la catorce. novela

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  • LA CATORCE

  • OBRAS DEL MISMO AUTOR

    NOVELAS

    Sanars el pan.., (Primer premio en el Concurso de no-velistas del siglo XX.) (Cuarta edicin.)

    Corazones sin rumbo. (Octava edicin.)Un grito en la noche. (Novena edicin.)Muecos. (Cuarta edicin.)

    EN PREPARACINLOS OJOS VERDES.

    NOVELAS CORTAS

    Nj amor ni arte. Cuesta abajo. La celada deAlonso Quijano.Mi primera aventura.El misteriode los ojos claros.Los cigarrillos del duque.Lapaz del hogar.la excesiva bondad.el crimen de lacalle de ponzano.sol de crepsculo.

    TEATRO

    El deber. Comedia en dos actos. (En colaboracin.)La otra. Comedia en un acto. (Idem.)EN la BOCA del LOBO. Drama en un acto.La Goya. Drama en un prlogo, un acto y un eplogo.La sombra. Comedia en tres actos. (En colaboracin.)Uno menos. Drama en un acto.El torrente. Comedia en cuatro actos.

    VERSOS

    Para ella y para ellas. (Segunda edicin.)

  • US

    Pedro Mata

    LA CATORCENI AMOR NI ARTE.

    LA CONDENACIN DEL P. MARTN.CUESTA ABAJO

    NOVELAS

    OCTAVA EDICIN

    MADRIDEDITORIAL PUEYO

    CALLE DEL ARENAL, 6.

    1920

  • ES PROPIEDAD

    Copyright by, PedroMata, 1920.

    Imprenta Helnica. Pasaje de ia Alhambra, nm, 3, Madrid.

  • A lYlarceliano Santamara

    Pintor ton admirable y amigo tan excelente que

    quien le trata no sabe qu le cautiua ms: si la

    admiracin al artista o el afecto por la persona.

    Recuerdo de una tarde encantadora de primaue-

    ra pasada en Amaniel frente a la perspectiva azul

    del Guadarrama, ante unas lonchas de jamn deBurgos y unos uasos de uino de la tierra.

  • IMi barrio arde en fiestas. Mi barrio es el msclsico, el ms chulo, el ms castizo de todos lo*barrios de Madrid. En l fu donde hall D. Ra-mn de la Cruz los personajes de sus sanetes, yen donde encontr los modelos de sus tapices in-mortales el inmortal D. Francisco de Qoya. Yo soydel Avapis.Hace tres das que el Avapis celebra su verbena;

    la ms alegre, la ms rica, la ms rumbosa de lasverbenas de Madrid. Cada calle es una romera, cadasolar un baile; cada balcn un enjambre de mujeresbonitas. En cada esquina un arco de enramada suje-ta un foco elctrico; guirnaldas de trapo y cadenetasde papel de colores engalanan las tiendas, y de facha-da a fachada cruzan hilos con farolillos de papel deseda y globos chinos de papel de arroz. Tabernas,cafetines y buoleras se han posesionado del arro-yo; en l estn tambin los puestos de helados y re-frescos vistosamente adornados como las tiendas, conguirnaldas de hojas y papel de colores, todos llenosde gente que charla y re sin cesar de beber. Los co-ches pasan lentos, con el caballo refrenado, sortean-do hbilmente la valla de veladores y banquetas, de-

  • PEDRO MATA

    tenidos a cada instante por el flujo y reflujo de lamuchedumbre que afluye en oleadas por las bocaca-lles... Ah va... eeeh! Al grito, la gente abre un mo-mento paso, y el cochero arrea de nuevo, despacio,lentamente, siempre con el caballo refrenado, pru-dente y precavido, Ah va... eeeh!Tocan las msicas; los organillos giran frenticos.

    Guitarras y bandurrias llenan el aire con las notasbravias de las jotas aragonesas y los ayes melanc-licos de las canciones andaluzas y el estribillo cana-llesco de los tangos de moda. La gente se estruja en-tre los puestos de juguetes, de bisutera barata, defrutas y de flores. Chillan los chicos, vocean losvendedores. Todo es ruido, confusin, bullicio y ale-gra. El Avapis celebra su verbena.

    * * *

    Hace veinte aos, cuando yo era estudiante y creasinceramente que una de las primeras obligacionesde todo buen estudiante de Medicina es no perderuna sola verbena, los bailes se celebraban en la vapblica, en medio del arroyo, a todo lo largo de lacalle desde esquina a esquina. No se dejaba librems que las aceras. Todo lo dems quedaba limita-do por unos postes de madera envueltos en telas decolores y ramas de pino a modo de guirnaldas. Ban-das de percalina roja cerraban el rectngulo de pos-te a poste, y sobre l se extenda un toldo polcromode cadeneta, del cual penda un centenar de faroli-tos, A uno y otro lado, sobre los cuadros de follaje

  • LA CATORCE 9

    que formaban las puertas irradiaban dos arcos vol-taicos torrentes de luz. Dentro, el suelo se habaigualado con capas de arena apisonada. A lo largode las bandas de percalina se extenda una hilera debancos, y en una esquina, triunfante sobre una tari-

    ma de madera, se ergua el organillo vistosamenteengalanado tambin con flores y guirnaldas. Convie-ne puntualizar perfectamente todos estos detalles

    para ilustracin, conocimiento, asombro y aun envi-dia de la generacin actual, que no ha tenido la for-tuna de poder apreciarlos visualmente.Todos los balcones de la calle estaban abiertos y

    encendidos. Cada uno era un pretexto para lucir unacolcha de Damasco o un mantn de Manila, y cuan-do no haba mantn de Manila ni colcha de Damas-co, tiras de percalina roja y gualda, vistosas colgadu-ras de los colores nacionales. De barandilla a baran-dilla, de fachada a fachada, cruzaban en zis-zas loshilos de cadeneta, los farolitos venecianos, los gran-des globos de papel de seda que el viento haca osci-lar con regular vaivn. Abajo, en las aceras, las tien-das multiplicaban las luces, las guirnaldas, las flores,

    ocultando las muestras, tapando los escaparates, des-figurando las fachadas, en un alarde de presuncin,en un loco afn de vanidad y de competencia, pose-das del ciego orgullo de ser las mejores.En el baile se reuna la flor de la calle y la espu-

    ma del barrio; los mozos rumbosos y las hembrasbonitas; ellos con los ceidos pantalones de talle, ylas botas de charol, y los gallardos sombreros cor-dobeses, y las camisas de seda cruda con las cifras

  • 10 PEDRO MATA

    bordadas; ellas con las vistosas blusas llamativas, lacrujientes faldas almidonadas y los mantones de Ma-nila de vivos colores; los mantones rojos, los manto-nes azules, los mantones blancos, los ricos mantonesde figuras exticas de pjaros y flores y chinos concarita de porcelana; y los grandes pendientes de bri-llantes, las orlas de esmeraldas; las manos cuajadasde sortijas, clsicas lanzaderas de afiladas puntas; ylos artsticos peinados llenos de encarnados clavelesque destacaban en el pelo como manchas de sangreentre la constelacin de las peinetas.

    Se empezaba a bailar a las nueve de la noche, y alas cinco de la madrugada se bailaba an. Se desha-can los peinados, se caan los claveles, se ajaban lossemblantes, se arrugaban las faldas, las crujientesfaldas almidonadas; tirbanse sobre los bancos lospesados mantones de Manila, las chaquetas y los cor-dobeses; se bailaba en mangas de camisa, pero sebailaba. Y cuando no se bailaba se beba; grandesbarreos de sangra, vino y limn helado con peda-zos de melocotn; la rica sangra que alegra y noemborracha.Ya no hay bailes callejeros. Todo eso acab. Un

    alcalde de Madrid que, naturalmente, no era ma-drileo ni era artistade ser madrileo no se hubie-ra atrevido; de ser artista habra sabido que el artistams grande es el que mejor siente el temperamentode su raza, suprimi un ao los bailes en la va p-blica, con el ftil pretexto de que interrumpan lacirculacin y molestaban a los vecinos. Como si alos vecinos de los barrios bajos les pudiera molestar

  • LA CATORCE 11

    la alegra ni les importase un comino la circulacin!Puestos ya en la pendiente, todas las autoridades quese sucedieron colocaron su chinita para quitarle aMadrid su diversin ms popular. Sera muy curiosoabrir una informacin para llegar a conocer las ver-daderas causas de este odio terrible que las autori-dades de la villa y corte han sentido contra las ver-benas. No contentas con suprimir los bailes calleje-ros, impusieron arbitrios sobre los arcos de follaje,los focos voltaicos, las tiendas engalanadas y los so-lares que se utilizaban como salones. Y no sabiendoya qu discurrir, discurrieron la idea ms peregrinaque puede concebirse: trasladar las verbenas y lle-vrselas todas a la Florida. Las de San Juan y SanPedro, que no tenan quien las protegiese, se resig-naron mansamente a la mudanza. La del Carmenech a correr despavorida desde la calle de Alcal,cruz todo Madrid, y como una chica asustada serefugi en el barrio de Chamber, donde los vecinos,hurfanos de fiestas y hambrientos de alegra, la reci-bieron con los brazos abiertos; gritos de entusiasmo,disparo de cohetes, bandas de msica y bailes y or-ganillos. Seor, lo que ella se mereca, lo que es unaverbena!

    La pobrecita de la Magdalena se muri sobre laslosas del barrio de Hortaleza, sin encontrar quien laamparase.

    En cambio con las de San Cayetano, San Lorenzoy la Paloma no hubo quien se atreviese. Las tres ver-benas se plantaron en jarras como buenas chulas des-garradas y bravias, y le dijeron a la autoridad que

  • 12 PEDRO MATA

    no... Vaya, que no... que no poda ser aquello... Quhaba de ser! Cualquiera les quitaba su verbena alas cigarreras de Embajadores y a las verduleras dela Cebada y a las majas del Avapis! Vaya, que no...que no poda ser aquello. Y no fu. La autoridadbaj la cabeza y las verbenas siguieron y siguen yseguirn por los siglos de los siglos mientras hayasangre madrilea en las venas; con las tiras de cade-neta de colores y los farolillos a la veneciana y losmantones de Manila y los estrepitosos organillos.Y los bailes. Oh, tpicos bailes de verbena, ence-

    rrados entre dos esquinas, con vuestros postes torci-dos y vuestras ramas de pino verde y vuestros faroli-llos de papel y vuestros barreos de sangra! Unaautoridad municipal, prosaica y grosera, intent aca-

    bar con vosotros; pero vosotros, como el ave Fnix,

    inmortales, resurgisteis de vuestras cenizas. Qu sonlas kermesses, a pesar de su extico nombre, msque los tpicos bailes verbeneros? Qu somos losque a ellas acudimos, ms que chisperos de D. Ra-mn de la Cruz y manlas goyescas, madrileos ne-tos, clsicos y castizos?

    La verbena subsiste. Viva la verbena!

  • II

    Y cul es el origen de la verbena? Yo no lo saba,pero como un buen novelista tiene la obligacin desaber estas cosas, fui a preguntrselo a un sabio ami-go mo que lo sabe todo. El trabajo que me costdar con el tal sabio! Todo el da me pas buscndo-le, y cuando ya, desesperado, renunciaba a la idea detopar con l, he aqu que a las doce de la noche leencuentro, dnde? Dnde ha de ser! En el propiocorazn de la verbena, en la propia plaza del Ava-pis, sentado ante la puerta de una buolera devo-rando un churro. Srvenle de contertulios y acompa-antes un mozo barbilampio de gorra de visera,bajo la cual los aladares se prolongan hacia la caraen rizosos y alborotados tufos, pantaln de odalisca

    y un paolito de seda roja anudado graciosamente alcuello; y una moza como de veinte aos, vivaracha

    y alegre, con una cara muy expresiva y unos brazosmuy blancos, muy bien modelados, que asoman des-nudos entre los ecos sedeos del mantn de espuma.Sobre la mesa, en consorcio muy digno con un mon-tn de churros, tres vasitos mediados de aguardiente,un tiesto, un monigote de cartn y un pito, hay doslibros pequeos, uno encuadernado en pergamino

  • 14 PEDRO MATA

    marfileo y sobado; otro nuevo, sin desflorar an,que dice en la cubierta: Fisiologa de la caridad.Mi querido Felipe... Chico, cunto me alegro!...

