Irene nacieron nuestros hijos Zeus y Zoe. Vivíamos en un ático de dos piezas al norte de Londres tocando al cementerio de Highgate, donde están enterrados Karl Marx (y ahora también Malcolm MacLaren). Por casualidad en-contré un buen curro en el centro de Londres. Los fines de sema-na por la tarde íbamos al Roundhouse, donde siempre actuaban varios grupos de música (la mayoría ni los recuerdo). Allí vi a los Rolling Stones en 1971, antes de que se exiliaran a Francia. Todo este tiempo fue muy frustrante para mi, musicalmente hablando. Casi todos nuestros amigos vivían en squats, donde íbamos a fiestas y cenas llenas de música horripilante, todo al estilo de Tubular bells de Mike Oldfield. Musicalmente penoso. Chin…chin…chin…

cómo sobreviviste al amasijo pomposo y fraudulento de lo sinfónico que permeaba las radios. ¿Te refugiaste en el di-recto del pub-rock, o en Beefheart, o en Bowie, o en la mú-sica negra, o qué?

Como he dicho, fueron años difíciles para mí, pues yo quería participar de alguna forma dentro del mundo de la música en Londres, y no sabía cómo hacerlo. Para empezar, no sé cantar, ni tocar ningún instrumento musical. Lo tenía difícil. Al mismo tiempo, fue una época en que la música era desastrosa, y por ello mi frustración iba en aumento. El pub rock tampoco me

interesaba. Sí que vi actuar varias veces a Dillinger, Bob Marley y Peter Tosh. En aquel momento era una novedad. El reggae en vivo tenía algo especial, y ver actuar a todos estos artistas en espacios pequeños, en directo, era algo que valía la pena vivir. Una noche en 1978 actuaba Peter Tosh en el Rainbow. Yo iba un poco fuerte, y al final de la actuación subí al escenario. Mi sorpresa fue que los gorilas me acompañaron sin medir palabras al camerino de Tosh. Una vez dentro, casi a oscuras, me topé con una experiencia mística. Olía a incienso y ganja. Un montón de mujeres con turbantes de colores estaban sentadas en el suelo en-vueltas en un silencio sepulcral. Felicité a Peter, y nos abrazamos unos segundos. Él estaba exhausto de la actuación. Yo también. Nos despedimos con un “So long!” Al cabo de unos años, en 1987, moriría asesinado; recibió dos tiros a la cabeza en su casa de Jamaica. A Bob Marley lo vi actuar por primera vez en 1975, en el London Lyceum Ballroom. Después de la muerte de Marley en 1981 no volví a escuchar reggae. El reggae en los años 1976 y 1977, coincidió con el principio del punk en Londres. Es qui-zás por este hecho que jóvenes rastas y punks se juntaron para combatir en la calle al partido ultraderechista y racista inglés, el National Front. Al mismo tiempo, era frecuente ver conjuntos de punk y reggae actuando juntos en un mismo lugar. Había muy buen rollo entre ellos.

cómo recuerdas el advenimiento del punk-rock, ese ama-necer dorado (si bien cubierto de escupitajos). ¿cuál fue tu primer avistamiento, tu primer concierto, cuáles fueron tus reacciones iniciales al fenómeno...?

Para mí, el primer aviso punk fue el mes de mayo de 1976, una

El mítico libro Punk

(star Books, 1977)

de salvador costa

diferentes flyers de la colección de Jordi Valls

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tarde en la Roundhouse con Patti Smith y los Stranglers de telo-neros. Era la primera actuación de Patti en Europa. Poco después en el mes de agosto en el cine The Screen on The Green, en Isling-ton, habia un Punk Midnight Special, de media noche hasta la madrugada, con los Sex Pistols, The Clash y Buzzcocks. Fue una experiencia increíble. Instintivamente me di cuenta que aquello marcaria una época y el fin del rock. Los Pistols y los Clash, me causaron una sensación fresca y bestial. En aquel pequeño cine de barrio estaban de espectadores todos los conjuntos punk londinenses. Incluyendo el Bromley Contingent, el grupo de punks chicos y chicas amigos íntimos de los Pis-tols, y Siouxie Sioux, que iba vestida de domi-natrix, con el brazalete rojo de la esvástica en el brazo y los pechos blancos al descu-bierto. Al mes siguiente, septiembre, vi el primer festival punk en el 100 Club de Oxford Street, con los Sex Pistols, Clash y Subway Sect. Desde aquel día, pase dos años seguidos viendo punk en directo sin parar, varias veces por semana. Muchas noches iba corriendo de un club a otro para no perderme nada. Lo divertido es que en la misma cola para entrar en el siguiente local te encontrabas a los mismos punks del club anterior, Mark P. del Sniffin’ Glue, o miembros de los Clash, Subway Sect, Pistols, Damned o cualquier otro conjunto punk que acabáramos de ver actuar aque-lla misma noche. Así mientras hacíamos cola para entrar había un espíritu de gran complicidad entre nosotros, pues todos nos conocíamos de vista, o hablábamos de la actuación anterior, o de la siguiente.

¿qué grupos te gustaban más? aquí en esta santa casa so-mos bastante de Generation X, Jam y primeros clash, la ver-dad. cuéntanos cosas, anécdotas, todo lo que se te ocurra, de slits, damned, Pistols, Mclaren... ¿conociste personal-mente a alguno de esto de estos pájaros?

Solo he cruzado palabras con casi toda la gente de estos gru-pos y de otros. Conocí personalmente a los anarquistas Crass y Poison Girls. Un día sin avisar fui a visitar a Malcolm cuando su estudio estaba aún en pleno Oxford Street. Estaba solo y me recibió muy bien. Hablamos de anarquismo catalán y español. Al despedirnos, sin haberle pedido yo nada, me regaló los grandes

posters originales de los Sex Pistols. También fui a ver a Ber-nard Rhodes, el manager de los Clash y Subway Sect7. Un tío campechano, con ganas de romper con la industria discográfica. Una noche, saliendo muy tarde del Roxy, acompañé a su casa en mi 2CV a Chrissie Hynde cuando todavía no existían los Pre-tenders. Entonces Chrissie era solamente otra fan del punk. Nos conocíamos de vista. Me invitó a fish & chips, pero decliné su amable oferta debido al cansancio crónico que acarreaba tras 2 años de punk. Cada noche teníamos una sorpresa. Por ejemplo, con Irene y mi hermano Oscar (que estaba de paso por Lon-dres) vimos la presentación oficial de The Jam en Londres, en el Upstairs del Ronnie Scott’s. Un local pequeño encima del club de jazz más conocido de Europa. Había muy poca gente, solo periodistas del MM y NME, y cuatro gatos más. Y sin embargo su actuación fue electrizante: Paul Weller actuó como si estuvi-era delante de 100.000 personas. Lo dio todo. Recuerdo que se le rompió una cuerda de su guitarra y Captain Sensible de los Damned, que estaba por allí, le dio una cuerda de repuesto. Al fi-nal de su actuación rompió con rabia su guitarra en mil pedazos, así se consagro como hijo adoptivo de Pete Townshend de los Who. Luego hablamos con Paul y su padre, que hacía de man-ager en aquel momento. También estaba Shane MacGowen, el futuro cantante de los Pogues; nos conocíamos mucho de todas nuestras noches punk. Lo bueno del punk es que no había ningún conjunto igual. Todos tenían su propia personalidad, diferentes matices. Una cosa importante a resaltar es que los Sex Pistols, (con Glen Matlock) The Clash, The Damned, Generation X, The Stranglers y The Jam, eran realmente grandes músicos. Es una tontería afirmar que en el punk nadie tenía ni idea musical-mente hablando. Por otra parte yo tenía una inclinación muy es-pecial por Subway Sect. Fueron la Velvet Underground del punk.

Pero a la hora de la verdad, una vez vistos los Pistols en vivo, aquello fue el fin del rock para mi. Imposible

de superar. Punto y final de mi largo idilio con la música rock.

aquel momento quedó inmortalizado para los fans españoles gracias a las fotos de tu amigo salvador costa, al que avisaste para que cubriera el mo-mento. las instantáneas se publicarían en el mitico libro Punk que sacó star Books en 1977. durante muchos años, la leyenda repetida entre los punks que

conocí en mi pueblo era que entre las fotos había una de un punk catalán. ahora

lo entiendo todo: eras tú. con un doloroso imperdible incrustado en la mejilla, de hecho.

Estas fotos punk de Salvador son de una calidad extraor-dinaria. Lo increíble es que todas las fotos del libro se hicieron en sólo tres días. Íbamos literalmente corriendo de un pub a otro pub, de un club a otro club; así sin parar hasta las altas horas de la madrugada, capturando un documento grafico histórico úni-co. Es uno de los primerísimos libros sobre el punk en todo el mundo. El primer pedido del libro se agotó enseguida en Com-pendium Books y en la Photographers Gallery de Londres. Tuve que pedir varias veces muchas más copias del libro a Juanjo de Star Books hasta que se agotaron por completo en su editorial. En Londres, el libro editado por Star se vendió como el agua. En el libro Punk también hay una foto de Irene y otra de Montse, la mujer de Salvador Costa.

¿qué me dices de la otra representante patria en el punk londinense: Paloma / Palmolive de las slits, de origen mala-gueño? ¿como los dos únicos íberos en el punk’77, recono-cisteis la presencia del otro? Recuerdo haber visto una filma-

londres,76 y 77

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ción para Informe Semanal en que un entrevistador bastante estulto interrogaba a los dos únicos castellanoparlantes que había en la puerta del Roxy: Tú y Palmolive, por separado. ¿He soñado esto?No. Cuando me encontré al equipo de TVE perdidos por Por-tobello me pidieron si les podía echar una mano. Por casualidad en aquel momento pasaba por allí Paloma de las Slits, los intro-duje mutuamente y así le hicieron la entrevista. Yo antes nunca había hablado con ella. Lo que dice Paloma es lo mejor de este documental punk, por cierto. El programa puede verse hoy en-tero en You Tube.

¿crees que tu mayor edad influyó de algún modo en tu per-cepción (más reflexionada, tal vez) del punk rock, o por el contrario lo abrazaste como si tuvieses diecisiete años?

Si tu cuerpo te pide marcha no te vas a quedar en casa. Vivir el rock es transgresión. Si no, no vale la pena. Yo era el primero en romper mesas, botellas de cerveza, o arrancar sillones en la actuación de los Clash en el Rainbow -este es el verdadero ori-gen de las futuras performances de Vagina Dentata Organ- o en compartir canuto con Johnny Thunders después de su actuación en el Roxy. O en partirnos una lata de cerveza abrazados por los hombros con Rod Stewart durante una de las seis noches de la actuación de los Stones en Earls Court en 1976, mientras él risueñamente señalaba con el dedo a Ron Wood –era su primera actuación con los Stones - diciéndome que Ron era como su little brother, hermano pequeño… Esto es rock n’ roll. Trasciende la música misma. Por eso unos años más tarde el artista california-no Monte Cazazza, el inventor de la denominación Industrial Music, medio en broma medio en serio, me bautizó con el mote de juvenile delinquent. Claro que al mismo tiempo sabíamos que el punk se transformaría en un gran marketing, influenciando música, fashion, teatro, literatura, danza, cine, etc., hasta llegar a nuestros días.

¿cómo viste las bifurcaciones consecutivas (y polarmente opuestas entre ellas, en algunos casos) que brotaron del punk? El post-punk, el Oi!, el mod revival, el asunto 2-Tone, los nuevos románticos, lo industrial...

El post-punk y sucedáneos no me interesaron. Por suerte yo ya estaba metido de lleno con Throbbing Gristle. Vi con buenos ojos el ska de The Selecter y The Specials, pues combatían un racismo muy vivo en aquel momento. Pero su bluebeat era muy pasado por agua, pues iba dirigido a un público muy joven que natural-mente no conocía el auténtico ska jamaicano. Desde Londres yo escribía articulos sobre estos y otros grupos para las revistas Sal Común y luego Star. Dexy’s Midnight Runners eran divertidos,

nada más. No me gustaban las Oi! bands, excepto Sham 69 que para mi eran más punks que Oi! Las actuaciones de Sham 69 en el Roxy fueron grandiosas. Jimmy Pursey, la voz y lider del grupo, tenía mucha energía y su música era trepidante. Sus seguidores eran punks y skinheads. Por otro lado lo industrial se estaba ya forjando al mismo tiempo que el punk. Pero esto ya es otra historia.

¿cuándo nace tu interés por lo industrial y la electrónica combativa? ¿Hay un primer contacto con el entorno Thro-bbing Gristle pre-Vagina dentata Organ, o sólo empezaste a relacionarte con ellos cuando ya estabas trabajando con tu propio “grupo”?

