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CRÍTICA DE LIBROS LA CONTINGENCIA Y LA MORALIDAD CARLOS GÓMEZ y JAVIER MUGUERZA (eds.): La aventura de la moralidad (Pa- radigmas, fronteras y problemas de la Ética), Madrid, Alianza Editorial, 2007, 549 pp. La presente «aventura de la moralidad» merece un puesto destacado en el campo de la Ética disponible en nuestro ámbito editorial. Dentro de nuestros repertorios bibliográficos, resulta difícil encontrar obras como la presente que nos sitúa, his- tórica y temáticamente, en los principales problemas de la ética, sin abandonar las últimas aportaciones. Si comenzamos por los rasgos for- males del presente texto, por clasificarlo bibliotecológicamente, bien le quedan aquellas palabras con las que Aranguren se refirió a su Ética: «Aunque manual por el tamaño y porque puede servir a los estudiantes de Ética, es éste un libro de investigación». Siguiendo con su encabezamiento, La aventura de la moralidad es un des- concertante título para una obra de filoso- fa moral. Un título que, a primera vista, apunta más a una novela de acción que a una esclarecedora reflexión ética. Sin embargo, a poco que nos interesemos por los términos que componen dicho título, aventura y moralidad, el desconcierto de- saparece. Pronto percibimos que no se trata de un adolescente reclamo publicita- rio más. «Aventura», nos indica una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia, «es una empresa de resultado incierto», por tanto, un suceso relaciona- do con la contingencia. De este modo, la reflexión moral se nos presenta, bajo este título, como una actividad de resultado incierto necesariamente ligado a la con- tingencia. A esta estrecha ligazón se re- fiere Aristóteles cuando señala que la prudencia se mueve en el dominio de lo contingente, de «aquello que puede ser de forma distinta a como es» y no pode- mos esperar de ella demostraciones como las de la ciencia que se ocupa de «cosas que son necesariamente». Veinte siglos más tarde, Kant alejó la moral de lo nece- sario, haciendo de la libertad condición de posibilidad de la vida moral y razón de ser de la moralidad. Y más recientemen- te, Wittgenstein también subrayó el estre- cho vínculo entre contingencia y morali- dad, distanciando a la Ética de lo necesa- rio, al indicar al final de su Conferencia sobre ética que «la ética en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolu- tamente valioso, no puede ser una cien- cia», pues lo que se pretende con las ex- presiones éticas es «ir más allá del mun- do», «arremeter contra los límites del lenguaje». Sirva esa triple referencia como muestra relevante de la ligazón en- tre moralidad y contingencia, que esta obra retoma, ya desde el título, pero no sólo en él. El cuerpo del volumen trabaja algu- nos de los principales aspectos de la Ética de nuestro tiempo desde tres enfoques di- ferentes —precedidos de un capítulo in- ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 40, enero-junio, 2009, 289-345 ISSN: 1130-2097 289

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CRÍTICA DE LIBROS

LA CONTINGENCIA Y LA MORALIDAD

CARLOS GÓMEZ y JAVIER MUGUERZA

(eds.): La aventura de la moralidad (Pa-radigmas, fronteras y problemas de laÉtica), Madrid, Alianza Editorial, 2007,549 pp.

La presente «aventura de la moralidad»merece un puesto destacado en el campode la Ética disponible en nuestro ámbitoeditorial. Dentro de nuestros repertoriosbibliográficos, resulta difícil encontrarobras como la presente que nos sitúa, his-tórica y temáticamente, en los principalesproblemas de la ética, sin abandonar lasúltimas aportaciones.

Si comenzamos por los rasgos for-males del presente texto, por clasificarlobibliotecológicamente, bien le quedanaquellas palabras con las que Arangurense refirió a su Ética: «Aunque manualpor el tamaño y porque puede servir a losestudiantes de Ética, es éste un libro deinvestigación».

Siguiendo con su encabezamiento,La aventura de la moralidad es un des-concertante título para una obra de filoso-fa moral. Un título que, a primera vista,apunta más a una novela de acción que auna esclarecedora reflexión ética. Sinembargo, a poco que nos interesemos porlos términos que componen dicho título,aventura y moralidad, el desconcierto de-saparece. Pronto percibimos que no setrata de un adolescente reclamo publicita-rio más. «Aventura», nos indica una delas acepciones del Diccionario de la RealAcademia, «es una empresa de resultado

incierto», por tanto, un suceso relaciona-do con la contingencia. De este modo, lareflexión moral se nos presenta, bajo estetítulo, como una actividad de resultadoincierto necesariamente ligado a la con-tingencia. A esta estrecha ligazón se re-fiere Aristóteles cuando señala que laprudencia se mueve en el dominio de locontingente, de «aquello que puede serde forma distinta a como es» y no pode-mos esperar de ella demostraciones comolas de la ciencia que se ocupa de «cosasque son necesariamente». Veinte siglosmás tarde, Kant alejó la moral de lo nece-sario, haciendo de la libertad condiciónde posibilidad de la vida moral y razón deser de la moralidad. Y más recientemen-te, Wittgenstein también subrayó el estre-cho vínculo entre contingencia y morali-dad, distanciando a la Ética de lo necesa-rio, al indicar al final de su Conferenciasobre ética que «la ética en la medida enque surge del deseo de decir algo sobre elsentido último de la vida, sobre lo absolu-tamente valioso, no puede ser una cien-cia», pues lo que se pretende con las ex-presiones éticas es «ir más allá del mun-do», «arremeter contra los límites dellenguaje». Sirva esa triple referenciacomo muestra relevante de la ligazón en-tre moralidad y contingencia, que estaobra retoma, ya desde el título, pero nosólo en él.

El cuerpo del volumen trabaja algu-nos de los principales aspectos de la Éticade nuestro tiempo desde tres enfoques di-ferentes —precedidos de un capítulo in-

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troductorio— que cartografían los princi-pales lugares, cuestiones y temas de laÉtica. Gracias a esa cuidada articulación,el libro permite tanto una fructífera lectu-ra lineal, como la consulta aislada de losdiferentes capítulos, favorecida por la au-tonomía que conservan cada uno de ellos,lo que convierte en definitiva al estudioen su conjunto en una importante obra dereferencia.

El primer capitulo, «El ámbito de lamoralidad: Ética y moral», introduce laobra, en el doble sentido de encaminar-nos hacia ella y de diseñar ya un primertratamiento de algunas de sus cuestionesnucleares, ofreciéndonos unas elaboradascoordenadas desde las que poder seguir«aventurándonos» en el territorio de laÉtica. Para ello el profesor Carlos Gómezecha mano, en la estructura del mismo,de la triple distinción de Aranguren (pri-mer gran sistematizador de los estudioséticos en España, al que la obra va dedi-cada) entre moral como estructura, moralcomo contenido y moral como actitud, loque le permite plantear un buen númerode otras cuestiones (el debate kantia-no-hegeliano entre Moralität y Sittlich-keit, retomado en la actual polémica entreliberales y comunitaristas; la tensión we-beriana entre «ética de la convicción» y«ética de la responsabilidad», o la exis-tente entre ética normativa y metaética),entre las que se subraya la importanciadecisiva de la moral como actitud, esto esde la conciencia moral, que sería precisoreivindicar, sin dejar de tener en cuenta lacrítica a la filosofía de la conciencia, perotratando de ir más allá de ella.

La primera parte, «Paradigmas», seconcentra en los dos modelos que han re-sultado cruciales para la Ética occidental:Aristóteles en representación del modelogriego y Kant en representación del mo-derno. Victoria Camps desarrolla conejemplar claridad el modelo aristotélico,encontrándole buen acomodo entre su

contexto originario y la ética de las escue-las helenísticas. Javier Muguerza exponeen una brillante y original contribución elmodelo moderno-kantiano retrotrayendolas tensiones de la ética kantiana a los al-bores de la modernidad, a la vez que ac-tualiza los problemas de la ética kantiana,al plantear la vigencia de la misma paranuestro presente. Si bien estos dos mode-los no bastan para dar cuenta de todos loscursos y recursos, de todas las particulari-dades y propuestas de la historia de la Éti-ca, sí ofrecen las claves principales para suestudio y nos proveen de excelentes herra-mientas para afrontar múltiples discusio-nes vigentes hoy día.

«Fronteras», la segunda parte de Laaventura de la moralidad, analiza las re-laciones de la Ética con disciplinas veci-nas. Se trata, por tanto, de seguir defi-niendo el objeto de la Ética, ahora desdeotra perspectiva, que no atiende ya a lasdiferentes propuestas que los filósofoshan presentado a lo largo de la historia.Una definición en tanto que delimitaciónque acote el área de investigación, anali-zando las complejas relaciones de depen-dencia, de influencia, de préstamo o deautonomía a las que se prestan algunasdisciplinas muy afines con la ética. Endefinitiva, con esta delimitación se pon-drán en cuestión las fronteras (de libretránsito, de paso furtivo o de infranquea-ble muro) y los límites de la Ética, en re-lación con las ciencias humanas (psicolo-gía, sociología, antropología), y con otrasdisciplinas pertenecientes al ámbito de lapraxis, como es el caso de la filosofía po-lítica o la religión.

Finalmente, en la tercera parte del li-bro se abordan los «Problemas de la éti-ca». Se trata de afrontar algunas de lascuestiones recurrentes con las que la éticaha lidiado desde sus inicios. De repensarhoy temas como la posible racionalidad delas proposiciones éticas, los problemas re-lativos a la fundamentación de la moral,

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las tensas relaciones entre lo justo y lobueno y su articulación a favor de nuevasfórmulas que intentan responder a proble-mas presentes. También se tratan cuestio-nes como la de la reactivación, en las últi-mas décadas, de la «ética de la virtud»propuesta desde muy diversas orientacio-nes (Gadamer, Nussbaum, Höffe, Arangu-ren...) y bajo la que subyace la concienciacomún de los límites del modelo kantianoy sus modernas reelaboraciones, que des-de luego no se dejan de atender en la obra,y entre cuyos máximos representantes en-contramos a Habermas, Apel o Rawls.

No se olvidan en este bloque temáticolas importantes repercusiones éticas del fe-minismo, «uno de los grandes motores delos cambios valorativos», ni las consecuen-cias del surgimiento y desarrollo de las éti-cas aplicadas, que han incorporado nuevosprotagonistas al mundo ético al tiempo quehan abierto nuevos horizontes y han multi-plicado el número de candidatos (las bio-tecnologías, organizaciones empresariales,el desarrollo de los pueblos...) a convertirseen objeto de la reflexión moral.

Aunque pudiera parecer contradicto-rio, al final de la obra los editores han de-cidido encontrar un lugar para la utopía.Ésta, que etimológicamente (u-topía) esel lugar que está fuera de lugar, cumple lamisión del ideal, sometiendo a criticanuestra realidad presente. De este modo,la extraterritorialidad de la utopía, nos in-dica Carlos Gómez, tendría como fun-ción básica presentar otras posibles ma-neras de vivir, mejores, más justas, más

valiosas. El impulso utópico abre así nue-vos horizontes a la Ética y buena pruebade ello lo constituye el campo (abordadopor Javier Muguerza en el último capítu-lo del libro) de los «derechos humanos»,que han sido continuamente revisados ysucesivamente ampliados a través de susdiversas generaciones.

Editada precisamente por Carlos Gó-mez y Javier Muguerza, ambos profesoresde la Universidad Nacional de Educacióna Distancia, y a cuyo cargo ha estado lamitad del cuerpo de la obra, esta «aventu-ra de la moralidad» ha contado ademáscon la valiosa contribución de otros desta-cados investigadores, como son CeliaAmorós, Victoria Camps, Adela Cortina,Jesús Díaz, José María González, Fernan-do Quesada y Amelia Valcárcel. Un con-junto de filósofos que, desde orientacionesdiferentes, aportan al estudio perspectivasabiertas, dentro de la coherencia y la exce-lente estructura, ya indicadas, del volu-men. De este modo, La aventura de la mo-ralidad se convierte en una obra de refe-rencia, que ofrece al lector no sólo laposibilidad de hacerse una idea cabal, plu-ral y critica del estado de la cuestión, delos principales temas, desarrollos y deba-tes de la filosofía moral, sino que asimis-mo supone un considerable estímulo paracontinuar otras navegaciones o, si así sequiere, otras aventuras reflexivas.

Andrés Pandiella DominiqueUNED, Madrid

REPUBLICANO DE REPÚBLICA

LORENZO PEÑA: Estudios republicanos:Contribución a la filosofía política y jurí-dica. México/Madrid, Plaza y ValdésEditores, 2009. pp. 455.

Tenemos en las manos un libro que nospropone un republicanismo de Repúbli-ca, o, como al autor le gusta decir, un re-publicanismo republicano. La redundan-

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cia es tolerable ya que en la filosofía polí-tica contemporánea se ha difundido otrorepublicanismo, el cívico, ahora tambiénllamado «ciudadanismo», un enfoqueprotagonizado por Philip Pettit, con elque Peña polemiza en la segunda parte desu capítulo introductorio, para dejar enclaro lo que va a proponer.

El republicanismo republicano o re-publicanismo radical que nos ofrece Lo-renzo Peña en este nuevo volumen es unafilosofía política basada en el valor de lafraternidad. Las 17 páginas del capítu-lo 1, «El valor de la hermandad en elideario republicano radical», sintetizanen gran medida el mensaje del libro. Lasideas clave, según las hemos entendido,son las siguientes.

Lorenzo Peña rechaza por completola dicotomía que viene de Adam Smith yHegel entre sociedad civil y Estado asícomo el mito del pacto social fundador,incluso como un relato imaginario o hi-potético que serviría para fundar la con-vivencia o las instituciones políticas apartir de un compromiso originario. Lasvirtualidades justificatorias de este relatohipotético del pacto social son zarandea-das en el capítulo 7, donde se muestraque con esta base es difícil justificar losderechos de bienestar, inseparables de sumodelo republicano. Peña vuelve, así, ala vieja concepción antigua de la socie-dad como un ser colectivo natural del quehay que partir, pues sólo dentro de él ca-ben pactos y compromisos. Además, laspromesas tienen fuerza vinculante en vir-tud de las normas sociales y no al revés.Nada garantiza ni justifica una fuerza deobligar de una promesa originaria no re-gulada por norma alguna ni de derechonatural ni de derecho positivo.

Sin embargo, cada individuo, al na-cer y crecer en una sociedad, al irse bene-ficiando de las ventajas de la vida social,va contrayendo, paulatinamente, un com-promiso con la sociedad en la que vive,

del mismo modo que cada gobernante,por el ejercicio de su potestad de gobier-no, contrae un compromiso con los go-bernados, quienes también contraen conél un compromiso al dejarse gobernar, alseguir sus mandatos y así alcanzar ungrado de bienestar que posibilita la con-vivencia social, necesariamente reguladapor unas normas y regida por una autori-dad. Tal compromiso es un modus viven-di que se contrae por la realización deconductas, que no precede al hecho so-cial sino que le sigue (Lorenzo Peña pro-fesa en este y otros temas las ideas deFrancisco Giner de los Ríos, proclaman-do su vínculo doctrinal con esta tradi-ción, que se perfiló en la obra constitu-cional y legislativa de la II República).

En este compromiso, lo esencial esque los seres humanos que constituyenuna sociedad están ligados por un nexofraterno, por el hecho social de participar,como miembros de la especie humana(que a la postre siempre acaban estandoemparentados unos con otros), en unaconvivencia cuya razón de ser es la bús-queda del bien común, de lo que se derivauna obligación de concurrir a este bien yun derecho a participar en este bien. Larealización de este bienestar colectivo noes, en la sociedad, una tarea de los parti-culares, sino una tarea mancomunada dela propia sociedad bajo la dirección desus gobernantes.

A diferencia de las teorías que tildade individualistas (una categoría ampliaen la que incluye al ciudadanismo de Pet-tit), la teoría republicana de LorenzoPeña entiende que el espacio público noes un terreno para dirimir con justicia losconflictos entre los particulares deriva-dos de sus intereses en colisión y dondeel trabajo, la actividad económica, los es-fuerzos para el bienestar serían un asuntoprivado, reservándose lo público a la sal-vaguardia del orden interno y externo, ala solución de los conflictos entre par-

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ticulares y, como mucho, a ciertas funcio-nes redistributivas de una riqueza creadapreviamente en el ámbito privado. Al re-vés, para Peña la riqueza se crea princi-palmente en la esfera pública, mediantela empresa colectiva y el servicio públi-co, porque desde la más remota antigüe-dad fue misión del Estado abordar las ta-reas más arduas y costosas para la conse-cución de riqueza y bienestar, individualo colectivo (obras y vías públicas, rega-díos, aprovisionamiento, fortificaciones,etc.). Este republicanismo republicanoes, pues, un colectivismo, que se opone atodas las ideas que confían la creación deriqueza a los particulares, al sector priva-do (no necesariamente a los individuosaislados, porque el sector privado escualquier individuo o grupo que actúepor iniciativa propia y no según un plande trabajo marcado por la autoridad so-cialmente establecida).

Con estas bases todavía no se ha di-cho ni cuánto ni cómo deben contribuirtodos y cada uno al bien común ni tampo-co qué reglas, pautas o criterios deben re-gular la participación de cada uno en elbien común. Muchas opciones quedanabiertas. Pero para Peña ya estas basestienden a desacreditar lo que no se ade-cúe a un criterio al menos tendencial: quecada uno aporte al bien común según sucapacidad y que participe del bien comúnsegún su necesidad, el célebre eslogan deKarl Marx que nuestro autor asume sinvacilación (y que ha defendido contra lasobjeciones de Amartya Sen en un ensayoanterior, «La fundamentación jurídico-fi-losófica de los derechos de bienestar», enLos derechos positivos: Las demandasjustas de acciones y prestaciones, ed. porLorenzo Peña y Txetxu Ausín, Plaza yValdés, 2006).

En este trasfondo, la alternativa entremonarquía y república se plantea en lossiguientes términos. La monarquía esaquel régimen de organización política

del Estado en el que el poder está de al-gún modo privatizado, o sea: existe unafamilia cuyos intereses particulares semezclan con los del cuerpo político(usando la expresión de Bentham), aun-que en el fondo siempre persisten las po-sibilidades de conflicto entre ambos inte-reses. La prevalencia del interés públicoes, pues, incompatible con la monarquía.Justamente es éste uno de los puntos enlos que el republicanismo republicano di-fiere sustancialmente del ciudadanismo,que, no obstante su presunto, y dudoso,vínculo doctrinal con el republicanismoinglés del siglo XVII, profesa una neutrali-dad en cuanto a la forma de gobierno,monarquía o república, asegurando queambas son igualmente admisibles siem-pre que sean formas bajo las que se reali-ce el ideal de libertad como no-domina-ción fundado en el ejercicio de las virtu-des cívicas por la masa de ciudadanos.

Frente a tales alegatos, Lorenzo Peñaargumenta, ya en el capítulo introducto-rio de su libro, que la monarquía y la re-pública se distinguen por 12 rasgos dife-renciadores, que podemos resumir en queen una monarquía el titular de la potestadsuprema la ejerce por nacimiento, vitali-ciamente, sin tener que rendir nuncacuentas, en tanto que jefe nato de lasfuerzas armadas y primer magistrado,disfrutando de un tratamiento de reveren-cia único, de una dignidad regia incon-mensurable con cualquier otra —y porello amparada por una protección penaldesmesurada— y de una prerrogativa deque a sus asuntos familiares se les tributeun homenaje público. Cuál sea el ámbitoconcreto de sus facultades de interven-ción política es otro problema, pero, seael que fuera, ya estos 12 criterios permi-ten ver que tal institución es contraria alconcepto de la Cosa Pública como la or-ganización de la esfera común, lo que im-plica que se trate de algo de todos, no dealgunos sí y los demás no.

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A estas consideraciones generales,Lorenzo Peña añade un arsenal de argu-mentos más concretos, de diversa índole,a favor de la opción republicana. Uno deestos argumentos es que la propensión delas monarquías a ser conservadoras o re-tardatarias es mucho mayor, porque elpoder de que disponga el titular de la co-rona, mucho o poco, tenderá a ejercerseen este sentido, lo que prueba con un datoestadístico: la proporción de monarquíasentre los Estados del mundo vs la propor-ción de las monarquías entre los paísesque han adoptado tales decisiones políti-cas o tales alineamientos en los conflictosinternacionales.

Otro argumento es que, no obstanteuna opinión ampliamente difundida entrela doctrina jurídico-constitucional, laspotestades de la Corona no son decora-tivas, sino que el poder arbitral y mo-derador que establece el art. 56.1 de laConstitución de 1978 implica todo un hazde derechos e incluso de deberes de inter-vención. A tal tema consagra LorenzoPeña el capítulo 3 de su libro dedicado ala diferencia del poder moderador en lamonarquía y en la república.

El análisis jurídico que nos ofrecePeña de la Constitución actual española(capítulo 3) hay que leerlo en el trasfondode otro análisis contenido en el libro: elde la Constitución republicana de 1931(capítulo 2), que probablemente es elmeollo de esta obra. Y es que no bastapara caracterizar la orientación jurídi-co-filosófica de Lorenzo Peña usar la pa-labra «republicanismo» ni siquiera con eladjetivo pleonástico, sino que su auto-de-nominación de «republicanismo radical»tiene mucho sentido porque su filiacióndoctrinal le liga al republicanismo fran-cés de 1793 y 1848 así como al del repu-blicanismo radical de la III República, alsolidarismo de Léon Bourgeois y LéonDuguit, cuyas ideas del cuasi-contrato ydel servicio público aportan prácticamen-

te lo esencial del perfil teórico de la obra,aunque los desarrollos argumentativos ylas ramificaciones doctrinales vayan lue-go en direcciones alejadas de las inten-ciones de estos pensadores franceses.Junto con ello, tenemos la influencia yamencionada del krausismo español y suprolongación en la doctrina jurídica, cuyaobra más acabada fue la Constitución re-publicana de 1931.

Así pues, la república que preconizaPeña no es una república cualquiera, sinola República de Trabajadores de toda cla-se con tendencia a la gradual socializa-ción de la propiedad (fórmula del proyec-to constitucional de Jiménez de Asúaque, aunque aguada en la versión aproba-da en las Cortes constituyentes, quedó re-flejada en el art. 44 en términos que si-guen siendo hoy de una audacia social ra-ras veces igualada y, en todo caso, con unplanteamiento socializador mucho másfuerte que el de la Constitución de 1978—no digamos ya que el de su realizaciónpráctica).

Lorenzo Peña estudia también en de-talle diversos aspectos jurídico-constitu-cionales de la Carta Magna de 1931,como el parlamentarismo racionalizado,las funciones moderadoras de la presi-dencia de la República (y su ejercicioefectivo por el Presidente Alcalá-Zamo-ra), el Tribunal de Garantías Constitucio-nales —abogando de paso por la jurisdic-ción constitucional dispersa frente al mo-delo de Kelsen—, el problema de larigidez constitucional, la cuestión regio-nal (un tema abordado con bastante osa-día y a contracorriente, en el que no nosvamos a detener aquí) y la espinosa cues-tión religiosa (lo único en lo que nuestroautor da un suspenso al constituyente de1931, sumándose al punto de vista deSalvador de Madariaga). También criticaa la Constitución de 1931 por no haberrecogido el derecho del pueblo a resistir ala opresión. Y termina su capítulo con un

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ejercicio jurídico sobre si, cuándo ocómo dejó de tener vigencia la Constitu-ción de 1931; y, si no hay momento algu-no, ¿qué consecuencias jurídicas cabe ex-traer? Dejamos aquí que el lector descu-bra este enigma leyendo las páginas 116y siguientes.

En todo lo anterior habrá podido apre-ciar el lector que el énfasis no está puestoen la democracia. Es más, Lorenzo Peñase atreve, entre sus peculiaridades, a criti-car en algunas cosas la Constitución de1931, reprochándole su carácter demasia-do democrático y añorando que se hubierainstituido una Presidencia de la Repúblicacolegiada y meritocrática, al menos enparte. Los valores republicanos de frater-nidad, convivencia, libertad, racionalidady bien común podrían, en principio, im-plementarse en repúblicas no democráti-cas. Esto no significa que el autor sea indi-ferente a la democracia. Lo que pasa esque cree poco en la democracia llamada«representativa», calificativo que él criti-ca, calificándola de «democracia electi-va». Tampoco se entusiasma por la idea dedemocracia participativa, que le parecebrumosa, aunque sí toma de sus adeptos lapropuesta de que todas las grandes deci-siones sean sometidas a votación popular.Esta propuesta figura en el capítulo 5,consagrado al examen de un modelo alter-nativo de república democrática, una de-mocracia justificativa, como él la llama.