    Precisamente iba buscndote. Me vas a hacer un fa-vor. Necesito saber cul es ei origen de la verbena.Conque el origen de la verbena, eh?me con-

    testa balbuciendo, tratando de deglutir la masa quele llena la boca . Conque el origen de la verbe-na?. Se bebe de un sorbo el vaso de aguardiente,carraspea un poco, enciende un cigarro, chupa, memira y dice: Bueno, pues, vers. T sabes que lossacerdotes feciales... Felipe, por Dios! grito aterrado.Felipe, impertrrito, me mira y sigue:T sabes que los sacerdotes feciales eran en la

    antigua Roma los rbitros de la guerra y la paz.Cuando iban a cumplir su alta misin llevaban en lamano un ramo de verbena. Como los dulidas y lasdulidesas, la verbena era su atributo. Y como los du-lidas y las dulidesas, iban al campo a recoger la plan-ta sagrada la segunda noche del solsticio de verano.Y la segunda noche del solsticio de verano, la mscorta del ao, es precisamente la noche del 23 al 24de Junio, es decir, la noche de la verbena de SanJuan. La verbena de San Juan ha sido, pues, la pri-mera verbena, y su origen se remonta a una fiesta

    religiosa que celebraban los romanos, que la apren-dieron de los griegos, los cuales a su vez la habanaprendido de los celtas. Todo esto quiere decir, miquerido amigo, que cuando esta joven, a quien tengoel honor de presentarte, Paca la del Olivar, ha baja-

  • LA CATORCE 15

    do esta noche a comprar este tiesto de verbena queaqu ves...Y que est a su disposicin-interrumpe gra-

    ciosamente la aludida, cogiendo la maceta y presen-tndomela. Felipe la mira de alto abajo, da dos chu-petones al pitillo y sigue:

    Todo esto quiere decir que cuando esta joven habajado esta noche a comprar su tiesto de verbena, arecoger la verbena, no ha hecho ms que cumplir lamisma prctica que hace treinta y cinco siglos cele-braban sus progenitores y coprofesionales, las sacer-dotisas celtas, porque ya habrs comprendido queesta joven tambin es, a su modo, una sacerdotisa.Servidora.

    Felipe, sin mirarla, contina:

    La verbena, pues, es de todas las fiestas popula-res la ms genuinamente espaola. Ya ves si ser es-paola, que la venimos celebrando hace treinta y cin-co siglos.

    Que ya son aosobserva el chulo sentenciosa-mente.

    Muchos, verdad?pregunta la moza.Tres mil quinientos replica Felipe.Gach!responde el chulo todo asombrado.Pues an hay msagrega mi amigo. Toda-

    va hay ms.Un confuso rumor de voces y gritos, de vivas y

    aplausos, mezclado con retintn de cascabeles, le in-terrumpe y nos obliga a volver la cabeza.Qu es eso?Eso son las calesas, las clsicas calesas del si-

  • 16 PEDRO MATA

    glo XIX, que atraviesan la plaza con las muchachaspremiadas en la kermesse. Son las manlas del Ava-pis que van a la Latina. Son las majas de San Loren-zo que van a saludar a sus hermanas las de laPaloma.Mi amigo l sabio no puede contenerse; se pone en

    pie de un brinco; da un papirotazo al sombrero, quecae jcaramente sobre una ceja; alza en alto el vasito,y con los ojos brillantes de alcohol y de entusiasmoruge:

    Ole las mujeres bonitas.. ! Preciosidades...! Mevoy a gastar con ustedes veinte mil duros...! La voy

    a usted a comprar...!

    No dice lo que va a comprar, porque las calesashan pasado y las muchachas ya no pueden oirle. Perocomo si quisiera completar la frase, a lo lejos, depronto rompe a tocar un organillo:

    Por ser l Virgen de la Palomaun mantn de la China-na,Chi-na-na, Chi-na-na,un mantn de la China-na,te voy a regalar.

  • III

    Felipe Carvajal es un sabio, un verdadero sabio noen el sentido restringido y moderno, sino en el am-plsimo y hermoso que los griegos daban a la pala-bra sabidura.La necesidad que las ciencias han tenido de rami-

    ficarse en materias y subdividirse en especialidades,

    ha hecho desmerecer mucho, y con sobrada razn,el papel del sabio en el concepto pblico. Hay unaenorme diferencia entre el sabio de hoy y el sabio deayer. El de ayer era un enciclopdico, un hombre devasta erudicin, que acaso podra saber las cosas mal,pero que saba muchas cosas y, sobre todo, que as-piraba a saberlas con la exclusiva y filantrpica fina-

    lidad de perfeccionar la moral y mejorar el bienvivir; astrnomo y gramtico, matemtico y retrico,historiador y metafsico, todo en una pieza, sus co-nocimientos arrancaban de la cantera pura y limpiade la especulacin filosfica, que por algo es la filo-sofa la madre cariosa de todas las ciencias. Pr-digo y generoso de la suya, la derramaba a manosllenas y a grito pelado, lo mismo a los postres de unbanquete, que en la intimidad de un gineceo, que enlas losas del Prtico, que bajo los rboles frondosos

    2

  • IB PEDRO MATA

    de la Academia; discuta con los otros filsofos, alec-cionaba a sus discpulos, alternaba con las cortesa-nas, departa con los esclavos, y si vena a cuento,que sola venir muy a menudo, no se desdeaba entomarse mano a mano dos kantharos de Kios con elprimer ciudadano libre que le invitaba a ello. El sa-bio de hoy, por el contrario, es un sr hurao, re-trado, casi siempre grosero, la mayora de las vecesmal educado, profundamente ignorante, fuera de laespecialidad a que se dedica, que vive alejado deltrato de las gentes, amadrigado en el fondo de un ta-ller o de un laboratorio hasta conseguir, a fuerza detenacidad o de estudio, la realizacin material de unaidea que le puede valer gloria y dinero, ay! quizsms dinero que gloria. La Ciencia me perdone, perosospecho que en el noventa y siete por ciento de loscasos, dentro de cada sabio se esconde un merca-chifle.

    Carvajal no es as. Carvajal es un sabio a la mane-ra griega. Vive en el aura popular de la calle, en ple-no arroyo y en democrtica comunicacin con lasgentes; frecuenta los prostbulos, visita las tabernas,

    habla con todo el mundo, y est siempre dispuesto atomarse dos copas de lo tinto con la misma filosficadelectacin que sus antecesores atenienses. Comoellos, sabr las cosas mal, pero sabe de todo; de todoentiende y de todo discute. Ante un tribunal rgido, esposible que saliese a suspenso por asignatura; peroen cambio, en una disertacin atenesta, deja a susoyentes embobados y patidifusos. Y lo ms admira-ble de todo es que estos mltiples conocimientos no

  • LA CATORCE 19

    le sirven en la materialidad de la vida absolutamente

    para nada. Colocado siempre en el puro terreno dela especulacin filosfica, Carvajal desdea todo loque pueda parecerse a positivismo utilitario, desdeael dinero, la gloria, las pompas y vanidades de estemundo. Su vida vegetativa es de una sobriedad quemete miedo. Si no habita como Digenes dentro deun tonel, no es ciertamente por falta de valor y deconvicciones, sino porque las autoridades municipa-les no se lo consienten Pero se desquita no pagandoal casero ms que cuando es absolutamente impres-cindible.

    Por lo que atae a la parte fsica, Felipe Carvajalcuenta treinta y dos aos; es alto, esbelto, fuerte ybien constituido; tiene unos ojos negros que las mu-jeres alaban mucho, y un pelo crespo y abundanteque constituye la envidia de sus compaeros; tieneuna boca sensual y graciosa, y una cicatriz en la me-jilla izquierda que le corta la cara desde la oreja a lasnarices, recuerdo expresivo de una celosa bragada yvengativa. Esta cicatriz le ha dado a Carvajal muchocartel. Desde Salitre a Caravaca, desde el Amparohasta Argumosa, no hay en el barrio saln de peinar,tupi ni portera donde no la conozcan y no haya me-recido alguna vez un comentario y un elogio. Conms desaprensin y menos vergenza, otro quizshabra encontrado en ello un medio de vivir. PeroCarvajal en este punto es un hombre muy digno, queno acepta de las mujeres ms favores que aquellos deque la Naturaleza las dot. Si ellas, con el derechoincuestionable de su libre albedro, quieren ser pr-

  • 20 PEDRO MATA

    digas y generosas de su cuerpo, l lo es de galanteray de desinters.Y todava tiene Carvajal otra condicin admirable

    que no debe quedar en el secreto: el culto devotsi-mo que rinde a la amistad. Segn l, la amistad es elnico afecto verdadero, puro y sin egosmo, porquees el nico que nos es dable escoger libremente. To-dos los dems se nos imponen; no elegimos la patriano elegimos los padres; no elegimos los hijos; no ele-gimos siquiera la mujer, porque a ella nos impulsanfatalmente el amor y el instinto. Pero el amigo, s; elamigo depende de nuestra voluntad; est en nuestroalbedro admitirle o rechazarle. Nada nos obliga amantener una amistad que nos desplace o no convie-ne. Mas, por lo mismo, mientrasse mantiene hay queser fiel a ella. Tan a punta de lanza lleva esta teora,que teniendo por norma en cuestin de mujeres norespetar ninguna, para l hay siempre una respetable:la mujer del amigo.Y prueba de ello es que, gustndole mucho Paca

    la del Olivar, una noche en que la muchacha se lepuso debilitada y tierna, la rechaz muy decorosa-mente con estas frases:

    Nena de mi vida; no te quepa la menor de queyo estoy por ti; pero mientras tengas a ese hombre,para m como mi hermana. Yo no traiciono a unhombre que me da la mano y se toma dos copasconmigo.Y como la moza, toda amartelada, insistiese im-

    pdica:Pero no seas primo, quin lo va a saber?

  • LA CATORCE 21

    Lo s yo y bastacontest . T acaba con esehombre, chate otro para que no se diga que le de-jaste por m, y entonces todo lo que quieras.

    Yo no puedo dejar a ese hombrereplic ella,porque le quiero.Pues si le quieres, por qu engaarle?Velay.

    No hubo modo de obtener otra explicacin. Masdesde aquella noche le acech en las esquinas, le ase-di en las tabernas, le busc en los cafetines, siem-pre insinuante, cada vez ms encaprichada y genero-sa. Una madrugada, por fin, al llegar a casa, la encon-tr aguardndole, recostada en el quicio en animadaconversacin con el sereno. El sereno, al verle, abrila puerta y antes de que l pudiera impedirlo, lamoza se col por el hueco. Rechazarla habra sidoprovocar una escena indecorosa para la virilidad deun hombre joven, por muy filsofo que sea. Subieron.Una vez arriba y encendida la luz, ella le ech losbrazos al cuello.Negro de mis ojos, y qu fatigas tan grandes te-

    na yo de que llegase esto!

  • IV

    Desde aquella noche, cada cinco, cada seis, a loms, cada ocho, Paca la del Olivar le aguardaba enla puerta, recostada en el quicio. Abra el sereno ytranquilamente, como marido y mujer, echaban losdos escaleras arriba.

    Viva entonces Felipe Carvajal, y vive todava, enel nmero 35 de la calle de Santa Isabel, frente porfrente del palacio de Cervelln; una casa chiquitita,que por un olvido inexplicable se ha quedado en unsolo piso. Hay en l dos grandes balcones de baran-dilla lisa y recias puertas de cuarterones, y entre am-bos destaca en la fachada un escudo de piedra conuna corona de marqus. Encima, sobre la teja, avan-za descaradamente el marco rectangular de unabohardilla, tan prxima al alero, que asomado a ellase ve toda la calle como desde el balcn de un cuar-to principal. La bohardilla, aparte de la cocina y al-gunos mechinales interiores, tiene una sala bastanteespaciosa, y una alcoba, en la que, colocada la cama

    apenas queda sitio para desnudarse, pero tan clara ytan alegre, que es un encanto despertar por las ma-anas y encontrarse inundado de sol.