Aparte de Stockhausen, la música electrónica no me interesaba hasta que Throbbing Gristle y Whitehouse la recondujeron con alta dosis de perturbación y perversión. En plena explosión punk a finales de 1976, vi la instalación PROSTITUTION de Genesis P-Orridge y Cosey Fanni Tutti, en el Instituto de Arte Contem-poráneo (ICA) de Londres. Esta exposición hizo que un miembro del parlamento británico declarase que “esta gente es la ruina de la civilización”. Un piropo inmejorable, que trajo el consiguiente escándalo en todos los medios de comunicación británicos. Tam-bién leí una entrevista de Gen en Melody Maker donde rompía con todos los tópicos del rock. Por otro lado, mucho antes del punk y de la música industrial, me había interesado vagamen-te por los compositores clásicos de laboratorio como Arnold Schöenberg, Mompou, Edgar Varèse, Stockhausen y John Cage. A Cage le saludé en Cadaqués, después de una rueda de pre-guntas y un concierto suyo interpretado por la pianista Alicia Larrocha. A principios de 1977 me topé por casualidad a Genesis P-Orridge en la calle, en Berners Street, en el centro de Londres. Iba con el pelo largo hasta media espalda con un triangulo rapa-do sobre la frente. Buscaba una peluquería. Lo paré y hablamos. Me conto el proyecto de Throbbing Gristle. Así empezó nuestra amistad, que duró todos aquellos años hasta hoy; aún seguimos en contacto. Otra cosa sobre el nombre de Vagina Dentata Or-

Kata 10,newsletter del sello come Organisation, dedicado a la música electrónica extrema y en especial a Whitehouse, con “George” Valls en portada

londres, 1983

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gan: desde muy joven conocía el mito de la vagina dentata gra-cias a un cuadro de Picasso. También lo había leído mas de una vez en la prensa, y en algún libro de Freud, y más tarde en el libro Psychopathia Sexualis del Dr. Richard Krafft-Ebing, un psiquia-tra especialista en parafilias sexuales. El mismo día en que me encontré por primera vez a Genesis, él llevaba un gran bolso de piel con una inmensa vagina dentata pintada a un lado del bolso. De aquí nació mi nombre de guerra: Vagina Dentata Organ. La vagina castradora de mi obra sónica y mis acciones en directo. Ese mismo año, 1977, vi actuar en el Electric Circus de Camden Town a Warsaw Pact, con Ian Curtis de cantante. Más adelante fui con Throbbing Gristle a Manchester en 1979, pues tocaban en The Hacienda. En la primera fila de fans estaban Ian Curtis y todos los de Joy Division. Como sabemos, desgraciadamente, Ian se suicido a los 23 años, en 1980. Era amigo de Genesis.

creo que conociste a Genesis en el centro ibérico de lon-dres, un punto de reunión anarquista donde también se reali-zaban conciertos. Recuerdo haber visto un cartel de RUdi en directo allí, repleto de vivas a ETa y al GRaPO (era 1978). y, si no me equivoco, a la pedofilia.

En el mes de enero de 1979 organicé una excepcional acción en directo de Throbbing Gristle, en el Centro Ibérico. Por aquella época tuve la suerte de conocer a Eliseu Huertas Cos, un biker de la Garrotxa, que también llevaba muchos años viviendo en Lon-dres. Eliseu se va siempre con su Harley a las concentraciones de Hell’s Angels en Inglaterra, y todos los Angels le tienen gran aprecio y respeto. Es un entendido en musica rock: lo ha vivido, lo ha leído y lo ha visto todo. Se especializa en Frank Zappa y los Grateful Dead. Al cabo de unos años grabé el disco de VDO Un chien catalan, con el sonido de su Harley-Davidson dando vueltas por Port Lligat y Cap de Creus, en una noche de tra-montana, muy fría, en pleno invierno. Eliseu tiene una memoria extraordinaria. Ha visto el doble o el triple de música rock que yo, y siempre se enrolla bien con los músicos. A finales de 1978, yo estaba buscando un local grande para montar una actuación importante de T.G. Eliseu me invito a ir a conocer el Centro Ibé-rico. Este centro era un gran colegio abandonado en Harrow Road transformado en un squat, y también tenía un coffee-bar y una gran sala para pases de cine y conciertos de música. Era un punto de reunión de anarquistas, libertarios y comunistas (no se podían ver entre ellos). También me contaron que iban a menudo

agentes secretos de la Embajada Española. Si no recuerdo mal, para organizar lo de T.G. tuve que hablar con los veteranos anar-quistas exiliados Manuel Manrique y Miguel García. Este último se salvó del garrote vil en el último momento tras ser condenado a muerte por el franquismo, pero pasó 20 años de su vida preso en Carabanchel. Eliseu me contó que Joaquín Sabina iba mucho por el Centro Ibérico, pero entonces yo no sabía quién era. Más adelante también organicé acciones en directo de Whitehouse en el mismo centro. Por alguna razón llegó a los oídos de Manrique y García que WH era un conjunto ultra y fascista. Muy serios me convocaron a una reunión tal día y a tal hora. Cuando me pre-senté me esperaban unas 10 personas sentadas en sillas forman-do un circulo, menos una silla vacía que era para mí. Empezaron a interrogarme. Parece ser que les convencí explicándoles que William Bennett era un grandioso artista, lector empedernido del Divino Marqués de Sade y nada más. La actuación en directo de WH se hizo puntualmente con mucho éxito y sin problemas.

Ver tu foto de 1977 con la famosa camiseta de Ulrike Mein-hof me lleva a preguntarte por tu visión de la lucha armada, entonces y ahora, y cómo viviste los tiempos de la Brigate Rosse, RaF, etc.

Personalmente, me interesan todos los comportamientos compul-sivos, obsesivos y fanáticos de toda índole. La Red Army Frac-tion, (RAF), planeaba en el subconsciente europeo de los años 70, y también coincidió en tiempo con el punk. Incluso Brian Eno produjo en 1977un magnifico disco del conjunto Snatch (formado por dos chicas americanas que vivían en Londres, Pat Palladin y Judy Nylon) llamado RAF, inspirado en el secuestro y asesinato del ejecutivo Martin Schleyer. En él podemos oír los avisos de alerta a la población civil de la policía alemana contra los Baader-Meinhof. Es un misterio comprender como los RAF podían ser tan utópicos y románticos, sabiendo de antemano que jamás podrían conseguir sus objetivos, teniendo en contra al po-deroso estado alemán.

creo que tu colaboración con Psychic TV en “catalan”, del lP Dream less sweet, ha hecho más por la idea del catalán no-gilipollas que todos los speeches de Pau casals. Uno se siente bastante orgulloso de ello, la verdad.

O.K. Pero de gilipollas los hay en todas partes. También colabore

Jordi Valls, en Bilbao con la Banda Trapera del Rio, en 1983. Foto: Salvador Costa

Genesis, Paula ,Jordi. 1983

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en otros discos de PTV y Whitehouse. Incluso, en ona ocasión, cuando Genesis se harto temporalmente en 1988 de los otros tres miembros de T.G., actué en directo en el teatro Astoria de Lon-dres, bajo el nombre de Throbbing Gristle Ltd. Salí al escenario a cantar a dúo con Gen un interminable “Discipline” Yo llevaba un látigo de casi tres metros de largo en cada mano, pegando la-tigazos a diestro y siniestro contra el suelo del escenario. Aquella noche el Astoria agotó todas las entradas.

dicho esto, voy a hacerte una pregunta peliaguda: Eres cata-lán, pero ¿te sientes cercano al supuesto tarannà nacional? ¿crees que gente como Francesc Pujols, Trabals, dalí, etc son excepciones que confirman la regla del catalán recto y correcto, o confirmaciones de que existe otra catalunya, arrauxada y surrealista? yo tengo mis dudas, la verdad. y, otra pregunta: ¿Te sientes cercano espiritualmente a España, o el resto de la península ibérica?

Paradojicamente sigo de cerca la política internacional y nacio-nal, pero no tengo un modelo político propio. No me interesa lo que veo. Primero quiero decir que me siento igual de bien con amigos tomando un dry-martini cocktail en el American bar del Savoy de Londres, o debajo la cúpula del Palace de Madrid, o en la barra del Tandem de Barcelona. Me encuentro bien en todas partes. Ahora bien, políticamente el estado español y Ca-talonia nunca se han entendido. No hay empatía emocional. Por lo tanto, lo mejor desde mi punto de vista es un divorcio político. Como la vida misma. No veo más drama que este. Que cada uno se haga su cama, y atienda sus consecuencias.

¿qué opinas de los grupos que llevaban una onda similar a VdO y operaban desde España, como Esplendor Geométrico o los primeros aviador dro? ¿Mantenías algún tipo de co-rrespondencia con ellos?

Al principio nos escribíamos y nos intercambiábamos discos con EG. Todavía guardo sus cartas. Creo que EG se fijaban más en los ruidos electrónicos que en los profundos juegos mentales de los ingleses Throbbing Gristle y Whitehouse. Obviamente, esta-mos ambos en ondas equidistantes, somos muy diferentes. Estoy seguro que ellos, por otras razones, piensan lo mismo de VDO.

¿cuáles son tus influencias no-musicales en VdO? Por su-puesto, el surrealismo y dadá, ¿no?

En este orden: Salvador Dali, Eros y Thanatos. Con toques de da-daismo y surrealismo que transformo en hiperrealismo. En esta vida no hay nada más excitante que la realidad cruda y candente. Como las pinturas de Francis Bacon, que inspiran violencia, y las de Lucian Freud, que nos desbordan de carne humana.

¿Has hecho, de la mano de Genesis P. Orridge, alguna incur-sión en lo magicko? aquí en la Escuela Moderna no somos mucho de creer en “the occult”, aunque nos encante el libro de colin Wilson o El retorno de los brujos de Pauwel. nos gustaría que trataras de convencernos de lo contrario (o sea, de que sí existe lo “oculto”).

Yo tampoco creo en fantasmas, pero he disfrutado leyendo a Aleister Crowley y Colin Wilson, y tengo la biblia satánica de Anton Lavey. A Wilson le fui a saludar y hablar con él en una librería de Londres. Es posible que yo sea de las pocas personas del entorno de Gen que no participó en los rituales inspirados por Crowley. Para mí era todo un poco cumbayá. Genesis es un tío muy interesante. Vive y trabaja su arte 24 al dia. Siempre está cansado. Cuando se fue a vivir a California conectó enseguida con Ken Kesey, el líder de los Merry Pranksters y autor de One

flew over the cuckoo’s nest.8 Gen trabajó con Timothy Leary, el padre espiritual del LSD. También fue muy amigo del artista Brion Gysin, el inventor de la Dream machine: un cilindro que da vueltas sobre sí mismo, con luz interior, y supuestamente altera tu mente (si te pones cerca con los ojos cerrados). El resultado es como un alucinógeno natural, sin efectos secundarios. Yo lo probé con Gen y el resto de Psychic TV en un estudio de música. La única persona a quien no le hizo ningún efecto fue a mí. En 1982, en el Ritzy cinema de Brixton, conocí y saludé a William S. Burroughs. En aquel cine Genesis organizó The Final Acad-emy, una noche de música, lectura, poesía, con el enigmático Burroughs de invitado, entre otros. A través de Gen, también conocí al cineasta Derek Jarman, y juntos filmamos Catalan para La Edad de Oro de TVE. Otro hecho curioso: a finales de los años 70, Genesis envió por correo certificado una carta junto a una lata de sopa en conserva Campbell’s a Andy Warhol, en NYC. A vuelta de correo, Gen recibió en Londres la misma lata de sopa de conservas Campbell’s, esta vez firmada de puño y letra por Andy Warhol. Viva el Pop Art.

aunque hemos visto descripciones de las obras completas de VdO en la web escritas por ti mismo, nos gustaría que efectuaras ahora una reflexión con perspectiva 2010 de lo que representan para ti aquellos ocho álbumes y cómo han envejecido.

En estos momentos estoy trabajando en el noveno disco de Va-gina Dentata Organ, con el título Irene’s cunt. Siempre aviso a mis compradores que los discos de VDO no son para escuchar. No lo entiendo. Sigo teniendo clientes en todo el mundo. Lo más seguro es que sean unos snobs despreciables. Muy a menudo recibo mails de amigos para que vea colgado en Ebay los pictu-re-discs de VDO a unos precios que

Psychic Tv, circa 1984L

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llegan hasta los 2.500, 3.000 $ cada uno. Los discos de VDO son irrepetibles. Una vez terminada la primera edición de cada disco nunca jamás se volverán a editar. Siempre he producido los discos yo mismo, a través de mi marca: World Satanic Network System. Mi hermano Marc crea toda la parte gráfica. Nuestro modus operandi es parecido al de Buñuel y Dalí cuando filmaron Un chien andalou: nos mandamos cientos de correos con muchas ideas para llegar a decidir el concepto grafico de las portadas. Descartamos la mitad, y solo guardamos las ideas que nos gus-tan a ambos. Buñuel y Dalí hacían algo parecido con papelitos escritos que iban rompiendo -o metiendo los importantes dentro una caja de zapatos- hasta lograr su objetivo. Los discos de VDO son insoportables. Hay sonidos de perros entrenados a matar, un documento sónico en directo de un suicidio colectivo, ritual de tambores, diferentes parejas jodiendo en directo, el sonido mecá-nico de una Harley-Davidson, un remix de los primeros cuatro discos de vinilo de VDO, campanas tocando a muertos o un vio-lín interpretando cinco variaciones de una misma pieza musical. Estos discos tienen una fuerte carga emocional de violencia, sexo y muerte. Supongo que la obra de VDO ha quedado congelada en el espacio. No sigo modas ni principios morales. Por supuesto que no.