Seguimos estando aquí muy lejos delas prédicas ciudadanistas de las virtudescívicas, que para Peña han de ser de ejer-cicio voluntario. Toda obligación de vo-tar es, a su juicio, contraria a la libertad yfalsea la democracia, porque el electordeja de tener la opción libre de no partici-par, con lo que la clase política deja deestar responsabilizada para obtener elrespaldo del cuerpo electoral. Podríamosresumir su propuesta diciendo que se tra-ta de que el ejercicio del derecho a votarsea responsable. La propuesta es bastante

detallada y comporta una serie de puntossin duda (y como lo reconoce Peña) sepa-rables unos de otros, pero su efecto con-junto sería que la votación constituiría unacto jurídico vinculante para el elegido ypara el elector; éste sólo podría ejercerlosi diera razones (buenas o malas) para ha-cerlo en un sentido determinado, y el ele-gido quedaría ligado por el compromisoelectoral, tomándose medidas contra eloligopolio de la clase política que en lapráctica anula o coarta el derecho de op-ción del elector.

Terminaremos esta reseña mencio-nando el capítulo 6, dedicado a criticar laeconomía política. El sentido de su inser-ción en este volumen es que, en su defensade la misión pública de realizar colectiva-mente las actividades mancomunadaspara el logro del bienestar general, Loren-zo Peña se percata de que una de las ob-jeciones va a venir de los economistas,quienes van a aducir que una economíaestatalmente planificada como la que im-plicaría la realización de su propuesta re-publicana es contraria a las leyes econó-micas del mercado, que ligan la prosperi-dad general a la libre empresa, respetandounas leyes objetivas.

No hay, a su entender, tales leyes, nilas del marginalismo ni otras. La discu-sión que lleva a cabo de los supuestosusuales de la ortodoxia marginalista po-dría seguramente servir también para cri-ticar las teorías de la economía clásica deAdam Smith a Ricardo y Mill e inclusolas de Karl Marx. Para Peña no existeprueba alguna de que la actividad econó-mica se rija por leyes económicas (comola vida humana no se rige por leyes astro-lógicas), lo que no es óbice para que laconducta humana esté regida por leyes dedeterminación causal, cuyo estudio no lecompete a la economía sino a la psicolo-gía individual y social. Rechazando así laexistencia de leyes económicas podemosabogar por una economía socialmente

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planificada en la que prevalezca la mi-sión de servicio público, frente a la eco-nomía de mercado, un sistema oligopóli-co fluctuante y absolutamente imprevisi-ble. Tenemos aquí un nuevo entronquecon la tradición del republicanismo soli-darista francés.

Lo que hemos dicho no pretende ago-tar el contenido de una propuesta de filo-sofía político-jurídica que se caracteriza,

entre otras cosas, por su afán de rehuir lapura deducción para basarse también en lainducción, aportando muchas considera-ciones sacadas de la praxis jurídica y de laexperiencia histórico-política, no sólo es-pañola sino también mundial.

Francisco Javier Montejo AlonsoPsicólogo y Doctor en Filosofía (UCM)

Madrid

CALVINO FRENTE A LA MODERNIDAD

MARTA GARCÍA ALONSO: La teología po-lítica de Calvino. Barcelona, Anthropos,2008, 283 pp.

Bastaría con constatar el escaso conoci-miento que de la historia del protestantis-mo se tiene en el ámbito cultural hispáni-co para justificar que celebremos la apa-rición de estudios como éste. Pero elinterés del libro que aquí reseñamos noreside sólo en que nos proporcione unacercamiento riguroso al pensamiento deCalvino, basado en el examen directo ycompleto de sus obras y en el conoci-miento de su contexto histórico e intelec-tual, sino también en la interpretaciónpropia que a partir de ahí se hace de la in-tención y el significado de la propuestadel reformador Jean Calvin, que se en-frenta a la más común entre filósofos ehistoriadores de las ideas políticas, yobliga al lector a poner a prueba la soli-dez de los tópicos sobre el asunto en losque suele refugiarse.

Como advierte la autora, nuestra re-cepción del significado del protestantis-mo para el mundo moderno es deudorade la interpretación de los filósofos ale-manes del siglo XIX —recordemos losjuicios de Hegel sobre la Reforma y el

primado de la subjetividad— y, sobretodo, de Max Weber, cuyo ensayo La éti-ca protestante y el espíritu del capitalis-mo marca la pauta hermenéutica que aso-cia protestantismo, autonomía y moder-nización, e induce a contrastarlo con uncatolicismo al que se representa ancladoen la tradición y el autoritarismo.

Pero desde la primera línea de su en-sayo García Alonso declara abiertamenteque su propósito es revisar esta concep-ción del protestantismo, y más específi-camente del calvinismo. Considera quepara ello es preciso apartarse de la visiónweberiana del calvinismo como tipoideal, y dirigirse al propio Calvino, a susescritos (tanto a las sucesivas edicionesde la Institución de la religión cristianacomo al resto de su obra) y a su acción enGinebra, puesto que sólo conociendo laintención que le guiaba y las circunstan-cias en las que escribió y ejerció su acti-vidad podemos entender adecuadamenteel significado de sus palabras.

La moraleja implícita de esta opciónes que es preciso atender tanto a las ideascomo a su contexto, evitando así los ries-gos opuestos a los que se enfrenta lahistoria intelectual, y en particular la his-toria del pensamiento político: o bien di-

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solver el sentido y la densidad de los con-ceptos en la descripción del escenariotemporal, social y hasta biográfico en elque se expresan, o bien pasar por alto elcarácter históricamente situado de losdiscursos y de sus actores. De lo contra-rio se acaba incurriendo en lecturas ana-crónicas, que convierten a los pensadoresen involuntarios precursores y exponen-tes de conceptos y tesis ajenas a su propiohorizonte intelectual. Y las cautelas pare-cen especialmente justificadas cuandonos referimos a pensadores del siglo XVI,cuya mirada se vuelve tanto a un pasadomedieval que en parte se querría conser-var, como al futuro que esbozan y pro-yectan de modo tentativo.

Puede decirse que este libro cumpletales requisitos, puesto que satisface supropósito de ser «una tentativa de diálogoentre filosofía, historia y teología sobrecuál sea el papel de Calvino en la consti-tución del mundo moderno» (p. 19). Ensus páginas encontramos una reconstruc-ción solvente de la trayectoria históricade las doctrinas morales, teológicas y po-líticas que conforman el marco intelec-tual en el que se desarrolla el pensamien-to de Calvino, junto con una atenta des-cripción de las vicisitudes históricas einstituciones de la Ginebra en la que ejer-ció su labor el reformador, y de la activi-dad de éste en la constitución y organiza-ción de la comunidad eclesial. Todo ello,además, en diálogo con los más reputa-dos especialistas en el tema.

Este trabajo de lectura e interpreta-ción contextualizada es la base sobre laque García Alonso sostiene su tesis deque el pensamiento de Calvino no es unaplataforma intelectual de la moderniza-ción ética y política occidental, comoreza el tópico, sino más bien lo contrario.Lo que aparece tras sus escritos y su acti-vidad es más bien una interpretación enclave religiosa, teocéntrica, del mundo,que deja poco espacio a los valores carac-

terísticos de la Modernidad, a la autono-mía del individuo y del orden social, a lacrítica y la secularidad. Esta interpreta-ción crítica de la posición de Calvinofrente a la Modernidad gira en torno a al-gunos ejes temáticos: la posición del su-jeto moral, la función de la institucióneclesial respecto a la regulación discipli-naria de la vida social, y la concepcióndel poder político y su relación con laIglesia.

Sin duda, la autonomía del sujetomoral es uno de los rasgos característicosde la Modernidad. Y a menudo se afirmaque la Reforma, especialmente por su de-fensa del libre examen de los textos bíbli-cos, constituye una de las fuentes de la li-bertad de conciencia reivindicada en lasdeclaraciones modernas de derechos.Ahora bien, en este libro se sostiene queen modo alguno puede atribuirse a Calvi-no la afirmación de una moral autónoma.Para ello sería necesario ante todo que elreformador admitiera que el sujeto moraltiene la capacidad de fundar por sí mismola obligación moral en su conocimientode un bien objetivo natural. Tal condiciónresulta en cualquier caso problemáticadesde una posición religiosa —recuérde-se el dilema del Eutifrón platónico—,pero puede ser admitida desde una posi-ción intelectualista como la de Santo To-más, para quien la razón descubre un or-den natural querido por Dios. En cambio,para un enfoque voluntarista la únicafuente de obligación es la voluntad divi-na, y por consiguiente el sujeto moral hade atenerse a los decretos que el soberanodel universo ha querido establecer, expre-sados en la Escritura. Como es sabido, aesta posición que subraya la omnipoten-cia divina (como hizo patente Ockham)se acoge la tradición protestante, y enparticular Calvino.

Así pues, la ética cristiana habrá detener un fundamento bíblico. Tanto mássi tenemos en cuenta que el reformador

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ginebrino se adhiere también a la antro-pología pesimista agustiniana, según lacual el pecado original ha corrompido lanaturaleza humana hasta el punto de queel hombre no es capaz de captar por símismo la verdad moral —decir otra cosaimplicaría admitir la justificación por lasobras—. No puede haber una verdaderamoral, ni una verdadera justicia, al mar-gen de la religión. La luz natural apenassi alcanza para proporcionar un mínimoético a los paganos.

Cobra entonces máxima importanciala cuestión de quién ha de interpretar lostextos de la Escritura. Contra lo que suelecreerse, Calvino no defiende el acerca-miento individual y espontáneo a los tex-tos bíblicos, nos dice la autora. La Bibliaimpone su interpretación al lector, queprecisa para comprenderla de cualidadesque el Espíritu Santo otorga gratuitamen-te a los elegidos. A la postre, el ministeriode la palabra ejercido por los predicado-res seguirá siendo necesario, aunque sehaya prescindido del monopolio interpre-tativo del magisterio católico. En suma,no estamos ante la decisión reflexiva deuna conciencia moral libre, sino ante laobediencia de la conciencia religiosa ala voluntad de su Señor, que trata de des-cifrar.

Otro asunto del mayor interés es elde la función que se atribuye a la Iglesiaen cuanto a la regulación disciplinaria dela vida civil, y en particular la conductaexterna de los ciudadanos. En este punto,la Reforma protestante introduce en prin-cipio un cambio de orientación notable.Frente a la concepción expansiva de lajurisdicción eclesial en la ciudad terrenaque representa el agustinismo políticomedieval, Lutero pretende restituir alcristianismo su dimensión espiritual ori-ginal, universalizando el sacerdocio yprescindiendo del poder jurisdiccionaleclesiástico en el ámbito externo; es alpoder civil a quien corresponde en exclu-

siva el mantenimiento del orden, a travésdel derecho. Pero no hay que apresurarsea celebrar el progreso en la seculariza-ción de la vida civil. Es preciso tener encuenta que en la doctrina reformada per-siste la exigencia de un soporte discipli-nario externo para la conducta moral: laautora advierte una vez más que lo queaquí está en juego no es la autonomía in-dividual, ni la tolerancia, sino quién debeejercer el control sobre lo permitido y loprohibido. En cualquier caso, «las insti-tuciones debían defender la verdad y laadecuación de la praxis del cristiano a losmandatos de su Dios» (p. 186).

Por lo que respecta a Calvino, el es-tudio de García Alonso expone detallada-mente la evolución del reformador, ex-presada en los cambios en las sucesivasediciones de la Institución de la religióncristiana, conforme a las vicisitudes desu experiencia en Ginebra y a las leccio-nes que extrajo de otro reformador, Buce-ro, durante su exilio en Estrasburgo.Muestra cómo su posición va cambiandoen la dirección de fortalecer la Iglesia vi-sible, para la que reclamará una potestaddisciplinar y, en último término, legislati-va, hasta convertir la república indepen-diente de Ginebra en una «Roma protes-tante». Demanda para la Iglesia la potes-tad sobre sus propios ministros y sobre laconducta externa de los fieles, si bien nole corresponde otra coacción que la espi-ritual —que incluye la entonces temibleexcomunión, hay que recordarlo—. Trasel triunfo definitivo de sus tesis, materia-lizado en las «Ordenanzas eclesiásticas»de Ginebra de 1541, la iglesia calvinistarecupera buena parte de la potestad legis-lativa y penal que los luteranos habíancedido al poder civil; y consolidada yadoctrinalmente la Reforma, la actividaddisciplinar se centra no tanto en la orto-doxia como en las costumbres, hasta lle-gar a lo que en el libro se califica de «aco-so moral a la ciudadanía» (p. 193). El én-

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fasis en la presencia social e institucionalde la Iglesia visible se traduce por tantoen carencia de libertad y tolerancia en elespacio público: tampoco por este lado seaprecia afinidad entre la posición calvi-niana y los valores del mundo moderno.

El último capítulo del libro está dedi-cado a la teoría política de Calvino. Laautora se enfrenta críticamente aquellasinterpretaciones que encuentran en lasideas y propuestas políticas del reforma-dor bases para una concepción moder-na, secularizada, de la política, en claverepublicana o constitucionalista. Y tratade mostrar que tales interpretaciones re-sultan desacertadas a la luz de lo que elpropio Calvino escribió y trató de poneren práctica. Porque al fin y al cabo el re-formador concibe y valora la política des-de una perspectiva teológica, como uninstrumento al servicio de su designioteocéntrico; interpreta la política comoteología política, al modo de Schmitt. Yademás, afronta el dilema que las cir-cunstancias históricas le plantean, ya queha de evitar chocar con dos escollosopuestos: la descalificación radical delorden político vigente planteada por losanabaptistas, que le acarrearía la enemis-tad del poder civil, y la cesión del espaciopúblico al Estado en detrimento de laIglesia que había resultado de la doctrinaluterana de los dos reinos.

La solución calviniana se basa enuna reivindicación de la autoridad políti-ca, en contra de la pretensión de supre-macía eclesiástica en lo temporal. Perono para afirmar la autonomía de la políti-ca. La legitimidad del poder político nose funda en la conformidad de sus nor-mas y su acción a la ley natural, ni en elcumplimiento de las condiciones de unpacto del gobernante con el pueblo, sinoen su condición de vicario o lugartenientede Dios, de quien recibe inmediatamentesu poder, y a cuya ley, expresada en lospreceptos bíblicos, ha de atenerse, puesto

que su contribución a la realización en elmundo de la ley divina es lo que justificala existencia del orden político. La positi-vación de los preceptos divinos permiteque se hagan vigentes en el mundo. Demanera que, a fin de cuentas, lo que en-contramos en Calvino, según la autora,no es una naturalización, sino una divini-zación de la política (p. 207). En realidad,aquél se acoge a la tradición del derechodivino de los reyes, aunque tratando deevitar que tal reforzamiento de la figuradel príncipe desemboque en la anulacióndel papel de la Iglesia en la interpretacióny aplicación del mensaje evangélico alorden social.

Si el magistrado está sometido a laley, ello se debe a que ésta expresa lasobligaciones impuestas por Dios. Y pues-to, que, como se ha dicho, Calvino des-confía de la capacidad del hombre, lastra-do por el pecado original, para conocersus obligaciones a través de la ley natu-ral, la equidad y la justicia del magistradodependerán de la pietas: sólo bajo la guíade la religión es posible conocer la volun-tad divina y asentar una política justa.Como contrapartida, la función del ma-gistrado se extenderá también al ámbitode la primera Tabla, a los deberes paracon Dios y la religión, de manera que elhereje será al mismo tiempo un delin-cuente (según experimentó Miguel Ser-vet en carne propia).

Dicho sea de paso, en este punto re-sultan más modernos que Calvino lospensadores católicos de la Escolásticahispánica, al fin y al cabo deudores de lavisión aristotélica, naturalista, de la po-lítica, siquiera fuese a través de la inter-pretación de Tomás de Aquino. En auto-res como Suárez, se recuerda aquí, en-contramos una reivindicación del papelmediador del pueblo en la atribución delpoder al gobernante, aunque todo podersea en último término de origen divino.Aunque, claro está, sólo una lectura des-

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contextualizada e incompleta puedeconvertir al autor de la Defensio fidei enun demócrata avant la lettre; tambiénaquí nos encontramos ante un teólogo,cuya intención es mostrar la diferenciaentre la autoridad papal, directamenterecibida de Dios, y la del gobernantetemporal, sujeto a una segunda instanciade legitimación.

También podemos encontrar analo-gías entre autores católicos y protestantesde la época en lo que se refiere al derechode resistencia, en el que se ha querido vera veces un límite a la absolutización delpoder, y por tanto un mecanismo «consti-tucionalista». Lo cierto es, sin embargo—recuerda García Alonso—, que Calvi-no reclama una obediencia incondicionala los mandatos del gobernante, salvo encaso de impiedad, es decir, de desobe-diencia a la ley de Dios —y no, adviérta-se, de ilegalidad o tiranía—; y que, encualquier caso, sólo una autoridad equi-parable, es decir de institución divina,puede oponerse al gobernante impío: losmagistrados inferiores, tutores de la li-bertad del pueblo, que no es por sí mismoun sujeto político activo. Nada que nopodamos encontrar en los teóricos católi-cos, algunos de los cuales, como Maria-na, tienen mucho más claro el fundamen-to jurídico-político del derecho de resis-tencia.

A la vista de todo esto, uno puedepreguntarse, con la autora, cómo debecalificarse la doctrina política de Calvi-no. Ella descarta, desde luego, la hipóte-sis de un Calvino republicano o protode-mócrata, aun reconociendo que es unaopción que cuenta con autorizados vale-dores. Considera sin embargo que esexagerado hablar de un Calvino teócra-ta, pues al fin y al cabo, «es mérito deCalvino haber puesto en igualdad decondiciones a la Iglesia y al Estado»(p. 253). Pero pienso que tal vez ese cali-ficativo sea inapropiado solamente si el

término de comparación es el agustinis-mo político. Recordando la potestas in-directa de la Iglesia que invocaban poraquellos días teólogos católicos comoSuárez y Belarmino, quizá podríamoshablar de una forma atenuada de teocra-cia, de una «teocracia indirecta», pues alfin y al cabo, la autoridad del poder civilse sostiene sobre la concordancia de susnormas y acciones a las exigencias mo-rales de la doctrina bíblica, cuya inter-pretación viene a quedar en la prácticaen manos de las autoridades eclesiásti-cas, como sucedió en la Ginebra calvi-nista y en otros lugares donde arraigóesta Iglesia reformada. Incluso se podríaaventurar que el examen de la teologíapolítica de Calvino nos proporciona unamuestra más de la «tentación teocrática»de ejercer el control religioso y moraldel poder político que se manifiesta encualquier confesión que pretende tenerpresencia pública, adoptando formasmás o menos institucionalizadas y exi-gentes según el grado de consolidaciónde la autonomía de la política en una so-ciedad. Por eso sigue siendo necesario aestas alturas debatir acerca del lugar y elpapel de la religión en la esfera pública.

En suma, el examen de la relación deCalvino con la Modernidad desarrolladoen estas páginas concluye descartandoque en la intención o en la obra del refor-mador hubiese el propósito moderniza-dor que el tópico atribuye al calvinismo.Sin embargo, puede añadirse que no hayque excluir —y la autora no lo hace— laposibilidad de que hayan resultado de éldisposiciones y actitudes característica-mente modernas a través de la puesta enpráctica posterior de las enseñanzas de ladoctrina de Calvino, sujeta a interpreta-ciones y transformaciones por sus conti-nuadores, como una consecuencia nobuscada de la misma. Al fin y al cabo,Ockham fue un teólogo receloso de la fi-losofía aristotélica, y ha resultado ser, a

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su pesar, uno de los precursores de la Mo-dernidad. Consideración que nos invita,como se hace en las últimas líneas del li-bro que reseñamos, a emprender nuevosestudios sobre esos seguidores que per-

mitan ahondar en la relación entre calvi-nismo y modernidad.

Javier Peña EcheverríaUniversidad de Valladolid

LAS NORMAS Y LOS VALORES. DE LA DISCUSIÓNENTRE CONSECUENCIALISMO Y DEONTOLOGÍA

RUWEN OGIEN y CHRISTINE TAPPOLET:Les concepts de l’éthique. Faut-il êtreconséquentialiste?, Paris, Hermann Édi-teurs, 2008, 233 pp.

Ruwen Ogien y Christine Tappolet abor-dan en Les concepts de l’éthique una delas cuestiones cruciales en la ética con-temporánea: la confrontación entre conse-cuencialistas y deontologistas. Concreta-mente, su propósito es examinar con cui-dado cómo hay que trazar la línea dedivisión si hemos de entender mejor ladiscusión entre estas dos grandes perspec-tivas de la teoría ética. De sus autores, Ru-wen Ogien es director de investigación enel CNRS francés y conocido en Españaprincipalmente por su libro Pensar la por-nografía y su defensa del minimalismoético, aunque también ha sido traducido ellibrito en colaboración con Monique Can-to-Sperber, sobre La filosofía moral y lavida cotidiana 1. Y Christine Tappolet estitular de una cátedra de investigación deCanadá sobre ética normativa y metaética,profesora de la Universidad de Montreal yuna reconocida especialista en el estudiode las emociones y su papel en la expe-riencia moral, la racionalidad práctica y laautonomía personal 2.

¿Es preciso ser consecuencialista?(Faut-il être conséquentialiste?), es lapregunta que lanzan en el subtítulo del li-bro, sin duda con un punto de provoca-

ción, si pensamos que en el contextofrancés —como en el español— el conse-cuencialismo no ha gozado tradicional-mente de buena prensa. Pero el libro esmucho más que una defensa del conse-cuencialismo frente a los otros dos gran-des enfoques teóricos en ética normativa,las teorías deontológicas o la ética de lasvirtudes. Los autores presentan su posi-ción favorable al consecuencialismo, res-pondiendo a las numerosas objeciones ycríticas que se dirigen contra éste y preci-sando qué versión consideran más defen-dible entre sus distintas variantes. Sinembargo, el planteamiento del libro tienemayor envergadura y ambición, y ofrecemuchas cosas más al lector. Les conceptsde l’éthique presenta una argumentaciónrica y compleja, que arranca en los terre-nos de lo que los filósofos llaman metaé-tica para adentrarse después en la éticanormativa, con un hilo conductor: si que-remos comprender mejor los debates enesta última, los autores sugieren que elanálisis metaético de nuestros conceptosmorales nos ofrece la mejor perspectivapara encuadrar adecuadamente la discu-sión entre las teorías de corte deontolo-gista y las consecuencialistas.

Así, la idea central, que la obra ela-bora y desarrolla con rigor y claridad dig-nas de mención, es que debemos com-prender esta oposición entre consecuen-cialistas y deontologistas a partir del

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modo en que conciben la relación entrenormas y valores. En otras palabras, Tap-polet y Ogien se proponen considerar elclásico contraste entre lo justo (right) y elbien (good) a través de la indagación so-bre las normas y los valores. Los autoresofrecen un análisis sistemático de nuestrovocabulario moral —los conceptos de laética—, examinado con atención las dife-rencias entre las dos clases en los que seagrupan: los términos axiológicos y losdeónticos. Entre los grandes méritos dellibro, seguramente junto con la discusiónsobre el consecuencialismo, sobresale sinduda ese análisis de nuestro léxico moral.Todos aquellos que hayan experimentadouna cierta insatisfacción ante el modo enque los filósofos suelen emplear el rótulo«normativo», mezclando confusamentenormas y valores, o desesperan del usoabusivo del término «valor» en el lengua-je actual y en los debates públicos, en-contrarán especialmente relevante el em-peño de los autores por poner orden y cla-ridad en el asunto.

Los capítulos que componen el libro,siete más una introducción imprescindible(Avant-propos) y una conclusión (Pers-pectives), pueden agruparse grosso modoen dos grandes partes: la primera, propia-mente metaética, se centra en el análisisde la dicotomía entre normas y valores,para luego examinar con ojo crítico ensendos capítulos los intentos realizados enla filosofía contemporánea por reducir losvalores a las normas o viceversa; la segun-da presenta una panorámica general de lastres grandes familias de la teoría ética con-temporánea, se detiene en una discusióndetallada de las numerosas objecionescontra el consecuencialismo, a fin de justi-ficar la versión que los autores consideranmás razonable, y termina planteando si losargumentos a favor del consecuencialismoson concluyentes o si la perspectiva deon-tológica puede salvarse y defenderse en lafilosofía moral actual.