    Felipe Carvajal ha amueblado la casa con un ta-

  • LA CATORCE 23

    blero de delineante colocado sobre dos burros, a los

    que ha aserrado las patas para que no resulten tan

    altos; un enorme sof de gutapercha enfundado endril y dos sillas de anea que puede uno poner dondeguste, menos arrimadas a la pared porque todas es-tn ocupadas con estantes de libros. En la alcobahay una cama de madera, y como no queda sitiopara la mesa de noche, ni hay mesa de noche, su-ple las veces una tabla colgada a manera de estantito

    sobre la cabecera. En la cocina se ve una gran jofai-na que, puesta sobre una silla, sirve perfectamentede lavabo, y en uno de los cuartuchos interiores unviejo bal que encierra un tesoro, del cual ya se ha-blar ms adelante. Por ahora baste apuntar su exis-tencia y aadir que no queda otra cosa digna de des-cribirse, como no sea un canario que trina primoro-samente, y un soberbio gato negro que se pasa lasnoches enroscado en la cama y las maanas filoso-fando al sol. El canario se llama Villaespesa, y elgato Schopenhauer.A esta casa y a esta bohardilla acude, como queda

    dicho, a solazarse con Felipe, una vez por semana,

    Paca la del Olivar. En todas las entrevistas se repiteinevitablemente la misma escena:Mira t que si se supiera que estaba yo aqu,

    la que me ganaba por torpe.Y muy bien ganada, porque lo que haces con l

    no tiene perdn.Pero nene de mi alma; yo qu voy a hacer si t

    me gustas!

    Dejarle.

  • 24 PEDRO MATA

    No pu ser, porque le quiero.- Mentira!

    Por mi madre que le quiero. Hace tres aos quenos hablamos. Es muy bueno conmigo, me da todolo que gana. Qu voy a hacer?No engaarle.Claro! si t no me gustaras... Qu culpa ten-

    go yo de que me gustes tanto?De veras te gusto?Mucho.Oye, una pregunta, quin te gusta ms, l o yo?T.De verdad?Pero que ni lo dudes, negro; ya sabes t que s.S, lo saba; estaba seguro del enorme poder su-

    gestivo que ejerca sobre aquella mujer. Jams habasentido palpitar en sus brazos una carne ms agrade-cida, ni visto transfigurarse un rostro con una expre-

    sin ms completa de felicidad. Por su parte se sen-ta tan dichoso al verla as, que en aquellos momen-tos lo olvidaba todo, hasta la traicin al amigo. Pocoa poco se fu debilitando el remordimiento, que alfin y al cabo en estas cosas de la moral privada todoes la costumbre, y empezaron a verse por las calles,unas veces a solas, otras acompaados, y algunas,incluso hasta delante de l. Con ello, como era na-tural, la amistad de los dos hombres se afianz y sehizo ms estrecha. Y entonces vinieron los fingi-mientos, los engaos, las miradas rpidas, las frases dedoble sentido; en una palabra, todo lo que constitu-ye la salsa picante y aperitiva del adulterio.

  • LA CATORCE 25

    Generalmente solan encontrarse en un tupi de la

    calle del Ave Mara. Primero iba Felipe, luego acu-da Manoloya es tiempo de decir que el otro sellamaba Manolo, y a ltima hora se descolgabaPaca. Sentbanse los tres ante una mesa, y charlabancomo buenos amigos. Manolo tena ingenuidadesencantadoras.

    Verd don Felipe que es una chata muy sim-ptica?

    Simpatiqusima contestaba Felipe muy serio.Claro!observaba ella. Como que este seor

    va a decir que no. Qu cosas tienes!Y mientras por encima de la mesa los ojos brilla-

    ban vivarachos y maliciosos, por debajo los pies ini-ciaban un dilogo insinuante y atrevido.

  • VAquella noche, en lugar de ir al tupi, se fueron ala verbena. Compraron un monigote, un tiesto y unpito, y despus se sentaron a comer churros a lapuerta de una buolera. All estuvieron hasta quepasaron las calesas. Entonces Paca se puso en pie, selimpi con el pauelo los deditos manchados deaceite, se terci el mantn y dijo:Bueno, nios, que os divertis. Me voy a dar

    una vuelta por ah.

    Pero, mujerinterrog Manolo, en una no-che como esta?A ver qu vida... T vers...Yo me pens que esta noche...T te pensaste que esta noche me haba tocado

    el gordo sin jugar, No es eso? Pues no, rico; no tehagas ilusiones.Manolo humill la cabeza.Bueno, mujer. Hasta luego... Vendrs a dormir?Si vengo, vengo, y si no... ya sabes, expresiones.

    Vaya, adis.

    Adis, mujer.Desvanecise Paca entre la gente, y Manolo sa vol-

    vi a Carvajal.

  • LA CATORCE 27

    Oiga ust, don Felipe, ya que se las ha guillaoesa pelmaza, qui ust que nos lleguemos a la ker-

    messe? Estaba anoche sper.

    No, vete t si quieres. A m no me pide estanoche el cuerpo jaleto. Estoy cansado y me voy adormir.Entonces, hasta maana... Nio!

    No pagues; djalo.Vaya, pues, don Felipe, muchas gracias.- Adis.Quedse solo Carvajal. Abon el consumo, reco-

    gi los libros, los guard en los bolsillos de la ame-ricana, se meti las manos en los del pantaln, y sequed un instante patiabierto en medio del arroyo,contemplando el aspecto pintoresco y animadsimode la plaza. Estaba la noche fresca y desapacible.Grandes nubes plomizas se arremolinaban en el cie-lo con amenaza de tormenta. Rfagas furiosas hacantremolar en la punta de los mstiles los gallardetesde percalina, y danzar con locos vaivenes los faroli-tos de papel. La mayora estaban apagados. De lasbarandillas colgaban las cadenetas rotas.

    Sinti que le daban en el hombro, y al volversevio delante a una chiquilla vendedora de flores. Laconoci en seguida. Era la Catorce.Hola, chiquilla, cmo ests?Pero la florista, sin atenderle, acercndose a l y

    bajando la voz, implor suplicante:Don Celipe, qui ust decirle a mi padre, que

    es aquel de la busa blanca que est en la puerta de latasca del ocho, que ahueque, que le buscan?

  • PEDRO MATA

    Y antes de que Carvajal, un poco sorprendido, pu-diera responderla, ech a correr y se confundi en-tre los grupos pregonando su mercanca. Varitas denardo...! De nardos! Instintivamente la sigui con losojos. Iba muy linda, con su falda de percal tobilleray su blusa de batista clara y su gran lazo de tercio-pelo negro prendido en el pelo como una enormemariposa, y sus botas de lona blancas, nuevecitas,acabadas de comprar, coquetera tpica de madrileaneta, que se queda sin comer por ir bien peinadita ybien calzada. La chiquilla, desde lejos, le miraba tam-bin. Haba en esta mirada una splica tan dolorosaque se sinti conmovido y ech pausadamente a an-dar hacia la taberna del 8.Dos hombres dialogaban junto al escaparate, uno

    de ellos vestido con una larga blusa blanca. Carvajaltom la acera, sac un cigarro y avanzando muy len-tamente con el pretexto de cambiar el papel, al pasarjunto a ellos, sin mirarlos, sin alzar los ojos: Ahue-ca, que te buscanmurmur en voz baja, y siguiandando. Cuando al cabo de un trecho volvi el ros-tro, los dos hombres ya no estaban all.Cambi entonces de acera, se meti por la calle de

    Zurita y desemboc en la de Argumosa. Quedseall un gran rato, entretenido en mirar cmo la gentese balanceaba en los columpios, y luego por la trave-

    sa de la Primavera regres de nuevo a la plaza delAvapis. No haba hecho ms que llegar cuando oyun vivo clamoreo de voces, y vi a la muchedumbreque se arremolinaba. Avanz para conocer la causadel revuelo, y entre un corro de chiquillos que iban

    i

  • LA CATORCE 29

    abriendo calle, vi venir al hombre de la blusa atadocodo con codo. Le traan custodiado un agente y unguardia. Instintivamente se ech hacia atrs y se pega la acera. Al hacerlo sinti en la espalda que le ro-zaba un cuerpo como escondindose, como refugin-dose. Era la Catorce.

    Don Celipe!Con un gesto imperioso la mand callar.Chiss!

    Pegados a la acera, temblorosos y plidos, dejaronque pasara el tropel de gente. Despus, cuando pa-saron todos, la cogi de un brazo, la hizo cruzar laplaza y se la llev por la calle del Avapis a la de Je-ss y Mara.

  • VI

    En ia del Calvario hay un tupi. Este tupi, que escomo todos los tupis, ni ms chico ni ms grande, nims mezquino ni ms lujoso, tiene a falta de otra ca-racterstica, la inexplicable y absurda de que, a cual-quier hora del da o de la noche que se entre en l sele encuentra vaco. De no sospechar maliciosamenteque pueda ser acaso tapadera de otras industrias me-nos confesables, el observador que le visita se trituraen vano los sesos preguntndose para qu servirnaquella cafetera que hay sobre el mostrador y aque-llas botellas de licores que se yerguen en la anaque-lera y cuyo contenido no ha de beber nadie. Tam-bin sera muy curioso averiguar y tambin se prestaa largas y profundas meditaciones, en qu invertirel tiempo, para no desesperarse y aburrirse, el hom-bre que despacha, es decir, que debera despachar,dueo, encargado, mozo o lo que sea. La averigua,cin es tanto ms difcil cuanto que nunca est en elestablecimiento. La puerta tiene un timbre que suenaal abrirla, y slo cuando sucede este hecho inslito,el hombre sale de la trastienda, sirve lo que piden,se va y ya no aparece hasta que le vuelven a llamar;

    cobra; recoge el servicio, limpia la mesa y se marcha

  • LA CATORCE 31

    otra vez. Por eso hay quien supone que el tupi tiene

    ms trastienda que tienda.A l fueron a parar aquella noche la Catorce y Fe-

    lipe. Se sentaron ante una mesa, junto a la ventana, ydespus de correr los visillos Felipe pregunt:T qu vas a tomar?Y usted?-Yo, coac.

    Yo, un chocolate con ensaimada.Ensaimada no puedo servirlesdijo el mozo

    porque se han acabao.Entonces qu hay?Hay bizcochos, tortas de Alczar, mojicones y

    felipes.

    Trigame un celipe.Carvajal se ech a rer.Te gustan los Felipes, nena?

    La nena no tena ganas de broma. Dej en el mr-mol la jarrita de flores, se acord, pleg las manos,apoy en ellas la cara y se qued muy seria. l, con-movido, la estuvo mirando sin atreverse a cortar elhilo doloroso de sus pensamientos. Slo al cabo deun rato muy largo, cuando les hubieron servido y sequedaron solos, se determin a interrogarla.Bueno, pero, vamos a ver, qu ha sido eso?

    Cuntame.Pues, lada, qu iba a ser? Lo de siempre, lo de

    todos los das; su padre, que era un sinvergenza yun granuja. Bueno, esto de granuja hasta cierto pun-to. En el fondo...En el fondo no es malo, sabe ust? Cuando vi-

  • 32 PEDRO MATA

    va madre l era muy bueno y muy trabajador y muyhonrao. Pero desde que la pobreque est en glo-riase muri, empez a meterse en vino y a liarsecon pelanduscas y a arrejuntarse con muy mala gen-te. Y como para hacer esta vida el jornal no bastaba,pues... ust ver.

    Bien, pero concretamente, hoy, qu ha pasado?Concretamente no lo s. Me figuro que habr

    hecho algo feo, alguien se ha chivao y le han cogido.Si no es cosa mayor, quincena que tenemos, y si esalgo gordo, pues ust ver.

    Carvajal, cada vez ms emocionado, insisti:Y cmo lo has sabido t?Porque me lo dijo una compaera a quien se lo

    dijo uno de la poli. La dijo, dice: Oye, has vistoal marmolista?a mi padre le llaman el marmolis-ta, porque ti ese oficio. Le andamos buscando.Dicen que anda por aqu. Si ves a su chica no le di-gas na. Pero claro, ella, que es una buena compae-ra, en seguida vino y me lo cont; me dijo, dice: quea tu padre le andan buscando. Yo di una vuelta y levi en la tasca del ocho 5 pero muy viva pens: Encar-nita, no te acerques, que te cuelas. Entonces le encon-tr a ust, y como de ust no iban a maliciar, porquees ust un seorito y una persona decente, pues...

    ust ver.