Todo el mundo, tú incluido, menciona la palabra “nihilista” al hablar de ti y de tu obra con VdO, pero francamente -tras ver-te en carne y hueso- te encuentro muy poco nihilista (y digo esto como un elogio): pareces un tipo entusiasta, enamorado de la vida, apasionado... quizás lo que llamas nihilismo sea más bien, en tu caso, un perpetuo enfado contra el establis-hment y la sociedad moderna, y ganas de ciscarte en sus ídolos, quizás también un cierto pesimismo de cara al futuro de la humanidad...

Las apariencias engañan. Salvador Dalí decía que es absoluta-mente esencial tener una actitud violenta y subversiva, para así poder mantenernos a una suficiente distancia higiénica de los cretinos y putrefactos. Precisamente es esto lo que demuestro en todas mis performances en directo de VDO. Son acciones de vio-lencia y destrucción. Por otro lado, gracias a la imaginación, mi mundo interior sigue siendo optimista. Pero mi visión de cara al exterior es todo lo contrario.

ciertamente, la ultra-famosa performance de VdO en aquel La edad de oro de 1984 es bastante nihilista y da un poco de miedo. Me encanta que destruyas obras de arte imbécil, algo que deberíamos hacer más a menudo. Por supuesto, de casademont no se acuerda ya ni su padre: ¿quién sería tu objetivo artístico a aniquilar hoy?

Ahora los ingleses Chapman Brothers pintan monigotes sobre litografías originales de Goya. ¡Fantástico! Dalí pinto sobre cuadros estupendos de pintura muy antigua. En el 2008, en una acción en directo de Vagina Dentata Organ en SPECTRA (el ‘primer simposio sobre la teoría de la conspiración’ en el OCCC de Valencia) rompí con rabia, a golpes de martillo, sie-te grandes espejos. Al año siguiente el artista italiano Miche-langelo Pistoletto hacia lo mismo, rompiendo varios espejos en la Bienal de Venecia de 2009. En la acción en directo de VDO en el Auditori del MACBA, dentro del Festival LEM, rompí cientos de botellas de vidrio. Luego, dos años más tarde Lady Gaga en una actuación en directo hacia lo mismo, rom-pió tres o cuatro botellas falsas, de azúcar transparente, sobre su piano. Lo importante es el hecho implícito de destrucción. No importa cuál sea el objeto a liquidar. Lo mío es destruir, o quemar, por el gusto de destruir. Esto es lo más urgente para mí. Nada más. Pero hay algo que todavía me desquicia

dcha.: The good, the bad, the ugly and the catalan:

Jordi Valls (VdO), david Tibet (current 93), steven stapleton (nurse with Wound) y William

Bennett (Whitehouse), londres 1986

Foto pequeña: Whitehouse con un Jordi Valls con el ojo a la funerala

Foto: Irene

Flyer para anunciar el lanzamiento en Wsns, el sello de Valls, del picture-disc The Last Supper, que contiene audiograbaciones

en vivo de los últimos momentos de vida de los 912 integrantes de esta secta fundada por el Reverendo Jim Jones, realizadas in situ por el mismo Jones mientras se perpetraba el mayor suicidio

colectivo ―(aunque en parte forzado)― de la historia

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Jordi Valls, y el fallecido

salvador costa de marcha por

Barcelona. en 1977

Foto: Salvador Costa

después de 10 años: la escuela de arte de la universidad de Grenoble, en Francia, me invitó a presentar una exposición de los cuadros pintados con mi sangre dedicados a top mo-dels. Después de la inauguración el director de la escuela nos invitó a cenar a mi hermano Marc, los curators Eric y Marc Hurtado del conjunto electronico Étant Donnés, y otros invi-tados, hombres y mujeres, relacionados con el mundo del arte. Mucho más tarde, al llegar a la habitación del hotel, pusimos las noticias de la televisión: ETA acababa de asesinar aquella misma tarde en Barcelona al político Ernest Lluch. Enseguida relacioné la sangre inocente derramada en una calle de Barce-lona con la sangre de mis cuadros. Nos quedamos pensativos, sin palabras. Era el 21 de noviembre del año 2000.

¿qué piensas de la transformación que ha efectuado el arte anti-arte y destructivo de gente verdaderamente peligrosa como Whitehouse o Throbbing Gristle, recuperado como ha sido por la gente del shock art y memos de la talla de Tracey Emin o el cretino mercantilista de damien Hirst?

Siempre ha estado de moda cargarse al triunfador. Tracey Emin y Damien Hirst son grandes personas y artistas. Los he visto na-cer y crecer artísticamente. Hasta compré varias de sus obras cuando nadie los conocía. Sigo creyendo que el ARTE es un ar-tilugio que solo sirve para hacer dinero. Pero ahora prefiero mil veces un Emin, un Hirst, un Gavin Turk, un Banksy, un Marc Quinn, o los Chapman Brothers que un Pablo Picasso. Hemos de abandonar el pasado para disfrutar y mirar hacia adelante. En 1978 Throbbing Gristle actuó en directo en el Goldsmiths’ College of Art. Solo cuatro personas fueron a verles. Uno de ellos era Damien Hirst, entonces alumno de esta reconocida es-cuela de arte de la universidad de Londres. A Tracey Emin, Irene y yo la conocimos en una fiesta que dio el fotógrafo Mat Collis-haw en Londres. Damien y Tracey son de fuera de Londres. Son provincianos, como diríamos aquí, y de origen working class, como dicen los muy clasistas ingleses. Desde mi punto de vista creo que es magnífico ver como solo con su imaginación han

revolucionado fanáticamente el mundo del arte universal. Se lo merecen todo. Aunque se vayan riendo a la tumba.

Oh. Vale. El posmodernismo afirma que no existe una verdad, que todo fluctúa, no hay un centro, no hay mejor ni peor, no existe una moral, etc... aquí en la Escuela Moderna somos moralistas, anti-posmodernos y anti-deconstructivistas, y creemos firmemente que sí existen verdades objetivas. no sé si tú estás de acuerdo con esto.

Hagamos como sentenciaba Aleister Crowley: “DO WHAT YOU WILL SHALL BE THE WHOLE OF THE LAW”. Que podemos interpretar más o menos como: Haz lo que te salga de los cojones, o de los ovarios. Creo que auto-encasillarse en palabras y tópicos nos atrapa en una camisa de fuerza. Por suer-te, hoy todo se transforma y cambia muy rápido. Pero no es suficiente. Nuestro única liberación posible es avanzar hacia ade-lante. Evolución o muerte cerebral. Sin entrar en pormenores, yo maldigo sobre todo a los partidos políticos conservadores y a las religiones. Ellos son los grandes culpables de este lastre nefasto contra el progreso, la ciencia, y libertad individual. H

1 Ex-punk, ex-mod renacido a fan de The Christians2 Emigrante francés y miembro destacado del 70’s punk angelino, fundador del mítico

fanzine y sello Slash. Los editores de La Escuela Moderna tuvimos la fortuna de llegar a entrevistarle para Hangover, un irregular fanzine que también publicamos. Bessy vivió en Barcelona en la última etapa de su vida, y murió aquí en 1999.

3 No recuerdo cuál de sus referencias. Obviamente, no me atreví a pincharlo jamás. Por añadidura, aquel artefacto no parecía haber sido hecho para que nadie lo escu-chara; parecía retarte a ello, de hecho.

4 Me la contó Xavi Cot, el organizador de los dos primeros festivales Punk en Barce-lona en 1978.

5 Aunque lo respetamos, faltaría más.6 Valls añade: “Este concierto está considerado como el fin oficial de los hippies y el

flower power”.7 Y posteriormente de Dexy’s Midnight Runners y Specials.8 Y también de uno de los libros favoritos de La Escuela Moderna: Sometimes a great

notion (1964)

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El documental es la for-ma más libre de hacer cine. Es así.

Tomemos un ejemplo más o menos reciente: Trouble the water, donde una buena parte del metra-

je está movido y desenfocado, mal iluminado y grabado por amateurs con una handycam en medio del caos del huracán Ka-

trina. y eso, no sólo se convierte en cine, gana premios y se proyec-ta por todo el mundo, sino que acaba por ser un trozo de historia viva:

algo que retrata una época y un momento con la precisión de un escalpe-lo. y es cine, sí, pero es también diy, autogestión y muchas otras cosas que

en La EscuELa ModErna encontramos chupis. no os hablo del típico documental de national Geographic que se ve tumbado en el sofá, normalmente al mediodía y con la babilla colgando (me entra la mo-dorra sólo de pensar en todas esas tardes desperdiciadas mientras, de fondo, en la tele, se muestra con todo soporífero detalle la reproducción asexual de las esponjas marinas del caribe mejicano). lo que me interesa es otro tipo de documental: el que abre ojos, cambia vidas y (a veces) hace derramar lágrimas. El documental como herramienta contra la estupidez, la rutina y la vulgaridad. como instrumento para señalar aquello que no vemos,

y hacer que lo ya visto se perciba con nuevos ojos. aquel que alte-ra, que pone patas arriba toda la perspectiva que tenemos del

tinglado, que hace las preguntas que nadie quiere hacer y nos hace plantear respuestas. de ese tipo de docu-

mental quiero hablaros.

el documental social (más doce documentales

de regalo)

por Uri Amat

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En el principio hubo el docuMucho ha llovido desde esas primeras proyecciones de los

hermanos Lumière en el Salon Indien du Grand Café de París el 28 de diciembre de 1895. Nadie podía imaginar que, en el preciso momento en el que un gabacho bigotudo supuestamente gritó “¡Es como la vida misma!” al ver proyectado en la pantalla el tren que parecía iba a arrollarle, se estaba presenciando el na-cimiento del cine como fenómeno de masas (y mucho menos los propios Lumière, que mostraron su clarividencia al declarar que la suya “era una invención sin ningún futuro”).

Pero ese día no sólo vio nacer a esa caterva de ejecutivos, sicofantas, histriones y comediantas que actualmente llamamos industria cinematográfica, sino que, simultáneamente, vio nacer el documental1, y con él una nueva manera de mostrar la reali-dad sin adulterar.

Sin embargo, el hecho de documentar la realidad a través de imágenes en movimiento no sería bautizado hasta 1926, cuan-do el crítico inglés, y más tarde documentalista himself, John Grierson, en una crítica para el New York Sun, usaría la palabra “documentary” para describir la segunda película del pionero Robert Flaherty. Al ver Moana2 (un “docuficción” sobre la vida de los habitantes de Samoa), a Grierson se le encendió la bom-billa: “Todo esto está muy bien pero, ¿porqué no aplicar este estilo de hacer películas a las minas y fábricas, la sociedad e ins-tituciones, los problemas y defectos de la vida urbana/industrial de la Inglaterra moderna?”. Esta revelación se materializa en su ensayo de 1932 First Principles of Documentary, en él Grierson sienta los principios de los documentales al argumentar que el potencial del cine para retratar la vida puede ser explotado en una nueva forma de arte, que personaje y escena “originales” son mejores guías para interpretar el mundo moderno que sus homólogos de ficción, y que los materiales “sin tratar” pueden ser más reales que el producto actuado.

Ahí empieza la misión consciente del documental social. Por documental social nos referimos a aquel que, con su “tratamien-to creativo de la realidad” (Grierson dixit), o sea, sin pasar por el tamiz de la actuación forzada, los escenarios impostados y la imaginación de los guionistas, registra la realidad existente con el objetivo –ya sea de manera velada o claramente manifiesta– de señalar aquello que no funciona y forzar al espectador a la acción o, como mínimo, a la reflexión. En resumen, se parte de la base que no se pueden trasmitir ideas a un público que está demasiado ocupado desentrañando el porqué de la parálisis fa-

cial de Nicolas Cage (al tiempo que piensa “¿Qué cojones es esa especie de animal peludo que lleva en la cabeza?”).

El documental social se irá gestando en distintos sitios y épo-cas, poco a poco se perfeccionará y concretará su enfoque, y a través de distintos movimientos éste irá adquiriendo su compo-nente social, económico y, por tanto, político.

Para empezar, ya en los años 20 del siglo XX, se aprecian dos maneras bastante diferentes de documentar la realidad a tra-vés del medio cinematográfico: por una parte los antropológicos filmes sobre formas de vida tradicionales de Flaherty (Nanook, Moana, Man of Aran) y, por otra, los rusos. Siempre hay un ruso. En este caso conocido como Dziga Vertov.

Kino-Pravda, es cine fino, Kino-Glaz, es cine colosalLo dijo Lenin: “De todas las artes, el cine es la más impor-

tante para nosotros”. Así, después de la revolución de 1917, una de las primeras acciones que emprenda el nuevo gobierno bol-chevique será crear una sub-sección del Departamento de Edu-cación dedicada exclusivamente al cine. Recién salidos de una revolución, y con una guerra civil en curso, había que informar a un público mayormente analfabeto de las virtudes y logros que traía consigo esta nueva sociedad sin clases ni desigualdades. El documental era el instrumento ideal para conseguirlo.