Según los intereses del lector, el libropuede leerse por partes con provecho,pues algunas admiten lo que podríamosllamar una lectura modular. El lector cu-rioso puede detenerse en el fino y detalla-do análisis de los conceptos de valor (va-liente, injusto, agradable, admirable obueno) y los conceptos deónticos de per-miso, obligación y prohibición del capí-tulo 2; seguir el examen que hacen los au-tores de la tentativa de Thomas Scanlonpor reducir los juicios de valor a conside-raciones deónticas en el capítulo 3; aten-der a la vista panorámica de la ética nor-mativa contemporánea que los autorespresentan en el capítulo 5, donde expli-can las tres grandes posiciones filosófi-cas en conflicto; o interesarse por la justi-ficación del consecuencialismo, en res-puesta a los críticos, del capítulo 6. Dehecho, aquí y allá a lo largo del libro, unoencuentra cuestiones más específicas ode detalle tratadas de forma incisiva. Porponer un ejemplo, la pequeña discusiónpreliminar sobre el papel de las normas yvalores en la explicación del comporta-miento humano señala de manera sencillaun problema fundamental en las cienciassociales y la tradición sociológica; o, enel mismo capítulo, la breve introducciónde las diferencias entre realistas y anti-rrealistas morales es igualmente sencillay clarificadora. El grado de dificultad va-ría, por supuesto, de unas partes a otras,siendo mayor en algunas de las dedicadasa la metaética, como cabe esperar. Peroincluso en las cuestiones filosóficas másarduas y complicadas, como por ejemplola discusión de la conception relais (buckpassing account) entre propiedades natu-rales y razones para actuar, sobre la quese basa el proyecto reduccionista deScanlon, o la reducción en sentido inver-so propuesta por Moore de que la acciónrequerida o obligatoria es la que produci-rá la mayor cantidad de bien en el mundo(capítulo 4), Ogien y Tappolet se las arre-

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glan para exponer los argumentos y losproblemas de una forma clara y compren-sible, nada habitual en buena parte de laliteratura metaética.

Pero el interés de Les concepts del’éthique no reside sólo en las diferentescuestiones que trata, moviéndose con sol-tura entre la metaética y la ética normati-va, sino en el sólido armazón argumentalque asegura la coherencia del conjunto.Por esbozar la línea argumental del libro,los autores consideran dos formas de dis-tinguir la deontología del consecuencia-lismo: según la primera, se distinguiríanno por los valores que suscriben, sino porel modo correcto de relacionarse con esosvalores, promoviéndolos en el caso delconsecuencialista o respetándolos en elcaso del deontologista. Frente a estemodo de trazar la distinción, ciertamenteinfluyente gracias a los trabajos de PhilipPettit, Ogien y Tappolet se deciden poruna fórmula de aire más clásico, deacuerdo con la cual el consecuencialistasostiene que las normas morales se justi-fican por los valores, en tanto que para eldeontologista las normas morales se jus-tifican con independencia de los valores;o en una versión más moderada, los valo-res no serían más que una forma entreotras de justificar las normas. Los autoresentienden que los partidarios de uno yotro enfoque se reconocen mejor en estasegunda fórmula y que ésta permite con-frontar mejor sus posiciones, antes deevaluar las versiones más extremas, quese definirían por la pretensión de reducirlos valores a las normas o las normas avalores, y descartarlas filosóficamente.

Así planteada la discusión, Tappolety Ogien adelantan un argumento que fa-vorecería la posición del consecuencia-lismo. Tres opciones se abren para fundarlas normas: los hechos naturales, los va-lores y las normas; descartados por razo-nes bien sabidas desde Hume los prime-ros, sólo nos quedan los valores o las nor-

mas, y los autores consideran que los va-lores son la opción más plausible, dadoque fundar las normas sobre otras normasparece conducirnos a un procedimientoen círculo, si no a un punto de partida ar-bitrario o un regreso al infinito. Sin em-bargo, como los autores plantean, tal ar-gumento favorable al consecuencialismoestá abierto a dos grandes objeciones: enprimer lugar, el consecuencialismo puedeser una teoría moral insostenible despuésde todo, como sus numerosos críticos hanseñalado, y en tal caso habría que recon-siderar un argumento que nos conduce atan mala posición; en segundo lugar, talvez sea apresurado descartar las posibili-dad de fundamentar las normas sobreotras normas, lo que dejaría abiertas lasperspectivas de la deontología.

Los últimos capítulos del libro seocupan de responder a ambas objecionescon suerte desigual, como reconocen losmismos autores. En el capítulo 6, tituladoexpresivamente «Le conséquentialismepeut-il être raisonnable?», exponen y res-ponden al completo inventario de obje-ciones y críticas presentadas contra elconsecuencialismo: que es demasiadoexigente, que no reconoce el carácter dis-tinto de las personas, que no respeta losderechos, que es incompatible con el plu-ralismo de valores o con las relacionesespeciales entre las personas, que eliminalas acciones supererogatorias, etc. No escuestión de entrar en el detalle de la dis-cusión, a mi juicio una de las mejorespartes del libro, que los autores utilizanpara delinear la versión del consecuen-cialismo que consideran más razonable.Su propuesta es un consecuencialismo«modesto», que se definiría por tres ras-gos principales: es indirecto, de modoque el agente no tiene que promover deli-beradamente ciertos bienes; asume elpluralismo axiológico y los conflictos en-démicos entre los valores que cabe pro-mover; y, aunque el ideal sea promover el

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mayor bien posible, no está al alcance detodos y el énfasis debe recaer sobre laexigencia mínima de que el agente hagaintencionalmente el menor mal posible.Aunque las tres condiciones sean impor-tantes, la modestia del consecuencialis-mo de Ogien y Tappolet descansa funda-mentalmente sobre la exigencia mínimaque vendría a señalar el umbral de la de-cencia moral que cabe exigir a todo agen-te. Sin embargo, éste es seguramente elpunto más discutible de su consecuencia-lismo razonable. Podríamos entender queese umbral de decencia (moral) señala lasobligaciones del agente, más allá de lascuales sus acciones para promover el ma-yor bien en el mundo sería meritoriaspero no exigibles, esto es, supererogato-rias. Pero la posición de los autores esdistinta: según sostienen, que un agenteno haga todo el bien posible no lo exponea la crítica moral, pero el principio idealno deja por ello de ser una exigencia. Setrata de una cuestión que merece una dis-cusión más extensa, pues recuerda las di-ficultades a propósito del criterio satisfa-cing que se opone al ideal de maximiza-ción y uno tiene la impresión de que losautores buscan para su versión del conse-cuencialismo algo similar, salvando to-das las distancias, a la distinción entreobligaciones perfectas e imperfectas.

Más matizada es la respuesta de losautores a la segunda objeción a su argu-mento a favor del consecuencialismo enel capítulo final «Peut-on sauver la déon-tologie?», puesto que admiten la posibili-dad de que las normas puedan ser relati-vamente independientes de los valores enel orden de la justificación. Como reco-nocen honestamente en el último capitu-lo, el argumento adelantado no puede serconcluyente y tan sólo otorga una mayorplausibilidad inicial al consecuencialis-

mo, pero no puede descartar la posiciónde la deontología como un serio adversa-rio filosófico. Según explican, su objeti-vo en el libro no era eliminar ni muchomenos una de las grandes perspectivasteóricas en ética, ni tampoco buscar unasíntesis conciliadora, sino deslindar ycomprender mejor las distintas posicio-nes con la esperanza de que ello sirvapara refinarlas y perfeccionarlas teórica-mente.

Como puede verse, el interés del li-bro está fuera de duda, pues parece difícilpensar en otras cuestiones más funda-mentales en filosofía moral que la rela-ción de las normas y los valores, o la con-frontación del consecuencialismo y ladeontología. En este sentido, resulta alta-mente recomendable para cualquiera quequiera conocer, o conocer mejor, el pano-rama de la ética contemporáneo. El libro,además, tiene una virtud que me gustaríaponderar por encima de otras: una admi-rable claridad expositiva, que los autorescombinan con el tratamiento riguroso ybien informado de los temas. Escrito deforma elegante y amena, salpicado contoques de humor, Les concepts del’éthique parece pensado para que el lec-tor no especializado pueda acercarse a losproblemas y debates de la filosofía moralactual, dado que ésta se desarrolla princi-palmente en lengua inglesa y el libro estádirigido al público francófono. Por lasmismas razones puede ser de gran utili-dad para el lector hispanohablante. Con-siderando que el conocimiento del fran-cés entre nosotros ya no es lo que era, se-ría muy deseable la traducción al españoldel libro de Ruwen Ogien y ChristineTappolet.

Manuel Toscano MéndezUniversidad de Málaga

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NOTAS

1 Los dos libros han sido publicados por Paidós,Barcelona, en 2005. De sus libros en francés, dedicadosa la filosofía moral y la filosofía de las ciencias socia-les, vale la pena señalar: Les causes et les raisons: Phi-losophie analytique et sciences humaines, JacquelineChambon, 1995; Le réalisme moral, Paris, P.U.F, 1999;Le rasoir de Kant et autres essais de philosophie prati-que, L’éclat, 2003; L’éthique aujourd’hui. Maximalisteset minimalistes, Paris, Gallimard, 2007; La libertéd’offenser. Le sexe, l’art et la morale, Paris, La Musar-dine, 2007; y acaba de publicar La vie, la mort, l’État.Le débat bioéthique, Paris, Grasset, 2009.

2 Entre sus publicaciones cabe destacar: Émotions etvaleurs (Presses Universitaires de France, 2000); Weak-ness of Will and Practical Irrationality (editado con Sa-rah Stroud) Oxford University Press, 2003; La Naturedes normes, volume thématique de Philosophiques,vol. 28, 2001, pp. 203 (ed. con Daniel Weinstock); TheModularity of Emotion, vol. thématique du CanadianJournal of Philosophy, supp. vol. 32, Calgary, CalgaryUniversity Press, 2006 (editado con Luc Faucher); Ami-tiés et partialité en éthique/Friendship and Partiality,volume thématique des Ateliers de l’Éthique, CRÉUM,vol. 3 (1), 2008. El listado completo de sus publicacio-nes puede consultarse en: http://www.philo.umon-treal.ca/prof/christine.tappolet.html

LAICISMO Y PRESENCIA PÚBLICA DE LA RELIGIÓN

R. DÍAZ-SALAZAR: Democracia laica yreligión pública, Madrid, Taurus, 2007,206 pp.

El retorno de la religión es uno de los ras-gos característicos de nuestra época. Trashaberla dado por muerta o gravementedesfalleciente, desde hace algunos dece-nios nos encontramos con que las religio-nes han vuelto a ocupar un lugar destaca-do en la vida social. Tal retorno, inequí-voco en cuanto fenómeno histórico, essin embargo más difícil de evaluar, puespresenta múltiples facetas, desde la aco-gida de una problemática que se preten-dió —probablemente con excesiva pre-mura— dar por cancelada de una vez portodas a intentos de recreación religiosa deacuerdo a nuevos parámetros culturales,cuando no a esfuerzos por reconquistar(donde alguna vez se perdieran) espaciosde poder y de control desde posicionesfundamentalistas, premodernas y decla-radamente antimodernas, que no sóloafectan a religiones de otros ámbitos cul-turales, sino asimismo del nuestro. Esacreciente fuerza pública de las religiones

parece hacer insuficiente el viejo dogmaliberal de la mera privatización de lascreencias religiosas (aunque algunos esti-marían que lo que es preciso es reforzar-lo), pero su presencia es susceptible dediversas articulaciones, no siempre nece-sariamente asociadas a los autoritarismosfundamentalistas. Y así, la pregunta queguía esta obra es la de si es compatible (ycómo) la democracia laica con la religiónpública.

El profesor Díaz-Salazar se ha veni-do ocupando desde hace ya largo tiempode las relaciones entre religión y política,desde la perspectiva preferente de la so-ciología, y en este volumen aborda un de-bate que se nos ha vuelto inexcusable.Como es habitual en él, su reflexión seasienta en un sólido conocimiento de labibliografía relevante al respecto, bienestructurada para podernos hacer cargode la multiplicidad de enfoques desde losque cabe acercarse a la cuestión y crítica-mente considerada para que esa solvenciabibliográfica no sea meramente acumula-tiva sino que genere lineamientos, cues-tiones y propuestas relevantes, aquí sus-

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citados ante todo en diálogo con las ela-boraciones al respecto de John Rawls yde Jürgen Habermas, sin limitarse encualquier caso a ellos.

Díaz-Salazar comienza analizando lasrazones por las que la religión es una cues-tión pública y no un mero asunto privado,así como las condiciones para el uso pú-blico de la religión en los debates cultura-les y políticos de las sociedades democrá-ticas. Como los clásicos de la sociologíareconocieron, la religión es una de las másprimigenias construcciones sociales de lahumanidad, que, insertas en sociedadespredemocráticas, trataban de ofrecer unúltimo escudo frente al sinsentido y elcaos. Mas, con el surgimiento de diversascosmovisiones advenido en la Moderni-dad, las democracias liberales hubieron dedesacralizar la visión pretendidamenteúnica de cada una de ellas, lo que compor-ta una cierta privatización de las religio-nes, a la que las instituciones eclesiásticassuelen resistirse, por lo que el choque en-tre laicismo y religión es frecuente, aun-que no necesario, pues también puedendarse laicismos incluyentes y religionesautorreguladas desde la democracia. Aello puede ayudar el carácter de algunasreligiones, como el cristianismo origina-rio, crítico de la teocracia, desacralizadordel poder político e introductor de aspira-ciones universalistas, que se sitúan en elgermen de la secularización y de la demo-cracia, como el propio Weber señaló. Peroello no ha de comportar la ausencia en lavida pública de las aspiraciones religiosasde trasformación social, aun cuando ellasno pueden suministrar formas concretasde desarrollo político que han de articular-se como actividad secular.

En su concepción «política, no meta-física» de la justicia, Rawls (Una teoría dela justicia, El liberalismo político, El de-recho de gentes. Una revisión de la ideade razón pública) ha tratado de mostrarcómo una sociedad pluralista no puede

fundamentarse en ningún tipo de «doctri-na general» (sea religiosa, agnóstica oatea), sino en un «consenso entrecruzado»entre las distintas concepciones del bien,que se expresa en la «razón pública», enlos principios constitucionales que organi-zan la sociedad política. Y aunque los dis-cursos de las iglesias (o argumentos secu-lares generales) no expresan sólo «razonesprivadas» sino asimismo «razones socia-les» pertenecientes a la «cultura de base»,han de buscar su articulación en la razónpública de la cultura política institucional,ofreciendo una «justificación pública»,esto es, una argumentación dirigida aotros y no sólo derivada de su doctrina.Cabe sospechar sin embargo, que, pese alvalor de su elaboración, Rawls planteeuna separación excesiva entre la «razónpública» (más bien, simplemente, «razónpolítica») y la cultura de base, lo que difi-culta una interacción intensa entre la so-ciedad civil y el Estado.

Por ello, a juicio de Díaz-Salazar, re-sulta más matizada la propuesta de Haber-mas (Israel o Atenas, Entre naturalismo yreligión) en la que las esferas pública yprivada no se mezclan, sino que entran enuna relación de complementariedad. Laexistencia de «religiones públicas» plan-tea, a juicio de Habermas, la pregunta porlas condiciones para su intervención en laesfera pública (libertad religiosa positiva),preservando, en todo caso, el pluralismo,la laicidad del Estado y el derecho de losno creyentes a no ser invadidos por las re-ligiones y sus instituciones (libertad reli-giosa negativa). Sin dejar de criticar suspatologías, Habermas destaca asimismo elpotencial del discurso religioso en el desa-rrollo de los movimientos sociales, la lu-cha por los derechos humanos y la radica-lización de la democracia, potencial queno ha sido absorbido por el discurso filo-sófico. Y en función de ello, rechaza la te-sis de algunos seguidores de Rawls segúnla cual en los debates públicos sólo caben

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argumentos seculares: el Estado liberal nopuede esperar de todos los creyentes quejustifiquen sus posicionamientos políticoscon independencia de sus convicciones re-ligiosas, transformando la obligada sepa-ración institucional entre la religión y lapolítica en una indebida carga mental ypsicológica que no puede ser exigida. Losciudadanos religiosos han de respetar des-de luego la neutralidad cosmovisonal delEstado y han de procurar traducir a un len-guaje universalmente entendible sus pro-puestas, pero no se les puede exigir quedesdoblen su identidad cuando no encuen-tran traducciones seculares para sus con-vicciones. Defiende así una esfera públicapolifónica en la que las organizaciones re-ligiosas pueden participar, sin renunciar(frente a Rawls) al uso político de razonespresuntamente privadas, pues una reduc-ción precipitada de la complejidad podríallevar a una «comprensión secularista dela democracia y del Estado de derecho» yprivar de un importante potencial para lacreación de sentido. En el bien entendidode que su ámbito de intervención ha de sersiempre preparlamentario, ya que dentrode las instituciones políticas del Estado nocaben argumentaciones religiosas y mora-les ligadas a teologías o a ideologías ag-nósticas o ateas.

La posición habermasiana queda aúnmejor delineada en el debate sostenidocon Ratzinger (Dialéctica de la seculari-zación), dado que, aunque ambos autoresparten de la necesidad de oponerse al sim-ple relativismo y de introducir una regula-ción moral de la política y del derecho, lohacen desde fundamentos y perspectivasdiferentes. Por decirlo brevemente, Rat-zinger pretende defender un derecho y unamoral natural que se fundamenta en la me-tafísica cristiana, rechazando a fin decuentas el pluralismo y tratando de rein-troducir a la Iglesia en el centro de la polí-tica y del Estado, pues aunque concedaque ambas instituciones son autónomas,

las referencias éticas últimas del Estadoencuentran su fundamento en la religión.

Los planteamientos del actual pontí-fice, rechazados por muchos cristianos ypolíticos católicos, tampoco son acepta-dos por Habermas, el cual, aunque reco-noce raíces religiosas en el derecho racio-nal y en la genealogía de los derechos hu-manos, piensa que el Estado no necesitauna institución o ideología de «fuera»que lo fundamente, siendo suficientecomo evidencia moral los derechos hu-manos (que pueden justificarse desdeteologías o filosofías diversas). Más quebuscar los fundamentos prepolíticos ymorales del Estado habría que preocupar-se por los medios de construcción y re-producción de la solidaridad humana, yaque no es lo mismo el proceso cognitivoy la fundamentación del derecho consti-tucional que los sistemas de motivaciónmoral para impulsar comportamientossolidarios; y, para éstos, la fuerza de lasreligiones y su dimensión pública es im-portante, si es que no se quiere ir haciauna «secularización descarrilada». Entodo caso, el Estado, a fin de garantizar lapluralidad, ha de practicar la neutralidadcosmovisional, que es puesta a pruebatanto por el confesionalismo como por unlaicismo que pretendiera la generaliza-ción política de una visión laicista delmundo, expulsando poco limpiamente dela esfera pública a la religión y privando ala sociedad secular de importantes recur-sos fundadores de sentido.

Así, en vez de como un combate enel que uno ha de eliminar a otro de loscontrincantes, Habermas propone enten-der la secularización como un doble pro-ceso de aprendizaje, que fuerza tanto alas tradiciones derivadas de la Ilustracióncomo a las enseñanzas religiosas a unareflexión sobre sus respectivos límites.En las «sociedades postseculares» (en lasque la secularización ha tenido sus efec-tos, pero en las que las comunidades reli-

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giosas han mostrado también su consis-tencia y fortaleza) los creyentes han deaceptar la fundamentación autónoma delderecho y, sin renunciar a sus conviccio-nes últimas, aprender a someter sus di-sensos a una ética de la deliberación co-lectiva, mientras que los no creyentes,por su parte, han de aprender que la secu-larización no conduce a la irrelevancia,privatización y posterior desaparición dela religión, sino que han de asumir lasaportaciones religiosas a las discusionespúblicas, procurando traducir su conteni-do para que tenga un alcance universal,en una traducción cooperativa de conte-nidos religiosos. A este respecto Kant re-sultó ejemplar, al llevar a cabo una de-construcción secularizadora y a la vezsalvadora de las verdades de fe, que, alasimilar críticamente el saber religioso,se anticipó a las consecuencias banalesde una deflación cuyo resultado fuera elvacío. Los contenidos religiosos resultanasí, según Habermas, de gran valor paraabordar los problemas relacionados conlos vínculos sociales y las valoracionesmorales, para la cultura del reconoci-miento mutuo y del perdón, para las fuen-tes de la esperanza, pues, dado que elvínculo social fruto del reconocimientomutuo no aparece en los conceptos decontrato, elección racional y máximo be-neficio, el efecto de los lenguajes secula-res que simplemente eliminan lo que unavez quiso decirse es la irritación.

Es en el marco de esta «nueva laici-dad» (en la que asimismo cabe incluir aautores como Baubérot, Luc Ferry o Vic-toria Camps), en el que Rafael Díaz-Sala-zar elabora su propuesta de un cristianis-mo laico y republicano (por tomar la ex-presión de Tocqueville), que por susdimensiones antiteocráticas y antifunda-mentalistas puede insertarse en culturasmuy diversas, ayudar a la secularizaciónde otros tipos de cristianismos o religio-nes y a la extensión del republicanismo y

de la democracia republicana. Un cristia-nismo que opera ante todo en los ámbitosprepolíticos y metapolíticos —sin loscuales el propiamente político se reduce amarketing electoral— y que es un refe-rente relevante de movimientos socialesy organizaciones políticas de izquierdas.

Es cierto que, frente a él, se alza uncatolicismo clerical, fundamentalista ymonárquico, pues la mayoría de las insti-tuciones religiosas consideran que las cri-sis actuales son fruto de una moderniza-ción que ha generado permisividad, relati-vismo y nihilismo, proponiendo la vueltaal orden «natural» de fundamento divino,la reactivación de modelos tradicionalistasde vida comunitaria y la determinacióndel derecho público. Desde otras posicio-nes, en cambio, la salida de la crisis se co-necta con la construcción de una culturalaica y postmaterialista, el diálogo interre-ligioso, la alianza de civilizaciones comoantídoto más eficaz contra los fundamen-talismos (en los que a la religión se unen aveces los nacionalismos) e incluso unapiedad ecologista y cósmica. Por todoello, en su bien elaborado análisis y deba-te, Díaz-Salazar concluye observandoque, dada la gran influencia de las religio-nes, la configuración futura del sentido, lademocracia y la política depende en granmedida del triunfo del proceso de contra-modernización o de la conquista de la he-gemonía por los productores de moderni-zación religiosa, que tratan de recrear tra-diciones espirituales milenarias dentro deculturas laicas. «Para ello, es imprescindi-ble que las instituciones religiosas aceptenla diferenciación entre el orden político yel orden religioso, sin confundir pluralis-mo moral con nihilismo relativista, yconstruir una nueva laicidad, en la que lasreligiones puedan desarrollar un rol públi-co emancipatorio».

Carlos GómezUNED, Madrid

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LA VIDA: CUESTIÓN POLÍTICA

El origen de las estrategias de gobierno sobre los «márgenes», la salud, la movili-dad o la «pureza» de las poblaciones.

FRANCISCO VÁZQUEZ GARCÍA: La inven-ción del racismo. Nacimiento de la bio-política en España, 1600-1940, Madrid,Akal, 2009, 252 pp.

El racismo es una de las formas más crue-les de la práctica de la biopolítica. Coneste último término, desarrollado a partirde los estudios del filósofo francés Mi-chel Foucault, se pretende analizar el ori-gen y desarrollo de nuevas estrategias degobierno sobre las «poblaciones», enten-didas como un organismo social cuyosprocesos vitales (la natalidad, la mortali-dad, la higiene, la sexualidad, la movili-dad, la vivienda, el entorno...) debían serregulados en beneficio de la seguridad yla riqueza de los reinos; un organismoque debía desarrollar y fortalecer sus de-fensas frente a los supuestos enemigosexternos e internos. Estas estrategias, im-pulsadas por las elites dominantes desdela Edad Moderna, han sido la base, a tra-vés de un largo proceso histórico de he-rencias y transformaciones, de las formasde biopolítica actuales. La utilización delconcepto de biopolítica como herramien-ta de investigación en estudios sociológi-cos, económicos, políticos o históricosno está aún muy extendido en nuestropaís, aunque ya existen interesantes ex-ploraciones, como la compilación de ar-tículos realizada por F. J. Ugarte Pérez(La administración de la vida: estudiosbiopolíticos, Anthropos, 2005), en la queya se incluía, por cierto, un trabajo delautor cuya obra aquí reseñamos.