    Bueno, y t, qu?La chiquilla alz los ojos y le mir asombrada.Cmo qu? No entiendo.S: qu vas a hacer esta noche?Qu qui ust que haga? Dar vueltas como un

  • LA CATORCE 33

    trompo. Mi padre se ha llevao la llave, y yo no voy ala Comi a pedrsela. Me da mucha vergenza. Ade-ms que... sabe Dios... Vaya, que yo no voy a mi casaesta noche.

    Te vas a queda> en la calle?Una noche pronto se pasa. Pero y maana?Maana... Dios dir!

    Lo dijo con un tono tan triste, tan resignado, que lsinti que un escalofro le helaba las venas y se le

    meta corazn adentro una inmensa piedad. Para do-minarse sac un cigarro y lo encendi. Ella volvi aapoyar la mejilla en la mano y de nuevo qued calla-da y pensativa. En los cristales son de pronto unsuave repiqueteo.

    Parece que lluevedijo Carvajal alzando el vi-sillo para comprobarlo, y como no viese bien abrila ventana. Una rfaga fra, hmeda, viento de tor-menta, penetr furiosa por el resquicio.Qu barbaridad!Mala noche me toca.Carvajal no contest; cerr la ventana y se qued

    meditabundo. Luego, bruscamente:Encarna...

    -Qu?Quieres venir a mi casa?La muchacha levant la cabeza y le mir a los ojos

    de hito en hito, como si quisiera leer en ellos la ver-dadera finalidad de la pregunta. Y algo muy tranqui-lizador debi ver cuando cogi la jarrita de flores, sepuso en pie y dijo decidida:

    3

  • 34 PEDRO MATA

    Por m, ale.

    Pues, andando. Vmonos antes de que apriete.Por la calle del Olmo, muy de prisa, uno tras otro,

    pegados a la acera para resguardarse de la lluviabajo los balcones, llegaron a la calle de Santa Isabel.El sereno les abri la puerta. Subieron. Entraron.Dieron luz. l la llev a la alcoba.Anda, acustate.Se volvi de espaldas, se sent ante el tablero,

    sac los libros que llevaba en la americana, cogi elque estaba todava sin desflorar, rasg el primerpliego y empez a leer:

    Concepto de la caridad.La caridad y la piedad.La piedad en los pueblos primitivos.El senti-miento religioso. La India. Los Vedas.Los

    fakires y elfakirismo.

    La lluvia azotaba furiosamente los cristales. Un re-lmpago vivsimo, deslumbrador, ilumin la sala. Untrueno retumb con ruidoso y ronco y retemblantetableteo.

  • VII

    Afortunadamente para los nervios crispados deCarvajal, el trueno fu nico. La nube era benigna yse deshizo en agua. Slo qued el viento gimiendolgubre en el alero del tejado, y la lluvia golpeandomontonamente, melanclicamente, los cristales. Esteruido sedante le sirvi de arrullo y poco a poco sequed dormido.Le despert sobresaltado un incmodo cosquilleo

    que sinti en una oreja: una caricia de Schopt-nhatier. Schopenhauer, que haba saltado sobre eltablero y se rozaba contra su amo restregndose, ar-quendose, dndole topetazos, meneando la cola yhaciendo rro... rro... Era completamente de da. Unafranja de sol, ancha y brillante, atravesaba la sala des-de la ventana hasta la alcoba. Trinaba el canario. So-naba alegre la campanita de las monjas. De la callesuba el silbido estridente de una manga de riego. Sedesperez con toda confianza, di un bostezo pro-longado y armnico y lentamente se dirigi a la al-coba.

    En la cama, la Catorce dorma la dulce tranquili-dad del primer sueo. La contempl a su gusto. Erauna criatura, una nia; podra tener a lo sumo quin-

  • 36 PEDRO MATA

    ce aos; menuda de cuerpo, chiquitita, pero llena yredonda, con suaves curvas, algo ms que iniciadas.De cara no era una preciosidad, mas tampoco era fea.Rubilla, muy blanca, con las mejillas muy sonrosadi-tas y la boca Cndida, bermeja, plegadita como unbotn de rosa. Al verla as, dormida en este sueotranquilo y sosegado, tan felizmente lejos de las mi-serias de la vida, no pudo menos de sentir por ellauna gran simpata y una dulce piedad. Fu sencilla-mente un resultado de comparacin y de contraste alrecordarla trotando por las calles pregonando sus flo-res, sus varitas de nardos, sus ramitos de rosas, derosas ajadas, mustias, sin olor, baadas con el rocodel piln de Pontejos. Pobre Catorce!La llamaban as porque haba sido novia de un

    muchacho repartidor de un escritorio pblico, unbotones, que al entrar en el establecimiento le supri-mieron el nombre y le dieron un nmero: exactamen-te lo mismo que en los presidios y en los hospitales.Fu el Catorce, y ella la novia del Catorce; la del Ca-torce, la Catorce.

    El chaparrn de sol que caa sobre la cama fu as-cendiendo por la colcha arriba; lleg a la cara de ladurmiente y la ba de luz; la chiquilla se estreme-ci, hizo un gesto, abri los ojos, los volvi a cerrardeslumbrada y se los tap con el brazo desnudo.Luego al ver a Felipe, se puso de pronto toda roja ypudorosamente se cubri con la sbana.Qu, nenita, se ha dormido bien?La nenita de un salto se plant en el otro extremo

    del lecho, donde no daba el sol.

  • LA CATORCE 37i

    Qu barbaridad, de da ya... Debe ser muy tar-de! Me levanto?No, mujer, qu va a ser tarde. Las cinco y media.

    Puedes seguir durmiendo todo lo que gustes.

    -Y usted, no ha dormido?No.Por qu?Felipe se qued todo confuso sin saber qu decir.

    Encarnita pregunt de nuevo:Por qu no se acuesta?Quieres que me acueste contigo?Volvi a ruborizarse, baj los ojos y balbuci hu-

    milde:

    Lo que ust quiera.Mira, rica, no hay ms cama que sta, de veras

    no te importa que me acueste contigo?Yo? Lo que ust quiera.Con las manos en los bolsillos, de pie ante el le-

    cho, segua sin decidirse. Mas como ella insistiese.Ande, s; acustesese le desvanecieron todos losescrpulos. Verdaderamente eran ridculos. Despusde todo..., psss! qu era despus de todo la Cator-ce? una azotacalles, una florista, una golfa...

    Cerr la ventana, volvi a la alcoba y empez tran-quilamente a desnudarse.

  • VIII

    Cuando despert, muy cerca de la una, encontrseen la alcoba completamente solo. Supuso desde lue-go que la Catorce se habra ido de casa, pero al ti-rarse de la cama para vestirse la vi en la sala senta-da en una silla.Ah, pero estabas aqu?La muchacha, por toda contestacin, abri la ven-

    tana, y luego se acerc a l pizpireta y graciosa. A!mirarla ahora a la luz alegre del sol, limpia y recin

    peinada, con el cuello de la blusa descolado y losbrazos al aire, le pareci ms linda que nunca. Esta-ba un poco plida, un poquito ojerosa; pero esto,que en otra ocasin quiz le habra perjudicado, enaquel momento era un encanto ms.Ven ac, rubiales, que eres de lo ms bonito

    que yo he visto . Con un brazo la cogi del talle,la atrajo hacia l, la oprimi dulcemente contra sucorazn y la bes en los ojos. Ella se dej acariciar,mimosa y zalamera.Oye, Encarnita, yo tengo un hambre que no veo.

    Y supongo que t...S, parece que se deja sentir...Bueno, pues te vas a llegar al caf de Zaragoza

  • LA CATORCE 39

    y vas a decir que traigan volando! una tortilla a las

    finas hierbas, dos entrecots y... espera, te lo voy a

    apuntar en un papel t quieres?

    Ahora mismito, pero...-Qu?...No le parece a ust que en lugar de eso del

    caf que le va a ust a costar una barbarid de dine-ro, subiese yo unos huevos y cuarto kilo de filetes?

    -Ah, pero, t sabes?

    Digo, si s.Bueno, pero hay un inconveniente. Cmo y

    dnde lo vas a hacer?Mire, don Celipe, esto ser meterme en lo que

    no me importa, pero con lo que va ust a gastar enel caf en dos das, le compro yo todos los avos quehacen falta.

    Le hizo tal gracia el desparpajo de la chica, quesigui la broma.Bueno, y qu es lo que hace falta?Pues ver ustse qued un momento medita-

    bunda y empez a contar por los dedos. Platoshay, vasos hay, cubiertos hay... Falta carbn, aceite,una sartn, una cazuela.

    Para qu la cazuela? Porque le voy a hacer unas sopas de ajo que se

    va ust a chupar los dedos.Sigue.

    Me ha borrao ust la cuenta. Deca que... ah, s,un soplillo; luego los huevos, la carne, vino, una le-chuga, diecito de vinagre, sal y pan.

    -Total?

  • 40 PEDRO MATA

    Dme ust un duro... Dme ust seis pesetaspor si acaso.

    Cgelas del chaleco.No, dmelas ust.Soc l dos duros y se los di.Toma.Hasta lueguito. Pero que no voy a tardar ni diez

    minutos.La sigui con los ojos hasta que dobl el recoveco

    del pasillo. Luego escuch un portazo y el rpidotaconear de las botitas en la escalera. Conforme esta-ba, en mangas de camisa, abri de par en par la ven-tana y se empin sobre el alero. La vi cruzar la calley echar por en medio del arroyo para no tropezarcon la gente, muy derecha, muy de prisa, contonen-dose gallarda, con su paso gracioso, menudito y lige-ro. Se mordi los labios, torci la cabeza con un gestode preocupacin, y lentamente regres a la alcoba.

    Qu cosas ms absurdas suceden en la vida! Qusorpresas tan desconcertantes nos ofrece el azar!

    Quin iba a suponer que aquella golfilla azotaca-lles?... Pero qu cosas, seor, qu cosas ocurren!Con las manos en los bolsillos, la cabeza baja, ensi-mismado y abstrado, Carvajal iba y vena del pasi-llo a la mesa, de la mesa a la alcoba. Enroscado sobreel libro abierto, bajo la caricia ardiente del sol, Scho-penhauer le miraba con sus verdes pupilas soolien-tas. La vida no es ms que una serie inacabable deerrores y equivocaciones. Todo es apariencia y false-dad y engao. Quin iba a suponer? Pero es quehay manera de saber estas cosas?

  • LA CATORCE 41

    Bruscamente, por una muy natural asociacin dedeasnatura! en l le vino a la memoria una anc-dota vieja que ley una vez en una Historia de la Fi-

    losofa. Era de Demcrito. La recordaba bien. Hip-crates, el mdico, fu un da a visitar a Demcrito elsabio. Acompaaba a Hipcrates una joven. Dem-crito la salud: Virgen, buenos das. -A la maa-na siguiente la encontr de nuevo y de nuevo la vol-vi a saludar. Buenos das, mujer.

    Pero esto, que en Demcrito no era ms que uncaso asombroso de maravillosa perspicacia, en lconstitua una grave, una tremenda responsabilidad.

  • He tardao?No, nenita, qu vas a tardar?Pues he tenido que ir hasta Antn Martn, por

    la sartn. Qu to!, no me la quera dar menos dedos pesetas. He comprao tambin un capacho. M-rele qu bonito.T s que eres bonita.Djeme ust ahora, djeme ust, que tengo mu-

    cho que hacer.A los treinta minutos el almuerzo estaba en la

    mesa. Decir si las sopas de ajo resultaron sabrosas,jos huevos bien fritos, los filetes en su punto y la le-chuga bien aderezada, no es cosa tan fundamentalen esta historia, que sea menester entrar en porme-nores. Lo importante y rigurosamente verdico esque les supo a gloria, y eso que, como el baturro delcuento, se lo comieron a fuerza de pan. Luego cele-braron una pequea conferencia para discutir si to-maran caf en el caf o en casa. De mutuo acuerdoconvinieron que lo segundo, era lo mejor. Ella notena ganas de salir a la calle, y a l le daba un pocode vergenza que le viesen con aquel cro a la luzdel da. Decidieron, pues, que lo trajeran. Encarna

  • LA CATORCE 43

    quera ir a avisarlo, pero l, galante, no se lo consin-

    ti. Llam al chico de la portera. Piruli, llgate a Zaragoza y que traigan un caf.