Dziga Vertov (en ucraniano “peonza”, seudónimo de Denis Arkadievich Kaufman) sería uno de los cineastas más activos e influyentes. En 1920, en plena guerra civil, Vertov trabajó en los famosos trenes “agit-prop” –los cuales viajaban por todo el país representando pequeños actos y obras difundiendo el ideario po-lítico del nuevo régimen– creando agitka (pequeñas piezas fílmi-cas de propaganda). En 1922, Vertov empezaría a producir la serie de cortos llamada “Kino-pravda” (literalmente, “Cine-ver-dad”), donde se mezclaba la propaganda con lo que los ingleses llaman newsreel3, aunque a diferencia de estos últimos se evita-ban las frivolidades y distracciones burguesas (o sea, no cotilleos, no estrellas de cine, no perritos que hacen esquí náutico).

Al contrario que Flaherty, que dirigía a los personajes para que semi-actuaran haciendo lo que éste deseaba, Vertov se esforzó en capturar lo que ocurría ante la cámara sin ninguna alteración. Este método, junto con su teoría –que plasmó en un artículo de

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de izda. a dcha.:Imágenes de We are

the Lambeth Boys, Together, Momma

don’t allow y O dreamland

ditos del orbe, los vanguardistas europeos se liaban la manta a la cabeza y creaban la que faltaba de las tres patas de las disciplinas fílmicas (junto con el documental y el cine de ficción): el cine experimental –ya sabéis: mirror, father, mirror–.

En 1929, Grierson, al volver a Inglaterra, crea el movimiento documentalista inglés. Éste, supeditado al Gobierno de turno, dará al documental social su base teórica, lo desarrollará e instituciona-lizará a lo largo de 10 años y más de 300 piezas de corte educacio-nal, de manifiesta ideología socialista. Se dice que este movimiento pudo haber influido en la victoria laborista en las elecciones de 1945, lo que no es poco. También a partir de un estudio de Grier-son se creará en 1938 el National Film Board of Canada, algunas producciones del cual tendrán una influencia decisiva en futuros movimientos artísticos como el Cinéma Vérité o el Direct Cinema (de hecho se considera Les raquetteurs, una producción del NFBC de 1958, como la precursora de ambos movimientos).

En Estados Unidos, en la decada de los 1930, surgen dife-rentes movimientos de cineastas de izquierdas como el Workers’ Film and Photo League o su escisión más artie: Nykino (de New York Kino, en claro homenaje a Dziga Vertov), que comparte objetivos con éste, en su caso aplicando la óptica marxista al pro-pio país. De Nykino saldrán lumbreras como Elia Kazan, Henri Cartier-Bresson o James Cagney, y de otro cisma surgirá a su vez Frontier Films que, con motivo de la Guerra Civil Española, pro-ducirá varios filmes apoyando la legítima causa de la República Española (el más famoso The Spanish Earth). También en EEUU, la gran depresión propicia que el New Deal de Roosevelt pa-trocine múltiples documentales, de los que destacan los de Pare Lorentz, de corte claramente Griersonista.

Seguimos en los años 30, aunque en el extremo opuesto de la brújula política: la alemana Leni Riefenstahl revoluciona el género con obras como Olympia o Triumph des Willens que, a pesar de compartir un objetivo más bien abyecto, le dan al cine documental un componente técnico, estético y épico que influirá enormemente en la manera futura de hacer cine.

La Segunda Guerra Mundial y la necesidad de informar sobre la progresión de la guerra, así como el uso del cine para la pro-paganda y el adiestramiento militar de los soldados, favorece una expansión del documental sin precedentes. De esta época data Why we fight, una serie de documentales de propaganda que en-cargados a Frank Capra por el gobierno de EEUU, una especie de respuesta americana al “Triunfo de la voluntad” de Riefenstahl (cuyo visionado había tenido un profundo efecto en Capra). Lo más recordado de Why we fight serán sus icónicas animaciones (obra del estudio de Disney), sobre-explotadas hasta la saciedad en todo tipo de documentales historychannelescos dedicados a la contienda.

En la Inglaterra de posguerra, sin embargo, el documental se encuentra en sus horas más bajas. La escasez y austeridad de la época, sumadas a la perdida de interés en el medio por parte del nuevo gobierno Laborista, ha dejado a los documentalistas –la mayoría de ellos de ideología lefty y/o simpatizantes de Labour– desmoralizados y sin medios u objetivos.

1925 titulado “Las bases del Cine-Ojo (Kino-Glaz)”– establece-rían una manera de trabajar que se convertiría casi en dogma en movimientos posteriores del cine documental. Para Vertov y sus seguidores (que se llamaban a sí mismos kinoks) la misión del verdadero artista comunista era “descifrar” la vida según “una visión comunista del mundo”, mientras se mostraba la realidad “tal como es”, sin enmascarar problemas, ni ocultar datos4.

Con el tiempo, “El Peonza” iría derivando hacia formas más vanguardistas, experimentales y casi poéticas, especialmente en su conocida obra maestra El hombre con la cámara (1929)5, un retrato de un día cualquiera en la vida de una ciudad rusa, que sigue la onda de otras “sinfonías de ciudades” tan en boga en la época, aunque en este caso destaca por las múltiples invenciones que Vertov desarrolla: animaciones stop-motion, cámara lenta y rápida, particiones de pantalla, etc. Su postrera deriva hacia el formalismo (que le pasó a interesar más el continente que el contenido, vaya) le valió el más absoluto desdén del “padrecito” Stalin, cuando la única forma artística aceptable pasó a ser el realismo socialista. Aun así, Vertov sobrevivió a las purgas de Stalin y no visitó el gulag, pero acabo sus días como un simple director de noticiarios más.

De los 20 a los 50 y tiro porque me tocaHacemos un salto a lo Bob Beamon para plantarnos directa-

mente en la Inglaterra de mediados de los 50. El camino que ha recorrido el documental hasta aquí ha sido impresionante. A la vez que Vertov hacía de las suyas en la rusia post-revolucionaria y Flaherty se ponía el salacot para irse a los rincones más recón-

John Grierson (a la derecha), supervisa el diseño de un cartel para el national Film Board de canadá

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El “cine libre” y la Nueva Ola InglesaA través del Free Cinema todos estos cineastas saldrán de su

apatía. Como cualquiera que siga este fanzine sabrá, en la Ingla-terra de mediados de los 50 se está gestando una especie de re-volución cultural que culminará en el desparrame de los 60. Una serie de novelistas, ensayistas y dramaturgos se han hartado de la encorsetada y tradicional sociedad inglesa y su estanco sistema de clases. Son los angry young man, los jóvenes cabreados: John Osborne, Kingsley Amis, Alan Sillitoe, Colin Wilson y un puña-do más. También están hastiados de la mediocridad, la fealdad y el conformismo del Estado del Bienestar creado por los laboristas (curiosamente, el que exaltaba Grierson a través de sus filmes). En esto los angry young man anticipan la colisión frontal que se avecina entre la “old left” de los viejos socialistas, orientada a las mejoras laborales, la lucha sindical y el estado del bienestar, y la “new left”, mucho más vital, hedonista y anti-trabajo.

Todo este cabreo se expulsará a través de diferentes discipli-nas artísticas: teatro, cine, literatura, etc, pero se manifestará es-pecialmente en el género documental en forma de un movimiento efímero autodenominado Free Cinema. Éste será recordado por las adaptaciones que algunos cineastas relacionados con el movi-miento harán de las obras de los angry young man, dando lugar a una endogamia que se conoce como British New Wave (y de la que saldrían algunas de nuestras películas favoritas: La soledad del corredor de fondo, A taste of Honey, Look back in anger, If…, y así podría estar todo el día). Sin embargo, no debemos confundir el Free Cinema con la Nueva Ola Inglesa. Si nos ate-nemos a lo que los propios implicados aceptan como tal, el Free Cinema se reduce a las películas (todas ellas documentales de medio o corto metraje) que se exhibieron en la serie de progra-mas bautizados de manera homónima que tuvieron lugar entre febrero de 1956 y marzo de 1959 en el National Film Theatre de Londres. ¿Por qué Free? Pues porque (como rezaba el texto del primer programa) en la actitud de sus miembros estaba implícita “la creencia en la libertad, en la importancia de la gente y la trascendencia de lo cotidiano”. El primer programa consistió en O Dreamland de Lindsay Anderson, Momma Don’t Allow, de Tony Richardson y Karel Reisz y Together de Lorenza Mazzetti (que retratan un parque de atracciones de Margate, un club de jazz de Wood Green y las vivencias de un par de sordomudos del East End, respectivamente). Para tratarse de tres piezas cortas documentales de bajo presupuesto el éxito fue arrollador, y ya antes del comienzo del primer pase se había formado en la puerta una cola de centenares de personas. Así lo describía la crónica del Evening Standard del día: “Cada barba y cada trenca de Lon-dres, cada corte de pelo “a lo garçon” y cada pantalón vaquero parecían converger anoche en el National Film Theatre de South-bank. Colas de cinéfilos aguantaron bajo la lluvia durante horas con la esperanza de ver tres cortometrajes que se han convertido a lo largo de cuatro días en la comidilla de la ciudad”.

Esta reacción inusitada sólo puede entenderse si se pone el asunto en su adecuado contexto. Antes del Free Cinema, la gente

retratada en estos cortos carecía de voz, como si fueran parias o intocables, parte de la casta más baja de la sociedad. No te-nían representación en el cine británico y no existían obras que trataran sobre sus vidas. El Free Cinema cambió esto. Por vez primera, y al contrario que en los documentales de los años 30 de Grierson, que mostraban a la clase obrera ejerciendo de eso mismo –de trabajadores: currando, en el tajo, ganándose las len-tejas– el Free Cinema mostraba la cultura obrera en su contexto más amplio: se preocupaba del qué pensaban, qué hacían en su tiempo libre, qué esperanzas y sueños depositaban en el futuro. Aunque visto con la perspectiva del tiempo la actitud de estos cineastas (por lo menos la que se intuye por la voz en off de al-guna de sus obras, como el estupendo We Are the Lambeth Boys de Karel Reisz) fuera un poco condescendiente, en la época era lo nunca visto. Supongo que como cuando, en los años setenta, nuestros padres iban a Perpinyà a ver tetas, culos y tupidos felpu-ditos. La novedad siempre condiciona la expectativa.

Cinéma Vérité y Direct Cinema, la verdad ante todoSeríamos muy cándidos si pensáramos que la tecnología es lo

que va a salvarnos. Como H.G. Wells somos realistas, y nos da-mos cuenta de que el “progreso” (entendido como sinónimo de los avances tecnológicos), lo único que nos ha traído es suciedad, muerte y destrucción: la bomba H y la energía nuclear, los co-ches y el asfalto, las fábricas y chimeneas, el 22@, el Kalashnikov (aunque a veces se le haya dado un buen uso, ya me entendeis), Pitchfork, el foro del Primavera Sound… Pero, al César lo que es del César, no negaremos que la tecnología al servicio de la cultu-ra a veces nos ha dado grandes alegrías.

Desde la invención del cine los documentalistas siempre ha-bían buscado la manera de liberarse totalmente de las ataduras técnicas para, como se suele decir, hacer de su capa un sayo y poder filmar en las peores condiciones posibles. Como nos re-

dcha. arriba, cartel para Kino-glaz,

de Alexander Rochenko

dcha. abajo,Dziga Vertov en

plena faena

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cuerdan Jack C. Ellis y Betsy A. McLane en su A New Story of Documentary Films, la división primera entre los filmes de ficción y los documentales vino dada por las limitaciones del ma-terial de la época: las primeras cámaras –los kinetoscopios– de la Edison Company eran tan grandes y pesadas que sólo podían estar confinadas en un estudio y, por tanto, limitadas a lo que allí sucediera (básicamente pequeñas obras de teatro, vodevil, etc.) En cambio el cinematógrafo de los Lumière era una cámara mucho más ligera y transportable, por lo que era posible grabar imágenes de la calle, del mundo real. Así consiguió dotar al cine de interés cultural (y comercial) y, por tanto, fue clave en su po-pularización.

De la misma manera, los avances tecnológicos en el mun-do cinematográfico contribuyeron a las nuevas corrientes en el cine documental que aparecieron en los años 60 y 70. La apa-rición de cámaras mucho más ligeras de 16mm y la posibilidad de grabar el sonido sincronizado permitía grabar la acción tal como ocurría sin obstaculizarla o interrumpirla. Ello propició la aparición de corrientes como el cinéma vérité francés o el direct cinema americano, los cuales, como Dziga Vertov, anteponían la representación de la realidad “tal como es” y la busqueda de la máxima objetividad a otros factores como la iluminación, los planos artísticos, etc.

Sin embargo, aunque compartieran una estética parecida y objetivos similares, el cinéma vérité y el direct cinema divergían en la manera de lograr su propósito6. En el primero (por ejemplo, en Chronique d’un été de Jean Rouch), el cineasta se implica en la acción, no sólo observa sino que intenta influir en los hechos, se le puede escuchar haciendo preguntas e incluso aparece en pantalla reflexionando sobre la misma obra que estamos viendo. En el direct cinema, por otra parte, simplemente se documenta lo que ocurre, no hay ninguna intención de influir en la acción, y presenta una sucesión de escenas, sin voz en off ni ningún comen-tario, dejando que sea el espectador el que una las piezas (como

en los documentales de Robert Drew –Crisis, Primary–, los de los Maysles Brothers –Grey Gardens, Salesman– o el más conocido Don’t look back de D.A. Pennebaker).