La vida, pues, se convirtió en unacuestión de intervención política, ponien-do en juego «la práctica cotidiana del po-

der». Los cuatro primeros capítulos dellibro del profesor Vázquez analizan dis-tintos procesos desplegados en la biopo-lítica absolutista. La población, su creci-miento, su movilidad, se convirtió enblanco de la acción del gobierno de laselites dominantes en los siglos XVII yXVIII a través de tres procesos: la preocu-pación por la despoblación del reino, ladesacralización de la pobreza y la mendi-cidad (intentando transformar a los po-bres en productores útiles y dóciles parael engrandecimiento del reino), y el desa-rrollo de una «razón de Estado» que seintentaba conciliar con los imperativosde la fe católica y la exigencia moral ysimbólica de la «pureza de sangre». Porello, desde las elites gobernantes se pro-pusieron acciones de gobierno para evitarla despoblación de ciertas regiones y per-seguir a ociosos y vagabundos. Así, seimpulsó una campaña contra los gitanos(que encarnaban la forma de vida errante,el vagabundo por excelencia), asociándo-la con la que promovió la expulsión delos moriscos (enemigos internos marca-dos por la diferencia de sangre y de fe);se ordenó el cierre de las mancebías, con-denando a la prostituta al vagabundeo,convirtiendo dos fenómenos relaciona-dos, las enfermedades venéreas y los hi-jos ilegítimos, en problemas sanitarios,estrictamente biopolíticos; y se propusosolamente admitir contingentes de ex-tranjeros normalizados en sus costum-bres y movilidad (iniciativa, esta última,con resonancias actuales).

Estos procesos marcarían el arranquede la racionalidad biopolítica en España,el período absolutista, en el que se centra

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el libro que comentamos. Los dos capítu-los restantes tratan de los dos fases si-guientes en el desarrollo de la biopolítica(vinculadas a otras tantas formas de go-bierno): la biopolítica de liberalismo clá-sico y la biopolítica interventora (sobreestos períodos hay quizás un menor desa-rrollo, pero sus procesos han sido ya tra-tados por el autor en otras obras). A lolargo de todos estos capítulos vemos apa-recer experimentos biopolíticos como lascampañas repobladoras en Sierra Morenaen el reinado de Carlos III, la Real Expe-dición Filantrópica de la Vacuna contra laviruela (transportada en los cuerpos deniños expósitos de la inclusa de La Coru-ña en un largo viaje, a comienzos del si-glo XIX, por las colonias de ultramar), lascampañas higiénicas contra la lactanciamercenaria y la infancia masturbadora(que impulsó un nuevo modelo de familiae «inoculó» nuevos mecanismos de auto-rregulación en el cuerpo individual y so-cial), la reflexión sobre el pauperismo yla higiene pública en el siglo XIX, o el de-sarrollo de nuevas tecnologías por el bio-poder interventor de comienzos del si-glo XX (los seguros, la Medicina social yla eugenesia). En el ámbito eugenésicoresalta el análisis sobre el programa bio-político de Sabino Arana, en el que secombinaba la necesidad de preservar lapureza de sangre y un eugenismo difuso,remitiendo la fuente de la soberanía a«una instancia bioteológica (la patriavasca como depósito de un inalterable or-den moral cristiano)».

El libro abarca así un período que vadesde el absolutismo a la II República, de-jando para posteriores trabajos el análisisde las otras tres fases o formas de biopolí-tica que esboza en la introducción, y quenos llevan desde el franquismo a la actua-lidad: la biopolítica totalitaria, la social, yla liberal avanzada o neoliberal. En su es-bozo, se nos señalan interesantes cuestio-nes: la tanatopolítica franquista que buscó

eliminar cualquier amenaza a la instanciatrascendente (la Patria, personificada en elCaudillo), o un neoliberalismo muy actualque da por superada la supuesta rigidezburocrática del Estado del Bienestar enbeneficio de la flexibilidad y apertura denuevos mercados en los que los ciudada-nos actúan como «empresarios de sí», ca-paces de invertir y gestionar sus propiosrecursos (tema que Francisco Vázquez yaha desarrollado en obras como Tras la au-toestima, 2007). Es quizás más objetablela identificación de un período de Biopolí-tica social durante la Transición española,supuestamente vinculada con la emergen-cia del Estado del Bienestar.

Una importante virtud que resalta eneste libro, a nuestro juicio, es el enfoqueinterdisciplinar, que permite el acerca-miento de la filosofía a saberes tanto dis-cursivos como prácticos (higiénicos, pe-dagógicos, estadísticos, urbanísticos, le-gislativos, sociológicos, históricos...).Esta perspectiva evita reducir la historiadel «pensamiento» al análisis y comenta-rio de los grandes relatos de la tradición,ampliándola a cuestiones quizás más mo-destas, pero esenciales para entendernuestro presente: el estudio de «los modostécnicos de organizar y problematizar elmundo». El recurso a la historia que utili-za el análisis genealógico de la biopolíticaayuda a rastrear los registros de la acciónde gobierno sobre ciertos sectores socia-les, estudiando las políticas que hicieronde la pobreza «un asunto de Estado», noya un asunto religioso (desacralizándola,persiguiéndola como una calamidad pú-blica, denunciando a los «pobres fingi-dos», intentando suprimir o hacer invisi-ble la mendicidad). Permite, asimismo, in-vestigar las estrategias que intentaron fijary encuadrar a las poblaciones en los lími-tes de un territorio (actuando sobre vaga-bundos y extranjeros, estableciendo nue-vos asentamientos en zonas despobladas),que buscaron sustraer a ciertos sectores

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sociales —como la infancia— del espaciopúblico (de la calle), o expulsar a los«cuerpos extraños», a los «enemigos in-ternos» que supuestamente convivíandentro de la población (gitanos, moriscosy ciertos extranjeros, a los que se acusabade ser una amenaza política y económica).Incluso los fracasos de algunas de estasacciones de gobierno sobre sectores «mar-ginales» acabarían produciendo efectos enel resto de la población. Además, no sebuscaba anular, sino gestionar los supues-tos riesgos, controlar su crecimiento y po-sible amenaza, según las necesidades degobierno.

Francisco Vázquez señala ademásdos características específicas y de evi-dente actualidad en el desarrollo de labiopolítica en España: la debilidad deldesarrollo del Estado del Bienestar ennuestro país y la «presencia imponente ycontinuada de la Iglesia católica españolaen el marco de la biopolítica» (la «pode-rosa influencia del familiarismo católicoen la biopolítica española»). La subordi-nación de la razón de Estado a la heren-cia moral cristiana durante la Edad Mo-derna fue especialmente intensa en elcaso español, donde se impuso la necesi-dad de compatibilizar el gobierno biopo-lítico con las prescripciones de la «verda-dera religión». Desde esta perspectiva,temas actuales como la regulación legalde la interrupción voluntaria del embara-zo, las campañas públicas sobre la pre-vención del SIDA, la educación sexual oel reconocimiento de los derechos conyu-gales y familiares de las parejas de gays ylesbianas no serían «un residuo de nacio-nalcatolicismo franquista» sino un proce-so «con mayor densidad temporal».

Una de las objeciones al concepto depoder en Foucault es su carácter de juegoestratégico en el que parece diluirse la dis-tinta disposición (según la raza, el género,la clase o la edad) de los agentes en la redde unas relaciones de poder que alcanzan

hasta las conductas y deseos más íntimos,pero en las que sería necesario subrayar laasimetría que con frecuencia se traduce enrelaciones de dominación (que limitan lacreación de espacios de resistencia, denuevas formas de experiencia). Además,como ha sucedido con el concepto de raza,al deshistorizar y extrapolar nocionescomo la biopolítica (en la obra de autorescomo Z. Bauman o G. Agamben), ésta seconvierte, como señala Francisco Váz-quez, en un «cajón de sastre» que le haceperder fuerza analítica y crítica. No se tra-ta tampoco de interpretar estas estrategiasde control y regulación sobre la poblaciónque hemos denominado biopolíticas comouna progresiva sofisticación y expansiónen el ejercicio del poder sobre los domina-dos, sino que están articuladas, según cadaperíodo histórico, con las viejas estrate-gias disciplinarias y de soberanía, dandolugar a configuraciones diferentes. Porello, uno de los méritos de este libro es elde poner en funcionamiento un uso rigu-rosamente histórico y nominalista del con-cepto de biopolítica. Desde el análisis ge-nealógico se puede ejercer la crítica filo-sófica en lo que Foucault denominaba«talleres históricos», a través de los cualesse contribuye a poner en cuestión las evi-dencias de nuestro horizonte actual depensamiento y acción, establecer sus lími-tes o condiciones de posibilidad. En estemarco, Francisco Vázquez hace de la bio-política una pieza clave en la «caja de he-rramientas» con la que nos conduce en lacompleja tarea de desmontar las viejas es-tructuras que sostienen muchos problemasactuales, mostrar sus orígenes históricos yculturales, su contingencia; y con ello,contribuir a su transformación, a vislum-brar otros contextos, a enfrentar con radi-calidad lo intolerable de fenómenos comoel racismo (ampliándolo al análisis delcontrol de los movimientos migratorios, ala aplicación de las biotecnologías, o alhumilde pero trascendental campo de la

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micropolítica, donde las formas de domi-nación —y de resistencia— se capilarizany diversifican en el cuerpo social). Esteplanteamiento pluralista e histórico se si-túa —como indica el autor— en la pers-pectiva de investigadores como NikolasRose, Mitchell Dean, Peter Miller, Tho-mas Osborne, Pat O’Malley y otros, que,desde los años 90, han intentado analizar,a partir de las reflexiones del filósofo Mi-chel Foucault sobre el gobierno, el ordenpolítico neoliberal surgido a comienzos delos años 80. La genealogía del presentepretende, desde el respeto absoluto a losdatos históricos, la objetividad y contex-tualización en su tratamiento, desplegarlosen función de las cuestiones que la actuali-dad plantea al pasado, construir una me-moria crítica que permita actuar sobrenuestro tiempo. Evita, por tanto, la histo-ria como simple crónica del pasado, ocomo reconstrucción útil para la justifica-ción de nuestras concepciones presentes.Rehúsa también, por último, pensar lastransformaciones de un modo evolucio-nista, en la línea del progreso, convirtien-do nuestro presente en punto necesario deculminación o superación del pasado.

El autor de este libro, el profesorFrancisco Vázquez García, es catedrático

de filosofía de la Universidad de Cádiz,estudioso del pensamiento francés con-temporáneo (Escuela de los Annales,Canguilhem, Bourdieu, Foucault) y espe-cialista en historia de la sexualidad enEspaña. Cuenta ya con una importanteobra, entre la que quizás destacaríamosSexo y Razón. Una genealogía de la mo-ral sexual en España, siglos XVI-XX (conAndrés Moreno Mengíbar, Akal, 1997) yTras la autoestima. Variaciones sobre elyo expresivo en la modernidad tardía(Tercera Prensa, 2005).

En su prólogo, el libro está dedicadoa dos profesores, Francisco Tomás y Va-liente y Ernest Lluch, que estudiaron losorígenes de algunas de las principalesinstancias biopolíticas en nuestro país (enel campo del Derecho Penal y de la eco-nomía, respectivamente), y que fueron—como señala Francisco Vázquez—«víctimas en cierto modo de la biopolíti-ca en una de sus formas más intolerables:un racismo de Estado —un Estado desea-do, en la sombra— que convierte a losdiscrepantes en los enemigos biológicosde una patria en construcción».

José Benito SeoaneUniversidad de Cádiz

UNA TEORÍA DE JUSTICIA ALTERNATIVA

GUSTAVO PEREIRA: ¿Condenados a la de-sigualdad extrema? Un programa de jus-ticia distributiva para conjurar un desti-no de Morlocks y Eloi, México DF, Cen-tro de Estudios Filosóficos, Políticos ySociales «Vicente Lombardo Toledano»,2007, 280 pp.

Coronando un trabajo de investigaciónde más de una década en cuestiones de

justicia distributiva, Gustavo Pereira pu-blicó su tercer libro ¿Condenados a ladesigualdad extrema? El título se com-pleta haciendo referencia a una metáforatomada de la Máquina del tiempo de H.G. Wells y que sirve como punto de parti-da de esta obra. El «destino a conjurar»es el de sociedades extremadamente desi-guales con altos índices de pobreza, enlas cuales entre los sujetos ya no existe

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reconocimiento mutuo. Según Pereiraesta metáfora funciona como anticipa-ción de la situación a la que se dirigennuestras sociedades si las políticas públi-cas, locales y globales no se redefinen.Para ello cree necesario la elaboración deuna teoría de la justicia que se erija comoun programa de fundamentación de corteuniversalista que aporte criterios norma-tivos para el diseño de dichas políticas. Aello se aboca en este libro. A través deseis capítulos el autor va exponiendo cla-ra, ordenada y exhaustivamente los argu-mentos que sostienen su propuesta. Eneste sentido es una virtud del texto el quepodrá ser leído también por quienes noestén especializados en el tema.

La teoría de justicia de medios y ca-pacidades, propuesta por Pereira, preten-de ser una articulación de las teoríasigualitaristas de John Rawls y RonaldDworkin, y del enfoque de las capacida-des de Amartya Sen, tomando las virtu-des de ambos pero a la vez intentando su-perar sus limitaciones. Esta articulaciónes posible si los supuestos de estas teoríasno son contradictorios, por ello el autorse dedica a mostrar como las mismaspueden entrar en diálogo si se habilita unespacio deontológico. El igualitarismo yel enfoque de las capacidades, a diferen-cia de otras teorías, conciben dos dimen-siones del comportamiento racional quehacen a la autonomía del sujeto: unaegoísta y una cooperante; estos rasgosson los que abren la posibilidad del espa-cio antes mencionado.

Uno de los primeros momentos dellibro es el análisis de los alcances y las li-mitaciones del supuesto de sujeto autó-nomo propio del liberalismo igualitario,con el objetivo de reconstruirlo posterior-mente en términos de reconocimiento re-cíproco. Pereira pone este supuesto encuestionamiento por las insuficienciasque presentan los criterios distributivos ycompensatorios que están a él ligados. La

primera limitación planteada se vinculacon lo irrelevante que resulta para estaposición el comportamiento personal enla construcción de una sociedad justa.Basándose en la crítica que Gerald Cohenhace al Principio de Diferencia de Rawls,Pereira concluye que es necesario «intro-ducir la dimensión del comportamientopersonal para la operativa de los princi-pios de justicia». Los principios de justi-cia propuestos por las teorías igualitaris-tas están dirigidos al ordenamiento de laestructura básica de la sociedad, y se su-pone son afirmados cotidianamente porlos sujetos morales, lo cual según la críti-ca de Cohen es violentado por el Princi-pio de Diferencia. Según este principiolas desigualdades sólo se justifican si fa-vorecen a los menos aventajados. Así sejustifican los incentivos a los más talen-tosos. Cohen sostiene que los incentivosson necesarios sólo porque los que mejorestán no se hallan verdaderamente com-prometidos con el principio en cuestión.Ellos exigen desde su posición que susactividades sean incentivadas para dismi-nuir una desigualdad a la que ellos mis-mos están contribuyendo por no aceptarhacer lo que pueden hacer si no es de for-ma incentivada. Esto demuestra que noalcanza con establecer un conjunto de re-glas coercitivas sino que para la operativade los principios de justicia es necesarioun ethos igualitario. Tal vez la tarea másdifícil y que abre un mayor frente a posi-bles críticas es la cuestión de cómo cons-truir ese ethos y qué características debetener para no caer en un perfeccionismoaxiológico. Si bien en el libro se avanzaen dar respuesta a estas interrogantes, elautor pretende responder a las mismascon mayor profundidad en una investiga-ción en curso.

Otra de las limitaciones del supuestodel sujeto liberal tiene que ver con la res-ponsabilidad de los individuos en laselecciones que realizan, lo cual influye

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en cuáles transferencias compensatoriasdeben ser realizadas y cuáles no. El libe-ralismo supone que todas las preferenciasde los sujetos son racionales en tantoexiste en ellos la posibilidad de revisar yadaptar sus creencias y sus valoraciones.La noción —heredada de la psicologíasocial y analizada por Jon Elster— depreferencias adaptativas 1 demuestra queesto es falso. En situaciones de privaciónlos sujetos desarrollan causal e incons-cientemente cierto tipo de preferenciasque se manifiestan como un modo de evi-tar la frustración que genera la imposibi-lidad de satisfacer aquello que quieren.La autonomía de un sujeto que ha desa-rrollado preferencias adaptativas se en-cuentra restringida. Quiere decir esto quetambién en el ámbito personal —y nosólo en el de las circunstancias— «exis-ten casos donde las elecciones no reflejanel control del sujeto». Al no ser sensibleal caso de las preferencias adaptativas, elliberalismo igualitario tiene una gran li-mitación que puede tener como conse-cuencia reproducir o aumentar la desi-gualdad que pretende combatir. La alter-nativa que propone Pereira es la deconcebir a «la autonomía como un conti-nuo en el que sea posible dar cuenta dedistintos niveles de desarrollo».

Antes de exponer el concepto de au-tonomía alternativo y pilar de la teoríaaquí presentada, debemos referirnos aotro factor que restringe la autonomía yfrente al cual las teorías liberales igualita-rias son insensibles. Se trata de los fenó-menos de cosificación. Siguiendo la tra-dición weberiana y francfortiana, se iden-tifica el surgimiento de estas patologías,en las cuales el sujeto se enajena de sucondición, como efecto de las relacionesde producción capitalista: «Las patolo-gías sociales comienzan a surgir comoconsecuencia de la invasión de las rela-ciones de intercambio y las reglamenta-ciones burocráticas en los ámbitos comu-

nicativos centrales de la esfera privada ypública del mundo de la vida.» 2

Uno de estos fenómenos de cosifica-ción es el del consumismo, y es abordadoen este libro. La vida de consumo está enrelación con el parámetro de justicia delcomportamiento personal. Si las personasadoptan este modelo de vida, el mismoinfluirá no solamente en el modo de pro-ducción de bienes sino también en la for-ma en que los más favorecidos presiona-rán para obtener más incentivos en ordena satisfacer este modelo de éxito, gene-rando de esta manera mayor desigualdad.Por esto, Pereira sostiene como impres-cindible la discusión sobre los problemasde buena vida, lo cual «no necesariamen-te demanda la postulación de una concep-ción sustantiva del bien, sino que puedeconcentrarse en las capacidades que per-miten procesar reflexivamente cuáles es-tilos de vida son emancipatorios y cuálesregresivos». 3

Frente a las insuficiencias del plan-teo igualitarista por ser insensible a fenó-menos restrictivos de la autonomía, se re-formula este concepto en términos de re-conocimiento recíproco, coincidente conel de la ética del discurso. Se toma encuenta para esta reformulación la supera-ción de la ética kantiana realizada por laética del discurso, atribuyéndole a la ra-zón autónoma carácter dialógico para laelaboración de las normas en virtud delas cuales ordenará su conducta. La di-mensión dialógica de la razón habilita elreconocimiento del otro como sujeto dia-logante. La persona se define en términosde competencia comunicativa y debe serrespetada como interlocutor posible decualquier instancia de diálogo, esto signi-fica que tiene capacidad autolegislante(Kant) y es sujeto de reconocimiento re-cíproco (Hegel). La teoría del discursoaporta otro rasgo fundamental de la auto-nomía que es la capacidad de crítica delas situaciones cultural y socialmente de-

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terminadas en virtud de la pertenencia ala comunidad ideal de comunicación,brindando así una fundamentación decorte universalista. Queda ampliada así lanoción de autonomía que había sidocuestionada anteriormente. Un sujeto au-tolegislador, capaz de reconocimiento re-cíproco y de crítica es el que se postulaahora; no sólo como fundamento sinotambién como telos.

Una teoría de justicia, con un supues-to del sujeto ampliado en términos de re-conocimiento recíproco y su adopción nosólo como fundamento normativo sinotambién como objetivo normativo tieneque ir acompañada de una extensión de labase informacional. No es suficiente pre-guntar «¿Igualdad de qué?», sino que esnecesario preguntar: «¿Igualdad paraqué?». Se vuelven centrales las cuestio-nes de aplicabilidad, con vistas a «asegu-rar las condiciones de constitución delsujeto supuesto, que (...), estarían orien-tadas por el telos de la comunicación, envirtud del cual se asegurarían las condi-ciones de realizabilidad de una situaciónde diálogo». 4 Este telos se constituye enun ideal regulativo que garantice la reali-zación de la autonomía. A partir de aquí,el autor articula su noción reformulada deautonomía con el enfoque de las capaci-dades.

Los arreglos institucionales debenasegurar al individuo libertades negativasa la vez que la capacidad de autodetermi-nación y deliberación, desarrolladas enun marco de apertura a la alteridad. Paraalcanzar este objetivo, Pereira afirma quees necesario distinguir «estadios de ple-nitud y de potencialidad dentro del conti-nuo de la autonomía del sujeto». Así in-troduce sus conceptos de autonomía ple-na y autonomía potencial. El primerorequiere el desarrollo de un mínimo decapacidades elementales para una vidadigna, mientras que el segundo represen-ta un estadio en el que esto no se ha al-

canzado. Cada uno de los estadios de de-sarrollo de la autonomía requiere modosdistintos de distribución y compensación.Aquí es donde se producirá la articula-ción, a la vez que superación, del libera-lismo igualitario y del enfoque de las ca-pacidades.

Lo anterior da lugar a dos principiosde justicia, los cuales encarnan distintaslógicas de distribución correspondientesa los estadios de desarrollo de la autono-mía. «El primero demanda que las perso-nas, a lo largo de su vida, tengan asegura-do un desarrollo de capacidades que lespermita superar el umbral de la autono-mía. El segundo principio permite que,una vez superado el umbral de autono-mía, las personas en distintos momentosde sus vidas tengan diferentes conjuntosde riqueza como consecuencia de suspropias elecciones, siempre y cuando es-tos resultados no se sustenten en circuns-tancias arbitrarias tales como diferenciaen dotación natural, talento o suerte.» 5

La lógica distributiva del primero es laigualación en capacidades y del segundola igualación de medios. El desarrollo deestos principios y todos los criterios rela-tivos a su aplicación se exponen en el ca-pítulo quinto de la obra.

Pereira identifica los principios de suteoría con el ideal socialista propuestopor Marx en la Crítica al Programa deGotha: «de cada cual según su capaci-dad, a cada cual según sus necesidades».Se trata de la articulación de un principiocontributivo y uno retributivo. Este últi-mo coincidiría con el principio de igual-dad de capacidades que establece comoumbral el desarrollo de la autonomía,mientras que el contributivo coincidiríacon el de igualdad de medios, «que habi-lita la diferenciación en el control de me-dios a la vez que permite imputar respon-sabilidad y exige contribución al ciuda-dano (...)». Esta identificación, junto conla valoración del contexto comunitario y

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la noción de autonomía en términos dereconocimiento recíproco, además del in-terés en las patologías alienantes de la so-ciedad, ligan a esta teoría con el ideal so-cialista. Teniendo en cuenta que el socia-lismo ha atacado tradicionalmente lascausas de la desigualdad y siendo la pro-piedad un factor clave en ello, cabría pre-guntarse si no sería necesario que unateoría de justicia de corte socialista expli-citase su posición con respecto a la pro-piedad, dando cuenta de los modos legíti-

mos e ilegítimos de apropiación y conser-vación de la misma a la luz de losprincipios expuestos.

Por otra parte, el libro también aportaexcelentes reflexiones sobre justicia glo-bal enmarcados en la propia teoría de jus-ticia, lo cual muestra el carácter sistemá-tico aunque no clausurado, del programapresentado.

M.ª Fernanda DiabUDELAR (Uruguay)

NOTAS

1 Elster Jon, Uvas amargas. Sobre la subversiónde la racionalidad, Barcelona, Península, 1988.

2 Pereira, G., ¿Condenados a la desigualdad extre-ma?, p. 99.

3 Pereira, op. cit., p. 105.4 Op. cit., 133.5 Op. cit., 153.

DESIGUALDADES ECONÓMICAS Y DESIGUALDADESPOLÍTICAS

LARRY M. BARTELS: Unequal Demo-cracy. The Political Economy of the NewGilded Age, New Jersey, Princeton Uni-versity Press, 2008, 325 pp.

A pesar del considerable interés mediáti-co que está suscitando, sería precipitadocalificar de oportunista la aparición deUnequal Democracy, el último libro deLarry Bartels. Es cierto que su publica-ción ha coincidido con la crisis económi-ca y la campaña electoral en EE.UU.Pero buena parte del material llevabaaños circulando, en revistas y reunionescientíficas, y es el resultado, en cualquiercaso, de un dilatado programa de investi-gación. Un programa que enlaza, porcierto, con una preocupación familiarpara quienes nos dedicamos a la filosofía

política y que Aristóteles, Maquiavelo oMarx, cada cual en su contexto y a su ma-nera, trataron de responder. A saber:¿cuál es la relación entre las desigualda-des económicas y el poder político? Ymás concretamente, ¿de qué manera y enqué medida influyen las desigualdadeseconómicas sobre la participación e in-fluencia políticas de los ciudadanos?