    Di que es para m. Ya sabes, mit y mita.Pasaron toda la tarde juntos. Al llegar la noche se

    plante de nuevo el problema.Don Celipe, qu va ust a cenar?Mira, ante todo, no me llames don Felipe, no

    me azares, ni me trates de usted; ya te lo he dicho.Y cmo quiere que le hable?Pues, seor, como hablaras a tu novio. No soy

    yo tu novio?

    A m me da muchsma vergenza.Bueno, pues mientras me sigas hablando de us-

    ted no te contesto. Conque, puedes empezar. Qudecas?

    Encarnita se puso toda arrebolada, baj los ojos ytemblando:Deca que... t dirs lo que cenamos.Lo que t quieras, rica.Le parece, bueno; te parece unas chuletas de

    cordero con tomate?Vaya por las chuletas.Si quiere algo ms...Quieres, quieres... Se dice quieres.Mientras la Catorce iba por la cena, l qued pen-

    sando el modo de resolver dos problemas gravsi-mos que se le venan encima con inminencia aterra-dora. Era el uno la falta de dinero. Los dos durosque di por la maana, y que constituan a aquellahora todo su capital, estaban tan desfigurados, que

  • 44 PEDRO MATA

    apenas se llamaban dos pesetas. El otro era conse-guir de Paca la del Olivar que no viniese a buscarleen unos das. An quedaba por resolver otro tercerproblema, el de deshacerse de Encarna; pero era tancomplejo, tan enmaraado y tan difcil, que no quisosiquiera plantearle. Estas cosas, pens, se resuelvensolas o no se resuelven. Y mientras se resuelven ono se resuelven, lo mejor es no pensar en ellas. Porel momento, lo interesante era buscar dinero y con-vencer a Paca. Para ello necesitaba echarse a la

    calle.

    Mira, nena, yo tengo que salir. T te acuestas,te duermes y no te preocupes. Yo vendr cuandopueda. Me llevo el llavn.

    Ella, sin contestar, le acompa hasta la escalera:mimosa, pegada a l, restregndose como una gata.Doblada sobre la barandilla le estuvo echando besoshasta que lleg al portal, y luego, desde la ventana,cuando sali a la calle. Enfilaba el sabio la esquinade los Tres Peces y la blanca manrta segua an re-voloteando en el aire.

    Al llegar a la plaza de Antn Martn se detuvo unmomento para reflexionar. El aire de la calle y elfresco de la noche pareca que le aclaraban las ideas.Se sinti ms fuerte, ms equilibrado. Haba salidode casa decidido a encontrar dinero, fuese como fue-se, y ahora, al pensarlo mejor, se arrepenta, por lomenos, dudaba. A pesar de su bohemia ajetreada ydifcil de hombre que vive al da, jams descendi ala indignidad y a la bajeza. Nunca vivi de prestadoni camp de golondro. Nunca, ni aun en las horas

  • LA CATORCE 45

    de verdadera prueba, intent el sablazo ni recurri

    al amigo. Tena a gala el proclamarlo en alta voz.Mas entonces, qu hacer? Con un brusco movi-miento se encogi de hombros. No hay ms reme-diodijo, y ech de nuevo a andar.

    Lleg al Ateneo.Est el seor Elizondo?

    S, en la Biblioteca.En la Biblioteca no estaba. La recorri toda miran-

    do una por una las filas de pupitres. Baj a la cacha-rrera, recorri los salones. Algunos amigos se acer-caron a saludarle.

    Habis visto a Elizondo?Por fin le descubri en Secretara.Con permiso, me hace usted el favor un mo-

    mento, Ricardo? Caramba, Carvajal...! Cunto tiempo!, en

    dnde demonios se mete usted?Por toda contestacin, le enlaz de un brazo y le

    arrastr a un divn del pasillo. Elizondo, usted sabe que yo soy un hombre for-

    mal, verdad?, un hombre que no abusa jams delos amigos. Bien, pues esta noche me encuentro enun apuroy como Elizondo se echara hacia atrscon un gesto expresivo, agreg vivamente: No, nose ponga usted en guardia, que no es un sablazo. Yasabe usted que yo no doy sablazos. Se trata de lo si-guiente.Y ya tranquilo, completamente tranquilo,despus de esta declaracin que le abroquelaba con-tra toda sospecha, expuso concretamente el caso.Usted conoce mis tiborcitos chinos.

  • 46 PEDRO MATA

    En las pupilas de Elizondo brill un relmpago decodicia.

    Los poliches?S. Usted sabe que esos dos tibores son riguro-

    samente autnticos, dos porcelanas de cinco colores^dos u-tsai-yao de la dinasta Tchng-hoa, siglo diez yseis, dos maravillas. Bueno, pues yo necesito cien pe-setas. Usted me las va a dar y yo le dejo en garantalos dos tibores.En garanta? S, en garanta de que le devolver los veinte

    duros.

    Elizondo se qued pensativo. Sac un cigarro,ofreci otro a Felipe, lo encendi, chup, mir abs-trado al techo, di un par de vueltas a las gruesassortijas de brillantes, y por fin:Mire usted, Carvajal, cuanto ms amigos, ms

    franqueza. Yo, ni soy prestamista, ni tengo por cos-

    tumbre dar dinero a nadie. No se ofenda. Es unanorma general de conducta. Es intil, por lo tanto,que discutamos sobre este punto. Pero le compro austed los potiches. Le doy a usted por ellos quinien-tas pesetas.

    Toma, ya lo creo. Y mil.Hombre, mil?No se moleste usted. Tambin es intil que dis-

    cutamos. Yo no me desprendo de esas porcelanas.Tanto capricho como tenga usted en poseerlas, ten-go yo.Pero usted, para qu las quiere?Y usted?

  • LA CATORCE 47

    Hombre, yo?Usted para revenderlas, desde luego. Y que

    hara usted un soberbio negocio. Dos u-tsai-yao,

    que valen tirados tres mil francos...!

    No tanto. Son muy chicas, qu tendrn?, vein-te centmetros? Querido, es que si tuvieran un metro, valdran

    cincuenta mil duros. En nueve mil quinientas gui-neas se han vendido el otro da en Londres dos tibo-res de la familia negra.Pero eran de la familia negra.Y stas son u-tsai yao.Bueno, en resumen; le doy a usted por los po-

    liches ochocientas pesetas.

    No.Novecientas.No.Mil.Le digo a usted que no. No las vendo.Como usted quiera. De todos modos pinselo

    usted. Yo me voy maana a Pars en el rpido. Hastaesa hora estar en casa. Si se decide, ya sabe... milpesetas.

    Felipe, muy digno, le tendi la mano.Adis, Elizondo.Adis, Carvajal.Se march indignado. Era repugnante el tal Ei-

    zondo. Bajo su corteza superficial de artista inteligen-te y culto, no haba ms que un despreciable chama-rilero... Canalla! Sinvergenza!... En cuanto a lasporcelanas... No, no las venda. Aquellas porcelanas

  • 48 PEDRO MATA

    eran su tesoro y su orgullo. Desde que tuvohadadiez aosla fortuna de descubrirlas arrinconadasen un tenderete del Rastro, las vena defendiendoheroicamente contra os embates de la fortuna y lasasechanzas de la miseria. No las soltaba. Antes sedeshara de todos los libros. Despus de todo un li-bro que se vende se puede cualquier da volver acomprar. Dos porcelanas de cinco colores

    tslo se

    encuentran una vez en la vida. Aquellos jarroncitoseran testigos presenciales de sus fatigas y sus glorias.En ellos bebi un da champagne para solemnizarla primera cantidad importante de dinero que gantrabajando; su primera traduccin de Emerson: cua-renta duros. En ellos bebi una copa de leche otroda que no tuvo ms que diez cntimos para comer.Y en las horas aciagas y negras, cuando todas laspuertas se cerraban y la miseria llamaba a la suya, lostiborcitos chinos, erguidos sobre el tablero de deli-neante eran los nicos espectadores de la tragedia.Carvajal los miraba, y al mirarlos se consolaba di-cindose a s mismo que no era tan pobre, puestoque tena sobre la mesa tres mil francos. El razona-miento era irrebatible. Si yo vendiese estas porcela-nas me daran dinero. Con este dinero podra comermuchos das. Nada me impide venderlas. Desde elmomento en que son mas, puedo hacer con ellas loque mi voluntad quiera y mi razn me aconseje. Elhambre es una necesidad imperiosa que no hay msremedio que satisfacer. Si yo tuviera verdaderamentehambre las vendera. Cuando pudindolas vender nolas vendo, es que esa necesidad imperiosa no existe.

  • LA CATORCE 49

    No tengo hambre. Una vez formulado este razona-miento, era ya intil que el estmago le torturase.Felipe Carvajal no le haca caso. Quin hace casode las vulgares torturas de un estmago ante los su-blimes razonamientos de la inteligencia?En la calle del Prncipe se di de manos a boca

    con Paca la del Olivar. Iba tan abstrado que no laconoci.No presumas tanto de bonito, nio, que no lo

    eres. A ver si va a poder ser que se salude a lasamigas.Perdona, mujer, no te haba visto. Y me alegro

    encontrarte. Casualmente te iba buscando.Pues aqu me tienes toda. T dirs, mi vida.Frente a la Comedia, entre las ruedas traseras de

    un lando parado, charlaron un momento. Carvajal lahizo creer que haba entrado en un peridico y tenaque trabajar por las noches. Contra lo que esperaba,ia conversacin fu muy breve. Le cost convencerlamenos trabajo del que supona; que al fin las almaslistas suelen ser las ms Cndidas.Bueno, pero eso no ser muchos das, eh?

    nene, que yo no puedo estar tanto tiempo sin ti.No te apures, mujer; ya buscaremos un ratito.Y qu peridico dices que es?El Liberal.Y vas ahora?-S.Entonces te acompaar. Digo, si quieres.Fueron juntos hasta el mismo portal. All se des-

    pidieron. Felipe subi, pregunt por un amigo, ha-

    4

  • 50 PEDRO MATA

    bl con l de un asunto cualquiera, volvi a bajar, ycon infinitas precauciones, dando la vuelta por elPrado, para no encontrarse de nuevo con Paca, semarch a dormir. Eran las doce y media.

    La Catorce no le oy entrar, ni se di 5 cuenta deque encenda la luz. Dorma tan a gusto, que por nodespertarla se qued con la ilusin de darla un bese.Cuando a la maana siguiente, a las nueve, se tir

    de la cama, la Catorce llevaba ya tres horas vestida,mejor dicho, a medio vestir, porque estaba sin cami-sa y sin medias. La camisa colgaba de una cuerdafuera de la bohardilla, tendida al sol; las medias lastena ella entre las manos, zurcindolas. Cogida infraganti, las escondi rpidamente en el halda, comosi se tratara de un delito, y ocult los pies entre lospalos de la silla.Qu haces, nenita?Nada... ya ve...

    Esa camisa es la tuya?S, seor; la he lavao esta maana mientras ust,

    bueno, mientras t dormas. Ya est casi seca.Y ests sin ella?- T vers; quita y pon y vete al sol. Ahora me iba

    a zurcir las medias... que estn las pobres!

    Y tan pobres! Como que ms que medias parecanpolainas.

    No compongas eso, mujer; tralas; yo te compra-r otras.

    La chiquilla di un salto de alegra.

    De verdad?

    y en seguida, como arrepintin-

    dose, bueno, pero no te vayas a creer que yo te

  • LA C?ATOR 51

    quiero a ti por el die. No pudo acabar, porqueFelipe la cogi la cara y la cerr la boca con unbeso.

    Perdida la cabeza, busc las porcelanas, tom uncoche y se march a casa de Elizondo. No dud unmomento. Aquellas porcelanas haban constituidohasta entonces su ilusin y su orgullo. Eran el santo

    tesoro que guardaba en el fondo desvencijado delbal. Le iba a dar por un poco de felicidad y le dabagustoso. Si un tesoro no sirve para comprar la felici-dad, para qu sirve?