La idea detrás de ambos movimientos era que el cine podía (¡y debía!) enseñarnos la realidad sin alterar. Todo esto en teoría, cla-ro está, porque es bien sabido que a través del montaje también se puede alterar el mensaje que se transmite (¡y cuánto!): cuando uno decide qué imágenes se enseñan, en qué orden y cuáles se quedan en el suelo de la sala de montaje, también ejerce una subjetividad que no puede ser obviada. Pero, en fin, no seamos torracollons, la intención ahí estaba.

El tercer cineMención especial para El Tercer Cine, un movimiento de

cine-guerrilla latinoamericano de los 60 y 70 que vio en el cine documental una herramienta idónea para luchar contra el capita-lismo y el imperialismo. El término fue acuñado en el manifiesto del ‘69 “Hacia un tercer cine”, escrito a finales de 1960 por los cineastas argentinos Fernando Solanas (del que 30 años después veremos Memoria del saqueo, su crónica del “corralito”) y Octa-vio Getino, miembros ambos del Grupo Cine Liberación y en el cual se plantean la manera de hacer cine partiendo de unos idea-les y manera de hacer diametralmente opuestos al del cine ho-llywoodiense, basado en el presupuesto y el potencial comercial. El manifiesto de Solanas y Getino es una emocionante obra de una lucidez preclara: “El hombre del tercer cine, (…) opone ante todo, al cine industrial, un cine artesanal: al cine de individuos, un cine de masas; al cine de autor, un cine de grupos operativos; al cine de desinformación neocolonial, un cine de información; a un cine de evasión, un cine que rescate la verdad; a un cine pasi-vo, un cine de agresión; a un cine institucionalizado, un cine de guerrillas; a un cine espectáculo, un cine de acto, un cine acción; a un cine de destrucción, un cine simultáneamente de destruc-ción y de construcción; a un cine hecho para el hombre viejo, para ellos, un cine a la medida del hombre nuevo: la posibilidad que somos cada uno de nosotros. La descolonización del cineas-ta y del cine serán hechos simultáneos en la medida que uno y otro aporten a la descolonización colectiva. La batalla comienza afuera contra el enemigo que nos está agrediendo, pero también adentro, contra el enemigo que está en el seno de cada uno. Des-trucción y construcción.”. ¡Que alguien lo clave con chinchetas en la espalda de Amenábar!

Del Grupo Cine Liberación es el influyente e inabarcable La Hora de los Hornos, que explica en cuatro horas divididas en tres partes la historia de Argentina y la ola de fervor revolucionario que se extendió por muchos países de América Latina en los 60-70. La más famosa es la primera parte, especialmente el frenético y emocionante prólogo donde, al ritmo de algo que parece una txalaparta, se nos muestran eslóganes revolucionarios (“Es falsa la historia que nos enseñaron”, “Un pueblo sin odio no puede triunfar”, “Ningún orden social se suicida”) intercalados con imágenes de represión, después del cual se pasa a analizar el neo-colonialismo y la historia de la dominación de Argentina y de

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latino-américa, especialmente la violencia económica cotidiana que sufre el pueblo, el adoctrinamiento por parte de los medios de comunicación de masas (“más efectivos que el napalm” se nos dice) o la desigualdad entre las élites y el pueblo. Esta primera parte acaba, al ritmo de los mismos tambores del principio, con un plano fijo de tres minutos del rostro de Che Guevara, cadá-ver, mientras la voz en off recita: “¿Cual es la única opción que le queda al pueblo latinoamericano? (…) Cuando se inscribe en la lucha por la liberación la muerte deja de ser la instancia final (…) En su liberación el latinoamericano recupera su existencia”. Desgraciadamente, lo que hemos visto y nos ha emocionado en esta primera parte (ya enarbolábamos el chassepot y nos dirigía-mos a la Plaça Sant Jaume a continuar lo interrumpido en 1937) se diluye un poco en las siguientes cuando se va revelando la identificación del Grupo Liberación con el peronismo, lo que no deja de ser un poco contradictorio (se dice que llegaron a existir hasta diez versiones diferentes del film, en algunas de las cuales se llegaba a reemplazar la imagen final del Che por la de Perón, que por esos años volvía al poder). Una pena.

Aparte del Grupo Liberación también formaron parte del Tercer Cine el también argentino Raymundo Gleyzer y su grupo Cine de la Base, el director boliviano Jorge Sanjinés, el Cinema Nôvo brasileño y el cine revolucionario cubano.

Hasta el infinito…y más alláComo hemos visto, en los 70 la colisión de la resaca del zeit-

geist sesentero con los avances técnicos en el campo visual hacen que cada vez más gente inquieta opte por el documental para ex-presarse. Es la época del boom del cine independiente en 16mm. Muchos de nuestros creadores de documentales favoritos empie-zan en esta época: Barbara Kopple, Errol Morris, Kazuo Hara, Herzog, Peter Davis, Barbet Schroeder… Y a partir de aquí, el despiporre. Quizás sea un reflejo de la sociedad occidental el que después de estas corrientes ya no podamos hablar de nuevos mo-vimientos influyentes en el campo documental (se acabaron los manifiestos), sino de individuales, eso sí, cada vez con más perso-nalidad. Los cambios que se efectuarán en el cine documental, ya no serán conceptuales sino técnicos: el video en los 80, el digital en el siglo XXI que, para bien o para mal, lo hace accesible hasta al más patán de los mortales.

Por estas y otras razones, actualmente vivimos un auge del documental que era inimaginable hace veinte o treinta años. Se hacen miles de documentales, muchos de los cuales se estrenan en cines, hay ciclos y festivales exclusivamente dedicados al gé-nero (muchos de ellos incluso dedicados a subgéneros, cada vez más acotados) e incluso los grupos musicales más pretenciosos editan sus propios documentales de puro autobombo.

A la par, revelando que internet tiene otros usos aparte del onanismo y el insulto forero, aquel que desentrañe la alquimia arcana de la descarga ilegal tiene abiertas las puertas a una sa-biduría en formato fílmico que, hace una década, sólo se podía adquirir después de años y años hincando las posaderas en los

duros asientos de las filmotecas o gastando el escaso sueldo en DVDs de The Criterion Collection. Hoy en día, en horas, y casi por arte de birlibirloque, uno puede estar viendo un revelador documental del que, minutos antes, ni sabía de su existencia. Y esto no puede ser malo, ¿verdad? Es lo que me ha pasado a mí. Puedo afirmar, y afirmo, que he visto más documentales en los últimos tres años que en todo el resto de mi vida junto. Docu-mentales que me han trastornado hasta el punto de hacer que mucho del cine de ficción que se hace hoy en día (especialmente el más mainstream) me parezca más falso que la nariz de Cher y con menos sustancia que una Moritz. Ya lo decía Vertov: «El drama cinematográfico es el opio del pueblo. ¡Abajo las fábulas burguesas y viva la vida tal y como es!» H

BiBliograFía y otras Fuentes consultadas:He fusilado muchos datos del libro de Jack C. Ellis y Betsy

A. McLane, A New Story of Documentary Films (Continuum), me he mirado el libro Entorno al Free Cinema editado por el Festival Internacional de Cine de Gijón y el documental de Pepi-ta Ferrari sobre documentalistas Capturing Reality: The Art of Documentary y la web que lo acompaña, también el libro 100 documentary films, editado por el British Film Institute y alguna ojeada puntual a Wikipedia y alguna otra web que ahora mismo no recuerdo.

—1 De entre todas las cintas proyectadas (Salida de los obreros de la fábrica Lumière

en Lyon Monplaisir, Llegada de un tren a la estación de la Ciotat, etc.) sólo una se podría considerar de ficción (El regador regado), que podríamos considerar el primer slapstick de la historia.

2 Que quede constancia que, por tanto, y por efecto retroactivo, la primera obra de Flaherty, Nanook of the North de 1922, pasaría a ser considerado el primer largo-metraje documental de la historia.

3 Los newsreel eran noticiarios en forma de cortometraje que se hicieron populares en la primera mitad del siglo XX, sobretodo en el mundo anglosajón. Eran una fuente de noticias, cotilleos y hechos insólitos, que al principio se proyectaban acompaña-dos de otros cortos mudos de ficción y/o dibujos animados. Posteriormente pasa-rían a ser un entremés que se proyectaba en los cines antes de la película principal. Para que os hagáis a la idea, el NO-DO sería la versión fascista y castiza de los newsreel.

4 No hay más que ver alguno de los Kino-pravdas que se conservan (en Youtube los encontrareis). En ellos se nos muestra sin ningún tipo de artificio tanto la renovación del sistema de tranvías de Moscú, como el juicio a los Social Revolucionarios de Kerensky, pasando por la organización en comunas de los campesinos o un desga-rrador y explícito reportaje sobre la hambruna en la Rusia de la época.

5 Man with a Movie Camera se ha ido reeditando de manera continuada y actualmente hay disponibles varias versiones en DVD con distintas bandas sonoras. También se puede bajar de la red con un loro en el hombro y parche en el ojo, pillastres.

6 Actualmente se usan los términos cinéma vérité y direct cinema casi como sinóni-mos, incluso para justificar mierdas de tele-realidad como Cops o Gran Hermano, pero en un año tan temprano como 1963, en un debate esponsorizado por la tele-visión francesa llamado What is cinéma vérité, las posiciones de ambas tendencias ya se mostraban como irreconciliables. En dicho programa, en el que se dieron cita las lumbreras de ambos lados del charco (por el direct cinema los Hnos. Maysles, Robert Drew, Richard Leacock o Pennebaker, y por el cinéma vérité Jean Rouch, Edgar Morin, Mario Ruspoli y Michel Brault) no se acabaron poniendo de acuerdo y se originó un debate más bien agrio, que afortunadamente no llegó a las manos.

de izda. a dcha.:Imágenes de

Chronique d’un été, Don’t look back, Grey gardens,

Harlan County USAErrol Morris y los

hermanos Maysles

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Grizzly Man (Werner Herzog, EEUU, 2005, 100 min.)

Grizzly Man significó el glorioso retorno a escena del mítico director alemán Werner Herzog, que durante los años setenta y ochenta había alcanzado estatus de mítico gracias a films como Fitzcarraldo o Stroszek, aunque ahora dedica-do casi exclusivamente al género documental (presuntamen-te por motivos presupuestarios). Este brillante documental sigue las andanzas del eco-activista Timothy Treadwell, que un día siente la llamada de lo salvaje y lo deja todo para irse a vivir a Alaska entre los osos Grizzly, hasta el momento de su muerte, devorado por uno de esos osos. Lo que hace tan impresionante a este documental es que aquí no hay re-construcciones dramatizadas que valgan, sino que se apoya en las más de ochenta y cinco horas de metraje que filmó el propio Treadwell durante los últimos cinco años de su vida entre los osos, a todas luces un regalo para cualquier direc-tor de cine que se precie. Que Treadwell sea típico perso-naje quijotesco, casi enajenado y al margen de la sociedad, por los que se Herzog siempre se ha pirrado, no hace más que sumarle enteros a una historia ya de por sí alucinante. Quizás el secreto del éxito de Grizzly Man fue el morbo, que hizo que la gente fuera a verlo en masa para contemplar las

últimas imágenes en vida de un tío entre unos animales que, al final, terminarían por zampárselo. Sin embargo esto no es óbice para que la película sea una obra maestra herzoguiana de escalofriante belleza. En definitiva, un oscuro reverso al utópico retorno a la naturaleza de Thoreau.

Hearts and Minds (Peter davis, EEUU, 1974, 112 min.)

A falta de ver In the Year of the Pig, éste es el documen-tal definitivo sobre la guerra de Vietnam. Después de ver al General William Westmoreland (comandante de las fuerzas de los EEUU en Vietnam durante el apogeo del conflicto) declarar que “los orientales no le dan el mismo valor a la vida que nosotros. La vida no vale tanto en oriente” se en-tienden muchas cosas de la política exterior estadounidense de los últimos cien años. Revelador y desgarrador a partes iguales.

El abogado del terror (Barbet schroeder, Francia, 2007, 135 min.)

El abogado del terror, como todo documental que se precie, sacude los cimientos de nuestros ideales y manda todas nuestras ideas preconcebidas sobre un gran núme-ro de cosas a tomar por saco. El filme sigue la trayectoria vital de Jacques Vergès (el polémico abogado francés que defendió desde a miembros de Baader-Meinhof hasta al cri-minal de guerra nazi Klaus Barbie) desde sus inicios como dedicado anti-imperialista y defensor de la causa argelina hasta sus últimos juicios como defensor de sanguinarios dictadores africanos y jemeres rojos, pasando por los os-curos ocho años en los que estuvo en paradero desconoci-do. El gran acierto de Barbet Schroeder es que, al no tomar partido, nos deja con la difícil tarea por delante de tener que

* Para otro día dejaremos los documentales musicales que son muchos y algunos muy buenos

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chronique d’un été (Jean Rouch y Edgar Morin, Francia, 1961, 86 min.)

Un delicioso ejemplo de cinéma vérité que no ha perdido una pizca de frescura en todos estos años, Chronique d’un été se interroga por el fondo y la forma del documental al tiempo que retrata el estilo de vida de un puñado de habitan-tes del París de 1960, y en el que salen a relucir temas como la política interior, la inmigración, el colonialismo, el racismo, el rechazo al trabajo asalariado, la escasez de vivienda acce-sible, etc. temas todos ellos tan presentes ahora como hace cincuenta años.