En 2004, la American PoliticalScience Association elaboró un informeen el que trataba de responder tentativa-mente, en el contexto reciente de losEE.UU., a esta cuestión. 1 El libro deBartels, que participó en la elaboracióndel informe, puede considerarse comouna extensión de los objetivos del mis-mo, estudiar empírica y analíticamentela relación entre las desigualdades eco-

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nómicas y la desigualdad política en losEE.UU. de la actualidad.

Entre otras, en realidad. Porque depaso Bartels aprovecha para analizarotras muchas cuestiones, como las actitu-des de los americanos hacia las desigual-dades económicas, las explicaciones cul-turalistas de las recientes victorias repu-blicanas o el apoyo a las reformastributarias de la administración Bush. Escierto que, a pesar de que Bartels trata decolocarlos en un contexto teórico másamplio, algunos de estos temas puedenresultar un tanto locales para quien noesté excesivamente interesado en laseventualidades de la política americana.Pero hay varias razones por las que el li-bro merece ser leído. Por de pronto, porla impresionante batería de datos —im-pecablemente presentados, por cierto, ensencillas tablas y gráficas— que presentasobre el tema, por sus análisis contrain-tuitivos de muchos de los temas tratadosy, sobre todo, por reintroducir el tema delas clases sociales —tema tabú enEE.UU.— 2 en el centro del debate aca-démico sobre política y economía. Perovayamos por partes.

Para empezar, ¿qué interés tiene es-tudiar la relación entre desigualdadeseconómicas y políticas? La tiene, obvia-mente, si las desigualdades económicasque podemos encontrar en la sociedad ci-vil son suficientemente grandes comopara tener una incidencia relevante en elproceso político de toma de decisiones.Pues bien, la cuestión es que durante lasúltimas décadas las desigualdades econó-micas en EE.UU. —aunque no sólo, peroéste es el caso que estudia Bartels— sehan disparado. Los datos son bien cono-cidos: el 0,1% más rico, que a finales delos años cincuenta poseía un 3,2% en larenta total, en 2005 poseía un 10,9%; el1% más rico, que a finales de los cin-cuenta poseía el 10,2% de la renta total,en 2005 poseía el 21,8%. Así, en 2005 la

riqueza agregada de los 400 americanosmás ricos, según la revista Forbes, supe-raba, por ejemplo, el producto interior deCanadá (p. 11).

Ocurre, además, que el incrementode las desigualdades no ha ido acompa-ñado ni de una mejora en la situación delas clases inferiores ni de una mayor mo-vilidad social entre clases. Como muestraBartels, tanto la llamada teoría del derra-me como la movilidad social son, al me-nos en lo que se refiere a la América re-ciente, sencillamente falsas. Desde luegoque, tal como reconoce Bartels, hay fac-tores no económicos —el auge de loslobbies empresariales o el declive de lossindicatos— que se deben tener muy encuenta. Pero hay buenas razones parasospechar que las crecientes desigualda-des económicas estén distorsionando elprincipio de igualdad política que Bartelsrecoge de Robert Dahl: «Dahl sugirió quela democracia implica “la continua aten-ción del gobierno hacia las preferenciasde sus ciudadanos, considerados comopolíticamente iguales”. Los Estados Uni-dos actuales están muy lejos de satisfacerese estándar» (p. 2).

Durante la década de los cincuenta,Dahl había participado en el célebre de-bate entre pluralistas y elitistas sobre ladistribución del poder político en laAmérica de posguerra. 3 Independiente-mente de quién llevara finalmente razón,resulta interesante observar lo obsoletoque ha quedado el debate en las circuns-tancias actuales. Ya en 1976 Dahl y Lind-blom habían modificado su postura afir-mando que «las interpretaciones corrien-tes que describen el sistema americano ocualquier otro sistema de mercado comoun sistema de competencia entre gruposde interés están seriamente equivocadaspor no tener en cuenta la posición distin-tiva de privilegio de los empresarios en lapolítica». 4 Esto, como ha recordadoAndrés de Francisco, en los años setenta,

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antes de las «políticas de saneamiento» ylas reaganomics. 5 Hoy, el mismísimoAlan Greenspan reconoce que «las efecti-vas y crecientes concentraciones actualesen la renta no son deseables para una so-ciedad democrática». 6

Pues bien, ¿cuáles son las causas dedichas desigualdades? La respuesta, se-gún Bartels, hay que buscarla en las polí-ticas económicas de las sucesivas admi-nistraciones americanas. Especialmente,cuando el ejecutivo ha estado controladopor el Partido Republicano. El objetivodel segundo capítulo es, pues, (1) cues-tionar la idea de que los fenómenos eco-nómicos son en buena medida indepen-dientes de las decisiones políticas: todaeconomía, nos viene a decir Bartels, esnecesariamente economía política; y (2)mostrar la considerable incidencia quehan tenido las administraciones republi-canas (en comparación con las demócra-tas) en el incremento de las desigualda-des económicas; los ingresos reales de lasfamilias pobres, por ejemplo, subieronseis veces más con los demócratas quecon los republicanos.

Supongamos por un momento queBartels lleva razón. ¿Cómo es posible en-tonces que los republicanos hayan gana-do tantas elecciones presidenciales desdela posguerra (incluyendo cinco de las úl-timas siete)? ¿Por qué votaría tanta gentepobre y de clase media contra sus propiosintereses en tantas ocasiones? Una posi-ble respuesta es que los votantes se preo-cupan de otras muchas cosas además dela economía y que los republicanos hansabido conectar mejor con la ciudadaníaen cuestiones culturales, raciales o reli-giosas. El objetivo de Bartels en el tercercapítulo es demostrar que la respuesta«culturalista» es falsa. Es decir, que losamericanos de renta media y baja siguenpriorizando las cuestiones económicassobre el resto (el aborto sólo es el cuartotema de interés entre las clases medias y

el quinto entre las clases bajas) y quetampoco ha habido un giro conservadorpor parte de la clase trabajadora (las pre-ferencias sobre la provisión de trabajospúblicos por parte del Estado se mantie-nen estables, entre las clases bajas, desde1970). Los datos muestran, de hecho, quedesde 1976 «el estatus económico se hahecho más importante, no menos impor-tante, en la estructuración del comporta-miento de voto presidencial entre losamericanos blancos» (p. 76).

Pues bien, si la respuesta culturalistaresulta ser falsa y las clases bajas y me-dias no parecen haberse movido ideoló-gicamente en materia de economía, talcomo muestra Bartels, ¿por qué motivovotarían al Partido Republicano, contrasus propios intereses? ¿Se trata de uncaso de falsa conciencia? La respuestacorrecta, según Bartels, hay que buscarlaen una combinación de déficits de infor-mación y miopía política a la hora de eva-luar las acciones económicas del gobier-no, especialmente las relativas a los añosprecedentes al año electoral. El cuarto ca-pítulo está dedicado, precisamente, a ana-lizar en detalle dichos factores en combi-nación con la diferente manera en que de-mócratas y republicanos han distribuidolas acciones económicas a lo largo de laslegislaturas que han gobernado y el cre-ciente papel de la publicidad electoral enla esfera política (en 1950, el gasto decampaña era de entre 60 y 80 céntimospor votante; actualmente, de entre 3 y 5dólares). La teoría de Bartels se oponeclaramente a la de quienes consideranque los ciudadanos, a pesar de las asime-trías y déficits informativos, son capacesde tomar atajos cognitivos que les permi-ten controlar a la clase política con preci-sión. A modo de ejemplo, Bartels estudiatres políticas claramente perjudicialespara los intereses económicos de la clasetrabajadora: los recortes tributarios de laadministración Bush, la eliminación del

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impuesto federal y la reducción real delsalario mínimo.

Antes que nada, algunos datos. Losrecortes fiscales de Bush en 2001 y 2003—los más grandes de la historia— su-pondrán un coste de $ 4,6 trillones al te-soro público entre 2001 y 2013, con unareducción esperada para 2010 del 25%para el 1% más rico, del 21% para el si-guiente 4% más rico y del 10% para el si-guiente 95% (p. 163). La eliminacióntemporal del impuesto del estado federal(federal estate tax), por su parte, costará$ 186 billones al gobierno federal hasta2011, cuando sólo afectaba al 2% másrico (p. 197).

Pues bien, si, como muestra Bartelsen el quinto capítulo, los americanos sonde todo menos indiferentes a las grandesdesigualdades económicas y apoyan confuerza la progresividad fiscal, ¿cómo seexplica el apoyo mayoritario a ambos re-cortes entre las clases bajas y medias?—En los capítulos 6 y 7, respectivamen-te, Bartels analiza ambos casos en térmi-nos similares, como ampliamente deter-minados por el bajo nivel de informaciónentre la ciudadanía. Entre los votantesdemócratas, por ejemplo, «el apoyo al re-corte fiscal descendió desde el 76% entrelos menos informados hasta sólo un 19%entre los más informados» (p. 184).

Según Bartels —y en este punto supostura es tan aristotélica como la de Ma-quiavelo y Marx—, las actitudes aparen-temente inconsistentes de muchos ciuda-danos de la clase trabajadora pueden ex-plicarse en buena medida como casos desimple ignorancia. Digo que es muy aris-totélica porque defiende, como lo hacíael estagirita y tras él toda la tradición re-publicana —tanto elitista como democrá-tica—, que quienes no son civilmente li-bres o, en este caso, quienes no disponende la información necesaria para evaluaradecuadamente las cuestiones políticasen discusión —y adquirir dicha informa-

ción requiere educación, tiempo libre ydinero—, no pueden ser políticamente li-bres, puesto que acabarán siendo inevita-blemente dominados por quienes sí dis-frutan de libertad civil plena, es decir, porquienes sí disponen de educación, tiempolibre, dinero e información.

El caso del salario mínimo, analiza-do en el octavo capítulo, es un buenejemplo de esta idea. A diferencia de losdos casos anteriores, las clases bajas ymedias siempre han apoyado mayoritariay consistentemente el aumento del sala-rio mínimo. Y sin embargo, tras dos dé-cadas de ascenso inicial durante la pos-guerra, su valor real ha descendido en un40%. Aquí la evidencia aportada es elo-cuente. Como muestra Bartels, el valorreal del salario mínimo ha descendidoporque la clase política, sencillamente,no ha tenido en cuenta las preferencias desus ciudadanos en esta materia. Y aquívolvemos a la pregunta que formulába-mos al principio: ¿de qué manera influ-yen las desigualdades económicas en lasatisfacción del principio de igualdad po-lítica, es decir, en la capacidad de los ciu-dadanos para influir en pie de igualdad enel proceso político?

Para estudiar este punto, Bartels ana-liza la atención (responsiveness) de losmiembros de la clase política hacia laspreferencias de sus ciudadanos en cuestio-nes tales como el salario mínimo, los dere-chos civiles, el gasto gubernamental y elaborto. Y más concretamente, la coinci-dencia entre las preferencias de los sena-dores americanos y las preferencias de losciudadanos, ordenados según sus ingre-sos, desde las elecciones generales de1988 hasta las de 1992. Los resultados sonelocuentes y —a pesar de cierto sesgo de-mócrata que se percibe en otros pasajesdel libro— en este caso dejan en evidenciatanto a republicanos como a demócratas.En todos estos temas, las preferencias delos ciudadanos de altos ingresos fueron

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ampliamente tenidas en cuenta; las de losciudadanos de ingresos medios, relativa-mente tenidas en cuenta y en ocasiones ig-noradas; las de los ciudadanos de ingresosbajos, por último, absolutamente ignora-das en todos los casos. 7

Los antiguos tenían una palabra paralos sistemas políticos en los que el poderpolítico está controlado por las clases ri-cas: oligarquía. No es de extrañar, pues,que Bartels termine citando la célebredistinción aristotélica entre oligarquía ydemocracia: «cuando el ejercicio del po-der es en virtud de la riqueza (...) se tratade una oligarquía, y cuando lo ejercen lospobres, es una democracia». 8 Bartels es,además, bastante escéptico ante quienesconsideran que desigualdad económica eigualdad política son compatibles enun sistema institucional adecuadamen-te diseñado para que ambas esferas se

mantengan separadas: «La desigualdadeconómica tiene claramente efectos co-rrosivos generalizados en la representa-ción política y las decisiones políticas enla América actual. A la luz de estos efec-tos, la esperanza liberal por lograr “esfe-ras de la justicia” con “sus fronteras in-tactas” parece fastidiosamente ingenua ymuy probablemente inútil» (pp. 284-5).

Y continúa: «En términos aristotéli-cos, nuestro sistema político funciona nocomo una “democracia”, sino como una“oligarquía”. Si nos empeñamos en hala-garnos a nosotros mismos refiriéndonos aél como una democracia, debemos tenermuy claro que se trata de una democraciacrudamente desigual» (p. 287). De ahí eltítulo del libro.

Íñigo González RicoyUniversitat de Barcelona

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NOTAS

1 American Political Science Association TaskForce on Inequality and American Democracy, «Ame-rican Democracy in an Age of Rising Inequality», enPerspectives on Politics, 2 (4) (2004).

2 Barbara Ehrenreich afirmaba recientemente que«[e]xiste el poderoso mito de que los Estados Unidosno tienen clases; de que éstas son algo vetusto inglés oeuropeo que hemos abolido» (Sinpermiso, 27 de juliode 2008).

3 Para un repaso actual del debate, cf. el prefacio ala reciente reedición de Lukes, S., El poder: un enfo-que radical, Madrid, Siglo XXI, 2007.

4 Dahl, R. y C. E. Lindblom, Politics, Economicsand Welfare, Chicago, University of Chicago Press, 2.ªed., 1976, p. xxxvii.

5 De Francisco, A., Ciudadanía y democracia. Unenfoque republicano, Madrid, Los libros de la Catara-ta, 2007, p. 83.

6 The Washington Post, 22 de julio de 2004.7 El estudio de Bartels abarca un período total de

seis años. Para un análisis más extenso —aunque con-sistente con el de Bartels—, cf. Gilens, M., «Inequa-lity and Democratic Responsiveness», en Public Opi-nión Quarterly, 69 (2005).

8 Pol., 1280a.

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UNIVERSALIDAD Y POSMODERNIDAD: LOS PARALELISMOSENTRE EUROPA DEL ESTE E IBEROAMÉRICA

EUGENIUSZ GÓRSKI: Civil Society, Plura-lism and Universalism, Washington DC,Polish Philosophical Studies VIII (Cultu-ral heritage and contemporary change),2007, 266 pp.

El estudio comparado de la tradición de-mocrática, de la sociedad civil, el plura-lismo y el universalismo en los países deLatinoamérica y de la Europa del Este esel propósito del libro de E. Górski. El au-tor analiza la situación política, social ycultural de ciertas regiones del mundo, deaquellas que supuestamente no tendríancabida en el Weltgeist hegeliano, porquehan sido vistas a lo largo de la historiacomo entidades parasitarias de las gran-des potencias, del imponente rótulo de«Occidente» o «EE.UU.».

E. Górski mostrará cómo, a partir delos procesos de democratización de lospaíses de Latinoamérica, pero sobretodo de los de Europa del Este, se em-prende un acercamiento a nociones talescomo «universalismo», «pluralismo» o«tolerancia», pero cuyos contenidos vie-nen marcados por el sello occidental yque por ello generan una fuerte contro-versia en esos países. El autor ha evitadorealizar un análisis en términos de rela-ciones de dominio y poder de Occidentesobre la parte más oriental de Europa; haplanteado el problema según un esque-ma evolutivo, en el sentido de que lassociedades de la Europa del Este se vanacercando paulatinamente a lo que esuna sociedad democrática que defiendeel pluralismo y acepta la diversidad des-pojada del halo de totalitarismo o autori-tarismo que encontrábamos en el estadocomunista.

En el recorrido del libro nos topa-mos con la consolidación progresiva de

la idea de que estos países situados enlos límites del mundo cultural no han sa-bido engendrar un pensamiento específi-co, genuino, al margen de la influenciade las ideas y tradiciones de pensamien-to occidental, sino que, por el contrario,han sido meras sombras que, más queaportar algo al bagaje político, axiológi-co y epistémico, se han contentado conreproducir, imitar o simplemente defen-der (o atacar) esos ideales «occidenta-les» que por otra parte, quizás, muypoco tenían que ver con su propia expe-riencia. Por tanto, estas entidades políti-cas y culturales emplazadas geográfica yespiritualmente en una dicotomía, en elgesto de una terrible elección e intentode reconciliación entre su parte más «pa-tética», más oriental y el rígido patrón li-beral y racionalista occidental, no ten-drían nada «nuevo» que decir al mundo,sino que «de momento» su tarea más in-mediata sería la de adaptarse al tiempopresente, abrazar la lógica de la demo-cracia, la sociedad civil y el pluralismo(pequeños ídolos de las sociedades occi-dentales desarrolladas).

A pesar de esta señalada falta de«originalidad» (y con esto pensamos enHerder: la originalidad vista como unmodo de ser fiel a uno mismo, descubrirel propio y original modo de ser de unindividuo, un pueblo, etc.), Górski ad-vierte, sin embargo, el surgimiento denuevos conceptos e imaginarios socialesen Latinoamérica y la Europa del Esteposibilitados por la toma de concien-cia de la posición estratégica que ocu-pan en el diálogo y contacto entre cul-turas.

Con esto nos estamos refiriendo a laidea de «universalismo» concebido comouna tarea por parte de Latinoamérica y la

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Europa del Este. Estos territorios se ven así mismos como punto de encuentro entrediferentes civilizaciones por su situacióngeográfica y por estar constituidos ellosmismos por la confluencia de diversasculturas. Pretenden así dar lugar a unnuevo pensamiento y civilización univer-sales. Esto se procura conseguir a travésdel diálogo entre múltiples culturas y re-ligiones, la defensa del pluralismo que esacogido como un remedio al nihilismotras la conciencia de crisis de todas las fi-losofías existentes. Esta nueva forma deuniversalismo hay que entenderla comouna base intelectual para la toleranciareal, la apertura a las diferencias, la inte-gración y la cooperación.

Esta peculiar modalidad de univer-salismo se construye sobre la prioridaddel diálogo y surge como una alternativaante la crisis del estado nacional y de lasociedad civil a causa de la aparición denuevas identidades culturales que no es-tán relacionadas con el estatismo. Comomuestra C. Geertz, a partir de 1945 conla revolución de la descolonización y laliberación de la dominación extranjera,se crean nuevos estados, lo que suponeun desafío de estos países al patrón delEstado-nación, ya que los países emer-gentes se ordenaron de maneras nove-dosas.

La gran utopía de Latinoamérica y laEuropa del Este es la consolidación deuna nueva «sociedad civil global» cuyatarea sería la afirmación de valores uni-versales que trascendieran los límites delEstado.

Queremos relacionar este términode «sociedad civil global» con el de «so-ciedad internacional» comentado porManuel Medina Ortega 1. Éste aclaraque el concepto de «sociedad internacio-nal» tiene su origen en la Stoa griega y laEscolástica española del Siglo de Oro yes sustituida en ocasiones por otras ex-presiones como «sociedad mundial»,

«comunidad internacional», «comuni-dad de Estados». M. Ortega pretende daruna visión de la sociedad internacionalcomo integrada por todo el género hu-mano. Menciona la diferencia que F.Tönnies y M. Scheler hacen entre socie-dad y comunidad. La comunidad tendríaun carácter orgánico, basado en una «vo-luntad esencial» que hace de los indivi-duos elementos de una entidad socialcon fines supraindividuales. La sociedadse sustentaría por una «voluntad arbitra-ria» de relaciones mecánicas, garanti-zando la independencia de los miembrosy estando condicionada por los interesesde éstos. Otros autores advierten que ac-tualmente no hay bastante solidaridadcomo para hablar de una «comunidad in-ternacional», aunque sí se puede hablarde una «sociedad internacional». Lasociedad internacional es aquella quetrasciende la sociedad de las fronterasnacionales. M. Ortega habla en dos sen-tidos de la sociedad internacional. Pri-mero, como sociedad «de todo el génerohumano», entendida como la sociedadque forman todos los hombres indepen-dientemente de la comunidad política ala que pertenecen. También Górski estáde acuerdo con que hoy día se puede de-cir que se da tal tipo de sociedad, ya queel sistema de comunicaciones permiteque haya entre pueblos e individuos muydistantes relaciones e interacciones so-ciales. La segunda opción sería enten-derla como la sociedad integrada porcomunidades políticas. La sociedad in-ternacional se diferencia de las comuni-dades políticas concretas y el poder seencuentra descentralizado, dividido en-tre las distintas entidades políticas. Éstasno renuncian a su autonomía y no admi-ten un poder político superior. Pensamosque la sociedad civil global de la queGórski habla se podría identificar con elprimer tipo de sociedad internacionaldefinida por Manuel Medina Ortega.

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Aunque en la actualidad se hanabierto discusiones acerca de este tipoglobal de sociedad civil, Górski muestrala poca fuerza que a lo largo de la histo-ria tuvo la idea de sociedad civil en Lati-noamérica y la Europa del Este. El con-cepto empezó a tener influencia a partirde la caída del bloque Soviético, defi-niendo el derecho a la privacidad socialy comercial y los intereses de la demo-cracia liberal. Las consecuencias de suaplicación fueron notadas sobre todo enPolonia, país que, a diferencia de lospaíses de la Europa del Este, se acercaríamás a Occidente por aceptar más tem-prano los elementos liberales del plura-lismo, los derechos individuales, la tole-rancia. El autor también hace mención aldebate acerca del paralelismo entre elcaso español de transición a la democra-cia y el polaco, ya que algunos teóricossugieren que la democracia en Poloniadebería ser impuesta de un modo análo-go a como fue instaurada en España.Otros, sin embargo, advierten las clarasdiferencias entre ambos países, insis-tiendo en que Polonia no está preparadaeconómica y socialmente para efectuarplenamente el gesto de acogida de la de-mocracia, lo cual la separaría todavía delvecino «Occidente».

Parece ser que la controversia acer-ca de la capacidad de estos países de«gobernarse a sí mismos» tiene orígenesmuy lejanos. Se nos pone de manifiestonuevamente el espacio que la Europa delEste ocupa entre un Occidente «actual»,consciente de sí mismo y sus realizacio-nes, y un «Oriente» todavía salvaje, do-minado conceptualmente sólo a travésde aquello que Benedict Anderson defi-nió como «el censo, el mapa y el mu-seo». Tanto Latinoamérica como la Eu-ropa del Este son vistas como una y lamisma realidad enfrentada a la EuropaOccidental y a EE.UU. debido a sus ca-rencias democráticas, liberales, econó-

micas. Su voz, silenciada por la apabu-llante producción literaria, cultural ycientífica occidental, sólo podría, en elmejor de los casos, expresar algo sobresu realidad concreta, limitada; pero nosería capaz, «todavía» de arrojar luz so-bre cuestiones de mayor importanciaque incumbieran a una mayor parte delglobo. Con esto nos remitimos a la defi-nición que Edward Said 2 da del «orien-tal» (entendiendo «oriental» como todoaquello que no se adapta totalmente a lospatrones políticos y sociales de la Euro-pa Occidental y de EE.UU.) que es tam-bién el modo en que los antiguos griegosconcebían a la mayoría de los demáspueblos contemporáneos. E. Said apuntaque el oriental no es tenido en cuentacomo ser histórico, capaz de gobernar li-bremente su territorio. El oriental está almargen de la historia o fuera de ella. Elotro es una desorganización total y abso-luta, irremediable. El orden es una pose-sión del europeo y no hay ley alguna a laque el oriental pueda obedecer por sernaturalmente impulsivo, pasional, ex-céntrico, fanático. El proyecto de unaconstitución, de un gobierno propio con-tradice su propia esencia que es desorga-nización total, caos.

Sin embargo, hemos de señalar queeste ambiente de confusión, vacilación eincertidumbre lo encontramos tambiénen suelo occidental, ya que, como ha ad-vertido Clifford Geertz, nuestra circuns-tancia es la de un mundo hecho pedazos 3

que no ha producido el sentido de un nue-vo orden mundial, sino su descentra-miento, su complejidad y dispersión. Nose trata, por tanto, de acomodar la «iden-tidad» desorganizada del otro a nuestrosprincipios, sino de obtener la identidadpropia a partir de la diferencia y no enoposición a ella. Geertz llama la atenciónsobre el hecho de que sería nefasto parael liberalismo postmoderno «una reden-ción apresurada al bienestar de ser sim-

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plemente nosotros mismos». El inmensocollage en el que vivimos requiere de unacapacidad de imaginar la diferencia, de«aprender a captar aquello a lo que no po-demos sumarnos» y de evitar la toleran-cia vacua.