  • XPero la felicidad, dicen los santos libros de los Ve-das, no se encuentra sobre el suelo grosero de estemundo. La felicidad slo est arriba. Hacia cualquierlado que se incline la antorcha, la llama se endereza

    y sube al cielo. Aqu en el suelo slo queda ceniza.Perseguir la felicidad, dice Homero, es correr tras lasombra que va constantemente delante de nosotros.La felicidad, dice Santa Teresa,., bueno, Santa Tere-sa y Nietzsche y Esquilo y Schopenhauer... quinno habr hablado mal de la felicidad en este mundo?Carvajal recordaba alrededor de quinientas mxi-mas, todas parecidas. Cuando la Humanidad coinci-de as, unnime en una idea, no hay ms remedioque reconocer que responde a un hecho cierto. De-cididamente la felicidad no es de este mundo.

    Carvajal estaba ya harto de felicidad y de la Cator-ce. Mientras dur la ilusin de los primeros das en-contr la aventura divertida y hasta interesante; pero

    satisfecho el capricho, y ante la amenaza de que seformalizaba la broma, comenz a inquietarse. Paradevaneo poda pasar. Como compromiso era dema-siado gordo. Adems, que no le satisfaca la Encar-na, no poda satisfacerle. Cmo le iba a satisfacer

  • LA CATORCE 53

    una criatura de quince aos, sencilla, ingenua, igno-

    rante, desconocedora de la vida? Ensear el alfabeto

    del amor resulta entretenido una semana; pasado esetiempo la leccin se hace intolerable. Entre Encarna

    y l no poda existir unin duradera de ningn g-nero ni espiritual ni carnal. Idealmente, era imposi-

    ble que los dos se entendieran; materialmente, muydifcil. Carvajal, a pesar de su vida bohemia, calleje-ra y desordenada, fu siempre un hombre normal,fuerte, muy bien equilibrado, enemigo por moralidad

    y por temperamento de aberraciones y desviacionesdel instinto. Era un sensual, pero no un vicioso. Le

    gustaban las mujeres hechas, jams transigi conlas nias. Entonces, cmo claudic? Psss! Haceuno tantas cosas que no debiera hacer!... Si no sehiciera ms que aquello que se debe estaran de so-bra en las bibliotecas desde las mximas de moralhasta los cdigos de justicia, un Himalaya de filoso-fa y unos Andes de legislacin.Y lo ms grave es que la muchacha le quera, le

    adoraba con toda la inconsciencia y todo el entusias-mo que ponen las mujeres en su primer amor. Sehaba entregado a l en cuerpo y alma, sencillamen-te, naturalmente, impulsada por la fuerza fatal y ne-cesaria del instinto. Ella misma se lo confes cuandol, curioso, quiso profundizar en la psicologa delproceso. Tena que ser. Qu ms daba... Si no hu-bieras sido t hubiera sido otro. La explicacin re-sultaba brutal, tremendamente brutal, pero cierta; nocaba otra; era la conformidad de la hembra resigna-da, la triste conviccin de la inutilidad, de la impo-

  • 54 PEDRO MATA

    tencia ante la lucha, el nico razonamiento posibleen aquel pobre cerebro anquilosado por todos losprejuicios atvicos de la raza. Luego, admitido ya elhecho consumado, vino el apego, el entusiasmo, lailusin. Era una cosa perfectamente natural.

    Mas, por muy natural que fuese, a Carvajal le mo-lestaba. Estaba deseando por momentos cortarlo deraz. Y cmo? That is the questiort. Este era el pro-blema. Cmo? Por muy canalla que sea un hombre,y Carvajal no lo era, no se puede poner a una mujer,con la cual se convive y que no da motivo para ello,en medio del arroyo; no se puede coger un corazny tirarle a la calle como una caja de fsforos vaca.No se trata slo de una romntica razn sentimental.Para un hombre honrado hay siempre en estas deci-siones algo ms serio y ms grave. Felipe no podaen fro exponerse al remordimiento de que aquellacriatura se muriese de hambre, ni aceptar la respon-sabilidad de encontrarla una noche cotizndose porlas esquinas. En vano su egosmo quera defenderle.Si no hubieras sido t habra sido otro. Cierto.

    Pero l no tena nada que ver con los otros. lera l.

    Y entretanto, los das pasaban y las noches se su-cedan. Con las mil pesetas que le diera Elizondo,Carvajal reforz el menaje de la casa con un sober-bio bur americano que compr de lance para sus-tituir al indecoroso tablero de los burros; se encargun traje nuevo y le compr a Encarnita tres camisas,media docena de medias caladas, dos blusas, un de-lantal y un mantn de crespn. Un mantn de eres-

  • LA CATORCE 55

    pn para el verano y un pauelo alfombrado para elinvierno, constituyen, como es sabido, el supremoideal de toda madrilea. Encarnita se senta dichosa

    de vivir y encantada de haber nacido.Mas he aqu que un da, a los veinte justos de su

    conocimiento amoroso, Encarnita, que haba bajadoa la tienda de enfrente a comprar cuarto kilo de az-car, regres a las dos horas largas con los ojos hin-chados, toda descolorida, haciendo pucheros y conunos suspiros que partan el alma.

    Nena de mi vida, qu te pasa?Qu le iba a pasar! Que se acababa de encontrar

    a su padre. Haca tres das que haba salido del hotelde la Moncloa, en donde estuvo de quincena, porbueno. Quera que me fuese con l ahora mismo,

    sabes?, pero que a la fuerza. Mira cmo me hapuesto.

    Se arremang la blusa y mostr los brazos. Enefecto, la presin de los dedos haba quedado impre-sa en cada uno con cinco manchas crdenas. Carva-jal cogi los brazos y los bes.Pobre nenita! Luego: Bueno, y t, qu le

    has dicho?Yo le he dicho que estaba sirviendo y que me

    encontraba muy a gusto, y que no me daba la ganade irme con l.-Y l?El ha dicho que ira a buscar a un guardia, y

    que armara un escndalo, y que se me llevara porrones, porque l es mi padre y yo soy su hija, y

  • 56 PEDRO MATA

    tengo que cuidarle, porque patatn y porque patatn...Eso es!

    Pues tiene razn.

    La Catorce se mordi los labios, hizo otro pucheroy rompi a llorar desconsoladamente. Carvajal tuvoque sentarla en sus rodillas, quitarle las manitas de lacara y secarle las lgrimas a besos.Vamos, tontina, no llores... no te pongas as...

    Estas cosas hay que tomarlas con muchsima calma.Tu padre tiene razn. Al fin y al cabo, eres su hija, yests en la obligacin de cuidarle y hacer las cosasde la casa, tanto ms cuanto que no hay quien lashaga. Si tu madre viviera o fueseis ms hermanas,todava podras disculparte; pero siendo t sola, nohay disculpa... Adems, que eres menor de edad, y,por lo tanto, es completamente intil que te rebeles.Tu padre se te lleva cuando le d la gana. Le amparala ley. Comprendes, nenita?

    Ya lo creo que lo comprenda! Porque lo com-prenda se deshaca en raudales de llanto y le desga-rraban los sollozos el pecho.

    Vamos... no llores... tranquilzate. Mira, las cosas

    se arreglan mejor por las buenas que por las malas.T te vas ahora con tu padre.Encarna movi la cabeza negativamente. Felipe in-

    sisti:

    T te vas ahora con tu padre, le das la contenta,y luego ya veremos. El mundo es muy grande y damuchas vueltas. Por lo pronto, t vienes aqu cuandote d la gana; todos los das. Nos seguimos viendo ynos seguimos queriendo; total, qu? Que en lugar

  • LA CATORCE 57

    de dormir aqu duermes all? Bueno, y qu? Des-pus de todo, qu?

    Este ltimo argumento la convenci un poco. Dejde llorar, y aunque los suspiros seguan enarcndolael pecho, se fu tranquilizando.

    No, si no es por eso.Entonces, por qu?Le ech los brazos al cuello, apoy la cabeza en el

    hombro de Felipe, y muy mimosa, muy mimosa:Nene, que yo te quiero mucho, que me da mu-

    cha penita separarme de ti.Pero, tonta, si no nos separamos. T vienes

    cuando quieras.Verd que s?Cuando quieras, cuando te d la gana.Vendr todas las tardes, eh? Por las tardes

    puedo salir, porque con excusa de las flores... Naturalmente, rica.

    Tranquilizada ya del todo, se puso en pie.Bueno, pues me voy; no vaya a ser que mi padre

    me haya seguido, suba y nos d el disgusto. Oye, dejoaqu la ropa. No me la llevo, porque para qu mevoy a meter en explicaciones, verd t?Claro.Recogi la ropa, hizo con ella un lo y se fu a

    guardarla en uno de los cuartitos interiores. Cuandovolvi vena otra vez llorando.Pero, mujer, otra vez?Qu quieres, rico, no lo puedo remediar. Me da

    una pena dejar esta casa!La despedida fu larga y dolorosa. Encarna no en-

  • 58 PEDRO MATA

    contraba el modo de desprenderse de los brazos deCarvajal. Su mirada, empaada y turbia por el llanto,iba largamente, como una splica, como una caricia,

    del techo a la ventana, de las sillas a los libros, de loslibros a la mesa, de la mesa al gato.

    -Vaya, nenita, adis.

    Adis, mi nene... hasta maana, mi vida... adis,rico...

    Adis.Cuando la puerta se cerr tras ella, Carvajal di un

    enorme suspiro de satisfaccin.Por fin!Cogi el sombrero y se march a la calle. Iba tan

    contento que en la primera taberna que encontr alpaso se tom dos quinces, uno por su cuenta y otropor la del amo, que era amigo. Cen en Los Barga-teses, tom caf en el Lyon D'Or, y luego, por lacalle de Sevilla se fu a la del Prncipe en busca dePaca la del Olivar. La encontr en la esquina de laVisitacin.

    Morucha, cunto me das por una buena no-ticia?

    Mi cuerpo, hace?Hace.

    Venga la noticia.Que ya no estoy en el peridico.De veras?Toma; y tan de veras!Entonces esta noche...Pa ti todo.

    La Paca di un grito de alegra que hizo volver la

  • LA CATORCK 59

    cara a un transente; entorn los ojos, se mordi loslabios y se ech sobre Felipe hasta estrujarle contrala pared.

    Negro de mi alma y con el hambre que tengoyo de ti!

  • Sentse ante el bur; abri una carpeta que tenadelante y empez a hojear cuartillas. La carpeta de-ca: Notas para artculos que tengo que escribir.Haba de cuarenta a cincuenta; unas macizas de es-critura, otras con cuatro o cinco lneas, algunas con

    palabras sueltas, muchas con el ttulo nada ms.Se detuvo ante una.

    Depreciacin del adjetivo.

    1. Valor filosfico del adjetivo. Los trminosconcretos obran con ms vivacidad que los abstraetos. (Dr. Campbell)

    2. El adjetivo, debe iranes o despus del sus-tantivo? (H. Spencer.)

    3. El adjetivo elogioso. Descrdito del elogio.4. Adjetivos que mueren y adjetivos que nacen.

    Los poetas y la cursilera.