Man on wire (James Marsh, Reino Unido, 2008, 90 min.)

Man on wire narra la increíble hazaña del funambulis-ta francés Philippe Petit, que en 1974 consiguió caminar (furtivamente) sobre un alambre tendido entre las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, por aquel entonces los edificios más altos del mundo. Aparte de ser un gran documental que se ve como una heist movie, Man on wire también es un retrato de la obsesión y la pasión ver-dadera que anida en el interior de algunos hombres, más concretamente en el personaje de Philippe Petit, alguien que es capaz de cualquier cosa para conseguir su sueño pero que, una vez conseguido, se olvida de ello para pasar a otra cosa, mariposa. No hay mucha gente así: ahora mismo qui-zás sólo se nos ocurra el John Laroche del brillante libro (y peli) El ladrón de orquídeas y algún conocido (no podemos decir nombres) que cambia más de obsesiones que de cal-zoncillos. Man on wire es una joya a la que sólo le vemos una pequeña pega: está repletita de escenas reconstruidas por medio de actores. Pero… ¿acaso hay alguien que siga los diez mandamientos al pie de la letra?.

intentar dilucidar las convicciones morales de Vergès, deste-rrando todo maniqueísmo y zarandeando nuestros principios como si fueran un olivo.

Hoop dreams (steve James, Usa, 1994, 170 min.)

¿Un documental sobre deporte en La Escuela Moderna? No temáis, aunque en Hoop dreams el marco es el deporte, lo que nos muestra el cuadro entero es otra cosa. Al centrarse en la lucha de dos adolescentes afroamericanos por lograr su sueño de jugar en la NBA, y a través de ellos ver las condi-ciones de vida del grueso de la población que malvive en los barrios más marginales, vemos que la hierba en la tierra del “tú puedes hacerlo” no es tan verde como parece y que no es tan fácil triunfar cuando todo a tu alrededor parece destina-do a chafarte como un bicho. Aunque posteriormente Steve James nos haya acabado cayendo ciertamente mal (tras ver uno de sus anteriores documentales, el irritantemente middle class y condescendiente Stevie) Hoop dreams sigue siendo un pelicu lón como la copa de un pino.

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Grey gardens (albert Maysles-david Maysles, EEUU, 1976, 100 min.)

Mi hermana siempre dice que le gustaría vivir como las protagonistas de Grey Gardens y puedo entender porqué lo dice. Grey gardens retrata la vida de dos mujeres de la alta sociedad (tía y prima de Jacqueline Bouvier Kennedy Onas-sis, ¡poca broma!) que, lentamente, han caído en desgracia y malviven en una destartalada mansión en East Hampton, Long Island. Puede que las dos Ediths, Edith “Big Edie” Ewing Bouvier Beale y su hija Edith “Little Edie”, sean el ejemplo más claro de la expresión “caer bajo” pero si uno no tiene excesivas expectativas en la vida la cosa tampo-co está tan mal. Es posible que “Big Edie” esté decrépita y medio demente y que “Little Edie” no haya cumplido sus expectativas vitales, sufra una galopante alopecia nerviosa, esté condenada de por vida a cuidar de su madre y tam-poco muy fina de la azotea. De acuerdo que la casa se cae a trozos, está llena de boquetes y de porquería, infestada de gatos y mapaches, que el jardín empieza a parecer una selva, que todo el día comen comida en lata y no tienen agua corriente. Pero, hey, no tienen obligaciones (aparte de eludir las inspecciones del Departamento de Sanidad), hacen lo que quieren, no trabajan en absoluto, viven en uno de los rincones más tranquilos y agradables del planeta, salen cada mañana a la playa a tomar el sol, pueden cantar, bailar y es-cuchar música, vestirse como les dé la real gana y hacer una vida contemplativa, alejada de las presiones de la sociedad moderna. Toda una vidorra, lo mires por donde lo mires. Con mapaches o sín.

crumb (Terry Zwigoff, EEUU, 1994, 119 min.)

No sé si alguien ha leído Te joden vivo, el libro del psicó-logo Oliver James, en el que achaca a la familia y la educación que nos han dado el carácter y el comportamiento que nos distinguirá en la edad adulta. Con esto en mente, y después de ver Crumb, el documental, no es de extrañar que Robert Crumb esté neurótico perdido. Si seguís la trayectoria vital de este afamado dibujante underground, ya podéis imaginar más o menos lo que encontraréis aquí: una visión crítica de la era de acuario, recias señoritas de carnes prietas y abul-tados y musculosos traseros, viejos discos polvorientos de jazz y blues ignoto a 78 rpm, odio generalizado a la hipócrita sociedad moderna y sus cachivaches,… a todo ello sumadle una inquietante mirada a las excentricidades de su psicótica familia (y especialmente sus dos trastornados hermanos), lo metéis todo en una coctelera, y ya tenéis Crumb. Dicen las malas lenguas que su director, Terry Zwigoff (autor asimismo de la adaptación cinematográfica del Ghost World de Daniel Clowes) tardó nueve años en completar este documental, durante los cuales estuvo al borde de la ruina económica, el colapso nervioso e incluso el suicidio (dormía con un revol-ver bajo la almohada). Nadie dijo que iba a ser fácil.

Veinte años no es nada / de nens (Joaquim Jordà, catalunya, 2004/2005)

Aunque quizás pecara un poco de incontinencia (en al-gunos de sus filmes sobran minutos de metraje y, decidi-damente, esos interludios teatral-poéticos son un peñazo) Joaquim Jordà fue el único que, en sus películas, se atre-vió a decir según qué cosas. Sólo por eso ya merece estar aquí. Como aún no hemos podido decidirnos sobre qué peli de él nos gusta más, si De nens o Veinte años no es nada, ponemos las dos. En la primera se analiza el escándalo de pederastia que estalló en el Raval y su posterior juicio, sin escatimar teorías conspiratorias (¿Fue un acicate para la de-

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The emperor’s naked army marches on –yuki yukite shingun– (Kazuo Hara, Japón, 1987, 122 min.)

Un documental sobre la guerra, sí, pero también sobre los ideales, el afán de justicia y las obsesiones que rigen las vidas de los hombres. Yuki Yukite Shingun narra las pe-ripecias del excéntrico Kenzo Okuzaki, un veterano de 62 años de la campaña japonesa de Nueva Guinea en la se-gunda Guerra Mundial, mientras recorre el país en busca de los responsables de las misteriosas muertes de dos de sus ex-compañeros de unidad durante aquel extraño impas-se post-armisticio en que los soldados japoneses siguieron resistiendo porque nadie les avisó que la guerra había ter-minado. Según el prolífico documentalista Errol Morris, Yuki Yukite Shingun es una de sus cinco películas favoritas de todos los tiempos, posiblemente porqué en el personaje de Kenzo Okuzaki se ve sublimado el sueño de todo entrevista-dor de zurrar al entrevistado cuando éste escurre el bulto y no contesta a las preguntas efectuadas. Una película indis-pensable que mantiene en vilo, sorprende, divierte, maravilla y horroriza a partes iguales.

The Fog of War: Eleven lessons from the life of Robert s. Mcnamara (Errol Morris, EEUU, 2003, 95 min.)

Leyendo el currículo de Robert S. McNamara, el perso-naje sobre el que gira The Fog of War, uno podría pensar que está delante de uno de los mayores cabrones de la his-toria. Y así es: él fue uno de los oficiales que planearon el bombardeo pre-atómico de 67 ciudades de Japón (su tarea: calcular el número de bajas civiles que se iban a producir), presidente de la Ford Motor Company (porque “fordista” no es exactamente un piropo, ¿verdad?), Secretario de Defensa de los Estados Unidos, bajo el mandato de los presidentes Kennedy y Johnson, durante la crisis de los misiles cubanos y la guerra de Vietnam… Pero por lo menos, en The Fog of War, el retirado político de 85 años, tiene la decencia de entonar el mea culpa mientras nos muestra la brutalidad subyacente en todo conflicto armado, sin intentar esconder-lo bajo un manto de patriotismo, honor y lealtad. Hay una sensación extraña que nos acompaña durante el visionado de The Fog of War que no acabamos de discernir y que, al rato, nos asalta como una epifanía: es el hecho de ver a un político, un dirigente, alguien que controló el destino del mundo, siendo honesto, reconociendo sus errores y dicien-do la verdad (aunque esta verdad sea “Somos los hijos de puta más grandes que ha parido madre”).

nuncia el hecho que, en pleno proceso de especulación in-mobiliaria en el barrio, el condenado Xavier Tamarit fuera un destacado activista vecinal?) ni cuestiones polémicas (¿Es posible el amor de los adultos hacia los niños, sin que ne-cesariamente se materialice en el terreno sexual?). En Veinte años no es nada, por su parte, se reconstruyen las vidas de los protagonistas de una de las primeras películas de Jordà, Numax presenta, en la que se describía la experiencia de autogestión de los trabajadores de la fábrica Numax como respuesta al intento de cierre por parte de los propietarios. Veinte años más tarde nos reencontramos con ellos en un brillante ejercicio de reflexión sobre la bajada de pantalones que fue la transición y otros animales. Harlan county, Usa

(Barbara Kopple, EEUU, 1976, 103 min.)

Harlan County, USA no es sólo un documental sobre una huelga minera, sino un emocionante documento sobre el orgullo de clase obrera y el compromiso del cineasta con su sujeto, todo ello con una banda sonora de emocionante country & bluegrass combativo. Un comprometido ejemplo de ese código de conducta de clase del que nos habla el amigo Miguel Lozano en su cuestionario para La EscuELa ModErna, en el que figura, entre otras cosas, no atravesar jamás la linea de un piquete. El que no se emocione viendo a una anciana Florence Reece cantando “Which side are you on” es una mierda de persona pinchada en un palo.

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aunque en la actualidad, con todos los vástagos que le han salido al género documental (docudrama, mondo, docuficción, mockumentary, etc.), empieza a ser difícil acotar qué es lo que entra dentro de esta etiqueta y lo que no, hay unos ciertos requisitos que, personalmente, aún siendo consciente de que a veces estas reglas se pueden romper con distintos propósitos, considero indispensables. Entonces, uri Amat tomó dos lajas de piedra, y en ellas quedaron escritos los 10 mandamientos del convenio:

10Los

mandamientosdel documental

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INo usarás actores (o los usarás lo mínimo): No hay nada más horrible que esos documentales históricos

dramatizados (todos los de “Cronos”, en el canal 33) en los que, debido a la lógica ausencia de metraje de, pongamos, la campaña

italiana de Napoleón, se escenifican una serie de reenacments con actores amateur chuscamente disfrazados de voltigeurs que ponen los pelos de punta. Aunque hay directores, como James Marsh, Peter Watkins o Errol Morris, que combinan frecuente-mente elementos dramáticos y documentales con resultados más que notables, podríamos sentenciar que, en general, la presencia de actores resta credibilidad a un documental. En definitiva, que es imposible que un actor, por bueno que sea y por mucho que se

esfuerce, sea más “real” que la “realidad”.

IINo inventarás, registrarás

la realidad tal como es: Un documental que se precie, ya sea con guión o totalmente im-provisado, debería limitarse a mostrar la realidad sin artificio. Se puede jugar con el montaje y la posproducción para resaltar algunas cosas sobre otras o hacer más atractivo el envoltorio, pero jamás –¡jamás!– se debería inventar nada (aunque somos conscientes que los creadores más personales y heterodoxos,

como Herzog, a menudo se pasan esta regla por el forro).

IIINo manipularás:

Aunque el documental social tiene unos objetivos bastante cla-ros, la máxima de “por todos los medios posibles” no nos vale en lo que a estos respecta. Un ejemplo sería el orondo e ínclito cineasta Michael Moore. Quizás sus objetivos sean legítimos, pero otra cosa es el uso que hace de los elementos que tiene a su alcance para conseguir sus propósitos, que en muchos de los casos se hace de manera condescendiente y/o buscando la

lágrima fácil. No hará falta que le recuerde a nadie la escena de Bowling for Columbine en la que Moore deja la foto de la niña muerta por un tiroteo en casa de Charlton Heston, para poste-

riormente alejarse cabizbajo, en señal de luto. Crrrringe!

IVServirás a un propósito concreto:

Los directores de documentales deberían siempre tener claro cual es su objetivo, qué es lo que quieren transmitir al especta-dor y porqué. No vale ir filmando footage sin ton ni son, para después hacer una escudella barrejada de imágenes inconexas. Hasta el docu más experimental debería tener un sentido, un

salir de un sitio para llegar a otro.

VNo aburrirás / No te excederás:

Que la mayoría de documentales históricos, etnográficos y de animales puedan ser un tostón no quiere decir que todos deban serlo. Nuestros documentales favoritos tienen una característica común: te afectan, te conmueven, te divierten, te interesan o te pegan a la silla durante todo el visionado. Al mismo tiempo,

tampoco hace falta que, para adaptar el documental “al gusto de la juventud”, le pongas un irritante narrador marchoso y un montaje fragmentado y frenético al ritmo de drum&bass que

sea capaz de marear hasta a los patos. Ante todo, mucha calma.