La tensión entre la política del uni-versalismo, que subraya la igual dignidadde los seres humanos, y la política de ladiferencia, que pide que sea reconocidala identidad única de este o aquél grupoparticular, no ha resuelto todavía el pro-blema. Aunque los ideales liberales seanuna condición de posibilidad de todo re-conocimiento, tolerancia, etc., hemos deadmitir también que esa política de la

dignidad igualitaria es, como afirma Tay-lor, el reflejo de una cultura hegemónica.Geertz, por otra parte, propone una alter-nativa que sintetiza ambas tendencias, yaque se centra en la consolidación de unapolítica práctica de conciliación culturalcon una cierta unidad de propósito, encuyo seno, el liberalismo tendría una fun-ción-moral-determinada (y con esto se li-mitarían sus posibles consecuencias ne-gativas): su compromiso con un mundodiverso, diferenciado, donde el respetoposibilitara la convivencia.

Anda ButoiuInstituto de Filosofía, CCHS-CSIC

NOTAS

1 Manuel Medina Ortega, Teoría y formación de lasociedad internacional, Madrid, Tecnos, 1983.

2 Edward Said, Orientalismo, Ed. Debolsillo, Bar-celona, 2006.

3 Clifford Geertz, «El mundo en pedazos» en Re-flexiones antropológicas sobre temas filosóficos, Pai-dós, Barcelona, 2002 y Los usos de la diversidad, Bar-celona, Paidós, 1996.

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NOMBRANDO LA VIOLENCIA HORRORISTA

ADRIANA CAVARERO: Horrorismo. Nom-brando la violencia contemporánea, Ma-drid, Anthropos-Universidad AutónomaMetropolitana, 2009, 204 pp.

¿Ha dejado de ser adecuada la terminolo-gía política clásica para referirse al con-texto geopolítico actual? Si es cierto quenos encontramos en una nueva sociedad, oincluso en una nueva era, definida unáni-memente como global, ¿existe la necesi-dad de acuñar nuevos conceptos que per-mitan una comprensión más profunda delas relaciones políticas a todos los niveles,y sobre todo entender en qué consiste laglobalidad de la koiné en la que, al pare-cer, estamos instalados? De la respuesta

positiva a estas dos preguntas parte elplanteamiento de Horrorismo que, tras eléxito de la edición italiana en Feltrinelli yla traducción inglesa en Columbia Univer-sity Press, llega también a España, en lacuidada traducción de Saleta de SalvadorAgra. Adriana Cavarero, protagonista delpensamiento feminista italiano, catedráti-ca de Filosofía Política en la Universidadde Verona y autora de libros decisivoscomo Nonostante Platone (1990), Tu chemi guardi, tu che mi racconti (1997), o Apiú voci (2003), reflexiona precisamentesobre la posibilidad de crear nuevas cate-gorías filosóficas que permitan repensar elcontexto político-ideológico actual, mar-

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cado por el fenómeno de la guerra y el te-rrorismo globales.

Esta nueva terminología política ne-cesita adaptarse a un mundo donde laomnipresencia de la cobertura mediáticagenera un periodismo sincrónico, que noacorta tanto las distancias espaciales sinoel tiempo de recepción de noticias. Estaactitud informativa está marcada, sobretodo en el caso de grandes catástrofes,por la excitación de la novedad, las prisaspor querer ofrecer en primicia la descrip-ción del evento y la voluntad de impactaral espectador con imágenes explícitas ysobrecogedoras. El resultado de esta ge-neralizada manera de proceder es uncambio profundo de la naturaleza mismadel evento. Todavía Kant hablaba de esasgrandes conmociones de la historia (re-voluciones, catástrofes, transformacionessúbitas que cambian para siempre el rum-bo de los acontecimientos geopolíticos)empleando una palabra, «Begebenheit»,traducible como «donación de sentido»,que seguramente ya no sería utilizablehoy. Entonces el contexto era el del retra-so en la recepción de la noticia, su apari-ción en medios con escaso aparato gráfi-co y con un público mucho menos masi-ficado que el de nuestros días, lo quepermitía el análisis reflexivo de la noti-cia, calibrando las causas y sobre todo lasconsecuencias del evento, excitando másla reflexión que el temor, el sobrecogi-miento o el horror. En ese sentido se refe-ría Kant, en El conflicto de las Faculta-des, a un sentimiento de lo sublime socio-político, a un sutil entusiasmo que invadeal filósofo que contempla las revolucio-nes y los motines desde lejos, desde la se-guridad que ofrecen no tanto la distanciafísica, sino sobre todo la temporal.

La sincronía informativa aproximaen cambio todo acontecimiento, la ima-gen suscita nuestra conmoción al mismotiempo que anula nuestra capacidad dereflexión, de encontrarle un sentido alevento o, mejor dicho, de considerar al

evento como donación de sentido. En laera de la comunicación global ya nadaparece tener sentido, y mucho menos losepisodios de violencia que se nos presen-tan constantemente a través de la imageny el sonido. Es posible que haya cambia-do la forma de ejercer la violencia en elúltimo siglo, pero sobre todo lo que hamutado es la manera de recibirla, de te-ner noticia de esa violencia: la imagen dela sangre, de la mutilación, del desastreque se nos aparece en la televisión, blo-quea nuestra capacidad de raciocinio, y amenudo también de piedad y simpatía,nos quita la palabra y nos deja aterrados,inmóviles, vacíos. Para explicar este nue-vo tipo de violencia difundida mediática-mente, Cavarero habla de «horrorismo»como de una radical transformación enlas maneras de padecer la violencia. A lavíctima directa de la masacre, la mutila-ción, la violación o la vejación, se añadela víctima indirecta que, a través de lacontemplación sin filtros de esa violen-cia, se siente también violentada y herida.

El planteamiento central del libroconsiste precisamente en la inversión dela perspectiva a través de la cual se sue-len estudiar los acontecimientos violen-tos que han caracterizado los siglos pa-sados y prosiguen, tristemente, en el queacaba de empezar. La filosofía y la cien-cia política modernas siempre han con-templado las guerras, las matanzas y losatentados desde la óptica del guerrero,distinguiendo las características de lasacciones bélicas, las modalidades de in-tervención, su legitimación, sus implica-ciones filosóficas. En cambio, Cavarerodefiende la posibilidad de un pensa-miento desde el punto de vista de las víc-timas en dichos episodios violentos: supropósito es el de elaborar una «ontolo-gía de la vulnerabilidad», una reflexiónsobre las reacciones del inerme ante laviolencia padecida. En este sentido laautora distingue cuidadosamente, acu-

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diendo a un fecundo análisis etimológi-co así como mitológico (las referencias aMedea y a la Gorgona juegan un papelfundamental en el desarrollo de su argu-mentación), dos términos a veces utili-zados impropiamente como sinónimos:terror y horror.

El terror, conectado semánticamentecon las metáforas del movimiento (enconcreto del temblor y de la huida), ha-bría caracterizado, desde los poemas ho-méricos, la actitud no sólo de las vícti-mas, sino a menudo también de los pro-pios guerreros, en contextos bélicos en yentre Estados. En cambio, el horror, li-gado a la inmovilidad que provoca algomás terrible que la muerte, esto es, eldesmembramiento y la mutilación, quedestruyen la singularidad y la dignidadde la víctima convirtiéndola en imperso-nal, en cualquiera, sería propio de la erade la crisis del paradigma estatal y, enconcreto, característico del actual terro-rismo global, cuya fuerza nace precisa-mente del pánico que invade a los espec-tadores de sus matanzas mediatizadas: laabsoluta intercambiabilidad de las vícti-mas fortuitas, escogidas al azar o porerror, produce una sensación de vulnera-bilidad total y paralizante. La tesis deCavarero es que resulta indiferente laidentidad o la cualificación del agentede la violencia, lo que cuenta es la formade ejercerla: en este sentido, también lasmatanzas de civiles por parte de ejérci-tos regulares occidentales, así como lastorturas fotografiadas en Abu Ghraib,deben inscribirse en la misma lógica ho-rrorista, íntimamente ligada a la especta-cularización de la matanza, a la difusiónmediática de la vejación corporal y psi-cológica. Este «terror que ha perdidotoda finalidad última» encuentra su for-ma ejemplar en Auschwitz, donde la cie-ga estrategia de despersonalización delenemigo habría alcanzado su punto álgi-do, como teoriza Cavarero al hablar en

el capítulo IX, para este caso, de «horrorextremo».

Dialogando con grandes clásicoscomo Hobbes, Schmitt, Jünger, Conrad(este último reinterpretado originalmen-te en el Apéndice, a través del análisis dealgunas de sus obras más emblemáticas)y sobre todo Hannah Arendt, y critican-do los intentos de erotización de la vio-lencia por parte de autores como Batai-lle, Horrorismo adopta siempre el puntode vista de la víctima inerme, que cadavez más «tiene rostro de mujer». Laperspectiva feminista es central en estaobra, y el de Cavarero es, sin lugar a du-das, un feminismo crítico y a menudoautocrítico: al analizar el fenómeno,cada vez más frecuente, de los atentadossuicidas por parte de mujeres (inclusoembarazadas), se niega a apoyar una jus-tificación de estos actos como las que sehan formulado en algunos ambientes fe-ministas, desde la óptica de la crítica a lamisoginia de las sociedades musulma-nas (cap. XVI); de manera paralela, tam-poco «las torturadoras que sonríen alobjetivo» durante las vejaciones de AbuGhraib merecen una atenuación de laculpa por su condición femenina(cap. XVII). El dictum de Arendt, «com-prender sin perdonar», es el que modulael discurrir de Cavarero a la hora de tra-tar estos y otros asuntos indudablementeespinosos para la ética y la filosofía polí-tica.

La adopción de la perspectiva de lavíctima informa también al estilo de laautora, contraria a la formulación de cla-sificaciones generales que intenten darcuenta de los fenómenos bélicos y terro-ristas, y siempre atenta, en cambio, a loconcreto, a la continua sucesión deejemplos que permitan encuadrar las ti-pologías horroristas dando la voz a lasvíctimas de atentados y vejaciones. Estamanera de proceder, que responde a unfuerte compromiso teórico anti-univer-

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salista y anti-metafísico, reivindicado entoda la trayectoria de Cavarero, suponesin embargo, desde una posición filosó-fica clásica, quizá también su mayor li-mitación. La (i)lógica horrorista es ex-puesta casi exclusivamente mediante re-ferencias a episodios individuales, perono se explicitan sus implicaciones a ni-vel de política internacional o de com-portamiento geoestratégico de las poten-cias estatales, económicas y militares.De esta manera, poderosas intuicionesque anidan en las páginas de este librono encuentran un desarrollo teórico sufi-ciente, lo que puede incitar al lector arealizar generalizaciones autónomas ensu propio campo de interés. Hacerlo im-plica, ciertamente, traicionar la «ontolo-gía relacional» de la propia Cavarero ysalirse de su marco de referencia teórico.Sin embargo, los libros más fecundosson los que engendran hijos ilegítimos,como podría ser, en este caso, el desarro-llo de una filosofía de la historia políticaque se encuentra apenas esbozada en elcapítulo XIV, titulado «Para una histo-ria del terror». Si es verdad, como pare-ce claro en Hobbes y en tantos otros (cfr.Communitas de Roberto Esposito), queel terror estatal nace como salida al caó-tico miedo previo al pacto, ofreciendo laseguridad y la previsibilidad de la admi-nistración de la violencia en el marcodelito-castigo-redención, y si es ciertotambién que a su vez el horror surge,como se ha dicho, de la descomposiciónen una red informativa global de las par-ticularidades terroristas estatales, ¿có-mo resistir a la tentación de trazar unagenealogía mítica que ponga en suce-sión metus, terror y horror como reac-ciones de las víctimas a la violencia po-lítica? ¿Cómo evitar las comparacionesentre el miedo irracional pre-político yel horror post-racional global, si los dosestán aunados por rasgos como la impre-visibilidad del ataque, la ausencia de

normas y fronteras, la total intercambia-bilidad de la víctima e incluso la des-hu-manización de la misma? Cavarerorespondería probablemente que caer enestas tentaciones implicaría insertarseen un modelo que, más que dotar de sen-tido al evento, nos devuelve a esa tradi-ción filosófica falogocéntrica que a lalarga habría conducido al delirio colecti-vo y a la pérdida de control sobre las re-laciones humanas, a una cierta confor-midad con el «matadero de la historia»,con el sacrificio de los individuos paralograr fines generales, presuntamentesuperiores. Como explica claramente enel Prólogo para la edición española, alaludir a la tragedia del 11 de marzo en laestación de Atocha de Madrid, ante el«vaciado violento del sentido» hacia elque se dirige la fase actual de la historiade la destrucción, sería necesario insistiren la singularidad y la unicidad de cadapersona, de cada víctima, reaccionandoasí contra esa dinámica horrorista queparece adueñarse poco a poco de la esfe-ra política.

Indudablemente hay una fuerte cargade razón en esta reivindicación. Sin em-bargo, la pregunta que podría formularseel lector, recordando el aristotélico «de loindividual no hay ciencia», y la conside-ración hegeliana de que nunca nos las ha-bemos con la individualidad pura y dura,sino que siempre estamos ante particula-res transidos de universalidad (en efecto,se trata de pensar las relaciones socialesdinámicamente como Besonderung, en elsentido de una lógica especulativa, frenteal formalismo abstracto de la Particula-rität), es la siguiente: ¿no es acaso nece-sario, para insuflar sentido al hecho bru-to, elevarse por encima de los aconteci-mientos aislados para comprenderlosteóricamente a través de urdimbres con-ceptuales, en constante renovación? ¿Nodebería la filosofía tratar de pensar elevento, y no simplemente narrarlo?

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Frente a esta pregunta, la opción de Ca-varero es clara; de hecho, ha sostenidocon fuerza la posibilidad de una «Filoso-fia della narrazione» (subtítulo de su li-bro de 1997), un pensamiento narrativoque parta de la experiencia de quien hacecotidianamente política, esto es, los indi-viduos con sus vivencias, y no de teoríasuniversales. Independientemente de quese acepte o no este marco metodológico,lo que es indudable es que la noción de

«horrorismo», por las múltiples conste-laciones que traza a su alrededor, puedeser una herramienta conceptual eficazpara interpretar filosóficamente buenaparte de la historia política reciente, ycomprender desde otra perspectiva lascaracterísticas de la violencia que la de-fine.

Valerio Rocco LozanoUniversidad Autónoma de Madrid

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LA CRISIS ECOLÓGICA: UN PROBLEMA HUMANO

JORGE RIECHMANN (coord.): ¿En qué es-tamos fallando? Cambio social para eco-logizar el mundo, Barcelona, Icaria,2008.

¿En qué estamos fallando? ¿Por qué loestamos haciendo tan mal? ¿Por qué tie-nen en apariencia una vigencia cada vezmayor los valores a favor del medioam-biente, mientras que sin duda siguen pre-valeciendo las conductas antiecológicas?¿Por qué no hacemos lo que sabemos quedeberíamos hacer, para atajar la crisisecológico-social? Éstas son las preguntasa las que trata de responder los ensayosque forman este libro. Es un libro llenode respuestas desde una perspectivatransversal muy enriquecedora, respues-tas hechas desde distintos ámbitos del co-nocimiento: filosófico, económico, so-ciológico, desde la comunicación o desdela psicología social.

Jorge Riechmann en su introducción«Hemos de aprender a vivir de otra ma-nera» apunta tres rasgos degenerativos denuestras sociedades con los que empiezaa dar las primeras respuestas a los inte-rrogantes planteados. Los tres rasgos son:la denegación: renuncia a saber; la irres-ponsabilidad: la negativa a asumir las

consecuencias de los propios actos; yla tecnolatría: las ilusiones de omnipo-tencia.

Ernest Garcia ofrece la perspectivasociológica en «¿Por qué andamos siem-pre a la greña con la naturaleza si nos pa-samos la vida jurándole amor eterno?».Desarrolla, a lo largo del ensayo, tres in-terrogantes: ¿qué pensamos sobre el me-dioambiente?, ¿Por qué pensamos lo quepensamos? y ¿Por qué lo que pensamostiene poco que ver con lo que hacemos?Como sociólogo, registra a la largo de suescrito distintas declaraciones medianteencuestas y otros dispositivos para po-der llegar a saber algo más sobre la preo-cupación que despiertan en la gente lostemas medioambientales y la disposi-ción a hacer algo al respecto y el signifi-cado que se les atribuye. Los datos ex-puestos nos aportan mucha informaciónacerca de tres dimensiones de la percep-ción social de los problemas medioam-bientales, a saber, la «preocupación»; la«disposición a actuar» y el «significa-do», construido a través de la imbrica-ción de la protección del medioambientecon otros valores.

Por su parte, Fernando Arribas, utili-zando como referencia el estudio «Colap-

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so» de Diamond, nos ofrece un análisisde los mecanismos económicos, socialesy políticos que impulsan a las sociedadeshumanas a caminar por la peligrosa víade la autodestrucción ecológica, aun go-zando de elevados niveles de bienestar ycapacidad técnica. Analizará los factoresque, según Diamond, explican el fracasode una sociedad. El tercero de esos facto-res le servirá al autor para polemizar conel conocido artículo de Garret Hardin«Tragedia de los bienes comunes» (anali-zada también por Fernando Arribas comouna variante del problema lógico conoci-do en teoría de juegos como «dilema delprisionero») y su pesimista conclusión:«la libertad en una tierra común lleva a laruina de todos». Las consecuencias de lainterpretación de Hardin, así como la nodistinción por parte de éste de los recur-sos de propiedad comunal y los bienescomunes o de libre acceso, serán critica-das por el autor por ser ésta una visiónque ha contribuido a simplificar en exce-so la cuestión. Frente a esta simplifica-ción, distinguirá y analizará cuatro regí-menes de propiedad: estatal, individual,comunal y «no propiedad» o acceso libre.

Una vez analizados los regímenes depropiedad, Fernando nos dirá que los tres(si excluimos el acceso libre por ser «nopropiedad») dependen, en última instan-cia, de la existencia del buen funciona-miento de una autoridad legítima quevele por el respeto de los derechos y de-beres estipulados. Lo que está en juego es«definir el alcance de los derechos depropiedad. Definir cuándo la posesióndebe implicar el derecho a la explotaciónilimitada y cuándo no debe hacerlo». Losdistintos regímenes de propiedad han deentenderse dentro de un marco más am-plio en el que se estipulen limitacioneslegítimas al uso de los recursos. Nos pro-pone sentar las bases para diseñar un ré-gimen de propiedad comunal a escalaplanetaria en el que «los diferentes Esta-

dos sean los pastores que han de resolverpor sí mismos la tragedia en que nos ha-llamos inmersos».

Federico Aguilera Klink, en «Cali-dad de la democracia y el medioambiente(el caso del Puerto de Granadilla en Tene-rife, Canarias)», demuestra que algunosgraves problemas medioambientales pue-den ser convincentemente explicados porel deterioro de la calidad de la democra-cia. Expone un trabajo de campo, el casoconcreto del conflicto generado por elproyecto de construir un megaproyectoen Granadilla, en el sur de la isla de Tene-rife que bien puede ser extrapolable alconjunto de la geografía española y resul-ta ilustrativo para dar cuenta del déficitdemocrático existente. Podemos consta-tar una estrecha relación entre el deterio-ro medioambiental y el deterioro de lademocracia explicada por la existencia depoderosos intereses económicos.

La paradoja «el mejor predictor de laconducta futura es la conducta pasada»les permite a Ernesto Suárez y BernardoHernández explicitar las razones psicoso-ciales que enlazan con la «macrocausa»económica de la globalizada crisis ecoso-cial. Esta paradoja les interesa porqueobliga a entender el comportamiento enrelación con dos consideraciones. Por unlado, supone definirlo en términos tem-porales y, por otro, enfatiza el objeto quenecesita ser explicado y sobre el que hade intervenirse.

Abordan algunos aspectos relativosal desajuste entre representación (psico)social y comportamiento ambiental, ade-más de revisar críticamente la robustezde ciertos constructos a la hora de expli-car tal tipo de conductas. Abordan la sos-tenibilidad entendiéndola como resulta-do, entre otros aspectos, de la conexiónentre actitudes, valores y motivos quenos impelen a actuar y las conductas pro-piamente dichas. El análisis ha sido abor-dado desde aquello que puede ser dicho a

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partir del conocimiento psicosocial exis-tente. También han buscado explicitar losproblemas asociados a una serie de(de)ajustes, acaso intangibles, pero sobrelos que se necesita realizar un significati-vo esfuerzo de reflexión, si se quiere quela psicología —y el conjunto de las cien-cias sociales— llegue a aportar algo sus-tancial en la búsqueda de alternativas a lacrisis ecosocial.

Las conclusiones de estos autoresson que la sostenibilidad se presenta aúnante la ciudadanía como una meta colec-tiva difusa y abstracta. Aunque las inicia-tivas desarrolladas a lo largo del últimocuarto de siglo han facilitado la consoli-dación de una corriente mayoritaria deideas y opiniones sobre el valor positivodel compromiso ecológico, este espírituno se traduce en comportamientos socia-les conscientes e igualmente mayorita-rios. «Se hace aquello que se es. Integraren nuestra identidad personal la dimen-sión ecosocial, considerarnos identitariae íntimamente como integrantes del mun-do, se puede convertir así el motivadormás poderoso de una acción proambien-tal sostenible», concluyen.

Los conflictos que se producen entreel modelo productivista neoliberal y losintereses sociales son abordados por Ma-nuel Garí Ramos en «Opiniones, actitu-des y contradicciones de los trabajadoresen materia ambiental». Esos conflictos seexpresan de manera evidente en los con-flictos de los grupos ecologistas, del mo-vimiento altermundista, de parte del veci-nal y de ciertos sectores del sindicalismoobrero o campesino. Sin embargo, consi-dera que se podría alumbrar un futuro enel que podría ser posible una alianza so-cial amplia entre sectores más conscien-tes ambientalmente y el grueso de la po-blación en torno a un nuevo pensamientopolítico y económico al servicio de unasociedad socialmente justa y ambiental-mente sostenible.

Aborda la ideología (ambiental) do-minante, que lleva a un pensamiento dé-bil y unas políticas inconsistentes. Contodo, sí es claro que la sociedad españolaha desarrollado una importante sensibili-dad ambiental en corto plazo de tiempoen gran medida fruto del impacto que hantenido ciertos acontecimientos ocurridosen el país en los últimos diez años. Tam-bién hay que buscar las claves en la per-cepción de los problemas de ámbito mun-dial, fundamentalmente respecto al cam-bio climático.

También podemos afirmar, tal ycomo se concluye del Ecobarómetro la-boral 2007, que se ha producido un im-portante cambio en la percepción de losasalariados españoles en relación con lascuestiones ambientales. Cada vez haymenos diferencias de opinión entre la po-blación asalariada y el conjunto de la po-blación en tanto que ciudadanía. Tambiénes significativo como las mujeres y lagente más joven mantiene posturas másecologistas. Sin embargo, se observanpocas diferencias por territorios. Y con-cluye su ensayo citando a Daniel Bensaiden «Cambiar el mundo»: «Vincular luchasocial y ecología crítica para movilizar lafuerza social capaz de conjurar los peli-gros, acabar con la dictadura de los mer-cados y lograr la subordinación de la ló-gica económica al imperativo social».

¿Está siendo bien comunicada lacuestión del cambio climático? Es la pre-gunta a la que intenta responder a lo largode su trabajo Francisco Heras Hernández.Aborda las barreras que dificultan que lagente entienda adecuadamente la natura-leza y gravedad del problema y las barre-ras que dificultan que las personas e insti-tuciones, ya informadas o sensibilizadas,pasen a la acción. El autor expone lasideas de la gente sobre el cambio climáti-co a través de estudios de opinión asícomo los problemas en la comunicacióndel cambio climático. Nos propone revi-

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sar algunas barreras que dificultan elpaso a la acción eficaz responsable y de-muestra cómo las actitudes positivas ha-cia el medioambiente se expresan en«comportamientos de bajo coste». Nues-tras acciones las percibimos como insig-nificantes, existen incertidumbres relati-vas al cambio climático que tienen unefecto desmovilizador y existen elemen-tos que nos llevan a la dilución de nues-tras responsabilidades. Por ello, realizauna serie de propuestas para mejorar lacomunicación del cambio climático.

La reflexión de Concepción PiñeiroGarcía de León procede de un trabajocolectivo de investigación. Consideranque la comunicación ambiental se puedeafrontar desde ese enfoque de disfrutardel proceso de incertidumbre, de no sa-ber cuál va a ser el mejor camino para eldiálogo e irlo descubriendo en el propioproceso y en grupo.Este trabajo, tal es laintención de sus autores, nos ofrece laposibilidad de conectar con más perso-nas y colectivos interesados en el tema yabrir nuevos espacios de aprendizajedialógico.