    S, esto esse dijo. Cerr el legajo y lo dejsobre la mesa despus de haber desglosado la cuar-tilla; luego encendi un pitillo y se puso a dar paseos

  • LA CATORCE 6!

    por la habitacin, muy alta la cabeza, los ojos entor-nados, la mirada vaga, haciendo sonar y resonar lacalderilla que llevaba en el bolsillo de los pantalones.Tena la costumbre de trabajar mentalmente, de noponer la pluma en el papel hasta que no vea la laborperfectamente planeada. De este modo, no slo re-sultaban las cuartillas limpias, corridas, intachables,

    sino que sujetaba la fantasa impidindola que sedesbocase por el camino de as divagaciones y ade-ms calculaba el trabajo de una manera precisa ymatemtica. Voy a hacerdecaun artculo de ca-torce cuartillas, y, en efecto, salan las catorce justas.Poco a poco, gracias a un poderoso esfuerzo de

    atencin fu recordando. S, perfectamente... eso es...las observaciones de Campbell, muy atinadas, muyclaras... luego a teora de Spencer, el ejemplo delcaballo negro: un chaval noir, a black horse... Porcierto que l no estaba conforme con Spencer enesto de la anteposicin del adjetivo. Aunque lo dijeraSpencer y San Spencer. En la palabra como en todosonido la ltima vibracin es la que queda. Utilizan-do el mismo ejemplo de Spencer, cuando decimosun negro caballo, la idea que ms fuertemente quedagrabada en la imaginacin es la de caballo; vemosinmediatamente un caballo grande, chico, basto,como sea y, concretamente, negro, pero con una idea

    de negrura secundaria; en cambio, cuando decimosun caballo negro la idea de negro es tan precisa, tanintensa, tan fuerte que anula todas las dems. Un ne-gro caballo es ante todo caballo; un caballo negroes ante todo negro. Que los ingleses con un idioma

  • 62 PJSDRO MATA

    rgido y una gramtica intolerable que no admite dis-cusiones se hayan acostumbrado a colocar delante eladjetivo y hasta les parezca bien, es perfectamenterazonable, tan razonable como que los franceses opi-nen lo contrario. Pero en espaol, en donde esa li-mitacin sintxica no existe y, por el contrario, elestilo depende ms que nada del gusto en la coloca-cin de las palabras, el adjetivo debe anteponerse oposponerse al sustantivo segn la idea que el escri-tor quiere que prevalezca. No es lo mismo decir unacancin triste, que una triste cancin: al decir lo se-gundo es una sensacin de msica, de armona laque sobresale, la que queda flotando; cuando se dicelo primero, forzosamente, necesariamente queda enla imaginacin una estela de melancola. Es unaverdadera pena que los escritores no sepan estascosas.

    Lo que Carvajal no recordaba bien eran los funda-mentos en que Spencer apoyaba su teora. Cerr losojos y se qued pensando. Haba ledo la obra eningls, haca mucho tiempo, pero estaba seguro dehaber obtenido una nota de ella. En dnde demo-nios estara esa nota? Arrastr una silla hasta uno delos estantes, se encaram en ella y sac un legajoque hoje rpidamente sobre el bur. No estaba all.Sac otro legajo. Tampoco. En dnde demoniostendra la nota? Como no estuviese sin clasificar!Cogi un montn de cuartillas y fu a depositarlassobre la carpeta, pero la carpeta estaba ya atestada yse encontr con la sorpresa desagradable de que nocaban. Entonces se indign contra el bur. Qu

  • LA txTomx

    chisme ms intil! Para qu habra comprado aquelmueble que no serva para nada? Cunto mejor eltablero de delineante, amplio, cuadrado, hermoso...

    En el acto se decidi por la mudanza. Volvi a colo-car los legajos en su sitio, se despoj de la america-na y del chaleco y se llev arrastrando el sof de gu-tapercha a uno de los cuartuchos interiores paraponer en su lugar el bur y en el del bur los burrosde madera. La operacin tropez con grandes difi-cultades porque el mueble pesaba de veras. Dos otres veces tuvo que suspenderla para tomar aliento,

    enjugarse la frente y descansar. Sudaba como unmozo de cuerda.En esto sonaron en la puerta de la calle dos golpes

    dados con los nudillos.Ser la Catorcepens

    ,pero a qu vendr

    la Catorce a estas horas?

    No era la Catorce. Era la Paca.Negra, t por aqu?Yo, mi vida.Qu te trae tan temprano?Pues, nada, chico, que me ha tocao la lotera.Mujer!Como lo oyes. Vers: Antes de anoche iba yo

    por la Puerta del Sol, camino ya de casa y me seacerca una chica la mar de cobista con un dcimo.Ande, que le va a tocar... no le deje ust que es el dela suerte... mire, el mil quinientos quince, los dosquinces. A m no hay nada que me achare ms queque me digan un nmero.

    Total, que le compraste.

  • 64 PEDRO MATA

    Que le compr. Y que anoche veo La Corres yprerniao con cuarenta.

    Cuarenta pesetas?Duros, nene... como stos. Abri e! bolso,

    mostr unos billetes y con una brusca sacudida hizosonar la plata.Los acabo ahora mismito de cobrar.Vaya, mujer, me alegro.Bueno, pues yo quera que esto lo celebrramos

    t y yo. A eso he venido. Vamos a ver, a ti qu te pa-rece; yo he pensao que nos furamos a almorzar aAmaniel.Muy bien.- - S, porque a m La Bombi y las Ventas... sabes?S, s est muy bien eso de Amaniel. liemos a

    Amaniel, pero con una condicin.Guala?Que soy yo quien te convida.La Paca abri los ojos toda asombrada.Pero nene... entonces no lo celebramos.Lo mismo.Se puso muy seria.No, no es eso. Mira, yo es que tengo gusto de

    convidarte y t no me puedes privar de ese gusto.T me convidas otro da, el que t quieras, cuandote d la gana, pero hoy soy yo, sabes?, mi cuerpo.Si quieres, bien; y si no, me marcho; pero a m nome vuelvas a mirar a la cara.

    Bueno, mujer, no te pongas as. Acepto.Di un grito de alegra, tir el mantn y se lanz a

    su cuello.

    Lo que te quiero! Era un capricho que tena

  • LA CATORCE 65

    yo contigo. Ya ves, a se no le he dicho na. No sabeni esto.

    Ah, pero...Ni palabrita.Mujer, y si se entera?Que se entere y que le den dos tiros. El mejor

    da le pongo al fresco. No ha sido ya, por lstima.En cuanto que le digo que no le quiero, se me echa

    a llorar y qu vas a hacer con un hombre que llora?Pero quererle? Yo no quiero en el mundo a nadiems que a ti. Chiquillo, yo no s qu has hecho tconmigo, pero desde que te conozco, tos los dems...pln!Recogi el mantn del suelo y se lo ech so-bre los hombros. Bueno, chacho, me voy a peinar.Son las nueve y a esta hora hay poca gente en el pei-nador. De all me ir al Monte a sacar unas orlasque tengo empeadas, y luego, a la plaza de Matutea comprar unas botas que he visto, unas botas decaa, chiquillo, que quitan la cabeza; y a las oncenos vemos, dnde nos vemos a las once?En donde t quieras.Te parece en la plaza del Progreso? Tomamos

    un diez y siete y nos deja en los Cuatro Caminos.Admirable.Pues hasta luego. Ay, y qu chotis me voy a

    bailar contigo!Se terci el mantn, se puso muyderecha, alz la espalda, levant los codos, junt lostacones y se march por el pasillo contonendose,arrastrando los pies como al comps de una msicaimaginaria.

    Adis, rica.

    5

  • 66 PEDRO MATA

    Adis, gloria.Qu cantidad tan enorme de alegra, de salud, de

    juventud, de fuerza, haba en esta mujer. Qu alientoel suyo tan poderoso de vitalidad. Con qu firmezase senta a su lado la satisfaccin intensa y sana de laalegra de vivir. Qu diferencia con la pobre Catorce.Pobre Catorce!

    Haca tres tardes que no vena a verle. Estaramala? Le sucedera algo? Se habra enfadado conl? La ltima vez haba estado con ella un poco duro.Es cierto, lo reconoca... mas, en realidad, de quinera la culpa? l, qu iba a hacer? Cerca de una se-mana llevaba la chiquilla con la pretensin de volver metrsele en casa. No lo deca claramente, pero lodejaba traslucir. Le vena contando que el padre sehaba llevado a convivir con ellos a una furcia zarra-pastrosa de la calle, y con el argumento de que lasdos eran incompatibles iba poco a poco preparan-do el terreno para abandonar definitivamente el do-micilio paternal. La ltima tarde extrem de tal modola nota, que l no tuvo ms remedio que ponerse enguardia, y aunque, dada su condicin honrada y bue-na, y la lstima y el afecto que le inspiraba la chi-quilla, procur disfrazar su actitud con las galas dela amabilidad: ella, que no era tonta, se di perfecta-mente cuenta de la resistencia que su pretensin en-contraba. La entrevista fu muy desagradable. Lanena se ech a llorar, y llorando se march sin quebastaran a consolarla los dulces besos y las tiernas

    caricias de Carvajal, que en el fondo estaba, quiz,tan emocionado como ella.

  • LA CATORCE 67

    Pero, qu iba a hacer? Iba a ser tan torpe quepor un impulso de sentimentalismo atara de nuevoun nudo que tan felizmente se haba desatado? Po-da, a sabiendas, exponerse de nuevo?... No, de nin-guna manera. l senta por aquella criatura una granpiedad, pero la piedad tiene sus lmites. La caridad

    bien entendida empieza por uno mismo. l no tenala culpa de que la vida fuera as. La vida es alegra,salud, juventud, fuerza...

    Tir el pitillo que le quemaba los dedos; se arre-mang los puos, rode con los brazos el bur, ycon esfuerzo hercleo, alzndole del suelo, le depo-sit suavemente donde estuvo el sof.

  • XII

    Dejaron a la derecha los Cuatro Caminos, y por elpaseo de la Direccin se encaminaron a Amaniel.Estaba la maana plcida y hermosa; una verdaderamaana de Septiembre, serena, clara. Apenas si unanube hecha jirones flotaba en el azul pursimo delcielo, tan acertadamente colocada, qne se dira queestaba all puesta con el nico y exclusivo objeto deabsorber los ardores del sol y tamizar su luz deslum-bradora. No se senta una rfaga de aire. Los choposde la hondonada recortaban inmviles en el espaciosus copas puntiagudas y colgaban desvahdas lasbanderas deshilachadas de los merenderos. Lejos,muy lejos, tocaba un organillo; desvanecidas, enno-blecidas por la distancia, sonaban las notas a cristal.Cruzaron sin detenerse ante los grandes merende-

    ros de la entrada, el Franco Espaol, La Terraza,los Viveros del Partidor; pasaron los Asilos de No-che, mugrientos, sucios; luego torcieron a la derecha,

    y escalando la rampa de una loma llegaron frente ala Casa de Salud de San Jos y Santa Adela. Instinti-vamente miraron al reloj: las dos manecillas estabanjuntas en las doce.Es temprano, nene.S, muy buena hora.

  • LA CATORCE

    A campo traviesa, siguieron adelante a ganar porel atajo los altos de Amaniel. All, pegado al puente,bajo los mismos ojos, se extiende un merendero. Unarco de madera levantado en medio del camino diceque se llama El Pauelo, anuncia que hay piano yadvierte a las familias que se las admite con merien-das y se alquilan hornillas. Colgadas de la puerta, dosenormes sartenes, relucientes, como la plata, agre-

    gan muda, pero expresivamente, que la generosidaddel establecimiento no se limita al alquiler de losfogones. Grandes setos de boj cercan el merenderoy unos altos arriates de caas recamadas de enreda-deras le resguardan de las miradas indiscretas de lostransentes. A pesar de eso, a Carvajal no le agra-daba el sitio.Pero, nena de mi vida, t qu capricho tienes

    en que vayamos all?Capricho?, ninguno. Es que como yo siempre

    vengo aqu ya me conocen, sabes?, y me sirvenbien. Hay un camarero que es querido de una veci-na y me ti consideracin.Mucha. A cinco lo vende la ta Dominga y a m

    me lleva seis por ser amiga. Djate de tonteras, ne-gra, que en estas cosas del negocio no hay amigos;con los amigos se come y cada uno va a lo suyo.Cuando lleves dinero por delante, vete donde no teconozcan, que cuanto menos te conozcan mejor teservirn.

    No, mi vida, vamos donde t quieras. Si yo notengo inters...

    Ni yo tampoco. Lo digo solamente por el sitio.

  • 70 PEDRO MATA

    Esto es muy feo. Es muchsimo ms bonito todo lodel otro lado. T conoces el cao?No.Cmo! No conoces el cao? No has visto los

    merenderos que hay all?No, nenito, no he estao nunca.Entonces no conoces lo mejor de Amaniel. T

    no sabes lo que es Amaniel. Y eres madrilea?Salitre, veintids.

    No lo digas, que te vas a poner en ridculo.Echa pa alante y vers te que es gloria.

    La enlaz del brazo, y hacindola cruzar bajo elarco del puente se la llev a las hazas de la otra ori-lla. Bordearon una huerta y luego por collados, alco-res y recuestos ganaron los altos de la calle de Alman-sa y siguieron por ella hasta la pequea cascada delcanalillo del Lozoya. All mismo, dando vuelta alrecodo, comienza a bajar la Cuesta de Amaniel.Cuando llevaban descendidos unos ocho metros,Carvajal se detuvo.Nena, prate y mira: haz el favor, mira qu her-

    mosura.