VITe adaptarás a las condiciones presentes:

Lo bueno del documental es que no se rige por los criterios de calidad del cine de ficción. Puedes (y debes) hacer un documen-tal si tienes ganas y algo que decir, aunque tu equipo sea una mierda. Igualmente, en caso de que tu equipo sí sea decente

tampoco deberías esperar a que la luz sea la correcta o se ali-neen los astros de una manera concreta si la acción está pidien-

do a gritos que filmes el “ahora”. ¡Hazlo!

VIINo serás una meretriz del Capital:

Aún sabiendo que la fílmica es una de las disciplinas más ne-cesitadas de financiación (uno puede coger un pote de gouache y hacer una obra de arte, pero incluso para hacer una peli de bajísimo presupuesto se necesita bastante o mucho dinero) no

mendigarás dinero a las corporaciones. Quizás te han dicho que no les importa lo que hagas con él, que tienes “total libertad creativa” y mil otras excusas tantas veces desenmascaradas,

pero todo se acaba resumiendo, ya sea por censura o autocen-sura, en que no se puede morder la mano que a uno le da de

comer. Pedid dinero a la familia y amigos, organizad un benefit, hacedlo con una mierda de handycam o en Super 8 si hace fal-ta, pero no vayáis a Repsol a pedir financiación para ese docu-

mental conservacionista que tenéis en mente.

VIIIHuirás del pensamiento mayoritario:

¿Para qué hacer un documental que refleje lo que ya vemos cada día en los telediarios? Un documental debería ser el equi-valente fílmico de una subcultura o una sociedad secreta, debe-ría mostrar aspectos del mundo que se nos escapan, que están tras las cortinas (o como en Dark Days, bajo las tapas de las

alcantarillas). Porque ¿quién necesita ver un documental lauda-torio sobre Garzón? ¿O sobre Zinedine Zidane?

IXArriesgarás, evitarás el cliché

sobre todas las cosas: Decía Dalí que el primer hombre que comparó las mejillas de

una muchacha con una rosa era obviamente un poeta mientras que todos los que lo repitieron después posiblemente fueran idiotas. Que el objetivo de los documentales sea reflejar la

realidad no quiere decir que tengas que mostrar lo mil veces mostrado de la misma manera que se ha hecho ya infinitas

veces. Así que “suelta amarras, navega lejos de puertos segu-ros, atrapa los vientos favorables en tus velas. Explora. Sueña.

Descubre”, que decía Twain.

XBuscarás la trascendencia:

Aunque no estamos en contra (ni mucho menos) del cine de ficción que busca simplemente el entretenimiento y la intrascen-dencia, en el caso de los documentales no lo tenemos tan claro. ¿Por qué hacer algo que provoque la más absoluta indiferencia en el espectador (“Oh, sí, no ha estado mal”) cuando podemos hacer volar su puta cabeza y dejar ideas que se queden allí du-rante días, meses (e incluso años)? Si no tienes nada interesante

que decir, no lo digas, jodido filmamonas.

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J o S e P H r o t H

Text: Martí SalesDibuixos: Roger

J oseph Roth va néixer a Brody, Galitzia (actual Ucraïna) el 1884. Va créixer sense pare, un alcohòlic que va morir de-menciat quan ell tenia setze anys –de més gran, quan ja be-

via a totes hores, l’obsessionava la possibilitat de, complerta una de les dues característiques del seu pare, és a dir, la beguda, que l’herència no l’empenyés, també, a patir l’altra: la bogeria. El va criar la seva mare, una dona pobra i humil, i el seu avi, un jueu estricte. Va estudiar a l’escola del Príncep Hereu Rodolf, on la meitat dels estudiants eren catòlics. Allí va començar a dubtar de la validesa del judaisme –més endavant, l’any 1933, es declararia fervent catòlic per afirmar, al cap de tres anys, que sempre havia estat un pobre jueu creient de l’Est: el Roth de sempre, port de totes les contradiccions1 i els entusiasmes. Més endavant, va estu-diar filosofia a Viena, on va escriure els primers texts en alemany. Recitava llargues tirallongues del Faust de Goethe i li encantava Schiller: es va convertir en un germanista empedreït. El 1916 es va oferir voluntari per l’exèrcit austríac i el desembre del mateix any va assistir a l’enterrament del seu venerat kàiser Francesc Josep I davant de la Cripta dels Caputxins, a Viena.

Ara cal que m’aturi i que us expliqui que totes aquestes dades –i les següents– no són del tot fiables. No gaire; gaire gens, vaja. Roth era un fabulador nat i era capaç d’empescar-se la mentida més bonica i elaborada per emmascarar una realitat pobra i grisa com un seitó avinagrat. Era un home de cafè –de barra de bar, que diríem ara– i, per tant, xerrava pels descosits amb coneguts i desconeguts i mentre xerrava, tot s’ho inventava, sobretot, les anècdotes que feien referència a la seva pròpia vida. Es divertia forjant un mite i carregant-se’l quan li venia de gust, perquè no era l’egolatria la que l’empenyia a explicar-se tot tergiversant-se, sinó l’ànsia de doblegar una realitat que no el satisfeia de cap de les maneres. Ell mateix explica, en una carta a Gustav Kiepenheuer, el 10 de juny de 1930, com va acabar el seu servei a l’exèrcit austrohúngar i va canviar d’ofici:

Quan va esclatar la guerra, vaig perdre les meves classes suc-cessivament, una rere l’altra. Els advocats va tornar, les dones es van fer patriòtiques i malhumorades –mostraven una clara preferència pels ferits. Em vaig enrolar voluntari al XXI Batalló de Caçadors. No volia viatjar en tercera i saludar eternament, vaig ser un soldat ambiciós, aviat vaig anar al camp de batalla, al front oriental, em vaig apuntar a l’escola d’oficials, volia ser oficial. Em vaig fer brigada. Vaig estar fins al final de la guerra al front, a l’est. Era valent, estricte i ambiciós. Vaig decidir se-guir sent militar. Llavors va venir el canvi de règim. Jo detestava les revolucions, però vaig haver d’entomar-les i, com que l’últim tren de Shmerinka havia sortit, me’n vaig anar a peu a casa. Vaig caminar durant tres setmanes. Després vaig fer una marrada de deu dies, de Podwoloczysk a Budapest, i d’allí a Viena, des d’on, per falta de diners, vaig començar a escriure pels diaris. Les meves bestieses van sortir impreses. Vaig viure d’això. Em vaig fer escriptor.2

El 1920 Joseph Roth va arribar a Berlin per treballar de pe-riodista i escrivint articles va forjar el seu estil concís, va afuar la seva mirada i el seu enginy –elegant i desencantat, amb un toc d’humor fi– i, amb declaracions d’intencions com les següents, es va guanyar una reputació com a escriptor en a República de Weimar:

Joseph Roth va viure a contratemps, dislocat, a cavall de dues èpoques: amb el cos al s.XX i el cor al s.XiX1. Migpartit, era terra de ningú –almenys mentre va viure. ara, mort fa més de setanta anys i editada tota la seva obra, crec que el seu llegat s’ha convertit, més aviat, en un lloc on la gent exiliada, descastada, perduda i il·luminada poden sentir-se com a casa, on es poden sentir representats per aquest anticomunista, antifeixista i antisionista que estava contra els partits burgesos, contra els buròcrates, contra els seus enemics, contra els seus amics i sobretot, contra si mateix.

L’últim austrohúngar

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El gest d’un cambrer que vol matar una mosca a la terrassa d’un cafè és més transcendental que els destins de tots els clients de la terrassa. La mosca aconsegueix escapar i el cam-brer s’enrabia. Per què, cambrer, tanta hostilitat contra una mosca? Un mutilat de guerra ha trobat una llima per les ungles. Algú, una dama, ha perdut la llima prop d’on ara és el mutilat. El pidolaire comença a llimar-se les ungles. (...) Només són importants les petites coses de la vida. (...) Allò diminut de les parts impressiona més que la monumentalitat del conjunt. Ja no necessito els gestos grandiloqüents que intenten abraçar-ho tot de l’heroi del teatre universal. Jo sóc un passavolant. (...) No hi ha res que sigui, tot significa.

En una trifulca amb el diari que l’havia de fer fora, el Frankfurter Zeitung, l’any 1926, deixava anar tota la seva arro-gància i convicció periodística:

“La pàgina de cultura és, per un diari, tan important com la sec-ció de política; i diria que, pel lector, encara ho és més. El diari modern ho integrarà tot, no només la política. El diari modern necessita més el reporter que l’editorialista. Jo no sóc un su-plement, no sóc les postres, sóc el plat principal. (...) A mi em llegeixen amb interès. No com les notícies del Parlament, o els telegrames... Jo no faig comentaris divertits. Jo dibuixo el rostre del temps. I aquesta és la tasca de tot gran diari.”

Es va casar el 1922 amb la Friedl Reichler, una noieta malal-tissa que, tot i l’amor que es professaven, s’esllanguiria al seu costat. Va començar a viatjar constantment, a París, a la seva estimada Viena, a Marsella, a Rússia, l’any 1927 –va fer un gran reportatge sobre les conseqüències de la Revolució a nivell polític i en la vida quotidiana dels russos i va perdre per sempre més les seves esperances juvenils en el socialisme. Va escriure les seves primeres novel·les (entre elles, la magnífica Hotel Savoy), feia vida als cafès, on bevia i escrivia cartes, i articles i el que fos. Quan tenia calés –és a dir, quan rebia un avançament o venia els drets de la traducció d’alguna de les seves sobres– era magnànim i tenia la butxaca foradada: es comprava els millors vestits fets a mida, les millors corbates –que adquiria al Sulka de París, la luxosa botiga de moda–, s’allotjava als millors hotels i convidava a tothom als sopars més suculents. Era un dandi. Quan estava arruïnat –quasi sempre–, vivia en habitacions infectes i insalu-bres, pidolava copes als mateixos amics que abans havia con-vidat –o al primer que passés, que, probablement deixaria anar el duro, convençut per l’extraordinària verborrea carismàtica de l’escriptor– i s’espavilava com podia. I seguia sent un dandi. No llegia: deia, citant a Karl Krauss, que un escriptor que llegeix és com un cambrer que menja. Era supersticiós i era un visionari: un dia, als anys trenta, parlant amb l’Stefan Zweig i en Gézza von Cziffra, els va dir “Cap dels dos desmentireu la meva visió ombrívola del món. No només penso en el futur d’Alemanya sinó del de tot el món. L’allunyament de Déu n’és el culpable. Els homes han estat infidels al Déu bo, vell i barbut i han creat un nou déu que es diu progrés. Creuen fanàticament en la tècnica, en la mecanització creixent. Aquest nou déu, com un Moloch, un dia ens destruirà. Els nous descobriments científics, al principi, semblen servir a l’home però arribarà un moment que es conver-tiran en la seva perdició. Pensin, sinó, en la dinamita de Nobel. Al principi fou una benedicció, després va dur la mort. Quan en Nobel va veure el que havia fet sense voler, va fundar, per peni-tència, el premi Nobel.”

Tot i la publicació de dues de les seves novel·les més reeixi-des, importants i populars (Job, 1930, i La Marxa de Radetzky, 1932), si els anys vint van ser, per a en Roth, bàsicament, pròs-pers, els trenta foren terribles –per ell i per tota Europa, de fet. La dècada va començar especialment malament perquè va haver

d’ingressar permanentment la seva dona a un sanatori a causa d’una esquizofrènia cada cop més aguda. Amb les penúries, amb la crisi, amb la guerra, com passa sovint, les balances es decanten, els grisos desapareixen i tot crema. Ell segueix, impertèrrit, vivint segons les seves conviccions: a Berlin, s’està amb una amiga seva, Andrea Manga Bell, una mulata amb dos fills amb qui té una relació amorosa –sense complicacions, puntualitzava. Un jueu i una negra, el súmmum de la indecència pels futurs dirigents del Reich: com sempre, Roth feia el que li venia de gust i no donava explicacions a ningú. Malgrat tot, Roth no era, encara que ho po-gués semblar per la seva extrema afició a la beguda, cap suïcida, així que, poc abans del paorós i vergonyant auto de fe on es van cremar tants llibres a Alemanya –a la pira, també els seus–, Roth abandona per sempre el país, i mentre persegueixen i expulsen als seus amics i tothom calla i el nazisme creix, la desesperació de Roth l’esperona a escriure més i millor i a involucrar-se en el que li ha tocat viure. El seu lema d’aquella època era: “No protesti de cap manera! Calli o lluiti, el que li sembli més prudent.” En una carta de l’any 1933, Roth deia:

Tots hem sobrevalorat el món, també jo, que sóc dels absolu-tament pessimistes3. El món és molt, molt estúpid, bestial. (...) Tot: humanitat, civilització, Europa; fins i tot el catolicisme: un corral de vaques tindria més seny. (…) Em veig obligat, com a conseqüència dels meus instints i la meva convicció, a fer-me monàrquic absolut. D’aquí a sis o vuit setmanes publicaré un fulletó a favor dels Habsburg. Sóc un antic oficial austríac. Esti-mo Àustria. Considero que és de covards no dir, ara, que és el moment de desitjar el retorn dels Habsburg.