La perspectiva que abordan es la in-terfase entre la comunicación educativa yla mercadotecnia ambiental, porque suinterés de investigación son las campañasde comunicación cuyos fines son educa-tivos y los medios mayoritariamente pu-blicitarios. Todas las afirmaciones reali-zadas por estos autores no tienen la inten-ción de ser tajantes sino que reflejan elsaber acumulado de las experiencias delas personas que han participado en el es-tudio. Además de abrir puertas a valora-ciones diversas, quieren contribuir conpropuestas que apoyen la construccióndel conocimiento sobre este campo. Es,pues, una página abierta a sugerencias, acríticas constructivas, un jardín dondetenga lugar el diálogo para aprender. Esteenlace sirve de blog recopilatorio de

prácticas comunicativas y de construc-ción colectiva sobre el conocimiento eneste campo: http://educomunicacionam-biental.blogspot.com

Por último, Jorge Riechmann, coor-dinador del libro, realiza una considera-ción de los deseos humanos. Toma comopunto de partida el análisis del deseo quepropone José Antonio Marina en su libroLas arquitecturas del deseo. Identificalos deseos como el deseo de bienestarpersonal; el deseo de relacionarse social-mente, formar parte de un grupo y seraceptado; el deseo de ampliar las posibi-lidades de acción. De esta propuesta Jor-ge deriva algunas consecuencias. Su pro-puesta es la de armonizar los tres deseosfundamentales, un desarrollo equilibra-do.

Jorge habla de recuperar los víncu-los humanos que no estén moldeados asemejanza de los intercambios de mer-cancías, de «reconstruir la socialidad hu-mana». Plantea cuestiones acerca delbienestar personal y la felicidad. Recha-za la concepción capitalista del bienes-tar, que lo identifica con el consumo decantidades crecientes de bienes y servi-cios mercantilizados. Lo más importantepara el bienestar humano son las relacio-nes con las personas, si éstas son satis-factorias se pueden considerar «bienesrelacionales».

Necesitamos, pues, reinventar lo co-lectivo con instituciones alternativas enuna sociedad donde la cooperación primesobre la competición. Las sociedades ca-pitalistas, por el contrario, se organizansegún principios que tienden a destruirlos vínculos sociales. Y es que no cabepensar en sostenibilidad sin cuidar y ali-mentar la socialidad humana. La clave dela felicidad está en el vínculo social.

Antonio Gómez VillarUniversidad de Málaga

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RESPONSABILIDADES HACIA EL MEDIO AMBIENTE

CARMEN VELAYOS: Ética y cambio climá-tico, Bilbao, Desclée de Brouwer, 2008,160 pp.

En el año 2004, la Declaración Interna-cional de Buenos Aires sobre las dimen-siones del cambio climático señalabaque aún no contamos con reflexión sufi-ciente sobre las dimensiones éticas delproblema. El libro de la Profesora Car-men Velayos es una valiosa contribuciónal debate actual, suscitado por los efec-tos adversos del calentamiento global.Por lo general, las consecuencias negati-vas sobre el medio ambiente y sobre lasactividades humanas suelen predominarsobre otras vertientes, la natural, la cul-tural y, también, la dimensión social delsistema climático. La autora las ha teni-do en cuenta, asumiendo la complejidadde este tema (pp. 15, 29, 39) y, en conse-cuencia, haciendo el esfuerzo de ir másallá de los planteamientos al uso, centra-dos preferentemente en los riesgos y enel temor que éstos suscitan. Admite laautora que las emociones negativas,como el miedo, han ocupado un lugardestacado en los debates, si bien recuer-da que las emociones positivas y la feli-cidad pueden ofrecer una motivaciónmás sólida para el cambio de actitudes(pp. 129-143). Los capítulos del libromantienen un enfoque reflexivo y moral,a fin de dar consistencia teórica a las po-sibles respuestas prácticas — respuestastanto individuales como colectivas(p. 59)— ante el aumento de las tempe-raturas, el efecto invernadero y, en con-junto, la transformación de las condicio-nes ambientales.

Por ejemplo, la tesis de la «complici-dad» entre lo natural y los humanos(p. 15) se apoya en datos contrastados so-bre la vulnerabilidad del medio ambiente.

A su vez, esta situación genera proble-mas de desarrollo, siendo las mujeres lasprimeras victimas de las situaciones críti-cas, por el papel que ellas ocupan en elsistema productivo (p. 29). El enfoquedel ensayo está bien definido desde el co-mienzo: los problemas que afectan a labiosfera, a la supervivencia y al sistemaclimático son, también, de carácter mo-ral. La Ética —la Ecoética, en este caso(pp. 39-55)— aporta a este respecto algu-nos criterios claros para valorar los múlti-ples daños ocasionados por la actividadde los humanos, en especial por ciertasformas de consumo (pp. 19-37). La Éticapropone asimismo dos principios paradar otra orientación a las actitudes y lasconductas: la responsabilidad y la pre-caución. Actuar de forma responsablesignifica, por ejemplo, incluir en la co-munidad moral a otros seres, no huma-nos, y a otras generaciones de humanos,dejando atrás a los prejuicios antropocén-tricos que han sido habituales en este ám-bito (p. 77). La nueva responsabilidadimplica también ampliar la noción de jus-ticia, a fin de dotarla de validez universal,validez autentica, al margen de los com-promisos de la especie, del presente, delo nacional. El alcance que hoy tiene elcalentamiento global parece, en fin, unbuen argumento para tomar decisionesrazonables sobre los nuevos derechos y,ante todo, sobre cómo deberíamos vivir(p. 91). A pesar de que el diagnostico ge-neral parece bastante claro, hay aspectosdel problema que son todavía poco o malconocidos, como recuerdan quienes man-tienen posiciones reticentes o escépticassobre las malas perspectivas asociadas alcambio climático. El principio de precau-ción —recuerda Carmen Velayos— sirvepara este tipo de situaciones, inciertas,sin pruebas concluyentes.

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Ahora bien, ¿quién tendría que asu-mir la carga de la prueba? ¿Hay que de-mostrar que una actividad no tendrá con-secuencias negativas o, por el contrario, espreciso esperar a que una actividad causedaños y, luego, pedir las responsabilidadescorrespondientes? (103-128). Las inter-pretaciones y modelos teóricos abordan deforma distinta estas cuestiones, tal comoocurre en otros campos de la Ética, teóricao aplicada. Sin embargo, los temas anali-zados en el libro muestran sin lugar a du-das que tanto la responsabilidad como laconsideración moral no sólo valen para lasrelaciones de reciprocidad, entre iguales oentre seres de la misma especie: la pers-pectiva moral vale para todos los seres vi-

vos. Los cambios sobrevenidos en el siste-ma climático y los interrogantes sobre lasupervivencia de los seres vivos —inclui-dos los humanos— así lo demuestran. Alfinal del libro, la bibliografía ofrece unaselección de documentos y monografíasespecializadas (pp. 145-154), el Anexo re-coge la Declaración Internacional deBuenos Aires y, por último, un glosariodefine algunos términos clave para enten-der y para tomar parte en los debates sobreeste problema, como «gases de efecto in-vernadero», «permafrost» y Protocolo deKyoto.

M.ª Teresa López de la ViejaUniversidad de Salamanca

MÁS ALLÁ DE LA MODERNIDAD Y LA AUTENTICIDAD.REFLEXIONES SOBRE LA FILOSOFÍA MEXICANA

CONTEMPORÁNEA

GUILLERMO HURTADO: El Búho y la Ser-piente. Ensayos sobre la filosofía en Mé-xico en el siglo XX. México, UNAM,2007, 274 pp.

El Búho y la Serpiente resulta una acerta-da metáfora de la idea clave que articulael relato que, sobre la filosofía mexicanadel siglo XX, nos ofrece el doctor Hurta-do. Las sucesivas estaciones que jalonanla narración —desde Antonio Caso a laposmodernidad— responden a una ten-sión estructural al pensamiento mexica-no: el impulso hacia el «cielo» de la mo-dernización y la necesidad de reflexionarsobre la realidad «terrenal» mexicana.

De aquí la importancia que cobra laprimera parte de la obra, dónde el autor ex-plicita esta tesis fundamental. Es ya en lasegunda y tercera parte dónde se realiza ese

recorrido por eventos claves del pensa-miento mexicano del siglo XX. En conse-cuencia, presentaré en primer lugar unadiscusión sobre la primera parte del trabajopara pasar a continuación a indicar los prin-cipales vectores del recorrido histórico quese realiza en la segunda y tercera parte.

Una de las cuestiones recurrentesque ha ocupado la reflexión sobre la filo-sofía latinoamericana (y por inclusión, lamexicana) apunta a la necesidad de deter-minar si ésta adolece o no de un problemafilosófico, y en caso afirmativo, identifi-car su naturaleza. El doctor Hurtadoapuesta por responder afirmativamente aesta secular pregunta, pero matizandoque dicho problema no es de orden filo-sófico, sino metafilosófico; en concreto,un problema metafilosófico de ordenpráctico. La metafilosofía práctica cons-tituye una reflexión sobre las condiciones

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y los problemas de la práctica concreta dela filosofía en un lugar y un tiempo deter-minado. Es en este marco en el que el au-tor ubica la posibilidad de trascender elimpasse al que se ve actualmente aboca-da la disciplina.

Este impasse es resultado de la anti-nomia entre dos modelos cuya dialécticaha dado forma a la reciente la filosofíamexicana y a los que el autor acierta a de-nominar como modelo de la moderniza-ción y modelo de la autenticidad. El pri-mero de ellos vendría marcado por cuatromovimientos: el positivismo, la filosofíade origen germánico, el marxismo y la fi-losofía analítica. Tres serían las caracte-rísticas comunes a estos movimientos: elser importados, su espíritu revolucionarioy su fracaso al intentar fundar una nuevatradición filosófica en México. Por suparte el modelo de la autenticidad ad-quiere un perfil específico, en tanto quereacción al modelo de la modernidad ycomo reafirmación de lo nacional y de loamericano. En México se conformó apartir de la década de 1910 con las figu-ras del Ateneo y posteriormente con Sa-muel Ramos y José Gaos (ya en la décadade los 40). Las diferentes corrientes quepueden agruparse en este modelo com-parten al menos dos elementos: todas de-fienden la posibilidad de elaborar una fi-losofía propiamente mexicana —sin re-nunciar por ello a una pretensión deuniversalidad— y comprenden que estadebe desempeñar una labor liberadora dela realidad social y política de México.

Evidentemente, el doctor Hurtadopone en guardia al lector frente a una lec-tura unilateral de su interpretación. El ob-jetivo es identificar dos tendencias ofuerzas motrices presentes en la filosofíamexicana contemporánea, no encorsetarla realidad empírica en el constructo teó-rico (v.g. una figura como Ramos biencabría en ambos modelos). Por otro lado,entre las diferentes críticas que el autor

realiza a las insuficiencias de estas dospropuestas sobresale la cuestión relativaa cómo ambas interpretan el problema dela filosofía mexicana y cómo resolverlo.Mientras que para el modelo moderniza-dor la cuestión radica en el atraso técnicoy profesional de la disciplina, el de la au-tenticidad identifica en su enajenación yalejamiento de la realidad mexicana (enotras palabras, en su inautenticidad) laraíz del problema. La valoración del doc-tor Hurtado es contundente: ambos diag-nósticos bien pudieron servir para la si-tuación del siglo pasado; sin embargo,hoy día es necesario superar esta antino-mia.

Con este fin, el doctor Hurtado, apo-yándose en un enfoque de corte prag-matista, apuesta por considerar que elproblema de la filosofía mexicana radica-ría en la debilidad (o inexistencia) de co-munidades filosóficas y en la fragilidad(o ausencia) de tradiciones filosóficas.Ambos aspectos se encuentran interrela-cionados. Una comunidad filosófica exis-te a partir de un diálogo crítico sobre labase de una tradición o memoria compar-tida. La tradición compartida constituyela base del lenguaje comunitario, a partirdel cual se pueden explicitar problemascomunes, establecer diálogos críticos entorno a los mismos y acordar consensos ala hora de resolverlos. Por tanto, el pro-blema de la filosofía mexicana residiría,en primer lugar, en el hecho de que susinnovaciones filosóficas han intentadofundar una nueva filosofía desde cero,obviando las reflexión sobre el acervopropio; en segundo lugar, en la debilidadde las comunidades filosóficas, cerradassobre sí mismas, excesivamente vincula-das a bases institucionales y carentes dediálogo crítico interno.

La propuesta del doctor Hurtadopasa por fortalecer las tradiciones filosó-ficas existentes, no por simple chauvinis-mo, sino —en términos hermeneúticos—

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como forma de abrir el horizonte de com-prensión desde el cual es posible introdu-cir la innovación. Por otro lado, cree ne-cesaria la creación de prácticas e institu-ciones que fomenten formas de vidacomunitaria; es decir, diálogos críticos,abiertos y rigurosos que fortalezcan latradición propia a la par que fomentan suinnovación.

A mi juicio, este acertado diagnósticoinvita a introducir una dimensión comple-mentaria: el problema del poder y de lasinstituciones. Efectivamente, las relacio-nes que articulan una comunidad intelec-tual no son exclusivamente relaciones desentido (dialógicas); son también relacio-nes sociales y, por ende, de poder: podermaterial sustentado en cargos institucio-nales y acceso a recursos, poder simbólicoefecto del conocimiento y reconocimientodel que goza un determinado autor en elcampo. Pondré sólo tres ejemplos decómo, considerar esta dimensión políticadel quehacer filosófico, contribuye a iden-tificar obstáculos a los que se enfrenta undeterminado universo filosófico y la ma-nera de superarlos.

En primer lugar, en lo concerniente ala subjetividad del filósofo. El propio doc-tor Hurtado acierta a señalar que un mejorconocimiento de la tradición y una mayorcohesión de la comunidad filosófica mexi-cana deben sustentarse en un cambio deactitud del filósofo mexicano, en un nuevoethos que predisponga en la línea de talesprácticas. Ahora bien, la construcción deeste ethos no es exclusivamente una cues-tión ética, también es una cuestión políti-ca. El autor acierta a señalar la importan-cia de las instituciones educativas, de losplanes de estudio, de los centros de inves-tigación, etc., en la construcción de esasdisposiciones; y estos espacios, que dudacabe, constituyen palestras de conflictospolíticos e intelectuales.

La noción de conflicto nos remite alsegundo punto. Tener en cuenta la dimen-

sión política de las prácticas intelectualespermite entender la comunidad filosófi-ca, no como una entidad holística, sinocomo una red de relaciones entre agentesdotados de recursos e intereses diversos.Esto, evidentemente no implica negar laposibilidad de estrategias de cooperacióny la consecución de consensos (v.g. elconsenso básico sobre lo que no hayacuerdo, sobre los temas en discusión).Sin embargo, introducir el conflictocomo elemento estructural de las comu-nidades filosóficas permite ejercer uncontrol crítico sobre aquellas posicionesdominantes que «ocultan» su origen par-ticular y partisano, presentándose comoconsensos universales.

Finalmente y relacionado con lo an-terior, al incluir el análisis del poder en lareflexión sobre el problema de la filoso-fía mexicana pasan a un primer plano,junto con la cuestión de la profesionaliza-ción (modelo de la modernización) y lade la originalidad (el de la autenticidad),dos asuntos claves: el fortalecimiento dela democracia en la vida práctica de lascomunidades y el incremento de la auto-nomía del campo filosófico frente a po-deres exógenos (religioso, político y re-cientemente, económico).

Conviene hacer dos aclaraciones.Por un lado, insistir en que este breveapunte sobre el poder no significa que Elbúho y la serpiente sea insensible a la di-mensión política de la práctica filosófica.Si introducimos esta cuestión es porque,sin constituir la tesis fuerte del autor, seencuentra apuntada e invita en conse-cuencia a abrir una reflexión crítica. Porotro lado, que esta primera parte del libroconstituya a nuestro juicio la parte másrelevante por sus implicaciones teóricas einterpretativas, no quiere decir que la se-gunda y tercera se reduzcan a un mero le-vantar acta de la historia reciente de la fi-losofía mexicana: cada uno de los aparta-dos, cada una de las estaciones que nos

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propone el autor, se articula en torno auna tesis central.

En la sección dedicada a la figura deAntonio Caso, el doctor Hurtado trata lasideas del filósofo mexicano sobre la demo-cracia; reflexión situada en el marco revo-lucionario y de construcción de la nuevademocracia mexicana. Dos ideas clavesdestacarían sobre el resto: en primer lugar,el hecho de que Caso considerara la demo-cracia no tanto como un problema políticosino de orden moral; en segundo lugar, suintento por conciliar la libertad personalcon el interés social en ese proceso colecti-vo en el que se encontraba embarcado elMéxico de los años 10 y 20.

El siguiente apartado está dedicado ala filosofía del grupo Hiperión durante losaños finales de los 40 y principio de los50. A mi juicio, el autor revela una imagendel grupo que se compadece con la idea depunto de inflexión en el panorama filosó-fico mexicano. Efectivamente, se trataríapor primera vez de una comunidad que ac-tuaría como verdadero grupo de investiga-ción, introduciría el existencialismo fran-cés —rompiendo así con el dominio de lafilosofía germánica en México—, innova-ría en la reflexión sobre lo mexicano, en eldoble sentido de dotarla de un formatocientífico antes que ensayístico y otorgan-do positividad a lo que antes se había con-siderado taras del ethos mexicano. Final-mente, apostarían —a contrapelo de latendencia dominante en el campo filosófi-co mexicano de su época— por considerara la filosofía como una actividad militan-te, comprometida con la transformaciónde la realidad mexicana.

En el siguiente apartado se analiza lafigura de Luis Villoro, y en concreto, suaportación sobre el indigenismo y la inter-culturalidad a la filosofía mexicana de lasegunda del siglo XX. Esta aportaciónapunta a la necesidad de superar la esci-sión que impedía al mexicano alcanzar suplenitud existencial. La dialéctica del indi-

genismo de Villoro considera la presenciade dos actitudes seculares del mestizo ha-cia el indígena: la de la acción —que am-bos dejen de ser lo que son para convertir-se en algo nuevo (Villoro moviliza la cate-goría de proletario)— y la del amor —queel indígena no deje de ser lo que es paraque pueda ser amado en su diferencia—.Villoro consideraría que ambas posturasson complementarias. En cambio, nuestroautor rebate esta tesis sosteniendo que setrata de un antagonismo irresoluble. Laruta que ha adoptado el indigenismo ac-tual, bien alejado de la antinomia de Villo-ro, así parece confirmarlo.

La tercera parte del libro comienzacon un apartado dedicado al neokantismoen México. El interés de esta sección radi-ca en la anomalía que representa el neo-kantismo mexicano; anomalía, tanto decarácter cronológico como por los efectosque produce sobre el campo. Consideradocomo reaccionario por la filosofía domi-nante de los años 40 y 50, la influencia delneokantismo se extenderá hasta la décadade los 60 fundamentalmente en la esferade la educación secundaria, donde lograun monopolio casi absoluto en la ediciónde manuales de filosofía. En el ámbitoacadémico la importancia del neokantis-mo será bastante marginal, alcanzandoquizás mayor relevancia merced a las so-noras polémicas en las que se involucrócontra la filosofía dominante.

El siguiente apartado está dedicado ala figura clave de García Máynez, filósofomexicano en el que se combina de formamagistral y creativa el capital institucionale intelectual. Se trata quizás de la secciónmás técnica del libro, puesto que el doctorHurtado no sólo discute la obra de Máy-nez sino que discute la posibilidad o no devincularlo a la tradición analítica. El autorapunta que, si bien no puede considerarsea Máynez un analítico en sentido estricto(v.g. no asumió el giro lingüístico), sí debeotorgársele el privilegio de iniciador de la

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filosofía lógica en México, a lo que cabeañadir que algunas de sus obras de losaños 50 encajarían dentro de la marca ana-lítica, entendida ésta en sentido amplio.

Finalmente, el libro se cierra con unareflexión en torno a la posmodernidadmexicana y los equívocos a los que indu-ce el uso indiscriminado de este término.En concreto el autor se centra en la escasautilidad de la categoría en términos histó-ricos, es decir, como forma de interpretarel pasado y el presente de México.

En definitiva, El buho y la serpienteconstituye una excelente introducción alpensamiento mexicano contemporáneo ya las problemáticas que éste debe encarar.Lejos de tratarse de una obra meramentedescriptiva, el lector encara un recorridoque no evita la discusión, la propuesta yuna decidida invitación a la reflexión crí-tica.

Alejandro Estrella GonzálezUniversidad de Cádiz

UNA GUÍA PARA LA ÉTICA PRÁCTICA

JOSÉ RUBIO CARRACEDO: Ética del sigloXXI, Barcelona, Proteus, 2009, 180 pp.

Ninguna de las propuestas de este librodejará indiferentes a sus lectores. Éticadel siglo XXI analiza y cuestiona algunosde los prejuicios más inveterados queexisten sobre la ética práctica. Puede queel principal no sea otro que pensar que lascuestiones de ética se despachan con re-cetas de manual, con recomendacionesbiempensantes, con apelaciones a instan-cias no racionales y, por eso mismo,como blindadas frente a la crítica. Traséste, los prejuicios habituales que pla-nean sobre buena parte de las discusionespúblicas: desde el supuesto de la irresolu-bilidad de las cuestiones sobre el aborto yla eutanasia, al mito de la inconmensura-bilidad de las culturas y la consecuenteesperanza perdida de universalizar losderechos humanos, al credo ecologista ysu antítesis desarrollista, al sueño prome-teico de la revolución biotecnológica o laresignada actitud ante la baja calidad cí-vica de las democracias modernas.

El trasfondo teórico del libro lo tejendos líneas de argumentación. La primera

es una defensa de lo que Rubio Carrace-do llama un nuevo paradigma en la ética,la interculturalidad. La «ética tradicio-nal», de origen grecorromano pero puestaal día en la modernidad, no consigue daruna respuesta satisfactoria a los desafíosde la globalización. Entre otros efectos,la globalización, a su juicio, ha dejado enevidencia el carácter regional de la éticatradicional, a pesar de su presencia hege-mónica. «Todavía estamos a tiempo desustituir la actitud colonizadora por la delreconocimiento de la diversidad de losvalores», escribe Rubio Carracedo, «loque permitirá seguidamente realizar enprofundidad el diálogo intercultural hastaconverger en la formulación transculturalde los conceptos, los problemas y las nor-mas morales, mediante las aportacionesrecíprocas de los dialogantes».

En conexión con esta propuesta seencuentra la segunda línea argumentati-va. Rubio aborda las cuestiones de éticapráctica desde una perspectiva de debateinterdisciplinar. Decir diálogo en este te-rreno sería un eufemismo para suavizar larealidad de un choque permanente de in-terpretaciones desde las ciencias sociales,

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las ciencias de la salud, las ciencias ex-perimentales, las tecnologías de la infor-mación y la comunicación o las huma-nidades, de modo especial la filosofía.Lo vemos reproducirse en publicacionesacadémicas y divulgativas, en los mediosde comunicación, en Internet y, por su-puesto, en la arena política del parlamen-to. La interdisciplinariedad refleja el ca-rácter complementario de las interpreta-ciones, pero también la dificultad paraconstruir una perspectiva integrada entrevisiones antagónicas. No se trata de unadificultad sólo intelectual, aunque ésta nosea menor, pues se argumenta desde pre-supuestos diferentes, en lenguajes dife-rentes y con expectativas de reconoci-miento público diferentes. Lo más rele-vante es que se trata de debates conalcance político, que afectan a regulacio-nes de derechos. Pero en el plano políticolos acuerdos que se alcanzan, y que seaplican legalmente, son contingentes, es-tán siempre abiertos a negociación.

Esto hace especialmente necesaria lacontribución de la filosofía moral. Aun-que sean, a su vez, diversos enfoques teó-ricos los que concurren, como elementodistintivo la filosofía moral introduce enlos debates un criterio metodológico yuna consideración sustantiva. El primerotiene que ver con el uso público de la ra-zón. Las cuestiones de ética práctica oaplicada pueden tener una dimensión po-lítica en la medida en que su regulaciónafecte al ejercicio de derechos. Tienensiempre una dimensión moral, pues lasdecisiones de ética práctica afectan almodo en el que ejercemos nuestras liber-tades. Como paso previo dicha contribu-ción comienza por apelar a la razonabili-dad de las interpretaciones como criteriopara su aceptación en los debates. La ideade razonabilidad implica que las posturasque se mantienen deben presentarse demanera razonada y documentada. Peroeso implica que están sujetas al escrutino

público, no sólo de los especialistas quesuscriben informes o de los políticos quenegocian su plasmación legal. Están suje-tas al escrutinio de la opinión pública.Tanto en un sentido como en otro, se en-cuentran permanentemente abiertas a surevisión argumentativa.