    En verdad que lo era. Abajo, al final de la cuesta,cados en lo hondo, como si hubieran rodado hasta elboquete, asomaban cinco o seis merenderos. Avarien-tos de sitio, se empujaban los unos a los otros, estre-chndose, apretndose, empinndose en figuras inve-rosmiles, un tejado sobre una escalera y una escalerasobre una galera y un cobertizo sobre dos troncosebrancados; todo brbaro, primitivo, de una sencillezencantadora por lo salvaje y por lo ingenua. Vistos

  • LA CATORCE 71

    desde arriba tan torcidos, tan mal equilibrados dabanla sensacin angustiosa de que iban a caerse comocasitas de nacimiento, colocadas por una mano denio inexperta y torpe; sobre ellas un collado ponauna nota alegre de verdura, y sobre el collado se ex-tenda la pincelada zarca de la sierra. Carvajal siguila lnea con el dedo.

    Mira, nena, mira; fjate bien.Tena el aire una diafanidad tan cristalina que sin

    esfuerzo alguno abarcaron con la vista hasta el con-fn del horizonte. Se haba roto la nube y por losdesgarrones caa sobre el paisaje un chaparrn desol. Herida por l la vegetacin bravia de la Mon-cloa pareca ms dura y ms agreste. Sobre el terre-no desigual, cortado por quebraduras y barrancos,entre las manchas verdinegras de las zarzamoras, jla algaraba, se recortaban, con extrao contraste, los

    cuadrados arcillosos de las tierras de sembradura,los prados alegres, los tapices jugosos de las huer-tas. Ms all, pasada una hondonada, donde modes-tamente se esconde el Manzanares, se alzaba altivala pomposa arboleda de la Casa de Campo, y ms ala derecha, corriendo siempre por la margen del ro,las primeras enciaas seculares de los montes de ElPardo. Luego, bruscamente, un cambio radical en elpaisaje; lomas escuetas, colinas desnudas; ni un r-bol; ni una mancha verde de vegetacin; tierra, tierranada ms que tierra. Y en la tierra, como brotandode ella, destacados en el azul pursimo, unos pueblospequeos, con sus casitas bajas agrupadas alrededordel campanario.

  • Mira, ves? Boadilla. Ves aquel otro? Aravaca...Aquel de ms all... Pozuelo. Ese de all... Las Ro-zas... y aquel de ms all, fjate bien, aquel tan boni-to, tan brillante, tan luminoso, cuyos tejados enciendeel sol como si fueran de cristales, ese es El Escorial.Y ahora que lo has visto todo, ahora que ya estscansada de mirar, abre la boca, nena de mi vida, abrela boca bien, respira fuerte y atrcate de oxgeno.No era necesario que Carvajal se lo recomendase.

    Desde que enfilaron el alto de la cuesta vena ella as-pirando a grandes bocanadas este aroma pursimodel campo que se le entraba vivificador pulmonesadentro. Tocaban frenticos, todos a la vez, cinco oseis organillos. Una bandada de palomas pas volan-do y fu a abatirse sobre el cobertizo de un merende-ro. Blancos de polvo, dos cachorros retozaban enmedio del camino.

    Carvajal se acerc a ella y bajo los flecos sedeosdel mantn la cogi nuevamente del brazo.Anda, nena, que es tarde.La entrada en el merendero fu una entrada triun-

    fal. Cuantos en l haba volvieron los ojos a mirar-los. Hasta el chico del manubrio dej un instante detocar, absorto y maravillado ante la gallarda de laPaca. Verdaderamente iba la moza esplndida consu soberbia falda negra de seda brochada, muy cei-da, muy justa, y su blusa de encaje, sin viso, y susbotas flamantes y nuevas, y sus magnficas orlas deesmeraldas y sus grandes peinetas y sus manos cua-jadas de sortijas. Al ver que todos la miraban tuvoun gesto altivo y desdeoso.

  • LA CATORCE 73

    Oye, pero es que nos vamos a quedar aqu? Am no me gusta esto. Hay demasiada gente.T sigue y calla.Sin hablar ms cruzaron por en medio de los gru-

    pos que les abrieron calle; l, indiferente, con las ma-

    nos en los bolsillos; ella presuntuosa, contonendosegallarda, taconeando firme, el pecho erguido, alta lacabeza, mirando a los hombres cara a cara y a lasmujeres por encima del hombro.Pero adonde me llevas?Cllate, mujer, no seas pelmaza.Por la puerta trasera del merendero salieron a una

    especie de plazoleta, en medio de la cual, entre unaspiedras brotaba un grueso chorro de agua cristalina.Ah tienes el cao de Amaniel. Ah! Este es el cao? Chav, pues no tiene nada

    de particnlar.

    El se encogi de hombros.T ven por ac.Espera, qu pone ah?torpemente deletre un

    rtulo pintado en una puerta: Quinta de los Pinos.Real Patrimonio y Tiro NacionalZona NorteOye t, que esto es de Palacio; por aqu no se pue-de pasar.T calla y ven.Cruzaron un estrecho pasadizo con un arriate de

    flores adosado al muro; treparon por una escaleradesvencijada y pina, y desembocaron, por fin, en otromerendero. En un rincn, un cenador de caas seasomaba como un balcn sobre el tapiz de la Mon-cloa. Carvajal la cogi de la mano y la llev hasta all.

  • 74 PEDRO MATA

    Y esto te gusta?Gach, esto ya es otra cosa.Te gusta de verdad?No me va a gustar! Si esto es precioso. Vamos

    a estar aqu superiormente.Mientras ella, gozosa y embelesada, se hartaba de

    paisaje, l se puso al habla con la mujer del me-rendero.

    Seora, venimos a almorzar, si puede ser.No ha de poder ser! To lo que usts quieran.Qu hay?De todo. Ust pida.Queremos una cosa arregladita y que est bien.Ust dir.Carvajal se volvi para llamar a Paca.Oye, t, ven ac un momento, que vamos a arre-

    glar esto de la comida, que es por ahora lo ms im-portante. T, qu quieres?Ay, rico, lo que t digas. T entiendes mejor

    que yo de estas cosas.Bueno, pues entonces nos va usted a hacer una

    tortilla de jamn y un pollo con tomate. Tiene us-ted pollos tomateros?

    Ah estn; escojan usts el que quieran.Uno que est tierno y que no sea chico.El que usts quieran.Pasaron revista a los voltiles: un soberbio gallo

    andaluz, negro y recrestellado, ocho o nueve galli-nas y hasta media docena de pollos tresmesinos. Car-vajal los encontr pequeos.S, claro; algo chiquitos sondijo la mujer,

  • LA CATORCE 75

    pero no vaya ust a pensar, estn llenitos . Se lanzsobre uno, lo agarr de las alas y se lo di a Felipepara que le palpase el buche y los muslos. Pche!, algo flojito est.

    Natural, seor, como que es tomatero. Quiust una buena pieza? Mire ust aqul. Ese tiene yams de cinco meses. Naci en Abril, de la primerpollada de este ao! Ese no dir ust que no eshermoso.Pero cul, seora?Ese que est entre aquellas maderas.Por fin le descubrieron. Era un pollito rubio, es-

    belto y fino, con el cuello y las alas de color de co-bre, la cola larga y negra, la crestecilla muy colora-da. Pasebase arriba y abajo balancendose presun-tuoso, levantando las patas como un galgo ingls.Di un salto, se encaram sobre un madero, agitlas alas, sacudi la cabeza, alarg el cuello, se empi-n cuanto pudo, y muy ronco, con una voz muydestemplada, cant ki-ki-ri-ki.Paca se enterneci.

    Ay qu gracioso! qu requetemonsimo! Hasvisto, Felipe, qu bicho ms simptico? Y, diga ust,seora, por qu est all solo y no viene con losdems?Pues ver ust: no viene porque el gallo le ha

    tomao ojeriza. Como ya es grandote y empieza tam-bin a gallear, en cuanto se acerca a coger una ga-llina...

    jAh! pero las coge?Digo!

  • 76 PEDRO MATA

    Oyes, Felipe, qu gracioso?Pues si, seora: en cuanto que se acerca, el gallo

    le da una de picotazos que le vuelve loco.Qu bruto!Como que le va a matar! Y as est el pobreci-

    11o de asustao, que no se asoma ni pa Dios. Yo leguardaba pa gallo, pero casi casi me alegrara de quese lo comieran usts, porque de tos modos va a te-ner muy mal fin... Qu? le cojo?La del Olivar volvi a enternecerse.No, no, seora; coja ust otro, el que ust quie-

    ra, pero se no... me da mucha pena. Vaya, que no,que no me lo podra yo comer. Me sentara mal el al-muerzo.

    Entonces, ust dir cul.El que ust quiera. Lo mejor es que yo no lo

    vea. Si lo veo no me lo como.

    Y, en efecto; para no verlo, di media vuelta y re-gres de nuevo al cenador. Felipe qued con la mu-jer ultimando los preparativos del almuerzo. Despusfu a reunirse con Paca. Bueno, nena, ya est. Nos harn la tortilla, el

    pollo, un gazpacho, fruta, Valdepeas aejo y unosentremeses pa hacer boca.

    Oye, y cunto tardar en estar todo esto?Poco: veinte minutos. Tienes hambre?Horrorosa.

    Para distraerla decidieron bailar, y bailando estu-vieron hasta que los llamaron a comer.Cuando usts quieran.Les haban puesto la mesa en el otro rincn del

  • LA CATORCE 77

    merendero porque en el cenador daba el sol de pla-no; bajo un cobertizo de felpudos y sacos de arpille-ra tendidos sobre un enrejado de tablones costeros;una especie de terraza desde la cual se dominabacomo a vista de pjaro todos los salones de los res-tantes merenderos. La mesa no estaba mal servida

    :

    blanco y limpio el mantel, abundantes y variados losentremeses; las botellas lacradas. Paca tena un ape-

    tito devorador y Carvajal no le iba a la zaga. En me-nos de cuatro minutos dieron punto y fin de la tor-tilla, y para entretener el intermedio del segundo pla-to arremetieron con el salchichn y las aceitunas.De pronto ella di un grito.Mira, Felipe, mira qu simptico.El qu?El pollito, hombre; mralo, mralo qu gra-

    cioso!

    Con el cuello muy tieso, la cresta muy erguida ymuy roja, vieron al pollo rubio lanzarse conquistadorsobre una gallina; mas cuando iba a prenderla, brus-camente, sin saber de dnde surgi el gallo negro,amenazador y terrible, las alas temblonas, el cuellopalpitante, los ojos fieros, abierto el pico. Furiosa-mente cay sobre los dos. La gallina sali despavo-rida, cacareando. El pobrecito pollo quiso hacer lomismo, pero las poderosas garras le aferraron; envano trataba el infeliz de debatirse y defenderse; elgallo, el terrible gallo, vengativo y celoso, le tenasujeto y le acribillaba a picotazos. La Paca no pudocontenerse; tir la servilleta y ech a correr a defen-der al pollo. Eh...! Pchuu...! Pchuuu...!~Y como el

  • 78 PEDRO MATA

    gallo, enardecido por la lucha, cieg9 de ira y de ra-bia, se resista a abandonar la pre/a, se li con l apuntapis. Bruto!, animal!, bestia...!, granuja!, ase-sino!

    A los gritos, la duea del merendero acudi todaasustada.

    Qu es eso? Qu pasa? Por Dios!La Paca haba recogido al pollo y le traa entre las

    manos. Vena el animalucho exnime, las patas rgi-das, ln cabeza doblada sobre el cuello, toda llena desangre.

    Qu bruto...! Le ha matao!La mujer se acerc a reconocerle. No estaba muer-

    to, pero le faltaba muy poco. Tena saltado un ojo yen el crneo una profunda brecha por la que mana,ba la sangre a borbotones. La Paca sinti que se lellenaban de lgrimas los ojos.Pobre gallito! Tan rico... Tan simptico!Menos sentimental la duea del merendero tuvo

    un comentario prosaico y cruel.Ve ust, seora, cmo habra sido muchsimo

    mejor que