Per a Roth, l’Imperi Austrohúngar mai va ser un estat po-lític: era una religió. Heinrich Mann va dir que Roth va anar reunint gent al seu voltant per lluitar pel restabliment de la mo-narquia austrohúngara. Primer amb la ploma i després, si cal, amb les armes –una mica com Mishima. Hi ha una anècdota que ho il·lustra molt bé. Un vespre qualsevol, a Viena, Gézza von Cziffra, es va trobar en Roth, i aquest li va dir que el convidava a sopar, que el passaria a buscar a les vuit. Va arribar en taxi i li va presentar el conductor com el comte W. Van circular pels ca-rrerons mal il·luminats de Viena –“hauríem de posar-li una vena als ulls perquè no sabés on anem, però si els tanca ja n’hi haurà prou”– fins a una porta de ferro, que es va obrir i van passar amb el taxi. Havien arribat a una gran mansió de color groc, com a l’època del Kàiser, i els porticons verds. La reunió era a la sala

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de bridge, amb sis taules de joc ocupades per quatres jugadors a cada una. Els jugadors eren cavallers d’edat, vestits amb la poca cura intencionada dels aristòcrates austríacs. Després de fer les presentacions pertinents, en Roth es va plantar al mig de la sala i va fer una arenga a favor de la monarquia austrohúngara, va explicar que aquell dia havia anat a la Cripta dels Caputxins, i que, davant de la tomba de l’emperador Francesc Josep I, havia fet un discurs mut on el saludava com a Kàiser de la seva infància i li deia que per ell mai estaria mort. Els cavallers s’eixugaven les llàgrimes. Va continuar exposant la terrible realitat política europea, el poc esperançador futur de la República d’Àustria i l’imparable ascens de la figura de Hitler, encara que llavors ningú creia en l’annexió –tret d’en Roth i de Hitler, és clar. Va confessar que no era republicà, i que probablement tampoc era demòcrata i va llegir un fragment de Plató: “En la democràcia falsament en-tesa, l’impuls cap a la llibertat es reparteix entre tots, s’esquitlla a les cases dels ciutadans. Allà el pare es comporta com un marrec i tem els seus fills. Allà el fill pren el paper del pare i no tem els pares i l’únic que vol és ser completament lliure. Allà els supe-riors es presenten com a inferiors. Els professors tenen por dels alumnes, els adulen i els alumnes ja no respecten els professors. Disminueix el respecte davant la llei. Ja no es vol suportar a cap senyor, a cap mestre, tot s’interpreta com es vol.”

Més tard, al bar de l’hotel Bristol, en Roth va explicar els seus plans més secrets al comte W. i a von Cziffra: pretenia fer passar de contraban, dins d’un sarcòfag, al legítim hereu del tron d’Àustria, Otto d’Habsburg, perquè el govern republicà li havia prohibit que tornés. Un cop al país, proclamaria l’imperi amb l’ajut dels patriotes austríacs, dels polítics i de les tropes fidels al Kàiser. Llavors va entrar en detalls: “Naturalment, necessitem un cadàver. Un austríac que visqui a l’estranger i que sigui traslladat oficialment a Àustria després de la seva mort per petició dels seus familiars.” Von Cziffra li va preguntar: “I ja està al corrent del pla, Otto?”. “Encara no,” va respondre. El comte W. va exposar les seves objeccions: “No crec que Otto hi estigui d’acord. El seu comportament, fins ara, demostra que és un home amb senderi. Segur que no voldrà viatjar a Viena dins d’un sarcòfag.” “I si el sarcòfag el condueix a la corona?”, va exclamar Roth.

Els llibres de Roth i la seva vida són la història d’una diàspora, d’un desarrelament, d’una situació de decadència que anhela la restauració d’un temps passat que, en teoria, fou fabulós –l’Edat d’Or, el Paradís Perdut, l’Imperi, els swinging sixties, el 1976 a NYC, la II República, etcètera. La Marxa de Radetzky pertany als Heimkehrerromane, històries de soldats que tornen de la gue-rra i el que troben és que ja no tenen cap casa on tornar –com a The Deer Hunter o Warlock. Són històries que exemplifiquen en un periple personal d’absoluta pèrdua d’identitat els estralls d’una guerra en un país. Hi ha hagut una fractura traumàtica i ja

no queda res del que un cop va ser, incloent família, possessions i certeses. Job és una versió de la narració bíblica de la pèrdua de la fe en circumstàncies adverses –és a dir, del mateix. La grandesa de Roth és l’habilitat incisiva –evocadora, fina però sense filigra-nes, punyent i sarcàstica al màxim– amb què ens parla de les se-ves principals dèries: l’absurditat del viure i l’ofec de la nostàlgia. Una nostàlgia que, al principi, el mou i l’esperona, una nostàlgia que sura en el naufragi i és l’agafador d’un passat millor; una nostàlgia que, al final, amb el trasbals despietat d’uns temps mas-sa turbulents, es fa més i més pesant, fins a enfonsar-lo en un pou sense fons d’alcoholisme i deliri. I és que la nostàlgia és un dels sentiments més poderosos, més embriagadors, que més atrapen. És capaç de substituir el propi món per un altre d’inventat, més o menys a la manera d’un que ja fou –la majoria, creació autòno-ma segons les fílies de cadascú. A la nostàlgia hi ha gent que s’hi sepulta, hi ha gent que s’hi entrega, hi ha que en fuig. Hi ha gent sense passat ni memòria i hi ha gent nostàlgica fins a nivells pa-tològics –com en Roth, com jo i com tants d’altres. Som gent que, potser, un dia, entendrem que la pròpia experiència i època són l’ampliació de les dels altres i que el temps, el present, no és cap tirà ni es redueix a l’ara: el present és l’únic que hi ha, sí, però no perquè no existeixin passat i futur sinó perquè tot és el mateix, tot és ara i res, el present no es medeix ni en dies ni en dècades, sinó en, posem per cas, segles –com a mínim. Potser entendrem, també, que les vides dels qui ens van precedir just abans també són les nostres, que l’època dels nostres avis –i la dels nostres néts– és la nostra i la compartim amb tots aquells que van morir i tots els que han de néixer. O potser no. Potser tot això és massa new age per a nosaltres, aferrats als fets i a les dates, als objectes, als records, a aquella sensació tan intensa i irrepetible, al mo-ment aquell. Sí, segurament no ho entendrem mai i la nostàlgia seguirà sent la nostra creu. Ens brillen els ulls. H

1 Algú va dir que tenia un estil del dinou i una visió del vint. 2 En una carta a Stefan Zweig –un dels seus pocs amic de veritat– el febrer del 1929,

Roth diu: “No tinc un ‘caràcter’ literari estable. I jo tampoc sóc estable. Des que vaig fer divuit anys, mai he viscut en una casa privada, com a molt, una setmana d’hoste a cases d’amics. Tot el que posseeixo són tres maletes. I això no em sembla pas estrany. El que em resulta estrany i fins i tot, ‘romàntic’, és una casa, amb quadres i tot això.”

3 El gènere epistolar sempre ens mostra el seus autors amb la realitat enganxada a la pell: mai estem tan a prop de les circumstàncies d’algú –de les seves misèries i de les seves glòries–, mai vivim amb tanta intensitat el seu present com quan llegim la carta que va escriure, un dia, a un amic seu.

4 Roth volia que el seu epitafi fos: “La veritat és que a mi no se’m podia ajudar, a la Terra”. Kafka, que també era dels de l’ampolla mig buida, deia: “És cert que hi ha esperança infinita, però no per a nosaltres.” I, de fet, tot va anar molt malament, per a ell i per als seus amics. Stefan Zweig es va instal·lar a Brasilia, on, el 1942, es va suïcidar amb la seva dona. Ernst Weiss es va quedar a París i es va matar el dia que els nazis van prendre la ciutat, el 1940. Ernst Toller va escapar a Nova York, on, el 1939, es va penjar a la seva habitació. En Roth estava al cafè, el seu hàbitat natural, quan va saber que en Toller havia mort. Va caure de la cadira. Van avisar a una ambulància i el van dur a l’hospital, on va morir quatre dies després, de pneumònia i delírium tremens. Tenia quaranta-quatre anys. L’any següent, com a part del pro-grama d’eugenèsia del Tercer Reich, la Friedl va ser liquidada.

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Els petits Guifré, Lluc i Boi, The Cramps Live at Napa State Mental Hospital i Psychedelic Jungle, A short history of the world d’H.G. Wells, Zounds, The Astronauts, The Taking of Pelham

One Two Three, el buenazo de Errol Morris y toda su filmografía, Yuki Yukite Shingun (a.k.a. The Emperor’s Naked Army Marches On) de Kazuo Hara, Nosotros de Yevgeny Zamyatin,

Hamlet y Hamlet, “Godstar” de Psychic TV, Bar-Restaurant La Bombeta, Restaurant Bar Bodega Gelida, Restaurante Casa Pardo Marcelino, La Bombeta Disseny, Vida y destino de Vassili

Grossman, Thinking of empire d’Slovenly, The High Back Chairs, 3, Los combates cotidianos (volum integral) i Blast 1 –Bola de grasa– de Manu Larcenet, SST , Naomi Petersen i tota la pesca: Hüskers, Screaming Trees sempre, Slovenly, Trotski Icepick, Minutemen, fIREHOSE,

etc., Dulcitone Records, el Revelation EP dels Scrotum Poles, The Art Museums, The Mantles, Les triplettes de Belleville, Costa-Gavras, Harto de Todo de Jordi Llansamà, Andy-Z i les seves Chuck Taylors de pega a 8 euros (m’heu salvat la vida), Obits, la coca de forner del forn Mistral,

Battle of the Garages, Pebbles, Nuggets, Back from the Grave, les Rubble series, la revista Strange Things Are Happening, l’art de Phil Smee i Waldo’s Design & Dream Emporium, Tots “el” pares, Chronique d’un été (Paris 1960), Los Diggers, John Cazale i les sis pel·lícules on

surt, Agitpop, Sidney Lumet (especialment per 12 angry men, Serpico i Dog Day Afternoon), It’s a Wonderful Life, Kes, Guadalcanal Diary (el grup), Phytolacca dioica a.k.a. “Ombú”, Ginkgo biloba i Cercis siliquastrum, Peter and the Test Tube Babies, Franco Battiato –especialment La Voce Del Padrone–, Quién puede matar a un niño, la Russian Criminal Tattoo Encyclopedia, La

educació siberiana de Nikolái Lilin, el llac de les Bulloses, les Beales de Grey Gardens, Superbad i McLovin, A way of seeing de The Spires (especialmente “TAM”), Messthetics, MODena Summit,

Johnny Kid & The Pirates, Jah Wobble, Wilko Johnson y Lee Brilleaux, Johnny Mercer, Sherman Brothers, Danny Fields, Harvey Pékar y Robert Crumb, Jim Flora, MC5, Peggy Lee, Anita O’Day, Stanley Holloway, Alec Guinness, The Lavender Hill Mob, Kenny & The Kasuals, The Chills, The

Clean, The Bats, Flying Nun Records, Álvaro DeLaiglesia, Wau y Los Arrrghs, Alternative TV 1981, Mummins, Billy Wilder, Powell & Pressburger, Barney Bubbles, Wreckless Eric, “Paris blues”, Roger Eagle, Boulting Brothers, Kilburn & The High Roads, Ian Dury & The Blockheads, Jake

Riviera, Madness, Body & Soul, Abraham Polonsky, Nick Lowe, 1930’s big bands, Vince Taylor, Gilbert & Sullivan, Tammy Wynette, “Love for sale”, Gene Krupa, Marcia Griffiths, Nick Garrie, The

Church, Gary Usher, Harry Nilsson, Stephen Duffy & The Lilac Time, skiffle, trad jazz, George Melly, Wolf Mankowitz, Vincent Montana Jr., “Vincent Montana Jr.”, John Martyn, Tommy Steele,

Billy Fury, Adam Faith, Soidemersol, Monkey Business, Club soul, The Left Banke, Hilo musical, Julian McLaren-Ross, Jeffrey Bernard, Baztán-Bidasoa, L’Escala, Vilanant, Alpens, Puigcerdà,

Aterriza como puedas, Paracelso (el mago, no el grupo), el conde Cagliostro, Casanova, Nostradamus, Bruce Robinson, Enrique Jardiel Poncela, Eduardo Paolozzi, Peter Blake, David

Hockney, Lucian Freud, Venedikt Eroféiev, Gosford park, “Let her dance”, Conde de Saint-Germain, Limonov, beatniks, canciones sobre beatniks, Bored to death, Murder by death, DEATH,

Indienella, Pablo Rivero, Basil Dearden, The Claim, Brilliant Corners, Dan Fante, Abluciones de Patrick DeWitt, PSB, DMZ, TCR, TFC, MC4, TV21, The Neighborhoods, Scoop, Los Ginkas, The

Fire Dept, el capítulo final de Black Adder, jóvenes skinheads, Cienfuegos, Hue and cry, els Encants del Mercat de Sant Antoni, llibreries de vell, orxata amb granissat de llimona, Paradise

Lost i els West Memphis Three, Unión Club Ceares (keeping the faith since 1946)

you’ll never walk alone

LA

E S C U E LA

HM

O D E R N

AH55