Por su parte, la consideración sustan-tiva que introduce la filosofía moral nosconduce al terreno de la responsabilidad.Ésta tiene que ver, de entrada, con la ac-tuación de los sujetos en el análisis y la de-liberación sobre las consecuencias quepueden tener las decisiones en cuestión.Cualquiera de ellas, en diferente medida,afecta a los derechos y libertades de los in-dividuos y, de manera derivada, al bienes-tar general. Algunas son imprevisibles.Muchas son anticipables. Otras son evita-bles. Con independencia de las responsa-bilidades legales, cuando las haya, quie-nes toman decisiones en materia de éticapráctica que afectan a terceros, por ejem-plo, en un comité de ética asistencial, nopueden moralmente desvincularse de susefectos. Su responsabilidad moral co-mienza en el momento de la deliberaciónpara lograr una decisión colegiada, peroya no desaparece.

Ahora bien, la apelación a la respon-sabilidad moral, aunque no respaldadapor un sistema de sanciones como en elcaso del derecho, actúa como incentivopara los intervinientes al abordar la tomade decisiones. Así, en efecto, la convier-te en un proceso argumentativo que ni-vela las posiciones al hacerlas visibles.Las confronta con la incómoda condi-ción de tener que actuar de manera argu-mentativa. Un proceso en el que compi-ten las interpretaciones entre sí, en elque la autoridad de las posiciones departida puede modificarse y en el querara vez pueden aplicarse sin más solu-ciones previas.

La idea misma de procedimiento se-ñala no sólo la sujeción de las delibera-

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ciones a normas, y su ralentización con-secuente, sino también la apertura finalde los acuerdos posibles, que difícilmen-te pueden anticiparse. El proceso, cuandopermite deliberar, actúa como garantía deimparcialidad. Plantea la necesidad deque las deliberaciones se basen en infor-mación contrastada y suficiente. Al final,remite a la condición de que los sujetosno pueden desprenderse de su responsa-bilidad una vez han tomado una decisión.Su responsabilidad moral no se ciñe a lasconsecuencias buscadas. Se mantienetambién con respecto a las consecuenciasno deseadas, tanto las previsibles comolas imprevisibles.

Es justamente la constelación de im-plicaciones de la responsabilidad moral,distinta de la responsabilidad legal, laque permite entender el alcance de las de-cisiones colegiadas y de las decisionespolíticas de ética práctica. Las delibera-ciones llevan a apreciar la problematici-dad de las situaciones en las que están enjuego las libertades de los individuos, ladefensa y el ejercicio de sus derechos.Ética del siglo XXI explora los entresijosde esta problematicidad a modo de un«programa de trabajo» en ética aplicada.Presenta los problemas no sólo en su en-crucijada teórica, explicados desde lasperspectivas más diversas y encontradasentre sí, sino desde la encrucijada de sudifusión pública.

Este propósito queda claro en el ca-pítulo sobre los medios de comunicacióny la infoética al retratar la paradoja de lasobreabundancia de información y la cre-ciente dificultad para educar el juicio,para discernir entre opciones rivales, paravalorar con ponderación. Pero se repro-duce en el resto de los capítulos. La pro-blematicidad de los conflictos morales seha transformado en la era de la globaliza-ción y de Internet. Es ahora más resolubleen la medida en que disponemos de másrecursos para responder a los retos que

plantea, pero la publicidad inmediata,global, de los acontecimientos los revistede una urgencia que, cuando menos,afecta a la mesura de los juicios y, portanto, a la búsqueda de las mejores razo-nes.

En ese mismo capítulo, Rubio Carra-cedo señala los muchos espacios de opa-cidad que se han creado por el cruce deinfluencias entre los medios de informa-ción, las empresas informativas, y elmundo de la política. Aunque no la única,la función de la ética debe comenzar «poruna tarea insistente de clarificación».Sólo así podrán verse con alguna claridadlos intereses, habitualmente ocultos, quellevan a renunciar o a restringir las aspi-raciones morales en el ejercicio del perio-dismo, que no son otras que las de supráctica en libertad. Y sólo así podrá edu-carse una opinión pública crítica que ac-túe de contrapeso real a los poderes esta-blecidos.

El papel de la información es deter-minante en el caso que analiza el capítulosobre ecoética y justicia ambiental. Tantopor la avalancha continuada de datos so-bre los riesgos de catástrofe ecológica,como por la creciente polarización que seha producido entre las posturas en liza.Si, por un lado, la información ha contri-buido a crear una nueva conciencia eco-lógica, su procesamiento y divulgaciónhan alimentado, por otro lado, una reac-ción desdramatizadora y crítica frente almovimiento medioambiental. Rubio asu-me parte de sus presupuestos frente a loque considera un fundamentalismo eco-logista y sostiene una visión revisada del«giro medioambiental» en la ética. Con-juga en su defensa hetedoroxa del desa-rrollo sostenible principios del humanis-mo, de «una orientación moderadamenteantropocéntrica», con una visión tambiénmoderada del ecocentrismo.

Los equilibrios no son espontáneos,por más que sean deseables, y en este te-

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rreno lleva a intentar mediar una distan-cia casi insalvable. La construcción de unenfoque global, integrado, conciliador, seformula como vía argumentalmente pre-ferible, pero no se ocultan los obstáculosde todo tipo que rodean su puesta enpráctica. Unos obstáculos similares a losque surgen en el análisis de las implica-ciones morales de las investigacionesbiomédicas y biotecnológicas. En su con-junto han imprimido un cambio de rumboen la trayectoria de la bioética, que expli-ca su creciente institucionalización, ytambién profesionalización, como prue-ban la creación de comités consultivosdel más alto nivel en buena parte de lospaíses y la ingeniería curricular que operaen los sistemas educativos para formarnuevos especialistas.

Cada vez menos circunscrita en ex-clusiva al campo de la biomedicina, labioética se desarrolla como una discipli-na que pone en conexión sus interesestradicionales con los enfoques de la ecoé-tica y hasta de la infoética, por los efec-tos, en este último caso, del tratamientode la información genética de los indivi-duos. Esta expansión reticular de las éti-cas aplicadas no ha tenido sólo una impli-cación práctica, que requiere contrastarlos resultados parciales de cada explora-ción sobre el trasfondo de sus relacionesinterdisciplinares. Ha supuesto un cam-bio teórico de hondo calado, como re-cuerda Rubio a lo largo del libro: una re-visión de conceptos básicos de la filoso-fía moral, de métodos de investigación,de ámbitos de estudio. Como resultado,no ciertamente esperado, ha cambiado supropia función social: como nunca antesla opinión informada de filósofos mora-les se publica, se consulta y es requeridaen ámbitos académicos y extraacadémi-cos. No se trata de una presencia hege-mónica pero aun siendo escépticos al res-pecto, cabe apreciar que se trata de unanueva presencia pública.

Puede que los dos trabajos que mejorilustran esta singular posición sean losdedicados al aborto y la eutanasia. Ponenal día investigaciones que se remontan alos años noventa y han ido publicándosedesde entonces, y aunque mantienen as-pectos esenciales en la argumentación,las propuestas han sido revisadas. Su lec-tura invita a analizar ambos debates, aho-ra reconstruidos con una perspectiva másamplia en sentido comparativo, desdeuna postura desprejuiciada, pero audaz,pues los argumentos se suceden como re-tos teóricos y prácticos que ponen encuestión supuestos como la reducción delaborto, que se presenta como inevitable,a una cuestión dilemática y trágica, que lahacen casi intratable científica y moral-mente. Es desde luego una cuestión com-pleja y problemática, pero la mejor formade enfocarla, sostiene Rubio, es reducir laambigüedad que la rodea, basada en in-formaciones incompletas, cuando no ter-giversadas, sobre los derechos que estánen juego en cada caso. Su postura revelauna actitud moral al tiempo que unaapuesta política, especialmente relevantepara el caso español: «Una severidad cie-ga de la política penalizadora», escribe,«además de ineficaz, denotaría un talantetan insensible como inhumano. Ahorabien, esta actitud no debe ser entendidacomo una claudicación. La posición mo-ral y legal ante el aborto se mantiene ínte-gra [su despenalización parcial], pero nose da incompatibilidad con una actitudcompasiva hacia quienes se ofrecen másbien como víctimas que como verdugos».

En el caso de la eutanasia, Rubio re-clama su reconocimiento como un dere-cho humano: «el derecho a elegir la pro-pia muerte de forma responsable y soli-daria». Su elección se encuentra encontinuidad lógica con el ejercicio de laautonomía moral. La describe como «au-tonomía para morir», basada en la capa-cidad de los individuos para su autolegis-

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lación moral. Las razones que ofrece sonmeditadas, no agotan la discusión, sinoque la iluminan de un modo inteligente.Abordan el carácter problemático de laelección de la propia muerte y la formu-lan de un modo razonable, con condicio-nes exigentes, como la presencia de losprincipios guía de la responsabilidad y lasolidaridad. Al final, apuntan a la necesi-dad, pedagógica y terapéutica, de crearuna «cultura de la eutanasia».

Los argumentos pedagógicos se en-trecruzan también en los dos capítulosque cierran el libro. En el primero deellos, sobre ética y corrupción política,Rubio defiende la necesidad de una nue-va educación política, que contrarrestelos excesos de la partidocracia y permitaa los ciudadanos recuperar su capacidadde acción cívica. A pesar de la percep-ción generalizada que revelan las encues-tas sobre la imposibilidad de erradicar lacorrupción política, lo cierto es que,como también ponen de manifiesto, porejemplo, los informes anuales de Trans-parencia Internacional, la corrupción noes ni un fenómeno uniforme entre las de-mocracias ni en todos los casos tiene unaimplantación semejante. Hay países don-de el funcionamiento de las institucionespúblicas, desde el parlamento hasta la ad-ministración de la justicia, y la existenciade una opinión pública y una ciudadaníavigorosas hacen que los efectos de la co-rrupción sean menores. Rubio los men-ciona con admiración y con una cierta de-sazón al comprobar la distancia que lossepara de las democracias más jóvenes,la española entre ellas, todavía muy vul-nerables a sus efectos.

Un papel no menos relevante tienela educación moral en el aprendizaje delas nuevas formas de convivencia quetrae consigo lo que Rubio llama el para-digma de la interculturalidad. A su jui-cio, sólo un nuevo diálogo intercultural,orientado por el programa de los dere-chos humanos, puede hacer frente a estereto. En su formulación se cifra el senti-do de una ética universalista para el si-glo XXI, elaborada sobre una concepciónuniversalista no eurocéntrica. El capítu-lo es representativo del espíritu del libro.El conocimiento de la tradición moraloccidental lleva a explorar los recursosque permitirían una conciliación conotras tradiciones morales. Puede que nose logre una síntesis definitiva, el mesti-zaje es un proceso continuo, pero elacercamiento es ya de por sí valioso,pues constituye una de las condicionespara guiar la convivencia de los indivi-duos en el mundo intercultural.

La educación, del juicio moral y dela actitud cívica, nos expone a este nuevomundo, tan conocido en sus rasgos super-ficiales y tan poco explorado en la diver-sidad de sus manifestaciones. El libro noes exactamente una introducción a la éti-ca, es una propuesta, un programa de éti-ca y, de modo singular, de ética prácticapara nuestro tiempo. Escrito de modoágil, ilustrado con referencias reconoci-bles, pensado como argumentación abier-ta, es, en definitiva, un libro lleno de inte-ligencia práctica que merece la pena leer.

José María RosalesUniversidad de Málaga

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FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS E HISTÓRICOS PARA UNAHISTORIA CONCEPTUAL

Faustino Oncina Coves: Historia concep-tual, Ilustración y Modernidad, Barcelo-na, Anthropos Editorial; México, Univer-sidad Autónoma Metropolitana, Cuaji-malpa, 2009, 254 pp.

Uno de los efectos de la aceleración revo-lucionaria e industrial que terminó supri-miendo, entre otras cosas, la concepciónde un estado estamental ha sido la cons-tante necesidad de describir el sucedersede aquellas notas que supuestamente da-rían con la clave para descifrar el sentidode los tiempos. Nuestra época —se ha di-cho— ya no es la de la era de la informa-ción, la sociedad no aspira ya a organi-zarse ni a entenderse a sí misma en virtudde nuestras capacidades lógicas ni com-putacionales. Nuestra época parece sim-patizar más bien con lo que algunos hanllamado la era conceptual. Las acelera-ciones producidas por la técnica en la an-terior era, la de la información, y la pro-funda alteración sobre la estructura y sen-tido de las acciones consecuencia de laarticulación y transmisión de los sistemasde comunicación en la era de la informa-ción, si no desaparecen, habrán al menosde convivir con la indagación de las va-riaciones de los conceptos en el tiempocomo expresión de una mutación del con-texto social, político y cultural. Pareceráa algunos una descripción un tanto gran-dilocuente pero si nos fijamos en la con-solidación de la llamada Begriffsges-chichte o historia conceptual, así comoen el impacto que dicha perspectiva his-tórica y filosófica ha ejercido sobre otrasdisciplinas, tal vez nos percatemos deque ni el tiempo histórico, ni el tiempocultural se perciben ya de la misma ma-nera.

El libro de Faustino Oncina, Historiaconceptual, Ilustración y Modernidad, esfruto de una investigación dedicada a laindagación semántica de la historia con-sistente en la interpretación y análisis deconceptos con el fin de ahondar en las ex-periencias que constituyen el tiempo his-tórico evitando así en lo posible continui-dades equívocas o interesadas. Este últi-mo aspecto hace que esa tarea semánticase conjugue con una cierta potencia heu-rística.

Los distintos capítulos que compo-nen el libro dan cuenta de esa doble face-ta presente en el proyecto para una histo-ria conceptual al que consagró su investi-gación el historiador Reinhart Koselleckfallecido en febrero de 2006. El libro deFaustino Oncina no sólo está compuestode perspectivas y temáticas de índole his-tórica, política y filosófica sino que re-presenta un auténtico repertorio teóricodonde con imparable prolijidad se aúnan:argumentos, aclaraciones, informacio-nes, excursiones documentadas, notaseruditas, etc., a cuyo través aparece final-mente la imagen y el sentido de la empre-sa teórica de la Begriffsgeschichte en laque el autor es uno de esos especialistasque no escasea atenciones al tema que leocupa: proyectos de investigación, entre-vistas, ediciones, congresos, revistas,diccionarios, tesis doctorales dirigidas,artículos, libros y páginas webs, sus ex-cursiones y contribuciones en este ámbi-to de investigación (junto al no menosvalioso realizado por otros colegas cola-boradores suyos) explican el porqué de lafuerza y creatividad de este enfoque teó-rico y práctico dentro y fuera de nuestrasfronteras. También de todas estas activi-dades da cuenta Oncina con sobriedadpero sin prejuicio en este libro, algo que

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se agradece cuando se lee un trabajo deestas características porque abunda conello en la idea de que el quehacer teóricoes fruto no sólo del estudio paciente y lainvestigación realizada durante décadas,sino de la acción y el trabajo colaborati-vos. En este sentido, esta publicaciónserá de gran ayuda para investigadores dedisciplinas distintas a la propiamente fi-losófica o a la histórica, porque es visi-blemente el resultado del esfuerzo espe-culativo —de aproximación, consigna-ción y exploración— para fijar unadeterminada concepción del tiempo his-tórico en su potencial heurístico. En nin-gún caso divulgativo, pese a la claridadcon la que está escrito y al escrúpulo conel cual se acota en cada capítulo el ar-gumento y la temática, lo cierto es queexigirá del lector reproducir el esfuer-zo teórico que hilvana esta historia con-ceptual atravesada de Ilustración y mo-dernidad.

Faustino Oncina sostiene que la his-toria conceptual, en sus distintas modula-ciones (la de R. Koselleck, H.-G. Gada-mer, la del llamado Collegium de Müns-ter donde estarían representados J. Ritter,H. Lübbe y O. Marquard, así como esaparticular variante que es la metaforolo-gía de H. Blumenberg, y la de Q. Skinnery J. Pocock) no son sólo una investiga-ción sobre el contenido semántico deconceptos, sino más bien un análisis so-bre la modernidad en donde —para loscitados autores a excepción de los dos úl-timos— la semántica no está desvincula-da de la pragmática en el sentido de queel concepto de Magistra Vitae, más queuna enseñanza para evitar la repetición deacontecimientos, nos ofrece los topoi conlos cuales bosquejar una ciencia del pro-nóstico que haga comprensible por quépueden acontecer historias en general.Por decirlo con toda brevedad, la pregun-ta fundamental estriba en si existe o nouna teoría histórica mínima (p. 67).

Oncina llama la atención sobre el he-cho de que el afán de Koselleck por evitaruna perspectiva normativa de la historiaparece contradecir la doctrina transcen-dental sobre las condiciones de posibili-dad de la historia en que se basa su histo-ria conceptual, pues ese formalismo no esneutral sino que está constituido por pa-res conceptuales que funcionan como ca-tegorías antropológicas formales proce-dentes de discursos como el de C.Schmitt. A consecuencia de ello, el análi-sis de la (pato)génesis de la modernidadestá «doblado de ética» en el sentido deque pensar en las condiciones de posibili-dad de acontecimientos es plantear, en elfuturo, unos márgenes flexibles para laacción en comunidad fruto de una ciertaconciencia crítica. En ese sentido, Oncinareivindica la Ilustración «no como unaciudadela monolítica, sitiada hoy por do-quier, ni como el paradigma maniqueodemonizado por esta generación, sinoprecisamente por su carácter coral y auto-rreflexivo […] La Ilustración es estrati-gráfica, polifónica, y no siempre rimacon el pathos apocalíptico de la revolu-ción ni con el fundamentalismo ético. Elquiliasmo ilustrado no consiste en una re-troalimentación recíproca entre precipita-ción y deber ni, consiguientemente, se re-suelve en la síntesis de un imperativo ve-lociferino» (pp. 18 y 19). Así es como,paradójicamente, el proyecto de la histo-ria conceptual no puede cercenar a la éti-ca en su diagnóstico de la modernidad nien su particular pronóstico del porvenirentregada como está a la demarcación delos cauces de la acción puesto que la«“contemporaneidad de lo no contempo-ráneo”, sirve de observatorio privilegiadopara detectar lo que ha descabalgado elritmo atropellado de nuestra civilizacióny sus engendros: la frustración, exclusióny marginación de los encallados» (p. 19).

El filósofo ilicitano presenta una in-dagación en clave histórica en torno a

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ciertas figuras determinantes en la filoso-fía ilustrada y moderna (G. E. Lessing,J. G. Herder, I. Kant, J. G. Fichte, etc.),así como de algunos conceptos tan con-trovertidos como el de contrato, ontolo-gía del arcano, masonería, sociedades se-cretas, sociedad civil, idealismo, paz, etc.Aunque de modo especialmente concilia-dor por lo que hay en él de indagación ge-nealógica, lo cierto es que el libro sostie-ne finalmente una visión crítica sobre lahistoria conceptual defendida por Kose-lleck, al tiempo que ofrece una compren-sión alternativa acerca de los conceptosque ocuparon a aquél.

Tal vez sea el capítulo dedicado aLessing (pp. 79-123) aquel en el que me-jor se pueden rastrear algunos de los másconsistentes argumentos en clave históri-ca que utiliza Oncina para criticar la con-cepción de Koselleck acerca de los su-puestos orígenes, el significado último,así como el alcance político de los postu-lados ilustrados. La idea de fondo es queKoselleck habría confundido interesada-mente el concepto de masonería con el desociedades secretas (nota 2ª p. 126). Apartir de su interpretación de dos textosfundamentales de Lessing, La educacióndel género humano y, sobre todo, Diálo-gos para francmasones, Oncina hace no-tar que para Lessing la historia es comoun diálogo ininterrumpido donde ningu-na parte puede disolver a otra parte ydonde todas las partes son concebidasbajo una tensión, y una disputa también,en busca de la unidad. Lessing cifra enesa tensión (en busca del Uno —Hen kaìPan) la condición de posibilidad de la co-munidad. En ese sentido «la masoneríafunciona como anticipación de la vida delespíritu, y la vida del espíritu es el Uno yel Todo, las buscadas no pueden ser obrasque reposen en algún tipo de división en-tre los hombres» (p. 92). En los Diálo-gos, Lessing también advierte que en elplano discursivo la búsqueda de la verdad

es en cierto modo escéptica si se comparacon la acción, pues sobre esta última noplanea el secreto y acertijo procedente delas palabras: manifestación práctica deuna verdad interior a cuya producciónestá destinado el discurso. El error de Ko-selleck habría consistido en no captar quela ontología de la masonería de Lessingno corresponde con la que aplicaba suépoca cuando convirtió a ésta, en parte,en una extensión de la conciencia moraly, en parte, en un tribunal de la políticacon el fin de que esa forma de unidadconcebida bajo el concepto de Estado pu-diera por fin controlar a los miembros dela sociedad. Muy al contrario, Lessing«define el poder despótico como aquelque le sustrae a la sociedad espontanei-dad e iniciativa propias y bloquea inclusola autoorganización posible» (p. 97). Endefinitiva, Oncina sostiene que Lessinghabría, de alguna manera, «barruntado laligación entre fundamentalismo moral yterror. Por eso no apuesta por una políticarevolucionaria. De ahí que el sabio nopueda decir lo que es mejor callarse. Nose puede traducir de manera inmediatauna verdad teórica en una verdad prácti-ca, ni una verdad moral en una verdadpolítica» (p. 99).

Como consecuencia de esta concep-ción de la política y de la moral, el objeti-vo de la masonería consiste en neutralizardiferencias (injustas) producidas por lasociedad civil con el fin de ir más allá dela función del Estado, el cual cifra enellas precisamente su razón de ser. Sinembargo, el propio Lessing se mostró yaescéptico cuando observó que el poderhabía llegado a domesticar a la masoneríaal introducirla dentro del mecanismo es-tatal y, por ende, del despotismo ilustra-do. La descripción del planteamiento deLessing es importante para subrayar larecepción que hizo por ejemplo Herderde aquél y, a la postre, para llegar en partea entender los orígenes de esa visión ses-

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gada de la Ilustración que en ocasioneshabría realizado Koselleck. En efecto, enHerder el panteísmo no conduce a la con-templación de la unidad práctica de todossino que «el hombre […] disfruta estéti-camente de la gloria del infinito y apren-de a adorar las individualidades naciona-les, sin esgrimir jamás la pretensión desuperarlas» (p.113). Pero por ello mismoes, en definitiva, a este último autor aquien habría que achacar un cierto anun-cio del historicismo.

De especial interés es el modo en queOncina concibe, a la luz de la concepciónde Herder del nuevo diálogo no entrehombres sino entre naciones (o naciona-les mejor dicho) y personalidades la fun-ción atribuida posteriormente por Hum-boldt y Schleiermacher a las universida-des. «El reino del espíritu deja de ser unaorientación crítica para la acción munda-na y es engullido por los grandes espíri-tus, que pueden convivir apaciblementecon las contradicciones, los prejuicios ylas calamidades de la realidad» (p. 117 yss.). En definitiva, sería a partir de la lec-tura invertida de los Diálogos de Lessingcomo habría que entender ese retorno auna concepción mítica del tiempo queimpregnaría unas décadas después esa vi-sión de la filosofía alemana como una es-pecie de milagro ungido del sentido ocul-to de antiguas revelaciones y que estaríapresente en «la ideología alemana hastala Segunda Guerra Mundial» (p.123).

A riesgo de equivocarnos, puede de-cirse que así como Oncina, al rastrear enla obra de Lessing (entre otros autores),

comprende que es a partir de él como encierto modo habría que reconsiderar lapreocupación ilustrada acerca de la con-ciliación entre el elitismo implícito entoda organización secreta y el ideal mo-derno de una sociedad democrática, Ko-selleck, por el contrario, habría en el fon-do cargado las tintas en la posterior cone-xión del derecho con el problema de lahistoria.

En efecto, algunas de las aporías ytensiones a las que nos referíamos arribase han intentado resolver a través del rit-mo temporal del derecho. Ritmo tempo-ral en el cual atisba Koselleck (teniendosiempre a la vista la investigación históri-ca) ese conjunto de formas de regulaciónnecesarias para llevar a efecto su aplica-ción en todo tiempo. Oncina llama laatención en el penúltimo capítulo (y, encierto modo, también en el último) sobrela controvertida naturaleza de los presu-puestos y conflictos teóricos de una pre-sunta temporalización del derecho (en elpensamiento de Fichte y en el de Kant) y,a la postre, nos brinda con ello una im-portante clave de interpretación acerca dela influencia que ejerció sobre Koselleckeste planteamiento en torno a la posibili-dad de valorar y consignar estructuras le-gales repetibles con una cierta vigencia alargo plazo en el caso de la teoría del de-recho, pero ¿y en el la investigación his-tórica?.

María G. NavarroUniversity of Amsterdam/IFS-CSIC

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